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La Importancia de Amar Más Profundamente a Dios en Misa

Cuando los jóvenes ven alguien que les intriga, la atracción es tema de conversación siempre que es posible. Esta atracción cambia su comportamiento de forma que nos cautivamos con el otro y deseamos compartir nuestro entusiasmo.

Imaginen si no nos intrigará más la presencia de Cristo en nuestras vidas. Imaginen si reconociéramos que Cristo está verdaderamente presente para nosotros en Su preciosísimo Cuerpo y Sangre, y presente también en la proclamación de Su palabra y al reunir nuestra comunidad, orando y cantando (vea Sacrosanctum Concilium [Constitución de la Sagrada Liturgia], párrafo 14). Reconociendo al Cristo vivo de todas estas maneras debe despertar en nosotros el deseo de estar con Aquel que es el objeto de nuestra más fundamental, pura, y santa atracción a nuestro misericordioso, amoroso y gracioso Salvador.

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Si reconociéramos la presencia de Cristo de estas hermosas maneras, ¿no aumentaría nuestro deseo de estar completamente en su presencia? Seguramente nuestro deseo de ser mejores administradores de nuestro tiempo con el Señor crecería. Nuestra atención a las lecturas y otras oraciones de la Misa nos llevaría a una más profunda comunión con Quien sufrió y murió por nosotros. Si yo reconozco que Dios es la respuesta a mi hambre, que Cristo es mi camino hacia el Padre, y qué el Espíritu Santo trabaja en la conversión de mi corazón y alma cada día, ¿no buscaría satisfacer mi hambre en el banquete del Cordero?

Aunque la participación activa en la Misa Dominical es obligación de los católicos, haremos bien al ver el amoroso y maternal cuidado que la Iglesia nos muestra al establecer ese requisito. El Código de Ley Canónica dice claramente en el párrafo 1247, “El Domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa…” En ocasiones escuchamos que esta es una regla pesada. Pero, sería más correcto entender que nuestra Madre, la Iglesia, nos ayuda a entender qué es mejor para nosotros. En Misa, escuchamos la Palabra viva de Dios. Él nos habla. Recibimos, como pecadores hambrientos y necesitados, el precioso Cuerpo y Sangre de Cristo. Encontramos la presencia viva de Cristo en nuestros hermanos y hermanas que adoran a Dios con nosotros. Si entendiéramos esta sorprendente verdad, ¿cómo afectaría nuestras vidas? ¿Cómo afectaría nuestras relaciones? ¿Cómo impactaría nuestra decisión de traer nuestros hijos con nosotros a Misa? ¿Cómo despertaría en nosotros una mayor atracción, fascinación, deseo por el Señor?

En vez de preocuparnos qué “cuenta” en la Misa Dominical, tal vez debemos trabajar para fomentar nuestro amor por la Eucaristía, nuestro deseo por la vida eterna, nuestra atracción por el Maestro que nos llama a una vida de discipulado activo. En vez de un pesado requerimiento, tal vez veamos que estar en Misa juntos ayuda a nutrirnos para una semana construyendo el Reino de Dios. Venir con esas expectativas, deseos, y esperanzas, irnos temprano desaparecerá como tentación instantáneamente. Llegar tarde porque otras prioridades interfieren no ocurrirá comúnmente, no pese otras obligaciones. Cristo desea que Le acompáñenos en la Misa, de principio a fin. Acerquémonos a Él.

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