Historia mexicana 125 volumen 32 número 1

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HISTORIA MEXICANA 125

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HISTORIA MEXICANA 125

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Vi?eta de la portada: Escudo de armas de Mexico, reproducido de la portada de la Relaci?n

universal... de Cepeda, Carrillo y Serrano (1637).

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Martinez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falc?n, Mois?s Gonz?le Navarro, Alicia Hern?ndez Chavez, Andr?s Lira, Luis Muro, Anne Staples, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXXII JULIO-SEPTIEMBRE 1982 NOM. 1 SUMARIO Art?culos Delfina L?pez Sarrelangue: Una hacienda comu nal ind?gena en la Nueva Espa?a: Santa Ana

Arag?n 1

Frank N. Samponaro: Mariano Paredes y el movi miento monarquista mexicano en 1846 39

Antonio Francisco Garc?a-Abas?lo: La expansi?n mexicana hacia el Pacifico: La primera coloni zaci?n de Filipinas (1570-1580) 55 Luis Weckmann: Las esperanzas milenaristas de los franciscanos de la Nueva Espa?a 89

Douglas W. Richmond: Intentos externos para de

rrocar al r?gimen de Carranza (1915-1920) 106

Examen de libros sobre Colin M. MacLachlan y Jaime E. Rodr?guez: The forging of the cosmic race (Jes?s Monjaras

Ruiz)

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sobre Jos? Rogelio Alvarez Noguera: El patrimo nio cultural del estado de Mexico (Bernardo

Garc?a Mart?nez) 136

sobre Mexico: From independence to revolution (Barbara A. Tenenbaum) 138

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 120.00 y -en el extranjero Dis. 6.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $425.00 y Dis. 25.00. N?meros atrasados, en el pa?s $ 140.00; en el extranjero

Dis. 7.25.

(c) El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740, M?xico, D.F. ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico

por Ediciones Griver, Av. 10, num. 130, Col. I. Zaragoza, M?xico 9, D. F.

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UNA HACIENDA COMUNAL IND?GENA EN LA NUEVA ESPA?A: SANTA ANA ARAG?N Delfina L?pez Sarrelangue

Universidad Nacional Aut?noma de M?xico *

En la historia de la propiedad agraria latinoamericana la hacienda de Santa Ana Arag?n, perteneciente a los bienes

comunales de la parcialidad de Santiago Tlatelolco de la ciudad de M?xico, teje una trama de excepciones o, si se

quiere, de combinaciones del r?gimen de la hacienda y el de los bienes de comunidad. ?ste tuvo or?genes muy remotos. Poco tiempo despu?s de la conquista espa?ola trenz?ronse en discusiones y alegatos las

ciudades de espa?oles y los particulares con los pueblos de indios y con sus caciques y los barrios para probar sus respec

tivos derechos a la propiedad de las tierras. Pretendiendo hacer valer una prerrogativa de primitivos due?os, los indios presentaron mapas y c?dices cuyo trazo arrancaba ?seg?n su

dicho? de la ?poca de la gentilidad. Muchos de esos testi monios eran evidentemente falsos; pero la Real Audiencia con sorprendente frecuencia reconoci? su validez, legitiman do, en esta forma, el dominio de los naturales.

Una de tales sentencias, que sancion? cierta donaci?n atribuida al rey Cuauhtemoc, vino a ser, en el siglo xvni, el fundamento y la ra?z de los bienes comunales de la par cialidad de Santiago Tlatelolco. Para entonces eran numero

sos los pueblos que pose?an, con una antig?edad de siglo

# Ponencia sometida al XXXIX Congreso Internacional de Ameri canistas (Vancouver, 1979). Es una s?ntesis de mi investigaci?n sobre

los bienes comunales de la parcialidad de Santiago Tlatelolco de la ciudad de M?xico.

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y medio, diversos bienes destinados a la utilidad del com?n los hubo tambi?n de m?sera o nula dotaci?n o de formaci?n

tard?a. Entre todos, adquiere relevancia el caso de la par cialidad de Santiago, que reviste aspectos de gran importan cia por su singularidad.

Primeramente es de notarse la dilatada extensi?n en

tierras y aguas que abarcaban los bienes de comunidad de Santiago Tlatelolco, y no precisamente porque as? lo hubier determinado el fallo mencionado de la Real Audiencia. M?s

bien se debi? a que la parcialidad viol? flagrantemente en su propio provecho las condiciones que se le hab?an impuest para conservar el beneficio. Por encima de los t?rminos en que estaba concebido el auto del tribunal, los indios de San tiago hicieron prevalecer los l?mites y las medidas, much m?s vastas, fijados en los t?tulos del antiguo rey. En segundo lugar, es preciso considerar que los bienes comunales de la parcialidad de Santiago se constituyeron mediando el despojo que de una porci?n de sus ejidos sufri?

la ciudad de M?xico. ?sta fue no s?lo preterida por la audiencia de M?xico, como si fuera una advenediza, sino tambi?n condenada por el Consejo de Indias a permanecer callada para siempre en este asunto. Hay aqu? un claro ejemplo de inversi?n del orden usual que favorec?a a las ciudades y villas espa?olas a expensas de las comunidade ind?genas, con el agravante de que la ciudad derrotada era la principal, la m?s ilustre y de mayores poderes en la Nueva

Espa?a, y la parte vencedora una simple parcialidad de ella,

relativamente pobre y poblada por indios ?mejor dicho, casi despoblada. En lo que se refiere a la ciudad de M?xico las conse cuencias del despojo se manifestaron a lo largo de m?s de un siglo en cr?ticas, quejas, murmuraciones y aun desaires a los indios de Tlatelolco, que patentizaban el rencor y

resentimiento de la ciudad, m?s enconado todav?a por cuan

to que otros pueblos y barrios que le estaban sujetos le

invadieron sus ejidos en diversos rumbos y fueron, tambi?n,

amparados en los tribunales. Para la parcialidad, el ?xito

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

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de sus reclamos tuvo un significado de variadas implicacio nes y enorme trascendencia. Desde luego, sus bienes comunales le proporcionaron pin g?es beneficios econ?micos. Sin ning?n g?nero de duda, la parcialidad fue la comunidad m?s rica de la Nueva Espa?a, la ?nica comprometida en una empresa agr?cola-ganadera propia hasta entonces de los hacendados espa?oles. As? pues, comparti? algunos de los privilegios de ?stos con los con cedidos a las comunidades ind?genas. Las arcas de la parcia lidad se fueron hinchando, y ya desde las ?ltimas d?cadas del siglo xviii le permitieron funcionar como accionista ban cario, prestamista y benefactor del p?blico y de los altos magistrados. Tales actividades la colocaban simult?neamente

en una posici?n social muy estimable que reforzaba las expresiones oficiales de reconocimiento y gratitud de la Corona. Por s? misma, la instituci?n de los bienes comunales (unida intimamente a la de las cajas de comunidad), por su car?cter privilegiado y a pesar de sus vicios y fallas, con firi? a los indios una gran fuerza de cohesi?n. Las circuns tancias en que Santiago adquiri? sus bienes reanimaron la

conciencia de su propio valer. Pr?cticamente se le hab?a expedido una declaratoria de su supremac?a con respecto a los dem?s vecinos de la capital, cabe decir, del virreinato de la Nueva Espa?a, y la parcialidad capt? el alcance y el significado de este hecho. As? pues, si en un principio atri

bu?a la donaci?n de las tierras al deseo del ?ltimo rey

mexica de auxiliar a los tlatelolca en sus necesidades, con el tiempo, ya consumada la independencia de M?xico, asegu rar?a que Cuauhtemoc hab?a querido "dar una prueba de su afecto a los restos de los intr?pidos defensores de Tla telolco, que combatieron hasta el ?ltimo extremo defendien do la independencia del imperio mexicano":1 oportuno ar gumento que subrayar?a su calidad de esforzados guerreros 1 AMM, Parcialidades, 3575, exp. 40, f. 1. V?anse las explicacio

nes sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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ante unos invasores extranjeros. Y esta conciencia ex el comportamiento insolente y soberbio de los gober ind?genas de la parcialidad, no s?lo en abierto desaf ciudad de M?xico sino aun frente a otros magistrad la real corona.2

Una particularidad muy interesante de la parc

puede apreciarse en el estatus de los ga?anes de la q

hacienda de su propiedad: Santa Ana Arag?n. To ga?anes eran indios de los barrios y pueblos de la lidad de Santiago, quienes desempe?aban las labores la ley los constre??a para beneficio de su comun labranza de una sementera de diez varas cuadrada por esta tarea, que los dem?s indios desempe?aban g mente, los santiaguinos recib?an un salario doble, y jaban s?lo por tandas que duraban una semana. Y pa dondear este cuadro privilegiado hay que agregar

estaban sujetos a las ?rdenes desp?ticas de mestizos, o espa?oles, sino directamente a las de sus propias a dades, controladas, a su vez, por el Juzgado Genera turales.

Otra discrepancia, ?sta en el marco del manejo de los bienes de comunidad, se revela en la participaci?n del ca bildo ind?gena. A los gobernadores de la parcialidad de Santiago correspondi? un n?mero muy elevado de respon

sabilidades y, sin exnbargo, se les mantuvo, en t?rminos ge nerales, sujetos al buen orden, la puntualidad y la correcta aplicaci?n de los fondos comunales. Ciertamente, algunos pretendieron introducir abusos, pero las oportunas denun cias de alcaldes o regidores y la eficaz intervenci?n del Juz gado de Indios har?an abortar la mayor parte de los inten tos de defraudaci?n en tal forma que, excepto en breves per?odos, las arcas de Santiago mantuvieron su opulencia por d?cadas. Y aqu? reside en gran parte el porqu? de este r?gimen de excepci?n: la jurisdicci?n privativa sobre los bienes de comunidad concedida al virrey y al Juzgado, quie 2 Cf. L?pez Sarrelangue, 1956.

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LA HACIENDA DE. SANTA ANA ARAG?N

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n?s, actuando con el mayor celo, aseguraron en favor de Santiago el despliegue de actividades de un apretado grupo de funcionarios: el asesor, el abogado, el procurador y el

escribano, a m?s del apoderado de la parcialidad y del admi nistrador de sus bienes. Esto, externamente. En lo concerniente al proceso de organizaci?n, desarrollo y funcionamiento de la hacienda de Santa Ana Arag?n, destaca un hecho inusitado: el de que se conserv? a salvo de las agresiones de las autoridades civi les, de las congregaciones religiosas y de otros hacendados. Tampoco se menciona que hubiera enfrentado problemas de escasez de mano de obra ni que hubiese tenido necesi dad de acudir a los pr?stamos hipotecarios, excepto el in tento de un arrendador. Otras caracter?sticas m?s nos autori

zan a calificarla como un caso singular en la historia de las estructuras agrarias latinoamericanas. LOS OR?GENES

En la cuenca de M?xico, al oeste de la laguna de Tetz coco, el ?ltimo grupo nahuatlaco se asent? en una isla en la que consolid? todos sus sue?os y sus esperanzas. All? lleg? a su t?rmino la dolorosa peregrinaci?n y all? se inici? una cadena de penalidades sin cuento. La isla, a la que se nom br? Tenochtitlan-M?xico, pertenec?a al se?or?o de Azcapot

zalco. Logr? su autonom?a; pero en 1392 se produjo una escisi?n, de resultas de la cual un grupo fue a asentarse

a otra isletilla que emerg?a hacia el norte: la de Tlatelolco.

De acuerdo con unos anales,3 los tenochca cedieron a los tlatelolca las m?rgenes de la laguna de Tetzcoco y poco despu?s ambos pueblos se repartieron fraternalmente los dere

chos de pesca en todo el septentri?n, hasta un cerrito que

con posterioridad ser?a conocido como el Pe??n de los Ba?os, rumbo al oriente.4 A Tlatelolco cupo en suerte la 8 Barlow, 1948, cita de la p. 20.

* C?dula de Cuauhtemotzin, 1943, pp. 17, 32.

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porci?n occidental, seg?n un documento fechado en 14 que ?as? rezaba? hab?an autorizado Cuauhtlahtoa, el ter cacique tlatelolca, e Itzcoatl, se?or de Tenochtitlan.

Pronto aprovech? Tlatelolco esta adquisici?n labra

unas leng?etillas de tierra, por cuya causa se desat? la gu con los tenochca.5 Con todo, el convenio debi? haber q dado vigente, pues al despuntar el siglo xvi las tierras fuer objeto de una cuidadosa medici?n.6

Dos a?os despu?s de su derrota frente a los espa?ol

Cuauhtemoc, el ?ltimo monarca de Tenochtitlan y, tamb se?or de los tlatelolca, hizo donaci?n exclusiva a ?stos de

derechos de pesca en la laguna. No s?lo eso. Tambi?n

sus m?rgenes y de las aguas y las ci?nagas que compren el ?rea oriental hasta el mismo Pe??n. El regalo se consi muy prolijamente en un mapa y una pintura, los que, se

se aseguraba, Cuauhtemoc en persona hab?a ordenado cer.7 Para entonces Tenochtitlan y Tlatelolco eran co deradas parcialidades, pobladas por indios, de la ciudad M?xico; la primera con el nombre cristiano de San J y la segunda con el de Santiago, ambas con sus corresp

dientes apelativos ind?genas. Transcurri? m?s de un siglo y Santiago se mantuvo e un. completo silencio sobre la donaci?n del rey. No fue hasta mediado el siglo xvn cuando present? su primera clamaci?n, pero s?lo respecto de unas tierras llamadas N pantla, en las inmediaciones del santuario de Nuestra Se?

de Guadalupe.8 Y en 1704 exhibi? ante el tribunal de

Real Audiencia el documento alusorio, ya traducido al c tellano. Pasado otro par de a?os la parcialidad fue ampar en sus pretensiones de propiedad y, con este motivo, se dieron las tierras con todas las solemnidades de rigor.9 5 Rend?n, 1952, pp. 19-25. 6 AGI, Audiencia de M?xico, 791, f. 66v. 7 C?dula de Cuauhtemotzin, 1943, p. 17.

8 Sumisa representaci?n, p. 26.

* AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 6v, 50^1v.

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1713 la audiencia la puso en posesi?n de ellas repetidas

veces.10

Al lado de Tlatelolco crec?a, vigorosamente, la principal ciudad de la Nueva Espa?a: la muy noble y muy leal ciudad de M?xico, cabeza y metr?poli del virreinato. Por ser tal,

el ayuntamiento de M?xico le se?al? sus ejidos en 1528,"

confirmados por los oidores Juan de Salmer?n en 1531, Fran

cisco de Loayza en 1537 y los doctores Ceinos y Villalobos en 1563.12 En 1539 el emperador Carlos V le concedi? quince leguas para pastos comunes de sus vecinos.13 Estas tierras coincid?an, por el norte, con las que la parcialidad de San tiago habr?a de reclamar. Un a?o antes ya la ciudad se hab?a visto obligada a hacer un llamamiento a "los se?ores indios de M?xico y Tlatelolco" para que quitaran las sementeras

que hab?an labrado en la extensi?n ejidal,14 la cual fue

demarcada entonces con varias mojoneras que se renovaron en 1608. Nuevos actos de posesi?n se verificaron en 1690 y en 1708.15 Resulta en verdad sorprendente que estos episodios se desarrollaran sucesivamente a nombre de la ciudad de M?xi co y de su parcialidad sin que los tribunales advirtieran la irregularidad del procedimiento y sin que uno u otro de los contendientes tomara plena conciencia de la total con tradicci?n de tales actos de lanzamiento y de posesi?n. La ciudad de M?xico asegurar?a despu?s que las investiduras dadas a Tlatelolco hab?an sido sin su notificaci?n ni cono cimiento, lo que se puede juzgar, por lo menos, dudoso, si se repara en que en una de ellas el propio procurador de la ciudad y el teniente de Guadalupe, que ella nombraba, 10 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 22, 109, lllv, 117v. 11 AMM, Parcialidades, 3575, exp. 51, f. 7. i? BUTX, Latin American Mss., MM 272, f. 4. 18 AMM, Parcialidades, 3575, exp. 51, f. 7.

" Acta de 24 abr. 1534, en Actas de cabildo, 1889-1916.

? AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 32, 81-85. En BUTX, Latin American Mss., MM 272, ff. 6, 57, 172, se se?alan los a?os de 1691 y 1707.

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hab?an estado presentes sin oponer la menor contradicci?n.

En cuanto a Santiago, su gobernador hab?a declarado, pu blicamente y bajo juramento, en otra ocasi?n, que las tierras se encontraban dentro de los ejidos y t?rminos de la ciu

dad. Por su parte, los indios de la parcialidad ayudaron

personalmente a colocar las se?ales de la ciudad durante un acto en el que, por cierto, fueron expulsados de unos terre nillos que ocupaban.16 Cuando, por fin, la ciudad se despabil? completamente

los naturales hab?an cobrado br?os. Si ella arg??a que el ?nico derecho de sus contrincantes era la concesi?n que

el ayuntamiento les hab?a otorgado en 1703 sobre una cu chilla de tierra para que all? mantuvieran sus ganados, por que fue a?o de grandes inundaciones, Santiago replicaba que desde siempre ?l hab?a puesto en arrendamiento las tierras. Si Santiago mostraba la c?dula y el mapa de Cuauhtemoc, la ciudad les negaba autenticidad, acusaba a sus poseedores de simulaci?n y rehusaba admitir cualquier derecho que se

remontara a una ?poca anterior a la conquista espa?ola.

En particular, el ?ltimo argumento provoc? la indignaci?n del juez protector de los indios. "No es m?s antigua ?ataj? secamente?, no es m?s antigua la ciudad que su barrio de Santiago".17 Era cierto que las tierras propiedad de Santiago

eran muy escasas, tanto que se consideraba justo que el

p?sito los auxiliara con una importante raci?n de ma?z (la mitad del repartido a los indios, salvo la asignaci?n al Hos pital Real de Naturales) .18 La ciudad prob? suficientemente sus derechos y en 1707 logr? que el superintendente de propios, ejidos y pastos p?blicos reconociera el car?cter de ejidos de las tierras en disputa. Santiago apel? a la Real Audiencia y, tras un pleito muy ruidoso, obtuvo en 1713 una ejecutoria por la cual se declaraba que las tierras eran incuestionablemente ejidos 16 AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 6v, 22. 17 AMM, Tierras y ejidos, 3, exp. 46, f. 2v; AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 6v-7, lOv, 22, 51-52v, 58-68. 18 Acta de 3 die. 1584, en Actas de cabildo, 1889-1916.

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y, como tales, pertenec?an a la ciudad, pero que su usufru correspond?a a Santiago, con la expresa prohibici?n de q las vendiera, las enajenara, las cultivara o se extendiera

otras. La ley lo autorizaba a arendarlas si mediaba la tervenci?n del juez de naturales.19

No era previsible que la ciudad acatara este fallo su samente. Durante muchos a?os persisti? en la defensa sus derechos y s?lo la abandon? cuando el real Cons de Indias, a quien hab?a apelado, le impuso perpetuo lencio.20

La cuesti?n hab?a quedado resuelta en detrimento de

los pastos p?blicos de la capital del virreinato, y ello para favorecer a una reducida porci?n de vasallos, antiguos ene migos vencidos hac?a m?s de dos centurias por la fuerza de las armas. Otras p?rdidas territoriales resinti? la ciudad $>or parte de pueblos y barrios ind?genas de las cercan?as,

que envalentonados con el ejemplo de Santiago invad?an sus t?rminos y la humillaban en los tribunales, de modo

que no pudo conservar ni un palmo de ejidos por el norte, a pesar de que por este rumbo circulaban todas las recuas y forlones que la comunicaban con Veracruz y tierra aden tro. Esa era, por cierto, la causa a la que se atribu?a el hecho de que los vecinos de la ciudad comieran poca y mala carne. Por ?ltimo, las modificaciones ecol?gicas que provoc?, casi desde su formaci?n, la hacienda que surgi? en las propie dades de la parcialidad de Santiago expusieron a la ciudad y a algunos barrios a m?ltiples peligros. La hacienda y sus sementeras, dir?a un regidor de M?xico ya desde 1714, "nos llevan a la ruina total".21 LAS TRES INSTITUCIONES COMUNALES

Uno de los problemas m?s espinosos en la colonizaci?n de la Am?rica espa?ola fue el reconocimiento del antiguo * AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 100, 121, 125, 136.

20 A MM, Parcialidades, 3574, exp. 17, f. 1. 21 Acta de 12 feb. 1714, en Actas de cabildo, 1889-1916.

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derecho de propiedad de las tierras y su repartici?n a los que carec?an de ellas. Cort?s legaliz? desde muy temprano los t?tulos de los nobles ind?genas del valle de M?xico que se presentaron a reivindicarlas. El procedimiento a seguir fue fijado por la corona a trav?s de una abundante y mi nuciosa reglamentaci?n.22 Puesto que los nobles y los pue blos precisaban medios para sustentarse, atender a los gastos de las necesidades p?blicas y pagar los tributos, se les des tin? algunos fondos. As? hicieron su aparici?n las cajas de comunidad.

Fue labor de los primeros religiosos franciscanos casi desde su arribo a la Nueva Espa?a la de restaurar, con al gunas modificaciones, el tipo de propiedad comunal que rigi? en la ?poca prehisp?nica. Se?alaron a los ind?genas algunas tierras para su labranza y les impusieron la obli gaci?n de concurrir a determinados trabajos para el bene ficio com?n. Tales pr?cticas fueron autorizadas por Feli

pe II y conformaron a tres instituciones ind?genas estrecha

mente ligadas entre s?: el tributo llamado de comunidad, los bienes comunales y la caja de comunidad. El tributo para el com?n se estableci? como una forma de labranza, generalmente de ma?z, que en 1582 se fij? en

diez brazas cuadradas y luego se conmut? en un real y medio anual en met?lico, si bien ambas formas subsistieron has ta 1800 en que se decret? definitivamente la obligaci?n de hacer el entero en efectivo.

A partir de 1552 la Corona estimul? continuamente la integraci?n de los bienes comunales (tierras, molinos, ci? nagas, ganado) en aquellos pueblos en donde no exist?an, "aunque no las necesitasen". Estos bienes se constituyeron por tres v?as: mercedes de la corona, donaciones de los no bles ind?genas o compras a algunos particulares. Los indios

?especialmente los de la ciudad de M?xico? demostraron

un apego entra?able a la tierra, cuya defensa jur?dica em prendieron y prosiguieron tozudamente y, a veces, hasta por 22 L?pez S?rrelangue, 1972, pp. 4-7.

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per?odos muy dilatados. Y, por lo com?n, no ciertamente impulsados por el inter?s econ?mico o por el poder o lustre que su posesi?n pod?a reportarles, como se advierte desde fechas remotas en que, de ordinario, las arrendaban, las vend?an o las abandonaban.

Los excedentes que rend?an el tributo de comunidad

o el producto de los bienes comunales se custodiaban, con vertidos en moneda, en arcas especiales, las cajas de comu nidad, que se multiplicaron a lo largo del territorio de la

Nueva Espa?a. Algunas llegaron a ser muy ricas; las m?s

se paralizaron o se arruinaron porque manos codiciosas las saquearon y pervirtieron sus fines, y en tal grado se exten dieron los des?rdenes de su administraci?n que ya desde mediados del siglo xvi se ped?a su extinci?n. Con todo, como la corona consideraba que "ninguna hacienda puede haber m?s universal y privilegiada", lo que hizo fue dispensarles un sinn?mero de fueros y reglamentar su manejo, come tiendo el cobro y entrega de cuentas a los gobernadores in d?genas y a los corregidores, a quienes oblig? muy estre chamente a exhibir fianzas seguras y amenaz? con c?rceles y multas. La jurisdicci?n de este ramo se confiri? privati vamente al virrey y a la audiencia. M?s a?n que la legislaci?n protectora, result? un s?lido apoyo para la propiedad de los bienes comunales el Juzgado

General de Indios, establecido a principios del siglo xvn y cuya funci?n espec?fica fue la de defender a los naturales

en sus litigios. Y un enemigo inesperado las cofrad?as y hermandades que, en algunas poblaciones, los absorbieron casi en su totalidad.23 Tras m?ltiples esfuerzos desplegados en favor de la pro piedad comunal, a la que vigorizaron la Ordenanza de in tendentes y el inter?s de varios virreyes del siglo xvni, tuvo

lugar un renacimiento de las tierras y las cajas de comu nidad de la Nueva Espa?a. Con notable precisi?n, la Orde 28 Fon seca y Urrutia, 1845, v, pp. 281-285; L?pez Sarrslan gub, 1966, pp. 132-139, 143-146.

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nanza de intendentes demarc? el destino de los bienes co munales: habr?an de cubrir los salarios de los oficiales de rep?blica, del maestro de escuela, del m?dico y del cirujano, y satisfar?an algunas necesidades p?blicas y los gastos de las fiestas votivas. Quedaba prohibida rigurosamente su inver si?n en banquetes, fiestas profanas y pinturas. A fines del xvm muchos pueblos ind?genas de la Nueva Espa?a lograron con los productos de estos bienes comprar acciones bancarias, imponer capitales a censo, adelantar el pago de los tributos reales, otorgar pr?stamos a la corona espa?ola o ayudar pecuniariamente al virrey en los apuros

de la guerra de independencia. Otros integraban sus bie nes de comunidad con m?s o menos dificultades ajust?n dose a los reglamentos que, por estas fechas, se elaboraban para uso de cada pueblo seg?n sus necesidades particulares. Finalmente, un peque?o grupo estaba desprovisto de esta clase de fondos.24

LOS SISTEMAS DE ADMINISTRACI?N

La c?dula de Cuauhtemoc se?alaba con precisi?n los lin deros de las tierras y las aguas objeto de su legado, y a ella se ajust? la audiencia en las mediciones verificadas a prin cipios del siglo xvm con una variante muy significativa. La

parcialidad hab?a recibido en 1713 el usufructo de doce

caballer?as de tierras pastales para ganado y la prohibici?n de excederse de esta medida. Sin embargo, su primera dili gencia fue disponer de los ejidos del norte como si fueran

de su propiedad y arrendarlos a un espa?ol aun antes de que finalizara el pleito con la ciudad de M?xico. A partir de entonces los campos labrant?os fueron hurtando super ficies a las ci?nagas y asumiendo prestamente el aspecto caracter?stico de los latifundios novohispanos. No del todo,

24 Vid., entre otros documentos, AGI, Indiferente, 106; AGI, Audiencia de M?xico, 1868; Documentos historia econ?mica, 1933 1939, v.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 13 porque la parcialidad invocaba constantemente pertenecerle el trato privilegiado propio de los bienes comunales.

La parcialidad hab?a manifestado desde el principio su deseo y su devoci?n al bautizar a la futura hacienda como Santa Ana. Pero fue tan largo el tiempo que el alf?rez ?des

pu?s capit?n de caballos corazas? Arag?n la posey?, que,

como en muchos otros casos, la gente comenz? a llamarla con el apellido del arrendatario. Ambos nombres se usaron alternativamente en una o en otra ?poca, se superpusieron, y finalmente domin? el de Arag?n.

1. El arrendatario fundador Mediando las solemnidades previstas por la ley respecto de los bienes de comunidades, en 1713 se concedi? al alf?rez

Blas L?pez de Arag?n veinte caballer?as y un sitio de ga nado mayor en arrendamiento25 por un per?odo de nueve

a?os ?ya que el de diez se consideraba perpetuo y la par cialidad s?lo gozaba del usufructo de las tierras?26 en la

cantidad de setecientos pesos anuales.27 El contrato se estim? muy favorable para los indios porque Arag?n se responsa biliz? de graves cargas: concluir por su cuenta el pleito con la ciudad y, por su cuenta tambi?n, realizar varias mejoras y conducir el agua al santuario de Guadalupe. Reconoci?, adem?s, un principal de catorce mil pesos de oro sobre las tierras, envi? un donativo al rey por dos mil escudos,28 y 25 AGNM, Tierras, 2245, exp. 2, f. lv. La sentencia amparaba doce caballer?as (AGI, Audiencia de M?xico, 791, f. 152 y, en un extracto, ibid., s/f). La extensi?n fijada en la ejecutoria fue, seg?n Cuevas Aguirre y Espinosa (1748, p. 244), de s?lo siete caballer?as. Sin embargo, en la medici?n de las tierras de Santiago Tlatelolco verificada en 1713, se consider? veinticinco caballer?as de tierras eriazas

y de labor enjutas y quedaron siete caballer?as sin medir. AGNM,

Tierras, 917, exp. 7, f. 114v.

2? AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, f. 28.

2* AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 114-116v. 28 AGI, Audiencia de M?xico, 791 (extracto), s/f; AGNM, Tierras, 917, exp. 7, f. 114v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

permiti? que los indios santiaguinos aprovecharan los pro ductos de la laguna sin cobrarles un solo tom?n.29 Blas cumpli? sus ofrecimientos como hombre cabal. De fendi? a la parcialidad en su largu?simo pleito, no s?lo en

M?xico sino tambi?n en el Consejo Real de Indias;30 faci lit? 5 982 pesos en reales de oro com?n a cuenta de los r?ditos que la parcialidad precisaba para conducir el agua al barrio de Santiago Tlatelolco,31 e impendi? crecidas su

mas en la f?brica de las casas de la hacienda, en la conse cusi?n de una merced de agua y en llevar ?sta para el riego, en el zanjeo y conversi?n de las ci?nagas en tierras labrant?as y, adem?s, en la construcci?n de un tramo de la atarjea del santuario de Guadalupe.32 A pesar de que esta obra tuvo un costo muy elevado result?, en sus principios,

defectuosa, de modo que para acudir a los reparos nece

sarios Blas se comprometi? a pagar veinte mil pesos m?s a cuenta de las cosechas de la hacienda durante los siguien tes tres a?os. Era m?s de lo que hab?a previsto y mucho

m?s de lo que pod?a desembolsar. Se vio, pues, obligado

a hipotecar la finca.88 Naturalmente, la parcialidad protest?. Admiti? que los gastos de Arag?n estaban justificados pero resultaban exce sivos, y ella, por su parte, ten?a compromisos econ?micos que la acuciaban. As? que exigi? el pago de los r?ditos ca? dos. La negativa de Arag?n fue el resorte que impuls? un litigio que dur? m?s de treinta a?os y en el que intervi nieron el virrey Revillagigedo el Viejo y el asesor del Juz gado General de Naturales con varias providencias tendien

tes a liberar a la hacienda. Al fin Arag?n la entreg? sin

ganados ni aperos y con las viviendas en muy mal estado.84 2? AGNM, Tierras, 2245, exp. 2, f. 41v.

8? AGNM, Tierras, 2245, exp. 2, f. 41v. 81 L?pez Sarrelanoue, 1957a, p. 253. 82 L?pez Sarrelanoue, 1957b, pp. 85-86. 88 L?pez Sarrelanoue, 1957a, p. 253. " AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 69, 117v-U8.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

El auto de 23 de febrero de 1754 lo conden? a pagar a la parcialidad los r?ditos que reclamaba.

Pero ?stos jam?s fueron cubiertos porque el alf?rez muri? y sus herederos lo fueron s?lo de sus deudas y de su extrema

pobreza. Santiago tuvo que saldar las obligaciones pendien tes en la construcci?n del acueducto de Guadalupe, lo que,

aunado a la sangr?a que produjo la disputa, lo dej? su mamente empe?ado. El abogado de la parcialidad, en un desahogo ciertamente exagerado, lleg? a asegurar que con tantas erogaciones los indios hubieran podido adquirir f?cil

mente otra hacienda mejor y m?s grande. En cualquier forma, las casas, las zanjas y las dem?s mejoras realizadas

por Arag?n acrecentaron el valor de la propiedad. El si

guiente arrendamiento pudo fijarse en 1 385 pesos anuales.85

Junto a la quiebra y el medro en las finanzas de la par

cialidad, la administraci?n de Arag?n report? tambi?n el nuevo r?gimen que se impuso a la hacienda. 2. La gesti?n de los gobernadores ind?genas

A fin de que la finca se rematara en una cantidad con veniente hac?a falta proveerla de los implementos m?s nece sarios. De esta tarea se encarg? el gobernador de la parciali dad de Santiago, don Ignacio Mart?nez de San Roque, quien durante un quinquenio se dedic? a comprar aperos, reparar

las casas y aumentar los ganados. Su sucesor en la magis tratura, don Mat?as de los ?ngeles, continu? esta labor con igual solicitud durante tres a?os m?s.

3. Arrendamiento al conde de San Mateo

Puesta en un mediano pie de producci?n, la hacienda se arrend? en 1762 a don Miguel de Berrio, conde de San Mateo Valpara?so, en tres mil pesos anuales por el mismo plazo de nueve a?os. Se convino en que la renta se pagar?a en tercios adelantados, y los frutos y ganados existentes, cuyo 88 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 69v, 71-72v, 75v-76, 118v.

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valor era de 1 051 pesos y medio tom?n, en reales de con

tado. El conde qued? obligado a limpiar el r?o de Guada lupe y las acequias cercanas y a conservar los puentes que

las cruzaban, siempre que estos gastos no excedieran de

doscientos pesos.

El nuevo arrendatario emprendi? las faenas con gran

entusiasmo que pronto apag? una terrible inundaci?n sufri da por la hacienda. Fueron tantos los perjuicios resentidos

que solicit? la rescisi?n del contrato. La parcialidad se re sisti?, y aun cuando el da?o era evidente supo encontrar testigos comprometidos en declarar que en ciertas partes las tierras se hab?an beneficiado. Se sucedieron recriminaciones

y quejas, excusas y denuestos entre los indios y el conde, y entre ambos y los maestros de arquitectura Arellano e Inies ta, quienes llegaron s?lo para empeorar la situaci?n. El conde insisti? en su rechazo y, al final, a la parcialidad no le cupo m?s remedio que componerse amigablemente con ?l. De re sultas del pacto, el arrendatario se oblig? a devolver la ha

cienda en las mismas condiciones en que la hab?a tomado sin recibir nada a cuenta de los arreglos; adem?s, tuvo que entregar 2 500 pesos de los r?ditos vencidos, reparar a su costa el r?o de Guadalupe y las zanjas de la finca y ceder en favor de la parcialidad las acciones de restituci?n que hab?a emprendido contra los maestros de arquitectura para que satisficieran los males que su torpeza hab?a acarreado. Con estas condiciones y las licencias acostumbradas, la es critura de arrendamiento se cancel? el 25 de agosto de 1765.36

4- La administraci?n del escribano del Juzgado de Indios

Ante los ojos de la poblaci?n novohispana esta prolon gada sucesi?n de reyertas debi? presentar una imagen es candalosa. En ello quiz? reflexionar?a el virrey cuando de cret? que la hacienda de Santa Ana se entregara a don Jos? Joaqu?n Moreno, escribano del Juzgado General de Indios, 88 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 2-17, 23v, 64-66v, 71, 88-93v

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

para que integramente corriera con su administraci?n.37 El escribano foment? el arriendo de los pastos, aun a costa de

reducir el ganado de la parcialidad, puso en orden a los

ranchos existentes, sembr? varias tierras y multiplic? las ga nancias, todo mediante el ejercicio constante de su probidad y eficiencia.88 Fue un verdadero infortunio el que, al rendir las cuentas de 1768, declarase que hab?a entregado al asesor del Juzgado cierta cantidad en numerario y algunos efectos

procedentes de la hacienda para que los introdujera en el

arca mientras se vend?an.39 El hijo del funcionario (por en tonces ya difunto) tach? esta acusaci?n de falsa e injuriosa y envi? a la c?rcel a Moreno.40

5. La compa??a Despu?s de este incidente el asesor lleg? a la conclusi?n de que no conven?a a los intereses de los indios el manejo de la hacienda por administraci?n, sino por compa??a, la cual

se celebr? en el mismo a?o de 1768 con don Domingo de R?bago. En el convenio, el apoderado de la parcialidad es tableci? que los indios habr?an de percibir el 10% de las cosechas. Don Domingo realiz? cuidadosamente todas las opera ciones de siembra. No obstante, se neg? rotundamente a otorgar la obligaci?n respectiva. "No quiero tener ning?n trato con indios", arg??a tercamente, y de su contundencia se aprovech? Diego Moreno, hermano del escribano. Satis fizo el importe invertido por R?bago y qued? con la com pa??a y la responsabilidad de habilitar la finca, cuidar las siembras y pagar a los peones. Desde la c?rcel su hermano sigui? corriendo con la administraci?n, en tanto que el go 37 AGNM, Tierras, 964, exp. 3, f. 41v. 88 AGNM, Tierras, 919, exp. 1, ff. 4v-5, 7; exp. 3, ff. 16-46v. 89 En las arcas de comunidad nunca se introduc?an efectos, sino reales. 40 AGNM, Tierras, 964, exp. 3, ff. 33, 49v-63.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

bernador y uno de los alcaldes se encargaban de la vigilancia del orden y el buen desempe?o de las labores.41

6. Los ?ltimos arrendamientos

Pero en 1772 la hacienda se arrend? nuevamente, esta vez en Francisco L?pez,42 cuya gesti?n debi? ser infruct?fera

a juzgar por el n?mero de composturas que la finca nece sit? despu?s. El nuevo arrendamiento se contrat? con Fran cisco Men?ndez Vald?s en 1782, esta vez ?nicamente por cinco a?os,48 durante los cuales se comprometi? a abrir, abordar y desazolvar las acequias, a resguardar las tierras, los pastos y los sembrados, y a limpiar por su cuenta el r?o

de Guadalupe en su recorrido por las pertenencias de la

finca. Pero su compromiso se diluy? en un pleito que dur? casi todo el quinquenio a causa de que no ejecut? la limpia y destin? algunas habitaciones de las casas a corrales. Peores que este da?o fueron el de reducir todos los beneficios a la extracci?n de sal,44 el convertir la troje principal en una bodega atiborrada con seiscientas cargas de sal al granel, y el fabricar en torno de las dem?s trojes varias salitreras.45 Esto era, en realidad, una afrenta para la dignidad de un predio agr?cola-ganadero, y un desastre econ?mico cuyos efectos perduraron aun despu?s de fenecido el plazo del contrato, pues Men?ndez no s?lo no devolvi? ni los muebles ni los aperos,46 sino que entreg? dos mil magueyes menos y, todav?a en 1787, se negaba a desocupar la troje princi pal, amenazada de derrumbe por la abundancia de las lluvias de ese a?o.47 Aleg? que alguna mejora hab?a llevado a cabo:

la de limpiar la acequia del Consulado, servicio que, por 41 AGNM, Tierras, 917, exp. 1, ff. 5v, 44-45.

42 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 17, f. 1.

43 El virrey Revillagigedo el Mozo autoriz? en 1789 esta pr?ctica de reducir el per?odo de arrendamiento de las tierras de indios. 44 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 17, ff. 51v-52. 48 AGNM, Tierras, 2245, exp. 1, ff. lv-2. 46 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, ff. 48-52v. 47 AGNM, Tierras, 2245, exp. 1, ff. lv-2.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

cierto, no le incumb?a a Santa Ana, porque se trataba de un bien p?blico manejado por el ramo del desag?e. Para

finalizar este p?simo negocio, las autoridades obligaron a la parcialidad a devolver a Men?ndez el dinero que ?ste hab?a aprontado para dicha limpia.48

Aun con tantos menoscabos, la hacienda se remat? en 4 340 pesos. Era mucho mayor su valor, de modo que el remate se anul? cuando don Francisco Jos? Izquierdo mejor?

la postura a 4 500 pesos anuales. Y puesto que los intere sados eran indios y privilegiados, y hab?a que procurar su mayor beneficio, a este ?ltimo se le dio preferencia. Las obli gaciones de ambas partes se concertaron minuciosamente. Ahora correspondi? a la parcialidad la limpia y desazolve de las zanjas y la reparaci?n de las viviendas y de las tro

jes. Izquierdo, por su parte, se comprometi? a cuidarlas "como si fueran propias", a poner en uso la presa y a co locar cercas para proteger los sembrados.

Prontamente cobraron relieve las virtudes de buen la

brador y hombre honesto que pose?a Izquierdo: era empren dedor y tenaz, pose?a un sentido estricto de la econom?a, manten?a tanto a la hacienda como al r?o en buen estado (lo que, de suyo, representaba un gasto muy alto) y adem?s verificaba sus pagos en el tiempo convenido. Por ello se le prolong? el arrendamiento a otros cuatro a?os y, luego, me diando la promesa de la parcialidad de arrendarle otro ran cho, ?l aument? la renta a cinco mil pesos. Y como continu? cumpliendo con la mayor Regularidad y aprontando los r?

ditos por adelantado, en 1794 se le otorg? nueva recon ducci?n por igual lapso. ?l correspondi? al privilegio lim piando a su costa la zanja lim?trofe que corr?a desde el Pe??n hacia el poniente.49

De 1799 ?fecha que se?ala el fin del contrato de Iz

quierdo? a 1801 s?lo pude obtener una noticia: un tal Juan Jos? Ojeda, que en 1789 aparec?a como labrador de la ha 48 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, ff. lv, 16-17, 51v, 64v-66.

49 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, ff. 31-33, 35, 126, 128,

134v, 145v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

rienda,50 fue mencionado en 1801 como constructor de casas

de la misma.51 Probablemente era un mayordomo de Iz

quierdo, a quien se pudo conceder una pr?rroga m?s, si bien

cabe la posibilidad de que Ojeda hubiera arrendado perso nalmente la finca a la parcialidad. En el ?ltimo a?o citado el remate se celebr? en el ca

pit?n Andr?s de Arias por el antiguo plazo de nueve a?os y la cantidad de 7 600 pesos en cada uno.52 Las condiciones

por las que atravesaba la capital, atemorizada por la in

surrecci?n, pueden explicar el vac?o de referencias entre 1810 y 1811. Al a?o siguiente se menciona un nuevo remate

en favor de Francisco Algara con t?rmino en 1820.53 Al pare

cer fue el ?ltimo arrendatario de la ?poca virreinal, si bien

en 1819 un Miguel Ardines, que se llamaba "arrendatario de la hacienda de Arag?n", promovi? un expediente para que se le satisficieran los grandes perjuicios que hab?a re sentido en sus siembras durante la inundaci?n que tuvo lugar

ese a?o.54

El proceso de desarrollo y madurez de la hacienda En el tiempo en que el alf?rez Arag?n fue agraciado con los bienes de Santiago, un labrador de nombre Francisco de Oscoy se dedic? a domesticar aquellas tierras eriazas a las que entonces "no hab?a quien siquiera las mirara sino era para echar los ganados al salitre". Con paciencia y habilidad Oscoy logr? convertirlas en labrant?as, tan bien dispuestas que despu?s abundaban los interesados en rentarlas.55 Excav? zanjas maestras para dividir las tierras destinadas al cultivo, 50 51 52 53

AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, f. 134v. AMM, Parcialidades, 3574, exp. 22, f. 1. AMM, R?os y Acequias, 6, exp. 259, ff. 8-9. AMM, R?os y Acequias, 7, exp. 301, ff. 9-11.

54 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 30, f. 2. 85 AGNM, Tierras, 2731, exp. 8, f. 64v.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 21 ampli? la caja del r?o de Guadalupe y fabric? las casas, las trojes y las oficinas.56

Arag?n dot? a la finca en 1714 con un surco de agua

que se le merced?, perpetua y continuamente, de las sobras del r?o de Tlalnepantla y los remanentes de tres surcos y tres naranjas que pertenec?an al santuario de Guadalupe,57 los cuales utilizaba en la irrigaci?n de las tierras del norte.

Las del sur, en cambio, las regaba con aguas procedentes de la acequia real. Pero todo ese caudal no bastaba para apagar la sed de aquellas tierras resecas y, once a?os des pu?s, Arag?n construy? una presa.58 Las penalidades que abrumaron a Arag?n, algunas causadas por sus propios em pe?os y otras por desgracias que le salieron al paso, lo condujeron a su ruina y a la de Santa Ana. De este perjuicio la hacienda se recuper? lenta, pero efectivamente, con el auxilio de los gobernadores. En el per?odo en que la arrend? el conde de San Mateo, con haber sido tan breve, la hacienda recibi? varios bene ficios: la f?brica de un granero, el reparo de las casas, el

acondicionamiento de las tierras, la introducci?n de ga

nados y la dotaci?n de aperos.69 Pero quien "la hizo verda deramente hacienda" 60 fue el escribano Moreno. A su pre visi?n y cuidados se debi? una serie de reformas por las

que se disminuy? la explotaci?n ganadera en favor de la

agr?cola, se mejor? a las tierras y se cerc?, resguard? y abor d? firmemente a las zanjas.61 A partir de 1771 se ensancharon las viviendas de la ha cienda y se construyeron ranchos para hacer sal, se abrieron nuevas zanjas maestras por distintos parajes, se limpiaron 56 AGI, Audiencia de M?xico, 791 (extracto), s/f; AGNM, Tie

rras, 917, exp. 7, f. 70v. 57 L?PEZ SARRELANGUE, 1957b, p. 83. 58 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, f. 43v; 449, exp. 2, ff. 22. 69 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 35, 69v, 89.

60 AGNM, Tierras, 964, exp. 3, f. 60. 61 AGNM, Tierras, 964, exp. 3, ff. 31, 36v, 41; 917, exp. 1,

ff. 16v, 40, 43v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

y reabordaron las acequias que cruzaban bajo los puentes de la calzada de Piedra y, por ?ltimo, se abri? otro jag?ey frente al barrio de Tolmayeca. Luego, en 1789, Ojeda de dic? sus afanes a transformar las tierras tequesquitosas en cultivables,62 y multiplic? las labores. Fue Izquierdo quien llev? a la hacienda a su mejor per?odo de auge, despu?s de arrancarla del estado de postraci?n a que la hab?a reducido Men?ndez, que la beneficiaba exclusivamente con la explo

taci?n de la sal. Naturalmente, tambi?n se pag? una cuota de calamida

des que se abatieron sobre Santa Ana. Prolongadas, por ejem

plo bajo las administraciones ineficientes de L?pez y Me

n?ndez, o fortuitas, como las inundaciones o los terremotos que en 1800 y 1801 cuartearon las construcciones y perfora

ron los techos de algunas trojes. Pero aun eso se tradujo en recuperaci?n y ventajas. Las trojes fueron reparadas;

las casas no. A cambio, la hacienda estren? viviendas para los peones.63 Frente al desorbitado crecimiento territorial de Santa

Ana, su integridad s?lo fue afectada en tres ocasiones. Las tres, con motivo del nacimiento de dos pueblos de indios y de una villa de espa?oles. La primera afectaci?n consisti? en seiscientas varas cuadradas ?despu?s aumentadas a mil para el fundo legal del pueblo de Guadalupe, erigido en 1741. La parcialidad recurri? a un sinn?mero de protestas y re

chazos, pero la dudad de M?xico, que era la due?a del terreno, apoy? plenamente a Guadalupe. Esto decidi? la

cuesti?n. El otro pueblo, San Juan Ixhuatepec, fue tambi?n dotado con tierras de Santa Ana, pero s?lo parcialmente, en 1804. Igualmente pertenecieron a Santa Ana las tierras

elegidas para fundar la villa de Guadalupe. En este caso

coincidieron en la expresi?n de su absoluta conformidad la ciudad y la parcialidad. Hubo, sin embargo, una objeci?n que parti? de los indios. Por aquel rumbo, argumentaron, 82 AGNM, Tierras, 964, exp. 3, f. 31v; AMM, Parcialidades, 3574, exp. 14, f. 145v. 83 AMM, Rios y Acequias, 6, exp. 259, ff. 1-4.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 23 no abundaban tierras f?rtiles con que se pudiera compen sarlos. As? pues, pidieron una indemnizaci?n en efectivo. Lo que obtuvieron fue una rotunda negativa.84 En cuanto a una invasi?n, realizada a fines del siglo xvm

por los indios de Zacualco y que afect? a unos sitios del norte de la hacienda y cercanos a este pueblo, careci? de importancia por las reducidas dimensiones del predio ocu

pado y porque los invasores no obtuvieron el reconocimien

to legal.

La hacienda a mediados del siglo xviii Antes de que mediara el siglo xvm, la hacienda gozaba de 71 caballer?as de tierras eriazas y de labor: 65 es decir, hab?a sextuplicado en exceso la extensi?n primitiva.66 Santa Ana era, ciertamente, uno de los latifundios m?s vastos del

valle de M?xico. En aquel entonces ofrec?a un aspecto s?lido y funcio

nal, un tanto parchado porque en algunos lugares subsist?a la estructura que le asign? Arag?n. Bella, nunca lo fue. Pero s? opulenta en aguas y en tierras que encend?an mu chas codicias, codicias que el Juzgado de Indios y la misma parcialidad se encargaban de atenuar. 64 L?pez Sarrelangue, 1957b, pp. 33, 34, 216, 229.

es Cuevas Aguirre y Espinosa, 1748, p. 244. Seda?o (1880,

n, pp. 7-8) proporciona las siguientes equivalencias de medidas de

tierras en la Nueva Espa?a: una caballer?a de tierra es igual a 1 104 varas de largo y 552 de ancho; dieciocho caballer?as equivalen

a un sitio de ganado mayor (una legua) que son cinco mil varas, y 41 caballer?as son un sitio de ganado menor o 3333 2/3 varas. La

"Instrucci?n sobre el modo de medir tierras", de 1818 (BUTX, Latin American Mss., G 371) nos informa que la vara antigua no se usaba

en M?xico: la com?n y ordinaria en la Nueva Espa?a era la vara

mexicana, que se compon?a de, y divid?a en, dos codos, tres tercias, cuatro cuartas, seis sexmas, ocho octavas, diecis?is dieciseisavas, 32 pul gadas mayores y 36 menores. 66 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, f. 118v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANOUE

Entre 1765 y 1785 6T la hacienda era una dilatada pla nicie cuyo l?mite septentrional, empalmado en la orilla iz quierda del r?o de Guadalupe, al prolongarse hacia el orien te, desaparec?a bajo interminables ci?nagas. Varias hileras de magueyes se hilvanaban sobre el bordo del mismo r?o,

a lo larg? de una legua, hasta una leng?etilla de tierra

denominada Punta del R?o. All?, y en otros parajes cerca nos, se levantaban unos terromotes, donde se destilaba el agua de sal, y unos ranchitos (chozas) fabricados de adobe y c?spedes en cuyo interior la sal se quemaba y requemaba

en hondas pailas de cobre. A media legua de Punta del

R?o un puente falso que pod?a convertirse en presa era la ?nica entrada a las tierras del norte. Dos presas m?s com

pletaban el sistema de abastecimiento de agua de la ha cienda.

No exist?a ninguna se?al de los l?mites orientales, por que en ese rumbo todo lo se?oreaba la laguna de Tetzcoco hasta el Pe??n, donde principiaba el t?rmino meridional, el cual segu?a por enmedio de la laguna al albarrad?n de San L?zaro y, despu?s, al barrio de la Concepci?n, sujeto a la parcialidad. Doblando al norte, una zanja que separa ba a Santa Ana de la calzada de Piedra, y que en 1781 hab?a sido convertida en la acequia de las canoas, se comunicaba con la hacienda por dos puentes de mamposter?a de sufi ciente altura para permitir el paso de las embarcaciones.68 Las casas se emplazaban en el noroeste y daban frente al poniente. Traspuestas las grandes trancas, se entraba en un patio cuadrado rodeado en el norte, el sur y el oriente por lienzos de portales, bien techados y sostenidos por pi lares ?veinte en total? del cedro que tanto estimaban los novohispanos. La vivienda principal constaba de cinco cuar 67 Para esbozar esta descripci?n me serv?, fundamentalmente, de tres documentos: AGNM, Tierras, 917, exp. 1, ff. 19v-22v; exp. 7, ff. 95-96; 964, exp. 3, ff. 18-20, 23. Completan la imagen dos mapas realizados por el escribano Jos? Joaqu?n Moreno, uno de 1766 (AGNM, Tierras, 917, exp. 1, f. 23) y otro de 1768 (Ibid., 2244, exp. 6, f. 7). 68 L?PEZ SARRELANGUE, 1957b, pp. 58-59.

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Archivo General de la Naci?n

L?mina 1. Hacienda de Santa Ana Arag?n Mapa de Jos? Joaqu?n Moreno (1766) This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 16:37:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Archivo General de la Nad?c

Lamina 2. Hacienda de Santa Ana Arag?n Mapa de Jos? Joaqu?n Moreno (1768)

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 25 tos que comunicaban con un patiecito interior y que serv?an de sala, asistencia, cocina, rec?mara y oratorio. Atr?s ver deaba la huerta con sus ?rboles de membrillos, perales y olivos frente a una galera que serv?a de granero y, junto a ?sta, dos corrales, la caballeriza, la cochera y un cuarto en el que se encerraba a los becerros. Al fondo, y dispersos, se ve?an cuatro ranchitos para ga?anes. Para entrar en la capilla era preciso atravesar los por tales del norte. Todos los muros estaban cubiertos de lienzos

pintados que reproduc?an im?genes de la Virgen de Gua dalupe, san Juan de Dios, san Crist?bal, o bien escenas de la vida de la Virgen, de san Blas obispo y de santa Gertru dis. A ambos lados del altar principal luc?an, bien pulidos, los escudos de armas del condado de San Mateo Valpara?so. En el presbiterio estaba instalado un atril y, en un extremo de la capilla, el confesonario. Afuera cantaba alegremente la campana de san Isidro.

Por los portales del sur se llegaba a un patiecillo de

ladrillos cercado por cuatro cuartos y, atr?s, a dos corrales, en uno de los cuales hab?a un horno; el otro se usaba como caballeriza. Finalmente, los portales del oriente daban acce so a una pieza grande, de una de cuyas esquinas surg?a la escalerilla que conduc?a a la azotea y a un mirador. A la iz quierda se encontraban las trojes y una era enlosada y en

ladrillada, m?s all? de la cual otros ranchitos salpicaban los campos de manchas grises hasta la orilla del r?o.

Santa Ana contaba con distintas tierras: de pan sem

brar, de riego, de temporal y algunas eriazas.69 En su mayor parte los suelos ?antiguos pantanos? pose?an una gran pro porci?n de tequesquite, pero respond?an convenientemente

a los tratamientos que se les impon?a para el cultivo de cereales. Al norte, en un ?rea que se extend?a desde las

69 La clasificaci?n completa aparece en la "Instrucci?n sobre el modo de medir tierras", de 1818 (BUTX, Latin American Mss., G 371), que expresa las distintas clases de tierras en la Nueva Es pa?a: de pan sembrar o aventurero, de pan coger, de temporal, de pan llevar, de riego e in?tiles.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

casas hasta Punta del R?o, la hacienda pose?a las tablas m?s f?rtiles. Y por el paraje del suroeste los pastales se multi plicaban. Los m?s extensos eran el potrero de los Regidores

y los de Xapinco. Los ejidos del norte de la ciudad de M?xico ocupaban

una suerte de baj?o en el que rebalsaban naturalmente las aguas de las lluvias. Por ello era necesario conservarlos en forma de laguna que protegiese a los llanos del oriente y del sur, situados en una posici?n m?s baja.

Ahora bien, cuando el arrendatario empez? a zanjear

y barbechar una buena parte de las tierras advirti? de in

mediato que las aguas ir?an a cubrir una extensa ?rea. Algunos regidores de la ciudad, atemorizados, rompieron una

parte del albarrad?n, con lo que las aguas, al fluir libre

mente hacia la laguna, destruyeron los sembrados de Santa Ana. No quiso la parcialidad reconocer en este recurso un desesperado intento de detener el peligro e, indignada, se quej? a las autoridades de lo que consideraba una mezquina venganza de la ciudad.70 Era un hecho, sin embargo, que la simple existencia de un fundo agr?cola en el norte de la cuenca de M?xico favorec?a las inundaciones, y que sus efec tos los resent?a Santa Ana primeramente, pero tambi?n Gua

dalupe, la capital y varios pueblos y barrios de las cer can?as.

Adem?s de la primera inundaci?n, verificada en 1714, se puede enumerar a las siguientes: la de 1747, por la que la parcialidad fue obligada a dejar libres algunas tierras labor?as del oriente de la hacienda;71 la de 1756, cuya causa fue la apertura de un portillo en el r?o de Guadalupe;72 la de 1763, que aneg? a? santuario de Guadalupe y ios llanos del oriente en tal grado que las comunicaciones con la ciu dad de M?xico llegaron a realizarse exclusivamente por la

acequia de las canoas;73 la de 1795, cuya responsabilidad 70 AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 31v, 185v.

71 Cuevas Aouirrb y Espinosa, 1748, pp. 243, 244.

72 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff. 27-30.

78 L?pez Sarrelanoue, 1957b, pp. 126-128.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 27 directa correspondi? al arrendatario por no limpiar el brazo del r?o, que se desbord? y cubri? a la misma acequia,74 y ?a de 1819, que abarc? una regi?n muy amplia: desde Tetzcoco

a Tlalnepantla, al igual que la faja comprendida entre las dos calzadas de Guadalupe y los barrios de Santa Ana y los Angeles, sujetos a la parcialidad, y aun al de San Fernando, de la ciudad de M?xico.75

Las lluvias, el r?o, las ci?nagas, la laguna, la situaci?n geogr?fica, las zanjas, las impericias, los descuidos, confor maron la hidrolog?a de la hacienda de Santa Ana Arag?n. En ella no concurrieron los elementos determinantes de las sequ?as, cuyas causas, periodicidad y efectos desastrosos han sido tan excelentemente analizados por Enrique Florescano, y que fueron generales en la mayor?a de las haciendas novo

hispanas.

LOS FRUTOS Peces mextlapiques, ranas, patos, tules, carrizos y sal cons titu?an la riqueza del primitivo patrimonio de los tlatelolca.78

La ciudad de M?xico, como due?a de los ejidos, hab?a uti

lizado integramente los pastos para alimentar a sus propios ganados, los de los vecinos y los de los arrieros de Veracruz y tierra adentro que la prove?an de bastimentos. ?sta fue, tambi?n, la principal granjeria de la parcialidad en las ?po cas y en los sitios en que invad?a los ejidos, excepto algunos

pedacillos que dedicaba a sementeras. Su dominio fue en

algunos per?odos tan firme que se atrev?a a cobrar en es pecie el arriendo de los pastos: por cada atajo, dos terneras, que deb?an entregarse en la v?spera de la festividad de San tiago. Y no hac?a ninguna diferencia en el trato dispensado

a indios o a espa?oles, porque si ?stos no aprontaban las 74 AMM, Parcialidades, 3574, exp. 22, f. 12. 75 Noticias ciudad, 1935, pp. 393-395. 76 AGNM, Tierras, 2245, exp. 2, f. 41v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

terneras en la fecha fijada eran tambi?n irremisiblemente encerrados en la c?rcel de la parcialidad.77

La cuota que impuso Arag?n y que, seg?n parece, se

mantuvo por largo tiempo, consist?a en un peso por cada atajo de treinta cabezas que pastaran y durmieran una no che, y dos pesos el d?a y la noche si permanec?an por un per?odo mayor. Por cada cabeza, la contribuci?n ascend?a a medio real durante un d?a y una noche y dos pesos por mes.78 Los ?nicos que gozaron de los pastos gratuitamente fueron los indios del pueblo de San Juan Ixhuatepec, sujeto al de Guadalupe, entre 1798 y 1804.79 Por 1768 los pastos del norte se destinaron a las especies ovina y caprina, y ios del oriente a la mular y equina.80 El conde de San Mateo llev? a Santa Ana mucho ganado

de su propiedad, parte del cual entreg? a la parcialidad en 1765. En esa fecha se inventariaron setenta y seis bueyes

de tiro gordos, veintiocho vacas con cr?a, treinta y dos vacas

horras (las m?s, pre?adas), diecis?is toretes de dos y tres a?os, diecis?is toros nuevos, quince caballos de trilla, tres burros mansos, trece yeguas de vientre, cincuenta y siete mu?as y machos, ocho carneros, veinte ovejas, un cabr?n, seis cabras y tres cabritos. Los precios, regulados por cabeza, fluctuaban entre ocho pesos el buey, seis el toro nuevo y cinco el torete, cuatro reales el burro manso y ocho la oveja

o el carnero. Pero al venderse el ganado casi en su tota lidad rindi? cantidades superiores en 25% al aval?o.81 Por su parte la parcialidad reuni? como hacienda propia

cien cabezas de ganado vacuno y algunas menos de caballar.82 Lo que no vari? fue la pr?ctica de hacer respetar estric tamente los contratos. As? por ejemplo, en el a?o de 1766, a causa de un retraso en el pago, la parcialidad embarg? a 77 AGI, Audiencia de M?xico, 791, ff. 22, 35v. 78 AGNM, Tierras, 917, exp. 2, ff. 4v, 22v-23.

79 L?pez Sarrelanoue, 1957b, f. 229.

80 AGNM, Tierras, 917, exp. 1, f. 22v. 81 AGNM, Tierras, 917, exp. 4, ff. 24v-25.

82 AGNM, Tierras, 917, exp. 7, f. 118v.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

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unos arrieros cuarenta mu?as, una yegua y un burro, los cuales se valuaron en 696 pesos. El dato curioso surge en el

remate: el gobernador y los alcaldes legraron que se les

adjudicaran en 1 001 pesos con todos los av?os.83 El principal inter?s se centr? en el acondicionamiento de las tierras para las labores agr?colas, con tan buenos re sultados que ya desde la ?poca de Arag?n se calificaba el trigo cosechado en Santa Ana como el mejor de los alrede

dores, y a los frutos de la huerta como de gran saz?n y

gusto.84 Se cultivaba trigo desde 1765 85 y, en mayores ex

tensiones, en 1768, fecha en la que Santa Ana pod?a ser considerada una hacienda triguera.86 Pero no s?lo trigo; tambi?n sembraba alverj?n,87 frijol (bayo o parrale?o), y ma?z y cebada hasta frente a las casas de la hacienda.88 Al comenzar su administraci?n los gobernadores arrendaban La Estanzuela y Punta del R?o, que eran sumamente f?rtiles pero sujetas a inundaciones,89 en veinticinco pesos mensua les,90 y los potreros de Xapinco en 1 399 pesos y cinco reales

anuales.91

Otros esquilmos de Santa Ana Arag?n fueron, primera mente, los magueyes, de los que en 1765 exist?an 6 500 y dos a?os despu?s 7 021 adultos y cinco mil hijos en los bordos del r?o; la sal, que con Men?ndez desplaz? a todas las dem?s

granjerias, y la paja, el tule, la leche, las aceitunas y el tequesquite, en cantidades sensiblemente menores.

Muy raqu?tica fue la producci?n agr?cola que lograron

los gobernadores a principios de 1765. Vendieron una carga de trigo, dos de ma?z (una de ellas para los ga?anes), dos de 88 AGNM, Tierras, 917, exp. 1, ff. 5v-8; exp. 2, ff. 20-40. 84 L?PEZ SARRELANGUE, 1957b, p. 42.

88 AGNM, Tierras, 917, exp. 4, f. 13v; exp. 1, f. 28. 86 AGNM, Tierras, 991, exp. 4, ff. 44v-48. 87 AGNM, Tierras, 917, exp. 4, ff. 18-20v; 964, exp. 3, ff. 1-29. 88 AGNM, Turras, 917, exp. 7, ff. 18-20.

89 L?pez Sarrelangue, 1957b, pp. 34-35.

90 AGNM, Tierras, 917, exp. 4, f. 2v. 91 AGffM, Tierras, 964, exp. 3, ff. 30v-31.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

cebada, dos de paja y una y un tercio de alverj?n.92 Tres a?os despu?s, se vendieron 534 cargas de cebada y 170 de

paja.93 Mientras que en el primer a?o citado el precio de ven ta de la carga de trigo fue de cinco pesos y seis reales, la del ma?z de un peso o de veinte reales (dos pesos y medio)

seg?n la calidad, y la de la cebada de 12 reales (peso y

medio),94 para 1768 la carga de cebada fluctuaba entre dos pesos y veintisiete reales.95 El expendio de la sal y del te quesquite se hac?a diariamente al menudeo a los indios de los alrededores y proporcionaba, aproximadamente, veinte pesos mensuales.96

Varios altibajos sufri? Santa Ana en lo que se refiere

a su habilitaci?n, pero en 1765 estaba provista de los nece sarios aperos de labranza, arados, carretas, pailas para hacer sal, fierros de herrar y dos canoas: una para navegar en la presa vieja y la otra para adentrarse en la laguna de Tetz coco.97 LOS TRABAJADORES Y EL MERCADO

Con el sistema de tandas fueron desempe?adas las varia

da* labores de la hacienda por los vecinos de los barrios de la parcialidad.98 Los salarios eran m?s altos que los acos tumbrados en el valle de M?xico y se liquidaban por rayas, semanariamente." Valga como ejemplo la escala de salarios que reg?a en 1765 respecto de las tareas de medio d?a, las cuales se contaban como de un d?a completo: los ga?anes y tlaquehuales (alquilados) ganaban entre uno y dos y me 92 AGNM, 98 AGNM, 94 AGNM, 95 AGNM, 96 AGNM, 97 AGNM, ff. 1-9.

Tierras, Tierras, Tierras, Tierras, Tierras, Tierras,

917, 964, 917, 964, 917, 964,

exp. exp. exp. exp. exp. exp.

4, 3, 4, 3, 4, 3,

ff. 13v-20v; exp. 1, f. 28v. ff. 30v-31. ff. 13v-15v. ff. 30v-31. ff. 13v-20v. f. 3v; 917, exp. 1, f. 18v; exp. 4,

98 L?pez Sarrelanoue, 1956, p. 155.

99 AGNM, Tierras, 991, exp. 4, f. 5v; 917, exp. 5, f. lv.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

SI

dio reales; los boyeros, de dos a dos y medio; los muleros,

los milperos de labranza, los que cuidaban de que nadie

hurtara el elote y los carpinteros, dos reales, y el mayordomo,

seis.100 Por gestiones del apoderado de la parcialidad a par tir del a?o siguiente un alcalde y el alguacil mayor, nom

brados por el gobernador, asist?an de pie en la hacienda

altern?ndose por semanas, mediante el pago de un salario adecuado. El gobernador, por su parte, ejerc?a funciones de vigilancia sobre los ga?anes.101 El entero de los tributos reales a que estaban obligados los ga?anes (colonos), los terrazgueros (arrendatarios), los jornaleros (alquilados temporalmente), los oficiales, los sir vientes dom?sticos y los arrieros que utilizaban los pastos de la hacienda se hac?a, seg?n dispon?an las leyes,102 por

ella. Hecho el entero, Santa Ana descontaba la suma co

rrespondiente de los primeros salarios o arrendamientos.103

Por este concepto, en 1773 la hacienda caus? 79 pesos y cinco reales.104

En raz?n de que desde 1765 Santa Ana cultivaba trigo, especie considerada como una de las que causaban diezmo, qued? sujeta a esta contribuci?n. La parcialidad pag? por este concepto 36 pesos y medio real por las 364 cargas de trigo a que ascend?a la cosecha, y de primicias cuatro pesos y cuatro reales.105

Para sus ventas al menudeo, Santa Ana Arag?n dispon?a de los compradores locales, indios habitantes de los pueblos

sujetos al de Guadalupe. El grueso de sus operaciones co

merciales se llevaba a cabo en el m?s rico y m?s din?mico

de los mercados urbanos de la Nueva Espa?a: el de la i00 AGNM, Tierras, 917, exp. 5, ff. lv-34. 101 AGNM, Tierras, 991, exp. 5, ff. 5v-8.

10* Ley 12, tit 3, lib. vi, y leyes 23, 26, 39, 53 y 62, tit. 16, lib. vi, en Recopilaci?n, 1681. 108 Ley 39, tit, 3, lib. vi, en Recopilaci?n, 1681. Sobre modifica

ciones a esta legislaci?n, vid. L?pez Sarrelangue, 1956, pp. 165-166. i?4 AGNM, Tierras, 991, exp. 4, f. 24v. i?5 AGNM, Tierras, 917, exp. 4, f. 13v; exp. 1, f. 30.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

ciudad de M?xico. Su proximidad otorgaba a la hacienda

un sinn?mero de ventajas que se multiplicaban a causa de la nutrida red de comunicaciones de que dispon?a: al norte,

el r?o de Guadalupe y el camino real de Veracruz, y al oriente la calzada de Guadalupe y la acequia de las canoas que pasaban frente a sus mismas trancas, a m?s de otros caminos de reconocida importancia, como el de tierra aden tro hacia el noroeste, y el de Vallejo al poniente.

Las cajas de comunidad de Santiago La parcialidad cont? con arcas de comunidad desde me diados del siglo xvi, y en ellas guardaba los excedentes del tributo de comunidad que cubr?a con el servicio personal de sus hijos.106 Seguramente sus fondos eran ruines, porque existe una menci?n concreta sobre la fecha de la formaci?n

de esas cajas: tuvieron principio precisamente despu?s de que recibi? los ejidos de la ciudad de M?xico.107 Durante el arrendamiento de Arag?n las arcas santiagui

nas debieron estar muy escasas en raz?n de las obras de acon dicionamiento de Santa Ana. Pero, por magros que hubieran sido posteriormente los productos de la hacienda, bastaron

para que la parcialidad acudiera al pago de algunos com

.pro/njsos que ej alf?rez Jkafc? a dejado pendientes, y para que

/^bilitara, as? fuera limitadamente, a. la hacienda. En cual quier ?orma, los 2 500 pesos, que entreg? efc conde de San plateo, .y que ingresaron en. las. cajas,108 constituygrco^ el fondo de cuatro mil que exist?an en ellas en 1766. De esta suma se extrajo, previas las licencias y comprobaciones de ley, 765 pesos y un real (aproximadamente 20%) para los gastos de habilitaci?n de Moreno.1^ En l?s tres tiempos de su administraci?n el escribano hizo rendir a la hacienda 108 L?pez Sarrelanoue, 1966, $>. 134.

107 AGI, Audiencia de M?xico, 791 (extracto), s/f. i?? AGNM, Tierras, 917, exp. 7, ff.-r92-94; 117v.

9 AGNM; Tierras, 991, exp. 4, f. 44.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N 33 una ganancia de 13 778 pesos y un real y medio, en lo que posiblemente estaban incluidos los 1 688 pesos y tres reales f al tantes en las arcas en 1768110 y que, desde la prisi?n,

Moreno tuvo que abonar con su trabajo. De los productos de la hacienda introducidos en efec tivo en las cajas se satisfac?a el importe de las cargas que

afectaban, en general, a los bienes de comunidad,111 y otros gastos particulares de la parcialidad: los salarios de las auto ridades ind?genas, del maestro de escuela, de la maestra de la amiga y de la encargada de la c?rcel de mujeres, el aseo y conservaci?n de la ca?er?a y del tecpan de Santiago, el empedrado de algunas de sus calles, la limpieza de deter

minadas acequias de la ciudad de M?xico y parte del pa lacio virreinal, am?n de las fiestas religiosas propias de la parcialidad.112 A fines del siglo xvm se le impuso un gra vamen m?s, verdaderamente injusto: el cuidado de las fuen

tes de Santiago, que eran p?blicas, y aument? en exceso

otro: el del mantenimiento de su propia ca?er?a. Este ?ltimo result? tan oneroso que requer?a una suma tres veces mayor

que la que invert?a la f?brica de cigarros de la ciudad de M?xico. Ante sus reclamos, las autoridades aduc?an una raz?n muy convincente: "porque las arcas de Santiago re bosan* \113 Y hay que hacer notar que en cuanto recibieron las tierras de Santa Ana los hijos de la parcialidad dejaron de ejecutar algunas cargas, como la limpia del palacio, que anteriormente satisfac?an en servicio personal. A partir de

esa fecha, de los fondos de comunidad se pagaba a unos

macehuales para que sustituyeran a los santiaguinos en esas labores. Para fines del siglo xvm ya estaba firmemente arraigada

la costumbre de que las cajas de comunidad de Santiago

cubrieran los descubiertos en que incurr?an, con sobrada "o AGNM, Tierras, 964, exp. 3, ff. 36v, 41, 44v-49.

111 En la segunda mitad del siglo xvi el producto de los tributos reales y el del tributo de comunidad se mezclaron confusamente.

112 L?pez Sarrelangue, 1956, pp. 154, 155. 113 L?pez Sarrelanoue, 1957a, pp. 256, 259.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

frecuencia, los gobernadores y alcaldes de la parcialidad en el entero de los tributos reales.114 Todas estas obligaciones

satisfac?a Santiago y, aun as?, contaba con excedentes en las cajas, excedentes que le permitieron otorgar pr?stamos a particulares e, incluso, al ayuntamiento de la ciudad de M?xico,115 imponer cantidades muy crecidas en el Banco de San Carlos, hacer donativos al rey, y pagar los sueldos y los alimentos de los doscientos lanceros que la parcialidad

arm? y puso a disposici?n del virrey para defender a la

capital de los posibles ataques de los insurgentes en 1810.116

Las primeras tentativas de desgarramiento A fines del siglo xvm hab?a cobrado definici?n y vigor una corriente de pensamiento adversa al funcionamiento, el destino y aun la existencia de los bienes y las cajas de comunidad. Se propon?a entonces, como remedio a los males que padec?an estas instituciones, la divisi?n de las tierras

en parcelas para favorecer a los indios del pueblo, la en

trega a los mismos de los adeudos por concepto de arren damientos, y la extinci?n de las cajas de comunidad. Casi tan antigua como la famosa exposici?n del obispo Abad y Queipo a este respecto, apareci? en 1800 una orden real que dispon?a el repartimiento de las tierras comunales, siendo divisibles, o su concesi?n, por turno, a los indios.117 Con tal ordenamiento se inici? una pol?tica de trayectoria vacilante y, a veces, contradictoria, como lo ilustra un acuer

do del Consejo de Indias de 1805 que ordenaba el resta

blecimiento del tributo de comunidad "mientras se resolv?a"

la cuesti?n de los repartos,118 y una orden de Fernando VII 114 L?pez Sarrelangue, 1956, pp. 151, 153, 189, 200-203. 115 Lafragua, 1847, ap?ndice 60 de Luis Vel?zquez de la Cade

na, p. 227.

116 L?pez Sarrelangue, 1956, pp. 134-136.

117 AGNM, Reales C?dulas, 231, exp. 75, f. 76. *18 AGI, Indiferente, 106, s/f.

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LA HACIENDA DE SANTA ANA ARAG?N

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que autorizaba esta distribuci?n s?lo en el caso de que las autoridades considerasen que el reino peligraba.119 Mayor

firmeza manifestaron las cortes de C?diz en las disposiciones sobre reparto de las tierras de comunidad entre los vecinos de los pueblos, con la antigua restricci?n sobre su venta, bajo pena de perderlas, y la pcsibilidad de rentar la mitad de ellas en el caso de que fueran muy cuantiosas.120 Evidentemente, el cuadro pol?tico-econ?mico-social hab?a

sufrido un cambio desde la ra?z. De inmediato, la ciudad de M?xico pidi? que los bier?fes pertenecientes a las par cialidades de indios entrasen en su propia tesorer?a y se le nombrase administradora de ellos. No hab?a llegado a?n su hora ?ni le llegar?a nunca. El virrey se abstuvo de apoyar semejante innovaci?n.121 Fueron los indios quienes se mos

traron m?s reacios a sujetarse al reparto de sus bienes

comunales, por lo que las antiguas circunstancias prevale cieron hasta 1820,122 en que, al igualarse en calidad de ciu

dadanos a todos los vasallos de la monarqu?a espa?ola, se

fusionaron las facultades de los ayuntamientos de las ciu dades con los de los pueblos, a fin de integrar los ayunta mientos constitucionales. En esta forma, los bienes de comu nidad quedaron embebidos en los propios. En medio de estos avatares la integridad de la hacienda se hab?a respetado. En cambio, sus cajas fueron defraudadas por los propios administradores de la parcialidad. El Juz gado de Indios actu? implacablemente: impuso ceses fulmi nantes, penas de c?rcel y embargo de los bienes de los fia dores,128 pero ya hab?a quedado establecido un precedente que en ?pocas posteriores tuvo fatales consecuencias.

Todav?a la hacienda de Santa Ana Arag?n sal?a en al

noneda y se arrendaba al mejor de los postores. Sin embar 119 AGNM, Tierras, 1412, exp. 5. 120 AGNM, Tierras, 1412, exp. 5; Reales C?dulas, 207, exp. 242.

?! AMM, Mercados, 2, exp. 115, f. 2. 122 AGNM, Tierras, 1412, exp. 5.

123 AGNM, Parcialidades, 1, exp. 15, f. 51v; exp. 17, ff. 4, 2v, 39v.

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DELFINA L?PEZ SARRELANGUE

go, en 1820 brotaron con m?s fuerza las apetencias. La villa de Guadalupe, que se dec?a con derechos, pidi? la mitad de

la hacienda,124 y la ciudad de M?xico solicit? en enero

de 1821 que se anulara un arrendamiento hecho sin su no ticia. Actuando como se?ora indiscutible, convoc? postores

sin aviso previo a las autoridades, porque la hacienda de Arag?n era "propiedad de este ayuntamiento,\ A menos de dos meses de consumada la independencia ya las cajas reales de la naci?n hab?an obtenido de las arcas de comu nidad de las parcialidades de Santiago y San Juan m?s de

doce mil pesos.125 Santiago se enfrentaba solo a los reclamos, a la codicia y a las ambiciones en el momento de consumarse la inde pendencia de M?xico. No exist?an m?s los indios, las leyes espa?olas y sus privilegios ya no ten?an vigencia, y el Juz gado General de Naturales hab?a desaparecido definitiva

mente.

SIGLAS Y REFERENCIAS

AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico. AMM Archivo Municipal de M?xico. BUTX Biblioteca de la Universidad de Texas, Austin. Actas de cabildo 1889-1916 Actas de cabildo de la ciudad de M?xico. M?xico, 54 vols. Barlow, Roberto H.

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124 L?pez Sarrelangue, 1957b, p. 251. 125 Lafragua, 1847, ap?ndice 60 de Luis Vel?zquez de la Ca dena, p. 227.

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Documentos para la historia econ?mica

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MARIANO PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA MEXICANO EN 1846 Frank N. Samponaro University of Texas of the

Permian Basin

Es bien conocido el hecho de que a principios de 1846

algunos prominentes mexicanos, entre quienes se contaban

Lucas Alam?n y el arzobispo Manuel Posada y Gardu?o, proclamaron que la ?nica forma de gobierno capaz de sal var a la naci?n del desastre ser?a la monarqu?a constitu cional con un pr?ncipe extranjero. La declaraci?n formal de los principios pol?ticos de los monarquistas apareci? en el peri?dico de Alam?n, El Tiempo, el 12 de febrero de 1846.1

Es igualmente bien sabido que cuando en junio del mismo a?o el general Mariano Paredes y Arrillaga, presidente in terino de M?xico, neg? publicamente su apoyo a la causa monarquista, El Tiempo manifest? su protesta suspendiendo su publicaci?n.2 El movimiento monarquista decay? desde entonces hasta que termin? la guerra con los Estados Uni

dos. La actitud de Paredes con respecto al monarquismo

parece haber sido decisiva en la suerte de su gobierno. Sin embargo, su postura no fue muy clara, y de hecho ha habido 1 El Tiempo (Mexico, 12 feb. 1846); Hale, 1968, p. 29. Du

rante los primeros d?as despu?s de su aparici?n el 24 de enero de 1846,

El Tiempo discuti? las ventajas de una monarqu?a constitucional en

M?xico, aunque sin recomendar directamente que se estableciera una.

Pero el 12 de febrero, en una editorial, el peri?dico pidi? abierta

mente el establecimiento de una forma mon?rquica de gobierno. Vid.

El Tiempo (M?xico, 24 ene.-12 feb. 1846). V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 El Tiempo (M?xico, 7 jun. 1846); Hale, 1968, p. 30. 39

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FRANK N. SAMPONARO

una controversia tanto entre los observadores del momento como entre los historiadores de los siglos xrx y xx con res pecto a la naturaleza de sus objetivos pol?ticos. John Slidell, ministro norteamericano en M?xico, cre?a que s?lo algunos miembros del clero apoyaban la monarqu?a y que Paredes pretend?a establecer un gobierno desp?tico bajo su propio control.3 Dos de los escritores m?s prominentes del siglo xix,

Carlos Mar?a de Bustamante y Francisco de Paula Arrangoiz, ten?an una idea distinta: cre?an que Paredes cooperaba con los monarquistas y estaba profundamente convencido de que s?lo un trono podr?a salvar a la naci?n de la anarqu?a y de su desmembramiento por los Estados Unidos.4 Sin embargo, Jos? Fernando Ram?rez, otro escritor del mismo per?odo,

no compart?a la misma opini?n: alegaba que Paredes no

deseaba el establecimiento de una monarqu?a en M?xico.5 Los historiadores del siglo xx han continuado divididos en este punto. Genaro Garc?a cre?a que Paredes estaba a favor de un regreso al corpora ti vismo colonial, pero bajo el sis tema de gobierno republicano.6 Jos? C. Valad?s y Frank D. Robertson, el bi?grafo norteamericano de Paredes, sostienen

que aunque ?ste simpatizaba con el monarquismo no in

tent? de hecho establecer una monarqu?a constitucional en M?xico en 1846.7 Pero en una obra reciente Frank J. San ders ha sugerido que Paredes s? trat? de hacerlo.8 Este ar t?culo tratar? de arrojar nuevas luces en esta controversia, ofreciendo una explicaci?n acerca de la actitud y las accio nes de Paredes frente al movimiento monarquista durante el tiempo en que ocup? la presidencia en 1846. 8 John Slidell a James Buchanan (Jalapa, 6 feb. 1846), en U.S.

Congress, House of Representatives: 30th congress, first session, House executive document No. 60, p. 58, cit. en Sanders, 1967, pp. 161-162.

4 Bustamante, 1949, pp. 82, 116-128; Arrangoiz, 1968, p. 389. 5 Ram?rez, 1950, p. 28. ? El general Paredes, 1910, p. 6. 7 Valad?s, 1972, p. 446; Robertson, 1955, p. 212. 8 Sanders, 1967, p. 160.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 41

El curriculum del general Paredes antes de ascender a la presidencia no permite que nos formemos una imagen clara de sus ideas y objetivos pol?ticos. Sin embargo, a tra

v?s de ?l es posible ver que Paredes, como otros l?deres

del ej?rcito, particip? activamente en la pol?tica. Paredes

naci? en la ciudad de M?xico en 1797 y se enrol? como

cadete en el ej?rcito colonial espa?ol en 1812. M?s tarde se uni? a la avasalladora mayor?a de los oficiales criollos que apoyaron el plan de Iguala y pas? a ser integrante del Ej?r cito de las Tres Garant?as. Para principios de 1840 ya era general de divisi?n, el grado m?s alto en el ej?rcito mexi

cano, y empezaba a jugar un papel cada vez m?s promi

nente en la pol?tica nacional.9 En agosto de 1841 encabez?

un pronunciamiento que llev? a derrocar al malhadado r?gimen de Anastasio Bustamante y permiti? a Antonio L?

pez de Santa Anna subir a la presidencia. Ninguno de sus actos en este levantamiento militar indica que hubiera fa vorecido la causa monarquista.10 Tampoco hemos encontra do tal evidencia en la rebeli?n de jefes del ej?rcito que estall? en noviembre de 1844, derroc? a Santa Anna, y llev?

al mes siguiente a la presidencia a Jos? Joaqu?n de Herrera.13

Ambos movimientos pueden ser interpretados como golpes militares cl?sicos en los que el oportunismo pol?tico, m?s

que los principios pol?ticos, fue la causa primordial que indujo a Paredes y a otros comandantes militares a parti

cipar.

9 En * 1847i -hab?a diecinueve generales de divisi?n y veinte ge 9gra^5;%^Wa4a (e? .?gu?ente rangoj^ en servicio .?ictiy^ en, se}s AJfrcito

mexicano. J^cticamente todos les gen?ralos de divisi?n, y Ja, gran mayor?a de .los de brigada pod?an ser considerados como activistas p?ticos. <Vik. Mes del ej?rcito, *r$14.

- :? Guarnici?n dejidisco, 1841; Pareces 'y Arrezaga, 18*1^

Bocanegra, 1892, n, pp. 836-838; Otero, 1842, pp. 8-9, 20-21; Ro bertson, 1955, pp. 76-79, 87-90.

^KiEli?n?r?a? Paredes, 1910,. pp. 139-186; D?Azf D?ai^ 1972,

pp. 162, 1^6; 178; Robertson, ?955- pp. 114-115, 133-137^ -150-151, 159-162; Cotner, ,194#, pp. 103-105.

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FRANK N. SAMPONARO

Es posible interpretar tambi?n la rebeli?n de Paredes en contra del gobierno de Herrera en diciembre de 1845 como

el simple acto de un individuo ambicioso y poco escru puloso que trataba de sacar partido de la impopularidad del r?gimen para lograr el control del gobierno. A fines de 1845 Herrera estaba en una posici?n extremadamente vulnerable. Su gobierno estaba virtualmente en bancarrota y, peor a?n, sus intentos para lograr una soluci?n pac?fica con los Estados Unidos con respecto a Texas eran denun ciados como actos de traici?n.12 Herrera se daba cuenta de la gravedad de su situaci?n. Al parecer sospechaba que Pare

des, quien hab?a emergido como el caudillo militar m?s

poderoso de la naci?n desde la ca?da y exilio de Santa Anna en 1844, planeaba levantarse en su contra. As?, a principios de diciembre de 1845 el presidente orden? a Paredes diri girse a la frontera norte con el destacamento de tropas que

ten?a bajo su mando en San Luis Potos?. Herrera afirm? que ?sta era una medida esencial para la defensa de la regi?n fronteriza frente a un posible ataque norteameri cano.13 Pero Paredes inform? al presidente que no pod?a

cumplir con esa orden, ya que sus fuerzas carec?an de pro visiones y del equipo necesario para una marcha tan larga. Aleg? tambi?n que ten?a la responsabilidad de permanecer en San Luis Potos? para proteger a los comerciantes locales

que estaban celebrando su feria anual. Tan luego como Herrera recibi? este mensaje dio instrucciones a Paredes para que entregara el mando de sus tropas al general Vi

cente Filisola y se reportara de inmediato en la ciudad de M?xico para responder a cargos de insubordinaci?n.14 Pronto fue obvio que Paredes no ten?a la intenci?n de obedecer las ?rdenes del presidente. El 14 de diciembre se pronunci? en contra del gobierno en San Luis Potos?, acu sando a Herrera de tratar de ceder una porci?n del terri 12 Zamacois, 1878-1902, xii> pp. 384-390; Valad?s, 1972, p. 445. 13 Cotner, 1949, p. 145; Robertson, 1955, pp. 186-187. 14 Cotner, 1949, p. 146; Robertson, 1955, pp. 190-192.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 43

t?rio a los Estados Unidos, mancillando as? el honor na cional. A?adi? que Herrera no hab?a provisto al ej?rcito de lo necesario, y que hab?a intentado destruirlo a ?l, a

Paredes, debido a que sus puntos de vista sobre la cuesti?n de Texas no coincid?an con los suyos. Paredes alegaba ade m?s que el presidente hab?a desatendido repetidamente las s?plicas de los jefes militares para iniciar la lucha en contra del enemigo extranjero que ocupaba el territorio mexicano. Paredes sigui? diciendo que era necesario dar pronto reme dio a los males que confrontaba el pa?s. Como las autori

dades hab?an mostrado su incapacidad para hacerlo, era necesario un cambio tanto en el ejecutivo como en el legis

lativo. Finalmente Paredes pidi? que se convocara a un congreso extraordinario lo m?s pronto posible para que

formulara una nueva constituci?n para la naci?n.15 En el pronunciamiento en contra de Herrera no se hizo ninguna alusi?n directa o indirecta a la monarqu?a. La cl?u

sula sobre la nueva constituci?n no implicaba necesaria

mente un cambio dr?stico en el sistema pol?tico. Despu?s de todo M?xico hab?a tenido ya tres constituciones desde el

establecimiento de la rep?blica en 1824. La revuelta de Paredes en contra del desacreditado go bierno de Herrera logr? un r?pido y amplio apoyo entre

los comandantes militares de todo el pa?s. Herrera, d?ndose cuenta de que la situaci?n estaba perdida, renunci? el d?a 30 de diciembre. Paredes hizo su entrada triunfal a la ciu dad de M?xico el 2 de enero de 1846. Al d?a siguiente un consejo de representantes designado por el propio Paredes lo eligi? presidente interino.16 Poco despu?s de que Paredes asumi? el poder, el minis

tro brit?nico en M?xico, Charles Bankhead, inform? al Foreign Office de Londres que el presidente interino era 15 Legislaci?n mexicana, 1876-1914, v, pp. 97-100; Bustamante,

1949, pp. 75-76. 16 Ram?rez, 1950, pp. 13-39, 55-56; Zamacois, 1878-1902, xn, pp. 396-400, 404-405; Bustamante, 1949, pp. 82-97; Legislaci?n

mexicana, 1876-1914, v, pp. 100-103.

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FRANK N. SAMPONARO

un hombre honesto de intenciones patri?ticas, aunque desa fortunadamente carec?a de habilidad suficiente para ha cerlas realidad. Bankhead observ? adem?s que el nuevo go bierno se ver?a en grandes aprietos para tomar cualquier medida efectiva debido a que carec?a de dinero.17

Aunque el gobierno de Paredes enfrentaba una crisis

fiscal, bien hubiera podido esperarse que tratara de iniciar una campa?a militar de inmediato para expulsar de Texas a las tropas norteamericanas de Zachary Taylor. El punto primordial del plan de San Luis Potos? hab?a sido el fra caso de Herrera para expulsar efectivamente a los invasores extranjeros del territorio mexicano. Sin embargo, pronto se hizo claro que, al igual que su predecesor, Paredes no ten?a ninguna prisa en iniciar una guerra por Texas contra un pa?s cuya superioridad militar era evidente.18

Aunque M?xico se enfrentaba al creciente peligro de

una invasi?n norteamericana, Paredes se interes? m?s que nada en la acre disputa pol?tica sobre la reforma constitu cional. El 27 de enero el presidente interino expidi? una convocatoria para la reuni?n de un congreso extraordinario

que, seg?n el plan de San Luis Potos?, deber?a formular una nueva constituci?n.19 La publicaci?n de este decreto s?lo tres d?as despu?s de la aparici?n del primer n?mero del peri?dico monarquista El Tiempo dej? convencidos a muchos de que Paredes apoyaba a Alam?n, al arzobispo Posada y Gardu?o y a otros que deseaban establecer una 17 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 30 ene 1846), en PRO/FO 50/M, vol. 195, pp. 171-172. M V;??..Balbon?tini.1391, p. 68. \9 Legidaci?nt mexicana, ia76-,|914,; v, pp. 105-119. El decreto

establec?a que los 160 miembros del congreso representaran ciertos gru pos de ocupaciones en lugar de distritos geogr?ficos. Se designar?a a treinta y ocho representantes 'de los propietario? urbanos y' rurales, a veinte del clero, veinte del ej?rcito y otros tantos de los comercian tet, a catorce de los letrados, catorce de los mineros y catarte igual mente de los manufactureros, a diez representantes ?e los ?bogados, incluyendo jueces, y a otros diez de los empleados civilcsi

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 45 monarqu?a constitucional con un pr?ncipe extranjero.20 No hay duda de que los planes aparentes del presidente interino para tratar de establecer una monarqu?a provocaron una acalorada controversia que permiti? que sus enemigos po l?ticos, en particular los caciques federalistas y los parti darios de Santa Anna, comenzaran a organizar la oposici?n en contra de su gobierno.21

?Apoyaba Paredes a los monarquistas? Si era as?, ?en

qu? medida? La informaci?n para responder a esta pregun ta proviene de los reportes que el ministro brit?nico Charles Bankhead dirigi? al Foreign Office. Bankhead era un hom bre preparado y perceptivo, y observador desapasionado de los eventos pol?ticos mexicanos. Existen razones para con fiar en que sus informes a Londres eran fieles y bastante completos en lo que respecta a sus entrevistas confidenciales con Paredes. Por otro lado, Paredes no ten?a nada que ganar enga?ando al ministro brit?nico sobre su actitud respecto a los monarquistas. De hecho la informaci?n que existe in dica que una vez que Bankhead logr? ganarse su confianza, el presidente interino le hablaba con mucha libertad no s?lo acerca de los monarquistas sino tambi?n sobre el tema igual

mente delicado del estado desastroso en que estaban los preparativos militares mexicanos ante la creciente probabi lidad de una invasi?n norteamericana.

Aunque Paredes habl? abiertamente a Bankhead una

vez que ambos lograron establecer lazos de confianza, el pro ceso evidentemente tom? alg?n tiempo. Fue el propio mi nistro brit?nico quien toc? primero el tema del movimiento

monarquista. En una reuni?n privada el 8 de marzo el mi nistro pregunt? al presidente interino si estaba a favor del

20 Vid. Olavarr?a y Ferrari, 1962, p. 556; Bustamante, 1949, pp. 82, 116-128; Arrangoiz, 1968, p. 389; Zamacois, 1878-1902, xii, pp. 411-416. Lucas Alam?n, Antonio Diez de Bonilla, Pedro El guero y Manuel S?nchez de Tagle eran los principales colaboradores

de El Tiempo. Vid. Arrangoiz, 1968, p. 389. 21 Hutghinson, 1948, pp. 596-603; D?az D?az, 1972, pp. 189 191; Bustamante, 1949, p. 150; Valad?s, 1972, p. 448.

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FRANK N. SAMPONARO

establecimiento de una monarqu?a que reemplazara el sis tema de gobierno existente. Paredes respondi? a esta pre gunta con cautela. Dijo que no tomar?a ninguna postura hasta que el congreso extraordinario se reuniera y discu tiera el asunto. A?n as?, Bankhead qued? con la impresi?n de que en lo personal Paredes favorec?a un gobierno mo n?rquico.22 En su despacho del 30 de marzo al Foreign Office Bank head detall? una segunda conversaci?n privada que sostuvo con el presidente interino acerca del monarquismo. Durante esa discusi?n Paredes no trat? ya de esconder sus sentimien tos a favor de la monarqu?a, pero le comunic? que estaba en contra de los planes de aquellos individuos que deseaban

a un pr?ncipe espa?ol en el trono de M?xico. Paredes y

Bankhead coincid?an en que, debido al fuerte sentimiento

antiespa?ol que a?n exist?a en M?xico, la imposici?n de

un espa?ol probablemente ser?a un grave obst?culo para el triunfo de la causa monarquista.23 A fines de abril Paredes volvi? a hablar con Bankhead acerca del establecimiento de una monarqu?a. En esta reuni?n estuvo presente el secretario de la legaci?n brit?nica, Percy Doyle. El presidente interino afirm? francamente que es peraba poder persuadir a los miembros del congreso extraor dinario que iba a reunirse para que adoptaran una consti

tuci?n mon?rquica. Debido a la naturaleza pol?mica del plan, no cre?a que la aprobaci?n del congreso podr?a con

quistarse r?pidamente. Aun as? esperaba que los legisladores favorecieran la monarqu?a constitucional debido a que era

la ?nica decisi?n inteligente. Paredes volvi? a insistir en su oposici?n a la elevaci?n de un pr?ncipe espa?ol al trono de M?xico. Afirm?, sin embargo, que no se opondr?a a la

voluntad del congreso y del pa?s, y que apoyar?a su elecci?n 22 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 10 mar. 1846), en PRO/FO 50/M, vol. 196, p. 15. 28 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 30 mar. 1846),

en PRO/FO 50/M, vol. 196, pp. 163-165.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 47

de un gobernante, ya fuera de Francia, Alemania, Italia o Espa?a.24 Paredes estaba as? sinceramente comprometido con el mo

narquismo. Ten?a la intenci?n de influir desde su puesto

para que los miembros del congreso extraordinario adoptaran

una constituci?n mon?rquica, aun cuando significara que tuviera que alinearse detr?s de un candidato espa?ol. ?Por qu? entonces neg? publicamente su apoyo al mo narquismo a principios de junio y proclam? su adhesi?n a la forma republicana de gobierno? ?Por qu? tom? una me dida que hizo que los editores de El Tieempo suspendieran la publicaci?n del peri?dico en protesta por su aparente traici?n a la causa monarquista? Los reportes de Bankhead sobre el asunto al Foreign Office, que siguieron basados en sus conversaciones confidenciales con Paredes, ofrecen res puestas convincentes a estas preguntas. El 30 de mayo el ministro brit?nico not? que la situaci?n pol?tica hab?a cam biado mucho en M?xico desde que Paredes le hab?a comu nicado en el mes de abril sus esperanzas sobre el prospecto de una monarqu?a. Las hostilidades con los Estados Unidos hab?an comenzado y el ej?rcito mexicano hab?a sufrido ya sus primeras derrotas importantes, lo que hab?a minado seriamente el prestigio del gobierno. M?s a?n, hab?a estalla

2* Charles Bankhead al conde de Aberdeen (Mexico, 29 abr. 1846), en PRO/FO 50/M, vol. 196, pp. 265-270. Seg?n Bankhead los miem bros del gabinete de Paredes estaban divididos en cuanto a la cuesti?n de apoyar o no a un candidato espa?ol para el trono de M?xico. Joaqu?n Mar?a de Castillo y Lanzas, quien era a la vez ministro de Relaciones y de Hacienda, y el obispo Luciano Becerra, ministro de Justicia, eran pro-espa?oles. Jos? Mar?a Tornel, ministro de Guerra, se mostraba en principio neutral al respecto, pero se opon?a a hablar publicamente de un candidato espa?ol porque eso ser?a un grave error

pol?tico. En esto Bankhead estaba de acuerdo. ?1 diplom?tico bri

t?nico aseguraba que la fracci?n pro-espa?ola, incluyendo al ministro

espa?ol en M?xico, hab?a da?ado seriamente la causa monarquista

por su manera desconsiderada y precipitada de hacer circular sus opi niones. Vid. Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 29 abr.

1846), en PRO/FO 50?M, vol. 196, pp. 255-256.

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do una revuelta entre las tropas de la guarnici?n de Jalisco. Los rebeldes, bajo el mando del coronel Jos? Mar?a Y??ez, hab?an proclamado su adhesi?n a Santa Anna y el federa lismo. Aunque se trataba de un levantamiento prematuro que fue suprimido r?pidamente por fuerzas leales a Paredes, era el primer indicio abierto de que Santa Anna y los fe deralistas hab?an decidido unirse para derrocar al gobierno.

Debido a estas nuevas circunstancias Paredes comunic? a Bankhead que aunque estaba todav?a a favor de la monar qu?a como soluci?n a los problemas de M?xico, hab?a perdido ya las esperanzas de que el congreso extraordinario tomara

medidas para su establecimiento en un futuro pr?ximo. Bankhead estaba de acuerdo con esta conclusi?n. Observ? que la oposici?n del p?blico a la monarqu?a aumentaba y que los enemigos del gobierno aprovechaban la creencia

generalizada de que Paredes estaba involucrado con los mo narquistas para tratar de derrocarlo.25 El ministro brit?nico expuso esencialmente la misma idea en un despacho que dirigi? a Londres el 9 de junio.

Dijo que Paredes se hab?a visto ostensiblemente obligado a negar sus sentimientos monarquistas debido al creciente descontento que su gobierno enfrentaba. Fue este descon tento el que lo hizo presentarse ante el congreso extraordi

nario a principios de junio y declarar su adhesi?n a la forma republicana de gobierno. Bankhead afirm? que era

inexacta la acusaci?n que hab?an lanzado los editores de

El Tiempo diciendo que Paredes hab?a traicionado la causa monarquista. Sosten?a que la retractaci?n de los principios pol?ticos del presidente interino era s?lo aparente y no real, 25 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 30 mayo 1846), en PRO/FO 50?Ai, vol. 197, pp. 109-110. Para informaci?n relativa a la alianza entre Santa Anna y los federalistas y sobre el estallido de su revuelta contra Paredes, vid. Antonio L?pez de Sanca

Anna a Valent?n G?mez Farias (Cerro, Cuba, 23 abr. 1846), en UT/VGFA, GF 1400 F49; mismo al mismo (La Habana, Cuba,

9 mayo 1846), en ibid., GF 1406, F49; D?az D?az, 1972, pp. 191-193; Hutchinson, 1948, pp. 588, 601-603; Samponaro, 1981.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 49

y que estaba basada en las necesidades del momento y no en sus convicciones.26 Bankhead repiti? esta idea tres sema nas despu?s al afirmar que Paredes se hab?a declarado por la rep?blica porque, bajo las circunstancias imperantes, en

ello radicaba la ?nica esperanza que ten?a de salvar a su

gobierno.27 Aun cuando el presidente interino repudi? publicamente

el monarquismo, no le fue posible evitar que su posici?n

pol?tica siguiera deterior?ndose. Esto no se debi? ?nicamente

a la reacci?n adversa que provoc? su simpat?a por el mo narquismo. Al subir al poder, Paredes hab?a prometido

tomar medidas definitivas en contra del enemigo extranjero que amenezaba' la integridad del territorio nacional. El no haberlo cumplido le hizo perder el apoyo del p?blico. Y aun que aument? los impuestos y pidi? pr?stamos de emergen

cia a la iglesia, Paredes no pudo sobreponerse a la grave

crisis fiscal que hab?a confrontado desde su ascenso al poder en enero. Debido a la aguda escasez de fondos el gobierno simplemente se vio imposibilitado de comprar grandes can tidades de armas y equipo que el ej?rcito requer?a urgen

temente desde que la guerra hab?a comenzado en el mes

de mayo. La incapacidad del presidente interino para tomar medidas efectivas para detener a los invasores norteameri canos, que a fines de julio ya hab?an cruzado el r?o Bravo y avanzaban hacia Monterrey, acab? con el poco apoyo po l?tico que le quedaba.28 En un esfuerzo por unificar al pa?s bajo su gobierno, Paredes anunci? que asumir?a personalmente el mando de

las fuerzas mexicanas que combat?an al enemigo. Conse

cuentemente, dej? la responsabilidad del gobierno al general 26 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 9 jun. 1846),

en PRO/FO 50/M, vol. 197, pp. 145-147.

27 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 29 jun. 1846),

en PRO/FO 50/M, vol. 197, p. 158. Vid. tambi?n otra carta del mismo al mismo (M?xico, 29 jun. 1846), en ibid., pp. 294-297. 28 Robertson, 1955, pp. 223-230, 233, 240, 247; Balbontin, 1891, pp. 65-67; Ramirez, 1950, p. 65.

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FRANK N. SAMPONARO

Nicol?s Bravo el 29 de julio y al d?a siguiente sali? de la

capital con tres mil hombres.28 En menos de una semana estall? en la ciudad de M?xico una revuelta encabezada por el general Jos? Mariano Salas, quien estaba a cargo de un

destacamento de mil hombres que acababa de llegar a la

capital con instrucciones de seguir a Paredes al frente, pero

quien actuaba bajo las ?rdenes de los partidarios de Santa Anna y con la aprobaci?n absoluta del l?der federalista Va

lent?n G?mez Farias.30 Salas se pronunci? el d?a 4 de agosto

en la Ciudadela. Denunci? a Paredes y al movimiento mo narquista y pidi? que un presidente provisional asumiera las riendas del gobierno hasta que un congreso constituyen

te, que ser?a elegido por el pueblo, redactara una nueva constituci?n. El plan de la Ciudadela llamaba tambi?n a

Santa Anna, invit?ndolo a regresar al pa?s y reconoci?ndolo como general en jefe del ej?rcito. Estipulaba que la guerra en contra del enemigo extranjero continuar?a hasta que la libertad y la integridad territorial de la naci?n quedaran aseguradas.31

No hubo virtualmente ninguna oposici?n militar al le vantamiento de Salas. ?ste tom? bajo su control el Palacio Nacional y se convirti? en el jefe de estado provisional el 6 de agosto, una vez que capitularon las tropas que hab?an permanecido fieles a Paredes. Al d?a siguiente Paredes, que se hab?a apresurado a regresar a la ciudad de M?xico con menos de cien hombres de caballer?a en un intento deses

perado por evitar la ca?da de su r?gimen, fue capturado por un destacamento de soldados al servicio de Salas y to

mado prisionero. La relaci?n que el p?blico hac?a entre Paredes y el movimiento monarquista y la par?lisis de su

29 Valad?s, 1972, p. 449; Arrangoiz, 1968, p. 391; Robertson,

1955, pp. 247-248. 30 Charles Bankhead al conde de Aberdeen (M?xico, 4 ago. 1846),

en PRO/FO 50/M, vol. 198, pp. 229-231; Bustamante, 1949, p. 195; Hutghinson, 1948, pp. 622-623. 31 Legislaci?n mexicana, 1876-1914, v, pp. 143-146; Bustaman te, 1949, pp. 195-196; Valad?s, 1972, p. 450.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 51

gobierno frente a la invasi?n norteamericana lo hab?an

desacreditado por completo. En consecuencia ninguno de sus jefes militares de rango lo apoy? cuando Salas se pronunci? a favor de Santa Anna y los federalistas.32 Los despachos de Bankhead ofrecen una explicaci?n con vincente de la actitud y de las acciones de Paredes frente al movimiento monarquista. Paredes fue en verdad un de fensor sincero del monarquismo. Deseaba establecer una mo narqu?a constitucional en M?xico porque cre?a que era un paso urgente y necesario para salvar al pa?s del desastre. Sin embargo, el momento era extremadamente desfavorable para llevar a cabo sus planes. El monarquismo era a?n impopu lar en M?xico y el pa?s estaba involucrado en una guerra que muchos mexicanos con buen juicio tem?an que termi nara en una cat?strofe. Para junio de 1846 Paredes estaba ya estigmatizado como monarquista y era repudiado^por no tomar medidas efectivas en contra de los invasores norte

americanos. En estas circunstancias el presidente interino, que ten?a mucha experiencia en cambios de gobierno basados en golpes de estado, sab?a que su gobierno se hallaba ame nazado. Pero probablemente no le fue dif?cil convencerse de que podr?a gobernar a la naci?n mejor que sus m?s pro bables sucesores, Santa Anna y los federalistas. Decidi? as? hacer un ?ltimo esfuerzo por sobrevivir politicamente, y por

esta raz?n declar? su apoyo a la rep?blica y su repudio

a la monarqu?a. Bankhead estaba en lo cierto cuando afir

maba que el p?blico repudio de Paredes al monarquismo era obra de la necesidad y no de la convicci?n, as? como su ?nica esperanza de salvar al r?gimen. Sin embargo, su declaraci?n a favor de la rep?blica no impidi? su ca?da.

Con Santa Anna en el poder y la naci?n concentrada

en el problema de la guerra con los Estados Unidos el mo vimiento monarquista qued? temporalmente relegado. Por 32 BusTAMANTE, 1949, pp. 197-200; Charles Bankhead al conde

de Aberdeen (M?xico, 6 ago. 1846), en PRO/FO 50/M, vol. 198, pp. 231-232; Ram?rez, 1950, pp. 67-68.

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lo que respecta a Mariano Paredes, estuvo en prisi?n hasta

octubre de 1846 en que Santa Anna le permiti? salir del

pa?s y exiliarse en Francia. Regres? a M?xico en 1848, poco despu?s del cese de hostilidades con los Estados Unidos, y muri? oscuramente al a?o siguiente en la capital del pa?s, sin que sus esperanzas de establecer una monarqu?a se hu bieran todav?a realizado.33

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Bustamante, Carlos Mar?a de 1949 El nuevo Bernai D?az del Castillo, o sea historia de la invasi?n de los anglo-americanos en M?xico. M?xico, Secretar?a de Educaci?n P?blica. Cotner, Thomas E. 1949 The military and political career of Jos? Joaqu?n

33 Robertson, 1955, p. 263; Garc?a Pur?n y Garc?a Rivas,

1969, p. 26.

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PAREDES Y EL MOVIMIENTO MONARQUISTA 53 de Herrera (1792-1854). Austin, University of Texas Press. D?az D?az, Fernando 1972 Caudillos y caciques: Antonio L?pez de Santa Anna y Juan Alvarez. M?xico, El Colegio de M?xico. ?Centro de Estudios Hist?ricos, Nueva Serie 15.?

Garc?a Pur?n, Manuel, y Heriberto Garc?a Rivas 1969 Los gobernantes de M?xico independiente. M?xico, Librer?a de Manuel Porr?a.

El general Paredes

1910 El general Paredes y Arrillaga: Su gobierno en Jalisco, sus movimientos revolucionarios, sus rela

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Legislaci?n mexicana

1876-1914 Legislaci?n mexicana, o colecci?n completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la inde pendencia de la rep?blica. Manuel Dubl?n y Jos? Mar?a Lozano, comps., M?xico, Imprenta del Co mercio, 34^ vols.

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54 FRANK N. SAMPONARO Olavarr?a y Ferrari, Enrique 1962 M?xico independiente (1821-1855). M?xico, Edito rial Cumbre. (Vicente Riva Palacio, ed.: M?xico a trav?s de los siglos, rv.)

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su conducta pol?tica, militar, y econ?mica en la

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teca Nacional de M?xico, Colecci?n Lafragua, vol.

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LA EXPANSION MEXICANA HACIA EL PAC?FICO: LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS (1570-1580) Antonio Francisco Garc?a-Abas?lo Universidad de C?rdoba (Espa?a)

1. El poblamiento Las Filipinas se incorporaron de una manera efectiva al imperio a partir de 1565 con la llegada de Legazpi y el co mienzo de la actividad conquistadora.1 En estos primeros a?os los espa?oles se ocuparon en organizar los asentamien tos favorables, estudiar las posibilidades econ?micas de las islas y procurar los medios necesarios para establecer con tacto con China.

1 Los despachos para tomar posesi?n de las islas los conseguir?a

m?s tarde Juan de la Isla en la corte. El 9 de marzo de 1570 sali? de Acapulco al mando de tres navios con socorros para Legazpi, y con la orden referida y otra m?s autorizando al adelantado a repartir encomiendas entre los soldados que las mereciesen. Oficiales reales de

M?xico a Felipe II (M?xico, 16 abr. 1570), en AGl/G, leg. 323. Rafael Bernai (1965, pp. 60-61) sostiene que esas ?rdenes las llevaron

Felipe y Juan de Salcedo, nietos del adelantado, en 1569. Lo mismo

parece entenderse de lo expresado por Montero Vidal (1887, i, p. 37),

aunque el portador en este caso ser?a Juan de la Isla. Mal podr?a haber sido Felipe de Salcedo por cuanto el barco que sali? coman

dando rumbo a M?xico en 1568 naufrag?. Los documentos en cuesti?n debi? llevarlos, efectivamente, Juan de la Isla, que parti? de Acapulco

en la fecha indicada al principio. As? figura tambi?n en D?az-Tre

ghuelo, 1965, p. 80. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este articulo.

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ANTONIO F. GARC?A-ABAS?LO

Es ?ste un per?odo escasamente conocido porque el in

ter?s de los investigadores se ha centrado preferentemente sobre el hecho de la conquista y el primer viaje de vuelta a trav?s del Pac?fico, es decir, sobre las figuras de Legazpi y

Urdaneta. No obstante, es una ?poca que se perfila con entidad en el contexto general de la historia filipina por

que en ella se van se?alando fen?menos que ser?n cons

tantes en todo el per?odo del dominio espa?ol. En los a?os que Enr?quez ocup? el virreinato mexicano, en Filipinas se sucedieron los gobiernos de Legazpi (1565 1572), Guido de Lavezaris (1572-1575) y Francisco de Sande (1575-1579). Fueron ?stos unos a?os de tanteos en los que las actividades fundamentales fueron el sometimiento de la

poblaci?n (de ordinario con m?todos pac?ficos) y la obser vaci?n de las posibilidades econ?micas;2 en suma, el per?odo en que los espa?oles tomaron contacto con la realidad del archipi?lago. Hay que tener en cuenta que vamos a analizar el tema desde unas perspectivas mexicanas, concretadas en las cues

tiones de la dificultad del poblamiento de las islas, el

establecimiento de la ruta comercial Manila-Acapulco y la actuaci?n del virrey Mart?n Enr?quez ante los problemas suscitados por el nuevo dominio, que hab?a nacido como producto de la expansi?n mexicana hacia el Pac?fico. Powell, entusiasta estudioso del virrey Enr?quez, opina que a?n no se le ha hecho justicia en cuanto a su gesti?n tocante a las Filipinas.3 2 Se?ala Bernai (1965, p. 62) que la propia localizaci?n de Ma

nila como capital del archipi?lago es s?ntoma del convencimiento de Legazpi acerca de la imposibilidad para los espa?oles de introducirse

en el tr?fico de las especias, dominado entonces por Portugal. Asi mismo, indica los deseos del adelantado de llevar a cabo una coloni zaci?n al estilo espa?ol, es decir, mestiza, fusionable y creadora de una

cultura. Sobre la tesis de este autor (las formas mexicanas en la

colonizaci?n de Filipinas), vid. tambi?n Bernal, 1964, particularmente

pp. 190-196.

3 Powell, 1957, p. 3. He preparado una monograf?a, que fue mi tesis doctoral, sobre la actuaci?n de Mart?n Enr?quez en Nueva Espa?a,

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 57 En el terreno pol?tico, la d?cada de 1570-1580 se centr?

en poner las bases de control en las islas. Legazpi hab?a colocado su primer asentamiento en la isla de Ceb?, de donde se extendi? hasta Panay movido por la necesidad

de alimentos y la hostilidad de los nativos. En 1571 se tras lad? a Manila, a donde hab?a enviado anteriormente a Juan de Salcedo y Mart?n de Goiti, siempre movido por los pro blemas de mantenimiento que Panay, escasa de recursos, no

hab?a podido solucionar. En Manila fue trazado el plano de la que hab?a de ser capital del archipi?lago, y se cons

truyeron las primeras casas para los espa?oles que hab?an ido en la expedici?n de Legazpi y un monasterio para los religiosos agustinos.4 Ya antes de la muerte de Legazpi se hab?a planteado la cuesti?n de las dificultades que podr?an surgir de dilatarse los per?odos en que el gobierno estuviese vacante, provoca

prestando especial atenci?n al papel que este virrey ejerci? en la aplicaci?n de la pol?tica de la junta magna de 1568 en el virreinato mexicano. Pr?ximamente aparecer? publicada por la diputaci?n pro vincial de Sevilla. 4 Manila fue fundada el 24 de junio de 1571. Legazpi orden? la construcci?n de dos casas grandes ?la sede de la gobernaci?n y el convento de religiosos agustinos? y 150 m?s peque?as para las fa

milias espa?olas. La nueva ciudad se extendi? a lo largo de una super ficie pentagonal de cuatro kil?metros de per?metro aproximadamente. Al parecer, tanto las casas como las edificaciones defensivas se hicieron

empleando madera o ca?a, y para los techos ?ipa. Nombr? tambi?n el ayuntamiento, constituido por los alcaldes ordinarios, doce regi dores, un alguacil mayor y un escribano. Hay que precisar que Manila no fue la primera ciudad levantada por los espa?oles en Filipinas; anteriormente el adelantado hab?a fundado en Ceb? la villa del San t?simo Nombre de Jes?s, que fue dotada de ayuntamiento formado por dos alcaldes ordinarios, seis regidores, dos alguaciles y un escribano.

Se estima que constitu?an la poblaci?n de Manila en 1570 unas cin cuenta familias, y qued? al frente de la nueva ciudad Guido de Lavezaris. Vid. D?az-Trechuelo, 1965, pp. 77-80; Montero Vidal. 1887, i, pp. 37-38; Ortiz Armengol, 1958, pp. 21-23. Mart?nez de Z??iga (1803, p. ? 16) cuenta c?mo un temporal, a los pocos d?as de iniciarse el gobierno de Lavezaris, destruy? las casas de Manila. "que eran de ca?as".

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ANTONIO F. GARC?A-ABAS?LO

das por el largo recorrido a efectuar por las provisiones del

gobierno metropolitano. Villalobos, oidor de la audiencia de M?xico, hizo manifiesta su preocupaci?n por el mante nimiento de la autoridad en las islas una vez que faltase el gobernador, cuya edad pasaba de los setenta a?os.6 Meses

despu?s de esta prof?tica carta, el 20 de agosto de 1572, muri?

Legazpi. Enr?quez vio tambi?n la necesidad de acudir a ello y envi? como posible sustituto de Guido de Lavezaris, en el

caso de su muerte, a un encomendero de Nueva Espa?a, Antonio Vel?zquez, porque no encontr? personas compe

tentes para el cargo entre los regidores y alcaldes de Manila.

Antonio Vel?zquez fue ?nicamente como capit?n de una expedici?n de soldados, desconociendo en absoluto las in tenciones del virrey; en cualquier caso, para entonces se hab?a

decidido en el Consejo el paso al gobierno de Filipinas de Francisco de Sande, oidor de la audiencia de M?xico.8 M?s adelante estas cuestiones se resolvieron nombrando dos y hasta tres de las personas relevantes de las islas para ocupar el gobierno como interinos en caso de muerte del goberna dor y hasta que llegase al archipi?lago el nuevamente nom

brado.

Pronto empez? a revelarse complejo el poblamiento de lo conquistado. En Espa?a, para atender a esto, se vio in

cluso la posibilidad de enviar indios mexicanos, casados o sol teros, diestros en alg?n oficio e instruidos en la doctrina, que quisieran ir voluntariamente.7 Pero esta dificultad no

fue obst?culo para que se cuidase la selecci?n, a fin de 5 Pedro de Villalobos a Juan de Ovando (M?xico, 3 mayo 1572)..

en AGI/G, leg. 69. 6 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 5 die. 1573), en AGI/O, leg. 19. Antonio Velazquez era un hidalgo de alrededor de cincuenta

a?os de edad, encomendero en Nueva Espa?a con una renta en con cepto de tributos estimada en treinta mil pesos. Los t?rminos em pleados en la respuesta a la carta parecen indicar que, en efecto, la provisi?n de Sande era un hecho. Mart?n Enr?quez a Juan de Ovando

(M?xico, 9 ene. 1574), en AGI/O, leg. 19.

7 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 30 mayo 1572), en AGl/G,

leg. 19.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 50 evitar los conflictos de que se ten?a experiencia en Nueva

Espa?a. As?, el virrey prohibi? el paso a Filipinas a los

mulatos desde el principio, y recibi? la confirmaci?n de su proceder y la orden para actuar en el mismo sentido en el futuro en 1575.8 La mayor parte de los embarcados para el archipi?lago la constituyeron soldados, a los que se prove?a de equipa miento a cuenta de la hacienda real mexicana y quienes no cobraban salario por su oficio en las islas,9 si bien fueron los primeros poseedores de encomiendas. El primer env?o de socorro para Legazpi en los a?os del gobierno de Enr? quez sali? de Acapulco en marzo de 1570, llevando soldados y las c?dulas que autorizaban al gobernador a fundar ciu

dades y partir encomiendas. Iba al mando de Juan de la

Isla y pasaban tambi?n en la flota algunos matrimonios.10 En los a?os posteriores Enr?quez se esforz? por hacer llegar

a Filipinas cuantas personas pudo, aunque para ello tuvo

que superar el ambiente contrario creado en Nueva Espa?a 8 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 18 mar. 1575), en AGl/G,

leg. 19. 9 Francisco de Sande, antes de salir para ocupar el cargo de gobernador en Filipinas, hizo devolver a alg?n soldado la paga para su equipamiento. Uno de ellos devolvi? 115 pesos, aunque no hay certeza en el documento consultado de que esa cantidad constituyera la t?pica estipulada para cada soldado. Francisco de Sande a Felipe II

(Acapulco, 6 abr. 1575); oficiales reales a Felipe II (M?xico, 5 ene.

1574), en AGI/G, legs. 19, 69. Mart?n Enr?quez, en carta a Felipe II (M?xico, 31 oct. 1576, en AG?/G, leg. 19), afirmaba que la cantidad

facilitada de ordinario a los soldados de Filipinas era de 120 pesos, "para armarse y ponerse en orden para poder llegar hasta embar carse; y llegados all? no hay m?s sueldo, y as?, para comer y vestir

dicen que lo han de buscar por mal o por bien".

10 Antes de este socorro, que llevaba dos mil hombres entre sol

dados, marineros y familias de colonos, adem?s de bastimentos, se hab?a enviado a Filipinas el gale?n San Jer?nimo en 1566, con cin cuenta soldados y cien marineros reclutados por el piloto Lope Mart?n en Acapulco, y dos navios m?s en 1567 con trescientas personas entre soldados, marineros y familias de colonos. Oficiales reales a Felipe II

(M?xico, 16 abr. 1570), en AGl/G, leg. 323. Vid. Muro, 1970, pp. 466-467.

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acerca de la situaci?n en el archipi?lago por los informes

llegados de all?, sobre todo en los a?os del gobierno de Lavezaris. De ellos pod?a deducirse el escaso atractivo que aquellas islas podr?an ofrecer a los habitantes del virreinato

mexicano en el aspecto econ?mico. Los frailes, a pesar de ser poco numerosos, empezaban a dar muestras de la po sici?n de privilegio de que gozaban ante los filipinos, como una premonici?n del papel excepcional que las ?rdenes iban a tener durante la entera etapa del dominio espa?ol. As?, en 1576 los soldados-encomenderos se quejaban ante el virrey porque se ve?an obligados a cobrar de sus indios los tributos seg?n tasaciones hechas por los frailes, bastante m?s bajas que las fijadas por el gobernador y en franca oposici?n a la pol?tica seguida en la colonia.11 Enr?quez consigui? enviar en 1573 un navio con 150 sol

dados 12 y en 1574 otros dos navios con 130 soldados al mando de Alonso Vel?zquez,13 pero los contingentes m?s numerosos fueron acompa?ando a los gobernadores: enton ces las flotas iban mejor equipadas, los navios eran m?s y el propio gobernador se encargaba de la preparaci?n de la expedici?n. Francisco de Sande estuvo en Acapulco super visando todos los preparativos de su flota desde mediados de febrero hasta el 6 de abril de 1575, d?a en que parti? a Filipinas. Llev? consigo alrededor de 350 personas en dos navios: 162 soldados, de 172 que Juan de Morones hab?a reclutado en M?xico (entre los que Sande descubri? algu nos ni?os y otros demasiado j?venes para el oficio sin que ello fuera obst?culo para dejar de llev?rselos, aunque les 11 Arteaga Mendiola, fiscal de la audiencia, a Felipe II (M?xico, 15 die. 1576), en AGl/G, leg. 69. Legazpi hab?a estipulado que el

tributo entero (marido, esposa e hijos por debajo de ocho a?os, o un var?n adulto) fuese de ocho reales; podr?a ser pagado en oro, ropa, algod?n, etc. Guido de Lavezaris continu? con este sistema durante su gobierno. Vid. Cushner, 1971, pp. 102-103.

12 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 24 mar. 1574), en

AGl/G, leg. 19. 13 Oficiales reales a Felipe II (M?xico, l9 abr. 1574), en AGl/G, leg. 69.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 61 hizo devolver las pagas en las islas) ; veinticinco hidalgos espa?oles y criollos que le hab?an seguido desde M?xico para servir en Filipinas con sus armas; ochenta entre ofi ciales de los navios, marineros y grumetes; tres religiosos agustinos, y entre treinta y cuarenta mujeres de los que lle vaban a sus familias.14

Gonzalo Ronquillo, sucesor de Sande, hab?a hecho capi tulaci?n con el rey en 1578 comprometi?ndose a llevar a

Filipinas seiscientos hombres, de los cuales doscientos o m?s deb?an ser casados y marchar con sus familias. El goberna

dor tendr?a que llevarlos a su costa desde Sevilla hasta

Panam? para luego embarcarlos en Acapulco en los navios que se preparar?an a cuenta de la hacienda real de M?xico.15

En efecto, en noviembre de 1578 partieron de Sanl?car 650 hombres. Teniendo en cuenta los que de ellos llevaban a sus familias, se estimaba la expedici?n en mil personas.16

Ya antes de 1578 se hab?a procurado enviar a las islas colonizadores desde la metr?poli, pero muchos de ellos se quedaron en Nueva Espa?a, hecho no dif?cil de compren der teniendo en cuenta la situaci?n en que estas familias se ver?an en Acapulco,17 que no era entonces sino unas pocas casas mal construidas y peor abastecidas, oyendo no buenas 14 Francisco de Sande a Felipe II (Acapulco, 6 abr. 1575), en

AGI/G, leg. 69. Un estudio de esta expedici?n, con estad?sticas muy interesantes acerca de la procedencia de los soldados, su edad, carac ter?sticas personales, etc., en Muro, 1970. 15 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 25 die. 1578), en AGI/G,

leg. 20. 16 Juan N??ez de Illescas a Felipe II (S'anl?car, 14 nov. 1578),

en AGI//G, leg. 1095. Sobre la capitulaci?n y expedici?n de Gonzalo

Ronquillo, vid. Morga, 1909, p. 398; D?az-Trechuelo, 1970, pp. 126 128. 17 Recogemos la descripci?n que del puerto de Acapulco hace Carletti en 1596, fecha en que el tr?fico con Manila estaba, l?gica mente, m?s desarrollado. A pesar de ello el panorama que se refleja en estas l?neas es enormemente pobre: "En este puerto no hay m?s

habitaci?n que acaso de veinte casas de espa?oles hechas de ramas entrelazadas y unidas con tierra y cubiertas de paja, sin techo, en

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noticias que llegaban del poniente en tanto esperaban a que

fuese posible disponer d? navio para embarcarse. Obvia

mente, muchos pon?an los medios para quedarse en el virrei nato, en donde la vida era m?s f?cil y el futuro m?s pro

metedor. Probablemente desde 1575 comenz? a concederse licen cias a espa?oles para embarcarse en Sevilla camino de Fili pinas. En M?xico el virrey hac?a la selecci?n que le parec?a

oportuna, la cual, por los testimonios que nos ha dejado

Mart?n Enr?quez, debi? ser ciertamente inc?moda, hasta el punto de que la consideraba como lo m?s costoso en la pre paraci?n de las flotas, "porque no hay hombre que arrostre pasar all?, ni de los naturales nacidos en esta tierra ni de los venidos de Espa?a, que como oyen trabajos y poco pro vecho, y el regalo de esta tierra es grande, no los puedo arrancar de aqu?. Y los alcaldes de corte prenden y castigan y los aprietan debajo de color de vagamundos y hombres que no tienen oficios, y, con todo, esto no basta".18

2. El comercio y las comunicaciones

El inter?s de la corona espa?ola sobre las Filipinas se

centr? primero en el comercio de especias, controlado en tonces por Portugal (que ten?a asentamientos en las Molu cas), y tambi?n en la consideraci?n de las islas como v?a

de paso para adentrarse en China. En realidad, desde los

momentos iniciales de la colonizaci?n se vio claramente que

la posesi?n del archipi?lago iba a resultar deficitaria, y que la ?nica posibilidad de provecho econ?mico era esta

blecer una ruta comercial entre Manila y Acapulco, enten di?ndose esa posibilidad como una especie de aliciente que

forma de cabana, de las que se sirven s?lo en el tiempo en que vienen

las naves de las islas Filipinas o del Per?. En el resto del a?o, y

m?xime en tiempo de lluvias,... no vive all? casi nadie, por ser lugar

muy malsano y cenagoso". Carletti, 1976, p. 64.

18 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 6 die. 1576), en AGl/G,

leg. 19.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 63 motivase el poblamiento del archipi?lago y diera solidez a la

uni?n de derecho que exist?a entre Nueva Espa?a y las

Filipinas.19 Los resultados de este tr?fico comenzaron a manifestarse en el orden econ?mico en el siglo xvn cuando los comer ciantes, estimulados por las prerrogativas fiscales establecidas

por la Corona, vieron la utilidad de participar activamente de una manera organizada en el que se llamar?a "gale?n de Acapulco", elemento de uni?n entre Filipinas y Nueva Es pa?a durante los casi tres siglos que las islas dependieron del virreinato.20

En el aspecto cultural el "gale?n" origin? un activo in

tercambio cuyos frutos m?s relevantes se dejaron ver en los siglos xvn y xvni. En particular, las obras de arte industrial de los chinos fueron muy pronto acogidas favorablemente en el mercado de Nueva Espa?a y, desde el principio, susci taron imitaciones.21 Un s?ntoma evidente de la aceptaci?n 10 Seg?n una real c?dula fechada en San Lorenzo el Real el V de junio de 1574, las Filipinas pasaban a depender oficialmente del virreinato de Nueva Espa?a. Su contenido no ofrece duda: "manda mos... que la gobernaci?n de las dichas Islas del Poniente... est? subalternada al nuestro visorrey de la dicha Nueva Espa?a, de la manera que lo est? la de la dicha provincia de Yucat?n en las cosas de gobernaci?n, y en las de justicia lo est? a la dicha nuestra audien

cia de M?xico, y que vengan a ella por apelaci?n del dicho nuestro

gobernador del Poniente todos los pleitos y causas que tocaren a jus

ticia, para que en ella se administre... y al nuestro gobernador de las dichas islas, y a su lugarteniente en el dicho oficio, que con las

cosas tocantes al gobierno de ellas acuda en lo que conviniere al dicho nuestro visorrey". En realidad el virrey tuvo de hecho m?s partici paci?n en Filipinas que en Yucat?n, a tenor de lo que Enr?quez respon

di? a Felipe II cuando recibi? la c?dula. Decia el 23 de octubre

de 1574: "En el gobierno de Yucat?n el virrey de aqu? nunca pone la mano, ni sabe la orden que ha de haber", en AGl/G, leg. 19. Vid.

Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 10 ene. 1574), en AHN/CJ,

221.

20 Este tr?fico es objeto de estudio en toda su extensi?n tem poral en Schurz, 1959; Ghaunu, 1960. Tambi?n para este tema vid.

Ghaunu, 1951.

21 Obreg?n, 1964, p. 292.

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de los productos chinos por los mexicanos fue la petici?n de

los comerciantes de Sevilla para que el comercio Manila

Acapulco fuera interrumpido. En 1583 provocaron la pro

mulgaci?n de una c?dula en ese sentido, aunque el conde de Coru?a, virrey entonces en M?xico, defendi? con ?xito la continuidad del tr?fico.22

Con todo, hasta que el tr?fico Manila-Acapulco mostr? las posibilidades econ?micas que encerraba, hubo una etapa de tanteos en la que los comerciantes mexicanos no arries garon pr?cticamente nada. Lo poco que aventuraron en sus inversiones se debi? a la decidida pol?tica de Enr?quez hacia el fomento de sus intereses, en espera de poder descargar en lo posible a la hacienda virreinal de. los gastos que el nuevo dominio estaba suponi?ndole. As?, en 1572 se autoriz? a los comerciantes de Nueva Espa?a para "tener comercio en las Islas del Poniente y hacer y llevar navios propios y cargar en ellos, con que salgan y entren en estas partes y as? mismo en las Islas del Poniente con registro, y de ellas salgan a los comercios y rescates que el general les orde nare".23 Al a?o siguiente los oficiales reales de M?xico in formaron que el virrey hab?a liberado del pago del almo jarifazgo a los productos tra?dos de Filipinas a cuenta de particulares. Los oficiales manten?an una opini?n similar, porque de imponer derechos se seguir?a inevitablemente el cese de las pocas iniciativas surgidas hasta entonces.24

Desde el principio se dej? ver un notable inter?s por

entablar relaciones con China. Enr?quez orden? a Juan de

la Isla, que hab?a ido comandando un env?o de socorro para Legazpi, que volviese costeando el sur de aquel pa?s. 22 Nelson, 1968, p. 33. Asimismo, la influencia de este tr?fico

en China fue notoria, particularmente la ejercida por la plata mexi

cana, hasta el punto de que el peso de ocho reales se convirti? en

moneda ordinaria en los intercambios. Vid. Bernal, 1965, pp. 75-76.

23 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 30 mayo 1572), en AGl/G, leg. 19. 24 Oficiales reales a Felipe II (M?xico, 5 ene. 1573), en AGl/G, leg. 69.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 65 El mismo inter?s lo vemos expresado en una petici?n del oidor Villalobos al presidente del Consejo de Indias, indi c?ndole que era una zona de "gran contrataci?n". Esta ex

pedici?n no se realiz? durante el gobierno de Legazpi, y

Lavezaris la consider? demasiado peligrosa temiendo encon trarse con portugueses; as?, se encomend? a Enr?quez que hiciera asiento con alg?n particular para "descubrir" la costa de China. No tenemos constancia por la documentaci?n re

visada de que alguien capitulase con el virrey para esta misi?n. Enr?quez contest? al rey a fines de 1574 que no

encontraba persona id?nea en Nueva Espa?a.25 Las muestras de los productos que iban a componer el tr?fico Manila-Acapulco se enviaron a Espa?a en 1565, y hab?an sido llevadas a Nueva Espa?a por Felipe de Salcedo,

nieto de Legazpi. En 1567, con Juan de la Isla, llegaron

setenta quintales de canela, y un navio, tambi?n con canela, naufrag? en Los Ladrones. Todos estos fueron env?os ofi ciales, sin participaci?n de los comerciantes, que comen zaron a intervenir en 1573.26 A fines de ese a?o se envi? al virreinato un cargamento sensiblemente m?s importante: "280 quintales de canela,... sedas de diferentes colores, da mascos, rasos y telillas y alg?n oro y cantidad de cera y loza

y otras brujer?as..."27 Parte de la canela iba a cuenta de particulares y ello dio lugar a que se plantease la cuesti?n de la conveniencia de monopolizar su tr?fico o dejarlo libre, decidi?ndose permitirles llevar la canela a Espa?a ?en M?xi

co el virrey opinaba que no tendr?a salida? hasta ver la

posibilidad de comercio que tendr?a all? para actuar en con secuencia.

25 Pedro de Villalobos a Juan de Ovando (M?xico, 3 mayo 1572) ;

Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 23 oct. 1574), en AGl/G, legs. 69, 19. Vid Bernal, 1965, p. 223. 26 Oficiales reales a Felipe II (M?xico, 12 mayo 1571), en AGl/G,

leg. 323.

27 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 5 die. 1573), en AGl/G,

leg. 19.

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La canela de Filipinas s?lo se consum?a en Nueva Espa?a en muy poca cantidad, a efectos comerciales despreciable de todo punto, porque era sustituida por otro tipo de especias. En 1574 los oficiales reales enviaron a Sevilla toda la carga

llegada de las islas alegando la poca venta que ten?a, "que partidillas menudas que los particulares traen hay harto

para lo que en esta tierra se puede gastar, y vale muy bara ta, que lo m?s caro que se vende es a diez reales la libra:

con valer a este precio y a menos no se despachar? un quintal en muchos d?as".28 En el siguiente navio de que tenemos noticias se llevaron para el rey cien quintales de

canela; ninguna para los comerciantes. Sin embargo, se segu?a

tratando en sedas, cera, lozas y los t?picos productos del tr?fico con China, hecho que parece corroborar el juicio de los oficiales reales.

La falta de ?xito de esta especia durante la etapa del

gobierno de Enr?quez y tambi?n en los a?os siguientes se hab?a atribuido a su poca calidad, que intent? mejorarse en cuanto se pens? que era debida a deficiencias en el pro ceso de elaboraci?n. As?, se envi? a Sande una c?dula (Aceca, 27 de abril de 1575) con instrucciones para que la canela fuese cogida a su tiempo y se atendiese a que fuera hecho correctamente el proceso de su beneficio.29 De todas formas 28 Oficiales reales a Felipe II (M?xico, 1* abr. 1574), en AGI/G, leg. 69. El virrey se?alaba la existencia en Nueva Espa?a de esas otras especias, aunque no especificaba cu?les eran. El entusiasmo de Guido

de Lavezaris, que hab?a supuesto que la canela de Filipinas pod?a

ser el elemento de la liberaci?n del mercado espa?ol de la dependencia de Portugal, se ve?a as? truncado. Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xi co, 5 die. 1573), en AGI/G, leg. 19. Vid. Cushner, 1971, p. 103.

29 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 18 mar. 1575; 31 oct. 1576), en AGI/G, leg. 19. Prueba de que las ?rdenes reales sobre la canela no se cumplieron con eficiencia, o bien de que a pesar de

ser llevadas a la pr?ctica no tuvieron resultados positivos, es lo que

nos dice el padre Francisco Comb?s a mediados del siglo xvn: "[La

canela] cr?ase silvestre, sin ning?n beneficio, en los montes. No tiene

m?s due?o que el que la encuentra, y as? se desazona mucho m?s el cogerla, porque por no dar lugar a ajeno logro... desuellan el ?rbol, a quien sirve de corteza, y la traen luego a la venta, porque

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LA FRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 67 la calidad no debi? mejorar demasiado, porque en 1579 los oficiales de Sevilla no sab?an qu? hacer para vender la canela

filipina. Nos dan noticia de las p?rdidas experimentadas por los compradores de la remesa llegada el a?o anterior, vendida a cuatro reales la libra a pagar en dos a?os ?recor

demos que en M?xico se vend?a en 1574 a diez reales la libra?, y de los malos efectos que hab?an provocado sobre la cotizaci?n del pfoducto: entonces ten?an almacenados

44 quintales que se deterioraban sin encontrar comprador.30 Los registros de env?os de canela que hemos encontrado parecen indicar que se intent? cumplir con la finalidad ori

ginal de la conquista filipina, si bien su poca capacidad comerciable hizo olvidarla por largo tiempo, hasta la se gunda mitad del siglo xvm, cuando en el archipi?lago se produjo- un cambio econ?mico caracterizado por la reva lorizaci?n agr?cola que incitar?a a urja nueva experiencia comercial con la canela de Mindanao, otra vez terminada en fracaso por causas similares.31 como se vende a peso no vaya a menos su virtud. Y, aunque al prin

cipio saca tan vivo el picante como la mejor de Ceil?n, [lo] pierde

muy en breve, y en dos a?os queda sin gusto y sin vigor. Que si de

jaran que el ?rbol la despidiera al modo de los corchos, y se sacara

sin violencia, quedara con virtud... y lograran el tronco vivo sacando

provecho de ?l, y no que como lo desuellan hasta la ra?z... es causa de ser esta canela m?s gruesa que la de la India, porque all?, por

gozar de la renta del ?rbol en pi?, le desnudan solamente las ramas,

perdonando el tronco, para que las eche de nuevo, con que viene a ser hacienda fija, y ac? no, que lo acaban del todo por ser la vida su corteza, y a no echar de suyo la ra?z nuevos pimpollos ya no

hubiera memoria de tal planta. Se coge en veinticinco pueblos o r?os de la costa de Samboangan hacia Dapitan y cr?ase en cerros ?speros y pedregosos, y no se halla en otra parte fuera de esta isla [Mindanao] en todo el archipi?lago". Comb?s, 1907, columnas 8, 9.

30 Oficiales reales a Felipe II (Sevilla, 16 die. 1679), en AGI/G, leg. 1095. 81 Garc?a Gonz?lez, 1976, p. 151. Indicamos los^ registros que hemos encontrado. Las faltas corresponden a a?os en que no parti? navio de Filipinas, a?os en que naufrag?, o de los que no tenemos noticia: 1567, 70 quintales; 1573, 300 quintales; 1576, 100 quintales;

1579, 44 quintales. Esta ?ltima partida debi? ser mayor, pero s?lo

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En lo que se refiere a la actividad de los comerciantes, que no puede calificarse de intensa, es verdad que hubo el movimiento suficiente como para que nos encontremos jui cios de valor realizados por personas relacionadas con ?l

y cerno para sacar una idea de su importancia en estos

a?os. Hab?amos indicado que, para fomentar las iniciativas, Enr?quez liber? del almojarifazgo a los comerciantes que tra jesen productos de Filipinas o de China, buscando que ellos mismos se animasen a fletar navios por su cuenta en el nuevo tr?fico, lo cual eximir?a a la hacienda real de M?xico de

los gastos empleados en la reparaci?n de las flotas para

enviar soldados, municiones, colonos, despachos, etc. a Fili pinas. Semejante intento no era f?cil de conseguir debido a que iba en contra de los intereses de los comerciantes: no

pod?an aventurarse a cargar productos de Nueva Espa?a

para Filipinas porque no ten?an posibilidades de comerciar los, y el volumen de los que se cargaban en Filipinas para Acapulco era demasiado peque?o para arriesgar capital en fletes de navios. En definitiva, la pretensi?n de la corona sabemos que esta cantidad fue la que lleg? a Sevilla. En 1568 Legazpi

hab?a enviado a Felipe de Salcedo a Nueva Espa?a en demanda de los despachos oficiales para continuar la conquista. El nieto del ade lantado llevaba m?s de cuatrocientos quintales de canela, pero el barco naufrag? en las Ladrones. Vid. D?az-Trechuelo, 1965, p. 78; oficiales reales a Felipe II (M?xico, 12 mayo 1571), en AGI/G, leg. 323. En 1571 y 1572 no lleg? a Nueva Espa?a ning?n navio de Filipinas. Uno de aviso estaba para salir en busca de noticias en marzo de 1573 desde Acapulco. Oficiales reales a Felipe II (M?xico, 31 mar. 1573), en AGI/G, leg. 69. En noviembre de ese a?o apare cieron al fin en Acapulco dos navios que llevaban m?s de trescientos

quintales de canela, una peque?a parte para particulares y sobre 290 quintales para la real hacienda. Oficiales reales a Felipe II (M?xi co, 5 ene. 1574); Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 5 die. 1573), en AGI/G, legs. 69, 19. En 1575 no lleg? ning?n navio procedente de las islas. El que lleg? a Acapulco en 1576 transportaba cien quin tales de canela. Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 10 feb., 31 oct.

1576), en AGI/G, leg. 19. De la partida enviada probablemente en 1577, sabemos que hab?a 44 quintales en Sevilla. Oficiales reales a Felipe II (Sevilla, 16 die. 1579), en AGl/IG, leg. 1095.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 69 era organizar el tr?fico entre Manila y Acapulco de manera similar a como se ven?a realizando el de Sevilla y Veracruz, pretensi?n que el virrey consideraba imposible con el agra vante de que el mantenimiento de las islas depend?a com pletamente de la conservaci?n del enlace por el Pac?fico o,

lo que es lo mismo, de las cantidades de pesos enviadas

y de los gastos que supon?a el enviarlas. Enr?quez conoc?a estas dificultades y las expuso con absoluta claridad como

respuesta a las demandas de la corona: "si los navios no

van a costa de vuestra majestad, a costa de mercaderes no ir?

ninguno, porque ellos no cargar?n un barco de diez tone ladas, y forzosamente se han de enviar soldados para sos tener lo de all? porque cada d?a se van muriendo y siendo menos, y lo de aquella tierra no se puede sustentar de otra

manera, y mucho menos ir adelante".32

El ritmo de participaci?n de los comerciantes en este

tr?fico fue muy lento a pesar de los esfuerzos del virrey, quien,

en principio, lo foment? esperanzado aunque termin? du dando de su provecho. Habr?a que buscar la explicaci?n del ritmo y las dudas en la desorganizaci?n del comercio en estos

momentos, que colocaba a los chinos por encima en el ba lance de ganancias. Por un lado, seg?n los informes de Enr?

quez, lo que se tra?a de Filipinas eran "unas sedas muy miserables, que las m?s de ellas traen la trama de yerba, y unos brocateles falsos... y porcelanas, escritorios y cajue

las pintadas. Si yo no tuviera respeto a m?s que al buen

gobierno de esta tierra, no permitiera que entrara en este reino ninguna cosa de ellas".33 De otra parte, puesto que los chinos no tomaban de los espa?oles nada m?s que plata y oro, el virrey previo que este comercio pod?a convertirse en una v?a de escape de la plata mexicana. De hecho, a par tir de 1593 se limit? la cantidad de plata exportada a Manila por los comerciantes a 500 000 pesos, aumentada a un mill?n 32 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 23 nov. 1575), en AGI/G,

leg. 19.

83 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 5 die. 1573), en AGI/G,

leg. 19.

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en 1734, pero siempre controlada. Desde luego, en el origen

de esta medida intervinieron las presiones ejercidas por

los comerciantes mexicanos, perjudicados en sus intereses por la competencia de los tejidos chinos; pero es necesario considerar las motivaciones que pesaban sobre la Corona en cuanto que el tr?fico con China, una vez constituido, podr?a haber amenazado seriamente su pol?tica respecto de los me tales preciosos americanos.34 En un primer momento la responsabilidad de la desorga nizaci?n de que hablamos antes parece recaer en la incom

petencia de Guido de Lavezaris para los asuntos adminis trativos, reiteradamente expuesta en los informes del virrey

y de la audiencia. Por otra parte, los representantes del co mercio mexicano en Manila en estos a?os, a quienes Enr? quez acusa de no ser hombres de negocios, no debieron ser de lo m?s granado del gremio. Las apreciaciones del virrey eran, en principio, justificadas; sin embargo, es preciso tener

en cuenta que el comercio filipino estaba entonces en sus m?s estrictos comienzos, faltando por tanto elementos para

hacer un juicio de valor acerca de su entidad. De otro lado, la opini?n de Enr?quez estaba en consonancia con los intereses de la corona pero no se guiaba por leyes de

mercado. As?, sus declaraciones requieren ser matizadas. Sin ir m?s lejos, los comerciantes manile?os gastaron en 1574 cuarenta mil ducados en sus compras de productos chinos,35 y las estimaciones sobre la cantidad de plata que los mexi

canos enviaron anualmente ?entre 1574 y 1577? a sus re 34 Del mismo modo en que intent? limitar la competencia en el lado Atl?ntico, el sistema comercial del imperio espa?ol procur? restrin

gir el contacto con Oriente. Es decir, que las declaraciones de Enr? quez estaban en perfecta sinton?a con la pol?tica comercial vigente. Pero, en el caso de Filipinas, la restricci?n era muy peligrosa, en tanto que amenazaba la propia perdurabilidad del archipi?lago como provincia dependiente de la monarqu?a hispana. As? se entendi? y ?sta

es la causa del fracaso de la real c?dula de 1583. Vid. Zavala, 1967, i, pp. 205-206. 35 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 9 ene. 1574), en Cartas de Indias, 1974, pp. 297-298.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 71 presentantes en Filipinas ascend?an a cuarenta mil pesos,36

lo cual parece indicar que exist?a durante estos a?os un

cierto inter?s en el mercado mexicano hacia las mercanc?as

chinas.

Por lo que hemos visto hasta aqu?, es f?cil constatar que una de las primeras necesidades a que hubo que dar salida fue la de disponer de barcos a prop?sito para realizar la nueva navegaci?n. Los que en esos a?os exist?an en el "Mar

del Sur", puesto que estamos en la primera etapa de la

navegaci?n pac?fica regular, eran navios peque?os y de poco porte. ?stos se emplearon en los primeros viajes, pero pronto se hizo patente la conveniencia de utilizar barcos m?s s?li dos y de mayor capacidad. Desde 1573 Enr?quez busc? intro ducir en las rutas de Filipinas dos barcos de porte superior

a cuatrocientas toneladas, con la intenci?n de que uno de

ellos estuviese durante un a?o en Filipinas a fin de disponer de tiempo para recoger los "rescates" y volver a Acapulco al a?o siguiente; entonces ser?a sustituido por el segundo, que partir?a de Acapulco con lo necesario para las islas.37 Estos dos navios se iban a construir en Nicaragua, aunque

el virrey plante? la posibilidad de hacerlos en Panam? o

Acapulco, lugares que, como veremos, estuvieron estrecha mente relacionados con el tr?fico pac?fico.38 En Acapulco

86 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 19 oct. 1577), en AGI/G,

leg. 69. No debe extra?ar la coincidencia de las cifras: se trata de estimaciones realizadas por el virrey ?como se puede comprobar?

en dos fechas distintas. No por ello dejan de tener valor, aunque sea relativo. Tenemos, por otra parte, el testimonio de Enrique Hawks, comerciante ingl?s que estuvo en Nueva Espa?a en ese tiempo y per cibi? la influencia ejercida por las mercanc?as chinas en el mercado

mexicano. Dice en su relaci?n: "Han tra?do de all? oro y mucha canela, as? como vajilla de loza tan fina que el que puede conseguir una pieza da por ella su peso de plata". Vid. Relaciones de viajeros, 1963, p. 67.

37 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 5 die. 1573), en AGI/G,

leg. 19.

88 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 19 oct. 1577), en

AGI/G, leg. 69. Algunas noticias acerca de la elecci?n de puerto en la primera etapa de la conquista, en Pizano y Saucedo, 1964.

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se hab?a construido un barco de mediano porte en 1573 para mantenerlo como reserva, pero no exist?a entonces tradici?n

astillera all?; incluso a?n no se hab?a decidido que fuese el puerto de entrada para el comercio de la China. En realidad, ?ste ser?a el esquema del funcionamiento

de la carrera del Pac?fico: dos galeones que transportaran los permisos de los comerciantes de Manila, y un patache que actuara de navio de aviso en los casos necesarios.

Uln problema constante en la preparaci?n de los bar

cos fue la dificultad para conseguir los elementos necesarios

a su apresto, porque en Nueva Espa?a eran escasos y ex

cesivamente costosos la jarcia, las velas, la clavaz?n, la ar tiller?a y en general todo lo dem?s relacionado con ello. La v?a de abastecimiento se organiz? a trav?s de los oficiales

reales de Sevilla, y en los cases en que la necesidad apre

taba se recurr?a a obtenerlos de los navios de la flota que daban al trav?s en San Juan de Ul?a.39 La ruta era bien conocida y contaba con pilotos experi

mentados, aunque, a juicio de Enr?quez, cualquier buen piloto podr?a hacerla siguiendo su trazado en el cuadrante.

En cada viaje iban dos pilotos para evitar que los barcos quedasen sin gobierno, como hab?a sucedido varias veces

en los casos en que fue s?lo uno y muri? en la navegaci?n. Como ser?a t?pico en el futuro de la carrera, las mayores complicaciones las encontraban los galeones cuando ten?an que navegar dentro del archipi?lago, entre las islas. No faltan muestras en estos a?os, puesto que el navio Esp?ritu Santo, que hab?a salido de Acapulco el 6 de enero d? 1576 y llegado a Filipinas el 25 de abril, tras realizar la navegaci?n m?s r?pida hasta entonces, fue sorprendido por un hurac?n y naufrag? a cien leguas de Manila. En ?l iban alrededor de 39 Las cartas dirigidas a Espa?a en demanda de los elementos

necesarios para el apresto de navios son constantes, pero quiz? el testi

monio m?s significativo en este sentido sea el que nos proporciona Francisco de Sande. En dos cartas a Juan de Ovando (M?xico, 21 y 22 oct. 1574, en AGI/G, leg. 99), comunicaba las dificultades que estaba encontrando para preparar su expedici?n a Filipinas.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 73 cien personas, entre las cuales se contaban once frailes y soldados espa?oles.40 Tradicionalmente se viene conociendo al navio que hac?a el tr?fico por el Pac?fico con el nombre de "gale?n de Ma nila", o bien "gale?n de Acapulco". Cuando nos referimos estrictamente a los dos puntos entre los cuales el gale?n desarrollaba su traves?a estas denominaciones resultan com

pletamente apropiadas, pero pueden ser enga?osas desde que el comercio que estos navios realizaban no ten?a su

punto de partida en Manila, ni el de llegada en Acapulco. En realidad el tr?fico un?a a China con M?xico: prueba de

ello es el inter?s manifiesto en los primeros a?os de la

colonizaci?n filipina por descubrir la costa de China, por

una parte, y por otra las medidas tomadas en Nueva Es

pa?a para unir a Acapulco con M?xico a trav?s de un

camino por el cual los productos del comercio llegasen a la capital. Como hemos se?alado anteriormente, aunque Acapulco

fue preferido desde un primer momento para ser el puerto del tr?fico con Filipinas, ofrec?a algunas dificultades que hicieron sopesar las ventajas que pod?an ofrecer otros puer tos de la costa pac?fica de Nueva Espa?a durante la d?cada de 1570-1580. En esta competencia intervinieron los de Hua tulco, Tehuantepec y Las Salinas. El primero hab?a sido el

puerto tradicional del comercio con Per?, Guatemala y

Nicaragua, y adem?s estaba cercano a Antequera, de donde se llevaban los bastimentos necesarios a la navegaci?n. Por otra parte, dispon?a de recursos de maderas, brea, lino y c??amo para jarcias y los dem?s art?culos para la construc ci?n de navios. Entre Huatulco y San Juan de Ul?a hab?a caminos recorridos por recuas abundantes para solucionar las necesidades de transporte de mercanc?as con facilidad. Tambi?n se baraj? la posibilidad de pasar las funciones de Acapulco al puerto de Las Salinas, situado a cuarenta leguas

de Antequera al norte de Huatulco. Desde all? pod?a ha

40 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 31 oct. 1576), en

AGl/G, leg. 19.

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cerse el camino hasta Veracruz en veinte d?as, utilizando carros hasta el r?o Coatzacoalcos y luego, siguiendo la v?a fluvial, hasta Veracruz y San Juan de Ul?a. De Acapulco a San Juan de Ul?a se empleaban en esta ?poca de cuatro a seis meses por el ?nico camino existente que pasaba por M?xico. En 1574 los oficiales reales de la capital se excusaron de no haber enviado toda una partida de canela porque ese camino era "muy ruin y hallarse mal quien se encargue de traerla".41 Pero a pesar de sus incon venientes a fines de 1573 se eligi? definitivamente el puerto de Acapulco, que ten?a sobre sus dificultades la ventaja de ser el de mayor capacidad ?hasta doscientos barcos calcu

laba el virrey que podr?an ocuparlo?, adem?s de ser se

guro.42 La v?a de enlace con M?xico comenz? a arreglarse

en ese mismo a?o: se hizo un puente para cruzar el r?o

Balsas y fueron arreglados algunos tramos, pero la parte que

ofreci? mayores problemas ?el descenso desde la Sierra Madre hasta el mar? a?n no se hab?a resuelto a fines de la d?cada a pesar de que desde la ?poca de don Gast?n de Peralta se hab?a buscado una zona para construir el ca mino.43 Cuando empezaron a llegar espa?oles con licencia para ir como colonos a Filipinas, su traslado desde San Juan de

Ul?a hasta Acapulco ofreci? graves problemas. Enr?quez 41 Oficiales reales a Felipe II (M?xico, 10 oct. 1573), en AGI/G, leg. 19. 42 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 10 oct. 1573), en AGI/G,

leg. 19.

48 Informaci?n hecha a petici?n de Francisco P?rez Payan (M?xi

co, 8 abr. 1579), en AGI/G, leg. 103. Desde la d?cada de 1570-1580 el puerto de Acapulco fue adquiriendo, de manera gradual pero con lentitud, una poblaci?n de negros, mulatos, filipinos y unos pocos espa?oles. La ?poca del a?o en que el puerto estaba m?s concurrido correspond?a al invierno, cuando el gale?n estaba all?. Desde luego, se trataba de una poblaci?n transe?nte. Vid. Gerhard, 1972, p. 41 ; tambi?n L?pez de Velasco, 1971, pp. 106, 291-292. Aunque esta ?ltima obra fue terminada en 1574, las informaciones de L?pez de

Velasco respecto del puerto de Acapulco son naturalmente anteriores, porque sit?a como v?a del tr?fico con Filipinas el de La Navidad.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 75 propuso que entraran por Nombre de Dios, desde all? fuesen enviados a Panam?, y desde este puerto al Realejo para ser embarcados a Manila: as? se evitar?an los riesgos de enfer

medades, porque la mayor parte de las 130 leguas del ca

mino se extend?a por "tierra caliente" y era frecuente, "en todas cuantas flotas llegan a esta tierra, morir gran golpe de gente desde el puerto hasta llegar a esta ciudad, y toda la m?s adolece y pasan hartos d?as primero que convalecen y vuelven en s?".44 Por otra parte, la traves?a desde M?xico hasta Acapulco (65 leguas) era muy dura y, por aquel entonces, todav?a poco transitada, de manera que ser?a f?cil escapar tierra

adentro para todo el que tuviera deseo de hacerlo, deseo

bastante com?n en estos futuros colonos. Antes hicimos re

ferencia a la preocupaci?n del virrey respecto de este tema.

En un principio, cuando el poblamiento se realizaba con

material humano de Nueva Espa?a, cargaba las culpas sobre los mestizos, por quienes nunca tuvo demasiada simpat?a. Por ello foment? hasta donde pudo el env?o de espa?oles a Filipinas, si bien pudo comprobar que la aversi?n a po blar la nueva colonia no ten?a mucho que ver con los tipos

raciales, porque incluso muchos de los matrimonios que llegaban de Espa?a con licencia para establecerse en el archipi?lago consegu?an quedarse en la Nueva Espa?a por el procedimiento de la huida.45

44 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 19 oct. 1577), en AGI/G,

leg. 69.

45 ?sta fue la raz?n fundamental aducida por el virrey para que las familias transportadas desde Espa?a con direcci?n a Filipinas em

barcasen en los galeones y cruzaran el istmo desde Tierra Firme a Panam?; desde all? podr?an navegar hasta Acapulco. Adem?s de los que hu?an y se quedaban en Nueva Espa?a cuando el abastecimiento se realizaba por San Juan de Ul?a, hab?a que contar las bajas por

enfermedades contra?das en Veracruz y en el camino hacia Acapulco. En esta misma carta de Enr?quez se puede observar la tendencia que

tomaba el poblamiento de Filipinas en estos a?os: hab?a comenzado la fusi?n con ,1a poblaci?n ind?gena. Dec?a Enr?quez: "lo que a m?

me parece que para la perpetuidad de aquella tierra conviene, dem?s

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El recorrido propuesto por Enr?quez era el que usaban ordinariamente los que iban al Per?, camino que se hab?a mostrado c?modo por la abundancia de recuas que lo re corr?an y no pasaba por zonas en que el clima fuese insu frible. Asimismo, la experiencia hab?a mostrado que la na vegaci?n entre Panam? y El Realejo, y entre el Realejo y Acapulco, pod?a realizarse sin peligros. Con todo, el poblamiento de Filipinas v?a Panam? y El Realejo s?lo fue una propuesta del virrey. La v?a que se utiliz? durante su per?odo de gobierno fue el camino Vera cruz-M?xico-Acapulco. En lo que tocaba a su segunda etapa desd? la capital hasta el puerto de embarque, seg?n los testimonios de Enr?quez, contaba ya para 1577 con recuas suficientes atra?dos los arrieros por las demandas de los sol

dados y el comercio incipiente. Esta parte del camino se hac?a ordinariamente en montura por la rigurosidad del

clima y la dureza del trazado, de manera que cada soldado reclutado para Filipinas recib?a una ayuda de quince pesos para pagar la montura, su sustento y el arriero que llevara sus pertenencias. Parece que esta cantidad hay que enten derla incluida en los 120 pesos que se daban a cada soldado para preparar su equipamiento, ?nico salario que recib?an, ya que en Filipinas no cobraban nada de la hacienda.46 Localizado en una privilegiada posici?n, Acapulco se con virti? pronto en centro de atracci?n de agricultores y ga naderos que se disputaron el monopolio del abastecimiento de las flotas de Filipinas. Desde 1571 Garc?a de Albornoz, sobrino del tesorero de la real hacienda Bernardino de Al de que es bien que vaya gente de guerra, es que vayan cantidad de

hombres casados que asienten y pueblen y nazcan all? espa?oles y se vayan multiplicando, y que no sea todo poblarla de mestizos, porque

los espa?oles se van acabando y con cuantos se env?an cada a?o

consume tantos la tierra por ser muy caliente y muy aparejada para vicios, que crece poco el n?mero". Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xi

co, 19 oct. 1571), en AGl/G, leg. 69.

46 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 31 oct. 1576), en AGl/G,

leg. 19.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 77 bornoz, ten?a concertado asiento con los oficiales reales para proveer de pescado y carne a los marineros, soldados y co lonos que hac?an la carrera del Pac?fico. Era encomendero de varios pueblos en la provincia de Acapulco y fue reunien

do en la zona estancias de ganado mayor y huertas por

procedimientos poco ortodoxos. A la muerte del virrey Ve lasco la audiencia le concedi? un sitio de estancia de ganado

mayor, al que a?adi? otro concedido a su t?o Bernardino por el marqu?s de Falces. A fin de cuentas, de un modo ilegal y apoyado en sus buenas relaciones con algunos miem bros de la administraci?n virreinal, utilizaba como suyos los cinco sitios de estancias que Juan del Hierro, alcalde mayor de Acapulco, hab?a delimitado en la provincia. En 1576 un hidalgo llamado Francisco P?rez Payan ha

b?a conseguido por merced real dos estancias de ganado mayor en Acapulco, comprometi?ndose a abastecer a las flotas de Filipinas de bizcocho, carne y pescado salado en condiciones m?s ventajosas para la hacienda que las esti puladas en el contrato de Garc?a de Albornoz. Ser?a prolijo y fuera de lugar relatar la competencia surgida entre estos dos personajes, que se extiende m?s all? de 1580, pero s? aprovechamos los testimonios a que dio lugar para analizar los asientos de uno y otro. En su contrato, P?rez Payan ofrec?a el quintal de bizco

cho, puesto en el puerto de Acapulco, a seis pesos de te

puzque (antes le hab?a costado a la hacienda siete y medio y hasta ocho pesos el quintal) ; el pescado salado a catorce reales la arroba (antes a diecis?is reales), y los novillos de tres a?os a cuatro pesos y medio puestos en el puerto, com prometi?ndose Payan a hacer el traslado de ellos desde las estancias. En el asiento de Albornoz los novillos de tres a?os cos

taban a la hacienda nueve pesos y medio en los corrales de las estancias; all? se mataban y se llevaba la carne por un camino de dos leguas a trav?s de "tierra caliente", lo cual hac?a que muchas veces llegase corrompida y que con

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l?s costos del transporte, que se realizaba a cuenta de la hacienda, cada novillo saliese en definitiva por doce pesos.47

Durante el gobierno de Enr?quez, y a pesar de las con cesiones hechas a Payan, Albornoz sigui? abasteciendo a Acapulco apoyado en personas influyentes y alejando del negocio a su competidor por medio de amenazas y de accio nes ilegales, en las que intervino el secretario de la gober

naci?n Juan de Cueva.

3. Los frailes Es patente la importancia de la funci?n ejercida por los eclesi?sticos en la cristianizaci?n e hispanizaci?n del imperio. En la primera etapa del dominio espa?ol se redujo la labor misional a los miembros de las ?rdenes religiosas, pero des

pu?s, aplic?ndose las medidas del Concilio de Trento, el

clero regular fue siendo sustituido por el secular en doctri nas y parroquias a lo largo de un lento y laborioso proceso no exento de dificultades. En el caso de la cristianizaci?n

de Filipinas la labor del clero regular tuvo caracter?sticas especiales porque, desde su llegada al archipi?lago, consigui? ejercer sobre los ind?genas una inmensa preponderancia que

creci? durante la ?poca colonial y consolid? a los frailes

en una posici?n de prestigio indudable frente a los dem?s espa?oles de la colonia, y que, por parte de la corona, les procur? una serie de prerrogativas, exclusivas para los reli giosos de la provincia filipina. Estas caracter?sticas peculiares responden a las tambi?n especiales circunstancias que dominaron en la colonizaci?n filipina. En primer lugar, al hecho de que los frailes fueron la poblaci?n permanente de las islas, el apoyo inamovible

de la autoridad espa?ola en la colonia. Se debe tambi?n a

que la colonizaci?n filipina fue eminentemente urbana: los frailes fueron quienes m?s se adelantaron en las islas, y llevaron el peso de la reducci?n a la vida "en polic?a" (in 47 Informaci?n hecha a petici?n de Francisco P?rez Payan (M?xi

co, 8 abr. 1579), en AGl/G, leg. 103.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 79 separable a las concepciones civilizadoras de los espa?oles) de los ind?genas filipinos, muy dispersos en grupos poco numerosos a la llegada de Legazpi. Esto hizo que los frailes

asumieran funciones administrativas en los pueblos, adem?s de las estrictamente misioneras, como representantes recono

cidos de la autoridad colonial. Esto hizo tambi?n que la

aprobaci?n de los frailes resultara necesaria para cualquier empresa que el gobierno pretendiera llevar a cabo en las comunidades que adoctrinaban.48 Como afirma Phelan, en definitiva "todos los oficiales responsables de la corona se dieron cuenta de que la continuidad de la hegemon?a espa?o la en las provincias [de Filipinas] depend?a estrechamente de la autoridad y prestigio que los religiosos ejercieran sobre sus parroquianos".49 Los primeros en llegar a las islas fueron los agustinos,

que acompa?aron a Legazpi en la primera expedici?n de conquista y durante unos a?os mantuvieron el monopolio

de la evangelizaci?n. En 1576 Enr?quez pidi? que se man

daran religiosos de las dem?s ?rdenes, especialmente fran ciscanos y jesuitas, y que algunos de ellos fuesen letrados, porque los ind?genas daban muestras "de no ser tan bozales ni de tan poco entendimiento como los de esta tierra [Nueva Espa?a]".50 Al a?o siguiente llegaron los primeros francis canos en n?mero de quince, de los cuales nueve proced?an

de Espa?a y seis se enviaron de M?xico. Con ellos iba un cl?rigo que debe haberse contado entre los primeros del

clero secular en pisar el archipi?lago.51 Los jesuitas, a pesar del inter?s manifestado por Enr?quez, no desembarcaron en las islas hasta 1581.

En el aspecto misional, los a?os en que se centra nuestro estudio (1568-1580) enmarcan el primer contacto con los <8 Roth, 1976, p. 28. 49 Phelan, 1959, p. 31.

50 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 13 die. 1576), en AGI/G,

leg. 19.

61 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 13 die. 1577), en

AHN/C/, 242.

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ind?genas. Hubo dificultades por el desconocimiento de la lengua y a causa del escaso n?mero de religiosos enviados a Filipinas, as? como por el sentimiento de los frailes, que en principio consideraron al archipi?lago como un lugar de paso hacia la China y el Asia en general, objetivo final al que se sent?an empujados por el celo misionero. Con todo, parece claro por las cifras en que se resume la labor doc trinal (hasta 1570, cien bautizados, la mayor?a ni?os; en 1583,

cien mil bautizados), que la d?cada 1570-1580 no se carac teriz? por la inactividad sino m?s bien por ese crecimiento oculto que siempre supone el sentar las bases, en este caso, de una primera avanzada que comenz? a finales de la d? cada. Y, por otro lado, la d?cada se?ala el l?mite temporal que los frailes necesitaron para darse cuenta de que las Filipinas constitu?an en s? mismas un objetivo misional ape tecible.62

No faltan muestras en esta primera etapa de la toma de conciencia de las autoridades coloniales acerca de la importancia que pod?a tener la labor de los religiosos. En 1574 Pedro Farr?n, Lope de Miranda, Francisco de Sande y Vald?s de C?rcamo, oidores de la audiencia mexicana, en

una carta que es un memor?ndum de acusaciones contra

el virrey, manifestaron su disconformidad porque Enr?quez hab?a hecho reunir a los frailes para tratar de los asuntos relatives al archipi?lago sin que los miembros de la audien cia estuvieran presentes. Concluyeron sus quejas con una afir

maci?n que refleja esa situaci?n especial de los frailes en Filipinas, sin entrar en consideraciones de la raz?n o sin 52 Acerca de los bautismos en la primera etapa, vid. Phelan,

1955, en particular pp. 15-21. En 1569, despu?s de celebrar su primer cap?tulo provincial, los agustinos de Filipinas enviaron a fray Diego

de Herrera, provincial, a M?xico y Espa?a, con la misi?n de avisar que las islas deb?an ser abandonadas en favor de la China. El pro vincial de M?xico le envi4 de vuelta al archipi?lago, y en 1570 los frailes aceptaron la voluntad de Felipe II respecto del inter?s pre ferente de evangelizar a los ind?genas filipinos. Vid. Gushner, 1971,

pp. 75-76.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 81 raz?n de esos ministros: "entendemos que no conviene dejar cosas semejantes en arbitrio de frailes".53

En realidad estas juntas del virrey con los religiosos

ten?an su sentido, porque la actuaci?n de los agustinos en

las islas y su repercusi?n en la Nueva Espa?a planteaba

serios inconvenientes a la colonizaci?n, en tanto que hac?an dif?cil el poblamiento del archipi?lago. En 1574 fray Diego de Herrera se traslad? a Espa?a a fin de exponer a Felipe II los errores de los colonos espa?oles y de la administraci?n filipina. Fue bastante sintom?tico que en M?xico encontrara el decisivo apoyo de los dominicos, quiz?s alarmados por la posibilidad de contemplar en Filipinas una nueva experien

cia antillana. En este sentido, no debe dejarse de lado la consideraci?n de que el dominio espa?ol en la isla se inau gur? cuando en la Am?rica hispana los m?todos de coloni zaci?n y de misi?n hab?an adquirido una cierta estabilidad tras ser sometidos a serias y profundas revisiones- Fr?t? de

esos ex?menes fueron las "Ordenanzas de nuevo descubri miento y poblaci?n" de 1573, que los frailes en Filipinas aplicaron rigurosamente, de modo que no es dif?cil encontrar

m?ltiples referencias a ellas cuando los soldados-encomen deros las incumplieron en sus relaciones con los ind?genas. Esa misma frecuencia es indicio de que los espa?oles laicos mostraban bastante poco inter?s por aprovechar las experien

cias acumuladas, por cuanto ellas pudieran perjudicar la

satisfacci?n de sus propios intereses. Los frailes, con sus pos turas intransigentes, actuaron de una manera estrictamente legal, aun cuando, como Enr?quez aseguraba, el llevar a la

pr?ctica las nuevas ordenanzas de descubrimiento en Fili pinas resultaba poco menos que imposible.54

Las acusaciones m?s comunes se refer?an al env?o de soldados que, una vez establecidos en la colonia, no per

53 La audiencia de M?xico a Juan de Ovando (M?xico, 18 mar. 1574), en AGI/G, leg. 19.

54 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 31 oct. 1576), en AGI/G, leg. 19. Estas ordenanzas se pueden encontrar en Engin as, 1945-1946, libro rv, ff. 232-246.

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cib?an sueldo, de manera que atend?an a resolver sus nece sidades y ambiciones con el usufructo, m?s o menos legal, de sus encomiendas.55 El mismo virrey no escap? a las acu saciones, en tanto que era el principal responsable de los env?os de soldados cuya recluta se hizo siempre con grandes

dificultades, por las que hab?a para conseguirlos y para convencer a los frailes de su necesidad en la isla.56 Los medios empleados por los religiosos para hacer valer sus

opiniones se apoyaren en su posici?n de influencia ante los filipinos, haci?ndoles moverse en contra de las medidas de la administraci?n. Tambi?n negaron la absoluci?n a los enco menderos que operaban seg?n criterios discordantes con los de los frailes en sus relaciones con los ind?genas. Para va lorar en s? justa medida el efecto de esta actitud es nece

sario tener en cuenta la estimaci?n en que los espa?oles

del siglo xvi ten?an a las cuestiones espirituales. Enr?quez se dirigi? en varias ocasiones a Felipe II pidiendo soluci?n a este problema en t?rminos que expresan claramente la ?ntima preocupaci?n que le ocasionaba.57 Como antes indicamos, el comportamiento de los reli

giosos incidi? de manera negativa en el poblamiento del archipi?lago. El virrey se?al? c?mo entorpec?an los esfuer zos que hac?a para evitar las consecuencias de la propaganda

55 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 3 feb. 1574), en AHN/C/,

222.

56 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 6 die. 1576), en AGl/G,

leg. 19. Otro de los problemas que preocupaban a los frailes era el

crecimiento de la colonia de chinos en Manila. En realidad lleg? a ser una cuesti?n controvertida para la propia administraci?n de gobierno del archipi?lago, porque la inmigraci?n china adquiri? un ritmo alar

mante. De 150 en 1571, pasaron a seis mil en 1581. Vid. Nelson, 1968, pp. 31-32. La medida que prevaleci? fue la de colocarlos en

un barrio propio, en las afueras de Manila, que se llam? la "Alcaicer?a de los Chinos" o "Pari?n de los Sangleyes", recurso empleado por el

gobernador Gonzalo Ronquillo. Vid. Mart?nez de Z??iga, 1803, p. 144. Para un estudio de la influencia de la comunidad de los san gleyes en la econom?a filipina vid. D?az-Trechuelo, 1966. 57 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 30 oct. 1577), en AGl/G,

leg. 69.

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LA PRIMERA COLONIZACI?N DE FILIPINAS 83 anticolonial, por llamarla de alguna manera: "todo cuanto ganan [los espa?oles] dicen ques mal habido y con trabajo los absuelven, y as? la gente toma esto por escudo para no ir la jornada y a m? no me cargan poca culpa en lo que toca al enviar de la gente".58 De otro lado, los religiosos intervinieron en asuntos com petentes a la administraci?n, tasando los tributos que los filipinos hab?an de dar a sus encomenderos seg?n las can tidades que a ellos les parec?an justas, sin perjuicio de que

el gobierno de Manila hubiera establecido las tasaciones

seg?n criterios distintos. En estas actuaciones los frailes con siguieron sus primeras victorias frente a la administraci?n

colonial. En muchos aspectos su funci?n misionera se vio rebasada ampliamente, hasta el punto que asumieron la re presentaci?n del gobierno en las comunidades ind?genas, a veces de manera oficial, siempre en un intento de monopo lizar la pol?tica indigenista en Filipinas. La excusa para sus

intervenciones en estos a?os fue qu? el gobierno hac?a

tributarios a los filipinos antes de predicarles el evangelio, lo cual constitu?a una contravenci?n de las ordenanzas de descubrimiento.

Es necesario contemplar este conjunto de problemas sur gidos en los primeros a?os de la colonizaci?n desde otra perspectiva: la de que esa etapa se vio afectada por una decisiva crisis econ?mica. Como sabemos, las Filipinas de pendieron siempre de las ayudas enviadas desde la Nueva Espa?a ?los situados? que se cargaban en el gale?n de la carrera, pero en esos a?os la dependencia econ?mica fue a?n m?s estricta.59 Era consecuencia de la falta de estruc 58 Mart?n Enr?quez a Felipe II (M?xico, 31 oct. 1576), en AGl/G,

leg. 19.

59 Los datos obtenidos sobre las cantidades gastadas en Filipinas en los a?os estudiados son los siguientes:

53 376 pesos de lo pagado a "marineros y gentes de los que se han servido en la jornada de las Islas del Poniente en el dicho tiempo" (de 12 feb. a 8 mayo 1571): Mart?n

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turaci?n en el comercio con China, de los fracasos habidos en los intentos de producir especias, de la falacia en que terminaban de ordinario todas las aparatosas noticias de minas de oro y de lugares en los que abundaba el clavo y la pimienta. En resumen, la realidad a que los espa?oles se ten?an que acoplar era la de la agricultura de subsis tencia practicada por los filipinos, o, m?s precisamente, esa

era la realidad de la cual los filipinos ten?an que sacar medios para mantener a los espa?oles. Es claro que se mejante transformaci?n necesitaba tiempo. De ah? que el per?odo de ensayos se hiciese notar en la presi?n de los enco

menderos sobre los ind?genas, de modo que, como se?ala Phelan, la virulencia del conflicto entre eclesi?sticos y en comenderos debe entenderse como una consecuencia de esa crisis econ?mica que atravesaron las Filipinas hasta conse guir una relativa estabilidad.60

de Irigoyen, contador especial del Consejo de Indias

enviado a M?xico, a Felipe II (M?xico, 11 mayo 1571), en AGl/G, leg. 323.

165 763 ? "lo entregado en el dicho tiempo al factor Casas para proveer las cosas necesarias". Ibidem.

6 000 ? para los oficiales reales de Filipinas en 1574. Oficiales reales a Felipe II (M?xico, l9 abr. 1574), en AGl/G, leg. 70.

65 084 ? de noviembre de 1576 a marzo de 1577.

151 697 ? de abril de 1577 a marzo de 1578. 70 052 ? de abril de 1578 a marzo de 1579. 121 312 ? de abril de 1579 a marzo de 1580. 168 976 ? de abril de 1580 a marzo de 1581. Vid. TePaske, 1976, n?ms. 677-681.

802 223 pesos ?0 Phelan, 1959, pp. 95-96.

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

DE LOS FRANCISCANOS DE LA

NUEVA ESPA?A

Luis Weckmann El intento m?s trascendental de hacer triunfar en la Nueva

Espa?a un ideal sublime de car?cter religioso fue el de un grupo de franciscanos que crey? preparar, con base en los escritos prof?ticos medievales del abate calabr?s Joaqu?n de

Flora (1145-1202) la llegada de una nueva edad de oro:

el millenium, edad de la perfecci?n cristiana. Antes de ellos, sin embargo, Crist?bal Col?n, quien se g?n Phelan conoc?a directa o indirectamente las profec?as joaquin?ticas, estaba convencido en los d?as de su cuarto viaje de que, siendo sus descubrimientos un medio de pro pagar umversalmente el cristianismo, era suya la misi?n de hacer realidad la profec?a apocal?ptica del reino milenario que preceder? a la parus?a, o sea al segundo advenimiento de Cristo para juzgar a los hombres. Tal profec?a anunciaba, entre otras cosas, la liberaci?n y reconstrucci?n del Monte Si?n y Jerusal?n por obra cristiana, y al respecto, dice Bloom

field, Col?n recordaba que, seg?n Joaqu?n de Flora, el pre destinado a llevar a cabo esa obra deb?a venir de Espa?a. La convicci?n de tener una misi?n trascendente fue expre sada en otra ocasi?n por el descubridor, en una carta de 1502 dirigida al Banco de San Jorge, de Genova, donde dice que "nuestro Se?or me ha fecho la mayor merced que despu?s de David ?l haya fecho a nadie". Pero las profec?as de Joa qu?n de Flora iban m?s all? de la restauraci?n de Jerusal?n; su obra sobre el Evangelio eterno conceb?a la historia como la realizaci?n de un plan divino, anunciando su culminaci?n en una ?poca futura, cuando el descendimiento del Esp?ritu Santo, precedido por grandes conflictos con musulmanes y

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LUIS WECKMANN

herejes as? como por la aparici?n del anticristo, revelar?a a los hombres, ya sin necesidad de intermediarios, los mis terios divinos. Llegar?a as? la edad de perfecci?n, en la que se restaurar?a la pureza del cristianismo primitivo, el mille nium, que consumar?a los siglos y a cuyo t?rmino Jesucristo regresar?a a la tierra a designar a los escogidos para la vida eterna. El m?stico calabr?s cre? en sus escritos una verdadera

tipolog?a de la historia: en una serie de concordancias, cada sucesiva edad de la humanidad (tres, una por cada persona de la Trinidad) representaba una mejor realizaci?n o per feccionamiento de la anterior. La iglesia del Padre o del Antiguo Testamento (la sinagoga), iniciada con Ad?n, fue transfigurada por la segunda edad, la del Hijo o de la igle

sia, porque Cristo, segundo Ad?n, le dio un significado

trascendental. Mientras que las dos primeras edades se ha b?an inspirado respectivamente en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, la tercera, que hab?a de ser iniciada por un tercer Ad?n o segundo Cristo, el dux novus, ser?a la edad final, la de la perfecci?n. La inspirar?a el Esp?ritu Santo por medio del Evangelium aeternum anunciado por Joaqu?n de Flora, y en ella impl?citamente no ser?an necesarios los sa cramentos y por ende taimpoco los sacerdotes ya que los hombres, habiendo descendido sobre ellos el Esp?ritu Santo, ver?an a Dios por as? decirlo cara a cara. Con tan revolucio naria tesis Joaqu?n de Flora no s?lo introdujo la idea mo

derna de progreso en el proceso hist?rico (i.e., las cosas tienden a mejorar con el correr del tiempo), sino que, t?ci tamente, puso en jaque a la jerarqu?a eclesi?stica que cons

titu?a la osamenta de la iglesia en la edad del Hijo. En

efecto, en la tercera edad los dones del Esp?ritu Santo ser?an

prodigados por "hombres espirituales" (viri spirituales), quienes conducir?an a la humanidad a su plena realizaci?n.

No es de extra?ar que algunos monjes, y principalmente los franciscanos "espirituales" u observantes, con el ?nfasis

que pon?an en la pobreza apost?lica y en la estricta apli caci?n de la regla de la orden, se hayan sentido llamados

a desempe?ar aquella misi?n, la ?ltima y mayor de todas.

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

Ser?an ellos quienes revelar?an a los hombres el significado de los sacramentos, alegor?as y s?mbolos de la iglesia papal, como Cristo hab?a revelado los misterios de la sinagoga de la edad del JPadre.1

Dante rindi? homenaje a Joaqu?n de Flora y a su es

p?ritu prof?tico coloc?ndolo en el para?so. Muchos escritos pol?ticos del siglo xm, principalmente aquellos en que se pre

sentaba como anticristo a Federico II de Suabia, con fre cuencia lo citan. Los franciscanos espirituales, vistos con desconfianza por Roma y por Avi??n, se hicieron sus cam peones, as? como tambi?n el catal?n Amoldo de Villanova y, en el siglo xiv, Dolcino de Novara. El eco de sus profec?as ejerci? una gran fascinaci?n a fines de la Edad Media entre las beguinas de Flandes, Provenza y Catalu?a, y sobre la escuela flamenca de la Devoci?n Moderna.

Ni los frailes Jer?nimos ni los franciscanos reformadores de la provincia espa?ola de San Gabriel (de donde vinieron

a la Nueva Espa?a algunos de los "primeros doce") esca

paron a la influencia de Joaqu?n de Flora. ?sta inspir? tam bi?n a los milenaristas ingleses de la ?poca de Cromwell y, ya en pleno siglo xvn, al jesuita portugu?s Antonio Vieira, confesor en Roma de Cristina de Suecia, y al franciscano

del Per? Gonzalo Tenorio, quien se?al? el sentido clara mente escatol?gico que tiene el t?rmino "Nuevo Mundo". Norman Cohn opina que los escritos prof?ticos de Joaqu?n de Flora de hecho fueron los que mayor influencia ejer cieron sobre todo el pensamiento europeo hasta la aparici?n del marxismo.2 1 Acerca de la influencia de Joaqu?n de Flora sobre Col?n, vid.

Phelan, 1970, pp. 21, 22, 134 (donde se cita la carta al Banco de

San Jorge) ; Bloom field, 1980, pp. 37-38. Sobre los escritos del abate

calabr?s en general, Phelan, 1970, p. 59; Daniel, 1975, pp. xn-xiii. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Dante alude al "calavrese abate Giovacchino / di spirito profetico dotato", Par., xn, 140-141. Sobre la influencia de su pensamiento en

la Europa medieval y moderna, vid. Phelan, 1970, p. 118; Boas,

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LUIS W?CKMANN

La influencia que en la Nueva Espa?a tuvo el joaquinis mo, sobre todo entre los franciscanos de la "regular obser vancia" a cuya cabeza estaba Jer?nimo de Mendieta, no fue directa sino que proced?a de la pen?nsula (como ha obser vado entre nosotros Silvio Zavala), y era una influencia muy de trasmano. Podr?a decirse que no se atrev?a a decir su nombre, porque no se ha encontrado referencia expl?cita a Joaqu?n de Flora en las fuentes novohisp?nicas, debido quiz?s a la desconfianza con que sus ideas eran vistas por la autoridad eclesi?stica. En todo caso, la influencia joaqui n?tica en Espa?a fue patente entre los frailes de la ?poca y no se limit? a ellos. En un folleto revelador ament? titu lado Somnium de futura orbis monarchia, y de evidente inspiraci?n joaquinista como dice Tognetti, Mercurio de Gattinara dirigi? en 1517 al futuro Carlos V (de quien ha br?a de ser con el tiempo gran canciller) una exhortaci?n a colocarse a la cabeza del mundo para asegurar el triunfo

del cristianismo asumiendo el papel del dux novus de la

profec?a. La reforma del clero regular auspiciada bajo los reyes cat?licos por el cardenal Cisneros (franciscano) per miti? que en Espa?a renaciera un misticismo apocal?ptico de matiz joaquin?tico, seg?n afirma Phelan. Por su parte, Maravall estima que esa reforma tuvo por base la tendencia

al primitivismo propia de la orden franciscana desde su

creaci?n. Bajo los auspicios del cardenal Cisneros, el fran ciscano fray Juan de Guadalupe introdujo a partir de 1498, primero en Granada y luego en cinco monasterios de Extre madura, ciertas reformas necesarias para restablecer la pura observancia de la regla de san Francisco. En los monasterios extreme?os se?alados la reforma se implant? definitivamente en 1505, informa Baudot, y aquellos cenobios se agruparon primero en la custodia del Santo Evangelio y luego, en 1519, en la provincia franciscana de San Gabriel. Los franciscanos

de la Nueva Espa?a, para se?alar su filiaci?n espiritual, 1948, pp. 206-216; Fraker, 1966, p. 199; Cohn, 1972, p. 115;

Manselli, 1959.

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

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adoptaron poco despu?s la primera denominaci?n mencio nada practicando una estricta pobreza evang?lica. Su misi?n en M?xico fue inequ?voca, a?ade Baudot: la evangelizaci?n de los indios, cuya aparici?n en el horizonte del cristianismo era una clara se?al de la proximidad de los ?ltimos tiempos, y de cuya conversi?n depend?a la llegada del millenium y el cumplimiento de las promesas del Apocalipsis. Pasando a los Jer?nimos, custodios del santuario extreme?o de Guadalupe

(y de los de Yuste y el Escorial) podemos recordar que siempre inspiraron sospechas de joaquinismo por su quie tismo y su tendencia a un extremo rigorismo, sospechas \que

no logr? disipar el historiador apolog?tico de la orden, fray Jos? de Sig?enza. Bataillon informa que la primera misi?n

que en 1516 intent? la evangelizaci?n pac?fica de Tierra

Firme, integrada por franciscanos "de naci?n picarda", ten?a tendencias joaquin?ticas; y manifiesta su sorpresa ante el lenguaje utilizado en los documentos oficiales o particulares

relativos a las primeras misiones enviadas a Am?rica por la orden de San Francisco, el cual evoca "los ?ltimos tiem pos del mundo" vaticinados por Joaqu?n de Flora, que mer ced al apostolado de los frailes ser?an la ?poca del reino del Evangelio eterno.3 La importancia de que la Nueva Espa?a goza en la tra dici?n milenarista se debe a que ah? los frailes tuvieron la primera y ?nica oportunidad de crear, en v?speras del fin del mundo, un para?so terrestre en el cual toda una naci?n ?los ind?genas? estuviera consagrada a la b?squeda de la

3 Zavala, 1967, i, p. 456. Solano (1978, p. 299) afirma que la mayor?a de los franciscanos que se establecieron en la Nueva Espa?a pertenec?an a la "regular observancia". Vid. Tognetti, s/f, pp. 155 156. Sobre las reformas del cardenal Cisneros mencionadas en el texto,

cf. Phelan, 1970, pp. 15-208; Baudot, 1977, pp. 80-83. Castro (1942, pp. 14, 38) alude a los Jer?nimos de Guadalupe, y tambi?n habla de

ellos. Fraker (1966, p. 203). Bataillon, 1957, pp. 28-30; 1954,

pp. 346-347. Maravall (1949, pp. 215-219) examina la posible in fluencia de Savonarola, a trav?s de la beata de Barco de ?vila y de fray Mart?n de Valencia, sobre el espiritualismo franciscano en la Nueva Espa?a. This content downloaded from 199.66.88.70 on Fri, 06 Oct 2017 16:37:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LUIS WECKMANN

perfecci?n cristiana y de la pobreza evang?lica. Las nuevas ?rdenes mendicantes, fundadas por san Francisco y santo Domingo, que renovaron espiritualmente a la iglesia, fueron para el pensamiento ioaquin?tico de los siglos xni y xiv el

presagio de la pen?ltima etapa de la historia previa a la

llegada del milenio y de la edad del Esp?ritu Santo. El pro grama teol?gico e incluso pol?tico de esas ?rdenes ha que dado en la Nueva Espa?a literalmente expresado en t?rmi nos joaquin?ticos en la puerta de San Francisco de Puebla,

donde en la hoja derecha aparecen ambos fundadores respec tivamente con las leyendas Franciscus pater apostolicus y Dominicus dux gentium. La perspectiva escatol?gica de cris tianizar a los indios para acelerar el fin de los tiempos fue,

dice Bataillon, una experiencia casi alucinante para fray

Mart?n de Valencia, Motolin?a, Sahag?n y Mendieta, todos ellos franciscanos y todos m?s o menos influidos por la pro fec?a de Joaqu?n de Flora. Recrear la simplicidad y la po

breza de la edad apost?lica ya no era posible en la vieja Europa; se necesitaba un Nuevo Mundo. Y fue justamente un humanista cristiano, formado espiritualmente en la tra dici?n de la devoci?n moderna, el papa Adriano VI (antiguo preceptor de Carlos V) quien, en su breve Exponi nobis de 1522, prometi? a los franciscanos y dominicos de la Nueva

Espa?a que recibir?an por su labor la misma recompensa que los ap?stoles. Pero los frailes ten?an prisa. Motolin?a describe, por ejemplo, escenas impresionantes de bautizos de multitudes (en una ocasi?n hasta quince mil en un d?a en Xochimilco) ; compart?a la convicci?n de los dem?s fran ciscanos de que la eficacia de este sacramento era ex opere

operato, o sea que no requer?a la previa profesi?n de fe del bautizado. Su ardiente deseo era, dice Kobayashi, ha cer del mundo ind?gena una nueva cristiandad equiparable a la iglesia primitiva de los ap?stoles. Dentro de este esque ma, justo es observar que no hab?a mucho sitio para el clero secular ni tampoco para los laicos espa?oles. Mendieta sin duda hablaba en nombre de sus hermanos mendicantes cuan

do ped?a al Consejo de Indias que no se enviaran a la

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

Nueva Espa?a obispos de renta, que los indios no pagaran diezmos al clero secular, y por ?ltimo que no se autorizara la entrada de ?ste en las tierras donde las ?rdenes reali zaban su labor misional. En relaci?n con la petici?n relativa a los diezmos, el arzobispo Mont?far comentar?a luego seca mente que "?sta no es primitiva iglesia porque hay papa y prelados y reyes cat?licos y sagrados c?nones y leyes". Cor

t?s, quien hab?a pedido a Carlos V que enviara no curas

ni obispos sino frailes, coincid?a con el parecer de las ?rde nes mendicantes, cuya actividad apoy? tan decididamente que mereci? de ellas el calificativo de "nuevo Mois?s"., Se mejante t?tulo s?lo se comprende ?dice Lafaye? con base en las concordancias establecidas por Joaqu?n de Flora en el Evangelio eterno, correspondientes a las tres fases de la

historia humana. Villoro ha se?alado que el conquistador deseaba una iglesia de franciscanos y dominicos, con pocos obispos y seglares, de amplios poderes, libre y dirigida por "gente de esta tierra"; y en una de las cl?usulas de su testa

mento ?que no se cumpli?? mandaba crear un colegio de teolog?a y derecho can?nico en Coyoac?n, a fin de que hu

biera "personas doctas en la... Nueva Espa?a que rijan

las iglesias". Dice Rodr?guez Demorizi que el ideal de fray Pedro de C?rdoba, cuya Doctrina fue adaptada por Betan zos para servir de manual en la evangelizaci?n de los na turales de la Nueva Espa?a, era el de una sociedad cristiana exclusivamente india y gobernada m?s o menos paternal mente por los frailes. Para G?ngora, ?stos estaban conven cidos de que una organizaci?n social cerrada de los abor? genes era una condici?n esencial para su supervivencia. Y Horcasitas se pregunta si los franciscanos habr?n so?ado convertirse en dirigentes de un estado teocr?tica, de un reino de Dios sobre la tierra, y concluye que no s?lo esas ideas causaron desaz?n a la mentalidad espa?ola sino que la suspicacia de las autoridades reales frente a los frailes no era totalmente infundada.4 4 Keen, 1971, p. 73; Fraker, 1966, p. 201, nota 13; Baudot,

1977, p. 85. Romero de Terreros (1923) se?ala el inter?s de la puerta

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luis weckmann

Los misioneros que abrigaban esperanzas milenaristas (y no eran pocos) se vieron sin duda estimulados en su tarea por el car?cter del indio, cuya simplicidad, inocencia, vera cidad y pobreza de vida elogiaron con entusiasmo. Baudot

se?ala un aspecto muy interesante para la ciencia en la

labor misional de los franciscanos: su preocupaci?n de re montarse hasta Ad?n al explorar el linaje de los indios, pues de otra manera ?stos no encajaban dentro del esquema apo

cal?ptico de Joaqu?n de Flora. De esto resultaron la pre

servaci?n y el estudio de los textos que sobrevivieron a la cat?strofe de la conquista relativos a las civilizaciones pre hisp?nicas, y por ende los primeros trabajos de cronograf?a y de etnograf?a ind?genas. Entre los fundadores de estas disciplinas, todos ellos franciscanos, Baudot se?ala a fray

Mart?n de Valencia, a Motolin?a (maestro de Mendieta y

de fray Francisco de las Navas y ?ste, a su vez, de Sahag?n), a fray Andr?s de Olmos y a fray Mart?n de la Coru?a al

cual atribuye la paternidad de la Relaci?n de Michoac?n por otra parte, el Colegio de Tlatelolco, donde se mode

lar?an las futuras generaciones indias del reino milenario, asegura el mismo Baudot, era en los planes de sus funda dores franciscanos el sucesor, pero con ?ptica cristiana y

ser?fica, del Calmecac. En todo caso, los franciscanos estaban persuadidos de ser el instrumento de un gran milagro; su

de San Francisco de Puebla. Bataillon, 1953, pp. 48-49; 1957,

pp. 2r, Bopges (1949, Indias;

31-32. El breve de Adriano VI que se cita es mencionado en Moran, 1977, p. 196. Kobayashi, 1974, p. 409. Maravall p. 213) enumera las peticiones de Mendieta al Consejo de y la reacci?n de Mont?far puede verse en su carta del

15 de mayo de 1556, en Epistolario, 1939-1942, vin, pp. 81, 82, 93.

Villoro (1950, p. 26) recuerda el deseo de Cort?s de que se env?en frailes, y Pulido Silva (1976, p. 62) menciona el proyecto del colegio

en Coyoac?n. C?rdoba, 1945, p. xi; G?ngora, 1951, p. 204; Horca sitas, 1974, p. 161. Garc?a Guti?rrez (1941, p. 851) recuerda que Zum?rraga lleg? a M?xico como obispo electo ?nicamente con la autoridad de una c?dula de Carlos V. Parry (1963, p. 234) observa que el sue?o de crear comunidades ind?genas cristianas virtualmente independientes del poder civil se realiz? m?s tarde s?lo en Paraguay, en California y quiz? en Nuevo M?xico.

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

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general, fray Francisco de los Angeles, hab?a enviado a los "primeros doce" (con fray Mart?n de Valencia a la cabeza) para emprender la ?ltima pr?dica del evangelio antes del fin del mundo; los mismos "doce", como se lee en sus Cof/o quios, dec?an "estar regidos por el Esp?ritu Santo", funda mento de los ap?stoles, del mismo redentor y, seg?n fray Francisco Jim?nez, regidor de la iglesia romana. Mendieta precisar?a m?s tarde que el congregar ni?os y erigir semi narios para ellos fue una obra inspirada a los franciscanos directamente por el Esp?ritu Santo.5

Fray Mart?n de Valencia, jefe de los "doce" (n?mero que por supuesto era un s?mbolo de los ap?stoles), hab?a sido ferviente adepto de fray Juan de Guadalupe y era pre

cisamente provincial de San Gabriel en 1523 cuando pas?

a la Nueva Espa?a. Baudot dice que ?l fue el lazo vivo

entre el sue?o milenarista y la evangelizaci?n activa; estaba

impaciente por ver realizado el Reino, ya que seg?n Mo tolin?a exclamaba a veces: "?cu?ndo se cumplir? esta pro fec?a?", o se preguntaba, viendo que el milenio no llegaba: "?no serla yo digno de ver este convertimiento, pues ya estamos en la tarde y fin de nuestros d?as, y en la ?ltima edad del mundo?" Conoci?, seg?n Bataillon, el Libro de las conformidades, escrito por Bartolom? de Pisa en el siglo xiv, donde se exalta el papel reservado a los francis canos en la ?ltima era del mundo. En 1524 fray Mart?n escogi? el nombre del Santo Evangelio para la primera cus todia, y de nuevo en 1535 cuando ?sta fue transformada en

la primera provincia franciscana de la Nueva Espa?a.6 En 5 Las virtudes de los indios, que seg?n los frailes contrastaban con la vanidad y la codicia de los espa?oles, son enumeradas en Hennessy, 1978, p. 37, y en Maravall, 1949, p. 209. Baudot, 1977, pp. 105, 503. La frase "artesanos de un milagro" est? en Bataillon, 1954, p. 348. Ricard (1960, p. 243) menciona a fray Francisco de los ?ngeles. "Colloquios", 1949, p. 51; L?pez, 1926, p. 52. En este contexto, Mendieta es citado por Kobayashi (1974, p. 246).

? Baudot, 1977, pp. 83-84; Bataillon, 1954, p. 347. Sobre fray

Mart?n de Valencia y la creaci?n de la custodia (luego provincia) del

Santo Evangelio, vid. V?zquez V?zquez, 1965, p. 11; Fern?ndez

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LUIS weckmann

el caso de Motolin?a, el ideal de la pobreza evang?lica fue

un programa pr?ctico de acci?n dentro de un plan esc

tol?gico grandioso, estima Baudot; creyendo inminente l

llegada de los ?ltimos tiempos exhort? al rey de Espa?

a apresurarla: "A vuestra majestad conviene de oficio dar

prisa que se predique el santo Evangelio por todas esta

tierras"; al mismo tiempo advert?a al monarca que estaba

llamado a ser "caudillo y capit?n (i.e. el dux norms) d reino de Jesucristo... que ha de henchir y ocupar toda

tierra".7

A los primeros misioneros franciscanos les fue atribuido un gran inter?s en las profec?as e incluso dotes prof ?ticas. Motolin?a era lector incansable de los textos prof ?ticos b?

blicos y del Apocalipsis. Mendieta afirma que fray Fran cisco Jim?nez, en defensa de fray Andr?s, neg? que ?ste hubiera propagado ideas prof?ticas. Seg?n Dorantes de Ca

rranza, el dominico Betanzos ten?a un "esp?ritu casi prof ?ti co".8 En una ocasi?n, fray Bartolom? de Las Casas calific? de "precursores del anticristo" a quienes hac?an la guerra a los infieles en vez de predicarles la fe, cargo del cual, como se sabe, no exceptu? a los espa?oles. Fray Francisco de las Navas, informa Baudot, al establecer el calendario tlaxcal

teca cre?a ayudar a elaborar una especie de biblia para el M?xico aut?nomo que se estaba construyendo en su tiempo ante la inminencia del juicio final. A prop?sito del descu brimiento del Per?, el obispo Zum?rraga, amigo de quienes anunciaban la consumaci?n de los tiempos y franciscano como ellos, escribi? que las cosas iban de prisa, y era clara

se?al de que se acercaba el fin del mundo. Su formaci?n

de Echeverr?a y Veytia, 1962-1963, i, p. 28; Bataillon, 1957,

p. 29.

7 Baudot, 1977, pp. 294-295, 385, 416; L?pez, 1921, p. 319,

cuyas fuentes son las obras de fray Toribio Motolin?a: Historia de los indios de la Nueva Espa?a, m:ix, y los Memoriales o libro de tas cosas

de la Nueva Espa?a, i : 1. 8 Baudot, 1977, p. 385; Mendieta, 1945a, p. 106; 1945b, rv,

p. 98. Dorantes de Carranza, 1970, p. 34.

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

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teol?gico-filos?fica, dice Almoina, reflejaba el pensamiento asc?tico-m?stico del franciscanismo observante, pero la in fluencia de Erasmo se manifestaba en su intento de reva lorize el sentido cristiano medieval de la vida a la luz del

Evangelio y enriquecido y guiado por la sapiencia greco

latina. Zum?rraga, en su entusiasmo, lleg? a pensar que en

la Nueva Espa?a se estaba formando "otra Roma ac?", la "de los indios que aqu? ten?an su pante?n".9 Para Vasco de Quiroga, ya obispo de Michoac?n, su tiempo era "la edad dorada de este Nuevo Mundo", porque siendo los indios "gente simplec?sima, mansuetud?sima, humil?sima, obe

dient?sima, sin soberbia, ambici?n, ni codicia alguna, que se contenta con tan poco", la nueva iglesia india era nada me

nos que "una sombra y dibujo de aquella primitiva igle sia... del tiempo de los santos ap?stoles".10 M?s tarde, seg?n

Eguiluz, fray Gonzalo Tenorio ver?a en la "iglesia india" del Per? el instrumento de la Divina Providencia para el triunfo de la monarqu?a universal cristiana en todo el mun

do, idea apoyada en las revelaciones atribuidas a Joaqu?n de Flora. Y Elsa Cecilia Frost se pregunta si Torquemada, como tantos de sus hermanos franciscanos, no habr? inter pretado la misi?n que lo trajo al Nuevo Mundo como el anuncio de la consumaci?n de los tiempos.11 Fray Jer?nimo de Mendieta (1525-1604) fue, entre los franciscanos de la Nueva Espa?a, el campe?n de la utop?a milenarista, de un milenarismo consciente que ha sido cui dadosamente analizado por Phelan. Para obtener reclutas para las misiones de Am?rica, dec?a fray Jer?nimo, se les deb?a hacer ver entre otras cosas la posibilidad de que en 9 Las Casas, 1946, p. 112; Baudot, 1977, p. 470. Las expecta

tivas de Zum?rraga relativas al fin del mundo est?n citadas en Garc?a

Icazbalceta, 1947, m, p. 139; iv, p. 161. Zum?rraga, 1951, pp. li, lii, Lxrv. Las dos referencias de Zum?rraga a la segunda Roma se

encontrar?n respectivamente en Garc?a Igazbalgeta, 1947, rv, p. 205

(cf. Baumgartner, 1971-1972, i, p. 89); Fabie, 1980. 10 Quiroga, 1868, pp. 490-491.

11 Eguiluz, 1960, pp. 349, 351; Frost, 1976a, p. 26; 1976b, p. 335.

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LUIS WECKMANN

la Nueva Espa?a vivieran estrictamente conforme a la regla franciscana, s?lo de limosnas y "sin necesidad de andar muy

abrigados por el buen temple de la tierra". Su visi?n apo

cal?ptica de la monarqu?a universal de los Austrias espa?oles

es de pura estirpe joaquin?tica y est? expuesta principal mente en los cap?tulos 33 a 39 y 46 del libro iv de su His toria eclesi?stica indiana. Esta obra termina con una ple garia para que Dios env?e de nuevo al Mes?as que aniquile la bestia de la avaricia (versi?n suya del anticristo), con lo cual se instaurar?a el reino milenario; este Mes?as no pod?a ser sino el rey de Espa?a (corriendo el a?o 1596, ten?a en mente no al septuagenario Felipe II sino al futuro Felipe III).

De esa manera ?prosigue? la rep?blica de indios se con

vertir?a en un para?so terrestre siguiendo el modelo de la isla encantada de Antilia. Para Mendieta, afirma Phelan, s?lo en el Nuevo Mundo se pod?an perfeccionar las institu ciones y teor?as del Viejo al ser aplicadas; sin sombra de duda, el Nuevo Mundo era el anuncio del fin del mundo. El citado autor est? de acuerdo con Ricard y otros en que si bien Mendieta no cita jam?s los escritos joaquin?ticos o pseudo joaquin?ticos, su misticismo est? impregnado del esp?ritu inspirador de ?stos. Baudot se pregunta si nuestro fraile, o el mismo Motolin?a, no habr?n visto defraudadas sus esperanzas al frustrarse la conspiraci?n tejida en torno del segundo marqu?s del Valle, cuyo ?xito habr?a significado un paso adelante en la consecuci?n de las aspiraciones mi lenarias, pues precisamente un a?o despu?s de la muerte de

Motolin?a, en 1570, la llegada de los jesu?tas y de la In

quisici?n puso fin a tales ilusiones. La historia no termina aqu?, sin embargo; Elsa Cecilia Frost recuerda que la obra m?s antigua del teatro n?huatl, El juicio final, es uno de los pocos testimonios sobrevivientes de la problem?tica mile narista y apocal?ptica de los franciscanos. Phelan insiste en que la tesis impl?cita de ?stos, de que el per?odo anterior

a la conquista de M?xico era an?logo a la antig?edad cl?

sica, ya que ambos prepararon la instauraci?n de una iglesia

cristiana primitiva, allan? el camino, ideol?gicamente ha

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LAS ESPERANZAS MILENARISTAS

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blando, a la restauraci?n de una "antig?edad cl?sica azteca", injustamente destruida por los espa?oles, no tan clara en Clavijero como en el padre Mier y en Carlos Mar?a de Bus tamante. Por ?ltimo, Villoro, buscando analog?as en Karl Mannheim, ve en las esperanzas suscitadas entre las masas en 1810 por la figura carism?tica de Hidalgo el reverdecer

de la vieja idea milenarista que el pueblo tiene de alcan zar una sociedad liberada, o sea un nuevo reino bajo el

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INTENTOS EXTERNOS PARA DERROCAR AL R?GIMEN DE CARRANZA (1915-1920) Douglas W. Richmond University of Texas at Arlington Una vez que Venustiano Carranza derrot? a Victoriano Huer ta e instaur? un gobierno nacionalista, los exilados conser vadores al otro lado de la frontera norte empezaron inme diatamente a conspirar para derrocar a su r?gimen. Al mismo tiempo, casi todos los tratos diplom?ticos entre los gobiernos

de Carranza y Wilson se enfocaban en los intentos de for zar a M?xico a apoyar las estructuras de las inversiones nor teamericanas. Tanto los exilados contrarrevolucionarios co mo el Departamento de Estado estaban convencidos de que

el nacionalismo estridente de Carranza era una voz desa

fiante que hab?a que acallar para proteger sus intereses. La lucha nacionalista de Carranza sigui? un patr?n com?n al resto de Latinoam?rica. Bajo diversas oligarqu?as, unos cientos de familias conectadas a los ejecutivos nacionales se hab?an enriquecido en empresas conjuntas con monopolios norteamericanos y europeos. Esta burgues?a compradora, c?mplice de la pol?tica econ?mica de la oligarqu?a, floreci? durante el largo mandato de Porfirio D?az de 1876 a 1911. La burgues?a nacional, privada del tratamiento favorecedor

del estado, anhelaba un estado secular y legalista. Los na cionalistas como Carranza respond?an a esta situaci?n in cierta apoy?ndose en la relaci?n entre los problemas popu lares y el veh?culo populista para lograr el poder. Para

ellos, el nacionalismo significaba desarrollo econ?mico mien tras que el populismo parec?a cubrir las necesidades de alian za de clases o de regiones espec?ficas. El nacionalismo moder no busca transformar las necesidades populares y canalizarlas

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 107

en la formaci?n de un estado nacionalista que favorezca la justicia social y las necesidades colectivas. Tanto Wilson como los conservadores dentro de M?xico

se alarmaron cuando Carranza empez? a regular las inver siones norteamericanas, repartir tierra expropiada a los ri cos, apoyar el creciente movimiento obrero y dise?ar una pol?tica exterior independiente. Wilson no le otorg? a Carran

za el reconocimiento diplom?tico de facto hasta que el man

datario mexicano empez? a apoyar la revuelta del Plan de San Diego en Texas. Como los inmigrantes y los mexicano norteamericanos hab?an sufrido infinidad de injusticias, Wilson tuvo que mandar unidades de la guardia nacional de veinte estados para aplastar la rebeli?n.1 Tan pronto como Carranza recibi? el reconocimiento de los Estados Uni

dos, el movimiento muri?. Tambi?n otros problemas, como la expedici?n punitiva, exasperaban a Wilson. Carranza ob tuvo una gran victoria cuando se neg? a discutir la reduc ci?n de sus reformas para que se retiraran las tropas.2

Carranza contra Wilson La mayor parte de las confrontaciones entre Carranza y sus oponentes exilados tuvieron lugar en la frontera norte. La frontera era un lugar complejo y dif?cil en todos los as pectos. Hombres y animales beb?an la misma agua, mientras

que el c?lera y la tifoidea arrasaban las poblaciones fron terizas. El tratamiento contra enfermedades como la disen

ter?a era primitivo, no se conoc?a la anestesia, y la medicina

m?s com?n era el opio. La lluvia convert?a las calles en 1 Sobre la sublevaci?n del Plan de San Diego, vid. Sandos, 1972,

1981; Harris y Sadler, 1978; Richmond, 1980. V?anse las expli

caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Estudios excelentes de las relaciones diplom?ticas mexicano-nor teamericanas se encuentran en Ulloa, 1971; Smith, 1972; Gilderhus,

1977; Katz, 1981. Para un panorama del r?gimen de Carranza, vid. Richmond, 1979.

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ci?negas y el viento cubr?a la comida, los muebles y los

cuerpos con polvo y part?culas ?speras. El calor era h?medo, inescapable, y a menudo enloquec?a a la gente. La agitaci?n

pol?tica en M?xico hac?a que los habitantes del Suroeste

norteamericano vivieran en constante sobresalto. Entre dos

culturas hostiles, la frontera era, sin duda, un lugar estra t?gico para las diferentes ideolog?as de Carranza y sus opo nentes exilados. Un aspecto del enfrentamiento diplom?tico entre Carran za y Wilson fue el estricto embargo de armas que Washing

ton impuso a M?xico. Cuando Carranza subi? al poder

compr? grandes cantidades de armas y municiones en la fron

tera de Texas. El patr?n t?pico era cambiar ganado de las haciendas por rifles 30-30 y Winchester con sus respectivas

municiones. Sin embargo, el intercambio no fue siempre f?cil. Muchas compa??as norteamericanas vendieren a Ca rranza cargamentos de municiones pasadas o defectuosas, o retuvieron las mercanc?as ya pagadas.3 En el verano de 1915 las autoridades norteamericanas retuvieron los embarques para Carranza y permitieron la salida de buques cargados de material b?lico para los villistas.4 Wilson hizo oficial el

embargo el 7 de agosto de 1916 y despu?s ejerci? presi?n sobre El Salvador para que no permitiera el embarque de dos mil cartuchos para M?xico, bas?ndose en su hip?crita preocupaci?n por "la reinstauraci?n de la ley y el orden".5 Debido a que la adquisici?n de armas y municiones de terminaba la seguridad f?sica del gobierno, Carranza busc?

3 Rafael M?zquiz a Venustiano Carranza (15 feb. 1915), Texas Steamship Company a A.L. Holmdahl (6 mar. 1915), en CEHU/VC.

4 Orden del secretario de Estado Robert Lansing (26 ago. 1915), Departamento de Justicia al Departamento de Estado (31 ago. 1915),

funcionarios de Veracruz a Carranza (21 jun. 1915), en NA/1 AM, 274, rollo 812.234; funcionarios de Veracruz a Carranza (21 jun. 1915), el c?nsul mexicano en Los ?ngeles a Carranza (25 ago. 1915),

New York and Cuba Mail Steamship Company a J. Acevedo (29 mar.

1916), en CEHU/VC. 5 Lansing al secretario del Tesoro (9 jun. 1916); Lansing a

Boaz Long (12 oct. 1916), en Foreign relations, 1916, pp. 792, 794.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 109 armas en todo el mundo. Los niveles m?s altos del gobierno carrancista consideraban absolutamente esencial la compra de armas. Por esta raz?n, Rafael Zubar?n Capmany inst? a Carranza a qu? enga?ara al Departamento de Estado haci?n dole creer que apoyaba la pol?tica panamericana hasta que llegaran armas de Europa y Jap?n.6 El avance de las f?bri cas nacionales de armas no era lo suficientemente r?pido y la decisi?n de Wilson de no dar material b?lico a Carranza despu?s de 1916 forz? a ?ste a buscar armas a nivel inter nacional. Por lo tanto, Carranza orden? a sus agentes que compraran maquinaria que pudiera manufacturar armas adi cionales, adem?s de adquirir cruceros y aviones de guerra.7 La presi?n de los Estados Unidos al negarle a Carranza las armas continu? durante todo 1917 y hasta 1920.8 Los diplom?ticos de Wilson espiaban al secretario de Relaciones Exteriores, C?ndido Aguilar, y a otros funcionarios en Euro pa cuando los mexicanos trataban de comprar municiones. La diplomacia norteamericana intervino con ?xito en per suadir a Francia, Portugal, Suecia y muchas otras naciones de que se rehusaran a vender armas a Carranza.9 Ir?nica mente, algunas personas en la Divisi?n de Asuntos Mexica nos sintieron que era inconsistente que Wilson exigiera pro tecci?n para las vidas y las propiedades extranjeras a la vez 6 Rafael Zubar?n Capmany a Carranza (10 abr. 1916), en CEHM/VC. 7 Urquizo, 1957, pp. 44-50; J. Crawford a Carranza (3 nov.

1915); agentes en Nueva York a Carranza (5 die. 1916), en CEHM/TC.

8 El Paso Morning Times (23 abr. 1917), el c?nsul norteameri cano en Nuevo Laredo a Lansing (6 sep. 1917), en NA/7AM, 274, rollo 812.2311/324; senador Charles A. Culberson a T.A. Coleman (3 jul. 1917), en CEHM/A?G, carpeta 20, no. 2832. 9 Los impedimentos de los Estados Unidos para la compra de armas de M?xico pueden verse en embajada norteamericana en Bru selas a Lansing (11 sep. 1919), en NA/IAM, 274 rollo 812.234/70; embajada norteamericana en Par?s a Lansing (15 oct. 1919), dele gaci?n norteamericana en Lisboa a Lansing (15 oct., 11 nov. 1919), embajada norteamericana en Par?s a Lansing (14, 16, ene. 1920), en NA/IAM, 274, rollo 812.24/82, 92, 121-128,

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que impon?a un embargo de armas a un gobierno que t taba de reestablecer el orden. La creciente paz en M?xi fue resultado del ?xito de las nuevas f?bricas de armame

de Carranza, que para 1919 ten?an una capacidad de

ducci?n de un mill?n de municiones al d?a. La diplomac

norteamericana se dio cuenta de que si Carranza no

dependiente de las compras en la frontera, su independe

terminar?a "por causar una situaci?n seria m?s all?

control del gobierno de los Estados Unidos".10

Otro problema de la frontera, que involucraba la p tecci?n de las inversiones norteamericanas, era la solic mexicana de pasar tropas por los Estados Unidos. Porfir D?az, Francisco Le?n de la Barra y Francisco Madero bieron permiso para desplazar fuerzas rurales y militar a trav?s de la frontera. Estos soldados regresaban a dive partes de M?xico para aplastar a los disidentes armad

Carranza recibi? permiso de enviar tropas a trav?s d

frontera norte en 1915, evidentemente para proteger v e inversiones norteamericanas.

De hecho, Carranza quer?a aplastar a Villa y era am

valente respecto a salvaguardar el capital extranjero.11 P en marzo de 1916 el nacionalismo de Carranza era obvio pudo movilizar fuerzas mexicanas a trav?s de la fronte norte s?lo despu?s de prometer defender las minas nor americanas frente los villistas que se aproximaban.12 E

mismo a?o el secretario de Estado Lansing rehus? el

miso para que los militares carrancistas atravesaran por hab?a rumores de que el presidente mexicano retiraba tr del distrito minero de Cananea. Pero despu?s de una se

10 El encargado de asuntos norteamericano al Departament Estado (1* abr. 1920), en ISA/IAM, 274, rollo 812.2311/185; Fr Polk a Lansing (6 die. 1915), en KA/IAM, 274, rollo 812.24/182 11 Lansing a El?seo Arredondo (22 oct. 1915), Frank Polk Lansing (6 die. 1915), en NA/IAM, 274, rollo 812.2311/185, 233

12 John R. Silliman a Jes?s Acu?a y Arredondo a Silliman (25 f

1916), en ASKE/AHDM leg. 798, fol. 91-R-27, pp. 1-2; Arredo al c?nsul mexicano en Naco (4 mar. 1916), en ASKE/AHDM, 798, fol. 91-R-28, p. 1.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 111 insurrecci?n yaqui, que result? en una terrible destrucci?n de vidas y propiedades norteamericanas, Lansing devolvi? el permiso a Carranza para pasar soldados por la frontera norte.13 Sin embargo las continuas disputas por los intentos de Wilson de frustrar las reformas socio-econ?micas de Ca rranza dieron como resultado demandas de mayor seguridad en la frontera por parte de los intervencionistas norteameri canos. Tambi?n estaban en desacuerdo Wilson y Carranza sobre el trato de los inmigrantes braceros: Carranza deman daba contratos y mejores condiciones de trabajo, mientras

que Wilson insist?a en una ley discriminatoria de inmi graci?n que terminara con la larga historia de la inmigra

ci?n de mexicanos, que operaban en el mercado libre de

empleos.14 Por estas y otras razones Lansing rechazaba como cosa de rutina las peticiones de Carranza de movilizar sol

dados por los Estados Unidos. Como Carranza rehus? con ceder ciertos permisos para perforaciones petroleras, la Di visi?n de Asuntos Mexicanos decidi? que, dado el problema

del petr?leo, M?xico no era justo con ellos: "Dudo de la

conveniencia de ser demasiado generosos con Carranza, y recomiendo que este favor [mandar tropas a trav?s de la frontera] le sea negado".16

Como cada vez era m?s claro que Wilson influir?a de

manera importante en la econom?a mundial de la posguerra, Carranza ten?a que actuar. En 1919 los intereses norteameri canos tomaron el control de una comisi?n internacional de

banqueros para asuntos mexicanos y defendieron a los acree dores extranjeros sobre una base colectiva.16 Carranza disip? 18 Lansing a Arredondo (5 ene. 1916), secretario de Estado en

funciones al secretario del Trabajo (29 ene. 1918), en NA/IAM, 274, rollo 812.2311/295, 325. 14 Richmond, en prensa.

18 Boaz Long a Polk (27 mayo 1919), en NA/IAM, 274, rollo 812.2311/325. Para m?s ejemplos, vid. Fletcher a Lansing (28 mayo 1919), el gobernador de Texas a Polk (30 mayo 1919), Ignacio Bonilla

a Lansing y Polk a Bonilla (29 mayo 1919), en NA/MA?, 274, rollo 812.2311/357, 324, 329.

16 Thomas W. Lamont a Polk (13 die 1918), en Foreign re?a

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algunas hostilidades cuando cre? una comisi?n de reclamos para indemnizar las demandas extranjeras y nacionales por da?os sufridos durante la revoluci?n, pero advirti? que los carrancistas no se har?an responsables de las consecuencias si el gobierno de Wilson interven?a en los asuntos mexica nos.17 Los demandantes y las compa??as ten?an que consi derarse ciudadanos mexicanos. Carranza design? una comi si?n y a uno de los tres miembros de l? junta de conciliaci?n;

el segundo miembro fue por designaci?n conjunta.18 Aunque gentes de fuera controlaban las otras posiciones, Carranza retuvo el control dominante tanto del mecanismo como de

la instrumentaci?n de los procedimientos de demandas.

Aunque a Carranza le hubiera convenido m?s una vic toria de los poderes centrales en la guerra europea, pudo sobrevivir. La animadversi?n con el gobierno de Wilson se volvi? tan cr?tica que en 1918 y 1919 Carranza dedic? la mayor parte de sus informes anuales al congreso, a las rela ciones mexicano-norteamericanas. En sus discursos Carranza

despotricaba contra la intervenci?n norteamericana en la

frontera norte y despreciaba las protestas de Wilson sobre la reglamentaci?n de las compa??as petroleras en M?xico. Se enfurec?a con los muchos rumores sobre planes de los Estados Unidos para invadir a M?xico. En un momento dado se dijo haber seis mil soldados de infanter?a de marina apos

tados en Galveston, Texas, listos para tomar los campos petroleros mexicanos. La convicci?n de Aguilar de que una mayor intervenci?n norteamericana era s?lo cuesti?n de tiem po, fortaleci? en Carranza la determinaci?n de derrotar a Wilson.19 Carranza tuvo ?xito en esta aventura. tions, 1918, pp. 645-646; el secretario de Estado en funciones a J.P. Morgan y compa??a (7 ene. 1919), Polk a Fletcher (15 ene. 1919), Lamont a Fletcher (23 die. 1919), Fletcher a Lamont (27 die. 1919), en Foreign relations, 1919, pp. 646-649, 651-652.

17 Carranza a Arredondo (10 ago. 1915), en ASKE/AHDM, leg. 1441, fol. 17-18-4, p. 112. 18 Traducci?n del decreto aparecido, en Foreign relations, 1917,

pp. 792-812; 1919, pp. 640-644. 19 Manuel V. Cardoso a Carranza (4 jun. 1916), en CEHM/7C;

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 113

El ?ltimo a?o del mandato de Carranza casi llev? a una guerra declarada entre M?xico y los Estados Unidos. En parte fueron responsables de esta tensi?n los senadores fron terizos, como Albert Fall, de Nuevo M?xico. La resoluci?n

de Fall el 3 de diciembre de 1919 casi dio como resultado el rompimiento de relaciones con M?xico al prepararse Wil

son para una intervenci?n total. El origen de tal acritud fue la orden de Carranza de expropiar todos los pozos pe troleros en noviembre, al descubrir que las compa??as nor teamericanas no reconoc?an sus permisos de perforaci?n. Las

compa??as estaban enojadas porque Carranza declar? que

el art?culo 27 de la constituci?n de 1917 le autorizaba a con

ceder permisos en campos probados a compa??as mexicanas peque?as. Peor a?n, el gobierno mexicano lleg? a una forma

limitada de nacionalizaci?n al conceder permisos en las

zonas federales y promulgar la doctrina de actos positivos para afianzar la interpretaci?n retroactiva del art?culo 27. Para atraer la intervenci?n norteamericana, las compa??as petroleras cortaron deliberadamente las entregas de petr? leo a la Comisi?n de Navegaci?n. El resultado fue que, aun que se enviaba m?s petr?leo qu? nunca de M?xico, la escasez de combustible se hizo sentir en la costa atl?ntica en fe brero de 1920.20 Carranza contra los desterrados

En el exilio, casi todos los oponentes de Carranza esta ban de acuerdo en un atentado para derrocarlo. Los segui dores de F?lix D?az, sobrino del antiguo dictador, coordi

naron una vaga alianza de los enemigos del r?gimen con el apoyo de inversionistas norteamericanos. Despu?s de 1916

los felicistas representaban la oposici?n m?s peligrosa y

embajada norteamericana en Madrid a Lansing (20 sep. 1919), en NA/IAM, 274, rollo 812.6363/643. 20 Polk a la embajada norteamericana en la ciudad de M?xico (20 feb. 1920), en NA/IAM, 274, rollo 812.6363/643.

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mejor organizada contra Carranza. Antes de abandonar Nue va Orleans en 1916 para organizar su insurrecci?n en el sur

de M?xico, D?az dej? los asuntos pol?ticos en manos de Pedro del Villar, un abogado muy relacionado con el pa

sado porfiriano. Del Villar trabajaba en Nueva York como representante personal de D?az arreglando trates pol?ticos con diversas personas y corporaciones. Despu?s de que Del Villar reorganiz? las comisiones centrales para que los por firistas y los huertistas como Manuel Mondrag?n, Cecilio Oc?n y Aurelio Blanquet compartieran el poder, la junta empez? a buscar apoyo. Aunque Del Villar y Blanquet odia ban al antiguo ministro de Hacienda de don Porfirio, Jos? Limantour, aceptaron de todas maneras su dinero. El cinis mo nunca fue obst?culo para los deseos conservadores de derrocar a Carranza. Debido a sus repetidos fracasos en levantar tropas en 1916

en los estados de Oaxaca, Veracruz y Chiapas, los jefes felicistas en Nueva York buscaron dinero en los Estados

Unidos.21 Los conservadores mexicanos firmaron gustosamen

te concesiones petroleras en Veracruz para las compa??as norteamericanas interesadas a cambio de seiscientos mil car tuchos, quinientos rifles y sesenta mil d?lares en efectivo.22

Adem?s, los felicistas otorgaron derechos exclusivos en Coahuila a un banco de Nueva York a cambio de otros cincuenta mil d?lares. La junta era tan descaradamente

oportunista al dar los logros nacionalistas de M?xico a cam

bio de la oportunidad de derrotar a Carranza, que hasta

sus m?s fervientes seguidores tuvieron que dudar. Para no

parecer traidores, cl?rigos y bancos de Nueva York tu 21 F?lix D?az a Pedro del Villar (28 ene. 1916), en ASKE/AHDM,

leg. 837, fol. lll-R-12, p. 1; el c?nsul mexicano en Guatemala al se cretario de Relaciones Exteriores (30 die. 1916), en ASKE/AHDM,

leg. 802, fol. 93-R-20, p. 9. 22 Agente Charles Jones al c?nsul mexicano en El Paso (22 abr.

1918), en ASKE/AHDM, leg. 837, fol. ll-R-12, pp. 18, 73-74. Los espias de Carranza, haci?ndose pasar por ejecutivos de compa??as

petroleras norteamericanas, firmaron los contratos para enga?ar a los felicistas y conocer sus verdaderos motivos.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 115 vieron que cortar sus fondos para el movimiento conservador

desde enero de 1917 hasta que la expedici?n Pershing se retir? de M?xico.23 Esta decisi?n era un indicador de que

los felicistas se daban cuenta de que su impacto en las

masas mexicanas era limitado. Los inversionistas norteameri

canos quer?an derrocar a Carranza tanto como los conser vadores, pero ten?an que actuar en secreto. Al encontrarse en dificultades el movimiento conserva dor, los felicistas consideraron la posibilidad de unificarse con el ultraconservador Francisco Le?n de la Barra, el pre sidente interino que gobern? a M?xico antes que Madero. De la Barra, determinado a reafirmar los privilegios eco n?micos extranjeros en M?xico, visit? a diversos inversionis tas en Nueva York y Madrid en marzo de 1916. Al encontrar apoyo para continuar con sus ofertas de dar trato generoso a los capitalistas extranjeros mediante una administraci?n contrarrevolucionaria en M?xico, De la Barra sigui? a Lon

dres. En abril de 1916 se registr? en el ostentoso Hotel Piccadilly, donde el c?nsul mexicano descubri? que De la Barra pasaba su tiempo con banqueros y empresarios que ten?an inter?s en M?xico. De la Barra tambi?n prepar? fu turas reclamaciones contra el r?gimen de Carranza.24 Despu?s de salir de Londres hacia Par?s en agosto de 1916,

De la Barra fungi? como asesor de los poderes aliados res pecto a los asuntos financieros en M?xico. ?l y Wilson convencieron a los europeos de que ignoraran el punto de vista de Carranza, movimiento que los conservadores con sideraron como una victoria. De la Barra persuadi? a los brit?nicos y a los franceses de que no reconocieran al go bierno de Carranza, venciendo los esfuerzos de Alberto Pa?i,

a quien Carranza hab?a mandado a las negociaciones de 2? Memo sin fecha en ASKE/AHDM, leg. 837, fol. ll-R-12,

p. 159; jefe del Servicio Secreto Mexicano a Aguilar (30 ene., 14 feb.

1917), en ASREA4HDA?, leg. 839, fol. lll-R-17, pp. 1-4, fol. 112 R-7, pp. 1-4. 24 El c?nsul mexicano en Londres a Aguilar (13 jun. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 798, fol. 91-R-35, p. 1.

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paz de Par?s. Con el consentimiento de De la Barra, los

Estados Unidos tuvieron mano libre en Latinoam?rica cuando

la Liga de las Naciones decidi? aceptar la Doctrina Monroe. Los seguidores de De la Barra trataron de unificar a los anticarrancistas prometiendo constantemente la restauraci?n

de la constituci?n de 1857. Esta t?cnica facilitaba las ne gociaciones con los inversionistas europeos, en particular con las compa??as petroleras que estaban ansiosas de evi tar las previsiones nacionalistas de la constituci?n carrancista

de 1917. Por lo tanto, la facci?n conservadora en M?xico luch? duramente para controlar los campos petroleros. Los conservadores, aterrados por el rumor de que Carranza pla neaba permitir a los soldados alemanes la ocupaci?n de Ve racruz, ofrecieron garant?as a las compa??as petroleras y a los estrategas militares aliados de que su reserva de petr?leo no ser?a interrumpida. Adem?s de los intereses extranjeros, los conservadores pensaban que la constituci?n de 1857 dar?a validez moral a su facci?n an ti carrancista: ".. .la nueva ban dera de la constituci?n de 57 sirve para la uni?n de todos

los rebeldes y ha dado a estos una fuerza moral de que

carec?an".25

Mientras tanto, los felicistas no se disuad?an de su auto nombrada tarea de regresar M?xico a su "estado normal".

Animados por la posibilidad de que De la Barra se les

uniera directamente, los conservadores sent?an que sus es peranzas para derrocar a Carranza eran mucho m?s que una remota posibilidad. Los felicistas trataron de enga?ar a las

masas para que creyeran que D?az traer?a justicia social. Sus fuerzas en el campo apelaban al apoyo de obreros y campesinos sobre la base de que una reinstauraci?n de la constituci?n de 1857 traer?a paz y justicia.26 Con la ayuda de rumores y de dinero a los reclutas que se les un?an, los

25 Miguel Ruelas a Francisco Le?n de la Barra (28 mar. 1917), en CEHM/FL, carpeta 7; Rosenberg, 1975, pp. 123-152. 26 "A los ap?stoles de la ense?anza y los obreros de la rep?bli ca" (17 mayo 1919), en CEHM/FC. El mejor estudio sobre el mo

vimiento felicista es Henderson, 1981.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 117

felicistas le presumieron a De la Barra sobre sus victorias en Oaxaca. Tambi?n exhortaron a ?ste a que se uniera a su movimiento y tomara la direcci?n. En noviembre de 1917

Arturo Elias asegur? a De la Barra que su participaci?n

ser?a crucial porque "los capitalistas de Nueva York, seg?n entiendo, siempre han estado dispuestos a dar todo el dinero que M?xico necesita para volver a su estado normal, siem pre que usted sea nuestro mandatario".27 Tras considerar

estas declaraciones, De la Barra decidi? no aliarse con los perdedores y declin? la oferta. A pesar de sus reveses con De la Barra, los felicistas go zaban de buenas relaciones con los intereses norteamerica nos. El senador Albert Fall cortejaba a los felicistas e hizo arreglos para que Del Villar testificara ante su comisi?n senatorial que investigaba el r?gimen de Carranza. Fall tra

baj? mucho para derrocar a Carranza por medios indirectos, acusando a los agentes y c?nsules carrancistas de provocar disturbios entre las minor?as ?tnicas de los Estados Unidos.

Los generales felicistas planearon sus campa?as basados en armas y fondos que supuestamente les dar?an el secretario de Estado Lansing y la embajada norteamericana en M?xico. Parece ser que Wilson los alent? a creer que si derrotaban a Carranza y declaraban la guerra a Alemania podr?an es perar muchas armas y dinero norteamericanos. Evidencias circunstanciales sugieren que el Departamento de Estado anim? a los felicistas a asesinar a Carranza con dos matones italianos.28 Los felicistas tambi?n recurrieron a los villistas. Las fuer

zas de Villa estaban d?biles en ideolog?a y organizaci?n, pero constitu?an una preocupaci?n militar para Carranza. Sus c?nsules y agentes le reportaron varias juntas entre los 27 Arturo M. Elias a De la Barra (26 nov. 1916, 14 ene. 1917), en CEHM/FL, carpeta 6. 28 Gilderhus, 1977, p. 98. Los documentos pol?micos son Anto nio Brachi a Carranza (17 mar. 1917), en CEHM/FC; Manuel Ve l?zquez a Francisco Reyna (7 mar. 1918), en CEiHM/A?G, carpeta 20,

no. 2848.

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felicistas y los villistas en diversos lugares de la frontera con

Texas.29 Esto no era muy sorprendente porque muchos de los oficiales de Villa eran antiguos federales que sirvieron antes a Huerta y a don Porfirio. Los felicistas tambi?n ob tuvieron una voz importante en el Partido Legalista, la ?nica organizaci?n pol?tica que pudieron establecer los villistas. Pero con sus metas tan vagas y su constante petici?n de que los Estados Unidos intervinieran en M?xico, el partido fra cas?. Es m?s, fue presa de pol?ticos ambiciosos que lo divi dieron varias veces.30 La facci?n dominante del partido, con simpat?a por los felicistas, quer?a que Felipe ?ngeles diri giera el movimiento, despu?s del cual pretend?an eliminar

al propio Villa. Federico Cervantes llev? la oferta de los

legalistas para asumir el control del grupo de Nueva York. En un principio ?ngeles rechaz? la oferta legalista en di

ciembre de 1916, se?alando que el movimiento nunca podr?a retomar M?xico.81

Como no pudieron obtener la participaci?n activa del mejor general de Villa, los felicistas se acercaron a ?ste direc tamente. Un felicista de confianza, Juan Andreu Almaz?n, lleg? a El Paso en mayo de 1917 para obtener la aprobaci?n

de Villa a una alianza con D?az y Emiliano Zapata. Algu

nos de los ayudantes del senador Fall, como George Holmes, tambi?n estuvieron presentes para asegurar el apoyo de los 29 Andr?s G. Garc?a a Carranza (6 sep. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 799, fol. 92-R-7, pp. 42-43; el c?nsul mexicano en Los ?ngeles al c?nsul general en la ciudad de M?xico (16 mayo 1916), en ASRE/

AHDM, leg. 835, fol. 110-R-l, p. 98; agente ABU a Carranza

(4 die ?916), en CEKM/VC; El Heraldo de M?xico (6 jun. 1917); Aguilar al general Juan os? R?os (26 feb. 1919), en CEHM/VC; el c?nsul mexicano en Nueva Orleans a Luis Cabrera (3 nov. 1916), en ASRE/AHDM, leg. 797, fol. 91-R-ll, p. 1. 30 Diversos informes en ASKE/AHDM, leg. 725, fol. 61-R-3, pp.

112-114, 160, 200, 224 y 264; Garcia a Aguilar (10 ago., 14 oct. 1916), en ASRE/AHDM, leg. 722, exp. 41, pp. 29, 38. 81 Diversos informes en ASR.E/AHDM, leg. 800, fol. 92-R-5, pp. 57-60, 67, 88, 92-95. La respuesta de ?ngeles est? en ASRE/ AHDM, leg. 724, fol. 61-R-2, p. 256.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 119

Estados Unidos al plan felicista. Sin embargo, agentes del serviciio secreto mexicano destrozaron la reuni?n tras per suadir a la caballer?a norteamericana de que arrestara a los participantes. Aun as?, los felicistas pretendieron haber lle gado a cierto acuerdo. En octubre de 1917 sus comandantes se refirieron a una alianza de los tres grupos, al transmitir ?rdenes que exig?an un avance conjunto sobre el altiplano central de M?xico.32 Probablemente Villa no le dio m?s que un leve apoyo a la idea, pero Zapata colabor? con los feli cistas. Hasta que finalmente apoy? a ?ngeles, Villa se inclin? por una facci?n fuerte muy pro-norteamericana, que siempre

le fue leal. Es m?s, Villa siempre prefiri? pelear que hacer pol?tica.

La posible toma del poder por ?ngeles ca?a muy bien

a los planes felicistas. Los corredores del poder porfirista, como Limantour y De la Barra, so?aban despiertos con la esperanza de que ?ngeles pudiera usar el ej?rcito de Villa con "nuestro oro" mientras los ancianos podr?an explotar la gratitud de ?ngeles con su experiencia. En cuanto a Zapata, planeaban ofrecerle su reforma agraria hasta que un ej?rcito federal reestableciera el orden.33 Despu?s de julio de 1916 ?ngeles estaba en Nueva York, donde hab?a establecido una Alianza Liberal Mexicana con representantes de toda la opo sici?n anti-carrancista en la comisi?n ejecutiva.34 Buscando relaciones amistosas con los Estados Unidos, la Alianza Li beral Mexicana busc? el apoyo de los conservadores despla zados, de las compa??as petroleras norteamericanas y de los inversionistas brit?nicos y norteamericanos.35 En noviembre

32 Jes?s M. Arri?la a Garc?a (27 mayo 1917), en ASKE/AHDM,

leg. 841, fol. 113-R-4, pp. 72-74; orden del ej?rcito felicista (26 oct.

1917), en CEHM/FC. 88 Jos? Y. Limantour a De la Barra (30 mayo 1914), en ASRE/ AHDM, leg. 819, fol. 102-R-2, p. 23. 34 Felipe a Jos? Mar?a Maytorena (9 nov. 1918), en ASRE/ AHDM, leg. 837, fol. ll-R-8, p. 2; informe dado al c?nsul mexicano en Nueva York (7 mayo 1918), en CEHM/FC. 35 El c?nsul mexicano en Los ?ngeles a Aguilar (20 ene. 1919), en ASKE/AHDM, leg. 804, fol. 94-R-9, p. 17. La p?gina 11 de la

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de 1918 la comisi?n ejecutiva declar? que estaba en abierta

b?squeda de diversos aliados de pr?cticamente cualquier ideolog?a para establecer un supuesto M?xico democr?tico

basado en la justicia social tanto para el necesitado como para las clases acomodadas, y en el que se logre tambi?n "la asimilaci?n de todos aquellos elementos sanos que sin

haber militado en las filas revolucionarias sean de tenden cias liberales..."86 Sin embargo, al rechazar a aquellos que lucharon por Carranza erraron al tratar de dar la imagen de un grupo liberal. Muy pocos en M?xico los tomaron en serio.

El apoyo de Villa era ahora un aspecto crucial de los planes de ?ngeles y de los felicistas. Los villistas gozaban

con el prospecto de obtener aliados para montar otra ofen siva contra Carranza. Sin embargo, para poder hacerlo, Villa estaba bajo una fuerte presi?n para que adoptara franca mente la l?nea conservadora. Como los villistas hab?an pelea do contra Huerta sin compromiso alguno y declaraban actuar en inter?s de las masas, era dif?cil aceptar el apoyo reaccio nario y conservador. Los villistas que ten?an un enfoque

maderista de la democracia liberal atacaban la noci?n de

inclinarse a la derecha. Pero los villistas elitistas, como Mi guel D?az Lombardo, racionalizaban sus escr?pulos sobre la ascendencia conservadora y estaban de acuerdo con muchos en que los huertistas ya hab?an sido suficientemente casti gados.87 Temerosos de perder el apoyo villista para ?ngeles, los felicistas procuraron fortalecer su influencia sobre los villis tas. A pesar de haber ri?as entre las muchas personalidades misma fuente contiene las "bases fundamentales" de la Alianza Li beral Mexicana. 36 Declaraci?n del comit? ejecutivo de la junta local de Nueva

York (11 nov. 1918), en ASKE/AHDM, leg. 804, fol. 94-R-9, pp. 20-24. 37 Para informes sobre la influencia cient?fica sobre los villistas,

vid. Garc?a a Aguilar (6 sep. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 799, fol. 92-R-7, pp. 42-43. La tendencia conservadora de los villistas se discute en Miguel D?az Lombardo a Manuel Bonilla (4 sep. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 724, fol. 61-R-2, pp. 1-7.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 121

egocentristas que formaban la colonia de exilados en Nueva York o que se reun?an en los bares y hoteles de Texas, am bos lados se escuchaban reciprocamente. En 1918 voceros villistas, como Enrique Bordes Mangel, ejerc?an presi?n en

Washington junto con los felicistas para lograr el apoyo de los Estados Unidos.38 Villistas y felicistas trabajaron jun tos ese a?o organizando propaganda y enviando expedicio nes armadas al norte de M?xico. Los felicistas adem?s for

maron una ala conservadora en su movimiento de Texas espec?ficamente dise?ada para atraer a los villistas. Este gru

po, que se llamaba a s? mismo Asociaci?n Unionista Mexi cana, declaraba que su meta principal era el establecimiento de la constituci?n de 1857.39 Los felicistas, utilizando esta estrategia y abriendo su grupo para dar la bienvenida a huer tistas y porfiristas, creyeron que podr?an ganar el apoyo de Villa y frenar a Angeles al mismo tiempo. Sin embargo, ?ngeles prevaleci? en la competencia por ganar el apoyo villista. Federico Cervantes, oficialmente feli cista pero con poder para llamar la atenci?n en el campo villista, inst? a Villa y a otros a aceptar a la Alianza Liberal para que la coalici?n pudiera empezar a presionar a Wilson para que apoyara a ?ngeles, antiguo jefe de Cervantes en el ej?rcito vililsta. Probablemente la necesidad de atraer

a Villa a su campo indujo a ?ngeles a excluir a los huer tistas de la Alianza Liberal. Este paso permiti? a ?ngeles

tomar ventaja de la p?rdida de poder de Villa sobre muchos de sus seguidores, y sin embargo sostener que el movimien to de ?ngeles era un participante leg?timo de la revoluci?n. Para muchos anticarrancistas que no deseaban un regreso absoluto al pasado porfiriano el din?mico ?ngeles parec?a

menos conservador que los felicistas. Al derrumbarse la ? Garc?a a Aguilar (24 ene. 1919), en ASKE/AHDM, leg. 804,

fol. 94-R-2, p. 3. Las p?ginas 4-5 contienen informes importantes del

servicio secreto (23, 24 ene. 1919). El gobernador de Chihuahua a Carranza (21 jul. 1918), en GEHM/TVC, Chihuahua, carpeta 2. 80 Manifiesto de la Asociaci?n Unionista Mexicana (3 mayo 1919),

en CEHM/FL, carpeta 3, leg. 256.

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Asociaci?n Unionista por falta de apoyo popular, las asam oieas conjuntas de felicistas pro-?ngeles y villistas atrajeron a 1 200 participantes al Liberty Hall de El Paso en enero

de 1919.40 Claramente ?ngeles tuvo el mando de la opo sici?n conservadora una vez que Emilio V?zquez G?mez dividi? la facci?n legalista de los villistas. V?zquez G? mez, sectario extremo hasta el final, no acept? el mando de los legalistas a menos de que fueran aceptadas todas y cada una de sus condiciones.41

?ngeles cruz? la frontera con la idea err?nea de que

su influencia en los c?rculos conservadores de la frontera y de Nueva York se podr?a repetir en M?xico. Aunque se reuni? con el clero cat?lico en Nueva York antes de partir, su base de poder entre los verdaderos conservadores estaba

debilit?ndose. Su apoyo real ven?a de los intereses eco

n?micos extranjeros. Un buen ejemplo de este cambio ocurri? cuando ?ngeles se acercaba a Presidio, Texas. Ah? las com pa??as petroleras locales y otros negocios norteamericanos le ofrecieron dinero para ayudar en su expedici?n armada a M?xico.42 A pesar de las declaraciones de ?ngeles de que sus fondos proven?an de rancheros del norte de M?xico, su campa?a pr?cticamente no tuvo apoyo popular. La declara ci?n villista de que ?ngeles era el presidente provisional y Villa el secretario de Guerra no anim? a nadie a un?rseles. 40 Emilio (?) a Aguilar (15 ago. 1918), en CEHU/VC; Garc?a a Aguilar (7, 9, 13 feb. 1919), en ASKE/AHDM, leg. 804, fol. 94 R-2, pp. 16-32. 41 Las actividades de V?zquez G?mez se detallan en Garc?a a Aguilar (1* mayo 1919), en ASKE/AHDM, leg. 804, fol. 94-R-8, pp. 2-3; Soriano Bravo al vicec?nsul en El Paso (14, 17 oct. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 722, exp. 41, pp. 271 y 283; Garcia a Aguilar (25 oct. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 725, fol. 61-R-3, p. 160; mismo al mismo (5 die. 1916), en ASREMHD?f, leg. 724, fol. 61 R-2, pp. 264-269. 42 Informe del servicio secreto al c?nsul mexicano en Naco, Ari

zona (2 ene. 1919), en ASKE/AHDM, leg. 838, fol. ll-R-16, p. 136;

el gobernador de Coahuila a Carranza (16 ene. 1919), en Documentos hist?ricos, 1960-1973, xvni, pp. 231-232.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 123

Tampoco ayud? la primera proclama oficial de ?ngeles, que anunciaba que las inversiones norteamericanas ser?an total mente protegidas al reinstaurarse la constituci?n de 1857 ?ngeles tambi?n prometi? salvaguardar los intereses mexi canos "legales", una clara indicaci?n de que mantendr?a el statu quo. Para atraer a los liberales parlamentarios, ?ngeles demand? un M?xico "libre" y democr?tico y critic? la "acti tud demag?gica" de Carranza as? como sus pol?ticas anti norteamericanas. En un vano intento de asegurarse el apoyo de Wilson, critic? pretendidos pactos que Carranza hab?a firmado con Alemania y Argentina. Finalmente la derrota termin? sus agresivas diatribas: las fuerzas carrancistas lo capturaron en unos meses. En noviembre de 1919 las autori dades de Carranza lo enjuiciaron y ejecutaron.43 Otro intrigante enemigo de Carranza en la frontera era el oportunista conservador Esteban Cant?. Este gobernador de Baja California totalmente corrupto fue en alguna oca si?n comandante porfiriano de la guarnici?n local y hab?a

mantenido el control durante el caos revolucionario de

M?xico. Adicto a la morfina y a cargo personalmente de las operaciones de narc?ticos que contrabandeaban opio, coca?

na y hero?na hacia California, Cant? abusaba de su aguja hipod?rmica a tal grado que ten?a una pierna y un brazo totalmente amoratados. Sus pol?ticas econ?micas rara vez pasaban de la extorsi?n armada y el vicio. Quienes no re conoc?an una concesi?n de pesca por cinco a?os que Cant? otorg? a un compinche se enfrentaban a cinco a?os de c?r cel. A Cant? no le interesaba la competencia, de modo que forz? a mil colonos rusos a huir al otro lado de la fron tera. En 1916 florec?an en Tijuana casinos de juego abiertos toda la noche, la prostituci?n y la venta de opio.44 Respal

48 Florida Times Union (30 mayo 1919) ; recorte de peri?dico de 31 mayo 1919, e informe de 3 mayo 1919, en NA/IAM, 274, rollo 812.2311/379, 380. "El pueblo est? agobiado de sufrimientos y

decepcionado del movimiento revolucionario iniciado en 1910". Do cumentos hist?ricos, 1960-1973, xvni, pp. 344-348.

44 Vista aduanal de Los ?ngeles a Lansing (26 die. 1917), en

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dada por los ?ltimos regimientos del ej?rcito porfirista, y con los ingresos del licor, el juego y los centros tur?sticos, la

regi?n gozaba de una prosperidad decadente. Sin embargo, el c?nsul norteamericano en Ensenada resum?a el cacicazgo de Cant? como un "accidente pol?tico sin fuerza personal".45 Por esta raz?n Cant? buscaba aliados. Carranza y Cant? tuvieron tratos fincados sobre bases tortuosas que ninguno respetaba realmente. Como Cant? se rehus? a reconocer a Carranza en diciembre de 1914, ?ste orden? cinco meses despu?s una invasi?n a Baja California. Carranza tuvo un ?xito parcial: estableci? un r?gimen po pular en Baja California Sur, pero nunca pudo sacar a Cant?

de su fortaleza de Baja California Norte. Cuando ambas

partes llegaron a un acuerdo tentativo, Cant? comprometi?

su apoyo a Carranza a cambio de autonom?a pol?tica. Ca rranza vio la oportunidad de neutralizar a un revoltoso potencial mientras se dedicaba a enemigos m?s serios. El

primer jefe accedi? a no mandar tropas al ?rea de Cant?, a no intervenir en la administraci?n, y a tomar s?lo una parte de los impuestos de Baja California Norte. A cambio, Cant? alab? a Carranza como presidente, prometi? dar in gresos al gobierno, y estuvo de acuerdo en no contratar a reaccionarios en los cargos p?blicos.46

Pero el taimado Cant? ten?a muy poco en com?n con

el nacionalismo populista de Carranza y actuaba en la coali ci?n conservadora anticarrancista. Como los grupos de exi lados, Cant? defend?a a los inversionistas norteamericanos y utilizaba su apoyo. Aunque los inversionistas como Harry P. NA/MM, 274, rollo 812.144/19; coronel Fortunato Tenorio a Carran za (15 ago. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 798, fol. 91-R-31, pp. 10-12.

45 El c?nsul norteamericano en Ensenada a Lansing (11 mar. 1920), en NA//AM, 274, rollo 812.20/26.

46 Ram?n P. de Negri a Esteban Cant? (10 die. 1914), en

ASKE/AHDM, leg. 841, fol. 113-R-3, p. 23; Carranza al c?nsul mexi cano en San Diego, en ASKE/AHDM, leg. 819, fol. 102-R-4, pp. 12-16; informe del servicio secreto (10 nov. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 841, fol. 113-R-4, p. 32. ASKE/AHDM, leg. 803, fol. 93-R-9 tiene el texto

del acuerdo de Cant? con Carranza en la p?gina 15.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 125

Chandler se preocupaban porque Cant? sub?a los impues

tos, sab?an que de Carranza pod?an esperar reglamentos r?gi

dos. Con Cant? no hab?a duda de que la pol?tica sobre

concesiones extranjeras estaba del lado de los intereses nor teamericanos. Por lo tanto, estos inversionistas protestaron en?rgicamente cuando el Departamento de Estado recibi? una petici?n de Carranza de mandar tropas mexicanas por el Suroeste para atacar la aislada regi?n. Como Wilson acce

di? a bloquear el paso a los soldados de Carranza, Cant? mantuvo excelentes relaciones con los propietarios norte americanos.47 Tambi?n financi? la publicaci?n de El Heral do, peri?dico derechista de Los ?ngeles, y en general apoy? a los conservadores exilados que viv?an en Los ?ngeles. Cant? estaba tambi?n dispuesto a dar un apoyo a los conspiradores anticarrancistas en la frontera con Texas. Se reuni? con los representantes felicistas para discutir su papel

en la coalici?n antes de enviar a un representante a una

reuni?n de villistas, felicistas y huertistas en El Paso. All? estuvieron de acuerdo en que F?lix D?az fuera el jefe del grupo contrarrevolucionario.48 Los agentes de Carranza se enteraron de que Cant?, adem?s de dar refugio a los villis tas en Mexicali, discut?a su posible cooperaci?n con altos jefes legalistas y con representantes Zapatistas.49 4* De Negri a Jes?s Urueta (22 ene. 1915), en ASKE/AHDM, leg. 841, fol. 113-R-3, p. 188; B. F. Fly a Lansing (14 mayo 1916),

el secretario de Estado en funciones a Lansing (24 mayo 1916), dipu

tado William Kettner a Lansing (20 abr. 1917), en NA/IAM, 274, rollo 812.2311/306, 322; Francis Marshall a Lansing (28 feb. 1917), en NA/IAM, 274, rollo 812.00/24737. 48 El c?nsul mexicano en Los ?ngeles a Aguilar (26 jul. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 802, fol. 92-R-33, p. 2; el c?nsul mexicano en San Diego al director de consulados (25 feb., 20 die. 1915), en ASRE/

AHDM, leg. 817, fol. 101-R-8, pp. 53r 166. 49 El c?nsul mexicano en San Diego a Aguilar (16 ago. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 804, fol. 94-R-l, p. 9; Garcia a Aguilar (4 sep.

1*17), en ASKE/AHDM, leg. 863, fol. 122-R- 10, p. 1. Juan Cabrai

fue jefe temporal de las fuerzas armadas legalistas en esta ?poca. El

c?nsul mexicano en Nueva Orleans a Aguilar (21, 26 nov. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 725, fol. 61-R-3, pp. 315 y 322.

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DOUGLAS W. RICHMOND

Los inversionistas norteamericanos consideraban a Ma nuel Pel?ez, un ambicioso pragm?tico que planeaba sus

movimientos para satisfacer los intereses norteamericanos, como un aliado confiable. Pel?ez era un terrateniente reac cionario decidido a deshacerse de Carranza y proteger sus transacciones de bienes ra?ces con las compa??as petroleras.

Pel?ez se fue a la regi?n petrolera de Veracruz cerca de

Tuxpan en 1914 y empez? a obtener dinero de las compa??as petroleras a principios de 1916. Como aplastaba las huelgas

y proteg?a a las compa??as petroleras de la amenaza de la confiscaci?n, los intereses petroleros apoyaban con gusto a Pel?ez. Adem?s de darle armas y provisiones, las compa??as petroleras le pagaban entre cuarenta y ochenta mil d?lares al mes.50 Pel?ez promet?a continuamente apoyo ilimitado a Wilson atacando la pol?tica exterior nacionalista de Ca rranza y ofreciendo protecci?n total a las inversiones norte americanas. Su hermano no permanec?a al margen de esta

perspectiva. Ayud? a establecer el departamento legal de Pearson en Tampico y ofreci? a Wilson las fuerzas de Pel?ez a cambio de armas.51 El movimiento anticarrancista tambi?n consideraba a Pe l?ez uri aliado estrat?gicamente importante, ya que tras su

sublevaci?n contra Carranza manten?a contacto con D?az y con Villa. Despu?s de que Carranza desde?? por lo menos

dos ofertas de negociar en 1917, Pel?ez busc? apoyo militar

y pol?tico en la derecha. Protegidas por sus soldados, las elites locales que se beneficiaban del mandato de Pel?ez se deleitaban en bailes y fiestas. Seg?n las palabras de un diputado local, la vida hab?a retornado a su antigua nor malidad.52 A diferencia de D?az, Pel?ez ni siquiera se moles 50 Ackermann, 1918, pp. 71-72. El libro es menos que preciso

en lo que respecta a la interpretaci?n del autor sobre Carranza, pero

tiene datos interesantes. Los Angeles Times (26 mayo 1917): Docu

mentos hist?ricos, 1SI60-1973, xvm, p. 61.

51 Informe de un agente (14 ago. 1918), en ASKE/AHDM,

leg. 837, fol. 121-R-12, pp. 225-227.

52 Las condiciones en el ?rea de Pel?ez se analizan en diputado

Eugenio M?ndez a Aguilar (3 oct. 1917), en CEHM/7C. Tam

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 127

taba en pretender el apoyo popular. Pero sus agentes pre sum?an a los esp?as de Carranza de que su alianza con D?az hac?a de Pel?ez un candidato a la vicepresidencia en el fu turo gobierno felicista. Adem?s de sus relaciones con D?az, Pel?ez mantuvo contacto con Villa hasta el punto de planear

una campa?a conjunta con Manuel Retana, pariente de

Villa. Tambi?n convenci? por lo menos a un general villista y a sus cuatro mil soldados de aliarse con D?az.53 Pel?ez y sus compinches necesitabtn del dinero y la pro tecci?n diplom?tica de los intereses norteamericanos porque su m?todo usual de ganar el apoyo de las masas era pagar

buenos salarios y propagar el rumor de que Carranza ex

propiar?a las peque?as y medianas propiedades. Al propagar tales rumores y ofrecer d?lares a quienes los necesitaban, Pel?ez reclut? a una porci?n considerable de la burgues?a rural y de los obreros petroleros. Estos grupos formaban sus fuerzas militares. Para beneficiar al capital extranjero, Pe l?ez prohibi? las huelgas y suprimi? a los organizadores obreros radicales. Uno de los inversionistas clave fue Edward

Doheny, quien comunic? a los pol?ticos del Departamento de Estado el punto de vista de Pel?ez.54 Los diplom?ticos norteamericanos toleraban y fomentaban las relaciones de las compa??as petroleras con Pel?ez a pesar de las protestas de Carranza contra esta forma velada de intervenci?n.55 El bien, comisionado de Pel?ez a Gerzayn Ufarte (12 sep. 1917), en

CEHM/VC.

58 Informe del servicio secreto (14 ago. 1918), en ASKE/AHDM, leg. 837, fol. 112-R-12, p. 225; extracto sin fecha en ASKE/AHDM,

leg. 709, 53-R-3, p. 1 ; el c?nsul mexicano en La Habana a Aguilar (23 mar. 1916), en ASKE/AHDM, leg. 798, fol. A-15, p. 86; informe

del servicio secreto a Garc?a (22 mar. 1918), en ASKE/AHDM, leg. 709, fol. 55-R-3, p. 2.

54 Informe de un agente (24 jul. 1918), en ASRE/i4HDAf,

leg. 837, fol. ll-R-12, pp. 194-195; Garcia a Aguilar, memo sin fecha,

en ASKE/AHDM, leg. 842, fol. 113-R-10, p. 7. Vid. tambi?n Cum berland, 1972, p. 391. Sobre el proceso de la reforma agraria en Veracruz, que tem?an Pel?ez y los conservadores, consultar Fowler Salamini, 1978. ? Smith, 1972, pp. 102-104; Sandos, 1978, p. 400.

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28 de mayo de 1919 las compa??as petroleras entregaron al se

cretario de Estado Frank Polk un memor?ndum que arg??a que "el resentimiento de Pel?ez ser?a infinito" si Carranza recib?a el permiso de pasar tropas de Tampico a la frontera norte. Esto era debido a que Pel?ez apoyaba la invasi?n de ?ngeles, que acaba de ocurrir en el estado de Chihuahua. Las compa??as petroleras exigieron con ?xito que no se per mitiera a Carranza pasar tropas por el Suroeste para com batir a ?ngeles.56 ?ste es un ejemplo m?s de c?mo el r?gimen de Carranza fue debilitado por presiones exteriores en sus

?ltimos a?os. La decisi?n de Wilson de ayudar a Pel?ez

demostr? una vez m?s que los intereses de los exilados con servadores y de los inversionistas norteamericanos coincid?an totalmente.

El fin Carranza luch? contra los diversos atentados conserva dores para derrocarlo usando h?bilmente las fuerzas armadas

en M?xico y consolidando su poder como palad?n de las

reformas nacionalistas. Adem?s, Carranza derrot? a Wilson en casi todas sus confrontaciones diplom?ticas. Hasta que se derrumbaron, los conservadores causaron a Carranza una gran preocupaci?n dada su habilidad para conseguir dinero de los inversionistas norteamericanos, su manejo de la reli gi?n, su apoyo diplom?tico asegurado y la promesa de la democracia. El presidente mexicano se preocup? por persis tentes intentos de los conservadores para confabularse con los inversionistas norteamericanos y organizar ataques en la frontera norte de 1916 a 1920. Pero el fracaso de ?stos fue tan rotundo como el de los conservadores que trataron de derrocar a Ju?rez en 1859 y en 1861. El apoyo popular en M?xico para la justicia social, el orgullo nacional y el anti 56 Un ejemplo particularmente tangible de la simpat?a del De partamento de Estado por Pel?ez es un memo de 28 mayo 1919, en XA/IAM, 274, rollo 812.2311/343.

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INTENTOS PARA DERROCAR A CARRANZA 129 imperialismo dieron como resultado que los grandiosos pla nes derechistas no tuvieran apoyo popular. Las causas de la ca?da de Carranza en 1920 fueron sus errores pol?ticos y su fracaso en acelerar las necesidades dom?sticas de la revo luci?n.

Cuando Obreg?n sucedi? a Carranza los conservadores quedaron fuera de moda como in?tiles. Una vez que Obre g?n asumi? el poder la campa?a por las reformas agrarias y obreras se convirti? en una meta oficial de la mayor?a de los gobiernos mexicanos modernos. Cant? se rindi? des pu?s de intentar una sublevaci?n contra Obreg?n en agosto

de 1920. Y aunque D?az y Pel?ez apoyaron la rebeli?n de

Obreg?n contra Carranza, no hab?a ya necesidad de tolerar los dentro de la pol?tica de la dinast?a sonorense para dar paz a M?xico. El primero de junio de 1920 F?lix D?az habl? con Obreg?n en Palacio Nacional. Obreg?n le ofreci? una jugosa mordida para que se fuera de M?xico. Sigui? Pel?ez

al d?a siguiente, y tuvo que abandonar la escena cuando

Obreg?n instal? en el gobierno de Veracruz a un reforma dor popular. De la Barra organiz? un intento final de re gresar el tiempo. Despu?s de que jefes religiosos norteameri canos como el padre Anthony Gibbon trataron de buscarle apoyo, la iglesia mexicana sigui? un pleito. Otro movimiento

conservador proclam? presidente a De la Barra en julio

de 1920, pero su sublevaci?n fue una breve farsa.57 La fron tera estaba mucho m?s tranquila y los conservadores fueron reemplazados por miles de inmigrantes mexicanos que atra vesaban la frontera con metas muy diferentes.

SIGLAS Y REFERENCIAS ASKE/AHDM Archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico. Archivo Hist?rico Diplom?tico Mexicano.

57 Fowler Salamini, 1978. Los planes de De la Barra est?n

en varias cartas y proclamaciones en CEHM/FL, carpeta 4.

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ISO DOUGLAS W. RICHMOND

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EXAMEN DE LIBROS Colin M. MacLachlan y Jaime E. Rodr?guez O.: The forg ing of the cosmic race: A reinterpretation of colonial Mexico. Berkeley, University of California Press, 1980, xrv + 362 pp., ilus. Con argumentos m?s pol?ticos e irracionales que acad?micos o pr?cticos la etapa colonial ha sido comunmente considerada

como una ?poca negativa y oscura, t?rminos que necesariamente se aplican tambi?n a su legado: bloque inamovible que se incrust?, paraliz?ndolo, en el desarrollo hist?rico de lo que hoy es M?xico, por cerca de trescientos a?os; visi?n satanizante y desmedida que si bien ha sido rebatida en algunos aspectos, generalmente sigue vigente. De aqu?, proponen MacLachlan y Rodr?guez, la necesidad de revalorar el pasado colonial de M?xico a la luz de los estudios contempor?neos que pueden explicarlo en sus diferentes aspectos. A esta tarea se aplican los autores en su libro, el que atendien do a las caracter?sticas t?cnico-metodol?gicas de su presentaci?n debe considerarse como un largo ensayo o, si se quiere, como una serie de ensayos, los cuales, desde el particular punto de vista de

los autores, se ocupan de temas que seg?n ellos explican a la sociedad colonial. La hip?tesis principal es que la de la Nueva

Espa?a no fue una sociedad feudal o precapitalista sino una que m?s bien "funcion? como sociedad capitalista emergente dentro del sistema econ?mico mundial que se desarroll? en los siglos xv y xvi". No obstante que geogr?ficamente se encontraba en la periferia de dicho sistema, no fue una regi?n dependiente o sub desarrollada. M?s bien, de acuerdo con MacLachlan y Rodr?guez, "el M?xico colonial forj? una econom?a compleja e integrada que transform? el ?rea en la parte m?s importante y din?mica del imperio espa?ol". El libro consta de tres partes subdivididas en cap?tulos. La pri mera abarca del origen del hombre americano hasta los primeros a?os posteriores a la conquista cortesiana. La segunda busca ex

plicar a la sociedad colonial desde su inicio hasta antes de las

reformas borb?nicas, y la ?ltima tiene que ver con dichas refor mas, el proceso de independencia y el rechazo del legado colonial. A todo esto sigue un ensayo bibliogr?fico en que se mencionan

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EXAMEN DE LIBROS

las fuentes e investigaciones m?s importantes empleadas en su elaboraci?n. Aunque como lo indica el subt?tulo del libro el ?nfasis est? puesto en la reinterpretaci?n de la sociedad colonial, los autores, posiblemente con fines eminentemente did?cticos, remontan sus antecedentes precolombinos hasta la discusi?n de los or?genes del hombre americano, tratamiento a todas luces desmedido en rela ci?n con los apenas tocados antecedentes europeos. Desde mi punto de vista hubiera sido m?s congruente analizar las sociedades pre hisp?nicas y la espa?ola en el momento anterior a la conquista, consideradas como constitutivos directos de la futura sociedad novohispana. La conquista de los mexica, tomados en cuenta como repre sentantes del m?ximo aunque desarticulado poder pol?tico-militar del poscl?sico mesoamericano, fue un choque violento. A partir de ?l, la implantaci?n de la estructura socio-pol?tico-econ?mica do minante, la espa?ola, se logr? mediante una lucha por la hege mon?a pol?tico-econ?mica entre los diferentes grupos interesados, b?sicamente los formados por la corona y los conquistadores. En este enfrentamiento, a corto o mediano plazo, result? triunfadora

la corona. En papeles secundarios se se?ala la actuaci?n de la

iglesia y el desempe?o-utilizaci?n de la antigua nobleza ind?gena

y las estructuras en que operaron. En los primeros a?os de la formaci?n de la sociedad colonial lo no europeo qued? subsumido

en lo espa?ol.

El triunfo pol?tico de la corona se manifest? en el estable cimiento y posterior fortalecimiento de un sistema virreinal cuya autoridad y poder efectivos descansaron en los momentos de crisis, por encima de conquistadores y encomenderos, en el apoyo mili

tar y econ?mico de los ind?genas, a lo que se sum? el mante

nimiento de una nivelada correlaci?n de fuerzas entre las diferentes

instancias del gobierno virreinal. Este equilibrio pol?tico permiti? el surgimiento de una econom?a variada, sana y sobre todo propia,

apoyada en un principio en el tributo y la mano de obra ind? genas. Esta econom?a estuvo desde muy temprano caracterizada por los rasgos- de un incipiente capitalismo comercial ligado al sistema econ?mico mundial y, con el paso del tiempo, se convirti?

en la m?s estable del imperio espa?ol. La actividad econ?mica

imprimi? un ritmo acelerado a los procesos de mestizaje ?tnico y cultural (en los cuales tambi?n participaron africanos y asi?ti cos) que propiciaron una creciente movilidad econ?mico-social.

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EXAMEN DE LIBROS

Obviamente se trataba de procesos variables de acuerdo con las particularidades de las diferentes regiones. Seg?n los autores, el desarrollo de la sociedad novohispana tuvo, a pesar de los esfuerzos reformistas de la metr?poli, su pro pio equilibrio, cuyo rompimiento, debido en gran medida a la falta de comprensi?n y a las exigencias producidas por la nueva situaci?n europea de principios del siglo xix, produjo un lento proceso cuya culminaci?n fue la revoluci?n de independencia. A ra?z de ella y como rechazo a un pasado inmediato se ignoraron los logros de trescientos a?os de estabilidad pol?tica y de avances socio-econ?mico-culturales. As?, ante lo que se consider? el fracaso de una estructura no propia, se volvieron los ojos a los modelos extranjeros. Har?a falta otra revoluci?n, la iniciada en 1910, para que se produjeran las condiciones necesarias al reconocimiento y aceptaci?n de la cultura mestiza para, en nuestros d?as, estar en posibilidad "de convertir el peso del pasado colonial en un ?til

legado cultural mediante un examen real de la historia de la

Nueva Espa?a".

El ensayo de MacLachlan y Rodr?guez es interesante y ambi

cioso. Se?ala posibles rutas de investigaci?n y representa una

buena introducci?n general a la ?poca colonial, sobre todo si se

toma en cuenta como una contribuci?n m?s de la ya extensa

producci?n historiogr?fica norteamericana sobre M?xico. Desde mi

punto de vista, y dejando de lado sus limitaciones, tiene como m?rito mayor el presentar a la sociedad colonial como una en tidad hist?rica con una activa vida propia y una peculiar din?mica socio-econ?mico-cultural. Sin embargo, la naturaleza misma del intento, m?s que enfrentarnos a una explicaci?n totalizante de la ?poca colonial, nos deja una tem?tica fragmentada que muestra la vivacidad de la etapa de que se ocupa pero deja pendiente el an?lisis del o de los elementos constitutivos del n?cleo integrado e impulsor de ese, a pesar de su gran libertad de acci?n, segmento colonial del imperio espa?ol.

Jes?s Monjar?s-Ruiz Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia

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EXAMEN DE LIBROS

Jos? Rogelio Alvarez Nogera: El patrimonio cultural del estado de M?xico: Primer ensayo. M?xico, Biblioteca Enciclop?dica del Estado de M?xico, 1981 (publicaci?n n?m. 110). 588 pp., ilus. Este libro nos ofrece un rico acervo de informaci?n sobre la arquitectura religiosa, fundamentalmente colonial, que se conserva en el territorio del estado de M?xico. Se trata de un manual des

criptivo, muy ilustrado, que pasa revista a las construcciones m?s relevantes de cada municipio. El autor busca con este libro una primera aproximaci?n a lo que llama "patrimonio cultural" del estado, entendiendo por ello las obras caracter?sticas del urbanismo y la arquitectura en relaci?n

con el paisaje humano. Se trata, pues, de una aproximaci?n a las principales edificaciones del estado sin dejarlas fuera de su con texto geogr?fico. El autor hace un breve repaso de los rasgos sobre

salientes del paisaje, como monta?as y lagos, y destaca el valor de la armon?a que existe en algunos lugares entre el paisaje, la traza de los asentamientos urbanos, y las formas, dimensiones y materiales de las construcciones. En Malinalco, "el valle en el que se asienta el pueblo no pierde continuidad aun con la presencia de casas y torres, gracias a la ininterrumpida sucesi?n de espacios arbolados o sembrados" (p. 25); en San Bartolo Morelos el paisaje circundante contin?a las l?neas horizontales que caracterizan el

poblado; y las tejas y los muros armonizan con el color de la

tierra" (p. 33): el autor ve en estos ejemplos, como en otros que se?ala, "el fen?meno de una integraci?n espont?nea de la arqui tectura al paisaje". La arquitectura civil ?haciendas, calles, casas habitaci?n, pla

zas, esculturas p?blicas, cementerios, edificios de gobierno, hoteles,

escuelas, puentes, teatros, f?bricas? es objeto de una revisi?n g?nerai; en la que se hacen resaltar algunos pocos ejemplos. Esta parte del libro es apenas un esbozo y tiene omisiones de impor tancia. Por ejemplo, al ocuparse de las casas habitaci?n considera s?lo las del medio rural y las de las peque?as poblaciones, pero

no las del medio urbano, de las que el siglo xix, y el per?odo

porfiriano en particular, ha dejado numerosas muestras, al menos en Toluca. Es importante no descuidar la incorporaci?n de estas construcciones dentro de los registros de monumentos de inter?s

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EXAMEN DE LIBROS

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hist?rico o cultural, pues se ha visto que su destrucci?n es muy acelerada. La arquitectura religiosa, en cambio, constituye el plato fuerte

del libro, ya que le dedica el 85% de sus p?ginas y su m?ximo

esfuerzo de descripci?n y an?lisis. Con esta obra, ?lvarez Noguera a?ade un t?tulo m?s a una serie de libros raros y valiosos, adje tivos que merecen por ser tan pocos, y tan ?tiles, los que se han dedicado al estudio pormenorizado de las construcciones religiosas, tan abundantes y valiosas en M?xico. Otras publicaciones de este g?nero son los ya cl?sicos Cat?logos de construcciones religiosas de los estados de Hidalgo y Yucat?n elaborados de 1940 a 1945, las obras de Paul M. Roca sobre las iglesias jesu?tas de Sonora y Chi huahua, y otros libros de car?cter m?s particular como los de

Francisco de la Maza y Manuel Toussaint dedicados a San Luis Potos?, Cholula, Puebla y Taxco. Desde luego, entre estas obras hay diferencias: los Cat?logos de construcciones religiosas, obra de un equipo amplio, son registros exhaustivos acompa?ados de planos y levantamientos, en los que la informaci?n se dispuso de manera muy objetiva y met?dica. Los libros del se?or Roca son obra personal de investigaci?n cuidadosa, que aportan datos

nuevos y un s?lido aparato cr?tico. Lo mismo cabe decir de otras obras particulares. El libro de ?lvarez Noguera, por el contrario, no es exhaustivo ni aporta datos nuevos, siendo producto de la revisi?n de una breve bibliograf?a y de otras evidencias. Adem?s, carece de notas. No presta mucha atenci?n a los monumentos im portantes, ocup?ndose m?s bien de las edificaciones populares o r?sticas. Tiene, por otro lado, el m?rito de considerar los edificios en relaci?n con su entorno: vegetaci?n, orograf?a, accesos, otros edificios, etc. No se debe olvidar que se nos presenta como un "primer ensayo" de aproximaci?n al tema. El autor posee una desarrollada sensibilidad para apreciar los productos de la arquitectura popular y la funcionalidad de sus elementos. Si las descripciones de los edificios son a veces dema

siado parcas y no dicen nada sin ayuda de una ilustraci?n (en Ateneo, la capilla de San Salvador "presenta la singularidad del apoyo de la torre", apoyo que nunca se describe), hay en cambio observaciones sobre las intenciones de los constructores (a menudo academizantes o pseudocoloniales, como en Polotitl?n, donde "se quiso hacer que el pueblo cambiara su personalidad por otra del todo distinta") o el uso y la modificaci?n de los espacios abiertos (creados a veces por las autoridades fuera de toda proporci?n, como

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EXAMEN DE LIBROS

en Tianguistenco, para tratar de darle a la iglesia "un sitio emi nente en la configuraci?n urbana", siendo que ya lo ten?a y m?s importante "al ser parte de la vida cotidiana y del sistema de referencias de los habitantes"). En general, el libro proporciona infinidad de elementos para proceder al estudio de las influencias formales y las interpretaciones populares de elementos arquitec t?nicos. El libro est? bien ilustrado, con fotograf?as que, aunque pe que?as, destacan por su nitidez y su fina impresi?n ?cosa rara en los libros mexicanos. Por otro lado, adolece de algunos de los defectos m?s comunes en ?stos, y entre ellos el de la carencia de un ?ndice onom?stico, debido a lo cual la consulta y el estudio del libro son bastante engorrosos. Esperamos que ?lvarez Noguera nos proporcione un "segundo ensayo" m?s exhaustivo y anotado, u otro sobre las haciendas, por ejemplo, que ser?a muy interesante y apreciado por los especialistas no s?lo en la historia del arte sino en la social. Bernardo Garc?a Mart?nez El Colegio de M?xico

Mexico: From independence to revolution (1810-1910). W. Dirk Raat, ed., Lincoln, University of Nebraska Press, 1982. 308 pp. Los profesores de los colegios y universidades norteamericanas han estado siguiendo recientemente la pr?ctica de asignar a sus estudiantes antolog?as o compilaciones de textos primarios y secun

darios en lugar de los libros de texto tradicionales. La raz?n de esta pr?ctica se encuentra en parte en el alto costo de los libros de texto, y en parte en que los estudiantes prefieren leer art?culos

breves y no trozos seleccionados de obras m?s complejas. Por lo tanto las antolog?as son muy populares y tienen buen mercado en los Estados Unidos. Los historiadores que ense?an historia de M?xico a estudiantes de habla inglesa seguramente dar?n la bienvenida a un libro que cubre per?odo tan dif?cil y confuso, tanto m?s cuanto que la ?nica antolog?a disponible para M?xico en ingl?s ha sido The age of

Porfirio Diaz: Selected readings, editada por Carlos Gil y que obviamente cubre s?lo el porfiriato. El profesor Raat, de la State

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EXAMEN DE LIBROS

1S9

University of New York en Fredonia, ha tratado de llenar el vado

con un libro de selecciones sobre los a?os de 1810 a 1910 para

ayudar a "los maestros de cursos elementales de historia de M?xi

co, en los que gran n?mero de ne?fitos se acercan a la sangre y el fuego de una cultura extra?a". El libro sigue las delimita ciones pol?ticas del per?odo e incluye materiales primarios y se cundarios sobre las siguientes cuatro ?pocas: independencia (1810 1824), "la era de Santa Anna" (1824-1854), la reforma y la inter venci?n (1855-1876), y el porfiriato. Cada secci?n principia con una breve introducci?n escrita por el compilador. Sin embargo, esta compilaci?n es algo inconsistente en su ex plicaci?n de los principales temas que conformaron los aconteci mientos del per?odo, y tiene francos desequilibrios en su selecci?n de materiales primarios y secundarios. La antolog?a es especial mente fuerte en el campo de las historias pol?tica e intelectual, lo que refleja las importantes contribuciones del profesor Raat en estas ?reas respecto del porfiriato y la revoluci?n. Utilizando los acontecimientos pol?ticos como clave para entender los cuatro diferentes per?odos, las selecciones se combinan para formar grupos

coherentes que un novato en la historia de M?xico puede enten der con relativa facilidad. La selecci?n de fuentes primarias es

generalmente excelente y muestra la sensibilidad del profesor Raat

a los temas que resultan m?s atractivos e interesantes para los estudiantes norteamericanos. Por ejemplo, incluye el an?lisis de El ?lamo por Santa Anna, las cartas de Ju?rez a sus hijos, y el evocador relato de Limantour sobre los ?ltimos d?as del gobierno de don Porfirio. Todos ?stos son trozos de literatura que no se encuentran en cualquier lugar. Igualmente acertada fue la selec ci?n del ensayo del profesor Rodolfo Acu?a sobre el tratado de Guadalupe Hidalgo, que presenta la perspectiva chicana sobre este importante asunto de cuyo significado los estudiantes pueden no haberse percatado. Desafortunadamente los aciertos de la compilaci?n llevan a su

mayor debilidad. La historia pol?tica se ajusta muy bien a los cursos adaptados a los salones de clase norteamericanos por su ?nfasis en las fechas exactas y los personajes fundamentales. Sin

embargo, los estudiantes universitarios necesitan familiarizarse tam bi?n con los descubrimientos de la historia social y econ?mica, por

lo menos para que se den cuenta de que las estructuras b?sicas de una cultura no se alteran por el solo hecho de que un nuevo grupo tome el poder en la capital. Consecuentemente, el profesor

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EXAMEN DE LIBROS

debe mostrar a sus estudiantes las diversas perspectivas con que cuenta un historiador, todas las cuales se enriquecen mutuamente. Desgraciadamente el ?nfasis que este libro pone en la historia po l?tica e intelectual, especialmente de los primeros tres per?odos, y su exclusi?n de otros puntos de vista, da por resultado una imagen unidimensional de los primeros sesenta a?os del siglo. Por ejemplo, las selecciones para los a?os de 1824 a 1854 pre sentan este per?odo en t?rminos de la lucha entre Jos? Mar?a Luis Mora y los liberales por un lado, y Lucas Alam?n y los con servadores por otro, y dominado esencialmente por la caprichosa, vana y dram?tica figura de Antonio L?pez de Santa Anna. Estos textos, y en particular el de Lesley Bird Simpson ("Santa Anna's leg") llevan a los estudiantes a concluir que las dificultades de esos a?os, incluyendo la p?rdida de m?s de un tercio del terri torio nacional, pueden ser atribuidas a los problemas de perso nalidad del caudillo veracruzano y a la perversa simpat?a de Lucas Alam?n por el pasado colonial. Pero los historiadores que estudian este per?odo han descar tado semejantes explicaciones f?ciles, y gracias en parte al trabajo de los excelentes seminarios del Instituto Nacional de Antropo log?a e Historia dirigidos por Enrique Florescano y Ciro Cardoso sabemos mucho sobre el desarrollo de la burgues?a mexicana y las econom?as regionales durante esa ?poca. Los art?culos compilados en Formaci?n y desarrollo de la burgues?a en M?xico (Siglo xix) y

M?xico en el siglo xix (1821-1910): Historia econ?mica y de la

estructura social, publicados en 1978 y 1980 respectivamente, des criben las dificultades habidas para conservar un nuevo sistema de gobierno sobre las ruinas de una econom?a colonial b?sicamente incapaz de producir art?culos de exportaci?n por treinta a?os. Estos, ensayos tambi?n describen el desarrollo de nuevas empresas financiadas por comerciantes prestamistas que se aprovecharon de la necesidad de capitales para hacer sus fortunas. La obra de estos seminarios y la de algunos historiadores en los Estados Unidos muestra que la p?rdida de parte del territorio mexicano se debi? m?s a problemas econ?micos y fiscales que a las veleidades per sonales de Santa Anna o al fracaso en alcanzar un consenso po l?tico.

La antolog?a se hubiera visto muy beneficiada con la inclusi?n de un art?culo como el de Margarita Ur?as Hermosillo sobre Ma nuel Escand?n, quien pas? de ser el due?o de una l?nea de dili gencias en la d?cada de los treinta, a ser el principal promotor

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EXAMEN DE LIBROS

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de los ferrocarriles en los cincuenta. Asimismo, se hubiera me jorado con una selecci?n de las p?ginas de Charles Harry sobre las posesiones de la familia S?nchez Navarro en Coahuila. Si el deseo del profesor Raat era el de mantener ?nfasis en cuestiones pol?ticas, pudo haber a?adido algunos trozos de la biograf?a de

Miguel Lerdo de Tejada por Carmen Bl?zquez, con lo que se demostrar?an plenamente los problemas de un mexicano inteli gente y patriota en los momentos de una grave crisis nacional.

Cualquiera de estos textos, u otro de una larga lista, hubiera a?adido mucho a la imagen de M?xico durante este confuso per?o do. De la misma manera, las secciones dedicadas a la independencia y la reforma hubieran quedado mejor con una selecci?n del es tudio de la nobleza por Doris Ladd, por citar s?lo un ejemplo, o con el muy sugestivo estudio de Mar?a Dolores Morales sobre la carrera de Francisco Somera, quien hizo una fortuna subdivi diendo propiedades en la ciudad de M?xico durante la rep?blica restaurada.

La compilaci?n adolece de otros defectos: todos los art?culos incluidos fueron publicados antes de 1975, y la bibliograf?a, aun que breve, no est? actualizada e ignora muchas obras cruciales publicadas en M?xico a partir de 1976. Resaltan por su ausencia

precisamente los t?tulos que har?an m?s falta para a?adir elementos

sociales y econ?micos al punto de vista que el libro ofrece. El siglo xrx todav?a esconde la mayor parte de sus misterios para aquellos historiadores que con paciencia y perseverancia tra

bajen en sus archivos. El profesor Raat ha hecho mucho para familiarizar a los estudiantes con los rasgos pol?ticos e intelectuales

de la ?poca. Si los profesores universitarios usan esta antolog?a con cuidado, y combin?ndola con lecturas escogidas bajo las pers pectivas social y econ?mica, tendr?n la posibilidad de ofrecer una imagen v?lida de ?poca tan dif?cil y una llave para entender el

M?xico de hoy.

Barbara A. Tenenbaum University of South Carolina

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Historia Mexicana

es una publicaci?n trimestral del Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico. El contenido de 123 n?meros publicados hasta hoy le ha otorgado un bien ganado

prestigio entre historiadores y lectores de todo el mundo, al dar a conocer textos

indispensables para investigadores y estudiosos de la historia. El publicar rese?as, ensayos, art?culos, documentos y monograf?as ha hecho que cuente adem?s con un numeroso p?blico medio.

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PENSAMIENTO IBEROAMERICANO Revista de Econom?a Pol?tica

Revista semestral patrocinada por el Instituto de Cooperaci?n Ibero americana (ici) y la Comisi?n Econ?mica para Am?rica Latina ^capal)

Director: An?bal Pinto. Consejo de Redacci?n: Adolfo Canitrot, Jos? Luis Garc?a Delgado,

Adolfo Gurrieri, Juan Mu?oz, ?ngel Serrano (Secretario de Redacci?n),

?scar Sober?n, Mar?a C. Tavares y Luis L. Vasconcelos.

N? 1 SUMARIO Enero-Junio El tema central: "El retorno de la ortodoxia" Estudios de: Celso Furtado: Transnacionaliza?ao e monetarismo.

Luis ?ngel Rojo: Sobre el estado actual de la macroeconomia.

Coloquio en "La Granda". Exposiciones de: Ra?l Prebisch: El retorno de la ortodoxia. Enrique V. Iglesias: Angustias frente al "?Qu? hacer?"

Aldo Ferrer: Monetarismo en el Cono Sur: el caso argentino. Jos? Sierra: El debate sobre pol?tica econ?mica en Brasil.

Ren? Villarreal: La petrodeepndencia externa y el rechazo

al monetarismo en M?xico (1977-1981). Norberto Gonz?lez: Ortodoxia y apertura en Am?rica Latina: distintos casos y pol?ticas.

Enrique Fuentes Quintana: La experiencia espa?ola en el per?odo de la Transici?n: Entre el saneamiento y las reformas.

Y las secciones fijas Rese?as tem?ticas: Examen y comentarios ?realizados por personali

dades y especialistas de los temas en cuesti?n?. Un conjunto de

art?culos significativos publicados recientemente en los distintos pa?ses

del ?rea iberoamericana sobre un mismo tema. Resumen de art?culos y revista de revistas iberoamericanas.

Suscripci?n por cuatro n?meros: Espa?a y Portugal, 3 600 pesetas o

40 $usa; Europa, 45 $usa; Am?rica y resto del mundo, 50 $usa. N?mero suelto: 1 000 pesetas o 12 $USA. Pago mediante giro postal o tal?n nominativo a nombre de Pen samiento Iberoamericano. Redacci?n, administraci?n y suscripciones:

Pensamiento Iberoamericano Direcci?n de Cooperaci?n Econ?mica

Instituto de Cooperaci?n Iberoamericana Avda. Reyes Cat?licos, n9 4, Tel?f. 243 35 68

Madrid-3

6/ICE-Abril - 1982

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FORO

INTERNACIONAL 9<T

Revista trimestral publicada por El Colegio de M?xico

Fundador: Director: Directora adjunta:

Daniel Cos?o Villegas Rafael Segovia Esperanza Duran octubre-diciembre 1982

Art?culos Richard E. Feinberg,

Centroam?r?ca: opciones para la pol?tica norteamericana en los ochenta

Gerhard Drekonja Kornat, BI diferendo entre Colombia y Nicaragua

Archie Brown, Pluralismo, poder y el sistema pol?tico sovi?tico: una perspectiva

comparativa

J?rg Becker, La geopol?tica del papel para usos culturales

Rese?as de Libros, Libros Recibidos e Informes de Investigaci?n

Foro Internacional

(recorte sobre la l?nea punteada)

Adjunto giro bancario o cheque n?m_del banco_ _por la cantidad de_

a nombre de El Colegio de M?xico, A.C., importe de mi suscripci?n por. a?o (s) a la revista Foro Internacional.

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Suscripci?n anual en M?xico: $ 425.00 M.N. E.E.U.U., Canad?, centro y sur de Am?rica: $ 25.00 U.S, Dis. Resto del mundo: $ 34.00 U.S. Dis. Favor de enviar este cup?n a El Colegio de M?xico, Departamento^ ^^Fav< de Publicaciones, Camino al Ajusco 20,10740 M?xko, D.F.

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