Historia mexicana 121 volumen 31 número 1

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HISTORIA MEXICANA 121

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HISTORIA MEXICANA 121

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Vi?eta de la portada:

Gobernador ind?gena y funcionario espa?ol: figuras del III Lienzo de Chiepetl?n (Ed. Galarza, 1972).

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falc?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Andr?s Lira, Luis Muro, Anne Staples, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXXI JULIO-SEPTIEMBRE 1981 NOM. 1 SUMARIO

Art?culos ?ptoshi Takahashi: De la huerta a la hacienda: El origen de la producci?n agropecuaria en la Mixteca Costera 1

Martaelena Negrete Salas: La frontera texana y el abigeato (1848-1872) 79

Harry E. Cross: Dieta y nutrici?n en el medio ru ral de Zacatecas y San Luis Potos? (siglos xviii

y xix) 101

Testimonios Lino G?mez Ca?edo: Dos viajeros mexicanos en Eu ropa a fines del siglo xvii 117

Examen de libros sobre Frans J. Schryer: The rancheros of Pisa flores: The history of a peasant bourgeoisie in

twentieth-century Mexico (Romana Falcon) 157

sobre David Sweet y Gary Nash: Struggle and sur

vival in colonial America (Rodolfo Pastor) 166

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La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o.

Precio del ejemplar: $120.00 (M?x.) 6.75 (Dis.)

Suscripci?n Anual:

M?xico $425.00

E.U., Canad?, Centro y Sudam?rica 25.00 (Dis.)

Otros pa?ses: 34.00 (Dis.)

Ejemplar atrasado $140.00

E.U., Canad?, Centro y Sudam?rica: 7.25 ? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco, 20

M?xico 20, D. F.

ISSN 0185?0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in M?xico

por

Litogr?fica Cultural Mexicana, S. A. Centeno 590-A. M

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA: EL ORIGEN DE LA PRODUCCI?N AGROPECUARIA EN LA MIXTECA COSTERA Hitoshi Takahashi Universidad de Tokio*

Introducci?n Aunque los historiadores han llegado a convenir en que la encomienda y la hacienda fueron dos instituciones distintas, todav?a quedan unas dudas sobre los elementos de continui dad que hubo entre ellas. Una encomienda no conllevaba de por s? ning?n derecho de propiedad territorial, de modo que el beneficiario de ella no pod?a dedicarse a la explotaci?n agro pecuaria propia ?a menos que le fueran mercedadas tierras aparte de ella? si bien dispon?a de trabajo gratuito antes de 1549. La producci?n qued? consecuentemente en las manos de los naturales.

En la segunda mitad del siglo xvi comenz? la decadencia de las encomiendas y la formaci?n de las haciendas. La tran sici?n tuvo su origen en la disminuci?n del trabajo ind?gena, la expansi?n de los mercados urbanos y las minas y, por otra

parte, en la pol?tica de la corona espa?ola de poner coto a los abusos y el fortalecimiento de los encomenderos. Una parte * Este trabajo es producto de la investigaci?n que he realizado, becado por la Secretar?a de Relaciones Exteriores de M?xico, como investigador visitante en el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio

de M?xico bajo la direcci?n del profesor Rodolfo Pastor, quien me

ha dado mucho aliento y muchas ideas valiosas. Para ?l, mi m?s pro fundo agradecimiento.

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2

HITOSHI TAKAHASHI

considerable de la producci?n agropecuaria cay? en manos los espa?oles terratenientes, quienes acumularon tierras, co siguieron mano de obra remunerada y residente en sus pr piedades, y utilizaron tecnolog?a europea ?como arados tir dos por bueyes. Hay una discontinuidad notable entre ?st y aquella instituciones, tanto org?nica como hist?rica.

Sin mencionar a Fernando Cort?s en Cuernavaca, es ind

dable, sin embargo, que muchos encomenderos adquirieron tie rras en sus ?reas encomendadas o en sus cercan?as, convirti?n

dose en hacendados. ?Qu? proporci?n de los encomenderos dio luz a una hacienda? y, por otro lado, ?qu? proporci?n d las haciendas tuvo por origen una encomienda? Charles Gi son encuentra evidencia de que adquirieron tierras dentro cerca de las ?reas encomendadas trece de los 36 encomend ros del valle de M?xico. Por otra parte, cuenta 160 haciend en las postrimer?as de la colonia, n?mero que no se explic partiendo de los 36 encomenderos, aunque todos se hubiera

convertido en hacendados^

El presente art?culo indaga el origen de la producci?n agro

pecuaria de los espa?oles en la provincia de Tututepec, des pu?s partido de Jicay?n, en la Mixteca Costera. La fuente principal es un testimonio de t?tulos de una hacienda gan dera local,2 el cual contiene datos que esclarecen el problem se?alado arriba. Un encomendero de la zona mantuvo u

huerta de cacao en compa??a de terratenientes locales des 1564 hasta 1596, lo que indica que para los encomendero? d V Lockhart, 1969, p. 418; Gibson, 1964, pp. 64, 275, 289. La

primera cifra est? basada en la investigaci?n de los ramos Mercedes, General del Parte y Tierras del AGNM. V?anse las explicaciones sobr siglas y referencias al final de este art?culo. 2 El testimonio se sac? del original en la ciudad de Puebla en 1708

a ruego del propietario de entonces, don Jos? S?nchez de la Pe? Comprende 449 fojas. Pertenece a la colecci?n privada del licencia

Luis Casta?eda Guzm?n, y se sac? micropel?cula en 1955 por el Centr de Documentaci?n del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia,

donde se conserva con la denominaci?n de "Los t?tulos de sitios ganado mayor de la hacienda de Ovejas, Oax.". Nos referimos a

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de la huerta a la hacienda

3

esta ?poca de prueba exist?a una alternativa interme la de los que adquir?an tierras convirti?ndose en ha empresariales y la de los que se conformaban con sus i tributarios, relativamente seguros pero menguantes de

a?o en su valor real: pod?an participar de las g

de las haciendas primitivas por medio de contratos pa??a, ofreciendo a los terratenientes ciertos recur

rivados de la encomienda. Alrededor de 1580 la

tuvo dificultades con la hacienda ganadera, que est m?ndose, por los da?os que le causaban los reba?os d vacuno, y entr? en conflicto con ella. En 1589 el s encomendero se rindi? y vendi? su parte de la com propietario de la hacienda, con lo cual termin? una la Mixteca Costera. El fruto de un producto ind?g vado por los espa?oles fue ahogado y engullido por nos. Se abri? la era largu?sima de las haciendas.

La provincia de Tututepec estaba en un rinc?n cost tante aislado de M?xico. La carretera colonial que u ciudades de Puebla y Antequera corr?a por la parte de las sierras de la Mixteca Alta, de la que part?a un que cruzaba "toda la provincia de Mixteca, toda tie y doblada de grandes serran?as",3 hasta que llegaba la antigua ciudad mercado entre las Mixtecas Alta y Por otra parte, entre los puertos de Guatulco y Ac costa de la Mar del Sur no ten?a ninguna escala. El como "Libro de t?tulos" (LdT). La hacienda no tuvo un

propio para toda su superficie, aunque s? lo tuvieron las est

la constitu?an. La de Hacienda de Ovejas es una denomin

visional escogida arbitrariamente por conveniencia archiv?st basa en una referencia al t?tulo de composici?n fechado en 1 ff. 349-396v). Esta denominaci?n es insatisfactoria porque la de cr?a de ovejas de Pedro Mart?n Notario, propietario en 1 blemente estimulada por el desarrollo de la industria de lan

dad de Puebla, fue una fase ef?mera en la historia de la

dedicada principalmente a la cr?a de ganado mayor, sobre tod

3 "Relaci?n Cuahuitl?n", xxxrv.

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hitoshi takahashi

a lo largo de la costa estaba cortado en pedazos por l

rosos r?os que corren de la Sierra Madre del Sur, de m el corregidor Cosme de Cangas recomendaba en su Rela

Cuahuitl?n que, saliendo de Oaxaca, se hiciese el re por la Mixteca, haciendo 56 leguas de camino, explic

por la costa el trayecto era un poco m?s corto (54 legu es tierra de muchos r?os y ans? no se anda".4

En la provincia hay dos r?os que hoy se llaman V de la Arena. Corren por las barrancas de la Sierr

hasta bastante cerca de la costa, y a veinte o treinta tros de la embocadura forman deltas extendidos entre

les hay una sierrita despedazada por los arroyos y las ba

Nuestra hacienda ganadera se construy? en estos dos de modo que la sierrita la part?a en dos como una ba superable para los ganados {vid. mapa 1). La provincia de Tututepec fue una importante re caotera desde la ?poca prehisp?nica. A mediados del s el cacicazgo de Tututepec todav?a inclu?a 31 o 52 hue brindaban una renta anual de 82 xiquipiles.5 Como di Palerm, puesto que antes de la conquista no hab?a en olivo, ni uva, ni naranja, la palabra huerta referida

cultura ind?gena se aplica exclusivamente a las plantacio

cacao. El cultivo de este grano requiere de una c de agua que no brinda el clima mesoamericano si

costa del Golfo, de modo que la presencia de una de tale tas en otras regiones implica siempre la existencia de r

* "Relaci?n Cuahuitl?n", xxxrv. La zona tambi?n estaba nicada hacia el oeste por las mismas razones. En 1616 los

de Tututepec fueron asignados al trabajo de la fortificaci?n d to de Acapulco. Entonces pidieron al virrey, con ?xito, que s pensara del servicio, diciendo que hab?a de distancia "m?s de leguas, y que es tieirra fragosa y despoblada la mayor parte

f hay en el camino nueve r?os muy caudalosos que en nin

po del af*o se vadean sino por el mes de diciembre, y todo el dem

e pasan por balsas". Zavala y Castelo, 1936-1946, vi, p. 2 * "Cacicazgo", p. 8J. Un xiquipil ten?a ocho mil granos y

a un tercio de una carga.

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Tututepec

linderos hipot?ticos. Los n?meros corresponden a los del cuadro 2. Mapa I. Acumulaci?n de tierras en los deltas de los r?os Verde y de la Arena:

Area equivalente a un sitio\

I de estancia de

| ganado mayor

? Pueblos desaparecidos

Jicay?n 10 kil?metros

Pueblos

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6

HITOSHI TAKAHASHI

Tututepec no era la excepci?n: en casi todos los pueblos de zona hay evidencia documental de que hubo regad?o desde ?poca prehisp?nica.6 Diversas cantidades de cacao (que era medio de cambio) cultivado en las huertas de riego eran tr

cadas por los productos de la Mixteca Alta en el gran tianguis

de Putla, lo que dio una fortuna notable al se?or de Tutu pec. Esta prosperidad econ?mica hizo al se?or?o "el reino m poderoso de los mixt?eos".7 Aun en tiempo de la hegemon?a mexica Tututepec se co

serv? como un se?or?o independiente, aunque quiz?s perdi? los pueblos tributarios al oeste del r?o de la Arena por el emba de Moctezuma II. Los espa?oles reconocieron este statu quo asignaron el rango de pueblo de por s? a Pinotepa de don Luis Chayuco, Mechuac?n, etc.8 En el cuadro 1 se?alamos las seis encomiendas constituid

en la provincia, dando los nombres de los pueblos encomen dos, los de los encomenderos de la primera generaci?n, el a de la confiscaci?n y el n?mero de tributarios seg?n divers fuentes.

Cuando la encomienda de Cuahuitl?n pas? a la real corona se instal? un corregimiento en el mismo pueblo; cuando la misma cosa pas? a la mitad de la encomienda de Jicay?n se instal? otro ah?. En 1582 se aboli? el primero, de modo que el corregidor de Jicay?n se encarg? de toda la provincia hasta la ?poca de la independencia.9 El mismo funcionario fue denomi

nado "corregidor de Jicay?n", "alcalde mayor de la provincia de Tututepec", y luego "alcalde mayor de Jicay?n". Aqu? em pleamos solamente el primer t?tulo.

Como se sabe, la disminuci?n de la poblaci?n ind?gena ocu rri? m?s temprano y m?s r?pidamente en las regiones costeras

que en el altiplano. Cosme de Cangas relata que en 1580 los pueblos de Cuahuitl?n, Pinotepa del Rey y Potutla ten?an ? Palerm, 1972, pp. 47-51, 54-62. 7 Dahlgren de Jord?n, 1966, pp. 198-203. ? Davies, 1968, pp. 196-203. 9 Gerhard, 1972, p. 381.

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de la huerta a la hacienda

7

respectivamente 150, 100 y 150 tributarios, "los cual

po alguno fueron de innumerable gente", tanto q

tenido respectivamente 40 000, 100000 y 40 000 "hom bien esas cifras resultan sospechosas de exageraci?n,

ble la alta densidad de la poblaci?n prehisp?nica d

gi?n a juzgar por el dinamismo de las actividades econ culturales y, sobre todo, militares de antes de la con gue Cangas: "lo que tiene noticia haber apocado esta g ron viruelas que le dio el a?o de 1544", lo que sugie epidemia mat? a mucho m?s gente que las posteriore

les ya no pudieron dejar impresi?n fuerte en la m ios naturales porque entonces ya no hab?a mucha matar: "claramente se ve que van a menos cada d? gente muy para poco".10

Finalmente desaparecieron muchos pueblos. Seg?n pez de Velasco, la cabecera de Tututepec ten?a toda sujetos y estancias en 1570 (posiblemente muy poco p su mayor?a), de los cuales ahora encontramos una a?n retiene sus nombres nahuas o mixt?eos. De los por s?, desaparecieron Cuahuitl?n, Ayutla y Potutl tantes de estos dos ?ltimos se congregaron en Pinote en 1599.11

I. La huerta de Mart?n Nu?ez La fundaci?n de la huerta El punto de partida de la producci?n agropecuaria espa?ola en Tututepec se encuentra en la compra de dos huertas de cacao a los pueblos de Potutla y Amatitl?n en el delta del r?o de la Arena por un espa?ol, Melchor Mej?a, en 1560 y 1561 respectivamente. 10 "Relaci?n Cuahuitl?n", v. Sobre las actividades militares en Tututepec, vid. Davies, 1968, pp. 192-194 et passim. 11 AGNM, Indios, vol. 6, 2a. parte, exps. 914, 934, 954, 976, 987; Tierras, vol. 83, exp. 12, ff. 361v-362; L?pez de Velasco, 1894, p.

234.

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524

3 015

150100150

400

N?mero de tributarios

1565-1570 1570 1571 1580 1597

3 000 3 400

Los pueblos y las encomiendas

1544

2 995

120

25100

300

3588

30115

Yz Pedro Nietoa

Vi Crist?bal

300

10

252

3 463

Cuadro 1

300

900400

200200

28

Encomendero confiscaci?n

y a?o de

de Mafra

Don Luis de

Castilla*

(antes de 1536)

(cl544) No identificado

Pueblos Pinotepa de don Luis

Chayuco, etc.

sus sujetos

Pinotepa del Rey

Tututepec

1. Tututepec y

Tetepec

Jamiltepec

Ayutla

3. Cuahuitl?n

2. Jicay?n

Potutla

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1565-70: "Lista de los pueblos de indios encomendados en personas particulares", en Relaci?n obispados,

1570: "Relaciones de los obispados de Oaxaca.. en 1570", en Relaci?n obispados, 1904, pp. 97-153.

1597: "La informaci?n.. sobre el estado en que se encuentra la sucesi?n de indios", en ENE, xm,

Las cifras de tributarios est?n citadas en Dahlgren, 1966, cuadros anexos entre pp. 26-27. Los errores ti

(1569) 91 100 100

pogr?ficos han sido corregidos aqu?, cotej?ndose con las fuentes originales:

6. Zacatepec Rafael de Trejo* 550 500 500 360 366 5. Amusgos Francisco de ?vila? 240 300 300 307

1571: L?pez de Velasco, 1894, pp. 194-204.

Santa Cruz Fuentes: Las primeras dos columnas, Gerhard, 1972, pp. 380-381. Notas: a No confiscada por lo menos durante el siglo xvi.

1544: "Suma de visitas", en PNE, i.

1904, pp. 153-188. 1580: "Relaci?n Cuahuitl?n".

pp. 3-48.

4. Tlacamama Francisco de

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hitoshi takahashi

El 23 de diciembre de 1560 don Diego de Cosu de Potutla, con dos principales y un macegual de int?rprete, fue al pueblo de Tututepec, dond ante Diego Serrano, corregidor de Cuahuitl?n,

cencia para vender "un pedazo de tierras v?rgenes

que se dice Poloiztlaguacan, en un eriazo... en

tierras de dicho pueblo de Potutla, dos leguas de l

dos m?s o menos del dicho pueblo... que tienen mil brazas, y cada braza dos varas de medir, t como en largo". La superficie montaba pues una reas. Alegaron que deseaban venderlas "porque e den aprovechar ni aprovechan... por tener poca

muchas tierras bald?as". El corregidor hizo retirar dor Mej?a y mand? a los naturales que dijeran, y a

si la dicha tierra era "de algunos maceguales, pr otra persona que a ello pretenda tener derecho "tierras rompidas o lo fueron", c) si estaban "al maceguales poblados en ella que sea en su perju la dicha venta la quer?an hacer "de su libre, e buena voluntad" o si para ello hab?an "sido ind miados o atemorizados", a las cuales tres primer

contestaron en negativa, afirmando la espontaneid

ta: todo en ausencia de Mej?a. Dada la licencia e te, el cacique y su comitiva hicieron una carta d vendemos [las tierras], vendidas buena, sana, ju

mente, por precio y cuant?a de cien pesos de oro d

precio no injusto en aquel tiempo.12 El 19 de mayo de 1561 Melchor Mej?a compr?

de tierra colindante con el anterior, esta vez al pu

titl?n, sujeto a Tututepec. El principal represen blo, don Domingo Cosumatl, tal vez pariente d

Potutla, quien hab?a recibido desde tiempo atr?s lo

del precio "para pagar los tributos..., comprar

? LdT, ff. 254-261. Vid. Gibson, 1964, p. 281; Che

p. 262.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

11

cosas necesarias para la iglesia", declar? el motivo aparente de la venta: "porque de ello les viene m?s bien y m?s prove cho y utilidad que de tener como tienen la dicha tierra bald?a

y eriaza sin labrar ni cultivar". El pedazo de tierra se nom

braba Tlaico (o Teacozo) "y en lengua mixteca Yuhua", y

ten?a "en largo hasta dar a vuestra heredad [la comprada a

Potutla] 2 500 brazas en largo y 1 500 brazas en ancho", lo que equival?a a 1 050 hect?reas.13 As? Mej?a adquiri? una superficie de 2 170 hect?reas por el precio de doscientos pesos, a la cual, adem?s, estaba anexa una fuente de agua para riego. Para los indios la transacci?n, aun

que tal vez no fue directamente forzada, pudo ser inducida por la carga de tributo cada a?o m?s agobiante para los sobre vivientes.

Sabemos poco de Melchor Mej?a: viv?a en el pueblo de Tlacamama en 1560 y 1564.14 Hacia 1564 hab?a adquirido otros dos pedazos de tierra en t?rminos de este pueblo.15 Quiz?s cas?

con una parienta del futuro cacique de Tlacamama, don Do mingo Salmer?n, quien hered? el cacicazgo de su suegro en 1575,16 pues sus hijos Diego y Juan tuvieron por apellido el de Mej?a Salmer?n. El encomendero de Tututepec era por entonces todav?a de la primera generaci?n. Don Luis de Castilla, nacido en la pro vincia de Valladolid en 1502, se apoy? en el casamiento de Fernando Cort?s con una parienta suya para participar en el reparto del bot?n novohispano. Recibi? la encomienda en 1534 y fue nombrado alcalde mayor de Taxco por el virrey Mendoza.

Particip? sin mucho ?xito en la expedici?n contra ?u?o de Guzm?n y en la guerra del Mixt?n, y fue regidor en el ayun tamiento de la ciudad de M?xico, donde destac? como l?der hasta que fue encarcelado en 1565 como c?mplice de la cons is LdT, ff. 261-266v.

? LdT, ff. 258, 290. LdT, f. 291 v. 16 AGNM, Indios, vol. 1, exp. 20. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


12

hitoshi takahashi

piraci?n del marqu?s del Valle.17 Antes de ese infaust

el 3 de septiembre de 1564, Melchor Mej?a visit? a

dero en Taxco, donde ?ste se encontraba posiblement de sus intereses all?, y form? con ?l una compa??a pa

raci?n de la huerta. La escritura de la compa??a i detalles de su administraci?n.18

La compa??a fue una especie de sociedad mercan tiva de responsabilidad ilimitada, sin denominaci?n con un plazo fijo de diez a?os. Tanto las aportacio los derechos a la utilidad fueron iguales, y se estip

vencimiento del plazo se partir?an en dos partes igua

los bienes de la compa??a. Mej?a se encargar?a de l traci?n directa y aportar?a los dos pedazos de tier nados y los almacigos de cacao para plantar en la h Luis se encargar?a de adquirir veinte esclavos negr

momento seis, luego otros seis, y dentro de cuatro a? restantes, adelantando el pago por ellos, la mitad del reembolsar Mej?a pagando todos los gastos comentes h

terminara la amortizaci?n. En segundo lugar, don cargar?a de abastecer la huerta con cien fanegas ma?z, e incluso de llevarlas a la casa principal d cuales... tengo de dar y cumplir de los pueblos que encomendados y son obligados a me dar". Suponien esclavos no tuvieran familias que mantener, se dis cinco fanegas anuales a cada uno, raci?n m?s o m a la de los indios de repartimiento, que era de un manal.19 Aquella cantidad era exactamente la nece mantener los veinte esclavos.

En su Funci?n econ?mica del encomendero, Jos?

analiza escrituras de diecis?is compa??as en las que par

encomenderos, todas fechadas entre 1525 y 1531:

17 Diccionario Porr?a, 1971, "Castilla, Luis de"; Zav p. 445; LdT, f. 289v. ? LdT, ff. 289v-294v.

19 Gibson, 1964, p. 311. Seg?n ?l, un adulto consume a siete fanegas por un a?o.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

bablemente diez) entre encomenderos y seis en que participa ron pobladores comunes; catorce para "coger oro en las minas"

y dos para "criar puercas". En los contratos destacan como aportaciones principales de los encomenderos los esclavos in dios (cincuenta, cien o m?s), sus mantenimientos (los diversos alimentos y ropas tributados por los indios encomendados), y los indios de servicio. En el contrato de nuestra compa??a, he cho en 1564, los esclavos eran negros y menos en cantidad, sus mantenimientos eran tambi?n menos en cantidad y m?s senci

llos en su composici?n, y aunque la aportaci?n de los indios de servicio no se estipul? en el texto del contrato, en la pr?c tica s? la hubo, como luego veremos.20 Llama la atenci?n una cl?usula en que se estipul? sobre los pormenores del regad?o. Por el momento Mej?a correr?a con los gastos de las instalaciones, luego mandar?a las cuentas, a don Luis para que ?ste le pagase la mitad. Ya en 1561 Me j?a hab?a sacado agua de "un arroyo",21 la mitad de los gastos de lo cual tambi?n deber?a pagarle don Luis. Al liquidarse la compa??a el agua sacada se dividir?a por mitad entre los ex socios. Como hemos visto, en la regi?n hab?an abundado las huertas de riego: por lo mismo es muy probable que la huerta de Mej?a, que ten?a cerca una fuente, hubiera sido un caca huatal precortesiano para entonces abandonado por falta de mano de obra, interrupci?n de los circuitos comerciales o des censo coyuntural de la demanda alrededor de 1530. Lo que hizo Mej?a fue la restauraci?n de una herencia de la agricul tura ind?gena. Por entonces el precio de cacao estaba subiendo. La misma epidemia de 1544-1545 que devast? la provincia de Tututepec diezm? a la vez a los tributarios ind?genas del Soconusco, po niendo coto a la prosperidad que esta regi?n cacaotera tra dicional vivi? en las d?cadas de 1530 y 1540. En la ciudad de M?xico el precio del grano duplic? y triplic? su nivel estable 20 Miranda, 1965, pp. 34-40.

2i LdT, f. 246. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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?4

HITOS HI takahashi

de diez o doce pesos por carga, de modo que el gobier

que promulgar dos ordenanzas para regularizar el precio

ce pesos por carga en 1550 y veinte en 1551. Esta al precio dio origen al florecimiento del cultivo forzoso comienda en la provincia de Izalcos, hoy El Salvador canz? su auge en las d?cadas de 1560 y 1570. La fund de la huerta de Mej?a fue otra respuesta a la misma a graciadamente no tenemos ning?n dato sobre el merc que contaba la huerta. Aunque los espa?oles no lo em a consumir como bebida sino a fines del siglo xvi, el

ind?gena estaba acostumbr?ndose a consumir librement colate y, sobre todo, el grano todav?a reten?a su funci?n

medio de cambio. En el pueblo de Tlacamama en 157

ejemplo, todas las sobras de tributos consist?an en cacao regiones de densa poblaci?n ind?gena, verbigracia los va

M?xico y Puebla-Tlaxcala, pod?an haber sido mercad

nuestra huerta; tambi?n las rep?blicas ind?genas de la M

Alta, mercado tradicional del cacao tututepecano, que

viviendo el auge de sus propias industrias de la seda y la

El cacao era un producto especialmente apropia

esta clase de empresas en que participaban los encome Siendo producto aborigen, no perturbaba tanto a la

tura ind?gena de que depend?an los ingresos tributarios

encomiendas: caracter?stica totalmente diferente a la ejemplo, el ganado vacuno. Parece probable que, cua derrumb? la producci?n del Soconusco en 1545, el a

precio brind? una oportunidad a los encomenderos y a l

pa??as en que ?stos participaban en otras regiones ca como Colima; Yucat?n y la costa del Mar del Sur. A pesar de su apariencia, el contrato no era tan par

favor de don Luis. A causa de la cat?strofe demogr?fica

cio del ma?z estaba subiendo. Cada esclavo costaba h ** AGNM, Indios, vol. 1, exp. 140.

? MacLeod; 1973, pp. 68-95, 249-251, Borah y Cook

pp. 36-37; Gibson, 1964, pp. 348-349.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

nientos pesos en el puerto de importaci?n.24 El adelanto de veinte esclavos por parte de don Luis equival?a a un pr?stamo a medio plazo de ocho a diez mil pesos, sin mencionar la im portancia que ten?an la influencia y las conexiones de un re gidor de M?xico para adquirirlos en un mercado tan favorable para los vendedores. En cuanto a Mej?a, aparte de su trabajo de aviamiento, los almacigos abundaban en la regi?n y las tierras le hab?an costado s?lo doscientos pesos. Mej?a no emprendi? la acumulaci?n de las tierras, ni de los sitios de estancia, y tuvo muy limitado inter?s en la gana der?a. Criaba sesenta cabezas de potros y vacas y quinientas o seiscientas cabras "detr?s de la huerta, en el cerro pedregoso",

en compa??a de un escribano de Igualapa, Bartolom? de la Rocha; y un tratante local, Andr?s Quintero, pon?a ocasional mente cerca de la huerta cien potros y mu?as hasta que se vend?an.25

Mart?n N??ez, yerno de conquistador En septiembre de 1574 se cumpli? el plazo del contrato y se liquid? la compa??a, parti?ndose sus bienes entre los ex-socios.

Muerto Melchor Mej?a, sus hijos Diego y Juan tomaron la mitad de la huerta. Parece que, sin embargo, no ten?an mu chas ganas de dedicarse al cultivo de cacao, prefiriendo la ga nader?a, por lo que don Luis declin? la renovaci?n del con trato y busc? un nuevo socio administrador.

Catorce meses despu?s, el 9 de noviembre de 1575, un es pa?ol vecino del pueblo de Pinotepa del Rey, Mart?n N??ez, visit? a don Luis, esta vez en la ciudad de M?xico. Le com

pr? la mitad de la mitad de la huerta que hab?a pasado a manos del encomendero en la liquidaci?n, y luego la aport? a la nueva compa??a con plazo de otros diez a?os. Don Luis, ?" Aguirre Beltr?n, 1972, p. 44. 25 LdT, ff. 214-221v.

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hitoshi takahashi

aunque todav?a regidor, de 73 a?os de edad, hab?a vista y no pudo firmar la escritura del contrato.2*

Mart?n N??ez era "yerno de Pedro Nieto, conqu encomendero de la mitad de los pueblos de Jicay?n Tetepec.27 Este su suegro era conquistador aut?nti M?xico en 1520 con Panfilo de Narv?ez y particip? de Tenochtitlan y la expedici?n de Pedro de Alvar el mismo se?or?o intransigente de Tututepec.218 Su

da, sin embargo, no era muy jugosa: seg?n la t 1560, su media parte de Jicay?n le tributaba cac

dinero por un total doscientos pesos al a?o, mient

tutepec y sus sujetos rend?an anualmente a don Luis tres mil pesos en dinero y ma?z.29 Por lo mismo, Ni

gaba al derecho de sacar servicio personal de su en

lo cual le caus? dificultades con los naturales y con e

gobierno en la ?poca de don Luis de Velasco. En 1

blo de Jicay?n le entabl? pleito por malos tratamient

ci?n de tributos por encima de la tasaci?n. La aud a favor de los naturales, y Nieto fue condenado en pesos y tres cargas de cacao de tributo al a?o, adem hib?rsele vivir en el pueblo. El encomendero no sentencia, de modo que el 6 de septiembre de 156 tuvo que mandar al corregidor de Jicay?n a que la ej En 1559, a pesar de la sentencia, Nieto carg? cierto de los de Jicay?n y no pag? por el servicio durant de modo que el virrey, a pedimento de los natura el 17 de junio de 1561 que se le embargasen los tr Cuando muri? Pedro Nieto, entre 1565 y 1575, su *> LdT, f. 298. LdT, f. 150.

? Alvarez, 1975, "735. Nieto, Pedro". 29 "Relaci?n de los pueblos de indios de la Nueva Es est?n encomendados en personas particulares..." (ene. ENE, rx, pp. 23, 38. so AGNM, Mercedes, vol. 7, f. 53. 81 AGNM, Mercedes, vol. 6, f. 333. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

estaba necesitada. En la diligencia de una merced pedida por su hijo y heredero Francisco Nieto Maldonado, un testigo de parte dijo, el 20 de marzo de 1575, que era pobre y estaba "con deudas que le dej? su padre".32 Tres meses despu?s de que se le mercedara un sitio de ganado mayor (el primero en el

"Libro de t?tulos"), lo vendi? a Hernando Ram?rez por 150 pesos.33 De este modo, Mart?n N??ez no pudo aprovechar la encomienda de su suegro y debi? buscar su propia actividad econ?mica. El contenido del contrato no vari? mucho del anterior. El

administrador N??ez se arrogaba el derecho de residir donde quisiera con la obligaci?n de que "siempre y a la continua" hab?a de "acudir al beneficio y administraci?n de la dicha hacienda", y con un salario anual de cien pesos de oro com?n, sacado "del mont?n de los frutos y aprovechamientos de la

hacienda", por su "trabajo y solicitud que ha de tener y poner

en todo ello". Como la superficie de la tierra y el n?mero de los esclavos eran la mitad de antes, el abasto del ma?z se redujo

a cincuenta fanegas anuales, las cuales, adem?s, se encarg? a N??ez de las "haber y cobrar y dar carta de pago de ello" a los de Tututepec en nombre de don Luis. No se adquirir?an los nuevos esclavos, y, en cambio, N??ez se encargar?a de "co ger los mozos que fueren menester para el aviamiento de ella [la hacienda] por los precios y salarios y tiempos que me pare ciere".34 Tal vez los "mozos" eran ayudantes espa?oles o mesti

zos para trabajos administrativos o t?cnicos, m?s bien que la mano de obra, pues en el l?xico de 1525-1531 la palabra se refer?a a los pastores espa?oles para la guarda y cuidado de los ganados.35

N??ez comenz? a administrar la huerta, y poco despu?s compr? las dos cuartas partes restantes de la huerta a los hijos

de Mej?a: la de Diego el 5 de junio de 1578 por 720 pesos, y m LdT, f. 120v. S3 LdT, ff. 125-131v. s* LdT, ff. 294v-298v.

35 Miranda, 1965, p. 33.

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hitoshi takahashi

la de Juan el 11 de octubre del mismo a?o por 6

Pag? a Diego una parte del importe (quiniento

un sitio de estancia para ganado mayor que le ha cedado por el virrey Mart?n Enr?quez el 3 de a en los t?rminos de Pinotepa y Potutla (vid. cuad pues por la mitad de la huerta una suma de 1 335 p que no pod?a incluir el de diez esclavos, los cua Diego y Juan retuvieron para la nueva empresa que nos referiremos m?s adelante. Mart?n N??ez fue uno de esos propietarios qu vez explotadores y protectores de los naturales d No s?lo recaud? de Tututepec y sus sujetos las c negas de ma?z estipuladas en el contrato; tambi?n de servicio para las tareas de la huerta, tal vez co timiento de su socio encomendero. A pedimiento rales de Tututepec, el virrey le prohibi? esa pr? septiembre de 1583.37 Por otro lado, el 6 de may a?o, la real audiencia mand? que se prohibiesen cesos" a Diego Arias de Salazar, teniente del corr tici?n del propio Mart?n N??ez en nombre de lo de Tututepec. Desde entonces sigui? presionando gidores para que la provisi?n se cumpliese. A su de cumplirse y los naturales tuvieron que pedir un damiento del virrey, que se dio el 26 de octubre de La copropiedad, tres cuartos para el terratenie un cuarto para los Castilla, continu? por dos d? entonces. Cuando muri? don Luis, en 1586 o 1587 yor don Pedro Lorenzo hered? la encomienda,39 huerta solamente una octava parte. La otra octa

adjudic? a don Lope de Sosa, yerno de don Lu

N??ez vendi? sus tres cuartas partes de la huerta dr?guez Pinto, quien, el 24 de febrero de 1596, v m LdT, ff. 267-273. 37 AGNM, Indios, vol. 2, exp. 1012. 38 AGNM, Indios, vol. 5, exp. 993.

39 Zavala, 1973, p. 591.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

cala a don Pedro Lorenzo de Castilla, corregidor all? desde hac?a tres a?os, y a la vez regidor del ayuntamiento de M? xico,40 compr?ndole su parte. Debiendo a Rodr?guez Pinto mil

pesos, don Pedro Lorenzo le hab?a prometido que se los paga r?a del tributo de los naturales de Tututepec, por mitades, en

las navidades de 1596 y 1597. Luego, Rodr?guez Pinto tuvo

noticia de que su deudor hab?a prometido la misma cosa a otro

acreedor suyo, el regidor de Puebla Antonio Duran, de modo

que le exigi?, con ?xito, vender su octava parte de la huerta/1

Aunque no hay datos sobre el ?ltimo octavo, el de Lope de Sosa, con esta venta terminaron la copropiedad y la dependen cia (ya nominal para entonces) de la futura hacienda de lo? recursos derivados de la encomienda.

II. LOS FUNCIONARIOS DEL JUZGADO DE JlCAYAN

La mayor parte de los pedazos de tierra que habr?an de cons tituir nuestra hacienda tuvieron por origen diversas mercedes

reales:

1. El "Libro de t?tulos" contiene veintid?s mercedes: quince en el delta del r?o de la Arena (trece sitios de ganado mayor, dos de ganado menor y veinte caballer?as) y siete en el del rio Verde (ocho sitios de ganado mayor y cuatro caballer?as), las cuales sumaban veinti?n sitios de ganado mayor, dos de ga nado menor y veinte caballer?as, o sean unas 39 000 hect?reas (vid. cuadro 2 y mapa 1). 2. Seg?n los registros del ramo Mercedes, del Archivo Ge neral de la Naci?n, se hicieron otras veintitr?s mercedes en la cercan?a de la hacienda, esto es, en los t?rminos de Tututepec, Pinotepa del Rey, Potutla, Ayutla y Tetepec, las que sumaban diecinueve sitios de ganado mayor, seis de menor, dos caba ller?as y dos pedazos de tierra, o sean unas 38 000 hect?reas (vid. cuadro 3). De las veintid?s mercedes del "Libro de ti

?o Zavala, 1973, p. 595. ? LdT, ff. 287v-289v.

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Mercedes

Fuentes

LdT

N??ez 232v-233v N??ez 247v-248v

Pinto 164v-165v

Mej?a de la Cerda - Ram?rez 95-96v 12-41

Nieto Maldonado - Ram?rez 108v-126v

Salas - Maule?n - Le?n 131v-133 13-115

N??ez - Mej?a - Pinto 150v-152

compradores

Pedroza - N??ez 229v-231 11-81

Rocha - Ram?rez 104-106v

Beneficiario y

Mej?a Salmer?n - Maule?n Morales - N??ez 240v-242v

Cegarra - N??ez 234v-236

Mej?a - N??ez 254-266V

Pedroza - Pinto 273-274v

Mercedes que constituyeron i-a hacienda

Cuadro 2

Amatitl?n

Lugar

Tututepec

Potutla

Pinotepa y

Potutla y

Tipo*

Ayutla

Tlacamama

PotutlaPotutlaPotutlaPotutla

Ayutla

Potu?a y

1GM1GM Igm 2cIgm 2c 2c 2c

1. 24 die- 1560* 2 huertas

3cIGM

Pinotepa

PotutlaAyutla

Potutla

IGM4GM?GM3c

2GM

15751576

Delta del R?o de la Arena:

5 marzo 1583

13 enero 1584

Fecha

4. 21 julio 1580

11. 25 agosto 1582

7. 17 nov. 9. 30 1581 nov. 1581

2. 27 julio 3. 3 abril

17 sep. 1584 13. 14 sep. 1582

12. 25 agosto 1582

15.

16.

15 sep. 1586

15 sep. 1586 17. 18. 19.

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11-lOOv

19-185v21-27

304-310

314-315v

61-62v39v-41,46-47v1-2

320-32?V

7v-8v

55-58

317-319

Santa Cruz-Ram?rez Pedroza - Ram?rez

Condado - Vargas Zavala - Vargas

Ju?rez - Ram?rez

Pacho - Pinto

Farf?n - N??ez

Pinto

Pinto

Pinto

Notas: a Las siglas corresponden a los siguientes tipos de mercedes: GM, sitio de estancia para ganado mayor; gm,

Jamiltepec

Pinotepa, Tlacamama,

y Potut?a

Jamiltepec

Tlacamama Tlacamama

Tututepec y

Tututepec Tututepec Tututepec TututepecTututepec

13 GM, 2 gm, 16 c, 2 huertas y tierras.

sitio de estancia para ganado menor; c, caballer?a de tierra. 21 GM, 2 gm, 20 c, 2 huertas y tierras

Mercedes: AGNM, Mercedes. Se citan volumen y fojas. b Las l?neas en cursiva representan compras, no mercedes.

Fuentes: LdT: "Libro de t?tulos". Se citan las fojas.

8 GM 4c

8. 30 nov. 1581 1GM 2c

21. 18 abril 1591 Tierras 6. 6, 8 nov, 1581 2GM 2c

5. 20 agosto 1581 1GM

20. 12 julio 1588 1GM 2c

22. 20 mayo 1591 1GM24. 17 agosto 1594 1GM Delta del R?o Verde:

Total parcial:

10. 12 enero 158214. 1GM 18 enero 158323. 1GM9 enero 1594 3GM

Total parcial:

Total:

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13. 8 agosto 1584

12. 23 enero 1584

6. 10 Julia 1581

10. 6 junio 1582 11. 6 junio 1582

9. 7 mayo 1582

Fecha

3. 28 nov. 1563

8. 7 mayo 1582

5. 7 marzo 1581 2.7. 11 oct. 158130 agosto 1563 1. 9 sep. 1542 4. 1577

IGM IGM IGM IGM IGM IGM IGM Igm IGM Igm IGM Igm de tierra

Tipo*

2 pedazos

Lugar

Mercedes fuera de la hacienda

Tututepec Miguel D?az, vecino de M?xico 12-97

Cuadro 3

Tututepec Juan de Acevedo ll-67v Tututepec Juan Antonio de Acevedo ll-148v

Pinotepa Miguel Manrique, cacique 84-151

Ju?rez, vecino de Oaxaca 12-49vDiego Hern?ndez, principal 7-34v Tututepec Pinotepa Juan Villafranea, vecino de Puebla 11-8

Jicay?n Crist?bal de Mafra, encomendero 1-316 Potutla Francisco de Bravo, vecino de Oaxaca 7-197v

Tetepec Juan de Salinas, vecino y regidor de Oaxaca 1 l-41v

linas, vecino y regidor de Oaxaca 1 l-147v Tututepec Do?a Luisa de Salinas, nieta de conquistador 11-136

Tututepec Do?a Floriana de Salinas, nieta de conquistador 11-137

Beneficiario*

Fuente

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Total:

20. 14 feb. 1595

23. 17 oct. 1595

19. 28 junio 1594

22. 26 agosto 159521. 26 agosto 1595

18. 1 abril 1594 17. 28 enero 1594 16. 29 mayo 1593

15. 28 nov. 1591

14. 19 agosto 1585 IGM

2GM Igm

edes. Se citan volumen y fojas.

Igm

IGM Igm 2GM 2GM IGM

IGM 2c

19GM, 6gm, 2c y 2 pedazos de tierra

ganado menor; c, caballer?a de tierra, Tuxda Tututepec y

Tututepec Tututepec Atoyac Ayutla

yTututepec TututepecTututepecTututepec Tututepec

Pinotepa y

Tlacamama

Notas: a Las siglas corresponden a los siguientes tipos de mercedes: GM, sitio de estancia para ganado mayor; gm,

b Caciques y principales sin especificaci?n son de los pueblos en cuyos t?rminos fueron dadas las mercedes.

Do?a Catalina Neta 20-35v

Don Domingo Ramos, principal 20-126

Mart?n Ochoa 19-236v Francisco Pacho, vecino de M?xico 19-184v

de Oaxaca DonFrancisco de Mezquita, Alvarado, cacique Do?a Juana deMelchor Arellano, vecina de vecino M?xicode18-70V 18-250v Don Agust?n de Vergara, principal 20-126v Miguel de Alavez, hijo de conquistador 20-186

Don Feliciano de Olmos, cacique de Jamiltepec 18-291

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24

hitoshi takahashi

tulos" solamente seis est?n registradas en el Archivo

ci?n, de manera que posiblemente se concedi? much las registradas.

3. En el dicho ramo est?n registrados veinticinc

mientos acordados, todos posteriores a 1590, de los cua tienen sus mercedes correspondientes entre las 45 enn arriba, quedando diecisiete mandamientos cuyas pet

sabemos si fueron rechazadas en las diligencias o p con merced sin registro.

En el cuadro 4 se?alamos el n?mero y el tipo de cedes otorgadas por cada virrey. El cuadro ilumina

tancia del per?odo 1581-1595, y sobre todo los per?od

virreyes conde de la Coru?a (incluyendo el interin real audiencia que sigui?) y Luis de Velasco el Moz siete mercedes anteriores al conde de la Coru?a, tr

ciaron a un encomendero y a dos parientes de otro (cu

2, 3; cuadro 3: 1), y dos fueron para nobles ind?g cacique y un principal (cuadro 3: 2, 4). La ?poca de de la Coru?a fue aqu?lla en que, como Chevalier in

superior gobierno era tan d?bil que los recipientes de cedes perdieron el respeto debido a los "cargos y co que se les impusieron con las mismas.42 En la ?po de Velasco el Mozo muchos sitios de ganado mayor mercedados en t?rminos de Tututepec fuera de nu cienda; pero cuatro mercedes de las doce se?aladas fue nobles ind?genas del dicho pueblo (cuadro 3: 15, 18, un sitio de ganado mayor y tres de ganado menor.43 En el cuadro 2 encontramos muchos prestanombres bres de paja": los recipientes que en seguida vend?an

las tierras mercedadas sin hacer ning?n intento por ex

trato totalmente ilegal que te?ricamente nulificaba ipso facto, pero que era tolerado en la pr?ctica. E

hacienda nada menos que cinco mercedes se hici

vecino de M?xico, Mart?n de Pedroza, y sus parien ?2 Chevalier, 1976, p. 176.

? Vid. Chevalier, 1976, p. 245.

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No. de Tipo de

4 2GM, 2gm, 2c 3 IGM, Igm,

18 14GM, 2gm, 13c

2 pedazos

12 12GM, 3gm, 2c

3 3GM, 5c

Total

4 7GM

1 IGM

mercedes mercedes

9 9GM, 3gm, 2c 6GM, Igm

IGM, Igm,

2 pedazos

Fuera de la hacienda

Igm

2 2GM

1 IGM

Mercedes de los virreyes

Cuadro 4 mercedes mercedes mercedes mercedes No. de Tipo de No. de Tipo de

Igm, 13c 7 2GM, Igm,8GM,2c 1

3GM, 5c

5GM

Dentro de la hacienda

3GM

gm Sitio de estancia para ganado menor,

Siglas: GM Sitio de estancia para ganado mayor,

c Caballer?a de tierra.

Marqu?s de Villamanrique

Virrey

Pedro Moya de Contreras Luis de Velasco el Mozo 3

Real Audiencia

Conde de la Coru?a

Antes de 1568 ?

(1568-1580) 3 Mart?n Enr?quez

(1585-1590) 3

Interinato de la

(1580-1583) 11

(1590-1595)

(1583) 2

(1583-1585) ?

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26

HITO S HI TAKAHASHI

gos (cuadro 2: 6, 7, 12, 13, 18). Pedroza recibi? dos estancias de ganado mayor y dos caballer?as el 6 y 8 de noviembre de 1581 en la orilla del r?o Verde, y los cedi? a Hernando Ram?rez

el 4 del mes siguiente.44 El 17 de noviembre del mismo a?o recibi? una estancia de ganado menor ) otras dos caballer?as en los linderos de la huerta de Mart?n N??ez, habi?ndolos ce dido a ?ste antes de esa fecha, el 27 de agosto, teniendo nada m?s que el mandamiento acordado.45 El de agosto de 1582, su esposa, Leonor de Morales, recibi? merced de tres caballe r?as y tambi?n las cedi? a N??ez el 12 de noviembre.46 El caso siguiente es un corolario interesante de esta pr?ctica. El 14 de septiembre del mismo a?o, 1582, un tal Juan Ram?rez Cegarra recibi? una estancia de ganado mayor, la cual merced hab?a pedido por intercesi?n de Pedroza. Dado el mandamien to, el 19 de agosto de 1581 Cegarra hizo "declaraci?n y re caudo" de que la hab?a pedido para Pedroza, por lo que era suya y le pertenec?a. El d?a 27 del mismo mes Pedroza hizo

otra declaraci?n de la misma clase a N??ez, diciendo que "al tiempo que le rogu? y encargu? [a Cegarra] pidiese la

dicha merced, fue a instancia e intercesi?n de.. . N??ez... y para ?l, y ?l dio la memoria y noticia para la pedir" y que,

aunque la declaraci?n de Cegarra se "hab?a de hacer a...

N??ez", se hab?a hecho a Pedroza "por estar ausente [N??ez] de esta corte [la ciudad de M?xico] al tiempo", por lo que la merced era de ?ste y le pertenec?a.47 ?ltimamente, el 15 de septiembre de 1586, se mercedaron tres caballer?as a una Ana de Pedroza, y ella las cedi? a Pedro Rodr?guez Pinto.48 No sabemos c?mo los Pedroza pudieron adquirir cinco mercedes (tres sitios de ganado mayor, uno de ganado menor y una caballer?a), y cuatro de ellas casi al mismo tiempo. Las mercedes en Tututepec fueron ganaderas en su gran mayor?a, y para ganado mayor en la mayor?a aplastante. Fue ** LdT, ff. 53v-58.

? LdT, ff. 227v-231. 4* LdT, ff. 240v-246. 47 LdT, ff. 234v-238. *? LdT, ff. 273-274.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA 27

ron mercedados cuarenta sitios para ganado mayor y s?lo ocho para ganado menor, de los cuales los ?ltimos cinco fueron para los naturales; adem?s, en Tututepec, tres naturales recibieron

cuatro sitios para ganado mayor (cuadro 2: 8, 19; cuadro 3: 15), cosa rara en la Nueva Espa?a.49 El car?cter ganadero de las mercedes puede atribuirse a la ausencia en la cercan'a de centros de consumo de productos agr?colas y a las barreras para la transportaci?n: la costa sin puertos, los r?os al este y al oeste,

y la doblada sierra de la Mixteca Alta. Otra causa era la ra pidez con que disminu?a la poblaci?n ind?gena, que de otro modo habr?a prove?do mano de obra para la agricultura y se habr?a resistido a la perturbaci?n causada por el ganado ma yor. Adem?s, la ciudad de Puebla, rodeada por regiones tri gueras y maiceras, era un buen mercado para la carne de res. Su poblaci?n estaba aumentando r?pidamente: de quinientos vecinos en 1570 a mil quinientos hacia 1600 y tal vez tres mil en 1620.50 Por el contrario, la cr?a de ganado menor ten?a com

petidores poderosos en los naturales de Tlaxcala y la Mixteca

Alta.51

?Qui?nes fueron estos ganaderos? No fueron "hombres ri cos y poderosos" como en la Gran Chichimeca. La sola expe dici?n de Pedro de Alvarado bast? para pacificar la provincia.52

No hab?a ni minas de plata ni centros comerciales, por lo que no pudieron ser mineros ni comerciantes. Fueron los que se identificaron con los niveles inferiores de las dos jerarqu?as omnipresentes en la Nueva Espa?a: el estado y la iglesia. El corregimiento, como se?al? Gibson, a veces fue un puesto lu crativo, y algunos corregidores pudieron acumular tierras. Gib

son menciona a dos corregidores del valle de M?xico que con siguieron tierras en sus corregimientos. El personal del juzgado de Jicay?n merece un examen minucioso.63 49 Simpson, 1952, pp. 18-19, cuadro 1. Vid. tambi?n Miranda, 1958; Taylor, 1972, p. 80, cuadro 7. ?o Gerhard, 1972, p. 222. ei Simpson, 1952, pp. 62-65; Miranda, 1958. 62 Dahlgren de Jord?n, 1966, p. 54. ?3 Gibson, 1964, p. 275. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


en persona menores o ad hoc

N?meros de negocios tratados y de diligencias de

periodos de sus oficio,.- Por el juzgado Por el corregidor Por functonanos

Cuadro 5Personal del juzgado de Jicay?n

Corregidores, fechas de sus cargos y funcionarios_mercedes efectuadas_

menores y ad hoc que trabajaron durante los . JCom Don Juan de Canseco, C de Suchitepec 1 -

5. Francisco Pinelo Farf?n: 21 sep. 1581-9 mar. 1584 10-9 6-2

JCom Gaspar de Vargas, C. de Guatulco -1

JCom Gaspar de Vargas, C. de Guatulco -1

JCom Crist?bal de Salas, C. de Rio Hondo 1-3

1. Diego Serrano b: 30 die. 1560-30 ago. 1563 4-2 3-2 2. Juan de Leyva: 20 jun. 1573-30 oct. 1575 3- 2

4. Hort?n Velasco: 13 nov. 1579-2 sep. 1580 6-1 1

3. Crist?bal de Herrera: 5 jun. 1578 t - 12 1-4

Tnte Francisco de Valdivieso - 1

Tnte Diego Arias de Salazar 5-1

Tnte Juan de Esquibel 3 - 3 EscS Hernando Ram?rez 1 -1

Escr Diego de Briones 1 -

Tnte Juan de Esquibel - 5

Escr Juan de Hered?a 1 -

Escr Alonso V?zquez 1 Escr Pedro P?ez 2 -

Tnte Pedro Bravo 1 -

Escr Juan Carlos 3 -

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1

1 1

1

EscS: escribano de su majestad; JCom: juez comisario; JRsd: juez de residencia; Tnte: teniente.

Notas: a Las siglas corresponden a los siguientes cargos: C: corregidor; EscP: escribano p?blico; Escr: escribano;

6. Don Mateo de Maule?n: 19 die. 1584-22 mar. 1586 3-4 3-3

9. Juan de Vaz?n Velazquez: 10 ene. 1594-3 mayo 1595 5 -5 5-5

JRsd Pedro Barrios Urrea, C. de Teozacualco * * 3

7. Gaspar de Vargas: 27 mar. 1588-29 abr. 1590 5-1 3 -

JCom Diego de Esquibel, C de Justlahuaca - 1

8. Antonio Sede?o: 24 die. 1591-17 nov. 1593 4-3 3- i

Fuentes ? LdT; "Cacicazgo"; AGNM, Mercedes, passhn.

b Corregidor de Cuahuitl?n. Escr Francisco G?mez Ranguijo * "

Escr Luis de Esquibel 1 -

EscS Antonio Lujan 6

Escr Juan Carlos 2

Escr Hernando de Olvera 1 "

EscS Antonio Lujan 1 "

10. Guti?rrez de Ch?vez: 16 mayo 1596 1 - 1 -

Tnte Juan de Salinas ~ *

EscP Miguel P?rez 2 -

Tnte Diego P?rez 2 -

Escr Diego Pacheco 3 -

EscS Antonio Lujan

Tnte Diego Pacheco

Escr Pedro V?zquez * "

EscP Miguel P?rez 3 -

EscS Antonio Lujan . 1 EscS Antonio Lujan

Escr Diego Pacheco

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HITOS HI TAKAHASHI

El cuadro 5 sintetiza el personal empleado bajo un corre gidor de Cuahuitl?n y nueve corregidores de Jicay?n en la

segunda mitad del siglo xvi: tenientes (letrados), escribanos, y jueces comisarios ad hoc esto es, corregidores de ciertas regio

nes cercanas comisionados por el virrey para atender algunos negocios espec?ficos en la ausencia del corregidor de la regi?n.

Ah? dejamos asentado cu?ntas veces aparecen los personajes en las fuentes se?aladas. Contamos a nueve corregidores en el per?odo de 1573 a 1600, por lo que el t?rmino medio de sus oficios era de tres a?os; bastante breve. Adem?s, estuvieron muy frecuentemente

ausentes: por ejemplo, de los trece negocios de Crist?bal de Herrera, siete fueron encargados a los tenientes y uno al co rregidor de Guatulco, Gaspar de Vargas; de los diecinueve negocios de Francisco Pinelo Farf?n, el teniente Juan de Es quibel atendi? seis en vez de ?l, y dos jueces comisarios se ocuparon de cinco. El de Hort?n Velasco fue un caso notable: su teniente Pedro Arias de Saiazar se ocup? en su nombre de cinco de sus seis negocios. Supuestas la brevedad de sus t?r minos en el oficio y la frecuencia de sus ausencias, podemos concluir que los corregidores tuvieron mucha dificultad o poco inter?s en acumular tierras.

Dos corregidores propietarios Dos de estos diez corregidores poseyeron por alg?n tiempo una parte de las tierras que habr?an de constituir la hacienda.

Pero las hab?an tenido desde antes de ocupar sus respectivos oficios.

El primero de ellos, Gaspar de Vargas, corregidor en la segunda mitad de la d?cada de 1580, vecino de Oaxaca y re gidor en su ayuntamiento, se hab?a encargado del corregimien

to del puerto de Huatulco en la primera mitad de la misma d?cada. Muchos negros cimarrones se hab?an establecido en la cercan?a del puerto haciendo rancher?as. Esa situaci?n moles This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

taba a los espa?oles radicados localmente, por lo que Vargas "los sac? y ech?".54 Hab?a sido comisionado dos veces para diligencias de mercedes en Tututepec. En esos a?os consigui? dos sitios de ganado mayor all?, en el delta del r?o Verde: el primero fue originalmente mercedado el 12 de enero de 1582 a Catarina Condado, vecina de Oaxaca y viuda del conquis tador Bartolom? S?nchez, quien lo cedi? a Vargas 39 d?as despu?s. El segundo fue mercedado junto al primero el 18 de enero de 1583 a un vecino de M?xico, Mart?n de Zavala, quien lo cedi? a Vargas el primero de agosto del mismo a?o (cua dro 2: 10 y 14). Ocho a?os despu?s, el 2 de enero de 1590, cuando Vargas era corregidor de Jicay?n, vendi? los sitios a Pedro Rodr?guez Pinto por 650 pesos.55 El segundo corregidor, Mateo de Maule?n, predecesor de Vargas, hab?a ocupado el cargo a mediados de la misma d? cada. Aguirre Beltr?n habla brevemente de su carrera en su libro Cuijla. Hidalgo de fortuna limitada y capit?n de la guar dia del virrey, se cas? con una hija del gran encomendero don

Tristan de Luna y Arellano, probablemente en la segunda mi tad de la d?cada de 1560, recibiendo como dote una parte del tributo encomendado a su suegro, que llegaba a m?s de cinco

mil pesos anuales, y una hacienda de ganado mayor en el

llano de Cuahuitl?n, situado al oeste de nuestra hacienda. La

topograf?a all? no es el escarpado complejo de sierras, barran

cas y deltas, sino una llanura inclinada muy suavemente al oeste, extendida a lo largo de la costa por m?s de cincuenta kil?metros desde el pueblo de Tlacamama hasta el de Cuajini cuilapa, condici?n favorable a la cr?a de ganado. La relaci?n de Cosme de Cangas de 1580 ya mencionaba a los grandes reba?os de don Mateo. A causa de esa condici?n, la pertur baci?n de la agricultura ind?gena fue mucho m?s pronunciada que en la cercan?a de nuestra hacienda. Aguirre Beltr?n atri buye a esa perturbaci?n la desaparici?n de los pueblos de Cua 64 Aguirre Beltr?n, 1958, p. 60. 55 LdT, ff. 39-42v, 46-49v, 49v-51v.

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HITOSHI TAKAHASHI

huitl?n, Tlacuilula y Cuazapotl?n y la negrizaci?n subsecuen de la regi?n.56 Ya latifundista en 1584, durante su per?odo como corr gidor, don Mateo sigui? acumulando tierras, aunque sus ac vidades en Tututepec son dif?ciles de entender. La prime compra fue de un sitio de ganado mayor en t?rminos de P tutla mercedado a Hernando de Salas, vecino de M?xico,

17 de septiembre de 1584 (cuadro 2: 17), quien lo vend a don Mateo por cincuenta pesos el 2 de agosto del a?o

guiente; el mismo comprador, como corregidor, hab?a hec la diligencia para dicha merced. El 22 de febrero de 1586 d Mateo cedi? ese sitio a do?a Isabel, viuda del cacique don M guel Manrique de Pinotepa del Rey, quien, seg?n don Mate

hab?a arreglado la solicitud de la merced y pagado a Sa los cincuenta pesos. Pero en 1595 este sitio pertenec?a ot vez a don Mateo, quien en esa fecha lo cedi? al presb?tero

Hernando de Le?n.57 La segunda compra fue de dos sitios d

ganado mayor en el pueblo de Tlacamama, mercedados

cacique don Diego Mej?a de Salmer?n el 15 de septiembre d

1586 (cuadro 2: 19). El cacique los vendi? a don Mateo e

11 de diciembre por quinientos pesos. Adem?s, en la escritura de venta, don Diego declar? que hab?a vendido otros tres sitio

de ganado mayor al mismo don Mateo tres a?os atr?s.58 E cacique le serv?a pues al corregidor como hombre de paja como el mismo funcionario serv?a a otro. Don Mateo los en

jen? despu?s, lo cual indica el hecho de que estos document est?n incorporados en el "Libro de t?tulos".

Estas actividades de don Mateo sugieren dos cosas: la pr mera, que si tuvo alguna vez la intenci?n de extender su la fundio al delta del r?o de la Arena, la abandon? a medio mino; la segunda, que este terrateniente arraigado en esta provincia hab?a desarrollado una relaci?n ?ntima y comple con la nobleza ind?gena local, insondeable con los datos qu 66 Aguirre Beltr?n, 1958, pp. 41-48. ?7 LdT, ff. 131v-136, 193-195v. 68 LdT, ff. 298v-304.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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tenemos. Viv?a en esta regi?n todav?a en 1595, y quiz?s muri?

all?. En treinta a?os de contacto debi? haber cultivado una re laci?n que rechaza cualquier interpretaci?n simplista.

El papel que desempe?aron estos dos corregidores en la formaci?n de la hacienda fue sin embargo secundario, y el oficio de corregidor no fue de importancia central. Es intere sante que uno de los protagonistas de la formaci?n de la ha cienda haya sido un escribano del rey: Hernando Ram?rez. Tenientes y escribanos

El cuadro 5 se?ala a primera vista que los tenientes y

escribanos permanecieron en el juzgado por per?odos mucho m?s largos y se arraigaron m?s en la provincia que los corre gidores. Hernando Ram?rez ya era escribano all? por 1559, aunque todav?a no ten?a el t?tulo de "escribano de su majes tad".50 Aparece tres veces en el juzgado y trat? tres negocios

como escribano independiente hasta 1583: para entonces ade m?s ya se hab?a convertido en propietario. Otro escribano "de su majestad", Antonio Lujan, trat? dieciocho negocios entre 1580 y 1598: nueve en el juzgado y otros nueve inde pendientemente. El teniente Juan de Esquibel trabaj? bajo dos distintos corregidores. Los tenientes y escribanos eran tam bi?n muy activos en las esferas social y econ?mica.

Pedro Bravo, teniente del corregidor Juan de Leyva ha cia 1575, y Hernando Ram?rez "acostumbraban de dar y re partir a los indios cantidad de algod?n para hilar, y para que hilen les compelen con muchos malos tratamientos"; adem?s, Bravo llevaba vino a la provincia, vendi?ndolo ilegalmente a los naturales.60 El 13 de noviembre ele 1579 el cacique y los 59 "Cacicazgo", p. 82. 60 Mandamiento de Mart?n Enr?quez (13 sep. 1575), en Zavjlla y Castelo, 1936-1946, i, p. 10. Esta pr?ctica del repartimiento de

algod?n estuvo bastante arraigada en Tututepec. Otro mandamiento,

fechado el 23 de junio de 1579, la prohibi? al corregidor (posible mente Crist?bal de Herrera u Hort?n Velasco). Zavala y Castelo, 1936-1946, n, p. 179. Otro m?s. fechado el 11 de febrero de 1583, This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITOS HI TAKAHASHI

principales de Tlacamama recibieron un mandamiento de am paro contra el mismo Bravo, al cual hab?an denunciado por que hab?a pedido un sitio de ganado mayor en t?rminos de Pinotepa del Rey, casi al linde de los de Tlacamama. El juez comisario Cosme de Cangas, corregidor de Icpactepec,*1 en cargado de la diligencia, no notific? ni cit? a los de Tlaca

mama para la diligencia de vista de ojos. Fue al pueblo de Pinotepa, dio a entender al cabildo el contenido del manda

miento acordado, fue a ver el lugar en que se pidi? la merced y volvi? a Icpactepec: todo en solo un d?a. Sin ser notificados,

los de Tlacamama no tuvieron tiempo ni oportunidad para contradecir, aunque el lugar estaba solamente a media legua del pueblo mismo y de sus granjas de algod?n, ma?z y otras legumbres. Hay que observar que Cangas era amigo de Bra vo y de Ram?rez.

Un tiempo atr?s, Bravo hab?a recibido merced de otro sitio de ganado mayor en un lugar llamado Cuyotepec, bas tante lejos del pueblo, y lo hab?a vendido luego a don Mateo de Maule?n por 1 600 pesos. El pueblo de Tlacamama justi ficadamente tem?a que sucediera lo mismo con la nueva mer ced, caso en el cual don Mateo podr?a llevar su numeroso

reba?o de vacunos a media legua de sus sembrad?os. Asi

mismo dijeron que estaban procediendo judicialmente contra Bravo y Ram?rez porque met?an sus ganados en ciertos luga res sin t?tulo ni merced, y ya hab?an conseguido un manda miento virreinal a efecto de prohib?rselo.*2 la prohibi? al corregidor, el teniente y el vicario de Tututepec. AGNM, Indios, vol. 2, exp. 491. ?stos eran, respectivamente, Francisco Pinelo

Farf?n, Juan de Esquivel y el bachiller Pedro de Alavez, el cual era vicario en marzo de 1582 (LdT, f. 45v). 61 El pueblo de Icpactepec en la Mixteca Baja, despu?s incluido en el de Justlahuaca, pertenec?a entonces al corregimiento de Cuahui

tl?n, el que hab?a de ser abolido en 1582. Ya en 1579 este pueblo

estaba desapareciendo, por lo que viv?a Cangas en Icpactepec. Cangas fue probablemente el ?ltimo corregidor de Cuahuitl?n y el autor de

la "Relaci?n de Cuahuit??n". ? AGNM, Tierras, vol. 43, exp. 2.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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Antonio Lujan, otro escribano de su majestad, se dedicaL ba a la usura. Aparece en 1580 como escribano independien te y, desde 1582, como escribano del juzgado bajo Pinelo Far~ f?n. El 7 de diciembre del mismo a?o fue expulsado de la provincia por mandato del virrey a ra?z de que los naturales de Tututepec lo acusaron de haber forzado a unas mujeres all?. Expulsado, Lujan acudi? a la capital aleg?ndose inocente e imputado de una culpa falsa, y pidi? licencia para volver a la provincia a cobrar en persona ciertos cr?ditos que hab?a dejado pendientes, lo que era indispensable porque entre los deudores estaban incluidos los que le hab?an acusado emplean do fraudulentamente los nombres de los naturales. El 14 de marzo de 1583 consigui? la licencia con quince d?as de plazo, volvi? a Tututepec, y en noviembre estaba otra vez dedicado al oficio de escribano en el juzgado. Despu?s de esto no hubo interrupci?n en su carrera.63 Culpable o inocente de estupro,

es indudable que se dedicaba a la usura. Pedro de Valberde, otro escribano real que apareci? en 1591, unos seis a?os despu?s de la muerte de Hernando Ra m?rez, tambi?n se dedic? a la usura y tambi?n tuvo dificultad con los naturales poco despu?s de su arribo. Fue acusado por los de Pinotepa del Rey por una raz?n m?s bien vaga: que "con su mal modo de vivir los trae muy inquietos por andar aunado con un cl?rigo que se dice Diosdado Trevi?o, caus?n doles pleitos y diferencias". El virrey mand? que el corregi dor hiciese una investigaci?n y, de ser verdadera la acusaci?n,

que se le expulsara.64 Un "Testimonio de las diligencias sobre la cobranza" fechado en el 8 de agosto de 1596 da prueba de su actividad usurera. Valberde hab?a prestado seiscientos pesos

a Pedro Arias de Salazar, entonces due?o de una parte de la hacienda, quien ofreci? transferirle una deuda por cobrar a Pedro Rodr?guez Pinto, due?o de otra parte de la hacienda ?s AGNM, Indios, vol. 2, exps. 244, 621, 622, 953. 04 AGNM, Indios, vol. 6, 2a. parte, exp. 105. Trevi?o era cura de Tututepec. LdT, f. 254. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITOSHI TAKAHASHI

y su agente comercial en la ciudad de Puebla. Valberde viaj? a Puebla como concesionario de Arias para la cobranza de 150 novillos m?s o menos, a cuatro pesos cada uno.65 Diego Pacheco, otro escribano, trabaj? en el juzgado des

de el 2 de abril de 1588, dos veces como teniente. Cuando trabaj? bajo Gaspar de Vargas abus? mucho de sus atribucio nes oficiales. Cuando termin? el plazo de Vargas su sucesor, An tonio Sede?o, fue comisionado para ejecutar el juicio de residen

cia. Los naturales acusaron entonces a Pacheco de que los

hab?a compelido a prestarle dinero sin devolverlo. Antes de

que terminara el juicio de residencia Pacheco tom? nueva mente el cargo de teniente, ahora bajo Sede?o, y maltrat? a los naturales como represalia. ?stos le acusaron directamente ante el superior gobierno y consiguieron dos mandamientos:

el primero, del 7 de agosto de 1591, que le prohib?a tomar cargo antes de que terminara la residencia; el segundo, del 9 del mismo mes, que le expulsaba de la provincia una vez recibido el resultado de la residencia.60 El hecho de que Se

de?o tuviera que permitir a Pacheco que tomase el cargo

subraya la dependencia de los corregidores forasteros ante la experiencia y las conexiones de los tenientes arraigados. La expulsi?n no tuvo efecto y Pacheco sigui? siendo teniente y escribano bajo Sede?o y Vaz?n Vel?zquez. Estos funcionarios operaron adem?s como administradores de due?os ausentes. Pacheco se identific?, el primero de marzo de 1596, como "mayordomo" de la hacienda de Hernando de Le?n.67 En la alejada regi?n de Tututepec, pues, fueron los te nientes y escribanos, m?s que los corregidores, quienes man tuvieron contacto estrecho con los naturales y ejercieron ma yor influencia en sus vidas cotidianas. Es necesario investigar no solamente a los corregidores sino a sus subordinados, sobre

todo a los escribanos, quienes pod?an acumular un capital 65 LdT, ff. i70-180v. ?? AGNM, Indios, vol. 5, exps. 707, 711. ?7 LdT, ff. 5-6. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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suficiente para dedicarse a la usura y para acumular tierras transform?ndose en hacendados como Hernando Ram?rez.68

La huerta y los ganados: Mart?n N??ez y Hernando Ram?rez en conflicto

La acumulaci?n de tierras y las actividades ganaderas de Hernando Ram?rez tuvieron por escenario el delta del r?o de la

Arena, circunstancia que hizo inevitable el choque con el ve cino Mart?n N??ez. El primer sitio de ganado mayor de Ra m?rez le hab?a sido mercedado el 27 de julio de 1575 a Fran cisco Nieto Maldonado, heredero de Pedro Nieto, en t?rminos de Ayutla a media legua del mar. Estando necesitado lo vendi? a Ram?rez por 150 pesos.6? En el "Libro de t?tulos" se conser van los documentos de la diligencia que hizo el corregidor Juan de Leyva con el entonces escribano Ram?rez. Se cit? a los caci

ques y miembros de gobierno de los pueblos de Potutla, Ayu tla, Pinotepa del Rey y Amatitl?n: a los de Potutla se les hizo la notificaci?n el domingo 6 de marzo del mismo a?o frente a la iglesia del pueblo. El mismo d?a, Leyva y Ram?rez visita ron tambi?n Ayutla y Amatitl?n y contaron los vecinos: quince en Ayutla, cinco o seis en Potutla y doce en Amatitl?n. El d?a siguiente, en compa??a de los indios, fueron a ver el lugar, a

dos leguas del pueblo desaparecido de Ayutla (que se situaba a tres leguas de Guajolotitl?n y a cuatro de Pinotepa del Rey). Describieron en los siguientes t?rminos el paisaje del delta: Los llanos de Potutla [se extienden].. . junto de un charco, de

donde se parecen unos largos y extendidos llanos que llegan hasta la mar, que seg?n parece habr? cuatro leguas, y de largo

m?s de ocho tomando la costa de la mar en la mano, y all? o m?s adelante en unos cerros grandecillos junto de un charco de 68 En los repartimientos de efectos en el siglo xv?n era costumbre que el comerciante aviador nombrara al teniente del corregidor para que sirviera como representante de sus intereses en la regi?n. Vid.

Hamnett, 1971, p. 6 et passim. ?o LdT, ff. 127-131.

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HITO S HI TAKAHASHI

agua grande... y un r?o que va a dar a la mar que pasa por dichos llanos... Preguntados por Leyva, los indios, pueblo tras pueblo, con

testaron que no les vendr?a da?o ni perjuicio por la merced, porque ten?an muchas tierras. Una semana m?s tarde Leyva mand? a Ram?rez que visitase y preguntase a los hijos de Mej?a si recibir?an perjuicios en su huerta, los cuales contestaron que

no. El 16 de abril Leyva hizo la carta de parecer y la envi? al superior gobierno. Probablemente los reba?os de Ram?rez que causaron el pleito con Tlacamama en 1579 eran de esta estancia y tambi?n causaron da?os en la huerta. Mart?n N??ez compr? la primera cuarta parte de la huerta de Mej?a veinti ocho d?as despu?s de que Ram?rez comprara el sitio de ganado a Francisco Nieto. En 1580, cuando Ram?rez pidi? una nueva merced en t?r

minos de Ayutla, el conflicto se puso de manifiesto. Su hombre

de paja fue Bartolom? de la Rocha, escribano de Igualapa, quien consigui? un mandamiento acordado fechado el 21 de abril que mandaba que se viese un sitio de ganado menor y dos caballer?as. El 2 de mayo de 1580 Ram?rez, en nombre de Rocha, present? el mandamiento ante el teniente Diego Arias de Salazar. La carta de poder de Rocha estaba fechada el 12 de abril, fecha en que Rocha ya hab?a cedido a Ram?rez el derecho de la merced por cincuenta pesos.71 El domingo 29 de mayo, en plena fiesta de la Sant?sima Trinidad, Arias fue al pueblo de Ayutla y cit? a los indios enfrente de la iglesia para acudir a la vista de ojos. En seguida partieron hacia el sitio, "yendo por el camino que va del dicho pueblo de Ayutla a Potutla, pasadas todas las lomas, queriendo

bajar al llano que tiene cerca dos charcos de agua entre los

ca?averales... donde en el dicho llano se amojona... [con

Potutla]". Preguntados, los de Ayutla contestaron que no les vendr?a ning?n perjuicio, pero pidieron que se mercedara s?lo 70 LdT, ff. 108-124. 7i LdT, ff. 199-227v.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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una caballer?a en lugar de las dos solicitadas. Diego Mej?a

Salmer?n, el hijo de Melchor, tambi?n presente, declar? que tampoco le vendr?a perjuicio al sitio que compr? a Mart?n N??ez en 1578 (cuadro 2: 3). El d?a 30 Arias visit? a Mart?n N??ez en su huerta, y ?ste dijo que contestar?a despu?s y se neg? a firmar la escritura de notificaci?n, diciendo que no quer?a. El d?a 31 Ram?rez present? cinco testigos para la "infor maci?n de parte", a saber: a) don Miguel de Miranda, prin

cipal de Tlacamama, de 33 a?os de edad; b) don Baltasar Cort?s, cacique de Potutla, de 35 a?os, hijo de don Diego

Cosumatl, quien hab?a vendido a Mej?a la huerta veinte a?os atr?s;72 c) Juan de Campo Rey, vecino espa?ol de la provin cia, de veinte a?os m?s o menos; d) don Miguel Manrique, cacique de Pinotepa del Rey, de veinticinco a?os, a cuya viuda

do?a Isabel cedi? don Mateo un sitio (cuadro 2: 17), y e)

Gaspar L?pez, criado de Ram?rez, de dieciocho a?os. Todos declararon que no les vendr?a perjuicio a ellos ni a terceros porque hab?a mucha tierra. Don Miguel Manrique dijo que este lugar estaba "apartado y fuera de poblado de m?s de tres leguas del pueblo de Ayutla, y del de Potutla habr? m?s de le

gua y media". Don Baltasar Cort?s confirm? que as? era, aun que hab'a sido "persuadido maliciosamente de algunas perso nas no declarase ni dijese ser ello".

Mart?n N??ez entr? en acci?n el primero de junio. En el pueblo de Amatitl?n present? ante Arias una carta de con tradicci?n, en que dijo que a ?l le perjudicar?a la merced, por que ten?a las huertas "como media legua o poco m?s" y ?stas se sustentaban "de humedades de las tierras, y corriendo ga nado menor me las agotar?n". Dijo que perder?a m?s de tres mil pesos que val?a la hacienda, "sin la parte que en ella tie

ne. .. don Luis de Castilla". El mismo d?a don Baltasar, de Potutla, retir? su declaraci?n del d?a anterior y tambi?n con tradijo. Aclar? que, en realidad, el lugar estaba en t?rminos

w LdT, f. 281.

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HITOS HI TAKAHASHI

de Potutla y muy cerca de sus sementeras de ma?z y algod?n, y que hab?a dicho lo contrario el d?a anterior porque "el tequi

tlato no nos declar? bien la parte y lugar". Ese mismo d?a el escribano Ram?rez redact? y present su respuesta a la contradicci?n de N??ez, la cual, dec?a, er "de malicia y contra verdad". Primeramente, dijo haber "m

de legua y media" del sitio a la huerta, y adem?s un r?o grand

entre ambos por el que no pod?a cruzar el ganado menor. segundo lugar, dijo que la intenci?n de N??ez era la de tom para s? aquella tierra, lo cual era claro porque ten?a cerca d ella "hecho un jacal sin t?tulo ni derecho", y adem?s hab? "dicho y publicado que por defenderla ha de gastar la que tiene, porque no d?ndose a... Rocha los indios se la dejar? tomar a ?l". En tercer lugar, agreg? que sab?a que N??ez h b?a estado con los de Potutla toda una noche y "con palab de mucha amenaza los hizo presentar un escrito de contr dicci?n". En cuarto lugar, dijo que el mismo N??ez, as? com su predecesor Mej?a, se dedicaba a la ganader?a cerca de j huerta: "estando ?l junto a la dicha huerta con su casa y m

rada, trae muchos caballos y potros sueltos y ha traido yeguas

las cuales vendi? a Pedro Bravo, y trae m?s de doscientas c bras". Finalmente, concluy? que la dicha huerta no era de humedad sino de riego. Ram?rez pidi? al teniente que exigie otras informaciones en lo tocante a estos cinco puntos, a cual Arias accedi?.

El 8 de junio Ram?rez present? cuatro testigos en el pueblo

de Guaxpaltepec, sujeto a Tututepec. El primero fue, com

antes, don Miguel de Miranda, de Tlacamama, quien co

firm? los cinco puntos de Ram?rez, declarando que el r?o gran

de, el de la Arena de hoy, no se vadeaba en todo el a?o "sin es all? por cuaresma" y que ?l mismo hab?a estado presen en el pueblo de Amatitl?n la noche del 31 de mayo, por s cu?ado de don Baltasar, de Potutla, y hab?a o?do "tratar e razonamiento que hizo el dicho Mart?n N??ez a los dichos principales [de Potutla]".

El segundo testigo fue el mismo don Baltasar, con el alcalde

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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Domingo V?zquez, cuyos comportamientos fueron bastante pe culiares. El teniente Arias quiso tomarles juramento, .. .y mand?ndose poner la mano en la vara [de justicia], dije ron que no quer?an jurar; . . .y el dicho don Baltasar respondi?: que ?l hab?a dicho su dicho [el 31 de mayo] c?mo la tierra era de Ayutla y sin perjuicio, y que en lo dem?s de su contradicci?n lo sab?a Mart?n N??ez, y que ellos no quer?an jurar y [que] lo llamasen a ?l; y, aunque se les fue dado a entender la premia que sobre ello se les pod?a hacer, y que no se pretend?a sino que declarasen la verdad [los testigos], nunca tal quisieron jurar, ni

decir m?s de que Mart?n N??ez lo sab?a y que lo llamasen a ?l. Y, por el se?or teniente visto, los dijo y los mand? a sentar por auto, y [el teniente] firm?lo de su nombre.

Seguramente, el cacique no se quer?a enajenar la buena vo luntad de ninguno de los dos rivales poderosos, Ram?rez y N??ez.

Los otros testigos fueron Tom?s de la Plaza, principal de Jicay?n, que trabajaba ocasionalmente en el juzgado como in t?rprete, y Juan Carlos, escribano, ambos por lo mismo estre

chamente ligados al escribano real, quienes confirmaron los cinco puntos de Ranrrez y ofrecieron nuevas informaciones

sobre la conducta de N??ez. De la Plaza declar? que N??ez

le hab?a contado en Amatitl?n que, coincidiendo con Ram?rez en Jicay?n, le hab?a preguntado "en qu? paraje y lugar toma r?a el dicho sitio de estancia", y que Ram?rez no se lo quiso aclarar, "y que esto tuvo mal t?rmino, y que si se aclarara con el dicho Mart?n N??ez. .. le dejara tomar el dicho lugar, atento que tiene un acordado de su excelencia... [pero que], en la parte y lugar donde tomo el dicho Hernando Ram?rez, a ?l compite tal mira defenderlo por la cercan?a de la dicha huerta de cacao que en Potutla tiene". As? tambi?n confirm? Juan Carlos. Despu?s de tomar la "informaci?n de oficio" de otros cinco testigos, tres naturales y dos espa?oles, los d?as 12 y 13 de junio, el teniente Arias envi? al superior gobierno su parecer, que result? en la merced fechada el 21 de julio.73 LdT, ff. 199-227v. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITOSHI TAKAHASHI

A Ram?rez le vali? mucho su experiencia jur?dica. Astut mente solicit?^un sitio para ganado menor, en espera de l contradicci?n de N??ez, fortaleciendo as? su posici?n y nuli cando las reclamaciones de N??ez puesto que ese tipo de g

nado no pod'a vadear el r?o de la Arena, y puesto que el mismo

N??ez criaba cabras. Ram?rez daba por seguro que el superi gobierno no ten?a poder suficiente para hacer efectiva la e pecificaci?n del tipo de ganado para el cual otorgaba la m

ced, de modo que nadie le impedir?a criar vacunos en su nueva

estancia. Tambi?n le valieron sus conexiones en el juzgado Como veremos adelante, Ram?rez tenia una relaci?n especia con el teniente Arias, y pod?a presentar como testigos de s

parte a De la Plaza y a Juan Carlos, int?rprete y escribano del

juzgado. La contramedida de N??ez parece a su vez inspirada en un deseo de acumular tierras para formar una zona de pro tecci?n alrededor de la huerta. Como vimos atr?s, sirvi?ndose

de los Pedroza de la ciudad de M?xico como hombres de paja, acumul? entre 1581 y 1582 cuatro pedazos de tierra rnerce dados que sumaban un sitio de ganado mayor, otro de ganado menor y ocho caballer?as, todos en el delta del r?o de la Arena.

Tambi?n pidi? mercedes en su propio nombre (cuadro 2: 9 y 11): dos caballer?as en t?rminos de Potutla, una de las cuales part?a t?rminos con el sitio de Rocha y Ram?rez.74 N??ez con

sigui? adem?s, por esos a?os, un sitio de ganado mayor en t?rminos de Jamiltepec, sujeto a Tututepec, en el delta de r?o

Verde: el que hab?a sido la primera merced en esa regi?n fechada el 20 de agosto de 1581 a favor de Francisco Farf?n Figueroa, vecino de M?xico, quien lo cedi? a N??ez por un dinero que le deb?a.75 Posiblemente, frente a la amenaza de los reba?os de Ram?rez, N??ez quiso hacerse de una alterna tiva a la huerta. Advirtamos dos puntos interesantes respecto de la acumula 74 LdT, ff. 232v-233v, 247v-248v.

75 LdT, ff. 7-12.

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ci?n de N??ez en el delta del r?o de la Arena. En primer lu gar, solicit? muchas caballer?as o terrenos para la agricultura,

l?nea de conducta casi ?nica entre los acaparadores locales y probablemente atribuible a su preocupaci?n ante la denuncia de su adversario de que subutilizaba sus sitios ganaderos. En segundo lugar, salvo la primera de sus solicitudes (cuadro 2: 3), que suponemos hizo para pagar el importe de la huerta a los hermanos Mej?a, las peticiones de N??ez estuvieron fe chadas despu?s del choque con Ram?rez en 1580. Podemos pues suponer que, sin la interferencia de los reba?os de ?ste,

N??ez no se hubiera embarcado en un proceso de acumula ci?n que le reportaba gastos sin ventajas, como tampoco lo hab?a hecho su predecesor Mej?a.

La zona de protecci?n formada por N??ez estorb? el paso a Ram?rez, por lo menos parcialmente. La merced a Leonor de Morales fechada el 25 de agosto de 1582 (cuadro 2: 12) tuvo por origen un mandamiento acordado del 6 de septiembre de 1581, y la diligencia se hizo el 7 de octubre por el teniente Juan de Esquibel. A pesar de ello, en julio de 1582 Ram?rez (o su hombre de paja) consigui? un mandamiento para una estancia de ganado mayor en el mismo lugar y lo present? ante el mismo teniente. Al tener noticia de esto N??ez acudi?

al juzgado el 26 de julio y present? su duplicado de los docu mentos de diligencia ante el teniente, quien abandon? la dili gencia de Ram?rez.76 Ram?rez se percat? al parecer de las desventajas de tener un choque adicional con N??ez, por lo que busc? llegar a un acuerdo. Cuando ?ste termin? la diligencia de una de sus mer cedes, dos caballer?as colindantes con el sitio mercedado a Ro cha y Ram?rez (cuadro 2: 11), los rivales negociaron. El con cierto cuya escritura hizo Antonio Lujan en Pinotepa de don

Luis el 24 de junio de 1581 asienta que Ram?rez vendi? a

N??ez las dos caballer?as que estaban anexas al oeste del sitio en cincuenta pesos, alargando as? la distancia de la huerta LdT, ff. 249v-251.

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HITOSHI TAKAHASHI

al lindero con las tierras de Ram?rez. N??ez, por su parte, prometi? que no las vender?a a ning?n tercero sino despu?s

de ofrecer a Ram?rez una oportunidad para redimirlas.77

Con estas dos caballer?as la propiedad de N??ez en el delta del r?o de la Arena lleg? a comprender un sitio de ganado ma yor, otro de ganado menor, once caballer?as y dos huertas de

cacao, con lo cual pareci? contentarse. El conflicto continu?, sin embargo, porque Ram?rez, ganadero, no se content? con un sitio de ganado mayor y otro de ganado menor (cuadro

2: 2 y 4; mapa 1).

Por lo pronto, Ram?rez mud? sus actividades al delta del r?o Verde, posiblemente para apaciguar a N??ez. Despu?s, por v?a de Mart?n de Pedroza, recibi? merced los d?as 6 y 8 de noviembre de 1581 de dos sitios de ganado mayor y dos caba ller?as en t?rminos de Tututepec y Jamiltepec. M?s tarde, el

30 del mismo mes, don Joaqu?n de Santa Cruz, principal de Tututepec, consigui? una merced de un sitio de ganado mayor y dos caballer?as colindantes al noroeste con la merced de arriba, en un rinc?n del delta en que hab?a estado el pueblo de Atotonilco, sujeto a Tututepec, ya desaparecido. Los ?tios se hab?an vendido a Ram?rez por cien pesos, el 21 de septiem

bre, cuando no hab?a m?s que el mandamiento acordado.78 Ram?rez parece haberse dado por satisfecho con los tres sitios de ganado mayor, el de ganado menor y las cuatro caballer?as

a que hab?a llegado su propiedad en el r?o Verde. El conglo merado astaba situado al sur del sitio de N??ez; luego, en 1582 y 1583, Gaspar de Vargas adquiri? dos sitios de ganado mayor en medio de ambos propietarios.

En 1584 y 1585 se reanudaron en el delta del r?o de la

Arena las actividades acaparadoras de Ram?rez, quien expandi? su propiedad. El 17 de diciembre de 1585 su hombre de paja, Diego Mej'a de la Cerda, vecino de M?xico, le hizo donaci?n de cuatro sitios de ganado mayor en t?rminos de Potutla, de 77 LdT, ff. 100-103.

78 LdT, ff. 58-66v.

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los cuales uno le hab?a sido mercedado el 13 de enero de 1584

junto a la estancia de Ram?rez y el sitio que N??ez hab?a vendido a los hermanos Mej?a (cuadro 2: 3). Hizo la diligen cia respectiva el corregidor Pinelo Farf?n, y en la merced se establec?a la condici?n de "que la casa que hiciere en el sitio sea donde el dicho corregidor se?alare sin perjuicio de los na?

turales de... [Potutla]" : una condici?n que sugiere que los de Potutla pudieran haber hecho alguna contradicci?n en la diligencia. El 5 de septiembre de 1592 se le mercedaron a Mej?a de la Cerda otros tres sitios de ganado mayor, aunque la dirigen^

cia se hab'a hecho por el mismo Pinelo Farf?n posiblemente al mismo tiempo que la de arriba. El paraje se llamaba Doto noque en lengua mixteca, "linde de estancia y tierras de Mart?n

N??ez hacia la Mar del Sur". El corregidor Pinelo Farf?n declar? "pod?rsele hacer la dicha merced [a Mej?a de la Cer

da], guardando al dicho Mart?n N??ez la medida de su tierra" :

Seg?n se desprende del documento, N??ez y los naturales de Potutla presentaron una contradicci?n y el virrey Luis de Ve lasco encomend? en 1592 la causa al doctor Luis de Villanueva

Zapata para que la viese y diese su parecer, "el cual lo dio declarando que, no habiendo habido novedad en los dichos sitios, se pod?a hacer dicha merced, guardando ante todas co sas al dicho [N??ez] los l?mites y medida de sus tierras y t?tulos

que all? tuviere y haciendo la justicia la medida de ellos y de estos sitios".79 Otra vez se aliaron N??ez y la comunidad de Potutla contra Ram?rez, y ganaron ocho a?os de aplazamiento.

A pesar del fracaso de 1580, don Baltasar y sus naturales juz garon que el agricultor N??ez era preferible al ganadero Ra m?rez como terrateniente con quien convivir, ya que ten?an un inter?s en com?n con el primero, que era el de alejar los ganados del pueblo y formar una zona protectora que les sir viera a ambos. Por eso dejaron que N??ez acumulara tierras en t?rminos de su pueblo sin contradicci?n alguna. LdT, ff. 95-99v. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


46 HITOSHI TAKAHASHI Hernando Ram?rez muri? antes del 24 de enero de 1587.80

El 12 de enero de 1588 se merced? a un tal Pedro Ju?rez de Peralta un sitio de ganado mayor y dos caballer?as, y ?ste de clar?, el 13 de septiembre, que los hab?a solicitado para el difunto Ram?rez, cedi?ndolos a su viuda do?a Isabel de Cer vantes. La tierra mercedada estaba entre la estancia de Ra m?rez y el sitio que N??ez hab?a vendido a los hermanos Me j?a, y la diligencia fue hecha por Juan de Esquibel a m?s tardar en 1584.81 Con este ?ltimo pedazo, la tierra de Ram?rez llegaba ya a nueve sitios de ganado mayor, uno de ganado menor, y seis caballer?as; seis sitios de los primeros y el de ganado me nor y seis caballer?as en el r?o de la Arena, y los restantes en el Verde, o sea 17 000 hect?reas: un verdadero latifundio, que se fraccion? en el momento preciso en que terminaba de cris talizarse. Do?a Isabel y sus hijos heredaron la tierra y la divi dieron entre ellos. Pero esta partici?n no representaba la ten dencia que prevalecer?a en adelante. La propiedad de Ram?rez, fundamentalmente ganadera, era de un tipo nuevo en el delta, y la crianza de ganado una actividad que exig?a o fomentaba una mayor concentraci?n de tierras. El 4 de abril de 1590 do?a Isabel ya estaba casada en segundas nupcias y viv?a en la ciu dad de Puebla con su segundo marido, Diego Arias de Sala zar, ex-teniente del juzgado de Jicay?n.82 III. LOS CL?RIGOS Por lo que respecta a la iglesia cat?lica como terrateniente, se han hecho m?s investigaciones sobre las ?rdenes religiosas y los monasterios individuales que sobre los cl?rigos seculares. James Lockhart, en su Spanish Peru, describe la notable saga cidad econ?mica de los cl?rigos, no patrocinados por la orga nizaci?n de las ?rdenes como los religiosos y sujetos a exiguos so LdT, ff. 185v. si LdT, ff. 314-317.

sa LdT, f. 62v.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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salarios aun cuando consiguieran algunos de los pocos bene ficios disponibles. Estos cl?rigos se dedicaban, por lo mismo, a actividades econ?micas complementarias: usura, comercio, inversi?n en los bienes ra?ces, ganados, etc.83 Lo mismo debi?

suceder en la Nueva Espa?a. En efecto, quien complet? y

convirti? en hacienda las varias tierras mercedadas cuya histo ria rastreamos fue Pedro Rodr?guez Pinto, racionero de la ca tedral de Puebla (por lo que siempre firm? "racionero Pinto").

En 1583 Pinto era todav?a cura beneficiado de Mixtepec, en el obispado de Tlaxcala (cuya sede se hab?a mudado a Puebla en 1539).84 En 1587 ya era racionero de la catedral. Hab?a tres doctrinas o parroquias en Tututepec, todas las cuales pertenec?an al obispado de Oaxaca, por lo que en lo tocante a la jerarqu?a eclesi?stica Pinto no ten?a relaci?n con

su personal. Las tres eran doctrinas seculares sin monasterios,

cosa rara en la Mixteca, donde los dominicos ten?an mucha influencia. La "Relaci?n del obispado" fechada en 1570 afir ma que en la doctrina de Tututepec estaban un vicario y un cura, quienes recib?an salarios anuales de 200 y 170 pesos res pectivamente, que pagaba el encomendero don Luis. En Jica y?n estaba otro cura, quien se encargaba de las visitas de Ato yac, Tetepec, Cuahuitl?n, Potutla y Tlacamama, con ocho cientos tributarios en total, y quien recib?a salario anual de 150 pesos que compart?an la real corona y el encomendero Pedro Nieto. La tercera estaba en Zacatepec, alejada al nor

oeste. El autor de la "Relaci?n" opinaba que se necesitaba

otro cura en la parroquia de Tututepec, porque la poblaci?n era grande (3 200 tributarios) y dispersa, y la tierra fragosa y c?lida, por lo que las visitas tend?an a demorarse.85 53 Lockhart, 1968, pp. 50-60. 84 El pueblo de Mixtepec pertenec?a al corregimiento de Justla huaca, por cuyo territorio pasaba la l?nea divisoria de los obispados de Tlaxcala y Oaxaca. La cabecera de Justlahuaca pertenec?a al se gundo. Este partido estaba situado a medio camino de Puebla a Tutu tepec. ?6 Relaci?n obispados, 1904, pp. 87-88.

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48 HITOSHI TAKAHASHI

El cura de Jicay?n no estaba muy bien pagado porque el encomendero Pedro Nieto se hallaba empobrecido. Durante veinticinco a?os, hasta principios de la d?cada de 1560, se hab?an encargado de esta doctrina los religiosos de San Agus t?n del monasterio de Tlapa, alejado al noroeste unos 150 kil? metros en l'nea recta. Secularizada la parroquia lleg?, para sustituir a los religiosos, el primer cura L?zaro de Grijalbo. Mientras que aqu?llos se hab?an sustentado del fondo de la orden, Grijalbo ten?a que sustentarse solamente con su salario,

de modo que en seguida se vio en dificultades. Resulta com prensible que pronto se le acusara de abusos varios: "dem?s de muchos agravios y malos tratamientos que les hace [a los de Jicay?n], les pide que le den ochenta pesos de salario y otros treinta y seis pesos para la obra de la iglesia de la ciudad

de Oaxaca". Los naturales se negaron a pagar porque ambas cargas eran ilegales: el salario deb?a pagarse del tributo que ya hab?an pagado a la real hacienda y al encomendero, y "lo que cupiere de pagar para la obra de la iglesia del obispado... ha de ser la cobranza a cargo de la justicia y no del dicho cl?rigo", y sobre todo "por ser excesiva seg?n su posibilidad".

As? que Grijalbo "les tom? los c?lices y ornamentos", que pro

bablemente hab?an dejado los religiosos de Tlapa, y se los llev? a Zacatepec, por lo que se dijo que ios indios andaban "alborotados" y amenazaban "despoblar". Los indios acudie ron a la audiencia y recibieron un mandamiento fechado el 20 de abril de 1563 para que el corregidor de Cuahuitl?n ave riguase el asunto y procediese contra los bienes del padre

Grijalbo.8? El racionero Pedro Rodr?guez Pinto aparece por primera vez en el "Libro de t?tulos" en 1580. Mencionamos ya que Mart?n N??ez vendi? a los hijos de Melchor Mej?a en 1578 un sitio mercedado en 1576 en t?rminos de Pinotepa y Potutla*

probablemente situado al norte de la huerta. En 1580 los her manos ten?an en ?l 240 reses vacunas y seis yeguas y caballos. ? AGNM, Mercedes, vol. 6, f. 448. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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Posiblemente por falta de capital buscaron un inversionista con quien hacer una compa??a. El 25 de abril el cura bene ficiado de Mixtepec lleg? al pueblo de Tlacamama para in vestigar personalmente la inversi?n que le propon?an.

El contrato fue sencillo, como los que se hab?an celebrado entre don Luis y sus compa?eros. Cada una de las dos partes pondr?a la mitad de la inversi?n por un plazo de diez a?os. La aportaci?n original de los hermanos fue la estancia men cionada arriba con los ganados existentes, mientras que la de Pinto fue de 1 600 pesos para comprar ganado (vacas, yeguas y mu?as) con qu? poblar la estancia en el plazo un a?o. Pues to que las dos cuotas eran iguales, la estancia original debi? haber sido valorada en 1 600 pesos. Los hermanos se encarga r?an de la administraci?n, que Pinto les pagar?a con cien fa negas de ma?z anuales, aparte de la mitad de la ganancia.87 Pero Pinto no fue un socio pasivo.

El 11 de agosto de 1581 Diego Mej?a fue a Tecomastla

huaca, cerca de Mixtepec, y vendi? a Pinto su cuarta parte de la compa??a por 950 pesos, los que pag? el 10 de marzo del a?o siguiente.88 No sabemos por qu?, ni tampoco qu? pas? a la parte de Juan, aunque ?ste todav?a la reten?a en marzo

de 1583.

Pinto ten?a un hijo, Hernando Pinto, nacido antes de que aqu?l recibiera las ?rdenes. Este hijo le sirvi? de mucho como un administrador confiable y un representante judicial, ya que un cl?rigo no estaba jur?dicamente calificado para recibir mer

cedes de las tierras ni para comprarlas a los beneficiarios. El

5 de marzo de 1583 se le merced? a Hernando un sitio de ganado mayor en t?rminos de Pinotepa, adyacente a la estan cia original. Fue Pedro quien fue amparado en la posesi?n del mismo en nombre de su hijo el 7 de diciembre del mismo a?o.89 Alrededor de esta fecha Pinto hizo una nueva compa S7 LdT, ff. 156-161v. es LdT, ff. 16W-164, 181v-182. ** LdT, ff. 164v-166v. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITOSHI TAKAHASHI

n?a con el cura beneficiado de Tututepec, Hernando de Le?n.*0

Tan ocupado como el racionero, Le?n deleg? la administraci a Hernando Pinto. Evidentemente el cura, que recib?a 170 pesos como salario anual, dispon?a de suficiente fortuna l quida para asociarse por mitades con el racionero. La acumulaci?n de tierras por parte de Pinto y Le?n ad quiri? un matiz distinto de la de Ram?rez, N??ez y Varga No acumularon como ?stos merced por merced, pidi?ndol en persona o sirvi?ndose de hombres de paja, sino conglom rados de tierras mercedadas ya consolidadas por acaparador intermedios y constituidos cada uno por dos o tres sitios. Desde 1587 la viuda del escribano Hernando Ram?rez, Isabel

de Cervantes, quer?a mudarse a Puebla, liquidando sus bien heredados en la Mixteca Costera. El 24 de enero de ese a?o hizo un poder en su propio nombre y los de sus hijos par que Diego Arias de Salazar, con quien despu?s se casar?a

administrara y enajenara los bienes, y los representara en cua quier pleito. Este poder fue usado el 23 de febrero del mism a?o para vender a Pinto "cuatrocientos novillos, cincuenta m?s

o menos", a cuatro pesos cada uno. La inexactitud del n?me sugiere que iban a contarlos precisamente en el lugar des

nado, la ciudad de Puebla. Pedro, entonces racionero de

catedral, no solamente vend?a los ganados que le enviaba He nando, sino tambi?n se dedicaba al corretaje en beneficio d los ganaderos de la Mixteca Costera. En el verano de 1596

Arias vendi? a Pinto otros 150 novillos, tambi?n a cuatro pesos

cada uno. En esta ocasi?n Hernando Ram?rez, hijo del escr bano y su viuda, los arre? como vaquero hasta Puebla, entr g?ndolos a Pinto en el ejido de la ciudad.91 90 En 1580 Le?n era cura de Jicay?n, y ayud? al corregidor Can

gas a redactar la "Relaci?n de Cuahuitl?n", junto con don Migu

de Manrique, cacique de Pinotepa, y Andr?s Quintero, tratante loca!

"Relaci?n Cuahuitl?n". Cuando liquidaron la compa??a Le?n declar en abril de 1593, que conoc?a "las dichas haciendas de Potutla.. como persona que las... ha tratado y tenido m?s de diez a?os esta parte". LdT, ff. 214-221. ** LdT, ff. 175-176v.

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El 13 de mayo de 1588 el racionero se present? en Jicay?n y firm? con Arias una carta ele venta de todos los bienes here

dados de Ram?rez en la provincia: todas las tierras en ambos deltas (nueve sitios de ganado mayor, uno de ganado menor y seis caballer?as), todos los ganados (vacas, yeguas, potros, po trancas, burros y gara?ones), todo el apero anexo y cinco es clavos (dos mulatos, Bartolom? y Francisco Romero; una ne gra, In?s, y su hijo, Perico; y un negro, Antonio, tal vez juz gados demasiado rudos e incultos para usar como dom?sticos en Puebla) ; adem?s, las tierras y cortijos en los t?rminos de Tlacamama en que Ram?rez hab?a vivido, de los que no sa bemos nada. Por todos estos bienes pagar?a Pinto 7 500 pesos y un matrimonio negro, Mat?as y Magdalena, probablemente esclavos dom?sticos viejos y acostumbrados a la vida citadina de Puebla. Los 7 500 pesos se habr?an de pagar como sigue : a) mil pesos al contado; 6^) 210 pesos m?s o menos a Francisco de Andrada, juez de bienes de difuntos, quien hab?a cuidado del testamento de Ram?rez; c) 1 890 pesos en bienes ra?ces que

Pinto pose?a en la ciudad de Puebla (unas casas bajas labra das y un solar que val?an 2 700 pesos, menos 810 pesos que ten?an a censo). Esto hac?a un subtotal de 3 100 pesos. Los 4400 pesos restantes se pagar?an a plazos: una tercera parte al cabo de un a?o, y las otras dos al cabo de ocho meses cada una. De esta manera la compra quedar?a cancelada en un pe r?odo de dos a?os y cuatro meses.92

La venta, al final, no se llev? a cabo. Sospechamos que Arias o do?a Isabel, o ambos, cambiaron de idea, o que la compa??a Pinto-Le?n no pudo pagar. El documento es impor tante de todos modos: nos informa que Ram?rez no criaba ganado menor, que utilizaba esclavos, y que Pinto hab?a inver tido una suma considerable en bienes ra?ces en Puebla.

Tres a?os despu?s, el 21 de abril de 1590, se hizo la se

gunda escritura de venta, esta vez solamente de las tierras en el delta del r?o Verde (tres sitios de ganado mayor y cuatro * LdT, ff. 189v-193.

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caballer?as) por setecientos pesos, sin menci?n de los ganados

ni de los esclavos. Parece que en este enclave hab'a menos inversi?n que en la estancia del otro delta.93 Para entonces los vendedores ya se hab?an casado, por lo que do?a Isabel

tuvo que hacer un nuevo poder, pues la carta de poder entre c?nyuges ten?a una forma particular. En el nuevo documento Arias recibi? poder para "tomar e imponer a censo cantidad

de 1 400 pesos de oro com?n de principal... sobre toda la

parte de las haciendas de ganado mayor que a m? me pertene cieron y cupieron en la partici?n que hizo entre m? y mis hijos. .. y sobre todo el ganado y esclavos y esclavas que hay en las dichas haciendas y todo lo dem?s a ella anexo y perte neciente".94 Es posible que buscara un cr?dito para financiar la operaci?n de la estancia. A juzgar por la disminuci?n en el

tama?o de la novillada de 1587 a 1596 (de 400 a 150 cabe

zas), es sin embargo m?s probable que do?a Isabel, aunque re nunciando a vender todos los bienes, necesitaba m?s dinero para su nueva vida en Puebla del que prove?a la hacienda. La relaci?n de Mart?n N??ez con Pinto es igualmente in teresante. El 15 de septiembre de 1586 Ana de Pedroza, vecina

de M?xico y posiblemente parienta de Mart?n de Pedroza, recibi? merced de tres caballer?as en t?rminos de Ayutla.95 Las

diligencias fueron realizadas el 23 de febrero del mismo a?o por el corregidor don Mateo de Maule?n, a ruego de Hernan do Pinto en nombre de Ana de Pedroza. Dos d?as despu?s N? ?ez se present? ante don Mateo en Amatitl?n y contradijo la solicitud aduciendo que la parte y lugar en que se solicitaba la merced estaba dentro de la tierra comprada por Melchor

Mej?a en 1560 y 1561, en la cual N??ez y don Luis ten?an ... dos huertas de cacao de cantidad de ?rboles de m?s de doce mil, que nos han costado de labrar y cultivar m?s de veinte

mil pesos, en las cuales vuestra merced estuvo y vido que.. . ?a LdT, ff. 66v-69v. ?>* LdT, ff. 62v-66v.

?5 LdT, ff. 273-274. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tengo las casas de mi morada, mujer e hijos y familia y gente

del dicho don Luis de Castilla. Y en la dem?s tierra que pertenece a la huerta, por efecto de no haberse puesto de ar bolada de cacao, se han sembrado y cultivado en todo el tiem

po que ha que se hicieron las dichas ventas, de maizales y al godonales. Y m?s de seis a?os continuos tuvimos... labranza con muchos bueyes y ga?anes, y cogimos mucha cantidad de ma?z y algod?n; y al presente que no la tenemos [cultivada y sembrada] ... de dos a?os a esta parte que el dicho racionero Pinto pobl? una estancia de las dichas tierras y huertas con cantidad de dos mil vacas y quinientas yeguas, envidiosamente

por hacernos mal y da?o. [Pinto] hubo y compr? ese acor dado para meterse, como se mete, en las dichas tierras por traer su ganado en ellas como lo trae, el cual dicho ganado vuestra merced vido no tan solamente en las dichas tierras sino en las propias huertas labradas, de que nos ha hecho da?o

de valor de m?s de cuatro mil pesos.

Con esta raz?n, N??ez, determinado a entablar pleito con tra los Pinto en la audiencia, pidi? a don Mateo que mandase al escribano a que viese c?mo invad?an los ganados las huer tas, e hiciese una escritura de testimonio solicitando la medida

de su tierra en presencia del corregidor.96 Recibida la contradicci?n, N??ez present? cinco testigos de los cuales tres, dos principales y un macegual; eran de Amati tl?n y dos, el cacique y gobernador don Baltasar Cort?s y el

alcalde Agust?n Jim?nez, de Potutla. Obviamente aliados a

N??ez por sus intereses comunes, ahora contra los Pinto, todos confirmaron un?nimemente lo dicho por aqu?l.97 El mismo d'a, antes de anochecer, se procedi? a la medida.

La parte de la huerta comprada de Amatitl?n, llamada "Huer ta de Arriba", abarcaba una superficie de 2 500 por 1 500 bra

zas. Medidas 750 brazas (la mitad de su anchura) de un ?rbol

a linde de la arbolada, llegaron al lugar en que Hernando

Pinto hab?a se?alado su tercera caballer?a. La otra parte com prada de Potutla se llamaba "Huerta Vieja" y ten?a dos mil w LdT, ff. 274-276v. OT LdT, ff. 278v-282. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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brazas por lado. Medidas mil brazas llegaron a "una cruz y un jacal que junto a ella estaba, que dicen parte t?rminos con el pueblo de Ayutla". Confirmado as? lo declarado por N??ez, el corregidor don Mateo le ampar? en la posesi?n de las tie rras.98

Mart?n N??ez fue entonces a la ciudad de M?xico y puso pleito por da?os al racionero Pinto. Sin embargo, el 6 de abril de 1589, antes de darse el fallo, se rindi? a los Pinto, vendi?n doles las tres cuartas partes de su huerta y las tierras acumula

das alrededor de ella. La rendici?n de N??ez estuvo proba

blemente relacionada con Ja muerte de su compa?ero don Luis de Castilla. En la contradicci?n de 1586 se mencion? a la huer

ta como perteneciente a N??ez y a don Luis, mientras que en la escritura de venta de 1589 como a N??ez y a los here deros de don Luis. Es posible que N??ez hubiera contado con el apoyo y las conexiones de su compa?ero en el pleito ante la real audiencia, por lo que su muerte le forz? a rendirse. El nivel del precio del cacao fue otro factor importante. El precio

de treinta pesos por carga al menudeo en la ciudad de M?xico de la d?cada de 1550 no se mantuvo hasta la de 1580 debido

al auge de la producci?n en Izalcos, que dur? hasta alrededor de 1610 basada en el cultivo forzado bajo las encomiendas.9* El objeto de la venta fueron todas las tierras de N??ez en el delta del r?o de la Arena, esto es, tres cuartas partes de la huerta con un sitio de ganado mayor, uno de ganado menor

y once caballer?as (de modo que a N??ez qued? la estancia en el otro delta), todas por 2 800 pesos. No se hizo menci?n

de los ganados, ni de ios esclavos, ni de los aperos. Es proba ble que N??ez los retuviera para utilizarlos en la ganader?a de la estancia que le qued?, o que pensara venderlos con ventaja a otro comprador. N??ez se comprometi? a abandonar el pleito y lo dio por concluido con el pago de los 2 800 pesos. ?ste se habr?a de hacer a plazos: ochocientos pesos en el ?ltimo d?a LdT, ff. 276v-278v, 282-282v. ? MacLeod, 1973, pp. 250-251. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de mayo del mismo a?o, mil al cabo de ocho meses, el primero

de febrero de 1590, y los mil restantes al cabo de otros ocho meses, el primero de octubre del mismo a?o.100 El "Libro de t?tulos" contiene dos recibos que se?alan que Pinto se atras? en pagar. El 20 de septiembre de 1590 N??ez recibi? 750 pesos

de Diego P?rez, teniente del juzgado, quien guardaba en dep? sito 625 pesos de Pinto, y de su compa?ero Hernando de Le?n cien pesos y un salero de plata que val?a veinticinco. Mart?n N??ez muri? antes de que se cancelara el segundo y ?ltimo pago de 923 pesos, el 25 de marzo de 1591. Firm? el recibo correspon

diente su albacea Diosdado Trevi?o, cura de Tututepec.101

La consolidaci?n de la hacienda La compa??a Pinto-Le?n sigui? comprando tierras. El 2 de enero de 1590 compr? al corregidor Gaspar de Vargas dos sitios de ganado mayor (m?s arriba en el r?o Verde que el en clave de Ram?rez) por 650 pesos, de los cuales quinientos pag? don Mateo de Maule?n (quien al parecer ten?a una deuda con Pinto o Le?n)5 y el resto Hernando de Le?n. La escritura no mencionaba ganados, esclavos ni edificios, como en el caso del enclave de Ram?rez. El 18 de noviembre de 1592 el corregidor

Sede?o ampar? a Hernando Pinto en la posesi?n de ambos conglomerados, esto es, cinco sitios de ganado mayor y cuatro caballer?as.102

El 18 de abril de 1591 Pinto se hizo de un enclave en un lugar bastante alejado, fuera de los dos deltas. Compr? por 180 pesos unas caballer?as a un principal de Tlacamama, Do mingo Mej?a, hijo natural del cacique difunto don Diego Me j?a, de quien hab?a heredado las tierras por testamento. El cacique hab?a muerto en 1575 o poco antes, dejando una sola hija leg?tima, do?a Ana, cuyo marido don Domingo Salmer?n ?o? LdT, ff. 283-287v.

loi LdT, ff. 252-254. 102 LdT, ff. 51v-53, 71v-78.

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hered? el cacicazgo.103 El testamento de don Diego conten? una cl?usula de excepci?n: "Mando que unas tierras propie tarias que tengo en Jucustlahuaca. . . las herede Domingo M j?a, mi hijo natural, y que sean suyas y de sus hijos"; pero n fue hasta el 12 de diciembre de 1580, cinco a?os despu?s d la muerte de su padre, que Domingo entr? en posesi?n de l mismas despu?s de un tr?mite ante el teniente Arias de Sal sar.104 Puesto que bajo el sistema jur?dico espa?ol el cacicaz se consideraba indivisible como mayorazgo, es posible que d Domingo Salmer?n pretendiera negar la herencia a su medi hermano pol?tico, quien tuvo que conseguir confirmaci?n d la herencia por el virrey el 14 de agosto de 1590, poco ante de realizarse la venta. Las tierras se situaban en "t?rminos d Tlacamama, m?s de cuatro leguas de ?l" y "en la parte y l

gar donde se junta el r?o que viene de Iscapa. . . con. .. el dicho

r?o grande de Tlacamama", de modo que deben haber estad ubicadas al oeste del pueblo.105 El 20 de mayo de 1591 He

nando Pinto recibi? merced de un sitio de ganado mayor junto a estas tierras.106 Seg?n el registro del ramo Mercedes, Herna do Pinto recibi? adem?s en 1590 otra merced de un sitio de ga nado mayor en t?rminos de Putla, muy ai norte, en el l?mite de las Mixtecas Alta y Costera.107 Probablemente la compa?

de Pinto y Le?n quer?a formar una cadena de peque?as est? ios AGNM5 Indios, vol. 1, exp. 20.

lo* LdT, ff. 304v-309v. Tr?mites tales como testimonio de ?a cl?u sula, presentaci?n de tres principales como testigos en tenor de que la herencia fuese leg?tima, etc.

ios LdT, ff. 309v-313v. i?6 LdT, ff. 317-320. Tenemos un recibo fechado el 9 de marz de 1596, dado al racionero Pinto por un tal Pedro Mej?a Salmer?n tal vez principal de Tlacamama (porque el cacique de entonces er don Diego Mej?a Salmer?n), quien declar? que recibi? 955 pesos que Pinto le deb?a de tres sitios que le hab?a vendido en t?rmino de Tlacamama. No tenemos ning?n otro documento sobre esta com

pra, por lo que Pinto debe haber vendido los sitios a un tercero, ent g?ndole entonces todos los otros documentos. LdT, f. 313v. 107 AGNM, Mercedes, vol. 15, ff. lOv, 154v.

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cias a lo largo del camino a la ciudad de Puebla, que sirvieran de estaciones para el transporte de los ganados hacia su mer

cado.

Como resultado de estas compras y mercedes, en 1593, la compa??a ten?a diez sitios de estancias (sin contar el de Putla) :

dos de Pinto, tres de Ram'rez, dos de Vargas, dos de N??ez y uno mercedado a Hernando Pinto en Tlacamama. En suma hab?a pagado 4 330 pesos por estas tierras. Pero entonces sur gi? una desavenencia entre los dos socios, que los llev?, siendo ambos cl?rigos, a un pleito ante la audiencia episcopal de la ciudad de Puebla. Los puntos en litigio fueron los cinco que siguen :

1. La manera en que se habr?an de partir "las estancias grande y peque?a que llaman de Potutla y Tututepec de ga nado vacuno y caballar, con todos los sitios a ella anexos y pertenecientes as? por merced como compra, y en cualquier manera que los han y tienen con todos los esclavos y esclavas negros y mulatos, y dem?s personas libres y asalariadas, y el apero a ellas y cada cual de ellas pertenecientes". 2. La manera en que se habr?an de partir "las cuentas y gastos de ellas". 3. La manera en que se habr?an de partir los "salarios que en su aviamiento se gastan y han gastado", sobre todo los del administrador Hernando Pinto.

4. "El poner dos hierros distintos": el costo de herrar la parte del ganado que tocar?a al due?o que se separase, ya que de no llegarse a un convenio a este respecto uno solo de los socios tendr?a que correr con el elevado costo de herrar sus ganados para distinguirlos de los del vecino. 5. "Yerros de cuentas que dec?an haber habido entre ellos", lo cual es un eufemismo. Podemos suponer con toda seguridad

que Le?n acus? al administrador Hernando Pinto de haber cometido estafas y detentaci?n de los bienes comunes. Parece que

el origen de la discordia era precisamente este quinto punto, que forz? a ambas partes a liquidar la compa??a, de lo que This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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se originaron los otros puntos del litigio. Aburridos probable mente de los problemas y costos del pleito, las partes llegaron a un acuerdo el 25 de marzo de 1593.108

Seg?n la escritura de composici?n, Hernando de Le?n se quedar?a con la "estancia peque?a5' de Tututepec, que se com pon?a de los cinco sitios de ganado mayor y cuatro caballer?as

que hab?an sido de Ram?rez y Vargas, incluidos los ganados que le eran pertenecientes y siete esclavos (un matrimonio vie

jo, Juan Maximiliano y Dominga, y sus dos hijos de treinta a?os de edad; Miguel Moreno y Francisco, criollos de la ciudad de M?rida, y L?zaro, criollo de la ciudad de Puebla). Por su parte, los Pinto se quedar?an con la "estancia grande" de Po tutla, que se compon?a de otros cinco sitios m?s veinte caba ller?as y dos huertas de cacao, incluidos sus ganados y "los de m?s esclavos".

Esta partici?n de la estancia de cada delta para cada ex socio fue la mejor para conservar la integridad org?nica de cada estancia como empresa. Sin embargo, resultaba parcial en favor de los Pinto. La estancia grande de Potutla se com pon?a de la estancia original de los Pinto, el enclave de Tlaca mama y la huerta con sus tierras anexas, y esta ?ltima por s? val?a 2 800 pesos. En cambio, los dos conglomerados que compo n?an la estancia peque?a de Tututepec val?an 650 y 700 pesos, y adem?s, al parecer, no ten?an en 1590 instalaciones respetables.

As? pues, se determin? que la partici?n dejar?a una deuda de siete mil pesos por parte de los Pinto. Esta suma parece exce siva para recompensar la parcialidad en la partici?n de las solas tierras: tal vez la partici?n de ganados y esclavos fue tam bi?n bastante parcial en favor de los Pinto, probablemente por

que la inversi?n de la compa??a hab?a sido concentrada en la estancia de Potutla (de modo que las instalaciones de la otra no pod?an acomodar muchos ganados y esclavos) o porque la huerta cacaotera segu?a exigiendo m?s trabajo esclavo que la estancia ganadera. Podemos sospechar que "los dem?s es clavos" de Pinto hayan sido m?s numerosos que los siete de ios LdT, ii. 140-140v. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Le?n. En esta partici?n, mientras que los Pinto valoraron m?s la empresa, Le?n mostr? m?s inter?s en el dinero l?quido, hecho

quiz?s atribuible a que el primero contaba en su hijo con un administrador confiable.

Los siete mil pesos se habr?an de pagar a plazos de cuatro a?os: mil pesos al cabo de un a?o, el d?a de san Juan, y dos mil pesos al cabo del segundo, el tercero y el cuarto a?os. Pin to hipotecar?a toda su parte. Pero adem?s, como durante la operaci?n de la compa??a Pinto se hab?a atrasado en la inver si?n que le tocaba, deb?a seis mil pesos a Le?n. De esta deuda, Pinto hab?a satisfecho cuatro mil hasta el momento de la com

posici?n, de manera que aun deb?a dos mil pesos. Al parecer Hernando de Le?n dispon?a de m?s dinero que Pedro Rodr? guez Pinto, a pesar de que ?ste era racionero de la catedral de Puebla y aqu?l simple cura de Tututepec. Tambi?n se acord? que Hernando Pinto retirar?a su recla maci?n contra Le?n por su salario como administrador. En cambio, Le?n tendr?a por correctas las cuentas que le hab?a presentado Hernando. Asimismo se estipul? con todo detalle la manera como se repartir?an los ganados. Para el d?a de san Juan de ese a?o de 1593 Pinto enviar?a una novillada a la ciudad de Puebla, esforz?ndose en que su importe alcanzara un total de cuatro mil pesos, de los cuales cada una parte tomar?a dos mil y Pinto

los asignar?a al pago de su deuda. Si la novillada no alcanzara a valer los cuatro mil pesos, Pinto cubrir?a el d?ficit; si reba sara la cifra, se repartir?a el super?vit entre ambas partes. De esta cl?usula podemos deducir que la venta de un env?o de novillada ordinaria de la compa??a ascend?a a cuatro mil pesos o menos. Considerando un precio unitario de cuatro pesos, re sulta que la novillada tendr?a mil cabezas. Suponiendo que cada vaca diese a luz un becerro anualmente, y que ning?n becerro muriese antes del env?o, para enviar una novillada de mil cabezas ser?a necesario mantener un reba?o de la compo sici?n que sigue: mil vacas, tres mil cabezas de cr?as de edades de uno a tres a?os, cien toros padrones y unas cuantas hembras This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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para suplir las vacas. En la ?poca colonial, sin embargo, la mortalidad del ganado era sumamente alta, por lo que podemos estimar la composici?n del hato de la siguiente forma: dos mil

quinientas vacas y dos mil cabezas de cr?as de cada edad, con ciento cincuenta toros: un total de m?s de ocho mil cabezas, a menos que la novillada incluyese hembras, en cuyo caso el inventario m?nimo del hato bajar?a a cinco mil. En 1586, cuan

do la compa??a contaba con s?lo dos sitios seg?n la contradic ci?n de N??ez, ten?a dos mil vacas y quinientas yeguas. Desde 1591 la compa??a hab'a obtenido diez sitios, de modo que, aplicando la misma tasa proporcional de cabezas por superficie,

pudo haber tenido hasta 12 500 cabezas, con las cuales podr?a enviar dos novilladas de 750 cabezas anualmente y tener una venta anual de seis mil pesos. La tasa de 1 250 cabezas de ga nado mayor para cada sitio es dos veces y media superior a la m?nima estipulada en las mercedes: quinientas para cada si tio. Pero en vista de las condiciones ecol?gicas locales, que ace leraban la reproducci?n del pasto, esa tasa resulta una estima ci?n m?s bien conservadora. Un hato de 12 500 cabezas era peque?o comparado con las grandes ganaderas del Norte, pero grande en t?rminos de las ganader?as conocidas en Oaxaca, que

en general era una regi?n agr?cola. En la misma ?poca, "por el rumbo de Valles, en las tierras calientes de la Huasteca.. . ciertos propietarios pose'an 150 000 vacas, y... el que ten?a 20 000 ten?a pocas".109 Por otro lado, en las tres haciendas ga

naderas del valle de Oaxaca, principalmente dedicadas a la cr?a de ganado menor, la cantidad de ganado mayor nunca rebas? las dos mil cabezas.110 La compa??a ten?a "cierta partida de bestias mulares" en la estancia de Potutla, cuya cantidad l?quida era desconocida para ambas partes, por lo que no se estipul? en la escritura la forma de repartirla. Adem?s, "para servicio y aviamiento de las dichas haciendas grande y peque?a", hab?a ocho o nueve lo? Chevalier, 1976, p. 147. no Taylor, 1972, p. 129, fig. 3. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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mu?as domadas con sus aparejos, de las que Le?n tomar?a una tercera parte y Pinto las dem?s. En lo tocante a yeguas y ca ballos, los de cada estancia andaban mezclados. Para que se devolviesen a cada una los pertenecientes a ella, "el entrego y conocimiento de la que hubiere quede a elecci?n del mayor domo y personas cuales tienen a cargo y las conociesen, sin excusa ni r?plica de alguno de los dos se?ores de ellas". * La ?ltima cl?usula fue la de los alcances y las deudas de "los mozos y gente asalariada", con quienes estaban hechas "las cuentas de lo que se les hab?a de pagar por... su servicio, as? en lo que se les debiere como en lo que cada cual de* ellos fuere deudor", de las cuales se responsabilizaba "por iguales partes" a los dos ex-socios. No podemos afirmar la existencia de peonaje por deuda con este dato, el que s? se?ala, sin em bargo, que estaba establecido un sistema de pago que ahorraba la circulaci?n de dinero en efectivo dentro de la hacienda.111

Hernando de Le?n, que conserv? la estancia de Tututepec, tuvo pronto dificultades por falta de un administrador confia

ble. El 15 de enero de 1595 hizo una nueva compa??a con un tal Juan Flores, por plazo de cuatro a?os a partir del mes de junio siguiente. La compa??a comprar?a doscientas mu?as para criar y vender, para lo cual Le?n aportar?a mil quinientos pe sos y Flores otros quinientos. ?ste se encargar?a de la compra

y la selecci?n de las bestias. Los gastos de compra y los co rrientes de cr?a ser?an por mitad, y la ganancia neta, despu?s

de que cada parte hubiera sacado su aportaci?n, tambi?n por mitad a pesar de la desigualdad de las aportaciones originales. A cambio de ello, Flores se encargar?a tambi?n de la adminis traci?n de la estancia de Le?n durante los cuatro a?os, pro vey?ndola de ma?z y "tomando los mozos por el precio... que ?l consentare". Le?n correr?a con los salarios de los mozos, mientras que a cuenta de Flores quedar?an todos otros gastos corrientes, por ejemplo, los del transporte de los novillos a la

ciudad de Puebla y los sueldos de los vaqueros que cuidar?an 111 LdT, ff. 140v-150v.

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HITOSHI TAKAHASHI

a la novillada en el camino, adem?s de que ?l mismo la acom pa?ar?a. La condici?n de que si "los mozos que el dicho Juan Flores tomare.,. se fueren o huyeren... y debieren algunos dineros y llevaren algunas yeguas o caballos, otras bestias o sillas, no sea a cargo del dicho Juan Flores sino a riesgo del dicho Hernando de Le?n" subraya la movilidad de ios vaque ros.112 Al parecer Le?n estaba cansado de la potencial mani pulaci?n de las cuentas por el administrador. Pero si todos los gastos corr?an por cuenta de ?ste, no le quedar?an muchas oportunidades para estafar. Esto sugiere tambi?n que los sa larios que le tocar?a pagar al socio propietario significaban por lo menos la mitad de los gastos corrientes; de otro modo Flo

res no hubiera asentido a hacer la compa??a. El ex-teniente Pedro Pacheco trabajaba con Flores, en mayo de 1596, como mayordomo de esta estancia. Pinto no abandon? la intenci?n de extender su empresa por el delta del r?o Verde y comenz? a adquirir las tierras situadas entre la estancia de Le?n y las que al norte pose?an otros terratenientes. El padre Le?n no parece haber tenido hi jos; probablemente Pinto estaba desde entonces resuelto a com prar su estancia alg?n d?a y, de antemano, intent? rodearla con las tierras de los terratenientes del norte.

Poseemos algunos datos sobre qui?nes eran estos. Ten?an una conexi?n, basada en la ciudad de Oaxaca, en que tambi?n participaban cl?rigos. Un regidor de la ciudad de Antequera, Juan de Salinas, recibi? merced de un sitio de ganado menor en t?rminos de Tetepec el 10 de julio de 1581, y el 6 de junio de 1582 uno de ganado mayor en t?rminos de Tuxtla, im pue blo desaparecido sujeto a Tututepec, que probablemente se ubicaba al norte de ?ste (cuadro 3: 6, 11). El 7 de mayo de 1582 dos mujeres con el apellido Salinas, ambas "nietas de con quistador", recibieron merced de sendos sitios de ganado mayor

en t?rminos de Tututepec (cuadro 3: 8, 9). Trece a?os ade lante, en el remate de la estancia de Mart?n N??ez, de que *? LdT, ff. 136V-140. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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luego trataremos, Pedro de Alavez, cura beneficiado de Tu tutepec, arcediano de la catedral de Oaxaca y cu?ado del re gidor Juan de Salinas, hizo, en nombre de ?ste, la segunda postura a los bienes rematados.113 El 19 de marzo de 1582 el regidor Salinas y el arcediano Alavez actuaron como testigos en la toma de posesi?n de un sitio por Gaspar de Vargas, otro regidor de Oaxaca, a la cual tambi?n asistieron otros dos tes tigos, Josefe de Salinas y Esteban de Alavez, vicarios de Tutu

tepec.114 Un Miguel de Alavez, "hijo del conquistador", re cibi? merced el 17 de octubre de 1595 de dos sitios de ganado mayor en t?rminos de Tututepec colindantes con el sitio de

Juan Salinas (cuadro 3: 23; mapa 1). El 2 de marzo de 1592 el cacique don Melchor de Alva

rado, de Tututepec, habiendo perdido un pleito contra el co rregidor Sede?o, tuvo que rematar, para pagar las costas en que fue condenado, un sitio que le hab?a sido mercedado en el a?o anterior (cuadro 3: 15). En el remate, Pedro Vasallo, cura de Zacatepec, compr? el sitio con cuarenta yeguas y dos gara?ones por 450 pesos, mismo que vendi? el 20 de febrero de 1593 a don Mateo de Maule?n por 650 pesos.115 El 28 de enero de 1594 todav?a lo pose?a don Mateo, pero para octubre de 1595 lo hab?a comprado Miguel de Alavez.116 Estos datos fragmentados sugieren que tres familias de influencia en Oaxa

ca, Salinas, Alavez y Vargas, se dedicaron a la acumulaci?n de tierras en la parte alta del r?o Verde. Los dos sitios de Var gas colindaban con el conglomerado de Salinas y Alave#z. Hay

que observar, sin embargo, que Vargas desisti? de la empresa en 1591, vendiendo sus sitios a Pinto y Le?n. Hab?a otros cinco

sitios mercedados en 1593 y 1594 (cuadro 3: 16, 17, 19) que estaban situados junto al conglomerado, y sus beneficiarios bien pudieron haber sido hombres de paja de la conexi?n de Salinas y Alavez. Uno de dos sitios mercedados a do?a Juana 1" LdT, ff. 24-25v. 114 LdT, ff. 42-45v.

us "Cacicazgo", pp. 86, 119-124. ii? AGNM, Mercedes, vol. 19, f. 134v: vol. 20, f. 186. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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KITOSHI TAKAHASH?

de Arellano estaba situado entre la estancia de Le?n y la d Salinas, y el otro entre ?sta y el sitio de don Melchor. Uno de

dos sitios mercedados a Francisco Pacho colindaba con

estancia de Le?n y otro con el sitio de don Melchor. El siti mercedado a Mart?n Ochoa tambi?n colindaba con la estanc de Salinas y el sitio de don Melchor. Pinto consigui? dos sitios de ganado mayor entre este gran

conglomerado que estaba form?ndose al norte y la estanc de Le?n al sur (cuadro 2: 23, 24) : uno fue mercedado el 29 de enero de 1594 a Francisco Pacho, el vecino de M?xico me

cionado arriba, quien lo vendi? al racionero el d?a siguiente;117 el otro fue mercedado al propio Hernando Pinto el 17 de agos to del mismo a?o.118 Parece que estos sitios fueron mercedado en un terreno muy estrecho y que no alcanzaban la superficie

de una legua cuadrada. En junio de 1595 Le?n present? una queja ante ei corregidor diciendo que los jacales y corrales eme

Pinto hab?a hecho en estos sitios invad?an las tierras de s

estancia y, prob?ndolo con medidas atestiguadas por el co rregidor, consigui? una orden para que Pinto los quitase.110

En el intersticio que quedaba entre las estancias de Le?n y Salinas se situ? la manzana de discordia: la estancia qu Mart?n N??ez hab?a dejado a sus hijos Francisco, Melchor y Mart?n, quienes la heredaron repartida en tres. Por lo que

sabemos, esta estancia ten?a s?lo un sitio de ganado mayor; juzgar por el precio bajo de 2 800 pesos que Pinto pag? po la huerta, y por el precio muy elevado que se iba a pagar po la estancia, as probable que N??ez hubiera trasladado a ella

la mayor?a de los bienes m?viles de su huerta (aperos, bestias,

esclavos, etc.). A pesar de la riqueza de la herencia, los hijo de N??ez eran demasiado j?venes para la administraci?n ad cuada de la estancia y tuvieron que venderla a los cinco a?o de la muerte de su padre. El 30 de marzo de 1595 Francisc vendi? a Pinto su fracci?n de la estancia (que era s?lo una i? LdT, ff. 1-3. us LdT, ff. 320-320V. ?9 LdT, ff. 6-7, 87v-95. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tercera parte) por el precio de dos mil pesos.120 Sus hermanos eran menores de edad, Melchor menor de veinticinco y Mart?n

menor de dieciocho a?os, de modo que no estaban jur?dica mente capacitados para elegir el comprador, y fue necesario poner sus partes en almoneda p?blica. El mismo d?a 30 de marzo en que Francisco vendi? su parte a Pinto se presentaron

ante el corregidor Juan de Vaz?n Vel?zquez con sus tutores (Francisco N??ez de Melchor y el racionero Pinto de Mart?n),

solicitando licencia para el remate, dando como raz?n el que "por no tener la dicha estancia gobierno ni administrador que mire por ella y la gobierne y provea la gente, ma?z y otras co

sas necesarias al sustento y aprovechamiento de la dicha ha cienda, se ir? perdiendo y consumiendo". A este tenor se pre sentaron tres testigos, Juan de Vald?s, mayordomo de la estan

cia de don Mateo; Juan Carlos, escribano, y Gaspar de Pera les, mestizo, los cuales confirmaron la raz?n de la petici?n. El

corregidor mand? en seguida que se hiciera el remate con "treinta pregones en treinta d?as", los que se pusieron en obra

desde el d?a siguiente 31 de marzo hasta el 29 de abril. El

pregonero Juan de Vaz?n, mozo mestizo del juzgado, proclam? "a altas voces" que "quien quisiere comprar y poner en precio

las dos partes de la estancia de ganado mayor que tienen en esta jurisdicci?n Melchor y Mart?n N??ez, que es toda la he rencia patrimonial que les dejaron sus padres, parezcan ante la justicia y adm?tanseles la postura", a?adiendo que "en la dicha estancia de ganado mayor se hierran 1 600 becerros". Los primeros ocho d?as los pregones se hicieron frente del juz

gado de Jicay?n, el d?a noveno en Ghayuco, el d?cimo en Ja miltepec, los cuatro d?as siguientes en Tututepec, los tres si guientes en Jamiltepec, los dos siguientes en Mechuac?n y los ?ltimos once d?as en Jicay?n.

El segundo d?a en Jicay?n, un tal Pablo de Vargas hizo una primera postura de tres mil pesos al contado. El und?cimo

d?a en Tututepec el bachiller Pedro de Alavez, en nombre de 12? LdT, ff. 6-7, 87v-95.

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HITOSHI TAKAHASHI

Juan de Salinas, hizo una segunda postura de 4 100 pesos, no al contado sino al fiado: poniendo "a censo con bastant seguridad los dichos 4 100 pesos para que corran sobre tod sus haciendas y posesiones, las m?s bien paradas que el sus dicho tiene". El decimosexto d?a en Jamiltepec Hernando Le?n hizo una tercera postura de 4 200 pesos, oblig?ndose "dar y pagar del d?a del remate que en ?l se hiciere, en u

a?o primero siguiente, en reales todos en una paga, so expresa obligaci?n que hace de su persona y bienes". El 2 de mayo de 1595, en Jicay?n, se hizo el trig?simo pri mero y ?ltimo preg?n, y en ?l se present? una cuarta postu

de 4 210 pesos por Pedro Vasallo, el referido cura de Zacat pee quien hab?a comprado en otro remate el sitio del caciq don Melchor de Tututepec. En seguida Le?n puso otro prec

(tal vez 4 300 pesos), pero Vasallo puso 4 350 pesos, "los cuales

se ofrec?a y se ofreci? de pagar luego de contado en reales Nadie puj? m?s, y se hizo el ?ltimo remate al padre Vasallo El 8 de mayo Vasallo llev? al juzgado 4 030 pesos en reale Los otros 322 pesos hab?an sido pagados en el d?a del rema a los acreedores (96 pesos y 6/8 para la alcabala real de es

venta ?1/45 del importe de *la venta?; 156 pesos para diezmo del a?o pasado de 1594; diecis?is pesos a Diego Ari

de Salazar, quien hab?a servido como contador tercero en l partici?n de la herencia de N??ez;121 trece pesos de salari atrasado al vaquero Francisco Neto, quien hab?a trabajado e la estancia hasta que muri? N??ez;122 cuarenta pesos y 5/ para "ciertas costas y diezmo"). A juzgar por el importe d 156 pesos de diezmo en el a?o de 1594 por las dos tercera partes de la estancia, las ventas totales de la misma en ese a debieron haber sido de 2 340 pesos, que correspond?an a 5 cabezas de novillos. El valor total de la estancia era de 5 35

pesos, incluyendo la parte de Francisco N??ez, de modo q las ventas anuales (no la ganancia neta) correspond?an al i? LdT, ff. 4v-5v. la LdT, ff. 183-185v.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

por ciento de su valor. Es natural que muchos terratenieRtet comarcanos hicieran las posturas, aspirando a obtener la he rencia de Mart?n N??ez.123

El 21 de mayo Vasallo pidi? ante el juzgado un testimonio de los documentos relativos a este remate, y a juzgar por el hecho de que el "Libro de t?tulos" contiene ese testimonia, Pinto consigui? tambi?n estas dos terceras partes, tal vez por venta de Vasallo. En los ?ltimos a?os del siglo xvi la hacienda estaba, pues, en posesi?n de cuatro terratenientes, como lo muestra el cua

dro 6.

No tenemos ninguna escritura de venta ni de cesi?n relar tiva a los tres ?ltimos propietarios, por lo que no sabemos c?mo

y cuando consigui? Pinto sus respectivos conglomerados. En cuanto al de Arias, sin embargo, tenemos una certificaci?n de

alcabala que declara que el 23 de enero de 1616 recibi? del racionero Pedro Rodr?guez Pinto "por Diego Arias, 66 pesos de oro com?n, por el alcabala de 3 300 pesos, en que el Diego Arias vendi? al dicho racionero una estancia con su ganado en t?rminos del pueblo de Potutla en 16 d?as de diciembre de 1605".124 Desafortunadamente no sabemos si esta venta com

prendi? solamente la parte de do?a Isabel de la herencia de! escribano, o tambi?n las de sus hijos.

En 1612 la formaci?n de la hacienda hab'a concluido.

Muertos el racionero y su hijo Hernando hab?a heredado la hacienda Francisco Pinto, sobrino del racionero. El 3 de abril de este a?o Francisco escribi? su testamento en la ciudad de Puebla, el que se abri? el d?a 11. No ten?a hijos, por lo que su viuda do?a Isabel de Guevara fue nombrada heredera uni versal. ?sta pidi? ante el corregidor de Jicay?n un inventario de la herencia el 26 del mismo mes. Desgraciadamente para nosotros, cuando la herencia pasaba a manos de un heredero universal no era necesario el inventario detallado con la valo i? LdT, ff. 12-36. 124 LdT, ff. 196-196V.

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Cuadro 6 Propietarios de la hacienda a fines del siglo xvi

Propietarios Posesiones* Pinto 7 GM 1 gm 14 c 2 huertas Le?n 6 GM 4 c

Arias y do?a Isabel 6 GM 1 gm

Mateo de Maule?n 2 GM

Totales 21 GM, 2 gm, 20 c 2 huertas

a Las siglas corresponden a los siguientes tipos de merced sitio de estancia para ganado mayor; gm, sitio de estan ganado menor; c, caballer?a de tierra.

raci?n de los bienes particulares. Se especificaron las de los ganados y se ennumeraron los esclavos de cada de las que constitu?an la hacienda, nada m?s.

La hacienda estaba compuesta por cuatro estanc tutla, Santa Fe, San Vicente y San Miguel. La est

Potutla se hallaba en el delta del r?o de la Arena y estab

puesta de la "estancia grande" de Potutla y la de Ram Arias. Era la m?s grande de las cuatro, ten?a diecisie (incluso una principal en que viv?a la "gente" de la es y criaba "los ganados vacunos y caballares, de los que muchos llevaban el fierro de Ram?rez". La estancia

Fe, que era la "estancia peque?a" de Tututepec de He de Le?n, con la de Mart?n N??ez y unos sitios de J Salinas, ten?a diez casas, incluyendo la de vivienda, y dedicada a la cr?a de ganados vacuno y yeg?erizo. La de San Vicente estaba formada por los sitios acumul Juan de Salinas. La de San Miguel hab?a pertenecido

Andr?s de Alavez, tal vez heredero de Miguel. De estas ?

no se especific? los n?meros de las casas, pero hay This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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DE LA HUERTA A LA HACIENDA

de las casas principales. El n?mero de los esclavos de cada estancia figura en el cuadro 7. Adem?s de los 42 que hab?a en la hacienda, Francisco Pinto dej? otros nueve en la ciu dad de Puebla.125 Cuadro 7 Esclavos de la hacienda Estancias Hombres Mujeres Total

Potutla Santa Fe 4 15

San

18

Vicente

San Miguel 4 15

5

6

23

3

9

Total 32 10 42

No sabemos c?mo y cu?ndo adquirieron los Pin

tancias de los Salinas y los Alavez, las que, como hem

conten?an por lo menos diez sitios. El "Libro de t? contiene ning?n documento sobre ellas. Probablem

vendi? antes de que se sacara la copia que nos h entreg?ndose los documentos relacionados a ellas.

cuando los hijos por segundas nupcias de do?a Isab vara vendieron la hacienda a Pedro Mart?n Notario pesos, en la venta ya no se incluyeron las estanci Vicente y San Miguel.120

Conclusi?n

La llamada transici?n de la encomienda a la ha

Tututepec experiment? el paso de una organizaci?n dia: la huerta de Mart?n N??ez (1560-1589). im LdT, ff. 320-332V.

!* LdT, ff. 332v-349.

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HITOSHI TAKAHASHI

Don Luis de Castilla, encomendero de Tututepec y s

sujetos, no consigui? tierras por s?, ni transform? su encomien

en una empresa agropecuaria directa. En lugar de esto h una compa??a con un empresario local que hab?a adquirid tierras cerca del ?rea de su encomienda. Podemos coloca don Luis en medio de un espectro que en un extremo tend a Fernando Cort?s, gran encomendero y empresario directo,

en el otro a los encomenderos pensionistas. La huerta Mart?n N??ez, del mismo modo, representaba un momen intermedio en la evoluci?n de la hacienda como forma d organizaci?n de la producci?n agropecuaria. Era una form

sui generis que reun?a rasgos de diferentes tipos de operaci?n

encomienda y hacienda o, de modo m?s general, se?or?o empresa. En un principio el producto fue aborigen: cacao, ma?z y algod?n en lugar de los ganados mayores que habr?an de ser despu?s el producto dominante de la empresa espa?ola local. En t?rminos generales, en la encomienda tanto el sujeto como el objeto de la producci?n agropecuaria siguieron siendo los mismos, en tanto que ambos cambiaron una vez formada la hacienda. En el caso de nuestra huerta el sujeto cambi? y el obje to sigui? el mismo. En 1564, en el lapso comprendido entre la

ca?da de la producci?n del cacao de Soconusco y el auge de

Izalcos, el cultivo de este grano fue lucrativo. Don Luis no cam

bi? la orientaci?n de su empresa cuando concluy? ese per?odo y la expansi?n del mercado poblano hac?a m?s lucrativa la cr?a de ganado mayor: la ganader?a perturbar?a a la agricultura ind'gena y menguar?a el ingreso tributario de la encomienda.

Es interesante que la producci?n de esta plantaci?n no fue destinada al mercado exterior, ni al interior espa?ol. El con sumo de chocolate no fue com?n entre los espa?oles hasta el fin del siglo; por lo tanto, la huerta operada por espa?oles se dedic? a la satisfacci?n de la demanda ind?gena, que, antes restringida a los nobles, se hab?a expandido por toda la pobla ci?n sobreviviente bajo el r?gimen colonial.

En segundo lugar, encontramos insumos de la operaci?n This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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derivados de la encomienda y que, por lo mismo, no pasaron a trav?s del mercado. Un insumo legal, estipulado consecuen

temente en los contratos, era el mantenimiento de los esclavos negros, cincuenta o cien fanegas de ma?z tributado. La segunda mitad del siglo xvi se caracteriz? por una tremenda alza en el

precio del ma?z. En la primera mitad del siglo una fanega costaba en el valle de M?xico entre medio real y cuatro reales,

y el precio subi? hasta ocho y doce reales por fanega en la primera mitad del siguiente siglo.127 A juzgar por la din?mica

demogr?fica de Tututepec, probablemente hab?a dificultades para adquirir ma?z en el mercado. Aunque N??ez lo cultivaba en las sementeras anexas a su huerta, el trabajo era tambi?n escaso y caro, de modo que las cincuenta fanegas que don Luis aportaba siguieron siendo, si no indispensables, muy estimadas

para la huerta. Un insumo ilegal derivado de la encomienda, y por lo mismo no estipulado en el contrato, fue el trabajo de

indios de servicio sacados de Tututepec y sus sujetos. Si bien el gobierno prohibi? en 1549 esta exacci?n ilegal de servicio personal, es posible que la pr?ctica continuara, a juzgar por la inefectividad de las medidas virreinales contra los tenientes y los escribanos. La huerta, sin embargo, tambi?n emple? ga ?anes asalariados (o "gente" en el l?xico local). Por lo mismo, la mano de obra de que dispon?a era una mezcla de trabajo libre y forzado. El compa?ero de don Luis, Mart?n N??ez, tuvo ciertas carac ter?sticas comunes con los encomenderos. No s?lo fue yerno del

encomendero Pedro Nieto, sino que, al igual que aqu?llos, fue un personaje con una funci?n social ambivalente, a la vez explotador y patr?n protector de los naturales. Los encomen deros extra?an tributos y servicios, pero en esta clase de explo

taci?n, no de intercambio por el mercado sino de donativo unilateral directo, explotar es a la vez depender de alguien.

El explotador tiene que proteger a los explotados contra explo

tadores rivales, y no puede ser indiferente a la subsistencia i27 Gibson, 1964, pp. 311-314, 452-454. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITOS III TAKAHASHI

de los explotados. Mart?n N??ez protegi? a los naturales de Tututepec contra los * "excesos" del teniente Arias desde 158 hasta su muerte. Tanto N??ez como Mej?a criaban cabras, potros y mu?as, pero nunca se dedicaron a la cr?a en gran escala ele ganado vacuno, cuya perturbaci?n podr?a poner en peligro la subsistencia de las comunidades ind?genas. Aunque parece demasiado simplista la afirmaci?n de Ro bert G. Keith en el sentido de que la encomienda "requiere la sobrevivencia de la poblaci?n ind?gena, sin cambios radicales, mientras que el desarrollo del sistema de la hacienda exige que esa sociedad sea destruida y sus miembros transformados en proletarios agr?colas",129 es cierto que el hacendado que depende de trabajadores libres puede ser indiferente a su sub sistencia. Ahora bien, las haciendas agr?colas coloniales nece sitaban, aparte de los ga?anes radicados en ellas, cierta cantidad de trabajadores eventuales en tiempos de siembra y cosecha. En el centro y el sur de M?xico las comunidades ind?genas fueron una fuente constante y preciosa de ese tipo de trabajo, de modo que el inter?s de los hacendados no estuvo en que se les quitasen todos los recursos de subsistencia (sobre todo la tierra) hasta el grado de que se desintegrasen, sino en que se les quitasen hasta un grado en el que los comuneros preci sasen otra fuente de ingreso, esto es, el trabajo temporal en las

haciendas, como sugiri? John Tutino en su trabajo sobre Chalco.129 Ciertamente las haciendas ganaderas de Ram?rez y Pinto no necesitaron de tanto insumo de trabajo como para desem bocar en la destrucci?n de la sociedad ind?gena. Pero la mayor

parte de su mano de obra era acasillada y altamente espe

cializada (como la de los vaqueros), por lo que tampoco hab?a motivaci?n para conservar a la comunidad como fuente de trabajo temporal (menos a?n en la medida en que estas ha ciendas estaban provistas de esclavos). De este modo, pod?an 128 Keith, 1971, pp. 437-438. 129 Tutino, 1975, pp. 498-500, 520-524. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DE LA HUERTA A LA HACIENDA

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ser, y fueron, indiferentes a su subsistencia, como se ve en el

conflicto entre el pueblo de Tlacamama y Bravo y Ram?rez. La actitud de los hacendados llev? a N??ez a una alianza con los indios de Potutla, con el inter?s com?n de defender los pro ductos comunes contra los reba?os de Ram?rez y Pinto, alianza

que perdur? por toda la d?cada de 1580. Es interesante que rasgos comunes a las encomiendas (pro ductos, insumos y car?cter social del propietario) existieron

en la propiedad de la tierra de tipo mercantil, pues las tierras vendidas por los naturales o mercedadas por el gobierno ten?an

un mercado activo. Durante la etapa de la formaci?n de la

huerta los pedazos se vendieron en unidades de modestas dimen siones y por lo tanto manejables en el mercado.

El precio de la tierra era bajo. La remuneraci?n dada a un hombre de paja para adquirir una merced fue invariablemente de cincuenta pesos. Los precios a que Pinto y Le?n compraron los conglomerados de Arias y Vargas variaron entre 230 y 325

pesos por un sitio. Si las ventas anuales de la compa??a con diez sitios eran de seis mil pesos, como se?ala nuestro c?lculo,

no era necesario un capital inicial tan grande. Este activo mercado de la tierra explica tambi?n el que no se necesitara ser conquistador, minero o comerciante para hacerse de una propiedad. Los capitales que participaron en la formaci?n de nuestra hacienda procedieron principalmente de los bienes de un escribano real y dos cl?rigos seculares.

Las compa??as para la operaci?n o el aviamiento de las haciendas constituyen un aspecto importante en la historia de

estas instituciones. Se trata de sociedades colectivas basadas en responsabilidad ilimitada. Por ejemplo, dice el contrato entre

Pinto y los hermanos Mej?a: "para guardar y cumplir lo que dicho es... yo, Pedro Rodr?guez Pinto, por lo que a m? toca de cumplir, obligo mis bienes; nos, los dichos Diego Mej?a y Juan Mej?a, por lo que a nos ambos toca de cumplir, obligamos

nuestras personas y bienes habidos y por haber". Las carac ter?sticas de estas compa??as no eran de ninguna manera pri mitivas en comparaci?n con las de sus contempor?neas en This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:30:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HITO S HI TAKAHASHI

Europa. No ten?an denominaci?n propia y conservaban plazos fijos de operaci?n, pero en los siglos xv y xvi muchas sociedades

europeas, aun las m?s grandes de las ciudades italianas y de Alemania meridional, compart?an esos rasgos.130

Las compa??as de la hacienda que hemos estudiado dilu cidan un nuevo aspecto de un viejo problema: si la hacienda era una empresa o un patrimonio. Por lo menos para nuestros terratenientes de la segunda mitad del siglo xvi, gente de m?s dinero que abolengo, las tierras constitu?an una mercanc?a que comprar y una posibilidad de invertir. No vacilaban en poner

en compa??a las tierras que hab?an adquirido, ni en conver

tirlas en propiedad com?n con personas con quienes no ten?an ning?n lazo familiar. Las tierras importaban sobre todo como

medio para alcanzar riqueza en una generaci?n. La situaci?n del siglo xvn fue totalmente diferente a la del siglo anterior. Hacia principios del siglo la pol?tica oficial de mercedar tierras se volvi? cada vez menos generosa hasta que ces? del todo. Las tierras se hab?an ido acumulando hasta el punto en que se convirtieron en conglomerados gigantes que no se pod?an manejar f?cilmente en el mercado. Los mer cados de los productos agropecuarios estaban totalmente sa turados, probablemente a ra?z de la despoblaci?n, y ya no ofrec?an oportunidades para nuevas empresas, de modo que las haciendas no brindaban mucha ganancia sino una seguridad

menguante para la fortuna y el prestigio. El caso de nuestra hacienda es, sin embargo, incompatible con la noci?n de que la mentalidad "feudal" de los conquistadores determinaba y sigui? determinando las operaciones de las haciendas desde el siglo xvi hasta la reforma agraria de nuestro siglo. Las carac ter?sticas de sus operaciones se explican mejor por la situaci?n econ?mica del siglo xvn que por el ambiente cultural del siglo

de la conquista.

is? Otsuka, 1969, pp. 96-97, 115-124. El contrato de la Fami liengesellschaft de Fugger del a?o de 1494 estipulaba un plazo de cuatro a?os.

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DE LA HUERTA A LA HACIENDA 75

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LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO 1848-1872

Martaelena Negrete Salas El Colegio de M?xico Despu?s de ?la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo sur gieron situaciones diversas derivadas de la existencia de una nueva l?nea divisoria con los Estados Unidos. A lo largo de la segunda mitad del siglo xix la regi?n de la frontera sufri? serias invasiones de ind?genas que proced?an de la naci?n vecina as? como continuos robos, invasiones filibusteras, contrabando, ata ques armados por parte del ej?rcito federal norteamericano, etc.

Uno de los principales problemas que se incrementaron en la frontera norte de M?xico despu?s de 1848 fue el del robo de ganado. Mientras que en la parte sur del r?o Bravo abundaba el ganado caballar, al norte del mismo se encontraban por lo general tierras libres que eran objeto de especulaci?n. Fue as? como muchos de los pobladores norteamericanos de Texas volvieron sus ojos hacia tierras mexicanas con el objeto de apoderarse de ganado y establecer o acrecentar con ?ste sus negocios al otro lado de la frontera. Estos disturbios fronterizos que afectaban a la poblaci?n rural y que preocupaban a la naci?n originaron el estableci miento de la Comisi?n Pesquisidora del Norte. ?sta ten?a como objeto recolectar informaci?n y estudiar a fondo los problemas que se hab?an presentado y se presentaban en la frontera desde 1848. De esta manera se obtuvieron informes relativos a quejas

y reclamaciones por parte de personas que de una u otra ma

nera hab?an sufrido da?o en sus bienes o en sus personas. Fueron entrevistadas autoridades municipales y militares as? como par

ticulares que sirvieron de testigos a las personas agraviadas.

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MARTAELENA NEGRETE SALAS

La informaci?n recibida se orden? geogr?ficamente y ahora puede consultarse en el archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores de M?xico. El informe que la Comisi?n present? en 1873 con la documentaci?n obtenida habla sobre todo de las incursiones de indios y del robo de ganado que ten?an efecto en la frontera noreste de M?xico. Est? basado en una labor detallada y concienzuda, y manifiesta el inter?s por defender a la naci?n mexicana frente a los ataques de sus vecinos norte americanos. Tanto la informaci?n que se encuentra en el citado archivo como el informe de la Comisi?n Pesquisidora y la documentaci?n reunida por la Comisi?n Mixta de Reclamacio nes de M?xico y Estados Unidos, que trabaj? de 1868 a 1874, son la base documental de este estudio. Las villas del Norte, que desde tiempos de la colonia hab?an

sido continuamente molestadas por las incursiones de los in dios, se encontraban en esta ?poca en una situaci?n m?s dif?cil

a causa de que los Estados Unidos proporcionaban armas y municiones a los incursionistas para que hicieran la guerra.1

En efecto, los Estados Unidos no hab?an cumplido con su

compromiso de contener las invasiones que los indios llevaban a cabo en el territorio mexicano; por el contrario, las autori

dades norteamericanas se mostraban indiferentes ante estos he

chos. El desarrollo de las regiones norte?as se vio entonces obs taculizado por los da?os causados por las depredaciones. La des poblaci?n y la pobreza abundaban en el Norte, principalmente en las zonas rurales, y el robo de ganado obstaculiz? asimismo su desarrollo ganadero. La econom?a del campo mexicano sufri?

serios deterioros mientras que el campo texano prosper? gra cias a las acciones ilegales de los ganaderos norteamericanos.

Los cuatreros En Texas el tr?fico de los animales robados en M?xico se increment? gracias a la facilidad con que ?stos pod?an venderse 1 Informe Comisi?n, 1877, p. 20. V?anse las explicaciones sobre

siglas y referencias al final de este art?culo.

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LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO

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en el lado norteamericano, y la frecuencia del delito se debi? en gran parte al desorden que reinaba en las comunidades de los agostaderos, que ten?an poco control sobre sus ganados. Lo desierto y extenso de los campos propiciaba asimismo el robo, ya que los delincuentes pod?an cometer sus delitos y perderse en las planicies sin que fueran de momento descubiertos: una vez pasada la frontera los abigeos no pod?an ser molestados por sus perseguidores mexicanos, y pod?an continuar sus negocia ciones con facilidad. En efecto, las autoridades norteamericanas o no pod?an por falta de hombres perseguir a los delincuentes, o simplemente no quer?an hacerlo por no convenir a la econom?a

de la regi?n. Esta seguridad con que contaban los abigeos

ayud? al incremento del mal.

Todos los sistemas de robo organizados en las orillas del Bravo ocasionaron serios problemas a ios propietarios mexica nos. ?stos continuamente se quejaban, alegando que se ve?an seriamente afectados en sus intereses. Muchos de ellos asegu raban que gran parte de sus terrenos se encontraban abando nados por causa de las depredaciones cometidas en sus hacien das y ranchos, y otros m?s llegaron a declarar que se encontra

ban en la ruina a causa de los robos cometidos en sus caba lladas.

Las autoridades mexicanas hab?an mostrado un especial in ter?s por mantener pobladas las regiones contiguas a la fron tera, pero tanto el ataque de los indios como el robo de ganado desalentaban a los pobladores ya establecidos obligando a algu nos de ellos a abandonar estas zonas. Los habitantes de Charco Azul, por ejemplo, continuamente se quejaban de que no hab?a paz ni seguridad en sus hogares y de que en la regi?n no s?lo se robaban las manadas de caballos sino tambi?n los animales

que las gentes utilizaban para su trabajo. Sim?n Garc?a, que hab?a sido uno de los fundadores del rancho del Carrizo, de claraba que hab?a muchos caballos mestizos en aquellos terre nos pero que desde que se hab?an quitado en esa zona las colo nias militares, en 1855, ya no hab?a tropas regulares para prote

ger la frontera y que la disminuci?n de la caballada era nota

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MARTAELENA NEGRETE SALAS

ble a causa de los robos.2 Muchas medidas fueron dictadas por las autoridades para reprimir el abigeato en las poblaciones mexicanas de la orilla del r?o, pero no surtieron el efecto desea do. La Comisi?n Pesquisidora se?al? la necesidad que hab?a

de llevar a cabo una acci?n conjunta de las autoridades de

M?xico y de Texas para combatir a los delincuentes, pero en su informe declar? que no hubo ninguna acci?n por parte de las autoridades texanas para la persecuci?n de los que orga nizaban el robo ni de los que se refugiaban en su territorio una

vez cometido el delito. "Nunca he visto que del otro lado

cojan a los ladrones de ganado", aseguraban muchos de los ha bitantes mexicanos que declaraban sus p?rdidas. Hab?a casos en que las autoridades norteamericanas colaboraban en buscar y localizar el ganado robado a los mexicanos, pero siempre cobraban sus servicios.

El principal objetivo de los abigeos norteamericanos era apoderarse de la caballada que abundaba en el lado mexicano. Los cuatreros texanos pasaban a la orilla mexicana actuando generalmente en la noche, buscando animales sueltos y en lu gares cercanos al r?o, de tal manera que la misma noche pod?an

poner a salvo sus mercanc?as en el lado norteamericano. All? ten?an terrenos propicios en donde ocultaban la caballada entre bosques que contaban con dep?sitos de agua y con pastos

abundantes, y all? permanec?a el ganado hasta que ?ste era transportado para su venta en el interior del estado de Texas. A veces los cuatreros penetraban m?s en el interior del territorio

mexicano, en donde pod?an encontrar manadas mayores que tambi?n transportaban al lado norteamericano mediante una organizaci?n ya establecida. Muchas veces los propietarios, al enterarse de un robo, reu

n?an a un grupo de vecinos con el cual se persegu?a a los

abigeos hasta llegar a la frontera. Los propietarios m?s enfure cidos cruzaban el r?o en persecuci?n de los ladrones, pero ?stos, si se sab?an descubiertos, no vacilaban en asesinar a sus perse 2 ASRE, L-E-1590, f. 74.

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LA FRONTERA TEXANA V EL ABIGEATO 83 guidores. Sin embargo, hubo casos en que los ladrones fueron aprehendidos por los vecinos, quienes, al tener noticia de que se estaba robando ganado en los ranchos de los alrededores se prestaban voluntariamente a perseguir a los delincuentes, a sa-1 biendas de que si el robo se comet?a m?s tarde en sus dominios

pod?an obtener la misma clase de ayuda.* En realidad ?ste era el m?todo m?s r?pido y muchas veces el m?s seguro de recobrar lo que se hab?a perdido. Si los propietarios mexicanos

presentaban judicialmente sus reclamaciones en Estados Uni dos ten?an que pagar gastos muy elevados a las autoridades nor teamericanas encargadas de recuperar lo robado, de tal manera que el monto del pago resultaba por lo general mayor que el de

lo que se reclamaba. Estos altos costos originaron que en mu chos casos no se presentara la demanda judicial por lenta e in costeable.

Una vez que el ganado llegaba a Texas era muy dif?cil

recobrarlo. "Nada de lo que se lleva al otro lado se recobra y mucho menos cuando est? en poder de un americano", asegu raba Ces?reo de Luna, vecino de Lampazos.1 En este sentido el caso del ganadero Matheus es ilustrativo, ya que ?ste lleg? a reunir en Reynosa a m?s de cuatrocientos animales en una sola partida que logr? introducir a Texas sin grandes dificultades, y aunque el caso, por su importancia, pas? al ayuntamiento y de ?ste al c?nsul mexicano en Brownsville, fueron muy pocos los animales que se logr? recuperar.

El ganado robado se vend?a en Texas a precios inferiores a los que legalmente ped?an los hacendados mexicanos que ven d?an sus animales. Por lo tanto? la venta ileg?tima lleg? a conver tirse en una seria competencia a la venta legal, y as?, mientras

que las negociaciones legales se reduc?an cada vez m?s, las ile gales aumentaban considerablemente. Los compradores de ga nado en Texas no prestaban la atenci?n requerida al origen o procedencia de la compra, ya que lo ?nico que les interesaba era comprar barato. Como el ganado mexicano que se les ofre 3 ASRE, L-E-1590, f. 134. 4 ASRE, L-E-1590, f. 82. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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MARTAELENA NEGRETE SALAS

c'a era de bajo precio no inquir?an por los documentos de im portaci?n que certificaran su buena procedencia. Estas compras prestaron un gran aliciente al robo, ya que los abigeos contaban con \in mercado seguro para sus mercanc?as.

Theodoro Rhodes, uno de los cuatreros m?s famosos, diri g?a bandas de ladrones que atacaban las haciendas de Reynosa

y Nuevo Le?n con una organizaci?n muy eficaz. El abigeo

Adolfo Claeveck fue otro de los m?s activos. Ten?a tambi?n sus

bandas de ladrones que mandaba a Tamaulipas, donde se in ternaban por varios meses, y una vez formadas las partidas re

gresaban con la caballada a los potreros de Claevecke. Caba llos y mu?as eran encerrados en solares protegidos con cercas

elevadas con el objeto de no dejar ver lo que hab?a en su in terior. En estos solares se lleg? a aprehender a algunos hombres

involucrados en los robos. Las partidas robadas eran reconoci das por la gran variedad de fierros y marcas que presentaban y que pertenec?an a los individuos que hab?an sido robados.

?Qu? clase de gente era ?sta que llevaba a cabo tales robos en territorio mexicano? De los datos que se obtienen de los quejosos por robos en 1872 podemos observar que la mayor?a de los despojos los comet?an ciudadanos norteamericanos resi dentes en Texas o mexicanos residentes all? que hab?an emi grado por haber escapado de las c?rceles de M?xico o desertado de las fuerzas militares establecidas en las zonas fronterizas, o

bien porque eran jornaleros establecidos en territorio norte americano con miras a obtener mejores condiciones de vida. Ha

b?a tambi?n abigeos que viv?an en M?xico, y otros resid?an unas veces en M?xico y otras en Texas seg?n las conveniencias

del momento. Muchos de ellos actuaban unas veces de manera independiente, y otras formando organizaciones transitorias en

las que se reun?an bandas de ladrones con el fin de cometer el delito, una vez realizado el cual se separaban. Veces hab?a en que volv?an a actuar por su cuenta en forma independiente, o cuando era necesario volv?an a reunirse para cometer robos mayores. Sin embargo, las organizaciones que hicieron m?s da?o fueron las que constantemente estuvieron atacando y que ha This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO 85 b?an llegado a ser tan importantes que formaban verdaderas compa??as que proteg?an el abigeato cometido en M?xico.5

Muchas veces las mismas autoridades norteamericanas esta

ban implicadas en el robo. El sheriff Tom?s Mordsen, por ejem

plo, compraba ganado a muy bajo precio, y aunque alegaba que no ten?a noticias de que la mercanc?a que compraba era robada el hecho era que en ning?n lado se pod?a conseguir a esos precios a menos que su origen fuera ilegal. El mencionado

Ces?reo de Luna supo que se comet?an robos de caballada en este lado del r?o Bravo y que era llevada a Paso de Agua, donde

resid?a un norteamericano llamado Santiago que hab?a sido sheriff mucho tiempo y que durante a?os hab?a estado com prando ganado robado. Se sab?a que Santiago Sol?s era quien le vend?a los caballos que ten?a en la ca?ada de los Alamos, donde escond?a una partida de m?s ele doscientos animales. Se sab?a tambi?n que el sheriff Donnett, quien ten'a un rancho

al sur de Piedras Negras, era un traficante de caballos que compraba a sabiendas de que eran robados.6 Del lado texano tambi?n exist?a el problema del abigeato. Hab?a ganado robado en Texas que se vend?a en M?xico. El fen?meno adquiri? importancia por el a?o de 1862. Las auto ridades mexicanas, preocupadas por el problema, dictaron ?r denes para frenarlo, y lo mismo hicieron las autoridades norte

americanas con una serie de leyes que se dieron desde 1855. Estas leyes, reformadas continuamente, eran s?lo el reflejo en

Texas de que el mal era continuo y de que se acrecentaba to mando nuevos matices.

Desde 1856 se hab?a prohibido la captura de ganado sin herrar, ya que muchos de los cuatreros recolectaban reses que no ten?an marcas ni fierros para venderlas luego con sus propias marcas a precios bajos. Herraban animales ajenos que encontra

ban en los agostaderos lo mismo que ganado de cr?a, el cual, por su edad, no ten?a marca alguna y se reconoc?a tan s?lo 5 Informe Comisi?n, 1877, p. 38.

* ASRE, L-E-1590, ff. 82-83.

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porque segu?a al animal de vientre que s? pod?a ser identificado.

El robo lo comet?an principalmente gentes que ya ten?an sus propios fierros, por lo general grandes propietarios y ganaderos

que para aumentar sus manadas herraban a los animales de sus vecinos poni?ndoles sus marcas. En 1858 las autoridades de Texas expidieron una ley por medio de la cual se cobraban grandes multas a las personas que robaban ganado ajeno. Durante la guerra civil norteamericana mucho del ganado vacuno fue a parar a manos del ej?rcito confederado. Estos robos no s?lo se cometieron en las orillas del r?o Bravo: ocurr?an

en todo el estado y el producto de ellos tambi?n se vend?a en otros estados norteamericanos vecinos de Texas. Era grande el descuido en el que se ten?a a los animales. Ni los mismos due ?os, a pesar de llevar listas de los becerros que marcaban y de los novillos y vacas que vend?an y que entregaban aproxima damente cada diez d*as desde septiembre hasta junio, eran ca paces de saber lo que realmente ten?an. Los ganaderos del Carrizo, en Texas, como Will Dickens, John Burlesen, McLangh lin y Jos? Tomlison, llevaban un mal manejo de sus ganados. ?stos andaban revueltos por todas partes y sin ning?n control, no eran encerrados ni cuidados, y por lo tanto nadie pod?a es tar seguro de la cantidad que se le robaba, ni tampoco de la que se le vend?a. Nadie llevaba control de fierros, pero se sab?a que muchas gentes pose?an reses robadas por el hecho de que se hab?an encontrado en sus potreros varias partidas que se entregaron a los due?os del Carrizo sin otro gasto que el del cuidado que se hab'a tenido de ellas.7 Sin embargo en 1873 presentaron sus reclamaciones ante el gobierno mexicano por el robo que se llevaba a cabo en sus propiedades, acusando a grupos de mexicanos. La Comisi?n Mixta encargada de resol ver el problema las desech? por falta de pruebas.8 A causa de la guerra civil los intereses del campo se vieron abandonados. Muchos mexicanos residentes en Texas se refu 7 ASRE, L-E-1590, f. 135. s ASRE, L-E-1590, exp, 5 This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO 87 giaron del lado mexicano del r?o, otros se incorporaron al ej?r cito del Sur, y otros m?s se aprovecharon de la situaci?n y de la confusi?n reinante robando ganado y acrecentando sus reba ?os, formando partidas de reses que se vend?an en ambas orillas

del Bravo. Billy Mann, Patricio Quinn y Tom?s Colorado fueron abigeos que acrecentaron sus fortunas en esta ?poca.

Felipe Mart?nez afirmaba que poco antes de concluir la guerra de secesi?n varios norteamericanos pasaron del otro lado para ?ste mucho ganado que reunieron en San Vicente, mismo que las autoridades de Piedras Negras recogieron y ordenaron entre

gar a sus due?os. Mart?nez acusaba tambi?n a los comanches, lipanes y mezcaleros de robos de ganado en la regi?n, ya que entre el ganado que supuestamente les pertenec?a fue encon trado mucho que no era de su propiedad.9

El robo de ganado continu? practic?ndose en gran escala despu?s de la guerra. Pedro Mainiel, comisionado para llevar a cabo la confiscaci?n del ganado perteneciente a los confederados durante la guerra, continu? luego trayendo animales a la fron tera en M?xico. Estableci? un rancho en Mezquitito, que estaba formado en su mayor?a por reses robadas. Juan L?pez, de 34 a?os, declar? que desde 1866 hab?a comenzado a traficar con

reses que compraba en Texas para llevarlas a matar a los pueblos cercanos a la frontera y venderlas luego en el interior. L?pez form? una compa??a con Jacinto Rodr?guez, conviniendo ambos en que el primero comprar?a las reses mientras que el

segundo se encargar?a de su venta. Mucho del ganado que compraban para su negocio era robado, pero aun a sabiendas de ello traficaban con ?l y lo tra?an de contrabando a vender a M?xico. La desocupaci?n que sucedi? a la guerra trajo como una de sus consecuencias el aumento de las gavillas que come t?an abigeato. As?, Patricio Quinn y sus c?mplices llegaron a robar ganado a Ricardo King,, a Muffin Kennedy y a Lincley, aunque el robo se atribuy? a mexicanos organizados bajo el am paro de autoridades mexicanas. Los abigeos encontraban gran ? ASRE, L-E-1590, f. 61. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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des facilidades de venta para sus animales en las matanzas. Es tas resultaban para ellos un buen lugar, ya que all? las reses se consum?an r?pido y con la misma rapidez desaparec?a el cuerpo del delito. No hab?a manera de comprobar el robo.10 El a?o de 1869 fue muy productivo para los cuatreros sobre todo por el alto precio que se pagaba por las pieles de los ani males, que se vend?an en grandes cantidades. Surgieron enton ces importantes ganaderos norteamericanos en la regi?n del rio Nueces que cercaron grandes extensiones de terrenos en donde ten?an su ganado, parte del cual era robado. Para no ser des cubiertos alteraban o modificaban las marcas y fierros ?el gana do que robaban. Este procedimiento lleg? a ser tan normal que la ley expedida en 1871 para establecer la inspecci?n oficial de las pieles, y que ten?a por objeto controlar la situaci?n, no aminor? en nada la frecuencia de los robos. Esta ley hac?a obli gatorio el que funcionarios de cada condado revisaran las mar cas de las mercanc?as, obligando adem?s a que se comprobara la procedencia ele la compra por medio de documentos. Esta blec?a tambi?n la necesidad de registrar las marcas y sellos que utilizaran los propietarios y controlar que los nuevos registros fueran diferentes a ios ya existentes para evitar confusiones, pero todo fue en vano. Grandes establecimientos de matanzas se originaron en estos a?os tanto en Texas como en M?xico, y en ellos se aceptaba y compraba cualquier tipo de ganado sin es cr?pulo alguno. En la mayor?a de ios casos las leyes resultaron ineficientes, sobre todo cuando deb?an aplicarse a los grandes propietarios y ganaderos norteamericanos. No hab?a ninguna ley ni autoridad que pudiera detenerlos. Con sus influencias, se entregaban a toda clase de depredaciones que les pudieran aportar grandes beneficios sin temor a ser castigados. Muchos de ellos robaban a propietarios mexicanos que habitaban entre el r?o Bravo y el Nueces y, mientras que ?stos perd?an sus negocios, los norteamericanos acrecentaban sus fortunas a costa de los primeros. Para complicar las cosas, las reses robadas en Texas se cam *? ASRE, L-E-1590, f. 57.

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biaban por la caballada robada en M?xico, ocasionando un intercambio ilegal de mercanc?as entre ambas naciones.11

Matamoros fue el centro principal al cual llegaban, en el

lado mexicano, la mayor?a de las reses robadas. Los norteameri

canos se quejaban de que las autoridades eran c?mplices o de que toleraban el robo. Alegaban tambi?n que la poblaci?n de la frontera noreste de M?xico se alimentaba gracias al robo y que

hab?a comerciantes que traficaban con las pieles de las reses robadas. No podemos decir que estas quejas fueran infundadas, pero las reclamaciones hechas por los norteamericanos respecto

a estos puntos parecen haber sido un tanto exageradas. Hubo autoridades que de alguna manera estuvieron involucradas en estos conflictos. El caso de Dionisio C?rdenas es un ejemplo que ilustra c?mo un funcionario p?blico del ayuntamiento de Matamoros compraba reses a Patricio Quinn para su matanza. Respecto a que la poblaci?n se alimentaba con ganado ro bado, la Comisi?n Pesquisidora afirm? que s?lo el ganado que se introduc?a legalmente, aunado a la producci?n de Tamau lipas, Coahuila y Nuevo Le?n, proporcionaba el abasto nece sario que requer?a la poblaci?n. Monterrey, Saltillo y Parras eran los centros del Noreste que consum?an m?s reses para alimento y sus demandas se ve?an satisfechas con la producci?n

de las localidades vecinas, adem?s de la que se importaba

legalmente. Seg?n ella no hab?a necesidad de traer animales robados.12 Sin embargo, la venta de ganado robado en Texas era un hecho. Conductores de ganado pasaban peri?dicamente al lado mexicano para hacer sus ventas. "De las seis mil reses que anualmente se importan de Texas para M?xico, cinco sextas paites son robadas, por cuanto a que sus due?os leg?timos no las han vendido; pero es el robo ilegal que viene haci?ndose desde

Texas hace muchos a?os, desde la guerra de los confederados, el que ha hecho m?s da?o, seg?n lo explican los traficantes en ese ramo." 1C

i* ASRE, L-E-?590, f. 27. 12 Informe Comisi?n, 1877, p. 330. 13 Informe Comisi?n, 1877, p. 333. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Hab?a, como tambi?n sabemos, comerciantes que traficaban

con pieles de reses robadas. En noviembre de 1866 se hab?a dado un decreto en el cual se reglamentaba la venta, enajena ci?n y traslado de animales en el estado de Texas y se preven?a a los matanceros que informaran a las autoridades respectivas de todos los animales que^ mataran, pero, como tantas otras leyes y

decretos que se dieron para acabar con el robo de ganado y com batir la venta ilegal de pieles, ?sta tambi?n result? ineficiente.14 Hacia 1872 el precio del ganado se hab?a reducido mientras que las pieles hab?an elevado su valor. A pesar de que ese a?o hab?a sido de sequ?a y de que el ganado, tanto vacuno como caballar,

mor?a a millares por la falta de agua y de pastos, las pieles de los animales eran de gran valor en el mercado. Los estra gos de la sequ?a se dejaron sentir sobre todo en el invierno ya

que los animales, por estar flacos y mal alimentados, mor?an de fr?o. Los peladores de pieles desollaban diariamente miles de reses, y se dec?a de ellos que "no esperan que mueran [los ani

males]; disparan sobre los que est?n. No tienen respeto del derecho ajeno... s?lo quieren hacer dinero".15 La actuaci?n

de estos peladores de pieles causaba gran preocupaci?n entre los propietarios y las autoridades norteamericanas. Al decir de ?stas, se tem?a que despu?s de que terminara la mortandad originada en el fr?o y el hambre continuara d?ndose muerte a los animales: "Entre el fr?o, la falta de pasto y los peladores de pieles proba blemente el pueblo de Texas tendr? que sufrir de una manera terrible."16 Las pieles de los animales se compraban aproxima

damente en cuatro pesos cada una, y si en M?xico se vend?a ganado robado era tambi?n un hecho comprobado la venta ile g?tima de pieles. Esto ocurr?a porque hab?a un buen mercado para este producto. De no haberlo habido no se habr?a originado la venta ileg?tima, de la misma manera que no se hubiera

originado el abigeato de caballada mexicana hacia Texas si all? no hubiera existido un mercado propicio para la venta. 14 ASRE, 20-6-1, f. 264. is ASRE, L-E-l 1-9-27, f. 1. ? ASRE, 26-6-1, f. 272. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Las reclamaciones Muchas fueron las reclamaciones que se hicieron al gobierno

de M?xico acusando a ciudadanos mexicanos de cometer abi geato en Texas. Para arreglar los problemas de las reclama ciones, cuyos motivos fueron muy variados, se estableci? por ambos gobiernos la Comisi?n Mixta de Reclamaciones, en la cual se aceptaban causas por perjuicios ocasionados tanto en las personas como en las propiedades que hubieran ocurrido con posteridad a la celebraci?n del tratado de Guadalupe Hidalgo. Las reclamaciones que pasaron por la Comisi?n fueron 2 075, de las cuales 1 067 correspondieron a los Estados Unidos y 998 a M?xico. Muchas de ?stas fueron rechazadas por la Comisi?n, a otras m?s se les redujo el monto de la indemnizaci?n y al gunas otras, las menos, fueron cubiertas en su totalidad.17

De entre las reclamaciones presentadas a M?xico resalta la de los robos de ganado cometidos por los hermanos Lugo, que fueron utilizados por la prensa norteamericana en contra de M?xico. Los Lugo fueron unos famosos abigeos de origen mexi

cano que actuaban sin escr?pulos. Trabajaban en el condado

de Cameron, a las ?rdenes del norteamericano A. Wierbisky, y

buena parte de las mercanc?as robadas por ellos llegaba a los c?rrales de ?ste. Tambi?n sobresale el caso del ciudadano norte

americano Guillermo Bruton, quien viv?a en el condado de Maverick y criaba ganado en el de Dimmit, en Texas: recla maba que ciudadanos y soldados mexicanos le hab?an robado mil reses con un valor de cincuenta pesos cada una. Ya que el gobierno mexicano no hac?a nada por recobrar los animales de su

propiedad, reclam? en 1872 a los Estados Unidos Mexicanos la cantidad de cincuenta mil pesos m?s r?ditos como indem nizaci?n. Sin embargo, se supo que el se?or Bruton hab?a llegado

a Matamoros con m?s de 120 animales para venderlos y que la mayor?a de ellos se hab?a tra?do en forma ilegal.18 Jos? Trom

lison reclam? tambi?n la cantidad de cincuenta mil pesos por 17 Zorrilla, 1965, pp. 489-491. ? ASRE, L-E-1590, f. 115. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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mil reses que le hab?an robado ladrones mexicanos de su rancho en Dimmit, Texas, y Enrique Bruch pidi? treinta y cinco mil como indemnizaci?n por haber perdido parte de su ganado que aseguraba estaba en poder de mexicanos. Los hermanos Whiter

as? como Patricio Quinn, quien pose?a el rancho de San Pa tricio en Texas y que actuaba generalmente en el valle del Nueces, continuamente se encontraron acusados de abigeato ante la Comisi?n de Reclamaciones. Estas reclamaciones, como muchas otras presentadas por ciudadanos norteamericanos ante el gobierno mexicano, fueron rechazadas por falta de pruebas.10

La mayor?a de las reclamaciones presentadas ante la Co misi?n Mixta fueron provenientes de la regi?n comprendida entre el r?o Bravo y el Nueces. Los habitantes de esta zona se quejaban de que los ganados de este territorio hab?an dismi nuido a una tercera parte con respecto a la cantidad existente en 1866.20 La mayor?a de las acusaciones iba dirigida a ciuda danos mexicanos, y aunque en realidad muchos de los ladrones lo eran, fueron los mismos norteamericanos quienes m?s despojos

cometieron entre sus paisanos. Andr?s Flores y Jos? Mar?a Mart?nez, famosos bandidos mexicanos que actuaban en esta regi?n, fueron aprehendidos gracias a la acci?n conjunta de las autoridades de ambas naciones. En el condado de Cameron^ donde el abigeato era muy com?n, llamaba la atenci?n el hecho

de que era muy reducido el n?mero de condenas anuales res pecto al robo de ganado (vid. cuadro 1). Curioso es observar

que entre los absueltos se encontraban abigeos tan importantes como el mismo Patricio Quinn, Billy Mann, Pedro Maiviel, etc. El Daily Ranchero de Brownsville public? que los cuatreros que

eran apresados y condenados duraban tan s?lo cinco o seis meses en las c?rceles, quedando luego en libertad. La levedad de las sentencias ocasionaba por lo general que los acusados volvieran a cometer los robos.21

La Comisi?n Pesquisidora not? que las personas m?s com '9 ASRE, L-E-1590, f. 117.

20 Informe Comisi?n, 1877, p. 220.

21 ASRE, 11-9-22, f. ?.

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Cuadro 1 Acusaciones por abigeato en el condado de Cameron 1886-1872

N?mero de N?mero de Absueltos

Acusaci?n juzgados y juzgados y sin jurado Pendientes convictos absueltos

Robo de ganado 25 10 34 28 Introducci?n de propiedad robada

en el estado 1 2 1 27

Fuente: ASRE, 20-6-1, ff. 260-261.

plicadas en los robos eran las m contra M?xico. De esta manera t ten?a una partida de ladrones pa

como Thadeus Rhodes, c?mplice de de forajidos, y Tom?s Colorado, ab hicieron continuas reclamaciones a

canos por los robos que sufr?an

grupos de ladrones mexicanos. Tan famosos cuatreros fueron oportun

mandas ante la Comisi?n Mixta c ventajas que les beneficiaran. Sin taci?n como por falta de prueba mandas, la mayor?a de sus recla Uno de los ejemplos m?s ilustr tido en esta ?poca bien puede se Era ?ste un ganadero rico y pr?s Santa Gertrudis, en el valle del de Nueva York, ten?a m?s de vei

donde hab?a hecho una gran fortu una serie de partidas que andaban

ciones por los campos y los ago

cuid?ndose de no ser descubiertos This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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sus caporales con una buena cantidad de c?mplices, quienes de una u otra manera se hab?an visto implicados en el robo de gana

do tanto en Texas como en M?xico. Sus bandas de ladrones, que andaban continuamente causando depredaciones en ganado ajeno, se dedicaban a trasherrar a las reses modificando la marca. Eran sobre todo expertos en imponer fierros a los be cerros que por ser muy peque?os no hab?an sido a?n marcados. Este procedimiento daba muy buenos resultados cuando los becerros que se escog?an hab?an llegado a la edad en que estaban muy pr?ximos de ya no necesitar a la madre. King lleg? a apoderarse de un gran n?mero de cabezas utilizando este sis tema. Entre sus animales se descubrieron muchos con fierros diversos que hab?an pertenecido a otros propietarios. Los ga naderos mexicanos residentes en Texas sol?an distinguir a sus becerros por medio de una peque?a se?al que se les practicaba en la oreja antes de que llegaran a la edad de ser marcados con fierros. King ide? la manera de distorsionar esta se?a de tal manera que resultara distinta, y as? se apoderaba de los becerros y no pod?a ser descubierto.22 De esta manera sus agravios significaron millares de pesos, pero no se le pod?a controlar por ser una persona rica e influyente en el estado.23 Tambi?n trafi caba con las pieles, que vend?a en Matamoros. No s?lo era King

un ganadero importante en la zona sino que tambi?n pose?a otros negocios como la Compa??a Kennedy y King, que durante la guerra del imperio prest? dinero a Jos? Mar?a Carvajal del ej?rcito constitucional mexicano.24

Con estos antecedentes, Ricardo King y su socio Mefflin Kennedy presentaron ante la Comisi?n Mixta una reclamaci?n a nombre de su sociedad. Despu?s de declarar ser ciudadanos norteamericanos, vecinos de Texas y propietarios del rancho Santa Gertrudis que se hab?a establecido en 1866, declararon que despu?s del 20 de agosto de ese mismo a?o y en varias ocasiones hasta 1869 su rancho se hab?a visto invadido y robado 22 ASRE, 20-6-1, f. 144. ?3 ASRE, 20-6-1, f. 142-143. 2* ASRE, 13-16-2, leg. 15, exp. 264. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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por cuadrillas armadas de ciudadanos mexicanos. Dichas cua drillas, aseguraban los quejosos, hab?an sido organizadas y apro

visionadas en M?xico con la anuencia y conocimiento de las autoridades mexicanas. Se?alaban, adem?s, que los guardias rurales apostados en la frontera mexicana hab?an ayudado a transportar el ganado que se les hab?a robado por el r?o Bravo

y en territorio mexicano. Aseguraban los reclamantes que el ganado ten?a la marca de que hac?an uso estos se?ores y que sab?an que se hab?a vendido en varios lugares de M?xico con permiso de las autoridades mexicanas, lo que era una viola

ci?n a las leyes y pr?cticas observadas en M?xico. King y Kennedy dec?an haberse quejado con anterioridad ante las autoridades de Matamoros y de Monterrey, y que hasta ellos mismos hab?an intentado apoderarse de las propiedades que hab?an perdido, pero que no hab?an contado en ning?n momen to con la ayuda de los mexicanos. Aseguraban que sus p?rdidas

alcanzaban la suma de $569 991.00 y que por lo tanto ten?an una indemnizaci?n justa que reclamar a M?xico. Las reclamaciones por el valor de las reses robadas en el rancho de Santa Gertrudis fueron presentadas ante la Comisi?n Mixta por Nathaniel Williams, apoderado de King, de la manera siguiente:

20 000 reses marcadas con el fierro de King

y C?a. a $ 10.00 $ 200 000.00

2 000 caballos y mu?as a $ 60.00 120 000 Intereses 49 991.00 Da?os de las p?rdidas

Total: $569

Ante tal reclamaci?n los rep Mixta pidieron informes a los Nuevo Le?n y Tamaulipas sobr y Kennedy, y llegaron a las da?os de que se hab?a hecho q por las autoridades de la Rep? This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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presentaban acusando a las autoridades eran todas ellas de car?cter muy general y resultaban adem?s insuficientes. 2) Los reclamantes, por otra parte, no hab?an agotado los recursos le gales necesarios para hacer su reclamaci?n. No se presentaron,

como lo exig?a el decreto del 19 de noviembre de 1867, ante la Secci?n Liquidatoria, paso que deb?an cumplir los recla mantes. 3) No se llev? queja alguna ante el supremo gobierno. Por estos factores la Comisi?n Mixta decidi? que King y Ken nedy no ten?an derecho a presentar su reclamaci?n, la cual qued? desechada.25

Respecto a la cantidad de ganado robado de Texas para

M?xico, que seg?n los ganaderos norteamericanos se calculaba en m?s de quinientas mil reses, el representante mexicano en la

Comisi?n Mixta alegaba que c?mo era posible que las autori dades norteamericanas lo hubieran permitido: "No podemos suponer que las autoridades americanas con sus cuantiosos re cursos hayan sido tan faltas en su deber. Esto, pues, nos hace creer que hay fraude, falsedad y exageraci?n en esta clase de reclamaciones." Reconoc?a la falta de protecci?n en que se en contraba la frontera norteamericana, por lo que hubiera sido posible el paso de tal cantidad de ganado robado sin que se hubiera hecho algo para detenerlo. "Si la reclamaci?n es cierta,

es de suponerse que las autoridades americanas consintieron en que se verificaran los robos. Si los Estados Unidos no pu dieron impedir estos robos de que se hace queja, o pudiendo no quisieron hacerlo, entonces en cualquier caso no es respon sable M?xico." 2G M?s o menos ?ste era el tono que se segu?a en las reclamaciones hechas por los norteamericanos ante las autoridades mexicanas. Muchas de ellas fueron desechadas, aunque en algunos otros casos las autoridades actuaron en favor

del demandante.

Seg?n la Comisi?n Pesquisidora, y creemos que en este punto como en muchos otros estaba en lo cierto, en la regi?n compren 25 ASRE, leg. 16, exp. 282, ff. 13, 26, 37.

26 ASRE, leg. 16, exp. 282, f. 15. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO 97 dida entre los r?os Bravo y Nueces un gran n?mero de los habitantes eran mexicanos aunque muchos eran ya ciudadanos norteamericanos, confundi?ndose entonces una cuesti?n de raza con la de nacionalidad. Sin embargo, al hablarse de robos y depredaciones los ganaderos norteamericanos se refer?an gene ralmente a que tales actos eran cometidos por mexicanos, re cayendo todo el reproche sobre M?xico. El ganado robado en Texas no se vend?a s?lo en M?xico, sino que pasaba tambi?n a otros estados de la uni?n o se quedaba en el mismo estado cambiando s?lo de due?o. Por lo dem?s, no todos los ganaderos texanos eran ladrones. Hab?a tambi?n personas sanas y honradas que ve?an con malos

ojos a los ganaderos corrompidos. La Asociaci?n de Gana

deros de Texas Occidental se daba cuenta del mal que exist?a en el interior del estado de Texas y conoc?a la manera en que llevaban a cabo sus grandes negocios algunos abigeos famosos como King y otros muchos semejantes a ?l, que presentaban ante M?xico agravios que no hab?an recibido pero que s? hab?an causado ellos mismos a multitud de vecinos.

Las consecuencias La cuesti?n del robo de ganado sirvi? en muchas ocasio nes de pretexto para apoyar la necesidad expansionista de los Estados Unidos. Se alegaba que el r?o Bravo no era un l?mite adecuado que pudiera proteger a la naci?n norteamericana de los ataques de los merodeadores ni de los indios salvajes, por lo que se propon?a extender el l?mite hacia el sur. Fue ?ste el

origen del empe?o por parte de los norteamericanos en sos tener que los robos cometidos en Texas estaban organizados por las autoridades mexicanas. El Daily Herald declaraba en agosto de 1872 que "no hay m?s que una soluci?n para la cues ti?n de la defensa de la frontera y es la colocaci?n de nuestra l?nea m?s all? del r?o Grande, y si es necesario hasta la Sierra

Madre".

Entre los remedios que el gobierno mexicano propuso para This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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la soluci?n del problema del abigeato se encontraban los si guientes: a) destinar fuerzas federales y tropas de polic?a para la vigilancia de la frontera en ambas orillas desde Matamoros a

Piedras Negras; b) suprimir los pagos de honorarios a emplea dos p?blicos por la persecuci?n del abigeato, sobre todo en el estado de Texas; c) establecer penas m?s largas y severas a los abigeos y si fuera necesario imponer como castigo la horca a los delincuentes m?s peligrosos; d) establecer la extradici?n en

el delito de abigeato; e) fijar en la extracci?n de pieles el n?mero que se condujera, la procedencia de ellas y los fierros y marcas que llevaran, y f) exigir comprobantes de venta tanto

para el ganado como para las pieles. Muchas de estas medidas cobraron forma con una serie de decretos que poco a poco fueron haci?ndose respetar, y aunque

el mal sigui? existiendo todav?a despu?s de que la Comisi?n Mixta dio fin a sus actividades, empez? a disminuir en forma paulatina despu?s de 1874, gracias a la acci?n de las autoridades de ambos lados de la frontera.

Sin embargo, los efectos de las depredaciones ocasionadas por los abigeos se sintieron fuertemente en la regi?n. Aun m?s

al sur hubo dificultades. Por ejemplo, en el distrito de Tula, Tamaulipas, los due?os de los terrenos no se dedicaban en gran

escala a la cr?a de ganado ya que las continuas revoluciones que hab?a sufrido el estado, aunadas a los robos cometidos, hab?an arruinado en este punto la cr?a de ganado vacuno y caballar "al grado de que propietarios que en el a?o de 1860 ten?an dos mil reses y quinientas cabezas de caballos, hoy [1873] no ten?an a lo sumo m?s de quinientas de las primeras y cien de las segundas".27 En la mayor parte del estado de Tamaulipas la ocupaci?n principal de la mayor parte de los habitantes hab?a sido siempre la cr?a de ganado. Pero ?sta creci?

poco entre 1855 y 1873.

Hoy, sensible es decirlo, han escaseado notablemente todas las clases [de ganado], pero sobre todo la de vacuno, que ya

2T Prieto, 1975, p. 346. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA FRONTERA TEXANA Y EL ABIGEATO 99 no se consigue sino a muy elevado precio. Se comienza a re sentir el fruto amargo de enajenaciones sin c?lculo hechas en

grandes cantidades a especuladores del otro lado del Bravo y quiz?s no muy tarde tengamos que proveer nuestras nece sidades recomprando el mismo art?culo al precio que nos lo quiera vender la naci?n vecina.28 Por esta ?poca se pod?a apreciar en las regiones fronterizas

mexicanas un fen?meno nuevo, en el que la vecindad de los Estados Unidos tuvo mucha influencia. Mientras que las ?reas rurales de estas regiones se encontraban poco habitadas debido

a los ataques de los indios y a los continuos robos, algunas ciudades de las mismas regiones lograron alcanzar un desarrollo

del que hasta entonces hab?an carecido. Monterrey, Ciudad Victoria, Hermosillo y otras ciudades aumentaron su poblaci?n.

Su desarrollo econ?mico empez? a acrecentarse con el estable cimiento de la nueva l?nea divisoria y cobr? m?s importancia durante la guerra civil norteamericana. La necesidad de los estados confederados de sacar sus productos y de introducir armas favoreci? su desarrollo y permiti? el enriquecimiento de algunos comerciantes y la formaci?n de grandes fortunas per sonales en la zona.

El progreso de las ciudades norte?as resultaba atractivo para el habitante del campo. Muchos campesinos y rancheros, cansados de la inseguridad que les representaban sus tierras y

cansados tambi?n de proteger sus reba?os y caballadas de los

ataques de los cuatreros, emigraron a centros urbanos en creci miento. En efecto, tanto el abigeato como las incursiones de los

indios, al promover un movimiento poblacional del campo a la ciudad, contribuyeron al proceso de urbanizaci?n del Norte.

28 Memoria Nuevo Le?n, 1881. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


100 MARTAELENA NEGRETE SALAS

SIGLAS Y REFERENCIAS ASRE Archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores,

M?xico.

Informe Comisi?n

1877 Informe de la Comisi?n Pesquisidora de la Frontera Norte al ejecutivo de la uni?n, en cumplimiento del articulo 30 de la ley del 30 de septiembre de 1872 (Monterrey, mayo 15 de 1873). M?xico, Imprenta del

Gobierno.

Memoria Nuevo Le?n 1881 Memoria presentada por el c. lie. Genaro Garza Soria, gobernador constitucional del estado libre y soberano de Nuevo Le?n. M?xico.

Prieto, Alejandro 1975 Historia, geograf?a y estad?stica del estado de Tamau lipas. M?xico, Manuel Porr?a. (Reproducci?n facsi milar de la edici?n de 1873.)

Zorrilla, Luis 1965 Historia de las relaciones entre M?xico y los Estados Unidos de Am?rica (1800-1958). M?xico, Editorial Porr?a.

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DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL DE ZACATECAS Y SAN LUIS POTOS? (SIGLOS XVIII Y XIX)

Harry E. Cross Battelle Human Affairs Research Centers

En la historiograf?a de M?xico abundan an?lisis, evaluacio nes y conjeturas sobre las condiciones de vida en el pasado. Poco se ha escrito, sin embargo, acerca de aspectos tan im portantes como la dieta y la nutrici?n. Los principales obst?culos para tales investigaciones han sido, primero, la falta de fuentes

hist?ricas apropiadas y, segundo, la ausencia de una meto dolog?a cient?fica aplicable. Estos obst?culos han comenzado a ser superados al descubrirse documentos m?s detallados y utili zables para las ?pocas colonial y nacional, y a medida en que los historiadores han recurrido a m?todos que normalmente no se relacionaban con las ciencias sociales. A pesar de estos avan ces, mejor representados por la reciente obra de Cook y Borak,1

el an?lisis cient?fico del pasado lejano es dif?cil debido a que las variables no pueden medirse con tanta precisi?n ni son tan

confiables como las que derivan de la observaci?n directa. Aun as?, con la ayuda de la ciencia y gracias al valioso trabajo de los cient?ficos sociales (principalmente los antrop?logos), hemos comenzado a abrir una ventana al pasado mexicano que permite juzgar los niveles de consumo y la calidad de la nutri ci?n. En los siguientes p?rrafos se analizar? brevemente aspectos 1 Cook y Borah, 1979, cap. n. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

101 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 05:18:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HARRY E. CROSS

de la dieta rural y de la nutrici?n en el norte del M?xico centra en los siglos xvm y xrx. Esta zona comprende los actuales estados de Zacatecas y San Luis Potos? y las partes septentrionales de Guanajuato y Jalisc

Abarca gran parte de la porci?n central del altiplano mexic no. En la zona norte del M?xico central las haciendas dom

naban las ?reas m?s productivas y empleaban directa o indirec

tamente a la gran mayor?a de la poblaci?n rural. En 1810 e las intendencias de Zacatecas y San Luis Potos? hab?a 266 h

ciendas y 869 ranchos distribuidos en m?s de 60 000 kil?metro cuadrados.3 Unos cuantos pueblos y villas hac?an el resto de lo centros de poblaci?n. No es necesario decir que la poblaci?n era

fundamentalmente rural y que casi el 80% de sus 350 000 h bitantes viv?a en poblaciones de menos de 250 personas.3 La mayor?a de las haciendas se localizaba en el altiplano semi?rido a una altura de dos mil metros. A esta altura, e

clima y el terreno favorec?an la ganader?a y el cultivo de ma?z

frijol y chile. La mitad de la poblaci?n rural en 1800 habita en haciendas y viv?a de los salarios y jornales pagados a peones

acomodados y alquilados. La otra mitad viv?a en peque?o

ranchos que formaban parte de las haciendas o eran adyacente a ellas. Muchos de los habitantes de los ranchos depend?an de l gran propiedad para complementar sus ingresos como traba dores temporales, medieros o arrendatarios.4 T?pica de la zona

era la hacienda del Maguey en Zacatecas. En 1860 empleab a 169 trabajadores y ten?a aproximadamente sesenta arrend tarios. Tres cuartas partes de sus 169 asalariados trabajaba durante todo el a?o mientras que la cuarta parte restante tr

2 Navarro y Noriega, 1820, desplegado. * Mac?as Valad?s, 1878, desplegado. En 1874 los poblados ru rales de San Luis Potos? ten?an s?lo 169 habitantes en promedio Velasco, 1894, passim; Censo Zacatecas, 1900; Censo San Luis, 1900 4 Esta descripci?n general est? basada en varios libros de cuentas

y diversos estudios sobre la regi?n. Vid. AC I; AGHM; ALHT; AGB Cross y Sandos, 1981. Debe observarse que muchos arrendatario y medieros viv?an en las propias haciendas. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 05:18:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


dieta y nutrici?n en el medio rural 103 bajaba de uno a diez meses.5 Los trabajadores eventuales eran en su mayor?a arrendatarios y "chicos" (ni?os menores de doce

a?os).6 Como el empleo de estos trabajadores eventuales les

serv:a para complementar otras actividades individuales o fami liares, se deben tener reservas si se les considera como verda deramente subempleados. El salario promedio de los trabajadores

a principios del siglo xrx era de $4.50 mensuales y raci?n de 2.5 almudes (18.93 litros) de ma?z a la semana. Donde no se daba raci?n, los jornales (exceptuando los de los "chicos")

eran de un treinta a un cincuenta por ciento m?s altos que los salarios de los trabajadores permanentes.7 Con este breve esquema de las haciendas y de los trabajado res en mente, pasemos a considerar los niveles de consumo de alimentos y su valor nutritivo. Dado que s?lo existen datos esta d?sticos de consumo individual en M?xico para el presente siglo, cualquier intento por determinar el consumo de alimentos en el

pasado debe basarse necesariamente en t?cnicas de estimaci?n y observaciones cualitativas. Los documentos hist?ricos, espe cialmente los libros de cuentas de las haciendas, en los que se anotaban raciones individuales, ingresos y compras en las tien

das, ofrecen una base para estimar los niveles m?nimos de consumo de la poblaci?n rural. Los registros de consumo de las haciendas grandes permiten dividir los alimentos en primarios, secundarios y suntuarios. Los alimentos primarios aparecen en las cuentas de todos los traba jadores e incluyen la combinaci?n tradicional mexicana de ma?z,

chile, frijoles, carne, sal y manteca o sebo. Los trabajadores y sus familias compraban cantidades variables de alimentos se cundarios que no estaban incluidos en la dieta tradicional: casi 3 "Libro de sirvientes" (1860); "Libro de cuentas" (1857-1872),

en AGHM.

6 Para un buen ejemplo del papel de estos "chicos" en el sistema de trabajo de las haciendas, vid. "Documentos de la hacienda de Es tancita de San Andr?s relativos a varios negocios en octubre de 1854.

Estado de quehaceres" (semanario), en ACI. * Gross, 1978, pp. 1-19.

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todas las cuentas muestran la compra de arroz, az?car, pi

cillo, queso, trigo y queso de tuna, siendo su consumo de esp r?dico a regular. Eran menos frecuentes art?culos suntua

como los dulces, el caf?, el chocolate y las bebidas alcoh?l embotelladas. A pesar de la variedad del consumo, los alim tos primarios representaban el 90% del total de las calor consumidas por una familia promedio.8

La m?dula de la dieta mexicana era en los siglos xvm xrx, como a?n hoy, el ma?z y sus derivados. En el norte M?xico central las haciendas acostumbraban proveer de raci?n de ma?z a sus empleados. Dependiendo de la estruc de producci?n de una hacienda, del 50 al 90% del total d

fuerza de trabajo estaba empleada permanentemente y recib

su raci?n durante todo el a?o. En las haciendas ganadera

proporci?n de trabajadores permanentes era siempre muy al

Por ejemplo, en la hacienda de Trancoso, en Zacatecas, el de los empleados trabajaba en forma permanente como aco dado en 1866.9 En las haciendas cerealeras y azucareras la porci?n era menor debido a que la demanda de trabajado variaba seg?n la estaci?n, pero aun as? representaba m?s 50% del total.10 As? pues, la gran mayor?a de los trabajador de las haciendas en esta regi?n recib?a, adem?s de su sala una raci?n semanal de ma?z de unos diecinueve litros.

Al correlacionar los requerimientos diet?ticos recomendab

con el tama?o de la familia y el tama?o del cuerpo y sus a

vidades, es posible evaluar en forma m?s o menos confiable promedio de calor?as que requiere una familia promedio.11 C

base en estos c?lculos, la raci?n de ma?z que las haciendas

8 Cross, 1978; y los libros de cuentas de los trabajadores e ACI ; AGHM ; ALHT; AGB. Vid. tambi?n Zubir?n y Ch?vez, 19 pp. 101-113. 9 "Cuartilla de sirvientes" (ene.-dic. 1866), en ALHT. 10 Vid., por ejemplo, hacienda de Acequia: "Libro de peone

(1826); hacienda de San Diego: "Libro de cuentas corrient

(1827) y "Libro de sirvientes" (1833), en ACI. 11 Sobre la t?cnica, vid. Cross, 1978, passim.

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DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL 105 tregaban a los trabajadores representaba el 75% de las calor?as

que sus familias requer?an. Debido a que el 75% del total de las calor?as que proporciona la dieta rural tradicional proviene del ma?z, el trabajador permanente y su familia recib?an gene

ralmente de la raci?n todo el ma?z que necesitaban. Debe no tarse qae, aun hoy, la familia rural promedio sigue recibiendo del ma?z el mismo porcentaje de calor?as.12

Resulta m?s dif?cil determinar el consumo de ma?z de los

jornaleros alquilados, ya que faltan registros detallados de este grupo, a m?s de que constitu?an una minor?a en las haciendas

del altiplano. Algunos alquilados trabajaban todo el a?o; otros s?lo algunos meses. Los que trabajaban en forma intermitente, generalmente para deshierbar, eran generalmente j?venes; para las labores permanentes se prefer?a a los adultos. Consideran do los precios del ma?z y el jornal diario m?nimo de 1.5 reales,

un alquilado deb?a trabajar solamente el 38% del a?o para cubrir el requisito b?sico de ma?z de su familia.13 Investigacio

nes preliminares sobre las cuentas de los alquilados en varias haciendas de San Luis Potos? indican que estos jornaleros tra bajaban un promedio m?nimo de 3.9 d?as a la semana, lo que equivale al 56% del a?o.14 As?, en condiciones normales, aun los jornaleros pod?an cubrir las necesidades m?nimas de ma?z

para su familia.

Los registros revelan muy poco acerca de los niveles de con

sumo de medieros y arrendatarios. S?lo sabemos con certeza que la mayor?a trabajaba corno alquilada parte del a?o, y que i2 Anderson, 1948, p. 1128; Whetten, 1948, p. 305. 13 El precio promedio del ma?z en Zacatecas durante el siglo xrx fue de 18.9 reales por fanega (90.8 litros). Vid. Cross, 1978, passim, especialmente p. 8. 14 Hacienda de Acequia: "Libro de cuentas de sirvientes" (1833) ;

hacienda de San Diego: "Distribuci?n de quehaceres" (semanario, 1893) ; "Estado que manifiesta los quehaceres de esta hacienda de San Diego" (semanario, 1853), en ACI. Para los alquilados, la se mana promedio de trabajo era de m?s de 4.5 d?as.

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por lo tanto ten?a dos fuentes de ingresos.15 La creencia co es que estos grupos cubr?an sus necesidades alimenticias po

pod?an apartar el ma?z que necesitaban antes de vender cosechas. Sin embargo, si sus h?bitos de gasto y comerci ci?n eran similares a los de los minifundistas del siglo x M?xico, no debemos suponer siempre que se normaban patrones racionales de conservaci?n y consumo. Hoy en co es com?n, por ejemplo, que los peque?os agricultores datarios vendan toda su producci?n al momento de la co

para asegurarse dinero o cr?dito. Con sus propios abastecim tos exhaustos, se ven forzados a comprar el ma?z a precios a a quienes cuentan con formas de almacenarlo durante to

a?o.16 Si estas formas de actuar tienen un origen antigu probable que muchos arrendatarios del norte del M?xico

tral no pudieran cubrir sus necesidades con s?lo el product sus tierras y que hubieran sido forzados a buscar otros ingr

trabajando en las haciendas. Dado el alto ?ndice de super ci?n entre arrendatarios y alquilados, y la necesidad de t jadores temporales en muchas haciendas, existen pocas d de que los arrendatarios satisfac?an sus necesidades de m trabajando peri?dicamente como jornaleros. Para resumir, los trabajadores que estaban asociados d guna manera con las haciendas, con excepci?n de una p indeterminada de los arrendatarios, ten?an la posibilidad de tener suficiente ma?z para ellos y sus familias. Su aprovisio miento fallaba s?lo en ?pocas de crisis agr?cola, pero gen mente los que recib?an una raci?n de manera permanent taban protegidos frente a eventos tan desafortunados. Con el 75% de sus necesidades cal?ricas cubiertas por ma?z, la familia promedio contaba con frijol, chile, car

15 La evidencia estad?stica m?s aceptable al respecto es d ?poca prerrevolucionaria. Un caso en que el cien por ciento d medieros trabajaba como alquilado y acomodado puede encont en la hacienda del Pozo del Carmen: "Saldos de 31 de diciem

de 1913" (cuenta anual), en ACI. 16 Grindle, 1977, pp. 73, 86-89.

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DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL 107 manteca para completar su dieta b?sica. Un estudio muy deta llado ha indicado que la familia nuclear de 4.5 personas cubr?a

el 93% de la cantidad recomendada de calor?as con la sola

adici?n de frijoles y carne a su dieta de ma?z. Chile, manteca y otros alimentos secundarios f?cilmente llenaban el 7% res tante para que la familia conectada con la hacienda pudiera lograr un consumo adecuado de calor?as si as? lo deseaba. La

compra de alimentos secundarios elevaba el total de calor?as de manera intermitente. El arroz, el az?car en formas diversas y la sal eran especialmente populares entre los trabajadores y complementaban su dieta b?sica.17 El salario anual junto con la raci?n de ma?z eran pues m?s que suficientes para que las familias de los trabajadores perma nentes obtuvieran en promedio suficientes alimentos. De hecho,

un trabajador promedio, con un salario de m?s de cincuenta pesos al a?o, pod?a disponer de la mitad de sus ingresos libre

despu?s de cubrir las necesidades alimenticias de su familia.18 El resto de los ingresos de los acomodados les permit?a la com pra de objetos de lujo, cubrir cuotas religiosas e invertir peque

?os capitales. El alquilado que s?lo depend?a de sus ingresos como jornalero gozaba de pocos de los beneficios de un aco modado. Para ?l, los jornales y los niveles de empleo parecen 17 Para un examen m?s completo de este punto, vid. Cross, 1978.

El libro de peones de 1826 de la hacienda de Acequia (en ACI) da testimonio de la compra continua de dulces, carne, sal, chile, queso y ca?a. En la hacienda del Maguey se sacrificaba mensualmente un promedio de 380 cabras, que eran vendidas a los residentes de la misma ?alrededor de ochocientos adultos y ni?os. Vid. "Libro ge neral de cuentas", datos de matanza (1834), en AGHM. 18 Consid?rese lo dicho en la ?poca por Richard Pakenham, mi nistro brit?nico en M?xico: "En todos los casos el monto de los sala rios excede con mucho lo que es necesario para el sostenimiento del trabajador [agr?cola] y su familia. . . Los trabajadores. . . que est?n dispuestos a trabajar constantemente pueden ganar, excepto en perio dos de escasez extraordinaria, al menos dos veces lo que necesitan para los gastos de alimentos y comida para su familia". Gilmore, 1957, pp. 224-225. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 05:18:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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haber sido apenas suficientes para permitirle adquirir alimen b?sicos. En el caso de los arrendatarios esto resulta menos

ro, ya que sus ingresos depend?an de cosechas, precios, h?bit

de conservaci?n y jornales ganados. Sin duda sus patrones

consumo fluctuaban de acuerdo con el ?xito o el fracaso de la

cosechas. Adem?s del salario y la raci?n de ma?z, los trabajadores de las haciendas de esta regi?n obten?an otros importantes bene

ficios. ?stos no s?lo elevaban sus ingresos reales sino que me joraban los niveles individuales de consumo. Los empleados de las haciendas ganaderas recib?an casi siempre el derecho de lle var a pastar a sus animales. Los pastores, en Zacatecas, pod?an llevar reba?os hasta de trescientas cabezas a pastar junto con los de las haciendas.19 Si bien s?lo unos cuantos pod?an llenar esta cuota, casi todos ten?an peque?os reba?os propios. Estas actividades generaban ingresos adecuados cuando los pastores vend?an sus animales, los cueros o la lana a comerciantes loca les. Los trabajadores y sus familias consum?an una porci?n de estos animales. Adem?s, casi todas las familias de las haciendas ten?an gallinas y puercos que criaban cerca de sus casas.20 Estos animales dom?sticos los prove?an de carne y huevos. En las ha ciendas cerealeras y en las mixtas de ganado y cereales los tra bajadores permanentes recib?an, adem?s, parcelas en las que cultivaban ma?z, frijoles y calabacitas para su propio consumo o para la venta. Las m?ltiples compras de semillas registradas en los libros de cuentas de los trabajadores muestran cuan co m?n era este beneficio entre los trabajadores de las haciendas. A diferencia de otras regiones de M?xico, el derecho a pastar y cultivar parece haber sido una herencia antigua y no un privi 19 Informaci?n proveniente de libros de cuentas de los trabaja dores en los que se habla de compra de ganado; y de entrevistas con informantes, especialmente Salvador Tello, ex hacendado de la hacienda ganadera de Rancho Grande (Zacatecas, 12 oct. 1977). 20 "Los campesinos m?s pobres de M?xico han tenido siempre gallinas y puercos". Bazant, 1973, pp. 339-340. Vid. tambi?n Cook y Borah, 1979, p. 170; Madsen, I960, p. 49; Whetten, 1948, p. 309.

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DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL 109 iegio restringido.21 En suma, las facilidades para pastar y sem brar favorec?an directamente el consumo de alimentos y contri

bu?an a elevar la cantidad de calor?as per capita. Con estas fuentes adicionales, el promedio de consumo familiar exced?a los requerimientos diet?ticos b?sicos. Hasta ahora hemos examinado s?lo el consumo de alimentos

que se desprende de los libros de cuentas de los trabajadores. Sin embargo, este tipo de fuentes no registra la amplitud del consumo ni sus ?ltimos niveles, ya que las familias rurales com?an m?s de lo que se anotaba en sus cuentas. En verdad, uno recuerda aqu? a Pedro Mart?nez que describ?a con gusto sus h?bitos alimenticios prerrevolucionarios de la siguiente ma

nera: "Una vez en el campo, arranco cualquier planta y ?zas!, esa es mi comida. Hay tantas cosas ah? que un hombre pobre puede comer.. ."22 As?, para determinar esta parte de la ali mentaci?n, debemos basarnos en observaciones contempor?neas y estudios m?s recientes de m?dicos y antrop?logos. Los primeros conquistadores y cronistas espa?oles hicieron

notar con bastante asco que la poblaci?n ind?gena de M?xico com?a casi todo lo comible. Como se?ala el profesor Borah, las Relaciones geogr?ficas contienen numerosas referencias sobre in

dios que recolectaban y consum?an una amplia gama de plan tas y animales desde cactus hasta lagartijas y gusanos.23 Este patr?n de explotaci?n continu? a lo largo de siglos de cambios culturales y gen?ticos y persiste todav?a hoy en el M?xico rural. Durante los siglos xvm y xrx este consumo imponderable repre sentaba un suplemento alimenticio importante y esencial para

lograr un nivel adecuado de calor?as, y ayudaba a los que no

alcanzaban la suficiencia diet?tica.

Ser?a demasiado largo ennumerar aqu? la gran cantidad de alimentos no convencionales que se consum?a en la regi?n norte 21 Whetten (1948, p. 103) lia:ma a esta prerrogativa un "priviie

gio especial". La idea de que lapeque?a parcela era un privilegio especial proviene de los escritos de Luis Cabrera en 1912.

^ Lewis, 1964, p. 4.

23 Cook y Borah, 1979, pp. 132-240.

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del M?xico central. Pero consideremos algunos de los m?s im portantes que se recolectaban para tener una idea m?s compl

ta de la dieta rural. Particularmente significativos eran los aga ves y otras plantas de la familia amaryllis. El maguey crece bie y en forma abundante en los suelos semi?ridos y pobres de las

llanuras y las monta?as de Zacatecas y San Luis Potosi.24 A quitar la cabeza de la planta, la cavidad que resulta da hast seis litros de aguamiel. ?ste se tomaba directamente o se fer mentaba para hacer pulque. En el siglo xrx el consumo del pu que bien pudo haber sido hasta de uno o dos litros diarios e los adultos. De hecho, aun en la d?cada de 1930 el consumo anual de esta bebida alcanzaba a ser de 41 litros por cabeza en todo M?xico.25 Adem?s del aguamiel y el pulque, el maguey daba peri?dicamente brotes que los habitantes com?an, al igual

que las cabezas. Las cact?ceas prove?an tambi?n de una rica variedad de comestibles. El nopal proporcionaba por lo menos tres tipos de alimento a la poblaci?n rural. Todos forman parte a?n de la dieta rural en la actualidad: las hojas, desprovistas de esp nas y partidas en trocitos; las tunas, recolectadas de marzo

noviembre y consumidas abundantemente; los brotes y tallos,

que se consumen igual que los del maguey. De otro tipo de cactus, la pitaya, tambi?n se consum?a un fruto parecido a l tuna. En las ?reas m?s c?lidas de la regi?n se contaba con la yuca, que da una sabrosa flor llamada izote.26 Este producto ?e encuentra todav?a hoy en supermercados y tiendas de Sa Luis Potos?.

De tanta importancia como el maguey y los cactus en la dieta eran las hierbas y verduras. Las dos principales de la re ** Palerm, 1967, p. 39. 15 Bustamante, 1940. A menudo se com?a tambi?n la cabeza del maguey. Vid. Amador, 1912, p. 507. a* Palerm, 1967, pp. 39-40; Anderson, 1946, p. 886; observa

ci?n directa y entrevistas con informantes, especialmente Octaviano

Cabrera Ipi?a (San Luis Potos? y alrededores, jun. 1976; oct.-nov

1977).

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DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL 111 gi?n eran los quelites y las verdolagas, que crecen en terrenos de cultivo y lechos aluviales. Se daban en abundancia en todas las haciendas durante buena parte del a?o. Aunque la pobla ci?n rural no valoraba especialmente estas verduras, s? las com?a con bastante regularidad.27 Bayas, semillas y tub?rculos jugaban tambi?n un importante papel en los h?bitos de recolecci?n. Las

vainas de la acacia y el mezquite tambi?n daban semillas que se consum?an, y el arbusto llamado granjeno produc?a una pe

que?a baya amarilla comestible. Aunque no tan com?n como en el centro y el sur de M?xico, el camote crec?a en algunas partes de la regi?n y a?ad?a variedad a los frutos recolectados.28

Para completar esta muestra abreviada de productos reco lectados debe mencionarse tambi?n el consumo de insectos y animales. Los h?bitos alimenticios anteriores a la conquista in clu?an el consumo de numerosos insectos, reptiles y animales pe

que?os. Estos h?bitos continuaron y fueron llevados al norte por los colonos indios y mestizos durante los siglos xvi y xvn.

En consecuencia, los gusanos de maguey, las salamandras, los conejos, las aves silvestres y sus huevos se convirtieron en parte

de la dieta regional.29 Al unir la gran variedad de alimentos recolectados a los tradicionales resulta una dieta no s?lo variada sino tambi?n muy nutritiva. Estudios recientes sobre nutrici?n han demos trado que el ma?z y el frijol proporcionan una alta combina ci?n de prote?nas y que, junto con el arroz, proveen de todos los amino?cidos necesarios.30 Al a?adir carne a la combinaci?n

de ma?z y frijol, el resultado es una dieta suficiente en prote?nas 27 Observaci?n directa y conversaciones con informantes en Za catecas y San Luis Potos? (1977-1978). Sobre la importancia de las verduras en la dieta rural, vid. Lewis., 1963, p. 188; Anderson, 1946, pp. 888, 902; Fromm y MacCoby, 1970, p. 33. 28 Lewis, 1964, pp. 26, 44; Amador,, 1912, p. 507; observaci?n

directa y conversaciones con informantes.

29 Gibson, 1964, pp. 341-343; Mausen, 1960, p. 55 (sobre el consumo de gusanos y huevos) ; Cravioto, 1945, pp. 327-328 ; Le wis, 1964, pp. 223-237. 8<> ScHiMSHAW y Young, 1976, pp. 50-64.

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esenciales. Varios estudios de los a?os cuarenta que analizar

el contenido nutritivo del ma?z y sus derivados, del pulque y los alimentos recolectados, los encontraron razonablemente a cuados. El ma?z provee de grandes cantidades de calcio, hierro tiamina y riboflavina, mientras que el chile es especialmen rico en vitamina A, niacina y vitamina C. El frijol, adem?s d tener un alto contenido proteico, es fuente de varios nutriente Esta combinaci?n tradicional tiene su complemento en las hie

bas y las verduras. Una porci?n normal (cien gramos) de q lites o malvas proporciona casi la mitad de la niacina que

quiere un hombre adulto, 98% del hierro y 60% de la vitamin

C. La carne en varias formas, los cactus y las semillas prop cionan nutrientes adicionales.31

Quiz? el componente m?s controvertido de la dieta rur de los siglos xvm y xix es el pulque. Esta bebida, que conti m?s o menos la misma cantidad de alcohol que la cerveza a 5%), ha sido estereotipada m?s como un agente social ne tivo que como un factor diet?tico. Independientemente del d bate actual sobre su papel en la sociedad ind?gena y mestiza,8 el pulque ha hecho una contribuci?n esencial, aun indispen ble, a la nutrici?n del mexicano desde la ?poca colonial. En estudio verificado hacia 1940, un equipo de cient?ficos de min? que en una poblaci?n del valle del Mezquital el pulq daba los siguientes porcentajes diarios de nutrientes b?sic 10% de tiamina, 24% de riboflavina, 23% de niacina, 20% hierro y 48% de vitamina C.33 Desde un punto de vista pu mente nutricional, la substituci?n del pulque por cerveza o quila en el presente siglo ha significado una p?rdida para poblaci?n rural. Los datos presentados acerca de los ingresos y los benefici adicionales de la poblaci?n rural sugieren que la mayor?a pod adquirir las calor?as adecuadas si lo deseaba. Sin embargo, 31 Anderson, 1946, 1948, passim; Cravioto, 1945, p. 327. 32 Taylor, 1979, passim. *3 Anderson, 1946, p. 888. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 05:18:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DIETA Y NUTRICI?N EN EL MEDIO RURAL 113 niveles de consumo no depend?an tan s?lo de las relaciones de la poblaci?n con la hacienda. La aceptaci?n cultural de ciertos alimentos llevaba a una explotaci?n completa del medio am biente. As?, de una biomasa tan pobre como la del Norte mexi cano se pod?a obtener una gran cantidad de alimentos "gratui tos" que aumentaban en forma significativa las oportunidades de consumo de cada persona. Con el a?adido de estos alimentos imponderables el complejo tradicional de ma?z, frijol y chile daba un variado patr?n de sustento que era fundamentalmente completo. Aun cuando los alimentos primarios escasearan du rante guerras, hambrunas o epidemias, era posible conservar una dieta nrnima bas?ndose en la recolecci?n. No debe por tanto sorprender que el hambre haya sido virtualmente desco nocida para los hombres comunes de esta regi?n en los siglos xv?n y xix.

SIGLAS Y REFERENCIAS

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DOS VIAJEROS MEXICANOS EN EUROPA A. FINES DEL SIGLO XVII Lino G?mez Ca?edo Academy of American Franciscan History

Es probable que hayan sido muchos los mexicanos que visi taron Europa durante el siglo xvn, porque la movilidad de la gente era ya entonces bastante mayor de lo que solemos ima ginarnos. Pero pocos de ellos ?por lo que sabemos? dejaron constancia de sus impresiones por escrito, y menos a?n las dieron a conocer por medio de la imprenta. Esta sola circuns tancia justificar?a que nos ocup?semos de las dos relaciones de viaje que constituyen el objeto del presente estudio. Una de

ellas fue impresa varias veces y por a?adidura est? escrita

en verso.

Los autores de estas relaciones fueron los franciscanos cr

llos fray Jos? de Castro y fray Jos? de Ledesma, quiene

1688-1689 y 1697-1701, respectivamente, viajaron de M?xic

Roma en el desempe?o de comisiones de su orden. Am

siguieron, en l?neas generales, la misma ruta, desempe? actividades similares y tuvieron ocasi?n de observar cas

mismos escenarios. A pesar de las limitaciones que les impon su car?cter de religiosos, el campo de sus experiencias fue r tivamente amplio, como veremos, y en algunos casos tuvier

oportunidades especiales. Si bien los juicios de estos via no pueden calificarse de muy agudos, ni de alta calidad estrofas en que uno de ellos los expres?, creo que se trat

dos testimonios apreciables. Representan probablemente opi nes muy generalizadas tanto entre las minor?as educadas co

entre las clases populares: los dos frailes eran individuos

ficados, cultural y jer?rquicamente, dentro de su orden, y el car?cter popular de ?sta tuvieron que haber estado en estr

contacto con el pueblo. Expondr?, pues, cuanto he logrado saber sobre estos curiosos viajeros y analizar? brevemente el contenido d relatos.

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118

LINO G?MEZ CA?EDO

I

Fray Jose de Castro y su Viaje de Am?rica a Roma A. Noticias biobiblio gr?ficas

El padre Castro naci? en la ciudad de Zacatecas el a?o d 1648. Ten?a veintid?s a?os cuando, en 1670, entr? en la ord de San Francisco, en el convento de su ciudad natal.1 Pro blemente hab?a cursado ya, para entonces, el ciclo de estudios human?sticos o de gram?tica, pues el cronista Arlegui nos dic que despu?s de haber hecho la profesi?n ?lo que debi? ser 1671, tras el obligado a?o de noviciado? lo destinaron su superiores "a los estudios de la filosof?a y sagrada teolog? en que sali? tan aventajado que, habiendo tenido esta provinci sujetos eminentes en todas facultades, si no excedi? igual? a l menos a los sujetos m?s doctos de la provincia".2 Convien advertir que Arlegui escrib?a antes de 1737, unos veintis?is a despu?s de la muerte de nuestro viajero, a quien pudo muy b haber conocido; por otra parte, le dedica una biograf?a de tre p?ginas, una de las m?s extensas que contiene su cr?nica. E parece demostrar que el padre Castro goz? de verdadero p tigio entre sus correligionarios.

A?ade Arlegui que el ingreso en la orden de San Franci

le hab?a sido profetizado a Castro por fray Juan de ?ngulo,

ex minero, t?o del c?lebre don Juan Ignacio de Castore?

Urz?a, pero se trata al parecer de una distracci?n del cronista

pues en otra parte de la misma obra atribuye tal profec?a

otro franciscano llamado fray Jos? de Mendoza.3 Castro escr

la vida del mencionado fray Juan de ?ngulo, como verem Arlegui nos transmite tambi?n el dato de que Castro,

1 La fecha de nacimiento del joven Castro est? calculada co base en la nota necrol?gica, donde se dice que falleci? el 5 de ma de 1711, a los 63 a?os de edad. A esta nota me referir? m?s adelant Que tom? el h?bito en 1670 lo dice Arlegui. 2 Arlegui, 1851, parte quinta, cap. 20. En este lugar da Arleg un resumen biogr?fico del padre Castro. Seguir? este resumen en l p?ginas siguientes, si no advierto otra cosa. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 3 As? lo hace en el cap. 13 de la parte quinta de su Cr?nica (A

legui, 1851).

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

119

pesar de la brillantez con que hab?a terminado sus estudios mayores, prefiri? dedicarse al "ejercicio espiritual de la cura de almas" antes que a la ense?anza y actividades literarias. A este fin aprendi? la lengua mexicana y obtuvo el puesto de ministro doctrinero en el real de Charcas. "En este santo em pleo ?escribe Arlegui? se ejercit? algunos a?os con edificaci?n y consuelo de los feligreses, que le amaban tiernamente como a su pastor y padre verdadero, sin perdonar para el consuelo espiritual de sus ovejas el caminar continuamente las prolon gadas distancias de aquella feligres?a, que es de las m?s pe nosas de la provincia, pues se ofrecen cada d?a en ella confe siones que distan de la cabecera treinta y seis leguas."4 Al parecer, volvi? a Charcas despu?s de su viaje a Roma, no s? si de asiento o de visita: el 2 de enero de 1691 firmaba en el con

vento de Santa Mar?a de las Charcas un parecer aprobatorio

de un serm?n predicado por fray Juan de San Miguel.5

A fines de 1683 ?sigue diciendo Arlegui en el mismo ca p?tulo? fue llamado por sus superiores para que ense?ase

teolog?a a los j?venes religiosos de la provincia, "que la aument? con muchos y doct?simos ministros". Altern? esta actitud con

la predicaci?n, en la que fue tambi?n eminente. En su lugar registrar? algunos de sus sermones impresos. Debe haber per manecido en este puesto hasta 1687 en que fue designado como proministro para asistir al cap?tulo general de la orden que deber?a celebrarse al a?o siguiente en Roma. Los ministros pro vinciales de Am?rica estaban dispensados de asistir a estos cap?tulos generales, pues ello les obligar?a a permanecer ausentes

de sus puestos durante mucho tiempo; en su lugar, cada pro

vincia nombraba a un religioso con el car?cter de proministro. Como era natural, el nombramiento reca?a siempre en un indi

viduo de especial distinci?n. Los detalles de su viaje a Roma los veremos al examinar el relato en verso que hizo del mismo.

"Despu?s de haber vuelto de Roma ?prosigue Arlegui en el cap?tulo que vengo utilizando? qued? de comisario provin cial de esta provincia [de Zacatecas] por ausencia que hizo de ella el provincial que la gobernaba; pero como el que aspira solamente a la r?gida observancia de su instituto de todo se

recela, precaviendo los peligros del gobierno y mando, temeroso o de oue la provincia lo ocupara en su gobierno o de marearse con los aires de la vanidad del mundo, o lo que m?s cierto es, 4 Arlegui, 1851, parte quinta, cap. 20.

5 Describe esta edici?n Medina, 1907-1912, m, p. 82.

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LINO G?MEZ CA?EDO

deseoso de la soledad y retiro, se pas? a vivir a la Santa Cruz de Quer?taro por el a?o de 1700." Este p?rrafo pudiera hacer pensar que el padre Castro per

maneci? poco tiempo en Zacatecas al regreso de su viaje romano. La verdad es que sigui? morando en su provincia madre durante

diez a?os largos, pues su regreso debe haber tenido lugar en

1689: el 20 de junio de este a?o se le dio despacho de em

barque por la Casa de Contrataci?n, en Sevilla,6 as? que pudo muy bien llegar a M?xico antes de terminar el a?o. Entre esta fecha y su incorporaci?n al colegio de misiones de la Santa Cruz de Quer?taro desempe?? el padre Castro en su provincia de Zacatecas otras funciones, adem?s de la de comisario pro vincial que refiere el cronista Arlegui. No indica Arlegui cu?ndo

ocup? este cargo de "comisario provincial" ni qui?n fue el

ministro provincial al que sustituy? en su ausencia. Es probable que haya sido fray Mart?n de Ur?zar, el cual, seg?n el mismo

Arlegui,7 hab?a sido elevado segunda vez al provincialato el 14 de febrero de 1689. Su ausencia temporal de la provincia pudo deberse al desempe?o de una comisi?n superior en otra

parte de la Nueva Espa?a o fuera de ella: por ejemplo, la

visita can?nica de alguna de las provincias franciscanas. Ur?zar

era persona de prestigio y sabemos que le fueron encargadas tales visitas en Michoac?n v Guatemala. Por otra parte, las relaciones entre ?l y el padre Castro eran estrechas, como^ lo indica el hecho de que este ?ltimo dedicase a Ur?zar la edici?n de su Viaje, seg?n veremos. Ararte de esta comisi?n, la provincia de Zacatecas nombr? al padre Castro su cronista. Arlegui no menciona esto en el resumen biogr?fico que vengo siguiendo, pero alude a ello en otras partes de su cr?nica. En una ocasi?n, ponderando la eru dici?n e ingenio de Castro, llega a confesar que "a no valerme de sus luces, andar?a a oscuras en esta historia".8 Encuentro que se le dio el t?tulo de cronista por vez primera en la Vida del siervo de Dios fray Juan de ?ngulo y Miranda, espa?ol cristiano, religioso lego del Orden de Menores de la Regular

Observancia de la Provincia de los Zacatecas (M?xico, por do?a Mar?a de Benavides, viuda de Juan de Ribera, 1695), publicada a expensas de don Juan Ignacio de Castore?a y

? AGI, Contrataci?n, leg. 5540A, lib. 3o. fol. 376. Un registro paralelo en leg. 5451. T Arlegui, 1851, parte quinta, cap. 22. 8 Arlegui, 1851, parte segunda, cap. 1. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

121

Urz?a. sobrino del biografiado. Como adelant? ya, ?ngulo y Miranda hab?a sido minero antes de hacerse franciscano; en la orden eierci? el oficio de limosnero y quiz? emple? en favor de la misma parte de sus caudales, pues su bi?grafo le atribuye la edificaci?n de la iglesia del convento de Sombrerete y de la capilla de San Antonio en la iglesia de San Francisco de Zaca tecas. En ?sta fue sepultado al fallecer en el a?o de 1644. Su biograf?a por Castro lleva las acostumbradas censuras aproba torias, entre las cuales figura la de fray Agust?n de Vetancurt (M?xico. 6 de junio de 1695).9 El mismo a?o de 1695 predic? el paneg?rico de santo Do mingo de Guzm?n en su iglesia de la ciudad de Zacatecas, en la fiesta del santo (4 de agosto) : el serm?n fue publicado al a?o siguiente en M?xico.10 No he hallado huella alguna de sus actividades durante los a?os siguientes hasta su incorporaci?n al colegio de misiones de Quer?taro (1700-1701) .11 Este colegio hab?a sido estable cido en 1683 por un grupo de franciscanos venidos de Espa?a bajo la presidencia de fray Antonio Llin?s, un mallorqu?n con previa y larga residencia en Michoac?n. Fue el primero de esta instituci?n que hubo en Am?rica y puede consider?rsele como el seminario del que salieron todos los que hubo posterior mente a lo largo del continente. Su finalidad era la renovaci?n cristiana mediante la predicaci?n de misiones populares y el incremento de las misiones entre infieles. Castro conoc?a segura mente desde sus or?genes a este original instituto. Las misiones predicadas por los primeros de estos misioneros hab?an tenido

resonancia en todo el pa's. Una de las m?s famosas de estas misiones fue precisamente la de Zacatecas en 1687. Por otra parte, el padre Castro particip?, como hemos visto en el cap? tulo general de Roma (1688) en el que fueron aceptados for malmente los estatutos que dos a?os antes hab?a dado a los colegios el papa Inocencio XI. Estaba, pues, el padre Castro bien familiarizado con el nuevo instituto apost?lico. No es ? Descrita por Medina, 1907-1912, m, p. 129.

10 Medina, 1907-1912, ni, p. 148.

11 Arlegui (1851, parte quinta, cap. 20) dice que la incorporaci?n

tuvo lugar "por el a?o de 1700"; pero tuvo que ser en 1701 si es

cierto que vivi? "casi" diez a?os en dicho colegio, como se dice en la nota necrol?gica, seg?n la cual muri? el 5 de marzo de 1711. Por sus firmas en el libro de misas, sabemos que era miembro del colegio en

agosto de 1702.

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LINO G?MEZ CA?EDO

extra?o que, al igual que otros religiosos celosos, se haya sentido atra?do por sus prop?sitos y la vida austera de sus miembros.12 'Tuesto en el retiro del colegio apost?lico de la Santa Cruz

de Quer?taro, se hizo cargo de las nuevas obligaciones de mi sionero apost?lico, abstray?ndose ante todas las cosas de la co

munidad de los del siglo, como que conoc?a, con su talento pro fundo y esp?ritu desenga?ado, que nunca hicieron buen maridaje los ejercicios y tareas de las misiones con visitas familiares y continuadas de seglares, punto que deb?an tener impreso en sus corazones los operarios de tan santo ministerio, pues muchas veces se malogran los sudores de las misiones por ?stas tan da ?osas familiaridades, pues como dijo un discreto de nuestro siglo, yo tendr? por un san Pablo al predicador que solamente viere

en el altar confesionario y pulpito". Siguiendo en esta vena,

a?ade que "de la oraci?n salieron las saetas penetrantes de amor divino que coloc? en su Aljaba apost?lica, que anda impresa, de donde los misioneros de aqu?l y otros apost?licos colegios han

disparado tantas contra los vicios, que solas ellas eran sufi

cientes para convertir un mundo entero, a no estar por las cul pas tan obstinado. Compuso tambi?n la vida del venerable padre

?ngulo".13

Si Arlegui quiso decir que nuestro padre Castro compuso

esta ?ltima obra mientras resid?a en el colegio de Quer?taro ya vimos que no fue as?, pues dicha obra hab?a sido ya publicada

en 1695. Respecto de la Aljaba apost?lica, no parece que se le pueda atribuir como tal al padre Castro, sino que en ella fue ron incluidas algunas "canciones a los asuntos que se predican

en las misiones compuestas ?stas por el M. R. padre fray Joseph de Castro, ex-lector de teolog?a, padre de la provincia de Zaca tecas y predicador apost?lico de dicho colegio [de Quer?taro]", 12 Hablando de la misi?n de 1687 en Zacatecas, escribe Espinosa:

"Call? el R. padre Escaray muchas cosas con su modestia; ?stas dej? escritas el M. R. padre fray los? de Castro". Espinosa, 1964, lib. i, cap. 20. No es seguro si hace referencia a lo que Castro dej? escrito en la cr?nica del Colegio de Quer?taro o a lo que escribi? para la de su provincia de Zacatecas, pero en cualquier caso deja en claro

que nuestro pauvre Castro conoci? muy bien a los misioneros de Que r?taro. Seg?n veremos, fue cronista tanto de su provincia como del

colegio.

13 Arlegui, 1851, parte quinta, cap. 20. A esta biograf?a de fray Juan ?ngulo ya dejo hecha referencia.

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

123

como se lee en la portada de la edici?n de la Aljaba de que dis puso el padre fray Jos? Diez y fue impresa en M?xico el a?o de 1708.14 El padre Diez hab?a sido uno de los fundadores del men

cionado colegio de Quer?taro, en el que nuestro padre Castro

se hallaba incorporado desde principios de siglo, seg?n queda ya dicho. Aunque reciente, era ya un miembro respetado del mismo en 1702, como lo demuestra el hecho de hab?rsele encargado el serm?n inaugural de la ampliaci?n del crucero y reedificaci?n

del templo de la Santa Cruz, obras sufragadas por el famoso

mecenas don Juan Caballero y Ocio; el serm?n fue impreso aquel

mismo a?o en M?xico, con una dedicatoria a Caballero y Ocio por el cronista fray Isidro F. de Espinosa.15

En enero de 1707 volvi? el padre Castro a Zacatecas como

uno de los fundadores del colegio de misiones erigido en la ve cina villa de Guadalupe, pero no tard? en regresar al de Quer? taro.16 La causa, seg?n Arlegui, habr?a sido el concurso de se glares y hu?spedes que concurr?an al colegio de Guadalupe, lo

que "no se hermanaba bien con el retiro que apetec?a ni con

la abstracci?n que prescriben las bulas apost?licas a los que mo ran en los colegios apost?licos". Esta interpretaci?n de Arlegui resulta un poco extra?a y hasta inveros?mil, teniendo en cuenta

que el superior de Guadalupe era entonces nada menos que el venerable padre Margil; es m?s veros?mil que el cronista zaca

14 Medina, 1907-1912, m, p. 286-87. En esta edici?n se advierte que fueron a?adidas "la Via Sacra y copiosas cauciones a los asuntos que se predican en las misiones, compuestas ?stas ?subrayo? por el M. R. padre fray Joseph de Castro, ex-lector de teolog?a . . .", etc. En

la tercera edici?n de la Aljaba (M?xico, 1731) y en la cuarta (M?

xico, 1785) figura un soneto-advertencia relativo a estas adiciones que

dice as?: "En la segunda impresi?n de aquesta Aljaba/ que se hizo el

a?o de ocho se imprimieron/ treinta y cuatro canciones, y ?stas fue ron/ de un religioso que en Quer?taro moraba./ ?ste fray Jos? Castro

se nombraba./ En la impresi?n se pusieron otras canciones que a?a

dieron/ de otro poeta tambi?n que a Dios alaba./ Muchas saetas tam

bi?n van a?adidas/ y canciones antiguas avivadas/ porque a mejor metro van reducidas/ y por un misionero son sacadas,/ del colegio de Quer?taro; aplaudidas,/ por ser a la Virgen Pura consagradas".

15 Hay un ejemplo de este serm?n en BNM/CL, vol. 1144. Lo describe Medina, 1907-1902, m, pp. 333-34. 16 Arlegui (1851, parte quinta, cap. 20) dice que volvi? a Zaca tecas en 1703, como fundador ?uno de ellos? del colegio de misiones

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LINO G?MEZ CA?EDO

tecano perteneciera al sector de su provincia que no ve?a con

simpat?a el establecimiento de los misioneros en Guadalupe.

Debi? ser durante esta segunda estancia queretana cuando el padre Castro fue nombrado cronista del colegio de la Santa Cruz. Su antecesor en el oficio, fray Jos? Diez, se daba todav?a en 1708 el t'tulo de "escritor" del Colegio, t?rmino que se apli caba tambi?n al cronista. En cualquier caso, consta que el padre Castro no s?lo tuvo el nombramiento de cronista sino que escri bi? un tomo de la "Cr?nica del colegio", aunque ?sta haya que dado in?dita. Arlegui dice que escribi? "parte de la cr?nica de los venerables varones de aquel santo colegio". Dice tambi?n que estuvo ocupado "en el ejercicio de las misiones" ?misiones populares entre fieles, supongo, no entre infieles? "ense?ando al mismo tiempo en las consultas que se ofrec?an... las materias m?s dif?ciles y arduas de la teolog?a can?nica, y con su ejemplar y religiosa vida los puntos m?s delicados de la teolog?a m?stica".17

No puedo determinar cu?ndo y d?nde escribi? sus Varias

poes?as a lo divino, de las que existe una reimpresi?n (M?xico, 1746). Ni Berist?in ni Medina vieron alguna edici?n anterior, V tampoco la ha visto quien esto escribe. Berist?in menciona sin indicar fecha, unas Lamentaciones a la Virgen Dolorosa, que Me

dina identifica con las citadas "poes?as a lo divino", entre las cuales se encuentran cincuenta d?cimas a la Virgen de los Do

lores. Castro se muestra en ellas el f?cil versificador que veremos

en el Viaje, ?ero con la mayor unci?n religiosa que ped?a el tema. V?ase la primera de estas d?cimas:

de Guadalupe; pero el cronista Espinosa, que conoci? al padre Castro y convivi? con ?l, afirma que el regreso de ?ste a su ciudad natal fue en 1707, escogido como uno de sus compa?eros por el primer guardi?n

del colegio de Guadalupe, fray Antonio Margil. ?ste, que se hallaba en Costa Rica ?en las misiones de la Talamanca? regres? r?pida mente a su colegio de Quer?taro. "Entr? ?escribe Espinosa? el a?o de 707, y por el mes de enero se puso el V. padre en camino para Zacatecas". Uno de sus compa?eros fue el padre Castro, "que en esta ocasi?n, y no antes ?puntualiza Espinosa? fue por morador de aquel nuevo colegio". Espinosa, 1964, lib. v, cap. 30).

17 Espinosa, 1964, lib. v, cap. 30. Espinosa utiliza en la misma cr?nica (lib. i, cap. 4) "lo que comenz? a trabajar como cronista de

este colegio". En un inventario manuscrito del antiguo archivo de di

cho colegio, letra H, No. 11, se lee: "Un tomo de cr?nica de este apost?lico colegio, compuesto por el R. padre fray Joseph de Castro".

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

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Hoy vuestras l?grimas canto, hermos?sima Mar?a, pues del mundo fue alegr?a el que en vos fue tierno llanto. Dame para asunto tanto mucha luz, dulce Se?ora, para que con voz sonora pueda mi musa explicar, engolfada en tanto mar, las penas de tanta aurora.

Y la cuarta: N?ufraga ya y sin farol

qued?is en aquel diluvio,

de ardiente dolor versubio, porque os falt? vuestro sol.

No mirais ya su arrebol,

toda os convert?s en mar, y los ojos, sin mirar como llegan a perder todo el oficio de ver, s?lo os sirven de llorar.

Incluye tambi?n esta obra cien redondillas a las llagas de

san Francisco, de las cuales copio las dos siguientes (85 y 86) : Sois pel?cano oriental, rasgado el pecho a mi ver,

que ?guila no quer?is ser s?lo por no ser caudal. Si os digo F?nix, ignoro si mi alabanza os agravia, que no quer?is ser de Arabia porque es la tierra del oro.

Termina con el siguiente acto de contrici?n; Esos brazos abiertos, padre m?o, y rotas esas manos liberales, se?ales ciertas son en que conf?o

que vertir?is piedades a raudales:

ya se acab?, Se?or, mi desvar?o, convertir?is en bienes tantos males, pues por salvarme me mostr?is abiertas en pies, costado y manos cinco puertas.18 18 Medina dice que pose?a un Acto de contrici?n por nuestro padre Castro, "reimpreso" en M?xico por J?uregui, sin a?o. En las Poes?as a lo divino se incluye un "Acto de contrici?n", que ocupa las p?ginas 26 a 46: una composici?n muy aceptable. Quiz? fue reimpresa aparte.

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126

UNO G?MEZ CA?EDO

No supo Arlegui la fecha de la muerte del padre Castro,

content?ndose con decir que acaeci? en Quer?taro "despu?s del

a?o de 1708", a la edad de "setenta a?os poco menos". Por for tuna, se conserva su nota necrol?gica en el "Libro de los muer tos" del colegio de Quer?taro, seg?n la cual falleci? all? el 5 de

marzo de 1711, a los 63 a?os de edad. "Vino por morador a este santo colegio ?prosigue dicha nota? y lo fue por cuasi diez a?os con ejemplo grande, por su mucha humildad; fue

var?n muy literato, celoso de la m?s pura observancia, y de s? lidas virtudes, y en su feliz muerte resplandecieron las de la fe y esperanza, con grande edificaci?n v consuelo que experiment?

la santa comunidad".19 Esta nota ya la utilic? para aquilatar

fechas biogr?ficas del padre Castro a lo largo del presente estu dio. Lo que a?ade Arlegui es que falleci? de hidropes?a, lo cual

?escriben? "le previno anticipadamente la malicia del achaque, para que se dispusiese para la ?ltima jornada con todos los sa

cramentos, que habi?ndolos recibido con muchas l?grimas y ter nura exhort? a todos con su natural elocuencia al m?s fervoroso s?quito de las virtudes, al celo m?s abrasado de la prosecuci?n de las misiones y a la m?s r?gida observancia de nuestro ser?fico instituto; y como su eficacia era tanta, prorrumpieron todos en copiosas l?grimas, contemplando que les faltaba la luz que ilus traba sus entendimientos en la direcci?n de sus dudas y esp?ritus, y que carec?an de un espejo en sus acciones, con que regalaban sus operaciones religiosas". Descartada su frondosidad literaria, este p?rrafo coincide en sustancia con la nota necrol?gica trans crita m?s arriba, y ello indicar?a que no se trata de fraseolog?a rutinaria, antes revela probablemente la buena memoria que el cronista manten?a de quien fue acaso su maestro.

En Quer?taro hab?a sido discreto del colegio ?o sea, conse

jero del guardi?n, cargos a los que se llegaba por voto secreto de toda la comunidad? en octubre de 1703 y de nuevo en 1709.20

B. El Viaje de Am?rica a Roma Visto qui?n fue su autor, pasemos al examen del libro que

constituye el objeto principal de este estudio. Ya vimos tambi?n cu?l fue la ocasi?n del viaje : representar a la provincia francis

cana de Zacatecas ?a que pertenec?a el padre Castro? en el cap?tulo general de la orden que se celebr? en Roma el a?o de 10 "Libro de los muertos", fol. 5, en ACQ, letra I. 20 Esto consta por el Libro de decretos, conservado en ACQ.

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

127

1688. Los antecedentes intelectuales y literarios del autor expli can su inter?s en narrar tal peregrinaci?n, y de hacerlo en verso. La historia bibliogr?fica del libro no est? del todo clara. Pa

rece que tuvo tres ediciones: una en Europa y dos en M?xico. La edici?n europea ?hecha en Espa?a? pudo ser la siguiente, que describo ses^?n ejemplar que conserva la Biblioteca Nacional

de M?xico {Fondo reservado: R/861.3 cas. v.) : "Viage de Am?rica a Roma/ que hizo y escrivi? el/ Muy

Reverendo Padre Fray Joseph/ de Castro, Lector actual de Teo log?a/ Proministro y Padre de la Santa Pro-/vincia de nuestro

Padre San Francisco de Zaca-/tecas// Que dedica / al Muy

Reverendo Padre/ Fray Mart?n de Urizar, Lector Jubila-/ do, Calificador del Santo Oficio, Ex-Visitador de las Provincias de

Michoa-/c?n y Guatemala, Ex-Vicario Pro-/vincial de la de Za catecas, etc.". Sin lugar ni a?o. Signaturas A-Y de 8 p?ginas cada una. Portada vuelta en blanco. 3 fols, de dedicatoria.

Medina [Biblioteca hispano-americana, m, p. 368, no.

1835), utilizando a Beristain y a Gallardo, supone que esta edi

ci?n europea se hizo de 1689 a 1690, pero sin averiguar lu gar alguno. Por mi parte, no he podido hallarla en ningu

no de los repertorios espa?oles, aunque debe tenerse en cuenta

que los publicados sobre la imprenta en Madrid ?donde pudo haberse publicado? no alcanzan hasta las fechas mencionadas. Existen, en cambio, para Sevilla, pero no registran el Viaje. El autor, a su regreso de Roma, entr? en Espa?a por la frontera de Ir?n, visit? el pa?s vasco y baj? por Burgos a Madrid. All? se detuvo por bastante tiempo, como veremos, y pudo haber hecho imprimir su libro, que termina con el relato de las visitas

hechas a poblaciones cercanas a la capital; de la continuaci?n

del viaje hacia el sur, para embarcarse, nada dice. Por lo tanto, me parece Madrid el lugar m?s veros?mil de la primera impre si?n del libro. Respecto de la fecha hay que corregir, en cual

quier caso, a Medina: tuvo que ser en 1689, pues en junio de este a?o estaba ya el padre Castro a punto de salir de regreso para M?xico. Claro que pudo haber dejado encargada la im

presi?n y que le remitiesen despu?s los ejemplares, pero no me parece veros?mil. ?l mismo dice que hizo imprimir su relato con el fin de no tener que referir a cada uno de sus amigos las peri pecias del viaje; era natural, por lo tanto, que hubiese procurado traer el libro impreso consigo.

Beristain da noticia de otra edici?n hecha en M?xico por Francisco Rodr?guez Lupercio, sin fecha, pero Medina le da como probable la de 1690, describiendo as? la edici?n: This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


128

LINO GOMEZ CA?EDO

"Viage de Am?rica a Roma, que hizo y escribi? el M. R. Fr. Joseph de Castro, Lector de Teolog?a, Pro-Ministro y Pad de la Santa Provincia de N.P.S. Francisco de Zacatecas. Impres en la Europa y por su original reimpreso en M?xico por F cisco Rodr?guez Lupercio; M?xico, 1690, 8?".

Medina (Biblioteca, ni, p. 409, no. 1921) cree que el Vi del padre Castro puede ser la misma obra que la titulada je de D. Desiderio del Final, experto caballero (Madrid, 169

la cual registra M?ndez en su Noticia de la vida y escritos de

P. Flores (p. 128). Y se extra?a de que ni San Antonio en Bibliotheca ni Civezza en su Saggio la registren. ?Pero hay realidad alguna base para tal identificaci?n? Palau, en su nual, bajo "Castro", recoge esta noticia de Medina, pero b "Final (Desiderio del)" anota: Viaje de la famosa villa de drid. .. a la ciudad de Roma (Madrid, Domingo Garc?a, 166 Y ?sta es una noticia de primera mano pues Palau cita el ej

plar que vio. Parece, pues, que M?ndez y Medina se equivocar

El Viaje conservaba su inter?s mucho despu?s de mue

su autor pues en 1745 se hizo una tercera reimpresi?n del m mo. La describo seg?n un ejemplar conservado en la Bibliot

Nacional de M?xico (Fondo reservado) que procede del "No

ciado de San Fernando", como se advierte en la hoja de guard

"Viaje/ de Am?rica/ a Roma,/ Que hizo y escribi?/ El M R. P./ Fr. Joseph r?e Castro,/ Lector de Theologia, Pro-/ nistro y Padre de la Santa Provincia de N.P.S. Francisco/

Zacatecas, // Impreso en la Europa, y por su original reimpr en M?xico por Francisco Rodr?guez Lupercio; y/ ahora nu

mente reimpreso por la/ Viuda de D. Joseph Rodr?guez Hogal. A?o de 1745". Consta de 156 p?ginas, m?s dos hojas sin n?mero con tr composiciones po?ticas del autor en honor de la reina Ma Luisa de Orleans, esposa de Carlos II. La primera composic va precedida de la siguiente nota: "Habi?ndose hallado en

corte el autor, en ocasi?n de la fatal p?rdida de la reina, acom pa?? a los Cisnes de Europa con esta expresi?n de su just?si sentimiento". La reina muri? efectivamente en 1689. Estas co posiciones faltan en la edici?n dedicada al padre Ur?zar, que s supone la original; en cambio, en la de 1745 falta la dedicator al padre Ur?zar. La ausencia de las composiciones po?ticas honor de la reina pudiera ser otro indicio de que la prime edici?n se termin? en dicho a?o poco antes del regio deceso, p lo que ya no hubo tiempo de agregarle los homenajes po?tico de nuestro viajero. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VLAjKR^S MEXICANOS

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Pero veamos ya el contenido del libro. En primer lugar con viene advertir que no se trata de una obra literaria de subido valor. Quiz? no se pueda ir m?s lejos, a este respecto, de lo que fue Beristain en su tiempo al escribir que el Viaje "est? en verso

castellano curioso y festivo". Podr?a a?adirse que se muestra

erudito, conocedor de los cl?sicos y, entre los espa?oles, especial

mente de Quevedo. Trata alguna vez de imitar a ?ste en el ma nejo de la s?tira, aunque, por supuesto, se queda muy lejos. Al gunas veces su desenfado cae en lo vulgar y carece de verdadera gracia. Pero esa clase de poes?a abundaba mucho en su tiempo y en este sentido puede decirse que se halla a la altura de la ?poca, con pocas excepciones en el medio donde ?l se mov?a. De vez en cuando nos ofrece incluso alguna modesta perla. Tam poco es tan rico en noticias como fuera de esperar: quiz? el mismo g?nero po?tico lo coart? algo en la transmisi?n de sus observaciones. Pienso que la prosa hubiera sido un instrumento m?s eficaz. Sin embargo, como testimonio encierra considerable valor: representa probablemente la reacci?n t?pica de un mexi cano de su tiempo ante las experiencias que le deparaba una peregrinaci?n sin duda extraordinaria. Vamos a seguirlo en al gunas de sus etapas. He aqu? c?mo empieza: Aquel fil?sofo andante, el gran Di?genes Laercio, se retrajo a una tinaja y se meti? a recoleto, despu?s de haber visto el mundo, con aquel homines quaero: y de todas las provincias dio raz?n en un volumen que por docto y por discreto en uma privilegiada los atenienses pusieron.

Ya pues que en lo andante s?lo

al gran fil?sofo excedo,

ya que ?l me ha excedido tanto cu sentencias y dialectos,

para solos mis amigos hago este breve cuaderno con parte de lo que he visto y parte de mis progresos.

A?ade que no hablar? mucho de las maravillas de Europa,

por temor de que parezcan ficciones, pues

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LINO G?MEZ CA?EDO .. Jos indianos tenemos

en la grande Europa fama de que de los pa?ses nuestros

muy hiperb?licos somos, y lo afirma en un soneto,

en que a una due?a describe, el erudito Quevedo.

Designado para representar a su provincia religiosa en el

cap?tulo general de Roma, recorri? los reales de minas de Zaca tecas, Sombrerete y otros, donde los mineros le proveyeron ge

nerosamente para su jornada. Con esp?ritu pr?ctico ?aunque aparentemente no tan franciscano? pondera la importancia de

llevar dinero en los viajes. Al fin, se puso en camino hacia

Veracruz.

El a?o de ochenta y siete

con mis despachos completos, sal? a primero de abril

de San Luis Potos?, centro de cari?os y de agrados, tierra que parece cielo.21

Para M?xico part?, muy cuidadoso entendiendo hallar alguna noticia de embarcaci?n en el puerto.

All? me detuve mucho,

si?ndome preciso hacerlo, pues nos faltaron navios.

Pasamos de all? y llegamos a la Vera-Cruz, y creo que al purgatorio, ya que no puede ser el infierno. Comenc? luego a sudar, saliendo de cada pelo no un kilo sino un gran Nilo.

21 Este elogio hace suponer que el padre Castro vivi? por cierto tiempo en San Luis. Quiz? fue all? donde ejerci? la ense?anza, pues era un centro de estudios de la provincia de Zacatecas. Adem?s, su

estancia en Charcas tuvo que relacionarlo con San Lui?.

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

131

Vi la playa y baluartes,

piezas, tiros y pedreros,

que toda esta ciudad es

Etna, flegra y mongibelo,

vesubios y todo cuanto

presume tocar a fuego.

?cheme al agua en un bote,

y introducido a botero, fui al navio San Antonio, s?lo por reconocerlo.

Para embarcarme trat? de disponer los conciertos^

a que m?s que a un matrimonio salieron impedimentos.

Entre estas disposiciones

me dej? mi compa?ero

que, acosado de calor, en un barquillo peque?o, un brinco tir? a La Habana.

A gozar de aquel rescoldo me qued? en aquel convento con otros muchos vocales,

de Michoac?n y San Diego Guadalajara y Manila,

y otros ciertos caraque?os.22

Despu?s de tantos bochornos

las cosas se compusieron,

y el pasaje concertamos

por trescientos mosqueteros,

que es lo mismo en buen romance

que exhibir trescientos pesos.

En la nao San Antonio

una c?mara nos dieron donde vide muchos votos sin escuchar un reniego.

22 Supongo que se refiere a los franciscanos de Venezuela que se dirig?an al cap?tulo general. No era cosa rara que los venezolanos utili

zasen la ruta de Veracruz para sus viajes a Europa, aprovechando el tr?fico comercial entre dicho puerto y el de La Guaira.

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132

UNO GOMEZ CA?EDO

Era el bajel genov?s de los que llaman de asiento, ocupado en conducir muchas partidas de negros, y as? en ?l fuimos tratados como cautivos morenos.

Iba cargado de az?car

y de tabaco habanero,

y grande carga de tinta, y otros g?neros diversos.

Iban cincuenta ca?ones con que escribiese sus hechos,

pues tinta no le faltaba,

ni plana, que el golfo inmenso es una plana de vidrio,

mientras se muestra sereno.

Estaba el se?or bajel

coronado de pedreros,

con sus salivas de plomo, que escupen bocas de fuego;

y doscientos vizca?nos

eran almas de aquel cuerpo

A veinte y tres de septiembre* salimos- del quemadero

O sea, de Veracruz. Los azot? el. norte durante la noche y... "Los reverendos vocales23/ probaron muy bien el serlo,/ pues echaron por la boca/ todos los mantenimientos". Sigue narrando las incidencias de la navegaci?n, las tormen tas, su propio miedo y el de un valenciano que se hab?a hecho

el valiente. Refiere las incidencias de la pesca de un tibur?n, que rompi? varios anzuelos pero cay? al fin. Tambi?n cay? al agua un marinero, pero fue rescatado. La noche del d?a de san Jer?nimo ?30 de septiembre? los azot? una terrible tormenta,

pero despu?s...

28 Sus compaleros delegados al cap?tulo general, que, como tales, ten?an voz en aquella asamblea. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

133

Navegamos felizmente,

dando gracias a los cielos,

y despu?s de veinte d?as vimos el deseado puerto de ia ciudad de La Habana, y de regocijo llenos dio fondo nuestro navio escandalizando el viento con alegre artiller?a, subiendo sus broncos ecos a publicar nuestro gusto. Veloces como unos truenos, gr?mpolas y gallardetes al aire se descogieron, cuando a nuestras salvas iban los castillos respondiendo. Vimos las tres fortalezas, admirables en extremo,

el Morro altivo, la Punta y la Fuerza, que son frenos para el orgullo enemigo.

En La Habana hallaron a otros compa?eros de cap?tulo que

esperaban el barco. Pasaron alg?n calor, pero no tanto como en Veracruz, y pudieron comer frutas frescas de la tierra. Buena ciudad es La Habana,

pero tiene algunos peros,

que jam?s se le maduran, y as? siempre son acedos.

Lo primero, nada limpio se come, y esto lo pruebo porque todo cuanto guisan

es, con perd?n, puro puerco.

Las aves andan muy caras,

tienen alt?simo vuelo, y como andan por las nubes,

alcanzarlas no podemos.

Apenas hab?a carne de carnero ?sigue diciendo? aunque s? tcsobra de cangrejos". La ?rente era toda "peje de puerto", ejercitada solamente en pelar al forastero. Todo era muy caro, pero abundaban mucho los dulces. Famosos los del convento de Santa Clara, donde les trataron muv bien: con tanto dulce sa lieron "con grado de colmeneros". Estuvieron casi un mes en La Habana, mientras el navio reparaba sus desperfectos. No pu dieron reanudar el viaje hasta el mes de noviembre. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LINO G?MEZ CA?EDO A diez deste mes salimos por el canal habanero, y con la salida, al fin, quedamos en verdad frescos. As? que nos vio en el golfo el rey de los ventisqueros,

el Eolo vagabundo, mil bravatas escupiendo,

desembain? sus nordestes,

que en figura de jiferos tiraban terribles tajos a los italianos cedros.

La traves?a atl?ntica fue lenta y fatigosa, los navegantes ba tidos nor las tormentas e inmovilizados por las calmas. Despu?s de sesenta d?as casi se les hab?an agotado los v?veres. Pasaron la navidad en el mar, con s?lo unas "habas duras" por alimento. Pero en esto apareci? la isla de Fayal, en las Azores. Los portu gueses les recibieron muy bien, "generosos y atentos", con mu chas salvas de artiller?a. Castro y sus compa?eros franciscanos

se fueron al convento de su orden, donde hallaron asimismo excelente acogida. Mientras tanto, la nave se aprovisionaba de

gallinas, aceitunas, pan fresco, higos, pasas y lechones. Los habi tantes eran gente pobre; viv?an en tugurios, incluso el "lusitano hinchado/ y gobernador isle?o/ con sus magnates.../ cual otro rey Evandro". en un "estrecho agujero". Pero la tierra abundaba en trigro, gallinas, carneros y vino, aunque ?ste no del mejor. Padecieron todav?a otra tormenta antes de dar vista a tierra

espa?ola, en San L?car, por no haber podido entrar en C?diz.

Lo primero que avistaron fueron las torres del santuario de la

Virgen de Recia en Chipiona. a la que saludaron con ca?ona

zos. Poco antes hab?an avistado a cuatro navios y el San Antonio se prepar? para el combate, sospechando que fuesen moros, pero resultaron ser ingleses, que entonces ten?an paces con Espa?a. Sufrieron otro susto al entrar en el puerto de San L?car, pues la auilla del barco toc? en la barra y se creyeron perdidos. Por fortuna, no fue as?. Los aduaneros eran, nor lo visto, como han sido siempre ?o como los hemos visto siempre? y los molestaron a conciencia. Todos en el puerto cre?an que indiano equival?a a millonario y

pon?an todo su ingenio en despojarlo. Esperaron casi un mes para poder sacar sus petacas, "esperando de arrancarnos/ para sacarlas, el cuero./ Pero no les vali? el arte,/ que contra sus pedimentos/ y terribles sacali?as/ hay un humilde no tengo./ Y si aprietan las clavijas,/ hay un soberbio no quiero". This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

135

Mientras los guardias rapantes

detenido me tuvieron,

vi el buen puerto de San L?car, su poblaci?n y conventos. Es grande, aunque est? muy pobre; tiene terribles venteros

que tiran a degollar a los m?seros talegos. Son de las bolsas indianas muy tenaces barrenderos, esponjas de mexicanos,

con m?s manos que Briareo

para recibir la mosca, y como diestros barberos

la vena del arca sangran y quitan a uno el pelo.

Conoc? all? nuevos modos de encantar a los dineros,

pues parece que lo sacan

por arte de encantamiento, y as? es menester conjuro para poder defenderlos.

Describe la visita de la nave y cuenta las astucias de los fun

cionarios. Siempre los hay ?dice;? que proclaman su devoci?n a san Francisco, dando como prueba que conocen a los padres tal y cual... Toda cautela es poca. Al fin, salieron a San L?car. Algunos siguieron por el Gua

dalquivir a Sevilla, pero nuestro viajero-poeta ten?a bastante con los noventa y cuatro d?as de mar y tom? el camino de tierra. Partiendo de San L?car el 5 de febrero, hizo noche en Jerez de

la Frontera ...

donde vi los caballeros que en unos rocines flacos

contra un toro macilento estaban haciendo suertes con conveniencia y sin riesgo,

porque el toro estaba atado con unos cabos bien gruesos y los caballeros iban del toro siempre tan lejos,

que no pudiera tocarlos aunque el m?sero becerro disparara artiller?a de veinte libras de peso.

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LINO G?MEZ CA?EDO Toreaban de fantas?a por actos de entendimiento;

a ?stos sin duda llam? el muy agudo Quevedo los lectores del toreo,

porque de palabra matan m?s toros que hombres han muerto de Hip?crates el nombrado los mal entendidos textos.

Vi la plaza de Jerez

y sus balcones parejos,

pero como iba de paso

no pude mirar m?s de esto.

V as? las dem?s grandezas que dicen que tiene dentro,

porque est?n entre algodones

me las dejo en el tintero.

Sigui? a Sevilla por Dos Hermanas, "que as? se llama un

lugar/ tan escabroso y austero/ que mejor que dos hermanas/ pudo llamarse dos suegras". Llegu? a la insigne Sevilla,

su Giralda descubriendo, y al ver sus fuertes murallas y edificios muy soberbio?, tuve mucho regocijo.

Vi su Betis lisonjero, caudaloso y apacible,

gigante de vidrio crespo

que sustenta en sus espaldas

vasos grandes y peque?os, bajeles, barcas y botes,

y aquel puente de maderos

firme entre tanta inconstancia y entre tantas aguas quieto.

Desde all? me fui al instante a nuestro grande convento, y me dio gusto el mirarlo, porque es hermoso en extremo.

Pas? como quince d?as

en Sevilla, y mir? en ellos algunas cosas notables, dignas de muchos aprecios. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

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Vi la insigne catedral, admir? el hermoso alc?zar, la feria, que es un portento

de riquezas y de alhajas de costos?simos precios.

Parti? de Sevilla en coche de alquiler, junto con dos com pa?eros. Pasaron por Carmona y ?cija, C?rdoba y And?jar, de las que no dice nada especial, probablemente por haber pasado

de largo. Lo mismo le sucedi? con Toledo, cosa que lamenta mucho y de paso nos dice la causa de tanta prisa:24 Sent? en aquella jomada que, con llegar a Toledo, no vi sus grandezas muchas, porque el se?or carrocero nos arreaba como a machos,

y en queriendo detenernos, nos multaba en muchos reales; con que sus multas temiendo, nos salimos sin mirar m?s que sus torres y techos,

y al bello y gallardo Tajo,

que iba entonces muy soberbio,

porque eran las lluvias muchas y estaba de gorja el cielo, y para sudar ten?a todos los poros abiertos, el signo Piscis aguado y andaba Acuario despierto, derramando sus tinajas".

Las lluvias eran tantas que el coche se atasc? como a dos leguas de Madrid y no fue posible sacarlo del atolladero. Se animaron a buscar refugio en un pueblo que se ve?a como a

media legua. Result? ser Alcorc?n, "donde forman los pucheros/ que descienden a Madrid/ por la l?nea de Barrientos". No hab?a

mes?n, y la necesidad de los viajeros lleg? a tal extremo "que ech? menos un ventero/ y de verlo y encontrarlo/ tuve infini tos deseos".

Consigui? visitar Toledo al regreso de Roma, seg?n veremos

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LINO G?MEZ CA?EDO Sucedi?me lo que a Baco,

que los ladrones temiendo,

se embosc? por no encontrarlos en un ?spero desierto, y en fin, se perdi? el pobrete,

y no hallando pasajero a quien preguntar la senda daba gritos voz en cuello:

vengan se?ores ladrones,

que aqu? llevo seis dineros, ense?aranme el camino y m?s que carguen con ellos.

Ocurri?seles que podr?a haber alg?n "hermano" de la orden y preguntaron por ?l. Recibi?los con gran cari?o, y esto hace que nuestro poeta intercale un canto a san Francisco, cuyo nom

bre y h?bito pod?an m?s que el dinero, el coche y los cocheros.25 Fue posible, al fin, desatascar el coche por medio de bueyes, y reemprendieron el viaje hacia Madrid^ a donde llegaron en tres

horas.

Corte del monarca excelso,

Carlos Segundo, y entramos mil grandezas advirtiendo,

por la Puente Segoviana, de coches y caballeros, de galanes y de damas,

de grandes y mucho pueblo,

que estaban mirando el r?o Manzanares muy soberbio con las lluvias repetidas de que m?s iba creciendo.

Tomaron tierra en una posada y de all? se fueron al con vento: supongo que a San Francisco el Grande, residencia del

comisario general de Indias y donde exist?a el llamado "Cuarto de Indias". Permaneci? pocos d?as en Madrid, pues se acercaba la fecha del cap?tulo general; sin embargo, "vi en ellos ?dice? 25 "Hermano" o "hermana" llamaban a la persona amiga y bien hechora de los frailes, a quien por esto se le hab?a dado "carta de

hermandad". En recompensa, les ayudaba en trances como el presente. No ten?an ning?n car?cter religioso; ni siquiera se identificaban, de por s?, con los terciarios seglares, aunque en la pr?ctica es posible que

lo fuesen casi todos. Los franciscanos, que viv?an en gran parte de

limosna, utilizaron mucho esta pr?ctica. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

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a nuestro rey,/ guardias y acompa?amientos,/ y reinas, y fui notando/ en Madrid un mar inmenso/ que si quisiera pintarlo/ aunque hiciera un libro entero/ no acertara a describir/ ni sus sombras ni sus lejos". Por hallarse enfermo, sali? en litera camino

de Italia.

Pas? por aquel emporio

de agudezas y de ingenios,

Alcal?, digo, la insigne, a quien Henares risue?o, sierpe de cristal, circunda con torrente lisonjero.

Vener? en Alcal? el cuerpo de san Diego y continu? hacia Arag?n, cuyo clima le pareci? el peor de los conocidos en Es pa?a; y tambi?n las personas: Aqu? es la gente escabrosa, son desabridos los ce?os, las voces desapacibles, naturales indigestos. Es poqu?simo el agrado que advert? en todo aquel reino: alg?n planeta espinoso le influye desabrimientos.

Sin embargo, Calatayud le pareci? de "bello y poblado as

pecto". En Fresno se encontr? con un vejete que se preciaba de noble y hablaba doctoralmente de los m?s altos negocios de go bierno. Se refiri? tambi?n al cap?tulo de los franciscanos. D?jonos que se dar?a

el generalato nuestro

a un reverendo Copons

y a otro Guzm?n reverendo26

y ya coixlusos los cuentos

nos pregunt? nuestros nombres.

Dije que yo era Copons

y el otro Guzm?n el Bueno.

26 Fray Jos? Copons, catal?n, y fray Fernando de Guzm?n, anda luz, eran dos franciscanos espa?oles que hab?an desempe?ado cargos importantes en el gobierno central de la orden. Al parecer, "sonaban"

entonces como candidatos al generalato, pero ninguno de ellos lo al

canz?, ni entonces ni m?s adelante.

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LINO G?MEZ CA?EDO

El pobre hombre hizo grandes demostraciones de contento porque tales personas honraban su casa. Les pidi? puestos para algunos franciscanos conocidos suyos, cosas que otorgaron con largueza . . .

Llegamos a Zaragoza, cabecera de aquel reino;

es muy hermosa ciudad, tiene edificios perfectos.

Vi all? a la sagrada imagen del Pilar, cuyos portentos

son conocidos del orbe

y atendidos con respeto. L?mparas setenta y cinco, de exquisita hechura y precio,

a la vista de Mar?a

est?n de continuo ardiendo.

Arden seis muy grandes cirios ante su sagrado aspecto, que son siete estrellas fijas de aquel breve firmamento.

Vi tambi?n el templo augusto al que llaman el Asseo [La seo] es edificio famoso.

Y el puente que est? oprimiendo la gigante espalda al Ebro, jay?n hermoso de plata,

caudaloso, altivo y crespo.

De Zaragoza sal?

buscando el condado excelso de Catalu?a y llegamos a L?rida lo primero. Es moderada ciudad,

gran parte est? por los suelos, arruinada, y preguntando

la causa me respondieron que cuando estuvo el franc?s dicha ciudad poseyendo, la destruy? el rey de Espa?a para echarle de all? dentro. All? vi el funesto campo en que batalla se dieron el ej?rcito espa?ol

y el franc?s; y all? un buen viejo,

que fue en aquel tiempo soldado, me cont? que all? murieron m?s de catorce mil hombres.

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

141

Verdad es que los de Francia plaza y m?s gente perdieron,

y de all? se recobr? el condado todo entero, que el de Francia hab?a ocupado

por infame tradimento.27

Vi lugares derrotados

que Espa?a fue destruyendo,

porque nuestros enemigos

no hiciesen fuertes en ellos,

quedando deshabitados,

y hay s?lo algunos cimientos

que da l?stima mirarlos. Porque el pa?s es ameno.

Pondera los hermosos campos que fue recorriendo hasta lle

gar a Barcelona.

Es ciudad muy populosa. All? estuve cinco d?as, lo m?s selecto advirtiendo,

y fue estar un solo instante.

el muelle, que es obra heroica, fui a la atarazana luego, donde galeras fabrican

y hay variedad de instrumentos

para lanzarlas ai agua,

de fierros y de maderos.

Vi la rica plater?a:

es maravilla, es portento,

ver tantas joyas y plata

con singulares esmeros, tanto oro y riqueza tanta,

que parece que all? dentro las minas est?n, y que la puede dar a otros reinos.

2T Esto fue consecuencia del tratado de los Pirineos (1659) que restableci? la paz entre Francia y Espa?a despu?s que el propio ma* riscal Conde, virrey franc?s en Catalu?a, hab?a fallado en su prop? sito de mantener all? el dominio de Francia.

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LINO G?MEZ CA?EDO Vi la hermosa vidrier?a, cosa de notable aseo, donde en tan fr?gil materia imitan los vidrieros aves, plantes y animales con repetidos remedos. Vi la hermos?sima lonja, el numeroso comercio, las f?bricas suntuosas de templos y de conventos. Vi concursos numerosos,

muchos barcos en el puerto, y estaba medio turbado el vulgo por el suceso de paidanos y soldados, que estaban todos opuestos" y no fue poca inquietud la que causaron sus pleitos.

No pudo visitar el santuario de Montserrat, aunque,pas? al pie de su monta?a. Siguiendo el camino de Francia, entr? en

Gerona;

plaza de osados guerreros,

pues all? cuatro mil hombres, con mucho valor y esfuerzo,

a diez y seis mil franceses la plaza les defendieron, mat?ndoles la mitad y ganando por trofeo

cuatro estandartes franceses,

que colgaron en el templo de San Narciso, y los vi de las techumbres pendiendo.

Vese el sepulcro del santo, que est? con bello ornamento,

y l?mparas muy costosas ante sus aras luciendo.

Traspuesta la frontera con Francia, se intern? en el Rose U?n, "condado que fue en un tiempo/ de nuestra querida Es pa?a". Celebra su riqueza. Los guardias no le dejaron entrar

en Perpi??n, por ser espa?ol: cosa que le indign? pues los fran ceses viv?an y viajaban libremente por Espa?a. Calific? de gro sero el trato que le dieron aquellos franceses o "gabachos". Per

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

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pi??n le pareci? una plaza en estado de guerra, vista desde fuera. Sinti? mucho no ver los "dedos del Bautista", que all? se conservaban. En Narbona los guardias ?aunque estaban borrachos y can tando con sus 'Voces de terneros*'? fueron m?s corteses y le

dejaron entrar; lo mismo le sucedi? en otros pueblos de Francia por donde fue pasando. Con el fin de celebrar la semana santa en un convento, se encamin? a Montpeller, donde, haci?ndose entender en lat?n, pidi? hospedaje. Empezaron por darle celda estrecha, pero despu?s fue peor... Llev?ronme al refectorio, por mal nombre seg?n pienso, pues nunquam reficiuntur, y es su trato muy ratero.

All? viernes ni cuaresma se permite comer huevos;

comen hierbas muy cocidas y migas de pan moreno,

con dos muy leves sardinas y un vinillo claro y tenuo. Esto hay en el refectorio, no se c?mo est?n refectos.

Fui a la iglesia y vi que en ella

no hab?a puesto monumento;

no vi con decencia altar, y despu?s fui conociendo que esto pasa en toda Francia,

pues no hay templo de provecho;

las lamparillas de cobre, de palo los candeleros.

Esta pobreza de la semana santa francesa ?ni lavatorio

hubo el d?a de jueves santo? le hizo recordar los ricos ornamen

tos que se encuentran en cualquier pueblo de las Indias ?cual

quiera de ellos podr?a prest?rselos a Montpeller? y la gravedad

con que se celebraban los actos de culto en Espa?a. Se lo ma

nifest? as? a un caballero franc?s y ?ste le replic? que, en cam

bio, las posadas francesas eran superiores a las espa?olas en comodidad y limpieza, cosa que admiti? el mexicano, pero res pondiendo que cada cual hac?a las cosas a su modo: "el fran c?s cuida mesones/ y adorna el espa?ol templos". Sali? malhumorado de Montpeller y fue a pasar la pascua en Avi??n, ciudad pontificia sobre el R?dano, cuyos edificios This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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UNO GOMEZ CA?EDO

pondera mucho. El R?dano le pareci? m?s grande que quiera de los r?os vistos hasta entonces. Vio el sepulcro papas, "que el franc?s llama Pantero" (?). Siguieron por "Carpentro" (Carpentras) a los Alpes, cuya subida se perdi? el mozo de mu?as tomando por cerros en los que sufrieron una aparatosa ca'da, por fo sin consecuencias graves. Alcanzaron la cima por un lug mado Montgenevre que ?l castellaniz? en Monginebra: Monginebra la llamaron,

que ?ste es su nombre en efecto.

All? debe de tener

su palacio el cano invierno,

all? el Aquil?n su alcazar

y su morada los cierzos,

labrada toda de escarchas,

nieves y apretados hielos.

Qued? tremendamente impresionado por la blancura

nieve y lo escabroso de la bajada hacia Saboya. Le pa imposible que se pudiese pasar sobre la nieve, pero vi

all? sab?an hacerlo muy bien con ayuda de unos instrumen

de madera que dice llamaban "ramasas" (ramasses). Era

nejados con gran destreza, incluso por mujeres fuertes y e

gicas :

Estos se llaman ramasas,

fabricados de maderos con sus asientos de tablas, firmes, constantes y recios.

All? sientan al que pasa, y muy bien armados ellos,

de botas, zamarro y guantes,

por aquel despe?adero

se arrojan con la ramasa, y siempre entre nieve envueltos,

van por la nieve rodando y al pasajero teniendo

del cabo de la ramasa.

Saboya les recibi? bajo un verdadero diluvio, siendo abril.

Como mexicano, no pod?a saber que en ciertas regiones de Euro

pa corre el dicho "abril aguas mil". Turin le encant?, especial mente sus galer?as de pintura de las que hace una descripci?n bastante minuciosa, en la que demuestra conocimiento y apre This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

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ci? de los asuntos mitol?gicos. Por Vercelli, lleg? a Mil?n, que tambi?n describe y admira. Sigui? por Plasencia (Piacenza), Bolonia (donde visit? los sepulcros de santa Catalina y santo Domingo) y Faenza, tomando el camino de Ancona con el fin de visitar el santuario de Loreto. Lo describe todo con muchas reminiscencias cl?sicas.

Dando la vuelta hacia Roma, pas? por As?s, donde pudo

admirar los templos sobrepuestos de San Francisco, y entrever,

desde el templo medio, la cripta que guardaba los restos del santo. Baj? a la Porci?ncula en Santa Mar?a de los Angeles, a

la que cant? con fervor como a cabeza de la orden. Por Foligno, Spoleto, Terni y Civitt? Castellana lleg? a la vista de Roma el l9 de mayo de 1688, pero no pudo entrar en la ciudad porque el cardenal protector dispuso que los capitulares no lo hiciesen hasta el tiempo del cap?tulo general, que deb?a comenzar en la vigilia de Pentecost?s. Tuvo nuestro viajero-poeta que resignar se a esperar en la hoster?a de Ponte Milvio, comi?ndose los deseos de ver las maravillas de la Ciudad Eterna. Ocup? su tiempo en ordenar las notas de su viaje. Cuando, al fin, pudo entrar, su curiosidad y asombro no tuvieron l?mite. Las maravillas que contemplaba no le pare cieron inferiores a cuanto hab?a le?do en los autores cl?sicos y modernos. El visitante era sin duda hombre culto. Describe minuciosamente los museos del Vaticano, y a la biblioteca le dedica m?s de dos p?ginas. Muestra especial conocimiento de la mitolog?a y le interesaron mucho las obras de arte que en ella se inspiraron. Le fascinaron las grandes fuentes: Hay admirables fontanas con salvajes que, escupiendo

cristales, hacen hermosos aun sus mismos bultos feos.

En algunas, elefantes

est?n las aguas vertiendo,

en otras, bellos caballos,

y las hi i as de Nereo,

y N?yades coronadas

por conductos muy estrechos, desmenuzando cristales, vierten en mansos destellos.

Del cap?tulo general no dice mucho. Se celebr? en Aracoeli,

donde otrora promulgaba sus decretos el C?sar ?observa? y entonces se encontraba el convento central de los franciscanos.

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LINO G?MEZ CA?EDO

Hubo gran concurso de vocales ?la orden contaba entonces con unos ochenta mil frailes en todo el mundo? y "gran con cordia de lenguas". Supongo que lo dice porque todos se en tendieron en lat?n, o quiz? tambi?n por el acuerdo que rein? en sus decisiones. Pero no revela interioridades de lo sucedido de puertas adentro: obligaci?n del secreto en algunas cosas y discreci?n, sin duda, pero se me antoja que tambi?n falta de inter?s por las muchas pequeneces que siempre hacen perder el tiempo en asambleas y congresos.

Dos veces vio al papa Inocencio XI, un pont?fice al que

seguramente deseaba conocer de manera particular pues era quien hab?a aprobado los colegios apost?licos de Propaganda Fide (1686) y les dio estatutos que fueron aceptados por la orden en aquel cap?tulo general de 1688. El padre Castro fue un gran simpatizante de estos colegios y muri? como miembro

del primero que hubo en Am?rica: el de la Santa Cruz de Que r?taro. Despu?s del cap?tulo, hubo de permanecer todav?a un mes

y seis d?as en Roma,/"que tanto me detuvieron/ los italianos cu riales/ con sus muy largos adessos". Como era costumbre, lleva ba negocios para tratar en las oficinas de la curia pontificia, y los curiales, bur?cratas al fin, le dieron largas con las sacrosan tas palabras adesso, adesso, ahora, ahora. Todav?a quiso visitar

Frascati para ver la villa y jardines Borghese, de los que dice maravillas. Bien provisto de jubileos y reliquias, sali? de Roma

el 23 de junio,

de los ?talos huyendo,

amigos de los cuatrines

y no tan amigos nuestros.

Es gente toda embebida

en hechizar los dineros, el arte de bien vivir, lo saben de verbo ad verbum.

Sigue pintando donosamente a los italianos. Por Viterbo, Se na, Florencia ?cuyas obras de arte admir??, Pisa y su famosa torre, lleg? al puerto de Liorna (Livorno) donde alquil? una

fal?a con siete remeros y en ella fue costeando por Viarreggio, hasta Genova, ante cuyo floreciente comercio recuerda las pa labras de Quevedo : "que en Indias nace el dinero,/ muere en la potente Espa?a,/ y Genova le da entierro". Reembarcado en su fal?a, pas? a la vista de Saona y desembarc? en San Mauri cio (Porto Mauricio), hosped?ndose

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

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... en casa de un hostero, que me dio more italiano

macarrones y fideos,

comida tal que jam?s no la pruebo ni la apruebo, aunque ellos la alaban mucho y del espa?ol puchero hacen m?s ascos que suelen los jud?os de un torrezno.

Continu? por mar a Niza y despu?s tom? tierra en Nagaya (?), donde, al parar en casa de un "mesonero sacerdote", dit?

nuevamente rienda suelta a sus sentimientos antifranceses. Por Sanaye prosigui? su navegaci?n hasta Marsella y all? le conmo vi? el espect?culo de los galeotes en las galeras reales, que can

taban para enga?ar sus penas. Dejando all? la fal?a, sigui? el camino de tierra por Sanchemas (?), Arles, Carcasona, Tolosa, Tarbes y Pau, cuyos campos encontr? amen?simos, pero no aho rr? las invectivas contra los venteros franceses. En Perigord hosped?se por equivocaci?n en una posada de jud?os y, al ad vertirlo, pas? gran susto, rehusando toda comida y atranc?n dose de noche por dentro en su cuarto, prejuicio que es digno de nota en hombre de su cultura. En Bayona un penoso incidente no hizo m?s que echar le?a al horno de su antipat?a hacia los franceses. Los guardias lo detuvieron y llevaron ante el gobernador, quien ?seg?n nues tro viajero? lo recibi? groseramente, pero le dio, al fin, un pasaporte para entrar en Espa?a. Lo malo fue que tanto el gu?a como los aduaneros franceses no fueron m?s atentos que el gobernador, y el mexicano abandon? Francia de muy mal hu mor. En Espa?a, por el contrario, todo le pareci? bien: atentos los vecinos de ?r?n, bello San Sebasti?n, "que es famos?simo puerto,/ muy fuerte y muy bien poblado,/ muy apacible y ame

no".

Pas? dos d?as en Durango, cuyos habitantes hall? muy afec

tos al h?bito de San Francisco ?no en vano es la patria de

fray Juan de Zum?rraga? y desde all?, dice, "llegu? al curioso Bilbao/ y su hermosura no expreso,/ porque es sabida de todos'*.

En Vitoria, su pr?xima etapa, pudo conocer la m?sica y danzas populares vascas pues estaban en unas fiestas de la Virgen: le encantaron. Por Miranda de Ebro y Briviesca pas? a Burgos, de cuyos monumentos hace grandes ponderaciones. En el camino hacia Valladolid, en plena llanura castellana? This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LINO G?MEZ CA?EDO

observ? con curiosidad a los labradores en las eras: la cosecha de trigo, dice, hab'a sido copiosa aquel a?o. De Valladolid dice

que es

donde los reyes tuvieron su corte antigua, y qued?se con ios humillos de serlo.

Vi su bien pulida plaza, de la de Madrid remedo, que de lo que fue conserva

ciertos memoriones muertos.

All? est? el nombrado Ochavo y su calle de Plateros, espaciosa y bien sacada, mas dicen que est? sintiendo que de gorra hayan entrado en ella los sombrereros.

Vi al muy alegre Espol?n donde van a coger fresco,

con licencia de las ollas, los se?ores cazoleros; al buen Pisuerga gigante y al buen Esgueva pigmeo, que en el Espol?n se juntan.

Tambi?n visit? a la Virgen de San Lorenzo, y por Tordesi l?as y Olmedo continu? su viaje a Madrid. Afortunadamente, los salteadores que a veces aparec?an en el paso del Guadarra ma no se hicieron presentes esta vez y nuestro viajero-poeta pudo llegar a Madrid sin contratiempos. No hab?a embarcaci?n para las Indias v esto le permiti? conocer mejor a la capital de la monarqu?a y visitar algunos lugares vecinos ?el Escorial, Aranjuez, Toledo? cuyas maravillas no hab?a podido admirar la vez primera, y en el caso de Toledo se lamenta de ello. Pero si bien se hallaba en el "dulce centro/ de la poderosa Espa?a,/ que es Madrid, felice asiento/ de nuestro augusto mo narca,/ segundo Carlos egregio", poco dice en detalle de la mis ma, ni tampoco de Toledo, El Escorial y Aranjuez: Con la larga detenci?n

m?s despacio fui advirtiendo de la corte el mare magnum. El grande palacio regio, el Escorial, obra digna, de tan generoso due?o. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

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En Arajuez el Retiro, y aquel sitio tan ameno que hay en la Casa de Campo. Vi despacio el gran ornato de la iglesia de Toledo, y de otras grandezas muchas adquir? conocimiento.

Y aqu? termina su po?tica empresa. Y habiendo de Espa?a visto

lo m?s suntuoso y selecto, lo m?s bello y primoroso,

y lo m?s digno de aprecio, quise hacer punto redondo en este apunte peque?o, que para romance basta.

Sus versos se hab?an ido engarzando a todo lo largo de la

jornada: "Unos se hicieron en Indias,/ otros en el mar se hicie ron,/ algunos en nuestra Espa?a,/ otros en el franc?s reino ...".

En lo que pudiera ser un indicio de que imprimi? all? mismo

el libro, a?ade:

Dir?n que c?mo me animo

a imprimirlos, si confieso su poqu?sima cultura,

y al reparo respondiendo digo que ha sido esta audacia nacida de un mal ejemplo, porque he advertido en Espa?a

muy malos versos impresos y gritados por las calles

de muchas ciegas y ciegos,

y entre ellos podr?n ser reyes ?stos, si son s?lo tuertos.

La pulla no tiene nada de intenci?n anti-espa?olista, por supuesto. El uoeta-viaiexo era un criollo con honda nostalgia de su "querida Zacatecas", pero hondamente patriota de la "grande Espa?a", y hasta quiz? un poco patriotero. No hay

en su obra la menor huella de resentimiento contra ios gachu

pines. Creo que ni siquiera emplea una sola vez la palabra, o

alusi?n velada del mismo o parecido signo.

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LINO G?MEZ CA?EDO

II Fray Jose de Ledesma y su Itinerario historial

En la secci?n de manuscritos de la Biblioteca del Congre en Washington me sorprendi?, hace a?os, encontrarme co

relato del viaje de un mexicano que, a fines del siglo xvn, fu

de su patria a Roma visitando de paso algunas naciones Europa. Dicho relato tiene por t?tulo: Itinerario historial? je que hizo de la Am?rica Septentrional a la Europa el M.

padre fray Joseph de Ledesma, hijo de la santa provincia de

Santos Ap?stoles San Pedro y San Pablo de Michoac?n en Nueva Espa?a, lector de sagrada teolog?a y proministro p

el pr?ximo cap?tulo general de su religi?n, que se ha de cele

en la santa ciudad de Roma el a?o de MDCC". Es un v

men de 177 folios ?muchos de ellos da?ados por el agua? formato octavo. Perteneci? a las bibliotecas de Andrade

Fischer, en cuyos cat?logos figura, respectivamente, con los meros 2197 y 1900. A la vuelta de la portada aparece el nomb

de Jos? de la Rosa que corresponde probablemente a

impresor que trabajaba en la ciudad de M?xico durante primera mitad del siglo xix. Supongo que fue quien pos el manuscrito antes que Andrade y Fischer. Al realizar primeras b?squedas sobre el manuscrito y su autor supe exist?a otro ejemplar en poder del difunto licenciado Ign Herrera Tejeda, de Quer?taro, pero no he podido consulta Por fortuna, pude examinar ligeramente el manuscrito d

Biblioteca del Congreso v he ido reuniendo algunos datos sob

su autor. Los expondr? a continuaci?n.

A. Noticias biogr?ficas del padre Ledesma

Algunas nos suministra ?l mismo en la portada de su obra

como era uso en las de aquel tiempo, contiene el esqueleto la biograf?a del autor: franciscano de la provincia de Mic c?n, profesor que hab?a sido de teolog?a y ahora ?como especie de remate de su carrera? designado para represen a su provincia en el cap?tulo general de la orden, comis que supon?a un honroso viaje a Europa. Otros datos auto

gr?ficos se encuentran en el Itinerario historial, aparte de l

incidencias del propio viaje que veremos m?s adelante. E fuente nos informa, por de pronto, que el padre Ledesma This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DOS VIAJEROS MEXICANOS

151

natural de Chamacuero (hoy Comonfort), donde viv?an a?n sus padres y parientes cuando parti? para Europa. Su nom

bramiento como proministro para el cap?tulo general tuvo lugar

en el cap?tulo provincial de 1696, en que termin? su mandan dato el padre fray Pablo Sarmiento. Dicho cap?tulo provincial fue presidido por el comisario general de la Nueva Espa?a, fray Manuel de Monzaval (1695-1699),. Pero he conseguido reunir otras noticias. En el cap?tulo Drovincial intermedio de 1692 (Quer?taro, 6 de diciembre) el padre Ledesma hab?a sido nombrado catedr?tico de filoso f?a para el colegio de Celaya, que era el centro de estudios m?s importante de la provincia. Proced?a de un centro de menor categor?a ?el de Valladolid, hoy Morelia?, donde el a?o anterior figuraba entre los tres catedr?ticos de teolog?a que ense?aban en aquel estudio. En aquel convento hab?a sido nombrado predicador por el cap?tulo intermedio de 1690 (Que r?taro, 14 de enero) : para dicho ministerio estaba examinado y aprobado desde 1685. En Celaya no tard? en ser promovido a una c?tedra de teolog?a. La desempe?aba ya en 1694, y fue confirmado en la misma por el cap?tulo intermedio celebrado en agosto de 1695. Segu?a en dicho cargo el 2 de septiembre de 1696, cuando fue designado proministro. Y por el momento sigui? figurando entre los tres lectores de teolog?a de aquel estudio, si bien no firm? las actas correspondientes, indicio quiz? de que se hallaba ausente. En el cap?tulo intermedio o congregaci?n provincial de 1698 (Quer?taro, 1? de febrero) no figura entre los lectores de teolog?a de Celaya; como veremos en seguida, hab?a em prendido ya el camino de Europa. Pero su nombre reaparece en las actas del definitorio provincial a 30 de mayo de 1701 : en esa fecha fueron aceptados por la provincia varios t?tulos que le hab?an sido concedidos en el curso de su viaje a Espa?a y Roma. El primer lugar, el de predicador general otorgado por el ministro general saliente fray Mateo de San Stefano, y en segundo lugar el de "padre de provincia" y regente de estudios de Celaya, que hab?a obtenido del comisario general de Indias, fray Alonso de Biedma. Los dos primeros, por lo menos, eran meramente honorarios ?peque?as condescendencias con la va nidad? pero sol?an llevar consigo alguna ventaja material. Por otra parte, los religiosos designados para una misi?n deli cada como la de representar a su provincia en el cap?tulo general de la orden, eran, de ordinario, personas de distinguido m?rito. This content downloaded from 128.199.224.68 on Fri, 06 Oct 2017 06:17:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LINO G?MEZ CA?EDO

En noviembre de 1705 fue confirmado en el cargo de guar

di?n del convento de su peque?a patria ?Chamacuero? que era tambi?n parroquia importante administrada por los fran

ciscanos. El hecho de haber sido "confirmado" supone un

nombramiento anterior, quiz? fuera de cap?tulo, probablemente

en 1703 o 1704.28 A esto se reduce cuanto he logrado saber acerca de este segundo viajero mexicano que en las postrimer?as del siglo y

en los meros inicios del xvixi hizo el prestigioso y entonces fati goso giro de Europa. Es probable que ulteriores investigaciones

tanto en el archivo de la provincia de Michoac?n como en el

parroquial de Chamacuero (Comonfort) fructifiquen en algunos datos nuevos, como tambi?n pudiera aparecer alg?n manuscrito

de sus lecciones, pero lo dicho basta para darnos una idea del

personaje. El examen del Itinerario historial nos permitir? am

pliarla un poco.

B. El Itinerario historial o viaje a la Europa

Dejo ya indicadas las caracter?sticas externas del manus crito que he podido examinar. En cuanto a la calidad de su

contenido podr?a decirse, en general, que se trata de un relato sencillo, sin pretensiones literarias de ninguna clase. Pero esto quiz? no disminuye s m valor como testimonio. Parece el reflejo

sincero de lo que vio y pens? de una importante parte de Europa que tuvo el raro privilegio de recorrer. Lamentable mente, el estado del manuscrito hace dif?cil, o casi imposible,

la consulta de varias de sus partes, y por otra parte yo no he podido estudiarlo con la detenci?n que hubiera deseado. Inten tar?, sin embargo, hacer un resumen de lo que contiene. Su autor sali? de Celaya el 17 de diciembre de 1697. Por Apaseo y Quer?taro lleg? a la "imperial ciudad de M?xico", donde hizo ios tr?mites necesarios para su embarque con la ayuda del procurador general de los franciscanos, fray Buena ventura de Armaolea. El 2 de enero le fue concedida por el virrey conde de Moctezuma licencia para embarcarse, y el 16 del mismo mes sali? de la capital rumbo a Veracruz. Tomando la calzada de la Piedad, fue a comer a Chaico en la venta de un vizca?no, "que le dio de comer en vascuence y a mis cabalga 28 Todos estos datos est?n tomados del Libro becerro de la provin cia de Michoac?n, vol. i, fols. 319, 342, 346; vol. il, fols. 4v, 16, 26v,

47v-48, 58; vol m, fol. 75, en ACel.

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DO S MA J ERO S M EXIC AN O S

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duras en jerigonza; s?lo en ajustar la cuenta a su modo... no estuvo tan tartamudo". Sigui? por Riofr?o a Puebla, ciudad

que describe y elogia mucho. El 23 de enero estaba en Amozoc y fue a dormir en la venta del Pi?al. Siguiendo por Nopaluca,

hizo noche en la venta de Mart?nez, al lado de un cerro

llamado Bernai, tan alto, dice, que es el primero que se des cubre desde el mar viniendo de Espa?a. La pr?xima noche durmi? en Perote, y desde all? sigui? a Jalapa, y el Lencero, primera venta de tierra caliente. Por La Rinconada, arrib? a

Veracruz.

"Estas ventas ?escribe? son cosa de risa. La posada es de amos sacos con techos de paja, la cama de unos barejones, la comida sobre nada limpia, muy poca y muy cara; y aca b?se la venta." Hace una descripci?n interesante de Veracruz, hirviendo en

actividad y movimiento durante los d?as previos a la partida

de la flota. Pas? all? la semana santa, si bien dice que ad

virti? su llegada por el calendario, no por la solemnidad de las funciones lit?rgicas. Sin embargo, la procesi?n del santo sepul

cro le pareci? maravillosa. La flota que se dispon?a a zarpar estaba compuesta por nueve navios, convoyados por tres de la armada de Barlovento, mandada ?sta por don Andr?s del Pez. Varios navios de la flota hab?an sufrido mucho durante la

larga "invernada" de veinte meses en un puerto donde

la bruma hac?a estragos. Seg?n nuestro viajero, "s?lo un navio

de Cuba y un navio campechano [ambos de la administra ci?n de un capit?n vizca?no llamado Aguirre] est?n de provecho.

Ajust? mi pasaje en el navio campechano, que aunque es nuevo y sin experiencia, por ser ?ste el primer viaje, me llev? los ojos lo fornido y fuerte de su f?brica". En total, tomaron pasaje en aquella flota hasta veinte franciscanos, varios de ellos delegados,

como el padre Ledesma, al cap?tulo general que dos a?os des pu?s, en 1700, iba a celebrarse en Roma. La despedida de la flota tuvo lugar el 15 de mayo. Hubo

una misa a la Virgen del Rosario en Santo Domingo, con

asistencia de los proministros y custodios de las provincias franciscanas que part?an para el cap?tulo general; por la tarde, la imagen de la Virgen fue llevada en procesi?n hasta el muelle.

La salida deb?a ser el s?bado 17, pero hubo de aplazarse porque el gobernador no pod?a firmar los pliegos de contadur?a

a causa de hallarse excomulgado por haber extra?do a un reo

que hab?a buscado asilo en el hospital... Al fin, se dio la orden

de salida para el 24 de mayo de 1698.

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LINO G?MEZ CA?EDO

"C?pome por rancho ?escribe el padre Ledesma? un ca marote a la banda de babor, inmediato a la capilla, muy de mi gusto, y, por estar fuera de la Veracruz, en mi estimaci?n mejor que un palacio. Ten?a bastante capacidad para meter una cama, una caja grande, un barril de vizcocho blanco, una petaquilla de chocolate y algunas medicinas." El calor en Veracruz hab?a sido insoportable, e igualmente los mosquitos y el ruido. . . La flota empez? a dejar el puerto el d?a 25, pero no estuvo toda en mar abierto hasta el 28. Aquellas naves estaban a merced del viento. En 22 de junio se hallaban frente a La Habana. Hicieron all? la espera acos tumbrada. Ledesma hace una descripci?n de la ciudad desde el folio 16. La traves?a atl?ntica fue larga, pues no llegaron a C?diz hasta el 22 de septiembre. Entre sus observaciones de navegante, que no son muchas, nos ofrece un interesante voca

bulario n?utico (fols. 156 ss). En C?diz se encontraron con

una expedici?n de misioneros para Caracas, que estaba siendo despachada.29 Por el Puerto de Santa Mar?a, Chipiona y San L?car de Barrameda, y desde all? navegando por el Guadal quivir lleg? nuestro viajero a Sevilla, de cuyos monumentos hace una descripci?n llena de entusiasmo. Sigui? por C?rdoba, And?jar, Sierra Morena y Alcal? de Henares, a cuya univer sidad, colegios y vida estudiantil dedica los fols. 33-36. Estaba all? el 3 de noviembre de 1698.

Continu? a Madrid, "ep?logo del mundo, com?n patria de todos". En este tono, enumera las cosas que le llamaron la atenci?n (fols. 36-37). Siguiendo su camino a Barcelona, visit? Guadalajara y Zaragoza, al parecer muy de prisa. En cambio, estuvo una larga temporada en Barcelona, de la que da muchas

noticias. Deb?a ser predicador notable, porque le invitaron a predicar en muchas oartes. El 12 de septiembre de 1699 sali? para Genova y desde aquella ciudad continu? hasta Roma por

Mil?n ?donde estuvo muchos d?as? Bolo?a, Loreto y otros lugares de Italia. Estuvo asimismo en ?ap?les.

En Roma vio al papa ?Inocencio XII? el 14 de mayo de

1700. El 17 de junio, terminado el cap?tulo general de los fran

ciscanos y despachados otros asuntos que se le hab?an enco mendado, emprendi? el viaje de regreso, siguiendo fundamen talmente el camino de ida: Livorno, Genova, Saona, Marsella, 39 La lista de los misioneros que formaban esta expedici?n puede verse en mi obra sobre la provincia de Santa Cruz de Caracas. (G?mez

Ca?edo, 1974, i, p. 66).

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DOS VIAJEROS MEXICANOS

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Barcelona, Madrid. Desde la capital de Espa?a continu? a Sevilla y de all? a C?diz, lugar de su embarque. El 21 de marzo

de 1701 estaba de vuelta en Veracruz. Su viaje a Europa hab?a durado casi tres a?os.

Son muchas las reflexiones que cabr?a hacer tanto a prop? sito de los autores como de sus relatos: lo uno inseparable de lo otro. Tomar?an por rumbos muy varios, seg?n el criterio de cada eventual lector. De las m?as, insinu? algunas en el

curso de este trabajo, y no quiero a?adir nada sobre la materia. Prefiero ofrecer los dos relatos como simples testimonios his t?ricos: testimonios de c?mo se viajaba entonces, de una menta

lidad determinada, de lo que interesaba a dos mexicanos de visita en Europa, y de c?mo ?stos juzgaban a las gentes y cos tumbres de aquellos pa?ses. El resto lo dejo para otros, o quiz?

para otra ocasi?n.

SIGLAS Y REFERENCIAS ACel Archivo de la provincia franciscana en Celaya. ACQ Archivo del Colegio de Quer?taro. AGI Archivo General de Indias, Sevilla.

BNM/CL Biblioteca Nacional, M?xico, Colecci?n Lafragua.

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Berist?in de Souza, Jos? Mariano 1883 Biblioteca hispano-americana septentrional, 2a. ed. Amecameca, 3 vols.

Givezza, Marcellino da 1979 Saggio di bibliograf?a geogr?fica, storica, etnogr?fica sanfrancescana. Prato.

Espinosa, Isidro F?lix de 1964 Cr?nica de los colegios de Propaganda Fide de la

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156 LINO G?MEZ CA?EDO

Nueva Espa?a, Lino G?mez Ca?edo, ed. Washing Academy of American Franciscan History.

G?mez Ca?edo, Lino

1974 La provincia franciscana de Sania Cruz de C

Cuerpo de documentos para su historia (1513-1

Caracas, Academia Nacional de la Historia, 3

Medina, Jos? Toribio

1898-1907 Biblioteca ~ hispano-americana (1493-1819 go de Chile, 7 vols.

1907-1912 La imprenta en M?xico ? 1539-1821, San Chile, 8 vols.

Palau y Dulcet, Antonio

1948 Manual del librero hispanoamericano: Biblio general espa?ola e hispanoamericana desde

venci?n de la imprenta hasta nuestra nuestros

2a. ed. Barcelona.

San Antonio, Juan de

1732-1733 Bibliotheca universalis Franciscana. Madrid, 2

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EXAMEN DE LIBROS Frans J. Schryer: The rancheros of Pisaflores: The history of a peasant bourgeoisie in twentieth-century Mexico. Toronto, University of Toronto Press, 1980. xn 4- 210 pp., ilus. En este libro Frans Schiyer nos ofrece una magn?fica monograf?a sobre las condiciones econ?micas, pol?ticas y sociales de una peque?a

regi?n mexicana: la Sierra Alta de Hidalgo y, en especial, el mu nicipio de Pisaf lores, un valle de 159 kil?metros cuadrados que ac tualmente cuenta con s?lo diez mil habitantes. El autor traza la compleja historia de Pisaf lores desde su nacimiento como una regi?n remota y poco habitada a fines del siglo xvrn hasta nuestros d?as y nos cuenta de su florecimiento econ?mico durante el porfiriato, de

la intensa actividad pol?tica y relativa estabilidad econ?mica que vivi? durante la revoluci?n, de su empobrecimiento a partir de los

a?os treinta, y de las crecientes tensiones sociales, deterioro econ?mico

y movilidad descendente de casi toda su poblaci?n desde la d?cada de los setenta. El estudio es fruto del intenso trabajo de investigaci?n de diez a?os, de la formaci?n multidisciplinaria del autor, y .de la aplica ci?n de una refinada metodolog?a. Schryer revis? archivos y hemero

tecas, realiz? m?ltiples entrevistas y proces? en, computadora sus datos sobre propiedades rurales y urbanas, sobre diversas^ actividades

econ?micas como pago de impuestos, producci?n de, caf? y az?car, etc., junto con informaci?n sobre cargos pol?ticos* referencias genea

l?gicas y otras. De aqu? obtuvo una buena imagen de la estructura de clases existente en Pisaflores, los cambios que ?sta fue sufriendo

en el tiempo y la participaci?n pol?tica de cada grupo social, as? como del origen de clase de los personajes m?s connotados en la vida

pol?tica. La problem?tica central que gu?a este libro es el an?lisis de un sector social poco estudiado y menos comprendido: el de los pe

que?os y medianos terratenientes, comunmente denominados ranche ros. Hasta el momento, arguye el autor, se ha ignorado la importan

cia econ?mica y pol?tica que llegaron a tener en el presente siglo. Este olvido relativo se debe, en buena medida, a que la mayor parte

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EXAMEN DE LIBROS

de los estudios sobre la revoluci?n, inclusive los m?s actuales, se han centrado en regiones dominadas por los grandes hacendados, haciendo

hincapi? en los conflictos que ?stos hab?an generado con los campe sinos sin tierra, as? como en los cambios introducidos en esta forma de dominaci?n, particularmente a trav?s de la toma de tierras y la reforma ejidal. Adem?s, las pocas referencias hechas sobre ranche ros son contradictorias: se les ha catalogado como pol?ticamente pa sivos, como los m?s din?micos l?deres revolucionarios del norte del pa?s, y como los principales sostenes de movimientos tachados de reaccionarios, como la cristiada y el sinarquismo. La mayor?a de los autores simplemente los han omitido o subsumido en el ambiguo t?rmino de "clase media", en vez de tratarlos como un sector social con sus propias caracter?sticas e intereses. El aporte fundamental del libro es un magn?fico an?lisis de cla ses, basado en una definici?n estrictamente marxista, y en el cual no s?lo se se?alan las modalidades econ?micas de cada grupo, sino tambi?n su comportamiento pol?tico, sus intereses, alianzas y anta gonismos vistos din?micamente en los momentos hist?ricos m?s im portantes. De este an?lisis Schrycr conforma el concepto de ^bur gues?a campesina" para caracterizar a los rancheros, el sector clave de su libro, y para superar los defectos m?s obvios del concepto de "clase media" o "peque?a burgues?a" que, aplicados al caso mexicano, se han utilizado de una manera demasiado laxa, ignorando las im portantes diferencias entre sus componentes. Es importante se?alar el car?cter innovador del libro de Schryer en relaci?n con la historiograf?a del siglo xx. Precisamente una de las tesis m?s usuales sobre la revoluci?n ?expresada desde el por ftriato por Andr?s Molina Enr?quez en su famoso libro Los grandes problemas nacionales? es que la gran hacienda se hab?a convertido en el obst?culo fundamental para el desarrollo del pa?s atando al

grueso de la poblaci?n ?los peones? a una existencia cercana a

fesclavismo, y acaparando grandes extensiones de tierra sin trabajarlas intensamente ni con m?todos modernos, convirti?ndose, por ello, en

una instituci?n antiecon?mica que imped?a el desarrollo de una clase

de peque?os propietarios. ?ltimamente se ha insistido en la necesi dad de matizar esta idea, de marcar diferencias regionales, de se?a

lar en qu? ?poca y a qu? ritmo avanz? la monopolizaci?n de l

tierra, y de mostrar c?mo el desarrollo capitalista moderno e inte grado a mercados nacionales e internacionales avanzaba ya en mu This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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chas regiones, como la escogida para este estudio. Adem?s, los mis mos datos censales muestran que la clase de peque?os y medianos propietarios ?en la que tantos revolucionarios pusieron sus espe ranzas? no era tan embrionaria como tradicionalmente se ha se?a lado, sino que se encontraba en r?pida expansi?n: entre 1854 y 1910

los ranchos en todo el pa?s pasaron de 15 054 a 47 939. A diferen cia de lo sostenido por otros analistas, el autor arguye como tesis central de su trabajo que los rancheros, y en especial los del centro

de M?xico, constituyeron una fuerza pol?tica significativa durante el porfiriato, en la revoluci?n de 1910 y en su posterior fase de institucionalizaci?n, y que sus acciones determinaron, en buena me

dida, tanto la direcci?n como los resultados de este movimiento. Veamos someramente los datos que se aportan en este libro para sostener tales ideas.

En la Sierra Alta hidalguense, desde la segunda mitad del siglo Xrx, la r?pida expansi?n del comercio transform? una agricultura de autosubsistencia, basada en las relaciones patriarcales entre unos

pocos terratenientes espa?oles y una gran masa de campesinos po bres, en una agricultura comercial ?b?sicamente de ca?a de az?car y caf?? ligada a mercados m?s amplios, que dio lugar al trabajo asalariado y al surgimiento de una nueva clase: la de los rancheros. Durante el porfiriato, y como en muchas otras regiones en donde la gran hacienda no tuvo un desarrollo extremo, esta clase social lleg? a ser econ?micamente importante, influyente en la sociedad, y hasta

dominante en la vida pol?tica. A pesar de su modestia frente a los mayores terratenientes, estos rancheros, por lo menos en Pisaflores,

contrataban asalariados de manera constante, arrendaban parte de sus tierras, y formaban un grupo num?ricamente significativo. En suma, esta burgues?a campesina constitu?a una verdadera clase alta local vis-?-vis los campesinos pobres que de ellos depend?an. En 1880

se empez? a dividir Tampochocho, la primera y m?s grande ha cienda de la regi?n, originando terribles disputas entre sus reclaman tes y creando dos facciones pol?ticas dominadas por familias rivales: los Rubio, descendientes directos del due?o original, y los Alvarado. Desde entonces hasta la fecha la vida pol?tica de Pisaflores ha estado

dominada por una serie de disputas faccionales entre los miembros de la clase alta local que, en buena medida, s?lo es continuaci?n de la contienda original. A pesar de su casi uniforme oposici?n al r? gimen de D?az en 1911, estas facciones encabezadas por rancheros

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EXAMEN DE LIBROS

continuaron dominando el panorama pol?tico durante y despu?s de la revoluci?n.

Se entra aqu? necesariamente a una de las grandes preguntas sobre la naturaleza de la revoluci?n mexicana: ?cu?l fue la parti cipaci?n pol?tica y militar de los campesinos pobres sin tierra? Sa bemos que en el caso zapatist? fueron ellos su motor fundamental, pero ?es v?lido extrapolar esta situaci?n al resto del pa?s, como tanto se ha hecho? En el caso de Pisaflores, Schryer nos presenta una imagen muy diferente de lo que fue este movimiento, pues no s?lo no surgi? como una presi?n incontenible de las masas en las zonas rurales, sino que la actuaci?n de los campesinos m?s despo se?dos fue m?nima y controlada por la clase alta local. De hecho, y ?ste es uno de los puntos claves del libro, nunca se lleg? a desarrollar una verdadera lucha de clases, ni durante el por firiato ni durante la guerra civil ?cuando hubiera habido m?s opor tunidades dado el deterioro del sistema pol?tico nacional ?ni tam poco en la fase posterior de institucionalizaci?n. Las causas para tan notable ausencia fueron varias: en la Sierra Alta de Hidalgo las hacienda? no incurrieron en los excesos de otras zonas como Morelos,

?ii tampoco hubo la polarizaci?n extrema entre ricos' y pobres que dividi? y enfrent? a ?stos en otros distritos rurales. La raz?n m?s profunda para explicar por qu? los campesinos despose?dos no alcan

zaron una conciencia de clase que hubiera redituado> en su bene ficio se encuentra en sus fuertes relaciones verticales con la bur

gues?a local, generalmente los rancheros. Tales nexos no fueron s?lo econ?micos sino tambi?n, y esto tuvo un peso determinantej pol?ticos

y culturales. Ambos polos de la sociedad de Pisafl?res se encontra ban estrechamente unidos por lazos paternalistas, actitud pol?tica que prevaleci? hasta los a?os cincuenta, fecha en que a?n era fre cuente que lois terratenientes proveyeran a sus trabajadores :y* arren

datarios con prestarnos, parcelas y ayuda personal ?por ejemplo en caso de enfermedad. Los v?nculos personales que un?an a estos individuos de clases opuestas eran, adem?s, antiguos-e intensos. Sobre

todo en los poblados m?s alejados, los rancheros compart?an con sus trabajadores toda una forma de vida, una cultura, gustos y di versiones, frecuentemente hasta un mismo origen, as? como rela ciones de compadrazgo y amistad. Era tambi?n com?n que algunos campesinos establecieran una relaci?n cercana con un solo patr?n para el cual realizaban todo tipo de labores, y estos trabajadores This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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permanentes, llamados "peones de compromiso", gozaban de pri vilegios especiales que aseguraban su lealtad a los rancheros: pr?sta mos, permisos para sembrar cultivos especiales, etc. Por ?ltimo, e insistiendo en su an?lisis de clase, el autor hace hincapi? en que la subordinaci?n pol?tica de estos campesinos se derivaba tambi?n del

aislamiento que les impon?an sus labores agr?colas, as? como de su extrema inseguridad ?muchos eran asalariados por d?a? lo que los hac?a sumamente dependientes de sus parientes m?s acomodados, patrones, l?deres y funcionarios.

Todos estos argumentos sobre la falta de lucha de clases vienen a comprobar las hip?tesis de muchos te?ricos en el sentido de que los campesinos m?s despose?dos no son los m?s activos pol?ticamente, ni los m?s revolucionarios. Al respecto las ideas de Hamza Alavi son particularmente ?tiles. Se?ala que la pasividad de estos trabajado res se finca en su situaci?n objetiva de dependencia e inseguridad y que su potencial pol?tico s?lo se materializa cuando una guerra o una revoluci?n destruye la estructura de poder existente y la posi ci?n dominante de la elite local, situaci?n que no tuvo lugar en Pisaflores ni con la revoluci?n de 1910 ni con la reforma agraria con que C?rdenas modific? la estructura de la propiedad en tantas otras partes del pa?s. Las consecuencias de esta ausencia de lucha de clases en Pisa

flores fueron profundas en m?s de un sentido, pues la revoluci?n no pudo imponer cambios decisivos sobre la propiedad, la domina

ci?n pol?tica, o la estructura de clases sociales. En todo caso, cuando ?sta se vio modificada, fue por condiciones econ?micas del mercado internacional ?como el boom cafetalero de los a?os veinte y cua renta?, y por una decisi?n federal ?construir una nueva carretera alejada del municipio, lo que lo coloc? en un plano secundario en varias actividades econ?micas como el comercio y el turismo.

Adem?s, como para la burgues?a campesina de Pisaflores la re voluci?n no signific? un desaf?o, la vida pol?tica sigui? dominada por sus conflictos facci?nales, en los que buscaba acrecentar sus intereses econ?micos a costa de sus rivales. Los hacendados y ran cheros no tuvieron ning?n problema para convertirse en los l?deres

locales de las diversas facciones revolucionarias del pa?s, ni en ase gurar su independencia reclutando a su propia gente, buena parte de la cual eran parientes, empleados y arrendatarios. Una vez pasados los a?os m?s dif?ciles de la revoluci?n muchos j?venes terratenientes This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

pudieron iniciar importantes carreras pol?ticas y administrativas ?dos de ellos llegaron a ser gobernadores? mientras que algunos l?deres de la etapa armada consolidaron su poder?o convirti?ndose en los hombres fuertes de la regi?n. Esta capacidad de los ranche ros para permanecer en la cresta de la ola pol?tica ayuda a explicar la continuidad del caciquismo en muchas ?reas rurales. En la etapa de consolidaci?n pol?tica esta burgues?a campesina sigui? dominando. Durante el cardenismo sus dirigentes pudieron beneficiarse de su vestimenta y estilo poco refinado para ser catalo gados como "verdaderos campesinos" y "defensores del proletariado''

por los pol?ticos de izquierda alejados de la Sierra Alta. De estos rancheros surgieron l?deres "agraristas" que en realidad utilizaron la lucha por la tierra como un medio m?s para atacar a la facci?n rival, intentar repartir las propiedades de alg?n antiguo dirigente revolucionario, o suprimir algunos l?deres genuinamente campesinos

que mostraban cierta independencia. En suma, la promesa de la tierra se us? como una estrategia por parte de una facci?n de la bur

gues?a local para ganar apoyo popular, as? como para asegurar su posici?n pol?tica y su acceso a cargos p?blicos y a ciertas ventajas materiales. Por ello fue, entre otras cosas, que mientras C?rdenas destru?a a la hacienda como el eje del campo mexicano, en Pisa flores ni una sola propiedad rural, ni siquiera la del cacique pre

revolucionario, fue dividida entre los campesinos sin tierra. La crea ci?n de los dos ejidos con que actualmente cuenta el municipio tuvo que esp?r?t a los a?os sesenta, cuando Jas autoridades constituyeron ?stos para contraatacar la gran influencia pol?tica que lleg? a tener

el entonces padre del lugar. Ya en los a?os cuarenta, debido a factores externos al municipio,

comenz? un deterioro econ?mico que empobreci? a todas las clases sociales, incluidos los rancheros. Tambi?n se inici? un cambio deter

minante en la vida pol?tica debido a la ingerencia de un gobierno central cada vez m?s fuerte y efectivo. Las disputas faccionales que

hab?an caracterizado siempre a la lucha por el poder en Pisaflores bajaron de tono, y el uso de la violencia fue remplazado por nuevas formas de manipulaci?n en las que l?deres y autoridades locales eran menos aut?nomos del reconocimiento y las directrices emana das de la federaci?n. En esta creciente centralizaci?n e| partido do minante jug? un papel clave, y el nuevo hombre fuerte fue, precis mente, una figura central en la red del patronazgo derivada del pk This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAM E N DE LIBRO S

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Se iniciaba as? una nueva forma de poder?o regional en la que el cacique, a pesar de poseer tierras, no derivaba su autoridad sobre los campesinos de su trato directo como patr?n y protector, sino de su cargo de tiempo completo dentro de la estructura burocr?tica nacional. Cuando estos hombres fuertes de corte m?s moderno trata ron de aumentar sus bases de poder impulsando nuevamente el pro grama ejidal surgieron, en algunos casos, l?deres genuinamente cam

pe?nos. Ann cuando en los a?os sesenta y setenta la rucha de clases y las reivindicaciones agraristas estuvieron ya muy presentes, tam

bi?n volvi? a tomar vuelo la lucha pol?tica entre facciones rivales encabezadas por terratenientes. A fin de cuentas, y a pesar de la revoluci?n mexicana y de los gobiernos reformistas, el faecionalismo pol?tico y la estructura del poder hab?an cambiado muy poco desde que Pisaflores se hab?a originado. El libro de Schryer es tambi?n importante dado que se puede generalizar a otras regiones del pa?s su hip?tesis central: que Ta pol?tica agraria en las regiones dominadas por rancheros obedece menos a una manifestaci?n del conflicto entre clases que a la com petencia econ?mica y pol?tica de facciones rivales de las clases artas locales. Tal parece haber sido el caso en algunas partes de la con tigua Huasteca, donde la hacienda tampoco era dominante. Pof ejemplo, en la Huasteca potosina, la familia de los Santos, medianos propietarios y caciques de Tamazunchale, distrito vecino de Pisa flores, se?ore? aun desde antes del porfiriato. Durante el gobierno de D?az, y a pesar de la prosperidad de sus fincas, la familia se encontr? un tanto ajena al auge econ?mico que entonces experi mentaron otros rancheros huastecos, sobre todo los beneficiados por et

paso del ferrocarril. M?s importante a?n es el hecho de que k>s Santos estaban enfrascados en duelo frontal con otra familia ($e terratenientes de la regi?n, y que padec?an un tenaz hostigamiento pol?tico, ya que, a pesar de haber sido tuxtepecanes, en la d?cada de los ochenta hab?an conducido una fracasada revuelta que tuvo nexos tanto con otros rancheros cuanto con ind?genas y campesinos del lugar. Los Santos, pues, se fueron a la revoluci?n para recuperar

una preponderancia pol?tica y econ?mica que se iba derrumbando. Durante la lucha armada y los primeros gobiernos revolucionarios lograron controlar, con altibajos, el poder y la vida miMtar de su zona, y hasta llegaron a dominar en todo San Luis Potos? durante la gobernatura y el cacicazgo de Gonzalo N. Santos. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

Tambi?n en las Huastecas veracruzana y tamaulipeca, en la 5M>na petrolera alrededor de Tampico, observamos un fen?meno po

l?tico semejante. Aqu? los medianos terratenientes que estaban be nefici?ndose ampliamente de la explotaci?n petrolera lograron du rante la revoluci?n un control casi absoluto de la vida militar y de su zona a trav?s de uno de sus miembros, Manuel Pel?ez. Este,

quien fuera el hombre fuerte indiscutible de la regi?n entre 1914 y 1920, era nieto de un cacique de Tantoyuca, Veracruz, heredero de algunos ranchos tanto por v?a materna como paterna y, ya desde el* porfiriato, vocero de los intereses econ?micos de esta clase social.

En suma, el libro de Schryer y lo que sabemos que ocurri? en otros puntos del pa?s nos ofrecen historia de la revoluci?n me xicana, hasta el momento una de las menos conocidas. En ?sta la revoluci?n no se tradujo en el fin de las clases altas y ni siquiera en un desaf?o, a su preeminencia. Por el contrario, ser?a precisamente

del seno de ellas de donde surgir?an muchos de los l?deres de la lucha armada, de los hombres fuertes regionales, y de los dirigentes y funcionarios estatales y nacionales. De esta manera, la revoluci?n

ao s?lo implic? la permanencia del caciquismo sino incluso de las familias que ya eran dominantes. Todo esto vuelve a poner en evi dencia la necesidad de revaluar la idea original sobre la revoluci?n en tanto el estallido incontenible de una lucha de clase popular y emin en teniente campesina.

Por otro lado, existen algunos puntos obscuros en el libro que coavendr?a haber desarrollado con mayor precisi?n. La laguna m?s notable surgi? de que, en buena medida, se consider? la historia de Pisaflores aislada de los acontecimientos pol?ticos y agrarios de la entidad y del pa?s. S?lo en algunos casos ?stos se tomaron en cuenta,

sobre todo en relaci?n con las incongruencias del agrarismo carde rtista, ya que en este municipio C?rdenas se ali? precisamente con l?s personajes opuestos al reparto. As?, a lo largo del trabajo no se hace menci?n debida de la influencia que sobre Pisaf lores de bieron haber tenido organizaciones, l?deres y movimientos agraris

tas ajenos al municipio ?por ejemplo alguna liga de comunida des agrarias de Hidalgo, la Confederaci?n Campesina Mexicana, etc. En todo caso, se debi? se?alar por qu? no la tuvieron. Tampo co se aclara convenientemente cu?l fue la pol?tica hacia el campo

de las autoridades locales ?por ejemplo si hubo leyes, pro yectos ideol?gicos o reformas a la propiedad favorables a los cam This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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pesinos, o a los terratenientes? orientaciones que cobraron especial trascendencia durante la g?era civil e inmediatamente despu?s, ya que entonces los estados resolv?an sus asuntos con gran autono m?a respecto del gobierno central. Tambi?n hubiera sido deseable que se insistiera en las repercu siones que sobre este municipio tuvieron las principales tendencias del agrarismo en el pa?s : el choque entre las diversas corrientes ideol?gicas, los postulados de las organizaciones campesinas, el

avance del programa ejidal, etc. Por ejemplo, para que los ran cheros de Pisaflores mantuvieran su dominio pol?tico y econ?mico debi? haber sido sumamente ben?fico e? proyecto agrario de los gobiernos de la Revoluci?n. Sobre este punto capital existi? una gran coincidencia entre los presidentes Madero, Huerta, Carranza, los tres aguapriet?stas ?De la Huerta, Obreg?n y Calles? y los del maximato ?Portes Gil, Ortiz, y Rodr?guez. Todos ellos fue ron siempre defensores de la propiedad privada, m?s exactamente de la mediana propiedad, y ve?an precisamente en los rancheros las posibilidades no s?lo de una modernizaci?n agr?cola sino tam bi?n del desarrollo pol?tico y social de M?xico. Para ellos el ejido

?considerado desde la ley de enero de 1915? no era m?s que

una mera soluci?n transitoria, un pago pol?tico a quienes hab?an empu?ado sus armas en la revoluci?n, una escuela para ense?ar a los campesinos pobres las virtudes de la peque?a propiedad, y una instituci?n incapaz de superar el autoconsumo. Por otro lado, tambi?n hubiera sido ?til que , Schryer pusiera ejemplos de c?mo operaba la fuerte relaci?n paternalista entre rancheros y campesinos despose?dos, ya que ?sta fue el factor clave

para explicar la ausencia de lucha de clases, la preeminencia de los rancheros y el que la revoluci?n no impusiera reformas estruc turales. Aun cuando el autor se?ala te?ricamente los mecanismos y razones para explicar esta subordinaci?n de los campesinos m?s pobres, sus argumentos se hubieran fortalecido mostrando algunas situa

ciones concretas: qui?nes, hasta qu? punto, bajo qu? promesas, espe ranzas, y beneficios siguieron pol?tica y militarmente- a sus patrones

y a las clases altas en general. A fin de cuenta el libro de Frans St?hryer es una contribuci?n importante en nuestro conocimiento del campo mexicano y de la historia pol?tica del presente siglo. El autor no s?lo present? una informaci?n valiosa sino que la estructur? de acuerdo con una This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

serie de preguntas inteligentes y pertinentes en el estado actual de la historiograf?a. As? critica y reinterpreta algunas de nuestras ideas m?s comunes sobre el porfiriato, la revoluci?n mexicana y el

comportamiento pol?tico de los campesinos pobres y de la bur gues?a campesina. Por ?ltimo, tiene el m?rito de cuidar siempre

la complejidad que implica un an?lisis de clases, para no caer

en un determinismo econ?mico simplista y poco explicativo.

Romana Falc?n El Colegio de M?xico

Struggle and survival in colonial America, David G. Sweet y Gary B. Nash, eds. Berkeley, University of California Press,

1981. 398 pp.

Struggle end survival in colonial America, editado por los pro fesores David Sweet y Gary Nash, es una colecci?n de ensayos

biogr?ficos sobre personas que no trascendieron a la historia oficial,

pero que tuvieron alg?n relieve dentro de las comunidades y mo mentos en que vivieron. Los personajes son muy heterog?neos: van

desde un par de jefes indios norteamericanos, pasando por un arriero mulato del Baj?o y una expendedora de pulque de Amo

zoc, hasta un zapatero mestizo de Buenos Aires. Y sus vidas cubren el espectro cronol?gico de la ?poca, desde la confrontaci?n de los nobles mexicas con Cort?s hasta el impacto de las pol?ticas ilus tradas y las guerras de emancipaci?n, en las que alguno de los biografiados particip? del lado de la potencia colonial. Confesar? de entrada mi entusiasmo incondicional por el libro. Sin pretensiones formales, los ensayos incorporan en investigacio nes concretas de microhistoria social el pensamiento te?rico m?s avanzado. Pese a que se introduce el libro se?alando que muchas de las peque?as biograf?as salieron de investigaciones anal?ticas de otro tipo, el libro incorpora lo m?s esencial de la teor?a francesa (desde Annales hasta la escuela de "las mentalidades"), de la nor teamericana (de los expositores del peoples' history), y coincide con

muchos de los planteamientos te?rico-metodol?gicos de la micro historia social mexicana encabezada por Luis Gonz?lez. En este sentido lo considero un lopro cient?fico, fruto de la madurez inte

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EXAMEN DE LIBROS

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lectual de nuestra disciplina que, parad?jicamente, se da con un

simult?neo retorno a la exposici?n narrativa tradicional.

Las biograf?as de los peque?os h?roes de Struggle and survival encarnan las historias m?s amplias que constituyen sus contextos; varios de los autores subrayan ese hecho. La confrontaci?n de las culturas est? manifiesta en la disyuntiva ante la conversi?n y la crisis cultural global de los primeros indios que enfrentan al euro peo. La mezcla biol?gica y cultural, su avance y sus problemas est?n personificados en las historias de los afro y euromestizos y otros descastados que viven el dilema de ser distintos. La confron taci?n de la sociedad civil con el nuevo estado ilustrado del xvra se manifiesta claramente en la lucha de un zapatero por establecer un gremio a fines de la ?poca colonial. Los intereses de clase que mueven los criollos a la independencia quedan subrayados por las lealtades ambivalentes de un l?der esclavo que prefiere la eman cipaci?n de los suyos. La interrupci?n y complejidad resultante en tre esos procesos no puede ilustrarse mejor que con el hecho de que

el zapatero del cuento es un mestizo que lucha contra un grupo de inmigrados europeos y otro de maestros criollos al mismo tiem po que contra las ideas liberales de los miembros del honorable ayuntamiento y del gobierno virreinal. Pero, adem?s, esas historias

reve?an la dimensi?n ?ntima y cotidiana, casi siempre ausente de la gran historia, de la historia de estructuras y procesos. Y la calidad social subordinada de los peque?os h?roes permite com? pletar la galer?a de retratos de nuestros ancestros, en la que tradi cionalmente languidec?a, aislado e incomprensible, el h?roe de la historia oficial, de clase dominante ("el abuelo militar que ganara una batalla"). Conocerlos es, valga la met?fora en esta ?poca de lenguajes sistem?ticos, como haber recuperado la otra cara de la moneda, antes aniquilada por un escudo abstracto y esot?rico: es ?en efecto? toda una revelaci?n.

En ?ltima instancia estas extraordinarias historias de sujetos normales son biograf?as, historias personales, historia que vuelve a enfocar como centro a los individuos. Los ensayos revelan as? las maravillas y misterios de las personalidades, las idiosincracias, las extravagancias y los convencionalismos de que est?n formados. Proponen, al mismo tiempo que su condicionamiento social, la libertad y responsabilidad de estos agentes y actores de la historia*

com?n. Con una excelente calidad literaria, a la cual se presta el This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 06:32:55 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

discurso narrativo, comunican con una fuerza poco com?n esa dimensiones y nos hablan no de una masa an?nima y pasiva si de muchas masas compuestas de individuos, cada uno peculiar leg?timo, todos tan reales que al final no nos atrevemos a juzg a ninguno.

Pese a un quiz?s inevitable sentimentalismo impl?cito (nece rio tal vez en el momento inicial de este retorno de la t?cnica la comedia humana), el enfoque general que los editores han da a estas peque?as biograf?as, al concebirlas como manifestacion distintas de "la lucha por sobrevivir", me parece acertado. Habr que reclamar que los biografiados hacen m?s que sobrevivir (crea resisten, inventan, aman, odian, enga?an, creen, sospechan etc. que viven con plenitud ?relativa porque todo lo humano es po definici?n relativo. No es convincente adem?s la catalogaci?n d los ejemplos en distintos tipos de lucha; probablemente es dem siado pronto para una tipolog?a. Falta a?n m?s investigaci?n d criptiva. Vendr? luego una s?ntesis que enriquezca los ejemplo conectando ?en forma sistem?tica-? lo particular de cada caso

de muchos semejantes con, precisamente, las estructuras y procesos

Pero la lectura de estas historias sugiere que jam?s entenderem los entes anal?ticos abstractos sin una acumulaci?n substancial este tipo de conocimiento concreto, acerca de las vidas diverg tes de los peque?os h?roes y de los personajes no heroicos.

No faltar? el adepto de la abstracci?n (m?s "elevada"), de

m?todo y el discurso anal?tico (m?s "inteligente" y econ?mico) q difiera de esa proposici?n epistemol?gica, desde luego con todo

derecho. Pero aun si no constituyera un breakthrough como pienso

Struggle and survival tiene una validez como literatura hist?ric como expresi?n de lo humano particular y universal a trav?s de tiempo, que, creo, nadie le podr? negar.

Rodolfo Pastor El Colegio de M?xico

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