Catálogo Watanabe. El ojo y sus razones

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Wata: The big fish

punta de golpes de su amante negro. Naturalismo no muy realista, mas bien como cubierto de un manto casi surreal.

Por Pili Flores-Guerra

Un proyecto complejo al que yo le tenía más miedo que respeto, y necesitaba de alguien con mucha experiencia que me ayudara con lo visual. Con todos los elementos reales que yo iba a registrar en sus formas, texturas y colores. Porque la foto no es magia. La foto ve y registra lo que está al frente y es el director de arte el que propone y ejecuta. “¿Cómo va a ser Wata? Wata es poeta”, le increpaba a Pancho. Necesito alguien con experiencia que me ayude a construir esa imagen, a descubrir y describir ese mundo, a darle forma y color.

Conocí al Chino Wata ya poeta y famoso. Me lo presentó Pancho Lombardi y me puse a leerlo porque me enteré de que iba a coescribir el guion de No una sino muchas muertes, que más tarde, ya película, se llamaría Maruja en el infierno. Hasta ahí todo bien. Nos fuimos acercando. Fumaba mucho. Aprendimos a jugar al póquer casi todas las noches. Él fumaba siempre y nosotros le entrábamos al pisco. Empezamos a salir los fines de semana a pescar en botes que alquilábamos en Pucusana y él, con el pucho en la boca, nos explicaba “el arte y la ciencia” de la pesca, con no muchos conocimientos pero, claro está, con la gravedad de su voz y la palabra inteligente y pausada. Lo que nunca imaginé es que cuando se acercaba el rodaje de Maruja…, Pancho me fue soltando de a pocos que el Chino sería el director de arte. No habíamos previsto ese tema, a pesar de lo importante que era esa función en un proyecto como este: manejar una historia marginal dura, fría y gris, de locos que vivían sobre vidrios de colores, con una historia de amor entre los cueros de una curtiembre y una vieja malvada que gobernaba ese mundo a 132

Pancho solo me miraba y decía y repetía “Ya vas a ver…te vas a sorprender”. Y me contó que el Chino había estudiado en Bellas Artes, que desde niño había sido aficionado a la escultura, que había estudiado arquitectura y que durante un buen tiempo había sido un gran animador en vivo, famoso por el diseño en cáscara de nuez de un ratoncito llamado Andrés Nuez, y porque el gran Lorenzo Osores, su amigo de toda la vida y amigo de todos, repetía siempre: “todo lo que el Chino se propone hacer, lo hace bien”. Y así me cancelaron. Sin embargo, medio en serio medio en broma, por varios días le seguí dando al tema de que solo era un poeta y que no necesariamente debía ser el mejor jugador de póquer solo porque tuviera siempre un pucho en la boca y hablara tanto cuando jugaba. Así las cosas, hasta cuando un fin de semana el “pescador” y sus marineros partimos nuevamente a Pucusana, en uno de esos tantos viajes de aventura, pero que esta vez se hizo grande cuando el Chino pareció coger su mejor presa. “Picó, picó!”, gritaba cada vez menos sereno. “Picó!”, repetía y jalaba de la cuerda con desesperación, casi perdiendo el equilibrio. Y todos lo ayudábamos emocionados y alborotados, inclinando el bote a punto de voltearlo y perder nuestro magro botín de dos jureles y una caballa.


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