HISTORIA MEXICANA 116 ^%?N
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HISTORIA MEXICANA 116
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Vi?eta de la portada Una mujer de la ciudad de M?xico en el siglo xrx. Detalle de un gra bado del libro de Th. Armin (Marina Witter) : Das heutige Mexiko (Leipzig, 1865).
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HISTORIA MEXICANA
Revista trimestral publicada por el Centro de Estudio
Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez
Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falc?n, Elsa Cecilia Frost, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Muro, Anne Staples, Elia Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez
VOL. XXIX ABRIL-JUNIO 1980 N?M. 4 SUMARIO
Art?culos Elsa Malvido: El abandono de los hijos ?Una for
ma de control del tama?o de la familia y del tra
bajo ind?gena? Tula (1683-1730) 521
Asunci?n Lavrin: La Congregaci?n de San Pedro ?Una cofrad?a urbana del M?xico colonial? 1604
1730
Linda
mexicano 602
562
B.
Ha
William Richardson: Maiakovskii en M?xico 623 Testimonios Jan Bazant: El general Anastasio Bustamante y
Joseph Yves Limantour ?Cr?nica de un negocio?
1846-1847 640
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Examen de libros sobre Piero Ferrua: Gli anarchichi nella rivoluzione
messicana ? Pr?xedis G. Guerrero (Erica Berra
Stoppa) 652
sobre Laurens B. Perry: Juarez and Diaz ? Machine
politics in Mexico (Jan Bazant) 656 sobre Peter Gerhard: The southeast frontier of New
Spain (Bernardo Garc?a Mart?nez) 658 sobre el mismo libro (Sergio Quezada) 661
La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as 1? de julio, octubre, enero y abril
de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $60.00 y
en el extranjero Dis. 4.50; la suscripci?n anual, respectivamente, $220.00
y Dis. 14.00. N?meros atrasados, en el pa?s $75.00; en el extranjero Dis. 5.00.
<g) El Colegio de Mexico Camino al Ajusco, 20 M?xico 20, D. F.
ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico
por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 109, M?xico 13. D. F
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS ?UNA FORMA DE CONTROL
DEL TAMA?O DE LA FAMILIA Y DEL TRABAJO IND?GENA? TULA (1683-1730) Elsa Malvido Instituto Nacional de Antropolog?a
e Historia
Introducci?n: "Creced y multiplicaos" Las sociedades precapitalistas en general, y las de inci piente capitalismo, han tenido diferentes pol?ticas sociales que repercuten en la poblaci?n y que se han impuesto de manera impl?cita en algunas ocasiones y expl?cita en otras. Estas pol?ticas han sido creadas por los grupos dominantes e impuestas a los grupos explotados, est?n vinculadas a po l?ticas econ?micas, y var?an seg?n los momentos hist?ricos. As? encontramos b?sicamente tres tipos de pol?ticas de po
blaci?n:
1. Las pol?ticas pronatalistas, en las cuales los hijos for
man parte del potencial de la fuerza de trabajo, y por lo
tanto el aborto o cualesquiera otros m?todos anticoncepti vos son penados social y moralmente. Los hijos deben ser criados y mantenidos por la familia aun en las peores con
diciones, y la poligamia o la poliandria son permitidas.1 i Reinhard y Armengaud, 1966, pp. 11-22. V?anse las explicacio
nes sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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ELSA MALVIDO
2. Las pol?ticas antinatalistas, que consideran a los hijos como una carga econ?mica a corto plazo, y en las que todo m?todo para evitarlos es v?lido, desde la no concepci?n hasta el matar o vender a los hijos (de preferencia si son muje res) . El celibato es aplaudido.2 3. Las pol?ticas intermedias, en donde la anticoncepci?n y el aborto no se permiten, pues los hijos de los grupos do minados forman parte de la acumulaci?n de capital de los due?os de los medios de producci?n, pero s? se permite en cambio que los padres los abandonen. Estas pol?ticas son las que se afianzan a trav?s del cristianismo y del capitalismo en el Nuevo Mundo, y en ellas la monogamia es la ?nica forma legal de familia. Los registros eclesi?sticos del M?xico colonial permiten realizar estudios que nos ayuden a conocer la naturaleza de la pol?tica de poblaci?n a que estuvieron sometidos los in d?genas. En el presente caso, parto del examen de algunos
datos referentes a la "legitimidad al nacimiento" que en
contr? registrados en las actas de bautismos conservadas en
el archivo parroquial de Tula. Las actas consignan las si
guientes variantes con respecto a los hijos registrados:
1. Leg?timo, con padres. 2. Hu?rfano de ambos padres, con padrinos. 3. Hijo de padres no conocidos, o exp?sito con padrinos. 4. Hijo de la iglesia, con padrinos. 5. Ileg?timo, con madre. 6. Hu?rfano ileg?timo, con padrinos. 7. Ileg?timo donado a la iglesia, con padrinos. Las categor?as 2, 3 y 4 eran utilizadas indistintamente.
La jurisdicci?n de Tula se localizaba entre los 19?55' y
los 20? 107 de latitud norte y entre los 99? 107 y los 99?25' de longitud oeste.3 Comprend?a tres tipos de suelos: al nor 2 Reinhard y Armengaud, 1966, pp. 11-22. 3 Gerhard, 1972, pp. 332-335.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
523
oeste, tierra negra y f?rtil tchernozium; al oeste, suelo mon ta?oso, con cuarzo y basalto, poroso e infertil; al sur, suelos
superficiales. En suma, era una zona de riqueza irregular en el l?mite de la zona ?rida. Soportaba una vegetaci?n
xer?fita y heter?clita, y se cultivaba, principalmente, el va lle aluvial y f?rtil del r?o Tula. La lluvia se recib?a entre los meses de abril y septiembre, y debido a la falta de presas o sistemas recolectores comunales el agua era aprovechada s?lo por los due?os de los medios de producci?n. Los produc tos que se cosechaban, en orden de importancia, eran ma?z, trigo, maguey, frijol y chile, y los que se explotaban eran ganado mayor y menor, calizas, pulque, metales, madera, le?a y carb?n. Aparte de estas actividades econ?micas, era de gran importancia la arrier?a.4 Los indios de Tula hab?an sido reducidos a congregaci?n, y a fines del siglo xvii contaban s?lo con sus tierras de comu
nidad y peque?as ?reas de autoconsumo.5 Carec?an casi de tecnolog?a y hab?an pasado a ser, al mismo tiempo, fuerza de trabajo y tributarios de los espa?oles. Hab?an experi mentado la encomienda, el servicio personal, el "enganche" o la deuda, el r?gimen de salario libre (los menos), y algu nos hab?an sido peones acasillados. Pero tambi?n encontra mos una nueva categor?a, la de los "apadrinados": eran aqu? llos hijos de padres no conocidos, recogidos por los due?os de haciendas, estancias, obrajes, etc., para formar parte de la reserva de mano de obra, escasa e insuficiente a lo largo de
la colonia.
Entre los indios y mestizos hab?a un grupo privilegiado, el de los caciques y principales que hab?an servido de inter mediarios entre la fuerza de trabajo y los espa?oles. Llega ron a poseer grandes extensiones de tierra, ganado, y el de recho a utilizar a la clase despose?da como fuerza de trabajo. El caso m?s notable en Tula fue el del cacique Moctezuma, 4 Lebrun, 1971, p. 9; Mendiz?bal, 1947, vi, pp. 4-22; C?dice fran ciscano, 1941, pp. 15-16; Vetancurt, 1971, pp. 64-65.
5 AGNM, Tieiras, vol. 71, exp. 6.
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524
ELSA MALVIDO
en cuya familia cayeron los t?tulos de los condes de Moct zuma, duques de Tenebr?n, vizcondes de Illucan y duqu de Atlixco, con la posesi?n de "estancias y magueyes y mo tes, aguajes y terrazgueros que me tributan".6 Se manten en constante pleito con los ind?genas que rodeaban sus ti rras y aun con otros caciques menos poderosos. Los espa?oles obtuvieron legalmente encomiendas, serv cios, tierras y aguas, como mercedes del rey, y tambi?n hicieron ilegalmente, sobre todo mediante el robo, el abu y el enga?o a los indios.7 En sus tierras establecieron hacie das mixtas, estancias, ranchos y caleras.8 Due?os de la fue za de trabajo y de los medios de producci?n, aplicaban un tecnolog?a que contaba con sistemas de riego y recolecci? de aguas. Lograban dos y hasta tres cosechas al a?o, mi tras que los indios obten?an solamente una. Les favorec?a tambi?n la localizaci?n de sus tierras al lado de los r?os los caminos. As?, las haciendas de Tula llegaron a ser auto
suficientes, teniendo dentro molinos, caleras y ranchos,9 y su
propietarios acumulaban capital dedic?ndose a la produ
ci?n para consumo espa?ol o exportaci?n (trigo y ganado) y a la de ma?z, que guardaban en sus trojes hasta que l
precios subieran por la escasez.
? AHINAH, Colecci?n antigua; AGNM, Tierras, vol. 2623, exp. vol. 2677, exp. 7; vol. 2721, exp. 2; vol. 2764, exp. 4. 7 AHINAH, Fondo franciscano, vol. 49, f. 10. La encomienda San Andr?s Xochintla se manten?a a?n en 1720, a pesar de su sup si?n en 1632, y las de Moctezuma se mantuvieron hasta fines de
colonia. AGNM, Tributos, vol. 30, exp. 22; Tierras, vols. 1873, 2684, 2721, 2735, 2737, 2764, 2776, etc 9 APSJT, libros de bautizos, 1683-1730. Haciendas: de Beltr?n, del Ocote, de don Lorenzo Serrano, de San Antonio, de don Mart?n Jass del Sindico, de Villedas. Ranchos: de Acomulco, de don Gaspar de los Reyes, de Nicol?s Jim?nez, de Serrano. ? APSJT, libros de bautizos.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS 525 DOS PER?ODOS DEMOGR?FICOS
He dividido los cuarenta y ocho a?os estudiados en este art?culo en dos per?odos, uno de crisis y otro de estabilidad relativa, porque las condiciones econ?micas y demogr?ficas de ellos fueron diferentes.10
Se habla de per?odo de crisis cuando las crisis agr?colas y las epidemias aparecen en forma larvada y sus efectos re percuten sobre la poblaci?n a corto y a largo plazo, afectan do especialmente a los grupos de 0 a 5 a?os, pero mermando tambi?n a los grupos reproductores, lo que impide a la na talidad recobrar su nivel medio anterior. Per?odo de estabi lidad relativa es el que presenta epidemias y crisis agr?colas menos frecuentes, por lo que sus consecuencias son menores a corto y a largo plazo (ver gr?fica 1). Consideremos, para
empezar, los dato? de los siguientes cuadros (1, 2 y 3) : u Cuadro 1 Per?odo de crisis (1683-1708) : epidemias y crisis agr?colas
1683 Enfermedad Sequ?a
1689 Viruela (de Guatemala)
1691 Muertes por hambre Lluvias continua
1692 Sarampi?n, peste y hambre Chahuistle en ma? go, motines
1693 Muertes por hambre Escasez extrema
1695 Epidemia Carest?a de ma?z 1700 Pitiflor Chahuistle en el trigo 1704 Epidemia Sequ?a
1708 Viruela Sequ?a
*o Malvido, 1973, pp. 58-59. 11 Malvido, 1973, pp. 108-109; Florescano, 1969, pp. 2
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_ BAUTIZOS _. _ DEFUNCIONES
_- MATRIMONIO
lit I\ il \\ \ A ,! \
i \ K
\
7
V A i \ y\ v
1683 1685
/ v^
\ /
1690
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^ * >*.
~n?
1695
i
v
A
w
1700
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1705
Gr?fica 1. Bautizos, matrimonios y defunci?
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A A r\ /\ / \ ' V
\ / v v \j A *' \a" A A / \/' ' V\ 1710
1715
~I-? 1720 1725
1730 ANOS
nes de la jurisdicci?n de Tula. 1683-1730.
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528 ELSA MALVIDO
Cuadro 2 Per?odo de estabilidad relativa (1709-1730) : epidemias y
crisis agr?colas
1711 Viruela y tabardillo Sequ?a 1724 Peste por hambre Malos alimentos
1721-1728 Sarampi?n
Cuadro 3 Variaciones en el precio de la fanega de ma?z A?os M?nimo M?ximo
1683-1708 9 reales 40 reales 1709-1730 8 reales 24 reales
Es evidente que los dos per?odos te diferentes por la incidencia de e
los grupos de edades que afectar
largo plazo, y las variaciones de los estos ?ltimos fueron registrados en
de M?xico, sirven de term?metr blos del arzobispado de M?xico, parte.
Bautizos y apadrinamientos en Tula Durante los cuarenta y ocho a?os del per?odo que estu diamos se recopilaron 10 926 actas de bautizos de indios,
quedando incompletos, por errores t?cnicos, los a?os de 1713 (del sexto mes en adelante) y 1730 (del d?cimo primer mes en adelante). Hemos agrupado las actas conforme a los dos per?odos mencionados (1683-1708 y 1709-1730), correspon
diendo al primero un total de 5 200 bautizos en veintis?is a?os y al segundo 5 726 en veintid?s a?os. Tambi?n las he
mos distribuido por mes para conocer su comportamiento es tacional y su correlaci?n con el ciclo agr?cola de temporal, This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
EL ABANDONO DE LOS HIJOS
529
al que las tierras de los indios estaban sujetas. As? pues, pre sentamos toda la informaci?n sobre la base del a?o cosecha, que es el siguiente (ciclo agr?cola de temporal de invierno) :
Noviembre y diciembre ? Cosecha.12 Diciembre y enero ? Roturaci?n de la tierra. Febrero ? Surcamiento durante lluvias peque?as. Marzo y abril ? Se recoge ma?z tempranero (poco y de tierra h?meda).
Abril ? Siembra
Mayo ? Primer cultivo.
Junio ? Cajoneo.
Agosto ? Limpia.
Septiembre ? Se recogen elotes.
Octubre ? Parte de la cosecha de elotes y parte de la de ma?z. Durante el per?odo de crisis (1683-1708, ver gr?fica 2) ocurrieron nueve epidemias. Cuatro de ellas afectaron direc
tamente a los grupos de 0 a 5 a?os (viruela, sarampi?n y pitiflor), y cinco m?s a todos los grupos de edades, prefe rentemente a los reci?n nacidos (fiebre tifoidea, pulmon?a, hambre). Unidas a sequ?as, malas cosechas y precios altos del ma?z, etc., provocaron un n?mero de bautizos bastante bajo en todo el per?odo, y una distribuci?n estacional con fusa por la diversidad de variables que intervinieron (ver
cuadro 4).
En el per?odo de estabilidad relativa (1709-1730, ver gr? fica 3) se registraron dos epidemias que afectaron preferen cialmente a los grupos de 0 a 5 a?os (viruela y sarampi?n), y dos que afectaron a todas las edades, pero especialmente a los reci?n nacidos. Esto permiti? la reposici?n de la pobla 12 El franciscano que asent? las entradas del tlapalolli (obvenci?n
que se pagaba a los curas) en el convento de Tula recomendaba:
"Para hacer los difuntos a los pueblos, es bueno dejarlos para diciem bre, porque habiendo recogido sus cosechas, se recoge alg?n ma?z, fri
jol, etc." AHINAH, Fondo franciscano, vol. 49, f. 26.
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2. .s
1863 1685 1690 1695 1700 1705 1708 Am*s
Gr?fica 2. Bautizos totales de T
r?odo de crisis, 1683-1708
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No OE ACTAS]
300-L
2504
20CLL
1504
100.
50.
104. 1709
1715
1720
1725
1730 A?OS
Gr?fica 3. Bautizos totales de Tula y su jurisdicci?n. Pe r?odo de estabilidad relativa, 1709-1730.
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ELSA MALVIDO
Cuadro 4
Total de bautizos por mes y por per Meses
N D
E
F
M A M
J J
A S
O
Totales
Crisis 421 376 391
402
496
522
448 389 454 440 434 424
% Estabilidad % Totales 8.1 7.2 7.5 7.7 9.5 10.0 8.6 7.5 8.7 8.4 8.3 8.1
487
424 437 485 571 507 510 478 449
492
444 432
8.5 7.4 7.6 8.4 10.0 8.8 8.9 8.3
7.8
8.6
7.7 7.5
908 800 828
8.3 7.3 7.5 8.1
1029 958 867 903 932 878 856
9.4 7.6 7.9 8.2 8.5 8.0 7.8
887 1070
5 200 100.0 5 726 100.0 10926
9.7
100.0
ci?n a corto plazo, por no haberse mermado ios grupos productores. Los precios del ma?z se mantuvieron a la m
de los registrados en el per?odo anterior, y el n?mer bautizos anuales fue superior. Tendencias generales de los bautizos
Del an?lisis de los bautizos podemos detectar que en l primeros veintis?is a?os la media anual fue de 200 baut y en los veintid?s siguientes de 272. Restando la morta de esos a?os se obtiene un crecimiento natural anual medio, para la primera fase, de 78, y, para la segund 129, crecimiento natural palpable y diferencial de nuev la gr?fica 1. Los descensos m?s fuertes en los bautizos se registraron durante dos epidemias preferenciales del grupo de edad 0
a 5 a?os (sarampi?n y viruela), pero estas bajas se re
pusieron al a?o siguiente. En cambio, despu?s de las epide mias indiferenciadas por grupo de edad (hambres, tifoidea, This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
No. de Actos
500J
4004
TOTAL ESTABILIDAD
CRISIS
300,
200J
lOOJ
?1-1-1-1-1-I-1-1-1-i-1 NOEFMAMJOASO Mese.
Gr?fica 4. Bautizos totales y
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534
ELSA MALVIDO
etc.), la natalidad tard? varios a?os en recuperar su nivel medio, muestra de que los grupos reproductores fueron ata cados directamente por la muerte o indirectamente por la infecundidad, fuese ?sta ocasionada por enfermedad o por hambre. ?Puede encontrarse o no una correlaci?n entre el ciclo agr?cola de temporal y los bautizos ind?genas? Hemos repar tido las 10 926 actas conforme a los meses en que se efec tuaron los bautizos para conocer su comportamiento sobre el
ciclo de cosecha (ver gr?fica 4) .^ Los primeros meses del ciclo agr?cola, que requieren de una mayor participaci?n de la fuerza de trabajo, sufr?an una ca?da en los nacimientos debida probablemente, primero, a las malas cosechas; segun do, a la posible participaci?n de mujeres embarazadas en la cosecha con su consecuente exposici?n a la p?rdida del pro ducto antes del nacimiento, y, tercero, a una mayor morta lidad infantil en los primeros d?as de vida. Esta baja se man ten?a en las ?pocas de la cosecha y de surcar la tierra, es de
cir, de noviembre a febrero, meses, adem?s, de fr?o. Marzo y
abril eran los meses que registraban los puntos m?s altos. El
clima m?s benigno del a?o se un?a a la llamada cosecha de ma?z tempranero. As?, aunque hubieran sido malas las cose chas de invierno, hab?a algo m?s que comer, lo que favorec?a la supervivencia. La curva sugiere que la siembra y la vida tienen un ciclo especial que los hombres prehisp?nicos co noc?an mejor que nosotros. Los meses siguientes presentaban
una tendencia a la baja. Conforme sub?an los precios del
ma?z, los nacimientos disminu?an. En agosto y septiembre se
notaba un peque?o ascenso que correspond?a a la cosecha de elotes. De todo esto podemos deducir que los nacimientos su b?an o bajaban en funci?n de la disponibilidad de alimen tos, de la ausencia de epidemias, y de la posible demanda 13 Por el sondeo hecho en los a?os donde aparece el d?a de na cimiento y el d?a en que se bautiz? al ni?o, el promedio obtenido es de cuatro d?as despu?s del nacimiento, con un m?ximo de ocho.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
535
de fuerza de trabajo femenino en las actividades agr?colas. Variaciones estacionales por per?odo El comportamiento de las curvas separadas por per?odos presenta una distribuci?n similar, pero con mayor tendencia a la baja en el per?odo de crisis, y parecer?a que el ciclo de
vida anual de un per?odo al otro se desfasara un mes. No obstante, la ca?da de la curva durante el per?odo de estabi lidad relativa es suave y paulatina, y, en cambio, durante el per?odo de crisis, la brusquedad se debe a los diversos fac tores negativos que influ?an sobre la natalidad y la supervi vencia infantil. Si se observan estas gr?ficas parecer?a que la racionali dad de los ind?genas sobre su natalidad y alimentaci?n era exagerada.14 La realidad es que la estructura econ?mica y social obligaba a la poblaci?n a tener este comportamiento.
As?, a malas condiciones de subsistencia correspond?a un
menor n?mero de hijos vivos. La correlaci?n con la cosecha era importante y diferencial en efectos entre un per?odo y otro respecto a los bautizos.
La asimilaci?n social de los bautizados Para estudiar la asimilaci?n social de los bautizados he mos separado las actas de bautizos en tres grupos:
1. Hijos leg?timos
1.1. Leg?timos con padres 1.2. Leg?timos con padre o madre muertos.
2. Hijos ileg?timos
2.1. Ileg?timos con madre 2.2. Ileg?timos hu?rfanos de madre 2.3. Ileg?timos donados a la iglesia. 14 As? se confirma que "una ley abstracta de la poblaci?n s?lo
existe para los vegetales y animales, mientras el hombre no interven ga hist?ricamente en estos reinos". Marx, 1975, i, pp. 534-535.
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1690
1700
Gr?fica 5. Porciento anual de ba
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< ce <
<
4 6
"i.r
8
1730 A?os
tizos de abandonados. 1683-1730.
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538
ELSA MALVIDO
3. Hijos de padres no conocidos
3.1. Hu?rfanos 3.2. De padres no concidos 3.3. Hijos de la iglesia.
El grupo dos queda virtualmente eliminado porque incluye solamente doce casos registrados en los cuarenta y ocho a?os del estudio. Por lo tanto, analizaremos ?nicamente los gru pos uno y tres. Por su parte, el grupo tres, aunque dividido en tres subtipos distintos, corresponde a una misma cosa, pues, para los curas que escrib?an las actas, "hu?rfano" era sin?nimo de "hijo de padres no conocidos" pero abandona do en el atrio de la iglesia. No debe confund?rseles con los
hijos de los curas. De las 10 926 actas de bautizo estudiadas, 1 898 corres ponden al registro de "hijos de la iglesia", de hijos "de pa dres no conocidos", de "hu?rfanos", o de "exp?sitos". Esto significa que el 17.5% de los nacidos vivos eran abandona dos, o que por cada 4.6 ni?os bautizados uno era abando
nado. En general, podemos decir que la curva de los
abandonados es casi paralela a la de los bautizos: a mayor
n?mero de bautizos, mayor n?mero de abandonados. La pro porci?n registrada en los dos per?odos es de 17.3% y 17.7%.
Esto significa que el tributo biol?gico de los ind?genas a los due?os de los medios de producci?n estaba tasado en el 17.5% de su reproducci?n. Con ayuda de la gr?fica 5, que presenta el n?mero de
bautizos de abandonados por a?o (en n?meros relativos, ya que estamos manejando datos diferentes) encontramos las tendencias generales y podemos adelantar los siguientes ra zonamientos: 1. El abandono era un modo de conducta sistem?tico en
Tula en estos cuarenta y ocho a?os, o sea, una forma de control del tama?o de la familia y de la mano de obra ind?gena.
2. Los picos m?s altos de abandono de todo el per?odo
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
539
(1683-1730) coincidieron con situaciones anormales, epide mias y crisis agr?colas.
3. Durante el per?odo de crisis (1683-1708) las tenden cias al abandono fueron ligeramente superiores a las re
gistradas en el de estabilidad relativa (1709-1730). 4. Esto hace suponer que durante los per?odos de crisis el hambre epid?mica y end?mica, que produc?an desnutri ci?n cr?nica y algunas enfermedades infectocontagiosas, eran causa de aborto y de ?bito fetal. Adem?s, nos hace pensar en una mayor recurrencia al aborto provocado y al infanti cidio (estos ?ltimos como m?todos extremos y no cuantifi cables del control de la poblaci?n ind?gena), y en una mor talidad infantil general. Aborto, infanticidio y mortalidad infantil nos dan la posible diferencia num?rica de un pe r?odo de crisis a otro de estabilidad relativa (ver gr?fica 6) .15
Pasemos ahora al an?lisis estacional del abandono de los
hijos seg?n el ciclo de cosecha (ver gr?fica 7). Mayo, junio y julio parecen haber sido los peores meses del a?o, pues en ellos se daba el mayor ?ndice de abandono. ?Se debe este fen?meno a la participaci?n de la mujer en la siembra du rante los meses de abril y mayo, o a la falta de alimentos? No lo sabemos, pero lo que s? podemos decir es que sobre pasa el 17.3% en ambos per?odos, llegando al 20.9% en el per?odo de crisis y al 20.7% en el de estabilidad relativa. Durante estos meses el precio del ma?z empezaba a subir:
?ste puede ser otro factor que explique el abandono (ver
cuadro 5).
El abandono disminu?a antes de la cosecha, entre agosto y octubre, tal vez por la esperanza de que despu?s de ella,
buena o mala, habr?a algo m?s que comer y seguir?a ha biendo elotes. Las malas cosechas se hac?an sentir provo cando un nuevo aumento en el abandono de los hijos en los meses de diciembre y enero.
?C?mo se presentan las diferencias entre uno y otro per?odo? El promedio era de un hijo abandonado por cada 15 Reinhard y Armencaud, 1966, p. 23. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
?. Actas ds Bautizos 600.
500J
k.
V-.
400-T
^1
/v /'
/
^s
LE6ITIM0S
. MEMA .ESTABILIDAD
CRISIS
\ /
4* H?|?I-1-1?I?h N D
H-h O Mtsss
M A
No. Actos dt Bautizos.
300. TOTAL DE
ABANDONAD
200J
100
. CRISIS ESTABILIDAD
V H-1-1-h H-h
H-h Mtses
Gr?fica 6. Leg?timos y abandonados cosecha.
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POR CIENTO DE ABANOONO EN A?O COSECHA.
A
CRISIS
ESTABILIDAD
POR CIENTO OE LEG?TIMOS EN ANO COSECHA.
ESTABILIDAD CRISIS
NOEFMAMJJASO Meses
Gr?fica 7. Porcentaje a diferente abandonados.
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ELSA MALVIDO
Cuadro 5 Total de abandonados por mes y por per?odo
Meses N D E F M A M
J J
A S
O
Totales
Crisis
Estabilidad
Total % ?ndice
Total % ?ndice
Total
18.4 17.6 19.0 19.3 18.6 15.4 9.9 20.7 8.8 18.4 8.2 18.2 6.6 13.4 16.0 7.1
158 139 151 154 202 153 193 174 174 134 135
68 7.5 64 7.0 68 7.5 60 6.6 95 10.5 75 8.2 94 10.3 86 9.5 92 10.1 68 7.5 64 7.0 70 7.7
16.1
17.0 17.3
14.9 19.1 14.3 20.9 22.0 20.2 15.4 14.7 16.5
90 75 83 94 107 78 99 88
82
66
71
61
9.0 7.5 8.3 9.4 10.7 7.8
6.1
14.1
904 47.6 173 994 523 213
131
8.3 7.3 7.9
8.1
10.6 8.0
10.1 9.1 9.1
7.0 7.1 6.9
1898 213
4.7 hijos leg?timos. Durante el per?odo de crisis, meses en que sub?a el precio del ma?z, se lleg? a a
nar uno por cada 3.5 leg?timos. Antes y durante la c el ?ndice bajaba hasta 1 por 5.7. En cambio, en el per? estabilidad relativa, el n?mero m?nimo de leg?tim
abandonado era de 4.1 y en algunos meses lleg? a s
6.4 (ver gr?fica 8 y cuadro 6).
Las oscilaciones mensuales del per?odo de crisis
a 5.8 leg?timos por cada abandonado reflejaban la falt recursos de los ind?genas para mantener a sus hijos, y cesidad, m?s que el h?bito, del abandono, que se agud en los meses de lluvias. Cuando en el per?odo hubo se durante varios a?os, las malas cosechas obligaron a los genas a deshacerse de sus hijos: prefer?an donarlos ant dejarlos morir de hambre o recurrir al infanticidio.
Durante el per?odo de estabilidad relativa no se nunca a abandonar un hijo por menos de 4.1 leg?ti This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
No. OE HIJOS. I
71 ESTABILIOAO
6 i.
5?
4-U
3 + 2-L
-H-1-1-1-1-1-1-?-1-1-1
NDEFMAMJ
Gr?fica
8.
JASO
N?mero
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d
544
ELSA MALVIDO
Cuadro 6 Proporci?n de leg?timos por cada abandonado, por mes y por per?odo
Meses N D E F
M A M
J J
A S O
Totales
Crisis
Estabilidad
Total
5.1 4.8 4.6 5.6 4.1 5.8 3.7 3.5 3.9 5.4 5.7 5.0
4.2 4.6 4.2 4.1 4.3 5.4
4.6
4.1 4.3 4.4 6.4 5.1 6.0
4.7
4.7
4.7
4.4 4.8 4.2 5.6 3.9 3.9 4.1
5.9 5.4 5.5
4.7
aunque la distribuci?n era casi igual a la del per?odo de crisis, cabe distinguir una primera fase de noviembre a mar
zo, con un alto n?mero de abandonados, n?mero que dis
minu?a en abril y continuaba en el mismo nivel anterior has
ta agosto, que era el mes con la relaci?n m?s baja de todo
el per?odo estudiado, y se manten?a bajo hasta octubre.
En este caso, la explicaci?n del abandono de los hijos
debe buscarse en la situaci?n de miseria en que se manten?a
a la poblaci?n ind?gena aun en per?odos de relativa bo
nanza.
Lo que encontramos aqu?, pues, son formas con
de abandono que el ciclo agr?cola y el hambre impri la poblaci?n, y que en los per?odos de crisis se pres agudas, y en los de estabilidad cr?nicas. Si la fuerz
bajo disponible no era suficiente para la produc
excedente del crecimiento natural de la poblaci?n i se la suministraba a trav?s de los "apadrinados". Es fanos son los que Marx llam?, en fases m?s avan This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
EL ABANDONO DE LOS HIJOS
545
capitalismo, "candidatos al ej?rcito de 'reserva' ": acumu laci?n sin necesidad de adquirir nueva mano de obra.16
?ndice de masculinidad En esta parte del an?lisis entraron en programa 11 101 tarjetas de bautizos.17 El inter?s de esta separaci?n de actas de bautizo por sexo y sus variaciones en cada per?odo con siste en que permite confirmar el hecho hist?rico del aban dono preferentemente femenino, fen?meno com?n a diver sas sociedades precapitalistas y capitalistas embrionarias.18 Los resultados que obtenemos aparecen en el cuadro 7.
Cuadro 7 Bautizos por sexo y por per?odo e ?ndice de masculinidad
(absolutos y porcientos)
H % M % Total % ?ndice
Crisis 2 601 506 2 537 49^3 5 138 46\3 L
Estabilidad 2 937 49.2 3 026 50.7 5 963 53.7 .9
Totales 5 538 49S 5 565 JoJ 11101 100.0
Sabemos que el ?ndice de masculinidad al nacimien es de 52%. Seg?n los datos para el per?odo total tenem una distribuci?n por sexo de 49.9% contra 50.1%. Est diferencia puede explicarse por la mortalidad diferenc por sexo en los primeros ocho d?as de vida, o bien por u subregistro de hombres. En el per?odo de crisis la relaci era de casi 1 a 1, lo que hace suponer que las condicion de supervivencia eran dif?ciles aun para las resistentes m jeres, y en el de estabilidad relativa volv?a a presenta la diferencia con m?s mujeres y menos hombres: 49 hombres y 50.7% mujeres. ?ste es el comportamiento reg trado aun hoy d?a.
le Marx, 1975, m, p. 545.
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ELSA MALVIDO
Veamos el comportamiento de este ?ndice separando las
actas de bautizos por tipo de asimilaci?n social de los na
cidos: los hijos leg?timos presentaban, respecto a los aban donados, un ?ndice de masculinidad inverso: mientras los leg?timos se comportaban casi normalmente, los abandona dos reflejaban un mayor porcentaje de mujeres (ver cua dros 8, 9, 10 y 11). Cuadro 8 ?NDICE DE MASCULINIDAD POR ASIMILACI?N SOCIAL Y POR PER?ODO
Leg?timos Abandonados Total Crisis 1.04 .95 1.02
Estabilidad .95 .99 .97
Totales LOO S7 S9~
?A qu? se debe este abandono y "apadrinam ferencial de mujeres? En primer lugar, la m
agr?cola estaba constituida fundamentalmente trabajo masculina, de manera que un hijo var?
para la familia ind?gena una acumulaci?n de
turo. En segundo lugar, las mujeres, desde peq
cipaban en actividades productivas y en ser "apadrinadas": en las casas como damas de co
vientas, y en los obrajes como hiladoras o tejed das a trav?s del "enganche", etc.19 Finalmente eran la fuerza reproductora del grupo explotad
17 En esta parte del estudio se toman en considera casos, aun aqu?llos que no proporcionan informaci?n dad, pero s? sobre sexo, lo que hace una diferencia de 1 18 Reinhard y Armengaud, 1966, pp. 20-60.
i? "Solamente hay mujeres en los obrajes de Pach pan, etc." Greenleaf, 1967, p. 243. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
E 79 73 152 325 359 684 545 541 1086
A 69 87 156 441 433 874 410 520 1030
Mes M H H y M M H HyM M H H y Al N 89 80 169 382 374 D756 471144454331925335 666 420 390 810 F 74 88 162 381 357 738 404 432 836 89 55
86 92 178 239 288A737 75 66435141480410915398S 808 74 71485145464365949387O 752 897366 734 443 430 873 M 100 95 195 405 376J 8278197505179471356976346J702 75 64439139458368 431 443 881
M 103 104 207 442 437 879 455 445 900
nados, por sexo Leg?timos, por sexo Totales, por sexo Cuadro 9
Total de bautizos por asimilaci?n social, por sexo y por mes
Totales 995 972 2 967 4 555 4 556 9 111 5 550 5 528 11078
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Totales
5 963 100.0
5138 100.0
36.3
53.7
% HyM % HyM % 911 17.8
45.9 539 9.0 1073 17.9
Abandonados
Cuadro 10
46.4
M
467 9.0
H%
444 8.6
45.7
53.5 54.1
54.3
534 8.9
% 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Total 4 560 49.6 4 557 503 9177 100.0 978 8.8 1006 9.0 1984 17.8 11101 100.0
Distribuci?n de los bautizos por sexo, por tipo de asimilaci?n social y por per?odo
4 227 100.0
4 890 100.0
46.6
53.2
M % HyM %
Leg?timos
45.4
2 070 48.9
54.5
2 487 50.8
% 47.3
H
52.7
2 517 51.0 2 403 49.1
Crisis
%
Estabilidad
%
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
Cuadro 11 Hijos leg?timos por per?odo y por mes
Meses N D E F M
A M
J J
A S
O
Total
%
Crisis 345 308 318 338 397 440 350 300 360 370 368 351 4 245 47.7
% Estabilidad % 8.1
7.2 7.4 7.9
9.3 10.3 8.2
7.0 8.4
8.7 8.6 8.2
100.0 100.0
384
352 386 465 425 407 385 362 423 369 368
8.2 7.4 7.5 8.2 9.9 9.0 8.7 8.2 7.7 9.0 7.9 7.8
4 673
100.0
347
52.3
100.0
Total
729
8.1
724 862 865 757 685 722 793 737 719
8.1 9.6 9.7 8.4 7.7 8.1 8.8 8.2 8.0
8918 100.0
100.0
655 670
7.3 7.5
100,0
Los padrinos de los "apadrinados?'
Nada dif?cil es confirmar que los que apadrinaban y adoptaban a estos ind?genas "desprotegidos y rechazados por la sociedad" eran los due?os de los medios de produc ci?n. Registramos 2 099 tarjetas correspondientes a padri nos en los cuarenta y ocho a?os. En ellas encontramos tres tipos de recogedores de hijos: los indios sin apellido, que eran los menos; los indios caciques y principales con ape llido espa?ol desde el siglo xvi (autoridades y due?os de haciendas, estancias y ranchos), y los espa?oles, encomen deros y due?os de obrajes, etc. En el grupo de los padrinos aparecen 175 apellidos es pa?oles, casi todos acompa?ados de los fastuosos "de" o "de la", aunque sean de origen ind?gena. Treinta y siete de estos apellidos coinciden con los de personas reconoci bles en otros documentos, como mercedes de tierras y aguas,
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ELSA MALVIDO
pleitos de tierras, obras p?as y capellan?as.20 Presentamos a
continuaci?n una lista de aquellos que encontramos apa
drinando entre 3 y 78 ni?os:
1. Familias de encomenderos con hacienda y obras p?as:
De Jasso Vel?zquez De Rosas
2. Otros hacendados:
De Serrano De San Antonio, cacique De Villeda, con obra p?a
De Beltr?n, con obra p?a
De ?vila, con obra p?a L?pez, con obra p?a
3. Due?os de ranchos: De los Reyes, cacique
De Jim?nez, gobernador y arrendador de tierras obtenidas por mercedes
De Serrano, hacendado Trejo de la Mota, cacique con obra p?a
4. Otros caciques y principales con mercedes y obras p?as:
De Alvarado De Contreras, gobernador
Garc?a
De C?rdenas, fiscal Moctezuma
De Mendoza, alcalde
Maldonado, gobernador P?rez 20 Vid. supra, nota 7.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
Rodr?guez
De Salinas
De San Antonio
De San Juan 5. Otras familias: De Acevedo, con merced De Aguilar, con merced De los ?ngeles, con obra p?a
Barr?n
Ballesteros De la Corona, con merced Del Castillo, con merced De la Cruz, con merced
De Cu?llar Cabello D?as de Pliego De Estarrona
De Flores
De la Fuente De Granada De Galv?n Gonz?lez
De Herrera De Hern?ndez, con merced De la O y Tinoco, estanciero, con obra p?a
De Lujan De Lara De Luna
M?ndez, heredero de tierras De Montoya, con obra p?a
De Miranda Nieto De Ortiz De la Pe?a De Reina, con obra p?a
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ELSA MALVIDO
Rojo
De Soto De Santiago, hacendado de Atitalaquia S?nchez De Torres
Tinoco Trinchel De Ulloa De Vargas
De Villase?or y Castillo De Verdiguel
De Villafranco
De Z??iga
Las familias que aparecen aqu? no eran las ?nicas que se dedicaban a recoger "apadrinados". Hab?a muchas otras, pero la lista de nombres no nos aportar?a ninguna expli caci?n adicional. El n?mero de "apadrinados" que se recog?a depend?a de la funci?n econ?mica a la que se les pretend?a dedicar. El caso m?s claro es el de do?a Mar?a de la O y Tinoco, viuda, estanciera de ganado menor, con escritura de obra p?a sobre "sesenta cabezas que paran en su poder".21 Adop
t? dieciocho "apadrinados", lo que nos hace suponer que ten?a un peque?o obraje para el cual quer?a a estos peque ?os, o que los utilizaba como ciudadores de reba?os. Como en este caso, encontramos a varias otras mujeres "apadri nadoras", pero sin los documentos b?sicos. En cambio, en el caso de familias que recog?an s?lo uno o dos "apadri nados", el inter?s debi? de haber sido simplemente el de asegurar criados permanentes. La informaci?n anterior sugiere el hecho, que habr? que comprobar, de que algunos de estos recogedores vend?an a
los "apadrinados" a obrajes, haciendas, etc., en Tula y en
otras jurisdicciones: resulta muy extra?o el dato proporcio 21 AHINAH, Fondo franciscano, vol. 49, fs. 31-40.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
553
nado por Greenleaf en el sentido de que en pueblos cer canos a Tula los obrajes s?lo ten?an a mujeres trabajando.22
Las nuevas pol?ticas sociales El fen?meno del apadrinamiento encuentra su explica ci?n en el desarrollo de la sociedad colonial. La domina ci?n espa?ola impuso a los ind?genas nuevas pol?ticas so ciales relacionadas con la reproducci?n de la poblaci?n, la
sexualidad y su control. La legislaci?n al respecto prohibi? la poligamia ?cosa que adem?s contribuy? a centralizar la
herencia y fortalecer la propiedad privada?, prohibi? el
matrimonio entre parientes en primero y segundo grado y aun entre parientes pol?ticos, prohibi? el matrimonio de los indios que no conoc?an el catecismo, y el de los meno
res de edad (de 14 a?os los varones y de 12 las mujeres).
En contra de las pr?cticas prehisp?nicas del matrimonio a prueba y el divorcio, se afirm? la indisolubilidad del matri
monio, lo que contribuy? a mantener a la familia como grupo econ?mico.23 En otros aspectos las costumbres pre
hisp?nicas no se rompieron, como por ejemplo en la actitud ante el adulterio, que era severamente castigado desde an tes de la llegada de los espa?oles. Pero se cre? una estrecha relaci?n entre lealtad conyugal, monogamia y preservaci?n de los hijos leg?timos. Estos cambios trajeron como consecuencia la disoluci?n
de la familia prehisp?nica y de su sistema econ?mico, su sometimiento y la degeneraci?n f?sica y ps?quica que, auna das a la explotaci?n compulsiva, las epidemias y las crisis agr?colas, desembocaron en la ca?da de la poblaci?n ind? gena a fines del siglo xvi. Esto oblig? a la corona y a la iglesia a cambiar algunas de sus pol?ticas sociales. Se trat? 22 Greenleaf, 1967, p. 243.
23 Vera, 1893, p. 269; C?dice franciscano, 1941, p. 94; Monumenta
mexicana, 1968, p. 42; Mendizabal, 1947, m, p. 237; Gamio de Alba, 1941; Carrasco, 1950, p. 100.
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554
ELSA MALVIDO
de suprimir, por ejemplo, la esclavitud y el servicio pers nal en favor de la llamada "libre contrataci?n".24 Pero lo
trastornos ocasionados a la familia ind?gena tuvieron asp tos irreversibles. La imposici?n de la monogamia y la ind solubilidad del matrimonio alimentaron indirectamente adulterio y el heterismo: 25
.. .como la entrada de los espa?oles y las guerras dieron tal
vaiv?n a toda la tierra, y los se?ores naturales se acobar
ron y perdieron el br?o que sol?an tener para gobernar, co ?ste se fue tambi?n perdiendo el rigor de la justicia y castig y el orden y concierto que antes ten?an, y as? no se castig entre ellos ni los mentirosos, ni perjuros, ni aun a los ad?l teros. Por lo cual se atreven las mujeres m?s a ser malas q en otro tiempo sol?an, aunque de los espa?oles tambi?n han
desprendido ellos hartos vicios que en su infidelidad n ten?an.^3
En cuanto al aborto, sabemos que los prehisp?nicos lo
pon?an en pr?ctica, aunque desconocemos las condiciones o motivos que tuvieron para ello. Los espa?oles, obviamente, lo prohibieron, pero la reiterada prohibici?n que hicieron de esta pr?ctica en 1585 hace pensar que se recurr?a a ella en forma m?s o menos com?n. Limitada, de cualquier modo, esta vieja pr?ctica de control natal, la "reproducci?n ind? gena excedente" s?lo pod?a tener dos alternativas: el infan ticidio o el abandono. Ambas formas de control del tama?o
de la familia ind?gena tuvieron repercusiones distintas seg?n
el medio, urbano o rural. Con respecto al infanticidio podemos diferenciar dos ti pos: el que se impone para proteger la moral social y que se relaciona con la ilegitimidad, y el que se impone a los
24 "Jos? Bola?o, due?o de la hacienda de San Nicol?s, solicitando que se le concedan indios de servicio" (1764), en AGNM, Tierras,
vol. 2319. Vid. tambi?n AGNM, Tributos, vol. 30, exp. 22. 25 Engels, s/f, p. 75. 26 Mendieta, 1971, p. 124.
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grupos despose?dos que no pueden conservar a sus hijos, leg?timos social pero no econ?micamente.
El primer tipo de infanticidio es netamente urbano y ha de haber sido casi cotidiano, si consideramos una pro testa del Diario de M?xico del 4 de noviembre de 1805 por la costumbre de tirar a los reci?n nacidos de las azoteas.27
El segundo tipo corresponde al campo, y aunque carecemos de documentos que nos lo especifiquen, la mortalidad post natal nos permite comprobarlo. Otra situaci?n diferencial entre estos dos tipos se refiere a la relaci?n que hay entre el ciclo reproductivo de la poblaci?n y el ciclo productivo
de la misma, dependiendo de la actividad econ?mica de cada lugar. La otra alternativa, la del abandono, es la que nos in teresa m?s por ahora. Poseemos datos sobre el abandono de ni?os en la ciudad de M?xico desde la primera genera ci?n de mestizos resultado de la nueva sociedad. Francisco
Cervantes de Salazar se refer?a en 1554 al colegio de mesti
zos, donde estaban "los hu?rfanos... nacidos de padre es
pa?ol y madre india".28 Para la segunda generaci?n el
problema se agudiz?, y se cre? el Hospital de Desampara dos, donde se recib?an "de noche y a la hora que acudan muchos ni?os que, por la gran pobreza de sus padres y no pudi?ndolos criar por necesidad de que consta por vista de ojos, los llevan all? a que se los crien, y es l?stima grande
saber que la mayor parte de ellos son nietos de conquis
tadores".20
La pr?ctica se mantuvo vigente durante todo el per?odo colonial y lleg? hasta el siglo xrx: En este ?ltimo siglo se ha extendido la misericordia a re
mediar los infanticidios que se experimentaban en los des 27 "Alcanc? a ver en las losas del portal a una criatura nacida muy
pocas horas antes..., la cual acababan de arrojar de una de las azo teas..." Diario de M?xico (4 nov. 1805), pp. 137-139. as Cervantes de Salazar, 1964, pp. 59-60. 2? Cuevas, 1921-1926, m, p. 416.
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graciados casos de ocultar las mujeres su fragilidad por el in ter?s de su vida o de su honor, estableci?ndose en las ciuda
des populosas casas de exp?sitos que sirvieran de cubrir la reputaci?n de la madre y conservar la vida al hijo inocente.30
Por los documentos podemos inferir que se trata en su ma yor?a de hijos del adulterio y del heterismo, es decir, de la monogamia como una forma nueva de explotaci?n. Mu chos de estos ni?os ser?an utilizados como "carne de ca??n" para poblar la Alta California.31
En el campo, la necesidad de mano de obra y la sobre explotaci?n condujeron a otro fen?meno. Hab?a desde lue go semejanzas con los casos de las ciudades: el abandono era siempre un modo de desintegraci?n, descapitalizaci?n, marginaci?n y explotaci?n concreta, cuyo origen era el pau perismo. Pero las alternativas eran distintas: las casas de exp?sitos o la caridad p?blica en la ciudad, y las casas de los due?os de los medios de producci?n en el campo (o sea la caridad cristiana individual). En las primeras, los abando nados se entrenaban para ser aptos social y econ?micamente;
en las segundas, se preparaban para redituar su costo a
corto plazo.
La composici?n ?tnica de los ni?os abandonados tam bi?n variaba en la ciudad y en el campo. De los de la ciu dad se puede asegurar que en su mayor?a eran hijos ile g?timos y adem?s pobres. En cambio, los del .campo eran
hijos leg?timos en su mayor?a rechazados de sus familias no por situaciones morales sino como ?nica alternativa frente
al infanticidio social, o sea al tener que dejar morir de
hambre o enfermedad al reci?n nacido. En las ciudades, por otra parte, no era posible organizar
desde los primeros d?as de vida de los ni?os su distribu 30 AGNM, Varios, vol. 1, pp. 82-85.
Si "Documentaci?n acerca del traslado de artesanos y ni?os exp? sitos de ambos sexos, indios, espa?oles y mestizos mayores de diez a?os, para colonizar Alta California y que aprendan of idos" (1797 1817), en AGNM, Californias, vol. 41, exp. 1-3, fs. 18-55. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
EL ABANDONO DE LOS HIJOS
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ci?n y explotaci?n. En el medio rural, en cambio, era f?cil entregar a los ni?os a la caridad cristiana de una familia, en la que pronto ser?an abierta y legalmente destinados "al servicio dom?stico, a las artes mec?nicas o a la agricultu ra".82 La redistribuci?n de este "tributo biol?gico" era r? pidamente organizada por la iglesia, que contribu?a a iden tificar caridad con apadrinamiento.
Conclusi?n La poblaci?n ind?gena de Tula en los a?os que hemos
estudiado participaba del tercer tipo de pol?ticas de pobla
ci?n que mencion? al principio: las pol?ticas intermedias
sometidas a una legislaci?n que apoya la natalidad pero que limita la sexualidad y sus consecuencias. La raz?n del aban
dono de los hijos por parte de los ind?genas estaba en la explotaci?n a que los somet?a el modo de producci?n capi talista embrionario. De esta condici?n de explotaci?n de pend?a tambi?n el que las caracter?sticas poblacionales y econ?micas de estos ind?genas mostraran una clara correspon dencia entre el ciclo de producci?n de bienes y el de repro
ducci?n de la poblaci?n. Las altas tasas de natalidad no se reflejaban en el crecimiento de la poblaci?n ind?gena por las m?ltiples limitantes: hambre, aborto, infanticidio y aban
dono. La nupcialidad correspond?a a la necesidad de recu rrir a la uni?n en edad temprana para poder reponer r?pi
damente la poblaci?n. El excedente de esta reproducci?n formaba el grupo de los "abandonados", tributo para los due?os de los medios de producci?n. La alta mortalidad infantil se deb?a al infanticidio social y moral, as? como a las condiciones prem?dicas y de desarrollo general; la alta
mortalidad a edades j?venes proven?a de la sobreexplota ci?n de la mano de obra en el campo. El abandono permit?a a los due?os de los medios de pro
ducci?n abastecerse de mano de obra sin depender de los S2 AGNM, Varios, vol. 1, p. 82-85.
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ELSA MALVIDO
movimientos de la misma. Esto repercut?a en la oferta y demanda de mano de obra a corto plazo, permitiendo un juego con salarios bajos para la mano de obra libre. Desde el punto de vista de la fuerza de trabajo, el abandono era una descapitalizaci?n de la familia ind?gena y una capita lizaci?n de los due?os de los medios de producci?n. Estas condiciones permit?an la reproducci?n del sistema, lo que hace pensar en la existencia de una ley general de pobla ci?n para los ind?genas bajo este modo de producci?n. Con vendr?a llevar a cabo estudios semejantes de otros lugares con caracter?sticas socioecon?micas similares y que fueran representativos de zonas m?s amplias para poder llegar a generalizaciones v?lidas.
AP?NDICE T?CNICAS UTILIZADAS EN ESTA INVESTIGACI?N
1. Conteo anual de las actas de bautizos, matrimonios
y defunciones (1593-1813).
2. Revisi?n de las actas de bautizo de un a?o cada cin
cuenta, para obtener las variaciones en el contenido de las
mismas. 3. Dise?o de una hoja intermedia de vaciado de las ac tas, incluyendo tres tarjetas por bautizo: la priemera del ni?o,
la segunda de la madre, la tercera del padre. Cada tarjeta
incluye ochenta columnas.33 4. Vac?o de las ochenta columnas de cada tarjeta, preco dificadas, a excepci?n de los nombres personales y apellidos que se vaciaron textualmente. El total de la informaci?n fue de 30 905 tarjetas para los cuarenta y ocho a?os. 5. Perforaci?n, programaci?n y procesamiento del mate rial. Para este estudio s?lo se utilizaron las tarjetas No. 1,
que corresponden al bautizado y que son 11 101 para los cuarenta y ocho a?os en la primera fase del estudio; y las
No. 4, para los padrinos, que son 2 099. El programa uti lizado fue el S.P.S.S.84
S3 En los casos de apadrinados, e hijos ileg?timos, los padrinos ocu pan las tarjetas de los padres con el n?mero 4.
B4 Vid. Nie et al, 1975.
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EL ABANDONO DE LOS HIJOS
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Los cuadros solicitados fueron
1. Listado total del archivo por a?o. 2. Bautizos por a?o (1683-1730). 3. Bautizos por mes y a?o. 4. Bautizos por asimilaci?n social (leg?timos abandona dos e ileg?timos) por a?o. 5. Bautizos por asimilaci?n social, por mes y por a?o. 6. Los mismos cuadros diferenciados por per?odos. 7. Los mismos cuadros por per?odo y por sexo. 8. Un listado de los nombres de los padrinos de los "apa
drinados".
Los datos utilizados fueron
1. A?o. 2. Mes.
3. N?mero de tarjetas.
4. Sexo.
5. Legitimidad (asimilaci?n social). 6. Nombres de los padrinos.
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO?UNA COFRAD?A URBANA DEL M?XICO COLONIAL?1604-17 30 Asunci?n Lavrin Howard University * El desarrollo en Europa en el siglo xiv de instituciones po pulares de car?cter secular como las cofrad?as tuvo importan tes consecuencias tanto para la iglesia cat?lica como para los seglares. En el contexto de la iglesia, la idea de una forma de fraternidad con prop?sitos especiales dio origen a cien tos de peque?as instituciones que hicieron que gran n?mero de personas de toda ?ndole practicara activamente los prin cipios del cristianismo. Las cofrad?as ayudaron a que la igle sia estableciera nuevos v?nculos entre sus miembros, lo que fue esencial para su obra de proselitismo y para fortalecerla en momentos de crisis. Al difundirse por Europa las cofra d?as se desarrollaron en Espa?a, y su transferencia a Nueva
Espa?a despu?s de la conquista fue s?lo una cuesti?n de tiempo.1 Partiendo de principios modestos en el siglo xvi,
* La autora desea expresar su agradecimiento al American Council of Learned Societies por haber financiado su investigaci?n durante un
verano en el que realiz? parte de este trabajo. Los profesores Frank Mac D. Spindler, Richard Greenleaf y Benedict F. Warren leyeron e hicieron valiosos comentarios a una primera versi?n de este estudio, que fue presentada en la leuni?n de la Southern Historical Association ce lebrada en Atlanta en 1979.
l MacKay, 1977, cap. 9. Para estudios de cofrad?as espec?ficas, vid.
Rodr?guez Fern?ndez, 1972; Montoto de Sedas, 1976; S?nchez de
Sopranis, 1958. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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las cofrad?as rurales y urbanas llegaron a echar profundas ra?ces en Nueva Espa?a para el siglo xvn. La funci?n de las cofrad?as fue la de incrementar la par ticipaci?n en el culto y promover la caridad y la fraterni dad m?s all? del estricto cumplimiento con los sacramentos b?sicos. Cuando un seglar ingresaba a una cofrad?a estable c?a un lazo con la iglesia que le permit?a recibir ciertos be neficios espirituales y materiales. Los beneficios espirituales consist?an en pr?cticas de devoci?n, misas por el alma de
los cofrades o sus parientes, y gracias especiales e indul
gencias.2 Los beneficios materiales variaban seg?n las reglas de cada cofrad?a. Pod?an consistir en el pago parcial o com pleto de gastos funerarios, con una peque?a suma adicional en efectivo para la familia del difunto; en la asistencia de los miembros de la cofrad?a al funeral; en dotes para mu
chachas j?venes o viudas; en hospedaje para cofrades que viajaran o para viajeros en general; en las medicinas o la
hospitalizaci?n de los miembros enfermos o sus parientes
cercanos; y, en algunos casos, a?n en la educaci?n de sus hijos. No todas las cofrad?as brindaban todos estos bene ficios. Lo m?s com?n era que la cofrad?a sufragara los gas tos del funeral y las misas por el descanso del alma del co
frade difunto.
Para obtener estos beneficios materiales y espirituales era esencial que los miembros acataran las reglas de la cofrad?a.
Los miembros estaban obligados a hacer ciertos pagos, ya
fuera en dinero o en servicios. Los pagos en efectivo inclu?an
una cuota de ingreso, suma que en Nueva Espa?a variaba
de varios reales a varios pesos. La mayor?a de las cofrad?as exig?a adem?s una cuota semanal o mensual llamada corna
dillo (peque?a moneda) o jornalillo (parte del jornal dia 2 Las indulgencias absuelven en forma parcial o total las penas en que se incurre por pecados cometidos en vida. Sin embargo, un pecado debe ser perdonado antes de que se pueda ganar una indulgencia. Las indulgencias son otorgadas por las autoridades eclesi?sticas. Vid. New Catholic Encyclopedia, 1967, vn, p. 485.
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ASUNCI?N LAVRIN
rio). Estas cuotas serv?an para sostener los gastos de tipo religioso o extrarreligioso de la comunidad. En algunas de las cofrad?as las cuotas no eran obligatorias, pero se espera ba que los miembros dieran limosnas. Para cumplir con su cuota de servicios los miembros pod?an participar en el
cuerpo de gobierno de la cofrad?a, recaudar limosnas o prac ticar principios de caridad y hermandad que eran la raz?n de ser de estas instituciones.
Casi todas las cofrad?as exig?an la asistencia de sus
miembros a ceremonias religiosas en honor del santo patro
no o la advocaci?n de la comunidad y a otras fiestas que
se?alara su reglamento. Estas ceremonias representaban una parte esencial de las actividades de la comunidad. En ciertas cofrad?as, especialmente de zonas rurales, la fiesta del santo patrono constitut?a el evento m?s importante del a?o. Los miembros de las cofrad?as tambi?n estaban obligados a asis tir a .los funerales y misas por el alma de los cofrades. Al gunas, como la del Cord?n de San Francisco, requer?an la asistencia de sus miembros a ejercicios espirituales durante la cuaresma y el rezo diario de algunas oraciones. Estas pr?c ticas de devoci?n constitu?an las obligaciones espirituales de la membres?a, siendo la m?s importante la veneraci?n del santo patr?n.
Entre las pr?cticas de caridad se inclu?a la visita a co frades enfermos o a los necesitados de consuelo, ya fuera
en sus casas o en hospitales. El hospedaje de viajeros era otro servicio que ofrec?an y resultaba importante en una ?poca
en la que los alojamientos p?blicos eran escasos. Los miem bros de algunas cofrad?as tambi?n enterraban a criminales
que hab?an sido ejecutados. El perd?n a los enemigos, el acto de reconciliar a los que se hab?an distanciado o el de adoctrinar a personas en la fe eran pr?cticas que tambi?n se consideraban valiosas. De esta manera, las cofrad?as ha c?an hincapi? en el auxilio mutuo de los miembros y en las
obras piadosas de cada uno. Aunque las obras de caridad
llegaron a ser un gran est?mulo en cada comunidad, los be neficios espirituales que los miembros esperaban obtener tu This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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vieron una importancia que por ning?n motivo debe ser olvidada. El car?cter eminentemente espiritual de las cofrad?as y congregaciones se percibe en la importancia concedida a las indulgencias dentro de las reglas de cada instituci?n. Las in dulgencias eran extremadamente detalladas y, para mejor instrucci?n de los cofrades, a veces se imprim?an por sepa rado. La indulgencia plenaria con absoluci?n total se reci
b?a al ingresar en la cofrad?a y a la hora de la muerte, siempre que se hubiera vivido cristianamente ci??ndose a las reglas, o por actos especiales de devoci?n espiritual. Las indulgencias parciales pod?an obtenerse con obras de cari dad o servicios. Aunque los historiadores han puesto m?s inter?s en las cofrad?as como instituciones econ?micas o so ciales, eso no quiere decir que pueda soslayarse su objetivo primordial religioso. Todo acto espiritual o material de los miembros expresaba su deseo de obtener las gracias prome tidas. Tal motivaci?n tuvo un significado trascendental, tan to a nivel religioso como personal, que bien entendido ex
plica por qu? la iglesia dio todo su apoyo a instituciones
que tan h?bilmente lograron combinar retribuciones espi rituales y materiales.3 s Las archicofrad?as pueden dar origen a otras instituciones semejan tes. Vid. New Catholic Encyclopedia, 1967, iv, p. 154. Esta descripci?n general de las reglas y prop?sitos de las cofrad?as del M?xico colonial se basa en el examen de los siguientes estatutos de fundaci?n: "Cons tituciones de la cofrad?a de la Coronaci?n de Cristo y San Benito de Palermo" (Veracruz, 1801), "Nuevas constituciones de la cofrad?a de la Sant?sima Trinidad de la ciudad de Quer?taro" (1792), "Constituciones de la cofrad?a de San Nicol?s Tolentino" (Puebla, 1802), "Constitucio
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ASUNCI?N LAVRIN
Adem?s de estos est?mulos, hubo otro que contribuy? a la aparente popularidad y ?xito de las cofrad?as. El poder sentirse miembro de un grupo especial dentro de la iglesia y compartir deberes y privilegios especiales fue un fuerte incentivo para los que solicitaban admisi?n. Los cofrades se sent?an privilegiados tanto espiritual como materialmente al obtener recompensas que otros feligreses no compart?an. Es m?s, algunas cofrad?as llegaron incluso a adoptar orde nanzas en las que se exclu?a expl?citamente a personas por
su origen ?tnico, su oficio, o por ambas causas. Aunque menos obvio, el requisito de una cuota de ingreso y otra
semanal o mensual, o de una cuota extraordinaria a perso nas provenientes de otros lugares, fue una manera de excluir
a aquellos que no pudieran pagar. En esta forma, aun en
las cofrad?as m?s humildes los miembros ten?an conciencia
de ser individuos selectos. En algunos casos, dentro de la elite socioecon?mica, esta conciencia lleg? al extremo de con vertirse en una clara pol?tica exclusivista.4 (Coyoac?n, 1691), en AHINAH, Colecci?n Lira, vol. 21; "Cofrad?a del Sont?simo Sacramento ? Testimonio de la fundaci?n de la de M?xico y sus constituciones", "Traslado de las ordenanzas de la cofrad?a del Sant?simo Sacramento en el pueblo de Autl?n" (1682), en GSU/ASMG, cofrad?as, hojas sueltas; "Fundaci?n de la cofrad?a de Se?or san Joseph, partido de Chilchota" (1760), "Fundaci?n de la archicofrad?a del Cor d?n de San Francisco" (P?njamo, 1760), en GSU/AHAOM, seca 5, leg.
236; "Constituci?n de la cofrad?a de Nuestra Se?ora de Guadalupe"
(Chilchota, 1687), en GSV/AHAOM, seca 2, leg. 76; estatutos de funda ci?n de la cofrad?a de las ?nimas del Purgatorio (Chilchota, 1687) , de la cofrad?a de Jes?s Nazareno (Cuitzeo, 1687) , de la cofrad?a de Nues
tra Se?ora de Guadalupe (Apaseo, 1687), y de la cofrad?a de Nuestra
Se?ora de la Purificaci?n (R?o Verde, 1756), en GSU?AHAOM, seca 2, leg. 254. Los siguientes t?tulos se conservan en microfilm en la Colec ci?n Medina de la Biblioteca del Congreso, en Washington: Patentes, cal800; Fundaci?n, 1716; Alcocer y Vera, 1738; Sumario de las gracias, cal700; Vedaurre, 1700; Sumario de gracias, 1794; Nuevas constitucio
nes, 1782; N??ez de Miranda, 1667; Palafox y Mendoza, 1786; Pre sentaci?n, 1776; Reglas y obligaciones, 1731; Reglas de los congregan tes, 1694.
4 MacKay, 1977, pp. 194-195. Los beneficios materiales que ofrec?an
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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No debe sorprendernos que una rama tan importante de la iglesia cat?lica hubiera florecido en el M?xico colonial. Los conceptos religiosos populares ind?genas y espa?oles se conjugaron en ceremonias y experiencias comunales de las que las cofrad?as fueron un adecuado veh?culo institucional. A fines del siglo xv?n hab?a 425 cofrad?as registradas en el arzobispado de M?xico.5 Eran de diverso car?cter tanto por sus recursos econ?micos, su membres?a y las formas espec? ficas del culto y la ayuda comunal, pero sin duda eran una parte intr?nseca del M?xico urbano y rural. Exist?an, sin embargo, diferencias significativas entre las cofrad?as rura les y las urbanas, que no deben pasar desapercibidas. La ma yor?a de las cofrad?as rurales de la Nueva Espa?a eran de ind?genas y casi siempre estaban bajo la direcci?n del cura local y bajo la jurisdicci?n del clero secular. En la pr?ctica, muchas cofrad?as presentaron quejas acusando al clero por malversaci?n de fondos.6 Las cofrad?as urbanas estaban cons tituidas por miembros de diversos grupos ?tnicos y no es taban necesariamente subordinadas al clero. Casi siempre
eran unidades aut?nomas que, despu?s de recibir la apro baci?n can?niga del obispo o arzobispo, se reg?an por un
cuerpo de gobierno elegido entre los miembros. Aun cuan do en ese cuerpo hubiera habido sacerdotes o incluso miem bros de las ?rdenes religiosas, no fueron ellos los que con trolaron los asuntos de las cofrad?as. De esta manera, las cofrad?as urbanas representaban verdaderamente los intere ses y las metas de su membres?a. Aparte de diferencias en su administraci?n, todas las co las cofrad?as rara vez fueron de un valor monetario tal como para ser el principal incentivo para que los miembros de la elite socioecon?mica desearan ser admitidos. La motivaci?n principal fue el prestigio de per tenecer a ciertas cofrad?as. As?, la mayor?a de los miembros de esas cofrad?as solicitaban su admisi?n una vez que hab?an logrado un estatus
social o con el objeto de reafirmar su alta posici?n en la sociedad colonial. 5 AGNM, Cofrad?as y archicofiadias, vol. 18, exps. 18, 19. ? Serrera Contreras, 1977, pp. 373-376.
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frad?as eran instituciones sociales importantes por medio de
las cuales se vinculaba a distintos niveles a los seglares con la iglesia. Pocas, por no decir ninguna de las comuni dades del M?xico colonial, estaban libres de influencia ecle si?stica, ya fuera de car?cter social, econ?mico, cultural o espiritual. Las cofrad?as casi no han sido estudiadas dentro de este esquema de relaciones.7 Es de lamentar, ya que qui z? despu?s de la iglesia parroquial o la misi?n, la cofrad?a fue el veh?culo utilizado con mayor frecuencia por perso nas de todos los niveles sociales para organizarse socialmen te fuera de la familia. Era tambi?n una asociaci?n que le daba una direcci?n especial a sus vidas, tanto en lo pr?c tico como en lo espiritual, permiti?ndoles canalizar sus ener g?as hacia fines administrativos, caritativos o piadosos. Su elevado n?mero demuestra cuan importante era la necesidad que llenaban. He escogido una de estas instituciones en la capital del virreinato, la de Se?or San Pedro, para mostrar su importancia hist?rica.
Fundaci?n y membres?a
La congregaci?n de San Pedro fue establecida en 1577
en la iglesia de la Pur?sima Concepci?n, a iniciativa de don Pedro Guti?rrez de Pisa, vicario general de indios y chinos del obispado de M?xico y dignatario de la catedral de Pue bla, contando con el apoyo absoluto del obispo Pedro Moya de Contreras. Al no contar con un local propio, la congre
gaci?n se mud? a la iglesia de San Juan de la Penitencia
y m?s tarde fij? su sede permanente en la iglesia de la San t?sima Trinidad. La cofrad?a de este lugar le don? un terre no para que construyera su propio edificio. Clemente VIII 7 Vid. De la Torre Villar, 1967, pp. 410-39; Serrera Contreras,
1977; P?rez Rocha, 1978, pp. 119-132. Serrera dedica parte de su cap? tulo vin al estudio de las cofrad?as de Jalisco, que en su mayor?a eran rurales. Que yo sepa no existen otros estudios especializados sobre las cofrad?as mexicanas de la ?poca colonial.
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dio la aprobaci?n papal en 1584. El prop?sito principal de
la congregaci?n era promover el culto a San Pedro entre los miembros del clero y ofrecer ayuda cristiana, material y espi
ritual a todos los cl?rigos. Aunque la veneraci?n del santo patr?n era un acto de fe para los miembros, la tarea pri mordial era la del dar apoyo despu?s de la muerte. Todos los cofrades se compromet?an a pagar tres misas por las al mas de otros miembros y acompa?aban a los difuntos al lugar donde eran enterrados. La cofrad?a pagaba el costo de los entierros y el de una misa anual por el alma de los miembros idos. Los servicios para los vivos consist?an en dar abrigo a los cl?rigos que viajaban a sus parroquias o por razones de trabajo, ayudar a los cl?rigos pobres que estaban en situaci?n dif?cil, y ayudar asimismo a los cl?rigos pri sioneros que necesitaran sustento o ayuda legal. Se proyect?
un hospital para el futuro, con la condici?n de que brin
dara cuidado especial a los sacerdotes dementes.6
La congregaci?n fue establecida con el prop?sito fun
damental de servir al clero, pero no exclu?a a los seglares,
que con el tiempo pasaron a ser parte importante de la misma. Al a?o de su fundaci?n, San Pedro contaba con s No he podido localizar el texto completo de las reglas de esta
congregaci?n. Un texto abreviado para uso de los miembros fue reim preso en 1724 y 1725. Ambos se localizan en la Colecci?n Medina (mi crofilm) de la Biblioteca del Congreso en Washington. El t?tulo de esta publicaci?n es El congregante prevenido, etc. (El congregante, 1724). En esa misma colecci?n hay una versi?n, a?n m?s breve, de las reglas
de la congregaci?n de San Pedro fundada en Puebla en 1648 por el obispo Juan de Palafox (Palafox y Mendoza, 1786). Mi estudio de
la congregaci?n de San Pedro de M?xico comprende el per?odo de me diados del siglo xvii (1640) a fines del primer cuarto del xv?n (1730), para el que existen fuentes documentales s?lidas y relativamente conti nuas. Adem?s esos fueron a?os de consolidaci?n para esta comunidad, en los que se definieron actitudes y el curso que seguir?a durante el resto del periodo colonial. La documentaci?n para el per?odo de 1730 a 1760 tiene lagunas considerables. Las cuentas de San Pedro se han conservado s?lo en forma fragmentaria para el per?odo estudiado, pero permiten la
reconstrucci?n de la estructura y la evoluci?n econ?mica de la ins
tituci?n.
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sesenta y ocho miembros, la mayor?a cl?rigos, aunque pron to comenzaron a aparecer en los libros de ingreso nombres
de seglares distinguidos.9 Aunque t?cnicamente cualquier cl?rigo que estuviera en buenos t?rminos con la iglesia po d?a ser miembro de San Pedro, s?lo miembros de la elite social de Nueva Espa?a eran admitidos. Este criterio selec
tivo qued? establecido en 1580, a los tres a?os de la fun daci?n de la cofrad?a, cuando ingresaron en ella el virrey don Lorenzo Su?rez de Mendoza, conde de La Coru?a, y su esposa do?a Catalina de la Cerda, la primera pareja vi
ireinal que form? parte de la cofrad?a. Habi?ndose estable cido as? el car?cter exclusivo de la membres?a, la congrega ci?n nunca dej? de aceptar solicitantes laicos distinguidos. San Pedro ten?a una alta conciencia de clase y rango y rara vez permiti? la entrada a personas que estuvieran por de bajo de niveles acordados t?citamente. En San Pedro fueron bienvenidos en primer lugar los cl?rigos, que constitu?an la espina dorsal de la congregaci?n. Sacerdotes de todo el pa?s solicitaron admisi?n, pero casi todos los miembros fueron de la capital o de sus alrededores. Puede argumentarse, sin eimbargo, que muchos de los sacer
dotes no eran ricos y no pertenec?an a la elite social. De
hecho, uno de los prop?sitos principales de la cofrad?a era el de brindar ayuda a los cl?rigos en sus momentos dif? ciles. Pero no obstante, puede decirse tambi?n que aun los t> Primer libro de ingresos de la cofrad?a (1577-1722) , en ASSA. El acervo del archivo de Salubridad y Asistencia fue organizado con un sistema num?rico por el profesor Donald B. Cooper a principios de la d?cada de 1960. Sin embargo, en 1978 comenz? a reorganiz?rsele con un nuevo sistema de catalogaci?n. Un fichero con una nueva numera
ci?n debe de estar ahora a la disposici?n de los investigadores. Este
cambio represent? un problema para m?, ya que tom? muchas notas con el viejo sistema y no pude permanecer en la ciudad de M?xico el tiem po suficiente para que se terminar? la reclasificaci?n. Para solucionar este problema opt? por utilizar el t?tulo de los documentos y sus fechas en lugar del n?mero del volumen, lo que debe permitir a otros estu
diosos la localizaci?n de los documentos aun cuando el sistema haya cambiado.
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cl?rigos pobres eran considerados como parte de la elite social, en la medida en que casi siempre eran de origen
espa?ol, que eran hijos leg?timos, y que gozaban del respeto y del estatus conferido a los eclesi?sticos. M?s a?n, adem?s de que todos los miembros del clero eran aceptados sin te ner en cuenta su situaci?n financiera, el cuerpo de gobier no de la congregaci?n estaba integrada por can?nigos, doc tores en teolog?a o sacerdotes bien situados en la jerarqu?a
eclesi?stica
En el siglo xvi la cuota de ingreso a la cofrad?a que pagaban los cl?rigos era de veinte pesos. A principios del
xvii se redujo a catorce pesos y volvi? a aumentar a veinte a mediados del siglo, permaneciendo as? hasta el xvin. El
monto de la cuota permit?a que toda clase de cl?rigos en trara a la cofrad?a, ya se tratara de abogados de la inqui
sici?n, abogados de la audiencia, profesores de la universi dad o simples p?rrocos. Los cuotas no ten?an nada que ver, sin embargo, con el prestigio. La cuidadosa selecci?n de los miembros seglares y la b?squeda activa de miembros entre los obispos, arzobispos y virreyes trajo como resultado un n?mero relativamente peque?o pero muy selecto de congre gantes. En los siglos xvii y xv?n San Pedro contaba entre sus miembros a Juan de Ortega y Monta??s, obispo de Mi choac?n y arzobispo de M?xico, a Mateo Saga de Bugueiro, arzobispo de M?xico, a Jos? Lanciego y Eguilez, arzobispo
de M?xico, y a fray Felipe Galindo de Ch?vez, obispo de
Guadalajara.10 Entre los miembros que fueron virreyes es 10 Primer libro de ingresos (1577-1722), en ASSA. En el siglo xvi
dos miembros llegaron a ser obispos de Filipinas. Diego V?zquez de Mercado y fray Domingo de Salazar. El doctor Bartolom? Lobo Gue rrero, que entr? como miembro en 1589, fue despu?s arzobispo de Nue va Granada. La congregaci?n ten?a sesenta y ocho sacerdotes en 1689. El n?mero de miembros seglares resulta dif?cil de determinar en cual
quier fecha, ya que nunca se menciona en los libros de cabildos. En
1724 hab?a 312 cofrades. En ese af?o la congregaci?n se vanagloriaba de haber estado bajo la protecci?n de diecisiete virreyes, tres cardena les, cincuenta y ocho obispos y arzobispos, y de haber tenido entre sus
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taban don Gaspar Z??iga y Acevedo, conde de Monterrey (1595-16?3) ; don Francisco Fern?ndez de la Cueva, duque de Alburquerque (1653-1660) ; don Antonio Sebasti?n de Toledo, marqu?s de Mancera (1664-1673), y Alvaro Manri que de Z??iga, marqu?s de Villamanrique (1585-1590) .11 Los criterios de admisi?n se discutieron en las sesiones
del cuerpo de gobierno. En marzo de 1634 la cofrad?a ob jet? la posibilidad de mezclarse con los sastres de la cofra d?a de la Sant?sima Trinidad durante la procesi?n de sema
na santa. El cuerpo de gobierno arg?y? que San Pedro
estaba integrada en su mayor?a por personas de muchas le tras, prendas, m?rito y calidad, que no deb?an mezclarse con personas de menor cuant?a como los sastres.12 Otro des pliegue de orgullo de clase tuvo lugar al discutirse la soli citud de ingreso de Mar?a Ortiz en enero de 1678. Ella ten?a al parecer un gran inter?s en pertenecer a la congregaci?n. Ofreci? quinientos pesos en efectivo como cuota de ingreso y la transferencia de un altar de quinientos pesos que ante riormente hab?a ofrecido a la cofrad?a de la Sant?sima Tri miembros a caballeros, abogados de la audiencia, etc. Afirmaba que des de su fundaci?n hab?a tenido 3 153 miembros. Vid. El congregante, 1724. n Primer libro de ingresos (1517-1722) ; libro de cabildos 1681-1693,
en ASSA. Don Melchor Portocarrero Laso de la Vega, conde de Mon clova, virrey de Nueva Espa?a (1686-88) y del Per?, fue admitido en la congregaci?n en 1689, siendo ya virrey del Per?. La mesa de San Pedro manifest? su orgullo herido cuando los virreyes Juan de Leiva y de la Cerda, marqu?s de Leiva y de ?Ladrada y conde de Ba?os (1660 64), y Antonio Sebasti?n de Toledo, marqu?s de Mancera (1664-73), sa lieron de M?xico sin despedirse de la congregaci?n. Esto qued? asentado al margen del libro de ingresos. Es un ejemplo de la extremada sensi bilidad social de la instituci?n y, en gran medida, de la alta sociedad
de Nueva Espa?a en el siglo xvn.
12 Sesi?n de 30 mar. 1643 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA. La archicofrad?a de la Sant?sima Trinidad, fundada en 1582, ten?a dos ti pos de miembros en el siglo xv?n: sastres y se?ores de "nobleza y dis tinci?n". Vid. sus constituciones en AGNM, Bienes nacionales, leg. 188. Para expresiones de la conciencia que ten?a del estatus, vid. "Libro de cabildos que comenz? el 17 de octubre de 1711", fol. 196 y fol. 97 de 1712, en ASSA;
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nidad, pero a pesar de ello San Pedro rechaz? su solicitud debido al oficio que ella desempe?aba. Mar?a era partera y se consideraba que era "una ocupaci?n indecente" que no es taba a tono con una comunidad de gente de letras que ik> desempe?aba ocupaciones degradantes que pudieran deslu cir al resto de la comunidad.13
Adem?s de estos se?ores de letras cuya membres?a se consideraba deseable, se aceptaron a algunos profesionistas. Ingresaron m?dicos, boticarios, arquitectos y abogados.14 Al gunas mujeres fueron admitidas aparentemente sin ninguna dificultad. Poco despu?s del ingreso de la virreina condesa de La Coru?a, las esposas de otros miembros de San Pedro tambi?n ingresaron, estableciendo un precedente que se ob serv? durante los siglos xvii y xv?n: casi todas las mujeres
eran esposas de cofrades. Al admitirse a una pareja, cada uno pagaba su cuota de ingreso por separado. Mujeres no casadas fueron miembros de la cofrad?a con menor frecuen
cia que las casadas, y casi siempre se trataba de viudas de hombres de alta reputaci?n aun cuando ellas mismas per tenecieran a familias de alto nivel social. Hubo, sin embar go, casos de mujeres casadas que solicitaron la admisi?n por su cuenta y la obtuvieron. En 1690 do?a Josefa G?mez in gres? a la cofrad?a, aunque no su esposo Andr?s de Almo guera. En 1694 la virreina do?a Elvira de Toledo, condesa
de G?lvez, ingreso a la cofrad?a sin que la acompa?ara su esposo.15 Por regla general, sin embargo, las mujeres obtu
13 Sesi?n de 26 ene. 1678 -libro de cabildos 1663-1680, en ASSA. 14 Sesi?n de 10 mayo 1643 -libro de cabildos 1629-1644 en ASSA. Las constituciones estipulaban que la congregaci?n tuviera consejeros
legales. En marzo de 1677 Antonio Gonz?lez de Velasco, solicitador
de la audiencia, ingres? como miembro. El mismo d?a Juan L?pez de
Pareja sustituy? como asesor legal de San Pedro a su predecesor que
hab?a muerto. La congregaci?n requer?a que sus miembros abogados se abstuvieran de litigar en contra de otros miembros, bajo pena de ex pulsi?n. Vid. Sesi?n de 6 mar. 1677 ?libro de cabildos 1663-1680; sesi?n de 24 ene. 1642 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA; El congregan te, 1724. 15 Primer libro de ingresos (1577-1722), en ASSA. Vid. las anotado
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vieron el privilegio de ser miembros de la cofrad?a a trav?s
de sus esposos. Esta situaci?n cambi? en 1642 con una de cisi?n de la cofrad?a. En marzo de ese a?o, San Pedro pidi? a varios miembros seglares cubrir el costo de ornamentaci?n del santo patrono y otros gastos para la semana santa. Como diez de ellos encontraron alguna excusa para no contribuir, la cofrad?a decidi? no admitir a las esposas.16 Tambi?n al gunos maestros de oficios fueron admitidos a fines del si glo xvii. Se trataba de maestros artesanos de alto nivel (maes tros de gremios y fundidores de campanas) que al parecer no hac?an bajar la calidad del resto de la comunidad.17
Los miembros seglares pagaban un precio alto por el
privilegio de codearse unos con otros. A fines del siglo xvi miembros de la audiencia, caballeros de las ?rdenes de San tiago y de Alc?ntara, bur?cratas, regidores del ayuntamien to, escribanos, capitanes de milicia y comerciantes ricos pa gaban la suma de mil pesos para ser admitidos.1^ Para 1641,
sin embargo, la congregaci?n estuvo dispuesta a admitir miembros por quinientos pesos, debido a la depresi?n eco n?mica por la que atravesaba el reino, que hac?a imposible encontrar a tantas personas ricas como en el pasado.19 De bido a la relativamente precaria situaci?n financiera de la congregaci?n, las cuotas de ingreso fueron reducidas con el objeto de reclutar nuevos miembros.
A mediados del siglo xvii, al verse presionada para cu
brir sus necesidades, San Pedro encontr? en la admisi?n de
n?s de 1636, 1639, 1677, 1689, 1691, 1694, 1703 y 1713. Las tres mujeres
admitidas en 1588 eran Mencia Mu?oz de Mendoza, esposa de Pedro Hern?ndez de Alfaro; Catalina de Peralta, esposa de Agust?n de Vi llanueva, y Francisca N?f?ez, esposa del juez Vasco de Puga. i* Sesi?n de 25 mar. 1642 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA. 17 Sesi?n de lo. ene. 1690 ?libro de cabildos 1681-1694; sesiones de 23 die. 1713, 25 mar. 1715 - libro de cabildos 1711-1724, en ASSA. 18 Sesi?n de 6 feb. 1640 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA.
i* "No hay personas que puedan ofrecer esta cantidad de pesos a
este tiempo tan apretado, por estarlo tanto el reyno..." Sesi?n de 11 de mayo 1641 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA. Vid. tambi?n la sesi?n del 30 de marzo de 1643.
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seglares un medio para recabar fondos r?pidamente. En 1640 la iglesia necesitaba reparaciones urgentes y el comerciante Bernab? de Medina ofreci? quinientos pesos y varios orna
mentos de plata, por lo que fue aceptado r?pidamente. En 1641 diez nuevos miembros fueron admitidos para recabar cuatro mil pesos para la reparaci?n de! la iglesia. Su n? mero se elev? despu?s a doce. A fines de la d?cada de 1650 los gastos subsecuentes de construcci?n y restauraci?n de la iglesia y los edificios de la cofrad?a se cubrieron de la mis
ma manera.20 En 1677, para una emergencia parecida, la cuota de admisi?n fue reducida a doscientos cincuenta pesos.21
No se fij? nunca el n?mero de seglares admitidos cada a?o. ?ste dependi? no s?lo de las necesidades econ?micas de la cofrad?a, sino tambi?n del n?mero de seglares que
pod?an pagar la cuota de ingreso y estaban dispuestos a ha
cerlo. Aunque durante casi todo el siglo xvn la cuota se
pagaba en efectivo, para finales de siglo se permitieron al gunas irregularidades. Un caballero de Santiago no identi
ficado y "corto de medios" prometi? pagar al a?o de ser
admitido.22 Otros presentaron libranzas en lugar de dinero
en efectivo y algunos pagaron sus cuotas de admisi?n en
abonos mensuales.23
A pesar de admitir artesanos y de la aparente laxitud
en el pago de las cuotas de ingreso, San Pedro sigui? siendo 20 Sesiones de 17 feb. y 15 mar. 1659; cuentas presentadas al abad, del dinero de las recepciones y sus gastos en la f?brica del coro (1659), en ASSA, papeles sueltos. En este a?o San Pedro recab? 3500 pesos ad
mitiendo a diez miembros nuevos que pagaron cuotas de 250 y 500 pesos cada uno. No es clara la raz?n por la que las cuotas variaban. 21 En 1677 se admiti? a veintisiete seglares para juntar un total de 5 250 pesos. Libro de cabildos 1633-1680, en ASSA. 22 "Cuentas de don Nicol?s de Acevez" (1701-1702), en ASSA. 23 El capit?n Nicol?s G?mez y su esposa ofrecieron como cuota de ingreso seiscientos pesos en abonos de cincuenta pesos semanales y fue ron admitidos. El comerciante Juan de la Riva fue admitido en forma
semejante pagando veinticinco pesos semanales hasta cubrir los qui
nientos de su cuota. Sesi?n de 23 die. 1713 ?libro de cabildos 1711-1724, en ASSA. Vid. tambi?n 26 mar. 1715.
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una cofrad?a exclusiva y costosa, con membres?a restringida
La pol?tica de recibir a relativamente pocos seglares y co brar cuotas altas la hizo socialmente m?s deseable. Sin em bargo, es importante tener en cuenta que San Pedro no de seaba tener un n?mero muy alto de seglares, para poder mantener su car?cter de cofrad?a para cl?rigos. Esto se puso en evidencia en la sesi?n del 28 de abril de 1677, cuando qued? claro que la cofrad?a quer?a restringir el n?mero d?
miembros seglares para evitar inconvenientes y problemas.24
Aunque no exist?a ninguna duda de que las necesidades econ?micas y la admisi?n de miembros seglares estaban re
lacionadas, la cofrad?a no pas? por alto su misi?n como instituci?n al servicio de los cl?rigos. S?lo esta prioridad puede explicar la desventaja econ?mica que sufr?a al acep tar a miembros del clero por la suma de veinte pesos. Entre 1660 y 1662 San Pedro admiti? a veintid?s nuevos cofrades
cl?rigos por un total de 465 pesos, suma menor a la que
un solo miembro seglar representaba en sus arcas.25
Organizaci?n interna
Como otras cofrad?as, San Pedro ten?a reglas cuidado
samente establecidas para la administraci?n de sus asuntos
espirituales y terrenales. Hab?a un cuerpo de gobierno o mesa y un cuerpo de cofrades seglares y cl?rigos. El jefe de la cofrad?a era el abad, que s? eleg?a de entre los miem bros cl?rigos de la cofrad?a. Todos los cofrades de San Pe dro votaban para elegir al abad. El hecho de que se consul tara a todos los miembros pon?a de manifiesto el tipo de "democracia" corporativa t?pica de la mayor?a de las cofra
d?as. El abad permanec?a en su puesto por tres a?os y pod?a ser reelegido por un a?o m?s. Sin embargo, desde 24 Sesi?n de 28 abr. 1677 -libro de cabildos 1663-1680, en ASSA. 25 "Cuaderno de cargo y data del bachiller Nicol?s de Figueroa San
doval" (18 ene. 1660 ? 13 ene. 1682), en ASSA.
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una ?poca tan temprana como 1643, la mesa declar? que no era deseable sentar precedente de reelecci?n, ya que la cofrad?a contaba con una amplia gama de personas valiosas que pod?an y deb?an ser impulsadas a prestar este servicio.26 En el per?odo estudiado el abad era generalmente un miem bro prestigioso de la iglesia secular, frecuentemente del go
bierno eclesi?stico de la catedral metropolitana. En 1640
don Pedro de Barrientos, tesorero de la catedral, fue elegido
como abad por 82 miembros de la cofrad?a. En 1689 se eligi? a Manuel Escalante y Mendoza, quien despu?s fue obispo de Michoac?n, y en 1724 al distinguido religioso y hombre de letras Juan de Castore?a y Urs?a, que despu?s
fue obispo de Yucat?n.27 La mesa estaba integrada por miembros elegidos por la propia mesa y era de car?cter predominantemente eclesi?s tico. En 1640 estaba formada por dos diputados, tres con sejeros, un vicario, un maestro de ceremonias, un secretario y un ayudante. Durante esa d?cada se crearon dos puestos
de padres consejeros para cl?rigos de edad avanzada que hubieran sido miembros de la mesa y pudieran continuar prestando servicios como asesores. En la d?cada d? 1670 hubo tambi?n un nuncio y para fines de siglo un maes trescuela, cuyos puestos eran similares a los de los digna tarios del cabildo catedralicio. El n?mero de consejeros au ment? a tres durante el primer cuarto del siglo xvin. El mayordomo, que administraba las propiedades y asuntos financieros de la congregaci?n, no era considerado miembro
de la mesa. Sirviendo de enlace entre la mesa y los miem bros de la cofrad?a estaban los custodios, tambi?n elegidos por la mesa de entre los miembros seglares. La funci?n de los custodios era ocuparse del bienestar y la conducta de los 2? Sesi?n de 10 ene. 1643 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA. 27 Sesi?n de 17 ene. 1640 ?libro de cabildos 1629-1644; sest??n de 21
mar. 1689 ?libro de cabildos 1681-1694; sesi?n de 16 nov. 1724 -libro de cabildos 1724-1728, en ASSA,
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ASUNCI?N LAVRIN
miembros de la cofrad?a. Cada uno era asignado a un barrio de la ciudad y era responsable de que los cofrades asistieran a las funciones de la cofrad?a, y de prestarles atenci?n y darles consejo cuando lo requirieran. Los custodios tampoco eran miembros de la mesa.
La mesa discut?a todos los asuntos de San Pedro como
instituci?n: cuestiones tales como la admisi?n de miembros, inversiones de capital, compras de propiedades, administra
ci?n de fondos, juicios legales y ceremonias religiosas. En los siglos xvii y xviii la mesa se reun?a una o dos veces al mes, aunque la frecuencia de las juntas variaba seg?n el n?mero y la naturaleza de los negocios que se deb?an discu tir.28 Todos los integrantes de la mesa tomaban sus tareas en serio, ya que consideraban como un deber religioso sus servicios a la instituci?n. Rara vez qued? registrado alg?n comentario desfavorable acerca del papel de alg?n miem bro, pero si era necesario pod?a ser puesto de manifiesto. En 1711, por ejemplo, la mesa manifest? su descontento con el doctor Agust?n Cabanas, abad y can?nigo de la igle sia catedral, por su falta de inter?s en las actividades de la congregaci?n.29
Adjunto a la cofrad?a exist?a un colegio, o cuerpo de
sacerdotes designado para administrar los sacramentos a los miembros de la congregaci?n y, m?s adelante, a los pacien tes del hospital, y para decir misas por las almas de los que hab?an fallecido. Los miembros del colegio se sosten?an con capellan?as fundadas con fondos piadosos, y algunas veces ten?an derecho a residir en el edificio, ya que frecuentemen
te se trataba de personas de pocos medios. La cofrad?a ejerc?a un control considerable sobre los colegiales, impo ni?ndoles reglas de conducta que si no eran acatadas po d?an ser causa de la expulsi?n del sacerdote transgresor. El colegio era considerado como una instituci?n separada, ya 28 Para esta descripci?n general de la organizaci?n de la congre
gaci?n utilic? los libros de cabildos. 29 Sesi?n de 17 oct. 1711 -libro de cabildos 1711-1724, en ASSA.
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que contaba con su propio rector y vicerrector y con sus pro
pios fondos. A pesar de ello, el mayordomo que adminis
traba las finanzas de San Pedro tambi?n se hac?a cargo de las del colegio. La funci?n del colegio tend?a a recalcar el car?cter cerrado de la cofrad?a, reforzado por otras reglas
como la que prohib?a a sacerdotes que no fueran miem bros celebrar misa en el altar principal de la iglesia de la Sant?sima Trinidad.80 Servicios de beneficencia. El hospital l?a. naturaleza dual, espiritual y material, de los benefi cios que ofrec?an las cofrad?as nos lleva ahora a considerar los servicios que la de San Pedro brindaba a sus miembros. Los servicios de beneficencia eran la manifestaci?n pr?ctica de los principios de fraternidad de la instituci?n. Entre los m?s importantes estaban los servicios m?dicos y medicinas que San Pedro logr? brindar gratuitamente a sus miembros para mediados del siglo xvn. Los boticarios y m?dicos da ban servicios y medicinas gratuitas con la esperanza de lo
grar en cambio su admisi?n a la cofrad?a. Despu?s de un per?odo de prueba la mayor?a de los de la profesi?n eran admitidos. La admisi?n desde luego no daba fin a sus obli gaciones. Todos deb?an continuar prestando servicios mien tras fueran miembros.
A pesar de la aparente p?rdida econ?mica que repre sentaban los servicios gratuitos, nunca faltaron aspirantes a los puestos de m?dico, boticario o cirujano oficial. Cuando se a.br?an vacantes por la muerte de alguno, llov?an solici tudes para conseguir este honor. Durante el primer cuarto del siglo xviii exist?an m?dicos propietarios y una lista de 30 Sesiones de 7 feb. 1634, 12 sep. 1640 ?libro de cabildos 1629
1644; sesiones de 20 jun. 1663, 28 abr. 1677 ?libro de cabildos, 1663-1680; carta de cordillera para los se?ores curas beneficiados (1694); papeles sueltos (1702), en ASSA. Los ?ltimos incluyen solicitudes de sacerdotes para ser colegiales.
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ASUNCI?N LAVRIN
espera de futurarios.81 Sin embargo, en 1727 la pr?ctica
de aceptar m?dicos futurarios fue interrumpida.32 El otorgamiento de servicios m?dicos y medicinas gratui tas no estuvo, sin embargo, exento de problemas y dio lugar a repetidas quejas por parte de quienes recib?an estos bene ficios. Al parecer el entusiasmo de los boticarios y ciruja nos deca?a una vez que eran admitidos en la cofrad?a. Las quejas presentadas ante la mesa mostraban que hab?a parsi monia en la entrega de medicinas o que se cobraban hono rarios por servicios supuestamente gratuitos.83 Los de la
profesi?n alegaban que los miembros de la cofrad?a bien pod?an pagar por las medicinas o los servicios. Despu?s de que se fund? el hospital en 1689, la cofrad?a adopt? un sistema en el que un m?dico prestaba sus servicios durante
unos meses y era relevado por otro al terminar su per?odo. Este sistema hizo que al parecer disminuyera la presi?n que
se ejerc?a sobre los m?dicos a nivel individual y alent? a
m?s voluntarios. En 1689 cuatro m?dicos daban servicio al
hospital y a los miembros, y ya en 1722 eran seis.84 El inter?s por proveer gratuitamente de servicios m?di
cos y medicinas a los miembros llev? a la realizaci?n de la m?s ambiciosa de las metas de San Pedro: la fundaci?n de un hospital para los cl?rigos de la congregaci?n. Las bases si Sesiones de 17 ago. 1677, 26 ene. 1678 ?libro de cabildos 1663
1680; sesi?n de 25 jun. 1689 ?libro de cabildos 1681-1694; sesiones de sep. 1712 (fol. 95), 3 ene. 1721, 17 jun. 1722 -libro /de cabildos 1711 1724; sesiones de 16 nov. 1724, 20 nov. 1726, jun. 1728 (fol. 171v.) ?libro de cabildos 1724-1728, en ASSA.
?2 Sesi?n de 20 nov. 1727 -libro de cabildos 1724-1728, en ASSA. Otras cofrad?as en Nueva Espa?a ofrec?an medicinas. Ese fue el caso de la de San Nicol?s Tolentino, que tenia reglas cuidadosamente esta blecidas para la provisi?n de medicinas. Vid. "Constituciones de la co frad?a de San Nicol?s Tolentino" (Puebla, 1802), en AGNM, Cofrad?as y archicofradias, vol. 15.
33 Sesi?n de 10 abr. 1664 ?libro de cabildos 1663-1681; sesi?n de
24 sep. 1712 -libro de cabildos 1711-1724, en ASSA.
B4 Sesi?n de 25 jun. 1689 -libro de cabildos 1681-1694?; sesi?n 17
jun. 1722 -libro de cabildos 1711-1724, en ASSA.
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para la fundaci?n del hospital se hab?an puesto en las re glas originales de la congregaci?n, pero el proyecto no s? hab?a podido llevar a cabo sobre todo por falta de los fon dos necesarios para una empresa tan costosa y compromete dora. A mediados del siglo xvn las finanzas de San Pedro pasaron por un per?odo de prueba, y resulta dif?cil decir con seguridad si a fines de la d?cada de 1680 la congrega ci?n hab?a alcanzado el suficiente desahogo como para so portar el esfuerzo de fundar un hospital. Sin embargo, una vez que el abad en turno dio el impulso inicial, la idea co br? fuerza y pronto se convirti? en realidad. El que propuso y abog? por el establecimiento del hos pital fue el doctor Manuel Escalante y Mendoza, abad en 1689, quien record? a la mesa su obligaci?n de cumplir con una de las metas originales, que despu?s de cien a?os toda v?a no se hab?a podido alcanzar. Propuso recabar los fon dos para el hospital de la misma forma en que se hab?an reunido en ?pocas anteriores: admitiendo nuevos miembros seglares.85 El momento era apropiado aparentemente, porque
una vez que la mesa aprob? esta idea y la comunic? a los miembros se le dio una c?lida recepci?n. El abogado de la
audiencia, Novoa Salgado, alab? el proyecto y con su apoyo San Pedro pudo ponerlo en marcha a fines de 1689. La con gregaci?n obtuvo las contribuciones econ?micas esperadas, en particular de muchos cl?rigos. A fines del siglo xvn hubo un repentino aumento de capital para inversiones y cr?dito en San Pedro, que es dif?cil de explicar si no como resul tado de un mayor inter?s en las actividades de beneficen cia de la cofrad?a y de un creciente patronazgo. En el mis
mo a?o en que se fund? el hospital, Domingo Larrea, un conocido comerciante, don? quinientos pesos. Do?a Loren za de Velarde tambi?n don? varias casas que anualmente produc?an quinientos pesos. El arzobispo de M?xico don? otros quinientos pesos. En 1694 el cl?rigo licenciado Fran B5 Sesiones de 4 feb., 7 mayo 1689 ?libro de cabildos 1681-1694;
carta de cordillera (1694), en ASSA.
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ASUNCI?N LAVRIN
cisco de Vergara fund? varias capellan?as con un fondo total
de doce mil pesos. Finalmente el capit?n Antonio de Villa lengua don? m?s de diez mil pesos para varios fondos pia dosos.86
Una vez que el capital se puso en movimiento la con
gregaci?n comenz? a construir el hospital, adaptando para ello varias casas que ten?a cerca de la iglesia de la Sant?sima Trinidad. Una bella descripci?n de la planta y los servicios del hospital aparece en un documento de 1693. Cada cuarto ten?a una mesita de escribir, una o dos bancas, un ba?l de cedro, un cancel decorado, un tapete y una cama con col chones, almohadas y sobrecamas nuevos.87 El hospital ten?a
un ba?o "muy precioso" y en esa ?poca comenzaba a sem
brarse un jard?n con distintas clases de flores, plantas y una fuente de "notable primor". El jard?n estaba destinado al recreo de los enfermos.
Los pacientes recib?an en el hospital todas sus comidas y medicinas sin importar su costo, siempre y cuando hubie ran sido recetadas por los m?dicos encargados. Cuatro m? dicos prestaban servicios en el hospital, altern?ndose cada trfes meses. Tambi?n hab?a dos cirujanos. Varias mujeres de
edad ayudaban con la limpieza y dos cocineros s? hac?an
cargo de la cocina. Los cl?rigos enfermos pod?an traer con sigo a enfermeras o sirvientas de edad, pero esta pr?ctica qued? descontinuada en 1724.38 Aunque el edificio a?n no estaba terminado en 1689, el hospital comenz? a recibir pa cientes que para fin del a?o eran once. Algunos sacerdotes pobres y enfermos fueron enviados al hospital desde las pro vincias. Otros fueron trasladados de otros hospitales de la ciu 8? Sesiones de 7 mayo 1689, ene. (no se indica el d?a), lo. jun.
1694 ?libro de cabildos 1681-1684; "?ndice de la separaci?n de capitales"
(1727), en ASSA; "Cuenta y relaci?n de las rentas del colegio y hos
pital de San Pedro"; en AGNM, Bienes nacionales, leg. 1768, exp. 1.
37 Carta de cordillera (1694), en ASSA. 3? Carta de cordillera (1694) ; sesiones de 23 nov. 1724, 27 mayo
1726 -libro de cabildos 1724-1728, en ASSA.
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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dad y algunos desde fuera (Espa?a, La Habana, y Nueva Granada) .8* Durante los primeros cuatro a?os el hospital recibi? un m?ximo de diecis?is pacientes anuales que sufr?an enferme dades como disenter?a, tifo, sarampi?n, fiebres, enfermeda des de la piel y locura. El coeficiente de mortandad era rela tivamente bajo (nunca hubo m?s de cuatro muertos al a?o),
y en su primer a?o el hospital se enorgullec?a por la casi "milagrosa" recuperaci?n de un sacerdote que hab?a perma necido dieciocho a?os en el hospital de San Hip?lito.40 A cargo del hospital estaba un enfermero mayor, cuyas fun ciones eran las de ayudar al m?dico, comprar vituallas, su pervisar las comidas, comprar ropa y s?banas y asegurar que los pacientes recibieran la mejor atenci?n f?sica y espi ritual. Esto ?ltimo inclu?a soportar con esp?ritu verdadera mente cristiano sus posibles impertinencias. Para estas tareas se le asignaron cien pesos al a?o, adem?s de casa y comida.41 Durante las primeras tres d?cadas en servicio el hospital su fri? d?ficits, pero la dedicaci?n personal de los enfermeros
hizo posible que siguiera funcionando a pesar de los a?os
dif?ciles y los desbalances presupuestarios.42 Durante el primer cuarto del siglo xvm el hospital tuvo pocos pacientes, por lo que pudo ofrecerles tratamiento es
pecial y, en general, buena atenci?n. Los pacientes conta ban con ropa, privacidad y buenos cuidados. S? registraron
dos casos de sacerdotes enfermos de elefantiasis y lepra res pectivamente, y fueron enviados a pabellones separados y se destinaron fondos especiales para costear sus tratamientos. &9 Raz?n de los sacerdotes que se han curado en este hospital (1693),
en ASSA. 40 ibid.
41 Sesi?n de feb. (no se indica el d?a) 1712 ?libro de cabildos 1711 1724, en ASSA.
42 "Petici?n de aprobaci?n de cuentas del hospital de San Pedro" (mar. 1690) ; "Reporte del licenciado Mateo Ortiz Milano sobre las
cuentas" (3 ago. 1689) ; "Libro de data y gasto de la casa, colegio y hos pital de San Pedro" (1717-1719) , en ASSA.
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ASUNCI?N LAVR1N
El hospital tambi?n tuvo bajo su dudado a algunos cl?rigos dementes, a quienes atendi? en todas sus necesidades.43 Si la comida que los pacientes recib?an pudiera servir de ?n dice para determinar el trato que se les daba, el nivel de San Pedro era alto, ya que se les proporcionaba una dieta estable y sustancial, de comida simple pero nutritiva. Cada semana se adquir?an cordero, pan y chocolate. Entre 1728 y 1729 el hospital compraba diariamente de once a diecis?is libras de cordero para once personas que resid?an en el esta blecimiento. En 1729 el hospital compr? un promedio men sual de 427 libras de cordero y, en 1730, de 450 libras. El consumo de chocolate era alto: se compraba por arroba y se repart?a diariamente. El pan, comprado en tortas, tam bi?n se distribu?a a diario. El cordero se coc?a en estofado,
para lo que se compraban especies y aceite. En 1720 el
enfermero mayor trat? de bajar los costos de la comida in troduciendo un plato de manzanas cocidas antes del esto fado, que era el platillo principal. Las manzanas como pri
mer plato pod?an ayudar a reducir la cantidad de carne para el estofado, pero el experimento dur? poco. Despu?s de una semana, la cantidad que se compr? de cordero vol vi? a ser la de antes. A los pacientes delicados se les daba pollo, leche y hue
vos. Cada semana se serv?an verduras y frutas tales como ce bollas, jitomates, manzanas y granadas, pero no sabemos en qu? cantidades. Tambi?n eran frecuentes en el men? las mer meladas y el atole. Las mermeladas se preparaban en la co cina del hospital. Las compras navide?as inclu?an productos tradicionales como pasas, almendras, higos, nueces, cacahua tes, fruta fresca, bu?uelos, ensalada, turrones, postres espe ciales, camarones y pavo. En 1729 el enfermero destin? vein
tid?s pesos para esta fecha especial, suma cuantiosa si se
considera que los gastos de la comida de tres meses en ese mismo a?o ascendieron a 210 pesos.44 Aunque la informa
43 Sesi?n de lo. jul. 1713 ?libro de cabildos 1711-1724; sesi?n de
ene. 1726 (fol. 117) -libro de cabildos 1724-1728, en ASSA.
44 En 1699 el hospital compr? 165 ovejas para la cocina. "Cuenta
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ci?n sobre la atenci?n que brindaba el hospital es limitada,
la que existe indica que la instituci?n era en verdad un
refugio en el que los cl?rigos pod?an esperar cuidados dig
nos y especiales. En un siglo en el que los enfermos reci b?an poca atenci?n, la existencia de este centro representaba verdaderamente un servicio para la clase que favorec?a.
Estructura econ?mica
Al acercarse la cuarta d?cada del siglo xvn San Pedro ?a m?s de sesenta a?os de su fundaci?n? estaba lejos de haber logrado una s?lida base econ?mica. Oscilaba, por el contrario, entre la solvencia y la bancarrota. Esta situaci?n
era en parte un reflejo de la ?poca ?la ciudad estaba su
friendo una inundaci?n cuyas consecuencias econ?micas ha br?an de ser resentidas bastante tiempo? y en parte por su propia estructura econ?mica. En esto ?ltimo San Pedro era una instituci?n eclesi?stica urbana t?pica del siglo xvn.
Pose?a algunas tierras donadas por patronos y tratata a toda costa de que se volvieran productivas. Ten?a o administra ba los ingresos de varias capellan?as y censos sobre propie
dades rurales y urbanas. En 1640 sus propiedades urbanas eran m?nimas y no consideraba siquiera la posibilidad de los pr?stamos. Como se ha dicho anteriormente, las cuotas de los cl?rigos de San Pedro eran insuficientes para que se y relaci?n jurada de don Nicol?s d? Acevez" (1698-1699), en ASSA. Entre enero y diciembre de 1702 San Pedro compr? 179 ovejas a un costo de 304 pesos 7 reales. "Cuentas de don Nicol?s de Acevez" (1701 1702), en ASSA. En 1717 el hospital compr? entre veintid?s y veintis?is
pesos de pan al mes. El consumo mensual de pan en el mes de mayo (por ejemplo) fue de 420 tortas. En julio de 1717 se consumieron tres arrobas de chocolate y su costo fue de 42 pesos 3 reales. En otros me ses el consumo fue de dos arrobas. Entre el 2 de abril de 1717 y marzo de 1720 el gasto total de pan fue de 876 pesos iVi reales; el de cho colate fue de 1 069 pesos 7 reales. No se indica el precio de la carne. En el mismo per?odo el hospital gast? 621 pesos 5 reales en s?banas y ropa para los pacientes. "Libro de data y gasto de la casa, colegio y hospital de San Pedro" (1717-1719), en ASSA.
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ASUNCI?N LAVRIN
pudiera acumular capital. Las cuotas de los seglares eran altas, pero casi todo su producto se destinaba a la cons trucci?n y no generaba capital nuevo. Este panorama no cambi? sino cuarenta o cincuenta a?os despu?s, cuando se
incorporaron nuevos elementos al esquema econ?mico b?si co. La modificaci?n del esquema no signific?, sin embargo, un cambio radical en la estructura. ?sta y otras institucio nes eclesi?sticas desarrollaron un sistema de ingresos, inver siones y cr?dito orientado hacia el logro de ingresos segu ros y un moderado aumento de capital, sin sobrepasar estos l?mites estrechos en busca de lucro. La expansi?n se ve?a como acumulaci?n y no como diversificaci?n y multiplicaci?n.
Un problema continuo que enfrent? San Pedro fue el
de encontrar una fuente segura de numerario para cubrir sus gastos. Las altas cuotas asignadas a los seglares produc?an ganancias r?pidas, pero no resolv?an las necesidades a largo plazo. Los donativos para obras p?as, como las capellan?as, no beneficiaban directamente a la instituci?n. En 1635 la congregaci?n pidi? autorizaci?n al arzobispo Francisco Man so para pedir limosna para su sostenimiento y el de los cl? rigos pobres. Al mismo tiempo, sin embargo, los acreedores se presentaron ante la mesa para cobrar sus deudas. En 1640 San Pedro consider? la idea de pedir dinero prestado para cumplir con sus obligaciones, pero hizo esfuerzos por evi tarlo.45 A lo largo de esos a?os el haber m?s importante de la cofrad?a fue una hacienda en la jurisdicci?n de Tam pico que hab?a donado un abad anterior. La administraci?n de esta propiedad estaba plagada de dificultades. La congre gaci?n se enfrent? as? a un problema que era com?n a las instituciones urbanas que ten?an propiedades rurales en lu
gares distantes. El arrendamiento de la tierra estaba en manos de administradores, y en la mayor?a de los casos resul
taba dudoso que entregaran a sus due?os todos los ingre sos. La supervisi?n de las propiedades era poco efectiva y
45 Sesiones de 7 ene., 6 mayo 1635; 8, 14 sep. 1638; 4 mayo 1639; 20 sep., 13, 22 oct. 1640 ?libro de cabildos 1629-1644, en ASSA.
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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cuesti?n de suerte, y su resultado un d?ficit cr?nico que lle
vaba a la p?rdida de capital. En 1640 la hacienda de ganado mayor de Tampico es taba en malas condiciones. La visita de un supervisor, el
bachiller Juan de Inostrosa, para relevar a un administra dor secular, dio lugar a continuas peticiones de dinero en 1641 y 1642 para reanudar los trabajos de la hacienda y el rodeo del ganado. En 1643 San Pedro tom? la misma senda que otras instituciones eclesi?sticas estaban siguiendo o ha br?an de seguir: vendi? la tierra con un censo de tres mil pesos.4,6 Esta propiedad estuvo destinada a ser vendida o arrendada varias veces durante el siglo xvn. En consecuen cia, sigui? en condiciones f?sicas malas, llena de deudas y bajo una administraci?n tan deficiente que hasta hubo una revuelta de sus esclavos. A pesar de estas circunstancias, en 1677 fue vendida nuevamente en nueve mil pesos. La ha cienda ten?a entonces treinta esclavos valuados en cinco mil
pesos, que representaban el activo m?s importante de la propiedad. Otras propiedades tambi?n se mencionan en
las actas de cabildo y en las cuentas, pero ninguna era de la
importancia de la de Tampico. Al parecer muchas eran propiedades con censos a favor de San Pedro, pero que la cofrad?a en s? misma no administraba.47 Durante casi todo el siglo xvn las propiedades urbanas no fueron importantes en la estructura econ?mica de San Pedro. En la d?cada de 1640 el ?nico edificio urbano de la cofrad?a era la iglesia con las casas anexas que albergaban al colegio. Este patr?n de propiedades urbanas cambi? en 4? Sesiones de 8, 14 sep. 1638; 20 sep., 13, 22 oct. 1640; 11 mayo
1641; 9 die. 1642; 3 ene., 15 jun., 2 oct. 1643 ?libro de cabildos 1629 1644, en ASSA. 47 Sesiones de 29 ago., 7, 21 die. 1677 ?libro de cabildos 1663-1680, en ASSA. En varias cuentas se menciona un trapiche en Yahualica. La congregaci?n ten?a un censo por 4 500 pesos establecido ah?, pero el capital estaba en litigio; para 1728 se declar? perdido. "?ndice de la se paraci?n de capitales" (1727) ; "Cuenta y relaci?n jurada del licenciado don Juan Antonio Linares" (1728-1729), en ASSA.
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ASUNCI?N LAVRIN
forma significativa a fines del siglo xvn.48 Las rentas de San
Pedro aumentaron diez veces entre la d?cada de 1670 y la de 1700. Tambi?n aument? el n?mero de censos sobre pro piedades rurales y urbanas. Este crecimiento financiero re sulta dif?cil de explicar. Las actas de cabildo de la mesa no ayudan a esclarecer cu?l fue la raz?n que hizo cambiar la pol?tica econ?mica de la cofrad?a. Al parecer, la funda ci?n del hospital en 1689 contribuy? a que aumentara el patronazgo, haciendo que las donaciones en efectivo, en propiedades o en censos sobre propiedades fueran m?s numero
sas.49 Tambi?n debe tenerse en cuenta que a fines del sir glo xvn y durante el siglo xvm las inversiones en bienes ra?ces se hicieron cada vez m?s populares, seg?n indican las cuentas de otras instituciones del clero.60 En 1649 San Pe dro invirti? parte de dos donativos en efectivo para cape llan?as, para construir casas que en la siguiente centuria ha br?an de producir ingresos considerables.51 Por otro lado, en 1690 vendi? algunas propiedades por considerarlas dif? ciles de rentar. Comentarios en este sentido por parte del administrador en relaci?n a otras propiedades sugieren que
San Pedro adquiri? conciencia acerca de las posibilidades del mercado de bienes ra?ces. A principios del siglo xvm San Pedro ten?a treinta propiedades, aunque como en mu
4S "Cuentas presentadas por el licenciado Diego de Villegas" (1659) ; "Cuaderno de cargo y data del bachiller Nicol?s de Figueroa Sandoval" (1660-1662) ; sesiones de 30 ene., 23 feb. 1642 ?libro de cabildos 1629 1644, en ASSA.
4? "?ndice de la separaci?n de capitales" (1727); ?libro de cabildos
1717-1724, en ASSA. ?o Vid. Lavrin, 1973, pp. 91-122. 51 Sesiones de lo. jun., 27 jul. 1694 ?libro de cabildos 1681-1694, en ASSA. Dos grandes donativos piadosos se registraron ese a?o. El licen ciado Francisco de Vergara fund? dos capellan?as con doce mil pesos. La mitad de esta cantidad se destin? para terminar de construir unas casas. Do?a Tomasina H. de Vargas fund? dos capellan?as con una suma parecida, y la mitad de este dinero pas? tambi?n a la terminaci?n de las casas llamadas alca?cer?a.
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO
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chos casos se trataba de conjuntos de casas, su n?mero era superior al de treinta.52 En 1703 las casas produc?an ingresos por 3 300 pesos anua les y para fines del per?odo estudiado las propiedades ur banas de San Pedro estaban valuadas en 96 540 pesos y pro duc?an 4 657 pesos.53 Las propiedades urbanas habr?an de producir una creciente proporci?n de ingresos durante el resto del siglo xvm. En 1804 las casas produc?an 6 872 pe sos (sin contar ca?dos), lo que representaba m?s del sesenta por ciento del total de los ingresos de la cofrad?a.54 El cre
cimiento urbano de la ciudad de M?xico recalc? el valor
de los bienes ra?ces como inversi?n segura y confiable. Otros dos recursos que San Pedro utiliz? para ganar in gresos fueron los censos y los pr?stamos. Los censos queda ron firmemente establecidos como el tipo favorito de inver si?n de la mayor?a de las instituciones eclesi?sticas en el siglo xvn. En la d?cada de 1660 San Pedro ten?a censos es tablecidos sobre la mayor parte de sus casas, sin contar el ca
pital hipotecado en la hacienda de Tampico. De hecho los censos urbanos eran una de las principales fuentes de ingre sos fijos de la congregaci?n.55 En forma paralela a la inver
52 "Cuentas de don Nicol?s de Acevez" (1701-1702), en ASSA. Las
casas que aparecen en esta cuenta rentaban entre sesenta y cien pesos al a?o. La que rentaba m?s era una que estaba cerca del colegio de San
Pablo, que hab?a sido donada por un tal bachiller Calleja y produda
un ingreso de 552 pesos 4 reales. Ir?nicamente, otra redituable propie dad de la ca?le de Ortega consist?a ?nicamente de cuartos rentados. De las treinta propiedades declaradas en 1707, diez ten?an accesorias o cuar tos que se rentaban casi siempre a gente pobre. Un informe de 1717
da idea de la clase de personas que rentaban las casas de San Pedro:
mujeres en n?mero considerable, zapateros, vendedores de frutas y ver duras, carpinteros, tenderos, pintores, tejedores y otros miembros de la clase trabajadora. Vid. "?ndice y mapa de las fincas de San Pedro" (1716
1717), en ASSA
53 -Cuentas de don Nicol?s de Acevez" (1701-1702) ; "Cuenta y rela ci?n jurada del licenciado Juan Antonio Linares" (1728-1729), en ASSA.
54 "Cargo y data de las rentas... de San Pedro" (1804), en ASSA.
55 "Relaci?n jurada del bachiller Felipe de Contreras" (1672-1673) ; "Cuaderno de cargo y data del bachiller Nicol?s de Figueroa Sandoval"
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si?n en bienes ra?ces, los censos y los pr?stamos cobraron importancia en el ?ltimo cuarto del siglo xvn. Para 1702 la cofrad?a hizo pocos aunque cuantiosos pr?stamos a cono cidos comerciantes mineros. Domingo de la Canal recibi?
un pr?stamo por once mil pesos. Entre 1699 y 1700, Do mingo de la Rea obtuvo otro por veinte mil con un r?dito del seis por ciento. Don Antonio Villalengua, uno de los patronos de la cofrad?a, facilit? parte de esta suma. Con fre cuencia algunos patronos hicieron donativos que la cofrad?a us? para hacer pr?stamos a otros comerciantes o terratenien tes, quedando los intereses para la instituci?n. Don Andr?s Rebollar y don Francisco Garc?a Cano obtuvieron tambi?n un pr?stamo por once mil pesos del mismo Villalengua. An tes de que pidieran este pr?stamo, la suma hab?a estado en
poder de Pedro Ruiz de Casta?eda. Entre 1700 y 1702 Ni
col?s L?pez de Landa y compa??a tom? seis mil pesos pres tados de Villalengua.56 Gracias a este patronazgo San Pedro adquiri? el capital suficiente para entrar al mercado crediticio. Siguiendo el ejemplo de otras instituciones, la cofrad?a otorg? pr?stamos cuantiosos a prestatarios seguros. En 1729 la congregaci?n ten?a colocados en censos y pr?stamos 47 044 pesos (la docu
mentaci?n no separa los datos para cada categor?a). Uno
de los pr?stamos era por veinticinco mil pesos y fue otor gado a Jos? de la Cerda Moran, quien asegur? el pr?stamo
hipotecando su puesto en el gobierno. Se trataba de una cantidad exageradamente alta para un solo individuo, pero al parecer los pr?stamos eclesi?sticos del siglo xvm en M?xico favorec?an a un n?mero peque?o de propietarios.57
(1660-1662) , en ASSA. En 1662 los ingresos por censos fueron de 270 pesos, suma menor a?n que la de los 345 pesos recabados por la admi si?n de cofrades. 56 "Cuentas de don Nicol?s de Acevez" (1701-1702), en ASSA. 57 "Cuentas y relaci?n jurada del licenciado don Juan Antonio de Linares" (1728-1729), en ASSA. El haber del hospital no se incluy?. He
encontrado que este patr?n de cr?dito predominaba en la ciudad de
M?xico a f?nes del siglo xvm. Vid. Lavwn, 1978.
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Desde la fundaci?n de la cofrad?a su haber y el del cole gio, y m?s tarde el del hospital, hab?an estado mezclados. Se hab?a considerado tanto al colegio como al hospital como adjuntos a la congregaci?n. Siempre que se recib?a un do nativo se hipotecaba a favor de las propiedades de la con gregaci?n, a menos que el patrono lo especificara de otra manera. La funci?n del mayordomo era la de pagar al sacer dote a favor del cual se hab?a establecido la capellan?a, pero
era la mesa la que decid?a en qu? forma se gastaba el di
nero. Despu?s de ciento cincuenta a?os de hacer malabaris
mos con los n?meros se lleg? a una compleja mara?a de
hipotecas y capellan?as que resultaba dif?cil de comprender aun para la mesa. Algunas anotaciones en las actas de cabil
do indican que, en la d?cada de 1720 y a pesar de su cre ciente capacidad econ?mica, San Pedro segu?a atrasado en
sus pagos a algunos acreedores e intentaba hacer econom?as reduciendo los gastos del hospital. Al parecer esta situaci?n dio origen a una auditor?a mayor, que estuvo a cargo del licenciado Juan Cordero y Guzm?n, quien fue contratado para que desentra?ara cu?l era el haber de cada uno de los tres componentes de la congregaci?n. El resultado de la audi tor?a qued? oficialmente aprobado en el mes de noviembre
de 1727, as? como la divisi?n final y la separaci?n de su haber.08
Cuadro 1 Fuentes de ingreso de la congregaci?n de San Pedro, su colegio y hospital (pesos)
Congregaci?n Colegio Hospital
Propiedades 93 780 2 760
Censos (incluye pr?stamos) 18 194 47 740a 44 990
Total (184 984 pesos) 111974 47 740 47 750
a De esta cantidad, 11 260 pesos no estaban vinculados a la congregaci?n.
5? "?ndice de la separaci?n de capitales" (1727) , en ASSA.
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Esta imagen tan n?tida no est? acorde con la que ofre cen las cuentas que el mayordomo present? tan s?lo dos
a?os despu?s. En 1729 el capital que produc?a intereses (tam
to de la congregaci?n como del colegio) era de 47 044 pe
sos, en vez de los 65 934 que resultaron en la auditor?a de 1727. La ?nica manera de conciliar esta discrepancia es res tando 18700 pesos de capital perdido o en litigio, que ob viamente fue incluido como activo cuando se hizo la sepa-: raci?n de partidas en 1727. Aunque al parecer el prop?sito legal del trabajo de contabilidad de 1727 fue el de determi nar qu? capital pertenec?a a cada componente de la congrer gaci?n, la manipulaci?n diaria o anual que el administrador
hac?a de ese capital obedec?a a consideraciones de tipo
pr?ctico y no legal. Lo que resulta de este complejo sistema de contabilidad es que a fines del primer cuarto del siglo xvm todas las pro piedades de San Pedro eran urbanas y representaban el cin cuenta por ciento de sus ingresos. Las casas produc?an 4 538 pesos en 1729, es decir, 32.3% de los 14 012 pesos de ingreso total que ten?a la cofrad?a. Los censos y pr?stamos produc?an 4 656 pesos, es decir, un 33.2%. Como no se hizo separaci?n en los ingresos por censos y pr?stamos resulta dif?cil medir el impacto que tuvo San Pedro como instituci?n de cr?dito, especialmente en lo relativo a los pr?stamos y la proporci?n de capital que se destin? para ello. Sin embargo, el pr?sta
mo de veinticinco mil pesos hecho a una sola persona su
giere que la congregaci?n estaba interesada en usar su haber para atender las nuevas demandas econ?micas de su tiempo. Otro tipo de ingreso eran las d?cimas de capellan?as, es decir, la d?cima parte de las capellan?as que administraba la cofrad?a. Esta fuente de ingresos contribu?a muy modesta
mente al presupuesto final y esta situaci?n no cambi? en mucho tiempo. En 1729 produjo 338 pesos 5 reales. Las cuotas de admisi?n produjeron otros trescientos pesos. Los donativos representaron 2 100 pesos. San Pedro obtuvo tam bi?n 1 580 pesos por la venta de plata antigua. El total de todos estos ingresos fue destinado a la, reparaci?n de casas This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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y de la iglesia. Dicho de otra manera, la tercera parte de
los ingresos de la cofrad?a (3 680 pesos) fue destinada a for talecer otra forma de ingreso, la de las propiedades urbanas. El contador que revis? las cuentas del mayordomo hizo hin
capi? en el hecho de que las casas estaban en general en
mal estado y requer?an cuidado constante. Sugiri? que par te del dinero que se utilizaba para pr?stamos se destinara a hacer estas reparaciones, ya que su producto era m?s se guro que el cinco por ciento de los pr?stamos.59 Aunque ?ste fue un comentario personal, es importante porque ayuda a comprender por qu? la cofrad?a comenz? a adquirir propie dades urbanas durante las ?ltimas d?cadas del siglo xvn y sigui? fomentando este rengl?n a lo largo del siglo xvni.
Conclusi?n Dada su membres?a, conciencia social y car?cter especial,
ser?a arriesgado suponer que San Pedro fue una cofrad?a colonial t?pica. Tampoco ser?a adecuado, sin embargo, ha cerla a un lado y considerarla como una instituci?n elitista no representativa. Para conciliar estos rasgos aparentemente contradictorios vienen al caso algunos comentarios finales. San Pedro era similar en muchas formas a otras cofrad?as.
Lo era en sus fines espirituales y los medios que utilizaba
para alcanzarlos, en su estructura y en sus intereses econ?mi
cos. La gente es la que da forma a las instituciones y las instituciones reflejan el pensamiento socioecon?mico y las cir
cunstancias de su tiempo. La mayor?a de las instituciones 5? "Cuentas y relaci?n jurada del licenciado don Juan Antonio de Linares" (1728-1729), en ASSA. El contador afirmaba que "m?s impor tan y fructifican las casas, estando habitables, que el cinco por ciento de r?ditos", Las opiniones sobre este asunto estaban, sin embargo, divi didas. En a?os anteriores, durante una sesi?n de la mesa verificada el
4 de febrero de 1706, el abad sugiri? que los seis mil pesos que se
hab?an obtenido por la venta de una propiedad rural deb?an darse en pr?stamo a una persona del comercio hasta encontrar propiedades se
guras donde imponerlos. Vid. sesi?n de 4 feb. 1706, en ASSA, pape les sueltos.
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religiosas de la Nueva Espa?a segu?an patrones de gastos, consumo, inversiones y cr?dito semejantes a los de San Pe dro. En estas cuestiones se adoptaron o introdujeron pocas innovaciones a mediados y a finales de la ?poca colonial.60 Por lo que se refiere a su conciencia de clase, San Pedro no estaba sola como instituci?n deseosa de lograr exclusi vismo socio?tnico. Muchas otras cofrad?as urbanas rechaza
ban tambi?n en forma expl?cita a miembros que no eran
espa?oles.61 De la misma manera, muchas cofrad?as rurales, la mayor?a de ind?genas, trataron de excluir a los espa?oles.62
En un reconocimiento que se hizo de las cofrad?as de Nueva
Espa?a a fines de la d?cada de 1780 se describen muchas de ellas como "de espa?oles" o "de naturales", indicando claramente la divisi?n ?tnica de su membres?a. Como balan
ce, algunas cofrad?as expresaban que estaban abiertas a toda clase de personas.63 La importancia de San Pedro radica as? en el hecho de que fue fundada relativamente temprano con el objeto de servir a las necesidades del clero colonial, tarea que pocas instituciones realizaban.164 ?sta fue quiz? una de ?O AGNM, Templos y conventos, vol. 22, exp. 23; AGNM, Bienes nacionales, leg. 1151. Vid. tambi?n Lavrin, 1978. ?I Por ejemplo, la congregaci?n de Cristo Crucificado fundada en el hospital de Nuestra Se?ora y Jes?s Nazareno, la archicofrad?a de la San gre de Cristo, y la cofrad?a de Nuestra Se?ora de Aranzaz?, todas en
la ciudad de M?xico. ?2 Los indios del partido de San Bartolom?, jurisdicci?n de Tacuba, llevaron a juicio al p?rroco en 1775 por haber nombrado a un espa?ol como mayordomo de la cofrad?a, alegando que iba en contra de las re glas. Vid. AGNM, Bienes nacionales, leg. 230, exp. 5; Serrera Contre ras, 1977, pp. 325-81; GSU/ASMG, cofrad?as, papeles sueltos, siglo xvn (rollo 169008). La cofrad?a de Cristo y San Benito de Palermo en Pue bla era de negros. 63 AGNM, Cofrad?as y archicofrad?as, vol. 8, exps. 18, 19. Entre las cofrad?as que admit?an toda clase de personas estaban la de Nues tra Se?ora del Carmen, en Coyoac?n, la de Nuestra Se?ora de los Siete Dolores y Soledad, en M?xico, y la de la Sant?sima Trinidad, en M?xico. La ?ltima, sin embargo, hac?a distinci?n dentro de su seno entre miembros de distintas clases socioecon?micas. ?4 El oratorio de San Felipe Neri y las congregaciones de San Fran
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sus caracter?sticas y logros m?s distintivos. Igualmente dis tintivo fue el hecho de que fundara un hospital, ya que ofre c?a un servicio com?n en otras cofrad?as rurales, pero no
urbanas. Resulta ir?nico que, mientras la historiograf?a colonial
contempor?nea tiende a alejarse de la historia institucional, existan todav?a instituciones eclesi?sticas coloniales tan poco conocidas que sea necesario comenzar su estudio con un en foque como el presente. Dado que San Pedro, sin perder su car?cter especial, reflejaba muchos patrones de la sociedad y la iglesia colonial, representa un punto de partida promete dor para realizar investigaciones m?s profundas sobre el ca r?cter y las funciones de las cofrad?as coloniales urbanas.
El estudio de esta instituci?n en particular pone de mani fiesto la importancia que tuvieron las cofrad?as en la his
toria social, econ?mica y eclesi?stica. Sirvieron como n?cleos para actividades de grupos de intereses afines, reuniendo a sus miembros en busca de ayuda mutua. Eran una especie de im?n que atra?a el capital de ciertos sectores de la socie dad colonial, a quienes prove?a, en cambio, de servicios econ? micos espec?ficos. Finalmente, como custodias de la tradici?n y la ortodoxia y como promotoras de servicios espirituales y materiales para los seglares, fueron de una gran importan cia en el fortalecimiento de lazos comunales entre los fieles
y la iglesia cat?lica.
cisco Javier y Divino Salvador, en la ciudad de M?xico, fueron esta blecidas para servir a las necesidades del clero. Vid. Cuevas, 1946-1947, iv, pp. 109, 542.
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AP?NDICE Lista parcial de algunos miembros de la congregaci?n de San Pedro. Altamirano y Reinoso, do?a Mariana, mujer del relator Diego de Bor ja, 1677. Arosqueta, capit?n don Francisco, minero, aviador, 1724. ?valos Bracamonte, don Alonso, conde de Miravalle, 1677. Ba?uelos, do?a Isabel, viuda del oidor Quesada, 1639. Bastida, don Pedro de la, cabalero de Santiago y oidor, 1677. Borja Altamirano, don Francisco, abogado de la audiencia, 1677. Borja Vasco, licenciado don Diego de, relator de la audiencia, 1656. Carrasco, capitanes Francisco y Antonio, 1689. Castillo, do?a Francisca, mujer de Domingo de la Rea, 1689. Castro y Cabrera, don Pedro, caballero de Santiago, y su mujer, Ana P?rez de Barredas, 1677. Ceballos Villaguti?rrez, don Alonso de, fiscal de la inquisici?n, ex presidente de las audiencias de Guadalajara y Guatemala, 1666. Cervantes, do?a Manuela, mujer del capit?n Francisco Alonso de la Barreda, correo mayor y regidor, 1691. Claver?a, don Juan de, tesorero de la caja real, y su mujer do?a Jua
na de Lei va Cantabrana, 1714. Delgado, don Frutos, oidor de la audiencia, 1677. Esquivel, licenciado Juan de, fiscal de la audiencia, 1660. Esquivel Beltr?n de ?lzate, do?a Margarita, condesa de Pe?alva, Flores de Vald?s, don Alfonso, conde de Santiago, 1677. Fuente, don Jos? de la, marqu?s de Villafuerte, caballero de San tiago, 1722. Mart?nez de Riva de Neira, Luna y Arellano, don Tristan, mariscal de Castilla y oidor de la audiencia, 1713.
Medina, don Crist?bal de, juez contador oficial de la caja real,
1712. Medina Picazo, do?a Josefa, 1677. Medina Picazo, don Francisco Antonio, tesorero de la casa de la moneda, y su mujer Francisca de Velazco y Espinosa, 1677.
65 Excluye miembros eclesi?sticos o virreyes y virreinas que fueron
admitidos en esa capacidad. Basada en las actas de cabildo de la con
gregaci?n de San Pedro y en el primer libro de ingresos (1577-1722) > en ASSA. El a?o indica la recepci?n del congregante.
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Ontiveros Barrera, capit?n Juan de, 1633. Ortega y Monta??s, don Juan de, fiscal del Santo Oficio y despu?s virrey, 1662.
Osorio Castilla, do?a Isabel de, condesa de Santiago, 1677. Pe?a, do?a Gertrudis de la, marquesa de las Torres, 1722. Picazo de Hinojosa, do?a Isabel, 1677. Rea Caviedes, don Juan Bautista de la, oidor de la audiencia, caba llero de Santiago, 1702. Rete, don Juan Jos? de, Caballero de Alc?ntara.66 Ret?s, don Pedro de, secretario de la Sala del Crimen, 1703. Ruiz Aragon?s, capit?n Juan, mercader, y su mujer do?a Josefa Cort?s, 1677. Salaeta, don Juan de, caballero de Santiago, 1659. Seda?o, do?a Gertrudis, 1713. Sierra Osorio, licenciado Lope de, oidor de la audiencia y presi dente de la de Guatemala, 1677. Silva Guzm?n, do?a Elena de, mujer de Pedro Vel?zquez de la Ca dena, secretario de gobierno y guerra, 1677. Soria, don Ger?nimo de, oidor de la audiencia y marqu?s de Villa ?erm?sa, 1712. Terreros, don Antonio, oidor de la audiencia, 1713. Urrutia de Vergara, don Agust?n, caballero de Santiago, 1677. Urs?a, don Francisco de, caballero de Santiago, conde del Fresno, 1707. Valenzuela Vargas, don Francisco, caballero de Santiago, 1707. Vera, don Francisco, balanzario de la casa de la moneda, 1689. Vergara, do?a Ana, mujer del capit?n don Antonio Flores, caballero de Calatrava, 1659. Villaigoitia, licenciado Manuel de, alcalde de corte, 1640. Villalengua, capit?n Dionisio de, 1691. Villanueva, do?a ?rsula, 1691. Villarreal, don Crist?bal, oidor de la audiencia y juez defensor de naturales, 1713. Villavicencio, don Agust?n de, oidor de la audiencia, 1640. Vitorses, do?a Ger?nima, viuda de Diego de la Sierra, escribano, 1677. Zearreta, Juan de, escribano, 1691. 66 AGNoTM, notario Mart?n del Rio, 1695, fol. 629. No se espe
cifica cu?ndo fue recibido como congregante.
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doza, obispo que fue de esta ciudad de la Puebla de los Angeles, para la fundaci?n que hizo de la vene rable eclesi?stica congregaci?n de nuestro padre y principe de los ap?stoles el se?or san Pedro en la ciudad de Puebla, Puebla, reimpreso en la Oficina del
Real Seminario Palafoxiano.
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600 ASUNCI?N LAVRIN Presentaci?n, Francisco de la 1776 Decreto sobre la fundaci?n de archicofrad?as del Es capulario del Carmen, M?xico, sin impresor.
Reglas y obligaciones
1731 Reglas y obligaciones de el congregante de la con gregaci?n de la Buena Muerte de la Casa Profesa de M?xico, etc., M?xico, Joseph Bernardo de Hogal.
Reglas de los congregantes
1694 Reglas de los congregantes de Nuestra Se?ora de los Dolores y indulgencias que ganan dichos congregan tes, etc., M?xico, do?a Mar?a de Benavides, vda. de Juan de Ribera. Rodr?guez Fern?ndez, Justiniano
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de Estudios Africanos, Consejo Superior de Investi
gaciones Cient?ficas.
Serrera Contreras, Ram?n Mar?a 1977 Guadalajara ganadera ?Estudio regional novohispano?
1760-1805, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoame ricanos.
Sumario de gracias
1794 Sumario de gracias e indulgencias perpetuas... de la ilustre cofrad?a del se?or san Homobono, M?xico, Imprenta de los Herederos de don Felipe Z??iga y Ontiveros.
Sumario de las gracias
ca. 1700 Sumario de las gracias e indulgencias concedidas...
a la venerable archicofradia del Sant?simo Sacramen to, etc., M?xico, s. p. i.
Torre Villar, Ernesto de la 1967 "Algunos aspectos acerca de las cofrad?as y la propie dad territorial en Michoac?n", en Jarbuch f?r Ges
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LA CONGREGACI?N DE SAN PEDRO 601 chichte von Staat, Wirtschaft und Gessellschaft La teinamerikas, 4, pp. 410-439. Vidaurre, Antonio
1700 Sumario de las indulgencias concedidas por la santa
sede apost?lica a las cofrad?as ... del titulo de
santa Mar?a de la Merced, redenci?n de captivos, M?xico, calle de San Bernardo.
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ALVARO OBREG?N Y EL PARTIDO ?NICO MEXICANO Linda B. Hall Trinity University
Alvaro Obreg?n y Venustiano Carranza se convirtieron en los principales l?deres de M?xico durante la revoluci?n. Aun que entre ellos hubo diferencias pol?ticas y de personalidad, Obreg?n fue uno de los militares m?s importantes de Ca
rranza en la lucha en contra de Victoriano Huerta entre
1913 y 1914. Sin embargo durante la convenci?n de Aguas calientes en 1914 Obreg?n se encontr? entre Pancho Villa y Emiliano Zapata, por un lado, y Carranza, por el otro, sin contar realmente con apoyo pol?tico propio. Fue a par tir de ese momento que Obreg?n comenz? a crear una red pol?tica, que a la larga habr?a de ser muy significativa para las instituciones pol?ticas del M?xico postrevolucionario. En la convenci?n de Aguascalientes Obreg?n se dio cuen ta de la necesidad de atraerse el apoyo de los sectores obrero y campesino, tanto para lograr apoyo pol?tico como para llenar las filas de su ej?rcito. Se dio cuenta tambi?n de la necesidad de establecer una organizaci?n m?s formal para los jefes revolucionarios, que adem?s de darle su apoyo po l?tico pudiera unificar criterios y preparar la reconstrucci?n del pa?s una vez que la fase militar hubiera terminado. Su primer intento en este sentido fue la formaci?n de la Con federaci?n Revolucionaria, una organizaci?n de jefes civiles
y militares que presionar?a a Carranza para que se lleva
ran a la pr?ctica las metas sociales de la revoluci?n, particu larmente en lo relativo a las garant?as de los obreros, la reforma agraria y otras metas pol?ticas relacionadas, como el municipio libre y el sufragio universal. Posteriormente, 602 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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en la ?poca del congreso constituyente de Quer?taro, Obre g?n ayud? a organizar el Partido Liberal Constitucionalista,
que habr?a de servir como foro para la discusi?n de los
art?culos presentados ante la asamblea y de contrapeso al poder del primer jefe, que trataba de conseguir la aproba ci?n de una constituci?n moderada.
En 1919 Obreg?n trat? de fundar un partido m?s am plio, una coalici?n de todos los grupos "liberales" de la so ciedad, de todos aqu?llos que se opusieran a la elite por firiana ?terratenientes, hombres de negocios y extranjeros,
que se negaban a cooperar o siquiera a aceptar las metas revolucionarias que Obreg?n propon?a. El partido se for mar?a en torno a su candidatura a la presidencia y, como
?l era muy popular, muchos se afiliar?an con entusiasmo. El partido depender?a directamente de Obreg?n, aunque ?l quedar?a relativamente libre de compromisos, que habr?a te nido que aceptar de haber sido el candidato de un partido ?nico. De esta manera, Obreg?n establec?a las bases de un partido con lincamientos nuevos, un partido con las metas revolucionarias que ?l propon?a y en cuyo centro ?l y sus colaboradores m?s cercanos gozar?an de un enorme poder.
La Confederaci?n Revolucionaria se form? s?lo unos
cuantos d?as despu?s de la salida de los constitucionalistas de la convenci?n de Aguascalientes. Al evacuar la ciudad de M?xico en noviembre de 1914 Obreg?n se reuni?n con Ge rardo Murillo, el famoso Dr. Atl, para discutir el futuro del conflicto armado que volv?a a reanudarse entre los consti tucionalistas y Villa. Obreg?n y el Dr. Atl convinieron en que era necesario establecer una lista de principios con base en los cuales se formara un comit? organizador, integrado por diez civiles y diez militares, que coordinara las metas civiles y militares de la revoluci?n. Estos principios deb?an
ce?irse a las necesidades inmediatas del pa?s y no a una
ideolog?a extranjera o seleccionada arbitrariamente. El n? cleo del comit? se form? en el tren que condujo a Obreg?n y a sus tropas a Veracruz despu?s de evacuar la ciudad de M?xico por primera vez. Entre los primeros miembros es This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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taba Alberto Pa?i, quien habr?a de colaborar estrechamen te con Obreg?n y el Dr. Atl en aliviar los sufrimientos d
los pobres de la ciudad de M?xico a principios de 191 Otros miembros civiles fueron Jes?s Urueta, ministro Relaciones Exteriores de Carranza en Veracruz; Rafael bar?n Capmany, quien siendo ministro de Gobernaci?n f m? un pacto con la Casa del Obrero Mundial que Carr za estuvo a punto de malograr debido a su actitud po amigable; y el viejo maderista Roque Estrada.1 Obreg insisti? en informar a Carranza acerca de la formaci?n d
nuevo grupo. Urueta y el Dr. Atl pusieron objeciones, per Obreg?n les hizo ver que cualquier movimiento secreto po d?a prestarse a malas interpretaciones y contribuir a la i disciplina, debilitando la causa constitucionalista.2 Por este motivo, al llegar a Veracruz, el Dr. Atl sostuv una larga conversaci?n con Carranza explic?ndole los prin cipios y proyectos de la nueva Confederaci?n. Carranza aprob?, pero no as? F?lix Palavicini y otros de su c?rculo Desde luego Obreg?n estuvo ausente de Veracruz la mayor parte del tiempo, pero el Dr. Atl iba y ven?a con regular dad. La Confederaci?n Revolucionaria qued? integrada por miembros del gabinete, otros miembros del gobierno y m litares, y comenz? a reunirse con el objeto de estudiar cue tiones sociales, hacerles publicidad, escribir art?culos y pr parar discursos y conferencias. Frecuentemente Urueta, bar?n Capmany y el Dr. Atl ofrecieron conferencias en el t tro Apolo de Veracruz.8 Una de las principales metas q la Confederaci?n trat? de impulsar fue la reforma agrar y, por lo menos en parte, se debi? a su presi?n que Carra za expidiera la ley agraria del 6 de enero de 1916. Esta ley era necesaria para contrarrestar la popularidad de la co venci?n de Villa y Zapata, pero aunque promet?a la reform
i MuRiLLO, 1935, p. 68. V?anse las explicaciones sobre siglas y re rencias al final de este art?culo. 2 Murhxo, 1935, pp. 67-69. 8 Urquizo, 1937, H, p. 45.
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agraria que Obreg?n y otros tantos deseaban, Carranza no estaba realmente decidido a llevarla a la pr?ctica. El reparto*
de tierras comenz? casi de inmediato y en algunas zonas aun antes del 6 de enero, pero Carranza orden? que se in terrumpiera y cancel? las reuniones de la Confederaci?n.4
La Confederaci?n sigui? creciendo aunque de un modo
informal y accidental, y lleg? a incluir a estudiantes, aboga dos, artistas, obreros, campesinos ?mujeres incluidas? que seg?n el Dr. Atl eran de todas las clases sociales. De hecho,
Obreg?n, que era bien parecido, atrajo a muchas mujeres, que le ayudaron en sus labores de propaganda. En noches de gala, despu?s de alguna victoria militar, uno o m?s de los oradores eran mujeres, y ?stas en general jugaron un pa
pel relevante durante su campa?a presidencial. La Confe deraci?n Revolucionaria consigui? una amplia base popular y empezaron a publicarse peri?dicos de este organismo en
Guadalajara, Tampico y Orizaba. Juan de Dios Boj?rquez,
quien despu?s habr?a de figurar como delegado radical en la convenci?n constitucionalista, fund? un peri?dico llamado El Sector, que editaba a bordo de un tren militar. Nuevos grupos se siguieron formando dondequiera que iban las tropas de Obreg?n. En Veracruz sus enemigos empezaban a comen tar que al terminar la campa?a militar Obreg?n tendr?a un
ej?rcito de civiles mucho m?s poderoso que el de sus sol
dados.5 En todo caso, la Confederaci?n Revolucionaria con
tribuy? enormemente para que Obreg?n consiguiera una base popular, atrayendo al mismo tiempo a algunos j? venes, por lo general intelectuales de las clases medias, a pesar de la oposici?n de algunos de los consejeros civiles de Carranza.6 Debe hacerse notar que Jes?s Urueta y Rafael Zubar?n fueron dos de los tres ministros que renunciaron en junio de 1915 durante la crisis del gabinete que provoc? 4 MuRiLLO, 1935, p. 73; entrevista a Luis S?nchez Pont?n, en INAH/ AP, 1/20, 21. 5 Muruxo. 1935, pp. 76-77. ? Juan C. Zertuche, uno de los primeros miembros de la Confedera ci?n Revolucionaria, form? un cuerpo estudiantil llamado Cuerpo Espe This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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F?lix Palavicini en Veracruz. Desde entonces ellos y el Atl estuvieron m?s cerca de Obreg?n, quien de inm
protest? ante Carranza. Palavicini fue considerado enem
Cuando la fase militar de la lucha contra Villa e
por terminar y el congreso se dispon?a a abrir sus ses en Quer?taro, Obreg?n y otros l?deres civiles y militar dieron cuenta de que era necesario consolidar a las fue revolucionarias en un partido pol?tico. Al principio el
tido cont? con militares como Pablo Gonz?lez y C?
Aguilar, que era yerno de Carranza, y su primer presi fue el general maderista Eduardo Hay. Aunque en las ciones de delegados para el congreso constituyente mu dec?an ser miembros del Partido Liberal, esto no er
que una etiqueta que utilizaban para identificarse revoluci?n y no necesariamente quer?a decir que es ran afiliados a una organizaci?n pol?tica activa. La p ra sesi?n de lo que habr?a de ser el Partido Liberal titucionalista tuvo lugar justo en el momento en q
congreso constituyente abr?a sus sesiones en Quer?taro
llev? a cabo en la magn?fica residencia que el gener blo Gonz?lez hab?a adquirido en la ciudad de M?xico
tre los asistentes estuvieron Obreg?n, Aguilar, Hay, e
neral Ces?reo Castro, que hab?a peleado en Celaya a
de Obreg?n y que entonces era gobernador y comanda militar de Puebla, el general Alejo Gonz?lez y otros l?d civiles y militares a quienes Palavicini describi? en El versal como "los miembros m?s destacados del Partido titucionalista". Gonz?lez dio una doble explicaci?n del
cial de Reforma que pele? en la primera batalla de Celaya y, m?s bajo las ?rdenes del l?der obrero general Juan Jos? R?os, prest? se
en la guarnici?n de Colima en la costa occidental de M?xico, q una zona importante para Obreg?n. Boj?rquez, 1963, pp. 90-9
respecto a la oposici?n, vid. Amaya, 1947, pp. 69-70. 7 Obreg?n a Carranza (21 jun. 1947) , en Amaya, 1947, pp. 70Palavicini, 1937, pp. 257-287. Manuel Escudero y Verdugo, subsecr de Justicia, y Luis Cabrera, secretario de Hacienda, tambi?n pre ron sus renuncias, pero la de Cabrera no fue aceptada. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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tivo de esta reuni?n: por un lado, unificar la pol?tica revolucionaria, y, por otro, lanzar a Venustiano Carranza como candidato presidencial para el per?odo de gobierno que comenzar?a al terminar las sesiones del constituyente.8 Carranza fue nominado, aunque Gonz?lez dijo a?os despu?s desde el exilio que Obreg?n y el Dr. Atl se hab?an opuesto.9 De cualquier forma, Carranza fue nombrado candidato y El
Universal no hizo esperar su manifestaci?n de apoyo.10 Mientras tanto, se busc? un nombre para el partido. Va rios nombres como el de "Constitucionalismo Electoral" y "Constitucionalista" fueron sugeridos, pero Obreg?n reco mend? uno muy amplio, mostrando su inter?s por atraer al
mayor n?mero posible de adeptos. El nombre de "Partido Liberal Constitucionalista", que hac?a ?nfasis en la ideolo g?a liberal y en el compromiso con la legalidad constitucio nal, era ventajoso, seg?n dec?a el propio Obreg?n, porque era el nombre que los hab?a llevado al poder. En esa forma quedar?a expl?cita la relaci?n entre la revoluci?n y el plc, ya que Obreg?n esperaba que el partido apareciera como portavoz de la revoluci?n misma.11 El t?rmino "liberal" evo
caba adem?s la ?poca revolucionaria de Benito Ju?rez, se ?alando como antecedente hist?rico del partido la lucha de ese gran l?der. Es probable que Obreg?n tambi?n hubiera querido vincularlo con un movimiento precursor de su pro pia ?poca, el Partido Liberal Mexicano.
El plc se moviliz? r?pidamente para comenzar la cam pa?a. En la segunda reuni?n Aguilar sugiri? que se comen zara a publicar un peri?dico o bolet?n. Obreg?n, Gonz?lez y Urueta le dieron su apoyo, pero cuando se propuso in vitar a F?lix Palavicini a que se uniera al partido Obreg?n rechaz? la idea. Palavicini hizo p?blica su protesta a Eduar 8 El Universal (24 oct. 1916). 9 Gonzalez, 1921, p. 5. 10 El Universal (24 oct. 1916); Rojas, 1965, p. 229; Aguirre, 1953,
p. 302.
il El Universal (25 oct. 1916) ; Bolet?n del Partido Liberal Constitu cionalista (7 nov. 1916), en INAH/PHS, rollo 65. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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do Hay, diciendo que en primer lugar no hab?a ped admisi?n al partido y que, en segundo, los cargos lev
dos en su contra eran falsos. A pesar de ello, durante a tiempo el peri?dico de Palavicini, El Universal, public? formes acerca de las reuniones del plc y tambi?n sus b tines y declaraciones a la prensa.12
Las reuniones del plc se convirtieron de hecho e campo de ataque a los renovadores como Palavicini, Manuel Rojas y otros, que encabezaban a los moderad la convenci?n constitucionalista. Muchos de los dele radicales ven?an de tiempo en tiempo a la ciudad de xico para participar en las reuniones del plc que te lugar en la casa de los azulejos; muchos de ellos ya
o se habr?an de convertir en miembros del partido.13 principios alegados por el partido en estas reuniones casi los mismos que se hab?an presentado en el cons
yente: sufragio efectivo, no reelecci?n, reforma agraria tecci?n a los derechos de los obreros, seguridad social,
ministraci?n de justicia r?pida y efectiva, separaci
poderes, autonom?a municipal y respeto a la soberan?a d estados.14 La identificaci?n del partido con el constituy fue tal que en vez de formularse un programa para las
12 El Universal (26, 28, 31 oct. 1916). 13 Portes Gil, 1964, pp. 232-233. Entre los que asistieron a am se encontraban L. G. Monz?n, Herminio P?rez Abreu y Juan de D Boj?rquez. El peri?dico del plc tambi?n ped?a medidas radicales, a casi siempre utilizando t?rminos muy vagos y generales como "val sociales" y "derechos individuales". Uno de sus editoriales especif algunas reformas: municipio libre, divorcio, derecho al voto, no r ci?n de funcionarios del poder ejecutivo, y un nuevo programa de laci?n laboral, pero sin explicarlo concretamente. El editorial del d
guiente se?alaba el apoyo que el plc brindaba al mutualismo y cooperaci?n en el movimiento obrero, en oposici?n a los "ismo
tranjeros. El peri?dico publicaba al mismo tiempo una serie adula de dibujos llamada "Nuestros guerreros". Obreg?n aparec?a represe como un guerrero azteca estilizado con el t?tulo "El manco de Le
Gladiador (2, 3, 9, 12 die. 1916) . 14 Portes Gil, 1964, p. 231.
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dones del congreso que estaban pr?ximas, el nuevo l?der del partido, Juan S?nchez Azcona, se limit? a declarar que luchar?a porque se cumplieran las "reformas constituciona les decretadas por el congreso constituyente".16
Entre tanto las buenas relaciones entre Carranza y el
plc se hab?an ido erosionando con rapidez, ya que Palavici ni y los renovadores por un lado, y Obreg?n y los radicales
por el otro, se lanzaban ataques dentro y fuera de las se siones del congreso y del plc. El propio Jes?s Acu?a, secre
tario de Gobernaci?n de Carranza, recibi? ataques junto con Obreg?n y fue obligado a renunciar; entonces se con virti? en presidente del plc, cargo que ocup? por un pe r?odo muy corto.16 Obreg?n, Gonz?lez, Hay y Urueta ofre cieron a Carranza la candidatura a la presidencia por el
partido a fines de octubre, envi?ndole largas profesiones de
lealtad, pero Carranza sospech? que el plc podr?a desafiar
su poder, especialmente si lograba una mayor?a en el nuevo congreso. Cuando el partido trat? de establecer una red na cional de afiliados en los estados, Carranza pidi? a los gober nadores que no brindaran a aqu?l informaci?n que pudiese servir para establecer alianzas pol?ticas en los estados.17 A pesar de esto, el plc logr? conquistar un apoyo amplio, en parte a trav?s de los delegados radicales del constituyente y en parte gracias a las conexiones de sus miembros, muchos de los cuales hab?an participado activamente en lo civil y
en lo militar. Despu?s de las elecciones para el vig?simo s?ptimo congreso que se verificaron en 1917 el plc logr? formar un bloque con el ochenta por ciento de los miem
bros de las dos c?maras y, desde esta posici?n de privilegio, ocasion? constantes dificultades a Carranza.18
No obstante el apoyo que el partido hab?a brindado a Carranza para que llegara a la presidencia, a mediados de 15 El Pueblo (V feb. 1917). i? El Universal (15 die. 1916) ; Gladiador (1?, 2 die. 1916)
17 Cumberland, 1972, pp. 361-362. 18 Portes Gil, 1964, pp. 238-239; entrevista a Luis S?nchez Pont?n, en INAH/AP, 1/20, 32-33.
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1917 ?ste suprimi? su peri?dico Gladiador,19 y en 1918 en
al exilio al radical Dr. Atl, miembro del plc desde 191 quien fue a los Estados Unidos y desde ah? sigui? luch
do a favor de la futura candidatura de Obreg?n.20 Aunqu Obreg?n dej? la secretar?a de Guerra en 1917 y regres? Sonora, figuraba cada vez m?s como el favorito para la p sidencia, aun cuando rara vez se le ve?a en la ciudad M?xico. Sin embargo sus amigos eran miembros prominen tes del plc y del congreso: Acu?a, Urueta, Hay, Luis S?
chez Pont?n y Aar?n S?enz fueron presidentes de la c?mar de diputados en el vig?simo s?ptimo congreso.21 Acu?a, Ur ta y S?nchez Pont?n fueron miembros de la Confederaci
Revolucionaria, Hay fue el primer presidente del plc,
S?enz, por un tiempo, jefe del estado mayor de Obreg?n. Los Zapatistas, que trataron de acercarse a Obreg?n en 19
para formar una alianza, eligieron como canal a Aar? S?enz y al PLd22 Miembros prominentes del plc como bar?n Capmany viajaban a Sonora de vez en cuando pa pedir consejos a Obreg?n.28 Otra conexi?n importante Obreg?n con el plc era su viejo amigo Benjam?n Hi quien se hab?a mudado a la ciudad de M?xico. De hecho las oficinas del plc estaban en la casa de Hill en la ciud de M?xico y algunos afirman que la idea de crear un p tido fue del propio Hill. De cualquier forma, Hill fue elemento importante para mantener unido al partido.24
De esta manera, en 1918 Obreg?n contaba cada vez co mayor apoyo pol?tico dentro y fuera del congreso, a pesa
19 Cumberland, 1972, p. 361. 20 Villarina a Carranza (31 mayo 1918), en Documentos revoluci?n 1965-1972, xviii, pp. 39-42.
21 DDD, i-l-i, no. 9, p. 1; i-2-i, no. 46, p. 1; ii-l-ii, no. 1, p.
H-3-ii, no. 76, p. 1. 22 An?nimo a Aar?n S?enz (Tlaltizap?n, 24 ago. 1918), en AZ, 30/ 20/360. 23 Casarfn a la Secretar?a de Relaciones Exteriores (11 abr. 1917), en
ASRE, 119, L-E-803, Leg. 2.
24 Fuentes D?az, 1969, p. 204; Aguirre, 1953, p. 305; Prieto Laurens, 1968, pp. 82-83.
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de que oficialmente estaba fuera de la pol?tica. El Dr. Atl
trabajaba fuera del pa?s para el plc apoyando la candida
tura de Obreg?n, pero quer?a que ?ste y el gobernador de Yucat?n Salvador Alvarado se reconciliaran, cosa que dif? cilmente podr?a lograrse.20 Dentro del congreso Emilio Por tes Gil, Eduardo Hay, Jos? Siurob, Juan de Dios Boj?rquez y otros que hab?an participado con Obreg?n en las campa
?as militares y que le hab?an pedido su apoyo en di con
greso constituyente y en los primeros d?as del plc, comen zaron a trabajar en su favor activa y abiertamente.26
Carranza comenz? a ver como enemigos al congreso y al propio Obreg?n. En vez de reconocer la gran populari
dad de Obreg?n y de aceptarlo como sucesor, se opuso cada vez m?s a que llegara a la presidencia y, entre 1919 y 1920, se volvi? todav?a m?s intransigente.27 Mientras tanto, el c?rculo de consejeros de Carranza dis minu?a y^ seg?n algunos observadores, ?ste apenas y pon?a
atenci?n a los que le quedaban. Luis Cabrera hizo grandes
esfuerzos para reconciliar al presidente con el congreso, pero Carranza sigui? considerando a este organismo como dema siado independiente e "indisciplinado". Carranza incluso dej? de nombrar secretarios para su gabinete, prefiriendo poner en su lugar a oficiales mayores.28 Atemorizado por el poder
que Obreg?n hab?a adquirido como secretario de Guerra, Carranza no llen? esa vacante durante el resto de su per?o do.20 Para colmo, a pesar de los esfuerzos de Carranza por influir en las elecciones del congreso en 1918, el pa?s volvi? a elegir a una mayor?a del plc que se opon?a a la pol?tica 25 Villarina a Carranza (31 mayo 1918), en Documentos revoluci?n,
1965-1972, xvm, pp. 39-42.
26 Portes Gil, 1964, pp. 239, 241. 27 Entrevista a Luis S?nchez Pont?n, en IN AH/AP, 1/20, 32-34. Agui rre, 1953, p. 302. 28 Entrevista a Luis S?nchez Pont?n, en ?NAH/AP, 1/20, 32-34. Acui
RRE, 1953, p. 302.
29 Para las opiniones de Carranza sobre Obreg?n, vid. Mena Brito,
1964, pp. 55-56, 70-75.
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carrancista.00 Surgieron tambi?n otros partidos que no mitieron lograr una mayor?a absoluta. La hegemon?a plc era menos clara, pero el congreso sigui? apoyan Obreg?n. Un poco antes de las elecciones de 1918 se estableci? el Partido Nacional Cooperativista, formado por un grupo de estudiantes encabezado por Jorge Prieto Laurens, en el que estaba el l?der obrero Rafael P?rez Taylor. Su primer presidente fue el general Jacinto Trevi?o, conocido por sus campa?as de 1914 contra los villistas en zonas petroleras y contra el propio Villa en Chihuahua en 1916.?l Aunque Trevi?o no era un gran partidario de Obreg?n, la mayor?a de los miembros del pnc y el propio Prieto Laurens lo eran.
El partido estaba unificado en torno a la idea de la demo cracia cooperativista. Entre los puntos de su programa es taban la nacionalizaci?n de la tierra y el establecimiento de grandes industrias para servicio del p?blico, la creaci?n y mejoramiento de obras de irrigaci?n, la eliminaci?n del ej?rcito y la creaci?n de unidades civiles de defensa, el fo mento de la educaci?n p?blica con universidades aut?nomas y centros de capacitaci?n t?cnica, la abolici?n de la pena de muerte y la reforma del c?digo penal, y la observancia del principio de "no intervenci?n" en asuntos internacionales.32 Tambi?n en 1918 surgi? el Partido Liberal Nacionalista,
integrado por carrancistas que quer?an quitarle apoyo al plc. Manuel Aguirre Berlanga, secretario de Gobernaci?n de Carranza, se interes? mucho en su creaci?n, y su amigo el senador Jos? G. Reynoso qued? como presidente del par tido.83 A pesar de que se vali? de peri?dicos que eran favo rables al gobierno para hacer hincapi? en la popularidad del partido en las elecciones, nunca consigui? muchos segui dores.34 Aguirre Berlanga se convirti? en otra b?te noire en 30 Cumberland, 1972, p. 374. 31 Fuentes D?az, 1969, p. 206. 32 Fuentes D?az, 1969, p. 207. 33 Fuentes D?az, 1969, pp. 216-217. 84 En relaci?n al apoyo que recibi? el pln, vid. El Universal (23 jul.
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contra del plc y lo atac? continuamente hasta la ca?da de Carranza en 1920.85 Algunos partidos obreros tambi?n lanzaron candidatos para las elecciones de 1918. S?lo en la ciudad de M?xico participaron cuatro: el Partido Nacional del Trabajo, el
Centro Obrero Independiente y Estudiantil Unido, el Parti do Liberal Nacionalista Ferrocarilero y el Partido Liberal Obrero. Ninguno pudo conquistar muchos votos por s? solo, pero juntos sus logros fueron bastante impresionantes.86 Al gunos de ellos se afiliaron luego al Partido Laborista Mexi cano de Luis Morones y la crom, el primer partido obrero
importante que se form? a fines de 1919 para apoyar la
candidatura de Obreg?n.37 Otros se asociaron al plc antes de las elecciones de 1920.B8
El plc, el PNc y el plm eran partidos de los que Obre g?n esperaba apoyo, pero no depend?an de ?l, aunque era
un candidato enormemente atractivo y todos estos grupos estaban conscientes de los beneficios que pod?an obtener al apoyarlo. Sin embargo, el propio Obreg?n reconoc?a el he cho de que empezaba a ponerse al plc la etiqueta de oposi cionista, y no quer?a ser el candidato de un solo partido, especialmente porque deseaba unificar a los revolucionarios con un solo programa. Para mediados de 1919 Obreg?n ya
hab?a perdido la esperanza de que Carranza lo escogiera como sucesor a la presidencia, pero esperaba que las demos traciones de apoyo popular en su favor fueran tan arrolla
1918). El PLN habr?a de servir para nominar a Ignacio Bonillas, el can didato carrancista que compiti? con Obreg?n por la presidencia en 1920, en un intento abortado por imponer un candidato oficial.
35 Los ataques fueron publicados casi diariamente en el peri?dico del plc en 1919. Vid., por ejemplo, El Monitor Republicano (10 die. 1919).
36 El Universal (29 jul. 1918) . 37 Fuentes D?az, 1969, pp. 207-210. 38 Por ejemplo, a fines de octubre de 1919 el Partido Obrero Inde pendiente comenz? a reunirse junto con el plc y cuatro de sus miembros
pasaron a formar parte de la directiva. El Monitor Republicano (l9
nov. 1919).
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doras que obligaran a Carranza a dar su consentimie El PNc no estaba lo bastante unificado ni ten?a la f para brindarle una base pol?tica, aun cuando Prieto
rens le hab?a dado su apoyo abiertamente, y el Partido borista Mexicano no se form? sino cuando ya estaba avanzada la campa?a presidencial de Obreg?n, Por e Obreg?n prefiri? no esperar a que un partido lo nomin y personalmente lanz? su propia candidatura en jun 1919 desde Nogales, tratando de aprovechar esta oport dad para crear una base pol?tica que a la larga perm que ?l y sus allegados formaran un partido nacional lucionario. De hecho estuvo dispuesto a aprovechar la g popularidad que hab?a adquirido gracias a sus victo
revolucionarias, su pol?tica agraria y su ayuda a los obr sin comprometerse con partido pol?tico alguno.
Su autonominaci?n fue una brillante jugada pol?t Invit? al pueblo a que formara un partido, el Gran
tido Liberal, que apoyar?a su candidatura. De esta man
al hacer un llamado al p?blico para que se uniera en no a su persona, se libraba de los problemas pol?tic
ternos que hab?a en el seno de los partidos, pero al mi tiempo les permit?a unirse al movimiento sin tener hacerle promesas o llegar alg?n acuerdo. Como mecanis para apoyarlo sugiri? la formaci?n de clubes integrado cinco o m?s personas, que eventualmente formar?an p
del Gran Partido, el cual organizar?a una convenci?
cional para nominarlo. Fue el plc el que a final de cuen
llev? a cabo la convenci?n en febrero del a?o siguie
Cientos de clubes peque?os se fueron formando en tod pa?s para apoyar su candidatura y el plc fue reorgan
para que se encargara de este aspecto de la campa?a
gonista.89 La justificaci?n de Obreg?n por su autonominaci?n re flejaba su propia visi?n de la pol?tica y de la sociedad me 3? Por ejemplo, vid. reportes sobre cartas de adhesi?n en El Monitor
Republicano (7, 29, sep., I9, 26 nov., 5 die. 1919).
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xicana. Seg?n ?l mismo expresaba, hab?a por entonces un solo partido pol?tico verdadero, el partido liberal (n?tese que no dec?a Partido Liberal Constitucionalista, sino que se refer?a a un concepto de partido mucho m?s general) que se divid?a en una infinidad de peque?os grupos con pe que?as diferencias. Anteriormente hab?an existido dos par tidos: el conservador formado por los ricos, el alto clero y los extranjeros; y el liberal formado por trabajadores rurales y urbanos, profesionistas, rancheros y peque?os industriales.40
La diferencia entre liberales y conservadores era, en suma, que los primeros trabajaban para ganar su sustento mientras
que los ?ltimos no. Los liberales hab?an logrado llegar al
poder tras muchos conflictos armados pero lo hab?an perdi
do en el campo pol?tico, ya que el descuido, la ambici?n
y las divisiones entre los vencedores hab?an permitido a la reacci?n que encabezaban los conservadores impedir una y otra vez la consecuci?n de las reformas por las que los libe rales hab?an luchado. De esta forma, la salvaci?n de M?xico era la reunificaci?n de las fuerzas revolucionarias, ajustadas a la voluntad del pueblo expresada por medio del sufragio libre.
Obreg?n explic? detenidamente las inquietudes que aque jaban al pueblo bajo el gobierno de Carranza. En primer lu gar, l?s ciudadanos tem?an que no se respetara el sufragio libre.41 Seg?n Obreg?n, ten?an miedo de que las metas del 40 Quiz? el t?rmino artesanos o quiz? el de peque?os hombres de
negocios hubiera sido m?s adecuado, pero ?l utiliz? el de "industriales". 41 Algunos incidentes en varios estados pon?an de manifiesto que sus temores eran reales. Vid. Cumberland, 1972, pp. 360-372. Sobre inciden
tes en la ciudad de M?xico, vid. El Universal (28, 30 jul. 1918). In
cluso circularon rumores en la ciudad de M?xico un mes despu?s de que Obreg?n anunci? que "por esta ?nica vez'* podr?an no llevarse a cabo elecciones para el congreso, ostensiblemente debido al desorden del pa?s.
Informe de 10 jul. 1919, en ADT. En diciembre de 1919 el plc tuvo
que aplazar la convenci?n obregonista debido a la persecuci?n del go bierno, en especial por parte del secretario de Gobernaci?n Manuel Agui rre Berlanga. El Monitor Republicano (16 die. 1919).
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LINDA B. HALL
partido liberal que se hab?an conquistado en la revoluc fueran ignoradas de nuevo por aquellos que detentaban el
poder, quienes corrompidos por las ganancias materiales p
mitir?an a los conservadores acabar con las incipientes formas. Tem?an incluso que la guerra civil se desatara quedaban frustrados los deseos de los que m?s necesitaban Ten?an miedo que se violaran los derechos civiles y, po ?ltimo, que el gobierno, insatisfecho, "no permitiera q el pa?s se liberara de sus liberadores". Obreg?n hizo as? u llamado a la opini?n p?blica para que le diera su apoy como candidato de oposici?n y evitara estos peligros. S proclam? a s? mismo candidato a la presidencia de la rep? blica haciendo hincapi? en que no ten?a "obligaciones d ninguna especie, fuera o dentro del pa?s".42 Es significativo que Obreg?n se refiriera s?lo brevemen te a los problemas econ?micos del pa?s, diciendo que solucionar?an con s?lo lograr la paz en todo M?xico. Al pe
dir el sufragio libre y una pol?tica sin represi?n y sin acu dos secretos, Obreg?n inculpaba al gobierno de Carranza y respond?a a inquietudes surgidas de a?os de violencia en e
pa?s. En suma, hac?a un amplio llamado a las masas,, q trat? de respaldar planeando una r?pida campa?a en to
el pa?s.43
Si bien el plc no qued? del todo satisfecho por haber sido pasado por alto, hizo un esfuerzo por ayudar a Obr g?n en su campa?a. No s?lo organiz? y llev? a cabo un
gran convenci?n obregonista a princpios de 1920 para reun
a los seguidores de Obreg?n en la ciudad de M?xico, sin que llev? a cabo una intensa actividad para reelutar gen
42 El texto completo de este manifiesto se encuentra en Campa?a pol?tica, 1923, i, pp. 40-59. 43 Para detalles de la campa?a la mejor fuente es El Monitor Repu blicano del 29 de septiembre de 1919, fecha en que Obreg?n dio prin cipio a s? recorrido para la campa?a, hasta abril de 1920, en que el pe
ri?dico fue clausurado por atacar al gobierno. Vid; El Universal (1 abr. 1920). This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:18:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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en otras partes del pa?s.44 Rafael Mart?nez de Escobar, que era miembro del plc, acompa?? frecuentemente a Obreg?n durante su campa?a, al igual que Emilio Portes Gil y Jorge Prieto Laurens, este ?ltimo del pnc.45 Despu?s Obreg?n es tuvo en contacto continuo con Jos? I. Novelo, quien asumi? la presidencia del plc, y muchos telegramas referentes a la campa?a se publicaron en la primera p?gina de El Monitor Republicano, peri?dico de este partido.46 Casi la mitad de la mesa directiva del Centro Director Obregonista pertene c?a al plc.47 Cuando Obreg?n tuvo que escapar de la ciudad de M?xico en abril de 1920 otro miembro del plc, Rafael Zubar?n Capmany, le prest? su sombrero y su abrigo para que no fuera reconocido cuando cambiara de autom?vil.48 Despu?s de la ca?da de Carranza el Centro Director fue reorganizado por Amado Aguirre, quien tambi?n estaba aso ciado al plc, pero que hab?a sido subsecretario de Agricul tura y Fomento bajo Pastor Rouaix desde 1917 hasta febrero de 1920 en que renunci? para tomar parte en la campa?a. Mantuvo, sin embargo, una relaci?n estrecha con Rouaix, que era un firme carrancista pero que hac?a tiempo hab?a concedido que Obreg?n ten?a las elecciones ganadas.49 Agui 44 Una descripci?n de estas actividades en Nuevo Le?n, por ejemplo, puede encontrarse en un reporte sobre las actividades de Juan C. Zer tuche, miembro del plc, dirigido por el gobernador Jos? Santos a Ca rranza (22 die. 1919), en Documentos revoluci?n mexicana, 1965-1972, xv?n, pp. 353-355. Zertuche hab?a sido miembro de la Confederaci?n Re volucionaria. 45 Prieto Laurens, 1968, pp. 83-84. 4? Vid. por ejemplo Obreg?n a Novelo (17 nov. 1919), en El Moni tor Republicano (18 nov. 1919) .
47 vid. lista en Dulles, 1961, p. 21. Se incluy? tambi?n a Prieto Laurens del pnc, a Luis Morones y a Samuel Y?dico del movimiento obrero, a Plutarco Elias Calles, que hab?a mantenido una larga relaci?n con Obreg?n, y a Jes?s M. Garza y Luis L. Le?n. 48 Dulles, 1961, p. 21.
49 Rouaix a Aguirre (2 feb. 1920), en AAA. En 1919 Rouaix le ha
b?a dicho a Juan de Dios Boj?rquez, publicista de la campa?a de Obre g?n, que no tuviera pendiente y aceptara una breve misi?n fuera del
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LINDA B. HALL
rre hab?a sido uno de los asistentes de la directiva del Ce
tro antes de la revuelta de Agua Prieta, junto con Calles bajo las ?rdenes de Fernando Iglesias Calder?n del plc, pe
la lealtad de Aguirre a Obreg?n era incuestionable y
nombramiento como director indicaba que Obreg?n estab listo para llamar a sus amigos personales m?s cercanos y s tituir con ellos a los l?deres que eran fieles primeramen
al partido. El plc, sin embargo, sigui? jugando un papel importan te en la campa?a: le toc? la parte del le?n en la distribu ci?n de botones, carteles y otros materiales para la campa?a.
Miembros prominentes del plc, como Enrique Colunga en Guanajuato y Jos? Siurob en Quer?taro, fueron jefes de la
campa?a en esos estados. Muchos de los jefes de campa?a
estatales hab?an participado en el congreso constituyente: por lo menos diez de veinticinco.50 Muchos de los jefes tam bi?n hab?an participado en el vig?simo s?ptimo congreso, el que Carranza consider? tan "indisciplinado".
En recompensa por su apoyo el plc recibi? tres de las
seis secretar?as del primer gabinete de Obreg?n: Benjam?n pa?s, ya que el "general Obreg?n tiene ya la cosa ganada". Boj?rquez, 1960, p. 121. 50 El plc obtuvo tres veces m?s cantidad de material para la campa ?a que todos los otros partidos juntos, incluyendo al pnc y al plm. Los miembros del congreso constituyente que se han podido identificar son
Enrique Colunga (Guanajuato), Antonio Guti?rrez (Durango), Rafael Vega S?nchez (Hidalgo), C. Rivera Cabrera (Oaxaca), Enrique Contre ras (Puebla), Rafael Curiel (San Luis Potos?) , A. Magafl?n (Sinaloa), L. G. Monz?n (Sonora), Enrique Meza (Veracruz) y Jos? Concepci?n Rivera (Colima). La lista de jefes de la campa?a en los estados pro viene de un reporte sin fecha que el Centro Director Electoral envi? a cada uno, incluyendo 144 clubes y partidos que apoyaban a Obreg?n s?lo en Veracruz. Papeles del Centro Director Electoral, en AAA. Probable
mente era mayor el n?mero de los jefes hab?an participado en el constituyente, ya que no fue posible identificar a algunos porque la or tograf?a de los nombres era (incorrecta o bien porque se omiti? el ape llido. El propio Aguirre fue un prominente miembro del congreso cons tiuyente.
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OBREG?N Y EL PARTIDO ?NICO
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Hill qued? como secretario de Guerra y Marina, Rafael
Zubar?n Capmany como secretario de Industria, Comercio y Trabajo, y Antonio Villarreal, que hab?a estado asociado por mucho tiempo al movimiento agrario, como secretario de Agricultura y Fomento. Aun as?, la relaci?n entre Obre g?n y el plc se deterior? r?pidamente y la ruptura fue ace lerada por la muerte Hill s?lo dos semanas despu?s de que Obreg?n tomara posesi?n. Los sonorenses Calles, secretario de Gobernaci?n, y Adolfo de la Huerta, secretario de Ha cienda y Cr?dito P?blico, criticaron mucho al plc. Antes de que pasaran dos meses de la toma de posesi?n el plc presen t? un programa de gobierno, que Obreg?n rechaz? aunque
accedi? a pensar. De hecho, Obreg?n hab?a urgido a los legisladores para que trabajaran para la naci?n y no para
partidos pol?ticos espec?ficos, y resinti? este intento del plc por dirigir su gobierno.51 Obreg?n ten?a en mente un partido nacional que fuera m?s all? de los partidarismos. Quer?a un partido que unifi cara en vez de dividir al pa?s, siempre con ?l y sus asociados a la cabeza. Las disputas deb?an arreglarse idealmente den tro del partido y no en p?blico, y el presidente deb?a ser
el arbitro. Obreg?n no quer?a limitar su libertad para re
lacionarse con otros grupos y trataba de evitar que creyeran
que un grupo lo controlaba.52 La lucha por el poder y las facciones que se formaron durante el gobierno de Obreg?n no le permitieron ir m?s lejos en el establecimiento de un partido revolucionario en el que se incluyera a todos. Quedar?a a su sucesor, Calles, la creaci?n del Partido Nacional Revolucionario, despu?s de la muerte de Obreg?n. El manifiesto de 1928 en el que se 51 Dulles, 1961, p. 128. 52 Otros grupos tambi?n protestaron acremente por la relaci?n que exist?a entre el plc y el poder ejecutivo, especialmente Prieto Laurens
y el pnc, que acusaron al plc de ser el partido oficial, aunque no lo
era, y de utilizar el poder para fines privados. Prieto Lauwens, 1968, pp. 98-113.
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LINDA B. HALL
anunci? el establecimiento de este partido recordaba c
mente las ideas de Obreg?n. Obreg?n deseaba un par
liberal para las clases oprimidas, que habr?a demostrad fuerza en la lucha armada en contra del partido de los sores, los ricos, el alto clero y los extranjeros privilegi
y el manifiesto del pnr propuso que las m?ltiples te cias que divid?an a la naci?n deb?an organizarse en dos
rrientes fuertes: la de los innovadores, reformistas y r cionarios y la conservadora y reaccionaria, e invit? a t
los partidos, grupos y organizaciones pol?ticas de id tendencias revolucionarias a unirse y formar el Partid cional Revolucionario. El manifiesto ten?a la misma es
tura del de Obreg?n al anunciar su candidatura en 1
y daba la impresi?n de que exist?an s?lo dos grupos pol
en M?xico. Hac?a un llamado a los de tendencias lucionarias para que se unieran y evitaran las luch
ternas que siempre hab?an llevado a la desintegraci?n partido liberal y a su derrota frente a los conservador anunciaba una convenci?n nacional para organizados co base m?s amplia posible.53 Las ra?ces del pnr pueden e trarse en los primeros d?as del movimiento obregonista que las condiciones para su establecimiento a?n no esta presentes. Curiosamente fue la muerte de Obreg?n l precipit? el establecimiento del partido ?nico semiofic masas que Obreg?n vislumbraba.
SIGLAS Y REFERENCIAS
AAA Archivo de Amado Aguirre, en poder de Alvaro tute.
ADT Archivo del Departamento de Tel?grafos, en poder de Alvaro Matute. 88 La cata del manifiesto del l9 de diciembre de 1928 ha sido toma da de Dulles, 1961, p. 410. El texto completo del manifiesto apareci?
en El Universal (2 die. 1928).
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622 LINDA B. HALL Gonz?lez, Pablo 1921 "Postrimer?as del per?odo preconstitucional", en La Prensa (San Antonio, 10 mayo) .
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MAIAKOVSKII EN M?XICO William Richardson Wichita State University *
El poeta sovi?tico Vladimir Maiakovskii fue un viajero in cansable que nunca saciaba su deseo de conocer su pa?s y los dem?s y de acumular experiencias en lugares tanto cer canos como remotos. Su obra reflej? frecuentemente las im
presiones recibidas en sus viajes: esto es muy notorio res pecto de sus viajes al extranjero,1 y particulamente en el caso de su viaje a M?xico y los Estados Unidos en 1925.2 Maiakovskii inici? su viaje a Am?rica en mayo de ese a?o y no regres? sino hasta noviembre, habiendo hecho de ?l el m?s extenso de su vida y el m?s prolongado fuera de la Uni?n Sovi?tica. Su meta eran los Estados Unidos, pero visit? primero M?xico porque pens? que de este modo ten dr?a m?s posibilidades de obtener la visa norteamericana. En M?xico encontr? un pa?s, una sociedad y una cultura muy diferentes a lo que debi? de haber imaginado, y su estancia de tres semanas en el pa?s dio lugar a varios poe mas y a un relato de su viaje. El prop?sito principal de este art?culo es examinar la estancia de Maiakovskii en M? xico tratando de averiguar qu? influencia tuvo en su obra posterior, y de ver, asimismo, c?mo el viaje reflej? la na turaleza de las relaciones culturales entre M?xico y la Uni?n Sovi?tica a mediados de los veintes.
Visitar un pa?s extranjero no era f?cil para los ciudada nos del nuevo estado sovi?tico en esos a?os porque su pa?s * El autor desea agradecer a la Wichita State University y al Na
tional Endowment for the Humanities por la ayuda econ?mica que le prestaron, y a Stanley Ross, de la Universidad de Texas, por su est?mu lo y sus comentarios. i Vid. Moser, 1960, pp. 85-100. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Vid. Snegovskaia, 1949, p. 157.
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WILLIAM RICHARDSON
casi no ten?a relaciones diplom?ticas con ning?n otro. E 1925 M?xico era el ?nico pa?s de Am?rica que reconoc?a al gobierno de Mosc?.8 Las relaciones entre ambos pa?ses se hab?an establecido en agosto de 1924, y m?s tarde, en ese mismo a?o, lleg? a M?xico el primer embajador sovi? tico, Stanislav Pestkovskii, quien se estableci? en la capital con su esposa y su hija de seis a?os. Aunque no faltaron los
conflictos entre los revolucionarios mexicanos y el represen tante de un gobierno revolucionario sovi?tico, las relaciones persistieron. Si Maiakovskii quer?a visitar Am?rica, M?xico era obviamente el lugar adecuado para empezar. El poeta prepar? su visita a M?xico desde Par?s en mayo
de 1925. El embajador mexicano en Francia era Alfonso
Reyes, hombre de letras ampliamente conocido y respetado,
y Maiakovskii tuvo una larga conversaci?n con ?l a prop? sito de M?xico, el movimiento indigenista en el arte, y la
controvertida obra de Diego Rivera, artista patrocinado por el gobierno.4 Reyes expidi? con mucho gusto una visa para Maiakovskii, estimulando el inter?s del poeta sovi?tico en el nuevo arte revolucionario mexicano. Este arte estaba muy relacionado con el que el propio Maiakovskii contribu?a a difundir, activamente, en la Uni?n Sovi?tica.
Maiakovskii se embarc? en Saint Nazaire en el Espa?a
el 21 de junio, despu?s de haber visitado la hoy famosa Exhi
bici?n de Artes Decorativas ?que no le gust? a pesar de la sensaci?n que caus? el notable pabell?n sovi?tico, obra de Konstantin Melnikov? y despu?s de haber sufrido el
robo de todo su dinero, aunque no, por suerte, de su boleto
de barco. Aunque Maiakovskii viaj? mucho, no era un buen via jero, y aunque sin duda se sent?a empujado a viajar, rara vez parece haber gozado de los viajes en s?. La traves?a de dos semanas de Francia a M?xico no fue una excepci?n. No pudo bajar en Santander porque Espa?a y la Uni?n 3 Vid. SizoNENKO, 1969, passim. 4 Maiakovskii, 1958, vu, p. 275.
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MA?AKOVSKII EN M?XICO
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Sovi?tica no manten?an relaciones diplom?ticas. Mat? el tiem
po que el barco estuvo en el muelle escribiendo su poema "Ispaniia" ("Espa?a") .5 Tambi?n escribi? a su gran amor y confidente, Lili Brik, diciendo que no era feliz en el mar y que no era gente de mar sino viajero de tierra; adem?s,
dijo, se sent?a muy solo porque no pod?a comunicarse con otros pasajeros del barco, ya que ni ellos conoc?an el ruso ni ?l sab?a franc?s ni espa?ol.6 Mucho del tiempo que pas? a bordo, pues, lo emple? Maiakovskii en escribir poemas y una narraci?n preliminar de su viaje.7 Tras pasar un d?a lluvioso anclado en La Habana, el Espa?a lleg? a Veracruz y el poeta ruso puso pie en M?xico el 8 de julio.8
Maiakovskii era producto de una cultura urbana de vanguardia y su casi ?nico inter?s era conocer la ciudad de M?xico. As? que sac? un boleto para el tren nocturno rumbo a la capital, boleto que, como correspond?a a un "poeta proletario", fue de segunda clase.9 A la ma?ana si guiente, en la ciudad, fue recibido por funcionarios de la
embajada sovi?tica y por Diego Rivera, la principal figura cultural del partido comunista mexicano y quien habr?a de ser su gu?a durante su estancia en el pa?s. Maiakovskii se mostr? m?s impresionado por Rivera que por ninguna otra persona en M?xico, y al irse no dej? de llevar consigo re producciones de las obras del pintor, con las que ilustrar?a m?s tarde sus conferencias y recitales sobre M?xico. Esto contribuir?a a aumentar la reputaci?n de Rivera en la Uni?n Sovi?tica, de tal modo que cuando el pintor fue a Rusia en 1927-28 era ya conocido y apreciado. ? Maiakovskii, 1958, vu, pp. 7-8. ? Maiakovskii a Lili Brik, cit. en Kemrad, 1970, p. 35. 7 Los poemas fueron "6 monajin", "Atlanticheskii okean", y "Mel kaia filosofiia na klubokij mestaj". Maiakovskii, 1958, vu, pp. 9-19. 8 En el trayecto, Maiakovskii escribi? dos poemas no muy logrados: "Blek end uaif y "Jristofer Kolomb".
? Su fino poema "Tropiki" fue producto de este viaje nocturno. Maiakovskii, 1958, vu, pp. 39-40; traducido al espa?ol en Schneider, 1973, pp. 188-189.
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WILLIAM RICHARDSON
Maiakovskii pas? una noche en un hotel, pero luego se mud? a la legaci?n sovi?tica porque, como escribi? a Lili Brik, era m?s agradable, menos aglomerado y, sobre todo,
m?s barato.10 Adem?s, su estancia en la legaci?n provoc? mucha animaci?n y la celebraci?n de varias recepciones y
reuniones sociales.11 Muy pronto el poeta fue entrevistado por Exc?lsior, sirviendo de int?rprete Rivera, quien, seg?n Maiakovskii escribi? despu?s, entend?a perfectamente el ruso pero se confund?a mucho al hablarlo.12 En la entrevista el
poeta habl? de su viaje por mar, dijo que planeaba per
manecer un mes en el pa?s y que pensaba escribir un libro
sobre ?l, y puso ?nfasis en que en la Uni?n Sovi?tica se
discut?a con mucho inter?s el "temperamento mexicano' ,13 En la embajada el poeta trab? conocimiento con muchos artistas y l?deres pol?ticos radicales mexicanos. Mucho tiem po despu?s Rivera escribi? que casi ninguno de ellos hab?a le?do a Maiakovskii, pero que todos hab?an o?do hablar de
?l y lo hab?an llegado a imaginar como una especie de
"heroico gigante rojo".14 El poeta conoci? a Rafael Carrillo, secretario del comit? central del partido comunista mexica no; a Xavier Guerrero, artista comunista; a Luis Monz?n, senador comunista por San Luis Potos?; a ?rsulo Galv?n, jefe de la liga de comunidades agrarias y representante de M?xico ante la conferencia internacional del Kr estintern (In ternacional Campesina) celebrada en Mosc? en 1923; y fi nalmente a Francisco Moreno, diputado comunista por Ve racruz, quien ser?a asesinado en forma extra?a poco tiempo
despu?s.
Como cualquier turista t?pico, Maiakovskii estuvo en los museos, el teatro, los toros, el cine y el Bosque de Chapul tepec. Y aunque le encantaron los atractivos naturales de los lo Vid. "Pisma", 1958, p. 149. il Vid. Kemrad, 1970, passim. 12 Maiakovskii, 1958, vn, p. 275. 13 "Notable poeta", 1925, pp. 1, 4. 14 OspovAT, 1969, pp. 242 ff.
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MAIAKOVSKII EN MEXICO
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alrededores (el smog, desde luego, a?n no estaba presente), el clima le desagrad?. Escribi? a Lili Brik que hab?a llega do a M?xico "fuera de temporada": que llov?a la mitad del
d?a y que en las noches hac?a fr?o; que se trataba, en suma,
de un clima "ro?oso" empeorado por la altura, que le pro
vocaba dificultad para respirar y mucha fatiga.15 Otros rusos pudieron tambi?n haberse quejado as?, pero no hay que ol
vidar que Maiakovskii casi nunca se sent?a bien durante
sus viajes fuera de su pa?s y que siempre se quejaba, en sus cartas, de las incomodidades que ten?a que sufrir con tal de entrar en contacto con culturas y pa?ses extranjeros.
Como Rivera not?, no s?lo los comunistas se interesa ron en Maiakovskii. El embajador Pestkovskii lo llev? a
visitar al secretario de Educaci?n, Manuel Puig Cassauranc, quien escribi? una larga salutaci?n en un cuaderno que el poeta siempre llevaba consigo durante sus viajes.16 Otra en trevista con el poeta apareci? en El Universal Ilustrado del 23 de julio, con su retrato. En ella se dijo que la sonoridad original de su poes?a no se pod?a apreciar en la traducci?n espa?ola, y que Maiakovskii era el creador de algo nuevo: la combinaci?n, s?lo lograda por ?l, de una poes?a "roja y hermosa".17 El poeta caus? gran impresi?n en el ambiente cultural en general. La prestigiada revista cultural Antor cha ?fundada por Jos? Vasconcelos y dirigida entonces por Samuel Ramos? public? un ensayo que comparaba favora blemente a Maiakovskii con sus predecesores simbolistas rusos,10 traducciones de sus poemas "Nash marsh" ("Nuestra
marcha") y "Levyi marsh" ("Marcha de izquierda"), y un retrato del poeta.19 "Nash marsh" apareci? de nuevo ese mismo mes en Revista de Revistas, con un dibujo de Rivera, y en septiembre Antorcha public? un art?culo que resum?a 15 Katanian, 1956, p. 234.
i? Arutcheva, 1968, p. 390. 17 Fr?as, 1925, pp. 25, 54.
18 Kahan, 1925, pp. 17-20. i? Maiakovskii, 1925, pp. 21-22; fotograf?a, p. 4. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:03 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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WILLIAM RICHARDSON
los puntos de vista de Trotskii sobre la poes?a de Maia
kovskii.20
Maiakovskii fue objeto de homenajes y de la atenci?n p?blica, pero no por ello dej? de escribir. El 20 de julio termin? el poema "Meksika" ("M?xico"), y pronto empez? a trabajar en "Bogomolnoe"' ("Plegarias"). En general, no parece haber estado tan "aburrido" en Am?rica como a
menudo lo estaba en Europa.21 Mand? menos cartas y cables
a Lili que en otras ocasiones, y s?lo una carta desde M? xico, a mediados de julio. Habl? del clima, de lo diferente que era el paisaje por los cactus, las palmas y otras plan tas, y de que el pa?s le parec?a sucio, no muy bonito y, en realidad, aburrido. Fuera de esto la carta fue muy formal y sirvi? para encargar a su amiga que hiciera llegar los poe mas que adjuntaba a varias publicaciones, entre ellas LEF, Ogonek, Izvestiia y Prozhektor.22 Lili no qued? muy con vencida del "aburrimiento" de su amigo, y, m?s tarde, cuan do ?l estaba ya en los Estados Unidos, expres? su preocupa ci?n por la falta de correspondencia.23
En realidad, Maiakovskii pasaba largas horas tratando de obtener una visa en la embajada norteamericana. Tan
pronto la recibi? tom? el tren para Nuevo Laredo, cruz? el puente internacional y fue detenido con el alegato de que
la visa no era apropiada. El poeta hab?a previsto sin em
bargo las dificultades, y se hab?a cuidado de no llevar con sigo nada que lo pudiera perjudicar. Por ejemplo, arranc?
aquellas p?ginas de su cuaderno que lo pudieran involu
crar como agitador o propagandista del comunismo.24 Pero fue por fin admitido, despu?s de haber estado detenido por ocho horas, gracias a la ayuda de un amigo emigrado, David 20 "Trotzki", 1925, pp. 20-21. Los comentarios de Trotskii fueron tomados de su obra Literatura y revoluci?n, traducida hacia muy poco
al espa?ol.
21 Brown, 1973, pp. 286 ss. 22 "Pisma", 1958, p. 149.
23 Vid. Brown, 1973, p. 287. 24 Arutcheva, 1958, p. 390.
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MAIAKOVSKII EN MEXICO
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Burlink, quien le hab?a proporcionado unas cartas en las que se le ofrec?a un "contrato" para servir de "artista co mercial" para un estudio neoyorquino. Maiakovskii parti? inmediatamente para Nueva York.25
S?lo tres semanas estuvo Maiakovskii en M?xico, pero se hab?a propuesto desde el principio escribir un relato de su
viaje y componer algunos poemas surgidos de sus impre siones. El producto de esto fue la secci?n dedicada a M?
xico de su libro Moe otkrytie Ameriki (Mi descubrimiento
de Am?rica), de 1926. Durante su entrevista a Exc?lsior Maiakovskii hab?an dicho que no iba a hacer una descrip ci?n pol?tica, sino de las tradiciones, costumbres y "esp?ritu
popular" del pa?s.26 Unos primeros escritos sobre M?xico aparecieron previamente en enero de 1926 en Krasnaia Nov (Suelo Rojo Virgen).1*7 Hab?an sido completados en diciem bre del a?o anterior muy a la carrera porque Maiakovskii necesitaba el dinero con que le habr?an de pagar. Esta pri mera versi?n del ensayo estaba llena de errores, mal orga nizada, y adolec?a de transcripciones incorrectas e inconsis tentes al alfabeto cir?lico.28 Estas fallas le provocaron serias cr?ticas. M?s tarde, en el propio Krasnaia Nov, D. Talkinov observ? que el libro de Maiakovskii estaba escrito en el tono vulgar de un reportero period?stico, y que sus exageraciones, declamaciones, din?mica teatral y estilo de cartel subversivo no eran los que correspond?an a uno de los mejores poetas sovi?ticos.29
A pesar de sus graves deficiencias, Moe otkrytie Ameriki habr?a de ser importante en la formaci?n de una visi?n rusa de M?xico por el simple hecho de ser obra de Maiakovskii 25 Sobre Maiakovskii en los Estados Uriidos, vid. Moser, 1966, pp. 242, 266.
26 "Notable poeta", 1925, pp. 1, 4. 27 Maiakovsku, 1926a, pp. 194-212. Cf. Maiakovskii, 1926b. 28 Chapultepec apareci? como "Chapulstranek" y gachup?n como "gochupin". Maiakovskii, 1926a, pp. 202, 241. 2? Talkinov, 1928, p, 268. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:03 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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y tener acceso a un p?blico amplio e interesado. Adem?s, Maiakovskii dict? conferencias, hizo lecturas p?blicas de partes de la obra y dio recitales de la poes?a surgida del viaje. El impacto popular de sus relatos ser?a uno de los m?s significativos que cabe encontrar en la Uni?n Sovi?tica en el presente siglo. A pesar de su conversaci?n con Reyes y de sus pocas lectu ras anteriores sobre M?xico, Maiakovskii no sab?a casi nada
de este pa?s, y se sorprendi? de mucho de lo que vio. El
poeta, que med?a casi dos metros, se asombr? primero que
nada por las multitudes de "peque?a gente morena" que encontr? en los muelles de Veracruz: esperaba a los altos
y nobles indios de James Fenimore Cooper o Mayne Reed, y se impresion? de verlos tan alejados de sus antiguos d?as de gloria ?tema que volver?a a tocar en su obra posterior. Como otros visitantes de Veracruz, se interes? por varios aspectos curiosos del puerto. Coment? el n?mero de limpiabotas (que
calcul? en cinco por cada persona con zapatos)30 y el de
vendedores de loter?a, y la costumbre de cargar el dinero en bolsas rehusando el papel moneda que los inestables gobier
nos de la revoluci?n hab?an hecho poco confiable. Se en
ter? de que el bandidaje a?n exist?a en M?xico, y vio como algo divertido la condici?n del ej?rcito, que se caracterizaba por el dominio de la corrupci?n y ej favoritismo, la incerti dumbre en cuanto al preciso n?mero de soldados disponi bles, y los m?todos peculiares de reclutar soldados, todo ello tan diferente a lo que le era familiar en Europa.31 Pero el inter?s principal de Maiakovskii estaba en la ciudad de M? xico y las transformaciones que hab?a sufrido con la revo
luci?n. No pudo ver el paisaje del trayecto de Veracruz a M? xico, ya que hizo el viaje de noche, pero se sinti? atra?do por la noche tropical:
bo Maiakovsmi, 1958, vu, p. 272. 31 Maiakovsku, 1958, vu, p. 274. Schneider, 1973, incluye una traduc ci?n defectuosa de esta obra.
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En una noche perfectamente azul, los troncos negros de las palmeras se convert?an en artistas bohemios de cabellera larga. Tierra y cielo se confund?an. Hab?a estrellas abajo y arri ba. Dos juegos completos. Arriba, cuerpos celestes fijos; abajo, estrellas serpenteantes y voladoras: luci?rnagas.82
En la madrugada, la llegada del tren al valle de M?xico le mostr? un paisaje distinto. La variedad de cactos ?nopales, magueyes, ?rganos? provoc? una observaci?n: "Nunca hab?a
visto un lugar as?, y no cre? que un lugar as? pudiera existir." 33
Maiakovskii se sinti? feliz al encontrarse con Diego Ri vera en la estaci?n de M?xico preparado para conducirlo por la capital. El poeta describi? a Rivera como un hom bre enorme, siempre sonriente, con una buena barriga y una ancha cara.34 Pronto se hicieron buenos amigos. Rivera llev?
a su hu?sped sovi?tico a visitar monumentos prehisp?ni
cos y luego a ver las creaciones art?sticas recientes del M? xico revolucionario. Maiakovskii describi? los murales que
Rivera hab?a pintado en la Secretar?a de Educaci?n con entusiasmo y detalle, refiri?ndose a ellos como "los primeros frescos comunistas del mundo". Y sin embargo m?s tarde se sinti? obligado a expresar a sus lectores y oyentes sovi?
ticos que la realidad de la revoluci?n en M?xico no era exactamente como las obras de Rivera daban a entender.
Not? que muchos miembros del gobierno del presidente Ca lles estaban en contra de esas pinturas; que el gobierno nor teamericano, "director de los asuntos de M?xico", hab?a de jado muy en claro que reprobaba esa "pintura subversiva"; y que algunos rufianes hab?an empezado a borrarlas.35 Maia kovskii interpretaba todo esto como una situaci?n en que la cultura revolucionaria, iniciada y promovida por el go 32 Maiakovskii, 33 Maiakovskii, 34 Maiakovskii, 35 Maiakovskii,
1958 vu. 1958, vu, p. 274. 1958, vn, p. 275. 1958, vn, p. 276.
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bierno mexicano, estaba siendo amenazada, en 1925, por el propio gobierno "revolucionario" y gentes asociadas a ?l. Maiakovskii volver?a a abundar en el prolific? tema de
la revoluci?n moribunda, pero se dedic? primero al exa
men de otras manifestaciones de la cultura. Una buena poe s?a, escribi?, simplemente no pod?a existir debido al "d?bil orden social" que prevalec?a en M?xico.36 Le choc? enterar se de que, si bien los corridos populares impresos en hojas sueltas se vend?an en los lugares p?blicos por unos centavos, no exist?a en realidad un p?blico dispuesto a escuchar for mas "m?s elevadas" de poes?a. En general, el gusto literario le pareci? completamente anticuado, y las ?nicas obras li terarias modernas que pudo encontrar traducidas eran, para su gusto, p?simas novelas. Del teatro se refiri? como algo hundido en un abismo, frente a un p?blico interesado s?lo en un teatro de revista barato y en un cine dominado por las pel?culas norteamericanas de vaqueros. Peor todav?a que la falta de formas tradicionales de la cultura occidental le parecieron los toros, el m?s popular espect?culo capitalino. Disgustado y asombrado, los descri
bi? en detalle con bastante prejuicio: "Sent? un gran pla
cer cuando el toro se las arregl? para introducir uno de sus cuernos entre las costillas de uno de los humanos, vengando con ello a sus cong?neres toros..." Y agreg?: "S?lo lament? que fuera imposible montar una ametralladora en los cuer nos del toro y ense?arle c?mo dispararla."87 Le pareci? interesante la ciudad de M?xico, pero le des ilusion? el que no se hubieran erigido monumentos nuevos de arquitectura revolucionaria y el que no quedara nada de
la vieja Tenochtitlan.38 Confes? que se cans? bien pronto
de ver las casas "hist?ricas" de "los curas y los ricos".m M?s 86 Maiakovskii, 1958, vu, p. 277. st Maiakovskii, 1958, vu, pp. 279-280. ss Err?neamente se refiri? a ella como si fuera "ochocientos a?os"
antigua. De acuerdo con la tradici?n, la fundaci?n de Tenochtitlan tuvo lugar en 1545. s?> Maiakovskii, 1958, vn, p. 281.
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MAIAKOVSKII EN MEXICO
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bien pidi? a sus amigos comunistas que lo llevaran a visitar las ?reas pobres de la ciudad. Lo que vio lo impact? por la suciedad, la aglomeraci?n, las inundaciones, la falta de ropa, y el lento envenenamiento f?sico y mental a que se somet?an
los "indios", tratando de eludir su triste realidad en las
omnipresentes pulquer?as. Su poema "Meksika" lamentaba la suerte de los descendientes de los magn?ficos aztecas re ducidos a su situaci?n de 1925, arruinados por la conquista, el capitalismo y el imperialismo. Era claro, para Maiakovs kii, que ellos necesitaban de una nueva y m?s completa re voluci?n mexicana. El poeta se ocup? de otros aspectos de la vida capitalina que podr?an ser de inter?s para sus lectores y oyentes sovi? ticos. Habi? de las alarmante aglomeraci?n de autom?viles y camiones y de las salvajes y aguerridas competencias entre
choferes. Atribuy? la gran cantidad de accidentes a la in disciplina de los mexicanos en el manejo. Le sorprendi? la escasez de propaganda comercial en las calles (en Mosc?, Maiakovskii hab?a trabajado haciendo carteles con fines tan to propagand?sticos como revolucionarios para rosta) , aun que not? que los mexicanos s?lo necesitaban de un letre ro que dijera "barata" para animarse a comprar algo. No se explic? el gusto de los mexicanos por los costosos art?culos extranjeros, el uso ostentoso de la electricidad, y el vestido extravagante. Escribi? que lleg? a encontrarse con "obreros que ol?an a perfume".40 A pesar de sus prop?sitos originales, Maiakovskii no dej? de concluir su descripci?n de M?xico con una apreciaci?n de la pol?tica local. Lo que m?s le pareci? inquietante era que la violencia parec?a end?mica debido a la hasta hac?a poco inestable situaci?n pol?tica y militar. Not? que todos los hombres, desde los quince hasta los setenta y cinco a?os, llevaban armas a dondequiera que fuesen: 41 aun la peque?a
y despreocupada hija de Rivera dorm?a con un rev?lver 40 Maiakovskii, 1958, vu, p. 284. 41 Maiakovskii, 1958, vu, p. 285.
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Colt en su cabecera.42 Al poeta se le hizo saber, desde lue go, que la polic?a, en la capital misma, disparaba primero y averiguaba despu?s. Este tipo de violencia casi institucio nalizada hab?a sido com?n en la Uni?n Sovi?tica apenas unos a?os antes, pero seg?n Maiakovskii ya hab?a sido erra
dicada, y era triste ver que en M?xico no hab?a sucedido as?.
Otra cosa m?s result? extra?a para la educaci?n sovi? tica del poeta: la diferente connotaci?n de la palabra "re
volucionario". En M?xico, seg?n Maiakovskii, un revolucio nario era algo enteramente distinto al revolucionario ruso: no era una persona con una ideolog?a y un programa defi
nido de izquierda, sino una persona que manifestaba su
autoridad pistola en mano. "Y como en M?xico todos tuvie ron poder, o lo tienen, o quieren tenerlo, todos son revolu cionarios".43 Para Maiakovskii, una prueba del poco signi
ficado que ten?a la palabra estaba en los l?deres obreros
oficiales, que eran todo menos revolucionarios. El mejor ejem
plo estaba en Luis N. Morones, l?der dictatorial del movi miento obrero, con su anillo y sus alfileres de diamantes,
quien hab?a dejado la lucha revolucionaria para dedicarse
a buscar un puesto en el gabinete. Lleg? a ser secretario del Trabajo en el cada vez m?s antirrevolucionario gobierno de
Calles.
Seg?n Maiakovskii, los aut?nticos revolucionarios mexica
nos, los comunistas, contaban con varios elementos entusiastas y excelentes, pero eran demasiado pocos como para pesar en la
pol?tica. Hab?a miembros del partido comunista en el sena do (como Monz?n), pero la situaci?n de los comunistas se pod?a apreciar mejor considerando el asesinato del diputado veracruzano Moreno, acontecido en Xalapa poco despu?s de la partida de Maiakovskii y atribuido por los comunistas a un agente del gobernador de Veracruz o incluso a las ?rde nes del propio Calles.44 Maiakovskii admit?a tristemente que 42 Maiakovskii, 1958, vn, p. 276. 43 Maiakovskii, 1958, vn, p. 286. 44 Maiakovskii se enter? de esto por un peri?dico neoyorquino, el
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pasar?an a?os antes de que el movimiento comunista mexi cano adquiriera la fuerza necesaria para amenazar seriamen te a los "pseudo revolucionarios" atrincherados en el gobier
no de la naci?n.
En conjunto el poeta encontr? a la pol?tica mexicana de cididamente exc?ntrica, con el soborno, la inestabilidad y el
uso del asesinato como pan de cada d?a. Y sin embargo qued? con la impresi?n de que todos los grupos en pugna estaban unidos en su "sed de libertad y odio hacia sus domi nadores",45 odio hacia los gringos, los norteamericanos. Con ven?a en que los mexicanos ten?an buenas razones para recha zar a los Estados Unidos por sus abusos contra M?xico, pero le parec?a poco afortunado el que los mexicanos no enten dieran que norteamericano no era sin?nimo de explotador. Pol?ticamente, pues, como en otras cosas, los mexicanos no
hab?an madurado todav?a. Su atrasado nacionalismo deb?a ser substituido por el internacionalismo comunista, y la ban
dera nacional por la "ense?a roja" del comunismo.40 S?lo
as? podr?an los mexicanos hallar su propio destino y llevar adelante una verdadera revoluci?n. Maiakovskii termin? el relato de su visita a M?xico tra tando tal vez de suavizar un poco sus cr?ticas. Alab? el ca r?cter amistoso y amable de los mexicanos que hab?a cono cido. Dijo que su hospitalidad y cordialidad no ten?an par, y concluy? sinceramente que, despu?s de dejar M?xico, ex tra?? a sus amigos, su franqueza y su generosidad. No fue f?cil para el poeta terminar su ensayo. Sus sen timientos sobre M?xico y su estancia en el pa?s eran con fusos. El atraso pol?tico, social y cultural lo decepcion?. Maiakovskii se sent?a producto de una cultura urbana y del movimiento pol?tico m?s progresista y avanzado de la ?poca. Daily Worker. Vid. "Mexican communist'*, 1925, p. 5, y "Mexican po
litician", 1925, p. 2.
45 Maiakovskii, 1958, vn, p. 289.
4? Maiakovskii, 1958, vn, p. 290. Maiakovskii llam? "sand?a" ? la
bandera mexicana, apoy?ndose en una leyenda ap?crifa sobre c?mo fue ron elegidos los colores de la bandera. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:03 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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WILLIAM RICHARDSON
Desde su punto de vista, M?xico tardar?a a?os en alcanzar al estado sovi?tico. Maiakovskii no pudo resolver el conflicto
de conciliar su visi?n de un futuro creado en la Uni?n So vi?tica con la del pasado que no dejaba avanzar a M?xico. Y ?l se conceb?a a s? mismo, desde luego, como un hombre del futuro.
Lo que le gust? de M?xico, pues ?las inesperadas belle zas naturales, el revolucionario arte de Diego Rivera, los miembros del partido comunista? no pudo borrar su impre si?n de la pobreza, la degradaci?n y la miseria que pasaron ante sus ojos, y mucho menos la corrupci?n moral y pol?
tica del gobierno de Calles. La promesa de la "revoluci?n mexicana" era algo falso y vac?o. Era una revoluci?n ven dida a los Estados Unidos y al "imperialismo internacional". El norteamericano Stanley Rypin escribi? en 1935 que "uno pod?a pasarse muchas semanas en la ciudad de M?xico sin darse cuenta de la revoluci?n ?y un visitante comunista di r?a, desde luego, que no ha habido ninguna revoluci?n".47 Eso fue precisamente lo que Maiakovskii pens? en M?xico. Al llegar a los Estados Unidos Maiakovskii satisfizo un deseo que hab?a tenido por mucho tiempo. Y si bien en los a?os siguientes, en las muchas conferencias y pl?ticas que
dio en la Uni?n Sovi?tica, habl? de los dos pa?ses ameri
canos que visit?, nada comparable result? su visi?n negativa
de M?xico con la que recibi? del innovador y productivo sistema industrial norteamericano, a pesar de lo inmoral que ?ste era desde la perspectiva marxista. M?xico dio a
Maiakovskii temas para poemas sobre la injusticia, pero los Estados Unidos le inspiraron "Brooklyn Bridge", canto a un mundo nuevo, industrializado e inevitablemente comunista, como ?l lo deseaba. Y no es que Maiakovskii olvidara a M? xico: simplemente no jug? en su poes?a y su imaginaci?n
el papel que jugaron otros lugares. S?lo mantuvo afecto
por el pa?s y simpat?a hacia sus problemas y aspiraciones.
La mayor consecuencia de su viaje fue que contribuy? a 47 Rywns, 1935, p. 152. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:03 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
MAIAKOVSKII EN MEXICO
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dar a conocer a M?xico entre los sovi?ticos, ampli?ndoles un poco su imagen de la cultura, la sociedad y la pol?tica me xicanas. En los a?os posteriores fue muy poco lo que se hizo por aclarar esa imagen.48
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co a fines de los veintes, y por Sergei Eisenstein, quien hizo filma
ciones en M?xico a principios de los treintas.
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EL GENERAL ANASTASIO BUSTAMANTE Y JOSEPH YVES
LIMANTOUR
CR?NICA DE UN NEGOCIO - 1846-1847 Jan Bazant El Colegio de M?xico Alta California fue tomada por las fuerzas norteamerica nas en gran parte en los meses de julio y agosto de 1846. Los restos del ej?rcito mexicano resistieron en algunos lu gares. As?, en la ciudad de M?xico surgi? la idea de formar una expedici?n para ayudar a los mexicanos de all? y recu perar el territorio.
En una comunicaci?n de cinco hojas, la copia de cuyo borrador est? en la Colecci?n Latinoamericana de la Uni versidad de Texas en Austin,1 Joseph Yves Limantour, hombre
de finanzas conocido sobre todo por sus negocios en Alta California, ofreci? el 31 de agosto al gobierno mexicano su ministrar armas para dicha expedici?n. La oferta fue acep tada en principio (aun cuando ?seg?n parece? no inme diatamente, tal vez a causa de los trastornos que sufr?a el gobierno) y Limantour present? un mes despu?s, el pri
mero de octubre, un proyecto del contrato, que se reproduce
a continuaci?n: 2
Jos? Limantour, capit?n de marina mercante, tiene el honor
de someter a la aprobaci?n del Supremo Gobierno las proposi
ciones siguientes, cuyo objeto es abastecer al territorio de Cali fornias con los v?veres, vestuario, armamento y dem?s efectos que
pueda necesitar para el sostenimiento de su suelo como parte integrante de la Rep?blica Mexicana. Articulo 1. El se?or Limantour entregar? al se?or comandan
i UT, LAC/WBS, 51, pp. 27-31. V?anse las explicaciones sobre si
glas y referencias al final de este art?culo, a UT, LAC/WBS, 51, pp. 35-37. 640
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te general de Californias los art?culos que se expresan a conti nuaci?n, que son, en concepto del excmo. se?or general en jefe de la Divisi?n de Occidente^ de absoluta necesidad, a los precios que igualmente van anotados:
600 fusiles ingleses a $ 10 $ 6 000
1000 carabinas inglesas 7 1/2 7 500 1 000 sables de caballer?a 5 1/2 5 500 1 000 monturas completas 26 26 000
1 000 pantalones de pa?o 3 3 000 1 000 pantalones de pa?o para caballer?a 5 5 000
1000 levitas de pa?o 7 1/4 7 250
1 500 camisas de lino 2 3 000 2 000 pares de zapatos 1 2 000
2 000 sombreros 4 8 000
200 qqes. [quintales] p?l
vora de ca??n 50 10000
200 qqes. de plomo 24 4 800
1000 qqes. de bizcocho 16 16 000 4
2 000 frazadas 5 10 000 1000 arrobas arroz 3 3 000
Suma pesos $117 050
Art?culo 2. La entrega de estos art?culos se ha
ci?n del se?or comandante general o de la persona, corporaci?n que el Supremo Gobierno designare, en de Californias que se convenga, despu?s de aprobad proposici?n. Articulo 3. La introducci?n a Californias de todos que se trata de suministrar ser? libre de todos los tualmente establecidos y de los que se puedan est
futuro.
Articulo 4. Jos? Limantour se reserva las excepciones siguien tes para el t?rmino de la entrega, a saber:
7? El naufragio total o pardal legalmente probado de los buques que hayan cargado dichos efectos, lo mismo que el in
cendio de ellos. 2? El caso de insurrecci?n de los puertos que se hayan se?a lado para la entrega de los efectos, por cuyo motivo dichos puer tos se hubieren substra?do de la obediencia del gobierno de la rep?blica. 3 El general Anastasio Bustamante. 4 Pan duradero, sin levadura, especial para llevar en embarcaciones.
Un quintal equivale a cien libras. Esta cifra, de 46 toneladas, parece excesiva.
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En el primer caso se prorrogar? el plazo por el t?rmino que
se juzgue necesario por el se?or comandante general; y en el
segundo, la entrega se har? por el se?or Limantour en el primer
puerto que se halle sometido al gobierno general m?s inme diato al que se hubiese designado: debi?ndose en tal evento re cibir los efectos por el administrador de la aduana, quien librar? el correspondiente recibo, expresando el valor de los efectos calcu
lado como queda dicho en el art?culo 1? Art?culo 5. Una vez hecha la entrega, se librar? al se?or Li mantour un recibo en original y duplicado, en el cual se desig nar? el valor de los efectos entregados en virtud de la presente contrata.
Articulo 6. Para el pago de estos efectos separar? el Supremo Gobierno las sumas necesarias de las entradas que tuviere, a las que dar? esta preferente inversi?n y no otra. Art?culo 7. Luego que se reciban en M?xico los documentos
que acrediten la entrega parcial o total de los efectos y de su
importe, se librar?n por el Supremo Gobierno ?rdenes para su pago a favor de Jos? Limantour o sus apoderados y cargo a quie nes corresponda. Articulo 8. La obligaci?n para la entrega de que se ha habla
do comienza a correr desde el d?a en que se afiance por el Su
premo Gobierno, a satisfacci?n de J. Limantour, la suma total del importe contratado de 117 050 pesos. Art?culo 9. Por su parte J. Limantour, inmediatamente des pu?s que se le haya dado la garant?a a que se refiere el art?culo anterior, asegurar? suficientemente al Supremo Gobierno el cum plimiento de la entrega de los efectos contratados. Articulo 10. Este convenio se elevar? a escritura p?blica, por lo cual tanto el Supremo Gobierno como J. Limantour se com prometer?n a cumplir religiosamente lo pactado, oblig?ndose mu tuamente a indemnizar los intereses, perjuicios y menoscabos que resulten por la falta de lo estipulado.
M?xico y octubre 1? de 1846. Limantour.5 El 23 de octubre Limantour present? el segundo y defi nitivo proyecto, que tambi?n se reproduce aqu?: 6 Articulo 1? El Sr. Limantour. .. [como en el proyecto ante rior.-J. B.] 5 Abajo, una nota del 13 de octubre, firmada por Juan Nepomu
ceno Almonte, secretario de Guerra: "Pase al excmo. general de divi
si?n benem?rito de la patria don Anastasio Bustamante para que se
sirva informar lo que tenga a bien". e UT, LAC/WBS, 51, pp. 61-64.
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200 fusiles a $ 9 3/4 $ 1 950 600 sables de caballer?a 5 1/2 3 300
800 carabinas 7 5 600
500 monturas 26 13 000 500 pantalones de pa?o 5 2 500
500 casacas de pa?o 7 1/4 3 625
500 camisas 2 1 000
1 000 pares de zapatos 1 1 000
1 000 sombreros 4 4 000 150 qqes. [quintales] de
p?lvora 50 7 500 500 qqes. de bizcocho 16 8 000 7 150 qqes. de plomo 24 3 600
500 frazadas 5 2 500
500 arrobas de arroz 3 1 500
Suma $ 59 075
Articulo 2. A la suma a que ascienden los efectos del art?cul anterior el se?or Limantour agregar? $11000 que en efectivo e tregar? al referido se?or comandante general de Californias. Articulo 3. Para el pago de la suma de $70 075, valor del pre sente contrato en los art?culos anteriores, el Supremo Gobiern dar? a Limantour libranzas a seis y ocho meses de sus fecha aceptadas por el clero. Articulo 4. Limantour afianzar? a satisfacci?n del gobierno e cumplimiento del presente contrato en la parte relativa a la en trega que debe hacer.
Articulo 5. La entrega de los efectos la har? Limantour,
satisfacci?n del se?or comandante general, a la persona, autori
dad o corporaci?n que el Supremo Gobierno designare, en lo
puertos de Californias que se conviniere. Articulo 6. [igual al art?culo 3 del primer proyecto?J. B.] Articulo 7. [igual al art?culo 4 del primer proyecto.?J. B.] Articulo 8. [semejante al art?culo 5 del primer proyecto.?J. B. Articulo 9. La obligaci?n para la entrega de los efectos y nu merario a que se refiere este contrato existe desde el punto en qu el gobierno d? a Limantour las libranzas de que habla el art?cu lo 3 y Limantour afiance su compromiso como se dice en el ar
t?culo 4. Articulo 10. [igual al art?culo 10 del primer proyecto.?J. B.] Articulo adicional. Si el Supremo Gobierno tiene por conve niente facultar al se?or comandante general para extender este contrato, ahora o en lo futuro, en virtud de esta facultad la ma 7 La cifra de 23 toneladas parece excesiva.
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yor cantidad de efectos, suma de pesos u otra cosa que se pidiese a Limantour por dicho se?or comandante general se considerar? como pedido y contratado lo que fuere por el Supremo Gobierno, y en este caso comprender?n al aumento todas las condiciones de que se ha hecho constar el presente convenio.
M?xico, octubre 23 de 1846. Jos? Limantour Entre el primero y el segundo contrato la situaci?n ha b?a cambiado en desfavor de M?xico. Con la toma de Mon terrey por los norteamericanos apareci? la posibilidad de un r?pido avance enemigo hacia el sur. Era obviamente m?s importante defender el centro de la rep?blica que la lejana
California. Estas consideraciones sin duda explican la dis minuci?n en la cantidad de los art?culos ofrecidos en una mitad aproximadamente. Pero la diferencia m?s interesante entre ambas propo siciones est? en las condiciones de pago: el primero de oc tubre Limantour estaba satisfecho con el pago posterior a la entrega de la mercanc?a en la lejana California; el 23 del mismo mes ped?a pago adelantado mediante libranzas acep tadas por el clero. En ese tiempo el gobierno presionaba a la iglesia para que garantizara o avalara los pr?stamos he chos al gobierno por las casas bancarias. El gobierno no ten?a dinero ni cr?dito; la iglesia por lo menos ten?a cr? dito, porque ten?a bienes ra?ces con qu? respaldar su firma. De tal modo, las libranzas aceptadas por el clero se conver t?an pr?cticamente en dinero en efectivo. En el caso de que el gobierno no pudiera pagar, que era lo m?s probable, el acreedor podr?a obligar legalmente a la iglesia a cederle un
inmueble por la suma adeudada o a venderlo y luego pa garle en efectivo. Como se sabe, el cr?dito rehuye a las personas o entidades que m?s lo necesitan. El gobierno acept? la segunda propuesta de Limantour.
El contrato (v?ase el art?culo 4) fue afianzado por la casa bancaria de Jecker, Torre y C?a.8 Lo que sigui? se puede resumir en la forma siguiente: el 5 de diciembre la Teso
rer?a de la Federaci?n escribi? "por suprema orden del 25 de noviembre" al comisario del estado de Jalisco que pagara
a Limantour $70 075, aunque no indic? c?mo.9 Al mismo tiempo el secretario de Guerra pidi? al de Hacienda que 8 Huerta, 1978, p. 168. ? UT, LAC/WBS, 51, pp. 43-44.
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se pagaran a Limantour mil pesos por las estad?as que el barco de Limantour deb?a pagar en Acapulco, de lo cual Bustamante, como general en jefe de la Divisi?n de Occi
dente, inform? a Limantour el 6 de diciembre.10 Para que se pagara a Limantour se necesitaba de la intervenci?n de un personaje m?s importante que el tesorero de la Federa ci?n. Quiz?s convencido por Anastasio Bustamante, amigo de Limantour, el secretario de Guerra y a partir del 11 de diciembre tambi?n de Hacienda, Juan Nepomuceno Almon te, tom? cartas en el asunto. Sus tres cartas del 9 al 14 de diciembre se reproducen a continuaci?n: n Reservada Palacio nacional de M?xico a 9 de diciembre de 1846. Se?or don Jos? Mar?a Vallarta, comisario general de Jalisco.?Muy se?or
m?o y de mi aprecio:
El se?or don Jos? Limantour, amigo m?o, tiene sobre esa Co
misar?a del digno cargo de usted una orden de pago ejecutivo
en su favor por setenta mil y tantos pesos. Esta suma procede del contrato que ha hecho con el Supremo Gobierno, de cuyo cum plimiento por parte de Limantour se deben seguir muy impor tantes bienes al servicio nacional. No es en manera ninguna un contrato usurario, y tiende a proporcionar a Californias oportunos auxilios, con los que confiadamente debe esperarse que de aquel pa?s se expulsar?n a los usurpadores norte-americanos, de manera
que a juicio del gobierno y al m?o vale tanto el cumplimiento
del contrato de Limantour como la recuperaci?n de los muy in teresantes y valiosos terrenos que por aquel rumbo de la rep? blica tenemos casi perdidos. Por estas consideraciones, por las que favorecen a Limantour por servicios anteriores prestados bien y oportunamente al go bierno, y confiado en el patriotismo de usted, me atrevo a supli carle y recomendarle mucho por la presente el pronto despacho del asunto referido, en la confianza de que tendr? gusto en obse quiar las ?rdenes de usted su afmo. s. s. qu. 1. b. s. m.
J. N. Almonte.
10 UT, LAC/WBS, 51, pp. 47-48.
il UT, LAC/WBS, 51, pp. 39-41.
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Palacio nacional de M?xico a 11 de diciembre de 1846. Se?or don Jos? Mar?a Vallarta, comisario general de Jalisco.
Muy se?or m?o y de mi aprecio:
Por el correo anterior dirig? a usted una carta recomend?n dole mucho el pronto despacho de una orden de pago en favor del se?or don Jos? Limantour, considerando el negocio como de inter?s nacional y mi confidencial recomendaci?n como recurso amistoso, pero hoy repito a usted lo que entonces tuve el gusto de decirle con el doble car?cter de ministro de Guerra y de Ha
cienda, puesto que de ambos despachos es el asunto de que se
trata. Tengo la satisfacci?n de firmarme afmo. amigo y servidor de ud. q. 1. b. 1. m.
(Firma) J. N. Almonte
En la carta tercera Almonte inform? a Limantour sobre su comunicaci?n al obispo de Guadalajara. He aqu? la carta: Ministro de Hacienda, secci?n 1? M?xico, diciembre 14 de 1846. Se?or don Jos? Limantour: Con esta fecha digo entre otras cosas al ilustr?simo se?or obis
po de la di?cesis de Jalisco lo que sigue:
"Dispone igualmente su eminencia que de la cantidad que ha de facilitar esa mitra se entreguen $30 000 a don Jos? Limantour
en cuenta de mayor cantidad que le adeuda el gobierno, con fiando s. e. en que esta disposici?n ser? inmediatamente obse
quiada por usted para intereses [palabra ilegible; el escribiente
era p?simo.?J. B.] el decoro y buen nombre del gobierno, no
menos que la salvaci?n de su territorio". Lo que de suprema orden comunico a usted para los efectos consiguientes, bajo el concepto de que la suma que se manda sa
tisfacer a usted en el inserto p?rrafo es en cuenta de la de
$70 000 de la contrata celebrada para proveer de v?veres a la Di visi?n de Occidente.
Dios y libertad.
(Firma) Almonte
Parece que los treinta mil pesos deb?an pagarse en efec
tivo. La iglesia pod?a reunir los fondos s?lo hipotecando sus inmuebles a los prestamistas. Pero Almonte quiz?s se refer?a a las libranzas que el obispo deb?a aceptar. Mientras tanto Limantour estaba en Acapulco. Desde M?xico, el general Bustamante le transcribi? el 25 de di ciembre una orden del secretario de Guerra para que Li mantour llevara a California diversos efectos pertenecientes This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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al ej?rcito mexicano y depositados en Acapulco.12 Se en
tiende que deb?a transportar lo anterior aparte de las mer
canc?as. Despu?s Bustamante, como jefe de la planeada
expedici?n a California, se traslad? a Guadalajara y de all? dirigi? el 18 de enero de 1847 a Limantour dos cartas im portantes. En la primera inst? a Limantour a que locali zara a Flores, el jefe de la resistencia californiana, quien seg?n las ?ltimas noticias se hallaba en la ciudad de Los ?ngeles, y le entregara, "adem?s de los art?culos de armas,
municiones, equipo, v?veres, numerario, etc. que por su con
trata debe usted situar all?, aquellos efectos que hubiese recibido en el puerto de Acapulco, de los que estuvieron destinados a la expedici?n a California... Debo confiar en la delicadeza de usted para que no perdone diligencia por llegar cuanto antes a su destino..."13 El gobierno mexi cano le encargaba a Limantour una misi?n de confianza. En la carta segunda Bustamante escribi? haber sido in formado oficialmente de que se hab?an pagado a Jos? Pa
lomar, apoderado de Limantour en Guadalajara, $37 819
provenientes de un pr?stamo forzoso.14
Bustamante no pod?a saber todav?a el 18 de enero que
ocho d?as antes los norteamericanos hab?an tomado definiti vamente a Los ?ngeles, y que tres d?as despu?s los califor
nianos hab?an capitulado. La resistencia mexicana que pa rec?a tan prometedora en el oto?o de 1846 se hab?a derrum
bado.
En cuanto al cumplimiento del contrato Limantour, de las cartas anteriores se desprende que la suma total de m?s de setenta mil pesos fue pagada en dos partes: primero en
treinta mil, "facilitados" por la mitra de Guadalajara, y
luego en cerca de treinta y ocho mil, producto de un pr?s tamo forzoso entregado al opulento comerciante e indus trial tapat?o Palomar, conocido despu?s como importante adquiriente de los bienes nacionalizados. Ambas cantidades sumaban casi los setenta mil pesos. Hasta este momento el gobierno hab?a cumplido ?seg?n
los datos anteriores? con su parte. Ahora le tocaba a Li
mantour el cumplir con la suya. Pero el asunto result? com plicado. Los treinta mil pesos no le fueron pagados sino a 12 UT, LAC/WBS, 51, pp. 49-50.
13 UT, LAC/WBS, 10, pp. 1-4.
14 UT, LAC/WBS, 51, pp. 51-53.
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JAN BAZANT
?ltima hora, enviados a Santa Anna quien estaba prepa rando al ej?rcito en San Luis Potos? para una batalla deci
siva contra el invasor y que, como era de esperarse, estaba urgido de fondos. Limantour se quej? de ello a Bustamante el 12 de enero en una carta que no se ha conservado. Probablemente con la intenci?n de calmar a Limantour, el apenado Bustamante le escribi? el 30 de enero una carta en franc?s que se reproduce a continuaci?n:1B Mr. J. Limantour Acapulco
M?xico el 30 Janvier 1847.
Monsieur et ami: C'est avec la plus grande surprise que j'ai
re?u votre amicale du 12 courant, car par la lettre que je vous adressai depuis Guadalajara en date du 18 du mois je vous faisais part que le comissaire g?n?ral de la dite ville m'avait averti ofi ciellement qu'il avait d?j? envoy? ? votre correspondant don Jos?
Palomar la quantit? de trente sept mille huit cent dix neuf piastres, deux reaux et huit grains; vous avertissant en m?me
temps qu'ind?pendament de cette note oficielle, messieurs le gou verneur, comandant g?n?ral et commissaire, desquels je r?clamai le solde complet de votre contrat, me donn?rent aussi avis oficiel que leurs premiers soins seraient de le remplir. Je ne sais donc a quoi attribuer, si ce n'est ? erreur, la lettre
que vous m'annoncer avoir re?u de la Maison Jecker, Torre & Cie. qui vous donne avis que la somme de $30 000 avait ?t? d?tourn?e de la destination primitive pour ?tre remise a Mr. le g?n?ral Santa Anna. Recevez Mr. les voeux sinc?res de Mrs. Manuel Guti?rrez et Abrago, et en particulier de Votre serviteur et ami Anastasio Bustamante.16
En la referencia que Bustamante hizo a los $37 819 y
fracci?n se percibe una cierta ambig?edad: Bustamante "ha 15 UT, LAC/WBS, 51, no. de p?gina ilegible.
i? Traducida al espa?ol:
Sr. J. Limantour, Acapulco. M?xico, 30 de enero de 1847. Se?or y
amigo: su carta del 12 del corriente me ha causado una sorpresa enorme pues en mi carta que le envi? desde Guadalajara el 18 de este
mes le comuniqu? que el comisario general de esa ciudad me hab?a
informado oficialmente que hab?a ya enviado a su corresponsal don Jos? Palomar la suma de $37 819, 2 reales y 8 granos; le comuniqu? asimis
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BUSTAMANTE Y LIMANTOUR
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b?a sido informado oficialmente" de su pago, pero el haber subrayado la palabra "oficialmente" puede significar que una cosa es lo oficial y otra cosa es lo que en realidad pas?
con dicha suma; quiz?s corri? la misma suerte que los
treinta mil. Limantour ya no estaba en Acapulco cuando lleg? a ese puerto la carta de Bustamante del 30 de enero. Como indi ca una anotaci?n de su pu?o y letra en el sobre de la misma carta, la recibi? el 31 de agosto de 1847.17 ?D?nde estuvo los seis o siete meses? ?l mismo nos lo dice en el borrador
de una solicitud dirigida el 3 de noviembre de 1847 en Quer?taro al gobierno mexicano, que es el siguiente:18 Reclamaci?n por $2 500, valor estimativo de flete de efectos militares conducidos por el suplicante a la Alta California.
E. S.: Jos? Limantour, capit?n de la marina mercante francesa, ante la justificaci?n de v. e. comparezco y digo: que, a consecuencia de
orden especial del Supremo Gobierno, en 29 de enero del pre sente a?o se me entregaron en Acapulco para su conducci?n a la Alta California 105 bultos de efectos militares conteniendo tiendas de campa?a, monturas y otros objetos de que tiene cono cimiento la Secretar?a del Despacho de Guerra y Marina.
Por las circunstancias de la guerra y la ocupaci?n de aquel
territorio por las fuerzas norteamericanas, no solamente a mi lle gada no encontr? ninguna autoridad mexicana con quien enten derme, sino que, perseguido y apresado por los mismos enemigos, rao que, independientemente de esta nota oficial, los se?ores goberna dor, comandante general y comisario, a quienes yo ped?a el pago com pleto de vuestro contrato, tambi?n me aseguraron oficialmente que lo cumplir?an lo m?s pronto posible. No s?, pues, a qu? atribuir ?si no
a un error? la carta que usted me avisa haber recibido de la Casa
Jecker, Torre y C?a., que le informa que la suma de $30000 fu? des viada de su destino original para ser remitida al se?or general Santa
Anna. Reciba usted los saludos sinceros de los se?ores Guti?rrez y Abrago, y en especial de su servidor y amigo, Anastasio Bustamante. Durante su estancia de varios a?os en Europa Bustamante debi? de haber aprendido algo de franc?s, pero dif?cilmente lo suficiente para escribir una carta en un franc?s correcto. Esta carta fue escrita por otra persona y s?lo firmada por Bustamante.
17 UT, LAC/WBS, 51, p. 58.
18 UT, LAC/WBS, 51, pp. 59-60.
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JAN BAZANT
me vi en el caso de vacilar entre que ?stos se apoderasen de los efectos militares que yo conduc?a o arrojarlos a la mar para evi tarlo, no qued?ndome m?s arbitrio que esto ?ltimo, pues el re gresar con ellos no era posible por la misma circunstancia de mi captura y la del mal tiempo que hac?a fatal la navegaci?n.
En mi diario que llev? en ?sta y en las contestaciones que
para mi prisi?n [sigue una palabra ilegible.?J. B.] se v? probado cuanto llevo expuesto, y estos documentos obran en mi poder. Pero, sin hacer m?ritos de los peligros y atrasos que he su
frido en una empresa tan arriesgada como la que me llev? al
territorio de la Alta California, en donde iba a prestar un ser vicio importante a la naci?n, yo creo fuera de duda y de toda justicia el derecho que me asiste para reclamar, como reclamo, el valor del flete de los efectos expresados, debi?ndose tener en consideraci?n que no obstante que los bultos en que estaban con tenidos no har?an la carga total de mi buque, con ella sola tuve que hacer el viaje porque, por hab?rseme encargado por el Su premo Gobierno la pronta llegada a California, no quise tocar como pod?a en ning?n otro puerto en solicitud de cargamento propio o ajeno. Un buque que hace viaje a Californias de Acapulco, aun cuan do no sea en ?poca de guerra, gana de flete entre cuatro y seis mil pesos, como es notorio y consta al Supremo Gobierno por haber contratado en m?s los que debieron llevar al mismo terri torio la expedici?n que se proyecta, mas en atenci?n a las cir cunstancias en que se halla la rep?blica yo me limitar? a pedir s?lo una indemnizaci?n de parte de los gastos que tuve que ero gar, y en tal virtud reduzco la presente reclamaci?n a la suma de $2 500. Por todo lo expuesto, a v. e. suplico se sirva decretar la satis facci?n de esta cantidad, por ser de justicia.?Quer?taro, noviem bre 3 de 1847.
Del hecho de que en su comunicaci?n Limantour no
mencionara ni una sola vez las armas que deb?a llevar se g?n el contrato del 23 de octubre de 1846, ni tampoco las sumas que le adeudaba el gobierno por este concepto, creo
poder deducir que en vista de que el gobierno no le pag? por adelantado ?l no llev? las armas y se limit? a llevar
cosas pertenecientes al ej?rcito. Este viaje, como tambi?n la detenci?n de Limantour por una nave norteamericana de
guerra, fueron confirmados en 1853 por William Richardson
ante la comisi?n examinadora de t?tulos de propiedad en
San Francisco,19 pero el asunto del cumplimiento de su con trato con el gobierno contin?a siendo un misterio. i* Wilson, 1853.
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BUSTAMANTE Y LIMANTOUR 651
SIGLAS Y REFERENCIAS
UT, LAC/WBS University of Texas, Austin: Nettie Lee Benson Lat American Collection, Fondo W. B. Stephens.
Hurt a, Ma. Teresa
1978 "Isidoro de la Torre ?El caso de un empresario az carero- 1844-1881", en Ciro F. S. Cardoso, ed.: Fo maci?n y desarrollo de la burgues?a en M?xico ? Siglo xix, Mexico, Siglo XXI editores.
Wilson, James 1853 A pamphlet relating to the claim of se?or don J Limantour to four leagues of land in the count
adjoining and near the city of San Francisco, Califo nia, San Francisco, Whitton, Towne & Co., Printers.
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EXAMEN DE LIBROS Piero Ferrua: Gli anarchichi nella rivoluzione messicana ? Pr?xedis G. Guerrero, Ragusa, Edizioni La Fiaccola, 1976, 165 pp. El anarquismo mexicano ha sido visto regularmente desde la perspectiva del pensamiento de Ricardo Flores Mag?n, por lo que han permanecido fuera de observaci?n otros autores cuyo conoci miento dar?a la posibilidad de precisar los alcances te?ricos, ideo l?gicos y pol?ticos de una de las corrientes de pensamiento y una de las v?as de acci?n m?s importantes de las postrimer?as del si glo xix y principios del xx en M?xico.
La investigaci?n que llev? a cabo Piero Ferrua a lo largo de
cinco a?os en los archivos de la Biblioteca del Instituto Interna cional de Estudios Sociales de Amsterdam, la Biblioteca Bancroft de la Universidad de California en Berkeley, el Archivo Federal de Bell, California, los Archivos Nacionales en Washington, el ar
chivo de la Sociedad Hist?rica de Missouri, la biblioteca de la
Universidad de Michigan, la biblioteca del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Anarquismo de Ginebra, el archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores de M?xico, y en diferentes archivos personales, as? como en libros, tesis, etc., tiende precisa mente a ampliar y profundizar el conocimiento sobre los objetivos principales del anarquismo mexicano a partir de las ideas y pro posiciones de Pr?xedis G. Guerrero.
Pr?xedis G. Guerrero naci? el a?o de 1882 en el distrito de
Le?n, estado de Guanajuato, en el seno de una rica familia
de latifundistas. Desde muy joven inici? la lectura de las obras de Tolstoi, Reclus, Kropotkin y Bakunin, y hacia 1903 entr? en con
tacto con la prensa magonista. En 1904 emigr? hacia los Esta
dos Unidos junto con Francisco Manrique. De septiembre de 1904
a junio de 1907 desarroll? distintas actividades editoriales: co labor? en el peri?dico Alba Roja de San Francisco en 1905 y fund? un peri?dico revolucionario en Arizona. En mayo de 1906 ingres? en la junta directiva del Partido Liberal Mexicano y en junio de 1907 empez? a colaborar en el semanario Revoluci?n,
de Los ?ngeles. En 1909 escribi? en el peri?dico liberal Evolu ci?n Social, impreso en Tohay, Texas, y el 9 de agosto de ese 652 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:20 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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mismo a?o apareci? un semanario fundado por ?l en El Paso,
intitulado Punto Rojo. A partir del 3 de septiembre de 1910 fue co-redactor de Regeneraci?n. Si la obra de este autor no lleg? a ser m?s amplia fue porque perdi? la vida, a la edad de 28 a?os, en un enfrentamiento militar en Janos, Chihuahua, en los ?lti mos d?as del mes de diciembre de 1910. El estudio de Ferrua sobre Pr?xedis Guerrero utiliza funda mentalmente los materiales escritos por el "escritor-guerrillero" en
el peri?dico Revoluci?n, en Regeneraci?n de septiembre a di
ciembre de 1910, y los materiales contenidos en dos vol?menes de escritos antol?gicos extra?dos de Punto Rojo. Los pensadores anarquistas mexicanos (Flores Mag?n, Guerre ro, Rivera, etc.) partieron de las premisas del liberalismo al cri ticar y buscar la correcci?n de los defectos de la administraci?n porfiriana de la justicia. Sin embargo, en menos de una d?cada, su cr?tica lleg? al punto de poner en entredicho al conjunto glo
bal de las instituciones pol?ticas del pa?s. El peri?dico Regene
raci?n registr? claramente esta transformaci?n al presentarse, pri mero, como "peri?dico jur?dico independiente" y, despu?s, como "peri?dico independiente de lucha". Para Flores Mag?n significa ba que se hab?a "rebasado el campo estrictamente jur?dico y se [hab?a] entrado de lleno en el de la administraci?n general".
Este pasaje acompa?a la linea de acci?n que el anarquismo
mexicano se propuso seguir cabalmente en esos a?os: definir ?n programa gradualmente reformista para llevar a cabo la revolu ci?n. "Todo se reduce a una cuesti?n de t?ctica", escrib?a Ricar do Flores Mag?n a su hermano Enrique y a Pr?xedis Guerrero. "Si nos hubi?ramos llamado anarquistas desde el principio, nin
guno o muy pocos nos habr?an escuchado. Sin llamarnos anar
quistas, incendiamos la mente del pueblo con el odio por la clase poseedora y la casta gubernamental. No hay ning?n partido li beral en el mundo que siga las tendencias anticapitalistas c?mo el que est? por declarar una revoluci?n en M?xico.. ."
El pasaje de la reforma a la revoluci?n impone tambi?n un
cambio de t?ctica: la lucha armada se transforma en imperativo
de acci?n. Para Guerrero estaba claro que se encaminaban "ha cia la lucha violenta sin hacerla nuestro ideal, sin so?ar en la ejecuci?n de los tiranos como en una victoria de la justicia.
Nuestra violencia no es justicia: es simplemente necesidad que se llena a expensas del sentimiento y del idealismo, insuficientes This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:20 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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para afirmar en la vida de los pueblos una conquista del pro greso. Nuestra violencia no tendr?a objeto sin la violencia del
despotismo, no se explicar?a si la mayor?a de las v?ctimas del ti rano no fueran c?mplices conscientes o inconscientes de la injusta situaci?n presente". La revoluci?n ?desde la perspectiva de Gue rrero? es un momento indeseable que se encuentra, sin embargo, situado en el movimiento mismo de las leyes de la sociedad: no
es un acto voluntario, sino una consecuencia objetiva del fun
cionamiento de la sociedad.
Para Guerrero la revoluci?n no era s?lo un trance para la
eliminaci?n f?sica del tirano. Si as? fuera bastar?a con contar con
la realizaci?n de acciones heroicas individuales. El problema ra dicaba no en la desaparici?n de la persona concreta del d?spota, sino en la erradicaci?n de las bases sociales y econ?micas de la tiran?a y el despotismo. Por esta orientaci?n, Guerrero se colo caba en una l?nea distinta a la de otros anarquistas de su ?poca, como, por ejemplo, Gaetano Bresci, quien en 1900 asesin? al rey
de Italia Humberto I creyendo que la eliminaci?n del tirano
conduc?a autom?ticamente a la extirpaci?n de la tiran?a. Los residuos idealistas y subjetivistas de las ideas pol?ticas de Guerrero perteneoen a su per?odo liberal. En cambio, en su fase anarquista prevalecen las reflexiones de un pensador materialista que sufre, como intelectual, las consecuencias de las conclusiones de su propia reflexi?n. El intelectual se ve obligado a transfor
marse en un hombre de acci?n, puesto que as? se lo impone la conclusi?n de sus reflexiones. Y, desde luego, el hombre de ac ci?n asume ?ntegramente los deberes sugeridos por su pr?ctica de pensamiento. "En el pensamiento de Guerrero [afirma Ferrua] resuenan cier tas tesis deterministas [...] tendientes a eliminar toda concepci?n idealista o moralista del proceso evolutivo de los mecanismos so ciales. Los t?cnicos de la revoluci?n mexicana son cuando mucho liberales en el sentido decimon?nico europeo. Guerrero, Mag?n y compa??a son ?nicos entre los pensadores pol?ticos de inicios del siglo por proponer, de 1906 en adelante, tesis revolucionarias que son una mezcla de teor?as anarquistas y marxistas, de una con cepci?n voluntarista y al mismo tiempo materialista del fen?me no revolucionario y de la historia misma" (p. 32). El anarquismo mexicano fue una filosof?a pol?tica que articu l? ?ntimamente el pensamiento con la actividad pr?ctica. Guerre This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:20 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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ro se defin?a como un "anarquista pr?ctico", pues trataba de des vincularse de las posiciones dogm?tico-te?ricas para intervenir directamente en el proceso pol?tico-militar de la revoluci?n social,
actuando y participando "con las masas". Los anarquistas ?de
c?a? no deb?an alejarse del pueblo ni deb?an tener miedo a "en suciarse las manos". Para ello deb?an constituirse en una especie
de vanguardia revolucionaria que condujera al pueblo a buscar la transformaci?n de sus condiciones de vida. Y para ello era necesaria una actividad de "propaganda persistente" y una "pre sencia continua", pues "las multitudes siguen con m?s facilidad
a los ambiciosos que las sacrifican que a los principios que las emancipan" (p. 28).
La imagen que nos ofrece Ferrua del anarquista Pr?xedis Gue rrero es la de un te?rico del anarquismo, pero tambi?n la de un pol?tico de la revoluci?n. En este joven revolucionario, dotado de un indudable talento literario y una notable capacidad de tra
bajo como militante, se encontraba tambi?n un t?ctico de la
revoluci?n. A diferencia de Ricardo Flores Mag?n, que era capaz de dise?ar ?nicamente las l?neas maestras, Guerrero parec?a do tado de la capacidad de definir tambi?n los medios para alcan zarlas sin miedo a ser criticado por su "oportunismo", teniendo bien claro el objetivo a alcanzar. Por ejemplo, el anarquista gua najuatenae se expres? favorablemente del Frente ?nico Revolu cionario cuando, en el per?odo insurreccional, se trataba de con
centrar esfuerzos para acabar con la dictadura, dejando en un
lugar secundario las diferencias ideol?gicas y los ataques que se hab?an dado entre las diversas fuerzas pol?ticas en el pasado. El objetivo esencial en ese momento era concluir con la dictadura porfirista, y en esa alianza cabr?a el mismo Madero, que hab?a abandonado la lucha legal para abordar el compromiso de la lu cha armada. Esto no implic? que Guerrero perdiera de vista los objetivos verdaderos de Madero, que "no es un obrero sino un burgu?s". El anarquismo, escrib?a Guerrero a Sarabia, no puede ser patrimonio de pocos; debe introducirse al pueblo pues solo
con ?l se har? la revoluci?n.
El trabajo de Ferrua es un primer intento sistem?tico por ex plicar la obra te?rica y los proyectos y actividades revoluciona rias de Guerrero, y va m?s all? de una mera enunciaci?n apolo g?tica u onom?stica. El autor ofrece adem?s, al final del texto, una amplia gu?a bibliogr?fica, hemerogr?fica y de archivos que
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permite seguir la pista a Guerrero, y advierte que nuevos mate riales ?no consultados para esta obra? han sido donados a archi
vos p?blicos y privados en M?xico y Estados Unidos. Por esta raz?n, Ferrua considera a su trabajo m?s como una monograf?a
que como un ensayo conclusivo sobre Guerrero. Pero un libro como ?ste enriquece, de cualquier manera, nuestro conocimiento de la gama de ideas y proyectos del anarquismo mexicano antes y durante los primeros a?os de la revoluci?n mexicana, iluminan
do aspectos de la misma que han permanecido ocultos por el
?nfasis puesto sobre ciertas personalidades dentro y fuera del anar quismo, y, desde luego, por el peso aplastante de las interpreta ciones dadas a la revoluci?n mexicana por las fuerzas y sujetos triunfantes.
Erica Berra Stoppa
El Colegio de M?xico Laurens Ballard Perry: Juarez and Diaz ? Machine politics in Mexico, DeKalb, Northern Illinois University Press,
1978, x + 467 pp.
El autor, profesor de la Universidad Veracruzana en Jalapa, presenta en este libro un bien investigado y equilibrado estudio de la pol?tica y el ej?rcito mexicano durante la rep?blica restau rada desde mediados de 1867 hasta fines de 1876, esto es, hasta el triunfo definitivo de D?az sobre sus adversarios Lerdo e Igle sias. Como indica el t?tulo, los personajes centrales son Ju?rez y D?az; el subt?tulo se refiere a la formaci?n del aparato pol?tico
juarista. El libro se divide en dos partes: la primera muestra
c?mo el modelo liberal difiri? de la pr?ctica pol?tica y c?mo esta ?ltima contribuy? al establecimiento de un aparato pol?tico mo nol?tico, que a su vez condujo al monopolio del poder. En reac ci?n contra lo anterior, individuos ?en especial el general D?az? y personas y grupos marginados recurrieron a la insurrecci?n.
La parte segunda, aproximadamente del mismo tama?o que la primera, examina la guerra civil de 1876, que dur? todo el a?o y que con la aparici?n del "tercer hombre", Iglesias, se convirti? en una guerra triangular. Se trata desde luego de un tema que ha sido tratado muchas veces y por historiadores muy diversos. Perry muestra que el con
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trol presidencial de los gobiernos estatales con el fin de imponer
candidatos oficiales fue practicado no s?lo por el general D?az (lo que todos 'saben) sino tambi?n antes por los presidentes Ju?
rez y Lerdo. Por supuesto, entre los presidentes civiles y el militar
que sigui? despu?s de ellos hubo una diferencia b?sica: Ju?rez y Lerdo respetaron la libertad de la prensa (en su perjuicio) ; D?az no. Naturalmente, un grado de monopolio pol?tico falsea siempre alga el resultado de las elecciones. Empecemos por las de 1861 (que Perry no trata), en las que Ju?rez gan? por mayor?a abso
luta de votos contra Miguel Lerdo y Gonz?lez Ortega. Como creo poder deducir de la obra de Carmen Bl?zquez, Miguel Lerdo de
Tejada ? Un liberal veracruzano en la pol?tica nacional, este resultado es discutible porque Lerdo muri? en el curso de las elecciones y porque falt? el resultado de la votaci?n en siete es tados. Extrapolando la tesis de Perry, se podr?a sugerir que Ju? rez ya dispon?a de un aparato pol?tico incipiente que le ayud? a aumentar su mayor?a. El hecho de que el general Gonz?lez Or tega no se levantara en armas puede significar que reconoci? im pl?citamente que Ju?rez era m?s popular que ?l.
En 1867 D?az se lanz? a la oposici?n con la consigna de la no reelecci?n. Pero la victoria electoral de Ju?rez ?aun descon tado el efecto del aparato gubernamental? fue tan aplastante que este hecho probablemente hizo que D?az desistiera de la idea de levantarse en armas (pp. 87-88). Cuatro a?os despu?s la si tuaci?n ya no era la misma. D?az no ser?a el ?nico en su intento de aprovechar el descontento con la posibilidad de la segunda reelecci?n de Ju?rez. Esta vez la misma organizaci?n juarista se cuarte? y de ella sali? un candidato decidido a disputar la pre sidencia a Ju?rez. Sebasti?n Lerdo se consider? obviamente como heredero natural del presidente. Pero ?ste no estaba dispuesto a dejar la silla a su ex-colaborador. El resultado de esta campa?a triangular fue una mayor?a meramente relativa en favor de Ju? rez y la malograda sublevaci?n de D?az. Con la muerte de Ju?rez
en 1872, Lerdo, como presidente de la Suprema Corte, se con
virti? en presidente de la rep?blica y, hecho curioso, decidi? go bernar con todo el gabinete y el aparato juarista. Lerdo logr? que la constituci?n se reformara en varios pun tos pero omiti? proponer que se incluyera la prohibici?n de la reelecci?n presidencial. Sus intenciones eran, pues, obvias. Tam This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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bien lo eran las de Porfirio D?az. Como era de esperarse, D?az se
levant? a principios de 1876 contra la planeada reelecci?n pre
sidencial. Las elecciones de junio y julio de 1876 dieron el triun fo, naturalmente, a Lerdo. El pa?s ya estaba en plena revoluci?n y hoy d?a es imposible averiguar hasta qu? grado esas elecciones fueron fraudulentas (p. 290). El presidente de la Suprema Corte, el respetable jurisconsulto Jos? Mar?a Iglesias, declar? poco des
pu?s que "en los meses de junio y julio de 1876 no hubo elec ciones para el presidente de la rep?blica" (ibid.) y concluy?
proclam?ndose presidente ?l mismo. ?Pens? que podr?a suceder a Lerdo como este ?ltimo hab?a sucedido a Ju?rez? Sea como fuere Iglesias introdujo una complicaci?n al juego militar-pol?tico de aquel momento. Debilit? la posici?n de Lerdo y facilit? el triun fo de D?az. Perry ciertamente hace justicia a esta operaci?n trian
gular de 1876.
La obra contiene ocho mapas de operaciones militares y quin ce ap?ndices, en parte documentos poco conocidos, en parte vo taciones en el congreso sobre ciertos temas, lo cual sin duda au
menta su utilidad.
Jan Bazant El Colegio de M?xico Peter Gerhard: The southeast frontier of New Spain, Prin ceton, Princeton University Press, 1979, xii -f- 213 pp.,
mapas.
Hace ocho a?os apareci? A guide to the historical geography of New Spain (v?ase una nota cr?tica en esfet misma revista, vol. xxn, n?, 4, abr.-jun. 1973), libro que sorprendi? entonces por su
notable riqueza de informaci?n y que se ha convertido en una
obra imprescindible de referencia y orientaci?n para todos los que se dedican seriamente al estudio de la historia colonial. Hoy d?a la obra en cuesti?n es tan conocida que no hace falta insistir sobre su contenido. La experiencia, adem?s, ha permitido consta tar la confiabilidad que merece por su correcci?n y exactitud.
The southeast frontier of New Spain es la continuaci?n de
la obra anterior, a la que a?ade nuevas ?reas que analiza de una manera similar. Como en su antecesor, el nuevo libro utiliza la
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divisi?n pol?tica inmediatamente anterior a la implantaci?n del sis tema de intendencias en 1786 para ordenar informaci?n relativa a pueblos, encomiendas, gobierno civil, jurisdicciones eclesi?sticas, po
blaci?n, asentamientos, y fuentes documentales e historiogr?ficas, todo ello desde el momento previo a la conquista hasta fines del
per?odo colonial. Tambi?n el nuevo libro abunda en mapas ge
nerales y particulares, en su mayor?a referidos a las jurisdicciones
pol?ticas. Quien est? familiarizado con la primera obra recono
cer? inmediatamente en ?sta el cuidado con el que autor y editor procuraron la continuidad de criterios, presentaci?n y estilo. Per fectamente se puede considerar a ambos libros como el primero
y segundo tomos de una misma obra: el Gerhard ?como se le puede llamar recordando al Baedecker, el Palau, o el Calepino. La organizaci?n pol?tica del ?rea comprendida en este nuevo volumen no era sin embargo totalmente equiparable a la del go bierno de la Nueva Espa?a, tema del primero. Desde luego, fue mucho m?s inestable y compleja: las jurisdicciones del Sureste no eran divisiones de un mismo tipo, como en el Centro, sino de ca
racter?sticas diferentes, jerarqu?a cambiante, interdependencia des
igual, y numerosos traslapes. De todas ellas las m?s conspicuas fueron los llamados gobiernos, pero no todas las ?reas que alcan zaron esta categor?a la tuvieron simult?neamente. En 1786 lo eran
Yucat?n, Tabasco, Soconusco y Laguna de T?rminos. Chiapa lo
fue por poco tiempo en el siglo xvi, y desde entonces pas? a ser parte de Guatemala. Gerhard opt? por atenerse a esas divisiones para ordenar su material, a pesar de las discrepancias cronol?gicas. La verdad es que las posibilidades son varias, y todas presentan ventajas y desventajas. La adoptada en esta obra es buena, y ante todo pr?ctica y clara, aunque la inclusi?n de Chiapa es un poco forzada: esta provincia era dependencia directa de Guatemala, y no participaba tanto del car?cter fronterizo y marginal com?n a los otros gobiernos. Pero de esta forzada inclusi?n deber? salir algo bueno: el autor no tiene ya excusa para eludir la prepara ci?n de otro volumen sobre Centroam?rica.
Tabasco, Chiapa, Soconusco y Laguna de T?rminos tuvieron una historia y organizaci?n relativamente f?cil de seguir. Gerhard
les dedica pocas p?ginas. Yucat?n, en cambio, es m?s complejo y da lugar a mayor detalle. De hecho, la complejidad de la in
formaci?n yucateca hace de este libro un mar de informaci?n y detalles. Como en el caso del primer libro, el tiempo ayudar? a
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examen de libros
depurar la informaci?n y aprovechar ese rico material mente digerible. Hemos visto la similitud y la continuidad que unen a libros de Gerhard. Si bien esto es muy evidente, no lo las diferencias, mucho m?s sutiles y producto ?tal vez cu n s tandas m?s que de prop?sitos que el autor hubo d tar en su elaboraci?n.
El segundo tomo es proporcionalmente un libro m?s do que el primero, y contiene informaci?n de car?cter
particular que la que predomina en ?ste. Se entien
parte como consecuencia de la naturaleza de las division
ticas del Sureste colonial, pero tambi?n es cierto qu
segundo libro nos encontramos con informaci?n que en ro simple y llanamente se hubiera descartado por innec masiado particular, o demasiado extensa. Tabasco, por e una jurisdicci?n mayor pero al fin y al cabo secundaria, tratamiento que sobrepasa con mucho al que recibi? en
libro su vecino Coatzacoalcos, o al que mereci? Tlax
gundo volumen es por lo general m?s extenso que el pr cuanto a subdivisiones locales, jurisdicciones eclesi?s que es m?s notorio, entidades ind?genas: ubicaci?n, nat congregaciones, etc. Se trata de un avance muy notabl sentido, y esperamos que sea tomado en cuenta para am primer tomo cuando alcance su segunda edici?n. Otra diferencia importante, y tambi?n un avance, e segundo libro es m?s expl?cito en cuanto a la proceden informaci?n, y eso lo hace rebasar su car?cter de gu?a para servir, adecuadamente, de gu?a de fuentes. The southeast frontier tiene asimismo una cartograf perfeccionada, en la que es m?s f?cil distinguir trazos
de trazos hipot?ticos, y en la que el dibujo es m?s f
conveniente es el hecho de que casi todos los mapas part los partidos de Yucat?n, entre otros, est?n presentados ma escala, cosa que facilita las comparaciones y el traba gr?fico que el lector pueda hacer. Esto hubiera sido mu
la obra anterior. Otra novedad es que los mapas iden
las cabeceras eclesi?sticas mediante un s?mbolo especia un peque?o olvido condujo a la omisi?n de una gu?a de
bolos usados. Es evidente que en toda obra de esta naturaleza es el uso el que plantea la necesidad de hacer mejoras y correcciones. Sin
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EXAMEN DE LIBROS
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embargo, estas mejoras deben incorporarse de una forma tal que no rompan con el estilo y los lincamientos adoptados desde un
principio, so pena de quebrar con la igualdad que debe haber
entre uno y otro vol?menes. Es muy grato observar que Gerhard logr? perfeccionar su obra sin verse obligado a abandonar sus cri terios originales. Esto nos proporciona un elemento m?s de com
paraci?n entre el primero y el segundo libros: este ?ltimo re
fleja mayor experiencia en el tratamiento de problemas metodo l?gicos y de presentaci?n del material. La editorial, por su parte, sin cambiar casi en nada las caracter?sticas del libro, incorpor? en este segundo tomo un papel de mejor clase, m?s adecuado al duro trato que recibe una obra como ?sta. Resulta evidente que la tarea emprendida por Gerhard es siem pre perfecdonable, y siempre tiene abiertas las puertas a infor
maci?n m?s precisa y detallada. Adem?s, nuevas ?reas y sobre todo nuevas ?pocas reclaman an?lisis similares. Pero es una tarea que rebasa las posibilidades de un solo investigador. Es necesario, y hasta urgente, que otros se sumen a ella, abordando el tema en forma tal vez igual, tal vez diferente, buscando una mayor per fecci?n, pero sin dejar de imitar la admirable constancia y la pro fesional?sima calidad del trabajo de Peter Gerhard.
Bernardo Garc?a Mart?nez
El Colegio de M?xico
En esta obra Peter Gerhard dirige su inter?s a la pen?nsula de Yucat?n y a las provincias de Tabasco, Laguna de T?rmi nos, Chiapa y Soconusco. El autor se?ala, desde el prefacio, que
la estructura de este volumen es como la de su conocida obra
anterior, A guide to the historical geography of New Spain, lo que significa que se concentra en los patrones ling??sticos y pol?ticos que exist?an en las sociedades abor?genes al momento del primer
contacto espa?ol, en la cronolog?a de la conquista, en las enco miendas, en la evoluci?n de los l?mites eclesi?sticos y civiles, en la historia demogr?fica y en la exposici?n cr?tica de las fuentes que utiliz? para cada regi?n. Su an?lisis est? referido b?sicamen te, como el primer libro, a los l?mites pol?ticos que exist?an en el momento previo a la instauraci?n del sistema de intendencias
en 1786.
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EXAMEN DE LIBROS
La obra es sugerente en cada uno de los temas que aborda,
y amerita muchos comentarios, pero me limitar? a unas reflexio nes a prop?sito de tres aspectos importantes. Dos se refieren al tema demogr?fico: uno a los factores de conversi?n que Gerhard utiliza para estimar la poblaci?n ind?gena de Yucat?n, y otro a
la presentaci?n de las estimaciones poblacionales de la misma regi?n. El tercer aspecto es el de la evoluci?n en el trazo de los l?mites pol?ticos de los partidos, peque?as ?reas en que se divi
d?a la pen?nsula de Yucat?n en el siglo xviu. Para estimar la poblaci?n ind?gena de la provincia de Yuca t?n Peter Gerhard utiliza las mismas fuentes que utilizaron Cook
y Borah en un estudio incluido en sus conocidos Essays in po
pulation history, pero los resultados que obtiene son diferentes.
Cook y Borah encontraron que el punto m?s bajo de la curva de la poblaci?n ind?gena estuvo en la d?cada de los quinientos ochenta, mientras que Gerhard observa que este punto ?el nadir
de la poblaci?n? debe ubicarse a principios del siglo xvn. La diferencia proviene de que Cook y Borah aplicaron a la cuenta
de 1609 el factor de conversi?n de 1.67, y Gerhard opta por el de 1.25. El origen de esta divergencia est? en que aqu?llos interpre taron las cifras de la cuenta como referidas a almas de confesi?n,
en tanto que a Gerhard le parece que las cifras se refieren a
ind?genas mayores de seis a?os. Pero mientras que Cook y Borah proporcionaron una extensa justificaci?n del porqu? de su factor, Gerhard no muestra sus razones, ni da una explicaci?n pertinen te de por qu? interpret? la cuenta de 1609 como referida a in d?genas mayores de seis a?os, hecho que le resta cierta autoridad a sus estimaciones demogr?ficas. Es interesante se?alar, a prop?
sito de esto, que Manuela Cristina Garc?a Bernai, en su libro
Poblaci?n y encomienda en Yucat?n bajo los Austrias, ha llegado muy recientemente a un resultado similar en cuanto a la ubica ci?n del nadir de la poblaci?n, aplicando un factor diferente al
de Cook y Borah a la poblaci?n tributaria de principios del si
glo XVII.
En su cuadro C ?'Indian population in Yucatan") Gerhard
nos presenta sus principales estimaciones demogr?ficas para la pen?nsula dispuestas cronol?gicamente en ocho per?odos reparti dos entre 1511 y 1803, y espacialmente en trece partidos, como exist?an en el siglo xvm. La confecci?n de un cuadro como este supone que el autor tuvo en primer lugar que identificar e indi
vidualizar a cada uno de los pueblos y elaborar listas de ellos This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
EXAMEN DE LIBROS
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con sus respectivas poblaciones en las ocho etapas para las que nos presenta sus c?lculos y, despu?s, agruparlos dentro de los l? mites de los partidos correspondientes, fuesen o no los vigentes en el momento. Esto tuvo que haber sido verdaderamente labo rioso, y puede ser muy ?til, pero pone al autor en un terreno
peligroso, y lleva al lector a ese mismo terreno. Se hace nece sario prevenirlo de que el hablar de partidos para el siglo xvi
es anacr?nico, y al mismo tiempo debe hac?rsele reflexionar sobre la supuesta inmovilidad en los l?mites de las ?reas civiles a lo lar go de tres siglos de dominaci?n espa?ola.
A este respecto cabe se?alar ?y ?sta es la tercera de mis ob servaciones? que la lectura de la parte correspondiente a Yuca t?n deja la idea de que no hubo, en t?rminos generales, soluci?n de continuidad entre las regiones prehisp?nicas que los conquis tadores denominaron provincias y los partidos en que Gerhard
basa su an?lisis de la pen?nsula de Yucat?n. Esta idea de conti nuidad se refuerza con la consideraci?n de algunos casos particu lares. Por ejemplo, los l?mites del partido de los Beneficios Bajos,
tal y como los muestra Gerhard, resultan id?nticos a los que Ralph Roys propone para las provincias de Hocab?-Homun y
Sotuta en The political geography of the Yucatan Maya. El trazo
del l?mite oriental del partido de la Costa es id?ntico en los
mapas de Gerhard al que Roys sugiere como l?mite oriental de la provincia de Ah Kin Chel. As? podr?an citarse otros ejemplos. De esto el lector deriva que, en t?rminos generales y salvo las excep ciones que Gerhard anota, la conformaci?n de los partidos respet? los l?mites pol?ticos de las provincias. Gerhard supone evidente mente que los l?mites propuestos por Ralph Roys no sufrieron una alteraci?n significativa: Pero ?realmente estos l?mites no sufrieron transformaciones a lo largo de tres siglos de dominaci?n espa?ola? ?Hay forma de explicar la continuidad o la discontinuidad de cada caso? Gerhard debiera dar una respuesta m?s clara a estas pregun tas, siempre presentes, a lo largo de sus cap?tulos referentes a Yu cat?n. La respuesta puede ser muy simple, pero es necesaria. Siento que no es suficiente dar por hecha esa situaci?n al hablar de la evoluci?n de los l?mites civiles. Para finalizar quisiera anotar un detalle referente a los ma
pas. Durante alg?n tiempo me he dedicado a la b?squeda de un mapa de Yucat?n que me indique la ubicaci?n de los pue blos coloniales y est? a una escala que me permita su f?cil ma This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:19:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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EXAMEN DE LIBROS
nejo. Los mapas de los partidos de Yucat?n que proporciona Gerhard est?n todos ?salvo el de Bacalar, cuya ?rea es muy ex tensa? a una escala similar y conveniente para mis fines. As? pues recurr? al consabido procedimiento de fotocopiar de mi ejemplar el mapa de cada uno de los partidos para despu?s ar mar el mapa general de Yucat?n. Pero despu?s de cortar meticu losamente las piezas me percat? de que ?stas no ensamblaban en muchas de sus partes por defectos de proyecci?n o dibujo. ?Era imposible armar el rompecabezas! Estoy seguro de que Peter Gerhard publicar? su tercer volu
men dedicado a las provincias del norte de la Nueva Espa?a, con lo que se har? realidad no s?lo la promesa del autor sino el deseo de los colonialistas de contar con una formidable y eru dita gu?a de geograf?a hist?rica mexicana.
Sergio Quezada
El Colegio de M?xico
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