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NUTRICIÓN EN UNA PERSONALIDAD MADURA

al vez algún día podamos

Thacernos de la magia que logre que el cuerpo haga exactamente lo que queremos. Así…varita y ¡ya está! Que no suba, que no engorde, que no reserve, que no exija descanso, sol o naturaleza; que no se llene de varices, de arrugas, de canas de granitos a los 15, de flacidez a los 50; que no duela apenas o sude porque mancha la ropa; que no pierda masa muscular apenas deje el gimnasio o rebase los 60; que no tenga un color apagado de piel porque es plana o demasiado color porque no gusta; que no tenga olor más que a rosas, jabón o perfume; que logre metas que me hagan sentir halagado o perdure para siempre. No estoy segura de qué estamos pensando cuando nuestro corazón se

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aleja de pronto de la fragilidad hu-

mana, de nuestra fragilidad. Y de pronto parece que la comida se convierte en un medio para alargarnos la vida, la piel de porcelana y las hormonas. No es que no haya resultados palpables, no es que una buena salud no salga a la cara, pero… ¿Es lo único que se busca?

¿Qué pasa si se reduce la nutrición a un ejercicio externo?

No analizamos nada, nos dicen que salió este producto para la celulitis, éste para dejar de transpirar, éste que paraliza los músculos del rostro, éste que limita la absorción de grasa del intestino, éste que anula el apetito, éste que mantiene despierto para que aproveches las horas (horas de reparación celular incalculables), éste que te cambia el color de la piel, este que hace que crezcas y éste otro que… etc. Me pregunto ¿hasta cuándo? Como humanidad, hemos hecho avan-

ces enormes en medicina, en salud

y en nutrición. Pero seguimos pidiendo que nuestra naturaleza se anule, que la célula programada para un fin, haga otra cosa: arrancamos partes de nuestros cuerpos, porque son nuestros, porque somos sus dueños; los ajustamos a los estándares de no sé qué loco, que amaneció de malas. Hace años que se persigue “la belleza”. Pero perdimos la noción de esa idea hace generaciones. Ya no hay libertad real de decidir. Es todo una construcción de lo deseado, de lo bien visto, de lo aceptable. Es confuso crecer en un lugar así. Nuestros chicos se atacan a sí mismos y a otros, bajo la idea de alcanzar el estándar del ideal: ideal de las revistas, de los comerciales, de los “me gusta”, de las redes, de la sociedad particular, del grupo al que se pertenece o se quiere pertenecer. Es preocupante. Es triste. No estamos tomando conciencia de quiénes somos y de las necesidades que tenemos como un ser integral. Es parte de una búsqueda quizá de la edad, en el caso de los chicos y de no tener mucho que ofrecer como respuesta en el caso de los grandes.

¿Qué nos decimos a nosotros mismo ante tanto bombardeo, ante tanta información errónea? ¿Estamos enseñando a nuestros niños a pensar más allá de los kilos? ¿Hablamos de salud? ¿Los estamos apoyando en la construcción de una imagen sana? ¿Qué imagen tenemos como nuestra? Es necesario parar y mirar. Por eso estoy escribiendo esto. Es importante que estemos pendientes de lo que estamos dejando entrar y le decimos que sí: no solo a las ideas. Ahora bebemos muerte en las plazas con hielo y color azul. Comemos “alimentos” que no nos aportan energía para movernos. Hacemos largas filas y pagamos costos altos por la imagen de tener lo que se considera de moda, la bebida sabor a algo que no existe: sabor galaxia, explosión de rosas, etc. Estamos sujetos a la lengua. Cuando digo algo así la gente me responde: ¡Pero sabe bien! Es verdad, tenemos un cuerpo que usa los sentidos como guía. Siempre fue así: “Sabe bien”. Se nos olvida que los sentidos se pueden engañar. Tenemos un cuerpo que hemos entrenado mal, que se satura, que se vicia, que se destruye y que curiosamente nos coloca en una paradoja. La oferta de “alimentos” ahora es peligrosa y no lo vemos así. No solo en el sentido nutricional, sino en el sentido sensorial. Hay respuestas condicionadas no sólo al azúcar, a quien todo el mundo ataca como veneno. Hay mucho sin azúcar que es veneno y no lo vemos así. Entramos al universo de los gustos, donde lamentablemente la ciencia nos lleva años de ventaja, años de estudios de como funcionamos antes que siquiera lo sepamos nosotros. Así que no contamos con una protección adecuada. Quizá el día de mañana se invente una app para escanear el contenido nutricional no de las etiquetas, no por conteo de calorías que eso ya existe, sino un laboratorio andante que nos prenda los focos rojos ante tantos estímulos mal llamados “gustos”. Eso no es jugar limpio, no es ético. Quizá no se necesite andar por ahí revisándolo todo…pero hemos llegado a una total ignorancia y una necesidad de poner las cosas en tela de juicio. Porque la confianza en aquellos que nos venden “alimentos” ha disminuido, para algunos; otros siguen creyendo que “nos cuidan”. Pasamos de ser humanos a ser consumidores. Desde ahí, lo que se cuida es adonde irá a parar el flujo de efectivo. Se realizan estudios de mercado. Es decir, ¿qué quiere la gente? No porque sepamos qué queremos, sino porque somos una masa en movimiento y… ahora se crean necesidades. Espero que seamos más reflexivos, que no elijamos la comida porque todos lo hacen así, porque de algo me he de morir, porque no venimos a estar sufriendo, por flojera de pensar. No sucede nada si te desintoxicas de dopamina de vez en cuando, si tu cuerpo sale del bucle de estado alterado en el que se encuentra. No necesitamos cantidades enormes de comida para vivir y vivir bien y sanos. Necesitamos calidad y cuidado en los manejos. Necesitamos conciencia de principio a fin. Necesitamos que nos moleste un poco tanto silencio y tanto dolor, todo junto en bolsitas y vasitos en algunos casos incluso reciclables u orgánicos.

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