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Manifiesto de abril o las virtudes del cuerpo

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Paul Medrano

Paul Medrano

Ingrid Fugellie Gezan

En este vientre de cuerpo agradecido en este trozo ambiguo, denso, inquietante en esta zona de magnitud oscura: las pulsiones acontecen como dolores de parto como tortura que se aplica en el cerebro como descarga eléctrica en la tarde que decrece como guerra continua de baja intensidad. Hay en sus dobleces extensiones fibras de extraña transparencia movimientos involuntarios resistencias, alumbramientos tornados, maremotos, tempestades. Corredores de sangre se deslizan a través de sus paredes nubarrones, crines de caballo fosforescencias. Una varia ontología designa al cuerpo y lo constriñe. Uterina o vaginal, la estatura aminora y desvía el sentido el montaje estrecho que la historia nos impuso presiona la espalda las caderas los brazos. Sobre todo las caderas: continente, designio, lugar en el espejo del otro que domina la imagen y no la materia que siento cuando camino. Ese espacio articulado que al pasar del tiempo se quiebra, retuerce y pulveriza. Los huesos: estructura solemne que se desliza en vagos recorridos que sostiene el deseo perteneciente al futuro

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que alcanza la luz al empinarse que construye quimeras con el cerebro y la mano que trasciende el encierro maternal y las faenas de la casa cuando empuja la planta del pie contra el muro. Los pechos: ese territorio intervenido por la ciencia médica que nutrió a las hijas que hice nacer hijas atolondradas como yo que por ellas me llaman madre porque soy de mí la madre que mece las ideas que produce el cuerpo cuando ilumina el entendimiento cuando resiste la copia cuando se aleja del mundo y fortalece la duda. El cuerpo todo: unidad irreductible continente abierto a la comida pretexto del saber a ciencia cierta abismo, rutina, descalabro lámpara en la tarde fracturada poema y escenario arrojo, placer y despropósito en piernas, cuello, orejas, piel en músculos como relojes en la línea que permite enderezar la columna y atravesar los pasillos estrechos, oscuros, zigzagueantes. Virtudes del cuerpo homenaje a lo efímero. Sonríe la cara o se conmueve por la visión del otro que llora en desconsuelo que habla, que confunde, que afirma aunque la mentira se disfrace y jamás se traduzca en argumento. Voy del cielo al infierno transito laberintos, inclemencias, dolores arribo a la más cándida protesta, detengo el camino. Luna delgada en la penumbra horizonte lejano y transparente. ¿Lograré disminuir el paso incierto del riesgo que acontece en el cuerpo cuando la materia se esfuma? Dedico la vida al sol en el ocaso evito traspasar las tinieblas del oficio bajo un colchón de arena suenan campanas acurrucada llevo en la espalda el origen y el vuelo acompasado de gaviotas en el mar.

Dos poemas

Mario Panyagua

Incapaz de cortarlo

Así / mientras mi abuela cortaba una cebolla / iba contándome su vida / y me daba consejos / de lo que ella no hizo / —Conviene que te cases con quién quieras —decía curvando el cuchillo hacia la izquierda / —Lo mejor es que te amarres bien los zapatos —mientras picaba con presteza las capas gruesas / —Imagina qué flojera tener que ser centauro / y anudarte cuatro / echado como res ante tu cama —mientras se secaba una gotita de sudor de la frente / —Yo aprendí que la vida / es sí y no al mismo tiempo / Uno no sabe para quién trabaja / por eso creemos ser artistas —mientras raspaba los dientes del afilado objeto

Qué diría mi abuela al verme ahora / Ante todo sería más vieja / obviamente / y con suerte ignoraría que no trabajo / que no soy un artista / que no me he casado o si voy descalzo / pero seguro acabaría por despeinar la cebolla / diciendo taciturna —Siempre que llego al corazón / las lágrimas me brotan —Incapaz de cortarlo.

Estudiaron un poema en la Academia

Lo exhumaron del panteón laureado

—Son sólo huesos —expresó un estudiante

Sobre la plancha lo depositaron / Cadáver / le abrieron las mandíbulas / y extrajeron la lengua / Ansiosos como niños que arrancan patas y alas a insectos / comenzaron a diseccionarlo

—El primer verso no parece cabeza —mencionó un estudiante / notable por su saber en anatomía poética —Los encabalgamientos son forzados... parece faltar músculo a esas piernas

—No imagino cómo pudo llegar hasta aquí sin pies —complemento otro

—Mira aquella atrofiada metáfora... pronto iba a sufrir una rotura de ritmo —mencionó un tercero / que creía empuñaba en la punta de sus pinzas / la novísima respuesta / a la pregunta que nadie formuló —La psicología de este verso es oscura —dijo en tono freudiano la experta en semiótica

Cortaron las extremidades / Vieron tumores donde había órganos / Confundieron un apéndice con un falo de duende

—¡Miren qué bello muerto! —decía la profesora / que poema en su vida parió nunca

Sobre los remiendos los injertos / un Frankenstein reconstruyeron / y lo vieron hermoso / ignorando que no encontraron nunca / el corazón del poeta

Ensayo sobre la infidelidad

Brenda Ríos

Siempre me gustó hacer preguntas incómodas a mis amantes del tipo de cómo cogían a sus esposas si tenían otras mujeres además de mí les pedía que me mostraran las fotos pedía detalles físicos

no me interesaba saber por qué lo hacían —engañar a sus esposas— no iba por ahí mi inquietud yo quería ver qué hallaban en unas y otras de qué otra manera buscaban el gozo y veía los ojos de ellas, las bocas sonriendo con dientes muy blancos algunas mejor vestidas que otras algunas con cierta tristeza en la mirada me gustaba saber que éramos comunidad una tribu que compartía el falo, la palabra, la intimidad saber que es de ahí, del cuerpo mismo donde uno habita y entra y sale como una casa

Ellos volvían, dos años o diez años después y comenzábamos justo donde lo habíamos dejado: una charla interrumpida es el amor una charla donde procuramos recordar la historia del otro, los recortes de infancia no se me hubiera ocurrido jamás que dejaran a esas esposas tan sólidas por otro lado y se quedaran conmigo

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