Catártica: Octubre'24

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L A R E D E N C I Ó N D E L M O N S T R U O

M . I . F l o r e s N a c h ó n

SU FUNCIÓN SOCIAL EN LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO

V i c t o r M a r t í n e z M i g u e l J í m e n e z

M I F l o r e s N a c h ó n

F a n t á s t i c o S r . Z o r r o

Murales de Jorge González Camarena

TRADICIONES

Se entiende como el comportamiento o creencia que se transmite de generación en generación, en una cultura, sociedad, religión, o familia.

Catártica este mes trae distintas perspectivas de las tradiciones, escritos que salen desde tintas mexicanas, entendidas desde la cosmovisión propia de la mexicanidad; lo latino.

En portada e índice, celebramos la tradición muralista mexicana, a partir de la obra de Jorge González Camarena, quien se ha visto opacado por otros nombres, esquinándolo a libros de la SEP. Hoy te invitamos a otra tinta, Jorge. Bienvenidos todos a Catártica: Octubre ‘24

Lahabitación deEsperanza

Víctor Martínez

El par de horas en que Esperanza salía de su habitación sólo sucedían para recordarnos que seguía viva, a pesar de todo. Una imagen complicada de ver, porque su cuerpo ya no respondía como antes No era que estuviera vieja, ni que padeciera una grave enfermedad, simplemente había perdido la motivación.

¿De qué? De todo Caminaba y se aseaba por inercia Se alimentaba por necesidad. Contestaba dos o tres preguntas y emitía una sonrisa casi imperceptible, uno sólo podía mirar cómo se asomaban sus incisivos en aquellos labios resecos. Salía a preparar sus tres comidas del día, tomaba un baño y terminaba se encerraba en su cuarto A veces otras actividades la mantenían fuera de su habitación, pero no hablaba mucho, era como si ya no estuviera entre nosotros.

Sus cuatro paredes eran infranqueables, de hecho, ya nadie recordaba cómo lucían exactamente. En las reuniones en la sala, cuando ya todos estábamos borrachos, discutíamos sobre lo diferente que resulta la memoria para cada uno: algunos juraban que era de color verde y que tenía figuritas de porcelana en los estantes, mientras que otros aseguraban que era amarillo y que no había ningún estante, que había un librero viejo con colecciones de historia y geografía; otros apuntaban a un balcón lleno de flores, con vista al horizonte, pero ni uno se atrevía a indagar con sus propios ojos

No es que estuviera prohibido entrar, sino que salvo esas dos horas en las que Esperanza salía de su cuarto, no había otro momento en el que pudiésemos abrirnos camino hacia su mundo. Resultaba inquietante porque antes todos solíamos reunirnos en su habitación, pero desde aquel incidente, no volvimos a poner un pie sobre su habitación. Pasaron muchos años, tantos que ya no recordamos, y esas imágenes se volvieron difusas. Entrar cuando estaba en casa no era una opción, no teníamos la libertad de cruzar hacia su espacio. Del mismo modo, aunque saliera del cuarto, teníamos terror de encontrarnos con alguna huella irreconocible, un olor ajeno o incluso el remanente de una presencia ya desconocida.

Asimismo, habíamos perdido el interés con el paso del tiempo, un caso atípico en nosotros era que, pese a los años, nos mantuvimos viviendo en el mismo sitio, casi como una familia. En esta microsociedad, nos vimos crecer y pasamos de ser universitarios con amoríos y preocupaciones superfluas a de pronto buscar empleo y quedar asignados con una matrícula de trabajadores. Todos excepto Esperanza. Por ello, cuando había tiempo de platicar, ya no nos interesaba lo que hacía en su habitación. Mirábamos la televisión o nuestros teléfonos, esperando encontrar un consuelo en las pantallas.

Por las noches escuchábamos sólo el ruido sordo de sus pasos sobre lo que todos recordábamos era una alfombra, siempre descalza, sin agitar demasiado el tiempo, sin darnos oportunidad de pensar en sus acciones. En un segundo, los ruidos cesaban y todos volvíamos a pensar en otra cosa. Así fue durante muchos años, hasta que dejamos de escucharla, cuando comenzó a deteriorarse su espíritu.

Un día, Esperanza salió de su cuarto, como lo había hecho cualquier otro día desde nuestros años de juventud. Sin hacer ruido, abrió el refrigerador y se preparó sólo el desayuno. Yo, que había pasado la noche en la sala revisando detalles sobre un préstamo que había solicitado, la vi caminar como cualquier otra mañana, pero llamó mi atención que no llevaba tres platos, sólo uno. “Habrá sobrado algo de la noche anterior”, se me ocurrió. Entró a su habitación y, por pura curiosidad, me asomé a su espacio en el refrigerador. No había nada de comida. Algo completamente insólito, pues ella siempre tenía reservas de alimentos.

Al poco tiempo, salió de su habitación con una pequeña maleta gris y me habló por primera vez en años: “No puedo decirles adiós a todos, todavía siguen dormidos. Pero a ti te lo digo ahora. Me marcho. Fue bueno vivir entre ustedes por un tiempo”. No recuerdo con exactitud cuáles fueron sus palabras, pero eso fue algo de lo que pude citar. Es que, al verla partir con esa debilidad, me dejó sin palabras. Jamás pensé que Esperanza finalmente fuera a abandonar su cuarto.

Una vez que cerró la puerta, sentí un terrible miedo. Me paralicé y pronto, en cuanto pude moverme, desperté a todos en la casa. Toqué todas las puertas, con excepción de la suya y tuve muchas ganas de llorar. Cuando me calmaron, nos sentamos en la sala y discutimos sobre todo lo que había que hablar. ¿De dónde sacaba el dinero para vivir? ¿Cuándo y cómo conseguía su comida? ¿Por qué no salía de su habitación y por qué eligió este día para salir? Creo que lo peor era que ninguno de nosotros recordaba exactamente lo que le había sucedido. Todos recordábamos “el incidente” o “eso que la hizo cambiar de un día para otro”, pero nadie podía verbalizar lo que había ocurrido.

Después miramos hacia la que solía ser su puerta, entreabierta. Durante unos segundos guardamos silencio y todos sentimos el mismo impulso incontrolable de acercarnos y empujarla. Por alguna razón nadie se atrevió a hacerlo y, como cada noche, la plática nos llevó hacia otro tema.

Al acostarnos, ya un poco borracho, desperté a mitad de la noche. La resaca no se detenía y yo me sentía deshidratado. Entonces sucedió: caminé hacia la cocina y abrí el grifo del agua. Su nombre no dejaba de bombear en mi cabeza. Esperanza. ¿Por qué te fuiste? Esperanza. ¿Qué era lo que te había pasado? ¿Por qué no te despediste? Esperanza, Esperanza No obtuve respuesta Pero al volver, su cuarto, que estaba al fondo del pasillo, comenzó a llamarme. Una parte de mí quería ignorarlo, porque ya sabía lo que podía estar detrás de esa puerta. Me asustaba creerlo, me asustaba mirar con mis propios ojos lo que ya sabía que encontraría. Pero no pude dejar de caminar. No pude, lo juro, porque ante el desengaño uno no tiene opciones. Empujé la puerta que rechinó como si hubiese sido abandonada hace cientos de años. Al abrirla, encontré lo que esperaba: nada.

A R E D E N C I

¡El cerco de sus dientes infunde terror! (...)

Sus estornudos despiden luz, sus ojos son como los párpados de la aurora.

De su boca salen antorchas, centellas de fuego saltan de sus fauces.

De sus narices salen vapores como de caldera que hierve al fuego. Job 41: 12-17

Este año en el calendario temático de Catártica buscaba alejarme de la tradición espantosa del mes de Octubre, por lo que se propuso Tradición como concepto temático. La idea me agradaba puesto que quisiera a veces alejarme de lo que me provoca terror en un intento de mantenerme en calma. Sin embargo este fin de semana, por fuertes recomendaciones fui a ver La Sustancia -película de la cual me rehusaré a reseñar en este momento, aunque le dedico una fuerte admiración a la directora Coralie Fargeat por su obra y valentía-, situación que me llevó a sobrepensar en lo grotesco, la monstruosidad, y el dolor del propio monstruo al ser un ser vivo. Sin intención de arruinar el final de ninguna historia, concluyo que a Cuasimodo se le llamó monstruo cuando nunca lo fue.

La tradición de la representación y búsqueda de la belleza se fue por la corriente de las aguas negras desde hace mucho tiempo. No me aventuro a apuntar una fecha como punto de partida para la idealización de la belleza, sin embargo hablaré de la antigüedad Clásica en la cual la civilización Griega consideraba los cánones y reglas de proporción como reglas de lo ideal, puestos en una palabra compuesta por dicotomías: kalós (belleza) y agathós (bueno) resultando en Kalokagathía, que, en combinación resultaba en la virtud más grande de la belleza en Sí Sin embargo, existía el caso de lo contrario, encontrado en la fealdad física y moral, que terminaba por representarse a través de monstruos y portentos.

Los portentos en la tradición occidental, bíblica, se comprendían como aquellos signos de desgracias inminentes, como la lluvia de sangre, las llamas en el cielo. Los monstruos por otro lado, eran los nacimientos anómalos o lo animales vivientes de distintos polos culturales, que a partir del desconocimiento de la otredad, resultaban monstruosos; jirafas, elefantes, hipopótamos, cocodrilos, animales que inspiraron a la narración del Libro de Job 41:2-25, y la tradición del monstruo del Leviatán. Al buscar representar al monstruo o portento en la manifestación artística, la tradición de la búsqueda de la Kalokagathía se ve sustituida por la estética de la desmesura. Las proporciones ideales pasan a un segundo plano, y la imagen goza de las reglas incomprensibles del desequilibrio, se encuentra la mosntruosidad, lo grotesco y la fealdad en la amoralidad estética, una deliberada lejanía a lo que anteriormente había sido una sinfonía de colores delicados, con patrones definidos y simetría.

Sin embargo, y a contracorriente de la virtud griega de la belleza del alma, la belleza física, la belleza en Sí, San Agustín de Hipona escribe en La ciudad de Dios, XVI, 8: también los monstruos son hijos de Dios. En ello, defiende al monstruo como ser bello, por el solo hecho de ser hijos de Dios, alegando que en las Sagradas Escrituras sería más conveniente seguir el sentido alegórico, espiritual de la palabra, más allá de enfocarse en las descripciones superfluas.

Dios ha creado a todos los seres, Él sabe cuándo y cómo hay o habrá que crear, porque Él conoce la belleza del mundo y la semejanza o la diversidad de sus partes. Pero al que no puede contemplar el conjunto le perturba la deformidad de una parte, porque ignora a qué contexto hay que referirse.

Sin tener la intención de defender la monstruosidad a partir del alegato religioso de todos ser hijos de Dios -incluso siendo ferviente creyente de ello-, considero que la vida merece capacidad de redención. En la intención de alcanzar y encontrar Kalokagathía en todo lo que nos rodea, la perdemos en nosotros mismos. La belleza en Sí, debería existir en el amor a ojos cerrados. Procurar y proclamar una tradición personal de buscar la felicidad y amor y aceptación de la otredad.

TRADICIONES

Su función social en la búsqueda del sentido

A menudo vistas como rituales o simples costumbres heredadas de épocas pasadas, en verdad cumplen funciones básicas para el ser humano, ya que constituyen una respuesta colectiva a las necesidades más fundamentales de una sociedad: el sentimiento de pertenencia, la creación de una identidad colectiva, la creación y el mantenimiento de una estructura social y atienden un sentido de trascendencia. Es por esto y por lo que veremos en este artículo que las prácticas culturales tienen un valor que va más allá de lo que podría parecer a simple vista.

Respuesta a las necesi

El sociólogo Émile Durkheim expuso la importancia que tienen las tradiciones y sus rituales cuando se intenta generar y mantener la cohesión social. En su obra Las formas elementales de la vida religiosa (1995), Durkheim argumento que los rituales son la manera en que los grupos se unifican, y más allá de eso también dan sentido a la vida colectiva, en otras palabras, son la razón por la que nos mantenemos y cuidamos entre nosotros. Su importancia es tal que nos ayudan a preservar el pasado, a darle forma y estabilidad al presente, y dependiendo de cómo las alteramos y aplicamos nos indican y orientan hacia el futuro. Esencialmente son las respuestas que les da una sociedad a las preguntas existenciales de identidad y pertenencia: ¿Qué o quiénes somos? ¿Qué propósito tenemos? ¿De qué manera encajamos en el mundo?

Aún cuando no estemos de acuerdo con ellas, las tradiciones estructuran a las sociedades y ofrecen una respuesta concreta a las cuestiones fundamentales. Los seres humanos buscamos la satisfacción de necesidades físicas, pero también existen las necesidades espirituales y emocionales. Desde ceremonias religiosas hasta festividades nacionales, son estas prácticas las que nos permiten sentir que pertenecemos y le dan significado a nuestras vidas.

Un ejemplo muy claro de esto es el Día de Muertos en México, una festividad en la que se pueden observar conjuntos de rituales que culminan en una bella representación de la cultura mexicana y que externalizan identidades colectivas.

La manera en que se construyen estos altares que veneran a los ancestros nos dice mucho sobre quiénes son y que se considera valioso. Las comunidades mexicanas tienen la oportunidad de recordar a sus ancestros y de afirmar su identidad, conectando el presente con sus raíces prehispánicas y su conexión con el catolicismo y la evolución religiosa que esté también ha sostenido (Brandes, 1998).

El simbolismo y la dimensión emocional

Más allá de ser simples costumbres repetitivas, las tradiciones están cargadas de simbolismo, se les otorga un significado y valor emocional profundo que también funciona de manera recíproca en la vida de las personas. Victor Turner, antropólogo británico, explica cómo es que los ritos de paso son ceremonias que representan transiciones vitales importantes en la vida de los miembros de cada sociedad. En sociedades occidentales se empiezan estos ritos de paso desde el bautismo y siguen con confirmaciones, quince años, matrimonios y hasta en la muerte con el entierro y los ritos que acompañan. Estas tradiciones permiten la transición de un estado social personal al público, proporcionan estructuras emocionales y espirituales con las que ayudan a lidiar con los cambios inherentes en el proceso y resultado (Turner, 1967).

El Greco El entierro del conde de Orgaz, 1586. Iglesia de Santo Tomé, Toledo, España

Es importante mencionar también cómo es que las tradiciones cumplen un rol fundamental durante tiempos de crisis, son anclas emocionales que ofrecen cierta estabilidad y refuerzan el sentimiento de permanencia. Especialmente evidente en momentos de incertidumbre colectiva, como en guerras, donde estos rituales refuerzan los sentimientos de comunidad, consuelan de manera emocional a las personas y también las motivan a tomar cursos de acción inciertos y arriesgados por el bien colectivo.

La evolución de las prácticas culturales

A menudo se considera que las tradiciones son inmutables y que no cambian, pero el antropólogo Clifford Geertz, en su obra La interpretación de las culturas (1973), argumenta que la cultura es como un "texto" que se reescribe constantemente. Siguiendo esta perspectiva, las tradiciones cambian porque tienen que irse adaptando con el tiempo y con las posibilidades de las personas que las recrean, terminan reflejando cambios sociales, políticos y tecnológicos de la época en que están siendo representadas. Esto permite que sean recreadas y hasta exaltadas, pero también puede resultar en que pierdan su significado original, un ejemplo claro de esto son las festividades religiosas que han sido cooptadas por la cultura de consumo, pierden su significado espiritual y se transforman en eventos comerciales. El ejemplo más evidente es la navidad, celebrado de diferentes maneras en varias partes del mundo ha pasado de ser una festividad religiosa a un fenómeno que representa y celebra el consumo masivo (Harvey, 1989).

A pesar de que pueden perder su significado, también puede ser una manera de revitalizarse o reinterpretarse para que se puedan adaptar a nuevas realidades sociales.

Un ejemplo de esto es la "reconstrucción" de festividades indígenas en América Latina, donde comunidades que habían perdido sus tradiciones debido a la colonización y a los años de opresión por parte de la iglesia y el estado, han comenzado a recrearlas y promocionarlas como forma de resistencia cultural y de reafirmación de su identidad colectiva.

Las tradiciones no son solamente un reflejo del pasado, son una constante negociación y representación del presente. El mundo a nuestro alrededor cambia y también así cambian nuestras tradiciones. Es posible que pierdan su relevancia o que tengan que transformarse, pero su núcleo fundamental continua ya que atienden a nuestras necesidades más profundas. Proporcionan sentido, nos hacen sentir que pertenecemos y le dan estructura a nuestras vidas. Son como un espejo que nos conecta con quienes fuimos, nos ayuda a definir quienes somos y nos dirige hacia quienes queremos ser.

Referencias:

Brandes, S (1998) La muerte en la fiesta: Una interpretación cultural del Día de los Muertos. University of Texas Press.

Durkheim, É (1995) The Elementary Forms of Religious Life The Free Press

Geertz, C. (1973). The Interpretation of Cultures. Basic Books. Harvey, D (1989) The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change Blackwell

Turner, V. (1967). The Forest of Symbols: Aspects of Ndembu Ritual. Cornell University Press

Kahlo, Frida. Las dos Fridas, 1939. Museo de Arte Moderno, Ciudad de México

NOSEATRISTE MÉXICO MÉXICO MEGUSTAQUE

Tropecé con el alambre que estaba escondido entre la maleza mientras caminaba a la tumba. Nunca antes había entrado en un panteón. Nunca en veinticinco años había tenido la necesidad de visitar un muertito en un panteón. En mi familia la tradición era llevarlos a la iglesia después de la cremación.

“Yo no quiero que me coman los gusanos” pensé durante el mayor tiempo en mi vida. Después de ese gran tiempo, dejé de pensar tanto en lo que le pasaría a mi cuerpo después de la muerte. Supongo que mi cuerpo dejará de tenerme dentro, y yo pasaré a algún otro lugar. No aquí, no físicamente.

Mientras caminaba entre la hierba pensaba en lo equivocada que fue mi idea anteriormente sobre el campo santo. Pensé que sería tenebroso, o que tendría olor cadavérico y penetrante, pero nada de eso. Por el contrario, había un extraño y agradable olor a flores. Apenas empieza la temporada de cempasúchil, pero las flores silvestres les brindan tributo a todas las personas enterradas debajo de la tierra. Pensé que sería triste, y aunque me inundó una nostalgia que me empañó la vista, volviendo mis pensamientos en líquidos que deslizaron mis mejillas, hasta la punta de mis manos. Pero no fue una tristeza abrumadora. Había algo de paz en el hecho de saber que todos aquellos que cruzaron las puertas antes que yo, ahora descansaban viendo al cielo, en lo alto entre las montañas.

“Los Pirineos se quedan mensos” pensé. Sonaban y cantaban las flores y las aves. Me agrada saber que la tristeza se desliza hasta las puntas de los dedos en México. Y en las puntas de los dedos se vuelven harina, para el pan, levadura y ralladura de naranja. Tal vez un guiso más complicado, bistéc encebollado, pollo en champiñones o a la cocacola. O un texto en una revista digital.

Me gusta saber que los alambres que se esconden en la maleza son parte de nuestro tradicional descuido que arrastran los flojos, que son tan flojos tan flojos que no les da energía para ser malvados. O tristes. Me gusta que México no sea triste. M.I. Flores Nachón

L A C O L O N I A L I D A D E N

A M É R I C A L A T I N A

Fantástico Sr. Zorro

Hace falta ser savia y fluir por las nervaduras de México para comprender que así como sus senderos, ríos y montañas recorren en relieves de surcos la masa continental, encontramos que son los mismos surcos en las manos campesinas que siembran el maíz o muelen el nixtamal. Cuando nos adentramos a los caminos rurales de México, caminos campesinos que llevan como las nervaduras en las hojas la savia de las plantas, de la misma forma en la que la sabia cosmovisión y tradición de las madres campesinas que de su vientre fértil y transformador han sabido ser, saber y entender que del agua, tierra, aire y fuego, surge la vida manifestada en ríos, montañas, cielos y sol. Misma que se recorre y trasciende en la semilla que sus hijos siembran, germinan y transmutan, en una agricultura “...donde alrededor de la madre tierra se le construya una ritualidad que la respete y la recree”. Es un rito basado en la vida, es una agricultura que abraza, no que desplaza, se basa en el amor, es entonces cuando se comienza a comprender el verdadero valor que transita cada sendero de tierra. 1

1 Frase extraída

de la sinopsis de Semillas, Plantaciones, Datos y Drones: La Colonialidad Agrícola en América Latina de León Enrique Ávila Romero

A cualquier campo que haya ido, ya sea al sur del río Bravo o al norte de la patagonia, con cualquier hermana o hermano que haya tenido la oportunidad de conversar, la historia se repite:

un éxodo rural, que sigue a otro cultural, que sigue a otro, que sigue a otro…

¿Cuánto más desarraigo insensato se necesita para reconocer y dejar de negar el legado cultural que existe más allá de las ciudades? Todos somos nietos o bisnietos de un campesino, y sin embargo para serlo no hace falta tener tierra, solo hace falta sentirse tierra.

Hago un llamado a usar nuestros sentidos y entender con respeto a aquellas tradiciones de lenguaje, narrativas, rituales o culinarias que el sistema de vainas, a través del discurso oficial en auge del neocolonialismo globalizado, nos desplaza y nos desafirma culturalmente de nuestro origen mestizo y rural.

Hago un llamado a ser semilla, y no ser moneda, la moneda no nace, la moneda no se come, no se bebe.

Dirección General María Inés Flores Nachón maines flores@live.com

Subdirección y Diseño de Portada Antonella Guagnelli Cuspinera antonella.guagnelli@gmail.com

Diseño Editorial Junuen Caballero Soto junuen.caballero@gmail.com

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