El renacimiento del Centro Gabriela Mistral Pocos edificios en nuestra historia han sido tan polémicos como éste, que comenzó llamándose UNCTAD III, dado que su destino inicial era acoger una Asamblea Mundial de Naciones Unidas. Una vez concluida esta reunión, en julio de1972, inició sus actividades como Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, denominación que conservó sólo por un año, ya que la Junta Militar se apropió del inmueble después del golpe en 1973, convirtiéndolo en la sede de gobierno y cambiando su nombre por el de Diego Portales, el que conservó durante 34 años. En 2007, fue convocado el concurso de arquitectura para la rehabilitación del inmueble, y con este motivo la presidenta Michelle Bachelet decidió restablecer la vocación cultural del edificio y también el nombre de nuestra insigne Premio Nobel. No habiendo tiempo para llamar a un concurso de arquitectura, en 1971 se encargó el proyecto a un equipo de cinco profesionales escogidos entre las oficinas mas importantes de la época. Así fue como asumieron esta delicada responsabilidad, los colegas Sergio González Espinoza y Juan Echenique —ambos fallecidos—, José Covacevich, Hugo Gaggero y José Medina Rivaud, este último radicado en Madrid. La obra de estos arquitectos asombró a los delegados extranjeros asistentes a la Conferencia Mundial y mereció un reconocimiento especial del presidente del Colegio de Arquitectos. El proyecto y la construcción de este inmueble constituye una de las proezas más destacadas en la historia de la arquitectura chilena, y sólo puede entenderse como consecuencia del entusiasmo y del alto espíritu solidario y creativo generados por el proceso social que tenía lugar en Chile a partir de la victoria de Salvador Allende. Arquitectos, artistas, artesanos, subcontratistas, capataces, obreros, técnicos, empresas constructoras y proveedores y transportistas no conocieron pausa hasta cumplir en 275 días una meta inconcebible hoy día, aun con el inmenso desarrollo de los recursos tecnológicos. Los profesionales involucrados trabajaron día y noche por un mero sueldo mensual, entregando en ese lapso un inmueble totalmente equipado con su mobiliario y dotado de complejos servicios de traducción simultánea, iluminación, climatización y calefacción, dejando atónitos a los tres mil delegados provenientes de los ciento cuarenta países que concurrieron a la Asamblea de la UNCTAD. En el mensaje entregado con motivo de los tijerales, el Presidente Allende expresó lo siguiente:
«Desde el mes de junio del presente año, profesionales, técnicos y obreros chilenos han aportado lo mejor de sí mismos para levantar la obra monumental de estos edificios. Ustedes han comprendido el significado trascendental de esta obra. Hace algunos meses, esto era sólo un sitío baldío. Hoy empieza a ser la realidad que inicialmente nos propusimos. Por ello, estos tijerales me permiten, asociándome a la alegría que nos embarga, ratificar en ustedes mi profunda fe en los trabajadores chilenos. Reciban el reconocimiento de su Compañero Presidente». Además del exiguo plazo disponible para la ejecución de las faenas, otro desafio no menor para los arquitectos era desarrollar un proyecto apto para contener transitoriamente una Asamblea Mundial, pero cuyo destino definitivo era servir como el gran centro cultural de Santiago. Recordemos que entonces no existía el Centro Cultural Estación Mapocho ni el Centro de Extensión de la Universidad Católica, ni el Centro Cultural Palacio La Moneda. Se optó por levantar a la brevedad una superestructura constituida por esas grandes columnas de hormigón que otorgaron su identidad al edificio, dispuestas para recibir la techumbre en forma de una placa metálica. Una suerte de gran paraguas, no comprometiendo el diseño de los espacios interiores, cuyo detalle se ignoraba, ya que el programa se fue configurando a medida que avanzaba la obra. El edificio se concibió transparente, con amplios ventanales abiertos hacia la Alameda, y como un puente entre el Parque San Borja y el Parque Forestal, ya que se circulaba libremente a través de él, desprovisto de cierros o rejas que obstaculizaran el tránsito peatonal. Una vez concluida la reunión de Naciones Unidas, desde mediados de 1972 hasta el golpe militar, el edificio funcionó como centro cultural, generando un atractivo popular impresionante. Las grandes salas eran solicitadas por agrupaciones artísticas consagradas o aficionadas, y se multiplicaron las exposiciones de todo orden, asambleas culturales, sociales o políticas, conferencias y seminarios, exhibiciones de cine y representaciones teatrales, dando vida a una explosión cultural inédita en Chile. Además, se habilitaron espacios para oficinas bancarias, de correo, de turismo, librerías y kioscos de venta de periódicos y souvenir. Sin embargo, el gancho más atractivo fue el casino, recinto que retiene en su memoria el imaginario colectivo nacional, y que se transformó en el principal establecimiento de autoservicio de la capital, llegando a servir cinco mil raciones diarias de almuerzo, con un menú variado, económico y de alta calidad.
El patio posterior adyacente a calle Villavicencio, expansión natural del casino, congregaba a toda hora la actuación espontánea de grupos musicales informales, payadores, recitadores o malabaristas. Pocas veces puede afirmarse con más propiedad que el pueblo hizo suyo este edificio, haciendo realidad el propósito manifestado por el presidente Allende, y ratificado en la ley que otorgó financiamiento a las obras, en el sentido de poner la cultura al alcance popular. Confiamos que el mismo espíritu anime a la gestión del nuevo Centro Gabriela Mistral en esta etapa histórica de su renacimiento. El inmueble logró una integración del arte y la arquitectura como nunca antes ni después se ha conocido en Chile. Los artistas no se limitaron a colgar sus telas, sino que participaron desde el comienzo en el diseño de puertas y lámparas, en el detalle de los revestimientos de muros y pavimentos, en la claraboya del atrio del acceso principal, en la extracción de los gases de la cocina o en los tiradores de las puertas. También artesanos mimbreros y bordadoras de tapices se integraron a esta explosión creadora, que dio vida a un conjunto de un colorido deslumbrante. En definitiva, se trató de una obra colectiva multifacética. Cuando llegó el momento de colocar la placa recordatoria de los autores del proyecto, llegamos a la conclusión que era tal la cantidad de nombres necesarios de citar, que resolvimos no mencionar ninguno y encargamos entonces al escultor Samuel Román la ejecución de una placa en piedra granito donde se estampó el siguiente texto: «Este edificio refleja el espfritu de trabajo, la capacidad creadora y el esfuerzo del pueblo de Chile, representado por sus obreros, sus técnicos, sus artistas y sus profesionales. Fue construido en 275 días y terminado el 3 de abril de 1972 durante el gobierno popular del compañero Presidente de la República Salvador Allende». Esta hermosa piedra, ejecutada por un Premio Nacional de Arte, fue destruida por los militares. A raíz del Golpe, la Junta Militar ocupó el inmueble como casa de gobierno, acabando de una plumada con su intensa vida cultural. Se intervino radicalmente la arquitectura, levantando herméticos muros de ladrillo donde antes lucian amplios ventanales, se blindaron los pisos superiores, y se enrejó todo el conjunto. Desaparecieron la mayoría de las obras de arte y otras fueron simplemente destruidas.
Los ciudadanos fuimos privados de este edificio que habíamos disfrutado como pocos en nuestra historia, y con el nombre de Díego Portales pasó a ser el símbolo de la dictadura que gobernó Chile durante diecisiete años. La cultura fue usurpada por las armas. El edificio fue masacrado como obra de arquitectura y separado de su pueblo, transformándolo en ícono del régimen militar. El incendio ocurrido en marzo de 2006 abrió una encendida polémica respecto al futuro del edificio. Se escucharon voces propiciando su venta al mejor postor o simplemente su demolición, propuestas motivadas por la inevitable connotación política de la obra; pero en definitiva el siniestro contribuyó a terminar con las incertidumbres respecto al destino de un edificio tan emblemático, y la presidenta Michelle Bachelet, resolvió su rehabilitación restituyendo su destino cultural. Para estos efectos se convocó a un concurso público de anteproyectos, en el cual se recibieron cincuenta propuestas. Fue muy impresionante entrar como jurado a la sala donde estaban expuestos los proyectos recibidos. Como cabía suponerlo, había de todo. Desde quienes demolían por completo lo existente, hasta quienes respetaban gran parte de la obra. En una primera etapa fue imposible lograr consenso en el jurado, y dada la trascendencia y complejidad del proyecto, además de su carácter simbólico y emblemático, se estimó conveniente la convocatoria a una nueva etapa entre las cinco proposiciones que lograron un mayor respaldo del jurado. Esta vez no hubo dudas, y se asignó el primer premio por unanimidad al anteproyecto presentado por el equipo dirigido por Cristián Fernández Errázuriz, y que hoy estamos inaugurando, La propuesta conserva en lo fundamental la concepción espacial del edificio original, y la acentúa extendiéndola hasta la calle Namur. El volumen de la gran sala de teatro, que complicó a la mayoría de los concursantes, emerge en esta solución sutilmente por sobre la placa, permaneciendo en un plano secundario, Es un proyecto donde conviven en armonía el pasado y el presente. La propuesta ganadora abre dos grandes portales a la Alameda, permitiendo la integración de los espacios interiores, lo cual permite mejorar la comunicación entre la Alameda y el Parque Forestal existente en el proyecto original, y enriquece el espacio urbano de esta manzana tan singular, Lamentamos, sí, que se haya insistido en levantar una reja impidiendo el libre tránsito entre la Alameda y Villavicencio, tal como estaba concebido en el anteproyecto, y que fue uno de los méritos de este proyecto particularmente alabado por el jurado. No puedo entender que predomine un criterio de seguridad malogrando el uso de los espacios públicos. El hecho que aún funcione en la torre el Ministerio de
Defensa no puede ser excusa para imponer restricciones al uso del espacio público, situación que me resulta intolerable en el actual Estado de Derecho. El Ministerio de Defensa no es un recinto militar, es una repartición fiscal análoga al resto de las dependencias de la administración pública, y para cautelar su seguridad basta con un guardia en el acceso. Fuimos los padres de esta criatura que alcanzó a vivir una infancia alegre y solidaria. Nos la arrebataron cuando recién empezaba a caminar y debió crecer entre rejas, aislada y evocando su ilustre pasado. Cual ave fénix ha renacido de las cenizas, bajo el cuidado de nuevos padres que la han rodeado nuevamente de afecto y la han alhajado con los recursos tecnológicos más avanzados. Enhorabuena por la ciudad y por sus ciudadanos. Nosotros hemos pasado a ser los abuelos de este ser en plena madurez y confiamos que la alegría, el amor, la esperanza y la creatividad vuelvan a reinar entre estos muros cargados de un pasado tan excepcional. —Miguel Lawner, 5 de septiembre de 2010