Historia mexicana 095 volumen 24 número 3

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HISTORIA MEXICANA 95

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HISTORIA MEXICANA 95

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Vi?eta de la portada S?mbolo de un d?a del calendario mexica: 4 Quetzpalli.

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Luis Gonz?

Gonz?lez Navarro, Josefina V?zquez de Knauth, Andr?s Lira,

Elias Trabulse, Berta Ulloa, Susana Uribe de Fern?ndez Secretaria de Redacci?n: Anne Staples

VOL. XXIV ENERO-MARZO 1975 N?M. 3 SUMARIO Art?culos

Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba: Juan J nez de Lejarza y Alday 321 Lothar Knauth: Un mundo de n?meros ricanos 356 Peter V. N. Henderson: Un gobernador maderista:

Benito Ju?rez Maza y la revoluci?n en Oaxaca %1% Robert Sandels: Antecedentes de la revoluci?n en

Chihuahua 390

Ernesto de la Torre Villar: Dos historiadores de Durango: Jos? Fernando Ram?rez y Jos? Igna cio Gallegos 403 Examen de libros

Phillip P. Boucher: El cr?dito agr?cola en M?xico 442 sobre Luis Gonz?lez: La tierra donde estamos (Ber

nardo Garc?a Mart?nez) 470

Dos art?culos sobre alcald?as mayores en el JGSWGL,

vol. 9 (Mar?a del Carmen Velazquez) 476

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sobre Magnus M?rner: Estado, razas y cambio social

en la Hispanoam?rica colonial (Lourdes Arizpe) 479 sobre Jos? Mar?a Kobayashi: La educaci?n como conquista (Carmen Casta?eda) 482

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal

de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la Revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as 1? de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $20.00 y en el extranjero Dis. 1.90; la suscripci?n anual, respectivamente, $75.00

y Dis. 6.50. N?meros atrasados, en el pa?s $25.00; en el extranjero, Dis. 2.20.

? El Colegio de M?xico Guanajuato 125 M?xico 7, D. F.

Impreso y hecho en M?xico

Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 4-B, M?xico 13, D. F.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA Y ALDAY Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba Con la biograf?a de Juan Jos? Mart?nez de Lejarza y Alday, trazada casi a ra?z de su sentido y prematuro deceso por su amigo, colaborador y supuesto maestro, el doctor Pablo de la Llave,1 ha venido ocurriendo algo extra?o y lamentable, pues al correr de los a?os ha ido perdiendo forma y material. Quienes despu?s del can?nigo veracruzano se han entregado

a la tarea de estudiar la vida y la obra de tan distinguido michoacano, no han conseguido ni ampliar ni depurar su semblanza original. Por el contrario, le han mermado sus tancia y suprimido tantos rasgos que, sin ellos, su imagen resulta cada vez m?s difusa.

Los bi?grafos posteriores a La Llave, que no son pocos, como se asegura, sino muchos, han propagado err?neas no ticias que es necesario enmendar. Algunos parten de simples suposiciones y aportan datos sin someterlos a previa compro baci?n; otros alteran nombres, fechas y sucesos en torno a la singular figura de Lejarza; los m?s, se conforman con re producir, con diferente atuendo literario, lo que ya se ha dicho acerca de su persona y, por supuesto, no faltan quienes

confunden al padre con el hijo o viceversa, como se des prende del siguiente comentario an?nimo a la breve nota publicada en la Gaceta de M?xico: "El sabio michoacano Juan Jos? Mart?nez de Lexarza y Unzaga, capit?n de infan ter?a de esta provincia, tom? el h?bito del Caballero de San

tiago en la iglesia de San Agust?n de Valladolid, en 1785. Concurrieron a ese solemne acto, por las grandes simpat?as de que gozaba el Sr. Lexarza, el obispo, el cabildo, el ayun 1 Pablo de la Llave: "Biograf?a de Lejarza", en Novorum vegetabi lium descriptiones, M?xico, 1825.

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322 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA tamiento y otras muchas distinguidas personas. Gaceta de

M?xico." (Bolet?n de la Sociedad Michoacana de Geograf?a y Estad?stica, [Morelia, 1909], v: 10, p. 176.)

He aqu? el texto original de la falseada informaci?n: "valladolid.?El d?a 12 del corriente tom? h?bito de Caba llero del Orden de Santiago en la iglesia de San Agust?n Don Juan Joseph Mart?nez de Lexarza y Unzaga, capit?n de infanter?a de esta ciudad, con asistencia del Illmo. se?or obispo, cabildos, prelados y muy distinguido concurso.'' (Ga ceta de M?xico, martes 21 de junio de 1785. Num. 40, p. 321.) Por la fecha y el segundo apellido de este Lejarza, es f?cil deducir que se trata del padre y no del sabio michoacano,

que a?n no nac?a.

Semejante confusi?n sufri? tambi?n mi buen amigo el bibli?grafo Rom?n Beltr?n, ya desaparecido, al consignar en

su biograf?a de Lejarza este pasaje: "...en 1809, cuando los hermanos Michelena y don Jos? Mar?a Obeso trataban de realizar lo que los mismos conspiradores llamaban la Inde

pendencia de M?xico, sin efusi?n de sangre, Lejarza desempe ?aba el cargo de comandante militar de la provincia".

De la relaci?n del funeral y exequias del obispo de Mi

choac?n, fray Antonio de San Miguel Iglesias,2 desprendemos este p?rrafo que aclara de manera fehaciente el error en que incurri? Beltr?n: "Luego que los facultativos conocieron el inminente peligro que corr?a la vida de S. S. L, determinaron

que se le administrase el vi?tico sagrado; y dando aviso al se?or de?n para que dispusiese lo necesario, cit? sin tar

danza a cabildo, el que, celebrado, seg?n costumbre leg?tima en casos de urgente necesidad, antes de entrar ? coro por la

tarde del d?a qua tro de junio de mil ochecientos quatro, acord? se hiciese esta funci?n ? las seis y media de aquella

misma tarde: que dos capellanes de coro convidaran ? los R. R. prelados y sus comunidades; que los Colegios Semina rio y de San Nicol?s asistieran formados; que se participase

2 Relaci?n sencilla del funeral y exequias del Illmo. y Rmo. se?or maestro don fray Antonio de San Miguel Iglesias, obispo que fue de la Santa Iglesia Catedral de Valladolid de Michoac?n, M?xico, 1805.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 323 la noticia de este acto al se?or intendente don Felipe D?az de Ortega, suplic?ndole su asistencia y la de la nobil?sima ciudad, baxo de mazas, y que se hiciese igual convite ? los vecinos de distinci?n de esta ciudad. Efectivamente, todos los citados asistieron ? la hora se?alada al Palacio Episcopal,

en donde recibieron al Divin?simo unos con vela y otros con hacha en mano, habi?ndose prevenido que para el buen go bierno se pidiera la tropa necesaria al comandante de armas teniente coronel don Juan Joseph Mart?nez de Lejarza, quien puntualmente la mand?". A ra?z de la conspiraci?n de Valladolid (1809), figuraba como intendente interino el asesor y teniente letrado Jos? Alonso de Ter?n, y como comandante militar de esa plaza, Juan Jos? Mart?nez de Lejarza y Unzaga, quien, a petici?n de Ter?n, aprehendi? a los conjurados, entre ellos, al capi t?n de milicias de Valladolid, don Jos? Mar?a Garc?a Obeso, y al teniente del regimiento de infanter?a de l?nea de la Corona, don Jos? Mariano Michelena. Se les instruy? pro ceso, pero don Francisco Javier de Lizana y Beaumont, arzo bispo de M?xico y virrey de la Nueva Espa?a, "creyendo que un procedimiento riguroso podr?a precipitar la revoluci?n, dispuso en enero de 1810 que Garc?a Obeso pasara a servir en el cant?n que se hab?a de formar en San Luis Potos? a las ?rdenes del coronel Empar?n, y Michelena al de Jalapa.3 El teniente coronel Mart?nez de Lejarza y Unzaga, que a?n era comandante militar, expidi? pasaporte a Michelena,

para que pasase de Valladolid a Jalapa, el l9 de mayo de 1810.4

Insistentemente, todos los bi?grafos de Lejarza, copi?ndose

unos a otros, se?alan al doctor Pablo de la Llave como su amigo y maestro ?o iniciador? en el estudio de las ciencias 3 Gaceta de M?xico, septiembre 23, 1809, xvi:16, p. 866. 4 Mart?nez de Lejarza y Unzaga, Juan Jos?.?Pasaporte del teniente

del Regimiento de la Corona Mariano Michelena, para que pase de Valladolid a Jalapa. Valladolid, mayo 1', 1810, ls, 1 h., 21 X 30 cm., (hd 2.17) , en A Calendar of the Juan E. Hern?ndez y D?valos Manus cripts Collection at The University of Texas Library, M?xico, 1954, N?m. 115, p. 17.

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324 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA naturales, en particular, de la bot?nica; pero lo segundo no pasa de ser sino una conjetura, al tratar de interpretar lo que de manera muy ambigua escribi? al respecto el mismo

La Llave: "...llegando por aquel tiempo un amigo que le instruy? en los elementos de bot?nica".

El pol?grafo Nicol?s Le?n dice que "alistado [Lejarza]

en la milicia provincial de Michoac?n, prest? en ella buenos servicios y ascendi? hasta primer capit?n. En esa ?poca in gres? al coro de la catedral de Morelia el distinguido natu ralista don Pablo de la Llave. Atra?do este insigne var?n por las bellas prendas de Lejarza, trab? con ?l amistad ?ntima y sembr? en su ?nimo el amor a la m?s hermosa de las ciencias naturales, ? la bot?nica, y aun le inici? en ella". Los autores de la Antolog?a del Centenario dan esta ver si?n, que es m?s o menos parecida: "Despu?s de breve plazo, durante el cual le hicieron regresar a su tierra natal los cui dados dom?sticos y se alist? en la milicia provincial, cuando contaba veinte a?os, continu? sus estudios. Pablo de la Llave habla de alg?n amigo (el cual pudo muy bien ser ?l mismo) que instruy? entonces a Lejarza en la bot?nica, y dice c?mo gustaba de las ciencias naturales, excepci?n hecha de la mi neralog?a, por la cual sent?a instintiva repugnancia". Tanto Romero Flores como Rom?n Beltr?n y aun otros autores reproducen con pasmosa fidelidad, digna de un ama nuense profesional, lo que se asienta en la citada obra:

"Pablo de la Llave habla de alg?n amigo (el cual pudo

muy bien ser ?l mismo) que instruy? entonces a Lejarza en la bot?nica y dice c?mo gustaba de las ciencias naturales, excepci?n hecha de la mineralog?a, por la cual sent?a instin tiva repugnancia". Ahora cabe preguntar: ?Cu?ndo y en d?nde se inici? la

amistad entre Mart?nez de Lejarza y Pablo de la Llave? Nadie, que nosotros sepamos, lo ha dicho hasta ahora con certeza. ?Lejarza fue realmente disc?pulo del doctor Pablo de la Llave o s?lo su amigo y colaborador? Lo pimero no se ha podido probar. Lo segundo s?, porque lo dice el propio La Llave: "Juan Lexarza tuvo conmigo relaciones estrechas de amistad y fue un colaborador muy diligente y experimen

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 325 tado en la obra de los fasc?culos". Es m?s, lo confirma l?neas

abajo de la biograf?a: "Habiendo, pues, muerto Lexarza, ciudadano tan aventajado ? incomparable, ?qu? otra cosa

nos resta sino el que honremos su memoria en cuanto est?

de nuestra parte, y que inmortalicemos su nombre, ? lo

menos en los fastos de la bot?nica?... Y a la verdad, ?qui?n mejor que yo, su amigo, colaborador y heredero de sus dibu jos orquidianos, expresados con colores naturales, ha de tomar

esto ? su cargo, mayormente cuando he visto publicada su Estad?stica y presento ahora su Op?sculo orquidiano expre sado en este fasc?culo? Siendo esto as?, creo haber cumplido con mi deber, llamando con su nombre [Lexarza funebris] una planta de elevada estatura, adornada con las flores m?s olorosas de una familia demasiado singular, rara y magn?fica en todas sus circunstancias, pues el aspecto del ?rbol f?nebre piramidal expresa nuestro duelo, y el glorioso nombre y la eterna dicha que le deseamos". Este contacto personal bien pudo haberse establecido cuan

do Lejarza era muy joven y a?n no part?a La Llave con destino a Espa?a (1801), en donde tuvo una prolongada es tad?a. Y, de no haber vuelto en alguna ocasi?n, entre el

lapso de su salida y su retorno a la patria, en 1823, entonces no queda otra posibilidad que la de haberse entablado a con tar de esa fecha.

Desde luego, no hay nada que confirme que "cuando Le jarza era capit?n [1813], el doctor Pablo de la Llave ingres? al coro de la catedral de Valladolid", ni tampoco en 1822, como asegura O sores.

Si la cronolog?a de las actividades del doctor Pablo de

la Llave, formada por sus bi?grafos, es correcta, ella vendr? en ayuda de nuestras rectificaciones:

Pablo de la Llave (1773-1833) fue colegial de San Ilde

fonso, de M?xico, en 1781; posteriormente del de San Pablo, de la Puebla de los ?ngeles, de donde parti? de nuevo para la capital de la Nueva Espa?a, para recibir el grado de doctor

en sagrada teolog?a en la Real y Pontificia Universidad y leer un curso de artes y filosof?a en el Colegio de San Juan

de Letr?n. Se traslad? a Madrid en 1801 y se dedic? al es

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326 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA tudio de la bot?nica. Fue amigo ?ntimo del c?lebre Jos? Mariano Moci?o y disc?pulo de don Antonio Jos? de Cava

nilles. Por sus vastos conocimientos en esa ciencia, logr? ser profesor de la materia y director del Real Jard?n de Plantas

de Madrid. En 1804 viaj? por Francia y residi? por alg?n tiempo en Par?s. Poco despu?s reanud? sus labores en Es pa?a. Alam?n dice que "otros americanos hab?a en C?diz [1811] de los pretendientes [a las Cortes] que se hab?an re tirado de Madrid por la invasi?n francesa, que ayudaban a los diputados en sus cuestiones por la imprenta, y entre ?stos

comenz? ? distinguirse desde entonces don Pablo de la Lla ve".5 En 1812 fue can?nigo en la catedral de Osuna; en 1813 y 1814, diputado a Cortes. Por sus ideas liberales fue encar

celado, junto con Ramos Arizpe, por ?rdenes de Fernan do VIL Durante su cautiverio, que dur? varios a?os, se dedic? al estudio del griego y del hebreo. En 1820-1821,

nuevamente fue diputado a Cortes. Osores 6 dice que fue pro

movido a una canonj?a de gracia en la iglesia catedral de

Valladolid de Michoac?n, la que pas? a servir en el a?o

de 1822; pero andan m?s cerca de la verdad sobre la fecha de su regreso tanto Alam?n como Miquel i Verges.7 Este ?ltimo dice que fue en enero de 1823, en la fragata "Constituci?n", precisamente en el mismo buque en que hicieron el viaje los comisionados por las Cortes, Os?s e Irissarri. Fue designado por Iturbide, en uni?n de Eugenio Cort?s, para que tratara con dichos comisionados la validez de las proposiciones de nuestro pa?s en materia pol?tica, para la firma de un con venio comercial, pero tal nombramiento no lleg? a ratificarse ni el agraciado acept? el cargo. El Supremo Poder Ejecutivo mexicano le nombr? ministro del despacho de Justicia y Ne gocios Eclesi?sticos, cargo que desempe??, con excepci?n de 5 Lucas Alam?n: Historia de M?jico, M?xico, 1850, m, p. 64. 6 F?lix Osores: Noticias bio-bibliogr?ficas de alumnos distinguidos del Colegio de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso de M?xico, M?xi co, 1908, n, pp. 61-62.

T Jos? Mar?a Miquel i Verg?s: La diplomacia espa?ola en M?xico

- (1822-1823), M?xico, 1956, p. 57.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 327 una breve interrupci?n (26 de enero a 30 de abril de 1824), en que fue ministro de Relaciones, del 6 de junio de 1823 al 10 de octubre de 1824. Accidentalmente estuvo encargado del despacho de la Secretar?a de Hacienda, del 27 de septiem

bre al 27 de noviembre de 1825. En 1826 fue can?nigo y gobernador de la mitra; en 1828 se hallaba en M?xico; en

1830 era presidente del Senado, representando a su estado natal, Veracruz. Muri? en la hacienda de Corral, pr?xima a la ciudad de C?rdoba, el 16 de junio de 1833.

De lo anterior se colige que algunas noticias sobre Le

jarza resultan anacr?nicas, contradictorias y hasta sin corre laci?n, lo que ser?a motivo suficiente, por s? solo, para mere cer un estudio m?s extenso, veraz y concienzudo, es decir, una

paciente y prolongada investigaci?n de archivo, que permita aclarar muchos puntos oscuros de su vida, comprobar hechos y, sobre todo, situar al personaje en esa etapa tan interesante de modernidad e ilustraci?n, que se gest? en la provincia de

Michoac?n a partir de la segunda mitad del siglo xvui,

dando origen a su contumaz insurgencia, que empez? con la

cospiraci?n de Valladolid en 1809 y culmin? con el Plan

de Iguala.

Nosotros no vamos a echarnos a cuestas semejante tarea. Nos conformamos, pues, con poder ofrecer un nuevo perfil de este gran patriota y cient?fico michoacano, ensamblando materiales dispersos o poco conocidos y corrigiendo los erro res m?s notables que se han deslizado en todas sus biograf?as.

Juan Jos? Mart?nez de Lejarza y Alday naci? en la ciu dad de Valladolid de Michoac?n el 15 de diciembre de 1785, procedente de una familia noble, acaudalada e influ yente, pues fue hijo de don Juan Jos? Mart?nez de Lejarza y Unzaga y de Josefa Alday y Echeverr?a. Su progenitor era capit?n del batall?n de milicias provinciales,8 alcalde ordi 8 "Valladolid.?El noble ayuntamiento de esta unidad eligi? el d?a 1?

por alcaldes ordinarios al capit?n de milicias don Juan Joseph de Lexarza y al subteniente don Manuel Gonz?lez Cos?o; para regidor

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328 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA nario de la ciudad ,y primer voto de ella, y Caballero de la Real y Distinguida Orden de Santiago. Pose?a una cuantiosa fortuna, pues era propietario de las famosas haciendas lla

madas San Vicente y Tipitarillo,9 que le produc?an anual mente m?s de medio mill?n de pesos; era due?o tambi?n de la casa contigua al Seminario, hoy palacio de los pode res del estado, y en ella habitaba con su familia. En esta virtud, su posici?n era brillante, disfrutaba de gran ascen diente con las autoridades y estaba relacionado con los altos personajes de su ?poca, y se hac?a estimable por su talento

y sus virtudes privadas y p?blicas. No es extra?o, por lo mismo, que su hijo haya tenido el honor de ser bautizado por el licenciado don Blas de Echeverr?a, can?nigo de la catedral de Valladolid, juez hacedor de ella, superintendente

del Real Hospital de Se?or San Jos? y rector del Colegio

Real y Primitivo de San Nicol?s Obispo, etc., etc., y que haya

sido su padrino el licenciado don Manuel Abad y Queipo,

figura contradictoria y sobresaliente por su talento, que lleg?

a ser obispo electo de Michoac?n.10

honorario a don Francisco S?nchez de Tagle." (Gaceta de M?xico, ene ro 18, 1785, N?m. 28, p. 225) . 9 Estas dos productivas haciendas agr?cola-ganaderas pertenec?an a la jurisdicci?n de Ario. En Tipitarillo hab?a grandes trapiches y dos f? bricas de aguardiente. En las dos fincas, cuya extensi?n ignoramos, se

cultivaba la ca?a de az?car. io "Naci? en Asturias, Espa?a, a mediados del siglo xvm. Sigui? la carrera eclesi?stica. Ordenado in sacris, pas? a la ciudad de Coma

yagua, Guatemala, con la comitiva del Illmo. fray Antonio de San Miguel Iglesias. Cuando este prelado fue promovido a la mitra de Michoac?n, lo acompa?? a su nueva di?cesis y entonces fue nombrado juez de tes

tamentos, capellan?as y obras p?as, cuyo elevado empleo desempe??

durante muchos a?os, hasta que habiendo vacado la canonj?a peniten ciaria de esta catedral, se opuso a ella y la gan?. Para arreglar ciertas

dificultades que se le presentaron al querer tomar posesi?n de ella, tuvo que pasar a Espa?a y entonces viaj? por Francia, en la ?poca del reinado de Napole?n. Vuelto a Valladolid (Morelia) , tom? posesi?n de su canonj?a, y estando vacante la mitra por la muerte del obispo Marcos

Moriana y Zafrilla, sucesor que hab?a sido de fray Antonio de San

Miguel Iglesias, ya difunto, fue nombrado gobernador y vicario capitular

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 329 Rico, de familia tan distinguida y dentro de un c?rculo tan brillante, el joven Lejarza no pod?a menos sino dedicarse a la m?s noble de todas las carreras, la literaria, puesto que contaba con tan abundantes elementos y pose?a una inteli gencia muy clara, la cual dio a conocer desde sus primeros

a?os.11

Concluida la instrucci?n primaria, con notable aprove chamiento, pas? al Colegio Real y Primitivo de San Nicol?s Obispo, en los d?as gloriosos de su renovaci?n acad?mica, a cursar sus estudios preparatorios o de bachiller en artes, los cuales debi? haber comenzado en 1797, cuando ten?a doce a?os, edad en que se permit?a, seg?n el reglamento, el in greso a ese ilustre plantel educativo. Aunque tales estudios

duraban cinco a?os, no es improbable que el aventajado Lejarza los haya acortado a cuatro y que los hubiese ter

minado en 1801. Las tres profesiones tradicionales que ofrec?a ese establecimiento a los alumnos que concurr?an a sus aulas eran la del sacerdocio, la del foro eclesi?stico y la del civil, todas ellas muy honrosas y productivas; pero Lejarza, que hab?a recibido ya el impacto de la modernidad y de la ilus traci?n michoacana, no deseaba ser sacerdote, ni te?logo, ni jurista. Su vocaci?n se inclinaba m?s bien hacia las ciencias

y s?lo la capital de la Nueva Espa?a pod?a brindarle la

anhelada oportunidad de seguir una carrera utilitaria. Deci di?, pues, emigrar de Valladolid y se inscribi? en el Real Seminario de Miner?a, en 1802, que por entonces lo dirig?a don Fausto Elhuyar. En esa ?poca Lejarza hab?a cumplido los 16 a?os y, por de la di?cesis. La regencia de Espa?a le nombr? despu?s para el mismo obispado, mas no lleg? a consagrarse. Gobernaba la mitra cuando estall?

en Dolores la revoluci?n de independencia (1810) y aun cuando era amigo de Hidalgo fulmin? excomuni?n contra ?l y los dem?s insur

gentes ..." C?lebres son y muy valiosas ?como certero an?lisis de las

condiciones sociales, econ?micas y pol?ticas de la Nueva Espa?a? sus

Representaciones al gobierno real de 1799, 1805, 1807 y 1815. 11 Mariano de Jes?s Torres: Diccionario hist?rico, biogr?fico, geo gr?fico, estad?stico, zool?gico, bot?nico y mineral?gico de Michoac?n, Morelia, 1912, il, pp. 190-191.

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330 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA lo tanto, llenaba los requisitos para su admisi?n en aquel c?lebre seminario: "Que todos entren con los principios de la aritm?tica y no se reciba a ninguno de menor edad que la

de 15 a?os, ni mayor que la de 20".

Ahora s? vamos a encontrar correlaci?n entre todo lo an

terior y las conclusiones a que han llegado los estudiosos de la ciencia mexicana, J. J. Izquierdo y Enrique Beltr?n,12 des pu?s de corregir, con agudo sentido cr?tico y l?gica natural, la contradicci?n en que incurri? el doctor Pablo de la Llave,

tocante a la fecha en que ingres? Lejarza al Seminario de Miner?a (1797), a los a?os que permaneci? en dicho colegio,

y a la verdadera edad que ten?a cuando interrumpi? su

carrera de ingeniero por un problema de car?cter conyugal.13

En realidad ?asienta Beltr?n?,14 Lejarza estuvo en el

Seminario de Miner?a los a?os de 1802 y 1803, lo que indica que al ingresar ten?a 17 a?os y, por consiguiente, no "andaba en los doce a?os", seg?n informa La Llave. Las dos ?nicas referencias a Lexarza ?a?ade? que hemos localizado 15 son

las siguientes: "1802 ?Octubre 18?. Bajo la direcci?n del

profesor don Andr?s Jos? Rodr?guez sustentan el acto p? blico de aritm?tica, geometr?a elemental y trigonometr?a pla na, los alumnos Juan Jos? de Lexarza, Lorenzo Obreg?n y Juan Jos? Mu?oz.16 1803. ?Octubre 17?. El catedr?tico sus 3 2 Enrique Beltr?n: Las ciencias naturales en Michoac?n, More

lia, 1962. 13 Contrajo matrimonio con la joven y bella jalape?a Ger?nima Es calada, de quien al tiempo de su muerte se hallaba separado por sen tencia de divorcio que se pronunci? contra ella. 14 El doctor Enrique Beltr?n, al ocuparse de Mart?nez de Lejarza, omite algunos datos biogr?ficos no exentos de inter?s, suministrados por sus predecesores Francisco Sosa, Nicol?s Le?n, Mariano de Jes?s Torres y Xavier Tavera Alfaro. Adem?s, tanto ?l como sus antecesores inme diatos pasaron por alto los preciosos documentos autobiogr?ficos publi cados en 1943 por el investigador Jorge Flores D. 15 Santiago Ram?rez: Datos para la historia del Colegio de Miner?a, M?xico, 1890. 16 A Obreg?n se menciona por ?ltima vez en 1804, cuando sustent?

el acto de f?sica, y a Mu?oz el 6 de noviembre de 1806, en que el

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 331 tituto don Manuel Ruiz de Texada, a las tres y media de la tarde, presenta por primera vez... y el segundo curso, for mado por el algebra, secciones c?nicas y geometr?a plana, con aplicaci?n a las medidas de las minas, por los alumnos Lo renzo Obreg?n y Juan Jos? de Lexarza". ?En cu?l de estos ex?menes tuvo Lejarza por r?plica y panegirista al ilustre

bar?n Alejandro de Humboldt? La respuesta nos la da el propio Beltr?n: "Desde luego, tal cosa no pudo haber sido en 1802, puesto que Humboldt [a?n] no llegaba a nuestra patria, sino en 1803, en que ya se encontraba aqu? en las fechas de examen del plantel; pero Ram?rez no menciona tal felicitaci?n de Humboldt, que indudablemente debi? consti tuir todo un acontecimiento,\

Al parecer, Lejarza principi? los cursos de qu?mica y

mineralog?a, este ?ltimo con el c?lebre don Andr?s del R?o,17 aunque no los concluy?. Beltr?n, que sigue a La Llave, afir

ma que al regresar a su tierra natal, despu?s de esos dos

a?os "o dieciocho meses que pas? en el Seminario de Minas", "cuando ya estaba en los veinte a?os de edad" y "buscando el consuelo de la p?rdida de su dicha dom?stica", se dedic? al cultivo de las ciencias naturales, de la poes?a "y, de vez en cuando, a la historia, a la geograf?a y a la m?sica, en todo lo cual tuvo por maestro al distinguido michoacano don Ma riano El?zaga".

Ley? con avidez a los enciclopedistas y a los poetas y oradores cl?sicos. Sabemos, por ?l mismo, que pose?a los

idiomas franc?s y lat?n, y que de ambas lenguas hab?a hecho algunas traducciones. Emprendi?, asimismo, con empe?o y constancia otros trabajos, de que result? que en pocos a?os, de su propio peculio, siendo ?l mismo el maestro y la gu?a, reuni? y describi? much?simos vegetales y animales de Mi director comunica que, habi?ndose examinado, est? en disposici?n para salir a pr?ctica en el mineral de Taxco. 17 Por acuerdo del Real Tribunal de Miner?a, el sabio don Andr?s

del R?o, acompa?ado de dos alumnos, estableci? en 1805 una planta sider?rgica para la fabricaci?n de acero en la ferrer?a de Coalcom?n, la cual fue destruida al iniciarse la revoluci?n de independencia.

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332 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA choac?n; en 1805 levant? un mapa del obispado; form? el An?lisis estad?stico de la provincia de Michuacan en 1822 (M?xico, 1824), y cuando fue nombrado lugarteniente por el colegio a que estuvo encomendada la prefectura de los campamentos, escribi? un Itinerario militar, que recibi? y aprob? con grande elogio el Supremo Consejo de Guerra. Adem?s, compuso varias poes?as l?ricas, de las cuales hizo una edici?n postuma el impresor Mart?n Rivera (M?xico,

1827).

Pero en verdad, su pasi?n dominante fue el estudio de la bot?nica 18 y en particular el de las orqu?deas. Se le con sidera como el principal y ?nico autor de una nueva clasifi caci?n de ellas, basada en la semilla y el polen. Nos dej?, comenta Manuel de Olagu?bel,19 un valioso trabajo en el que indudablemente se adelant? a su tiempo y ha sido, en opini?n de Enrique Beltr?n, fuente de consulta en investi gaciones posteriores sobre la materia.

Explor?, con este objeto, todos los alrededores de Mo

relia: San Miguel del Monte, Jes?s del Monte, Santa Mar?a

18 Aparte de los lazos de amistad que exist?an entre Mart?nez de Lejarza y el presb?tero Juan Jos? Pastor Morales, no es improbable que algo le debiera el primero al segundo, por lo que respecta a la com?n afici?n a las ciencias naturales, puesto que al dedicarle en su Op?sculo orquidiano la especie Pastoris, del g?nero Epidendrum, dice que "nues tro Pastor Morales in Scientia Bot?nica valde peritus". En efecto, el eclesi?stico Pastor Morales era hombre de vast?sima cultura, rico como ?l; pero adem?s, precursor ideol?gico de la guerra

de independencia, a quien la inquisici?n le abri? un largo y sonado

proceso por volteriano y asiduo lector de los enciclopedistas. Fue libe ral, republicano y federalista, diputado por Michoac?n a la diputaci?n provincial de Nueva Espa?a, diputado secretario del congreso constitu yente del estado de Michoac?n que decret? y sancion? la primera cons

tituci?n pol?tica de esa entidad el 19 de julio de 1825, publicada el 17 de octubre de ese mismo a?o. El pol?grafo michoacano Nicol?s

Le?n le atribuye a este anticuario, bot?nico y mecenas, varios escritos y dibujos de plantas de Michoac?n, que dej? in?ditos y de cuyo paradero nada sabemos. 19 Manuel de Olagu?bel: Memoria para una bibliograf?a cient?fica

de M?xico, M?xico, 1899.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 333 de los Altos, Tzitzio, hacienda del Rinc?n, Quinceo e Irapeo, y las poblaciones comarcanas, tales como Ac?mbaro, Acuitzio, Santiago Undameo, Huandacareo y Paracho.20 Como hombre p?blico, Lejarza no fue menos distinguido que en el campo de las ciencias, de las letras y de las ideas, ya que desempe?? muy importantes cargos civiles y militares

en una ?poca por dem?s agitada. Gracias a los documentos autobiogr?ficos que reproduci mos in extenso en el ap?ndice de este art?culo, f?cilmente se pueden reconstruir todas sus actividades, sobre todo, a partir del periodo en que su vida alcanz? mayor significa ci?n, por haberla consagrado al servicio de su patria y a la causa de la libertad. Si Lejarza no luch? con las armas al lado de nuestros proceres independentistas, su actitud frente

a la insurgencia revela que estaba totalmente identificado con ella. Transcribiremos a continuaci?n unos p?rrafos: Muy joven a?n, Lejarza se alist? en la milicia provincial de Valladolid, no obstante que a ello se opon?an "la suavi dad de su car?cter y sus costumbres tan morigeradas". Era, adem?s, hombre modesto, prudente, de temperamento muy afable, aunque no dotado de un natural audaz. "Sirvi? a su patria trece a?os, desde en clase de subteniente

de bandera hasta la de teniente de granaderos del regimiento provincial de Valladolid, en cuyo grado se retir? en el a?o de 1810, por no verse comprometido a pelear contra su inde

pendencia y libertad, objetos los m?s caros a su coraz?n.

Posteriormente, en 1813, fue nombrado capit?n de la milicia

urbana de dicha ciudad y por la misma causa hubo de re nunciar a poco aquel empleo aun con la pensi?n de dar cua trocientos pesos para las tropas".

"Contribuy? despu?s, en cuanto le era posible con sus

amistades, resortes e influjos, para aliviar la suerte y libertar

la vida de sus paisanos los militares americanos, como el ca pit?n Arancibia,21 y abandonando despu?s a sus tropas sus 20 Nicol?s Le?n: Biblioteca bot?nico-mexicana, M?xico, 1895. 21 Al aproximarse Hidalgo a Valladolid, en octubre de 1810, sali? a recibirlo una comisi?n compuesta por el can?nigo Betancourt, el ca

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334 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA haciendas, caudal y mucho cobre que pose?a, de que hicieron

ca?ones y que pudo haber recogido a tiempo, pues le ins taba para ello por parte de los jefes realistas de la plaza. Pero m?s quiso padecer hambre, miseria y vituperios, que

permitir que se pusiese guarnici?n en sus fincas". Al procla marse el sistema constitucional por primera y segunda vez en la Nueva Espa?a, fue de los ciudadanos nombrados por el pueblo para ejercer cargos consejiles (tres veces elector

popular y regidor). Al dar a conocer Iturbide el Plan de

Iguala y proclamar la independencia de M?xico, no s?lo se opuso en?rgica y vigorosamente, como regidor decano, a que

el ayuntamiento de Valladolid se declarase contra la causa justa, sino que al estar cercada la ciudad por las tropas <lel

Ej?rcito de las Tres Garant?as, manifestando sus magistrados una actitud hostil hacia los libertadores, logr? en compa??a del procurador s?ndico del ayuntamiento, don Jos? Mar?a Cabrera y otros patriotas, hacerlos decidirse a la capitulaci?n y a que enviasen al primer jefe del ej?rcito trigarante los comisionados que dispusieron su entrada en la ciudad, evi tando as? los da?os terribles que ella y su poblaci?n hubieran sufrido con una reacci?n obstinada en tales circunstancias.22

pitan Jos? Mar?a Arancibia y el regidor Isidro Huarte, hasta Indaparapeo,

a cinco leguas de Valladolid. Al parecer, Arancibia milit? con los in

surgentes en 1813. Figur? en las filas iturbidistas y se retir? del ej?rcito con el grado de teniente coronel el 17 de diciembre de 1821. (Archivo de la Secretar?a de la Defensa Nacional, Cancelados, rx/m/380.) 22 Despu?s de proclamar Iturbide la independencia en Iguala, el 24 de febrero de 1821, el primer jefe del Ej?rcito de las Tres Garant?as se

dirigi? con todas sus tropas hacia Valladolid, pasando antes por el

Baj?o. Lleg? a Huaniqueo el 12 de mayo y, desde ese lugar, envi? una

proclama a los habitantes de esa ciudad y comunicaciones al ayunta

miento y al comandante, coronel Luis Quintanar, invit?ndolos a adhe

rirse al plan proclamado. Quintanar respondi? a Iturbide el d?a 13, neg?ndose a aceptar la invitaci?n. En consecuencia, el d?a 14 se pre

sentaron en la hacienda de La Soledad, a donde Iturbide hab?a trasla dado su cuartel general, un regidor (Juan Jos? Mart?nez de Lejarza) y el procurador s?ndico Jos? Mar?a Cabrera, con una nota del ayuntamiento

en que manifestaba que no estando en sus facultades tratar de cosas alguna relativa a disposiciones militares, hab?a comisionado a los capi

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 335 En el mes de octubre de 1821, Iturbide lo nombr? se cretario de la misi?n diplom?tica que trataba de enviar a los Estados Unidos de Norteam?rica para establecer relacio nes amistosas con ese pa?s, "a lo cual se excus? por no reco nocer en aquel general las facultades que el congreso debi? dar al gobierno". El 29 de enero de 1822 fue electo diputado a la diputaci?n provincial de Valladolid, instalada el l9 de

febrero de ese mismo a?o, presidida por el intendente Isidro Huarte, cargo que ejerci? por dos a?os consecutivos. En la proclamaci?n forzada que se mand? hacer Iturbide como emperador, en esa ciudad, se resisti? a asistir y logr?, con sus esfuerzos, que la diputaci?n no autorizara con su presencia (la ?nica del reino) un acto tan violento como fue constante a todos, lo cual est? asentado en las actas de su secretar?a ?Lejarza era el secretario? y se hizo menci?n en los impresos p?blicos. "Reunido el congreso y poco antes del pronunciamiento de la libertad en Casa Mata, en uni?n de algunos patriotas trat? de proclamarla en Michoac?n, lo que verific? en tiempo oportuno con la misma diputaci?n la tar de del 23 de febrero de 1823, aun teniendo en contra a la fuerza militar armada".

Cuando el gobierno de la provincia qued? en manos de tulares referidos para que por los medios que les dictase su celo pro

curaran evitar la efusi?n de sangre y las dem?s calamidades de que

estaba amenazada la ciudad. Los comisionados regresaron sin concluir nada, pero satisfechos y complacidos de la entrevista. Quintanar cedi? tambi?n a las exigencias y mand? a los tenientes coroneles Manuel Ro dr?guez de Cela y Juan Isidro Marr?n a o?r las proposiciones que Itur bide quisiera hacer, sin darles facultades para concluir convenio alguno. Hubo un intercambio de comunicaciones entre Iturbide y Quintanar, que dieron por resultado una salida honrosa para el comandante. Iturbide

se aloj?, con la mayor parte de sus fuerzas, en el convento de San Diego. Quintanar quiso conciliar su opini?n particular hacia la inde pendencia con los deberes de su cargo desertando ?l mismo de la plaza, pero sin entregarla. Despu?s de esto, Cela, que hab?a tomado el mando

de la plaza, avis? a Iturbide su resoluci?n de firmar la capitulaci?n,

proponi?ndole mandase dos comisionados que arreglaran con ?l las con diciones. Iturbide hizo su entrada triunfal al frente de todo su ej?rcito

el 22 de mayo de 1821.

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336 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA la expresada corporaci?n, sostuvo con ardor la separaci?n de aqu?lla del Imperio y cuando el Soberano Congreso se reins tal?, promovi? el reconocimiento y adhesi?n de la misma a tan suprema autoridad.23

La diputaci?n provincial de Michoac?n de 1822, de la cual era diputado Lejarza, le hab?a encomendado la tarea

de formar la estad?stica de esa entidad, trabajo que empren

di? ?l solo, empleando en su preparaci?n todo ese a?o y

gran parte del de 1823, en que se renov? la diputaci?n y tuvo el honor de ser reelegido. En premio de sus servicios, el Supremo Poder Ejecutivo lo nombr? jefe pol?tico interino de la provincia de Texas, cargo que se neg? a aceptar, aduciendo, entre otras muchas y convincentes razones: "que no le indicaba con qu? recursos pod?a contar para un viaje tan dilatado, si ?ste fuera com patible con el estado de mi salud enferma y delicada, si el

temperamento de aquel pa?s, su excesiva distancia y casi absoluta despoblaci?n, con otros obst?culos en su triste si tuaci?n insuperables, no se opusieran imperiosamente a los deseos que me animan de complacer a V. S.". Y ped?a que se le conmutara ese empleo por el de teniente coronel, pri mer ayudante de estado mayor, pero el Poder Ejecutivo le extendi? despacho de ayudante segundo. En abril de 1824, fue nombrado secretario de la represen taci?n diplom?tica de M?xico ante S. M. brit?nica, pero por id?nticas razones present? su renuncia, la cual le fue acep tada con fecha 6 de mayo de 1824. Finalmente, poco antes

23 La diputaci?n provincial de Michoac?n y el ej?rcito acantonado en Valladolid aceptaron el.plan de Casa Mata el l9 de marzo de 1823, y el 3 comunicaron su decisi?n al cabildo metropolitano de la catedral, haci?ndole saber que la diputaci?n provincial, como autoridad suprema, hab?a tomado a su cargo el control de la provincia. Bustamante inform? el mismo d?a que una copia de la adhesi?n de Valladolid, firmada por los miembros de la diputaci?n provincial, hab?a llegado a M?xico. Y el 4 de marzo, Francisco Arg?ndar, diputado por Valladolid, ley? ante la Junta Nacional Instituyente un manifiesto impreso de la diputaci?n provincial de Valladolid, proclamando su adhesi?n. (Nettie Lee Benson: La diputaci?n provincial y el federalismo mexicano, M?xico, 1955, p. 96.)

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 337 de morir, se le nombr? ayudante primero del estado mayor

general. Minado por larga y dolorosa enfermedad, falleci? este

sabio y ejemplar ciudadano michoacano, en la ciudad de Mo relia, el 29 de septiembre de 1824, a las ocho horas, 22 mi nutos p.m. Al d?a siguiente, el estado le hizo los honores f?nebres que le correspond?an como miembro del congreso y su cad?ver fue inhumado en el templo d? Capuchinas. Lejarza, como dice Hemsley,24 promet?a ser un cumplido bot?nico, pero abarc? mucho y muri? joven. Su amigo y colaborador, el can?nigo La Llave, que tanto lo encomia, le llama "ciudadano tan aventajado e incompa rable", que "impulsado por el amor de la patria, abraz? con grande entusiasmo el partido de la libertad, en lo cual fue secundado por los mejores y m?s valerosos ciudadanos, de manera que derrib? y ech? completamente por tierra el im perio de Iturbide en Michoac?n".25

OBRAS IMPRESAS DE JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 1. An?lisis estad?stico / de la Provincia / de / Michuac?n, ? en 1822. / por / / J. J. L. / (bigote) / M?xico: 1824. / Imprenta

Nacional del Supremo Gobierno de los Es- / tados-Unidos, en Palacio. Colaci?n: (20 X 15 cm) : t$ [l]4 2-364 p7]4; 144 hojas; pp. [1-4]

i-ix [x] [l]-299 [280] 281 [282]. N?meros ar?bigos en la parte

superior de la caja de composici?n. Signaturas en ar?bigos, centra

dos en la parte inferior de la caja de composici?n.

Contenido: p. [1] portada, p. [2] (entre filetes ondulados) :

'Los documentos justificativos y comprobantes de este / An?lisis existen en la Exma. Diputa- / ci?n de esta Provincia', pp. [3-4] 'indice' / de lo contenido en la Estad?stica / presente, pp. i-ix 'A la Diputaci?n Provincial / de Michuac?n. / Valladolid Septiem 24 W. B. Hemsley: Bosquejo de la geograf?a y rasgos principales de la flora de M?xico.

25 Pablo de la Llave: "Biograf?a de Lejarza", cit.

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ANALISIS ESTAD?STICO. DE LA PROVINCIA DE

EN 1822. POR

?/. *?, L.

MEXICO: 1824. Imprenta Nacional d?l Supremo GobUrno de los Eis?

indos-Unidos, en Palacio,

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 339 bre 4 de 1823. / Exmo. Se?or / Juan Jos? Mart?nez de Lejarza*. p. [x] blanca, p. [1] anteportada 'An?lisis estad?stico / de la Pro

vincia / de / Michuacan' / (vi?eta). p. [2] blanca, pp. 3-9 'introducci?n', pp. 10-24 'Serie cronol?gica de los / gefes pol?ticos,

? gobernadores de / esta Provincia de Michuacan, desde / la ?poca de la fundaci?n de Valla- / dolid, su capital, hasta nuestros

d?as*, pp. 25-279 texto, p. [280] blanca, p. 281 'fe de erratas'. p. [282] blanca. Nota: Entre pp. 24-25, una hoja de medio folio, con la 'Divi si?n pol?tica del territorio de la Provincia e Intendencia de Mi

chuacan. A?o de 1822'. Entre pp. 124-125, una hoja de doble

folio, plegada: 'Plan que manifiesta el estado en que se hallaban las fincas de la jurisdicci?n de Ario, antes de la revoluci?n, for mado por el ayuntamiento constitucional'. Al fin, 7 tablas o cua dros sin?pticos, de a folio, plegadas. Pliegos de 8 p?ginas, excepto el primero y el ?ltimo, que son de 4. El primero sin signar, representado con ir; el segundo, sin signar.

Ejemplares: Biblioteca Nacional de M?xico, Biblioteca de la Secretar?a de Hacienda (M?xico), Biblioteca de la Sociedad Mexi cana de Geograf?a y Estad?stica. (M?xico.)

Cr?tica: En los albores de nuestra rep?blica, una de las pri

meras preocupaciones del gobierno fue la formaci?n de la estad?s tica del pa?s, pues el ministro Lucas Alam?n sustentaba la idea de que "la primera base de un buen gobierno, es una estad?stica o conocimiento exacto de los recursos del estado". Y agregaba en su informe al congreso el 8 de noviembre de 1823 (p. 22), que desde los primeros a?os de nuestra independencia la Junta Pro

visional mand? a las diputaciones provinciales y a los ayunta

mientos reunir los materiales que pudiesen servir para un trabajo general... "A pesar de estos esfuerzos y de los ordenados el pri mero de abril de 1822, no se ha conseguido nada, o casi nada. La provincia de Valladolid es la ?nica cuya estad?stica se asegura que ha sido redactada oficialmente."

Se deb?a a que la situaci?n pol?tica de la naci?n fue entonces bastante ca?tica: todo era balbuceos y contradicciones; en las an tiguas intendencias se estaba casi a ciegas en materia administra tiva, y como consecuencia, a pesar de las ?rdenes de la Junta Provisional y de las del Soberano Congreso, nadie hizo caso de la

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340 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA disposici?n, excepto la provincia de Michoac?n, en donde don Juan Jos? Mart?nez de Lejarza se puso inmediatamente a la obra, pro duciendo, al cabo de un a?o, el An?lisis estad?stico de la provincia de Michoac?n, monograf?a interesante bajo muchos aspectos, y el primer trabajo estad?stico del M?xico independiente, que encomia Barrera y Lavalle en sus Apuntes para la historia de la estad?stica en M?xico y del que tambi?n don Lucas Alam?n, en su Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores e Interiores presentada al congreso el 11 de enero de 1825, se expresa diciendo: "es obra per fecta en su clase y puede servir de modelo para otros trabajos de la misma especie en los dem?s estados de la federaci?n".

A prop?sito de las noticias recogidas por Lejarza, Orozco y

Berra dice en sus Apuntes para una historia de la geograf?a en M?xico, "que entre ellas figuran las coordenadas geogr?ficas de varios lugares, referida la longitud al meridiano de M?xico. Se nos ha dicho que son obra del mismo autor, aunque no pudieron explicarnos cu?les fueron los instrumentos y los m?todos empleados.

Advertimos que la posici?n de Valladolid (Morelia) es id?ntica

mente la de Humboldt, y que debe haber alg?n error en la expre si?n de uno u otro de los lugares, supuesto que fijado en el plano por la latitud y la longitud que se le atribuye, resulta a rumbo

contrario del que se le asigna en la misma estad?stica. Lejarza

form? igualmente un plano de Michoac?n, que ha permanecido in?dito, pero que ha servido de punto de partida para los trabajos posteriores". Melchor Ocampo,26 en su "Rectificaci?n a algunos datos publi cados sobre el r?o Grande, en la parte que corre por el departa

mento de Michoac?n, o m?s bien desde su nacimiento hasta el lago de Ch?pala, y apuntes sobre su verdadero curso", dice: ". ..to

dos los puntos que median entre P?njamo y La Barca los he tomado del An?lisis estad?stico de la provincia de Michoac?n en 1822, que public? Lejarza en 1824, pues aunque no todas sus posi ciones son de suma exactitud, las m?s difieren poco de la verdad".

2. Novorum [ vegetabilium / descriptiones ? in lucem prodeunt

/ Opera / Paulli de la Llave et Ioannis Lexarza / Reip. Mexic. CIV. / (filete) / fasciculus I. / Quadraginta descriptiones com plectens. / Quarum tredecime / Totidem genera exhibet. / (filete)

26 Melchor Ocampo: Obras, M?xico, 1901, m, pp. 332-348.

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NOVORUM VEGETABILIUM DESCRIPTIONES.

IN LUCEM PRODEUNT OPERA

P?ULLI DE LA LLAVE ET IOANN1S LEXARZA

REIP. MEXIC. CIV.

FASCICULUS II. SEXAGINTA DESCRIPTIONES COMPLECTENS

QUARUM TREDECIM

TOTIDEM GENERA NOVA EXHIBENT

MEXICI: APUD MARTINUM RIVERAM. ANN. DOM. M.DCCC.XXV.

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S>?IS?I?1? DE

. Scoan iSfoc/? ??(#arza<

(?uum iirici? dm mugi* auta modi$?

Ovid. Ep.20

jfaprenta ?l^^^^iW^tifi Rivera, calle de las CapucKinas num. lk

B'BIOTEC? ?ICIOML

MEXICO

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 343 / Mexici: Apud Martinum Riveram. / Ann. Dom. M. D. CCC.

XXIV.

Port.?v. en b.?3 hojas prel. con el Prefatio y la Dedicatoria. 1 a 32, el texto. Las plantas llevan los nombres de los h?roes de la independencia. 32 X 21 cm. Parte de la obra fue escrita por Mart?nez de Lejarza. 3. Novorum vegetabilium / descriptiones / in lucen Prodeunt

I Opera / Paulli de la Llave et Ioannis Lexarza / Reip. Mexic. CIV. / (doble filete) / fasciculus II. / Sexaginta descriptiones complectens / Quarum tredecim / Totidem genera nova exhibent / (doble filete) / Mexici: Apud Martinum Riveram. / Ann. Dom.

M. D. CGC. XXV.

Port.?v. en b.?2 hojas prelim, s. n., con la biograf?a de Lejarza en lat?n, escrita por el can?nigo Pablo de la Llave, pp. 1-13, texto, con los nuevos vegetales descritos, entre los cuales tambi?n hay algunos que llevan nombres de h?roes de la independencia. A con tinuaci?n el Orchidianum opusculum, en las p?ginas 1-43. Todo

el trabajo es de Lejarza. 32 X 21 cm.

Ambos op?sculos los reprodujo La Naturaleza?Peri?dico cient? fico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural. Tomo v, A?os de 1880-1881, M?xico, Imprenta de Ignacio Escalante, 1882. La biograf?a de Lejarza est? traducida al castellano por el doctor A.

Careaga.

El primer fasc?culo fue publicado poco antes del fallecimiento de Lejarza; el segundo, un a?o despu?s de su muerte.

4. Poes?as / de / D. Juan Jos? de Lejarza j (filete) / Quum

liricis sim magis apta modis. / Ovid. Ep. 20 / (filete) / (vi?eta) / M?xico: 1827. / Imprenta ? cargo de Mart?n Rivera, / calle de las Capuchinas N?m. 1.

Colaci?n: (14.5 X 19 cm) : [1-19],8 76 hojas. N?meros ar?

bigos centrados en la parte superior de la caja de composici?n. Sin signaturas. Pliegos de 8 p?ginas.

Contenido: [i] portada, [ii] 'Fragrantissimae / infirma alsines: / amico fortunato / amicus miser', pp. [iii-v] 'advertencia del editor', p. [vi] blanca, p. [vii] Pr?logo, p. [viii] blanca, pp. [1]-136 texto, pp. [137]-141 '?ndice', p. [142] blanca, pp. [143-144] 'fe de erratas'.

Rasgos biogr?ficos de Lejarza, por el impresor y editor de la obra. Edici?n postuma.

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344 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA Cr?tica: "No fue tan afortunado en esto ?en la poes?a? como en sus investigaciones cient?ficas. El tomito, despu?s de unas citas de Ovidio y Boileau, empieza por una serie de anacre?nticas hep tasil?bicas donde el improvisado bardo, entre invocaciones del Divino Homero, el l?rico de Theos, Ovidio, Arriaza y Mel?ndez,

celebra con su pobre lira 3. S?chil la indita..." (Antolog?a del

Centenario, M?xico, 1910, n, p. 839.)

OBRAS IN?DITAS 1. Manuscritos sobre bot?nica, cuyo paradero se desconoce. 2. Mapa general del obispado de Michoac?n, formado en 1805.

3. Mapa de la provincia de Michoac?n, levantado en fecha

posterior a 1805. 4. Itinerario militar, aprobado por el Consejo de Guerra. Se desconoce su destino.

AP?NDICES Aparte de las enmiendas, aclaraciones y pertinentes notas con que hemos ilustrado este breve y modesto ensayo cr?tico, algo ?aunque sea bien poco?, a?adiremos a las biograf?as que nos han legado diversos autores en los siguientes ap?ndices: 1-2-3-4. Reimpresi?n de los interesantes documentos in?ditos

para la biograf?a de Lejarza ?dos de ellos autobiogr?ficos?, pu blicados en el diario El Nacional, el 3 de agosto de 1943, por el acucioso historiador Jorge Flores D., que se custodian en el Ar chivo de Cancelados de la Secretar?a de la Defensa Nacional. 5. Ubicaci?n del manuscrito original del An?lisis estad?stico de la provincia de Michoac?n en 1822. 6. Noticia de una edici?n moreliana del An?lisis estad?stico, no citada por ninguno de los bi?grafos de Lejarza. 7. Publicaci?n, por vez primera, del mapa in?dito de Michoa c?n, levantado por Lejarza en 1805, al cual aluden casi todos sus bi?grafos, pero jam?s visto ni descrito por ellos y, menos a?n, acla rado su paradero. 8. Posibilidad de que exista otro mapa de Michoac?n, m?s com pleto y preciso, delineado tambi?n por Lejarza, pero de fecha poste

rior a 1805. 9. Bibliograf?a biogr?fica de Juan Jos? Mart?nez de Lejarza.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 345 Ap?ndice 1. "El Ciudadano Juan Jos? Mainz de Lexarza, Di

putado Provl. de Michoac?n, con el m?s profundo respeto hace presente a V. A. S. que tiene el honor de haber servido a su patria trece a?os, desde en clase de subteniente de Vandera hasta la de teniente de Granaderos del Regimiento Provl. de Valladolid, en cuyo grado se retir? el a?o de 1810, al comenzar la revoluci?n, por no verse comprometido a pelear contra su independencia y libertad, objetos los m?s caros a su coraz?n, como consta de los documentos originales Nos. 1 y 2 que debidamente acompa?a: que posteriormente en 1813, habiendo sido nombrado capit?n de la

Milicia Urbana de dha. ciudad (seg?n consta de su despacho No. 3), por la misma causa hubo de renunciar a poco aquel

empleo aun con la pensi?n de dar $400 para las tropas; contribu yendo despu?s en cto. le era posible con sus amistades, resortes e influxos a aliviar la suerte y libertar la vida de sus paisanos los militares americanos, como con el Capit?n Arancivia, y abando nando despu?s a sus tropas las haciendas, caudal y mucho cobre que pose?a, de que hicieron ca?ones y que pudo haber recogido en tpo., pues se le instaba para ello por parte de los Gefes realistas de la Plaza; y m?s quiso padecer hambre, miseria y vituperios, que permitir se pusiese guarnici?n en sus fincas: que al proclamarse el sistema constitucional por la. y 2a. vez en estos pa?ses, pudiendo

ya salir de la abyecci?n y oscuridad en que las circunstancias ten?an a los verdaderos patriotas, fue de los ciudadanos nombrados

por el pueblo para exercer los cargos concegiles y pudo dar vuelo

a la opini?n p?blica, dirigi?ndola desde entonces, orden?ndola

as? con peligro de su vida: que al darse el grito de Independencia en Iguala, hall?ndose de regidor decano de este lite. Ayuntamiento Constitucional, no s?lo se opuso en?rgica y vigorosamente a que se proclamase contra la causa justa, sino que al estar cercada la ciudad por las tropas independientes, y manifestando sus magis trados un sistema hostil de resistencia, logr? en compa??a del Sr. Diputado Cabrera y otros patriotas hacerlos decidir a la Capi

tulaci?n, y a que enviasen al General los comisionados que dis pusieron la entrada del Ex?rcito en la ciudad, evitando as? los da?os terribles que ella y la poblaci?n hubieran sufrido con una reacci?n obstinada y desatinada en las circunstancias: que nom

brado despu?s, en octubre del mismo a?o de 1821, por el Sr. Itur bide para ir de secretario a la negociaci?n diplom?tica que trataba de enviar al Norte de Am?rica, se excus? de ello por no reconocer en aquel General entonces las facultades que el Congreso deb?a

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346 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA dar al Gobierno, temiendo igualmente no ser por dha. causa admi tido en aquellos Estados: que instalada la la. Diputaci?n Provin

cial en Valladolid a principios de 1822, fue nombrado de los

m?s antiguos de sus Vocales, y exerci? este empleo por dos a?os consecutivos con p?blica aceptaci?n y aplauso, promoviendo los verdaderos intereses de la Provincia y entablando s?lidamente el sistema constitucional y libre en ella, como ha sido notorio: que en la proclamaci?n forzada que se mand? hacer de D. Agust?n de Iturbide, como Emperador en esta ciudad, el que expone se resisti? a asistir y logr? con sus esfuerzos que la Diputaci?n (la ?nica de este Reyno) no autorizara con su presencia un acto tan

violento como fue constante ? todos, lo [que] que est? en las

Actas de su Secretar?a y se hizo menci?n en los impresos. "Que reunido el Congreso con inminentes peligros de sus vidas ? algunos patriotas, desde antes del pronunciamiento de la liber

tad en Casa Mata, trat? de proclamarla en Michoac?n, lo que

verific? en tpo. oportuno con la misma Diputaci?n la tarde del 23 de Febrero de este a?o, aun teniendo en contra ? la fuerza militar

armada: que habiendo despu?s quedado el gobierno de la Pro

vincia en manos de la expresada Corporaci?n, as? como sostuvo

con ardor la separaci?n de aquella del Imperio, luego que el

Soberano Congreso se reinstal?, promovi? el reconocimiento y ad hesi?n de la misma a tan suprema autoridad: que a m?s de esto,

con una resistencia fuerte y obstinada a un partido, que en la propia Diputaci?n asomaba a favor de Iturbide, y que facilitando su venida a la Provincia cuando iba a salir del Reyno, hubiera despu?s costado trabajo desalojarlo de ella, evit? las desgracias consiguientes y los horrores de una guerra civil que abrasar?an la

patria...: finalmente: que habi?ndose renovado la Diputaci?n Provincial, mereci? el alto honor de ser reelegido, y de que la antigua recomandase a V. E. los trabajos que emprendi? ?l solo en la formaci?n de la Estad?stica de la Provincia (que seg?n la Memoria del Sr. Ministro de Relaciones, es la ?nica que se ha completado) y que V. A. S. en premio de sus servicios, le nombrara

?ltimamente Gefe Pol?tico Interino de la Provincia de Texas.

"Por todo lo que lleva alegado hasta aqu?, por sus conocimientos de Matem?ticas y otras ciencias, que adquiri? de alumno del Se

minario de Miner?a, con los de Geograf?a, Historia Natural o idiomas franc?s y lat?n que posee: y considerando serle m?s ?til a su Patria en el Estado Mayor del Exto. que se est? levantando y exije estos particulares: y al fin por no serle posible en raz?n de

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 347 estar su salud algo quebrantada, y a la distancia enorme de aquel

Pa?s, pasar a tomar posesi?n de su empleo de Gefe Pol?tico de Texas, a V. A. S. suplica encarecidamente se digne convertir esta ?ltima gracia en la de Teniente Coronel, Primer Ayudante de Estado Mayor, en cuyo se?alado servicio recibir? la m?s colmada merced. Valladolid a 21 de Noviembre de 1823. 3o. y 2o.?Seren? simo Se?or.?Juan Jos? Marnz. de Lexarza.?R?brica. Acuerdo al margen: Exp?dase al interesado el despacho de Ayundante 2o. del Estado Mayor General.?Tres r?bricas de los miembros del Supremo Poder Ejecutivo.?J. Joaqu?n de Herrera."

Ap?ndice 2.?"Sermo. Se?or.?Por un oficio del Exmo. Sr. Mi nistro de Relaciones de 8 de este mes, veo el alto honor con que se digna V. A. S. condecorarme nombr?ndome Gefe Pol?tico in terino de la Provincia de Texas, por cuyo favor inesperado me apresuro a tributarle las muestras m?s sinceras de mi reconoci miento y gratitud. "Pasar?a inmediatamente a tomar la posesi?n que me ordena a nombre de V. S. el mismo Sr. Ministro, sin embargo de que V. E. no me indica con qu? recursos debo contar para un viaje tan dilatado, si ?ste fuera compatible con el estado de mi salud enferma y delicada, si el temperamento de aquel pa?s, su excesiva distancia y casi absoluta despoblaci?n, con otros obst?culos en mi triste situaci?n insuperables, no se opusieran imperiosamente a los deseos que me animan de complacer a V. S. con la aceptaci?n

de aquel destino.

"Por lo tanto, Sermo. Se?or, represento humildemente a V. A. que si mis cortos m?ritos y servicios, mi adhesi?n constante a la causa de la Libertad y de ese Supr. Gobierno, que he procurado acreditar con mis obras hasta el d?a, tuviesen alg;?n peso en su alta consideraci?n, me tomo la molestia de suplicarle cuan enca recidamente puedo, se digne conmutarme aquel empleo en uno de 1er. ayudante del Estado Mayor, empleo de menos elevaci?n

y que podr? desempe?ar desde luego a entera satisfacci?n de V. A. S. "Si para este efecto desease conocer mi aptitud, el Tribunal Nacional de Miner?a podr? informar a V. A. sobre mis estudios, actos p?blicos de matem?ticas que desempe?? y premios que me concedi?, por los ex?menes, traducciones y dibujos que trabaj? de alumno de aquel Seminario. Y puesto que V. A. tan generosamente se ha constituido mi Protector y mi Padre, que no olvida mis

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348 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA servicios, me atrevo a esperar ahora que esta s?plica no ser? des atendida, y que no llevar? a mal me excuse por los motivos pode

rosos que llevo alegados, de pasar a la Provincia de Texas, en

cuyo tr?nsito fallecer?a antes de llegar al t?rmino de mi viage.?Dios

y Libertad. Valladolid a 14 de Novre. de 1823? Juan Jos? Marnz.

de Lexarza."

Ap?ndice 3.?"Habiendo renunciado Dn. Juan Jos? Mart?nez de Lexarza al destino de Secretario de la Legaci?n de la Rep? blica ante S. M. B. para que hab?a sido nombrado: S. A. S. ha admitido dicha renuncia, y manda que dho. Lexarza quede a las ?rdenes del Gefe del Estado Mayor y en el empleo que ten?a.?De

orden de S. A. S. lo digo a V. E., etc.?M?xico 6 de mayo de 1824.?Juan Guzm?n.?Exmo. Sr. Ministro de Guerra."

Ap?ndice 4.?"El Ciudadano Jos? Mar?a Ortiz Izquierdo, Mi nistro de la Audiencia del Estado de Michoac?n, como albacea testamentario de D. Juan Jos? Mart?nez de Lexarza ante V. E. digo: Que seg?n acreditan los adjuntos documentos, el d?a 30 del ?ltimo septiembre fue sepultado en esta ciudad el expresado D. Juan Jos? Mart?nez de Lexarza, Ayudante Primero del Estado Mayor General, dejando por su hija ?nica a Da. Guadalupe Lexar za de Escalada, qe. lo es lex?tima del matrimonio qe. contraxo con Da. Ger?nima Escalada de quien al tiempo de su muerte se hallaba separado por sentencia de divorcio que se pronunci? en

contra de ella.

"En esta virtud, deviendo Da. Guadalupe percivir sobre el Monte P?o que corresponde al empleo qe. gozaba su padre, su

plico a V. E. se sirva declarlo a su favor, y dar al mismo tiempo las ?rdenes convenientes pa. qe. se entregue en esta Capital a D.

Juan Antonio de Aguilera a quien... he nombrado su tutor y curador ad bona de la referida Da. Guadalupe de Lexarza. Por tanto a V. E. as? dictamine qe. es justicia, juro, etc.?Jos? Ma. Ortiz Izdo.?R?brica. Acuerdo al margen: que presente partidas casamiento, entierro, bautismo, cl?usula declaraci?n de Hijos, etc.,

etc."

Estos documentos son poco conocidos por la ?ndole perece

dera de la publicaci?n en donde se insertaron. Les antecede una breve nota de Jorge Flores D., a guisa de introducci?n, que hemos decidido suprimirla, por no ser necesaria para el caso. Antes de ser exhumados estos "papeles", los bi?grafos de Lejarza ya cono

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 349 c?an algunos datos aislados de los dos primeros, de car?cter auto biogr?fico: la designaci?n para ocupar el cargo de jefe pol?tico interino de la Provincia de Texas, el nombramiento como secre

tario de la Legaci?n de M?xico en la Gran Breta?a y uno que

otro puesto concejil y militar, sin tanto detalle.

Ap?ndice 5.?El manuscrito original, encuadernado, del An?lisis estad?stico de la Provincia de Michoac?n en 1822, por Juan Jos? Mart?nez de Lejarza y Alday, se conservaba en la biblioteca de la Secretar?a de Relaciones Exteriores. Tuvimos la oportunidad de examinarlo de visu, har? cosa de veinte a?os o m?s, merced a la gentileza de su descubridor, el estudioso Jorge Flores D., que por aquel entonces desempe?aba el cargo de investigador en esa de pendencia oficial. Esta era la ocasi?n propicia para describirlo y reproducir, en facs?mile, algunas de sus p?ginas. Lo buscamos insistentemente con

este objeto, tanto en el archivo hist?rico de la expresada secre

tar?a como en la biblioteca de Hacienda y Cr?dito P?blico, a

donde pasaron sus fondos bibliogr?ficos por circunstancias que desconocemos, pero por desgracia en ninguno de esos repositorios

ha quedado la m?s leve huella de su presencia.

Ap?ndice 6.?Entre las piezas extremadamente raras de la bi bliograf?a michoacana hay que mencionar una edici?n moreliana del An?lisis estad?stico de la provincia de Michoac?n en 1822, por J. J. L. [Juan Jos? Mart?nez de Lejarza], publicado por vez pri mera en M?xico, en el a?o de 1824, en la Imprenta Nacional del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, en Palacio. La reimpresi?n de tan importante obra data de 1852. Procede del famoso taller de Ignacio Arango, ubicado en la calle del Ve terano, n?mero 6. Por cierto, de ella s?lo tenemos noticia de la existencia de dos ejemplares. Uno figura descrito en el cat?logo de la biblioteca del erudito bibli?filo mexicano Jos? Mar?a de Agreda y S?nchez; el otro, que alguna vez nos perteneci?, pas? a formar parte de la biblioteca del desaparecido historiador michoacano, licenciado An tonio Arriaga. Trunco y sin portada, alguien trat? de completarlo con p?ginas manuscritas y lo encuadern?.

Ap?ndice 7.?"Mapa general del Obispado de Michoac?n, Ar zobispado de M?xico y Obispado de la Puebla, confinantes con

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Mapa del Obispado de Michoac?n levantado por Juan J

de Lejarza y Alday. Manuscrito in?dito, 1805. Archivo de I

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 351 el de Guadalaxara, Monterrey y Oaxaca, formado sobre las cartas geogr?ficas m?s correctas de este Distrito que se han levantado hasta aqu?, en el qual se colocan con presici?n exacta de longitud y latitud las capitales y otros lugares principales seg?n las obser vaciones astron?micas de los se?ores Ferrer y Humboldt. Valladolid de Michoac?n a 20 de marzo de 1805 a?os. Juan Jph. Matnz. de Lejarza y Alday del Real Seminario de Miner?a de M?xico. Con informes del Obispado de Michoac?n sobre erecci?n de tres nue vos Obispados en el Virreynato de M?xico." Manuscrito. Firmado y rubricado por su autor. Graduado. Com prende desde 15 a 25 grados longitud occidental del meridiano de Par?s. Signado No. 1. Por medio de l?neas de colores se marca la divisi?n de los nuevos obispados. 69 X 82 cm. Archivo General de Indias (Sevilla), Estante 96, Caj?n 5, Le gajo 30, (4). Pedro Torres Lanzas: Relaci?n descriptiva de los ma pas, planos, etc., de M?xico y Floridas, existentes en el Archivo General de Indias. Sevilla, 1900, 2 vols., n?mero 491. Ap?ndice 8.?Se establece la posibilidad de que exista otro mapa de Michoac?n, formado tambi?n por Lejarza, pero m?s completo y exacto que el anterior, deducida de la nota que figura al pie de la p?gina 35 de su An?lisis estad?stico: "Las longitudes, latitudes y alturas de los pueblos que se ignoran, quedan en blanco para poder llenarse cuando haya datos m?s fijos, y concluido que sea el plano de la provincia, que trabaja el autor."

Ap?ndice 9.?Bibliograf?a biogr?fica de Juan Jos? Mart?nez

de Lejarza.

Barrera Lavalle, Francisco: Apuntes para la historia de la es tad?stica en M?xico, 1821-1910, M?xico, Tipograf?a de la Viuda

de F. D?az de Le?n, Sucs., 1911. 31 p.

En las pp. 5-6, se hace un comentario elogioso del An?lisis esta d?stico de Lejarza.

Beltr?n, Enrique: Las ciencias naturales en Michoac?n, Morelia, 1962. "Clavijero y Lejarza en Valladolid", cap?tulo n, pp. 29-45. El

autor no utiliz? los documentos autobiogr?ficos de Lejarza, publi cados en 1943, por Jorge Flores D.

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352 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA Beltr?n, Rom?n: "Don Juan Jos? Mart?nez de Lejarza", en Uni versidad Michoacana, Revista de Cultura Popular (Morelia, 1940), m : 17, pp. 169-176. Diccionario Porr?a de historia, biograf?a y geograf?a de M?xico, 2? ed., Editorial Porr?a, M?xico, 1965. Breve biograf?a de Mart?nez de Lejarza, con la fecha de naci

miento equivocada: 1775 por 1785.

Flores D., Jorge: "Don Juan Jos? Mart?nez de Lejarza (Docu mentos in?ditos para su biograf?a) ", en El Nacional, 3 de agosto de 1943.

Garc?a Cubas, Antonio: Diccionario geogr?fico, hist?rico y bio gr?fico de los Estados Unidos Mexicanos, M?xico, 1889. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, ni, p. 366.

Izquierdo, J. J.: La primera casa de ciencias en M?xico,{M?xi co, 1958. Se refiere al Real Colegio de Miner?a, fundado en 1783. Se men ciona a Mart?nez de Lejarza.

Leduc, Alberto y Lara Pardo, Luis: Diccionario de geograf?a, his toria y biograf?a mexicanas, M?xico, 1910. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, p. 549.

Le?n, Nicol?s: Primer almanaque michoacano, publicado por A. Mier, Morelia, 1882. Biograf?a m?nima de Mart?nez de Lejarza, p. 62. La fecha de

nacimiento equivocada: 1776 por 1785.

-: "Apuntamientos biogr?ficos del ilustre michoacano don Juan Jos? Mart?nez de Lejarza", en Gaceta oficial del gobierno

del estado de Michoac?n (Morelia, diciembre 13 de 1891), vn: 617. -: Biblioteca bot?nico-mexicana, M?xico, Oficina Tipo

gr?fica de la Secretar?a de Fomento, 1895.

Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, pp. 164, 343-344.

Llave, Paulli de la et Lexarza Ioannis: Novorum vegetabilium descriptiones, In lucem prodeunt. Opera... Reip. Mexic CIV Fasciculus II. Sexaginta descriptiones complectens quarum tre decim totidem genera nova exhibent. Mexici: Apud Martinum

Riveram. Ann Dom. M. DCCC. XXV.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 353 En el pr?logo de este fasc?culo, el doctor Pablo de la Llave ofrece una breve biograf?a de Mart?nez de Lejarza ?la primera?

y rinde un homenaje de admiraci?n y afecto al joven naturalista desaparecido, que fue su amigo y colaborador. Se reimprimi? en La Naturaleza, Peri?dico cient?fico de la So ciedad Mexicana de Historia Natural, Tomo v, A?os de 1880-1881,

M?xico, Imprenta de Ignacio Escalante, 1882. Traducci?n del pr? logo por el Dr. A. Careaga.

Olagu?bel, Manuel de: Memoria para una bibliograf?a cient?fica

de M?xico en el siglo XIX, M?xico, Oficina Tip. de la Se cretar?a de Fomento, 1889.

Corta biograf?a de Mart?nez de Lejarza y algunas referencias re lacionadas con sus actividades como bot?nico.

Orozco y Berra, Manuel: Apuntes para la historia de la geogra f?a en M?xico, M?xico, 1881. Comenta el An?lisis estad?stico de Mart?nez de Lejarza, cita su

mapa de la intendencia de Valladolid, y el que form? en 1818 el teniente coronel Alejandro Arana, p. 358.

P?rez Morelos, Nicol?s: Poetas michoacanos, Morelia, 1906. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, p. 63. Se reprodujo tambi?n en Bolet?n de la Sociedad Michoacana de Geograf?a y Estad?stica (Morelia, 1906), II, pp. 134-136.

Ram?rez, Santiago: Datos para la historia del Colegio de Miner?a,

M?xico, 1890.

Referencias a los ex?menes de Mart?nez de Lejarza en ese

colegio.

Rivera, Mart?n [editor]: Poes?as de D. Juan Jos? de Lejarza, M?xi co, 1827. En la advertencia, el editor ofrece rasgos biogr?ficos de Mart?

nez de Lejarza.

Romero Flores, Jes?s: P?ginas de historia, M?xico, 1921. Somera biograf?a de Mart?nez de Lejarza.

-: Apuntes para una bibliograf?a geogr?fica e hist?rica de

Michoac?n, M?xico, 1932.

Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, pp. lxxv y 96. Fecha de fa

llecimiento errada: P de septiembre de 1824 por 29 de septiembre

de 1824.

-: Historia de Michoac?n, M?xico, 1946. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, i, p. 331; n, p. 777, una bio graf?a m?s breve, pero con fecha de nacimiento equivocada: 1776

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354 JOAQU?N FERN?NDEZ DE C?RDOBA por 1785. No utiliz? los documentos autobiogr?ficos de Lejarza, publicados en 1943, por Jorge Flores D.

-: Historia de Michoac?n, Morelia, 1962. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, p. 523, con fecha de naci

miento equivocada: 1776 por 1785. Tampoco utiliz? los documentos autobiogr?ficos, publicados en 1943, por Jorge Flores D.

Sosa, Francisco: Biograf?as de mexicanos distinguidos, M?xicp, 1884. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, pp. 581-584. Inexacta la fecha de fallecimiento: l9 de septiembre de 1824 por 29 de septiembre de 1824.

S. [oto], J. J.: "La primera obra estad?stica del M?xico indepen diente", en Estad?stica Nacional, M?xico, 1927, ni: 49. Se refiere al An?lisis estad?stico de Mart?nez de Lejarza. Se re producen en facs?mile sus portadas.

Torre, Juan de la: Bosquejo hist?rico y estad?stico de la ciudad de Morelia, M?xico, 1883. El autor menciona a Mart?nez de Lejarza entre hombres dis

tinguidos de la antigua Valladolid de Michoac?n, pp. 257-258, pero con la fecha de nacimiento equivocada: 1776 por 1785.

Torres, Mariano de Jes?s: Diccionario hist?rico, biogr?fico, geo* gr?fico, estad?stico, zool?gico, bot?nico y mineral?gico de Mi choac?n, Morelia, Imprenta particular del autor, antigua calle del ?guila, hoy la. de Victoria, N?m. 48. 1912. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza, n, pp. 190-191. Fecha de na cimiento equivocada: 1875 por 1785.

-: El Liceo Michoacano, Peri?dico de literatura, Morelia, Tipograf?a particular del autor, 1912. Biograf?a m?nima de Mart?nez de Lejarza, p. 64. La fecha de nacimiento errada: 5 de diciembre de 1785 por 15 de diciembre de 1785.

-: La Lira Michoacana, Peri?dico quincenal de literatura

y amenidades, dedicado a las se?oritas y redactado por

Morelia, Imprenta particular del autor, 1894. Biograf?a de Mart?nez de Lejarza en tomo i.

-: Parnaso michoacano o antolog?a de poetas michoaca nos, Morelia, 1905.

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JUAN JOS? MART?NEZ DE LEJARZA 355 Breve biograf?a de Mart?nez de Lejarza y algunos de sus poemas, pp. 226-233. En la segunda edici?n moreliana de 1910 se suprimieron la biograf?a y tambi?n las poes?as.

Tavera Alfaro, Xavier: Juan Jos? Mart?nez de Lejarza, Selecci?n y pr?logo, Morelia, 1951. [Cuadernos de Literatura Michoacana,

N?m. 5.]

No utiliz? los documentos autobiogr?ficos, publicados en 1943, por Jorge Flores D.

Urbina, Luis G., Henr?quez Ure?a, Pedro y Rangel, Nicol?s: An tolog?a del Centenario ? Primera parte (1810-1821), M?xico, Imprenta de Manuel Le?n S?nchez, 1910. "Juan Jos? de Lejarza, bot?nico." Biograf?a, poemas, cr?tica y

referencias bibliogr?ficas.

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UN MUNDO DE NUMEROS MESOAMERICANOS Lothar Knauth UNAM Inin tonatiuh nahui ocelotl Este Sol, Cuatro Tigre

ocatca 676 a?os inique in izcepan onocca ocelloqualloque

dur? 676 a?os;

auh in quiquaya

y lo que com?an ? Siete Hierba Torcida ?

los que en este Sol habitaron fueron comidos por tigres ipan nahui ocellotl in tonatiuh al tiempo del Sol Cuatro Tigre

chic?me malinalli

fue nuestro sustento in in tonacayouh catea Y moraron cuatro cientos a?os, auh inic nenque ?entzonxihuitl

ipan matlacpohualxihuitlm?s diez cuentas de veinte a?os. M?s tres cuentas de veinte a?os, ipan yepohual xihuitl ypan yeno caxtolxihuitl occe y luego quince a?os m?s otro, auh inic tequanqualloquefueron devorados

en diez a?os m?s tres a?os; matlacxihuitl ipan ye xihuitl fueron destruidos, se acabaron inic popoliuhque inic tlamito cuando tambi?n se acab? el Sol auh iquac polliuh in tonatiuh

auh in inxiuh catea ce acatl1 lo que fue en un a?o Uno Ca?a...

Esta cita de un episodio en la creaci?n del mundo nahua azteca, tomado de la Leyenda de los soles (manuscrito de 1588), llama la atenci?n por la presencia de una multitud

de n?meros y designaciones calend?ricas. Tanto ?nfasis en t?rminos matem?ticos y signos calend?ricos en un mito de or?genes acusa la posibilidad de que se expresara simb?lica mente una armon?a de la existencia, y que el sistema calen d?rico-numerol?gico reflejara al mismo tiempo doctrinas fi i V?ase: "Leyenda de los Soles" en C?dice Chimalpopoca, M?xico,

1945, p. 119 y tambi?n: Roberto Moreno de los Arcos: "Los cinco soles cosmog?nicos", Estudios de Cultura N?huatl, vu (1967) pp. 183-210.

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NUMEROS MESOAMERICANOS

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los?fico-religiosas definitivas. Por lo tanto, creemos que para

comprender mejor las bases culturales de la Mesoam?rica prehisp?nica es menester percibir la interrelaci?n entre la estructuraci?n calend?rico-numerol?gica y las premisas religio

so-ideol?gicas de su existencia.

Por lo com?n se presupone que un calendario es ?til

para fines cronom?tricos o para desempe?ar ciertas funciones

meteorol?gicas en relaci?n con tareas agr?colas. Sin embargo, considerar s?lo sus atributos utilitarios no siempre nos lle var? a una comprensi?n plena de las razones de su concepci?n inicial. Entre tales razones se encuentra su papel pol?tico social.2 Frecuentemente, el hombre ha tratado de controlar, o de por lo menos mitigar, su situaci?n y ambiente, ya sea conform?ndolo de nuevo o siquiera intentando explicarlo e interpretarlo. En el proceso se ha servido del pensamiento

m?gico y simb?lico. En la actual consideraci?n de lo que

?presuponemos? son las caracter?sticas sobresalientes de al gunas estructuras calend?ricas mesoamericanas, nos preocu par? primordialmente aquel componente de aplazamiento m?gico y s?lo en segundo lugar sus atributos m?s utilitarios. Ya que nuestro inter?s son las implicaciones ideol?gicas de ciertas formas de calendarios, nos parece ser una coinci dencia llamativa que tanto en la anal?stica mesoamericana como en la china3 ?que ambas comparten marcos de refe rencia calend?i icos que se componen de varios ciclos iguales? se acusa una tendencia a se?alar la existencia de fen?menos ambientales (cometas, clima, plagas, hambres, etc.) que pue den interpretarse como reprobaciones de la acci?n humana. Adem?s, se presta a una investigaci?n comparativa detallada 2 Acerca de su uso socio-pol?tico durante la Dinast?a Jan (208 a.c.

? 220 d.c.) en China, v?ase Wolfram Eberhard: "The Political Func

tions of Astronomy and Astronomers in Han China", Chinese Thought and Institutions, John K. Fairbank, ed., Chicago, 1957 pp. 33-70.

3 Marcel Granet, en su La pens?e chinoise (Par?s, 1934) , habla

de la funci?n clasificatoria y de la funci?n protocolaria de los n?meros. V?ase la traducci?n espa?ola, El pensamiento chino, M?xico, 1959, pp. 102 ss. V?ase tambi?n: Jacques Soustelle, La pens?e cosmologique des anciens mexicains, Par?s, 1940.

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LOTHAR KNAUTH

el problema de hasta qu? punto las mencionadas caracter?s ticas c?clicas coinciden con una pronunciada tendencia augu

r?stica.

Sea como fuere, por lo menos en lo que corresponde a nuestras intenciones declaradas, pernos perdido mucho del pensamiento m?gico-simb?lico que en cada manifestaci?n am biental encuentra la presencia de fuerzas y sentidos secre tos. Aparentemente, consideramos las manifestaciones que ob servamos por su valor medible y ya no por su simbolismo innato. Pero como hoy en d?a cualquier soci?logo y psic?logo se da cuenta del origen de la simbolog?a social y religiosa, as?

tambi?n los sacerdotes y adivinos mesoamericanos conoc?an mucho mejor que el pueblo com?n el sentido encubierto de sus n?meros, s?mbolos y calendarios. Y del mismo modo de que muy pocos te?logos cristianos abandonar?an sus premi sas al interpretar cualquier otro sistema ideol?gico o reli gioso, los sacerdotes mesoamericanos defendieron la "orto

doxia" del conjunto de sus bases ideol?gicas, protegiendo

su ideario de la amenaza de una desintegraci?n por an?lisis. Desde luego, tal aseveraci?n se puede generalizar a cualquier otra situaci?n de ataque y conflicto.

La expresi?n num?rico-simr?lica Para comprender el sistema num?rico-calend?rico de Me soam?rica tenemos que incluir entre los s?mbolos matem?ti cos no s?lo n?meros y letras, sino tambi?n ideogramas y glifos

"tot?micos". Por ejemplo, los ideogramas para el ciclo de las veinte posiciones de los calendarios maya y nahua-azteca co rresponden a un definitivo valor num?rico (v?ase figura 1) . Para designar las trece posiciones del otro ciclo, se utili

zaron puntos o, en el caso maya, barras con el valor de

cinco. Exist?an otros sistemas de expresi?n matem?tica en otras culturas de Mesoam?rica, tal como hab?a tambi?n s?m

bolos para la designaci?n de m?s grandes unidades num? ricas fuera del calendario.

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Figura 1

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LOTHAR KNAUTH

LOS COEFICIENTES B?SICOS

El calendario mesoamericano ?en nuestro caso nos refe

rimos espec?ficamente a sus representantes en la altiplanicie mexicana y el ?rea maya? tiene como caracter?stica com?n un tonalamatl de veinte trecenas, o de 260 d?as, que form? parte importante ?por sus finalidades adivinatorias? de cual quier c?dice-calendario. Sin embargo, Robert Weitlaner des cubri? en Oaxaca lo que puede considerarse el prototipo del tonalamatl que no consist?a de trece n?meros y veinte s?m bolos, sino de una combinaci?n de 9 y 13 posiciones.4 Pode mos postular que las series de nueve y trece deidades que acompa?an, por ejemplo, el tonalamatl de 260 d?as del C? dice Borb?nico son restos de la estructura m?s antigua del tonalamatl.

Es de notarse que los n?meros 9 y 13 no pod?an inte grarse perfectamente en el m?dulo de 260 y por lo tanto tuvo

que disminuirse la serie de 9 por una unidad:

260 = 13 X 20 260 = 9 X. (5 + 5 + 5 + 5 + 4) - (1) Aparte del a?o sagrado de 260 d?as del tonalamatl, hubo otro, el xiuhpohualli de 28 veintenas m?s 5 d?as nefastos, los

nemontemi. Con sus (18 X 20) -f- 5 ? 365 d?as, el xiuhpo hualli correspond?a al a?o solar. Aunque el tonalpohualli y el xiuhpohualli parecen dis?mi les a primera vista, por su diferente duraci?n, tienen no obs tante mucha semejanza en su estructura, en primer lugar por componerse de los mismos coeficientes. Si inspeccionamos la designaci?n de la trecena en la fe cha 6 miquiztli, tomada de la Historia tolteca-chichimeca, encontramos una subdivisi?n de los puntos en una unidad

de a cinco (v?ase figura 2). Esto desde luego se asemeja al 4 Es de mencionarse que el presente ensayo se ha beneficiado conside rablemente de las pl?ticas sostenidas con el finado antrop?logo.

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NUMEROS MESOAMERICANOS

uso de la barra para unidades de a cinco entre olmecas y mayas. Tambi?n sabemos que los aztecas celebraban su d?a de mercado cada cinco d?as.

D?a 3 Calli D?a 4 Quetzpal? D?a 5 C?uatl

D?a 6 Miquiztli

Figura 2

Luego, la veintena, el pohualli se divide en cuatro uni dades de a cinco, es decir consiste de cuatro coeficientes 5. Esto es una cifra bien razonable ya que cada hombre tiene cuatro miembros que tienen en sus extremidades cinco dedos cada una. Adem?s, existen rasgos de sistemas num?ricos vige simales aun en la cultura europea5 y asi?tica. Al dividir las manifestaciones calend?ricas mesoamerica nas en unidades de cuatro y cinco, se da el siguiente cuadro: Los 20 s?mbolos calend?rteos. 5 ~f- 5 -|- 5 -f- 5

Las 13 posiciones num?ricas. 5 ?j? 4 -|- 4

Las 18 veintenas del xiuhpohualli... 5 -f- 5 -f- 4 -f- 4

Los 5 d?as nemontemi.. 5

Los 9 dioses del tonalamatl. 5 -\~ 4

Matem?ticamente se sigue que si los factores del tonala

matl (13 X 20) y del xiuhpohualli (18 X 20) +5 tienen

coeficientes comunes, estos coeficientes tienen que existir en las unidades m?s grandes. De hecho, los 52 xiuhpohualli del gran ciclo nahua-azteca, el xiuhmolpilli, y a?n los 676 a?os de nuestra cita de la Leyenda de los soles (y las dem?s can tidades num?ricas de la misma fuente) pueden expresarse en sumas y productos de 4 y 5: 5 Hay que acordarse s?lo del quatre-vingt (80) franc?s.

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LOTHAR KNAUTH

Los 260 d?as del tonalpoh?al?:

(5 + 5 + 5+,5)x(5+4 + 4)

Los 365 d?as del xiuhpohualli:

(5 + 5 + 5 + 5) x (5 + 5 + 4 + 4) + 5 Los 52 a?os del xiuhmolpilli:

(5 + 5 + 5 + 5) X (5+ 5+ 4 + 4) +5 X (5 + 4 + 4) X 4 Los d?as de los 676 a?os:

(5 + 5+5 + 5)x(5 + 5 + 4+4) + 5x(5 + 4 + 4)X4 X(5 + 4 + 4) Otra prueba del predominio b?sico de los coeficientes 5 y 4 en las dem?s culturas mesoamericanas, se manifiesta tam

bi?n en el ya mencionado calendario de los zapotecas del sur con sus factores 9 = (5 + 4) y 13 = (5 + 4 + 4).

Conviene decir que mientras los mayas ten?an el concepto

de una posici?n principal, un "n?mero cero'',6 la numero

logia nahua-azteca carec?a de este concepto por tratarse de un sistema c?clico ensimismado.

El concepto c?clico Es sumamente dif?cil para nosotros concebir una interrela ci?n de varios sistemas c?clicos de corta duraci?n en un ca lendario, puesto que la ?nica unidad c?clica que observamos es la de los siete d?as de la semana judeo-cristiana. Si en el calendario gregoriano esta concepci?n c?clico-semanal no tie ne conjugaci?n ninguna con ciclos matem?ticos m?s grandes, en el nahua-azteca, todas las unidades c?clicas tienen relaci?n entre s?; es decir, se mantiene una esencia c?clica.

Ya sabemos que de la combinaci?n de las trecenas y de las veintenas proviene la unidad c?clica del tonalamatl. Con 6 V?ase C?sar Lizardi Ramos: "El cero maya", Cuadernos Americanos, 1963: rv, pp. 159-174.

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viene recordar que el xiuhpohualli, que en sus 365 d?as segu?a casi exactamente el a?o solar, coordinaba la posici?n de desig naciones simb?licas y num?ricas con el movimiento estelar, el ?nico otro ciclo que reconocemos tambi?n en nuestro calen dario judeo-cristiano. A trav?s de las observaciones result?, parece, que el d?a 13 tochtli, por ejemplo, se encontraba aso ciado con la misma constelaci?n astron?mica s?lo despu?s de un ciclo de 52 a?os solares, o sea de un xiuhmolpilli.

Adem?s, las unidades del tonalpohualli (260 d?as) y del xiuhpohualli (365) se integraban entre s? tambi?n en el xiuh

molpilli (de 18 980 d?as). Aparte de eso, hab?a otro ciclo

m?s grande que abarcaba dos xiuhmolpilli, 104 xiuhpohualli, 146 tonalpohualli y 65 per?odos del planeta Venus. La coin cidencia de tantos ciclos profundiz? considerablemente el sig

nificado de la fiesta de la atadura de los a?os que se cele

braba, combinado con la ceremonia del Fuego Nuevo, cada 52 a?os en un d?a 2 acatl.

A los pueblos que participaban en la ideolog?a nahua

azteca les debe haber parecido que los ciclos sagrados nume rol?gicos, sincronizados con el curso estelar, fueron prueba suficiente que "los n?meros ten?an raz?n". Por lo tanto, el sistema numerol?gico ten?a que ser divino.

La cosmogon?a simbolizada La expresi?n iconogr?fica del concepto c?clico, la encon tramos tambi?n en el monumento arqueol?gico conocido como

la Piedra del Sol (v?ase figura 3) actualmente en el Museo de Antropolog?a de la ciudad de M?xico. En ella, el concepto c?clico se hace patente por la ordenaci?n de la veintena de los s?mbolos en un c?rculo. Dentro de este c?rculo, se encuen

tra el s?mbolo ollin (movimiento), de una parte s?mbolo

calend?rico y de la otra representativo de la edad actual del mundo nahua-azteca: cuatro ollin. Sus cuatro "alas" forman

los s?mbolos correspondientes a las cuatro ?pocas anteriores: 4 ocelotl, 4 ehecatl, 4 quiyahuitl y 4 atl (Tigre, Viento, Llu

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LOTHAR KNALTH

via y Agua). Dado que la progresi?n en los tonalamatl est? en el contrasentido del reloj, la Piedra del Sol demuestra exactamente la secuencia presentada en la Leyenda de los soles.

Figura 3

El c?rculo exterior lo forman dos reptiles, expresi?n de una dualidad b?sica, cuyos cuerpos est?n formados por "car tuchos" calend?ricos que encierran el s?mbolo acatl y el n? mero 10, mientras que sus colas terminan en otro "cartucho",

el dato 13 acatl. ?Por qu? tanto ?nfasis en el signo ca?a, es pecialmente en el dato 13 acatl? Veamos la coordinaci?n de ciclos num?ricos y ciclos simb?licos, empezando con 1 cipactli:

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NUMEROS MESOAMERICANOS

Ciclo num?rico

Ciclo simb?lico

1 cipactli (Monstruo de la tierra)

2 ehecatl (Viento)

3 calli (Casa)

4 cuetzpalli (Lagarto) 5 coat? (Culebra) 6 miquiztli (Muerte) 7 mazatl (Venado) 8 tochtli (Conejo)

9 atl (Agua)

10 izquintli (Perro) 11 ozomactli (Mono) 12 malinalli (lo torcido)

13 acatl (Ca?a)

1 ocelotl (Tigre)

2 cuauhtli (?guila)

3 cozcacuauhtli (Buitre) 4 ollin (Movimiento) 5 tecpatl (Pedernal) 6 quiyahuitl (Lluvia) 7 xochitl (Flor) 8 cipactli (Monstruo de la tierra)

Valor num?rico

I II III IV V VI VII VIII

IX

X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX I

Resulta que el ?ltimo dato en el cual se coordinan las p

ciones dentro del ciclo num?rico y del simb?lico es justamen

13 acatl. Y la primera posici?n del segundo ciclo num?r se combina con ocelotl, que simboliza tambi?n una de edades del sol.

Siembre dentro de los l?mites se?alados por las fuent tendremos que avanzar por conjeturas. Pero nos parece nificativo que estas relaciones num?ricas intrincadas nu fueron descubiertas a los frailes recopiladores por sus in

mantes.

LA YUXTAPOSICI?N DE LOS CICLOS

La cruz de malta del C?dice Fejervary-Mayer, que con

tiene todo un tonalamatl y que, por consecuencia nos da lo

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Los veinte signos del Tonal?matl (C?dice Vaticano).

Figura 4

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XIII

V

XIV

VII

XX

VI

XIX

XII

XVIIIXI

IV

XVII

X

III

XVI

IX

II

XV

VIII

EQUIVALENTES NUM?RICOS DE LOS S?MBOLOS DEL CODICE VATICANO

Dentro del modelo 20, se dan series de 12 (arriba hacia abajo) y

8 (abajo hacia arriba) en las columnas verticales; de 13 (de la izquierda hacia la derecha) y 7 (de la derecha a la izquierda), en los horizontales; y series de 1, 5 y 15 en las diagonales.

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LOTHAR KNAUTH

veinte s?mbolos en sucesi?n trecenal, tiene otras sorpresas en su yuxtaposici?n de los ciclos de veintenas y trecenas. Como ya Seler coment?, una representaci?n correspondiente para el ?rea maya se encuentra tambi?n en el C?dice Tro-Cortesiano.7 A pesar de la cruz de malta del C?dice Fejervary-Mayer, podemos transformar la representaci?n en forma c?clica sin violar los hechos num?ricos (v?ase figura 4). Encontramos que la integraci?n de la secuencia trecenal en el c?rculo nos da una serie perfecta de trece en un ciclo sin fin. Chimal pahin hab?a escrito acerca de la estructura de los calendarios

de la ?poca prehisp?nica: Zan yuhqui temal acatl quimamallacachotihuia

quicuecueptihua

yn inxiuhtlapohuallamauh conpohual xiuhtica

Exactamente como una rueda, como un huso da vueltas y siempre vuelve a su principia. El libro de la cuenta de los a?os, pasando dos veces veinte a?os,

om matlatlactica ypan onxiuhtica pasando diez m?s dos a?os [52

(a?os]

in quiyacuilliaya

in cecentetel temallacaclitic

xiuhtlatlapohualli

tom? otra vez la primera posici?n;

como una redonda piedra de mo

(lino [es] la cuenta de los a?os [solares].8

Pero este c?rculo vicioso encierra otro "secreto": Si la

secuencia de los s?mbolos da en un sentido una serie trece nal en cuanto a su valor num?rico, en el sentido inverso, da otra serie septenaria. De ah? se sigue que si se integra en ciclo de posiciones pares una serie de uno de sus coeficientes impares, resulta en una direcci?n c?clica la serie a base de este coeficiente; y en la direcci?n inversa, la serie del coefi ciente complementario.

7 Codex Fejervary-Mayer, Eine altmexikanische Bilderhandschrift der Free Public Museums in Liverpool... Eduard Seier, trad., Berl?n, 1901,

p. 28.

8 Domingo de San Ant?n Mu??n Chimalpahin Quauhtlehuanitzin: Das Memorial breve acerca de la fundaci?n de la ciudad de Culhuacan, Stuttgart, 1958? p. 132.

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NUMEROS MESOAMERICANOS

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Figura 5

Existe, adem?s, otra disposici?n de los veinte s?mbolos en secuencia trecenal, en el C?dice Vaticano (v?ase figura 5). Esta ?ltima es tanto m?s interesante cuanto que constituye un cuadro m?gico que contiene varias series num?ricas den tro de su estructura. De esta clase de figuras num?ricas,

Camman dice:

... diagramas m?gicos... eran parte importante en los estudios ocultos que constituyeron una rama de la protociencia medie val entre los chinos, hind?es y ?rabes, y ?ltimamente, entre los europeos en el Renacimiento temprano.9 9 V?ase Schuyler Cam mann: "The Evolution of Magic Squares in China", Journal of the American Oriental Society (1960) LXXX: 2, pp. 116-124.

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LOTHAR KNAUTH

Surge la pregunta si la disposici?n de los veinte s?mbolos

se?ala un desarrollo semejante entre las altas culturas de Mesoam?rica. Hab?a todav?a otra caracter?stica peculiar. Por sus limita ciones numerol?gicas, el xiuhpohualli, que da vueltas "exac tamente como una rueda, como un huso", rodaba por sus

veintenas. Pero cab?an s?lo 18 revoluciones completas dentro del m?dulo de 365 d?as, m?s la cuarta parte de una, o sea un avance posicional de 5. Por eso ten?a que empezar siempre en uno de cuatro s?mbolos dentro de los veinte. Es decir, si

el xiuhpohualli empezaba con el s?mbolo en la posici?n m (calli) en lo subsiguiente tenia que empezar en la octava

(tochtli), luego en la posici?n xm (acatl), luego la xvm

(tecpatl) para que en otra vuelta regresara a la ni. Si el ciclo de las posiciones de los s?mbolos calend?ricos se mov?a con tanta exactitud en intervalos de cinco, el de las posiciones num?ricas tuvo su propia secuencia. En el m?dul de los 365 d?as del xiuhpohualli cab?an 28 revoluciones com

pletas de a 13 ?que suman 364? m?s el avance por un

posici?n; lo que quiere decir que despu?s de cada a?o solar, la posici?n numeral de 1 a 13 avanz? por uno. Es decir, a 1 calli, segu?a 2 tochtli, luego 3 acatl, luego 4 tecpatl, luego 5 calli, etc., hasta llegar a 13 calli al cual a?o sigui? 1 acatl, etc?tera. Result? que los movimientos posicionales num?ricos estaban completamente sincronizados con la integraci?n de los ciclos simb?licos y los cuatro "portadores" de los a?os. Sabemos algo de la tiran?a intelectual que significaba la posesi?n de secretos matem?ticos por parte de los pitag?ricos en el mundo griego.^10 Si consideramos que el sistema calen d?rico-numerol?gico nahua-azteca encerraba un n?mero con siderable de combinaciones y coincidencias numerol?gicas, podemos postular el sistema calend?rico, especialmente por el poder m?gico de sus secretos, como un instrumento de ordenaci?n totalitaria.

lo V?ase L. Robin: La pens?e hell?nique, pp. 31 ss. y Dodds: Tht Greeks and the Irrational, Berkeley y Los ?ngeles, 1964, pp 144 ss.

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NUMEROS MESOAMERICANOS

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Nos hemos alejado algo de nuestro inter?s primordial: las premisas religioso-ideol?gicas del mundo mesoamericano. As? puede parecer, pero de hecho hemos se?alado que en la con cepci?n num?rico-calend?rica nahua-azteca, la idea de prin cipio y fin, como puntos discretos ?tal vez con la excepci?n de la crisis al terminarse el xiuhmolpilli? tiene muy poca importancia. La trascendencia est? en el concepto c?clico del conjunto. Y dentro de este ciclo, es importante la situaci?n, la posici?n. La visi?n general no es evolucionista sino circuns tancial, no es lineal sino c?clica. No existe el concepto del milenio, sino s?lo el de un es tado permanente en flujo, dualista, ambiguo, precario. Es prerrequisito de la continuada existencia del universo man tener este movimiento c?clico de la misma manera que lo se?ala el calendario. Quiz? los sacerdotes aztecas se refirieron oscuramente a estos secretos, cuando afirmaron en sus Colo quios con los doce primeros frailes franciscanos en 1524: Ca achitzin ic tontlaxeloa in axcan achitzin ic tictlapoa

in itop in ipeylacal in tlacatl totecuyo

Pues, por lo tanto un poco descubrimos

ahora, por ende destapamos un poco la funda de c?liz, el arca de nuestro Se?or de los Hombres.11

Es muy sugestivo que en esta m?xima defensa de las vie jas costumbres de la naci?n y cultura azteca, sus sacerdotes nunca se refirieron a los "secretos" del calendario...

il Bernardino de Sahag?n: Sterbende G?tter und Christliche Heils botschaft, Walter Lehmann, tr., Stuttgart, 1949, p. 102.

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UN GOBERNADOR MADERISTA:

BENITO JU?REZ MAZA

Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA

Peter V. N. Henderson University of Nebraska

Es frecuente que, en un momento crucial de la historia de una naci?n, sus grandes hombres se adelanten a su tiempo para cambiar el destino de los acontecimientos humanos. ?nicamente en contadas excepciones los descendientes inme diatos de estos hombres han logrado alcanzar el mismo grado de grandeza. Una de las fallas m?s graves del sistema de las monarqu?as europeas era, por ejemplo, que a un rey sabio le suced?a, con frecuencia, un hijo mediocre. Aunque la ex periencia latinoamericana en el r?gimen mon?rquico ha sido muy limitada, la naturaleza olig?rquica de la sociedad tra dicional latinoamericana tuvo como consecuencia que ciertas familias muy selectas representaran, a menudo, un papel poco

apropiado en la vida pol?tica de sus pa?ses. Especialmente a un nivel local, una o dos familias prominentes dirig?an, con frecuencia, los destinos pol?ticos de su propia regi?n o patria chica. En su mayor?a, la ?lite tradicional cerraba su c?rculo

para evitar la infiltraci?n social. Los l?deres procedentes de un estrato social m?s bajo que lograban franquear esta ba rrera, consegu?an ser admitidos en la aristocracia despu?s de haber alcanzado notoriedad a trav?s de sus puestos militares o pol?ticos. Por ejemplo, en M?xico, un humilde indio de

Oaxaca lleg? a ocupar el m?s relevante cargo de su pa?s y alcanz? as?, tanto para ?l como para su familia, una posi ci?n importante dentro de las clases sociales m?s altas. A pe 372

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 373 sar de que el mete?rico ascenso de Benito Ju?rez fue notorio,

de que se hab?a hecho acreedor a su nombramiento con toda justicia y de que fue uno de los m?s grandes h?roes naciona les mexicanos, su hijo, Benito Ju?rez Maza, carec?a del talento

necesario para llegar a ser un l?der pol?tico importante.

Aunque son bien conocidos los detalles de la vida del

Benem?rito de las Americas, se ha escrito muy poco acerca

de su hijo, Benito Ju?rez Maza. Es cierto que dicho hijo obtuvo escasos beneficios de la fama de su padre, pero s? tuvo un papel menor en la revoluci?n de 1910. Durante el porfiriato, el joven Benito Ju?rez ocup? diferentes puestos, el m?s importante de ellos en la C?mara de Diputados. Ju?

rez Maza nunca lleg? a alcanzar la estatura pol?tica de su

padre, y parece probable que si recibi? dichos nombramientos fue debido ?nicamente a su apellido. Tal vez, Porfirio D?az consider? que el nombre de Ju?rez, utilizado con habilidad, podr?a convertirse en el centro de una rebeli?n en contra de

la dictadura. No obstante el hecho de que Benito Ju?rez

Maza acept? estos nombramientos, aliment? el "rencor en su coraz?n" en contra de Porfirio D?az, por haberse rebelado ?ste en 1871 en contra del r?gimen de Ju?rez.1 A pesar de las recompensas que recibi? Ju?rez Maza por permanecer leal, ?ste ambicionaba ampliar su carrera pol? tica. Probablemente a causa del prestigio de su familia, Ju? rez se convirti? en un liberal declarado y se opuso abierta

mente a la influencia creciente de los cient?ficos, c?rculo intelectual que rodeaba a Porfirio D?az en calidad de aseso res. Como anticient?fico, Ju?rez Maza aport? su legado po l?tico al general Bernardo Reyes, quien encabezaba la oposi ci?n al grupo de confianza de D?az. Despu?s del cambio de siglo, los cient?ficos comenzaron a extender su influencia tanto dentro de los gobiernos de los estados como dentro del gabinete. Citaremos como ejemplo de lo anterior, el que en la elecci?n gubernamental de 1902 en Oaxaca el cient?fico i Ram?n Prida: De la dictadnra a la anarqu?a, M?xico, Botas, 1958,

p. 176.

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Emilio Pimentel fue recompensado con el nombramiento para dicho cargo. En 1910, los anticient?ficos decidieron unir sus esfuerzos para contrarrestar la creciente fuerza de sus oposi tores, tanto en las elecciones estatales como en la elecci?n

nacional.

Muchos oaxaque?os pensaron que Pimentel administr?

mal su gobierno y que los electores merec?an un nuevo can didato en 1910. A varios subordinados del gobernador se les consideraba impopulares en extremo, ya que hab?an abusado

de la poblaci?n local a su mando. El jefe pol?tico del dis

trito serrano se apoder? de las cosechas de los indios bajo pretextos que propiciaban grandes ventajas a sus intereses

personales.2 Haciendo causa com?n con las clases m?s ba

jas, los anticient?ficos nombraron a un candidato para go bernador que pudiera obtener el apoyo popular ?nicamente con la fuerza de su nombre: Benito Ju?rez Maza.

La campa?a anticient?fica languideci? en 1910. Impor

tantes periodistas locales expusieron la corrupci?n del meca

nismo pol?tico pimentelista. Un periodista lleg? incluso a acusar al gobernador de llevar una vida sexual inmoral.3 No obstante que un n?mero considerable de peticiones po pulares apoyaba la candidatura de Ju?rez Maza,4 el sistema electoral porfiriano destin? a Pimentel para ejercer su tercer

mandato en 1910. Al igual que en toda la Rep?blica, los

gobernadores o sus sucesores, escogidos al antojo del dicta dor, permanecieron en sus puestos pol?ticos.5 Para muchos anticient?ficos, lo cerrado de la estructura pol?tica porfiriana

podr?a propiciar la violencia como ?nico recurso desespe 2 Te?filo B. Le?n a Porfirio D?az, junio 23, 1909, Universidad de

las Americas, Colecci?n General Porfirio D?az (Microfilm), rollo 266, legajo 34, 009737. De aqu? en adelante se cita: Arch PD con la infor maci?n correspondiente. 3 M. J. Ortigosa a Porfirio D?az, mayo 21, 1910. Arch PD, rollo 270, legajo 35, 006303. 4 Romualdo Lara y otros a Porfirio D?az, octubre 11, 1910, Arch PD, rollo 275, legajo 35, 015015. 5 Stanley Ross: Francisco I. Madero: Apostle of Mexican Democracy, Nueva York, Columbia University, 1955 pp. 70-71.

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 375 rado. Durante pocas semanas despu?s de las elecciones de

1910, varios anticient?ficos se unieron a las crecientes faccio

nes rebeldes apostadas a lo largo de la frontera de Texas, ya listas para una rebeli?n. Benito Ju?rez sin embargo, deci di? permanecer leal al dictador, conservando su puesto en

la C?mara de Diputados hasta que triunf? la revoluci?n de 1910.

Despu?s de que los resultados de la elecci?n acabaron con los anhelos de los candidatos de la oposici?n tanto locales como nacionales, Francisco Madero y varios de sus subor dinados aceptaron, de mala gana, iniciar una rebeli?n. En noviembre de 1910, Madero lanz? un ataque al otro lado de la frontera, ataque que result? un rotundo fracaso. Aunque el movimiento se derrumb?, dej? prendida su peque?a me cha en Chihuahua al mando de Pascual Orozco. Al mismo

tiempo que el a?o agonizaba, la revoluci?n se iba exten diendo hacia el sur, a tal grado, que los rebeldes controlaron zonas importantes del norte de M?xico. Porfirio D?az se en frent? al reto de los rebeldes, con un programa de reformas

internas que fue publicado en los peri?dicos en marzo de

1911. Al mismo tiempo D?az intent? retirar a algunos de sus gobernadores m?s impopulares. En cierto sentido, Porfirio D?az complet?, ?l mismo, la primera etapa de la Revoluci?n Mexicana cuando puso a los anticient?ficos en lugar de los odiados y privilegiados funcionarios cient?ficos.

Como el movimiento maderista se form? en Oaxaca ya muy tarde, el dictador decidi? destituir a Emilio Pimentel el 19 de abril de 1911. La selecci?n de un gobernador inte rino fue la causa de serias fricciones pol?ticas en el gobierno nacional. Teodoro Dehesa, gobernador de Veracruz y amigo personal de don Porfirio, manten?a que s?lo Benito Ju?rez Maza era capaz de apaciguar la agitaci?n pol?tica de Oaxaca. Jos? Iv?s Limantour, ministro de Hacienda, quien sigui? siendo el confidente del dictador hasta el derrumbamiento del r?gimen, contest? que F?lix D?az ya hab?a sido designado gobernador interino. Subsecuentemente, Dehesa culp? a Li mantour por la ca?da de la dictadura, a causa de este ?nico

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incidente.6 Aunque Dehesa exager? la importancia de su que rella con Limantour, los oaxaque?os, aparentemente, resin tieron la imposici?n de F?lix D?az. Como resultado, en lugar de apaciguarse, aumentaron los disturbios en Oaxaca. Tropas rebeldes se reunieron en las monta?as del estado y los maderistas lograron derrocar a varias de las autoridades locales. As? sucedi? en el distrito de Juchit?n, donde rebeldes al mando de Jos? "Che" G?mez expulsaron al concejo municipal y eligieron a las nuevas auto ridades de entre sus propias filas.7 El gobernador F?lix D?az trat? de salvar la causa porfiriana en Oaxaca, pero al pare cer ya era demasiado tarde. No obstante haber enviado tro pas leales por todo el estado, los rebeldes ganaban terreno d?a a d?a.8 Como suced?a por todo el pa?s, la creciente fuerza

militar de Madero fue la causa de que la dictadura se des

moronara. Con la aprobaci?n del Tratado de Ciudad Ju?rez en mayo de 1911, Porfirio D?az reconoci? el derrocamiento de su tan prolongado r?gimen. En los primeros meses que siguieron, algunos personajes pol?ticos tuvieron que hacer virajes r?pidos para quedar dentro del nuevo sistema pol? tico maderista.

Seg?n los t?rminos del tratado, las elecciones tendr?an lugar en el verano de 1911, en la mayor?a de los estados

importantes. En Oaxaca los maderistas escogieron como can

didato a Ju?rez Maza, aunque no hab?a demostrado sim pat?a alguna por los maderistas antes de la victoria de ?stos. Sin embargo, como reyista, o m?s bien como anticient?fico, Ju?rez Maza pod?a contar con la simpat?a de la mayor?a de los arist?cratas porfirianos, as? como tambi?n con la peque?a 6 Teodoro Dehesa a Jos? Iv?s Limantour, enero 25, 1912, Archivo de Francisco V?zquez G?mez, en Southern Illinois University, Morris

Library, caja 28, 00065-00066. De aqu? en adelante se cita Arch FVG con la informaci?n correspondiente. 7 Jos? G?mez a Porfirio D?az, mayo 8, 1911, Arch PD, rollo 371, legajo 70, 010921.

8 F?lix D?az a Porfirio D?az, mayo 24, 1911, Arch PD, rollo 371,

legajo 70, 011796.

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JUAREZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 377 organizaci?n maderista en Oaxaca. Adem?s, su notorio nom bre le debi? granjear un apoyo considerable entre las clases m?s bajas, quienes hab?an aprendido a venerar al padre del candidato. La oposici?n a la candidatura de Ju?rez provino de F?lix D?az, quien dimiti? de su cargo para presentarse como candidato en las elecciones. El general D?az ya hab?a manifestado su desaprobaci?n hacia Madero y su pol?tica, llamando "demasiado nervioso" al afortunado revoluciona rio.9 Un n?mero considerable de maderistas influyentes ma nifest? su aversi?n a F?lix D?az a causa de los constantes rumores de la existencia de una conspiraci?n contrarrevolucio naria.10 En medio de este ambiente de extrema desconfianza, F?lix D?az tuvo pocas oportunidades de ganar las elecciones gubernamentales. El general D?az nunca se tom? la molestia de emprender

campa?a electoral alguna. Era obvio que la fuerza de su

nombre, en el estado del que era originario, ser?a suficiente para llevarlo a la victoria. Como contraste, Benito Ju?rez Maza recorri? el estado pronunciando discursos pol?ticos a partir del 18 de junio de 1911.11 Mientras que el candidato empleaba el tiempo en compromisos de oratoria, sus partida rios se dedicaron a la importante tarea de conseguir el apoyo pol?tico del presidente interino Francisco Le?n de la Barra. El presidente de la organizaci?n pol?tica juarista en la ciu

dad de Oaxaca, Miguel Cuevas Paz, dijo confidencialmente

a De la Barra que F?lix D?az contaba s?lo con el apoyo

de los miembros de las clases privilegiadas, tales como el

de los empleados gubernamentales anteriores, el del alto cle

ro y el de la aristocracia.12 Los felicistas contraatacaron respon 9 Jos? C. Valad?s: "Habla F?lix D?az" en Hoy, marzo 6, 1943. 10 Camilo Arriaga a Francisco I. Madero, mayo 28, 1911. La carta

se public? primero en La Prensa de San Antonio, Texas, el 23 de

agosto de 1936, y puede ser localizada en Arch FVG, caja 11, 001116. li Alfonso Francisco Ram?rez: Historia de la Revoluci?n Mexicana

en Oaxaca, M?xico, Instituto Nacional de Estudios Hist?ricos de la

Revoluci?n Mexicana, 1970, pp. 30-31. 12 Miguel Cuevas Paz a Francisco Le?n de la Barra, julio 12, 1911, en Universidad Nacional Aut?noma de M?xico, Archivo particular de

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diendo que, aunque Benito Ju?rez Maza ten?a una perso nalidad agradable, era un verdadero inepto.13 Hacia el mes

de julio, la campa?a se hab?a formado en una contienda desenfrenada, en la que la violencia surgi? entre los dos bandos. El 8 de julio, los partidarios de Ju?rez Maza organizaron una reuni?n pol?tica gigante en el pueblo de Ocotl?n. Cuando los juaristas desfilaron por el pueblo, los felicistas los ata caron suscit?ndose una enconada batalla. Varios ciudadanos resultaron muertos y otros muchos fueron heridos.14 El inci dente propici? el aumento de las tensiones existentes, ya que cada grupo inculpaba al contrario por el desastre ocurrido. A pesar de estos obst?culos, la candidatura de Ju?rez parec?a progresar de manera calmada, asegurando as? la elecci?n del hijo del notorio presidente.

La actitud del gobierno federal, la de Madero y la del gobernador de Oaxaca, todas ellas, desempe?aron un papel importante en el resultado final de la elecci?n. Ya desde el 17 de mayo de 1911, Francisco Madero patentiz? su apoyo a Ju?rez Maza,15 y seguidamente escribi? a los miembros de la legislatura estatal de Oaxaca, orden?ndoles que asegura ran la elecci?n de Ju?rez.16 Por su parte, el gobernador in terino Heliodoro D?az Quintas, tambi?n ex diputado porfi

Gildardo Maga?a, caja 6, expediente V-l, 174. De aqu? en adelante se cita Arch Maga?a con la informaci?n correspondiente. 13 El Tiempo, julio, 1911. Este art?culo se reproduce en Ram?rez: op. cit., pp. 27-28.

14 Gregorio Ponce de Le?n: El interinato presidencial de 1911,

M?xico, Imprenta y Fototipia de la Secretar?a de Fomento, 1912, p. 82. Ver tambi?n Jorge Fern?ndez de Castro y Fincks: Madero y la demo cracia, M?xico, Secretar?a de Educaci?n P?blica, 1966, p. 186. Sin em bargo, Fern?ndez equivocadamente afirma que los dos rivales se dispu taban la gubernatura de Jalisco.

15 Francisco V?zquez G?mez a M. Amieva, mayo 17, 1911, Arch

FVG, caja 12, 00858. V?zquez G?mez inform? a Amieva de la selecci?n personal de Madero de gobernadores y de ministros del gabinete.

16 Francisco I. Madero a Luis Jim?nez Figueroa y a Porfirio Mo

reno, junio 18, 1911, en Biblioteca Nacional, Archivo Madero, caja 4, telegramas, mayo y junio, 1911.

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JUAREZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 379 rista, expres? su preferencia por la candidatura de Ju?rez.17 De la Barra, decidido a presidir unas elecciones libres, tam bi?n apoy? al candidato, aunque no de manera entusiasta.18 Conforme se acercaba la fecha de la elecci?n, Benito Ju?rez Maza se perfilaba como el vencedor definitivo. Fue s?lo una semana antes del d?a de la elecci?n cuando Madero cambi? de opini?n. Escribi? al presidente interino y le sugiri? que se propusiera a un tercer candidato. Madero aborrec?a a F?lix D?az "a causa de sus antecedentes" y muy a pesar suyo, comenzaba a desagradarle Benito Ju?rez. Ju? rez Maza, en varias ocasiones, manifest? a los oaxaque?os

que Madero lo impondr?a a costa de lo que fuera; estas

declaraciones molestaron a Madero, puesto que iban en con tra de sus principios democr?ticos. En vista de que la elec ci?n estaba pr?xima, Madero propuso que ?sta se retrasara hasta que un tercer candidato tuviera la oportunidad de lle var a cabo una campa?a electoral razonable.19 Aun despu?s

de que Madero lanzara esta bomba, De la Barra actu? re servadamente.

El presidente interino dirigi? una carta al gobernador D?az Quintas, inquiriendo cautelosamente sobre las probabi lidades de retrasar la elecci?n en Oaxaca.20 El gobernador respondi? de inmediato que cualquier retraso en las eleccio 17 Marcelino P?rez a Venustiano Carranza, julio 10, 1916, en Centro

de Estudios de Historia de M?xico, Condumex, S. A., Archivo Parti cular de Venustiano Carranza, carpeta 90. 18 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, julio 2, 1911, Arch Maga?a, caja 6, expediente J-2, 3. Aqu?, Ju?rez Maza hace refe rencia a De la Barra como "Panchito". Puesto que las cartas subsiguien tes del candidato tienen un tono m?s respetuoso, es obvio que alguien

reproch? a Ju?rez Maza esta familiaridad. Dicho incidente es una muestra de la falta de tacto de Ju?rez Maza.

19 Francisco I. Madero a Francisco Le?n de la Barra, julio 24, 1911, en Centro de Estudios de Historia de M?xico, Condumex, S. A., Archivo

Francisco Le?n de la Barra, carpeta 2, 110. Ver tambi?n Jos? C. Valad?z: Imaginaci?n y realidad de Francisco I. Madero, M?xico An tigua Librer?a Robredo, 1960, u, p. 201, para una opini?n similar. 20 Francisco Le?n de la Barra a Heliodoro D?az Quintas, julio 27 1911, Arch Maga?a, caja 17, expediente 1, 72.

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n?s aumentar?a la tensa situaci?n del estado.21 De la Barra pas? esta informaci?n a Madero, a?adiendo que desde este punto de vista las observaciones de D?az Quintas parec?an ser l?gicamente s?lidas.22 Madero estuvo de acuerdo pero restringi? su respuesta expresando: "Sigamos el curso nor mal de los acontecimientos. Despu?s, si es necesario, veremos c?mo podemos remediar la situaci?n".23 En suma, Madero

no se opon?a a lograr sus deseos a trav?s de una elecci?n libre, siempre y cuando pudiera solapar sus actos tras la fineza y suavidad de su oratoria democr?tica. De una ma

nera similar, en Chihuahua, Madero alent? a su lugarteniente

Abraham Gonz?lez a que se presentara como candidato a gobernador, y mientras, acab? con las aspiraciones del rival potencial Pascual Orozco.24 A pesar de la indecisi?n de Madero, por aquel entonces,

la elecci?n tuvo lugar en la fecha fijada. El 30 de julio de 1911, Ju?rez Maza gan? por una amplia mayor?a y se con

virti? en el gobernador electo. Inmediatamente, los felicistas culparon al gobierno fede ral de haber impuesto a Benito Ju?rez. El diputado Alberto

Carriedo puso al gobernador D?az Quintas el apodo de "el gran elector", dado que hab?a conseguido imponer su propia

voluntad al electorado.25 La asombrosa mayor?a alcanzada

por Ju?rez ?169 854 votos contra s?lo 4 562 votos a favor de F?lix D?az? ilustra sustancialmente el ataque que dicho apo

do implicaba. Sin embargo, a causa de las opiniones expre sadas en favor de Ju?rez Maza con motivo de la elecci?n de 1910, parece probable que esta victoria result? del agrado 21 Heliodoro D?az Quintas a Francisco Le?n de la Barra, julio 27,

1911, Arch Maga?a, expediente 1, 83. 22 Francisco Le?n de la Barra a Francisco I. Madero, julio 28, 1911, Arch Maga?a, caja 23, expediente 5, 12. 23 Francisco I. Madero a Francisco Le?n de la Barra, julio 29, 1911

Arch Maga?a, caja 18, expediente 1, 52.

24 Michael C. Meyer: Mexican Rebel: Pascual Orozco and the Mexi

can Revolution ? 1910-1915, Lincoln, University of Nebraska Press, 1967, pp. 39-41. 25 Ram?rez: op. cit., p. 29.

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 381 de los oaxaque?os. Tal vez este triunfo no hubiera sido tan aplastante si no se hubieran impuesto restricciones a la opo sici?n. De cualquier forma, Benito Ju?rez Maza asumi? la gubernatura del estado el 23 de septiembre de 1911. Por des gracia, como hab?an predicho un n?mero considerable de felicistas, Ju?rez Maza result? ser un inepto y pronto se vio abrumado de problemas pol?ticos. Cuando el nuevo gobernador asumi? el cargo, hab?a rela tiva tranquilidad en todo el estado. Sin lugar a dudas, esta paz proven?a de la eficiente administraci?n de Heliodoro D?az Quintas. Cuando el gobernador interino asumi? el cargo

en junio de 1911, se encontr? con que la amenaza de una

revoluci?n social y, en particular, la captura por parte del campesinado de tierras que pertenec?an a los arist?cratas, hab?a cundido por diversos lugares del estado. Los victorio sos maderistas y los vencidos porfiristas contribuyeron con siderablemente a esta situaci?n c?ustica, ya que mantuvieron una rivalidad despiadada, la cual, espor?dicamente, degener? en verdaderas luchas abiertas. Dado que los maderistas nunca hab?an logrado en Oaxaca las abrumadoras conquistas alcanzadas en el norte, en junio de 1911 Madero tom? la decisi?n de enviar fuerzas de ocu paci?n a dicho estado. El gobernador D?az Quintas se opuso al proyecto de Madero por temor a que se suscitara, en el estado, una confrontaci?n encarnizada entre maderistas y porfiristas. Madero, aparentemente, atendi? a las razones del gobernador ya que no envi? ningunas tropas.26 Mientras tanto, D?az Quintas alent? a los revolucionarios para que

licenciaran a las suyas. El principal maderista, ?ngel Ba rrios, se neg? a llevar a cabo dicha empresa mientras que

el gobierno no garantizase la seguridad personal de sus hom bres y de las propiedades de ?stos. Barrios rechaz? despee

26 Francisco I. Madero a Heliodoro D?az Quintas, julio 6, 1911, Universidad de Nebraska, Archivo Francisco I. Madero (microfilm), rollo 21, 3607. De aqu? en adelante se cita: Arch Madero con la in

formaci?n correspondiente. Ver tambi?n Francisco I. Madero a Heliodoro D?az Quintas, junio 23, 1911, Arch Madero, rollo 21, 3606.

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tivamente el intento de soborno por parte del gobierno, que le ofreci? el puesto de jefe de los rurales del estado, e insisti?

en llegar a una paz bajo sus propias condiciones.27 Curio samente, Madero hab?a* ofrecido un puesto similar a Pas cual Orozco, quien capitaneaba las guerrillas maderistas en Chihuahua. Al mismo tiempo, el gobernador D?az Quintas, conjun

tamente con el gobierno federal, trat? de evitar una revolu ci?n social en Oaxaca. Un incidente un tanto particular tuvo lugar en el distrito de Juchit?n, donde Esteban Maqueo Cas tellanos, amigo personal de Porfirio D?az, hab?a adquirido propiedades considerables. Seg?n los informes, Maqueo Cas tellanos "manejaba su hacienda como un virrey" y rehusaba

pagar a sus empleados.28 El hacendado neg? los cargos y

solicit? ayuda militar para evitar que los campesinos saquea ran sus tierras.29 El presidente De la Barra atendi? la soli citud de inmediato, ordenando a D?az Quintas que le pro porcionase garant?as de vida y de propiedad.80 En resumen,

tal parece que el gobernador de Oaxaca y el "presidente blanco" compart?an inquietudes similares en cuanto a las propiedades. En Oaxaca el gobierno rehus? favorecer una re

voluci?n social, y la captura de tierras era evitada por medio

de la fuerza.

Incluso los llamados elementos revolucionarios dentro del

gabinete, como era el caso de Emilio V?zquez G?mez, apo yaban con entusiasmo la pol?tica de De la Barra. Cuando

menos en dos ocasiones diferentes, el mismo V?zquez G?mez orden? al gobernador D?az Quintas que les asegurara a aque 27 Ram?rez: op. cit., pp. 32-33. 28 Heliodoro D?az Quintas a Francisco Le?n de la Barra, agosto 8, 1911, Arch Maga?a, caja 15, expediente 2, 31. 29 Esteban Maqueo Castellanos a Francisco Le?n de la Barra, agos to 4, 1911, Arch Maga?a, caja 7, expediente M-3, 143. El 9 de agosto

se repiti? la solicitud; ver Castellanos a De la Barra, Arch Maga?a, caja 15, Expediente 2, 46. 30 Francisco Le?n de la Barra a Heliodoro D?az Quintas, agosto 7, 1911, Arch Maga?a, caja 14, expediente 4, 18.

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 383 l?os hacendados que hab?an sido amenazados, que sus pro piedades ser?an protegidas de los indios hambrientos de tie rras.31 Adem?s, V?zquez G?mez envi? felicitaciones a D?az Quintas por el ?xito obtenido al aplastar el movimiento lo

cal.32 Resultaba obvio, pues, que V?zquez G?mez dif?cil

mente pod?a representar "la esencia del radicalismo".33 En lugar de ser un revolucionario social, Emilio V?zquez G? mez pretend?a evitar, tanto para s? mismo como para su hermano Francisco, el ser eliminados de la familia revolu cionaria, fcttmando para ello un s?quito pol?tico s?lido. Contando, entonces, con la total cooperaci?n del gobierno

dentral, D?az Quintas acab? con la revoluci?n social en Oaxaca. Cuando Benito Ju?rez Maza asumi? el cargo de

gobernador, en septiembre de 1911, al parecer, hab?an que dado resueltos los problemas m?s serios. Ju?rez Maza pronto descubri? que no pod?a disfrutar de la tranquilidad que D?az Quintas le hab?a legado. En el ve

rano de 1911, en el estado de Morelos, Emiliano Zapata,

l?der local de los rebeldes, se hab?a negado a reconciliarse con el gobierno de De la Barra. Al interrumpirse las nego ciaciones en septiembre, Zapata y su lugarteniente Andreu Almaz?n, publicaron un manifiesto exhortando a los revolu cionarios agraristas a que se alzaran en contra del gobierno

31 En Tehuantepec, los revolucionarios destruyeron la hacienda pro

piedad de Antonio G. Heras, matando a cuatro personas. Emilio V?z quez G?mez a Heliodoro Quintas, julio 5, 1911, Arch Maga?a, copiador de V?zquez G?mez, caja 10, expediente 4, p. 324. Fue un episodio de mayores consecuencias el que los indios invadieran la hacienda El Se?or en Santa Catarina. V?zquez G?mez, al igual que en el incidente antes

mencionado, orden? al gobernador que proporcionara amplias garant?as al propietario y que se devolvieran las propiedades. Ver Emilio V?zquez G?mez a Heliodoro D?az Quintas, julio 5, 1911, Arch Maga?a, caja 10,

expediente 4, p. 378.

32 Emilio V?zquez G?mez a Heliodoro D?az Quintas, julio 4, 1911,

Arch Maga?a, caja 10, expediente 4, p. 283.

33 Ross: op. cit., p. 203, expresa este punto de vista compartido por la mayor?a.

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de De la Barra.34 Pocos d?as despu?s esto fue aceptado por los partidarios de Zapata, y Ju?rez tuvo que enfrentarse a una revoluci?n agraria en gran escala en varios distritos del estado. La primera irrupci?n zapatista tuvo lugar, hacia me diados de septiembre, en el distrito de Huajuapan, comandada por Cuturio Gonz?lez y por los hermanos Torreblanca.35 El comandante, general Gonz?lez Salas, ante la imposibilidad de enfrentarse a la invasi?n, solicit? del general Victoriano Huerta el env?o de refuerzos de Morelos.36 Sin embargo, poco

a poco, los federales vencieron a los rebeldes y el 18 de

octubre los Zapatistas que hab?an quedado huyeron al estado

de Puebla.37

Silacayoapan sufri? una insurrecci?n zapatista de mayor consideraci?n. El 23 de septiembre, doscientos Zapatistas

irrumpieron en los pueblos fronterizos de Ray?n, Cienegui Ua y Zapotl?n. Las fuerzas militares locales estaban consti tuidas por unos treinta soldados capitaneados por un tal coronel Ruiz. Ante la situaci?n de inminente peligro que se le presentaba, el nuevo gobernador suplic? al gobierno cen tral que le proporcionara ayuda militar.38 Durante el mes de octubre, los Zapatistas ocuparon la capital del distrito y saquearon a los comerciantes locales.39 Sin embargo, hacia el fin de ese mismo mes, las fuerzas federales hab?an logrado

derrotar a los Zapatistas en todo el estado. A pesar de la

desaparici?n de esta amenaza, el gobernador Ju?rez Maza se

34 John Womack: Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York,

Random House, 1968, p. 122. 35 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, octubre 7, 1911, Arch Maga?a, caja 21, expediente 4, 53. 36 General Gonz?lez Salas a Victoriano Huerta, septiembre 19, 1911, Arch Maga?a, caja 17, expediente 11, 27.

37 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, octubre 21,

1911, Arch Maga?a, caja 18, expediente 2, 48. 38 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, septiembre 24, 1911, Arch Maga?a, caja 21, expediente 5, 61.

39 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, octubre 16,

1911, Arch Maga?a, caja 18, expediente 2, 37.

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JUAREZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 385 enfrentaba ahora a dificultades mayores que, por su propia ineptitud, hab?a creado ?l mismo. A fines de septiembre, el gobernador comenz? a sustituir a varios jefes pol?ticos en el estado. Desafortunadamente, en varias ocasiones, reemplaz? a elementos revolucionarios por viejos porfirianos aborrecidos por el pueblo, lo cual molest? considerablemente a los l?deres pol?ticos locales.40 En Te huantepec, por ejemplo, Ju?rez trat? de imponer a Carlos Woolrich, quien hab?a sido jefe pol?tico bajo el r?gimen de Porfirio D?az,41 como sustituto de Alfonso Santib??ez, quien

se hab?a apoderado del mando durante la revuelta made

rista. Seg?n un informe, Woolrich, torpemente, fue a la casa de Santib??ez alardeando de su pr?ximo nombramiento; en

aquella ocasi?n, uno de los hombres de Santib??ez se apre sur? a disparar sobre el rival pol?tico.42 Des?rdenes en mayor

escala surgieron entre los dos bandos. El gobernador envi? a un subalterno de confianza, Constantino Chapital, como mensajero de paz y simult?neamente solicit? tropas federales para sofocar los disturbios.43 Aunque la paz lleg? muy pronto al istmo, el distrito de Juchit?n representaba un problema m?s serio para el novel gobernante. Cuando Jos? "Che" G?mez se hizo del mando de Juchi t?n en mayo de 1911, encontr? cierta oposici?n. El nuevo presidente municipal someti? a sus jefes rivales, Vicente Ma tas y Ricardo Le?n, a presiones considerables. A principios de julio, los chegomistas trataron de suprimir la publicaci?n del peri?dico de Matus, El Dem?crata.** Dado que esta ma

40 Prida: op. cit., p. 347. 41 William Gumales a Porfirio D?az, febrero 26, 1902, Arch PD, rollo 189, legajo 27, 002770, estableciendo a Woolrich como funcionario porfirista. 42 Ram?rez: op. cit., p. 38. Ver tambi?n Arnulfo Piatkowski a Benito Ju?rez Maza, octubre 4, 1911, Arch Maga?a, caja 7, expediente M-5, 48.

43 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, octubre 7,

1911, Arch Maga?a, caja 21, expediente 3, 9. 44 Vicente E. Matus y Ricardo Le?n a Francisco Le?n de la Barra, julio 1?, 1911, Arch Maga?a, caja 16, expediente 4, 8.

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niobra fracas?, G?mez mand? a la c?rcel a sus antagonistas.45 Otros juchitecos tambi?n solicitaron al gobierno federal y al local la supresi?n del tirano.46 Ya que Juchit?n se hab?a negado a apoyar la candidatura de Madero en las elecciones nacionales, y como el mismo Ju?rez Maza consideraba al "Che" G?mez un ser peligroso, el gobernador decidi? desti tuir al presidente municipal.

El hecho de que el gobernador se entrometiera en los

asuntos del distrito caus? un furor inmediato. Ju?rez Maza justific? su actitud declarando que G?mez era un ambicioso del poder.47 G?mez apel? de la decisi?n gubernamental ante el presidente interino aduciendo que las gentes de Juchit?n resintieron la intervenci?n del gobernador en los asuntos locales,48 y basando este argumento en un punto del pro grama del casi olvidado Plan de San Luis Potos?, de Madero. Sin embargo, el presidente no actu?. Como faltaba menos de una semana para que finalizara su arduo per?odo de gobier no, tal vez De la Barra prefiri? que fuera su sucesor quien resolviera este problema. Uno de sus colaboradores coment? que De la Barra rehus? intervenir bas?ndose en la autodeter minaci?n local vigente.49 Puesto que el gobierno federal no hab?a intervenido, Ju? rez Maza insisti? en que su candidato Enrique Le?n ocupara este cargo. Le?n solicit? la ayuda de fuerzas federales para 45 Vicente Matus y Ricardo Le?n a Francisco Le?n de la Barra, julio 3, 1911, Arch Maga?a, caja 16, expediente 4, 23. A pesar de su

encarcelamiento, los adversarios segu?an dando cuenta de las actividades de G?mez. Por ejemplo, en su informe del 2 de agosto, Matus reclam? que hab?an matado a cuatro juchitecos por negarse a apoyar a G?mez.

Arch Maga?a, caja 7, expediente M-3, 114. 46 M?ximo V?zquez y otros a Francisco Le?n de la Barra, agosto 30, 1911, Arch Maga?a, caja 8, expediente V-5, 51.

47 Benito Ju?rez Maza a Francisco Le?n de la Barra, octubre 29,

1911, Arch Maga?a, caja 19, expediente 1, 5. 48 Jos? F. G?mez a Francisco Le?n de la Barra, octubre 29, 1911,

Arch Maga?a, caja 19, expediente 2, 6. Ver tambi?n G?mez a De la

Barra, noviembre l9, 1911, Arch Maga?a, caja 19, expediente, 4, 4. 49 Ponce de Le?n: op. cit., pp. 226-227.

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 387 imponer la paz, lo que dio lugar a una rebeli?n.50 Los re beldes bombardearon el palacio municipal y el Hotel Cen

tral, dejando un saldo de trescientos muertos y mil heridos. Ju?rez Maza pidi? refuerzos inmediatos y el 7 de noviembre

el general Aureliano Blanquet lleg? al lugar de los aconte

cimientos.51 El flamante presidente Madero, en un esfuerzo por cumplir con un compromiso con su amigo C?ndido Agui lar, trat? de imponerlo como jefe pol?tico del distrito. La decisi?n de Madero vino a complicar a?n m?s la situaci?n, ya que el gobernador rehus? aceptar interferencia externa y amenaz? con separar a Oaxaca de la federaci?n mexicana.52 La rebeli?n continu? extendi?ndose durante todo el mes de

diciembre y las tropas federales se vieron ahogadas. Final mente, el "Che" G?mez acept? viajar a la ciudad de M?xico, portando un salvoconducto, con la finalidad de resolver las dificultades. A pesar de las garant?as que le hab?an sido con cedidas, el gobernador Ju?rez Maza expidi? una orden de prisi?n contra el rebelde.53 El 5 de diciembre de 1911, un grupo abord? el tren en el que viajaba G?mez a la ciudad de

M?xico, y lo mat?. Seg?n la versi?n oficial G?mez hab?a sido asesinado por miembros de la oposici?n juchiteca,54 pero,

en realidad, era el propio Ju?rez Maza quien deb?a asumir la responsabilidad del asesinato. No obstante la muerte de

50 Ram?rez: op. cit., pp. 38-42. 51 Pepe Bulnes: Pino Su?rez, M?xico, Costa-Amie Editor, 1969, p. 242.

Una estimaci?n similar aparece en Daniel Guti?rrez Santos: Historia militar de M?xico ? 1876-1914, M?xico, Ediciones Ateneo, 1955, pp. 93-94.

52 Ram?rez: op. cit., pp. 38-42, y tambi?n Henry Lane Wilson a

Philander C. Knox, noviembre 30, 1911 en National Archives Microfilm Publications, Records of the Department of State Relating to the Inter nal Affairs of Mexico, 1910-1929, Microfilm 274, rollo 15, 812.00/2601. De aqu? en adelante se cita. RDS con la informaci?n correspondiente. 53 Ram?rez: op. cit., pp. 102-104. Ver tambi?n Henry Lane Wilson a Philander Knox, diciembre 14, 1911, RDS, rollo 15, 812.00/2642. 54 Ver Henry Lane Wilson a Philander Knox, diciembre 14, 1911, RDS, rollo 15, 812.00/2642. Pueden encontrarse relatos m?s realistas en Bulnes: op. cit., p. 42, y en Jorge Fernando Iturribarr?a: Oaxaca en la historia, Mexico, Editorial Stylo, 1955, pp. 272-278.

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PETER V. N. HENDERSON

su jefe, la revoluci?n chegomista persisti? durante varios me ses, y termin? s?lo cuando un nuevo gobernador asumi? el

cargo. Como la situaci?n en Oaxaca empeoraba, un mayor n? mero de oaxaque?os se convencieron de que Benito Ju?rez era incompetente.55 Su actuaci?n como gobernador fue teme raria en extremo; hab?a persistido en imponer su voluntad a costa de los movimientos populares. Su principal colabora

dor, Heliodoro D?az Quintas, tambi?n resinti? una baja en

su propio prestigio, probablemente a causa de su relaci?n con el oficioso Ju?rez Maza.56 Afortunadamente para la tranqui lidad del estado, el gobernador muri? el 21 de abril de 1912. La C?mara de Diputados vot? para la viuda del gobernador

una pensi?n anual de 3 000 pesos y una suma igual a cada

una de sus dos hijas,57 sin otra consideraci?n, probablemente,

que la del apellido del difunto. Con la muerte del gobernador, acab? la rama varonil de la familia Ju?rez. El hijo del gran h?roe mexicano hab?a representado un papel m?nimo en la Revoluci?n Mexicana y hab?a demostrado ser indigno de su notorio apellido. Fue ?nicamente su nombre lo que le proporcion? una carrera pol?tica, pero, por su incompetencia, Benito Ju?rez Maza nunca alcanz? mayor notoriedad pol?tica. En la ?nica tarea importante que se le confi?, demostr?, sin lugar a dudas,

que carec?a de la habilidad pol?tica necesaria para gober

55 Insurrecciones relacionadas con figuras nacionales tuvieron lugar

durante los grises meses del mandato del gobernador. Por ejemplo, ambos, los vazquistas y los Zapatistas gozaban de parte del apoyo po

pular en las zonas rurales; ver Ram?rez: op. cit., p. 109. Adem?s, varias erupciones felicistas tambi?n tuvieron lugar; ver Guti?rrez Santos: op. cit., p. 96, y Manuel Bonilla: Jr.: El r?gimen maderista, M?xico, Editorial Arana, 1962, p. 57. 56 E. M. Lawton a Henry Lane Wilson, febrero 5, 1912, RDS, rollo 16, 812.00/2804. Ver tambi?n El Antirreeleccionista, abril 14, 1912.

57 Diario Oficial, mayo 3, 1912, p. 27. Ver tambi?n Diario de los

debates de la C?mara de Diputados, abril 27, 1912, p. 6. Curiosamente el general F?lix D?az, rival pol?tico de Benito Ju?rez Maza, patrocin? el

acuerdo de esta pensi?n.

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JU?REZ Y LA REVOLUCI?N EN OAXACA 389 nar y muy especialmente en momentos tan dif?ciles como fue

ron los de la revoluci?n de 1910. Afortunadamente, para el estado de Oaxaca as? como para el prestigio de familia, Ju? rez muri? antes de que se produjera un estado ca?tico de mayores consecuencias. Aunque fue un hombre bien inten cionado carec?a de la brillantez de su padre en los asuntos de gobierno.

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ANTECEDENTES DE LA REVOLUCI?N EN CHIHUAHUA Robert Sandels Quinnipiac College Es evidente que la revuelta de 1910 en Chihuahua se debi? en gran parte al descontento existente con el clan gobernante

de Terrazas y Creel; el llamado a la acci?n que hiciera Francisco I. Madero en su Plan de San Luis Potos? s?lo precipit? los acontecimientos.1 En dicho plan, Madero exig?a el fin del gobierno porfirista, dado que D?az no hab?a hecho

ning?n caso de su sugerencia de 1908 (en La sucesi?n pre sidencial de 1910) donde propugnaba que la elecci?n para la vicepresidencia se efectuara en un ambiente de libertad. Madero no manifestaba quejas de mayor grado en contra del propio presidente, y aunque ello pudiera atribuirse par cialmente al temor de una represi?n, s? exist?a una sensaci?n generalizada de que el peligro mayor no lo constitu?a el que D?az continuara en el poder, sino en la posibilidad de que al gunos ciudadanos, en su lucha pretoriana por adjudicarse el derecho de sucesi?n, destruyeran lo ya alcanzado en a?os de progreso. Lo que ya era una costumbre de D?az para conser

varse en el poder, a base de manejar con h?bil equilibrio las ambiciones de los dem?s, hab?a creado un vac?o pol?tico,

que a la muerte de D?az no podr?a llenarse sino despu?s

de que se librara una guerra civil, a no ser que se elaboraran disposiciones electorales previas. As?, desde 1876, D?az no ha b?a logrado crear un sistema pol?tico bien organizado a nivel i Se encuentra un buen resumen de reciente publicaci?n sobre las condiciones pol?ticas prerrevolucionarias en Chihuahua en los primeros cap?tulos de William H. Beezly: Insurgent governor ? Abraham Gon zalez and the Mexican revolution in Chihuahua, Lincoln, 1973.

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nacional. La revoluci?n de 1910, en su fase maderista, luch? por crear dicho sistema. Antes de que Obreg?n, en 1920, lograra establecer algo semejante a una aparente situaci?n de equilibrio, la revoluci?n hab?a degenerado en una lucha por el poder entre varios caudillos regionales, como eran Pancho Villa y Venustiano Carranza.

Aunque D?az no hab?a sentado las bases de un sistema

pol?tico nacional, comenzaba a desarrollarse r?pidamente un sistema econ?mico, patrocinado y controlado por elementos supra-nacionales como eran los cient?ficos y los inversionistas

extranjeros. En el estado de Chihuahua, lugar donde comenz? la revoluci?n, los cient?ficos, a trav?s del clan Terrazas-Creel,

acababan de tomar el poder. Las quejas de los chihuahue?os

eran en contra de este grupo. Lejos de exigir el fin del

r?gimen de D?az, antes del estallido de violencia en 1910, los chihuahuenses, en l?neas generales, ten?an puestas sus espe ranzas en D?az para que los librara de los desmanes cometi dos por los gobernadores Terrazas y por Enrique Creel.

Un examen de los tipos de problemas que parec?an ser m?s gravosos, puede indicar el porqu? los chihuahuenses, aparentemente, estaban m?s dispuestos a aceptar el made rismo que a abocarse a otras posibles soluciones. Sin lugar a dudas, Chihuahua ten?a muchos problemas econ?micos b? sicos, particularmente los relacionados con la tierra, con el desempleo y con el aumento de los impuestos. Tambi?n exis t?a el ejemplo constante proporcionado por la prosperidad de Estados Unidos. ?Por qu?, entonces, Chihuahua acept? un programa que se limitaba a proporcionar una oportunidad de votar y un cambio de l?deres pol?ticos? ?Por qu?, entonces,

no se sumaron al movimiento radical de Ricardo Flores Ma

g?n, quien ofrec?a soluciones precisas a todos estos problemas?

La explicaci?n puede tal vez encontrarse en el grado de

progreso del que disfrutaban los chihuahuenses durante el Porfiriato. Los beneficios materiales del progreso hab?an sido impresionantes pero su distribuci?n fue muy irregular. Los efectos sociales y pol?ticos de los cambios econ?micos efec tuados por los cient?ficos de Enrique Creel fueron suficientes

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ROBERT SANDELS

para despertar en los chihuahuenses la necesidad de refor mas, pero no lo fueron tanto como para incitarlos a la b?s queda de soluciones radicales.

La ?ltima d?cada del Porfiriato en Chihuahua fue un

periodo de aparente progreso econ?mico, que sac? al estado del semiaislamiento en que se encontraba. Los ferrocarriles cruzaban el estado hasta la frontera norteamericana y atra vesaban Durango y Coahuila. Los poblados grandes ten?an tel?fonos, y el estado dispon?a de comunicaci?n telegr?fica directa con la ciudad de M?xico. El capital extranjero hab?a

propiciado que resurgiera la miner?a, y cientos de concesiones

hab?an sido otorgadas por el gobierno del estado para crear industrias, bancos, tiendas y servicios p?blicos. Pero el estado no hab?a tomado medidas para combatir el analfabetismo aumentar los salarios bajos o remediar otros problemas so ciales persistentes que estaban asociados al sistema hacendario de la era precient?fica. Las huelgas, las depresiones econ?mi cas causadas por una creciente dependencia de un mercado fluctuante y las tensiones financieras resultantes de la adop ci?n del patr?n oro, fueron parte del precio que pag? Chihua hua por el retraso en su desarrollo. Los viejos problemas sociales estaban ligados al sistema

del uso de la tierra. A pesar de los grandes deseos de los

te?ricos cient?ficos de industrializar, de poblar el campo con labradores entusiastas y fuertes y de mejorar la producci?n agr?cola, a?n dominaban en Chihuahua los patrones sociales y econ?micos impuestos anteriormente. En 1910 exist?an 19 haciendas de m?s de 100 000 hect?reas cada una, y alrededor de 12 o m?s de 40 000 hect?reas.2 En total, hab?a 223 hacien das de 1 000 hect?reas o algo m?s. Seg?n McBride, la cifra no era elevada si se comparaba con lo que suced?a en estados m?s peque?os, como era el caso de Chiapas, que contaba con 1 067, o el de Yucat?n con 1 167.3 Tambi?n hab?a en Chihua 2 Francisco R. Almada: La revoluci?n en el estado de Chihuahua, Chihuahua, 1964-1965, i, p. 59. 3 George McBride: The land systems of Mexico, New York, 1923,

pp. 78, 80.

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LA REVOLUCI?N EN CHIHUAHUA

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hua 2 615 ranchos, peque?as propiedades que ten?an desde unas 15 o 20 hect?reas, que eran cultivadas por el due?o y sus familiares, hasta varios cientos.4

Tanto el n?mero relativamente considerable de las pe que?as propiedades, como el tama?o extremadamente gran

de de las mayores, pueden explicar la limitada capacidad agr?cola de las mismas ya que se trataba de tierras semi?ridas

ubicadas en las llanuras de Chihuahua y tambi?n debido a la

cr?nica escasez de poblaci?n. Aunque la agricultura en

Chihuahua ocupaba un lugar importante, no era suficiente

para satisfacer las necesidades del estado. Dado que gran

parte de las tierras no eran cultivables sin los beneficios de costosas obras de irrigaci?n, los peque?os propietarios no po d?an aprovecharlas. Muchas de las m?s grandes haciendas es taban convertidas en inmensas reservaciones de pastizales para

el ganado. McBride hace notar que el sistema t?pico en el que se encajonaba al pe?n de la hacienda (un n?mero considerable de trabajadores agr?colas marginados, atrapados por una deu da creciente con el patr?n hacendado) nunca se extendi? a Chihuahua ni al altiplano boreal. Esta parte de M?xico fue ocupada tiempo despu?s de la conquista y la cultivaron prin cipalmente colonizadores blancos.5

En el siglo diecinueve, el gobierno nacional adopt? me

didas para atraer colonizadores al norte y ocupar la frontera.

Por ejemplo, como incentivo, en 1834 el gobierno ofreci? dotaciones gratuitas de aperos de labranza. En 186?, el go bierno de Ju?rez aprob? una ley por la cual se conced?an tierras hasta de 2 500 hect?reas a un colonizador a un precio inicial reducido y en condiciones f?ciles. A pesar de estos 4 Ibid., pp. 98, 99. Los estados donde hab?a mayor n?mero de habi tantes ind?genas, ten?an menor n?mero de ranchos. En Morelos hab?a 100 y en el estado de M?xico 460. McBride se?ala que las tradiciones de los indios en cuanto a las posesiones comunales de la tierra impe d?an su desamortizaci?n. 5 Ibid., p. 34.

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esfuerzos, s?lo un peque?o n?mero de colonizadores fue a Chihuahua.6 La intenci?n del gobierno a trav?s de este programa po l?tico en relaci?n a las tierras era la de transformar a M?xico en un pa?s de peque?os y medianos agricultores independien tes, pero el efecto de las leyes de 1856 y 1859, que alineaban la propiedad corporativas, y los de 1863 y 1894 que conced?an t?tulos de propiedad sobre bald?os, fue que aumentaron las grandes propiedades y que se crearon otras nuevas. En 1880 exist?an en Chihuahua ?nicamente dos grandes propiedades que abarcaban un total de 1 700 000 hect?reas aproximada

mente. Despu?s de que las compa??as deslindadoras autori zaron la b?squeda y la venta de bald?os, se formaron nuevas propiedades. Dos beneficiarios adquirieron bald?os por poco m?s de 1 000 000 de hect?reas cada uno, y muchos otros reci bieron m?s de 100 000 hect?reas.7

Los trabajadores de las haciendas se vieron rodeados de tiendas de raya, sus salarios eran pagados con vales, sus deu das eran hereditarias; las jornadas de trabajo largas, y los salarios desde 35 centavos a peso y medio. El salario diario en promedio era de menos de 50 centavos.8 Aparte del tra

bajo rural, s?lo hab?a la posibilidad de laborar o bien con seguir trabajo en los Estados Unidos. La industria dio empleo

a un reducido n?mero de trabajadores antes de 1910. Los informes consulares norteamericanos sobre la regi?n norte de

M?xico, en general, indican que casi no hab?a industrias,

salvo escasas manufacturas destinadas al consumo local. Nada

se fabricaba en Chihuahua para la exportaci?n. Las condi ciones de trabajo y los patrones de vida pueden haber sido 6 Ibid., p. 95. Ciento noventa y dos personas recibieron t?tulos de propiedad de 446 380 hect?reas, de acuerdo a la ley de 1863. 7' Almada: La revoluci?n, cit., i, p. 56. 8 Gonz?lez dice que era de 25 centavos. Enrique Flores Gonz?lez: Chihuahua de la independencia a la revoluci?n, M?xico, 1949, p. 213. Las cifras oficiales indican que durante algunos a?os el m?nimo llegaba a 63 centavos para los hombres, algo menos para las mujeres. Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, 1908, p. 216.

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LA REVOLUCI?N EN CHIHUAHUA

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objeto de algunas mejoras entre los a?os de 1903 a 1908,

seg?n afirma el vicec?nsul norteamericano en el distrito sur de Chihuahua, pero esto pudo haber sido cierto ?nicamente para aquellos trabajadores que ganaban entre 4 y 6 pesos al d?a.9 A diferencia de los 35 ? 45 mil trabajadores rurales que exist?an, la industria empleaba a menos de 4 000 hombres con salarios de cincuenta centavos a cinco pesos y medio. La mayor?a de los trabajadores, probablemente, recib?an el salario menor.10 Las compa??as mineras empleaban algo me nos de 10 000 trabajadores y pagaban de cincuenta centavos a doce pesos.11 Es cierto que las compa??as mineras, al igual que otras compa??as extranjeras, pagaban salarios m?s altos que los que pagaban los hacendados. Tambi?n es cierto que el em pleado mexicano ten?a que enfrentarse siempre con la com petencia que representaban los empleados extranjeros, quie nes monopolizaban los puestos mejor retribuidos y las ocupa ciones para las que se necesitaba una mayor pericia, y a los que de todos modos se pagaba m?s aunque el trabajo fuera el mismo. Un trabajador mexicano en el ferrocarril nunca conseguir?a llegar a ser guardafrenero o maquinista. Los em pleados norteamericanos alegaban que los trabajadores mexi canos, y en especial los indios, eran m?s dif?ciles de entrenar y menos eficientes. De esta manera justificaban las diferencias

de sus sistemas de salarios, as? como el rehusarse a contratar a los mexicanos para los trabajos m?s especializados. Incluso el patr?n norteamericano excepcional que respe taba a los trabajadores mexicanos y que trataba de pagar a sus trabajadores salarios m?s justos, encontraba dificultades

para salirse de lo establecido. En una ?poca en la que el

salario que se. acostumbraba pagar a los mineros mexicanos 9 Vicec?nsul C. M. Leonard al Secretario de Estado, 7 septiembre, 1908, RG 59, legajo num?rico Num. 13911/70-71, Registros del Depar tamento de Estado, Archivos Nacionales, Washington, D. C. 10 Anuario estad?stico del estado de Chihuahua: Chihuahua, 1910,

p. 123.

il Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, 1908, p. 229.

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en Chihuahua era de un peso y a los norteamericanos de $ 3.60, las minas Sheperd, de Batopilas, pagaban a los traba jadores de la localidad $ 1.25, pero la mayor?a de los capa taces y de los funcionarios eran norteamericanos.12

La diferencia de salarios as? como los m?todos que se

utilizaban para seleccionar a los empleados eran problemas que surg?an cada vez que nuevas industrias y negocios se introduc?an en M?xico. Estos problemas llevaron a las huelgas de Cananea y del Ferrocarril Central en Chihuahua y Aguascalientes en 1906.

Reapareci? el problema en 1910, cuando un grupo de tra bajadores ferrocarrileros trataron de institucionalizar sus be neficios. Las autoridades de los Ferrocarriles Nacionales de

M?xico bajo la direcci?n de Jos? Liman tour y de Pablo Ma cedo estaban tramitando la compra de acciones de ferroca rriles controlados por extranjeros, con el fin de nacionalizar y "mexicanizar" el sistema ferroviario. Una comisi?n, en re presentaci?n de los trabajadores norteamericanos, propuso a los directores que los empleados de nuevo ingreso que qui sieran ocupar puestos en los que fuera necesario un mayor conocimiento, fueran examinados por los trabajadores m?s expertos, y adem?s que todas las instrucciones en las l?neas ferroviarias se dieran en ingl?s y en espa?ol.13 Otro problema era el que creaban los trabajadores que prefer?an emigrar en busca de empleos mejor remunerados.

Ello creaba una escasez continua de mano de obra en las

haciendas. Quedaban ya muy pocos agricultores independien tes, as? como trabajadores expertos, y los mexicanos enga?ados

con promesas de recibir salarios mayores entraban a los Es tados Unidos en cantidades que se contaban por miles al a?o. Mientras tanto, los cient?ficos alentaban la importaci?n de trabajadores orientales para reemplazarlos. Ya en 1902 se presentaron quejas en todo el estado en el 12 David M. Pletcher: Rails, Mines and Progress: Seven American Promotors in Mexico ? 1867-1911, Ithaca, 1958, p. 202. 13 El Correo de Chihuahua, enero 23, 1910. Macedo se neg? a acep tar las proposiciones.

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sentido de que cientos de trabajadores emigraban.14 El pro blema agudiz? hacia 1906, cuando los agentes contratados para conseguir hombres que trabajaran por un. peso diario (lo

que se consideraba un buen sueldo) no pudieron cumplir con las cuotas que se les hab?a se?alado.15 Tal vez ello se debi? al panorama alentador que ofrec?a Estados Unidos, donde se pagaban salarios mayores. En el a?o que sigui?,

22 000 hombres, la mayor?a adultos, se introdujeron en los Estados Unidos por El Paso.16 Dicho n?mero equival?a aproxi madamente a la mitad de la totalidad de trabajadores agr?co las del estado de Chihuahua, en aquel a?o.17 A principios de 1907, comenzaron a escasear los empleos en los Estados Unidos y 2 000 mexicanos fueron regresados a

El Paso por las autoridades norteamericanas. El gobierno mexicano hizo un llamado a los hacendados para que les proporcionasen trabajo.18 Dado que los salarios bajos que estos pagaban constitu?an la causa por la que se buscaba trabajo fuera del pa?s, es de dudarse que dicho llamado ayu

dara a resolver el problema. El presidente D?az, en su in

forme al Congreso en abril de 1908, dijo que la crisis finan ciera por la que hab?a atravesado Estados Unidos en el a?o anterior hab?a sido la causa de que miles de mexicanos que estaban en los Estados Unidos perdieran sus empleos. Muchos de ellos hab?an sido contratados para trabajar en la cons trucci?n de ferrocarriles en California y en Arizona, hasta que el p?nico origin? que se detuvieran las obras. Las com pa??as norteamericanas proporcionaron transporte gratuito basta El Paso.19 De ah? a la ciudad de Chihuahua, algunos trabajadores hicieron todo el recorrido a pie.20 14 Ibid., julio 12, 1902. 15 Ibid., enero 10, 1906. 16 Ibid., febrero 12, 1907. 17 Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, 1908, p. 216. 18 El Correo de Chihuahua, febrero 19, 1907. 19 Porfirio D?az: Informe que en el ?ltimo d?a de su periodo consti tucional da a sus compatriotas, abril 2, 1908. M?xico, 1908, p. 1390. 20 El Correo de Chihuahua, enero 11, 1908.

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ROBERT SANDELS

La crisis econ?mica tuvo repercusiones en toda Chihua hua. La plata proporcionaba alrededor de la cuarta parte del valor de la producci?n minera del estado. El descenso del valor de todas las minas que se beneficiaban en Chihuahua entre 1907 y 1909 fue de algo menos de 3 000 000 de pesos, lo que represent? una p?rdida del 14 por ciento.21

Desde 1902, a?o en que M?xico adopt? el patr?n oro,

los que ten?an intereses mineros ped?an que se implantara

de nuevo la libre acu?aci?n de moneda de plata y que se

tomaran medidas de compensaci?n que apuntalaran la pro ducci?n de este metal.22 Vino a empeorar la situaci?n el que

William Greene, propietario de las minas de cobre de Ca

nanea, vio como se ven?a abajo, en medio de la depresi?n, su corporaci?n piramidal de Chihuahua. Greene acababa de ob tener concesiones para construir en el estado un aserradero, una f?brica de papel y otra de muebles, mediante un capital de 25 000 000 de pesos. Cuando en 1904 estas empresas que braron, Greene perdi? los 25 000 000 y qued? debiendo varios millones m?s. En las empresas de Greene, miles de trabaja dores perdieron sus empleos.23 A su vez, un nuevo sistema de impuestos, establecido des de 1904, constitu?a una carga adicional para los chihuahuen ses de condici?n m?s humilde. Los impuestos municipales que afectaban a los profesionales y a los hombres de negocios eran relativamente bajos, mientras que los de los artesanos y los del peque?o comerciante eran mucho mayores. Un abo gado, por ejemplo, pagaba un peso al mes, mientras que un pintor pod?a llegar a pagar la suma de tres y un agente via jero hasta cinco pesos. Una tienda cuyo capital fuera mayor de 20 000 pesos pod?a pagar la peque?a suma de cinco pesos al mes. El impuesto a la propiedad rural lo fijaba el gobierno 21 Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, 1909, Chihuahua, 1909, p. 144; 1910, p. 83. 22 Harry Bernstein: Modern and Contemporary Latin America, Chica

go, 1952, p. 101.

23 Francisco R. Almada: Resumen de historia del estado de Chihua hua, M?xico, 1955, p. 374.

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del estado; la tasa era el?stica y variaba por cada hect?rea de un m?nimo de cinco centavos en los pastizales o en los bos ques a un m?ximo de 75 pesos en las tierras irrigadas. Fran cisco Almada aclara que los hacendados, siempre que conta ran con la simpat?a del gobierno, pod?an disfrutar de los im puestos m?s bajos, mientras que sobre el peque?o propietario ca?a toda la carga fiscal.24 Despu?s de la ca?da del antiguo r?gimen en Chihuahua, Abraham Gonz?lez, gobernador del estado y ministro del in terior bajo la presidencia de Madero, acus? a Enrique Creel y a Luis Terrazas de haber defraudado al gobierno, ya que

hab?an pagado impuestos muy bajos. Cit? el pago de unos

impuestos efectuado por don Luis y que correspond?a a una propiedad valuada en 800 000 pesos, cuando el valor real de dicha propiedad era de cinco millones.25

Dado que se hab?a convertido en costumbre conceder

exenciones de impuestos como aliciente para conseguir nue vas inversiones, un n?mero considerable de negocios en Chi huahua no pagaban impuesto alguno, privilegio del que dis frutaban durante unos ochenta a?os.26 Esta p?rdida tolerada durante todo el periodo porfirista, a pesar de que los gastos p?blicos eran cada vez mayores, se ve?a reflejada en las condi ciones existentes en la tesorer?a, al hacerse cargo de su puesto

el gobernador Ahumada en junio de 1911, cuando el ?ltimo de los Terrazas cay? del poder. Un mes despu?s de la ca?da del antiguo r?gimen, la legislatura del estado tuvo que pagar la mayor?a de los adeudos que no permit?an espera.27 La deuda del estado incluyendo compromisos municipales, exced?a en casi tres millones de pesos del monto total del presupuesto

del gobierno de Creel durante dos a?os.28 El gobernador

Thumada encontr? s?lo 1 725.92 pesos en la tesorer?a y deu 24 Almada: La revoluci?n, cit., i, p. 81. 25 El Correo de Chihuahua, enero 15, 1912. 26 Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, varios a?os. El pe riodo acostumbrado era de diez a veinte a?os. 27 El Correo de Chihuahua, marzo 3, 1911. 28 Almada: La revoluci?n, cit., i, p. 22.

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ROBERT SANDELS

das por valor de 2 869 446.80. El estado deb?a al Banco Mi nero, propiedad de la familia Creel, cerca de quinientos mil pesos y otro tanto por concepto de subsidios a la compa??a del Ferrocarril Chihuahua al Pac?fico, tambi?n propiedad de Creel.29 Durante los ?ltimos a?os de la gubernatura de Creel, se hicieron inversiones considerables en obras p?blicas y en l?neas ferroviarias. En 1908, por ejemplo, se destinaba en el presupuesto un subsidio a los ferrocarriles de 634 000 pesos, cantidad igual o superior a m?s de la mitad de los ingresos con que contaba la tesorer?a del estado en ese a?o.30 De esta forma, hacia 1910 el estado ten?a tremendos proble

mas econ?micos e intent? remediar la carga que le represen taban sus deudas aumentando impuestos con efecto retroac tivo. La estructura pol?tica del estado, basada en favoritismos

y en exenciones especiales de impuestos con estas medidas, ?nicamente transfer?a dicha carga al ciudadano com?n, cuya situaci?n econ?mica no le permit?a soportarla.

En general la condici?n econ?mica de Chihuahua y de

los chihuahuenses presenta un panorama de contradicciones numerosas. Resulta evidente el contraste entre el aparente progreso econ?mico, el aumento de poblaci?n y el aumento

de la emigraci?n. Chihuahua estaba ubicada en una zona

cuya densidad de poblaci?n era baja en extremo. En 1907, con una poblaci?n de menos de 400 000 habitantes, su densi dad era de menos de un habitante por kil?metro cuadrado.31 Esto seguramente explica, como lo se?ala Mois?s Gonz?lez

Navarro, el temor que exist?a en la frontera, de que los Estados Unidos emprendieran otra acci?n de expansi?n terri torial.32 Pero Chihuahua tambi?n sufr?a una merma cons

tante en el n?mero de sus trabajadores desde la d?cada ante rior a la revoluci?n, as? que el fen?meno m?s perceptible no 29 "Informe" del gobernador Ahumada en El Correo de Chihuahua, junio 5, 1911. 30 Anuario estad?stico del estado de Chihuahua, 1910, p. 167.

31 Mois?s Gonz?lez Navarro: El porfiriato ? La vida social, en Da

niel Cos?o Villegas: Historia moderna de M?xico, M?xico, 1955-1970. 32 ibid.

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era la expansi?n norteamericana sino el desplazamiento de mano de obra mexicana a los Estados Unidos. Por un lado los historiadores hablan de una "marcha hacia el norte", y por el otro, de escasez de trabajo en el norte. La poblaci?n

de Chihuahua, que en sus comienzos era muy escasa, aument? s?lo en 78 000 habitantes entre 1900 y 1910, pero el ?ndice de aumento era aproximadamente el 239 por ciento, mientras que el aumento nacional era el 11 por ciento.33 Gran parte de este aumento era debido al ?xodo de los que no pose?an tierras y abandonaban los estados en los cuales el monopolio de la tierra era definitivo.34 Chihuahua no ofrec?a oportuni dades para la adquisici?n de lotes peque?os, de buenas tierras de cultivo. El n?mero de t?tulos de propiedad concedidos de lo que se podr?an llamar peque?as o medianas parcelas, fue insignificante. La mayor?a de los nuevos t?tulos de propie

dad, desde 1901, eran de terrenos que, en promedio, eran

mayores de 10 000 hect?reas.35 De la marcha hacia el norte,

la parte de ella que no era una simple marcha a Texas, desde luego, no estaba integrada por legiones de peque?os agricultores. Estados como Chihuahua, Sonora, Nuevo Le?n,

eran, comparativamente hablando, grandes centros potenciales

de desarrollo industrial que sufr?an una demanda general de

33 Estad?sticas sociales del potfiriato ? 1877-1910, M?xico, 1956,

pp. 7, 8. El aumento en M?xico era superior a 1500 000 almas. En algunos estados del centro y del sur de M?xico se, percibi? una dis

minuci?n de poblaci?n. En el Distrito Federal el aumento fue de alre

dedor del 33 por ciento.

34 En algunos estados menos del uno por ciento de las cabezas de

familia pose?an tierras. En Morelos la cifra era .5 por ciento y en

Oaxaca .2 por ciento. En Chihuahua la cifra era relativamente m?s alta: 2.4 por ciento. McBride: op. cit., p. 154. 35 Entre 1901 y 1906, 17 de los t?tulos de propiedad que el gobierno concedi? eran bald?os con promedio de 3 700 hect?reas; y 6 t?tulos con promedio de 292 hect?reas de tierras, otorgados a "trabajadores pobres". Asumiendo que cualquier cifra mayor de 2 500 hect?reas entra dentro ele la clasificaci?n de hacienda, pocos de los emigrantes de aquellos a?os tomaron posesi?n de sus propios ranchos. Anuario Mexicano, M?xico, 1910, pp. 283, 288.

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ROBERT SANDELS

mano de obra. Sin embargo, anualmente miles de trabaja dores se enfrentaban a unas condiciones de trabajo insatis factorias para sus necesidades y se trasladaban a los Esta dos Unidos. Una conclusi?n razonable a la que puede llegarse teniendo en cuenta todo lo anterior, es que el desarrollo econ?mico de Chihuahua, que se manifest? a trav?s de las grandes con cesiones, de los subsidios y de la difusi?n de la propaganda promocional, fue ef?mero. Una vez que la corriente de emi grantes a los Estados Unidos fue detenida por el p?nico de 1907, el n?mero de chihuahuenses descontentos con las con diciones de trabajo lleg? al m?ximo, lo que coincidi? con las campa?as electorales de Madero en 1909 y 1910. A pesar de las dificultades econ?micas por las que atra vesaba Chihuahua, despu?s de la huelga de los maquinistas de 1906, no hubo otras huelgas de consideraci?n. De hecho, los disturbios de los trabajadores disminuyeron en toda la Rep?blica hacia mediados de 1907, antes de que comenzara la depresi?n. Una explicaci?n parcial de este fen?meno de

inactividad puede atribuirse al hecho de que los trabaja

dores se encontraban diseminados en extensas regiones y en diferentes lugares, y a pesar del auge del ferrocarril, dichos trabajadores ten?an escaso contacto con la civilizaci?n. Por la misma raz?n, la desigual repartici?n de la tierra no hac?a que la reforma agraria fuera tema de gran inter?s en Chihuahua. Las dificultades para poder canalizar las pro testas de orden econ?mico tal vez explican el que los prime

ros revolucionarios tuvieran tan poco ?xito en el estado. Guando finalmente hubo condiciones propicias para una re voluci?n, el primero en aprovecharlas fue el Partido Liberal

Mexicano, de Ricardo Flores Mag?n. Este partido ofrec?a cambios econ?micos fundamentales y sin embargo fracas? totalmente en Chihuahua.

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DOS HISTORIADORES DE DURANGO: JOS? FERNANDO RAM?REZ Y JOS? IGNACIO GALLEGOS Ernesto de la Torre Villar

UNAM

Jos? Fernando Ramirez El siglo pasado fue rico en logros historiogr?ficos. Centuria de crisis, de revoluciones, golpes de estado, invasiones extran jeras reveladoras de asentamientos sociales, ajustes econ?mi cos y convulsiones pol?ticas efectuadas tanto internamente como en el exterior, sus testigos conscientes, esto es, sus his toriadores, nos legaron vivos testimonios del acaecer general del pa?s, del estado que la rep?blica guardaba. Convencidos

que su presente se hund?a en el pasado, trataron de expli carlo, reconstruirlo para entender su hora y para dar a la naci?n que se debat?a en el caos una conciencia de su ser.

La historiograf?a mexicana hasta el a?o de 1870 gira en torno de esa idea y los esfuerzos de nuestros historiadores tende r?n de acuerdo con su peculiar circunstancia a explicarnos el presente a base de la concepci?n pret?rita que pose?an. Si alguna disciplina hubo entonces que se pudiera llamar como hoy la llaman comprometida, esa fue la historia. La mayor parte de los historiadores de aquella ?poca fueron hom bres comprometidos. Eran estadistas de recio car?cter y gran

des virtudes c?vicas, rep?blicos de visi?n hist?rica que al

tiempo que formaban al pa?s le dotaban de clara conciencia. Uno de esos hombres, del que venimos a ocuparnos, fue don Jos? Fernando Ram?rez, nacido en Parral, Chihuahua, 403

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

el 5 de mayo de 1804 y cuya muerte ocurri? en Bonn, Ale mania, el 4 de marzo de 1871. Apreciado por los estudiosos, admirado por su laboriosi dad, esp?ritu generoso y proceder honesto como funcionario,

Jos? Fernando Ram?rez mereci? el elogio de sus contempo r?neos y posteriormente de cuantos se han ocupado de rese?ar

su vida y obra. Alfredo Chavero, quien goz? su amistad y libros, le denomin? "el primero de nuestros historiadores" por sus conocimientos, saber y constancia, aun cuando no hubiera

escrito una obra integral sobre M?xico. Miembro distinguido del grupo de historiadores del que formaban parte Manuel Orozco y Berra, Joaqu?n Garc?a Icazbalceta, Jos? Mar?a An drade y Alfredo Chavero, Ram?rez fue respetado, o?da con atenci?n su palabra y alabado por su esp?ritu de servicio y por compartir libros y ciencia. Luis Gonz?lez Obreg?n, con su meticulosidad caracter?stica, public? en 1898, como pr? logo a las Obras de Ram?rez editadas por Victoriano Ag?e ros, la m?s amplia bibliograf?a que se conoce, para la cual aprovech? informes proporcionados por los descendientes de don Jos? Fernando, amplia correspondencia con diversas per sonas y unos apuntes autobiogr?ficos. De esa bibliograf?a de riva toda la informaci?n posterior que sobre ?l se emplea y nosotros no somos ajenos a ella. El cronista de la ciudad de M?xico le llam? "ilustre mexicano que figur? en la tribuna, en el magisterio y en la pol?tica, ya como abogado postulante produciendo informes luminosos, ya como representante del pueblo desempe?ando comisiones laboriosas, ya como magis trado pronunciando sentencias juicios?simas, ya como historia

dor, arque?logo, literato, o como bibli?filo incansable, escri

biendo disertaciones y disquisiciones que hoy d?a son luz brillant?sima para iluminar las densas tinieblas que envuel ven el pasado de la patria historia". A?os m?s tarde, en 1901, un esp?ritu suficientemente cr? tico, menos apegado al an?lisis que Gonz?lez Obreg?n, con un vasto sentido de la s?ntesis, escrib?a: "Ram?rez fue un hombre de estudio ?bibli?filo, anticuario e histori?grafo. Se extravi? en la pol?tica por azares del tiempo en que vivi?, y fue un estadista honrado, concienzudo, pero mediocre.

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DOS HISTORIADORES DE DURANGO

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Hab?a nacido para las bibliotecas, para las expediciones ar? queol?gicas, para los claustros universitarios, y no era de su gusto tramar intrigas o dirigir negociaciones. Siempre que, por deber o por amor propio, acept? puestos p?blicos, lejos de conservarlos, procur? buscar coyunturas para una dimisi?n honrosa. Con voluptuosidad casi femenil sent?a el halago, cuando se le ofrec?a una cartera; pero ten?a mayor placer en rehusarla o demostrar su despego retir?ndose con premura". Carlos R. Men?ndez, en 1926, al editar los apuntes del Viaje a Yucat?n que a fines de 1865 realiz? Ram?rez acom pa?ando a la emperatriz Carlota, le califica adem?s de bene m?rito, de "modesto esteta" tal vez por las apreciaciones que acerca de los monumentos de la pen?nsula escribi? y tambi?n le llam? "laborioso e incansable anticuario". En lo dem?s sigue a Gonz?lez Obreg?n.

M?s recientemente Antonio Castro Leal al prologar la

reedici?n de Fray Toribio de Motolinia y otros estudios cali fic? a Jos? Fernando Ram?rez como uno de los grandes his

toriadores mexicanos, "el m?s grande de su tiempo, aun que ?como sucede a tantos hombres notables de nuestro siglo xix? la obra que nos dej? no representa m?s que una

peque?a parte de la que hubiera podido realizar a no par

ticipar tan activamente en la vida pol?tica, administrativa y jur?dica del pa?s. Sin embargo, lo que nos dej? es digno de

ser estudiado cuidadosamente, porque no hubo punto que tocara ?lo mismo una biograf?a de unas cuantas l?neas que un estudio de cuerpo entero, como el de Motolinia? en el que no haya contribuido a aclarar los hechos o a dilucidar las ideas". En estos d?as otro de nuestros colegas, Andr?s Henestrosa,

al ocuparse de Ram?rez, le llama sabio y dice: "representa otro caso del gran deseo de aprender, de reunir libros, de colectar papeles y todo documento que permita la redacci?n de la historia verdadera de M?xico... Todo lo ley?, lo anot?, lo verific? y puso en su marco correspondiente. Sin descanso altern? las tareas del jurista y las del intelectual y escritor. La suma de papeles que revis? es enorme. Igual cosa ocurre con lo que pudo dar a luz. Mucho sin embargo, qued? in?

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

dito; otro tanto extraviado o destruido o todav?a en manos avaras que no lo ofrecen para su publicaci?n y conocimiento".

Estas opiniones coincidentes revelan no s?lo unanimidad en la apreciaci?n de las virtudes humanas que adornaron a Ram?rez, sino juicios objetivos acerca de su obra, en la cual sobresale, como afirma Castro Leal, "su devoci?n por la ver dad, su enorme capacidad de trabajo y su juicio equilibrado y luminoso". Su vida, llena de incidentes, tuvo dos grandes preocupa ciones que la colmaron hasta los ?ltimos momentos. La pri mera: su af?n de servicio, mostrado en su actividad pol?tica como estadista en la que fungi? como secretario de gobierno, presidente del Tribunal Mercantil, director del Peri?dico Oficial, diputado por Durango ante el congreso federal, se nador de la rep?blica, ministro de la Suprema Corte de Jus ticia, ministro en dos ocasiones de Relaciones Exteriores, miembro de la Junta de Notables en 1843; presidente de la Junta de Industria, consejero de estado en 1846, rector del Colegio de Abogados y finalmente, bajo el imperio de Maxi miliano, ministro de Relaciones y presidente del Consejo. Su segunda gran preocupaci?n fue la de la cultura, la del hombre de estudio, para lo cual tuvo que desempe?ar los puestos de presidente de la Junta de Instrucci?n P?blica, conservador y director del Museo Nacional, presidente de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura, presidente de la junta directiva de la Academia de Bellas Artes, director del Peri?dico Oficial de Durango y de El Imperio de la Ley, redactor de El F?nix y colaborador de El Museo Mexicano y otros m?s. Reorganizador del Ateneo en 1843, le impuls? con vehemencia. Como hombre p?blico, pol?tico y estadista lleg? a ocupar, gracias a su prestigio profesional, honorabilidad, conviccio nes firmes y cumplimiento escrupuloso de sus obligaciones, puestos tan relevantes como los ya mencionados. Form? parte de varios congresos, algunos constituyentes como el de 1842, y

colabor? en la redacci?n de las Bases Org?nicas de 1843.

Tuvo a su cuidado la elaboraci?n de varios c?digos federales y del penal del estado de Durango. Relacionado con los gru

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DOS HISTORIADORES DE DURANGO

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pos de intelectuales m?s distinguidos y con los pol?ticos m?s destacados del momento a quienes trat? a fondo como Couto, Baranda, Trigueros, Reyes Veramendi, Lafragua, Almonte,

Quintana Roo, Tornel, Rej?n, Otero, Alam?n, Payno, G?

mez Farias, Santa Anna, con quienes colabor? o de quienes

disinti?, fue respetado y estimado, pues no tuvo que depender

de la administraci?n p?blica para subsistir. Hombre de re cursos econ?micos suficientes, complac?ale se le considerara como arist?crata, entendiendo esta calidad no como califica tivo superfluo, intrascendente, ligado a la vanidad personal, sino como rango que implicaba la posesi?n de virtudes sobre salientes.

Milit? en el campo liberal pero estuvo alejado de las

facciones que destrozaban a la rep?blica, pues consideraba que los extremistas, en vez de mejorar la situaci?n y sacar al pa?s de la anarqu?a en que se debat?a, agravaban sus males. Por esa raz?n las cr?ticas que dirigi? a los miembros de los partidos contendientes fueron punzantes, duras y en ocasiones sumamente graves. Aun cuando particip? en la administraci?n

de G?mez Farias a quien llam?: "fan?tico pol?tico de tan

buena fe", consider? que en ocasiones su actuaci?n, como la de Otero, fue demag?gica. Pese a esa recriminaci?n, Ram?rez no desconoci? el gran valor pol?tico de don Valent?n, su integridad y temple. Por ello, al describir una de las crisis pol?ticas m?s graves del a?o de 1847, la que preludi? la rebeli?n de los polkos, acerca del patriarca de la Reforma emite un precioso y acertado juicio: "?l conoci? en esta parte su misi?n y la desempe?? con tal dignidad y valent?a que se ha hecho admirar de sus mismos enemigos adquiri?ndose con ellas no pocos amigos y admiradores. Farias, privado de todo, con un pu?ado de hom bres del pueblo, luchando contra las m?s poderosas e influyen

tes clases de la sociedad, luchando contra el congreso mismo y reducido a la ?ltima extremidad, no desminti? ni un s?lo momento su car?cter, no dio ni la m?s peque?a muestra de debilidad. Arrostr? con la borrasca que ha podido destro zarlo, pero que fue del todo impotente para hacerlo doble gar. Es fuerza admirar a un tal hombre a quien s?lo deb?a

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desearse un mejor discernimiento para la elecci?n de causa y de circunstancia". La mesurada y prudente conducta de G?mez Pedraza le pareci? infantil; deshonest?sima la admi nistraci?n de Tornel, aplic? los ep?tetos de Garatuza ladr?n a Francisco Lombardo, de diputado agiotista a Escand?n y de uno de los estafadores del tesoro p?blico m?s descarado que jam?s se haya visto a Esnaurrizar. Santa Anna, el hombre fuerte de la ?poca no le fue simp?tico, le consider? un "vi cioso administrador de los caudales p?blicos", inescrupuloso en la pol?tica, henchido de vanidad al grado tal que consi der?base un Napole?n. Esp?ritu liberal ordenado e incapaz de componendas pol?ticas, Ram?rez tuvo que sumarse a los opositores de Su Alteza Seren?sima y sufrir en 1855 el exilio de donde volvi? al triunfar la revoluci?n de Ayuda. Como pol?tico e historiador don Jos? Fernando advirti? las virtudes y defectos de sus contempor?neos y nos dej? de ellos, al igual que los historiadores de la emancipaci?n, va liosas semblanzas, atinados calificativos y visiones certeras de su actuaci?n. Conoci?ndolos, pudo formarse una opini?n, que en 1847, en que la emite, revela el escepticismo con que mu chos mexicanos ve?an el desarrollo institucional de la rep? blica. En efecto, al analizar la situaci?n pol?tica reinante al tiempo de la invasi?n americana, lamenta que en M?xico se confirme la despreciada m?xima pol?tica que asegura "que los hombres m?s que los sistemas, son los que hacen la feli cidad de los pueblos y dan un alto renombre a las naciones". Y en torno a los sistemas, Ram?rez, tanto en algunas de sus obras como en su correspondencia, que tiene un alto va lor hist?rico, se inserta en el valioso an?lisis sociol?gico de la historiograf?a de la emancipaci?n y prosigue como Mora, Zavala, Alam?n y Cuevas la angustiosa reflexi?n que acerca de M?xico y su porvenir se hicieron. De su experiencia en la cosa p?blica, de su decidida intervenci?n en la vida del pa?s,

de los desenga?os sufridos, de la inquietud que en ellos

provoc? la debilidad institucional, la anarqu?a interna y las amenazas exteriores, arrancar?a su filosof?a pol?tica, su futura

posici?n ante los acontecimientos y los hombres. Ram?rez no escribi? un ensayo como sus antecesores. No lleg? siquiera a

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redactar la Historia del Imperio que Maximiliano le enco mendara, mas las Memorias para servir a la historia del se gundo Imperio Mexicano, M?xico durante su guerra con los Estados Unidos, su correspondencia, y algunas obras m?s como las Noticias hist?ricas y estad?sticas de Durango, le em parentan con los autores mencionados. De entre los problemas que agobiaron a Ram?rez, como a sus contempor?neos, citaremos los siguientes: Ineficacia del sistema representativo por vicios en el sis tema electoral y mala calidad de los representantes, que "ra ciocinan poco y hablan mucho". De alguno de ellos lleg? a decir que "s?lo era bueno para un museo de historia natural".

Y ante la ineficacia de los diputados de entonces y de la

acci?n de los congresos, afirmar?a con amarga desesperaci?n: "Todo, todo concurre a probar una triste y vergonzosa ver dad: que no tenemos la instrucci?n te?rica, la pr?ctica, las virtudes ni el car?cter personal que exige la implantaci?n del sistema representativo. Hombres d?biles para los cuales son m?s poderosas las personas que las cosas, hombres indolentes que no quieren tomarse la molestia de pensar ni de trabajar y que emiten votos sin conciencia, s?lo deben obedecer, por que son incapaces de mandar. Cuando un hombre del estado llano llega a formar estas tristes convicciones debe encontrar

disculpable a Santa Anna y a Paredes en su aversi?n a los congreso". La religi?n y la iglesia signific? a Ram?rez, dada su deli

cada sensibilidad de hombre culto y liberal, grave preocupa ci?n. Diose cuenta que la religiosidad de los mexicanos era muy d?bil, superficial y puramente externa: "Nuestro sistema religioso ?escribe?, es del todo punto insuficiente para mo

ralizar nuestra sociedad, pues cuando uno lo examina de

cerca y con ojo filos?fico, nota luego que el cristianismo ha degenerado en una grosera idolatr?a, y que el puro y deforme

polite?smo es la ?nica religi?n del sacerdocio y del pueblo.

?ltimo y fatal per?odo de las sociedades, ?l se manifiesta entre

nosotros con los mismos vicios, el mismo vac?o y las mismas llagas pestilentes con que se manifest? en Grecia y Roma, cuya debilidad se aumentaba en proporci?n que aumentaban

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las legiones de sus dioses impotentes. Los antiguos mexicanos que ten?an m?s fe en Huitzilopochtli que nosotros en Jesu cristo, aunque miedosos y llorones, se defendieron de los de nodados conquistadores de una manera que hoy nos hace aver gonzar de la guerra que mantenemos con unos aventureros. Sus sacerdotes tomaron las armas y perecieron bajo las ruinas

de su templo..."

Respecto a la actuaci?n del clero durante la intervenci?n, ?l, quien conoci? a fondo las presiones de todos los grupos y su participaci?n en la anarqu?a pol?tica, escribe trozos do

lorosos en los cuales refleja la desilusi?n que le caus? la

conducta nada apost?lica de numerosos eclesi?sticos ante los graves problemas del pa?s, su ayuda a los grupos reaccionarios

m?s exaltados, como los polkos, las intrigas internas de mi nistros del altar espa?oles o hispanizantes que recuerdan p? ginas igualmente cr?ticas de Mora y Zavala, y escribe acerca de la educaci?n impartida en las instituciones educativas de sus d?as, que hoy todav?a por desgracia suele continuarse: "La que en nuestros colegios se llama educaci?n religiosa y moral, consiste en hacer tomar de memoria a los j?venes el catecismo, algunas oraciones, y en el aprecio de pr?cticas devotas, juzg?ndose m?s perfecta aquella que m?s las ampl?a y mejor director el que despliega mayor severidad y aun dureza en exigirlas; mas esa instrucci?n que s?lo habla a los sentidos dejando enteramente vac?o el coraz?n, suele hacer de los j?venes, gazmo?os y mojigatos, que como dec?a Fleury, se acostumbran desde muy temprano a decir bien y a obrar

mal..." Y al final de una larga explicaci?n acerca de las

formas religiosas externas y rituales de los mexicanos con clu?a: "No creo que por esta franca manifestaci?n de mis ideas, se me haga la injusticia de suponer que repruebo el

ejercicio de las pr?cticas devotas; lejos de eso, y prescindien do del deber religioso que las impone, las juzgo ?tiles y aun necesarias en la educaci?n de la juventud; mas con ella pre cisamente es con quien creo debe guardarse la ense?anza que nos dej? el divino fundador del cristianismo en la respuesta que dio al que le preguntaba c?mo deb?a hacerse la oraci?n. Jesucristo no dio una larga f?rmula, ni menos impuso al

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hombre el yugo de una dura ley ceremonial, como que su misi?n era destruir la que por exorbitante hab?a puesto en peligro a la misma religi?n. Jesucristo inculcaba en todos tiempos y en todas ocasiones, muchas m?ximas morales y mu

chos ejemplos. Tal me parece hab?a de ser el sistema de los colegios". Como funcionario, Ram?rez fue un ejemplo de eficacia y honestidad. No pose?a altas dotes de estadista, como muy bien comenta Pereyra, pero en los puestos que desempe?? se ma nej? prudente y rectamente. No tuvo la firmeza ni el sacri ficio perseverante de un G?mez Farias o de un Baranda, y por ello, con el mismo gozo aceptaba una nueva y honrosa designaci?n, que la abandonaba a las pocas semanas de haber sido nominado. M?s a?n, cosa que hoy nos parece verdade ramente extraordinaria ante la impaciencia de los que esperan ser llamados, ?l, como otros dirigentes de la ?poca, ten?a que esconderse o ausentarse para no ser encontrado por los emi sarios de los gobernantes en turno que le quer?an confiar un puesto. M?s a?n, en ciertas ocasiones ante el ofrecimiento de un alto puesto, dudaba, como hombre de bien y por un punto de honor, alejarse del partido de los vencedores o cooperar con el gobierno en bien de los dem?s. Cuando se le llam? a ocupar la primera magistratura de Durango, esboz? para sus partidarios un sint?tico programa de gobierno que pod?a servir de modelo a los revolucionarios actuales, en el que se?alaba los lincamientos a que se suje tar?a en caso de resultar electo: "Una grande econom?a en los gastos y distribuci?n de las rentas p?blicas; una suma severidad en su recaudaci?n y manejo; un puntual y cum plido desempe?o en los servidores del estado, aunque siempre proporcionado a sus recompensas; toda la energ?a necesaria sin caer por supuesto en la arbitrariedad ni en el despotismo,

para reducir a cada uno dentro de sus propios l?mites, para hacer cumplir las leyes y en fin para llegar a lo que forma el alma y vida de la sociedad, a la consolidaci?n de la moral y del orden llevando una mano prudente pero firme a los abusos para arrancarlos de ra?z. Yo en consecuencia no ten dr? amigos contra mi deber as? como tampoco recordar? haber

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tenido desafectos. Aunque haya de tener m?s o menos ligeras

condescendencias, porque la vara del gobernante no es de

acero ni la excesiva dureza el medio de reformar una sociedad

viciada, tampoco har? de aqu?lla mi regla de conducta sino la excepci?n; y en las grandes faltas yo no tendr?a compasi?n ni de mi sangre. ?ltimamente, yo ser?a ?nicamente celoso de la autoridad y dignidad de mi puesto, y en este punto s? que no tolerar?a nada, absolutamente nada, que tendiera a rebajarlas, a menos que una fuerza irresistible o mayores males me obligaran a tolerarlo. Sin embargo, defendiendo como defender?a a todo trance su dignidad, me cuidar?a muy poco o nada de su posesi?n, porque la veo no como un bene ficio, sino como un gravamen". El militarismo que tanto preocup? al doctor Mora fue un mal que en a?os posteriores agobi? al pa?s. Las prediccio nes del consejero de G?mez Farias resultaron ciertas, y se

viv?a a merced de los caudillos; hoy Santa Anna, ma?ana Bustamante, pasado Paredes y as? sucesivamente. Disput? banse el poder, cambiaban programa y bandera y desgarra

ban inconsecuentemente al pa?s, sin importarles su porvenir. Los civiles no eran sino instrumentos del capricho de aqu? llos y no bastaba la honradez, la preparaci?n ni el patriotismo

para salvarse. Alam?n, as? como G?mez Farias, estaban supe

ditados a la voluntad del milite en turno y sus buenas

intenciones; su anhelo sincero de conducir al pa?s hacia la paz y el progreso frustr?banse ante los hombres de espada. Tal situaci?n no la desconoc?a Ram?rez; la sufri?, y luch? cuanto pudo por superarla. Vio sin embargo que una de las causas fundamentales de ese mal radicaba en la propia cons tituci?n del ej?rcito, en su integraci?n, la cual le hac?a d?cil instrumento de los caprichos de los superiores. Consider? Ram?rez que la milicia deb?a brotar de las masas populares en forma espont?nea para lo cual era indispensable que ?sta tuviera confianza y creyera en el desinter?s y patriotismo de

los gobernantes. Ram?rez estaba convencido que el pueblo mexicano era un pueblo pac?fico, sin esp?ritu de aventura y conquista y capaz de todo sacrificio. "Valiente y formidable cuando pelea dentro de sus hogares resistiendo una injusta

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agresi?n u obedeciendo a sus jefes", pero resisti?ndose a sol

dados si se le forzaba y aun recurriendo a la deserci?n.

Y agregaba: "Esta antipat?a natural a la guerra se encuentra fortificada por la viciosa organizaci?n de nuestro ej?rcito y por el descr?dito en que ha ca?do; le repugna pertenecer a

?l por algo m?s que la mala vida que en ?l se pasa y esta antipat?a necesita muchos a?os y mucho trabajo para ser destruida. Salvas muy pocas excepciones, la oficialidad no

es lo mejor de la sociedad; fruto cosechado en las guerras civiles, participa de todos sus defectos y hace sumamente in feliz la suerte del soldado no s?lo por la degradaci?n a que lo condena sino porque tambi?n le roba su alimento". Y a guisa de ejemplo se?alaba que entre las razones que provocaron la desmoralizaci?n del ej?rcito que combat?a en Texas se cuentan "los escandalosos peculados que cometieron algunos jefes durante la ?ltima guerra de Texas, la impuni dad en que se les dej? gozar el fruto de sus rapi?as, el aban dono y miseria a que se vio expuesto el soldado, muriendo de enfermedad el que hab?a respetado la bala enemiga, las hambres y privaciones que padeci? sirviendo de medios de especulaci?n a los mismos que debieron socorrerlos, y tantos sacrificios perdidos por un rev?s que pudo ser reparado antes

de que se oreara la sangre de nuestros soldados". En relaci?n a este tema, el de la amenaza exterior, Ram? rez, testigo de la invasi?n americana y hombre que contem pl? con desesperaci?n la p?rdida de nuestro territorio e in tervino patri?ticamente para celebrar un tratado de paz que no nos destruyera totalmente, hace valiosas y oportunas re

flexiones. Consider? en el a?o de 1846, a diez a?os de la revuelta tejana, que los Estados Unidos ocupar?an Texas a

costa de cualquier sacrificio, pues "teniendo como tienen la conciencia de su superioridad f?sica sobre nosotros, sinti?n dose impulsados por el esp?ritu aventurero y de conquista que siempre ha distinguido a las rep?blicas montadas bajo el principio que reconoce la suya; crey?ndose amenazados en su existencia pol?tica por este lado, y convencidos de que la adquisici?n de Texas es de inmenso valor para el engrande cimiento y prosperidad de su confederaci?n, es seguro que

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intentar?n incorpor?rselo a?n cuando entiendan ponerse en guerra con todo el mundo y exponer la suerte de su confe deraci?n". "Adem?s ?agrega? los periodistas y pol?ticos de los Estados Unidos, que a diferencia de los nuestros racioci

nan mucho y hablan poco, han conocido toda la inmensa importancia de la adquisici?n de Texas y han habido hac?r selas sentir a la masa entera de la naci?n. Ese pueblo es tam

bi?n inmensamente orgulloso; cree que es el primero del

mundo y que ninguno ser?a capaz de resistirlo".

Despu?s de analizar el desastre de la guerra con Texas,

las razones del fracaso de los ej?rcitos mexicanos, las funestas

consecuencias que acarre? al pa?s, todo con entera franqueza y colocado en un plano de absoluto realismo, pues contem plaba c?mo aquel territorio hab?a sido ocupado totalmente con colonos anglosajones adictos a los Estados Unidos, dota dos de un gran esp?ritu de empresa y aventura, y los cuales "por comunidad de origen, por la conformidad del idioma y religi?n, por lo democr?tico de las instituciones, por la paz y prosperidad que goza la naci?n, por el mayor consumo de elementos de subsistencia que presenta a un emigrado desde el d?a que pisa su territorio", representan un ej?rcito que no necesita ni de pago ni de armas para pelear en favor de la incorporaci?n hasta la ?ltima extremidad. Por todas esas razones, pensaba, y por el "estado no s?lo de abatimiento sino de degradaci?n" que el pa?s presentaba, por estar ami lanado, aturdido, no pelear?a voluntariamente. "La guerra de Texas ?explicaba con abierta franqueza a

Santa Anna? inspira aversi?n a las masas porque ven de cerca los sacrificios que va a costarles y ni aun siquiera

pueden formarse idea de los beneficios que deban resultar les. El partido federalista no ve de mal ojo la incorporaci?n a los Estados Unidos porque se imagina que el resto de la rep?blica seguir? la misma suerte y as? se realizar?n sus sue ?os. Los que no se mantienen de ilusiones temen que Texas sea el sepulcro de la rep?blica y que sean irrevocablemente perdidos los sacrificios que se hagan para conservarla porque ciertamente no tendr?n una debida compensaci?n; temen y yo entre ellos, que nos compliquemos en el interior hasta el

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punto de echarnos encima una intervenci?n extranjera que s?lo nos deje una soberan?a de comedia". Por todo ello no cre?a posible la reconquista de Texas. Aceptaba que los ej?r citos mexicanos pudieran ocuparla temporalmente, pero que

dadas las circunstancias totales por las que atravesaba el pa?s, no reconquistar?a ese perdido territorio. Suger?a que,

ante ese hecho, ser?a preferible hacer de Texas un estado fuerte con la ayuda que varias potencias europeas hab?an

ofrecido, Francia y principalmente Inglaterra, con el fin de

oponerlo al avance de los Estados Unidos. Suger?a se ven

diera a Inglaterra ese estado, la cual lo colonizar?a con irlan deses y otros colonos cat?licos estableciendo una barrera fuer te y efectiva. Esa posibilidad permitir?a a Inglaterra no tran sigir en la cesi?n de Oregon, y M?xico podr?a conservar las Californias, pues de otra suerte no era remoto que la fron tera se hiciera llegar hasta el r?o Bravo y se perdieran ambas

Californias.

La guerra con Texas no fue sin embargo sino el inicio de una mayor cat?strofe. Cuando hacia el mes de noviem bre de 1846 corri? la especie, reproducida en varios peri?di

cos, de que Santa Anna hab?a pactado con los Estados Unidos a no oponer resistencia a su empuje y a celebrar un tratado de paz que les favoreciera, comprometi?ndose a mantenerlo en la presidencia por diez a?os, Ram?rez crey? que ante tal

acusaci?n ser?a posible forzar a Santa Anna a hacer la de fensa del pa?s. Los acontecimientos de la guerra, cada d?a m?s dolorosos y tr?gicos, presentados en forma descarnada pero abreviada por Ram?rez, nos presentan un cuadro que comenta Pereyra: "son un retrato completo de la sociedad mexicana y de su vida entera durante la invasi?n. No son sus relatos una cr?nica m?s de la guerra, sino en estudios m?s

altos la explicaci?n de nuestras derrotas". La desafortunada acci?n de Cerro Gordo hac?a exclamar a Ram?rez que como hab?a sido tan completa como vergon zosa, no hab?a podido salvarse ni aun la esperanza. La naci?n se encontraba sin dinero, fusiles, ni artiller?a; los jefes no val?an, seg?n expresi?n de Santa Anna, m?s que un cabo, la desmoralizaci?n era general. "La guerra ?observaba Ra

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mirez? es de desmembraci?n y M?xico no puede presentar ni un simulacro de unidad. .."y el testimonio de la escisi?n pulula en t?rminos de mirarse hasta como un medio de libe raci?n. La narraci?n que del estado moral de los mexicanos en ese momento hace Jos? Fernando es pat?tica. Narra c?mo la tropa volv?a del frente acobardada, c?mo jefes y oficiales proclamaban invencibles a los yankees, y los soldados narra ban vulgaridades que recordaban la conquista. As? escribir?: "Nuestra situaci?n es verdaderamente desesperada: todo, abso lutamente todo, se ha perdido, y seg?n el camino que llevan las cosas, es dudoso pueda salvarse la independencia, ?ltimo recurso y simulacro del honor. Dos ?nicos caminos nos han

dejado el odio y la torpeza de los partidos pol?ticos que hasta hoy se disputan el poder: o la conquista o una paz

que siempre ser? vergonzosa, porque no tenemos elementos para repeler las propuestas que se nos hagan". Y en medio de esa confusi?n en que se hund?a el pa?s, los acontecimientos internos entristec?an y desesperaban a los

hombres rectos y honorables de aquel momento. Los polkos, verg?enza en nuestra historia, contribu?an a aumentar ese

estado de cosas. La relaci?n que Ram?rez deja de ese abo minable espect?culo es digna de menci?n. Ante la noticia del desembarco de los americanos en Veracruz, el pueblo, re fiere, "mostr? una horrible indiferencia y los combatientes prefer?an perder una patria a trueque de conservar sus posi ciones". Y agrega: "Los escapularios, las medallas, las vendas y los zurrones de reliquias que en docenas pend?an del pecho de los pronunciados, especialmente de la sibarita y muelle juventud que forma la clase de nuestros elegantes, habr?an hecho creer a cualquiera que no conociera nuestras cosas que all? se encontraba un campo de m?rtires de la fe, que todos ser?an capaces de sacrificar a la incolumidad de su religi?n, vulnerada por las imp?as leyes de ocupaci?n de bienes ecle

si?sticos. Muy pronto se vio que este resorte era el m?s d?bil y que toda aquella far?ndula de escapularios era un

puro coquetismo fomentado por la inocente devoci?n de las monjas y por la interesada creencia del clero. El amor hizo una abundante cosecha en ese tr?fico devoto".

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La conducta poco edificante del clero, la impericia y co bard?a de muchos de los militares, el encarnizamiento de las facciones que se devoraban entre s? en el momento en que el pa?s era invadido, todo ese inmenso y doloroso cuadro es revelado por Ram?rez en forma magistral. Los desmanes de las tropas yankees y del populacho, la visi?n existente entre los dirigentes, el sufrimiento del pueblo, el abandono que de la ciudad hizo "el infame y eternamente maldecido Santa Anna, quien la dej? sin un centinela y a merced del enemi go", as? como los esfuerzos de un pu?ado de hombres para salvar a la patria de la ruina total, representan p?ginas de

un valor hist?rico indudable y el relato vivo y punzante de una experiencia pol?tica que Ram?rez no olvid? jam?s. A?os m?s tarde, cuando las fuerzas francesas invaden la rep?blica y ?sta se llena adem?s de administradores, Ram?

rez reacciona en la misma forma y censura acremente el pro

ceder de las fuerzas de ocupaci?n. Sin embargo, para este momento Ram?rez ya era otro. Hab?a dejado de tener con fianza en el pa?s. Hab?a desesperado de la justicia de una

causa por la que siempre luch?. Crey? que un cambio de

hombres y de instituciones pod?a ser la salvaci?n del pa?s. ?l, que rechaz? las formas mon?rquicas en 1846 y 1847, tuvo que aceptarlas arrastrado por la desesperaci?n que se apo der? de muchos mexicanos al ver hundirse en terrible anar

qu?a, en el caos y en el m?s criminal desorden, todos sus esfuerzos, sus sanas intenciones. Su integridad y honestidad hab?an sido vanas. La desilusi?n y la desconfianza min? su esp?ritu, sus energ?as desfallecieron y no supo conservar como

el grupo encabezado por Benito Ju?rez la fe en el porvenir, la fortaleza para resistir hasta lo ?ltimo. Tal vez pens? en momentos de debilidad y confusi?n que era m?s importante conservar la tranquilidad del pa?s, preservar las buenas con ciencias y sus posibilidades culturales, que continuar una lu cha en que todo pod?a destruirlo. Tard?amente se equivoc? ?l como otros, y este error oblig? a muchos a vivir y a morir

alejados de la patria por quien tanto se hab?an desvelado. Hoy que nos ha tocado vivir muchas veces en forma dra

m?tica la que se ha denominado rebeli?n de la juventud, esta

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lucha generacional que nos desconcierta por el tono tan brusco

y general como se ha presentado en nuestros d?as, conviene recordar se ha dado siempre y en algunas ocasiones con cierta gravedad. En la primera mitad del siglo pasado, M?xico su fri? un enfrentamiento entre la generaci?n que hab?a con sumado la independencia y trataba de conservar su estatus econ?mico, social y pol?tico, y las nuevas generaciones im buidas de ideas renovadoras que anhelaban una transforma

ci?n m?s violenta y radical. El partido del progreso y las logias mas?nicas impulsaron ese cotejo, y a su lado o enfren

t?ndoseles, se situaron generaciones enteras que luchaban con tra el inmovilismo y que se politizaron r?pidamente. Esa pug

na se dio no s?lo en la metr?poli sino que repiti?se como un eco en la mayor?a de los estados. Durango no escap? a ella, y as? a partir de 1825 surgi? una lucha entre grupos, el de los Cuchas o Yorkinos y el de los Chirrines o Escoceses

o Cat?licos, lucha que no era sino el eco de la que ocurr?a en M?xico y la cual ocasion? continuos alborotos y aun la muerte de numerosos individuos. Ram?rez observ? ese enfrentamiento y pudo definirlo y precisarlo l?cidamente. Pertenec?a a las nuevas generaciones

y sent?a que muchos como ?l quer?an una patria mejor,

respetable y respetada, en la cual fuera posible la libertad dentro del orden, regida por instituciones democr?ticas y estables y no al capricho de caudillos ambiciosos e imprepa rados. Por ello, al mencionarla afirma se trata de una pugna entre los hombres viejos y los nuevos, de una lucha entre dos generaciones, "entre la que era joven hace veinticinco a?os y la que vino al mundo y divirti? su infancia durante sus violentas querellas y trastornos, entre los que buscan un asiento y los que rehusan ceder el suyo". En la vida pol?tica lo mismo que en la civil, agrega, "los hombres vagan por mucho tiempo manteni?ndose errantes, sin conocer ni sentir la necesidad de una radicaci?n; mas cuando ?sta llega y la tribu n?mada se reconoce fuerte, luego se arroja sobre su vecino a quien expulsa o subyuga, manteniendo el puesto mientras viene otro a hacerle sufrir la misma suerte "Este turno, que no es m?s que la expresi?n o s?mbolo de

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la vida social, muerta o entumecida Dajo el cetro de hierro del despotismo; lenta y apenas discernible en las monarqu?as absolutas; robusta y animada en las constitucionales; viva, en?rgica y vigorosa en las rep?blicas, que por leyes sabias han regulado el orden gradual de la sucesi?n pol?tica; y ma ?era, turbulenta, delirante y aun salvaje en las democracias que no reconociendo aquel orden, que es el de la naturaleza y de la raz?n, abandonan la renovaci?n de los hombres y de las cosas, al triunfo de la fuerza y a la inconsecuente voluntad

de las facciones: en todas esas situaciones, digo, en todos esos esfuerzos que el hombre bautiza imponi?ndoles un sobrenom bre, no se encuentra ordinariamente en el fondo m?s que la brega de las generaciones que se empujan y repelen, la lucha de los hombres nuevos contra los hombres viejos". Y como norma de pol?tica general que regenerar?a al pa?s y lo sacar?a de la postraci?n, recomendaba luchar "para restau

rar el imperio de la moral y de las leyes para salir de ese

enervamiento que nos mata y hace el ludibrio de las naciones;

para devolver a la justicia la balanza que le ha arrebatado el favor; para evitar que los median?as audaces conviertan en su patrimonio a los hombres y a las cosas; en fin, para casti gar y premiar sin pasi?n y no buscando para todo otra gu?a ni apoyo que el que dan una conciencia debidamente ilus trada, desenga?ados de que aqu?l no se encuentra ni puede encontrarse, en la inconstante y caprichosa voluntad de los hombres". Esto es algo de lo que se puede decir de m?s saliente en torno de la primera gran pasi?n de Jos? Fernando Ram?rez, la actividad pol?tica, su af?n de servicio, su faceta de hom bre p?blico. Otros aspectos pod?an ser mencionados, pero de bemos ocuparnos en seguida de aquella manifestaci?n vital que m?s nos interesa, la del hombre de letras, la del intelec tual, la de historiador en fin. Es indudable que la actitud pol?tica de Ram?rez condiciona su obra y su pensamiento hist?rico, pero en ?l vamos a encontrar tanto algunos rasgos comunes en investigadores de su ?poca, como otros pecualia res, a ?l privativos. En primer t?rmino, notemos que apasionado por la his

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toria de M?xico como muchos de sus contempor?neos, Ala m?n, Bustamante, Lafragua, Chavero, Icazbalceta, Orozco y Berra, y consciente del valor que los testimonios que conser vaban archivos y museos eran indispensables, los salv? en varias ocasiones de la destrucci?n. Temeroso de las depreda ciones de la soldadesca americana y de la plebe durante la ocupaci?n de 1847-48, ocult? en casas amigas las m?s valiosas colecciones mexicanas, y con el encargo de conservador y director del Museo Nacional se preocup? por acrecentar su documentaci?n, aprovechando para ello su puesto de inter

ventor de las bibliotecas y archivos de los conventos ex

tinguidos. Bibli?filo infatigable y con recursos, reuni? ricas colec ciones que el pa?s perdi? para su desgracia. En 1851, cuando hubo integrado un rico acervo, pens? ceder lo m?s impor

tante del mismo para que con ?l se formara la Biblioteca Nacional, proyectada desde 1833. Diversas gestiones realiz? para el efecto e intent? se estableciera en el edificio de la Aduana, ocupando ?l el puesto de bibliotecario. No habiendo

llegado a acuerdo alguno, parte de sus libros vendi? a su

estado adoptivo, Durango. La segunda y m?s rica colecci?n se subast? en Europa despu?s de su muerte. Historiador del M?xico antiguo, Ram?rez descuella por el inter?s e impulso enorme que prest? a la historia preco lombina. Ya mencionamos su af?n de reunir las fuentes rela tivas a ese largo per?odo de nuestra historia, muchas de las cuales public? con atinadas explicaciones. Tanto en M?xico, como durante sus viajes por Europa, reuni? rico material

que present? por vez primera a los investigadores mexi canos. Su anhelo por editar la obra de Sahag?n en pulcra impresi?n es bien conocido, como tambi?n el esfuerzo reali zado para que apareciera la Historia de las Indias de Nueva Espa?a de fray Diego Duran, de la cual s?lo vio impreso el volumen primero. Dese? publicar las obras de Tezoz?moc, Ixtlilx?chitl, y el llamado C?dice Ram?rez, para las cuales escribi? juiciosas y valederas introducciones. Varios c?dices procedentes de la Colecci?n Aubin, fueron igualmente ob jeto de su inter?s, como el Tonalamatl, el Mapa Tlotzin y

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el Quinantzin, el C?dice Aubin, el Atlas de Duran y otros m?s, los cuales hizo litografiar. Hizo imprimir e interpret? el Mapa de Sig?enza y la Tira de la peregrinaci?n e intent? igualmente una explicaci?n del C?dice Borgia. Muchas otras fuentes recogi?, public? y dej? con explicaciones sobrias, justas, precisas, fruto de sus conocimientos e inteligente vi si?n. Escribi? numerosas biograf?as de personajes ind?genas sobresalientes, realiz? descifraciones jerogl?ficas y descripcio nes de monumentos y objetos arqueol?gicos. Las que conser vamos de sus visitas a Cholula y a las zonas arqueol?gicas de Yucat?n revelan la prudencia con que se conduc?a, su mesura, frente a las desorbitadas explicaciones de otros curiosos. Con

sobrada raz?n, Gonz?lez Obreg?n dijo de ?l: "Como ar

que?logo, estableci? los fundamentos de la interpretaci?n je rogl?fica de nuestros c?dices. Sin prejuicios ni preocupaciones,

sin dejarse arrebatar por la fantas?a, nos demostr? su saber en la ciencia de la interpretaci?n juiciosa, en las explicacio nes de algunos de los monumentos del museo y en las de los c?dices de la peregrinaci?n de los aztecas". Ram?rez, pues, como buena parte de los historiadores del siglo xix, no escap? al reclamo de la historia prehisp?nica. Puesto que trataban de formar al pa?s, de dotarle de clara y completa conciencia hist?rica, tuvieron que aceptar y for talecer la doble raigambre de nuestra procedencia. Siguiendo los lincamientos trazados por Eguiara y Eguren y Clavijero, atendieron tanto la ascendencia hisp?nica como la ind?gena. Entroncaron as? con los historiadores del siglo xvm y los de la emancipaci?n, Mier y Bustamante, en su inter?s por las culturas aut?ctonas, pero no rechazaron, despu?s de haber superado la crisis de la independencia, la herencia hisp?nica, antes bien, consideraron que en el pa?s en formaci?n era in dispensable exhibir con orgullo y vigorosamente la doble as cendencia. Esta idea es la que enriquece y otorga calidades de s?ntesis cultural a los equilibrados trabajos de Ram?rez y de Orozco y Berra. Este af?n de s?ntesis es el que explica tambi?n su preocu paci?n por estudiar importantes aspectos de la historia colo nial, principalmente aquellos m?s debatidos como la justifi

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caci?n de la conquista realizada por Espa?a y su capacidad para emprenderla; la conducta de algunos de los actores principales de ella como Cort?s, Alvarado y ?u?o de Guz

m?n; la defensa ideol?gico-pol?tica de los indios y las dife rencias suscitadas entre sus defensores. En este campo, el af?n de equilibrio, de imparcialidad, de s?ntesis unificadora, no impide a Ram?rez expresarse con acritud y aun extremada dureza, pero siempre en pro de la verdad. De esta suerte los juicios hacia Alvarado y ?u?o son realmente eso y no ep?te tos aplicados caprichosamente. Basta con leer las biograf?as consagradas a estos ?ltimos para comprender, como dice Cas tro Leal, que Ram?rez era capaz de discurrir "sin odio y sin desd?n, con una comprensi?n en la que hab?a inter?s y afec to, al mismo tiempo que medida y equilibrio". Uno de los trabajos m?s relevantes de Ram?rez, en el que se advierte su extraordinaria capacidad de sentir la historia mexicana y sus amplios conocimientos, es el titulado: Notas y esclarecimientos a la Historia de la conquista de M?xico del se?or William Prescott. Estas notas representan una cr? tica hist?rica justa, depurada y profunda a una obra que aparec?a aureolada con el prestigio de su autor, como des tinada a convertirse en la interpretaci?n m?s v?lida de la historia mexicana. Grande fue la estimaci?n que los investi gadores mexicanos tuvieron por las obras de sus colegas ex tranjeros. Admiraron la amplitud de sus planes de trabajo, la calidad y n?mero de sus fuentes, la brillantez de su estilo y aun la presentaci?n formal de sus libros, pero mucho m?s admiraron y envidiaron la inmensa posibilidad que aquellos ten?an para utilizar nutridas bibliotecas, auxiliares inteligen tes y capaces, recursos econ?micos que les permit?an laborar sin fatiga ni preocupaci?n, consagrados por entero a la crea ci?n. Estrechas y eficaces fueron las relaciones de amistad de nuestros eruditos con sus contempor?neos europeos y norte americanos. Prescott fue tenido en muy alta estima por los historiado res hispanoamericanos; sin embargo, no todos ellos admitie ron que su producci?n era intachable, definitiva. En medio de mil angustias y amarguras, mexicanos y sudamericanos

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construyeron sus patrias a la par que su historia. El material que empleaban no era s?lo el que bibliotecas y archivos les brindaban, sino su propio pueblo, su tr?gico desarrollo, sus conductas violentas explicables por inn?meras causas. No era el silencio de los gabinetes, ni el auxilio de los ayudantes el que auspiciaba la historiograf?a mexicana, sino el estruendo de la metralla, los golpes cuartelados, las invasiones extran jeras, la penuria del pueblo y del erario, la desmoralizaci?n ciudadana. En este ambiente, teniendo como testimonio vi viente a la naci?n entera, nuestros historiadores reflexiona ban sobre nuestro pasado y trataban de labrarnos un futuro menos inclemente. Por ello, cuando apareci? la Historia de la conquista de M?xico, realizada como afirma Ram?rez, "no s?lo con acierto, sino con una tal belleza y lujo de ideas y de lenguaje, y con una diligencia tan rara en la investigaci?n y acopio de noticias in?ditas e interesantes que dif?cilmente podr?a ser mejorada", era justo alabarla, pero de estricto de recho manifestar sus desacuerdos, especialmente cuando as? lo demanda el inter?s en general de la literatura y el par ticular de su obra misma. El libro de Prescott, al que cali ficaba el historiador mexicano como el mejor que por enton ces hab?a, ten?a, a su juicio, tres fallas fundamentales, las cuales atendiendo "a su naturaleza y origen resultaban harto dif?ciles de calificar y censurar", a saber: "el uso no siempre moderado que ha hecho de las reglas de la cr?tica; el desapego instintivo de raza, que luchando contra sus nobles y concien zudos esfuerzos, suele alcanzar a veces su victoria; y en fin la exaltaci?n de su entusiasmo por Cort?s", que convert?a esa obra en una apolog?a. Pero a?n m?s, Ram?rez advert?a que esos defectos, "influ yendo de una manera inapercibida aunque constante, en el ?nimo y mente del autor, dan a su historia un cierto tinte, que aunque no me atrever? a calificar de hostil, s? dir? que no es para dejarnos lisonjeados; bien que ?l haya repart?dolos por toda su obra con tal uniformidad y aun lisura, que cier tamente en esa su misma uniformidad auxiliada por la gran diligencia que ha puesto para actuarnos en las fuentes de sus noticias lleva consigo el correctivo".

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Bastante graves eran las fallas se?aladas por Ram?rez. En sus amplios comentarios revela c?mo Prescott, deslumbrado

por la se?era figura de Cort?s e impulsado por prejuicios

raciales muy hondos, desestim? el valor de las culturas ind? genas, a las que consider? inferiores y b?rbaras, y ensalz? a los conquistadores, fundamentalmente a su capit?n. Se?ala Ram?rez que la antipat?a racial de Prescott domina a toda su obra, y que "el desd?n de raza se manifiesta sin embozo y sin doblez hasta en despreciables menudencias". Estas dos fallas fundamentales eran a su vez las que orillaban al his toriador norteamericano a mal emplear la cr?tica hist?rica y aun a utilizar vocablos despectivos sobre los indios, cuyo idioma le era incomprensible y totalmente extra?o a su sen sibilidad. Sobre este aspecto escribe un p?rrafo muy relevante

que seguramente gustar? a nuestros nahuatlatos: "Tampoco

es extra?o que el grande historiador abaje su majestuoso

vuelo hasta el polvo de f?tiles reparos, reservados a los den gues y melindres femeniles, para divertirse en medir la melo d?a o aspereza de ciertas palabras o vocablos mexicanos; punto sobre el cual, dicho sea sin agravio, no puede ser juez muy competente el o?do acostumbrado a armon?as como las del ?yankee doodle?". Puso de relieve las fallas esenciales de la obra de Prescott, a la que consideraba "relevante prueba de su talento y un testimonio irrefragable de los inmensos recursos que pueden

sacarse de la ciencia para abonar una mala causa, cuando

?sta se pone en manos de un h?bil y ardoroso defensor". Ra m?rez afirma que una aut?ntica historia de la conquista "sola mente podr?a llevarse cumplidamente a cabo por una pluma filos?fica, que sintiera correr en sus venas, mezclada y con tranquilo curso, la sangre de los conquistadores y de los con quistados; pero uno en fin, que discurriendo sin odio y sin

desd?n los llame a un juicio de familia, teniendo presente que va a hacer justicia entre sus progenitores. Entonces y solamente entonces podremos concebir esperanzas de tener una completa, imparcial y fiel historia de la conquista, que

nada nos deje que desear por el lado de la integridad,

que nada nos haga sentir por el lenguaje apasionado o des

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de?oso del historiador". No ser? por supuesto, conclu?a con cierto escepticismo, "de entre las generaciones presentes des provistas de los medios necesarios y dominadas aun por las mezquinas pasioncillas que el severo buril de la historia des precia y repele, de donde salga el genio que ha de dar cima a tan ardua y gloriosa empresa".

Es justamente en esta obra en donde el destacado hijo

de Parral revela su pensamiento en torno de la historia; en donde con mayor amplitud nos descubre su sentido hist?rico. En primer t?rmino reafirma su anhelo por contar con fuentes vastas, operantes, y la necesidad de entrar en ellas, interpretarlas con cr?tica objetiva a la manera como lo hac?a la escuela cientificista europea de Ranke, los Thierry, Guizot,

Barante, Sismondi, M?ller, Caperfigue y Niebuhr. Considera, despu?s de realizar una cr?tica comparativa de las fuentes, que las mexicanas son valederas por m?ltiples razones, y al gunas, como la del diligent?simo padre Sahag?n, superiores a muchas europeas.

En segundo t?rmino declara que todo historiador debe presentar los sucesos de que se ocupa en toda su sencillez y pureza, para que a primera vista se reconozca su ?ntimo enlace con las causas y motivos que los produjeron y deter minaron, y debe tambi?n ser sumamente medido en sus pa labras para no aventurar en ellas, por un lujo de lenguaje, ninguna especie que pueda falsear la verdad hist?rica. En la persona del historiador, afirma, se encuentran reunidas las funciones de relator y las de juez.

Pero no s?lo el choque tan dram?tico de dos culturas

como fue la conquista en la que se origin? nuestra naciona lidad interes? a Ram?rez, sino que tambi?n incursion? por los quietos ciclos de la historia virreinal, ocup?ndose de nu merosas personas y acontecimientos. As? como dej? del mundo aborigen bien trazadas biograf?as, tambi?n de se?ores per sonajes de los tres siglos de dominaci?n destacados por su ciencia y virtudes escribi? abundantes semblanzas, varias de las cuales son aut?nticas joyas que engalanan la biograf?a mexicana. Algunas semejantes a las de Garc?a Icazbalceta, no s?lo representan un rastreo paciente y minucioso en busca

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de informaci?n en polvosos libros y manuscritos, sino la re creaci?n viva y bella de una vida digna de perduraci?n. En sus Adiciones a la Biblioteca de Beristain, reparamos en sus erudit?simos conocimientos, en su saber bibliogr?fico y en sus calidades de historiador cuidadoso, fiel. En varias ocasio nes se?ala los deslices en que incurri? el can?nigo bibli?grafo, de quien afirma se tomaba ampl?simas libertades que la cien cia rigorizada por Mabill?n no permit?a. En cuanto a la autenticidad de la obra hist?rica, esto es a su ajuste a la realidad dentro de su propia circunstancia, Ram?rez reafirmaba este criterio desconfiando de la tan acen

tuada tendencia a conformar a una teor?a preconcebida la interpretaci?n de todo un desarrollo hist?rico. As?, escrib?a: "El error de los que todav?a creen que se puede amoldar una naci?n a la teor?a de un escritor con la misma facilidad y acierto que se confecciona un medicamento nuevo, sin m?s que seguir la ?ltima farmacopea, todo lo han conseguido en

sus bellas creaciones, excepto una sola cosa: dar poder y

respetabilidad a sus criaturas. ?Prometeos desgraciados, no han encontrado propicia la deidad compasiva y bienhechora

que deb?a dar vida a la obra maestra de la imaginaci?n y del arte!"

Acerca de la misi?n del historiador, esto es de su labor de reconstrucci?n, reflexi?n e interpretaci?n, Ram?rez apoya do en el De Oratore de Cicer?n, consideraba que: "el histo riador no es solamente juez inexorable, pues el genio de la historia tambi?n le permite ser tribuno elocuente y florido

pintor de las escenas que retrate, bien que poni?ndole en todo caso, por cotos, la incolumidad de la verdad". Y agrega: "Yo s? que esto es muy f?cil de decir, pero que ofrece infinitas y muy graves dificultades para ejecutarse,

porque el inter?s, el descuido o la pasi?n que ordinaria

mente presiden en la redacci?n de los documentos que for man los materiales de la historia, raras veces presentan des nuda la verdad, siendo muy com?n que el redactor los escriba con el designio de desfigurarla; m?s aqu? es precisamente donde debe lucir el talento, ejercitarse la ciencia y probarse la rectitud del historiador, pues que acumulando en su per

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sona las funciones, hasta cierto punto incompatibles, de re lator, de patrono y de juez, se le exige que narre con fide lidad, que defienda con conciencia, que falle sin prevenci?n, someti?ndose a las leyes de la historia, que le mandan no decir nada falso, no callar lo que es verdadero, y evitar aun la sospecha de odio o de favor. ?Y c?mo desempe?ar cum plidamente este encargo, cuando las pruebas destinadas a formar el criterio divagan y se contradicen?... Como lo des empe?a un juez, a quien jam?s la verdad se presenta en su

sencillo traje; apelando a la l?gica judicial, o lo que es lo

mismo, siguiendo los severos principios de la sana cr?tica, que as? como es un terrible escollo para los zurcidores de patra?as, tambi?n es un crisol de donde el historiador sale radiante. Cuando el juez no puede discernir la verdad, la ley y la raz?n le mandan seguir la verosimilitud, que, dicho sea de paso, es ordinariamente la verdad de la historia". Con respecto al trabajo hist?rico, a su amplitud y a la posibilidad de una plena objetividad, Ram?rez, influido por las corrientes hist?ricas m?s relevantes de su ?poca al incur sionar en lo que en aquella ?poca se llam? trabajos estad?s ticos y que eran en realidad cuadros generales muy amplios acerca de toda la actividad humana realizada en un medio determinado, pensaba que: "ning?n trabajo estad?stico puede considerarse completo si en ?l no se da una noticia del car?c

ter, costumbres y estado social del pueblo que forma su

asunto"; y efectivamente eso hizo en sus relevantes Noticias hist?ricas y estad?sticas de Durango, edificadas con una so bresaliente informaci?n geogr?fica, econ?mica, pol?tica y

social, y a base de una reflexi?n madura y certera y de

firmes conocimientos de la realidad que describi?. Pero tam bi?n advierte Ram?rez en estos trabajos "el afecto o desafecto,

la ligereza o el error, y hasta el modo de ver y sentir son obst?culos que impiden formar un juicio recto e imparcial,

motivo por el que debe confiarse muy poco en lo que de

su clase suelen darnos los nacionales y extranjeros". Esos trabajos deber?an ser, aconsejaba: "Una exposici?n fiel, ingenua y franca de los hechos que determinan nuestro estado pol?tico y social, y que ayudados por una mirada re

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trospectiva sobre lo que fueron, les dar? a conocer lo que han perdido o ganado, lo que son y lo que pueden ser. Tal vez se descontentar? a muchos y dejar? gratos a pocos; pero

?agrega? yo no he tomado la pluma para adular". Y efectivamente, pensaba que el trabajo hist?rico "no

deber?a servir para complacer a nadie, sino para revelar el desarrollo de la sociedad o la conducta de un individuo en todos sus aspectos, buenos o malos". Indicaba que el se?alar los errores y las enfermedades sociales servir?a para corregir

los y curarlos. De acuerdo con esta idea, en varias de sus obras se?ala vicios que da?aban al pa?s y a la sociedad y que significaban pesados lastres para su desarrollo. Ya nos hemos referido a algunos de ellos al hablar de su actuaci?n pol?tica; ahora mencionaremos algunas observaciones que Ram?rez hace en sus obras y que nos proporcionan amplias luces para en tender su amplia visi?n de historiador y de estadista. j

Una de ellas muy relevante es la observaci?n que hace

acerca del aumento del latifundismo y de la p?rdida de la propiedad territorial por los peque?os campesinos, lo cual ocasionaba la ruina de las clases rurales empobrecidas que, sin medios de subsistencia, o ca?an dentro del sistema de su

jeci?n de los hacendados que los esquilmaban inmisericorde mente o se consagraban al bandidaje, al abigeato y a cometer toda clase de excesos para poder vivir. Afirma Ram?rez que este mal era producido "por la indolencia, ego?smo e insen sata econom?a de los propietarios que contribuyen a causar un grave mal, estancando las tierras, descuidando la polic?a rural y dando ocasi?n con su ego?smo a que las funciones inferiores de la judicatura caigan en personas indignas". Y a?ad?a, "justo es tambi?n decir que muchos hacendados me recen su suerte porque violando todos los fueros y obrando contra sus propios intereses roban a sus sirvientes el fruto de su trabajo, forz?ndolos a recibir en pago efectos y esquil mos recargados con un cuatrocientos o quinientos por ciento

sobre su valor; procedimiento indigno que nadie procura remediar y que no solamente provoca, sino que, seg?n algu nos casuistas, legitima el robo como una justa compensaci?n". Y en el aspecto de la veracidad, Ram?rez consideraba que

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el historiador ten?a la obligaci?n primordial de tratar de decir la verdad, aun a costa de su propia seguridad y tran

quilidad personal, pues ella lleva aparejado un saludable

deseo de reforma, de regeneraci?n personal o social. El ocul tar la verdad o mentir, por el contrario, afirmaba el error y

era perjudicial. Por ello escrib?a: "juzgando la adulaci?n como la m?s ruin, baja y perniciosa de las flaquezas huma

nas; m?s perniciosa y culpable cuando se emplea con un

pueblo que con un hombre, porque entonces la bajeza dege nera en crimen, me he cre?do en la obligaci?n de dibujar los objetos tales como los ve?a, y de decir con lealtad y fran queza lo que sobre ellos pensaba, sin cuidarme de que fuera grato o ingrato a sus originales. He cre?do tambi?n, y creo, que el conocimiento ?ntimo de nuestros defectos es el primero

e indispensable medio para la reforma, como lo es el de las enfermedades para el que aspira a su remedio. El que nos dice que todo va bien en medio del peligro extremo, o nos aborrece, o especula con nuestra ruina... S?lo es amigo el que dice lealmente la verdad, y la verdad toda entera". Esta obligaci?n de veracidad llev? a Ram?rez en varias ocasiones a salir en defensa de numerosos personajes atacados m?s por antipat?as gratuitas o interesadas que justificada mente. La defensa del padre Las Casas no le hace incurrir en diatribas contra Motolinia, sino que trata de explicar su conducta y posici?n ideol?gica diversa para comprender el ataque de que fue v?ctima el primero. En otros casos exa mina serena y juiciosamente los cargos que contra determv nados personajes se formulaban y con rigor los desbarata. Lamenta Ram?rez que sea en la historia moderna en donde m?s pasi?n irreflexiva se encuentra, producto de rivalidades y pasioncillas muy personales: "As? es ?escribe? como nues tros mismos hombres ilustres, por sus antipat?as, no dejan en

la historia de su pa?s ni una p?gina, ya no dir? brillante, pero ni aun limpia, porque el derecho de represalia exige que uno tilde lo que otro pulimenta". Y con una visi?n sumamente clara, fruto de su calidad de jurista y de hombre preocupado por los problemas de la rep?blica, advert?a que nuestro estado de derecho, en aquella

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?poca convulsionada, de asentamientos y graves desajustes sociales, proclamaba como invulnerables e intocables las ga rant?as individuales, de las que se aprovechaban muchos para medrar y satisfacer sus peculiares intereses, perjudicando a grupos numerosos y aun a toda la sociedad. Recomendaba se tomaran medidas para contener las acciones de los pode rosos que, amparados por el lema de la libertad y garant?as individuales, iban contra los intereses de la mayor?a; y con gran lucidez suger?a la primac?a de las garant?as y los dere chos sociales sobre los individuales, al decir: "en las falsas nociones pol?ticas que nos rigen, se entiende que todas las garant?as deben ser para los individuos y ninguna para la sociedad, sin advertir que cuando ella se enferma, los otros no pueden estar sanos". De esta suerte, este hombre polifac?tico, historiador con vertido en pol?tico o pol?tico con capacidad de reflexi?n his t?rica, meditaba como lo hace el aut?ntico historiador, en el pasado en visi?n del presente y en el presente como acci?n que adem?s de pret?rita condiciona el ma?ana.

Jos? Ignacio Gallegos * Durango, parte important?sima del Septentri?n novohispa

no, de aquella amplia provincia denominada de la Nueva

Vizcaya, es una de tantas regiones que integran nuestro terri torio desde los siglos coloniales. Incorporada a la Nueva Es pa?a a partir de 1560, su vida, como la de todas las provin cias del Norte, fue una vida llena de incidentes en los cuales los esfuerzos pobladores y colonizadores se dieron la mano con la resistencia de numerosos grupos ind?genas irreducti bles. Labor intensa, continua, llena de actos de heroicidad, de esfuerzos civilizadores, mezclados con depredaciones, in * Conferencia pronunciada el 3 de octubre de 1974 en la Universi dad de Durango, al conmemorarse el vig?simo quinto aniversario de la aparici?n de la primera obra hist?rica de Jos? Ignacio Gallegos.

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justicias, crueldades como toda obra humana. Labor incesante

en la cual se funden y confunden la acci?n de la misi?n, centro de civilizaci?n y de progreso, con la de los presidios, lugares de penetraci?n, sitios de defensa militar, puntos de avance del conquistador.

El Norte novohispano fue, como toda Nueva Espa?a,

pero aun m?s por encontrarse fuera de los l?mites culturales y pol?ticos de Mesoam?rica, asiento de numerosos pueblos,

no todos ellos poseedores de amplia cultura. Dentro del

enorme mosaico cultural que el pa?s ofrec?a y que tend?a a la dispersi?n por no existir aglutinantes, sino elementos en estadios culturales muy diversos, en organizaciones sociales, pol?ticas y econ?micas diferentes, con concepciones religiosas y costumbres dispares, la acci?n colonizadora, aun cuando a menudo diferente por sus integrantes y su forma de ser, portadora de elementos comunes como fueron, con todos sus defectos, econom?a, pol?tica, religi?n, lengua, cultura en suma, tendi? a unir los elementos dispares, a sumarlos a una sola unidad que a partir de entonces comenz? a ser M?xico. No se piense que desconsideramos el valor de las culturas ind?genas; por el contrario, ?ste es inmenso y perdurable; lo que queremos se?alar es la existencia de grupos humanos diferentes, aislados, en etapas de evoluci?n desigual que fue ron unidos a trav?s de la cultura europea, de la civilizaci?n occidental formada a trav?s de la herencia greco-romana y cristiana. Y esto que se?alo para M?xico es aplicable a toda la Am?rica, principalmente a la Am?rica Latina, en la cual los pueblos precolombinos, muy valiosos por su propio y notable desarrollo, no constitu?an una unidad cultural ni pol?tica, sino conglomerados separados, los cuales fusion? la cultura europea. Si ?sta destruy? amplios logros de todo tipo que aquellos pueblos hab?an formado, permiti? a trav?s de su impacto integrar a todos ellos en una gran familia. La cultura hisp?nica significa as? lo unificador frente a las ten dencias centr?fugas, diversas, de los pueblos abor?genes. Mas no se trata aqu? de realizar una interpretaci?n his t?rica sino la de se?alar c?mo la Nueva Vizcaya al igual que

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otras provincias qued? integrada a partir de la segunda mitad del siglo xvi a la historia mexicana y c?mo a partir de aque llos a?os comenz? a ser objeto de inter?s historiogr?fico. Larga es la serie de testimonios hist?ricos e historiogr? ficos acerca de Durango y todos ellos presentan un valioso caudal por su calidad descriptiva y anal?tica. Al revisarlos y reflexionar sobre ellos encontramos elementos comunes a los

referentes a las regiones septentrionales, pero tambi?n com ponentes peculiares que permiten caracterizar esta zona, de finirla y precisarla de otras m?s o menos cercanas, pr?ximas espacial y temporalmente en su integraci?n a la gran comu nidad mexicana.

Personas m?s capacitadas y conocedoras de la historia de Durango han catalogado y valorado las fuentes hist?ricas, y todas ellas concuerdan en se?alar c?mo la historia septen trional tiene un singular valor por revelar como ninguna la lucha tenaz, continuada, vigorosa, del hombre frente a la na turaleza, la acci?n persistente por crear una comunidad con ideales y valores similares, por garantizar para todos sus in tegrantes una vida en la cual la libertad individual fuera garant?a de la independencia com?n y el orden se estableciera a trav?s de una perfecta convivencia y no de la imposici?n de un grupo sobre otros. Ese desarrollo bien visto por los historiadores del Norte es el que revela el porqu? del car?c ter en?rgico y levantado de sus hombres, el valor en su pro ceder, su franqueza y templada decisi?n. Escribir la historia del Norte de M?xico, ha escrito con entera raz?n destacado historiador mexicano al prologar un libro de Jos? Ignacio Gallegos, es "hablar de hombres y de cosas de avanzada, de roturaci?n y ventura. Verdadera talla de pioneros tuvieron los que se aventuraron hacia aquellas

ariscas regiones que con nada atra?an a aquellos horoicos caminantes, a quienes s?lo empujaba el amor a su patria o

el amor a Dios. Desiertos inmensos, sequedades de angustia, climas ag?nicos, horizontes sin esperanza. ?se era el cuadro que los encontraba para hundirse en ?l, so?ando solamente

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con el futuro; una bonanza creada con el terco empe?o de su voluntad y el esfuerzo de sus f?rreas manos".

Y esta historia, la de Durango, pues no podr?amos rese ?ar la amplia y notable historia de las Provincias Internas existente, tiene ese singular valor. Sus cultores han sido nu merosos y los testimonios que ellos nos han dejado son de indudable importancia, tanto por los aportes que acerca de es tas tierras y de sus hombres nos legaron, cuanto por su pro funda calidad humana, su capacidad reflexiva, su aspecto formal. Figuras se?eras en la historiograf?a mexicana han sido los historiadores de la Nueva Vizcaya. Dejando a un lado testimonios de misioneros, soldados y gobernantes que derivan desde el siglo xvi as? como tam

bi?n los informes que el siglo dieciocho nos depara con

Lafora, Morfi, Rivera, Tamar?n y Romeral y otros m?s cuya

enumeraci?n no viene al caso, hay que se?alar c?mo es a mediados del pasado siglo que se ponen las bases para es cribir una historia de Durango. Son las obras de Agust?n Escudero y de Jos? Fernando Ram?rez las que sirven de cimiento firme y duradero a cuanto despu?s se ha dicho, prin

cipalmente la de este ?ltimo. Ram?rez, originario de Parral,

Chihuahua, pero avecindado en Durango, en sus Noticias hist?ricas y estad?sticas deja una obra que ha resistido por su concepci?n, informaci?n y sagaz an?lisis del devenir du

ranguense el paso de los a?os. Haciendo gala de singular

capacidad cognoscitiva y reflexiva, Ram?rez traza al pano rama natural de Durango, sit?a sus hombres y su acci?n. Poseedor de amplia documentaci?n nacional y extranjera, la existente hasta aquellos a?os, traza con mano maestra el desarrollo de la sociedad de esta entidad, exalta las figuras proceres, coloniales y nacionales como Francisco de Ibarra y Guadalupe Victoria entre otras, fustiga los errores, analiza con sinceridad las fallas cometidas y deja trozos admirables como aquellos en los cuales penetra en las diferencias socia les y generacionales que ya en su tiempo se produc?an y que ahora preocupan tanto a nuestros pol?ticos y soci?logos. Ad vierte problemas profundos como el de la desigual distri

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

buci?n de la tierra y se?ala c?mo Ibarra, capit?n nada com?n, tuvo el alto m?rito de pensar en el futuro y tratar de evitar la concentraci?n de la propiedad territorial en pocas manos.

Ya Ram?rez, quien tuvo a su alcance tantas fuentes, se la mentaba de la dificultad de consultar muchas de ellas por la destrucci?n, traslado o saqueo que de ellas se hab?a hecho,

mal ?ste que se?alar?n tambi?n los actuales estudiosos del pasado de Durango. En el presente siglo, valioso pu?ado de investigadores se interes? por la historia de Nueva Vizcaya. Si algunos extra ?os a esta entidad como Gerard Decorme, George T. Smisor,

Robert H. Barlow y Wigberto Jim?nez Moreno han apor tado preciosos datos a su historia, otros m?s, nacidos aqu? o avecindados largos a?os en la entidad, cultivaron con es mero los estudios hist?ricos y enriquecieron la historiograf?a local con macizos trabajos. Atanasio G. Saravia, quien hered? de su padre, don Enrique Saravia, preciosa biblioteca, nume rosos documentos y atinados apuntamientos sobre la historia

de Durango, escribi? varias e importantes obras acerca de esta provincia, como son sus Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, Ensayos hist?ricos, Los misioneros muertos en el Norte de la Nueva Espa?a, Viva Madero y otros m?s reveladores de su dedicaci?n e inter?s por su patria chica. Don Atanasio, ligado por estrecha amistad con otro duran guense ilustre, el notable ingeniero y ge?grafo Pedro C. S?n chez, public? bajo los auspicios del Instituto Panamericano de Geograf?a e Historia algunas de sus obras. El mismo inge niero y ge?grafo S?nchez prohij? tambi?n la publicaci?n del Diccionario geogr?fico, hist?rico y biogr?fico del estado de Durango preparado por el ilustre ingeniero poblano Pastor Rouaix. Rouaix, asesorado por el profesor Everardo G?miz, el ingeniero Francisco Allen y don Gilberto Galarza Banda, prepar? ese notable Diccionario que es orgullo de esta enti

dad. Despu?s de la obra de Ram?rez, ninguna otra hab?a

alcanzado el valor y el m?rito de ?sta realizada por Rouaix y sus colaboradores. M?s tarde, a partir de 1947, cuando se efectu? en esta

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capital la vin reuni?n del Congreso Mexicano de Historia, cuyo recuerdo nos lleva a nuestros a?os juveniles, un grupo de duranguenses distinguidos, entre quienes se contaba a don

Atanasio Saravia, Francisco Castillo N?jera, Pedro C. S?n

chez, Alberto Castillo, Pastor Rouaix y Jos? Ignacio Galle gos, decidieron bajo el auspicio de un gobernante amante de la cultura, don Jos? Ram?n Vald?s, elaborar amplia historia de Durango, que desgraciadamente se malogr? en parte. Sin embargo, el esfuerzo de la comisi?n constituida pudo obtener

se editara el Manual de historia de Durango que contuvo

los trabajos de Rouaix, Decorme y Saravia, que constituye espl?ndido jal?n en la historia de esta entidad. El programa

de trabajo de esa comisi?n, de haberse realizado, hubiera proporcionado a esta entidad una historia modelo dada la calidad de sus integrantes y la ambiciosa e inteligente distri

buci?n que ten?a. Al esbozar este panorama, lo he hecho para situar en ?l

la figura y la obra de un hombre que ha sabido continuar la labor de sus predecesores con igual amor, honestidad y ejem plar dedicaci?n. Me refiero al se?or licenciado Jos? Ignacio Gallegos, cuya amistad me honra y de cuya obra voy a ocu parme enseguida. Poco he de decir de su vida, que deseo se conserve por largos a?os para bien de los que lo queremos

sinceramente y de la historia. Nacido en Nazas, poblaci?n que ?l ha historiado, el 2 de noviembre de 1907, y avecin dado desde su tierna infancia en esta ciudad, ha sido testigo de media centuria de vida duranguense, la cual ha registrado deleitosamente y con verdad en su obra literaria, que no por serlo deja de ser hist?rica. La casa de la monja, en la cual traza con sincera llaneza, en un tono melanc?lico, de enamo rado casto, de ingenuo adolescente, no s?lo aspectos de su vida ?ntima y de la de su amada Lucinda, sino de la sociedad de una ?poca, de una colectividad en la que lat?an valores y sentimientos muy ajenos a los de hoy d?a. Esa obra, escrita como una confesi?n franca y desenvuelta, sin rec?maras que ocultar, representa un retrato aut?ntico de todo un momento hist?rico, un testimonio al que hay que saber arrancar su

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valor para con ?l reconstruir el pasado de una ciudad y de sus hombres. Ojal? que su personaje central, Carlos Gallardo, contin?e narr?ndonos aspectos posteriores de su vida con la misma sencillez y espont?nea naturalidad, pero tambi?n con la misma veracidad, para poder configurar as? mejor la his toria social de Durango.

Graduado de abogado el 16 de mayo de 1932, Jos? Ig

nacio Gallegos tuvo que hacer frente a la vida desempe?ando diversos puestos dentro de la judicatura: juez menor de lo civil, juez segundo del ramo penal, magistrado del Supremo Tribunal de Justicia, defensor de oficio, cargos en los cuales ha mostrado su capacidad profesional, honestidad acrisolada e inmensa bondad sin l?mites por ser esta virtud ?ya se lo

reconoc?a don ?ngel Guerrero Reyes? una virtud viril y aut?ntica y no muestra de debilidad ni de pobreza de es

p?ritu. A la vez que estudiaba los c?digos, las leyes y a los tra tadistas como Planiol, Bonnecasse, Jim?nez de Az?a y a los

maestros mexicanos como Gonz?lez de la Vega, Carranca Trujillo, De la Cueva, Mendie ta y N??ez, Fraga y Tena Ra m?rez, se adentraba d?a tras d?a en el campo de las letras.

?sta es la raz?n por la cual don Ignacio Gallegos prefiri? la biblioteca a los juzgados, por la cual le interesaron m?s

las a?osas p?ginas de una vieja cr?nica que no los autos

judiciales. Sin separarse de la vida que transcurre, Gallegos quiso conocer el porqu? de ella, las razones por las cuales se revela como es y ese conocimiento s?lo la historia se lo

pudo dar.

Ya en 1947 lo vemos formar parte de la comisi?n en cargada de elaborar la historia de Durango y desde el a?o anterior hacerse cargo de la Biblioteca P?blica del estado. M?s a?n, desde 1938, en virtud de sus conocimientos se le encomend? en la Universidad Benito Ju?rez la c?tedra de historia de M?xico y otros cursos m?s en diversos estableci mientos educativos de Durango. Entreverando as? la judica tura con el estudio de la historia y su ense?anza, pudo poco

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a poco profundizar no s?lo en la historia nacional, sino pre ferentemente en la de su estado. Para 1950, esto es hace veinticuatro a?os, public? su pri mera obra de investigaci?n hist?rica, Apuntes para la historia

del Instituto Ju?rez de Durango, y dos a?os despu?s sus P?ginas de la historia de Durango que merecieron ser apa drinadas por Atanasio Saravia, quien se expres? de ?l con gran elogio llam?ndolo "historiador honrado y laborioso en tregado con verdadero entusiasmo a buscar la verdad del pasado de Nueva Vizcaya". Tres a?os despu?s apareci? su Compendio de historia de Durango ? 1821-1910, prologado esta vez por don Vito Alessio Robles. En el proemio de esa obra, el se?or Gallegos anunciaba que ten?a en preparaci?n el complemento de esa obra, esto es, la correspondiente al Durango colonial, que apareci? en 1960. En estas dos obras queda patente el enorme esfuerzo de nuestro historiador por escribir una historia que, a m?s de

contener la informaci?n conocida hasta entonces, aportara noticias nuevas y originales. Si bien se advierte que su cono cimiento de las fuentes impresas es amplio y seguro, tambi?n

se observa que la utilizaci?n que de ellas hace va siendo cada vez m?s cr?tica, m?s severa. No acepta las opiniones

ajenas sin pesarlas, sino que las somete a aguda reflexi?n, las coteja, compara y valora, lo cual se ve muy bien en algu

nos cap?tulos. El manejo de obras como las de P?rez de

Ribas, Arlegui, Ram?rez, Decorme, Saravia, Smisor, Barlow, Jim?nez Moreno, Meechan, Powell, Carlos Hern?ndez, Po rras, etc., es en Gallegos fluido y eficaz, mas el m?rito prin cipal de ?l ha consistido en desear aportar mayores luces e informaci?n que la que sus antecesores aportaron. Por ello en forma modesta y prohijada por esp?ritus generosos, pudo realizar investigaciones en los archivos nacionales y extran

jeros que le han permitido afianzar y ampliar sus conoci

mientos y dar a sus obras un valor mayor.

En 1965 public? dos biograf?as. El obispo santo, consa grada a don Jos? Antonio Laureano L?pez y Zubiria y Es calante, xxin obispo de Durango, y Francisco G?mez Palacio,

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patriota y humanista. Dos figuras sobresalientes de su estado,

vistas con la misma cordial simpat?a y tratadas con la misma honestidad y veracidad. Un eclesi?stico notable y un liberal destacado encontraron en la pluma de Gallegos al bi?grafo imparcial y justo, al hombre que sin apasionamientos ni ban

der?as da al C?sar lo que le corresponde y a Dios lo que es suyo. En 1968 publica su relato autobiogr?fico y en 1969 la Historia de la Iglesia en Durango. Poco antes hab?a editado los Apuntes para la historia de la persecuci?n religiosa en Durango de 1926 a 1929. Estas dos obras son fruto de sus hondas y sinceras convicciones religiosas y por tanto respe tables. No ha ocultado nunca Gallegos cu?l es su fe, la cual ha sostenido con vigor y entereza sin importarle ni el aco modaticio conformismo, ni la vergonzante conducta de mu chos que no han tenido el mismo valor para confesarla. En frent?ndose muchas veces a las opiniones oficiales u oficiosas,

pero con sinceridad indiscutible, con valor viril y sincero convencimiento, ha historiado el desarrollo de la Iglesia en

Durango desde los lejanos a?os de la evangelizaci?n hasta

nuestros d?as. A menudo sus opiniones pueden no concordar con lo que los dem?s pensamos, principalmente en puntos que conciernen a los m?todos y las actitudes de algunos ecle si?sticos; sin embargo hay que aceptar que en este campo su obra tiene el m?rito excepcional de su sinceridad. Despu?s de estos libros, otros estudios m?s han ocupado

la atenci?n del licenciado Gallegos. Sabemos que prepara una Historia de la Universidad Ju?rez de Durango y prin cipalmente que labor? en una obra que ya no es un com pendio de la historia de Durango, sino un trabajo amplio y caudaloso sobre la historia de Durango de 1563 a 1910. Para este estudio, Gallegos, como dec?amos anteriormente,

no se conform? con los testimonios que las bibliotecas y ar chivos locales le brindaron, sino que recurri? a los archivos de la ciudad de M?xico, a los de Guadalajara y a sus biblio tecas principales. En el archivo General de la Naci?n y en la Biblioteca Nacional lo hemos visto investigar incesante

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mente y cuando agot? sus caudales tuvo que salir a los Es tados Unidos, a las instituciones de California y Texas que conservan documentos fundamentales para nuestra historia.

M?s lejos a?n, los archivos europeos, principalmente el de Indias y los-de Roma, fueron visitados y utilizados por este

infatigable e insaciable trabajador. Ha sido a base de una

investigaci?n minuciosa, paciente, realizada con esfuerzo, pe nurias y un gran amor y vocaci?n hist?rica, como don Jos?

Ignacio Gallegos ha podido reunir el material que le ha

servido para elaborar la historia de su estado natal. Esfuerzo

digno de menci?n el suyo, por cuanto lo ha realizado con modestia, sin alardes, callada y pausadamente pero con un gran fervor. Si ferviente creyente es Gallegos, m?s fervoroso

trabajador lo es. En este pa?s, en el cual surgen en cada mo mento falsas personalidades, famas de membrete aureoladas por mafias y acomodos oficiales, hallar hombres como este duranguense modesto, laborioso, lleno de bondad, honesto y sincero, es dif?cil.

Su obra es ya amplia y valedera y a m?s del valor de la honestidad que es su constante, tiene la de ser una obra que construye, positiva por cuanto exalta los valores fundamenta les de nuestra cultura. Mencionando dos de sus biograf?as, encontramos en ellas elementos dignos de se?alar. Si en Ja del obispo L?pez y Zubir?a, movido por la admiraci?n que su vida le produjo, llega a dar tintes hagiogr?ficos a su es tudio, sin embargo en ?l relata y justifica la actitud valiente del prelado frente a las disposiciones que contrariaban sus principios e ideales y exalta su conducta que le depar? el castigo de las autoridades. Esa consecuencia con los ideales que Gallegos admira en su biografiado, es la misma que ?l ha tenido en su vida. La hermosa biograf?a consagrada a Francisco G?mez Pa lacio es tambi?n una exaltaci?n de las virtudes c?vicas de un hombre ilustrado, patriota, honesto, valiente y bondadoso, de un constructor del sentido c?vico, de un defensor de la ley, de las instituciones, de la justicia. Su biograf?a del gober

nante ejemplar, sobrio, recto y pundonoroso; del hombre

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

sencillo, pulcro, cultivado, fiel a sus principios, es ejemplar

por cuanto significa un modelo de vida, un paradigma a la sociedad actual. La apreciaci?n de las cualidades de don

Francisco G?mez Palacio, modelo de estadista, de funcionario p?blico, probo e inmaculado que hace Gallegos, resulta acer

tada y oportuna en una ?poca en la que la deshonestidad de todo tipo, la inconsecuencia entre lo que se pregona y lo que se hace, la venalidad, el ansia desmedida de acumular riquezas, el medro personal, la traici?n a los amigos y a los ideales, parecen ense?orear nuestra vida p?blica. ?Qu? clara y definitiva lecci?n la que G?mez Palacio dio a los consejeros oficiosos que no comprend?an el m?rito indiscutible de su ac tuar, su proceder acorde con los valores que reg?an su con

ciencia y conducta! Las palabras con que respondi? a la cr?tica de sus amigos que le se?alaban no era un pol?tico

realista, como se suele decir en la actualidad, son, por aut?n ticas, por expresar certeramente su pensamiento claro y rec

til?neo, muestra contundente de un alma supeiior, fiel a su propia esencia, a sus valores y sentido de la vida: "?De ni?o o de honrado ?afirmaba? as? como de hacer el bien que est? en mi posibilidad, es precisamente de lo que me jacto y es mi orgullo, p?sele a quien le pesare!" Tan ?ntima y profunda convicci?n que resiste el halago y rechaza cual quier sugesti?n que trate de variar su yo esencial cuando est? seguro que es valedero y positivo y que responde a una escala de valores superior, es respetabil?sima, pues surge de un sentido vital que trasciende lo ef?mero, lo circunstancial, el ego?smo personal y se refleja en una influencia ben?fica

hacia los dem?s, la cual rechazando toda posici?n ego?sta

hace la propia existencia m?s valiosa.

Quienes hemos seguido paso a paso su callada y con

tinua labor, nos hemos percatado c?mo en cada nuevo libro Jos? Ignacio Gallegos ha ido super?ndose, c?mo su forma ci?n hist?rica se ha ido consolidando y c?mo a la vez que forma e informa, deleita con sus p?ginas. Su constancia y aplicaci?n al trabajo le han permitido que diversas e impor tantes instituciones nacionales y extranjeras le hayan reci

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bido con honor en su seno. La Academia Americana de Historia Franciscana, con sede en Washington, le ha admi tido por sus estudios en torno de la vida colonial; la Aca

demia de Historia y Geograf?a de M?xico le cuenta entre sus corresponsales m?s prominentes, y en 1965 el Seminario de

Cultura Mexicana le recibi? como miembro de su corres ponsal?a y edit? su biograf?a de G?mez Palacio. Justos ga lardones ganados por un esfuerzo constante, por una vida consagrada con pasi?n a la investigaci?n hist?rica, por una actividad honesta, digna, que nos permite hoy, rendirle home

naje y desearle que los a?os de vida que le restan, que espe ramos sean muchos, los consagre a elaborar la historia m?s s?lida y rica que esta tierra merece.

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EXAMEN DE LIBROS EL CR?DITO AGR?COLA EN M?XICO Phillip P. Boucher El gobierno mexicano, como todos los gobiernos, ha tenido

que decidir a qu? dedicar sus limitados recursos. El primer pos tulado de la revoluci?n, la reforma agraria, necesariamente com prometi? al gobierno a apoyar al sector agr?cola, pero una pobla ci?n urbana en constante crecimiento exig?a una parte mayor de los mismos recursos nacionales. Con un limitado capital para in vertir en el* sector agr?cola, el gobierno se ha visto obligado a elegir qu? sector de la poblaci?n rural debe recibir ayuda, ?deben otorgarse cr?ditos ante todo a los agricultores m?s importantes cu yas cosechas benefician a la econom?a del pa?s, o a los campesinos pobres ?a quienes tanto debe la revoluci?n? que producen apenas una m?nima parte del producto nacional pero que necesitan dinero para mejorar su raqu?tico nivel de vida? El gobierno ha tenido que escoger entre las prioridades econ?micas y las sociales. De esta manera, el problema del cr?dito agr?cola puede considerarse como un microscosmos dentro del vasto temario de la revoluci?n mexi cana y, por esta raz?n, constituye un campo importante para la

investigaci?n. No es necesario insistir sobre lo ?til que es el

estudio cuidadoso de todo lo publicado sobre un problema espe c?fico y continuo que confronta la revoluci?n. El presente estudio bibliogr?fico revisa el material sobre uno de estos problemas: el cr?dito agr?cola.

Espero que este trabajo sea de utilidad en diversos aspectos. Primero, he tratado de que la bibliograf?a sobre el cr?dito agr?cola

sea la m?s completa hasta la fecha, proporcionando un instru mento conveniente para separar los trabajos significativos de los menos importantes. Adem?s, el ordenamiento y los comentarios que

he hecho han sido con el objeto de indicar la naturaleza y las

limitaciones del debate sobre los aspectos m?s controvertidos del cr?dito agr?cola, y quiz?s se?alar con ello el camino que pueden seguir estudios futuros que nos llevar?an a comprender mejor las realizaciones de la revoluci?n mexicana.

He dividido este ensayo en tres partes con la esperanza de 442

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EXAMEN DE LIBROS

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hacer m?s accesibles los libros y los art?culos sobre el cr?dito agr?cola publicados en los ?ltimos cincuenta a?os. La primera par te revisa las publicaciones relacionadas con la historia institucional del cr?dito. La segunda parte presenta los escritos que tratan sobre los incontables problemas crediticios y las soluciones propuestas para fortalecer el sistema de cr?dito. En la parte tercera presento mis conclusiones y mis recomendaciones para estudios adicionales.

Generalmente se piensa que el cr?dito agr?cola moderno se inici? en M?xico cuando los caudillos revolucionarios formaron el Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola, en 1926, para ayudar a los nuevos due?os de las haciendas expropiadas, pero hay varios precedentes del siglo xix y de principios del xx. El m?s importante precur sor del banco agr?cola del siglo xx fue la Caja de Pr?stamos para Obras de Irrigaci?n y Fomento de la Agricultura que estableci? Porfirio D?az. Poco se conoce de este banco porque su historia no se ha escrito, pero la tesis profesional de Juan Torres Vivancio,

El desenvolvimiento del cr?dito rural en M?xico (1937), nos da una idea de su importancia. Los agricultores del siglo diecinueve tambi?n ped?an pr?stamos a la iglesia y a las tiendas de raya. Luis Ch?vez Orozco public? diecis?is tomos de documentos inti tulados Documentos para la historia del cr?dito agr?cola en M?xico (1955-1956), que tratan sobre el cr?dito antes de la revoluci?n.

Durante el ca?tico per?odo de 1910 a 1925 la burocracia gu

bernamental conserv? vivo a pesar de las escaseces el inter?s por el cr?dito agr?cola. Hay dos estudios que hablan de las institucio nes crediticias durante esos a?os turbulentos: El estado, la banca privada y el cr?dito agr?cola, de Sergio Reyes Osorio, que dedica un cap?tulo al sistema bancario durante la revoluci?n, y M?xico,

cincuenta a?os de revoluci?n (1960), que en el volumen i con

tiene un art?culo de Octaviano Campos Salas que examina la Ley general de instituciones de cr?dito y establecimientos bancarios, que pocas veces se menciona y que posteriormente origin? la fun daci?n de la Comisi?n Nacional Bancada. Quiz? el mejor estudio general del cr?dito en el siglo xrx y principios del xx se encuentre

en El problema agrario de M?xico (1923) de Lucio Mendieta y N??ez. Esta obra cl?sica, ahora en su octava edici?n, estudi? la historia de los comienzos del cr?dito en M?xico y recomend? un sistema crediticio m?s extenso. Muchas de sus ideas se incorpo raron posteriormente al sistema bancario mexicano. Adem?s de los escritores mexicanos, muchos historiadores norte

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EXAMEN DE LIBROS

americanos se dieron cuenta muy pronto de que uno de los gran des problemas de la reforma agraria era la falta de cr?dito. George

McCutchen McBride en Land Systems of Mexico (1923), Helen Phipps en Some Aspects of the Agrarian Question in Mexico ? Historical Study (1925), y Frank Tannenbaum en The Mexican Agrarian Revolution (1929), estudiaron el agro mexicano y pre dijeron los problemas del finaciamiento de la reforma agraria. El inter?s de los estudiosos se reflej? pronto en la pol?tica gu bernamental cuando se comenz? a organizar la maquinaria insti tucional necesaria para la distribuci?n del cr?dito agr?cola. El pri mer paso en el establecimiento de un moderno sistema de cr?dito fue la ahora renombrada Ley de cr?dito agr?cola, de 10 de febrero de 1926, que origin? el Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola. Se han hecho m?s de nueve reformas y adiciones a esta ley que sigue siendo el fundamento del cr?dito agr?cola actual. Con la promul

gaci?n de la ley vino una avalancha de publicaciones elogiando

la creaci?n del banco. El mejor estudio fue el de Manuel G?mez Mor?n, El cr?dito agr?cola en M?xico (1928), que citaba el texto completo de la ley y explicaba las funciones del Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola. Tres a?os m?s tarde Valent?n Gamba public? La propiedad en M?xico ? La reforma agraria (1951), bas?ndose principalmente en G?mez Mor?n, en defensa de las sociedades de cr?dito agr?cola como instituciones netamente mexicanas, y ata cando a quienes las llamaban cooperativas comunistas.

El reconocimiento legal y el apoyo gubernamental al ejido crearon un problema peculiar. El ejido es propiedad del estado y no puede ser comprado, vendido, hipotecado o enajenado en ninguna forma. Como dentro de las funciones normales de la banca la tierra garantiza el pr?stamo, los ejidatarios quedaron en desventaja y el Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola canalizaba la mayor parte de sus fondos hacia la peque?a propiedad. Para ayudar al ejido era necesario implantar un nuevo sistema de fi nanciamiento.

Para resolver este problema se fund? el Banco Ejidal Nacional el 2 de enero de 1931, y dos a?os despu?s Lucio Mendieta y N??ez hizo su primer an?lisis detenido en El cr?dito en M?xico (1933). Aunque ligeramente optimista, Mendieta y N??ez se?al? por pri mera vez que las cooperativas agr?colas no aprovechaban con efi ciencia el poco cr?dito que recib?an porque no pod?an trabajar juntas. Enrique Gonz?lez Aparicio, en El problema agrario y el

cr?dito rural (1937), analiz? los primeros diez a?os de vida del

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EXAMEN DE LIBROS

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Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola. Aunque sus conclusiones dis taban mucho de ser alentadoras advert?a que el banco estaba toda v?a en etapa de prueba. Con el establecimiento del Banco de Cr?dito Agr?cola en 1926

y el Banco Ejidal en 1933 se completaron las instituciones que hasta el d?a de hoy constituyen el sistema de cr?dito agr?cola del pa?s. El cr?dito agrario entr? en una etapa m?s sofisticada y de mayor eficiencia t?cnica con el establecimiento de otras ins tituciones m?s, como son el Banco Nacional de Comercio Exte

rior, el Banco Nacional Agropecuario, el Fondo de Garant?a y Fomento para la Agricultura, la Ganader?a y la Avicultura, el

Fondo Nacional de Garant?a de Operaciones de Cr?dito Agr?cola,

la Financiera Nacional Azucarera, la Compa??a Exportadora e Importadora Mexicana, S. A. (CEIMSA), los Almacenes Nacio nales de Dep?sito, S. A. (ANDSA), y la Compa??a Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO). El estudioso de estos pro

blemas estar? interesado en saber c?mo funciona cada uno de estos bancos dentro del conjunto del cr?dito agr?cola. Desgraciada mente, todav?a no disponemos de una descripci?n completa de las relaciones entre ellos, pero el cap?tulo ni de Trayectoria y ritmo

del cr?dito agr?cola en M?xico, de Alvaro de Albornoz (1966), y el cap?tulo xi de Estructura agraria y desarrollo agr?cola en M?xico (1970) pueden servir de base. Como vimos antes, las publicaciones sobre agricultura de los a?os veinte y treinta elogiaron la creaci?n de los principales bancos de cr?dito. Despu?s de 1950, sin embargo, se hizo frecuente obser var el bajo nivel econ?mico y social de la gran masa campesina, en nada mejorado con la creaci?n de tantas instituciones crediti cias. Las protestas provocaron un juicio m?s cr?tico de la acci?n gubernamental en el sector campesino. Como veremos, muchos autores pusieron en tela de juicio las funciones, fines y realiza ciones de los programas de financiamiento, discutiendo los m?ritos

relativos del cr?dito ejidal, la ineficiencia de las instituciones ban carias, los tipos de inter?s y los plazos que se estipulaban en los pr?stamos y, en general, la pol?tica del gobierno hacia el sector agrario. Un grupo importante de escritores centr? el problema agrario

en el cr?dito ejidal. Eyler Newton Simpson, a pesar de ser el

autor de The Ejido as Mexico?s Way Out (1937), fue el primero en citar casos concretos de mala organizaci?n ejidal, de papeleo

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burocr?tico, y de falta de dirigentes capacitados. Para Simpson, el

problema del cr?dito ejidal no se deb?a tanto a la organizaci?n institucional ni a falta de fondos, sino al bajo nivel cultural del ejidatario; consideraba que la productividad no pod?a mejorar sin contar antes con campesinos alfabetizados y conocedores de su oficio. Marco Antonio Duran, en "Agricultural Cooperation in Mexico in Relation to Small Landholdings'' (1963), se?al? el mismo problema del bajo nivel educativo.

En tanto que algunos autores han hecho ver que las dificultades ejidales derivan de la escasa educaci?n del campesino, otros han concedido m?s peso a los problemas econ?micos. Nathan L. Whet ten, en Rural Mexico (1948), mostr? que el Banco Nacional de Cr?dito Ejidal no pudo recuperar una parte considerable de sus pr?stamos y que por lo tanto s?lo otorgaba cr?ditos contra garan t?as seguras. El agr?nomo mexicano Ram?n Fern?ndez, en su ar t?culo "El problema creado por la reforma agraria*' (1941), pro fundiz? en los problemas de financiamiento ejidal y concluy? diciendo que un 87% de los beneficiarios del cr?dito ejidal no de vuelven los pr?stamos que se les otorgan. Ha sido tambi?n un problema decidir si dar preferencia a los ejidos colectivos o a los peque?os propietarios, alternativa que discute Ram?n Fern?ndez y Fern?ndez en Propiedad privada vs. ejidos (1953). Desarroll? el mismo tema m?s tarde en "La clientela del cr?dito ejidal" (1959). En este ensayo advert?a que en cuanto a ?reas cultivadas, valor de la producci?n y empleo de t?cnicas agr?colas modernas, el ejido perd?a terreno frente a la peque?a propiedad. Varios economistas han intentado determinar las causas de la

ineficiente producci?n ejidal. En El ejido colectivo en M?xico

(1966), Salom?n Eckstein compar? el rendimiento econ?mico del

ejido individual y del colectivo con la peque?a propiedad, con

cluyendo que en las regiones pr?speras los ejidos colectivos re sultaban m?s eficientes que los individuales, aunque inferiores a la peque?a propiedad. Ese estudio hubiera sido de mayor utilidad si los datos del censo de 1940-50 se hubieran sustituido por otros m?s recientes. William P. Glade, en The Political Economy of Mexico (1963), se ocup? tambi?n de comparar la productividad de los ejidos y las peque?as propiedades computando sus respectivos niveles de capitalizaci?n. Para el soci?logo Nathan Whetten (1948) la escasa producci?n ejidal se debe a una combinaci?n de factores de des

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arrollo social e hist?rico, siendo de notar que las peque?as pro piedades, muchas veces, constituyen el n?cleo de haciendas repar tidas, por lo que poseen tierras m?s f?rtiles que las de los ejidos.

Otro grupo de autores han visto que los m?s graves proble

mas vienen de la mala organizaci?n y direcci?n de las instituciones bancarias, disculpando al ejido. En The Political Economy of Mexi co (1963), Charles Anderson atac? la corrupci?n, el papeleo y el soborno de los bancos de cr?dito, en tanto que Marco Antonio

Duran, en "Pol?tica de cr?dito cooperativo" (1953) se?alaba que los bancos estaban obligando a los campesinos a organizar socie dades locales de cr?dito; debido a esta coerci?n estaban condenados al fracaso, por ser imposible lograr la cooperaci?n de hombres diferentes por sus necesidades econ?micas y su educaci?n. Jes?s Silva Herzog, duro cr?tico de la pol?tica financiera del gobierno, refut? esa afirmaci?n. En su libro El agrarismo mexicano y la reforma agraria (1959) defendi? a dichas sociedades, que, en su opini?n, no se habr?an formado sin la intervenci?n oficial. Muchas publicaciones han condenado el excesivo centralismo del Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, como se ve en la excelente

monograf?a de T. S. Rao, "El cr?dito rural en M?xico" (1962),

v en Trayectoria y ritmo del cr?dito agr?cola en M?xico (1966) de

Alvaro de Albornoz. Rao opinaba que el Banco Ejidal hab?a cre cido demasiado y era dif?cil de manejar porque proporcionaba semillas, y fertilizantes, reparaba maquinaria y vend?a cosechas, con lo cual le quedaba poco tiempo para cumplir con su funci?n principal, esto es, la concesi?n de cr?ditos. Albornoz propon?a una "reforma de la reforma agraria" que cambiar?a completamente las estructuras institucionales. Suger?a espec?ficamente que se reorga nizaran y se coordinaran las agencias de cr?dito para no duplicar funciones y evitar as? que se inflaran los costos administrativos,

y propon?a tambi?n que se fusionaran los bancos Nacional de

Cr?dito Agr?cola y de Cr?dito Ejidal. Para esto, recomendaba que se estableciera un nuevo banco central, cuya funci?n principal se r?a la de consejero, y que bancos regionales completamente aut? nomos otorgaran los cr?ditos. Para hacer efectiva su descentraliza ci?n, el nuevo banco de cr?dito tendr?a que asegurarse fondos de las agencias estatales, locales, federales y privadas. Emiliano Romero Espinosa propuso otra soluci?n original, la integraci?n del sector rural con el industrial, obligando a las in dustrias que aprovecharan materia prima agr?cola a proporcionar al campesino la asistencia t?cnica y los servicios que ofrec?a el

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banco. En La reforma agraria en M?xico (1963) describi? ese

plan y recomend? la creaci?n de un organismo nuevo, "Industrias y Servicios T?cnicos Ejidales, S. A. de C. V.", encargado de esta blecer industrias en diferentes regiones, coordin?ndolas con el tra bajo del campesino. An?bal de Iturbide en Visi?n cr?tica retros pectiva del cr?dito en M?xico (1963) y Gontran Noble en Cr?dito

agr?cola en M?xico (1949) expresaron ideas semejantes. Noble

propon?a la reestructuraci?n del sector agrario y la creaci?n de uniones nacionales industriales que establecieran zonas de aprovi sionamiento en diferentes regiones del pa?s; todas las industrias localizadas en cada una de esas zonas tendr?an que financiar la producci?n agr?cola de la regi?n.

Otro grupo de autores no ha estado de acuerdo en que la

soluci?n del problema del cr?dito estribe en la completa integra ci?n de los sectores rurales e industriales, sino en la reducci?n de tasas de inter?s y la aplicaci?n de diferentes clases de pr?stamos seg?n las diferentes necesidades de cada sector de la poblaci?n agra

ria. La agricultura?Estructura y utilizaci?n de los recursos (1957), de Armando Gonz?lez Santos, discuti? extensamente la duraci?n del cr?dito y concluy? que el gobierno deb?a hacer m?s pr?stamos a plazo medio para que el sector rural pudiera edificar una infra estructura vigorosa, pero que desgraciadamente los bancos oficiales

segu?an exclusivamente una pol?tica de ayuda de emergencia en forma de pr?stamos de av?o a corto plazo. Jorge Zimmerman, en

"Tasas de inter?s, fundamento del cr?dito rural" (1962), y el

prol?fico escritor Ram?n Fern?ndez y Fern?ndez, se han ocupado tambi?n de las tasas de inter?s. Este ?ltimo ha sostenido durante

toda su carrera que no debe rebajarse la tasa de inter?s para el peque?o agricultor, y as? lo expres? claramente en un libro auspi ciado por el Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola, Los intereses

del cr?dito agr?cola (1940). En esta obra propuso una tasa de inter?s fluctuante seg?n el plazo del pr?stamo. En Pol?tica agr?cola

(1961), explicaba que la baja tasa de inter?s no es conveniente por que convierte al cr?dito en una forma de subsidio gubernamental, lo que muy pronto, dec?a, har?a que los acreedores dependieran de ese cr?dito sin esforzarse por generar sus propios ahorros.

La tasa de inter?s, los tipos de pr?stamos y las funciones ban carias son del dominio del economista. Muchos historiadores han considerado que estas cuestiones econ?micas tienen relativamente poca importancia y que la clave del problema est? en la pol?tica del gobierno. ?A qui?n debe concederse m?s cr?dito; al ejido o This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:29:28 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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a la propiedad privada? ?Deben otorgarse cr?ditos a corto o largo plazo a los agricultores de subsistencia? Charles Wollenburg, en "Tierra y producci?n ? Reforma agraria y Revoluci?n Mexicana" (1967), sosten?a que no se pod?a responder a estas preguntas si no se comprend?a la pol?tica gubernamental. En este manuscrito, in? dito, expresaba la opini?n de que hab?a un conflicto entre la pol? tica de "tierra y producci?n" y el ideal de "tierra y libertad" y que mientras este conflicto no se resolviera no pod?a esperarse una decisi?n pol?tica definida. En The Mexican Revolution ? Federal

Expenditure and Social Change Since 1910 (1967), James W. Wilkie demostr? que a pesar de los pronunciamientos ideol?gi

cos, las decisiones de pol?tica gubernamental se hac?an tomando en consideraci?n antes que nada el monto de las erogaciones presu pu?stales que implicaban. Mediante una tabla constituida con las cifras de las asignaciones federales a los dos principales bancos de cr?dito, Wilkie demostr? c?mo se hab?a intensificado o dismi nuido el cr?dito a la agricultura, seg?n la pol?tica fluctara de lo social a lo econ?mico y, finalmente, buscara una "revoluci?n equi librada". As? L?zaro C?rdenas y L?pez Mateos dieron fuerte apo yo al cr?dito agr?cola, mientras que Alem?n descuid? ese ramo y dedic? gran parte del presupuesto a otros renglones.

Al estudiar las publicaciones mencionadas en las dos primeras partes de este ensayo nos damos cuenta de muchas de sus fallas, tanto de contenido como de m?todo. Por ejemplo, la mayor?a de los libros, art?culos y monograf?as citados en la primera parte dedican demasiadas p?ginas a pormenorizar la historia y los le galismos de las instituciones de cr?dito, en tanto que el debate sobre su efectividad, en las obras vistas en la segunda, no aporta, desgraciadamente, nada nuevo: los autores de 1967 esgrimieron argumentos y presentaron pruebas no muy diferentes de las de sus

colegas de 1937. En lugar de buscar nuevas fuentes, casi todos los autores se basaron en las mismas, siempre secundarias. En pocas palabras, casi toda la literatura que existe sobre el cr?dito agr?cola se ha documentado en s? misma.

En las siguientes p?ginas propongo a los estudiosos un nuevo examen de la controversia, buscando la respuesta a cuestiones vie jas y nuevas mediante el empleo de datos cuantitativos. Como he mos visto, en los escritos del pasado abundan acusaciones cr?ticas o alabanzas vehementes al programa del cr?dito agr?cola de M?xico.

Ha llegado el momento de verificar las generalidades que impl?ci

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tamente afirman que se ha otorgado demasiado o demasiado poco cr?dito a ciertos sectores de la econom?a agr?cola. Para esto es necesario plantearse ciertas preguntas: ?qu? tanto cr?dito se ha otorgado?, ?qu? tanto se ha necesitado?, ?en qu? circunstancias ha resultado m?s eficaz?, y contestarlas mediante datos cuantitativos. Se puede responder a estas preguntas al examinar los datos esta d?sticos de las instituciones crediticias y al estudiar detenidamente la clientela rural de cada banco para determinar qu? tanto cr?dito pudieron usar eficazmente. Varias obras han dado los primeros pasos hacia un conocimiento m?s preciso del cr?dito agr?cola al reunir y utilizar los datos cuan titativos de que se dispone. Con el prop?sito de clasificarlos, po demos dividir estos estudios en locales, regionales y nacionales. Hay algunos estudios que examinan el empleo del cr?dito agra rio a nivel de comunidad y, hasta la fecha, la mayor?a han sido estudios t?cnicos econ?micos sobre los factores que elevan la pro ducci?n. Luis Oswaldo Pozo Zabaleta, en Un an?lisis del uso del

cr?dito agr?cola en una zona del estado de Veracruz (1969), in tent? valorar el resultado de variables sumas de cr?dito sobre la producci?n. Es interesante el estudio econ?mico de dos pueblos vecinos en el estado de Michoac?n hecho por Jerry R. Ladman

en La producci?n de los cr?ditos a corto plazo y el racionamiento externo del cr?dito a empresas agr?colas t?picas ? Dos municipios

mexicanos (1969), donde proyect? un modelo econ?mico para

explicar la conducta de los agricultores y de las instituciones de cr?dito durante un corto per?odo de tiempo. Ladman mostr? que la necesidad de cr?dito var?a con el mes del a?o, y que, aun con el m?ximo pr?stamo permitido por la ley, los agricultores se han

visto obligados a invertir sus propios recursos para cubrir los costos

de producci?n. Aunque la metodolog?a y los datos de este estudio son indudablemente ?tiles al economista, su falta de perspectiva hist?rica le resta valor para el historiador. El autor reconoce que su modelo supone que el campesino mexicano eleva sus utilidades al grado m?ximo, tiene amplios conocimientos t?cnicos y obra ra cionalmente, y quiz? sea as? entre el peque?o n?mero de campesinos

que Ladman estudi? durante corto tiempo, pero, ?sucede lo mismo con el campesino de Jalisco o de Oaxaca en un lapso de cincuenta a?os? Creo que un estudioso conocedor de la econom?a, la historia y la antropolog?a podr?a tener los conocimientos y la metodolog?a necesaria para dar la respuesta. Causas de los cr?ditos otorgados por el Banco Nacional de Cr?

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dito Ejidal, de Jes?s Dom?nguez (1967), enfoc? el problema del cr?dito agr?cola de una manera original: investig? por qu? un agricultor pod?a pagar su deuda mientras que su vecino no, para lo cual elabor? un cuestionario de nueve p?ginas que contestaron

varios grupos de ejidatarios de la zona de Texcoco. Dividi? el

cuestionario en dos categor?as: econ?mica y social. La parte eco n?mica se ocupaba de " la cantidad y la calidad de las tierras, el cr?dito otorgado, las clases de semillas y fertilizantes, la clase de implementos y de animales que se empleaban, etc. La parte social se dirig?a al tama?o de la familia, la calidad de la vivienda y la variedad y cantidad de los alimentos habituales. Sac? en conclusi?n que quienes pagaban sus deudas pose?an m?s tierra y m?s animales, sus familias eran menos numerosas y com?an mejor que aquellos que no pod?an pagar los pr?stamos. Con este cuestionario u otro semejante se podr?a reunir una gran cantidad de datos confiables para el conocimiento del peque?o agricultor y de su necesidad de f mandamiento.

Quiz? la conclusi?n m?s interesante de Mu?oz Dom?nguez es que la mayor?a de los agricultores nunca ped?an pr?stamos a un banco del gobierno por desconfiar de la instituci?n y de sus pro cedimientos burocr?ticos. Muchos campesinos necesitados de di nero prefer?an acudir a cualquier prestamista local, siempre dis puesto a prestar con inter?s usuario. Calculando conservadoramente,

por lo menos la mitad del cr?dito proven?a de estos prestamistas, pero hasta hoy no se ha hecho ning?n estudio serio de esta im portante fuente de cr?dito. Manuel Mesa y Emilio Alan?s, en "La agricultura en M?xico" (1951), afirmaron que muchos prestamis tas llegaban a cobrar el 300% de inter?s. Tambi?n Bruce L. Gibbs habl? de la frecuencia de este costoso financiamiento en su ar

t?culo "A Case Study of Rural Cooperatives" (1964). ?ste es sin duda un tema que pide mayor investigaci?n. El estudio de los prestamistas nos podr?a indicar qu? proporci?n del cr?dito agr?cola

proviene de esta fuente, cu?l es el criterio de los prestamistas al otorgar cr?ditos, cu?l es la tasa de inter?s y qu? proporci?n de su clientela no paga los pr?stamos. Muy pocos estudios locales emplean, pues, datos estad?sticos, y lo mismo puede decirse de los estudios regionales. El mejor que hay sobre la distribuci?n regional del cr?dito es el de Erly D?as Brand?o, El cr?dito agr?cola en el Baj?o ? Distrito Econ?mico de Celaya (1966), en el cual no solamente hizo una lista de las sumas prestadas por los bancos p?blicos de la regi?n sino que tambi?n

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apunt? las propiedades geogr?ficas y econ?micas de la zona, los rasgos socio-econ?micos de los agricultores y sus niveles de efi ciencia, y concluy? que quienes poseen mayores extensiones son los m?s productivos y los m?s pr?speros. Si se examinaran todas las regiones de M?xico tan minuciosamente como D?as Brand?o estudi? el Baj?o, comprender?amos la forma en que un cambio en las condiciones geogr?ficas, sociales o econ?micas podr?an afec tar la productividad y el cr?dito.

Gonz?lez Santos, en su excelente trabajo La agricultura

Estructura y utilizaci?n de los recursos (1957), estudi? la dis

tribuci?n geogr?fica del cr?dito en el per?odo de 1949 a 1955. A diferencia de otros autores cuyos an?lisis del cr?dito han sido

m?s bien impresionistas, Gonz?lez Santos dividi? a M?xico en cinco regiones geogr?ficas para se?alar la distribuci?n del cr?dito

en cada una de ellas. Mediante este enfoque pudo probar, por

medio de n?meros, el dicho de anteriores cr?ticos: que el cr?dito agr?cola se distribuy? muy desigualmente a lo largo del pa?s y

que las dos zonas norte?as recibieron m?s de la mitad de los cr?ditos otorgados durante el sexenio de que trata.

Otros estudios se han enfocado m?s bien hacia unidades pol? ticas. Entre ellos, el An?lisis del cr?dito agr?cola y ganadero en el estado de Nuevo Le?n (1966), de Sigfredo Gallardo Mercado, demostr? que en ese estado operaban nueve bancos p?blicos y m?s de cien bancos privados que segu?an la pol?tica de financiar sola mente a los agricultores m?s pr?speros. En 1965, ?nicamente el 1% de los campesinos recibieron financiamiento de la banca privada. La mayor?a de los estudios regionales, incluyendo al arriba

mencionado, se han ocupado del norte de la rep?blica, regi?n caracterizada por la mecanizaci?n de su equipo, la irrigaci?n de sus tierras y la exportaci?n de sus cosechas. La atenci?n deber?a ahora dirigirse a las regiones centro y sur, m?s pobladas y m?s t?picas de M?xico por la pequenez de las parcelas de subsistencia y por sus t?cnicas primitivas, con lo cual saldr?a a luz la relaci?n entre los rasgos culturales y las necesidades crediticias. Como se ha visto, pocos estudios proporcionan cifras detalladas

de la distribuci?n del cr?dito en una localidad o regi?n. Sin

embargo, la falta de datos no ha impedido al gobierno calcular el monto total de los cr?ditos otorgados por sus bancos en todo el pa?s ?lo cual, a mi entender, arroja cifras muy inexactas. La forma fragmentaria y desordenada de presentar estas cifras inexactas dis

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minuye todav?a m?s su utilidad para el investigador, quien se ve obligado a consultar una enorme variedad de libros para poder formular tablas comparativas. No es raro tampoco que un libro

se base en datos supuestamente tomados de otro, pero que al

comprobarse resultan totalmente distintos; como estos autores rara

vez mencionan las fuentes, es imposible averiguar por qu? las ta bulaciones no coinciden. As?, resulta necesario conseguir datos de los bancos oficiales y computarlos cuidadosamente para poder or ganizados en tablas comparativas, proporcionando de ese modo una base s?lida para examinar el manejo del cr?dito. En mi opini?n,

?nicamente dos obras se aproximan a esta meta. La primera, Trayectoria y ritmo del cr?dito agr?cola en M?xico (1966), de

Alvaro de Albornoz, presenta varias tablas confiables que citan no solamente el monto total de los pr?stamos del Banco Ejidal, del Banco Agr?cola y del Banco de Comercio Exterior entre 1953 y 1961, sino adem?s, la clase de pr?stamos, sus plazos de recupe raci?n, las regiones del pa?s y las cosechas que el Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola financia con m?s frecuencia. Si el libro de Albornoz tiene una falla, es la falta de estad?sticas de la banca privada, de las instituciones auxiliares y de varias agencias pri vadas. La segunda obra, El financiamiento de la producci?n agr?cola

en M?xico (1970), de Zamora Cort?s, actualiza los datos de Al

bornoz comparando el monto total de los cr?ditos p?blicos y pri vados entre 1960 y 1968. Desgraciadamente, aunque estas estad?s ticas son las mejores publicadas hasta la fecha, distan mucho de ser lo que realmente se necesita.

Esta rese?a abarca obras que contienen datos confiables sobre la distribuci?n local, regional y nacional del cr?dito y nos lleva a preguntarnos por qu? no se ha reunido y publicado mayor infor maci?n. Hay dos razones. En primera, el estudio del cr?dito agr?cola

ha sido provincia casi exclusiva del economista y del agr?nomo profesionales que han dedicado su atenci?n ante todo a la forma

de incrementar la producci?n agr?cola. Sus obras son o muy te?ricas o muy t?cnicas, como el estudio de Ladman (1969), o muy generales y repetitivas, como las tesis que salen de la Es cuela Nacional de Econom?a. La mayor?a de los economistas no parecen interesarse por los m?todos de la historia econ?mica, con el lamentable resultado de que sus trabajos no contienen los datos necesarios para hacer comparaciones, requisito indispensable para dilucidar la controversia sobre el cr?dito agr?cola. Hace falta un

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grupo de historiadores preparados, con paciencia y capacidad para escudri?ar concienzudamente los registros locales y regionales y

averiguar cu?nto dinero se prest?, cu?nto se recuper? y a qu? plazos, cu?l fue la finalidad del cr?dito, qu? agencia lo otorg? y a qu? costo administrativo.

Pero el problema no termina aqu?. Si se ha hecho poca inves tigaci?n cuantitativa es tambi?n debido a lo incompleto de los registros bancarios, y al dif?cil acceso a los mismos. Muchos ban cos de cr?dito siguen una pol?tica confidencial hasta para los in formes m?s elementales. El Banco Agropecuario se niega a divulgar hasta el monto total de sus pr?stamos de un a?o cualquiera. Pero m?s frustrante y perjudicial es la pol?tica de la principal insti

tuci?n de cr?dito agr?cola del gobierno, el Banco Ejidal, que,

despu?s de publicar anualmente informes de sus pr?stamos desde 1936, de repente, sin explicaci?n alguna, en 1962 dej? de hacerlo. ?Por qu?? Tal vez sencillamente por razones burocr?ticas: quiz? tomaba mucho tiempo y resultaba demasiado costoso preparar el informe, pero esta explicaci?n es inaceptable. Es m?s probable que resultase cada d?a m?s embarazoso para el gobierno divulgar las

miserables sumas otorgadas a los ejidos, o que los funcionarios deseasen ocultar las crecientes p?rdidas de este programa de cr? dito. Sea cual fuere la raz?n, es el caso que cada vez se dificulta m?s la investigaci?n, pues estos informes conten?an tablas y esta d?sticas y algunos comentarios ?tiles sobre el financiamiento a los

ejidatarios. Como quiera que sea, M?xico es el principal perju

dicado, pues ?c?mo se pueden tomar decisiones acertadas sin cono cer los antecedentes?

Sin embargo, algunas instituciones de cr?dito publican bole tines e informes que el investigador puede encontrar en las biblio

tecas de la Nacional Financiera, del Banco de M?xico y de la

Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, por ejemplo. Los investigadores rara vez acuden al Curso de Adiestramiento?Fondo de Garant?a, Cr?dito Agr?cola y al Bolet?n de Estudios Especiales.

La primera es una publicaci?n peri?dica de la Escuela Nacional de Agricultura que se utiliza en los cursos dados a los economistas

del Fondo de Garant?a. Aunque dirigidos al especialista, estos

vol?menes contienen muchos art?culos de inter?s potencial para el historiador. En 1971 ya hab?an aparecido veintis?is vol?menes de esta serie. La otra fuente, excelente y casi virgen, es la serie de

boletines publicados por el Banco Ejidal que aparecieron bi

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semanalmente desde octubre de 1953 hasta enero de 1961. En ellos aparecieron art?culos cortos por expertos en cr?dito agr?cola

de la envergadura de Ram?n Fern?ndez y Fern?ndez y Marco Antonio Duran, sobre temas que abarcaban desde el estudio de las cosechas y las historias de las localidades hasta la informaci?n bibliogr?fica. En la biblioteca de la Escuela Nacional de Agricul tura se encuentran los dieciocho vol?menes, con ?ndice, de estos

folletos.

Como vimos en este ensayo, existen muchos libros y publi

caciones sobre los m?ritos relativos del sistema crediticio de M?xi

co, pero muy pocos nos resuelven la pregunta de si es factible que la revoluci?n mexicana logre al mismo tiempo incrementar la producci?n y promover la reforma social. La respuesta a esta pre

gunta no es de simple importancia te?rica porque de ella de

penden las futuras decisiones pol?ticas del gobierno de M?xico. Ha llegado el momento de dejar de lado los tediosos y est?riles debates sobre el cr?dito, tanto dentro del gobierno cuanto dentro de la comunidad acad?mica. Como he propuesto, la recolecci?n de datos cuantitativos fidedignos sobre una gama extensa de temas tocantes al cr?dito nos librar?a del torrente de generalizaciones sobre el financiamiento de la agricultura. Sin el dato estad?stico, ninguna monograf?a que se haga podr? valorar con exactitud los m?ritos relativos del programa crediticio de M?xico, ni los en cargados de planear la econom?a tendr?n fundamentos s?lidos para delinear su pol?tica. Puede no estarse de acuerdo sobre las inter pretaciones hist?ricas de la revoluci?n mexicana, pero podremos comprender mejor esta lucha si examinamos cuidadosamente sus consecuencias espec?ficas. El cr?dito agr?cola es un buen tema para empezar.

Bibliograf?a Se citar?n todos los estudios discutidos en este ensayo. Adem?s, la mayor parte de los libros, art?culos y monograf?as no enume rados antes, se citar?n acompa?ados de una breve nota. Bibliograf?a General: Banco de M?xico, Departamento de Asuntos Econ?micos: Biblio graf?a econ?mica de M?xico ? (1963-1966), M?xico, Banco de

M?xico, 1968.

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Extensa lista de libros, art?culos y tesis escritos en M?xico. Con tiene una buena secci?n sobre el sector agr?cola y una subdivisi?n sobre el cr?dito agrario. Suplemento publicado en 1968 y 1969.

Carroll, Thomas F.: Land Tenure and Land Reform in Latin America ? A Selected Bibliography, Washington, D. C. Inter American Development Bank, 1962.

La m?s completa bibliograf?a hasta la fecha sobre la reforma agra ria en Hispanoam?rica.

Glade, William P.: "Economies ? Mexico", en Handbook of La

tin American Studies, 29 (1967), pp. 290-302^ Buenos comentarios sobre las obras m?s recientes de historia

econ?mica. Cita algunas obras actuales sobre el cr?dito agr?cola.

Potash, Robert A.: "Historiography of Mexico since 1821", en Hispanic American Historical Review, 40 (1960), pp. 383-424. La secci?n iv, Historical Trends?1940-1960, es ?til.

Vel?zquez, Pablo y Naruille, Ram?n: A Selected Bibliography of Economic, Social, and Agricultural Development in Mexico, M?xico, Instituto Nacional de Investigaciones Agr?colas, 1964. Apunta casi todos los escritos en ingl?s sobre el cr?dito agr?cola; solamente dos entre los doscientos cuarenta y dos citados est?n en

espa?ol.

Bibliograf?a especial:

Acalco, Mart?n de, "Los bancos provisionales", en El Popular, 17 de octubre de 1939.

Habla del funcionamiento de los bancos regionales fundados por

el Banco Nacional.

Alarc?n Rodr?guez, Salvador: El Ejido y su industrializaci?n, M?xico, 1954. La secci?n sobre el cr?dito se dedica a describir las instituciones. Se basa ampliamente en Lucio Mendieta y N??ez.

Alba, Jorge de, "La productividad ganadera y el desarrollo de la econom?a mexicana", en Diagn?stico de las ciencias agr?colas de

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M?xico, Ed. por ?scar H. Brauer, M?xico, Ediciones Producti vidad, 1968. Albornoz, Alvaro de: Trayectoria y ritmo del cr?dito agr?cola en M?xico, M?xico, Instituto Mexicano de Investigaciones Econ? micas, 1966.

Alem?n Alem?n, Elo?sa: Investigaci?n socioecon?mica directa de los ejidos en San Luis Potos?, M?xico, UNAM, 1966. Estudio de un grupo de ejidos en San Luis Potos? para deter

minar las causas de su persistente pobreza.

Anderson, Charles W.: "Bankers as Revolutionaries ? Politics and Development in Mexico", en Glade, William P. y Anderson, Charles W.: The Political Economy of Mexico, Madison, Uni versity of Wisconsin Press, 1963.

Banco de Londres y M?xico: El cr?dito para la agricultura en pe que?o, M?xico, Banco de Londres y M?xico, 1968. Pide estudios socioecon?micos de los pueblos para ayudar a los gerentes bancarios a distribuir cr?ditos. Propone que los bancos re gionales proporcionen m?s ayuda al agricultor.

Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola: Las sociedades locales de cr?dito agr?cola: M?xico, Banco Nacional de Cr?dito Agr?co la, 1970. Peque?a obra que describe la forma y las funciones de las socie dades de cr?dito.

Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, Departamento de Estudios Especiales: Bolet?n de Estudios Especiales, 18 vols., 1953-1961.

-: El cr?dito agr?cola dentro del sistema ejidal de M?xico, M?xico, Publicaciones del Comit? Permanente de la Segunda Conferencia Interamericana de Agricultura, 1944. Trabajo t?pico sobre las caracter?sticas y la estructura del cr?dito agr?cola.

- -: El sistema de la producci?n colectiva en los ejidos del

Valle del Yaqui, Sonora, M?xico, Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 1945. Esta es la historia del ?xito obtenido con mejores cr?ditos y riegos en el Valle del Yaqui.

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EXAMEN DE LIBROS

Belshaw, Michael Horace: A Village Economy ? Land and People of Huecorio, New York, Columbia University Press, 1967. Aunque la mitad de los campesinos entrevistados obtuvieron pr?s tamos de diferentes procedencias, el autor asegura que los bancos

comerciales no desempe?aron ning?n papel en el financiamiento

agr?cola de Huecorio.

Bett, Virgil M.: Central Banking in Mexico ? Monetary Policies and Finacial Crises ? (1864-1940), Ann Arbor, University of Michigan Press, 1957. Bradsher, Julian Hill: "Agrarian Reform in Mexico Since 1934", Disertaci?n doctoral in?dita, Universidad de California, Ber keley, 1958. Esta tesis dirigida por Sanford A. Mosk estudia los cambios de

posiciones relativas del ejido y de la propiedad privada tomando

datos del censo de 1940-50.

Banderberg, Frank: The Making of Modern Mexico, Englewood Cliffs, Prentice Hall, Inc., 1964. Contiene secciones breves sobre ANDSA y sobre la Financiera Nacional Azucarera.

Brossard, Dar?o B.: Manual of Supervised Agricultural Credit in Latin America, Roma, FAO, 1955. Muy buen estudio t?cnico del cr?dito agr?cola.

Calder?n Mart?nez, Guillermo: El Banco Nacional de Cr?dito Eji dal y la pol?tica mexicana de cr?dito agr?cola, M?xico, 1964. Contiene una interesante secci?n sobre el financiamiento del Banco Ejidal y sugiere que act?e como coordinador de otras agen cias en sus tratos con los ejidatarios.

Campos Salas, Octaviano: "Las instituciones nacionales de cr?dito en M?xico", en M?xico, cincuenta a?os de Revoluci?n, i, La econom?a, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1960. Carrasco Mar?n, Juan: "Las garant?as en el cr?dito agr?cola**, Cur so internacional de cr?dito agr?cola, in?dito, M?xico, 1962. El mejor estudio de las diversas formas de garantizar diferentes clases de pr?stamos.

Carroll, Thomas F.: "The Land Reform Issue in Latin America", en Latin American Issues, Ed. por Albert G. Hirschman, New York, The Twentieth Century Fund, 1961.

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EXAMEN DE LIBROS

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Casas?s, Joaqu?n Demetrio: Las instituciones de cr?dito, M?xico, Oficina Tip. de la Secretar?a de Fomento, 1890. -: Las reformas de la ley de instituciones de cr?dito, M?xi

co, Tip. de la Oficina Impresora de Estampillas, 1908.

Cedillo Vel?zquez, Vicente: Principales factores del desarrollo agr?cola en M?xico ? 1925-1960, M?xico, 1964.

Centro de Econom?a Agr?cola, Escuela Nacional de Agricultura: Curso de Adiestramiento ? Fondo de Garant?a, Cr?dito Agr?co la, 26 vols., Chapingo, Colegio de Postgraduados, Escuela Na cional de Agricultura. Centro de Investigaciones Agrarias, Comit? Interamericano de Desarrollo Agr?cola: Estructura agraria y desarrollo agr?cola en M?xico, Vol. ni, M?xico, Centro de Investigaciones Agrarias, 1970.

Comit? Interamericano de Desarrollo Agr?cola y Centro de In vestigaciones Agrarias: Paracho, Estado de Michoac?n, M?xico ? Las comunidades agrarias y el desarrollo, Washington, Uni?n Panamericana, Comit? Interamericano de Desarrollo Agrario, 1968. Estudio econ?mico a nivel de aldeas que valoriza los impedi

mentos institucionales para el desarrollo.

Crespo Ram?rez, Adolfo: El cr?dito en M?xico y su control a tra v?s de la banca central, M?xico, 1951. Traza la historia de la distribuci?n del cr?dito a trav?s del Banco Nacional, 1925-1951.

Ch?vez Orozco, Luis: Documentos para la historia del cr?dito agr?cola en M?xico, M?xico, 1953-1956, mimeografiado, 16 vols.

D?vila, Jos? Mar?a: El cr?dito agr?cola y la banca privada, M?xico Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola y Ganadero, 1950. Discurso pronunciado en una convenci?n bancaria en Monterrey

haciendo un llamado a la banca privada para que invierta en la agricultura antes que en la industria urbana.

D?as Brand?o, Erly: El cr?dito agr?cola en el Baj?o ? Distrito

Econ?mico de Ce laya, M?xico, Centro Interamericano de Cr? dito Agr?cola, 1966.

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EXAMEN DE LIBROS

DouRiNG, Folke: Land Reform and Productivity ? The Mexican Case ? a Preliminary Analysis. Urbana, University of Illinois Experiment Station, Department of Agricultural Economics, 1966. Tomando datos de los censos de 1940, 1950 y 1960, el autor saca

la conclusi?n de que el ejido es una unidad eficiente de produc

tividad.

Duran, Marco Antonio: "Del agrarismo a la revoluci?n agr?cola", en Problemas Agr?colas e Industriales de M?xico, 1 (1946), pp. 5-82. Critica el programa crediticio se?alando que la realidad no es igual a la teor?a y opina que fuertes bancos regionales impulsar?an el programa de cr?ditos.

1967.

-: El agrarismo mexicano, M?xico, Siglo XXI Editores,

Se?ala los problemas de la aridez, la organizaci?n campesina y el mercado, recomendando fortalecer las cooperativas.

-: "Agricultural Co-operation in Mexico in Relation to

Small Landholdings" en Land Tenure, Ed. por Keneth H. Parons, Raymond J. Penn y Phillip M. Rand, Madison, Uni versity of Wisconsin Press, 1963.

-: "Cr?dito agr?cola y tenencia de la tierra", en Proble mas Agr?colas e Industriales de M?xico, 4:3, (1952). -: "Pol?tica de cr?dito cooperativo", en El Trimestre Eco n?mico, 20:2 (abril-junio, 1953), pp. 231-241.

-: La redistribuci?n de la tierra y la explotaci?n econ? mica ejidal, M?xico, Liga de Agr?nomos Socialistas, 1973. -: "Verosimilidad de las estad?sticas agropecuarias", en El Trimestre Econ?mico, 35 (abril-junio, 1968) pp. 257-268. Duran hace notar tres importantes discrepancias en los datos es tad?sticos publicados sobre el sector agr?cola y aboga por recabaciones

m?s exactas.

Eckstein, Salom?n: El ejido colectivo en M?xico, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1966.

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EXAMEN DE LIBROS

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Edminster, Robert Regan: "Money and Credit in Mexico ? 1920 1940", Disertaci?n doctoral in?dita, Universidad de California, Berkeley, 1960. Estudia la evoluci?n de las instituciones financieras mexicanas en los veinte a?os anteriores a 1940.

Enr?quez Santana, Ra?l: "Estudio de la jefatura de zona del Ban co Nacional de Cr?dito Ejidal en Cuautla, Morelos", Tesis, Es cuela Nacional de Agricultura, Chapingo, 1966. Estudio de un banco regional en Morelos que examina el monto del cr?dito otorgado seg?n el tipo de la cosecha.

Esquivel Obreg?n, Toribio: La crisis agr?cola de M?xico en 1908 en su aspecto crediticio, M?xico, Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola y Ganadero, 1954. Serie de seis art?culos que aparecieron en el diario El Tiempo,

comenzando en marzo de 1908. Es la primera cr?tica seria de la

pol?tica econ?mica de Limantour. Contiene tambi?n una breve bi

bliograf?a sobre la Caja de Pr?stamos para Obras de Irrigaci?n y

Fomento de la Agricultura.

Fern?ndez Bravo, Vicente: Nuestros problemas nacionales ? Pobla ci?n, cr?dito agr?cola, reforma agraria, M?xico, Costa-Amic, 1964.

Fern?ndez Hurtado, Ernesto: Pol?tica agr?cola, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1961. Fern?ndez y Fern?ndez, Ram?n: "La administraci?n del cr?dito agr?cola", en El Trimestre Econ?mico, 30 (enero-junio, 1963), pp. 242-255. El autor propone que los bancos recaben m?s datos para saber en d?nde el mayor cr?dito ha aumentado la producci?n.

-: "Anotaciones sobre una gira", en Bolet?n de Estudios Especiales del Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 17:198 (1960). Discute el inter?s usurero de los prestamistas de Jalisco.

-: "Los antiguos bancos ejidales", en Bolet?n de Estudios

Especiales del Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 6:60 (junio 4, 1956). Estudio del cr?dito ejidal antes de la fundaci?n del Banco Na

cional del Cr?dito Ejidal.

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EXAMEN DE LIBROS

-: "La clientela del cr?dito ejidal", en El Trimestre Eco n?mico, 26 (enero-marzo, 1959), pp. 31-49.

-: "La Colectiva ha muerto: Viva la Colectiva", en Re vista Chapingo (1962).

-: Contribuciones del ejido y la peque?a propiedad al desarrollo agr?cola, Chapingo, Colegio de Postgraduados, Es cuela Nacional de Agricultura, 1968.

Concluye que el ejido no es una unidad eficiente de producci?n pero que tiene valor pol?tico y social.

-: "El cr?dito ejidal ? Pr?stamos, recuperaciones y carte ra", en El Trimestre Econ?mico, 25:2 (1958), pp. 157-188. Excelente art?culo que demuestra que los bancos ejidales no re cuperan un gran porcentaje de sus pr?stamos.

-: "El dif?cil problema del cr?dito ejidal", en Revista de Econom?a, 17 (agosto, 1954).

-: Los intereses del cr?dito agr?cola, M?xico, Banco Na cional de Cr?dito agr?cola, 1940.

-: "Land Tenure in Mexico", en Journal of Farm Eco nomics, 25 (febrero, 1943), pp. 219-234. Continuas p?rdidas en el cr?dito agr?cola debidas al clima, a la tierra y a la poca educaci?n de los beneficiarios. El banco tiene una creciente funci?n social que podr?a justificar los altos costos admi nistrativos.

-: "M?xico y su cr?dito agr?cola", en Bolet?n de Estudios

Especiales del Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 6:64 (1956). Dedicado al cr?dito proveniente de inversionistas privados del noreste que tambi?n venden maquinaria agr?cola.

-: El problema creado por la reforma agraria, M?xico,

Ediciones Conmemorativas del Centenario de la Escuela Na cional de Agricultura, 1953.

-: Propiedad privada versus ejidos, Chapingo, Ediciones

Conmemorativas del Centenario de la Escuela Nacional de Agri cultura, 1953.

-y Acosta, Ricardo: Pol?tica agr?cola, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1961.

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EXAMEN DE LIBROS

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Ferreyra, Rogerio: "Cr?dito agr?cola de capacitaci?n ? Su aplica ci?n en M?xico", en Curso internacional de cr?dito agr?cola, Ed. mimeogr?fica, Proyecto 201, OEA, M?xico, 1962. Flores, Edmundo: Land Reform and the Alliance for Progress, Princeton. Center of International Studies, Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, 1963. El estudio ataca la Alianza para el Progreso y propone una re

forma agraria m?s revolucionaria. Flores subraya la interacci?n de la pol?tica y la reforma agraria.

-: Tratado de Econom?a agr?cola, M?xico, Fondo de Cul tura Econ?mica, 1961.

Food and Agricultural Organization of the United Nations: Cooperative Thrift, Credit and Marketing in Economically Un derdeveloped Countries, Roma, FAO, 1953.

-: New Approach to Agricultural Credit, Roma, FAO.

Fondo de Garant?a y Fomento para la Agricultura, Ganader?a y Avicultura: Cr?dito de la banca privada para el fomento de las actividades agropecuarias con el apoyo financiero del Fondo,

M?xico, 1970.

Describe los principales programas y metas del Fondo.

Gallardo Mercado, Sigfrido: "An?lisis del cr?dito agr?cola y ga

nadero en el estado de Nuevo Le?n", Tesis, Universidad de

Nuevo Le?n, Monterrey, 1966. Gama, Valent?n: La propiedad en M?xico ? La reforma agraria,

M?xico, 1962.

Gibb, Bruce L.: "A Case Study of Rural Cooperatives", en Public and International Affairs, 2:1 (Oto?o, 1963), pp. 14-38. Goll?s Arciniegas, Pedro: Contribuci?n del cr?dito agr?cola pri vado al desarrollo econ?mico de M?xico, M?xico, Escuela Supe rior de Econom?a, 1969. Concluye que la contribuci?n del cr?dito privado al desarrollo del sector agr?cola ha sido m?nima.

G?mez Granillo, Mois?s: "La agricultura nacional y el cr?dito eji dal", Tesis, Escuela Nacional de Econom?a, 1952.

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EXAMEN DE LIBROS

Interesantes estad?sticas sobre la producci?n, el volumen y las clases de cosechas financiadas.

G?mez, Marte R.: Medio siglo de progreso agr?cola en M?xico M?xico, Centro Nacional de Ense?anza, Investigaci?n y Exten si?n Agr?colas, 1967.

G?mez Mor?n, Manuel: El cr?dito agr?cola en M?xico, Madrid,

Espasa Calpe, 1928.

Gonz?lez Aparicio, Enrique: El problema agrario y el cr?dito ru ral, M?xico, Imprenta Mundial, 1937.

Gonz?lez Navarro, Mois?s: La Confederaci?n Nacional Campesina ? Un grupo de presi?n en la reforma mexicana, M?xico, Costa Amic, 1968. Muestra c?mo un grupo mayoritario de intereses agr?colas est? subordinado al gobierno.

Gonz?lez Santos, Armando: La agricultura ? Estructura y utili zaci?n de los recursos, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1957. -: "El cr?dito en el Noreste", en Problemas Agr?colas e Industriales de M?xico, 2 (1950), pp. 120-164. Gruening, Ernest: Mexico and its heritage, New York, Appleton Century Crofts, 1928.

Una de las primeras obras escritas en los Estados Unidos que

trata del cr?dito agr?cola. Describe las funciones de los primeros bancos agr?colas auspiciados por el gobierno en 1926 y 1927.

Guerra Cepeda, R.: El ejido colectivizado en la Comarca Lagunera,

M?xico, Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 1939.

Herrera G?mez, Hugo: An?lisis del cr?dito agr?cola y su probable desarrollo a los a?os 1970-1975, M?xico, Banco de M?xico, 1964. Proyecta el monto, los tipos y la destinaci?n del cr?dito para los a?os de 1970-1975.

-: La pol?tica de riegos del Banco Nacional de cr?dito

Ejidal, M?xico, Banco Nacional de Cr?dito Ejidal, 1968.

Hinojosa Ter?n, Amador: "Importancia del cr?dito agr?cola re faccionario ? El caso de San Mart?n Texmelucan, estado de Puebla", Tesis, Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, 1966.

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EXAMEN DE LIBROS

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Examina los efectos de los pr?stamos a plazo medio, y concluye que son muy eficaces para aumentar la producci?n y elevar el nivel

de vida.

Infield, Henrik F. y Freier, Koka: People in Ejidos, Nueva York, Frederick Praeger, 1954.

Inter-American Development Bank: Institutional Reforms and Social Development Trends in Latin America, Washington, IDB, 1963.

International Bank for Reconstruction and Development: The Economic Development of Mexico, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1953.

Examen de tendencias a largo plazo en la econom?a mexicana.

Se refiere especialmente a la capacidad de M?xico para absorber

inversiones extranjeras adicionales. Buena secci?n sobre el cr?dito agr?cola, con tablas originales que muestran el cr?dito en relaci?n al valor de la producci?n agr?cola.

Iturbide, An?bal de: Visi?n cient?fica retrospectiva del cr?dito en M?xico, M?xico, Publicaciones Especiales, 1963.

Kuri Bre?a, Daniel: "Bases para un sistema de cr?dito agr?cola", en Problemas Agr?colas e Industriales de M?xico, 6 (1954), pp. 225-231. Kuri Bre?a propone una completa reestructuraci?n de la eco nom?a rural y la renovaci?n de las instituciones de cr?dito para hacer ?til el financiamiento agr?cola.

Ladmann, Jerry R.: La productividad de los cr?ditos a corto plazo y el racionamiento externo del cr?dito a empresas t?picas ? Dos municipios mexicanos, Chapingo, Colegio de Postgraduados, Es cuela Nacional de Agricultura, 1969. Lemus Garc?a, Ra?l: El cr?dito agr?cola y su evoluci?n en M?xico,

M?xico, 1949.

Una interpretaci?n de la visi?n de los tres principales partidos pol?ticos sobre el cr?dito agr?cola.

Lira L?pez, Salvador: Las cooperativas de consumo en relaci?n con la producci?n y el cr?dito agr?cola, M?xico, Fondo de Garant?a y Fomento para la Agricultura, Ganader?a y Avicultura, 1970. Describe las condiciones para el ?xito de una cooperativa.

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EXAMEN DE LIBROS

-: El cr?dito agr?cola en el desarrollo econ?mico de M?xi co, Chapingo, M?xico, Escuela Nacional de Agricultura, 1970. El libro es parte importante del curso que da el Fondo de Garan t?a a los ingenieros agr?nomos y a profesionistas que colaboran con

el Banco de M?xico en problemas agrarios. Interesante discusi?n sobre las relaciones entre el A.I.D., el Banco Mundial y el Fondo.

Lobato L?pez, Ernesto: El cr?dito en M?xico, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1945. Lujan, Jos? Manuel: Cr?dito agr?cola supervisado, M?xico, Banco de M?xico, 1966. McBride, George McCutchen: The Land Systems of Mexico, New York, American Geographical Society, 1923. Ma?ero, Antonio: La revoluci?n agraria en M?xico ? (1865-1955), M?xico, Talleres Gr?ficos de la Naci?n, 1957. Mart?nez R?os, Jorge: Tenencia de la tierra y desarrollo agrario en M?xico, UN AM, 1970. Mendieta y N??ez, Lucio: El cr?dito agrario en M?xico, M?xico, Imprenta Mundial, 1933.

-: "El desastre del cr?dito ejidal", en El Universal, oc

tubre 20, 1943.

1964.

-: "El problema de M?xico, M?xico, Editorial Porr?a,

Mendoza Berrueto, Eliseo: La descentralizaci?n del cr?dito ejidal ? El caso de la Comarca Lagunera, M?xico, 1961. Meza Andraca, Manuel y Alan?s Patino, Emilio: "Los agricultores en M?xico", en Problemas Agr?colas e Industriales de M?xico (enero-marzo, 1951), pp. 23-183.

Meza, Manuel: "El cr?dito agr?cola en M?xico", en Revista de Ha cienda, 4:17 (julio, 1939). Meza explica c?mo los peque?os y medianos terratenientes de penden de los comerciantes de la localidad para obtener pr?stamos a intereses de usura.

Molina Enr?quez, Andr?s: Los grandes problemas nacionales, M?xi co, Imprenta de A. Carranza e Hijos, 1969.

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EXAMEN DE LIBROS

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Es uno de los primeros intentos de discutir seriamente los pro blemas agrarios pre-revolucionarios.

Montes Ledesma, Jos?: "El cr?dito agr?cola supervisado", Tesis,

UNAM, 1964.

Una de las pocas obras acerca del cr?dito agr?cola supervisado, programa combinado de asistencia t?cnica, econ?mica y social. En el ap?ndice, un buen cuestionario.

Mu?oz y Dom?nguez, Jes?s: "Causas de las bajas recuperaciones de los cr?ditos otorgados por el Banco Nacional de Cr?dito Ejidal",

Tesis, 1967.

Naciones Unidas: Memoria del Seminario Centroamericano de cr? dito agr?cola, M?xico, Naciones Unidas, 1954. Contiene excelentes definiciones de los tipos y t?rminos de los pr?stamos.

Noble, Gontran: Cr?dito agr?cola en M?xico, M?xico, Impresora

La Carpeta, 1949.

Padilla, Pablo: "Censo de sociedades locales de cr?dito ejidal", en Bolet?n de Estudios Especiales, 12:133 (1958).

Phipps, Helen: Some Aspects of the Agricultural Question in Mexico?A Historical Study, Austin, University of Texas Press, 1925.

Pi-Sunyer, Oriol: Zamora?A Regional Economy in Mexico, New Orleans, Tulane University, Middle American Research Insti tute, 1967. La secci?n intitulada "Agricultura" discute problemas tanto del ejido como del peque?o agricultor.

Potash, Robert: El Banco de Avio de M?xico y el fomento de la industria ? 1821-1846, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica. Esta excelente obra deber?a servir de gu?a para el estudio de

todas las instituciones de cr?dito de M?xico.

Pozo Zabaleta, Luis Oswaldo: Un an?lisis del uso del cr?dito en una zona del estado de Veracruz, Chapingo, Escuela Nacional de Agricultura, Colegio de Postgraduados, 1969.

Rao, T. S.: "El cr?dito rural en M?xico", en Investigaci?n Eco n?mica, 22 (Cuarto Trimestre, 1962), pp. 1061-1174.

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EXAMEN DE LIBROS

Reyes Osorio, Sergio: "El estado, la banca privada y el cr?dito agr?cola", Tesis, Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, 1961.

Romero Espinosa, Emilio: La reforma agraria en M?xico, M?xico, Cuadernos Americanos, 1963.

Rosales Olvera, Luciano: "El Fondo de Garant?a y Fomento para la Agricultura, Ganader?a y Avicultura?Su relaci?n con el cr? dito agr?cola y sus nuevas orientaciones", Tesis, UN AM, 1965. Ross, Stanley R.: Is the Mexican Revolution Dead? Nueva York, Alfred A. Knopf, 1966. S?nchez Cuen, Manuel: El cr?dito a largo plazo en M?xico ? Re se?a Hist?rica, M?xico, Gr?fica Panamericana, 1957. Estudio del cr?dito a largo plazo del Banco Nacional Hipotecario

Urbano y de Obras P?blicas.

Secretar?a de Hacienda y Cr?dito P?blico, La crisis econ?mica en M?xico y la nueva legislaci?n sobre la moneda y sobre el cr?dito, M?xico, Editorial Cultura, 1933. Incluye todas las leyes crediticias; muy t?pico de los trabajos de la d?cada de los treinta.

Senior, Clarence: Democracy Comes to the Cotton Kingdom, M?xi co, Centro de Estudios Pedag?gicos Hispanoamericanos, 1940. -: Land Reform and democracy, Gainsville, University of Florida Press, 1958.

Las dos obras de Senior simpatizan con la reforma agraria de

M?xico. Ambas se enfocan en el ?rea lagunera, frecuentemente es tudiada.

Silva Herzog Flores, Claudio: "Algunos aspectos del cr?dito Eji dal", Tesis, Escuela Nacional de Econom?a, UN AM, 1965. Hace un sumario de la historia del cr?dito agr?cola y detalla los primeros diez a?os de vida del Banco Nacional de Cr?dito Agr?cola y del Banco Nacional de Cr?dito Ejidal.

Silva Herzog, Jes?s: El agrarismo mexicano y la reforma agraria

? Exposici?n y cr?tica, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mi ca, 1959.

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EXAMEN DE LIBROS

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Simpson, Eyler Newton: The Ejido ? Mexico's Way Out, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1937. Stavenhagen, Rodolfo: "Aspectos sociales de la estructura agraria

en M?xico", en Am?rica Latina, 9:2 (enero-marzo, 1966),

pp. 3-19.

Examina la estructura social rural y los problemas inherentes al

ejido.

Tannenbaum, Frank: The Mexican Agrarian Revolution, New York, Brookings Institution, 1929.

Tapia, Antonio: "Agricultural Credit in Mexico", en Proceedings of the International Conference in Agricultural and Coopera tive Credit, Ed. por Elizabeth K. Bauer, Berkeley, University of

California Press, 1952.

Esta obra discute los tres tipos de sociedades agr?colas de M?xi co: sociedad local, uni?n de sociedades, y sociedad de inter?s colec tivo agr?cola.

Tello, Carlos: La tenencia de la tierra en M?xico, M?xico, 1968. Apasionado desmenuzamiento de los problemas agrarios. El autor saca la conclusi?n de que muchos de los problemas perduran.

Torres Vivanco, Juan: El desenvolvimiento del cr?dito rural en M?xico, M?xico, Escuela Nacional de Agricultura, 1937. V?zquez Alfaro, Guillermo: La reforma agraria y la revoluci?n mexicana, M?xico, 1953.

Vernon, Raymond: The Dilema of Mexico's Development, Cam bridge, Harvard University Press, 1965.

Enfoque pol?tico del desarrollo de M?xico. Sugiere que los diri gentes mexicanos incrementen el desarrollo econ?mico aun a expen sas del ejido improductivo.

Whetten, Nathan L.: The Role of the Ejido in the Mexican Land Reform, Madison, University of Wisconsin Press, 1967. Desarrollo institucional del ejido y sugerencia para investigaciones futuras.

1948.

-: Rural Mexico, Chicago, University of Chicago Press,

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EXAMEN DE LIBROS

WiLKiE, James W.: The Mexican Revolution ? Federal Expendi ture and Social Change Since 1910, Berkeley and Los ?ngeles, University of California Press, 1970.

Wollenberg, Charles: "Tierra y producci?n ? Agrarian Reform and the Mexican Revolution ? 1940-1964", in?dito, 1967.

Wooster, Julia L. y Bauer, Walter: "Agricultural Credit in Mexico", en Farm Credit Administration Bulletin, CR-4 (no viembre, 1943).

Wylie, Kathryn H.: "Land, Credit and Irrigation Policy in Mexi co", en Foreign Agriculture, 10 (octubre, 1946), pp. 138-146. Y??ez P?rez, Luis: Mecanizaci?n de la agricultura mexicana, M?xi co, 1957. Yates, Paul Lamartine: El desarrollo regional de M?xico, M?xico, Banco de M?xico, 1961. Este estudio del desarrollo econ?mico regional de M?xico saca la conclusi?n de que no ha sido equilibrado en todas las regiones ya que el Norte ha recibido la mayor?a del cr?dito.

Yudelman, Montague: El desarrollo agr?cola en Am?rica Latina, M?xico, Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, 1967. La primera parte relata el r?pido incremento de la producci?n agr?cola de M?xico, y la segunda de la ayuda que otorga el Banco Internacional de Desarrollo a los agricultores de ingreso bajo.

Zamora Cort?s, Mar?a de Lourdes: "El financiamiento de la pro ducci?n agr?cola en M?xico", Tesis, 1970. Zimmerman, Jorge: "Tasas de inter?s, fundamento del cr?dito ru ral", en Curso internacional de cr?dito agr?cola, Ed. mimeogr? fica, Proyecto 201, OEA, M?xico, 1962.

Luis Gonz?lez: La tierra donde estamos ? 30 a?os del Banco de Zamora, presentaci?n por Daniel Cos?o Villegas, M?xi co, Banco de Zamora, S. A., 1971, 266 pp., ilus., mapas. El prop?sito de una rese?a bibliogr?fica es dar noticia, m?s o menos oportuna, de la aparici?n de un libro. Con ?nimo de rebe

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EXAMEN DE LIBROS

WiLKiE, James W.: The Mexican Revolution ? Federal Expendi ture and Social Change Since 1910, Berkeley and Los ?ngeles, University of California Press, 1970.

Wollenberg, Charles: "Tierra y producci?n ? Agrarian Reform and the Mexican Revolution ? 1940-1964", in?dito, 1967.

Wooster, Julia L. y Bauer, Walter: "Agricultural Credit in Mexico", en Farm Credit Administration Bulletin, CR-4 (no viembre, 1943).

Wylie, Kathryn H.: "Land, Credit and Irrigation Policy in Mexi co", en Foreign Agriculture, 10 (octubre, 1946), pp. 138-146. Y??ez P?rez, Luis: Mecanizaci?n de la agricultura mexicana, M?xi co, 1957. Yates, Paul Lamartine: El desarrollo regional de M?xico, M?xico, Banco de M?xico, 1961. Este estudio del desarrollo econ?mico regional de M?xico saca la conclusi?n de que no ha sido equilibrado en todas las regiones ya que el Norte ha recibido la mayor?a del cr?dito.

Yudelman, Montague: El desarrollo agr?cola en Am?rica Latina, M?xico, Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, 1967. La primera parte relata el r?pido incremento de la producci?n agr?cola de M?xico, y la segunda de la ayuda que otorga el Banco Internacional de Desarrollo a los agricultores de ingreso bajo.

Zamora Cort?s, Mar?a de Lourdes: "El financiamiento de la pro ducci?n agr?cola en M?xico", Tesis, 1970. Zimmerman, Jorge: "Tasas de inter?s, fundamento del cr?dito ru ral", en Curso internacional de cr?dito agr?cola, Ed. mimeogr? fica, Proyecto 201, OEA, M?xico, 1962.

Luis Gonz?lez: La tierra donde estamos ? 30 a?os del Banco de Zamora, presentaci?n por Daniel Cos?o Villegas, M?xi co, Banco de Zamora, S. A., 1971, 266 pp., ilus., mapas. El prop?sito de una rese?a bibliogr?fica es dar noticia, m?s o menos oportuna, de la aparici?n de un libro. Con ?nimo de rebe

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EXAMEN DE LIBROS

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larme frente a las costumbres establecidas, me he propuesto hacer esta breve nota a prop?sito no de la salida a luz sino de la desapari

ci?n de La tierra donde estamos. No se trata de que haya sido

puesta en el ?ndice, o quemada por la inquisici?n, o recogida por subversiva, o perdida en un naufragio, como ha sucedido con tan tas obras. A pesar de su respetable tirada de 3 000 ejemplares, nunca

lleg? a las librer?as. Se trata, en fin, de una edici?n privada, pero

que no por serlo se reparti? entre bibli?filos, especialistas, historia dores o suscriptores de alguno de esos clubes del libro. Su editor, el

Banco de Zamora, que lo patrocin? para celebrar sus 30 a?os de vida, lo reparti? seguramente entre sus funcionarios y mejores clientes. As?, estar? bien guardado o expuesto como una peque?a joya (y ciertamente lo es) en las casas de renombrados banqueros, agricultores, industriales y comerciantes. Pero el investigador y el serio aficionado a la historia deben conocerlo. Ya conocen con toda seguridad a su autor por su Pueblo en vilo y otras obras. En este nuevo libro empieza con un pr?logo t?mido. Dice haberlo hecho con

tra reloj y teme que resulte una haza?a leerlo de un tir?n. Agrega que escribirlo fue tanto como apartarse de su costumbre y compe tencia. Se refiere tal vez a que, a petici?n del Banco, tuvo que in corporar al cuerpo de la obra, que es fundamentalmente una his toria social y econ?mica del Occidente de M?xico, amplias noticias sobre el desarrollo de las instituciones bancarias y el propio Banco de Zamora en particular. Se refiere tambi?n, me imagino, a que la divisi?n de su texto en cap?tulos, cada uno dedicado a una regi?n, tuvo necesariamente que limitarse o extenderse a describir las re giones y las plazas en que el Banco tiene sucursales y no precisa mente las que ?l, como historiador, hubiera escogido. Dir?a yo m?s bien que el autor se apart? de su costumbre, pero no tanto de su competencia. Tambi?n dice que fue una travesura el escribirlo; m?s que escribirlo, el moldear, como ?l dice, "un cuerpo que admite los nombres de silva de varia lecci?n, mosaico, chilaquile, poligraf?a

y geohistoria". Y ya con m?s optimismo reconoce que algo agrega a la reconstrucci?n hist?rica de algunos sitios de los cinco estados del

Occidente, y que mientras no haya buenos diccionarios de historia y geograf?a puede servir como libro de referencia. En efecto, La tierra donde estamos es un manual amen?simo de historia y geo graf?a, con toda una gama de datos y observaciones que van de la escueta y precisa informaci?n estad?stica (demogr?fica, econ?mica y cronol?gica) a la fina y penetrante delincaci?n del modo de ser y de vivir de los paisanos de Jalisco, Nayarit, Michoac?n, Colima

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EXAMEN DE LIBROS

y Guanajuato. No falta la descripci?n de la geograf?a f?sica ni la rese?a de los acontecimientos m?s relevantes. No se trata, por otra parte, de una compilaci?n erudita, en el sentido estricto de la pala bra, pero hay referencias bibliogr?ficas oportunas y muy concretas

que permiten al lector encontrar las fuentes de una informaci?n m?s amplia. Luis Gonz?lez ataca a su objeto de estudio desde tres frentes. El primero es el m?s general. Se le encuentra a la van

guardia y a la retaguardia del libro, primero con un cap?tulo "M?xico 40" y al final con una extensa "Teor?a del Occiden te". El libro se inicia con "M?xico 40" por dos razones: por

que es celebraci?n de un banco fundado en ese a?o y tam

bi?n porque "es parteaguas de la historia de M?xico; significa

un cambio hist?rico de envergadura; abre un nuevo cap?tulo de la vida nacional" (p. 16). Se refiere el autor a los cambios en la edu

caci?n y el arte, el nacimiento de un nuevo estilo pol?tico, la

reforma agraria, la pol?tica de desarrollo. "M?xico 40" permite an ticipar que, al hablar de cada regi?n en particular, Luis Gonz?lez se dedicar? con m?s ah?nco a hacer su historia contempor?nea y no

tanto la antigua, colonial o moderna. La "Teor?a del Occidente" es algo m?s complejo. La heterogeneidad geogr?fica y el reparto injusto de la riqueza dan por resultado un Occidente fragmentado f?sica y socialmente. Parece algo exagerado, sin embargo, que "a la heterogeneidad del suelo y riqueza no corresponde una heteroge neidad en el estilo de vida humana" (p. 175), y que "desde hace diez o m?s siglos los occidentales han compartido en cada ?poca de su historia un s?lo estilo cultural" (pp. 175-176). Pero ?sta es la parte m?s subjetiva del libro, y hay que reconocer en Luis Gon z?lez una gran capacidad para ensartar observaciones sobre las ex periencias hist?ricas, las costumbres y las mentalidades de un pue blo "en el collar de una explicaci?n coherente y seductora", como dice Daniel Cos?o Villegas en el pr?logo que hizo del libro. Como quiera, "los adjetivos no definen nada ni a nadie", concluye Luis Gonz?lez: "El ser del oeste nuestro no es b?sicamente distinto al ser de ning?n otro oeste, ni este, ni norte, ni sur. No hay un ser exclusivo llamado sociedad mexicana occidental. Existe una socie dad mexicana occidental a la que identificamos por algunas se?as particulares que modifican m?nimamente el ser de esa sociedad. Nadie es el lunar que lo identifica; el occidente no es ?nicamente su fama, como es p?blico y notorio" (p. 180). El segundo frente de ataque es el regional y se aplica a ocho unidades: los t?rminos de Zamora, los valles gemelos de Morelia y Zacapu, la Meseta Tarasca,

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EXAMEN DE LIBROS

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la Tierra Caliente, Colima, la regi?n Tapat?a, el Baj?o Guanajua tense, Nayarit. La descripci?n regional es m?s completa y minu ciosa, tanto en lo geogr?fico como en lo hist?rico, que empieza por hacer referencias al pasado m?s remoto ?inclusive hay observa ciones de tipo geol?gico? para ir poco a poco mostrando el desen volvimiento de la regi?n hasta el presente. Finalmente un m?todo descriptivo muy similar, pero desde luego mucho m?s minucioso todav?a, es el que sirve para acercarse al estudio estrictamente local. En este tercer frente las localidades por historiar son veinti siete. Tal vez convenga aqu? entresacar algunos p?rrafos como bo t?n de muestra del contenido. ?Qu? se dice por ejemplo de Ce laya?, "o quiz? Zalaya, t?rmino del idioma vascuence que quiere decir tierra llana, aunque la del municipio celayense (579 kil?me tros cuadrados de superficie) no es toda horizontal por culpa de algunos cerros. Seg?n el cronista Basalenque ?el temple de la villa es bueno aunque tira m?s a caliente que a fr?o?. Desde hace siglos las lluvias son veraniegas y su volumen anual es de 594 mm. La zona cae en la cuenca del r?o Laja que cuando no llueve no lleva agua. El riego permanente de las tierras se ha conseguido a fuerza de presas, proezas, y pozos. El manto fre?tico se localiza a 8 me tros de profundidad, y por lo mismo, cualquiera puede hacerse su noria. Todav?a en tiempos de Basalenque, hacia 1650, la planicie de Celaya era un vasto mezquital interrumpido aqu? y all? por sementeras de ma?z y trigo..." (p. 146). Y ya entrando en histo ria, Colima, por ejemplo, "brot? pr?xima a Tecom?n, y por razo nes de salud, fue trasplantada. En 1554 se le puso [de nombre]

Santiago de los Caballeros y qued? al cuidado de los frailes de

San Francisco. Por eso la visita de fray Alonso Ponce en 1586, quien la encontr? reducida a 70 vecinos espa?oles que viv?an de muchos cacahuatales y de muchas estancias de ganado mayor. Las granjerias de los indios, que moraban a un cuarto de legua, eran ma?z, algod?n, pl?tanos y cocos. A comienzos del siglo xvn tuvo un convento de mercedarios y un hospital de juaninos, pero la Colima espa?ola y colonial nunca fue populosa" (p. 110). Guada lajara, en cambio, "hacia 1600 era todav?a un pueblo en funciones de gran ciudad, habitado por unas 1 300 personas, con 80 casas de espa?oles, todas de adobe, grises y sin jard?n. Y sin embargo las calles eran anchas y a cordel. Hab?a ?casas reales? para los oidores, catedral reci?n dedicada, palacio municipal, convento de Santo Domingo, San Francisco, San Agust?n, Nuestra Se?ora de la Merced y la Compa??a de Jes?s, monasterio de monjas y hospital de po

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EXAMEN DE LIBROS

bres. Empez? a estirarse de verdad cuando el lego Pedro Antonio Buzeta, sin hacer caso a las burlas de los vecinos, le inyect? agua

de Los Colonos" (pp. 122-123). ?Y Zamora? "Como buenos crio llos, los de Zamora recibieron con grandes demostraciones de j?

bilo al cura de Dolores, y ?ste les elev? la villa a la categor?a de ciudad, la que en ocho a?os de refriega entre realistas e

insurgentes qued? achacosa, medio muerta y triste. Con todo, en 1825 fue honrada con el cargo de capital del departamento michoa cano del Poniente, y poco despu?s la crema de su vecindario quiso convertirla en capital de un estado aparte" (p. 21). A prop?sito

de Tepic bien vale citar lo que se dice en la introducci?n al es tudio de la regi?n en que est?. "Pasada la independencia aquello se convirti? en Jauja de comerciantes tabacaleros. El puerto de San Blas se llen? de bajeles y de animaci?n. Todo iba viento en popa cuando el Tuerto Lozada, al frente de una gavilla refaccionada por los contrabandistas ingleses Barr?n y Forbes, empez? a saquear

haciendas en 1853..." (p. 155). A Uruapan, "la derrota de los

partidos conservador e imperialista le devolvieron una cierta paz,

que ya no toda la suya. La dictadura porfiriana le puso en el

camino nada pac?fico del progreso. Dobl? su poblaci?n en tiempo de Ju?rez y volvi? a doblarla en tiempo de don Porfirio. En 1910 los pobladores de la ya activa ciudad eran 13 149. Llegaron de casi nada a tantos porque en 1887 estren? f?brica de hilados y tejidos; en 1889, tuvo tren, y casi enseguida energ?a el?ctrica y una empa

cadora de carnes" (p. 74). Por ese a?o de 1810 en la loada San

Jos? de Gracia "viv?an 980 personas. De 1912 a 1942 el pueblo se detuvo, retrocedi? y pas? las de Ca?n. Durante la d?cada violenta de la revoluci?n se le quem? dos veces y se le saque? muchas m?s.

Luego vino la rebeli?n de los lugare?os bajo la bandera de la

cristiada y la orden oficial de vaciar el pueblo y entregarlo otra vez a la lumbre. A partir de 1931 comenz? la lucha agraria entre

propietarios y campesinos sin tierra" (p. 47). Mientras, "en tiempos

de la revoluci?n airada, Morelia se vuelve un lugar muy codiciado por militares y pol?ticos. Entrada de Salvador Escalante; subida y ca?da de seis gobernadores en un a?o y tres meses; lucha de par tidos y triunfo del silvista, suben y caen de 1913 a 1914 tres go biernos militares; entran los felicistas, entra Gertrudis S?nchez, entran los villistas, entran los carrancistas" (p. 61). Hoy d?a, el avance econ?mico es lo m?s notorio: "La explotaci?n de animales es el mejor soporte de la econom?a pietense [es decir, de La Piedad];

las industrias de alimento para ganado, de sopa y rebozos y de

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EXAMEN DE LIBROS

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empaque de carne de cerdo, son otra buena fuente de ingresos. Tambi?n el comercio cuenta. Los numerosos y raudos autotrans portes de La Piedad Gabadas se encargan de proporcionar clien tela" (pp. 40-41). Tepalcatepec, en fin, "tiene m?s de 60 000 va cunos criollos cruzados de ceb?. Vende al a?o unas diez mil reses y unas 250 toneladas de queso cotija. No ha resuelto los problemas de la sequ?a y las epizootias. ?stas se llaman piojo, mal de paleta, ramilla y derriengue. Desde que se construy? la presa de Los Olivos

en 1961, la agricultura conoce un auge nunca visto" (p. 97). Agre g?ese a esta ensalada una bien ordenada porci?n de datos sobre Sahuayo, Yur?cuaro, Jiquilpan, Tecom?n, Puerto Vallarta, Los Re yes, Zacapu, Jacona, Apatzing?n, Villa de Alvarez, Irapuato, Tan ganc?cuaro, Cotija, Nueva Italia, Santa Ana Pacueco y Tanhuato. Sugiero a Luis Gonz?lez que haga reaparecer su libro, ya no para regodeo de los clientes del banco sino para el de maestros, investigadores y viajeros, que lo sabr?n apreciar. Yo har?a las si guientes modificaciones:

1. Sacar?a los p?rrafos dedicados al Banco de Zamora, cosa

bien sencilla de hacer y que no afectar?a en nada al resto del tra bajo, pues la mayor?a est?n al final de cada cap?tulo o subcap?tulo dedicado a una regi?n o localidad. 2. Pondr?a el cap?tulo sobre Zamora no al principio, como se hizo en atenci?n al Banco patrocinador, sino en el lugar donde se habla de otros lugares de su regi?n. 3. Suprimir?a tal vez los sub cap?tulos dedicados a uno o dos lugares no muy relevantes (incluidos porque el Banco tiene sucur sales en ellos) o bien los conservar?a como representativos de loca lidades peque?as, pero agregando otros breves subcap?tulos sobre otros pueblos peque?os y t?picos. 4. Agregar?a desde luego ?y ?sta ser?a la parte m?s laboriosa? unas p?ginas para cada uno de estos lugares, cuya exclusi?n ya no se justificar?a: Salamanca, Silao, Le?n, Valle de Santiago, Salva tierra, Ac?mbaro, Puru?ndiro, P?tzcuaro, Atotonilco el Alto, Oco tl?n, Tamazula, Ciudad Guzm?n, Ameca, Autl?n y alg?n otro. Si el trabajo me resultara excesivo, quitar?a todas las poblaciones guana juatenses y nayaritas, pero no dejar?a perder el material sobre Ja lisco, Colima y Michoac?n. 5. Revisar?a ilustraciones y cambiar?a muchas a prop?sito para la nueva versi?n.

6. Y finalmente dar?a un retoque ligero, acaso un cambio de lugar, a los p?rrafos iniciales y finales del libro, cambiando tam

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476 EXAMEN DE LIBROS bien el t?tulo, La tierra donde estamos, porque ya no "estar?amos" necesariamente ah?.

Bernardo Garc?a Mart?nez El Colegio de M?xico

Dos art?culos sobre alcald?as mayores en el Jahrbuch f?r Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Latein

amerikas, 9 (1972).

En 1958 Historia Mexicana public? en su secci?n de Testimo nios, con el t?tulo de "Alcald?as y corregimientos en el M?xico de 1777", una informaci?n recogida por la doctora Isabel Guti?rrez del Arroyo de un manuscrito de la New York Public Library MS. Division, a la que hizo este comentario: "Los pretendientes a car

gos lucrativos en las Indias no pod?an so?ar con un Baedecker m?s oportuno que el que escribi? para ellos este an?nimo y ex perto personaje." Gracias a la aparici?n reciente de la segunda edici?n del libro

del doctor Silvio Zavala, Las instituciones jur?dicas en la conquista de Am?rica (la. ed., Madrid, 1935), M?xico, Porr?a, 1971, ahora es f?cil averiguar que, desde su introducci?n en el Nuevo Mundo, los puestos de alcaldes mayores y corregidores fueron empleos de "aprovechamiento", caracter?stica a la que apunta la doctora Gu ti?rrez del Arroyo con su ir?nico comentario.

El doctor Zavala escribe sobre alcald?as y corregimientos en el cap?tulo xvn, "Los premios finales", de su libro. Sobre su estable cimiento, cuando se configur? el gobierno del virreinato en el siglo xvi, dice este autor: "Los oficios de la burocracia real consti tuyeron un ?ltimo rengl?n de premios muy estimados por los con

quistadores que hab?an quedado sin encomiendas..." "Los solda

dos y pobladores nutrieron principalmente el ramo de gobierno, desempe?ando las alcald?as y los corregimientos. Estos puestos, por ser del escalaf?n inferior, estaban en contacto m?s directo con los indios, y sus beneficiarios casi siempre neutralizaron los intentos protectores de la Corona y de las autoridades superiores." Una aportaci?n tambi?n reciente a este importante asunto del gobierno provincial de la Nueva Espa?a lo proporciona Luis Na varro Garc?a en su obra Don Jos? de G?lvez y la Comandancia de las Provincias Internas del Norte de Nueva Espa?a, Sevilla, Con

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se jo Superior de Investigaciones Cient?ficas, 1964, en donde dedica algunas p?ginas (pp. 48 a 58) a explicar el car?cter de "aprovecha miento" que tuvieron gobernaciones, corregimientos y alcald?as mayores como "empleos de beneficio" (oficios vendibles) en el siglo xvm, en las provincias internas del virreinato. (De la compra de cargos p?blicos, en la ?poca de los Austrias, ya se hab?a ocupado John H. Parry: The Sale of Public Office in the Spanish Indies

under the Hapsburgs, Berkeley and Los ?ngeles, 1953 (Ibero Americana 37). Ahora en el tomo 9 del Anuario sobre historia de Latinoam?

rica, publicado en Colonia, Alemania (Jahrbuch f?r Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, 9 (1972), aparecen dos estudios sobre alcald?as mayores y corregimientos de Indias, uno de Alberto Yal? Rom?n, "Sobre alcald?as mayores y corregimientos en Indias ? Un ensayo de interpretaci?n" (pp. 1-39) y otro de Horst Pietschmann, "Alcaldes mayores, corregidores und Subdelegados ? Zum Problem der Distriktbeamtenschaft im Vize k?nigreich Neuspanien" (pp. 173-270). Leer este ?ltimo estudio al que acompa?an dos extensos ap?n dices documentales es importante y satisfactorio, pues ayuda a atar muchos cabos sueltos de otras referencias al tema. En buena me

dida prosigue la descripci?n de estas instituciones de gobierno en el siglo xvm iniciada, como queda dicho, para el siglo xvi, por el

doctor Zavala; explica las sinrazones de su desarrollo debido a su car?cter venal, se?alado por la doctora Guti?rrez del Arroyo, y nos acerca al conocimiento, ya no del gobierno previsor y organizado, a cargo de los virreyes, sino al del indio sometido por el ego?sta y aprovechado dominador. El profesor Pietschmann dice que la corona se preocup? por que quedara bien reglamentado el gobierno de los indios que tocaba directamente a corregidores y alcaldes mayores. Entre las ?rdenes que para ello dict?, sin embargo, estuvieron algunas que llevaron a generales y continuos abusos. Los corregidores y alcaldes mayores

usaron sus cargos para lograr su enriquecimiento personal, obligan do a los indios a un comercio forzoso y usuario. En la manera de

adquirir el cargo ?por compra? estaba el origen de los abusos,

pero tambi?n contribuyeron a ?stos los muchos asuntos a que de b?an atender y el insuficiente salario que percib?an corregidores y alcaldes mayores. Siendo las alcald?as mayores y corregimientos oficios vendibles, la Corona debe haber tenido conocimiento de los abusos que los que compraban este oficio iban a cometer, por

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EXAMEN DE LIBROS

la experiencia de lo que suced?a en la pen?nsula, pero negligencias administrativas e ignorancia de la peculiar situaci?n econ?mica y social de los reinos ultramarinos impidieron cortar efectivamente los desmanes. Hubo numerosas disposiciones para corregir los abu sos de alcaldes mayores y corregidores y tambi?n una callada colu

si?n de estos con las autoridades locales para no modificar la situaci?n. A ella se sum? la necesidad de aumentar las rentas

reales, para lo cual la corona fij? un alto precio a los cargos; los que lo pagaban inevitablemente cre?an tener derecho a resarcirse, por lo que continu? el mal gobierno. En el siglo xvm los alcaldes mayores y corregidores desempe?aban sus funciones de manera tan distinta de como hubiera querido la corona que fue necesario pro curar su total reforma por medio de la introducci?n del sistema de intendencias. Sustituir a los usuarios de "empleos de benefi cio" por competentes bur?cratas, en el gobierno provincial y local, no fue f?cil. Tanto los virreyes Bucareli como Revillegigedo ad virtieron que en el virreinato no hab?a personas capacitadas para desempe?ar los puestos de subdelegados, que eran quienes, en ge neral, sustituir?an a alcaldes mayores y corregidores. Lo que parece

que sucedi?, despu?s del nombramiento de intendentes (1786), fue que el alcalde mayor se convirti?, en algunos casos, en sub delegado, con lo que perdi? prestigio como autoridad local, por

quedar sujeto al intendente y privado de toda actividad comercial, por estarle estrictamente prohibida. Estos empleos de subdelegados, por tanto, no tuvieron atractivo alguno y no fueron solicitados por

personas "de raz?n" con siquiera medianos conocimientos. Este estudio presenta con claridad los problemas que alcaldes mayores y corregidores suscitaron al gobierno mon?rquico metro politano en el siglo xvm y deja ver que estas justicias, en contacto cotidiano con la poblaci?n nativa, resultaron inconvenientes a los

Borbones, no tanto por la dura obediencia que impon?an a las clases m?s bajas de la sociedad, sino porque usufructuaban una

riqueza que la corona quer?a acaparar. La modernizaci?n de la

estructura administrativa del virreinato quiz? hubiera tenido como consecuencia el mejoramiento de la vida econ?mica y social de los indios y mestizos m?s pobres, pero todos los afanes de la corona por llevar a cabo las reformas administrativas quedaron en sus penso en los primeros a?os del siglo xix. La joven rep?blica hered?, por tanto, una situaci?n de confusi?n y desorden administrativo, con sus consecuencias econ?micas y sociales, que ha pesado en la organizaci?n republicana por m?s de un siglo.

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EXAMEN DE LIBROS

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El ensayo del profesor Yal? Rom?n, con m?ritos propios, sirve en esta ocasi?n de ?til marco de referencia al estudio del profesor Pietschmann.

Mar?a del Carmen Vel?zquez El Colegio de M?xico

Magnus M?rner: Estado, razas y cambio social en la Hispa noam?rica colonial, M?xico, Secretar?a de Educaci?n P? blica, 1974, 160 pp. [Sep Setentas, 128]. Magnus M?rner, profesor sueco de la Universidad de la Ciu dad de Nueva York, presenta un resumen de su libro anterior,

La mezcla de razas en Am?rica Latina, en la obra que public? en Sep-Setentas: Estado, razas y cambio social en la Hispanoam?~ rica colonial. Incluye adem?s un cap?tulo sobre la legislaci?n de la corona espa?ola referida a las relaciones entre indios y blan cos, la aplicaci?n de dicha legislaci?n y nuevos datos sobre inves tigaciones del mismo tema en Tlaxcala y Puebla.

La intenci?n manifiesta del autor es analiar la elaboraci?n y aplicaci?n de pol?ticas sociales de la corona en lo que respecta a

la multiplicidad de "razas" y "castas" en la Nueva Espa?a. Pero

intenta, asimismo, reconstruir el cambio social de 1510 a 1820 en

cuanto a las relaciones que se dieron entre estos diversos grupos. Para llevar a cabo un intento de esta naturaleza, sin embargo, es imprescindible partir de una teor?a que explique el cambio social. Si esto es indispensable para estudiar la din?mica social en una sociedad contempor?nea, es tanto m?s necesaria para analizar una sociedad a la que s?lo se tiene acceso a trav?s de testimonios par ciales dejados por observadores interesados, y por funcionarios de gobierno. A lo largo del libro, se descubre que M?rner tiene al guna teor?a sobre esto, ya que en partes de su libro habla por ejemplo, de grupos "patentemente m?s desarrollados" (1973:11), o sostiene cuando menos, algunas ideas evolucionistas de la socie dad, pero en ning?n momento las hace expl?citas y es probable que no las haya sistematizado.

La importancia de esta carencia radica en que s?lo la teor?a del cambio social nos puede indicar las categor?as que son signi ficativas para el an?lisis de una realidad: lo que a su vez explica This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:29:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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c?mo y en base a qu? procesos se transforma una sociedad. Al no poseer una teor?a, expl?cita y sistematizada ?hay que recordar tambi?n que las teor?as evolucionistas, desprestigiadas en los a?os veintes, revividas en un neo-evolucionismo actual, son muy contro versiales?-, M?rner no tiene fundamentos para saber cu?les son las categor?as significativas desde un punto de vista anal?tico y cu?les son solamente etiquetas ideol?gicas de la sociedad de aquel tiempo. Cae, entonces, en una reconstrucci?n de la ideolog?a imperante en la sociedad colonial y no en un an?lisis de la estructura social. Es decir, recupera por pedazos los valores sociales de la ?poca, pero no la organizaci?n que les da raz?n de ser a esos valores.

Durante los ?ltimos a?os, en el campo de la antropolog?a se

han puesto al descubierto las funciones de clasificaci?n y ordena ci?n social impl?citas en diversos sistemas simb?licos y taxon? micos de las culturas. Se utilizan, por ejemplo, animales en calidad de totems (cf. L?vi-Strauss, 1968), o partes del cuerpo humano y otros s?mbolos naturales (cf. Douglas 1969) para hacer la repre sentaci?n ideol?gica de una sociedad, i.e., para clasificar de alguna

manera a los grupos que las componen y as? poder ordenar el comportamiento que rija sus relaciones. Entender esta simbolog?a no es describir su uso, ni adentrarse en la naturaleza intr?nseca de los s?mbolos, sino hacer expl?cita la estructura que la subyace y la relaci?n de ?sta con la organizaci?n real de una sociedad. Las caracter?sticas raciales han servido como clave o, para de cirlo llanamente, como una taquigraf?a de la organizaci?n social de sociedades coloniales ?manipuladas h?bilmente con prop?sitos po l?ticos. Despu?s de un minucioso an?lisis de los distintos usos de la categor?a "raza", el eminente antrop?logo Juli?n Pitt-Rivers

concluye que "...el feno-tipo, perceptible de inmediato, se con vierte en un indicador del comportamiento que puede esperarse de una persona. As?, podemos definir el concepto popular de raza humana como una clasificaci?n referida a una naturaleza esencial, que se manifiesta en caracter?sticas culturales y que est? determi nada por alianzas sociales" (Pitt-Rivers, 1973:6). Toda clave es arbitraria. As?, se utiliza el color de la piel como medio de clasificaci?n por ser el m?s visible y f?cil de manejar, pero no por ello tiene que entra?ar una divisi?n sociol?gicamente significativa. Los mismos datos que presenta M?rner se prestan para ilustrar lo anterior. Hace notar este autor que "la condici?n legal de cada uno de los grupos ?tnicos que compon?an la jer?r quica estructura social era distinta. Desde luego, tampoco era id?n This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:29:42 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tica con su estado o reputaci?n social, aunque los prejuicios de ?ndole sociorracial de la sociedad no dejaban de influir poco a poco en la conducta y legislaci?n de la corona". (1973:29.) M?rner est? consciente de que aqu? ya no trata con categor?as raciales, y esto le

Heva a decir que, despu?s de la Independencia, de ser categor?as raciales, pasaron a ser categor?as sociales; para explicar el interreg num y evitarse problemas amalgama ambos t?rminos en el m?s confuso a?n de categor?a "sociorracial". Lo cierto es que fue una categor?a racial s?lo en los primeros a?os de la conquista; en el momento en que sobrevino la divisi?n del trabajo en la sociedad

colonial (cuando la masa campesina y trabajadora estaba cons

tituida por indios, negros y castas) estas categor?as se tornaron sociales, designando al fin un espacio social dentro de la nueva sociedad.

Esto se puede probar con los propios materiales aportados por M?rner. Le sorprende y no acierta a explicar, por qu? la condici?n legal de los distintos grupos en la Nueva Espa?a fue distinta del estatus social que se asignaba a los mismos de la siguiente manera (op. cit., 91):

Condici?n legal

1. Espa?oles 2. Indios

Estatus social 1. Espa?oles peninsulares

3. Mestizos

2. Criollos 3. Mestizos

4. Negros libres, mulatos y zambos

4. Mulatos, zambos, negors libres

5. Esclavos

5. Esclavos

6. Indios (que no fueran caciques) Si aplicamos aqu? la distinci?n entre categor?a ideol?gica, que es el estatus social asignado, y categor?a anal?tica, la relaci?n de hecho entre los diversos grupos dentro de una estructura dada, podemos intentar una explicaci?n alternativa de esta situaci?n dis cordante. Se?ala el autor que "al principio, la tributaci?n en el Nuevo Mundo s?lo se impuso a los indios. Los mestizos, ileg?ti mos o no, al igual que los espa?oles, resultaban exentos de tributo. Por otra parte, los negros y mulatos libres eran claramente obli gados a pagarlo. En el campo, por lo menos, iba a resultar pr?cti camente imposible hacerles tributar y en las ciudades tampoco tributar?an en la misma extensi?n que los tributarios indios. Esta

dependencia de la corona en los tributos de los naturales..."

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(op. cit., 57). As?, resulta que es la jerarqu?a de tributaci?n la que corresponde en t?rminos generales a la jerarqu?a de estatus social, de "prejuicios sociorraciales" como les llama M?rner. Podemos en tonces sugerir como hip?tesis que estos prejuicios precisamente funcionaban como ideolog?a que justificaba y reforzaba esa jerar qu?a de explotaci?n. De esta manera, la dimensi?n verdadera de las categor?as racia les estudiadas por M?rner se deriva del sistema econ?mico-pol?tico en que est?n insertadas, y no de simples caracter?sticas fenot?picas.

Basar toda una obra de investigaci?n ?por minuciosa que esta sea,

como en este caso? en categor?as raciales, por ende, lleva a un terreno peligroso; puede caer en el mejor de los casos, en una

descripci?n parcializada y, en el peor, en una interpretaci?n ideo l?gica de la historia.

Lourdes Arizpe El Colegio de M?xico

Jos? Mar?a Kobayashi: La educaci?n como conquista ? Em presa franciscana en M?xico, M?xico, El Colegio de M?xi co, 1974. 423 pp. [Centro de Estudios Hist?ricos, Nueva Serie, 19.] Kobayashi es un profesor japon?s a quien hace algunos a?os se

le abri? "la puerta al mundo hisp?nico". Entre la riqueza que descubri? en el campo de los estudios hist?ricos llam? especial

mente su atenci?n el ensayo educativo realizado en la Nueva Es

pa?a; el ejemplo t?pico que se daba con el encuentro de dos mundos y con la conquista del uno por el otro. La peculiaridad de este hecho movi? a Kobayashi a estudiar las primeras activi dades docentes en la ciudad devM?xico con su barrio Tlatelolco

en la ?poca inmediatamente posterior a la conquista (1523-1600) y a buscar su relaci?n con la tradici?n educativa precortesiana de los mexicas. Para realizar esta obra recurri? principalmente a fuen tes de primera mano: las cr?nicas (Motolinia, Mendieta, Torque mada) ; las historias (Ixtlilx?chitl, Veytia) ; y las cartas escritas por los franciscanos.

El valioso material que logr? reunir lo someti? a ciudadosas operaciones de an?lisis e interpretaci?n y lo present? en tres gran des apartados: el primero se refiere a la educaci?n entre los mexicas

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(cap?tulos i y n) ; el segundo al perfil del pueblo educador en sus aspectos hist?rico, espiritual y cultural (cap?tulo ni) ; y-el tercero a la educaci?n misionera del ind?gena en la Nueva Espa?a por los franciscanos (cap?tulo iv) . Kobayashi analiza, en el primer apartado, el sistema educativo

que pose?a el mundo mexica, as? como el ideal que persegu?a: hacer al hombre ?til a su estado, mantener la diferencia social

entre gobernantes y gobernados y sostener el orden c?smico de su quinto sol identificado con su dios Huitzilopochtli. Los mexicas realizaban este ideal ofreciendo una educaci?n muy completa para la minor?a dirigente y s?lo un adiestramiento militar para unos cuantos grupos populares. De tal manera la educaci?n en la socie dad mexica funcionaba como un factor de mayor diferenciaci?n social de sus miemoros: "Aqu?llos [que] se comportaban con gra vedad, mesura y majestad, due?os de una faz inalterable en lo ad verso y en lo pr?spero, y ?stos [que] profer?an palabras livianas y cosas de burla; [aqu?llos que] empu?aban entre sus manos las riendas del estado, ... [y ?stos que]... ni acceso ten?an a puestos de categor?a y responsabilidad a causa de su manera de ser poco

refinada" (p. 114).

En el cap?tulo m, "La Espa?a y el espa?ol del siglo xvi", Koba yashi parte del an?lisis de las experiencias hist?ricas del pueblo espa?ol anteriores a la conquista de Am?rica para deducir su pre paraci?n como pueblo educador. El conocimiento de los antecedentes culturales tanto del con quistador como del conquistado permite una mejor comprensi?n de las caracter?sticas de la educaci?n ind?gena que Espa?a implant? en la ciudad de M?xico durante el siglo xvi, y que Kobayashi des arrolla en la parte m?s importante de su obra, el cap?tulo iv. La orden franciscana dotada de un "optimismo human?stico re nacentista" trat? de edificar con la comunidad ind?gena una nueva cristiandad, de ah? la relaci?n entre evangelizaci?n y educaci?n, pues ?sta se conceb?a como medio auxiliar de aqu?lla. La educa ci?n misionera de los franciscanos, que formaba parte de un amplio

programa civilizador de la pol?tica indiana de la corona espa?ola, comprendi? la educaci?n para los hijos de la minor?a directora; la ense?anza catequ?stica para todos en el patio; la capacitaci?n pro fesional para varones plebeyos y la educaci?n de las ni?as. Esta educaci?n del ind?gena, aunque en algunos aspectos fra cas?, evolucion? satisfactoriamente como lo demuestra la fundaci?n del Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, instituci?n que

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se propuso formar verdaderos seglares cristianos, sacerdotes ind? genas, y ayudantes e int?rpretes de los religiosos. Este centro de estudios superiores vino a encarnar el ideal apost?lico-civilizador que persegu?an los franciscanos. La educaci?n como conquista es un libro que ?como pretende su autor? servir? de base a otros estudios hispanoamericanos por realizarse en el Jap?n. En nuestro medio, donde son muy escasos los trabajos sobre asuntos educativos, m?s a?n los que se refieren espec?ficamente a historia de la educaci?n, la obra de Kobayashi

permitir? apreciar c?mo la educaci?n franciscana estableci? en Nueva Espa?a una noble tradici?n educativa ?civilizadora para el

pueblo vencido, continuada por los jesu?tas y la Universidad.

Creemos que adem?s ayudar? a entender los inicios del proceso educativo del pueblo mexicano.

Como ?ltima recomendaci?n, pensamos que valdr?a la pena consultar un antecedente de la obra que hoy rese?amos: el ar

t?culo de Kobayashi "La conquista educativa de los Hijos de Asis" en Historia Mexicana, xxii: 4 (abril-junio, 1973).

Carmen Casta?eda El Colegio de M?xico

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