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Heroínas cotidianas

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Remembranzas

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HEROÍNAS COTIDIANAS

Mi sexagésimo aniversario

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Rocío Oñate Carlin

Estoy sexagésimo increíblemente asombrada

aniversario con vitalidad y de haber llegado a mi

habitando un

pensamiento lúcido, juvenil, lúdico y apasionado. Amo la vida por lo que me ha dado: una familia generosa, amigos y amores entrañables y hasta un cambio de siglo… Me abracé sabiendo que iba a perder y salté sin Soñé, reí, lloré. Soy una apasionada de la vida y me encanta ser No miro hacia atrás para no volverme estatua de sal. red. así.

Tengo los amigos amorosos. Algunos ya emprendieron el camino a donde algún día también llegaré. Allí volveremos a acompañarnos amigos y familiares entrañables. Por eso, no me pesa lo vivido.

Ahora veo en retrospectiva una niñez mágica, una adolescencia inquieta, mi juventud apasionada y mi madurez cálida y serena. He

logrado lo que me he propuesto, tengo lo que mi esfuerzo me ha dado y no necesito más. Como diría Joan Manuel Serrat: “A mi trabajo

acudo, con mi dinero pago”.

Me he comido la caja de bombones y a pesar de que

se encuentra semi vacía, no me arrepiento. Cuantas vivencias por demás aleccionadoras, hermosas y, por qué no decirlo, también tristes he vivido, pero todo es parte de la existencia. No conoceríamos el blanco si no hubiera negro.

En alguna ocasión, Germán Dehesa escribió: “Es urgente que los hombres entendamos que las mujeres son insumergibles indestructibles”. Es decir, no solo poseemos las aromáticas e

características de una flor sino además la enorme resistencia del metal. Doy gracias a la vida por haber nacido MUJER.

Entre tantos pasos dados, entre tantos trayectos andados mi suela ya está muy desgastada, las enseñanzas que me deja la vida son estas: Perdonar errores casi imperdonables, sustituir personas insustituibles, olvidar personas inolvidables y, Actuar siguiendo mi instinto.

También debo decir que me decepcioné de algunas personas y del mismo modo decepcioné a alguien más. Me enferma la estupidez, la frivolidad, la languidez. Abracé para proteger, para amar y para llorar. Reí cuando no podía, hice amigos eternos, amé y fui amada, grité y salté de felicidad.

Viví por amor e hice juramentos eternos, lloré escuchando música y viendo fotos, llamé solo para escuchar una voz. Me enamoré con una sonrisa y, en algún momento, pensé que iba a morir de tanta nostalgia... y no pasó nada. Sigo caminando por la vida. He llegado a la edad en que empiezo a dar consejos, y por eso les digo: Es bueno ir a la lucha con determinación,

abrazar la vida y vivir con pasión. Perder con clase y vencer con humildad, porque el mundo pertenece a quien se atreve, y la vida es mucho más para no ser vivida.

MA. LUISA LAZCANO ESPINOZA.

“La Jefa”

Rocío Oñate Carlin

Mi historia es muy sencilla y comenzó el 11 de octubre del siglo pasado. Soy la quinta hija de seis hermanos, cuatro varones y dos hembras. Me tocó en suerte vivir eventos históricos que marcaron mi vida: la Revolución Mexicana me apartó de mi padre, quien fue tenedor

en una hacienda y asesinado en el camino al trasladarse a salarios de sus peones. Su cuerpo jamás nos fue entregado. pagar los Pasamos

por muchas vicisitudes cuando alguna de las tropas, villistas

o carrancistas, entraba al poblado. Éramos escondidas en la troje. El dinero de curso legal no existía, solo teníamos “bilimbiques” que dejaban de tener valor con cada cambio de poder. La vida fue muy dura: nos robaron los pocos animales de corral, dos de mis hermanos se fueron a la bola, otro partió con los villistas y dos se enlistaron en el ejército, así que entre ellos se convirtieron en enemigos. Pese a que pasaron los años, no se volvieron a frecuentar. Yo me convertí en su intermediaria para hacerles saber a cada uno el estado de los demás.

Mi hermano, el villista, nos contaba sus experiencias en la “bola”. Sus narraciones estaban cargadas de emoción y picardía. Era muy mal hablado, pero esto no hacía que su plática fuera vulgar, todo lo contrario, quedaba seguramente vivió. aderezada de ese ambiente revolucionario que

Mi madre con muchos esfuerzos nos sacó adelante. Mi pueblo se llamaba Otumba. Era un lugar dedicado a

básicamente. Ahí transcurrió mi infancia, la producción pulquera

pese a las

carencias económicas, y el cariño de mi madre y la compañía de mis hermanos que siempre mitigaron mi dolor de panza.

Ya en mi adolescencia aparecieron los muchachos interesados en tener una relación conmigo. Después de varios años, di el “sí” a un chico guapo y alto, que trabajaba para los ferrocarriles nacionales

como maquinista. Procreamos dos hijos, el primogénito se llamaba

como su padre, Enrique, y el segundo llevó por nombre José Luis. Como las necesidades crecían, nos trasladamos a la capital buscando mejores oportunidades para la familia. En un principio y con mucho esfuerzo, logramos rentar un departamentito en una vecindad en la colonia Guerrero. Yo me dedicaba a cuidar a la familia, los chicos crecían alegres y siempre muy juguetones. Guardo muchas anécdotas de las bromas que mis hijos acostumbraban a hacer, son tantas que no

pueden reunirse todas en este relato, pero créanme que eran muy ingeniosas y superaban cualquier imaginación.

Pasados algunos años nos tuvimos que enfrentar con la terrible pérdida de mi esposo. La falta de educación básica me obligó a buscar trabajo solo de sirvienta. Esos años fueron muy difíciles, debido que

acudía a cumplir mis deberes con zapatos de tacón alto, los únicos que tenía. Esto hacía mis tareas más pesadas y me sacaron un par de juanetes muy dolorosos.

La carga económica me agobiada, ya que no solo

estaba apoyando a mis dos hijos, sino a tres sobrinos que estaban pasando circunstancias todavía peores a las que nosotros vivíamos y no me sentí con el corazón para echarlos a la calle.

Con muchos esfuerzos y cansancio, todos los días les procuraba alimento y techo, así como una educación, a veces, precaria. A pesar de nuestra situación, ellos se obligaron a salir adelante, cada uno aprendió un oficio y poco a poco la situación económica se volvió más holgada. Ahora puedo decir que los cinco se convirtieron en hombres de bien: uno fue periodistas, otro taquimecanógrafo, el otro fue a probar suerte en el extranjero, Antonio fue mecánico y al último, por desgracia, le ganó el alcohol; sin embargo, cuando lo abandonaba el vicio era un excelente pintor de brocha gorda.

La vida me recompensó este esfuerzo dándoles a cada uno sus familias. Ellos pudieron vivir con la estabilidad económica que no tuve por muchos años y, a pesar de las duras vivencias que tuvieron que enfrentar, pudieron brindar a sus hijos un buen ejemplo y darles el amor del cual –por lo menos tres de ellos– carecieron en su infancia. Cada uno sacó adelante a su familia, mis nietos son hombre y mujeres de bien. Me visitan frecuentemente lo que hace que mis días sean más agradables, es el mejor pago que me pudo dar la vida al esfuerzo hecho.

Para ellos soy “La Jefa”, mote con el que cariñosamente

me llaman, mostrándome con ello su respeto y gratitud. Tal vez, no sea la heroína de una novela, pero me siento satisfecha con lo que pude hacer, fue una prueba que la vida me mandó y espero haber cumplido con ella.

Mi vida, haciendo camino en familia

Beatriz Quintero

Nació el 7 de octubre de 1991 en

la Ciudad de México. Sus padres son Margarita y Hermenegildo, es la segunda de dos hijos.

el Vivió su infancia en la capital del país hasta los 7 años, allí cursó

preescolar y el primer grado de primaria. Después, se mudó al

Estado de México, en

donde secundaria y la preparatoria. estudió el resto de la primaria, la

Durante su adolescencia se unió a un grupo católico

que trabajaba con niños, niñas y adolescentes de la comunidad en la que residía. En este grupo, dirigió algunos talleres y juegos infantiles. Esta labor siguió durante 10 años.

A los 18 años de edad, ingresó a la licenciatura en Psicología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana. En este periodo inició su experiencia laboral como ayudante a una docente, y a finales de la carrera entró como becaria de investigación en el Hospital

General de México, en el área de Reumatología.

Transcurridos 4 años, terminó sus estudios con una

tesina titulada “La religiosidad como recurso para afrontar la enfermedad”. Al término de este periodo obtuvo su título y cédula profesional.

Seis meses después tuvo la opción de entrar a trabajar en una Asociación civil que brindaba apoyo a niñas y adolescentes en situación vulnerable y en riesgo de calle, y que, además, era un poco similar a la labor que realizó años antes. Por eso, decidió entrar a trabajar a ese lugar.

Mi vida al servicio de la educación

Angélica Gutiérrez

Me llamo Angélica Ledesma. Nací el 29 de septiembre de 1974, en la Cuidad de México. Actualmente, tengo 45 años.

San Estudié la preparatoria en el instituto “Marillac” con las Madres de

Vicente de Paúl. Cursé la primaria y secundaria en el colegio “Vandyck” con las Madres del Divino Pastor. Terminé la prepa en el 1992, tiempo en el que también realicé mi examen para la universidad. ¡Qué nervios! Imagínense pasar de la prepa a la universidad tan rápido

y, pues, qué les digo… pasé mi examen y quedé en la Autónoma de México, en la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad

Sin embargo, al salir de la prepa (tenía 15 años) mi

mamá decidió que trabajara porque yo era bien tímida. Me convertí entonces en la secretaria de una iglesia hasta el 2005. Igual, estudié Pedagogía

y terminé en el 1996. Pronto obtuve mi primer trabajo en el “Consejo Auxiliar Tutelar Para Menores Infractores”.

preguntar qué eso, pues era un lugar en Ustedes se han de

la Delegación Álvaro

Obregón, en Avenida Toluca,

en donde se detenían a los menores infractores, es decir, a los menores de 18 años que cometían faltas administrativas y delictuales (adicciones, prostitución, daño al

patrimonio público).

En 1999, di por primera vez clases en una primaria, solamente al

primer y segundo grado. Lo hice por seis años.

En el 2007, me casé cuando tenía 31; luego, me divorcié en el año 2015. Tengo una hija de 10 años que nació en el 2010, la tuve cuando tenía 35.

En el año 2005, ingresé a “Yolia Niñas de la Casa A.C.”,

en donde estuve como educadora por 15 años. Además, fui coordinadora del Centro Infantil en el que se les da atención a los bebés de 9 meses a 6 años. Todo esto terminó con el temblor del 2017.

Ahora estoy estudiando una licenciatura de

educación universidad UTEL. Así ha sido la mayor parte de mi vida. en la

Mónica Rábago González: de la ciencia al corazón de mujer

Isabel Bravo

¡Hola!, ¿Cómo están?, ¿Alguna vez han escuchado sobre mí?. Mi nombre es Mónica Rábago González, nací el 27 de septiembre de

1970, en la Ciudad de

México. Ecatepec, Estado de México. Tiempo después me fui a vivir a

Fui scout en los Boys Scouts y

me salesiana en el Centro Juvenil de Coacalco. formé como animadora

A los 18 años entre al IPN,

en Química, Bacteriología y Parasitología. donde estudié la carrera de

Luego de culminar mis estudios, busqué trabajo e hice

una solicitud para ser maestra en un colegio. Cuando fui a la entrevista, les hablé sobre mi experiencia con los salesianos. Ellos quedaron muy felices y conformes de saber esto, ya que también conocían a esta gran congregación y sabían que tenían valores sólidos y enseñanzas. Así que, pronto, me contrataron como docente. En la institución, fui maestra de secundaria e impartí la materia de Física. Durante ese año,

pude dictar mis clases con alegría y agrado, pues me gustaba mucho

hacerlas dinámicas y creativas. Gracias a mis iniciativas logré que me

nombraran subdirectora de la escuela para el siguiente año.

Más tarde junto a mis amigos Yolanda y Gustavo, a los cuales conocí en la época del Centro Juvenil, advertí la existencia de un grave problema en la sociedad: había muchos jóvenes en drogas y, aparte, vivían en las calles. Nosotros no íbamos a quedarnos sin hacer nada. Decidimos ayudar a las niñas de forma especial, debido a que ya existían unos cuantos internados para la recuperación de los a

chicos y casi ninguno que apoyara a las mujeres.

Nosotros teníamos la idea de crear una casa hogar para

las niñas que vivían en situación de calle, pero no teníamos suficientes recursos para llevar a cabo el proyecto que teníamos en mente. Por

esta razón, acudimos a los salesianos para contarles nuestros planes y ver si podían colaborarnos. Ellos no se veían tan convencidos de que pudiéramos alcanzar tal cosa, pero aun así nos tendieron la mano. Nos comentaron que había una casa de niños en el Olivar del Conde y que cuidaba una señora ya de tercera edad. La idea era que nosotros fuéramos al sitio a apoyarla (sufría un tipo de demencia senil) y a cuidar a los niños.

Los salesianos nos dijeron que, si nosotros respondíamos a lo

que nos habían encargado, ellos nos darían esa misma casa

para empezar nuestro proyecto. Cuando fuimos por primera vez a ver el lugar nos dimos cuenta de que no estaba en buen estado, porque el edificio lo había construido la señora con los materiales que tenía. Al principio no fue fácil; los niños no estaban bien educados y tampoco nos hacían mucho caso, además, la señora también era muy problemática por su demencia, había veces en las que mandaba a

dormir a los niños a las cinco de la tarde o no se acordaba de nosotros y nos preguntaba quiénes éramos, qué hacíamos allí. Pese a todo, no nos dimos por vencidos y logramos que nos dieran la casa. La señora se fue a un asilo y los niños a Nazaret, a un internado para varones.

A la casa hogar le pusimos “Yolia” que, en náhuatl,

significa corazón de mujer. También, buscamos a alguien que nos apoyara para

reacomodar el espacio, de esta manera podríamos llevar a las niñas.

Conforme pasó el tiempo, nos dimos cuenta de que ellas no siempre

querían dejar la calle o la vida que llevaban, por lo que en ocasiones se nos escaparon. Por ese motivo, decidimos que la varias

casa también sería para las chicas que vivían en familias de escasos recursos y para las jóvenes de calle que en verdad quisieran estar ahí.

La cantidad de niñas fue creciendo y también el personal de

trabajo. Tiempo después ofrecimos un servicio de medio

internado para las muchachas que quisieran regularizar su situación, realizar las tareas de la escuela y hacer algunos talleres. También se abrió un oratorio para los niños y niñas de la comunidad que quisieran cumplir con sus sacramentos, aprender nuevas cosas y recibir talleres

formativos.

En la actualidad, tengo 49 años, soy la directora de la “Casa

Hogar Yolia Niñas de la Casa, A.C. ” y cooperadora laica de los

salesianos. Estoy muy contenta de todo lo que he logrado hasta hoy.

Christel DeHaan: legado educativo

Carla Bravo

Nació en Alemania en 1941 y fue hija de Adolf Stark, un soldado Alemán, y Anna Stark. Christel no recibió apoyo de sus padres, pues quedó huérfana durante la posguerra. Ella partió de su casa a los 16 años y se mudó a los Estados Unidos, en donde se casó con Jon DeHaan.

Christel DeHaan podía llevar una vida de lujo, pero dedicó toda su energía a los niños de bajos recursos. Ella fundó la escuela

“Christel House”, primero en México y luego en otros países: India, Sudáfrica, Estados Unidos y Venezuela.

Finalmente, Christel murió el 06 de junio de 2020. Ella me dio la oportunidad de estar en esa escuela y seguir creciendo para tener un futuro mejor.

Florina Crisóstomo Gálvan

Dalia Ivonne

Preguntas por qué trabajo tanto. Bueno… si no me la

paso ocupada, me aburro o no tengo el dinero para los gustos y gastos de la

casa.

Como dice el título del texto, mi nombre es Florina Crisóstomo Gálvan. Nací el 19 de julio de 1984, en un pequeño rancho del estado de Oaxaca. Mi familia hizo todo lo que pudo para que saliera adelante junto a mi hermano Efraín. Han pasado los años y me siento con la obligación de ganar más ingresos para ellos y para mí.

En Monterrey, empecé a trabajar como ama de casa. Después de un largo tiempo regresé al pueblo y conocí a hombre con el que me

enamoré y casé. A nuestra primera hija la llamamos Paula.

Hortencia Hilarión Cayetano

Belinda Vargas

Mi nombre es Hortencia Hilarión Cayetano, pero me gusta más que me llamen “Carmen” en honor a mi abuelita, que en paz descanse.

Nací el 11 de enero de 1979 en Oaxaca, mi padre fue Ricardo Hilarión Celis y mi madre, Aurelia Cayetano Bernal. Desde pequeña, mi vida ha sido dura, trabajé a muy corta edad. Aún recuerdo ese tiempo y siento que lo revivo. A los doce años, salí de mi pueblo San Juan Cotzocon, mejor conocido como “San Juanito”, a trabajar como doméstica en Ciudad de México de forma honrada. Luché y cada vez que podía les mandaba dinero a mis padres.

Pronto me hice muchacha, luego una señorita y me empezaron a gustar cosas diferentes a las que buscaba de niña. Cuando tenía 18, conocí a Gerardo Vargas Pascual, él era militar. Salimos, nos enamoramos y a los 19 me embaracé. Mi primer hijo se llamó Gerardo Vargas Hilarión. Después de su nacimiento, nos fuimos a Estados Unidos a trabajar, queríamos darle un mejor futuro. Sin embargo, la “migra” nos regresó al cabo de un tiempo, y Gerardo y yo volvimos a Oaxaca, a buscar a nuestro hijo. Aunque lo habíamos dejado al cuidado de mis padres, ellos no quisieron regresármelo. Se suponía que solo iban a criarlo de manera Entonces, seguí enfrentando la vida. temporal, pero me lo quitaron.

Más tarde, tuve a una niña, Perla Belinda Vargas Hilarión. Es muy inteligente y maravillosa, pese a ciertas decepciones y errores que ha intentado enmendar. Por ella, casi salté al abismo y estuve a punto de caer. Yo solo quiero verla bien. Perla es adicta y está en un proceso de recuperación. Ella quiere mejorar, hace lo que puede y sé que lo logrará. Todavía recuerdo cuando decía que quería ser doctora, maestra, literata, psiquiatra y hasta militar. Espero que haya descubierto su vocación y que todos mis esfuerzos hayan valido la

pena, porque necesito verla íntegra… necesito saber que tiene metas y

las prioriza. No quiero que acabe como su supuesta mejor amiga, en la

calle, pobre chica. Eso es lo que hacen las drogas.

Mi tercer hijo se llama Edward Vargas Hilarión y, actualmente, vive en Oaxaca con mi esposo Gerardo y conmigo. El mayor se quedó con sus abuelos y mi hija, la mediana, vive en una casa hogar llamada “Yolia” con 24 niñas y sus educadoras y educadores. Gracias a Dios

todos están bien. Quizás se pregunten ¿por qué hablo más de ella?, pues, porque me preocupa y no se trata de que le dé mayor importancia a Perla, sino de que ella no tiene aún una guía clara. El más grande tiene su vida hecha y al menor le falta mucho, a él lo educaré de una manera diferente, porque a mi niña no le enseñé el rumbo que debió tomar. Su bienestar me punza el corazón. El amor de una madre es inalcanzable, por eso, pienso que soy una persona

valiente, precavida, arriesgada, astuta, protectora, con sentido y alma.

A QUIEN PUEDA INTERESAR

Carta de despedida a la violencia

Rocio Oñate Carlin

Desde pequeña tengo la costumbre aprendida de saludar siempre y dar los buenos días o buenas tardes a las personas, no importando si son o no conocidas. Gracias a este hábito, en alguna ocasión, pude librarme de ser asaltada.

cuando Una mañana muy temprano

dos rufianes me salieron al iba rumbo

paso para a la

panadería arrebatarme el

monedero, sin que yo pudiera ofrecer resistencia. De

pronto, apareció un tercero en escena que los detuvo y algo les susurró, pues

aceptaron devolverme el dinero y partir sin hacerme daño. Con

mucho asombro y algo de temor, detuve a este tercer

personaje, salvador de mi integridad y mi billetera, primero, para agradecer su

oportuna aparición y, segundo, para preguntarle ¿por qué lo había hecho? Él, que apenas mostraba los ojos bajo su cachucha, me dijo que era uno de los chicos que todas las mañanas limpiaba parabrisas

en el crucero de la avenida y que yo siempre que pasaba le sonreía y

le daba los buenos días. Para él, no era frecuente recibir ese tipo de

atenciones. Escuchar su respuesta me dejó un tanto pensativa, pues

un solo gesto de gratitud o un simple saludo puede cambiar el

momento de las personas.

Eso me sucedió a mí: un saludo cambió mi vida. ¿Será tan difícil que podamos retomar esta práctica? Ahora las personas ya no se saludan, entre más alejadas unas de otras es mejor, evitan todo

contacto. Esto nos hace vulnerables e impide que sintamos la empatía que antes nos permitió tener una mejor convivencia.

Definitivamente, montañas. pequeñas acciones mueven grandes

Carta a la pandemia

Rocio Oñate Carlin

Llegó en forma inesperada. Nadie imaginaba vivir esta amarga experiencia que nos ha mantenido aislados. Su abrupta aparición no nos permitió digerir a qué nos enfrentábamos. Tuvieron que pasar varias semanas, y luego meses, para darnos cuenta de que el ser

humano no está habituado al aislamiento. Somos seres sociales y a pesar de que en mi caso disfruto la soledad, siempre le he arropado con la cotidianidad del trabajo, la reunión con los buenos amigos, las charlas en los cafés, los festejos, las idas al gimnasio y, en fin, innumerables actividades que se detuvieron de repente. Bien lo dice el dicho: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ver perdido”.

Sin embargo, este proceso de casi seis meses me ha hecho valorar, en su justa dimensión, lo que tengo: salud, un techo, comida y amistades, y que estas posesiones no tienen precio. Muchos se han

adelantado en el camino a pesar de contar con recursos, amistades y

familia, pues perdieron lo más valioso: la vida. Ahora y por el tiempo

que me reste, aprovecharé y disfrutaré cada momento, cada

amistad. Haré lo que disfruto. “¡La vida es bella!”, reza una

frase, así que de lo malo siempre se saca una experiencia, y esta fue la lección que me dejó el confinamiento.

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