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Un día interminable

Por Carlos González Gualito

Después de inhalar en demasía, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento, y sentir lo que le hacía revivir, haciendo latir más rápido su corazón. Estaba amaneciendo, y la cocaína ardía en sus conductos nasales, secándole la garganta, reduciendo el efecto del whiskey, recorriendo su cuerpo, energizando, sacándolo del somnoliento letargo etílico que le nublaba los pensamientos y la visión. Ahora todo era claro. Sus dilatadas pupilas observaban a su esposa y a su hermano compartir una risa y mirada cómplice que iba más allá de un lazo familiar.

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Ramsey pudo comprenderlo todo, y en su cabeza quedaba fija la imagen de las dos personas a las que más amaba, tiradas en el suelo en medio de un charco rojo y espeso. En el aire Johnny Cash soltaba sus arpegios y lamentos interpretando la canción “Hurt”. La música se reproducía mientras los estimulantes y estupefacientes eran para Ramsey instrumentos chamánicos de videncia que le permitían interpretar la letra de la canción confirmando sus sospechas de hacía algunas semanas atrás.

Ahora ya era incapaz de reconocer a la Deborah de la que se había enamorado. Su esposa ahora era otra persona —“beneath the stains of time the feelings dissapear, you are someone else I am still right here”—; la traición era imperdonable y no podía sentir por ella sólo más que odio, pero la traición era doble ya que ella lo traicionaba con Leroy, su hermano menor y socio en los asuntos del rancho. Leroy también había sido su compañero de andanzas, y además de ser hermanos presumían ser mejores amigos, pero no importaban ya ni el amor ni la sangre. Ahora con la misma sangre él les cobraría el precio de haberlo traicionado, sin importar convertirse en el asesino de su propia esposa y hermano. “What have I become my sweetest friend? Everyone I know goes away in the end”.

Desde la barra los miró con odio, pero ellos ni siquiera se inmutaron, también bebían y estaban tan enfrascados en su conversación que no ponían atención a Ramsey, que vaciaba otra vez su vaso de un gran trago. Se sirvió más hielo, tomó la botella vacía e intentó servirse infructuosamente, lo que originó la sorna de Deborah. También Leroy encontró graciosa la escena y soltó una risa burlona. Los ojos de Ramsey se encendieron, pero contuvo el enojo y dio media vuelta para alcanzar otra botella del estante.

Delirio. Imagen tomada del Rincón de la psicología (rinconpsicologia.com)

Ictus. Imagen tomada de Diario AS (as.com)

Su mirada al pasearse sobre la ostentosa sala desordenada, donde vasos vacíos y ceniceros llenos de colillas estaban por doquier —restos de la fiesta de la noche anterior— divisó en el muro la escopeta que su padre le había heredado. Tomó la botella, la puso sobre la barra con firmeza provocando un sonido seco, lo que originó más risas en la pareja sobre el sofá. Trató de ignorarlos, aunque su odio crecía y también su ansiedad que, paradójicamente, trató de calmar inhalando la última gruesa línea de cocaína sobre la barra.

Sus sentimientos se entrelazaron con los recuerdos de niñez cuando jugaba con Leroy con pistolas de juguete. Los recuerdos de juventud con su hermano y su padre disparando a latas y botellas vacías. Los paseos a caballo. También le pasó por la mente cuando vio a Deborah por primera vez entrando en el salón de clases en la preparatoria y cuando en el baile de graduación se besaron; la luna de miel en Cancún.

La tristeza lo invadió; después vino el dolor. Quiso estallar, pero contuvo la ira. Salió de la barra. Deborah y Leroy lo observaron con el rostro serio, lo vieron de espaldas caminar hacia el muro donde estaba la escopeta. Llevaba en la mano un banco del bar, que colocó frente a la pared. Se subió, estiró los brazos al frente, escuchó una detonación, después otra y sintió la espalda caliente. Cuando giró, vio a Deborah a unos cuantos metros sosteniendo la pistola calibre .25 que le acababa de regalar en su cumpleaños y a Leroy tomándola del hombro.

Le gritó: “¡¿Trataste de matarme, hija de perra?!” Ellos no le escuchaban ni veían. Mantenían su rostro sin expresión y miraban hacia el suelo. Ramsey bajó también la mirada y se vio tirado en un charco de sangre, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento…

Después de inhalar en demasía, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento, y sentir lo que le hacía revivir, haciendo latir más rápido su corazón. Estaba amaneciendo, se escuchaban las últimas notas de “Ain’t no grave can hold my body down” antes de comenzar “Hurt”, y el mismo día se repetía una y otra vez más por siempre para Ramsey. Tropo

Carlos González Gualito (CDMX 1970) radica en Playa del Carmen Q, Roo. Estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la FES, Acatlán de la UNAM. Publicó el libro de poesía Tiempo (Libros en red, 2012). Coautor de la antología poética Aquí y Ahora (Nave de papel, 2015) y de los libros Escrivive Playa “Poemario” y Escrivive Playa “Sueños, Leyendas y Ficciones” (Editorial Greca, 2016). Miembro de la sala de lectura La hojarasca y de Literatos Riviera Maya.

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