Memorias Imborrables - CEM 2017

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MEMORIAS IMBORRABLES Relatos de militares que dejan huella


2018 MEMORIAS IMBORRABLES © Escuela Superior de Guerra Centro de Investigación en Memoria Histórica Militar ESDEGUE-SIIA-CIMHM Carrera 11 N° 102-50 Bogotá D.C. Colombia ISBN: 978-958-56252-8-0 Primera Edición: abril de 2018 Reservados todos los derechos © Néstor Díaz , Elizabeth Andrade Coral, Andrea Rodríguez Gómez (Editores) © Alumnos del Curso de Estado Mayor CEM 2017 (Autores) Numero de Paginas: 114 Formato: 24cm Coordinación Editorial: Escuela Suprior de Guerra Impresión:

Mayor General Francisco Javier Cruz Ricci Director Escuela Superior de Guerra

Diseño, Diagramación y Caratula Daniel Eduardo Vieira Pastrana

Coronel Carlos Arturo Villegas Florez Director Centro de Investigación en Memoria Histórica Militar

Correción y estilo Strategic Conference

Elizabeth Andrade Coral Investigadora línea de víctimas Andrea Rodríguez Gómez Investigadora línea de víctimas

Colaboradores: SP. Marco Antonio Lozano Audiver Andrés Camacho Jiménez Andrés Alejandro Vargas

El Contenido de este libro corresponde exclusivamente al pensamiento de los autores y es de su absoluta responsabilidad. Las posturas y aseveraciones aquí presentadas son resultado de vivencias personales de los autores que no representa la posición oficial, ni institucional de la Escuela Superior de Guerra, de las Fuerzas Militares o del Estado Colombiano.


Agradecimientos La realización y la publicación de este libro no se podría haberse realizado sin la colaboración y compromiso de los Autores que en este caso especial son los Alumnos del Curso de Estado Mayor CEM 2017 de la Escuela Superior de Guerra. Todos ellos narraron momentos de sus vidas que se desarrollaron en el ejercicio de su vida Militar que los marcaron desde una enseñanza personal, estas historias realzan el lado humanizado de los miembros de las Fuerzas Militares, algunas historias cuentan momentos de tristeza, de alegría de frustración y de amor. A todos ellos eterno agradecimiento por poner un pedacito de su vida en este proyecto . Así mismo es importante nombrar al Señor Teniente Coronel (RA) Wilson Halaby Nagy, quien fue el gestor de esta idea y el principal motivador para el desarrollo de la misma. Especial mención al Doctor Néstor Díaz quien apoyo al equipo del CIMHM en la edición de los relatos.



“Después de tanto sacrificio La memoria permanece viva Nuestro trabajo y entrega por Colombia Es semilla de paz y libertad”

“Todas las personas mueren, pero los soldados colombianos dejan huellas que los sumergen en la eternidad” Andrea Rodríguez Gómez



CONTENIDO Presentación del libro ............................................................................11 • Familia, Incertidumbre y Miedo : MY EJC Fredy Alexander Ospina Gómez……..............................……...15 • Rayos y Esperanzas : MY EJC José Ángel Albino Álvarez…………………..................…………19 • Las benditas ánimas del purgatorio : MY EJC Carlos Andrés Camargo Ruiz…….………...................................23 • Sacrificio Familiar : MY EJC Cesar Augusto Sandoval Rubiano………………………..............27 • Una caja de amor que ahora guarda el dolor y miedo de la guerra: MY EJC Cesar Adolfo Gamboa Enciso………………………..…………....31 • El día que dios me regaló una nueva oportunidad : MY EJC Édison Orlando Ríos Orrego...……………………… ……………37 • A la explosión de una mina, más de un corazón estalla : MY EJC Jimmy Alirio Rodríguez Barajas…………………………...…........41 • La Batalla por la Vida : MY EJC Alexander Triana Palacios………….……………..................…....46 • El “Chomelo”: MY EJC José Julián Tejada Cáceres…………………….........…………….49 • De la incertidumbre a la certeza : MY EJC Julián Ferney Rincón Ricaurte……………...............................…53


• Soldado Florián : MY EJC Nixon Giovanni Pabón Osorio…………...…………........……….57 • Heridas de combate: MY FAC Gabriel E. Leguizamón Leguizamón…………….............…....…61 • Memorias de un colibrí : MY FAC Yerim Andrés Rozo Cepeda…….……………....................……..67 • El Despertar como militar en Colombia: MY FAC Carlos Carvajal Henao………..…............................................…73 • Vuelos de Esperanza y Satisfacción : MY FAC Naily Akid Ganem Hernández…………………………......……….79 • Recuerdos de un Ayer, Vivos En El Hoy: MY FAC Edgar Humberto Zaldúa Blanco……………………………….....………83 • Se apaga una vida y se enciende la luz de una nueva : MY FAC Iván Alexander Rodríguez Acosta…………………….…..…………..87 • Sufrimientos y Alegrías vividos en la Guerra : MY FAC Camilo Andrés Grisales Palacio………………................……….91 • Vuelo por un rescate : MY FAC Giovanni Rojas Castro…………..………………...................……95 • La caída de mi Lanza : CCO ARC Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones………….…................…….99 • Huellas del Atrato : CCO ARC Juan José Sierra Aranguren…………………..............………103 • Arroyave lo entregó todo por Colombia: CCO ARC Camilo Andrés Franco Gómez..............................................107


Presentación Memorias Imborrables es una iniciativa del Centro de Investigaciones en Conflicto y Memoria Histórica Militar, con la finalidad de dar a conocer historias y vivencias de algunos de los alumnos del curso de Estado Mayor de la Escuela Superior de Guerra “General Rafael Reyes Prieto”; este curso, lo conforman miembros de las Fuerzas Militares de grado Mayor y Capitanes de Corbeta, y oficiales de ejércitos extranjeros que se encuentran de intercambio en nuestra institución, que llevan aproximadamente 20 años ejerciendo su labor militar en el teatro de operaciones; en esta ocasión son ellos quienes trajeron a su memoria, recuerdos de experiencias que en el ejercicio de sus funciones militares han marcado su vida. El presente libro narra veintiún relatos que introducirán al lector a conocer experiencias y memorias militares que son inolvidables, no solo para su escritor sino también para todos los colombianos que deseen conocer un poco más a esos seres humanos que portan un camuflado y que están dispuestos a dar la vida por la libertad y soberanía del país. Los estudiantes del curso de estado mayor, de la Escuela Superior de Guerra “General Rafael Reyes Prieto” y autores del presente libro - son oficiales que tuvieron que empezar su vida profesional en medio del conflicto, la experiencia la ganaron en batalla, el más cruento y difícil escenario que un militar debe afrontar. Cada una de las acciones que el militar realiza en medio un conflicto armado, como es el caso de los autores de este libro, se realizan por dos razones: por honor y por amor. Los soldados colombianos son seres de incalculable valor, seres valientes que siempre han estado dispuestos a entregar su vida por pasión a su patria. En efecto, “defender con las armas legitimas de la Republica, la vida, la integridad y la tranquilidad del pueblo colombiano” fue el juramento que hicieron ante la bandera de Colombia y ante su familia; ésta una marca que queda en el alma y que se convierte en su fundamento de vida, a pesar de la adversidad, el miedo, las frustraciones, la incertidumbre, la soledad, el frío de la noche y la amenaza de la selva, un soldado es capaz de sortear con éxito cualquier obstáculo que se presente en la batalla contra el adversario, en especial cuando se ven menguadas las esperanzas.

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El soldado representa los valores y los principios de la sociedad colombiana; su presencia en cada rincón del territorio nacional deja testimonios de vida y ejemplo de tenacidad Quién más que ellos saben, ¿qué es tener coraje para atravesar los momentos más escabrosos y oscuros que un ser humano en defensa de otro puede enfrentar? En efecto, solo ellos pueden visualizar la luz al final del túnel en medio de dichos momentos porque son hombres y mujeres abrigados en una fe fortalecida que les permite poseer una esperanza de encontrar el bienestar y la libertad del pueblo que juraron defender, esperanza que se alcanza si se tiene un Dios en quien confiar. Los colombianos siempre contarán con la seguridad de que sus soldados defenderán su patria con honestidad y la lealtad que los guía a trabajar unidos, y quienes dieron su vida por una paz soñada serán recordados en la eternidad por el espíritu de resiliencia que desarrollaron durante los peores años del conflicto, por el esfuerzo con el que se prepararon, y combatieron y por el sacrificio y respeto hacia el pueblo colombiano. Mirar atrás y reconstruir cada paso que dieron para conseguir la paz es una necesidad imperiosa para reconocer la labor ejercida por el militar colombiano. Recuperar estas memorias es un pequeño reconocimiento al tan necesario trabajo de cada uno, al sacrificio de cada familia que entregó un hijo, un hermano y un padre al conflicto, al dolor de las heridas que causó cada batalla y a la pena que deja la pérdida de un “lanza” que se va volando como ángel a la eternidad. El relato de cada uno de estos seres humanos y guerreros se presenta como un medio por el cual se enseña el testimonio sobre lo sucedido en el teatro de operaciones, sacando a la luz la realidad de la vida de un soldado de tierra, mar, aire y rio, y el sufrimiento en aras de establecer un vínculo mediador entre la memoria y su relación con la historia. Las vivencias y testimonios, de los soldados de la patria son fundamentales para reconstruir la historia del conflicto armado colombiano de una manera más completa e incluyente. El costo humano pagado por todos los miembros de la fuerza pública es incalculable ya que supera lo plasmado por las cifras oficiales, luego es un deber rescatar esas historias para que sean enseñadas en el futuro como grandes lecciones de sacrificio, honor y gloria. Un soldado nunca mira atrás, siempre avanza erguido, manteniendo firme la fe, con la moral en alto y orgulloso de representar lo que para él es lo más puro: su pueblo, ¡Colombia!

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Haz que por mi fe, sea capaz de cumplir lo imposible; Que desee morir y vivir al mismo tiempo. Morir como tus santos apóstoles, Como tus antiguos guerreros; Vivir como tus arriesgados misioneros, Como tus antiguos cruzados. Fragmento de la Oración de Guerra Comando General de las Fuerzas Militares de Colombia

Mayor General Francisco Javier Cruz Ricci Director Escuela Superior de Guerra “General Rafael Reyes Prieto”

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FAMILIA, INCERTIDUMBRE Y MIEDO Por: MY EJC Fredy Alexander Ospina Gรณmez

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Por: MY EJC Fredy Alexander Ospina Gómez

La vocación y el compromiso militar exigen la disposición y la entrega personal, y eso incluye con frecuencia la tranquilidad y la infinita comprensión del núcleo familiar de la mujer y el hombre uniformados. Pero hay hechos e historias de la vida militar que se deben afrontar como desafíos para los que no existe una predisposición estructurada, ni preparación académica que dispongan el ánimo y la voluntad que implica aceptar los desafíos que plantean las fuerzas ilegales e impugnadoras del estado de derecho. Eso ocurre cuando es la familia la víctima de la amenaza, con la pretensión de doblegar la voluntad de lucha del soldado, quien cumple su misión en defensa de la sociedad y el deber que le ha sido encomendado, aspirando a que su familia no sea golpeada por una ciega injusticia que por vía de la amenaza también se ensaña sobre todo con los inocentes.

El ejercicio de la carrera militar es una actividad que exige a quienes lo hacen por vocación, sacrificios que no solo afectan su vida profesional, también afectan el desarrollo de su vida personal y del núcleo familiar al cual se pertenece. Son afectaciones crueles, verbigracia, el estar ausente de los acontecimientos más trascendentales: el nacimiento de un hijo, la caída de su primer diente, su primer día de colegio, entre otras, o más dolorosos como sería la muerte de un ser querido. Sin tener en cuenta lo anterior, que podría caber dentro de la expresión popular como “los gajes del oficio”, los cuales desde un principio somos conscientes que debemos afron-

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tar, existen otros que, por más que estemos inmersos en un conflicto o confrontación bélica o guerra o como lo quieran llamar para efectos legales, no tenemos una preparación previa. Son hechos sobrevinientes para los cuales nunca recibimos una preparación en nuestra alma mater o en cualquier curso de capacitación militar en nuestras diferentes escuelas. Lo anterior está unido como una consecuencia atroz de las estrategias que emplean los diferentes grupos al margen de la ley, las cuales son ajenas de todo contexto militar y norma internacional y son empleadas para quebrar la voluntad de lucha evitando de esta forma el accionar de la fuerza armada sobre las actividades ilegales. Así, quiero brevemente narrar lo que me ocurrió junto con mi familia desempeñándome como oficial de operaciones del Batallón de Ingenieros Nº14, Batalla de Calibío. Es importante anotar que en la jurisdicción de la unidad en mención delinquió el Frente 47 del Bloque Magdalena Medio de las FARC, y por consiguiente mis operaciones desde su planeamiento tenían como objetivo a esta estructura armada. Después de un tiempo en el cual logré tener un conocimiento del terreno y sobre todo del enemigo, se iniciaron a lograr los resultados operacionales, destacándose los golpes sus finanzas, decomiso de armamento, varias capturas y la neutralización de uno de sus cabecillas. Todo transcurría en relativa normalidad hasta el día que mi esposa recibió una amenaza de un desconocido quien la increpó diciéndole que controlara a su soldado porque ya “tenían ubicada la familia”. Esto incluía quién era, en donde trabajaba la esposa y el nombre del colegio de donde estudiaba mi hijo. Esta situación afectó la tranquilidad de mi hogar, pero lo peor se dio un día en que desplazándome con mi familia en mi vehículo, fui interceptado por varios sujetos en moto, los cuales aprovechando una parada me abordaron y con armas en mano me encañonaron y me advirtieron que debía dejar el área o que me atuviera a las consecuencias. Advirtieron que a mí no me pasaría nada pero que a Lissette y a Samuel -mi esposa e hijoyo no tendría cómo cuidarlos cuando a ellos les sucediera algo. Esta fue la peor situación por

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la que mi familia ha pasado. La calma no ha regresado a mi familia, pues mi señora aún hoy en día con el simple hecho de ver una moto que se parquee junto a nosotros en un semáforo, cree que nos van a disparar. Esto sin contar que tuve que sacar a mi familia desplazada de Puerto Berrío e incluso debí solicitar mi traslado de la unidad, trámite que no se dio fácilmente. Con este desplazamiento no pedí absolutamente nada material, pero prefería eso a cambio de no haber perdido la tranquilidad y el haber visto el rostro de terror en mi esposa al sentirse tan vulnerable, aún teniendo a su lado al hombre, al soldado que siempre vio como su protector.

MY EJC Fredy Alexander Ospina Gómez

Oficial del Ejército titulado en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdoba”, estudiante de la especialización de Seguridad y Defensa Nacional en la Escuela Superior de Guerra, diplomado en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingenieros Militares del Ejército Nacional, integrante del curso de Estado Mayor (CEM 2017)

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RAYOS Y ESPERANZAS Por: MY EJC José Ángel Albino Álvarez

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Por: MY EJC José Ángel Albino Álvarez

El enfrentamiento armado no es el único riesgo que afronta el soldado en zona de operaciones. Los elementos y la dura geografía colombiana también suelen enfrentarse a la determinación de quienes vistiendo el uniforme de las Fuerzas del Estado, defienden la institucionalidad del país. Las contingencias de la lucha hacen que los mandos directos de las tropas en operaciones se planteen preguntas que son las mismas que se hacen sus hombres al mando: la vida futura del herido y lisiado por la sevicia del enemigo, entre otras no menos básicas de los hombres de armas expuestos a los mayores peligros y consecuencias. Un país mejor para los que vienen y un mañana que suelde heridas es parte de las respuestas.

Nos vamos a ubicar sobre la zona minera del nordeste antioqueño. Antioquia es uno de los departamentos en el que caen más rayos por tormenta. Para ese entonces, yo me encontraba con mi unidad en una base de patrulla móvil. Entonces, siendo aproximadamente las 04:00 a.m. cayó un rayo que partió el árbol desde donde se encontraban ubicadas las hamacas del radio operador y la mía, el cual se partió y se me vino encima quedando yo ubicado debajo del mismo. Seguía lloviendo y aproximadamente después de 15 minutos, el personal de soldados logró despejar un poco las ramas del árbol que me cubrió por completo y logré salir con algunos moretones, aunque gracias a Dios bien. Este tipo de eventos naturales eran a lo que más le temíamos en la zona del nordeste antioqueño: los rayos, ya que estos, en tiempos de tormentas frecuentes, podían caer en cualquier momento y lugar, llegando a evacuar en un mes de lluvias más de cinco soldados afectados por este fenómeno. Desde entonces, cada vez que llueve o escucho un rayo, busco un buen refugio y me quedo despierto y en lo posible cubierto, hasta que termine de llover. Yo quiero contar cómo fue la situación vivida en el sector del nordeste antioqueño, una región con diferentes actores armados: el Frente 36 de las FARC, el Frente de Guerra Noroccidental del ELN, y un grupo de autodefensas, todos ellos en constante conflicto por el control de la minería de esta zona que es tan rica en oro. No obstante, esta zona es considerada como un sitio lleno de “minas fantasma” -como algunos soldados las llaman-, refiriéndome desde luego a las ya conocidas minas antipersona. Es así como cada vez que ingresábamos al sector, dichas minas eran un factor más de riesgo porque al llegar a la zona nos encontrábamos con un cuadro de situación demasiado complejo donde convergen los campos minados demás acciones por el control de los insumos para el procesamiento de la pasta base de coca. Esta condición nos obligaba a vivir la zozobra de evitar el contacto con cualquier miembro 20

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de la población, debido a que por seguridad era mejor no establecer relación con nadie que pudiera ser informante o miliciano de estos grupos. Cada vez que se ejercía control en las diferentes áreas de esa zona, se encontraban campos minados, y de diez que se desactivaban uno producía la afectación, bien sea a la misma población o a la unidad que se encontraba desarrollando en control. Bajo ese marco quiero compartir con ustedes la historia que vivimos con una unidad en la vereda El Carmín del municipio de Anorí, en donde un soldado miembro de una unidad fue afectado por uno de estos artefactos explosivos siendo aproximadamente las 3:00 p.m. Al terminar la sesión de comunicación radial, la unidad termina de recibir sus instrucciones, y al montar su dispositivo ante una orden de alistamiento, un soldado salió hacia su sector de responsabilidad y cayó sobre un hueco sin saber lo que desgraciadamente le esperaba: una mina colocada por uno de los grupos criminales, afectando su miembro derecho, más abajo de la rodilla, desprendiendo esa parte de su cuerpo en el momento del estallido de la mina. Gracias a Dios pudios evacuarlo para que tuviera atención médica inmediata en aras que pudiera continuar con su recuperación en el centro de rehabilitación en la ciudad de Bogotá. Pero ahí no estaba la más severa afectación al soldado: la pérdida de una parte de su miembro inferior derecho era en realidad la marca del comienzo de una nueva vida personal, familiar y laboral, dimensiones que requieren de un detalle más preciso. En el aspecto personal, el soldado profesional, quien era una persona extrovertida, ve reducida su capacidad de locomoción y eso lo aleja de algunos de sus mayores intereses, tales como subir y bajar por las montañas de Colombia en busca de la protección de los ciudadanos. En el aspecto familiar, el soldado profesional que durante seis o más meses no veía a su esposa tenía la ilusión, cada vez que llegaba a donde ella, en salir a disfrutar de una buena rumba o a jugar con sus hijos en diferentes parques, haciendo de esos cortos momentos los más felices para su familia. El poder compartir con ellos en cada uno de esos escenarios de cultura y deporte es una aspiración simple pero suprema para un soldado. Sin embrago después de su perdida lo que empezó fue a limitarse con su afectación, siendo la manera de reducir esa interacción familiar, aun más cuando no podía brindarles esa felicidad sencilla pero básica para él y su entorno. En el aspecto laboral, al verse afectado en uno de sus miembros, se identifica su pérdida de capacidad laboral para su rol principal como eje de su grupo efectivo ya que se ve como una persona que no puede llegar a cumplirlo, sintiéndose además rechazado por lo que él más quería: su profesión militar. Así es como

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comienza esa nueva vida de este soldado profesional y su familia, quien se ve obligado a pensar en lo que va hacer, en lo que va a desempeñar y en especial en cómo va a compartir con su familia. Al retomar lo que sucede en la unidad después de esa afectación, sobrevienen preguntas sin respuestas aún al igual que vienen los señalamientos de culpa de uno a otro de los miembros y las preguntas sobre el porqué de su presencia en ese sector, respuestas a las que como comandante de batallón me vi invocado a responder. Allí libré un enfrentamiento cognitivo conmigo mismo que me llevaba a pensar cuál sería la mejor respuesta que no llegara a crear malas interpretaciones en ninguna de las personas que me iban a escuchar. Es en ese momento recordé que mi padre me decía “siempre debes mirar hacia todas las direcciones y pensar cuál sería la consecuencia de cada uno de tus actos en cada momento, circunstancia o situación que vivas”. Por unos minutos, mientras establecíamos contacto con el personal que había evacuado al soldado para saber si había llegado al centro asistencial sin novedad, en mi cabeza rondaba esa pregunta: ¿por qué estamos en este sector?, ¿por qué? Allí me vi enfocado a revisar cual sería la acción a tomar para poder mantener la vocación de mi unidad en el área de operaciones, donde el único contacto sería por medio del radio y que quienes me escucharan, lo tomarían como la verdad ante lo sucedido. Esto me llevó a buscar dentro de mis archivos personales y encontrar unos aspectos de la materia “Por qué luchamos”. Desconozco las razones que hicieron que esa materia ya no sea parte de nuestro proceso de formación, pero su aporte me llevo de inmediato a identificar que la mejor respuesta sería: “Estamos aquí, porque los colombianos requieren de hombres con el fin de proteger la población y defender la soberanía nacional, integridad territorial, independencia y el orden constitucional, de acuerdo al cumplimiento de los fines constitucionales contenidos en el artículo 217 de la Constitución Nacional”, además de que en cada uno de nosotros estaría la responsabilidad de ver en paz y tranquilidad los hijos de nuestros hijos. Así, por un momento, les pedí que cerraran los ojos y se imaginaran cómo querían que estuviera el país en el momento en que sus hijos quisieran llevar a sus hijos a disfrutar de las maravillas que tienen los rincones de Colombia.

MY EJC José Ángel Albino Álvarez Alumno CEM 2017 22

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LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO Por: MY EJC Carlos Andrés Camargo Ruiz

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Por: MY EJC Carlos Andrés Camargo Ruiz

La fe que mueve y motiva vidas no puede ser asilada de las historias que se desarrollan a lo largo de nuestra vida militar. En ocasiones, las circunstancias son tan inciertas que lo único verdadero y palpable es eso que está al interior de nosotros mismos, una fuerza invisible que nos da la seguridad de que estamos protegidos.

Debo comenzar este relato presentándome: me llamo Luis y soy un orgulloso miembro del Ejército Nacional de Colombia. Hace algunos años cuando ostentaba el grado de Capitán, me encomendaron la misión de comandar una Compañía en operaciones para liberar al país de los grupos armados ilegales que secuestraban y asesinaban a mis compatriotas en el departamento del Meta. Para esa fecha llevaba más de una década desarrollando este tipo de misiones y había conocido de primera mano la capacidad de los colombianos para hacer el bien, pero también para hacer el mal. En esa época, por todas las experiencias vividas, me consideraba un experto y pocas cosas llegaban a sorprenderme. Un día el helicóptero trajo a un suboficial, quien posteriormente fue designado como comandante de una escuadra, compuesta por nueve soldados. Bajo su responsabilidad estaba efectuar las maniobras para contener los atentados terroristas e irracionales de personas alzadas en armas contra el Estado. Pues resulta que al hablar con el suboficial a quien en adelante me referiré como “el cabo Paz”, pude darme cuenta que era alguien con el perfil muy común, como el de la gran mayoría de soldados que conforman nuestro Ejército: se trataba de un hombre de provincia, específicamente del Huila, un lugar muy bonito ubicado al sur del país. Él me conto cómo desde niño vivió los impases de la violencia por parte de las guerrillas, quienes hostigaban permanentemente en las veredas y sembraban minas antipersonales. Ante este sombrío panorama, sus padres decidieron desplazarse a la capital y allí con mucho esfuerzo le dieron educación y mucha felicidad. Cuando creció encontró la oportunidad de trabajar en el negocio de un familiar, pero él sintió la necesidad de aportar al país y de trabajar para que otros niños no crecieran con ese panorama desolador que produce la violencia. Esto le generó una cantidad de críticas, ya que algunos de sus amigos le decían que no se fuera, que no fuera carne de cañón, que si el gustaba de ser humillado por otros, pero él insistió en su determinación porque en su saber, en su entender, pero especialmente en su corazón, se decía: si uno personalmente no pone su grano de arena, entonces nunca se llena el saco. Eso es lo que hacen muchas personas que se sientan desde un cómodo sillón a criticar los problemas del país, pero ¿cómo aportan la solución a los problemas? Así, Paz tomó la

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decisión de unirse al Ejército. Su señora madre presintió lo peor y sintió un dolor muy grande, porque él era su único hijo, el único amor verdadero el amor de una madre. Doña Lucía intento por todos los medios disuadir a su hijo, pero la decisión estaba tomada. Entonces lo llamó y le dijo: “hijo mío, quiero que te encomiendes diariamente a las benditas almas del purgatorio y yo por mi parte desde donde esté, les rezaré para que te protejan de todo mal y peligro”. Posteriormente ingresó a la institución, y años después desembarcó en ese Helicóptero que lo puso en una de las zonas más peligrosas del país. Con el paso del tiempo empecé a trabajar con él y me llamaba la atención su espiritualidad, su compromiso, pero siempre lo veía invocando a las benditas almas. A mí particularmente me parecía muy extraño a pesar de que soy católico, pues pensaba que para eso estaban las armas de la república que me protegerían en caso de estar en peligro. Con el paso del tiempo desarrollamos un sinnúmero de operaciones, pero siempre estábamos bien. Entre los resultados alcanzados, logramos evitar un atentado contra un oleoducto que de haber sido llevado a cabo hubiese incendiado unas casas de campesinos dedicados a la agricultura, y de igual manera evitamos el irreparable daño ambiental en un río cuyas aguas calmaban la sed de personas, animales y cultivos en una gran región. Día tras día aportábamos algo a nuestra comunidad y contrarrestábamos el accionar de ese enemigo traicionero que empleaba métodos terribles para mantenerse en la lucha. Por medio de ese trasegar, el “Cabo paz” me contó que estaba recién casado y su esposa esperaba dar a luz su hijo, primogénito al que llamaría Pedro. Finalmente, un día cuando estábamos por cumplir el ciclo de operaciones le pregunté por qué se encomendaba tanto a las almas y él me dijo “mi capitán, porque nosotros somos los que defendemos a nuestro pueblo y hay muchas madres, hermanos y familiares que oran porque podamos cumplir nuestra misión y así regresar a casa. Las benditas almas me cuidan y nos cuidan a todos”. Después de hablar, el me pidió permiso y procedió a ver a sus soldados, cuando de un momento a otro escuché una fuerte explosión, como nunca había escuchado en tantos años de guerra…tuve unos segundos de confusión pues no sabía qué pasaba, vi un humo espeso que se elevaba por encima de las copas de los árboles. Me puse en pie y dije mentalmente “el cabo paz, lo mataron”. Mis soldados reaccionaron hacia el punto, pero debo confesar que sentí miedo de ir, pues no quería ver a mi compañero destrozado, sin piernas o sin cuerpo, como ya había visto muchas veces antes.

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Pensé: cómo le voy a decir a su esposa embarazada esta triste noticia, pensé en doña Lucía y pensé en su hijito aún sin nacer que nunca conocería a su padre y crecería recibiendo la información sesgada de algunas personas que ponen a estas personas que hacen tanto daño como adalides de la libertad y la lucha contra la opresión, cuán diferente es la verdad. Cuando de pronto, ocurrió el milagro: los soldados traían al Cabo Paz completo y bien. Se quejaba de que no podía oír, pero después de semejante explosión esto no era de mayor gravedad. Mientras llegaba la evacuación aéreo-médica por parte nuestros valientes amigos de la Aviación de Ejército, el Cabo me dijo: “las benditas almas me salvaron y me protegieron de sufrir este terrible daño. Mi Capitán, recuerde que somos los buenos y que casi todo el país ruega por nosotros para que continuemos haciendo nuestro trabajo en defensa de ellos”. Nunca lo volví a ver, aunque me enteré de que su esposa se asustó mucho pero afortunadamente su hijo nació bien. El Cabo Paz quedo con discapacidad auditiva y ahora está en un Batallón de Instrucción y Entrenamiento, enseñando a los nuevos soldados, quienes son los llamados a hacer algo para lograr el bienestar de nuestros hermanos colombianos. Para finalizar, este hecho me marcó para toda la vida y debo decir que siempre me encomiendo a las benditas almas del purgatorio, quienes siempre me han cuidado y ayudado en los momentos difíciles.

MY EJC Carlos Andrés Camargo Ruiz Profesional en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes, Diplomado en Derecho Internacional de Conflictos Armados y Derecho Penal Internacional Universidad Autónoma UNAB, Diplomado en DDHH y DIH Universidad Sergio Arboleda, Diplomado en Contratación Estatal Universidad de Medellín, Especialista en Administración de Recursos Militares para la Defensa Nacional, Eespecialista en Alta Gerencia de la Universidad Militar Nueva Granada, Candidato a Magister en Seguridad y Defensa de la Escuela Superior de Guerra y actualmente alumno del Curso de Estado Mayor 2017 en la Escuela Superior de Guerra.

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SACRIFICIO FAMILIAR Por: MY EJC Cesar Augusto Sandoval Rubiano

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Por: Mayor. Fredy Alexander Ospina Gómez.

Detrás de cada uniforme hay un militar con una familia que día a día lo espera en casa y guarda el miedo de recibir una llamada devastadora, una llamada que en un segundo pueda destrozar el corazón de aquellos que desean que Colombia no viva más en guerra para que su padre, hermano, hijo o amigo no enfrente el horror de la guerra, así ellos estén dispuestos a dar su vida por la libertad de todo un pueblo. Cada soldado que deja la tropa a causa de la guerra nunca deja de ser su soldado, porque desde el cielo su corazón sigue donde nunca reflejó temor en su rostro y donde el amor por la libertad era más fuerte que el escalofrío que causaba la guerra.

Soy el Mayor de Ejército Nacional Cesar Augusto Sandoval Rubiano, he pasado los últimos 22 años de mi vida haciendo parte de esta institución, hacia la cual solamente tengo sentimientos de agradecimiento, ya que en ella he cosechado diría yo, cada elemento que hace parte de mi vida el día de hoy. Ingresé el 19 de enero de 1996 a la Escuela Militar de Cadetes, y eso significó un gran cambio en mi forma de vivir y de observar la vida. Cada día que ha pasado, cada momento como Oficial del Ejército, cada persona conocida, cada evento doloroso o de felicidad vivido, han sido herramientas utilizadas por Dios para hacerme hoy el Soldado que soy. Amo mi trabajo, así como mi esposa ama la institución -fue suboficial hasta hace muy poco tiempo- y mis hijos aman lo que hacemos. Al referirme a “lo que hacemos”, lo digo ya que siempre he considerado que toda mi familia hace parte de mi institución. Mis tres hijos saben más de cómo se vive en la Fuerza, que de muchas otras cosas que un niño de su edad sabe o disfruta, todas sus vidas han vivido, crecido, al interior de las unidades militares. En efecto, sus amigos son los hijos de otros militares como yo, sus compañeros de estudio y grupos de trabajo son hijos de compañeros de mi trabajo. Todo gira en torno a mi Ejército. Quien más que ellos reconocen la tarea de sacrificio y abnegación que lleva a cabo un soldado del Ejército Nacional. Ellos han sido tal vez las víctimas más sentidas del conflicto en el que su padre y su madre se han visto inmiscuidos por más de 20 años, son ellos quienes han sufrido las ausencias, la soledad, la falta de atención, el que no tengamos tiempo para sus asuntos, el estrés involuntariamente llevado a casa por efecto del día a día de la guerra, el vivir en un ambiente donde en ocasiones, pese a que no se les permite estar en el momento o el espacio a donde llegan los muertos que produce la guerra, el sonido de helicópteros y las sirenas de las ambulancias, en medio de las miradas y las carreras de los hombres que atienden y reciben los cuerpos mutilados, les permiten rememorar aún el olor de la sangre que baña los campos de la Colombia que su papá y su mamá defienden . Eran como las 9:00 a.m. de un día cualquiera en la ciudad de Tunja, era tal vez el año 2002. Yo era Subteniente, comandante de una compañía de instrucción del Batallón de 28

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ASPC No. 1 en la Ciudad de Tunja. íbastante frío, había mucha neblina, así que esto traía un aparente ambiente de tristeza. Mientras tanto el sonido fuerte de un helicóptero MI-17 llenaba el espacio ante la búsqueda de las condiciones para aterrizar en el helipuerto de la unidad. Recuerdo que eran muchos los espectadores entre soldados y civiles, tal vez, todos los que pasaban por allí en ese momento, los que intentaban ocupar un lugar que le facilitara la visibilidad del aterrizaje de la aeronave. En el radio de comunicaciones, se escuchaba al comandante del Batallón dando la orden al Oficial encargado de la seguridad del helipuerto de restringir el acceso “los chismosos”. Eran muertos los que traía esta aeronave, propias tropas, soldados que habían caído asesinados por acción de la guerrilla en el norte de Boyacá. En realidad, esto era algo frecuente, por lo cual no me sentí motivado a dirigirme hacia este sitio. Ya había visto muchos muertos en un año que llevaba en las unidades, pese a que en la Escuela Militar me prepararon como un combatiente para defender la soberanía de Colombia, los bienes y la honra de la población, y en la búsqueda de esto estaba claro que tendría que participar en el Conflicto armado que vivía el país, había tenido que capacitarme empíricamente en asumir los resultados atroces de la violencia, viendo tal vez en cada oportunidad en que aterrizaba un helicóptero, la muerte de una forma tan personal, tan cercana, que hasta me comportaba algo indolente con estas situaciones. Finalmente, el helicóptero aterrizó. Un equipo de soldados del establecimiento de sanidad corría por medio de la Plaza de Armas donde cada mañana formábamos para dar inicio a las actividades cotidianas. Me llamó la atención ver que al otro lado de la plaza, en el borde de la zona verde en la que había aterrizado el helicóptero había un gran número de personas que intentaban a toda costa mantener su lugar para ver lo que había llegado. Pese a los intentos de los soldados, parecía imposible controlarlo, tanto así que decidí pasar a forma parte de los espectadores, dirigiéndome hacia el sitio. “Algo muy especial debía suceder que atraía la atención de todas las personas” pensé. Al llegar al helipuerto la primera impresión recibida, fue el descenso de doce o trece cuerpos sin vida de soldados que hacían parte de una de las unidades de Contraguerrillas de la I Brigada. Uno a uno fue sacados de la aeronave mientras el personal encargado de los procedimientos forenses, se encontraba en el sitio dispuesto a llevar a cabo la incómoda tarea. Era un escenario devastador: cuerpos absolutamente mutilados, sin rastro de vida, rostros pálidos, manchados por su propia sangre, con abundantes hematomas que hacían ver los rostros de esos hijos, hermanos, padres, soldados, totalmente deformes, descoloridos. Fueron doce o trece cadáveres, todos ellos Soldados Profesionales menos uno de ellos, el comandante de la Escuadra, un Suboficial de Grado Cabo Tercero, que por su grado no debía llevar más de dos o tres años en la institución. Su rostro manifestaba el terror del dolor y de la muerte que lo había rondado antes de arrancar su vida, sin embargo, a diferencia de los otros cuerpos que alineaban uno al lado del otro, éste tenía una atroz característica: había sido partido en dos con múltiples impactos de fuego. ¡Sí, en dos! Su tronco carecía de cadera y piernas, ¿quién puede imaginar algo así? Su enemigo no solo había arrancado su vida, sino al evidenciar su posición en la patrulla, decidió de forma enfermiza abrir fuego sobre el cuerpo tal vez moribundo y partirlo en dos. Memorias Imborrables

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Me encontraba afectado por esta escena, creo que sentía nauseas ya que era la primera vez que veía algo como esto. No pude mantenerme más en aquel sitio y al dar unos pasos hacia atrás con la intención de alejarme de este sitio, encontré algo que me impacto mucho más, algo que definitivamente me conmovió y me sumergió más en esta realidad de la cual era imposible huir: mi hija de tan solo un año de nacida, de forma inocente se encontraba fuera de la casa fiscal en la que vivíamos, una de dos casas ubicadas muy cerca al helipuerto. Allí, desde el jardín de la casa, se encontraba ella quieta, observando detenidamente todo lo que ocurría. Yo no tenía claro si ella comprendía lo que veía, si sentía temor, si al igual que yo sentía la tristeza en el ambiente que circundaba. Sin importarme esto, corrí hacia la casa y cruzando la reja a la entrada velozmente tomé a mi hija y la abracé cubriendo su rostro. Inconscientemente buscaba protegerla de algo que no se encontraba allí, tal vez buscaba protegerla del efecto de la atroz guerra. Han pasado muchos años después de esto y como es evidente, lo recuerdo como si lo acabara de vivir, sin decir que he quedado marcado por este evento, en realidad no es solo ese evento el que me ha marcado. Llevo en mi ser las heridas de la guerra, nunca he sido víctima de un disparo, nunca he sido víctima física de un arma, pero en mi ser y en alma, guardo el sonido, la imagen y la tristeza de ver la llegada de muchos de mis soldados, mis amigos, mis compañeros, los hijos de Colombia, los héroes de la Patria, sin vida. Eso sí me ha marcado. Hoy ya no abrazo a mis hijos como aquella vez para evitar que tengan contacto con la guerra, que sean expuestos a la tristeza. Soy consciente que ya es innecesario, pues son tantas las ocasiones que han visto y escuchado lo que me afecta, que han estado a la llegada de un helicóptero que traslada las dolorosas consecuencias del conflicto, que ya ellos mismos son víctimas de la guerra, son víctimas de la acción del enemigo... se han hecho parte de la guerra.

MY EJC Cesar Augusto Sandoval Rubiano Profesional en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes, estudiante de último Semestre del Programa de Segunda Licenciatura en Teología de la Universidad Global de las Asambleas de Dios, Especialista en administración de Unidades, Especialista en Administración de Recursos para la defensa y Seguridad, actualmente alumno del curso de Estado Mayor 2017 en la Escuela Superior de Guerra.

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UNA CAJA DE AMOR QUE AHORA GUARDA EL DOLOR Y MIEDO DE LA GUERRA Por: MY EJC Cesar Adolfo Gamboa Enciso

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Por: MY EJC Cesar Adolfo Gamboa Enciso

Los millones de hombres y mujeres que emprenden el camino militar sueñan con una Colombia libre y disponen sus vidas por su nación. Estas son almas que empiezan a ponerse sus camuflados militares llenos de esperanza y amor. Sin embargo, ningún entrenamiento se acerca a lo que viven estos héroes en el campo de batalla en contra del enemigo: los heridos atendidos improvisadamente y la pólvora controlada, pasan a ser realidad. Las verdaderas batallas están llenas de crueldad, el cuerpo humano puede pasar de ser uno solo a ser miles de pedazos volando y las armas, el peor invento del hombre. Es entonces cuando la esperanza del inicio pasa a ser miedo, y el amor por un país crece al tiempo que crece el odio por quienes sin piedad terminan con la vida de hijos, padres, esposos, hermanos, amigos, colombianos que no dudaron en darlo todo por una patria sin guerra. Dos años después de lograr mi graduación, al finalizar un par de años en mi primera unidad, donde sostuve mi primer combate en Urrao-Córdoba, fui reasignado a una nueva unidad de contraguerrillas, la primera de tres más que pasarían por mi vida militar. Era el año 2002, la guerrilla de las Farc se encontraba en el más alto apogeo militar de su historia. De manera permanente se escuchaban asaltos guerrilleros a poblaciones, estaciones de Policía, masacres contra la población civil y ataques contundentes contra la Fuerza Pública. Las violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario por parte de esta guerrilla eran permanentes en todo el país. Yo me encontraba en Popayán-Cauca, estaba asignado a la Brigada Móvil No. 6, Batallón de Contraguerrillas No. 60, una nueva unidad creada dentro del crecimiento del Ejército Nacional para poder asumir las necesidades de seguridad y protección que tenía el pueblo caucano. Con ayuda de la gobernación del Cauca se lograron instalaciones para esta nueva unidad. Obviamente, estaba nervioso, temeroso y con mucha expectativa de cumplir la misión como buen Subteniente que lleva el fuego en el corazón para ayudar a su país en contra del terrorismo, y a la vez estaba sorprendido con las informaciones de inteligencia que daban cuenta de la fuerza terrorista a la cual me enfrentaría con mis hombres en el campo de combate. Eran frecuentes los ataques a Bolívar, Cauca, Toribío, Totoro, Silvia. Los asesinatos de alcaldes y tomas con gran destrucción y contundencia a estaciones de Policía que arrasaban con cuadras enteras de casas afectando la población civil, eran algo común. Las FARC, por su parte, seguían aumentando el pie de fuerza y armamento en la zona de distención de 42.000 KM2 asignada por el presidente Andrés Pastrana dentro del proceso de paz, proceso que se encontraba en su más profunda crisis por ataques constantes e incumplimientos por parte de las FARC. Dicho proceso generaba un sombrío panorama para un país que tenían a sus Fuerzas Armadas exhaustas de tanta guerra. Con miedo en mi corazón, angustia de saber que la lucha sería descomunal y sin honor por parte de los grupos subversivos, me esperaba el Frente Arturo Medina, la Columna Móvil Jacobo Arenas, el Frente Móvil No. 6 y el Frente No.13, unidades de un enemigo muy despre32

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ciable por su hábil, despiadado y permanente uso de minas antipersona y cilindros bomba. En mi batallón fui asignado a la compañía Escorpión, al pelotón especial. ¿Especial?, Sí, supuestamente los más experimentados en el combate, los más antiguos, los más sagaces, los más recios para la batalla. Digo supuestamente porque yo era el hombre con más grado pero con menos años en el Ejército, y quien tenía solo un par de combates. Yo no conocía bien el furor del combate, pero mis soldados tenían entre 8 y 11 años en el Ejército. Ellos sí eran los más experimentados, yo apenas tenía dos años como oficial, así que creo en ese momento era el más temeroso, pero con una gran fuerza espiritual y conocimientos frescos de táctica y técnica militar. Estoy agradecido con Dios porque esa asignación fue lo más acertado para mi carrera militar. Con mi estilo de mando exigente pero no intransigente, lograron adaptarse rápidamente los soldados a mí, yo logré entenderlos y liderarlos, logrando un gran equipo de trabajo para las futuras misiones, con un mes de fuerte entrenamiento. En esa época estaba muy enamorado, mi corazón latía incansablemente por amor de quien para ese momento era mi novia: Bibiana. Fue la mujer que logró fortalecer mi espíritu en tantos momentos difíciles y que guardó mi amor en su corazón durante las largas ausencias, aguantó más de seis meses sin una llamada, sin contacto físico, solo a la espera de una carta cada dos meses, que era el único medio de comunicación ya que no existía cobertura de celular. Ahora bien, siempre estaba el temor de una llamada nefasta –de que había sido herido o que había caído en combate- así que mis padres con la ilusión de que su hijo en un futuro se convirtiese en un gran oficial, sentían la incertidumbre de la guerra…madre, ¡Cuántas oraciones hiciste que me salvaron la vida en medo de la guerra! Llegó el día 20 de febrero de 2002 y se abolió la Zona de distensión, pero con ella llegaron la ansiedad, el miedo, la energía, el deseo de luchar y probar mi unidad en la guerra. La verdad, una mezcla de sentimientos navegaban por todo mi cuerpo… ¡vamos a la guerra!, era la frase que pasaba por mi mente, y que se sentía en mi estómago y en mi alma. Cinco días después del alistamiento, cargando más armamento que comida, ya con la mente más clara de la misión y con la fuerza espiritual que me regaló mi padre, generó toda una mezcla de sensaciones que convertí en fuerza mental y espiritual para entregarme a mis hombres y no distraerme en la guerra. Al amor de mi vida, a ese sentimiento lindo, lo guardé en una caja de cristal dentro de mi corazón para que no se dañara y siempre estuviera presente. No saben cuánto me sirvió en momentos de angustia, abrir esa caja. Recuerdo el día que salimos en los camiones en dirección al Páramo de las Papas para cruzar el Cauca en aras de llegar al Huila y entrar a la Zona de distensión. El comandante de la Brigada Móvil decía: “Señores, muchos no regresarán, muchos estarán muertos para el próximo permiso, todo está listo para sus sepelios, solo les puedo decir que tengan mucha fuerza, éxitos y que Dios los bendiga. ¡Qué viva Colombia! Días después estábamos entrando a la Zona de distensión y ya habíamos tenido varios combates cortos que reafirmó el mando, la amistad, conocer a mis hombres, sus vidas, y las capacidades de maniobra como grupo especial. Los combates se tornaron más fuertes por Balsillas-Caquetá. ¡Sí!, de Popayán ya estábamos en Caquetá, lugar donde encontraMemorias Imborrables

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mos letreros que decían “Bienvenidos a la nueva Colombia de las Farc”. Los ciudadanos nos recibían entre felices y furiosos, dependiendo de cómo fuera su afinidad con esta guerrilla. Las marchas nocturnas eran de más de ocho horas, los paisajes, sin embargo, eran lindos y desconocidos para mí. Por esos lados fueron los primeros muertos de mi batallón, mi pelotón seguía sin muertos, se sentía el poder de fuego de las FARC, mortíferas ametralladoras, fusiles, explosivos y en una ocasión los famosos misiles, que gracias a Dios nunca le alcanzaron a nadie. De muchos combates fuertes quiero contarles uno: amanecía en el sector de Caucheras, finalizando el Valle de Balsillas e iniciando a bajar a San Vicente del Caguán, estaba como a cuatro meses de camino, pero creo por mi carisma o por mi actitud de guerra, me gané el respeto y aprecio de mi pelotón y de muchos soldados del batallón, del comandante Mayor Ballesteros, de los comandantes de otras compañías tales como el Capitán Díaz, el Teniente Orejuela y otros. En ese contexto, tomando un campamento en el que murieron varios soldados en el evento, me encontré con el Cabo Primero Umaña de la compañía Búfalo, un gran amigo, quién me comentó que tenía una carta donde la esposa le escribía que ese día nacía su hija. Estaba feliz en medio del olor a muerte, pólvora y esperando el apoyo para sacar los muertos, así que lo felicité, le di un fuerte abrazo y le regalé una caja de Marlboro para celebrar. Me sonrió, y fue la última vez que lo vi con vida. La orden de la compañía Búfalo fue dirección a San Vicente por la cordillera, y mi pelotón en compañía del pelotón del comándate del batallón por la parte más baja de la cordillera. Pasada una semana, los combates eran casi a diario de dos o más pelotones al tiempo y cada uno de más de dos horas que por momentos parecían interminables. No había tiempo de pensar en nada, solamente en no morir, solo se pensaba en la guerra y sus maniobras. La compañía Búfalo estaba muy lejos en la cordillera, según escuchaba por el radio al lado de mi Mayor, estaba siguiendo huellas y pistas así que esa noche transcurrió en calma. Al día siguiente, aproximadamente a las 3:00 p.m. una explosión estremeció todo el cañón del río. Quedamos asombrados, asustados por la magnitud de la explosión y totalmente desorientados. No sabíamos dónde ni contra quién era la acción. Luego corrimos a prender los radios y todos se armaron y ubicaron en posición de combate, esperando un ataque de las FARC. Por los radios todos se reportaron sin novedad, pero la compañía Búfalo no contestaba el llamado. En este momento entró la incertidumbre. Minutos más tarde se escucharon gritos de angustia del radio operador de la Búfalo pidiendo auxilio, gritando que los estaban matando y como fondo, se escuchaba el sonido de las ametralladoras y explosiones muy cerca. Dicha comunicación duró menos de un minuto, no informaron su posición y se mantuvieron en silencio por otros quince eternos minutos. En el momento en el cual se restableció la comunicación, nuevamente solo salía en radio el soldado operador pidiendo apoyo y decía que no sabía dónde estaba el comandante -mi Capitán Díaz-, ni su Cabo, que continuaba el combate pero que ya la mayoría estaban muertos… el soldado logró dar las coordenadas y terminó la comunicación. Mi Mayor, el comandante del batallón entró en angustia y desespero. La verdad él era un poco inexperto en las crisis, sin embargotrató de comunicarse con el comando superior, pero solo lo logró una hora más tarde y pidió el apoyo, que llegó a las 6:00 p.m. con un bombardeo de aviones K-Fir. Cuentan 34

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los sobrevivientes que fue la salvación para evitar una masacre más grande. Mi Mayor en su afán, desesperación y con lágrimas en su rostro, me ordenó salir en busca de esa unidad para apoyarla de manera inmediata. Siendo las 7:00 p.m., en medio de la selva logré calmarlo y solicitar salir en la mañana muy temprano. Fue una búsqueda angustiosa, dado que nos tocó subir una cordillera enlodada, abriendo camino en la selva sin parar durante nueve horas de marcha, sin comida y todo por el afán de llegar y auxiliar a nuestros amigos. Finalmente llegamos a la cima de la cordillera a las 5:00 p.m. Allí supuestamente estaba la unidad, pero no logramos contacto visual ese día. Solo nos comunicamos por radio y unas pocas palabras de un Cabo…mi Capitán no salía al radio, hablaban en susurro, con voz temblorosa imaginando que su muerte estaba cerca. No me imaginaba lo que me esperaba al día siguiente. Iniciamos a descender por el otro costado de la cordillera según las indicaciones del radio operador de la Búfalo, pero cinco minutos más tarde, el soldado Alcaraz de mi pelotón me dijo: “mire mi Teniente”. Había solados dispersos sin organización por una trocha, metidos en las raíces de los árboles o cubiertos con matas. Jamás olvidaré su miradas y rostros descompuestos por el miedo y la derrota, con los ojos desorbitados, parecían no tener esperanza ni siquiera con su voz… no decían ninguna palabra, pero en sus rostros era claro el dolor de la muerte, solo con sus manos señalaban más abajo. Llegué hasta donde se encontraban reunidos varios soldados. Llegó mi Capitán y me dijo: “Tome el mando, no estoy bien, aunque no estoy herido, más abajo están los muertos y unos heridos, nadie ha bajado a ayudarlos por miedo a que los mate la guerrilla, que está esperando con una emboscada”. El sector era muy complicado, un filo con desfiladero a ambos costados, La verdad me dio un poco de rabia, no habían hecho nada por casi veinticuatro horas, no se habían organizado para rescatar a sus muertos y heridos, pero estaban con el alma destrozada. Organicé mi unidad, preparamos el avance para buscar los heridos, la compañía Búfalo se organizó en la parte alta, unos 100 metros más abajo y de pronto, ¡el horror a la vista! Fue un ataque brutal. En el filo entraron a un campo minado acompañado de una emboscada. Lo primero fue pasar por encima de cadáveres destrozados en rostro y pecho con fusil. Unos metros más adelante, brazos desmembrados y piernas colgadas en los árboles, luego era el transcurrir por un camino dantesco, troncos con visceras esparcidas por lado y lado del filo. De Umaña, el futuro papá, mi Cabo, vi su cabeza, estaba atravesada y desprendida de su cuerpo por un hierro que según las FARC es metralla. No podía creer lo que estaba observando: el olor a sangre y carne quemada me retorcía el estómago, la rabia me apretaba los dientes, la impotencia me arrugaba el alma, y la pregunta: ¿por qué? Malditos guerrilleros, fueron como ochenta o más metros de ver cuerpos desmembrados y colgados a los árboles, no sé aún cómo describirlo. Al sobrepasar la matanza aseguramos el perímetro. Encontramos un herido que murió en el proceso de evacuación, pero hubo algo bueno de ese día: ¡Dios, existe! inexplicablemente, un soldado de la Búfalo más adelante gritó ¡auxilio! Lo sacamos de un socavón,

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sucio, con dos fusiles y me dijo: “gracias mi Teniente, estos miedosos de mi compañía no me ayudaron”. Increíblemente abrió sus manos y mientras un poncho dibujaba la silueta de orificios de impactos de bala y sin un rasguño físico, me abrazó llorando, tembló, se arrodilló y solo daba gracias a Dios de no morir siendo el primero a salvo de la explosión. Finalmente murieron diecinueve soldados profesionales. Recogimos solo nueve bolsas plásticas de carne revuelta, no se sabía quién era quién, no había un solo cuerpo completo. Rescatando esas piezas de vida que dejaron la marca en mi corazón, en mi mente dije ¿qué pensaran sus familias?, ¿qué dirá la hija que nunca conocerá a su padre? Solo en ese momento supe que jamás me dejaría matar, por mi padre, mi querida madre y mi novia. Siempre me encomendaba a Dios, pero también firmemente aumentó el odio hacia mi enemigo. Logré vencerlo en varias luchas en nombre de esos hombres, aunque, desafortunadamente, esta escena lamentablemente no sería la última vez en donde vería el horror de la guerra. Hoy los recuerdo en momentos de soledad. Hoy la caja ya no guarda amor, lo dejé salir para superar las cicatrices de mi alma, la caja de cristal guarda esos momentos de angustia vividos en la guerra, pero cuando abro la caja recuerdo el dolor, el miedo y la rabia de aquellos días. No sé si ya lo superé…

MY EJC Cesar Adolfo Gamboa Enciso Profesional en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdoba”, Especialista en Administración de Recursos Militares para la Defensa Nacional, Especialización en el arma de Infantería , Curso Operaciones Psicológicas Avanzado, curso Desarme Desmovilización y Reintegración DDR: Principios de Intervención y Gestión en Operaciones de Mantenimiento de Paz, curso Observadores Militares de Naciones Unidas Métodos y Técnicas para Servir en una Misión de Observadores de N.N.U.U, Auditor Interno de Sistemas de Gestión de la Calidad Según la norma ISO 9001,actualmente alumno del curso de estado mayor 2017 en la Escuela Superior de Guerra. 36

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EL DÍA QUE DIOS ME REGALÓ UNA NUEVA OPORTUNIDAD Por: MY EJC Édison Orlando Ríos Orrego

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Por: MY EJC Édison Orlando Ríos Orrego

Las unidades militares duran una gran cantidad de días planeando operaciones militares que tienen como fin contrarrestar las acciones del enemigo a lo largo del territorio colombiano. Sin embargo, un cambio de plan puede llegar tener un fin indeseado en el campo de batalla. Un error de un momento a otro le quita de las manos a un soldado el poder seguir defendiendo a su patria. Muchos colombianos habrían querido tener eternidad para quienes día a día dan su vida por la libertad de todo un pueblo, pero solo se les es permitido ocupar un pedazo de tierra por algunas horas, cuando las balas atraviesan sus cuerpos intentan aferrarse a la esperanza de seguir viviendo y recuperar su destino, pero la fragilidad del cuerpo se hace débil ante los ojos del enemigo.

Dentro del campamento no había guerrilleros dados de baja ni se pudieron realizar capturas, pero de acuerdo con la inteligencia técnica, “Timochenko” se había salido del cerco que se estableció en el planeamiento. La orden del comando superior era que se debía continuar con la persecución ya que el cabecilla tenía la intención de dirigirse hacia el vecino país. Al siguiente día a primera hora se inició el movimiento y la persecución tomando un azimut de 45 grados para impedir a toda costa que Timoleón Jiménez saliera del país. A las 08:30 a.m. se inició el primer combate con la avanzada de este grupo armado, que intentaba frenar nuestro avance y permitir que su principal cabecilla pudiera huir del sector. Este combate transcurrió por aproximadamente dos horas, no se pudo establecer en el momento si se dieron bajas en ninguno de los bandos aunque, posteriormente y gracias a la información técnica, se pudo establecer que a los guerrilleros de las FARC tenían dos integrantes dados de baja y tres heridos. En las horas de la tarde se estableció contacto por medio radial con el comando de la Brigada, donde se persistía en la orden de continuar con ese mismo eje de avance ya que “Timochenko” registraba movimientos limitados por problemas de salud y que por razones lógicas debíamos avanzar más rápido para lograr hacer otro cerco ya que unidades adyacentes se encontraban cerrando sobre la frontera. La orden que se tenía por parte del comando superior era que los movimientos se debían hacer en horas diurnas, ya que en la noche se dificultaban porque se encontraban muchos sembrados de minas o campos minados. En esos momentos, nuestra Fuerza Aérea y la Aviación del Ejército no tenían autonomía para moverse en la noche. El segundo día se inició movimiento con el mismo eje de avance. A eso de las 07:00 a.m. se iniciaron nuevamente combates, pero con el agravante que recibíamos fuego de mortero y eso nos dificultaba el movimiento y la unidad de mando porque nos tocaba desplegarnos. Se recibió la orden del comando de la compañía para salirnos del eje de avance y poder ubicarnos en un sitio más estratégico y clave para poder tener dominio del terreno. Durante 38

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el transcurso del día se mantuvieron los combates, pero no se dieron resultados tangibles. Al siguiente día mi unidad continuaba en primera línea, así que se le hizo la solicitud al comando de la compañía que la punta la asumiera otra unidad, ya que llevamos tres días en combates sin ninguna afectación a mi unidad y que todos deberían tomar los mismos riesgos que tomábamos nosotros. Pero el comando de la compañía me ordenó que siguiera con la punta, ya que en efecto era el oficial más experimentado en combate. A las 10:00 a.m. se iniciaron nuevamente los combates y se tenía información dennque a “Timochenko” lo tenían en una vivienda a unos 2 Km y se debía llegar a ese punto de acuerdo a la orden del comando de la Brigada, pues ese día se facilitó el movimiento ya que de acuerdo a la intensidad del combate se estaba luchando con una unidad menor a la de días anteriores. Ese día llegamos a la vivienda que estaba establecida como objetivo, pero se encontró desocupada y con rastro de que se había habitado durante el día. Ese día tampoco se efectuaron afectaciones de ningún bando. El día siguiente, 31 de agosto de 2003, amanecí muy contento, ya que al siguiente día se realizaban abastecimientos y salía a disfrutar mis vacaciones en el mes de septiembre, así fue un día que jamás olvidaré. Iniciamos movimiento a las 05:00 a.m. con azimut de 45 grados. A las 07:00 a.m. hice alto al estar cerca de un caño que nos servía para que toda la compañía - mi unidad, Canadá 1, realizara el desayuno. Crucé el caño para asegurar el paso del resto de la compañía, así tomé una sección a mi mando con un Cabo Segundo y quince soldados para hacer un registro sobre la ruta establecida. Posteriormente, decidí salir con otro azimut y buscar otra alternativa y se efectuó el registro a una distancia de un kilómetro. Al retornar le informo al comando de la compañía sobre lo que había hecho y le recomendé que se cambiara el azimut, ya que llevábamos cuatro días prácticamente con el mismo y nos podían tener algo preparado. El comandante de Canadá 3, el Subteniente Castro, quien se encontraba en la reunión, recomendó que él tomara la punta para que mi unidad descansara, pero le encomendó que siguieran el mismo azimut ya que el movimiento se realizaría más rápido y necesitábamos en más movilidad en ese momento. El Subteniente Castro era un oficial que en su permanencia en la Escuela Militar había ocupado el primer puesto de su promoción y se destacaba en sus cualidades militares. Sin embargo, el comandante de la compañía no asumió mi recomendación, pero sí la del Subteniente Castro, así que el pelotón Canadá 1 inició movimiento en la dirección que se tenía desde el inicio. Pasaron aproximadamente 10 minutos cuando esa unidad entró en combate. El radio operador reportó que estaba muy complicada la situación, así que procedí a realizar movimiento por donde había efectuado el registro, lugar donde me encontré a los guerrilleros dando de baja a tres de ellos. Desafortunadamente, al llegar al lugar del combate me encontré con la primera escuadra de muertos, incluyendo el Subteniente Castro, el Sargento viceprimero Maestre, el Cabo Primero Izquierdo, y siete soldados más. El único sobreviviente fue el soldado puntero Maldonado, quien alcanzó a salir del área preparada que le tenía las FARC.

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Siempre mantendré el recuerdo de ese momento, porque gracias a Dios no fue mi unidad la que cayó en esa área preparada, pero entendí en ese momento que de las decisiones de un comandante depende la vida de muchas personas, no solo de los militares sino de familiares, que son los que más sufren el perder un ser querido. A los dos días pude disfrutar de mis vacaciones en la ciudad de Medellín, pero 30 días después al retornar el mando de mi unidad, el helicóptero que me transportaba me llevó al mismo sitio donde había sucedido el combate con las FARC y retomé nuevamente los hechos sucedidos treinta días antes.

MY EJC Édison Orlando Ríos Orrego Alumno CEM 2017

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A LA EXPLOSIÓN DE UNA MINA, MÁS DE UN CORAZÓN ESTALLA Por: MY EJC Jimmy Alirio Rodríguez Barajas

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Por: MY EJC Jimmy Alirio Rodríguez Barajas

La Memoria es el espacio para inmortalizar y socializar todas las experiencias vividas a lo largo del conflicto. Desde luego, las experiencias de vida no pueden quedar en el olvido, las nuevas generaciones deben saber que hubo personas que coadyuvaron con su propio sacrificio al desarrollo y mejoramiento de su nación. Las minas antipersona fueron una de las armas más crueles del conflicto en Colombia. Sin piedad, hicieron pedazos los sueños y la vida de soldados, campesinos y niños. Para las unidades de rescate que llegaban a los lugares más recónditos del territorio colombiano, uno de los momentos más duros de la guerra era cuando los ojos de esperanza y dolor de los heridos se apagaban mientras con su mirada pedían ayuda para que aquella mina no lograra arrebatarles la vida. Yo, el Mayor Rodríguez Barajas Jimmy Alirio, quiero compartir una de tantas tristes experiencias de combate que durante mi carrera como soldado he vivido a lo largo y ancho de esta querida nación. Sucedió mientras comandaba el Batallón de Combate Terrestre (Bacot) No.103 orgánico de la Brigada Móvil 18 de la Fuerza de Tarea ‘Nudo de Paramillo’. Mi historia inicia el 14 de julio de 2014, cuando con el propósito de efectuar un relevo en posición, fui desembarcado en coordenadas 07º 20’ 02”-75º 54’ 48” en el sector conocido como “Ojo de Agua”, una montaña cuyas condiciones climáticas la hacían bastante especial por la complejidad para cualquier operación aérea. Es un área contigua al río San Jorge al norte del departamento de Antioquia, en límites con el departamento de Córdoba. Combatíamos al Frente 18 de las FARC, un frente con 30 años de antigüedad en la zona, conformado en su mayoría por gente de la región. Desde el momento de nuestro desembarco en el cerro “Ojo de Agua”, los hostigamientos se convirtieron en el pan de cada día y dentro de las consignas que el anterior Batallón más nos recalcó, fue la del cuidado en extremo con las minas que podrían estar sembradas en cualquier lugar, ya que previamente habían quedado mutilados dos soldados del Bacot 104 y uno del Bacot 106 con el que hice el relevo. Debo resaltar que el área del Nudo de Paramillo, además de albergar una de las mayores concentraciones de fauna y flora de norte de Sudamérica, es también una de las zonas más sembradas de minas antipersona del país. El lunes 28 de julio y luego de una difícil maniobra de infiltración por parte de una escuadra de la compañía Arpón, comandada por el señor Cabo Primero Galindo Becerra, se logra dar muerte en combate de dos sujetos con armas largas tipo fusil. Era un éxito operacional que elevaba la moral de tropa. El Cabo Galindo, un muchacho serio, un poco tímido y con solo quince días de hacer parte del Bacot 103, ya era uno de los más destacados en su compañía. También era padre de una hija de dos años y con muchas aspiraciones como cualquier joven de su edad. Junto a él compartí muchas experiencias durante los largos dispositivos nocturnos posteriores a esa misión. Se sentía muy feliz de haber participado en el resultado que ponía en alto el nombre de su unidad táctica…solo era cuestión de días para que saliera a disfrutar de un merecido descanso.

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El sábado 2 de agosto será una fecha que grabada en mi memoria quedará por siempre. Ese día, una fuerte explosión irrumpió la aparente calma que se respiraba en el sector mientras por radio realizaba mi programa interno como comandante. Serían las 08:40 a.m. cuando fui informado de que el Cabo Galindo yacía tirado en una maraña cercana a uno de los puestos de centinela en su núcleo de seguridad: una mina había destrozado parte de su dorso izquierdo. Me trasladé rápidamente al sitio mientras por satelital informaba la novedad y pedía el apoyo aéreo médico para la evacuación. Ya en el sitio el panorama era desgarrador: había un centinela con sentimiento de culpa por dejarlo pasar así, los enfermeros de combate en una afanada disposición por hacer todo lo que estuviera a su alcance para atender la situación, y mi Cabo Galindo que con su mirada imploraba ayuda sin poder decirlo con palabras. Nadie se explicaba qué carajos lo había motivado para desplazarse sobre un sector en el que él y sus hombres eran conscientes de los riegos por la inminencia de campos minados. Una hora tardó en llegar el helicóptero denominado “El Ángel” de la Fuerza Aérea pero desafortunadamente la situación de Galindo era muy crítica. Lo acompañé hasta su último respiro el cual dio apenas el Ángel toco tierra. Una vez evacuado, el desconcierto y la tristeza se apoderó de aquel cerro, un silencio estremecedor que daba miedo pues no podíamos creer que nuestro compañero de armas estuviera muerto producto de una situación que solo él conoció y que se llevaría a la tumba. Fue una situación que nos llenó de muchos sentimientos, rabia, tristeza, miedo, pero a la vez entendíamos que los designios de Dios son sagrados. Nos quedó el valioso recuerdo de mi Cabo Galindo Becerra William un muchacho tímido y serio, quien dio su vida tal vez por salvar la de muchos otros.

MY EJC Jimmy Alirio Rodríguez Barajas Oficial del Ejército Nacional, profesional en Ciencias Militares, con especialidades en conducción de unidades militares y administración de recursos militares para la defensa nacional, con un diplomado en contratación estatal de la Escuela Militar de cadetes, profesor militar en quinta categoría. Además, adelantó los cursos de combate de lancero, paracaidista militar y contraguerrillas rurales, como también los cursos de ley requeridos para ascenso en la carrera. Durante su tiempo al servicio en la institución se ha desempeñado como comandante de compañía en acción directa de fuerzas especiales (FFEE), instructor en la Escuela Militar de cadetes, oficial S-3 de operaciones especiales y comandante de Batallón de combate terrestre, analista en el G3 de la Jefatura de Estado Mayor de Operaciones del Ejército. Actualmente se desempeña como analista en el G3 de la Jefatura de Estado Mayor de Operaciones del Ejército

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LA BATALLA POR LA VIDA Por: MY EJC Alexander Triana Palacios

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Por: MY EJC Alexander Triana Palacios

Para el hombre de armas que recibe y atiende a los heridos de la guerra, su batalla es de otra naturaleza ya que debe salvar vidas y recuperar cuerpos que han sufrido el rigor del combate. Eso convoca sentimientos que, aunque son de cierta manera diferentes al del guerrero que se enfrenta al enemigo en la línea de combate, debe librar otros encuentros límite también exigentes en la defensa de la vida y el mejor trance de esos soldados heridos, quienes dejaron parte de su existencia e integridad en las exigencias de la confrontación.

En mis 21 años de carrera militar he visto de cerca los vejámenes de la guerra, he sentido miedo y dolor ajeno. También me he sentido incapaz de actuar en muchos casos, viendo injusticias y limitaciones de actuación. Muchos hechos me marcaron, muchas miradas me intimidaron, muchos rostros me entristecieron y muchas víctimas me doblegaron. Los hechos más vivos y desgarradores los viví estando en Montería, donde tuve la oportunidad de ayudar a muchos y de sentirme impotente ante otros. En ese momento fui nombrado director del dispensario médico, un cargo que al comienzo tenía los mismos tintes de cualquier cargo administrativo, pero que a medida que me iba compenetrando con él, me iba involucrando más en el objetivo de mi trabajo: los pacientes, un universo de oficiales, suboficiales, soldados y civiles, en gran parte retirados. En ellos veía a mi padre, Sargento Mayor retirado, haciendo filas por una cita básica y agachando la cabeza cuando le negaban un servicio o un medicamento. Es triste e hice todo lo posible por mejorar estas debilidades durante mi permanencia allí. Pero los momentos más críticos se vivieron con los efectos de la guerra: vi cientos de soldados amputados, los recibimos en el helipuerto de la Brigada XI con un grupo médico y de transporte para no perder un solo segundo de tiempo y contribuir de la mejor manera con ese granito de arena que todos deben poner para que los efectos de la guerra no sean tan marcados. Jóvenes que, en su mayoría, apenas habían cumplido 19 o 20 años de edad, sin piernas, sin brazos, sin vista, que se evacuaban desde el helicóptero acompañados del enfermero de combate, quien con lágrimas en los ojos les decía: “tranquilo que estás bien, no es nada grave...vas a estar bien, ya llegamos” o “ya salimos de ese infierno...”, estrechando la mano y viendo su ser destruido por las minas antipersonales. ¿Qué más podía hacer yo ahí? Me quedaba sin palabras, se me hacía un nudo en la garganta al ver a esos muchachos ahí, sabiendo que ese momento iba a cambiar su vida y la de sus familiares para siempre, que nada volvería a ser igual, que lo que pasó era lo más fácil y vendría lo más difícil que era afrontar la realidad y lo que le había pasado por culpa de una guerra que no es de nadie y es de todos.

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Así paso año y medio, semana tras semana, viendo en cada una de ellas dos o tres de estos jóvenes llegar destrozados por la guerra. Nada ni nadie borrará esas imágenes de mis ojos, nada ni nadie borrará de mis oídos el sonido del helicóptero llegando y de la ambulancia evacuando a los heridos. Tampoco los llantos, gritos de dolor, de las palabras de un guerrero tratando de levantar el ánimo del hombre destrozado por la mina. Nada ni nadie borrará ese sentimiento de impotencia que no me permitía devolver el tiempo y decir que todo pasó, que nada de esto fue real, que todo fue un sueño. Ese sentimiento que te dice que no sirves para nada, porque así entregues todo de ti, nada cambiará de lo que pasó. Además, la sensación de impotencia al saber que mañana o pasado mañana se repetiría la misma historia para otro hombre, para otra familia, para otro padre, madre o esposa, para muchos hijos que nunca se enteraron por qué su padre estaba en esta guerra absurda. Esos hechos marcaron mi vida, hechos que no sentí en carne propia pero que me destrozaban día tras día y que aún recuerdo como si fueran ayer, que me llenan los ojos de tristeza y me ahogan el alma, que me entristecen. Al mismo tiempo este sentimiento se ve compensado por el hecho de que tal vez hice algo para salvar vidas, para dar otra oportunidad a muchas personas, para hacer menos fatídico el sufrir de una familia. A estos hombres que vi pasar por mi vida les deseo que Dios esté con ellos y que los acompañe con sus familias por siempre y que ojalá algún día puedan borrar de su mente lo que vivieron, sin rencores, sin cicatrices espirituales, sin culpar a nadie, sin culparse de nada, sin que se den cuenta que nada volverá a ser como pudo ser.

MY EJC Alexander Triana Palacios Alumno CEM 2017

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EL “CHOMELO” Por: MY EJC José Julián Tejada Cáceres

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Por: MY EJC José Julián Tejada Cáceres

Las Fuerzas Armadas son un crisol que representa lo que es el país en su conjunción de culturas y etnias. Esta es la historia de un oficial afro descendiente que llenó de orgullo a sus compañeros de promoción y de la que formó parte distinguiéndose por su personalidad, sentido del humor, capacidad como deportista y compromiso en el cumplimiento de sus deberes de militar. Sus méritos fueron tan destacados, que terminó como piloto de helicópteros de la Fuerza y dispuesto a rendir su vida, tal como juró hacerlo antes de recibir su grado como subteniente. Así lo recuerda uno de sus compañeros.

El curso militar de oficiales ‘General Rafael Morales Gómez’ ingresó a la Escuela Militar el 19 de enero de 1996. Lo conformamos más de 600 cadetes que entramos a fortalecer las filas de la oficialidad en el Ejército. Ingresar a la ESMIC era prepararse psicológicamente para ganar los juegos deportivos inter escuelas, que era uno de los principales desafíos. Allí nos medíamos en medio de la formación académica y militar. Para lograr esto, la dirección de la Escuela, rompiendo paradigmas y prototipos, incorporó en nuestro curso a seis cadetes afro descendientes, los cuales se destacaban por su sobresaliente desempeño deportivo en diferentes disciplinas atléticas. Entre ellos estaba el cadete Martín Vásquez González, al cual le decíamos el “Chomelo”. Él mismo se ganó este apodo porque afirmaba: “yo soy negro, pero fui criado en el norte de Bogotá, por eso hablo así, gomelo”. Todos nos reímos al principio, pero después de esto el “Chomelo” efectivamente se destacó como uno de los principales atletas en todos los juegos inter escuelas en atletismo, ganando muchas medallas para la ESMIC y ofreciendo su gran corazón y amistad hacia todos. El ascenso a subtenientes fue a principios de diciembre del año 1999 y tuve el honor de salir trasladado al Batallón Pichincha, en Cali. Allí legamos tres oficiales: el subteniente Manuel Quintero Flórez, el “Chomelo” y yo. Cada uno se destacó en los primeros días y nos fuimos labrando nuestro destino. Por ejemplo, Quintero conocía al capitán que cumplía las funciones como intendente local, y lo nombró su S-4. Por mi parte, el comandante de batallón me ordenó trabajar en su ayudantía, lo cual me dejaba en la mejor posición. El “Chomelo” no corrió con la misma suerte: fue designado a una compañía y en la tercera semana de diciembre le ordenaron reemplazar a un teniente que tenía vacaciones pero que se encontraba en el área de operaciones al norte del Cauca. Esto lo llevó a pasar el primer fin de año como oficial en el área de operaciones y por ello, de una forma alegre como él solía tomar todo, decía: “me raciaron”, refiriéndose al hecho de ser negro, y que por eso, según él, lo habían mandado a patrullar, como decíamos nosotros.

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Pero esto era el comienzo del inicio de una carrera militar con un camino difícil, pero que le serviría al “Chomelo” para demostrar que no solo estaba en el Ejército para destacarse en el atletismo, sino también para demostrar que era un sobresaliente oficial. Posterior a esto, del norte del Cauca fue enviado a comandar un pelotón en el Alto Anchicayá, una represa ubicada en la antigua vía al mar entre Cali y Buenaventura. Anchicayá era el punto más alejado del área de operaciones del batallón y era estratégico porque la misión era proteger a los empleados de la EPSA (Empresa Eléctrica del Pacífico) y proteger la infraestructura, la cual brinda energía al Pacífico colombiano. Era contradictoria la buena actitud de este valioso oficial afro descendiente porque, aunque estaba en el punto más retirado operacionalmente hablando, siempre demostró buena disposición y liderazgo. El entrenamiento militar y la valentía del “Chomelo” fueron puestos a prueba durante una visita del comandante de la Tercera División del Ejército al Alto Anchicayá. El señor Mayor General Méndez, ordenó alistar un vehículo para ir a pasar revista. El vehículo era conducido por el señor capitán comandante de la compañía, al lado de él iba el comandante de la División, atrás el suboficial escolta del señor general y el “Chomelo”. Estos dos últimos eran los únicos que portaban armas largas. Después de aproximadamente 10 Km de recorrido, el vehículo fue emboscado por guerrilleros del 30 frente de las FARC, los cuales, según informes de inteligencia, alcanzaban un grupo de quince bandidos. En esa acción fueron el “Chomelo” y el suboficial los encargados de reaccionar directamente a la emboscada, ya que el capitán y el señor General se encontraban heridos. Fueron ellos dos solos los que con su arrojo y decisión lograron hacer retroceder a ese grupo numeroso de guerrilleros, los cuales no se dieron por enterados que sólo eran dos personas repeliendo el ataque, ni mucho que tenían a un señor General herido. Así quedaba demostrado que el “Chomelo” no solo entró a la ESMIC para ser deportista, sino que también lo hizo para defender su patria y dar la vida por ella si fuera necesario como fue evidente en esa acción. Posterior a esto fue condecorado con la Medalla al valor, y el comando del Ejército le ofreció que escogiera entre curso de lancero y curso de piloto. Cuando le presentaron las opciones me pidió opinión al respecto, le contesté con una pregunta: ¿usted qué quiere? Después de unos segundos me dijo la frase que hasta hoy hace que lo recuerde con un mayor aprecio: “Bajo mis botas sólo el pavimento, me voy para curso de piloto...”. Fue así como Martín salió a presentar exámenes en el proceso de selección para piloto militar, los pasó y se convirtió en piloto de helicópteros. El muchacho que había sido incorporado para ser un atleta, no solamente había logrado ganar las competencias, sino que de la misma manera, había demostrado ser un aguerrido combatiente, condecorado en batalla, y no contento con eso, había pasado a ser un piloto de helicópteros del Ejército. Fue el primero del curso en llegar a la aviación aun cuando el arma estaba apenas fortaleciéndose con el Plan Colombia. Por cosas del destino fui enviado a presentar exámenes para la aviación y tenía toda le fe que allá me reencontraría con él. Sin embargo, durante un movimiento aéreo nocturno se accidentó el helicóptero UH-1N Memorias Imborrables

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en el cual iba de copiloto nuestro querido negro, admirado por todos nosotros, dejando como resultado el piloto al mando y un tripulante muerto. El otro tripulante milagrosamente sobrevivió, pero no podía moverse en ese momento para auxiliar a sus otros compañeros. Así, el otro sobreviviente lograba escuchar que Martín estaba con vida. Fue este soldado el que después nos contó que nuestro Chomelito había quedado vivo después del accidente, y que duró toda la noche pidiendo ayuda, aunque nadie podía rescatarlo. Murió en la madrugada por sus múltiples fracturas y por la hipotermia a la que fue expuesto, como lo manifestó el soldado que estuvo en ese lugar. Ahí quedaría la historia de Martin Vásquez González, el “Chomelo”, quien logró entrar a la Escuela Militar, se destacó como cadete, compañero y deportista. Fue el mejor en operaciones, lo condecoraron y premiaron, hasta que Dios decidió que esa era el momento de dejar de acompañarnos. Hoy es un orgullo para mí contar esta historia, de la cual hice parte hasta cierto momento y que siempre llevaré en mi corazón.

MY EJC José Julián Tejada Cáceres Oficial del Ejército de Colombia, profesional en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes General “José María Córdoba”, Especialista en Gerencia de Recursos Humanos de la Universidad Sergio Arboleda en Bogotá, curso como preparador de docentes de la Escuela de Aviación del Ejército, alumno CEM-2017 y estudiante de Maestría en Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra.

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DE LA INCERTIDUMBRE A LA CERTEZA Por: MY EJC Juliรกn Ferney Rincรณn Ricaurte

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Por: MY EJC Julián Ferney Rincón Ricaurte

En un momento cualquiera de la vida, al final de la adolescencia, la mayor parte de los jóvenes divagan sobre el camino a seguir para construir un futuro. Es frecuente que la decisión a tomar esté tensionada por tribulaciones y más preguntas que respuestas posibles. Si se toma la decisión de seguir la carrera de las armas, lo más probable es que las inquietudes e incertidumbre sean mayores. Después de muchos años de servir a la Patria, la institución armada y sobre todo a la ciudadanía, se pudo construir la certeza de que el mejor camino elegido fue el de ser un soldado, oficial del Ejército. Mi nombre…eso es lo que menos importa, para ustedes soy “Julián”. Realmente no sé si algo me hizo soñar con ser militar, por el contrario, creo que más que un sueño fue una atracción circunstancial. Lo que sí recuerdo es el rostro de mi padre, cuando contaba sus aventuras de soldado. Hablaba de algo que llamaban “chelenchele”, de algún lugar llamado Tolemaida, que para mis oídos y a mi corta edad no revestían importancia alguna. Lo que sí nunca dejó de ser importante fue el rostro de mi viejo, cuando de ello hablaba. Pocas veces había visto tanto orgullo en una persona y esa persona era mi padre. Ese rostro, de forma indirecta creo, fue lo que más me motivó a saber de la milicia, así que cuando en vísperas de graduarme del colegio llegó la tan obligada pregunta en las tediosas sesiones de orientación vocacional, tuve muchas dudas al respecto, realmente quería ser de todo, pero no tenía certeza alguna que me pudiese llevar a la decisión adecuada. Quise ser maestro, lo tengo claro porque en mi infancia jugaba a ser profesor de mis primos menores, pensé en ser médico… pero nunca me gustó la sangre. ¡Qué ironía!, ¡quién hubiese podido pensar que después tendría que ver mucha sangre y muy de cerca! Luego, por cosas del destino y como ya lo dije por las circunstancias, haciendo gala de mi constante inquietud por saber siempre más, revisé a escondidas -obviamente- los cajones de mi hermano mayor. ¡Oh, sorpresa!, encontré unos folletos de incorporación para la ESMIC, realmente llamativos, motivantes, casi cautivadores que me llamaron mucho la atención. Pero este nuevo descubrir, más que darme soluciones despertaba otras preguntas. Preguntas que no tenían inmediata ni completa respuesta: ¿y la plata?, ¿y si no me gusta?, ¿y si me queda grande?, ¿y mis papas...?, ¿y la novia? Solución: ¿Recuerdan el rostro orgulloso de mi padre? ¿Ese orgulloso de ser reservista de algún contingente del año 52? Pues él le dio solución casi a todas las inquietudes. Finalmente, y después de las lágrimas de mi madre, los préstamos económicos de mi padre, el amor demostrado de mis hermanos y un durísimo proceso de selección, hice la entrada aparentemente valerosa y decidida por el arco del triunfo de la histórica y gloriosa Escuela Militar de Cadetes ‘General José María Córdoba’. Y digo aparentemente porque en mi interior los miedos y angustias seguían más vivos que nunca. Y ¡cómo no!, a diferencia de la mayoría de mis conscriptos compañeros, yo nunca me había puesto unas botas militares, lo más cercano a la milicia seguía siendo el rostro de mi padre, las películas de acción y las guerras de bodoquera con ropas oscuras y rostros mimetizados con los amigos de barrio, en los bosques aledaños a mi querido Sogamoso. ¡Qué dura prueba inicial! Confieso que las tres primeras noches lloré en silencio debajo de las cobijas tricolor de mi nuevo y sencillo catre metálico. Venían a mi cabeza nuevas 54

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preguntas: ¿Quién me mando? ¿Yo qué hago aquí?, y muchas más. No quiero extenderme en los detalles, no quiero escribir un diario, pero puedo asegurar que después de esas silenciosas lágrimas de incertidumbre, la instrucción recibida, los cuatro años de preparación, mis comandantes, mis compañeros, la Escuela y por ende la misión para la que me estaba preparando, hicieron que cuatro años después me sintiera el subteniente más convencido del deber encomendado, el héroe que iba a cambiar la historia, el soldado que iba a aportar por mi país, por mi gente, por la paz. Diciembre del 99, siendo ya subteniente de artillería, con la misión clara y la sangre caliente decía: ¡No me digan cuántos son, díganme en dónde están! Eso hacía parte de la inmadurez del mando, pero también de las ganas por cambiar las cosas Y es que mi país y mi Ejército pasaban tal vez por las épocas más duras del conflicto armado, tanto así que se llegó a pensar que no iba a ser posible ¡Pero sí lo fue! Y es que me siento extremadamente orgulloso de saber que esa decisión de saber qué estudiaría después del bachillerato, decisión plagada de incertidumbres, fue la mejor que pude haber tomado. Aunque confieso que es una satisfacción y orgullo que siento con un poco de dolor, dolor por todos los hombres, compañeros de armas, que ofrendaron sus vidas por hacerlo posible. No tendría las suficientes palabras para hablar en su honor, hombres como yo, que querían cambiar la historia, que querían un país mejor, y hoy tengo la certeza de que lo hicieron, que su sangre no fue en vano, que su vida valió todo, también hoy puedo asegurar que no pude escoger una mejor profesión, una más integral y completa. No fui maestro como lo deseaba cuando era niño, pero todos los días les enseño algo nuevo a mis subalternos, no fui médico, pero he tenido la satisfacción de salvar muchas vidas, vidas de mis hombres en el campo del combate, vidas de quienes dispararon en mi contra y en contra de mi país, vidas de civiles tras catástrofes naturales, vidas de seres humanos, vidas de colombianos. He salvado vidas como si fuera el mejor y más especializado de los médicos. Hoy después de 20 años de haberme puesto unas botas de combate por primera vez, no tengo más que gracias infinitas a todos quienes lo han hecho posible, no me importa el dolor físico que siento a diario resultado de haber sido derribado en combate, porque sigo haciendo lo que quiero, lo que me gusta, para lo que nací. Lo que realmente importa es que estoy vivo, desaparecieron hace mucho tiempo las incertidumbres y tengo la certeza...la certeza para asegurarles que una y mil veces tomaría la misma decisión.

MY EJC Julián Ferney Rincón Ricaurte Profesional en Ciencias militares de la Escuela militar de Cadetes “General José María Cordoba”, Experto en Gestión de Proyectos PMBOK® Guide Project Management Institute (PMI)® Instituto Europeo de Posgrado, Administrador en seguridad aérea de U.S. Army Aviation Center of Exellence Fort Ruker, actualmente alumno de los cursos de estado mayor 2017 y especialización en seguridad y defensa nacionales de la Escuela Superior de Guerra.

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SOLDADO FLORIร N Por: MY EJC Nixon Giovanni Pabรณn Osorio

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Por: MY EJC Nixon Giovanni Pabón Osorio

La vida presenta desafíos que conducen a que el ser humano conozca su fortaleza interior. Muchos hombres y mujeres de las Fuerzas Militares, luego de ser atacados y heridos, sacan mayor fortaleza para salir adelante, toman esa circunstancia como la oportunidad de salir adelante y ser ejemplo de orgullo y superación personal.

Esta crónica es refiere a la historia del Soldado Juan José Florián Valencia y donde yo, el Mayor Pabón Osorio Nixon, hice parte de ella. Nacido en Puerto Berrío-Antioquia y criado en Granada-Meta, a los 18 años fue incorporado a prestar su servicio militar, pues era su sueño ser militar como su hermano mayor, quien era soldado profesional. Yo era Subteniente en esa época, así que yo, siendo del arma de infantería. lo recibí como soldado regular del Batallón Plan Energético Vial No. 8 en Cimitarra-Santander. Allí, en el Batallón, lo instruimos y lo volvimos militar. Fueron cinco meses de instrucción y entrenamiento en la Primera y Segunda Fase. Yo era en ese tiempo un Subteniente con sed de mando, enérgico, queriendo formar los mejores hombres para el combate. Él era un muchacho joven para quien todo era nuevo y novedoso, estaba lleno de ganas de aprender. Yo tenía un dicho o un lema que siempre se lo repetía a los soldados: ¡Ay mararai, soldado aguanta o revienta! A mí me designaron como comandante del cuarto pelotón de la compañía Alemania. Me sacaron al área del batallón en Segovia-Antioquia y posteriormente las demás compañías fueron llevadas a diferentes municipios del Nordeste Antioqueño. Allí en una de ellas iba mi Soldado Regular Florián. A los seis meses de estar patrullando en el municipio de Santa Isabel de Hungría (Antioquia), en una operación fui herido en la pierna derecha, evacuado a Medellín y posteriormente a Bogotá al Batallón de Sanidad para mi recuperación. Pasaron muchos años, tantos que ya yo tenía el grado de Mayor de segundo año y era el comandante del Batallón de Instrucción y Entrenamiento de la Brigada Logística No 1. Cierto día me encontraba frente al Batallón de Sanidad esperando para entrar a una reunión con el comandante de la Brigada, cuando escuché un grito a lo lejos: Ay mararai, ¡soldado aguanta o revienta! Asombrado, giré mi cabeza hacia donde había escuchado ese grito y vi un muchacho que vestía una sudadera, y le faltaba una pierna, los dos brazos y un ojo. Se acercó a mí y me dijo: “mi Mayor, ¿No se acuerda de mí?” al verlo en esas condiciones no lo reconocí, pero él si la tenía claro con ese grito de quién era yo. Se me presentó con energía: “soy el Soldado Profesional Florián, usted mi subteniente Pabón fue mi comandante e instructor cuando yo era Soldado Regular en Cimitarra Santander”. Hubo muchos sentimientos encontrados. Después de recordar viejos tiempos, anécdotas e historias que solo los soldados de la vieja guardia no se asombran si no que las recuerdan con cariño y aprecio, me contó que había sufrido un atentado del Bloque Oriental de las 58

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FARC estando de licencia. Tras permanecer doce días en coma inducido, Dios le dio una oportunidad de vida. El Soldado Profesional Florián es ahora una verdadera lección de vida, digno de admirar, que no se derrotó al ver su cuerpo destrozado, que siempre con su cabeza en alto dijo “Sí se puede”. El vio su discapacidad como opción de vida, luchó por salir adelante, se dedicó al deporte, a estudiar, a dar conferencias de superación persona,l y a contar su historia con el apoyo de la Brigada Logística No. 1. Florián es uno de los mejores nadadores paraolímpicos 100 Mt libres y 100 Mt mariposa que tiene Colombia. Pertenece a la liga discapacitados de las Fuerzas Militares y ganó medalla de oro en el 2013 en Minneapolis (Minnesota - EE. UU.) , en el campeonato abierto 100 Mt libre donde participaron nueve países. En Bogotá ganó dos medallas de plata y una de bronce, en Medellín se ganó dos medallas de oro y una de plata, en el 2014 participó en una competencia en Brasil con un resultado de una medalla de oro, dos de plata y una de bronce Ahora el recuerda mi frase o lema “Ay mararai, soldado aguanta o revienta” que le marcó su vida militar, pero tiene sus propias frases que le ayudaron a salir adelante: “No es grande aquel que nunca falla, si no aquel que nunca se da por vencido” o “No hay que llorar por lo que se pierde, si no sonreír por lo que nos rodea”, entre otras. En la actualidad el SLP Florián sigue entrenando para superar sus marcas y continuar cosechando éxitos.

MY EJC Nixon Giovanni Pabón Osorio Profesional en Ciencias Militares de la Escuela Militar de Cadetes, Magister Gestión de Proyectos de la Escuela Administración de Negocios Colombia, Magister Gestión de Proyectos de la Universidad Quebec Canadá, especialista en administración de los recursos militares para la defensa nacional EAS, Especialista en conducción de unidades militares EAS, Técnico en transportes, Diplomado logística y planeamiento estratégico, Diplomado administración pública, Diplomado contratación estatal, Diplomado logística militar, actualmente alumno del curso de estado mayor 2017 en la Escuela Superior de Guerra.

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HERIDAS DE COMBATE Por: MY FAC Gabriel E. Leguizamรณn Leguizamรณn

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Por: MY FAC Gabriel E. Leguizamón Leguizamón

El relato del desarrollo de una batalla como una experiencia personal tiene suficientes antecedentes tanto dentro de la historia misma como dentro de la historia militar, y por supuesto la memoria histórica. Desde luego, la llegada de la tecnología para el combate no cambia la condición humana ante situaciones límite, tal como lo es el riesgo de la vida propia y el de los compañeros en el desafío que plantea el combate.

La confusión inicial, el registro de las consecuencias del ataque sobre la integridad física propia y de los combatientes son siempre momentos frescos en la memoria listos para presentarlos como pedagogía de vida, en especial para quienes reconocen en sus soldados –es decir, todos los miembros de la sociedad colombiana- el valor personal y el desprendimiento para cumplir el empeño misional. Como Oficial de la Fuerza Aérea Colombiana me he desempeñado en la especialidad de Seguridad y Defensa de Bases, teniendo la fortuna de trabajar en operaciones especiales como especialista de Búsqueda y Rescate en combate, lo cual me ha permitido realizar operaciones de recuperación de personal tanto en combate como en situaciones de desastre natural y accidentes aéreos, rescatando personal militar, guerrilleros, civiles, niños, mujeres embarazadas, adultos mayores, enfermos, accidentados e inclusive la recuperación de cuerpos sin vida. Mi historia inicia en los Llanos Orientales a las 13:00 del 14 de mayo de 2008. Me encontraba destacado en la base Militar de la Uribe-Meta, donde hacía parte del equipo de búsqueda y rescate de la Fuerza Aérea, en un helicóptero UH-60 Black Hawk - 4104 Angel. Allí, en ese momento, recibimos la orden de reaccionar tanto pilotos, tripulación y rescatistas al centro de comunicaciones de la base COT (Centro de Operaciones de Unidad Táctica) para recibir la misión de proceder hacia la Sierra Whisky de La Uribe-Meta, aproximadamente a 20 millas en dirección hacia el cañón del Río Duda. Allí, los combates contra la estructura de seguridad del jefe guerrillero Jorge Briceño Suárez, alias “Mono Jojoy” habían dejado como resultado un soldado herido y un guerrillero neutralizado. Procedimos a alistar la aeronave y a verificar la información de inteligencia, la cual nos indicaba que los combates habían cesado y que el enemigo se había replegado de la zona. De manera simultánea la tripulación realizó coordinaciones con el AH-60 Arpía, para que realizara la escolta aérea y proceda desde la base militar de la Macarena-Meta, hacia el encuentro en el punto donde la tropa se encuentra con el herido y tener asegurado el punto de inserción de nuestro enfermero de combate. Una vez hecho el Briefing (verificación de vuelo) de tripulación, procedemos a equiparnos y a volar hacia el punto con una duración de 10 minutos, aproximadamente. 62

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Una vez establecido el contacto con el Arpía, la identificación del punto y una comunicación positiva con la tropa, procedimos a hacer la aproximación al objetivo, el cual estaba señalizado por una granada de humo roja, una técnica utilizada por la tropa para realizar la marcación del punto y su autenticación.

Una vez iniciada la última fase de la aproximación al punto, me di cuenta de que estábamos metidos dentro de un cañón (selva y montaña por lado y lado, en situación desventajosa para la aeronave) que formaba el Río Duda. En efecto, el piloto ordenó ametralladoras afuera y rescatista enfermero de combate enganchado a la grúa de rescate y listo para inserción. Mientras tanto el helicóptero Arpía orbitaba escoltando la maniobra y listo para realizar un apoyo aéreo cercano en caso que fuera necesario. Una vez en el punto, iniciamos la maniobra de rescate. Mientras tanto, el piloto ordenó: “puertas, puertas, puertas”. Así, procedo a abrir la puerta derecha de la cabina de carga del helicóptero ya con el enfermero listo para descender. Una vez abierta la puerta, inició lo que para la tripulación y para mí fue una de las peores pesadillas: sentir cómo las ojivas impactaban la aeronave, el sonido ensordecedor del rotor principal y el famoso “crispeteo”. Nos indicaron que estábamos siendo atacados por fuego enemigo desde todos los flancos. En esa situación, enfermero, técnico de rescate y yo caemos al piso de la aeronave mientras que los artilleros del Ángel iniciaron el ametrallamiento correspondiente para repeler el ataque. En cuestión de segundos, se da una crisis en cabina: entre el ruido de las ametralladoras, la sangre, la aeronave impactada, los problemas en los sistemas principales y a la vez, -aunque parezca contradictorio- una sensación de silencio que nos invadía en cabina, donde nadie hablaba, pero sí se veía en el rostro de cada uno cómo la tensión y la angustia reinaban. En el momento de iniciarse el ataque sentí en mi cara como si me hubiesen tirado tierra. Caí al piso sin poner atención sobre lo que había sentido, sin embargo, el enfermero y el

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técnico me miraban con asombro. Nadie me decía nada, en tanto mi cara sangraba sin que yo lo hubiese advertido. Un instante después, el enfermero de combate reacciona y me dice: “¡mi capitán, mi capitán, está herido, está herido...!”. Reacciono y me toco el rostro percatándome que realmente estaba sangrando, lo cual me llevó a deducir que me han disparado en la cara o la cabeza. Empieza la incertidumbre y me preguntaba en qué momento iba a perder el conocimiento, pensando inclusive en la muerte. l ver que me encontraba consciente y con la adrenalina al máximo me levanto, tratando de verificar que tenía todos mis sentidos y capacidad motriz para desplazarme en cabina, sin saber realmente qué me había pasado. El enfermero de combate una vez me vio de pie, me informa que el piloto está herido. Procedí a la cabina a la posición del piloto en donde la primera impresión que me llevo es que él estaba totalmente inmóvil y recogido en su silla, por lo cual deduje en mi mente “Le pegaron a mi Mayor, ¡juep…!” Procedí a verificarlo de cerca y mi Mayor con un leve movimiento me indica que estaba bien, que simplemente estaba protegiéndose del fuego enemigo con el blindaje de su puerta, su silla y pedales de control. Inició entonces el procedimiento para sacar la aeronave de su vuelo estacionario y hacer una maniobra evasiva para salir de la zona y del fuego enemigo. Retorné mi mirada hacia la parte trasera del helicóptero, más tranquilo después de ver al piloto haciendo su trabajo, pero con la sorpresa de que el enfermero de combate me gritaba: “... ¡no, no, no era el piloto, es el tripulante el que está herido, Becerra está herido!”. Volteé a mirarlo y vi que estaba totalmente en shock frente a su ametralladora, tomándose la mano. Uno de los disparos había impactado su mano derecha, una parte de ella le suspendía por el guante de vuelo. Así que procedimos a bajarlo de la silla, acostarlo en el piso con su cabeza sobre mis piernas. Después de darle los primeros auxilios con el enfermero de combate, el suboficial en su dolor y angustia me decía: ¡Mi capitán, usted también está herido, usted también está herido...!, ante lo cual le dije: “...no es nada, fresco comando, al parecer fue un roce, tranquilo yo estoy bien...”. Así, procedimos a tratar de mantenerle unidos los dedos de la mano, vendarlo, a controlar la hemorragia y a controlar el dolor. Por otro lado, el piloto logra sacar el helicóptero del “vuelo estacionario” y salir a vuelo, mientras que en la cabina trasera nos dedicamos al herido sin saber que el piloto estaba luchando por no dejar que la aeronave cayera en medio de la selva, ya que había sido impactada en sistemas sensibles que la afectaban para mantenerse en vuelo. A su vez, el Arpía realizaba ametrallamiento hacia la ubicación del enemigo que le indicaba la tropa en tierra, pero por solicitud de nuestro piloto, el Arpía se ve obligado a dejar la tropa y proceder a escoltarnos en caso de caer en medio de la selva. El vuelo duró aproximadamente siete minutos, los cuales fueron los más largos de nuestras vidas. Afortunadamente la aeronave respondió de manera inexplicable, ya que una vez aterrizamos en la base militar de La Uribe, la aeronave no volvió a prender, requiriendo trabajos de mantenimiento durante casi una semana para el vuelo de traslado a Apiay. 64

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Después de aterrizar en la Uribe, procedimos a trasbordar de la aeronave al técnico herido para ser trasladado hacia la base de Apiay. Allí me dieron la orden de embarcar en el mismo helicóptero, pero solicité permanecer ya que lo mío no era grave y solo requería atención por parte del enfermero de combate de la base. Una vez que me vio el enfermero de combate, se hizo evidente que las heridas que tenía en rostro, cuello y oreja, fueron causadas por esquirlas de una de las ojivas que impactó en la caja de control de la grúa de rescate, la cual manipulaba al momento del hostigamiento con el gancho de la grúa. Simultáneamente, los combates en el área se recrudecieron después del intento de rescate y en donde, por información técnica, el subversivo neutralizado y al cual íbamos a sacar del área, era hombre de confianza de “Jojoy”. Vía radio, el jefe subversivo había ordenado: “No dejen sacar el cuerpo, a sangre y fuego no dejen que el ejército lo saque...”. Fue así como la guerrilla, que supuestamente se había replegado, se emboscó cerca de la tropa esperando nuestra llegada. Los combates continuaron y dos horas después de lo sucedido a nuestro grupo, resultan heridos cuatro soldados adicionales, por lo cual la Fuerza Aérea dispuso de otro helicóptero de rescate el cual provenía de San José del Guaviare con “full equipo”, es decir, con todo el equipo necesario, pero sin rescatistas. Por eso recibí la orden de alistarnos nuevamente junto con el enfermero de combate para realizar el rescate de los cinco soldados heridos y el cuerpo del subversivo neutralizado. El enfermero y yo aún no salíamos del shock generado por el ataque, cuando ya estábamos alistándonos para la siguiente misión, la cual finalmente se pudo realizar en horas de la noche. Por seguridad, se le solicitó a la tropa llevar los heridos a la parte alta de uno de los cerros y evitar así caer en la misma emboscada, regresando al sitio a eso de las 19:30 del mismo día, con la expectativa de ser nuevamente atacados. Finalmente, la misión duró casi 25 minutos en el punto, mientras se sacaban uno a uno los heridos con grúa de rescate, penetrador de selva y camilla de rescate. Finalmente, y gracias a Dios, la operación se realizó con éxito, los heridos fueron evacuados a la base de Apiay y el cadáver fue depositado en la base de La Uribe. Una vez finalizada la misión en Apiay, me dirigí al dispensario de sanidad del Comando Aéreo de Combate N°2, donde la profesional médica extrajo de mi rostro y cuello, unas ocho esquirlas de entre uno y tres milímetros de espesor. Después de esta misión, seguí realizando operaciones especiales. No obstante, seis meses después supe que existía un video de esta misión grabado por el Arpía, y que había sido socializado en las bases como casuística y lecciones aprendidas. Cuando lo vi por primera vez, me trasladé en memoria a ese momento y tuve sentimientos de dolor, miedo y resentimiento. Mi esposa también tuvo la oportunidad de verlo ya que finalmente me lo compartieron. Lo he guardado porque es una historia digna de contar a mis hijos y a los hijos de mis hijos.

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MY FAC Gabriel E. Leguizamón Leguizamón Profesional en Administración Aeronáutica de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suarez, graduándose en la especialidad de Seguridad y Defensa de Bases Aéreas. Ostenta el título de Comando Especial Aéreo. Perteneció a la Agrupación de Fuerzas Especiales de la Fuerza Aérea ACOEA, donde se desempeñó como rescatista, comandante del Elemento de Búsqueda y Rescate en Combate, instructor de Operaciones de Recuperación de Personal, Búsqueda y Rescate en Combate y Coordinador SAR. Ha representado a la Fuerza Aérea Colombiana en ejercicios internacionales de Fuerzas Especiales y Operaciones de Búsqueda y Rescate en los Estados Unidos en el ejercicio Angel Thunder, así mismo, como Coordinador SAR en ejercicio PANAMAX y como rescatista en ejercicio de Búsqueda y Rescate SAREX en COMOX-CANADA. Se ha desempeñado, entre otros, como instructor de Seguridad Aeroportuaria y Respuesta ante Actos de Interferencia Ilícita y actualmente se desempeña como alumno del Curso De Estado Mayor CEM-2017 en la Escuela Superior de Guerra. 66

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MEMORIAS DE UN COLIBRĂ? Por: Mayor Yerim Andres Rozo Cepeda

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Por: Mayor Yerim Andres Rozo Cepeda

Las huellas de eventos inolvidables son dejadas por recuerdos de hechos que transformaron el sentir y el vivir de la población civil y militar, memorias que hoy en día nos ayudan a reconstruir un pasado generando visión de un futuro distinto, en aras de que esos hechos que causaron tanto daño no se vuelvan a repetir.

De mi infancia tengo recuerdos del conflicto que marcaron el amor por el servicio a mi patria, tal como la toma del Palacio de Justicia. Recuerdo que en la tarde de aquel día nos encontrábamos en la casa de mi abuela disfrutando el aroma de un chocolate caliente mientras veíamos su afán por una noticia que ella no podía creer y su desesperación por mi tía, quien trabajaba en el sector donde se desarrollaron los hechos. Recuerdo mucho el reflejo de su angustia por no saber nada de ella y solo contar con las imágenes que pasaban por la televisión. Otra triste remembranza es la de la bomba que explotó en el CAN en la época en que se escuchaban detonaciones en la ciudad muy seguido a cargo del narcotráfico. Mi padre se encontraba muy cerca al sitio y resultó afectado. Ver cómo llego su vehículo y cómo narraba visiblemente nervioso su experiencia, a desgarraba mi corazón y solo agradecía a Dios que no le hubiese pasado nada. Aún guarda unas esquirlas de un tamaño considerable como memoria de ese día. Las diferentes noticias que difundían por televisión, las que se escuchaban en la radio, y las que leía en el periódico, me hicieron pensar en que yo podía hacer algo. Soñaba con volar y poder ayudar a la gente, así como protegerla. En efecto, con esfuerzo y dedicación logré ingresar a la Fuerza Aérea Colombiana en el año de 1996. Durante el tiempo de escuela recuerdo no poder salir a descansar por los acuartelamientos, que eran muy comunes en esta época. Estando en esa etapa de formación militar en la Escuela, nuevamente viví de cerca un atentado, esta vez contra la propia Escuela Militar de Aviación a mediados de 1999. Unos cilindros habían explotado a escasos metros de nuestro alojamiento. Vi una ventana corrediza pasar de lado a lado sin contar con el olor a pólvora, los gritos y el sentimiento de incertidumbre por no saber que ocurría. Los soldados corrían con sangre en su cara en medio de la noche lluviosa, mientras se escuchaba el ruido de las turbinas de un helicóptero. Yo solo tomé el armamento, y en mi paso acelerado veía a los cadetes heridos por los vidrios. Todos estábamos angustiados y afanosos por llegar al lugar de reacción, elsobrevuelo del helicóptero nos generó a todos seguridad y tranquilidad.

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Al otro día pudimos ver cómo nuestra aula de vuelo estaba destrozada. Me impactó demasiado porque ese día no habíamos ido a estudiar por la inclemencia de un fuerte aguacero, así que nos habíamos quedado en el dormitorio haciendo labores administrativas. Sin embargo, son recuerdos que están en mi mente de aquellos días de formación. Pasado el tiempo y al graduarme como oficial piloto de la Fuerza Aérea en diciembre de 1999, me llenó de orgullo ver la felicidad de mis padres y familiares. Así, con las expectativas inmensas de ser piloto de helicóptero, fui asignado al Comando Aéreo de Combate No. 4 en la Base Aérea Luis F. Pinto en Melgar, que ha construido una gran parte de la historia del país y que también ha derramado sangre por crear una mejor nación. Con gran expectativa, con el amor de servir y ayudar a la gente, empecé a salir a comisión como copiloto de un poderoso Rapaz, aeronave que realizaba misiones como transporte de heridos, cuerpos, víveres y también de personalidades que en ocasiones aterrizan en lugares inhóspitos, tanto así que los plexiglases delanteros (parabrisas) parecían una pantalla de grandes televisores viendo una película de acción y los radios que narraban y describían esos momentos. Fueron varias las misiones en donde participé que me han generado grandes recuerdos, entre ellos está uno que me impactó de manera especial: a mediados del 2001 salimos de Tres Esquinas-Caquetá en reacción, como normalmente ocurría cuando los grupos delincuenciales o al margen de ley se tomaban una población o generaban ataques a las tropas de las Fuerzas Militares en tierra. La misión era apoyar las tropas de superficie que estaban siendo atacadas al sur entre la Tagua y Puerto Leguízamo, lugar conocido como el Alto Coreguaje. Volamos directo al punto y próximos al llegar, llamamos a la tropa. No obstante, las condiciones meteorológicas no eran muy buenas, y mientras nos acercábamos por el radio escuchábamos la angustia, el afán de quienes estaban en tierra. Ya en el punto alcanzábamos a escuchar los tiros y ráfagas. Podíamos ver muy poco porque estábamos volando entre colchones de nubes y aunque la impotencia nos embargaba, se logró disparar a algunos sitios y hacer que se desplazaran esos bandidos. Estuvimos

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hasta que el combustible nos lo permitió y llegó el apoyo de otra aeronave. Así, si bien salimos de la zona en dirección a Puerto Leguízamo a tanquear, la tropa no se quedó sola. Llega a mí una imagen aterrizando en el puesto del Alto Coreguaje con los comandantes: había una larguísima línea de muertos (aproximadamente 50 entre guerrilleros y soldados de la patria) y las paredes de las edificaciones estaban completamente agujereadas por los combates. Mientras tanto escuchaba las narraciones de lo que había ocurrido en tierra ese día, el olor a selva y a sangre. Ya en tierra, me entró cierta curiosidad por ver los muertos de la guerrilla, al ver sus rostros noté que todos eran demasiado jóvenes, que quizá apenas habían cumplido su mayoría de edad. Me embargó un sentimiento de repudio al ver cómo habían sido usados como carne de cañón por unos cobardes. Posteriormente se inició una operación porque se sabía que los guerrilleros estaban cerca y que este ataque iba dirigido para Puerto Leguízamo. Al llegar al punto propuesto para el aterrizaje, escuchamos que un helicóptero MI-17, al llegar primero, empezó a ser atacado desde todas las direcciones, pues increíblemente en su etapa final para aterrizar, abrió la copa de los árboles durante la trayectoria de aproximación con sus rotores, dejando a la vista que allí se encontraban los guerrilleros reunidos para almorzar. Recuerdo ver al MI- 17 tratando de volar cruzando el río y caer con bastante humo, todo en cuestión de segundos. Mientras aterrizábamos cerca de la aeronave con la tropa que llevábamos a bordo, el helicóptero escolta y las aeronaves armadas disparaban y los helicópteros de transporte bajaban la tropa y evacuaban heridos. Pasado esto y llegar a Puerto Leguízamo, después de unos días tuvimos que ir al punto y aterrizar en medio de la selva cerca de la aeronave. Esperamos un tiempo y realmente, ya en el sitio, no nos explicábamos como el MI, había volado y logrado caer al otro lado del río, dado que tenía más de 100 impactos de diferentes calibres. Posteriormente, estando varios días sobrevolando entre la Tagua y Puerto Leguízamo, recuerdo que teníamos que comer escoltados y armados, finalizó la comisión para mí, pero en el sector continuaron las operaciones. Regresé a la base y fui a visitar a mis padres. Solo les conté que había conocido sitios muy bonitos y lugares nuevos y que era muy interesante volar en helicóptero, evitando siempre que ellos se enteraran de las cosas que estaba viviendo en el desarrollo de mi trabajo, puesto que no quería generar preocupación en ellos. Siempre hice lo que estuvo en mis manos porque mi familia pensara que yo me encontraba muy bien. Similares misiones se desarrollaron entre el 2001 y 2004, entre las que se destacan las de Ataco, Pajarito, Arauca, Balsillas, las del tío Pato, río Seco y íosucio, entre otros sitios sobrevolados, muchas veces siendo impactados y cumpliendo misiones de día y de noche, al amanecer al atardecer, descansados y sin descansar y en ocasiones hasta enfermos, todo en aras de tener un mejor futuro. Con el paso del tiempo pasé a volar un equipo de instrucción con el cual tengo gratas experiencias. Enseñar a volar es una tarea muy gratificante y agradecida. 70

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Una tarde de agosto de 2008, después de la visita del señor presidente de la República a la unidad, y de haber hecho el briefing* , salimos hacer la prueba de vuelo a las aeronaves. Recuerdo ver al señor director de la Escuela de Helicópteros y a su alumno recoger los colores patrios que adornaban la Escuela por motivo de la visita. Salí de allí y me dirigí a la casa, me demoré un poco porque no había ido a recoger el refrigerio y a saludar a mi esposa y a mi bebé de un año. Al estacionar la moto y caminar hacia la rampa y ver el cielo rojo, me quedé mirándolo un poco y me crucé con otro instructor que me dijo: “joches, joches!”, por lo que me fui con él e hicimos la prueba de vuelo. Estábamos seis aeronaves programadas para el turno de entrenamiento nocturno en condiciones de visión nocturna. Mi coronel alistó el helicóptero un poco antes, y ya cuando estábamos en frecuencia, él le solicitó a otro instructor con el código de llamada “Génesis”, que si podía salir de una vez para el cerro El Paso porque al día siguiente eran los chequeos y su alumno no había ido a ese punto. Génesis responde afirmativamente, siendo ese es el único cambio que se genera de lo planeado en el briefring. Después de ese ajuste, se inicia el desarrollo del turno, en donde salieron tres aeronaves al área ya mencionada y las otras tres nos encontrábamos realizando circuitos en la base, siendo yo el comandante de esa fase. De repente el cielo se iluminó y los visores se opacaron un poco. Cernícalo informó que había visto algo parecido a una explosión hacia el cerro, al igual que Génesis, que se encontraba muy cerca. Empecé a hacer los llamados por la frecuencia interna, pero de 4474 Guti no teníamos respuesta y concluimos que solo Génesis estaría en el sector, procediendo nosotros a regresar a la rampa y cancelar el turno. Cuando aterrizamos y apagamos, la incertidumbre era total. Llamé a mi esposa y lo único que le dije era que me encontraba bien y que luego le contaba. Ella muy tensionada me dijo que nuestro bebé había gritado y se había asustado mientras dormía y que adicionalmente veía que mucha gente corría, que no sabía qué pasaba. Los instructores procedimos al centro de comando y control, donde tenían ya información sobre un hueco en el cerro y que no se alcanzaba a observar el helicóptero. Se activó el plan de accidente aéreo, y en ese momento adicionalmente me encontraba como el jefe de personal de la unidad. En efecto, tenía unas labores específicas que realizar, por lo que al dirigirme a la oficina me encontré con varias personas de la base que se encontraban fuera de la zona operativa. En esos momentos, me invadió un gran frío, un desaliento y pensé: “guerrilleros atacaron una aeronave de instrucción, en donde estaban indefensos”, obviamente sin la certeza de saber qué había pasado. Respiré profundo y seguí tratando de hacer mi tarea de la manera más profesional. Al día siguiente se logran recuperar dos cuerpos: el del técnico de vuelo y del alumno, pero faltaba el del señor instructor, director de la Escuela de Helicópteros, quien había sido piloto del helicóptero presidencial y era conocido por el señor Presidente. Luego de horas de búsqueda por fin se encontró el cuerpo y yo tuve que hacer el reconocimiento de los cuerpos además de hacer las diligencias requeridas para la entrega de los cuerpos. * Briefing: repaso corto y detallada de una misión o tarea específica.

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Estos son unos pocos eventos que marcaron mi vida. Doy gracias a Dios en todo momento por haberme permitido desarrollar las operaciones de una manera segura y sin contratiempos. Agradezco a mi familia por su gran apoyo y valioso soporte, así mismo a todas las personas que hicieron posible el desarrollo de cada misión con su profesionalismo. De esta manera, se logró dar un gran aporte para finalizar el conflicto y que hoy podamos soñar con la paz estable y duradera. Falta mucho camino por recorrer, pero “Así se va a las alturas”.

Mayor Yerim Andres Rozo Cepeda Profesional en Administración Aeronáutica de la Escuela Militar de Aviación “Marco Fidel Suarez”, Piloto Militar de la Fuerza Aérea Colombiana, Diplomado en Derechos Humanos y DICA, Oficial de Seguridad Operacional y Diplomado en prevención de accidentes, Instructor de Vuelo y de Aerodinámica, Auditor interno y Auditor líder HSEQ, Candidato a Magister en Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra, Actualmente estudiante del curso de Estado Mayor de la Escuela Superior de Guerra.

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EL DESPERTAR COMO MILITAR EN COLOMBIA Por: MY FAC Carlos Carvajal Henao

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Por: MY FAC Carlos Carvajal Henao

La formación militar conlleva sacrificio y vocación, pero ante todo conciencia, conciencia que nos hace analizar cada paso y cada decisión que tomamos, pues cada decisión acarreará consecuencias positivas y negativas, consecuencias que quizá trascenderán a más seres humanos.

Quiero compartir un momento en mi vida militar que marcó mi pensamiento y actitud desde ese momento. El 11 de enero de 1997, luego de pasar 12 meses como cadete en la Escuela Militar de Aviación y al término de las vacaciones de fin de año, tan solo un día después de hacer presentación en la Escuela a 3:00 a.m., se escucharon unas explosiones muy fuertes, lo que fue seguido del sonido de la alarma de la unidad por ataque terrorista. Ese día me encontraba muy asustado al igual que mis compañeros, ya que teníamos que llegar a una posición para prestar seguridad de un área y tener control de la misma, buscando detectar una posible incursión de un terrorista. Luego de desplazarme junto a mi escuadra y mi comandante de escuadra, llegamos a nuestra posición y nos ubicamos. La adrenalina junto con el temor, además de la inexperiencia, fueron la mezcla completa para crear en mí un recuerdo imposible de olvidar.

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Mantuvimos nuestra posición hasta el amanecer. En ese sitio, donde estaba toda la escuadra con nuestro comandante, manteníamos una distancia prudente entre todos, así tendríamos la posibilidad de apoyarnos mutuamente, pero sin estar juntos. Ese fue un momento en el cual pasan cualquier cantidad de ideas en nuestras cabezas. En mi caso pensaba en la reacción que debía tomar si llegaba el enemigo por el frente, el tener que disparar a un ser humano que intenta hacerme daño a mí o a mis compañeros, quienes para ese momento eran mis hermanos como lo son hoy día, que a pesar de haber recibido una serie de principios y valores en casa y en la Escuela Militar de Aviación, debía atentar contra la vida de un ser humano que tiene sentimientos y que tiene una familia, pero que definitivamente tengo que abatirlo para protegerme y proteger a mis compañeros, mis hermanos. Fue la primera vez que tuve contacto con la posibilidad de ser víctima por parte de un atentado cobarde del enemigo, pero también la posibilidad de accionar mi fusil en contra de un ser humano. Tal vez en esta ocasión comencé a ver la realidad de nuestro país, el cual siempre ha estado en medio de una guerra y por supuesto en lo que iba a estar enmarcada mi carrera profesional y los próximos años, enfrentando una amenaza que hasta ese momento nunca me había tocado y que después de 18 años de vida nunca había conocido de forma cercana, ya que había estado en una burbuja de protección creada por mi familia en donde mis padres buscaban aislarme de la realidad y el peligro. Pero ahora me tocaba enfrentar esa amenaza que no conocía y que ahora me atemorizaba. Después de tener esa primera experiencia de enfrentar al enemigo y de ser atacado por primera vez, el pensamiento fue diferente al acostarme: ahora tenía que estar preparado para que la próxima vez que sucediera, mi reacción fuera más rápida y tener claro e interiorizado cada movimiento mío para enfrentar al enemigo. Así pasaron muchos días los cuales se convirtieron en semanas y meses y a medida que pasaba el tiempo se atenuaba ese recuerdo de ese momento de crisis que había vivido. Luego de un par de años, tuve la oportunidad de ascender al grado de Alférez y con ello tener mando sobre los Cadetes y obviamente, bajo mi responsabilidad y mis decisiones, el éxito o el fracaso al enfrentar al enemigo, porque al ser militar la esencia de esta profesión es cumplir el objetivo de llevar la paz y la tranquilidad al pueblo colombiano, evitando que el enemigo afecte a nuestros compatriotas. En el mes de julio de 1999, un día miércoles, siendo las 6:45 p.m., llovía y estábamos a punto de proceder al grupo académico de la Escuela Militar de Aviación para cumplir con un tiempo de estudio programado dentro del horario de régimen interno de los Cadetes y Alférez. Nos encontrábamos en los alojamientos esperando que la lluvia cesara, cuando escuchamos un sonido ensordecedor combinado con el estallido de las ventanas y un denso humo. Se sentía un olor a pólvora muy fuerte. En ese momento, recordé el atentado presentado un par de años antes, pero ahora no solamente fue a menos de 30 metros de donde me encontraba, sino que se seguían escuchando las explosiones, lo cual generaba mayor complejidad a la situación del atentado. En esos momentos salieron los helicópteros y el avión fantasma, luego todo era una mezcla de sonidos y olores. Allí me di cuenta de que la guerra no es algo ajeno a mí y que soy yo Memorias Imborrables

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el responsable de enfrentar al enemigo. Ese día no solo tenía que responder por mi vida y por la vida de mis compañeros, sino que ahora el comandante de escuadra era yo, y un grupo de cadetes me miraban esperando que les diera una guía, una solución, a que les dijera qué tenían que hacer y cómo debíamos reaccionar. Ese día fue el que me marcó de forma definitiva en mi desempeño como militar, porque ahora tenía una experiencia y una idea más clara de lo que era la guerra y el enemigo, pero lo que realmente me hizo reflexionar era que la decisión que tomara y las consecuencias que se produjeran, me afectarían a mí y solo a mí, pero ahora yo era comandante y desde ese momento hasta el término de mi vida lo seguiría siendo y allí lo que yo hiciera o dejara de hacer no solo me afectaría a mí, sino también a mis subalternos, quienes confían en mí y me ven como una persona de experiencia que los llevará al éxito de las operaciones, que con mis decisiones vamos a lograr llegar a cumplir la misión. En estas circunstancias, las condiciones y obviamente las responsabilidades son diferentes y mi preparación debe ser con mayor conciencia y debe contemplar todos los aspectos que pueden afectar no solo a mí si no a mis hombres.

Desde ese día, mi razón de ser en la vida militar tuvo sentido, mi preparación y mi profesionalismo fue superior, y hasta el día de hoy ha sido igual y seguirá así porque ahora valoro y

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evalúo cada decisión que tomo, ya que esa medida afecta al personal bajo mi mando, personal que a su vez tiene un grupo de personas que dependen de ellos. Es decir, las consecuencias de mis decisiones y acciones no solo afectan a mis subalternos sino que también a un grupo de personas las cuales no conozco y tal vez nunca conoceré, pero que definitivamente puedo afectar de forma directa o indirectamente. Es entonces ese momento el que marcó mi vida como militar, enfrentando desde ese momento los riesgos, las operaciones y el desarrollo de cada misión que se me asigna y en la cual cuento con unos subalternos para cumplirla. En el momento del planeamiento pienso en las consecuencias de cada decisión, buscando el éxito de la misión.

MY FAC Carlos Carvajal Henao Profesional en Administración Aeronáutica de la Escuela Militar de Aviación “Marco Fidel Suarez”, especialista en Derecho Internacional Humanitario y Derechos Humanos, Diplomado en Gerencia de la Seguridad de la Universidad Militar Nueva Granada, Oficial de la Fuerza Aérea en el Grado de Mayor y está adelantando una Especialización en Seguridad y Defensas Nacionales y una Maestría en Seguridad y Defensas Nacionales en la Escuela Superior de Guerra.

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VUELOS DE ESPERANZA Y SATISFACCIÓN Por: MY FAC Naily Akid Ganem Hernandez

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Por: MY FAC Naily Akid Ganem Hernandez

Los hombres y mujeres que integramos las Fuerzas Militares de Colombia no solo nos enfocamos en la labor a la defensa del país, también priorizamos el servicio a la comunidad sin distinción de sexo, color o género. Es así como los héroes de la patria sin importar las condiciones del ambiente, dan todo por preservar la dignidad y la vida de sus compatriotas.

Yo, Naily Akid Ganem Hernández, quiero compartir lo que representa en mi vida militar y como ser humano, el vivir muchos momentos que encierran sentimientos de alegría, tristeza, enojo, impotencia, decepción, miedo, frío, calor y muchos más sentimientos encontrados que alimentan nuestros recuerdos, dejando fuertes huellas e imágenes que nos acompañarán mucho más allá del tiempo que dura nuestra carrera militar, que van moldeando como arcilla nuestro carácter y así nuestra forma de ver el conflicto, en el cual decidimos participar cuando juramos en nuestra Fuerza defender a Colombia y morir por ella. Siendo las 11:00 am del día 10 de diciembre del año 2010, me encontraba en comisión de orden público en mi helicóptero HUEY II, en la ciudad de Neiva, cuando me fue ordenado salir a realizar una misión de evacuación aéreo-médica en el área del municipio de La Plata-Huila, pues por la fuerte temporada de invierno por la que atravesaba el país, esta zona había sufrido una avalancha, dejando la población incomunicada a raíz de la destrucción del puente que comunicaba el área rural con el municipio.

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La orden consistía en ingresar en unos cerros de esta región a una altura de 8.500 pies aproximadamente, para evacuar a dos mujeres de una comunidad indígena que habita en la zona, pues una de ellas padecía de mastitis y requería de atención médica especializada y la otra mujer, una joven de 16 años aproximadamente, se encontraba con siete meses de gestación y se creía que su bebé había sufrido una complicación, pues no se le sentía el corazón ni se le observaba movimiento dentro de su vientre. Para ello procedí con un equipo médico entrenado para afrontar este tipo de emergencias. Una vez estando en el sitio de las coordenadas, nos encontramos con las adversidades del clima, pues se presentaban fuertes vientos, lo que nos obligó a realizar tres intentos de aterrizaje hasta que en el último intento logramos aterrizar en un área no preparada en la parte alta de una montaña. En el lugar se recibió a las dos mujeres en mención y a la acompañante de la joven en estado de embarazo, a quienes se les podía percibir el dolor en sus rostros además de la tristeza, la ansiedad e incertidumbre de la posible pérdida de un hijo, de no saber que les deparaba el destino. No obstante, gracias a mi Dios todopoderoso que nos había puesto en el camino, la evacuación se desarrolló de forma satisfactoria ya que el médico con un procedimiento poco ortodoxo verificó el estado del bebé, pisando de forma firme el vientre de la mujer en donde se observó la reacción del mismo a través de movimientos que indicaban que se encontraba con vida, logrando verificar el sonido de su corazón. Al observar lo que ocurría, exclamé: ¡es un milagro! De inmediato, el médico procedió a realizar una episiotomía para poder sacar al bebé, que finalmente llegó a este mundo con vida: era una niña. Esta vivencia me impactó muchísimo, pues era la llegada al mundo de un ser inocente

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en medio de ese escenario, en un helicóptero HUEY II militar a una altura de 8500 pies, en un área de orden público que había sido afectada por un desastre natural y con un equipo médico que aunque tenía experiencia y disposición, no estaba preparado ni tenía el equipo necesario para recibir a una bebé con todas las comodidades y seguimiento médico de un hospital, ni siquiera sábanas ni nada parecido, así que solo pudimos improvisar para poder limpiarla y evitar que sufriera de frío. La arropamos con una camiseta mía. Eso es lo que día a día hace que sigamos esforzándonos por ser mejores personas y luchemos por la gente que integra este hermoso país, dando en sacrificio nuestra vida si es necesario para su bienestar y el de Colombia, como unos héroes anónimos, pero con la certeza y la convicción en nuestro corazón y nuestra mente de que lo hemos hecho bien.

MY FAC Naily Akid Ganem Hernandez Candidato a Especialista en Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra “General Rafael Reyes Prieto”, Colombia. Administrador Aeronáutico de la Escuela Militar de Aviación “Marco Fidel Suárez”, Colombia. Oficial de grado Mayor de la Fuerza Aérea Colombiana, Especialidad Pilotaje. Profesional en Ciencias Militares e Instructor académico de la Escuela de post grados de la Fuerza Aérea Colombiana, Diplomado en Derechos Humanos y Derecho de la Guerra. Curso internacional de Comandante de Misión Aérea en Fort Rucker, Alabama. Actualmente, Alumno del curso de Estado Mayor de la Escuela Superior de Guerra “General Rafael Reyes Prieto”.

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RECUERDOS DE UN AYER, VIVOS EN EL HOY Por: My FAC Edgar Humberto Zaldúa Blanco

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Por: My FAC Edgar Humberto Zaldúa Blanco

El conflicto se desarrolló con más violencia en algunas partes del territorio nacional, generando en las personas y especialmente en los jóvenes, cambios en sus proyectos de vida. Fue ello lo que motivó a muchos hacer parte de las Fuerzas Militares y de esta forma contribuir al fenómeno del conflicto, que un día toco sus vidas y lo más preciado: sus familias.

“La verdad es la primera víctima de la guerra” Esquilo de Eleusis.

No existe arma más poderosa que la palabra, pues es capaz de crear, pero también de destruir. Comenzar a escribir este relato en el ámbito de un ejercicio académico, es una oportunidad para hacer catarsis de algunos sucesos, que no solo transformaron mi forma de ver y sentir, sino que marcaron mi existencia, definiendo mi vocación militar y de servicio a la Patria. Nací y crecí en las montañas de Boyacá, en un pueblo llamado Panqueba, al norte del departamento, cerca de la Sierra Nevada del Cocuy en medio de una familia católica y conservadora, para la cual el pensamiento liberal y el de izquierda era una forma de ser “apóstata o ateo”. A mediados de la década de los 80, hizo incursión en la región la guerrilla y en una noche se tomaron las cabeceras municipales del Cocuy, Guicán y Chita. Fueron muchos los ataques, con dos objetivos militares: la Estación de Policía y la Caja Agraria. A mi pueblo no ingresaron los guerrilleros, pues solo había cinco policías y no tenía banco. Desde esa noche, el miedo y la zozobra acompañó nuestros juegos de infancia: pronto aprendimos a dejar la pelota en la calle y correr a casa a protegernos en una habitación. Mientras rezábamos el rosario y se escuchaban las detonaciones de las bombas y las armas en los pueblos cercanos, solo nos atrevíamos a salir cuando escuchábamos el sonido del avión fantasma de la Fuerza Aérea y veíamos sobre la montaña las luces de bengala, guiando al Ejército en tierra, mientras perseguían a los bandidos que acababan de atacar algún pueblo vecino. Para nuestros padres, el mayor temor era que nos secuestraran, o termináramos con un fusil al hombro. Por eso, quienes tenían alguna estabilidad económica, enviaron a sus hijos a estudiar a las ciudades cercanas para protegerlos, algunos prefirieron vender sus propiedades y vehículos, pues era mejor ser “pobre” a pagar los impuestos de guerra que cobraban los terroristas. En las vacaciones escolares regresábamos al pueblo, pero había reglas claras: no permanecer en la calle después de las 08:00 p.m, no se podían organizar paseos al río o a la finca si no estábamos acompañados por más de un adulto o el grupo era grande, todo por el temor

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a ser secuestrados. Había una regla muy importante: no hacer amistad, ni siquiera conversar con ningún policía, menos un soldado. Y es que fueron varios a quienes la guerrilla les aplicó sus leyes, solo por prestar algún apoyo o servicio a la Fuerza Pública: verbigracia, la señora que lavaba la ropa de la Policía en el Cocuy, fue acribillada por esta razón, y a Fredy, el peluquero de Güicán, le metieron dinamita en su cuerpo y lo hicieron estallar. Su delito fue cortarle el cabello a los soldados y policías, ser amigo de ellos. Sus padres y hermanas recibieron sus restos mortales, sin entender qué había pasado. Estas historias fueron las constantes en nuestras vidas y marcaron toda nuestra generación. Muchos de nosotros, sin que fuera un pacto en común sino como una forma de rechazo al temor y la angustia que acompañó nuestra niñez, terminamos haciendo parte de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional. En mi pueblo, que apenas cuenta con 1400 habitantes, familias enteras ahora portan con orgullo nuestro uniforme, recordando siempre a nuestros padres de rodillas orando por nuestras vidas, pues como niños, no lográbamos entender la magnitud de la guerra. El sábado 03 de mayo de 2008, yo tenía que evolucionar unos pacientes en el Hospital Militar Central, así que llegue antes de las 07:00 a.m. para terminar antes de mediodía. Pasadas las 08:00 a.m. recibí una llamada, era Lucas: “Hermano, ¿Usted sabe algo de Gilberto? parece que cayó en un campo minado, ayúdeme a averiguar que pasó”. Gilberto hacía parte de una familia de cinco hombres, todos oficiales del Ejército. Estudió en la escuela Militar de Cadetes con mi hermano Gabriel. Fue un amigo, un hermano, alumno de mi madre. Era teniente del Arma de Ingenieros y se encontraba patrullando por el Tibú en el Norte de Santander, según el registro de operaciones, se encontraba adelantando una operación en la zona donde delinquía Rodrigo Londoño “alias Timochenko”, donde los campos minados eran la estrategia para frenar el paso del Ejército y alertarlos cuando estaban cerca. El día del sepelio, mis padres nos acompañaron a presentar respetos a la familia. El ataúd permaneció cerrado, con los pocos restos mortales que se recuperaron de la zona, donde también fallecieron otros cuatro militares. Darle el adiós a un amigo de la infancia, a un compañero de la vida, es doloroso. Aún hoy, cuando escucho el Homenaje A Los Héroes Caídos En Combate, el recuerdo del Gilberto viene a mi memoria y de nuevo aparece la zozobra y el temor por lo que pueda pasar con mi hermano y otros militares más, amigos y familiares que patrullan por el país. Solo quienes vestimos el camuflado, sabemos lo que significa darlo todo por la Patria, hasta ofrendar la vida, si es necesario. Para el año 2007 me trasladaron al Hospital Militar Central. Siendo teniente, sentí que mi vocación militar y cómo psicólogo, tendrían el escenario óptimo para conjugarse y sobre todo para servir. “Doctor, ¿Será que después de que me quiten la pierna y me pongan la prótesis puedo Memorias Imborrables

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volver a patrullar?” Esa era la pregunta más recurrente durante mis labores. En esos años, el promedio de ingreso de heridos en combate y víctimas de minas antipersonales era de dos militares al día, muchos de ellos apenas si llegaban a los 23 años. Todos los días las historias de los heridos en combate se repetían una y otra vez. ¿Por qué querer volver a patrullar después de afrontar tanto dolor? Me preguntaba. Luego recordaba que ofrendar una parte del cuerpo y hasta la vida misma, es intrínseco a la vocación castrense, para eso nos entrenamos, por eso servimos, un sacrificio que es visto como la más alta manifestación de amor por la Patria y los valores que encarna un militar. En cada soldado herido en combate, vi el horror de la guerra, pero también la esperanza en un futuro mejor. Vi eso en sus capacidades para levantarse y volver a caminar sin una o ambas piernas, pero con la firme certeza deque su sacrificio no es en vano, pues la sangre derramada, germinará en prosperidad, paz y reconciliación.

My FAC Edgar Humberto Zaldúa Blanco

Oficial de la Fuerza Aérea, profesional en Psicología, con amplia experiencia en la psicología clínica y la psicología militar. Lideró un equipo de psicología del Hospital Militar Central. Participó en el diseño de programas de atención psicológica para personal militar herido en combate y víctima de minas antipersonales, así como la atención de la personal víctima de secuestro por parte de Grupos Armados Organizados.

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SE APAGA UNA VIDA Y SE ENCIENDE LA LUZ DE UNA NUEVA Por: MY FAC Iván Alexander Rodríguez Acosta

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Por: MY FAC Iván Alexander Rodríguez Acosta

Dentro de las unidades militares germinan hermandades, y cuando se trabaja en equipo al servicio de una nación, nunca se está preparado para perder un compañero. Es difícil despedir para siempre a una persona que nos ha enseñado que Dios y la vida siempre dan segundas oportunidades, que para afrontar la adversidad es necesario tener la mejor actitud y que un verdadero ser humano es aquel que tiene la capacidad de respetar a los otros sin importar quiénes sean. A veces estas invaluables personas, que al paso de su vida dejan por doquier enseñanzas, se van demasiado pronto, son las primeras que están dispuestas a dar la vida por su patria, para que su familia y sus soldados vivan en la Colombia en paz que siempre soñó.

Me desempeñaba como oficial de mantenimiento durante los primeros días del año 2001. Llevaba un año de trabajo en la Base Aérea ‘Luis F. Gómez Niño’, más conocida como CACOM-2, que fue mi primera base después de estudiar instrucción y formación militar en la Escuela militar de Aviación. Era un viernes después de mediodía cuando por el radio de comunicaciones recibí la orden de alistar el AC-47 “Fantasma” para reacción. Informé a los disponibles e inmediatamente después pasó por la rampa corriendo junto a mí el señor Mayor Caro Juan, quien se desempeñaba como navegante de la aeronave y estaba disponible. Ante la reacción del equipo de vuelo, él debía llegar allí junto con toda la tripulación, quienes partirían en el menor tiempo posible con el fin de ir a cumplir su misión de prestar apoyo a tropa en tierra que estaban siendo atacadas por las FARC. Mi Mayor se desempeñaba como comandante del Escuadrón de Abastecimientos, una persona muy educada, correcta, justa y que a pesar de los problemas que se manejaran en la oficina, siempre mantenía la calma, el buen humor y la cortesía para afrontar cualquier inconveniente. Él era mi comandante directo, una persona muy humana, justa pero severo cuando debía serlo. Lo recuerdo mucho por su calidad humana y don de gentes. Recuerdo mucho que su esposa para esa fecha se encontraba en embarazo y le faltaba muy poco para dar a luz. Los dos formaban un lindo matrimonio y los saludaba todos los domingos cuando asistía a misa en la capilla de la Unidad. Mi Mayor era una persona muy agradecida con Dios por varias razones, la principal la descubrí gracias a la oportunidad que tuve de escuchar una de sus historias, con las cuales siempre dejaba alguna enseñanza a quienes lo escuchábamos. Él llevaba 12 años de casado y su esposa nunca había podido quedar en embarazo a pesar de que habían acudido a numerosos especialistas y habían realizado un sin fin de tratamientos, sin embargo, en el año 2000 decidieron hacer el último intento, pues estaban cansados de tantas decepciones en sus intentos anteriores. Gracias a Dios y la Virgen, ella quedó en embarazo, así lo afirmaba mi Mayor con orgullo y alegría por saber que iba a ser padre, le agradecía a Dios que no los había dejado desfallecer y terminaba su relato diciendo que el tiempo de Dios es perfecto. 88

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La aeronave salió a prestar su apoyo siendo las 2:00 p.m. aproximadamente. Yo, como oficial de mantenimiento, debía estar pendiente de la ubicación y el estado de las aeronaves asignadas al CACOM-2 para reportarlas periódicamente. Hasta las 5:00 PM no se había presentado ningún problema y el AC-47 continuaba cumpliendo con su deber, pero el parte de aeronaves de las 5:00 a.m. fue diferente. Cuando entré al Centro de Operaciones para realizar el parte respectivo, el ambiente que se vivía era de tristeza y agobio. Me di cuenta inmediatamente que algo había ocurrido. No quise preguntar para no ser inoportuno, pero no encontraba información de mi aeronave y debí pedir información de ella. Fue entonces cuando me dieron la terrible noticia: aproximadamente a la 1:00 a.m., después de casi doce horas de operación y apoyo a un pequeño grupo de soldados que estaban siendo hostigados por varios frentes de las FARC, ocurrió la tragedia cuando la aeronave se disponía a regresar a la base más cercana para amunicionar nuevamente, tanquear y realizar el cambio de tripulación. En el momento del accidente no se conocían bien los hechos, pero después la investigación respectiva dictó que al parecer el agotamiento había vencido a la tripulación y el cansancio tras varias horas por ayudar a un grupo de soldados a salvar sus vidas, había pasado factura terminando con la vida de diez personas que conformaban la tripulación de la aeronave. Los días siguientes fueron una pesadilla para todos: para sus familias, que habían perdido incomprensiblemente a sus seres amados, y para la institución, que lloraba la perdida de esos grandes héroes que por salvar la vida de otros hombres, sin darse cuenta, entregaron la de ellos. Pasaban los días posteriores al accidente y le pedía a Dios mucha fortaleza para la señora Gabriela, la esposa de mi Mayor. Días después me enteré que ella había dado a luz a un hermoso niño que por cosas del destino y por la imprudencia del procedimiento humano, no conocería físicamente a su padre, pero quien al ir creciendo formaría una imagen grande limpia y transparente de ese intachable ser que lo trajo al mundo y que se había convertido en un ángel que desde el cielo lo vería crecer y lo acompañaría durante el resto de su vida para guiarlo y protegerlo, porque ese era el deseo de papá Dios. Por mucho tiempo pensé demasiado en ese accidente, no solo por haber compartido muchas cosas con la mayoría de las personas que perdieron su vida en esa aeronave. Cuando era subteniente llegué a pensar que para el personal de mantenimiento este tipo de perdidas nos dolían el doble, por el sentimiento de impotencia y rabia al pensar y sentir que no pudimos hacer más por ellos, porque no pudimos estar a su lado cuando de pronto nos necesitaron. Tenía la idea de que el personal operativo salía a cumplir su misión y nosotros no estábamos allí para protegerlos, cubrirlos, apoyarlos o evacuarlos a tiempo en caso de que las condiciones lo permitieran. Con el paso del tiempo entendí que el mejor apoyo que el personal operativo podía tener de nosotros, era nuestro compromiso y responsabilidad al entregar aeronaves y equipos de vuelo listos para con las más óptimas condiciones de calidad, para que ellos surcaran los cielos de manera segura y cumplieran su misión. Estamos seguros que donde sea que Dios quiera que nos encontremos, hacemos nuestro trabajo y cumplimos nuestra labor de la mejor forma entregando en cada actividad cuerpo y Memorias Imborrables

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corazón, para que el personal operativo pueda cumplir con su misión, entregar su cuerpo y su alma si es necesario, padecer bajo el cansancio porque su compromiso ante la vida de sus compañeros no les permitía rendirse y retirarse sabiendo que abajo en tierra se encontraban hombres arriesgando su existencia como ellos, y recordando que un día hicieron un juramento ante una bandera y prometieron entregar su vida por la libertad y soberanía de nuestra amada Colombia.

MY FAC Iván Alexander Rodríguez Acosta Alumno CEM 2017

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SUFRIMIENTOS Y ALEGRÍAS VIVIDOS EN LA GUERRA Por: MY FAC Camilo Andrés Grisales Palacio

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MY FAC Camilo Andrés Grisales Palacio

Crecer en la carrera militar es un sueño de todos los militares, pero crecer ayudando con la firme intención de salvar vidas y construir un país mejor, es el anhelo emocional que hace vibrar a cada hombre y mujer que llevan con orgullo el uniforme pixelado.

Como consecuencia del conflicto armado y en mi condición de oficial piloto de la Fuerza Aérea Colombiana, han quedado grabados en mi memoria innumerables momentos de eterna recordación, sirviendo como soldado del aire a mi patria a lo largo y ancho del espacio aéreo nacional. Para mi satisfacción, la mayoría de ellos muy felices, aunque otros no tanto. Dentro de estos últimos y uno de los más significantes, tengo muy presente el ocurrido en el año 2001, uno de los más tenaces intentos de toma guerrillera por parte de las FARC a la población de Almaguer-Cauca. Para ese momento me desempeñaba como copiloto del mítico y poderoso avión AC-47T, más conocido como el avión “Fantasma”. En tempranas horas de la noche fui alertado por una llamada del Centro de Operaciones de mi Base Aérea, donde me daban instrucciones para reaccionar junto con mi tripulación desde la Base Aérea de Palanquero al área de operaciones. La llamada del oficial a cargo de las operaciones aéreas de ese momento fue algo como: “proceda de inmediato al avión, se están tomando la población de Almaguer-Cauca, los policiales de esa estación están en combate con la guerrilla y sin comunicaciones, somos su única opción de vida”. Fue así como comenzó una de las más largas y angustiosas noches de mi vida militar.

Menos de 15 minutos después de esa llamada, los ocho tripulantes a bordo de nuestra máquina alada estábamos ya en el aire con rumbo a la zona de combate. Después de casi una hora de vuelo, llegamos al espacio aéreo de Almaguer. La imagen que se percibía desde

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el aire era caótica, ya que podíamos ver una mezcla de destellos y explosiones dentro de la población, que llenaban casi todo el campo visual de nuestros visores nocturnos y los sensores especiales a bordo de la aeronave. Éramos testigos del ataque con artefactos explosivos improvisados y cilindros bomba lanzados por las FARC a la Estación de Policía donde se encontraba el personal uniformado luchando por defender la población y su propia vida. Fue bastante difícil en primer término entender todo el escenario, pues las adversas condiciones meteorológicas sumadas a las deficientes comunicaciones con la Policía Nacional, hicieron que determinar las condiciones actuales del momento –especialmente si había muertos o heridos- fuera casi imposible en medio de ese caos. La comunicación desde el aire fue intermitente en vista de que la guerrilla los había dejado incomunicados por casi todos los medios, consecuencia de un fuerte fuego de fusiles, morteros y cilindros hechizos. Las vías de acceso al pueblo habían sido minadas, lo que impidió inicialmente la movilidad de las fuerzas de superficie del Ejército Nacional que pretendían apoyar a los doce policiales que conformaban el dispositivo de Policía de Almaguer. Esta falta de comunicaciones limitaba considerablemente establecer las posiciones de fuerzas amigas y enemigas para poder aplicar la fuerza, pero gracias a una llamada que pudimos establecer con uno de los policiales a su teléfono personal, nos dio el panorama completo. Un panorama tan desolador que hubiese querido que no hubiera pasado. De los doce policías, éste era el único que gracias a un escondite improvisado logró evitar la captura por parte de los guerrilleros, los otros once se encontraban en manos de los terroristas. Las FARC habían construido una serie de cruces de madera que habían instalado en la plaza del parque principal del pueblo, en donde pensaban colgar y quemar vivos a los policiales para dejar un claro y crudo mensaje a todo el país. Después de una corta, dura y profunda discusión al interior de nuestra tripulación sobre los posibles cursos de acción, tomamos la decisión de aplicar la fuerza en pleno a la plaza del parque con la ayuda de nuestros sistemas de armas y sensores que nos permitían ver el contexto en tierra, con el fin de ejercer presión y lograr la liberación de nuestros compañeros en armas. No teníamos otra opción así que decidimos en ese momento qué hacer: era actuar o dejar que los asesinaran brutalmente. Fue así como entregamos todo el armamento que traíamos a bordo en el Fantasma, en el afán de salvar la vida de aquellos valientes policías crudamente condenados a una de las peores formas de morir: amarrados y luego quemados. Finalmente, y después de casi ocho horas de vuelo, recibimos la noticia más anhelada: una llamada establecida con el solitario policía donde nos decía: “¡Fantasma, Fantasma, gracias! ¡Los once están vivos, confirmo Fantasma, los once están a salvo!”. Nunca olvidaré la desgarradora voz de este bizarro policial que resumía la tragedia por la que habían pasado esa noche él y sus compañeros. No obstante, en otra ocasión, apoyamos a la población de Tierralta-Córdoba por un intento de toma guerrillera en el año 2005. Durante toda la noche estuvimos con aproximadamente quince aeronaves más -entre aviones de combate y helicópteros-, apoyando el personal de la estación de Policía de la población, los cuales sufrieron numerosas heridas y bajas a causa del fuego guerrillero. Volamos toda la noche y en repetidos apoyos intentamos lograr la liberación de los policías que habían caído en poder de los terroristas. Lamentablemente, en la madrugada del día siguiente tuvimos la confirmación de que los quince policías habían sido asesinados por la FARC. Fueron fusilados a pesar de haber entregado todo el armamenMemorias Imborrables

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to disponible. El olor a pólvora de la cabina después de disparar los cañones y cohetes de mi avión, siempre estará en mis recuerdos de esa noche en la que murieron acribillados quince uniformados de la Policía Nacional. Como soldado de la Patria puedo resumir que a lo largo de los 21 años de servicio en la Fuerza Aérea Colombiana, he vivido momentos muy gratos al igual que tragos amargos que llevaré por siempre en mi corazón y en mi mente, superando el frío, el calor, el hambre, el sueño y el cansancio a bordo de nuestras máquinas aladas así como en muchas ocasiones también el miedo inherente a la guerra de perder la vida, lo cual se incrementó exponencialmente en el momento de contraer matrimonio, crear mi hogar y traer al mundo una pequeña bebé. Al inicio de mi carrera profesional en la institución, aunque siempre tuve en mente que quería ser un piloto de combate de la Fuerza Aérea Colombiana, no tenía claro el total de implicaciones que ello conllevaría. Desde una temprana edad militar fui asignado al área de combate, lo cual marcaría mi vida para siempre como tripulante de aeronaves de combate, empezando como copiloto del AC-47T Fantasma por dos años, luego como piloto del A-37B Dragonfly por cinco años, y por último como piloto del Kfir C-7, C-10 y C-12 por espacio de 7 años. Cada una de esas plataformas me llevó a vivir y a entender el conflicto armado colombiano de primera mano, donde los ataques a las poblaciones e intentos de tomas guerrilleras estaban presentes casi a diario, pudiendo observar de nuestra posición el empleo de armas no convencionales y prohibidas por las normas del derecho, como por ejemplo los cilindros bomba llenos de metralla oxidada, hasta la neutralización de aeronaves ilegales tanto en vuelo como en tierra, intentando explotar nuestro espacio aéreo nacional con el fin de desarrollar actividades ilegales, principalmente asociadas al narcotráfico. Es así como después de refrescar mi memoria en este trabajo y recapitular algunas de las experiencias de combate más duras que marcaron mi vida, llego a la misma conclusión una y otra vez: si tuviera la oportunidad de regresar en el tiempo y poder elegir de nuevo mi destino profesional, no dudaría por un segundo en tomar la misma decisión de hacerme piloto de combate de la Fuerza Aérea, y desde el aire contribuir a hacer de Colombia un país mejor.

MY FAC Camilo Andrés Grisales Palacio Administrador Aeronáutico de la Escuela Militar de Aviación, Diplomado en Gestión Estratégica del Talento Humano, Graduado de Honor del Instituto Militar Aeronáutico de la Fuerza Aérea Colombiana, Graduado del Squadron Officer School y miembro del Chief of Staff Flight – USAF Air University, Piloto de Combate con más de 3500 horas de vuelo, actualmente alumno del Curso de Estado Mayor 2017 y candidato a Especialista en Seguridad y Defensa Nacional de la Escuela Superior de Guerra.

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VUELO POR UN RESCATE Por: MY FAC Giovanni Rojas Castro

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MY FAC Giovanni Rojas Castro

La responsabilidad militar es muy grande, por eso los miembros de las Fuerzas Militares juran defender la soberanía colombiana y si es necesario ofrendar su vida. Así es como cada militar entrega lo mejor de sí, sin importar las extensas horas de trabajo, motivados en la libertad de una nación que insistentemente clama paz.

El 20 de enero del año 2002 fue un día que marcó mi carrera como piloto militar. Estando de comisión en la Base de Tres Esquinas-Caquetá, ubicada en medio de la imponente selva colombiana, me desempeñaba como copiloto del equipo AC-47T que en esa época, gozaba de una muy buena reputación no solo a nivel de las Fuerza Militares y de Policía, sino a nivel de la opinión colombiana, sobre todo en su participación en misiones de apoyo aéreo cercano cuando ocurrían tomas a poblaciones por parte de la guerrilla.

Ese día es secuestrado un avión de Aires y obligado a aterrizar en una carretera cerca al municipio de Hobo-Huila. El objetivo de este acto era el entonces senador Jorge Eduardo Gechem, al cual los insurgentes introdujeron en las inhóspitas montañas comenzando la pesadilla del secuestro que se extendió por seis años. Recibimos la orden de salir hacia el área donde se suponía había aterrizado el avión, pero con una información muy vaga acerca del tipo de avión que había sido secuestrado. En mi mente, mi lógica me dictaba que se trataba de un avión pequeño, monomotor ya que se trataba de una carretera. Fue para mí una sorpresa ver este avión tipo DASH-8 de la empresa Aires con capacidad de llevar más de 30 pasajeros, aterrizado en una carretera en donde apenas cabía el tren principal. Definitivamente fue una hazaña aterrizar en esas condiciones sin causar daños en las personas y en el equipo. Este acontecimiento fue el detonante para que el entonces presidente Andrés Pastrana diera por terminado lo que se conoció como la Zona de Distensión. 96

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Por radiofrecuencia, recibimos información de las tropas de superficie de que no había sido posible continuar siguiendo el rastro del senador Géchem, por lo que se nos ordenó regresar a la Base de Tres Esquinas. Ya era de noche y la fatiga se puso de manifiesto en mi cuerpo. Recuerdo como si fuera ayer que cuando me dispuse a acostarme y coloqué mi cabeza sobre la almohada, comenzó a sonar el beeper, el cual me alertaba de una salida inmediata. Por segunda vez, la información era muy vaga y lo único que nos dijeron era que tomáramos un rumbo determinado y esperáramos instrucciones en vuelo. Transcurridos 20 minutos de vuelo, nos dan las primeras coordenadas, las cuales cotejo en mi mapa y dan dentro de la Zona de Distensión, la cual hasta ese momento no podíamos sobrevolar por orden presidencial ya que podría correr en riesgo el proceso de paz. Le informo al piloto que efectivamente las coordenadas quedan dentro de la Zona de Distensión, y que llamaría al Centro de Comando y Control para confirmar la orden de proceder hacia las coordenadas, a lo que nos contestan que debemos proceder de acuerdo con lo ordenado en misión de interdicción código Alpha, lo que significaba que debíamos hacer uso de las armas una vez identificado el objetivo militar dentro de la zona. Lo que era ajeno para la tripulación, era que mientras estábamos en pleno vuelo, en los canales nacionales el presidente Pastrana se había dirigido a los colombianos anunciando el fin de la zona de distensión, ya que no veía las condiciones para continuar el proceso de paz porque las FARC no tenían la voluntad para terminar el conflicto por la vía de diálogo. De ahí, las Fuerzas Militares lanzan la operación Delta, que consistió en retomar el control del área concedida a la guerrilla. Dicha operación era del corte de las operaciones conjuntas, debido a la coordinación que se debía tener entre las Fuerzas para minimizar la posibilidad de fuego, por todas las tropas de superficie que se encontraban en el área. Me impactó ver en el equipo de visión nocturna del Fantasma tantos insurgentes saliendo de todas partes, por lo que el piloto inició la entrega de armamento con buena precisión y en coordinación con el navegante se pudo poner fuera de combate a varios insurgentes. El fuego era incesante, se debía cumplir la misión y el humo de las ametralladoras inundando la cabina era estimulante, ya que no me permite dormir a pesar de lo cansado que estaba. Por esa época, los campos aptos para cultivo eran quemados controladamente para renovar la tierra, por lo que la visibilidad con los visores nocturnos era compleja. En efecto, escuché por radio la llegada de los aviones K-Fir al área, informan al Centro de Comando no tener a la vista los objetivos militares, por lo que se hace necesario que nuestro Fantasma hiciera la designación con el apuntador láser del FLIR. Posteriormente, se inicia la entrega de armamento al objetivo denominado automintores: los insurgentes evitan su uso para no ser detectados, por lo que es un objetivo que al inutilizarlo les dificulta su movilidad.

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Después de un tiempo, se terminó la munición en el Fantasma e igualmente el combustible solo alcanzaba para proceder a la Base Aérea de Apiay. Me bajé de la aeronave y estaba otra tripulación lista para continuar con la operación. Como resultado, en un lapso de 24 horas, volé 14. Tal vez ese compromiso por Colombia es lo que me hace hasta el día de hoy, calcular los riesgos y cumplir la misión encomendada a bordo de las aeronaves de la Fuerza Aérea Colombiana.

MY FAC Giovanni Rojas Castro Administrador Aeronáutico de la Escuela Militar de Aviación “Marco Fidel Suárez”, Instructor Académico y de Vuelo, Piloto Militar, Instructor de los equipos AT27 y A-29B, con más de 4500 horas totales de vuelo, actualmente alumno del Curso de Estado Mayor 2017 en la Escuela Superior de Guerra.

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LA CAÍDA DE MI LANZA Por: CCO ARC Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones

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Por: CCO ARC Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones

La fuerza armada es una comunidad, una familia. Por eso duele tanto la muerte de un Lanza en el cumplimiento del deber. Pero toda muerte en un enfrentamiento largo y fratricida aumenta la tragedia de por sí dolorosa y absurda, salvo por el hecho de que la caída de un soldado es un sacrificio que se sublima por el honor de quien entrega la vida por sus semejantes, como sacrificio ya anticipado cuando jura la bandera de su país y lo cumple en ofrenda que no tiene retroceso. La nación es una familia más grande, pero siempre la misma.

Soy el Capitán de Corbeta Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones, Oficial Naval. Quiero compartir una de mis más duras experiencias como militar y como ser humano. Los hechos se dieron mientras me desempeñaba como segundo comandante de la Patrullera de Apoyo Fluvial pesada (en adelante: PAF) ARC ‘Guillermo Londoño Vargas’, orgánica de la entonces llamada Fuerza de Tarea Conjunta ‘Atrato’, con puesto de mando adelantado en la población de Bellavista-Chocó. Fue un día más del mes de junio de 2004, zarpamos de Quibdó a las 04:00 a.m. con un personal orgánico del Batallón ‘Alfonso Manosalva Flores’, conformado por un oficial, siete suboficiales y sesenta y nueve soldados, que relevarían las unidades que se encontraban operando hacía tres meses en el área general de la Loma de Bojayá-Chocó. Como parte del grupo, iba un binomio canino en cabeza del cabo Andrés Victoria* del Ejército Nacional. Recuerdo su rostro como si ayer lo hubiera visto por última vez, pues no es fácil olvidar a aquellos militares que contagian con su energía, vitalidad, milicia, moral, entusiasmo y amor por su patria. Él en especial tenía una maravillosa razón para sentirse el hombre más feliz, pues su hija acababa de nacer y se había convertido en su inspiración y motivo de superación. Demoramos aproximadamente cinco horas navegando hasta atracar sobre la ribera occidental del río Atrato, a la altura del puesto de mando en Bellavista. Todo el personal desembarcó y formó a órdenes de quien tenía el control operacional del personal de Ejército en ese lugar, el señor Teniente Coronel Federico García, más conocido por sus hombres como “Pata de Buey” por su destacada habilidad para caminar. Se organizó el dispositivo, se revisó el esquema de maniobra y se definieron las rotaciones para transportar al personal al punto de inserción, desde donde se desplegarían las operaciones ofensivas contra la Cuadrilla 57 de las FARC, los cuales actuaban en el área siguiendo órdenes del cabecilla Gilberto de Jesús Torres Muñetón, alias “El Becerro”. Una vez finalizada la reunión de coordinación, se inició el desplazamiento hacia el punto de inserción por el río Bojayá, ubicado aproximadamente a 14 kilómetros de la población de Bellavista. El Grupo de Combate Fluvial estaba integrado por una PAF, un elemento de com* El nombre del cabo ha sido cambiado por petición de la familia.

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bate fluvial y una Lancha Patrullera de Río (LPR). Una vez en el punto, la PAF se mantuvo con máquinas sobre la ribera del río y se inició el relevo del personal, aproximadamente 30 minutos después, había finalizado sin novedad el desembarque del personal entrante y embarque del personal saliente. Diez minutos después de haber iniciado la navegación de regreso, se escuchó por radio el inicio de un combate entre las tropas que se acababan de desembarcar y guerrilleros que al parecer los estaban esperando. Rápidamente, el desespero se tomó las comunicaciones y el reporte más frecuente era “¡nos están copando, nos están copando!”. El buque inició inmediatamente su regreso y se efectuaron las coordinaciones para el apoyo de fuego desde la nodriza. Paralelamente, se solicitó al Batallón ‘Alfonso Manosalva Flores’ el apoyo aéreo. Desafortunadamente, las condiciones meteorológicas no permitieron la salida del helicóptero. La maniobra terrestre continuaba, cuando de repente se escuchó una fuerte explosión: el guía canino y su inseparable amigo habían caído en un campo minado. Las comunicaciones se volvieron caóticas y en medio de la tensión, al fondo se escuchaba al cabo que le decía a su comandante: “mi Capitán no me deje morir, mi hija me espera...”. Se volvió a solicitar el apoyo aéreo considerando el cambio en la situación, y mi General Óscar Enrique González Peña, en ese momento comandante de la Cuarta Brigada del Ejército, autorizó la operación. El tiempo pasaba y mi cabo sentía que la vida también, su comandante lo estaba viendo morir en sus brazos. En su desesperación, le reportaba a mi Coronel García: “mi coronel, ¡se me muere, se me muere!”; e inmediatamente después escuchamos a mi cabo pronunciar su última frase: “por favor, díganle a mi hija que la amo...”. Cuando el helicóptero llegó era demasiado tarde. Ese joven aguerrido, aferrado a la vida, comprometido con su patria, abnegado a su familia, enamorado de su hija, con quien habíamos compartido un largo viaje de más de cinco horas entre Quibdó y Bojayá, se había ido para siempre. En mi mente y corazón quedaron la impotencia y frustración de no poder brindarle a su esposa y su pequeña hija una solución de futuro, coherente con el sacrificio de quien lo entregó todo por ellas y por la patria. Dios lo tenga en su gloria, así como a su familia, donde quiera que se encuentren.

CCO ARC Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones Profesional en Ciencias Navales, Oceanógrafo Físico y especialista en Política y Estrategia Marítima de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla. Ingeniero Naval Hidrógrafo y, Licenciado en Ciencias Navales y Marítimas de la Academia Politécnica Naval de Chile. Hidrógrafo Categoría “A” del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile, reconocido por la Organización Hidrográfica Internacional, la Federación Internacional de Geómetras y la Asociación de Cartografía Internacional. Candidato a Magíster en Seguridad y Defensa Nacional de la Escuela Superior de Guerra. Actualmente, es alumno del Curso de Estado Mayor 2017 de la Escuela Superior de Guerra.

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HUELLAS DEL ATRATO Por: CCO ARC Juan José Sierra Aranguren

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Por: CCO ARC Juan José Sierra Aranguren

Los estragos que dejaba el conflicto durante su paso por poblaciones olvidadas, no solo atemorizaban a sus víctimas directas. Sentimientos como el miedo, la tristeza e impaciencia también hacían parte del día a día de los militares que hacían presencia en estos lugares, garantizando la seguridad de la población y reviviendo la esperanza que algún día se disipó.

Quiero contar lo que viví como comandante de la Patrullera Rápida Fluvial ARC ‘Magangué’, unidad que se encontraba bajo el mando operacional del Batallón Fluvial de I.M No. 20 en Turbo-Antioquia y tenía bajo su responsabilidad el Río Atrato entre los años 2003 y 2004. Recuerdo que llegué al área de operaciones unos meses posteriores a la masacre del 2002 que vivieron los pobladores de Bojayá, donde había fuerte presencia de las Farc (frentes 57 y 34) y de las Autodefensas (Bloque Elmer Cárdenas). De primera mano, pude ver el horror cometido por estas organizaciones al margen de la ley, la destrucción de un pueblo, el dolor de toda una población por la muerte de sus seres queridos y el propio temor de las personas de morir en cualquier momento. En los patrullajes que hicimos sobre el Río Atrato para garantizar la seguridad de la población y la libre navegación, viví cada día con mucha angustia, intranquilidad e impaciencia al ver y percibir que la población asentada en la ribera de este inmenso río, estaba amenazada de muerte permanentemente por la cruenta disputa entre guerrilleros y autodefensas. Mientras garantizábamos la seguridad en un sector del río, aparecían en otro lugar distante estos grupos armados para atemorizar a la región y cometer todo tipo de violaciones a los Derechos Humanos. En ese contexto, en medio de un patrullaje fluvial, fuimos hostigados en el sector de Tagachí donde fue herido el Sargento de I.M González en una de sus piernas, el cual pert-

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enecía a un Elemento de Combate Fluvial. Gracias a un apoyo aéreo recibido oportunamente se logró la evacuación del sargento. Posteriormente, realicé durante varios meses patrullajes para garantizar la entrada del material y la maquinaria pesada que venía desde Turbo en un buque de desembarco anfibio, lo cual contribuyó a la reubicación del corregimiento de Bojayá. Estas acciones permitieron darle algo de esperanza a la población afligida por la masacre de sus seres queridos.

Por otra parte, participé en la operación “Fénix” en febrero del año 2004, una operación conjunta y coordinada entre el Ejército Nacional, la Armada, y la Policía Nacional, y que tenía como objetivo la recuperación y control territorial del corregimiento de Murindó-Antioquia, el cual durante muchos años había estado bajo el control de las Farc. En aquella operación hubo combates sostenidos durante dos días para la recuperación de esta población. Fue una operación bien planeada y ejecutada con todo el rigor táctico, que trajo consigo la seguridad que se anhelaba hacía siete años, cuando hubo presencia de Policía Nacional por última vez. A partir de ese momento se retomó el control y se instaló de manera definitiva un puesto de la Policía Nacional, sin embargo, los intentos de ataque a esta población víctima del conflicto armado continuaron por parte de las FARC, que buscaba continuar desarrollando actividades ilícitas en esta zona, amenazando de muerte una vez más a las comunidades. Gracias a las operaciones militares y a la Fuerza Pública en general, hoy en día es un territorio que ha logrado nuevamente progresar por intermedio de sus actividades económicas de manera segura, fortaleciendo la dinámica social del territorio.

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Durante estos dos años, viví de manera palpable y directa el conflicto armado en Colombia, reflejado en acciones violentas por parte de grupos armados ilegales y en el dolor de familias enteras por la muerte de sus seres queridos. Dichas personas vivían en poblaciones sin esperanza, olvidadas por el resto de colombianos. Así, cuando recuerdo todo lo acontecido y que permitió cambiar en muchas formas ese sombrío panorama, siento orgullo por el valor de los hombres de las Fuerzas Militares colombianas, la fortaleza, abnegación y sacrificio de los miembros de la institución que damos hasta nuestras propias vidas por defender la independencia y libertad de nuestro pueblo.

CCO ARC Juan José Sierra Aranguren Profesional en Ciencias Navales, Oceanógrafo Físico de la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla”, Especialista en Política y Estrategia Marítima, Alumno del Curso de Estado Mayor 2017 de la Escuela Superior de Guerra

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ARROYAVE LO ENTREGÓ TODO POR COLOMBIA Por: CCO ARC Camilo Andrés Franco Gómez

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Por: CCO ARC Gustavo Adolfo Gutiérrez Leones

No manchemos, ni dejemos manchar la institución del Soldado de tierra, mar y aire, que lo han dejado todo por usted, el campesino, el obrero, el empresario y hasta el político, solo por ver a una Colombia en paz y libre de los grupos al margen de la ley que nos quieren oprimir.

Me encontraba trasladado en la base de la Armada de Barrancabermeja (Santander) en el año 2004, como comandante de un buque de río en el cual navegué el Magdalena desde ese puerto petrolífero hasta Calamar-Bolívar, en el norte del país, incluyendo algunos de sus afluentes como los ríos Morales y Lebrija. Recuerdo mucho los avatares de la ofensiva que como fuerzas legítimas de Colombia adelantábamos contra todos los grupos al margen de la ley (terroristas, narcoterroristas, FARC, ELN, AUC, etc.) que amenazaban al pueblo colombiano y a sus ciudadanos de bien, atentando contra la capacidad de soñar con un país próspero, justo y moderno. Dentro de esa ofensiva, debido la poca inteligencia y la presión por resultados para doblegar la voluntad de lucha de los actores armados fuera de la ley, mi comandante, el Mayor de Infantería de Marina Gustavo Gazabon Ordoisgoitia me comunicó lo siguiente: “Mi teniente, no tenemos inteligencia y necesitamos obtener resultados en contra de los enemigos de la patria, vamos a conformar un Grupo de Combate Fluvial* y usted será el comandante. Su misión será navegar aguas abajo** hasta Gamarra (Santander), buscando información de combate y organizando operaciones para atacar al enemigo.

*Conformado por un Buque nodriza o logístico fluvial, un Elemento de Combate Fluvial que son cuatro botes pequeños artillados y/o un Grupo de Asalto Fluvial que son 16 Infantes de Marina. **Navegar con la corriente del rio a favor, en este caso navegar hace el norte del país por el rio Magdalena

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Con esta misión iniciamos nuestras operaciones por pleno Magdalena Medio. Durante ese viaje, logré compenetrarme más con los Infantes de Marina y muy especialmente con el Sargento de Infantería de Marina Solís -quien era el comandante del Elemento de Combate Fluvial- y del Cabo López -uno de los comandantes de los botes-, excelentes militares y seres humanos, quienes me inspiraban mucha confianza, dándole tranquilidad a un neófito de la guerra como yo en la zona de confrontación.

Nuestro primer puerto de arribo fue Puerto Wilches en Santander, no muy lejos de Barrancabermeja. Esa tarde se mantiene en mi memoria porque tuvimos un partido de fútbol en plena orilla del río y con telón de fondo mi Buque y los botes del Elemento de Combate Fluvial. Este partido lo recuerdo como si fuera ayer, ya que son de las pocas cosas de bienestar que desarrollábamos en el área de operaciones, guardando la medida de seguridad por supuesto. El partido lo evoco porque en él logramos arrojar todo ese estrés concentrado por el ambiente operacional que vivíamos. Durante ese partido identifiqué a uno de los Infantes de Marina por su ímpetu durante el juego y porque su indumentaria para disputar el cotejo era: la camiseta, la pantaloneta y las botas de combate (no llevó tenis a la operación). Este hombre lleno de sueños y aspiraciones era Carlos Armando Arroyave Velásquez, un Infante de Marina luchador por la vida. Ese fue mi primer contacto con una persona especial que nunca olvidaré. Continuamos con la operación y seguimos navegando hacia el norte de Colombia por el gran río Magdalena. Nuestro objetivo inicial era obtener información de inteligencia de combate para luego lanzar operaciones ofensivas. Paramos en los municipios de Cantagallo, San Pablo, Gamarra y muchos otros corregimientos, veredas y riberas que no recuerdo los nombres. En estas arribadas o visitas a la población ribereña, buscábamos el contacto con los campesinos, hecho que generaba que las autoridades locales, policiales y militares, se esforzaran para la seguridad local donde nos encontráramos. Fue así como en el municipio de Gamarra conocí al pelotón Deluyer, al mando de un Subteniente del Ejército Nacional. Ssu nombre se me escapa, pero por radio nos comunicábamos como Deluyer 6 -para él- y Vorágine 6- para mí-. Pasamos una semana en el sector de GamarMemorias Imborrables

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ra e intercambiábamos información con Deluyer 6, hasta que un día él me informó sobre indicios de presencia paramilitar a orillas del río Lebrija, la cual correlacionaba con algunas quejas de campesinos del área recibidas por nosotros durante los diferentes retenes fluviales que implementábamos. Discutimos la información, la analizamos y llegamos al acuerdo que deberíamos verificar más lo que hasta el momento sabíamos. Al día siguiente, uno de los soldados de Deluyer se infiltró en el sector donde se encontraban los paramilitares para confirmar o desvirtuar la información recibida. Este ser humano de carne y hueso, hombre de nuestras Fuerzas Militares, duro dos días enfrentando el peligro y desafiando la muerte para identificar claramente al enemigo y evitar poner en riesgo la población y nuestros hombres durante el desarrollo de la futura operación. Al regreso del soldado infiltrado, convoqué una reunión en el alojamiento de suboficiales de mi buque el ARC ‘Cadete Alfonso Vargas’ con Deluyer 6, su segundo al mando, el Sargento Solís como comandante del Elemento de Combate Fluvial y el segundo de mi Buque, el Suboficial Álvarez, para analizar la información de primera mano sobre la carta fluvial. El propósito de la reunión fue planear detalladamente el lanzamiento de la ofensiva, dando fiel respeto al eslogan del Batallón al cual mi unidad y mis hombres pertenecíamos: “Inteligencia Oportuna, Planeamiento Detallado, Operación Contundente”.

La operación la planeamos en 3 fases:

Embarque y desplazamiento. La operación iniciaría a media noche del 30 de marzo de 2004 en el antiguo muelle fluvial abandonado de Gamarra, donde sería el embarque de veinticuatro soldados, los cuales los dividiríamos en cuatro grupos. Una vez embarcados, navegaríamos aguas arriba, es decir en dirección sur, hasta sobrepasar las bocas del río Lebrija sobre el Magdalena, como finta de engaño al enemigo para hacer suponer que nuestro punto objetivo se encontraba sobre la ribera del principal río del país. Después de 30 minutos de haber sobrepasado navegando aguas arriba las bocas del río Lebrija, apagaríamos motores tanto mi buque como los botes del Elemento de Combate Fluvial y se haría el trasbordo de cado uno de los grupos de soldados conformados anteriormente a cada uno de los botes del Elemento de Combate Fluvial. Con motores apagados, la corriente a favor y apunta de remos, se llegaría nuevamente a las bocas del río Lebrija para desembarcar un pelotón combinado de Ejército y Armada Nacional, el cual iniciaría su inserción por tierra, y el Elemento de Combate Fluvial lo haría a través del río. Mi buque se quedaría en las bocas bloqueando la salida del enemigo. Una vez efectuada la inserción, se esperaría el amanecer y se iniciaría el ataque para neutralizar al enemigo y lograr traer nuevamente tranquilidad a esa población de Gamarra que estaba siendo afectada por el boleteo y la extorsión de este grupo paramilitar. Al término de este planeamiento, fui muy claro y preciso con mi última instrucción: “Nadie podía abrir fuego sin la plena identificación del enemigo en el campo de combate”. Esta instrucción la repetí tres veces, para que todos estuviéramos claros y evitáramos tener que afectar 110

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a terceros que no hacen parte de las hostilidades. Llegó la noche del 30 de marzo de 2004 e iniciamos con la operación de acuerdo a lo planeado. Se hizo en orden de desarrollo el embarque, el desplazamiento, el trasbordo a los Elementos de Combate Fluvial, la inserción por tierra y por río, y mi buque se quedó en la boca del río. Amarramos el buque a la orilla. Pasé a verificar la estación de radio y a seguir el desarrollo de la operación. Pasadas tres horas de inserción, encontrándome en mi camarote, el Suboficial Álvarez de mi buque me informa que las tropas entraron en contacto y que el Infante de Marina Profesional Carlos Armando Arroyave Velásquez se encontraba herido. En ese momento entró la incertidumbre en mi ser, pero acto seguido ordené que zarpáramos del lugar donde nos encontrábamos e iniciáramos el movimiento por el río Lebrija y así apoyar a mis hombres que se encontraban en combate.

Al entrar por ese río angosto, oscuro y tupido de vegetación, se me secó mi garganta del miedo a ser atacados durante este movimiento, toda vez que nuestro buque era lento, el espacio para maniobrar era poco y no teníamos blindaje que nos protegiera, pero sabíamos la responsabilidad que teníamos de entrar a apoyar a esos hombres que combatían y continuamos. Al mismo tiempo, por encima de esa vegetación tupida se veía la munición trazadora de las ametralladoras M-60, aumentando el estrés y adrenalina de lo que estaba viviendo. Sin embargo, me embargué de rabia y dolor cuando por el radio escuché: “Mi teniente, Arroyave se nos va, por favor apuren, Arroyave se nos va…mi teniente, Arroyave murió”. Escuchar esto lleno de impotencia y dolor a todos mis hombres es algo indescriptible. Llegamos al sector del combate con la primera luz del 31 de marzo de 2004, en donde desembarqué. Los miserables que asesinaron a mi Infante salieron corriendo, dejaron abandonado todo su armamento, regado por todo el terreno y me entrevisté con Deluyer 6, el Sargento Solís y el Cabo del Ejército, que fueron los cuadros que estuvieron en tierra durante el combate. Lo primero Memorias Imborrables

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que me dijo Solís fue: “Mi teniente, Arroyave iba de puntero, a él siempre le gustaba estar ahí, a el ímpetu lo invadía cuando estábamos combatiendo al enemigo. Él era un tropero de verdad”. Eso me recordó de la verraquera que Arroyave le colocaba al partido de futbol que estuvimos disputando en Puerto Wilches. Posteriormente el Cabo del Ejército me dijo: “Mi teniente, esos bandidos se movieron ayer del lugar donde estaban acampando y se establecieron anoche en esta finca campesina, por lo cual nosotros veníamos avanzando tranquilos esperando que no estuvieran acá, sin no 500 Mt más adelante. Arroyave se estrelló con el centinela de ellos, quien preguntó el santo y seña, y como Arroyave no lo lograba identificar bien, le contestó: “somos nosotros”. Al instante le abrieron fuego y uno de los tiros impactó en su ojo derecho, en realidad fue un combate de encuentro mi teniente”. Esto me hizo venir a la mente la última instrucción que di durante el planeamiento de la operación: “Nadie podía abrir fuego sin la plena identificación del enemigo en el campo de combate”. Arroyave, por no manchar nuestra legitimidad, fue fiel seguidor de la instrucción dada, desencadenando en su dolorosa y lastimosa muerte. Solo sé que Arroyave, un hombre humilde y que pronevía del pueblo, hizo lo que un colombiano del común no hace: entregó la vida por defender a otros que ni siquiera conoce. No manchemos, ni dejemos manchar la institución del Soldado de tierra, mar y aire, que lo han dejado todo por usted, el campesino, el obrero, el empresario y hasta el político, solo por ver a una Colombia en paz y libre de los grupos al margen de la ley que nos quieren oprimir.

CCO ARC Camilo Andrés Franco Gómez El Capitán de Corbeta Franco entró en la Armada Colombiana en 1996 como Cadete de la Escuela Naval Almirante Padilla, Cartagena, Bolívar, Colombia, Sudamérica, graduándose en 1999 como oficial de la Armada Nacional. A lo largo de su carrera, ha ocupado diversos cargos de liderazgo y mando: ha comandado dos patrulleras de mar y rio respectivamente (en la de rio fue el Comandante de la ARC Vargas), Oficial del Batallón de Cadetes de la Escuela Naval, oficial embarcado a bordo de las unidades tipo Fragata de la Armada Nacional, Patrulleras de Zona Económica Exclusiva, Ayudante Privado del Ministro de Defensa de Colombia entre otros cargos. El Capitán Franco es Profesional en Ciencias Navales, Administrador de Empresas y es Especialista en Estrategia y Política Marítima. Exalumno de Naval War College (NWC), Newport, Rhode Island, diplomado en Estado Mayor Naval (Naval Staff College (NSC)), donde desarrolló competencias profesionales y habilidades de planeamiento operacional y gestión para asumir responsabilidades de mayor responsabilidad dentro de la marina de guerra de Colombia. Es un experto en los temas de estrategia y guerra, operaciones militares conjuntas y toma de decisiones en aspectos de seguridad nacional.

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La Memoria es el espacio para inmortalizar y socializar todas las experiencias vividas a lo largo del conflicto. Desde luego, las experiencias de vida no pueden quedar en el olvido, las nuevas generaciones deben saber que hubo personas que coadyuvaron con su propio sacrificio al desarrollo y mejoramiento de su nación. Las minas antipersona fueron una de las armas más crueles del conflicto en Colombia.

Los hombres y mujeres que integramos las Fuerzas Militares de Colombia no solo nos enfocamos en la labor a la defensa del país, también priorizamos el servicio a la comunidad sin distinción de sexo, color o género

El enfrentamiento armado no es el único riesgo que afronta el soldado en zona de operaciones. Los elementos y la dura geografía colombiana también suelen enfrentarse a la determinación de quienes vistiendo el uniforme de las Fuerzas del Estado, defienden la institucionalidad del país.

Cada soldado que deja la tropa a causa de la guerra nunca deja de ser su soldado, porque desde el cielo su corazón sigue donde nunca reflejó temor en su rostro y donde el amor por la libertad era más fuerte que el escalofrío que causaba la guerra.

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