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EL ENCUENTRO MÉDICO - PACIENTE

ENCUENTRO MÉDICO - PACIENTE

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Ise han escrito sobre el encuentro médico/a-paciente, por lo que el ejercicio de retomar este tema puede ser riesgoso, por ello les pido paciencia ya que la empresa en la que nos embarcamos es de suma importancia en los tiempos actuales en los que la reducción del enfermo es a la de un usuario de los sistemas de salud. Este encuentro ha sido la base de la construcción de todo el modelo de la medicina actual, siendo descrito por García de Alba (2002) como una inte-

racción informativa que se da desde la intersubjetividad de dos personas, en donde el poder, el estatus y la autoridad surgen como

barreras comunicativas. Su fin es el de crear certeza comunicativa ante lo impredecible que es el fenómeno de la enfermedad para, como menciona Ricoeur, evitar que la biografía del sufriente se vea interrumpida. Teniendo los actores que participan en el encuentro una libertad limitada, el vínculo de la relación intersubjetiva durante el encuentro se da en/desde la comunicación donde: 1. los que participan tienen una capacidad diferente en el manejo de los sistemas lingüísticos; 2. existe una agenda propia, una institucional y una compartida; y 3. una diversidad de mundos sociales desde los que los actores hablan. El vínculo emergente entre el paciente y su médico/a es fincado en la intersubjetividad que permite el acto del comunicar. Este es un elemento pivote para la construcción de un proyecto terapéutico que marque los deberes que se deben perseguir y los faltantes en los que se ha de trabajar. Esta intersubjetividad es modificada por la interacción de tres dimensiones, lo que permite la construcción del hecho, su valoración y por último la identificación de posibilidad de intervención. Estas dimensiones que denominamos objetiva, subjetiva y cultural/social nos permiten entender de manera holística la vivencia del humano en un mundo real que puede ser nombrado, lo influenciable por sus estados mentales internos, dando pie a estructuras sociales que permiten la sobrevivencia en un ambiente hostil. La primera de las dimensiones es la objetiva. Esta surge de la capacidad que tenemos de documentar la enfermedad para constituirse en una narración histórica de la afección del enfermo. La meta de esto es la

construcción de un conocimiento

que otorgue reglas que permitan el predecir los comportamientos esperados de la enfermedad. Siendo la medicina fuertemente inspirada por los éxitos de la física, es imposible el negar su influencia en la construcción de los sistemas médicos con modelos matemáticos cercanos a los utilizados por esa ciencia. De esta aspiración surge el movimiento titulado medicina basada en la evidencia en la Universidad McMaster en Canadá, para dar respuesta a la necesidad de una estandarización de los tratamientos médicos buscando hacerlos efectivos, eficaces y costeables. La ciencia dista mucho de ser amoral, siendo su importante poder destructivo evidenciado con la creación de la bomba atómica o los experimentos realizados en los campos de concentración nazi, lo que ha dado pie al nacimiento de la bioética. Un claro ejemplo cercano es el caso de los triage respiratorios, propuestos en tiempos de pandemia producida por el virus SARS-CoV2, en donde la asignación de recursos escasos - como los ventiladores - se guió por la utilización de una escala como el qSOFA.

Con el paso del tiempo se observó su inadecuación para determinar el desenlace de los pacientes infectados por este virus. Debido a que los hechos pueden ser construidos por los actores, es importante la constante revisión de las categorías utilizadas. En su artículo, Vyas (2020) mostró como el concepto de raza reducía la posibilidad de recibir un trasplante si eres clasificado como afroamericano. Aunado a esto, la accesibilidad a la información médica por parte de los pacientes ha tenido un incremento con la creación y difusión del internet, presionando para lograr su emancipación. Entendemos la dimensión objetiva del encuentro como la necesaria construcción de un conocimiento compartido por los actores en donde no sólo participa el personal de salud en ello, sino el paciente y su red de apoyo familiar. Dicho saber se finca en el deseo compartido del brindar confort al sufriente, para dar nuestros cuidados. Es importante recalcar que ambos participantes tienen rostro por lo que es común el presenciar la preocupación del enfermo/a por su médico/a en la forma de un alimento que alivie el hambre producida por la consulta o incluso remedios otorgados cuando notan enfermedad. La segunda dimensión propuesta es la subjetiva, en donde el enfer-

mo/a se encuentra dando un sentido a su experiencia

social, buscando en ello la reparación de una identidad (social/psicológica/moral). Es una continua negociación que se da entre el enfermo/a que lucha por continuar con su capacidad productiva y de consumo en contra de la fuerza inquisitoria de los otros que, por la enfermedad, ven motivos para el desconfiar en el enfermo/a (Scambler, 2004). El diagnóstico es, en esta dimensión, el que da posibilidad de una identificación que puede romper una identidad social previamente dañada. Es en esta dimensión que debemos reconocer que existen formas particulares de elección de la acción en donde la capacidad de cambio conductual se puede

ver limitada por el médico/a o aumentada si la sabe-

mos utilizar. Un ejemplo claro es el proponer hábitos buenos encadenados a los habituales para procurar una mejoría a través del enfoque salutogénico, que se centra en el agradecimiento, el promover la independencia, el aumentar la resiliencia, la empatía y el humor.

La última dimensión propuesta es la cultural/ social que inscribe la relación médica/a-paciente en un lugar geográfica e históricamente situado. Es en ésta que la estructura social, la capacidad de agencia y la conformación de un cuerpo social dan forma al encuentro. Es durante el encuentro que estructuras de poder social se reproducen en el mismo, dando pie al uso de violencia como manera valida de comunicar información, situación a la cual han sido expuestos los médicos/as durante su entrenamiento (Castro, 2014). Es en esta dimensión donde podemos ver la repro-

ducción de estructuras de poder dentro del encuentro que limitan la capacidad de comunica-

ción de los actores. Un claro ejemplo de esto es la cultura del viejismo que da pie a violencia cultural hacia el adulto mayor. Es común el uso de diminutivos por parte de los médicos/as, de elevaciones en el tono de voz en pacientes sin problemas auditivos o en esos interrogatorios dirigidos al familiar ignorando totalmente al paciente. El mundo social está lleno de diferentes realidades que conviven y dan pie a formas de enfermarse, enfermedades particulares a cada cultura, escalas de valores distintos y cosmogonías que ordenan los fenómenos de muerte de formas distintas.

Esta relación médica/a-paciente debe de construirse en contacto estrecho con las realidades de ambos actores que participan de ella. Para ello el médico/a y el paciente necesitan practicar un ejercicio que dé pie a la comunicación efectiva con una serie de normas compartidas. Entre éstas rescatamos la necesidad de incorporar todas las voces que forman parte del encuentro, el respetar dichas voces para dar pie a la pluralidad y por último permitir que la mejor argumentación sea la que marque el camino a seguir.

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