Cuaderno Bolteniano * CRISTINA CARRASCO

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Pag. 1 Introduccion Pag 4 EL CUIDADO DE LA VIDA DE LAS PERSONAS, UNA RESPONSABILIDAD SOCIAL Y POliTICA FUNDAMENTAL Pag.21 LA ECONomia FEMINISTA: RUPTURA TeorICA Y PROPUESTA PoliTICA Pag. 40 ECONOMia, TRABAJOS Y SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA


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Una vez más pensamos en encontrarnos y aprender de las experiencias de los feminismos sin fronteras. Porque consideramos que sólo podremos construir la revolución feminista junto a otras y otros, desde las alianzas y complicidades que nos unen, nos piensan y nos alimentan la rebeldía. Gracias a la enorme generosidad de –nuestra querida y admirada- Corina Rodríguez Enríquez, desde la Bolten fuimos pensando en la apuesta por otra economía, cuando allá por octubre del 2014 nos reuníamos en La Plata junto con Alma Espino del Uruguay para re-pensar nuestras miradas desde la economía feminista. En ese camino, comprendimos que “una mirada feminista no puede perder nunca de vista la economía”. “El feminismo nos tiene acostumbradas a movernos en colectividad –escribió Pato, compa del Espacio Feminista de la Sociedad de Economía Crítica- Y como no puede ser de otra manera, hace un tiempo ya, muchxs nos juntamos para hacer posible que Cristina Carrasco Bengoa pueda visitarnos en algunas partes de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires”. Cristina Carrasco viene de Barcelona, es economista feminista y docente profesora de Teoría económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. También es integrante del Instituto Interuniversitario de las Mujeres y el Género de las Universidades Catalanas y de la Asociación Internacional de Economistas Feministas (IAFFE). Es una de las fundadoras de las Jornadas de Economía Crítica de Valladolid y forma parte del consejo de redacción de la Revista de Economía Crítica. Sus trabajos de investigación nos ayudan a ver la importancia del trabajo doméstico y el trabajo de las mujeres. Hace unos años publicó “El trabajo de cuidados: antecedentes históricos y debates actuales –junto con Cristina Borderías y Teresa Torns-; “Mujeres, sostenibilidad y deuda social”; “Tiempos y trabajos desde la experiencia femenina”, entre otras. Esta gira autogestionada de Cristina Carrasco es posible gracias a Corina Rodríguez Enríquez María Julia Eliosoff, Mariano Féliz, Marcia Molina Heredia, Estefanía Becerra, Analía Ayala, Josefina Marcelo, Patricia Laterra, Paula Lucía Aguilar, Manuel Mallardi, Andrea Oliva. Y por la cátedra Libre Virginia Bolten: Melina Deledique, Celina Rodríguez, Ana Dumrauf, Flora Partenio, Canela “Coca” Gavrila, Christian Torno, Belen Alfonso, Paula Satta, Paula Talamonti, Catalina Iluna, Alicia Migliaro, Juliana Díaz Lozano y nuestra diseñadora del cuadernillo Lele Farías, Página 2


Su realización es gracias al trabajo mancomunado y autogestivo de diferentes organizaciones, espacios feministas e instituciones que colaboraron de diferente manera en el sostén material y logístico: Espacio de Economía Feminista de la Sociedad de Economía Crítica, Sociedad de Economía Crítica, Cátedra Libre Virginia Bolten (UNLP), Centro de Estudios Interdisciplinarios de Políticas Públicas (CIEPP), Espacio de Géneros del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” ,Cátedra Abierta de Violencia de Género (Secretaría de Cultura y Extensión - UNS y Red Local de Bahía Blanca), Grupo de Género y Feminismos Departamento de Humanidades y Departamento de Economía de la Universidad Nacional del Sur, Núcleo de Investigación Crítica sobre Sociedad y Estado (NICSE) Facultad de Ciencias Humanas, Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Grupo de Investigación y Acción Social (GIyAS) de la FCH-UNICEN, Colegio Profesional de Trabajadores/as Sociales de la Pcia. de Bs.As., distrito Azul. Podríamos recomendar muchos de sus trabajos, pero es indispensable comenzar por algunas donde plantea que hay que descentrar los mercados y hablar de sostenibilidad de la vida, y también analizar cómo la economía tradicional ignora aspectos del trabajo directamente vinculados con el trabajo de las mujeres. Encontrarán aquí algunas coordenadas y reflexiones para re-pensar los vínculos entre trabajo, economía y sostenibilidad de la vida. Lxs invitamos a compartir las lecturas de este cuadernillo y los debates y encuentros organizados. “Nos mueve el deseo de cambiarlo todo”, dicen los grafitis feministas en las calles. Es nuestro deseo que la visita de Cristina pueda alimentar las giras de lo que dimos en llamar “La Bolten itinerante”, con el espíritu de abrir espacios de formación y debate feminista en distintos puntos del mapa. Pensando que “otro mundo es posible” si hay reconocimiento y reparto del trabajo doméstico y de cuidados que realizan todos los días las trabajadoras.

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EL CUIDADO DE LA VIDA DE LAS PERSONAS, UNA RESPONSABILIDAD SOCIAL Y POLÍTICA FUNDAMENTAL Entrevista a Cristina Carrasco. Revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Nº 127, 2014. Madrid: FUHEM-Iacria editorial, 1. En este contexto de gran involución, y dado el alcance del capital para colonizar prácticas sociales anteriormente públicas o familiares mediante la mercantilización de todas las dimensiones de nuestras vidas y del espacio social, ¿cuáles son los principales retos a los que se enfrentan hoy las mujeres? ¿A qué nos referimos cuando decimos que la crisis actual es también una crisis de reproducción social? Creo que las mujeres nos enfrentamos a largo plazo a un enorme reto, el mismo que antes de la crisis: la ruptura del sistema actual centrado en al producción de mercado y cuyo objetivo es el beneficio y el desarrollo de una sociedad centrada en la vida de las personas donde el cuidado entendido en términos multidimensionales se considere un eje central. Dicho de manera rápida, acabar con el sistema capitalista patriarcal. Pero para llegar a eso hay que recorrer un largo camino, por tanto, debemos plantearnos desafíos a corto y medio plazo con un doble objetivo, por una parte, ayudar a crear las condiciones para conseguir el objetivo último y, por otra, satisfacer demandas inaplazables relacionadas con las condiciones de vida de la población, particularmente de las mujeres. Y para avanzar hacia dichos objetivos, los caminos se pueden resumir de forma rápida en dos grandes líneas, los que pueden realizarse a través de políticas públicas y los que aborda directamente la ciudadanía. Las políticas públicas me parecen un camino a veces necesario pero nunca suficiente. Me explico. Difícilmente un determinado sistema económico político va a realizar políticas para autodestruirse. Como mucho, las políticas servirán para mejorar las condiciones de vida de algunos grupos de población y, por tanto, debieran ser transitorias. Y, en ocasiones, son útiles para crear un entorno más adecuado para la actuación de la sociedad civil. Ahora bien, muchas políticas –como las ayudas a personas con determinados problemas funcionales, el establecimiento de guarderías públicas, algunas regulaciones laborales, las pensiones no contributivas, etc.- en general se implementan pensando en el modelo tradicional de familia, con roles diferenciados entre mujeres y hombres. Entonces, creo que una parte importantísima de una ley debería ser el debate que se podría desarrollar desde la ciudadanía con motivo de la ley: cómo se establece, Página 4


porqué, qué significa, de qué otra manera podría implementarse, etc. Posiblemente, el debate ayudaría a un cambio de mirada, a ver qué modelo es el que sostiene nuestra sociedad actual y, en definitiva, a un cambio de valores. Como lo fue la llamada ley de los tiempos en Italia, que nunca llegó a ser ley, pero que fue un punto de inflexión en la reflexión y debate sobre la organización de los tiempos sociales. Y, fuera del marco de la actuación de la institución política, los cambios sociales o la presión por dichos cambios, en mi opinión, proviene fundamentalmente de la ciudadanía organizada. Ciudadanía que, al no estar comprometida con la institución, tiene una libertad de pensamiento y de actuación mucho más amplia y abierta. Por ejemplo, podríamos encontrar distintas causas que ayudarían a explicar los profundos cambios que hemos realizado las mujeres de este país en las últimas décadas -en niveles de estudios, participación laboral, caída de la fecundidad, cambio en los roles, los objetivos de vida, etc.- pero seguramente, mucho más que las leyes lo que ha favorecido dichos cambios ha sido el papel de los movimientos feministas y de mujeres de todo tipo, que han afectado a la conciencia, al reconocimiento mutuo, a la autoestima, en definitiva, a plantar cara al patriarcado, lo que se ha venido a llamar, el empoderamiento de las mujeres. Para responder a la segunda parte de la pregunta, primero tendríamos que aclarar qué entendemos por reproducción social. El concepto tiene historia, no es claro y ha sido utilizado en diversos sentidos. La idea originaria de reproducción viene del pensamiento clásico, idea que posteriormente fue heredada por la escuela sraffiana, donde ya algunos autores utilizan el concepto de reproducción social para referirse a la reproducción de las personas, de los medios de producción y bienes de consumo, de las relaciones sociales y de producción, considerando que el proceso tiene lugar en un marco natural que también se verá afectado. Es interesante notar que economistas que trabajan en esta línea de pensamiento ya consideran dentro de la idea de reproducción social el medio natural, sin embargo, el trabajo de cuidados para mantener la vida humana se mantiene invisible. En el feminismo, la idea de reproducción social surge como parte del debate sobre el trabajo doméstico desarrollado en los años sesenta y setenta del siglo XX. Pero desde entonces, la idea ha sido redefinida y utilizada para designar procesos no siempre idénticos; aunque las diversas interpretaciones mantienen aspectos fundamentales en común. Todas ellas consideran la reproducción biológica, que incluye la construcción social de la maternidad en cada sociedad; la reproducción de la fuerza de trabajo, que incluye los procesos de educación y aprendizaje; y la satisfacción de las necesidades de cuidados, donde pueden participar los hogares, el sector público y el mercado. Es decir, en esta perspectiva se incluye la economía del cuidado Página 5


como aspecto relevante de la reproducción social. También desde algunas perspectivas se ha considerado que el concepto de reproducción social debe incluir la idea de una relación de ecodependencia con la naturaleza que resulte perdurable desde el punto de vista de los recursos naturales y ambientales. Por otra parte, desde que el trabajo doméstico comienza a denominarse trabajo de reproducción, algunas feministas asocian la idea de reproducción social con la de reproducción de la vida humana; y así cuando surge la problemática conocida como crisis de los cuidados, se establece la diferencia entre crisis de reproducción social y crisis de los cuidados. La crisis de reproducción social estaría produciéndose en el sur global y tendría que ver con las condiciones de vida de las personas y los riesgos a que estaría sometida actualmente parte de la población. La crisis de los cuidados tendría lugar en el norte global y estaría referida a un aspecto específico de la reproducción social, a aquel que guarda relación con los cuidados directos a las personas. El problema hace referencia a que por razones demográficas, laborales y de empoderamiento de las mujeres, la forma tradicional de satisfacer los cuidados a través del trabajo de las mujeres en los hogares, ya no estaba dando la respuesta socialmente necesaria. Finalmente, el aspecto tal vez más conflictivo del asunto es que la idea original de reproducción social incluye las estructuras y organizaciones sociales y las distintas relaciones sociales que tiene lugar en una determinada sociedad. Es decir, si hablamos de reproducción social, debiera incluirse todo aquello que forma parte y define una determinada sociedad. Y una parte importante son las relaciones sociales y las estructuras de poder; a nuestro interés, las relaciones capitalistas patriarcales y las desigualdades que producen y “reproducen”. De aquí que el objetivo como feministas no puede ser la reproducción social entendida como proceso amplio. Desde una visión equitativa y emancipadora nunca puede ser un objetivo reproducirse sin tener en cuenta las condiciones de vida de la población. En consecuencia, se plantea como objetivo la reproducción social pero no de cualquier manera sino junto a la persecución de condiciones de vida digna, satisfactoria y humana. Esta idea es la que se plasma en el concepto más amplio de sostenibilidad de la vida humana que fundamenta la economía feminista. Es en este contexto que prefiero utilizar la idea de sostenibilidad de la vida más que el de reproducción social. Respondiendo entonces a tu pregunta, diría que la crisis es una crisis de sostenibilidad en el sentido de que está poniendo en peligro, por una parte, las condiciones de reproducción, como por ejemplo todos los problemas ligados al medio ambiente y los recursos naturales, fundamentalmente porque la única salida a la crisis que se plantea oficialmente es una vuelta al crecimiento económico o porque puede haber problemas con la reproducción de las personas Página 6


en razón de la subalimentación de parte de la población infantil. Pero como dije anteriormente, la reproducción tiene que ir acompañada necesariamente de buenas condiciones de vida de las personas y esa dimensión de la sostenibilidad está siendo enormemente afectada: mayores desigualdades, mayores índices de pobreza, más trabajo doméstico y de cuidados en los hogares (lo que afecta mucho más a las mujeres que continuamos siendo las responsables de este trabajo), etc. , en definitiva, notable aumento de la precariedad de la vida, exactamente lo contrario a la sostenibilidad que planteamos desde la economía feminista. 2. Hagamos un poco de recorrido histórico. El pensamiento y la práctica política feministas han realizado una crítica profunda a los fundamentos de nuestra organización social, capitalista y patriarcal. ¿Cómo se relaciona el patriarcado con la explotación capitalista? ¿Es posible un capitalismo que no subordine y explote la esfera de reproducción social? Pues como tú dices, haciendo un poco de historia, podríamos comenzar recordando que el concepto de patriarcado fue actualizado a finales de los años sesenta del siglo XX desde el feminismo radical estadounidense y desde entonces –a pesar del debate teórico sobre su significado- se ha manifestado como un concepto potente para el análisis feminista. La razón patriarcal había construido un universo del cual las mujeres quedábamos excluidas, por tanto, faltaba la recuperación de la experiencia femenina y una construcción teórica que desmontara las falacias del modelo masculino vigente. Ahora bien, la reconceptualización del concepto de patriarcado para el feminismo dio lugar a un debate central desde finales de los sesenta hasta los primeros ochenta del siglo XX sobre la relación entre capitalismo y patriarcado. Básicamente se discutía si nuestra sociedad se podía definir como un patriarcado capitalista o como un capitalismo patriarcal. El primero respondía prioritariamente a la primacía del patriarcado por ser más antiguo y haber asumido al capitalismo y, el segundo, a la lógica del capital, bajo la cual el patriarcado se habría modificado notablemente. Posteriormente surge lo que ha venido a llamarse la teoría de los sistemas duales, que situaba ambos sistemas –patriarcal y capitalista- como semi autónomos, pero relacionados, potenciándose y reforzándose entre sí. El resultado sería una doble opresión-explotación de las mujeres. Al ser considerados dos sistemas diferentes, ambos necesitarían un análisis metodológico teórico propio y específico, feminista radical por una parte y marxista por otra. La visión dualista también fue discutida intentando propuestas de un solo sistema y un único análisis. Pero no solo eso, también fue rebatida -originalmente Página 7


por las feministas negras de Estados Unidos- su concepción pretendidamente universal, acusándolo de etnocéntrico y clasista. De aquí surge también lo que se conoció como los conocimientos situados que, evitando la universalidad y la objetividad, intentan construir discursos relacionados con un entorno específico social e históricamente situado y así elaborar realidades y perspectivas que pueden ser parciales, en razón de la compleja red de relaciones de poder que habitan en torno a las distintas explotaciones y subordinaciones. Los debates desde la perspectiva marxista tampoco acabaron ahí, de hecho, es interesante nombrar el llamado enfoque del valor-escisión o valor-disociación que reconceptualiza el capitalismo como “patriarcado productor de mercancías”. Esta teorización sostiene que parte importante de la reproducción se disoció de la estructura del valor y fue asignada a las mujeres, aunque la relación del valor no puede ser pensada de ninguna manera sin una simultánea relación de disociación. En fin, que el debate –en ningún caso lineal- se ha ido haciendo cada vez más complejo, dejando atrás la dicotomía capitalismo patriarcado, abriéndose a nuevas posibilidades e incorporando nuevos elementos que le otorgan mayor riqueza teórica y conceptual. Y de todo ello, somos herederas. De aquí que la respuesta a la pregunta no es nada simple ya que la realidad está lejos de ser uni o bidimensional. Las distintas relaciones de poder se sostienen mutuamente articulándose en un entramado que obliga a dar respuestas conjuntas a todas ellas. En definitiva, creo que actualmente patriarcado y capitalismo son una unidad de relaciones de poder que, junto a otros ejes de desigualdad como la etnia, han actuado transformando para sus intereses los roles de género, los procesos de desposesión de hombres y mujeres, el cuidado, los distintos trabajos, los tipos de familia, etc., es decir, los distintos ámbitos de la vida. De aquí la importancia hoy de pensar la complejidad de la sociedad y sus diversas relaciones de explotación, dominio, subordinación u opresión, sean de origen patriarcal, capitalista, racial u otros. Complejidad que, como alguien ha sugerido, se pueden traducir en dos tipos de injusticias imposibles de analizar de forma separada: por una parte, las que obligan a una redistribución en términos económicos y, por otra, las que obligan a un reconocimiento de todas las personas independientemente de su color, lugar de nacimiento, sexo/género, opción sexual, etc. Finalmente, si se pretenden cambios sociales, el análisis teórico es necesario pero no suficiente, de aquí la urgencia de acompañarlo con un serio intento de acción política que implique establecer puentes y complicidades entre distintos movimientos, partidos, asociaciones que estén por estos mismos objetivos. Diálogo que debe darse de forma abierta y sin establecer prioridades. Página 8


3. Tampoco se libró de esta crítica el pacto de posguerra. ¿Cuáles han sido las principales críticas desde una perspectiva feminista al modelo del Estado de Bienestar tradicional? ¿Qué cuestiones deficitarias de los mismos no podemos seguir retrasando si apostamos por un modelo de sociedad basado en la equidad, la corresponsabilidad y el reparto justo de tareas? La principal crítica desde una perspectiva feminista al modelo de Estado de Bienestar tiene que ver con la propia concepción del modelo. El llamado pacto keynesiano de la postguerra incluía tres aspectos no siempre explícitos. En primer lugar, el concepto de ciudadanía social relacionada con los derechos al bienestar económico, a la seguridad, a la educación, a determinados niveles de salud, etc. Ciudadanía social concebida como un factor de integración social, de reducción de las desigualdades extremas y de legitimación de una social democracia. En segundo lugar, y muy relacionado con el primero estaba la idea de un empleo estable, garante de derechos, que permitía al trabajador acceso a una determinada seguridad social. Empleo que se concebía como un derecho individual que otorgaba identidad y reconocimiento. El tercer elemento del pacto keynesiano es el modelo de familia. Aunque no se haga explícito, la forma en que se organiza la sociedad y la producción mercantil suponen la existencia del modelo familiar tradicional “hombre proveedor de ingresos-mujer ama de casa” caracterizado, como sabemos, por una ideología familiar que se concreta en el matrimonio tradicional con una estricta separación de trabajos y roles entre ambos cónyuges. Bajo esta familia -defensora de los valores morales- las mujeres cuidarían a niñas, niños, personas ancianas o enfermas, pero también a los varones adultos, para que estos pudieran dedicarse plenamente a su trabajo de mercado o actividad pública. De esta manera, la ciudadanía que se construye en el pacto keynesiano mantiene referencia con el mundo público, con la participación en el mercado laboral, con los espacios asignados socialmente a los hombres. El espacio privado-femenino no da carta de ciudadanía; aunque es el fundamento sobre el cual se asienta la construcción del ciudadano hombre. La participación en el mercado laboral y la forma cómo se haya realizado dicha participación es lo que permite acceder y en qué condiciones a prestaciones por desempleo, jubilaciones, bajas por enfermedad, etc. Paradójicamente, las mujeres acceden en mucho menor medida a derechos por sí mismas y, sin embargo, son fundamentalmente ellas las que desarrollan “derechos de bienestar” para otras personas a través de su trabajo doméstico y de cuidados, asumiendo así de manera particular e individual una responsabilidad que debiera ser social y colectiva. Ahora bien, desde la llamada transición democrática, este pacto sufre algunos cambios. Por una parte, se consigue una Página 9


universalización de algunos derechos, como el derecho a la sanidad o a la educación. Y, por otra, las mujeres realizan un cambio histórico cultural y de comportamiento: en pocas décadas, aumenta notablemente su nivel de estudios y su participación en el mercado laboral, la fecundidad cae muy por debajo del valor de la fecundidad de reemplazo, aumentan las separaciones y los divorcios y se amplía notablemente la tipología familiar, destacando el incremento de los hogares monomarentales. Pero, en los últimos tiempos estamos asistiendo a una ruptura de ese pacto. El empleo cada vez más se aleja del papel central que había tenido, deja de ser el eje básico de cohesión social, que otorgaba carta de naturaleza ciudadana y generaba identidad. Pero, si la ciudadanía que se había construido era conceptualmente masculina, la ruptura del pacto a las mujeres nos afectará en menor medida; si nosotras aún “no habíamos llegado” a formar parte de dicho pacto, difícilmente podemos sufrir su ruptura, al menos no en el mismo sentido que el sector masculino de la población. La situación engañosa proviene de haber definido un concepto de ciudadanía como “universal”, siendo que afectaba fundamentalmente a los hombres –el grupo dominante- y no tenía en cuanta las experiencias particulares de otros grupos de población. Más que la ruptura del pacto, a las mujeres nos afectará la pérdida de derechos universalizados y los escasos recursos destinados a cuidados que se habían logrado. Dicho lo anterior, la segunda parte de la pregunta nos plantea un asunto central, a saber, desde dónde analizamos el problema. Lo dicho anteriormente creo que nos sitúa en una perspectiva distinta, no podemos discutir el tema desde la visión masculina en el sentido de “lo que nos falta” a las mujeres, la “ciudadanía que no tenemos”, sino desde nuestras propias vivencias y experiencias. En consecuencia, frente a un concepto de lo universal abstracto centrado en un ciudadano desprovisto de cualquier especificidad o diferencia, el feminismo se plantea “deconstruir” ese pretendido universalismo y dejar al descubierto la falsa neutralidad y la insuficiencia de un pensamiento que no acepta reconocer las diferencias (de sexo, de raza, étnicas). Se trata de ir hacia un nuevo concepto de ciudadanía que permita articular la complejidad de las distintas identidades integrando las variadas formas de participación vigentes y necesarias para crear tejido social y desarrollar valores democráticos. Desde esta perspectiva nuestro objetivo es destacar una dimensión específica y concreta de participación y ejercicio de ciudadanía: la que tiene que ver con el derecho de las personas a “ser cuidadas”. El cuidado de la vida humana debiera ser la preocupación social primera de todos los agentes sociales y políticos, lo cual significa nada más ni nada menos que cuestionar el centralismo del trabajo remunerado y plantear un nuevo marco que ayude a Página 10


una redefinición de ciudadanía. El cuidado es una actividad clave que permite constatar la red de interdependencias que forman lo privado, lo doméstico, lo público, lo social, lo político y lo económico tanto en su realización: quién cuida, cómo, etc., como en su objetivo: el desarrollo de personas sociales con mayores capacidades afectivas y de relación, con mejores condiciones de vida, con mejor buen vivir. Destacar la universalidad del cuidado y la necesidad de realizarlo no significa la bondad de dicha actividad. El cuidado puede ser elegido u obligado, gratificante o desagradable, pero siempre es necesario e inevitable si el objetivo es el bienestar de la población. Lo importante es acabar con la invisibilidad de este trabajo y desplazar el centro de atención desde lo público mercantil hacia la vida humana. Eso significa cambiar totalmente la mirada y comenzar a pensar desde otra perspectiva. Se puede pensar en políticas que ayuden a cambiar la mirada. Por ejemplo, en relación al mercado laboral, reconocer la responsabilidad y la cualificación que representa el trabajo de cuidados remunerándolo correspondientemente, o realizar un tratamiento simétrico entre hombres y mujeres en lo referido a los permisos laborales; en relación a la fiscalidad, replantear las formas de tributación de modo que no mantengan como marco el modelo de familia tradicional; en relación a la educación, implementar políticas educativas en todos los niveles educativos, políticas que en educación primaria como secundaria permitan reflexionar sobre los roles y las normas establecidas por sexo/género y en la universidad deberían introducirse cursos específicos según las carreras que permitieran observar los sesgos androcéntricos de los contenidos. En cualquier caso, creo que un modelo basado en la equidad, en la corresponsabilidad, en el reparto justo de tareas, en la reorganización de los tiempos y los trabajos teniendo como objetivo central el cuidado de la vida, implica necesariamente una ruptura del modelo vigente. 4. ¿Cuáles son hoy las principales aportaciones de la economía feminista ¿dónde se situaría el ámbito de los cuidados y de la economía doméstica? ¿Qué interrelaciones destacarías entre esos ámbitos, el mercantil y la provisión de servicios sociales por parte Estado? Antes de responder a esta pregunta quisiera decir que la economía feminista no es –afortunadamente- un pensamiento único, con lo cual lo que yo considere como principales aportaciones no tiene porqué coincidir con las visiones de otra mujeres que trabajen en esta línea de pensamiento. Aunque –y asumiendo el riesgo de equivocarme- creo que entre las personas que componen la Red de Economía Feminista que se ha ido creando en España alrededor de los ConPágina 11


gresos de Economía Feminista -donde participan mujeres de distintos ámbitos académicos y de participación política y social- estaríamos bastante de acuerdo en lo fundamental. Centrándonos en el tema, creo que a grandes rasgos las principales aportaciones de la economía feminista se pueden resumir en dos, una teórica y una política. La primera, es haber ampliado las fronteras de la economía más allá del mercado de manera de incorporar el trabajo doméstico y de cuidados no asalariado como parte del circuito económico. El enfoque económico habitual es un enfoque androcéntrico ya que limita y restringe las perspectivas analíticas y políticas al preocuparse solo del mercado y relegar al limbo de lo invisible el trabajo realizado desde los hogares. La disciplina elude así toda responsabilidad sobre las condiciones de vida de las personas, como si economía y vida de la población fuesen por caminos paralelos. La incorporación del trabajo doméstico y de cuidados a los enfoques económicos no ha sido para añadir una variable más, sino para dar centralidad al trabajo de cuidados mostrando la fuerte relación que mantiene con la producción capitalista patriarcal. Y, la segunda aportación relevante consiste en haber hecho una ruptura profunda con la disciplina económica al plantear que el objetivo no debiera ser el beneficio privado sino el cuidado de la vida en todas sus dimensiones. La economía feminista antepone al mercado y al beneficio la vida de las personas, su bienestar, sus condiciones de vida. Y en este bienestar, sitúa al cuidado como elemento central. La economía feminista apela a la lógica de la vida frente a la lógica del capital. Está proponiendo otra manera de mirar el mundo, otra forma de relación con el mundo, donde la economía se piense y realice para las personas. Esta propuesta representa un cambio total, ya que exige: una reorganización de los tiempos y los trabajos (mercantil y de cuidados), cambios en la vida cotidiana, una nueva estructura de consumo y de producción y, por supuesto, un cambio de valores. En relación a la última parte de tu pregunta comenzaría afirmando que la economía feminista entiende que el cuidado de las personas debiera ser la primera responsabilidad social y política de todas las organizaciones que se definan como emancipadoras o igualitaristas. Estoy hablando de la responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida. Aquí incluyo partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, etc. Si la vida de las personas no es la prioridad política de esas agrupaciones, es decir, el primer punto de su agenda, entonces cuesta entender cuál otro puede ser. Que el cuidado de las personas deba ser un tema de responsabilidad social y política no lo entendemos como que sea asumido por servicios públicos, muy lejos de eso. Más bien, se trata de que la sociedad en su conjunto de forma colectiva –tal como se hacía en comunidades primitivas- busque las formas de asumirlo y de dar respuesta a las necesidades de la Página 12


población. Lo cual debe traducirse en una participación de hombres y mujeres, servicios públicos, algunas formas colectivas, redes comunitarias, etc. diversas maneras de cuidar que la sociedad puede fomentar y organizar. Mientras vivamos en este sistema, el mercado también podría ser una opción libre de ser elegida, pero debiera estar asegurado el cuidado para todas las personas sin tener que acudir al mercado. 5. Has dedicado una parte muy importante de tu labor investigadora a uso diferencial del tiempo entre mujeres y hombres, a la propia organización del trabajo y a la realización de los distintos trabajos. ¿Qué dinámicas se aprecian en los últimos años en relación a ese uso del tiempo y la organización del trabajo y desempeño de tareas? Es difícil responder a esta pregunta porque no disponemos de información suficiente del trabajo doméstico y de cuidados que nos permita vislumbrar con claridad cuales son las dinámicas de los últimos años. Sabemos que para la economía dominante y –con muy escasas excepciones- también para las visiones alternativas en economía, el trabajo doméstico y de cuidados no existe, por tanto, no se mide. Hasta el año 2002 no existía ninguna encuesta a nivel estatal (realizada por el INE) que recogiera información de dicho trabajo. La primera encuesta de las llamadas Encuestas de Empleo del Tiempo se realizó en el periodo 2002/2003 y la segunda en el periodo 2009/2010, siendo las dos únicas existentes a nivel estatal. Pero hay que considerar que, a pesar de que ofrece información del trabajo doméstico y de cuidados a través de un diario de actividades, no es una encuesta de trabajo sino de uso del tiempo. Por el contrario, para el trabajo de mercado existen distintas encuestas siendo la más relevante la Encuesta de Población Activa realizada trimestralmente desde 1964 por el INE. La importancia que se da a la obtención de información de uno y otro trabajo es un claro reflejo del significado que tiene cada uno de ellos en la economía. En cualquier caso, algunas tendencias se puede observar en el trabajo de mujeres y hombres utilizando las dos encuestas de empleo del tiempo realizadas. Como dije anteriormente la última de estas es del periodo 2009/2010, con lo cual solo recoge los primeros efectos de la crisis, cuando el incremento del desempleo era básicamente masculino. Comparando la información de ambas encuestas se observa que, como tiempo medio social, en ambos periodos el tiempo que dedican las mujeres a trabajo doméstico y de cuidados es notablemente mayor que el que dedican los hombres, en cambio, el tiempo que dedican los hombres a trabajo de mercado es mayor que el que dedican las mujeres a dicha actividad. Destacando que cualquiera que sea el tipo de hogar, Página 13


la renta del hogar, los salarios masculinos y femeninos o la relación con el mercado laboral, las mujeres siempre dedican más tiempo al trabajo doméstico y de cuidados que los hombres. Pero ha habido un cambio entre ambos periodos, las mujeres han reducido su dedicación a trabajo doméstico y de cuidados y han aumentado su participación en el mercado y los hombres han vivido el proceso contrario, han reducido su tiempo dedicado al mercado incrementando el tiempo dedicado al trabajo del hogar. Curiosamente (o no), sumando la dedicación media de ambos trabajos, las mujeres en ambos periodos trabajan una hora más que los hombres cada día. Por otra parte también es interesante destacar que para vivir en las condiciones que estamos viviendo, ambos periodos muestran que la población en su conjunto dedica más tiempo al trabajo del hogar que al trabajo de mercado. Dicho esto, nos podemos preguntar, ¿el aumento de tiempo dedicado a trabajo doméstico y de cuidados por parte de los hombres está indicando un cambio de comportamiento, un cambio de modelo? Con la información disponible, no podemos aventurar una respuesta. El tiempo dedicado por los hombres al trabajo del hogar aumenta básicamente por el paro masculino, hay muchos hombres en casa con mucho tiempo disponible. El tema está en si esta situación puede modificar la conducta masculina o si se considera una situación transitoria que volvería a la original en caso de recuperarse el empleo. ¿Ha aumentado el trabajo doméstico y de cuidados como efecto de la crisis? Actualmente tampoco podemos afirmarlo. Aunque si se miran experiencias análogas anteriores de crisis económicas -como por ejemplo la crisis de la deuda externa en América Latina en los años ochenta-, es de esperar que el trabajo realizado en los hogares esté aumentando por dos razones: por una parte, los fuertes recortes públicos han implicado la reducción de servicios públicos en educación infantil, en servicios sanitarios, en atención a las personas mayores, etc., y por otra, el desempleo y la reducción salarial conduce a una vuelta al hogar de bienes y servicios anteriormente adquiridos en el mercado, como cuidados de niños/as o personas mayores y/o enfermas, o más comidas realizadas en el hogar, etc. Temas muy bien tratados en un número especial de la Revista de Investigaciones Feministas dedicado a mujeres y crisis. Y, con respecto al trabajo de mercado, posiblemente también sea pronto para tener una visión clara sobre dinámicas y organización del trabajo, aunque podemos comentar algunos aspectos. Creo que lo más relevante es que de momento no hay constancia de una retirada de las mujeres del mercado laboral, cuestión que sí se había dado en situaciones de crisis anteriores. Esto puede estar ratificando la ruptura de las mujeres con el modelo tradicional de familia y su cambio profundo de cultura social y de comportamiento. Pero persiste la segregación ocupacional y los menores salarios para las mujeres. Como efectos Página 14


específicos que pueden ser transitorios, está la entrada últimamente al mercado laboral de mujeres de más de 50 años, lo cual responde a lo que algunas autoras han denominado economía de retales, entendiendo por esta la participación de las distintas personas que componen el hogar en la búsqueda de recursos para mantener el hogar. O, efectos de la crisis que tienen consecuencias tanto en mujeres como hombres, a saber, la caída del empleo público, la bajada generalizada de salarios existiendo una mayor concentración de mujeres en los niveles de salarios más bajos y un incremento notable de la desigualdad y del riesgo de pobreza y de exclusión social. 6. En ese sentido, ha sido fundamental tu propuesta de incorporación de nuevos índices e indicadores no androcéntricos. ¿Qué limitaciones ofrecen los indicadores más extendidos para mostrar las desigualdades entre hombres y mujeres? En esta carrera de obstáculos que tiene como finalidad fundamental la de ofrecer una visión completa de las divergencias que ocurren en la realidad, ¿podrías señalarnos algunas contribuciones de tu propuesta y aspectos a integrar en el análisis? El problema fundamental con las estadísticas en general y los indicadores sociales en particular es que bajo una aparente neutralidad -que ofrece la representación numérica- podemos descubrir visiones desfiguradas de la realidad, dependiendo del prisma con que se observe. El asunto es que todo sistema de indicadores sociales, como representación estadística y simbólica de una realidad, se sitúa en un marco teórico y conceptual y, por tanto, en una determinada mirada sobre la realidad social. Es una convención que da cuenta de una determinada concepción del mundo. Un sistema de indicadores responde a un modelo teórico en el que se establece un conjunto de relaciones entre las variables que lo configuran, intentando asegurar que se están captando las dimensiones más relevantes del modelo definido. En consecuencia, si un sistema de indicadores da cuenta de un determinado modelo teórico, sea este explícito o implícito, ello implica un posicionamiento político ideológico de quien o quienes lo hayan definido. Generalmente, el modelo teórico que sostiene a un sistema de indicadores sociales permanece oculto y, por tanto, también queda oculta la orientación que hay detrás de dicho sistema de indicadores. En concreto, quien define los indicadores (o tiene el poder para hacerlo), elige lo que quiere medir y para qué lo mide; elige el objeto de estudio, lo acota y determina los objetivos de la medición. En relación a la economía, tradicionalmente la disciplina se ha situado dentro de unas fronteras muy estrechas de análisis: el campo de estudio económico ha Página 15


sido el mundo público mercantil, donde trabajo se ha identificado con empleo y producción con producción orientada al mercado. En consecuencia los indicadores económicos dan cuenta solo de la parte de la realidad socio económica que se abstrae en el modelo. Así, aquellos utilizados para captar el trabajo, corresponden a indicadores de empleo y los utilizados para reflejar la producción y el crecimiento solo consideran la producción de mercado, sin tener en cuenta la enorme cantidad de bienes y servicios que se produce fuera de los márgenes del mercado. Ambos tipos de indicadores, además de falsear la realidad, presentan un fuerte sesgo androcéntrico, al ser el mundo público mercantil el espacio tradicionalmente asignado a la población masculina. Lo cual quiere decir que dichos indicadores no captan toda la realidad sino que fundamentalmente hacen referencia a rasgos, actividades o características que podríamos designar como masculinas. Por ejemplo, lo que se acostumbra a definir como “tasa de actividad” solo tiene en cuenta la actividad desarrollada en el mercado, negando categoría económica a todos los trabajos que se desarrollan al margen del mercado. En consecuencia, para los indicadores económicos toda la actividad de las mujeres que se desarrolla al margen del mercado no existe o no se le otorga categoría económica, lo cual es totalmente absurdo si consideramos que dicha actividad es la que posibilita el funcionamiento del mercado y de la producción. En relación a la segunda parte de la pregunta, creo que toda la crítica que hemos hecho a las estadísticas e indicadores así como a la forma de analizar la información existente utilizando otra mirada, son contribuciones importantes. Pero, como aportación más concreta mencionaría una propuesta que elaboramos con un equipo de investigación de la Universidad de Barcelona, consistente en lo que denominamos una Encuesta de Población Activa no Androcéntrica (EPA-NA). Se trata de una encuesta periódica -que sustituiría a las Encuestas de Empleo (o de Población Activa) y a las Encuestas de Uso del Tiempo- capaz de recabar información sobre la actividad global y sus distintos componentes: trabajo remunerado, trabajo familiar doméstico, estudio y trabajo voluntario; lo cual permitiría ampliar los análisis sobre los tiempos y los trabajos de mujeres y hombres. Desde esta perspectiva se podrían analizar situaciones tales como los requerimientos de trabajo necesarios para la reproducción y el bienestar de las personas; los conflictos de tiempo, particularmente de las mujeres, asociados a los distintos grados de rigideces y flexibilidades de la estructura de los procesos de producción y reproducción; y la desigualdad entre mujeres y hombres en relación a su participación en los distintos tipos de trabajos y las diferencias según niveles de renta. Un análisis del trabajo a partir de la información de esta propuesta permitiría construir índices, tasas e Página 16


indicadores que dieran cuenta de la actividad de ambos sectores para establecer relaciones, comparaciones y cambios en el tiempo. A su vez, facilitaría la elaboración e implementación de políticas que diesen respuesta a la verdadera realidad social y no de una visión sesgada de dicha realidad. 7. En el terreno de la economía feminista, al igual que en otros campos de estudio como es el caso de la economía ecológica en el que se han extendido conceptos como el de huella ecológica o de deuda ecológica, se ha incidido en una terminología concreta que incorpora similitudes con la anterior ¿A qué nos referimos cuando hablamos de deuda de cuidados? ¿Qué crítica y reivindicación se esconde tras este concepto? ¿Existen conexiones entre la utilización de ambos conceptos, uno enunciado desde el marco ecológico y el otro desde el feminista? El concepto de deuda de cuidados ha sido utilizado por diversas autoras para designar el enorme flujo de cuidados y energías amorosas que aportan las mujeres para sostener y recrear la vida de toda la comunidad, hombres incluidos, sin que estos últimos colaboren de manera equitativa. Es un trasvase de responsabilidad de cuidados de los hombres hacia las mujeres; así ellos reciben una proporción mayor de cuidados que los que aportan y ellas viven la situación contraria, aportan mucho más que los cuidados que reciben. Ellos son más beneficiarios y ellas más contribuyentes. Para visibilizar esta desigual aportación-recepción en cuidados que se ha dado históricamente entre hombres y mujeres se ha acuñado el término de deuda de cuidados o deuda social con las mujeres o deuda patriarcal. Ahora bien, me preguntas qué se esconde detrás de ese concepto. Y ese precisamente es un tema que discutimos en el Seminario de Economía Feminista de Barcelona, en el cual participo, fruto del cual hay un artículo actualmente en evaluación. Nos planteamos si esa situación desigual entre mujeres y hombres respecto del trabajo de cuidados era realmente una deuda. No lo hicimos con un afán semántico, sino con un interés de análisis conceptual, cómo caracterizar exactamente la situación, lo cual tiene que ver con posibles actuaciones posteriores. Nuestra conclusión fue que la llamada deuda de cuidados o deuda patriarcal no es exactamente una deuda, sino una situación que viven las mujeres que engloba tres dimensiones y que solo a efectos analíticos podemos comentar de forma separada. La primera es la dimensión de donación, es decir, el cuidado como donación de las mujeres hacia la sociedad. En una sociedad patriarcal las mujeres son las responsables del cuidado. Pero más allá de solo realizarlo, estas le han dado valor como necesidad esencial de las personas, como parte de la condición humana y, en consecuenPágina 17


cia, como algo universal e inevitable que hay que satisfacer. Consecuentes con sus prioridades, las mujeres han estado donando una parte importantísima de su tiempo para que la sociedad en general y los hombres en particular pudieran continuar existiendo. Idea de donación análoga a la del regalo, con un componente emocional surgido del amor y del cariño entre las personas. Una segunda dimensión tiene que ver con los roles de género establecidos en una sociedad patriarcal, según los cuales, el cuidado (incluyendo todo lo que significa el trabajo doméstico y la organización del hogar) sería una actividad típicamente de responsabilidad femenina. A pesar del cuestionamiento de la ideología patriarcal realizado por las mujeres, en el simbólico colectivo aún pesa el modelo masculino, situación que se traduce para las mujeres en un fuerte sentimiento de obligación de cuidado hacia las personas cercanas acompañado de un sentimiento de culpa si se deja de realizar o no se realiza todo lo bien que se quisiera o que se espera de ellas. Obligación ausente en el sector masculino de la población. De ahí, que desde esta perspectiva no consideremos la deuda de cuidados como una deuda sino como una obligación. Y, finalmente, una tercera dimensión que consideramos fue la de expolio o desposesión. Esta tiene que ver directamente con las necesidades del capital. La economía feminista desde hace tiempo ha advertido de la participación fundamental del trabajo doméstico y de cuidados en la reproducción de la fuerza de trabajo, sin la cual la continuidad del sistema capitalista sería imposible. Pero esto se ha mantenido oculto, permitiendo a las empresas capitalistas adquirir una fuerza de trabajo muy por debajo de su coste real. Dicho de otra manera, la economía capitalista puede funcionar porque explota el trabajo de cuidados realizado mayoritariamente por mujeres. De aquí que sostenemos que el sistema se mantiene por el expolio o, en terminología de Federici, por la acumulación por desposesión que ha hecho el sistema desde sus inicios del trabajo doméstico y de cuidados. Desde esta perspectiva, la deuda de cuidados no sería tampoco una deuda sino una explotación del trabajo de las mujeres. En definitiva, concluimos que la llamada deuda de cuidados no es una deuda en el sentido de que no se pide su devolución, pero sí, por una parte, el término ha sido útil para visibilizar una situación y para dar valor al trabajo de cuidados y, por otra, queda claro que las dos últimas dimensiones, la de obligación patriarcal y la de expolio capitalista exigen acabar con este sistema. En relación a la última parte de esta pregunta, te diría que en los últimos tiempos creo que hay un acercamiento entre el marco ecológico y la economía feminista tanto en la teoría como en la práctica política. Ambas se desarrollan en espacios que caen fuera del sistema de mercado capitalista, fuera del mundo monetizado, que implican relaciones humanas no mediadas por el capital y de Página 18


las cuales la producción capitalista se aprovecha en beneficio propio. Por tanto, es lógico que vayan surgiendo conceptos análogos particularmente en referencia a la economía capitalista. Por ejemplo, los conceptos de deuda de cuidados/ deuda ecológica, huella ecológica/huella civilizatoria, etc. Pero creo que lo más significativo, es el objetivo común que se plantean estas dos perspectivas, a saber y dicho en términos generales, la sostenibilidad de la vida humana; entendida como la necesaria reproducción social asegurando condiciones de vida aceptables para toda la población; lo que actualmente se denomina vidas vivibles, buen vivir, vidas que merezcan la pena ser vividas. 8. Y por último, y pensando en alternativas, en las posibilidades de definir un nuevo pacto social que incorpore las demandas históricas y actuales del movimiento y del pensamiento feminista, ¿la crisis puede suponer un buen momento coyuntural para la reorganización de los tiempos entre hombres y mujeres y un avance hacia la corresponsabilidad? En primer lugar, creo que las crisis –entendidas en general como una ruptura con algún mecanismo que está en funcionamiento- significan cambios relevantes, pero no necesariamente en positivo. De hecho, en la situación que estamos viviendo, de momento solo se vislumbra una salida: una recuperación a medio plazo del sistema socioeconómico que prevalecía antes de 2007, pero con mayores desigualdades, mayor concentración de poder en determinados grupos sociales y pérdida de derechos de la mayoría de la población. Con este panorama y en relación a una posible reorganización de los tiempos sociales, la información disponible no refleja, como ya observé anteriormente, cambios significativos. Pareciera que el modelo familiar que estaba implantándose en las últimas décadas de “doble presencia” para las mujeres y de “uni-presencia” para los hombres continuaría funcionando. Sin embargo, no podemos resignarnos. Hay que pensar sobre cómo podría estructurarse otra organización social y actuar en consecuencia. Hay que resignificar los conceptos de trabajo y de tiempo orientándolos hacia la sostenibilidad de la vida, lo cual implicará necesariamente cambios en la vida cotidiana, una nueva estructura de consumo y de producción que requerirá una profunda reflexión y, por supuesto, un cambio de valores. Para ello sería necesario diseñar una política con mayúscula (es decir, discutida democráticamente y aceptada colectivamente) considerando algunos principios básicos. Como primer aspecto, hay que considerar todos los tiempos que componen el ciclo vital: de trabajos, de ocio, de participación social, tiempo propio, estudio, etc., teniendo en cuenta su organización y los tiempos compartidos; posibilitando a todas las personas Página 19


–independientemente de su sexo/género, etnia, grupo social, etc.- el mismo nivel de disponibilidades de tiempo. Y, en segundo lugar, es necesario desplazar la centralidad del tiempo de trabajo de mercado hacia tiempos más directamente relacionados con la vida y el bienestar de las personas, considerando que la libertad de gestionar el propio tiempo es una fuente importante de bienestar. Lo más probable es que esta medida incida en una antigua reivindicación, a saber, la reducción del tiempo dedicado a trabajo remunerado, la reducción de la jornada laboral para todos y todas; asunto harto conflictivo que hay que enfrentar, pero teniendo muy presente que no debe afectar negativamente a los grupos de población más débiles. Pero también hay que insistir en algo ya repetido: que los hombres dispongan de más tiempo libre no garantiza su asunción de responsabilidad en las tareas del hogar, de aquí que los posibles cambios en la organización de los tiempos debe ir necesariamente acompañada de actuaciones que conduzcan a una profunda transformación de los valores patriarcales.

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LA ECONomia FEMINISTA: RUPTURA TeorICA Y PROPUESTA PoliTICA 1 Cristina Carrasco Bengoa Lo que se denomina economía feminista, afortunadamente, no es un pensamiento único, más bien se trata de un abanico de posicionamientos. Pero, todos ellos siguen un hilo conductor: plantean una visión del mundo social y económico más realista que las que ofrecen la mayoría de las distintas escuelas de economía. Desde nuestra perspectiva es posible identificar tres ideas como los fundamentos de la economía feminista: a) ampliar las fronteras de la economía más allá del mercado de manera de incorporar el trabajo doméstico no asalariado como parte del circuito económico, b) “descubrir” el trabajo de cuidados y su significado y c) plantear que el objetivo no debiera ser el beneficio privado sino el cuidado de la vida (Picchio 2001, Pérez Orozco 2006, Carrasco 2009). En definitiva, se trata de una perspectiva que integra todos los trabajos necesarios para la subsistencia, el bienestar y la reproducción social, sosteniendo como principal objetivo las condiciones de vida de las personas. Planteamiento totalmente contrapuesto al de la economía dominante cuyo único objetivo es el beneficio económico individual. La economía feminista integra así explícitamente una propuesta política. En este capítulo se desarrollan las principales ideas de la economía feminista, que se mantienen como marco de referencia en los siguientes capítulos del libro. Ha parecido importante comenzar realizando un comentario en relación al concepto de trabajo en razón de su mala utilización habitual como sinónimo de empleo. A continuación se desarrolla lo que sería el núcleo de este capítulo, a saber, las ideas que fundamentan la economía feminista: la propuesta de un esquema que integre los distintos trabajos, el “descubrimiento” del cuidado y la propuesta política de la economía feminista. Finalmente, se acaba con un apartado sobre la idea de sostenibilidad de la vida y el significado de buenas condiciones de vida o de buen vivir. Un apunte sobre el trabajo Antes de analizar lo que vamos a denominar circuito amplio del trabajo es conveniente detenernos en el propio concepto de trabajo. Las distintas definiciones que se manejan y su identificación con el empleo ha 1 -Publicado en Cristina Carrasco (ed.) “Con voz propia: la economía feminista como apuesta teórica y política”. Madrid: Ed. La oveja roja, 2014

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creado mucha confusión y, en consecuencia, llegado el siglo XXI no existe una buena definición de trabajo generalmente aceptada. Lo que resulta cuando menos curioso ya que ha sido y continúa siendo la principal actividad necesaria para la subsistencia de las personas. La idea de trabajo anterior a la industrialización y al capitalismo era transistémica, no identificable con el empleo de una sociedad capitalista. Según ello, se trata de un concepto amplio que representa toda actividad humana orientada a producir bienes y servicios destinados a satisfacer necesidades humanas. Una actividad que se desarrolla de manera continua y forma parte de la naturaleza humana; que permite crear las condiciones adecuadas para que se desarrolle la vida humana partiendo de las condiciones del medio natural. Las necesidades humanas pueden ser universales, pero la forma de satisfacerlas ha ido cambiando a lo largo de la historia, tanto por razones geográficas, como culturales o tecnológicas.2 Los trabajos, por tanto, también han sido cambiantes, en su forma, en contenido y en las relaciones sociales bajo las cuales se realizan. Pero el objetivo último ha sido el mismo, la subsistencia y continuidad de la especie. En cambio, el empleo es solo un tipo de trabajo, aquel que se realiza bajo relaciones mercantiles capitalistas y se intercambia por dinero, mayoritariamente, por un salario. Esta identificación entre actividad laboral remunerada y trabajo no es algo “obvio” o “natural”, sino el resultado de un complejo proceso histórico de reconceptualización, que guarda relación con la división sexual del trabajo y con el modo en que, desde la economía teórica, se ha ido definiendo el concepto. La teoría del valor trabajo iniciada por Adam Smith –y continuada posteriormente por David Ricardo y Carlos Marx- establece que el trabajo (industrial) es la fuente del valor y de la riqueza, lo cual dotará al concepto de una gran centralidad. Y, puesto que el valor de los objetos está relacionado con la cantidad de trabajo incorporada en ellos, se abre la posibilidad de analizar el valor y, en consecuencia, los precios, a través de una magnitud mensurable: la cantidad de trabajo. Como resultado, desde la industrialización, el término trabajo quedará cautivo para designar el trabajo de mercado y todos los trabajos que caigan fuera de la órbita mercantil quedarán excluidos de la definición (Picchio 1996, Mayordomo 2004). Sin embargo, los planteamientos clásicos reconocen de alguna manera la contribución del trabajo doméstico y de cuidados al proceso de reproducción social. El doble carácter con que Smith definió el salario –como coste de repro2- De acuerdo con los autores y autoras que trabajan en la línea de Amartya Sen, las necesidades podrían ser universales pero los satisfactores serían específicos. Por ejemplo, la necesidad de abrigo, no se satisface de la misma manera en el Polo Norte que en Centro América.

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ducción familiar y como coste de producción- sitúa en el centro del análisis la conexión entre ambas esferas, haciendo emerger el antagonismo entre salarios y beneficios pero, a su vez, otorgando relevancia –aunque no categoría económica- a los trabajos de cuidados realizados por las mujeres en los hogares necesarios para la reproducción de la clase obrera (Picchio 1992, Mayordomo 2004). Pero, la escuela neoclásica surgida a finales del siglo XIX se aleja del análisis clásico centrado en la producción para dirigirse al estudio del comportamiento de los agentes económicos –consumidores y productores. Se reemplazan las ideas basadas en las necesidades de subsistencia, las condiciones de reproducción, los costes de la fuerza de trabajo y la doctrina del fondo de salarios, por la teoría de la utilidad y la productividad marginal (Picchio 1992). A nuestro objeto, este cambio de enfoque económico será determinante. El desplazamiento del objeto de estudio desde la producción al mercado, tendrá dos consecuencias que marcarán definitivamente las fronteras de la economía: por una parte, se acabará de legitimar la separación de espacios entre lo público económico (mercado) y lo privado no económico; y, por otra, el trabajo doméstico y de cuidados, al no ser objeto de intercambio mercantil, será definitivamente marginado e invisibilizado. El trabajo pasará a ser sencillamente un “factor de producción”, el recurso humano que interviene en la producción de mercado. De esta manera, la conceptualización del término “trabajo” que hoy conocemos se va construyendo desde los inicios de la industrialización, estableciéndose definitivamente una identificación de trabajo con empleo, quedando excluidas de la definición las actividades que no tienen lugar en el mercado. Utilizar un término para designar una actividad asociada a lo masculino pero con pretensiones de universalidad no es ajeno al patriarcado. Es la creación del simbólico a través del lenguaje. Lo masculino tiende a categorizarse como universal, con lo cual se invisibiliza al resto de la sociedad, básicamente a las mujeres. Ahora bien, si miramos nuestras sociedades actuales estas son muy complejas y en ellas tienen lugar distintos tipos de trabajos, aunque se puede afirmar que tres son los trabajos que sustentan la sociedad: el empleo o trabajo realizado en la esfera mercantil con remuneración básicamente dineraria; el trabajo doméstico y de cuidados no asalariado realizado desde el ámbito doméstico; y el trabajo de participación ciudadana o trabajo voluntario realizado en la esfera social sin remuneración. También pueden persistir otras formas de trabajo minoritarias, por ejemplo, formas de trabajo esclavo (la trata de mujeres para la prostitución tiene más características de trabajo esclavo que de empleo) o formas de trabajo feudal, etc. En cualquier caso, lo que distingue a un trabajo Página 23


de otro es, por una parte, las características de tipo más técnico del trabajo y, por otro, el tipo de relaciones bajo el cual se desarrolla. Ahora bien, si miramos nuestras sociedades actuales estas son muy complejas y en ellas tienen lugar distintos tipos de trabajos, aunque se puede afirmar que tres son los trabajos que sustentan la sociedad: el empleo o trabajo realizado en la esfera mercantil con remuneración básicamente dineraria; el trabajo doméstico y de cuidados no asalariado realizado desde el ámbito doméstico; y el trabajo de participación ciudadana o trabajo voluntario realizado en la esfera social sin remuneración. También pueden persistir otras formas de trabajo minoritarias, por ejemplo, formas de trabajo esclavo (la trata de mujeres para la prostitución tiene más características de trabajo esclavo que de empleo) o formas de trabajo feudal, etc. En cualquier caso, lo que distingue a un trabajo de otro es, por una parte, las características de tipo más técnico del trabajo y, por otro, el tipo de relaciones bajo el cual se desarrolla. Ambas características van necesariamente unidas influenciándose una a otra. Y de esta manera se van estableciendo las valoraciones sociales de los distintos trabajos. En el espacio del mercado capitalista hay trabajos duros o desagradables de realizar pero necesarios para la subsistencia humana, como puede ser la limpieza nocturna de determinados espacios públicos y, sin embargo, están muy poco valorados. En cambio, otros de dudoso interés para la vida humana –como pueden ser algunas operaciones financieras-, son prestigiosos y valorados socialmente. A nuestro interés, destaca la nula valoración del trabajo realizado en el ámbito doméstico, en el sentido de no considerarlo como categoría económica e, incluso, ni siquiera denominarlo trabajo, siendo indiscutiblemente la actividad fundamental para que la vida pueda desarrollarse y perpetuarse. Trabajo que cuando se mercantiliza, mantiene su escasa valoración, a excepción de determinados oficios o profesiones cuando son realizados generalmente por hombres como, por ejemplo, un chef de cocina. En los años setenta del siglo XX, cuando desde el movimiento feminista se comienza a reflexionar y a discutir sobre el trabajo doméstico, se intenta otorgarle valor y reconocimiento usando como referente el trabajo de mercado. Pero, posteriormente se van destacando características propias de este trabajo no comparables con las de mercado, reconociendo cualificaciones y capacidades específicas de las mujeres desarrolladas en el interior del hogar (no reconocidas oficialmente) y formas de organizar y estructurar la vida y el trabajo que otorgaban a las mujeres una identidad distinta a la masculina. Desde esta nueva perspectiva, las mujeres no eran ya personas secundarias y dependientes sin personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de culturas y valores Página 24


del trabajo distintos a los del modelo masculino.3 El trabajo doméstico y de cuidados no es de fácil definición y los intentos por conceptualizarlo han requerido de mucha escritura. No es este el lugar para recuperar dichas páginas y, en lo fundamental, nos remitimos al capítulo 3 donde se trata el tema de forma más extensa y, por supuesto, a la literatura existente. 4 Más allá del paradigma del mercado Cualquier propuesta de cambio social requiere primero conocer la realidad que se desea transformar, para poder indagar en los mecanismos más adecuados que hagan posible experimentar el inicio de esa transformación hacia los objetivos propuestos. La economía como disciplina pretende dar cuenta de la realidad socio-económica, pero maneja una perspectiva ciega al sexo/género que le impide incluir en su estructura analítica los trabajos que se realizan fuera de los estrechos límites del mercado. Como resultado, sus análisis son sesgados y muchas veces erróneos, en el sentido de que una mirada que no tenga en cuenta una parte de la realidad puede equivocarse fácilmente en sus diagnósticos. Por ejemplo, en la organización de los tiempos de trabajo o en políticas públicas de empleo, etc. El enfoque económico oficial restringe y limita las perspectivas analíticas y políticas y reduce las condiciones materiales, relacionales y culturales de la vida exclusivamente a la relación del trabajo asalariado. Al preocuparse sólo del mercado y relegar al limbo de lo invisible el trabajo doméstico y de cuidados, la economía como disciplina ha estado eludiendo toda responsabilidad sobre las condiciones de vida de la población, como si estas se moviesen por caminos paralelos a la economía. Solo así se puede sostener, como se escucha a menudo, que determinada economía va bien porque el PIB está aumentando, aunque en dicha economía viva un porcentaje importante de población pobre. En lenguaje económico, las condiciones de vida de las personas son consideradas, de hecho, una “externalidad”. Al final, pues, “se acaba por aceptar como única perspectiva de referencia la de los perceptores de los beneficios, que de forma coherente respecto a su punto de vista, consideran las condiciones de vida de los trabajadores y de sus familias como un coste o un lujo improductivo o, en cualquier caso, como una reducción de la tasa de ganancia” (Picchio 2009: 2829). Centrar el enfoque exclusivamente en el trabajo y la producción de mercado ha tenido como consecuencia natural que el único trabajo reconocido como 3- Ver la introducción al libro de Amoroso et al. 2003 4 - La bibliografía al respecto es muy extensa. Una amplia recopilación se puede ver en Carrasco et al. 2011.

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tal fuese el que se realiza bajo relaciones de mercado capitalista y, por tanto, se estableciese –como se advirtió- una relación simbólica entre trabajo y empleo. Por ello, lo primero que se plantea la economía feminista es romper las fronteras del mercado y elaborar un enfoque más realista que considere como parte de la economía todo el trabajo realizado desde los hogares sin remuneración dineraria. No se trata por supuesto de añadir el trabajo doméstico y de cuidados a los modelos de la economía oficial como si fuese una variable más, ni siquiera de considerar ambos trabajos como parte de la economía sin una relación jerárquica. Se trata de otorgarle centralidad al trabajo doméstico y de cuidados por estar dirigido directamente al cuidado de las personas. Esta nueva mirada permitirá, por una parte, un análisis mucho más adecuado del funcionamiento del sistema patriarcal capitalista y, por otra, poder cambiar el referente social: dejar de considerar el mercado y su objetivo, el beneficio, como eje analítico para desplazarlo al trabajo de cuidados y su objetivo, la vida humana. Hacer explícito el trabajo doméstico y de cuidados como trabajo necesario en los esquemas económicos no es solo una cuestión de justicia, sino de sensatez y rigor si se pretende analizar e interpretar la realidad. A continuación se tratan las principales ideas que fundamentan la economía feminista.. Primera idea: El circuito amplio del trabajo La economía feminista critica la estructura jerárquica que confiere total reconocimiento al mundo público y a la economía mercantil y amplía las fronteras de la economía para incluir la economía no monetizada en los circuitos económicos. Denominamos circuito amplio del trabajo al proceso de trabajo que considera tanto el trabajo mercantil como el trabajo doméstico y de cuidados como trabajos necesarios para la reproducción de la vida en general y de la fuerza de trabajo en particular (Gráfico 1). Ambos trabajos –desarrollados bajo distintas relaciones sociales- están íntimamente relacionados siendo dependientes uno de otro; es decir, existe una relación dinámica entre el procesos de producción y reproducción de mercancías y el proceso de reproducción de la población y, en particular, de la fuerza de trabajo. El trabajo monetizado permite obtener un dinero necesario para adquirir bienes y servicios en el mercado; pero el dinero –sea salario o algún tipo de transferencia- no es suficiente para reproducir a las personas diaria y generacionalmente y, sobre todo, para realizar los cuidados necesarios en todos y cada uno de los momentos del ciclo vital.5Por tanto, es absolutamente nece5- Aunque, los hogares pueden utilizar, además de salarios y trabajo doméstico y de cuidados, aportaciones del sector público en términos de servicios o transferencias; es desde los propios hogares desde donde se gestiona y organiza todo el mantenimiento y cuidado de las personas.

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sario realizar el trabajo doméstico y de cuidados que a través de una serie de actividades destinadas a criar y mantener personas saludables, con estabilidad emocional, seguridad afectiva, capacidad de relación y comunicación, etc., que van más allá de la subsistencia biológica, hacen que seamos personas sociables y permiten que la vida continúe. En particular, desde el punto de vista económico, el trabajo doméstico y de cuidados permite que se reproduzca la fuerza de trabajo necesaria para que los procesos de producción capitalista continúen. La producción capitalista desplaza costes hacia la esfera doméstica, costes que asumen la forma de trabajos de cuidados realizados mayoritariamente por las mujeres. De esta manera, las empresas capitalistas están pagando una fuerza de trabajo muy por debajo de su coste, lo cual representa una parte importante de sus beneficios (Picchio 2001). Es fácil entonces constatar la falsa independencia del sistema mercantil tal como la presenta la economía. De hecho, la producción capitalista solo se puede sostener por millones de horas de trabajo realizado desde los hogares para cuidar y reproducir a la población, de la cual una parte –no mayoritaria- se identificará durante un periodo de su vida como fuerza de trabajo. Así, la economía del cuidado sostiene el entramado de la vida social humana, ajusta las tensiones entre los diversos sectores de la economía y, como resultado, se constituye en la base del edificio económico (Bosch et al. 2005). Esta nueva mirada de la economía permite análisis imposibles de realizar con la mirada más estrecha habitual de la disciplina. En primer lugar, permite denunciar que la visión oficial que establece una clara división entre el espacio mercantil y el no mercantil ha conducido a la devaluación de un trabajo realizado desde los hogares mayoritariamente por las mujeres. Y precisamente por estar realizado por mujeres es porque está devaluado, ya que en una sociedad patriarcal lo que está devaluado es ser mujer. En segundo lugar, se visibilizan las enormes desigualdades entre mujeres y hombres derivadas de la adjudicación social e ideológica de los distintos trabajos. La responsabilidad asumida por las mujeres en el trabajo doméstico les impide estar en las mismas condiciones que los hombres en el trabajo de mercado, lo cual deriva en mayor carga de trabajo, problemas de organización del tiempo, salarios más bajos, menores pensiones, etc. En definitiva, una pobreza específica de las mujeres. Por último, esta nueva visión permite discutir la idea de igualdad, entendida como aquella que las mujeres debemos imitar a los hombres en su manera de trabajar y de participar en el mundo público. En primer lugar, hay que decir que esa idea es falsa, ya que no es generalizable a toda la población. Si las mujeres participáramos en el mundo público con la misma libertad de tiempos y espacios que lo hacen los hombres, ¿quién se cuidaría de atender todo lo necesario del espacio doméstico? (Carrasco 2001, 2003). Pero también es necesario Página 27


plantear que el hecho femenino debe entenderse y analizarse desde las propias mujeres, desde sus potencialidades, desde su riqueza, y no desde lo que les falta para igualarse a los varones. Segunda idea: el “descubrimiento” del cuidado Una vez que nos liberamos de la estrecha mirada mercantil y nos centramos en el análisis del espacio doméstico sin el cual ni el Estado ni el mercado podrían funcionar, aparece lo que se ha venido a denominar el trabajo de cuidados o simplemente el cuidado, como mala traducción del término inglés care. Espacio que desde la economía feminista se acostumbra a designar como economía del cuidado. Señalaremos brevemente algunos aspectos fundamentales que dan sentido a la idea de cuidados, aunque, como se advirtió, el tema está tratado en el capítulo 3 de este volumen. Como primer aspecto, el denominado trabajo de cuidados nos permite crecer, socializarnos, adquirir un lenguaje, unos valores y una identidad y autoestima básicas. Desarrollo personal que tiene lugar a través de los bienes, servicios y cuidados tanto biofísicos como emocionales históricamente producidos fundamentalmente por mujeres en o desde los hogares. Incluye la alimentación, un alojamiento ordenado y limpio que permita un verdadero descanso, la higiene corporal, etc.; en definitiva, todas las necesidades básicas relacionadas con el cuerpo que son la base material del bienestar en la vida. Pero también las necesidades emocionales fundamentales que se satisfacen a través de los afectos y el reconocimiento. Únicamente a partir de ese cuidado básico podemos llegar a ser personas relativamente autónomas capaces de interactuar posteriormente en el mundo común más amplio de la sociedad humana (Carrasco y Tello 2012). Un segundo aspecto del trabajo de cuidados –como se comentó más arriba- tiene que ver con la perspectiva netamente económica, a saber, el trabajo de cuidados participa de manera relevante en la reproducción de la fuerza de trabajo necesaria para la producción capitalista. Otra característica del trabajo de cuidados realizado por las mujeres es liberar a los hombres adultos de esa responsabilidad y así facilitarles su participación en el mundo público con total libertad de tiempo y acción. En pocas palabras, permitirles ser homo economicus. También es interesante destacar la universalidad del cuidado, es decir, todos y todas necesitamos cuidados a lo largo del ciclo de vida, aunque con especial intensidad en los inicios y finales del ciclo vital. A veces requerimos más cuidados biológicos, a veces más afectivos o en ocasiones, cuidados de sostén emocional. Ello no es más que el significado de nuestra vulnerabilidad. Y de aquí que, si el cuidado es cosa de todos y todas, debiera ser un tema de responPágina 28


sabilidad social y política, asumido por la sociedad en su conjunto y no, como es actualmente, un tema privado de mujeres. La gestión del cuidado es un tema muy complicado que genera enormes tensiones y requiere mucho tiempo de trabajo; de aquí que las sociedades patriarcales lo hayan dejado en manos de las mujeres. Como muy bien establece Martha Nussbaum (2006: 70): “Toda sociedad ofrece y requiere cuidados y, por tanto, debe organizarlos de tal manera de dar respuesta a las dependencias y necesidades humanas manteniendo el respeto por las personas que lo necesitan y sin explotar a las que están actuando de cuidadoras”. Finalmente, un último aspecto a señalar del trabajo de cuidados, menos tratado que los anteriores, ha sido resaltado por algunas autoras y tiene que ver más con aspectos relacionales y valorativos que con las actividades que contiene. El trabajo de cuidados se entiende como una actividad que se define precisamente a partir de la relación que implica. Cuando parte del trabajo sale del hogar y comienza a producir para el mercado pierde su categoría original, se devalúa y desvirtúa al eliminar la relación humana que llevaba incorporada (Bosch et al. 2005). La producción de mercancías es despersonalizada, alejada de la persona que la produce y, por tanto, de la relación. “Es necesario, por tanto, no sólo recuperar el reconocimiento y valoración social para este trabajo; la cuestión de fondo sería recuperar la idea de trabajo –con todas sus dimensiones enriquecedoras, como fuente de todas las relaciones- para aquella actividad que se desarrollase con las características que tiene la actividad de cuidados” (Bosch et al. 2005: 333).

Tercera idea: la economía feminista es rupturista

El desarrollo de los distintos trabajos no tiene lugar de manera armónica, sino que son procesos cargados de tensiones. Tradicionalmente, la visión masculina que solo consideraba el sistema capitalista y, por tanto, solo reconocía el trabajo de mercado, planteaba que la contradicción social fundamental se producía entre trabajadores y capitalistas, es decir, entre salarios y beneficio. La segunda ola del feminismo da nombre a una situación de poder que ejercen los hombres sobre las mujeres –el patriarcado-, que será el sustento teórico para los desarrollos posteriores de la economía feminista. El sistema patriarcal otorga posiciones de poder al sector masculino de la población que, en relación al trabajo, se refleja en una división por sexo de los trabajos. Posiblemente las claves hay que buscarlas en la primera asignación de los espacios y los trabajos por sexo, las mujeres en casa y los hombres en el mundo público. Pero, no se detienen ahí, sino que inundan los distintos espacios y los distintos trabajos en toda la sociedad. Página 29


Las tensiones capitalistas y patriarcales son una sola, imposibles de separar, puesto que en ambas participan elementos básicos para la subsistencia y el cuidado de la vida. Las contradicciones se entrelazan y funden en una única, constituyendo lo que se podría designar como la tensión social fundamental de un sistema capitalista patriarcal: el objetivo del beneficio, por una parte y el objetivo del cuidado y el bienestar humano, por otra;7 la lógica del capital frente a la lógica de la vida. Las sociedades capitalistas patriarcales por definición apuestan por el objetivo del beneficio, dándole valor solo a la actividad que lo materializa; y asignándole dicha actividad al sector masculino de la población. Como resultado, la actividad mercantil es el referente económico y la vida de las personas pasa a ser una “variable de ajuste” que debe adecuarse continuamente a las condiciones del mercado. Las condiciones de vida de las personas no son asumidas como una cuestión social y la economía elude toda responsabilidad sobre ellas. Frente a esta situación, la economía feminista es rupturista, en el sentido de que antepone al mercado y al beneficio la vida de las personas, su bienestar, sus condiciones de vida. Y en este bienestar, sitúa al cuidado como elemento central. La economía feminista apela a la lógica de la vida frente a la lógica del capital. Es un pensamiento transformador que obliga a cambiar el paradigma. Cuestionar el modelo vigente representa pensar un mundo común para mujeres y hombres más allá del discurso dominante; y más allá de la simple idea de igualdad. La economía feminista está proponiendo otra manera de mirar el mundo, otra forma de relación con el mundo, donde la economía se piense y realice para las personas. Esta propuesta representa un cambio total, ya que exige: una reorganización de los tiempos y los trabajos (mercantil y de cuidados), cambios en la vida cotidiana, una nueva estructura de consumo y de producción y, por supuesto, un cambio de valores. Esta propuesta es de tal nivel de sensatez, que seguramente nadie se atrevería a sostener explícitamente una posición contraria. Sería humanamente despreciable. Sin embargo, posiciones oficialistas argumentarán que el crecimiento económico es necesario precisamente porque como consecuencia mejorarían las condiciones de vida de las personas. O, desde planteamientos apoyados en la teoría neoclásica, se podría sostener que cada uno con su trabajo, su inteligencia y sus recursos crea sus condiciones de vida, las cuales serían de responsabilidad individual y no social. Pero también existen posiciones digamos emancipadoras o, de algún modo, 7- También existe una tensión planteada desde la ecología entre nuestra forma de producir y consumir y las condiciones de sostenibilidad del planeta. Per este tema desborda el objetivo de este capítulo.

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rupturistas, cercanas a la economía feminista en relación a lo que se puede entender por “apostar por la vida humana”. Grupos, asociaciones, movimientos, etc. que plantean una nueva economía centrada en las personas y no en el mercado. Son planteamientos honestos con los que tenemos muchos puntos de encuentro. La diferencia importante con la propuesta de la economía feminista radica en que dichos enfoques continúan manteniendo una mirada puesta exclusivamente en el mundo público. Para ellos, apostar por la vida representa la no explotación capitalista de las personas, las posibilidades de acceder a estudios, a empleos decentes, etc. o incluso nuevas formas de producción y de consumo más equitativas y respetuosas con el medio ambiente. Sin embargo, a diferencia de la economía feminista, no se consideran los cuidados como aspecto esencial para el desarrollo de las personas y de la vida, no se plantean como responsabilidad social y política. Y, sabemos que lo que no se nombra, no existe. De aquí que este “olvido o ceguera patriarcal” implica que el trabajo de cuidados se sigue desplazando al terreno privado como responsabilidad femenina, o hacia otros grupos que la sociedad considera inferiores por raza, etnia, nivel de renta o cualquier otra categoría social, lo cual sería totalmente contrario al ideal de justicia social señalado por Martha Nussbaum (2006). En definitiva, la economía feminista realiza una ruptura con los paradigmas económicos anteriores, presentándose como pensamiento transformador al proponer una nueva mirada que sitúa la vida en el centro y el trabajo de cuidados como aspecto determinante de la reproducción social y de las condiciones de vida de la población.8 ¿Vida digna, buen vivir, buena vida?: hacia una sostenibilidad multidimensional La idea de buen vivir Situar como objetivo la vida humana se traduce en el terreno concreto de las personas en poder desarrollar una vida digna y satisfactoria, unas buenas condiciones de vida o lo que se conoce en la tradición andina como el buen vivir. Nombres distintos que pretenden dar cuenta de algo semejante, pero cuyo contenido no es fácil de definir. Sin embargo, para ello no partimos de cero. Contamos con algunos debates ya iniciados, aunque no acabados. El significado de “buen vivir” o “buenos estándares de vida” no es ajeno al debate sobre las necesidades básicas iniciado a principios de los años ochenta del siglo XX. Debate importante de recuperar porque obliga a reflexionar sobre las distintas dimensiones de la vida. Sin embargo, hay que advertir que dichos debates, 8- Estas ideas han sido centro de interés de diversas autoras. Entre ellas, se puede señalar a Picchio (1999, 2005), Carrasco (2001), Peter (2003), Power (2004), Benería (2003), Pérez Orozco (2006).

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mayoritariamente, también se han mantenido desde una mirada masculina, lo cual significa, que en la idea de necesidades básicas no se ha incorporado la experiencia histórica de las mujeres en el cuidado de las personas. Aspecto que, si no conociéramos la fuerza de las relaciones patriarcales, resultaría casi curioso: ¿cómo se pueden definir las necesidades básicas de las personas sin considerar la necesidad de cuidados, ya sean biológicos, afectivos u emocionales? Otra reflexión importante e interesante relacionada con lo anterior son las elaboraciones desarrolladas básicamente por las y los autoras/es que trabajan siguiendo las ideas de las capacidades y del bienestar multidimensional definidas originalmente por Amartya Sen. Entre ellas, Ingrid Robeyns y Antonella Picchio son seguramente las autoras que mayores contribuciones han hecho desde la perspectiva de la economía feminista. Un aspecto relevante ha sido la incorporación del cuidado como una capacidad humana, en un doble sentido: por un lado, como una actividad que realizan las mujeres y que según las condiciones en que se realiza, puede reducir la calidad de vida de las cuidadoras y, por otro, plantea el cuidado como una necesidad humana universal. Un segundo aspecto importante tiene que ver con una visión no estática de la idea de condiciones o estándares de vida. Estos se entienden como un proceso continuo de expansión de lo que una persona puede ser o hacer (por ejemplo, estar saludable o participar en la vida comunitaria). Proceso que, además de la satisfacción de las necesidades biológicas y sociales, incorpora como aspecto central, la satisfacción de las necesidades emocionales y afectivas realizadas básicamente en el ámbito del hogar. Curiosamente, o tal vez de manera “natural”, esta definición de estándares de vida enlaza directamente con la idea andina del buen vivir, en el sentido de plantear que son procesos que no tienen fin, que están en continua redefinición, construcción y reproducción. Que son campos de ideas en permanente debate con algunos principios comunes: no expoliar a la naturaleza y erradicar la explotación humana de cualquier tipo; es decir, separar lo que significa calidad de vida del crecimiento económico y las relaciones patriarcales. Se trata de una idea que cimienta un entramado de relaciones entre humanas y humanos y entre estas y estos con la naturaleza, en vez de una dualidad que separa a la sociedad de su entorno y a las personas entre sí. Ahora bien, además de considerar de que se trata de una idea en proceso de elaboración, que se va construyendo con la práctica aunque respondiendo a unos principios fundamentales, hay que tener en cuenta otros aspectos más específicos necesarios para desarrollar lo que podemos entender por vidas vivibles. Recordar que vivimos en cuerpos y psiquis vulnerables, lo cual significa que todos y todas requerimos distintos tipos de cuidados a lo largo del ciclo Página 32


vital, siendo los cuidados biológicos más intensos en los extremos de la vida. La vulnerabilidad -que en el lenguaje habitual se le ha asignado connotación negativa- es parte de nuestra condición humana, y es necesario reconocerla para entender el significado de la verdadera compasión. Entender que lo que le pasa al otro u otra no es debido a su debilidad o irresponsabilidad sino a su vulnerabilidad y, por tanto, también nos puede suceder a nosotros/as. Y que debido precisamente a esa vulnerabilidad requerimos los cuidados de los demás, es decir, las personas somos interdependientes y no absolutamente independientes como promulga la teoría económica a través de su personaje representativo, el homo economicus. De esta interdependencia se deriva de manera absolutamente lógica un principio básico: la satisfacción de las necesidades humanas solo tiene sentido si es social. De aquí que, las categorías humana y social de los estándares de vida sean inseparables. Somos personas sociables que interactuamos y vivimos en comunidades (Carrasco 2009, Pérez Orozco 2011). La dimensión política de los estándares de vida o buen vivir se manifiesta entonces en la forma en que la sociedad se organice y determine para dar respuesta a las necesidades de la población; lo cual incluye la gestión del cuidado y del acceso a los distintos tipos de recursos, la organización de los tiempos de trabajo y la distribución de la renta y la riqueza entre los distintos 9 grupos sociales y entre mujeres y hombres. La idea de reproducción social La idea de reproducción social tiene antecedentes remotos en el terreno de la economía, desarrollados posteriormente por autores clásicos como David Ricardo y Carlos Marx y más recientemente por la denominada escuela sraffiana. Estos autores, con mucha mayor sensatez que los economistas neoclásicos, enfocaron la economía desde una idea reproductiva, entendiendo que los sistemas socio-económicos no son lineales sino que necesitan reproducirse continuamente. La reproducción de cualquier sistema social real implica la reproducción de todos los elementos necesarios para recomenzar el ciclo. Los recursos necesarios para cada periodo no pueden ser mayores que los disponibles para dicho periodo. Un sistema incapaz de reproducir sus condiciones de producción es inviable y está condenado a desaparecer (Carrasco 1991). Frente a esta verdad tan obvia, la ceguera habitual patriarcal no les permitió -a economistas que trabajaban con esta perspectiva- incorporar en los procesos reproductivos el trabajo doméstico y de cuidados, elemento básico para la subsistencia y reproducción de la especie. 9- Estas ideas están desarrolladas en Picchio (1999, 2001, 2005), Bosch et al. (2005) y en los diversos artículos recogidos en Amoroso et al. (2003).

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Es a partir de los años setenta y, más en concreto, desde el llamado “Debate sobre el trabajo doméstico”, que desde el feminismo se comienza a teorizar sobre la idea de reproducción social. Desde entonces la idea ha sido reformulada por distintas autoras (Molyneux 1979, Benería 1981, Bakker 1998, 2003, Picchio 1992, 1999, 2001, 2009), pero seguramente no nos equivocaríamos señalando que todas ellas tienen, al menos, algunos aspectos en común. Además de la reproducción de los medios de producción y bienes de consumo considerada en la idea tradicional histórica, se incluye la reproducción biológica, que incluye la construcción social de la maternidad en cada sociedad; la reproducción de la fuerza de trabajo, que incluye los procesos de educación y aprendizaje; y la satisfacción de las necesidades de cuidados, donde pueden participar los hogares (básicamente mujeres), el sector público y el mercado. Quedando patente en esta perspectiva la necesidad de los cuidados para la reproducción de las personas y de la vida. Como afirma una de las autoras de referencia de estos estudios, no se trata de considerar la reproducción de las personas como si fuera un proceso de producción de mercancías, tratar el cuidado como un trabajo asalariado y racionalizar los tiempos y lugares con objeto de reducir el coste de la producción de mercancías y aumentar la eficiencia de la reproducción. Al contrario, se trata de introducir cambios radicales en el sistema socioeconómico y sus análisis, visibilizando las distintas dimensiones de la reproducción social y de las necesidades humanas (Picchio 1999). Ahora bien, para la continuidad de una sociedad es condición necesaria su reproducción, pero desde nuestra perspectiva no es en ningún caso suficiente. Una sociedad puede reproducirse manteniendo las relaciones de poder y, por tanto, enormes desigualdades entre la población. De aquí la importancia de la idea de sostenibilidad. La idea de sostenibilidad La idea de reproducción junto a los planteamientos relacionados con las condiciones de vida digna, satisfactoria y humana que fundamentan la economía feminista, nos conducen a un concepto más amplio e integrador, el de sostenibilidad de la vida humana (Bosch et al. 2005, Tello 2005, Carrasco 2009). Concepto que representa un proceso histórico de reproducción social, un proceso complejo, dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades en continua adaptación de las identidades individuales y las relaciones sociales, un proceso que debe ser continuamente reconstruido, que requiere de recursos materiales pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto, proporcionados éstos en gran medida por el trabajo no remunerado realizado en los hogares (Addabbo y Picchio 2009, Picchio 2005). Un concepto que Página 34


permite dar cuenta de la profunda relación entre lo económico y lo social, que sitúa a la economía desde una perspectiva diferente, que considera la estrecha interrelación entre las diversas dimensiones de la dependencia y, en definitiva, que plantea como prioridad las condiciones de vida de las personas, mujeres y hombres. Un análisis desde la sostenibilidad permite observar las posibilidades de continuidad de la sociedad no solo para el período presente, sino también para las próximas generaciones; pero, además, constatar la calidad de vida y el nivel de equidad y justicia social que vive la población, mujeres y hombres. La idea de sostenibilidad de la vida humana incluye, entre otras, las dimensiones económica, social y ecológica. Actualmente –y, lamentablemente- el concepto de sostenibilidad se identifica básicamente con la dimensión ecológica; a este respecto, creemos que se debe hacer un esfuerzo teórico-conceptual y político para integrar las distintas dimensiones mencionadas, ya que si el objetivo central son las condiciones de vida de la población, pierde sentido el tratar las distintas dimensiones de forma independiente o establecer prioridades entre ellas; es el conjunto de ellas el que permitirá sostener la vida en condiciones de humanidad. Sostenibilidad económica implica un equilibrio a corto y largo plazo entre producción, consumo e inversión, es decir, entre producción y distribución y utilización del producto social (Recio 2010). Concepto que por definición significa desarrollar otras formas de producción y consumo, además de una distribución equitativa de la renta. Por tanto, totalmente contrapuesto al objetivo de crecimiento económico y de maximización del beneficio de la economía oficial. Sostenibilidad ecológica hace referencia a la capacidad de una sociedad de vivir y desarrollarse sin poner en peligro la vida de las generaciones venideras. Esta idea rápida de formular pero difícil de especificar también es incompatible con un sistema capitalista de producción que expolia la naturaleza preocupado solamente por el beneficio individual de la generación presente sin preocuparse de la degradación del medio ambiente y de las posibilidades de vida de las generaciones futuras. Y, finalmente, la sostenibilidad social implica una sociedad cohesionada, con un reparto equitativo de tiempos y trabajos, donde todas las personas puedan disfrutar de condiciones de vida adecuadas. Ahora bien, la sostenibilidad de cada ámbito requiere la sostenibilidad de todos y cada uno, siendo imposible definir la sostenibilidad de uno de ellos sin contar con los demás. Estas diversas sostenibilidades deben estar entretejidas formando una sostenibilidad con mayúsculas. Ocultar las relaciones de interdependencia relacional solo conduce a una sostenibilidad imposible. Por otra parte, todos esos ámbitos donde tienen lugar interacciones entre personas y/o grupos, están atravesados por distintos tipos de relaciones sociales y personales, sean Página 35


éstas de desigualdad jerárquica como en las relaciones capitalistas, las patriarcales o las de etnia/raza, u horizontales motivadas por afectos, solidaridades o reciprocidades. Todas estas relaciones se entrecruzan, cohabitando algunas de ellas simultáneamente en determinados ámbitos, épocas o lugares. Lo importante y necesario es hacerlas explícitas para transformar las actuales relaciones de explotación capitalistas y patriarcales en relaciones de tipo solidario y cooperativo (Carrasco y Tello 2012). En definitiva, entendemos la sostenibilidad de la vida humana “como proceso que no sólo hace referencia a la posibilidad real de que la vida continúe –en términos humanos, sociales y ecológicos-, sino a que dicho proceso signifique desarrollar condiciones de vida, estándares de vida o calidad de vida aceptables para toda la población. Sostenibilidad que supone pues una relación armónica entre humanidad y naturaleza, y entre humanas y humanos. En consecuencia, será imposible hablar de sostenibilidad si no va acompañada de equidad” (Bosch et al. 2005: 322). Epílogo La economía feminista no plantea una visión sectorial del género, entendida como aquella que discute condiciones de renta, pobreza, actividad laboral, etc. de las mujeres sin cuestionar el sistema que crea las condiciones para que las desigualdades se produzcan. Tampoco añade el género o las mujeres en los modelos o análisis oficiales ni discute los derechos económicos de las mujeres sin redefinir el modelo que los sustenta. Todo al contrario, la economía feminista está proponiendo otra manera de mirar el mundo, otra forma de relación con el mundo, donde la economía se piense y realice para las personas, mujeres y hombres. Esta propuesta representa un cambio total, ya que exige: una reorganización de los tiempos y los trabajos (mercantil y de cuidados), cambios en la vida cotidiana, una nueva estructura de consumo y de producción y, por supuesto, un cambio de valores. Las condiciones en que se realiza la actividad laboral en el mercado son importantes para la calidad de vida de los y las trabajadores/as, pero también son importantes las condiciones en que se desarrolla la vida cotidiana más allá del empleo, lo que incluye la organización de los tiempos, horarios, espacios y la carga total de trabajo doméstico y de cuidados para la o las personas que lo realizan. La economía feminista plantea una ruptura con el sistema económico y con la economía oficial que lo legitima, en el sentido de que antepone al mercado y al beneficio la vida de las personas, su bienestar, sus condiciones de vida, situando el cuidado como elemento central. Todo ello implica dar otro significado a términos como trabajo o productividad, construir nuevos marPágina 36


cos teóricos que incluyan las distintas actividades que contribuyen al objetivo señalado, recoger nuevas estadísticas, construir nuevos indicadores, discutir en otros términos las políticas económicas; en definitiva, cambiar la perspectiva de análisis reconociendo y dando valor a lo que hemos denominado la sostenibilidad de la vida humana. Referencias bibliográficas Addabbo, Tindara y Antonella Picchio (2009). “Living and Working Conditions: Perspectives, Concepts and Measures” en Bernard Harris, Lina Gálvez y Helena Machado (ed.) Gender and Well-Being in Europe, Farnhan y Burlington: Ashgate. Amoroso, María Inés et al. (2003). Malabaristas de la vida. Mujeres, tiempos y trabajos. Barcelona: Icaria. Bakker, Isabella (1998). Unpaid Work and Macroeconomics: New Discussions, New Tools for Action, Ottawa: Status of Women Canada. Bakker, Isabella (2003). “Neo –Liberal Governance and the Reprivatization of Social Reproduction: Social provisioning and Shifting Gender Orders” en Bakker, Isabella y Stephen Gill (ed.), Power, Production, and Social Reproduction, New York: Palgrave Macmillan. Benería, Lourdes (1981). Reproducción, producción y división sexual del trabajo”, Mientras Tanto, 6, pp. 47-84. Benería, Lourdes (2003). Gender, Development and Globalization, New York: Routledge. [Traducción castellana, Género, desarrollo y globalización, Barcelona: Editorial Hacer, 2005]. Bosch, Anna, Cristina Carrasco y Elena Grau (2005). “Verde que te quiero violeta. Encuentros y desencuentros entre feminismo y ecologismo” en Enric Tello, La historia cuenta, Barcelona: El Viejo Topo. Carrasco, Cristina (1991). El trabajo doméstico. Un análisis económico. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Colección Tesis Doctorales.

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ECONOMia, TRABAJOS Y SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA 1 Cristina Carrasco Universidad de Barcelona En este artículo se reflexiona sobre los tres conceptos referidos en el título: economía, trabajos y sostenibilidad de la vida, y en ese orden. El significado de la palabra economía actualmente es confuso. Economía viene del griego oikos, casa y nomos, administrador, es decir, el arte de administrar la casa. Posteriormente, en el siglo XVII se comenzó a utilizar el término economía política para significar el arte de administrar la ciudad. Actualmente, el término economía ha perdido ambos significados. A veces hace referencia a lo que sucede en los procesos reales socio económicos y a veces se entiende como la disciplina que recoge e interpreta dichos fenómenos. Los fenómenos son únicos, pero la forma de aprehenderlos e interpretarlos puede ser muy diferente. En este sentido, en la disciplina ha habido una ceguera histórica para observar los procesos en su globalidad. Salvo notables excepciones, el campo de visión de lo económico se ha restringido a los límites del mercado. Ello ha dado como resultado que el concepto de trabajo se haya hecho sinónimo de empleo, excluyendo de la definición todos los trabajos que se desarrollan al margen del mercado. Particularmente es de nuestro interés, el trabajo doméstico y de cuidados.2 La economía feminista ha hecho una ruptura con las visiones tradicionales en economía incorporando en los circuitos económicos todo el trabajo realizado desde los hogares, sin el cual no se puede entender el funcionamiento de la producción de mercado. Para ello ha recuperado la idea de reproducción de Ricardo y Marx, aunque transformándola a una idea más amplia de reproducción social. La idea de sostenibilidad de la vida integra la de reproducción social pero va más allá explicitando que la reproducción social es necesaria como proceso socio económico, pero no suficiente. Es imprescindible, además, plantear como objetivo prioritario las condiciones de vida de toda la población, mujeres y hombres, entendiendo que el trabajo de cuidados con todos los aspectos subjetivos que encierra es la actividad principal necesaria para que la vida continúe en condiciones de humanidad.

1- Publicado en Sostenibilidad de la vida. Aportaciones desde la economía solidaria, feminista y ecológica. REAS Euskadi, 2014. 2- Denominaremos trabajo doméstico y de cuidados a todas las actividades consideradas tradicionalmente trabajo doméstico, como limpiar, lavar, comprar, etc. y a las tareas de cuidado directo de las personas.

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La ceguera histórica de la economía Se acostumbra a señalar como inicio del pensamiento económico la publicación de la obra de Adam Smith, “Una indagación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, más conocida como “La riqueza de las naciones”. Pensamiento que posteriormente no siguió una única ruta intelectual. Se puede sostener que a lo largo de la historia, ha habido dos grandes escuelas de pensamiento económico dominantes.3 Primero, la escuela clásica, iniciada con Smith y finalizada con Karl Marx a mediados finales del siglo XIX, desarrolla el pensamiento denominado economía política (political economy), que consistía en el estudio de las leyes sociales que gobiernan la producción y la distribución de los medios materiales para satisfacer las necesidades humanas (Barber 1996). Definición de la cual destaca un contenido material, pero también el carácter social de las leyes económicas. El surgimiento de la escuela marginalista en el último cuarto del siglo XIX, posteriormente llamada neoclásica, significará una ruptura absoluta con el pensamiento anterior. Se perderá el nombre de 4 economía política para pasar a llamarse sencillamente economía (economics). Pero tal vez eso no sea lo más importante. El objeto de estudio se traslada de la producción al mercado, desapareciendo las reflexiones filosófico-históricas de la sociedad y también las consideraciones sociales. Se abandonarán conceptos como costes de reproducción, fondo de salarios, clases sociales, para pasar a hablar de escasez, utilidades o maximizaciones. En definitiva, la economía dejará de ser una ciencia social para intentar convertirse en una ciencia lógicoformal (Barbé 1996). Ahora bien, ambas escuelas mantienen un hilo conductor común: se han caracterizado por no incluir en sus cuadros analíticos los trabajos que caen fuera de la producción destinada al mercado. Así, desde los comienzos de la industrialización, se utiliza un enfoque dicotómico en economía, heredero de la tradición liberal que establece una separación confusa y ambigua entre lo público y lo privado como espacios sociales únicos y antagónicos: el público asignado a los hombres (el espacio político/económico, con poder y reconocimiento social) y el privado asignado a las mujeres (el espacio doméstico, exento de poder). La actividad o participación en la denominada esfera privada, queda relegada al limbo de lo invisible negándole toda posibilidad de valoración social. Sin embargo, resulta al menos curioso y sorprendente que el trabajo doméstico y de 3- Naturalmente ha habido otras corrientes de pensamiento (keynesiana, sraffiana, …) pero, a excepción del keynesianismo que tuvo 30 años de relevancia política y académica, las demás han sido corrientes minoritarias dentro del pensamiento económico. 4- En inglés la diferencia del término (political economy y economics) señala también la diferencia del paradigma entre ambas escuelas. En castellano, al repetirse la palabra economía (economía política y economía), la terminología no refleja tan exactamente la diferencia de paradigma.

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cuidados realizado desde los hogares mayoritariamente por las mujeres no sea incorporado como categoría económica en el pensamiento clásico, ya que hay un reconocimiento manifiesto de la importancia de dicho trabajo en el cuidado de los niños y en la reproducción de la población (tema relevante teniendo en cuenta la elevada mortalidad infantil de la época) que queda reflejado en el salario considerado como coste de reproducción histórico de la clase trabajadora (Picchio 1992). Ahora bien, la escasa sensibilidad de los economistas clásicos para observar los procesos sociales más allá de la producción (industrial) y distribución, se agudiza con el nacimiento de la escuela marginalista. Al desplazar el objeto de estudio de la producción al mercado, la consecuencia lógica es que toda actividad que no se realice mediada por el mercado no formará parte constitutiva de la economía. De esta manera, el trabajo doméstico y de cuidados pasará a ser totalmente invisible, ignorándose o no queriéndose reconocer la importancia decisiva de dicha actividad para la reproducción de la fuerza de trabajo y la vida de las personas.5 Más aún, al centrarse en productividades y utilidades marginales, las condiciones de vida de las personas no son una preocupación ni un objetivo de la economía neoclásica. Así, ha pasado a ser habitual escuchar que determinada economía va bien porque tiene un crecimiento económico destacado, aunque dicho crecimiento tenga lugar con un alto porcentaje relevante de población en situaciones de pobreza o con un incremento de las desigualdades sociales. El individualismo metodológico –y su representante, el “homo economicus”- adoptado por la economía neoclásica tiene como resultado, entre otros, que las condiciones de vida de las personas deje de ser una preocupación social y se convierta en un asunto a resolver en el mundo “privado” del hogar. Llama la atención que también las corrientes heterodoxas de la economía se hayan visto afectadas por esta ceguera histórica que les impide observar los procesos o trabajos que tienen lugar fuera del mercado. A excepción de la economía ecológica que plantea un sistema abierto a la naturaleza y con la cual la economía feminista tiene importantes puntos de encuentro; las corrientes neokeynesianas, marxistas, institucionalistas, radicales o críticas en general con la economía neoclásica mantienen la visión estrecha determinada por las fronteras del mercado. Sus temas de estudio -críticos con la metodología, análisis, resultados y conclusiones políticas de la teoría neoclásica- se refieren al estudio 5 - Desde el paradigma neoclásico el trabajo doméstico se ha discutido dentro de la llamada “Nueva economía de la familia” (Becker 1981). Pero su enfoque, basado en los mismos principios de racionalidad, individualismo y maximizción de la teoría neoclásica, no conduce a una explicación del fenómeno que ofrezca posibilidades de transformación social; sino que, por el contrario, lleva a justificar y legitimar la situación social de desigualdad de las mujeres.

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de las desigualdades de renta, a la pobreza, a los problemas del desarrollo, a las políticas económicas de corte neoliberal, etc.; pero, sin embargo, sus análisis se manejan dentro del mismo escenario sin plantear una ruptura en relación a una perspectiva más amplia de la economía. Sin embargo y en relación al tema que nos ocupa en este artículo, es de justicia reconocer que algunas corrientes de pensamiento heterodoxo y de forma relevante el enfoque denominado “reproducción-excedente”, ya que es precisamente la perspectiva que lo caracteriza metodológicamente, han recuperado la idea de reproducción de los pensadores clásicos. Bajo este paradigma –y aunque estas corrientes de pensamiento no lo mencionan- es posible incorporar el trabajo doméstico y de cuidados con relativa facilidad y sensatez, ya que es precisamente un trabajo absolutamente necesario para la reproducción social. Pensadores clásicos como David Ricardo y Karl Marx plantearon el análisis económico basándose en características reproductivas, modelos que fueron desarrollados posteriormente por lo que se acostumbra a denominar la escuela sraffiana. Estos autores, a diferencia de los autores neoclásicos preocupados por los equilibrios de mercado, discutieron las condiciones materiales para que un sistema social tuviese continuidad, si estas no existiesen estaría en peligro la propia subsistencia de la comunidad, o al menos, no se estaría asegurando la subsistencia en las mismas condiciones que las originales existentes. Por tanto, toda sociedad que pretenda asegurar su permanencia debiera tener como premisa básica su reproducción, es decir, la repetición de forma más o menos análoga de una serie de procesos de producción, distribución y consumo que permitan recomenzar una y otra vez el ciclo. Los recursos necesarios para cada periodo: recursos naturales, productos materiales y personas no pueden ser mayores que los disponibles para dicho periodo. Un sistema incapaz de reproducir sus condiciones de producción es inviable y está condenado a desaparecer. Esto lleva directamente a contemplar la dimensión temporal –el estudio de los sucesivos periodos en que se desarrolla la actividad socio económica, como elemento fundamental en el análisis de cualquier sistema social. Sin embargo, a pesar de la importancia de considerar el tiempo como aspecto esencial de los procesos, la economía oficial normalmente lo ignora. En los procesos de reproducción no necesariamente el sistema se reproduce de manera idéntica a como existía antes de cada ciclo. Todo sistema socio económico real constituye una estructura que integra factores de estabilidad y factores de cambio. Por tanto, se trataría de estudiar la trama de procesos complejos que forman la estructura a través de los cuales las personas -hombres y mujeres- actúan produciendo y reproduciendo su vida económica Página 43


y social modificándose a sí mismas y a la estructura relacional en que se hayan inmersas/ (Barceló 1981). Ahora bien, a pesar de la potencialidad del enfoque reproductivo frente al enfoque neoclásico, los economistas clásicos y los que siguieron posteriormente analizando los sistemas económicos desde dicha perspectiva, no consideraron el trabajo doméstico y de cuidados como parte de la economía. Como se verá 6 más adelante, las nuevas ideas aportadas desde el movimiento feminista, en particular, el papel del trabajo realizado desde los hogares en la reproducción de la fuerza de trabajo, llevan a ampliar la idea de reproducción social para tener en cuenta los trabajos y los procesos que no tienen lugar en el mercado. Desde los años sesenta, la hoy llamada economía feminista, toma el testigo y comienza a desarrollar un cuerpo teórico propio. Actualmente está constituida por un abanico de posicionamientos, sin embargo, es posible identificar algunas ideas básicas que la fundamentan y que la definen como pensamiento transformador. La economía feminista: un prisma económico sin sesgo androcéntrico Para comenzar, la economía feminista realiza una profunda crítica a la disciplina económica por fijar su objeto de estudio dentro de los límites estrechos del mercado considerando como no económicos los trabajos que no se desarrollan bajo relaciones capitalistas de producción. Esta visión cerrada y reduccionista de la disciplina –como se ha vista más arriba- ha sido un hilo conductor de todas las escuelas de economía con la única excepción de la economía ecológica. Lo cual implica o una incapacidad teórica impresionante de los economistas o sencillamente una ceguera patriarcal. Desde la economía feminista se critica la estructura dualista y jerárquica que confiere total reconocimiento al mundo público y a la economía mercantil y se amplían las fronteras de la economía para incluir la economía no monetizada en los circuitos económicos. Lo cual obliga a desarrollar nuevos marcos analíticos y a reformular los conceptos centrales utilizados por el análisis económico. Esta nueva mirada de la economía permite análisis imposibles de realizar con la mirada más estrecha habitual de la disciplina. Entre otros, permite denunciar que la visión oficial que establece una clara división entre el espacio mercantil y el no mercantil ha conducido a la devaluación de un trabajo realizado desde los hogares mayoritariamente por las mujeres. Y precisamente por estar realizado por mujeres es porque está devaluado, ya que en una sociedad patriarcal lo que 6- Aspectos sobre el trabajo doméstico debatidos en el movimiento feminista durante los años sesenta y setenta del siglo XX han sido los antecedentes cercanos de la economía feminista. La idea de reproducción social que se maneja actualmente tiene sus raíces en dichos debates.

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está devaluado es ser mujer. La responsabilidad asumida por las mujeres en el trabajo doméstico les impide estar en las mismas condiciones que los hombres en el trabajo de mercado, lo cual deriva en mayor carga de trabajo, problemas de organización del tiempo, salarios más bajos, menores pensiones, etc. En definitiva, una pobreza específica de las mujeres. Por otra parte, los nuevos esquemas desarrollados por la economía feminista han visibilizado la relación entre ambos trabajos. Si bien el trabajo de mercado permite tener acceso a una fuente de dinero necesaria para adquirir bienes en el mercado, el trabajo doméstico familiar es necesario para reproducir a toda la población y, en particular, a la fuerza de trabajo necesaria para el trabajo de mercado; lo cual hace patente la falta de autonomía del sistema mercantil capitalista y su dependencia en el trabajo no asalariado desarrollado desde los hogares. Liberada de la estrecha mirada mercantil y centrada en el análisis del espacio doméstico, la economía feminista analiza cada vez más las características específicas que tiene este trabajo cuando se trata de cuidar a las personas; de ahí comienza a preocuparse del llamado trabajo de cuidados o simplemente cuidado. Las características específicas del cuidado están recogidas en otros escritos y nos remitimos a dicha bibliografía.7Pero sí queremos destacar que aunque el objetivo genérico del cuidado sea el cuidar a todas las personas y dar bienestar a la población; también existe un objetivo más específico propio de una sociedad patriarcal y es liberar de tiempo y responsabilidades familiares a los hombres adultos para que salgan a trabajar libres de restricciones al mercado, al espacio que tiene valor y reconocimiento social en una sociedad capitalista. El funcionamiento del mercado presupone ese soporte vital -que realizan básicamente las mujeres a través de una red de interdependencias- sin el cual no dispondrían de fuerza de trabajo socializada y emocionalmente estructurada y segura. La economía feminista también recupera la idea de reproducción social y aunque no existe una sola forma de definirla, hay acuerdo en que –a pesar de todas sus derivas y matices- dicho concepto guarda estrecha relación con la reproducción biológica, que incluye la construcción social de la maternidad en cada sociedad; con la reproducción de la fuerza de trabajo, que incluye los procesos de educación y aprendizaje; y con la satisfacción de las necesidades de cuidados, donde pueden participar el sector público, los hogares y el mercado. Así, la economía feminista incluye la economía del cuidado como aspecto relevante en los procesos de reproducción social. No se trata, por tanto, de considerar la 7- Sobre el cuidado se ha escrito mucho en la última década. Una recopilación de artículos se puede ver en Carrasco et al. 2011; en el ámbito español son interesantes diversos escritos de Pérez Orozco, ver por ejemplo Pérez Orozco 2006.

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reproducción de las personas como si fuera un proceso de producción de mercancías, tratar el cuidado como un trabajo asalariado y racionalizar los tiempos y lugares con objeto de reducir el coste de la producción de mercancías y aumentar la eficiencia de la reproducción. Al contrario, se trata de introducir cambios radicales en el sistema socioeconómico y sus análisis, visibilizando las distintas dimensiones de la reproducción social y de las necesidades humanas (Picchio 1999). En consecuencia, se rechaza la visión que considera o bien una rígida separación entre el ámbito mercantil y el ámbito doméstico o bien este último como una nueva variable a incorporar en el sistema mercantil. Se integra la economía del cuidado en los enfoques económicos, mostrando su contribución fundamental al mantenimiento de las condiciones de vida de la población. El cuidado no se agrega como un elemento más del proceso, sino que representa un cambio radical de perspectiva que visibiliza la dependencia del sistema mercantil respecto a la economía del cuidado. El trabajo doméstico y de cuidados –tanto por su contenido como por el tiempo global que representa-8 es parte fundamental de los procesos de reproducción y vida, sin el cual el trabajo de mercado ni siquiera podría existir (Himmelweit 2002). Sólo la enorme cantidad de trabajo doméstico y de cuidados que se está realizando hace posible que el sistema económico pueda seguir funcionando. Dicho trabajo sostiene el edificio de la economía de mercado capitalista constituyéndose en fuente oculta de la plusvalía, por una transferencia de costes –también emocionales- desde la esfera mercantil a la esfera doméstica. Como bien acotan Bosch et al. “la economía del cuidado sostiene el entramado de la vida social humana, ajusta las tensiones entre los diversos sectores de la economía y, como resultado, se constituye en la base del edificio económico” (Bosch et al. 2005: 337. En síntesis, la visibilidad del trabajo doméstico y de cuidados y su incorporación a los desarrollos económicos no sólo ha permitido hacer explícita su estrecha relación con el producto social, sino también ha hecho más transparentes las formas de distribución de la renta, la riqueza y el tiempo de trabajo. Mecanismos todos ellos estructurados de acuerdo al sexo/ género, que repercuten de manera diferenciada en la calidad de vida y bienestar de mujeres y hombres. La economía feminista se presenta así como pensamiento transformador. Plantea una ruptura con el sistema económico y con la economía oficial que lo legitima, en el sentido de que antepone al mercado y al beneficio la vida de las personas, su bienestar, sus condiciones de vida. Y en este bienestar, sitúa al cui8-De acuerdo a información proporcionada por la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009/2010 (INE 2011) el trabajo doméstico y de cuidados en España representa aproximadamente el 111% del tiempo dedicado a trabajo mercantil.

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dado como elemento central. La economía feminista apela a la lógica de la vida frente a la lógica del capital. Cuestionar el modelo vigente representa pensar un mundo común para mujeres y hombres más allá del discurso dominante; y más allá de la simple idea de igualdad. La economía feminista está proponiendo otra manera de mirar el mundo, otra forma de relación con el mundo, donde la economía se piense y realice para las personas. Esta propuesta representa un cambio total, ya que exige: una reorganización de los tiempos y los trabajos (mercantil y de cuidados), cambios en la vida cotidiana, una nueva estructura de consumo y de producción y, por supuesto, un cambio de valores. Pero hay algo más. La economía feminista se ha desarrollado y continúa haciéndolo en una continua comunicación entre las instituciones académicas y los diversos movimientos sociales, lo cual no podía ser de otra manera ya que se nos presenta como un cuerpo teórico pero también como una hoja de ruta política. La interacción entre personas de distintos ámbitos inducen a plantear interrogantes -difíciles de realizarlo dentro de la academia- que llevan a discutir también las relaciones sociales de poder, las responsabilidades individuales y sociales, las subjetividades de las personas, etc. Seguramente, se me podría interpelar diciendo que esta idea de la economía para las personas no es una idea nueva, que existen diversos colectivos que también lo están planteando. Esto es verdad, pero el problema se sitúa en la forma en que unos y otras entendemos el concepto de bienestar, el de buen vivir o el de condiciones de vida aceptables para toda la población. Los colectivos que sostienen esta idea generalmente mantienen una perspectiva multidimensional del bienestar en la línea elaborada por Amartya Sen, donde se incluyen aspectos como salud, educación, alimentación, etc., pero con una visión que nos parece estrecha porque mantiene la mirada masculina que solo tiene en cuenta el mundo más allá de los hogares. Mirada masculina que se traduce fundamentalmente en dos aspectos. En primer lugar, cada vez más las mujeres hemos aprendido que los distintos elementos señalados como integrantes del bienestar pueden tener una lectura que excluya a las mujeres. Tomo como ejemplo la salud: los indicadores de salud tradicionalmente utilizados respondían a las características de un cuerpo masculino; los temas de salud reproductiva se comienzan a considerar por la presión de las mujeres que trabajan en estas áreas; los problemas de salud laboral son muy diferentes para mujeres y hombres por las segregaciones en el mercado laboral y normalmente solo se consideran los que atañen a los hombres, no se tienen en cuenta los problemas de salud ocasionados por la responsabilidad y la realización del trabajo doméstico, etc. Y, en segundo lugar, los colectivos que se manifiestan a favor del buen vivir nunca suelen incluir en dicho concepto el hecho del cuidado, el hecho de Página 47


que un elemento central en el bienestar es el estar bien cuidado/a. Esta es una especificidad lamentablemente y exclusivamente del discurso feminista. Sostenibilidad de la vida Cuestionar los conceptos de trabajo y economía ha permitido a la economía feminista recuperar de la invisibilidad un trabajo –doméstico y de cuidados- absolutamente necesario para la vida y desafiar los modelos, análisis y propuesta de políticas de la economía oficial. Esta nueva mirada de “política económica” sin sesgo androcéntrico no comulga con los conceptos de la economía ni en sus definiciones ni en sus motivaciones u objetivos; en cambio, da valor a la experiencia femenina del cuidado, situándolo como una actividad central. Lo cual representa la no aceptación del “hombre egoísta” como principio generalizado, y sustituirlo por la idea de interdependencia humana. El análisis del papel del trabajo doméstico en la reproducción de la fuerza de trabajo, el “descubrimiento” del cuidado y la idea de reproducción social van a permitir a la economía feminista acuñar el concepto de sostenibilidad de la vida. Una nueva perspectiva de análisis que sitúa, por una parte, la reproducción social como aspecto fundamental del sistema socio-económico y, por otra, el trabajo de cuidados como aspecto determinante de la reproducción social y de las condiciones de vida de la población, desplazando el objetivo social desde la obtención de beneficio al cuidado de la vida; lo cual abre nuevas vías a un posible cambio del paradigma económico y, en el terreno aplicado, a la elaboración e implementación de nuevas acciones sociales y políticas económicas. El principio de reproducción social es universal, en el sentido de que remite a un aspecto elemental: si no se dan las condiciones de reproducción, la sociedad no tiene asegurada su continuidad. Condiciones de reproducción que dependen de las posibilidades que la sociedad tenga de reproducir a su población, a los bienes y servicios necesarios para su manutención y a los inputs necesarios para reiniciar continuamente los procesos de producción. En este concepto de reproducción se entiende también que se mantiene una relación de ecodependencia respetuosa con la naturaleza que asegura la vida de las generaciones futuras. En definitiva, una sociedad incapaz de reproducir sus propias condiciones de reproducción está condenada –antes o después- a su desaparición. Ahora bien, el segundo principio –poner las condiciones de vida para toda la población como objetivo primero- es ético-ideológico y, en consecuencia, no tiene porqué ser universal. Una sociedad puede asegurar sus condiciones de reproducción manteniendo fuertes desigualdades entre grupos de población. De hecho, sociedades esclavistas aseguraron su reproducción basándose en trabajo esclavo. Página 48


Desde esta perspectiva, el trabajo doméstico y de cuidados se nos presenta como una pieza clave, como sustento básico de los dos principios. Por una parte, ya vimos el papel determinante que juega en la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, en la reproducción del sistema. Y, por otra, no solo hay que mantener a la fuerza de trabajo, sino a toda la población y en condiciones de vida digna, satisfactoria y humana. Un análisis desde la sostenibilidad permite observar las posibilidades de continuidad de la sociedad no solo para el período presente, sino también para las próximas generaciones; pero, además, constatar la calidad de vida y el nivel de equidad y justicia social que vive la población, mujeres y hombres. Esta nueva mirada no pretende, por tanto, agregar al análisis los “temas de mujeres”, sino plantear una nueva perspectiva analítica que permita dar cuenta de los procesos de reproducción y bienestar de la vida cotidiana dentro de un marco general socio económico. Una sociedad que parte de la premisa de que la prioridad está en los estándares de vida de las personas, en la calidad de vida de mujeres y hombres de todas las edades, reconoce la actividad de cuidados como central lo cual implica necesariamente una ruptura del modelo establecido. Esta forma de enfocar el problema va mucho más allá de la simple igualdad. No sitúa la atención sólo en la desigualdad entre mujeres y hombres sino en una característica social universal que tradicionalmente se ha mantenido oculta: la vulnerabilidad social e individual íntimamente ligadas a la idea de dependencia (Addabbo y Picchio 2009, Bosch et al. 2005). La sostenibilidad de la vida representa así un proceso histórico de reproducción social, un proceso complejo, dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades en continua adaptación de las identidades individuales y las relaciones sociales, un proceso que debe ser continuamente reconstruido, que requiere de recursos materiales pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto, proporcionados éstos en gran medida por el trabajo no remunerado realizado en los hogares (Carrasco 2001, Addabbo y Picchio 2009, Picchio 2005). Un concepto que permite dar cuenta de la profunda relación entre lo económico y lo social, que sitúa a la economía desde una perspectiva diferente, que considera la estrecha interrelación entre las diversas dimensiones de la dependencia y, en definitiva, que plantea como prioridad las condiciones de vida de las personas, mujeres y hombres. La idea de sostenibilidad no es fácil de definir. Se trata de una noción multidimensional que engloba diversas sostenibilidades, básicamente, la ecológica, la económica, la social y la humana y todas las interrelaciones que existen entre ellas. Así, la sostenibilidad solo se puede entender en términos globales. Los tipos de relaciones existentes se entrecruzan, formando un entramado que hace Página 49


difícil distinguir unas de otras. Podemos encontrar relaciones de desigualdad jerárquicas como las patriarcales, las capitalistas o las de raza/etnia, pero también algún tipo de relaciones horizontales motivadas por afectos, solidaridades o reciprocidades. Los distintos ámbitos y procesos que participan de la noción de sostenibilidad se pueden entender y organizar como una cadena de sostén de la vida. Cada una de las dimensiones que conforman la sostenibilidad global debiera ser sostenible y también las relaciones entre los ámbitos donde se desarrollan. Sostenibilidad económica implica un equilibrio a corto y largo plazo entre producción, consumo e inversión, es decir, entre producción y distribución y utilización del producto social (Recio 2010). Sostenibilidad ecológica hace referencia a la capacidad de una economía de funcionar sin degradar la base natural en la que se inserta. Y, finalmente, la sostenibilidad social implica la posibilidad real de que todas las personas puedan disfrutar de condiciones de vida adecuadas; ello significa considerar una distribución equitativa tanto de la realización de los distintos trabajos como del acceso a los bienes y servicios que permitan satisfacer las necesidades básicas definidas en términos socio históricos, entre los cuales se sitúa en un lugar preferente el acceso a los cuidados. Sin embargo, las condiciones de funcionamiento de nuestro sistema socio económico actual son totalmente insostenibles. Si comenzamos por el nivel más básico, la naturaleza, de la cual depende y ha dependido siempre la vida, sabemos que la interacción que mantienen con ella la economía capitalista, la sociedad patriarcal y una cultura tecnológica androcéntrica son las responsables de los crecientes problemas ecológicos locales y globales. Esta forma de actuar muestra ceguera, prepotencia y falta absoluta de respeto con los vínculos de dependencia que necesariamente mantenemos con todo lo que compone la naturaleza. El agotamiento de recursos renovables y no renovables, las múltiples formas de contaminación, el cambio climático y la drástica pérdida de biodiversidad, son todos ellos fenómenos ocasionados por nuestra estructura actual de producción y consumo regida por un orden socio-simbólico que únicamente tiene en cuenta el crecimiento económico mercantil sin preocuparse de mantener una relación perdurable con el medio natural (Carrasco y Tello 2012). Pero también la crisis ecológica se relaciona con graves problemas de desigualdad, pobreza y miseria y actualmente, con nuevas formas de empobrecimiento derivadas de la propia degradación ambiental. Un segundo ámbito es el ámbito del cuidado. La humanidad solo ha podido mantenerse y desarrollarse a través de esa enorme cantidad de trabajo que representa el trabajo doméstico y de cuidados que acompaña una vida humana digna a lo largo de su ciclo vital. Ahora bien, sabemos que el desarrollo de Página 50


dicho trabajo ha recaído siempre en manos de las mujeres, que han asumido la responsabilidad de una tarea dura y silenciosa que ha sido devaluada por la sociedad patriarcal y nunca reconocida por la economía. En las últimas décadas, el incremento de la esperanza de vida, el envejecimiento demográfico, junto a la cada vez mayor participación laboral femenina y la escasez de oferta de servicios públicos de cuidados, ha provocado lo que ha venido a denominarse “la crisis de los cuidados”, poniendo de manifiesto que la oferta de trabajo de las mujeres no es infinita como parecía suponerse (Picchio1999, Bakker 2003, Pérez Orozco 2007). Sin embargo, el proceso sigue descansando mayoritariamente sobre las mujeres, significando una enorme sobre carga para estas junto a una precarización creciente de los cuidados. Todo lo cual está manifestando la insostenibilidad actual de la organización social del cuidado de la vida; una organización basada, por una parte, en el desplazamiento hacia los hogares de las tareas de cuidado y, por otra, en una desigualdad tradicional patriarcal que discrimina a las mujeres. Finalmente, la producción de mercado capitalista, que acostumbra irónicamente a llamarse economía real (como si todo lo nombrado anteriormente fuese virtual), incluye la producción de bienes y servicios cuyo destino es el mercado. Como se comentó anteriormente, el único objetivo de esta producción es la ob9 tención del máximo beneficio; sin tener en cuenta para ello ni las condiciones de vida de las personas, que pasan a ser una “externalidad” ni los efectos para la naturaleza. Esta forma de comportamiento que antepone el beneficio a la vida de las personas no puede ser sostenible desde nuestra perspectiva. Un sistema donde las decisiones se toman de forma privada y descentralizada buscando cada uno su máximo beneficio, se contrapone totalmente a un sistema que mantenga un equilibrio a corto y largo plazo entre los procesos de producción y consumo con una distribución equitativa de la renta, los trabajos y los tiempos, es decir, con un sistema sostenible. Resumiendo, el actual funcionamiento de nuestras sociedades basadas en el máximo beneficio es totalmente insostenible. El mercado capitalista funciona con una lógica contraria a la sostenibilidad de la vida humana y está minando las bases de sustentación del sistema social. La naturaleza y el trabajo doméstico y de cuidados son los dos pilares básicos en que se apoya el sistema económico actual. Y aunque se les quiera ignorar, sin ellos el sistema se derrumbaría. Parte del crecimiento económico y del beneficio proviene de estas dos fuentes: se aceleran los ritmos de explotación o extracción de recursos naturales y se intensifica el trabajo de cuidados realizado fundamentalmente por las muje9- Los servicios ofrecidos por el sector público naturalmente que no tienen este objetivo propio de la producción realizada con propiedad privada.

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res. Algunas autoras han simbolizado dicha situación como la “economía del iceberg”; por encima de la línea de flotación estaría la producción y mercado capitalista y por debajo, la naturaleza y la economía del cuidado, es decir, los espacios que mantienen la vida humana. Espacios que quedan ocultos a la disciplina económica, lo cual le permite eludir toda responsabilidad sobre las condiciones de vida de las personas. En definitiva, la visión estrecha de la disciplina económica es la que le ha impedido observar y discutir sobre la (in)sostenibilidad del sistema. La mirada masculina de la sociedad ha otorgado relevancia sólo al mundo público y mercantil, que ha sido tradicionalmente el lugar socialmente asignado a los hombres. Y bajo esa mirada, pretendidamente universal, el resto de los ámbitos han quedado invisibilizados. De ahí que, hacer visibles los distintos espacios de la cadena de sostén y sus interrelaciones, sea una de las tareas pendientes más importantes para la economía feminista y también para la economía ecológica. Una economía sostenible que trabaje para la satisfacción de las necesidades de todos los seres humanos, manteniendo la capacidad de reproducción de su mundo común social y natural, debe invertir la relación del “iceberg” y poner la producción y el mercado al servicio de las comunidades y las personas. Referencias bibliográficas Addabbo, Tindara y Antonella Picchio (2009). “Living and Working Conditions: Perspectives, Concepts and Measures” en Bernard Harris, Lina Gálvez y Helena Machado (ed.) Gender and Well-Being in Europe, Farnhan y Burlington: Ashgate. Bakker, Isabella (2003). “Neo –Liberal Governance and the Reprivatization of Social Reproduction: Social provisioning and Shifting Gender Orders” en Bakker y Gill (ed.) Power, Production, and Social Reproduction, New York: Palgrave Macmillan. Barbé, Lluís (1996). El curso de la economía. Barcelona: Ariel Economía Barceló, Alfonso (1981). Reproducción económica y modos de producción. Barcelona: Ediciones del Serbal. Becker, Gary (1981). A Treatise on the Family. Cambridge MA: Harvard University Press. [Traducción castellana, Tratado sobre la familia, Madrid: Alianza Editorial 1987]. Página 52


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