1 minute read

Del campo a la mesa • Anna González

Next Article
Ana Pau

Ana Pau

Hola, soy Clara Manzana, y te quiero contar la historia de mi vida. El principio es muy borroso. Recuerdo a Don José, un señor muy trabajador que me regaba todas las mañanas, especialmente durante época de sequías. También me cuidaba cuando me enfermaba y me protegía de los animales e insectos que intentaban comerme.

Un día soleado, vi a Don José llegar con una gran canasta. Con mucho cuidado, comenzó a seleccionarnos, a mis hermanas y a mí, de acuerdo a nuestro color y tamaño. Nos llevó a una bodega con muchas máquinas y muchas personas. Ahí, nuevamente nos clasificaron y nos pusieron una estampa. Luego nos acomodaron en charolas de cartón que amarraron con unos hilos para que no nos lastimaran ni movieran durante el viaje que estábamos a punto de realizar. Después de casi dos horas de camino desde Zacatlán de las Manzanas, llegamos a una bodega muy grande, la más grande de Latinoamérica. Como todavía era de noche y

Advertisement

yo me encontraba empaquetada con otras de mis hermanas y primas, no pude ver mucho de la central de Abastos, pero se oía mucha actividad a pesar de que eran cerca de las 5 de la mañana.

Llegamos a un puesto en el que nos sacaron de nuestros empaques y nos acomodaron en unas torres muy vistosas junto a unos plátanos y unas naranjas, y nos pusieron un letrero con unos signos que no pude entender (1 x $18.00, 2 x $30.00).

En realidad no estuve mucho tiempo en el puesto, pues a las pocas horas pasó Mariana y nos llevó a mí y a otras 5 manzanas en una bolsa a su casa, donde nos quitó la etiqueta, nos lavó, nos quitó la cáscara y nos cortó en rodajas para cocernos con un poco de azúcar, canela, mantequilla y fécula de maíz.

Mientras nos dejaba enfriar, echó nuestras cáscaras a la composta (cuando llegamos logré ver que tenía un pequeño huerto en su patio y un compostero). Una vez frías, nos metió a un molde con pasta de hojaldre y nos horneó con un poco más de azúcar.

This article is from: