MORELIA

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RESUMEN: MORELIA Al decir del escritor José Juan Tablada, la antigua Valladolid, hoy Morelia, es una de las ciudades mexicanas "más interesantes y atrayentes". Con esta perspectiva, el profesor Jesús Romero Flores se dedica a hurgar en su pasado: Examina sus orígenes prehispánicos, se ocupa de los misioneros, y repara en especial en la huella que dejó don Vasco de Quiroga. A continuación aborda los incidentes más destacados, como la expulsión de los jesuitas y la erección del Seminario. Con el inicio de la Revolución de Independencia, aparecen figuras notables en la historia del país, como Miguel Hidalgo, José María Morelos y el primer emperador, Agustín de Iturbide, a cuya abdicación se suceden en Michoacán una serie de cambios resultantes de las luchas entre centralistas y federalistas, las que finalmente se resuelven con el triunfo de las Leyes de Reforma. La Guerra de Reforma y la Intervención Francesa permiten a los michoacanos destacarse por su defensa de los principios liberales, hasta que la victoria de la República se consuma bajo el liderazgo de don Benito Juárez. En la Revolución Mexicana, nuevamente Michoacán aporta su contingente transformador, principalmente con personalidades de la talla de Pascual Ortiz Rubio, Francisco J. Múgica, y Lázaro Cárdenas.


JESÚS ROMERO FLORES

Monografía Municipal

HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA JESÚS ROMERO FLORES

Prólogo de JUAN JOSÉ TABLADA Ediciones Morelos Distribuidas por la Casa de Michoacán Lucerna 61 México, D.F. 1952

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PRÓLOGO José Juan Tablada LA HERMOSA MORELIA POR SU ANTAÑONA BELLEZA, por la atmósfera de leyenda que baña sus piedras coloniales, y hasta por su esquivo recogimiento, hecho como de siglo claustral y de persistente romanticismo, siempre tuve a la antigua Valladolid como una de las ciudades mexicanas más interesantes y atrayentes. La Catedral, los conventos, la alhóndiga, el venerable Colegio de San Nicolás, el acueducto, viéronme peregrino absorto, ante sus torres, muros y sillares, mientras a la sombra de ellos imaginaba yo vislumbrar a don Vasco de Quiroga, a Fray Margil de Jesús, al cura Morelos, a Ocampo… Y aunque parezca profano, la simple visión, el solo nombre de los conventos monjiles, me avivaba el arregosto por los famosos dulces y conservas de esencias frutales, máximo prestigio de los claustros vallisoletanos y hasta la fecha galanía de Morelia. Dulces que tantalizan el recuerdo con perfumada miel, "ates" epónimos… Mas este último adjetivo me trae a la mente ciertos deliciosos versos de Alfonso Reyes: "Y monja sé yo que toda es azúcar. ............................. Y sabe hacer unos letuarios de nueces y el diacitrón, condónate y roseta y la cominada de Alejandría y otras cosas tantas que no acabaría". Pero la "almendra amarga" de ese lindo poema, está en que haya sido dedicado a Toledo y no a Morelia, debe pensar, resentida, viendo de reojo al poeta, la ciudad de los tres reyes y las manos de azúcar… 3


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Y como por todo lo anterior, desde sus preseas arquitectónicas y sus fastos cívicos, hasta su huraño romanticismo y su magisterio en confiterías, la capital de Michoacán me fue siempre dilecta, recibí con beneplácito, hace días, el libro del profesor Jesús Romero Flores, Historia de la Ciudad de Morelia, que su Ayuntamiento acaba de publicar, conmemorando el cambio del nombre virreinal por el que lleva, hoy hace un siglo, en homenaje al más grande de sus hijos. La obra es cabal, está escrita en claro estilo y mantiene siempre un criterio ponderado y ecuánime que la hará grata al lector. Desde la época indígena, que es casi un limbo prehistórico, hasta la época moderna, el autor elucida y revisa atinadamente los orígenes y anales de la urbe, sus administraciones, institutos, hombres públicos, próceres y benefactores, así como sus monumentos y obras de utilidad comunal. El período más pintoresco por el misterioso encanto del pasado, es el de la Colonia; los más interesantes, los de la Independencia, la Reforma y la guerra contra imperialistas y franceses. Obra meritoria, sin duda, es esta del profesor Romero Flores y que además de sus cualidades intrínsecas, participa de otra más general y trascendente, propia de todas las de su índole: la de contribuir a hacer patria, a conocer mejor lo que es nuestro, a aquilatar y amarlo, que es lo mismo. La propia provincia, de donde esa obra nos llega, fue desamortecida del desdén en que la "inteligentzia" la sepultura, por obra del poeta que fuera embajador de esas regiones, López Velarde, y esa, entre otras, es brillante prueba de que lo que el arte toca queda ungido de amor, consagrado y acendrado. Al decir arte, no me refiero sólo al riguroso ejercicio estético, sino también, con sentido más alto, al del historiador que acaba de aplicar a Morelia el profesor Romero Flores en su libro que hará a cuantos lo lean amar a la ciudad cuyo encanto municipal contribuye, con otros, a fundar el amor por la patria total. Y el prestigio citadino, como lo demostraron las urbes italianas del Renacimiento, es un decisivo factor de grandeza nacional, aun rivalizando y compitiendo o quizás por esa misma emulación. Hacer arte terrígeno, musical, literario o plástico, es sublimar a la patria y hacerla más amable ante propios y extraños… Cualquier arte, 4


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pero existe uno, tan eficaz, tan admirablemente desarrollado, tan accesible a todos, y esto lo hace precioso a nuestro presente afán democrático, que debiera ser adoptado y adaptada, con subvención oficial si fuera necesario, por los escritores y artistas mexicanos. Este arte es el que cautivadoramente promulgan los libros japoneses llamados "Meisho". Son monografías profusamente ilustradas, especie de guías sentimentales y de gran sello artístico, dedicadas a ciudades, regiones y centros religiosos del Japón, que evitando la rigidez de la historia oficial, se consagran a exaltar por los más amables recursos literarios y pictóricos, la vida, la naturaleza y las obras plásticas de los lugares que describen. Hace ya varios años, tres lustros, escribí con el mismo propósito en mi libro "Hiroshigué": "¡Qué suerte tan diversa (en oposición a la muy precaria y estéril de los pintores coetáneos) correría el pintor o grupo de pintores que abriendo los ojos y empuñando el lápiz y el pincel, intentara una obra semejante a la que los japoneses realizan en los "Meisho" causa de esta digresión!. "Asociados en una empresa editorial, recopilando las bellezas de varia índole, dispersas en nuestro territorio, harían por fin la obra viva y palpitante, la obra a un tiempo artística y democrática que por un motivo o por otro a todos interesaría. "Realizando tal empresa los pintores mexicanos pasarían de la condición de parias a la de fuerzas activas en la marcha social hacia el progreso y obtendrían con el medro pecuniario, la independencia y el éxito que desconocen. "Hacer los 'Meisho' parcial y sucesivamente, hoy por ejemplo, el de la región lacustre michoacana; después el de alguna ciudad colonial, más tarde el de algún centro arqueológico o de algún lugar histórico… "Y realizando tal empresa se lograrían paralelamente altos fines: hacer artistas; hacer arte nacional; pero sobre todo… ¡hacer patria!". Escrito hace quince años, lo anterior pudo haber sido prematuro; mas no lo es ahora que la conciencia de nuestros valores es más cabal, que la acción oficial tiene plausibles objetivos nacionalistas y que existe esa interesante pléyade de grabadores en madera, entre quienes figuran Fernando Leal, Díaz de León, Fernández Ledesma y otros 5


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artistas que técnica y económicamente son los indicados para cumplir esa obra de belleza, de intrínseca utilidad social y aun de gratas posibilidades financieras.

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CAPÍTULO I Situación Geográfica – Altura – Orografía Hidrografía – Población – Clima Producciones naturales

La ciudad de Morelia, capital del Estado de Michoacán, está situada a los 19º42'12" de latitud Norte y a los 1º46'45" de longitud Oeste del meridiano de México. Del meridiano de Greenwich dista 101º1'10" al Occidente. Dista de la ciudad de México, sobre la línea del ferrocarril de México a Uruapan, 372 kilómetros y 313 por la carretera de México a Guadalajara. La altura de Morelia es de 1,886 metros sobre el nivel del mar. Morelia se asienta sobre una meseta amplia y convexa de cuyo centro se desciende en todas direcciones. Este declive es menos pronunciado para la parte Oriental, en donde casi al salir de la ciudad y por la loma del Zapote, da principio la falda del cerro de Punhuato que queda a ese rumbo El expresado cerro de Punhuato es una estribación de la sierra de Otzumatlán y se une inmediatamente por el lado Sureste con el cerro de las Coronillas a la entrada de la cañada del Rincón, por donde desciende el río Chiquito, llamado también de San Miguel o de Guayangareo. Hacia el Sur se presenta el alineamiento orográfico llamado lomas de Santa María de los Altos, orientado de Este a Oeste en una extensión aproximada de 6 kilómetros. Entre la ciudad, y el pie de estos alineamientos, corre también de Oriente a Occidente el antes expresado río Chiquito, pasa al Sur de la ciudad separando a ésta del Parque Juárez, en la falda de las lomas de Santa María; envuelve a la ciudad por el Oeste y tributa al Noroeste sus aguas al río Grande de Morelia. Este río tiene primeramente un curso de Sur a Norte y ya reunido con el río Chiquito torna su cauce de Occidente a Oriente formando una región pantanosa e insalubre, que viene quedando al Occidente y Norte de este valle. Sigue el río circundando a la ciudad por el Norte, pasando al pie de las lomas de Santiaguito; por fin, al 7


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Noreste de la región encuentra su salida entre las faldas del Zapote y las lomas de la Soledad, para seguir por Atapaneo y la Goleta y el Valle de San Bartolo, hasta tributarse en la laguna de Cuitzeo. Las montañas que rodean este valle son primeramente el cerro de Punhuato que, como antes dijimos, queda al Oriente y es un desprendimiento montañoso de la sierra de Otzumatlán. El Punhuato es un cerro basáltico, que tiene un cráter desgarrado hacia el Oeste, es decir, hacia la ciudad de Morelia. Formando un todo genético y morfológico con el Punhuato se encuentra al Sur el cerro de las Coronillas, y después, al Sureste de la ciudad, se presenta la pintoresca entrada a la cañada llamada los Filtros, o sea, con más propiedad, cañada del río Chiquito, puesto que a este río se debe en parte la escisión profunda y angosta que divide al cerro de las Coronillas del alineamiento orográfico que de ese lugar corre hacia el Oeste, limitando al Sur del horizonte de Morelia, y que, ya dijimos, está formado por las lomas de Santa María de la Asunción o de los Altos. Formando la cañada del río Chiquito se encuentran los cerros del Guajolote, de En medio y Cerro Azul, de cuyas vertientes descienden los arroyos de Carindapaz, Rebello y otros que forman el río Chiquito. El Cerro Azul se liga al Poniente con el cerro de Atécuaro, cuyo perfil abrupto se transforma al Norte en una mesa suavemente inclinada en la que se asientan San Miguel del Monte, Jesús del Monte y Santa María de la Asunción. La notable eminencia del cerro del Águila ocupa una extensión superficial considerable en el plano de la región, enviando poderosas corrientes basálticas en todas direcciones, ya hacia el Oeste o sean los bordes del lago de Pátzcuaro (cuenca cerrada, adyacente a la que describimos); y hacia el Sur en donde sus apéndices más resistentes a la erosión casi se ponen en contacto con los desprendimientos boreales del Cuajano, del San Andrés, del cerro de Tirio y del Atécuaro produciendo un estrangulamiento de los valles que, de Oeste a Este, son como principales: Huiramba, Lagunillas y Coapa; siendo los estrechamientos más notables de esta serie de valles que recorre el ferrocarril, el de Pastores, intermedio entre Lagunillas y Coapa y el de Undameo, en donde el río se encajona para descender 8


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hacia el valle de Morelia, siempre entre las faldas del Águila por su izquierda y los contrafuertes acantilados de Coincho y la Huerta. Los contrafuertes del Águila se desprenden hacia el Noroeste van a reunirse con la Sierra de Comanja que bordea el lago de Pátzcuaro por el Norte, los septentrionales van a reunirse con el Zirate y su flanco Norte se une con el Pelón, que ligado a la vez a las Tetas del Quinceo, separa el valle de Cuto del de Morelia. La línea orográfica se continúa por la cumbre del Quinceo y hacia el Noroeste por un lomerío que separa la cuenca del Grande del valle de San Bartolo. El río Grande de Morelia es de caudal permanente, de corto desarrollo lineal y además de alimentarse de una copiosa precipitación pluvial, sus fuentes son numerosas e importantes. Puede estimarse su gasto medio en cinco metros cúbicos por segundo. Aliméntase de los manantiales que se encuentran en las faldas del cerro de San Andrés y de la fusión de las nieves en la cumbre de este cerro en el invierno. Recibe también el contingente de los manantiales termo-minerales de Coincho y también de los arroyos que descienden de las cumbres de Atécuaro, tales como el arroyo del Muerto o de Volantes que pasa por la Hacienda de la Huerta y después el arroyo Blanco y el de las Tierras, que reunidos se tributan al río Grande al Oeste de la ciudad de Morelia; también recibe el mismo río Grande el arroyo de la Alberca, así como el contingente de los abundantes manantiales que se localizan en las faldas del cerro de Quinceo. El agua de que se abastece la ciudad de Morelia es el río Chiquito, en cuyo cauce se han establecido tanques-filtros, aguas arriba de la casaca del Molino de la Hacienda del Rincón; de estos filtros se deriva el agua para el uso de Morelia que lleva por una cañería subterránea y no ya por el acueducto construido por el obispo Fr. Antonio de San Miguel; de esto nos volveremos a ocupar en capítulo aparte. La población de la ciudad de Morelia ha sufrido muy diversas alternativas, según nos lo demuestra la estadística formada en diferentes épocas. A principios del siglo XIX, en el año de 1803, era de 18,000 habitantes. Aumentó considerablemente en la primera década de ese siglo, pues al iniciarse la guerra de independencia, en 1810, tenía ya 20,000. 9


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Los años de epidemia, las guerras, la emigración de algunos de sus habitantes y algunas otras causas, hicieron que descendiera notablemente, pues en el año de 1814, según asienta el historiador Juan de la Torre, hicieron que se redujera su población a 3,000. En 1822, en que se formó la primera estadística del Estado por don Juan José Martínez de Lejarza, este escritor informa que tenía 14,000 habitantes. En 1842 ya se elevaba a 21,000. En el de 1868 a 25,000. El señor licenciado don Justo Mendoza en su folleto titulado "Morelia en 1873", le da al solo casco de la ciudad 30,000 habitantes. No nos explicamos el descenso tan considerable que sufrió Morelia en los años que siguieron, pues el señor de la Torre informándose en la "Memoria del Ejecutivo del Estado correspondiente al año de 1882", le da un total de 23,835 habitantes. En el censo verificado el 28 de octubre de 1900 se le señalan a Morelia 67,683 habitantes. En el de 1910, 40,042 habitantes. En donde se puede ver un enorme descenso de población durante la primera década del siglo que corre. Sigue marcándose igual descenso en la segunda década, pues en el censo verificado el 30 de noviembre de 1921 se marcan para esta ciudad 31,148 habitantes, es decir, casi igual cantidad a la que tenía cincuenta años atrás. El censo de 1930 arrojó la cantidad de 39,916 habitantes, cifra semejante a la que tuvo veinte años antes. Finalmente, en 1940 dio el número de 44,304 habitantes para la expresada ciudad de Morelia. Indudablemente que nuestras estadísticas han venido siendo formadas con bastante deficiencia, pues no creemos que en rigor sean éstos los habitantes de nuestra capital y los hemos señalado solamente a título de información aproximada. El clima de la ciudad de Morelia es templado, agradable y sano. Su colocación sobre una loma, la libertad con que soplan sus vientos en diversas direcciones, sus bosques y arbolados y la proximidad de la sierra por el lado Sureste, hacen que sea un paraje sin calores ni fríos excesivos, produciéndose las lluvias de una manera normal en el período correspondiente. 10


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Damos en seguida los datos que nos ha proporcionado el Observatorio Meteorológico de esta capital. Temperatura media en los últimos diez años: 17º.2 décimas, al abrigo, en el termómetro centígrado. Temperatura máxima en mayo: 30º.6 décimas. Temperatura mínima en enero: 02º.6 décimas. Presión atmosférica en el período de diez años: 609 M. M. 3 déc. Los productos naturales de Morelia son los que corresponden al clima de que disfruta. Es abundante la cosecha de maíz, trigo, frijol, garbanzo, haba, chícharo, etc., entre las plantas alimenticias. Asimismo lo es de plantas u hortalizas que en abundancia se recogen en todo el valle moreliano. El cultivo de árboles frutales no se ha hecho todavía con la intensidad que fuera de desearse, dadas las excelentes condiciones de clima y suelo para producirse en grande escala. Apenas si en la Hacienda de la Huerta se cultivaron en algún tiempo en una mediana cantidad para despertar una de las industrias locales, la fabricación de "ates" o pastas de frutas; por lo general son muy pocas las casas que tienen unos cuantos frutales, más por gusto particular que por una rama o fuente de riqueza. El durazno, manzano, peral, membrillo, chabacano, ciruela y demás árboles de estos mismos géneros, se producen en una cantidad y calidad verdaderamente satisfactorias.

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CAPÍTULO II La antigua Guayangareo – Los Matlalzingos La Conquista – Los primeros misioneros

Consolidado el reino tarasco por el valeroso rey Tariácuri, después de frecuentes luchas con los señoríos o cacicazgos circunvecinos, murió este monarca dejando en el poder a su hijo mayor Hiripan, el cual dividió su reino en tres partes: Coyuca, que fue gobernada por el propio Hiripan; Pátzcuaro, por Hicuangaje y Tzintzuntzan por Tangaxoan, en la primera mitad del siglo XV. Aliados los tres monarcas emprendieron nuevas conquistas acrecentando más el territorio; pero al fin, muertos los reyes de Coyuca y Pátzcuaro, vino a recaer todo el poderío en el rey de Tzintzuntzan. A Tangaxoan le sucedió su hijo Tzitzicpandácuare, quien asumió el poder siendo todavía muy niño. Aun no terminaban los festejos de su coronación, cuando los Tecos, tribu que habitaba hacia el Occidente, por la sierra de Tarecuato y el hoy valle zamorano, invadieron el reino tarasco promoviendo una sangrienta guerra al joven monarca. Tzitzicpandácuare alistó al punto su contingente bélico, reforzándolo con un grupo numeroso de soldados a quienes acaudillaban seis jefes matlalzingos, que eran aliados del tarasco. El historiador Basalenque relata así el hecho que nos ocupa: "Llegaron a Michoacán y fueron muy bien recibidos del Rey, y despachados a la guerra en compañía de los suyos. Pelearon los matlalzingos tan bien, que conocidamente ellos alcanzaron la victoria. Así se lo confesaron al rey, de la gran matanza que habían hecho de los contrarios. Llegado a la paga, los matlalzingos como habían experimentado los buenos temples de la tierra, y el agrado de los tarascos, trataron, trataron con el rey que les diese tierras en su reino, y le servirían en las guerras que se le ofreciesen. Tuvo el rey a muy buena suerte, y dióles a escoger y escogieron, desde los términos de Tiripetío hasta la de Andaparapeo. Concedióselos el rey con mucha voluntad, pues las familias más nobles fundaron en Charo, por los tres 12


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ríos que le cercan; las menos nobles en Santiago Undameo, por gozar de aquel río; las ínfimas en los altos, que llamamos agora de Jesús y Santa María; y por haber escogido la mitad del reino, se llamaron los pirindas y el rey honró la cabecera poniéndole su mismo nombre Charao, que es tierra del Rey Niño". Mas no sólo en esta guerra prestaron servicios importantes los matlalzingos; prestáronlos también cuando el monarca azteca Axayácatl, valido de su poderío y viendo con recelo el auge que alcanzaba el reino tarasco, quiso cometerlo a su gobierno. El códice Telleriano-Remensis fija el año de 1452 cuando el rey Axayácatl invadió por primera vez a Michoacán y el cronista Fr. Diego Durán relata pormenorizadamente este suceso. El rey azteca en persona mandó numerosísimo ejército, así de soldados suyos como de aliados, y traspasó la frontera michoacana por los términos de Tlaximaloyan (Taximaroa) y posesionándose de un campo junto a la laguna que está próxima Tzinapécuaro esperó la llegada de los tarascos, que en número de cuarenta mil hombres se lanzaron sobre los invasores trabándose un reñido combate, al cual sólo puso término la llegada de la noche, sin que se decidiera la victoria por ninguno de los dos contendientes. Al día siguiente pidió el rey tarasco al jefe de los matlalzingos, sus aliados, un refuerzo para continuar la defensa de su invadido territorio y sus aliados le proporcionaron mil cargas de flechas, rodelas, espadas, hondas y otros géneros de armas usadas por ellos. El rey se los agradeció, pidiéndoles en seguida gente armada con la cual pudo reanudar el combate, saliendo victorioso y obligando al soberbio monarca mexicano a regresar con sus huestes diezmadas, y casi derrotado, a su imperio. A esta raza leal y esforzada de los matlalzingos o pirindas pertenecían los habitantes del pueblo de Guayangareo; pueblo que, a juzgar por algunas expresiones de los documentos antiguos, estaba situado en donde ahora se encuentra la hacienda del Rincón, pues en diversos papeles y actas de los primeros años de la Colonia, hablando del río Chiquito se dice: "el río que viene de Guayangareo", de donde fácilmente se colige que el citado pueblo no se encontraba en donde se fundó Valladolid (hoy Morelia) sino hacia el Oriente y por el rumbo de la cañada en donde corre encajonado el río de referencia. En 13


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nuestro Museo se encuentran multitud de objetos de uso doméstico y de culto religioso extraídos de pequeños montículos situados a la falda de la loma de Santa María y por el rumbo del rancho del Aguacate; objetos que indudablemente pertenecieron a la civilización Pirinda y cuyo estudio vendrá a precisar las características de dicha raza. Con lo anterior queda demostrado que el origen de los habitantes de la hoy ciudad de Morelia no fue tarasco, sino matlazingo. Veamos cómo fue su conquista. Dueños los conquistadores del vasto imperio mexicano, ordenó Hernán Cortés una expedición al reino tarasco, la cual, llevada al efecto, le dio a conocer la importancia de estas tierras, así en sus riquezas naturales como en el poderío de su monarca. Gobernaba entonces a los tarascos Tzintzicha, llamado también Tangaxoan II. Éste, acobardado por el poder de que hacían gala los extranjeros, se sometió de paz y hasta hizo un viaje a Coyoacán, en donde residía el conquistador, para prestarle sumisión y vasallaje al monarca español, en nombre del cual se apoderaba de estas tierras. En un segundo viaje que hizo Tangaxoan a la ciudad de México, fue bautizado, abrazando la religión católica con el nombre de don Francisco Caltzontzin, y deseando que sus súbditos fueran también bautizados, obtuvo la venida a su territorio de varios misioneros, que fueron Fr. Martín de la Coruña, Fr. Ángel de Saliceto, Fr. Ángel de Valencia, Fr. Gerónimo de la Cruz y Fr. Juan de Padilla. Esto pasaba a fines del año de 1525. Los citados misioneros habían venido a España ocho o nueve meses después que aquellos doce primeros misioneros franciscanos que fueron los apóstoles de la nueva religión entre nosotros. Llegados con Caltzontzin a Michoacán, empezaron su obra religiosa catequizando a los indios de Tzintzuntzan y de los pueblos circunvecinos; poco a poco extendieron su radio de acción a los demás pueblos y lugares del reino tarasco. En el año de 1527 llegó a México un nuevo número de religiosos procedente de España y entre ellos algunos que buscaron esta región, la tarasca, para hacerla objeto de sus actividades catequísticas. Entre estos nuevos ministros vino uno, principalmente, cuya vida ejemplar, por el amor que consagró a la raza sojuzgada, por su 14


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carácter emprendedor, por su obra de civilización en el orden social, por todos los caracteres y circunstancias que en él concurrían, lo han hecho extraordinariamente simpático y querido y cuya memoria perdurará siempre en el alma de los michoacanos, me refiero a Fr. Juan de San Miguel. La obra de este apóstol, fundador de Uruapan y de otros tantos pueblos de la tierra michoacana y de la región de Guanajuato, ha sido ampliamente reseñada por todos los cronistas, nuestros primitivos historiadores; para ello no nos detendremos sino a conmemorarlo en estas páginas con todo el respeto que este hombre bueno merece. El año de 1531 llegó Fr. Juan de San Miguel a misionar entre los indios del humilde pueblo de Guayangareo, para inculcarles las prácticas en la nueva religión y llegó acompañado de otro fraile que estaba encargado de la misión de Tarímbaro, Fr. Antonio de Lisboa. Tras de trabajar algunos días en su obra espiritual acordó trasladar el caserío de la antigua Guayangareo a otro paraje, que tal vez le pareció más propio, a cuyo efecto dio principio a la construcción de una capilla que, naturalmente, por ser esa su orden religiosa, tenía que ser dedicada a San Francisco. Empezó pues los trabajos de la ermita franciscana y en torno de ella empezaron también a construir sus moradas los indios conversos; así fue que en poco tiempo, y por estar cerca del lugar consagrado al culto, en el antiguo pueblo Pirinda no quedaron habitantes, estando ahora junto a la capilla cristiana; empezándose a poblar lo que hoy es el rumbo de San Francisco, muy especialmente por la calle de la Aldea. Quedóse encargado del culto de una manera permanente Fr. Antonio de Lisboa, que fue el primero que ejerció la cura de almas en nuestra población. No quedó con esto concluida la labor de Fr. Juan de San Miguel, pues deseando que los nuevos conversos tuvieran el conocimiento de la nueva civilización, dispuso fundar un colegio para la instrucción de la niñez y de la juventud a cuyo efecto abrió las aulas del Colegio de San Miguel, en las cuales el propio Fr. Juan enseñó los rudimentos de lectura, escritura y doctrina cristiana; señaló renta para sus profesores, consistentes en unas tierras y molinos de donde se sacaría el producto para su sostenimiento y, finalmente, organizado el culto, 15


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construida la capilla y fundado el colegio, se retiró a seguir sembrando la semilla de su fe y las primeras luces de la cultura de su tiempo en otros lugares. Fr. Antonio de Lisboa, como antes dijimos, quedó encargado de la administración del culto y poco tiempo después, floreciente ya la nueva congregación y con alientos para mayores obras, dio principio a la construcción del actual templo y convento de San Francisco. El cronista Larrea afirma que era tal la pobreza de Fr. Antonio, pero tan grande su impulso por acometer obras atrevidas, que el actual templo y convento de San Francisco lo principió con cinco reales. Ninguno de los cronistas de la orden franciscana, y tenemos a la vista a Larrea, Espinoza y Beaumont, se ocupa pormenorizadamente de la vida de Fr. Antonio de Lisboa; carentes, por lo mismo, de datos sobre la vida de este fraile, los omitimos en esta obra. Sabemos, sí, que después administró en su lugar, siendo ya Prior del Convento de San Francisco, el P. Fr. Juan de Serpa, en cuyo tiempo se unió el Colegio de San Miguel con el de San Nicolás Obispo, al ser trasladada la Sede Episcopal de Pátzcuaro a Valladolid. También consta que el Ilmo. Sr. Obispo Quiroga dispuso que la administración parroquial de Guayangareo quedara distribuida por semanas entre los franciscanos y agustinos, que, poco tiempo después al que nos hemos venido refiriendo, llegaron a establecer su convento. De esta manera, por los años de 1530 a 1531 quedó hecha la conquista espiritual de los indios pirindas de Guayangareo: con su templo franciscano, su barrio de casucas humildes por el rumbo de la Aldea, con unos cuantos españoles y su Colegio de San Miguel, debido todo al empeño y tesón de Fr. Antonio de Lisboa y al espíritu apostólico y generoso de Fr. Juan de San Miguel.

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CAPÍTULO III Dudas sobre la fecha de la fundación de Valladolid Entrevista de D. Antonio de Mendoza con D. Pedro Alvarado en Tiripetío – Viaje del Virrey Mendoza Fecha de la fundación de Valladolid

Todos los historiadores que se han ocupado de Michoacán, y por consiguiente de la fundación de la antigua ciudad de Valladolid, copiándose unos a otros, han afirmado que dicha ciudad fue fundada por el virrey don Antonio de Mendoza a su regreso de la expedición pacificadora a la Nueva Galicia. Estamos de acuerdo en que la fundación se haya hecho por orden del virrey Mendoza; pero no lo estamos en lo tocante a la fecha, pues de aceptarla tendríamos que negar y aceptar como nulos los documentos de la fundación, inclusive el acta, que afirman que lo fue el miércoles 18 de mayo de 1541; que el sitio en donde se fundó ya lo conocía desde el año anterior el virrey Mendoza; que no pudo ser fundada al regreso de la expedición que arriba se cita, aun cuando sí estuvo en Valladolid en su viaje de ida y de regreso, y que los historiadores antiguos incurren en contradicción notoria afirmando, por una parte que Valladolid se fundó el 18 de mayo de 1541 y, por otra, que se hizo al regreso del señor Mendoza, puesto que son fechas distintas la una de la otra. Oigamos lo que dicen los historiadores: Fr. Diego de Basalenque, cronista agustiniano, afirma en la página 42 de su libro, que el señor Mendoza halló un sitio que tenía las siete cualidades que según Platón debe tener una ciudad, y tras de enumerarlas dice que en él se fundó una ciudad con el nombre de su patria, Valladolid, por el año de 1541. Fray Pablo de la Purísima Concepción Beaumont en su Crónica Franciscana de San Pedro y San Pablo dice: que don Antonio de Mendoza determinó ir a la pacificación de Jalisco a fines de 1541, habiendo emprendido su marcha el 8 de octubre del propio año; llegó al pueblo de Zinapécuaro y caminando adelante llegó a Guayangareo, al punto donde está la ciudad de Valladolid y vio que era a propósito para muy buena población. Dejóla para concluir su fundación a la 17


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vuelta de su expedición a Guadalajara, después de haber dejado pacificadas las naciones revueltas, volvió al puesto de Valladolid, y viéndolo de tan buenas condiciones, determinó hacer allí una ciudad con el nombre de su patria y regresó a México, haciendo casi dos años que había salido de la capital. Fr. Matías de Escobar en su "Americana Tebaida", página 359 asienta que el señor Mendoza, luego que salió de Zinapécuaro entró en los llanos de Tepecua o Tepari y tuvo ciertos deseos de fundar en aquellas dilatadas planicies una gran ciudad; pasó, empero, adelante sin resolverse hasta que al segundo día llegó a descubrir y aun acuartelar su ejército en el sitio en donde hoy está fundada la ciudad de Valladolid; llamaban en aquel tiempo al puesto de los tarascos Guayangareo, que es lo mismo que rincón o rinconada y los pirindas le daban el nombre de Pan-tziyegui, que viene a decir lo mismo que el tarasco. Reconoció la situación y luego con el parecer del P. San Eustacio determinó dar asiento a una ciudad, luego que volviese de la conquista de Jalisco. Hasta aquí el P. Escobar. Los tres cronistas que hemos citado incurren en un lamentable error, toda vez que, como lo probaremos más adelante, Valladolid fue fundada en mayo, el señor virrey salió de México hasta el 8 de octubre y no regresó sino hasta el año siguiente, fecha que según estos historiadores le correspondía a la fundación. Ahora bien, los historiadores modernos dicen lo que sigue: El Pbro. don José Guadalupe Romero en la página 40 de sus Noticias para la Historia del Obispado de Michoacán, asienta: "Esta ciudad fue fundada por el Virrey de Nueva España Don Antonio de Mendoza en el año de 1540 que pasó por las tierras de este Obispado a pacificar las provincias de Jalisco". Es lástima que el señor canónigo Romero, en otros lugares tan acertado y erudito, haya incurrido en un error lamentable, existiendo documentos muy claros en contra de lo que él afirma. El historiador D. Juan de la Torre en su Bosquejo Histórico y Estadístico de la Ciudad de Morelia, apunta el mismo hecho como lo describen los tres historiadores primitivos; pero ya le cabe duda cuando dice: "se ha tenido como un hecho indiscutible que la ciudad de Valladolid hoy Morelia fue fundada por el Virrey Don Antonio de Mendoza en la expedición que hizo con el objeto de pacificar la 18


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Provincia de Jalisco; nosotros participábamos también de esa creencia general, pero el examen de los documentos, así impresos como manuscritos, que hemos tenido a la vista al emprender este trabajo, han engendrado en nuestro ánimo dudas, que francamente no hemos podido disipar del todo". Y más adelante exclama: ¡Ojalá y otros más competentes y más afortunados, averigüen lo que a nosotros no nos fue dado investigar!. La duda del Sr. Lic. De la Torre queda disipada con el hecho de que él tal vez no tuvo presente y cuyo relato vamos a hacer enseguida. El conquistador don Pedro de Alvarado, aquel famoso "tonatiuh", cuyas proezas de valor y de audacia narran las páginas de la conquista de Tenoxtitlán, vivía, en la tercera década del siglo XVI, en la ciudad de Guatemala, de cuya nación era adelantado. Pues bien, este don Pedro solicitó y obtuvo del rey de España Carlos V, en el año de 1538, el permiso necesario para descubrir, conquistar y poblar las islas litorales del Mar del Sur, a cuyo efecto organizó una expedición compuesta de nueve navíos, una galera, una fragata y una fusta, saliendo del Puerto de Acajutla, en Guatemala, en los primeros días de junio de 1540, llegando con su armada al Puerto de San Buenaventura de Colima, hoy Manzanillo, poco tiempo después. Como quiera que la expedición de Alvarado se iba a verificar en una región comprendida en el virreinato de la Nueva España, se hacía necesario un convenio entre el adelantado y el virrey, para lo cual era indispensable una entrevista entre ambos, para firmar los convenios a que se llegara; para celebrar dicha entrevista salió el virrey don Antonio Mendoza de la ciudad de México en octubre de 1540, al mismo tiempo que lo hacía el adelantado don Pedro de Alvarado, del puerto de Manzanillo, reuniéndose en el pueblo de Tiripetío, a pocas leguas de la hoy ciudad de Morelia. Escogióse este lugar, porque además de ser un punto más o menos intermedio entre México y Manzanillo, radicaba en él, como asiento de su dominio, el encomendero don Juan de Alvarado, pariente muy cercano de don Pedro, así como los agustinos Fr. Diego de Chávez y Alvarado, Fr. Alonso de la Veracruz y Fr. Juan de San Román, que tenían establecida allí la primera Universidad de América y se encontraba poblada la comarca por gran número de españoles y gente distinguida. 19


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La entrevista se celebró firmándose la escritura el lunes 29 de noviembre de 1540, por cuyo contrato las utilidades que se obtuvieran en la expedición serían para ambos, por mitad, durante veinte años. El acto a que nos referimos revistió una solemnidad inusitada; jurando sobre los evangelios Mendoza y Alvarado, rindiéndose al rey pleito homenaje en manos de don Luis de Castilla, Caballero de la Orden de Santiago y estando presentes el obispo de Guatemala don Francisco Marroquión, el vedor Peralmíndez Chirinos, el oidor don Alonso de Maldonado y los nobles caballeros don Gregorio López, don Hernán Pérez de Bocanegra, don Antonio de Zárate y otros muchos encomenderos y vecinos de las regiones inmediatas. Pocos días después regresaron, el virrey a la ciudad de México, para continuar en las arduas labores de su alto encargo y el adelantado don Pedro marchó a Zapotlán en espera de que pasara el invierno, para poder emprender los descubrimientos y conquistas que había proyectado. Ya la historia nos narra cómo Alvarado no pudo llevar adelante sus conquistas y cuál fue el fin desgraciado de este conquistador, muerto en la sublevación de los indios de Jalisco. Pues bien: en el viaje que acabamos de narrar, y no en la expedición que efectuó hasta el año siguiente, fue cuando el virrey Mendoza conoció y estuvo en el valle de Guayangareo y en aquel mismo viaje fue cuando trató con los españoles avecindados en Michoacán sobre la conveniencia de asentar en dicho valle una ciudad, para congregar en ella a todos los que vivían dispersos en cortijos y aldehuelas, creando la población que sería, andando el tiempo, asiento de las autoridades civiles y eclesiásticas. Tratada con los españoles y muy especialmente con los principales encomenderos de Michoacán, que lo eran don Juan de Villaseñor y don Cristóbal de Oñate, sobre la fundación de una nueva ciudad, pudo ya hacer las gestiones conducentes ante el monarca español y expedir una provisión virreinal, la cual fue despachada el 23 de abril del año siguiente de 1541. Aquí debemos advertir que, aun cuando la ciudad de Tzintzuntzan, que había sido asiento de los monarcas tarascos siguió teniendo en los primeros años de la conquista el carácter de capital, pues por cédula de Carlos V fechada el 28 de septiembre de 1534 se le dio el título de ciudad de Michoacán, con escudo de armas, sin 20


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embargo el obispo don Vasco de Quiroga cambió la sede episcopal a Pátzcuaro obedeciendo a una disposición del propio monarca, de fecha 8 de julio de 1539. No obstante este cambio, los españoles necesitaban fundar una ciudad en un sitio que reuniera mayores comodidades, para lo cual ya tenían hechas de antemano las gestiones correspondientes. La misma provisión virreinal dice: "Por cuanto siendo informado su Magestad que la ciudad de Michoacán se había puesto y asentado en parte y lugar no conveniente, y que había necesidad de mudarse a otra parte, me envía a mandar que informando de lo sucedido, hiciese asentar la dicha ciudad en parte y lugar conveniente y necesario para la perpetuación de ella; en cumplimiento de lo cual estando en la dicha ciudad de Michoacán, me informé de lo susodicho en que convenía mudarse y me constó que no había otra mejor parte donde se pudiese asentar sin menos perjuicios y más conveniente, que es a do dicen Guayangareo por haber en la parte susodicha fuentes de agua, e cerca las demás cosas necesarias para la población e perpetuación de la dicha ciudad e proveimiento de los vecinos de ella e tierras para poder hacer sus heredades e tener sus granjerías sin perjuicio de los indios. Por ende por la presente señalo el dicho sitio de Guayangareo para que en él se asiente la dicha ciudad de Mechoacán e porque para la traza de ella e repartimientos de solares se han de dar a los vecinos de la dicha ciudad para hacer sus casas y heredades e otros repartos conviene nombrar personas que entiendan en lo susodicho; confiando en Vos Juan de Alvarado y Juan de Villaseñor e Luis de León Romano que sois tales personas, que entenderéis en lo susodicho bien fielmente mirando el servicio de su Majestad y bien de dicha ciudad, por la presente os mando que en el dicho sitio y lugar de suso nombrado, hagáis e se asiente la dicha ciudad de Mechoacán y entendáis en la traza y repartimiento de ella, por la mejor forma que os pareciere e veredes que más convenga para la perpetuación, ennoblecimiento de la dicha ciudad, señalando sitios e partes donde se haga la Iglesia Mayor e Casa Episcopal e Monasterios e Casas de Cabildo e Cárcel Pública e las demás que convenga para el ornato ennoblecimiento de la dicha ciudad". No fueron tardos los comisionados en cumplir el encargo que les confiara el virrey y como apercibidos y deseosos que estaban para 21


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ello, pasaron al Valle de Guayangareo fundando la ciudad, conforme se relata en el acta de fundación fechada el miércoles 18 de mayo de 1541, es decir, veinticinco días después de recibida la orden virreinal. Al acucioso investigador don Juan de la Torre le asalta una idea al ver que existía desde el año de 1537 una disposición de la reina doña Juana para que se fundase la ciudad de Valladolid, y se pregunta: ¿Cómo pudo haber una disposición real antes que el virrey conociera y estuviera en el Valle de Guayangareo? Esta duda se disipa al reflexionar que ya, desde hacía algunos años, tanto los españoles como el obispo gestionaban la fundación de la ciudad para asiento de las autoridades; inconformes como estuvieron con que lo fuera Tzintzuntzan primero y Pátzcuaro después. Fundada la ciudad en el mes de mayo, volvió el virrey Mendoza a pasar otra vez por Michoacán en octubre del propio 1541, es decir, un año después de su primer viaje. Y aquí está el error de los historiadores primitivos, al creer que en este viaje fundó Valladolid, olvidando, o desconociendo tal vez que ya había estado en dicha región con anterioridad. Esta segunda expedición fue a la Nueva Galicia, con objeto de pacificar a los indios sublevados; sublevación que ocasionó la muerte de Pedro de Alvarado; algunos historiadores, entre ellos Beaumont, creen que permaneció en Jalisco dos años, pero el verídico García Icazbalceta afirma que regresó en febrero de 1542. A su regreso tocó nuevamente la naciente ciudad de Valladolid, la cual, en los meses que tenía de fundada poco había progresado. Entonces el virrey, deseando impulsarla convocó nuevamente a los moradores de los contornos, activó los trabajos del maestro alarife encargado de la traza de la ciudad y del repartimiento de los solares y prorrogó el plazo de las concesiones para terminar la construcción de las nuevas moradas. La actividad desplegada por el virrey Mendoza en esa ocasión, para violentar el progreso de la ciudad, ha confundido a los historiadores haciéndolos creer que el virrey fundó Valladolid a su regreso de Jalisco, cuando, como hemos visto, ya lo estaba desde ocho meses antes.

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En el capítulo siguiente, y una vez que hemos dilucidado cuándo fue la fundación de Valladolid, reseñaremos las solemnidades que tuvieron lugar el día de dicha fundación.

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CAPÍTULO IV Fundación de Valladolid – Festejos en celebración de ese acontecimiento – Es elevada Valladolid al rango de ciudad – Dótala Carlos V de Escudo de Armas Principales españoles que se avecindaron Fundan su convento los agustinos

Consecuente el virrey con el deseo de verificar la fundación de la nueva ciudad de una manera ordenada y solemne, como correspondía a la trascendencia del acto que iba a realizarse, dispuso el día 23 de abril de 1541 por medio de una provisión, que se entendieran con la traza, repartimiento de solares y señalamiento de ejidos, a los encomenderos donjuán de Alvarado, don Juan de Villaseñor y don Luis de León Romano. La población quedaría asentada, no precisamente teniendo como centro la ermita de los frailes franciscanos, que ya existía, sino en medio de la loma grande y plana que forma ligeros declives para los cuatro puntos cardinales y a cuyas faldas corren los ríos de Guayangareo y el de Acuitzio. El terreno era de propiedad del español Gonzalo Gómez, quien lo cedió a cambio de otro situado en Ichaqueo, distante cuatro leguas al Sur. El fundo legal mediría una legua por cada viento, tomando como punto de partida el centro de la loma. Hechas pues estas prevenciones se trasladaron los comisionados al lugar indicado, con gran acompañamiento de vecinos de Tzintzuntzan, de Pátzcuaro, de Tiripetío y de todas las estancias y poblados circunvecinos, así de indios como de españoles, llevando músicas y gran regocijo de tambores y chirimías y se levantó una gran enramada a espaldas de la ermita de San Francisco. Amaneció el miércoles 18 de mayo de 1541. La atmósfera tibia y transparente del valle convidaba a gozar del encanto y la frescura de aquel día primaveral, que había de ser el primero en los fastos gloriosos de un pueblo que, andando el tiempo, daría héroes y sabios y artistas, cuyos hechos ilustrarían las páginas de nuestra historia nacional. 24


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Se leyeron los decretos reales, las provisiones virreinales y todos los documentos que mandaban y autorizaban el acto que iba a verificarse; se celebró después una misa de acción de gracias por la realización de aquellos deseos tanto tiempo abrigados, y, acto seguido, toda la comitiva se trasladó al centro de la loma. Iban los nobles españoles jinetes en poderosos caballos, aquellos caballos de rúa, tan famosos entonces; las monturas lujosas, bordadas de hilo de oro, relucían a los rayos del sol; sonaban con retintín metálico las espuelas doradas; lucían al cinto las espadas y los estoques de labradas empuñaduras flotaban al aire mañanero los embozos de las capas de terciopelos multicolores, que dejaban entrever los jubones acuchillados; las plumas se abatían sobre los chambergos de anchas alas y era aquella una maravillosa comitiva en la que rivalizaban el lujo y la riqueza de los viejos conquistadores y los nuevos encomenderos. Cada caballero llevaba tras de sí un no menos lujoso séquito de amigos, de pajes y de criados, atentos a las miradas y deseos de sus señores. El eco de las montañas repercutía el son de las músicas, el disparo de los arcabuces, el piafar de los caballos y el pregonero levantando la voz dijo de este modo: "Por virtud de la provisión virreinal y mandamiento de su Señoría Ilustrísima Don Antonio de Mendoza, Conde de Tendilla, Virrey de esta Nueva España, son venidos a tomar posesión de este sitio, para asentar e poblar la ciudad de Mechoacán e repartir los solares que son e serán de aquí adelante, con huertas e tierras para hacer sus heredades e granjerías, como por su Señoría Ilustrísima les es mandado". Aquí hizo una pausa el pregonero y luego volviendo a levantar la voz preguntó si no había persona o parecer alguno que lo contradijese o estorbase. Nadie respondió a aquel solemne requerimiento. Entonces todos los caballeros estantes y circunstantes se esparcieron por el dicho sitio empezando a hollar el suelo con sus pies, arrancando con sus manos las hierbas y las ramas de los árboles, para dar con ello pruebas de que tomaban posesión del sitio, de que hacían en él lo que les parecía sin que nadie se los estorbase y en señal de pertenencia plena y de pacífica posesión. 25


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Se levantó el acta respectiva firmándola el alcalde don Pedro de Fuentes, los regidores Juan Pantoja y Domingo de Medina y los principales vecinos españoles Nicolás de Palacios Rubios, Pedro Munguía, Juan Botello y Martín Monje. Además de estos señores, que por ser los principales se citan en el acta, firmaron los caciques de las repúblicas de indios, los acompañantes al acto, vecinos de los pueblos y cortijos inmediatos y, al fin, los comisionados virreinales que al principio de este capítulo se citaron, dando fe de lo actuado el escribano del Cabildo don Alonso de Toledo. Desde luego dio principio la traza de la nueva población, para lo cual ordenaron las autoridades que los indios empezaran a desmontar el sitio, limpiando el lugar en donde se iba a señalar la plaza de armas, las casas del Cabildo (hoy Palacio de Justicia), las cárceles reales, templos, comercios y carnicerías, así como los solares para cada vecino y los que se habían de reservar para las diversas órdenes religiosas. Las fiestas profanas duraron varios días: hubo torneos, simulacros de los caballeros, luciéndose cada cual en el manejo de las armas en que eran diestros, carreras de corceles y tiro de ballesta. Los indios, por su parte, alegraron el concurso con sus danzas y mitotes, al son de sus quiringuas y chirimías. Señalados los solares para los españoles, también se les dio un pedazo a los que eran dueños de la tierra; así desde luego se llamaron a los principales caciques o jefes y en torno de la ciudad nuevamente fundada se les señaló a cada uno su pertenencia, con sus huertas, aguajes, astilleros y ejidos, que serían, andando el tiempo, como barrios de la misma ciudad: Santa Catarina, San Pedro, La Concepción, Las Ánimas, San Juan, Santiaguito, etc., etc. El mismo virrey nombró, pagado por las Cajas Reales, al maestro alarife Juan Ponce, para que se encargara de trazar y alinear las calles y plazas, el cual, todavía cinco años después de fundada la ciudad se encontraba desempeñando sus labores. Llamósele a la población VILLA DE VALLADOLID DE MICHOACÁN, en recuerdo de la ciudad cesárea que lleva ese mismo nombre en España. Se ha creído que se le dio ese nombre para recordar el lugar de nacimiento del virrey don Antonio de Mendoza, pero esto es una falsedad; Mendoza nació en Granada; más bien parece que el virrey 26


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propuso ese nombre a Carlos V para agradarlo, por la predilección que dicho monarca tenía por la citada ciudad. Más equívocos andan todavía los que creen que la palabra Valladolid es una corrupción de valle de Olid, atribuyendo a este conquistador el nombre, por ser uno de los primeros que vinieron a Michoacán. Se le llamó Valladolid de Michoacán para distinguirla, así de la de España, como de las ciudades que llevan ese mismo nombre en Yucatán, en Honduras y en el Ecuador. Valladolid de Michoacán ostentó el título de villa hasta el año de 1545; cuatro años después de su fundación, y en la fecha indicada por real cédula de Carlos V, fechada en Zaragoza el 6 de enero, se le otorgó el título de ciudad. Con respecto al escudo de armas que se le concedió a Valladolid hay una confusión o equívoco entre los historiadores que tan punto tratan; equívoco relativo a la fecha en que el escudo pudo ser conferido. Un documento antiguo citado por el señor licenciado don Juan de la Torre trae como fecha del otorgamiento real el 19 de septiembre de 1537. Esta fecha es de todo punto inadmisible, toda vez que Valladolid se fundó hasta el año de 1541. Más verosímil parecen las fechas que señalan dos historiadores antiguos. El cronista Fr. Pablo de la Purísima Concepción Beaumont señala el 16 de septiembre de 1553 y el padre Fr. Antonio Tello señala el 21 de julio de 1563. Es lógico desechar desde luego la primera fecha, pues en ella aun ni siquiera estaba fundada la ciudad. De las dos restantes parece más verosímil la del padre Tello, pues en esa fecha no solamente ya se encontraba fundada la población, sino lo que es más, ya se le había elevado al rango de ciudad y por lo mismo podía otorgársele el honor de ostentar el escudo de armas. Éste, según se desprende del documento real, fue a propuesta del virrey Mendoza y, con la mira cortesana de halagar al rey y a su familia, pidió que dicho escudo llevara tres reyes coronados, uno representando al propio Carlos y los otros dos, respectivamente, a su hermano Maximiliano y a su hijo Felipe II. Por lo mismo debería estar dividido el escudo en tres partes, una en la superior y dos en la inferior; toda la parte superior abarcada por una corona condal; por orla debería tener unos follajes de negro y oro, 27


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con sus trascoles y dependencias. Con respecto a los colores, el fondo debería ser de oro, los reyes vestidos de púrpura, con cetro y corona; la corona de la parte superior de oro, guarnecida de piedras azules, encarnadas y verdes. Con la misma cédula real se mandó el diseño conforme al cual, en lo sucesivo se debería pintar o esculpir el referido emblema. Los primeros españoles que desde el momento de la fundación se avecindaron y labraron sus casas en Valladolid fueron: Diego Hurtado de Mendoza, Alonso Ruiz, Rodrigo Villalobos, Hernán Gutiérrez de Bocanegra y Cristóbal Patiño. Parece que el virrey Mendoza tuvo predilección particular por la naciente Valladolid, pues con objeto de acrecentar su vecindario envió de la ciudad de México, poco tiempo después, a diversas familias españolas, que citamos únicamente por sus apellidos, por no citarlos en otra forma el cronista Fr. Matías de Escobar en su Americana Tebaida y así los ponemos enseguida: Ávalos, Álvarez de Toledo, Bocanegra, Cisneros, Carranza, Covarrubias, Castillo, Cervantes, Espinoza, Chávez, Fuenllana, Figueroa, Hurtado, Herrera, Lara, Leyva, Mendoza, Monzón, Maldonado, Marín, Moctezuma, Patiño de Herrera, Pantoja, Ruiz Álvarez, Rangel, Solórzano, Toledo, Solís, Salcedo, Vázquez, Villalobos, Velázquez Vargas y Zúñiga. Revisando el Diccionario Autobiográfico de Conquistadores y Pobladores de la Nueva España publicado por don Francisco A. de Icaza, nos encontramos con los nombres de algunos de los primeros vecinos de Valladolid, cuyos datos damos enseguida. Luis Dávila, natural de Sevilla, hijo de Gonzalo de Trujillo y de Beatriz Sánchez; vino al lado de los primeros conquistadores y tomó parte en la conquista de México, de Pánuco, Nicaragua y Guatemala. Juan Pantoja, natural de Medellín, hijo de Pedro Pantoja y de Catalina Rodríguez; tomó parte en la conquista de México y, al lado de Cristóbal de Olid, tomó parte en la conquista de Michoacán y de Colima. Se le otorgó en encomienda el pueblo de la Huacana. Diego Calero, natural de Palos de Moguer, hijo de Pedro Calero e Isabel rodríguez; fue uno de los conquistadores de Pánuco y después tomó parte en las expediciones de Jalisco y Colima.

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Andrés de Vargas, natural de Sevilla, hijo de Antonio Vargas e Isabel Damián; fue soldado de Pedro Alvarado; fue casado, tenía siete hijos y establecida su casa con armas y caballos. Pedro Moreno, natural de un pueblo de la provincia de Galicia, era capitán de arcabuceros y tomó parte en la expedición a la Florida con el adelantado Soto. Fue casado con una hija de Diego Calero y tenía establecida su casa con armas y caballos. Se quejaba de la pobreza suya y la de sus suegros. Doña Catalina de Soto Mayor, fue una de las tres primeras mujeres que vinieron a la Nueva España, porque pasó a ella con Pánfilo de Narváez; fue casada dos veces y segunda vez viuda, se radicó en Michoacán. Juan Ortiz, natural de Iruela, cerca de Baeza; hijo de Miguel Ortiz y Leonor Marín; fue administrador de las encomiendas de don Jorge Cerón. Gonzalo Gómez, natural de Sevilla, hijo de Juan Gómez y Beatriz Gómez; de edad de 12 años vino de España, radicándose primero en la Española; después pasó a Nueva España tomando parte en diversas expediciones, muy principalmente en la pacificación de Jalisco. Fue alcalde de la ciudad de Tzintzuntzan y posteriormente se radicó en Valladolid. Francisco Morcillo, natural de Villanueva de la Cerna, hijo de Hernán Sánchez y de Elvira González Morcillo; pasó a Nueva España poco tiempo después de la conquista y tomó parte en las expediciones de Pánuco, Peñoles de chichimecas y en Michoacán. Cortés le dio la encomienda de Indaparapeo. Domingo de Medina (uno de los primeros regidores de Valladolid). Fue natural de un pueblo de Medellín e hijo de Diego González y Ana Hernández. Era de los soldados de Cortés a quien acompañó en la expedición a Honduras. Después se halló en la expedición de la Nueva Galicia y por último fue nombrado encomendero de Tancítaro. Juan de Alvarado, encomendero de Tiripetío, era originario de Badajoz, hijo de García de Alvarado y de Beatriz Tordoya. Juan Pacheco, natural de Montejo, hijo de Francisco y Catalina Pacheco; residió en Michoacán acompañando a Juan de Alvarado. 29


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Juan Ponce, nació en Sevilla, hijo de Juan Ponce y de Inés García. Vino a la Nueva España a encargarse de la obra y traza de la ciudad de México. Después, según lo asientan los autores de México a través de los siglos, el virrey Mendoza lo comisionó para que se entendiera con la traza de Valladolid. Rodrigo Gutiérrez, sevillano también como el anterior; vino a México pocos años después de consumada la conquista. Rodrigo Vázquez, natural de Sevilla, hijo de Alonso y de Leonor Hernández; tomó parte en la pacificación de la Nueva Galicia. Juan Borrayo, natural de Braga, en Portugal; fue de los conquistadores de la Nueva Galicia. Gregorio de Aviña, gallego, hijo de Alonso de Aviña y María Pérez de Aviña. Acompañó a don Antonio de Mendoza a la pacificación de Jalisco. Francisco Moreno, nacido en Aragón, en el pueblo de Torre Hermosa, hijo de Antonio Moreno y de Catalina Álvarez. Fue también de los acompañantes de Mendoza en la pacificación de Jalisco. Don Alonso de Toledo. Fue el notario que dio fe del acta de la fundación de Valladolid, como escribano de cabildo. Era nativo de Sevilla, hijo de Diego de Toledo y de Constancia López. También fue acompañante del virrey en la pacificación de Jalisco. Antonio de Villarreal, natural de Sevilla, fue de los que vinieron a la Nueva España inmediatamente después de conquistada. Tomó parte en varias expediciones. Nicolás López de Palacios, procedente de la provincia de Salamanca; acompañó a Hernán Cortés a Honduras y a la pacificación de Jalisco al virrey Mendoza. Francisco de Mendoza. También éste es uno de los muchos soldados que acompañaron al virrey a Jalisco y que se avecindaron en Valladolid. Era natural de Montejo. Antón Ruiz, como el anterior fue soldado del virrey Mendoza, era oriundo de Moguer. Antonio de Godoy, natural de Baeza; fue al descubrimiento del Perú y por último se asentó en Michoacán. Francisco Croche, oriundo de Olmedo, fue de los pacificadores de la Nueva Galicia. 30


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Pedro Carrasco, natural de Fuensalida, vino a la Nueva España con la expedición del adelantado don Francisco de Montejo. Diego Hurtado de Mendoza, natural de la villa de Lepe, hijo de Antón Remón y de Leonor Hurtado, tomó parte en la expedición de la Nueva Galicia. Fue casado con una hija del último monarca tarasco. Juan de Baeza, nació en la población de Baeza y fue de los primeros que pasaron a la Nueva España. Pocos años después de fundada Valladolid, en 1550, pidieron los agustinos al Sr. obispo don Vasco de Quiroga que les permitiera fundar un convento en la expresada ciudad. Accedió gustoso el prelado a las instancias del Provincial, que lo era Fr. Alonso de la Veracruz, y las autoridades donaron a estos religiosos un terreno que, limitando al Norte con la plaza de armas, llegaba por el Sur hasta la orilla del río Chiquito. Además se les dieron terrenos para que construyeran capillas en el pueblo de Santa Catarina y en el de San Miguel Chicácuaro. Los agustinos habían llegado a Michoacán en el año de 1537, traídos al pueblo de Tiripetío por el encomendero de ese lugar don Juan de Alvarado. El Sr. Quiroga dispuso que el curato fuera servido por los religiosos franciscanos y agustinos, turnándose cada semana. Los primeros treinta y nueve años después de la fundación de Valladolid, esta ciudad progresó lentamente; con toda verdad puede decirse que su progreso se resintió un poco al separarse del virreinato, en el año de 1550, el Sr. don Antonio de Mendoza, quien tanto había hecho por el mejoramiento de la nueva ciudad. Después de Fr. Antonio de Lisboa, primer Guardián del convento de franciscanos, ocupó esas apostólicas tareas el padre Fr. Juan de Serpa. Como todos los misioneros de los primeros años de la colonia, fue éste un varón dechado de virtud. Era de origen portugués, y había venido muy joven a la Nueva España, profesando en el convento de Tzintzuntzan. Fr. Isidro Félix Espinosa, que relata la vida de este franciscano en su crónica, no señala la fecha precisa en que dio principio a sus labores en Valladolid. Lo vemos ya en el año de 1580 desempeñando sus apostólicas tareas y es notable por su participación en los asuntos relativos a la unión de los colegios de San 31


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Miguel y de San Nicolรกs, al cambiarse la sede episcopal de Pรกtzcuaro a Valladolid.

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CAPÍTULO V Breve noticia acerca de la fundación del Obispado de Michoacán – Don Vasco de Quiroga – Fundación del Colegio de San Nicolás – Primeros obispos de Michoacán Dispónese la traslación de las autoridades de Pátzcuaro a Valladolid – Cámbiase a esta ciudad la sede episcopal Únense los Colegios de San Miguel y San Nicolás Vienen a establecerse a Michoacán los jesuitas Primer convento de monjas – El Carmen Autoridades civiles del siglo XVI

El emperador Carlos V dispuso por real cédula de 20 de febrero de 1534, que todo el territorio de la Nueva España quedara dividido en cuatro obispados, a saber: México, Michoacán, Puebla y Coatzacoalcos. En tal virtud los oidores señalaron la demarcación que cada uno de ellos debería tener, y, por consiguiente, se hizo el señalamiento de los linderos correspondientes al de Michoacán. Sin embargo, no fue sino hasta dos años después, en el de 1536, cuando el Papa Paulo III en el Consistorio de 18 de agosto expidió la bula fundando canónicamente este obispado. Correspondióle ser el cuarto en todo el Continente Americano, pues el primero fue el de la Isla Española, el segundo el de Puebla, cuyo obispo fue fray Julián Garcés, el tercero el de México, ocupando la mitra Fr. Juan de Zumárraga y el cuarto el de Michoacán. Dispuesta la fundación del obispado, faltaba proveer lo concerniente a la persona que debería de ceñir la primera mitra y fue nombrado desde luego el R. P. Fr. Luis de Fuensalida, religioso franciscano, el cual rehusó el honor que se le dispensaba, por su reconocida modestia, alegando que los trabajos episcopales le distraerían de los ejercicios de su orden. Fue entonces designado el señor licenciado don Vasco de Quiroga, que tenía algún tiempo en Michoacán con el carácter de visitador, nombrado por la Segunda Audiencia y en donde se había hecho querer extraordinariamente por su caridad para con la raza indígena. Así es que, siendo todavía seglar, se hizo cargo del obispado. 33


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Sea como algunos autores opinan, que en el año de 1535, o, como aseveran otros, que en el de 1537, cuando haya sido nombrado obispo el señor Quiroga, el hecho es que no tomó posesión sino hasta el 22 de agosto de 1538 y a fines de ese año pasó a la ciudad de México, en donde el Ilustrísimo señor Zumárraga le confirió desde la tonsura hasta la consagración episcopal, volviendo en los primeros meses de 1539 a regir su obispado, estableciendo su sede en la primitiva ciudad de Tzintzuntzan. A esto habrá que decir, que ya desde el año de 1537 la reina doña Juana, en cédula fechada en Valladolid, había autorizado al virrey don Antonio de Mendoza y al propio don Vasco para que establecieran la capital del obispado en el lugar más conveniente que fuere de su agrado. Experimentando el señor Quiroga que no era Tzintzuntzan la ciudad más adecuada para centro de sus tareas episcopales, en 1540 la trasladó a Pátzcuaro, no sin tener que vencer la oposición y resistencia de los vecinos del lugar en donde se encontraba. Veintiocho años duró el pontificado de aquel hombre benemérito de la humanidad, derramando en todo ese tiempo el inagotable tesoro de sus beneficios entre los pueblos recientemente convertidos al cristianismo. Murió don Vasco de Quiroga en Uruapan, en el año de 1565. Entró a gobernar, en el año siguiente, la mitra michoacana el Ilustrísimo señor don Antonio Morales Ruiz de Molina, quien gobernó pocos años, siendo trasladado con igual carácter a Puebla. El señor Morales sufrió varias contrariedades en Pátzcuaro e intentó cambiar la silla episcopal a Valladolid. Sucedióle al señor Morales Fr. Diego de Chávez Alvarado y Cortés, que fue uno de los tres religiosos agustinos que primeramente vinieron a Michoacán, estableciendo en Tiripetío, en unión de Fr. Juan de San Román y Fr. Alonso de la Veracruz, la primera Universidad de América. Entre las muchas fundaciones importantes que hizo Fr. Diego de Chávez se encuentra la de Yuriria, en donde quedó de él imperecedera memoria en el bello lago que es ornamento y riqueza de dicha población. Apenas consagrado obispo murió Fr. Diego, sucediéndole el Ilustrísimo señor Fr. Juan de Medina Rincón. 34


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Gobernaba la mitra michoacana el prelado que se menciona, cuando, con fecha 25 de diciembre de 1575 el virrey don Martín Enríquez Almanza dispuso que la Justicia y el Ayuntamiento de Michoacán que estaban en Pátzcuaro pasaran a Valladolid, verificando desde luego las elecciones para las autoridades que habrían de regir en el año siguiente. Hízose como el virrey lo disponía, siendo nombrado primer alcalde mayor de Valladolid el señor doctor don Alonso Martínez. Con la traslación de las autoridades la ciudad de Valladolid cobró nuevo impulso y Pátzcuaro, por otra parte, empezó a sufrir alguna decadencia y sea por esto o por la intención que se había abrigado desde el gobierno del señor Morales, el hecho es que, con fecha 6 de noviembre de 1579 el señor obispo Medina Rincón dio un decreto trasladando la iglesia catedral de Pátzcuaro a Valladolid, fungiendo ya tanto las autoridades civiles como las religiosas en la última de las ciudades nombradas, en enero de 1580. Con la traslación del obispado de Valladolid hubo necesidad también de trasladar el Colegio de San Nicolás Obispo, que el señor Quiroga había fundado en Pátzcuaro desde el año de 1540. Fundó el santo obispo el colegio de referencia, movida su piedad del celo de crear hombres ilustrados que pudieran ayudarlo en sus tareas de esparcir la luz de la civilización en toda la provincia; pues aunque en verdad ya los agustinos en ese mismo año habían establecido una Casa de Estudios Mayores en Tiripetío, no creyó de su deber eximirse él mismo de hacerlo, tan sólo porque una de las órdenes monásticas hubiese creado un colegio. El prelado palpaba la falta de sacerdotes y de personas ilustradas, pues durante los primeros años de erigida la catedral no hubo eclesiásticos ni prebendados que desempeñaran el coro y otras funciones, hasta que él en persona los trajo de España. Así pues procedió a establecer su colegio, el cual muy en breve empezó a dar frutos, encontrándose ya en pleno auge cuando la traslación a que nos referimos. Desde el año de 1531 existía también en Valladolid el Colegio de San Miguel, fundado, como dijimos, por uno de los primeros evangelizadores de ese lugar. Pero este colegio, sea por la mengua a que habían llegado sus rentas y lo difícil que le era sostener sus 35


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profesores, sea por falta de un espíritu capaz de infundirle todo el aliento que una institución educativa necesita, el hecho es que había decaído considerablemente, dándose el caso de no haber abierto ya sus cátedras por varios años. Sus rentas, consistentes en solares, casas y molinos, casi ya ni se cobraban; su edificio estaba arruinado y más daba señales de muerte que impulsos de vida aquel instituto que su apostólico fundador, Fr. Juan de San Miguel, hubiera deseado ver floreciente. Así las cosas, al trasladarse, como llevamos dicho, la sede episcopal y el Colegio de San Nicolás a Valladolid, en 1580, se empezaron a hacer las gestiones convenientes ante el alcalde mayor de la ciudad y provincia para que ambos colegios se unieran, ya que perseguían idénticos fines, y así poder gozar con fruto de las rentas que ambos poseían. Visto el parecer del prelado y el dictamen favorable del Provincial de los religiosos franciscanos, Fr. Juan de Serpa, a quien correspondía la administración del colegio, se acordó la incorporación de ambos planteles, la cual se llevó a efecto el día 10 de octubre del propio año de 1580; aunque de una manera condicional, es decir, siempre que el virrey aprobara lo convenido entre el Cabildo eclesiástico y el Provincial de los franciscanos. En enero de 1581 el virrey don Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña, aprobó lo verificado, girando a ese propósito los documentos respectivos. Era, en la época de la fusión de los dos colegios, rector de San Nicolás el señor don Melchor Hernández Duarte; y una de las personas que más se interesaron en aquellos años por la vida del colegio fue don Alonso de la Mota y Escobar, que era el deán de la iglesia catedral y que poco tiempo después fue nombrado obispo de Guadalajara. El P. Fr. Matías de Escobar asienta que, desde la incorporación de los dos colegios, abrió sus cátedras el de San Nicolás en el edificio en que actualmente se encuentra, pues dice: "que estaba inmediato al Colegio de la Compañía de Jesús". El Sr. obispo don Vasco de Quiroga tuvo especial empeño en traer a Michoacán sacerdotes de la Compañía de Jesús y afirman sus biógrafos que llegó a hacer gestiones en España con el propio 36


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fundador de la orden, San Ignacio de Loyola, para traer a dichos sujetos. No se le concedió, sin embargo, a este prelado su deseo; pues los jesuitas vinieron a México hasta el año de 1572, siete años después de haber fallecido el obispo michoacano. Los primeros jesuitas que llegaron a la capital del virreinato encabezados por el P. Sánchez enviaron a Pátzcuaro a los P.P. Juan Sánchez y a los hermanos coadjutores Pedro Rodríguez y Pedro Ruiz de Salvatierra; este último como maestro de primeras letras. Los jesuitas se encargaron por algún tiempo de la dirección y cátedras del Colegio de San Nicolás. Trasladado a Valladolid el obispado, se trasladaron también dos de los sacerdotes jesuitas, Sánchez y Rodríguez, para fundar aquí su templo y su colegio. Al principio, por su pobreza, les daban de comer los agustinos y se hospedaron en una casa ruinosa, hasta que poco a poco fueron ingeniándose para obtener fondos. A los ocho días de llegados el Ayuntamiento les entregó las escrituras del solar en donde deberían construir su iglesia y convento, y los vecinos le hicieron la donación de diez pesos tres reales, con los cuales dio principio la suntuosa fábrica que es hoy orgullo de nuestra capital. Pasado algún tiempo obtuvieron una donación de Rodrigo Vázquez, consistente en una estancia con treinta mil cabezas de ganado menor y más tarde un donativo de ocho mil pesos, que vinieron a aumentar sus emolumentos. En diversas épocas de la historia de esta célebre institución se le hicieron legados de mayor o menor cuantía; son de recordarse el donativo de don Luis Rodríguez, consistente en la Hacienda del Colegio con cuatro mil cabezas de ganado menor. El de Fr. Domingo de Ulloa de tres mil pesos y el del licenciado Roque Rodríguez Torrezo, de treinta mil. Entre las muchas propiedades que llegaron a tener los jesuitas se cuenta la importante hacienda de Queréndaro. De este asunto nos volveremos a ocupar al tratar de la expulsión de estos sacerdotes por orden de Carlos III. Inmediatamente de establecidos en esta ciudad dieron principio a la fábrica de su iglesia y colegio. La fecha de su conclusión no se ha podido averiguar con certeza; el licenciado Juan de la Torre observó una antigua inscripción que marca el año de 1582 y cree que esa fecha 37


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se refiera a la terminación de la primera capilla, a la que correspondía la torre que hoy se ve en el ángulo Sur Este del edificio; dicha capilla quedó formando parte del colegio, construyéndose después el templo que existe frente al jardín. Por lo tanto la Compañía de Jesús es el tercer templo, en antigüedad, de los que se construyeron en Valladolid. El primer convento de monjas que se fundó en esta ciudad fue el de Santa Catarina de Sena, en el año de 1590, según afirma don Juan de la Torre; aun cuando el señor canónigo don José Guadalupe Romero afirma que lo fue en 1597 y esta misma fecha le atribuye Fr. Matías de Escobar. Este convento estuvo primeramente en el edificio que forma un todo con lo que fue posteriormente el Colegio de las Rosas. Vinieron a fundarlo religiosas dominicas del convento de Santa María de Gracia de Guadalajara y se les dio por habitación una casa que había estado destinada a fábrica de paños de lana u obraje y en la que se recluía por castigo a los vagos o delincuentes, en los primeros años de fundada esta ciudad. En el edificio a que nos referimos permanecieron las catarinas hasta el año de 1738, trasladándose el 4 de mayo por la tarde, en medio de una solemne procesión, al local que para dichas religiosas se construyó en la calle real, así llamada antiguamente y contiguo a su templo, hoy todavía llamado de Santa Catarina o de las Monjas. El convento abarcaba toda esa manzana y l siguiente hacia el Este. En la época de la exclaustración, por virtud de las Leyes de Reforma, se abrió una calle para dividir dicho edificio y que es hoy una de las que llevan el nombre de Serapio Rendón. En la sacristía del templo a que nos referimos existe un cuadro de grandes dimensiones, que representa el acto de la traslación de las monjas del convento de las Rosas a su nuevo edificio. Es curioso porque recuerda uno de los acontecimientos solemnes en aquellos tiempos. Ya para finalizar el siglo XVI, que fue el primero de nuestra vida colonial, se fundó en el año de 1593 el Convento del Carmen. Autorizó la fundación de referencia el virrey don Luis de Velasco y se hizo en tiempo del obispo Fr. Alonso Guerra. 38


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El 11 de septiembre del año a que nos referimos tomó posesión del sitio y de una ermita que en él se encontraba, dedicada a la Virgen de la Soledad, Fr. Pedro de San Hilarión, primer prior de la orden carmelita. Empezaron a construir su templo y convento, que era uno de los más extensos, pues abarcaba tres de las manzanas que ahora le son inmediatas y la huerta llegaba hasta la ribera del río Grande. Para concluir este capítulo daremos enseguida los nombres de los alcaldes mayores que tuvo Valladolid en el primer siglo colonial. El doctor don Alonso Martínez, que había sido nombrado alcalde mayor desde antes de 1578 y por haber pasado a la Nueva Galicia, ejercía interinamente su empleo Juan del Hierro, volvió y presidió el Ayuntamiento por real cédula, en 20 de febrero de 1581. Antonio Delgadillo, vecino de México, fue nombrado alcalde mayor con real título por el virrey conde de la Coruña (interinamente en lugar del anterior) en 22 de enero de 1682 y tomó posesión el 23 de febrero del mismo año. El mariscal de Castilla don Carlos de Luna y Arellano, fue nombrado alcalde mayor con real título y tomó posesión el 23 de septiembre de 1584; su nombramiento fue de 5 de abril del mismo año. Don Fernando Sotelo fue nombrado interinamente Justicia Mayor el 4 de mayo de 1585 por el señor virrey don Pedro Moya de Contreras y ejerció su empleo hasta la entrada del siguiente. Juan Farfán de Lizarrarás, fue nombrado alcalde mayor con real título en lugar del anterior, en 20 de septiembre de 1586, y tomó posesión en 29 de noviembre del mismo año. Don Alonso de Oñate, vecino de México, fue nombrado alcalde mayor con real título, para suceder al anterior, en 3 de marzo de 1588. El muy ilustre señor don Fernando Altamirano fue nombrado alcalde mayor con real título por el mismo virrey en 9 de junio de 1588. Este señor fue dueño de la hacienda de Santa Ana Pacueco, inmediata a La Piedad. Don Rodrigo de Vivero (el mozo), fue nombrado alcalde mayor por el virrey don Luis de Velasco, con real título para suceder al anterior, en 15de diciembre de 1590, y tomó posesión en 25de enero de 1591. 39


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Luis Valderrama fue nombrado interinamente Justicia Mayor por el virrey Velasco y para tomar residencia al anterior, en 28 de julio de 1594. Bernardino Vázquez de Tapia, fue nombrado alcalde mayor con real título por el mismo virrey Velasco en 28 de noviembre y tomó posesión en 12 de diciembre de 1594; era vecino de México y estaba de teniente don Álvaro de Reza. Don Alonso de Zúñiga, fue nombrado alcalde mayor con real título por el señor virrey en 22 de agosto de 1596, y tomó posesión en 12 de septiembre del mismo año. El doctor D. Fernando de Villegas y Peralta, fue nombrado alcalde mayor con real título, por el virrey conde de Monterrey en 19 de octubre de 1599. (El licenciado Juan Valderrama lo había sido interinamente por el mismo virrey, esto es, Justicia Mayor para residenciar al anterior en diciembre de 1598).

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CAPÍTULO VI La vida colonial – construcciones religiosas El obispo don Juan de Ortega y Montañez y las Ordenanzas Eclesiásticas – Sujetos notables nacidos en Valladolid en el siglo XVII – Las autoridades civiles que gobernaron la propia ciudad en ese siglo.

La monótona vida de nuestra ciudad en sus primeros siglos de vida colonial no deja al historiador ningún suceso, ningún acontecimiento notable digno de escribirse para conocimiento de las generaciones presentes y futuras. Las ciudades a medio fabricar, alegres acaso durante el día por la esplendidez de su atmósfera y la belleza de la naturaleza que las rodea, cúbrense desde las primeras horas de la noche con un velo de sombra, apenas interrumpido de trecho en trecho por la opaca luz de las linternas de aceite que alumbraban los retablos de piedra en los muros de los conventos y casas principales; el silencio interrumpíase por los toques de las esquilas de los monasterios que indicaban los ejercicios piadosos a que se consagraban aquellos torturados habitantes en sus estrechísimas celdas. Con frecuencia la monotonía de aquella vida se venía a interrumpir con las fiestas religiosas a los santos de los conventos, regocijándose entonces el pueblo en verbenas populares; las ferias que los virreyes habían señalado a cada pueblo para promover su comercio traían a veces una legión de traficantes y buhoneros que prestaban cierta alegría pintoresca; la profesión de alguna monja, el cantamisa de algún clérigo, la jura de los monarcas y el arribo a las costas de los buques mercantes, eran las únicas causas que excitaban a veces la curiosidad de los hombres de antaño. A principios del siglo XVII una nueva orden religiosa venía a establecerse en Valladolid y era la de los religiosos mercedarios, que construyeron su iglesia y su convento contiguo, hacia el Oeste de la ciudad. Esta orden no tuvo el gran número de religiosos que las demás y nada puede decirse de sus miembros, que no dejaron rastro 41


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alguno de su paso, ni en literatos ni en misioneros, como las otras órdenes ya establecidas. También en el siglo a que nos referimos se construyó el templo de la Cruz. El doctor don José Guadalupe Romero asienta que este templo fue donde primero se estableció la catedral; posiblemente en su principio fue una humilde capilla hasta que el P. Nicolás de la Serna lo reconstruyó, dejándolo en el estado en que nosotros lo conocemos y tal vez cuando la catedral se terminó y pudo ser utilizada en su objeto. Gobernando la iglesia michoacana el obispo Fr. Marcos Ramírez del Prado, en 1640, se comenzó a construir la iglesia catedral actual. Su construcción duró ciento cuatro años; consignamos aquí esta noticia por referirse al siglo de que nos estamos ocupando; ya que al tratar de los edificios notables de la ciudad haremos una descripción de esta suntuosa fábrica. A fines del siglo al que se refiere este capítulo gobernaba la mitra michoacana el Ilustrísimo señor don Juan de Ortega y Montañez. Es notable este prelado por ser uno de los de más talento e ilustración que han ocupado ese elevado puesto, por su espíritu de empresa, por su desprendimiento y por las grandes dotes de gobierno y disciplina de que dio palpables muestras. Antes de venir a Michoacán había sido inquisidor del virreinato y obispo de Durango; después que dejó la silla michoacana fue nombrado arzobispo de México y luego virrey. Construyó el señor Ortega y Montañez el palacio episcopal levantando un edificio lujoso, como convenía a la distinción de su persona y a las elevadas funciones que desempeñaba; lo amuebló con todo el lujo de entonces y era ese palacio lo que hoy es el Hotel Oseguera, frontero a un costado de la iglesia catedral. Supo el obispo que las murmuraciones callejeras tenían a mal la esplendidez de su mansión, y dando una prueba de su desprendimiento y de lo poco en que tenía las riquezas, mandó llamar al prior de los frailes juaninos y entregándole el edificio con toda la pompa de que estaba alhajado, hizo que se trasladaran a él los enfermos del Hospital de San Juan de Dios y desde entonces se convirtió aquel espléndido edificio en la casa de los pobres y adoloridos. 42


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Del espíritu de gobierno de este obispo quedan las siguientes memorias. Al llegar a Michoacán se dio cuenta de que los clérigos y frailes que administraban las doctrinas y los curatos habían llegado a un estado de relajación muy distinto del espíritu evangélico que deberían tener. Supo, por ejemplo, que a los indios se les confesaba por medio de intérprete; que por cada confesión se cobraba medio real, o en su defecto alguna cosa y objeto equivalente; que los clérigos en su mayor parte eran licenciosos, jugaban a los naipes, asistían a corridas de toros, a bodas y fandangos; que no vivían en su casa con personas honestas y todos esos y otros muchos males se propuso remediar escribiendo, publicando y haciendo cumplir sus célebres "Ordenanzas", que fueron tal vez un pequeño dique para contener en parte los abusos del clero colonial. Valladolid empezaba a dar en esta época los notables talentos que han sido su orgullo, pues en el año de 1637 nació en esta ciudad el que andando el tiempo sería el Pbro. don Pablo Salceda. Fue este sacerdote el orador sagrado más famoso que hubo en la Nueva España, comparable solamente con el famoso jesuita Vieyra, a quien se llamó el Padre de la Oratoria Sagrada. Escribió al P. Salceda doscientos sermones, un elogio de San Juan de Dios y un tratado filosófico-teológico de bastante mérito. Murió este insigne orador en la ciudad de Puebla, cuando apenas contaba cuarenta años de edad. También nació en Valladolid el 28 de noviembre de 1698 el Pbro. don Ignacio Javier Hidalgo, predicador y teólogo notable. En su larga vida de 87 años se dedicó este eclesiástico a la predicación, habiendo reunido una colección de ochenta y cinco sermones morales y escribió algunas otras obras de asunto religioso. Terminaremos este capítulo con la enumeración de las autoridades que gobernaron durante el siglo XVIII. Don Fernando Altamirano tomó posesión del empleo de alcalde mayor con real título el 5 de diciembre de 1602. Por segunda vez ocupaba ese puesto el señor Altamirano. El licenciado Pedro de Sosa Portocarrero, fue nombrado alcalde mayor por el rey en lugar del anterior, el 24 de enero de 1606. 43


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D. Alonso Marín de Mendoza, vecino de México, fue nombrado alcalde mayor con real título, en 25 de agosto de 1606 para suceder al antecedente. (Los alcaldes ordinarios presidieron el Cabildo interinamente en 1610 y 1611). D. Antonio de Saavedra y Guzmán fue nombrado alcalde mayor con real título, en lugar del precedente, en 4 de marzo de 1611 por el Sr. virrey D. Luis de Velasco. D. Juan de Saldívar Mendoza tomó posesión del empleo de alcalde mayor por real nombramiento en 26 de agosto de 1613. D. Pedro Maldonado Zapar, fue nombrado alcalde mayor de Huitzizila, Pátzcuaro y Valladolid por S.M. a propuesta del virrey marqués de Guadalcázar en 1614, y tomó posesión en 9 de noviembre del mismo año. Gaspar de Solís y Orduña, fue nombrado alcalde mayor por S.M. en 7 de diciembre de 1616, siendo vecino de México. (Por su muerte se nombró presidente para las elecciones de 1º de enero de 1618). D. Alonso de Altamirano Estrada, tomó posesión del empleo de alcalde mayor con real título en 3 de marzo de 1618. (El capitán D. Francisco Carriedo Ordóñez, fue interinamente nombrado por el virrey, marqués de Guadalcázar, siendo vecino de México por los años de 1621 y ejerció el empleo hasta la venida de Bocanegra. Por este tiempo y en la jura de Felipe IV fue la vez primera que se tiene noticia de haberse visto soldados en esta capital de la provincia). D. Fernando Bocanegra tomó posesión del empleo de alcalde mayor con real título, en 18 de julio de 1622 años; y en estos tiempos estaban establecidos en estos países alcaldes de la Santa Hermandad, como en la península. D. Pedro de Acuña y Jaso, fue nombrado por la Audiencia de esta N. E. para alcalde mayor de las ciudades de Valladolid, Pátzcuaro y Provincia de Michoacán Huitzizila y sus Barrios, etc. por tiempo de un año, como lo fue D. Fernando de Bocanegra. (Este es el tenor del nombramiento) en 18 de septiembre de 1624 años. El Lic. Lucas de Roca, o Rocas, que por comisión del Sr. virrey marqués de Cerralvo estaba tomando residencia a los dos alcaldes mayores que preceden, fue nombrado interinamente justicia mayor 44


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en 4 de enero de 1625. Después fue éste residenciado por el de Minas de Tlalpujahua, D. Pedro Carmona Oñate. D. Diego de Azevedo Carvajal, vecino de México, fue nombrado y tomó posesión del empleo de alcalde mayor con real título, y el de juez de Matanzas, por el mismo Sr. virrey, en 21 de diciembre de 1625 y todavía ejercía en 1627. D. Pedro Moreno fue nombrado en este tiempo para tomar residencia al anterior, igualmente que el Cabildo. D. Francisco de Solís y Barraza, estaba ya en posesión de la alcaldía mayor de Valladolid en 17 de marzo de 1631. (No se sabe cuándo tomó posesión y sí que estaba condecorado con el hábito y cruz de Calatrava). El capitán D. Juan de Arredondo Bracamonte, era Justicia Mayor interinamente en Valladolid en 28 de enero de 1636, aun ejercía este empleo en julio de 1639. El capitán D. Gregorio Estopiñán ejercía ya dicho empleo con real título, en 14 de marzo de 1642. El capitán Alonso Ramírez de Espinosa, era alcalde mayor con real título entre los años de 1642 y 1654, en cuyo año ejercía este empleo, cuando tomó posesión el siguiente. El capitán D. Juan Hurtado de Castilla, fue nombrado alcalde mayor con real título por el Sr. virrey duque de Alburquerque en 25 de enero de 1654; era Caballero de Santiago y Visitador General de los Caballeros de su orden en esta N. E., y tomó posesión en 27 de marzo el mismo año, dándosele facultad de nombrar un teniente de alcalde mayor en Pátzcuaro. El Sr. almirante D. Diego de Bracamonte y Dávila, fue nombrado alcalde mayor con real título, y el de teniente de Capitán General por un año 12 meses (así decía el nombramiento) en 8 de enero de1656, y tomó posesión en 28 de febrero de dicho año; fuéle después prorrogado el mando. El capitán D. Juan Bazán de Albornoz, ejercía interinamente y por su ausencia, el empleo de Justicia Mayor en Valladolid en 13 de marzo de 1659. El capitán D. José Aguilar Manjarrés, era Justicia Mayor de la presidencia interinamente en 22 de septiembre de 1661 (siéndolo en propiedad hasta 1662 el almirante Bracamonte). 45


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El Sr. capitán D. José Antonio de la Cerda y Granada, ejerció interinamente el empleo de Justicia Mayor, presidiendo las elecciones de 1º de enero de 1662. El Sr. capitán D. Francisco Moreno de Monroy, fue nombrado alcalde mayor con real título por el virrey conde de Baños, el 12 de febrero de 1662, tomando posesión en 24 de abril y murió en fines del año. El capitán D. Antonio de la Cerda y Granada, fue nombrado alcalde mayor con real título en propiedad, y por fallecimiento del anterior en 7 de diciembre y tomó posesión en 31 de dicho mes del propio año para presidir las elecciones del siguiente. D. Pedro de Villalva, fue nombrado alcalde mayor con real título por el Sr. virrey marqués de mancera, en 3 de diciembre de dicho año, y aun ejercía este empleo en 1666. El capitán D. Cristóbal de Saldívar y Castilla, ejercía el empleo de alcalde mayor con real título en 1º de enero de 1668, que presidió las elecciones. D. Diego de Sarmiento de Luna, fue nombrado alcalde mayor con real título por el mencionado Sr. virrey en 2 de julio de 1669, y aun ejercía el empleo a fines del año de 1670. El capitán D. Julián de Aristáin, era alcalde mayor con real título, en 19 de enero de 1684.

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CAPÍTULO VII Siguen las construcciones de monasterios: San Diego, Capuchinas, San José – Viene a misionar a nuestra provincia Fr. Antonio Margil de Jesús – Se concluye la construcción de la catedral – Se fabrica el edificio conocido con el nombre de alhóndiga – Expulsión de los sacerdotes jesuitas – Inaugúrase el Colegio Seminario.

Casi todos los historiadores que se han ocupado de nuestra historia colonial, hablan del afán de los hombres de entonces para dedicarse a la construcción de iglesias y conventos: esas enormes moles de piedra amasadas con el sudor y las lágrimas de nuestra infortunada raza indígena. Los mismos historiadores citan los documentos por los cuales los reyes de España llegaron a prohibir, frecuentemente, aquel desmedido afán puesto en la construcción de obras religiosas, en las cuales invertían gruesas sumas de legados testamentarios, mandas y donativos, que pudieron emplearse en un progreso más real y efectivo de nuestro país. Y lo que es peor, los edificios aquellos se construían generalmente por grupos de indígenas a quienes muchas veces los frailes ni siquiera les daban de comer; así lo demuestra con acopio de documentos el Dr. D. Agustín Rivera en sus Principios críticos del virreinato de la Nueva España. Otras veces se les hacía trabajar por el sistema de faenas, robándoles a los miserables peones el día que debieran reposar, y creando así una raza cansada, empobrecida, macilenta, que terminaba su existencia mendingando la caridad pública en las puertas de los soberbios templos que había construido o la cucharada de sopa que los legos repartían en las puertas de los conventos. Siguió la construcción de monasterios todavía en el siglo XVIII. En el año de 1708 el obispo D. Juan José de Escalona y Calatayud mandó labrar un santuario a la Virgen de Guadalupe a extramuros de la ciudad, por el lado Oriente. Contiguo a este santuario edificó también una casa para ejercicios espirituales o de retiro.

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Poco tiempo después, el Ayuntamiento de 1733 donó al santuario una considerable extensión de terreno, para que repartido en lotes puestos a censo, pudiera sostenerse el culto de dicha iglesia. En el año de 1737 el vecino Pedro Garrido dejó al morir la cantidad de $21,000.00, destinada a un convento de dieguinos; en tal virtud vinieron a establecerse a esta ciudad un grupo de religiosos de esa orden, cediéndoseles la casa de ejercicios de que hablamos, para que establecieran su convento. El santuario de Guadalupe o templo de San Diego fue unido después por una calzada a la calle principal de la ciudad, se plantaron fresnos a sus orillas; el atrio del templo se embelleció con cipreses y en toda aquella barriada se construyeron casas de recreo para las personas acomodadas de la ciudad. También por el lado Sur de Valladolid se elevaba en aquellos años otro convento. Este era para monjas capuchinas, las cuales obtuvieron del rey Felipe V una real cédula fechada en el Prado el 14 de marzo de 1733 para venir a establecer su convento. Este acto tuvo verificativo el 24 de marzo de 1737. Su monasterio, después de la exclaustración, fue dedicado a Hospital Civil, del cual nos ocuparemos en lugar oportuno. Es grato consignar la aparición de un hombre verdaderamente evangélico, en medio de la disolución y relajamiento en las costumbres a que había llegado el clero de ese siglo. Nos referimos al P. Fr. Antonio Margil de Jesús, religioso misionero de Propaganda Fide, que recorrió desde los abrazados climas de Guatemala hasta las llanuras desoladas de Tejas, no solamente predicando la verdadera doctrina de Jesucristo, sino reformando las costumbres, atacando los vicios de su época y creando un espíritu verdaderamente cristiano, consolador y fraternal entre los indios. Este santo varón, que dejó imperecederos recuerdos en Guatemala, en México, en Querétaro, en Zacatecas, en Tejas, en dondequiera que posó su planta, ya en los últimos días de su vida vino a Michoacán. Procedente de Zacatecas y Guadalajara, llegó por la región de La Piedad y Puruándiro y se detuvo en Valladolid en febrero de 1736. 48


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El escritor liberal don Ignacio Ramírez (El Nigromante) da una poética relación de la vida y virtudes de este misionero: reprendía a los españoles su crueldad, su avaricia y su lujo; tachaba a los ministros del culto su pereza, su vida regalada e indiferente y enseñaba a los pobres una doctrina de amor y de consuelo. Fr. Margil hizo todo esto en Valladolid y el paso de ese grande hombre por nuestra tierra no podemos verlo con indiferencia, sino recordarlo con veneración y amor. En el año de 1744, según se ve en una inscripción esculpida en su frontis, se terminó de construir la catedral de Valladolid, siendo entones obispo don Francisco Matos Coronado. La colocación de la catedral se hizo en la parte superior de la loma en que está fundada la ciudad, teniendo a un lado y a otro dos jardines; por el frente y detrás del edificio hay una explanada y una calle, respectivamente, por lo cual queda totalmente aislada, contribuyendo esto al conjunto libre y airoso que presenta. Pocos templos hay en nuestro país que den desde luego el que los mira esa impresión grata de esbeltez gallarda, de armonía y de proporción en su conjunto, que presenta la catedral de Morelia; sus torres elevadas en proporción a la longitud de su nave; su fachada en relación con las dimensiones de las torres; sus cúpulas, todo, en fin, presenta un aspecto que si no maravilla por la riqueza de su ornamentación, sí satisfecha y fascina en su conjunto. Desgraciadamente en la fachada no se observa rigurosamente ningún orden arquitectónico; pero todo el edificio está trabajado sobre cantera pulida, de un color que contrasta admirablemente con la tonalidad de nuestra atmósfera y de nuestro cielo. En derredor de este templo hay un espacioso atrio, rodeado de una verja de hierro. El interior es de tres naves formadas por doce pilastras, tiene, además, cuatro capillas cuyas pilastras divisorias sostienen la inmensa mole de torres. La cúpula por su interior parece chica al conjunto de las naves, pero da suficiente luz, así como las ventanas distribuidas en todo el cuerpo de los muros, de tal suerte que en el interior se disfruta de una luz suave y apacible. Hasta los últimos años del siglo XIX la nave central estuvo ocupada por el coro, separado de las naves laterales por una 49


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balaustrada; al entrar se encontraban los órganos del coro, los que restaban mejor vista al conjunto interior. En su principio tenía la catedral una crujía de plata con estatuas, candelabros y adornos de ese mismo metal, la cual fue recogida por el general Blanco en 1859. Dicha catedral tenía pinturas y objetos de arte muy apreciados. Las pinturas eran copias de Miguel Ángel y cuadros de pintores de la Escuela Mexicana Antigua, como Rodríguez Juárez, Cabrera y otros. También conservaba la iglesia algunas reliquias de santos y objetos del culto, de valor artístico. El 25 de mayo de 1737 murió en la hacienda del Rincón, inmediata a esta ciudad, el Sr. obispo Juan José de Escalona y Calatayud. Fue notable este prelado por su actividad, pues construyó, como antes dijimos, el templo de San Diego; además, el templo de San José, el de los Urdiales, hoy ya desaparecido y la bellísima Calzada de Guadalupe. Es digno de recordarse en ese mismo siglo al canónigo don Mateo de Híjar y Espinosa; a él se debe la construcción de un edificio destinado a alhóndiga, construido con el objeto de almacenar semillas para proveer a las clases menesterosas en tiempos que, por las lluvias, aquellas subían de precio. El edificio a que nos referimos es el que está destinado a "Escuela Moderna" y que en el gobierno del general González se destinó a penitenciaría. Por fallecimiento del obispo Matos Coronado se hizo cargo de la Mitra don Martín de Elizacoechea, quien se distinguió por su amor a la educación de la juventud, fundando el Colegio de Santa Rosa, dedicado a las niñas. El Sr. Elizacoechea construyó el edificio cuya hermosa galería de esbeltas columnas monolíticas da al jardín de ese mismo nombre. Hizo los reglamentos y estatutos del colegio, el cual funcionó durante la segunda mitad del siglo XVIII y casi todo el siglo XIX. En este colegio se educaron muchas niñas, siendo dignas de recordación doña Ana Huarte, esposa del emperador Iturbide y doña Ester Tapia de Castellanos, nuestra más renombrada poetisa. Un acontecimiento notable vino a sacudir los ánimos el 25 de junio de 1767 y fue el que enseguida relatamos. Gobernando la España y sus colonias el rey Carlos III y teniendo como ministro al conde de Aranda, por influencia de este magistrado 50


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dictó una pragmática, por la cual se expulsaba de todos los dominios españoles a la célebre Compañía de Jesús. La disposición fue dada con sumo sigilo, pues solamente el monarca y sus ministros la conocían antes de la fecha señalada para la expulsión, la cual debería ser exactamente cumplida el mismo día y a la misma hora en todos los pueblos sujetos a la corona de España. Con la debida anticipación todas las autoridades recibieron un pliego, dentro del cual iba otro cerrado, conteniendo las instrucciones para la expulsión y en el sobre de este último se leía: "Pena de la vida no abriréis este pliego hasta el 24 de junio, a la caída de la tarde". Aquel pliego indicaba que a la media noche debería dirigirse la autoridad, a mano armada, a la casa de los jesuitas, tomándolos prisioneros, sin permitir que sacaran sino su breviario, y en el término de 24 horas deberían ser conducidos con todas las seguridades debidas al puerto de Veracruz, no excluyendo a nadie, así fuese enfermo, anciano o achacoso. En virtud de tal orden, los jesuitas de la ciudad de Morelia fueron expulsados. Al amanecer de la fecha de la expulsión la ciudad se sintió conmovida por aquel inesperado suceso que ordenaba un rey que se apellidaba católico y en las personas de una orden religiosa que se había hecho respetar por la sabiduría de sus miembros y la influencia de que gozaban en la sociedad. Al día siguiente fueron conducidos los jesuitas a México y de allí al puerto de Veracruz. Al Sr. obispo Elizacoechea que, como antes dijimos, fundó el Colegio de las Rosas, sustituyó el obispo D. Pedro Anselmo Sánchez de Tagle. A este señor le tocó ser el fundador del Colegio Seminario. Ya desde el siglo anterior, en el año de 1671, el rey de España había ordenado la fundación de un Colegio Seminario en la ciudad de Valladolid; pero por falta de fondos no se había dado principio a la construcción del edificio sino hasta el 5 de diciembre de 1732 en que se colocó la primera piedra; interrumpiéndose la obra poco después de comenzada y en el año de 1760 el Sr. Sánchez de Tagle la emprendió con todo entusiasmo, teniendo el gusto de verla terminada a los diez años justos de su reanudación. El 23 de enero de 1770 se inauguraron solemnemente las cátedras del Seminario, con 51


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profesores del Colegio de San Nicolás, siendo uno de sus primeros rectores el Dr. D. Vicente Gallaga Mandarte, tío materno del cura D. Miguel Hidalgo y Costilla. El edificio construido para Seminario, e inaugurado en la fecha a que nos referimos, es el actual Palacio de Gobierno: fábrica soberbia situada frente a la catedral, de una disposición arquitectónica agradable, hecha toda de cantería labrada con buen gusto. El Colegio Seminario funcionó sin interrupción hasta el año de 1811, en que fue clausurado a causa de la guerra de independencia, haciéndose su reapertura en el año de 1819 debido al empeño de don Ángel Mariano Morales, después obispo de Sonora y de Oaxaca. El Seminario dio durante la época colonial alumnos distinguidos: el propio Sr. Morales, el Pbro. D. Manuel de la Torre Lloreda, poeta e insurgente notable; el naturalista don Juan José Martínez de Lejarza y el emperador Iturbide.

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CAPÍTULO VIII Nueva forma de gobierno – Los corregidores Los intendentes – El año del hambre y el obispo Fr. Antonio de San Miguel – Constrúyese el acueducto Inaugúranse los cursos de Jurisprudencia en el Colegio de San Nicolás – Hombres notables nacidos en Valladolid en el siglo XVIII, el P. Gadea, el P. Rivero, el P. Santa-María, el cura Morelos, el P. Uraga, Sánchez de Tagle, Iturbide y Elízaga.

Hasta el año de 1774 fungieron en Valladolid los alcaldes mayores, siendo durante esa parte del siglo XVIII, los que vamos a expresar enseguida. Don Juan Maldonado, que fungió desde 1704. Don Alonso Arias Maldonado, en el año de 1719. Don Francisco de Oñate, en 1720. Don Fermín Garagorri, que sustituyó al anterior, hasta el año de 1725, en que vino a sustituirlo don Juan Bautista de Burtubay. Don Domingo Bustamante, en 1753. Nuevamente don Fermín de Garagorri, que fungió de 42 a 43. El capitán don Fausto Álvarez de Ulate, alguacil mayor de México y teniente general de esta provincia, que fungió hasta el año de 1748. Don José de Ochoa Güemes, que tomó posesión en enero de 1749. Don Manuel Ferrón, en 1750 hasta 1755 inclusive. Don Manuel Antonio de Terán, durante los años de 56 y 57. Don Martín de Reynoso Mendoza y Luyando, que estuvo sin interrupción hasta 1761. A fines del año anteriormente expresado vino a Valladolid a residenciar al anterior don Luis Vélez de las Cuevas Cabeza de Vaca, que además vino a hacerse cargo de la capitanía de la Compañía de Milicias de Valladolid. El capitán don Felipe de Ordóñez Sarmiento, que por fallecimiento del precedente vino a tomar posesión en octubre de 1768. 53


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Como dijimos al principio de este capítulo, en el año de 1775 se dio nueva organización al régimen gubernativo de las provincias, designándose entonces alcaldes corregidores; fue el primero para tal empleo el señor licenciado don Juan Sevillano, abogado de los reales consejos, cancillería de Valladolid y Audiencia de México. Sustituyó al señor licenciado Sevillano don Policarpo Crisóstomo Dávila, que vino en 1779, pasando con igual título a Celaya. El tercer alcalde corregidor fue don Juan Antonio de Riaño, teniente de navío de la Real Armada, tomó posesión primeramente en Pátzcuaro, viniendo luego a Valladolid en 1787. Pocos años duró la Nueva España con la organización de corregidores, pues a mediados del año de 1787 se dio una nueva organización gubernativa, creándose las intendencias. El mismo señor Riaño fue nombrado por el rey primer intendente de Michoacán. Era este señor natural de las Montañas, hombre ilustrado y de buenas costumbres; fue, antes de 1810, gran amigo del señor cura Hidalgo. De Michoacán lo cambiaron a la intendencia de Guanajuato, en donde murió de un balazo en el asalto a la alhóndiga de Granaditas. El segundo intendente, que tomó posesión en 1792 fue el señor teniente coronel don Felipe Díaz de Ortega; natural de Burgos y Caballero de la Orden de Carlos III. Tomó posesión en abril de 1792 y murió poco antes de la revolución de independencia, encontrándose en el desempeño de su empleo. Al lado de cada intendente se nombraba un asesor letrado; el señor Díaz de Ortega tuvo como asesor a don José Alonso de Terán. El intendente a que nos referimos hizo el primer plano de la ciudad de Morelia. Al morir el señor Díaz Ortega fue nombrado para sustituirlo, interinamente, el propio señor don José Alonso de Terán, quien se encontraba al frente del gobierno michoacano cuando se proclamó la guerra de independencia; entonces salió huyendo de Valladolid, pero aprehendido en el camino, fue traído con otros españoles y ajusticiado en el Cerro de las Bateas, próximo a la propia Valladolid. La escasez de lluvias en el año de 1785 ocasionó la pérdida absoluta de las cosechas, lo que dio origen a que en el año siguiente hubiese una completa carestía de cereales, por lo cual el pueblo de 54


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Michoacán sufrió los rigores de la más espantosa miseria, llamándose, con tal motivo a dicho año, "Año del hambre". Afortunadamente no faltó entonces un apóstol de la caridad, en la persona de Fr. Antonio de San Miguel Iglesias, obispo de la Diócesis, quien con un celo verdaderamente paternal, hizo menos dura la condición por que atravesaban los habitantes de esta comarca. Desde luego distrajo de su peculio particular y de los tesoros de la Mitra fuertes cantidades para la compra y almacenamiento de maíz, que era vendido a los pobres en condiciones favorables. Y para que éstos tuvieran medios de adquirirlo emprendió algunas obras públicas a fin de dar trabajo a todos aquellos que lo necesitasen; pavimentó las calles, construyó puentes y calzadas, y, sobre todo, lo que lo hará inmortal, el magnífico acueducto para surtir de agua a la ciudad de Valladolid. Para realizar la grandiosa obra de la construcción del acueducto, primeramente compró la hacienda del Rincón a donde pertenecían los manantiales de Carindapaz, el Moral, San Miguel y otros de donde iba a incautar las aguas, llevándolas primeramente por una atarjea que sigue las sinuosidades de los cerros del Rincón, hasta llegar a una planicie en donde dio comienzo a la arquería de calicanto que entra a Valladolid por el oriente, entre el bosque de San Pedro y la Calzada de Guadalupe. Después de haber captado el agua y en posesión ya de los manantiales, volvió a vender la hacienda perdiéndosele cuarenta mil pesos. Según las Gacetas de México publicadas en aquel entonces, en noviembre de 1785 se llevaban ya gastados $13,000.00, calculándose $27,000.00 lo que podría faltar para terminar la obra. Fue nombrado el señor regidor don Isidro de Huarte comisionado para la vigilancia de la obra y Gabriel García de Obeso para que hiciera acopio de los materiales. Según opinión de algunas personas el acueducto se empezó en el año de 85 y quedó terminado en 89. El costo de la obra, ateniéndose a lo que dice la Gaceta, sería de $40,000.00, pero en opinión de personas conocedoras, como lo fueron los señores Rafael Ruiz y Valle y don Ángel Campero Calderón, distinguidos vecinos de Morelia, a quienes cita en su libro el Sr. 55


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licenciado don Juan de la Torre, debió de costar aproximadamente medio millón de pesos. El acueducto se compone de doscientos cincuenta y tres arcos de estructura grandiosa, estilo romano y construidos en su totalidad de cantería labrada. El mismo señor de la Torre antes citado, da de la obra las siguientes dimensiones: Desde la alcantarilla inicial hasta la de la plaza de toros en que el agua se distribuye, tiene 10,400 varas; la sola arquería, 2000. Los arcos miden seis varas de latitud por nueve en su mayor altura hasta las claves: la base de las pilastras es de dos varas en cuadro y la caja de la atarjea mide media vara también en cuadro. El agua se reparte a la ciudad en treinta fuentes públicas y en un gran número de mercedes. A la fecha el acueducto ya no se utiliza en la conducción del agua potable, pues haciéndose insuficiente el caudal que podía contener, hubo necesidad de construir una cañería subterránea de mayores dimensiones. De este asunto nos volveremos a ocupar al trata de aguas potables y de las obras que posteriormente se han emprendido para el mejoramiento de la cantidad y calidad de las mismas. Para finalizar el siglo XVIII recibía un nuevo impulso la educación, con el establecimiento en el Colegio de San Nicolás de las cátedras de Derecho. Ya desde el año de 1783 el monarca Carlos III había dispuesto por cédula de 13 de agosto, que se ampliaran los estudios en el plantel que se cita; mas por falta de fondos no había podido realizarse este pensamiento. En el año de 1790 la señora Francisca Xaviera Villegas y Villanueva donó al Colegio la cantidad de $16,000.00 para que con sus réditos se sostuvieran los profesores necesarios. La donante estaba agradecida al colegio por la educación que había dado a sus hermanos y le preocupaba también el hecho de que muchos jóvenes siguieran la carrera sacerdotal por falta de otra, pues los estudiantes tenían que pasar a México a hacer la carrera de Leyes y no todos estaban en condiciones de verificarlo. Fueron lanzadas las convocatorias para cubrir las plazas de Derecho Canónico y Derecho Civil, siendo aceptados para leer los cursos los señores Dr. don Victoriano de las Fuentes y Vallejo y el 56


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bachiller don Andrés de las Fuentes y Santa Coloma, que fueron los primeros maestros de Jurisprudencia en Michoacán. Los hombres notables que nacieron en Valladolid durante la XVIII centuria fueron los que enseguida vamos a expresar: El Pbro. don Miguel Gadea, jesuita notable que escribió Apología de la Devoción del Corazón de Jesús, nació el 27 de septiembre de 1725 y murió en Italia, en fecha que se ignora. El Pbro. Don Francisco Xavier Rivera, jesuita como el anterior, teólogo eminente, escribió Inmaculata Deigenitricis Concepcione. Nació en Valladolid el 3 de diciembre de 1729 y murió en Bolonia, Italia, en febrero de 1787. Por el año de 1740, sin saberse la fecha exacta, nació el P. Fr. Vicente Santa-María, religioso franciscano que fue uno de los primeros conspiradores en favor de la independencia nacional; murió en el sitio de Acapulco acompañando al generalísimo Morelos en el año de 1813. El 30 de septiembre de 1765 nació en Valladolid, en la antigua calle del Alacrán, a espaldas del convento de San Agustín, el Generalísimo de América don José María Morelos y Pavón. De origen humilde, la infancia y juventud del Sr. Morelos fue pobre y oscura; dedicado a los trabajos de la arriería al servicio de unos tíos suyos, no pudo seguir la carrera literaria sino hasta la edad de 30 años en que ingresó al Colegio de San Nicolás, en la propia ciudad de su nacimiento; después de estudiar latinidad, Filosofía y los indispensables cursos teológicos, se ordenó de sacerdote, sirviendo los curatos de Nocupétaro y Carácuaro. En el desempeño de este último lo sorprendió la guerra de insurrección, abandonando desde luego su ministerio para unirse a la causa insurgente, yendo a presentarse al Sr. Hidalgo en el pueblo de Indaparapeo. La vida del señor Morelos desde este momento pertenece a su patria y ya la historia nacional ha reseñado en luminosas páginas las hazañas de este grande hombre. También es hijo de esta ciudad, en donde nació el 11 de enero de 1782, el distinguido político y literato D. Francisco Manuel Sánchez de Tagle, quien pertenecía a una distinguida familia española. Después de terminada su enseñanza primaria fue a estudiar a México al Colegio de San Ildefonso, en donde cursó Filosofía, 57


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Teología y Jurisprudencia, con tanto aprovechamiento que a los diecinueve años fue nombrado profesor de Filosofía de ese mismo plantel. Era tanta la cultura del joven Sánchez de Tagle, que el virrey lo mandó llamar a palacio para conocerlo y tratarlo. Durante la Colonia ocupó puestos elevados, tales como regidor y secretario del Ayuntamiento de México. Por sus ideas favorables a la independencia, al triunfo de ésta fue nombrado miembro de la Junta Gubernativa. Después fue electo diputado al Primer Congreso Nacional y designado como primer Gobernador del Estado, puesto que él rehusó. Casi hasta su muerte figuró como senador por el Estado de Michoacán. Falleció en el año de 1846, fue un gran patriota distinguida y un poeta cuyas inspiradas producciones todavía se leen con gusto en nuestros días. Coetáneo del anterior fue don Agustín de Iturbide, nacido el 27 de septiembre de 1783. Hijo de don Joaquín de Iturbide y doña Josefa de Arámburo. Hizo sus estudios hasta latinidad en el Colegio Seminario, abandonándolos muy joven para dedicarse a labores agrícolas. Ingresó al regimiento provincial de Valladolid, como alférez y en 1805 contrajo matrimonio con doña Ana María Huarte, también de distinguida familia vallisoletana. Al iniciarse la guerra de independencia salió de Valladolid rumbo a México empezando a servir en las tropas realistas y siendo su primer hecho de armas el del monte de Las Cruces. La carrera militar de Iturbide está llena de hechos que, si por una parte revelan talento y actividad, por otra dejan ver al hombre cruel y ambicioso. Retirado del servicio del rey por acusaciones en su contra, cuando estuvo encargado de las operaciones militares en la provincia de Guanajuato, no volvió a las armas sino hasta que, atento a los planes de los conspiradores de la Profesa, fue comisionado para batir a Guerrero y a los insurgentes del Sur. No pudiendo derrotarlos y consecuente con los planes premeditados del canónigo Monteagudo, se unió a Guerrero proclamando el Plan de Iguala que dio margen a la independencia de la colonia del trono español. Proclamado emperador por una asonada del sargento Pío Marcha y después de un efímero reinado, abdicó, retirándose a Italia. 58


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El Congreso lo declaró fuera de la ley, por eso, al regresar a México con aprestos bélicos para encender una guerra civil, fue hecho prisionero y fusilado en Padilla, el 19 de julio de 1824. No solamente militares y políticos produjo Valladolid en aquel siglo; en ella nació también don Mariano Elízaga, uno de los músicos más notables que ha habido en México. Su natalicio fue en septiembre de 1789. Su padre era profesor de órgano y desde pequeño lo empezó a dedicar a su arte, con tanto aprovechamiento de parte del pequeño alumno, que a la edad de cinco años tocaba el órgano perfectamente, y compuso sus primeras piezas musicales a la edad de diez años. "El niño prodigio", le llamaba entonces la Gaceta de México, y fue tal su notoriedad, que el virrey lo llamó a la capital, ordenando al intendente de Michoacán que todos los gastos se hicieran con cargo a las cajas reales. Llegado a la corte mexicana, grande fue el asombro de la nobleza al ver un niño tan pequeño tocar perfectamente el clavicordio. Continuó su educación en México, volviendo a Valladolid para entregarse de lleno a sus labores artísticas. El emperador Iturbide lo nombró maestro de la Capilla Imperial; pero terminado el efímero imperio regresó a la quietud de su provincia, en donde murió en el año de 1845.

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CAPÍTULO IX Los albores de la independencia – Visita a Valladolid el barón de Humboldt – La conspiración del año de 1809 El levantamiento de Hidalgo en Dolores y noticias de este suceso en Valladolid – Abad y Queipo lanza excomunión en contra de Hidalgo – Entra Hidalgo a Valladolid. Disposición de Ansorena sobre libertad de esclavos Regresa Hidalgo a Valladolid. Son ajusticiados gran número de españoles – El motín del Anglo Recuperan los realistas la ciudad.

Desde a principios del siglo XIX dejáronse sentir en Valladolid, al igual que en toda la colonia, los primeros síntomas de independencia. En todas las clases sociales y corporaciones había un odio marcado, una rivalidad manifiesta, entre criollos y españoles. Estos odios se dejaban sentir en el seno de los mismos conventos en donde, por la elección que se había de Provinciales en cada trienio se formaban dos bandos, quiénes para sacar un superior criollo, quiénes para mantener la autoridad en manos de los hijos de España. Los colegios, como el de San Nicolás, en donde había alumnos de las diversas castas, la rivalidad se dejaba sentir también, ora en la animadversión de los catedráticos españoles a sus alumnos indios, bien en la venganza que éstos tomaban escribiendo versos satíricos alusivos a aquellas dificultades entre unos y otros. También los elementos intelectuales procuraban hablar cada vez con mayor desenvoltura y libertad; así es famoso aquel discurso pronunciado por el P. Uraga en una conclusión de la cátedra de Filosofía del Seminario, en el cual ridiculizó no solamente a los alumnos, como era uso y costumbre en aquellos actos, por vía de chanza, sino que se permitió también hablar criticando a las autoridades, así civiles como eclesiásticas. Este estado de cosas vino a acentuarse con el viaje del célebre barón alemán Alejandro de Humboldt, quien después de recorrer gran parte de la América en viaje de estudio y de exploración científica, llegó a Valladolid el 19 de septiembre de 1803. 60


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Se hospedó en esta ciudad en la casa que era entonces Palacio Episcopal y que no ha muchos años estaba dedicada a Colegio de Infantes, casi frente al Jardín del Carmen. De Valladolid admiró las obras de arte que contiene, la magnífica construcción del Colegio de la Compañía de Jesús, su escalera monumental y su cúpula; pero admiró más la región de Ario a donde fue para explorar el Jorullo, las riquezas de nuestra zona tórrida y las bellezas de los lagos michoacanos. La conversación del Sr. Humboldt con algunos criollos distinguidos que lo acompañaron, el elogio de las riquezas naturales desarrolladas mejor tal vez al entrar México a la categoría de los pueblos libres, su espíritu amplio y liberal de viajero culto, todo ello fue tal vez motivo para encender en cuantos le escuchaban el deseo de procurar días mejores en un México independiente. Así se deslizaba la vida independiente, no ya monótona y pacífica como antaño, sino ahora con inquietudes presentes y planes halagüeños para el porvenir. De tal suerte, que por el año de 1809 el Sr. asesor de la intendencia don José Alonso de Terán, empezó a recibir denuncias anónimas en las que se le comunicaba que varios sujetos de la ciudad se reunían frecuentemente, so pretexto de tertulias, para conspirar en favor de la independencia, formando un plan que tendría por objeto derrocar a las autoridades virreinales. Las sospechas de tal denuncia, han recaído en la persona de don Agustín de Iturbide; pero otros afirman que fue el cura del Sagrario, don Manuel de la Concha, quien hizo la denuncia en forma, por habérselo comunicado el cura de Celaya, que se encontraba de tránsito en esta capital. Sea de ello lo que la historia descubra, el hecho es que el 21 de diciembre del propio año de 1809 el asesor mandó aprehender a los conspiradores, que eran don Mariano y don Nicolás Michelena, don José María García Obeso, Fr. Vicente Santa María, los militares don Manuel Muñoz y don Ruperto Mier, el subdelegado de Pátzcuaro, Abarca y el cura de Huango don Manuel Ruiz de Chávez. Estos conspiradores se reunían en la casa número 1 de la antigua calle del Diezmo (hoy Avenida Madero Oriente). La conspiración estaba ramificada en distintos lugares de la Nueva España, no siendo 61


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ajenos a ella Allende, Aldama y otros militares criollos compañeros de don Mariano Michelena y quienes habían estado reunidos en el acantonamiento de tropas que años antes se había hecho por orden del virrey, en Jalapa. Los conspiradores fueron presos en el convento del Carmen y remitidos a México. El virrey de Nueva España, que lo era el arzobispo don Francisco Xavier de Lizana y Beaumont, más inclinado a la clemencia, los puso después en libertad. El Sr. Lic. D. Victoriano de las Fuentes, que como antes dijimos era catedrático de Derecho en el Colegio de San Nicolás, fue el primero que supo en Valladolid la noticia del levantamiento de Hidalgo en el pueblo de Dolores. Esta noticia la recibió el día 20 de septiembre de 1810, por carta fechada dos días antes y procedente de San Miguel el Grande. La noticia de este suceso cundió bien pronto entre todos los españoles y gente de elevada posición social, causando la natural alarma y sobresalto y siendo objeto de variados comentarios, pues la persona del caudillo de la naciente revolución era bien conocida en Valladolid, por haber sido el Sr. Hidalgo y después rector del Colegio de San Nicolás y por estar emparentado y llevar amistad con muchas de las personas de aquella sociedad. Esa misma noche el señor asesor de la intendencia hizo reunir al Ayuntamiento, para tomar las medidas que se creyeran oportunas. El Ayuntamiento acordó desde luego armar cien hombres para defensa de la ciudad, a efecto de que la fuerza realista que la guarnecía pudiera salir en socorro de las poblaciones de Celaya o Querétaro que fuesen amagadas. Desde el día que se cita siguió reuniéndose el Ayuntamiento, invitando este cuerpo a las principales personas de la ciudad para que con sus luces ayudaran a resolver aquella situación. Se tomaban cada vez nuevos acuerdos, como acontece siempre, unos contradictorios a los anteriores y ninguno práctico, que pusiera a flote un estado de cosas inseguro. No se creyó oportuno armar a los hombres del pueblo, por desconfianza a la clase social a que pertenecían; no se creyó tampoco pertinente enviar a la guarnición, pues a su oficialidad se le creía 62


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adicta a la independencia y comprometida con la conspiración del año anterior. Las autoridades virreinales se encontraban cada día en situación más comprometida: muchos españoles se disponían a abandonar la ciudad buscando un refugio seguro en la capital del virreinato; el pueblo, por otra parte, se daba cuenta de los progresos de la revolución y se gozaba en su interior por la iniciación de aquella lucha tanto tiempo deseada. Por su parte las autoridades eclesiásticas también asumían un papel en aquellos difíciles momentos. El Sr. Dr. D. Manuel Abad y Queipo, canónigo de la catedral, acababa de ser designado obispo electo, pero el Papa aún no aprobaba su designación; Queipo fungía, sin embargo, en la sede vacante y creyó de sus funciones lanzar excomunión en contra de Hidalgo, lo cual verificó expidiendo un decreto que se publicó el 24 de septiembre. En tal estado de inseguridad y alarma transcurrió septiembre y transcurrieron también los primeros días del mes de octubre. Entonces empezaron a llegar más frecuentes y alarmantes noticias de la entrada de Hidalgo a Celaya y a Guanajuato; por tal razón y viendo la imposibilidad de defender a Valladolid, pues se supo que el cura Hidalgo con una fuerza de cerca de 80,000 hombres se dirigía a la ciudad, los españoles y las autoridades no pensaron entonces sino en huir, siguiendo por caminos extraviados rumbo al Sur, para dirigirse a la ciudad de México. La salida del asesor y de los españoles se verificó el día 14 de octubre. En efecto, Hidalgo y sus huestes se encontraban ya en Acámbaro, en donde hicieron prisioneros al intendente don Manuel Merino, que venía a hacerse cargo del gobierno de la provincia y al conde de Casa Rul. La ciudad abandonada por los españoles no pensó ya sino en hacer demostraciones de júbilo y preparativos para una solemne recepción a los libertadores de la patria. El Cabildo eclesiástico nombró una comisión, al igual que el Ayuntamiento, para que salieran a recibir a Hidalgo hasta el pueblo de Indaparapeo; dicha comisión la formaron el Sr. canónigo don José 63


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María Betancourt, el capitán don José María Arancivia y el regidor don Isidro Huarte. El día 15 de octubre asomaron las primeras avanzadas por la loma del Zapote al mando del coronel Rosales, y el día 16 penetraron a la plaza las fuerzas insurgentes del coronel Mariano Jiménez. El día 17 a las 11 de la mañana entró a la ciudad de Valladolid el Sr. cura don Miguel Hidalgo, al frente de sus numerosas huestes. Las campanas de todos los templos anunciaron con su repique general la llegada de los libertadores y la muchedumbre, desde la garita que está al Oriente, no cesó de aclamarlos de la manera más delirante y entusiasta. Al pasar frente a la catedral el Sr. Hidalgo se detuvo con el deseo de entrar, encontrando cerradas las puertas, dando orden para que se abriesen desde luego, mostrándose sumamente disgustado y declarando que dejaría vacante todas las prebendas, con excepción de cuatro. Su enojo vino a calmarse, por las excusas que le presentaron los canónigos Betancourt, Silva y Michelena. Al día siguiente se celebró en la catedral una misa de acción de gracias y el señor Hidalgo nombró intendente de la provincia de Michoacán al Sr. José María Ansorena y Caballero, que era munícipe de la ciudad; persona muy afecta a la independencia, de buena sociedad y de no escasos recursos económicos. Con las tropas de Hidalgo venían prisioneros el intendente Merino, García Conde, el conde de Casa Rul, así como otras personas a quienes se internó en el Colegio de San Nicolás, en calidad de prisioneros. El señor Hidalgo permaneció en Valladolid hasta el día 19, fecha en que abandonó la ciudad, pues deseaba marchar a México para apoderarse de la capital del virreinato. Antes de salir dispuso el Sr. Hidalgo al intendente Ansorena que publicase un bando en el cual ordenaba a todos los dueños de esclavos y esclavas los pusiesen inmediatamente en absoluta libertad; el mismo bando también eximía del tributo de todo género, a las castas. La historia de Michoacán nos relata pormenorizadamente el viaje del Sr. Hidalgo por la provincia: el encuentro de este caudillo con el Sr. Morelos en Indaparapeo, el del mismo Padre de la Patria con López Rayón, en Maravatío; concretándonos nosotros a los sucesos 64


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acaecidos dentro de la ciudad de Valladolid, diremos que después de la batalla del Monte de las Cruces y de la derrota de Aculco, Hidalgo regresó por segunda vez a Valladolid haciendo su entrada en esta ocasión, con su ejército derrotado y maltrecho, el día 10 de noviembre. Siete días únicamente permaneció el caudillo en la ciudad, tratando de reorganizar sus huestes, al cabo de los cuales salió rumbo a la intendencia de Guadalajara, en donde ya la revolución había hecho también progresos considerables. Los españoles que fueron hechos prisioneros por los insurgentes, entre ellos el asesor de la intendencia don José Alonso de Terán, que fue capturado cerca de Huetamo, fueron internados en una cárcel llamada entonces "El Correccional" y que aún existe en la segunda calle de Zaragoza. En la segunda vez que estuvo el cura Hidalgo en Valladolid, ordenó que fuesen pasados por las armas, tal vez en represalia de la sanguinaria matanza que verificó Calleja en Guanajuato. Los prisioneros y sus familias estaban muy ajenos al triste desenlace que su mala suerte les deparaba y haciéndose correr el rumor de que iban a ser trasladados a Guanajuato, se les empezó a sacar en partidas cada noche, y llevándolos por caminos extraviados, eran conducidos por el rumbo de la hacienda de Itzícuaro hasta un lugar llamado Las Bateas, en donde fueron sacrificados. La primera partida, de cuarenta individuos, fue sacada la noche del 13 de noviembre. La segunda se llevó el día 18 y formábanla más de treinta. A los primeros los ajustició un indio llamado "Tata Nacho", de las fuerzas de don Manuel Muñoz y a la segunda el P. Luciano Navarrete. Así hubiera continuado en las noches siguientes, pero el P. Caballero, prior del templo de San Agustín, tuvo conocimiento de ese hecho y fue a suplicar al intendente que ordenara cesaran aquellos fusilamientos. El mismo Ansorena ignoraba el triste fin de los desgraciados prisioneros y no dio crédito a las noticias del fraile agustino, hasta que éste mandó traer la cabeza de un español de los que habían sido degollados en Las Bateas, y presentándosela al intendente, hubo de 65


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obligarlo a que cesaran aquellas ejecuciones. En ellas perdió la vida el propio don Alonso de Terán. El gobierno virreinal ordenó al jefe realista don José de la Cruz que pasara a la intendencia de Michoacán para recuperar la ciudad de Valladolid, que estaba en poder de los insurgentes; éstos, al saber la proximidad de Cruz, abandonaron la ciudad en el mes de diciembre del propio año de 1810 a que nos hemos venido refiriendo. El intendente Ansorena salió de Valladolid rumbo a Guadalajara acompañándole muchos empleados y personas adictas a la insurrección y quedando la ciudad desguarnecida, esperando de un momento a otro la entrada de las fuerzas realistas. Sin autoridades la ciudad, aconteció en ella un suceso conocido en la historia con el nombre de "El Motín del Anglo". Había en esta ciudad un herrero a quien por sobrenombre le decían el "Anglo-Americano"; éste, montado en un caballo, empezó a recorrer las calles seguido del populacho, lanzando mueras a los gachupines. Enseguida se dirigieron al Colegio de la Compañía en donde estaban presos los españoles que había salvado de las matanzas de Las Bateas el P. Caballero. Los amotinados empezaron por forzar y derribar las puertas para penetrar y asesinar a tales prisioneros; éstos, dispuestos a defenderse, se subieron a la azotea del edificio y procedieron a desenladrillarlas, arrojando pedradas sobre la turbamulta y buscando la manera de salvarse. Cayó la puerta hecha pedazos y penetraron los asaltantes, pero en el patio se encontraron con el P. Lujano, hombre corpulento que se abalanzó sobre el Anglo-americano, logrando desenfrenar su caballo. En esta lucha los amotinados mataron a don Tomás Carrasquedo, que quiso defender a los presos; igualmente quedaron muertos tres de los españoles. La lucha se hubiera prolongado, a no ser porque en esos momentos los padres del templo de las Rosas salieron llevando en procesión al Santísimo Sacramento, con cuyo acto se calmó la furia de la plebe y los prisioneros pudieron escapar refugiándose en las casas inmediatas. El brigadier don José de la Cruz se encontraba ya en Indaparapeo y al conocer los sucesos que ocurrían en Valladolid apresuró su marcha, presentándose la noche del 26 en las alturas que dominan a Valladolid por el lado Sur. 66


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Tal fue la indignación que produjo en dicho militar el atentado en contra de los españoles, que dirigió al jefe de la vanguardia esta severísima orden: "Si la infame plebe intentase de nuevo quitar la vida a los europeos, entre usted a la ciudad, pase a cuchillo a todos sus habitantes, exceptuando sólo a las mujeres y a los niños y pegándole fuego por todas partes". La entrada de los realistas se verificó la mañana del día 28, siendo recibidos con repiques y señales de regocijo, así como por comisiones del Cabildo eclesiástico y del Ayuntamiento… de igual manera que como se había recibido a Hidalgo. El brigadier Cruz nombró comandante de la provincia al teniente coronel don Torcuato Trujillo, individuo de tan malos instintos, que el propio Calleja, que era feroz y sanguinario, se expresaba de él diciendo "que era un loco con una espada en la mano". Trujillo dio principio a una época de persecuciones y venganzas sin cuento; todos los amigos, familiares o sospechosos de connivencia con los insurgentes, fueron hechos prisioneros o fusilados. Se inició en Valladolid una época de verdadero terror. Se mandaron recoger los restos de los españoles ajusticiados en el cerro de las Bateas, que fueron sepultados en la catedral y se celebraron suntuosas honras fúnebres. El rector del Colegio de San Nicolás, para agradar a los realistas, mandó borrar de los registros del Colegio el nombre del señor Hidalgo, y el canónigo don José Mariano Timoteo de Escandón y Llera, conde de Sierra Gorda, que era a la sazón gobernador de la Mitra, lanzó de nuevo la excomunión en contra de Hidalgo, excomunión que él mismo días antes ya había levantado. De esta manera volvió nuestra ciudad a quedar en manos del gobierno virreinal.

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CAPÍTULO X Ataque a Valladolid por el insurgente don Manuel Muñiz Fracasado el ataque anterior intentan los soldados independientes un nuevo ataque – Heroica hazaña de don Manuel Villalongín – Albino García se aproxima a Valladolid con el fin de apoderarse de dicha ciudad Es ajusticiado el P. don José Guadalupe Salto Don José Sixto Verduzco ataca a Valladolid El Generalísimo Morelos intenta posesionarse de la ciudad para establecer en ella el gobierno independiente – Es fusilado el héroe don Mariano Matamoros – El Ejército Trigarante asedia a Valladolid Sale de ella el gobierno virreinal

Entre tanto don Torcuato Trujillo permanecía en Valladolid poniendo a la ciudad en estado de defensa para resistir cualquier ataque de los insurgentes, éstos, acaudillados por Hidalgo y Allende, libraban la célebre batalla del puente de Calderón, cerca de Guadalajara, que tan malos resultados tuvo para las armas americanas. Derrotados los insurgentes en el hecho de armas que acabamos de mencionar, unos siguieron rumbo al Norte acompañando a los principales caudillos y otros regresaron a las provincias del interior, para seguir encendiendo la guerra libertaria. Entre estos últimos debemos mencionar a don Manuel Muñiz, quien el año de 1811, procedente del rumbo de Pátzcuaro, inició un movimiento tendiente a apoderarse de la capital de la provincia. Valladolid contaba ya con algunas obras de defensa, como fortines, parapetos y fosos construidos en derredor; contaba también con tres jefes realistas: don Felipe Robledo, don Manuel de la Concha y don Torcuato Trujillo. Este último, a cuyo mando estaba la ciudad, ordenó a Robledo que saliera a hacer un reconocimiento al enemigo, dirigiéndose por el lado de Coapa a donde llegó el día 27 de mayo. Al día siguiente salió de ese lugar por el camino de Pátzcuaro; pero no bien había avanzado un poco cuando encontró a los insurgentes cerrándole el paso y situados ventajosamente. Robledo rompió sus 68


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fuegos sobre sus adversarios; pero después de tres horas de reñido combate tuvo que retirarse precipitadamente a Valladolid a dar cuenta de su derrota. Dos días después se presentó Muñoz en las goteras de dicha ciudad, por el lado de la loma de Santa María, empezando a batir con sus cañones las trincheras realistas. Al día siguiente (30 de mayo) los insurgentes rodearon la ciudad por sus cuatro rumbos y se generalizó el ataque. Mandaba la acción por parte de los sitiadores insurgentes don Manuel Muñoz, teniendo como segundo a don José Antonio Torres, el vencedor de Guadalajara, quien en el combate fue herido en un brazo, quedando manco desde esa fecha. Las fuerzas realistas recibieron en ese mismo día un refuerzo considerable de tropas, que al mando de don Antonio Linares llegaron a la ciudad después de larga y penosa caminata. Por esta circunstancia y por algunas desavenencias surgidas entre las fuerzas sitiadoras, éstas resolvieron levantar el sitio en la noche del propio día 30. Al día siguiente salieron los realistas en su persecución, no encontrando un solo insurgente en cinco leguas a la redonda. Al retirarse Muñiz de Valladolid, fracasado su intento de apoderarse de la ciudad, no lo hizo, sin embargo, sino para prepararse mejor a fin de intentar un segundo ataque con más éxito. En efecto, después de fundir algunas piezas de artillería y proveerse de diversos elementos de guerra, se presentó el día 19 de julio del mismo año a la vista de la ciudad desde las alturas de la loma de Santa María. El día 20 dirigió Muñiz a Trujillo, por conducto del canónigo don Jacinto Valdés, una intimación, para que le entregara la plaza en el término de veinticuatro horas. He aquí cómo un escritor relata este hecho de armas. En los días 20 y 21, los independientes con diversos movimientos circunvolaron enteramente la ciudad, y Trujillo entendiendo por esta disposición que se le iba a dar un ataque general, distribuyó sus fuerzas en todas las garitas, haciendo retirar a la de Santa Catarina al Sur de la ciudad, la sección que mandaba el capitán Robledo, que los insurgentes intentaron envolver y cortar en la loma de Santa María, en la que se había mantenido hasta entonces y que habían 69


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abandonado al acercarse éste, el coronel Salto y el P. Garcilita que la ocuparon el 19. El 21 por la tarde rompió el fuego sobre la ciudad, con poco daño de ésta por lo alto de la puntería; lo que observado por un sargento del batallón ligero de México, por otro nombre, de Cuautitlán, llamado Pelayo, se lo advirtió a Muñiz en una carta que trató de hacerle pasar y que fue interceptada. Llevado ante Trujillo al día siguiente 22, en la mañana, cuando estaba en la plaza tomando sus providencias para rechazar el ataque que veía iba a verificarse en aquel día, hizo fusilar inmediatamente a Pelayo, cuyo cadáver quedó colgado en la picota, con la carta en que consistía su delito colgada al cuello. Aunque todas las avenidas de la ciudad estaban igualmente amenazadas, los insurgentes dirigieron su ataque principal por el lado de la hacienda del Rincón, con una columna de 3,000 hombres y diez cañones. Visto esto por Trujillo, se propuso desbaratar ese cuerpo, para auxiliar después los puntos que más lo necesitasen. Con este intento cargó con mucha bizarría, logrando tomar al enemigo ocho cañones y obligándolo a retirarse a su línea. Entre tanto se obtenía esta ventaja, Robledo se veía muy apretado en la garita de Santa Catarina y no menos lo estaba la de Chicácuaro. Trujillo se dirigió a la loma del Zapote para recoger la tropa que allí le era menos necesaria y marchar con ella al auxilio de los puntos que se hallaban en peligro; mas al entrar en la ciudad se encontró con que la gente consternada huía por todas partes, gritando que el enemigo estaba adentro, lo que se confirmaba por los soldados que veía dispersos y fugitivos. Persuadido de que era necesario hacer un esfuerzo desesperado, dio orden de matar al soldado que no volviera a su formación, y dirigiéndose a la garita de Santa Catarina halló a la tropa que la guarnecía desalentada y en desorden, con su artillería en poder del enemigo o desmontada; Trujillo salió al llano, por el puente, y allí se le presentó un cuerpo de insurgentes de 2,000 hombres en buena formación, con cuatro cañones, que lo obligó a retroceder a la cabeza del puente y aunque a una nueva carga de los realistas a los insurgentes, éstos cedieron el terreno, se retiraron en orden sin dejar de hacer fuego de fusilería y artillería. 70


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La noticia de estar tomada la ciudad corrió por todas partes contribuyendo a difundirla los partidarios que los independientes tenían dentro de ello. Sin embargo, no fue así; los insurgentes se retiraron de la ciudad, abandonando 22 cañones, sin que haya causa suficiente a qué atribuirlo. Algunos opinas que se debió a que Muñiz no quiso proveer de municiones a Anaya y a otros que las habían consumido, por no cederles la gloria del triunfo. Aunque los insurgentes se habían retirado, lo habían hecho de una manera que era de temer volviesen, habiendo quedado íntegras sus fuerzas y debilitada y acobardada la guarnición. Trujillo trataba por esto de abandonar la ciudad, para lo cual tenía ya reunidas trescientas mulas para cargar los caudales y parque, de cuyo intento lo hizo desistir la noticia de acercarse una tropa realista que venía a reforzarlo. Los insurgentes se alejaron situándose en Acuitzio y otros puntos. Uno de los primeros insurgentes michoacanos fue don Manuel Villalongín, vecino de Valladolid y hombre de campo regularmente acomodado. Acompañó a Hidalgo a la batalla del puente de Calderón, regresando después para operar en Michoacán, concurriendo al lado de Muñiz a los ataques que le hizo a esta capital. Vivía en Valladolid la esposa de Villalongín y el feroz Trujillo, deseando que aquél jefe insurgente se rindiera, ordenó la aprehensión de su esposa, disponiendo fuese puesta en la cárcel conocida con el nombre de "Las Recogidas" y entonces estaba contigua a la capilla de Ánimas, capilla y edificio que más tarde fueron demolidos y que se encontraba en el extremo Oriente de la calle Nacional, precisamente en el lugar en que hoy existe un jardín que lleva el nombre del ilustre insurgente que nos ocupa. Sabedor D. Manuel Villalongín de la felonía que acababa de cometer Trujillo, para de esa manera conseguir su rendición, montó en cólera y ofreció rescatar a su esposa y tomar seria venganza del atropello que se le cometía. Con un reducido número de valientes se aproximó Villalongín a Valladolid el 14 de septiembre de 1812 y sorprendiendo al retén que estaba en la garita, penetró en la ciudad y abriendo las puertas de la 71


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cárcel rescató a su esposa llevándosela consigo, hasta sacarla por la loma del Zapote y ponerla en lugar seguro. El comandante Sola, que guarnecía la plaza, al darse cuenta del hecho audaz que acababa de verificarse, salió a perseguir a los insurgentes, los cuales, ya dispuestos a la embestida, volvieron sobre sus perseguidores haciéndolos huir hasta penetrar a la ciudad. A lanzazos los encaminaron buen trecho, y cuenta la historia, que los insurgentes no pudieron hacer prisioneros a los realistas por ser aquéllos en menor número. No desmayaban los insurgentes en su empeño de apoderarse de la ciudad; por tal razón concertaron un nuevo ataque para el día 3 de febrero del año de 1812. En esta ocasión fungía como jefe insurgente el incansable guerrillero Albino García, terror y espanto de los realistas de la intendencia de Guanajuato, en donde tenía su centro de operaciones. García atacaría por el lado Norte; don Manuel Muñiz por el Sur; el P. Navarrete por el Occidente y Piedra por el Oriente. Conocedor Trujillo, que defendía la plaza, de la combinación de los insurgentes y con el fin de desbaratarla, ordenó que el capitán don Antonio Linares saliese a encontrar a García, el cual estaba acampado en las alturas inmediatas al pueblo de Tarímbaro, con un gran número de gente casi toda de caballería. Albino García, al avistar a Linares se arrojó sobre él, pero con tal mala fortuna, que su gente fue dispersada, abandonando gran número de pertrechos de guerra y muchos caballos y mulas. Linares regresó el mismo día a Valladolid, llevando en triunfo la artillería que hubo de quitarle a los insurgentes. Por su parte, Muñiz, de acuerdo con lo convenido, se acercó a Valladolid coronando su gente la loma de Santa María, ignorando el desastre de su compañero don Albino García. Trujillo, en compañía de Linares, salió a batirlo, poniéndolo en fuga y logrando quitarle algunas armas. Navarrete, avisado a tiempo de la derrota de sus compañeros, no se presentó ante Valladolid, regresando a Zacapu en cuya ciénega y en un punto denominado Jaujilla, podía fácilmente defenderse. Una sección del capitán realista don Juan Pesquera salió de Valladolid en los primeros días del mes de mayo de 1812 con objeto de 72


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perseguir al P. don José Guadalupe Salto, uno de los primeros insurgentes levantados en armas en la provincia de Michoacán, y que, habiendo concurrido al ataque de Valladolid, había sido hecho prisionero e indultado. Sirviendo el curato de Teremendo había nuevamente levantándose en armas, y, unas veces solo y otras en compañía del P. Luciano Navarrete, había expedicionado por la región de Puruándiro, Coeneo y Zacapu. Perseguido con encarnizamiento se había visto obligado a refugiarse en una cueva de la alberca de Teremendo, en donde fue sorprendido y hecho prisionero por el capitán Pesquera, no sin haber hecho una tenaz resistencia hasta que, herido, fue capturado por las tropas reales y conducido a Valladolid. La fama de que gozaba el P. Salto como guerrillero tenaz, unida al carácter cruel y sanguinario de Trujillo, hicieron segura su inmediata ejecución, la cual se verificó el 7 de mayo en un portal de la plaza principal de Valladolid. No están los historiadores acordes en la relación de los últimos momentos del héroe insurgente; pues mientras algunos afirman que al ser conducido al patíbulo murió, de tal suerte que la ejecución se verificó sobre un cadáver, otros relatan pormenorizadamente dicha ejecución, diciendo que le fue aplicada la pena del garrote vil y que en los momentos de aplicársele dicho tormento la argolla que le sujetaba el cuello se rompió, volviendo a empezar la operación, que presentaba el espectáculo más cruel e inhumano. El P. Salto fue el primer sacerdote ajusticiado por los españoles en Valladolid; su muerte causó profunda sensación en el ánimo del pueblo, que con esto, lejos de atemorizarse, cobraba más bríos, pues veía lo sanguinario de aquellos verdugos que tan duramente trataban a los patriotas que defendían la causa de la libertad. Nos vamos a ocupar ahora de un nuevo ataque a Valladolid de parte de los insurgentes. El Dr. don José Sixto Verduzco, no obstante la derrota que sufrió en Uruapan el 26 de octubre de 1812 en el combate con don Pedro Celestino Negrete, su entusiasmo no amenguaba un solo punto y de mil maneras se preparaba para atacar a los realistas, ora en los caminos y lugares de tránsito, ora en el interior de las poblaciones. 73


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Sabedor que Valladolid se encontraba con un ejército de defensa poco numeroso, por la salida que de esa ciudad había hecho el coronel don Torcuato Trujillo, resolvió atacarla, para lo cual se acercó con toda clase de preparativos: puentes levadizos, escalas, cerros de lana, parapetos y todas las invenciones del arte de la guerra usadas en aquel entonces. Los insurgentes iban confiados en poder tomar la ciudad, pero Linares, que la resguardaba, se preparó a la defensa haciendo que se armasen los vecinos. Verduzco se presentó a la ciudad el 31 de enero de 1813 empeñándose la acción desde luego, pero con tan mala fortuna de parte del insurgente, que en la primera salida que hicieron los realistas lo arrollaron por completo, quitándole su tren de sitio, matándole muchos hombres y haciéndole ciento treinta prisioneros, que, cosa rara en aquel tiempo, no fueron fusilados, porque a Linares, que era algo humanitario, no le gustaba derramar sangre fuera de los campos de batalla. El día 6 de noviembre de 1813 es famoso en los anales de nuestra historia, porque el Congreso de Chilpancingo reunido por Morelos, declaraba, en acta solemne, la independencia de México, por lo cual quedaba rota, para siempre jamás, y disuelta la dependencia del trono español: hermoso documento que sintetiza los más caros anhelos de nuestros libertadores. Tras de este acto, y quedando el Congreso entregado a sus labores, Morelos salió de Chilpancingo marchando sobre Valladolid para dar a los Poderes que acababan de construirse un asiento más de acuerdo con la importancia política de aquella corporación; además, Valladolid se encuentra en mejor comunicación con las provincias del centro, que Morelos deseaba ocupar en breve. Para realizar dicho pensamiento, Morelos se presentó al mando de don Domingo Landázauri, compuesta de ochocientos hombres, que en breve sería reforzada por las tropas de Iturbide y Llano a quienes el virrey había dispuesto que volaran en auxilio de Valladolid. Los insurgentes, por su parte, también esperaban el refuerzo de las tropas de don Ramón Rayón y de don Manuel Muñiz. El día 23 Morelos intimó la rendición de la plaza, y al mismo tiempo dispuso que don Hermenegildo Galeana y don Nicolás Bravo 74


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atacasen la garita del Zapote, lo cual verificaron, penetrando Galeana hasta las primeras calles de la ciudad y dejando en la garita a Bravo. Iturbide y Llano, que habían llegado el día anterior a Indaparapeo, al saber la aflictiva situación de los realistas en Valladolid, marcharon rápidamente, llegando por la misma garita del Zapote y entablándose desde luego el combate con la gente de Galeana y Bravo, que, cogidos a dos fuegos, apenas tuvieron tiempo de abrirse paso, retrocediendo, y dejando las posiciones que tenían ya tomadas, entre tanto Iturbide y Llano entraban a reforzar la ciudad. No obstante este primer descalabro, quedaban intactas las divisiones de Matamoros y parte de las de Galeana, esperándose la llegada de la de Muñiz. En las últimas horas de la tarde Morelos quiso revistar sus tropas en el llano que está entre la loma de Santa María y Valladolid, y al observar este movimiento Iturbide, salió de la ciudad con su división, detrás de la cual marchaban las tropas de Llano y de Landázuri, formando un conjunto de más de cuatro mil hombres, que arremetieron sobre los insurgentes reciamente, desarrollándose desde luego un combate sangriento, que ni la llegada de la noche pudo calmar. Para mayor infortunio de los americanos, llegó en la noche la fuerza de Muñiz, que, por una lamentable equivocación empezó a combatir con los propios insurgentes, motivando este hecho el desorden y la derrota general de los independientes, que perdieron en esa acción todo el esfuerzo que Morelos había hecho en largos meses para prepararla, y, lo que es más, el prestigio militar de dicho jefe: indudablemente que la estrella militar del héroe de Cuautla empezaba a eclipsarse. Tremendo había sido para las armas americanas el desastre de Valladolid; batalla que se libró en medio de las sombras de la noche, la confusión y el espanto. Numerosísimos fueron los muertos y los prisioneros, y al día siguiente, sólo se veían por los caminos, heridos, fugitivos, trenes abandonados y restos de una gloriosa división hecha pedazos. Morelos continuó hasta Tacámbaro, deteniéndose en Chupio, en donde pudo reunir algunos dispersos, organizar sus huestes y continuar hasta Puruarán. 75


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Llano, por su parte, deseando dar un golpe decisivo a los insurgentes, salió de Valladolid en su persecución, llegando a Tacámbaro el 3 de enero, e informado del sitio en donde se encontraban los revolucionarios, allá enderezó sus pasos, acampando el día 5 a un cuarto de legua de las posiciones defendidas por Matamoros. Débiles eran las posiciones que el insurgente ocupaba y grande el empuje de los soldados realistas, moralizados por la victoria que acababan de obtener. No obstante esto, por tres veces rechazó Matamoros el empuje de las huestes enemigas, hasta que, batidas sus fortificaciones por la artillería realista, llegó el momento en que los soldados no pensaron sino en huir, pudiendo, entre ellos, escapar los Rayón, Galeana y don Nicolás Bravo. Sólo Matamoros fue hecho prisionero al vadear un río: sensible pérdida, más si se quiere, que la de los días anteriores, pues Matamoros era considerado como el brazo derecho de Morelos. Además de Matamoros perdieron los insurgentes, en el desastre de Puruarán, toda su artillería, más de mil fusiles y el parque que aun les quedaba. Bien comprendían los realistas la importancia de su triunfo al capturar a Matamoros, por lo cual haciendo gala de su victoria, llevaron al insurgente vencido a Pátzcuaro, en donde lo exhibieron en la plaza pública, tratándolo de la peor manera; condujéronlo después a Valladolid internándolo en el "Corrreccional", edificio que está a espaldas del obispado viejo y que servía, durante la dominación española, para prisión de sacerdotes. Rápidamente se le formó causa, siendo condenado a muerte, cuya sentencia se cumplió en la mañana del 3 de febrero de 1814. El patíbulo se levantó en la pilastra central del portal llamado entonces del Santo Ecce-Homo y que hoy lleva el nombre del héroe. Con serenidad recibió la muerte, mandando el pelotón que ejecutó la fatal descarga el teniente coronel Esnaurrízar, que más tarde… ¡oh ironía de las cosas de México….! al consumarse la independencia, fue nombrado Tesorero General de la Nación. Se cuenta que algunos partidarios de la independencia mandaron celebrar sufragios por el alma del héroe el día de su ejecución y que 76


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sus restos fueron velados y sepultados en la capilla de los Terceros de San Francisco. Con el hecho que acabamos de narrar dieron fin las actividades de los soldados insurgentes para apoderarse de Valladolid; pues en los años siguientes, de 1814 a 1821, en que se consumó la independencia, aunque no dejó de combatirse dentro del territorio michoacano, los insurgentes no volvieron a intentar ninguna operación sobre la capital de la intendencia. Como vimos en uno de los capítulos anteriores, el gobierno de la ciudad y de la provincia estuvo a cargo, desde el año de 1811, del teniente coronel don Torcuato Trujillo; a fines de ese mismo año fue nombrado intendente el señor don Manuel Merino y Moreno, secretario que había sido del virreinato el cual gobernó hasta 1821, es decir, todo el período que duró la lucha de insurrección. Bien conocidas son, porque las relata la historia de México pormenorizadamente, las circunstancias por las cuales don Agustín de Iturbide, que había sido separado del mando militar, volvió a ingresar a las filas realistas, y conocidas son también las actividades que este militar desplegó, en connivencia con los conjurados de la Profesa, para acabar con la insurrección, y, no pudiendo hacerlo, se unió a Guerrero proclamando el Plan de Iguala que vendría, en cierto modo, a independizar a nuestra Patria. Proclamado el Plan de Iguala, Iturbide hizo una gira por el interior del virreinato poniéndose de acuerdo con algunos de sus compañeros de armas para invitarlo a secundar su plan, así como también con algunos insurgentes, para hacerles ver que su proyecto solucionaría la independencia por ellos anhelada. En Zitácuaro conferenció con los Rayón; en León con los realistas Cortazar y Bustamante; en Yurécuaro y sus inmediaciones con don Pedro Celestino Negrete y con el brigadier don José de la Cruz. Faltábale conferenciar con el jefe de las operaciones realistas en Michoacán, que lo era don Luis Quintanar, para lo cual pasó Iturbide a Valladolid, a efecto de entrar en arreglos con el expresado jefe. Habrá que decir, que ya algunos jefes que en la intendencia defendían al gobierno español, habían abrazado la causa de las Tres Garantías, entre ellos don Miguel Barragán que estaba en Ario con los famosos "Fieles del Potosí"; este jefe marchó a Pátzcuaro y de allí a 77


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Valladolid, situándose en las lomas de Santa María. Don Joaquín Parres, trigarante también, se situó con su división al Oriente de la ciudad y por el Norte, ocupando desde Tarímbaro, la Soledad y el Colegio, hasta Santiaguito, se situaron las fuerzas de Iturbide. El asedio a la plaza dio principio el día 13 de mayo de 1821, hasta el día 22, en cuyos días el jefe sitiador dirigió una serie de comunicaciones al sitiado, al Ayuntamiento y a las corporaciones religiosas, invitando a todos a unirse al Plan de Iguala. Por fin, después de varios días, don Luis Quintanar resolvió pasarse a las Tres Garantías, dejando en libertad a sus soldados para que siguieran el camino que más les conviniera, abrazando o no el nuevo partido. Muchos de los soldados que militaban en las armas realistas se pasaron a los independientes y cerca de seiscientos hombres resolvieron marchar a México acompañando al intendente de la provincia de Manuel Merino y Moreno, desalojando esta ciudad el gobierno virreinal el día 21 de mayo de 1821.

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CAPÍTULO XI Entra el Ejército Trigarante a Valladolid – Nombra la Regencia de México a don Ramón Huarte Prefecto Superior Político de la Provincia – Instálase en Valladolid la primera Junta o Diputación Provincial – Al proclamarse la República es designado el licenciado don Antonio Castro Jefe Superior Político de Michoacán – La antigua provincia es elevada al rango de Estado – Se instala en Valladolid el Primer Congreso Constituyente – Se hace la designación del primer Gobernador – Muere el sabio naturalista Martínez de Lejarza – Se promulga la primera Constitución Política de Michoacán.

Durante el asedio a la plaza de Valladolid por el ejército de las Tres Garantías, Iturbide, con una parte de su ejército pasó a instalarse al convento de San Diego, en donde permaneció hasta el momento de salir las tropas realistas que acompañaban al intendente don Manuel Merino y Moreno. Tan luego que la plaza quedó de parte de los trigarantes, el día 22 de mayo de 1821, el propio Iturbide ordenó que se cantase un solemne Tedeum en la iglesia contigua al convento de referencia y terminada la ceremonia religiosa, mandó a don Francisco Cortazar que pasara a la plaza a recibir el armamento que dejaba la tropa realista, hecho lo cual, acompañado de su oficialidad y seguido de sus tropas, empezó a desfilar por la ciudad en medio de las aclamaciones y vítores del pueblo vallisoletano. En el centro de la ciudad lo esperaba el Cabildo eclesiástico, el Ayuntamiento y las más distinguidas personalidades de entonces, las cuales se sentían ufanas de que se hubiera consumado la independencia y de que un hijo de la propia ciudad fuera el autor de aquella gloriosa hazaña. Era alcalde primero constitucional don Ramón Huarte, persona emparentada con Iturbide, hombre de bastantes bienes de fortuna, el cual fue designado desde luego intendente de la provincia, mientras 79


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su nombramiento era ratificado por las autoridades que deberían reunirse en la capital. Consumada la independencia, por la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México el 27 de septiembre de aquel mismo año, se instaló desde luego la Regencia, formada por Iturbide, O'Donojú, don Manuel de la Bárcena y don Manuel Velázquez de León. La Regencia confirmó en el mando supremo de la provincia de Michoacán a don Ramón Huarte, el cual desde el 18 de octubre del año a que nos venimos refiriendo, tomó el nombre de Jefe Superior Político. Don Ramón Huarte había nacido en Valladolid el año de 1760. Estudió Leyes en el Colegio de San Ildefonso de México, habiéndose recibido de abogado. Entonces regresó a su tierra natal en donde desempeñó los puestos de síndico, regidor, alcalde y asesor de la intendencia. Consumada la independencia, como hemos visto, fue designado Jefe Superior Político, después diputado al Primer Congreso y más tarde senador. Murió el señor Huarte el 8 de octubre de 1843, habiendo legado gran parte de sus bienes a sus parientes pobres y cincuenta mil pesos para la fundación de un hospital en la propia ciudad de Valladolid. Al año siguiente, 1822, con arreglo a la Constitución Española que siguió rigiendo en México entre tanto se expedía la propia, fue instalada la Diputación Provincial de Michoacán, la cual empezó a funcionar el día 1º de febrero. Los miembros que compusieron aquella primera Junta fueron los siguientes: Presidente, el señor licenciado don Ramón Huarte; secretario, don Juan José Martínez de Lejarza; vocales: Canónigo don José Díaz de Ortega, Gobernador de la Mitra; licenciado don José María Ortiz Izquierdo, juez letrado; don José de Michelena, canónigo racionero; capitán Francisco Camarillo; licenciado Manuel Diego Solórzano y el sargento mayor don Pedro Villaseñor. Esta Junta funcionó durante todo el tiempo que duró el Imperio de Iturbide. Entre tanto, nuevos acontecimientos políticos se desarrollaban en la capital de la nación. Iturbide fue nombrado emperador, durando sólo unos cuantos meses su efímero gobierno. Proclamada la república, un nuevo orden de cosas venía a cambiar la faz de la nación; por tal motivo y obedeciendo a los sucesos que en al capital se 80


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verificaban, el señor Huarte era depuesto, entrando a sustituirlo, también como Jefe Superior Político, el señor licenciado don Antonio de Castro, que era oriundo de esta misma ciudad de Valladolid. Abogado inteligente y sumamente activo, como se verá en el transcurso de estos apuntes. En enero de 1824 el Congreso Mexicano disponía que la nación quedara dividida para su régimen interior en Estados, y al hacer la enumeración de los que deberían componer la República Mexicana, quedaba incluido Michoacán. La nación adoptaba el sistema representativo popular y con arreglo a esa determinación deberían verificarse las elecciones en cada Estado; en consecuencia, el Jefe Superior Político, don Antonio de Castro, expidió la convocatoria para elecciones de Congreso Local Constituyente, el 17 de enero de 1824. Dichas elecciones fueron indirectas; el día 15 de febrero se nombraron en todo el Estado electores y el domingo 14 de marzo, reunidos los electores en la capital de la Entidad, designaron a los miembros de la primera agrupación parlamentaria. El día 6 de abril se instaló en la ciudad de Valladolid el Primer Congreso Constituyente, que estuvo integrado por las siguientes personas: don José María Rayón, don Pedro Villaseñor, don Manuel González, don Isidro Huarte, don José Salgado, Pbro. don Manuel de la Torre Lloreda, don José María Jiménez, don José María Paulín, Pbro. don Juan José Pastor Morales, don Manuel Menéndez y don Agustín Aguilar. Tomó como local para verificar sus sesiones el Salón de Actos del Colegio Seminario, que era el edificio que ocupa hoy el Poder Ejecutivo del Estado. Después de declararse legítimamente instalado y confirmar en su puesto al señor licenciado de Castro, dispuso el Congreso solemnes festejos religiosos en todos los templos y conventos; ordenó que todas las corporaciones civiles y religiosas le prestaran juramento y enseguida se pusieron a elaborar nuestra primera Constitución Política. El día 6 de abril el Congreso nombró Gobernador interino del Estado al señor licenciado Francisco Manuel Sánchez de Tagle, y vicegobernador al señor Lic. don Antonio de Castro. 81


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Un acontecimiento luctuoso conmovió en aquel año, el 29 de septiembre, a la sociedad vallisoletana: la muerte del señor don Juan José Martínez de Lejarza; naturalista, geógrafo, poeta, político y ciudadano por todos los conceptos distinguido. Nació en la misma ciudad, el 15 de diciembre de 1775, y, tras de hacer sus estudios en el Colegio Seminario, pasó a la ciudad de México para ingresar al Real Colegio de Minería, en donde se distinguió por su talento y dedicación. Sin terminar su carrera regresó a Valladolid, entregándose a sus estudios predilectos de Botánica, en la cual fue uno de los hombres más distinguidos de su tiempo. Publicó el Análisis Estadístico de la Provincia de Michoacán, primera obra en su género que vio la luz, y muy importante, porque revela el estado de nuestra provincia. Después de quince meses de trabajo, el Congreso de Michoacán dio fin a sus labores, presentando para su juramento la primera Constitución Política. Fue autor del proyecto de Constitución el señor Pbro. don Manuel de la Torre Lloreda, originario de Pátzcuaro, hombre muy instruido y poeta notable. Amante de la independencia de su país, había estado complicado en la conspiración de 1809, por lo cual fue reducido a prisión en el convento del Carmen, hasta que, por clemencia del virrey, fue puesto en libertad. Durante el Imperio de Iturbide figuró en la capital como consejero del emperador, de quien era muy amigo. Tenía, pues, el señor Lloreda, la preparación necesaria para emprender la obra que sus compañeros le encomendaron. La Constitución fue firmada por todos los diputados anteriormente mencionados, menos por el señor Huarte que se encontraba gravemente enfermo. Dicho documento fue promulgado solemnemente el 19 de julio de 1825. Al mes siguiente (13 de agosto), se instaló el Primer Congreso michoacano, haciendo la declaratoria de Gobernador del Estado, cuyos sufragios recayeron en la persona del señor licenciado don Antonio de Castro, que venía fungiendo como interino y para vice Gobernador fue electo el señor general don José Salgado. 82


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Los nuevos funcionarios tomaron posesión de sus puestos conforme a un complicado ceremonial, así religioso como profano, el día 6 de octubre del año que se indica. El Palacio de Gobierno era entonces el edificio conocido con el nombre de la Factoría (hoy Palacio Municipal) y la Cámara de Diputados estuvo en el salón de la planta baja del antiguo colegio de jesuitas, hoy Escuela de Artes. El señor de Castro no terminó el período gubernativo para el cual fue electo, pues habiéndose dispuesto por el gobierno general la expulsión de los españoles, él se negó a obedecer tal disposición, prefiriendo abandonar su puesto; entrando, por consiguiente, a reemplazarlo el señor general Salgado. La labor del señor Gobernador Castro fue muy interesante, pues organizó todas las funciones administrativas del Estado conforme al régimen republicano. La creación de oficinas, sus reglamentos; la aplicación de las nuevas leyes, en fin, toda una labor de estadista realizada con beneplácito.

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CAPÍTULO XII Se cambia el nombre de la ciudad de Valladolid por el de Morelia – Se empieza a publicar el primer periódico de Michoacán intitulado "El Astro Moreliano" Ataque a Morelia por Codallos – El Ayuntamiento de esta ciudad desconoce al Gobernador, general don José Salgado – Se funda la Escuela de Medicina Son aprehendidos y fusilados en la plaza principal de esta capital varios vecinos – Entra a gobernar la Diócesis de Michoacán el Ilmo. Sr. don Juan Cayetano Gómez de Portugal – Aparece la terrible epidemia del "cólera morbus" – Vuelve Salgado al poder – Es desterrado el obispo.

Transcurrían los primeros años de vida independiente en nuestro país y en el año de 1828 funcionaba en Valladolid el segundo Congreso Constitucional cuando, en la sesión del día 23 de agosto del año que se indica, un grupo de diputados presentó a la Cámara un proyecto para modificar el nombre de la ciudad de Valladolid, cambiándolo por otro; pues, como decía la exposición de motivos, debería quitarse de la memoria del pueblo el recuerdo de aquellos hombres que le oprimieron durante trescientos años y de "los lugares que abortaron a aquellos monstruos de crueldad". Aceptada por todos tal proposición, no sin hacer notar que no era algo nuevo, pues el señor don José Martínez de Lejarza había hecho ya proposición semejante ante la Junta Provincial, pasó el proyecto a la Comisión de Gobernación. Se pretendía que a Valladolid se le diese el nombre de CiudadMorelos, pero este nombre fue bastante discutido por todos, no estando a la postre conformes con él. La comisión rindió su dictamen, que fue leído en la sesión del día 2 de septiembre; en tal dictamen se consultaba que volviese a dársele a la ciudad el nombre de Guayangareo, que tuvo antes de la conquista; no fue aceptada tampoco la proposición de los comisionados y el diputado Pablo José Peguero propuso que se le 84


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llamara "Patria de Morelos", para significar que en este lugar había nacido el héroe de Cuautla; tras un largo debate en el que tomaron parte muy activa los diputados Juan Gómez Puente, González Urueña y don José María Silva, volvió el dictamen a la comisión, la cual lo presentó reformado, proponiendo, por iniciativa del señor diputado Silva, que se llamase MORELIA, formado por un derivado de la palabra Morelos, a semejanza de Bolivia, a cuya nación se había dado ese nombre por recordar al libertador Bolívar. No estuvo conforme con esa opinión el señor Peguero, que pretendía sacar avante su proposición de "Patria de Morelos", alegando que el pueblo no sabría por qué se le llamaba Morelia, pues poco entiende de derivados y andando el tiempo se perdería la noticia del origen de dicha denominación. Sin embargo, por mayoría de votos fue aprobado el nombre de Morelia y al efecto empezó a surtir sus efectos el día 16 de septiembre de 1828, conociéndose desde entonces con tan bello nombre a la antigua ciudad de Valladolid. No obstante el tiempo transcurrido del establecimiento del gobierno, éste no contaba con un periódico oficial en el que fueran publicados los decretos o documentos emanados del mismo; por lo tanto, el gobierno que presidía el señor general Salgado acordó publicar el primer periódico oficial michoacano, cuyo primer número apareció el día 2 de abril de 1829. Desde hacía tiempo existía en esta ciudad un pequeño taller de imprenta propiedad de don Luis Arango, pero por las cortas dimensiones de su prensa era difícil que en ella se imprimiera un periódico de regular tamaño. Para subsanar este mal el gobierno contrató en México a don J. Evaristo Oñate, para que viniese con su taller tipográfico, que era de regulares dimensiones, a dar publicidad al periódico de que se trata. Dicha publicación tenía el nombre de "El Astro Moreliano", era en tamaño cuarto, de cuatro páginas y en papel corriente. No figuraba el nombre del director y lo encabezaba un epígrafe que decía: "El amor a la libertad basta para dar nacimiento a una república; pero sólo el amor a las Leyes puede hacerla florecer". Era por aquel año comandante militar de Michoacán el señor general don Juan José Codallos; este militar era oriundo de 85


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Venezuela, en donde, según es fama, había pertenecido a las fuerzas del libertador Simón Bolívar, había venido a México en las fuerzas de Filisola y se mostraba amante de la libertad y luchador incansable por ella. Al conocer Codallos el pronunciamiento de Jalapa lo rechazó, abandonando la ciudad de Morelia con objeto de verificar una revolución en favor del sistema federal, del cual era un ardiente partidario. Retirado a Tacámbaro el 4 de diciembre de 1829 volvió sobre Morelia, corriendo la alarma en la ciudad de que se aproximaba en son de guerra el día 24 del mismo mes. En efecto, al día siguiente apareció Codallos con su fuerza por el lado de Santa María, y antes de que la guarnición de Morelia tuviese tiempo de prepararse, avanzó sobre la ciudad, con tal ímpetu, que llegó hasta el edificio que hoy ocupa el Palacio de Justicia. Era jefe de la plaza el coronel don Pedro Otero, que en esos momentos tomó el mando de la fuerza saliendo a batir a Codallos, rechazándolo hasta la garita de Santa Catarina y poco faltó para que en esta refriega quedara el campo por los federalistas, pues Codallos llegó a envolver completamente a la gente de Otero. Sin embargo Codallos se replegó a la loma en espera de que Otero saliera a perseguirlo; la espera fue larga, pues la guarnición de la ciudad tal vez sin elementos, rehusó un combate a campo abierto, replegándose a la ciudad. Codallos se retiró a Tacámbaro en compañía del antiguo insurgente don Gordiano Guzmán, siendo perseguido primero por el coronel García y luego por el general Moctezuma, hasta hacerse fuerte en el cerro de Barrabás, de donde a menudo salía a hacer expediciones en contra de las fuerzas del gobierno centralista. El Gobernador del Estado, que como antes dijimos era el señor general don José Salgado, participaba de las ideas federalistas; mientras que en la ciudad y en las autoridades municipales dominaban por completo las ideas centralistas. La situación de Salgado era en extremo difícil por lo cual no muy tarde tendrían que aparecer serios disturbios entre el Gobernador y las demás autoridades. 86


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Era Presidente Municipal en aquel año el señor licenciado don Manuel Alzúa y síndico el señor don José de Ugarte, los cuales, con fecha 5 de marzo de 1830, promovieron ante la corporación edilicia el desconocimiento del Gobernador, atendiendo a las ideas federalistas que dicho funcionario profesaba. El Ayuntamiento desconoció al Gobernador declarándosele en franca actitud rebelde; el Gobernador, para hacerse respetar, pidió apoyo a la comandancia militar, cuyo jefe era don Víctores Manero, quien se abstuvo de impartir todo género de auxilio a la suprema autoridad del Estado, por lo cual el Gobernador se vio precisado a salir ocultamente de la ciudad retirándose a Pátzcuaro y de allí a Zamora, para hacer frente a la difícil situación en que estaba colocado. Salgado dio parte al Congreso de tener que retirarse para poner a salvo su autoridad y su persona y dicha corporación llamó al consejero decano doctor don Juan Manuel González Urueña, para que se pusiera al frente del Poder Ejecutivo; no duró, empero, muchos días el señor González Urueña, para que se pusiera al frente del Poder Ejecutivo; no duró, empero, muchos días el señor González Urueña, pues los centralistas llamaron al vice-Gobernador don diego Moreno, quien estaba en todo de acuerdo con las ideas de dicho partido. Sucedió entonces que los hombres de Michoacán se dividieron en dos bandos: unos reconocían al gobierno centralista instalado en Morelia, otros al federalista y legítimo que radicaba en Zamora. Ambos bandos empezaron entonces a desarrollar una tenaz campaña, en la cual llevó la peor parte el general Salgado, pues hecho prisionero fue conducido a Morelia en donde se le formó consejo de guerra, siendo sentenciado a sufrir la pena capital. Estando ya preso y en capilla, la madrugada del 17 de agosto del mismo año de 30, ocurrió un hecho que por los caracteres con que se realizó llama la atención hasta la fecha: el reo se escapó de su prisión, sin que se haya sabido la forma de realizarlo, toda vez que los guardias no se dieron cuenta del hecho y por un agujero practicado en la celda del preso se vio que no era posible que cupiera un hombre de mediana talla. Volvió Salgado a la campaña, hasta que incidentes de carácter militar y político hicieron que este señor regresara a hacerse cargo del gobierno. 87


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El 1º de mayo del año a que nos venimos refiriendo se inauguró en Morelia la primera cátedra de Medicina, que habría de ser, andando el tiempo, nuestra Escuela Médica y hoy la Facultad del mismo nombre. La fundación de tan útil enseñanza se debió al ilustre médico y distinguido ciudadano doctor don Juan Manuel González Urueña. La ley creadora se expidió por el Congreso del Estado en decreto de 9 de noviembre del año anterior al que nos referimos y correspondió al propio señor González Urueña la regencia de lo que modestamente se llamaba "Cátedra de Medicina". Desde luego se destinó un local para dicha cátedra en el Hospital de San Juan de Dios, que estaba en el edificio que ocupa hoy el Hotel Oseguera. El "inicio" se verificó con toda la solemnidad a las 11 de la mañana del referido 1º de mayo. Sabedor el doctor don Pedro de Escobedo, sapientísimo médico que radicaba en la capital de la República, que se había establecido el curso de medicina en Michoacán, mandó regalar un arsenal de instrumentos quirúrgicos y para disección, que fue lo primero con que contó la naciente escuela. Poco a poco, y siempre debido al empeño de su ilustre fundador, la Escuela Médica fue progresando, hasta llegar a tener todas las cátedras que son necesarias. El mismo doctor González Urueña escribió libros apropiados para sus alumnos, los cuales fueron impresos y se siguieron como texto durante algunos años, entre otros: Compendio General de Anatomía General, Elementos de Patología General, La Hidropatía o más bien la Hidroterapia; como obras de divulgación médica escribió: Método vulgar y Fácil para la Curación de las Viruelas, y Método Preservativo y Curativo del Cólera Morbus. En el mes de diciembre de 1830 estaban presos en la cárcel de Morelia varios jóvenes, acusados de conspiración en favor del federalismo. Era entonces comandante militar del Estado el coronel don Pedro Otero. Sabedor dicho jefe de que los reos trataban de fugarse para ir a unirse a las fuerzas de Codallos, que operaban al Sur del Estado, concibió el villano proyecto de asesinarlos, para lo cual se valió de la siguiente estratagema: 88


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El oficial de guardia manifestó a los presos que él les proporcionaría la fuga e hízolo saber así a sus familiares y amigos para que a ciertas horas de la noche fueran a recibirlos a las inmediaciones de la cárcel. Efectivamente, en el momento convenido se abrieron las puertas de la prisión y salieron los reos; pero no habían avanzado muchos pasos cuando unos soldados disfrazados y armados, que los esperaban, los aprehendieron y los volvieron a nuevo a la prisión. Al día siguiente, 8 de diciembre, los sacaron de la cárcel y los llevaron frente a la plaza principal, en donde, sin piedad alguna, el sanguinario Otero los hizo fusilar, sin acceder a los ruegos de personas distinguidas, ni a los llantos de sus angustiados familiares. Este hecho causó profunda consternación en Morelia, pues por medio de la más infame traición sellaron con su sangre la causa federalista los ciudadanos José María Méndez, Gregorio y Antonio Mier, Cristóbal Cortés, José M. Cisneros, Francisco Godínez, Ruperto y Agustín Castañeda e Ignacio Ortiz. Como demostración de lo que ofusca y ciega a los hombres el odio de partido, debemos señalar el hecho de que el Congreso del Estado, pocos días después del suceso que acabamos de referir, declaró al Comandante Otero BENEMÉRITO DEL ESTADO… en pago de semejante villanía. Más tarde el Quinto Congreso Constitucional derogó tal decreto y ordenó que en el lugar en donde fueron sacrificados los federalistas se levantara un monumento y que a la plaza principal se le llamase en lo sucesivo "de los Mártires". En el año de 1910 se colocó una lápida conmemorativa en el lugar en donde fueron sacrificados los ciudadanos víctimas de la infamia de Otero. Después de veintidós años de encontrarse vacante la silla episcopal de Michoacán el Sumo Pontífice designó obispo de esta Diócesis al Ilmo. señor don Juan Cayetano Gómez de Portugal, que fue el trigésimo quinto prelado de la Iglesia michoacana. Nació el señor Portugal en el pueblo de San Pedro Piedra Gorda, en el Estado de Guanajuato, el 7 de julio de 1783 e hizo brillantes estudios en el Seminario de Guadalajara. Ordenado sacerdote, sirvió varias cátedras en dicho Colegio y luego pasó como cura al pueblo de Zapopan. Consumada la independencia, por la que siempre tuvo gran 89


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cariño, fue designado diputado a la Legislatura de aquella entidad y más tarde diputado al Congreso de la Unión y senador. En política estuvo afiliado siempre al partido federalista, por lo cual su designación como obispo de Michoacán, en los momentos en que estaba triunfante el centralismo, no fue bien recibida por los políticos; pero él supo manejarse con bastante cordura para no lastimar o tener dificultades. El señor Portugal murió en el año de 1850, estando propuesto para cardenal, que, de haberse realizado este nombramiento hubiera sido, hasta hoy, el único mexicano que recibiera tal distinción. El señor Portugal vino a Michoacán como obispo en el año de 1831. El de 1833 fue calamitoso para nuestro país, pues en dicho año azotó la terrible peste llamada cólera morbus. La ciudad de Morelia fue azotada por tan terrible plaga y el gobierno dictó y puso en práctica todas las medidas que la higiene y la ciencia médica aconsejaban para prevenir y curar tan grave mal. Se dispuso el aseo interior y exterior de las casas, se vigiló la venta de comestibles, se hizo acopio de medicinas y se repartió un folleto debido a la pluma del doctor González Urueña, destinado a divulgar conocimientos sobre la curación de la peste. En el mismo año y con fecha 18 de enero, volvió a imperar en Michoacán el régimen federalista, entrando a Morelia el Gobernador don José Salgado, quien había estado levantado en armas en contra del centralismo. Esto obedeció a un movimiento general en el país; pues disgustado el ejército y en general toda la nación por los procedimientos que los centralistas habían usado para mantenerse en el poder, empezó una serie de sublevaciones y pronunciamientos, que el Presidente de la República don Anastasio Bustamante se vio en la imposibilidad de sofocar. Largo sería relatar los acontecimientos de esos días que por otra parte, nuestra historia nacional ya consigna en sus páginas; los ejércitos beligerantes llegaron a los "Convenios de Zavaleta", por los cuales volvería de nuevo al poder Gómez Pedraza y se restablecería el régimen federal. 90


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Por tal razón volvió al gobierno de Michoacán, como dijimos antes, el señor general don José Salgado, quien duró únicamente hasta el mes de mayo. En este mes se pronunció en nuestra capital el general Escalada, dirigido por don José de Ugarte, en contra del gobierno constituido. Los pronunciados se apoderaron de la persona del Gobernador, y la Legislatura tuvo que huir e instalarse en Celaya. La revolución de Escalada no progresó, pues amagado este militar por el general don Luis Cortazar, fue abandonado por sus soldados, pudiendo escapar Salgado y volver la Legislatura a Morelia, restableciéndose el orden legal, interrumpido por pocos meses. En el año siguiente de 1834 un acontecimiento sensacional conmovió los ánimos de los vecinos de Morelia. Hacía pocos meses que se había hecho cargo del gobierno, por elección popular, el señor licenciado don Onofre Calvo Pintado, cuando dicho gobernante recibió órdenes terminantes del gobierno general para expulsar del territorio michoacano al obispo don Juan Cayetano Gómez de Portugal. Negóse el señor Pintado a cumplir semejante mandato prefiriendo abandonar el poder, el cual pasó a manos del vice Gobernador, que lo era el señor don José María Silva, quien sí cumplió la referida orden de expulsión.

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CAPÍTULO XIII Pronunciamiento de don Isidro Reyes – Muere en esta capital el insigne médico y poeta don Ignacio Fernández de Córdova – Pronunciamiento de don Eustaquio Arias Se instala en Morelia la fábrica de tejidos de seda Es electo Gobernador del Estado el C. Melchor Ocampo Reapertura del Colegio de San Nicolás – Asume el gobierno de Michoacán el licenciado don Juan B. Ceballos Vuelve al gobierno el Sr. Ocampo – Muerte del Sr. Ocampo – Muerte del señor general don Mariano Michelena.

Gobernaba en el año de 1834 como Presidente de la República el general don Antonio López de Santa Anna, quien, no obstante haber sostenido con anterioridad las ideas federalistas, vio con disgusto que algunos Estados, entre ellos el de Michoacán, se coaligaran para sostener el régimen federal. Santa Anna pensaba ya establecer el centralismo, para lo cual empezó a trabajar por medio de sus agentes, fomentando un movimiento en tal sentido. Terreno propio era Michoacán para tal efecto y el jefe de las armas, que lo era don Isidro Reyes, se pronunció por el centralismo en unión de don José de Ugarte, haciéndose fuertes en el convento de San Diego, a extramuros de la propia ciudad de Morelia. El gobierno local, para sostener el principio federalista, mandó batir a los pronunciados, encomendándole el mando de las milicias locales a don Antonio Angón; pero los pronunciados recibieron refuerzos de México al mando de don Ramón Rayón, con cuya ayuda pudieron triunfar estableciendo en Michoacán desde ese momento el régimen federalista. Acéfalo el gobierno del Estado, se nombraron varios gobernadores interinos, hasta que verificadas las elecciones, entró a asumir el poder el señor don José Mariano Ansorena y Foncerrada, hijo del insurgente del propio apellido a quien Hidalgo había nombrado intendente de la entonces Valladolid. 92


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El régimen centralista que se iniciaba, no lo hacía, sin embargo, de una manera completamente pacífica; pues en casi todo el Estado y favorecidos por las condiciones especiales del terreno, cada día se alzaban nuevos grupos sosteniendo los principios federales. Largo fue el período en que el régimen centralista estuvo imperando en Michoacán y en ese lapso de tiempo acontecieron varios sucesos, siendo uno de ellos el que vamos a relatar después. Uno de los médicos más notables que ha tenido Michoacán fue el señor don Ignacio Fernández de Córdova, quien nació en la antigua Valladolid el 31 de julio de 1777. Hizo su carrera en el Colegio de San Nicolás y ya para decidirse por alguna profesión eligió la de Medicina, haciendo viaje a España para recibirse en Madrid en el protomedicato de la corte. Vuelto a su país, en la época en que se iniciaba la independencia, se adhirió con todo entusiasmo a la causa de la libertad, dándose de alta en las fuerzas insurgentes al lado de Hidalgo, a su paso por Valladolid. Acompañó al insigne caudillo como médico militar, regresando a su tierra natal después del desastre del puente de Calderón, para dedicarse al desempeño de sus labores profesionales. Era un sabio y un filántropo. Cultivó la poesía con bastante éxito, siendo el único fabulista que hemos tenido. Sus obras corrieron impresas en un tomo. Murió en Morelia el 8 de septiembre de 1836 y su desaparición fue generalmente sentida. El movimiento federalista, que cobraba cada día nuevos bríos y obtenía nuevos adeptos, estaba dirigido en México por el patriarca de las libertades públicas don Valentín Gómez Farías, quien nombró en Michoacán a sus agentes siendo éstos los ciudadanos doctor Juan Manuel González Urueña, licenciado don Juan B. Ceballos, don Melchor Ocampo, don Consuelo Serrano y don Joaquín Ortiz de Ayala; éstos, a su vez, empezaron a promover algunos levantamientos en diversos lugares del Estado y en la misma ciudad de Morelia favorecieron el que verificaron un buen número de políticos que se encontraban en la cárcel pública. Encabezó este movimiento el coronel don Eustaquio Arias, que había sido remitido preso por las autoridades de Puruándiro, de donde era oriundo, por su adhesión al federalismo. 93


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En el mes de noviembre de 1837 la conspiración tramada en la cárcel tuvo su realización, apoyada por buen número de gentes del pueblo, quienes, destruyendo las cerraduras, pusieron en libertad a los presos, inclusive al propio Arias, el cual se encontraba aherrojado con esposas y grillos, costando gran trabajo al pueblo despojarlo de tales instrumentos de tortura. Dispuestos a la lucha se dirigieron al convento del Carmen, en donde había algunos caballos y armas, con cuyos elementos resistieron a las fuerzas del gobierno, que no tardaron en presentarse para reducir a los sublevados. En efecto, momentos después se presentó el coronel don José de Ugarte, entablándose una refriega con los federalistas, en la cual recibió Ugarte tremenda lanzada en la nariz, dejándolo señalado para toda la vida. Las fuerzas gobiernistas, en mayor número, mandadas por el comandante don Pánfilo Galindo, cercaron a los sublevados, los cuales a duras penas pudieron abrirse paso saliendo por la garita de Chicácuaro. Arias siguió rumbo a Puruándiro para hacerse de recursos en los lugares en donde tenía sus amigos y partidarios, yendo, con este hecho, a encender la lucha en una vasta zona, que ha dado desde entonces hombres valientes y adictos a la causa liberal. Pero no todo ha de ser en este libro hablar de guerras y pronunciamientos. Vamos a ocuparnos enseguida de un hecho que pudo ser benéfico para nuestra región, si las circunstancias calamitosas de aquellos años le hubieran podido prestar mayor impulso. En el año de 1842 empezó a formarse en la ciudad de Morelia una compañía en la cual tomaban parte las principales personas, notables por su capital o por su significación política, con objeto de establecer una fábrica de tejidos de seda. Dicha empresa recibió el nombre de "Compañía Michoacana" y obtuvo, tras de reunir un buen capital, algunas concesiones del Presidente de la República, don Valentín Canalizo, para poder dar principio a sus trabajos. Fueron contratados en Francia un buen número de operarios y el director de dicha fábrica, que fue don Esteban Guenot, quienes 94


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arribaron al país el 31 de diciembre de 1843, en número de quince individuos, con sus respectivas familias. El edificio destinado a la fábrica fue construido expresamente a un costado del templo de San Diego; se trajeron de Francia tres maquinarias, que fueron recibidas solemnemente, y tras de la indispensable función religiosa y respectiva bendición, dio principio a sus labores la fábrica de seda, teniendo preparada de antemano la suficiente materia prima. El día de la inauguración, y en presencia de numerosa comitiva, se trabajaron varias piezas de listón, de tafeta y de gros y todo hacía esperar un excelente porvenir a tan útil industria. No fue así, empero, pues tras breves trabajos, sea por causa de la guerra o por falta de materiales, las máquinas dejaron de funcionar y todo quedó en el olvido. Sin embargo es digno de consignarse ese esfuerzo en favor de la industria local. De conformidad con los acontecimientos verificados en la capital de la República, que dieron origen al Plan de la Ciudadela, proclamando el 4 de agosto de 1846, y en el cual se determinaba que la nación convocaría a un nuevo Congreso Constituyente y se aceptaba de nuevo el régimen federal, los liberales de Michoacán volvieron a poder, designándose interinamente, mientras tanto se verificaban las elecciones, al ciudadano Melchor Ocampo, como Gobernador del Estado. Realizados los comicios en ellos salió triunfante el propio señor Ocampo, tomando posesión de la primera magistratura, con el carácter de electo constitucionalmente, el 26 de noviembre de 1846. Fue al mismo tiempo electo vice Gobernador el ciudadano don Joaquín Ortiz de Ayala. También se eligió nueva Cámara, resultando designados muchos personajes que después figuraron en primera línea en la política; aun cuando debe decirse que formaron la Cámara elementos de diversas tendencias. Al lado de los liberales de la talla de don Francisco de P. Cendejas y del licenciado don Luis Couto, conservadores como don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos y don Ramón Sánchez. El gobierno del señor Ocampo, en esta primera ocasión fue muy corto, del 25 de noviembre de 1846 al 12 de marzo de 1847. 95


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Uno de los primeros cuidados del ilustre Gobernador al iniciar su administración, fue verificar la reapertura del importante e histórico plantel de San Nicolás, clausurado desde la Independencia. Durante el largo período de su clausura los fondos con que el Colegio se había sostenido menguaron considerablemente; su edificio estaba en completa ruina, y el Patronato, ejercido por el Cabildo Eclesiástico, había dejado en el abandono de manera absoluta aquella benemérita institución. Mas todo lo supo vencer el tesón y constancia del señor Ocampo: ruinas, pobreza, egoísmo, a todo se sobrepuso, y por fin, el 17 de enero de 1847, de nuevo abrió sus puertas el plantel a la juventud estudiosa. Dispuso el ilustre restaurador del Colegio que en lo sucesivo llevase el nombre de "Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo", para recordar su origen y para honrar, al mismo tiempo, al Padre de la Patria, que había sido su rector. Un sencillo festival en el que pronunció un discurso lleno de erudición histórica el doctor don Juan Manuel González Urueña dio principio a las nuevas labores científicas, designándose como regente al señor licenciado don Onofre Calvo Pintado y secretario al señor don Santos Degollado. Fueron entonces catedráticos los señores Lic. don Rafael Carrillo, después Gobernador del Estado; don Ignacio Orozco, don Jesús M. Herrera, don Juan González Movellán, don Marcelino Martínez y don Antonio Morán. El 6 de julio de 1848 fue designado Gobernador del Estado el señor licenciado don Juan Bautista Ceballos. Este señor era oriundo del Estado de Durango, habiendo venido a Michoacán años atrás en compañía de su hermano el señor general don Gregorio Ceballos. Ambos eran hombres ilustrados, de ideas liberales y por su espíritu público supieron captarse la simpatía del pueblo michoacano, en cuyos afectos ocuparon siempre lugar muy distinguido. Fue muy corta la administración del señor Cevallos; en ella se proyectó la construcción de una Penitenciaría Modelo al Oriente del Bosque de San Pedro, que empezó a levantarse, pero que hasta la fecha ha quedado sin concluir. Persiguió la vagancia y protegió la instrucción pública. 96


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Nombrado ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, presentó su renuncia del gobierno de Michoacán, pasando a la ciudad de México al desempeño de su elevado puesto. Estando en él, los acontecimientos políticos lo llevaron a ocupar la Presidencia de la República, en los primeros meses del año de 1853. Cuatro Gobernadores de Michoacán han ocupado la Presidencia de la República, hasta la fecha de escribir estas líneas: primero el señor Lic. Ceballos, años más tarde el general don Manuel González; con posterioridad el Sr. Ing. Pascual Ortiz Rubio y el señor Gral. Lázaro Cárdenas. Para sustituir al señor Ceballos fue llamado por el Congreso su hermano Gregorio. De nuevo, en febrero de 1852, volvió el señor don Melchor Ocampo a ocupar la gubernatura del Estado. El señor Ocampo era, en aquellos tiempos, uno de los ciudadanos más queridos y populares adunaba una profunda sabiduría: filósofo y naturalista insigne, había acrecentado el caudal de sus conocimientos en sus viajes por Europa, de donde había traído las ideas de progreso más en boga en aquel entonces. Hombre en extremo caritativo, en el sentido cristiano de esta palabra, supo hacer el bien a cuantos le rodeaban. Sus bienes de fortuna los empleó siempre en favor de la humanidad y en mejorar a quienes, en justicia, necesitaban su protección. El señor Ocampo era nativo de la hacienda de Pateo en el distrito de Maravatío. En esta vez solamente un año estuvo en el poder; pues triunfante la revolución de Jalisco, que llamó al Gobierno de la República al general Santa Anna, se separó del Ejecutivo de Michoacán en enero de 1853. Durante la administración del señor Ocampo y el 10 de mayo de 1852, falleció en esta capital el señor general don Mariano Michelena. Fue autor del primer Plan de Independencia y el alma de la conjuración de Valladolid en el año de 1809. Había pertenecido, como militar al acantonamiento de tropas ordenado por el virrey en la ciudad de Jalapa, en donde trabó amistad con Allende y otros militares criollos; disuelto el acantonamiento referido volvió a Valladolid, empezando a trabajar desde luego por la causa de la 97


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insurrección. Frustrado su plan, reducido a prisión y más tarde trasladado a España, no volvió a figurar sino hasta que la independencia estaba consumada. Enemigo de Iturbide, no tomó parte en su administración, y sí, al triunfar la República, fue nombrado miembro del Poder Ejecutivo. Terminada su actuación en este elevado puesto se le designó ministro de México en la Gran Bretaña, siendo el primer ciudadano que ocupó esa elevada representación diplomática. Fue después electo diputado y senador en varios períodos. Anciano y alejado en lo absoluto de la vida pública, murió en Morelia el 10 de mayo de 1852, dejando su cuantiosa fortuna a la beneficencia pública.

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CAPÍTULO XIV Abandona el poder el señor Ocampo y da principio la dictadura santanista – Es secundado en Michoacán el Plan de Ayutla – Muere el Dr. González Urueña Ataca el coronel don Epitacio Huerta la ciudad de Morelia Llega a Morelia don Antonio López de Santa Anna Triunfa la revolución de Ayutla y entran a Morelia las fuerzas liberales – Es electo Gobernador don Santos Degollado – Asume el general Huerta el Poder Ejecutivo Imponen los generales Huerta y Blanco un préstamo al Cabildo eclesiástico de Michoacán – Llega el general Márquez a Morelia – Ocupa Huerta el Seminario Triunfa en Calpulalpan el gobierno liberal y es electo el general Huerta Gobernador Constitucional del Estado – Es asesinado el ilustre patricio don Melchor Ocampo.

El Plan del Hospicio, por el cual se pronunciaron en la ciudad de Guadalajara el 26 de julio de 1852 Blancarte y otros, pidiendo la destitución del Presidente de la República don Mariano Arista y la vuelta al poder del general don Antonio López de Santa Anna, fue secundado en La Piedad el 9 de septiembre del mismo año por el coronel don Francisco Cosío Bahamonde. Este militar secundaba el levantamiento de los conservadores jaliscienses, disgustado con el régimen que prevalecía y que encabezaba don Melchor Ocampo, porque este digno ciudadano había dictado muy acertadas medidas de carácter liberal, tratando de corregir algunas deficiencias en asuntos religiosos. Bahamonde unido a un grupo de vecinos se levantó en son de guerra marchando de La Piedad a Tlazazalca y de allí a Purépero; para seguir después a Pátzcuaro y amagar la capital del Estado. El Gobernador, que como llevamos dicho era don Melchor Ocampo, puso en estado de defensa la ciudad de Morelia y el coronel don José María Calderón salió a batir a los pronunciados, 99


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encontrándolos en las lomas de San José, inmediatas a Pátzcuaro, en donde fueron batidos y derrotados. Viendo el señor Ocampo que la revolución tomaba fuerza, pues se había extendido ya en una gran parte del territorio, resolvió presentar su renuncia del gobierno, la cual le fue aceptada en enero de 1853. Al día siguiente de esta renuncia el comandante de la plaza de Morelia, que lo era el general don Ángel Pérez Palacios, se pronunció por el Plan de Jalisco, se nombró Gobernador del estado al coronel don José de Ugarte y desde esa fecha quedó Michoacán en poder de los conservadores. Bahamonde entró a Morelia, en donde se le recibió como a un triunfador, no obstante que la única acción de armas que tuvo la perdió. Con este hecho principió en Michoacán la dictadura satanista, que había de durar hasta el año de 1855. Don Epitacio Huerta, sabedor del pronunciamiento en Ayutla de los generales Florencio Villarreal, Juan Álvarez e Ignacio Comonfort en contra del dictador López de Santa Anna, resolvió secundar el movimiento, para lo cual reunió en el pueblo de Coeneo a un buen número de amigos y vecinos y con ellos se lanzó a la lucha el 6 de mayo de 1854. Era el señor Huerta hombre dedicado a las labores del campo, valiente y amante de la causa de la libertad. Con el escaso núcleo de gente que pudo reunir en aquel pronunciamiento se dirigió a Tunguitiro y de allí a Bellas Fuentes, aumentando su efectivo; de este lugar pasó a Quiroga, donde se le unió D. Manuel García Pueblita que más tarde, al igual que Huerta, habría de figurar tanto en nuestras luchas. Unidos Huerta y Pueblita marcharon a Erongarícuaro y Santa Clara en donde tuvieron su primer encuentro con las fuerzas del gobierno. Este pronunciamiento vino a iniciar en Michoacán la revolución en favor del Plan de Ayutla, pues por esos meses aparecieron en diversos puntos del Estado otros muchos jefes levantados en armas. Don Antonio Díaz Salgado, originario de Penjamillo, apareció con un considerable número de gente, y en compañía de los pronunciados que antes se mencionaron, atacó la ciudad de Zamora, aunque sin éxito alguno. 100


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Don Jesús Díaz se levantó en Paracho y por diversos puntos del territorio aparecieron bien pronto multitud de guerrilleros. Víctima de la terrible tiranía santanista, el eminente doctor don Juan Manuel González Urueña fue obligado a salir desterrado de Michoacán a fines de septiembre de 1854, no obstante encontrarse enfermo de bastante cuidado; orden que se aprestó a cumplir el esbirro de la tiranía, general Anastasio Torrejón. Al llegar a Celaya se agravaron los males del ilustre patricio, muriendo en dicha ciudad el 15 de noviembre del año a que antes hicimos referencia. Ya en páginas anteriores hablamos del señor doctor González Urueña al referirnos a la fundación de la Escuela de Medicina; bástenos decir que fue un sabio médico y un patriota liberal sin mancha. Dejó una sucesión que honró su nombre: su hijo, el licenciado don Luis González Gutiérrez, sabio maestro de la juventud, y su nieto, el doctor don Miguel Silva, de quien ya tendremos oportunidad de hablar. Dispuso el general Huerta, después de una expedición por el Estado de Guanajuato, atacar la ciudad de Morelia, para lo cual, en combinación con los jefes liberales Manuel García Pueblita y en combinación con los jefes liberales Manuel García Pueblita y Antonio Pinzón, llegaron los dos primeros jefes (Huerta y Pueblita) al frente de la capital del Estado a las primeras horas de la mañana del día 24 de noviembre de 1854. El jefe Pinzón debería presentarse simultáneamente a los nombrados, por el lado Sur de la ciudad; llegaron los asaltantes hasta la plazuela de las Rosas, en donde se trabó un reñido combate con las fuerzas de la plaza, que pertenecían a los generales Francisco Noriega y Domingo Echeagaray. Muy ajenos estaban estos militares de esperar el ataque en la forma en que se verificó; el día anterior Noriega había hecho entrega del puesto de Gobernador del Estado y la comandancia militar al general Echeagaray; éste, al oír los primeros disparos, se asomó a una ventana de su alojamiento, que estaba en el edificio que es hoy Palacio Municipal y al momento de asomarse una bala le dio en el cráneo, cayendo muerto inmediatamente, volviendo a asumir el mando de las fuerzas el general Noriega. 101


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La acción siguió desarrollándose con muy buenos auspicios para la fuerza atacante, que había logrado penetrar ya en la ciudad y ocupar algunas alturas, aunque con gran pérdida de vidas, pues se refiere que casi pereció en la plazuela de las Rosas el batallón llamado de "Chapaleños". Después de unas horas de combatir, y, como decimos, próxima a caer la plaza, se presentó por la garita del Zapote la brigada del general Tavera, que venía en auxilio de la plaza. Con tan importante refuerzo, los liberales tuvieron que retirarse después de sufrir por ambas partes una pérdida de hombres y municiones muy considerable. La fuerza del general Pinzón no entró a combate oportunamente, por haber extraviado el camino la noche anterior por el rumbo de Jesús del Monte; esta circunstancia y la llegada de Tavera hicieron aquella acción desgraciada para las armas liberales. Estas abandonaron la ciudad por el rumbo de Occidente. Huerta y los suyos siguieron hasta Zamora, de allí al Estado de Jalisco, habiendo tenido una acción de armas en el pueblo de Cocula, en la cual Huerta fue herido en un brazo que le fue amputado, retirándose durante algún tiempo de la campaña para atender a su CURACIÓN. Uno de los Estados que lucharon con mayor fe y tesón en contra de la oprobiosa dictadura santanista, fue el de Michoacán. En el mes de abril de 1855 se encontraba en Ario el general don Ignacio Comonfort con su cuartel general y distribuidos en todos los lugares del territorio michoacano los incansables guerrilleros liberales Epitacio Huerta y su hermano Antonio; Rafael Garnica, Rafael Arias, Antonio Servín de la Mora, Nicolás de Régules, Jesús Díaz, Eugenio Ronda y otros muchos, cuya enumeración hace la historia con elogio a sus valerosas hazañas. Creyendo el dictador que el espíritu bélico de los michoacanos se dominaría por el terror, envió al Estado a su hijo, el coronel José López de Santa Anna, con órdenes terminantes de arrasar los poblados hostiles al gobierno, de fusilar a los individuos que dieran algún auxilio a los pronunciados, aun cuando se encontrasen en sus casas, y, ¡colmo de injusticias! de fusilar a los que hubiesen presenciado los hechos de los guerrilleros. No dieron resultado tales medidas, antes bien la revolución cundió rápidamente, de tal suerte que en el mes de abril de 55 102


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solamente quedaban en poder del gobierno las plazas de Pátzcuaro y la de Morelia. El propio Presidente Santa Anna resolvió venir a expedicionar a Michoacán, juzgando que su presencia bastaría para apaciguar el incendio revolucionario. Al efecto, salió de México el día último de abril, llegando a Morelia el día 9 de mayo y siendo recibido de parte de los conservadores con expresivas muestras de contento. Su entrada fue con bastante solemnidad, por las principales calles, que estaban adornadas con arcos de triunfo y dísticos alusivos: partos no muy felices de la chabacana musa de los mochos. Se cantaron "Tedeums" y se celebraron funciones religiosas y la indispensable velada literaria en el Seminario. Pocos días después salió Santa Anna rumbo a Zamora, abandonando la guarnición liberal aquella ciudad al presentarse el dictador; quien intentó perseguir a Comonfort, pero habiéndole sorprendido una tempestad en la sierra optó por volverse a la ciudad de México en los primeros días de junio, siendo de resultados irrisorios la famosa expedición de su Alteza Serenísima. Era ya imposible a Santa Anna sostenerse en la Presidencia de la República en contra de la voluntad popular; por lo mismo abandonó la ciudad de México el 9 de agosto de 1855 y marchando a Veracruz se embarcó al extranjero de donde no regresó sino hasta muchos años después: viejo, pobre y olvidado de todos. El general don Pánfilo Galindo, que era Gobernador y Comandante Militar de Michoacán, al saber la salida del Presidente y quedar con tal hecho triunfante la Revolución de Ayutla, salió también de la ciudad de Morelia, quedando la autoridad en manos de un grupo de vecinos. Desde luego se restableció el gobierno liberal, asumiendo el cargo de Gobernador el Gral. D. Gregorio Ceballos. Se nombró un Consejo de Gobierno integrado por los liberales más conspicuos de la época, entre otros don Miguel Silva Macías, don Miguel Zincúnegui, don Agustín Tena y don Luis Iturbide. Las fuerzas liberales, que con tanto tesón había combatido en contra de la dictadura, hicieron su entrada triunfal a la capital del Estado el día 23 de septiembre del año que antes se indica, viniendo al frente de ellas el general don Epitacio Huerta y a su lado el general 103


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don Manuel García Pueblita y los militares Garnica, Arias, Díaz, Servín de la Mora y otros. En enero de 1856 ocupó el gobierno del Estado, interinamente, el señor don Miguel Silva Macías, liberal radical que se distinguió por sus enérgicas medidas en contra de los reaccionarios. En la administración del doctor Silva Macías se hizo la elección de diputados al Congreso Constituyente, habiendo sido electos a aquella memorable asamblea los ciudadanos Santos Degollado, Sabás Iturbide, Francisco S. Anaya, Ramón I. Alcaraz, Francisco Díaz Barriga, Luis Gutiérrez Correa, Mariano Ramírez y Mateo Echaniz. También durante el gobierno del propio doctor Silva se hizo la promulgación de la Constitución Política de 1857, habiéndole tocado hacer dicha promulgación al señor general don Miguel Zincúnegui, por haber estado ausente del gobierno el señor doctor Silva, en aquella fecha. Hecha la renovación para los poderes locales, resultó electo para el cargo de Gobernador el señor Gral. don Santos Degollado, conforme al decreto expedido por la Legislatura el 1º de julio de 1857. El señor Degollado no tomó posesión de su puesto sino hasta el 27 de diciembre del propio año, permaneciendo entre tanto en el poder el señor Silva. Poco duró en el gobierno el señor Degollado; precisamente en los días de su toma de posesión se pronunciaban en Tacubaya el general Félix Zuloaga desconociendo la Constitución de 57, y el Presidente de la República, don Ignacio Comonfort, tuvo la debilidad de adherirse a tal pronunciamiento desconociendo su obra y dando el famoso Golpe de Estado. Michoacán se apresuró a entrar a una nueva lucha para sostener la Constitución en contra de los conservadores y se unió a la coalición que formaron varios Estados para defender su soberanía y los principios constitucionales. El Dr. Silva Macías fue nombrado delegado por Michoacán a la junta de coaligados que habría de reunirse en Guadalajara. Sin embargo, la lucha entre liberales y conservadores era sangrienta y prolongada. El clero mexicano, irritado por los preceptos constitucionales, que según su criterio venían a herir profundamente el sentimiento 104


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religioso de la nación, no vaciló en predicar en contra de la Carta Magna no solamente recomendando su desobediencia, sino penando con anatemas y excomuniones a quienes prometieran cumplirla. El pueblo mexicano fue fácilmente seducido por aquellas prédicas, y no faltando individuos que juzgándose unos nuevos macabeos se lanzaran a luchar por la causa de la Iglesia, emprendía, en esta ocasión, una de las más sangrientas guerras que registra la historia patria. De una parte los liberales sostenían la Constitución y con ella todos los principios más avanzados de libertad y democracia; de otra parte, los conservadores, atizados por el clero, creían sostener los derechos de la Iglesia al grito de "Religión y Fueros"; la lucha, pues, iba a ser enconada. Comprendiéndolo así la Legislatura de Michoacán, declaró a nuestra Entidad en estado de sitio y nombró Gobernador al general don Epitacio Huerta, dándole una gran suma de facultades para que dentro de ellas luchara denodadamente por sostener el principio constitucional en Michoacán. En tal virtud el general Huerta asumió el gobierno el 15 de marzo de 1858, teniendo como colaboradores militares a todos aquellos aguerridos campeones que ya habían probado su temple y su firmeza en contra de la dictadura santanista. Al efecto, el general Manuel García Pueblita se situó con una excelente tropa en Zamora, para contener cualquier levantamiento por ese rumbo y detener cualquiera incursión que procediera del vecino Estado de Jalisco, en donde las autoridades liberales acababan de ser depuestas y tomada su capital por los reaccionarios. Dispuso la fabricación de armas, parque, cartuchos y vestuario para el ejército; empezó a alistar nuevas tropas y dio muestras de una actividad incansable y de una laboriosidad e iniciativa bastante encomiables. La actitud de tan digno militar hizo que Michoacán se conservara, por todo el tiempo que duró la guerra de Reforma (tres años), relativamente pacífico y que pudiera prestar contingentes valiosos a otros Estados, como lo prestó a la toma de Guadalajara. En el mes de septiembre del mismo año en que tomó posesión Huerta del gobierno, llegó a Morelia, procedente del Estado de Jalisco, la brigada de Nuevo León a las órdenes del general don Miguel Blanco. 105


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Para las atenciones de dicha fuerza acordaron los generales Blanco y Huerta hacerse de recursos imponiendo un préstamo al clero de Michoacán, consistente en la suma de noventa mil pesos. El clero se negó a satisfacer tal empréstito, por lo cual el gobierno lo amenazó con embargar la crujía de catedral, que era de plata, así como los vasos sagrados y los demás objetos de metal precioso que se encontrase. Creyó el clero que no se llevaría a efecto tal amenaza, o, por lo menos, que el pueblo moreliano se opondría a que se consumase tal acto. Cuando se vio que los generales Blanco y Huerta serían capaces de llevar a término su propósito, el clero ofreció cinco mil pesos; cantidad irrisoria en relación con la que se le había pedido. Por su parte, un particular acaudalado, don Cayetano Gómez, se ofrecía a dar el préstamo para liberar al clero de aquel compromiso; mas éste se opuso, tal vez para no sentar un precedente que sería más tarde funesto para sus intereses. Por fin, llegada la fecha y no habiendo cumplido el clero la petición del gobierno, se procedió a intervenir la plata de catedral comisionándose para aquel acto al coronel don Porfirio García de León, a cuyo efecto se hizo sacar por la fuerza a los plateros de la ciudad, para proceder a desprender las piezas de la crujía y valorizar los objetos que fueran recogidos. El 22 de septiembre la catedral amaneció coronada de fuerzas, apostados cañones en las bocacalles de las plazas y fuertes patrullas custodiaban la ciudad, en prevención de cualquier intento de motín de parte del vecindario. Nada aconteció. La plata fue extraída y parte de ella se llevó a Guadalajara para su acuñación y parte a México, por el señor Degollado; esta última le fue recogida por los reaccionarios en la derrota de Tacubaya. Honda sensación causó en la sociedad de Morelia el hecho que acabamos de referir y hasta algunos liberales como el Lic. Alvírez reprobaron aquel acto, tomándolo como medida política en contra del clero, que ayudaba y fomentaba la guerra llamada de Tres Años. Después de la tremenda derrota que ocasionó el general Márquez a las armas liberales en Tacubaya el 11 de abril de 1859, y en la cual este jefe se caracterizó por sus instintos sanguinarios ordenando el fusilamiento hasta de los médicos de la fuerza liberal; después de este hecho luctuoso en los anales de nuestra historia, el feroz don 106


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Leonardo Márquez se dirigió a la ciudad de Morelia a donde entró sin hallar ninguna resistencia el 29 del mismo mes y año arriba citado. De antemano, al saberse la proximidad del Tigre de Tacubaya, el gobierno evacuó la plaza, marchando con sus adictos, funcionarios y empleados públicos a la ciudad de Uruapan. El partido conservador de Morelia creyó confiadamente que Márquez iría a permanecer en dicha ciudad estableciendo definitivamente su gobierno y sea por esto o por las simpatías de correligionarismo, la recepción que se le hizo fue espléndida. Además del consabido adorno de las calles y músicas, las monjas de Santa Catarina arrojaron flores al paso del ejército reaccionario y los jóvenes alumnos del Seminario, que se encontraba en el edificio en donde hoy es el Palacio de Gobierno, lanzaron vítores, versos impresos en papelillos de colores y mueras a todos los hombres del partido liberal, sin faltar la iluminación y la velada literaria. Poco duró, sin embargo, el gusto a los conservadores; tras una corta permanencia, Márquez abandonó Morelia con su ejército, dejando a sus partidarios expuestos al condigno castigo. Días después de haber salido Márquez de la ciudad regresó el general don Epitacio Huerta con su gobierno, dedicándose, como siempre, no sólo a las atenciones de la guerra sino a mejorar los diversos ramos de la administración pública; pues ya la historia consigna en sus páginas todas las medidas progresistas que se llevaron a efecto en aquella época. Pocos días después de su llegada, el 12 de mayo, el señor general Huerta en atención al escándalo dado por los alumnos del Seminario en la recepción que le hicieron al general Márquez, ordenó la clausura del referido colegio y la ocupación de su edificio. Esta se hizo en una forma inesperada y súbita. Ordenó que una fuerza que se hallaba acuartelada en el antiguo convento de la Merced se tendiera a lo largo de la calle Nacional y avanzara hacia el Oriente. Al llegar frente a la puerta del Seminario, se dio la orden de volver a la izquierda y la tropa siguió avanzando por el primer patio del colegio, penetrando después hasta el segundo y último. Cuando la tropa estuvo en el interior se dio la orden de acuartelarse, ocupando los soldados y demás gente de tropa todo el edificio. Grande sorpresa llevaron los seminaristas, clérigos y el propio rector, con la inesperada 107


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visita de aquella tropa, por lo cual resolvieron desalojar el establecimiento, que desde ese día quedó en poder del gobierno, utilizándose posteriormente, y hasta la fecha, como Palacio del Poder Ejecutivo. Por esos mismos días dispuso que se abriese una calle al costado Oriente del convento de Santa Catarina; que se ocupara el panteón de San Francisco para formar una plaza, hoy mercado, que llevaría el nombre de "La Constitución"; igualmente se destruyó el cementerio de San Agustín, para formar la plaza y mercado que hasta la fecha existe. Antes de pasar a referir algún otro hecho notable es bueno consignar algunos detalles de la administración del señor general Huerta. En el año a que nos referimos, y en el mes de julio, se estableció el Registro Civil en el Estado, siendo su primer juez el señor licenciado don Gabino Ortiz; se dispuso la acuñación de moneda de cobre, se ordenó la construcción de la calzada de Cuitzeo; se quitó de manos de los ayuntamientos el ramo de instrucción pública, encargándose de él el gobierno; se fomentó el Colegio de San Nicolás creando becas municipales; se creó un Instituto de Ciencias en Pátzcuaro, bajo la dirección del profesor don Ruperto Zamora y se ordenó la apertura de una Escuela Agrícola en Zamora. Era prefecto de Morelia en esa administración el señor licenciado don Francisco W. González y Secretario de Gobierno el señor licenciado don Manuel G. Lama. Al finalizar el año de 1859, con el triunfo de Calpulalpan, obtenido por el general don Jesús González Ortega, pudo entrar de nuevo el señor Presidente Juárez a la capital de la República, volviendo la nación al régimen constitucional. Al año siguiente y en el mes de abril, después de reñidísimas elecciones en que el partido liberal se dividió en dos grupos, cada cual con su respectivo candidato triunfó y fue declarado Gobernador del Estado el señor general don Epitacio Huerta. En su período constitucional, como ya en su interinato lo había hecho procuró este ilustre hombre de Estado continuar las mejoras que había emprendido, así como el programa radical que había sido su norma. 108


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En el año de 1861 un suceso notable vino a conmover los ánimos de la República entera y muy especialmente a los habitantes de la ciudad de Morelia, y es el que sigue. Retirado de toda actividad política y entregado solamente a hacer el bien de sus semejantes, se encontraba en aquel año el señor don Melchor Ocampo en su hacienda de Pomoca, del Distrito de Maravatío, cuando una fuerza de conservadores al mando de Lindoro Cajiga se presentó a hacerlo prisionero, sin que mediara causa ni motivo alguno. Cajiga y sus hombres montaron al señor Ocampo en un caballo y lo llevaron a Maravatío, después a la Villa del Carbón y por último a Tepeji del Río a donde llegaron la mañana del 3 de junio. Allí hizo su testamento, pues ya sabía la suerte que le esperaba, y en las primeras horas de la tarde fue conducido a la hacienda de Caltengo, en donde debería ser fusilado. Después de consumado tan inicuo asesinato fue amarrado de las axilas y colgado a un árbol. La noticia de la muerte de Ocampo (muerte que mutuamente se atribuyen Zuloaga y Márquez), causó indignación en toda la República y dio lugar a tremendas represalias. El cadáver de Ocampo fue trasladado a México el día 5 de junio y el día 6 se le hicieron suntuosos funerales en los que tomó la palabra don Ezequiel Montes. Se le sepultó en el panteón de San Fernando, en la rotonda de los hombres ilustres. Juárez expidió un decreto poniendo fuera de la ley a los cabecillas reaccionarios y Cajiga fue aprehendido y fusilado el 25 de diciembre del mismo año. Gran consternación causó en Michoacán y muy especialmente en Morelia, como ya dijimos, la noticia del asesinato del señor Ocampo, pues era generalmente estimado por sus grandes virtudes públicas y privadas. El Congreso dispuso que el Estado llevara el apellido del ilustre Ocampo y que en todas las oficinas públicas figure siempre su retrato. Ordenó luto por nueve días, en los cuales todos los empleados irían con traje negro, así como la supresión de músicas y diversiones populares por algún tiempo. Al teatro o coliseo se le dio el nombre de Ocampo y se decretó la erección de una estatua costeada por el Estado.

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Todos los biógrafos del señor Ocampo, especialmente el señor licenciado Ruiz, refieren de él anécdotas que ponen de manifiesto su gran corazón, su talento y la sencillez de su vida y costumbres.

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CAPÍTULO XV Se inicia en nuestro país la lucha en contra de la Intervención Francesa y el Imperio – Llegan los franceses a la ciudad de Morelia – Ataca a esta ciudad la fuerza republicana al mando del general López Uraga – Viene a Morelia el llamado emperador Maximiliano – Muerte del ilustre michoacano don Manuel Teodosio Alvírez – Abandonan los imperialistas la capital del Estado – Toma posesión de ella el gobierno republicano.

Con amplitud de detalles relata ya la historia los hechos que dieron origen a la funesta intervención extranjera en nuestro país. Los malos hijos de México, intrigando en las cortes europeas, hicieron que Inglaterra, España y Francia, por medio de los Convenios de Londres se resolvieran a intervenir en nuestros asuntos nacionales, pretextando supuestos agravios y peregrinas reclamaciones. Inglaterra y España atendieron la justicia que nos asistía y se retiraron; solamente Francia, cuyo gobierno estaba comprometido a sostener un imperio con un príncipe extranjero en nuestra patria, avanzó al interior del país, fracasando todos los argumentos de nuestros más hábiles diplomáticos. Cuando fue imposible ya llegar a un acuerdo satisfactorio con los enviados de Napoleón III y era necesario aprestarnos a combatir con las armas en la mano a los intrusos que así tomaban parte en nuestros asuntos, hasta arrojarlos del territorio, el general don Epitacio Huerta dio a conocer a los michoacanos el Estado en que se encontraba el país, convocando a los patriotas a su defensa y pidiendo a los acaudalados medios para efectuarla. Esto lo hizo por medio de un célebre decreto que lanzó a Michoacán el 28 de abril de 1862. En él, como se lleva dicho, se daba a conocer el estado político y militar del país y se llamaba a los hombres de buena voluntad a tomar las armas en su defensa; asimismo se señalaba a los capitalistas una contribución en armas, o, en su defecto, en el correspondiente metálico. 111


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El señor general Huerta continuó preparándose a la defensa del territorio de su mando; pero en febrero del año siguiente fue llamado con su brigada para que fuera en auxilio de la plaza de Puebla, amagada por segunda vez por los franceses. En lugar del general Huerta quedó en poder de su hermano don Antonio, a quien poco después sustituyó el general don Santiago Tapia. Al general Tapia reemplazaron primeramente el licenciado don Luis Couto, después, ya por nombramiento del gobierno del Centro, el general don José López Uraga, pues había desaparecido el orden constitucional. En noviembre del propio año de 1863 vino al gobierno el señor general don Felipe B. Berriozábal. En el gobierno de este militar dio principio en el Estado la lucha en contra de los franceses. Habiendo ocupado las fuerzas francesas la ciudad de México, el general Bazaine, jefe de ellas, ordenó una expedición sobre Michoacán confiándosela al general Castagny, quien, con los batallones número 1 y 20, los Cazadores a Pie, el 3º de zuavos, el 51 y 95 de línea y 2º Regimiento de Caballería, avanzó sobre Michoacán. Al lado de Castagny venía don Leonardo Márquez. El día 27 de noviembre de 1863 supo el general Berriozábal que los franceses habían pisado tierra michoacana y decretó a nuestra Entidad en estado de sitio hasta que recobrara su libertad, cambiando la capital del estado a la ciudad de Uruapan, dando órdenes de que se empezara a evacuar la ciudad de Morelia. El señor general Berriozábal permaneció en dicha ciudad hasta los momentos de penetrar en ella los primeros franceses. Estos entraban por la garita del Zapote y él salía por la de Santa Catarina con su escolta; en este lugar le remitió un parte al señor Presidente de la República notificándole haber entrado los franceses y haber abandonado él la ciudad. De allí siguió para Pátzcuaro y después para Uruapan. La noche que los franceses entraron a Morelia, que los recibió con bastante frialdad, salieron a la calle algunos zuavos, los cuales fueron muertos a puñaladas, entre ellos el conde La Mothe, tal vez por individuos del pueblo. 112


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Entre tanto el gobierno republicano se instalaba en Uruapan, el general don José López Uraga, jefe del Ejército Republicano del Centro, ordenó, a mediados del mes de diciembre de 1863, quince días después de estar los conservadores en posesión de la ciudad, un ataque sobre la misma. En tal virtud, la mañana del 17 del citado mes, estuvieron inmediatos a dicha ciudad los generales don Santiago Tapia, don Felipe B. Berriozábal y don Miguel M. Echeagaray, con sus respectivas corporaciones, así como las brigadas de los generales Juan M. Caamaño y Nicolás de Régules. Entre los diversos jefes que concurrieron a esta memorable acción de armas hay que contar al entonces coronel don José Vicente Villada y a los infatigables guerrilleros zitacuarenses Crescencio Morales, Donaciano Ojeda y Francisco Serrato. La ciudad estaba defendida por el Gral. don Leonardo Márquez, quien tenía a sus órdenes a los generales don Carlos Oronoz, don Luis Tapia y a los coroneles don Manuel Ramírez de Arellano, don José Cástulo de Yáñez, don Jerónimo Casarrubias y a los tenientes coroneles don Fructuoso García y don Sabás Fernández. Dichos militares tenían a su cuidado las cuatro líneas de circunvalación que encerraban el recinto fortificado de la ciudad, que, además, se componía de cuarenta y seis parapetos y dos tambores; obra de fortificación hecha con muros, fosos y aspilleras, de conformidad con el arte de la guerra y que había sido formada por el ingeniero Ramírez de Arellano. La distribución de los asaltantes fue dada de la siguiente manera: Caamaño atacaría la ciudad por la garita de Santa Catarina; el coronel Cázares, con el batallón de Toluca, por la Subterránea; Régules por Capuchinas; el general don Antonio Álvarez por la Loma del Zapote; sirviendo de reserva Elizondo, que atacaría la plaza de toros; por el rumbo norte atacaba el general don Santiago Tapia. En esta disposición se emprendió el ataque a las seis de la mañana del día 18 de diciembre, trabándose un reñido tiroteo en todos los rumbos de la ciudad, siendo el más sangriento el que se verificó en el fortín del Prendimiento, por la entrada de Santa Catarina, en donde perdió la vida el coronel Padrés, jefe de los asaltantes y estuvo a punto de ser prisionero, después de herido, el 113


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coronel don Carlos Salazar. El lugar fue reforzado por los imperialistas y los republicanos rechazados con grandes pérdidas. Por el lado de la Subterránea los republicanos lograron penetrar hasta el Santo Niño; por la Plaza de San Juan batieron enérgicamente a la guarnición de la Plaza de Toros, y por el lado Norte, el general Tapia rompió la fortificación de las Rosas y penetró hasta los portales de Matamoros e Hidalgo, posesionándose de la Plaza Principal. Por el lado de Capuchinas, Régules también rompió la fortificación llegando hasta la plazuela de ese nombre, en donde se trabó un reñido combate cuerpo a cuerpo. Como llevamos dicho, la sangre corrió en abundancia por todos los puntos, pues tanto los sitiados como los sitiadores hacían prodigios de verdadero valor y temerario arrojo. En un momento se creyó que la caída de la plaza era evidente, pues por diversos rumbos (Santo Niño, Rosas y Capuchina) habían penetrado los asaltantes, peleándose ya dentro de las calles de la ciudad y en la misma Plaza Principal. Por las calles contiguas al Teatro Ocampo fue derribado el propio general Márquez y muerta su cabalgadura y todo hacía presagiar que, con algunas horas más de combate, la plaza caería en poder de los republicanos, cuando… sin que nadie advirtiera la causa, el Cuartel General republicano ordenaba que cualquiera que fueran las posiciones de los atacantes éstos retrocediesen… ¡Estúpida disposición que privó a nuestras armas de un hermoso triunfo sobre los traidores!. A las diez de la mañana los republicanos abandonaban en buen orden la ciudad. Márquez, regocijadísimo, subió a la azotea de la casa que ocupaba para ver salir las tropas asaltantes, cuando una bala perdida le dio en la cara derribándolo sin sentido. Desgraciadamente la herida fue de poca significación. La ciudad quedó cubierta de cadáveres de unos y otros combatientes, pues según la autorizada opinión del historiador don Eduardo Ruiz, no fueron menos de mil las pérdidas de los republicanos, entre muertos y heridos. El número de los republicanos ascendía a siete mil hombres al emprenderse el ataque y por parte de los sitiados imperialistas no eran menos de cinco mil. 114


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Por la noche, Márquez, como siempre, manchó aquella acción con los fusilamientos de muchos prisioneros en los mesones del Socorro y las Ánimas. Los republicanos tomaron rumbo a Pátzcuaro, a donde llegaron pocos días después. Según las opiniones de los hombres de entonces, la retirada del ejército republicano de Morelia, en los momentos en que el triunfo estaba casi de su parte, se debió a la traición de Uraga; este es tanto más de presumir por la actitud posterior de este jefe, quien, pocos días después defeccionó, pasándose al Imperio. El ataque del 18, como se le llama en Morelia a este hecho de armas, ha sido uno de los más sangrientos de que se tiene memoria, pues aunque fue corta su duración, en cuatro horas la sangre corrió en abundancia, como antes dijimos. El hecho anterior, así como la defección de los generales Uraga y Caamaño, abrió las puertas de Michoacán a la Intervención y pocos días después tanto los franceses como los traidores empezaron a posesionarse de las principales ciudades del Estado. La Piedad, por pronunciamiento de sus vecinos a favor del Imperio; Zamora, por ocupación de los franceses, así como Pátzcuaro y Uruapan; Maravatío, por defección del coronel don Rosalío Elizondo, que tan bien se había portado en Morelia. Días de prueba vinieron para los patriotas que supieron, sin embargo, estar a la altura de su deber. Establecido en México el Imperio, quiso Maximiliano conocer por sí mismo el estado que guardaba la Nación por lo cual efectuó un viaje por el interior del país, tocando algunas poblaciones de Guanajuato y pasando enseguida a Michoacán por el rumbo de La Piedad, a donde llegó los primeros días de octubre. De este lugar proyectaba seguir para Guadalajara, pero asuntos graves lo obligaron a regresar a la capital, pasando enseguida por los pueblos de Penjamillo y Panindícuaro, hasta tocar la ciudad de Morelia, a donde llegó el 11 de octubre de 1864. El recibimiento que el partido conservador le hizo en esta ciudad fue igual al que años antes se le había hecho a Santa Anna y a Márquez: cohetes, música y el indispensable "Te Deum", así como un vítor organizado por las principales señoras y señoritas del lugar y un baile, no faltando en todo, como es de rigor, las consabidas notas 115


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chuscas dadas por la pseudo-aristocracia pueblerina y en alguna ocasión provocadas por los desafectos al Imperio, que no perdonaban ocasión para sus burlas. Durante su estancia nombró el emperador prefecto político de Michoacán al señor licenciado don Antonio del Moral, hombre que, aunque afiliado al partido conservador, no carecía de independencia y de valor civil suficientes, como en repetidas ocasiones dio pruebas. Después de permanecer Maximiliano en Morelia durante siete días, partió para México, quedando Michoacán en igual o peor estado que a su llegada. Se hospedó en la casa que hoy es Museo Michoacano y que pertenecía a la señora Francisca Román. Ya un brillante historiador de esa época, el licenciado don Eduardo Ruiz, se ha ocupado de reseñar la estancia del emperador en Morelia; por cierto que su pluma, en esta ocasión, está llena de malicia y travesura. El 28 de julio de 1866 murió en esta ciudad el eminente jurisconsulto licenciado don Manuel Teodosio Alvírez, uno de los hombres más eminentes que ha tenido el Estado. Nació en la propia ciudad, en el año de 1794, dedicándose desde muy joven al estudio. Al igual que otro polemista insigne, el doctor don José M. Luis Mora, quien defendió los postulados liberales dentro del mismo terreno teológico, el señor licenciado Alvírez en una famosa controversia, a raíz de estar en vigor la Constitución de 1857, la defendió de sus impugnadores que la tachaban de herética; defensa brillante en la que puso de manifiesto sus grandes conocimientos en ciencias religiosas y profanas. Esta controversia fue notable en su tiempo, y natural es que tuviera que causar grande influencia en una sociedad como la de Morelia, dominada por los eclesiásticos. La Legislatura acordó, en recompensa a tan brillante defensa de la Constitución, declararlo Benemérito del Estado. Murió en la propia ciudad de su nacimiento, a los setenta y dos años de edad. De un día a otro se esperaba que la ciudad de Morelia fuera batida por las fuerzas de Régules y del general Ramón Corona que, procedente de Jalisco, venía hacia el interior del país; pero el día 12 de 116


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febrero de 1867 recibió el general Ramón Méndez la orden de abandonar dicha ciudad y acudir con sus tropas a Querétaro, en donde se estaban concentrando los imperialistas, y en la que a la postre, encontraría su tumba. Méndez, como de costumbre, extremó su ferocidad ahora no solamente con los adversarios, sino que hizo poner presos a muchos individuos del partido conservador, exigiendo por ellos, inmediatamente, gruesas sumas por concepto de rescate. El día 13 abandonó Méndez la ciudad, que pudo despojarse de aquel energúmeno que había derramado tanta sangre constantemente. El mismo día, por la tarde, ocupó la ciudad el coronel don Rafael Garnica. El día 17 entró la división del Ejército Republicano del Centro al mando de Régules, que fue recibido en medio del mayor regocijo y con todos los honores debidos a tan ilustre patriota. El día 18 de febrero entró el Gobernador, licenciado don Justo Mendoza, a la ciudad de Morelia, que estaba engalanada para recibir al legítimo gobernante y a todos sus fieles compañeros, que sin temor a los mil sacrificios de la campaña habían sabido defender la integridad nacional y el honor republicano. Desde luego publicó un decreto que decía: "El coronel Justo Mendoza, Gobernador y Comandante Militar del Estado de Michoacán de Ocampo a todos sus habitantes hace saber que: "En uso de las amplias facultades de que me hallo investido y teniendo en consideración que han desaparecido las causas que determinaron el secreto de 24 de noviembre de 1863, que declaró capital del Estado la ciudad de Uruapan, he tenido a bien decretar lo siguiente: "Número 1. Artículo Único.- La ciudad de Morelia vuelve a ser la residencia de los Poderes del Estado y en ella se establecerán las oficinas superiores de Hacienda a que se refiere el decreto antes mencionado. "Por tanto mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento. "Palacio del Gobierno de Michoacán de Ocampo, Morelia, febrero 18 de 1867.- Justo Mendoza.- Leónides Gaona.- Secretario". 117


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Establecidos los nuevos poderes en la capital del Estado, pudieron atender con eficacia todos los ramos de la Administración Pública, restableciéndose las prefecturas, juzgados de letras, administraciones de Rentas y procediéndose, a su debido tiempo, a la restauración de las autoridades municipales. Muchos de los individuos que tomaron participación directa en los asuntos del Imperio se retiraron del Estado y otros fueron extrañados de orden superior. Con todo esto quedaba, prácticamente, restablecido el orden constitucional dentro del Estado y terminada la lucha de segunda independencia, que tanta sangre y tantos sacrificios había costado a los buenos hijos de México.

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CAPÍTULO XVI Reapertura del Colegio de San Nicolás – Es electo Gobernador Constitucional del Estado el señor licenciado don Justo Mendoza Se establece en Morelia una fábrica de hilados – Es designado Arzobispo de Michoacán don José Ignacio Árciga – Se reconstruye e inaugura el Teatro Ocampo – Es electo Gobernador el señor licenciado don Rafael Carrillo – Se inaugura la Biblioteca Pública del Estado – Viene a Morelia el Presidente de la República, licenciado Sebastián Lerdo de Tejada Es secundado en Michoacán el Plan de Tuxtepec Nómbrase Gobernador al señor Gral. don Manuel González – Gobierno del Sr. Lic. don Bruno Patiño Inaugúrase en Morelia la primera Exposición Regional.

Mira especial del gobierno republicano, una vez instalado en al ciudad de Morelia, fue el fomento de la instrucción pública, para lo cual el señor Gobernador Mendoza ordenó, con fecha 10 de junio de 1867, la reapertura del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, que había estado clausurado durante el Imperio. En vista de que su edificio propio se encontraba en malas condiciones por haber servido de cuartel, estando ocupado en esa fecha por una compañía de artillería, se designó el edificio de las antiguas Casas Consistoriales (hoy Palacio de Justicia) para que en él se instalaran provisionalmente sus cátedras, entre tanto el mismo gobierno ordenaba una completa reparación del edificio; reparación que se hizo sin omitir gasto alguno. Esta segunda reapertura del Colegio se verificó designándose como rector al señor licenciado Rafael Carrillo y vice-rector al Pbro. don Antonio Ortiz. Entre sus catedráticos se nombraron desde luego, a los señores licenciados Macedonio Gómez, Ángel Padilla, Luis González Gutiérrez, Gabino Ortiz y otras personas de no menor nombradía ni escasos méritos. En marzo del año de 1869 se trasladaron las cátedras del colegio al antiguo edificio de la Compañía de Jesús (hoy Escuela de Artes), en donde continuaron hasta que, en mayo de 1882 volvieron los 119


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estudiantes a su colegio, ya reedificado con toda comodidad y elegancia. Vuelto el país a gozar de tranquilidad y creyendo oportuno restablecerse el orden constitucional, alterado por la lucha en contra de la intervención y el Imperio, el gobierno convocó al pueblo a elecciones para los puestos públicos. Presentáronse como candidatos a la Primera Magistratura del Estado los ciudadanos licenciados Justo Mendoza y Bruno Patiño, habiendo resultado electo el primero, quien tomó posesión de su puesto el 1º de enero de 1868. Con anterioridad a esta elección habíase instalado el Congreso del Estado, figurando en tan distinguida corporación los intachables liberales Ángel Padilla, Macedonio Gómez, Luis González Gutiérrez, Pascual Ortiz, Eduardo Ruiz, Félix Alva, Antonio Mora; en fin, todos aquellos que ahora con justicia les llamamos los patriarcas de nuestro partido liberal. Fue designado también el Supremo Tribunal de Justicia. El señor licenciado Mendoza, que venía fungiendo como Gobernador provisional y que ahora resultaba ungido por el voto público, era, además de un liberal de firmes convicciones, sujeto de elevadas prendas intelectuales, profundo conocedor de nuestra legislación, escritor elegante y orador parlamentario de gran fuerza; así lo demostró en los debates en que tomó parte en la Cámara de la Unión a donde fue electo después de terminado su período. El gobierno del señor Mendoza se distinguió por el impulso que dio a todos los ramos del progreso, muy especialmente a la instrucción pública. Fundó la Inspección de Instrucción Primaria, poniendo al frente de ella al señor don Juan B. Rubio, ordenó la reapertura del Colegio de San Nicolás y la restauración de su edificio así como la reconstrucción total del Teatro Ocampo. Terminado su período pasó al Congreso de la Unión y pocos años después murió, retirado de la vida política, siendo querido y admirado por todos aquellos que supieron apreciar sus virtudes cívicas. Desde el año de 1867 el señor don Félix Alva, inteligente y activo vecino de Morelia, concibió el proyecto de establecer en esta ciudad una fábrica de hilados y tejidos movida por vapor. 120


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La idea, sin embargo, no pudo realizarse desde luego, pero a la entrada del gobierno republicano y restablecido el orden en 1867, se formalizó su pensamiento, formándose una compañía en la que fueron principales accionistas el mismo señor Alva y los señores Juan Macouzet y Francisco Grande, quienes llegaron a reunir un capital de noventa mil pesos para dar principio a los trabajos de la fábrica. Obtuvieron del gobierno una excepción de impuestos y algunas otras franquicias, con lo cual pudieron inaugurar solemnemente su fábrica el 18 de marzo de 1868. Dadas las condiciones económicas que siempre han prevalecido en Morelia, el establecimiento de la fábrica que indicamos fue en extremo beneficioso, pues ella daba trabajo a cerca de doscientos operarios de día y a otros tantos de noche; se manufacturaban más de mil piezas de manta semanariamente y las rayas ascendían a una cantidad respetable, que aliviaba mucho la situación económica, dando impulso al comercio y demás industrias. En el año de 1871 el propio señor Alva formó una nueva compañía para establecer la fábrica "La Unión" (la anterior fue llamada "La Paz" y se encontraba en el edificio construido ex profeso en la Calzada de Guadalupe, hoy Fr. Antonio de San Miguel). La nueva fábrica se estableció en el Jardín Azteca y en el propio edificio en donde se había fundado años antes la fábrica de seda. Una y otra fábricas funcionaron por muchos años hasta poco antes de la caída del régimen del general Díaz, y, como dijimos, prestaron servicios muy importantes a la ciudad de Morelia. En diciembre de 1869 murió en roma el arzobispo de Michoacán, don Clemente de Jesús Munguía, uno de los hombres más sabios que ha tenido México; pero también uno de los principales corifeos de la Intervención Francesa. Desde antes de morir había sido designado para que le sucediese en el gobierno eclesiástico de esta arquidiócesis, el señor canónigo don José Ignacio Árciga, oriundo de Pátzcuaro, hijo intelectual del Seminario de Morelia y que había desempeñado el curato de Guanajuato. A la muerte del expresado señor Munguía le fue impuesto al señor Árciga el palio arzobispal en la parroquia de Purépero, por el señor obispo de Zamora don José Antonio de la Peña y Navarro. 121


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El señor Árciga fue un hombre que a su ilustración unió prendas muy especiales de prudencia y de virtud. Poco o nada se mezcló en asuntos políticos y duró en sus funciones treinta años. Construyó un edificio especial para Seminario, contiguo al templo de San José; favoreció los estudios en dicho colegio y lo dotó de una magnífica biblioteca, la más importante que hemos tenido en el Estado. Desde los años de 1828 a 29 algunos vecinos de esta ciudad, entusiastas y amantes del teatro, proyectaron la construcción de un coliseo, comprando a la cofradía de la Sangre de Cristo un solar en donde levantaron lo que, en el transcurso del tiempo, sería nuestro actual Teatro Ocampo. El coliseo, de construcción modesta y defectuosa, subsistió así por muchos años; en 1861, a raíz de la muerte del señor Ocampo, se le dio el nombre de este ciudadano benemérito; el Gobernador don Justo Mendoza procedió a su reedificación, imponiendo para ello una contribución especial, y el 15 de septiembre de 1870 se estrenaron solemnemente sus reformas. Terminando el período gubernativo del señor licenciado Mendoza se verificaron nuevas elecciones para el cuatrienio que, principiando el 16 de septiembre de 1871 debería terminar en 1875. Fueron dos los candidatos, el señor licenciado don Bruno Patiño y el señor licenciado don Rafael Carrillo, resultando triunfante este último. El señor Carrillo era oriundo de Zinapécuaro, en donde nació por el año de 1822. Hizo sus estudios en el Seminario y fue más tarde catedrático de San Nicolás, cuando se hizo la reapertura por el señor Ocampo, de quien era gran amigo y le profesaba singular estimación. Estuvo siempre afiliado al partido liberal; antes de su gobierno había sido diputado al Congreso de la Unión, encontrándose en dichas funciones cuando el golpe de Estado de Comonfort. Desempeñó elevados puestos en la administración del señor general Huerta y al concluir el período del señor Mendoza, como ya dijimos, fue electo Gobernador. En el año de 1875 fue reelecto para seguir ocupando el gobierno, pero no terminó este nuevo período en virtud del pronunciamiento de Tuxtepec, teniendo que abandonar el poder en nombre de 1876, muriendo en junio del siguiente año, ajeno a las actividades políticas. 122


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En el gobierno del señor licenciado Carrillo se realizaron varias mejoras, siendo una de las más importantes aquella de que enseguida nos vamos a ocupar. A moción del señor diputado don Luis González Gutiérrez, que formaba parte de la XVI Legislatura Local, se inició la creación de la Biblioteca Pública del Estado, para lo cual se expidió un decreto con fecha 3 de agosto de 1874, disponiendo cuáles serían las bases de la mencionada institución. Ya desde el gobierno del señor Gral. don Epitacio Huerta se había proyectado la apertura de una biblioteca, idea que no se llevó a efecto en aquel tiempo por razón de la guerra civil en la que se vio envuelto el país. La biblioteca debería formarse con las obras del Colegio de San Nicolás que no sirvieran de consulta para los alumnos, con las del extinguido Colegio Seminario, las de los conventos de San Francisco, el Carmen, San Agustín y San Diego y con la biblioteca del señor canónigo don José Guadalupe Romero y con los muchos libros que al efecto donaron los señores don Febronio Retana y don Félix Alva. El decreto a que nos referimos impone la obligación a los impresores y editores michoacanos de enviar dos ejemplares de las obras que den a luz. La biblioteca se inauguró solemnemente el 16 de septiembre de 1874 en un local del Palacio de Gobierno, precisamente en donde había estado la biblioteca del Seminario. Pocos años después se trasladó a la planta baja del Colegio de San Nicolás, para acondicionar su primer local, y, una vez terminadas las estanterías de tres pisos que al efecto se hicieron, volvió a inaugurarse en el propio Palacio, ya en la administración del señor Mercado. Fue su primer director el señor licenciado don Juan de la Torre, laborioso escrito que, además de algunas obras didácticas muy populares en su tiempo, escribió una reseña histórica de Morelia, a la que con frecuencia nos hemos referido en este libro. Siguió después el señor don José María Rivera, por espacio de siete años; luego don José María Gordillo, hasta su muerte; después don Isidro Alemán, distinguido patriota que fue abanderado del Batallón Matamoros y que concurrió a la defensa del territorio en contra de la invasión norteamericana; enseguida don José María 123


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Rivera, por segunda vez y hasta su muerte. Estos son los más distinguidos directores que la biblioteca ha tenido. Durante la administración huertista, de 1913 a 14, la Biblioteca Pública estuvo en manos de un empleado que de México trajo esa administración ex profeso. Como los hombres de aquel régimen tuvieron que salir violentamente abandonando la ciudad a las fuerzas revolucionarias, se supone, con fundamento, que en esa ocasión se extraviaron de la biblioteca las más importantes obras que contenía, que desgraciadamente, por las condiciones militares que prevalecieron durante algunos años, no fueron recuperadas. En el año de 1923, siendo Gobernador del Estado el señor don Sidronio Sánchez Pineda, se acordó la traslación de la biblioteca a otro lugar distinto del que venía ocupando y que fuera más accesible para el público y con objeto de dar servicio nocturno; por tal motivo se acondicionó un local situado en los bajos del hoy Palacio Legislativo, en donde estuvo hasta el año de 1930 en el que fue instalada en el antiguo templo de la Compañía. En 1925 se adquirió la biblioteca del señor licenciado Mariano de Jesús Torres, que fue incorporada a la pública. Las obras que están al servicio del público son más de veinte mil. En fuerza de los acontecimientos militares verificados en la República, con motivo del pronunciamiento del general don Porfirio Díaz en contra de la administración de entonces, el C. Presidente de la Nación, licenciado don Sebastián Lerdo de Tejada tuvo que abandonar la ciudad de México y después de ocupar en su tránsito diversas poblaciones, llegó a la ciudad de Morelia el 27 de noviembre de 1876. Acompañaban al ilustre Presidente los ciudadanos Manuel Romero Rubio, Ministro de Gobernación; el general don Mariano Escobedo, Ministro de Guerra y el señor don Francisco Mejía, Ministro de Hacienda. Se alojaron en la casa que forma la esquina Sur del Portal Matamoros, permaneciendo muy pocos días, al cabo de los cuales salió con rumbo al puerto de Zihuatanejo, para embarcarse con destino a San Francisco California. El señor Presidente Lerdo no volvió jamás a nuestro territorio, murió en Nueva York, retirado completamente de la vida política, el 21 de abril de 1889. 124


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Habiéndose pronunciado en Tuxtepec el general don Porfirio Díaz en contra de la administración del Presidente don Sebastián Lerdo de Tejada, dicho movimiento fue secundado en Michoacán por los generales Manuel F. Loera y Luis Camacho, quienes comisionaron al coronel don Ignacio Calderón para que se presentara ante el señor general don Epitacio Huerta haciéndole saber que, en virtud de las facultades que les concedía el mencionado Plan, quedaba nombrado Gobernador del Estado. El señor general Huerta, que simpatizaba con el movimiento aludido, firmó con los tuxtepecanos un tratado, con fecha 21 de diciembre del año de 1876 en virtud del cual recibía las tropas, parque y gobierno del Estado, entrando a la capital y deponiendo al licenciado Manuel Lama, puesto por la Cámara en sustitución del licenciado Carrillo, que había presentado su renuncia. Entre los meses de diciembre de 76 y febrero de 77 hubo varios gobernadores: Antillón y Couto, de parte de los legitimistas; Lama, Chacón y González de parte de los porfiristas. El señor general don Manuel González tomó posesión del gobierno de Michoacán en febrero de 1877, quedando, con este hecho, establecido plenamente el régimen porfirista. El señor general González, en su interinato dándose cuenta de las pésimas condiciones en que se encontraba la cárcel pública de la ciudad de Morelia, que no era sino la cárcel real de la época colonial, acordó, decimos, que fuese ampliada convenientemente y se adoptase para su régimen interior el sistema penitenciario, hasta donde las circunstancias lo permitieran. El señor general González comisionó al señor doctor don Ramón Fernández para que bajo su dirección se llevaran a efecto los trabajos de adaptación que fueran necesarios. Se anexó a la antigua cárcel el edificio conocido con el nombre de Alhóndiga y se construyeron talleres, escuelas, capilla, salones de distinción, departamentos para detenidos y menores de edad, locutorios, etc., etc. En fin, la idea de los señores González y doctor Fernández no pudo ser más loable, pues se trataba de hacer más humano el cautiverio de los delincuentes, quienes encontrarían su regeneración por medio de la instrucción y del trabajo. Las mejoras se inauguraron el 20 de junio de 1877. 125


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La Penitenciaría permaneció en el lugar que se indica hasta el año de 1918, en que siendo Gobernador el señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio, se cambió al Oriente de la ciudad y a un local de la Penitenciaría que está en construcción desde el gobierno del licenciado Ceballos. La Penitenciaría, en el local donde se encontraba, tenía serios inconvenientes, entre otros, lo pequeño del local que llenara su objeto debidamente y el estar en el centro de la ciudad. Verificadas las elecciones, bajo la administración interina del señor general González, resultó electo para Gobernador Constitucional el señor licenciado don Bruno Patiño, quien entró al desempeño de sus altas albores el 1º de julio de 1877, permaneciendo hasta el 5 de noviembre del siguiente año, en que dimitió de su encargo. La causa por haber renunciado el puesto para el cual fue electo, se debió a la oposición que le hicieron muchos de los diputados al Congreso Local, y el señor Patiño, por no verse en pugna con dicha corporación, optó por renunciar. Fueron designados para sustituir al señor Patiño, primeramente, el señor don Francisco Montaño Ramiro y después el señor don Octaviano Fernández. El señor licenciado Patiño, era oriundo de la ciudad de Morelia, hizo sus estudios en el Colegio Seminario y los terminó en el de San Nicolás. Afiliado desde muy joven al partido liberal, prestó a él importantes servicios en la administración del señor general Huerta. Varias veces fue electo diputado al Congreso Local y al de la Unión. Era un hombre honrado y estricto en el cumplimiento de su deber. Retirado del gobierno, fue a morir en la vida privada, el 8 de mayo de 1882. Un grupo numeroso de caracterizados vecinos de Morelia proyectó y llevó a feliz término, en el año a que nos referimos, la primera Exposición Regional. Dicha exposición tuvo lugar en el antiguo edificio de San Diego, previamente adaptado y acondicionado para el objeto que se indica. El gobierno, presidido entonces por el señor licenciado Patiño, dio toda clase de ayuda y facilidades a los particulares para la realización de su objeto y el certamen resultó en extremo lucido, pues puso de manifiesto todas nuestras riquezas naturales y lo que de ellas puede obtenerse por la industria. También los pocos industriales y 126


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manufactureros de nuestro Estado expusieron sus productos. En una palabra, fue un suceso interesante la primera Exposici贸n Regional Michoacana, digno de ser recordado con benepl谩cito. Esta se verific贸 el 16 de septiembre de 1877.

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CAPÍTULO XVII Toma posesión del gobierno el señor general Manuel González – Por no haberse presentado al desempeño de su puesto, asume el gobierno primeramente el señor Ramiro Montaño y después don Octaviano Fernández – Se funda el Monte de Piedad en Michoacán – Las nuevas elecciones llevan al poder al señor licenciado don Pudenciano Dorantes – Se inaugura el ferrocarril de México a Morelia – Se inaugura la Escuela de Artes y Oficios – Muerte del distinguido maestro don Antonio Quiroz – Se inaugura el Palacio de Justicia Es electo Gobernador del Estado el general don Mariano Jiménez – Se establece la "Academia de Niñas".

En virtud de no haber terminado su período gubernativo el señor licenciado don Bruno Patiño, disgustado por los constantes ataques que en la prensa le hacían sus opositores, entró a reemplazarlo primeramente el señor don Rafael Montaño Ramiro, designado por la Cámara, y pocos meses después el diputado don Octaviano Fernández, nombrado también por la propia corporación. Verificadas nuevas elecciones, en éstas resultó triunfante el señor general don Manuel González, quien no vino a desempeñar su elevado encargo por encontrarse al frente de la Secretaría de Guerra y Marina, siendo al año siguiente electo, el mismo general, Presidente de la República, para el período que principiando en 1880 terminaría en 1884. Ya desde esta vez las elecciones en Michoacán, así como en toda la República, no fueron libres, pues claramente se vio en ellas la imposición del señor general Díaz. Durante el tiempo que debió gobernar a Michoacán el señor general González estuvo sustituyéndolo el diputado don Octaviano Fernández, oriundo de La Piedad y en cuyas inmediaciones se había pronunciado en favor del Plan de Tuxtepec. El señor general González era nativo del Estado de Tamaulipas; fue uno de los más entusiastas partidarios del general Díaz en el Plan 128


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de Tuxtepec. Su gobierno, como Presidente de la República, fue uno de los más agitados, y podemos también decir, desastrosos. La deuda inglesa, el níquel, la bancarrota del erario, etc., etc., fueron calamidades de que estuvo sembrado su gobierno. Mientras tanto, como dijimos, gobernaba a Michoacán el señor Fernández. En su gobierno se empezaron a hacer las gestiones necesarias, por diversas compañías, para construirse los primeros ferrocarriles en el Estado y se dieron principio a los trabajos de construcción de los tramos entre Morelia y Acámbaro, Morelia y Pátzcuaro. Los días 12 y 14 de enero de 1881 dieron principio los trabajos, en los ranchos del Toro y los Ejidos, que están en las goteras de la ciudad, para construir los tramos de que se trata. Deseando el señor Gobernador don Octaviano Fernández que la cantidad de treinta y cinco mil pesos que depositó en la Compañía Constructora Nacional como garantía de sus trabajos ferrocarriles no estuviese ociosa, dispuso el establecimiento de un Monte de Piedad, para aliviar, siquiera fuese momentáneamente, la situación aflictiva de algunas personas. La Legislatura, con fecha 31 de diciembre de 1880 decretó su fundación, la cual se llevó a efecto el 22 de marzo del siguiente año, siendo primer director del Monte de Piedad el señor licenciado don Jacobo Ramírez. En el año de 1882 la cantidad de treinta y cinco mil pesos pasó a ser de la absoluta propiedad del gobierno, en virtud de la caducidad del contrato a que en un principio se hizo mérito. Desde entonces entró de lleno dicha institución al desempeño de sus funciones, estableciendo varias sucursales tanto en esta capital como en algunas cabeceras del Distrito. El Monte de Piedad dejó de funcionar en el año de 1914, en virtud de haberse reducido su capital por las dificultades económicas de aquel entonces y el súbito cambio de la moneda. Una vez que fue electo Presidente de la República el señor general González, este ciudadano se vio en el caso de renunciar al gobierno de Michoacán, por lo cual hubo necesidad de que se verificaran nuevas elecciones; realizadas éstas resultó triunfante el señor licenciado Pudenciano Dorantes, para el período que 129


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principiando el 16 de septiembre de 1881 terminó el 15 del mismo mes, correspondiente el año de 85. Nació el señor Dorantes en San Miguel Temazcaltzingo, Estado de México, el 19 de mayo de 1840; muy joven vino a Morelia haciendo sus estudios en el Colegio de San Nicolás hasta recibirse de abogado. Fue en diversas ocasiones juez de letras y después diputado. De algunos hechos de su gobierno nos ocuparemos en las siguientes páginas, debiendo decir que, al terminar su período, fue designado Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, permaneciendo en este puesto hasta su muerte, acaecida el 11 de agosto de 1907. En el gobierno del señor Dorantes se hizo la inauguración del ferrocarril de Morelia a México. El día 12 de septiembre de 1883, en medio de un concurso numerosísimo de espectadores y del mayor regocijo popular, llegó a Morelia la primera locomotora a las 10.30, celebrándose con tal motivo alegres festejos. En ese mismo año, el 8 de diciembre, se inauguró el ferrocarril urbano (tranvías) que partiendo de la calzada de Guadalupe iba a terminar, por esa época, frente al templo de la Merced. Posteriormente la línea se extendió, primero a la estación del ferrocarril y con posterioridad se han construido tramos al panteón, al parque Juárez, al cuartel de la Colonia Vasco de Quiroga y los circuitos Norte y Sur; a la fecha han desaparecido los tranvías. Fue ésta una mejora que empezó a revelar cierto afán de progreso y modernización en la capital de nuestro Estado. También a la administración del licenciado Dorantes se debe la creación de la Escuela de Artes, benéfica institución destinada a la formación de artesanos instruidos y que ha apartado de las garras de la miseria y del vicio a muchos jóvenes de diversos lugares del Estado, que han venido a recibir en ella los hábitos de una nueva vida, basada en el trabajo y en la honradez. Desde luego se establecieron los talleres de imprenta, encuadernación, carpintería, herrería, fundición y otros. Su primer director fue el señor doctor don Rafael Miranda, quien unía a su espíritu altamente filantrópico muy buenas aptitudes y conocimientos para el puesto que desempeñó. 130


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En la administración del señor Mercado se cambió el nombre al establecimiento por el de "Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz"; se aumentaron los talleres y se dio mayor impulso al internado. En esa misma época se hicieron varias exposiciones anuales de los trabajos ejecutados en el establecimiento, siendo todas muy lucidas y reveladoras del empeño con que se trabajaba. Al triunfo del constitucionalismo y en fuerza de la aflictiva situación del erario, se clausuró el establecimiento de que se trata, el cual fue nuevamente abierto, con el nombre de "Escuela de Artes y Oficios" en la administración del señor general don Francisco José Múgica. En la administración del Sr. Gral. Ramírez la Escuela de Artes fue clausurada de nuevo; pero su reapertura la verificó, en la administración siguiente, el Sr. Gral. Lázaro Cárdenas; en esta vez se le dio el nombre de Escuela Técnica Industrial "Álvaro Obregón" que conserva a la fecha. El Sr. Gobernador Cárdenas hizo de la escuela de que tratamos un plantel moderno; aumentó el número de becas, para que fuera mayor el número de los jóvenes que se beneficiaran; el servicio de dormitorios, comedor, atención médica, así como las condiciones de salubridad y ornato del edificio, se mejoraron notablemente; los talleres se enriquecieron con maquinaria, herramienta y útiles nuevos y se tuvo una especial dedicación por que su profesorado estuviese integrado por elementos competentes. La Escuela Técnica Industrial "Álvaro Obregón" sigue su marcha, recibiendo de los gobiernos revolucionarios la atención que se debe a un plantel que desde hace setenta años presta incalculables beneficios a la juventud. Muere en Morelia el profesor de instrucción primaria don Antonio Quiroz, el día 28 de abril de 1885. Uno de los pedagogos más insignes que hemos tenido en Michoacán fue el señor profesor don Antonio Quiroz, nativo de Zinapécuaro, en donde vio la primera luz el 13 de junio de 1813. Contaba pocos años de edad el Sr. Quiroz cuando se estableció en la ciudad de Morelia la primera Escuela Normal Lancasteriana, a cuyo plantel vino a estudiar pensionado por el Municipio de su origen. Recibido de maestro, desempeñó su profesión por muchos años, 131


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siendo el mentor de varias generaciones escolares, que después se distinguieron en las diversas actividades sociales. Escribió varios tratados de enseñanza para los niños. Todos estudiamos en las viejas escuelas lancasterianas, de Gramática, la Aritmética, las Lecciones de Ortografía y la Caligrafía de Quiroz; obras que tuvieron muchas reimpresiones, pues durante largos años sirvieron a la niñez del Estado. En los primeros años de vida independiente el Poder Judicial despachaba en uno de los salones del edificio de la Compañía de Jesús, hoy Escuela de Artes, y ya en 1855 se encontraba establecido dicho tribunal en el hoy Palacio de Justicia. Durante el Imperio se estableció en el local expresado el Colegio de San Rafael, que dirigía el Lic. don Jacobo Ramírez y al triunfo del Imperio se abrió allí mismo el Colegio de San Nicolás. El tantas veces mencionado edificio se encontraba en estado ruinoso al llegar al gobierno el Sr. Dorantes, quien se propuso reformarlo de una manera total para dedicarlo, en definitiva, a Palacio del Poder Judicial. Ya para terminar la administración del Sr. Dorantes se inauguró solemnemente el edifico, el 14 de septiembre de 1885. Desde el triunfo del Plan de Tuxtepec las elecciones en Michoacán dejaron de ser libres, siendo los Gobernadores Patiño, González y Dorantes señalados o impuestos por la Presidencia de la República, verificándose únicamente una fórmula de elección para cumplir con el requisito constitucional. El Sr. Gral. don Mariano Jiménez, era, por los años a que nos hemos venido refiriendo, comandante militar de Michoacán y bien poco conocido en todo el Estado. Pero sobre todo era oaxaqueño, amigo íntimo del Presidente Díaz y había sido, nada menos, que autor del Plan de Tuxtepec. Estas razones eran más que suficientes para que fuera, tras una farsa electoral, designado Gobernador del Estado, como en efecto lo fue, entrando a tomar posesión de su investidura el 16 de septiembre de 1885. El Sr. Gral. Jiménez, no obstante las circunstancias de su exaltación al poder, ha sido uno de los mejores Gobernadores que ha tenido Michoacán. Si no de una gran ilustración, sí bastante amigo de ella; la fomentó por cuantos medios estuvieron a su alcance y si no 132


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hizo más, fue sin duda por habérselo estorbado la camarilla de mentecatos que siempre sofocan las buenas intenciones de los pocos gobernantes rectos que hemos tenido. El Sr. Gral. Jiménez terminó su período en 1889 y fue reelecto para un nuevo cuatrienio, que no terminó, pues habiendo enfermado solicitó una licencia para ir a su Estado natal a restablecerse; allí le sorprendió la muerte, el 28 de febrero de 1892. El Sr. Gral. Jiménez visitó el Estado y dictó acuerdos muy interesantes en beneficio de muchos pueblos, que hasta hoy lo recuerdan. Ordenó la restauración de muchos edificios públicos destruidos en las pasadas revoluciones. La construcción de escuelas y, para ellas, dispuso la dotación de muebles y útiles. Embelleció la ciudad de Morelia con bonitos jardines e hizo que se levantaran las estatuas de Morelos y Ocampo; de escaso mérito artístico, pero al fin un homenaje debido a los dos más grandes hombres de Michoacán. Moralizó en lo posible los servicios públicos y dejó fama de gobernante probo y honrado. Muchos son los beneficios que la instrucción pública del Estado debe al señor Gral. Jiménez, pero el principal y de mayor trascendencia es, a no dudarlo, el establecimiento de la Academia de Niñas, más tarde transformada en Escuela Normal para Profesoras. No escapaba a la penetración del Sr. Gral. Jiménez la necesidad de formar maestros idóneos y sometió a la aprobación del Congreso dos proyectos, uno para la creación de una Escuela Normal para Varones y otra para el establecimiento de la Academia de Niñas. Ambos proyectos fueron aceptados y aprobados oportunamente; causas que ya dijimos hicieron que el primero de dichos planteles no prosperara; no así la Academia, la cual se abrió en el edificio que está a espaldas del Colegio de San Nicolás y en donde ahora se encuentra la rectoría de la Universidad, el día 5 de mayo de 1886. Fue su primera directora la señora Josefa Piñón Vda. de Alvírez. El plantel estaba dedicado a dar la segunda enseñanza a las niñas, consistiendo ésta en algunas materias preparatorias para la carrera de maestras; Pedagogía, Práctica de la enseñanza y, además, para aquellas personas que no querían seguir tal carrera, las labores 133


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domésticas, costura, bordado, piano, pintura, flores artificiales, etc., etc. La Academia formó, durante muchos años, una verdadera legión de profesoras que han ido a esparcir sus conocimientos por los más apartados lugares del Estado. En la administración del señor Mercado se fundó el Internado de Niñas, para recibir en su seno a todas las que venían procedentes de los diversos municipios del Estado. La Academia estuvo, durante muchos años, en el edificio que hace esquina en las antiguas calles de Comercio y Mira al Río, en donde hoy se encuentra el Museo Michoacano. De acuerdo con los adelantos pedagógicos de la época y pretendiendo hacer de la antigua Academia un plantel dedicado exclusivamente para la formación de maestras, el Sr. Gobernador don Alfredo Elizondo dispuso se convirtiera en Escuela Normal para Profesoras en el año de 1915 siendo, en esta nueva etapa, su primera directora la señorita profesora María Dolores Calderón, quien supo imprimir al naciente instituto la importancia de sus altos fines.

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CAPÍTULO XVIII Embellecimiento de las plazas de la Paz y los Mártires Atentado contra el obispo Cázares – Inauguración del alumbrado de arco en la ciudad y del monumento al señor Ocampo – Reelección del señor Gral. Jiménez Se instala el Museo Michoacano – Fallecimiento del señor Gral. Jiménez – Asume el poder el ciudadano Aristeo Mercado – Establecimiento del "Internado de Niñas" – Celebra la Arquidiócesis de Michoacán el Primer Concilio Provincial – Notables reformas a la Catedral – Muere el Sr. arzobispo Árciga y es nombrado para sustituirlo el Sr. arzobispo Silva.

A medida que nuestras contiendas civiles iban siendo menores y que los gobiernos podían dedicar sus actividades mayores a la administración pública, el embellecimiento de nuestras ciudades se iba verificando también de una manera lenta, pero segura. A un lado y otro de la catedral, como lo expresamos antes, han existido dos plazas, las cuales durante la época colonial y casi todo el siglo XIX estuvieron punto menos que abandonadas. La Plaza de los Mártires tenía en el centro una gran pila y aunque estaba toda empedrada y en su derredor tenía pavimento de cantera, su aspecto era pobre y deslucido. La Plaza de la Paz, que es la que está al oriente de catedral, se encontraba todavía en peores condiciones, dedicada a plaza pública o mercado, con jacalones de madera deteriorados, sin pavimento regular, llena casi siempre de escombros, de basura, de desechos de comestibles; en fin, una y otra plazas, en el centro de la ciudad presentaban una nota de desaseo que hablaba muy mal de la cultura de los habitantes de Morelia. Pocos años después de instalado definitivamente el gobierno, al triunfo del partido republicano, en el año de 1873 se inauguró solemnemente el quiosco y jardín de la llamada hasta entonces Plaza de San Juan de Dios, por el hospital y templo contiguo de los padres juaninos. Los puestos del mercado que en dicha plaza se encontraban fueron trasladados al antiguo atrio y cementerio del templo de San 135


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Francisco y la plaza a que nos referimos se pavimentó debidamente, poniéndose en ella un jardín. El embellecimiento de este sitio fue debido al empeño del señor regidor del Ayuntamiento, don Diego Román. Años más tarde, con fecha 1º de abril de 1887, se hizo la inauguración de la Plaza de los Mártires, con su quiosco, fuentes, jardín, bancas, etc., etc., de tal modo que quedó convertida en moderno y elegante paseo. De esta manera nuestra ciudad cuenta, desde esa fecha, con dos plazas a un lado y otro de la catedral, que le dan un aspecto revelador del cuidado y la cultura de sus autoridades. Pasamos a referir enseguida un hecho trascendental en la historia del clero michoacano. El Ilmo. señor don José Ma. Cázares y Martínez, obispo de Zamora, se encontraba en Morelia, el 9 de junio de 1887, celebrando misa en el oratorio del arzobispado. Cuando estaba ya por terminar dicho acto, uno de los concurrentes, el Pbro. Pablo Rojas, armado de un puñal se abalanzó sobre el expresado obispo con intenciones de asesinarlo, logrando únicamente herirlo, debido a la intervención oportuna de los circunstantes, quienes se apresuraron a defender al obispo asegurando a su agresor, el cual no pudo consumar el crimen que indudablemente tenía premeditado. Un grupo de gente del pueblo, al tener noticia del atentado, quiso linchar, como ahora se dice, al Pbro. Rojas; pero la policía tomó sus precauciones para conducir al delincuente a la cárcel, sin que pudiera ser objeto de las iras populares. El hecho que referimos causó profunda sensación en todo el Estado, tanto porque el señor obispo Cázares era generalmente estimado, como por ser el primer caso que se registraba en los anales del clero michoacano. Las fiestas patrias del año de 1888 fueron celebradas con dos acontecimientos dignos de memoria. El primero fue la inauguración del alumbrado de arco, que constituyó una mejora de suma importancia para la ciudad de Morelia, pues se instalaron focos en todas las calles, plazas y jardines, así como en las torres de catedral, ganando mucho con esta mejora la seguridad, comodidad y embellecimiento de la capital del Estado. 136


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Otro hecho plausible fue la inauguración de la estatua del insigne reformista, filósofo y político don Melchor Ocampo, en la Plaza de la Paz. Como se recordará, a raíz de su infame asesinato la Legislatura había acordado la erección de dicho monumento, que, debido a nuestras continuas luchas, no había sido posible levantar. Al año de 88 correspondía el principio de un nuevo período gubernativo, por lo cual, al verificarse las elecciones resultó designado para tan elevado puesto el señor generan don Mariano Jiménez, que ya venía desempeñando tales funciones; se trataba, pues, de una reelección. Al revisarse las elecciones el Congreso las declaró nulas, por no estar constitucionalmente aprobada la reelección; pero tal dificultad fue subsanada en breve; se hizo la modificación legal correspondiente, se repitieron las elecciones y tomó posesión el general Jiménez al puesto para el cual se le reelegía, el 24 de noviembre de 1888. Para las fiestas de toma de posesión vino a Morelia el señor Presidente de la República, general don Porfirio Díaz, arribando el día 23 y permaneciendo hasta el 27, después de haber hecho un paseo por el lago de Pátzcuaro. Desde el año de 1884 el señor regente del Colegio de San Nicolás, que lo era el señor licenciado don Jacobo Ramírez, instaló, en unión de algunos de sus amigos y discípulos, la comisión creadora del Museo de Historia Natural de Morelia; dicha comisión trabajó empeñosamente por reunir y conservar algunos ejemplares que formaron el gabinete zoológico del mencionado establecimiento. Empezó a decaer poco a poco el primer entusiasmo, como casi todas las cosas en nuestro medio. En el año de 1886 el señor general Jiménez, que era sumamente empeñoso por la instrucción pública, acordó la fundación del Museo Michoacano, a cuyo efecto nombró al señor doctor Nicolás León para que se pusiera al frente de dicho Museo y giró circulares a los prefectos y presidentes municipales para que enviaran a Morelia cuantos ejemplares de historia natural, de arqueología o de historia patria creyeran convenientes, a efecto de fomentar la naciente institución. 137


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Dirigido el Museo con el empeño y competencia que todos reconocimos en el inteligente bibliógrafo, historiador y etnólogo doctor León, la institución reclamó mayor espacio del que disponía en el Colegio y entonces se acordó inaugurarlo solemnemente en uno de los salones del Palacio de Gobierno, a fin de que sus colecciones pudieran se visitadas por todo el público. La traslación se verificó en 5 de febrero de 1889, cuya fecha puede considerarse, en rigor, como la de inauguración del Museo, pues su vida anterior estuvo ligada al Colegio y como una dependencia de este establecimiento. No duró, sin embargo, mucho tiempo el Museo en el Palacio; la administración pública del señor Mercado dio poca importancia al naciente instituto y volvió a relegarse a un salón de la planta baja de San Nicolás. Nombróse entonces para que lo dirigiera al modesto pero laborioso sabio Dr. Manuel Martínez Solórzano, quien, puede decirse en verdad, salvó de la ruina las colecciones del Museo y a su empeño se debió su paulatino engrandecimiento. En la administración pre-constitucional del general Alfredo Elizondo (1915 a 1917) y a moción de quien esto escribe, se le dio un nuevo impulso al Museo, pues se le dotó de edificio propio y se le dio su ley constitutiva y su reglamento; al frente de ella la dirección de él quedó, hasta su muerte, el señor Dr. don Manuel Martínez Solórzano. El Museo Michoacano, debido al empeño de su fundador y de su continuador, ha merecido llegar a ser el segundo de la República El 28 de febrero de 1892 murió en un punto cercano a Oaxaca el Sr. Gral. don Mariano Jiménez, Gobernador Constitucional del Estado. Al saberse en Morelia el fallecimiento del Gobernador, la diputación permanente dispuso se le guardara el luto debido, así como que continuara desempeñando el puesto de Gobernador el señor don Aristeo Mercado, que había sustituido al señor Jiménez en su ausencia. Verificadas las elecciones, pocos meses después al hecho que referimos, resultó electo por primera vez el propio señor Mercado para Gobernador Constitucional de Michoacán. 138


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Desde esta ocasión cinco períodos continuados ocupó la Gubernatura el señor Mercado, es decir, desde el año de 1892 hasta el de 1912, período que ya no terminó por los sucesos revolucionarios que se desarrollaron. El señor Mercado era nativo de la hacienda de Villachuato, habiendo pasado su infancia en La Piedad y Tlazazalca. Después pasó a la ciudad de México, en donde hizo estudios preparatorios y profesionales, sin llegar a obtener título alguno. Con algún miembro de la familia pasó a Uruapan, en donde estuvo radicado en la época de la Intervención Francesa. Fue un ardiente y sincero republicano, al igual que varios miembros de su familia, todos distinguidos en la milicia, el foro y la política, entre ellos el señor licenciado don Antonio Florentino Mercado, tío del señor don Aristeo; don Manuel A. Mercado y don Jacobo del propio apellido. Todos ocuparon puestos distinguidos. Antes de ser Gobernador el señor Mercado, había sido diputado a los Congresos Local y al de la Unión; Oficial Mayor y Secretario General de Gobierno. Desde el establecimiento de la Academia de Niñas dispuso el gobierno que cada municipio enviara una alumna, con el objeto de que hiciera sus estudios en el mencionado plantel. Varios locales ocupó el Internado de alumnas de la Academia; pero viendo el gobierno la necesidad de dotarlo de un edificio propio y adecuado, dio principio a la reconstrucción del antiguo Convento de San Diego, que había venido destinándose a varios usos. En efecto, se emprendió la reforma, adaptación y ornato del edificio a que se alude, construyéndose espaciosos salones dormitorios, cocinas, comedores, enfermería, lavabos y todo aquello que la higiene y el buen gusto aconsejan. Terminada la reparación del edificio, se hizo la solemne inauguración de él, el 16 de septiembre de 1895 y, por faltar algunas obras de instalación, se trasladaron las alumnas hasta el 30 de octubre del mismo año. El número de alumnas que se albergaban en dicho establecimiento era hasta en número de doscientas, pensionadas unas por los municipios, otras por el gobierno del Estado y otras por sus familiares. En el tiempo a que nos referimos figuraba como directora del internado la señorita María Fourriel, ayudándola en sus labores las señoritas sus hermanas. 139


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El establecimiento prestó grande utilidad a la niñez que, ávida de instrucción, viene de lugares remotos del Estado a la capital, pues sus padres y familias encontraban allí un establecimiento que, prestando todo género de garantías, podía encargarse de la educación de sus hijas. El internado de niñas duró hasta el fin de la administración mercadista. El gobierno que le siguió, sea por economía, pues eran ya los días de la Revolución, sea por dar alguna nueva organización al establecimiento, clausuró dicho internado, que no ha vuelto a abrirse hasta la fecha. La arquidiócesis de Michoacán promovió el 15 de diciembre de 1896 la reunión del Primer Concilio Provincial Michoacano, el cual se llevó a efecto el día 10 de enero del año siguiente, en medio de la mayor solemnidad entre los católicos. Concurrieron al Concilio Michoacano los obispos siguientes: Ilmo. señor don Herculano López, de Sonora; de Querétaro, el Ilmo. señor don Rafael Camacho; de León, el Ilmo. señor don Tomás Barón y Morales; de Zamora, el Ilmo. señor don José M. Cázares y Martínez; así como un gran número de sacerdotes de los obispados sufragáneos. El Congreso duró en sesiones hasta el 31 de marzo del año que se menciona. Sus actas y decretos fueron publicados en Roma, en la tipografía del Vaticano, en el año de 1905 y promulgados hasta ese mismo año. El Ilmo. Sr. arzobispo don José Ignacio Árciga, deseando rodear el culto de mayor esplendor, dispuso se ejecutaran grandes obras de reparación y ornato en la catedral de Morelia. Se quitó el fondo, así como el coro; se construyó de mármol el mismo ciprés y su pavimento se puso de mosaico; se decoró espléndidamente toda la catedral. Para dedicarla nuevamente, con motivo de las mejoras a que se alude, se invitaron a altas personalidades del clero mexicano, así como al Delegado Apostólico, monseñor Averadi, quien estuvo presente a los festejos, el 18 de octubre de 1897. El 7 de enero de 1900 falleció en México el Ilmo. Sr. don José Ignacio Árciga, segundo arzobispo de Michoacán. Su cadáver fue embalsamado y trasladado a Morelia, a donde llegó el día 9 a las siete de la mañana y conducido a la catedral, habiéndosele hecho 140


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solemnísimas honras fúnebres, e inhumado al día siguiente en el Panteón Municipal. La muerte del señor Árciga causó consternación en todas las clases sociales de la ciudad de Morelia, que se pusieron de luto como una muestra del cariño y respeto que profesaban al virtuoso prelado que, durante su vida, dio pruebas de prudencia y circunspección. El señor Árciga nació en Pátzcuaro, el 19 de mayo de 1830; hizo sus estudios en el Seminario de Morelia, en donde sirvió varias cátedras, llegando a ser rector del propio establecimiento; fue cura de Guanajuato y canónigo de la catedral de Morelia. El Pontífice Pío IX lo preconizó como obispo de Legione (partibus infidelium), el 8 de enero de 1866, pero el gobierno del Imperio no dio pase a las bulas, hasta que, al triunfo del partido liberal, el señor Juárez, fiel a sus principios de tolerancia de cultos, entregó dichas bulas al expresado señor Árciga y pudo ser consagrado obispo auxiliar en la catedral de Morelia el 8 de septiembre de 1867, por el Ilmo. señor don José Antonio de la Peña, obispo de Zamora. Por muerte del señor Munguía, primer arzobispo de Michoacán, acaecida en Roma en 1868, la sede pontificia le nombró por sucesor al señor Árciga, el 21 del mismo mes y año, habiendo tomado posesión el 4 de marzo de 1869, imponiéndosele el sagrado palio en la parroquia de Purépero, por el señor obispo José Antonio de la Peña, para asistir al Concilio Vaticano. En su administración, que duró treinta y un años, logró moralizar al clero, infundiendo en él tanto el respeto a las Leyes como a las autoridades constituidas y realizó muchas y muy importantes mejoras en su arquidiócesis. Para suceder al señor Árciga en el gobierno eclesiástico de Michoacán, el Sumo Pontífice León XIII nombró, por Breve apostólico de fecha 31 de agosto de 1900, al Ilmo. Sr. don Atenógenes Silva y Álvarez Tostado, que era a la sazón obispo de Colima. El señor Silva llegó a Morelia, con objeto de ponerse al frente de su elevado puesto, el día 27 de noviembre del mismo año.

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CAPÍTULO XIX Escuela de Jurisprudencia – Escuela Práctica Pedagógica – Hospital General – Muere en México la señora Pudenciana Bocanegra, benefactora de Morelia Fallecimiento del señor licenciado Luis González Gutiérrez Tercera elección del señor Mercado – Grupos oposicionistas Se instala la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística Viene a Morelia don Jaime Nunó, autor del Himno Nacional Muerte del arzobispo Silva – Se celebra en Michoacán el centenario de la Independencia.

Los estudios de Jurisprudencia en Michoacán se habían venido haciendo desde los últimos años del siglo XVIII, como parte anexa al Colegio de San Nicolás. La importancia de dicha carrera y la necesidad de dar a tales estudios toda la amplitud que requieren, hizo que el gobierno de Michoacán procurara la fundación de una escuela especial de Jurisprudencia, con edificio, personal, organización técnica y disciplinaria propias. Por tal motivo dispuso el establecimiento de la Escuela de Leyes, la cual se inauguró el 14 de enero de 1901, nombrándose como director al señor licenciado Luis B. Valdés, quien debido a sus ocupaciones como Secretario General de Gobierno no le fue posible estar mucho tiempo al frente del establecimiento, nombrándose para que lo sustituyese al señor licenciado don Miguel Mesa, prominente miembro del foro michoacano, persona entusiasta y de amplia ilustración. Igualmente se nombraron profesores para todas las asignaturas, pues el plan de estudios se amplió y reformó desde esa época. La Escuela de Jurisprudencia fue instalada primeramente en un edificio de propiedad particular situado en la esquina de Avenida Morelos y 20 de Noviembre, ocupando después diversos edificios hasta cambiarse en definitiva al edificio de la Avenida Madero Poniente. La facultad de Jurisprudencia, como recordarán nuestros lectores, fue establecida en Michoacán en el antiguo Colegio de San Nicolás por gracia del rey Carlos III y debido a la munificencia de 142


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doña Francisca Javiera Villegas y Villanueva. Allí continuó hasta la fecha a que alude esta nota, en que se le dio independencia y organización adecuada. A título de curiosidad informaremos que, a la fecha de la inauguración de la Escuela de Jurisprudencia, se habían recibido en Michoacán más de cuatrocientos abogados, únicamente de la consumación de la independencia a esa parte. Del plantel a que nos venimos refiriendo han salido siempre jurisconsultos prominentes; baste citar unos cuantos en apoyo de lo que decimos: don Jacinto Pallares, don Antonio Mora, don Ángel Padilla, don Agustín Aurelio Tena, don Manuel Lama, don Justo Mendoza, don Pudenciano Dorantes, don Victoriano Pimentel, don Manuel Padilla y don Sabino Olea, estos cuatro últimos ministros de la Suprema Corte de Justicia y además otros muchos, cuya enumeración sería larga, que han ocupado y ocupan a la fecha prominentes puestos en la judicatura y otros que atienden con brillante éxito bufetes en donde se ventilan negocios de significación. En la primera fecha a que acabamos de hacer alusión (14 de enero de 1901), se fundó en esta capital un plantel que se denominó "Escuela Práctica Pedagógica" y que tuvo por objeto dar mayor amplitud a los conocimientos educativos por medio de una práctica más concienzuda y una mejor orientación metodológica; pues aun cuando la Academia de niñas se dedicaba a la formación de maestras, no lo hacía, sin embargo, de una manera especial, sino como una de tantas actividades femeniles, toda vez que carecían los estudios del magisterio de un programa amplio. Para tal fin se puso al frente de la mencionada Escuela a la señora profesora Elodia romo Vda. de Aladid, quien, con empeño y dedicación que mucho la enaltece, empezó a difundir entre sus alumnas de la cátedra de Pedagogía y Metodología que hacían bajo su cuidado la práctica respectiva, las más modernas ideas sobre la ciencia de la Educación. Coincide con el establecimiento de la Escuela Práctica Pedagógica en Michoacán la reforma escolar que se inició en el Estado y su primera y más entusiasta propagandista fue la señora Romo, a quien deben muchas maestras su debida formación y encauzamiento. La reforma escolar se hizo, en esta fecha, en la capital; pero no fue sino 143


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hasta el año de 1915 cuando se empezó a hacer en el resto del Estado, debido a la acción de los inspectores técnicos que al efecto se nombraron. El primer hospital que hubo en Morelia, fue establecido a principios del siglo XVIII por los padres juaninos, en el edificio que antes había sido Palacio Episcopal y que es el mismo donde hoy se encuentra el Hotel Oseguera. Muchos años los padres de San Juan de Dios tuvieron a su cargo dicho hospital, hasta que, extinguida la orden, lo tomó el Cabildo eclesiástico bajo su cuidado. En el año de 1858, con fecha 24 de noviembre, el Gobernador del Estado, general don Epitacio Huerta, dispuso la secularización de dicho hospital, siendo trasladado en el año de 1861 al edificio del ex convento de la Merced. En 1867 (18 de febrero) el Gobernador, licenciado Justo Mendoza, cambió el hospital al antiguo convento de Capuchinas, en donde permaneció hasta que, construido un edifico ad-hoc, fue trasladado a él, verificando su solemne inauguración el 16 de julio de 1901, en la administración del señor Mercado. El edificio a que nos referimos y cuya inauguración se hizo en la fecha indicada, se encuentra al Occidente de la ciudad de Morelia, por la antigua garita de Chicácuaro; fue construido por el ingeniero Miguel Barrios, conforme a un plan moderno, en pabellones para cada uno de los departamentos en que se divide, siendo los del lado derecho para mujeres y los del izquierdo para hombres; a la entrada del edificio se encuentra la Escuela Médica, la comisaría, la administración, la botica, departamento de distinción, y al fondo, los anfiteatros, lavandería, desinfección, cocinas, etc., etc. Es, en suma, un establecimiento que, si no reúne todos, tiene por lo menos los más indispensables requisitos para el objeto a que se le destina. El 27 de mayo de 1903 murió en México la señora Pudenciana Bocanegra, acaudalada y filantrópica dama, que dejó todo su capital a beneficio de los pobres vergonzantes de la ciudad de México. La señora Bocanegra era oriunda de Ario de Rosales; sus bienes consistían en ricas haciendas, alhajas y dinero en efectivo. El gobierno dispuso que, en cumplimiento de la voluntad de la testadora, se estableciera una institución denominada "Caridad 144


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Bocanegra", para administrar los bienes y cumplir la voluntad de la donante. Era la señora Bocanegra, como antes dijimos, originaria de Ario de Rosales, en donde nació el año de 1856; radicó en el lugar de su origen, más tarde en Morelia y luego en México, en donde falleció el 27 de mayo de 1903. Dueña de una cuantiosa fortuna y sin herederos forzosos, legó sus bienes a la beneficencia, los cuales han servido para socorrer a varias familias vergonzantes. El asunto "Bocanegra" dio origen a una larga y enconada polémica que sostuvo durante varios años el señor licenciado don Mariano de J. Torres con los elementos oficiales de la época mercadista, a quienes tachaba de haber manejado mal los fondos legados. A la fecha el capital de la señora Bocanegra está muy reducido, según el último informe (1923), era de ciento ochenta y cinco mil pesos y se atendían setenta y cinco pensiones de veinticinco pesos mensuales cada una. Fallece en Morelia el señor licenciado don Luis González Gutiérrez el 1º de diciembre de 1903. Pocos ciudadanos habrán merecido mayor aprecio y consideración del público y en general de todas las clases sociales, que el virtuoso ciudadano que acabamos de mencionar: su sabiduría lo hicieron respetado y querido del hombre de letras; su honradez en los puestos públicos, de los gobernantes y políticos; su empeño para divulgar la ciencia, de la juventud estudiosa; y de todos fue querido por su altruismo, su desinterés y sus finas maneras. Era hijo de un patricio del Estado, del señor Dr. don Juan Manuel González Ureña y desde muy joven se afilió al partido liberal, al que su padre pertenecía, habiendo servido al gobierno en su peregrinación por diversos lugares del Estado, durante la Guerra de Intervención Francesa y el Imperio. Fue, después, diputado al Congreso Local, Secretario de Gobierno y profesor del Colegio de San Nicolás durante muchos años, siendo muy querido de sus alumnos por sus grandes conocimientos, su manera de transmitirlos y sobre todo, por su caridad para con los estudiantes pobres, a quienes siempre ayudó en su formación. Su muerte fue muy sentida en todo el Estado. 145


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El 16 de septiembre de 1904 tomó nuevamente posesión del gobierno del Estado, para el tercer período en que era reelecto, el señor don Aristeo Mercado. Por esta vez la reelección del señor Mercado no se hacía de la manera tranquila que se había hecho en las anteriores. Cansado el pueblo de las frecuentes reelecciones, deseaba un cambio en la administración pública y lo manifestó fundando algunos periódicos de oposición como El Despertador Michoacano, Fierabrás y El Centinela, y algunos otros en Puruándiro, Zamora y Pátzcuaro. Por su parte el gobierno redobló sus actividades ya en la prensa ministerial, ya con los elementos oficiales, dando por resultado que, los oposicionistas que no estaban debidamente organizados, no tuvieron éxito alguno en sus trabajos; consumándose, al fin, la tercera reelección del señor Mercado. Se instaló en Morelia la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, creada por la Ley Núm. 22 de fecha 30 de diciembre del año anterior, el 5 de febrero de 1905. La Sociedad quedó integrada, en su mayor parte, por elementos oficiales; tuvo su reglamento, celebró sesiones con regularidad y publicó mensualmente un boletín en el que se reprodujeron algunas obras antiguas importantes para la historia y la geografía local, así como estudios y monografías de distinguidos especialistas. Algunos de los miembros de dicha institución también publicaron trabajos inéditos. La recopilación de los Boletines publicados forma ocho tomos en cuatro volúmenes de regulares dimensiones. La Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística dejó de funcionar en el año de 1912 y no ha vuelto a reinstalarse. En gira artística por diversos lugares de la República llegó a esta ciudad el señor don Jaime Nunó, autor de la música de nuestro Himno Nacional, el 8 de marzo de 1905. Estaba el señor Nunó ya anciano, y en los últimos años de su vida sufría pobreza, por lo cual varias agrupaciones filarmónicas de la República resolvieron invitarlo a venir al país, pues residía desde hacía varios años en una ciudad americana. Llegado al país, en cada ciudad donde se presentaba era agasajado grandemente y se organizaban conciertos, en los cuales el maestro Nunó tomaba parte dirigiendo el Himno Nacional. 146


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En Morelia fue recibido con júbilo desde su arribo a la estación del ferrocarril; se le prodigaron todo género de atenciones y se verificó una velada literario-musical, en la que tomaron parte distinguidos artistas y músicos y pronunciaron poesías alusivas los entonces estudiantes Fidel Silva y Jesús Romero Flores. Dicha fiesta se celebró en el Teatro Ocampo y los productos de ella se entregaron al señor Nunó. Fue este un acontecimiento social y artístico digno de recordación. En la mañana del 26 de febrero de 1910 murió en Guadalajara el Ilmo. señor arzobispo de Michoacán, Dr. don Atenógenes Silva. Gobernó la Iglesia michoacana durante diez años; promovió algunas obras en fomento a la instrucción de la juventud, como fueron el Instituto Científico, uno de los primeros planteles en donde se introdujo la enseñanza conforme a los métodos modernos y para el cual trajo profesores de Guanajuato y Jalisco; protegió el estudio de las bellas letras y al que concurrieron altos miembros de la Iglesia, y celebró el centenario de Fr. Antonio de San Miguel. Era académico de la Lengua y Árcade Romano y disfrutaba de fama como orador notable. Nativo de Guadalajara, hizo sus estudios en el Seminario de aquella ciudad y ordenado de sacerdote, fue nombrado cura de Zapotlán y después canónigo de la catedral de Guadalajara. Elevado a la dignidad episcopal, regenteó la Mitra de Colima, de donde fue trasladado a esta arquidiócesis. A su muerte su cadáver fue conducido a Morelia, en donde se le hicieron solemnísimas honras fúnebres. En este año se celebró en Morelia, al igual que en la República entera, el Primer Centenario de la proclamación de la Independencia Nacional, hecha por el cura de Dolores don Miguel Hidalgo y Costilla. El hecho notable a que nos referimos se celebró con la inauguración de diversas obras materiales, con las que se procuró conservar la memoria de tan fausto acontecimiento. Las más notables de dichas obras fueron la pavimentación de asfalto de las principales calles de la ciudad de Morelia y la inauguración del Mercado Vasco de Quiroga (antes San Francisco).

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CAPÍTULO XX Da principio la lucha armada en contra del régimen porfiriano – Se separa del gobierno de Michoacán el señor Mercado, entrando a sustituirlo el señor licenciado don Luis B. Valdés – Hace el señor Valdés renuncia de su puesto y asume el poder el señor Dr. Silva Reemplaza al Dr. Silva en el gobierno el señor licenciado Primitivo Ortiz – Es electo Gobernador Constitucional el Dr. Silva – Caída del régimen maderista – Su suceden en el gobierno los generales Dorantes, Yarza y Garza González Fin del régimen usurpador.

El 21 de noviembre de 1910 se conoció en Morelia, por telegramas y periódicos llegados de la capital de la República, la noticia relativa al levantamiento verificado en la ciudad de Puebla el día 18 en contra del régimen porfiriano; levantamiento que tuvo como iniciación la orden de aprehensión dictada por el gobierno en contra de Aquiles Serdán, que haciéndose fuerte en su propia casa, en unión de sus familiares y amigos, opuso tenaz resistencia a las fuerzas federales, hasta caer muerto, así como su hermano Máximo y algunos otros que le acompañaban. Tal hecho fue comentado por la prensa ministerial, entre otros el periódico El Pueblo, que se editaba en Morelia, como un hecho policíaco sin importancia alguna. Mas no era así; el acto de supremo heroísmo realizado en Puebla, fue secundado de inmediato en diversos lugares de la República, y la paz sostenida por un régimen de terror durante más de treinta años, se vio interrumpida por una lucha de insurrección en la que el sufrido pueblo se aventuraba para reconquistar sus libertades políticas. Al frente de aquella lucha aparecía como caudillo el ciudadano Francisco I. Madero, que durante los meses anteriores había figurado como candidato a la Presidencia de la República, y el levantamiento que se verificaba tenía un programa delineado en el "Plan de San Luis" y cuyo ideal sintetizaba el lema "Sufragio Efectivo. No Reelección". 148


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En los meses siguientes al de noviembre, a que esta nota se refiere, se levantaron en diversos lugares del país, el propio C. Francisco I. Madero, Pascual Orozco, Francisco Villa, Luis Moya, José de la Luz Blanco, Ambrosio y Francisco Figueroa, Emiliano y Eufemio Zapata y otros muchos, quienes tuvieron en constante actividad a las fuerzas del gobierno, que intentaba sofocar aquella revolución. Sin embargo, la lucha armada en esta ocasión era inferior a la inquietud en que se encontraban las conciencias de todos los mexicanos. El pueblo estaba cansado de soportar durante treinta años la continua reelección de los funcionarios públicos, la burla al sufragio y, más que todo, la falta de justicia y el desequilibrio económico de las clases sociales. El militarismo formaba una casta despótica; en la administración pública privaban camarillas tiránicas; la justicia se impartía al gusto de los poderosos; la ley fuga, las cuerdas y demás atropellos a las garantías individuales eran frecuentes. Todo esto hacía que el pueblo clamara por un nuevo orden de cosas que esperaba obtener al triunfo de la revolución. Michoacán no tomó parte activa en esa lucha, no obstante la participación tan grande que había tomado en otras etapas memorables de nuestra historia, por causas que no es el momento analizar; no fue sino hasta las postrimerías del movimiento maderista cuando Michoacán aprestó algún contingente al movimiento armado. La lucha armada parecía tocar a su fin, pues convencido el gobierno federal de que la opinión pública reclamaba un cambio, se resolvió a tratar con los revolucionarios, que se hallaban posesionados de diversas poblaciones fronterizas, así como de otros lugares de la república. En los primeros días de mayo de 1911, se levantó en armas, secundando el Plan de San Luis, el ciudadano Salvador Escalante, que era sub-prefecto de la villa de Santa Clara, en unión de los ciudadanos Braulio Mercado, Francisco y Saúl Cano, seguidos como de ciento cincuenta hombres. Bien pronto se dirigió a atacarlos el mayor Rafael Valencia, que era prefecto de Ario y tuvieron un encuentro en un lugar próximo a la hacienda de La Palma; hecho de armas que fue favorable a los maderistas, pues capturaron al expresado mayor y después la ciudad de Uruapan, en donde ya se había verificado un motín popular para deponer a las autoridades. 149


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En Pátzcuaro esperaron los pronunciados el resultado de 13 de mayo del año a que nos referimos, una licencia por cuatro meses, para estar separado del puesto de Gobernador al C. Aristeo Mercado. Por esta vez el señor Mercado no volvió ya al poder, debido a los sucesos que con posterioridad se desarrollaron. En septiembre el expresado señor Mercado hizo formal renuncia de su puesto ante la Legislatura, renuncia que le fue admitida. Retirado por completo a la vida privada, continuó radicado en la ciudad de México hasta a principios del año de 1913, en que se trasladó a la ciudad de Morelia, falleciendo el día 5 de abril. Duró en el gobierno el señor Mercado veinte años y tres meses. Al pedir licencia el señor Mercado fue designado para sustituirlo interinamente, el señor licenciado Luis B. Valdés que ya en otras ocasiones lo había reemplazado. En la noche de este día (13 de mayo) el pueblo moreliano verificó una manifestación de regocijo, tanto por el éxito que venía obteniendo la revolución en el país como por la iniciación de ella en Michoacán, pues ya en esa fecha, como antes dijimos, ocupaban los alzados las poblaciones de Ario, Tacámbaro, Uruapan, Pátzcuaro, Puruándiro y otras de menos significación política. Además, se felicitaba el pueblo de la separación del señor Mercado. Esta manifestación que se hubiera verificado sin novedad alguna, tuvo un fin trágico, pues obligados los manifestantes a retirarse, por medio de las fuerzas de caballería, aquéllos arremetieron a pedradas en contra de los soldados, quienes, a su vez, haciendo uso de sus armas, hirieron y mataron a algunos vecinos, desarrollándose un tremendo zafarrancho que causó no pocas víctimas. Al día siguiente fue obligado a renunciar el prefecto de Morelia y empezaron a presentar sus renuncias algunos prominentes personajes del régimen mercadista, que creían fundadamente en el fin de aquella administración. El 18 de mayo presentó su renuncia del puesto de Gobernador interino el señor Lic. don Luis B. Valdés; la Cámara, al aceptar su renuncia, nombró en su lugar al señor Dr. Miguel Silva, quien, desde el mes de abril anterior, venía figurando como candidato al gobierno para el cuatrienio próximo. 150


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El Dr. Silva se ocupó desde luego en reformar la administración pública, poniendo al frente de los puestos de mayor importancia a elementos nuevos y gratos al pueblo; asimismo, envió comisionados a Pátzcuaro, para que las fuerzas revolucionarias hicieran su entrada a Morelia sin desorden alguno y sin efusión de sangre. En efecto, días después entró, en medio del regocijo público, el C. Salvador Escalante, jefe de la revolución maderista en Michoacán. Con este hecho, en relación con los que se verificaron en diversos lugares de la República: salida del Presidente del territorio, cambio de gabinete, cambios de algunos Gobernadores, Tratados de Ciudad Juárez, etc., se dio por terminada la revolución maderista, iniciándose, desde ese momento, la lucha política, encaminada a elegir las personas que deberían ocupar los puestos más encumbrados en el período que se avecinaba. En Michoacán iban a contender el Partido Liberal Silvista y el Partido Católico Nacional, quien más tarde eligió como candidato al señor licenciado Primitivo Ortiz, para la primera magistratura del Estado. Pasada la sorpresa que en ánimo de todos produjo la revolución maderista, los conservadores empezaron a rehacerse, aliados en esta ocasión con los llamados "científicos" o porfirianos. Los conservadores entraban a la nueva contienda con el nombre de Partido Católico Nacional. La Legislatura, integrada en su totalidad con elementos impuestos por el pasado régimen, acordó separar del cargo de Gobernador al señor Dr. Miguel Silva, sustituyéndolo con el licenciado Primitivo Ortiz, que más tarde sería candidato del partido reaccionario. Al efecto, se expidió un decreto nombrando Gobernador interino del Estado al Lic. Ortiz, quien fungía como diputado al Congreso Local, tomando posesión de su puesto el 13 de septiembre. Después de más de un año de contienda política, una de las más entusiastas y activas que se han desarrollado en el Estado, triunfó en los comicios y tomó posesión del puesto de Gobernador el señor Dr. don Miguel Silva, el 16 de septiembre de 1912. La lucha fue enconada, tanto por la presión que sobre las conciencias trató de hacer el Partido Católico, como por la abstención que en el ejercicio del sufragio había 151


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tenido el pueblo desde hacía muchos años y hoy volvía a las actividades electorales con mayor fuerza. La Cámara Local quedó integrada en su mayor parte con elementos liberales, debiendo señalarse a las personas que ocuparon en aquella ocasión los puestos más prominentes, pues ello revelará el cambio que en los hombres e ideas se verificaba: Diputados al Congreso Local: Licenciados Felipe Castro Montaño, Joaquín Romero, Enrique Domenzáin, Felipe de J. Tena, Vicente García, José G. Soto, doctores Enrique Ortiz Anaya, Alberto Oviedo Mota, profesor José Ortiz Rico, señores Manuel Coria, Tranquilino García Márquez y José M. Mora. Magistrados: Licenciados Narciso Orduña, Luis G. Caballero y José Ugarte. Prefecto de Morelia: Lic. Julio Ramírez Wiella; director de la Escuela de Artes: Carlos García de León; Secretario General de Gobierno: Lic. Adolfo Cano; secretario particular del Gobernador: Martín Barragán; regente del Colegio de San Nicolás: Lic. Manuel Ibarrola; Inspector General de Escuelas: Profesor Jesús Romero Flores; Tesorero General del Estado: José Tejeda Larragoiti. A la Cámara de la Unión fueron electos los señores licenciado José Ortiz Rodríguez, Ing. Pascual Ortiz Rubio, señor José Oseguera, Lic. Rafael Reyes, Lic. Francisco Elguero, Agapito Solórzano Solchaga, Lic. José Trinidad Carreón, Lic. Felipe Rivera, coronel Adolfo M. Izazi, Enedino Colín, Celerino Luviano, Leopoldo Hurtado y Espinoza, Lic. José Silva Herrera, Lic. Jesús Munguía Santoyo, Lic. Perfecto Méndez Padilla y Joaquín Torres. El 8 de febrero de 1913, circuló en Morelia la noticia de la sublevación de una parte del ejército federal en contra del gobierno, presidido por el C. Francisco I. Madero; sublevación que encabezaban los generales Bernardo Reyes, Félix Díaz, Manuel Mondragón y otros. La noticia llegaba a Michoacán causando la alarma consiguiente, dadas las proporciones de la revuelta que se iniciaba, la categoría de las personas que en ella tomaban parte y la catástrofe que ocasionaba, teniendo como teatro, la propia capital de la República. Este hecho, conocido en la historia con el nombre de la "Decena Trágica", dio por resultado el asesinato del C. Presidente de la República, del vicePresidente, así como de otros personajes notables y la caída del régimen legal. 152


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Tan luego como terminó la lucha en la capital y se reanudaron las comunicaciones, el Sr. Dr. Silva, Gobernador del Estado, salió a la capital de la República, a entrevistar al nuevo presidente, general Victoriano Huerta, regresando poco después. Todo hacía presumir, sin embargo, que la administración silvista duraría bien poco, como en efecto sucedió, pues en mayo de ese mismo año el Gobernador Constitucional se vio obligado a separarse del gobierno, entrando a sustituirlo el Sr. coronel don Alberto Dorantes, y pocos días después el Gral. don Alberto Yarza. El gobierno del Gral. Victoriano Huerta inició una de las más tremendas dictaduras que haya sufrido México. Con objeto de sofocar la revolución constitucionalista que se iniciaba al Norte de nuestro país con don Venustiano Carranza a la cabeza de todos los que se adhirieron al Plan de Guadalupe, no omitió medio para combatir aquel levantamiento armado que tenía por objeto derrocar al gobierno usurpador que había asesinado a los legítimos mandatarios Madero y Pino Suárez y que había conculcado todos los derechos y libertades públicas. Para establecer en Michoacán un gobierno de terror mandó el gobierno del centro como Gobernador del Estado al Gral. Jesús Garza González, quien tuvo como Secretario de Gobierno al Lic. Carlos Castillo, los cuales siguiendo las huellas de Victoriano Huerta, desarrollaron en Michoacán una labor de persecuciones, asesinatos y crímenes como pocas veces la historia ha registrado. Entre tanto la revolución constitucionalista también cundía en Michoacán. Del Estado de Guerrero pasaron los primeros núcleos rebeldes encabezados por el Gral. Gertrudis G. Sánchez y a cuyo lado venían guerrilleros entusiastas, valerosos y audaces, como el Gral. Joaquín Amaro, el Gral. Juan Espinoza y Córdoba y el Gral. Alfredo Elizondo. Bien pronto el fuego de la revolución cundió en todo el Estado con elementos propios de él, encabezando diversas partidas que operaron constantemente por distintos rumbos, los generales José Rentería Luviano, Martín Castrejón, Cecilio García, Bonifacio Moreno, etc., etc., que tuvieron siempre en actividad a las tropas huertistas y que poco a poco fueron tomando las principales poblaciones de esta entidad. 153


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El año de 1914 se inició con la revolución ya plenamente extendida en la República y las divisiones del Noroeste, del Norte y del Occidente tenían cada vez un mayor radio de acción, mayor número de plazas tomadas y reducidos los federales únicamente a las ciudades del centro de nuestro país. En este estado de cosas y perdida toda esperanza de salvación para el gobierno dictatorial, el que en esta Entidad encabezaba el Gral. Garza González se vio precisado a abandonar la ciudad de Morelia en los últimos días de julio del año a que nos referimos. El Congreso de Michoacán nombró Gobernador al Sr. don Francisco Ortiz Rubio, que esperó de un momento a otro la entrada de los revolucionarios acaudillados por el Gral. Gertrudis G. Sánchez, quienes ocuparon esta ciudad el 1º de agosto del expresado año de 1914. Con este hecho se inauguró en Michoacán el gobierno preconstitucional. Desde luego desaparecieron los Poderes Legislativo y Judicial; el Gral. Sánchez asumió el Ejecutivo con facultades extraordinarias de conformidad con el Plan de Guadalupe y se procedió a una labor en todo conforme con los principios revolucionarios que se iban a poner en vigor. Se estableció una Comisión Agraria para entender de la dotación y reparto de tierras a los pueblos; una oficina de Bienes Intervenidos, que se ocupó de todos los asuntos relacionados con incautación de bienes a los elementos adversos a la Revolución; una oficina inspectora de Instrucción y Beneficencia Pública, y en fin, todo aquello que reclamaba un nuevo orden de cosas. El gobierno del Gral. Sánchez se vio agitado por los sucesos que acontecían a nuestro país relativos a la escisión entre los revolucionarios, motivada por la ruptura de la División del Norte que acaudillaba Francisco Villa y la del Sur, que era al mando de Emiliano Zapata, con la Primera Jefatura, que era a cargo de don Venustiano Carranza. El Gral. Sánchez, desorientado con sucesos tan extraordinarios y fatales para el país y para la Revolución misma, no siguió en su política un criterio fijo, sino que se sujetó muchas veces a las variaciones a que aquel orden de cosas anormal lo arrastraban. Unas veces su filiación fue carrancista, en otras se declaró partidario de la Convención de Aguascalientes, para volver, a la postre, a 154


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sostener nuevamente los principios constitucionalistas. Declarado finalmente enemigo de Villa, éste mandó una expedición con el fin de adueñarse del Estado. El Gral. Sánchez abandonó la ciudad de Morelia para internarse al Sur y seguir combatiendo al villismo; libre la capital del Estado, entraron a ella los elementos de la División del Norte en los primeros días de marzo de 1915, asumiendo el puesto de Gobernador del Estado el Gral. José I. Prieto. La permanencia de este militar, así como las fuerzas villistas fue apenas de un mes, cuyo período se caracterizó por los asesinatos y atropellos que se cometieron en las personas de ideas opuestas a las suyas. Las peripecias de la guerra hicieron que el villismo abandonara a Morelia en los primeros días de abril, yendo a Celaya en donde se librarían los combates decisivos entre las fuerzas villistas y carrancistas. Adversos para el villismo aquellos hechos de armas y replegada la División del Norte primero a Silao, después a León y a Aguascalientes y por último hacia la frontera Norte de nuestra República, pudo el constitucionalismo volver a establecer su gobierno en Michoacán. En esta ocasión y designados por el general Álvaro Obregón, vinieron a Morelia los generales Joaquín Amaro, como Jefe de las Operaciones Militares, y Alfredo Elizondo como Gobernador del Estado, quienes hicieron su entrada a esta capital el día 26 de abril de 1915. El gobierno del general Elizondo se caracterizó por su tino y prudencia para resolver los más difíciles problemas que aquel nuevo estado de cosas traía consigo. Hombre recto, militar honrado, fue a la vez un funcionario probo y progresista. Reorganizó todos los servicios públicos, expidió leyes y reglamentos para el funcionamiento de la hacienda pública, del gobierno municipal, del problema agrario y de la Instrucción. A su lado figuró como Secretario de Gobierno el señor profesor don Candor Guajardo, Tesorero el C. Donaciano Carreón y como Director General de Instrucción Pública, el profesor Romero Flores. En su administración se fundó la Escuela Normal para Maestros y la antigua Academia de Niñas y se adaptó a Escuela Normal para Maestros; se fundaron además la Escuela de Comercio, una Escuela 155


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Industrial para Señoritas, un kindegarten, y en suma, se dio el mayor impulso posible a todos los ramos administrativos. En el gobierno del general Elizondo se hizo la convocatoria para el Congreso Constituyente que se reunió en Querétaro, para reformar la Carta Magna de 57 y, realizadas estas reformas, se hizo la elección de Presidente de la República, resultando designado para tan elevado puesto el C. don Venustiano Carranza. Debiéndose hacer la elección, en el año de 1917, de los ciudadanos que desempeñaran los Poderes Locales a fin de que nuestra entidad entrase ya francamente al régimen constitucional, el general Elizondo se retiró del gobierno en los primeros meses del año que se cita, entrando a sustituirlo el general José Rentería Luviano, bajo cuya administración se hicieron dichas elecciones.

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CAPÍTULO XXI Es electo Gobernador del Estado el señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio – Se funda la Universidad Michoacana Sucesos notables durante el gobierno del señor Ortiz Rubio "Plan de Agua Prieta" y revolución en Michoacán – Se verifican nuevas elecciones y triunfa el señor general Múgica – Sucesos sangrientos en esta capital el 12 de mayo de 1921 – Se separa del gobierno el señor general Múgica y lo sustituye el señor Sidronio Sánchez Pineda – Levantamiento delahuertista Atacan y toma a Morelia las fuerzas del Gral. Enrique Estrada Se reinstala el gobierno y se verifican las elecciones, resultando triunfante el Gral. Enrique Ramírez – Las nuevas elecciones favorecen al señor Gral. Lázaro Cárdenas.

En Junio de 1917 se verificaron en todo el Estado las elecciones para los Poderes locales. En esta ocasión contendieron el Partido Liberal, que apoyaba la candidatura del señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio y el Partido Socialista, que pugnó por sacar triunfante al señor Francisco José Múgica; también apareció un tercer partido sosteniendo para la primera magistratura del Estado al señor general Antonio P. Magaña. Los tres partidos lucharon con ahínco por sus candidaturas respectivas; al fin, instalada la Cámara, tuvieron mayoría de diputados los partidarios del señor Ortiz Rubio, fincándose la elección a favor del ciudadano citado. La personalidad de los candidatos contendientes estaba bien definida en el campo de las ideas sostenidas por la revolución mexicana: el ingeniero Ortiz Rubio había sido diputado maderista, encarcelado durante la tiranía de Victoriano Huerta, fue después a engrosar las filas del constitucionalismo, al que prestó importantes servicios en comisiones de significación y puestos administrativos. Ortiz Rubio pertenecía al viejo partido liberal michoacano y entre sus ascendientes se cuentan a don Pascual Ortiz, que fue regente del Colegio de San Nicolás y hombre de alta significación política y social y a don Buenaventura Ortiz de Ayala, que a mediados del siglo 157


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anterior llegó a ocupar la Gubernatura del Estado. Al lado de este candidato y como en sus partidarios se contaban muchos elementos revolucionarios; pero también no pocos enemigos de las ideas actuales, que buscaban su medro personal en la administración de un conocido amigo. El señor general Múgica fue de los firmantes del Plan de Guadalupe; al lado del señor Carranza, desde la iniciación del movimiento constitucionalista, había concurrido a muchos hechos de armas en la frontera Norte de nuestro país y ocupado puestos públicos de significación, como fueron la dirección de la Aduana Marítima de Veracruz y gobierno del Estado de Tabasco. A su lado se congregaron elementos revolucionarios y el naciente Partido Socialista de Michoacán; trabajadores del campo y de la ciudad, que anhelaban un nuevo estado de cosas más en consonancia con los principios avanzados. También al lado del señor general Magaña había revolucionarios de buena fe, aunque en escaso número, siendo la mayor parte de sus partidarios elementos del antiguo Partido Católico. Iniciando el gobierno ortizrubista se procedió a reformar la Constitución del Estado de acuerdo con los principios establecidos en la Constitución dictada en Querétaro. Entre otras innovaciones que se le hicieron a la Constitución Local quedaba establecido que la enseñanza secundaria y profesional se gobernaría en lo sucesivo por una Universidad; pero antes que la Constitución se promulgara, ya el Gobernador había enviado a la Cámara un decreto pidiendo el establecimiento de dicha institución, con fecha de 5 de octubre del año de 1917 a que nos venimos refiriendo. Conforme al decreto a que aludimos se estableció pues, en Michoacán, una Universidad que llevaría por nombre "Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo". Causas de diversa índole, que no intentamos ahora relatar, hicieron que la citada Universidad no se abriera con la celeridad que el gobernante lo deseaba; así que fue aplazándose su inauguración, hasta que por fin se instaló solemnemente el Consejo Universitario con fecha 1º de diciembre de 1918. Quedaron como dependientes de dicha institución el antiguo Colegio de San Nicolás, con su carácter de Escuela Preparatoria; las facultades de Medicina y Jurisprudencia, el 158


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Museo Michoacano, la Academia de Bellas Artes, la Escuela Industrial para Señoritas, las Escuelas normales, Escuela de Artes y Oficios, y otros establecimientos de propaganda cultural, estando al frente de la Universidad el señor doctor Alberto Oviedo Mota. También en el gobierno del señor general Ortiz Rubio se verificó en esta ciudad una fiesta para la celebración de "Juegos Florales", que resultó sumamente interesante por las muchas y distinguidas personalidades que en ella tomaron parte por ser la primera en su género que se ha realizado en nuestra Entidad. El gobierno del señor Ortiz Rubio fue azotado por dos calamidades: el bandolerismo que invadió el Estado y a cuya cabeza se encontraba los tristemente célebres Inés Chávez García, Jesús Cíntora y otros que llenaron de luto a todos los pueblos con los más horripilantes actos de salvajismo y la terrible peste llamada "influenza española" que segó multitud de vidas, sembrando, al igual que la guerra, luto y desolación en todos los hogares. Estando por finalizar el gobierno del señor Ortiz Rubio y acercándose el período electoral para Presidente de la República, el Presidente, que lo era el señor don Venustiano Carranza, mostró un decidido apoyo en favor del señor ingeniero don Ignacio Bonillas, a quien un grupo de funcionarios públicos postulaban para la Presidencia de la República y a la vez el propio mandatario o sus amigos ejecutaban actos de marcada hostilidad en contra de otro de los candidatos, el general Álvaro Obregón, quien seguramente tenía las simpatías de casi la totalidad del pueblo mexicano. Cuando ese estado de cosas llegó a hacerse insostenible y a efecto de librar a nuestro país de una funesta imposición, un grupo numeroso se levantó en la frontera proclamando el "Plan de Agua Prieta" que tenía por objeto luchar por los principios de "Sufragio Efectivo, No Reelección". Rápido incremento tomó desde luego esta nueva lucha en nuestro país y bien pronto fue secundado el "Plan de Agua Prieta" por casi todos los militares y Gobernadores de los Estados. El Gobernador Ortiz Rubio, de acuerdo con las ideas de este movimiento, abandonó la ciudad de Morelia con un grupo numeroso de amigos y partidarios, marchando rumbo a la región de Tacámbaro, declarándose en rebeldía al gobierno carrancista. 159


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Como la revolución cundió rápidamente, no hubo necesidad de que el Gobernador y demás pronunciados de Michoacán tuvieran oportunidad de medir sus armas con sus adversarios; días después abandonó el señor Carranza la Presidencia; a la ciudad de México entraron los pronunciados y también a Morelia regresaron el Gobernador y los suyos, reinstalándose el gobierno. Entre tanto se convocaba al país a nuevas elecciones, asumió la Presidencia interina de la República el señor don Adolfo de la Huerta, quien llamó a su lado, para encargarle la cartera de Comunicaciones y Obras Públicas, al señor ingeniero Ortiz Rubio, quedando en el gobierno de Michoacán el señor diputado don Rafael Álvarez y Álvarez. En este mismo año en Michoacán también se verificaban elecciones; por esta vez iban a contender los señores generales Francisco José Múgica e ingeniero don Porfirio Díaz de León; la lucha electoral fue reñidísima, dándose el caso, por primera vez en los anales políticos de Michoacán, de instalarse dos Legislaturas, permaneciendo por algún tiempo indeciso el triunfo para los candidatos. Sin embargo, la Legislatura que con mayores visos de legalidad se instaló en el local destinado al efecto, declaró triunfante al general Múgica, quien tomó posesión del gobierno el 22 de septiembre de 1920. El gobierno de este militar fue muy combatido desde su origen y puede decirse que no tuvo un momento de tranquilidad; pues sus adversarios políticos, muchos de los enemigos de la Revolución, y no pocos militares, estuvieron siempre hostilizándolo; mas a pesar de todo pudo organizarse y empezar a trazar los lineamientos de una administración que, en mejores condiciones, hubiera podido ser próspera. Uno de los muchos accidentes que sacudieron a la administración mugiquista fue el verificado el 12 de mayo de 1921. Un grupo de fanáticos organizó una manifestación que, partiendo del templo de San Diego, recorrería la calle principal de la ciudad. L autoridad se negó a conceder el permiso al grupo de referencia, pero éste, pasando por sobre todo mandato legal, empezaba a llevar a cabo su propósito, cuando se presentaron e impedírselo el Inspector de Policía con alguno de sus subalternos. Al requerir el expresado funcionario a los 160


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católicos para que se disolvieron, éstos hicieron fuego sobre la policía, trabándose entonces un nutrido tiroteo en la Calzada de Guadalupe, en el que quedaron algunos muertos y heridos de una y otra parte, entre otros el profesor católico Julián M. Vargas y el líder socialista J. Isaac Arriaga. Este suceso impresionó fuertemente a la sociedad moreliana y ocasionó ataques duros en contra de la administración pública; aunque, a decir verdad, completamente injustos. En los primeros meses del año siguiente se recrudecieron las dificultades entre el gobierno del general Múgica y los militares de la guarnición de Morelia, verificándose algunas demostraciones públicas de parte de los elementos socialistas, que el ejército juzgó ofensivas. En obvio de mayores dificultades el general Múgica resolvió pedir una licencia, nombrando la Cámara de Diputados para que lo sustituyera, al señor Sidronio Sánchez pineda, que fungía como Oficial Mayor en la propia administración. El señor Sánchez Pineda se hizo cargo del gobierno el 12 de marzo de 1922. El hecho más notable ocurrido durante el gobierno a que nos referimos fue el siguiente. Suscitándose de nuevo dificultades para la transmisión del Ejecutivo Federal, se levantaron en armas en la ciudad de Guadalajara los generales Enrique Estrada, Manuel M. Diéguez, Salvador Alvarado y otros muchos y en Veracruz el general Guadalupe Sánchez, desconociendo al gobierno legítimo que encabezaba el ciudadano Presidente Obregón. Esto pasaba en el mes de diciembre de 1923. Las fuerzas leales se movilizaron inmediatamente para batir a los sublevados de Jalisco, tendiéndose desde Irapuato, Pénjamo y La Piedad, hasta Yurécuaro, en donde se formó un núcleo considerable para restablecer y resguardar el frente occidental. Tras de diversas movilizaciones, las fuerzas del gobierno abandonaron Yurécuaro y La Piedad, empezando a avanzar por ese rumbo las fuerzas rebeldes para invadir el centro del país. De La Piedad, y en vez de seguir los estradistas por la línea del ferrocarril, siguieron por el lado de Penjamillo, Panindícuaro y Zacapu, tomando después la dirección de esta ciudad. Por creerlo conforme a la verdad, vamos a reproducir un relato de los acontecimientos que se verificaron en Morelia durante la 161


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revolución estradista y que es tomado de la obra El último caudillo, cuyos autores siguieron fielmente los informes ministrados por el gobierno del señor Sánchez Pineda. "A fines de ese año (1923) el Estado de Michoacán disfrutaba de paz completa; la agricultura y el comercio iban desarrollando sus actividades con provecho, pareciendo que en no lejano tiempo volvería la prosperidad a aquellas regiones. "Así las cosas, llegó a conocimiento del Gobernador que el Jefe de Operaciones Militares en el Estado de Veracruz, general Guadalupe Sánchez, se había rebelado en contra del gobierno de la República, volviendo en su contra las armas que de él había recibido, y arrastrando a la infidencia a todas las fuerzas confiadas a su mando. Inmediatamente dirigió al Presidente de la República el siguiente mensaje, fechado el día 7 de diciembre de 1923: "Señor General don Álvaro Obregón, Presidente de la República. Palacio Nacional. Secretaría Particular.- Número 258.- Por informes extraoficiales me he dado cuenta de que el ex general Guadalupe Sánchez, de Veracruz, dando pruebas de un desconocimiento completo de sus labores como militares y en especial como un alto miembro del Ejército, ha rebeládose contra Gobierno usted ha venido presidiendo con verdadero patriotismo y honradez acrisolada.- Gobierno este Estado, en nombre del pueblo michoacano, se permite protestar a usted su respetuosa adhesión como Encargado Poder Ejecutivo de la república y manifestarle hallarse dispuestos colaborar con usted para castigar a pseudorevolucionarios encabezan movimiento sostenido por la reacción.En particular permítome ratificar a usted mi adhesión sincera y ponerme a su disposición. Muy respetuosamente.- El Gobernador Constitucional Sustituto del Estado, Sánchez Pineda.- Rúbrica". "Este mensaje se cruzó con el diverso que la Secretaría de Gobernación dirigió en circular a todos los gobiernos de los Estados de la Federación, el mismo día 7 del mes de diciembre, dándoles a conocer la sublevación de Guadalupe Sánchez, y que dimos a conocer en otra parte. "El telegrama del Gobernador Sánchez Pineda fue contestado por el señor Presidente de la República, felicitándolo calurosamente, así como al pueblo de Michoacán por la actitud de lealtad asumida por ellos y por la resolución expresada de ayudar al mismo Presidente a mantener intactas las instituciones del país. 162


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA "El Gobernador Sánchez Pineda, sin perder un momento, ordenó que se girara la circular número 10 a todos los municipios del Estado, por la vía telegráfica, dándoles a conocer el telegrama de la Secretaría de Gobernación, que antes citamos. "El día 10 de diciembre de 1923, el general Obregón, a bordo del tren presidencial, dirigió al Gobernador el siguiente mensaje-circular: 'Tengo el gusto de participarle que la asonada encabezada por los generales Sánchez y Estrada ha quedado localizada completamente, y se han reunido elementos suficientes para batirlos con eficacia. Hoy voy a Irapuato para revistar las tropas que están a las órdenes de los generales Joaquín Amaro, Luis Gutiérrez, José Amarillas, Juan José Méndez, Lázaro Cárdenas y Rodolfo L. Gallegos; espero terminar la revista y regresar a la capital miércoles o jueves próximos. El resto del país ha permanecido tranquilo y las clases rurales y demás trabajadores de la República han respondido como un solo hombre y de la manera más espontánea ofreciendo sus servicios para combatir a la infidencia. El Ejército ha dado bellos ejemplos de lealtad, pues muchos jefes subalternos de los sublevados los han desconocido.- Afectuosamente.- El Presidente de la República, Álvaro Obregón'".

Desde el momento en que el Gobernador tuvo conocimiento de la rebelión que estalló en Veracruz, se dedicó a la organización de las defensas sociales en el Estado; estableció servicios de información para tener oportuno aviso de los movimientos de la fuerzas infidentes, y de este modo pudo participar constantemente al Presidente Obregón estos pormenores de utilidad al Supremo Gobierno en tan críticos momentos. Hemos tenido en nuestras manos cinco voluminosos expedientes formados con la correspondencia y telegramas del gobierno del Estado con el del Centro, demostrando con ello la acuciosidad desplegada por el señor Sánchez Pineda. El señor presidente de la República concedió el solicitado permiso para organizar el Cuerpo de Rurales del Estado. También facilitó a éste un jefe militar capaz de organizar esas fuerzas, sugiriendo al propio tiempo la conveniencia de que se designara para esa comisión al entonces coronel Félix Ireta, del Ejército de Línea y nativo del Estado de Michoacán. Las órdenes fueron giradas de conformidad con lo solicitado y quedó desde entonces el coronel Ireta comisionado en el gobierno del Estado. 163


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Este Jefe desempeñaba a la sazón la Jefatura de la guarnición de Morelia, bajo las órdenes del general don Lázaro Cárdenas, de quien había recibido instrucciones para que visitara diversas regiones del Estado, en las cuales gozaba de prestigio el mencionado Ireta. Se le encomendó, por ello, la organización de grupos armados o defensas sociales que hicieran frente a los sublevados y para que impidieran que el movimiento de rebelión cundiera en aquellos lugares. El Gobernador tenía proyectada la formación del Cuerpo de Rurales con quinientas plazas, al estallar el movimiento. Solicitó para este fin, facultades extraordinarias en los ramos de Guerra, Instrucción Pública y Hacienda, pero en el Congreso Local había elementos de dudosa lealtad (y así quedó plenamente comprobado posteriormente) que procuraban obstruccionar las iniciativas del Encargado del Poder Ejecutivo. Algunos diputados asumieron actitud de franca rebeldía y así se explica que las facultades extraordinarias no fueran concedidas sino hasta tres días después de aquel en que fue atacada la ciudad de Morelia. El coronel Ireta tuvo apenas tiempo de reclutar 160 hombres, que seleccionó entre los que ya tenía probados en otras épocas como valientes adictos, pertrechándolos convenientemente y proporcionándoles caballos. Si las facultades hubieran sido otorgadas cuando el Gobernador las solicitó, el Cuerpo de Rurales se habría formado con 500 plazas y es seguro que la ciudad de Morelia no habría caído en poder de los rebeldes. El general don Lázaro Cárdenas había recibido, entre tanto, órdenes del Presidente Obregón para salir de Morelia a Pátzcuaro, lo cual hizo al frente del 65 regimiento, cuyo Jefe era el general Claudio Fox. Reunió después las fuerzas del 61 regimiento y con esos elementos se concentró en Irapuato. En Morelia quedó el mando militar en las manos del general Manuel N. López como Jefe de Operaciones en el Estado. Las corporaciones con que contaba llegaban en total a 769 hombres, compuestos de la manera siguiente: 500 de sus propias fuerzas; las del primer Cuerpo Rural, comandado por el general Ireta, llevando como sub-jefes al teniente coronel Manuel Castillo y al mayor Rubén Sotelo; las defensas civiles de Huetamo, al mando del señor don José María Sánchez Pineda, hermano de don Sidronio; las iguales de 164


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Cuispio al mando de don Agustín Córdoba, y 50 hombres que componían la gendarmería de la ciudad de Morelia. Como se ve, la mayor parte de los contingentes eran proporcionados por el gobierno del Estado. El sábado 19 de enero, el general Manuel N. López, Jefe de las Operaciones Militares, recibió en Morelia noticias fidedignas de que los infidentes, en número de 1,500 hombres al mando del ex divisionario Manuel M. Diéguez, habían llegado a las haciendas de Huandacareo y Chucándiro, con el propósito de atacar a Morelia. En vista de esos informes, el general López acordó defender la plaza, fijando los puntos que deberían ocupar sus fuerzas y señaló los siguientes: San Diego, Lourdes, San Juan, Colegio Salesiano, San José, El Carmen, Las Rosas, La Merced, San Agustín, San Francisco, Capuchinas, Las Monjas y La Catedral. Además de esos templos, los edificios siguientes: Escuela de Artes, Palacio de Gobierno, Palacio Municipal, antigua Cárcel de San Agustín, Plaza de Toros e Inspección General de Policía. Ordenó se construyeran trincheras en las esquinas de Palacio de Justicia, Farmacia Elizarrarás, Puerto de Liverpool, Administración del Timbre, Administración de Correos, La Cruz, Farmacia Reynoso, El Paraíso y Farmacia La Equitativa. Un buen núcleo de fuerzas de línea quedaron como retén en el cuartel de Las Colonias y en ese lugar, muy lejano de los otros puntos que señaló como estratégicos el general López, se encontraba la mayor cantidad de las municiones disponibles. Desde el punto de vista técnico, parece que las disposiciones dictadas por el general López eran inadecuadas: no cuidó de establecer un perímetro menos extenso para construir en él un sólido baluarte, atenta la extensión que quiso cubrir con tantos retenes diseminados; no existía entre todos los puntos que hemos señalado, un verdadero lazo táctico que debía unirlos; no cuidó tampoco de escoger aquellos lugares abastecidos de agua y de fácil acceso para que, auxiliándose unos a otros, pudieran tener oportunamente los abastecimientos necesarios, especialmente de municiones, y, por último, el parque había quedado, como dijimos antes, en el cuartel de Las Colonias, a gran distancia de todos los retenes. 165


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La especial situación topográfica de la ciudad de Morelia, que como es sabido, está edificada en una altura a la que conducen caminos que se hallan a nivel inferior, hace que esa ciudad sea defendible y, por lo tanto, si el jefe militar encargado de la plaza hubiera tomado medidas de buena táctica militar y de buen sentido, hubiera impedido que los rebeldes se posesionaran de esa plaza. A fuerza de imparciales, tenemos la obligación de hacer apreciaciones. Por su parte, el Gobernador del Estado, con todos los elementos civiles que fielmente le secundaron, procuró auxiliar al Jefe Militar en cuanto pudo para la organización de la defensa, sin que le pueda tocar un punto de la misma, toda vez que ésta dependía exclusivamente del Jefe de las Operaciones. El primer movimiento de las fuerzas desleales fue hecho sobre Acámbaro, llegando frente a la plaza de Morelia el 21 de enero de 1924; se avistaron los primeros contingentes en las lomas de Santiaguito, hacia el Norte, y sobre el camino que va a la Soledad y San José. El general Diéguez dirigió un comunicado al Jefe de las Operaciones, general López, conminándolo para que rindiera la plaza; pero el Jefe leal contestó enérgicamente, diciendo que fuera a tomarla con las armas. Por informes complementarios pudo saberse que los rebeldes iban al mando de Enrique Estrada, como Jefe Supremo de los generales Manuel M. Diéguez, Rafael Buelna, Alfredo C. García, Samuel de los Santos, Gustavo Adolfo Salas, J. Domingo Ramírez Garrido, Ramón B. Arnáiz, Petronilo Flores, J. Rentería Luviano y otra legión de generales, ascendiendo las fuerzas que llevaba a un total de 6,000 hombres. Al número de los defensores se agregó el general Cecilio García, que llegó a Pátzcuaro con 150 hombres surianos pertenecientes a las tropas de línea. Diéguez avanzó con 15,00 hombres suponiendo que le serían bastantes para tomar la plaza; las demás fuerzas, quedaron en Acámbaro cubriendo su retaguardia y esperando noticias del triunfo de Diéguez, para emprender inmediato avance sobre la capital de la República. 166


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Al frente de la gendarmería de la ciudad de Morelia, se hallaba don Efraín Pineda, nombrado por el C. Gobernador, Inspector General de Policía a la muerte del coronel don Rafael Márquez, que ocupaba ese puesto. A las 16 horas del día 21 de enero de 1924, aparecieron, por el camino que conduce a la hacienda de la Soledad, las avanzadas estradistas. Su caballería maniobraba con bastante precisión en terrenos de la mencionada finca, desde la cual iniciaron los reconocimientos, destacando a galope 400 jinetes, que llegaron hasta las márgenes del Río Grande. Allí cruzaron los primeros tiros con los defensores que estaban parapetados en los templos de San José, San Juan y el Carmen. Al verificar ese reconocimiento, los asaltantes sufrieron algunas bajas y se replegaron hacia el lugar ocupado por sus avanzadas, mientras que los defensores pudieron rectificar los tiros y trataron de establecer el lazo táctico necesario entre sus diversos puntos, toda vez que ese primer ataque les sirvió para conocer que les faltaba esa unión. Se pudo observar que los infidentes iban provistos de toda clase de elementos, que contrastaban con el armamento heterogéneo de los defensores, entre los cuales había muchos civiles que estaban secundando la decidida acción del Gobernador Sánchez Pineda para defender la ciudad hasta el último extremo. El general López acordó establecer su Cuartel General en el Palacio de Gobierno en donde estuvo constantemente a su lado el Gobernador del Estado. Y a éste acompañaban fielmente un buen número de civiles: Licenciado Silvestre Guerrero, Secretario General de Gobierno; José Alvarado Díaz, Tesorero General del Estado; Filiberto Malagón, contador; licenciado José Rebolledo, Procurador General de Justicia; diputado Ricardo Adalid, Jefe de la Sección de Estado; Marciano R. Peña, Rafael Rodríguez, Juan Alvarado Díaz, Emiliano Díaz, Alejandro Mc Swiney, Luis Díaz, licenciado Eduardo Hernández Garibay, secretario particular del Gobernador, Manuel Rivadeneyra, José Vázquez González, Norberto Pita, Luis G. Pita, Moisés Ortiz, Agustín Ortiz, Feliciano Carbajal, Vicente Arenas López, Antonio Vázquez, licenciado José Vázquez, licenciado Celso Troches, José Murillo, Félix Cortés, licenciado Jesús Gudiño, Vicente Martínez, 167


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ingeniero Francisco Okuisen, Antonio Navarrete, Felipe N. Chávez, Roberto Aranda, Felipe Godínez, Salvador Godínez, Jesús Corona, Lamberto Pineda, Roberto Mc Swiney, José Durán, ingeniero Gustavo Barrueta, ingeniero Ignacio Nájera, ingeniero Francisco Valdés Cárdenas, Pedro Ramírez, Salvador Coria, Virgilio Pineda, Leobardo Sotelo, Luis Almanza, José Calderón H., Luis Echevarría, profesor Alberto Bremauntz, Jesús González Valencia, José Echevarría, Pedro García, licenciado Alfonso Alvírez, Gabino Burgos, José Padilla, profesor Aureliano Esquivel, David Rosales, Arturo Gil, Martín Mercado, Cirilo Pineda, Fidel Mejía Tapia. Las siguientes personas de la Comisión Nacional Agraria: Guillermo Huet, Carlos Vallejo, Salvador Sánchez B., Gustavo Barroeta y Jorge Barajas A. El Procurador de Pueblos, Fernando Gómez Vallejo, el auxiliar del Procurador, Rafael Rodríguez Martínez, y los cadeneros Joaquín Morales y José Pérez. El Gobernador Sánchez Pineda y el general López, acompañados indistintamente por los elementos civiles mencionados, estuvieron durante los combates en las líneas de fuego dando el primero disposiciones acerca de los avituallamientos de los retenes, y el segundo las órdenes militares correspondientes. La noche del lunes 21 los infidentes concentraron elementos que tenían acantonados en las cercanías en las haciendas de Queréndaro y Atapaneo, atacando en la mañana del 22 las posiciones de ellos establecidas en el Cuartel de las Colonias, Santuario de Guadalupe, templos de Lourdes, San Juan, San José y el Carmen, logrando entonces, por su abrumadora fuerza numérica sobre la pequeña de los sitiados, rebasar varios puntos de la línea de defensa teniendo necesidad, para ello, de minar algunas casas de la ciudad. El rumbo Noreste fue más castigado en ese ataque, pero los defensores, a pesar de las pérdidas que sufrían, se mantuvieron en sus posiciones, que eran balaceadas desde las casas circunvecinas, de la Plaza de Toros y desde los baños de El Recreo. El Cuartel General dispuso entonces que el coronel Félix Ireta hiciera una salida para atacar a los asaltantes con una fuerza de 18 hombres, llevando como jefes subalternos al mayor Rubén Sotelo, de las fuerzas rurales del Estado, y a otros oficiales federales entre los cuales estaba el capitán Francisco Cárdenas. Llevaban además, una 168


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pistola ametralladora Thompson. Los veintiocho soldados eran del Cuerpo de Rurales al que se agregaron otros diez de línea. Los jefes Ireta y Sotelo se dirigieron velozmente a los puntos en que los rebeldes causaban mayores perjuicios; éstos, favorecidos por las posiciones que ocupaban en la Plaza de Toros y en los edificios de la Calzada de México, defendieron con tesón los puntos que habían conquistado a costa de mucha sangre, pero el empuje del coronel Ireta y los suyos fue arrollador; el mismo coronel manejó la ametralladora Thompson con la cual causó estragos en las fuerzas rebeldes, logrando rechazarlas en esta acción hasta la loma del Zapote —tres y medio kilómetros—, perdiendo allí la vida el general Buelna. Los rebeldes construyeron después pequeñas obras de fortificación y contrajeron su línea de fuego, emprendiendo furioso ataque contra el Cuartel de las Colonias y el templo de San Diego, pero se estrellaron ante la magnífica defensa hecha en el primer punto citado por las tropas federales y en el segundo por los surianos que mandaba el general Cecilio García. En esta acción, cuando el enemigo intentó recuperar la Plaza de Toros avanzando por la Calzada de México, el entonces mayor don Rafael Cházaro, que era jefe del retén que defendía el templo de Lourdes, hizo descargas cerradas sobre el enemigo, logrando hacerlo retroceder y tomándole una bandera que se hallaba por tierra, junto al abanderado muerto. Actualmente el mayor Cházaro, ascendido a teniente coronel, es jefe del Estado Mayor del general Lázaro Cárdenas. El mismo día 22, como a las 14 horas, el general Espiridión Rodríguez, llegando de Uruapan, entró a la plaza con 150 dragones y reforzó los retenes que defendían las posiciones de San Juan y la Plaza de Toros, que nuevamente había quedado en manos de los defensores. Un aeroplano blindado tiroteó con ametralladora algunas posiciones del enemigo y arrojó a la plaza un mensaje del Presidente de la República, ordenando la desocupación de la plaza, con el deseo de que los defensores no sufrieran pérdidas de vidas. Pero una junta de guerra que se reunió para tratar el caso, resolvió, atentas las circunstancias, continuar la defensa, toda vez que para desocupar la 169


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ciudad en esos momentos hubiera sido preciso sacrificar a casi todos los combatientes. El día 23, a las diez horas, los rebeldes, notoriamente desmoralizados por la resistencia que encontraron, pero reforzados con los contingentes que hasta ese día habían permanecido en Acámbaro, emprendieron nuevos ataques sobre las posiciones de la Merced y emprendieron nuevos ataques sobre las posiciones de la merced y Escuela de Artes y Oficios, es decir, sobre puntos situados en el otro extremo de los que habían atacado anteriormente, con la idea, seguramente, de encontrar en ellos menor resistencia. Pero también fracasaron y fueron rechazados hasta terrenos del Hospital General y de la Estación del Ferrocarril. A esa misma hora efectuaron los leales otra salida o contraataque con fuerzas del Cuerpo de Rurales del Estado, al mando del intrépido e incansable coronel Ireta, del teniente coronel Manuel Castillo y del mayor Rubén Sotelo. En la noche del 23, recibieron los infidentes nuevos refuerzos y los leales levantaron atrincheramientos en las bocacalles de varios puntos céntricos de la ciudad. El Cuartel General de la defensa procuró modificar su plan defensivo reforzando los diferentes retenes establecidos. A la una de la mañana del jueves 24 los atacantes rompieron el fuego, habiendo terminado la completa circunvalación de la ciudad de Morelia. La posición del Asilo Narciso Mendoza pronto se encontró aislada del resto de la defensa y la parte baja de ese edificio en poder de los infidentes; pero no lograron la rendición total del puesto, sino hasta las nueve de la mañana, hora en que a la pequeña guarnición se le agotó el parque. Por el lado Poniente, los rebeldes habían logrado progresos batiendo al retén establecido en el templo de la Merced. El Cuartel General se dio cuenta de la situación angustiosa de los defensores en ese punto y dispuso un contra-ataque que efectuó el coronel Ireta con 30 hombres de la guarnición federal. Como siempre, logró poner en completa desbandada a los infidentes que dejaron en el campo varios muertos y muchas armas abandonadas. También les tomó una bandera en esta acción. 170


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En este combate el coronel Ireta manejaba personalmente la pequeña ametralladora Thompson, sufrió el percance de que en los momentos más críticos se inutilizara esa arma al recibir un impacto en el disco, que le sirvió de escudo a Ireta, salvándolo de muerte segura. El valor desplegado por los heroicos defensores de la legalidad, en esos días de angustia para Morelia, fue impetuoso y arrollador. Al regresar de esta acción, el coronel Ireta recibió órdenes del Cuartel General para que enviara un oficial a los retenes de Lourdes y Plaza de Toros, con el fin de informarles que del Cuartel de las Colonias avanzaban 60 hombres llevando parque. El aviso tenía por objeto evitar que los defensores pudieran confundir con rebeldes y tirotear a los que conducían el parque. No habiendo encontrado el coronel Ireta algún oficial que pudiera llevar el aviso, él mismo abordó un camión y en él recorrió la Avenida Madero, llegando hasta el crucero de la 10ª calle de Victoria, en donde estuvo a punto de caer en manos de los rebeldes. Allí se encontraban éstos en buen número y al preguntarle el santo y seña, Ireta contestó: ¡Viva Obregón!, recibiendo como respuesta una lluvia de balas que milagrosamente no le tocaron. La oportuna ayuda que dieron al coronel Ireta los defensores del templo de Las Monjas, al mando del coronel Luna Morales, detuvieron a sus perseguidores, pudiendo ponerse en salvo de esta manera el Jefe del Cuerpo de Rurales. Los retenes de las diversas posiciones que mantenían los leales, pedían con insistencia que se les abasteciera de parque, y el Cuartel General dispuso que una escolta de la guarnición lo transportara, abriéndose paso si era preciso, por entre las filas rebeldes, pero éstos habían invadido ya el Bosque Cuauhtémoc, en tal número, que hizo cumplir dicha orden. Tampoco pudo recibir auxilio la Inspección de Policía, defendida denodadamente por el Jefe de aquel retén, don Efraín Pineda. Sin embargo, cuantos intentos hizo el enemigo para tomar esa posición se convirtieron en otros tantos fracasos, siendo rechazados con pérdidas. La posición de San Agustín cayó en poder de los rebeldes por falta de parque. 171


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El coronel Ireta, que en esos momentos llegaba después de pasar el peligroso accidente que apuntamos, fue nuevamente encargado de batir a los rebeldes que se habían apoderado de San Agustín, y así lo hizo llevando fuerzas de las defensas sociales de Huetamo al mando del señor Pineda y logrando con este jefe un nuevo lauro, pues derrotaron a los infidentes y volvieron a ocupar el punto antes perdido. La situación de los defensores había llegado a ser extremadamente crítica y angustiosa. Las municiones les faltaban, los movimientos ordenados tardíamente para estrechar el perímetro de la defensa, así como para llevar parque a los puntos del enemigo, que era de diez por cada uno de los defensores, y la fatiga que comenzaba a debilitar el valor de los combatientes; todo ello hacía insostenible la situación de aquellos bravos que estaban batallando con bizarría para sostener las instituciones nacionales. Se corrieron entonces órdenes para que la guarnición se sostuviera en sus posiciones algún tiempo más; se llamó a los escasos elementos civiles y militares que se hallaban parapetados en las azoteas del Palacio de Gobierno, y se formó una raquítica columna de caballería formada con la escolta del general López y Rurales del Estado: en total, unos cincuenta soldados. A esta pequeña fuerza se unieron los generales José Aceves, el coronel Júpiter Ramírez, el teniente coronel Felipe Páramo, mayor J. Olivares, capitán primero Jesús Corona y algunos otros. Del elemento civil acudieron al llamado del Gobernador: Dip. Ricardo Adalid, Miguel Adalid, Lic. Jesús Gudiño, Alejandro Mc Swiney, el regidor del Ayuntamiento de Morelia, Vicente Martínez, Lamberto Pineda, Salvador Cisneros, Felipe Godínez, José Vázquez González, Salvador Coria, Trinidad Vázquez González, Roberto Aranda, Pedro Rodríguez, Virgilio Pineda, ayudante del Gobernador, José M. Sánchez Pineda, Rubén Sotelo, obrero de la Escuela de Artes y Oficios, Antonio Navarrete, José Calderón H. y Luis y José Echavarría. El general López, como Jefe Supremo, resolvió ponerse al frente de la columna para que se intentara romper el cerco y salir de la plaza con grupo tan reducido, a lo cual se allanó el Gobernador Sánchez Pineda, queriendo dar ejemplo de disciplina. 172


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Aquel puñado de valientes iba conscientemente a correr inminente peligro de muerte, pero lo hizo con todo el honor que acompaña a los que defienden un buen derecho. El coronel Ireta no formaba parte de ese grupo, porque había recibido órdenes de recoger a los defensores que se hallaban combatiendo en algunas trincheras de la ciudad. Como la empresa fuera muy difícil, cuando regresó al Palacio de Gobierno ya había salido la columna, por lo que resolvió permanecer en ese edificio y luchar aun con los pocos hombres que allí quedaban. El coronel Ávila Camacho se contaba entre los que habían quedado en Palacio y más tarde cayó prisionero en manos de los asaltantes. La columna aventurera alcanzó la Calzada de México y trató de rebasar la garita del Zapote; pero en ese intento fueron muertos el bizarro mayor don Rubén Sotelo, el diputado don Ricardo Adalid y su hermano don Miguel, el coronel Júpiter Ramírez, quien estando herido de muerte, siguió batiéndose como un bravo, don Jesús Gordillo, don Pedro Rodríguez y tanto soldado anónimo que supo batirse gloriosamente defendiendo los derechos del pueblo que los infidentes trataban de conculcar osadamente. Quedaron heridos de gravedad el mismo general López que suplicaba a sus amigos que lo remataran para no caer en manos de los desleales; Leobardo Sotelo, ayudante del Gobernador, que cayó al lado de aquél a causa de graves heridas de bala que recibió, salvando la vida milagrosamente; Lamberto Pineda y otros más que fueron rematados por la soldadesca ebria de sangre, don Salvador Ledesma y varios de los soldados combatientes. Muy escasos fueron los supervivientes de esa jornada en la que marcharon al sacrificio en aras del deber, de la amistad y persiguiendo sus ideales. El Gobernador Sidronio Sánchez Pineda se batió valientemente, conservando una serenidad completa, siendo extraordinario que no hubiera caído para siempre en esa acción en la cual muchos de los amigos que le rodeaban encontraron la muerte. Don Marcelo Pineda, Oficial Mayor de Gobierno, subió a la torre del Observatorio Meteorológico, instalado en el Palacio de Gobierno, para hacer exploraciones con un anteojo de campaña, durante los 173


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combates y ataques hechos a la ciudad, recibiendo un balazo en el pecho que le causó instantánea muerte. Cuando el coronel Ireta calculó que la columna expedicionaria se había abierto paso, intentó hacer la última defensa con los pocos hombres que le quedaban, en las torres de la catedral, lo cual era ya materialmente imposible. Algunos amigos casi obligaron a este modesto militar a desistir de su propósito, y finalmente Ireta, ordenó a los hombres que con él permanecían dispuestos a vender caras sus vidas, que abandonaran el Palacio y procuraran salvarse, mientras que el mismo Ireta, saliendo de ese edificio, pasó entre las tropas, ya triunfantes, tranquilamente, y como no lo reconocieran, logró penetrar a una casa amiga para albergarse. A las 15 horas del jueves 24 de enero de 1924, apareció en un balcón del palacio de los Poderes del Estado una bandera blanca pidiendo la suspensión de hostilidades y un repique a vuelo de los bronces de la catedral anunció la caída de la plaza. Entre tanto, los asaltantes habían tomado por la fuerza el Palacio Municipal donde murió valientemente el capitán Miguel Llerena; la ex Penitenciaría, la iglesia de San Agustín, la Escuela de Artes, Las Rosas, Las Monjas y la catedral, que tuvieron que caer ante la superioridad numérica de los asaltantes, por la escasez de municiones y por la imprevisión de haber extendido el perímetro de defensa, dificultando por ello el éxito de la acción. A las 16 horas los asaltantes acallaron los fuegos de la Inspección General de Policía y capturaron a la valiente guarnición que tuvo como jefe a don Efraín Pineda, consiguiendo esta rendición el rebelde general Arnáiz, con fuerzas del 38 Regimiento. San José y la Escuela Normal para Varones fueron sitios de una lucha homérica. Los aniquilados defensores, copados por un enemigo muy superior en número, fueron abandonando sus posiciones, haciendo pagar al enemigo con mucha sangre cada pulgada de terreno cedido. En la Escuela Normal, cuatro "Juanes" disputaron el paso al alud de vencedores, para que pudieran salvarse sus compañeros de penalidades y heroísmo, ofrendando así su vida. Igual suerte corrieron San Juan, la Plaza de Toros, Lourdes y San Diego. En esta última se encontraba el general don Cecilio García, pundonoroso militar que amaba su prestigio de Jefe del Ejército 174


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Nacional, creyendo empañarlo con una rendición que sin duda era inevitable, y continuó peleando con tanto denuedo que él y sus soldados fueron objeto de atenciones por parte de los vencedores. Pero dos días después lo asesinaron éstos, quemando sus cuerpos en los patios de la ex Penitenciaría, siendo reconocido por haberse encontrado una mano suya en que portaba el anillo que tenía costumbre de llevar en ella. El retén de la Penitenciaría abandonó esa posición y se replegó al Cuartel de la Colonia. En La Merced y en El Carmen realizaron hazañas los jefes y los humildes soldados, rivalizando en disputarse lauros y gloria, teniendo que sucumbir ante la fuerza y por ello entraron en parlamento con el enemigo. El ex general Estrada se vio en este caso obligado a conceder al comandante y sus soldados que formaban la pequeña guarnición, que salieran con sus armas y todos sus honores. Y al presentarse el valiente comandante ante Estrada, pidió garantías para sus subordinados, poniéndose él mismo en rehenes a disposición del vencedor. ¡Ejemplo digno de los hijos del pueblo que han templado sus almas y forjado sus caracteres al fuego de la Revolución, como este dignísimo defensor de Morelia!. Los defensores de El Carmen se habían dado cuenta de la situación, pero sólo pensaron en seguir combatiendo, para agotar su parque antes de sucumbir. Un humilde "Juan", devorado por la rabia de la derrota, se alejó por las azoteas del sombrío convento para alcanzar los bordes de un alto muro, desde el cual se arrojó al vacío, llevando la carabina entre sus brazos. Como las lesiones que produjo la caída no fueron de muerte, con su propia arma puso fin a su ignorada y gloriosa vida de soldado. A las 18 horas del día 24, con excepción del Cuartel de las Colonias, todos los puntos que se habían defendido en la plaza, habían acallado sus fuegos. Los vencedores enviaron a dicho cuartel uno de los prisioneros, teniente Salvador Ledesma, para que informara a sus compañeros y los invitara a rendir las armas. 175


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El general López, herido, como ya apuntamos, fue llevado a presencia de los infidentes Diéguez y de los Santos; éstos le preguntaron por qué había querido resistir con tan escasa guarnición el asalto de la gran columna rebelde, a lo cual contestó:"Así me lo imponía el deber, y si hubiera reducido el perímetro de defensa, no hubieran ustedes tomado la plaza". El general Diéguez le replicó: "¡No, Chato, nosotros bien sabíamos que tú estabas defendiendo la plaza y que habrías de cumplir con tus obligaciones!". Por este diálogo histórico se comprende que el general López aunque tardíamente, comprendió el error en que había incurrido. Más tarde ese jefe fue asesinado por los infidentes. Se pactaron después las condiciones en que habría de rendirse la guarnición del Cuartel de las Colonias. El coronel de la Sierra, que era el comandante, ordenó suspender las hostilidades y entregar las armas y municiones que les quedaban, permaneciendo él con sus fuerzas prisionero en el mismo edificio. Debemos subrayar que el general López, al resolver la salida, ordenó al mayor Pedrajo que transmitiera órdenes al coronel de la Sierra para salir rumbo a la Calzada de México, pero parece que ya no fue posible para dicho oficial cumplir su cometido. A las 19 horas el enemigo se hizo cargo de la última posición de los leales. Masas de soldados ebrios de alcohol, de rabia y de pillaje, recorrían las solitarias arterias de Morelia, asaltando a los viandantes. Mil hogares fueron ultrajados por la soldadesca y algunas fortunas, forjadas a golpes de trabajo, desaparecieron en la vorágine de apetitos salvajes de los flamantes libertadores. Contrastando con los desmanes de los vencedores, muchos corazones, como ánforas miríficas, derramaron el bálsamo de su caridad, amparando a los humillados que buscaban refugio a su derrota. Los elementos reaccionarios estaban satisfechos, pero su alegría y convicciones flaquearon cuando tuvieron que pagar tributo y sufrir las exacciones de los vencedores. Sin embargo, llevaron presurosos su contingente en metálico para coadyuvar al triunfo de la buena causa. Cerca de trescientos mil pesos produjeron a los rebeldes el saqueo y las exacciones en la ciudad de Morelia. De esta suma, catorce 176


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mil pesos fueron extraídos de las cajas de la Tesorería General del Estado, tres mil de la Tesorería Municipal y trescientos pesos que el arzobispo de Michoacán, don Leopoldo Ruiz y Flores, envió espontáneamente al encargado de recabar los fondos para el general Estrada. La amargura de la derrota fue consolada con el bálsamo de la caridad por muchas familias, que supieron derramarlo en el alma de los vencidos. Y mientras individuos, que decían sustentar ideas avanzadas, cerraron herméticamente su corazón a toda generosidad, personas de quienes por su abolengo y antecedentes se pudo suponer que no habrían de conmoverse ante el infortunio de los leales, supieron honrarlos honrándose a sí mismas, con una conducta humanitaria. El ayuntamiento de Morelia se condujo con lealtad, guardando la dignidad de ese Cuerpo. Los ediles continuaron atendiendo los servicios públicos, resolviendo finalmente separarse de sus puestos, mientras la ciudad estuviera ocupada por los rebeldes. El ex general Estrada nombró un Ayuntamiento provisional, del cual formaron parte gustosamente, entre otros, el señor Alberto Izquierdo, como Presidente, y como regidores: don José Gutiérrez, don Cristóbal Ruiz Gaytán, don Pánfilo Téllez, don Rafael Elizarrarás, don José Reyes Navarro y don Martiniano Arredondo. Los diversos ayuntamientos del Estado se mantuvieron en general a la altura de su deber, siendo escasos los que pudiéramos señalar como favorables a la infidencia. Un mes duró aproximadamente la ocupación de Morelia por los rebeldes; hasta que el general supo que las avanzadas federales se acercaban a la ciudad; entonces ordenó que fuera abandonada el 19 de febrero de 1924, fecha en la cual el gobierno legítimo volvió a hacerse cargo de los negocios públicos del Estado. El resultado final de la ocupación, para los rebeldes, fue haber obtenido, como dijimos, trescientos mil pesos, en cambio de cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos; de la pérdida de jefes para ellos de gran importancia, como el Gral. Buelna; del consumo de medio millón de cartuchos, sin que hubiera encontrado almacenadas en la plaza las municiones que imaginaron, ni el fácil triunfo que en sus proyectos habían descontado. La indomable energía de los defensores 177


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de Morelia convirtió en un fracaso material considerable, y en un inmenso fracaso moral, que mucho contribuyó a la total derrota de los rebeldes el asalto y ocupación de dicha plaza. El Gobernador del Estado, don Sidronio Sánchez Pineda, escapando la vida en ese trance; y al quedar aniquilada la pequeña columna con la cual combatió bizarramente, ya rodeado de muertos y heridos, pudo escapar y albergarse en la casa de la familia de las señoritas Rojas. Más tarde salió de allí disfrazado de arriero, hasta una hacienda cercana de Zinapécuaro. Algunos días después, salió de allí para Acámbaro, que estaba ocupado por los rebeldes, pero logró encontrar paso, reuniéndose en Irapuato con el Presidente de la República. Pocos días después del suceso que con toda amplitud se ha reseñado, se reinstalaron en Morelia los Poderes legítimos, al frente de los cuales permaneció el propio Gobernador Sánchez Pineda. En junio del mismo año se verificaron las elecciones para la renovación de los Poderes locales, saliendo triunfante como Gobernador, el ciudadano general Enrique Ramírez. El gobierno de este militar discurrió sin contratiempo alguno, únicamente lo del hecho, igual en toda la República, de haberse suspendido los cultos católicos el 1º de agosto de 1926; dicha suspensión la verificó el clero por haberse negado a someterse a la Ley Reglamentaria del artículo 130 que señala el número de sacerdotes que deben oficiar en cada población. El hecho que nos ocupa trajo como consecuencia algunos levantamientos en diversas regiones del Estado, dedicándose el propio Gobernador, en auxilio de las fuerzas federales, a sofocar tales brotes de rebelión. Pacificado en su mayor parte el Estado pudieron hacerse de nuevo las elecciones; pero antes de ellas, y en los primeros días del mes de marzo de 1928, el Gobernador Ramírez renunció definitivamente el cargo de Gobernador para aceptar su postulación como senador, entrando a sustituirlo el señor diputado al Congreso Local don Luis Méndez, quien estuvo en el poder hasta el 15 de septiembre, entregándolo al nuevamente electo general Lázaro Cárdenas. 178


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CAPÍTULO XXII Administración gubernativa del C. Gral. Lázaro Cárdenas Impulso de este gobernante a todos los ramos de la administración pública – Mejoras materiales en la capital del Estado – Gobierno del Gral. Benigno Serrato – Le suceden, por su fallecimiento, los señores Gral. Rafael Sánchez Tapia y Rafael Ordorica Villamar Es electo Gobernador el C. Gral. Gildardo Magaña; su fallecimiento – Lo sustituyen, como interinos, los CC. Arnulfo Ávila y Conrado Magaña – Progreso de la ciudad de Morelia hasta el año de 1940 Gobernadores de la última década Recientes mejoras a la ciudad

El 16 de septiembre del año de 1928 tomó posesión del gobierno del Estado de Michoacán el señor Gral. Lázaro Cárdenas, por una de las elecciones más limpias y democráticas que registra nuestra historia política. Hablando someramente de su administración, podemos expresar los siguientes conceptos. El señor Gral. Cárdenas fue el cuarto Gobernador electo, a partir de la expedición de la Constitución de 1917, y el único que terminó el período para el cual fue designado. En orden cronológico ocuparon el mismo puesto los señores Ing. Pascual Ortiz Rubio (1917); Francisco J. Múgica (1920), y Gral. Enrique Ramírez (1924-1928). Por causas diversas, ninguno de los anteriores terminaron su período gubernativo, haciéndolo en su lugar, funcionarios interinos. Por sus antecedentes de patriotismo, dinamismo y honorabilidad, los michoacanos todos abrigaron las más gratas esperanzas en la administración del divisionario jiquilpense, esperanzas que resultaron satisfechas con creces; pues sus cuatro años fueron de constantes beneficios para el pueblo michoacano, que los recuerda con gratitud. Una de sus primeras medidas fue organizar a los trabajadores del campo y de la ciudad, para crear en ellos su conciencia de clase y que pudieran reclamar, obtener y conservar los derechos que las leyes les 179


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otorgan. Al efecto se fundó la "Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo", que unificó a los muchos sindicatos, de naturaleza diversa, que se fundaron en casi todos los lugares del Estado. Dado este paso, se procedió a intensificar el reparto agrario y a elevar las condiciones de vida del trabajador asalariado. Se procedió a abrir carreteras, tanto estatales como vecinales y de la federación, que a la vez que promovían el progreso, daban trabajo a quienes necesitaban de él. Con respecto al reparto agrario, el Gobernador Cárdenas benefició a más de quince mil familias de ejidatarios, distribuyendo ciento cuarenta y dos mil hectáreas de tierra comprendidas en ciento ochenta y un lugares poblados. Por lo que se ve al trabajo de carreteras, baste recordar la construcción de la gran carretera México-Guadalajara, que dio trabajo a millares de hombres y con la cual resultaron beneficiados muchísimos pueblos, en su trayecto. Con respecto al problema educativo habrá que decir, que al llegar Cárdenas al gobierno, había 350 escuelas oficiales (estatales) y que él las aumentó a quinientas; ciento cincuenta escuelas en cuatro años es una labor que jamás gobernante alguno había realizado. Mejoró las condiciones económicas de los maestros; el presupuesto educativo importaba en anteriores administraciones seiscientos mil pesos y el general Cárdenas lo aumentó a más de un millón. Imprimió nuevas rutas a la educación de los niños; de una escuela muerta hizo una agencia de bienestar colectivo; se establecieron la parcela escolar, los clubes deportivos, los teatros al aire libre, las competencias y concursos inter-escolares. Cada domingo se organizaban fiestas escolares consistentes en bailes, coros, dramatizaciones; se estableció el Centro Deportivo Michoacano, los maestros de cultura física para cada plantel, que a su vez tenía su campo para deportes. Las Misiones Escolares recorrían los lugares más apartados, llevando su mensaje de cultura. Se establecieron las Sociedades de Padres de Familia, se creó en cada escuela la Hora Social, para convivir padres, maestros y alumnos. Se aumentaron los centros nocturnos para trabajadores y se fundaron escuelas de Artes en los poblados de Tzintzuntzan, Parangaricutiro, Tanaquillo y Paracho. Se abrieron dos internados para jóvenes: "Josefa Ortiz de Domínguez" en Morelia y "José Ma. 180


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Morelos" en Pátzcuaro y se mejoró la Escuela Técnica Industrial "Álvaro Obregón" en la primera de dichas ciudades. Mejoró las condiciones de la Universidad Michoacana, siendo desde entonces el lema de nuestra Casa de Estudios: La Ciencia al Servicio del Pueblo. Se establecieron las Casas del Estudiante Normalista y la del Estudiante Nicolaita, equipándolas y atendiéndolas convenientemente. Durante la administración del señor Gral. Cárdenas fungieron como Presidentes de la ciudad de Morelia, los señores Luis Guzmán (1928); Lic. Alberto Bremauntz (1929); Cor. Rafael M. Pedrajo (19301031) y Sr. José Barriga Zavala (1932). Sin pretender hacer una reseña pormenorizada de la labor de estos funcionarios, ni rendir un informe de su actuación, cosa que no compete a una obra de la naturaleza de la presente, diremos solamente, por lo que ve al beneficio que nuestra ciudad haya recibido en ese período de cuatro años, lo que sigue: Se construyó una Rotonda para la celebración de fiestas cívicas frente al monumento del insigne héroe don José Ma. Morelos. Esta rotonda fue substituida, posteriormente, por otra de mayores dimensiones y más elegante construcción. Se levantaron monumentos a los héroes en el jardín central del Parque Morelos, embelleciéndose este lugar. Se construyó un grupo escultórico en el lugar en el que fueron fusilados los mártires del federalismo en el año de 1830. A moción del Presidente Luis Guzmán se conmemoró debidamente el Centenario del cambio de nombre a la ciudad de Valladolid por el de Morelia, en septiembre de 1928. Por empeño del C. Presidente Municipal Lic. Bremauntz se cambió la nomenclatura de Morelia, fijándose los azulejos en todas las calles con los nombres respectivos. Se mejoró la pavimentación del Bosque Cuauhtémoc, así como la de la carretera que de se lugar va al Parque Morelos. El dinamismo del Cor. Pedrajo lo llevó a realizar obras de utilidad y de ornato que todavía disfruta la ciudad de Morelia, tales como el alumbrado, por medio de elegantes arbotantes, desde la estación del ferrocarril hasta el Bosque y desde el edificio del Museo Michoacano hasta el Mercado Valladolid. 181


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Se embelleció la avenida central de la ciudad colocando en el centro un camellón con hermosas palmeras y dos fuentes ornamentales. Se levantó la fuente tarasca, obra del artista Silva Díaz. Se formaron parques infantiles, uno en la Explanada Morelos y otro en el Jardín del Carmen. Se abrió la Colonia del Aguacate y se construyó la calzada que la comunica con el centro de la ciudad. Asimismo se construyó la calzada que comunica la ciudad con el antiguo pueblo de Santiaguito. Se construyó un hermoso camellón en la avenida que desemboca en la estación del ferrocarril y se plantaron muchos árboles en ese lugar. La antigua Plaza de Carrillo, que estaba convertido en un basurero, se transformó en un bello jardín, con un parque infantil. No hacemos alusión en esta reseña, a las muchas obras que constantemente emprende toda autoridad municipal para mantener en perfecto estado de conservación las calles, drenajes, mercados, abastos, panteones, etc., etc., ya que tales obras son indispensables a toda población grande o pequeña. Nos hemos referido principalmente y nos referiremos después, a aquellas que tienden a cambiar o modificar, de alguna manera, la fisonomía propia de una ciudad, o que significan un progreso en la misma. Terminado el período gubernamental del Sr. Gral. Cárdenas, las elecciones favorecieron al señor Gral. don Benigno Serrato para el puesto de Gobernador, empezando a desempeñar sus funciones el 16 de septiembre del año de 1932. En lo administrativo, el señor general Serrato siguió los lineamientos que el progresista gobierno del señor Gral. Cárdenas había marcado a nuestra Entidad. Continuó algunas obras que habían quedado pendientes e inició otras, que desgraciadamente su muerte súbita, no le permitió concluir. Llevó las riendas de la administración municipal en los años de 1933 y 1934, el señor Donato Guevara P., hombre culto, con un gran sentido revolucionario y que se caracterizó por la correcta administración de la Comuna moreliana. Una de las cosas que distinguieron a su gobierno, fue la atención que prestó a las diversas poblaciones que, con el carácter de tenencias, integran la municipalidad de Morelia. Casi todos los gobernantes se habían venido preocupando por la ciudad, dejando en 182


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el olvido a los pequeñas poblaciones que les son anexas: Santa María de Guido, Jesús del Monte, San Miguel del Monte, Tacícuaro, Teremendo, Undameo, etc., etc., fueron objeto de la esmerada atención del Presidente Guevara P. Mejoró los caminos vecinales, construyó edificios escolares, jardines y lugares de recreo y esparcimiento para la comunidad; los panteones y abastos, que estaban muy descuidados y cuanto es necesario para la mejor comodidad de las personas que viven en las pequeñas aldeas, que no por humildes deben ser olvidadas, pues sus habitantes gozan de los mismos derechos de quienes moran en los grandes centros de población. Otra de las preocupaciones de este funcionario (Guevara P.), consistió en la seguridad en las poblaciones y en los caminos. Para conseguirlo mejoró las condiciones de la policía y los agentes de tránsito e hizo frente a problemas de agitación pública que, con motivo de las elecciones presidenciales, se presentaron. Por el repentino fallecimiento del señor general Serrato fue designado para sustituirlo el general Rafael Sánchez Tapia, pundonoroso militar, hombre de regular cultura y de gran espíritu revolucionario. Sánchez Tapia se dedicó muy especialmente a unificar a los elementos michoacanos, que habían quedado un tanto desunidos con motivo de las elecciones presidenciales que acababan de pasar. El gobernante a que nos referimos tomó posesión el 4 de diciembre de 1934 y el día primero del mismo mes había ascendido a la Presidencia de la República el señor general Lázaro Cárdenas. Siete meses estuvo en el gobierno el señor Gral. Sánchez Tapia, pues llamado al desempeño de una Secretaría de Estado, el primero de julio de 1935 entró como Gobernador interino el señor diputado don Rafael Ordorica Villamar, quien fungió hasta el 15 de septiembre del año de 1936 (catorce meses y medio). El Gobernador interino Ordorica Villamar se dedicó a realizar algunas mejoras de trascendencia para la ciudad: continuó resolviendo el viejo problema de la captación de aguas, drenajes y mercados. Reconstruyó el Teatro Ocampo, dándole la forma moderna que hoy ostenta. Tuvo el señor Ordorica como colaboradores al señor Arnulfo Ávila en la Tesorería General del Estado y al señor José 183


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Molina en la Presidencia Municipal: ambos ciudadanos de grandes dotes para los puestos que desempeñaron con beneplácito del público. El señor Tesorero Ávila es un experto hacendista y se dedicó a nivelar la hacienda pública, que desde la administración del general Serrato venía sufriendo mucho; lo que ocasionaba retraso en el pago de los sueldos a los empleados y falta de realización de algunas obras públicas. Con la gestión de Ordorica y Ávila se nivelaron los presupuestos y hubo un superávit como hacía muchos años no se veía en Michoacán. Al verificarse las elecciones, el pueblo, por unanimidad, sufragó en favor del ínclito revolucionario Gral. Gildardo Magaña, para el período que empezando el 16 de septiembre de 1936 debería terminar el 15 del mismo mes, correspondiente al año de 1940; pero la muerte no le dejó concluir, pues falleció este gran ciudadano en la ciudad de México el 15 de diciembre de 1939. Tuvo en sus años de gobierno, el señor Gral. Magaña, como colaboradores en el ramo hacendario y en la Presidencia Municipal de Morelia, a los señores Arnulfo Ávila y José Molina, que venían fungiendo. Este último durante los años de 37 y 38; en el 1939 desempeñó la Presidencia el Profr. Domingo Rubio y por un mes el señor Eugenio Gutiérrez. En el año de 1940 fue Presidente moreliano el señor Enrique Sánchez H. Una licencia, primeramente, y después la muerte del Gobernador Magaña, acaecida en la fecha indicada, hicieron que la H. Cámara del Estado designara como interinos a los señores Arnulfo Ávila (julio a octubre de 1940) y Conrado Magaña (15 de diciembre de 1939 a 15 de septiembre de 1940). Corresponde a la década de 1930 a 1940, el período de más intenso progreso que se ha dejado sentir en la ciudad de Morelia. Sin que esta ciudad haya perdido ni un ápice de su característica de ciudad colonial, por el trazo de sus calles, por sus construcciones monumentales: edificios, templos, jardines, etc., Morelia empezó a sentir un soplo de vida moderna. Contribuyó a ello en gran parte la inauguración de la carretera México-Guadalajara, la carretera al vecino Estado de Guanajuato y los caminos vecinales que ocasionan un constante movimiento de ómnibus con diversas direcciones. Esto trajo consigo el aumento de su comercio, el auge de sus pequeñas 184


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industrias, el movimiento turístico y por ende mayor animación y mayor vida. Se debe a la administración municipal del C. José Molina, la construcción del Mercado Revolución, en la antigua plazuela de San Juan. Este mercado fue expensado en parte por la cooperación del gobierno presidido por el señor Ordorica Villamar y en parte pos los fondos del Municipio. Se construyó también, en el Bosque Cuauhtémoc, un magnífico campo para patinar. En este mismo lugar se instalaron cinco fuentes, en diversas glorietas, bancas de piedra de cantera, tanto en el Bosque como en la Glorieta Morelos y en el Jardín Ocampo. Durante la gestión del C. Enrique Sánchez, como Presidente Municipal de Morelia, se construyeron algunas escuelas en los ranchos del Municipio, entre otras las de Las Flores, Itzícuaro, Asiento de Piedra, La Quemada, San Isidro, etc., etc., y se repararon muchas de las escuelas de la propia ciudad de Morelia. Durante los días 21 al 27 de enero del año de 1940, se celebró en Morelia el IV Congreso Mexicano de Historia, habiendo concurrido a tal evento científico muchos y muy eminentes historiadores, que presentaron trabajos de suma importancia, tanto relacionados con la historia local como con la Historia General del país. Los congresistas fueron agasajados por el gobierno del Estado, el H. Ayuntamiento y la Universidad Michoacana. Se hizo una visita a la antigua Universidad de Tiripetío y la ciudad de Pátzcuaro. Este Congreso fue con el objeto de celebrar el Cuarto Centenario de la fundación del Colegio de San Nicolás, y, además de este Congreso, la Universidad organizó Cursos de Verano, a los que concurrieron alumnos de todos los Colegios y Universidades del país y una serie de conferencias sustentadas por eminentes hombres de ciencia, extranjeros y nacionales. Los festejos del día 8 de mayo revistieron un extraordinario esplendor en el Colegio de San Nicolás; a tales fiestas concurrieron profesionistas radicados en casi todos los Estados de la República y que habían hecho sus estudios en el mencionado plantel. En los doce años transcurridos a partir de 1940 a 1952, han gobernador a Michoacán, como mandatarios electos, los ciudadanos Gral. Félix Ireta Viveros (1940 a 1944); Lic. José M. Mendoza Pardo, 185


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de 1944 a 1949; pues no terminó el período de seis años para el que había sido electo. Del mes de agosto de 1949 a septiembre de 1950 el señor Daniel T. Rentería, quien entregó el gobierno al nuevamente electo, Gral. Dámaso Cárdenas, para el sexenio que habrá de terminar en el año de 1956. Durante este mismo lapso de tiempo han desempeñado la Presidencia Municipal de Morelia los C.C. Norberto Vega (1941 y 1942); Lic. Alfredo Gálvez Bravo (1943 y 1944); Profr. Melesio Aguilar Ferreira (1945 a 1946); Dr. Manuel Antúnez (1947), Alberto Pichardo (1948), Jesús Sánchez Pineda (1949), Lic. Fernando Ochoa (1950) y Lic. Rafael García de León, 1951 y 1952. Durante la administración del señor Gral. Ireta se embelleció la ciudad de Morelia con el hermoso monumento a Pípila, levantado en la Garita de Santiaguito y con los frontones para juegos deportivos en la antigua plazuela del Abasto. Son cuatro frontones rodeados de prados y rejas; al noroeste hay una hermosa pérgola y unos baños y gimnasio completan el conjunto del que ahora llamamos Parque Primero de Mayo. En el gobierno del Lic. Mendoza Pardo se realizaron obras materiales de extraordinaria importancia para la vida y ornato de la capital de nuestro Estado. Sean como principales: la ampliación del drenaje de la ciudad; la rectificación de todas las cañerías que surten de agua potable a todos los hogares morelianos; la nueva pavimentación de concreto en todas las calles, aun de los barrios más apartados; los seis grandes edificios escolares, levantados desde sus cimientos y con todas las condiciones higiénicas y pedagógicas para el fin a que están destinados; hay que notar que es el primer gobernante que levantó en Morelia edificios escolares de esa magnitud. Los nuevos jardines de las plazuelas de Huarte y la Subterránea, lugares abandonados y sucios, convertidos en sitios higiénicos y bellos. Las estatuas de Don Vasco de Quiroga y don Miguel de Cervantes Saavedra, colocadas en el poético Jardín de las Rosas. El Estadio Olímpico, construido en los terrenos del ex convento de San Diego y otras muchas obras, si acaso de menos ostentación, no por eso menos útiles a la comunidad moreliana. En los primeros meses del gobierno del Gral. Ireta, es decir, el 18 de mayo del año de 1941, el Estado de Michoacán celebró el Cuarto 186


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Centenario de la fundación de su ciudad capital, la bella Morelia; erigida en igual día y mes del año de 1541 por el primer virrey de la entonces Nueva España, don Antonio de Mendoza. Los festejos que entonces tuvieron lugar fueron suntuosos y dignos de ser recordados en las páginas de este libro: Conferencias dictadas en la Universidad por eminentes intelectuales; exposiciones de obras de arte en el Museo Michoacano; Juegos Florales convocados por el H. Ayuntamiento y en los que tomaron parte grandes literatos de todo el país, obteniendo los primeros premios, afortunadamente, literatos y poetas oriundos de Michoacán. Un gran desfile histórico, reproduciendo las escenas más culminantes de la fundación de la vieja Valladolid; Juegos Deportivos; corridas de toros, adorno e iluminación total de la ciudad en los días de las fiestas; verbenas populares, conciertos y audiciones de música sinfónica y popular, y, en una palabra, las más bellas fiestas de que se tengan noticias, fueron celebradas en esos días de tan gloriosa conmemoración. Morelia, a fuer de ciudad universitaria, en donde viven y se agitan gran cantidad de estudiantes, propensos a ser llevados muchas veces a movimientos subversivos, algunas veces con razón y en otras con escasa justicia, ha sido agitada por motines y huelgas estudiantiles, que por desgracia en alguna ocasión han tenido saldos sangrientos muy lamentables. No son estos motines, como alguien lo creyera, producto de nuestros tiempos modernos; en todas las épocas los ha habido, y ya desde el período colonial eran famosos los motines de estudiantes que en cierta ocasión culminaron con el incendio de la picota, que se levantaba en la plaza mayor de la ciudad de México. En la provincia también los ha habido: motines en contra de los gobernantes por cuestiones políticas y contra los superiores por asuntos de disciplina escolar. En nuestra época ha habido en Morelia las huelgas de 1933; la de 1938, que culminó con la casi autonomía de la Universidad; la de 1943 y la de 1949, en ésta con el sacrificio de jóvenes preparatorianos. Al hacerse cargo del gobierno del Estado el señor Gral. Dámaso Cárdenas, en septiembre de 1950, se abocó desde luego a los múltiples problemas que se presentaban a su consideración. A reserva de hablar 187


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en otro lugar de esos problemas y de la solución que a ellos ha venido dando nuestro mandatario, justo es que tratemos de aquellos que se refieren a la ciudad de Morelia, cuya historia estamos bosquejando: el problema del agua potable, que aún no se liquida y el problema del jardín o plaza de los Mártires, centro principal de reunión del pueblo moreliano, de los turistas que visitan la ciudad y todos aquellos forasteros que por necesidad o recreo llegan a esta capital. El aspecto que tal lugar presentaba era por demás impropio de la categoría que ha alcanzado nuestra urbe: sus pavimentos en ruinas, sus elementos decorativos eran una mezcla de todos los estilos y de todas las épocas, en absoluta disonancia con la catedral, la portalería y los edificios que rodean el jardín; los prados y arbolado en el más completo abandono; todo conspiraba a dar una triste impresión a quienes se acercaban a dicho lugar. En enero de 1951 se hizo cargo de la Presidencia Municipal el inteligente, culto y dinámico Lic. Rafael García de León y desde luego trató con el Gobernador Cárdenas el asunto del Jardín de los Mártires, llegando al acuerdo de que había que modificar totalmente ese sitio público. Para no proceder autoritariamente, el Lic. García de León tuvo el tino de convocar a los vecinos más caracterizados de Morelia para escuchar su opinión, y después de varias juntas se acordó darle a la Plaza de Armas de Morelia una total reconstrucción, de acuerdo con el estilo arquitectónico de la ciudad y de los edificios que forman ambiente al parque central y para ello se encomendó a un inteligente arquitecto el anteproyecto, que al ser estudiado y merecer la aprobación se puso en práctica, inaugurándose, al cabo de casi un año de labores, las obras totalmente concluidas. El material que se empleó es la cantera rosada, en arbotantes, pisos, almenas y pórticos; farolas de hierro y forjado del más puro estilo colonial iluminan el sitio; se reforestó con nuevas unidades arbóreas y el jardín y el conjunto presentan ahora el más armonioso contraste con cuanto abarca la mirada en derredor. Las mencionadas mejoras se inauguraron solemnemente en mayo del año de 1952 con motivo del cuatrocientos once aniversario de la fundación de la ciudad. 188


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CAPÍTULO XXIII División política – Colonias – Valor de la propiedad Educación pública – Comunicaciones – Salubridad y Asistencia – Espectáculos públicos – Nomenclatura Lugares y casas históricas – Otros asuntos relativos al Municipio.

La ciudad de Morelia, a la vez que la capital del Estado de Michoacán de Ocampo, es la cabecera del Municipio de su nombre. En dicho Municipio hay ciento cincuenta lugares poblados, clasificados de la siguiente manera: dieciséis tenencias, once haciendas, noventa y cuatro ranchos, nueve congregaciones, ciento quince ejidos, cuatro colonias agrícolas y un campamento. Las principales poblaciones comprendidas dentro del Municipio son: Tiripetío, Undameo, Atécuaro, Chiquimitío, Cuto, Capula, Teremendo, Tacícuaro, San Nicolás Obispo, Santa María de Guido, Jesús del Monte, San Miguel del Monte y Morelos. La ciudad de Morelia se divide en cuatro sectores (cuarteles) y en torno de ella y debido al crecimiento o ensanche de la misma población, se han trazado las colonias siguientes: Vasco de Quiroga, Marcos B. Méndez, Independencia, Isaac Arriaga, Obrera, Mariano Jiménez, Melchor Ocampo, Morelos, Juárez, Del Parque, Cuauhtémoc, Atenógenes Silva, General Ireta, Los Arcos, Los Viñedos y Ventura Puente. Salvo la Colonia Los Arcos, que está totalmente urbanizada, el resto se encuentra en proceso de urbanización. El Municipio se administra por un Ayuntamiento integrado por nueve miembros, que se eligen popularmente y se renuevan por mitad cada año y duran en sus funciones dos años, entrando a tomar posesión de su puesto el primero de enero. Estos funcionarios eligen dentro de su seno un Presidente y un síndico, y entre sí se distribuyen las comisiones de administración, mejoras materiales, hacienda, alumbrado, aguas, mercados, abasto, salubridad, espectáculos públicos, etc. Las labores de oficina están al cuidado de un Secretario, un Oficial Mayor y un Tesorero maneja la hacienda municipal. 189


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El valor de la propiedad municipal y sus ingresos son: Valor de la propiedad rústica $1.377,040.00 Valor de la propiedad urbana $31.260,190.15 Recaudación de enero a octubre por rústicas $73,344.59 Recaudación de enero a octubre por urbanas $243,858.25 Recaudación en el mismo plazo por otros conceptos $999,896.09 En la jurisdicción del Municipio de Morelia funcionan 111 (ciento once) escuelas primarias, federales, estatales e incorporadas. La Universidad Michoacana cuenta entre sus dependencias con las Escuelas Secundarias para varones y femenil, exclusivamente. Se hacen estudios secundarios en los colegios incorporados "Anáhuac", "Plancarte", "Valladolid" y la "Academia de la Cámara de Comercio". Se encuentran establecidas también la Escuela Normal Urbana Federalizada y la Escuela Secundaria Nocturna para obreros "Melchor Ocampo", funciona una Escuela Práctica de Agricultura en "La Huerta", Mich.; una Escuela Técnica Industrial para hombres "Álvaro Obregón", y una Escuela Industrial para Señoritas "Josefa Ortiz de Domínguez". Además, la Universidad sostiene las siguientes Facultades, Escuelas e Institutos: Facultad de Medicina, Facultad de Jurisprudencia, Facultad de Ingeniería, Escuela de Bellas Artes, Museo Michoacano y Biblioteca Pública y Universitaria. El Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo (fundado en 1540) tiene el carácter de Escuela Preparatoria, en donde se cursan los bachilleratos para ingresar a las diversas facultades. La ciudad cuya historia nos ocupa, está comunicada con la capital de la República por la Carretera México-Guadalajara y por el ferrocarril que partiendo de la ciudad de México pasa por Toluca y Acámbaro, toca Morelia, Pátzcuaro y Uruapan y termina en la ciudad de Apatzingán. Diariamente pasan por Morelia cuatro ferrocarriles destinados a la conducción de pasajeros. La comunicación urbana se hace en Morelia por medio de autobuses, los cuales se manejan por medio de dos cooperativas. La comunicación por medio de autobuses con México, Guadalajara, los Estados del Centro y Norte del país, así como los que cubren el 190


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servicio con los diversos municipios del propio Estado de Michoacán, tiene tres cooperativas, cuyas centrales se encuentran en Morelia y son: "Tres Estrellas de Oro", "Estrella de Occidente" y "Autobuses de Occidente". Por lo que ve al servicio de carga deben mencionarse las siguientes empresas: Auto-Transportes "Mercurio", "Transportadora Mercantil", "Servicio de Occidente", "La Azteca" y "Central de Líneas". Existen en el Municipio de Morelia cuarenta sindicatos formados por trabajadores y diecisiete de índole patronal. Para la atención de la salubridad y asistencia pública existe una oficina denominada Dirección de Servicios Coordinados, que controla y maneja los establecimientos asistenciales que se han fundado tanto por el gobierno del Estado como por la Federación. El Hospital General "Dr. Miguel Silva", maternidades, dispensarios, consultorios gratuitos, etc., etc. El H. Ayuntamiento sostiene un Asilo para Ancianos con cuarenta plazas y la Beneficencia Larrainzar otro asilo, también para ancianos, con veinticinco plazas. Para espectáculos públicos se cuenta con el "Teatro Ocampo", que es propiedad del gobierno del Estado: edificio cómodo, amplio y elegante que se destina a espectáculos teatrales, conciertos, veladas literarias y actos cívicos de carácter oficial; con varios salones de cinematógrafo construidos con los requisitos indispensables para esa clase de diversiones; con una plaza de toros de reciente construcción, igual a cualquiera de las mejores de la República; con varios campos deportivos y un lienzo para charrería. La nomenclatura de las calles, plazas, jardines y otros lugares públicos de la ciudad de Morelia, en vigor al imprimirse este libro (1952), data del año de 1929 y se formó por iniciativa del entonces Presidente Municipal, Lic. Alberto Bremauntz, para venir a remediar la anarquía que en esa materia existía entonces, ya que la gente mencionaba las calles indistintamente con las dos nomenclaturas que la ciudad había tenido anteriormente. Expliquemos brevemente este asunto. El plano más antiguo que conocemos de la ciudad de Morelia es el formado por el señor intendente de la provincia de Valladolid, don Felipe Díaz de Ortega, en el año de 1796. Aunque no aparecen en el 191


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plano los nombres de las calles, seguramente éstas ya lo tenían, aunque se ignoran dichos nombres. En el año de 1840 el H. Ayuntamiento comisionó al Lic. don Isidro García de Carrasquedo para que formara la nomenclatura, que se hizo de cuadra a cuadra, con nombres un tanto ridículos, como lo eran: Calle del Bobo, del Tompeate, de la Cachucha, etc., cuyos nombres se leían en azulejos de Guanajuato en las esquinas de las calles. Estos azulejos no desaparecieron con la nueva nomenclatura que se le dio a Morelia en el año de 1869 y la cual se mandó pintar al temple, también en las esquinas de las calles; de ahí que las gentes mencionaran indistintamente a una misma calle con dos nombres. Esa nomenclatura (la de 1869) dividía la ciudad en cuatro cuarteles y tenía la pretensión de que con sólo ocho nombres se designaran todas las calles de la ciudad. En cada cuartel había un nombre para las calles de Oriente a Poniente y otro para las de Norte a Sur. Si las calles hubieran estado trazadas a cordel, la nomenclatura hubiera resultado ideal; pero resultaba muy complicada dada la conformación de nuestras ciudades coloniales; pues al encontrarse la primera calle de Bravo, por ejemplo, era de suponerse que seguiría la segunda; pero no era así, la cuarta o la sexta y las intermedias había que buscarlas en el dédalo de callejas y callejones que forman la estructura de nuestras viejas ciudades. Para subsanar el mal de que hablamos se pensó en dividir la ciudad en cuatro Sectores: Nueva España, Independencia, República y Revolución y darle a las calles de cada uno de estos sectores, los nombres de personajes, lugares o hechos históricos correspondientes a su época. Los cuatro Sectores están divididos por dos calles o ejes: de Oriente a Poniente, Avenida Madero y de Norte a Sur, Avenida Morelos. La numeración parte, en cada calle, del eje y obedece al número de metros que hay de dicho eje a la puerta o zaguán que trata de numerarse. Si una casa tiene el número 235, esos son los números que hay de ese lugar al eje. En muchas de las calles de Morelia hay casas o lugares históricos. Vamos enseguida a mencionar los principales.

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En el pilastrón que está a la mitad del portal que queda al Norte del Jardín Principal o Plaza de los Mártires, fue fusilado el valiente insurgente Pbro. don José Guadalupe Salto, el 9 de mayo de 1812. En el portal que está al Occidente de la misma Plaza y en el pilastrón del centro, fue fusilado el 3 de febrero de 1814 el insurgente, cura don Mariano Matamoros, que había sido hecho prisionero en el desastre de Puruarán. Este héroe insurgente fue compañero y amigo íntimo de Morelos, quien le llamaba su brazo derecho. En el costado occidental del edificio anexo a la catedral fueron sacrificados bárbaramente por el coronel Pedro Otero, comandante militar de la plaza, el día 8 de diciembre de 1830, un grupo de vecinos, acusados de conspirar en favor de la causa federalista. Fundamentalmente, el odio que se tuvo en contra de esos ciudadanos fue debido a que pertenecían a una Logia masónica. La manera como se verificó la aprehensión y fusilamiento de dichos ciudadanos revistió el carácter de un asesinato, por lo cual el pueblo los llamó los mártires; nombre que se ha dado al jardín principal que le es contiguo. En el jardín llamado hoy de Villalongín, existía en la época colonial una capilla llamada de las Ánimas y contiguo a ella un edificio que servía de prisión para mujeres. En ese lugar fue presa la esposa del insurgente don Manuel Villalongín, por orden del coronel don Torcuato Trujillo, para obligarlo a deponer las armas. Villalongín penetró hasta ese lugar, seguido de unos cuantos valientes y rescató a su esposa; hecho romancesco y notorio ejecutado el día 12 de septiembre del año de 1811. La casa en donde nació el Generalísimo de América don José Ma. Morelos y Pavón se encuentra a espaldas del templo de San Agustín. Eran unas accesorias propiedad de los frailes del convento; su aspecto humilde desapareció y ahora es un edificio moderno. Al pasar por dicho lugar doña Juana Pavón, madre del héroe, sintió el alumbramiento y se recogió en aquella accesoria, en donde nació uno de los hombres más ilustres del Nuevo Continente, el día 30 de septiembre de 1765. Más tarde el héroe de Cuautla adquirió la casa que forma esquina con la que lleva su nombre y la calle del Lic. Soto Saldaña, la reconstruyó agregándole un segundo piso y la destinó para habitación 193


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de su madre y su hermana. A ella llegaba cuando venía de su curato a la antigua Valladolid. Don Agustín de Iturbide, consumador de la Independencia de México, nació en la casa que se encuentra en la mitad de la acera norte de la calle que hoy se llama primera de Valladolid. Tal nacimiento aconteció el 27 de septiembre del año de 1783. La casa con que principia la acera oriental de la tercera calle de Zaragoza se llamaba Correccional y se destinaba, en la época colonial, a prisión de sacerdotes. Allí estuvieron presos los insurgentes Pbro. J. Guadalupe Salto y Mariano Matamoros, antes de caminar al patíbulo, como ya lo expresamos antes. La casa que se encuentra frente al Jardín del Carmen (hoy Pudenciana Bocanegra) era el llamado Obispado Viejo y allí posaron los ilustres viajeros europeos Alejandro de Humboldt y Amado Bonpland, en septiembre del año de 1803. Formando esquina con la Avenida Madero Oriente y Avenida Morelos se encuentra la casa que fue el capitán García Obeso y en ella se celebraron las primeras juntas a favor de la Independencia Nacional a fines del año de 1809. A la mitad del Portal que se encuentra al Sur del Jardín de los Mártires se encuentra la casa que habitaron los señores Nicolás y Mariano Michelena, precursores de la Independencia mexicana. El Palacio de Justicia fue durante la época colonial el Palacio de la Intendencia. En época posterior se reconstruyó con muy mal gusto. Allí despacharon los intendentes Riaño, Díaz de Ortega, Merino, etc. La hoy Escuela Mariano Jiménez (a espaldas del edificio que acabamos de mencionar), se formó posteriormente con dos viejas casas; la del costado, que mira al Poniente era la cárcel real y la de la espalda, que mira al Sur, era la Alhóndiga. El edificio que ocupa a la fecha (1952) la Escuela de Jurisprudencia fue propiedad del canónigo Belaunzarán, quien la vendió al señor don Mariano Michelena. En ella falleció, dejando sus cuantiosos bienes a la beneficencia pública. En esa casa se hospedó Hidalgo. En el hoy Hotel Oseguera (1952) estuvo el Hospital de San Juan de Dios, en la época colonial y allí se estableció por primera vez la 194


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Escuela de Medicina por el sabio médico don Juan Manuel González Urueña. El hoy Palacio Municipal fue construido para la factoría de tabacos, en la época colonial; pues entonces los cigarros los fabricaba y vendía el gobierno. A la consumación de la Independencia el edificio se destinó a Palacio de Gobierno, en donde despacharon los gobernadores desde el año de 1824 hasta 1859. En el año que acabamos de mencionar el Gobernador del Estado, Gral. don Epitacio Huerta, tomó el edificio que hoy es Palacio de Gobierno, frente a la catedral y que antes estaba destinado a Seminario. Tal edificio había sido construido en la centuria anterior por el obispo don Anselmo Sánchez de Tagle. El edificio en donde hoy es la Cámara de Diputados fue propiedad de don José María Ansorena, intendente que nombró Hidalgo para la provincia de Michoacán. Ansorena acompañó a Hidalgo a la batalla del Puente de Calderón y luego hasta Saltillo, de donde regresó en las fuerzas de Rayón. Falleció en el camino hacia Michoacán. Sus hijos, los Ansorena, siguieron viviendo en esa misma casa, hasta que fue adquirida por el gobierno para residencia de los gobernadores del Estado. El convento más antiguo de Morelia es el de San Francisco. Fue destruido durante la Reforma para abrir la calle que está al costado Sur. En él vivieron algunos hombres de notoriedad, durante la Colonia, entre otros los historiadores Beaumont, Larrea y Espinoza, que escribieron y publicaron obras sobre Michoacán. También vivió allí el escritor don Joaquín Granados y el poeta Fr. Manuel Martínez de Navarrete; pues pertenecieron a la orden franciscana. En el convento de San Agustín, que fue el segundo monasterio que se construyó en Valladolid (Morelia), vivieron Fr. Diego Basalenque, Fr. Juan de Moya, Fr. Alonso de la Veracruz y otros hombres distinguidos en las bellas letras, en la filosofía y en la historia. El edificio que hoy ocupa la Escuela Técnica "Álvaro Obregón" fue construido por los jesuitas a fines del siglo XVI y destinado a Colegio, que se llamó San Javier. Allí vivían también los sacerdotes de esa Orden. En tal Colegio enseñó Humanidades, a mediados del siglo XVIII, el gran historiador don Francisco Javier Clavijero. A la 195


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consumación de la Independencia se destinó a oficinas del Supremo Tribunal y de los Juzgados. Después, al triunfo de la República, fue destinado para albergar el Colegio de San Nicolás, entre tanto se reparaba su edificio propio y que a la fecha ocupa. Además de los edificios, casas y lugares históricos, tiene Morelia hermosos jardines y paseos que le dan un encanto y atractivo singular. El principal y más antiguo de estos paseos es el Bosque Cuauhtémoc, antes de 1915, que el gobierno le dio este nombre, se llamaba de San Pedro. Está colocado en la parte sur-oriental de la ciudad y es una extensión de terreno en forma de trapecio, dividido en veintiséis lotes. Según el historiador don Juan de la Torre contaba a fines del siglo pasado, veintiséis mil fresnos. El terreno que ocupa este bosque pertenecía a los indígenas de la comunidad del barrio de San Pedro y según la "Gaceta de México" se los compró a los propietarios el obispo don Fr. Antonio de San Miguel, en el año de 1786, comisionando al canónigo Yáñez para la traza y plantación de los primeros árboles. En el año de 1861, y en el gobierno del general Epitacio Huerta, este progresista gobernante, viendo que el terreno estaba abandonado y que sus calles casi habían desaparecido formando una intrincada maleza, con veredas que conducían a las chozas de los indígenas, lo mandó arreglar y empezó a adjudicar lotes a particulares con el objeto de que formaran jardines y levantaran casa de campo, lo que ha venido haciéndose hasta nuestros días. En el gobierno del señor Mercado, y a principios del siglo que corre, se construyó la glorieta central y se colocó un quiosco para audiciones musicales, glorieta que fue ampliada en el gobierno del señor Sánchez Pineda. Puede decirse que no ha habido una sola administración que no se haya preocupado por el Bosque; en algunas se formó un parque zoológico, en otras un pequeño lago; otra transformó el lago en campo de patinar; algunas, casi todas, han atendido y mejorado su pavimento; pues el mencionado Bosque es un orgullo de los morelianos y su paseo favorito. A principios del siglo actual, en el gobierno del señor don Aristeo Mercado, se empezó a trazar el Parque Juárez, al Sur de la ciudad y en la llanura que se encuentra entre ésta y la loma de Santa María, teatro 196


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del famoso combate entre Morelos y los realistas. Se hizo una glorieta en la que se levantó un quiosco para audiciones musicales; en la parte Sur se levantó sobre una plataforma natural, una hermosa casa de cristales para merendero; se construyó una escalinata para subir a la loma y un extenso lago en la parte oriental, lago que a la fecha ha desaparecido. En el gobierno del general Cárdenas se levantaron las estatuas a personajes notables de la historia, siendo autor de ellas el arquitecto Guillermo Ruiz. Frente al antiguo templo y convento de San Diego y hacia el lado del Bosque Cuauhtémoc, se trazó un bello jardín y en su centro se levantó la estatua del ínclito Morelos. Esta estatua fue iniciada en el gobierno del señor Mercado e inaugurada en la administración del señor Dr. Miguel Silva, el 2 de mayo de 1913, ciento un año más tarde de la ruptura del sitio de Cuautla. Otros bellos jardines de Morelia son los de Villalongín, en cuyo centro se colocó una gran fuente que había estado en la Plaza principal (Jardín de los Mártires) hasta la década de 1880. Este jardín se debe al entusiasmo del regidor don Felipe Breña. A un costado del templo de San Diego mandó levantar el señor Gobernador, Gral. don Mariano Jiménez, un bello jardín que, por la ornamentación que se le dio, se llamó Jardín Azteca. De su arreglo se encargó el entonces diputado, Dr. Nicolás León, historiador notable. Con posterioridad se han embellecido algunas plazuelas que estaban en abandono o dedicadas al pequeño comercio, tales como la de Huarte, Carrillo, la Subterránea, el Carmen, etc., en las que el H. Ayuntamiento ha ordenado se tracen hermosos jardines, que hoy son un ornato de nuestra capital. Son trece los jardines de Morelia. Algo que fue de gran utilidad para nuestra ciudad y ahora es una nota de belleza, lo constituye el Acueducto, hermosa obra de cantería de arcos de estilo románico. De esta obra nos ocupamos ya con anterioridad. Tres son los principales mercados que tiene Morelia: el de la Constitución, llamado hoy Valladolid, que se formó del atrio y cementerio del templo de San Francisco, a mediados del siglo pasado, cuando la expropiación, con motivo de las Leyes de Reforma. En un principio estaba formado por jacalones de madera y techos de tejamanil y en el gobierno del señor Mercado se construyó de 197


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mampostería, hierro y cristales, para inaugurarse con motivo de las fiestas del primer Centenario de nuestra Independencia (1910). Otro mercado es el Comonfort, formado también con el atrio y cementerio del templo de San Agustín en la época de la Reforma; también entonces se abrieron las calles que se encuentran frente al templo y en la parte Sur de éste. Otro de los mercados principales de Morelia y el más reciente es el que se construyó durante el gobierno del señor Ordorica en la antigua plazuela de San Juan y que presta un servicio a la populosa barriada. Para la comodidad de viajeros y visitantes, la ciudad de Morelia ha contado siempre con buenos hoteles, desde tiempo inmemorial. Ahora que se ha desarrollado el turismo se han construido muchos y muy bien equipados, que no desmerecen de los mejores de cualquier ciudad de las más importantes de nuestra República. Hermosos establecimientos balnearios, centros de reunión social y cuanto puede desearse dentro de nuestra vida moderna. Además, talleres para construcción o reparación de toda clase de maquinarias, almacenes de productos regionales y extranjeros; comercios en los que se venden objetos de la industria típica o curiosidades y especialmente los dulces morelianos, entre los que sobresalen los llamados "ates" o pastas de frutas que son propios de esta ciudad. No faltan expertos guías de turistas, que saben conducir al viajero ministrándole importantes informaciones sobre cuanto quiera saber y conocer. Morelia es, en suma, una ciudad colonial, bella por su tradición, sus monumentos, su historia, su paisaje, su clima, el trato afable y decente de sus moradores y sus centros de cultura de primer orden; pero es, al mismo tiempo, una ciudad moderna, con todas las comodidades y el confort de las grandes urbes del mundo. Todo ello lo debe a sus hijos laboriosos e inteligentes, a sus gobernantes y a sus autoridades municipales, que se han empeñado en hacer de Morelia una de las ciudades más bellas del mundo americano.

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CAPÍTULO XXIV Personajes ilustres que han visitado la ciudad de Morelia En el siglo XVIII los jesuitas Landívar y Clavijero A principio del XIX Humboldt y Bonpland La marquesa Calderón de la Barca Lo que de Morelia han dicho eminentes historiadores y viajeros – Christian Reid, María Robinson Wright, Adolfo Dollero Los literatos mexicanos que aluden a Morelia Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, José Luis Velasco Otros escritores y viajeros – Los poetas y escritores michoacanos en elogio de su ciudad.

El prestigio de una ciudad, adquirido por la belleza de su ambiente físico, el trato afable de sus habitantes y, especialmente, por los altos quilates de su refinada cultura, tienen que atraer a hombres y mujeres que, desde las más remotas regiones han venido a gozar de estos beneficios que no en todos los lugares del mundo se pueden disfrutar. Ni el calor que abrasa ni abochorna, ni el río que entumece, ni vientos molestos, ni excesivas lluvias; todo medido y regulado como si un genio tutelar dispusiera los fenómenos de la Naturaleza de acuerdo con los gustos y necesidades de los hombres. La tibieza de sus amaneceres invitan a emprender con gusto las actividades cuotidianas y el lento desmayo de sus crepúsculos suntuosos, engalanados con la púrpura y el oro del poniente, predisponen a la meditación, al estudio, a la calma y al reposo. ¿Quién no desea estar, una vez siquiera, en una región así de encantadora?. Pasemos por alto a todos aquellos personajes que por razón de sus actividades religiosas o civiles llegaron a la hermosa Valladolid en los trescientos años de su vida colonial y concretémonos a mencionar a quienes, nada más que atraídos por la fama de una ciudad hermosa, se allegaron a ella para gozar de sus encantos. Sin embargo, no debemos pasar en silencio la presencia de dos grandes talentos que estuvieron allí a mediados del siglo XVIII, los jesuitas Rafael Landívar, de origen guatemalteco y don Francisco Xavier Clavijero, 199


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autor, el primero de la Rusticatio Mexicana, en la que cantó en los dulces hexámetros de la lengua del Latium las bellezas de los lagos michoacanos, de la Tzaráracua y del Jorullo, y el segundo, a la vez que filósofo y humanista, distinguido maestro de nuestro Colegio de San Javier, fue autor de la Historia Antigua de México, obra clásica dentro de los conocimientos de su género. En los albores del siglo XIX, precisamente a principios del mes de septiembre del año de 1803, llegaron a Valladolid dos personajes: alemán uno de ellos, Federico Enrique Alejandro von Humboldt; francés el otro, Amado Bonpland. Viajeros incansables, habían ascendido a las más altas montañas de la América del Sur y explorado las riberas de los ríos Amazonas y Orinoco, midiendo, comparando, estudiando y haciendo observaciones geológicas; clasificando más de seiscientas plantas hasta entonces desconocidas y, lo que es más, descubriendo la riqueza del mundo americano y de la cual hoy todavía no sabemos aprovecharnos debidamente. ¡Pero qué gran tolerancia la de los hombres cultos! Ellos eran protestantes y vivían hospedados en la casa del obispo. La gente miraba con extrañeza su pantalón y su casaca al estilo Directorio; el alto cuello de su paletot y su corte de pelo de furia enmarañado en la mollera; porque aquí se usaban todavía la chupa, el calzón corto y el peinado de coleta. Se hincaban en la calle al paso del viático, como los católicos y miraban y remiraban todo con atención, como si ellos no hubieran visto las ciudades de Colonia, de Estrasburgo o de París y se prendaban de la gracia criolla de las muchachas de Vallola, como con cariño le decían las gentes a nuestra ciudad. Los viajeros estaban en la flor de la edad: Humboldt tenía treinta y cuatro años y Bonpland treinta, únicamente. Las observaciones sobre la entonces intendencia de Valladolid de Michoacán, las encontramos en el tomo II del Ensayo Político sobre la Nueva España. Humboldt y Bonpland dejaron en Michoacán muchos amigos; pero uno más que todos, don José María Macías, comerciante de Ario, que los llevó al Jorullo y los acompañó por todas partes. Este don José María fue abuelo del Dr. Miguel Silva Macías, padre del Dr. Miguelito Silva González, que conocimos y recordamos con cariño. 200


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La lucha de Independencia y los turbulentos años que le siguieron a la consumación, no fueron propicios para visita de viajeros distinguidos; pero en una de nuestras revueltas intestinas, allá por el año de 1835, luchaban los federalistas contra los centralistas. Los primeros defendían la plaza, ahora llamada ya Morelia y los centralistas la atacaban fortificados en el convento de San Diego al mando de don Ramón Rayón. Al cabo de tres días de fuertes combates, el valiente coronel Antonio angón, que defendía la plaza, tuvo que abandonarla. Angón es un personaje simpático en nuestra historia: había pertenecido a la escolta del generalísimo Morelos, era de los famosos cincuenta pares, que sabían desafiar la muerte cuerpo a cuerpo. Al salir Angón con sus tropas, por el rumbo de la Quemada y Sindurio, tomó el camino del pueblito de San Nicolás y desde la loma que conduce a Undameo volvió los ojos hacia Morelia y exclamó de esta manera: "Siempre que las ocurrencias de la guerra no lo permitan, con gusto volverá a ver esa simpática capital, cuna de la libertad; mas si fueran desfavorables, será esta la última vez que disfrute ese placer; y, en consecuencia, recibe mi despedida, predilecta población". Y aquel viejo guerrillero, al contemplar allá a lo lejos la ciudad de Morelia se alejó paso a paso. En efecto, no la volvió a ver jamás; lo mataron, juntamente con su hijo, en un combate cerca de Tacámbaro, pocos meses después. En el año de 1836, España, por fin, reconoció la Independencia de México y mandó a su primer embajador en la persona de don Ángel Calderón de la Barca. Éste estaba casado con una joven y hermosa inglesa, nacida en Edimburgo, llamada Frances Erskine Inglis, a quien después de viuda la reina Isabel Segunda le dio el título de marquesa de Calderón de la Barca. Esta mujer, que a sus singulares encantos adunaba una exquisita cultura, escribió un precioso libro, La vida en México, que dio a conocer muchos aspectos de nuestro suelo en todos los países de habla inglesa, en cuyo idioma fue escrito originalmente en forma de cartas. Pero la marquesa Calderón de la Barca no se concretó a decir lo que veía en la capital, sino que, desafiando las incomodidades de los viajes a caballo y en diligencia, que se habían entonces, recorrió varios lugares de nuestro país, siendo uno de ellos Michoacán y más 201


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particularmente Morelia, a cuya ciudad llegó una tarde del mes de octubre del año de 1840. Saliendo de la ciudad de México llegó a Toluca y su itinerario hacia nuestra ciudad fue por la hacienda de La Gavia, Trojes, Angangueo, Ciudad Hidalgo (entonces Taximaroa), Queréndaro y San Bartolo. La salida de este lugar, entonces haciendo propiedad de la familia Gómez, la hizo a las cuatro de la tarde y por ello tuvo la marquesa oportunidad de presenciar y luego describir maravillosamente, esas espléndidas puestas de sol, esos crepúsculos vespertinos que todos nosotros hemos presenciado muchas veces; pero ahora expresados por la pluma de la mujer que, criada entre las brumas de los países nórdicos, apreciaba como uno de los espectáculos más hermosos de su vida. Decía así: "Morelia es famosa por la pureza de su atmósfera y la excesiva belleza de su cielo; esa tarde no desdijo de su reputación. Hacia la puesta del sol, todo el horizonte occidental estaba cubierto con miríadas de nubecillas de oro y morado, que en variedad de fantásticas formas flotaban sobre al azul brillante del firmamento; el morado se convirtió en púrpura, luego se tornó sonrosado, cual si tuviese vergüenza, y, por último, brilló con todo el esplendor carmesí. El azul del cielo fue poniéndose verde, con aquel tinte peculiar de las puestas de sol en Italia. El astro parecía un globo de viviente llama. Gradualmente se hundió en una hoguera de oro y de carmesí, mientras que el horizonte seguía iluminado como por las llamas de un volcán… Luego su brillante cortejo de nubes, después de flamear por corto tiempo con el esplendor del sol desaparecido, fue fundiéndose gradualmente en todos los colores y matices del arco iris, desde el rojo profundo y el color de rosa, y el violeta pálido y el azul suave, envuelto todo en vapor argentífero, hasta formar una enorme masa de leve tinte gris, fue extendiéndose sobre toda la parte occidental del cielo. Pero en ese momento se alzó la luna en medio de una serenidad sin nubes, y a la distancia escuchamos débilmente primero, y luego con mayor claridad, y por último, en toda su profunda y sonora armonía, la campana de la catedral, que presagiaba la proximidad de una gran población". Pero esta ciudad nuestra ha tenido también sus días amargos, en los que el ángel de la muerte ha extendido sobre ella sus fúnebres 202


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crespones. Los hombres de nuestra generación hemos presenciado el violento espectáculo de las fuerzas militares que la toman por la fuerza o la abandonan fugitivas en momentos de persecución y de angustia, como en aquellos amargos días de enero de 1924. Espectáculo semejante nos describe el historiador Lic. don Eduardo Ruiz en su bello libro Historia de la Guerra de Intervención Francesa en Michoacán, cuando dice: "Amaneció el día 30 (noviembre de 1863). La ciudad presentaba un aspecto lúgubre: las calles estaban silenciosas, cerrados los zaguanes de todas las casas, y si alguno que otro habitante salía a negocios urgentes, caminaba de prisa, sin detenerse a hablar con nadie. Se oía clara y distinta la campana del reloj de catedral". "Por fin, a las diez de la mañana anunció uno de los exploradores que los franceses estaban ya en la loma del Zapote, a menos de un kilómetro de distancia de las goteras de la ciudad. Entonces el general (Berriozábal) montó a caballo, y seguido de su estado mayor, marchó a ver con sus propios ojos al enemigo. La columna invasora hacía su entrada a Morelia yendo a formarse en el paseo denominado Bosque de San Pedro. El general permaneció largo rato presenciando este movimiento. Luego, paso a paso, regresó a la plaza, se despidió de sus amigos que aún se hallaban en el portal y se dirigió a la garita de Santa Catarina. Allí se detuvo una vez más; dio una orden a Julián Montiel, quien bajándose del caballo se puso a escribir lentamente en una mesa de la oficina; era el parte dirigido al señor Juárez, avisándole la ocupación de la capital de Michoacán por el ejército franco-traidor. Firmó el general Berriozábal, y volviendo a montar Julián, tomaron todos el camino de Pátzcuaro. Serían las doce del día. "El resto del día 30 se pasó en Morelia con la misma tristeza que hemos ya dicho se notaba en la mañana. "En la noche la ciudad parecía una necrópolis: tal era el silencio que reinaba en las calles. En aquel día la luna entraba en su cuarto menguante, de tal suerte que el principio de la noche estaba sumido en las tinieblas. Las tropas se habían acuartelado rigurosamente; pero algunos zuavos por mera curiosidad o por ansia de rapiña salieron a la calle; uno que otro oficial andaba en desempeño de órdenes, recorriendo algunos lugares. Esta imprudencia les costó cara. Sin 203


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saberse a qué hora ni por quién, uno de los oficiales y tres soldados quedaron muertos a puñalada". Otra descripción muy viva de lo que era Morelia en aquellos días luctuosos de la Intervención extranjero nos la proporciona el escritor francés Alberto Hans en su libro Querétaro, publicado en París dos años después del sitio de aquella ciudad, tumba del Imperio. De esa descripción solamente tomaremos una expresión, que pinta muy bien el carácter de aquellos hombres que según ellos venían a redimirnos. Dice que la ciudad estaba sola cuando salieron las tropas traidoras para ir al sitio de Querétaro: "Los republicanos se guardaron muy bien de dar señales de vida. Uno solo, viendo que se alejaba la escolta del general, gritó: ¡Viva la libertad! Habría sido mejor para él callarse, dice Hans, o por lo menos guardar, para ultrajarnos a que la escolta se hubiese alejado enteramente; porque habiéndolo oído un soldado de caballería, volvió a galope, y le partió la cabeza de un sablazo". Según lo que acabamos de leer, para los traidores era un insulto vitorear a la libertad. Aquel hombre del pueblo no pudo contenerse; por su boca habló la ciudad cuyas gentes habían sido martirizadas por las inhumanas cortes marciales y se creyó libre y gritó; pero un esbirro le partió la cabeza… ¡Cuántos sacrificios costó al pueblo moreliano la libertad…!. Cuando las comunicaciones entre Morelia, la ciudad de México y otras ciudades de Morelia fueron más fáciles, por su comunicación ferrocarrilera, los visitantes a nuestra ciudad fueron en aumento; recordamos en estas líneas al escritor norteamericano Christian Reid, autor de la hermosa novela El cuadro de las cruces, cuyo tema se desarrolla en Morelia y en una hacienda inmediata a Pátzcuaro. Las descripciones que traza son fieles y hermosas, y una cosa que nos llena de orgullo a todos es esta expresión con la que da comienzo a su libro: "¡Sería difícil encontrar en todo este bello México, quién sabe, tal vez en el mundo entero, una ciudad más deliciosamente pintoresca que la de Morelia!". La novela a que nos referimos fue traducida del inglés por el maestro don Ernesto Arreguín y empezada a publicar en una revista. ¿En dónde quedarían esos originales?. Una escritora, americana también, María Robinson Wright, llegó a nuestra ciudad allá por la década del 80 y tantos y escribió un libro 204


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que se titula México pintoresco. Muchas son las páginas que en ese libro le consagra a Michoacán, dice, por ejemplo: "Morelia es siempre admirada por los extranjeros, por sus calles amplias y ventiladas, bonitas casas y general belleza. Hay un mercado concurrido que siempre es interesante: el clima es delicioso. La alameda o calzada es ancha y enlozada, sombreada por bonitos y viejos árboles, circundada por un pasamano de piedra, formando bancas en él. Morelia es una de las ciudades más bonitas de todo México, y las mujeres gozan de esa misma reputación por su hermosura. San Pedro, la Calzada de Guadalupe, el acueducto son objeto de atracción; pero la hospitalidad de la gente, la hermosura de las mujeres, la música y las flores, todo contribuye a hacer muy interesante al viajero una visita". Dice muy bien la escritura trota-mundos: las mujeres, la música y las flores de Morelia es algo que no se puede borrar de nuestro espíritu. Con motivo de alguna festividad cívica, siendo Gobernador del Estado el señor general don Mariano Jiménez, vino a Morelia el poeta Manuel Gutiérrez Nájera, el inspirado Duque Job, el de las prosas de tersura de seda. Suprema emoción debió causarle a un espíritu de refinada cultura la contemplación de nuestra ciudad y tal emoción la tradujo en una de sus más bellas prosas, en la que afirmó: "Desde allí (desde la loma de Santa María) es encantador el aspecto de Morelia; habrá otras ciudades más bellas; pero no conozco ninguna más simpática. Verla por primera vez para mirarla más de cerca, para refugiarse en sus nidos blancos, todo es uno. Se ve larga, como acostada y dormida en suave colina. Las torres de su catedral son muy esbeltas y pocos metros menos altas que las torres de la nuestra (México). Muchas otras torrecillas y cúpulas de capillitas, empínanse como asomadas a las espaciosas azoteas de las casas. No hay ningún río caudaloso en que Morelia pueda verse, porque no es coqueta ni presumida, sino humilde. Está acostada, y sólo las torres de su catedral son las que se alzan sobre las puntas de los pies, las que no duermen, para cuidarla, velando el sueño en que reposa, para espiar y ver de lejos si se acerca algún peligro. En todo el espacio que separa a Morelia de Santa María falta la inmensa sombra, la sombra luminosa, porque el héroe hasta a su sombra comunica luz, del gran Morelos. En la ciudad está Ocampo; aquí, planea Morelos". 205


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En los últimos años del gobierno del general Díaz llegó a nuestro país un notable sociólogo y periodista italiano, don Adolfo Dollero, en su interesante libro titulado México al Día, dedica muchas páginas a las ciudades michoacanas que visitó, entre ellas, naturalmente, Morelia. Entre los conceptos que vierte sobre nuestra ciudad hay algunos que deseo reproducir, porque ellos expresan, en pocas palabras, algo del espíritu de sus habitantes: "A pesar de que en Morelia todos sean católicos fervientes, observamos un menor número de manifestaciones exteriores, que en otras ciudades del mismo Estado: abundan, sin embargo, los sacerdotes, casi siempre con el hábito eclesiástico. Observamos que, especialmente la clase indígena los hacía objeto de atenciones y saludos muy respetuosos". "Con todo y las pías creencias religiosas, en esos días más de un rico especulaba con el hambre de los pobres, aprovechando la enorme carestía del maíz, que forma el principal alimento de los indígenas mexicanos". No resistimos al deseo de estampar en este somero estudio sobre los visitantes ilustres que ha tenido Morelia, los conceptos que a ella le dedican tres de nuestros grandes poetas contemporáneos. Dice José Juan Tablada: "Por su antañona belleza, por la atmósfera de leyenda que baña sus piedras coloniales, y hasta por su esquivo recogimiento hecho como de sigilo claustral y de persistente romanticismo, siempre tuve a la antigua Valladolid como una de las ciudades mexicanas más interesantes y atrayentes. "La catedral, los conventos, la alhóndiga, el venerable Colegio de San Nicolás, el acueducto, viéronme, peregrino absorto, ante sus torres, muros y sillares, mientras a la sombra de ellos imaginaba yo vislumbrar a don Vasco de Quiroga, a Fr. Margil de Jesús, al cura Morelos, a Ocampo. "Y aunque parezca profano, la simple visión, el solo nombre de los conventos monjiles, me avisaba el regusto por los famosos dulces y conservas de esencias frutales, máximo prestigio de los claustros vallisoletanos y hasta la fecha galanía de Morelia. "Dulces que tantalizan el recuerdo con perfumada miel, 'ates' epónimos…. Mas este último adjetivo me trae a la mente ciertos deliciosos versos de Alfonso Reyes". 206


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Para Juan Tablada, como para José Luis Velasco, el exquisito cronista, la dulcería moreliana es algo tan típico y especial, que hablando de los dulces que producen otras ciudades, entre ellas Puebla, Querétaro, Aguascalientes, dice así: "Quien toma un trocito de 'ate' después de comer, ya está consagrado mexicano". Pero más que los dulces, el poeta tapatío se entusiasma con la luz de nuestro ambiente: "La luz solar de Morelia es radiante como un fogonazo, fúlgida como una moneda de oro nuevo —un centenario rútilo—, nítida como un ampo, transparente como cristal, deslumbrante como ropa blanca tendida, luz que ciega, luz que se parece a la de Guadalajara, prima hermana de la que alumbra a la Angelópolis, y que riega chorros de una electricidad que siente latir en la atmósfera. Luz que hace verdes los campos y pone sangre perfumada en las rosas. Luz por la que damos gracias al Creador, y que nos hace fiesta en los ojos y madura las espigas y finge paisajes imponderables en las nubes. Así se explica que los lagos vivan allí complacidos en una quietud estática, bajo el adorable silencio rizado de las ondas". Si recordamos aquella interesante excursión de intelectuales mexicanos y de estudiantes japoneses que llegó a Morelia por el año de 1932, vendrá a nuestra memoria la figura distinguida, la conversación amena y el talento singular de nuestro amigo el poeta hondureño Rafael Heliodoro Valle, ahora embajador de su país en los Estados Unidos. Valle, en crónica que es un cántico a nuestro adorado Michoacán, dice: "Bajo el palio del medio día entramos en la antigua Valladolid, hoy Morelia, y lanzamos un cohete a la memoria del señor cura de Carácuaro. Esta es Morelia, la del nombre eufónico, el color de cantera, los dulces edificantes y las mujeres que ven y no se dejan ver. Esta es Morelia. Ahora voy entendiendo mejor la guerra de Independencia, a don Agustín de Iturbide y al señor Morelos, a don Melchor Ocampo y a don Pelagio. Todas las jerarquías, todos los climas, todos los caprichos en el yantar y en la siesta". Pero no solamente los poetas han dicho en su maravilloso lenguaje lo que les inspiraba nuestra ciudad; los políticos que la han visitado han observado en ella la estructura social, fuertemente basada en el poder eclesiástico. El Lic. don Antonio Díaz Soto y Gama en su interesante artículo: "Ciudades Levíticas", dice hablando de 207


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Morelia: "La Iglesia poseía las mejoras haciendas del contorno; la Iglesia tenía el poder financiero que le daban el cobro de los diezmos y la percepción de innumerables limosnas, mandas, legados, obvenciones parroquiales, etc. La Iglesia, de más a más, presaba tremendamente en el ánimo de los gobernantes, y disponía de una enorme fuerza moral sobre las conciencias de todos, grandes y pequeños. Regía la vida de las familias, hasta los detalles más mínimos; intervenía en los enlaces matrimoniales, en los conflictos domésticos, en las herencias, en la educación de los hijos, en el pensamiento y en la acción de los adultos". Grandes sociólogos extranjeros han estado en Morelia en estos últimos años; pero preocupados con el problema de la raza indígena y con la vida de los campesinos, muy poco han dicho de nuestra capital. Citaremos a Carlos Lumholtz, explorador noruego que recorrió desde la región de la tarahumara, visitó las razas huichola y cora, habiéndonos dejado sobre los tarascos importantes observaciones. Carleton Beals, en su libro México desconcertante, nos habla con extensión de Uruapan y de los pueblos de la Sierra y, finalmente, Egon Erwin Kisch en su reciente libro Descubrimientos de México y David H. Lawrence en sus muchos artículos sobre Michoacán, dejan a Morelia sin el amplio estudio que su importancia reclama. Hemos hablado de los escritores extranjeros y nacionales frente a nuestra maravillosa ciudad de Morelia, lo que les han inspirado y lo que han dicho de ella en sus libros y artículos; pero, cabe preguntarnos: ¿T sus hijos, literatos, qué han dicho de ella?. Será capítulo aparte hablar de los poetas, que de muchas maneras y en todos los tiempos han cantado la belleza del suelo que los vio nacer, con un amor parecido al que se tiene a la propia madre. Al presente hablemos nada más de los prosistas, de los que en la novela, en el ensayo o en la prosa lírica han tenido que referirse a su ciudad. El delicado espíritu de Alfredo Maillefert nos ha dejado en todos sus libros una imagen más fiel de nuestra ciudad: gentes, paisajes, escenas… todo pasa a través de la prosa tersa de Alfredo, como pasan las figuras por la transparencia de un límpido cristal. "Morelia… Ciudad de vida lenta, casi arcaica, aunque con alumbrado eléctrico; que tiene en el centro una catedral de estilo barroco, muy esbelta y un par de plazas con árboles grandes; ciudad 208


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sin fábricas y de escaso comercio; con calles poco transitadas, silenciosas; se oye de vez en cuando el ruido de un carretón o de un coche; el frito vago de un nevero… ¡la nieve!... Tal vez se oye, en esta otra calle, el tintineo de una herrería… Acá, en esta otra, hay una escuela… En esta otra un carbonero va con dos burros: ¡boon!... En esta otra nadie pasa durante largo rato; los acordes de una banda están llegando en el viento… Allá en una plazuela unos muchachos juegan; es la tarde… el sonar de una campana… la música de un piano… un vocear de periódico…. Acá una fuente se está llenando sin ruido". No podría precisar cuál de los libros de Maillefert es más hermoso, todos son bellos: "Ancla en el tiempo", "Laudanza de Michoacán", "Una historia para contar"; todos, en fin, porque en ellos puso aquel fino espíritu de que estaba dotado ese hombre extraordinario. Mariano Silva y Aceves, humanista distinguida, autor de bellos libros de elegante y finísima prosa, no podía olvidar a la ciudad en la que pasó los años más hermosos de su vida estudiantil y en su colección de poemas en prosa titulado Campanitas de plata, recuerda la Calzada de Guadalupe por donde transitaba de muchacho y dice: "Los altos árboles de la calzada, en invierno, entrecruzan caprichosamente sus ramas negras contra el cielo. Uno que otro pajarillo friolento se mece sobre una rama. Yo iba a lo largo de la calzada, una vez, saludando a los pajarillos friolentos, cuando una inmensa luna redonda se asomó tras de los hierros en cruz y me detuvo para decirme que estaba prisionera. Al cabo de una pausa traté de continuar mi largo viaje; pero noté, que entre las rejas de su prisión, la luna me hacía gestos burlones. Esto me decidió a salir de la calzada y volverle la espalda…". Además del libro que he citado tiene Cara de Virgen, Animula, Arquilla de marfil y Muñecos de cuerda, en los que puso todo lo exquisito de su temperamento. J. Rubén Romero no podía faltar con su homenaje a la ciudad que tanto lo estima y a la que él corresponde también con su grande afecto. En muchas de las páginas de sus numerosas novelas pasa la imagen de Morelia, a veces en alusiones cariñosas, a veces describiendo sus tipos más característicos. En su internacionalmente 209


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famosa novela La vida inútil de Pito Pérez, tiene páginas verdaderamente maestras al referirse a nuestra ciudad, oíd una de ellas: "Morelia, en mayo, sufre calenturas; las gentes adelgazan y los chicos enferman del estómago". "—Es la fruta nueva, dicen las señoras que platican en los estrados; pero a las primeras lluvias la ciudad entrará en razón. "El sol siente también que se asfixia y quiere escapar, rompiendo con su cabezota rubia las paredes blancas, como payaso que salta a través de un disco de papel de china, al galope de su caballo 'manadero'. "En los días de calor hay pocos transeúntes por las calles de Morelia, y sus pasos resuenan en las banquetas señalando las horas como un reloj indefectible. "Son las ocho de la mañana: doña Pachita Gil pasa, de prisa, por la calle real rumbo a la iglesia de 'La Cruz'. Algunas generaciones de colegialas la han llamado abuela, aunque más parece un abad que zarandea, satisfecho, su panza llena de virtudes. "A las nueve, don Adolfo Cano se encamina a la notaría. Sus ojos brillan con malicia, pero en su clara inteligencia no bullen las cláusulas de un contrato, ni la prosa legal de una escritura. Piensa ¡ay! en los tres reyes que mató una flor. "A las once escúchase el tranco mono-rítmico del cojo que vende gorduras: ¡Requesón, jocoqui, queso! ¡Queso jocoqui, requesón! Y con la pata de palo repica en las baldosas, apremiando a los viandantes. "A las tres óyense los pasos del señor licenciado don Lorenzo Olaciregui, deán de la catedral, que sube al coro. "Un taconeo, a compás de dos por cuatro, 'presto vivace' resuena en las baldosas, es el maestro Mier que corre a dar sus lecciones de piano. "Al profesor Gallegos no se le escucha pasar porque va en hombros de sus veinte juanetes, y apenas toca el suelo…". Salvador Ortiz Vidales, en su primorosa novela Vidas pintorescas, trae la más fiel y evocadora del "Hotel de la Soledad", con su café de estudiantes bullangueros y discutidores y el indispensable Úrsulo, que todavía espera en la eternidad el pago de tantas tazas de café fiadas a los estudiantes. 210


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Dos novelistas, el general Jesús Millán en su María del olvido, y Luis Octavio Madero en su precioso relato Claustro, hablan de la vida del Seminario, con gran seguridad en los trazos de las figuras que perfilan en los claro-oscuros de las arcadas conventuales. El aspecto poco conocido es de la Morelia sumergida. Pero también el aspecto anecdótico y pintoresco de una ciudad es en extremo interesante; porque él nos permite ver al lado risueño y regocijado de una población. Sobre este aspecto habrá que leer el Anecdotario Nicolaita, del Dr. Cayetano Andrade, El anecdotario prohibido de la revolución, de Leopoldo Zincúnegui Tercero, en donde nos describe la salida de los revolucionarios del Plan de Agua Prieta, de la ciudad de Morelia y el origen del Corrido de Aurelia. Un breve, pero interesante perfil de Mónico Gallegos, se debe a la pluma incisiva, cáustica, pero elegante, de Manuel López Pérez. Ojalá que este escritor, tan avaro de su pluma como los cantantes de su voz, nos diera una galería de tantos y tan curiosos tipos como han deambulado por las calles y las plazas de nuestra hermosa ciudad. A propósito de tipos curiosos, Melesio Aguilar Ferreira, el ágil cuentista, fino y sagaz observador, nos proporciona una colección muy agradable en su libro Gente de mi pueblo. Otro aspecto de la gente humilde de las barriadas morelianas. Hay otro aspecto de nuestra ciudad, el que podríamos llamar de información erudita, el que nos la presenta con los atavíos de una reina que ha paseado el oro y la púrpura de su manto a través de los siglos de su existencia. Entonces, a Morelia la vemos en un trono, rodeada de su corte magnífica de gobernantes, de guerreros, de sabios y de poetas. Así nos las presentan sus historiadores: Don Juan de la Torre en su Bosquejo histórico de la ciudad de Morelia, y su Guía para visitar la propia ciudad. José Corona Núñez en sus Rincones michoacanos, le dedica páginas en las que se conjugan de manera armoniosa la erudición del historiador y la fantasía del literato. La biografía de los grandes morelianos nos ha sido presentada por la pluma del Lic. don Mariano de Jesús Torres, en las muchas publicaciones debidas a su fecunda pluma, así como a la del erudito Dr. Nicolás León. Los discursos sobre Morelos de Salvador Pineda. Sendos estudios sobre la vida y la obra del Dr. Miguel Silva y del Lic. José T. Guido, se deben a la sapiencia y ponderación del Lic. don José 211


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Ortiz Rodríguez. La biografía del fundador de nuestra ciudad, el gran don Antonio de Mendoza, fue escrita con acopio de datos y estilo impecable por el periodista combativo, Lic. Gustavo Ávalos Guzmán. Los orígenes de nuestra ciudad han sido últimamente dilucidados en un bien escrito trabajo histórico por el Dr. Jesús García Tapia, que tras de un acopio de materiales de primer orden, ha empezado a revelarse como un historiador concienzudo. La historia de sus instituciones educativas, que son el alma de una ciudad, ha sido escrita por plumas de primer orden: La historia del Primitivo Colegio de San Nicolás de Hidalgo, se debe a nuestro erudito amigo el Dr. Julián Bonavit y el Aula Nobilis, de Pablo G. Macías; la del Seminario de Michoacán, al padre Juan B. Buitrón, hace poco tiempo desaparecido, con pesar de quienes guardábamos para él admiración. La historia de la Escuela Normal, la publicó hace poco con abundancia de datos y correcto estilo, el joven maestro Raúl Arreola Cortés, que ha dado ya hermosos frutos de su laboriosidad y de quien tanto esperan todavía las letras regionales. En muchas de sus obras se han ocupado de Morelia los escritores Ing. Pascual Ortiz Rubio, Lic. Manuel Padilla, Dr. Alberto Oviedo Mota, Felipe Calvillo y Salvador Calvillo Madrigal, con la devoción que todo hijo guarda al suelo que lo vio nacer. Finalmente, han escudriñado pacientemente en sus archivos, para encontrar el dato histórico más fiel y preciso de nuestra ciudad, los investigadores del pasado, Sr. Enrique Arreguín, Sr. y el Lic. Antonio Arriaga; el primero ha publicado y posee una gran cantidad de datos y documentos de primer orden sobre Morelos y otros personajes; el segundo, además de lo que ha publicado en sus Anales del Museo Michoacano, sobre Hidalgo, Morelos, Ocampo y otros personajes, se le debe la total y moderna organización del Museo Michoacano; obra estupenda en la que el Lic. Arriaga ha consumido cerca de veinte años de su vida, con un cariño extraordinario, con un esfuerzo estupendo para vencer los mil obstáculos que se le han interpuesto para presentar a los ojos de propios y extraños uno de los museos más bellos de México, cual es el de nuestra ciudad de Morelia. El aspecto folklórico y pintoresco de nuestra ciudad ha empezado a tener también su primer cultivador. Morelia con sus portales típicos, con sus mercados llenos de toda esa mercadería original, cual en 212


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pocos lugares del país pudiera verse; con sus tipos humanos tan singulares, con sus fiestas populares como la de los "toritos de petate", sus verbenas, sus paseos a Santa María, estaba reclamando un escritor que a su vez observador y sociólogo, fuera a la par un literato que pudiera sentir con todo cariño esas cosas tan nuestras, que, querámoslo o no, la avalancha del tiempo tiende a sepultar irremisiblemente. Morelia ha encontrado el cantor de su alma mínimo en la persona del Dr. Enrique Arreguín, Jr. Su bello libro Retablos de Morelia, no impreso todavía, pero de cuya lectura hemos ya disfrutado sus numerosos amigos, nos está revelando al escritor que, utilizando el material humano al parecer más humilde, la arcilla más moderna, labra con ella figuras representativas de lo que tiene de más recóndito y más amable al pueblo moreliano. Para terminar esta desmadejada evocación de todos aquellos literatos, nacionales y extranjeros, que han hablado de Morelia en sus escritos, séame permitido tomar las palabras con las que el Dr. Enrique Arreguín, en memorable discurso aquí pronunciado, saludó a aquella hermosa ciudad que ha desfilado por nuestra imaginación en estos momentos: "Morelia, entrañable tierra nuestra; has sido y eres teatro de todas las pasiones y emociones humanas, de las grandes y de las pequeñas; has sido fuente de todos los heroísmos, de los que trascienden más allá de tus muros para cubrir todos los ámbitos de la patria y de los que quedan en casa, no por esto menos trascendentes, de los que realiza calladamente cada uno de tus habitantes para construir, día a día, su vida y su esperanza…"

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CAPÍTULO XXV Morelianos notables durante la época colonial Morelos, el gran caudillo de la Independencia Personajes del México republicano – José Lanz, moreliano trota-mundos – Escritores y periodistas morelianos notables en la hora presente: poetas, Ensayistas, jurisconsultos, médicos, oradores Los artistas.

Tierra de poetas y de hombres ilustres, se ha dicho muchas veces de Morelia; hermosa tierra cantada por los bardos, se ha repetido en otras ocasiones y, en verdad, que tienen razón quienes aseveran ambas cosas, y hacer de ello una pequeña demostración nos proponemos en los siguientes párrafos. Sin que las crónicas, casi siempre incompletas y unilaterales de los primeros siglos de nuestra vida colonial, puedan darnos noticia de los hombres ilustres que produjo la antigua Valladolid en aquellos años, sabemos, sin embargo, que uno de los primeros hombres notables que produjo Valladolid fue el Lic. don Mateo de Cisneros, quien vio la primera luz en dicha ciudad a principios del siglo XVII. Hizo sus estudios en el Colegio de San Ildefonso de México y los terminó en España, graduándose en la célebre Universidad de Salamanca. Volvió a México a ejercer su profesión, figurando como abogado del Real Consejo y como apoderado de la célebre y rica Compañía de Jesús. Escribió muchos alegatos jurídicos, en contra del gobierno, de la autoridad pontificia y de otras corporaciones, siempre en defensa de la Compañía de Jesús, que, como se sabe, mantuvo constantes pleitos en defensa de sus intereses, que eran cuantiosos. Don Ignacio Xavier Hidalgo, nació en Valladolid el 28 de noviembre de 1698 y falleció en Puebla en el año de 1795. Fue sacerdote jesuita y se distinguió como elocuente predicador y notable teólogo. Publicó un tratado teológico titulado La nueva Ruth, y una Colección de ochenta y cinco sermones morales, que elogia el bibliógrafo Beristáin y Souza. 214


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Don Pablo Salceda. Nació en Valladolid en el año de 1637 y murió en Puebla en 1688. Fue, como el anterior, sacerdote jesuita y se distinguió como humanista, teólogo, filósofo y orador sagrado. En esta materia, como lo a firma el P. don Agustín Rivera, estaba muy contagiado de gerundismo. La moda de su siglo era hacer rebuscado el lenguaje, lleno de alegorías y metáforas; no obstante ese defecto, común en los escritores de su tiempo, Salceda llegó a sobresalir, siendo comparado con el orador Vieyra, el famoso sacerdote portugués que era tenido como el más grande orador de su siglo. El mismo Beristáin y Souza, de quien tomamos estas informaciones, nos dice que escribió un Elogio de San Juan de Dios, Doscientos sermones panegíricos y morales y dos obras teológicas. Don Francisco Xavier Rivero. Jesuita también, nacido en Valladolid en 1729 y muerto en Bolonia, en 1787, desterrado por orden del rey Carlos III, juntamente con sus hermanos de religión. Como casi todos los jesuitas desterrados a Italia, también Rivero se dedicó a escribir y compuso en latín una obra teológica titulada Tratactus de Inmaculata Deigenetricis Concepcione, según nos lo aseguran los historiadores de la Compañía de Jesús. Don Miguel Gadea. Nació en Valladolid en el año de 1725 y falleció en Italia, en fecha que se desconoce. Fue sacerdote jesuita y escribió, a decir de sus biógrafos, una obra sobre asunto religioso. Fr. Vicente Santa María. Nació en Valladolid en el año de 1740. Fue fraile franciscano y tomó parte en la conspiración en favor de la Independencia nacional efectuada en el año de 1809. Al proclamarse la Independencia, fue a unirse con el generalísimo Morelos y empuñó las armas, falleciendo en el sitio de Acapulco, en el año de 1813. Era hombre de gran valor civil y personal; predicaba sermones en la iglesia de San Francisco propagando las ideas de emancipación entre el pueblo, sin temor a censuras de sus superiores ni a los castigos del gobierno virreinal. Don Mateo de Híjar y Espinosa. Fue benefactor del pueblo de Valladolid, para el cual ordenó construir la alhóndiga (hoy escuela "Mariano Jiménez"), al costado Norte del Mercado de San Agustín. En ella se depositaban los cereales, maíz, trigo y otros granos como frijol, haba, lenteja, etc., en prevención de años de miseria y para venderlos al pueblo a precios razonables; evitando, con ello, la 215


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voracidad de los acaparadores. Fue deán de la catedral y persona muy instruida. Nació en el año de 1741 y falleció en fecha que no consignan sus biógrafos. Don Antonio María Uraga, doctor teólogo, discípulo del señor cura Hidalgo. Nació en Valladolid en el año de 1775 y falleció en Maravatío, de donde fue cura, en el primer tercio del siglo XIX. Es notable esta persona por haber tomado parte en la conspiración celebrada en Valladolid a favor de la Independencia de México, juntamente con Michelena y otros patriotas, en el año de 1809. Más tarde fue electo diputado a las Cortes de Cádiz, España, en donde hizo un brillante papel defendiendo los intereses de los americanos. Don Francisco Uraga, hermano del anterior, catedrático que fue del Seminario de Valladolid, en donde pronunció su célebre Vejamen, pieza oratoria que se acostumbraba pronunciar cada año, por el catedrático de Filosofía, haciendo un estudio de las aptitudes de sus alumnos. El Vejamen del P. Uraga se refería no solamente a sus alumnos, sino a los demás catedráticos, a los miembros del clero y a otras personas de significación social y política; lo que demuestra el valor civil de este letrado, para censurar los vicios y defectos de sus contemporáneos. Falleció en San Miguel el Grande (hoy de Allende) de donde era cura. Don José María Morelos y Pavón, el más grande genio de la guerra que ha producido la América; político y sociólogo, que organizó nuestra lucha por la emancipación creando un cuadro brillante de generales, entre los que se distinguieron los Galeana, los Bravo, Matamoros, Guerrero y otros muchos. A la vez organizó el primer Congreso Mexicano, se redactó el Acta de Independencia y se promulgó la primera Constitución Mexicana el 22 de octubre de 1814. Es uno de los hombres más grandes de México. Nació en Valladolid, que por él lleva ahora el nombre de Morelia, el 30 de septiembre de 1765 y murió fusilado por el gobierno español el 22 de diciembre de 1815 en San Cristóbal Ecatepec, cerca de México. Don Manuel Teodosio Alvírez, eminente abogado, nacido en la antigua Valladolid en el año de 1794. Por su saber, patriotismo y honradez, fue designado varias veces diputado al Congreso del Estado, Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del mismo y Magistrado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es notable 216


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por su saber extraordinario en materia jurídica y por haber formulado una defensa de los principios liberales que contiene la Constitución de 1857, desde el punto de vista teológico. Sentó la tesis de que nada contenía la expresada Constitución que estuviera en desacuerdo con los principios de la Iglesia Católica ni con los sagrados cánones. Fue declarado Benemérito del Estado al fallecer, en el año de 1866, en la propia ciudad de Morelia. Fue tronco de la numerosa y distinguida familia Alvírez, de Morelia. Don Mariano Elízaga. Uno de los músicos más notables de México, según su biógrafo, el musicólogo Dr. don Jesús C. Romero. Nació en Valladolid en el año de 1786 y se empezó a distinguir como un niño prodigio en el arte musical a la edad de seis años, según lo asienta la "Gaceta de México" correspondiente al mes de octubre de 1792. Fue profesor de música, ejecutante notable y compositor de muchas obras, que merecieron la justa fama de que gozó en su tiempo y que ha logrado sobrepasar a su época. Don José María Orozco. Sacerdote, notable por sus ideas liberales. A la restauración del Colegio de San Nicolás, hecha por el señor Gobernador don Melchor Ocampo, el P. Orozco fue designado profesor de Filosofía en dicho plantel; puesto que desempeñó hasta su muerte, acaecida en el año de 1859. Fue un maestro muy estimado por la juventud de su tiempo. Don Ignacio Fernández de Córdoba. Célebre médico, patriota y poeta. Nació en Valladolid y pasó a España a hacer sus estudios de Medicina, graduándose en el Proto-Medicato de aquella Corte. Volvió a su ciudad natal a ejercer su profesión y al llegar el señor Hidalgo y los primeros caudillos a Valladolid, se unió a las tropas insurgentes en calidad de médico de la tropa. Estuvo en las batallas del Monte de las Cruces, Aculco y Puente de Calderón; después regresó a Valladolid, en donde permaneció hasta su muerte, acaecida en 1816. La poetisa Esther Tapia da su "Adiós a Morelia" en una composición poética en la que brilla el estro de la mujer inspirada. Esther fue poetisa que tuvo en sus versos, tal vez, las incorrecciones y defectos de su tiempo; pero, además, el fuego y la pasión de su gran temperamento poético. Dice en alguna de sus estrofas: 217


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Adiós, me voy; adiós, ciudad querida, Lejos de ti me lleva mi destino; Emprendo desolada mi camino; Lo quiere mi deber, voy a partir. Mas yo te juro, mi ciudad hermosa, Que en mi memoria vivirás grabada; Que serás con ternura venerada, Que te daré mi amor hasta morir. Tus paseos, tus calles y tus templos Traían el pasado a mi memoria; El libro eran de mi pobre historia Que me daba tristezas o placer. Allí miraba el sitio venerado Donde en aciago y tormentoso día, Al mundo me arrojó la madre mía Sólo para llorar y padecer. Adiós, adiós; en la callada noche Un suspiro enviaré que te bendiga; Amaré a otra ciudad como una amiga; Pero a ti como madre te amaré. Como el sitio que guarda mi tesoro; Los restos de mi madre idolatrada Y su loza, do nunca arrodillada Mis lágrimas filiales verteré. Adiós, mi hogar, mis flores, mis amigas; Adiós, mi claro y esplendente cielo; Adiós mi fértil y adorado suelo, Es la hora de partir, quedad con Dios. Más te amo al dejarte, ciudad mía; Adoro más tu suelo tan querido, 218


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

Y es un doliente y lúgubre gemido El que yo exhalo al exclamar, ¡adiós!. La poetisa Esther Tapia se fue a radicar, en compañía de su padre, que era el hermano del general Santiago Tapia, a la ciudad de Guadalajara; allí contrajo matrimonio con el rico hacendado don Luis Tapia, y entre sus hijos tuvieron a don Luis Castellanos Tapia, que fue Gobernador de Jalisco después del triunfo de la actual Revolución. Doña Esther volvió a Morelia, poco antes de morir, hacia fines del siglo pasado; llegó en compañía del entonces joven literato don Victoriano Salado Álvarez. Sus versos los publicó, en dos tomos, su hijo Luis; llevan introducción y prólogo debidos a los literatos Manuel Puga y Acal y José Ma. Vigil. Por su cultura y fino trato era doña Esther muy estimada en Guadalajara. El escritor don Tirso Rafael Córdoba, aunque nació en Zinapécuaro, pasó su infancia y primera juventud en Morelia. Cuando fue designado obispo de Puebla el canónigo de Morelia con Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, que era su protector, partió con él a la Angelópolis, allí se recibió de abogado, primeramente, y luego de sacerdote. Ya viejo volvió a Michoacán y ejerció su ministerio en el curato de Salvatierra, Gto. Escribió una obra de Preceptiva Literaria, que se estudiaba en los Seminarios, en la cual todos los ejemplos de aciertos literarios los tomaba de poetas y escritores católicos y los de errores o faltas, de escritores liberales; hasta en eso mostraba su inquina partidarista el dicho clérigo. Escribió don Tirso Rafael unas quintillas dedicadas a Morelia, un poco prosaicas, de las cuales vamos a entresacar las más expresivas: ¡Morelia! Suelo querido, por fin place a mi fortuna que, como el ave a su nido, torne a ti, vergel florido donde se meció mi cuna. ¿Cómo describir podría la placentera emoción de dulcísima alegría, que al verte, tierra mía, 219


JESÚS ROMERO FLORES

se agita mi corazón? Los fresnos se alzan erguidos de tus bosques seculares… ¡Salud, árboles queridos, que escuchasteis los sonidos de mis primeros cantares! Se acerca feliz el momento que tanto en mis sueños vi: tras los años de tormento vuelvo a la paz, al contento, que no hallé lejos de ti. Al llegar voy… mas en tanto que miro el hogar tranquilo, Morelia, tierra de encanto, deja que en sencillo canto salude tu grato asilo. Poetas que llamaríamos de transición, entre los románticos del siglo pasado y los modernistas del presente, fueron los poetas que escribieron en la primera década del siglo que corre; de éstos vamos a citar tres: J. Rubén Romero, Fidel Silva y José Ortiz Vidales; dice el primero: Morelia, yo te quiero porque eres como el nido de mis hondas ternuras, porque me das calor: tengo en todas tus calles un recuerdo querido y una imborrable página de palpitante amor. En ti un hogar su santo refugio me ha ofrecido pacífico paréntesis abierto en mi dolor; en ti como parvada de aves, a mi oído han llegado los ecos de aplauso embriagador. Cual aman el alero las fieles golondrinas, 220


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

tu bosque rumoroso, tus casas, tus ruinas, con devoción intensa yo por siempre amaré. Y cuando pase el tiempo de las horas penosas, y en mi jardín marchito resuciten las rosas, a tu recinto próvido, cantando, volveré… Al terminar de copiar estos versos, me sorprendió la noticia de la muerte del poeta José Rubén Romero, que ha sido un duelo para las letras continentales; pero, muy especialmente, para Michoacán, que tenía en él a su más alto representativo intelectual. Fidel Silva, otro michoacano recientemente desaparecido también, fue un gran poeta, un excelente maestro de Literatura y un amigo inmejorable. Radicó algunos años en Morelia, tanto durante sus estudios como en el ejercicio de su profesión de abogado. De él son algunas de las estrofas de su Canto a Morelia, que vamos a transcribir: ¿Cuándo, otra vez, mi vida palpitará en tu vida? ¿Cuándo, otra vez, mi alma por ti favorecida, Renovará los nobles ensueños que me diste? ¡Oh! ciudad bienamada, mi espíritu está triste Porque de ti está lejos y porque no te olvida…! ¡Oh! mi ciudad amada: cabe tus viejos muros, Cuántas nobles ideas, cuántos ensueños puros En mi mente encontraron cariñosa acogida; Y cómo al desprenderse mi vida de tu vida, Todos mis pensamientos tornáronse inseguros. ..................................... ¡Oh! ¡Morelia querida! si así ha de ser mi triste Retorno a ti, que madre de mis ensueños fuiste, ¡Que nunca más palpite mi vida con tu vida, Y Sólo en mi memoria tu imagen bendecida Perdure, cual los gratos ensueños que me diste!. José Ortiz Vidales, Donato Arenas López y Alfredo Iturbide fueron amigos inseparables y los tres mejores poetas que tuvo Michoacán en 221


JESÚS ROMERO FLORES

los albores del siglo XX. Murieron cuando aún no contaban treinta años de edad y ya la gloria había coronado su frente de laureles. Las revistas literarias morelianas se engalanaban con las trovas inspiradas de estos bardos, que formaban la vanguardia de otros de no menor inspiración; entre ellos citaremos a Luis Murguía Guillén, Alfonso Aranda y Contreras, Fidel Silva, Ignacio Torres Guzmán, Fernando Castellanos y otros muchos, que tierra pródiga en poetas ha sido siempre la adorable Morelia. Ortiz Vidales se fue a radicar a Guadalajara y en aquel medio literario logró sobresalir muy pronto, llegando a ser uno de los redactores del importante semanario "La Gaceta de Guadalajara" y de la "Revista de Occidente", que redactó en compañía de José Luis Velasco y Pedro Gómez Ruesga, poetas tapatíos de renombre. A los dos o tres años de radicar en Guadalajara hizo un viaje a Morelia, en compañía de algunos de sus amigos, y aquí lo sorprendió la muerte, en el mes de abril del año de 1905. Entre las más hermosas composiciones de este poeta se cuenta la que escribió a Morelia; baste para formarnos una idea de ella, los fragmentos que vamos a reproducir enseguida: ¡Me llama tu apacible, casta belleza! Las húmedas pupilas de tu tristeza, Las vírgenes que lloran en tus altares, Y el calor en el alma de tus hogares. ................................ Te quiero, madre tierra, porque me diste Una sed invencible de estar muy triste; Triste como esqueleto de las ruinas En que cuelgan sus nidos las golondrinas; Como tu bosque inmenso que por doquiera Se engalana con flores de primavera, Inmortal primavera que asaz fecunda, De perfumes y besos el viento inunda… ................................ Como a la madre patria vuelve el soldado, Lleno de cicatrices, a tu llamado Acudiré, de tarde, cuando el sol muera, Cuando haya envejecido la primavera. 222


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

Entre tanto, en la sombra de mi convento, El humilde sollozo que rece el viento Rogará por tus vírgenes y tus ancianos, Al fin que todos ellos son mis hermanos En Jesucristo mártir, Dios y Maestro Redentor de los hombres y padre nuestro. ¡Morelia, soy el fraile que a Dios envía Una prez por tu santa melancolía!. Con motivo de los Juegos Flores a que convocó el Ayuntamiento de Morelia para celebrar el cuarto centenario de la fundación de esa ciudad, fueron muchos los poetas concursantes; no obstante la desusada limitación que se les puso, exigiendo, en vez del metro y extensión libres, como es costumbre, que dicho canto fuera en octavas reales, que es una forma dura y anticuada, digna de los retóricos de antaño. La flor natural la obtuvo el poeta moreliano Jesús Mendoza Hinojosa y obtuvieron accésits el poeta Cayetano Andrade y otros. Ignoro si el poeta Epigmenio Avilés y Avilés concursó en los Juegos Florales a que he hecho referencia; pero dicho poeta tiene un canto a su ciudad natal muy hermoso, digno del aplauso no de un jurado calificador, siempre falible y limitado en su criterio, sino del aplauso de cuantos lo lean. Por su extensión solamente reproduciré unas cuantas octavas reales. Dice, refiriéndose a Morelia: Tu suelo de bellezas coloniales es patria inmarcesible en la memoria: cuna de pensadores inmortales donde formaron genios los caudales del símbolo epopéyico en la historia, y sus gemas —banderas libertarias— fueron la redención de nuestros parias. Porque el genio fecundo de Morelos hizo nido en tu luz nicolaíta, como Hidalgo también, bajo esos cielos 223


JESÚS ROMERO FLORES

encarnó la grandeza de su cita, encendida en el sol de sus desvelos para un pueblo que canta y aun se agita: los panes luminosos del barbecho. ¡Qué pudiera cantar de tus mujeres! ¡ellas son mi caudal, Morelia mía! …tienen en su mirada atardeceres, lagos de una sin par melancolía; hay algunas que nimban los placeres y otras que han enclaustrado la alegría; pero todas florecen al candor las luces de bengala del amor. El primer premio asignado al triunfador del segundo tema del concurso de los Juegos Flores, lo obtuvo —muy merecido— el poeta y maestro Lucas Ortiz. Se trataba de hacer una composición en forma de romance. El poeta Ortiz hizo tres bellos romances, tomando como tema la fundación de la ciudad por don Antonio de Mendoza, en el primero; cantó a Morelos en el segundo romance y en el tercero a Morelia. Para nuestro intento reproduciremos el tercer romance, que es muy bello, como los otros, pero que da la idea más completa de la psicología moreliana, dice así: ¡Romance de mi ciudad, bañado con agua zarca, para endulzarse, en los patios reventaron las granadas! ¡En la iglesia de San Diego se bautiza la alborada y por "bolo" distribuyen cantos de paz, las campanas. Puñados de niebla joven en camelinas de gaza; floripondios que vacían blancuras en la mañana; 224


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

sabor hay de gelatinas por calles recién regadas; el sol entra en la ciudad rodando por la Calzada. ¡Portales donde se esconden el amor en raya de agua de papel con filo de oro y dos palomitas castas, olor de la fruta de horno junto a las ollas de horchata, requiebros del membrillate a la desnuda cocada! ¡Rosa plegaria de piedra que levanta entre dos plazas secular clamor del hombre, trocado en torres ufanas" (Contra los ágiles muros, héroes forjaron la Patria. Los muros fueron el yunque y los martillos, las balas). ¡Plaza de Armas rumorosa en noches de serenata, cuando vueltas y más vueltas dan mis garbosas paisanas, regando luengos adioses para envolver al que pasa! ¡En la miel de los buñuelos prendida quedó mi infancia y mi juventud quedóse de respaldo en una banca, latiendo en un corazón grabado con mi navaja, entre corona de espinas 225


JESÚS ROMERO FLORES

y flechas atravesadas…! ¡Por el Jardín de las Rosas todas las rejas son blandas, porque estudiantes sin libros, fácilmente las aparta! ¡La Pila de San José tiene las huellas grabadas de labios de Normalistas, que bebieron en sus aguas querencias de tiempos mozos y púberes esperanzas! ¡Se eleva San Agustín y San Francisco se baja, los dos esconden la gula en las mangas de su saya! ¡Subió la Santa María a ver la ciudad amada y en la loma se quedó para siempre contemplarla; cestas con fruta le suben, en agosto, las muchachas! ¡Añoso bosque de fresnos donde la virtud naufraga. El portero celestial en jardinero se cambia; el Santo planta los lirios y Satanás los arranca… ¡En la plaza de Carrillo la feria nunca se acaba…! ¡El corazón y la muerte se enamoran en "las tablas", 226


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

mientras la muerte se ríe, el corazón se desangra! ¡Móvil pista de colores, fijos pegasos de infancia en que los charros se suben para aniñarse del alma, charros de tierra caliente que su valor aquilatan perdiendo la vida a locas, porque en las cuerdas del arpa vibre un corrido que diga, junto a sus nombres, su fama" ¡Callecita del Pichel, por allá en la Soterraña, tus gallos, gola de iris, clausuraron sus gargantas, porque otros "gallos" implumes despertaron a las damas! ¡Ay, ciudad de mis recuerdos! ¡Ay, capital michoacana! ¡Si se murieran las rosas, otras rosas te quedaran: las rosas de tus mujeres, de belleza no igualada, que rezan a San Antonio y besan en las ventanas! ¡Romance de mi ciudad, bañado con agua zarca, para endulzarte, en los patios reventaron las granadas!

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JESÚS ROMERO FLORES

BRINDIS Cuatro centurias te miran llevar tres nombres de gloria: Guayangareo, por el indio; Valladolid, por Mendoza, y Morelia, por Morelos. ¡Tres tiempos de nuestra historia! Y no obstante tu innegable prestancia de gran señora, tercias rebozo de "guari" y de corrales te adornas… Y es por esto que del pueblo recojo rimas de ronda para cantarte ¡Morelia! en tricolores estrofas, y exprimo rojos grangenos de mi cariño en la copa, al brindar por que tu vida, nicolaita y soñadora, se imprima en el patrio almíbar con oros de pepitoria…!

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HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA

Lista de Presidentes que ha tenido el Municipio de Morelia, del año de 1821 a 1952, sin figurar los que han estado en turno. 1821 y 1822 1823 1824 1825 1826 1827 1829 1830 1831 1832 y 1833 1834 1835 1836 y 1837 1838 1839 1840 1841 1842 1843 1844 1845 1846 1847 1848 1849 1850 1851 1852 y 1853 1854 1855 1856 1857 1858 1859 1860

C. Ramón Huarte. " Antonio Cosío. " José Sánchez Arriola. " Martín Mier. " Clemente Valdés. " Joaquín Huarte. " Antonio Guerrero. " Manuel de Alzúa. " José Mariano Ansorena. " José María Ibarrola. " José María Castañeda. " Miguel Acha. " Antonio Frutos de Olmos. " Manuel de Alzúa. " Manuel Avilés. " Agapito Solórzano. " Lic. José María Carriedo. " Antonio Frutos de Olmos. " Antonio P. Martínez. " José María Ibarrola. " Francisco A. Benítez. " Antonio P. Martínez. " Lic. Miguel Martínez. " Carlos Valdovinos. " Rafael Miranda. " Agustín Tena. " Antonio P. Mora. " Ramón Valenzuela. " José María Cervantes. " Miguel A. Vélez. " Pascual Ortiz de Ayala. " Félix Alva. " Lic. Manuel Alvírez. " Juan González Urueña. " Félix Alva. 229


JESÚS ROMERO FLORES 1861 1862 y 1863 1864 1865 1866 1867 1868 1869 1870 1871 1873 1874 1875 1876 1877 De 1878 a 1881 1882 1883 1884 1885 1886 1887 1888 1889 1890 1891 1892 1893 1894 1895 De 1896 a 1898 1899 1900 De 1901 a 1906 De 1907 a 1911 1912 1913 1914 1915

" Manuel Cárdenas. " Juan B. Gómez. " Manuel de Estrada. " Rafael Esquivel. " Luis Solchaga. " José María Villagómez. " Rafael Ruiz. " José María Celso Dávalos. " Félix Alva. " Zeferino Páramo. " Dr. Rafael Miranda. " Mariano Ramírez. " Manuel Alvírez González. " Ángel Padilla. " Luis G. Segura. " Lic. Antonio Gutiérrez. " Manuel Montaño Ramiro. " José Guadalupe Araujo. " Fernando Malo. " Ramón Montaño Ramiro. " J. Jesús M. Olvera. " Lic. J. Trinidad Silva. " Andrés Iturbide. " Antonio Ramírez González. " Vicente A. Ojeda. " J. Jesús M. Olvera. " Ignacio Ojeda. " Felipe Breña. " Adalberto García de León. " Vicente Aragón. " Lorenzo Larrauri Montaño. " Dr. Manuel Martínez Solórzano. " Lorenzo Larrauri Montaño. " Diódoro Videgaray. " Lauro L. Guzmán. " Ing. Porfirio García de León. " Lic. Mariano de Jesús Torres. " Joaquín Barrera. " Ing. Porfirio García de León. 230


HISTORIA DE LA CIUDAD DE MORELIA 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928 1929 1930 1931 y 1931 1932 1933 y 1934 1935 a 1938 1939 1940 1941 y 1942 1943 1944 a 1945 1946 a 1947 1948 1949 1950 1951 y 1952

" Profr. Cleto Muro Sandoval. " Agustín Delgado. " Jesús Sotelo. " Indalecio Contreras. " Juan Alvarado. " Dr. Anastasio Guzmán. " Juan Ascencio. " Dr. Antonio Díaz. " Lic. Sabino Fernández. " Emigdio Santa Cruz. " Lic. Nicolás Carreño. " Antonio Arias. " Luis Guzmán. " Lic. Alberto Bremauntz. " Carlos García de León. " Rafael M. Pedrajo. " José Barriga Zavala. " Donato Guevara P. " José Molina. " Domingo Rubio. " Enrique Sánchez H. " Norberto Vega V. " Lic. Alfredo Gálvez Bravo. " Melesio Aguilar Ferreira. " Alberto Pichardo. " Dr. Manuel Antúnez. " Jesús Sánchez Pineda. " Lic. Fernando Ochoa. " Lic. Rafael García de León.

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JESÚS ROMERO FLORES

ÍNDICE Pág.

PRÓLOGO José Juan Tablada CAPÍTULO I CAPÍTULO II CAPÍTULO III CAPÍTULO IV CAPÍTULO V CAPÍTULO VI CAPÍTULO VII CAPÍTULO VIII CAPÍTULO IX CAPÍTULO X CAPÍTULO XI CAPÍTULO XII CAPÍTULO XIII CAPÍTULO XIV CAPÍTULO XV CAPÍTULO XVI CAPÍTULO XVII CAPÍTULO XVIII CAPÍTULO XIX CAPÍTULO XX CAPÍTULO XXI CAPÍTULO XXII CAPÍTULO XXIII CAPÍTULO XXIV CAPÍTULO XXV LISTA DE PRESIDENTES MUNICIPALES ÍNDICE 18-IX-12.

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3 7 12 17 24 33 41 47 53 60 68 79 84 92 99 111 119 128 135 142 148 157 179 189 199 214 229 233


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