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de Raúl Zurita: el retorno de los crucificadosInri
Inri, de Raúl Zurita: el retorno de los crucificados
antes y después del Hubble Moisés Elías Fuentes | 61
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Crítico inconcesivo de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, Raúl Zurita también ha sido crítico de la clase política chilena posdictadura, a la que ha tildado de arribista y carente de solidaridad. Inadaptado, dirían algunos, y es cierto, porque Zurita no se plegó a la democracia acrítica surgida del plebiscito de 1988, plagada de omisiones premeditadas y condescendencias timoratas. En lugar de ello, prefirió y prefiere la acción creativa, que se verifica desde los días de performances callejeros, hasta la permanencia de la voz disidente, que puede ser incómoda, pero que también es propositiva.
Nacido en 1950 en Santiago de Chile, Zurita incursionó muy joven en el ámbito literario. Apresado y torturado en los primeros días del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende, después de su excarcelación, aunque concluyó sus estudios de Ingeniería Civil, se dedicó por entero a la literatura, desarrollando una obra poética en la que coexisten amor y rencor, pensamiento e intolerancia, creatividad e inmovilismo, que se manifiestan en los poemas como reflejos de las contradicciones de una sociedad aún desgarrada.
Hacia fines de la década de 1970, el escritor chileno se integró al grupo cada (Colectivo de Acciones de Arte), que se arriesgó a salir a los espacios públicos y realizar instalaciones y performances, en tiempos que la dictadura restringía el acceso a las calles. A partir de esta experiencia, en que compartían espacios albedrío e intransigencia, Zurita profundizó en las relaciones de contrarios en el arte y la vida diaria, lo que llevó al extremo en 1982, cuando escribió un poema en el cielo neoyorquino por medio del humo de varios aviones, y en 1993, cuando utilizó maquinaria pesada para escribir un verso en el desierto de Atacama.
En el primer caso, la palabra escrita pierde su carácter temporal y se vuelve efímera; en el segundo, la palabra, como el ser humano, retorna a la tierra y queda a expensas del tiempo y las acciones del clima. En ambos casos, la poesía depende del subconsciente: creo vislumbrar un poema escrito en el cielo de una ciudad erizada de rascacielos; encuentro un verso en el desierto y no descubro si alguien lo desenterró de (o lo enterró en) la arena indiferente.
Publicado por primera vez en 2003, Inri1 cumple de manera puntual con los aspectos característicos de la poesía del chileno: antónimos, antítesis, recursos surrealistas, entre otros. Dividido en tres secciones, el poemario está formado por textos que en su estructura colindan con el poema en prosa, al tiempo que remiten a versículos bíblicos, con lo que Zurita reitera la multiplicidad de la palabra poética.
Inri abre con un versículo del evangelio de Lucas: “Y yo les digo que si ellos callan las piedras hablarán”, al que sigue “El mar”, largo poema que alude a tantas víctimas secuestradas por la dictadura, que fueron arrojadas al océano Pacífico para desaparecer en forma definitiva su existencia. No se trata de las aguas del bautismo redentor ofrecido por Jesucristo, sino de un mar en que cada víctima es Cristo que vuelve a morir en la cruz:
Cruces hechas de peces para los Cristo. El arco del cielo de Chile cae sobre las tumbas ensangrentadas de Cristo para los peces. He allí tu madre. He allí tu hijo. Sombras caen sobre el mar. Extrañas carnadas de hombres caen sobre las cruces de peces en el mar.
A la despersonalización de las víctimas en los tenebrosos vuelos de la muerte, Zurita opone nombres propios de mujeres y hombres que tuvieron historias únicas e irrepetibles. Así, “Bruno se dobla, cae” comienza con la descripción de un paisaje inmenso e impersonal, al que los versos reponen la identidad propia:
Al frente las montañas emergen como una gasa de tul curvándose contra las sombras. La nieve de la cordillera fosforece levemente, como una gasa que flota. Arriba las infinitas estrellas y el cielo negro. Las palabras son leves, las estrellas son leves.
1 Raúl Zurita. Inri. Colección Tierra Firme. Segunda edición. Fondo de Cultura Económica Chile. Santiago, 2017. Las citas de poemas proceden de esta edición.
Con dominio técnico, para describir la naturaleza colosal el poeta echa mano de imágenes, comparaciones y pies quebrados, mientras que para la declaración del último verso recurre a una oración simple: “Bruno era mi amigo”. Un enunciado sin figuras retóricas, pero cuya entrañable sencillez retorna al amigo a la vida física y a la intelectual y emocional. Y es que para Pinochet la eliminación de los opositores debía ser absoluta: en cuerpo y en espíritu. De ahí que en Inri Zurita insiste en la rememoración espiritual y corporal de las víctimas: “Vuelvo a casa, dice Bruno. Susana también dice que/ vuelve a casa”.
Al igual que la primera sección, la segunda está antecedida por un versículo de los evangelios, esta vez el de Juan: “Aprovecharon entonces ese sepulcro cercano para poner ahí el cuerpo”. El versículo de Lucas es una sentencia, en tanto el de Juan parece obedecer a la urgencia de buscar la tumba para albergar el cadáver de Jesús. Parece, pero no; la búsqueda del sepulcro en realidad es un velado desafío: restituir al cuerpo su dignidad al devolverlo a la tierra, a contracorriente del desprecio, la tortura y la crucifixión.
Único poema de la segunda sección, “El descenso” busca también un sepulcro, el retorno a la tierra: “Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos, habituadas/ a seguir siempre las tuyas, sienten en la oscuridad que/ descendemos”. Sin embargo, en este caso la tierra misma ha perdido sus rasgos identitarios y no es ya la cueva madre del origen. Ante la orfandad, los muertos deben crear su propio refugio:
Las heladas montañas se derrumban sobre sí mismas y caen. Tal vez el mar las acoja. Hay tal vez un mar donde los cuerpos helados caen. Quizás Zurita eso sea el mar. Un limbo donde los cuerpos caen.
Como para convencerse de una posible nueva realidad, el poeta se habla: “Quizás Zurita eso sea/ el mar.” Es la dubitación del proscrito por el hecho de existir. Sin embargo, la duda esconde la esperanza de que los hombres y las mujeres vilipendiados han de reescribir su propia historia y de relatar las singularidades de su tragedia:
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos buscan las tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez no todo esté perdido. Las montañas duermen abajo y quizás las margaritas enciendan el campo de flores blancas.
La tercera sección, como la primera, alberga varios poemas, precedidos esta vez por un versículo del evangelio de Mateo: “Paz a ustedes”. Si el versículo de Lucas es una sentencia y el de Juan un velado desafío, el de Mateo es al mismo tiempo una bendición y un anhelo, porque dicha paz es la protección de Dios pero también algo lejano, que sólo hemos atisbado con el pensamiento y el espíritu, pero no con la vista, como se insinúa en la página que precede y en la que sucede a “El descenso”, que contienen unos versos en escritura braille que se interrumpen y quedan en una penumbra silenciosa, que se extiende a “Las flores”, el primer poema de la tercera sección:
Les vaciaron los ojos ¿sabías? les arrancaron los ojos de las cuencas. Por eso en estos poemas nadie ve, sólo oye. Las flores oyen y gritan a veces al doblarse bajo el viento. Los rostros no ven. Las piedras están locas […]
A la manera de los predicadores misioneros, Zurita se apoya en la repetición y la aliteración para congregar a la grey dispersa con palabras que, si bien son duras, están plantadas en el suelo de la esperanza:
Las flores entonces de Los Andes y las flores del Pacífico dicen que nos aman. Nos dicen eso: que nos aman. Los maravillosos aromos levantándose desde toda la sangre de los campos y los aromos que ahora crecen donde estaban las angostas llanuras lo dicen.
El amor de una flor devuelve a los y las mártires la dignidad arrebatada: “A mí que me morí me/ aman. A ti
que te moriste te aman”. Así, han de ser las flores, las olas, los vientos, los ríos quienes traen a los desaparecidos y desaparecidas. Y digo quienes porque los elementos de la naturaleza son los nuevos rostros y nombres de las mujeres y hombres victimados por la represión dictatorial que no cielo según declaran los versos de “Rompientes”: “Y los/ arrojados cuerpos flotan sobre el cielo y son un mar […]”.
Es la vuelta de Chile hecha de desconcierto y esperanza, con la que vuelven las víctimas, su memoria escondida en lo recóndito de los sentimientos, memoria a la que pedimos noticia de “Bruno, Susana”: “Se recuerda entonces toda una nevada de nombres,/ Paulina, Mireya, Viviana: ¿han visto a Susana? ¿han/ visto a Bruno?”. Lúcido en el manejo de figuras retóricas, Zurita utiliza imágenes creacionistas y antítesis con ecos barrocos para recobrar la voz de los hombres y mujeres víctimas de la represión dictatorial:
Y te sentiré de nuevo. Porque estas palabras no morirán como morimos nosotros y el vuelo de nuestras carnes prendiéndose se nos irá pegando como lagos pegados con el amanecer y las efímeras plumas que fuimos volverán al aire y serán olas de olas los aires […]
Sin embargo, cuando llegamos a “El inri de los paisajes”, poema-epílogo que cierra el libro, diríase que el poeta reniega de sus anhelos y, otra vez, debemos recordar que la poesía de Zurita emerge de las contradicciones de un espíritu torturado por la huella del dolor en la carne, al tiempo que revitalizado por el sueño de un Chile capaz de reescribir su historia.
“El inri de los paisajes” se acompaña de otro versículo, esta vez de Isaías: “Y eran de nuevo tus llanuras”. Esas llanuras a las que alude son las del alma y de la conciencia, que de una vez por todas deben dejar de soñar para, al fin, redimir a la nación chilena. Despertar como desafío y como posibilidad única de refundar desde sus cimientos al país.
Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las montañas, lagos y mar de Chile. Un sueño quizá soñó que habían unas flores, que habían unas rompientes, un océano subiéndolos salvos desde sus tumbas en los paisajes. No. Están muertos.
Fueron ya dichas las inexistentes flores. Fue ya dicha la inexistente mañana.