Desde otros ojos

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PRIMERA EDICIÓN

ISBN:

UNIVERSIDAD CASA GRANDE

Ciudadela Miraflores, Av. Las Palmas #304 y calle 4ta. Km. 3.5 vía Daule Frente a la puerta #6 del C. C Alban Borja

Guayaquil–Ecuador PBX: (593 4) 220 2180

Dirección de Publicaciones: PBX: (593 4) 372650, ext.: 3150-3151

Impreso por GrafiCentro

Se imprimieron 200 ejemplares. Impreso en Guayaquil, Ecuador .

978-9942-842-18-3
www.casagrande.edu.ec

CRÉDITOS

INTEGRANTES DEL PROYECTO:

Camilo André Cabezas Gia Lizano

Angelina Ormeño Camila Viteri Jeremy Freire

DESDE otros OJOS

Directora de PAP

Mgtr. Zaylin Brito

GUÍA DEL PROYECTO: Mgtr. José Miguel Campi-Portalupi

ASESORA DEL PROYECTO: Mgtr. Adriana Loor

DIRECTOR GENERAL DE PUBLICACIONES:

Mgtr. Juan de Althaus Guarderas

REVISIÓN ACADÉMICA

EDITORIAL:

Mgtr. Gilda Macías

CORRECCIÓN DE ESTILO:

Mgtr. María Cristina Andrade

DISEÑO GRÁFICO

Angelina Ormeño

REVISIÓN DISEÑO GRÁFICO:

Mgtr. Luz Terán Calle

Un libro para jóvenes de 12 a 99 años.

Prólogo

Y vivieron felices para siempre…

Es complejo crecer y no verse, no estar en ningún lado; que nuestras vidas parezcan no valer la pena de ser contadas, que nuestros colores de piel sean opacados o, mejor dicho, aclarados; que nuestros amores sean acallados, que nuestras diferencias y diversidades sean invisibilizadas en lugar de ser celebradas.

Nuestros rostros, corazones, mentes y cuerpos diversos anhelan existir. Existir no solo en las calles dónde estuvimos, estamos y estaremos siempre; existir además en los relatos, en la fantasía, en la fábula, en la moraleja, en el fondo del mar o el espacio. Queremos pelear contra dragones, besar príncipes o princesas, y también narrar nuestras ansiedades, miedos, expectativas y sueños en lo cotidiano.

Este libro es un primer ejercicio de construcción inclusiva y horizontal de historias con las que hubiésemos querido crecer; historias que merecen ser contadas y que pocas veces se han visto en papel. Estas surgieron en talleres y ejercicios creativos orientados a fortalecer las capacidades de personas diversas, y mediante una curaduría y tarea quijotesca liderada por estudiantes de la Universidad Casa Grande, comprometidxs con el proyecto Cuántos Cuentos.

Esperamos que disfruten como nosotrxs este ejercicio, y que su lectura motive empatía y ansias en ustedes de compartir sus propias aventuras y experiencias de vida.

José Campi-Portaluppi

Coordinador de proyectos sociales Universidad Casa Grande

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La primera visita

ESCRITO POR: Camilo André Cabezas

ILUSTRADO POR: Emilia Sigcho

Llevo 5 minutos parado frente a la puerta, pero no toco el timbre. Estoy nervioso. Me sudan las manos y ya siento que sobre mi cara se pone esa sonrisita boba que hago cuando no me salen las palabras. ¡Plim, plim!, llega un mensaje a mi celular:

Negro, ¿ya estás en camino?

Todo está casi listo. Lo estamos esperando :)

¡Ya casi llegando! Hay mucho tráfico

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Alzo el puño y estoy a punto de tocar la puerta, pero un montón de pensamientos me detienen. ¿Y si no les caigo bien? A veces como de más y eso me hace ver glotón. ¿Será que les gusta que vaya en shorts?, ¿pensarán que me veo mamarracho? ¡Pero es Guayaquil a las dos de la tarde! El sol te derrite si no encuentras la sombra de un árbol o de un edificio cada tantas cuadras. Creo que es un crimen no ir en shorts en esta ciudad infernal. O puede que digan: “Un periodista más, se van a morir de hambre ambos”. Uy, ya estoy sudando. No me gusta sudar; me pone más nervioso.

¡Eh, párale, párale, André! Ya estás aquí. ¿Qué es lo peor que puede pasar al conocer a tus suegros?

Entonces, me lleno de valor y anuncio mi llegada. Se abre la puerta y me recibe mi novio, Alejo. Hola, negrito; pase me dice. Y detrás de él, su papá leyendo un libro sobre la mesa y su mamá sirviendo un plato de ensalada.

Así que tú eres el famoso André —me dice el padre con una voz gruesa y profunda que parece retumbar en la casa; y luego me mira seriamente de arriba hacia abajo.

Ya, ya. Deja de hacerte el bravo, que no te sale papi dice Alejo antes de que yo alcance a hablar primero.

Entonces el padre me queda mirando un rato más en silencio, para luego echarse a reír. Y yo río después, con una carcajada boba.

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No le hagas caso al viejo. Ven, siéntate, André… Yo espero que comas todo, ah. Que suficientes mañosos tengo en la casa con el Alejo me dice la madre.

Ni que me lo diga, cuando salimos a comer es todo un drama —bromeo.

¡Ahhh, así está la cosa! Se han aliado para ponerse en mi contra se mete Alejo. Pues ya verás, mamá; este de aquí hasta segundo plato te va a pedir... ‘cortita’ te vas a quedar con la comida.

Mientras me río, y ya con mi risa normal y no la boba, volteo a ver a Alejo. En su rostro también hay una sonrisita, pero creo que no se debe a la broma que le estamos haciendo. Más bien, es una sonrisita de paz, como cuando uno se siente en completa calma luego de estar en una situación dolorosa.

—Eres la primera persona que llevaré a casa, incluso el primer chico; y creo que estoy tan asustado como tú —me dijo unos días atrás. Así que creo que el miedo a él ya se le pasó; sin embargo, lo cierto es que a mi aún no. Parece que hablar mal del hijo con la suegra funciona, pero al suegro aún no me lo meto al bolsillo.

Llega la hora de comer y me sirven un platito de pasta junto a un poco de ensalada. Evité desayunar para no dejar comida y que después pensaran que no me gustó o algo por el estilo. Pero este plato es pequeño, muy pequeño. Bueno, puede que no tanto realmente; más bien, pequeño para mí y mi apetito.

Yo solo pienso: “André, que no se te note lo hambriento; André, que no se te note lo hambriento”. Y creo que lo lograré. El plan es disfrutar hasta el último bocado y, elegantemente, decir que no es necesario más, que me encuentro satisfecho. Luego iré a alguna cafetería y me pediré un sándwich de cualquier cosa. Bueno, tranquilo, todo irá bien.

Uhhhhhh, esa cara me la conozco comenta Alejo con una sonrisa de oreja a oreja, mientras yo lo fusilo con la

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mirada.— Este man no se llenará con eso, mamá. Mejor anda preparando otro plato.

—No, no, no le haga caso. Tranquila, con esto estoy perfecto.

Pero hay de sobra. Tú tranquilo. Aquí el único que no come es Alejo. Pero para su padre… ¡Ja! Plato doble me toca hacer responde su madre.

Hasta ahora, el padre ha estado serio. No habla mucho y tiene una cara de cementerio. Entonces, recuerdo que Alejo me había advertido antes: “El viejo es así, tiene cara y voz de bravo; pero es cheverísimo… Bueno, aunque también un poco raro. Si le caes bien, no dejará de mover la lengua y se pondrá a preguntarte un montón de cosas extrañas”.

¿Tú crees en los ovnis? me pregunta de repente el padre, cambiando bruscamente el tema de conversación.

—Bue… bueno. Una vez de pequeño fui a la playa con mi familia, y con mi madre vimos una luz que se movía en zigzag en el cielo. Así que sí, puedo decir que creo en vida más allá de la Tierra.

Tú solo síguele la corriente cuando hable cosas raras recuerdo que me advirtió Alejo. Y así lo hice. Luego del postre, el padre cambia su cara seria y me pregunta hasta mi signo astral. También conversamos sobre modelos de autos, los últimos partidos de fútbol y no sé qué peleadores de la lucha libre; aunque no tuviese la menor idea de lo que estábamos hablando. Pero se sentía bien. A pesar de no comprender ni un poco, se sentía como una conversación genuina.

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Llega la hora de irme y me despido. Unos quince o veinte minutos después, quizá, Alejo me manda un mensaje:

Mis pápas preguntan si vas a venir la próxima semana.

¡Sí!, pero la próxima vez yo cocino.

-Fin-

La capacidad BRILLARDE

ESCRITO POR: Carolina Soto Chica

ILUSTRADO POR: Angelina Ormeño

Martina ahora tiene una nueva rutina cuando sale a la calle. Consiste en descifrar qué podría significar la cara de las personas cuando la ven pasar. En un cuadernito, cuando está en la parada de bus o el salón de clases, anota en forma de lista cuales se repiten más. A veces, cree que es asombro. Anota un palito junto a la “categoría” correspondiente en la libreta. Ciertas ocasiones encuentra lástima. Agrega otro palito. De vez en cuando, rostros de confusión. Palito.

Hace tres años que Martina decidió hacerle honor a su nombre y fluir como el mar; hasta no tener la necesidad de anotar miradas. Por eso, cada vez esas reacciones le importaban menos. Si bien es difícil ser diferente, representar el 1 % de casos en el mundo dificulta todo aún más.

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Hace tres años ella entró a una cirugía que le dio un giro a su vida. Pasó años por un proceso largo de recuperación, aunque aún existen ojos inquisidores que la hacen dudar sobre su decisión.

Pero, además de las miradas, la gente también le ha lanzado comentarios que, aunque no han sido malintencionados, la han incomodado. “Eres un superheroína” o “eres taaaaan valiente”, escuchaba todo el tiempo. ¿Será que para ellos yo solo soy mi cirugía?, ¿no pueden ver quién soy más allá?; se preguntaba todo el tiempo. Ella decidió creerse todas esas palabras y sentir que su cicatriz en la espalda se iluminaba cada vez que alguien hablaba o preguntaba demás.

Una tarde se dirigió a una reunión de amigos y familiares cercanos, a quienes no veía hace mucho tiempo. Como se

había prometido a ella misma, ignoraría los comentarios y preguntas embarazosas. Habían pasado unas horas y su espalda se empezaba a iluminar de colores, cada vez más brillantes. Como nadando en el mar contra la corriente fuerte, los colores rebosaban por todos lados, disparando a personas con tonalidades oscuras y otras claras.

Fue así cómo descubrió que, aunque existieran muchas miradas, ella iluminaba los lugares cuando llegaba. No por su bastón o su cicatriz, sino por ella. Comprendió que era mucho más que su discapacidad.

Martina no es fuerte, no es una superheroína y no es valiente. Martina es ella: capaz de ser y hacer de una forma diferente. Martina es una persona con discapacidad y brilla.

La primera

Pacari era una mujer amada, admirada y querida por unos; pero odiada, envidiada y temida por otros.

Vivía en una provincia llena de cultura donde habitan diversidades de pueblos indígenas, entre ellas Caranquis, Natabuelas, Otavalos y Cotacachis. En la ciudad de Cotacachi, en la comunidad de San Ignacio, conformada por varias comunidades indígenas kichwas, Pacari era una niña proveniente de una familia sencilla. Un padre albañil, una madre ama de casa y dos hijos. Ella era una niña llena de sueños e ilusiones, sin residencia propia, que viajaba constantemente con sus padres en busca de un empleo y una mejor calidad de vida por todas las ciudades de Imbabura.

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Un día llegaron hasta la capital, donde Pacari descubrió nuevas culturas que la asombraron. Las inmensas calles de la gran ciudad de Quito alimentaron sus esperanzas por una educación que, en ese entonces, ella veía como imposible de lograr.

Desde muy temprana edad, Pacari sintió que tenía grandes responsabilidades por la llegada del quinto miembro de la familia. Debido a que sus padres trabajaban todo el tiempo, ella se encargó de su nueva hermanita. La cuidó, alimentó y jugó con ella.

A la edad de ocho años, Pacari y su familia retornaron a su comunidad de origen, donde ella continuó sus estudios en la ciudad de Cotacachi. Decidida a compartir su experiencia en la capital, con el apoyo de un docente de su escuela, realizó ilustraciones de la ciudad de Quito. Este acontecimiento se convirtió en la entrada al desarrollo de su creatividad. Sin embargo, Pacari anhelaba conocer nuevos mundos, más allá de su comunidad.

Su madre, al ver las habilidades de su hija, la impulsó a seguir aprendiendo. Por eso, Pacari decidió reforzar sus habilidades y nuevos conocimientos en el campo del arte, en un establecimiento llamado ‘Daniel Reyes’. Ella fue una de las primeras personas indígenas de la época que se encaminó hacia el mundo de las artes plásticas en el país. El esfuerzo y dedicación la llevaron a su primera exposición colectiva en el 2010, cuando aún era una estudiante.

Después de varios años, llegó el último miembro de la familia, la cual ahora está conformada por siete miembros.

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Para ese entonces, Pacari ya era una adolescente y volvió a sentir la responsabilidad de asumir el cuidado de ese nuevo hermano. Lo cuidó como a un verdadero hijo durante los primeros seis años.

Al culminar sus estudios secundarios como ceramista y artista gráfica, estaba más segura que nunca de que quería hacer del arte su vida y profesión. Pero, a pesar de contar con el apoyo permanente de su madre, perdió las esperanzas de seguir con aquello que la motivaba a luchar, quedando solo como una ilusión. No obstante, fue solicitada para una segunda exposición colectiva en la ciudad de Cotacachi, la cual es actualmente conocida como “Casa de pueblos mágicos”; así retomó sus sueños.

Buscó los medios para seguir adelante con sus estudios en la universidad, con el fin de luego lanzarse a una nueva aventura en la Facultad de Artes. Al principio sintió que le había dado la espalda a sus hermanas, pero después comprendió que, con más razón, debía lograr sus metas y así ser un ejemplo para ellas. Pensó que, si para su madre fue imposible soñar con una carrera universitaria, lo cual en cambio era posible en su vida, enfrentando en el camino ciertas dificultades; para sus hermanitas y futuras hijas sería algo normal.

Una vez que llegó a la capital, sabía que se encontraba sola, pero cargada de ilusiones, retos, propósitos y metas; las cuales estaba dispuesta a cumplir a toda costa.

A partir del segundo año, gestionó su propia exposición colectiva en la Casa de la Cultura Benjamín Carrión Núcleo

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de Chimborazo, denominada “Ishkay Ñawi”. Esto fue el inicio de su trayectoria para más adelante— gestionar varias exhibiciones con compañeros y colegas de la misma facultad, en distintas ciudades del Ecuador. Gracias a su recorrido profesional, Pacari fue nombrada presidenta de la Asociación de Artes Plásticas de su facultad. Así se convirtió en una líder que brindó facilidades a sus pupilos, con espacios para que los estudiantes tengan un lugar donde compartir y convivir entre ellos.

Pacari, al culminar sus estudios universitarios, se enfocó en su línea de producción artística, el arte contemporáneo. En el 2020, desarrolló una investigación artística de la totora, una planta ancestral, pensada como material simbólico de identidad cultural en el campo del arte. Su propuesta nueva en el ámbito buscaba reducir la contaminación y fortalecer la identidad cultural de pueblos indígenas por medio de esta fibra natural obtenida de la totora. De esta manera, realizó su primera exposición individual, sin imaginarse que este estudio le permitiría adentrarse en nuevos continentes. Fue convocada a presentar su trabajo en Perú, el Salar de Uyuni en Bolivia, Argentina, Brasil, Paraguay, Colombia, Chile y México.

Hoy Pacari se dedica a la gestión cultural en el campo artístico y la educación. Se convirtió en la primera mujer y comunera indígena de San Ignacio en continuar sus estudios de tercer nivel. Ella quiere que pronto no sea necesario tener “las primeras” de algo para las mujeres indígenas de su comunidad, porque estas ya existirán.

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La

NUEVA

Gabi tiene 12 años y es una casi adolescente, como a ella le gusta decir. Cursa el primer año de colegio en una institución mixta. Es muy aplicada y le gusta practicar deportes, en especial el béisbol. Batea fuerte y es rápida, lo que la hace muy buena en esa disciplina. Es delgada y de estatura media. Vive con su mamá, su papá y un perro salchicha muy juguetón de 3 años llamado Oliver.

La vida de Gabi transcurre sin muchas novedades. Se levanta temprano para ir al colegio, al medio día ya está en su casa, por las tardes hace sus tareas y en sus ratos libres juega béisbol en un parque cercano, con amigas y amigos del barrio.

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Una mañana en el colegio se empezó a rumorar que llegaría una nueva alumna a su curso. Un par de días después apareció Daniela. Ella vino desde otra ciudad, luego de que su mamá consiguiera un mejor trabajo. Dani no tiene hermanos, es hija única; y desde hace un par de años vive solo con mamá, luego de un divorcio.

Cuando Gabi vio a Daniela en su primer día de clases, le cayó mal desde el inicio. La chica nueva tenía el cabello largo y se hacía una cola de caballo con un moño muy alto, lo que no le permitía ver a la pizarra. Eso la molestaba mucho. Desde ese día tenía que pedirle que se agachara para poder ver. Eso, con los días, comenzó a volverse incómodo para Gabi.

Poco a poco, empezaron a discutir en clases, así que la profesora cambió de puesto a Daniela. Ya no frente a ella; sino a su costado, de esa forma a Gabi ya no le molestaría su gran moño ni Daniela tendría que agacharse otra vez. Pero la profesora logró algo más que eso, sin haberlo planeado.

Transcurrieron algunos días y ellas no se hablaban. Dani salía sola al recreo porque no tenía amigas aún. Se sentaba a la sombra de un gran árbol de mangos, ya que su piel blanca se quemaba con facilidad; sin embargo, su cabellera roja era un espectáculo cuando brillaba con el sol.

Un día mientras comía un sándwich de jamón y queso que le había preparado su mamá, una chica de otro paralelo empezó a burlarse de ella por el color de su cabello. Dani sintió impotencia y empezó a llorar. Tiró su sándwich al piso y se fue corriendo al aula vacía.

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Al acabarse el recreo, Gabriela entró al salón y notó que su compañera de banca tenía los ojos llenos de lágrimas. Se preocupó por ella, pero sentía recelo de acercarse; sin embargo decidió hacerlo: —Disculpa ¿qué te pasa?

Daniela levantó la cabeza, la miró y le dijo:

Lo mismo de siempre. Las personas que se burlan de mi por mi cabello. ¡Lo odio! Cuando pueda lo voy a pintar de negro, así ya nadie más me molestará o ya no me dirán que soy una rara o una bruja.

No hagas caso, tu cabello es muy lindo. Hay personas que no saben tratar con los demás y que del cuerpo de otros no se habla… ¿De dónde eres?

Daniela empezó a secarse las lágrimas, mientras le contaba que era de la capital y que extrañaba mucho a sus amigos con los que iba a jugar béisbol los domingos por la mañana.

¡¿Béisbol?! preguntó Gabi con visible entusiasmo y emoción.

Sí, béisbol” afirmó Daniela.

Empezaron a conversar sobre sus jugadores y equipos favoritos. El tiempo pasó sin que se dieran cuenta, hasta que sonó la campana señalando el inicio de clases otra vez.

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¿Seguimos después?

¡Sí, claro! respondió Daniela.

Así, a medida que pasaron los días fueron haciéndose amigas. Empezaron a jugar juntas béisbol en el parque cercano a la casa de Gabi. Se visitaban todas las semanas, hasta que se convirtieron en amigas inseparables.

Transcurrieron los años y una tarde en el cumpleaños 16 de Daniela, un chico de su clase; con quien había salido un par de veces, le dio un beso de manera sorpresiva. Eso la

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enojó. Se retiró al jardín de la casa a pensar en lo sucedido. Su mejor amiga la había estado buscando, hasta que la vio afuera en uno de los columpios del patio. Se sentó junto a ella y le preguntó qué le ocurría.

Daniela le contó lo que le había pasado con aquel muchacho, lo incómoda que se sintió y fue justo en ese momento que decidió decirle lo que sentía.

Me he dado cuenta que no me gustan los chicos… y ese beso lo corroboró.

Ya lo sabía. Nunca hablas de chicos y he notado como miras a Mayra, la chica del paralelo B. Y agregó: Todo bien, eh.

Se abrazaron fuertemente, se miraron, sonrieron y entraron otra vez a la fiesta.

Terminaron el colegio y ambas fueron a la universidad. Años después Gabriela fue la madrina de bodas de Daniela y Mayra en una linda noche de luna llena de octubre.

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cañaveral

ESCRITO POR: César Cárdenas

ILUSTRADO POR: Lady Alcivar

El Cañaveral es un asentamiento popular, localizado al norte de Guayaquil. Está habitado por miles de familias desde hace más de 10 años, expulsadas por la pobreza desde el centro y sur de la ciudad. La mayoría de las casas son cajas de caña de apenas 16 metros cuadrado y de un solo ambiente.

En el día se puede ver, entre las cañijas, el interior de la vivienda. Mientras que por las noches el viento inunda todo el espacio con una fuerza que hace que los techos de zinc se hamaqueen tan fuerte que parecieran despegarse. Las calles del Cañaveral son de tierra café brillante, no tienen aceras ni bordillos, y la electricidad la tuvo que poner la misma gente comprando un transformador usado,

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levantado con postes de caña. El agua potable tampoco existe en toda esa extensa zona; sino que tienen agua cuando llueve y cuando el tanquero pasa cada tres días, para dejar un tanque de 55 galones a un costo diez veces más caro de lo normal.

Es domingo y el padre de Alejandra se levantó temprano. Quería asegurarse de terminar a tiempo un regalo sorpresa que estaba preparando para celebrar el décimo cumpleaños de su hija.

Alejandra es una niña de piel trigueña, grandes ojos azules, con cabello ensortijado y una sonrisa celebrante. Sí, celebrante; como si cada suceso de la vida fuera digno de conmemorar. En Cañaveral dicen que lo heredó de su padre por ser un hombre optimista; otros, que de su madre, que no iniciaba el día si no era con alegría y besos.

A las 9 de la mañana la despertaron para que, antes de asistir a la escuela dominical de la iglesia evangélica, se bañe en el regalo sorpresa que su papá le construyó. El regalo de cumpleaños era una rústica instalación con un tanque elevado por donde sobresale una manguera azul, que antes de metro y medio termina con una especie de regadera hecha con un tarro de leche en polvo.

Alejandra con cierta timidez ingresó al baño de madera y plásticos ubicado al final del pequeño patio. Al meterse en medio de la regadera, su cuerpecito sintió una inmensa alegría. Le había recordado la emoción que siente cuando se moja jugando en medio de la lluvia junto a sus vecinitas.

Era su primer baño sin usar una tarrina de plástico para mojarse. Y ella, con su sonrisa, lo celebró.

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Rojos

ESCRITO POR:

Fernanda Ayala

ILUSTRADO POR: Angelina Ormeño

Sigo sintiendo que me falta el aire, aún no he perdido por completo el conocimiento. No sé si alguien me escuche si continúo gritando, solo logro oír el sonido de una sirena a la distancia. No puedo ver nada, siento una gran opresión en el pecho y mi cuerpo no se mueve.

¡No puedo creer que me esté pasando esto! ¡Justo hoy, hoy que es una fecha tan especial! Conté las horas, los minutos y los segundos para que llegara este día; sin embargo, no es lo que esperaba. Me levanté temprano y fui al colegio.

Hoy salimos pronto y pude ir a comprar todo para la decoración. Son casi las 4:30 de la tarde y ya debo empezar a decorar… Compré serpentinas, velas y globos rojos. Sé que le encantará… No encuentro la cinta para pegar. Todo está en calma en el departamento, porque aún no llega el inquieto de mi hermano. Ya encontré la cinta… voy a inflar los globos… quiero uno grande que resalte en la pared. Me es difícil colocarlos… ¡La cinta no los pega!

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Algo ocurre afuera, mucha gente está corriendo, lo visualizo desde la ventana. Me doy la vuelta y veo que un globo rojo ha caído… y se revienta. Escuché un fuerte estruendo, después ya no recuerdo qué más pasó. Solo estoy aquí, acostada y sin poder ver nada…

Soy Daryna, ucraniana, mi nombre en español quiere decir “reina”. Mi abuelito y mi papá me pusieron ese nombre por mi difunta abuela. Vivo en Kiev, en una zona de apartamentos humildes para familias pequeñas, en el séptimo piso.

Creo que ese globo rojo que se cayó no fue lo que explotó, sino algo más grande. Pienso que es mi culpa, Fue por ponerle mucho aire. Tal vez para la próxima fiesta que le organice a mamá no debería inflar mucho esos globos rojos. Es su color preferido. Ella llegaría al departamento casi a las 6:30 de la tarde… iba a ser una sorpresa.

Es su cumpleaños digo en voz alta, mientras respiro y exhalo con dificultad.

—Mi abuelo fue por mi hermano y por la torta. Papá saliendo de su trabajo iría por mamá —continúo recordando en voz alta.

Tengo miedo de no poder decirle a mamá: “¡Te amo! ¡Feliz cumpleaños!” digo, mientras vuelvo a respirar y exhalar.

Todo sigue oscuro. El globo grande y rojo ha reventado y solo ha quedado un pedazo de este en mis manos…

Por un momento, cerré mis ojos y siento que ha pasado una eternidad. No sé cuánto tiempo llevo aquí. El dolor de mi cuerpo es imperceptible y mi boca se encuentra reseca. Tengo mucha sed... las lágrimas que invadieron mi rostro por el miedo a no saber qué está pasando, me dejaron deshidratada. ¿Cómo estarán mamá y papá?, ¿y mi hermano?, ¿y mi abuelo? Deben estar buscándome, y yo sin poder gritar más… Otra vez, lo intentaré.

¡Estoy aquí! ¡Necesito ayuda, por favor!

No quise arruinar el cumpleaños de mamá. Cuando inflé ese globo rojo grande, estaba muy emocionada, quería observar su hermosa sonrisa cuando lo viera. Ella hace tanto por nosotros, solo queríamos devolverle un poco de todo el amor que nos da a diario.

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¡Veo unas luces! ¡Escucho voces… creo que lograron oírme!

Papá, ¿eres tú? pronuncio en voz baja. El señor de chaleco azul me mira fijamente y me dice que todo estará bien.

Está con vida, es la niña que buscábamos avisa al resto de rescatistas.

Varias personas se acercan, toman una parte de mi cuerpo y me colocan en una especie de camilla. Con mis ojos entreabiertos, busco un rostro familiar y lo encuentro.

—Sí, es mamá… ¡Está aquí! —grito en mi mente.

Me abraza y llora de emoción. Subimos a la ambulancia y pronuncia: “No te voy a dejar, Daryna”. Intento sonreír y acerco mi mano al bolsillo derecho de mi pantalón. Alcanzo a sacar un pedazo del globo rojo que se reventó y le digo a mamá: “¡Feliz cumpleaños número 42!”. Ella toma el fragmento en su mano y solo repite: “¡Te amo hija!”.

Llevo una semana en el hospital, veo que llegan constantemente personas heridas y familias que han perdido seres queridos. Debo estar agradecida con quienes me auxiliaron. ¡Estoy viva! Mis padres están preocupados por la situación de guerra en Kiev.

Mamá me dijo que vamos a realizar un viaje largo una vez que me den el alta. Iremos a Ecuador, país de origen de papá.

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Él está tratando de conseguir un vuelo humanitario para todos; sin embargo, es una odisea, ya que muchos quieren huir y hay poco espacio en los trenes. Incluso, escuché al abuelo mencionar que solo podríamos ir mi hermano, mamá y yo. ¡Yo no quiero dejarlos! Pensar en eso me entristece y me quita las fuerzas que he recuperado.

Abandonar lo que conozco me da miedo, ya no veré a mis amigos ni jugaré en el parque que queda cerca de los apartamentos, cambiaré de escuela, hablaré otro idioma… ¿Qué será de nosotros en ese país? Papá asegura que estaremos bien y a salvo; ¿pero cómo empezaremos de nuevo? ¡No tenemos nada!

¡El día llegó! Estamos saliendo del hospital y dirigiéndonos a una estación de tren, habilitada para huir de los destrozos del ataque. Mis padres tienen los boletos y las provisiones que nos donaron. Mi abuelo abraza fuertemente a mi hermano. Él está triste porque nos vamos.

Mucha gente nos rodea y tienen lágrimas en sus mejillas. Yo intento ser fuerte, aunque la impotencia inunda mi cuerpo. Las personas comienzan a empujarse para ganar asientos. Mamá, mi hermano y yo subimos sin dificultad. Papá y el abuelo tuvieron que viajar en otro vagón.

En el momento que arranca el tren, todavía hay familias afuera. Espero que todos puedan escapar a un lugar seguro como nosotros. Sé que, llegando a Ecuador, podré celebrar más cumpleaños con mis seres queridos y… ¿por qué no?, colocar globos rojos.

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Una Confusión

ESCRITO POR: Hugo Dávila

ILUSTRADO POR: Angelina Ormeño

Soy insignificante. Tanto así que, cuando soy presentado ante alguien, ese alguien minutos después me pregunta:

—¿Cómo era tu nombre?

—Apuleyo, Apuleyo es mi nombre.

—Disculpa, me olvidé.

No les culpo, mi nombre es bastante raro para los tiempos que corren. Mi papá, alma bendita, me puso así en honor a un escritor romano, autor de la Metamorfosis y el Asno de oro, en cuya obra se puede encontrar la fábula de Eros y Psique.

Mi propia madre olvidaba con frecuencia mi nombre mientras me matriculaba en la escuela y el colegio.

—¿Cómo era tu nombre?

—Apuleyo, Apuleyo es mi nombre.

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—Disculpa, me olvidé.

Alguna vez le pregunté a la Cachas, mi mejor amiga, cuál podría ser la razón por la que mi madre siempre se olvidara de mi nombre.

—Cacha esto —me dijo, con su particular forma de hablar—. Eres el último de seis hijos. Trata de acordarte de todos esos nombres. —¿Me cachas? —cuestionó, mientras hojeaba un ejemplar de Todos los nombres.

Como decía, soy insignificante. Tanto así, que cuando se inicia una conversación sobre algún tema en particular, prefiero mantenerme al margen. Y eso que tengo muchos y muy buenos argumentos para exponer. Hay veces, muy pocas, en las que quiero participar de la charla, pero al intentar hablar me dicen:

—¿Cómo era tu nombre?

—Apuleyo, Apuleyo es mi nombre.

—Disculpa, me olvidé. Dame un segundo, ya te doy la palabra.

Pero cuando me la dan, ya el tema de la conversación está por otro lado, así que prefiero escuchar.

Una mañana, mientras esperaba distraído el bus para ir al trabajo, pude ver que a lo lejos un hermoso hombre se acercaba. Nunca antes lo había visto. Era joven y muy atractivo. Vestía una chaqueta azul, pantalones color crema y zapatos de una tonalidad habano. Cuando notó que lo veía, me sonrió. Yo estaba sorprendido.

Luego, el hombre alzó la mano a lo lejos y me saludó. Como es de suponer, voltee a ver si alguien más estaba detrás de mí; pero, para mi sorpresa, solo había un poste

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de luz manchado con propaganda electoral. Cuando regresé la mirada, levanté las cejas y me señalé, tratando de decir: “¿Es a mí?”. Esto le causó mucha gracia, lo que dejó ver una hermosa sonrisa en todo su esplendor. Él seguía avanzando hacia mí y continuaba sonriendo. Me quedé paralizado, como clavado al piso. Cuando estaba solo a dos pasos, empecé a sudar.

—Hazte el desentendido —me dijo con las manos en la cintura, dibujando una media sonrisa.

—¿Me hablas a mí?

—¿A quién más?

Tenía razón, los dos éramos los únicos en esa parada de buses. Entre risas, puso su mano en mi hombro, acercó su mejilla a la mía e hizo sonar su boca en forma de saludo.

—Creo que me estás confundiendo —le dije, mientras me perdía en el brillo de sus ojos color miel.

—Esa cara de desentendido te hace ver aún más interesante, ¿lo sabías?

—¡Estoy hablando en serio! —le respondí con dureza, mirándole directo a los ojos—. ¡Creo que me estás confundiendo! ¡Yo no soy la persona que tú crees!

Su sonrisa angelical, entonces, se borró; y su adorable rostro adquirió una mueca de fastidio.

—¡Creo que para broma ya estuvo bueno! ¿No te parece? Y me dio la espalda.

Pude haberme hecho el desentendido, pude haber subido al bus —que ya había llegado—, pude haber ido al trabajo y

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pude haber olvidado el hecho; pero no. Al ver que me dio la espalda, intenté calmarlo, como si en verdad lo conociera.

—¿Me disculpas? —le dije—. No quería molestarte.

Se tomó algunos segundos. Respiró hondo y abandonó su cara de enfado.

—Te decía que esa cara de desentendido te hace ver demasiado interesante.

“¿Interesante yo?”, pensé. Jamás me habían dicho algo así. A lo máximo que había llegado era a buena gente, y le sonreí. Era la primera vez que lo hacía desde nuestro encuentro.

—¿En serio crees que soy interesante? Y empezó a reír; esta vez, a carcajadas.

—¡Claro que sí! —y se acercó hasta mi oído—. Aún no me olvido lo de la otra noche. ¡Estuvimos tan cerca!

Mi cuerpo se estremeció. Pude sentir el aroma de su piel. Luego pensé: “¿Qué noche?... ¿Cerca de qué?”.

—Yo tampoco —le respondí siguiéndole la corriente.

Siempre fui tímido, en especial con los hombres guapos. Me dan pavor. Pero con él, en cambio, las frases salían sin mayor esfuerzo.

—¿Hacia dónde vas? —me preguntó.

—Al trabajo —le dije —, como siempre.

—¿Qué te parece si nos escapamos? Sus ojos se iluminaron.

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Nunca antes había faltado al trabajo, así que, si llamaba a decir que no podía ir, seguramente no se negarían; y así fue. Él hizo lo mismo y en cuestión de minutos, los dos éramos libres.

“¿Y si es algún secuestrador?”, pensé asustado. “Primero, se hacen tus amigos y luego, sin darte cuenta, terminas en un calabozo y tu familia pagando el rescate”. Pero recordé que era insignificante y que para ningún secuestrador le era un buen negocio, así que no tenía nada que perder.

—¿A dónde vamos? —le dije dispuesto a todo.

—Vamos al Museo de Arte Moderno. Me enteré que tienen una exposición de fotografía. Luego, podemos ir a tomar un café, un poco de vino y quién sabe… después vemos para dónde vamos. Me guiñó un ojo.

Estaba en las nubes.

“¡Le gusta el arte!”, pensé al borde de las lágrimas.

—Encantado —respondí.

En el museo pasó algo que no suele sucederme: Él me escuchaba. Y no solo eso: mi conversación le parecía entretenida. Hablamos de arte, filosofía, literatura…

—Tengo hambre —me dijo—. Te invito a comer.

—¡No! ¡cómo crees! —le respondí, y se volvió a molestar; pero esta vez no me dio la espalda. Solo guardó silencio y me miró fijamente, esperando que me retractara. Así lo hice.

Estaba en el cielo

El peso de la conciencia me estaba matando: “¿Y si en algún momento se da cuenta de que no soy la persona

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que cree? ¿Se puede estar tan confundido? Ni siquiera sabía su nombre y me moría por saberlo”.

—¿Cómo te llamas? —le dije interrumpiendo—. No sé tu nombre. Jamás te he visto en mi vida. Estoy hablando en serio… Tú me confundes con alguien. Yo no quiero aprovecharme de la situación. Aunque debo reconocer que estoy encantado contigo.

Él me miró en silencio. Luego se levantó de la silla y caminó hacia la puerta del restaurante.

—Espera, espera —le dije. Se detuvo.

Desde atrás pude ver que agachaba su cabeza y levantaba sus manos hasta cubrir su cara.

Escuché un sollozo.

—¿Estás bien? —y traté de tocar su hombro, pero él me rechazó—. ¿En serio crees que me conoces? —le dije, retándolo—. Veamos si es cierto. Dime… ¿cuál es mi nombre?

Él se volteó:

—¿Es en serio? Sabes qué… dejemos esto aquí. ¡Me parece indignante la forma cómo me tratas! ¿Cuál es mi nombre?, ¿cuál es mi nombre? —me arremedó, limpiando las lágrimas de sus ojos.

—Solo quiero que me respondas eso, nada más y puedes irte. Yo no quiero incomodarte…

—Apuleyo, Apuleyo es tu nombre.

—¿Cómo dijiste?

—Apuleyo, Apuleyo es tu nombre. Eso dije.

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—¡Eso es imposible!

—¿No te llamas así?

—Sí, pero…

—Pero nada. Tu papá te nombró así en honor a un escritor romano, autor de Metamorfosis y el Asno de oro, en cuya obra se puede encontrar la fábula de Eros y Psique. Me contaste eso cuando tu amiga la Cachas y tú se me acercaron muy amigables en la tienda de libros usados que visitan con frecuencia. Estaban hojeando el libro de Todos los nombres.

—A ver, a ver… ¿Conoces a mi amiga la Cachas?

—¡Ah, por favor! ¡Ahora resulta que ni a ella la conozco! ¡Por favor! ¡Esto es ridículo! Pero no te preocupes. Aquí no pasó nada... Y salió del restaurante.

Quise detenerlo, pero alguien habló detrás mío.

—Son $23,50, señor. Era el mesero. Pagué con dos billetes de $20.

—¿No tiene suelto? Como es fin de mes, todo el mundo viene con billetes grandes. Sabe qué… voy a cambiar el billete con la señora de al lado...

—Así está bien —le dije y salí.

Miré hacia todos lados. Nada. “Pensemos”, me dije; “cuando me saludó, me tocó el hombro con la mano derecha. Debió irse por la derecha”. Llegué hasta la esquina. Ahí me hice otra pregunta: “¿Siguió recto o dobló en la esquina?... Estaba muy molesto. Las personas irritadas van siempre de frente”, decía en mi mente, tratando de darle alguna lógica a todo lo que me estaba pasando.

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No lo encontraba. Empecé a agitarme. Sentía mucha angustia. Tenía tantas preguntas en mi cabeza: “¿Por qué sabía mi nombre?”, “¿en qué momento nos acercamos hacia él con la Cachas?”, “¿por qué sabe que visitamos con frecuencia la tienda de libros usados?” y la pregunta más importante, “¿por qué no recordaba el hecho de haberlo conocido?, un rostro así jamás se olvida”.

Había dos posibilidades: la una era que mi mente me estuviera jugando una mala pasada y no recordaba el hecho; y la otra, que él venía de un universo paralelo, donde, al parecer, sí soy una persona interesante. Recordé también que él mencionó que “no olvidaba lo de la otra noche”.

Eso quiere decir que, luego de hacernos amigos, al parecer fuimos a otro lado los dos solos hasta que se hizo de noche. En ese momento debió producirse algo, por lo cual él concluyó: “¡Estuvimos tan cerca!”. ¿Cerca de qué? No lo sabía y era probable que jamás lo supiera.

Caminé por más de una hora sin ningún resultado. Pregunté a cada persona con la que me cruzaba si no habían visto pasar un hermoso hombre de ojos color miel; que vestía una chaqueta azul, pantalones color crema y zapatos de tonalidad habano. Todos me respondieron: “No”.

Los pies me dolían… “Ya déjalo así”, me dije decepcionado. Mientras tanto, mi mente me acusaba: “Tú y tu estúpida moral ¿Qué te costaba fingir que sí lo conocías? Imagínate… ¿Dónde estarías ahora con él? Tal vez él hubiera sido tu primera vez, tu primer beso. ¿Si ves todo lo que te has perdido? Ya jamás volverás a verlo. Tampoco sabrás por qué él sabía tu nombre, el de tu mejor amiga y el sitio donde sueles pasar la mayoría de tu tiempo libre”.

Intenté parar un taxi, pero recordé que todo mi dinero estaba en los bolsillos de aquel mesero. Revisando mis bolsillos,

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encontré monedas suficientes para regresar a casa; pero aún era muy temprano. Decidí entonces matar el tiempo.

A los lejos, entre la multitud, pude ver un hombre con chaqueta azul y pantalones color crema.

—¡Es él! —dije en voz alta, y empecé a correr.

Un auto por poco me atropella.

—¡Animal! ¡Fíjate!

—Perdón.

La multitud no me permitía verlo bien. A ratos se me perdía, pero lo volvía a encontrar. Conseguí acercarme. Ya a unos cien metros de él, empecé a correr más fuerte. A dos pasos de él, le dije:

—¡Espera! —pero no me escuchó.

Desde atrás, le toqué el hombro, pero cuando volteó…

—¡Qué te pasa!

—Disculpa, me confundí.

—¡Tonto igualado!

No era él. Sus zapatos no eran de tonalidad habano.

Llevé mis manos al rostro y respiré profundamente: “¡Qué maldita suerte la mía!”. Luego, llevé mis manos hasta la nuca y me quedé así por unos segundos, mirando hacia el horizonte. Sentía mucha desesperación. Tenía ganas de llorar, pero me contuve. Luego me agaché y di un fuerte golpe al piso. “¿¡Por qué!?, ¿¡por qué!?”, dije con los dientes apretados.

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Mientras sentía ese enorme vacío, que me hacía dudar de todo, a mis espaldas pude escuchar una voz que me dijo: —¿Ya te acordaste?

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Yo soy Ruth

En un pueblo ubicado en la provincia de Tungurahua, conocido como Puruhá, vive una jovencita de cabellos largos color azabache, con unos ojos café cristalinos. Ella es Ruth, un nombre muy común en su pueblo, que se encuentra ubicado en la sierra ecuatoriana. Ruth vive con sus padres y su hermano menor, Arturo. Su madre y su padre hacen lo posible para conseguir dinero, el cual es usado únicamente en la educación de su hija; pues Arturo aún no cumple la edad adecuada para comenzar su educación inicial. Actualmente, Ruth estudia en un instituto privado, por decisión de sus padres.

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La labor de su madre es tejer y elaborar hamacas a base de cabuya, hilo y algodón, las cuales son vendidas en mercados de Tungurahua. Por otro lado, su padre se dedica a cuidar las cosechas y revisar que los productos como frutas o legumbres estén en buen estado para poder venderlas.

En el caso de Ruth, ella siempre los ayuda en los quehaceres de la casa o en el campo. Así mismo, ella cuida y alimenta a Arturo cuando sus padres deben salir a comprar materiales para sus labores o para vender sus productos artesanales y agrícolas.

Pero detrás del sacrificio de sus padres, para Ruth, quien está cursando el último nivel de la secundaria, no es fácil llevar una vida académica con bullying y críticas constantes. Considera que las instituciones privadas son de lo peor que existe, debido al tipo de compañeros de clase que debe sobrellevar y tolerar.

Durante todos los períodos lectivos ha vivido duras críticas por parte de sus compañeros. En el último curso que está, ella es la presidenta y quien dirige las campañas educativas. Pero a Ruth la molestan muy seguido por ser indígena y venir de padres sin alguna profesión.

Ella escucha comentarios a diario como: “Ve, allá va la come papa”; “uy, ahí pasa la serrana”; “¿qué hace la serrana puerca aquí?” … entre otros comentarios ofensivos. Ella siempre se cuestiona si es una maldición haber nacido en Puruhá y ser indígena.

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Muchas veces, Ruth se encuentra con notas de sus compañeras y compañeros en sus cuadernos y su asiento. Los mensajes siempre son dirigidos a ella, con odio: “Los indígenas no deberían estudiar, es por eso que tú deberías estar en el campo”; “siempre andas apestando, porque ni te bañas”; “no eres inteligente, ya que eres indígena”; “terminaras como tus padres, indígenas sin profesión”. Y ella siempre tiene que leer palabra “indígena” repetida muchas veces en estos comentarios.

Un día, Ruth ya no pudo más y lloró desconsoladamente. No tuvo más remedio que contárselo a su mamá. Tras compartir con su madre lo sucedido, ella le aconsejó:

Sé cuán difícil es que la gente aún nos vea con rechazo y nos trate mal por ser indígenas; pero Ruth, hija mía, debes entender que aquellas personas que lo hacen, son ignorantes. Debes recordar qué han hecho nuestros indígenas en el pasado durante la época de la colonia. Aquellos hombres y mujeres que dieron su vida, se sacrificaron, se esforzaron para pelear y defender lo que por derecho siempre ha sido de nosotros.

Siempre hemos peleado con gente que se ha creído superior, hasta el punto de tomar nuestro territorio ecuatoriano. Por eso, debemos defender nuestro pueblo y sentirnos orgullosos de ser parte de él. Recuerda, aquellos que discriminan o tratan mal a otros tienen un problema con ellos mismos. Tú no eres el problema o la que debería cambiar algo que a ellos no les gusta.

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En ese momento, Ruth recordó cuán mal había sido tratada por las niñas y los niños de su colegio, que ahora ya son jóvenes igual que ella, por vestir de anaco y sandalias. Ella es vista de mala forma. Y muchas veces, cuando le toca comer en el recreo, lo hace dentro de los baños, para que los demás no vean que ella trae papas, huevos cocinados o tortillitas como refrigerio. De cierta forma, Ruth había comenzado a sentir vergüenza de ser indígena y de sus padres. Sin embargo, las palabras de su madre la ayudaron a formar su carácter y a valorar sus raíces.

A partir de ello, Ruth decidió no dejarse afectar por lo que sus compañeros de clase decían. Su meta era graduarse y crear una organización nacional en defensa y protección de los derechos de los pueblos indígenas, para que nadie más los maltratara física, psicológica o verbalmente.

Sobre todo, Ruth no quería que ningún niño o niña fuesen tratados de forma despectiva por pertenecer a alguna comunidad indígena. Ella no quería que alguien sufriera ese tipo de discriminación y desprecio en instituciones educativas o en algún otro lugar.

Una mañana en el colegio, Ruth decidió responder a cualquier crítica o comentario discriminatorio y ya no dejar que le faltaran el respeto a su pueblo, a su familia ni a ella.

Ruth estaba en el patio comiendo su refrigerio de colada de verde con papitas y huevo cocinado. De repente, una de las chicas más populares del colegio se le acercó y le dijo déspotamente: “Ve, al fin salió la serrana come papa a comer como una verdadera indígena que es, con sus alimentos del campo”.

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Y

Ruth, que ya no se iba a quedar callada, alzó la voz diciendo: “Sí, soy una indígena y estoy muy orgullosa de ello. Me encanta comer las cosechas del campo, gracias a la increíble labor que hace mi papá, y a mi mamá por trabajar en hermosas artesanías para darme mi educación. Sí, soy serrana y me encanta serlo. Ya no voy a ocultar más mis raíces, porque es tan digno ser indígena, y merezco valor y respeto por serlo”.

Después de escuchar eso, aquella chica popular agregó: “¿O sea que aceptas ser puerca y sucia por estar en el campo junto con tu familia?”.

Ruth, sin más vergüenza, finalizó la discusión: “Los indígenas somos aseados, trabajadores, inteligentes y dedicados en todo lo que nos proponemos. Ser indígena es la mejor identidad que yo puedo tener, porque sé lo que significa trabajar duro para conseguir lo que uno desea”.

Luego de presenciar lo que le había dicho Ruth en su cara y frente al resto de los estudiantes que estaban en el patio, la chica popular, sin más que decir y con cara de indignación, decidió soltar un “como quieras, Ruth”.

Ruth en ese momento se sintió victoriosa y feliz. Sus palabras fueron lo más maravilloso que nunca antes se había atrevido a decirle a alguien, porque previamente se le dificultaba aceptar su pueblo, su raza y su cultura. Desde ese entonces, ya no tuvo temor a decir la verdad y defender su identidad cultural ante cualquiera que le faltara el respeto.

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Hoy Ruth es una gran activista política y defensora de los derechos de los pueblos indígenas. Ella ahora alza su voz para actuar en situaciones de discriminación y proteger a los que pertenecen a pueblos indígenas. De esa forma, todo el mundo conoce la importancia de la identidad cultural de los diferentes pueblos de Ecuador.

Esa mujer llamada Ruth es mi mamá. Por eso hoy digo orgullosamente: “Yo soy Ruth”.

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Sentimientos entre dos seres de inquietud

Esta mañana me levanté con un sentimiento de incertidumbre que me embargaba completamente, y la culpable era Lara Herrera. No sé con exactitud qué siento por ella y eso me vuelve loca. Solo sé que lo que ella expresa a través de su arte, fue lo que captó mi atención.

Cuando vi a aquella mujer mirando por la ventana, mi corazón se removió desde lo más profundo con un sentimiento de confusión que desbordaba en mí, pero que era opacado por la belleza del paisaje de dicha obra. Al acercarse por primera vez percibí una desesperación grande, ella quería una respuesta ¿por qué había mirado “la ventanita”? ¿Si la había visto a ella ahí? su impulsividad me había dejado estática, pero cuando se alejó sentí la

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necesidad de correr y explicarle que su obra había causado un revuelo en mí interior, y así lo hice.

Los días que vinieron detrás de este fueron extraños, la personalidad de Lara era inquietante y misteriosa. Me confundían sus palabras al decir que yo le era indispensable, me conmovían; y es que, ¿cómo en tan poco tiempo puedes despertar sentimientos tan profundos por alguien que apenas conoces? Esa era la realidad, no me conocía del todo aún. Me alteraba un poco su incertidumbre constante; a veces me entiende, pero luego pierde la cabeza.

Hace meses empecé a trabajar en la compañía que es dirigida por mi papá. Él es de las personas que más me ha apoyado desde siempre, y sabía de esta situación tan turbulenta que giraba en torno a mí y Lara. No era completamente de su agrado, pero siempre decía que yo era la única que podía hacer o deshacer lo que me hacía bien, lo que me beneficiaba y que sin importar que, iba a ir de la mano conmigo, apoyándome en todo momento.

Por la tarde debía dirigirme hacía la compañía. Fui a la habitación para comunicarle a mi papá, que aún se encontraba dormido. Lo miré fijamente y observé su rostro de serenidad y me pregunté, ¿qué tanta suerte tuve yo de tenerte?, lo desperté y le dije que saldría, solo asintió y continuó durmiendo. Cuando llegué a la compañía me pareció extrañamente ver a una mujer parecida a Lara, la observé con detenimiento y efectivamente era ella. Nuestras miradas chocaron y la noté ansiosa, camino hacia mí con seguridad y las siguientes palabras que salieron

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de su boca me dejaron anonadada. “No puedo dejar de pensar en ti desde ese momento que viste mi obra.”

No supe responderle porque en mi cabeza estaba la incógnita de, ¿Será que puedo confiar en una persona que demostraba quererme a medias? ¿Me hará daño? Esto no puede estar pasando. Las preguntas inundaron mi cabeza, le respondí con un “Necesito que seas clara conmigo, yo no estoy para juegos, y honestamente yo tampoco he dejado de pensar en ti desde ese día”. Mi declaración la llenó de alegría y melancolía, la sentí tan diferente; su actitud había cambiado, se le notaba eufórica y llena de dudas.

Quería hablar con ella, que fuera honesta, franca, que pudiera abrir su corazón y transmitir lo mismo que transmite por medio de su arte. Me dijo que necesitaba tiempo para poder poner en orden sus ideas. Entonces me retiré. Días después del encuentro, Lara seguía rondando en mi cabeza, la Lara que estuvo ahí fue tan distinta a la que conocí anteriormente, no sabía con exactitud cómo sentirme al respecto, pero estaba igual de cautivada como en un inicio, ella sabía cómo cautivarme.

Era una pregunta que tal vez no tenía una respuesta concreta, sabía que Lara tenía diferentes facetas para cada situación que en muchas ocasiones me hacían cambiar de opinión acerca de quién realmente era, tal vez jamás comprendí realmente la perspectiva de su arte y de lo que quería transmitir con ella.

Hasta cierto punto sentía que ella utilizaba su arte como medio para poder expresarse, veía al arte como una ruta

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de escape. Yo sabía que Lara se ahogaba en un vaso de agua, algo que solo el arte podía aliviar. No sé si sea capaz de compartir esa afición tan grande conmigo, no sé si ella quiera dejarme entrar a su mundo; pensaba yo.

La relación con sus papás, desde que se mudó, había sido casi nula, me contó. Se sentía perdida, triste, sola; pero el arte era su mejor compañía siempre. Los días pasaron y no había visto a Lara desde aquel encuentro. Hasta cierto punto, sabía qué hacia ella; sentía un cariño mezclado con sentimiento de miedo y felicidad.

Un día me encontraba en casa con mi papá y empecé a sentir algo. Intuí que un suceso pronto iba a ocurrir, como si estuviera viviendo algún flashback del pasado. No podía explicar con certeza qué era, pero percibí un sentimiento familiar, uno que antes ya había habitado en mi cabeza.

Al parecer, mi papá notó mi preocupación, por lo cual le comenté lo que pasaba por mi mente. Él solo sonrió y respondió de una manera sarcástica; aun así, no sacaba de mi cabeza este pensamiento. Minutos después, subimos a la habitación de mi papá, donde nos recostamos un rato para que yo pudiera calmarme.

Cuando regresé a mi habitación y prendí la luz, me di cuenta que Lara se encontraba asomada en la ventana. Le pregunté en un tono de asombro por qué estaba en mi ventana espiándome; la noté algo desesperada y exaltada, lo que causó en mí cierta inquietud.

Solo me miró fijamente y a continuación sentí una ola de inexplicables sensaciones: tristeza, alegría, asombro, melancolía. Ella sabía perfectamente cómo provocar todo eso en mí. Yo se lo permití. Ella quería estar conmigo y eso dolía, pero aliviaba a la vez.

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La de la piscina Foto

La agenda del celular me despierta. 07:00 marca el reloj y el mensaje dice: “Día de piscina. 09:00”. Casi lo había olvidado. Estoy muy cansado, y quizá habría preferido dormir; pero, sin saberlo, sería de esos días que uno recuerda para toda la vida, por más insignificante que parezca.

Me vestí, empaqué y me puse protector solar. En el comedor ya me esperaba mi familia. El sol de la ciudad ya estaba haciendo de las suyas por la ventana, y era mejor aprovecharlo.

Por esos días había deseado estar en contacto con el agua, recordar esa sensación de cansancio que te deja estar debajo de ella. Y aún mejor, saciar el hambre luego de un buen chapuzón.

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Pero como siempre, llegamos tarde. Desde la esquina se escuchaban las risas de Manu y Gaby, junto a los gritos de varios niños. Al pasar por un portal, vimos ya en el agua al más pequeño de la familia chapoteando. El niño que nos traía a todos embobados y a quien le celebrábamos cada payasada que se le ocurría. Él me dice “tío”. O bueno, nos dice: a mi novio también lo llama así.

Desde que Facu estaba en la panza de Gaby —mi cuñada— ella y mi hermano Manu siempre se refirieron a nosotros como el tío Pepe y el tío Cami. Ni para el pequeñín ni para el resto de la familia era algo nuevo tener dos tíos.

“¡Llegan tarde!”, grita Manu. Mientras que Facu, ese chiquitito de dos años, voltea la cabeza y sale corriendo alrededor de la piscina. “¡Cuidado!”, se desespera mi mamá, quien nos acompañaba.

Evidentemente, todo ese suelo mojado era peligroso y Facu aún caminaba gracioso, tal como lo hacen los bebés. Pero con su carita de emoción, que dejaba ver sus únicos dos dientecitos, era imposible no salir a abrazarlo. Facu estaba todo mojado y lucía con orgullo sus flotadores, inflando el pecho y meneando los brazos.

Cami y yo, desde que nos enteramos que Facu nacería, nos pasábamos enviando fotos entre nosotros a diario, informando sobre las nuevas gracias de pequeño. Es la dosis de ternura que tenemos en nuestras vidas. Y aunque lo vemos poco, siempre hay risas y juegos nuevos.

En el área había más familias, todos en su propio mundo. Y dos hombres cariñosos, como Cami y yo, a veces llaman

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la atención. Pero esto nunca es un impedimento, y menos con la naturalidad con la que Facu y el resto de mi familia se comportan. Así que, frente a todos, Facu repetía constantemente “tíos, tíos, tíos…”, en voz muy alta.

El momento de aprender a nadar llegó. Facu, instintivamente, sabe flotar e imita un poco algunos movimientos. Cami, que es el que mejor nada, se encargó de enseñarle un par de trucos; al copiarlos, nos hizo enternecer a todos.

La tarde avanzó. El sol estaba más ardiente. Y, aunque quemaba el suelo, Facu quería salir y entrar de la piscina para lanzarse sin miedo. Nos quedamos en el agua jugando con él, mientras que el otro tío se cambiaba, hasta que fue la hora de almorzar.

Ya con las manos secas y los celulares en mano, las fotos no podían hacerse esperar. Salieron un par de selfis, casi todas borrosas. Nos turnábamos a Facu para tomarnos una foto con él. Primero con la abuela, luego con el papá, después con la mamá; finalmente, con ambos. Hasta que decidieron hacer una a los tres que quedábamos en el agua.

—¡Foto con los tíos! —dijo Manu.

Rápidamente, Facu alzó la cabeza y posó abrazados a nosotros. A él le quedaba clarísimo que éramos sus tíos.

Pasaron 15 años. Esa foto sigue en la sala de nuestra casa, con Cami. Siempre que la veo me recuerda el calor del sol, el olor del bloqueador, las risas y las palabritas del niño que ahora nos dice “tíos” con todas sus letras. Aunque debo admitirlo, a Cami le dice “el tío chévere” y a mí, “el tío aburrido”.

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Epílogo

Estos cuentos juveniles son una excusa para escribirles a nuestros propios niños olvidados; aquellos que no encontraron historias con las que se identificaran. Este libro está dedicado a esos niños eternos que viven en nosotros hasta la vejez.

Durante años, las personas diversas hemos permitido que voces externas digan quiénes somos. En estas páginas intentamos mirarnos desde otros ojos .

Son relatos escritos para aquellxs que se les ha impedido creer que sus vidas podrían tener un final feliz. Más que aprender cosas, este libro busca desaprender lo que nos han dicho que somos.

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FRASES DE INTEGRANTES

Camilo André Cabezas

Este libro está pensado en ese Camilo de seis u ocho años, quien nunca pudo leerse ni verse en los cuentos ni series animadas de su infancia. Quiero que estas historias sean un espejo para esos niñxs diversos: una manera de imaginar un mejor futuro, donde podemos amar y ser amados, tener metas y cumplirlas. Quiénes vivieron antes de mi, quizá hayan tenido que ocultar quiénes eran. Pero para los niñxs del futuro, tal vez estos relatos sean una vía para empezar a construir un mundo más empático, hasta que el respeto a la diversidad sea tan común que no se necesite hablar de ello.

@camiloandreco

Gia Lizano

Durante generaciones, muchos no han podido identificarse con los cuentos de su infancia; como si estuviesen fuera de lugar. Es hora de escuchar otras voces, que nos den la oportunidad de conocer historias que nos representen.

Comunicación Periodismo
@gializano

Angelina Ormeño

Cada persona es un mundo: con diferentes emociones, experiencias, desafíos y logros. Creo que transmitir estas historias mediante el libro permite a los lectores ser parte de esas vivencias. Es una manera de entender y aceptar las diferentes realidades de los demás, para así lograr una sociedad más tolerante, empática y respetuosa.

Camila Viteri

Cuando empecé este proyecto, pensé en mi hija Emiliana. Me pregunté: "¿Es este el mundo que quiero para ella?" La respuesta es "no". Por eso, a través de estos relatos podemos abrir una pequeña puerta para imaginar una sociedad más empática con la diversidad.

Jeremy Freire

Comunicación escénica

Siempre me ha gustado leer y escribir. Se pueden crear mundos y aprender de otros; además de expandir nuestra percepción. Con el libro Desde otros ojos deseo que las nuevas generaciones comprendan el mundo diverso que existe y lo respeten.

Diseño gráfico Comunicación @angelina_098 @camilaviteri @jeremyfreire99

Atentamente, los escritores:

Atentamente, las ilustradoras: Camilo André Cabezas Carolina Soto Chica Sisa Morán Fernanda Ayala Hugo Dávila Valeria Mota Isabel Segura Alejandro Puga Diana Maldonado César Cárdenas Nicole Lama Gía Vaca Camila Rojas Andrea Echeverría Lady Alcivar Angelina Ormeño Emilia Sigcho @angelinaor098 @milistudio.ec @nicolelama @giavaca.art @tatuinrojo @amarte.desingstudio @ladyedith99

Agradecemos

a: @ludoarte.ec @gabba.ec @despensabba
CON EL AUSPICIO DE: CON EL AVAL DE: cuantoscuentos_ucg

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