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Cuatro poemas

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Paul Medrano

Paul Medrano

Celdas

Jamás he estado en la cárcel. Recuerdo, sin embargo, un fuerte olor a humedad, un muro de 12 cuartas x 14 y una ventana protegida con barrotes. Aún puedo verme mirando la pared durante horas. Encuentro sus imperfecciones, descubro formas precisas en las manchas. Pasan días y días. Veo el mundo entero plasmado en una pared que ni siquiera existe. A veces, al entrar en un sanitario público, asustado me detengo, el olor me lleva hasta esa celda y debo darme un minuto para reponerme. Otras cierro los ojos e intento mirar por la ventana, ver lo que hay al otro lado, pero vuelve aquella sensación de horror y permanezco inmóvil, con la mente en blanco, como si a fuerza de mirar el paisaje desapareciera. Jamás he estado en una cárcel. No. Ni siquiera en los separos de una comandancia, donde te despierta el frío a media noche y las carcajadas se elevan desde el suelo hasta agolparse en un camastro improvisado.

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Puentes

¿Había o no había un puente en esa carretera? Pasábamos por ahí para llegar al viejo cementerio, siempre de noche. Un grupo de chicos alocados, ávidos de fiesta y aventuras. La vida era eso que hormiguea en las manos y hay que ponerles cigarros y cerveza para contenerlas. Hay que golpear, besar, tomar otras manos para contenerlas. Éramos jóvenes. Íbamos al cementerio del pueblo en busca de fantasmas. No sabíamos que a los verdaderos fantasmas los estábamos fraguando, que los terminaríamos de fraguar más tarde, cada quien a su medida, y que nos perseguirían y serían más grandes y terribles. Hace poco encontré a un compañero de aquellas aventuras. Recuerda las noches en el cementerio, la carretera, pero no recuerda el puente. “Hay un puente peatonal, sí, pero no tiene más de cinco años”. Es raro. Tal vez trasladé ese puente de otro sitio, otro recuerdo. Lo cierto es que mi memoria lo necesita ahí. Precisa de ese fantasma para pasar al otro lado.

Un saber subterráneo

Mariana Bernárdez

El mundo cifra su misterio en lo que desvela, y hay quien lo resguarda para que permanezca en la historia mediante la repetición de su mantra, salvación que extraviará la eternidad porque lo único cierto es el deshojar de las flores.

Y soñar. Soñar con vencer lo temible, aún de saber que ante la muerte todo gesto es simulación. ¿Y la vida?, la vida va quemándose en su fuga, arrollando con su ritual de peregrinaje: espigar el ánima, y portar como bien preciado la promesa de una buena muerte, porque no hay trecho que no se ande donde su cantal no abrigue. Qué breve la vida cuando lo no vivido arroja su peso inerte sobre el corazón; siempre se quisiera haber tenido más flores, o más días de baile, o haber sentido una mayor pasión en años donde no se supo salvo la esclavitud al minutero; y queda relegado al futuro el anhelo…, porque el día irrumpe azotando puertas y ventanas, urgiendo el levantarse para rendir el cuerpo a su flagelo, internarse en su avidez y dejarse marcar por su humareda; pero el corazón resiste en su afán de espera; de lo contrario, se secaría y se volvería puro descompás.

Y espera; y espera a que un día otro sea el vendaval… La pasión le descubre su vulnerabilidad, lo zarandea con fuerza y lo arroja hacia el destino. Su distintiva voracidad delata su fiereza y afirma la imposibilidad de esquivar su poderío. El cuello se ofrenda ante el aire de los labios que se deslizan por la lisura de su tallo. ¿De qué está hecho su temblor que todo lo vence? Y el corazón es arrancado de raíz. La fragilidad se le volverá herida cuando el abandono se anticipe. Una herida como un golpe seco. Y andará la oscuridad, conocerá las emociones de lo terrible y la orilla de la melancolía, sólo por haber vivido alguna vez al filo de la lumbre y haber visto el ángel de su belleza, visión que atormentará las noches y los días…, hasta que rendido se aduerma y sea visitado por el bálsamo del olvido…

Todo pasa. El polvo regresa a los rincones, y la respiración acompasa el latido. Y un día, porque sí, el tránsito del sueño le regala el lenguaje de las aves: impronta de futuro, que posa su peso y su historia sobre la hierba.

El corazón despierta de su noche oscura para saldar la cuenta con lo no vivido. Otras aguas serán las que busque, otros murmullos, los de una “cristalina fuente donde contemple los ojos de su amado que en las entrañas lleva dibujados”. 1

1 San Juan de la Cruz, Cántico “¡Oh cristalina fuente,/ sí en esos tus semblantes plateados/ formases de repente los ojos deseados/ que tengo en mis entrañas dibujados!”.

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