historia mexicana
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HISTORIA MEXICANA 106
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Vi?eta de la portada Fragmento del c?dice Genealog?as de los se?ores de Etla. Siglo xvn.
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HISTORIA MEXICANA
Revista trimestral publicada por el Centro de Es Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez
Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Elsa Cecilia Frost Gonz?lez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Muro, E bulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez
VOL. XXVII OCTUBRE-DICIEMBRE 1977 N?M. 2 SUMARIO
Art?culos Mar?a del Carmen Vel?zquez: La Comandancia Ge neral de las Provincias Internas 163
Anne Staples: El abuso de las campanas en el siglo
pasado 177
Enrique Florescano: Las visiones imperiales de la ?poca colonial ? 1500-1811 ? La historia como conquista, como misi?n providencial y como in ventario de la patria criolla 195 Roderic Ai Camp: La campa?a presidencial de 1929 y el liderazgo pol?tico en M?xico 231
Examen de archivos David G. LaFrance, Fred Lobdell y Maurice Leslie Sabbah: Fuentes hist?ricas para el estudio de Pue
bla en el siglo xx 260
Cr?tica Peggy K. Liss: M?xico en el siglo xviii ? Algunos
problemas e interpretaciones cambiantes 273
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Examen de libros sobre Alonso de Molina: Confesionario mayor en la lengua mexicana y castellana (Elsa Cecilia Frost) 316
sobre Doris M. Ladd: The Mexican nobility at in dependence ? 1780-1826 (Dorothy Tanck de Es
trada) 320
sobre Roderic Ai Camp: Mexican political biogra phies ? 1935-1975 (Alvaro Matute) 325
sobre Luis Alamillo Flores: Memorias del gene
ral . (Alicia Hern?ndez Chavez) 327
sobre Eduardo Ruiz Ramos: Labor and the ambiva
lent revolutionaries ? Mexico 1911-1923 (Car
men Ramos) 329
La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal
de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as 1p de julio, octubre, enero y abril de- cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s ? 45.00 y en el extranjero Dis. 2.46; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 160.00
y Dis. 9.18. N?meros atrasados, en el pa?s $ 50.00; en el extranjero, Dis. 2.76.
? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20
M?xico 20, D. F.
Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico
por Fuentes Impresores, S. A., Centeno 109, M?xico IS, D. F.
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LA COMANDANCIA GENERAL DE LAS PROVINCIAS
INTERNAS
Maria del Carmen Vel?zquez El Colegio de Mexico La Comandancia General fue la jurisdicci?n territorial con la cual la corona espa?ola intent? dar unidad y cohesi?n a los establecimientos espa?oles de la zona septentrional del virreinato mexicano. Las Provincias Internas, por su parte, fueron las regiones que a lo largo de dos siglos de gobierno espa?ol se fueron a?adiendo a los primitivos reinos conquis
tados, esto es, a Nueva Espa?a, Nueva Galicia, Nueva Viz
caya y Nuevo M?xico y que, en el ocaso del dominio colonial, formaban la frontera norte del virreinato de Nueva Espa?a. Una breve advertencia acerca del uso del nombre Provin
cias Internas es aqu? conveniente, pues en el lenguaje de la administraci?n espa?ola no hubo una clara diferenciaci?n
entre la denominaci?n de reino, provincia o gobernaci?n, ni por la fecha de erecci?n, ni por la situaci?n geogr?fica. Las conquistas del siglo xvi, que se llevaron a cabo en territorios de indios m?s que menos delimitados, generalmente hacia el noroeste, constituyeron inicialmente varios reinos. El conoci miento de las regiones norte?as que en el siglo xvn y al em pezar el xvni fueron teniendo los espa?oles se debi? a reli giosos y gambusinos que penetraban en tierras desconocidas y las nombraban seg?n cre?an entender que las llamaban sus habitantes ind?genas. La administraci?n las iba considerando provincias que formaban parte de los primeros reinos. A esas provincias se les llam? en el momento de su conquista for mal, quiz?, en recuerdo de las antiguas haza?as, reinos, como son los casos de Coahuila, conocida como Reino de Nueva Extremadura, Texas o Reino de Nuevas Filipinas, Nayarit o 163
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
Reino de Nueva Toledo y Sonora o Reino de Nueva Anda luc?a. Una excepci?n importante, de mediados del siglo xvni, es la de la Colonia del Nuevo Santander, ejemplo de la trans formaci?n conceptual que sufri? la pol?tica gubernativa de la corona espa?ola en los tres siglps de dominio americano. Los funcionarios y autoridades metropolitanas y virreina les del siglo xvni consideraron Provincias Internas, en el pa?s
interior, a Nueva Vizcaya y Nuevo M?xico, al Nuevo Reino de Le?n y a Coahuila, y tambi?n a Californias, Nayarit, Cu liac?n y Sonora que ten?an litorales en el oc?ano Pac?fico y
a Texas y la Colonia del Nuevo Santander que los ten?an
en el Golfo de M?xico. Parece, pues, que Provincias Internas fueron aquellas jurisdicciones que quedaron m?s alejadas de la capital del virreinato, tanto por la distancia y la dificul
tad de las comunicaciones como por la indocilidad de sus
habitantes indios, provincias cuyas fronteras oscilaban dentro
de un marco geogr?fico de m?s de diez grados de latitud y cerca de diez grados de longitud. La idea de separar las tierras m?s alejadas del centro de Nueva Espa?a creando otro reino o virreinato al norte de M? xico apareci? ya en el siglo xvi. y lleg? al xviii con un buen n?mero de adeptos, Las circunstancias que lo hac?an deseable eran las riquezas que se cre?a encerraban las tierras v?rgenes septentrionales e intereses locales. Pero no fue sino hasta des
pu?s de la guerra de siete a?os (1756-1763) cuando el rey espa?ol, decidi? prestar atenci?n al asunto e iniciar la orga*
nizaci?n administrativa del Septentri?n de Nueva Espa?a. El principal arquitecto de la nueva jurisdicci?n fue el visitador Jos? de G?lvez (1765-1771). ?l ide? crear la Coman dancia General de las Provincias Internas en las tierras des conocidas del norte e incluy? el proyecto de su establecimien to en el plan general de reformas pol?tico-administrativas que
elabor? para la defensa y modernizaci?n del gobierno de las posesiones americanas. Daba como principales razones para erigirla la conveniencia y necesdad de establecer un jefe su perior y autorizado en provincias situadas en los confines del impero espa?ol, esto es, en las posesiones espa?olas ame
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LAS PROVINCIAS INTERNAS
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ricanas del hemisferio norte, y la necesidad de un mando inmediato y activo que mantuviera a las provincias del norte del virreinato de Nueva Espa?a en la debida subordinaci?n y las resguardara de las invasiones de los b?rbaros apaches que las hostilizaban por sus fronteras. Fue dif?cil determinar cu?les provincias deb?an integrar la Comandancia General. En un principio G?lvez s?lo men cion? a Sonora, Sinaloa, California y Nueva Vizcaya. Pero cuando el rey nombr? al primer comandante general (1776), incluy? en el ?mbito de su gobierno a Nuevo M?xico, Coa huila y Texas. A fines del siglo xvni los funcionarios metro politanos mencionaban diez provincias internas pertenecien tes a la Comandancia, que pueden ser Californias, Sonora,
Sinaloa, Nueva Vizcaya, Nuevo M?xico, Coahuila, Nuevo Reino de Le?n, Parras y el Saltillo, Colonia del Nuevo San tander y Texas, todas visitadas alguna vez y pobladas por penetraciones o expediciones que partieron de tierras al sur de ellas. Al pretender separarlas del virreinato y darles uni dad se tendr?an que establecer caminos y comunicaciones de
este a oeste o viceversa, m?s o menos siguiendo la l?nea de defensa o cord?n de presidios que hab?a propuesto el
marqu?s de Rub? (1768) y que qued? aprobada por el regla mento e instrucci?n de 1772.
En los a?os de mediados del siglo xvni en que se discu ti?, tanto en M?xico como en Espa?a, la introducci?n del nuevo sistema de gobierno por intendentes (otro de los pro yectos de Jos? de G?lvez) los funcionarios no ten?an noticias suficientes para precisar los l?mites de los distritos que ha b?an de integrar la Comandancia y aquellos de las intenden cias que se pretend?a erigir (1786), lo que contribuy? a que
las ?rdenes para a?adir o quitar tierras a la Comandancia se sucedieran hasta los ?ltimos a?os del gobierno espa?ol en
M?xico.
No s?lo fue dif?cil determinar los l?mites territoriales de
la Comandancia General. Pronto fue evidente que un solo jefe no podr?a gobernar toda la Comandancia, aun siendo
superior y autorizado, y por muy activo que fuera. Era tarea
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166 MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ superior a los esfuerzos de un individuo gobernar las provin
cias y hacer guerra defensiva y ofensiva continua a los indios
rebeldes en tan vasto pa?s, en donde no hab?a caminos ni poblaciones cercanas una a otra y s? muchas sierras y llanos desconocidos. Para lograr el buen gobierno y la vigilancia, el rey experiment? dividiendo la Comandancia, poniendo las porciones bajo el mando de dos o tres individuos. Asimismo fueron creados muchos nuevos puestos para instalar en ella el aparato administrativo necesario a su gobierno; sin em bargo, no llegaron a ser suficientes ni adecuados como para
que la autoridad del comandante se dejara sentir en todas las provincias ni para conferirle la autonom?a deseada del centro del virreinato. Como por fuerza los comandantes acu d?an al virrey en demanda de toda clase de auxilios, la me tr?poli prob?, en tiempos que parec?an propicios, obligar a los comandantes a bastarse, a s? mismos, por decirlo as?, y, a decir verdad, m?s tiempo se consideraron independientes
los comandantes (27 a?os) que dependientes (18 a?os) del
virrey de M?xico. Sin embargo la escasa y heterog?nea pobla ci?n del Septentri?n y la incipiente explotaci?n de las rique zas hac?an ilusoria la independencia de los comandantes.
En el siglo xvni la irrupci?n de indios enemigos en las Provincias Internas fue continua y a mediados del siglo su mamente alarmante. La penetraci?n por el norte del conti nente de ingleses, franceses y anglosajones empujaba sin re medio a los indios gentiles de las naciones del norte hacia los confines del virreinato mexicano, cayendo sobre los indios ya "medio reducidos". Jos? de G?lvez s?lo mencion? en su pro yecto a los apaches, pero numerosos indios de otras naciones tambi?n asaltaban y destru?an los establecimientos espa?oles. Por tanto, parec?a que el objeto principal de la erecci?n de la Comandancia era rechazar por la fuerza a los indios. Este objetivo inmediato y ampliamente difundido fue lo que le dio el car?cter eminentemente militar a la Comandancia y el que determin?, en buena medida, los cambios en su estruc tura. Las muchas instrucciones que diferentes autoridades ela boraron para seguir la guerra contra los indios, entre las que
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LAS PROVINCIAS INTERNAS
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se distinguen las de Bernardo de G?lvez por m?s detalladas y comprehensivas, dif?cilmente se pod?an cumplir en una situa ci?n de continuo cambio. La guerra a los indios, que distaba mucho de ser guerra a la europea, se convirti? en una guerra de guerrillas y de exterminio que s?lo perd?a fuerza cuando ya s?lo quedaban en las antiguas rancher?as grupos de indios d?biles y diezmados que se daban de paz para poder escapar tanto de los enemigos indios cuanto de los militares espa?oles. En esas tierras de frontera no s?lo hac?an inestable y pe ligrosa la convivencia las naciones ind?genas. Muchos aven tureros y malhechores blancos, "gente de raz?n", criollos, mestizos y mulatos contribuyeron a la inquietud y turbulen
cia. No pocos emigraban al norte para alejarse de castigos y penas impuestos por la autoridad, para zafarse del pago de impuestos, del acatamiento a las leyes y ordenanzas y a otras exigencias del gobierno colonial. Despu?s de su visita a los presidios internos (1766-1768), en su dictamen de 1768, el marqu?s de Rub? suger?a que se encargara la vigilancia de la l?nea de defensa a un coman dante inspector. Este puesto fue creado por el virrey Buca reli, antes de que Jos? de G?lvez se saliera con su empe?o de crear la Comandancia. Cuando el rey nombr? comandan te general a Teodoro de Croix, el comandante-inspector que d? sujeto a su mando y como segunda autoridad militar de la l?nea de defensa.
Durante el gobierno de Teodoro de Croix la Comandan cia General de las Provincias Internas estuvo integrada por las gobernaciones de Sinaloa, Sonora, Californias y Nueva Vizcaya y por los gobiernos subalternos de Coahuila, Texas y el Nuevo M?xico, con capital en Arizpe, Sonora. El gober nador y comandante general, a diferencia de los gobernado res de cada provincia, ten?a mando en las cuatro causas: po lic?a, justicia, hacienda y guerra, y adem?s era vicepatrono. Era responsable s?lo ante el rey. Como parte de los arreglos para que el comandante gene ral no tuviera asuntos que ventilar en la audiencia de M?xi co el rey orden?, en 1779, que las provincias de Coahuila y
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
Texas quedaran separadas del territorio de la audiencia de M?xico y agregadas al de la de Guadalajara, a efecto de que en esa audiencia se admitieran las apelaciones y recursos de la Comandancia General de las Provincias Internas y las que se interpusieran de los respectivos gobernadores y dem?s jus ticias de Coahuila y Texas, en los casos y cosas que conforme a derecho hubiera lugar. Sinaloa, Sonora y Nueva Vizcaya ya quedaban en territorio que pertenec?a a la audiencia de Guadalajara. Quedaron dependientes de la audiencia de M? xico s?lo Californias y Nuevo M?xico. Al recibir orden de trasladarse al Per?, Croix entreg? el mando al antiguo gobernador de Californias, Felipe de Nev?, en esos momentos comandante-inspector de los presidios in ternos. Ocup? entonces el puesto de comandante-inspector Jos? Antonio Rengel. Nev? continu? ejerciendo el mando en las cuatro causas en las provincias que hab?a gobernado Croix y se consider? tambi?n vicepatrono. El 21 de agosto de 1784 muri? Nev?, y Rengel, perplejo ante la situaci?n, pidi? instrucciones para proceder tanto a
la audencia de Guadalajara como al virrey de M?xico. La audiencia de Guadalajara, aunque carente tambi?n de ins
trucciones y precedentes, autoriz? a Rengel para que ejercie ra s?lo el mando pol?tico y militar. A su vez el virrey le con cedi? facultades de interino, pero dependiente de su gobier no. Te?ricamente, Rengel deb?a haber pedido instrucciones al rey y no a las autoridades superiores del virreinato, pero no fue as?, puesto que ante la novedad de las circunstancias
y la lejan?a de Espa?a recurri? a la audiencia de Guadala
jara y al virrey de M?xico. Ese mismo a?o de 1784, en noviembre, muri? el virrey Mat?as de G?lvez y se hizo cargo del gobierno la audiencia de M?xico hasta junio de 1785, en que lleg? a M?xico Ber nardo de G?lvez, el nuevo virrey. Todos esos meses el gobier
no de la Comandancia fue interino y dependiente del su premo de M?xico, que entonces ejerc?a la audiencia gober nadora. Bernardo de G?lvez ya tra?a ?rdenes de Espa?a de refor
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mar el gobierno de la Comandancia. Quedar?a sujeto al del virrey. El 6 de octubre de 1785, por fallecimiento de Felipe de Nev?, el rey hab?a nombrado comandante general inte rino y por v?a de comisi?n al brigadier Jacobo Ugarte y Loyola con las mismas facultades que hab?an residido en su antecesor, Felipe de Nev?, pero con precisa sujeci?n a las instrucciones y ?rdenes que le diere el conde de G?lvez mien tras se mantuviese en el virreinato de M?xico, tanto en lo militar como en lo pol?tico y econ?mico de aquel mando, sin innovar en cosa alguna. Y, para que no quedara duda de qui?n ser?a la autoridad suprema, el rey dispuso que Ugarte y Loyola hiciera el juramento de que bien y fielmente ha b?a de desempe?ar ese empleo en manos del virrey, conde de G?lvez. Con esta disposici?n qued? formalizada la depen dencia del comandante al virrey. El 26 de agosto de 1786 recibi? Ugarte y Loyola la ins trucci?n de gobierno que redact? el virrey Bernardo de G?l vez. Por ella, no s?lo sujet? al comandante general a su auto ridad sino que le orden? que se desentendiera de los negocios contenciosos de justicia, dej?ndolos enteramente a cargo de los intendentes y gobernadores de las provincias y subdele gando en ellos las facultades del patronato. Tampoco deb?a entender Ugarte y Loyola en el encargo de superintendente de real hacienda; s?lo tendr?a facultad para expedir los libra mientos acostumbrados de sueldos militares, auditor?a, secre tar?a, situados de tropa, s?nodos de misiones y gastos extraor
dinaros que produjeran las operaciones de guerra. Toda su atenci?n deber?a radicar en conservar la defensa y sosiego de las provincias. Para poder cumplir ese principal objeto en
las dilatadas extensiones de la Comandancia le nombrar?a dos cabos subalternos que quedar?an inmediatamente a sus ?rdenes. Uno de ellos ser?a el comandante inspector Jos? An tonio Rengel y el otro el coronel de infanter?a Juan Ugalde. Ugarte y Loyola se encargar?a directamente de las pro vincias de Sonora y Californias, Rengel de la Nueva Vizcaya y Nuevo M?xico, y el coronel Ugalde de las de Texas y Coa huila. Estos dos ?ltimos s?lo tendr?an facultades de coman
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
dantes de las armas y no se ocupar?an en otra cosa que en las cuestiones de guerra o puramente militares. A?ad?a al mando de Ugalde el de las tropas de las jurisdicciones de Pa rras y Saltillo y tambi?n el de las tropas de las provincias del Nuevo Reino de Le?n y Colonia del Nuevo Santander, aunque en los asuntos de estas dos deber?an recurrir a la su perioridad del virrey y no a la del comandante general, por
que tanto el Nuevo Reino de Le?n como la Colonia del
Nuevo Santander depend?an del virreinato. En las provincias que se le encargaban, Ugarte y Loyola tendr?a libertad de disponer todo lo respectivo a asuntos de guerra, excepto cuando sus ?rdenes entraran en conflicto con las que el virrey enviara a la Comandancia directamente. El comandante-inspector Rengel continuar?a con la inspecci?n de los presidios de la l?nea y el gobernador de Nuevo M? xico con los de su provincia. Cuando, en noviembre de 1786, muri? Bernardo de G?l vez, Ugarte y Loyola crey? que hab?a recobrada la indepen dencia de mando que hab?an gozado sus antecesores, porque
en la orden de 6 de octubre dec?a que quedar?a sujeto al
virrey G?lvez mientras ?ste se mantuviera en el virreinato de M?xico. Pero poco despu?s, el 20 de marzo de 1787, el rey
orden? que la Comandancia quedara bajo el mando del su
cesor de G?lvez, el virrey Antonio Florez. Ya en M?xico, en un decreto del 3 de diciembre de 1787, Florez, haciendo breve historia de la vida de la Comandan
cia, asent? que, con la justa mira de aliviar a los virreyes de Nueva Espa?a de sus graves encargos, cuidados y obliga ciones y de ocurrir con mayor eficacia y oportunidad al go bierno de esos vastos dominios, se hab?a erigido, en 1776, in dependiente del virreinato, la Comandancia General de Pro
vincias Internas; pero luego que se hab?a hecho cargo de
ella su primer jefe, el excelent?simo se?or don Teodoro de Croix, conoci? las grandes dificultades y obst?culos que se opon?an al desempe?o cabal de las obligaciones en que se ha b?a constituido y propuso al rey la divisi?n de la expresada Comandancia, fundando principalmente este acuerdo opor
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LAS PROVINCIAS INTERNAS
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tuno y justo recurso en la enorme extensi?n de los territorios
internos y en la cierta imposibilidad de atender, desde Ariz
pe, a las m?s distantes provincias de Coahuila y Texas. En
vista de los informes de Teodoro de Croix, prosegu?a Florez, el virrey G?lvez recibi? orden de formar la instrucci?n de 26 de agosto de 1786, pero aun ateni?ndose en todo a ella no
era posible que un solo comandante general ocurriera con su persona a todas las provincias a dar oportunas ?rdenes y
tampoco los cabos subalternos pod?an tener seguridad en las ?rdenes que dictaran, pues pod?an ser contradictorias de lo que hubiera dispuesto el comandante general o el virrey. Por tanto, se ve?a obligado a reformar las instrucciones de G?l vez, tomando en consideraci?n lo que ya hab?a propuesto
Teodoro de Croix.
Mandaba que se formaran dos comandancias, una con las provincias de Californias, Sonora, Nuevo M?xico y Nueva Vizcaya, que se llamar?a de Poniente, al frente de la cual quedar?a Ugarte y Loyola. En ella estar?an bajo sus ?rdenes los funcionarios de la Comandancia que hasta entonces se hubieran nombrado para ella. Asimismo ?estar?a bajo sus ?r denes el comandante-inspector Rengel, con el encargo de des
empe?ar su empleo s?lo en las tres provincias de Sonora, Nueva Vizcaya y Nuevo M?xico. Tambi?n quedar?an en esa comandancia dos de los tres ayudantes inspectores que en esos momentos hab?a. El comandante general, esto es, Ugar te y Loyola, no tendr?a domicilio fijo, pero por de pronto su presencia era necesaria en Chihuahua para resguardar aquel territorio que se hallaba muy hostilizado de los indios y deb?a atender en la particular defensa de los pueblos, mi nerales y haciendas de las provincias y acabar con el fomen to de infidelidad que se advert?a en los indios de misi?n y en otros hombres de castas infectas. Durante su ausencia de So nora encargar?a el mando de las tropas de esa provincia y
el cuidado de los apaches de paz a un oficial de la mayor
graduaci?n que mereciera su confianza y fuera a prop?sito para continuar las operaciones de guerra y para mantener en quietud a los nuevos indios amigos.
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
El r?o Aguanaval dividir?a la Comandancia de Poniente de la de Oriente. ?sta quedar?a integrada con las provin cias de Coahuila, Texas, Nuevo Reino de Le?n y jurisdic ciones de Saltillo y Parras. A su cargo quedar?a el coronel Ugalde y ser?a puramente militar. El comandante quedaba inhibido de intervenir en asuntos pol?ticos, econ?micos, de justicia, real hacienda o patronato. Estos asuntos estar?an a cargo de los intendentes de provincia y de los gobernadores subdelegados. Ugalde, a la vez que comandante, ser?a ins pector de las tropas en las provincias de su mando, ayudado por el otro inspector ayudante que estaba nombrado para la Comandancia General. En el ejercicio de su cargo se ajusta r?a a lo dispuesto en materia de guerra por el reglamento de 1772 y en la instrucci?n de G?lvez sobre guerra a los indios. No tendr?a domicilio fijo, pues deb?a mantener sus tropas en incesantes operaciones de guerra contra los declarados enemigos apaches, pero cuidar?a mucho de no intranquili zar a las naciones del norte y conservar la paz con los indios amigos. Recomendaba Florez que los comandantes estuvie ran en continua correspondencia y se ayudaran reciprocamente.
As? fue como, por decisi?n de Florez, ratificada por el rey, la Comandancia General ?nica qued? dividida en dos jurisdicciones, sujetas al gobierno virreinal. Mayor importan
cia se le conced?a a la de Poniente, quiz? porque abarcaba provincias que produc?an alguna riqueza y m?s pobladas y en donde los ataques de los indios gentiles eran m?s sensibles.
La de Oriente quedaba gobernada por mano militar, su co mandante atento s?lp a combatir a los indios, situaci?n que
aprovech? Ugalde para perseguir con crueldad a los "apa ches" de todas naciones.
Las disposiciones de Florez son representativas del recelo con que los virreyes contemplaron el establecimiento y el gobierno de la Comandancia. Ellos buscaban la manera de considerar a los comandantes s?lo como jefes militares que, por supuesto, reconocieran la superioridad de la capitan?a general del centro. No deb?an intervenir en asuntos pol?ti cos, econ?micos ni sociales. Aunque estaba reconocida la su
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LAS PROVINCIAS INTERNAS
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prema autoridad del virrey en tierras de la Comandancia, ni siquiera les iban a permitir que ejercieran funciones de go bernadores, superintendentes de hacienda o vicepatronos. Parece que la manera que encontraron los virreyes para de fender sus preeminencias y rango fue no impugnar abierta mente las instrucciones que el rey dict? cuando se estableci? ia Comandancia, sino alegar que, debido a las circunstancias
que prevalec?an en ella, era de necesidad que los coman
dantes s?lo se ocuparan de la defensa y guerra y dejaran las otras atenciones al cuidado del virrey. En lo que parece que todos los virreyes coincidieron fue en que el gobierno de la Comandancia absorb?a muchos de los recursos de las provin cias ricas y que deb?a llevarse a cabo con el menor dispen dio. Para ahorrar gastos de personal, Florez propuso que se suprimiera el puesto de gobernador de Texas, a quien susti tuir?a el comandante militar, y los de los comandantes-ins pectores.
El virrey Florez entreg? el mando del virreinato al se gundo conde de Revillagigedo en octubre de 1789. Muy
pronto, por encargo del rey, se ocup? el'nuevo virrey de los asuntos de la ' Comandancia. Hab?a quejas contra Ugalde y problemas con Ugarte y Loyola. Con ?ste logr? entenderse, pero a Ugalde, despu?s de estudiar cuidadosamente su expe diente, lo separ? del mando. Propuso que volviera a consti tuirse una sola Comandancia, con mando puramente militar sobre la l?nea de defensa, dependiente del virreinato.
Lo que la 'metr?poli resolvi? dist? de ser lo que el vi
rrey propon?a. S?lo acogi? la proposici?n de volver a unir en una las dos comandancias. El 7 de septiembre de 1792 el rey orden? que las comandancias volvieran a fundirse en una Comandancia General, ?nica pero independiente del virrei nato, como se hab?a creado por c?dula de 27 de agosto de 1776. Ser?a de menor extensi?n, pues s?lo comprender?a cin co provincias: Sonora, Nueva Vizcaya, Nuevo M?xico, Texas y Coahuila. El comandante general tendr?a su residencia en Chihuahua. A la Comandancia General ir?a unida la super intendencia subdelegada de real hacienda. Pedro de Nava,
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
nombrado por esa misma real orden comandante general, pa sar?a de la Comandancia de Poniente a la General. Quedaba suprimido el puesto de comandante-inspector. La pen?nsula
de California, as? como el Nuevo Reino de Le?n y la Colo nia del Nuevo Santander, quedar?an agregados al virreinato manteniendo los gobiernos militares y pol?ticos seg?n esta
ban, sin tratar de crear con ellos intendencia para el oriente, ni variar los sueldos ni la tropa de sus gobernaciones. Por este arreglo, las que pod?an considerarse propiamente
Provincias Internas del virreinato quedaban integrando la Comandancia General. Era menos vasto el territorio que de b?a gobernar el comandante, lo que pod?a hacer menos dif? cil su encargo, pero devolvi?ndole las atenciones pol?ticas, econ?micas, de hacienda y de justicia confrontaba nuevamen te las dificultades que imposibilitaron a Teodoro de Croix el hacer de la Comandancia una jurisdicci?n autosuficiente e independiente del virreinato. Las determinaciones que se tomaban en Espa?a respecto al curso que segu?an los asuntos de la Comandancia tuvieron car?cter perentorio despu?s de 1792 debido a los cambios de soberan?a a que daba lugar el continuo estado de guerra en
Europa. La llamada retrocesi?n de la Luisiana (1800) con vert?a nuevamente a los franceses en vecinos rivales de la pro
vincia de Texas y la venta que Napole?n hizo de esa provin
cia a los Estados Unidos de Am?rica en 1803 agrav? la situaci?n, pues abr?a la puerta de Texas a los angloameri
canos, quienes, con el pretexto de explorar su nueva adqui sici?n, llegaban hasta los establecimientos espa?oles. Por este motivo las provincias de oriente pasaron al primer plano de
la atenci?n de la corona. Lo acordado en 1804 fue que se volviera a dividir la Comandancia General en dos, con los nombres de Comandancia General de las Provincias Orien
tales y Comandancia General de las Provincias Occidentales. Ambas comandancias quedar?an dependientes del virreinato.
Sin embargo de la amenaza de invasi?n tan cercana, este
acuerdo no tuvo efecto por motivo de las guerras napole? nicas y la Comandancia General ?nica sigui? subsistiendo.
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LAS PROVINCIAS INTERNAS
175
En 1811 y 1812, por efecto del recrudecimiento de la in tranquilidad en el norte provocada por indios, insurgentes y extranjeros, y de la declaraci?n de guerra de los Estados Uni
dos de Am?rica a Inglaterra, entonces aliada de Espa?a, el Consejo de la Regencia orden? que se cumpliera lo resuelto en 1804, para lo cual envi? ?rdenes al virrey de M?xico y al comandante general de las Provincias Internas. Pero nueva mente, aunque menos largo, sufri? retraso el cumplimiento de esta orden. En 1813 qued? dividida la Comandancia Ge neral en dos, la de Occidente y la de Oriente, sujetas las dos al gobierno del virrey de M?xico. Para seguir el efecto que tuvieron las disposiciones sobre cambios en la estructura de la Comandancia hay que tomar en cuenta el lugar en donde fueron expedidas. Tanto si era en M?xico como en Espa?a, hay un considerable lapso en tre su expedici?n y la puesta en vigor. Reales ?rdenes dadas en Espa?a tardaban en llegar a M?xico y sufr?an otra de mora hasta llegar a la Comandancia y, al rev?s, si se origi naban en M?xico tardaban en llegar a Espa?a para ser rec tificadas o ratificadas por el rey. Asimismo, debe considerarse
el lugar en donde se encontraba el comandante favorecido con el nuevo nombramiento. Unos estaban ya desempe?an do alg?n cargo en la frontera como gobernadores de provin cia, inspectores-comandantes de la l?nea de defensa u otro puesto. Sin embargo, aun ellos ten?an que viajar de una a otra provincia, cosa que tomaba generalmente alg?n tiempo. Unos radicaban en territorio de Nueva Espa?a y otros tuvie ron que venir de m?s lejos, de alguna otra provincia del imperio o de la metr?poli. Como lo asent? con precisi?n Jos? de G?lvez, la Coman dancia General de las Provincias Internas fue establecida con fines utilitarios. Para lograrlos, la corona espa?ola experi ment? con persistencia varios medios sin llegar a acertar con los id?neos. Por su parte los virreyes y comandantes tanlpoco supieron encontrar la forma de constituir la nueva jurisdic ci?n. Generalmente disculparon su ineficacia como resultado de la falta de poder. Pero a?n en los a?os que gobernaron
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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ
con la suma de poder Teodoro de Croix o Pedro de Nava, la Comandancia no logr? autonom?a e independiencia. La competencia entre los virreyes y los comandantes fue un obs t?culo que la corona no pudo superar. Cuando, durante el curso de las guerras de independencia, la corona se vio apu
rada para dar soluci?n a los problemas de la Comandancia
(1818), prefiri? abandonar todo prop?sito de seguir adelante con el empe?o de fortalecer la nueva jurisdicci?n en las tie rras al norte de la l?nea de defensa y orden? que en las Pro vincias Internas s?lo subsistieran los comandantes como jefes militares superiores, en todo sujetos al virrey de M?xico.
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COMANDANCIA GENERAL DE LAS PROVINCIAS
1776-1784
Decreto de Aranjuez de 16 de Una Comandancia General, ?nica e mayo 1776. Nombramiento de gobernador y comandante ge
independiente del virreinato.
neral en favor del caballero don Teodoro de Croix, e ins
Provincias de Sinaloa,( Sonora, Calif?
nias y Nueva Vizcaya y Gobierr subalternos de Coahuila, Texas Nuevo M?xico:
Capital: Arizpe, Sonora.
trucciones de gobierno, de San Ildefonso, 22 de agosto de 1776. Recibido en M?xico, 22 de di ciembre 1776.
1784-1786
Real orden de 22 enero de 1785 aprueba determinaci?n provi sional.
Una Comandancia General ?nica,
Las mismas provincias.
1786-1787
Instrucciones del virrey Bernar
Una Comandancia General, con un comandante y dos jefes subalter nos, dependiente del virreinato.
Comandante general: Sonora y Califc nias. 1er. jefe subalterno: Nueva V caya y Nuevo M?xico. 2? jefe sub; terno: Texas y Coahuila.
Dos Comandancias Generales, de
Comandante de las cuatro provine
do de G?lvez de M?xico, 26 agosto 1786.
1788-1792
Decreto del virrey Antonio Flo rez de M?xico, 3 de diciembre
1787. Real orden de 11 mar
subordinada al virreinato.
pendientes del virreinato.
internas del Poniente: California, ?
?ora, Nuevo M?xico y Nueva "V caya.
zo 1788 aprueba divisi?n de la Comandancia General.
L?nea divisoria: r?o Aguanaval.
Comandante de las cuatro provine internas del Oriente: Coahuila, 1 xas, Nuevo Reino de Le?n, Coloi
del Nuevo Santander y jurisdicc
nes de Parras y el Saltillo.
1792-(1804)-1811
Reunificaci?n de la Comandan cia General decretada por el rey en 7 de septiembre 1792.
Una Comandancia General ?nica e independiente del virreinato.
Real orden de San Lorenzo, 23 de noviembre 1792. Reci bida en M?xico 8 de febrero
Provincias de Sonora, Nueva Vizca Nuevo M?xico, Texas y Coahuila: Capital: Chihuahua, Nueva Vizcaya
1793.
Divisi?n de acuerdo al proyecto de N. de Godoy. Real orden de 18 de mayo 1804. (No se llev?
a cabo.)
1811-1821
Real orden de 1<? mayo 1811. Co
municada al comandante ge neral de Provincias Internas,
Dos Comandancias Generales, pendientes del virreinato.
de Comandancia General de Orien
(sin especificaci?n de provin
C?diz, 3 de diciembre 1811.
Capital: Monterrey, Nuevo R Le?n.
1812. Virrey Calleja avisa ha ber cumplido divisi?n, M?xico, 12 octubre 1813. Real orden de
Comandancia General de Occid (sin especificaci?n de provin Capital: Chihuahua, Nueva Vizc
Repetida de C?diz, 24 julio Madrid, 6 de octubre 1818,
que los comandantes reconoz can en todo y por todo depen dencia del virrey de M?xico.
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LL DE LAS PROVINCIAS INTERNAS, 1776-1821
>inaloa,( Sonora, Califor Primer comandante general, Teodoro de Croix.
a Vizcaya y Gobiernos Nombrado: 22 agosto 1776.
de Coahuila, Texas y Lleg? a la Comandancia: octubre 1777. :o:
?, Sonora.
Dej? mando: 12 agosto 1783.
Felipe de Nev? (interino) . Nombrado: 15 febrero 1783.
Tom? mando: 12 agosto 1783. Falleci?: 21 agosto 1784.
los? A. Rengel (interino).
Tom? mando: 21 agosto 1784.
Dej? mando: 20 abril 1786.
Jacobo Ugarte y Loyola. Nombrado (por fallecimiento de Nev?) : 6 octubre 1785. Tom? mando en Nueva Vizcaya: 20 abril 1786. Cambi? nombramiento: 26 agosto 1786. :neral: Sonora y Califor Comandante general: lacobo 1er. jefe subalterno: los? A. 29 jefe subalterno: lu?n de ; subalterno: Nueva Viz Ugarte y Loyola. Rengel. Ugalde. Tom? mando: 27 agosto 1786. Tom? mando: 20 abril 1786. Tom? mando: octubre 1786. o M?xico. 2? jefe subal
y Coahuila.
Dej? mando: octubre 1787. Cambi? nombramiento: lo enero 1788.
e las cuatro provincias Comandante general de Poniente: lacobo Ugarte y Loyola.
Poniente: California, So
M?xico y Nueva Viz
ria: r?o Aguanaval.
Cambi? nombramiento: 1?? enero 1788.
Comandante general de Oriente: lu?n de
Ugalde.
Cambi? nombramiento: 1q enero 1788.
Real orden de 7 marzo 1790 ordena relevar a los tres comandantes. Ugarte y Loyola sustituyen a Rangel y a Ugalde, junio 1790.
e las cuatro provincias Dej? mando: enero 1791. Oriente: Coahuila, Te Reino de Le?n, Colonia Santander y jurisdiccio Pedro de Nava. Nombrado: 12 marzo 1790. s y el Saltillo. Tom? mando: abril 1791.
Destituido por virrey Revillagigedo: 1790.
Cambi? nombramiento: febrero 1793.
Sonora, Nueva Vizcaya, Pedro de Nava. Nombrado: 1792. :o, Texas y Coahuila: Tom? mando: 12 febrero tahua, Nueva Vizcaya.
Ram?n de Castro. Nombrado: 30 junio 1790. Tom? mando: abril 1791. Dej? mando: 1793.
1793.
Nemesio Salcedo. Tom? mando: 1802. Dej? mando en Cuencam?: 18 julio 1813.
General de Oriente aci?n de provincias) : nrrev, Nuevo Reino de
Comandancia General de Occidente: Bernardo Bonavia. Nombrado: febrero 19 de 1813.
?eneral de Occidente :aci?n de provincias) : ihua, Nueva Vizcaya.
Alejo Garc?a Conde. Tom? mando: 21 noviembre 1817.
Tom? mando: 18 julio 1813.
Comandancia General de Oriente:
F?lix Ma. Calleja. Nombrado: julio 10 de 1812. (No lleg? a la Comandancia por asumir el gobierno del vi rreinato de Nueva Espa?a en 4 marzo 1813.)
Sim?n de Herrera. Nombrado: 24 marzo 1813. (Muerto en cam
pa?a.)
Joaqu?n Arredondo. Nombrado: 28 abril 1813. Tom? mando: mayo 1813.
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EL ABUSO DE LAS CAMPANAS
EN EL SIGLO PASADO Anne Staples El Colegio de M?xico Hoy en d?a, en la ciudad de M?xico, nos quejamos de dolo res de cabeza que consideramos consecuencia de escapes abier tos, motocicletas, motores mal afinados, frenos que rechinan,
bocinas tocadas con desesperaci?n, paradas "en seco" y uno que otro avi?n de propulsi?n. Para muchas personas, el cen tro de la ciudad es ahora un infierno de ruidos penetrantes y desgarradores que propician mal humor y , hasta sordera. Este malestar lo achacamos a la tecnolog?a, a la vida moder na. La ciencia es culpable, seg?n algunos, de haber conver tido una vida silenciosa y apacible en un ataque continuo a nuestro sistema nervioso. Estas personas ven con cierta nostalgia la vida de anta?o.
Recuerdan la influencia de la iglesia en la vida diaria de nuestros antepasados y la ligan mentalmente a la paz con ventual, al caminar silencioso de los religiosos, al murmullo de oraciones latinas. Al volver los ojos hacia atr?s, todo pa rece haber sido m?s tranquilo ?sin radios de transistores, sin televisi?n.
Sin embargo, si reconstruimos la escena de una calle c?n trica en los primeros a?os del siglo xix, por ejemplo, no nos parecer?a tan buc?lica. Las herraduras de los caballos de los coches particulares y de alquiler, m?s las ruedas y muelles mal engrasados de los mismos coches, produc?an un ruido considerable mientras avanzaban por las calles empedradas, casi siempre llenas de baches. Los perros ladraban a su paso, y a ellos les hac?an la competencia los marchantes y artesanos
que anunciaban mercanc?as u oficios a todo pulm?n. Dentro de las casas quiz? s?lo se o?a la voz de la se?ora grit?ndole a 177 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:39:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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ANNE STAPLES
sus criadas o ni?os, pero la calle, sobre todo en las ma?anas, era lugar bullicioso. ?Era, en realidad, tan tranquilo el interior de la casa? Un
sonido m?s fuerte que cualquier otro ?salvo los truenos era el de las campanas. El centro de la ciudad de M?xico,
antes de la exclaustraci?n, pose?a un n?mero extraordinario de establecimientos religiosos. Estaba la catedral, veinti?n conventos de monjas, ocho de religiosos, catorce iglesias pa rroquiales, m?s innumerables templos y capillas, escuelas, entre ?stas la de San Ildefonso y la Universidad, hospitales y otras corporaciones religiosas, todos dentro de un ?rea de unos diez kil?metros cuadrados, y todos marcaban sus hora rios con toques de campanas.1 Desde luego los m?s impor tantes ten?an varias campanas en el campanario, de modo que un acontecimiento extraordinario podr?a provocar un tremendo coro de ta?idos vibrantes.
La iglesia ha reservado las campanas para el uso ritual, ligado a momentos espec?ficos de la vida lit?rgica, pero tra dicionalmente han servido tambi?n para marcar el horario
de las actividades seculares. Inclusive en vez de hablar de cierta "hora" se acostumbraba hablar de cierto toque, como "despu?s de ?nimas", reforzando as? el aspecto ritual de ?a vida cotidiana.
Si en un principio el reglamento serv?a para se?alar el momento de alg?n servicio religioso, m?s tarde se convirti? en una forma de frenar los abusos. No sabemos cu?ndo sur gi? el problema en M?xico. Mientras la poblaci?n, sobre todo la eclesi?stica, era peque?a, no pod?a haber causado dificul tades. Pero a medida que crec?a el n?mero de iglesias y con ventos concentrados en un solo lugar aumentaba la frecuen
cia y la fuerza de las campanadas, lo que oblig? a la publi caci?n de un decreto para limitarlas. Tenemos a la mano el de 1766 del arzobispo Lorenzana,2 donde exhorta a los sa i Morales, 1976, plano 1; L?pez Rosado, 1976, pp. 129, 131. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Vera, 1887, i, pp. 164-167.
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EL ABUSO DE LAS CAMPANAS
179
cristanes a no excederse en este aspecto, puesto que las cam panas, tan ben?ficas al culto, no deber?an causar molestias o confusi?n a los fieles. Admite el arzobispo que su excesivo uso causa "mucho fastidio. .. cuando tendr?an gozo los fie les con un sonido moderado, suave y arreglado". En atenci?n a este fin, y sobre todo a quienes "padecen mucho en la ca beza con los toques continuos y molestos", prohibe ta?ir las campanas despu?s de las nueve de la noche hasta el amane cer, salvo para llamar a maitines en los conventos. El anun cio de alguna festividad religiosa no deber?a repetirse por m?s de un cuarto de hora, lo mismo que los cuatro avisos dados durante el d?a con motivo de alguna defunci?n. Se trata de las ordenanzas aprobadas por el s?nodo de Toledo en 1682.
Aparte de su aspecto utilitario para reglamentar la vida diaria, como se hac?a en todas las comunidades cristianas, sobre todo antes del uso generalizado de los relojes,3 las cam
panas descubr?an el grado de riqueza de cada pueblo. El
fundirlas y colocarlas era un proceso costoso y complicado, necesitado de abundante mano de obra. Estas "trompetas de la iglesia militante" eran debidamente bautizadas, rociadas con agua bendita, ungidas con el santo ?leo y con el santo crisma, y reconocidas por el nombre de alg?n santo. Incor poradas as? al misterio religioso, su sonido hace que "huyan los demonios, se suspendan los ?mpetus de las tempestades, de los rayos, centellas, piedra, granizo y otras exhalaciones, 3 La mejor forma de no olvidar darle cuerda al reloj es hacerlo
todos los d?as precisamente a la misma hora. Era costumbre dar cuerda y poner a tiempo los relojes a mediod?a, y algunos creyentes, confun diendo lo m?s importante con lo que lo era menos, arreglaban sus re lojes al o?r las campanadas de mediod?a, y despu?s dec?an las oracio nes. El arzobispo N??ez y Haro quiso evitar tal confusi?n. El creyente ganaba ochenta d?as de indulgencia por cada vez que rezaba al amane
cer, a mediod?a, a las tres de la tarde, a las seis y a las ocho, "pero
con calidad que no den cuerda a los relojes al mediod?a hasta que ha yan rezado con devoci?n las tres ave marias". Vera, 1887, i, p. 174.
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180
ANNE STAPLES
y se aseguren las cosechas".4 Su majestuoso estruendo eleva ba la voz humana hasta incorporarla al firmamento. Acorde
con la misma idea, la ausencia de campanas era signo de
austeridad y humildad. En los conventos de estrecha obser vancia s?lo se permit?an campanas menores, y en los de mu jeres se acostumbraba que fueran modestas "para que reli giosas tengan facilidad de tocarlas sin subir a la torre y. . . porque su sexo no permite mucho esfuerzo".5 Los votos de pobreza tambi?n justificaban cierta discreci?n en este sen tido. En la pr?ctica las mozas sub?an al campanario de algu nos conventos "exponi?ndose seg?n ya ha acreditado la ex periencia, a una desgracia tal vez nacida de que hacen diver si?n de las campanas, cuando se deben mirar y tocar con veneraci?n y pausa".6 Se vuelve a insistir en este punto unos veinticinco a?os despu?s cuando se recomienda que en con ventos de monjas y colegios de ni?as se toquen las campa
nas desde abajo mediante cuerdas, sogas o mecates "y no
suban a tocarlas las religiosas, mozas, ni colegiales, a fin de que no se lastimen, y se eviten inmodestias y otros inconve nientes".7 Como el campanario era un lugar solitario y do
tado por fuerza de una vista por encima de los muros, la
religiosa podr?a ver m?s mundo del debido. Seguramente esta consideraci?n era tan importante como el no lastimarse. El reglamento expedido por Lorenzana logr? durante al g?n tiempo evitar el desorden, pero despu?s el esp?ritu y la letra del decreto se fueron olvidando, a tal punto que para 1791 "ya no se guarda regla ni orden alguno de los repiques
y clamores". Los abusos llegaron a tal grado que los inqui linos de casas contiguas a ciertas iglesias y conventos las
abandonaban y no era posible encontrar interesados en habi tarlas. Como en su mayor parte estas casas fueron propiedad de la iglesia, ?sta sal?a perjudicada al no poder cobrar renta, 4 Vera, 1887, i, p. 168. 5 Vera, 1887, i, p. 165. e Vera, 1887, i, p. 167. T Vera, 1887, i, p. 173.
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EL ABUSO DE LAS CAMPANAS
181
aparte de la mala voluntad que cosechaba entre los vecinos. Estos inmuebles eran de todos los precios y por ello hab?a quejas tanto en las grandes casas como en las humildes ve cindades. Fue preciso, entonces, reestablecer la disciplina eclesi?s
tica. La jerarqu?a conceb?a a la vida religiosa como algo
ordenado, sistem?tico, racional, que deber?a estar sometido a reglamentos de buena polic?a, donde los ritos se llevaban a cabo seg?n un horario estricto. Hab?a poco lugar para una religiosidad emotiva o espont?nea. Importaba ante todo con servar el principio de autoridad, y en esto concordaba la opi ni?n de los poderes temporales y los espirituales. Se buscaba, adem?s, por parte de aqu?llos, quitar poco a poco esa pre sencia religiosa que reg?a cada instante para secularizar la vida diaria y darle una direcci?n m?s pragm?tica. Algo de este sentimiento empez? a penetrar ciertos sectores progre sistas de la ciudad desde mediados del siglo xvni.
El arzobispo Alonso N??ez y Haro se vio obligado en
1791 a recordar a sus subalternos, espec?ficamente sacrista nes y campaneros, bajo formal precepto de obediencia, que "guarden, cumplan, ejecuten y hagan guardar, cumplir y ejecutar puntual y enteramente" ?f?rmula usada para evitar la com?n salida de interpretar cada quien las providencias seg?n su caso particular y sus propias conveniencias? el re
glamento expedido por Lorenzana.8 El decreto de N??ez y Haro es mucho m?s detallado que el de su antecesor. Incluye catorce art?culos muy expl?citos para su mayor comprensi?n,
y con toda raz?n, puesto que las campanadas acompa?aban infinidad de acontecimientos religiosos, pol?ticos y sociales como la llegada del correo de Espa?a, las rogativas por la salud de los reyes, las fechas de las fiestas reales, las entra das primeras de virreyes y arzobispos, y los anuncios de ca t?strofes naturales.9 Adem?s hab?a que celebrar aniversarios,
honras f?nebres, misas votivas y novenarios, elecciones de 8 Vera, 1887, i, pp. 167-175. ? Trens, 1953, p. 337.
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182
ANNE STAPLES
prelados, procesiones, profesiones, desagravios, d?as de roga ciones, indulgencias, festividades solemnes, entradas y salidas de religosas y religiosos, la exposici?n y reserva del sant?simo
?la lista abarcar?a pr?cticamente todas las actividades p? blicas. Es f?cil imaginar lo impresionante de las horas que transcurrir?an entre el jueves santo y la medianoche del s?
bado de gloria ?eran las ?nicas en todo el a?o en que no se escuchaba una sola campana, salvo la de Santo Domingo, como veremos m?s adelante.10
Este reglamento de 1791 no satisfizo a todo el mundo. Cada iglesia ten?a ciertos privilegios, aunque todas, en mate ria de campanas, ten?an que reconocer siempre la suprema jerarqu?a de las de catedral. La Orden de Predicadores, los dominicos, ten?an la costumbre de tocar a vuelo en los d?as de su patriarca, de Nuestra Se?ora del Rosario, de santo To m?s Aquino, de san Pedro M?rtir y de la funci?n capitular. Solicitaron pues a Madrid permiso para seguir sus tradicio nes, y recordaron que hac?a m?s de dos siglos que ten?an la prerrogativa de tocar una campana el viernes santo a medio d?a para que el pueblo concurriera al serm?n de la muerte y sepultura de Jes?s. Alegaban los padres que sin el anuncio de las funciones especiales la gente no asistir?a, perdiendo as? los beneficios espirituales consecuentes. Las campanadas de viernes santo desde la torre de Santo Domingo se?alaba tambi?n los preparativos de los gremios para tomar su lugar, junto con sus im?genes, en la solemne procesi?n de ese d?a,
acompa?ados por el ayuntamiento y los comerciantes. La respuesta a esta solicitud de excepci?n, promovida por fray
Domingo de Aranda en 1795, fue tajante: "El consejo de
Indias... ha acordado desatender enteramente" la petici?n, y mand? celar que "no[se] contravenga con ning?n pretexto" el edicto de 1791.11
El a?o de 1823 fue testigo de los graves problemas del nuevo gobierno independiente, sobre todo despu?s de la ab 10 Vera, 1887, i, p. 176. il Vera, 1887, i, pp. 175-176.
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EL ABUSO DE LAS CAMPANAS
183
dicaci?n de Iturbide. Hab?a que organizar la hacienda, el
comercio, reactivar las minas, establecer escuelas y defender
al pa?s de una reconquista espa?ola. Estas ocupaciones no
opacaban otra, aparentemente de trivial importancia, pero s?
lo suficientemente molesta para que Jos? Joaqu?n de He
rrera, ministro de Guerra, le escribiera a su colega el doctor Pablo de la Llave, el de Justicia y Negocios Eclesi?sticos, una nota en la cual le comunicaba que "el otro d?a se not? en el congreso el desarreglo que se observa en los repiques de cam panas", por lo que el Supremo Poder Ejecutivo acord? pedir al provisor del arzobispado que tuviera presente la disposi
ci?n del arzobispo N??ez y Haro. Se mand? un oficio al provisor en este sentido, pidi?ndole enviar una circular a
sus subalternos.12 El doctor F?lix Flores Alatorre, quien era provisor y gobernador del arzobispado en sede vacante, se dirigi? al secretario interino, Joaqu?n de Iturbide, para avi sarle que desde el 8 de marzo de ese mismo a?o, 1823, hab?a solicitado "ponerme de acuerdo con este gobierno para que contando con su auxilio se arreglase el uso de las campanas renovando el edicto del se?or Haro, pero vacilando ya en tonces el sistema imperial, como que dentro de poco acab?, no pudieron tener efecto mis deseos. Crecieron de d?a en d?a porque en la misma proporci?n se aumentaba el abuso".13 Es curioso que el provisor no se sintiera con suficiente auto ridad para arreglar solo el asunto, sin pedir el auxilio del brazo secular. En su descargo se puede afirmar que no hac?a
m?s que seguir la tradici?n. El mismo arzobispo N??ez y Haro hab?a remitido su edicto a Espa?a para que lo apro
bara el Consejo de Indias y tomara las providencias m?s efi caces para asegurar su observancia. Flores Alatorre, quien quiso modificar el reglamento de N??ez y Haro, tambi?n lo someti? al gobierno para su apro baci?n, pidiendo ayuda de la fuerza p?blica a fin de impe
dir que la chusma, "gente de baja plebe", se agolpara a la 12 AGNM, JNE, vol. 26, ff. 258, 259. 13 AGNM, JNE, vol. 26, f. 260.
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184
ANNE STAPLES
puerta del campanario de la catedral posesion?ndose de las campanas y toc?ndolas por cualquier motivo. Las manifes
taciones de j?bilo popular no le conmov?an en absoluto.
"Su grito en tales casos no es de la raz?n, sino tumultuario y del capricho de cuatro o seis, que la mueven con la facili dad que a un fluido." A veces era mejor, sin embargo, hacer le caso al pueblo para evitar males mayores. La escalera de la torre de campanas de la catedral era interior, as? que el pueblo no ten?a acceso directo a ella, "pero si sus gritos, in sultos y golpes a la puertas fueren excesivos, es prudencia ceder, y se puede dar aviso ocultamente (si hubiere c?moda proporci?n) al excelent?simo se?or jefe pol?tico para que se sirva acudir al remedio". El provisor le pidi? su "vigoroso apoyo" al gobierno, manifestando que "el esp?ritu que me anima no es otro que procurar a las cosas santas el respecto
que se les debe, y cooperar al orden p?blico cuanto est?
de mi parte". No hay frase m?s significativa para describir la concordancia entre los dos poderes en ese momento que la que escribi? luego: "estoy perfectamente de acuerdo con nues tros gobiernos supremo y pol?tico [aqu? los visualizaba como dos cuerpos en vez de uno] y cuento con su auxilio para todo lo que conduzca a los dos ?nicos saludables fines que me he propuesto". Este nuevo reglamento, basado en gran parte en el de
N??ez y Haro, fue publicado por F?lix Flores Alatorre el 18 de agosto de 1823. Debido a la avalancha de quejas, el nue vo reglamento requiri? "mayor severidad". Los toques que antes eran de un cuarto de hora se reduc?an a medio cuarto
en muchos casos. Para asuntos seglares, las campanas de ca tedral, seguidas por las otras,14 se tocar?an ?nicamente cuan do el gobierno lo solicitara ex profeso. Pidi? Flores Alatorre 14 Las campanas de catedral siempre ten?an primac?a, pues las otras s?lo se deb?an tocar despu?s de las de catedral. Tan importante era esto que se menciona en todos los reglamentos y en 1813 se envi? una circu lar a los curas y p?rrocos para recordarles expresamente "que en nin
guna iglesia se toque a la alba, a las doce, y a la oraci?n, antes que en la matriz". Vera, 1887, ni, p. 664.
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que el gobierno no diera permiso para tocarlas en "aconte cimientos comunes, cuales son las elecciones populares, ya para ayuntamientos, ya las primarias o secundarias para diputados al congreso". En realidad, estas elecciones democr? ticas podr?an haber sido los acontecimientos m?s importan tes de la primera rep?blica federal. Consider? dignos de ex cepci?n los repiques ya convenidos para anunciar "el resul tado de la ?ltima elecci?n en que se nombran los diputados al congreso, para el que hay la raz?n de preferencia que no concurre en los dem?s".15 Para combatir la insubordinaci?n o indisciplina propuso el provisor "revocar los privilegios concedidos por reales c?
dulas a algunas iglesias o cofrad?as... para repicar a vuelo en ciertas funciones". Las distintas comunidades eclesi?sticas
hab?an solicitado, a trav?s de los a?os, permisos especiales de la corte para este fin, dando "abundante materia para celos y rivalidades a quienes no los gozan". Cada a?o se re novaban estas solicitudes, obteniendo la licencia respectiva gracias a influencias de "personas del mayor respeto". "Por cosa de tan poca monta", hab?a una seria competencia entre las distintas comunidades. Quien ten?a derecho a tocar con mayor frecuencia y aparato ten?a mayor jerarqu?a, seg?n el criterio de la ?poca. Tan envidiada era esta licencia que Flo res Alatorre estaba "persuadido de que los privilegiados no dejar?n piedra por mover para obtenerla", as? que se daba cuenta de los disgustos que le esperaban al cancelarlas todas categ?ricamente.16
Este acuerdo entre estado e iglesia se pierde bien pronto, o es sujeto a otra interpretaci?n. Charles Hale, en su libro sobre el liberalismo, comenta la dificultad que tuvieron los 15 A finales de marzo, despu?s de la abdicaci?n de Iturbide, se for
m? un triunvirato como poder ejecutivo temporal. Fue elegido un nuevo congreso constituyente, al cual alude Flores Alatorre, que se re
uni? en la capital el 21 de octubre de 1823.
16 AGNM, JNE, vol. 26, ff. 260-262. Hay un ejemplar manuscrito en AGNM, JNE, vol. 26, ff. 265-268 y reproducci?n en Vera, 1887, i, pp. 176-181.
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ANNE STAPLES
diputados al congreso del estado de M?xico, que se reun?a en el edificio de la ex inquisici?n en la plaza de Santo Do mingo, con las campanadas de esa iglesia. El incidente tuvo lugar apenas seis meses despu?s del decreto de Flores Alato rre y ya para entonces el ruido se hab?a vuelto nuevamente insufrible a tal grado que los diputados no pod?an trabajar.
Mandaron una solicitud al prior suplic?ndole confidencial mente que suspendiera los toques durante las sesiones. Pa rece que los diputados ten?an miedo de ofender al prior, as? que la solicitud se hizo en los t?rminos m?s moderados posi
bles. Hale menciona el desequilibrio de fuerzas que hab?a entre la antigua corporaci?n religiosa y la reci?n nacida, fr?gil entidad que era el congreso del estado.17 Este peque?o incidente no parece concordar con las relaciones descritas hasta ahora, sobre todo tomando en cuenta los escasos mira
mientos que el gobierno hab?a tenido para con Santo Do
mingo, a pesar de sus prerrogativas. Las quejas de los vecinos hab?an sido efectivamente bas tante violentas, siendo ilustrativas las de un conocido vecino de Santo Domingo, el licenciado Carlos Mar?a de Bustaman te, quien dec?a en una carta al ministro de Justicia y Ne gocios Eclesi?sticos: No puedo sufrir el abuso que se ha hecho y hace de pocos
d?as a esta parte de las campanas en la torre de Santo Do
mingo, en cuya calle de la Cerca tengo la desgracia de vivir. Muchas veces suspendo el despacho en mi estudio, y aguardo a otros momentos en que le venga en gana al lego campanero y pilhuanejos de callar. Sucede lo mismo en los que viven por San Agust?n, cerca de La Merced, Profesa, y mucho m?s en la calle de Esp?ritu Santo donde son mortificados a dos torres.
Hasta aqu? oigo multiplicar los redobles a vuelo con todas esquilas, campanas y timbalitos, como si estuviesen los campa neros en un desierto. En vano me he quejado por los diarios: en vano he suplicado por el mismo al gobierno que se tome
las campanas y con ellas funda ca?ones y haga moneda: en it Hale, 1968, p. 108.
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los d?as y noches aciagas de la coronaci?n de aquel Agust?n primero de dichoso olvido, se pasaron muchas horas seguidas repicando: en la catedral de Puebla se inutilizaron dos esqui las: parece que al sonido de estos instrumentos se quer?a aho gar la voz de los buenos para que no lament?ramos la p?rdida de nuestra libertad, as? como con las trompetas de Moloch las voces de los infantes para que no las oyeren sus madres y se conmovieren a despecho. Para evitar estos males trascendentales a enfermos y estu diosos, y que s?lo no parecen tales a frailes y muchachos, se dictaron por el arzobispo N??ez y Haro varias providencias, de cuya observancia cuid? mientras vivi?. Yo espero que vues tra se?or?a, penetrado de la justicia de esta queja y que cono cer? al par que yo (pues vive en frente de la iglesia de Santa Catalina donde se menudean muchos dobles, redobles y repi ques) , se servir? dar cuenta con ella al Supremo Poder Ejecu tivo, y recabar? de su alteza orden para que el se?or gober
nador de la mitra no s?lo reitere la observancia de dichas leyes reglamentarias sino que las haga imprimir, circular por cordillera e insertar en los peri?dicos.18
El clamor del p?blico cedi? poco tiempo. En 1826, se
g?n un lector de peri?dico, el reglamento de Flores Alatorre de 1823 ya era letra muerta, pues "las religiosas rompen la
cabeza con sus largos y pesados repiques a todo el g?nero humano". Se quejaba del poco caso que hac?a el sucesor de Flores Alatorre en hacer obedecer el reglamento. Se declara ba enfermo e incapaz de seguir sufriendo el ruido ensorde cedor proveniente de las torres de San Lorenzo y de La Pu r?sima Concepci?n, culpables en este caso del suplicio.19 La siguiente d?cada no vio disminuir el problema. Usan do tambi?n un seud?nimo, "El enemigo del mucho ruido", hubo quien protest? ante los editores del Registro Oficial por llamar con las campanas a actos privados de los conven tos a los cuales el p?blico no estaba invitado ?entonces, ?para is AGNM, JNE, vol. 25, ff. 256-257. Esta carta, hasta donde he podido saber, es in?dita. 19 El Sol (20 jul. 1826), p. 1605. Carta al editor firmada I. R.
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qu? avisar? Lo sarc?stico de sus argumentos deja ver que el protagonista no era demasiado respetuoso de las tradiciona les pr?cticas cat?licas. "Que se llame a coro a los can?nigos, que no viven en comunidad y que necesitan una campana que
les anuncie que es la hora de dejar la mullida cama para
cantar prima y desperezarse a la siesta para rezar v?speras, ya lo entiendo. ..", pero hacer una "rueda", es decir, tocar diez o doce campanadas por espacio de tres cuartos de hora
"no lo creo del caso, porque aun cuando fuesen sordos los
se?ores prebendados no les faltar?a una alma compasiva y de o?do perspicaz que les despierte". Este pobre hombre viv?a junto a una iglesia donde tocaban las campanas aun estan
do cerrado el edificio, cuando no hab?a ning?n acto reli
gioso, ni ninguna hora lit?rgica que anunciar. Los dobles le molestaban especialmente: "se dobla siempre que se paga, y se paga no para el alivio y descanso del muerto [en caso de entierros], sino para la mortificaci?n del vivo, para el em pobrecimiento del doliente y para el provecho del cura y del sacrist?n". Para ?l, el motivo econ?mico explicaba gran parte de los abusos. "Si es fraile el que muere, se dobla fre n?ticamente en el acto de morir: doblan todos los conventos, porque todos tienen hermandad o pacto, que consiste en abo rrecerse mientras viven, doblarse y cantarse responsos despu?s
de muertos." Este incesante repicar y,doblar no hac?a m?s que satisfacer la vanidad de unos, la codicia de otros y pro ducir el desquicio de terceros. No serv?a realmente para lla mar a una misa espec?fica, porque estas llamadas se confun d?an f?cilmente con los toques dados "para los agonizantes, para las parturientas . . cuando hay tormenta, cuando sopla el viento, cuando llueve fuerte, cuando graniza, cuando su
cede todo lo que es necesario que suceda y nunca deja de
suceder". El "enemigo del ruido", despu?s de describir viva mente el tormento al cual estaban sometidas sus adoloridas
orejas y las de sus conciudadanos, propuso una serie de me didas al gobernador del Distrito Federal, que, resumidas, eran las siguientes: que el aviso para asistir al coro o al re fectorio dentro de los conventos se hiciera ?nicamente con
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una campanita de mano que no se llegar?a a o?r extramuros del edificio y que se hicieran toques p?blicos solamente para anunciar una misa, serm?n o alg?n ejercicio de devoci?n, m?s el toque de las 12:00 y de la oraci?n a las 8:00. Las festivi dades se anunciar?an con cinco minutos de repique, a lo m? ximo, lo mismo cualquier otro evento especial, incluyendo aniversarios, honras y entierros. Quedaban prohibidos los toques de agon?as y partos, pues una poblaci?n de 200 000 habitantes hac?a demasiado frecuentes estos acontecimientos. En vez de la multa de un peso designada antiguamente, "El enemigo del mucho ruido" la propon?a de veinticinco a qui nientos pesos aplicables a las escuelas lancasterianas o al hos picio de pobres. Pensaba "El enemigo" que ( su reglamento "deber?a ser m?s econ?mico en campanas y m?s franco en multas", pero por ser hombre pragm?tico decidi? proponer los en esta forma.20
El gobernador del Distrito Federal, Ignacio Mart?nez, no promulg? la anterior propuesta, pero seguramente la vio con cuidado antes de expedir nuevamente el reglamento de 18 de agosto de 1823. Por razones de seguridad p?blica, desde el 17 de octubre de 1832 el gobernador hab?a prohibido ente ramente el toque de campanas y para ese fin mand? quitar los badajos. En esos d?as se hab?a verificado la revuelta de Santa Anna,21 pero al conjurarse el peligro se levant? la pro
hibici?n. Mart?nez s? aument? las multas, como hab?a su
gerido "El enemigo": veinticinco pesos por la primera infrac 20 Registro Oficial (19 nov. 1832), p. 326. -i El resultado de las elecciones presidenciales de 1832 no satisfizo a Santa Anna, quien, apoyado por Yucat?n, Tabasco y Chiapas, tom?
la ciudad de Puebla y proyect? seguir hasta M?xico. "La noticia...
produjo una reacci?n muy pr?xima al p?nico. Se decret? una serie de
medidas de urgencia; por ejemplo, no se permit?a montar a caballo durante un disturbio; a la primera se?al de perturbaci?n, la gente ten?a que despejar las calles; no se pod?a disparar armas de fuego ni
tirar piedras, y se fusilar?a a todo sospechoso de saqueo... El 16 de octubre se declar? la ciudad en estado de sitio..." Costeloe, 1975, p. 344.
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ci?n, cincuenta por la segunda, cien por la tercera, m?s dos meses de c?rcel por la primera, cuatro por la segunda, y seis por la tercera,22 convirtiendo el desacato a sus ?rdenes en una ofensa bastante seria tomando en cuenta el estado de las c?rceles en esos tiempos. El abuso de las campanas resurgi? nuevamente en la d?
cada de los cuarentas. Las autoridades promulgaban regla mentos de polic?a en los que se especificaba la duraci?n de
ciertos toques, y los hac?an obedecer durante cierto tiempo, pero poco a poco el descuido permit?a que reinaran nueva mente los abusos al haber toques cada vez m?s frecuentes y molestos. Los vaivenes de la pol?tica desempe?aban en esto un papel tambi?n. Se prestaba m?s atenci?n a peque?as mo lestias de este tipo durante gobiernos cuya mira era secula rizar la sociedad y restringir la influencia de costumbres cle ricales en la vida diaria.
Apareci? otro portavoz de esa tendencia en 1842. ?ste
arremeti? contra el tantas veces culpable convento de Santo
Domingo, ahora con el apodo de "Un pobre enfermo jaque coso y afligido adem?s de un dolor de muelas, aunque tiene la boca tan rasa como la palma de la mano". Este furioso ciudadano formul? por medio del peri?dico la pregunta re t?rica de si era "necesario moler y quebrar la cabeza a los pobres vecinos", unos enfermos y otros deseosos de un poco de silencio, sosiego y reposo para despachar negocios o me ditar. En estos d?as se hab?a muerto un padre de Santo Do mingo, fray Brito, quien, por haber sido maestro y provincial
de la orden, recibir?a horas enteras de dobles y redobles en
su honor. Quien "pagar?a el pato" ?giro ya com?n en el siglo pasado? ser?a el vecindario. Tambi?n, como Bustaman te, este se?or hab?a ideado un mejor destino para las cam
panas: que fueran enviadas a la Casa de Moneda para con
vertirse en dineros que permitir?an comprar comida, ya que "bostezaban de hambre", seg?n ?l. No s?lo la muerte de religiosos distinguidos de la orden 22 Registro Oficial (12 die. 1832), pp. 417-419.
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hac?a sufrir a las personas que viv?an cerca. El aniversario de un importante benefactor ten?a el mismo efecto. "Tene mos pr?xima una nueva tanda de campanazos porque est? muy inmediata la conmemoraci?n de un se?or Morales.. . en cuyo d?a nos echan a vuelo hasta los periquitos para que lo oigan otros padres de diversa orden; si no lo hacen as?, seg?n cuentan, ellos reclamar?an la herencia piadosa por ser as? la expresa voluntad del donante." Una soluci?n a este proble ma, propuesta por el mismo articulista, era cambiar las ba dajos de hierro por otros de yesca, y as? seguir se?alando, pero
m?s c?modamente, las funciones religiosas y testamentarias. Parece que esto ya se hab?a hecho en catedral con ?ptimos resultados. De hacerlo as?, se evitar?a lo que pintaban unos versos reproducidos en esta carta mandada al Siglo XIX: ?Campana! ?oh si con vos
Cargara el diablo a dos manos, Pues mat?is a los cristianos
En son de alabar a Dios! ^
Estas amargas reflexiones inspiraron otras, publicadas apenas dos d?as despu?s en el mismo peri?dico. Insisti? el corresponsal en las multas, pidiendo 'que en caso de tener que sufrir "tal molestia, [que] sea bien comprado el placer de aquellos necios devotos que fijan el culto en el eco del bronce y en la detonaci?n de los cohetes...". Ya en 1842 se expon?a otro argumento, muy indicativo del cambio que ve n?a fortaleci?ndose: "en sociedades organizadas es opuesto a la igualdad legal que el placer de unos produzca el desagra
do de otros... No deben permitirse actos p?blicos que no conduzcan a la utilidad p?blica". La vida piadosa, regida
por principios religiosos, cuyo fin era formar la perfecta igle
sia de Dios, quedaba ya muy lejos en esta visi?n de una ciu dad dedicada a buscar sus propios fines y el mejoramiento f?sico de sus miembros. Este se?or, quien firmaba con un 23 Siglo XIX (18 ene. 1842) .
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seud?nimo muy parecido a los anteriores, "El enemigo del ruido y de los estorbos", conceb?a la piedad como buenas
obras, como algo pragm?tico, c?rceles y establecimientos de educaci?n, y no rezos y repiques, mon?tonos y ruidosos en su concepto.24
El a?o siguiente el gobernador del Distrito Federal re
cordaba de nuevo a las corporaciones religiosas de la ciudad que ten?an la obligaci?n de respetar y obedecer todos los reglamentos, bandos y edictos ya publicados sobre el asunto, puesto que se segu?an recibiendo innumerables quejas.25 Y las autoridades eclesi?sticas, sensibles a la mala voluntad ge nerada por el desacato de sus mandatos, avisaron otra vez a todas las corporaciones que ten?an que obedecer los regla mentos anteriores, con la novedad de disminuir a la mitad el tiempo de los repiques, no permitiendo que ninguno du rara m?s de un cuarto de hora. Los repiques a vuelo queda ron prohibidos, salvo mediante permiso espec?fico del arz obispo.26' Las leyes de reforma no ignoraron este aspecto tan exte rior del culto. En 1860, en la ley sobre libertad de cultos, se prohibi? que saliera "el vi?tico con la solemnidad y pu blicidad hasta aqu? acostumbradas", incluyendo la campa
nilla que avisaba a la gente de su paso para que pudieran
arrodillarse reverentemente. Mientras se preparaba un nuevo reglamento sobre campanas, "s?lo se permit?an los toques de alba, mediod?a, oraciones y los puramente necesarios para llamar a los fieles a los oficios religiosos".27 Si las campanas eran importantes en la vida religiosa, lo 24 Siglo XIX (20 ene. 1842) . 25 Observador Judicial, vol. ni (30 ene. 1843) , p. 76. 26 Vera, 1887, i, pp. 181-182. 27 Arrillaga, 1861, pp. 8-9. Parece que desde 1833 el gobierno tra
taba de evitar que saliera el vi?tico con campanilla. Carlos Mar?a de
Bustamante anota en su diario de ese a?o que "en algunas parroquias como San Pablo sale con campanilla a pesar del gobierno". Vid. el "Dia rio" de Bustamante (15 ago. 1833) , que se conserva en Zacatecas y del cual hay microfilm en la Universidad de Texas.
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fueron tambi?n para asuntos seculares. En ausencia de tel? fonos, radios u otras formas de comunicaci?n, desempe?aron un papel vital para informar a la ciudad de ciertos aconte cimientos. Sin embargo, a veces el desorden anulaba la in formaci?n que difund?an. Un caso as? ocurri? en 1825. Hubo en la ciudad un incendio la noche del 8 de mayo y, como un gran n?mero de iglesias dieron la voz de alarma, se confundi? la gente y no supo a d?nde dirigirse para combatir el fuego. El gobernador del Distrito Federal reclam? al cabildo el per
juicio ocasionado por la man?a de tocar todos al mismo
tiempo y ?ste acord? avisar a sus subditos que en semejantes casos s?lo deb?a tocar la iglesia m?s inmediata al incendio, "haci?ndolo la matriz con sesenta campanadas, que ser?n re petidas si continuase".28 Las campanas eran, entonces, medio de comunicaci?n, ins trumento de elevaci?n espiritual, recuerdo de obligaciones religiosas, indicador de horas lit?rgicas, aviso de notables acontecimientos, signo exterior del culto y causa de no pocos sufrimientos. Los medios de comunicaci?n hicieron obsoletos
muchos de sus usos, y las pr?cticas religiosas cambiaron para ajustarse a las necesidades de la vida moderna. Sus toques hoy
en d?a son escuchados por pocas personas, algunas de las cuales recordar?n que el abuso que se hizo de ellas aceler?
el proceso mediante el cual las actividades cotidianas se rigen reloj en mano y no por el horario del rito cat?lico.
28 Vera, 1887, n, p. 600. No terminaron las providencias hasta 1871. En ese a?o encontramos la ?ltima circular dirigida a los curas por el gobernador de la mitra exhort?ndoles a cuidar que sus iglesias se sujetaran al reglamento civil sobre la materia. Vera, 1887, i, p. 182.
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ANNE STAPLES
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cana, Amecameca, Imprenta del Colegio Cat?lico, a
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LAS VISIONES IMPERIALES
DE LA ?POCA COLONIAL 1500-1811 LA HISTORIA COMO CONQUISTA, COMO MISI?N PROVIDENCIAL Y COMO INVENTARIO DE LA PATRIA CRIOLLA
Enrique Florescano
Direcci?n de Estudios Hist?ricos,
INAH
El descubrimiento y conquista de las tierras americanas pi? los moldes cl?sicos del relato hist?rico y oblig? a b otras formas que expresaran la nueva realidad que hab
riquecido el horizonte geogr?fico, humano y cultural del m
do. La espectacular sucesi?n de los descubrimientos,
mensi?n de las conquistas y la novedad de las tierras y bres del Nuevo Mundo dieron lugar a una literatura dir hecha por los autores y testigos de los nuevos sucesos, que se narraban los avatares de las exploraciones y se bu transmitir la novedad geogr?fica y humana que se abr los ojos. Muy pronto la fresca y asombrada noticia de cartas de relaci?n, de los diarios y de las descripciones las manos de los reyes y consejeros reales para infiltra trav?s de la imprenta y las copias manuscritas, en la im
naci?n popular. Pedro M?rtir de Angler?a fue uno d primeros escritores cultivados que tuvo acceso a los re originales de Col?n, Cort?s y otros conquistadores y e mero que compuso con ellos unas D?cadas del Nuevo do (1511-1530), que gozaron de sucesivas reimpresio traducciones. En esta primera versi?n "oficial" del desc miento de las nuevas tierras ?M?rtir era cronista oficia
reino de Castilla? asoma la interpretaci?n que se vo 195
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ENRIQUE FLORESCANO
com?n en los cronistas posteriores: el feliz encadenamiento de descubrimientos, conquistas y evangelizaciones no es otra cosa que la revelaci?n de un plan providencial, se?alado por
Dios al pueblo escogido para ensanchar dos dominios y sal var a miles de id?latras de la condenaci?n eterna. Para Gon zalo Fern?ndez de Oviedo, autor de una Historia general y natural de las Indias (1535-1549) que inscribe los hechos americanos en la historia universal, el descubrimiento, con
quista y colonizaci?n de las tierras nuevas son episodios este lares de este plan providencial. Y el que haya sido el pueblo espa?ol el agente escogido para realizar este plan es prueba para ?l de su alianza con Dios y del inevitable advenimiento de la monarqu?a mundial bajo Castilla. "As? como la tierra
es una sola, dice, plega a Jesucristo que asimismo sea una sola la religi?n e fe e creencia de todos los hombres debajo el gremio e obediencia de la iglesia apost?lica de Roma e
del sumo pont?fice e vicario e sucesor del ap?stol sanct Pedro
e debajo de la monarqu?a del emperador rey don Carlos, nuestro se?or, en cuya ventura e m?rito lo veamos presto efectuado." * Esta interpretaci?n expresa la concepci?n cris tiana de la historia, la idea de que el desarrollo humano es una sucesi?n de acontecimientos que manifiestan la voluntad divina y llevan a la salvaci?n eterna. Esta interpretaci?n in tegra la misi?n trascendente de la iglesia (la propagaci?n de la fe), con los fines pol?ticos del estado espa?ol, que asume en las Indias el car?cter de un estado-iglesia. Seg?n esta interpretaci?n providencial, los espa?oles son los llamados a desarrollar el sentido cat?lico, universal, de la historia. El descubrimiento fue el primer aviso de que la providencia guiaba las empresas espa?olas. Despu?s, las con quistas de M?xico y del Per? no hicieron m?s que corroborar la intenci?n de los prop?sitos divinos: los espa?oles hab?an sido se?alados, entre todos los pueblos de la tierra, para en sanchar la dimensi?n geogr?fica y humana del mundo y lie i Vid. Angler?a, 1964; Fern?ndez de Oviedo, 1964; O'Gorman, 1972. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 197
var la religi?n verdadera a las almas enga?adas por el demo
nio. Si Pedro M?rtir de Angler?a y Fern?ndez de Oviedo anuncian este imperialismo mesi?nico y evang?lico, Francisco L?pez de Gomara lo eleva al rango de una ideolog?a: La mayor cosa despu?s de la creaci?n del mundo, sacada la encarnaci?n y muerte del que lo cri?, es el descubrimiento
de Indias; y as? las llaman Mundo. .. Quiso Dios [le dice al
rey don Carlos] descubrir las Indias en vuestro tiempo y a vuestros vasallos, para que los convirti?sedes a su santa ley, como dec?an muchos hombres sabios y cristianos. Comenzaron las conquistas de Indias acabada la de moros porque siempre guerreasen espa?oles contra infieles. .. Todas las Indias han sido descubiertas y costeadas por es
pa?oles. .. Y porque las hallaron espa?oles, hizo el papa de
su propia voluntad... y con acuerdo de los cardenales, dona ci?n y merced a los reyes de Castilla y Le?n de todas las islas y tierra firme que descubrieran al occidente, con tal que con quist?ndolas enviasen all? predicadores a convertir los indios
que idolatraban. .. Tanta tierra como dicho tengo han descubierto, andado y conquistado nuestros espa?oles en sesenta a?os de conquista.
Nunca jam?s rey ni gente anduvo y sujet? tanto en tan breve tiempo como la nuestra, ni ha hecho ni merecido lo que ella, as? en armas y navegaci?n como en la predicaci?n del santo
Evangelio y conversi?n de id?latras; por lo cual son los es pa?oles dign?simos de alabanzas en todas partes del mundo. ?Bendito Dios que les dio tal gracia y poder! 2
En estas primeras obras sobre la historia del Nuevo Mun do el personaje central es la Espa?a victoriosa, la naci?n es cogida por Dios para descubrir tierras ignotas, propagar la fe cristiana e implantar la monarqu?a universal cat?lica en toda la tierra hasta el advenimiento del juicio final y de la salvaci?n eterna. Esta idea de pueblo escogido que realiza una misi?n providencial es el principio legitimador que reiteran y propagan la mayor?a de las narraciones hist?ricas que se 2 L?pez de Gomara, 1946, pp. 156, 168 y 294.
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escriben sobre la Nueva Espa?a. La conversi?n y salvaci?n de una humanidad id?latra, y la acci?n civilizadora que Es pa?a obraba en el mundo b?rbaro, justificaban as? la con quista b?lica, los excesos de destrucci?n, el aniquilamiento de miles de ind?genas y la reducci?n de los sobrevivientes a la condici?n de esclavos y siervos. De ah?, pues, que la con quista y evangelizaci?n de la Nueva Espa?a pasen a ocupar el lugar central del relato hist?rico. Si la abrumadora mayo r?a de la "historiograf?a civil" de esta ?poca ?historias de soldados, capitanes, cronistas oficiales y oficiosos? tiene por tema ?nico narrar la epopeya de la conquista,3 la totalidad de la "historiograf?a religiosa" se unifica en la exaltaci?n de la obra evangelizadora, en "los triunfos de nuestra fe" en tie rra de b?rbaros: los avances progresivos de la evangelizaci?n, la historia de las ?rdenes y de las misiones que fundan, el martirologio y la obra evangelizadora de los nuevos cruzados.4 Bajo la influencia de estos resortes providencialistas que le gitiman el avance del imperialismo espa?ol, es comprensible que la Nueva Espa?a, como Am?rica en general, sean vistas en estos relatos como simple escenario o espejo de la acci?n espa?ola. La naturaleza, los hombres y la historia de la tie rra conquistada s?lo cobran vida cuando son iluminados por la acci?n de los espa?oles: se convierten en historia cuando interviene el vencedor; pasan a ser materia hist?rica como testimonio de la gesta del conquistador. Es decir, por sus mo tivaciones e intenci?n es una historiograf?a imperialista que 3 Adem?s de M?rtir, Fern?ndez de Oviedo y L?pez de Gomara, la lista incluye las cartas de relaci?n de Cort?s, la cr?nica de Bernai D?az del Castillo, los relatos de V?zquez de Tapia, Francisco de Aguilar y del conquistador an?nimo, las historias de Francisco Cervantes de Salazar, Juan Su?rez de Peralta, Andr?s de Herrera, Baltazar Dorantes de Ca rranza, Bartolom? Leonardo de Argensola, Antonio de Sol?s, etc?tera. Vid. un an?lisis de algunas de estas obras en Iglesia et al., 1942; Iglesia, 1945, y una relaci?n muy completa y anal?tica en Warren, 1973, pp. 42-137. 4 Una lista completa de la historiograf?a religiosa se encuentra en Burrus, 1973, pp. 138.185.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 199 sanciona y legitima la colonizaci?n. Y por su mensaje y efec tos es una historiograf?a destinada a crear una conciencia y
una mentalidad colonial: el europeo es el agente de la his toria, y el colonizado el receptor pasivo de su acci?n. Aunque la mayor?a de los autores que escribieron en esta ?poca sobre la Nueva Espa?a comulgaba con estos principios b?sicos del imperialismo espa?ol, hab?a diferencias importan tes en sus enfoques y posiciones. Como lo ha se?alado Ben jamin Keen,5 un grupo numeroso de cronistas que escribi? en los siglos xvi y xvn (Gonzalo Fern?ndez de Oviedo, Juan
Gin?s de Sep?lveda, Francisco L?pez de Gomara, Juan de
Mariana, Francisco Cervantes de Salazar y Juan Su?rez de Pe ralta) tom? decididamente el partido de los conquistadores y encomenderos. En sus obras, que figuran entre las m?s le? das en esos tiempos y m?s tarde, la conquista es considerada como el bien mayor que pudo ocurrir a los indios y como el hecho fundador de la civilizaci?n en las tierras conquistadas. Estos autores presentan a los indios como seres degradados, borrachos, cobardes, aferrados a sus costumbres paganas, vi ciosos y renuentes al trabajo. En consecuencia, demandan la perpetuidad de las encomiendas y justifican la guerra de con quista y el exterminio de los rebeldes. A pesar de la intensa explotaci?n que los colonos hac?an de los indios, afirman que la situaci?n de ?stos era considerablemente mejor que en los tiempos de su antig?edad. Otro grupo de autores de esta ?poca, en el que sobresalen los estudiosos m?s destacados de la historia antigua de M? xico (Vasco de Quiroga, Toribio de Benavente ?Motolin?a?,
Bernardino de Sahag?n, Diego Duran, Jos? de Acosta, Ge r?nimo de Mendieta y los cronistas mestizos Diego Mu?oz Camargo, Juan Bautista Pomar y Fernando Alvarado Tezo
zomoc), tambi?n difundi? la tesis providencial-imperialista y justific? los procesos de conquista y colonizaci?n como un castigo divino que puso fin a la era de Sat?n y anunci? el comienzo de la de Cristo. En estos autores es tambi?n una ? Keen, 1971, pp. 77-104.
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nime la exaltaci?n de la obra civilizadora que la iglesia cum
pl?a en la Nueva Espa?a. Pero se distinguieron del grupo
anterior por su oposici?n a los sistemas de explotaci?n que practicaban conquistadores y encomenderos y por tratar de conciliar el inter?s de ?stos con la protecci?n de los vencidos. Esta posici?n ambigua naci? de su situaci?n de agentes del estado-iglesia dedicados a realizar la conversi?n y evangeli zaci?n de los indios, y de la realidad de la ?poca, dominada por la necesidad de transformar la conquista en un proceso de colonizaci?n estable, lo que por fuerza significaba recom
pensar a quienes hab?an "ganado la tierra". La formaci?n
humanista de muchos de los primeros misioneros los llev? a considerar al ind?gena como una especie de humanidad vir
gen, capaz de realizar los ideales de la primitiva iglesia.
Imbuidos de estos principios apoyaron una pol?tica segrega cionista que aislaba a los indios del contacto con los espa?o les, promovieron la defensa paternalista de aqu?llos y algunos
idearon fundar en estas tierras el pa?s de la Utop?a, la co
munidad id?lica imaginada por Thomas More. Pero estas
nobles aspiraciones pronto chocaron con la cruda realidad y muchos misioneros tuvieron que callar o justificar las trope l?as de conquistadores y encomenderos. Pocos (Jer?nimo de Mendieta y Bautista Pomar) llegaron a denunciar la terrible
situaci?n que aquejaba a los indios como consecuencia de las epidemias que los iban diezmando y casi ninguno per cibi? la vasta y brutal transformaci?n que para ellos fue la conquista y el proceso de colonizaci?n. Un tercer grupo de autores, aunque muy reducido (Bar tolom? de las Casas y Alonso de Zorita), conden? con gran
fuerza los peores excesos de la colonizaci?n. Las Casas defen di? la naturaleza racional del hombre americano, emprendi? una extensa pol?mica contra quienes tachaban a los indios de b?rbaros e hizo la cr?tica m?s virulenta de la encomienda
y la esclavitud. Los tratados e historias que compuso sobre las Indias integran la defensa m?s apasionada y l?cida de la condici?n humana de los vencidos, y desde el siglo xvi sir vieron de fundamento a una nueva interpretaci?n de la con
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quista y colonizaci?n. En contra de la mayor?a de las cr?ni cas que presentaban a estos acontecimientos como prueba del deseo de Dios de ensanchar sus dominios y sembrar la civi lizaci?n en tierra de b?rbaros, los escritos de Las Casas des cubrieron a la conquista como un acto de barbarie injustifi cada, y a la colonizaci?n como la historia de la destrucci?n de las Indias. Lo que en las otras historias era la gran epo peya de la conquista y la conversi?n de infieles, en Las Gasas se convirti? en cr?nica de la explotaci?n y en denuncia de
los grandes males introducidos por los espa?oles en las Indias.6
Entre los escritores europeos que a fines del siglo xvi se ocuparon con creciente inter?s de los hechos del Nuevo Mun do predominaron dos interpretaciones. Unos difundieron la imagen negativa que Gomara y Oviedo hab?an dibujado del indio americano e hicieron una interpretaci?n favorable de
la conquista.7 Otros vieron en el indio y en la naturaleza americana virtudes contrapuestas a la decadencia y corrup
ci?n en que hab?a ca?do la vieja Europa, y con esta lente
compusieron una imagen idealizada del hombre americano. El indio como salvaje inocente, noble y bondadoso, y Am? rica como la tierra ideal donde podr?a fundarse una nueva sociedad sin las taras de la civilizada Europa, son temas so bresalientes en las obras de utopistas como Thomas More y Tommaso Campanella, o en las de cr?ticos sociales como Fran ?ois Rabelais o Michel de Montaigne.8 Otros autores apro
vecharon las cr?ticas de Las Casas para hacer una p?gina
negra de la colonizaci?n espa?ola y defender as? el derecho de otras potencias a colonizar las nuevas tierras. La "leyenda negra" de la conquista y colonizaci?n que inici? Las Casas fue difundida en Europa por autores como Girolamo Benzoni (Historia del Mundo Nuevo, 1565) y Theodore de Bry (Grands voyages, 1580-1634). Los ingleses, que desde 1553 comenzaron 6 Vid. Las Casas, 1951, 1962, 1965. Sobre la obra de Las Casas vid. adem?s Friede y Keen, 1971; Hanke, 1951. 7 Vid. Keen, 1971, pp. 138 ss. 8 Keen, 1971, pp. 156 ss.
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a escribir sobre el Nuevo Mundo (Richard Eden, Treatyse of the Newe India), asumieron frente a las tierras reciente mente descubiertas una actitud pr?ctica y propusieron emu lar a Espa?a y colonizar la parte norte que no hab?a sido penetrada.9 En 1583 se tradujo en Inglaterra la Brev?sima relaci?n de la destrucci?n de las Indias y en 1589 Richard Hakluyt public? su obra monumental, The principal naviga tions, voiages and discoveries of English nations. Estas obras difundieron una cr?tica creciente a Espa?a y promovieron la expansi?n de la naci?n inglesa por tierras de Am?rica.10 Durante el siglo xvn Espa?a sufri? un declinamiento pro gresivo de su econom?a, de su fuerza militar y de su poder?o pol?tico, lo que tuvo gran influencia en la literatura que se escrib?a sobre Am?rica. La crisis econ?mica del imperio espa ?ol favoreci? la continuaci?n de los sistemas de explotaci?n de la mano de obra ind?gena y reprimi? las voces que predi caban un tratamiento m?s humanitario de ella o que critica ban los peores abusos. Como ejemplo de esto puede citarse
la orden de la Inquisici?n espa?ola que prohibi? editar la
Brev?sima relaci?n de la destrucci?n de las Indias de Las Ca
sas, y el apoyo y difusi?n que recibieron obras como la Pol?
tica indiana (1647), de Juan de Sol?rzano y Pereira, en la que se afirmaba la inferioridad del ind?gena y se aprobaba su sometimiento a la tutela espa?ola. Por otra parte, la de cidida intenci?n de las potencias europeas de penetrar el mer cado americano y la correlativa debilidad militar y pol?tica de Espa?a dieron lugar a una literatura cuyos prop?sitos se centraron en justificar la obra de Espa?a en Am?rica y en refutar los ataques que la denigraban. La mayor?a de estos libros fue obra de los cronistas oficiales de la corona espa?ola.
Las historias de Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia general de los hechos de los castellanos en las islas de tierra firme y del mar oc?ano, 1615) y de Antonio de Sol? s (His toria de la conquista de M?xico, 1684) son ejemplo de esta 9 Keen, 1971, pp. 142-143, 163-165. io Keen, 1971, pp. 168-172.
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actitud justificatoria y exaltadora de la obra de Espa?a en
Am?rica. Herrera y Sol?s escribieron para contradecir las his torias confeccionadas por los detractores de Espa?a. Sol?s, so bre todo, se preocup? por hacer una apolog?a de la conquis ta espa?ola y por oscurecer el aura de esplendor que hab?an creado los historiadores humanistas de las antiguas civiliza ciones ind?genas.11
Una de las raras obras que en este siglo se aparta del elo gio oficial de la conquista y colonizaci?n es la del fraile fran
ciscano Juan de Torquemada (Monarqu?a indiana, 1615). Heredero de la antigua tradici?n mendicante, Torquemada dedic? la primera y segunda parte de su voluminosa obra a una densa consideraci?n de las antiguas culturas del M?xi co central desde sus m?s remotos or?genes hasta el siglo xvi. La tercera parte la forma la historia de la evangelizaci?n de las Indias, protagonizada por los franciscanos. Siguiendo a los frailes de la primera mitad del siglo xvi, Torquemada se es forz? por resaltar los logros culturales de los antiguos mexi canos, que equipar? a los de la antig?edad cl?sica. Interpret? la conquista, al igual que Motolin?a, Sahag?n y Mendieta, como el merecido castigo a los pecados e idolatr?a del ind? gena, pero declar? con vehemencia la explotaci?n que lo aba t?a y no dud? en hacer cr?ticas abiertas a la administraci?n colonial.12 El dominico Antonio de Remesal tambi?n mani
fest? simpat?a por la causa ind?gena, critic? la acci?n de en comenderos y conquistadores e hizo un elogio entusiasmado del padre Las Casas, pero su Historia general de las Indias occidentales y particular de la gobernaci?n de Chiapas y Gua temala fue requisada y el autor confinado a un monasterio. En este siglo xvii dominado por un esp?ritu resueltamente contrario al ind?gena quiz? la ?nica obra que trata con am
plitud la situaci?n de los indios bajo la colonizaci?n es la
de Juan de Palafox, quien fue obispo de Puebla y m?s tarde virrey de Nueva Espa?a. En su informe al virrey que lo su il Keen, 1971, pp. 168-172, 173-179. 12 Torquemada, 1975-1976; Moreno Toscano, 1963.
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cedi? en el cargo, Palafox subray? la extrema miseria de los indios y 'la explotaci?n sin l?mites que hac?an de ellos los alcaldes mayores, los p?rrocos de las iglesias y los caciques y gobernadores ind?genas. Un testimonio de su ferviente in dianismo es su obra De la naturaleza de los indios, en la cual
hace una apolog?a de las virtudes del indio y enumera las causas de sus males.13 Por lo visto hasta aqu? puede decirse que durante los si glos xvi y xvn el tema dominante de la historiograf?a espa ?ola y criolla fue el de la conquista, con tendencia a conside rar con cierta amplitud el desarrollo de las antiguas culturas del centro de M?xico hasta el momento del contacto con los espa?oles. Salvo excepciones, estas obras no tocan la historia de la colonizaci?n propiamente dicha. Lo que en estos siglos se hace sobre la historia de la colonizaci?n se consigna en la historia de las ?rdenes religiosas que llevan a cabo la tarea de conversi?n y catequizaci?n de los indios. Las obras ya ci tadas de Jer?nimo de Mendieta, Juan de Torquemada, Anto nio de Remesal y Agust?n de Vetancurt son el modelo de esta historiograf?a centrada en la evangelizaci?n de las nue vas tierras. Con excepci?n de las obras de Mendieta y Tor quemada, que unen la historia antigua con la historia de la evangelizaci?n que realizan los franciscanos, la mayor?a tiene por tema central la historia de las ?rdenes: narran la llegada de los frailes, la integraci?n de las ?rdenes, su labor apos t?lica en las regiones, los principales hechos de su acci?n evangelizadora y con frecuencia hacen la biograf?a de los frai les m?s destacados. En las mejores obras de este tipo al lado de los hechos de la evangelizaci?n se incluyen tambi?n datos sobre la geograf?a y recursos naturales de la regi?n, y se da noticia de las caracter?sticas etnogr?ficas de los grupos indios que van encontrando los frailes. Como ejemplo de estas obras pueden mencionarse las cr?nicas de Diego Basalenque (His toria de la provincia de San Nicol?s de Tolentino de Michoa c?n); Agust?n D?vila Padilla (Historia de la fundaci?n y dis 13 Vid. S?nchez-Casta?er, 1964 (cit. por Keen, 1971, pp. 185-188).
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 205 curso de la provincia de Santiago de M?xico); Diego de Landa
(Relaci?n de las cosas de Yucat?n); Diego L?pez de Cogo lludo (Historia de Yucat?n); Andr?s de P?rez de Ribas (Triun fos de nuestra santa fe entre gentes las m?s b?rbaras y fieras
del Nuevo Orbe), etc.14 Otro actor y narrador del dominio espa?ol en las tierras
de Nueva Espa?a fue el clero secular. Desde mediados del siglo xvi la pol?tica de la corona espa?ola favoreci? el asen tamiento del clero secular y la creaci?n de di?cesis y parro
quias en el extenso territorio. Este nuevo contingente, aunque
al principio entr? en pugna con los intereses y jurisdicciones que hab?an desarrollado las ?rdenes religiosas, desempe?? una labor fundamental en la estabilizaci?n de la obra colonizado
ra. Entre las tareas subsidiarias que se le encomendaron des taca la realizaci?n de un inventario preciso de la geograf?a y recursos naturales y humanos del virreinato. La recolecci?n de las famosas relaciones geogr?ficas de 1577-1580, primer inventario general de la geograf?a y recursos de la colonia, fue
obra del peque?o ej?rcito de alcaldes mayores y curas de pue blo que se hab?a diseminado por el ancho territorio.15 A su vez, estas Relaciones sirvieron de base a los primeros compen dios sobre la geograf?a del Nuevo Mundo que compusieron los cronistas y cosm?grafos oficiales del Imperio. La Geo graf?a y descripci?n universal de las Indias (1571-1574) de
Juan L?pez de Velasco, el Compendio y descripci?n de las Indias Occidentales (1612-1630) de Antonio V?zquez de Es pinosa, y el Theatro americano ? Descripci?n general de los
reinos y provincias d?la Nueva Espa?a (1743-1744), de Joseph Antonio de Villase?or y S?nchez, testimonian este inter?s por sistematizar los conocimientos sobre la geograf?a y los recur sos econ?micos de las colonias.16 14 Existe un cat?logo muy completo de las cr?nicas hechas por los frailes de las diversas ?rdenes en Burrus, 1973, pp. 138-185.
15 Vid. un estudio pormenorizado de las relaciones geogr?ficas de los siglos xvi y xvn en Cline, 1972, pp. 185-242. 16 Vid. West, 1972, pp. 396-449; Warren, 1973, pp. 42-137.
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Adem?s de los curas, los obispos tambi?n hicieron obra de ge?grafos e informadores de las condiciones econ?micas de sus di?cesis. Las descripciones geogr?ficas del obispo Alonso
de la Mota y Escobar sobre Nueva Galicia y la regi?n de
Puebla-Tlaxcala, o las del obispo Francisco de Rivera sobre Michoac?n,17 son peque?as muestras de la vasta recolecci?n geogr?fica, econ?mica y social que emprendieron los prelados en cumplimiento del precepto que les mandaba conocer y visitar su di?cesis para mejor gobernarla. En suma, en los siglos xvi y xvn la historiograf?a sobre la Nueva Espa?a tuvo por ?nicos temas la conquista y evange lizaci?n de las nuevas tierras y como protagonistas principa les a los conquistadores y misioneros, agentes de la providencia
destinados a cumplir el alto fin asignado por Dios al pueblo espa?ol. Sus objetivos eran pol?ticos y pr?cticos: construir una imagen gloriosa y avasalladora del poder?o espa?ol, pro ducir conocimientos sobre la historia y costumbres de los abor?
genes, e informar acerca de la geograf?a y los recursos natu rales de la tierra. Era una historiograf?a hecha por y para la
dominaci?n.
En el siglo xvm estas tendencias luchan por continuarse, pero tanto en Europa como en Am?rica surgen condiciones que las detienen y las transforman. En Europa, el raciona
lismo del siglo de la ilustraci?n le dio alas a un esp?ritu
anticlerical, anticolonialista y modernizante. Es decir, profun
damente antiespa?ol. En Espa?a, los borbones emprendieron una vasta reforma administrativa y econ?mica acompa?ada por un movimiento cultural que buscaba transformar tam bi?n las viejas mentalidades. Las ideas ilustradas penetraron las antiguas universidades espa?olas, se expresaron en las Sociedades de Amigos del Pa?s y se expandieron a trav?s de una prensa abierta y agresiva. Un monje benedictino, Benito Jer?nimo Feij?o y Montenegro, aprovech? esta apertura y 17 Mota y Escobar, 1939-1940, 1940. Otro ejemplo de estos com pendios es Obispado, 1973. Vid. tambi?n la relaci?n editada por Garc?a Pimentel (Relaci?n, 1904) .
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desde 1726 comenz? a publicar una serie de ensayos dirigi dos a familiarizar al pueblo espa?ol con las ideas renovadoras
de Bacon, Descartes y Newton. Feij?o combati? la supers tici?n, la ignorancia y el oscurantismo, sin jam?s atacar la fe cat?lica. Defendi? a los criollos americanos y a los indios
de los ataques que pretend?an rebajar su humanidad y al mismo tiempo justific? los excesos y crueldades de la con quista, pero no por la misi?n salvadora de Espa?a, sino por la carga natural de violencia que conlleva toda empresa de guerra.18 Otro espa?ol ilustrado, el economista Jos? del Campillo y Cos?o, escribi? un libro en el que propon?a un nuevo siste ma de gobierno econ?mico para la Am?rica, que se convirti? en una especie de Biblia de los reformadores espa?oles. Com parando las ganancias extra?das por franceses e ingleses de sus islas del Caribe con las ridiculas utilidades que Espa?a recib?a de su imperio continental, Campillo hac?a ver la ne cesidad de una reforma profunda de la pol?tica espa?ola con respecto a sus colonias. Para remediar este triste estado de cosas recomendaba la introducci?n del gobierno econ?mico, t?rmino con el que designaba los m?todos de gobierno carac ter?sticos del mercantilismo de Colbert. Exig?a la terminaci?n
del monopolio comercial de C?diz, la distribuci?n de tierras a los ind?genas y el fomento de la miner?a argent?fera. M?s que nada, Campillo ve?a en las colonias americanas un mer cado ilimitado para los productos manufacturados espa?oles, pero ese mercado s?lo pod?a incrementar su poder de con sumo si se reformaba su sistema de gobierno, si se libraba a su econom?a de los nefastos monopolios y trabas al comer cio, y si la gran masa de sus habitantes, es decir, los ind? genas, eran incorporados a la sociedad.19 Campillo afirm? que el verdadero tesoro de Am?rica eran las masas ind?genas, una de las minas m?s ricas del mundo, pero una mina que 18 Sobre la ilustraci?n espa?ola vid. Sarrailh, 1974; Herr, 1964; Anes, 1975. 19 Cit. por Brading, 1975, p. 47.
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hab?a que explotar mediante una econom?a escrupulosa. Como es sabido, las ideas de Campillo fueron la base del sistema de reformas que Espa?a comenz? a aplicar en Am?rica a partir de la segunda mitad del siglo xvni.
Al igual que Campillo, otros autores espa?oles, alarma dos por la decadencia de su patria y la penetraci?n comer cial de otras naciones en el imperio americano, escribieron numerosos tratados en los que revisaron la pol?tica comercial de la metr?poli e hicieron proposiciones para fundar un nue vo orden comercial con las Indias.20 Estos y otros escritos que
entonces comenzaron a proliferar sirvieron de base al exce lente cap?tulo que Adam Smith consagr? al sistema colonial en su Wealth of nations (1776) .21 Al lado de ese esp?ritu renovador que se observa a me diados de siglo en algunos autores espa?oles no dejaron de manifestarse las ideas tradicionales acerca de la grandeza y superioridad de Espa?a y del hombre europeo sobre el ame ricano. As?, algunos autores espa?oles continuaron aduciendo la tesis acerca de la inferioridad del indio americano; afirma ban tambi?n que el suelo y el clima de Am?rica disminu?an los talentos de los europeos y hac?an de los espa?oles nacidos en Am?rica seres degenerados. Por otro lado, en toda Europa se suscit? una extensa controversia sobre las virtudes y de fectos de la naturaleza y el hombre americano, en la que intervinieron muchos factores. El esp?ritu racionalista y mo dernizante de la ilustraci?n contribuy? a darle un tono in tensamente cr?tico y reformador que puso en duda el cono cimiento anterior sobre la idea de Am?rica, sus hombres y su cultura. La discusi?n cient?fica y filos?fica se complic? y adquiri? mayor violencia al intervenir en ella los intereses pol?ticos, militares y econ?micos de las potencias en pugna, que entonces luchaban por adquirir nuevas esferas de influen cia y mercados m?s amplios para su creciente producci?n de 20 Vid. un detallado estudio de la preocupaci?n espa?ola por las
relaciones comerciales con Am?rica en Bitar, 1975; Colmeiro, 1954. 21 Smith, 1958, pp. 503-570.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 209 manufacturas, o buscaban conservar los imperios y mercados ya conquistados y combatir la expansi?n desbordada de las potencias navales y mercantiles en ascenso. Finalmente esta
"disputa sobre el Nuevo Mundo" adquiri? una dimensi?n comparable a la pol?mica que en el siglo xvi promovi? el padre
Las Casas cuando a los alegatos europeos se sumaron las in dignadas respuestas de los americanos. Desde principios del siglo xvii varios franciscanos y jesui tas franceses que hab?an tenido experiencia misionera en el actual Canad?, las Antillas y Sudam?rica escribieron relatos entusiasmados sobre las cualidades f?sicas y culturales de los nativos de esas regiones, destacaron la semejanza de sus cos tumbres con los principios del primitivo comunismo cristia no y se?alaron la conveniencia de extender los dominios de Francia en el Nuevo Mundo. Al comenzar el siglo xvni el conocimiento de la vida comunal de estos pueblos sirvi? a otros autores franceses para hacer una cr?tica de la monar qu?a, la religi?n, los estamentos y las desigualdades sociales, y para manifestar sus aspiraciones a una sociedad sin mo narcas, leyes y sacerdotes. Sin embargo, a mediados del si glo xviii la disposici?n favorable hacia el ind?gena que por igual manifestaban creyentes, utopistas, fil?sofos y cr?ticos sociales se troc? en una imagen negativa. Comenz? este cam bio con la publicaci?n en 1749 de la Histoire naturelle del conde de De Buffon, un ilustrado cuya obra cient?fica tuvo
amplio prestigio y difusi?n en Europa. Basado en la idea
de que Am?rica era un continente joven que hasta muy re cientemente hab?a estado cubierto por las aguas, De Buffon se?alaba la existencia de condiciones f?sicas y naturales no civas (pantanos, impenetrables selvas y junglas, clima fr?o y h?medo), que limitaban o deformaban tanto la vida animal como la humana. Sus conclusiones condenaban al indio ame
ricano a una inferioridad f?sica, mental y moral que atribu?a
a la inmadurez nociva del clima y la naturaleza. Y aunque afirmaba que en cualquier latitud el hombre estaba desti nado a reinar sobre la naturaleza, y dec?a que alg?n d?a,
cuando la selva y los bosques se transformaran en tierras de
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cultivo, cuando se canalizaran las corrientes y se controlaran las aguas, "Am?rica se convertir?a en la m?s f?rtil, la m?s saludable y la m?s rica de todas las tierras", sus ideas sobre el determinismo geogr?fico se aceptaron como un dogma y
precipitaron el gran debate sobre la naturaleza hostil del Nuevo Mundo.22
En la obra de Cornelius de Pauw, Recherches philosophi ques sur les Am?ricains (1786), las tesis relativistas y caute losas de De Buffon se convirtieron en afirmaciones categ?ri cas. Seg?n De Pauw, Am?rica era un continente decadente, condenado sin remedio a producir hombres y animales infe riores. La obra del abate Raynal, Histoire philosophique et politique des ?tablissements et du commerce dans les deux Indes (1770), que fue uno de los libros m?s le?dos a fines
del, siglo xvni, uni? las tesis de De Pauw con una cr?tica
contra el colonialismo, la tiran?a, la superstici?n y la igno rancia, que afect? la imagen creada por los escritores espa ?oles sobre la historia antigua y colonial de Am?rica. Para estos representantes del racionalismo ilustrado la civilizaci?n verdadera eran los adelantos y la cultura que ellos viv?an, no las narraciones incre?bles sobre los aztecas e incas que ha b?an compuesto los conquistadores y cronistas espa?oles para exaltar su acci?n y hacer m?s grandes las haza?as espa?olas. La obra que acumul? el mayor n?mero de fuentes prima rias manejadas por un europeo y que present? el cuadro m?s completo de la historia antigua de Am?rica, The history of America (1777) del ingl?s William Robertson, mantuvo esta impresi?n negativa de Am?rica. Basado en una teor?a de la evoluci?n social que sosten?a que las sociedades avanzaban en etapas definidas por el grado de desarrollo de la tecnolo g?a y la divisi?n del trabajo (salvajismo, barbarismo y civili
zaci?n), Robertson clasific? a los aztecas en una etapa de
transici?n entre el barbarismo y la civilizaci?n. Respecto al per?odo colonial, aunque Robertson intent? hacer un an?li
22 Vid. un estudio detallado sobre las ideas de Buffon y su influen cia en Gerbi, 1960.
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sis objetivo de la dominaci?n espa?ola en Am?rica, no pudo reprimir su cr?tica a la deficiente administraci?n espa?ola, que se hab?a concentrado en la explotaci?n de las minas des cuidando "el progreso de la agricultura y el comercio, que constituyen la verdadera riqueza de una naci?n". Tampoco ocult? Robertson su animadversi?n hacia la po l?tica religiosa que aplic? Espa?a en sus colonias, y conden? abiertamente las concesiones hechas a las ?rdenes mendicantes
para realizar la evangelizaci?n y dirigir la mayor parte de las tareas religiosas. Su cr?tica al oscurantismo, la superstici?n, la
ineficacia administrativa y la falta de visi?n pol?tica la con centr? en la dinast?a de los Hapsburgos, a cuyos reyes hac?a
responsables de la decadencia que abati? a Espa?a a partir del siglo xvii. En cambio, habla de un renacimiento espa?ol desde el momento en que acceden al poder los borbones, a cuya pol?tica comercial con las Indias dedic? un an?lisis pe netrante y muy completo.23
Esta cr?tica de la naturaleza, los hombres y la cultura de Am?rica provoc? en Nueva Espa?a una respuesta vindicativa inmediata que tuvo gran efecto en la formaci?n de la con ciencia hist?rica y patri?tica de los novohispanos. El despec tivo comentario que el sacerdote espa?ol Samuel Mart? hizo de la Nueva Espa?a, calific?ndola de "desierto intelectual" sin letras, estudiosos y bibliotecas, fue causa directa de la monumental Bibliotheca mexicana (1755) del profesor me xicano de teolog?a Juan Jos? de Eguiara y Eguren. Con eru dici?n enciclop?dica, argumentos racionalistas y apasionado patriotismo Eguiara mostr? la producci?n cient?fica y litera ria que hab?an generado los mexicanos desde las ?pocas m?s antiguas hasta las primeras d?cadas del siglo xvni. Seg?n Luis
Gonz?lez, del pr?logo que Eguira puso a su Bibliotheca se desprenden cuatro tesis: ?l) el talento de los mexicanos, in cluso el de los indios, es igual al de los europeos; 2) la cul tura mexicana es distinta a la espa?ola; 3) el genio de M?xi 23 Las ideas de Robertson sobre los aztecas son analizadas en Keen, 1971, pp. 275-285. Vid. Robertson, 1777, cap. vin.
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co no ha dado a?n obras de validez universal s?lo por los
obst?culos opuestos a su desarrollo; 4) removidas las trabas, el talento de los mexicanos deslumbrar? el mundo".24
A los escritos de Eguiara sigui? la extraordinaria Storia antica del Messico de Clavijero y una serie de estudios ar queol?gicos e hist?ricos sobre el M?xico antiguo. Junto al
inter?s por la arqueolog?a y la historia antigua que se obser va en la segunda mitad del siglo xvni, se manifiesta una re
novaci?n de los estudios acerca de la historia colonial. El jesu?ta Francisco Javier Alegre, exilado en Italia como Cla vijero, M?rquez, Cavo y otros, concluy? en 1767 su Historia de la provincia de la Compa??a de Jes?s de Nueva Espa?a, primera obra general que traza la historia de la compa??a desde su arribo a la Nueva Espa?a hasta 1766. Otro jesu?ta, el padre Andr?s Cavo, escribi? en Roma la primera historia general de la dominaci?n espa?ola, desde 1521 a 1766, bajo el t?tulo de Historia de M?xico.2^ Esta obra destaca entre las dem?s cr?nicas e historias coloniales por dos razones: porque es una historia secular, y porque adem?s de tratar el tema de la conquista narra en forma de anales los principales hechos
ocurridos desde la colonizaci?n hasta el a?o en que fueron
expulsados los jesu?tas. Individualmente y en conjunto la literatura hist?rica de los jesuitas del siglo xvni marca uno de los puntos culmi nantes de la historiograf?a colonial. Clavijero, Alegre, M?r
quez, Cavo, Maneiro, Abad y otros historiadores jesuitas menos famosos dejaron como legado un esfuerzo de sistema tizaci?n hist?rica sobresaliente por su rigor y erudici?n, por la introducci?n de los m?todos cient?ficos m?s modernos, por su apertura a nuevos temas de historia mexicana y por su acendrado patriotismo. El esp?ritu de la ilustraci?n, que en la Nueva Espa?a se expres? en un inter?s muy vivo por los asuntos seculares y por los aspectos cient?ficos y culturales 24 Gonz?lez, 1961-1962, p. xx. Vid. tambi?n Navarro, 1954, pp.
547-561. 25 Alegre, 1956-1960; Cavo, 1949.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 213
que pon?an en boga los ilustrados europeos, encontr? un canal eficaz de difusi?n en las Gacetas cient?ficas y literarias
que public? ?lzate, en la Gazeta de M?xico (1784-1821) y
en el Diario de M?xico (1805-1817). Este periodismo ilustra do insisti? en divulgar en Nueva Espa?a los ?ltimos adelan tos de la ciencia europea, y por primera vez le dio impor
tancia central a los asuntos terrenos. En sus p?ginas se
entremezclaron las noticias acerca de los m?s recientes des cubrimientos cient?ficos con art?culos sobre el m?todo m?s
adecuado para mejorar los cultivos, la situaci?n del comercio o el estado de la poblaci?n. Una de las manifestaciones m?s vigorosas de la ilustraci?n novohispana fue precisamente el inter?s por colectar y siste matizar el mayor n?mero de datos sobre la econom?a, los re cursos naturales y la poblaci?n del virreinato. La reorgani zaci?n administartiva que inici? el visitador Jos? de G?lvez en los a?os 1761-1771 produjo a fines de siglo una cantidad inusitada de datos econ?micos. Apoyados en esta informa ci?n, Fabi?n de Fonseca y Carlos de Urrutia concluyeron en 1791 la enciclop?dica Historia general de real hacienda,2? que en seis vol?menes hac?a la historia de cada uno de los ramos de ingresos y egresos y proporcionaba una gran cantidad de estad?sticas seriadas sobre las rentas del siglo xvni. El ilustre virrey Revillagigedo fue sin duda el m?s activo recopilador de estos materiales, con los cuales form? lo que m?s tarde
ser?a el Archivo General de la Naci?n. Apoyado en los ar t?culos 57 y 58 de la Real ordenanza de intendentes, Revi llagigedo mand? que todos los intendentes levantaran ma pas topogr?ficos de sus jurisdicciones y enviaran una relaci?n pormenorizada acerca de sus principales producciones, indus tria y comercio. Con estos informes y "con los padrones de vicindarios hechos en los a?os anteriores por los justicias y curas de los respectivos partidos", m?s unas "noticias de f? 26 Esta obra se public? m?s tarde, en M?xico: Fonseca y Urrutia, 1845-1853. Uno de los auxiliares de esta empresa, Joaqu?n Maniau, hizo
un resumen de ella en 1794. (Maniau, 1914.)
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bricas, molinos, ingenios, lagunas, r?os y puentes" y otros informes que hab?an remitido los intendentes a la secretar?a del virreinato, encomend? a Carlos de Urrutia la elabora ci?n de una Noticia geogr?fica del Reino de Nueva Espa?a y estado de su poblaci?n, agricultura, artes y comercio. Urru tia no pudo completar los datos relativos a las intendencias de Veracruz, Guadalajara, San Luis Potos?, Zacatecas y M? rida, y s?lo alcanz? a concluir, en 1794, la primera parte
de esta obra, en la que acumul? las noticias que hab?a re
unido sobre la geograf?a y poblaci?n de la Nueva Espa?a.27 Revillagigedo mand? levantar tambi?n el famoso padr?n de la poblaci?n de 1791-1794 (Archivo General de la Naci?n, ramo Padrones; ramo Historia, vols. 522 y 523; ramo Impre sos, vol. 51), al cual agreg? las informaciones demogr?ficas reunidas por los intendentes y subdelegados, y las que obis pos y curas extranjeros de los riqu?simos archivos parroquia les (nacimientos, casamientos y defunciones). Sobre estos datos Fernando Navarro y Noriega compuso su Cat?logo de los curatos y misiones que tiene la Nueva Espa?a.. . (1813), y m?s tarde la importante Memoria sobre la poblaci?n del
reino de Nueva Espa?a (1820). Otro conjunto documental
reunido por Revillagigedo lo componen las informaciones acerca de los efectos producidos en el comercio exterior e interior por las llamadas leyes sobre libertad de comercio (1765, 1774, 1778 y 1789) que terminaron con el sistema de flotas, con el monopolio que C?diz y Veracruz usufructua ban para recibir y expedir las mercanc?as y con las restric ciones que limitaban las relaciones comerciales entre la me tr?poli y sus colonias.28 El codicioso inter?s de los borbones por mejorar el siste ma administrativo colonial para extraer mayores ingresos fue emulado por las corporaciones coloniales que persegu?an fi 27 La noticia de Urrutia est? publicada en Florescano y Gil, 1973. 28 Gran parte de la documentaci?n reunida por Revillagigedo so bre los efectos de las leyes de libre comercio fue publicada en Flores
cano y Castillo, 1975.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 215
nes semejantes. La iglesia mejor? notablemente el sistema contable y administrativo de la recaudaci?n de diezmos, le vant? varios padrones para precisar el n?mero de la pobla ci?n de cada parroquia y obispado, y sus juzgados de cape llan?as y obras p?as llevaron una cuenta detallada de los le
gados piadosos que recib?an y de la forma como se invert?an los capitales captados por este concepto, que generalmente se prestaban a los agricultores. El real consulado de comercian tes de la ciudad de M?xico, la corporaci?n privada m?s po derosa del virreinato, adem?s de administrar por alg?n tiem po la recaudaci?n de las alcabalas de la capital y del puerto de Veracruz, tuvo entre sus atribuciones colectar informaci?n sobre los recursos naturales, los caminos y la situaci?n de la agricultura, miner?a y comercio de las provincias del reino. Por otra parte, las reformas borb?nicas tambi?n crearon otros
consulados en Veracruz y Guadalajara que continuaron ha ciendo prolijas indagaciones sobre los recursos y la situaci?n econ?mica del reino. As?, en 1802 el consulado de la ciudad de Veracruz envi? un cuestionario a todas las intendencias solicitando informaci?n sobre las demarcaciones territoriales y administrativas de cada regi?n, su poblaci?n, n?mero de funcionarios y empleados del gobierno; producci?n, precios y valor anual de los ramos de agricultura, ganader?a, indus tria, miner?a y comercio; situaci?n de las guarniciones, pre sidios y servicio de milicias; ocupaciones de la poblaci?n e ingresos de la real hacienda. Estas informaciones, junto con las relaciones geogr?ficas levantadas en esta ?poca por alcal des, intendentes, curas, misioneros y militares, componen uno
de los conjuntos descriptivos y estad?sticos m?s ricos para el estudio de la geograf?a econ?mica de Nueva Espa?a.29 Debe
agregarse que los consulados tambi?n intervinieron en la
29 Los informes econ?micos sobre las provincias de Nueva Vizcaya, Guanajuato, Zacatecas, Veracruz, Puebla, Guadalajara, Sonora y Sinaloa, colectados por el consulado de comerciantes de Veracruz, se han publi cado en Florescano y Gil, 1973, 1976a, 1976b. Sobre las relaciones geo gr?ficas del siglo xvni, vid. West, 1972.
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mejor?a de los registros sobre entrada y salida de los buques mercantes, en la sistematizaci?n de las balanzas de comercio y en la elaboraci?n de informes y an?lisis econ?micos sobre la situaci?n del reino y sus relaciones con la metr?poli.30 El conocimiento de la econom?a colonial de fines del si
glo xvni creci? asimismo por el apoyo notable que los Bor bones proporcionaron a la miner?a y a los mineros. ?stos fueron beneficiados con la creaci?n de un tribunal de mine
r?a (1777), con la elaboraci?n de nuevas ordenanzas de mi ner?a (1783), con la fundaci?n de un banco de av?o para el fomento minero (1784) y con la apertura de un colegio de miner?a (1792). El tribunal y las ordenanzas de miner?a pro veyeron a los mineros de normas y mecanismos administra tivos que hicieron m?s expedito el tratamiento de sus asun tos, y el banco de av?o les aport? cr?dito para el financia miento de sus actividades. Para cumplir con sus fines tanto el tribunal como el colegio recabaron una informaci?n am pl?sima sobre la situaci?n de cada real minero (propietarios, capital, trabajadores, situaci?n de las vetas, t?cnicas, etc.), perfeccionaron la contabilidad sobre la importaci?n de azo gue, el cr?dito y la acu?aci?n de moneda y propiciaron el estudio de los aspectos t?cnicos y administrativos de la mi ner?a.31 30 La Gazeta de M?xico (1784-1821) public? en muchos de sus n? meros un informe detallado de la entrada y salida de buques, con indi caciones acerca del valor y volumen de las mercanc?as, gracias a los informes proporcionados por los consulados. El Diario Mercantil de Vera auz, publicado en esta ciudad en la primera d?cada del siglo xrx, tam bi?n dio a conocer datos semejantes y otros informes sobre la econom?a.
El consulado de Veracruz public? en estos a?os sus famosas balanzas comerciales. Vid. R. Smith, 1947, pp. 680-711. A Quir?s y a los miem bros del consulado de M?xico se deben algunos de los mejores an?lisis
de conjunto sobre la econom?a de Nueva Espa?a. La "Memoria de es tatuto" de Quir?s est? publicada en Florescano y Gil, 1973, pp. 231 264. Vid. tambi?n Chavez Orozco, 1934.
31 Vid. Motten, 1972; Howe, 1968. Como ejemplo del tipo de re
colecci?n de datos que se hizo en esta ?poca, vid. L?pez Miramontes, 1975.
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Influidos por la importancia que la ilustraci?n le otor gaba a las ciencias naturales y al progreso material, los novo hispanos comenzaron repentinamente a escribir tratados y disertaciones sobre los aspectos econ?micos y t?cnicos del pa?s
con una curiosidad y una pasi?n parecidas a la que antes ha b?an mostrado por la historia m?s antigua o por los progre sos de la evangelizaci?n. Las obras m?s sistem?ticas fueron las relacionadas con la hacienda p?blica, porque en este sec tor se conjug? el inter?s de la metr?poli con el desarrollo administrativo de la colonia y la adquisici?n de t?cnicas y nuevos sistemas contables por los funcionarios (Historia ge
neral de real hacienda, de Fonseca y Urrutia). Pero muy
pronto la progresiva acumulaci?n de informaciones, las ?vi das lecturas de los tratados cient?ficos europeos y el perfec cionamiento de las t?cnicas y los procesos de an?lisis con dujeron a progresos mayores. En sus Gacetas de literatura ?lzate sol?a discutir los m?s recientes adelantos de la f?sica o la astronom?a europea al lado de los m?todos m?s adecua dos para procesar la plata, desaguar las minas o combatir el hambre y las enfermedades producidas por la p?rdida de las cosechas. Para muchos criollos el vasto conocimiento que arro jaron las indagaciones de fin de siglo sobre la geograf?a y los recursos naturales se convirti? en un argumento poderoso para afirmar su patriotismo y exaltar la variada riqueza de su suelo y en una raz?n m?s para demandar la independen cia de la metr?poli.32 No fue menos notable ver aparecer nuevas argumentaciones y formas de razonamiento en los do cumentos econ?micos y pol?ticos. La pol?mica acerca de los males o beneficios producidos por las leyes sobre libertad de 32 El estudio del patriotismo criollo basado en la enorme riqueza y variedad de recursos de la patria americana lo ha hecho Luis Gonz?lez (Gonz?lez, 1948). La mejor argumentaci?n sobre que la Nueva Espa?a deber?a independizarse porque dispon?a de recursos suficientes y su liga con Espa?a le imped?a explotarlos en su beneficio se encuentra en los escritos de fray Melchor de Talamantes. Vid. los documentos de Tala mantes publicados por Genaro Garc?a en sus Documentos hist?ricos me xicanos (Garc?a, vol. vu) .
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comercio, los debates sobre el n?mero de habitantes, o las argumentaciones en defensa de los intereses comerciales, agr?
colas, mineros o eclesi?sticos, todas estas discusiones se po blaron de cifras, estad?sticas y tablas que apoyaban las tesis propuestas o desment?an las del contrario. Quiz? el mejor ejemplo de esta nueva manera de razonar y argumentar sean los escritos de Abad y Queipo anteriores al movimiento de 1810. En la Representaci?n sobre la inmunidad personal del clero... (1799) que Abad escribi? a solicitud del obispo fray Antonio de San Miguel, junto a la defensa de los derechos del clero, se encuentra uno de los mejores an?lisis sobre la
desigualdad social que afectaba a los pobladores de Nueva
Espa?a y una explicaci?n socioecon?mica de sus causas. Asi mismo, en la Representaci?n a nombre de los labradores y comerciantes de Valladolid de Michoac?n (1804), Abad sus tituye los juicios morales por una l?cida e implacable argu mentaci?n socioecon?mica que demuestra, punto por punto, lo improcedente de la decisi?n real que mandaba recoger los capitales manejados por los juzgados de capellan?as y obras p?as y de paso hace un an?lisis penetrante del "estado eco n?mico-pol?tico de la Nueva Espa?a" y del latifundio.33 Otro momento culminante en este proceso de madura ci?n del pensamiento anal?tico novohispano lo constituye la obra del secretario del consulado de comerciantes de Vera cruz, Jos? Mar?a Quir?s: Memoria de estatuto ? Idea de la
riqueza.. . (1817). En esta obra notable, en la que es clara
la influencia de Adam Smith y de otros economistas, Quir?s dej? muy atr?s las simples descripciones econ?micas de ?po 33 Vid. los escritos citados en Mora, 1963, pp. 175-213, 214-230; y los incluidos en las p?ginas 231-264, que contienen varios an?lisis eco n?micos sobre las rentas y situaci?n econ?mica del virreinato. En estos estudios Abad hace una cr?tica de la situaci?n colonial y llega a pedir
"que cese para siempre el sistema de estanco, de monopolio y de in
hibici?n general que ha gobernado hasta aqu? y ha ido degradando la naci?n en proporci?n de su extensi?n y progresos, dej?ndola sin agri cultura, sin artes, sin industria, sin comercio, sin marina, sin arte mili tar, sin luces, sin gloria, sin honor...*'.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 219
cas anteriores e intent?, como bien lo se?ala Fernando Ro senzweig,34 lo que hoy denominar?amos un c?mputo del in greso nacional o, como dec?a el mismo Quir?s, "una idea, lo m?s correcta que es posible, de las producciones territoriales e industriales de esta Nueva Espa?a". Por ?ltimo, debe des tacarse que uno de los campos donde fue m?s feliz la conju gaci?n entre el material emp?rico acumulado y el rigor ana l?tico introducido por la ilustraci?n europea fue el de la miner?a. Las obras de Francisco Javier de Gamboa (Comen tarios a las ordenanzas de minas, 1761) y de Juan Lucas de Lessaga y Joaqu?n Vel?zquez de Le?n (Representaci?n que
a nombre de la miner?a de esta Nueva Espa?a... 1774) sis
tematizaron el conocimiento anterior sobre los aspectos t?cni cos, jur?dicos y administrativos de la miner?a y propusieron nuevos m?todos para desarrollarla. Las nuevas ideas se plas maron en las Reales ordenanzas de miner?a de 1783. A partir de entonces aparece un grupo de obras importantes que se concentran en los aspectos t?cnicos. Jos? Garc?s de Egu?a da a la estampa, en 1803, su Nueva te?rica y pr?ctica del bene ficio de los metales de oro y plata por fundici?n y amalga maci?n. En 1805, Friedrich Sonneschmid, uno de los especia
listas alemanes enviados por Carlos IV para mejorar la
explotaci?n de las minas, publica su Tratado de amalgama ci?n en M?xico, obra que le da completo cr?dito a la tecno log?a aplicada por los mineros mexicanos. Por ?ltimo, en 1818, Fausto de Elhuyar da a conocer sus Indagaciones sobre
la amonedaci?n en Nueva Espa?a, que m?s tarde comple menta con la edici?n de su Memoria sobre el influjo de la miner?a en la agricultura, industria, poblaci?n y civilizaci?n
de la Nueva Espa?a... (1825).
El reconocimiento de este rapid?simo proceso de sistema tizaci?n de las informaciones econ?micas y sociales del vi rreinato es indispensable para evaluar la poderosa obra de Humboldt, el primer gran cuadro de la econom?a colonial pintado con t?cnicas y perspectivas modernas. Ni la riqu?si 34 Rosenzweig, 1963, pp. 455-494.
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ma y ordenada presentaci?n estad?stica de las Tablas geogr?
ficas pol?ticas del Reino de la Nueva Espa?a (1803), ni el
m?s rico y sistem?tico Ensayo pol?tico sobre el Reino de la Nueva Espa?a (1808-1811), surgen de la nada. Ambas obras son un resultado de este esfuerzo admirable de sistematiza
ci?n promovido por las ambiciones de la clase gobernante metropolitana, incrementado por la burocracia y los grupos ilustrados novohispanos y realizado con eficacia por oscuros amanuenses y destajistas de la pluma. La aportaci?n de Hum boldt fue haberle dado unidad a esa riqu?sima informaci?n dispersa, convirtiendo lo que andaba desconectado en un dis curso riguroso y coherente, de tal manera que el conjunto as? ensamblado adquiri? una fuerza y una proyecci?n inu
sitadas, a lo que Humboldt le agreg? sus extraordinarias
habilidades de publicista, lo cual sin duda es cosa de genio. Humboldt reun?a en su persona todas las condiciones para escribir el primer estudio totalizador y sistem?tico de la eco nom?a de Nueva Espa?a. Representante del movimiento ilus trado que ambicionaba fundir el saber cient?fico con el hu man?stico, uni? a su formaci?n enciclop?dica "una asombrosa
capacidad de trabajo, un inmenso poder de asimilaci?n y
una extraordinaria habilidad para sintetizar y seleccionar da tos e informaciones".35 Con esta base, durante su viaje por las
colonias espa?olas concibi? la ambiciosa idea de presentar al mundo europeo el cuadro m?s completo y actualizado de la geograf?a, geolog?a, bot?nica, historia antigua y situaci?n po l?tico-econ?mica del extenso territorio dominado por los espa
?oles. Esta empresa colosal naci? de su natural tendencia enciclop?dica, del deseo de ser ?l el redescubridor cient?fico
de la parte americana que, por estar bajo el dominio espa ?ol, consideraba m?s atrasada, y de su visi?n pr?ctica y utili taria. Para Humboldt, tanto a los europeos como a los ame ricanos del norte les era imprescindible conocer de manera precisa la exacta situaci?n geogr?fica, econ?mica y pol?tica
del imperio colonial m?s vasto de la ?poca. De ah? que su 35 Ortega y Medina, 1966, p. x.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 221
voraz curiosidad por adquirir el mayor n?mero de conoci mientos acerca de la geograf?a, geolog?a, antropolog?a, bot? nica, zoolog?a, arqueolog?a e historia del mundo americano incluyera tambi?n el conocimiento de asuntos pr?cticos como el n?mero de habitantes y su situaci?n pol tica y social, el estado de la fuerza militar, los recursos econ?micos y el grado
de desarrollo de la agricultura, industria, comercio, y sobre todo, de la miner?a. Humboldt percibi? con toda claridad que el inter?s europeo y mundial por las colonias americanas se centraba en estos aspectos y con esa mira prepar? las Tablas, que luego concibi? como una estad?stica de M?xico, que fue creciendo en tama?o y complejidad hasta tomar la forma del famos?simo Ensayo pol?tico.
En la recolecci?n de los datos para las Tablas y el Ensayo Humboldt encontr? felices circunstancias que le allanaron el camino. En primer lugar, la ya mencionada acumulaci?n de informaciones sobre los recursos f?sicos y naturales, de mograf?a, real hacienda, agricultura, industria, comercio y miner?a. En segundo, una sol?cita y entusiasta colaboraci?n por parte de los criollos ilustrados y de la mayor?a de los funcionarios de la colonia. Las ideas liberales de Humboldt, su conocimiento de las ?ltimas novedades cient?ficas y su extraordinaria habilidad para halagar el inter?s y la vanidad de los novohispanos, le ganaron de inmediato el aprecio de todos. Humboldt encontr? en los hombres ilustrados de Nue
va Espa?a a los mejores colaboradores que ped?a su obra.
Deseosos de manifestar sus conocimientos, de recibir del sabio alem?n su aprobaci?n y consejo y de mostrarle orgullosos la
riqueza y prodigalidad de la Nueva Espa?a, los hombres
mejor informados del virreinato le proporcionaron, con des prendimiento y generosidad propios de las mentalidades co loniales, todos los datos que solicit? y todo lo que ellos pudie
ran imaginar que servir?a a los fines de dar a conocer al mundo, por intermedio de tan ilustre conducto, la imagen que ellos se hab?an formado de su pa?s.36 Como dice Ortega 36 vid. Miranda, 1962, p. 236; Moreno, 1962, p. 234.
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ENRIQUE FLORESCANO
y Medina, "la generaci?n criolla ilustrada que desde 1745... hab?a venido forj?ndose, al encontrarse... con Humboldt lo idealiza y se ve a s? misma reflejada en ?l. La imagen de M?xi
co que dicha generaci?n hab?a venido lentamente redescu
briendo. .. encontr?... en el... viajero europeo una recep
ci?n entusiasta y utilitaria. Esta especie de ingenuidad criolla rendida y admirada busca, sin embargo, con esta entrega y desprendimiento totales, la resonancia universal por el ?nico
camino para ella disponible... (Humboldt). Como ha sido
escrito, adem?s de aprovechar inteligentemente Humboldt el
material acumulado, sancionar? en gran parte la imagen
criolla pujante de M?xico y contribuir? a debilitar los v?ncu los que un?an a los espa?oles americanos y peninsulares".37 A estas condiciones favorables se sumaron las virtudes de Humboldt: sus vastos conocimientos, su inmensa capacidad de trabajo, su poder de asimilaci?n y s?ntesis y su inquebran table voluntad para llevar a cabo, sistem?ticamente, todas las empresas que iniciaba. De esta conjunci?n de felices cir
cunstancias nacieron las Tablas, que Humboldt entreg? al
virrey Iturrigaray a principios de enero de 1803 como primer
resultado de sus once meses de estancia en la Nueva Espa?a. En ellas present? el primer cuadro cuantitativo, a) de la super ficie y poblaci?n del reino en su conjunto y por intendencia, b) de la superficie y poblaci?n de las principales ciudades y villas, c) de los principales productos de la agricultura y del valor del diezmo colectado en seis obispados, d) de las prin cipales f?bricas y obrajes, e) del monto global en pesos de las importaciones y exportaciones, f) de las rentas o ingresos y egresos del virreinato y de los productos de la miner?a y g) de la fuerza militar.38 Cinco a?os m?s tarde comenzaron a circular en Par?s los
primeros vol?menes del Ensayo pol?tico. En este libro la
esquem?tica armaz?n estad?stica de las Tablas fue sustituida 37 Ortega y Medina, 1966, pp. xliv-xlv; Gonzalez, 1962, p. 207.
38 Humboldt, 1970, pp. 45-70. Este mismo texto se public? en una edici?n hoy m?s accesible: Florescano y Gil, 1973, pp. 128-171.
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VISIONES IMPERIALES DE LA ?POCA COLONIAL 223 por un dilatado estudio de la situaci?n geogr?fica, econ?mica y social del virreinato, que convirti? a esta obra en el pri mer tratado general de la econom?a colonial. El Ensayo con serv? la misma estructura tem?tica de las Tablas: Libro I,
consideraciones generales acerca de la extensi?n y aspecto f?sico del reino de la Nueva Espa?a (33 pp.) ; libro II, pobla ci?n general y divisi?n de los habitantes en castas (63 pp.) ; libro III, estad?stica particular de las intendencias, su exten si?n territorial y su poblaci?n (135 pp.) ; libro IV, estado de la agricultura y minas (213 pp., de las cuales 84 corres ponden a la agricultura y 129 a la miner?a) ; libro V, estado de las manufacturas y comercio (90 pp.) ; libro VI, rentas del estado y defensa militar (29 pp.). El impacto tremendo y duradero que tuvo esta obra entre los novohispanos se explica por su estructura simple y gran diosa, que por primera vez les dio una conciencia global y precisa de la extensi?n del territorio que habitaban, del n? mero de habitantes y de su distribuci?n en las intendencias, de la riqueza agr?cola del pa?s y de su afamada potencia mi nera, del incremento de las manufacturas y del comercio como
consecuencia de las leyes sobre libertad de comercio, y de las
cuantiosas rentas que proporcionaba a la metr?poli esa va riada producci?n. Agreg?ese el hecho de que esta primera visi?n global de la potencialidad novohispana apareci? justo en el momento en que empez? el movimiento de indepen
dencia, y se comprender? por qu? el Ensayo result? ser el li bro m?s influyente y citado de cuantos se escribieron en el siglo xix sobre M?xico. Con cu?nta raz?n Lucas Alam?n de c?a que la obra de Humboldt "vino, por decirlo as?, a descu brir por segunda vez el nuevo mundo".39
El ?xito que tuvo la obra de Humboldt en Europa fue
una manifestaci?n clara del creciente inter?s de las naciones
de esta parte del globo por el gran mercado que hab?a for mado Espa?a en Am?rica. Durante el siglo xvm Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania y Estados Unidos diseminaron 30 Alam?n, 1942, i, p. 10.
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en los puertos y ciudades del continente, adem?s de mercan c?as y comerciantes, factores, observadores y viajeros. A estos
personajes debemos una cantidad grande de informes y an? lisis acerca de la econom?a novohispana que desafortunada mente permanece en archivos o no se ha traducido al espa?ol. Algunos de estos escritos se inspiraron en el Ensayo pol?tico de Humboldt, pero ninguno igual? a su modelo. Las obras m?s ambiciosas apenas lograron presentar un resumen de la situaci?n general de Nueva Espa?a, casi siempre basado en Humboldt, y noticias interesantes sobre la guerra de indepen dencia y sus efectos en la econom?a. El caso m?s notable es la obra del ingl?s Henry G. Ward, Mexico in 1827 (1828), que ofrece un detallado an?lisis de la miner?a y de los es tragos causados por la guerra. SIGLAS Y REFERENCIAS Alam?n, Lucas 1942 Disertaciones, M?xico, Editorial Jus, 3 vols. Alegre, Francisco Javier 1956-1960 Historia de la provincia de la Compa??a de Jes?s en la Nueva Espa?a, nueva edici?n por Ernest J. Burrus y F?lix Zubillaga, Roma, Institutum Historicum So cietatis Iesu.
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL
DE 1919 Y EL LIDERAZGO POL?TICO EN MEXICO Roderic Ai Camp Central College* La campa?a presidencial de 1929, en la que participaron
Pascual Ortiz Rubio y Jos? Vasconcelos, ha atra?do conside rablemente la atenci?n de historiadores y observadores con tempor?neos. En tanto que los participantes de esta campa?a han escrito memorias o relatos de sus actividades, y algunos estudiosos de la historia han intentado analizar la ideolog?a pol?tica del candidato de oposici?n, Jos? Vasconcelos, ni los especialistas norteamericanos ni los mexicanos han intentado hasta ahora entender el impacto que tuvo Vasconcelos en sus seguidores y la actuaci?n pol?tica de ?stos en campa?as pos teriores. Creemos que la actividad de Vasconcelos como aspi rante a la presidencia sirvi? como catalizador para una ge neraci?n de j?venes activistas pol?ticos que fueron iniciados
en la pol?tica durante esa campa?a. Es m?s, creemos que
Vasconcelos influy? en una importante generaci?n de mexica nos que hab?an de participar en las filas del partido oficial as? como en los dos partidos principales de oposici?n poste riores a 1929. Estamos convencidos de que esta campa?a con tribuy? particularmente al apoyo que recibi? Miguel Alem?n en 1946, e influy? en los objetivos pol?ticos y sociales de mu chos de sus partidarios. La campa?a de 1929 se present? como preparaci?n de una elecci?n presidencial especial, planeada para seleccionar un * El autor agradece a los profesores Donald Mabry y Michael C. Meyer sus cr?ticas y comentarios, as? como a la American Philosophical Society la subvenci?n que hizo posible esta investigaci?n.
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RODERIC AI CAMP
presidente elegido popularmente y que reemplazara al gene ral Alvaro Obreg?n, quien hab?a sido asesinado siendo pre sidente electo muy poco tiempo despu?s de las elecciones re gulares de 1928. Entretanto, el congreso hab?a nombrado a Emilio Portes Gil como presidente provisional, ya que dentro del sistema pol?tico mexicano no existe un vicepresidente. El candidato oficial, Pascual Ortiz Rubio, era el candidato del expresidente Plutarco Elias Calles, y su candidatura era vista por Vasconcelos y otros como un intento del mismo Calles por
presentar indirectamente su reelecci?n, cosa que Vasconcelos y la mayor?a de los l?deres revolucionarios hab?an condenado bajo el r?gimen de Porfirio D?az.1 Al examinar esta campa?a, nos interesaremos ?nicamente en el papel desempe?ado por el candidato de oposici?n Jos? Vasconcelos. Vasconcelos no siempre fue un l?der de la opo sici?n. Hab?a tenido, en efecto, una carrera distinguida como
educador en M?xico, habiendo sido director de la Escuela Nacional Preparatoria y tambi?n rector de la Universidad Nacional. En 1920, cuando Obreg?n lleg? a la presidencia, nombr? a Vasconcelos secretario de Educaci?n P?blica. Fue desde estos puestos que Vasconcelos, impartiendo clase tras clase, tuvo un tremendo impacto entre los estudiantes de M? xico durante la d?cada de los veintes. Sus iniciativas como secretario lo hicieron destacar de entre sus contempor?neos como un notable administrador p?blico.2 Al decepcionarse del presidente Obreg?n en 1924 renunci? a la Secretar?a y se present? en la pol?tica electoral como candidato a goberna dor por su estado natal, Oaxaca. No teniendo el apoyo pol? tico de Obreg?n, Vasconcelos no tuvo ?xito en su campa?a. Amargado por esta experiencia, y opuesto a las tendencias pol?ticas que se iban perfilando, seg?n ?l mismo observaba, se opuso a la candidatura de Ortiz Rubio en 1928, y lleg? a ser el candidato antirreeleccionista en 1929. 1 Haddox, 1967, p. 8. V?anse las explicaciones sobre siglas y refe rencias al final de este art?culo. 2 Carta de Eduardo Bustamante (M?xico, 16 die. 1975) .
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 233 Es indiscutible que Vasconcelos supo atraerse simpat?as, tanto entre los miembros del partido oficial cuanto entre sus
propios partidarios, consiguiendo el apoyo de diversos gru pos, particularmente entre los estudiantes, profesores e inte
lectuales.3 Tambi?n tuvo el apoyo de un viejo grupo de
pol?ticos que eran miembros de un partido antirreeleccionista formado en 1927 para oponerse a la reelecci?n de Obreg?n como presidente: Vito y Miguel Alessio Robles, V?ctor Eduar do G?ngora y Calixto Maldonado. Adem?s de ?stos, Vascon celos atrajo un buen n?mero de estudiantes que hab?an par
ticipado en esa camapa?a de 1927.4
Desde temprano en 1927 este sentir de los estudiantes en
contra de Obreg?n hab?a empezado a manifestarse en los
Congresos Nacionales de Estudiantes. El cuarto Congreso, que tuvo lugar en Oaxaca, de donde era originario Vasconcelos, "puso en claro que estaban decididos a entrar en acci?n si Calles insist?a en sus intenciones de presentar a Obreg?n como
candidato oficial. En este caso, declar? el congreso estudian til, apoyar?a a Jos? Vasconcelos como candidato de la juven
tud mexicana".5 Dos presidentes de la Confederaci?n de
Estudiantes Universitarios, ?ngel Carvajal (1927-1928) y Ale jandro G?mez Arias (1928-1929), fueron distinguidos parti darios de Jos? Vasconcelos. Entre otros estudiantes que par 3 Entrevista con Francisco Gonz?lez de la Vega (M?xico, 23 jun.
1974) ; entrevista con Pr?xedis Balboa (M?xico, 1<? jul. 1975). Comen tarios adicionales sobre la amplitud y la composici?n de sus partidarios pueden encontrarse en Portes Gil, 1954, p. 177; Garrido D?az, 1974,
p. 178; Balboa, 1975, p. 49; Wilkie y Wilkie, 1969, p. 13. 4 Magdaleno, 1956, p. 91. 5 Rodr?guez, 1958, pp. 99-100. Una de las cuestiones que no han sido a?n aclaradas en lo que toca a las actividades pol?ticas de Vascon
celos es la de por qu? no present? su candidatura en contra del general Obreg?n en 1927. Durante una entrevista que sostuvo con los Wilkie, Vicente Lombardo Toledano parec?a creer que Vasconcelos no se present? porque Obreg?n ten?a ya otros opositores. Lombardo Toledano se re firi? en la entrevista a Adolfo de la Huerta pero pensamos que en rea lidad estaba refiri?ndose realmente a los generales Serrano y G?mez. Vid. Wilkie y Wilkie, 1969, p. 279.
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RODERIC AI CAMP
ticiparon en estos congresos, y que destacaron activamente en
las elecciones de 1929, se encontraban Salvador Azuela, secre
tario de la Federaci?n de Estudiantes en la ?poca de G?mez Arias; Jos? Mar?a de los Reyes, delegado ante el Cuarto Con greso Nacional, y Herminio Ahumada, delegado ante el Quin to Congreso Nacional.6
De los diversos grupos que apoyaban a Vasconcelos, los
estudiantes y los maestros fueron finalmente m?s importantes
para el futuro pol?tico de M?xico que aquellos que pertene c?an a la vieja generaci?n de pol?ticos. Vasconcelos los atrajo a su campa?a por diversos motivos. Ante todo, Vasconcelos
ha sido se?alado por personajes que han tomado parte en
altos cargos p?blicos desde 1935 como uno de los maestros m?s influyentes durante la d?cada de los veintes.7 Esto es importante, porque la mayor parte de los estudiantes que llegaron a nivel preparatorio o grado universitario en M?xico durante la segunda y tercera d?cada de este siglo asistieron
justamente a la Escuela Nacional Preparatoria y a la Uni
versidad Nacional de M?xico, instituciones en las que Vascon celos fue a la vez profesor y administrador. Adem?s, la gran mayor?a de los individuos que han tenido puestos p?blicos en M?xico han sido universitarios educados fundamentalmen te en estas dos instituciones.8 Vasconcelos conoc?a, pues, a muchos estudiantes distinguidos y profesores, ya fuera como maestro o como condisc?pulo, ya que ?l mismo se gradu? en estas dos instituciones habiendo obtenido su grado en leyes
en 1905. Tal como una figura p?blica le ha sugerido al
autor de este trabajo, Jos? Vasconcelos impact? a muchos es tudiantes no solamente como profesor sino a trav?s de sus
gestiones como secretario de Educaci?n P?blica y a trav?s de sus escritos.9 De acuerdo con varias personalidades de la 6 Pacheco Calvo, 1934, pp. 30-33. 7 Basado en entrevistas y/o correspondencia con cerca de cien per sonalidades p?blicas. 8 Vid. Camp, 1976. 9 Entrevista con Francisco A. Ram?rez (M?xico, 14 ago. 1974) ; carta de Luis Garza Alejandro, dictada por el ya desaparecido Juli?n Garza
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LA CAMPANA PRESIDENCIAL DE 1929 235 administraci?n p?blica que ha entrevistado el autor, Vascon celos cre? un movimiento cultural que no tiene paralelo con ninguno otro en la historia reciente de M?xico. Como secre
tario, fue el responsable de una enorme expansi?n de las escuelas rurales en M?xico, y public? tambi?n ediciones eco n?micas, en castellano, de obras cl?sicas, que muchos de estos hombres compraron y leyeron cuando eran estudiantes.10 Para
aquellos no preparados culturalmente propici? las grandes pinturas murales en los edificios p?blicos, subsidiando a no tables artistas que intentaban politizar a las masas introdu ci?ndolas en los problemas sociales, culturales y pol?ticos de M?xico a trav?s del contenido de los murales. Para algunas personas, como Ignacio Ch?vez, la tarea educativa de Vas concelos fue uno de los eventos m?s importantes que han ocurrido en el lapso de su vida. "Su labor sirvi? de inspira ci?n para m? y para otros estudiantes; Vasconcelos, en reali dad, lleg? a ser un verdadero ap?stol para mi generaci?n. En esa ?poca era muy humano, atributo que no conserv? m?s tarde. La ?nica vez que particip? directamente en la pol?tica fue durante la campa?a de 1929." n Adem?s, Vasconcelos resultaba atractivo para los profe sionistas y para los j?venes por otra raz?n: representaba la posibilidad de lograr un control pol?tico civil, en lugar de un control militar.12 La importancia que esto ten?a para la gente joven ha sido descrita cuidadosamente por Antonio Ta racena, estudiante de la ?poca: La campa?a de 1929 en M?xico me impresion? profunda mente, y creo que tambi?n tuvo un gran impacto sobre M?xi co. Aun cuando mis maestros eran bastante imprecisos en esa Tijerina (M?xico, 12 ene. 1976). Cons?ltese tambi?n lo escrito por Sal vador Azuela acerca de la profunda influencia que ten?a Vasconcelos
en la juventud de 1929 (Azuela, 1949).
10 Entrevista con Antonio Armend?riz (M?xico, 24 jun. 1975) . lt Entrevista con Ignacio Ch?vez S?nchez (M?xico, 15 ago. 1974) ; entrevista con Sealtiel Alatriste (M?xico, 24 jun. 1975). 12 Entrevista con Lucio Mendieta y N??ez (M?xico, 27 jul. 1974) .
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RODERIC AI CAMP
?poca, hablaban a menudo de un gobierno civil como preferi ble al gobierno militar. El impacto de Vasconcelos en mi ge
neraci?n se concentr? en la idea de que M?xico necesitaba
crecer democr?ticamente. En contraste, la campa?a de 1927 no tuvo un gran impacto, porque los l?deres de esa campa?a eran m?s militares que civiles. Muchos de los universitarios desea ban un gobierno civil, y esta idea provino, generalmente, de la
educaci?n que recibieron en la Escuela Preparatoria y en la Universidad.13
Y es m?s, algunos otros consideraron a los presidentes y gobernadores militares como responsables de la destrucci?n de los ideales democr?ticos de la revoluci?n.14
Otro elemento que cont? para el apoyo que recibi? Vas concelos fue la no reelecci?n. Muchos estudiantes y j?venes profesionales idealistas apoyaban esta idea, tal como lo ha b?an hecho algunos l?deres pol?ticos en las elecciones de
1928.15 Adem?s, muchos intelectuales y pol?ticos, cre?an que el dominio de presidentes originarios de estados del norte del pa?s, como Carranza, De la Huerta, Obreg?n y Calles, serv?a para crear la dictadura de ' una regi?n geogr?fica de M?xico en detrimento del resto del pa?s.16 As? que otro ele mento m?s para el concepto de no reelecci?n fue el de opo nerse a la dinast?a sonorense.
Para determinar el impacto que tuvo esta campa?a en
los futuros l?deres pol?ticos necesitamos examinar a aquellos de sus partidarios que llegaron a ser m?s tarde importantes figuras p?blicas. Tal como tlo sugerimos anteriormente, los j?venes activistas proven?an de dos grupos: maestros y estu diantes. Entre las personas que nos ha sido posible identificar como partidarios de Vasconcelos, y que han tenido altos pues is Entrevista con Antonio Taracena (M?xico, 21 jun. 1975). 14 Busttllo Oro, 1973, p. 11; Magdaleno, 1956, p. 9; Wilkie y Wilkie, 1969, p. 157. 15 Entrevista con Manuel R. Palacios (M?xico, lo jul. 1975). Vid. tambi?n Rodr?guez, 1958, p. 189. 16 Entrevista con Daniel Cos?o Villegas (M?xico, 30 jun. 1975) .
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 237 tos p?blicos despu?s de la campa?a, hemos encontrado algu nas caracter?sticas importantes (ver cuadro i). En primer lu gar, estos estudiantes y profesores, con muy pocas excepciones,
asistieron a la Universidad Nacional, principalmente a la Facultad de Derecho, as? como la Escuela Nacional Prepara toria. Dos de los m?s distinguidos profesores, Manuel G?mez Mor?n y Octavio Medell?n Ostos, fueron miembros de una importante generaci?n de estudiantes, conocida como los "Hi jos del Ateneo", que estudi? bajo otro grupo anterior de es tudiantes que hab?a fundado el Ateneo de la Juventud. Uno de los l?deres del Ateneo de la Juventud era Jos? Vasconce los, quien durante su gesti?n como su presidente, en 1912, ayud? a establecer una universidad especial para difundir cultura accesible a la masa del pueblo mexicano.17 Efectiva mente, se logr? crear una universidad popular administrada por miembros del Ateneo y cuyos profesores impart?an la ense?anza sin sueldo alguno. Esta instituci?n existi? de 1912 a 1922 y, adem?s de la repercusi?n cultural en los estudiantes,
tuvo un papel significativo en el ambiente universitario des
pu?s de 1915. Sirvi? tambi?n para promover la amistad y el sentido de unidad entre las generaciones de 1915 y 1920,
y entre estas generaciones y aqu?llas graduadas antes de 1910.
Estos j?venes estudiantes de Vasconcelos a su vez llegaron a ser maestros de la Universidad Nacional durante la d?cada de los veintes. Al igual que Vasconcelos, los que hab?an sido sus alumnos y llegaron a ser profesores atrajeron a su causa nuevos estudiantes destacados a trav?s de sus valores e inicia tiva propios. Por ejemplo, Manuel G?mez Mor?n, quien ha b?a promovido una colecta durante la campa?a, practic? leyes con el que hab?a sido su alumno, Mariano Azuela, tambi?n partidario de Vasconcelos. Su hermano, Salvador Azuela, lo acompa?aba frecuentemente en sus giras, como tambi?n Oc tavio Medell?n Ostos y ?ngel Carvajal, ?ste tambi?n alumno de G?mez Mor?n. Todos fueron partidarios de Vasconcelos.18 17 INNES, 1973, p. 112.
is Bustillo Oro, 1973, pp. 37-38. Vasconcelos concedi? una gran
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de Alem?n - 1946-1952 Puesto ocupado durante el gobierno
Presidente de la Comisi?n Nacional de
Jefe de departamento en la sen
Jefe de departamento en la scop
Suprema Corte de Justicia
L?der de la oposici?n
L?der de la oposici?n
Delegado en la unesco
Secretario de la Presidencia
Subsecretario de Hacienda
L?der de la oposici?n
Procurador general
Muri? en 1940
Editor en la sep
Diputado federal
Juez del dftf
SegurosNingunoNinguno
Senador 19281920
Derecho 1919 Derecho 1938 unm Derecho 1936unm Derecho 1933unm Derecho 1920unm Derecho 1919 unm Derecho 1923 unm Derecho 1931 UNM Derecho 1934 unm Derecho 1927
unm Derecho 1927 UNiM Derecho 1929
unm Derecho 1932 unm Derecho 1933unm Derecho 1932
UN'M Derecho Ext Derecho
Ninguno b Cuadro i
Estudiantes y profesores que apoyaron a Vasconcelos en 1929
UNM UNM
Instituciones donde estudiaron
Veracruz
ENP ENP ENP ENP?ENP?
ENP ENP
Veracruz
ENP
ENP ENP ENP ENP
Nombre Enrique Ram?rez y Ram?rez
Enrique Gonz?lez Aparicio
Francisco Gonz?lez de la Vega
Roberto Mantilla Molina Octavio Vejar V?zquez Adolfo L?pez Mateos ?ngel Gonz?lez de la Vega
Ra?l Carranca y Trujillo Manuel G?mez Mor?n
Miguel Garc?a Sela
Efra?n Brito Rosado
Mariano Azuela
los? Mar?a de los Reyes
Octavio Medell?n Ostos
Antonio Armend?riz
Ra?l Rangel Fr?as
Rogerio de la Selva
Salvador Azuela
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Director general de los ffcc Nacionales.
Jefe de departamento en el Banco de
Director del Instituto Nacional de Car
Secretario de Bienes Nacionales
Secretario general de la cnop
L?der de la oposici?n L?der de la oposici?n
Cr?dito Agr?cola
Diputado federal
Rector de la unam
diolog?a
ninguno
Ninguno
unm Medicina 1920 unm Derecho 1928
unm Derecho 1935
UNM Literatura
?nm b sin grado
unm Derecho 1926 unm Derecho 1932
unm Derecho 1934unm Derecho 1922
unm Derecho 1930
?nm b sin grado
t> Enrique Ram?rez y Ram?rez, Jos? Alvarado y Andr?s H nestrosa no terminaron su carrera universitaria tal vez porque
* Salvador Azuela fue expulsado de la Escuela Nacional Preparatoria y asisti? al Colegio de San Nicol?s en Morelia;
Adolfo L?pez Mateos asisti? al Colegio Franc?s Morelos antes que a la Escuela Nacional Preparatoria y finalmente termin? sus
l egaron a destacarse, desde que eran estudiantes, como escritores y periodistas, profesiones que no requieren un grado de alto unm: Universidad Nacional de M?xico (despu?s Universidad Nacional Aut?noma de M?xico, unam) .
Nuevo Le?n
ENP ENP ENP ENP
Michoac?n
Oaxaca
ENP
ENP
ENP
scop: Secretar?a de Comunicaciones y Obras P?blicas.
Siglas: cnop: Confederaci?n Nacional de Organizaciones Populares.
dftf: Distrito Federal y Territorios Federales.
sen: Secretar?a de la Econom?a Nacional.
sep: Secretar?a de Educaci?n P?blica. enp: Escuela Nacional Preparatoria.
estudios en el Instituto de Ciencias y Letras de Toluca.
Ext: Universidad extranjera.
-: No hay datos.
Manuel Moreno S?nchez
Alejandro G?mez Arias Mauricio Magdaleno Manuel R. Palacios
Andr?s Henestrosa ?ngel Carvajal
Jos? Alvarado
Ignacio Ch?vez S?nchez
Fernando L?pez Arias Luis Garrido D?az
Herminio Ahumada
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nivel acad?mico.
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RODERIC AI CAMP
Sabemos ya el tipo de persona que sent?a atracci?n por Vasconcelos, y sabemos tambi?n por qu? estos individuos par ticipaban en la campa?a, pero es tal vez m?s interesante y m?s significativo examinar qu? sucede con aquellas personas
que participaban en grupos de oposici?n en M?xico y que posteriormente buscan hacer carrera en la vida p?blica. Cuan
do los esfuerzos de Vasconcelos por llegar a la presidencia fallaron, muchos de sus seguidores se dispersaron, algunos
saliendo fuera del pa?s en exilio temporal, otros continuando su educaci?n en M?xico, y otros m?s trabajando para el go
bierno. Sus partidarios m?s j?venes, desilusionados por su fracaso y a?n del mismo liderazgo de Vasconcelos, no se de
cepcionaron sin embargo en cuanto a una eventual participa ci?n pol?tica. Por el contrario, y podr?amos decir que como resultado de este mismo fracaso, muchos de los participantes tuvieron grandes deseos de involucrarse en el gobierno, o de formar organizaciones pol?ticas permanentes para oponerse a ?l, con la esperanza de que pudieran tener una oportunidad de influir, ya fuera en una futura elecci?n, o en un candi dato presidencial, o en la pol?tica del gobierno.
Lo que es notable en los j?venes colaboradores de Vas
concelos es que, de hecho, lograron sostener sus puestos aca d?micos o gubernamentales, y que fueron capaces de obtener
empleo en otras ?reas casi inmediatamente despu?s de las elecciones (ver cuadro ii) . Un examen del primero y del segundo puestos que cada uno de ellos tuvo despu?s de 1929
nos muestra dos alternativas t?picas de actividad: como maes tros o administradores de la Universidad (12, o sea 43%, fue ron empleados en esto) o en el ramo judicial del gobierno, como agentes del ministerio p?blico o como jueces (8, o sea 29%). Algunos lograron obtener, a pesar de sus simpat?as, puestos de bastante importancia. Francisco G?mez de la Vega,
importancia a la oratoria durante su campa?a, conquistando as? a un gran n?mero de estudiantes activistas ya iniciados en oratoria. Entre ello encontramos a Efra?n Brito Rosado, Antonio Armend?riz, Adolfo L?pe
Mateos, ?ngel Carvajal y Manuel Moreno S?nchez. Vid. Alessio R bles, 1938, p. 87.
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929
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uno de los maestros que apoyaron a Vasconcelos, fue subpro curador general, y Adolfo L?pez Mateos, a quien convenci? el presidente del partido oficial (pnr) de abandonar el par tido de oposici?n, se uni? al pnr y lleg? a ser su secretario particular. Algunos otros obtuvieron puestos igualmente im portantes dentro de la vida acad?mica. Aun cuando se consi deraban la ense?anza y la administraci?n universitarias como actividades apol?ticas, de hecho el nombramiento de rector de la Universidad depend?a directamente del presidente de la Rep?blica, y el rector eleg?a a su vez a los directores y administradores.19
La concentraci?n de vasconcelistas en semejantes puestos no debe sorprendernos si sabemos que, en M?xico, los lazos familiares o amistosos con una persona destacada son un fac tor importante para obtener puestos p?blicos. Algunos de los j?venes graduados en derecho, como Luis Garrido D?az, ?n gel Carvajal y Ra?l Carranca y Trujillo, fueron llamados para trabajar como agentes por un profesor que hab?a llegado a ser procurador general. En ese mismo per?odo, Francisco Gon
z?lez de la Vega fue nombrado subprocurador general. Conti nuando con este sistema, las cuatro personas que hemos men cionado tambi?n aparecieron como maestros de derecho en un nuevo programa de doctorado en la Universidad de Vera cruz durante 1943 y 1944. Un examen cuidadoso de la actua
ci?n p?blica de cada uno de los participantes nos muestra que algunos de ellos tuvieron participaci?n activa en el de partamento de impuestos de la Secretar?a de Hacienda, y llegaron incluso a ser magistrados fundadores del Tribunal de Impuestos Federales en 1937. En tanto que inicialmente los vasconcelistas siguieron di ferentes rutas, algunos de ellos dedicados a la pr?ctica priva da, otros a puestos burocr?ticos y otros m?s a labores acad? micas, vale la pena mencionar que la mayor?a dedic? largo tiempo a estas ?ltimas, principalmente en las dos instituciones 19 Una relaci?n m?s completa de la situaci?n puede encontrarse en Silva Herzog, 1974.
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del Tribunal FiscalPrimer de secretario de la leg SegundoMagistrado puesto y fechas Consejero de C?rdenas, 1939-1940
Procurador general del Distrito y
Diputadode localla en Puebla Rector de la unam, 1933-1934 Secretario general unam, 1933 Territorios Federales, 1940
Juez del Distrito Federal
la Federaci?n, 1937
Espa?a, 1936
Cargos p?blicos de los partidarios de Vasconcelos inmediatamente despu?s de su campa?a
Cuadro n
Juez Promotor dedel la Tribunal fundaci?n lasDistrito pride Just meras colonias proletarias Presidente deSuperior ladedel Federaci?n de Juez penal del Distrito Federal, 1930 Primer puesto Consejero y fechas de la Secretar?a de Hacien
Profesor en el Colegio de San Nicol?s
diantes Universitarios, 1930-1931
Director en la unam, 1929-1938
Profesordeen Hidalgo, la unam, 1930Morelia, 1930 cia Militar, 1930
Federal, 1931
da, 1931
Ra?l Carranca y Trujillo
Enrique Gonz?lez Aparicio
Octavio Vejar V?zquez
Manuel G?mez Mor?n
Nombre
Miguel Garc?a Sela
Mariano Azuela
Efra?n Brito Rosado Salvador Azuela
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Juez penal del Distrito Federal, tar?a de la Econom?a Nacional, 1946
Magistrado del Tribunal Fiscal de
Miembro de la comisi?n de orga
del Hospital General, 1938general de la enp, nizaci?nSubdirector del Partido Popular, Secretario general de1936 la1948 unam, 1934 Director del servicio de medicina
Jefe de departamento en la Secre Segundo puesto y fechas
Oficial Mayor del gobierno de Nue
la Federaci?n, 1937
vo Le?n, 1943
1931-1938
Mismo
1947
Director de Impuestos Internacionales
Primer puesto y fechas
Jefe de cl?nica m?dica del Hospital Ge
Secretario de la Comisi?n Nacional de
Estudiantes ente del Ministerio P?blico,Revolucionarios, 1934Profesor1935 de la enp, 1936-1 Secretario general de la Federaci?n de
Secretario privado de Miguel Alem?n,
Secretario de la enp, 1930-1935
Subprocurador general, 1930
de la Secretar?a de Hacienda
Estudios Econ?micos, 1933
1934-1936
Roberto Mantilla Molina
Francisco Gonz?lez de la Vega
neral, 1934
Enrique Ram?rez y Ram?rez
?ngel Gonz?lez de la Vega
Jos? Mar?a de los Reyes Antonio Armend?riz
Nombre
Rogerio de la Selva
Salvador Aceves Parra
Ra?l Rangel Fr?as
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Miembro del Comit? Nacional del
Miembro de la comisi?n de propa
Director de la biblioteca y archivos
Presidente de la Comisi?n de laT?cnica Secretar?a de Educaci?n, 1935
tamento del Distrito Federal, 1940
Secretario particular del secretario
de la Secretar?a de Hacienda, 1936
Segundo pues*o y fechas Jefe de departamento en el Depar
Diputado federal, 1958-1961
ganda del Partido Popular Profesor en la unam, 1935
de Educaci?n, 1932
Partido Popular
1945
1937
Miembro de un comit? de reorganiza
Cuadro ii (contin?a)
Primer puesto y fechas
Magistrado del tribunal superior de
Jefe del Departamento de Bellas Ar
Presidente de la Comisi?n Revisora de
Agente del Ministerio P?blico,justicia 1930 de Michoac?n, 19 Profesor en la unam, 1930 ci?n universitaria, unam, 1935 Profesor en la unam, 1933
Profesor en la enp, 1930
tes, 1952-1958
Impuestos, 1934-1936
Manuel Moreno S?ncnez Octavio Medell?n Ostos Manuel R. Palacios
Andr?s Henestrosa
Nombre
?ngel Carvajal
Alejandro G?mez Arias Mauricio Magdaleno
Jos? Alvarado
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Juez penal en el Distrito Federal.
Segundo puesto y fechas Secretario del Partido Nacional Re volucionario en Toluca, 1931-1934 Juez en Coatzacoalcos, Veracruz
Director en la unam, 1933-1934
1930-1934
Partido Nacional Revolucionario, 1931
Primer puesto y fechas Agente del ministerio p?blico en Ve
Agente del ministerio p?blico en el
Secretario particular del presidente del
Profesor en la unam, 1930
Distrito Federal, 1930
racruz, 1935
V?ase la explicaci?n de las siglas en el Fernando L?pez Arias Nombre
Adolfo L?pez Mateos
Ignacio Ch?vez S?nchez
Luis Garrido D?az
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246
RODERIC AI CAMP
en las cuales ellos mismos hab?an obtenido sus grados aca
d?micos: la Escuela Nacional Preparatoria (enp) y la Uni versidad Nacional (un) (ver cuadro i). En su papel de maes tros, y a causa de los puestos clave que ten?an dentro de la administraci?n, tuvieron una considerable influencia en las siguientes generaciones de estudiantes que siguieron carreras
p?blicas.20 Examinando el cuadro ni, nos llama poderosa
mente la atenci?n el hecho de que tres de los participantes llegaran a ocupar el puesto de rector de la m?s prestigiada universidad de M?xico, y aun otro de ellos fuera invitado a ocupar el puesto, aunque declin? el ofrecimiento. Adem?s, cuatro de entre ellos tuvieron el puesto de secretario general de la Universidad, segundo en importancia dei?tro de esta instituci?n. No puede sorprendernos, pues, que los tres recto res, Manuel G?mez Mor?n (1933-1934), Luis Garrido D?az (1948-1952) e Ignacio Ch?vez S?nchez (1961-1966) nombra ran a su vez cuatro secretarios generales entre los incluidos en nuestros estudios: Salvador Azuela (1933), Antonio Ar
mend?riz (1934), Ra?l Carranca Trujillo (1952-1953) y Ro berto Mantilla Molina (1961-1966) (cuadro ni). Hay algo
m?s todav?a que no aparece en el cuadro m y es que los vas concelistas que fueron directores o administradores en la
Universidad a menudo coincid?an con el per?odo en que
ocupaban el cargo de rector los que hab?an sido sus compa ?eros. Por ejemplo, Ignacio Ch?vez fue director de la Escuela ele Medicina de 1933 a 1934, Jos? Mar?a de los Reyes fue con sejero t?cnico de la rector?a en 1948 y Ra?l Carranca Trujillo fue director general de Difusi?n Cultural de 1948 a 1952. Los vasconcelistas se integraron r?pidamente y con gran ?xito en los puestos p?blicos y acad?micos, y si examinamos de conjunto sus logros administrativos, electorales y de par tido, econtraremos un grupo de individuos igualmente exito so (ver cuadro iv). La mayor?a se uni? al partido oficial o a 20 Entrevistas con numerosos estudiantes de los veintes, muchos de los cuales fueron vasconcelistas que siguieron carreras p?blicas o aca
d?micas.
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 247 la burocracia gubernamental, pero de un peque?o grupo sa lieron importantes fundadores y l?deres de los dos movimien
tos permanentes de oposici?n, que culminaron en la forma ci?n del Partido Acci?n Nacional y del Partido Popular; otros m?s participaron en movimientos transitorios de oposici?n.
De nuestro peque?o grupo, tres personas, ?ngel Carvajal, Manuel Moreno S?nchez y Adolfo L?pez Mateos, fueron pre candidatos a la presidencia, y L?pez Mateos lleg? a ser pre sidente. Otros vasconcelistas incluidos en el cuadro iv se iden tificaron como miembros de la familia revolucionaria. Manuel
G?mez Mor?n, quien se llamaba a s? mismo partidario cat? lico de Vasconcelos, fue el fundador y despu?s presidente del pan. Octavio B?jar V?zquez ocup? el puesto de presidente in terino del Partido Popular (m?s tarde Partido Popular So cialista, pps) y Alejandro G?mez Arias y Enrique Ram?rez y Ram?rez fueron respectivamente vicepresidente y miembro del consejo ejecutivo de dicho partido. Independientemente de su trayectoria individual, la finalidad de los que eligieron la carrera pol?tica era por lo general la misma, es decir, la de influir en la pol?tica de M?xico. Los vasconcelistas que fundaron movimientos de oposici?n permanente parecen haberlo logrado, cuando menos en parte,
a causa de sus experiencias vividas en 1929. Tal como un
estudioso del Partido Acci?n Nacional dijo recientemente: "Aun cuando el esfuerzo vasconcelista fue transitorio por na turaleza, sirvi? para reafirmar en la mente de muchos de sus seguidores el hecho de que la ideolog?a de la oposici?n s?lo pod?a emprenderse con efectividad a trav?s de estructuras per manentes.,, 21 El fracaso de Vasconcelos al no poder crear una organizaci?n permanente de partido, tal como lo apremiaban algunos de sus partidarios, incluyendo a G?mez Mor?n, es timul? la iniciativa del mismo G?mez Mor?n para crear una organizaci?n permanente.22 Al igual que Vasconcelos, G?mez 21 Sauer, 1974, p. 32.
22 Carta de Eduardo Bustamante (M?xico, 16 die. 1975) ; Dulles,
1961, p. 478.
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30-40
Fechas
d?cada 30-40 d?cadas 30-50 d?cada 50-60
d?cadas 20-40
1961-66
1952-53 1930-58 1933-34
1924-55 19341964
1929-39
1933
1929-38
d?cadas
TJniv. Nuevo Le?n enp (nocturna)
Instituci?n
UNAMunamUNAMUNAMUNAM
ENP N? 2
UNAM ENPUNAMUNAM
UNAMUNAMUNAM
UNAM
Puestos acad?micos de los partidarios de Vasconcelos que participaron en la vida p?blica
Cuadro ni Miembro del Consejo
Secretario Secretario general general
Nivel
Profesor a Profesor
Profesor Director Rector
Sec?etario general
Secretario general
Profesor b
Profesor
Profesor
Rector
Director
Director
Francisco Jos? Gonz?lez dedelalosVega Enrique Gonz?lez Aparicio Mar?a Reyes Ostos Octavio Medell?n Antonio Armend?riz ?ngel Carvajal Roberto Mantilla Molina
Octavio Vejar V?zquez
Salvador Aceves Parra
Efra?n Brito Rosado
Nombre
Mariano Azuela
Enrique Ram?rez y Ram?rez
?ngel Gonz?lez de la Vega
Ra?l Carranca y Trujillo
Manuel G?mez Mor?n
Miguel Garc?a Sela
Salvador Azuela
Rogerio de la Selva
Ra?l Rangel Fr?as
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1934-35
1961-66
1961-63
1940
1935-76
1948-52
de Univ. Nuevo Le?n
Artes Pl?sticas
Ese. Secundaria
Instituto Toluca
unam
unam
UNAM unam
unam
o Gonz?lez de la Vega fue invitado para ocupar la rector?a de la Universidad Nacional,
a Octavio Vejar V?zquez tambi?n ocup? el puesto de secretario de Educaci?n P?blica Profesor c Maestro
Profesor
ProfesorDirector
Rector
Rector
Rector d
Rector
d Ignacio Ch?vcz S?nchez fue tambi?n director de la Escuela Nacional de Medicina, 1933-34.
c Mauricio Magdaleno tambi?n fue subsecretario de Educaci?n P?bli to para permanecer como procurador general de la Rep?blica. V?ase la explicaci?n de las siglas en el cuadro i. Andr?s Henestrosa Morales Manuel Moreno S?nchez
Alejandro G?mez Fernando Arias L?pez Arias Mauricio Magdaleno Manuel R. Palacios
Jos? Alvarado
Adolfo L?pez Mateos
Ignacio Ch?vez S?nchez
Luis Garrido D?az
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RODERIC AI CAMP
Mor?n, el fundador del pan, reclut? muchos de sus partidarios
iniciales entre sus condisc?pulos y alumnos.28 Ideol?gicamen te, el ?nfasis pol?tico y el tono de Vasconcelos permanece como un elemento esencial en la ideolog?a panista: Acci?n Nacional cree que la soluci?n de los problemas mexi canos es esencialmente pol?tica, que el pueblo mexicano es ca paz de resolver los problemas nacionales propios con tal de que le sea dada una representaci?n efectiva en los asuntos p?blicos. La democratizaci?n de la vida pol?tica podr?a no solamente hacer aprovechables los recursos desaprovechados de la pobla ci?n, sino que podr?a tambi?n construir la unidad nacional, lo que es esencial si el pa?s quiere ser fuerte y progresista. Con objeto de democratizar el pa?s, el pan ha luchado por un su fragio universal adulto, comit?s integrados imparcialmente para
el recuento de votos, un sistema competitivo de partidos, re presentaci?n proporcional en todos los gobiernos electos, cre denciales permanentes de elector, y el fin del apoyo guberna mental a los partidos pol?ticos.24
Es tambi?n interesante saber que el pan defendi? el su fragio de la mujer a nivel municipal en 1946 y en las elec ciones nacionales en 1948, porque era notable el esfuerzo de los vasconcelistas por involucrar a la mujer como participante
activa en las campa?as, y "elevar el inter?s de la sufragista y de todas las mujeres de M?xico en la causa del que fuera secretario de Educaci?n".25 Los ide?logos del Partido Popular, el otro partido de opo sici?n, aun cuando adoptaron una posici?n muy diferente a la del Partido Acci?n Nacional en lo que se refiere al nacio nalismo y a los aspectos econ?micos, enfatizaron de modo muy
semejante la intervenci?n de partidos permanentes y el es tablecimiento de un r?gimen democr?tico. Ellos tambi?n ad 23 Mabry, 1973, p. 34; Sauer, 1974, p. 42. 24 Mabry, 1973, p. 109; Sauer, 1974, p. 45. 26 Entrevista con Antonio Armend?riz (M?xico, 24 jun. 1975); Ro dr?guez, 1958, p. 195.
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 251 vocaron por la absoluta igualdad pol?tica de la mujer26 No pretendemos afirmar que la ideolog?a pol?tica particular de estos dos partidos haya surgido de la campa?a de Vascon celos, pero s? estamos sugiriendo que muchos de los respon sables de la ideolog?a pol?tica de sus respectivos partidos se vieron fuertemente influidos por el grupo de Vasconcelos y por su experiencia en las elecciones de 1929. Lo que ciertamente resulta m?s dif?cil identificar es la ideolog?a de muchos de los que participaron en el partido oficial o en el gobierno. La raz?n es que estamos frente a in dividuos que, en su mayor parte, fueron llamados personal mente por los presidientes para ocupar puestos del m?s alto nivel. Sus declaraciones p?blicas en cuanto a pol?tica guber namental eran un reflejo, no de sus propias convicciones, sino de las del presidente al que serv?an. A trav?s de las en trevistas efectuadas entre cierto n?mero de participantes y observadores de la ?poca, y que todav?a sobreviven, tenemos suficientes bases para entender las razones por las cuales los vasconcelistas trabajaron con el gobierno. Al comentar estas razones, es importante recordar que un buen n?mero de par tidarios de Vasconcelos participaron en las elecciones de 1946 y que obtuvieron su primer puesto de alto nivel durante el per?odo de Miguel Alem?n (ver cuadro iv). Los vasconcelistas que siguieron carreras p?blicas dentro del partido oficial o en la burocracia, y que surgieron sus tancialmente como grupo durante Alem?n, lo realizaron por que eran sus amigos, porque Alem?n tambi?n era universi tario, y porque era un civil, uno de los puntos por los que hab?an luchado en 1929. Algunos de los vasconcelistas hab?an conocido a Alem?n como un estudiante activista durante la
tan poco estudiada campa?a de 1927. Uno de ellos, Efra?n Brito Rosado, fue invitado en 1946 como orador por Alem?n, y en esa ocasi?n record? los d?as que hab?an compartido como 26 Fuentes D?az, 1969, pp. 350-351; Delhumeau (ed.), 1970, pp.
251 ss.; Mill?n, 1966, pp. 157 ss.
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Administraci?n
1943-46, 1949-52,
1933, 1953-58
1954-58, 1961-66 1930-31, 1946-52,
1952-58, 1960-75
1964-67, 1976
1951-72 1929-38 1939-49
1958-61 1940-43
1952-58
1952-58 1949-65
1955-58 1946-52
Nivelh
Medio Alto Alto Alto Alto Alto
Medio Medio
Alto Alto
Alto Alto
Alto
Administrativa
Administrativa
Alto Alto
Posici?n
Tipo de profesi?n de los partidarios de Vasconcelos que ocuparon puestos p?blicos
Cuadro iv
Administrativa
Administrativa
De partido Acad?mica
Administrativa
Electoral
Electoral
Acad?mica
Electoral Electoral
AdministratiAdmiva nistrativa
Acad?mica
Francisco Gonz?lez de la Vega Roberto Mantilla Molina
Enrique Gonz?lez Aparicio
?ngel Gonz?lez de la Vega
Mariano Azuela Rivera
Manuel G?mez Mor?n
Miguel Garc?a Sela
Efra?n Brito Rosado
Jos? Mar?a de los Reyes
Enrique Ram?rez y Ram?rez
Ra?l Carranca y Trujillo Nombre a Octavio Vejar V?zquez
Antonio Armend?riz
Rogerio de la Selva
Salvador Azuela
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1958-64,
1943-46,
1958-68 1958-64 1952-64
1964-67 1964-70 1955-61
1946-73 1958-61,1949-52,
Medio
AltoAlto
1941-43, 1946-52
1964-7019471948
1945
Medio
Alto
Alto
Alto
Alto Alto
1961-68 1943-53, 1946-52, 1948-52 1943-46
1943-46,
AltoAltoAlto
Medio
Alto
a Muchos de estos individuos ocuparon puestos de alto nivel en dos o m?s ?reas de las que hemos indicado. Hemos selec
Administrativa
b Alto significa un puesto administrativo a nivel nacional, equivalente a oficial marayor,l deoseunaperidororfedera a ?ste,l oundepuesgoberna to eledctoor, un puesto de partido de secretario de comit? ejecutivo nacional o superior a ?ste,
Administrativa
Administrativa
De partido De partido
Electoral
Electoral
Administrativa
un puesto acad?mico de director, secretario general o rector de la Universidad Nacional. El puesto a nivel medio, con una
Acad?mica Acad?mica
Electoral
Electoral Electoral Electoral
Electoral
cionado el ?rea en la que el individuo ocup? el puesto durante mayor tiempo, o aqu?l de m?s alto nivel.
sola excepci?n, corresponde en todos los casos a diputado federal.
Andr?s Henestrosa Morales
Manuel Moreno S?nchez
Salvador Aceves Parra
Octavio Medell?n Ostos
Ra?l Rangel Fr?as
Manuel R. Palacios
Adolfo L?pez Mateos
Ignacio Ch?vez S?nchez
Alejandro G?mez AriasFernando L?pez Arias Mauricio Magdaleno
?ngel Carvajal
Luis Garrido D?az
Herminio Ahumada
Jos? Alvarado
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estudiantes activistas en 1927.27 Alem?n conoci? algunas otras
personas como estudiantes o como profesores, ense?ando o asistiendo a la Escuela Nacional Preparatoria o a la Univer sidad Nacional de 1920 a 1928.28 Lucio Mendieta y N??ez afirma que Alem?n fue el primer presidente ,cuyo gabinete estuvo fundamentalmente integrado por universitarios, mu chos de los cuales fueron partidarios de Vasconcelos.29 Como Antonio Taracena lo sugiri? al autor, la mayor?a de los uni versitarios quer?an un gobierno civil, y esta idea, repito, pro vino generalmente de la educaci?n que recibieron en las es cuelas preparatorias y en la Universidad. Alem?n fue el pri mer mandatario que llen? esta finalidad, y as? fue como los universitarios lucharon fuertemente a su favor.30
No se puede decir que fue la ideolog?a pol?tica lo que
favoreci? el apoyo que los vasconcelistas otorgaron a Alem?n.
Adem?s del hecho de ser un civil (tambi?n lo era su opo nente) 'las razones fueron de orden pr?ctico. En efecto, el ?nfasis de su campa?a y de su administraci?n se centr? en
27 Entrevista con Efra?n Brito Rosado (M?xico, 11 ago. 1974). 28 Destacado como el m?s importante estudiante de la escuela pre paratoria, en t?rminos de una futura carrera p?blica, fue Adolfo L?pez
Mateos, quien se relacion? con varios miembros de la generaci?n de Alem?n. No nos sorprende que muchos de los participantes en la cam pa?a de Vasconcelos (ver cuadro i) figuren tambi?n durante el per?o do del presidente L?pez Mateos en mayor proporci?n que en cualquier otro r?gimen, con excepci?n del de Miguel Alem?n, a quien se debi? la iniciaci?n de L?pez Mateos como pol?tico. 2? Entrevista con Lucio Mendieta y N??ez (M?xico, 27 jul. 1974). 30 Entrevista con Antonio Armend?riz (M?xico, 26 jul. 1974) ; en
trevista con Lucio Mendieta y N??ez (M?xico, 27 jul. 1974) . Armen
d?riz afirma que muchos de los vasconcelistas fueron partidarios de L? zaro C?rdenas principalmente porque hac?an responsable a Calles de la derrota de Vasconcelos. V?ctor Manuel Villase?or, en una entrevista sostenida con el autor, sugiri? que muchos individuos ?vasconcelistas u otros? apoyaron a Alem?n porque lo consideraban mejor candidato que Ezequiel Padilla, y no precisamente porque fuera un civil. Debemos recordar que el padre de Miguel Alem?n, el general Alem?n, fue muerto durante un levantamiento contra el gobierno en 1929 y que eso pudo haberlo hecho simpatizar con los partidarios de Vasconcelos.
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 255 problemas y soluciones de orden econ?mico, contrariamente a la campa?a de Vasconcelos.31 Se puede afirmar, siguiendo a Daniel Cos?o Villegas en su interpretaci?n de la historia de
M?xico, que los vasconcelistas se decepcionaron de Vascon celos y de las soluciones pol?ticas que propon?a para los pro blemas de M?xico, y que en 1946 vieron la oportunidad de llegar a ser los administradores de soluciones econ?micas concretas.32
En conclusi?n, el impacto de la campa?a de 1929 en los futuros l?deres de M?xico parece fortalecerse en los t?rminos
de la trayectoria individual de cada uno, y del ?xito para obtener puestos de influencia dentro del gobierno, en gran medida a causa de la familiaridad que los ligaba a dos futu ros presidentes: Miguel Alem?n y Adolfo L?pez Mateos. Esta cohesi?n entre los vasconcelistas nos lleva a reafirmar la teo r?a de que, en la pol?tica mexicana, los contactos personales y el agrupamiento que resulta de ello son prerrequisito para una movilidad ascendente. Estas personas que participaron juntas ,en una campa?a presidencial como j?venes profesio nistas y estudiantes mantuvieron una gran lealtad unos con
otros y, al mismo tiempo, trat?ndose de una campa?a de
oposici?n, tuvieron la oportunidad de observar la conducta y habilidad de cada uno de ellos bajo condiciones de tensi?n. Colocados algunos de ellos en puestos p?blicos del m?s alto nivel, necesitaban colaboradores y partidarios confiables y consideraron favorablemente a aqu?llos conocidos desde su 31 Frank Brandenburg nos hace notar que el gobierno promulg? una nueva ley electoral en 1945, requiriendo el establecimiento de par tidos pol?ticos. Vid. Branderburg, 1964, p. 101. Para una descripci?n detallada del programa de Alem?n vid. Conferencias, 1949. 32 Cons?ltese el revelador an?lisis de Charles A. Hale acerca de la interpretaci?n de Daniel Cos?o Villegas sobre el desarrollo de M?xico como 'una alternativa c?clica entre las soluciones pol?ticas y las solu ciones econ?micas en Hale, 1976, pp. 663 ss. Para un excelente an?lisis
de las ideas pol?ticas de Vasconcelos cons?ltese a Pineda, 1971. Los
puntos de vista del propio Vasconcelos acerca de su campa?a est?n en
Vasconcelos, 1960.
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juventud para ocupar los puestos de confianza. Tal vez m?s significativo a?n, dentro del patr?n de comportamiento de los vasconcelistas, en lo que se refiere a su trayectoria, es la innegable habilidad que tuvieron para reintegrarse r?pida mente dentro de la corriente general de la vida pol?tica. La campa?a de 1929 fue la primera, entre muchas campa?as que se sucedieron, en la que el partido oficial tuvo una verda dera oposici?n en las elecciones presidenciales, y asent? un precedente en el car?cter de las elecciones, que fue seguido despu?s por varios presidentes y sus respectivas administra ciones desde 1929. El partido oficial ha tenido gran habili dad para reintegrar r?pidamente a profesionistas y j?venes talentosos aun cuando ?stos participen en movimientos de oposici?n. La flexibilidad del partido oficial, que permite y alienta esta reintegraci?n, se demuestra con el hecho de que la mayor?a de los vasconcelistas que siguieron en la vida po l?tica siguieron carreras gubernamentales en vez de hacerse profesiones independientes o de crear movimientos de opo sici?n. Siete de los vasconcelistas que fueron notables orado res en 1929 usaron su talento m?s tarde en beneficio de los candidatos del partido oficial en campa?as presidenciales. Muchos de los vasconcelistas se unieron a las filas de Mi
guel Alem?n, como dijimos, no porque tuvieran puntos de vista ideol?gicos semejantes, sino porque representaba la pos tura civil, y ellos ambicionaban ver a M?xico gobernado por hombres que, como ellos, hab?an sido educados en la univer sidad. Como grupo conjunto, los vasconcelistas se sirvieron de la universidad para lograr un medio de vida y tambi?n para socializar a las futuras generaciones en los ideales que les eran propios. Estos individuos, a trav?s de sus conexiones en la Universidad Nacional, a?adieron al sistema de reclu tamiento pol?tico nuevos patrones de funcionamiento que despu?s fueron adoptados por cada uno de los gobiernos des de Miguel Alem?n. Lo que resulta significativo de nuestro estudio es que muestra, por una parte, que los movimientos de oposici?n surgieron fundamentalmente de la Universi dad, al igual que el gobierno mismo. Se puede llegar a pen
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LA CAMPA?A PRESIDENCIAL DE 1929 257 sar que, inclusive, la lealtad que se gener? entre estudiantes, o entre estudiantes y profesores, fue m?s importante o deci siva que la diferencia de ideolog?a o el hecho de participar en movimientos de oposici?n: numerosos estudiantes perma necen unidos, independientemente de las pautas pol?ticas que hayan seguido inicialmente. Por ?ltimo, el fracaso de Vasconcelos alent? a algunos de sus m?s fieles simpatizadores a continuar su profesi?n fuera de los c?rculos oficiales y desarrollar elementos mediante los cuales se pudiera influir sobre la pol?tica gubernamental. La actividad de estos individuos se dirigi? al establecimiento de partidos permanentes de oposici?n, algo en lo que Vascon celos hab?a fallado. Los dos partidos de oposici?n de M?xi co han podido realizar muy poco en cuanto a pol?tica elec toral presidencial, pero sin embargo, indirectamente, han te nido cierta influencia en la pol?tica adoptada por el gobier no. Si la experiencia vasconcelista determin? el establecimiento
de estos partidos, podemos afirmar que Vasconcelos tuvo un impacto m?s profundo en el sistema pol?tico y en la pol?tica gubernamental despu?s de 1929 que en el mismo a?o en que se efectuaron las elecciones. SIGLAS Y REFERENCIAS Alessio Robles, Vito 1938 Mis andanzas con nuestro Uliscs, M?xico, Ediciones Botas.
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FUENTES HIST?RICAS PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA
EN EL SIGLO XX
David G. LaFrance Fred Lobdell Maurice Leslie Sabbah El estado y la ciudad de Puebla han inspirado numerosas obras hist?ricas. A pesar del inter?s en la regi?n poblana actual, casi todo el ?nfasis se ha puesto sobre ?pocas anterio
res al presente siglo. Aunque es bien conocido que hay ri
qu?simas fuentes contempor?neas en los archivos de Puebla,
la mayor?a de la literatura sobre el estudio del estado ha tratado principalmente los materiales relacionados con la colonia y el siglo xix. Sin embargo, es menester se?alar que tambi?n existen recursos muy valiosos para el estudioso
que quiera investigar el per?odo del porfiriato, la revoluci?n y la post-revoluci?n. Por lo tanto, el presente art?culo tiene como prop?sito el facilitar el uso de algunas fuentes hist?ricas
para la investigaci?n de la historia de Puebla en el siglo xx. Por varios motivos puede ser de utilidad la informaci?n sobre los materiales hist?ricos de Puebla en el presente siglo. No cabe la menor duda de que la investigaci?n del desarrollo del estado facilitar? un mejor conocimiento de la historia re gional, y tambi?n analizar m?s a fondo la validez de las gene ralizaciones hechas a nivel nacional. Tambi?n es preciso re cordar que en el siglo xx se han dado en Puebla acontecimien tos de suma importancia. En 1906 las f?bricas textiles de Pue bla iniciaron una huelga que culmin? en la famosa matanza de R?o Blanco. Adem?s, en la propia ciudad de Puebla se de rram? la primera sangre de la revoluci?n mexicana con la muerte de los m?rtires Serd?n en 1910. En las d?cadas de los a?os veinte y treinta Puebla se vio involucrada en trastornos 260 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:39:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
FUENTES PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA 261 nacionales, como la rebeli?n de Agua Prieta, durante la cual fue muerto en Puebla el presidente Venustiano Carranza. Por fin, huelga decir que, en los ?ltimos a?os, Puebla, como el resto de la naci?n, ha experimentado crecimiento y progreso industrial, pero no ha logrado resolver los problemas comu nes de pobreza y desempleo. Antes de emprender investigaciones el estudioso debe estar
enterado de varias obras bibliogr?ficas. La primera bibliogra f?a especializada que trata de Puebla es la Bibliograf?a de obras referentes al estado de Puebla (Puebla, 1943), escrita por Mois?s
Herrera. En 1962 un volumen m?s amplio fue compilado por Germ?n Hern?ndez Tapia e intitulado Bibliograf?a poblana de geograf?a e historia del estado (Puebla, Bohemia Poblana, 1962). Estas dos obras incluyen materiales que datan desde la colonia hasta el presente siglo. Ambas citan libros, art?culos, publicaciones gubernamentales, calendarios, directorios y otros
documentos. Desafortunadamente, estas bibliograf?as son de valor limitado para investigaciones contempor?neas puesto que
hacen hincapi? en los recursos de ?pocas pasadas. Adem?s, en varias instancias, los materiales citados en ambas gu?as han sido reubicados en los a?os recientes. Otra bibliograf?a que cita fuentes del siglo xx es una obra de Stanley Ross, Fuentes de la historia contempor?nea de M? xico (M?xico, El Colegio de M?xico, 1961-1967). Aunque no se incluye una gran cantidad de recursos sobre Puebla, esta colecci?n de cinco tomos sirve para orientar al investigador en publicaciones oficiales del gobierno, libros, folletos, peri? dicos y otros documentos que pueden consultarse en Puebla y en la ciudad de M?xico. Tambi?n digna de menci?n es otra
publicaci?n anual de El Colegio de M?xico, la Bibliograf?a Hist?rica Mexicana. Cada volumen tiene una secci?n dedica
da a Puebla.
En la propia ciudad de Puebla hay muchos archivos y otros
centros de recursos hist?ricos. Est?n a la disposici?n del es tudioso documentos del gobierno estatal y municipal, proto colos de las notar?as, registros de la propiedad y publicacio nes hemerogr?ficas. Tales materiales son de gran utilidad para
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LAFRANCE, LOBDELL Y SABBAH
el investigador interesado en las corrientes sociales, econ?mi cas y pol?ticas de Puebla en el siglo xx. Sin duda el archivo m?s importante de Puebla es el Archi
vo de la Secretar?a Municipal de Puebla, ubicado en el Pa lacio Municipal (calle de la Reforma 14). ?ste ha brindado
valiosa informaci?n a muchos investigadores, algunos de los cuales le han dedicado ensayos. El profesor Woodrow Borah escribi? una gu?a que se public? en el Bolet?n del Archivo General de la Naci?n (Nos* 2 y 3, 1942). En su "Puebla - La historia y sus instrumentos'' (Historia Mexicana, xrx:3, enero marzo 1970, pp. 432-437) el profesor Jan Bazant hace una bre ve referencia de los materiales hist?ricos de este acervo. Manuel
Carrera Stampa tambi?n menciona el archivo en su Archivalia mexicana (unam, 1952). Con todo, ninguno de estos autores ha prestado mucha atenci?n a los recursos disponibles con re laci?n al presente siglo. Con respecto a la vida poblana en la capital del estado el archivo municipal es una gran fuente de informaci?n. En la planta baja del archivo se encuentran los expedientes del ayun tamiento. Del siglo xx existen cientos de tomos que contienen
documentos de variada naturaleza. De sumo inter?s son los
informes de los presidentes municipales y los jefes de cada ramo administrativo. Tambi?n se incluyen datos sobre la vida econ?mica (presupuestos, impuestos y mercados municipales), y algunos asuntos jur?dicos y electorales. En los vol?menes de expedientes tambi?n se archiva la correspondencia oficial en tre el ayuntamiento y el gobierno del estado, e informaci?n que abarca casi cada aspecto de la administraci?n municipal. Para facilitar la consulta de los expedientes hay dos ?ndices; el Inventario general es un cat?logo acumulativo que contie ne en orden num?rico los legajos de varios a?os de transac ciones y el ?ndice de expedientes es una publicaci?n anual en la cual se citan los temas en orden alfab?tico. En la planta alta del archivo municipal tambi?n existen materiales de valor hist?rico. Los Libros de actas de las sesio nes del ayuntamiento, tambi?n llamados Libros de cabildo, son
de gran utilidad respecto al estudio de la pol?tica municipal.
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FUENTES PARA F.L ESTUDIO DE PUEBLA 263 Para el siglo xx existe una colecci?n casi completa de tales documentos, incluso algunos libros de las sesiones secretas. En los Libros de cabildo se encuentran las minutas, las resolu ciones aprobadas, los debates de los regidores e informaci?n sobre la vida pol?tica de la ciudad. Otra fuente que se encuentra en la planta alta es el Re gistro de escrituras. Este registro contiene los protocolos no tariales del ayuntamiento, que incluyen informaci?n acerca de los contratos municipales. Los vol?menes de dichos mate riales abarcan los a?os 1900-1940. En la misma secci?n del archivo hay tambi?n muchos tomos del Peri?dico Oficial del Estado, el ?rgano oficial del congreso de Puebla. Otros docu mentos de inter?s son el Bolet?n Municipal, unos cuantos in formes rendidos por los gobernadores y recursos miscel?neos
del presente siglo. Los materiales del archivo municipal, aunque no en orden perfecto, se localizan con facilidad. Adem?s, el investigador encontrar? un ambiente cordial, el resultado de la amistad y cooperaci?n del director Germ?n Elvira M?ndez y sus ayu
dantes.
A escasas dos cuadras del palacio municipal se halla otro archivo muy importante, el Archivo General de Notar?as. ?ste
se ubica en la Casa de la Cultura (calle 5 Oriente N? 5) y
actualmente est? bajo la direcci?n de la licenciada Ana Rosa Freda Olgu?n. Aunque el archivo de notar?as sea m?s conoci do por su contenido colonial, es preciso se?alar que tambi?n existen valiosos datos para el estudio del siglo xx. Antes de describir los recursos que est?n a la disposici?n del investigador ser?a m?s conveniente hablar brevemente so bre la historia de las notar?as. En la actualidad existen vein ticinco en la ciudad. Las ?ltimas quince han sido fundadas desde la d?cada de 1940. As? es que el investigador con inte r?s en los a?os anteriores a 1940 solamente tendr? que con sultar las primeras diez notar?as.
El valor de este archivo depender? del per?odo que se de see investigar. Para el primer cuarto de esta centuria hay una
colecci?n casi completa de los protocolos. Sin embargo, a par
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LAERANCE, LOBDELL Y SABBAH
tir de los a?os cuarenta hay menos materiales a la disposi ci?n del estudioso. Solamente en unas cuantas notar?as existen colecciones que est?n completas hasta hoy d?a. Una deficiencia
es la falta de muchas fuentes de las quince notar?as m?s re
cientes. De todos modos, es posible que este problema se
resuelva puesto que la directora espera recibir m?s protocolos en el futuro cercano.
Aunque los materiales para el siglo xx no est?n comple tos, todav?a existe una gran cantidad de informaci?n, espe cialmente para el historiador del porfiriato y la era revolu cionaria. La mayor?a de los vol?menes est? bien organizada y dotada de un ?ndice. Adem?s de las notar?as de la capital tambi?n est?n presentes muchos protocolos de los municipios for?neos.
Junto al archivo de notar?as, tambi?n en la Casa de la Cultura, se halla el archivo del Peri?dico Oficial del Estado. Este ?rgano oficial del congreso estatal es rico en informaci?n.
En ?ste se hacen p?bicas las leyes aprobadas y los decretos de los gobernadores. Tambi?n se destacan los datos agrarios, in formaci?n relativa a los presupuestos e impuestos estatales y municipales, y decretos federales remitidos al gobierno del
estado.
Aunque este archivo contiene vol?menes que datan desde 1900, solamente para el per?odo 1930-1970 est? bien organi
zada y clasificada la colecci?n. Para los a?os anteriores le
convendr?a al historiador acudir a los n?meros del Peri?dico
Oficial que est?n en el archivo municipal. Para los a?os pos teriores a 1970 se encontrar?n ejemplares en la gobernaci?n del estado (calle 3 Poniente N? 911). Huelga decir que tam bi?n existe en el archivo del Peri?dico Oficial una magn?fica colecci?n del Diario Oficial Federal, completa desde el siglo
pasado.
Otra fuente principal de materiales relativos a la pol?tica estatal es el Archivo del Congreso del Estado, ubicado en la calle 5 Poniente N? 128. Entre sus recursos se encuentran dos de gran utilidad, los tomos de Leyes y decretos y los Libros de
actas de las sesiones del congreso. Las Leyes y decretos proto
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FUENTES PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA 265 colizan la legislaci?n aprobada durante cada per?odo congre sional, y los Libros de actas contienen los procedimientos dia rios de cada sesi?n. Aunque estos ?ltimos no presentan un informe verbatim de todas las actividades, s? tienen informa
ci?n sobre las cuestiones y los debates m?s importantes. Desafortunadamente, ni las Leyes y decretos ni los Libros de actas est?n completos para todo el presente siglo. En algu nos casos los materiales parecen estar perdidos, mientras que en otras instancias simplemente faltan porque la discordia po l?tica interrumpi? las actividades del congreso. No obstante, los documentos abarcan casi todos los a?os del siglo. Este mismo archivo tambi?n contiene otros recursos va liosos, inclusive los Libros de comisiones, los Libros de extrac tos, y los Libros de recibos. Las comisiones archivan, seg?n su tema (i. e., hacienda, gobernaci?n, etc.), todos los expedientes que se presentan al congreso. Iguales materiales se incluyen en
los extractos y recibos, tomos que contienen cronol?gicamen te los expedientes y comunicaciones relacionados con los asun tos del congreso. Entre las fuentes del archivo del congreso tambi?n es digna de menci?n la existencia de una colecci?n del Peri?dico Oficial. Sin embargo, en cuanto a su consulta, es preciso hacer constar que en el archivo del Peri?dico Oficial
y en el archivo municipal se encuentran acervos semejantes en mejores condiciones. Si al estudioso le interesa el tema del desarrollo socioeco
n?mico le puede ser valioso el Registro P?blico de la Pro piedad en la calle 5 Oriente N? 9. Aunque sea m?s conocido por su acervo colonial, el archivo del Registro P?blico tam bi?n proporciona materiales para el estudio del presente siglo.
De mayor importancia son los registros de la propiedad que contienen informaci?n sobre compraventa, hipotecas, cance laciones y otras transacciones. Adem?s de cientos de tomos, hay tambi?n una gran colecci?n de Libros de comercio del siglo xx. Al historiador tambi?n le conviene hacer una visita al Cen tro de Estudios Hist?ricos de Puebla que se halla en la calle 3 Poniente N? 304. El Centro est? bajo la direcci?n del pro fe
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LAFRAiNCE, LOBDELL Y SABBAH
sor Enrique Cordero y Torres, que es autor de cuantiosas obras sobre la historia poblana, y publica un bolet?n bimes tral que trata de temas regionales. Aqu? el acervo principal se comprende de obras secundarias. Sin embargo, tambi?n se incluyen cinco mil rollos de microfilm de documentos parro quiales de muchas iglesias del estado. Aunque esta colecci?n consiste principalmente de materiales de ?pocas pasadas, tam bi?n hay fuentes para el especialista del siglo xx. Los peri?dicos y diarios, fuentes de suma importancia para el investigador, se pueden obtener en varios lugares de la ciu dad. Sin embargo, el valor de tales recursos depender? del pe r?odo de investigaci?n. Actualmente es dif?cil hallar peri?dicos
para el primer cuarto del siglo xx. De hecho, de antes de me diados de los a?os treinta hay poco material hemerogr?fico local a la disposici?n del historiador. As? es que es m?s f?cil encontrar diarios de las d?cadas m?s recientes que de los pri meros a?os del siglo. Una fuente principal de peri?dicos en el edificio carolino
de la Universidad Aut?noma de Puebla (uap) en la calle 4
Sur N? 104. Aqu? se hallan dos hemerotecas y una microfil moteca. Una de las hemerotecas se especializa en los diarios poblanos de los ?ltimos cinco a?os, mientras que la otra con tiene un acervo de materiales hemerogr?ficos m?s antiguos. Desafortunadamente, en el caso de la segunda, los materiales no fueron tratados con cuidado y por lo tanto se encuentran en estado de deterioro. Actualmente se est? haciendo un es fuerzo por restaurar la colecci?n. Bajo la direcci?n del maes tro Felipe Aguirre se ha hecho mucho por reorganizar y cla sificar los materiales. En el transcurso de la restauraci?n el maestro Aguirre ha descubierto algunos acervos period?sticos del siglo xx. Entre ellos se incluyen los siguientes: La Opini?n ? Diario de la Ma?ana, una colecci?n incompleta desde 1924, y ejemplares del Diario de Puebla que datan desde 1935. Se g?n el maestro Aguirre las obras de mejoramiento continua r?n, as? es que posiblemente en el futuro esta hemeroteca tendr? m?s valor para el investigador.
La colecci?n de microfilm de la uap es de creaci?n recien
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FUENTES PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA 267 te. Sin embargo, el estudioso no encontrar? muchas fuentes period?sticas locales. De hecho, la ?nica publicaci?n diaria de
la ciudad que conserva es una colecci?n incompleta de La Opini?n ? Diario de la Ma?ana con ejemplares desde 1936.
El director, Antonio Cuessio, tiene la esperanza de microfil mar nuevos materiales, as? es que se espera que en el futuro haya m?s peri?dicos para el investigador. Adem?s de los recursos hemerogr?ficos de la uap, tambi?n se pueden consultar materiales en las mismas oficinas de los peri?dicos poblanos, tanto como en la Casa de la Cultura. En el edificio de El Sol de Puebla (calle 3 Oriente N? 201) existe una colecci?n completa de esta publicaci?n con ejemplares desde su fundaci?n en 1944. En los mismos archivos tambi?n
se incluyen dos tomos encuadernados del antiguo diario La Prensa, los cuales abarcan un breve per?odo de seis meses, des de octubre de 1917 hasta abril de 1918. En las oficinas de La
Opini?n ? Diario de la Ma?ana (calle 2 Norte N? 2) est?n
a la disposici?n del investigador los n?meros de los ?ltimos tres decenios. Finalmente, la Hemeroteca Juan N. Troncoso, ubicada en la Casa de la Cultura, tiene un acervo muy limi tado de peri?dicos locales de los ?ltimos a?os. Si el estudioso no logra encontrar ciertos materiales heme rogr?ficos en Puebla quiz?s los podr? localizar en la Heme roteca Nacional de la ciudad de M?xico. Aunque su acervo no goce de una gran cantidad de peri?dicos poblanos, s? se localizan los siguientes: colecciones incompletas de La Opi
ni?n ? Diario de la Ma?ana, 1936-1967; El Sol de Puebla, 1944-1969; Diario de Puebla, 1937-1963; y Novedades de Pue bla, 1966-1968.
Para el investigador interesado en cuestiones laborales tam bi?n existen materiales en Puebla. Huelga decir que la infor maci?n sobre el movimiento obrero estar? a su disposici?n en varios lugares. En el estado hay tres centrales laborales prin cipales, la Confederaci?n de Sindicatos de Obreros y Campe sinos (crom de Puebla), la Federaci?n-Confederaci?n de Obre ros y Campesinos (froc-croc) , y la Federaci?n de Trabajadores
de Puebla (ctm del estado). En estos organismos se obtienen
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LAFRAN?E, LOBDELL Y SABBAH
folletos, peri?dicos y otros materiales que proporcionan datos
sobre el desarrollo del movimiento obrero del siglo xx. Ade m?s, en cada instituci?n laboran personas cuya participaci?n en el movimiento data desde la ?poca de la revoluci?n mexi cana. Entrevistas con ellas pueden ser de gran utilidad. As? es que las tres centrales son fuentes valiosas para la historia oral y escrita. Sin embargo, antes de consultar sus acervos hay que obtener el permiso del secretario general de cada organizaci?n.
Las oficinas centrales de la crom se hallan en Puebla en la calle 7 Poniente N? 1913, su biblioteca contiene cientos de obras secundarias que tratan de la historia de dicha organi zaci?n. Tambi?n hay una peque?a colecci?n de folletos que datan desde la d?cada de los a?os treinta. Tal vez de mayor utilidad e importancia es un acervo completo del peri?dico cromista Germinal, el cual se publica desde 1930. Esta publi caci?n tambi?n se encuentra en la Hemeroteca Nacional, pero solamente para los a?os 1938-1940. Las sucursales regionales de la crom en Atlixco y otras ciudades del estado tambi?n tienen informaci?n de valor. Sin embargo, puede ser dif?cil obtener acceso a tales datos. En el edificio de la froc-croc, ubicado en la calle 5 Po niente N? 115, se encuentran otras valiosas fuentes. De gran importancia es el peri?dico semanario de dicha federaci?n, Resurgimiento. Aunque ?ste fue fundado en 1919, solamente est?n a la disposici?n del investigador ejemplares desde 1943 hasta la fecha. La Hemeroteca Nacional los tiene para los a?os 1961-1966. Adem?s de Resurgimiento tambi?n existen sin ca talogar otros documentos referentes a los asuntos sindicales de las ?ltimas tres d?cadas.
En las oficinas de la ctm, que se hallan en la calle 3 Sur N? 503, el investigador descubrir? un archivo que se caracte riza por una colecci?n casi completa de la publicaci?n oficial estatal de este organismo. Fundado en 1941, con el nombre de Acci?n, este peri?dico actualmente lleva el t?tulo Ceteme. En la Hemeroteca Nacional se encuentran ejemplares de los a?os 1941-1950 y 1958-1960. M?s informaci?n sobre los temas industriales y laborales se
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FUENTES PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA 269 puede obtener en la C?mara de la Industria Textil de Puebla y Tlaxcala, ubicada en Puebla, y en la C?mara Nacional de la Industria Textil que se halla en la capital de la Rep?blica. Aunque las fuentes primarias son escasas en ambas c?maras, las oficinas poblanas s? contienen obras de utilidad que tra tan de la historia industrial de dicha regi?n. Las estad?sticas nacionales para los ?ltimos diez a?os se encuentran en la C? mara Nacional. M?s datos referentes a enfermedades y acci dentes de obreros industriales se pueden consultar en el Ins tituto Mexicano del Seguro Social. Tal informaci?n existe para
la industria en su totalidad, y tambi?n para las f?bricas indi viduales. Adem?s, un peque?o n?mero de f?bricas textiles y sindicatos tienen documentos hist?ricos del siglo xx. Con todo, dichas colecciones son de utilidad limitada puesto que carecen de amplitud cronol?gica. Generalmente los archivos se conservan por un per?odo de cinco a?os, como requiere la ley, y luego se destruyen. Tambi?n puede ser dif?cil obtener acceso a este tipo de materiales. Todo depende de la volun tad del due?o de la f?brica y los l?deres sindicales. Lugares for?neos, especialmente la ciudad de M?xico, ofre cen recursos de sumo valor para el estudio de Puebla. Aunque la utilidad de las fuentes hist?ricas tienda a variar, para la ?poca porfiriana y revolucionaria es imposible realizar inves tigaciones sin acudir a materiales que se guardan fuera de la ciudad de Puebla. Sin duda el historiador desear? consultar los libros y documentos gubernamentales que se encuentran en muchas bibliotecas. De gran importancia son la biblioteca de El Colegio de M?xico, la Biblioteca Nacional, la del Ins tituto Nacional de Antropolog?a e Historia y la Biblioteca de M?xico, cuya Colecci?n Basave se dedica a Puebla. Adem?s de estas bibliotecas, que se hallan en el Distrito Federal, para el estudioso tambi?n ser? de inter?s el consultar la biblioteca de la Universidad de las Americas, en Cholula.
En los recientes a?os se han puesto a la disposici?n del
historiador nuevas colecciones de manuscritos que facilitan el estudio del porfiriato y la revoluci?n. Aunque ninguna de ellas trata solamente de Puebla, su consulta dar? informaci?n va
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LAFRANCE, LOBDELL Y SABBAH
liosa de los acontecimientos en el estado. Para los ?ltimos del porfiriato es indispensable la Colecci?n General Porfirio D?az,
ubicada en la biblioteca de la Universidad de las Americas.
Aqu? se encuentran 374 rollos de microfilm que contienen m?s de ochocientos mil documentos que abarcan toda la ?po ca de D?az. La colecci?n consiste de telegramas y cartas, y est? organizada en orden cronol?gico seg?n el a?o y el mes. Aunque la mayor parte de los documentos son corresponden cia de D?az, al margen de muchas cartas se ve la contestaci?n del dictador, escrita de su pu?o y letra. La correspondencia entre D?az y el gobernador poblano y el comandante de la regi?n es extensa y proporciona informaci?n sobre la rebe li?n maderista en Puebla. Otra fuente importante de obras secundarias y literatura period?stica es la Hemeroteca Nacional de la ciudad de M?xi co. Para los primeros a?os del presente siglo la Hemeroteca tiene una colecci?n del Peri?dico Oficial del Estado, del Bo let?n Municipal de Puebla (1904-1914) y del Bolet?n de Es tad?stica del Estado de Puebla (1905-1911). Por desgracia, no se encuentran peri?dicos poblanos de este per?odo. Sin em bargo, para las primeras d?cadas del siglo los principales dia rios de M?xico son de utilidad ya que remitieron correspon sales a Puebla.
Para el estudio de los primeros a?os de la revoluci?n me xicana son de gran importancia las colecciones de la corres pondencia entre Francisco I. Madero y los personajes pol?ti cos y militares involucrados en la rebeli?n en Puebla. Los materiales que abarcan todo el per?odo maderista se encuen tran en M?xico en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretar?a de Hacienda y Cr?dito P?blico. En la biblioteca del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia existe una colecci?n de microfilms que contiene la misma informaci?n. M?s f?cil de consultar, pero no tan completos, son los tres vol?menes de estos documentos maderistas editados por Ca talina Sierra y Agust?n Y??ez. Esta obra, que lleva el t?tulo Archivo de don Francisco I. Madero (M?xico, Secretar?a de Hacienda y Cr?dito P?blico, 1960), termina con el a?o 1910.
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FUENTES PARA EL ESTUDIO DE PUEBLA 271 La Biblioteca Nacional tiene otro acervo de documentos de Madero, el cual consiste de veinticinco cuadernos que abarcan el per?odo de enero a agosto de 1911. Finalmente, en el Ar chivo General de la Naci?n se pueden consultar cuatro tomos de libros copiadores de la presidencia de Madero.
Adem?s de los libros copiadores de Madero, el Archivo General tiene otros materiales. En el ramo Gobernaci?n es t?n archivados materiales referentes a las actividades de los rurales en Puebla y en el ramo Fomento se aportan datos la borales. Desafortunadamente, el ramo Gobernaci?n es de dif? cil consulta puesto que el ?ndice de sus 2 041 legajos es de ficiente y los documentos, mal encuadernados, se encuentran sin orden y en estado de deterioro. Aunque de valor limitado en cuanto a materiales sobre Puebla, el archivo de Samuel Espinosa de los Monteros es una fuente de informaci?n sobre el movimiento reyista en el estado. Esta colecci?n de ep?stolas y otros datos fue compilada
por Espinosa de los Monteros, el secretario nacional del par tido reyista. El archivo se halla en la Biblioteca Manuel Oroz co y Berra en el Castillo de Chapultepec. Documentos de otro personaje revolucionario, Alfredo Ro bles Dom?nguez, se encuentran en el Instituto Nacional de Estudios Hist?ricos de la Revoluci?n Mexicana, ubicado en la Ciudadela de la ciudad de M?xico. Los dieciocho tomos de esta colecci?n est?n bien conservados y dotados de ?ndice, y proporcionan una cantidad de informaci?n sobre los aconte cimientos pol?ticos y militares en Puebla, especialmente du rante el per?odo de interinato de 1911. El Centro de Estudios de Historia de M?xico (Condumex),
que se halla en la zona industrial Vallejo de la ciudad de
M?xico, contiene tres colecciones de gran importancia para el estudio de la revoluci?n en Puebla. ?stas son el archivo de Francisco Le?n de la Barra, el archivo de Genaro Amezcua y el archivo de Venustiano Carranza. Para mayores informes acerca de este ?ltimo v?ase una nota de Douglas W. Rich
mond, "The Venustiano Carranza archive" (The Hispanic American Historical Review, lvi, mayo 1976, pp. 290-294).
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272 LAFRANCE, LOBDELL Y SABBAH
Con sus materiales bien conservados y encuadernados, estas colecciones ofrecen documentos y art?culos period?sticos refe
rentes a los acontecimientos de Puebla.
Adem?s de los lugares anteriormente citados existen otras fuentes de informaci?n en M?xico para el investigador inte resado en la revoluci?n en Puebla. La Capilla Alfonsina, ubi cada en el Distrito Federal, contiene el archivo hist?rico del
general Bernardo Reyes. En la Secretar?a de Relaciones Ex teriores se encuentra el Archivo General de Relaciones Exte riores, cuyo ramo Revoluci?n mexicana es valioso. Esta colec ci?n es fuente para el estudio de las relaciones exteriores du rante el per?odo de 1910-1920, y desde luego tiene datos sobre
incidentes diplom?ticos en Puebla, siendo el m?s famoso el caso Jenkins. Para una gu?a de este ramo v?ase Berta Ulloa: Revoluci?n mexicana ? 1910-1920 (M?xico, Secretar?a de Re laciones Exteriores, 1963) . Antes de concluir con los recursos
en M?xico es digno de menci?n el Instituto de Investigacio nes Hist?ricas de la Universidad Nacional Aut?noma de M? xico, donde se encuentra el archivo de Francisco Le?n de la Barra, que tambi?n es archivo de Emiliano Zapata. Dicha co lecci?n proporciona informaci?n sobre la administraci?n del presidente interino De la Barra, la rebeli?n zapatista, y la convenci?n revolucionaria de 1914-1916.
Huelga decir que en Puebla y la ciudad de M?xico exis
ten muchos centros de fuentes hist?ricas para el estudio de Puebla en el siglo xx. Desde luego, el presente trabajo no pre tende dar una informaci?n completa de todos los materiales referentes a la vida poblana desde el porfiriato hasta la ac tualidad. Al se?alar la existencia de valiosos recursos que has ta la fecha no se han consultado muy a fondo, los autores de este art?culo esperan proporcionar una gu?a de utilidad para el investigador, Es de suma importancia que se realicen m?s trabajos en torno a la investigaci?n de las colecciones hist?
ricas que han sido mencionadas. Sin duda, dichos estudios facilitar?n ampliar el conocimiento social, econ?mico, y pol? tico del desarrollo regional del M?xico moderno.
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MEXICO EN EL SIGLO XVIII ALGUNOS PROBLEMAS E INTERPRETACIONES CAMBIANTES Peggy K. Liss Un agudo observador de la vida contempor?nea afirma que hay dos campos de la investigaci?n que est?n surgiendo de las fron teras del conocimiento: el estudio de los sistemas generales y la exploraci?n dentro de las dimensiones de la conciencia humana.1 Me
refiero a este comentario porque he pensado en lo que se ha escri to sobre la historia mexicana del siglo xvni en los ?ltimos siete a?os,
o sea, desde mi ?ltima ?y casi enciclop?dica? intervenci?n en esta materia.2 Me parece a m? que, ya sea conscientemente o de otra ma nera, y en una forma m?s o menos extensa, pero de cualquier modo en alguna forma, si existe alguna tendencia en los libros m?s sobre
salientes de esta d?cada en lo que se refiere a la historia del si glo xvm mexicano es hacia un tipo de an?lisis flojo de los sistemas o estructuras, y en todo caso la tendencia hacia la b?squeda de las relaciones existentes dentro de y entre las complejas interdepen dencias operativas que afectan a M?xico. Los mecanismos formales e informales que tienen influencia en la sociedad mexicana est?n siendo investigados, como son los patrones pol?ticos de continuidad
o de cambio, las medidas econ?micas, la poblaci?n y la estructura social. Los estudios recientes del M?xico colonial han recibido obvia
mente la influencia de la escuela de los Annales y de los enfoques marxista y weberiano de la historia. Viejas tendencias hacia el es tudio de la diplomacia internacional o de las instituciones, general mente las estructuras pol?ticas, han sido sustituidas por un mayor inter?s dirigido al estudio espec?fico de determinadas condiciones internas, frecuentemente las de una sola regi?n. Pero hoy en d?a el 1 Markley, 1974. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
2 Korn FLissl, 1971. Aqu? discutir? las obras realizadas a partir de 1969 sobre la interpretaci?n del siglo xvni hasta 1808, poniendo ?nfasis, como en mi trabajo anterior, en el per?odo final de esa centuria.
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PEGGY K. hlSS
estudio de los sistemas, en el siglo xvni tiene indudablemente menos
vigor.3 Sin embargo, dentro de esta tendencia hacia un enfoque glo bal de la historia se ha prestado escasa atenci?n a la conciencia humana. El estudio de la conciencia, en el sentido de las percep ciones y actitudes de individuos y de grupos espec?ficos, ha comen zado justo apenas a ser examinado como factor importante para una
explicaci?n de la historia del M?xico colonial. Escritos recientes nos indican ?a menudo por aquello que omiten? que es necesario que los historiadores dediquen m?s atenci?n a las varias formas de conciencia humana, por ser factores importantes que operan en los sistemas y en el cambio hist?rico.4 Voy a presentar algunos ejem plos de tendencias recientes y, al mismo tiempo, mostrar? algo de lo que se est? llevando a cabo y de lo que pienso que se deber?a
hacer.5
3 Para un examen riguroso de los sistemas, vid. Jaguaribe, 1973;
Wallerstein, 1974.
4 Vid. Williams, 1974, y para otros trabajos generales respecto del
siglo xvni en M?xico las conclusiones de Peter Smith en Graham y Smith, 1974; Gibson, 1975, especialmente pp. 308-314; Cline, 1973, que es de importancia para todo el per?odo colonial; Gerhard, 1972; Gon z?lez y GonzAlez, 1973; G?ngora, 1975; Greenleaf y Meyer, 1973; Mi randa, 1972; M?RNER, 1974. Cons?ltese la Bibliograf?a Hist?rica Mexi cana publicada anualmente por El Colegio de M?xico. Cheetham, 1975, se ocupa casi en su totalidad sobre el siglo xvi. 5 La revisi?n de la historia puede ser toda una industria, algunas veces dedicada a confrontar versiones simplificadas, escogidas por el comentador m?s que por el autor original de quien se hace el comen tario, frente a otros aspectos similares seleccionados de alg?n trabajo o trabajos anteriores de otro autor. La intenci?n del escritor y la his toria misma se ven a menudo sacrificados en aras de la claridad de un esquema. Otro problema similar a ?ste es la inclinaci?n, cuando se trata de localizar generalidades y tendencias, a exagerar o a no analizar sufi cientemente los datos disponibles. Ejemplos de an?lisis de sistemas flo jos en sus detalles y armados en forma exageradamente inductiva son: Sariola, 1972; Barbosa Ram?rez, 1971. Sus interpretaciones son a veces buenas, otras no. Tambi?n existe el peligro contrario de disponer de buenos datos pero de una teor?a d?bil, lo que se discutir? m?s adelante. Teniendo presente todo esto quiero hacer hincapi? sobre el hecho de que este ensayo es solamente un sumario de mi punto de vista acerca de los logros y limitaciones en nuestra materia desde 1969 a la fecha.
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MEXICO EN EL SIGLO XVIII
275
Se ha puesto atenci?n antes que nada en los sistemas de la tie rra y las estructuras agrarias. Jan Bazant, David Brading, Enrique Florescano, Brian Hamnett, Charles Harris, Friedrich Katz, William Taylor y otros han revisado y comentado la tesis de Chevalier, o al
menos el enfoque global de ?sta, que consideraba a la hacienda
como la instituci?n dominante durante los siglos xvn y xviii.6 En vez de ello, estos investigadores colocan la hacienda dentro de un sistema de dominio m?s complejo. Tambi?n han se?alado diferen cias regionales en M?xico y la necesidad de m?s estudios acerca de quienes pose?an, y c?mo, la tierra, y qui?n la trabajaba, espe cialmente en la regi?n del Centro. Ahora sabemos que en Oaxaca, a finales del siglo xviii, eran las comunidades ind?genas y algunos individuos quienes controlaban las dos terceras partes de la tierra agr?cola y que ?nicamente estas posesiones eran permanentes o est?ticas. All? la hacienda espa?ola no era dominante, ni se pod?a comparar, por ejemplo, con la de S?nchez Navarro en Coahuila. En Oaxaca y en el Baj?o las hacien das no eran tan extensas como en el Norte, y muchos espa?oles pose?an ranchos a?n m?s peque?os, alquilando ind?genas o campe sinos ?el t?rmino m?s expl?cito? para trabajar como jornaleros. William Taylor descubri? que los campesinos de Oaxaca ?en con traste con el estereotipo pasivo que conocemos de ellos? no sola mente se adher?an a la tierra sino que evidenciaban "una preocu paci?n puntual y pertinaz por el valor de la tierra, una inquietud econ?mica agresiva, y una tendencia a la litigaci?n".7 Hemos de notar que Taylor cree que las actitudes de los campesinos hacia la propiedad eran inherentes al hecho de poseerla. Al atribuir estas peculiaridades oaxaque?as a las causas econ?micas, y al a?adir ade m?s la fuerza de la tradici?n y la conciencia del prestigio, Taylor 6 Bazant, 1975; Brading, 1971, 1973a, 1973b y otros art?culos; Flo rescano, 1969, 1971a, 1971b; Hamnett, 1970, 1971a, 1971b; Harris, 1975; Taylor, 1972, 1974; Katz, 1974, que incluye bibliograf?a adicional y un resumen sucinto de los antecedentes de su tema en los finales del si
glo xviii; Tutino, 1975; Semo, 1977. Hemos de recordar que la igle sia pose?a una buena cantidad de tierras, particularmente en el Ba
j?o. Vid. Bauer, 1971; Benedict, 1975; Konrad, 1973; Riley, 1971, 1973; Tovar Pinz?n, 1971. 7 Taylor, 1972, p. 405. Cf. Brading, 1973a, p. 407; Hamnett, 1971a, y O'Crouley, 1972, p. 115.
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considera ambos factores, materiales y no materiales, en una rela
ci?n causal.
Brian Hamnett, al referirse a los sistemas de la tierra en Oaxa ca, al comercio de exportaci?n de la grana cochinilla, a la manu factura textil y a la pr?ctica y pol?tica gubernamentales, describe una relaci?n de interdependencia, de por s? un sistema, que exist?a entre los subsistemas agr?colas, comerciales y pol?ticos. Nos dice c?mo el comercio depend?a, de hecho, de la posesi?n de la tierra por los ind?genas y de la recolecci?n de la cochinilla, y de qu? manera las finanzas y el comercio se interrelacionaban con la po l?tica. As?, los funcionarios locales eran financiados por los comer ciantes de la ciudad de M?xico, y a trav?s del repartimiento ?una variante de las tiendas de raya? indujeron a los campesinos a pro ducir la cochinilla, que era, con excepci?n de la plata, el producto de exportaci?n m?s importante durante el siglo xvni en M?xico. Observa tambi?n que los due?os de tierras en Oaxaca ten?an menos poder que los funcionarios espa?oles locales, los alcaldes mayores. Charles Harris, investigando un ejemplo de latifundio, el cl?sico "imperio" de la familia mexicana en el Norte, descubri? que las tierras eran deficientemente utilizadas, que la administraci?n se encontraba en deuda con los peones, etc., pero tambi?n recibi? al gunas sorpresas. Se encontr? con que el fundador hab?a sido un sacerdote; ?l, sus hermanos y sus sobrinos eran recios trabajadores, astutos, pragm?ticos, y tambi?n hombres con suerte que "erigieron
el latifundio primordialmente con el objeto de hacer dinero".8 Sin embargo, la mayor parte de su riqueza no consist?a en la tierra misma, sino que descansaba en una combinaci?n de labores agr?co las y comercio, suficiente liquidez financiera y, tal vez como factor
m?s importante, la solidaridad de la familia. De este modo, mien tras que el poder se relacionaba con la tenencia de la tierra, su esencia misma era el comercio y las finanzas. El m?s amplio modelo estructural del sistema de la tierra ha sido expuesto por Enrique Florescano, quien enfatiza la ineficien cia del sistema de la hacienda como factor primario, lo que no solamente afectaba la econom?a virreinal sino tambi?n la sociedad 8 Harris, 1975, p. 312. Cf. Florescano, 1971a y 1971b, quien se re fiere a la expansi?n de la hacienda hacia fines del siglo xvm y hace
"un enfoque estructural del latifundismo en la estructura agraria de la colonia", pero no indica suficientemente las diferencias regionales.
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y la pol?tica. Su modelo deber?a de ser considerado a la luz de otras investigaciones recientes.
Con mucho, el m?s ambicioso trabajo hecho hasta ahora sobre el siglo xvni en M?xico, por su alcance, su material de trabajo y la acumulaci?n de datos, es el de David Brading. Su investigaci?n, que se concentra en la regi?n de el Baj?o, echa por tierra algunas de las generalidades aceptadas desde tiempo atr?s, incluyendo la pri
mac?a de la hacienda, y deja claro el hecho de que algunos de
los m?s ricos comerciantes y due?os de minas eran tambi?n hacen dados que con sus familias constitu?an una ?lite social cerrada, ac tiva y exclusiva.9 Su trabajo arroja luz sobre la naturaleza rec?proca
de toda la gama de los componentes econ?micos, sociales, pol?ticos y relativos a las actitudes del per?odo que nos ocupa. Tambi?n es boza la posibilidad de brindarnos todav?a otras consideraciones sobre sistemas m?s generales y elementos subjetivos inherentes a ellos. Desgraciadamente, hasta ahora David Brading parece tener un dominio m?s bien ligero que firme por lo que se refiere a la organizaci?n y presentaci?n de sus hallazgos en forma efectiva.
Tal vez la mejor manera de demostrar c?mo han avanzado re cientemente los estudios acad?micos, o c?mo han alterado algunas de las hip?tesis anteriores, es hacerlo sobre los mismos incisos que us? en mi informe de 1969 sobre el estado de los estudios realiza dos en este campo. Una ojeada a dos de esos incisos, las reformas borb?nicas y los antecedentes de la independencia, sin duda nos ayudar?a. Por otra parte, el hecho de que se hayan efectuado avan ces m?nimos en lo que se refiere a otro de mis temas, la ilustraci?n, merece ser comentado tambi?n ampliamente.
Las reformas borb?nicas en M?xico son los cambios propiciados por el gobierno espa?ol y las medidas que se tomaron para lle varlos a cabo a partir de 1760 aproximadamente. Los estudios m?s recientes generalmente se ocupan del sistema pol?tico y de su interrelaci?n con otros sistemas operativos dentro de M?xico, particularmente en lo que toca a la tenencia de la tie rra y al comercio, as? como de su interacci?n con las relaciones ge nerales econ?micas y sociales. Como hemos anotado, la mayor?a de los libros recientes comienzan por enfocar el sistema de la tierra como un esquema explicativo y despu?s encuentran el comercio s Cf. Harris, 1975, quien cataloga este proceso en una sola familia.
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cuando menos tan importante como aqu?l. ?nicamente David Brad ing comienza concentr?ndose en la situaci?n pol?tica y social. En su conjunto, los nuevos trabajos requieren una reconsideraci?n de lo que fueron las reformas borb?nicas y de su relaci?n con el siste ma pol?tico y con otros sistemas en M?xico. Esbozar? la informaci?n
disponible actualmente y algunos problemas pendientes, particular mente en lo que se refiere a lo escrito por David Brading. En primer lugar ?qu? sabemos del prop?sito que persegu?an es tas reformas en M?xico, auspiciadas por Carlos III? David Brading parece decirnos que ten?an la intenci?n de lograr m?todos de go bierno que entonces eran pr?ctica com?n del mercantilismo colber tiano, de manera que Espa?a pudiera beneficiarse de sus dependen cias de Am?rica del mismo modo que Francia e Inglaterra estaban haci?ndolo con las suyas. Los ministros reales ?dice apoy?ndose en el an?lisis de Jos? Campillo y Coss?o sobre las deficiencias de la econom?a espa?ola? quer?an reformar la econom?a mexicana de modo de posibilitar la venta ( de m?s manufacturas espa?olas en Am?rica. Brading tambi?n cita a Jos? de G?lvez, quien, siendo visi tador general en M?xico de 1765 a 1771, introdujo el programa como si temiera que Inglaterra planeara un dominio econ?mico en el mismo lugar.10 Stanley y Barbara Stein sostienen un punto de vista muy seme jante sobre estas reformas, o sea, el de "un nacionalismo protoeco n?mico".11 Sin embargo ?y en esto no coincide David Brading? tambi?n confieren importancia al miedo de Espa?a por la intru si?n territorial inglesa en toda la Am?rica espa?ola, con lo que ayudan a comprender ciertas innovaciones cuyo primer paso fue el env?o de un ej?rcito a M?xico. Tambi?n mencionan la nueva ges ti?n pol?tica del gobierno en favor de un comercio m?s libre entre los puertos espa?oles y los hispanoamericanos y el inter?s creciente por las regiones fronterizas. Con todo, ni los Stein ni David Brading analizan suficientemente las prioridades gubernamentales dentro de
io Brading, 1971, pp. 25-26. Vid. tambi?n Brading, 1973a, p. 403. il Stein y Stein, 1970, pp. 87-88. Estos autores, desde luego, han escrito desde un punto de vista primordialmente econ?mico y afirman que la pol?tica econ?mica de los Borbones empez? a formarse inmediata mente despu?s de Utrecht (1713). El programa integral no fue introdu cido en M?xico sino hasta despu?s de 1762.
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la reforma, ni discurren acerca de otra finalidad del gobierno, ex tremadamente importante e instrumentada con anterioridad: la de incrementar sus ingresos derivados de los impuestos dentro de la Nue
va Espa?a y en su comercio con Espa?a, meta que, en M?xico, lleg? a obstaculizar ?como sucedi? con frecuenia? otros de los objetivos iniciales de las reformas.12 Brian Hamnett tambi?n tiene mucho que decirnos con respecto de ese programa, principalmente en lo que
se refiere a Oaxaca, y como utiliza un enfoque m?s pragm?tico no se estanca en el problema de la apariencia mutuamente contra producente de ambos proyectos. Se ocupa de las reformas guberna mentales en M?xico no considerando lo que los ministros reales dec?an sino lo que efectivamente hac?an, y c?mo afectaba esto a Oaxaca. Piensa que intentaban poner un alto a la salida de plata al extranjero, ganar control sobre el gobierno local y provincial, y 12 Stanley Stein (Stein, 1972), llama nuestra atenci?n sobre el
hecho de la naturaleza contradictoria de los objetivos de la estrategia del gobierno. Para documentarse sobre las relaciones de Espa?a y sus colonias dentro de un contexto internacional en el siglo xvni, vid. Lang, 1975, quien hizo buen uso de lo escrito por HSamnett (Hamnett, 1971a)
y por Brading (Brading, 1971), entre otros, y describe patrones de
inversi?n y redes comerciales, pero exagera la efectividad de las refor mas borb?nicas. Parry (Parry, 1971) no es fuerte en pol?tica interna y gubernamental de Am?rica Latina; euroc?ntrico, incluye una de sus complicadas bibliograf?as y enfatiza la expansi?n militar y las cuestio
nes navales, Platt (Platt, 1972) critica a los Stein (que no son los
?nicos) por no dar suficiente importancia a la presencia comercial ingle sa en Latinoam?rica en la ?poca anterior a la independencia. Sus hallaz
gos siguen a los de Villalobos (Villalobos, 1968) al igual que a los de Ramos P?rez (Ramos P?rez, 1970), Estas obras nos indican la necesi dad de estudios similares sobre M?xico. Lynch (Lynch, 1969) discute solamente las decisiones de la pol?tica brit?nica. Es necesario hacer otros trabajos acerca de las relaciones internacionales formales e informales de M?xico en el siglo xviii. Para algunas influencias angloamericanas vid. Lisz, 1975 y Vilar, s/f. Respecto al ej?rcito, vid. Archer, 1971, 1975. Para entender el programa borb?nico, el contexto internacional y, en gene ral, M?xico en el siglo xvni, es esencial considerar las ?reas que enton ces estaban vinculadas al virreinato, as? como sus fronteras. Entre los estudios recientes est?n Barbastro, 1971; Cook, 1973; Donohue, 1969; McDermott, 1974; Vel?zquez, 1974; O'Crouley, 1972; Wortman, 1975a, 1975b; Chandler, 1977; Serrera, 1975; Santa Mar?a, 1971.
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propiciar el debilitamiento de las corporaciones atrincheradas y obs truccionistas.13
Las reformas en M?xico ten?an evidentemente variados prop? sitos, y el problema del an?lisis y desembrollo de ?stos encuentra el
primer obst?culo en el t?rmino mismo de "reforma", que implica un cambio de direcci?n con impulsos positivos (morales). Pero en el caso de las reformas borb?nicas tenemos que tener en cuenta qui?n exactamente pens? en estas medidas como reformas, y qu? resultados esperaban sus patrocinadores a trav?s de estos cambios espec?ficos. (La caracterizaci?n de Brading de las reformas borb? nicas como "revoluci?n dentro del gobierno" plantea el mismo tipo de problema con la definici?n de la palabra "revoluci?n"). Trate mos de equiparar las medidas adoptadas con los objetivos buscados. La introducci?n del ej?rcito tuvo como objeto principal la protec ci?n frente a los ingleses. La visita de G?lvez empez? propiamente el programa de reformas y sus primeros pasos fueron en contra de las poderosas corporaciones semiaut?nomas de los jesuitas y del con
sulado, pero tambi?n incluyeron cambios administrativos, concesio nes a mineros, y la introducci?n de lo que ven?a a ser como un segundo ej?rcito: un gran n?mero de bur?cratas nombrados para supervisar los nuevos monopolios de gobierno, cobrar impuestos y reorganizar los sistemas fiscales. Estas medidas pudieron haber sido
tomadas con la intenci?n de poner orden antes de nombrar inten dentes, pero de hecho parec?an pasos defensivos y regalistas enca minados al logro de un mayor control de M?xico y a la obtenci?n de mayores ingresos ?objetivos que eran en su totalidad, cabe men cionar, semejantes a los de Carlos V. ?Qu? pas? entonces con la finalidad de crear un mayor poder de compra para las mercanc?as espa?olas? Aunque el mercado mexicano creci?, algunas otras pre ocupaciones gubernamentales, especialmente la guerra y la obten ci?n de fondos, sobrepasaron en importancia a aquel objetivo. El sistema de las intendencias, cuyo significado en la d?cada de 1760 era el de funcionar como un instrumento regional capaz de auspi ciar una prosperidad con bases m?s amplias, no parece haber te 13 Hamnett, 1971a, pp. 27-28. Hamnett, en una de sus obras (Ham
nett, 1970, p. 72) menciona tambi?n algunos prop?sitos reales para proteger las tierras comunales ind?genas y atraer nuevos grupos de pe que?os propietarios rurales mediante la distribuci?n de tierras ociosas propiedad de la corona. Cf. Florescano, 1971b; Stein y Stein, 1970.
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nido cuando finalmente fue introducido en la d?cada de 1780 las intenciones de origen que le atribuy? Campillo, esto es, las de atraer
a los ind?genas a formar parte de la sociedad. Necesitamos, pues, una relaci?n pormenorizada de las medidas pol?ticas oficiales y de los cambios que sufrieron a partir de 1763. En relaci?n con las intenciones que hemos descrito nos pregun tamos ?qu? tanto ?xito tuvo el programa de reformas borb?nicas en M?xico? Brading afirma: "Su ?xito depend?a de una transfor maci?n de la econom?a y de un profundo reordenamiento del status
dentro de la sociedad colonial" (p. 26). Creo que esto significa que los cambios formaban parte del programa, y no necesariamente eran
condiciones previas a ?ste. De hecho as? es, puesto que dice: "La dinast?a borb?nica reconquist? Am?rica. Transform? los sistemas de gobierno, la estructura de la econom?a y el orden de la sociedad que hab?a prevalecido en las colonias desde el tiempo de los Habs burgos" (p. 30). No obstante, todas las explicaciones, incluyendo la suya, corroboran la ausencia ,de tan completa transformaci?n. El auge de la miner?a afect? pero no transform? la econom?a, como tampoco lo logr? la reorganizaci?n fiscal. Las viejas corpo raciones se debilitaron, pero surgieron otras nuevas, m?s depen dientes de la corona pero todav?a entidades privilegiadas. El go bierno no tuvo ?xito al tratar de reestructurar ni la pol?tica ni la econom?a local o provincial, pero sin embargo ?como lo veremos m?s adelante? s? influy? en las actitudes adoptadas a este respecto. El sistema de intendencias, no introducido sino hasta la d?cada de 1780 y con recursos insuficientes, encontr? una resistencia a la vez
virreinal y local. Los intendentes tuvieron solamente un ?xito no minal, aunque con ellos hubo algunos cambios en los m?todos y materias de la educaci?n, en la agricultura y en la industria manu facturera. Una exagerada transformaci?n econ?mica hubiera con trariado, efectivamente, los objetivos oficiales, cosa de la que los intendentes estaban muy conscientes. Tuvieron buen cuidado de no alentar iniciativas que hubieran disminuido los ingresos del es tado o que hubieran competido con las exportaciones espa?olas.14 Es evidente tambi?n que la mayor parte ele las reformas no pudo 14 Otros estudios de las reformas, la sociedad y la econom?a son:
Barbier, 1977; Brading, 1970a; Burkholder, 1976; Calder?n Q?ijano, 1967, 1972; Florescano y Gil, 1973; Garner, 1970; Jara, 1973; Liehr, 1970, 1971; Pietschmann, 1970; Super, 1976; Villase?or Bordes, 1970.
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ser institucionalizada a causa de la rigidez de las ideas y de las ins tituciones. Adem?s de varios intentos por obstruir los programas, por disminuir el ingreso y por limitar el creciente comercio de art?culos espa?oles entre la colonia y la madre patria hubo otros factores muy importantes no analizados por Brading y apenas in^ suficientemente por Hamnett: la guerra y el contrabando ingl?s. Necesitamos m?s informaci?n en cuanto al impacto que tuvieron estos dos hechos en M?xico, y tambi?n sobre los cambios en la po l?tica comercial espa?ola y en el flujo del comercio legal y de con trabando antes de poder llevar m?s adelante nuestra comprensi?n de la econom?a y de las reformas.15 La econom?a se vio estimulada pero no transformada por las reformas borb?nicas. ?Cu?l fue entonces el impacto real que tuvie ron en la sociedad mexicana? El incremento y el cambio demogr? fico tuvieron lugar hacia finales del siglo xviii, pero ?como dice Brading? el crecimiento de la poblaci?n fue anterior, esto es, de 1720 a 1760. Precedi? a las reformas y fue de por s? una base para la expansi?n econ?mica, as? que se puede uno preguntar, a la in versa, ?cu?l fue el impacto que tuvo el cambio demogr?fico en las reformas borb?nicas? Esta consideraci?n de las relaciones entre po blaci?n y reforma debe incluir otros factores tambi?n, tales como el hambre catastr?fica y la epidemia de 1785-1786, durante la cual ?por
dar un ejemplo? muri? tal vez el 35% de la poblaci?n del Baj?o. ?C?mo podr?amos, al considerar las reformas, excluir las consecuen
cias de este desastre, si hemos de buscar las causas de la mezcla del
ind?gena con otros grupos, o el aumento, especialmente en las re giones mineras, del vagabundeo y la ilegalidad?16 Volvamos con David Brading, quien atribuye el ?xito del pro ir> Vid. nota 12, supra, y Muro, 1971. 16 Vid. particularmente Brading, 1971, 1973a; Florescano, 1971a, 1971b; Hamnett, 1971a; Brading y Wu, 1973; M?rner, 1970; Vollmer, 1973. Vollmer, y Brading y Wu, advierten de las posibles trampas de la evaluaci?n cuantitativa y retornan el viejo problema de la causalidad. Cf. Miskimin, 1975; TePaske, 1975. Para la acordada, que impart?a una
justicia sumaria y que se extendi? r?pidamente hacia los finales del siglo xviii, y para los lazos entre pol?tica, leyes y criminalidad, vid. MacLachlan, 1974. ?sta es una valiente monograf?a que denuncia, entre otras cosas, la cuesti?n de c?mo las actitudes frente al crimen y la po breza se relacionan con el cambio social. Vid. tambi?n Brading, 1968.
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grama en segundo lugar "a un profundo reordenamiento del status dentro de la sociedad colonial". Aqu? el principal problema ser?a establecer si puede uno o no afirmar que "un profundo reordena miento" tuvo efectivamente lugar. Debemos para ello comprende! el antiguo orden social, pero no comprendi?ndolo no podemos es timar el alcance de este cambio, ni siquiera la naturaleza de ese status y su cambio. Ilustraremos algunos de los problemas. Sabe mos que, durante el per?odo que nos ocupa, cuando menos la mi tad de los ind?genas ten?a antecedentes ?tnicos mixtos, que esta mezcla aumentaba r?pidamente y que los criollos frecuentemente eran mestizos por su herencia sangu?nea. (Adem?s, los registros pa rroquiales y los reportes de los censos inscrib?an algunas veces a todos los supuestamente blancos como espa?oles.) Hab?a muy pocos puramente blancos, puramente ind?genas o puramente negros. La percepci?n del factor ?tnico difer?a pues de la herencia sangu?nea, y esta falta de precisi?n, seg?n la evidencia de Brading, fue en aumento hacia finales del siglo xvni. Al mismo tiempo que la mez cla ?tnica crec?a velozmente hab?a tambi?n cada vez m?s intentos
por alternar con categor?as sociales de m?s alta consideraci?n: en l?nea asendente de casta a mestizo, a criollo y a espa?ol.17 De modo que, aunque una informaci?n esclarecedora haya refutado la exis tencia de un sistema de castas r?gido que comprend?a t?rminos exac
tos que correspond?an a intrincadas graduaciones en el color o el factor ?tnico y tambi?n haya revisado la ecuaci?n de raza y de clase, la confusi?n contin?a entre la realidad y la percepci?n ?tnica y racial de manera que los lectores de estudios recientes no pueden estar seguros de si lo que se est? discutiendo son factores gen?ticos o solamente atribuidos, y, si son atribuidos, si lo fueron entonces o ahora. Los mismos investigadores, aparentemente sin darse cuenta,
pasan a menudo de la descripci?n de percepciones de status y de raza del siglo xviii a la intromisi?n de percepciones propias. Esto nos indica que la percepci?n, entonces como ahora, presenta un problema crucial.18 17 Cf. Brading, 1973a, p. 389. 18 Vid. Brading, 1973a, p. 409 y Brading, 1971, pp. 20-21, para un ejemplo de confusi?n. Cf. Archer, 1974; Cook y Borah, 1974; Bailey
y Beezley, 1975; Brading, 1972; Carroll, 1973; y, muy importante,
Aguirre Beltr?n, 1972. Vid. en O'Crocley, 1972, reproducciones en co
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Brading ?culpable como el que m?s en lo que a esto se refie re? es m?s informativo cuando examina el status de los mineros y comerciantes de los finales del siglo xviii o, mejor todav?a, de aque llos que lograron el ?xito en Guanajuato. Con todo, hasta qu? pun to tuvo lugar un reordenamiento del status en las esferas m?s altas
de la escala social es todav?a incierto, puesto que no tenemos sufi ciente conocimiento del status social anterior a 1760 y lo que sa bemos de los comerciantes en particular est? en proceso de revisi?n para todo el per?odo colonial.19 Brading y otros han encontrado que no solamente la ocupaci?n es factor importante para entender la sociedad mexicana del siglo xviii, sino tambi?n las conexiones familiares y el origen regional.20
Parcialmente como resultado de las reformas borb?nicas lleg? a M?xico un n?mero mayor de inmigrantes procedente del norte de Espa?a y de M?laga, que correspond?a, respectivamente, a la pro moci?n gubernamental de los textiles y los puertos del norte de Espa?a y al favoritismo que otorg? G?lvez a sus paisanos malague ?os, as? como tambi?n ?hecho ?ste mejor conocido? a sus parien tes. La mayor?a de los inmigrantes llegaron siendo a?n j?venes y trabajaron como aprendices en el comercio o participaron mayori tariamente en el nuevo contingente de bur?cratas. Muchos de ellos nunca contrajeron matrimonio y aquellos que lo hicieron ?gene ralmente mayores de los treinta a?os? escogieron criollas cuando menos con la promesa de una herencia. Esta generaci?n de espa ?oles produjo una ?tica de frugalidad, trabajo y sobriedad, y una devoci?n hacia la religi?n y el ?xito material, dignas de un calvi nista.21 Si eran comerciantes pod?an muy bien llegar a ser propie lor de los muy conocidos grabados del siglo xvni, que representan t?r minos para las graduaciones ?tnicas. 19 Vid. Israel, 1975. Cf. Brading, 1971, parte i. 20 Brading, 1971. Vid. Brading, 1973a, p. 391, donde hace una ana log?a con el trabajo de Lawrence Stone. Vid. tambi?n Stone, 1971. 21 Brading, 1971, pp. 107-110; Brading, 1973c. Cf. Pazos, 1971, va lioso por las cartas de un joven inmigrante que progres? de cajero a
administrador general de la hacienda real en Michoac?n. Estos docu mentos a?aden vitalidad a lo que dice Brading sobre las actitudes y actividades de los espa?oles. Vid. tambi?n Flores Caballero, 1969. Brad ing indica que todav?a hay mucho que aprender acerca del papel, cam biante o est?tico, de la mujer en nuestro per?odo, sobre lo que muy poco se ha escrito hasta ahora. Una excepci?n es Gallagher, 1972.
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tarios de minas o tierras. En Guanajuato, estos hombres viv?an emu
lando a los burgueses de Francia o a los espa?oles afrancesados, se hac?an miembros de la Sociedad Econ?mica vasca, apoyaban los pro yectos de mejoras c?vicas, y educaban hijos criollos que m?s tarde administrar?an con ?xito las propiedades de la tierra y trabajar?an en?rgicamente como miembros de los ayuntamientos. Una vez m?s lo que se observa es una nueva conciencia y parte de ella es el surgimiento de una nueva ?tica de trabajo, punto que se nos anto jar?a sobresaliente dentro del tema "El trabajo y los trabajadores en la historia mexicana" alrededor del que gir? este a?o la V Re uni?n de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos en P?tzcuaro. La aparici?n de nuevas normas y valores en el per?odo final del siglo xvni mexicano merece ser examinada, cosa que no se ha hecho todav?a, tanto en relaci?n con los principios y objetivos admitidos del despotismo ilustrado cuanto con los conceptos asociados con la filosof?a de la ilustraci?n. Aqu? encontramos ya nuevos elementos en la mentalidad y en la sociedad, especialmente los de car?cter burgu?s. Sin lugar a dudas, alg?n reordenamiento de los valores sociales, as? como algunos cambios en el status social, deben ser considerados cuando menos indirectamente como resultados del pro
grama borb?nico.22
Los trabajos recientes, en especial el de Brading, nos han hecho cambiar algunas de las nociones relativas a los criollos en la socie dad mexicana. Los puntos sobresalientes son: Primero, que no so lamente los intelectuales criollos, sino tambi?n ?como hemos vis to? los hijos criollos de la ?lite espa?ola de Guanajuato, y la pri mera y segunda generaciones criollas de los S?nchez Navarro, de mostraron su inclinaci?n a ser m?s emprendedores, m?s moderados en sus gustos y modales, y socialmente ?tiles de lo que har?a supo ner el estereotipo criollo. Segundo, que aunque la audiencia pre dominantemente criolla de 1769 fue sustituida por G?lvez con la mayoritariamente peninsular de 1779, los criollos a?n reten?an un importante poder efectivo, tanto que, por ejemplo, en 1789 el viejo
oidor criollo Francisco Javier de Gamboa, por mucho tiempo ad versario de G?lvez, fue quien efectivamente manej? el gobierno de 22 Para un an?lisis, basado en datos hist?ricos espec?ficos, de los lazos entre los valores, las condiciones, los grupos sociales y el cambio social, vid. Moore, 1966. Cf. Weiner, 1975, y tambi?n el art?culo de Tilly en Tilly, 1975, y el prefacio a Liss, 1975.
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la Nueva Espa?a.23 Las facciones eran m?s complejas que lo que implica la divisi?n vieja y simplista de criollos y gachupines. Ter cero, que con las reformas, a pesar de que G?lvez sent?a cierto menosprecio por los criollos, ?stos obtuvieron m?s que nunca pues tos dentro del gobierno. Cuarto, que existen evidencias de una par
ticipaci?n num?ricamente mayor de criollos en el comercio, as? como
tambi?n en la miner?a y la milicia, aunque parece ahora que en a gunas regiones los espa?oles estuvieron m?s interesados que los crio llos en los honores y las comisiones militares.24 Finalmente, parece
ser que un n?mero mayor de criollos lograron una posici?n eco n?mica desahogada despu?s de los cambios de G?lvez, a pesar de que durante ese mismo per?odo sus quejas aumentaron. Es de suma importancia estudiar dos 'factores. Primero, el aumento de pobla ci?n. Considerando este hecho podemos preguntarnos si simplemen te hab?a m?s criollos, de manera que aunque el n?mero de emplea dos en el gobierno fuera mayor, tal vez el porcentaje de la totali dad fuera menor. El otro factor es ?una vez m?s? considerar la posibilidad de alteraciones en la percepci?n relativa a los criollos, al igual que el cambio num?rico de criollos, actividades y condi ci?n, y la interacci?n entre estos cambios.25
En suma, el ?nfasis que se ha puesto recientemente en el grado de cambio estructural ocurrido en M?xico a finales del siglo xviii ha
sido muchas veces exagerado. Lo que sucedi? con las reformas bor b?nicas nos hace recordar el per?odo inmediatamente posterior la conquista, cuando el gobierno busc? la imposici?n de un con trol real m?s riguroso y el aumento de los ingresos reales. El resu tado en ambos per?odos fue un compromiso, un arreglo informal mente negociado entre gobierno y subditos, lo que William Taylo
23 Brading, 1971, passim. Cf. Brading, 1973a, p. 401; Ladd, 1976. Un torrente de art?culos recientes discurre acerca de los cambios que hubo,
en el siglo xvm, en los puestos de los cabildos y audiencias hispanoame ricanos, cuyo control pas? de los criollos a los peninsulares. Estas con sideraciones deben ser comparadas: Barbier, 1972; Burkholder, 1972; Burrholder y Chandler, 1972; Campbell, 1972; Fisher, 1969; Chandler, 1976; Wortman, 1975. Burkholder tambi?n prepara un libro al respecto que aparecer? en 1977. 24 Cf. Liehr, 1970, p. 421; Brading, 1971, p. 310.
25 Bryan Hamnett (Hamnett, 1971a, p. 153) concluye que las re
formas borb?nicas debilitaron el control del gobierno central de la ciu
dad de M?xico sobre el resto del pa?s.
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llama "un gobierno colonial por apaciguamiento".26 David Brading est? equivocado: las reformas no constituyeron una "reconquista borb?nica de Am?rica" sino solamente un intento de ello, y aun as? es necesario un examen m?s cuidadoso y una mayor atenci?n en lo que se refiere a las cambiantes prioridades gubernamentales, a los efectos de la pol?tica internacional, a la guerra, al comercio y a sus repercusiones internas. Actualmente las nuevas aportaciones tien
den a reconocer la validez de las conclusiones a que lleg? Herbert Priestley hace sesenta a?os. Priestley consideraba que las reformas eran de car?cter esencialmente conservador y que representaban "el cumplimiento de una adherencia estricta a los m?ximos inte reses de la madre patria en cuanto a la riqueza productiva de la Nueva Espa?a. El peso del mantenimiento del imperio reca?a rigu rosamente en la m?s pr?spera de sus colonias.. ."J27
Por lo que toca a mi segundo tema de 1969, la ilustraci?n, trata remos de comprender por qu? la investigaci?n en los ?ltimos seis a?os ha hecho tan pocas contribuciones ?y esto en forma muchas veces accidental? al conocimiento de las ramificaciones que tuvie ron en M?xico los conceptos ilustrados. Hasta ahora, la ilustraci?n en Am?rica Latina ha sido estudiada por los historiadores estado unidenses con objeto de mostrar que el pensamiento entonces de actualidad penetr? en las otras Americas. Estos investigadores, y los
mexicanos tambi?n, han enfocado la cuesti?n en la relaci?n de mo dernismo y mexicanidad entre s? y con el m?s amplio ambiente cul
tural occidental. La tarea hoy en d?a es la de explorar la teor?a y
pr?ctica ilustradas en activa interacci?n en las condiciones mexicanas.
Solamente un autor lo ha hecho, Germ?n Cardozo Galu?, en su Michoac?n en el siglo de las luces,28 una excelente monograf?a sin pretensiones sobre el eclesi?stico ilustrado Jos? P?rez Calama, que relata cronol?gicamente las actitudes, ideas y actividades de algu nos laicos y oficiales de la iglesia ilustrados en relaci?n con la si tuaci?n del Baj?o, particularmente en las d?cadas de 1770 y 1780. Esta obra nos muestra las diversas formas en que fueron introdu cidas en M?xico las ideas y actitudes ilustradas por personas direc ta o indirectamente relacionadas con la reforma gubernamental. 26 Taylor, 1974, p. 410, Cf. Pietschmann, 1970. 27 Priestley, 1916, p. 388. Cf. Stein y Stein, 1970, pp. 102-104. 28 Cardozo Galu?, 1973.
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Voy a intentar ligar algunos de los hilos del libro al que me refiero, as? como de otros estudios, para mostrar algunas conexio nes entre la pol?tica espa?ola, las reformas borb?nicas, la ilustra ci?n, las condiciones mexicanas y las alteraciones ideacionales, siste
mas y conciencia, relacionando asimismo los datos de trabajos recientes con algunos anteriores cuyas observaciones considero to dav?a v?lidas.20 Volvamos a David Brading, quien se refiere al libro de Campillo y Coss?o como "la biblia de la reforma": Campillo y Coss?o, el ministro de hacienda que escribi? hacia 1740, encabez? toda una generaci?n de consejeros ilustrados de Carlos III y de Carlos IV, entre los que se contaban personas que patrocinaban las nuevas sociedades econ?micas y ministros de gobierno comprome tidos en el incremento de los recursos y del comercio nacionales. Sus prioridades en M?xico eran m?s abiertamente econ?micas que las de los funcionarios anteriores, que se hab?an conducido bajo las motivaciones oficiales de la salvaci?n del alma ind?gena y del man tenimiento del control espa?ol, y las menos oficiales pero sobreen tendidas de asegurar los lingotes para la corona. Anteriormente, la teor?a pol?tica de los Habsburgos se hab?an concentrado en el mo narca y se hab?a legitimado religiosamente, en ambos sentidos ?esto
es, apelando continuamente a la religi?n. Los ministros borb?nicos, ilustrados o no, se propon?an lograr un control estatal m?s estrecho y eficiente en M?xico para fortalecer los recursos y el comercio de Espa?a, y con este objeto planearon en la d?cada de 1760 la intro ducci?n de medidas basadas en principios asociados ?de acuerdo con sus planes? con la nueva "ciencia" de la econom?a pol?tica. Aun cuando las reformas en M?xico cambiaron no poco sus obje tivos iniciales, la legitimidad de las medidas introducidas se expre saba a menudo en t?rminos de utilidad, bienestar y , prosperidad nacionales, todas m?ximas de car?cter secular y orientadas estatal
mente. La pol?tica econ?mica represent? doblemente el papel 'de una nueva biblia, esto es, fue invocada tanto por los representantes del estado como por los de la iglesia en una forma que hasta en 29 vid. Whitaker, 1970. En relaci?n con Espa?a, vid. Anes, 1969; Elorza, 1970; Stricklen, 1971, especialmente pp. 167-199; Krieger, 1975. Sobre M?xico, vid. Casta?eda, 1973; Humboldt, 1970; Meyer, 1973; Lu que Alcaide, 1970; Mel?ndez, 1970; Moreno, 1970, 1972; Trabulse, 1975;
Castro Morales, 1970; Rurz Casta?eda, 1970; Wold, 1970.
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tonces hab?a estado reservada para los textos sagrados, y frecuente
mente suplant? a la teolog?a como recurso legitimador. Especialmente a partir de 1763 el estado espa?ol export? perso nas y pol?ticas a M?xico favoreciendo, y de hecho asumiendo, un nueva, vigorosa y estrecha relaci?n entre la colonia y la metr?poli Las reformas borb?nicas, y el sistema pol?tico entero, ya fuera aprobando o desaprobando esas reformas, contribuyeron a presen tar a los mexicanos oportunidades alternativas y posibilidades qu perturbaron los dos sistemas tradicionales de ideas que hab?an es tado hasta entonces sancionados por el gobierno: el sistema moral y el sistema imperial. El programa borb?nico difundi? una moralidad y una ?tica de car?cter secular. La religi?n qued? sujeta oficialmente a la reform racional y a un control m?s obvio por parte del estado. La corona expuls? a los jesuitas y comenz? a introducir instituciones educati vas, m?todos y curricula m?s modernos. Las autoridades eclesi?s ticas m?s altas eran abiertamente regalistas e ilustradas, y sus repre sentantes fungieron como destacados defensores de los principios y
aplicaci?n de la econom?a pol?tica. As?, obispos y otros cl?rigos d M?xico se comprometieron con programas para el mejoramiento econ?mico basados en principios fisiocr?ticos y, en la misma forma que los intendentes y otros funcionarios, tuvieron extremo cuidado
en limitar las reformas en cuanto ?stas pudieran competir con la
exportaciones peninsulares.30
Los numerosos criollos que formaban parte de la burocracia civil o eclesi?stica, y algunos m?s del ej?rcito y del comercio, cayeron bajo la influencia de los conceptos ilustrados espa?oles. ?ste
fue tambi?n el caso de los hijos de los funcionarios del gobiern y de otros criollos que ten?an contacto con esos funcionarios, los peri?dicos o los autores ilustrados, y de los predicadores y maestros reformistas. Muchos mexicanos asist?an entonces a las nuevas escue
las y academias auspiciadas por elementos laicos y dedicadas a im partir conocimientos m?s ?tiles, como el derecho y materias condu centes a formar expertos en la explotaci?n de los recursos natu rales, especialmente de la plata. 30 Para ejemplos recientes, vid. Cardozo Galu?, 1973; Malag?n
Barcel?, 1970. Dignos de compararse son G?ngora, 1975, y Dehainaut,
1972. Para la cuesti?n de los jesuitas, vid. Brading, 1971 y las nota
6 y 12, supra.
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La misma ideolog?a borb?nica oficial tan frecuentemente men cionada contribuy? a esparcir la idea de que la prosperidad eco n?mica y las reformas pol?ticas eran objetivos v?lidos, armoniosos y aun morales, deseables y dignos del inter?s general e individual. Los nuevos principios econ?micos y pol?ticos en boga en la corte, en los c?rculos filos?ficos y en las sociedades eruditas, y el apoyo oficial prestado a esas sociedades as? como a la creciente actividad privada minera, agr?cola y comercial, contribuyeron tambi?n a es timular a los criollos para que vieran en el inter?s personal una gu?a ?tica natural, as? como para que vieran en la b?squeda de conocimientos ?tiles, progreso material y desarrollo individual, el quehacer fundamental. La descripci?n que hace David Brading de las actitudes y de la vida social de algunas personas de la nueva ?lite de Guanajuato, y la exposici?n de Charles Harris de los valores y actividades de los S?nchez Navarro, demuestran que los tipos empresariales deben incluirse entre los indicadores de una visi?n m?s "moderna" en M?xico que se citan en obras anteriores, como el de las gestiones llevadas a cabo por algunos jesu?tas criollos y por otros intelectua les en favor de la reforma. Sin embargo, algunos ejemplos, como el
de los campesinos emprendedores citados por William Taylor, nos hacen pensar que lo que puede parecer una actitud moderna pu diera ser en parte simplemente la intensificaci?n y difusi?n de ten
dencias ( que ya exist?an con anterioridad. En todo caso, parcial mente a trav?s de las actividades gubernamentales, los mexicanos se vieron confrontados ante una perturbadora alternativa de orden moral, que les permit?a sentirse tranquilos al conferir un alto lugar
a la consecuci?n de intereses materiales personales, y de considerar el beneficio propio, en su aspecto liberal e ilustrado, como loable, tan compatible como fuera posible con los obejtivos del estado y el bienestar de la sociedad. En otras palabras, la moralidad secular present? en una forma positiva para los mexicanos la doble cara que frecuentemente se atribuye a muchos de los conceptos ilustra dos: lo beneficioso y lo adquisitivo. Hablaremos ahora del sistema imperial. En la d?cada de 1760 los ministros de Carlos III, buscando hacer del imperio espa?ol ?durante mucho tiempo llamado "la monarqu?a" y entendida ?sta como el conjunto de muchos reinos y naciones? "un solo cuerpo de naci?n", abjuraron del viejo sistema imperial. Clarence Haring dijo, en sus comentarios referentes a la incorporaci?n de los asun
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tos americanos y peninsulares dentro de unos mismos departamentos
en 1790, que "la vieja teor?a de los habsburgos acerca de la rela ci?n entre la corona y sus posesiones americanas hab?a sido igno rada u olvidada".31 Esta consolidaci?n, sin embargo, solamente viene
a confirmar lo que hab?a sido un hecho establecido desde hac?a tiempo en las relaciones borb?nicas con M?xico. En la d?cada de 1760 Espa?a era para los mexicanos la monarqu?a, y dentro de ella M?xico representaba literalmente su lugar de nacimiento o patria, la misma que albergaba espa?oles, espa?oles americanos, gente de origen mixto y numerosas naciones ind?genas: una entidad por de recho propio, y al mismo tiempo un miembro de otra entidad m?s amplia, la imperial (un verdadero conglomerado). Pero a par tir de ese momento el concepto "patria" fue adecu?ndose cada vez m?s al de "naci?n", especialmente en las declaraciones del gobier no y de las nuevas sociedades econ?micas llamadas tambi?n patri? ticas. En el uso del gobierno, la "naci?n" ven?a a remplazar a la "monarqu?a" y la "naci?n" era a menudo invocada como la suprema fuerza de motivaci?n y como un incentivo patri?tico. En efecto, el gobierno remplazaba "monarqu?a imperial" por "naci?n soberana" insistiendo en que la Am?rica espa?ola era parte integrante de una entidad org?nica espa?ola, esto es, dotando a los mexicanos con una nueva e indeseada teor?a de adhesi?n a Espa?a, mientras que ellos mismos se refer?an a "la naci?n" correlacion?ndola incesante mente, no con el viejo concepto pol?tico de imperio espa?ol ni con la nueva interpretaci?n oficial, sino con lo que frecuentemente se refer?a a su patria americana, M?xico.32 si Haring, 1963, p. 107. 32 vid. Korn [Liss], 1969; Liss, 1975. Para el origen y desarrollo de algunos s?mbolos de la nacionalidad mexicana. Vid. Lafaye, 1974, y mi rese?a de ?ste, que ser? publicada en la Hispanic American Historical Review. Las actitudes europeas y mexicanas del siglo xvni, y que apa recen en algunos trabajos escritos acerca de los ind?genas mexicanos, se encuentran clasificadas en Keen, 1971, pp. 217 ss. Este sumario m?o de los aspectos del surgimiento de un clima ideol?gico corrobora en al gunos aspectos los importantes puntos de vista de Mario G?ngora (G?n gora, 1975), en lo que concierne globalmente al siglo xvm en la Am?
rica Espa?ola, pero va m?s all? de su breve menci?n del cambio que tuvo lugar en el sistema imperial. No obstante, los ensayos de G?ngora se pueden considerar como ejemplares por su enfoque hacia las cues tiones fundamentales, su sensibilidad para precisar matices, su confron
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Con objeto de redondear nuestro concepto de la ilustraci?n en M?xico considero como particularmente importantes cinco puntos generales. Primero: Tal como estudiosos de la ilustraci?n europea reconocen actualmente, se trataba de un movimiento cultural ten diente a dominar a otros, de manera especial a aquellos cuyos com ponentes hacia la mitad del siglo xvni eran emocionales o religio sos, como la filosof?a: "el esp?ritu cr?tico y filos?fico no pueden ya
estar separados de la ciencia, la historia, la jurisprudencia y la po l?tica, o confinados al mero campo de la especulaci?n abstracta".33 Segundo: En M?xico, como en cualquier otra parte, el despotismo ilustrado conten?a en sus principios b?sicos una combinaci?n de autoritarismo y de determinados principios ilustrados, y dentro de este contexto las reformas borb?nicas y la ilustraci?n deben ser entendidas t globalmente, porque no pueden ser comprendidas to mando aisladamente un elemento sin tener en cuenta el otro.34 Ter
cero: Esto quiere decir que en M?xico la ilustraci?n debe enten derse tanto como perteneciente al ala reformista del establishment cuanto como parte integral de la reacci?n contra el mismo. Cuarto: Las ideas econ?micas liberales merecen especial atenci?n como im portantes componentes de las ideas y actitudes ilustradas. Final mente, los cambios en el concepto oficial espa?ol de sistema impe rial y su justificaci?n de acuerdo con los principios ilustrados y las medidas gubernamentales ?las reformas borb?nicas? adoptados en nombre de nuevas teor?as relacionadas pol?tica y econ?micamente, contribuyeron al debilitamiento de algunas de las bases ideol?gicas, hasta entonces v?lidas, de lealtad de los criollos para con Espa?a, y a poner de moda en M?xico las nuevas ideas de una moralidad secular, de una naci?n m?s activa y soberana, y de una ciudadan?a nativa m?s automotivada y p?blicamente comprometida. Hemos llegado aqu? al tercer inciso de mi trabajo de 1969: los an tecedentes de la independencia. Har? s?lo una breve menci?n de los nuevos descubrimientos al respecto. Muchos de los m?s recientes
taci?n de las intuiciones a la informaci?n fidedigna y por su inclu
si?n de evidencias disonantes. 33 Whitaker, 1970, p. 266. Para una buena discusi?n reciente de la ilustraci?n dentro de su m?s amplio contexto europeo, vid. Krieger, 1970.
34 Krieger, 1970, 1975.
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estudios consideran el acta de consolidaci?n de 1804 como tendiente
a unificar lo que previamente hab?an sido grupos sociales e indi viduos dispersos.85 Tenemos aqu? nueva informaci?n explicativa de la educaci?n de Miguel Hidalgo, su formaci?n, su captura y la raz?n de que muchos criollos se le opusieran.36 Pero, dentro de todo, M?xico aparec?a m?s que nunca ?como dec?a Bol?var de la Am?rica espa?ola en general? hu?rfano, no solamente como ?l lo sugiri?, por el hecho de la invasi?n napole?nica en Espa?a, sino m?s bien por
las rivalidades internacionales y las guerras, los cambios en la pol? tica espa?ola, las maniobras e ideolog?a oficiales asociadas con el sistema imperial, la debilidad espa?ola, las condiciones y reaccio nes mexicanas y el entrecruzamiento de tensiones dentro de la so ciedad mexicana alimentados por todos estos factores. Todo eso contribuy? a que M?xico se encontrara a la deriva. Independiente mente de que Espa?a dejara escapar o no en manos de sus subditos el tipo de t?cnica que justamente necesitaban para derrocarlos, como
todos los imperios paternalistas, de acuerdo con la opini?n de un art?culo reciente sobre "el reino del petr?leo" de las grandes com pa??as petroleras, muchos subditos espa?oles residentes en M?xico aprendieron algunas lecciones de la madre patria que resultar?an perjudiciales para ella, y esto a pesar de que algunos estudios sub secuentes de la historia de M?xico nos revelen que estas lecciones involuntarias fueron en realidad de menor importancia de lo que se pensaba.37 35 Vid. nota 6, supra; Flores Caballero, 1974, pp. 28-65; Hamnett, 1969; Lavrin, 1973. 36 Brading, 1970c; Villase?or Espinosa, 1973; Bachman, 1971; Ha rris, 1975; Cardozo Galu?, 1973; Pompa y Pompa, 1972; V?zquez, 1976. 37 Harris y Katz (Harris, 1975; Katz, 1974), entre otros, han en contrado cuando menos una mejor periodicidad (de 1750 a 1850) en lo que se refiere a los sistemas de la tierra. Los Stein (Stein y Stein, 1970) caracterizan el siglo xix como intensificaci?n del xviii, como "neocolo nial". Sin duda existe la necesidad de estudiar la continuidad y el cam
bio a lo largo de toda la historia mexicana a partir de la conquista
espa?ola, y en lo que respecta al siglo xvm habr?a que considerar estos dos aspectos tanto del lado mexicano como del peninsular. Entre los recientes intentos por lograrlo, el mejor es el de Moreno Toscano y Florescano (Moreno Toscano y Florescano, 1973). Cf. G?ngora, 1975. Debemos tambi?n comprender m?s ampliamente las semejanzas y di ferencias entre una y otra d?cada de las postrimer?as del siglo xvui.
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Valdr?a la pena, en vista del estado actual de los estudios relativos
a la historia de M?xico en el siglo xviii, repetir algunos comenta rios pertinentes hechos recientemente a prop?sito de la situaci?n general de las disciplinas hist?ricas. Lo que he seleccionado ?en cierta forma al azar? ha sido escogido por su aplicabilidad para ex plicar y tratar de alcanzar una rectificaci?n de algunas de las incon sistencias m?s notorias a que me he referido. Yo sugerir?a, antes que nada, que en alg?n momento durante la primera etapa de una investigaci?n todo historiador siguiera el consejo de Eric Hobsbawn y se preguntara: ?Qu? temas y problemas han llamado m?s la aten ci?n en los a?os recientes? ?Cu?les son los problemas que tienden a complicarse? ?Qu? es lo que est?n haciendo las gentes m?s bri llantes? Hobsbawn a?ade: "Las respuestas a estas cuestiones no nos eximen de hacer un an?lisis, pero sin ellas no podemos ir demasia
do lejos".38
Dos suposiciones son inherentes a esta cuesti?n que nos ocupa: Primero, que escribir sobre historia es en parte hacer comentarios de los conocimientos hist?ricos que se tienen en la actualidad, de manera que es necesario estar al corriente de la literatura existente y de las tendencias y resultados obtenidos, tanto en la disciplina en general como en lo particular en la materia elegida como ob
jeto de estudio, y que la existencia de esta literatura debe ser
reconocida en el trabajo realizado. Segundo, que el vivir y compro meterse dentro de la discusi?n hist?rica tiene mayor validez que solamente el mantenerse al corriente de ella. Libros enteros se han
escrito acerca de la importancia de la historia, y los nuevos deben escribirse a la luz del presente. Dos testimonios bastar?n para mos trar la funci?n social de la historia: El primero es de Immanuel Wallerstein, quien dijo que "relatar el pasado es un acto social del presente, llevado a cabo por hombres del presente, y que afecta el sistema social del presente".39 El segundo testimonio es de J. G. A.
Pocock: "Hay culturas cuya continuidad de transformaci?n ha sido explicada tan satisfactoriamente que las angustias existenciales del yo temporal no han tenido cabida como factor dominante, y esto, se
puede decir, ha sido la funci?n.. . de la labor del historiador como 38 Hobsbawn, 1971. 39 Wallerstein, 1974. Un an?lisis de este asunto es el tema central de Berger y Luckrdann (Berger y Luckmann, 1966).
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distinta de aqu?lla del fil?sofo de la historia. El historiador hace del tiempo algo tolerable al llenarlo de vida".40 El comentario de Pocock arroja luz a otros importantes proble mas contempor?neos que afectan el quehacer de la historia. Har? tres observaciones a este respecto. La primera, que en nuestra cul tura, que tanto en las altas como bajas, ha venido experimentando angustias existenciales en abundancia, ha habido una cierta tenden cia a rodear a la historia y a los historiadores de un halo de no ser socialmente ?tiles. Como respuesta a este alegato algunos acad?mi
cos han puesto un ?nfasis creciente en las continuidades de la
historia, y aun podemos observar otras posturas algo ingenuas como
la de Michael K?mmen, quien afirma que la caracter?stica funda mental de la historia americana ha sido la de vivir compitiendo con la paradoja.41 La segunda, que la percepci?n de la crisis en la d?cada de los sesentas evoc? tendencias a enfocar conceptos de dependencia o de modernizaci?n, e intensific? discusiones de todas clases acerca del examen de los elementos ideol?gicos. Uno de los resultados obtenidos fue el de una comprensi?n m?s clara, tanto del
per?odo en s? como del enfoque tradicional que se le confer?a, resultado muy ?til para los historiadores que reflexionan y que tratan de encontrar una explicaci?n de las hip?tesis que se dieron por seguras en el pasado, as? como de las suyas propias. Entre las respuestas saludables que ha habido se ha abogado por tratar a la ideolog?a misma como un t?rmino de valor neutro y dentro de un contexto hist?rico espec?fico.42 Se acude a Max Weber y a Karl Marx en apoyo de alg?n enfoque o idea de organizaci?n. En lo que se refiere a Marx, una figura generalmente m?s controvertida que la de Weber entre los historiadores de Estados Unidos, se impo 40 Pocock, 1969, p. 301. Habr?a que comparar estas afirmaciones con los puntos de vista de Duberman (Duberman, 1969). 41 K?mmen, 1972. Cf. Thompson, 1972, cap. 4, para una estimu lante discusi?n acerca de la paradoja y la personalidad, y por sus puntos
de vista de las crisis que afectan a la historia. Para la continuidad,
entre otros muchos, vid. G?ngora, 1975; Krieger, 1970. 42 vid., por ejemplo, los comentarios de Pole, 1969, p. 217. Bailyn (Bailyn, 1967) ha ayudado a hacer respetable el concepto de ideolog?a entre los historiadores de Estados Unidos. Vid. tambi?n la introducci?n
a Liss, 1975. "Dependencia" aparece, por ejemplo, empleado por los
Stein y Frank (Stein y Stein, 1970; Frank, 1974). Para "modernizaci?n", vid. Jaguaribe, 1973; Tilly, 1975.
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ne otro comentario de Eric Hobsbawn: "No tenemos necesariamente
que estar de acuerdo con las conclusiones de Marx ni con su me todolog?a; pero no ser?a prudente que descuid?ramos el estudio de un pensador que, m?s que ning?n otro, ha definido o sugerido el esquema de las cuestiones hist?ricas que invaden hoy en d?a el campo de estudio de los cient?ficos en materia social",43 y a?ade: "La vida ser?a mucho m?s f?cil si nuestra comprensi?n de la his toria se lograra exclusivamente a trav?s ,de aquellos con quienes simpatizamos o estamos de acuerdo en todas las cuestiones p?blicas y aun en las privadas".44 Por desgracia algunas veces una aprecia ci?n inteligente de las cuestiones hist?ricas se pierde en medio de puntualizaciones ideol?gicas. Mi tercera observaci?n, para volver con las afirmaciones de Po cock y concretamente a su comentario del historiador que hace del tiempo "algo tolerable al llenarlo de vida", es que una combina ci?n de la situaci?n actual, el entrenamiento y las inclinaciones na turales de la mayor?a de los historiadores rara vez conducen a crear
"una sensaci?n de vida", en el sentido de "vitalidad", en lo que se realiza en materia de historia, y particularmente en la historia de M?xico escrita por autores no mexicanos. Martin Duberman lo dice brevemente: "Parecemos desconfiar de los historiadores que nos emocionan, pero no de los que nos aburren".45 ?Qu? es entonces lo que debemos de hacer respecto de la his toria de M?xico en el siglo xvni? En primer t?rmino creo que de bemos hacernos preguntas estrictas, formuladas a partir de nuestro
conocimiento de la historia en general y de la porci?n que nos co rresponde en nuestra investigaci?n en particular, en lugar de per mitir que un tema escogido al azar o la acumulaci?n de datos nos hagan caer de bruces.
Desgraciadamente carecemos de un modelo ?o modelos? que integran la realidad generalizada y los conocimientos dentro de un panorama global del per?odo, que sirva ya sea como punto de par tida o para agudizar nuestro sentido cr?tico. Quiz? lo que m?s se acercar?a a ese modelo ser?a la obra de Chevalier y del mismo modo
el gran n?mero de trabajos sobre sistemas agrarios. Yo he encon trado la inspiraci?n para elaborar, tentativamente, un marco de re 43 Hobsbawn, 1971, p. 29. Vid. Nolte, 1975; Ashcraft, 1972. 4* Hobsbawn, 1971, p. 20. 45 Duberman, 1969, p. 59.
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ferencia en estudios paralelos acerca de la historia colonial de los Estados Unidos y en lo que se ha escrito sobre historia europea en lo que se conoce ?no estoy segura si correctamente? como la ?poca de la revoluci?n democr?tica.46
Aunque pueda parecer antit?tico con respecto a mi anterior afirmaci?n, yo pienso que necesitamos tener mayor fe en nuestras corazonadas, en nuestros presentimientos, lo que significa tener fe en nosotros mismos. A medida que aprendemos a pensar hist?rica mente deber?amos entrenar nuestras intuiciones para que nos sir vieran como gu?as y colaboradoras en la formulaci?n de nuestras hip?tesis; deber?amos tambi?n esforzarnos por tener un contacto permanente con estas intuiciones. Es necesario mantener un di?lo go con nuestras percepciones, al igual que con otros historiadores, y con ?stos deber?amos tratar temas sustanciales y m?todos y no simplemente tener peque?as charlas profesionales. Tenemos que aprender a hablar de historia en vez de hablar en torno a la historia.
De acuerdo con el cat?logo de una reciente exposici?n de arqui tectura en el Metropolitan Museum of Art, el mejor trabajo fue realizado por artistas que pose?an "una fuerte trayectoria personal,
una firme convicci?n en las ideas y un excelente sentido de la t?c nica". Creo que esta descripci?n es justamente la adecuada para calificar a los buenos historiadores. ?stos son tambi?n buenos arte sanos, puesto que el t?rmino implica el hallazgo y dominio de los ?tiles necesarios para realizar el trabajo. Para escribir temas hist? ricos es muy necesario poner una escrupulosa atenci?n en el uso del lenguaje, con precisi?n y hasta con estilo. Por el otro lado, dentro de esta escala, es tambi?n muy necesario saber a?adir el siguiente gran paso consecutivo en el tema que se est? estudiando. La b?squeda de precisi?n y de ampliaci?n es parte de la creativi dad hist?rica; el deseo de manejar y dominar el detalle, pero siem pre buscando nuevos universos, conduce con frecuencia al j?bilo de un nuevo descubrimiento, y aun a la satisfacci?n de proporcio nar un mayor placer al lector. 46 Para la historia europea un buen punto de partida puede ser la bibliograf?a de Krieger (Krieger, 1970), ampliada por Hobsbawn (Hobs bawn, 1962), y algunos trabajos m?s recientes. Para el per?odo corres pondiente en la Am?rica del Norte brit?nica, vid. introducci?n a Greene, 1968, que proporciona un panorama historiograf?a) de esas fechas.
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El plantear nuevas preguntas a un material aparentemente viejo puede producir sorprendentes y emocionantes resultados, llevar m?s lejos el conocimiento y estimular la investigaci?n. As? por ejemplo,
al llevar a cabo ?por pedido? un trabajo sobre la influencia de la declaraci?n de la independencia de los Estados Unidos en Am?rica Latina descubr? que se hab?a dicho muy poco o casi nada en las ?ltimas d?cadas acerca de las relaciones de los Estados Unidos con Am?rica Latina antes de 1808, y que estos contactos iniciales resul tan ser suficientemente importantes para M?xico en particular; tan to, que han permitido desarrollar este tema y realizar un libro, mis
mo que est? en proceso actualmente.47 La b?squeda de nuevos marcos de referencia conceptuales puede resultar fruct?fera mientras no se trate ?nicamente de modas ef? meras. El t?tulo de Kuhn, Structure of scientific revolutions, popu lariz?, casi exageradamente, el concepto de paradigma, pero tambi?n
inyect? vigor y propuso nuevas dimensiones a los estudios de las revoluciones y llam? la atenci?n sobre la importancia de las ideo log?as en la estructuraci?n de hip?tesis y explicaciones del cambio.48
Actualmente el inter?s por la historia de una familia, y como re sultado el inter?s por la ni?ez, la educaci?n, la vejez y la relaci?n de los padres con los hijos, nos proporcionan 'nuevas formas de introducirnos en el pasado, y pueden tambi?n coadyuvar al desarro
llo de la biograf?a y la demograf?a, dos tipos de trabajo imprescin dibles para el conocimiento de las postrimer?as de la colonia en
M?xico.49
Estos comentarios de car?cter general han sido presentados, en cierto sentido, para argumentar en favor de la importancia que tiene una toma de conciencia sobre el enfoque personal de la his toria, que representa tambi?n nuestra propia historia personal y nuestras tendencias particulares, as? como una toma de conciencia
de los factores no materiales dentro de la historia. Esto ?ltimo debe
incluir tanto el reconocimiento de que "la historia intelectual iden tifica", como dice Paul Conkin, "no un campo, sino una dimensi?n 47 Vid. nota 12, supra. 48 Kuhn, 1970. Para algunas de sus repercusiones, vid. Kramnick, 1972. 49 Vid. Graham y Smith, 1974; Hamill, 1971; Chipman, 1971. Cf. Kagan, 1974; Lasch, 1975a, 1975b.
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necesaria de la historia",50 cuanto que entre los aspectos de la con ciencia omnipresentes en la historia se encuentran elementos emo tivos e irracionales, dimensiones a las que se les ha prestado atenci?n
insuficiente, y no solamente en la actualidad.51 Relacionado con esto menciono tambi?n la importancia que tiene el comprender los s?mbolos y el lenguaje simb?lico del pasado, ?reas que han sido consideradas generalmente como esot?ricas por los escritores no me
xicanos de la historia de M?xico, aunque esto no es siempre el caso cuando se trata de escritores mexicanos.
En resumen, dir? que se ha realizado un buen n?mero de in vestigaciones en lo que se refiere a la historia de M?xico en el si glo xvni, pero inclusive los trabajos recientes requieren revisi?n. Los
estudios publicados en los ?ltimos seis a?os denotan el tiempo y el esfuerzo tremendos que se han invertido para recopilar y ordenar muchos datos e informaci?n, y nos muestran un esp?ritu de explo raci?n dirigido m?s que nunca al estudio de los sistemas y proceso* de cambio. Es un hecho que la realizaci?n de estudios hist?ricos es por naturaleza un proceso de ordenamiento, y sin embargo nues tros conocimientos de la ?poca final de la colonia en M?xico per manecer?n en el estado actual de confusi?n mientras los estudiosos de la historia se aferren a la idea de sostener sus prerrogativas par ticulares en lo que se refiere a las cuestiones importantes y no es cojan el enfoque y el m?todo m?s apropiados para examinarlas. Hemos ganado en datos, monograf?as, perspicacia iluminadora, pero todav?a nos hace falta un panorama englobador de primer orden acerca del siglo xvm mexicano.
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EXAMEN DE LIBROS Alonso de Molina: Confesionario mayor en la lengua mexica na y castellana (1569) [4? ed., facsimilar de la 2?], introduc
ci?n por Roberto Moreno, M?xico, Universidad Nacional Aut?noma de M?xico, Instituto de Investigaciones Biblio gr?ficas, 1975. ?Suplementos al Bolet?n, 1.? Rese?ar un libro a m?s de cuatrocientos a?os de su publica
ci?n (1565) puede parecer empresa de ingl?s exc?ntrico o de argen
tino apellidado Borges. No es as?, sin embargo, pues si bien la urgencia que llev? a la redacci?n y edici?n de esta obra y a sus sucesivas reediciones (1569 y 1578) ha desaparecido, el libro mismo nos ha quedado como testimonio de una de las tareas m?s gene rosas que conoce la historia, la llamada "conquista espiritual" de M?xico. El Confesionario mayor de fray Alonso de Molina ?aquel Alonsito que su madre viuda entreg? a los religiosos franciscanos para que les sirviera de int?rprete y diera a "entender a los indios los misterios de nuestra fe"? forma parte de la copiosa literatura catequ?stica en n?huatl que los franciscanos dejaron a sus sucesores para que su labor fuera "m?s f?cil y suave". No s? cu?ntos a?os haya cumplido este confesionario con su prop?sito original; en la actualidad es una joya bibliogr?fica que la acertada visi?n del Ins tituto de Investigaciones Bibliogr?ficas ha hecho de nuevo accesible.
Por tratarse de una edici?n del siglo xvi parecer?a indicado dete nernos en la descripci?n de sus caracter?sticas tipogr?ficas, pero nos
dispensan de ello sobradamente los trabajos de Millares Cario, Zulaica y Valt?n. A su vez, Roberto Moreno en su interesante y bien escrita ?pero ?ay! tan breve? introducci?n a esta reedici?n ha destacado la importancia de la obra como fuente hist?rica. A partir de ejemplos muy bien seleccionados, Moreno nos va hacien do ver la utilidad del Confesionario para el estudio del n?huatl y de la religi?n y las costumbres precortesianas, que salen a luz "por el af?n de localizar idolatr?as" propio de los misioneros. Tam bi?n, aunque en forma limitada, el texto ofrece informaci?n sobre temas econ?micos y sobre el trato entre espa?oles e indios. Pero b?sicamente ?y es ?ste un punto sobre el cual no insiste Moreno,
quiz? por considerarlo obvio? este tipo de libros es, como dije 316
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EXAMEN DE LIBROS
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antes, testimonio de una empresa claramente definida: la cristiani zaci?n del indio.
Esta tarea ?tan exaltada por algunos como minimizada por otros? presenta desde luego graves problemas para su comprensi?n cabal, ya que el panorama cambia por completo si se la ve desde el punto de vista del evangelizador o del evangelizado, si lo que se examina es la intenci?n o el resultado. Pero con todas las salveda des que se quieran, la lectura de estas obras es un rotundo ment?s a la difundida opini?n de que "la conversi?n de los ind?genas fue un hecho por lo que se refiere a su absoluta sumisi?n al clero re gular y secular, [pero] la mentalidad de las multitudes, su con cepto sobre la divinidad y las relaciones de los dioses con la natu raleza y con el hombre y los deberes de ?ste para con aqu?llos, no cambiaron en modo alguno" (M. O. de Mendiz?bal). Un ment?s a todos aquellos que sostienen, en suma, que los misioneros se li mitaron a dar un barniz cristiano a las creencias ind?genas y vieron
?sin mayor esc?ndalo? c?mo el santoral cat?lico se convert?a en disfraz de los dioses prehisp?nicos. Para resolver el problema con viene ver estos confesionarios y catecismos que son, junto con la correspondencia de los religiosos, la mejor fuente para el estudio de la meta que se hab?an propuesto. Y aunque es evidente que de la intenci?n no puede inferirse el resultado, su examen puede aclarar si hubo o no desviaciones, o qu? elementos extra?os provocaron un final imprevisto. Volvamos, pues, a fray Alonso de Molina y, consider?ndolo como
uno entre muchos, veamos cu?les eran sus prop?sitos. ?l mismo los asienta muy llanamente al afirmar que su deseo es proporcionar a los penitentes "materias ?tiles y necesarias... para saberse confe sar y declarar sus pecados y circunstancias de ellos, y no menos ?tiles para los confesores y predicadores para entender muy bien a los penitentes y para predicar en los pulpitos las materias espi rituales y de iglesia" (f. 2r-v). Prop?sito modesto y limitado, sin duda alguna, pero tras el cual est?, como base y fundamento, la conversi?n plena de la mentalidad ind?gena, pues si falta esta pre misa ni ?ste ni ning?n otro libro de este tipo tienen sentido. En efecto, si el ind?gena no ha abandonado sus antiguas creencias, si no ha mudado realmente su visi?n del mundo, todo lo dicho y es crito por los misioneros no pasar? de ser "bronce que suena y c?m balo que reti?e", y el cristianismo de los naturales un mero formu lismo vac?o.
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EXAMEN DE LIBROS
Es posible, como se?ala Moreno, que fray Alonso haya tomado como modelo para su Confesionario alguno de los espa?oles m?s en uso por aquel entonces. As? parece desprenderse del "Pr?logo" dirigido al penitente, en el que, con gran acopio de citas b?blicas y patr?sticas, se le exhorta a "buscar y conocer los pecados que te tie nen puesto en peligro" (7r). Pero poco a poco va desapareciendo el aparato erudito y empieza a verse la circunstancia peculiar de la que ha surgido el libro. Ya las preguntas que se hacen antes de la confesi?n permiten ver que se trata de una iglesia de ne?fitos: "?Eres bautizado, recibiste de todo tu coraz?n el agua, de Dios que se dice bautismo? ?O por ventura lo tuviste por cosa de burla o lo recibiste siendo forzado y te llevaron arrastrando a que te bauti zases?" (ISr). Las preguntas van singulariz?ndose as? cada vez m?s, hasta que son tales que s?lo son pensables dirigidas a un ind?gena mexicano. En todas ellas se manifiesta el prop?sito del confesor de llegar a lo m?s ?ntimo de la conciencia del penitente y limpiar desde dentro, por as? decirlo, cualquier rastro de idolatr?a. En todo el libro es evidente la intenci?n de lograr la transformaci?n de los naturales en cristianos cabales. El Confesionario muestra la gran
agudeza del franciscano para localizar los posibles tropiezos y pe ligros que asechan al ne?fito. Es notable tambi?n que en ning?n momento se limite a ordenar o a prohibir, sino que se esfuerza por que el indio comprenda las razones de tal mandamiento o tal prohibici?n. Conoce a fondo los usos, costumbres y creencias de los naturales y de ning?n modo quiere propiciar la fusi?n entre ellas y las propias del cristianismo; por ello, quiz?, las alusiones a la virgen y a los santos pueden contarse con los dedos. Por su nombre
s?lo se mencionan los que citan como autoridades y aquellos que aparecen en la "Confesi?n general" (si bien se a?ade a san Fran cisco) ; las otras menciones son gen?ricas ("?Dijiste alguna vez mal de Dios y de sus amados santos?") y por la lista de las fiestas nos enteramos de que fuera de la de san Pedro y san Pablo no se guar da la de ning?n otro santo, ni de ninguna advocaci?n ma?ana. La virgen de Guadalupe ni siquiera se nombra. Puede decirse, pues, que el texto es enteramente cristoc?ntrico y es evidencia del es fuerzo por hacer llegar el cristianismo en su forma m?s pura a los naturales. A este respecto, el libro guarda algunas sorpresas. Por ejemplo, de todos los mandamientos es en el s?ptimo ("no hurtar?s") donde se detiene m?s largamente el confesor y donde el examen de con
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EXAMEN DE LIBROS
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ciencia es m?s minucioso. Esto, que a primera vista podr?a hacernos
pensar en una propensi?n ind?gena a adue?arse gustosamente de lo ajeno, es adem?s expresi?n de una actitud de la iglesia que se remonta a sus primeros tiempos: la repugnancia a la acumulaci?n de capital producida por el comercio. Una y otra vez, las pregun tas parten de una identificaci?n entre comercio y enga?o. Para este
franciscano, como para toda la tradici?n de la iglesia, el comer ciante no puede ser bueno, los peligros a los que su oficio lo ex pone son tantos que s?lo por milagro dejar?a de pecar. As? ya en la "Amonestaci?n" se le pide al penitente que recuerde "si fuiste mercader para que tengas memoria de todos los enga?os y da?os que hiciste" (lOr) y toda la secci?n dedicada al s?ptimo manda
miento machacar? sobre el mismo punto. Este texto resulta divertido por la mezcla del horror franciscano hacia el dinero y el conocimien to pr?ctico de las burlas y trampas de los marchantes ind?genas.
Por otro lado, el libro muestra tambi?n la penuria en que se viv?a por lo que se refiere a hombres preparados en diversas acti vidades necesarias a la sociedad; esto hace que el padre Molina in cluya algunas materias que podr?an parecer impertinentes, al grado
que Moreno, para evitar "la impresi?n de desorden producida por una lectura superficial", glosa el contenido "a fin de mostrar su congruente estructura interna" (pp. 13-14). De hecho, si no tene mos en cuenta la escasez de sacerdotes y de escribanos no vemos por qu? un confesionario ha de tratar "de c?mo han de bautizar en necesidad los que tienen cargo del bautismo" (21v-26r), ni por qu? en el s?ptimo mandamiento han de aparecer las preguntas que
deben hacerse a "los que se quieren casar por la santa iglesia"
(45r-58r) y largos avisos a los escribanos sobre c?mo redactar un testamento (58-63v). Se agregan adem?s las disposiciones para ga nar un jubileo y para prepararse a recibir la confirmaci?n. Fray Alonso parece ponerse en el lugar de los penitentes y se esfuerza por llenar cualquier laguna en sus conocimientos y por resolver cualquier duda. P?gina a p?gina, el libro va dibujando la imagen del cristiano ejemplar, de aquel para quien Jesucristo es meta y punto de partida. Podr?a decirse que casi no hay rengl?n que no est? encaminado a hacer que el indio comprenda y viva el nuevo mandamiento dado por Cristo. Por ello, este Confesionario resulta un espejo en el que ?presuponiendo siempre una formaci?n cris tiana b?sica, pero muy s?lida? el hombre podr? reconocer sus fal tas y enderezar sus caminos.
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EXAMEN DE LIBROS
Roberto Moreno tiene raz?n: es necesario recoger los datos dispersos en todas estas obras a fin de lograr una visi?n m?s pre
cisa tanto de la labor de los misioneros ?en el campo religioso y en el ling??stico?, como de las condiciones de vida de los natu rales en ese primer siglo de dominio espa?ol.
Elsa Cecilia Frost El Colegio de M?xico
Doris M. Ladd: The Mexican nobility at independence ? 1780-1826, Austin, University of Texas, 1976, 316 pp., ap?n dices, bibliograf?a e ?ndices. ?Latin American Monographs,
40.?
Este estudio de los nobles de M?xico es uno de los mejores del g?nero de la biograf?a colectiva que han sido publicados en los ?ltimos a?os. No s?lo describe con cuidado la historia de las se
senta familias nobles que actuaron en la Nueva Espa?a de 1780 hasta la abolici?n de los t?tulos nobiliarios en 1826, sino que ana liza lo que significaba la nobleza en la vida econ?mica, pol?tica y social de la ?poca. Al seleccionar la nobleza como tema la autora logra un primer acierto: tener entre manos un grupo que est? bien definido entre s? y ante la sociedad. M?s a?n, debido a las exigencias legales del gobierno y a los deseos ego?stas de los mismos nobles, qued? tes timonio escrito sobre su linaje, fortuna, servicios y actividades eco n?micas, registro contenido en su mayor parte en el ramo V?nculos
del Archivo General de la Naci?n. As?, con relativa facilidad, se cumple uno de los requisitos b?sicos de esta clase de investigacio nes, o sea, asegurar que "est?n todos los que son y son todos los
que est?n".
Confrontada con una cantidad inmensa de informaci?n sobre
la vida, pleitos, esc?ndalos y riqueza de la ?lite novohispana, la autora evita la tentaci?n de quedar en la cr?nica o en el anecdo tario de los individuos. Procura analizar las caracter?sticas del gru po siguiendo sus vidas, relaciones sociales, ocupaciones, intereses econ?micos y pol?ticos. Se divide el libro en ocho cap?tulos: or? genes de la nobleza mexicana, los nobles como plut?cratas, la vida
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EXAMEN DE LIBROS
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social de la ?lite, el mayorazgo, quejas de los nobles al momento de la independencia, su actuaci?n en la guerra de insurgencia, ruina y sobrevivencia, y conclusiones.
Lo que tal vez sea de m?s inter?s es el an?lisis detallado de la actividad econ?mica de las familias nobles. La mayor?a hizo su fortuna en uno de tres campos: la miner?a, la agricultura o el comercio. Algunos que se dedicaron al comercio internacional, especialmente despu?s de la declaraci?n del libre comercio en 1778, diversificaron sus inversiones hacia la econom?a local. Los nobles no se limitaron a la extracci?n de materias primas, el cultivo de granos o la cr?a de ganado, sino que construyeron verdaderos mo nopolios verticales en que produc?an, procesaban, transportaban y vend?an sus productos. As?, cuando sobrevino la independencia, los intereses econ?micos de la nobleza, combinados con sus lazos fami liares por matrimonios con criollas, les arraigaron a la suerte de la
nueva naci?n a tal grado que no la abandonaron para regresar
a Espa?a.
Varios nobles, como el marqu?s de Uluapa, el conde de Regla, el conde de Medina y el marqu?s de Rayas, apoyaron a la insur gencia, y otros, como el marqu?s del Apartado, se destacaron como exponentes de ideas liberales. Los condes de la Cadena y de Rui, por otra parte, murieron en combate contra los insurgentes. .Sin embargo, los decididos pol?ticamente eran la minor?a; los m?s es peraban sin comprometerse con un lado u otro. Contrario a lo que uno supondr?a, la nobleza no se opuso a la abolici?n de los mayorazgos. Desde tiempos de Carlos III la corona hab?a desanimado y casi detenido la creaci?n de mayorazgos. Los altos impuestos exigidos para legalizarlos y la subsecuente congela ci?n de capital inherente a la creaci?n de los mayorazgos llegaron a convencer a los nobles de que les ser?a m?s ventajoso suprimir tal instituci?n. Recibieron favorablemente la noticia de su abolici?n por
decreto de las cortes espa?olas en 1820 y la confirmaci?n de tal medida por el gobierno del M?xico independiente. Es de notar, sin embargo, que la nueva naci?n, en contraste con la legislaci?n gadi tana, exim?a a la iglesia de tal abolici?n y confirmaba la tendencia a rechazar o suavizar en M?xico las medidas extremadamente anti clericales de las cortes. Fueron los nobles, tambi?n, quienes propusieron la libertad de la venta de carne en 1812, hecho que en principio parece contra dictorio en vista de que fueron ellos quienes controlaron su pro
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EXAMEN DE LIBROS
ducci?n y su venta en un n?mero reducido de expendios en la ciu dad de M?xico. Las condiciones adversas al transporte de ganado causadas por la guerra de insurgencia llegaron a tal punto que los
nobles no pudieron llenar las cuotas de carne con que deb?an
proveer a la capital. Adem?s, el hecho de la escasez de este alimento les hizo ver que habr?a m?s ganancias si se aboliera el sistema de precios fijos y n?mero limitado de carnicer?as. Tanto con respecto al mayorazgo cuanto al sistema de control para la venta de carne los nobles prefirieron soluciones "liberales", que de hecho les per mitieron conservar y hasta aumentar su predominio econ?mico. Enterarse de que dos familias nobles, las del conde de Jala y del marqu?s de Vivanco, monopolizaron el abastecimiento de pulque a la ciudad de M?xico, arroja nueva luz, con tonos de maquiave lismo y cinismo, sobre sus intentos de ordenar la venta de la bebida en treinta y seis pulquer?as en la capital y de "regenerar" y "mo ralizar" al vulgo: los ilustrados que propon?an tales medidas eran los mismos que produc?an la bebida corruptora. En este estudio se propone la idea de que a partir de la c?dula de consolidaci?n de vales de 1805 los nobles, disgustados por la cat?strofe econ?mica causada por esta medida, se inclinaron por un M?xico aut?nomo, libre de la ineficacia del gobierno espa?ol. Opina la autora que el Plan de Iguala no era una reacci?n conservadora
sino la expresi?n de esta idea de autonom?a y de la tendencia
hacia una sociedad m?s igualitaria para todas las razas y naciona lidades. Se apoya en el hecho de que Iguala conserv? casi toda la legislaci?n liberal de las cortes espa?olas y que con la independen cia s?lo se echaron por tierra tres leyes espa?olas: la de supresi?n de las ?rdenes religiosas, la de condenaci?n del obispo P?rez de Puebla y la de renovaci?n de la consolidaci?n para las propiedades de la iglesia. Tal vez la parte m?s d?bil de esta interpretaci?n es la de descartar, con una sola frase, a la conspiraci?n de La Profesa como mero rumor. En vista de que mucha de la fuerza del argu mento sobre el conservadurismo de Iturbide se basa en la impor tancia de las reuniones de La Profesa, este tema merece un trata miento m?s extenso si el fin es convencer de la tendencia autono
mista y hasta progresista del Plan de Iguala. Al final del libro se ha incluido un resumen geneal?gico de las familias nobles. Se ve con claridad c?mo se casaron entre s? para formar, en varios casos, verdaderas familias extendidas que contro laron grandes sectores de la econom?a, y con alguna participaci?n
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EXAMEN DE LIBROS
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en el poder pol?tico y militar. Con los cuadros geneal?gicos se puede
identificar, y evitar confundir, a los nobles que actuaron en todos los ?mbitos de la sociedad novohispana. Por ejemplo, enterarse de que un marqu?s de Uluapa progresista y simpatizador de la insur gencia en 1808 no era el mismo marqu?s de Uluapa miembro del ayuntamiento de M?xico en 1819, sino que el primero era el coronel
Manuel Cos?o y de Lugo, muerto en 1809, y el segundo su hijo, ayuda a entender la actuaci?n de uno y otro. Esta genealog?a complementa e ilumina otros estudios de bio graf?a colectiva sobre M?xico en el per?odo colonial: los de V?ctor M. Alvarez ("Los conquistadores y la primera sociedad colonial", tesis de doctorado, El Colegio de M?xico, 1973), Peter Boyd-Bowman.
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to Latin American History, University of Texas Press, 1974) : Wil
liam H. Hallett, "The criollo in the cabildo of Mexico city ?
1595-1630". (Washington University, s/f) y Dominic Aziriwe Nwa sike, "Mexico city town government ? 1590-1650 ? A study in al dermanic background and performance" (University of Wisconsin,
1972).
En el libro hay varios errores que no perjudican seriamente el trabajo pero que deben mencionarse. Al hablar de las reglas de su cesi?n para heredar un mayorazgo, la autora, sin detenerse por el asombro de un milagro m?dico, tranquilamente afirma que en caso de que naciesen gemelos varones por la operaci?n ces?rea el here dero del mayorazgo ser?a el primer beb? que la madre tomara en sus
brazos. En vista de que es apenas desde el siglo xx que las madres pueden sobrevivir a tal operaci?n, una revisi?n de la cita original en el Diccionario razonado de legislaci?n y jurisprudencia de 1852 demuestra el error cometido al traducir al ingl?s "comadrona" como
"mother" en vez de "midwife": '.. .cuando salen a la luz dos gerne
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los mediante la operaci?n ces?rea, ha de tenerse por primog?nito al que la comadrona reciba antes en sus manos...'. Se dice que el marqu?s de Bustamante recibi? su t?tulo en 1813 (p. 28) pero despu?s que fue en 1818 (p. 192) ; que la esposa del marqu?s de Vivero ten?a once a?os al casarse (p. 77) y luego que
ten?a trece (p. 224). En una nota (n?m. 23, p. 257) se indica
que Carlos Mar?a Bustamante afirm? haber redactado el discurso de Primo de Verdad en 1808 sobre la organizaci?n de una junta mexicana para gobernar a la colonia en vez de seguir bajo el do minio de la junta de Sevilla. Indica que tal afirmaci?n se encuen tra en la Colecci?n Bustamante del Instituto Nacional de Antropo log?a e Historia. Sin embargo, no es en la Colecci?n Bustamante, sino la Colecci?n Antigua, y al no precisar el folio deja al que quiere consultar tal documento sin ninguna idea de d?nde, en los diecis?is discursos de Bustamante, en m?s de cien folios, se halla tal informaci?n. Algo similar pasa al citar el ramo de Ayuntamien tos, Regidores honorarios, vol. 412 del Archivo del Ayuntamiento de M?xico, sin indicar el expediente, cuando habla de la creaci?n de los regidores honorarios (pp. 91-92). Se equivoca la autora al mencionar que ninguno de los descen dientes de Hern?n Cort?s vivi? en la Nueva Espa?a (p. 14), y no percibe el car?cter de se?or?o jurisdiccional que distingui? al mar quesado del Valle. As?, al hablar de la disoluci?n de los v?nculos que afectaban a los herederos de Cort?s y Moctezuma, ignora la im portancia que tuvo la abolici?n de los se?or?os y asimismo las pre rrogativas jurisdiccionales del ducado de Atlixco, cuya historia est? unida a la de los condes de Moctezuma pero no se toma en cuenta (pp. 154, 204). Finalmente, un descuido en la edici?n hace casi in?til el muy completo ?ndice onom?stico y de temas que est? incluido al final del libro: todas las entradas de este ?ndice se refieren al texto pero lo ubican con un retraso de dos p?ginas. S?lo cuando se refieren a los ap?ndices y a las notas se ajustan para corresponder a la pa ginaci?n correcta.
Dorothy Tanck de Estrada El Colegio de M?xico
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Roderic Ai Camp: Mexican political biographies - 19354915, Tucson, The University of Arizona Press, 1976, xxvni +
468 pp.
Rese?ar un diccionario biogr?fico es tarea que ofrece pocas
perspectivas cr?ticas. Resultar?a ocioso ir anotando errores alfab? ticamente, aunque ello, en rigor, ser?a la manera m?s precisa para dejar sentado, incluso, un porcentaje de datos ciertos y err?neos. El problema, sin embargo, no cesar?a con el empleo de una t?c nica cuantitativa porque tambi?n habr?a que dar fe de las omi siones. Lo importante es, en este caso, se?alar lo que tiene este breve diccionario que viene a llenar un vac?o en las pr?cticamente inexistentes ciencias auxiliares de la historia contempor?nea. Como el subt?tulo indica, el libro se refiere a un per?odo de cuarenta a?os a partir del primero en que el general C?rdenas
ocup? la presidencia. El punto final se coloca en el pen?ltimo
a?o de Luis Echeverr?a, con lo cual un elevad?simo porcentaje de elementos relacionados con ambos gobiernos ?y los de enmedio? se encuentran biografiados en esas p?ginas. La actualidad de la obra es evidente por cuanto a que ni en el Diccionario Porr?a ni en la Enciclopedia de M?xico aparecen personajes como los que pueblan Mexican political biographies. Ya se sabe que para apare cer en el primero es menester ser finado o presidente de la Rep? blica y tal diccionario carece de fechas de nacimiento, al dar s?lo
el dato del a?o omitiendo el correspondiente al d?a y mes, lo cual causa desilusi?n a los aficionados al hor?scopo. La Enciclo
pedia de M?xico tiene un criterio m?s flexible, pero a pesar de
su amplitud no cobija en sus doce tomos a m?s de las cuatro
quintas partes de los casi novecientos pol?ticos reunidos por Ro deric Ai Camp. El trabajo emprendido por este investigador de la ciencia po l?tica proporciona informaci?n clasificada acerca de quienes han constituido la elite pol?tica mexicana. Una serie de ap?ndices com plementa a la parte central biogr?fica. Los ap?ndices incluyen lis tas cronol?gicas de miembros de la Suprema Corte de Justicia, senadores (federales, dice Camp; no pod?a ser de otra manera), diputados (esos s? federales), secretarios de estado, directores de
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departamentos, institutos y organismos descentralizados de prime ra importancia, embajadores de M?xico en los Estados Unidos y el Reino Unido, gobernadores, rectores de la unam y directores del ipn, integrantes de los comit?s ejecutivos del pnr, prm y pri, pre sidentes del pan y secretarios generales de la ctm, cnc y fstse (en relaci?n con la ?ltima, inexplicablemente omiti? a la cnop) . Los ap?ndices recogen con letras cursivas los nombres de los pol?ticos biografiados y con redondas los que no forman parte del diccio nario. Entre ?stos hay gobernadores que duraron sus seis a?os y
que han tenido carrera importante, pero, en fin, este tipo de trabajos nunca est? exento de lagunas. Los ap?ndices vienen a emparentar este libro con los ap?ndices de otro, excelente: el de Lucina Moreno Valle, Cat?logo de la Colecci?n Lafragua, que recoge a los pol?ticos desde 1821 hasta 1853. La existencia de dos extremos de la misma cuerda hacen evidente la falta de que al guien se tome (o nos tomemos) la molestia (que, en realidad, no lo es tanta) de aportar lo que se pueda y se deba para contar con una relaci?n general de las ?pocas de Ju?rez, D?az y la re voluci?n. En cuanto al diccionario propiamente, ?ste ofrece datos muy
precisos y, por lo mismo, muy mon?tonos. El concurso de la computaci?n hace que la obra sea pareja, aunque se siente nos
talgia por la redacci?n de la ficha con "algo" del autor. Vale la pena reproducir c?mo est? estructurada cada una de ellas: a) fe cha del nacimiento, b) caracterizaci?n geogr?fica del lugar de naci miento (rural-urbano, regi?n), c) escolaridad, d) puestos de elec ci?n, e) cargos dentro de partidos, /) puestos en la administraci?n p?blica, g) puestos o cargos fuera del gobierno, h) otros puestos, i) padres y amigos (que impliquen padrinazgo pol?tico en cierta forma), j) experiencia militar, k) informaci?n miscel?nea sobre el personaje, l) fuentes de informaci?n sobre el mismo. Todas las fichas incluyen esas literales, aun cuando el biografiado no satis face la informaci?n sobre algunas de ellas. Si el personaje ha fa llecido, el dato aparece en el mismo nivel del nombre.
Lo que tiene el libro es mucho y bueno; lo que no tiene y quisi?ramos que tuviera es, fundamentalmente, listas de jefes de zonas militares y navales y listas de presidentes de las c?maras pa
tronales, ya que del clero el padre Bravo Ugarte nos hizo el
favor de enlistar al episcopado. De las c?maras patronales, Marco
Antonio Alc?zar proporciona la informaci?n en su texto de la
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colecci?n Jornadas, pero la lista llega hasta el a?o de 1967, lo cual justificar?a su reproducci?n, aunque no se trate de elementos de la familia pol?tica estatal. Los militares indudablemente reclaman atenci?n y, adem?s, los jefes de zona son personajes p?blicos que no implican secreto militar. Con todo ello, el cuadro pol?tico es tar?a m?s completo.
En suma, ponderar m?s la utilidad de la obra ser?a redundan cia. Es bienvenida y, como trabajo perfectible, esperaremos con inter?s futuras ediciones aumentadas y corregidas. Si se contara con m?s y mejores obras de referencia los trabajos de an?lisis y de s?ntesis descansar?an sobre la confianza proporcionada por datos seguros.
Alvaro Matute
Instituto de Investigaciones
Hist?ricas, UNAM
Luis Alamillo Flores: Memorias del general. ? Lu
chadores ignorados al lado de los grandes jefes de la revo luci?n mexicana, M?xico, Editorial Extempor?neos, 1976,
617 pp.
Luis Alamillo Flores tiene escasos siete a?os cuando estalla la revoluci?n maderista. Oriundo de Real del Monte, Hidalgo, crece en una familia acomodada de tradici?n pol?tica lerdista. Sus me morias se inician con su traslado a la ciudad de M?xico, en 1914, cuando cursa sexto a?o de primaria en la escuela "Fray Bartolo m? de las Casas". All?, su padre, perseguido y encarcelado por antihuertista, se ve obligado a 'mudarse con todo y familia a la ciudad de Puebla para partir en breve en compa??a del hermano mayor a engrosar las filas del ej?rcito carrancista. Cuando se li bran las grandes batallas de la revoluci?n, a un a?o de la derrota de Villa en Celaya y en plena convenci?n de Aguascalientes, Ala millo es un joven estudiante. Con cierto bochorno evoca r?pida mente esos primeros a?os en que los mayores part?an a realizar grandes haza?as mientras el joven escolapio permanece en compa ??a de la madrastra, t?as y primas. Finalmente la comisi?n reclu tadora del estado de Veracruz libera sus ansias de realizar hechos "propios de hombres" y como voluntario del ej?rcito revoluciona
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rio nos retrata a los j?venes de esa generaci?n, quienes, a pesar de "que [eran] muy chamacos, [sab?an] leer y escribir" y por lo mismo serv?an de escribanos o secretarios de los "jefes". Alamillo inicia definitivamente su carrera militar en 1920, cuando a los diecisiete a?os de edad parte con su superior, el mayor Francisco Lazcano, a Centroam?rica. En esos tres a?os nos men ciona temas a?n inexplorados. Nos habla de la influencia de ofi ciales mexicanos en la formaci?n de militares latinoamericanos. Su estancia en Honduras lo relaciona con antiguos oficiales del ej?r cito porfirista, quienes, como exiliados pol?ticos, hab?an estable cido en Honduras una r?plica del Colegio Militar donde ellos se hab?an formado. Igualmente nos introduce a otro tipo de relacio
nes, como cuando parte en misi?n a Nicaragua a dar ayuda y
protecci?n a los defensores de la independencia nicarag?ense cuyo territorio estaba ocupado por tropas norteamericanas. En el mis mo lapso de tres a?os escucha los proyectos de unidad latinoame ricana patrocinados por su jefe Lazcano y ve c?mo ?stos chocan con el "monopolio" que los ex federales detentan en la secretar?a de guerra.
De regreso en M?xico narra su vida como alumno del Colegio Militar de 1923 a 1925 para luego conducirnos a una etapa clave de la vida del futuro ej?rcito mexicano, cuando bajo ?rdenes del general Joaqu?n Amaro y teniendo como jefe inmediato al general
Amado Aguirre participa en la reorganizaci?n del ej?rcito. En
1928 es enviado a Francia e ingresa a la Escuela Superior de Gue rra de ese pa?s para realizar estudios de estado mayor. Cuando Amaro decide fundar en M?xico la Escuela Superior de Guerra manda traer a Alamillo para nombrarlo director. Su designaci?n es ilustrativa, pues parece obedecer no ?nicamente a sus estudios de
estado mayor sino tambi?n a su alejamiento de la pol?tica y sus compromisos. Sin duda, los a?os de ausencia del pa?s lo acercaban mucho m?s al arquetipo del militar profesional que se deseaba formar. En parte, el propio Alamillo lo confiesa: "Entregado por completo a mis estudios, me faltaba tiempo para enterarme de ?o que en M?xico ocurr?a, y era tanto mi circunstancial abandono que
ignoraba que se hubiera ordenado la creaci?n de la Escuela Su
perior de Guerra". Durante tres a?os le corresponde trazar los pla nes y proyectos de la nueva instituci?n. Cuando el ocaso pol?tico
de Amaro pierde Alamillo la direcci?n de la escuela, probable
mente por los nexos tan estrechos con su jefe. Como se estila,
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parte en misi?n diplom?tica al extranjero y pasa casi todo el r? gimen cardenista fuera del pa?s. Regresa de Europa en plena se gunda guerra mundial y es comisionado a la regi?n militar del Pac?
fico bajo las ?rdenes de L?zaro C?rdenas. Luego es enviado como agregado militar a Estados Unidos de Norteam?rica, para ya regre sar en 1945 como director del Colegio Militar. Las memorias son amenas y est?n escritas como recuerdos im presionistas del mundo acad?mico y cultural de la oficialidad del ej?rcito mexicano que se desarroll? a partir de los a?os veinte, imagen radicalmente opuesta a la que nos proyecta Tropa vieja
de Urquizo o su versi?n literaria contempor?nea, Los rel?mpa gos de agosto de Ibarg?engoitia. Aqu? encontramos a j?venes ofi ciales que se desenvuelven en "el ambiente de trabajo y recono cida austeridad" que rodeaba a los t?cnicos y administradores ocupados en la reorganizaci?n militar emprendida por Amaro,
cuando el pa?s a?n convulso e inestable padec?a las ?ltimas re
beliones y golpes militares. Es la historia de un sector poco cono
cido de la oficialidad mexicana, a la cual pertenecieron Tom?s S?nchez Hern?ndez, Crist?bal Guzm?n C?rdenas y muchos otros cuya importancia est? a?n por reconocerse. Son ellos los acad?
micos, educados en las escuelas del ej?rcito mexicano o en las francesas y posteriormente comisionados a la embajada en Wash ington como agregados militares, a quienes se les encomend? la profesionalizaci?n del ej?rcito mexicano.
Alicia Hern?ndez Chavez El Colegio de M?xico
Eduardo Ruiz Ramos: Labor and the ambivalent revolutiona ries ? Mexico ? 1911-1923, Baltimore and London, Johns Hopkins University Press, 1976. El doctor Ruiz emprende en este libro la tarea de proporcio nar una visi?n global de la relaci?n entre el movimiento obrero y los caudillos revolucionarios en el per?odo de 1911 a 1913. De acuerdo con el autor, la investigaci?n de la historia del trabajador industrial y sus relaciones con el proceso revolucionario no s?lo
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pondr? de manifiesto un aspecto espec?fico de la revoluci?n, sino que enriquecer? tambi?n la visi?n de sus grandes l?neas ideol?gicas
y de sus logros (p. 2). El libro intenta, en suma, averiguar qu? fue concretamente lo que el movimiento obrero obtuvo de la revo luci?n de 1910. Mediante este trabajo Ruiz pretende abrir nuevas ?reas de estudio, y sobre todo, proporcionar una imagen nueva y desmitificada de la revoluci?n (p. 2).
Lamento tener que decir que s?lo logra parcialmente su ob
jetivo. Su intento, seg?n afirma expl?citamente, es proporcionar nos una visi?n nueva. Pero el libro se mantiene dentro del tradi
cional enfoque cronol?gico, de acuerdo con el cual describe el
autor de modo general las condiciones laborales en el porfiriato, las dificultades organizativas en la ?poca de Madero, la represi?n de Huerta a la Casa del Obrero Mundial y la pol?tica de Carranza y Obreg?n con respecto al movimiento obrero. A partir de este enfoque b?sicamente descriptivo, el autor se adhiere a la tesis ? tradicionalmente aceptada como v?lida? de que los trabajadores industriales mexicanos se hicieron o?r en la con moci?n de 1910 y, sin embargo, no lograron la aceptaci?n de sus peticiones espec?ficas por parte de los diferentes caudillos. Esta tesis no es novedosa, sino que sigue de cerca la idea tradicional de la escasa participaci?n del movimiento obrero organizado en el proceso revolucionario. A su vez, Ruiz se?ala que, con todo, el movimiento obrero pudo obtener a trav?s de medidas legislativas espec?ficas algunos beneficios que, sin embargo, nunca se aplicaron en los casos concretos. Aunque la tesis no es nueva, el enfocar el
problema de esta manera adolece de una falla fundamental: la
excesiva generalizaci?n. Para superar esta limitaci?n es necesario hacer estudios espec?ficos de cada regi?n o de cada industria en particular, a fin de conocer de modo m?s concreto lo peculiar de las pol?ticas obreras en cada per?odo presidencial, en cada con flicto espec?fico.
Por otra parte, una forma m?s de enriquecer el problema es llevar a cabo el an?lisis del movimiento obrero y de sus relaciones
con el estado a partir de la nueva estructura organizativa del mismo. ?Qu? condiciona en su momento concreto la pol?tica obre ra de Carranza frente a la de Obreg?n, por ejemplo? ?C?mo se va modificando, a medida que se agudiza, la pugi^a entre los caudi llos? El campo es, pues, sumamente amplio, y el n?mero de pre guntas que el libro de Ruiz deja sin responder es tambi?n muy
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vasto. A pesar de su prop?sito inicial de incluir el aspecto ideo l?gico de las organizaciones sindicales, ?ste es otro de los campos en que las preguntas quedan sin contestar. De acuerdo con la vi si?n >de Ruiz, el movimiento obrero es unilineal, sin fisuras; el autor no subraya la complejidad de las luchas de poder en el in terior de las organizaciones y presenta una visi?n fragmentaria del
movimiento obrero que podr?a parecer una visi?n superficial, mo nol?tica, en cuanto que parecer?a que la direcci?n del mismo es
?nica.
As?, pues, parece que la complejidad del movimiento obrero mexicano rebasa la visi?n 'esquem?tica que Ruiz nos ofrece. Ello no obstante, el libro encuentra, en su mayor falla, su mayor m? rito: el de proporcionar una visi?n general y articulada de un tema cuya riqueza e inter?s son innegables. Es un libro que nos introduce al tema, y en este sentido es sumamente ?til. En cuanto a sus fuentes, Ruiz se apoya tanto en historias "cl? sicas" del movimiento obrero, como las de Ruth Clark y Rosendo Salazar, como en fuentes documentales que s?lo ahora comienzan a explotarse. Otro de los m?ritos del libro es ?ste: el uso de los archivos del Ministerio de Fomento y del Fondo O breg?n-Calle s del Archivo General de la Naci?n, as? como de los documentos de Carranza del Centro de Estudios Hist?ricos de Condumex. Bas?n dose en la utilizaci?n de estos fondos documentales, Ruiz nos pro porciona interesantes datos concretos que ampl?an la visi?n del problema cuya complejidad podr? enriquecerse a?n m?s.
El libro resulta indispensable para una visi?n de conjunto, pero no debe tomarse como fuente de primera mano ni como fuente de consulta para casos espec?ficos. Se trata de un libro
general.
Carmen Ramos El Colegio de M?xico
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COLECCIO DEL CENTRO DE ESTUDIOS 1. Luis Gonz?lez: Pueblo en xnlo ? Microhistoria de San Jos? de Gracia, 2a edici?n, 340 pp. 2. Alejandra Moreno Toscano: Geograf?a econ?mica de
M?xico ? Siglo xvi, 178 pp. (agotado). 3. Jan Bazant: Historia de la deuda exterior de M?xi
co - 1823-1946, xii, 280 pp. (agotado). 4. Enrique Florescano: Precios del ma?z y crisis agr?co las en M?xico ? 1708-1810, xx, 256 pp. (agotado).
5. Bernardo Garc?a Mart?nez: El Marquesado del Va
lle ? Tres siglos de r?gimen se?orial en Nueva Espa?a, xvi, 178 pp. (agotado) . 6. Javier Ocampo: Las ideas de un d?a ? El pueblo mexi cano ante la consumaci?n de su independencia, x, 378
pp. (agotado).
7. Alvaro Jara [ed.]: Tierras nuevas ? Expansi?n terri torial y ocupaci?n del suelo en Am?rica ? Siglos xvi xix, Ia reimpresi?n, x, 142 pp.
8. Romeo Flores Caballero: La contrarrevoluci?n en la independencia ? Los espa?oles en la vida pol?tica, social y econ?mica de M?xico ? 1804-1838, 2a edici?n,
x, 178 pp. 9. Josefina V?zquez de Knauth: Nacionalismo y educa ci?n en M?xico, 2a edici?n, x, 334 pp. 10. Mois?s Gonz?lez Navarro: Raza y tierra ? La guerra de castas y el henequ?n, x, 294 pp. (agotado). 11. Bernardo Garc?a Mart?nez, et al. [eds.]: Historia y sociedad en el mundo de habla espa?ola ? Homenaje a Jos? Miranda, *, 398 pp.
12. Berta Ulloa: La revoluci?n intervenida ? Relaciones diplom?ticas entre M?xico y Estados Unidos ? 1910 1914, xn, 396 pp.
13. Jan Bazant: Los bienes de la iglesia en M?xico ? As pectos econ?micos y sociales de la revoluci?n liberal, 2a edici?n xiv, 366 pp.
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UEVA SERIE DE EL COLEGIO DE M?XICO 14. Centro de Estudios Hist?ricos: Extremos de M?xico ? Homenaje a don Daniel Cos?o Villegas, x, 590 pp. 15. Fernando D?az D?az: Caudillos y caciques, x, 358 pp. 16. Germ?n Cardozo Galu?, Michoac?n en el siglo de las luces, xii, 152 pp. 17. Mar?a del Carmen Vel?zquez: Establecimiento y p?r dida del Septentri?n de Nueva Espa?a, x, 262 pp. 18. Elias Trabulse: Ciencia y religi?n en el siglo xvii, x,
290 pp.
19. Jos? Mar?a Kobayashi: La educaci?n como conquista ? Empresa franciscana en M?xico, x, 426 pp. 20. Jan Bazant: Cinco haciendas mexicanas ? Tres siglos de vida rural en San Luis Potos? ? 1600-1910, xn, 228
pp.
21. Jos? Fuentes Mares: La emperatriz Eugenia y su aven tura mexicana, xn, 244 pp.
22. Dorothy Tanck de Estrada: La educaci?n ilustrada ? 1786-1836 ? Educaci?n primaria en la ciudad de M? xico, x, 282 pp. 23. Mois?s Gonz?lez Navarro: Anatom?a del poder en M?xico - 1848-1853, vu, 498 pp. 24. Daniel Ulloa: Los predicadores divididos ? Los do minicos en Nueva Espa?a ? Siglo xvi, x, 329 pp. 25. In?s Herrera Canales: El comercio exterior de M? xico ~ 1821-1875, x, 194 pp.
Adqui?ralos en la librer?a de El Colegio de M?xico Tel. 568-60-33 ext. 391 Camino al Ajusco 20, M?xico 20, D. F.
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El Colegio de M?xico ha publicado EL?AS TRABULSE
CIENCIA Y RELIGI?N EN EL SIGLO XVII Desde hace algunos a?os se han venido haciendo al gunas investigaciones en torno al desarrollo cient?fico
de la Nueva Espa?a. El auge que dicho desarrollo
tuvo en la segunda mitad del siglo xvni ha hecho que se tienda, en algunos casos, a considerar que los pri meros brotes del modernismo cient?fico fueron frutos m?s bien tard?os del desenvolvimiento intelectual de la colonia, de ah? que se hayan relegado a segundo pla no las investigaciones de historia de las ciencias exactas en M?xico en los siglos xvi y xvn. Esta laguna en la historia colonial de nuestro pa?s es tanto m?s grave cuan
to que es precisamente en el siglo xvn cuando se echan las bases definitivas de la ciencia moderna. El hallazgo fortuito de una serie de documentos nos puso de manifiesto el evidente avance de la Nueva Es
pa?a en materia cient?fica desde los primeros decenios del siglo xvn. Junto a las figuras consagradas por la historiograf?a cient?fica mexicana, vimos aparecer otros
hombres de ciencia que en muchos casos aventajaban a aquellos. La necesidad de reivindicar dichas figuras, en
tre las cuales descuella el mercedario fray Diego Ro dr?guez, nos indujo a hurgar en el ambiente cient?fico del seiscientos tanto mexicano como europeo.
(del prefacio)
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