Cuaderno Bolteniano * JULES FALQUET

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Pag. 1 Quienes somos ? Pag. 3 Conversando con Jules Falquet en La Bolten. Pag.6 Hacia un analisis feminista y dialectico de la globalizacion neoliberal: el peso del complejo militaro-industrial sobre las «mujeres globales. Pag. 16 DivisiOn sexual del trabajo revolucionario: reflexiones en base a la participaciON de las mujeres salvadoreNas en la lucha armada (1981-1992). Pag.43 La pareja, este doloroso problema. Hacia un anAlisis materialista de los arreglos amorosos entre lesbianas. pag. 69 De los asesinatos de Ciudad Juárez al fenOmeno de los feminicidios : ¿Nuevas formas de violencia contra las mujeres ?


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La Cátedra Libre Virginia Bolten es un proyecto que nace entre mates y debates compañeros. Un espacio que ha crecido a lo largo de estos dos años gracias a cada una de las voces y cuerpos que se han dispuesto a acompañarnos. Ahora, ¿Qué significa esta cátedra, en este espacio? ¿Por qué dinamizar esta idea en un contexto como el universitario? “La Bolten” - así la llamamos cariñosamente- surge desde la profunda convicción de que es posible construir otros modos de habitar la universidad, entendiendo que es necesario impulsar nuevas lógicas y aires violetas hacia el interior de ella. Creemos, y apostamos a que la Universidad no sea un privilegio de unas/os pocas/os. Nos organizamos para llenarla de experiencias de lucha, de saberes populares, de voces oprimidas e históricamente invisibilizadas. Y en un mismo movimiento, llevamos la cátedra hacia un pueblo en lucha, un pueblo que canta, que ríe, que se afecta por la injusticia y que sueña con un mundo mejor. Nos proponemos transformar y transformarnos... ser cada día más libres y menos cátedra. Sabemos, y demostramos que hay otras maneras de construir saberes. Lejos de las jerarquías patriarcales que tiñen la academia, reivindicamos la educación popular, el arte y la cultura nuestroamericana como herramientas fundamentales de transmisión. Tomamos de los feminismos la enseñanza de que nuestros cuerpos son un territorio de batalla y lo ponemos en juego en cada encuentro. Cuerpos que sienten, que vibran y que piensan. Recordamos las palabras de nuestra querida Lohana Berkins cuando decía que: “Si una travesti entra a la Universidad Pública, le cambia la vida a esa travesti, pero cuando muchas travestis entren a la Universidad, le cambiará la vida a la sociedad.” Llevamos bien alto su bandera, por el derecho a la disidencia, por el traVajo y la libertad. Queremos visibilizar en esta cátedra y especialmente con estos cuadernillos a mujeres que nos inspiran. Mujeres trabajadoras, campesinas, urbanas, indígenas, lesbianas, piqueteras, mestizas… mujeres de nuestroamerica y de cualquier rincón del mundo en el que se hayan librado luchas contra toda forma de dominación capitalista, racista y patriarcal. Buscamos poner a circular saberes que creemos necesario retomar para impulsar nuevas creaciones colectivas, que aporten a la construcción de un mundo más libre, diverso e igualitario. Reafirmamos la necesidad en estos tiempos de construir un feminismo inconveniente, irreverente, que incomode y que siga cuestionando en los momentos inoportunos. Desde este lugar las/os invitamos a sumergirse, cuestionarse y repensarse con cada una de estas mujeres que como tantas otras se animaron a sentir distinto, a revelarse y a levantar la voz en este concierto. Página 2


Conversando con Jules Falquet en

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Toda esta historia comienza hace más de una década, cuando leímos la edición de la revista de reflexión feminista militante llamada Nouvelles Questions Féministes, publicada en español por Fem-e-libros y Creatividad Feminista. Gracias a la querida Sabine Masson, nos hicimos de algunos ejemplares sobre ese número dedicado a pensar los feminismos disidentes en América Latina y el Caribe, donde compañeras de Brasil, México, Honduras, Bolivia, República Dominicana y Guatemala, reflexionaban sobre las luchas y construcciones colectivas como lesbianas, mujeres afrodescendientes, indígenas, campesinas, poetas, docentes y activistas. Jules Falquet, Ochy Curiel y Sabine Masson finalizaban la presentación de los distintos artículos con un “llamado a la combatividad”, con la esperanza de que esas reflexiones de mujeres luchadoras en Latinoamérica sean “alentadoras para las acciones e ideas feministas rebeldes en este lado del mundo” . Y porque consideramos que sólo podremos construir la revolución feminista junto a otras y otros, partimos de las alianzas y de las complicidades que nos unen, nos piensan y nos alimentan la rebeldía. Y en este camino, nos encontramos con Jules Falquet, en la senda del feminismo sin fronteras. Entre las maneras de presentarla, elegimos una forma posible que figura en la contratapa de su novela Izta. El cruce de los caminos: “Jules es feminista y socióloga, nacida en Francia y con el ombligo enterrado, probablemente, en alguna montaña del sureste mexicano o de Centroamérica”. Como lo describe en su presentación, Jules vive y trabaja desde 1989, entre Francia, México, El Salvador y otros países de América Latina y el Caribe. Su primera investigación se centró en la educación de las mujeres indígenas de Chiapas en México y la participación de las mujeres en el proyecto revolucionario armado en El Salvador. Actualmente, es profesora-investigadora de sociología en la (UFR) des Sciences Sociales y del Laboratorio de Cambio Social y Política (LCSP) de la Université Paris Diderot. Es Co-directora del Centro de Enseñanza, de Documentación, Investigación de Estudios Feministas (CEDREF) y responsable de la especialidad del Master de “Genre et changement social et politique: perspectives transnationales”, de la Universidad de Paris VII, en Francia. Por primera vez en Argentina, recibimos a Jules y estaremos construyendo diferentes complicidades feministas durante el mes de abril y mayo. Las/os invitamos a compartir las lecturas de este cuadernillo y los debates y encuentros organizados. Podríamos recomendar muchas lecturas de sus trabajos, pero es indispensable comenzar por algunas. Encontrarán aquí algunas coordenadas y reflexiones para re-pensar y actualizar los debates en nuestras organizaciones y Página 4


movimientos a partir de sus textos sobre la división sexual del trabajo militante (por su traducción al español), o la división sexual del trabajo revolucionario (por su edición original en francés); los aportes del feminismo materialista; las perspectivas teóricas lésbico-feministas; la resistencia colectiva a la globalización neoliberal y sus consecuencias; todo esto, intentando tener en mente la imbricación de las relaciones sociales de sexo, clase y raza, y la cuestión (de) colonial. Es nuestro deseo que la visita de Jules pueda alimentar las giras de lo que dimos en llamar “La Bolten itinerante”, con el espíritu de abrir espacios de formación y debate feminista en distintos puntos del país, articulando el trabajo y las luchas de colectivas, organizaciones y equipos. Esta organización itinerante y nómade no hubiese sido posible sin el apoyo y esfuerzo de tantas/os cumpas que vienen sosteniendo de manera autogestionada estos espacios y esta producción. Al equipo de la Cátedra Libre Virginia Bolten: Celina Rodríguez, Ana Dumrauf, Diego Zubiaurre, Belen Alfonso, Melina Deledicque, Christian Torno, Canela Gavrila, Euge Marengo, Juliana Díaz Lozano, Flora Partenio. A nuestras diseñadoras y creativas, Lele Farias y Fernanda de Mujeres Públicas. A los grupos y colectivas feministas que acompañan y articulan con el trabajo de la Bolten: Espacio de Géneros del Frente Popular Darío Santillán, Corriente Nacional; Colectiva Feminista La Revuelta de Neuquén; Desde el Fuego, Colectiva Disidente y Antipatriarcal, en COB La Brecha; COMUNA (Colectiva en Movimiento por una Universidad Nuestramericana); Colectiva Feminista Casa de la Mujer Azucena Villaflor (La Plata); Mujeres Públicas, Buenos Aires. Al equipo del Proyecto Misiones Universitarias al Extranjero VI “Mujeres, trabajo y globalización: Misión para el fortalecimiento de relaciones académicas, de docencia e investigación, entre universidades de Argentina y Francia” coordinado por Flora Partenio; al Programa de Estudios de Género y la Dirección de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. A los equipos que integran este proyecto por la UNLP, la UNAJ y la UNCuyo. A Mariano Féliz del Centro de Investigaciones Geográficas, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata; A Alejandra Ciriza, directora del Instituto de Estudios de Género y de las Mujeres (IDEGEM-UNCUYO), Claudia Anzorena del Consejo Directivo IDEGEM-UNCUYO y del INCIHUSA-CONICET y Silvana Vallone del Área de Derechos Humanos en la Facultad Ciencias Políticas y Sociales de Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. A todos/as ellos/as, nuestro agradecimiento. Página 5


Hacia un analisis feminista y dialectico de la globalizacion neoliberal: el peso del complejo militaro-industrial sobre 1 2 las «mujeres globales

Jules Falquet

Muchos análisis sobre la mundialización continúan hoy marcados por un profundo sesgo androcéntrico. Es decir, se centran en los seres humanos de sexo masculino, sus intereses y las relaciones que ellos establecen entre si (Mathieu, 1991). Por suerte, desde los años noventa, diversas investigaciones feministas en sociología, sociología del trabajo, ciencias políticas, geografía y economía, entre otras disciplinas, han logrado proponer perspectivas alternativas al respecto. Presentaré aquí algunas de estas reflexiones3tomando como hilo conductor las transformaciones de la actividad económica desde una perspectiva global. Como es sabido, históricamente, el primer acto reflejo de las ciencias sociales ante el androcentrismo ha sido «añadir mujeres» al análisis. Sin embargo, como veremos a continuación, existen ambivalencias tanto en la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, como en el tipo de actividades que la mundialización reserva mayoritariamente a las mujeres no privilegiadas del planeta 4 -vinculadas principalmente a las actividades “de servicio”-. Dado que una verdadera perspectiva de género debe pensar en conjunto y dialécticamente los dos términos que conforman las relaciones sociales de sexo (es decir, hombres y mujeres en su mutua desigual relación, con un enfoque 1-Una versión en francés de este artículo ha sido publicada en: Regards croisés sur l’économie, “Peut-on faire de l’économie du genre?”, 2014, nº15, pp. 341-355. La versión que aquí se presenta ha sido traducida por Cristina Reyes Iborra y revisada por la autora, con la ayuda de Rocío Medina Martín. 2-Jules Falquet es investigadora-docente en sociología en la Universidad Paris Diderot, miembra del LCSP (Laboratorio de cambios sociales y políticos) y del CEDREF (Centro de enseñanza, documentación e investigación para los Estudios Feministas). Sus principales temas de investigación son los movimientos sociales críticos de la globalización neoliberal en América Latina y el Caribe; las situaciones de guerra y postguerra, el continuum de la violencia patriarcal-neoliberal y racista; y la epistemología feminista (especialmente la imbricación de las relaciones sociales de sexo, “raza” y clase y los aportes de los Feminismos Negros, Latinoamericanos y Caribeños). Ha publicado numerosos libros, revistas y artículos en francés, español, portugués e inglés, entre los cuales destaca De gré ou de force. Les femmes dans la mondialisation (2008)/ Por las buenas o por las malas. Las mujeres en la globalización (2011). Página personal : julesfalquet.wordpress. com 3-Por razones de espacio y de unidad argumentativa, este artículo se centra en los análisis producidos desde países miembros de la OCDE. 4-La idea de “no privilegio” se refiere a una posición de opresión en las relaciones sociales de sexo, y/o “raza”, y/o clase.

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estructural), presentaré a continuación algunos análisis que, aún pudiendo parecer lejanos al tema, son claves para comprender la mundialización : se trata de aquéllos que se interesan por la guerra, por el militarismo y por las diferentes manifestaciones de lo que he llamado los “hombres en armas” 1. Las “Mujeres de servicios”, nuevas “Mujeres globales”

Desde finales de los años ochenta, las teóricas feministas profundizan sus críticas a la separación arbitraria entre las actividades denominadas respectivamente como “productivas” y “reproductivas”, cuestionando profundamente la disciplina económica y el “gran discurso” dominante de la historia del capitalismo. La alemana Maria Mies propone reconsiderar el peso de las relaciones patriarcales en la acumulación a escala mundial (1986), mientras que la neozelandesa Marilyn Waring discute la lógica misma de la contabilidad internacional, de la medición del PIB y del crecimiento (1988). A principios de los años noventa, la estadounidense Saskia Sassen es una de las primeras en analizar el nuevo fenómeno de la “globalización”, estudiando las Global Cities donde parejas que trabajan a tiempo completo en actividades ligadas, por ejemplo, a las altas finanzas -y por lo tanto parejas “sin esposa”-, “externalizan” numerosas tareas “reproductivas” hacia una mano de obra barata constituida principalmente por mujeres, a menudo migrantes (1991).

A. La mundialización neoliberal: ¿efectos nocivos para las mujeres? A finales de los años noventa, numerosos estudios sobre el impacto de los planes de ajuste estructural muestran que la crisis económica, el aumento del desempleo y la profundización de las desigualdades han afectado y empobrecido de forma particular a las mujeres, tanto en términos absolutos como en relación con los hombres (Hirata y Le Doaré, 1998; Wichterich, 1999; ATTAC, 2002 ; Bisilliat, 2003). Después de haber mostrado cómo el Welfare State había liberado parcialmente a las mujeres del “patriarcado privado” (volviéndolas dependientes de lo que llamó “patriarcado público”), la británica Sylvia Walby (1990) subrayó que el ajuste estructural condujo a una re-familiarización de muchas tareas e hizo a las mujeres dependientes de un nuevo “patriarcado privado”, usándolas, sin escrúpulos, como “amortiguadoras” de la crisis (1997). En una perspectiva similar, un equipo constituido alrededor de Eleonore Kofmann (2001), también británica, puso en evidencia que las transformaciones de las políticas sociales en Europa han estado acompañadas por políticas más o menos oficiales de importación de mano de obra femenina desde países del Sur Página 7


global para realizar aquellas tareas que el Estado abandona, mientras muchos hombres rechazan obstinadamente realizarlas, y muchas mujeres ya no logran “conciliarlas” con el resto de sus obligaciones. Recordemos, en este sentido, que los Acuerdos de Lisboa exigen que al menos un 60% de las mujeres de la OCDE entren al mercado de trabajo. B. El capitalismo neoliberal, ¿un aliado de las mujeres? Investigación tras investigación, se llega a la siguiente constatación: tanto en el Sur global como en el Norte, la mundialización ha empujado a muchas mujeres al mercado de trabajo (Hirata & Le Doaré, 1998), -a menudo, a causa de la destrucción de sus modos de existencia anteriores-. Algunas autoras analizan esta inserción masiva de las mujeres en el mercado de trabajo como positiva, ya que consideran que el acceso de las mujeres al mercado del trabajo asalariado les da autonomía económica, la cual sería clave para la igualdad entre los sexos. La estadounidense Nancy Fraser (2013) sugirió recientemente que existía cierta convergencia de intereses entre una parte del movimiento feminista y el capitalismo: ya sea que el mercado sediento de mano de obra se muestre deprovisto de prejuicios patriarcales, ya sea que su interés, bien entendido, lo lleve a contratar preferentemente mano de obra femenina cuyo costo es abaratado por estos mismos prejuicios patriarcales. Sin embargo, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo está lejos de ser positiva. Efectivamente, el desmantelamiento sistemático de la legislación laboral les afecta especialmente, y más teniendo en cuenta que la mayoría ya se concentraba en sectores de actividad desvalorizados y mal protegidos, pues las reformas neoliberale precarizan y flexibilizan sus situaciones laborales aún más (Talahite, 2010). Además, las nuevas modalidades de trabajo requieren “cualidades típicamente femeninas” (“docilidad” y aceptación de contratos a tiempo parcial y al mismo tiempo infinitamente extensible, así como polivalencia e implicación “total”, sobre todo emocional), que dibujan formas de servilismo normalizadas y generalizadas. Por lo tanto, sólo una pequeña parte de las mujeres accede a “buenos” empleos cercanos a los estándares del empleo masculino y, asistimos, así, a una dualización creciente del empleo femenino (Sassen, 2010; Kergoat, 2012). Por tanto, el análisis con perspectiva de género no puede prescindir de un análisis simultáneo en términos de clase y de “raza”, como lo señalaron por primera vez las feministas estadounidenses Negras del Combahee River Collective, en 1979. Yo misma he tratado de explicar, usando el concepto de “vasos comunicantes” (2014), que obtener avances “para las mujeres” no tiene ningún interés si se hace a costa de retrocesos en la situación de las personas proletarias y racializadas (de las cuales, además, el 50% son mujeres). Página 8


Sin embargo, esta parece ser la estrategia de la OCDE: legitimar la mundialización pretentidiendo que significa un progreso en términos de igualdad de sexos. C. “Nuevos” empleos femeninos y migraciones A comienzos del nuevo milenio, las estadounidenses Barbara Ehrenreich y Arlie Russel Hochschild ponen en evidencia tres figuras de la nueva “mujer global”: las niñeras, las criadas y las trabajadoras del sexo (2003). Si antes se trataba de migrantes “provinciales”, hoy en día muchas son migrantes internacionales, con frecuencia “postcoloniales” (Moujoud y Falquet, 2010). Niñeras y criadas, pero también auxiliares de salud para personas enfermas y mayores (cada vez más numerosas y menos atendidas por los servicios públicos), se han vuelto esenciales en lo que constituye un verdadero proceso de internacionalización de la reproducción social. Frente a lo que ha sido denominado como la “crisis del care (cuidado)”, vemos desarrollarse un amplio sector de investigación alrededor de la idea de que “todas y todos somos vulnerables” (Tronto, 2009 [1993]), idea que nos propone valorar más, social y económicamente, las actividades ligadas a los cuidados de las y los demás, a modo de una nueva utopía societal. Sin embargo, las investigaciones de la estadounidense Nakano Glenn (2009 [1991]), que analizan cómo en los Estados Unidos se ha forzado históricamente a ciertos sectores sociales a dispensar el cuidado (las personas esclavizadas, las mujeres, las mujeres esclavizadas, y después las mujeres racializadas5 y las mujeres migrantes), abren una perspectiva más cruda sobre la varias formas de coacción que se están desarrollando hoy en día para obligar a ciertas personas a hacerse cargo de las demás, y a hacerlo a un bajo precio. De entre estas coacciones, las más impactantes son las reformas legislativas extremadamente restrictivas en el ámbito laboral, y también en el migratorio. Para la mayoría de las mujeres no privilegiadas, las opciones migratorias y de “carrera” se reducen a seguir-reunirse con-encontrar rápidamente un marido (legal, documentado) al llegar a la región hacia donde emigran, a inscribirse en programas oficiales de importación-exportación de mano de obra de “servicio” o a integrarse al mercado del “trabajo sexual” para hacer frente a los costos exorbitantes de la migración ilegalizada. Yo misma he sugerido conceptualizar este horizonte 5- Desde la perspectiva antinaturalista a la que me adhiero firmemente, el concepto de racialización se refiere a procesos sociales e históricos a través de los cuales ciertas personas y grupos son creados como “diferentes” e “inferiores” en base a criterios somáticos y/o culturales arbitrarios (socialmente producidos y/o exacerbados) que son pensados como ligados a la “raza”. En este sentido, la “raza” no se refiere a algo natural ni biológico, sino que es el resultado de las relaciones sociales de raza, como el sexo tanto como el género, son el resultado de las relaciones sociales de sexo.

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como el de la “hetero-circulación de las mujeres” (Falquet, 2012), prolongando el concepto de “continuo del intercambio económico-sexual” de la italiana Paola Tabet (2004), que permite (re)establecer el vínculo entre las actividades “nobles” del cuidado y las actividades “sulfurosas” en el ámbito del sexo. En efecto, en la mayoría de las investigaciones estas actividades aparecen separadas, a pesar de que en parte son las mismas mujeres quienes las ejercen sucesivamente, ya sea que realicen una actividad durante el día y la otra en la noche o los fines de semana, o en diferentes periodos de su vida (Moujoud, 2008). Es por eso que propuse reunir estas mujeres bajo la categoría de “mujeres de servicios”, mostrando cómo su crecimiento corría paralelo a la multiplicación de los “hombres en armas” 6 y sugiero que el desarrollo dialéctico de estas dos categorías constituye uno de los paradigmas de la globalización neoliberal (Falquet, 2006). 2. Los “hombres en armas”, la guerra y el crecimiento neoliberal

Centrémonos ahora en los “hombres en armas”, es decir, soldados, mercenarios, guerrilleros o terroristas, policías, miembros de bandas o de organizaciones criminales, vigilantes penitenciarios o guardias jurados, entre otros, ya ejerzan en el sector público, semipúblico, privado o ilegal. A. Un estado de guerra y de control generalizado Así como en la época de la primera mundialización que desembocó en la Primera Guerra Mundial, tan lúcidamente analizada por Rosa Luxemburgo (1915), asistimos hoy a una competición internacional, feroz y militarizada, para hacerse con los recursos, los mercados y el control de las fuerzas productivas. A partir del 11 de septiembre de 2001, el nuevo marco general de esta competición es la guerra anti-terrorista dirigida por las principales potencias neoliberales contra diferentes países del Sur global. A grandes rasgos, ésta se traduce en una serie de guerras abiertas en diferentes países de Medio Oriente, en intervenciones militaro-humanitarias principalmente en el continente africano (Federici, 2001), en una guerra contra la migración “ilegal” en los países de la OCDE y en una guerra contra las drogas en el continente latinoamericano. Por todos lados vemos desarrollarse prácticas y discursos securitarios y de vigilancia generalizada de la población, como lo muestran las recientes revelaciones sobre la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos). 6- Es evidente que ciertas mujeres ejercen de “hombres en armas”, lo mismo que podemos encontrar hombres entre las “mujeres de servicios” (a causa de la imbricación de las relaciones sociales de poder).

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Analizar desde una perspectiva de género el control securitario, la militarización y el estado de guerra generalizado que actualmente atravesamos, resulta particularmente revelador. Así, se invocan cada vez más los “derechos de las mujeres” para justificar estas intervenciones (Delphy, 2002; Eisenstein, 2010). Sin embargo, la violencia contra las mujeres que provocan estas guerras es considerable, ya sea en forma de violencia sexual, de desplazamiento y/o exilio forzado (a menudo tras violaciones sexuales masivas), y de manera general, de destrucción del sistema económico y social que empobrece drásticamente a las mujeres, mientras que ciertos hombres se enriquecen a través del pillaje y de tráficos diversos, en la medida en que acceden a espacios de poder como jefes político-militares de diferentes rangos. También son notables la consolidación del complejo carcelario-industrial que emplea y encierra a millones de personas (Davis, 2014), así como la multiplicación de campos destinados a contener a la población migrante lejos de los países que intenta alcanzar. B. Los complejos militaro-industriales y la militarización, claves de la economía neoliberal Desde los años ochenta han aparecido dos líneas de análisis feminista del militaris mo global. Atenta a la militarización de las sociedades, la politóloga estadounidense Cynthia Enloe (1989, 2000) señala los vínculos existentes entre la implantación de bases militares estadounidenses después de la segunda guerra mundial y el desarrollo de la prostitución y del turismo sexual en Asia —lo que nos permite resituar el crecimiento del “trabajo sexual” en una perspectiva histórica, frente a aquellas personas que tienden a presentarlo como una simple alternativa “natural” y bien remunerada para las mujeres pobres. Muchos Estados del Sur global a los que se incita a fomentar el turismo y que viven en gran parte del envío de dinero de las y los migrantes, se ven empujados a fingir la ignorancia de cara a este tipo de actividade, mientras que se les aconseja recuperar en impuestos su parte de la tajada. Enloe permite también reflexionar sobre el peso económico de las industrias culturales que legitiman la militarización colonialista, cuya punta de la lanza sigue siendo la industria hollywoodense, como lo ilustra la costosísima película Avatar, que termina glorificando la invasión « terrícola (occidental) » de una comunidad rural, con lujo de equipamento tecnológico-militar. Por otro lado, retomando el concepto estadounidense de Complejo Militaro Industrial (CMI), la socióloga francesa Andrée Michel (2013 [1985]) realiza un análisis económico y político integral del mismo. En primer lugar, muestra que la organización del trabajo en las industrias armamentísticas refuerza la taylorización del trabajo y exacerba la división sexual (asi como “racial” y social) Página 11


del trabajo: para las mujeres proletarias del Sur global, los empleos precarios en la industria maquiladora, entre otros en la electrónica; para los hombres de clase media, los empleos de ingenieros, estables y bien remunerados, o de programadores informáticos en la Silicon Valley. En segundo lugar, Michel recuerda como una parte considerable de los fondos públicos para la investigación es puesta al servicio de los CMI, en detrimento de sectores como la salud o la educación. Más ampliamente aún, las contrataciones públicas que apoyan con vigor a la industria militar, así como los sueldos mensuales de los militares, son otros tantos millones que se les sustraen a los servicios públicos y al Welfare State, con las consecuencias arriba mencionadas. Michel subraya asimismo cómo la venta de armas enriquece a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, mientras que su compra profundiza la deuda de los países del Sur global —por ejemplo, la deuda griega actual es resultado de su carrera armamentista con Turquía-. Este sistema alimenta la aparición de toda suerte de dictadores en potencia que propagan retóricas nacionalistas o étnicas de guerra, cuyas primeras afectadas son las mujeres. Por último, los CMI construyen su legitimidad sobre el control de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (NTIC), lo cual merece un análisis económico y político más profundo: ¿qué pasa por ejemplo, con la propiedad de los medios de comunicación en Francia, sede de uno de los CMI más poderosos del planeta, o con las inversiones recientes de Google en empresas de alta tecnología militar, o con las de Amazon en aviones no tripulados (drones)? C. Refuerzo y evoluciones de los grupos armados no estatales e ilegales Finalmente, queda en gran medida pendiente el análisis con perspectiva de género de los nuevos actores producidos por esta militarización neoliberal, así como de su peso económico y político. En primer lugar, es necesario un análisis de las empresas legales (grandes y pequeñas) que han aparecido en el ámbito de la seguridad y de las actividades mercenarias, y que apoyan y/o protegen tanto a ejércitos regulares y a sus subcontratistas civiles en países que se encuentran claramente en guerra, como a actores económicos en países oficialmente en paz. Estas empresas tienden a organizarse verticalmente, pudiendo llegar a dedicarse de forma simultánea a la explotación minera, a la venta de armas y a la organización de milicias (Deneault et Al, 2008). La sociedad Blackwater, rebautizada Academi después de los escándalos en los que se vio implicada en Irak —y que dispone de bases militares propias y de una flota de veinte aviones— es el ejemplo más conocido. Los grupos ilegales ligados a la economía clandestina parecen también haberse consolidado. El caso de México es particularmente revelador: Página 12


los modestos cárteles de la droga de los años ochenta se han convertido en actores militares, pero también económicos y políticos, ineludibles, cuyas actividades se extienden ahora hasta América Central y África del Oeste. México ilustra también la evolución de estos cárteles de la droga (comerciantes que venden un producto) hacia actividades mafiosas más clásicas de venta de “protección” (personas, bienes y territorios) (Devineau, 2013). De forma simultánea, algunos diversifican sus actividades hacia el tráfico de armas, de personas, la extorsión a migrantes y la prostitución. Estos actores se insertan cada vez más estrechamente en las economías locales, nacionales e internacionales. En el marco del “lavado de dinero”, sería de extrema importancia analizar el impacto económico de sus importaciones-exportaciones de capitales y de sus inversiones productivas, suntuarias o militares. En efecto, estos grupos ilegales, para confrontar a las autoridades, se abastecen de armas, compran sistemas de comunicación y de transportes sofisticados y costosos (aviones, submarinos o redes satelitales), ofreciendo así una importante salida a los productos de los CMI. Por otra parte, estos CMI hacen circular otro tanto de su producción a través de la “ayuda” militar que imponen diferentes gobiernos del Norte a los países del Sur global, a los que presionan para que entren en guerra contra la droga, la migración o el “terrorismo”. Así pues, las numerosas investigaciones realizadas desde una perspectiva de género, pero sobre todo a partir de una perspectiva de imbricación de las relaciones sociales de sexo, raza y clase, permiten una comprensión más profunda de la mundialización. Éstas cuestionan insistentemente la teoría economía dominante y su separación arbitraria e ideológica entre el trabajo considerado como productivo y el trabajo considerado como reproductivo. Es importante seguir profundizando este antiguo cuestionamiento feminista a la disciplina económica, que parece hoy más válido que nunca. Las investigaciones también subrayan que una de las dinámicas centrales de la mundialización neoliberal se juega alrededor de la reorganización de la reproducción social, tanto como en torno a los complejos militaro-mediático-industriales —lo que constituye una segunda pista a seguir: la necesidad de trabajar la simultaneidad de las transformaciones en los dos campos y de otorgar más importancia a los análisis feministas del complejo militaro-industrial. Finalmente, si observamos la situación desde una perspectiva histórica, podemos ofrecer la hipótesis de que asistimos actualmente a una nueva fase de acumulación primitiva (Federici, 2014 [2004]) gracias al endurecimiento simultáneo de las relaciones sociales de sexo, de “raza” y de clase. Indudablemente, esta tercera pista puede arrojar luces teóricas de vital importancia sobre el desarrollo de la globalización y las alternativas que podamos oponer. Página 13


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Division sexual del trabajo revolucionario: reflexiones EN base a la participacion de las mujeres salvadorenas en la lucha armada (1981-1992) Jules Falquet Siendo mujer, blanca, francesa, y feminista, he vivido y trabajado en El Salvador un poco más de dos años —inmediatamente después de la larga guerra civil revolucionaria que sacudió el país de 1981 a 1992— preparando mi tesis de doctorado en sociología sobre la participación de las mujeres al proyecto revolucionario entre 1970-1994 (Falquet, 1997 b). No volveré en el presente trabajo sobre la historia de El Salvador y del proyecto político del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), guerrilla marxista-leninista con fuertes influencias de la teología de la liberación. Solo recordaré que el movimiento popular de los años 60, heredero de una larga tradición de lucha contra las sucesivas dictaduras militares, se organizó primero en el campo para obtener la tierra. Los años 70 vieron nacer cinco organizaciones político militares, quienes después de unirse lanzaron a principios de los 80 una ofensiva general que marcó el comienzo de la guerra. En medio de una represión muy dura, que dejó más de 90.000 muertas y muertos y aproximadamente 1.000.000 de personas desplazadas, una cantidad significativa de la populación apoyó la lucha revolucionaria, en especial la población campesina de las “zonas liberadas”, la gente de los barrios marginales urbanos y la juventud estudiantil. Si bien muchas personas participaron a la lucha desde un conjunto de organizaciones civiles, hablaremos aquí mas específicamente de las personas directamente organizadas en las estructuras político-militares de los cinco partidos del FMLN, y en especial de las mujeres, que constituyeron aproximadamente el tercio de estas fuerzas. Como much@s estudios@s del tema, estaba impactada por las transformaciones que la guerra (típicamente masculina) produce en la vida cotidiana de las mujeres (siendo ellas el “colmo” de la población civil). En mis análisis, primero seguí la pista abierta por la socióloga italo-mexicana Francesca Gargallo, quien analiza la guerra como irrupción de lo público-político en el espacio privado (Gargallo, 1987), y por la socióloga salvadoreña Mercedes Cañas, quien presentaba la guerra como una forma cruel de “salir de las cocinas”, que las mujeres supieron aprovechar para revelar unas capacidades insospechadas (Cañas, 1992). También estaba impresionada por el alto grado de organización de las mujeres, y me apoyé en los trabajos de otra connotada socióloga salvadoreña, María Candelaria Navas, sobre el desarrollo de las organizaciones de mujeres y sus luchas (Navas, 1987). Página 16


Primero intenté entonces rescatar la historia de la participación de las mujeres en la guerra, como se incorporaron y cuales tareas cumplieron (Falquet, 1996). Por otro lado, no podía dejar de ver las continuidades que existían entre la paz y la guerra, para las mujeres, y la reproducción de muchas relaciones sociales de sexo7 de las más tradicionales, en un proceso revolucionario que anunciaba su voluntad de forjar el “hombre y la mujer nuevos”. En otro trabajo, intenté reflexionar sobre el balance de la guerra para las mujeres, según su orígen social y el tipo de compromiso que asumieron en la lucha (Falquet, 1997 a). Me acerqué para tales fines a los análisis de uno los más prestigiosos grupos feministas del país, las Dignas, para reflexionar sobre como las mujeres cargaron con el “dolor invisible de la guerra” (Garraízabal &Vásquez, 1994), y terminé preguntándome, con el paso de los años, con la ya mencionada Candelaria Navas, si “¿¡Valió la pena?!” (Navas, 1995). Escribí otro artículo en el que enfoqué sobre todo las luchas de las mujeres en la post-guerra, en especial el desarrollo de un fuerte movimiento feminista y su importante contribución al proceso de “democratización” y a la búsqueda de “una paz que no sea solo el silencio de las armas”, sino que “otra forma de hacer política”, según las propias palabras de las Salvadoreñas (Falquet, 2002). Al igual que otr@s observadoras y observadores, la enormidad del fenómeno de la guerra me había dejado casi ciega a otros aspectos. Al lamentar los retrocesos y celebrar “los cambios positivos” que se dieron para algunas mujeres al participar en este proceso, no dejaba de entender la guerra, o la lucha armada revolucionaria, como un momento/lugar excepcional, en ruptura con la vida cotidiana y las formas habituales de hacer política, como un momento en qué las opresiones y explotaciones del sistema pueden ser sacudidas. Sin embargo, no conseguía explicar plenamente porqué en muchos países y épocas, aunque las mujeres se entreguen tan generosamente a la lucha, siempre sacan tan poco de ella, y porque las relaciones sociales de sexo cambian tan poco a pesar de atravesar nada menos que una guerra. Ciertamente, usaba de vez en cuando, como parte del “sentido común”, la noción de división sexual del trabajo revolucionario, para interrogar el hecho que los dirigentes político militares del FMLN hayan sido casi todos hombres y las cocineras de los frentes, casi todas mujeres durante doce años. Pero hoy, quiero utilizar de manera mucho más sistemática el concepto feminista de “división sexual del trabajo”, aplicándolo a la lucha revolucionaria armada, como herramienta heurística para analizar mejor lo que aconteció. 7- Uso este concepto en referencia a la teoria feminista materialista francesa (al la que me sumo), de preferencia al concepto de género, para subrayar la dimensión dialéctica y social de las relaciones entre mujere sy hombres (Delphy, 1970, 1982 ; Mathieu, 1991 ; Guillaumin, 1992).

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Retomaré la noción de “división sexual del trabajo” en el sentido que le dieron primero las antropólogas, entre otras la francesa Nicole Claude Mathieu y la italiana Paola Tabet, como una relación social de poder de los varones sobre las mujeres (Mathieu, 1991 ; Tabet, 1998). Utilizaré la definición clásica que de ella ofrece la socióloga del trabajo francesa Danièle Kergoat como “la forma de división del trabajo social que se desprende de las relaciones sociales de sexo, históricamente y socialmente modulada. Tiene como característica la asignación prioritaria de los hombres a la esfera produc tiva y de las mujeres a la esfera reproductiva así como, simultáneamente, la captación por parte de los hombres de las funciones con fuerte valor social agregado (políticas, religiosas, militares, etc).” (Kergoat, 2000). También hay que recordar que la división sexual del trabajo “tiene dos principios organizadores : el principio de separación (hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres) y el principio jerárquico (un trabajo de hombre “vale” más que un trabajo de mujer).” (idem). El aplicar la noción de división sexual del trabajo, al análisis de una lucha tan generosa como lo es un proyecto revolucionario, y a una vivencia tan cruel como lo es la guerra, puede parecer desplazado, chocante, y aquí quiero reafirmar mi respeto y admiración hacía todas las revolucionarias salvadoreñas y sus luchas. Sin embargo, creo que este choque mismo —asimilar la acción revolucionaria a un “trabajo” y analizarla como tal— es interesante porque nos puede dar muchas pistas para analizar la continuidad que existe entre actividades humanas aparentemente situadas en esferas muy alejadas como la acción revolucionaria armada el “trabajo” 8, a la vez liberador y alienante, desde el punto de vista de los grupos oprimidos, y en especial desde la experiencia de la mujeres. Aún tenemos que hacer dos salvedades al presente trabajo. Primero, hay que recordar que nuestro enfoque nos llevará a insistir en lo que las mujeres comparten en cuanto clase de sexo, es decir como grupo ubicado del mismo lado en la división del trabajo. Sin embargo, hay que recordar siempre que existen muchas diferencias entre las mujeres, entre otros por su orígen y su clase social, su edad, su situación de familia, su orientación sexual, y en el caso específico del Salvador, según donde vivían y en qué época entraron a la guerra 8- Estamos usando el término de trabajo ( o de trabajo “productivo” de forma impropia pero para no hacer más pesado el texto) en su dimensión de “relación social”, la cual según la misma Danièle Kergoat, es “una tensión que erige ciertos fenómenos sociales en puntos en disputa, alrededor de los cuales se constituyen grupos con intereses antagónicos. En este caso, se trata del grupo social de los varones y del grupo social de las mujeres —los cuales no pueden para nada ser confundidos con la bicategorización biologizante machos/hembras.” (Kergoat, 2000). Según esta misma analista, la división sexual del trabajo, en cuanto relación social “estructura el conjunto del campo social y es transversal a la totalidad de dicho campo […] por lo que puede ser considerado como el paradigma de las relaciones de dominación” (idem).

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(o cuando la guerra las obligó a tomar posiciones).9 Segundo, a diferencia de las grandes encuestas estadísticas sobre la división sexual del trabajo, ya sea productivo o doméstico, solo podemos contar aquí con datos más bien cualitativos : testimonios y literatura de la época de la guerra, entrevistas con ex -combatientes por mi realizadas y memorias de talleres desarrollados después de la guerra por el movimiento de mujeres y feminista. Siempre se corre un peligro al generalizar estos datos, pero la falta de otro material nos obliga a reflexionar en base a lo que tenemos, mientras se desarrollen las herramientas adecuadas para profundizar en esta línea de análisis. Para analizar entonces la continuidad que existe para las mujeres entre la guerra y la paz, entre el trabajo y el trabajo revolucionario, bajo la permanencia de la división sexual del trabajo, dividiré este artículo en dos partes. Primero, mostraré que la división sexual del trabajo revolucionario va mucho más allá de quienes cocinan, quienes mandan, y quienes van armad@s al combate. Abordaré el análisis del tipo de trabajo realizado, y de las condiciones de trabajo, para seguir con la cuestión más compleja del reconocimiento del trabajo y de su retribución, y acabar subrayando como las mujeres nunca son consideradas plenamente como “trabajadoras/revolucionarias”. En un segundo momento, analizaré las luchas de las revolucionarias salvadoreñas en cuanto “trabajadoras”, sus medios de acción y sus reivindicaciones, antes de volver a reflexionar sobre las principales líneas de análisis de la participación de las mujeres a la guerra, sobre el cambio de “papeles sociales” de las mujeres y la “nuevas identidades” nacidas a raíz de su participación en el conflicto. I. AplicacION del concepto de divisiON sexual del trabajo a las actividades revolucionarias

A. Tipo de actividades y condiciones de trabajo Una de las grandes características de la división sexual del trabajo “productivo”, consiste en la segragación ocupacional según el sexo y a la vez la concentración de las mujeres en cierto tipo de profesiones. Ciertamente, en un frente de guerra, todo el mundo tiene que ser polivalente : a la combatiente le tocaba a veces trabajar en educación, a la comandante ir a cortar leña. También era frecuente ser cocinera un tiempo, luego brigadista de salud, y después ser mandada a la ciudad para una misión de abastecimiento. Las mujeres hicieron “de todo”, 9- En El Salvador, la problemática de la diferencias de “raza” no está tan presente como en otras partes del continente : a pesar de existir unas cuantas personas más “blancas” y cierta cantidad de población indígena de orígen Náhuatl, fuertemente aculturada a raíz de la masacre de 1932 (Chapin, 1990), la inmensa mayoría de la población es mestiza.

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pero sobre todo cocineras y “radistas” (encargadas de las comunicaciones), brigadistas de salud, y responsables de educación y propaganda. Es decir : trabajaron más o menos en los mismos sectores en que las mujeres trabajan en la vida civil, según la división sexual del trabajo “clásica”. Al final de la guerra, la misión de la ONU inscribió en sus registros como ex -combatientes a 3.285 mujeres, cuyas edades oscilaban entre 15 y 29 años (F-16, 1993) 10. Hablan las cifras : 29 % de estas “trabajadoras de la revolución” ejercieron durante la guerra como cocineras, mientras que muy pocos hombres fungieron como cocineros. Si a veces echaban tortillas, era más como sanción que otra cosa.11Aunque estaban en los mismísimos frentes de guerra, muy pocas mujeres fueron meramente combatientes, menos aún responsables de pelotón, de campamentos o de frente. En las direcciones político-militares, fueron una ínfima minoría, así como entre los “intelectuales” cuya concepciones orientaron la lucha. Otro rasgo común a la división sexual del trabajo revolucionario y “productivo”, es la posición subordinada de las mujeres. Los títulos que se les daban, como “responsable de cocina” o “responsable de comunicaciones”, no deben crear ilusiones : la mayoría de las mujeres trabajaron bajo la autoridad de otras personas, generalmente varones. De hecho, muchas de las radistas, ya sea antes de empezar este trabajo o en el transcurso del mismo, se volvían compañeras del mando cuyas comunicaciones transmitían. Como recuerda la Comandante Rebeca Palacios, de las Fuerzas populares de liberación (FPL, la organización más grande del FMLN) : “[En el frente occidental] había como quince compañeras, vos las veías tan inteligentes, tan lúcidas y la mayoría radistas. Yo les preguntaba : “¿no se han aburrido de ser radistas?” y respondían que no, porque el jefe de la escuadra de seguridad era su compañero.”(Harnecker, 1993). Ciertamente, el trabajo revolucionario, y en este caso militar, es el lugar por excelencia de la jerarquía, pero cabe destacar aquí que si bien hubo también muchos varones en posición subordinada (especialmente los jóvenes y los campesinos), a la inversa nunca hubo una mujer número uno, o secretaria general, 10- Los datos de la ONUSAL solo reflejan la composición de la guerrilla en 1992, es decir que dejan fuera a muchas personas, ya sea que murieron en el transcurso de la guerra, o que por algún motivo salieron de las estructuras del FMLN. Sin embargo, estas listas de ex -combatientes constituyen la base de datos más global de la que se dispone. 11-Hay que recordar que en una unidad militar compuesta exclusivamente de varones, el tener que realizar tareas “domésticas” consideradas como femeninas, como limpiar las armas ajenas, cocinar y lavar la ropa, es una sanción o una “humiliación” generalmente reservada a los hombres de menor rango, como lo recuerda un trabajo muy interesante sobre los reclutas del ejército francés recientemente publicado por la socióloga Anne Marie Devreux (Devreux, 2002).

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de ninguna organización política militar. La propia Comandante Ana María/ Mélida Anaya Montes, que fue número dos de las FPL, fue mandada a asesinar por el número uno, el Comandante Marcial, antes de poder encabezar el proyecto revolucionario. Otra mujer que obtuvo un rango elevado en este partido, la ya mencionada Comandante Rebeca Palacios, cuenta en una entrevista que cuando alcanzó un rango político-militar más alto que su compañero, fue 12 dejada por él (Harnecker, 1994). Otra mujer que hemos entrevistado, Roberta una de las fundadoras del PRTC (Partido revolucionario de los trabajadores centroamericano, la organización más pequeña del FMLN), cuenta que ciertamente fue nombrada responsable política militar de un frente de guerra, pero únicamente porque ya ningún varón se quería hacer cargo : “Para mí, fue una frustración, pues el partido no atendía este frente, todo su esfuerzo era para San Vicente. Fue bastante duro : imaginate la única responsable de frente que era mujer, con todos los demás que eran unos tigres. Por ejemplo con un compañero del ERP. […] El chamaco me jodió mucho, envió un mensaje sobre la desconfianza que sentía. Pueden haber dos cosas : trabajas con el enemigo, o porque realmente sos incapaz. Lo tomé en los dos sentidos, me afectó mucho.”(Falquet, 1997 b). En la división sexual del trabajo “clásica”, se resalta que a las mujeres se les deja las tareas más monótonas y parceladas (constituyendo generalmente la mayoría de las obreras no cualificadas y la mayoría de quienes trabajan “a la cadena”), y sobre todo sucias y peligrosas. En cuanto a la parcelización del trabajo, se puede considerar quefue una situación común a ambos sexos, debida a la lógica de la militar, al igual que la monotonía que puede existir por ejemplo en los frentes rurales cuando se rarefican los operativos enemigos. Pero ciertas tareas especialmente repetitivas como hervir maís y frijoles, y hacer tortillas tres veces al día para todo el grupo, a veces durante doce años, fueron efectivamente atribuídas casi exclusivamente a las mujeres, y a una de cada tres mujeres de la estructuras “formales” del FMLN. En cuanto a la suciedad y peligrosidad, puede parecer menos evidente. Efectivamente, las líneas de fuego, que se consideran generalmente como lo más peligroso —y lo más prestigioso—, fueron muchas veces reservadas a los varones. Pero para matizar esta primera impresión, recordaremos primero que siempre hubo una que otra jóven campesina encarnizada en combate y disparando como diosa que se inmiscuó en estos espacios 13 , 12-Los nombres en itálico son seudónimos, corresponden a las ex -combatientes que hemos entrevistado personalmente entre 1992 y 1993. 13- Como Ileana, responsable del pelotón Silvia, campesina muerta en combate a los 21 años, que cuenta en una entrevista la satisfacción que le produjo terminar primera en el concurso de tiro organizado en su frente (Carter, Loeb, 1989).

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e incluso efímeros pelotones especiales compuestos exclusivamente de mujeres, en especial el pelotón Silvia, del Partido comunista. Segundo, a las mujeres les tocaron tareas de mucha peligrosidad, aunque no necesariamente tan visibles, como la fabricación de minas caseras, los trabajos de inteligencia, de abastecimiento y transporte (de combatientes, de materiales, de mensajes o de armas). Una tarea aparentemente benigna que a menudo fue ejercida por mujeres, como ser radista, es muy mortífera : en cualquier ataque, el enemigo dispara primero a quienes se desempeñan en comunicaciones. Tercero y sobre todo, aunque ambos sexos enfrentaron riesgos parecidos frente a las balas adversas, proporcionalmente las mujeres tenían un menor aceso a las armas (y a armas de menor “poder”), con el argumento de siempre : primero para los hombres, y si hay suficiente, para todo el mundo. Entonces, el menor aceso de las mujeres a medios para defenderse, en situaciones de peligro equivalentes, vuelve más peligrosa su situación. Cuarto elemento de semejanza entre la divisón sexual del trabajo y la división sexual del trabajo revolucionario : la mayor precariedad de las mujeres. Allí abundan los ejemplos, en todos los niveles : incorporación, tiempo de trabajo, interrupción del trabajo, y falta de claridad en el contrato, es decir, la “privatización” de la relación laboral. La incorporación de las mujeres al proyecto revolucionario casi siempre fue amenazada por el “qué dirán”, los celos de los maridos y el descontento de los padres al pensar que sus hijas iban a estar “entre muchos hombres” —lo que no sucedió con los varones. También fue más frecuente en mujeres que en hombres la incorporación parcial, o más tardía, a veces siguiendo primero el padre o el marido sin saber muy bien porqué, antes de incorporarse en conocimiento de causa. Más que los varones, las mujeres tendían a quedarse como milicianas viviendo en medio de la población civil de las zonas liberadas, que a ser reclutadas como combatientes de tiempo completo. Así podían conciliar mejor sus tareas revolucionarias con sus deberes familiares (volveremos sobre este tema). En cuanto a la interrupción del trabajo, todas las mujeres que decidieron llevar a cabo un embarazo tuvieron que salir a parir y/o a dejar el bebé fuera del frente, y varias de ellas nunca pudieron regresar a su puesto de lucha, otras al regresar se vieron tratadas como sospechosas de haber querido dejar sus responsabilidades —cosa que a ningún hombre le pasó. Evidentemente, estas interrupciones perjudicaban a la ascención de las mujeres a mayores responsabilidades, como cuenta la futura Comandante Rebeca Palacios : “Cuando salí embarazada estaba de aspirante a combatiente. Me quitaron todo eso y me dieron como tarea cocinar para un grupo de compañeros que venían a una escuela clandestina. […] Yo creo que en atención a su condición física uno puede cambiar de actividad. Pero a mí lo Página 22


que me pasó fue que me rebajaron de nivel de actividad. Y eso sí creo que no fue correcto.” (Harnecker, 1994). Finalmente, en cuanto a la falta de claridad de “contrato”, abundan los casos. Primero, hay mujeres que nunca supieron a finales de cuenta si fueron o no militantes del partido, como nos dijo La Negra, una mujer del PRTC al salir de la cárcel donde pagó varios años por un atentado que nunca cometió (aunque fue organizado por su partido). Otra mujer del mismo partido, Sofía, ya mayor, transportaba armas en sus canastas de frutas, pero al ser la única sobreviviente de su célula, nadie podía dar fe de su participación a la hora de pedir algun beneficio como ex -combatiente desmovilizada. En mayor proporción que los varones, muchas mujeres se incorporaron a las organizaciones guerrilleras para seguir algún familiar, sobre todo padre o marido. En especial en el caso de las campesinas y de las organizaciones pequeñas como el PRTC o la RN (Resistencia nacional), muchas veces los mandos eran esos mismos familiares de las mujeres, mezclándose la autoridad paternal o marital con la militar, en las relaciones de los hombres hacía las mujeres. Así, para muchas de ellas, y en proporción mayor a los hombres, las relaciones de trabajo revolucionario fueron mediatizadas por relaciones familiares, es decir, “privatizadas”, de forma muy semejante a lo que ocurre en la división sexual del trabajo “clásica”. El quinto punto de semejanza entre trabajo revolucionario y trabajo “productivo”, en cuanto a división sexual se refiere, es la fuerte prevalencia del hostigamiento y de la explotación sexual de los varones hacía las mujeres —que se vincula obviamente tanto a la privatización de la relación laboral, como a la precariedad y al carácter subordinado de las tareas por ellas desempeñadas. Volvamos al ejemplo de las radistas y de las cocineras : para dejar de ser cocinera, una siempre puede dejarse seducir por el mando y volverse su radista favorita… hasta que llegue otra y una tiene que volver a la cocina. Para nada queremos trivializar las vivencias de las mujeres, menos aún de las revolucionarias, ni opacar otras dimensiones de la lucha que llevaron a cabo. Sin embargo, existieron los ascensos o repudios vinculados al tener relaciones sexuales, existió el acoso y el chantaje sexual, y hasta la violación lisa y llana sin promoción y a veces hasta con vejaciones, como cuenta una combatiente de la Resistencia nacional (RN) : “Tres meses después de que llegué al frente, un compañero me violó. Era el jefe. Fue horrible, porque lo veía como el mejor hombre de todos los que estaban en el campamento. Había llegado con una idea romántica de la guerra : los compañeros eran lo mejor que había, los más valerosos, sobre todo él, que era el responsable. […] A nosostras las mujeres, nos trataban muy mal. […] Mi compañera de tienda se dió cuenta que el jefe había intentado violarme pero no dijo nada : allá, no se podía hablar de estas cosas. Eran jefes Página 23


y era mejor callar, sino, te mandaban a trabajar en la cocina y eso significaba no ser valorada, no tener valor para combatir, no tener fuerza. […] Después de la violación, creo que me embaracé, no sé, nadie me dijo nada. Los compañeros del servicio de salud me dijeron que me tenían que operar porque tenía un tumor. Todos callaban, se veía que se sentían amenazados.” (Garraízabal, 1994). Incluso, para las mujeres, a veces ni siquiera una posición de mayor poder jerárquico las libraba de dicho acoso, como cuenta otra ex -combatiente, conciente de ser lesbiana, que tenía toda una estratégia para librarse del hostigamiento pero lo tuvo que vivenciar más de una vez : “En la adolescencia me dí cuenta de que me gustaban las mujeres y comencé a reprimirme […] Encontré en la lucha una vía de escape […] Los compañeros me decían : “¿A vos no te gustan los hombres?”, “cómo no, les decía yo, pero primero es la revolución”; pasé al trabajo clandestino y ahí empecé a sentir el acoso sexual pero como no me llamaban la atención los hombres, seguí negándome a las relaciones sexuales. […] Una vez iba con los dos pelotones que estaban a mi cargo y el segundo responsable me quiso agarrar a la fuerza, inmediatamente saqué el arma pero él me pidió que no lo comentara ni lo bajara de nivel, acepté.” (Las Dignas, 1995). B. Reconocimiento y retribución del trabajo Primero, al igual que en el trabajo “productivo”, a las mujeres nunca se les reconoció la formación que llevaron consigo al trabajo revolucionario como una cualificación, sino que como un “don natural”, por ejemplo, el de preparar la comida o de lavar. Es decir, se les dieron tareas en función de sus “aptitudes” pero no se les reconoció los esfuerzos necesarios para adquirir estas aptitudes, menos aún se cuestionó el orígen patriarcal de la repartición de estas aptitudes entre hombres y mujeres. Y si bien la guerrilla estuvo de acuerdo para dar a hombres campesinos capacitaciones fuera de su socialización (por clase, por ejemplo : aprender a dirigir un ataque militar), no le fue tan evidente capacitar a las mujeres para tareas que salían del marco que se espera de una mujer salvadoreña (por sexo : por ejemplo aprender a dirigir un ataque militar). Incluso, de manera general, y a pesar de loables esfuerzos para capacitar a las mujeres, ellas a menudo tuvieron menor aceso a las capacitaciones más prestigiadas, como cuenta Adela, una ex -combatiente campesina que hemos entrevistado : “Si no he sido combatiente por el hecho de ser mujer ? No, no creo, porque hubo mujeres combatientes, no sé porqué. A veces, nos utilizaban para otra tareas, claro, a veces porque éramos mujeres, nos marginalizaron. [...] Hay

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gente que se pregunta porque había pocas mujeres en el mando. Talvez porque somos mujeres, no nos preparan, a veces no tenemos la preparación suficiente.” (Falquet, 1996) 14 Otro elemento común con la división sexual del trabajo “productivo”, es el hecho de que una tarea se desvalorice cuando empiezan a asumirla mujeres, mientras que se valoriza y se masculiniza cuando se tecnifica. Daremos de esto dos ejemplos. Primero, el ya mencionado, de Roberta : coincidió el momento en que ella fue nombrada jefe política-militar de un frente y el desinterés del partido para este frente. Segundo, se puede notar muy claramente que las mujeres que llegaron a ser comandantes o tener altas responsabilidades en el FMLN, ascendieron durante los años 70, cuando las organizaciones eran aún pequeñas y más políticas que militares. A partir de los años 80, cuando ya se trata de guerra abierta y que la parte militar toma mayor importancia, ya casi no se promueve ninguna mujer a los puestos de dirección político-militar. De manera general, también a semejanza con el trabajo considerado como productivo, muchas veces el trabajo revolucionario desempeñado por las mujeres no fue considerado como trabajo, fue invisible y/o invisibilizado, a menudo minimizado y considerado menos que el de un hombre, incluso cuando era mayor. Trabajo invisible porque típicamente femenino y considerado casi como un deber, como el que realizaron miles de mujeres al juntar acopio o a coser mochilas de noche en los campamentos de refugiad@s (y de hecho, aunque sea por obvias razones de seguridad, muchas refugiadas nunca fueron consideradas como parte de las estructuras “formales” del FMLN, solo como “base de apoyo”). Trabajo invisibilizado, como lo cuenta una combatiente de la RN : “Sentía actitudes de discriminación que me daban mucho coraje. Una vez, monté un operativo, yo era la responsable total. Todo funcionó de maravilla. Un día antes, mi compañero había llegado a nuestro frente. El era el responsable de la zona, y solo por eso, fue a él que le atribuyeron todo el mérito del operativo. La Radio Venceremos lo entrevistó a él. Nadie, ni siquiera él, mencionó mi participación.” (Garraízabal, 1994). No se trata de defender orgullos desplazados, sino que de notar como se les serrucha el piso a las mujeres, mermando sus posibilidades de ascender a mayores responsabilidades. Hay otros trabajos que nunca fueron reconocidos siquiera como tales : todos los que tienen que ver con el cuidado emocional y físico cotidiano hacía los demás, con su bien14- En otras ocasiones hemos desarrollado más la cuestión de las dificultades reales que hay para capacitar a las mujeres, sobre todo de orígen campesino (con much@s hij@s, baja auto-estima y muchas veces analfabetas), además en las difíciles condiciones de la guerra. No se trata por tanto de hacer inmerecidos reproches al FMLN, sino que simplemente de notar tendencias generales.

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estar (relativo), y en especial con el bienestar de los varones. Como lo recuerda el apasionante trabajo de la socióloga francesa Geneviève Cresson, en la vida “civil”, el trabajo doméstico de salud realizado por las mujeres es especialmente invisible, hasta a los propios ojos de las mujeres (Cresson, 1995). En tiempo de guerra, pasa aún más desapercibido, aunque sea más necesario e importante que nunca. Así, cuando una brigadista de salud se desvelaba por un compañero herido, eso era natural, no solo porque eran compañeros de lucha, sino porque era su papel natural, igual que el aporte de la anciana campesina que venía calladamente a dejar sus tortillas a los “muchachos” con tal de que no pasaran tanto sufrimiento. Cuando una mujer lavaba la ropa de su compañero además de la suya propia, siendo ambos combatientes con iguales derechos y deberes, eso no era un trabajo sino que una manifestación atávica de amor —solo se cuestionaba a las mujeres que no lo hacían, como lo recuerda Alba, que dedicó quince años de su vida a la lucha con la Resistencia nacional (RN) : “Trabajaba en el mismo colectivo que mi compañero. Era jefe militar, igual que yo. La gente me criticaba porque no le lavaba su ropa, no le doraba sus tortillas, como es la norma en las parejas.” (Falquet, 1997 b). De forma general, como lo subrayó el trabajo que realizó en la inmediata post-guerra el grupo feministas Las Dignas, casi siempre fue a las mujeres que les tocó asumir el peso del “dolor invisible de la guerra”, como titularon el libro que recoje su experiencia de trabajo con grupos auto-apoyo sicológico con ex -combatientes (Garraízabal, 1994). 15 Llorar los muertos y los desaparecidos, asumir el peso del trabajo emocional del cual, en la emergencia militar, nadie se quería preocupar, y que fue, al igual que en la vida civil, su responsabilidad casi exclusiva, constituyendo una suma de trabajo considerable aunque despreciado, como lo recuerda una militante de la RN : “Los compañeros se burlaban de mí : los llantos, el dolor, el amor, eran símbolos de humiliación e inferioridad. Alguien que amaba y lloraba era menos, porque estos sentimientos no eran los de los valientes, sino que de mujeres. Era un símbolo de debilidad.” (Garraízabal, 1994). Y finalmente, los varones obtuvieron muchas veces satisfacción sexual a costa de las mujeres (a menudo sin ninguna reciprocidad), como algo totalemente natural. Este “plus” para el moral de las tropas (varoniles) nunca fue considerado como algo merecedor de reconocimiento o retribución, a pesar de que las tropas “regulares” de 15- Algo parecido sucedió en Chiapas con el levantamiento zapatista : aunque la toma magistral de la ciudad de San Cristóbal, el primero de enero del 1994, que da a conocer la insurrección, haya sido dirigida por una mujer (indígena), la Comandante Ana María, la primera persona en ser entrevistada es un hombre (mestizo), el sub-comandante Marcos, a quien todo el mundo atribuye la paternidad del levantamiento, y quien tardó más de un año para dar a conocer el papel real de la Comandante Ana María en los sucesos, en un texto llamado “12 mujeres 12”, en ocasión … del día internacional de las mujeres.

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cualquier ejército del mundo suelen pagar por este “servicio” cuando recurren a mujeres prostituidas. Finalmente, es en cuanto a la retribución material y simbólica que se nota talvez de manera más cruda el paralelo entre la división sexual del trabajo, y la división sexual del trabajo revolucionario. En su discurso, el FMLN, siempre saludó la presencia de las mujeres como una victoria y una condición de su liberación. En términos vagos, muchos combatientes reconocieron que la presencia de mujeres en los frentes fue positiva, porque “suavizaba” el ambiente, le daba un carácter más agradable : las mujeres “son más alegres”, “son más sensibles”. Sin embargo, las mujeres nunca obtuvieron ningún beneficio concreto o reconocimiento material por todo el trabajo que realizaron, aparte de la comida y la ropa que recibía cada combatiente según las posibilidades de la organización. Obviamente, no había sueldo, ni para hombres ni para mujeres : se luchaba por la revolución y no por un beneficio económico individual. Sin embargo, si bien muchos varones pudieron dedicarse de tiempo completo a la lucha sin ganar un centavo, eso fue posible porque muchas veces sus madres y esposas (e incluso a veces mujeres perfectamente desconocidas escogidas por el partido) seguían trabajando por dinero fuera del proyecto revolucionario para dar de comer a sus hij@s o parientes. Así, una mujer de los barrios marginales de la capital explica : “Nuestra organización nunca nos ayuda en lo económico. Nuestra vanguardia nunca nos va a decir : van a tener casas, van a vivir bien : cada persona que se incorpora debe ser un revolucionario totalmente desinteresado. En cada momento, hay que ver como uno se puede entregar a los demás. Es así como yo, nunca me pude incorporar de tiempo completo. […] Mi marido ya estaba incorporado y no lo podíamos hacer ambos, porque había que cuidar de la casa y del trabajo doméstico.” (Cañas, 1989). Es decir : no solo las mujeres no recibieron dinero o retribución material por su trabajo revolucionario, sino que muchas veces tuvieron que aportar con sus propios recursos, como lo ilustra otro testimonio : “Conozco a una compañera que la sacaron del frente para que cuidara los hijos de otros y la dejaron abandonada. Nadie le daba dinero y ella no tenía manera de darles de comer así que se fue a trabajar de doméstica para cuidar los hijos de los otros. Ella sentía que ese era su papel como revolucionaria, conseguir el sustento de todos esos niños y niñas.” (Las Dignas, 1995). Es más : el dinero de las organizaciones de mujeres creadas durante la guerra, supuestamente destinado a atender las necesidades de las mujeres más pobres (campesinas, refugiadas, mujeres de los barrios urbanos marginales), muchas veces fue “derivado” por los diferentes partidos del FMLN para financiar su esfuerzo de guerra, con o sin el consentimiento de las mujeres. Eso representa una considerable transferencia de recursos desde un Página 27


colectivo femenino hacía un colectivo mayoritariamente masculino, con muy pocas garantías de que los intereses y las necesidades de las mujeres sean atendidos. Ahora bien, en cuanto a la retribución simbólica, que hubiera podido ser proporcionada sin mayor costo tanto a hombres como a mujeres, es notable que pocas mujeres la alcanzaron. Hemos dicho que los hombres monopolizaron casi todos los puestos más prestigiosos y visibles (dirección política-militar, responsabilidad de las tropas especiales, presencia en las líneas de fuego), se beneficiaron con más promoción, y de hecho al terminar la guerra fueron los primeros en alcanzar las compensaciones que otorgaban los Acuerdos de paz (pequeñas parcelas, micro-créditos y capacitaciones universitarias para l@s 600 “cuadr@s” del Frente), olvidando incluso de decirles a las mujeres que se tenían que enlistar para ser tomadas en cuenta como beneficiarias. Y a la hora de buscar un trabajo “civil”, la invisibilidad y la descualificación de su trabajo dejó a las mujeres más desarmadas que los varones para la “reconversión”. A los varones, se les validó de una u otra forma sus aprendizajes : algunos se hicieron choferes, otros fueron reclutados como guardaespaldas, lo que les fue posible solo a una ínfima cantidad de mujeres. En cambio, las mujeres campesinas que bien que mal, aprendieron a suturar con hilo dental y se volvieron agentes de salud bastante eficientes, las jóvenas que se hicieron educadoras populares, no obtuvieron ningun apoyo de parte del Frente para hacer reconocer en la paz sus nuevas cualificaciones profesionales como enfermeras o maestras rurales. Cuando acabó la guerra, muchos varones pudieron considerarse y ser considerados como “héroes”, la mayoría de las mujeres, en cambio, solo se percibieron y fueron percibidas como malas madres que abandonaron a sus hij@s para volver con las manos vacías. Nadie las festejó, nadie las aplaudió. Como lo subraya para otra situación la alemana Ingrid Ströbl, en su trabajo sobre las Europeas de los años treinta y cuarenta que resistieron al fascismo con las armas en la mano : “Las mismas mujeres callan. Callan por varios motivos : por modestia femenina. Porque no quieren darse importancia. Porque nunca aprendieron a representarse. Porque ellas mismas se consideran como insignificantes. Porque las reacciones de sus mismos compañeros de lucha las volvieron amargas.” (Ströbl, 989). C. Las mujeres “trabajadoras revolucionarias” marginadas De manera general, lo que se desprende de lo anterior, es la impresión que a las mujeres nunca se les consideró seriamente como verdaderas “trabajadoras revolucionarias de tiempo completo”, a diferencia de los varones. Al igual que en el mercado de trabajo “formal” o “tradicional”, siempre se les exigió que Página 28


“conciliaran” trabajo y responsabilidades familiares, a la vez que se les negó un pleno reconocimiento de los riesgos “laborales” en que incurrieron. En lo que a la “conciliación” trabajo/familia se refiere, ya hemos dado varios elementos de información, pero vale la pena profundizar. Norma Virginia Guirola de Herrera, una de las precursoras del feminismo salvadoreño, militante del Partido comunista y asesinada en 1989, declaraba con entusiasmo : “La mujer salvadoreña tuvo que adaptar sus propias tareas familiares, de trabajo y de lucha revolucionaria para poder conjugar sus deberes familiares con la militancia política, y hemos llegado a tal grado de conciencia que hoy, más que antes, nosotras las mujeres debemos dedicar más tiempo a la lucha que a la vida familiar.” (Ce Mujer, 1992). Era tal el espíritu de sacrificio que la hermana de una conotada revolucionaria caída a principios del Claribel Alegría, comenta sobre la maternidad : “Es una experiencia muy bonita y un gran sacrificio. Nosotras, las madres que somos revolucionarias, debemos sacrificarnos más que las madres que no lo son. Debemos dormir menos para trabajar más.” (Alegría, Flakoll, 1987). Sobre la cuestión de l@s hij@s, es cierto que la mayoría de las organizaciones del Frente en algún momento se preocuparon por el tema (dejando sin embargo de lado a l@s familiares de edad y demás personas socialmente a cargo de las mujeres) y según los lugares y periodos, funcionaron un cierto número de “guarderías”. Pero dichas guarderías estaban casi exclusivamente a cargo de otras mujeres, y la mayor parte del tiempo, eran bastante informales, como lo hemos visto anteriormente. Incluso como lo hemos dicho, no pocas veces se reclutaba para dicha tarea la madre o la abuela de algún combatiente, “privatizando” así de nuevo la relación. Y muchas veces también, las mujeres tuvieron que dejar sus hij@s con familiares de forma individual, asumiéndo personalmente los gastos del bebé o de l@s hij@s, el peso emocional, la tristeza y las complicaciones que suponía “abandonar” sus responsabilidades de madres. Este tema ha sido bastante desarrollado durante y después de la guerra por las mismas salvadoreñas, que lo vivieron con muchas culpas y rabias(Mujeres por la Dignidad y la vida, 1993 b), por tanto no ahondaremos en él. En cambio, la cuestión de las relaciones amorosas o de pareja ha sido menos abordada, siendo para muchas mujeres un problema muy concreto. Cuenta la Comandante Rebeca Palacios : “Es bien injusta la situación de las mujeres que somos independientes, porque actuar consecuentemente con tus ideas implica no lograr una vida afectiva estable con nadie. […] Para mí, victoria es poder ser revolucionaria y hallar un hombre que me entienda en esa dimensión y que caminemos juntos.” (Harnecker, 1994). No son pocas las mujeres que han tenido que sacrificar su desarrollo político-militar por celos del compañero (incluso siendo el compañero un revolucionario también), para quedarse con él o no

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perderlo. Mientras que a pocos hombres, las esposas o las madres se atrevieron a hacerles reproches porque se incorporaban a la guerrilla, dejando la familia o incluso poniéndola en riesgo —al contrario, se veían como héroes—, muchas mujeres tuvieron que enfrentar crueles conflictos en este terreno. Los varones, al entrar a la lucha armada, se vieron casi siempre descargados de cualquier otra responsabilidad, mientras que las mujeres tuvieron en su mayoría que seguir pendientes de sus padres, maridos, hij@s y demás familiares, como si no estuvieran trabajando ellas también de lleno para la revolución. En resumidas cuentas, este problema de la conciliación entre lucha revolucionaria y responsabilidades familiares, que las mujeres encuentran de forma consabida en lo del trabajo “productivo”, puede ser considerado aún más fuerte en las actividades revolucionarias, dado que participar a ellas se consideraba a menudo como un deber y un privilegio a la vez. Quien tendría la osadía de contar, de reclamar ? Menos aún las mujeres, cuya educación predispone a todos los sacrificios, siempre y cuando la causa sea grande y altruista —casi nunca luchan de esta forma por si mismas. Lo recuerda Norma Guirola, con los acentos entusiastos de los primeros años de la lucha : “En general, la actividad revolucionaria es un gran acto de amor, que significa dedicarse y entragar lo mejor de una en beneficio de una gran causa, por el interés de una gran familia: la humanidad.” (Ce Mujer, 1992). Al no ser consideradas claramente, plenamente, como trabajadoras de la revolución al igual que los varones, las mujeres tampoco recibieron igual apoyo frente a los “riesgos” profesionales del oficio revolucionario. Este tema es bastante delicado y nadie se ha atrevido a sacar una macabra contabilidad desagregada por sexos de las penas, del espanto, del dolor y de los traumas, de los proyectos personales abandonados en el camino (en especial los estudios), de la tortura, del encarcelamiento, de la clandestinidad y del exilio. Menos aún se ha computado detalladamente la desaparición o la muerte propia y de l@s familiares. Sin embargo, con todo el respeto que se merece el tema, es importante traerlo a colación. Primero, hay que recordar que a las mujeres, el ejército las trató con especial barbaria. Según el testimonio de María Julia Hernández, abogada de la Tutela legal del arzobispado : “Eso es lo que más me impresionó : la forma en que la mujer del campo es asesinada, ultrajada hasta lo más íntimo, por ser mujer. Por ejemplo, mujeres a quienes les sacaban su hijo del vientre o mujeres a quienes les cortaban la cabeza y se la ponían en el vientre, otras mujeres estaban empaladas. Es decir, que la represión hacía las mujeres tiene como elemento ultrajar a su femeneidad. A todas las que encontrábamos muertas, les habían cercenado los senos, las habían violado, sin importar su edad.” (Gargallo, 1987). Luego, si bien es cierto que la mayoría de los muertos fueron hombres y no mujeres, la mayoría de quienes sobrevivieron con todo el

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dolor, la angustia y muchas veces las consecuencias económicas de la situación, fueron mujeres. Ellos, heroes y mártires, ellas, viudas muchas veces dejadas a su suerte. Muchas de las mujeres que cayeron presas, de forma parecida a lo que pasa con las mujeres encarceladas en tiempo “normal”, recibieron menos atención que los varones, y pocas veces pudieron contar con visitas, apoyo legal o médico etc… Salvo los casos muy sonados de las Comandantes Ana María/ Ana Guadalupe Martínez, que dió a conocer su testimonio sobre su encarcelamiento y tortura (Martínez, 1991), y Nidía Díaz, que fue canjeada con un grupo de pres@s por la hija del presidente Duarte (Díaz, 1988), pocas presas merecieron tanto esfuerzo de sus respectivos partidos, e incluso el último preso político que salió de la cárcel a raíz de los acuerdos de paz fue… una mujer, La Negra, antes mencionada. Finalmente, la tarea de luchar por los derechos de las personas presas y desaparaecidas o de exigir justicia por las personas asesinadas, no fue asumida directamente por el Frente, sino que dejada a la población civil. 16 Así Comadres, el primero y más importante grupo en este campo, fue formado por mujeres, es más, por familiares de l@s desaparecid@s y pres@s, lo que nos lleva de nuevo a la “privatización” (a cargo de las mujeres) de toda una parte del proceso de trabajo revolucionario. Ciertamente, hay muchas y muy buenas explicaciones a todo esto, entre las cuales la feroz represión gubernamental y la relativa fragilidad de los grupos revolucionarios. Sin embargo, hay que constatar la clara persistencia de una marcada división sexual del trabajo durante todo el proceso revolucionario.

2. LIímites y utilidad del paradigma de división sexual del trabajo para las actividades revolucionario A. Las luchas para mejores condiciones de “trabajo” Hasta donde sabemos, no hubo luchas colectivas de radistas, de brigadistas de salud, y ni siquiera de las “tropas” contra el mando, durante el proceso revolucionario. En cambio, existieron varias organizaciones de mujeres : esto nos da un índice para pensar que efectivamente, algo las unía. Aquí analizaremos si se trataba de necesidades específicas como mujeres, o de reivindicaciones comunes por su ubicación en la divisón sexual del trabajo. Primero hay que mencionar que muchas organizaciones de mujeres fueron creadas por las direcciones (dominadas por varones), con varios objectivos que 16- Obviamente, podían existir lazos entre las organizaciones civiles y las organizaciones político-militares que no podían darse a conocer por razones de seguridad.

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no tenían directamente que ver con las necesidades de las mujeres que las conformaban. Primero, y sin que esto signifique necesariamente que fue la razón de más peso, para dar una imagen “de avanzada” y conquistar los corazones tanto de la misma población salvadoreña, como de las personas solidarias en el exterior, que proveían apoyo diplomático y financiero. Eso permitía a la vez legitimar la lucha (“hasta las mujeres participan”), reclutar más facilmente a otras mujeres (“los frentes no son lugares de mala vida donde violan a las mujeres”) y obviamente a otros varones (se decía que “un par de calzones jala más que un par de bueyes”). Muy rápidamente, las direcciones del FMLN se convencieron de que las mujeres podían aportar una fuerza de “trabajo” muy importante, fiel y hasta más abnegada que los varones, y les importó “capitalizarla”. En esta línea, promovieron la capacitación de las mujeres, especialmente de las campesinas, su alfabetización, su formación político-militar, para que no se quedaran atrás respecto a los varones, incluso sacudiendo valientemente los prejuicios tanto de los varones como a veces de las propias mujeres. También hay que recalcar que varios intentos organizativos fueron encabezados por mujeres de la ciudad (de clase media, más escolarizadas), por tres grandes motivos. Primero, para matizar los “problemas” creados por la presencia de mujeres en unos frentes dominados por hombres machistas, sobre todo los celos, los desórdenes causados por los pleitos entre varones, y la violencia por ellos ejercida hacía las mujeres (golpes, violaciones). Incluso, los pelotones compuestos exclusivamente de mujeres permitían agrupar físicamente a las mujeres en otros campamentos y así alejarlas de los hombres. Segundo, para intentar resolver los problemas de anticoncepción y evitar los embarazos, generalmente considerados como indeseables, no tanto por las mismas mujeres, sino por la organización, que “perdía” un combatiente cuando una mujer decidía llevar a cabo su embarazo —y a veces la organización perdía de paso la confianza de los padres que habían dejado su hija subir a la montaña y la veían volver embarazada. Tercero, a veces por el choque que vivían estas mujeres de la ciudad al ser confrontadas con la cruda realidad de las relaciones sociales de sexo en el campo, en especial el machismo, el hostigamiento sexual y la falta de algunos productos higiénicos de primera necesidad. He aquí una de las luchas más autónomas de las mujeres, que no fue a propiamente hablar la causa de la formación de un grupo de mujeres, pero que le dió un contenido real y sentido hasta por las campesinas : la lucha de las mujeres de la Asociación de mujeres salvadoreñas (ASMUSA, del PRTC), para la obtención de toallas higiénicas. Cuenta Liliana, campesina de San Vicente : “[las mujeres de otra organización] estaban chocadas : como era posible que usáramos toallas higiénicas? Nuestros compañeros las compraban, y ellas Página 32


usaban trapos, no le daban importancia a esas cuestiones. Entonces Manuel [un médico extranjero] les explicaba que era mejor comprar toallas en vez de usar trapos, porque se podían enfermar, les podía dar infecciones y saldría más caro que comprar toallas. Por eso nos criticaban, decían que parecíamos gente de la ciudad, pequeñaburguesas, y bueno nos veían mal porque usábamos toallas higiénicas. […] Empezamos a tener toallas, en San Vicente, con las dirigentes de ASMUSA, porqué allá estábamos la mayoría de las mujeres, nos compraban toallas. Fue difícil, los compañeros no estaban muy de acuerdo.” (Falquet, 1996). Hay que notar que el argumento de más peso nunca fue la comodidad de las mujeres ni la imposibilidad de lavar los trapos al río como hacían las mujeres del campo tradicionalmente, porque en situación de guerra una puede pasar días sin poder llegar a ningún río —sino que la palabra de un hombre/médico/extranjero, y el argumento del interés superior de la guerra (no perder a un combatiente por una infección). También hay que agregar que una vez adoptado el principio y desbloqueado el dinero necesario, aún tuvieron las mujeres que elaborar estratégias para que alguien comprara las toallas, tarea que a los varones les producía mucho disgusto. Afortunadamente, solo las mujeres eran capaces de caminar varios kilómetros con paletas de huevos sobre la cabeza sin romperlos, y por tanto siempre había que mandar mujeres al abastecimiento. Ellas compraban entonces los extraños objetos de la higiena femenina, demostrando que para usar toallas, quiere huevos. Sin embargo, parece que se dieron muy pocas luchas colectivas de mujeres para obtener mejorías en sus “condiciones de trabajo revolucionario”. Muchas mujeres resistieron individualmente al acoso sexual, a la pérdida de rango por embarazo, a la falta de capacitación o para exigir una arma. Pero fueron relativamente pocos los ejemplos de grupos de mujeres formados de manera independiente por la propias mujeres para demandar colectivamente cambios. Obviamente, dentro de una estructura militar, y más aún en situación de guerra, las organizaciones “paralelas” o peor, críticas, son bastante mal vistas. Sin embargo, como lo hemos mencionado, el propio partido a menudo fomentaba la organización de las mujeres, y a veces coincidía con los intereses de algunas mujeres de mando intermedio, muchas veces urbana, que deseaba reivindicar mejorías para las mujeres. Por lo general, su estratégia fue sobre todo visibilizar el aporte de las mujeres, y en más de un ocho de marzo, las mujeres hicieron mantas, reuniones y desfiles, para que sus compañeros puedieran apreciar su número, su determinación y su fuerza, y para que se acordaran de promocionarlas un poco más. Una dirigente intermedia de la RN de orígen urbano ya mencionada, Alba, recuerda : “En 1982, con algunas compañeras, habíamos empezado a pensar en la posibilidad de crear una organización de Página 33


mujeres. Fundamos la Asociación de mujeres Lil Milagro Ramírez. A través de esa iniciativa, buscábamos —y creo que lo logramos— hacer más efectivo el apoyo de las mujeres a la guerra. Para nada nos planteábamos el problema de la condición de las mujeres. Para nada trabajábamos las necesidades específicas como mujeres : lo que nos interesaba, era volver más eficiente y también más visible su aporte. […] Este aporte existía de cualquier manera, pero estaba muy disperso, entonces hicimos nuestra asociación para visibilizarlo. Una de nuestras frustraciones, en la época, era entre otras que a la hora de contabilizar los éxitos militares, se hacía muy poca —casi ninguna— alusión al apoyo de la organización de mujeres. Nosotras lo hablábamos, pero no conseguíamos entender porqué. Entonces nos estuvimos organizando e hicimos agitación, intentando conseguir más apoyo por parte de las mujeres, y que éste sea más visible.” (Falquet, 1997 b). También hay que reconocer que durante la guerra, existían muy pocos medios de presión al alcance de las mujeres. El sabotage, las huelgas, incluyendo la “huelga de los vientres”, a la que algunas mujeres en la historia recurrieron en contra de la guerra con variadas suertes, no cabían en el proyecto revolucionario : como hubieran podido las combatientes luchar en contra de “su propia lucha”? Estamos aquí frente a los problemas que plantea la polarización política que muchas veces acompaña a la guerra, y casi siempre a las revoluciones : solo existen dos campos, y el protestar dentro del suyo propio es inmediatamente asimilado a una traición. Este “chantaje” impuesto por la dinámica de la situación fue obviamente reforzado por las mismas organizaciones del FMLN, que siempre consideraron como pequeña burguesas, desviacionistas y hasta reaccionarias, las luchas de las mujeres por sus propios intereses. Si bien desde antes de la guerra, en el 1979, existía una organización que se reivindicaba abiertamente del “feminismo revolucionario”, la Asociación de mujeres de El Salvador (AMES, cercana a las FPL), muy rápidamente después de comenzar la guerra abierta, dejó de ser feminista para concentrarse en su dimensión revolucionaria, antes de cesar toda actividad hacía el 1983-84 (Navas, 1987). El término mismo de “feminismo” fue prácticamente tabú durante todo el conflicto. Y la Conamus, otra organización de mujeres del mismo partido creada en 1986, enfrentó grandes dificultades cuando quiso denunciar no solo la violencia militar del enemigo, sino que la violencia doméstica. No es sino hasta el final de la guerra, cuando decreció la polarización política, que las mujeres se pudieron organizar de formas mucho más autónoma (aunque no siempre del todo) y plantear demandas propias (Falquet, 2002). En este aspecto, al igual que en la división sexual del trabajo “clásica”, podemos notar que las mujeres tendieron a movilizarse más bien en cuanto colecPágina 34


tivo femenino “biológico”, es decir, como “mujeres” en el sentido menos social de la palabra, y no como personas ubicadas del mismo lado de la división sexual del trabajo, como trabajadoras explotadas —como “clase”. Es interesante notar que en la divisón social del trabajo analizada por el marxismo, que describe la existencia de clases sociales antagónicas forjadas en una relación de explotación, la clase explotada ha sido llamada a organizarse en cuanto clase proletaria, en base a criterios sociales y no “biológicos”. Obviamente, en el esquema marxista, hay mucha claridad sobre la explotación, y sobre quienes se benefician de la plus-valía del trabajo de la clase explotada. En cambio, en la división sexual del trabajo, existe una fuerte resistencia a definir quienes se benefician de la explotación del trabajo de las mujeres, trabajo que, como lo hemos visto, ni siquiera es reconocido como tal. Hacemos aquí la hipótesis que la falta de transformación en las relaciones sociales de sexo creadas en base a la división sexual del trabajo, se debe en gran parte a una falta de claridad en el análisis y en formas organizativas erróneas. En vez de considerarse como clase, las mujeres se consideran como grupo biológico, y por tanto no enfocan su lucha, ni en contra de la explotación, ni en contra de la clase adversa, ni mucho menos hacía una disparición de las clases de sexo (de los géneros, para decirlo en términos de moda). B. Las otras líneas de análisis de la “participación de las mujeres a la guerra” Queremos aquí volver la mirada para atrás y reflexionar sobre las otras líneas de análisis de la participación de las mujeres en la guerra, que al igual que much@s analistas, hemos seguido en trabajos anteriores y cuyos límites nos aparecen ahora con más claridad. La primera línea es la que prevaleció durante el proceso revolucionario salvadoreño, así como en muchos trabajos sobre otros países o épocas. Se trata de una visión muy marcada por la perspectiva “marxista” clásica, y en el caso de El Salvador, no debe sorprender que haya sido la más fuerte : fue la que las propias revolucionarias acogieron y difundieron, la que las motivó y que fue reflejada en los testimonios que fueron publicados durante la guerra, generalmente con fines políticos y con el apoyo y beneplácito de las organizaciones del Frente (Alegría, Flakoll, 1987 ; Carter, Loeb, 1989 ; Díaz, 1988 ; Guirola, 1983 ; Lievens, 1986 ; Martínez, 1981 ; Thomson, 1986). Fundamentalmente, esta línea subraya que, al “participar”, las mujeres estan ganando su liberación, a la vez futura y presente, al asumir nuevas responsabilidades, antes reservadas a los varones. La resume con meridiana claridad una comunista convencida, Yuri, en la época primera responsable del Estado mayor de la Fuerzas armadas de liberación (FAL, cercanas al Partido comunista) : “Las mujeres en los camPágina 35


pamentos guerrilleros así como en todas las áreas del trabajo de nuestro proceso revolucionario, tanto dentro como fuera del país, estamos ganando desde ya nuestro puesto en la nueva sociedad. […] Estamos conquistando también, con las armas en la mano, nuestros derechos a la igualdad frente a los varones y frente a la sociedad.” (Ce Mujer, 1992). Y ciertamente, las mujeres ganaron cosas al participar al proceso revolucionario. Pero son prácticamente las mismas que las mujeres consiguen al entrar al mercado del trabajo asalariado… Por ejemplo, la mayor independencia económica, afectiva y hacía la familia, es un “beneficio” conquistado tanto por las asalariadas como por las guerrilleras. De igual manera, una libertad de movimiento relativamente mayor, y una libertad mayor para escoger su(s) pareja(s), separarse de ella y volver a unirse, pueden ser consideradas como conquistas tanto de las revolucionarias del FMLN como de las mujeres que salen a trabajar fuera de casa. El llegar a desarrollar nuevas capacidades y a ejercer mayores responsabilidades, también puede considerarse como un fruto posible (para algunas mujeres) del aceso al trabajo asalariado como de la participación al proyecto revolucionario. Ciertamente, el fenómeno de la guerra provocó una movilidad social jamás antes vista, que muchas mujeres supieron aprovechar —aunque muchas otras no tuvieron los medios para hacerlo, sobre todo las campesinas y las mujeres de los barrios marginales urbanos. Pero dicha movilidad se manifestó, creemos, de igual manera para los hombres que para las mujeres. A nivel simbólico, impactó más talvez en las mujeres, cuyo destino maternal y casero parecía más inmutable, pero a nivel material, ambos sexos se beneficiaron de él. Y todo lo que tiene que ver con mayor educación y capacitación, así como un mejor control de su fecundidad, de alguna manera puede ser considerado como un logro de las combatientes revolucionarias, pero también lo ganan todas las mujeres cuando son consideradas como necesarias a la producción o a la revolución —y no es es casual que en los países socialistas preocupados por la productividad, la educación y el aborto fueron otorgados sin mayores dificultades a las mujeres. En cambio, en cuanto obtener un aligeramiento de sus tareas domésticas, guarderías y apoyo del compañero, parece que las guerrilleras no tuvieron mucho más suerte que las asalariadas : para posibilitar su incorporación, cuando era realmente apremiante la necesidad de contar con ellas, se hicieron algunos esfuerzos, especialmente en cuanto a guarderías. Pero dichas guarderías fueron muy pocas veces a cargo de hombres, aún menos que en el caso del mundo laboral (lo que transformaría un poco más la división sexual del trabajo y las relaciones sociales de sexo). Y fueron encargadas, en mucho mayor medida que en el caso del trabajo asalariado, a familiares, es decir, sin salir del marco Página 36


de las relaciones “privadas”. No fue un derecho laboral, sino que una situación “ de hecho” (la posibilidad de “dejar” l@s hij@s), que al terminar su participación, fue reprochada a las revolucionarias en mucho mayor medida que a las asalariadas. Ciertamente, existe una tendencia a culpar a las mujeres que “salen a trabajar” de los fracasos escolares, de la drogadiicón y hasta de la delincuencia de la juventud. Pero por fuerte que puede ser en algunos discursos reaccionarios, no se compara con el dolor de muchas ex -combatientes al ver que sus hij@s no las reconocían, no les decían “mamá” y las vieron con total incomprensión, para no decir con desprecio —al igual que much@s de sus familiares (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993 b). En resumidas cuentas, tanto las mujeres que trabajan fuera de casa como las guerrilleras tienen que ver individualmente como se las arreglan para “conciliar” su trabajo y las responsabilidades familiares que la sociedad les asigna y de las cuales parece que nadie las quiere relevar, aunque sea para que sean más productivas. En este sentido, la perspectiva “marxista” clásica no ofrece más salidas a las revolucionarias que a las asalariadas : defiende el derecho de las mujeres a “participar” mientras son necesarias a la producción o a la revolución, sin cuestionar sus “obligaciones” en la familia, es decir, la división sexual del trabajo. Los beneficios que alcanzan las mujeres, si bien son importantes, se mezclan con importantes dificultades no resueltas, y cuando las mujeres ya no son tan necesarias, son dejadas a su suerte y devueltas a sus tareas habituales como si nada hubiera pasado. Después de la guerra, al constatar que los Acuerdos de paz callaban totalmente su problemática y conquistando paulatinamente cierta autonomía ideológica frente a las organizaciones del Frente, las Salvadoreñas empezaron a desarrollar otra línea de reflexión. En base a numerosos talleres y debates, empezaron a analizar las “nuevas identidades” que se forjaron en la lucha (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993 a). Si bien permitió avances y tuvo aplicaciones concretas muy importantes, especialmente bajo la forma de grupos de autoayuda para las ex -combatientes, se trata de un análisis muy marcado por la coyuntura (necesidad de sanar las heridas emocionales de la guerra… de la que se encargaron precisamente las mujeres) y enraízado en la sicología. Cabe recordar que en la inmediata pos-guerra, el nasciente movimiento feminista contaba muchas sicólogas en sus filas, y que otras varias mujeres ex -revolucionarias, al volver a retomar sus estudios, escogieron sicología. También hay que mencionar que El Salvador posee una fuerte tradición de sicología social, y en especial de sicología social de la guerra, desarrollada entre otros por el famoso Ignacio Martín Baró, profesor de la Universidad jesuita de la UCA asesinado por el ejército en 1989 (Martín Baró,1990). Su noción de “deshumanización” de Página 3 7


las personas a raíz de la “polarización” política fue trasladada y completada por la de “masculinización” de las mujeres, en un interesante paralelismo entre la noción de masculinidad y la de inhumanidad. El viejo modelo del “guerrillero heróico” empezó a ser cuestionado, mucho después de que cayera el mito de Stakhanov. No solo fue que cayeron los ídolos, al revelarse las debilidades de muchos dirigentes, antes protegidos por la clandestinidad y la “compartimentación” de las informaciones (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1993 a), sino que las mujeres empezaron a cuestionar su propio apego a este ideal como un deber ser que se impusieron o que les fue impuesto, y que consideraron que las degradó. No cuestionaron tanto la “masculinización” más superficial, que siguen estigmatizando algunas personas resolutamente opuestas a la entrada de las mujeres a los espacios masculinos. Portar pantalones y botas, dejar de maquillarse : eso les dolió a algunas guerrilleras y se sientieron “afeadas”. Algunas se dejaron amendretar por las amenazas que siempre se les hace a las mujeres que traspasan la invisible línea que separa la “mujer normal” de la “marimacha”. Sin embargo, casi siempre insistían en que “guardaban un vestido y unos aretes en el fondo de su mochila”, para los días de fiesta. De esta manera, nunca dejaron de “ser mujeres” y la masculinización fue solo muy relativa y temporaria. Ciertamente, la “masculinización” más física, que se pudo expresar al dejar de menstruar (por mala alimentación y estrés) y sobre todo por dejar de llenarse de hij@s (acordémonos que de las mujeres que estudian, se ha dicho que se les secaba el útero), representa un cambio mucho más profundo. Sin embargo, éste tampoco fue muy duradero : al terminar el conflicto, muchas mujeres se embarazaron de una vez, y en primera línea, cantidad de revolucionarias. El balance global es que simplemente muchas mujeres tuvieron menos hij@s que sus madres, pero no llegaron a cuestionar la maternidad tal como la define el sistema dominante. Indudablemente, lo que más analizaron las mujeres después de la guerra, fue su masculinización en lo emocional. Mucho resaltaron que se tuvieron que hacer “duras” y “fuertes”, dejar de llorar y reprimir sus emociones para poder sobrevivir a la vez a la guerra y al sexismo de sus compañeros, y que esto fue negativo (Mujeres por la Dignidad y la Vida, 1995). Ciertamente, si se analiza como deshumanización, este análisis tiene bastante fundamentos. Sin embargo, cuando se plantea desde una supuesta “femeneidad” perdida o suplantada, abre la puerta a un peligroso naturalismo. Lógicamente, después de una guerra, se idealiza bastante el pasado y lo que mejor representa la permanencia, la paz, el hogar intacto y feliz al que en realidad nadie puede volver : la Mujer. La sicología social de la guerra, al mezclarse con cierta sicología feminista rayando al esencialismo como la de Carol Gilligan (Yáñez Canal, 2000), pierde Página 38


mucha fuerza. Y es así como, a través de este marco de análisis, identitarista y binario, se terminó reforzando el esencialismo latente de parte del movimiento de mujeres y feminista, al querer afirmar valores “femeninos” para defender el derecho de las mujeres a seguir participando a la vida política, como rezaba una manta : “porque damos la vida, queremos cambiarla”. Y no por ser, simplemente, oprimidas o soñadoras. A pesar de los elementos positivos y pragmáticos que aportó, esta línea de análisis no es plenamente satisfactoria. Se acerca demasiado a una simple “perspectiva de género” que no aborda las relaciones sociales entre los sexos sino que solo agrega un “punto de vista femenino” al análisis. Talvez no sea casual que se haya desarrollado de forma contemporánea a la preparación de la Conferencia de Beijin, cuando la ONU invertía considerables recursos para promover dicha “perspectiva de género”. Si bien develó importantes elementos de información desde la subjectividad de las mujeres, que habían sido ignorados, ofrece pocos elementos para remediar a las causas profundas de tal situación — la división sexual del trabajo. En este trabajo, basado en el análisis del proceso de lucha de El Salvador, pero cuyas premisas pueden ser útiles para reflexionar sobre otras realidades, me he arriesgado a cambiar la perspectiva tradicional en el análisis de la guerra — que también había sido mía por mucho tiempo. En vez de abordarla como un “fenómeno total”, como un momento aislado y separado de la “normalidad”, la ubiqué en la continuidad de la paz. Es decir, le resté importancia al fenómeno de la guerra para usar las mismas herramientas de análisis que se aplican en tiempo de paz. También me tomé la libertad de mirar a un proceso revolucionario con los mismos ojos con los que se analiza un proceso de trabajo. No seguí la pista de ciertos analistas políticos que se preocupan de la “retribución del militantismo”, en una perspectiva economicista liberal de “racionalidad” de l@s actores : más bien quise observar las relaciones sociales en que se apoya el proceso de producción de una lucha revolucionaria, en este caso armada. Los principales resultados obtenidos son tres. Primero, confirmé que el concepto de división sexual del trabajo permite analizar otros campos que el del trabajo “productivo”, y que la división sexual del trabajo es un fenómeno transversal. Segundo, aporté elementos para analizar los procesos revolucionarios, que permiten entender mejor porque las relaciones sociales de sexo cambian tan poco a pesar de las promesas y de los ideales que presiden a dichos procesos. Tercero, dí pistas nuevas para ampliar el marco de análisis de las luchas de las mujeres dentro de los procesos revolucionarios. Ciertamente, el análisis aquí presentado debe ser profundizado, primero al crear herramientas que permitan medir más precisamente la división sexual Página 39


del trabajo revolucionario, y segundo, al articular otras importantes dimensiones a este análisis, en especial las de clase y “raza”. Efectivamente, según su orígen de clase y “raza”, entre otros, las mujeres tienen o no, cierto márgen para escapar a la división sexual tradicional del trabajo. También hay que recordar que insistí en las permanencias de la división sexual del trabajo : otras investigaciones tendrán que poner de relieve las transformaciones que provocan los procesos revolucionarios en este aspecto. Y finalmente, quiero subrayar que el análisis en términos de división sexual del trabajo, que plantea que las mujeres son una clase de sexo y no un grupo biológico, abre otras perspectivas y enfoques de luchas para las mujeres, dirigidas a transformar de raíz las relaciones sociales de sexo en vez de satisfacerse con “cambios de identidad” y “nuevas subjetividades” que pueden ser revertidas con facilidad, como se observa cuando callan las armas.

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La pareja, este doloroso problema Hacia un anAlisis 17 materialista de los arreglos amorosos entre lesbianas Jules Falquet Si te quiero es porque sos Mi amor, mi cómplice y todo Y en la calle, codo a codo Somos mucho más que dos... (Canta Tania Libertad)

Parece que hoy, en Francia al igual que en unos cuantos otros países, las lesbianas han conseguido arrancar algunas victorias: cierta visibilidad, junto con un comienzo de « respetabilidad », por ejemplo con el reconocimiento de las uniones entre mujeres por medio del PACS (Pacto de asociación civil solidariai).19Parecería que podemos ahora vivir casi libremente nuestra « preferencia sexual » « diferente ». Este Coloquio, hasta cierto punto, es prueba de ello: en el 2006, doscientas lesbianas 20 pueden reunirse en perfecta quietudii en una ciudad mediana del Suroeste de Francia para hablar... de amoriii. 21 17- *Este artículo es la versión en español de una comunicación presentada al Quinto Coloquio Internacional de Estudios Lésbicos “Todo sobre el amor”, organizado por Bagdam Espace Lesbien en Toulouse (Francia), del 14 al 17 de abril 2006. Saldrá en francés una versión parecida, en los actos del Coloquio. 18- Toda producción intelectual es fruto de muchos pensamientos y luchas colectivas. En este caso quiero agradecer especialmente por su amistad y amor luchadores, así como por sus relecturas y valiosos comentarios electrónicos a este artículo, a Mercedes Cañas, Yan María Castro, Yolanda Castro, Clarisse Castilhos, Ochy Curiel, Norma Mogrovejo, Mariana Pessah y Chuy Tinoco. También quiero agradecer a todos los grupos de lesbianas feministas que contribuyen a cambiar este mundo, en especial La Bárbara y el Groupe du 6 novembre de Paris, y Lesbianas en Colectivo de México. Esto no quita que la responsabilidad por los errores e insuficiencias, sea mía. 19- El PACS fue aprobado en Francia en 1999. No da acceso a los mismos derechos que el matrimonio. Lo pueden contraer —y lo contraen— bastante parejas heterosexuales (oficialmente, no se quiere producir datos desagregados por sexo sobre quienes lo contraen). 20- En realidad, una de las participantes no pudo asistir al primer día del evento, debido a que la noche anterior había sido víctima de una agresión lesbofóbica en un bar y estuvo haciendo la denuncia ante la policía durante todo el día. 21- El Quinto Coloquio Internacional de Estudios Lésbicos “Todo sobre el amor”, ver primera nota

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¿Será que hemos aceptado replegarnos sobre unos valores y formas de organizar nuestras vidas, típicamente straight (heterosexuales), patriarcales, burguesas y « occidentales 22 »: el amor, la pareja y la familia? No: al salir del « discurso encantando » dominante, nos damos cuenta que la explotación basada sobre el sexo, la clase y la “raza”, ha sido reforzada por el avance del proyecto neoliberal. En nuestras propias vidas, casi todas estamos precarizadas y empobrecidas, nuestros desplazamientos están siendo estrictamente reducidos por leyes migratorias cada vez más restrictivas, nuestro cotidiano está militarizado. La xenofobia, el racismo, el nacionalismo y toda clase de violencias van aumentando. El sistema es cada vez más apretado, ahogante, mortífero. La resistencia está, por tanto, a la orden del día. Es vital, pues, que adoptemos una perspectiva internacionalista, porque lo que nos pasa a cada una, individual, localmente, en nuestras relaciones personales, está íntimamente vinculado con la situación del conjunto de las lesbianas y de las mujeres en el mundo. Pero esta perspectiva 24 no es suficiente si no se la acompaña por una reflexión materialista.

22- El mismo concepto de “occidentalidad” es en sí, bastante problemático. Cubre una gran diversidad de situaciones históricas, geográficas y políticas. Lo uso aquí con una perspectiva crítica anti-imperialista o anti-neocolonialista, con la idea de que existe una fuerte presión en el mundo entero, para hacer que todas las personas (incluso en el Norte) adopten ciertos valores y comportamientos calificados de occidentales (que lo sean o no, al final es poco importante para lo que analizamos aquí). 23- Pongo comillas a la palabra raza, porque en la humanidad no existen razas. Sin embargo, uso esta palabra porque socialmente, existe un sistema racista que crea “razas”, al igual que el sistema patriarcal crea “sexos” (al que no pongo comillas para no hacer más pesada la lectura, pero que tampoco existen en la “Naturaleza”). 24- Por materialista, entiendo un análisis que parta de la situación material, económica, histórica, concreta y cotidiana de las personas, en vez de enfocar la reflexión en aspectos ideológicos, culturales, sicológicos o emocionales. También más específicamente reívindico (entre otros muchos) los aportes téoricos del feminismo materialista “francés”, que desarrolló el concepto clave de la “apropiación individual y colectiva de las mujeres” y la idea que las mujeres somos una clase social definida por tal mecanismo de apropiación (y de ninguna manera un grupo biológico), en especial Christine Delphy, Nicole Claude Mathieu, Colette Guillaumin, Paola Tabet y Monique Wittig. Para mayores detalles, ver Curiel y Falquet, 2005.

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Lo podemos ver, analizando el esfuerzo feminista internacional autónomo de mayor alcance que existe hoy:25 la Marcha Mundial de las Mujeres, estudiada por la socióloga francesa Elsa Galerand (2006), que tiene entre sus reívindicaciones el respeto a la « preferencia sexual ». Galerand demuestra que esta demanda refleja una verdadera desmaterialización de nuestras luchas, porque rebaja el lesbianismo al nivel de una simple « preferencia », lo que invisibiliza el hecho que la sexualidad constituye un elemento central de las relaciones sociales de sexo —en este caso, de la dominación de los varones y de la heterosexualidad. Al contrario, me parece que los « arreglos » amorosos y sexuales que estamos constru26 yendo (para retomar la expresión de la antropóloga italiana Paola Tabet ) están íntimamente vinculados a la situación material en la que nos hallamos. Y creo que estos « arreglos » pueden reforzar al sistema o, a la inversa, contribuir al cambio. Como lesbiana y feminista, considero que debemos seguir en la vía de un análisis y una lucha materialista e internacionalista: así es como nos encontraremos con otras luchas sociales que también intentan crear un mundo diferente. Tenemos mucho que aportar al conjunto de la sociedad, en lo que respecta a un análisis crítico y proyecto alternativo. Intentaré demostrar aquí (1) que la mundialización neoliberal 27tiende a reforzar un modelo « neo-nuclear » de pareja, (2) que hace mucho tiempo que muchas lesbianas y feministas hemos criticado este modelo, y (3) que hay que seguir reflexionando y poniendo en práctica nuevas alternativas concretas, más colectivas y transformadoras de la lógica individualista, inspirándonos en las demás luchas que se dieron y se dan en el planeta. 25- Hablo aquí de proyectos políticos y organizativos nacidos del movimiento feminista y no de aquellos creados por las instituciones internacionales a partir de las grandes conferencias y demás actividades recuperadoras organizadas por la ONU. Sin embargo, cabe la pregunta de cuán autónomos son los innumerables grupos que, a pesar de no nacer directamente de la ONU, reciben financiamientos estatales, de iglesias o agencias de cooperación. Agradeczo a Yan María Castro por su comentario al respeto, en el marco de la discusión electrónica de este artículo. 26- Paola Tabet desmuestra que existe un “continuo” entres los diferentes “arreglos económicosexuales” que habitualmente consideramos como totalmente opuestos, desde el matrimonio clásico por un lado, hasta la prostitución callejera supuestamente al otro extremo (2004). 27- Podemos incluso hacer la hipótesis que la mundialización neoliberal está estrechamente vinculada al desarrollo de un nuevo modelo neo-patriarcal de dominación mundial, mismo que ha adoptado nuevas formas de control, explotación y represión social que debemos analizar a profundidad (agradezco a Yan María Castro por el comentario).

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I. Cambios en la familia en el marco neoliberal

Obviamente, el análisis que presento ahora es muy general y no refleja la infinita complejidad de las situaciones que existen en el mundo. La familia, que es una de las instituciones claves a través de la cual se cristalizan y reproducen los diferentes sistemas patriarcales, toma formas extremadamente variadas según el lugar, la clase, la « raza », la generación o incluso el estatuto legal de sus miembr@s28 Tal como lo subrayaron muchas feministas Negras y de los sectores populares, la familia puede ser un santuario de (relativa) paz y un apoyo económico imprescindible frente al racismo y al clasismo de la sociedad global (Audre Lorde: 1982, 1984; Hernández y Rehman: 2002; Smith: 2000 [1983]; Clarke: 2000 [1983]). No por esto, deja de ser a menudo represivas para las mujeres y las lesbianas. A pesar de la diversidad de familias existentes, me parece que la mundialización neoliberal tiende a imponer en todas partes el ideal de lo que 29 llamaré la familia « neo-nuclear », en algunos casos (re)compuesta alrededor de personas del mismo sexo. Esto, contrariamente al modelo de familia extensa de tipo campesino por ejemplo, significa una familia (1) que no tiene auto-suficiencia material (no produce lo que come ni viste), (2) que sería la única protección posible frente a la « sociedad global », en vez de ser vista como base para otros tipos de asociaciones, comunidades o estructuras sociales de resistencia al sistema, 30 28- En este artículo, nos centramos en un análisis material de los arreglos amorosos entre lesbianas. Desde un punto de vista más ideológico y subjetivo, el orígen de clase y de “raza” son bastante importantes para conformar la “cultura” de una. La construcción cultural de los afectos y de la dependencia o independencia frente al entorno colectivo (familia, amig@s), varía mucho e influye sobre la tendencia a formar pareja —pero no podemos profundizar aqui sobre el tema. 29- Propongo la expresión “neo-nuclear” para subrayar que han habido ciertos cambios en la familia nuclear clásica, por ejemplo, al poder dos mujeres con sus posibles hij@s, conformar dicho tipo de familia en algunos países. Sin embargo, aunque ésta no sea una familia nuclear clásica, heterosexual, no deja de tener mucho en común con ella, conceptualmente —es lo que intentaremos analizar aquí. 30- Las personas que enfrentan el racismo (y en menor medida el clasismo) ven a menudo la familia como parte de una comunidad más amplia, base para la organización y la resistencia “comunitaria”. Sin embargo, todas las políticas que prentenden resolver el racismo por medio de la “integración” de los grupos racializados, tienden a exigir a las personas racializadas que se alejen de sus comunidades y familias —entre otros casándose las mujeres con varones del grupo racial dominante, cambiando de lugar de residencia y evitando, justamente, hacer política “comunitaria”.

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y (3) basada en valores profundamente patriarcales, burgueses y « occidentales », en especial, cierta idea del « amor » centrado en la pareja. De este nuevo modelo normativo de familia es que hablaré aquí. Efectos materiales del neoliberalismo a precarización y el empobrecimiento de la gran mayoría de las mujeres y lesbianas en el mundo son de las primeras consecuencias del avance del neoliberalismo, que va reforzando las desigualdades en el mercado internacional del trabajo según criterios de sexo, clase, “raza” y nacionalidad. Ciertamente, parte de las clases medias y superiores escapan aún a la maquinaria demoledora. Instalada entre la ceguera y un cobarde alivio, esta fracción de la población parece realizar un repliegue individualista, precisamente sobre su « felicidad privada ». Conceptualizan la sexualidad básicamente en términos de derecho, como una actividad individual, apolítica, ligada al placer hedonista. La mayoría desea encontrar una pareja y formar una familia que sea su « santuario privado de paz » frente a la feroz competencia capitalista y a la violencia (entre otras, racista y lesbofóbica) que dominan en la vida pública. Sin embargo, la mayoría de la población mundial (tod@s l@s noprivilegiad@s por su “raza”, nacionalidad, clase, sexo u opiniones políticas entre otros) está siendo precarizada, drásticamente empobrecida y muchas veces empujada a la migración interna o internacional. Se preocupa sobre todo por su sobrevivencia diaria. Para ello, elabora diversas clases de arreglos « económico-sexuales », diferentes formas de arreglos parejiles o familiares donde se intercambian sexualidad, afectos, trabajo doméstico, “protección”, cuidados y dinero. Por ejemplo, se multiplican los “hogares transnacionales” 31y casi un tercio de los hogares en el mundo son encabezados por mujeres « jefas de familia » (Bisilliat, 1996). Cada vez más mujeres recurren a “nuevas” clases de « prostitución », en el sentido muy amplio y no peyorativo que le da Tabet: 31- Los hogares transacionales se multiplican con la migración internacional. Se trata de hogares cuy@s miembr@s viven en diferentes países pero siguen manteniendo cierta “unidad” afectiva y económica. El desarrollo de los nuevos medios de comunicación y el abaratamiento (relativo) de los costos de comunicación y transporte, permiten que se mantengan en contacto “bastante” cercano.

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agencias de novias por Internet, relaciones sexuales o « matrimonios » no siempre por amor con personas de países más ricos para obtener documentos, etc. Formar una pareja y mantenerse en ella, aparece, pues, como la principal garantía de una estabilidad mínima para la gran mayoría de las mujeres del mundo. Esto no es ninguna novedad, sin embargo esta tendencia está siendo reforzada y modificada en el contexto neoliberal por (1) nuevas leyes (2) y unas lógicas económicas más duras. Las leyes son determinantes, ya que en muchos casos, son ellas las que primero impiden que las mujeres « solas » (generalmente las mujeres más independientes y autónomas) obtengan sus derechos. Las mujeres « solas » son casi sistemáticamente discriminadas por los sistemas de impuestos y las leyes que rigen las políticas sociales. Las nuevas leyes migratorias más restrictivas también las perjudican: no solo pretenden impedirles viajar (al no ser que vengan para el trabajo doméstico y/o sexual), sino que las coloca bajo la dependencia de una pareja, ya que las mujeres migrantes casi nunca gozan de una plena autonomía jurídica. En Francia, por ejemplo, se ha calificado de “doble violencia” (Lesselier, 2003) y se está empezando a analizar que las lesbianas migrantes tampoco se libran de esta presión jurídica hacia la conyugalidad (Alrassace & Falquet, por salir). Finalmente, las mismas leyes sobre las uniones de hecho para parejas de lesbianas, cuando existen, juegan un papel muy ambiguo. Ciertamente, pueden “ayudar” puntualmente algunas lesbianas a resolver problemas materiales, pero para tener derechos, ¿tenemos que aceptar que el Estado nos obligue a entrar a uniones duraderas y mo32 nogámicas? ¿Y qué pasa si no queremos “casarnos”? ¿Si nadie si quiere “casar” con nosotras? El endurecimiento de las lógicas económicas también empuja las mujeres “solas” a formar pareja. Para pagar la renta y las facturas cada vez más caras a medida que se privatizan los servicios, para compensar los bajos sueldos y el desempleo, es matemático: entre dos, se dividen mejor los gastos. A medida que las redes sociales familiares o comunitarias más extensas están siendo destruidas, todas nos vemos empujadas hacía la familia neo-nuclear. 32- Agradezco a Chuy Tinoco este comentario electrónico.

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Hasta las mujeres de clase media se ven directamente amenazadas por el desmantelamiento de los sistemas de salud y de pensión. Al envejecer, sobre todo las que no tienen hij@s ni pareja, cada vez más mujeres se ven brutalmente enfrentadas a la miseria y al abandono, sin que la sociedad se indigne en lo más mínimo. Efectos ideológicos y culturales del neoliberalismo La familia « neo-nuclear », basada en la pareja monogámica, no solo tiende a volverse una necesidad material más sentida, sino que un ideal, una norma y una imposición. Primero un ideal, por los efectos del reforzamiento de la hegemonía cultural « occidental », apoyada por la propaganda mediática masiva, que propone como modelo universal la (joven) pareja heterosexual blanca, rica, « guapa » y gozando de perfecta salud. Este modelo está muy presente en la publicidad, les revistas populares o las telenovelas. Segundo, la pareja monogámica se vuelve una norma, en el marco de la derechización de la mayoría de las sociedades, con un fuerte componente religioso reaccionario. El periodo de la « revolución sexual » (o de la « occidentalización » o « modernización » de los valores, dependiendo del país), es denunciado por haber sido supuestamente excesivo y causado innumerables daños. La vuelta atrás está muy avanzada, en especial desde que el Papa Juan Pablo II entregó todo el poder posible al Opus Dei en la Iglesia católica. Las demás religiones monoteístas van por el mismo rumbo de derechización. Es especialmente evidente en los Estados Unidos, con la vuelta al orden moral más retrógrado (campañas para promover la virginidad, contra el aborto etc.). Aunque en la práctica se estén desarrollando muchos arreglos amorosos y familiares “no tradicionales”, éstos son acusados de todos los males mientras que se glorifican los valores más conservadores. Finalmente, el estar en pareja se vuelve a menudo una casi-obligación para muchas mujeres en el doble marco del reforzamiento del nacionalismo y de la moral patriarcal. Como lo demostró la sociologa israelí Nira Yuval Davis (1998), el nacionalismo busca reforzar la cultura del « entre nosotr@s » e implica un mayor control sobre las mujeres « del grupo »: se les limita o prohíbe tajantemente salir, unirse « fuera » de Página 49


él y se les exige casarse y tener la mayor cantidad posible de hij@s 33 . En cuanto a la moral, dice la activista lesbiana mexicana Chuy Tinoco, refiriéndose entre otros a la creciente ola de “feminicidios” en México y Centroamérica: “la misma lógica de pareja asesina a centenares de mujeres. Estas mujeres son las « mujeres solas », las que no tienen hijos ni maridos, ni dueños, ni patrones. Las que nada valen y que nadie reclama. Las que intentaron viajar « solas » o vivir « solas ». Hay que analizar como se afina el sistema de exterminio gradual de las mujeres, de las que intentan vivir de otras formas, y cómo sumándonos a las formas impuestas opresivas como la pareja, estamos aceptando que haya cosas no permitidas, reprobables y que entonces se deben de pagar. La persecución de las mujeres « solas » hace que no quede otra que mantenerse en la monogamia, en la pertenencia, en la propiedad y lista de bienes privados. De otra forma, la moral actúa con la derecha para señalarnos y deshacerse de nosotras.” 34 Globalmente, a nivel ideológico, asistimos a un verdadero triunfo de la pareja heterosexual y a su esencialización, en el marco del “triunfo de la masculinidad” descrito por la feminista chilena Margarita Pisano (2001). Esta pareja heterosexual es instituida como figura simbólica central por una inquietante mezcla de discursos sicológicos-sicoanalíticos, antropológicos35y políticos36, que la presentan simultáneamente como la base de la familia « normal », « sana », y de la sociedad “democrática”. El modelo de la paridad política que se está implementando paralelamente a la privatización neoliberal, juega allí un papel importante. Parte de los argumentos que fueron utilizados para justificarla —y que 33- En países como la India o China, al contrario, las mujeres sufren fuertes presiones para tener menos hij@s (un@ sol@ incluso, y que sea varón). 34-Agradezco a Chuy Tinoco este comentario electrónico. 35- Piénsese entre otros en el éxito que tiene el discurso bastante esencialista y totalmente heterosexista de la antropóloga francesa Françoise Héritier sobre la “valencia diferencial de los sexos”. Según Héritier, todas las sociedades humanas piensan que existe una diferencia entre los sexos. Por tanto, según ella dicha diferencia es la base fundamental de toda organización social y el límite último del pensamiento humano: es algo “irreductible”. A nuestro modo de ver, la antropóloga francesa Nicole Claude Mathieu, desde una perspectiva feminista materialista, demuestra de forma mucho más sutil y convincente que cada sociedad conceptualiza de manera compleja los vínculos entre sexo, género y sexualidad (2005, primera publicación en francés 1989). 36- Para un panorama general sobre género y política, con un análisis de los argumentos a favor de la “paridad” o de las cuotas de mujeres en política, ver Bérangère Marques Pereira (2003).

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lastimosamente se desarrollaron inclusive dentro del feminismo— refuerzan la idea que una « pareja » gobernante, ya no Real sino que electa, constituye el equilibrio ideal por alcanzar. Este discurso descansa sobre un imaginario profundamente binario y hetersosexista, centrado en la imagen de un Padre y una Madre de la Nación, es decir: un modelo de pareja heterosexual de lo más naturalista y a-histórico. Tanto la ácracia como la autogestión se vuelven cada vez más difíciles de concebir en la gran familia de la democracia (neo)liberal —impuesta por las armas de ser necesario, como está sucediendo en el Medio Oriente. II. Una larga historia de crItica del amor, del matrimonio y de la pareja

Análisis lésbicos y feministas: el amor y el matrimonio como opresión Desde hace tiempo, varias feministas, tanto heterosexuales como lesbianas, han producido un cuerpo de análisis muy crítico de la ideología del amor y de la institución del matrimonio. En Francia por ejemplo, a mediados del siglo XIX, una joven obrera de la corriente utopista St Simoniana 37, Claire Démar, redacta un Llamado de una mujer al pueblo (1833) y una Ley para el porvenir, donde denuncia el matrimonio como una forma de prostitución y reivindica con fuerza la plena libertad amorosa para las mujeres38. En los mismos años, Flora Tristán, de origen peruano-español, se ve forzada a huir de un marido violento y armado (el Código Napoleón acababa de volver a prohibir el divorcio), y lleva durante años una vida nómada y semi-clandestina más bien miserable. En su primer libro, Necesidad de darles una buena acogida a las mujeres extranjeras (1833), propone que la sociedad se organice para encargarse colectivamente y apoyar a las mujeres que, huyendo condiciones de vida insoportables o simplemente queriendo conocer el mundo, 37- Esta corriente fue fundada por Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (17601825). Tuvo una gran influencia ideológica e inspiró tanto a l@s liberales como a l@s futur@s socialistas y comunistas (incluyendo al mismo Marx). Auguste Comte, quien hizo famoso el « positivismo », fue su secretario particular. Muchas mujeres participaron en los grupos SaintSimonianos, incluso los que se formaron después de su muerte. 38- Claire Démar crea en 1832 con Suzanne Voilquin La Femme Libre (la Mujer Libre), un diario feminista que mantuvieron durante dos años. Suzanne Voilquin publicó la Ley para el porvenir de su camarada después del suicídio de esta última.

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se encuentran fuera de las estructuras familiares tradicionales. 39 En Argentina, en los años 1880 y 1890, las feministas anarquistas, las obreras y prostitutas inmigradas entre otras, estaban bastante organizadas y criticaron ferozmente el matrimonio (Molyneux, 2003). A la vuelta del siglo XX en Estados Unidos, Emma Goldman, otra obrera migrante y famosa anarquista, dejó unos escritos impresionantes por su libertad moral y sexual —aunque se haya quedado en el marco estrecho de la heterosexualidad (1979 [1931]). Nunca cedió a los poderosos llamados de la monogamia y de la maternidad, ni tampoco enajenó su libertad sentimental y sexual. Sobre todo, nunca dejó de criticar a las concepciones retrógradas y burguesas de sus camaradas y amantes anarquistas alemanes, rusos o estadounidenses, en cuanto a las mujeres. Nuevamente en Francia, la feminista radical Madeleine Pelletier, publicó 40 en 1922 El celibato, estado superior . Para los Estados Unidos, la vagabunda libertaria Boxcar Bertha evoca en sus Memorias a las comunidades Hobo que florecieron durante la Gran Depresión. Aunque eran mayoritariamente masculinos los campamentos de vagabund@s hob@s que se desarrollaban a las orillas de las vías de tren, estaban influenciados por ideales libertarios: a menudo practicaban el amor libre y reivindicaban la igualdad entre los sexos (1994). Finalmente, en la China del Sur del los años 20, en los distritos de Sun Tak y Dun Kwan de la provincia de Kwantung, parte de las jóvenes trabajadoras de la industria de la seda, económicamente independientes, formaron un movimiento llamado « las chicas que no quieren familia ». Se negaban a casarse y compraban su dote. Sufriendo bastante ostracismo, muchas terminaron emigrando hacia Malasia y Singapur: « entre 1934 y 1938, 190.000 mujeres chinas habían emigrado. En Singapur, muchas de ellas trabajaron como domésticas, organizándose en asociaciones, y no se casaron. » (Heyzer, 1981, p. 229) 39- Concretamente, propone la creación de « hogares » para las mujeres extranjeras, equipados con salas de lectura con diarios de diferentes paises, y donde unas personas benevolentes acojan, escuchen a las extranjeras y las ayuden a tejer lazos sociales y profesionales. Sabiendo que las mujeres son más pobres que los varones, sugiere que las cuotas de participación solidaria que dan los varones que apoyan estos proyectos, sean el doble de aquellas que dan las mujeres. 40- Madeleine Pelletier no halló la suficiente solidaridad en las demás feministas (y menos aún en l@s demás revolucionari@s) y acabó su vida en la miseria, en un asilio, después de haber sido una militante muy comprometida, feminista, anarquista y comunista (promovía activamente la anticoncepción y practicaba abortos, entre otros).

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del siglo XIX (Vera Zassoulitch in Fauré, 1978), y después las feministas comunistas rusas del principio del siglo XX no se quedaron atrás. Alejandra Kollontaï en especial desplegó una incansable energía en incontables mítines con la juventud obrera para exponer su fe en la « nueva moral sexual comunista » (1920, 1926 entre otras muchas publicaciones). Aunque desafortunadamente se haya quedado también en el marco de la heterosexualidad, fue la primera en desarrollar un análisis global, histórico y materialista, del amor. Llevando más adelante la ahora famosa reflexión de Engels sobre el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, demostró que cada modo de producción genera históricamente formas específicas de amor y de organización familiar. Por ejemplo, el amor cortés del feudalismo dejó lugar al amor burgués de la sociedad capitalista, especialmente opresivo para las mujeres. Para Kollontaï, gracias al desarrollo voluntarista del amor-camaradería en el nuevo período histórico que estaba empezando, tanto las mujeres como los varones tendrían la posibilidad de establecer múltiples relaciones amorosas y sexuales, creando así el sólido y solidario tejido social que la construcción de la sociedad socialista necesitaba. La crítica abierta a la heterosexualidad se remonta a los años 70, con la nueva ola del movimiento feminista, con Kate Millet en Estados Unidos (1971 [1970]) o grupos como el FHAR en Francia41. Su Mensaje a quienes creen que son normales de 1971, estigmatiza en especial el carácter « burgués » de las normas amorosas. Por su lado, aunque critiquen al separatismo lésbico de las blancas, muchas feministas y lesbianas negras « debaten de las cuestiones reales que afectan a los varones y mujeres negr@s —los roles de sexo, las relaciones, la parentalidad, la sexualidad [...] » (Powell, 1983 in Smith, 2000 [1983], p 283). Cheryl Clarke agrega: « como lesbiana negra, estoy obligada, y me siento comprometida a destruir la supremacía heterosexual [...] Entre más homofóbic@s seamos, como pueblo, más alejad@s estaremos de cualquier clase de revolución. » (Clarke, 1983 in Smith, 2000 [1983], p 201). Más recientemente, la lingüista quebequense Pascale Noizet analizar la « idea moderna de amor » como algo fundamentalmente heterosexual (1996). La revista 41- Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, nacido en 1971 en Francia con lesbianas y homosexuales. Aparece un grupo mixto con el mismo nombre en 1978 en México.

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lesbiana radical quebequense Amazones d’hier, lesbiennes d’aujourd’hui (Amazonas de ayer, lesbianas de hoy, a la que Noizet participa), publica simultáneamente un número especial, titulado Cuestionamiento a la familia. Por su parte, desde Chile, Margarita Pisano ataca vigorosamente el ideal consanguíneo de la familia y el « mal amor » patriarcal, pugnando por la creación de otro imaginario y otras prácticas de libertad afectiva y sexual (2001). Finalmente, son los análisis de Monique Wittig (2001 [1981]) los que permiten pensar globalmente la articulación entre la ideología heterosexual (lo que llama el « pensamiento straight ») y la dimensión material concreta de la apropiación de las mujeres teorizada por Colette Guillaumin (1992 [2005 en español]). Al abandonar a la pareja y la familia heterosexual, o al negarse a entrar a ellas, las lesbianas desertan de las relaciones de explotación que crean la clase de las mujeres, al igual que l@s esclav@s marrones, al escaparse de las plantaciones creaban comunidades de resistencia en las que se liberaban de su estatuto de esclav@s. Hacia una crítica de la exclusividad en la pareja Existe, por supuesto, una gran variedad en las prácticas de pareja 42. No es que aquí pretendamos proponer ningún nuevo modelo normativo. Simplemente, lo que aquí estamos criticando es la « pareja-modelo » que implica (1) la fidelidad sexual y (2) la creación de un vínculo exclusivo (sentimental y práctico) con una única persona. Estos dos elementos están estrechamente unidos y son a menudo causa y consecuencia de intereses económicos y materiales comunes, o mejor dicho, interdependientes. Esto conlleva tres problemas principales, que tienen que ver con las relaciones de poder. Son problemas que también existen en las parejas heterosexuales. A veces, el hecho que se trate de dos mujeres reduce las dificultades (por ejemplo cuando las dos personas han sido socializadas a realizar el trabajo doméstico sin quejarse demasiado), a 42- Por supuesto, por múltiples razones, hay mujeres y lesbianas que no tienen ganas de tener relaciones sexuales y/o amorosas, o las quieren tener solo con una persona a la vez, incluso por periodos muy largos. El fuerte empuje a tener una sexualidad desbordante y multipartenarial bajo el modelo gay masculino, merece un análisis crítico. Véase por ejemplo a las autralianas Sheila Jeffreys (1996) y Betty Mc Lellan (1995).

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veces las aumenta, en especial cuando el lesbianismo implica ostracismo y aislamiento social. Primero está la cuestión de la repartición del trabajo y de los recursos. El desequilibrio (bastante común) en la repartición del trabajo doméstico, notado por la socióloga Raphaële Ferzli (2001), está a menudo relacionado con diferencias de poder (de salario, de clase, de « raza », de edad, de estatuto legal etc). Y en cuanto a la puesta en común de los recursos, las lesbianas tenemos una dificultad específica por ser mujeres y por falta de un marco legal, que ha sido muy poco abordada en el plano teórico y político. A nivel psicológico, nuestra socialización como mujeres nos cohíbe para recibir dinero o bienes materiales en el marco de una relación sexual (que no sea el matrimonio): raras veces deja de evocar la prostitución, así como lo demostró tan acertadamente Paola Tabet (2004). Y a nivel legal, en la mayoría de los países, no existe ningún marco jurídico, legítimo, para “casarnos”, y cuando existe tímidamente, como en el caso del PACS, muy pocas lesbianas se acogen a él. Quiere decir que salvo poquísimos casos de uniones monogámicas duraderas, muy consolidadas, y en países donde haya leyes que permiten la “unión” entre mujeres, no existe ningún reconocimiento social de la existencia de intereses materiales comunes entre lesbianas y de la legitimidad de poner en común sus recursos. El compartir entre lesbianas acontece en una suerte de no woman’s land. Por supuesto, hemos creado muchas formas de “ayudarnos” entre lesbianas, ya sean parejas, ex-parejas o amigas, pero en lo que al aspecto formal se refiere, estamos en casi cero. Creo que nuestra creatividad se beneficiaría de más debate público y político, colectivo, para afianzar nuestros intentos individuales y limitar las relaciones de poder que aparecen con más nitidez cuando se maneja dinero. El segundo problema es el del « encierro de a dos ». Este encierre, más o menos marcado, es la consecuencia de la exclusividad sexual y afectiva que este tipo de pareja produce progresivamente a medida que se va consolidando. Aunque puede ser muy agradable y deseado, conlleva potencialmente graves problemas. Por un lado, tiende a reducir la vida social, política y hasta laboral, de cada una.

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Ciertamente, como nos lo recordó la peruana-chilena Norma Mogrovejo en este Coloquio43, muchos grupos lésbicos se han beneficiado de la energía amorosa-política de algunas parejas “históricas” (Mogrovejo, por salir). Pero los desamores también han repercutido bastante negativamente en muchos casos, y el miedo a que la compañera se enamore de otra puede ser un motivo para restringir su participación política. La ideología de los celos (estrechamente ligados a la monogamia) juega un papel central para mantener a las mujeres, incluso lesbianas, en la casa 44 . Finalmente, relacionado a lo anterior, aparece el problema de la violencia doméstica.45 Se la puede analizar como el resultado de desigualdades de poder, combinadas con la lógica del « encierro de a dos » y de los celos. Es más, la crispación sobre la fidelidad (en ambos sentidos: debida y esperada) es generalmente más fuerte en las mujeres por su socialización, y aún más en muchas lesbianas, ya que por la represión del lesbianismo no conocen a ninguna otra más que a su pareja. « Guardarla » a su lado, aunque sea por la fuerza, puede volverse una necesidad casi vital. Todo está reunido para explicar la aparición de la violencia al interior de la pareja, mientras que la hostilidad lesbofóbica del conjunto de la sociedad impide que se denuncie. III. Alternativas lEsbicas y feministas

Las cuestiones del amor y de la pareja, pues, distan mucho de ser temas frívolos reservados a las ociosas y privilegiadas: por el contrario, es especialmente fuerte la presión para formar una pareja (hetero o lésbica) para las mujeres y lesbianas no privilegiadas. No es, por tanto, una mera casualidad si son ellas las que más han pensado en este doloroso problema y han intentado construir alternativas. 43- Quinto Coloquio Internacional de Estudios Lésbicos (op.cit.). 44- Los celos no tienen nada de natural, ninguna raíz secreta en lo más profundo de la psique humana. Prueba de ello: hay sociedades donde son totalmente desconocidos, como en la población Mosuo (Na) en la China de hoy. Es notable que tampoco exista allá la institución del matrimonio, y ni siquiera la unión estable. La inmensa mayoría de las relaciones sexuales, reproductivas y amorosas, se dan en el marco de la institución social llamada “visita furtiva”. Tampoco existe la prostitución. (Mathieu, por salir). 45- Obviamente, puede haber también violencia en las relaciones múltiples. La violencia es un mecanismo de control social central en la gran mayoría de las culturas conocidas. Sin embargo, aquí nos queremos concentrar sobre algunos elementos que hacen de la pareja monogámica “fiel”, una institución estructuralmente generadora de violencia.

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Criticar el marco Un primer conjunto de alternativas consiste en analizar el marco de la pareja, y a buscar ampliarlo. Muchas lesbianas intentan construir prácticas de pareja diferentes: con mayor justicia en la repartición del trabajo (remunerado y doméstico) y posiblemente con cierta libertad sexual. Sin embargo, si se quedan aislados, estos intentos están condenados estructuralmente al fracaso ya que la pareja, aunque sea lesbiana, no es ninguna isla fuera de la sociedad, cuyas leyes y valores la ahogan. Muchas también han pregonado el celibato voluntario como alternativa: en Francia, tan tempranamente como en 1700, Gabrielle Suchon escribió un conjunto de textos a favor de « la vida sin compromiso ». Este celibato está relacionado a veces con una decisión de « castidad militante », en especial cuando el lesbianismo o la heterosexualidad fuera del matrimonio parecen impracticables. Otras veces, es vivido con desagrado, como un episodio forzado, por mujeres que reivindican abiertamente una vida sexual activa y la posibilidad de establecer vínculos amorosos, pero no encuentran con quien(es). Muchas veces se trata de mujeres con una fuerte pasión política, intelectual y/o laboral, como Alexandra Kollontaï, Emma Goldman, Rosa Luxembourg, Alexandra David Neel, la ex-comandante guerrillera salvadoreña Rebeca Palacios (Harnecker, 1994) o el personaje novelesco de Warda, dirigente guerrillera en el sultanato de Omán en los años 60 (Sonallah, 2002). Alrededor de los grupos libertarios, feministas y lésbicos, florecieron los intentos de vivir de otra manera, como lo demuestran en Francia el libro colectivo anarquista « Más allá de lo personal », o la comunicación de Corinne, Françoise, Karine y Martine en el anterior coloquio lésbico en Toulouse (2002). La multiplicidad de los conceptos utilizados (poligamia, polifidelidad, relaciones abiertas, poliamor) y sus imperfecciones, reflejan la flaqueza del debate, el cual se ha puesto ahora bastante defensivo en relación con los años 70. De hecho, hemos visto que el reforzamiento del imaginario y las leyes patriarcales-burguesas-racistas y la precarización creciente de la mayoría de las mujeres y lesbianas han vuelto estrecho el espacio de experimentación del que disponemos. Salir del marco Al igual que Alexandra Kollontaï, quien luchaba por crear una sociedad Página 57


socialista completamente nueva, y Wittig, quien nos hizo entrever unas comunidades lésbicas por inventar, pienso que la solución más realista y constructiva consiste en salirnos francamente del marco. La idea de Alejandra Kollontaï, quien afirma que multiplicar las relaciones sexuales y amorosas permite construir redes sociales y políticas más densas, que dan más fuerza a los proyectos alternativos, me parece que debe de ser retomada. Así, en vez de una sociedad compuesta de islotes parejiles encerrados sobre sí mismos y a menudo opuestos entre ellos por intereses egoístas divergentes, podríamos soñar con un entramado social diferente que permita poner en común mejor a nuestros recursos materiales, afectivos y sexuales. Es algo semejante lo que propone implícitamente Monique Wittig, al evocar la comunidad imaginaria, ¡más cuán atractiva! de las Guerrilleras. Apoyándonos en el modelo de las comunidades de ex-esclav@s auto-liberad@s que se organizaban fuera del sistema de las plantaciones, la « mejor » solución para las lesbianas prófugas del sistema (hetero) patriarcal no es agruparse de dos en dos, sino que en la mayor cantidad posible. Si la pareja puede hacer la fuerza, una unión más amplia es matemáticamente superior. También lo dicen las defensoras de una vida comunitaria, ya sea bajo el concepto de « nación lésbica » que la norte americana Jill Jonston manejaba en los años 70 46, o en los actos, como lo hicieron desde los años 50 varias lesbianas, proletarias y negras principalmente, quienes mal que bien, habían constituido sus comunidades en las pequeñas ciudades y los barrios populares donde vivían (Davis & Kennedy, 1989; Lorde, 1982). Sin embargo, la creación concreta de comunidades lésbicas se enfrenta con muchas dificultades. Primeramente la hostilidad de la sociedad « exterior » heteropatriarcal, capitalista y racista y en segundo lugar, la falta de claridad sobre las reglas amorosas, sexuales y éticas a adoptar. Este problema se vuelve más doloroso aún porque cargamos con nosotras en estas comunidades toda nuestra socialización: la pareja, la fidelidad, los 46- El concepto de “nación lésbica” es más bien una comunidad imaginaria, una manera de visibilizar la existencia de las lesbianas. Sin embargo, ha dado pie a muchos intentos de crear comunidades, grupos o iniciativas lésbicas. Se desarrolla simultáneamente la propuesta de una “cultura lesbiana” que puede dar paso a luchas muy interesantes, pero también a unas políticas puramente identitarias que no transforman el fondo del sistema (ver Algunas teorías lésbicas en este mismo libro).

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celos, la inseguridad, así como todas nuestras carencias emocionales. Estas dificultades contribuyen a crear un peligro de cerrazón, intolerancia y ahogamiento, que denuncia muy convincentemente la norteamericana Ti Grace Atkinson (1984). Las lesbianas “separatistas” que intentaron formar comunidades, lo han podido vivenciar de cerca en los años 80 en Francia (ARCL, 1987; Lesselier, 1987) o en Gran Bretaña (Green, 1997). Además, hemos visto que muchas feministas y lesbianas Negras han denunciado el separatismo lésbico, porque no quieren romper sus vínculos de “raza” y clase. Formar una comunidad lésbica no necesariamente implica tal ruptura, pero tenemos que pensar en como las comunidades se vinculan a su vez con otros grupos sociales. Por si fuera poco, la represión está siempre acechando, como lo comprueba el final abrupto de la comunidad lésbica del estado de Morelos (México) en la misma época, documentado por Norma Mogrovejo (2000) en la primera tesis publicada sobre el movimiento lésbico en América Latina y el Caribe. Las lesbianas de esta comuna compartían sus recursos y realizaban conjuntamente las tareas domésticas y productivas (agrícolas), a la vez que organizaban fiestas, un centro de documentación y hasta talleres de auto-defensa. Parece haber sido precisamente estas actividades de auto-defensa las que contribuyeron a alarmar el vecindario y las llevaron a auto-disolverse antes que pasara algo grave. Como lo explica Mogrovejo, este experimento era de especial relevancia, no solo porque reunía a lesbianas en su mayoría más pobres y « morenas » que el promedio de las organizaciones lésbicas en la época, sino porque se planteaba sin rodeos el problema de los recursos y de la producción. La socialización capitalista que valoriza la propiedad privada y hace a muchas reacias a compartir sus bienes, constituye un problema de fondo. Y en cuanto a la producción en común y a la sobrevivencia material, ¿qué alternativas de organización amorosas y sexuales podemos crear, que sean materialmente viables? En el mundo urbano, las comunidades se ven rápidamente limitadas por la organización del espacio y de la vivienda y la dificultad de acceso a una comida barata. En el mundo rural —en el que viven la mitad de las mujeres del planeta—, parece más « fácil » poner en práctica unas alternativas más autónomas. Por tanto, las luchas campesinas por la reapropiación de la tierra y de los recursos naturales, y sobre todo los modos de producción que defienden Página 59


o inventan, son especialmente aleccionadoras para nosotras. El movimiento zapatista en México, está basado en prácticas socioculturales indígenas, en las que el sentido de propiedad sobre la tierra no es privado, sino comunal. El trabajo comunitario es por lo menos tan importante como el trabajo “familiar”, aunque también haya una fuerte división sexual del trabajo y que buena parte del trabajo de las mujeres se ejerce en el marco familiar. Este movimiento coloca dos preguntas. En qué medida se puede producir sin explotar el « trabajo familiar » gratuito de las mujeres y de l@s niñ@s? (lo que Christine Delphy (1998 [1970]) analizó como el « modo de producción doméstico », pilar central del patriarcado). Y fuera de las comunidades indígenas, ¿en qué medida unas personas ya muy individualizadas, que han perdido casi todo espíritu comunitario, pueden realmente (volver a) encontrar esta voluntad de poner en común el trabajo y los recursos? Este tema dio mucho trabajo tanto a l@s revolucionari@s rus@s o nicaragüenses, como a los grupos neo-rurales del Larzac en Francia de los años 70, y a tod@s quienes ya intentaron poner en práctica una reforma agraria o más sencillamente, una comunidad rural. Las mismas preguntas valen para el Movimiento de l@s Sin Tierra (MST) de Brasil: parte de sus miembr@s vienen precisamente de grupos sociales « descomunitarizados » que participan ya bastante del individualismo urbano. Es interesante observar la manera en que este movimiento logra, o no, que la gente siga unida y mantenga el ideal de poseer y trabajar la tierra en común —en vez de hacerla producir en el marco de la « pequeña agricultura familiar » basada en la familia patriarcal. Por otra parte, el MST se cuestionó muy concretamente en torno a la organización espacial e incluso habitacional más adecuada para las neo-comunidades que está creando. Así, el modelo de hábitat campesino, disperso, resultó ser desfavorable para las mujeres, ya que las aislaba en sus « hogares-ranchos ». El modelo de la « agro-vila » (o ciudad en el agro), en el que las viviendas están todas juntas, tampoco resultó satisfactorio, dado que los campos quedaban lejos (sobre todo para los varones) mientras que la cercanía excesiva entre los solares causaba cansancio y tensión (especialmente entre las mujeres). Finalmente, el modelo de hábitat de las poblaciones indígenas del Amazonas, en círculo, parece ser el que da mejores resultados —sin resolver desde luego todas las cuestiones, quePágina 60


dando cada quien fundamentalmente centrad@ en su familia, tanto en el plano material como en el afectivo y cotidiano. Debemos analizar bien estos dos movimientos y muchos otros, ya que estos intentos de vida comunitaria nos hablan de algo central para el proyecto feminista: relacionar la vida cotidiana con la vida productiva de 47 otra manera, que rompa la dicotomía mundo privado-mundo público. Concluyendo, de vuelta al amor En este artículo, la idea del amor lésbico nos llevó a analizar el deterioro global de la situación de las mujeres en el mundo, vinculado al avance del neoliberalismo, que empuja a muchas de nosotras a la conyugalidad y a menudo, hacia un modelo de pareja bastante conservador y poco compatible con la participación a las luchas colectivas de transformación social. Sin embargo, estas luchas revisten ahora un carácter emergente, dado el empeoramiento drástico de la situación a nivel mundial. Hemos visto también que como feministas y lesbianas de diferentes clases, « razas » y nacionalidades, podemos apoyarnos para contribuir a estas luchas en una rica herencia teórica y práctica para proponer otras formas de vida, más enriquecedoras, como alternativas inmediatas y como ideales utópicos. Y el amor, entonces, ¿dónde quedó? La lesbiana feminista mexicana Yan María Castro afirma que “El amor, lo tenemos que redefinir en su totalidad. No habrá amor mientras exista un solo ser humano que sea explotado por otro” 48 También creo que el amor tienen que ver con que el conjunto de las mujeres en el mundo tengan un techo, comida y una vida digna, libre, sin explotación ni violencia. Esto debería ser la característica principal de nuestro ideal de amor lésbico-feminista: un amor que no sea únicamente individual y personalizado, hacia un cierto número de mujeres, sino también colectivo, para nosotras mismas y para nuestra clase de sexo. Sólo este amor político nos dará la suficiente energía para destruir 49 la « clase de las mujeres » y escapar, liberarnos realmente de ella, no solo de una en una o de dos en dos. Para esto, debemos luchar en el plano material, concreto, y analizar además del sistema heteropatriarcal, 47-Agradezco a Yan María Castro este comentario electrónico. 48-Agradezco a Yan María Castro este comentario electrónico.

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el papel del Estado y sus leyes, del sistema capitalista y de la división internacional-racista del trabajo. Debemos crear complicidades, alianzas políticas y vínculos sociales más amplios, con otros movimientos y entre nosotras. Es decir: imaginar y vivir una vida diferente, más allá de la pareja, aunque ésta sea lésbica. Post Scriptum: “La crítica fundamental debe dirigirse no contra la pareja sino contra la “pareja institucionalizada” 1. como única forma de vida para los seres humanos; 2. como un medio para impedir el resurgimiento de las formas de vida comunitarias; 3. como un instrumento para aislar a los individuos y colocarlos en una situación de vulnerabilidad; 4. como un arma de control social colocando a cada individu@ en una estructura disfuncional e inoperante por naturaleza, cancelando la autonomía natural de cada sujet@ en la sociedad; 5. como un medio para el control de las mujeres, al ocultar a la relación heterosexual como una relación de dominación bajo el discurso de la “preferencia sexual.” 50

Yan María Castro

49- El concepto de las mujeres como clase y no como grupo biológico, es la base del pensamiento feminista materialista francés. Lo desarrollaron en especial Colette Guillaumin y Christine Delphy. Para resumirlo muy esquemáticamente, para Delphy, las mujeres son una clase de sexo, definida dentro del modo de producción doméstico (sistema patriarcal). Allí, enajenan su fuerza de trabajo en contra de un mantenimiento de monto variable según la riqueza y benevolencia del marido, por medio del contrato de matrimonio, y son obligadas a realizar fundamentalemente el trabajo doméstico. El modo de producción doméstico se relaciona con el modo de producción industrial (capitalista) en donde las personas venden su fuerza de trabajo por un sueldo mediante un contrato laboral, creando clases sociales (1998 [1970]). Colette Guillaumin analizó la apropiación (individual y colectiva) de la clase de las mujeres por la clase de los hombres, a través de cinco grandes medios: el mercado laboral, el confinamiento, la demostración de fuerza (los golpes), la violencia sexual y el derecho. Estas relaciones de apropiación, las llamó relaciones de sexaje, y son la base del sistema patriarcal, que descansa en la naturalización a posteriori de los grupos sociales así construidos, al igual que el sistema racista crea “razas” para justificar la explotación de ciertos grupos, y luego naturaliza estos grupos (Guillaumin, 1992 [2005 en español]). 50- Agradezco muy especialmente a Yan María Castro este último comentario electrónico.

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De los asesinatos de Ciudad JuArez al fenOmeno de los feminicidios : nuevas formas de violencia contra las mujeres ? Jules Falquet ( traduccIOn revisada por la autora) Este texto proviene de un trabajo más amplio sobre la recomposición de la violencia, y la centralidad de las violencias masculinas contra las mujeres, en el desarrollo contemporáneo del modo de producción neoliberal —entendido éste a su vez como el resultado de la evolución conjunta de relaciones sociales capitalistas, colonial-racistas y heteropatriarcales. Mi decisión de analizar los asesinatos, acompañados de violación sexual y torturas, de centenares de mujeres en Ciudad Juárez a partir de los años 90, no tiene por tanto nada que ver con una voluntad de victimizar a unas “pobres” mujeres, o de demonizar a unos hombres especialmente “machistas”, de un “lejano país del sur”. Al contrario, la necesidad de analizar la situación de México se justifica por la importancia de este país para el avance del neoliberalismo a escala planetaria, debido a su papel clave en la construcción de la hegemonía de Estados Unidos —del que históricamente es la reserva de mano de obra, materias primas y energía, especialmente desde la entrada en vigor en 1994 del Tratado de Libre comercio entre estados Unidos, Canadá y México. El presente análisis de la violencia asesina ejercida por un conjunto “hombres en armas” contra un conjunto de “mujeres de servicio”, es la continuación de varios de mis trabajos anteriores, situándolos en un contexto histórico, geográfico y político específico —México como “el alumno predilecto” del neoliberalismo. Se verá como esta violencia va mucho más allá de la profunda misoginia que conocemos desde hace tiempo en diversas latitudes, para inscribirse en lógicas de guerra especialmente complejas y relativamente nuevas. Nos permitirá poner en evidencia una verdadera “guerra de baja intensidad contra las mujeres”, que sería una inovación en la vieja guerra capitalista que Rosa Luxemburgo (1915) ya analizaba en la época de la primera oleada de la globalización cuando señalaba la alternativa a la que la humanidad debía enfrentarse en aquel entonces: el socialismo o la barbarie. Comprender la lógica de la actual barbarie neoliberal, cien años más tarde, podría ser el inicio de un caminar hacia otros mundos posibles. Página 69


¿De qué hablamos cuando hablamos de feminicidio? Se trata en realidad de un conjunto de violencias masculinas asesinas contra las mujeres, de diversa naturaleza: recordaré ciertos elementos de contexto y de definición, centrándome en el caso de Ciudad Juárez y en los trabajos de diferentes activistas e investigadoras feministas. Veremos despues que el (o los) feminicidio(s) constituyen a la vez una “nueva” forma de violencia específica del neoliberalismo tal como se desarrolla hoy en México y que le resulta muy útil, y que tiene(n) su origen en la historia larga del control político-militar específico de este país. En una tercera y última parte, después de haber subrayado algunas semejanzas con otros casos de dictaduras y de posguerra en el resto del continente, propondré varias pistas de análisis para profundizar en la reflexión. El desarrollo de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez El sexenio de Zedillo (1994-2000) estuvo marcado por el desarrollo, en Ciudad Juárez, de desapariciones y asesinatos de mujeres, progresivamente nombrados como “feminicidios”. Efectivamente, en esta ciudad fronteriza emblemática de las migraciones hacia el Norte, de la industrialización y de la urbanización espontánea, se señala a partir de 1993 una serie de asesinatos particularmente impactantes: se encuentran cadáveres de mujeres jóvenes, a veces casi adolescentes, portando las marcas de terribles violencias sexuales, violación y tortura. Algunos cuerpos son mutilados, desmembrados, o son hallados tirados, desnudos, a veces en grupos, en el desierto o en medio de terrenos baldíos o basureros, proyectando una macabra imagen de barbarie deliberada (González Rodríguez, 2002; Washington Valdés, 2005). A lo largo de los siguientes meses y años, desapariciones y asesinatos se multiplican. Las familias que buscan a sus desaparecidas o que vienen a reconocer los cuerpos, se enfrentan a la negligencia o incluso al desprecio y agresividad de la policía. Los informes, las pruebas e incluso los restos de los cuerpos son mezclados o a veces perdidos. Las personas que vienen a señalar una desaparición reciben insultos, amenazas y a veces terminan siendo inculpadas. Frente a la actitud de las autoridades, grupos de mujeres, especialmente de madres pero también de familiares y amistades, se forman para demandar justicia ; organizan marchas y campañas para llamar la atención sobre el fenómeno y exigir respuestas, rápidamente apoyados por el movimiento feminista y organizaciones nacionales de derechos humanos.

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Se dan algunas detenciones “espectaculares” de sospechosos con características de chivos expiatorios ideales —dos conductores de autobuses, un “egipcio” venido de Estados Unidos, o el propio hermano de una de las víctimas que andaba preguntando demasiado en las comisarías. Pero rápidamente, los conductores de autobuses convictos muestran a la prensa sus cuerpos cubiertos de quemaduras de cigarrillos; su abogada denuncia haber sido amenazada de muerte y es objeto de atentados (Washington Valdés, 2005). Sobre todo, a pesar de estas detenciones, los asesinatos continúan. En muchas mujeres, el miedo se instala. En efecto, conminadas a actuar, las autoridades culpan a las víctimas, acusándolas de haberse fugado o de ser prostitutas, minimizando los hechos. El gobernador del Estado de Chihuahua en aquella época, Francisco Barrio (1992-1998) afirma que las víctimas “salían a bailar con muchos hombres”. Insinúa incluso a propósito de una niña de diez años asesinada, que su dentadura, con signos de caries, denotaba la “desintegración y la desatención familiar” y sostiene que las cifras de asesinatos de mujeres y chicas jóvenes son “normales”. Ante la brutalidad de los crímenes y el misterio que envuelve a sus autores, surgen las mas diversas interpretaciones (Ravela et Domínguez, 2003). Algunas adelantan que las desapariciones y asesinatos podrían servir para realizar “snuff movies” o tráfico de órganos. Numerosas voces subrayan que la violencia está permitida por la vulnerabilidad de las mujeres pobres, especialmente de las trabajadoras de las maquilas que después de terminar su turno de noche en la fábrica, vuelven a las cuatro de la madrugada a sus lejanos barrios. El transporte y la iluminación públicas son inexistentes y los (eventuales) autobuses de la fábrica las dejan lejos de su barraca de chapa, solas en la oscuridad. Otras recuerdan fríamente que los barrios de bares del centro de la ciudad están llenos de hombres poco recomendables y que la vida nocturna es sinónimo de múltiples peligros; las que alli trabajan saben que corren riesgos y peligros. De forma más global, las características de Ciudad Juárez son a menudo traídas a colación, para poner de relieve la existencia de una especie de violencia urbana anómica sobre el telón de fondo de una profunda crisis económica y social. La causa de todo esto, habría que buscarla en la urbanización caótica, la delincuencia común y los efectos colaterales del narcotráfico, cuya implantación comienza a hacerse evidente desde finales de la década de 80 y se refuerza constantemente durante la década de los 90, especialmente alrededor del cártel de los hermanos Carrillo Fuentes. La negligencia y la corrupción, características generalmente atribuidas a la policía, llevadas al colmo en este caso, permiten imaginar diversas formas de colusión. Efectivamente, el modus operandi Página 71


de una parte de los crímenes (que implica disponer de lugares discretos de secuestro y asesinato, de otros para la conservación de los cuerpos durante un tiempo indeterminado, y todavía más tarde de medios para transportarlos a considerables distancias) parece indicar la existencia de bandas bien organizadas y disponiéndo de numerosas complicidades. En total, durante el mandato de Francisco Barrio (1992-1998), fuera de los otros ctipos de asesinato de mujeres, son no menos de 90 mujeres que son halladas muertas siguiendo el mismo esquema de violación, estrangulación o fractura de la nuca, en su mayoría obreras entre 15 y 19 años de edad. De hecho, las cifras son difíciles de conseguir y poco confiables, porque ni la policía local ni las autoridades de Chihauhua, ni las autoridades federales se muestran capaces de suministrar datos consolidados y unificados. Las informaciones recogidas por asociaciones, a pesar de los escasos medios con los que cuentan y de las amenazas que reciben, y por investigador@s académic@s, resultan siendo de lejos las más confiables. Según su propia base de datos, la especialista en feminicidios del Colegio de la Frontera Norte Julia Estela Monárrez Fragoso (2006 a) contabiliza 382 feminicidios de mujeres y niñas entre 1993 y 2004. La antropóloga quebequense Marie-France Labrecque (2012) contabiliza por su parte 941 feminicidios entre 1993 y 2010. Pero ¿qué asesinatos deben ser contabilizados como feminicidios ? y de hecho ¿qué son exactamente los feminicidios? Primeras definiciones y diversidad de los feminicidios La reconocida antropóloga mexicana Marcela Lagarde, que acude a Ciudad Juárez tan pronto como en 1996 (Devineau, 2012), será con las editoras de la Triple Jornada, una de las primeras en proponer una definición, asi como un marco de análisis claramente feminista para comprender el fenómeno. Se apoya para hacerlo en el trabajo de Jill Radford y Diana Russel de 1992, Femicide: the politics of woman killing, que es la primera antología publicada en el mundo sobre el asesinato de mujeres en razón de su sexo. En ella, diversas autoras analizan, en países y épocas muy diferentes, las relaciones estructurales entre odio misógino a las mujeres, violencia y asesinatos. Lagarde retoma y traduce el término inglés de femicide propuesto por Russel y Radford. Sin embargo, pensando que en español el término femicidio puede sugerir algún tipo de simetría con el homicidio, decide escoger el término de « feminicidio ». Además, Lagarde construye el feminicidio como un concepto específico, caracterizado por dos dimensiones: se trata de un crimen de género, misógino, de odio hacia Página 72


las mujeres que goza de una gran tolerancia social; y el Estado juega un gran papel en su impunidad, lo que constituiría una de sus principales características. (Devineau, 2012). Aunque el uso no se haya estabilizado plenamente ni en español ni en francés, retomaré aqui el término de feminicidio, menos por una adhesión estricta a la teorización de Lagarde —veremos cuan complejo es el análisis que se puede hacer del fenómeno— sino porque me parece que efectivamente permite evitar el escollo de la simetrización homicidio/femicidio. Por su parte, en aras a la claridad, Monárrez Fragoso sugiere distinguir diferentes tipos de feminicidios (2006 b). Propone en especial la categoría de “feminicidios sexuales sistémicos” para los asesinatos de Juárez que impactaron mas fuertemente a la opinión: mujeres jóvenes, de piel morena, obreras de zonas francas o estudiantes, encontradas violadas y atrozmente torturadas en escenificaciones sórdidas. Ahora bien, según Labrecque, estos casos no representarían más que el 20% del conjunto de los asesinatos de mujeres contabilizados, o sea 179 mujeres y niñas entre 1993 y 2010. Lo que Monárrez Fragoso denomina “feminicidios íntimos”, es decir, cometidos por un hombre conocido por la víctima, representarían otro 20% de los asesinatos, 3% corresponderían a asesinatos por “ocupaciones estigmatizadas” (prostitución, empleo transgresivo) y finalmente, 58% serían asesinatos “comunes” ligados a simples robos y a la violencia general (Labrecque, 2012 ; Lacombe, 2014). Variedad en los análisis: de la brutalidad masculina a los efectos perversos del neoliberalismo Labrecque sugiere recurrir, para analizar los diferentes tipos de feminicidios, a una perspectiva feminista global en términos de sistema patriarcal, vinculando este último al sistema de explotación del trabajo de las mujeres, con la impunidad fomentada por el Estado, la tolerancia a la misoginia inscrita en la cultura dominante y el poder masculino en la esfera íntima. A pesar de las críticas que son a veces dirigidas al concepto de patriarcado, el análisis de Labrecque se revela sólido, lo que no sucede siempre con otras explicaciones que se pretenden feministas pero que más bien manifiestan una lectura superficial de género y en realidad, se revelan como victimizantes y naturalistas. Asi, algunas reflexiones que insisten en la vulnerabilidad de las mujeres, al final no hacen más que ratificar ad nauseam la idea de que las mujeres son (necesariamente, y todas) vulnerables y que los hombres son (todos, sin que se sepa por qué) depredadores sexuales y asesinos potenciales. Asímismo, son problemáticas parte de las explicaciones, ampliamente retomadas por el sentido común, que afirman Página 73


que el aumento de la presencia de las mujeres en el espacio público y/o en el mercado laboral, quebrantarían las normas de género o amenazarían la supremacía de los hombres. Efectivamente, si algunos análisis recomiendan observar las consecuencias de la competencia material concreta entre mujeres y hombres en la mercado laboral (Labrècque, 2012; Falquet, 2010 a, 2012 a), otros se colocan en una perspectiva de género muy “micro”, en un terreno psicologizante. Y al poner por delante la “frustración” masculina o una supuesta “crisis de la masculinidad”, un@ se desliza rápidamente por la dudosa pendiente del masculinismo más reaccionario, en la que las víctimas se vuelven culpables de haber trastocado (aunque sea de hecho de forma bien involuntaria) la eterna jerarquía de los sexos. Entre la impresionante cantidad de trabajos sobre los feminicidios producidos en los últimos veinte años, las más estimulantes son las reflexiones que desde una perspectiva estructural y feminista, vuelven a colocar los feminicidios (especialmente los que Monárrez Fragoso califica de “feminicidios sexuales sistémicos”) en el marco del desarrollo de la globalización neoliberal. Una de las primeras en haber escrito en este sentido es la antropóloga argentina Rita Laura Segato (2005). Para ella, la barbarie falsamente incontrolada ejercida sobre el cuerpo de algunas mujeres a través de los feminicidios, debe ser relacionada con el desarrollo de nuevas lógicas económicas, políticas y territoriales en las que se enfrentan diferentes bandas narcotraficantes que disputan el poder al Estado. Más exactamente, apoyándose en trabajos anteriores que realizó en la cárcel (en Brasil) con detenidos condenados por violación sexual, de donde se desprendía que el principal motivo de la violación para ellos era “probar cosas” a otros hombres (2003), Segato afirma que los feminicidios son un lenguaje entre hombres de grupos delicuentes rivales que se envían mutuamente mensajes por medio de cuerpos torturados de mujeres. Para ella, se trata de un nuevo lenguaje de terror, poder y control sobre el territorio, enraízado en las zonas fronterizas emblemáticas de la globalización. Este brillante análisis tiende sin embargo a reproducir una gran tendencia de la antropología, que convierte a las mujeres en objetos y signos intercambiados entre hombres, y no las ve como sujetos. Por su parte, la filósofa, artista y activista Sayak Valencia trabajó sobre el desarrollo de lo que llama el “capitalismo gore” (2010). Originaria de Tijuana, describe la frontera norte de México como el “lado oscuro” de la economía global (mexicana). Para ella, la violencia que caracteriza este capitalismo gore posee un triple rol: eficaz herramienta de mercado, medio de supervivencia alternaPágina 74


tivo y pieza clave de la autoafirmación masculina. Valencia aplica los análisis de Michel Foucault y Achille Mbembe, respectivamente sobre la biopolítica y la necropolítica, al caso de la frontera mexicana, para describir tres grandes dinámicas. La primera es la transformación del Estado-nación primero en Estado-mercado y luego, en el caso de México, en narco-Estado en el que las grandes empresas que clásicamente controlan el Estado han sido reemplazadas por los cárteles de la droga, convertidos en verdaderas empresas transnacionales. La segunda es un hiperconsumismo que se sustituye al proyecto humanista y a la ética, creando una nueva subjetividad cuyos portadores son los que Valencia —apoyándose en la literatura medieval española para caracterizar esos seres mitad hombres/mitad monstruos— llama sujetos endriagos, que utilizan la violencia como medio de supervivencia, autoafirmación y herramienta de trabajo. Finalmente, retoma el concepto de necropolítica, situándolo en el contexto específico de la frontera norte de México. Allí son los propios cuerpos los que se han convertido en mercancías, cuya producción, conservación, libertad, integridad o muerte constituyen otros tantos subproductos. Peor todavía: el cuerpo, convertido en la mercancía última, adquiere un valor suplementario si está amenazado. Y en la globalización actual, de la que las fronteras constituyen el mejor ejemplo, los sujetos endriagos disputan al Estado, ya no el poder clásico, sino el control de la población, del territorio y de la seguridad. Si bien el ensayo de Valencia es audaz y estimulante, su sustentación empírica no deja de ser frágil. ¿Cómo se forman los sujetos endriagos y quienes son sociológicamente: ¿por qué son hombres, por qué serían “todos” los hombres o por qué algunos hombres jóvenes y pobres, o bien viejos y ricos, y no los otros? ¿Por qué las mujeres no entran en esta categoría, ya que ellas también necesitan dinero, autoafirmación y quizás sueñan en circular armadas hasta los dientes en vehículos todoterreno acompañadas por jóvenes efebos a su servicio? Parece que Valencia cede a la compasión hacía los varones creada por la repetición recurrente de discursos masculinistas sobre la “crisis de la masculinidad” y acaba por considerar a las mujeres (incluso si algunas de ellas pueden convertirse en sujetos endriagos) como un simple telón de fondo de las (des)aventuras de esos sujetos endriagos. Ofrece pocos elementos históricos o sociológicos que permitan comprender mejor como son producidos concretamente estos sujetos tan problemáticos. Raíces históricas y políticas de los asesinatos de Ciudad Juárez Para encontrar elementos más precisos, hay que volcarse al trabajo de la perioPágina 75


dista estadounidense Diana Washington Valdés (2005), corresponsal de El Paso Times. En base al conjunto de casos que ella misma repertorió, establece varios “perfiles” de asesinatos, que podrían tener culpables diferentes. Algunos crímenes podrían haber sido cometidos por al menos dos asesinos en serie aun en libertad. Otros, por narcotraficantes de bajo nivel. Algunos llevarían la huella de dos bandas extremadamente violentas para las que los asesinatos constituirían una especie de iniciación ritual. Washington Valdés destaca también la responsabilidad de un grupo de hombres (empresarios, políticos y/o narcotraficantes) lo suficientemente poderosos para asesinar impunemente, antes de completar la lista con una serie de imitadores de todo tipo que aprovecharían la situación para disimular su crimen entre la masa. Sin embargo, detrás de esta variedad de casos, Washington Valdés señala dos elementos comunes. En primer lugar, afirma que el gobierno conoce a los asesinos, y a continuación, que la inacción de las autoridades oculta turbadoras cuestiones políticas. En el capítulo de su libro titulado “El cártel de la policía”, Washington Valdés recuerda la implicación de algunos policías federales en una serie de violaciones sexuales ocurridas en México DF a finales de la década de 1980. Estos oficiales formaban parte de la escolta del subprocurador general de la República en aquel momento, Javier Coello Trejo. Washington Valdés recuerda que diferentes expert@s estiman que las violaciones sexuales en grupo representan una especie de ritual de iniciación en la fraternidad para ciertos policías que colaboran con el crimen organizado. Más exactamente, los cárteles que operan en el estado de Chihuahua habrían tejido lazos con algunos policías de la ex Brigada blanca (un grupo paramilitar formado por órdenes presidenciales en la década de 1970 para luchar contra la Liga Comunista 23 de septiembre), quienes habrían puesto su experiencia como torturadores al servicio de los narcotraficantes. De esta forma, relacionándolos con el resurgimiento de algunos fantasmas de la guerra sucia de la década de 1970, Washington Valdés evita un análisis demasiado localista y estático de los feminicidios, para colocarlos en una perspectiva nacional y hacerlos entrar por la puerta grande en la historia política (y militar) del país. Washington Valdés también establece vínculos turbadores entre los feminicidios y la vida política mexicana de la década de los 90. Subraya especialmente la notable inacción, durante todo el periodo, de dos hombres en posición de alto poder: el procurador general de Justicia del Estado de Chihuahua, Francisco Molina Ruiz y su gobernador, Francisco Barrio (cuyas declaraciones arriba citadas demuestran una clara voluntad de minimizar los hechos). Ahora bien, Página 76


Francisco Barrio era en la época una de las estrellas destacadas del PAN. En efecto, era el primero en haber roto el monopolio electoral del PRI, al alcanzar la alcaldía de Ciudad Juárez en 1983. En 1986, al fracasar en el intento de obtener el puesto de gobernador del Estado, se encuentró en el centro de un fuerte movimiento de denuncia del fraude electoral que hizo tambalearse un poco más el sistema priísta. Después de seis años retirado de la vida política, finalmente fue elegido gobernador en 1992. El tándem Barrio (gobernador) y Molina (procurador) fue completado con el nombramiento por parte de Molina, de Jorge López Molinar como subprocurador de la región norte del Estado, donde el narcotraficante Amado Carrillo Fuentes, apodado el “Señor del cielo” estaba precisamente en esta época, afianzando su cártel con la ayuda de su hermano Vicente (Devineau, 2013). Abogado egresado de la derechista Universidad autónoma de Guadalajara y asociado a la organización de Desarrollo Humano Integral (DHIAC), vinculada a su vez con la organización clandestina El Yunque, Jorge López Molinar declaró a propósito de los feminicidios que “muchas mujeres trabajan en las maquilas y como no ganan dinero suficiente para vivir, de lunes a viernes ejercen su trabajo, y los fines de semana se dedican a la prostitución. Además, como son originarias de diferentes regiones, si les sucede algo, nadie las reclama” y que “lo mejor sería que las mujeres se autoaplicasen un toque de queda”. De hecho, fue muy criticado, y nominalmente, por Amnistía Internacional por su inacción ante los feminicidios. Finalmente, siendo subprocurador, Jorge Lopez Molinar estuvo en el centro de un sonado escándalo porque continuaba ejerciendo de abogado, lo que la ley del Estado de Chihuahua prohíbe formalmente. Fue apoyado entonces contra vientos y mareas por el procurador, Molina Ruiz, sin que el gobernador Francisco Barrio Terrazas hallara nada que objetar. Es por lo tanto sorprendente que en 2001, después de su victoria en las elecciones, el presidente PANista de la « alternancia » Vicente Fox, haya llamado a Barrio Terrazas como “zar anticorrupción”, y que este haya contratado inmediatamente a Molina como su jefe de seguridad en México. Así, vemos que el trabajo de Washingtón Valdés ofrece elementos especialmente interesantes para entender la construcción y ascensión del PAN en el norte del país, en el decenio de 1990. Si es de conocimiento casi público que entre otros a través de la familia del antiguo presidente Salinas (1988-1994), la cúpula del PRI estaba involucrada hasta el cuello en el narcotráfico, no es insignificante constatar que los vínculos parecen igualmente establecidos entre ciertos sectores del PAN y grupos de narcotraficantes. A lo largo de los últimos años, México ha visto desarrollarse de manera paralela, la rivalidad entre el PRI Página 77


y el PAN por una parte, y entre los cárteles considerados próximos a cada uno de ellos, por otra. En cualquier caso, destaquemos aquí que los vínculos entre algunos PANistas y algunos narcotraficantes parecen en parte tejidos alrededor de la impunidad de los feminicidios sexuales sistémicos —de los que aún no se sabe oficialmente si fueron cometidos por grupos narcos, sombras fantasmáticas de la guerra sucia, poderosos hombres políticos o de negocios ávidos de sensaciones fuertes, o por una siniestra mezcla de todos ellos a la vez. Los feminicidios más allá de Juárez: perspectivas continentales e historias de dictaduras y posguerras La voluminosa recopilación de textos, Terrorizing women. Feminicide in the America coordinada por Fregoso y Bejarano (2010) se inscribe “en la intersección entre las dinámicas de género, las crueldades del racismo y las injusticias económicas en los contextos locales y globales” (p. 5), situando así claramente el análisis del feminicidio en el marco de la economía neoliberal. Terrorizing women propone a la vez muy finos análisis sobre el caso mexicano e interesantes comparaciones internacionales. En lo referido a México, un artículo de Deborah Weissman muestra que la impunidad de los feminicidios en Ciudad Juárez no es solamente responsabilidad del Estado mexicano sino también del de Estados Unidos, a menudo olvidado, y más todavía, de actores capitalistas trnsnacionales. De hecho, Weissman destaca el papel de los dueños de las empresas maquiladoras y de otros sectores económicos, quienes se organizan desde hace decenios, por medio del reforzamiento de la frontera, para abaratar el costo de la mano de obra mexicana —sobre todo femenina. Le responde un notable artículo de Alicia Schmidt Camacho, que muestra cómo nuevos actores políticos y económicos han desnacionalizado el espacio de la frontera y han creado una verdadera “no-ciudadanía” para las mujeres. Afirma que los feminicidios de Juárez “son la doble sombra de un proyecto que busca generar una población sin derechos, feminizada, directamente apropiable para el trabajo y el sector de los servicios, simultáneamente en los mercados de trabajo legales e ilegales. La producción de este grupo subalterno ha llevado a la sexualización del cuerpo de las mujeres mexicanas pobres como un medio de vender la lúgubre y frágil cooperación entre los dos países. Las fábricas de la maquila y la industria turística, que de forma tan manifiesta comercian con las capacidades físicas de las mujeres mexicanas, no son más que los sitios más evidentes donde se erotiza la hiperexplotación de las mujeres mexicanas.” (p. 285).

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El libro de Fregoso y Bejarano también permite comparar el fenómeno del feminicidio en diferentes países del continente, marcados o no por dictaduras o guerras contrainsurgentes —siendo de especial interés el caso de Guatemala. Efectivamente, algunos elementos del conflicto guatemalteco de la década de 1980 recuerdan el México de los años 90: creación de unidades represivas especiales con el apoyo estadounidense (en particular, los terribles Kaïbiles), creación de milicias contrainsurgentes en el mismo seno de las comunidades indígenas, utilización masiva por parte del ejército de la violación de las mujeres indígenas para obligar a comunidades enteras a abandonar su territorio, impunidad de los antiguos grupos represivos. El libro permite también entender los lazos entre la violencia en tiempos de guerra, y la violencia en un tiempo de paz particular: la paz de una posguerra sin reparación social, en la que la vida no vale casi nada, en la que circulan muchas armas en manos de hombres habituados a usarlas y en la que la crisis económica hace estragos. Destaca también los efectos negativos de la impunidad de los antiguos criminales de guerra y el cóctel explosivo que esta impunidad produce con el aumento de la miseria. De vuelta a los “feminicidios sexuales sistémicos”: tres pistas para profundizar en el análisis Con todos estos elementos como base, propongo ahora tres pistas de interpretación que sintetizan las reflexiones anteriores y surgieren nuevas perspectivas, en el caso de Ciudad Juárez pero también para entender la dinámica mortífera y las diferentes violencias contra las mujeres que se han multiplicado por todo el país e incluso por el continente, a lo largo de los años 2000 y con la profundización de la lógica neoliberal. Primero, concuerdo plenamente con los análisis de Weissman y de Schmidt Camacho que sitúan la violencia y los asesinatos de mujeres en la perspectiva del abaratamiento del costo de la mano de obra. Efectivamente, focalizarse en la dimensión sexual de los feminicidios sexuales sistémicos y el sexo de las personas asesinadas —ya sea por una loable preocupación feminista o por un naturalismo más a menos inconsciente— hace olvidar que las muertes y las personas desaparecidas también tenían posiciones de clase y de “raza”. Más exactamente, la mayoría de los feminicidios sexuales sistémicos son asesinatos de proletarias “morenas”, a menudo migrantes rurales y trabajadoras pobres — obreras, trabajadoras del sexo, esposas, o en ocasiones todo eso a la vez.

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Sin embargo, propongo llevar hasta sus últimas consecuencias la sugerencia de Schmidt Camacho, que une el trabajo legal e ilegal o, dicho de otra manera, actividades vinculadas al turismo y actividades industriales en Ciudad Juárez. Para tales fines, el concepto de “amalgama conyugal” de la antropóloga italiana Paola Tabet (2004) me parece especialmente útil. La amalgama conyugal designa un conjunto de tareas que pueden, según las circunstancias históricas y culturales, ser realizadas por esposas y apropiadas en bloque por los esposos dentro del matrimonio, o vendidas separadamente por las mujeres y compradas en el mercado, generalmente por hombres. Concretamente, según Tabet, la amalgama conyugal se compone de trabajo doméstico, de trabajo emocional, de trabajo sexual y de trabajo procreativo. En la perspectiva de la apropiación individual y colectiva de las mujeres, teorizada por la francesa Colette Guillaumin (1992) y retomada por las quebequenses Juteau y Laurin (1988), mostré que una de las tendencias de la globalización neoliberal consistía en pasar de una apropiación privada de las mujeres por los hombres a una apropiación colectiva (Falquet, 2014). Esta tendencia implica separar (desamalgamar) las tareas de la amalgama conyugal y hacerlas salir del marco del matrimonio o de la familia para ofrecerlas en el mercado laboral asalariado clásico, en el marco de actividades que he llamado actividades de “mujeres de servicios” (2008) —especialmente el trabajo doméstico y el trabajo sexual. La monetarización de estas actividades, incluso si implica que su obtención resulte más cara para muchos hombres que cuando las conseguían “gratuitamente” en el matrimonio (gracias a las lógicas de la apropiación individual), permite a otras personas, en su mayoría hombres, realizar buenas plusvalías en el marco de la explotación (neoliberal). Los feminicidios atingen principalmente a mujeres que por diferentes razones, se encuentran parcialmente fuera de la institución familiar-matrimonial y de la lógica de la amalgama conyugal, y constituyen figuras emblemáticas de la globalización neoliberal. Los feminicidios sexuales sistémicos afectan particularmente al tipo de personas que realizan a la vez la mayor parte del trabajo necesario para la reproducción de los seres humanos (en el interior pero también en el exterior de la institución familiar), y una buena parte de la producción (agro)-industrial clásica, a la vez que son tambien justamente aquellas cuya forma de vida ha sido más transformada por la nueva organización del trabajo y de cuyo trabajo se extraen las mayores plusvalías. Dicho de otra forma, los asesinatos se dirigen hacia un segmento de la mano de obra central para la

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reorganización neoliberal de la producción, y la impunidad que rodea estas muertes hace más notable ese perfilaje. ¿Cómo comprender ese perfilaje? ¿Qué nos dice? La segunda pista está relacionada con la primera. Propongo ir más allá de la hipótesis de Segato según la cual los feminicidios de Juárez serían sobre todo un modo de comunicación entre hombres, y más allá de la de Valencia que sugiere que esta violencia no es más que una forma de expresión, un modo de vida y a veces una fuente de ingresos para sujetos endriagos fundamentalmente masculinos. Sostengo que vale la pena entender la violencia feminicida como dirigida ante todo a las personas asesinadas, es decir, a las mujeres trabajadoras mismas. Se dirige igualmente, en una especie de segundo círculo, a otras personas que tambien ostentan las principales características de los blancos atacados : el conjunto de las mujeres, puesto que el “mensaje” de muerte esta redoblado por violencia sexual, la que en los términos de la cultura dominante ataña principalmente a las mujeres. Pero la amenaza también concierne, en este segundo círculo ampliado, al conjunto de la población pobre, al conjunto de migrantes “moren@s”. El mensaje de poder absoluto, de desprecio total y de impunidad, potencialmente produce una serie de efectos sobre sus destinatari@s direct@s. De entrada, desmoralización y terror que puede impedirles reflexionar y actuar, individualmente y colectivamente. El efecto de sideración, desmoralización generalizada y fatalismo que parece prevalecer en México desde el comienzo de la guerra contra el narcotráfico lanzada por el expresidente Calderón (20072012) lo ilustra bien. Luego, obligándol@s a luchar en otro terreno (encontrar los cuerpos, castigar a los asesinos), la violencia feminicida frena las luchas que esas personas podrían llevar como mujeres, trabajador@s pobres o migrantes (montar un sindicato para reclamar aumentos salariales, cuestionar los mecanismos sociales de la maternidad que vuelven a las mujeres tan dependientes de un compañero o de un salario, por ejemplo). La pregunta que surge entonces es simple: ¿Cuáles son los sectores sociales, políticos y económicos que están interesados en impedir/ desviar/ retrasar la lucha de las mujeres, de las personas pobres, de l@s migrantes, en especial sus luchas contra la dependencia económica y la explotación? La tercera pista se refiere a las consecuencias sociales globales de los asesinatos de Juárez. El mensaje político-mediático que los rodea merece que nos detengamos en él. El discurso político claramente se organiza alrededor de la culpabilización de las víctimas y de la defensa de la impunidad —los poderes públicos han llegado incluso a atacar verbalmente a quienes denuncian Página 81


los feminicidios y a menudo se han abstenido de actuar cuando han sido amenazad@s o incluso asesinad@s a su vez. Por su parte, el discurso mediático ha aumentado y amplificado el mensaje horripilante, terrorífico y claramente sexista de los cadáveres puesto en escena por los asesinos. A lo largo de los meses y años, la opinión pública mexicana ha sido bombardeada, saturada de imágenes atroces que incluían el desmembramiento y la mutilación de cuerpos dislocados, irreconocibles y producidos como despreciables, de jóvenes trabajadoras pobres. Hay que señalar que paralelamente México es uno de los países del mundo donde la concentración de la propiedad de los medios de comunicación es más elevada, siendo considerados como muy cercanos al poder los dos gigantescos imperios mediáticos que existen, y por otra parte, que el ejercicio del periodismo independiente es allá especialmente peligroso. Por ejemplo, según el Comité para la protección de periodistas, entre diciembre de 2006 (llegada la poder del presidente Calderón) y 2010, veintidos periodistas y tres emplead@s de prensa fueron asesinad@s y otras siete desaparecieron. Se pueden destacar tres efectos de este discurso político y mediático dominante. El primero, en la perspectiva abierta por el Combahee River Collective a raíz de una oleada de asesinatos de mujeres, casi todas negras, en Boston en la década de los 70 (Falquet, 2006) pero también en la línea de los análisis de Judith Walkovitz referido al tratamiento del caso inglés de “Jack, el destripador” (1982), o aun en la perspectiva contenida en el mismísimo título del libro de Fregoso y Bejarano (2012): ese discurso contribuye a “aterrorizar a las mujeres” y a “normalizar” su comportamiento. El mensaje es que las mujeres deberían ponerse bajo protección masculina-familiar, restringir su movilidad y sus comportamientos, no solamente como posibles objetos de “deseo” sexual masculino, sino también en materia de actividad profesional. Luego, focalizándose a veces de forma complaciente en la dimensión sexual de la violencia, el sexo y la “moralidad” de las víctimas, el discurso dominante desvía la atención de los componentes sociales de clase y de “raza” que también están en juego en los asesinatos. Finalmente, el discurso (y las prácticas) de terror e impunidad participan en un proceso de desensibilización social que afecta al conjunto de la población. Se sabe que después de un primer umbral de coraje y luego de asco, el horror tiende a anestesiar las conciencias y a quitar a las personas las ganas de rebelarse e incluso de organizarse. El paralelo con los contextos de (pos)guerras y de (pos)dictaduras de otros países del continente, en los que los asesinatos de mujeres parecen haber aumentado desde los años 2000, paralelo sugerida por el libro de Fregoso y Bejarano y los trabajos cada vez más numerosos en otros países de la región, son ricos en enseñanzas. Podemos apoyarnos Página 82


entre otros, en algunos trabajos en psicología social de la guerra. El investigador jesuita asesinado en El Salvador, Martín Baró (1990), había mostrado que el uso público de la violencia extrema y su deslumbrante impunidad constituyen poderosos instrumentos de las estrategias de “guerra de baja intensidad” enseñadas en la Escuela de las Américas y aplicadas en todo el continente a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. Si nos colocamos en esta perspectiva, los asesinatos de mujeres de nuevo hallan su lugar en una historia política y militar más amplia que la de Ciudad Juárez en los años 90, para inscribirse potencialmente en estrategias mucho más amplias de control social por medio del terror. Evidentemente, no existe un “cerebro” que, detrás de los feminicidios sexuales sistémicos de Juárez y de forma más amplia, detrás de la violencia generalizada desencadenada contra las mujeres, haya planificado una estrategia global de terror contra ciertos segmentos de mano de obra puesta a trabajar en algunas regiones del mundo especialmente emblemáticas (fronteras entre el Norte y el Sur, zonas potencialmente ricas, países con fuertes luchas sociales y por ello en situación de guerra o de posguerra) y en actividades especialmente rentables en la era neoliberal. Sin embargo, en lo concerniente a México, es innegable que el fenómeno de los asesinatos de Juárez, los discursos dominantes y las prácticas de los poderes públicos que les han acompañado, sin duda han contribuido a crear un clima de terror en varios sectores sociales y a producir en el conjunto de la sociedad mexicana cierta insensibilización a la violencia asesina, a asentar su “normalidad” y a construir la idea de la impunidad de estas violencias. Estas violencias son el fruto de una historia política, económica y militar perfectamente rastreable, con actores claramente identificables y alianzas internacionales precisas con países del Norte como Estados Unidos, Francia e Israel (implicando instrucción militar, venta de armas y transferencia de experiencia), y no de una barbarie machista incontrolada producida por la juventud masculina pobre de los países del Sur. Tampoco se trata de una natural vulnerabilidad de las mujeres, incluso empobrecidas y “racializadas”. Sin embargo, esto en nada invalida los análisis feministas de la violencia masculina contra las mujeres, conyugal o familiar entre otras. Al contrario, las reflexiones que propongo aquí, más allá incluso de México, intentan profundizar en los trabajos feministas sobre la violencia, anclándolos firmamente en la historia, la geografía y la economía —para evitar cualquier naturalismo y generalización abusiva (en términos de sexo pero también de “raza” y de clase) sobre los responsables directos e indirectos de la violencia y las personas afectadas, tanto en términos individuales como colectivos. Página 83


Finalmente, estos elementos de análisis de la violencia masculina y sistémica asesina contra las mujeres se inscriben en reflexiones más amplias sobre la globalización. He trabajado en otros momentos sobre aspectos “consensuales” de la globalización neoliberal, entre otros sobre la manipulación de los discursos “pro mujeres” y “de género” por parte de las instituciones internacionales y de algunos Estados, principalmente miembros de la OCDE (2008). Ahora bien, si sigo afirmando que las mujeres como fuerza de trabajo (en un sentido amplio, incluyendo el trabajo de reproducción social antroponómica y el de procreación), asi como el endurecimiento de las relaciones sexuales de sexo, constituyen elementos centrales del neoliberalismo, me parece ahora necesario añadir a esta reflexión, un análisis más sistemático del contreñimiento y de la violencia —que se ejercen segun lógicas de género tan brutales y tan claras que a veces, nos ciegan. Ya es hora de volverlas a introducir en las reflexiones, para combatirlas y poder vislumbrar vías de salida a las mortíferas lógicas del neoliberalismo.

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