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EL ENOJO DE EL ENOJO DE DOÑA GARMENDIA DOÑA GARMENDIA

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FRAGMETADO

FRAGMETADO

Doña Garmendia no se había dado cuenta de que el tiempo la había cambiado. Ahora las arrugas decoraban su cuerpo como los ríos a un mapa. Mucho menos había cuenta de aquella línea que le atravesaba la frente que no era más que la representación de su eterno ceño fruncido. Se le había olvidado que su rostro permaneció estático por tantos años.

El verse ahora al espejo intentando reconocer cada uno de esos cambios, se perdió en una mirada contemplativa y melancólica. Se había convertido en una vieja triste y demacrada, con ojeras y verrugas en la cara.

Y sus días se sentían largos y miserables. Tenía tanto tiempo entre sus manos, y tanto tiempo había pensado que no tenía tiempo. Pensó antes que lo perdía, y ahora, si quisiera, podría sentarse a contar las gotas de lluvia en una tormenta.

Tardó tanto tiempo en darse cuenta que su enojo no era más que una tristeza disfrazada. Que el miedo decidió ponerse unas de esas gafas con bigote y que tal vez podría solo retirarlas.

Con una pinza, levantó su fleco, y con sus dedos suavizó su ceño. Sobre cada semilla de sandía derramo una lágrima y pidió perdón al ojo cegado del pescado y por primera vez, después de que salió el sol, sonrió. Se encontró a si misma, mirándose en el espejo y dibujando los ríos de su cuerpo

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