HISTORIA MEXICANA
VOL. XXXIV ENERO-MARZO, 1985 N?M. 3 $ 800.00
135
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HISTORIA MEXICANA 135
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Vi?eta de la portada: De Los tres c?rculos. El pueblo es libre para elegir. La Orquesta, M?xico,
18 de enero de 1871, Tomo IV, l?mina 5.
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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios
Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas
Redactor: Luis Muro Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez.
VOL. XXXIV ENERO-MARZO, 1985 N?M. 3 $ 800.00 M.N.
SUMARIO Art?culos
Pedro Santoni: El cabildo de la ciudad de M?xico
389 reformas militares en Nueva Espa?a, 1765-1771
Francisco Calder?n: El pensamiento econ?mico d A laman 435 V?ctor D?az Arciniega: Calles: el voluntarioso circunspecto Ana Mar?a Prieto Hern?ndez: Los trabajadores y la pol?tica. La efervescencia electoral en 1871
Lucila L?pez: Dotaci?n de doncellas en el siglo xix Josefina Muriel: Experiencia personal en estudios de la mujer
en la Nueva Espa?a
460
506 518
541
Cr?tica Las crisis mexicanas (dos rese?as sobre Mois?s Gonz?lez Navarro: Cinco crisis mexicanas; Ignacio Almada Bay, H?ctor Gerardo Mart?nez Medina)
549
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La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $800.00 y en el extranjero Dis. 8.75;
la suscripci?n anual, respectivamente, $2 500.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasados, en el pa?s $900.00; en el extranjero Dis. 9.50.
? El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.
ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico
por
Programas Educativos, S.A., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n y formaci?n: Redacta, S.A.
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EL CABILDO DE LA CIUDAD DE MEXICO ANTE LAS REFORMAS MILITARES EN NUEVA ESPA?A, 1765-1771* Pedro SanTONI El Colegio de Mexico
Los ayuntamientos, en especial el de la ciudad de M?xico, desempe?aron un importante papel en la vida pol?tica y social
de la Nueva Espa?a. Estos organismos defend?an los intereses de las oligarqu?as locales, que con frecuencia eran contrarios a los de cuerpos constituidos principalmente por peninsula res, como los consulados de comerciantes. El cabildo de la ciudad de M?xico, poco antes de mediar el siglo XVII, aun que ten?a la obligaci?n de defender los intereses del com?n, representaba las ambiciones pol?ticas de los descendientes be nem?ritos de conquistadores y primeros pobladores del reino.1 Ilustraci?n clara de las aspiraciones de los criollos es el pliego
de mercedes que, en 1636, el ayuntamiento de la capital no
vohispana solicit? a la monarqu?a espa?ola en virtud del apoyo
financiero que dar?a la ciudad para el mantenimiento de la Armada de Barlovento. El cabildo ped?a, entre otras d?di vas, la facultad de cobrar y administrar la renta que hab?a ofrecido (doscientos mil pesos anuales), para el sost?n de la * Una primera versi?n de este trabajo fue elaborada para presentarla en el seminario de Historia colonial de M?xico, que se ofreci? en El Cole gio de M?xico entre octubre de 1983 y enero de 1984. Mi agradecimiento a la profesora Dorothy Tanck Estrada, quien imparti? el curso, y a los profesores Alfonso Mart?nez, Mar?a del Carmen Vel?zquez y Marta Elena Venier por sus valiosos comentarios. 1 Alvarado Morales, 1983, pp. 31-32; Ohgaki Kodama, 1979, pp. 1-2. Las palabras ayuntamiento y cabildo usualmente tienen la misma acepci?n, aunque existe un peque?o elemento definitorio entre ambas. Ayuntamiento designa a los concejales y a la casa o edificaci?n donde se celebraban las juntas o cap?tulos, mientras que cabildo se refiere a la reuni?n de los regi dores. En el curso del trabajo utilizo estos t?rminos indistintamente. Al varado Morales, 1983, p. 31, nota 49.
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armada, adquirir en Nueva Espa?a todos los g?neros nece sarios para la marina y no empezar el servicio de la renta hasta
que la Corona emitiera su resoluci?n final sobre el memorial
de las mercedes.2
El deseo del cabildo de fortalecer la posici?n pol?tica y eco n?mica de los criollos, consolidar su autoridad, ampliar su participaci?n en el gobierno virreinal y gobernarse conforme a las necesidades e intereses del reino, no se vio coronado por el ?xito en esta ocasi?n.3 Estas mismas aspiraciones resurgie ron un siglo despu?s, cuando Espa?a, amenazada con la po sibilidad de perder su imperio americano, decidi? estacionar cuadros de oficiales y tropas peninsulares en las colonias de ultramar. El pilar de este sistema defensivo consistir?a, no obs tante, en unidades de milicianos coloniales que se organizar?an
en forma similar a las milicias provinciales espa?olas.4 Sin embargo, esta medida reformista de la monarqu?a espa?ola fue un duro golpe para los ayuntamientos, pues las nuevas autoridades constitu?an una verdadera amenaza a la autono
m?a y jurisdicci?n municipal. El siguiente ensayo estudia la respuesta del cabildo de la ciudad de M?xico a la implantaci?n del sistema de milicias
provinciales en Nueva Espa?a, reacci?n que estuvo condi
cionada por dos factores principales: la tradici?n de este cuerpo de luchar por una mayor autonom?a pol?tica y el prestigio que
era patrimonio de la capital novohispana.5 Estos elementos
2 Alvarado Morales, 1979, p. 506. 3 Felipe IV oblig? al cabildo de la ciudad de M?xico, a pesar de las protestas y alegatos que desde 1636 presentaba el concejo a fin de aplazar el ofrecimiento de venta del cargo de corregidor, a comprar la vara de dicho
puesto en 1642. Esta medida, dada la estrechez econ?mica de la hacienda municipal y unida a la obligaci?n de la renta de la armada, contribuy? a la quiebra econ?mica del patriciado mexicano y puso fin a la aspiraci?n del concejo de desempe?ar un papel m?s activo en la administraci?n gu bernamental de Nueva Espa?a. Alvarado Morales, 1983, p. 243. 4 Archer, 1983, p. 25. 5 En 1530 Carlos V, en atenci?n a la "grandeza" de la ciudad de M? xico, le concedi? el derecho de tener el primer voto en los congresos de ciudades y villas novohispanas que por mandato real se celebrasen en el reino. Posteriormente, en 1548, el emperador le otorg? el t?tulo de "la muy
noble, insigne y muy leal e imperial ciudad de M?xico". Alvarado Mo
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llevaron al ayuntamiento a manifestar una vigorosa, aunque comedida, oposici?n a los esfuerzos del r?gimen militar por disminuir su participaci?n en la formaci?n de las unidades milicianas y a reaccionar en?rgicamente ante los intentos de coartar la participaci?n del patriciado criollo capitalino en las milicias. Sin embargo, el cuerpo capitular de la ciudad de M? xico, a pesar de estas expresiones, tambi?n cooper? con las gestiones de las autoridades reales por establecer la nueva es tructura militar, pues era su deber, como leales vasallos del rey de Espa?a, ejecutar ?rdenes y mandatos del monarca. La ORGANIZACI?N MILITAR EN NUEVA ESPA?A
Antecedentes
La defensa del imperio hisp?nico estaba basada en una es trategia dependiente de la fortificaci?n de varios puertos, como
La Habana, Cartagena, Campeche y Veracruz. Los ataques de los ingleses, holandeses y franceses a las ciudades costeras y a las flotas que transportaban el tesoro no representaban,
a pesar de los da?os que ocasionaban, una seria amenaza a las colonias ultramarinas espa?olas. Como consecuencia, se
desarroll? entre los mexicanos, a lo largo de casi tres siglos de dominaci?n ib?rica, una actitud de confianza y seguridad.6
Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, cuando la supe rioridad mar?tima de Inglaterra se acentu?, las fortalezas de Hispanoam?rica quedaron expuestas a sitios y capturas. Los brit?nicos, que ansiaban poner a prueba, una vez m?s, el sis tema de defensa espa?ol, recibieron la oportunidad con mo
tivo de la entrada de Espa?a a la Guerra de Siete A?os en
r?les, 1983, p. 36, nota 60; Haring, 1966, p. 176. Ya para el primer ter cio del siglo xvii, la ciudad de M?xico no s?lo constitu?a el centro del po der pol?tico y econ?mico de la Nueva Espa?a, sino que era la entidad que suministraba, a muchas provincias espa?olas del Atl?ntico y del Pac?fico, la mayor parte de los recursos necesarios para preservar la unidad geopo l?tica y hegemon?a ib?rica en el Caribe, Seno Mexicano y archipi?lago de Filipinas. Alvarado Morales, 1979, p. 496. 6 Archer, 1983, p. 17; Vel?zquez, 1950, p. 29.
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1762. Consideraron que la presa m?s estrat?gica, as? como el lugar id?neo para fomentar los intereses comerciales ingle ses, era La Habana y, en agosto de 1762, una fuerza anfibia
brit?nica captur? ese puerto. La ciudad volvi? a manos de
la monarqu?a ib?rica en 1763, pero hab?a que actuar con ra pidez para evitar una repetici?n del desastre. La reforma mi litar, en vista del fracaso de las fuerzas milicianas y regulares
en defender el supuestamente inexpugnable puerto de La Ha bana, se convirti? en una necesidad imperiosa.7 Un comit? secreto de defensa, compuesto por los princi pales ministros de la Corona y encabezado por el marqu?s de
Esquilache, fue organizado en Madrid para que formulara los cambios que se pondr?an en pr?ctica en la estructura mi litar de las colonias espa?olas. Este cuerpo se reuni? sema nalmente para discutir las medidas a implantarse y present? los resultados de sus deliberaciones el 1 de abril de 1764, los que quedar?an, con muy pocas variaciones, como definiti vos pocos meses despu?s, en la forma de las reales instruccio nes de agosto de 1764. El boceto de instrucci?n, adem?s de recomendar la fortificaci?n de los principales puertos de Am?
rica, trazaba un plan para crear ej?rcitos en las colonias. ?s tos ser?an dirigidos por la infanter?a regular y los regimien tos de dragones creados en las colonias y estar?an apoyados por unidades europeas selectas que se alternar?an. Se conta r?a, adem?s, con un cuadro de oficiales y soldados espa?oles o europeos que deb?a aceptar servir permanentemente en Am?rica. Sin embargo, como se ha se?alado, la base del nuevo sistema defensivo ser?a la milicia provincial.8 La persona seleccionada para poner en pr?ctica este plan en Nueva Espa?a fue el teniente general Juan de Villalba y ?ngulo, capit?n general de Andaluc?a y oficial importante del ej?rcito espa?ol, que se caracterizaba por su firmeza y ener g?a. Villalba recibi? el cargo de comandante general e ins pector general del ej?rcito de Nueva Espa?a, posici?n que le confer?a ampl?sima autoridad. En todo asunto relativo a la nueva organizaci?n del ej?rcito, por ejemplo, ?l ser?a la auto 7 Archer, 1983, pp. 17-18. 8 Archer, 1983, p. 25.
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ridad m?xima y ni siquiera el virrey podr?a vetar sus planes o decisiones. Pero a Villalba se le orden? que reconociera la autoridad del virrey como capit?n general y esta ambig?edad sobre qui?n era verdaderamente el supremo comandante mi litar en la Nueva Espa?a ocasionar?a numerosos malentendidos
que dificultar?an el establecimiento de la nueva estructura militar novohispana.9 La LLEGADA DE VILLALBA, LAS PRIMERAS GESTIONES
Villalba y el cuadro espa?ol10 que le fue asignado llegaron a Veracruz el 1 de noviembre de 1764 e inmediatamente el ins pector general se dedic? a sus labores.11 Villalba dio nuevo arreglo a la tropa acuartelada en el puerto y dispuso que tres compa??as del Primer Batall?n de Am?rica y un escuadr?n del de Dragones de Espa?a marcharan rumbo a la capital, medidas que molestaron al virrey, el marqu?s de Cruillas.12 9 McAlister, 1953, p. 9. La pugna que se desarrollar?a entre Villalba y Cruillas fue pronosticada antes de que el inspector general desembarcara en Nueva Espa?a. El conde de Aranda, al redactar el proyecto de instruc
ci?n que se le entreg? a Carlos III en abril de 1764, apunt? en el pre?m bulo de ese documento, en secci?n que se omiti? de las instrucciones rea les de agosto de ese a?o, la siguiente advertencia: "En Am?rica, donde los virreyes han sido, y son y no pueden dejar de ser absolutos como es notorio, es arriesgad?simo la divisi?n de cualquiera de las ramas del man do; y siendo el virrey un militar graduado, mucho m?s de las armas, y peor recayendo en oficial de igual grado y m?s antiguo y expresamente considerado para un establecimiento que el virrey, como militar, pudiera hacer por s?, y como gobernador pol?tico ha de concurrir con las principa les providencias". Instrucci?n en proyecto, 1 de abril de 1764, Archivo Gene
ral de Indias, M?xico, 2459, citado por Antol?n Espino, 1968, i, p. 78. 10 Consist?a esta fuerza de 4 mariscales de campo, 6 coroneles, 5 te nientes coroneles, 10 mayores, 109 tenientes, 7 asistentes, 16 cadetes, 228 sargentos, 401 cabos y 151 soldados, incluyendo tambores, tocadores de p?fano, un timbalero y un trompetero. Tambi?n se inclu?a en el cuadro un regimiento de infanter?a regular llamado el "Regimiento de Am?rica". Este cuerpo se cre? en C?diz y completar?a sus vacantes con mexicanos
al llegar a la Nueva Espa?a. Archer, 1983, p. 25. 11 McAlister, 1953, p. 11.
12 El virrey no estaba de acuerdo con estas determinaciones ya que entend?a que las defensas del puerto de Veracruz se debilitar?an, que la
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El inspector general tambi?n hizo el intento, fallido finalmente,
de suprimir la compa??a de Alabarderos, unidad de antigua tradici?n que acompa?aba al virrey en sus salidas p?blicas.13 Villalba, adem?s, determin? que se conservar?a la milicia ur bana de la ciudad de M?xico, compuesta por el regimiento urbano del comercio, dos compa??as de caballer?a que soste n?an los gremios de panaderos, tocineros y curtidores y la com pa??a del gremio de plateros, pues estas unidades podr?an ser
llamadas al servicio activo si una emergencia obligaba a la tropa regular a ausentarse de la capital.14 Ninguno de estos cambios irrit? tanto al virrey como la su presi?n que orden? Villalba de las dos compa??as de la Guar dia del Read Palacio. Cmillas ten?a motivos para estar mo lesto, pues sus dos hijos eran capitanes en ellas, am?n de que consideraba a esta fuerza bien disciplinada y como la ?nica que, desde 1695, hab?a mantenido el orden en la capital.15 La determinaci?n del inspector general es significativa, pues a causa de ella el cabildo de la ciudad de M?xico manifest?, por vez primera, su inconformidad con el nuevo estableci miento militar. El ayuntamiento, en su sesi?n del 20 de enero de 1765, se?al? que la reforma de esas compa??as ocasiona r?a varias incomodidades al p?blico. ?ste, dec?a el cabildo, conoc?a bien a esas tropas, que siempre hab?an contenido los excesos del pueblo. El cuerpo capitular tem?a, pues, que su ausencia condujera a m?ltiples des?rdenes,16 declaraci?n que
deserci?n aumentar?a, que la tropa se corromper?a en la capital y que la ciudad de M?xico estaba muy bien protegida por las dos compa??as de la guardia del Real Palacio, ?nicas que los capitalinos estaban acostum brados a ver. Vel?zquez, 1950, p. 69. 13 Vel?zquez, 1950, pp. 70, 90 y p. 90, nota 2. 14 McAlister, 1953, p. 20. En efecto, as? sucedi?, pues el sucesor de Cruillas, el marqu?s de Croix, coment? que estos cuerpos "siempre que haya necesidad de que salga la tropa de esta ciudad, est?n de guardia en el Palacio, Casa de Moneda y dem?s donde son necesarios, y en la expul si?n de jesuitas ayudaron mucho. . .". Instrucci?n del virrey marqu?s de Croix
que deja a su sucesor Antonio Mar?a Bucareli, 1960, cap. 145, p. 114. 15 Antol?n Espino, 1968, i, p. 101; Guti?rrez Santos, 1961, i, p. 410;
Vel?zquez, 1950, p. 71.
16 AACM, Actas de Cabildo, t. 85, f. 6, sesi?n de 20 de enero de 1765.
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inauguraba una tensa, tirante y conflictiva relaci?n entre el cabildo y el inspector general. La ORGANIZACI?N DE LAS UNIDADES MILICIANAS EN LA CIUDAD DE M?XICO
El padr?n de 1765 El principal objetivo de la comisi?n de Villalba era el esta blecimiento de los cuerpos milicianos provinciales. El inspector
general utiliz? los procedimientos de costumbre ?bandos y excitativas? para llamar a los individuos que deb?an inte
grar las milicias. Requisito indispensable para levantar la tropa
era la formaci?n de padrones y Villalba orden?, a principios de 1765, que se hiciera un censo de los capitalinos.17 El marqu?s de Rub? era el mariscal de campo que ten?a a su cargo la formaci?n de la tropa miliciana capitalina ?el Regimiento de Infanter?a de M?xico18 y el Batall?n de Par dos de M?xico? y el cabildo, en su sesi?n del 2 de julio de 1765, acord? prestarle toda la ayuda necesaria. Para llevar a cabo el censo, el cuerpo capitular acord? utilizar la divisi?n de la ciudad de M?xico que, en un intento por empadronar la capital, se hab?a establecido durante la administraci?n del primer conde de Revillagigedo. Los regidores municipales cen
sar?an los siete cuarteles en que hab?a quedado fraccionada la ciudad utilizando un formulario en donde recoger?an los siguientes datos: nombre y apellido, edad (si era mayor de quince), estado civil, profesi?n u oficio, n?mero de hijos y casa de habitaci?n. El procurador general de la ciudad,19 don 17 Posteriormente, en un bando de agosto de ese a?o, el inspector ge neral orden? que todas las personas listadas en el empadronamiento con currieran a pasar revista en el d?a y hora que se les se?alaba. Vel?zquez,
1950, p. 74.
18 Este regimiento, seg?n se desprende de la documentaci?n consulta da, fue conocido por varios nombres, entre ellos el Regimiento de Infan ter?a de M?xico, el Regimiento de Milicias Provinciales de la capital, el Regimiento Provincial de M?xico y el Regimiento Provincial de Infanter?a
de Blancos de M?xico.
19 El procurador general, que tambi?n era regidor del cabildo, ten?a
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PEDRO SANTONI
Miguel de Lugo, se?al? que este procedimiento ser?a m?s efec tivo si se empadronaban "generalmente todos, y todas eda des desde un a?o para arriba todo hombre, y se imponga multa
a cada uno, para que cuando se mude avise al sr. Juez del Cuartel, noticiando donde se muda, y los cajeros den cuer pos de los inquilinos que se mudasen", proposici?n que el cabildo acord? ejecutar.20 A los pocos d?as, el regidor don Jos? ?ngel de Cuevas Agui rre hizo otra proposici?n dirigida a asegurar los buenos re sultados del censo. Este capitular se?al? que la ?nica manera de llevar a cabo la matr?cula con armon?a y orden era impo sibilitando a todo vecino encontrar una vivienda, a menos que
llevara un recibo de la persona que lo empadron?, evit?ndose as? los enga?os y los fraudes. El ayuntamiento, aunque deci di? consultar al virrey sobre este particular, s? acord? poner a disposici?n de los regidores seis soldados para que los ayu daran con el empadronamiento.21 A pesar de las buenas intenciones del cabildo, la efectivi dad de esta misi?n se vio contrarrestada por dos factores. El primero y m?s significativo era el desagrado con que los ha
bitantes de Nueva Espa?a ve?an el servicio militar.22 Los
el encargo de ser el abogado defensor de la ciudad. Tanck Estrada, 1977, p. 19. Seg?n Constantino Bayle, sus facultades eran m?s amplias en las Indias que en Espa?a, pues era "el defensor de los derechos ciudadanos contra todos; de los derechos de la ciudad, del Cabildo, del vecindario aun contra el propio Cabildo; en materia de privilegios, de regal?as, que los Municipios imaginaban administrar; de puntos de honra, de intereses tem porales; cuanto ata?a al pro com?n". Bayle, 1952, p. 225. 20 AACM, Actas de Cabildo, t. 85, ff. 32-34 v., sesi?n de 2 de julio de 1765.
Para facilitar la lectura, modernizo ortograf?a y puntuaci?n. 21 AACM, Actas de Cabildo, t. 85, f. 35, sesi?n de 13 de julio de 1765. 22 El marqu?s de Cmillas comenz? su gobierno en Nueva Espa?a en 1760, cuando las hostilidades entre Gran Breta?a y Espa?a se agravaron. Mucha de su atenci?n fue dirigida a poner al reino en estado de defensa y para ello, entre otros preparativos, levant? un ej?rcito para hacerle fren te al enemigo en caso de que la Nueva Espa?a fuera atacada. Sin embar go, el virrey poco adelant? en la defensa del reino, en gran parte debido a la resistencia y oposici?n del pueblo. "A los habitantes de Nueva Espa?a ?dice Mar?a del Carmen Vel?zquez? no les gustaba ser soldados. La re pugnancia con que se alistaban en el ej?rcito hac?a que los soldados fueran
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EL CABILDO DE LA CIUDAD
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mexicanos (los capitalinos no fueron excepci?n) usaron to dos los medios disponibles para evitar tomar las armas. La afirmaci?n de Jos? Antonio ?lzate sobre la futilidad de los esfuerzos por recabar datos en la ciudad de M?xico revela las t?cnicas adoptadas por los capitalinos para evitar el censo: Las esposas afirmaron ser viudas, las madres olvidaron men cionar a sus hijos, las hermanas olvidaron a sus hermanos, y al gunas familias sencillamente desaparecieron ocult?ndose de casa en casa o mud?ndose a los distritos de la ciudad ya censados.23
Esta ca?tica situaci?n impidi?, sin lugar a dudas, que los es fuerzos del ayuntamiento tuvieran, por lo menos, un ?xito limitado. El inspector general, el 2 de agosto de 1765, se que jaba de la lentitud con que se trabajaba en este asunto y le ped?a a Cruillas que instara al corregidor "a proceder con m?s actividad en este encargo, por ser la dilaci?n muy perju dicial a los fines a que se dirige esta diligencia". Villalba su ger?a que los sargentos mayores Pedro Gorostiza y Juan Cam
biazo deb?an acompa?ar a los regidores para as? " facilitar el vencimiento de cualquier obst?culo en que se tropiece, con
lo que se evitar? el retardo que por este motivo pudiera ocasionarse".24 Posteriormente, Gorostiza propuso al cabil do numerar y nombrar las puertas y calles de la ciudad; la sugerencia se acept?, pero como las anteriores no sirvi? para resolver el nroblema.25
muy poco marciales y que, como en desquite de serlo contra su voluntad, cometieran muchos abusos". Vel?zquez, 1950, pp. 32, 60. 23 Discurso de ?lzate acerca de la poblaci?n de M?xico, Museo Naval de Ma
drid, vol. 568, citado por Archer, 1983, p. 285.
24 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 238-A, Villalba a Cruillas, 2 de agosto
de 1765.
25 Gorostiza se?alaba que esta medida era "tan conveniente para el vi vo examen de los sujetos que deben entrar en el sorteo de milicias, como proceso en el punto que se beneficie la formaci?n, respecto a que no puede haber en la filiaci?n y pie de lista rese?a que asegure m?s al miliciano, ni en un caso de alarma, mayor satisfacci?n para oficiales, sargentos y ca bos, que podr?n con certeza acudir a la casa del que se retarde a presentar al puesto de la formaci?n que se les se?ale", aacm, Actas de Cabildo, t. 85, f. 63v, sesi?n de 3 de septiembre de 1765.
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PEDRO SANTONI
En 1768, el regidor Jos? ?ngel de Cuevas Aguirre, ante
la exigencia del entonces virrey, el marqu?s de Croix, de com
pletar las 245 vacantes del Regimiento de Milicias Provin
ciales de la capital, dec?a que
... no habiendo otro arbitrio para el reemplazo que valerse de los padrones ?ltimos que se hicieron, como los vecinos de M? xico francamente se mudan de una calle, de un barrio, y aun de un lugar a otro sin poderse impedir, ni averiguar f?cilmente sus destinos: ocurriendo a los referidos padrones se halla la ciudad enteramente desfigurada, y donde antes viv?a alguno de los pro
porcionados para este servicio en solicit?ndolo (como se hab?a hecho ya con muchos), ni se encontraba, ni qui?n diera raz?n
de ?l.
Aguirre a?ad?a que era preciso formar padrones nuevos y se refer?a, adem?s, a otro problema relacionado con la for maci?n de las unidades milicianas: la dificultad de encontrar candidatos id?neos para llenar los puestos disponibles en la tropa. Aguirre dec?a que no iba a ser posible habilitar los rem
plazos ?nicamente con personas c?libes ?como lo especifica ban las ordenanzas de milicias?, pues este regimiento " deb?a
componerse de espa?oles no m?s y habiendo entre ?stos tantos con leg?timas excepciones de ordenanzas, del resto no podr?n
sacarse 245 solteros".26
26 aacm, Actas de Cabildo, t. 88, ff. 47-47v, sesi?n de 24 de mayo de 1768.
Prueba de la dificultad de encontrar un remedio a los problemas del em padronamiento en la ciudad de M?xico es la comunicaci?n que el mar qu?s de Croix le dirigi? al cabildo a mediados de octubre de 1770. El vi rrey notific? al ayuntamiento que la fuerza del Regimiento Provincial de Infanter?a de Blancos de la capital hab?a disminuido considerablemente a causa de muertes, deserciones y lic?nciamientos. Conven?a, "aun por est?mulo de las dem?s ciudades del reino, est? este cuerpo, como principal por todos t?tulos completo y en mayor lucimiento", aacm, Actas de Cabil do, t. 90, f. 94, sesi?n de 16 de octubre de 1770. Croix orden? al cabildo formar un padr?n para cubrir estas bajas, que sumaban 520 para fines de octubre, cantidad representativa de una reducci?n de m?s de la mitad de los efectivos del regimiento, que deb?an sumar 1 000. aacm, Actas de Cabildo, t. 90, f. 100, sesi?n de 29 de octubre de 1770; agnm, Indiferente de Guerra, vol. 236-A, "Estado que manifiesta el en que se hallan las tro pas de infanter?a, caballer?a y dragones veteranos de milicias, y urbanas,
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EL CABILDO DE LA CIUDAD 399
El segundo factor que limit? la eficacia de los padrones, aunque de menor efecto que el antecedente, fue la poca coo peraci?n de varias personas que lo ten?an a su cargo. Juan
Lucas Lasaga, regidor y juez contador de menores y alba ceazgos, le dijo al cabildo que estaba imposibilitado de cen sar las calles que le fueron asignadas por " estar acometido
de enfermedad grave* '. Otro individuo que se excus? fue don
Francisco Antonio Caruzo y Pe?a, alegando que, "por ha llarse pronto a hacer viaje fuera de esta corte al real y minas
de Cuautla donde est? trabajando una, y tener azogues en las reales cajas prontos con otros pertrechos para conducir a otro real", no podr?a cumplir con su encargo.27 Don Luis de Monroy Guerrero y Luyando tambi?n pidi? ser excusado,
pues su padre ?seg?n dec?a? padec?a una grave enferme
dad.28
Aunque hay que reconocer la posibilidad de que estas tres excusas fueron leg?timas, ?no es un poco extra?o que estas personas, al ser notificadas de su misi?n, adujeran semejan tes pretextos? Bien podr?a inferirse de estos hechos que los empadronadores deseaban evadir la responsabilidad de esta ardua, dif?cil y fastidiosa tarea que, adem?s, no era popular entre los habitantes de la ciudad. Tambi?n hay que conside rar la posibilidad de que las negativas fueran un intento de rehusar la colaboraci?n del cabildo con el establecimiento de una estructura que amenazaba con coartar sus facultades. El hecho cierto fue, independientemente de la posible validez de
oficiales generales, sueltos, agregados, de artiller?a, e ingenieros de que se compone el ej?rcito de S.M. en este reino de la Nueva Espa?a hoy d?a de la fecha 23 de agosto de 1766. Sin embargo", las gestiones realizadas por el ayuntamiento resultaron infructuosas, pues el virrey, en abril de 1771, se quejaba todav?a de la inefectividad de los padrones formados por la ciudad, aacm, Actas de Cabildo, t. 91, f. 40v, sesi?n de 10 de abril
de 1771.
27 La excusa de Caruzo y Pe?a bien pudo haber sido leg?tima, pues este individuo, al parecer, hab?a obtenido el permiso previo del virrey para celebrar el viaje, aacm, Actas de Cabildo, t. 85, ff. 37-37v, sesi?n de 17 de
julio de 1765. De todas maneras, el ausentarse de la capital al comenzar tan importante encomienda es un tanto sorpresivo. 28 aacm, Actas de Cabildo, t. 85, f. 51, sesi?n de 8 de agosto de 1765.
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PEDRO SANTONI
una o ambas suposiciones, que hubieron numerosos contra tiempos que obstaculizaron el alistamiento militar en la ciudad
de M?xico, siendo la formaci?n de los padrones uno de los
principales.
La reacci?n del cabildo al establecimiento de las milicias Durante los meses que dur? el empadronamiento de la ciu dad de M?xico, el ayuntamiento cooper?, m?s que menos, con el inspector general para levantar los cuerpos milicianos en la capital, pero resent?a la actitud de la Corona hacia la ciudad con motivo del establecimiento de la nueva estructu ra militar en Nueva Espa?a. El informe que Miguel de Lugo present? al ayuntamiento el 22 de agosto de 1765 (enviado posteriormente al apoderado del cuerpo capitular en Espa?a), es un excelente reflejo de este sentir.29 El procurador general comenzaba se?alando que la Corona nunca antes hab?a dejado de participar novedad alguna a la ciudad de M?xico. Asuntos tan variados como el nacimiento de pr?ncipes e infantes, el nombramiento de visitadores y la creaci?n de tribunales siempre se le hab?an comunicado a la ciudad. Lamentaba Miguel de Lugo que ahora ocurr?a lo con trario. "Vienen cosas muy nuevas y extraordinarias al reino 29 Poco despu?s, el 19 de septiembre de 1765, la ciudad de M?xico ele v? una representaci?n a la Corona protestando por su exclusi?n en la pla neaci?n del estanco del tabaco. Los argumentos eran muy parecidos a los utilizados en la petici?n del 22 de agosto, pues la ciudad lamentaba que se atrepellasen sus derechos y se hiciera caso omiso de su condici?n de ca beza de reino, ya que no se le hab?a informado sobre ese establecimiento ni se le hab?a pedido su parecer sobre el mismo. Miranda, 1978, p. 180. El cabildo solicitaba, fund?ndose en "el espec?fico v?nculo obligaci?n en conciencia de mirar, atender al bien de la rep?blica, a pedir por ella y soli citar su beneficio", que se le oyera y se le diera participaci?n en las refor mas de importancia que se introdujeran. Sin embargo, la junta de tabaco deneg? secamente la petici?n, contestando: "Decl?rese por no parte a la ciudad: devu?lvase a su procurador s?ndico esta instancia, advirti?ndole se abstenga de representar en los asuntos que (como ?ste) son propios y privativos de la suprema potestad y regal?a de S.M.". agnm, Reales C?du las, 9, f. 236, citado por Miranda, 1978, p. 180.
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y no tiene otra noticia de ellas que la que merece el vecino m?s plebeyo cual en la vista p?blica de los sucesos que ni de la corte se comunican, ni los Exmos. Sres. Virreyes se las ha cen saber con la distinci?n que corresponde'\30 Dec?a luego que recientemente hab?an llegado al reino nue vas tropas, encabezadas por un teniente general y cuatro ma riscales de campo. Adem?s, se encontraban acuartelados en la capital un regimiento de infanter?a y otro de Dragones, se
hab?a ordenado a la ciudad que proveyera y costeara el alo jamiento de esas tropas y los se?ores capitulares hab?an reci bido el encargo de empadronar el vecindario para formar las milicias. El procurador generad se quejaba de que se hab?a llegado a una decisi?n sobre ?stos y otros asuntos sin tan si quiera el "reconocimiento de una carta, o visita a este Muy Ilustre Ayuntamiento". Consecuencia de esto era que a la ciudad no se le respetaban sus fueros y privilegios y sus capi tulares, por tanto, estaban "sumamente consternados con lo gravoso de sus empleos, sin tener arbitrio para desempe?ar su obligaci?n". Solicitaba, entre otros remedios, que a la ciudad de M?xico se le notificaran los asuntos que la afectaran
y que no se vulnerasen sus honores y privilegios.31 Esta preocupaci?n se volvi? a plantear en el cabildo a me diados de septiembre, pero ahora se buscaba una soluci?n a
un problema concreto. Villalba, que para entonces llevaba diez meses en la Nueva Espa?a, todav?a no hab?a entregado al ayuntamiento una copia de las instrucciones que hab?a re cibido en agosto de 1764. Se estaba haciendo obvio que el inspector general no pensaba tomar en cuenta al cabildo ?a menos que fuese absolutamente necesario?, para levantar la tropa miliciana capitalina. El procurador general, sospe chando esta situaci?n, se?al? que ser?a conveniente poner a la ciudad en conocimiento de las instrucciones reales, pues 30 AACM, Actas de Cabildo, t. 85, f. 54, sesi?n de 22 de agosto de 1765. 31 Entre las peticiones que hac?a M?xico estaba la de que se quitara el vivaque del lugar donde estaba colocado, que no se obligase a la ciudad a erogar de sus propios para la fabricaci?n de cuarteles y utensilios para la tropa y la pronta atenci?n a los negocios de la ciudad en la corte metro politana, aacm, Actas de Cabildo, t. 85, ff. 54-55v, sesi?n de 22 de agosto
de 1765.
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los regidores estaban ejecutando el empadronamiento de la capital para formar la milicia y era ?ste un asunto en el que
"ten?a mucha parte la ciudad". El cabildo acord?, por lo
tanto, llevar a cabo una consulta especial al virrey sobre este asunto.32 El 19 de septiembre de 1765, Miguel de Lugo envi? esta representaci?n al auditor de guerra, Domingo Valc?rcel, quien posteriormente la referir?a a Villalba. En el documento se dec?a
que la ciudad de M?xico deseaba "con vivas ansias emplear todo su af?n en servicio de S.M., y que las operaciones que ejecuta salgan con el acierto, y proporci?n, al fin que desea".
El procurador general ?autor de esta petici?n?, se?alaba que la ciudad trabajaba arduamente en el censo y que ella infer?a, con base en las ordenanzas de milicias que se esta blecieron en Espa?a, "que otro tal establecimiento se ha de hacer en esta ciudad y reino". Sin embargo, a pesar de esta inferencia, la Muy Noble Ciudad de M?xico ignoraba "del todo el cierto fin, destino, medios de su establecimiento, por
que no se le ha participado enteramente noticia". Ped?a, por lo tanto, que al cabildo se le entragara una copia de las ins trucciones reales y de las ordenanzas pertinentes.33 La respuesta de Villalba a estas representaciones, que no tard? en llegar, ilustra la arrogancia del inspector general y la pugna que se iba perfilando entre las autoridades civiles y militares. El inspector general, en carta del 8 de octubre de 1765, dec?a al procurador general que no era importante,
por el momento, "comunicar. . . a la Ciudad nada de los
asuntos que est?n a mi cargo", pues s?lo cuando ?l lo creye ra conveniente le har?a "entender al Ayuntamiento lo que fuera necesario sepa, as? para que contribuya con sus facul tades al logro de lo que se medite, como para que en la parte 32 aacm, Actas de Cabildo, t. 85, f. 66v, sesi?n de 11 de septiembre de
1765.
33 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, "Representaci?n del Regidor
Procurador del Honorable Ayuntamiento de esta ciudad-capital, en que pide se de noticia y conocimiento a su cuerpo del nuevo establecimiento de milicias que practica el Exmo. Sr. Comandante e Inspector General por medio del Sargento Mayor de Infanter?a, Gorostiza, 19 de septiembre
de 1765."
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que le toca, ejecute lo esencial a la conservaci?n de los cuer pos de milicias que en ella se crearen".34 El choque entre las dos autoridades se agudiz? por la marne ra en que Villalba llev? a cabo el sorteo de los empadronados. Para principios de diciembre de 1765, el inspector general hab?a logrado formar y pasar revista a las milicias capitali nas. Sin embargo, el cabildo no estuvo muy conforme con el proceder de Villalba y elev? dos extensas representaciones al marqu?s de Cruillas, solicitando se remediaran los errores cometidos por el inspector general.35 La representaci?n del 5 de diciembre de 1765 contiene va rias objeciones al modus operandi de Villalba. La primera con sist?a en que en el sorteo se hab?a tratado de forma igual a todas las personas, tanto a negros y blancos como a nobles y plebeyos. Don Miguel de Lugo se quejaba de que en "todo el mundo, y en todos asuntos, se distingue la nobleza e hi dalgu?a del com?n y plebe. . . pero tan lejos se estuvo de esta separaci?n que por un barreno se midieron hidalgos, nobles y plebeyos". La petici?n tambi?n dec?a que la diferencia en tre negros y blancos en Nueva Espa?a era de tal magnitud que se estimaba que los primeros eran "venientes de ra?z in fecta de esclavos, de sangre puerca y viciada, y los otros por limpios". Por tal raz?n, siempre se hab?an tratado separa damente, inclusive en los asuntos de milicias. Lo ejecutado por Villalba contraven?a el cap?tulo 35 de las instrucciones reales, el cual dispon?a que si la mezcla con otras razas le re 34 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Villalba al Sr. Procurador S?n
dico General de la ciudad de M?xico, 8 de octubre de 1765. 35 Las ordenanzas militares de Espa?a sentaban las bases para ejecu tar el levantamiento de las milicias provinciales. El paso inicial consist?a en tomar el censo de la poblaci?n. En segundo lugar, las personas empa dronadas, se divid?an en cuatro clases, siendo las de la primera las m?s susceptibles a ingresar al ej?rcito. Estas clases eran las siguientes: Ia) solteros
entre los 18 y 40 a?os; 2a) casados menores de 18 a?os; 3a) casados y viu dos entre los 18 y 40 a?os sin hijos, 4a) casados y viudos entre las edades de 18 y 40 con hijos. El tercer paso era determinar quienes estaban exen tos del servicio militar y luego se efectuaba el sorteo para determinar qu? personas ingresar?an al ej?rcito. Los ?ltimos tres pasos eran la elecci?n de oficiales, la clasificaci?n y organizaci?n de los reclutas y la entrega de ar mas, uniformes y equipo. McAlister, 1953, pp. 23-24.
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sultaba repugnante a los blancos, las unidades milicianas se formar?an con separaci?n de razas.36 El segundo error de Villalba era haberle quitado el t?tulo de Don a quienes por nobleza, hidalgu?a o reputaci?n goza ban el privilegio de ostentarlo. El procurador general dec?a que, como no hab?a una referencia espec?fica a la cuesti?n de los t?tulos de nobleza en las instrucciones, el p?rrafo 35 era aplicable por analog?a. La secci?n pertinente de este ca p?tulo dispon?a que la separaci?n de razas deb?a adaptarse a la constituci?n del pa?s y al genio e inspiraci?n de sus na turales. Tomando en cuenta que el uso del Don en Espa?a era ra dicalmente distinto al que se le daba en Am?rica ?entre otras razones, porque en Nueva Espa?a los oficios mec?nicos y me nesterales no eran considerados viles? el procurador gene ral apuntaba que esta omisi?n de Villalba hab?a logrado que la nobleza capitalina estimara "vilipendioso el ingreso a la
milicia".37
En tercer lugar, era un grave perjuicio incluir en las mili cias a menores de 18 a?os y a mayores de 40, lo que estaba vedado por las ordenanzas de milicias aplicables. En la re presentaci?n se argumentaba que los menores de edad eran "ni?os en estado de crecimiento, y criarse, y no capaces de servicio y trabajo recio porque desmerecer?an toda su vida", y las personas con m?s de 40 a?os iban "en disminuci?n de fuerzas con algunos achaques nacidos de ir aproxim?ndose a la vejez".38 Posteriormente, en la representaci?n del 24 de diciembre, el procurador general recurri? al cap?tulo 26 de las instrucciones reales para fundamentar su posici?n. Don Miguel de Lugo indicaba que se deduc?a claramente de este p?rrafo que deb?an excluirse del servicio militar las personas menores de 18 a?os y mayores de 40, pues saldr?an 25 000 milicianos del medio mill?n de habitantes que, seg?n las ins 36 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
37 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
38 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
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trucciones de agosto de 1764, se pensaba que ten?a la Nueva
Espa?a.39
El cuarto error, calificado como "uno de los puntos de
gravedad y de primera atenci?n", fue el no haberse conside rado las exenciones al servicio militar. Estos privilegios, que se fundamentaban en las distintas ordenanzas de milicias, el derecho y la constituci?n del pa?s, no fueron observados por Villalba y, por tanto, muchas personas se reclutaron a pesar de tener leg?timas excusas para no serlo.40 El quinto error alegado por la ciudad de M?xico era que
no se hab?a hecho la divisi?n de "clases de personas" que era imprescindible celebrar antes del sorteo. Este procedimien
to separaba en tres categor?as a las personas: solteros, casa dos y viudos sin hijos, y casados y viudos con hijos. En esta ?ltima clase estaban incluidos tambi?n los de casa meneste ral y los agricultores. El servicio miliciano requer?a de los sujetos m?s aptos y, como los solteros eran los m?s id?neos, deb?an ser ellos quienes ingresaran en primer t?rmino a la milicia. Como no se sigui? este m?todo, entraron a la milicia casados con hijos y menesterales, quienes, dec?a el procurador general, eran necesarios para la subsistencia de la rep?blica.41
Contrariando varias ordenanzas, las cuales establec?an que
un sorteo no deb?a impedir que nadie dejara de ejercer su oficio
o modo de vivir, se hab?a realizado ?ste con la asistencia de todas las personas listadas. Lo que entonces aconteci? fue des crito as? por don Miguel de Lugo: El caso fue que desde las siete de la ma?ana, hasta la noche, tuvieron a estos miserables al sol, sin comer, y perdiendo el d?a
de su trabajo y manutenci?n de su familia; a estos mismos em plazaron para el siguiente d?a; que sucedi? lo mismo desde por la ma?ana a la noche los tuvieron en el sol sin comer, y sin tra bajar, as? as? sucedi?; qu? aflicciones de los pobres considerando su familia sin alimentos en el d?a; qu? lloros de los hijos, sin 39 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 24 de diciembre de 1765.
40 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
41 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
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tener qu? comer; qu? cuidados de los que dejaron expuestas sus casas y caudal; qu? desesperaci?n en las casas, sin criados que sirvieran en lo preciso; as? se vio, y as? se palp?. . .
Luego de presenciar el espect?culo, el procurador general ad vert?a que esa no era la manera de "inducir e inclinar al ser vicio de milicias, sino exasperar y horrorizar, como en reali dad se horrorizaron".42 Posteriormente, Lugo aludi? ?para acentuar el error de Villalba? al hecho de que todas las ins trucciones de la Corona asentaban los principios de atender "con afabilidad a las gentes", hacer "aceptable y agradable el servicio" y proceder con la "mayor suavidad".43 El s?ptimo y ?ltimo error, calificado por el procurador ge neral como el "cardinal o capital de donde han descendido los errores antecedentes y los otros que se insinuaron en los pasos de la formaci?n de las milicias", afect? profundamente las sensibilidades del ayuntamiento capitalino. Lugo se re fer?a a que los oficiales comisionados por el inspector general
para el levantamiento de la milicia citadina se abrogaron las facultades de agentes, mandantes y operantes en este proceso,
deberes todos que le correspond?an a la Nobil?sima Ciudad de M?xico ya que esos oficiales debieron de haber sido tan s?lo sus asistentes.44 42 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
43 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 24 de diciembre de 1765.
44 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 24 de diciembre de 1765. Entre los errores correspondientes a esta secci?n estaban los siguientes: los pa drones, que debieron archivarse y estar a disposici?n de la ciudad, perma necieron en manos de los oficiales y fue imposible, por tanto, hacer la di
visi?n de clases, funci?n que correspond?a a los jueces de partido o a los regidores; el asunto de las exenciones, que le correspond?a a los jueces, no fue tratado y los oficiales, adem?s, borraron a su antojo a quienes ellos quisieron de las listas; por ?ltimo, la ciudad y sus justicias, a quienes co rrespond?a la facultad de celebrar el sorteo, no tuvieron parte en ?l y ni siquiera recibieron una lista de las personas sorteadas. Este c?mulo de fac tores llev? al procurador general a afirmar que "si la ciudad hubiera teni do mano en la direcci?n de las operaciones de mensura y sorteo dicho sea hubiera procedido de manera, que se hiciera grata y aceptable la milicia' '.
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El parecer de la ciudad era que, a base de los anteriores errores y desatinos, estaba justificada en deducir lo siguiente:
... en atenci?n, a que en la N. Ciudad de M?xico se tiene en un s?lo cuerpo, quien con incansable desvelo, inalterable resig naci?n, y ciega obediencia promueve, cumple y hace efectivos las ?rdenes de Su Majestad; quien como inteligente en las cons tituciones del pa?s, en lo que lleva y sufre la regi?n, en las cos tumbres, usos, estilos, trato de sus moradores, promueve las eje
cuciones de las ?rdenes superiores adapt?ndolas a la tierra sin da?o del p?blico; que pide bien las instrucciones para este esta blecimiento de milicias, y ?rdenes de Su Majestad a ellas con cernientes; en lo que hace mucho m?rito, servicio, y demuestra su lealtad, y amor al servicio del Rey, hace m?rito, y servicio a Dios cumpliendo con su obligaci?n; que Dios, el Rey, la natu raleza, el derecho le ha impuesto de promover el beneficio p?bli co, y que en no pedir las instrucciones y ?rdenes, parece faltara
en algo al amor del servicio de Su Majestad Divina, y humana, porque suceder? lo que ha sucedido, que se han mortificado los vecinos, y no se ha hecho cosa de utilidad, y provecho, por lo que ha hecho las diligencias que han estado de su parte, que es ocurrir al Exmo. Se?or Comandante como Vuestra Excelencia le orden?, quien responde no importar por ahora el comunicar
Su Excelencia a la Ciudad nada de los asuntos que est?n a su cargo. . .
En vista de lo expuesto, el procurador general solicitaba que se subsanaran los defectos que tanto hab?an agraviado a los habitantes de la capital y que hab?an menoscabado los privi legios y las facultades de la ciudad. Una vez se hiciera esto> podr?an establecerse las milicias en la ciudad de M?xico "con los medios de afabilidad, suavidad, atenci?n, acierto y segu ridad" que tan necesarios eran para hacerlas atractivas a un pueblo renuente a ver elemento positivo alguno en el servi cio militar.45 El resentimiento del cabildo, que era ya grande porque Vi AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procurador Ge
neral de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
45 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu
rador General de la ciudad de M?xico, 5 de diciembre de 1765.
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llalba y sus subalternos pasaban por alto sus prerrogativas, se ahond? a causa de la primera revista de la milicia capitalina.
El acto se celebr? en la Alameda el 8 de diciembre de 1765, tres d?as despu?s de que el procurador general elevara a Crui Uas la ya mencionada representaci?n, y el cabildo protest? una vez m?s, citando en esta ocasi?n la falta de jurisdicci?n de Villalba y Gorostiza para llevar a cabo la revista, alega ci?n que apoyaban en tres puntos: que en los d?as previos a la revista, sin hab?rsele notificado nada al corregidor, se ha b?an hecho convocatorias y fijado rotulones; que la Alameda, "paseo p?blico, propio y peculiar de la ciudad", fue ocupado por los milicianos sin que se le diera noticia y aviso al ayun tamiento, al corregidor o a un alcalde juez, am?n de que se colocaron centinelas en sus entradas, impidiendo as? la en trada al paseo tanto de sus ocurrentes como del propio juez del parque, el regidor don Mariano Malo; que Villalba ha b?a continuado con la formaci?n de milicias sin esperar la res
puesta del virrey a la representaci?n del 5 de diciembre, la cual sosten?a que los errores cometidos en este proceso hab?an
viciado de nulidad todos los procedimientos hasta entonces ejecutados. El cabildo solicitaba que Villalba suspendiera sus labores hasta que el virrey llegara a una determinaci?n sobre el asunto.46 En vista de la situaci?n, que ciertamente parec?a no tener arreglo alguno, el cabildo volvi? a escribir al virrey el 13 de diciembre, solicitando copia de varios cap?tulos de las instruc ciones reales y reiterando que ser?a "muy conveniente que est? en inteligencia de ellos la N. Ciudad para que en su cum plimiento concurra como se espera de su lealtad a la mejor,
m?s breve, grata, segura y firme formaci?n del cuerpo de mi licias, su conservaci?n y aumento en todo lo que se dispusiere
seg?n la real instrucci?n".47 Cruillas dio su respuesta cuatro d?as despu?s, indicando que har?a como solicitaba la ciudad,
46 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, El cabildo de la ciudad de M? xico a Cruillas, 9 de diciembre de 1765; aacm, Actas de Cabildo, t. 85, f. 83v., sesi?n de 9 de diciembre de 1765. 47 El cabildo solicitaba copia de los cap?tulos n?mero 25, 26, 29, 30, 32, 34, 35 y 36. agnm, Indiferente de Guerra, vol. 151, El fiscal Velarde a Cruillas, 13 de diciembre de 1765.
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pero Villalba continu? actuando como si no se hubieran le vantado reclamaciones en su contra.48 El 20 de diciembre, el inspector general envi? al ayuntamiento las filiaciones de los integrantes de las milicias capitalinas, indic?ndole que de ahora
en adelante el cuerpo capitular ser?a enteramente responsa ble del remplazo de las personas que murieran, se accidenta ran o se lesionaran. Villalba tambi?n les inform?, como para subrayar su desprecio por el cabildo, que el cuidado de la tropa
en lo sucesivo depender?a de las instrucciones que ?l les en
viara, "no importando por ahora dar mas. . . que las ex
presadas en este oficio".49 El inspector general, en una misiva enviada a Cruillas a mediados de diciembre, buscaba justificar su actitud para con el cuerpo capitular de la ciudad de M?xico. Dec?a, en primer lugar, que no ten?a intenci?n alguna de dar a conocer sus instrucciones y que s?lo a trav?s de los hechos se tendr?a co nocimiento de ellas. Apoyaba esta opini?n en que, seg?n su parecer, ser?a una falta a la confianza del rey revelar las ins trucciones, pues el monarca se las hab?a comunicado reserva damente. Adem?s, en vista del encargo del rey "que le crease en este reino un n?mero de tropas suficiente a la defensa, en caso de que fuese necesario oponerse a enemigos de su estado"
y tomando en cuenta el principal obst?culo, en su opini?n, a este fin, que era el "haber hallado este reino sin aquel arreglo que facilita la pronta formaci?n de los cuerpos", Villalba apun
taba que hab?a ejecutado lo que hab?a cre?do conveniente.50 Sentadas estas bases, el inspector general procedi? a fusti gar a la ciudad de M?xico por la actitud poco cooperativa que hab?a asumido. Si el celo de la ciudad era tan grande que s?lo
deseaba acreditarle, ?por qu? ?se preguntaba Villalba? "hasta ahora ha tenido su comunidad sin empadronar? ?Guar
daba para esta ocasi?n la distinci?n de clases en las perso nas? ?El tener noticia individual (en cuanto le fuera posible),
48 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Cmillas al cabildo de la ciudad
de M?xico, 17 de diciembre de 1765. 49 aacm, Actas de Cabildo, t. 85, f. 92v., sesi?n de 20 de diciembre
de 1765.
50 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Villalba a Cmillas, 17 de diciem
bre de 1765.
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de los residentes con domicilio en ella"? Villalba, descono cedor de las peculiaridades del reino y del car?cter de los no vohispanos, dec?a que as? le parec?a y a?ad?a que, en vista de la representaci?n del 5 de diciembre, lo ?nico que quer?a la ciudad era introducirse en asuntos que no le compet?an. El inspector general estimaba que, como consecuencia del alto cargo que hab?a recibido, la capital novohispana s?lo deb?a obedecer sus ?rdenes, aguardar a que ?l le pasara los oficios que deb?an archivarse y observar exactamente sus mandatos relativos a la conservaci?n de los cuerpos milicianos, "pues en su establecimiento no debe tener m?s parte que la que se
le ha dado".51 Por ?ltimo, Villalba se?alaba que era "m?s capricho que
celo" la instancia que el cabildo le hab?a dirigido al virrey, pues todav?a no se hab?an "presentado a pretender empleos de oficiales aquellos sujetos de conocida circunstancia que de b?a esperar lo ejecutaran ni miembro alguno (exceptuando uno) de los que comprenden el cuerpo del ayuntamiento". Por lo tanto, la mejor manera en que la ciudad pod?a acre ditar su "decantada lealtad y amor al rey" era mostrando el debido respeto hacia su persona y los oficiales por ?l co
misionados.52
El advenimiento del nuevo a?o no logr? acomodar las opi niones tan dispares que Villalba y el cabildo ten?an sobre el papel que este organismo deb?a desempe?ar en la formaci?n
de las milicias de la ciudad de M?xico. Villalba continuaba mostrando una actitud desde?osa hacia el ayuntamiento, mientras ?ste luchaba por obtener una mayor participaci?n en el proceso. Villalba, a mediados de enero de 1766, dec?a al virrey: "Nada de lo dispuesto por m? y ejecutado sobre milicias necesita de variaci?n, porque he tomado las medi das ajustadas seg?n considero conviente en este pa?s". En con secuencia, deb?a seguirse lo determinado por ?l, sin atender a lo dictado por el se?or fiscal,53 ni enmendarse lo ya hecho, 51 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Villalba a Cruillas, 17 de diciem
bre de 1765.
52 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 151, Villalba a Cruillas, 17 de diciem
bre de 1765.
53 V?ase supra, nota 47.
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por lo que entend?a que no era necesario celebrar una confe rencia con el cabildo para tratar de llegar a un acuerdo sobre la formaci?n y conservaci?n de las milicias.54 La altivez de Villalba llegaba a tal extremo que todav?a para fines de ene ro no hab?a entregado una copia de las instrucciones reales
a la ciudad, alegando que esperaba recibir una copia de la
representaci?n del procurador general del 5 de diciembre del pasado a?o antes de tomar una determinaci?n sobre el par ticular.55 Posteriormente, a fines de marzo de 1766, al enterarse de que el cabildo todav?a no hab?a decidido c?mo sufragar?a los costos del vestuario de la tropa miliciana, el inspector gene ral arremeti? una vez m?s contra el cuerpo capitular. Villal ba dec?a al virrey que era "sonrojoso a entrambos, y m?s a V.E., el que llegue a penetrarse que por falta de eficacia en busca de los medios ?tiles, dejen de verse logrados los fines que el rey desea y nos tiene encargados' '. Era apremiante que se solucionara este problema, pues de no ser as? los capitali nos podr?an desanimarse y no mirar "el nuevo establecimiento
con el agrado que importa".56 54 AGNM, Indiferente de Guerra, vol. 151, Villalba a Cmillas, 17 de enero
de 1765. Al parecer, se hab?an hecho los arreglos, gracias a la interven ci?n del marqu?s de Cmillas, para celebrar una reuni?n entre Villalba y el cabildo que tratar?a el asunto de las milicias. Sin embargo, la petulancia del inspector general impidi? la realizaci?n de este proyecto, pues Villal ba, seg?n coment? el ayuntamiento, "con s?lo saber se represent? a nom bre de la Ciudad sobre asuntos de milicias", estim? "por invariable lo ejecutado' ' y se opuso terminantemente a la conferencia, agnm, Indiferente
de Guerra, vol. 151, el cabildo de la ciudad de M?xico a Cmillas, 10 de febrero de 1766.
55 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 243-A, Villalba a Cruillas, 25 de ene
ro de 1766.
56 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 243-A, Villalba a Cruillas, 21 de mar
zo de 1766. Cruillas, al contestarle a Villalba, adopt? una actitud m?s re lajada y defendi? la tardanza del ayuntamiento en esta cuesti?n con las siguientes palabras: "... me consta que tiene la Ciudad a consecuencia de mi orden nombrados diputados que con todo empe?o est?n tratando sobre la habilitaci?n del vestuario de las milicias, con lo que podr? tran quilizarse el ardiente celo de V.E. Para proceder a bulto en este y cual quier otro asunto ser?a ocioso el consejo, como V.E. me dice, pero para establecer un arbitrio subsistente con proporci?n a toda clase de gentes,
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Villalba, para habilitar este asunto, orden? que un sargento mayor interviniera en la recolecci?n del tributo que ser?a des tinado para uniformar a los milicianos, pero el cabildo, como era de esperarse, no estuvo de acuerdo con lo que ellos consi deraban otra intromisi?n del inspector general. Sin embar go, Villalba le indic? al virrey que comunciara al ayuntamiento "que cuando dije pod?ari correr con la disposici?n de lo esen cial a la construcci?n del vestuario, no me relev? de la obli gaci?n en que me tiene el encargo de inspector, y que enten dieron mal si creyeron que su comisi?n pod?a dejar de tener hasta quien observase lo m?s m?nimo, el modo de manejar
la. . ." Era obvio, pues, que Villalba no permitir?a que el
cabildo interviniera en asunto alguno relativo a la formaci?n de milicias, postura que caus? gran agitaci?n en el cuerpo gubernativo de la capital, pues su autoridad y su autonom?a eran restringidas severamente por una nueva estructura de
poder.57
Independientemente de qu? parte fuese responsable por las dificultades y los conflictos que se suscitaron, lo cierto es que
tanto Villalba como el cabildo de la ciudad de M?xico ten?an
razones poderosas que justificaban sus criterios y, por lo tanto, su modo de actuar. Villalba, como hombre militar de carrera,
estaba acostumbrado a dar ?rdenes y a obtener resultados. Su misi?n era, adem?s, la de establecer un ej?rcito en la Nueva
Espa?a; no estaba interesado, pues, en preservar o salvaguar dar los derechos o privilegios del cabildo si ?stos se interpo n?an en su camino.58 Por su parte, el ayuntamiento capita lino sent?a que las prerrogativas e injerencia que las ordenanzas y menos gravoso al vasallo, como quiere S.M., es precisa alguna medita ci?n y consulta, y aun as? me tendr?a por afortunado si lograse el acierto tan familiar a V.E.". agnm, Indiferente de Guerra, vol. 243-A, Cruillas a Vi
llalba, 22 de marzo de 1766.
57 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 236-A, Villalba a Cruillas, 21 de abril
de 1766.
58 McAlister, 1953, p. 25. Mar?a del Carmen Vel?zquez se?ala que Villalba s?lo ve?a * 'la necesidad de usufructar las riquezas del Nuevo Mun do" y que el inspector general, actuando m?s a tono con los m?todos y la pol?tica autoritaria de su ?poca no vino a Am?rica ? "conciliar intere ses, sino para imponer un criterio". Vel?zquez, 1950, p. 82.
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le conced?an en la formaci?n de milicias, as? como los fueros y privilegios que le correspond?an y que hab?a adquirido a lo largo de su historia, estaban siendo gravemente lesionados por la manera en que proced?a el inspector generad. No efa de extra?arse, pues, que elevaran repetidas instancias al mo narca y al virrey en busca de un remedio a lo que entend?an era un serio agravio. La pugna entre las dos autoridades, sin embargo, no acab? aqu?. Este choque tambi?n se manifest? en un nivel en el que resalt? la desconfianza criollo-peninsular: la nominaci?n de oficiales para las milicias.
El cabildo ante el proceso de nominaci?n de oficiales para las milicias
La nobleza capitalina y las milicias
Los cap?tulos 37 y 38 de las instrucciones reales de agosto 1764 establec?an el procedimiento a seguir para la provisi de empleos de oficiales en los cuerpos milicianos novohis nos. Estos preceptos estipulaban que telles cargos inicialme te ser?an llenados por el inspector general mediante consu
con el virrey. En el futuro, las vacantes se llenar?an de acuer
a los art?culos apropiados de las ordenanzas de milicias, l que indicaban que los ayuntamientos propondr?an al inspe tor general tres sujetos para cada cargo. Dicho oficial dar? su recomendaci?n y enviar?a el expediente al virrey, qui escoger?a a uno de los candidatos y someter?a su selecci?n la Corona. Si ?sta aprobaba al elegido, ?ste recib?a una co misi?n read de oficial miliciano.59
Otra importante disposici?n relativa a este asunto era e cap?tulo 36 de tales instrucciones. Aqu? se se?alaba que la n bleza y las familias de mayor comodidad y distinci?n deb?
ser estimuladas a solicitar empleos en las milicias, ' 'prefirien
para jefes los de mayor representaci?n y conveniencias en
59 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 224-A, Instrucci?n de 1 de agosto d
1764 para gobierno y comandancia general de armas e instrucci?n de l tropas del reino, caps. 37 y 38; McAlister, 1953, pp. 24-25.
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provincia o partido de cada cuerpo". Como aliciente a estas clases para que se incorporasen al nuevo establecimiento mi litar, el rey les otorg? el goce del fuero militar60 y de "aque llas distinciones que puedan lisonjearlos sin perjuicio del bien
com?n". El monarca espa?ol esperaba que estos incentivos
facilitaran la formaci?n de un cuerpo de oficiales entusiastas, leales y con un inter?s personal en el ?xito del nuevo programa
militar.61
La reacci?n inicial de la ?lite criolla capitalina, sin embar go, no fue tan entusiasta como el rey esperaba. "Lo que se ha experimentado hasta ahora ?dec?a don Miguel de Lugo en su representaci?n del 24 de diciembre de 1765?, es que la gente noble y de reputaci?n no se ha movido a la solicitud de los empleos".62 El procurador general suger?a, para re mediar esta situaci?n, que se publicara un bando en el que se insertara el art?culo 36 de las instrucciones reales. En ?l se enumerar?a, adem?s, la separaci?n que se har?a entre la nobleza y la plebe, as? como los privilegios que se le concede r?an a los que sirvieran en las milicias. El bando por ?ltimo, deber?a convocar a los nobles al alistamiento voluntario para que as? estuvieran presentes en la proposici?n de oficiales y no fuesen incluidos en las listas para el sorteo de milicianos.63
El cabildo capitalino, quiz? en protesta ante la actitud de Villalba, esper? hasta fines de mayo de 1766 para discutir por vez primera la manera de nominar los oficiales para las mili
cias de la ciudad. El cuerpo capitular acord? que, en vista 60 Para un an?lisis detallado de los problemas relativos al fuero mili tar, v?ase McAlister, 1957. 61 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 224-A, Instrucci?n de 1 de agosto de
1764 para gobierno y comandancia general de armas e instrucci?n de las tropas del reino, cap. 36; McAlister, 1953, p. 14. 62 Esta actitud es comprensible si se considera que Villalba no hizo dis tinci?n entre nobles y plebeyos en el llamamiento a las milicias y neg? el t?tulo de Don a las personas que lo pose?an. V?ase supra. 63 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 151, Representaci?n del Sr. Procu rador General de la ciudad de M?xico, 24 de diciembre de 1765. Aunque de la documentaci?n consultada no he podido determinar si la sugerencia del cabildo fue adoptada, dudo que Villalba, considerando el tono intran sigente de sus cartas de fines de 1765 y principios de 1766, hubiera estado de acuerdo en implementarla.
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de que el tenor de las ordenanzas de milicias conced?a a la ciudad de M?xico la facultad de proponer a los oficiales para los cuerpos milicianos, proceder?a a nominar a tres personas para cada una de las oficial?as, incluyendo la de coronel.64 Una semana despu?s, el 6 y 7 de junio, el ayuntamiento cit? a cabildo abierto65 a la ?lite capitalina para "tratar un asunto de mucha gravedad con V.S. y otros individuos de la nobleza". Al comenzar la reuni?n, don Jos? ?ngel de Cue vas Aguirre tom? la palabra e inform? a los concurrentes que
era obvio ?tanto en la ciudad de M?xico como en toda la Nueva Espa?a? que se iban a establecer milicias como las ya existentes en Espa?a. Tambi?n les dijo que el rey, en las 64 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 25v, sesi?n de 28 de mayo de 1766.
65 Era com?n en toda Hispanoam?rica celebrar este tipo de reuni?n, la cual consist?a en una asamblea convocada para discutir asuntos como donaciones en met?lico ayudando al rey en sus guerras europeas, recibir una comunicaci?n importante de la Corona o celebrar el nacimiento de un heredero del trono. Estos cabildos eran principalmente sesiones de na turaleza consultiva, pues sus decisiones no obligaban al cabildo regular, y asist?an a ellos ?nicamente los vecinos especialmente invitados, tal como sucedi? en este caso. Haring, 1966, pp. 177-178. En la Nueva Espa?a, en particular durante el siglo xvi, estas sesiones se dieron con bastante fre cuencia. Uno de los primeros, si no el inicial, se celebr? por presi?n popu lar. El ayuntamiento de la ciudad de M?xico convoc? a cabildo abierto el 26 de junio de 1531, porque algunas personas quer?an celebrar una jun ta para nombrar y enviar procuradores a Espa?a. Los tres individuos nom
brados ?Francisco de Ordu?a, Francisco Verdugo y Juan de Burgos?
posteriormente fueron confirmados en sus puestos por el ayuntamiento. Miranda, 1978, pp. 134-135. Otro cabildo abierto fue convocado por Fe lipe IV, mediante c?dula de 19 de mayo de 1631, para que deliberara sobre el traslado de la ciudad de M?xico, ya que la capital estaba amenazada por las repetidas inundaciones. Bayle, 1952, p. 437. La gran importan cia de estas asambleas ha sido se?alada por Clarence Haring, quien dijo que ellas "eran la instancia que mostraba m?s vigorosamente la democra cia potencial del cabildo. . . Los cabildos abiertos fueron, en muchos ca sos, un factor vital en los disturbios con que comenzaron las guerras de independencia en el siglo xix. Porque estas revoluciones hispanoamerica nas, como las mayores revoluciones del mundo, fueron esencialmente mo vimientos urbanos; y como los criollos desempe?aban un papel pol?tico prominente s?lo en los cabildos, all? estuvieron por lo general los n?cleos de agitaci?n revolucionaria. En ellos la voluntad popular tom? por vez pri mera conciencia de s? misma, y en los cabildos abiertos el pueblo hizo sus primeros ensayos de gobierno propio". Haring, 1966, p. 178.
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instrucciones reales de 1764, encarg? a Villalba y a Cruillas empe?ar a la nobleza a solicitar los empleos de coronel, te niente coronel, capit?n, subteniente y alf?rez, que eran los m?s honrosos en las milicias. Por lo tanto, la ciudad de M? xico, "interesada as? en el servicio del rey como tambi?n en el mayor lustre de sus vecinos nobles", los convocaba a este cabildo para o?r tanto las objeciones como los ofrecimientos que desearan hacer y no exponer la proposici?n y elecci?n de sujetos que se hicera al riesgo de ser rechazada.66 La reacci?n de la nobleza fue sumamente entusiasta. O?da
la proposici?n, los caballeros . . . arrebatados todos del celo del real servicio cada uno quer?a ser el primero en los ofrecimientos, y todos un?nimes dijeron:
Que en cualquier ocupaci?n que se les diere del servicio de su soberano la ejecutar?an con el esmero que piden el vasallaje que profesan y vida, y caudal en honor de la Corona.
Los regidores decidieron dejar para el d?a siguiente la discu si?n de las medidas que deb?an adoptarse como consecuen cia de esta manifestaci?n.67 El cuerpo capitular pod?a, en ra z?n de lo acontecido, sentirse satisfecho. En el espacio de seis meses, la actitud de la nobleza capitalina hab?a dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora le ser?a m?s f?cil al cabildo mostrar que no eran palabras vac?as su deseo de colaborar en el establecimiento de la nueva estructura militar, pues con
taban con el apoyo de miembros importantes de la ?lite ca pitalina para sustentar su posici?n y probar a Villalba que su opini?n sobre el cuerpo capitular y la nobleza citadina era err?nea.68 El 7 de junio, el ayuntamiento decidi? que los regidores que integraban la Diputaci?n de Milicias,69 don Jos? G?mez 66 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 30v, sesi?n de 6 de junio de 1766. 67 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 31, sesi?n de 6 de junio de 1766. 68 Un listado de los nobles que asistieron a esta asamblea se encuen tra en agnm, Indiferente de Guerra, vol. 151. Incluyendo a los regidores que
asistieron a ese cabildo, que fueron 11, concurrieron 59 personas a la
reuni?n.
69 Los concejales del ayuntamiento de la ciudad de M?xico desempe
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Casta?eda y donju?n Lucas Lasaga, visitasen al virrey y al inspector general para participarle de lo acontecido en el ca bildo del d?a 6, as? como para tratar el procedimiento a se guir para la proposici?n de caballeros para los cargos de ofi ciales. La comisi?n visit? primero a Cruillas quien, a pesar de mostrarse gozoso por la demostraci?n de lealtad de los nobles, indic? a los se?ores diputados que tendr?an que con sultar el asunto con el inspector general, entrevista que los regidores seguramente no ansiaban celebrar.70 Sin embargo, la recepci?n que Villalba le dio a los diputa dos fue, al parecer, sumamente cordial. Casta?eda y Lasaga comentaron en su informe que el inspector general les hab?a dicho, al enterarse de lo sucedido en el cabildo, "que para ?l hab?a sido uno de los d?as m?s c?lebres que hab?a tenido en
las Indias de ver beneficiados ya los deseos que ten?a de que los caballeros de esta ciudad se alentasen al servicio de las milicias". Pero cuando los capitulares le comunicaron su pre tensi?n de proponer los candidatos para las oficial?as, Villalba
les inform? que "de ninguna manera condescend?a en que la Ciudad propusiera o le enviara terna para los oficios; que a ?l le tocaba esa facultad seg?n las instrucciones de S.M., que sus circunstancias no ped?an otra cosa y que no se le habr?a de coartar la voluntad".71 Los capitulares no se amedrentaron y le indicaron que no era la intenci?n de la ciudad de M?xico privarlo de sus facul tades o coartarle su voluntad, sino tan s?lo "proponerle los m?ritos y dignidad de la Ciudad para que ejecutara lo mis mo que las ciudades de Espa?a, y su Exa. lo mismo que otros jefes de aquellas provincias de igual graduaci?n". El argu mento, al parecer, hizo que Villalba reconsiderara lo antes dicho, pues indic? a los diputados que la ciudad deb?a en ?aban una variedad de oficios como parte de sus funciones. Uno de estos cargos era el de diputado de milicias, cuyos deberes consist?an, entre otros, en mantener el vestuario y el armamento de las milicias en el mejor estado
posible, vestir a la tropa cuando fuere necesario, remplazar las prendas maltratadas y cuidar de que los regimientos estuvieran completos. Pazos Pazos, 1981, pp. xix, xxn. 70 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, ff. 32-32v, sesi?n de 7 de junio de 1766.
71 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 32v, sesi?n de 7 de junio de 1766.
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viarle la lista de los caballeros aptos para el servicio militar y ?l atender?a los m?ritos de los listados para los nombramien
tos.72 A pesar de estas diligencias, el ayuntamiento estaba pr?ximo a sufrir, gracias a Villalba, una desilusi?n relacio nada con la proposici?n de oficiales para las milicias. Este asunto, aunque finalmente se resolver?a de manera favorable a la ciudad, pondr?a de relieve el conflicto entre criollos y
peninsulares.
Jos? de Asso y Otal, los nombramientos del visitador G?lvez y la proposici?n de oficiales
Uno de los ?ltimos actos del marqu?s de Cruillas fue el po ner el c?mplase al nombramiento, hecho por Villalba, de don Jos? de Asso y Otal como coronel del Regimiento de Mili cias de M?xico. Este acto obedec?a a la pobre opini?n que ten?a el inspector general de la nobleza novohispana pues, se g?n Luis Navarro Garc?a, la consideraba ' 'ociosa, d?bil y ca rente de todo esp?ritu militar".73 El cabildo de la ciudad de 72 aacm, Actas de Cabildo, t. 86. f. 33v, sesi?n de 7 de junio de 1766. El cabildo, a pesar de esta declaraci?n, quiz? por no estar muy convencido de que el inspector general cumplir?a lo afirmado, acord? enviar una re presentaci?n al monarca ib?rico sobre el asunto. En esta petici?n expon dr?an la dignidad, los m?ritos y los servicios de la ciudad y pedir?an que les fuera concedida la misma facultad de las ciudades de Espa?a ?conferida
por las ordenanzas de milicias? para que de esa manera la ciudad de
M?xico pudiera hacer las ternas y proponer a los sujetos para las oficial?as de la milicia capitalina, aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 34, sesi?n de 7 de
junio de 1766.
73 Navarro Garc?a, 1968, i, p. 182. La declaraci?n hecha por Villalba sobre los "sujetos de conocida circunstancia" en su carta a Cruillas de 17 de diciembre de 1765 corrobora esta afirmaci?n. V?ase supra. Sin embargo, la reacci?n de Villalba a la reciente manifestaci?n de la ?lite capitalina en el cabildo abierto del 6 de junio de 1766 parecer?a indicar que su actitud hacia la nobleza de la capital hab?a cambiado. V?ase supra. Puede inferir se, pues, que el inspector general no le prest? mucha atenci?n a esta de mostraci?n y mantuvo la misma denigrante opini?n que antes ten?a de los nobles de la ciudad de M?xico. Otro factor que influy? en este nombra miento fue el v?nculo ?probablemente de amistad? que ya exist?a entre Villalba y Asso Otal. Cruillas hab?a comisionado a un oficial de artiller?a
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M?xico, al enterarse de este hecho el 21 de agosto de 1766, qued? hondamente consternado ya que, adem?s de que se hac?a caso omiso de su facultad para proponer candidatos para
las oficial?as, ese nombramiento abr?a las puertas al resenti miento de los criollos.74 ?Qui?n era Jos? de Asso y Otal y cu?les fueron las razones que ocasionaron tan profunda preocupaci?n en el ayuntamien to capitalino? Era natural de Arag?n y no estaba inscrito en el Libro de Nobleza de la ciudad de M?xico. No era, pues, "descendiente de conquistadores, pacificadores, ni poblado res" y, como tal, no estaba "reputado por de la nobleza del pa?s, ni los nobles del pa?s se han hermanado con ?l". Ade m?s, los ?ltimos empleos que hab?a ejercido en las Indias no le conced?an autos leg?timos de nobleza. Al recaer en su per sona el puesto de coronel, Asso y Otal ocupaba el cargo de administrador de las Rentais del Estado y Marquesado del valle de Oaxaca. Anteriormente hab?a sido encomendero de la ca
pital novohispana, puesto que era "un ministerio bajo de criado de labradores y servicial mec?nico". Estos empleos, apuntaba el ayuntamiento, debilitaban a?n m?s cualquier
posible alegaci?n de nobleza que Asso y Otal pudiera hacer.75 ?C?mo era posible, se preguntaba el cabildo, que se esco
para que se encargara de la fabricaci?n de p?lvora y mejorara su calidad, pero Villalba, usando el pretexto de que la p?lvora era mala y poca, deci di? intervenir personalmente en el asunto. El inspector general trat? de entregarle la f?brica de p?lvora a Asso y Otal para que la administrara, a lo que Cruillas se opuso. Sin embargo, como Asso y Otal no cumpli? con ciertas formalidades, am?n de que Cruillas sospechaba de su buena fe, el ramo de p?lvora qued? en administraci?n real. El virrey, al infor mar sobre este particular, acus? a Villalba de querer regalar la adminis traci?n del ramo a Asso y Otal, acusaci?n que si bien pudo estar influida por la rivalidad de Villalba y Cruillas, podr?a tener algo de cierto en vista del nombramiento de Asso y Otal como coronel de milicias. Vel?zquez, 1950, pp. 72-73. 74 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 52, sesi?n de 21 de agosto de 1766. El problema del conflicto social en la Nueva Espa?a causado por las dis tinciones entre criollos y peninsulares ha sido estudiado por McAlister, 1963, pp. 349-370. V?ase tambi?n Brading, 1973, pp. 396-399. 75 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 236-A, Jos? de Basante y Miguel de
Lugo al marqu?s de Croix, 21 de agosto de 1766.
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giera a un sujeto con tales credenciales si en la misma ciudad de M?xico hab?a personas sumamente capaces, con los t?tu los y honores que los calificaban para ejercer ese puesto? En tre los individuos que aspiraban a la plaza de coronel, el ayun
tamiento mencionaba al conde de Santiago, quien ostentaba el t?tulo de adelantado de Filipinas y era descendiente de con quistadores, pobladores y virreyes, y a don Diego Cano Mon tezuma, quinto nieto del emperador. Esta afrenta a la noble za criolla capitalina pod?a tener consecuencias funestas para el nuevo sistema defensivo, pues muchos nobles posiblemente no aceptar?an empleos en las milicias o, en caso de hacerlo por obediencia, ser?a "a su disgusto porque llevar?n a mal la subordinaci?n a uno no igual en nobleza y representaci?n ' '.
De no revocarse el nombramiento, se?alaba el cabildo, era posible que la organizaci?n de las milicias se retrasara, "pues a?n los milicianos han de llevar a mal la subordinaci?n a un sujeto que muchas veces lo tuvieron hermanado en su misma
humildad".76
El ayuntamiento envi? esta petici?n al marqu?s de Croix,77
quien, al leerla, inform? a los regidores comisionados para recibirlo que tomar?a las providencias necesarias para arre glar el asunto favorablemente a la ciudad. Croix escribi? a Villalba, orden?ndole que, a su ingreso a la capital, no pre sentara al regimiento de milicias provinciales, de manera que Asso y Otal no pudiera alegar tal hecho como acto de pose si?n y permanenciera en el cargo que acababa de asumir. El virrey tambi?n orden? a Villalba que no hiciera reconocer a Asso y Otal como coronel del regimiento y el 25 de agosto, acabando de llegar Croix a la capital, Asso y Otal fue rel? 76 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 236-A, Jos? de Basante y Miguel de
Lugo al marqu?s de Croix, 21 de agosto de 1766. 77 Don Carlos Francisco de Croix fue nombrado virrey de Nueva Es pa?a el 5 de noviembre de 1765 y desembarc? en Veracruz el 10 de julio de 1766. Navarro Garc?a, 1968, i, pp. 162, nota 1, 165. El cabildo tam bi?n le pidi? a Jos? de G?lvez, visitador general de Nueva Espa?a, que intercediera a su favor. G?lvez, sin embargo, no tom? partido en este asun to, limit?ndose a exhortar a los capitulares a que confiaran en que Croix,
una vez que tomara posesi?n del cargo, les har?a justicia. Navarro Gar c?a, 1968, i, p. 182.
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vado de su cargo.78 El nuevo coronel de esta unidad fue el conde de Santiago, quien ocup? dicho cargo al menos hasta 1778.79 Este incidente, sin embargo, no fue el ?nico que amenaz? restringir las facultades del ayuntamiento. El visitador gene rad de Nueva Espa?a, Jos? de G?lvez, remiti? al cabildo ca pitalino, el 31 de agosto de 1766, un billete cuyo contenido representaba otra intrusi?n en las prerrogativas del cuerpo
capitular. G?lvez comunicaba al cabildo que, en 1765, don Domingo Ignacio de Landiz?bal y don Juan Jos? de Eche berte hab?an prestado una considerable suma de dinero al monarca espa?ol. A cambio de este servicio, Carlos III les hab?a concedido merced de h?bitos de sus armas militares y 78 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 55, sesi?n de 23 de agosto de 1766;
Navarro Garc?a, 1968, i, p. 182. Entre los documentos consultados en contr? un escrito an?nimo que defiende a Asso y Otal de los ataques a su persona, uno de los cuales le achacaba, adem?s de los ya mencionados, ser desertor de la marina. Est? autor se?al? que Asso y Otal era "hijo dal go e infanz?n del reino de Arag?n", lo que dejaba constatada su cuna. Tambi?n dec?a que Asso y Otal hab?a sido gobernador y justicia mayor del estado y marquesado del valle de Oaxaca por doce a?os, empleo en el que hab?a gozado de todas las atribuciones concedidas a los duques de Terranova y Monteleone. Con base en esto, Asso y Otal pod?a, entre otras facultades, nombrar corregidores, alcaldes mayores, comisarios y otros em
pleos relativos al estado. Este escrito tambi?n afirmaba que Asso y Otal estaba sentado en la Hermandad de Ilustres, lo que probaba "acto positi vo de nobleza en M?xico" e indicaba, por ?ltimo, que Asso y Otal hab?a sido padrino de consagraci?n de ilustr?simos obispos. Este documento se encuentra en agnm, Indiferente de Guerra, vol. 236-A.
79 Archer, 1983, p. 275; Navarro Garc?a, 1968, i, p. 183. La opini?n de Villalba acerca de este noble explica, al menos en parte, el porqu? lo pas? por alto al considerar las personas que podr?an ocupar el cargo de coronel del Regimiento Provincial de M?xico. Dec?a Villalba que "el ex presado conde de Santiago, que por lo que los naturales respetan su casa ser?a a quien convendr?a nombrarle coronel, vive bajo tutela por su estu pidez que le tiene en incapacidad de poder gobernar su casa y familia' '. Villalba a Su Majestad (Carlos III), M?xico, 28 de agosto de 1766, Archi vo General de Indias, M?xico, 2475, citado en Navarro Garc?a, 1968, i, p. 183. Sin embargo, de ser cierto lo alegado por el inspector general, ?por qu? no seleccion? a otro miembro de la nobleza criolla capitalina para el puesto en vez de a Jos? de Asso y Otal? Me parece, m?s bien, que la afir maci?n de Villalba pone de manifiesto, el desprecio que sent?a por la no bleza de la capital virreinal.
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declarado capacitados para ser capitanes de milicias. El visi tador general se lo comunicaba al ayuntamiento para que ?ste
los incluyera ?en vista de sus distinguidas circunstancias y el hecho de estar calificados por el propio rey? en las pro puestas que se deb?an hacer al virrey para las oficial?as del regimiento de milicias de M?xico.80 Esta misiva, por inofensiva que pareciera, colocaba al ca bildo en una posici?n comprometedora. El cuerpo capitular estaba consciente de que las ?rdenes expedidas por el visita dor equival?an a mandatos emitidos por el propio soberano y para el ayuntamiento, "el m?s seguro camino para conse guir la satisfacci?n de haber servido a S.M. y atendido a la rep?blica es tomando regla de las ?rdenes e insinuaciones de V.E. " Por lo tanto, el cabildo deb?a satisfacer la solicitud del visitador, pero ten?a que considerar las representaciones que hab?a elevado ante el marqu?s de Cruillas, que esencialmente argumentaban "que hab?an de ser los naturales del pa?s e hijos de la tierra los que se propusieran" para las oficial?as milicianas. El
cabildo, pues, se encontraba ante una seria disyuntiva.81 Esta dif?cil situaci?n se resolvi? pocos d?as despu?s gracias a la intervenci?n del marqu?s de Croix. En la reuni?n del cabildo del 4 de septiembre de 1766 se ley? una nota del vi rrey que hac?a ?nfasis de la intenci?n de Croix de distinguir a la ciudad de M?xico en lo relativo a la formaci?n de mili cias. Muestra inequ?voca de ello fue su decisi?n de recoger la patente de coronel de don Jos? de Asso y Otal. Teniendo la ciudad prueba de su buena voluntad, no pod?a permitir ?continuaba Croix?, que dejaran de incluir paira las vacan tes de oficiales del Regimiento Provincial de M?xico a perso nas "en quienes sin la circunstancia de nacidos aqu? concu rran todas aquellas gue no desmerezcan la alternativa con la nobleza del pa?s". ?ste era el caso de los sujetos propuestos por G?lvez y la ciudad no deb?a ni pod?a tener reparos en propon?rselos, especialmente cuando Echeberte y Landiz? bal tan s?lo aspiraban, como buenos vasallos del rey, a servir a la patria. El cabildo, luego de una extensa deliberaci?n en 80 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 60, sesi?n de 31 de agosto de 1766. 81 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, f. 61v, sesi?n de 31 de agosto de 1766.
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la que cada regidor emiti? un voto particular sobre el asun to, acord? proponer a dichas personas para las capitan?as va cantes. Sin embargo, para mantener una consistencia con la posici?n expresada en sus representaciones anteriores y para proteger sus derechos, tambi?n acord? que se indemnizara a la ciudad de M?xico en la corte en Espa?a y para ello orde n? que se enviaran los testimonios necesarios al apoderado en Madrid, as? como una representaci?n que har?a el procu rador general.82 El problema de la proposici?n de candidatos para las ofi cial?as vacantes se resolvi? finalmente de manera favorable a la ciudad de M?xico. Mediante decreto de 30 de enero de 1768, Croix indicaba que, a pesar de que las reales instruc ciones del 1 de agosto de 1764 le conced?an la facultad de no minar y elegir a los oficiales milicianos, era su deseo "hacer de esta N.C. toda la distinci?n que merece su acreditado ce lo". El virrey, por lo tanto, acordaba otorgarle "por ahora la facultad de continuar en proponer tres sujetos para cada empleo de oficiales milicianos que sucesivamente vacaren en este regimiento", neg?ndole, no obstante, la posibilidad de intervenir en las proposiciones de los cuerpos veteranos.83 ?sta fue una de las pocas ?reas en que las ?lites locales pudie ron ejercer control en los asuntos militares que las afectaban y el cabildo de la ciudad de M?xico promovi?, con esa facul 82 aacm, Actas de Cabildo, t. 86, ff. 66-67, sesi?n de 4 de septiembre de
1766. Croix, sin embargo, estaba muy complacido por la renuencia del cabildo a someterse incondicionalmente a la petici?n de G?lvez, pues se sent?a "muy gustoso en que V.S. prefiera patricios de las condiciones que S.M. prescribe para los primeros empleos del regimiento", aacm, Milicias C?vicas, t. 3273, Croix al cabildo de la ciudad de M?xico, 3 de septiembre
de 1766.
83 aacm, Actas de Cabildo, t. 88, f. 33, sesi?n de 6 de febrero de 1768. Esta facultad del cabildo de la ciudad de M?xico fue confirmada posterior mente en una investigaci?n que realizara el brigadier F?lix Calleja sobre las relaciones entre el ej?rcito y los cabildos. Calleja determin?, muy a su pesar, que al ayuntamiento de la ciudad de M?xico le fue otorgado el per miso para proponer candidatos para las comisiones milicianas. Este pre cedente fue utilizado por el marqu?s de Branciforte para extender, a partir de 1795, los mismos privilegios a todas las ciudades y pueblos de la Nueva
Espa?a. Archer, 1983, p. 214.
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tad, los intereses de la nobleza capitalina. Como ejemplo de la autonom?a que esta prerrogativa concedi? a los gobernan tes de la ciudad, vale la pena examinar el caso de un peticio nario a las oficial?as vacantes del Regimiento Provincial de
M?xico, un tal don Luis L?pez de ?ngulo y Velasco.
Este individuo era teniente de infanter?a espa?ola y hab?a solicitado al virrey una de las cuatro plazas vacantes en el Regimiento Provincial de Am?rica. El marqu?s de Croix le contest? que acudiera a la ciudad de M?xico, y L?pez de ?n gulo, el 20 de noviembre de 1767, informaba al cabildo su disponibilidad para ocupar una de las oficial?as vacantes del Regimiento Provincial de M?xico. El ayuntamiento le inform? que en esos momentos no exist?an vacantes, pero que se le tendr?a en cuenta para las venideras.84 Dos semanas despu?s, L?pez de ?ngulo volvi? a escribir al ayuntamiento, quej?ndose de que don Juan Lucas Lasa ga, quien ten?a el encargo de listar y consultar las dos plazas de subtenientes que recientemente hab?an quedado abiertas, todav?a no hab?a resuelto sobre ese asunto. L?pez de ?ngulo aprovech? la ocasi?n para recordar a los capitulares que, al considerarlo para esos puestos, tuvieran presentes "as? sus m?ritos como las cortedades que tolera, que le aumentaban
cada d?a m?s".85
La votaci?n para cubrir los cargos se celebr? el 12 de fe brero de 1768, pero L?pez de ?ngulo no fue seleccionado. A fines de a?o escribi? una vez m?s al cabildo, solicitando que se le tuviera presente para una de las plazas de alf?rez que estaban por proveerse en el Regimiento Provincial de M? xico. El ayuntamiento acord? considerarlo, pero los resulta dos de la votaci?n, celebrada a principios de 1769, tampoco le favorecieron.86 No se sabe qu? razones frustraron los anhelos de L?pez de ?ngulo, pero varios datos permiten hacer ciertas inferencias 84 aacm, Actas de Cabildo, t. 87, f. 128v, sesi?n de 20 de noviembre
de 1768.
85 aacm, Actas de Cabildo, t. 87, f. 131, sesi?n de 7 de diciembre de 1767. 86 aacm, Actas de Cabildo, t. 88, f. 34v, sesi?n de 12 de febrero de 1768; aacm, Actas de Cabildo, t. 88, f. 126, sesi?n de 7 de noviembre de 1768; t.
89, f. 9, sesi?n de 11 de enero de 1768.
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sobre esta interrogante. En el cabildo del 8 de enero de 1768 se vieron cuatro solicitudes para las vacantes de subteniente; dos fueron seleccionadas por el ayuntamiento para ser pro puestas al virrey. Uno de los solicitantes, don Juan Jos? Pa lazuelos, natural de la ciudad de M?xico, apoyaba su pedido en los servicios que su t?o y su abuelo hab?an hecho a la ciu dad como regidores del cabildo. La otra persona escogida, don Jos? Mar?a de Villanueva Santa Cruz, aunque no hac?a constar su procedencia, tambi?n ped?a que se tuvieran en cuenta los m?ritos de sus abuelos y sus parientes.87 Palazue los, y probablemente Villanueva y Santa Cruz, pertenec?an a la ?lite criolla capitalina, factor que indudablemente pes? en su favor cuando el cabildo los nomin? para los cargos que solicitaban.88 Las probabilidades de L?pez de ?ngulo de ser nominado para estas vacantes, al no pertenecer a la nobleza de la ciudad de M?xico, eran limitad?simas.89 Estos casos ilustran el gran empe?o del cabildo de la ciu dad de M?xico por cuidar y proteger los intereses de la no bleza criolla de la capital. Si se comparan estas instancias con otras que tuvieron lugar en diversas partes del virreinato,90 87 Jos? de la Pe?a y Luis Verdugo y Santa Cruz, los otros dos peticio narios, posiblemente no fueron seleccionados debido a que el primero, a pesar de que su t?o y su t?o abuelo hab?an pertenecido al cabildo de la ciu dad de M?xico, era natural de Castilla, mientras que el segundo, aunque ostentaba el t?tulo de conde de la Moraleda, apoyaba su petici?n, entre otras consideraciones, en su extrema penuria, aacm, Actas de Cabildo, t. 88,
f. 14, sesi?n de 8 de enero de 1768. Diez a?os despu?s, en 1778, el t?tulo nobiliario de Verdugo y Santa Cruz era revocado a causa de su pobreza. Ladd, 1976, pp. 61, 205. Puede especularse que el ayuntamiento, estan do al tanto de la situaci?n, no deseaba comprometer su prestigio al nomi narlo para las oficial?as vacantes, aunque tambi?n cabe la posibilidad de que los regidores no votaran a su favor por alguna disputa personal. 88 aacm, Actas de Cabildo, t. 88, f. 14, sesi?n de 8 de enero de 1768; aacm, Actas de Cabildo, t. 89, f. 9, sesi?n de 11 de enero de 1769. 89 Puede hacerse esta inferencia sobre los antecedentes personales de L?pez de ?ngulo con base en lo que ?l indicara fuera su ocupaci?n previa, la de teniente de infanter?a espa?ola. V?ase supra. 90 En 1799, el puesto de coronel de la Infanter?a de Tlaxcala qued? va cante por la muerte del coronel y conde de Contramina. El cabildo de Tlax cala apoy? entonces la candidatura de su presidente, Lorenzo ?ngulo Guar damino, quien hab?a contribuido a la formaci?n del regimiento y, a pesar
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no queda duda de que los cabildos intentaron hacer frente, en cuanto les fue posible, a los ataques que la nueva estruc tura militar dirigi? en contra de su jurisdicci?n y autonom?a.
La importancia particular del cuerpo de gobierno de la ca pital novohispana radica en que fue el ?nico que goz? de la facultad de proponer candidatos para las oficial?as vacantes en las milicias durante los treinta a?os siguientes a la llegada de Villalba a Nueva Espa?a, prerrogativa que indudablemente debi? de haber fortalecido las aspiraciones de la ?lite criolla
de la ciudad de M?xico.
El marqu?s de croix, el cabildo y las milicias De las gestiones realizadas por el marqu?s de Croix en torno al establecimiento de las milicias provinciales, se desprende que el virrey vino a la Nueva Espa?a con mejor disposici?n que la de Villalba, lo que le permiti? establecer relaciones m?s armoniosas con el cabildo de la ciudad de M?xico. Conviene ahora, pues, hacer un breve examen de su actuaci?n en este terreno, as? como de la reacci?n del ayuntamiento a su con
ducta.
Carlos III, para evitar que ocurrieran los problemas que hab?an tenido Cruillas y Villalba, invisti? al marqu?s de Croix
con las atribuciones de virrey y de inspector general. Las ?rdenes que Croix trajo consigo le encargaban continuar
con la formaci?n de las milicias provinciales novohispanas, pero el virrey ven?a inclinado a utilizar, en este asunto, m? todos menos arbitrarios que los de Villalba. Las reales ?rde nes de mayo 10, 13 y 19 de 1766 estipulaban que Croix de b?a tomar las providencias necesarias para hacer respetar a la tropa sin que ?sta, a su vez, inquietara a los novohispa
de que s?lo ten?a ocho a?os de prestar servicio militar, los veinte signata rios del cabildo opinaban que mostraba la capacidad militar de un jefe del ej?rcito regular. Miguel Jos? de Azanza, virrey en aqu?l entonces, prefe r?a para dicho puesto a Francisco de Luna, marqu?s de Ciria, quien fuera un antiguo capit?n de la Infanter?a Provincial de M?xico. El virrey no pu do influir en el cabildo y, ante esta situaci?n, capitul? y nombr? a ?ngulo
Guardamino. Archer, 1983, p. 215.
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nos. El nuevo virrey deb?a informar sobre el estado de fuer zas que Cruillas hab?a enviado a principios de a?o, documento en el cual se hac?an reparos sobre las irregularidades con que Villalba se lo hab?a entregado. Esto, as? como las quejas que circulaban en la corte espa?ola sobre el comportamiento del inspector general y que debieron de haber llegado a los o?dos de Croix, llevaron a ?ste a formar un concepto muy poco lisonjero de Villalba, lo que influy? en sus actitudes en la
Nueva Espa?a.91
Existe, adem?s, una carta que un tal Basilio Gasc?n diri gi? a Croix ?una de tantas de tono similar que, supongo, recibi?? en la que le aconsejaba sobre la manera en que de
b?a proceder si deseaba alcanzar el ?xito en el levantamiento de la tropa miliciana. Este individuo, que hab?a tomado parte
en el levantamiento de las milicias en Cuba, dec?a que
... si se hubieran de establecer cuerpos verdaderamente pro vinciales, de gente avecinada en los pueblos o sus inmediacio nes al sorteo, como en Espa?a, con poca lisonja de ud. a sus cabildos, y dejarles satisfacer la parte de vanidad y ambici?n de que sepa por ud. el soberano, que la han servido en esto, esme rar?an su cuidado y empe?o al logro, con prontitud y equidad, vigilada ?sta, sin embargo, por oficiales que correspondan a esta
confianza de ud. . .
Gasc?n a?ad?a que ?l hab?a actuado as? en Cuba y que hab?a obtenido magn?ficos resultados, ya que en dos semanas ha b?a cumplido su encomienda. Este individuo esperaba, pues, que Croix siguiera su consejo y adoptara esta t?cnica en la
Nueva Espa?a.92
Al llegar a la capital, Croix revoc? el controvertido nom bramiento de Asso y Otal y, en septiembre de 1766, escribi? a don Juli?n Arriaga, ministro de Indias, que desde su llegada
a Nueva Espa?a hab?a recibido numerosas quejas sobre la formaci?n de milicias y hab?a intentado aminorar los agra
vios ocasionados. Un mes despu?s, el virrey le contaba a Arria 91 Navarro Garc?a, 1968, i, p. 185; Vel?zquez, 1950, p. 103. 92 agnm, Indiferente de Guerra, vol. 151, Basilio Gasc?n al marqu?s de
Croix, 20 de agosto de 1768.
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ga que la labor realizada por Villalba hab?a sido, en muchos casos, totalmente nula, porque alist? forzosamente a muchas personas, aun a aquellas con leg?timas excepciones, y no con sult? a los ayuntamientos, "que eran los que sab?an el genio y circunstancias del pa?s y conoc?an a los que ?tilmente pu dieran hacer el servicio,\93 No debe de extra?ar, pues, que Croix tuviera relaciones menos conflictivas con el ayuntamiento capitalino que Villalba.
Para fomentar lazos de cooperaci?n con el cuerpo concejil, Croix dio una gratificaci?n de 30 pesos mensuales al ayunta miento para subvenir el sostenimiento del Batall?n de Pardos de M?xico, del cual estaba a cargo del cabildo.94 Adem?s, el no haber encontrado pruebas de que el ayuntamiento se manifestara en contra de otras disposiciones del virrey (por ejemplo, el incremento de los efectivos del mencionado ba tall?n de cuatro a cinco compa??as o la negativa de Croix a licenciar a este cuerpo y al Regimiento Provincial de M? xico),95 puede ser una indicaci?n de que las relaciones entre ambas autoridades, en general, fueron satisfactorias. Sin embargo, es necesario se?alar que no siempre se man tuvo el cabildo en silencio ante las decisiones del virrey. Una manifestaci?n particularmente airada tuvo lugar en 1768 cuan
do Croix, buscando solucionar el problema del alojamiento de soldados en la capital, inform? al cabildo que, en vista de
que todas las casas que hab?an sido propuestas para alojar al reci?n llegado batall?n de Flandes eran "del todo in?tiles
y aun inhabitable alguna", era preciso destinar al colegio de San Ildenfonso como cuartel de la tropa. El virrey se propo 93 Navarro Garc?a, 1968, i, pp. 185-186. 94 Esta remuneraci?n era retroactiva a la fecha en que el cuerpo co menz? a prestar servicio, que fue a fines de 1765, y era pagadera por el tiempo que la unidad hubiera estado sobre las armas, aacm, Actas de Ca bildo, t. 91, f. 59, sesi?n de 1 de julio de 1771. 95 Al virrey se le orden? que licenciara a estas unidades a fines de ju nio de 1768, pero Croix rehus? complementar esta orden hasta enero de 1770. Sin embargo, con motivo de la crisis internacional de 1771, dichas unidades fueron puestas otra vez sobre las armas, aunque Bucareli, al arri bar a la capital a fines de 1771, procedi? a licenciarlas una vez m?s. Bobb,
1962, p. 88; Navarro Garc?a, 1968, i, pp. 315-316.
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n?a, adem?s, utilizar de igual manera todas las casas antes ocupadas por la Compa??a de Jes?s.96 El cuerpo capitular de la ciudad de M?xico hizo constar su oposici?n a esta medida argumentando que San Ildenfon so propiamente nunca fue colegio de los jesuitas y que deb?a conservarse como centro de ense?anza. En su esfuerzo por revocar la determinaci?n del virrey, el cabildo envi? varias representaciones a su apoderado en Espa?a y el asunto, al parecer, tuvo una soluci?n favorable a la ciudad de M?xico. El apoderado Crist?bal del Puerto y Gamasa inform? al cabil do, en carta de 21 de julio de 1769, que el rey hab?a dispuesto que no se llevara a cabo novedad alguna en las casas o cole gios de seculares cuya direcci?n hubiera estado a cargo de los regulares de la Compa??a de Jes?s.97 La buena disposici?n de Croix, a pesar de este incidente, fue importante para las relaciones armoniosas entre las auto ridades militares y el cabildo capitalino. El virrey se sinti? satisfecho de su labor en este terreno, pues en 1771, pr?ximo
a dejar su cargo, le indicaba a su sucesor, Antonio Mar?a Bu careli, que la nobleza novohispana era "de mucha lealtad al rey" y miraba "con gran veneraci?n y respeto al virrey". Croix a?ad?a que "eran llevados del agrado y estimaci?n, y de que se les oiga con benignidad, en lo que no tuve que ven cer mi genio", por lo que esperaba que Bucareli hiciera lo mismo, ya que ese era "el medio de atraerles a las empresas
que se le ofrezcan, y a que le amen".98 Sin embargo, no debe dejar de considerarse el papel que desempe?? la autoridad civil para llegar a ese estado de con cordia. El cabildo de la ciudad de M?xico, con el transcurso
del tiempo, entendi? que la estructura militar que Carlos III estableci? en la Nueva Espa?a ten?a ciertas ventajas. Al ejer cer el cargo de oficial miliciano, por ejemplo, una persona pod?a ampliar sus actividades, obtener reconocimiento p? 96 aacm, Actas de Cabildo, t. 88, f. 98, sesi?n de 3 de agosto de 1768; Ve
l?zquez, 1950, p. 109.
97 aacm, Actas de Cabildo, t. 89, f. 61, sesi?n de 27 de octubre de 1768;
Vel?zquez, 1950, p. 109.
98 Instrucci?n del virrey marqu?s de Croix que deja a su sucesor, Antonio Mar?a
Bucareli, 1960, cap. 6, p. 52.
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PEDRO SANTONI
blico, prestigio social y cierto poder, adem?s de que era una oportunidad de manifestar lealtad a la Corona. El cabildo, pues, debe de haber tomado conciencia de estos factores y de la importancia que ten?a el mantener buenas relaciones con el virrey si iba a utilizar la estructura militar como veh?culo
para impulsar los intereses de la ?lite criolla capitalina.99 El cabildo de la ciudad de M?xico, como en ocasiones an teriores, defendi? vigorosamente su autonom?a concejil y los derechos de los espa?oles americanos ante el intento de Car
los III de reconquistar las Indias a trav?s de ?entre otros medios? la implantaci?n de una nueva estructura militar. El ayuntamiento luch? contra Juan de Villalba y ?ngulo para tener una participaci?n activa en el establecimiento de las milicias provinciales, facultad que el marqu?s de Croix final mente le concedi?, y busc? preservar los privilegios de los crio llos capitalinos, expresando constantemente, sin embargo, su
lealtad a la Corona.
A largo plazo, la participaci?n del cabildo en la formaci?n de las milicias provinciales novohispanas tuvo consecuencias de gran importancia; la m?s significativa fue, quiz?, el acre centamiento e intensificaci?n del orgullo de ser criollo que se suscit? en el ayuntamiento. En mayo de 1771, al enterarse 99 A pesar de no contar con datos espec?ficos para la ciudad de M?xico, un estudio de David Brading parece confirmar que la nueva estructura militar proporcion? a los criollos una oportunidad de satisfacer sus aspira ciones sociales. Documentos oficiales fechados entre 1798 y 1800 indican que seis de los siete regimientos y un batall?n de la fuerza central del ej?r cito novohispano (no se incluyen las dispersas fuerzas del norte) estaban comandados por 268 oficiales cuyo rango iba desde alf?rez a capit?n. De ellos, 112 eran peninsulares, 28 eran americanos y 128 eran oriundos de M?xico. Pero los 12 coroneles y teniente coroneles, a excepci?n de uno, eran europeos. En el caso de las milicias provinciales, Brading se?ala que, a trav?s de la venta de oficios, los criollos lograron promociones y ascensos. En los diecis?is regimientos y tres batallones que las integraban, hab?a un total de 496 oficiales con rango entre alf?rez y capit?n. De ellos, 209 eran pe ninsulares y 287 eran criollos, o sea, una proporci?n de 40% a 60%. Sin embargo, los criollos ocupaban una mejor posici?n en estas unidades, pues hab?a por lo menos 14 coroneles y teniente coroneles de origen mexicano en comparaci?n con 19 peninsulares. Brading, 1973, pp. 404, 409-410.
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EL CABILDO DE LA CIUDAD
431
de un informe a Carlos III que dec?a que los criollos, por falta
de capacidad y honradez, no eran aptos para ejercer empleos de primer orden, el cabildo elev? una extensa representaci?n al monarca ib?rico en la que solicitaba el nombramiento de
espa?oles americanos para los puestos pol?ticos m?s
importantes.100 Uno de los argumentos esbozados para apo yar esta petici?n fue la cooperaci?n de la ciudad de M?xico con las autoridades militares para establecer el nuevo siste ma defensivo. La suma de las providencias adoptadas por la ciudad, se?alaba el cabildo, bastaban para que todo el mun do entendiera que "en los espa?oles americanos hay la mis ma nobleza de esp?ritu, la misma lealtad, el mismo amor a V.M., el mismo celo por el bien p?blico de que pueden glo riarse las m?s nobles, fieles, celosas y cultivadas naciones de la Europa, y que en graduar estas dotes nuestras en inferior lugar respecto de otros vasallos de V.M. se nos hace con la m?s reprehensible injusticia una indisimulable injuria".101 La formaci?n de las milicias provinciales en la capital novo hispana contribuy?, pues, a que continuara floreciendo en el cabildo de la ciudad el sentir de que los habitantes del rei no y de la ciudad no eran inferiores a los peninsulares y, ade m?s, a que apreciaran a?n m?s su car?cter de ser solamente
americanos.
SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico. AACM Archivo del Ayuntamiento de la Ciudad de M?xico. 100 Tanck Estrada, 1981, p. 51. La representaci?n se encuentra impre sa en Hern?ndez y D?valos, 1877, i, pp. 427-455, cubriendo las p?ginas 451 y 452 la participaci?n de la ciudad de M?xico en el establecimiento de la nueva estructura militar. Su autor probablemente fue Jos? Gonz?lez Casta?eda. Brading, 1980, p. 30; Tanck Estrada, 1981, p. 51. 101 Representaci?n que hizo la ciudad de M?xico al rey D. Carlos III en 1771 sobre que los criollos deben ser preferidos a los europeos en la distribuci?n de empleos
y beneficios de estos reinos, en Hern?ndez y D?valos, 1877, i, p. 452. Esta re presentaci?n ha sido analizada con mayor profundidad en Brading, 1980,
pp. 30-32; Korn, 1969, pp. 101-107; Miranda, 1978, pp. 178-180 y Tanck
Estrada, 1981, pp. 51-54.
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432 PEDRO SANTONI
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EL PENSAMIENTO ECON?MICO DE LUCAS ALAM?N Francisco CALDER?N
Universidad Panamericana
SUS ESTUDIOS DE ECONOM?A
Resulta muy cuestionable que Alam?n haya le?do a los grandes
economistas de su ?poca. Silva Herzog1 asegura que estudi? a Adam Smith, Malthus, Ricardo y Juan Bautista Say; sin embargo yo no he podido encontrar m?s menci?n del prime ro que las dos contenidas en una exposici?n ante el Congreso
en el a?o de 1824:
Dice Smith que es tal la absurda confianza que los m?s de los hombres tienen en su propia fortuna que donde encuentran la m?s peque?a probabilidad de futura ganancia, all? destinan sus caudales sin necesidad de m?s fomento.2
Sin hacer comentarios a la anterior cita, m?s adelante dijo: El c?lebre Smith dice que no hay mercader?a m?s dif?cil de con seguirse y costosa para trasladarse que la de un hombre desde su pa?s nativo a otro, por m?s que en el nuevo se le proporcio nen mayores recursos para vivir; y sea lo que fuere de esta opi ni?n, mi sentir con los autores m?s cl?sicos (?) y con lo que la raz?n y la naturaleza dictan, es que s?lo el provecho y la como didad atraer?n a los extranjeros.3
Quiz? tambi?n se trate de una alusi?n a Smith su condena al ego?smo econ?mico que siendo el principio fundament 2d de la sociedad moderna. . . no 1 Silva Herzog, 1974, p. 128. V?anse las explicaciones sobre referen cias al final de este art?culo. 2 Valad?s, 1938, p. 164. 3 Valad?s, 1938, p. 167.
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FRANCISCO CALDER?N
puede ser base de ninguna instituci?n pol?tica; que hombres que s?lo aspiran a gozar conforme a las doctrinas de la filosof?a de Epicuro, no pueden comprometer su opini?n en las deliberacio nes de una asamblea. . . por consiguiente esa sociedad debe caer, y caer tanto m?s prontamente cuanto que otros muchos que pretenden disfrutar los mismos goces y no quieren o no pueden aspirar a obtenerlos por medio de un trabajo honrado, los buscan
por medio de las revoluciones.
Sin embargo, este comentario parece m?s interesado en la mo
ral y en la pol?tica porque m?s tarde comentaba que en la Rep?blica Mexicana el lujo ha llegado a un punto antes des conocido y que todo lo que supone abundancia, como magn? ficas casas, coches, diversiones, comodidades de toda especie es mayor en M?xico que en otras ciudades de Europa y Am? rica en proporci?n de su poblaci?n, que en sus almacenes se ostentan las alhajas m?s costosas y los art?culos de lujo m?s refinado, mientras que las calles en que est?n construidos esos suntuosos palacios en que brillan tantos diamantes y seder?as, tienen un empedrado en que
apenas pueden rodar los soberbios carruajes con hermosos ca
ballos. . .
La conclusi?n que sac? de todo ?sto es que no basta que los particulares se enriquezcan, sino que el gobierno participe de la abundancia para poder cubrir sus gastos militares y admi nistrativos y el servicio de la deuda p?blica.4 Por lo que respecta a Say, no he encontrado en ninguna parte que Alam?n lo cite, pero efectivamente en algunas de sus frases se trasluce su confianza de que la producci?n in dustrial genera la demanda necesaria para que aqu?lla se ab sorba. Del pensamiento de Ricardo y Malthus no hizo Alam?n ni remotas alusiones. Mi impresi?n, no sustentada en datos, es que nunca ley? los originales de ninguno de estos autores, sino que los cono ci? de trasmano. Me fundo en que una persona de la inteli gencia de Alam?n hubiera dedicado mucho m?s tiempo al co 4 Alam?n, 1942, v, pp. 846, 848-851.
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PENSAMIENTO ECON?MICO DE ALAM?N
437
mentario de ambos, sobre todo de Smith, aunque fuera nada
m?s para contradecirlos. En cambio, es m?s probable, pero no seguro, que haya conocido las obras de Ust?riz, Bernardo de Ulloa y Jos? Cam pillo, de quienes s?lo dijo que ' 'hicieron conocer las fuentes de la prosperidad de las naciones" y en sus diversos escritos "derramaron mayor luz sobre estas importantes cuestiones".5
Igualmente se refiri? encomi?sticamente, pero de manera muy breve, al arreglo de la administraci?n de la Hacienda Real por el marqu?s de Ensenada, llam?ndole la atenci?n so bre todo el que hubiera proyectado una contribuci?n directa ?nica, que hubiera puesto en administraci?n las rentas que a?n quedaban en arrendamiento y que hubiera establecido los llamados "buques de registro", que se despachaban en tre una flota y otra y "que fueron el preludio del comercio libre".6 De Campomanes y Jovellanos opin? que "esparcie ron grande luz sobre los puntos m?s importantes de la eco nom?a pol?tica.7 No es leg?timo suponer que Alam?n parti? de una tabla rasa en conocimientos econ?micos en su carrera de pol?tico empe?ado en el fomento de la industria, pero indudablemente
su saber en este campo era muy limitado y fragmentario. En varias ocasiones habl? despectivamente de los econo mistas: en 1823, por ejemplo, dijo que "es un principio asen tado entre los economistas que el fomento m?s directo que puede proporcionarse a la agricultura y a la industria es faci litar el consumo de sus frutos y la venta de sus artefactos" y despu?s agreg? que s?lo pueden "contestar estas verdades algunos esp?ritus preocupados con tas paradojas de los eco nomistas sistem?ticos.8
Al a?o siguiente afirma que "las minas son la fuente de la verdadera riqueza de esta naci?n y todo cuanto han dicho contra este principio algunos economistas especulativos ha sido
victoriosamente rebatido por la experiencia.9
5 Alam?n, 1942a, in, p. 220. 6 Alam?n, 1942a, m, pp. 226-227. 7 Alam?n, 1942a, m, p. 296. 8 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1823, p. 92. 9 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1824, p. 149.
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FRANCISCO CALDER?N
El fomento a la miner?a Don Lucas empez? su carrera pol?tica sin bagaje apreciable de teor?as econ?micas y en los primeros a?os de ?sta toda su preocupaci?n consisti? en el fomento a la miner?a. En las Cor
tes de Madrid dijo que
se ha llamado la atenci?n. . . sobre la necesidad de fomentar la
agricultura y el comercio. . . pero se ha olvidado acaso que la fuente de riqueza del comercio y la agricultura en Nueva Espa ?a son las minas. . . sin ellas no tendremos nada; no tendremos comercio, porque no habr? con qu? comprar los efectos de la tierra; ni agricultura porque no habr? con qu? soportar los gastos
de sus operaciones.10
Por ello propuso con ?xito la abolici?n de los derechos llama
dos del quinto y del de se?oreaje, que significaban 10% y 1 % respectivamente de la producci?n bruta para que fue ran sustituidos por una contribuci?n directa de 18% sobre las utilidades l?quidas que produjeran las minas, y en el mis mo recinto parlamentario agreg? despu?s que "las minas pro ducen con respecto a ?stas (agricultura e industria) el mismo efecto que las grandes poblaciones, facilitando los consumos de la primera y excitando la actividad de la segunda."11
Valad?s saca de estas citas la peregrina idea de que don
Lucas era en sus principios un mercantilista, olvid?ndose que nunca sostuvo que la riqueza consistiera en la acumulaci?n de metales preciosos, ni en el tener una balanza comercial favorable, sino que consideraba que la riqueza p?blica aumen tar?a con el auge de las minas por * 'el gran n?mero de brazos
que ocupan, las bestias que emplean. . . el consumo que con este motivo se hace de semillas, as? como de sebo, papel, fie rro, etc. (que) dan un impulso poderoso a la agricultura, a
las artes y al comercio."
Estas ideas no fueron nada m?s de la primera ?poca de Ala m?n, sino que las conserv? toda la vida, pues en 1846 segu?a diciendo que "el influjo de la miner?a sobre la agricultura con 10 Valad?s, 1938, p. 97. 11 Valad?s, 1938, p. 119.
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PENSAMIENTO ECON?MICO DE ALAM?N 439 siste principalmente en proporcionar los consumos de los frutos
de ?sta."12
La HACIENDA P?BLICA
Alam?n, que vio desintegrarse el gobierno virreinal y despu?s,
uno tras otro, los primeros gobiernos del M?xico indepen diente, ya fueran Imperio, Rep?blica Central o Rep?blica Federal, quiere un gobierno fuerte ya que "no puede existir uno. . . sin recursos para pagar sus gastos; los interess de la deuda exterior no pueden desentenderse, mucho menos des pu?s de haber celebrado un convenio con los acreedores. . . ; es preciso tratar de cancelar esta deuda, que es un c?ncer que consume lentamente los recursos de la Rep?blica y es indis pensable que ?sta cuente con una fuerza armada que la de fienda y haga respetar."13 LAS INVERSIONES EXTRANJERAS
Para que el gobierno fuera fuerte, el pa?s deb?a contar con una econom?a sana, que s?lo pod?a basarse en la rehabilita ci?n de la miner?a; sin embargo, para desaguar las minas se necesitaban muy considerables capitales, de los que carec?an los arruinados mineros mexicanos y por ello consider? indis
pensable la atracci?n de capital extranjero. Don Lucas ha
pasado a la historia como el primer pol?tico que introdujo a M?xico el capital extranjero y, por tanto, se le atribuye una gran simpat?a por ?l. En realidad, siendo el peligro nortea mericano la obsesi?n de Alam?n, acepta la inversi?n extranjera
con grandes limitaciones. En alg?n momento la compara con los mismos apaches, indios b?rbaros del norte. Alam?n razonaba que siendo M?
xico un pa?s cuyo territorio hab?a sido considerablemente cer
cenado, y corr?a el riesgo de ser nuevamente invadido, era 12 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1845, p. 230.
13 Alam?n, 1942, v, p. 852.
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FRANCISCO CALDER?N
cuesti?n de vida o muerte prevenirse con todo g?nero de me dios "so pena de ser el objeto de las maldiciones de las gene raciones futuras", y luego agregaba que "cualquier clase de invasores, sean empresarios o b?rbaros, que s?lo traten de saquear y retirarse, pondr?n en movimiento los elementos muy
peligrosos que el pa?s encierra", por lo que "los actuales po seedores ver?n arrebatar de sus manos sus propiedades."14 A pesar de que don Lucas ve a los inversionistas extranje ros con las plumas y armas de los apaches, reconoce que de su ingreso al pa?s pueden derivarse indudables ventajas y cri tica las restricciones que les pusieron para la adquisici?n de bienes ra?ces en el centro poblado del pa?s y las que intenta ron impon?rseles a su ingreso en el comercio al menudeo y en el ejercicio de las artes mec?nicas. Sin embargo, encon traba que los ingleses, alemanes y norteamericanos entraban al pa?s a enriquecerse para despu?s retirarse sin dejar nada; que mientras viv?an en M?xico hallaban grandes ventajas en conservar su car?cter de extranjeros y ten?an un tratamiento
privilegiado de parte de las autoridades. Contando con la pro tecci?n de sus ministros suelen ser demasiado exigentes e importunos, abrumando al go bierno con reglamentos no pocas veces injustos; mientras que los mexicanos, desalentados por esta preferencia, se desaniman de emprender, o lo hacen poniendo sus empresas bajo el nombre
de aqu?llos.
De esta manera, los extranjeros que contaban con m?s re cursos y experiencia eran due?os del comercio al mayoreo y al menudeo, quedando los pocos mexicanos en estos giros reducidos a la clase de empleados o abogados.15 Es cierto que Alam?n propuso y obtuvo que se extendiera la libertad de comerciar en el interior del pa?s a los extranje ros, pero las razones que dio al Congreso fueron que ya los estados de la Federaci?n hab?an hecho leyes sobre el particular prohibi?ndola unos y poni?ndole m?s o menos restricciones 14 Alam?n, 1942, v, pp. 852-853. 15 Alam?n, 1942, v, pp. 813-815.
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PENSAMIENTO ECON?MICO DE ALAM?N
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los otros, adem?s de que las potencias amigas interesadas en el comercio con M?xico protestaban frecuentemente por la ausencia de un m?todo general.16 Igualmente, cuando obtuvo del Congreso el que se permi tiese el libre financiamiento de la miner?a tanto por ciudada nos nacionales como extranjeros, explic? que la habilitaci?n de las minas urg?a porque los capitalistas mexicanos, o no ten?an recursos, o no ten?an confianza en la situaci?n turbu lenta del pa?s. La inversi?n solamente la pod?an hacer los extranjeros, a los cuales hab?a que darles la facilidad de par ticipar en la propiedad de las empresas mexicanas. No valdr?a la pena imponerles restricciones, porque para frustrar ?stas los extranjeros emplear?an estafermos, lo cual ser?a peor, porque la remuneraci?n del estafermo recaer?a sobre la empresa aviada.
La libertad de habilitaci?n o financiamiento no significaba m?s que ceder parte de la propiedad al prestamista extranjero,
nunca la totalidad de ella, y eso s?lo en el caso contingente de que la empresa no pudiera cubrir el servicio de su deuda. Pero el proyecto alamanista no les conced?a facultad a los aviadores extranjeros de denunciar minas^iesamparadas, ni de registrar nuevas, sino s?lo la de adquirir lina parte de la
propiedad de las minas que necesitaban de av?o. Ipor otra parte,
la libertad de financiamiento extranjero se otorgaba ?nica mente por el t?rmino de diez a?os en que quedar?an suspen didas las leyes respectivas de las Recopilaciones de Castilla y de Indias.17 -Puede concluirse que Alam?n aceptaba el capital extran jero s?lo cuando las inversiones nacionales eran insuficientes y eso nada m?s en la parte central poblada del pa?s y de ma nera minoritaria y transitoria. r
La colonizaci?n El fomento a la colonizaci?n fue otra de las preocupaciones de don Lucas, sobre todo en su juventud. Estaba impresio 16 Alam?n, 1945-1947, v, Memoria de Relaciones, 1831, p. 373.
17 Valad?s, 1938, pp. 163-173.
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FRANCISCO CALDER?N
nado y hubiera querido imitar en las Californias y en otras regiones del norte la transformaci?n casi m?gica que ofrecen los terrenos de esta clase (bald?os) de algunos de los estados nuevos de la Uni?n del Norte de nuestro continente, donde desiertos expuestos con tinuamente a las invasiones de los b?rbaros, se han visto en pocos a?os presentar el aspecto de provincias pobladas y flore cientes. . ,18
Sin embargo, la colonizaci?n y la distribuci?n de terrenos bal
d?os a los colonos requer?a de una cuidadosa reglamentaci?n por la infiltraci?n constante, casi siempre ilegal, de inmigrantes
norteamericanos que amenazaban la soberan?a mexicana en aquellas regiones. Era casi imposible movilizar gran n?mero de colonos mexicanos por la debilidad demogr?fica del pa?s, y traer colonos de Europa implicaba hacer gastos de promo ci?n muy por arriba de las posibilidades del erario, am?n de que previamente habr?a que regularizar la distribuci?n de las propiedades agrarias. Estas razones impidieron que Alam?n pudiera "fomentar e impulsar la inmigraci?n extranjera mezcl?ndola y uni?n
dola con la poblaci?n mexicana". La colonizaci?n deseada
por ?l y por todos los hombres progresistas de su tiempo no lleg? jam?s; s?lo lleg? la indeseable de los anglosajones que no pudo ser parada no obstante las medidas restrictivas que
hizo decretar don Lucas.
La AGRICULTURA
Cerrado el camino de la colonizaci?n, Alam?n busc? la pro moci?n de la agricultura en la parte poblada del pa?s, pero esta actividad "m?s que ninguna otra cosa necesita de tiem pos tranquilos y seguros para prosperar, porque todas sus ope
raciones, siendo lentas, s?lo pueden emprenderse cuando hay la confianza necesaria para aventurar en ellas capitales". Ade 18 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1823, pp. 102-103.
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PENSAMIENTO ECON?MICO DE ALAM?N
443
m?s de la confianza era necesario el financiamiento a r?ditos moderados como el que hab?an proporcionado hasta poco tiem po atr?s varias corporaciones eclesi?sticas "cuyos fondos pu dieran considerarse como otros tantos bancos establecidos en beneficio de los labradores."19
Al ir disminuyendo esta fuente de cr?dito por las circuns tancias adversas a que se fue enfrentando la Iglesia a partir de entonces, el gobierno deb?a suplirla en su actividad pro mocional; pero la agricultura no pod?a prosperar basada en el mercado interno por la escasa poblaci?n del pa?s, ni en la exportaci?n, por la carencia de caminos y canales y la gran distancia a que se hallaban las regiones productoras de las
costas. De esta manera
... la agricultura no puede florecer, ni salir del estado deca dente en que se halla, no por falta de frutos, sino por la dema siada abundancia de ellos. . . mientras la variedad de ?stos, o el consumo que de ellos haga la industria, proporcione al labrador
otros arbitrios de utilizar sus tierras.20
Era pues necesario diversificar la agricultura y para ello era menester que el gobierno gastara dinero para importar nue vas variedades de ?rboles y plantas y animales de alto rendi miento, as? como para establecer una escuela de agricultura que ense?ara las t?cnicas de cultivo y cr?a de las nuevas es pecies e hiciera salir de las pr?cticas rutinarias al laboreo de
las conocidas.
Para apoyar su proyecto, Alam?n cit? las proposiciones que fray Juan de Zum?rraga, primer obispo-arzobispo de M?xico,
hizo a Carlos V en el mismo sentido, concluyendo:
Es ciertamente un hecho curioso que al cabo de trescientos a?os,
vayamos a buscar la prosperidad de nuestra patria en los mis mos elementos en que la hicieron consistir, en la ?poca de la con quista, los que entonces atendieron al bien del pa?s. . . Aqu? tiene (el gobierno) presentados desde principios del si glo xvi los verdaderos fundamentos en que estriba la felicidad 19 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1829, pp. 203-204. 20 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, p. 17.
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del pa?s, y esto no por profundos economistas, sino por la sana raz?n de un hombre virtuoso. . . sin las frases que ha introdu cido el dogmatismo moderno. . .
Acto seguido, en contra de las corrientes liberales en boga, don Lucas enfatiz? la necesidad de que el gobierno hiciera gastos para la promoci?n econ?mica, los cuales ser?an "en breve ampliamente retribuidos, porque como dice aquel va r?n apost?lico, es menester sembrar para cosechar.21 Como es natural, la introducci?n de nuevos productos de b?a alentarse tambi?n con exenciones fiscales. Desde 1823 Alam?n hab?a obtenido que se eximiera de pago de alcaba las, diezmos, primicias y cualquier otro derecho a los nuevos plant?os de caf?, cacao, vi?as, olivos y moreras; 20 a?os des pu?s segu?a insistiendo en esas exenciones, que para ser efec tivas deb?an darse por tiempo prolongado, y adem?s ped?a que se hiciera alguna baja en la contribuci?n directa a los labradores por cada 100 plantas que presentaran en estado
de producci?n.
Las gracias que arriba se pretenden. . . no parecer?n excesivas si se atiende a los grandes gastos que requieren las empresas de esta clase y al mucho tiempo que se tienen que conservar im productivas las tierras. . ,22
P?ginas despu?s se ver? la acci?n de Alam?n para proveer de cr?dito a la agricultura. Preferencias arancelarias y no arancelarias Desde los principios de su carrera don Lucas descubri? la uti lidad de conceder preferencias arancelarias para fomentar y dirigir el comercio y, sobre todo, para alcanzar metas pol?ti cas. Est? dispuesto a concederle a Inglaterra, si reconociese la independencia de M?xico, "la prohibici?n de los pabello 21 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp.
19-21.
22 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, p. 25.
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nes de las naciones que no lo hubiesen hecho, y esto forma r?a una especie de privilegio que nada tendr?a de ofensivo, pues que estar?a al arbitrio de las dem?s entrar a disfrutar de las ventajas que nuestro comercio pudiera ofrecerles, en el momento que admitiesen aquella condici?n."23 Excepto en este caso, la pol?tica alamanista de preferen cias se dirigi? siempre en favor de los pa?ses de lengua espa ?ola, pues don Lucas consider? siempre una tragedia el que la independencia hubiera fragmentado a Hispanoam?rica y hubiera roto los lazos comerciales especiales con Espa?a. As?, a?n estando todav?a en 1830, t?cnicamente en guerra con Es pa?a y ocupando sus fuerzas el castillo de San Juan de Ul?a, Alam?n da instrucciones a los plenipotenciarios mexicanos que negocian con Inglaterra un tratado comercial, que reserven
el derecho para M?xico de otorgar preferencias arancelarias a Espa?a, una vez que este pa?s reconozca la independencia.24
Mucho antes, en 1823, ya Alam?n hab?a propuesto a Es pa?a la celebraci?n de un tratado provisional de paz, que
inclu?a entre sus cl?usulas que las producciones naturales o industriales de los dos pa?ses, conducidas en barcos de ambos pabellones, gozaran de una tercera parte de rebaja del aran cel que se cobrara a las dem?s potencias extranjeras.25 En diciembre de 1823 Alam?n firm? el Tratado de Uni?n, Liga y Confederaci?n Perpetua entre M?xico y Colombia que el ?ltimo d?a de ese a?o fue perfeccionado por una cl?usula que establec?a que los productos de uno y otro pa?s introdu cidos en buques indistintamente colombianos y mexicanos go zar?an de rebajas arancelarias equivalentes. Como el art?culo
XIII del tratado abr?a la puerta a los dem?s Estados de la Am?rica, antes espa?ola, para entrar en el pacto de uni?n, la
modificaci?n significaba de hecho el proponer el establecimiento,
si no de una asociaci?n de libre comercio hispanoamericana, s? cuando menos de una zona de comercio preferencial.26 El embajador norteamericano Poinsett exigi? que los Es 23 24 25 26
Alam?n, 1945-1947, i, Diplomacia Mexicana, pp. 575-576. Alam?n, 1945-1947, i, Archivo de Relaciones, p. 479. Alam?n, 1945-1947, i, Diplomacia Mexicana, p. 549. Alam?n, 1945-1947, i, Diplomacia Mexicana, pp. 537-545.
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tados Unidos obtuviesen el mismo trato que el otorgado a las rep?blicas de origen hisp?nico. Alam?n se opuso, seg?n Vas concelos, alegando la diferencia de circunstancias, nuestra comunidad de origen y solidaridad anterior a la independen cia. Finalmente sali? Alam?n del gobierno y el tratado no fue ratificado. Vasconcelos con su acostumbrada pasi?n comenta
este hecho:
El plan genial de Alam?n de sustituir con una serie de pactos aduaneros, la federaci?n que hab?a fracasado en Panam?, qued? deshecho. Y qued? constituido desde entonces el panamerica nismo como un obst?culo para la integraci?n del hispanoame ricanismo.27
M?s de veinte a?os despu?s Alam?n se enter? del ?xito del Zollverein alem?n y coment? melanc?licamente: ... en el norte de la Alemania, donde tantos soberanos inde pendientes que cada uno ten?a aduanas y derechos establecidos en la frontera de sus respectivos dominios. . . se convinieron en quitar todas esas trabas, no dejando m?s aduanas que las de en trada a los pa?ses as? unidos, ni m?s derechos que los que en ella se cobran y que se reparten en la proporci?n de lo que antes
cada uno percib?a, quedando el giro interior enteramente expe dito, de lo que han obtenido ya grandes bienes los Estados que han entrado en la liga. . ,28
Mercado interno Ya para entonces, abandonado el empe?o hispanoamericanis ta, Alam?n se conformaba con que dentro de la Rep?blica Mexicana se eliminasen las alcabalas y las aduanas internas, pero a?n en esto ten?a que reconocer que mientras estos im puestos no pudieran substituirse con otros ingresos de las ren
tas p?blicas, no pod?a pensarse sino en remediar los inconve nientes mayores que de ellos se originaban. Sacar al gobierno 27 Vasconcelos, 1944, p. 401. 28 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1844, pp.
145-146.
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de la bancarrota era lo m?s urgente y ten?a prioridad sobre lo m?s importante, que era reactivar la econom?a nacional. Aun eliminando las alcabalas, el mercado interno era su mamente reducido, o mejor dicho, no era sino la suma de ?nfimos mercados regionales, pr?cticamente aut?rquicos, por
que estaban separados por enormes distancias, alt?simas sie rras y barrancos, desiertos inh?spitos y, sobre todo, por la ausencia total de r?os navegables, canales y caminos que per mitieran en todo tiempo el paso de carretas. Alam?n se daba cuenta de esto y escrib?a: En el estado actual de los caminos un estado puede padecer to das las miserias del hambre, cuando en otros se goce de la ma yor abundancia pues la carest?a de los fletes impide el transpor te de los frutos. Muchos de ?stos, que se podr?an exportar con ventaja, resultan a tal precio puestos en nuestras costas, que no pueden competir ni aun en ellas mismas, con los que se conducen
por medios m?s econ?micos de largas distancias de los pa?ses extranjeros.29
El gobierno no contaba con recursos para mejorar los cami nos ni siquiera cobrando peajes, por eso a don Lucas se le ocurri?, obviamente sin ?xito, entregarlos en concesi?n a empresas extranjeras. En 1830, seis a?os despu?s de haber escrito las anteriores l?neas, Alam?n hab?a ya perdido las esperanzas de mejorar las v?as de comunicaci?n, no ya con caminos de fierro como en otras naciones, pero ni aun con ca
minos ordinarios, por lo que crey? "que ser?a acaso de un resultado m?s inmediato y menos costoso, el fomentar la cr?a
de bestias de carga" y para las regiones ?ridas pidi? un buen n?mero de camellos.30
Necesidad de la industrializaci?n A pesar de que ajuicio de Alam?n el gobierno deb?a renun ciar a la tarea que le era propia de mejorar los caminos, sos 29 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1824, pp. 151-152. 30 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1830, p. 280.
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tuvo al mismo tiempo que le era m?s f?cil y m?s econ?mico fomentar la industrializaci?n del pa?s. Justificaba su convicci?n
argumentando que se debe
. . . procurar el establecimiento de aquellas (f?bricas) que pro ducen los art?culos de un consumo m?s general y que son tam bi?n las m?s f?ciles de plantear: un pueblo debe tener a la mira no depender de otro para nada de lo que le es indispensable para subsistir. . .31
En 1844 cuando ya se hab?an establecido varias exitosas in dustrias, Alam?n dijo que no hab?a duda que hab?a que con siderar a la protecci?n y fomento de la industria, que daba impulso y movimiento a todas las dem?s ramas de la actividad
"como un deber y una necesidad nacional", ya que
... la Rep?blica para ser rica y feliz, necesita ser fabricante, y que no si?ndolo, su agricultura quedar? reducida a la langui dez y a la miseria, a fuerza de abundancia, y los tesoros arran cados de las entra?as de la tierra, pasando inmediatamente de las minas. . . a los puertos en que se embarcan, s?lo servir?n para demostrar, con este r?pido e improductivo tr?nsito, que la riqueza no es de los pueblos a quienes la naturaleza conce di?. . . los metales preciosos sino de los que por su industria saben utilizar ?stos y multiplicar sus valores. . ,32
Sin embargo, no siendo las manufacturas nacionales com petitivas con las europeas, necesitaban que un arancel pro tector "bien combinado" las pusiera en "justo equilibrio" con ellas y que se otorgara exenci?n de derechos a la impor tanci?n de maquinaria.33 LAS PROHIBICIONES DE IMPORTAR
El proteccionismo de Alam?n no era indiscriminado, sino que depend?a del tipo de art?culo, del adelanto de la producci?n 31 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1829, p. 206. 32 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1844, pp.
131-132.
33 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1823, p. 100.
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nacional y de las consecuencias de la protecci?n sobre los costos
de otras actividades y el nivel de precios general. Respecto a las prohibiciones de importar opinaba lo siguiente: Si la prohibici?n de algunos art?culos es perjudicial a la industria,
el abuso en la introducci?n de otros que est?n y deben estar prohibidos le es enteramente mortal. En esto puede decirse que consiste el fomento de este ramo: en prohibir con conocimiento, restringir con oportunidad y permitir con acierto; pero una vez
hecha la prohibici?n es menester cuidar que se cumpla. . .34
El primer criterio para "prohibir con conocimiento" consis t?a en no hacerlo, ni directa ni indirectamente, esto es recar
gando con derechos aduanales excesivos, las importaciones de mercanc?as que aunque se produc?an en el pa?s, no eran la cantidad que requer?a el consumo; porque estas prohibi ciones no beneficiaban a la industria nacional y perjudicaban al p?blico consumidor al dejar desabastecido el mercado.35 Si era desaconsejable la prohibici?n cuando hab?a produc ci?n nacional insuficiente, con mayor raz?n lo era cuando no hab?a producci?n nacional alguna porque "el sistema pura mente prohibitivo no es el que hace florecer las f?bricas por s? solo; se necesitan otros elementos tales como abundante po
blaci?n, capitales y m?quinas adecuadas.36 El investigador norteamericano Robert Potash ha hecho notar con raz?n que estos argumentos contra las prohibicio nes coincid?an en lo substancial con los esgrimidos por los li berales como el doctor Jos? Mar?a Luis Mora; sin embargo, mientras ?ste sosten?a que la naturaleza hab?a predestinado a M?xico para ser fundamentalmente agr?cola y minero, Ala
m?n cre?a que la prosperidad e independencia del pa?s de pend?a de su industrializaci?n.37 Parad?jicamente, Alam?n que consideraba perjudiciales las prohibiciones de importaciones para hacer nacer la industria 34 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1844, pp.
157-158.
35 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1845, p. 260.
36 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1829, pp. 205-206.
37 Potash, 1959, pp. 72-73.
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de s?lo el precio exorbitante que tomaran sus productos, acep taba que se hiciese efectiva la prohibici?n, que ser?a "no s?lo conveniente sino aun indispensable", tan luego como las f? bricas mexicanas estuvieran establecidas y en plena produc ci?n.38 Cuando menos hay que reconocer que Alam?n se dio cuenta que la protecci?n infinita que es la prohibici?n no de b?a constre?irse al periodo infantil de la industria, sino que perpetuaba su ineficiencia y falta de competitividad y deb?a ser mantenida indefinidamente. Las ideas alamanistas fueron duramente atacadas tanto por los liberales que no aceptaban la perpetuaci?n de las prohibi ciones, como por los artesanos, sobre todo los poblanos, que estaban condenados a desaparecer si se eliminaban las pro hibiciones y se permit?a la importaci?n de g?neros extranje ros, por mucho que se gravaran por aranceles protectores. Alam?n en realidad no deseaba sostener los talleres arte
sanales tradicionales que trabajaban a base de s?lo habilidad manual, sino que quer?a sustituirlos por f?bricas modernas y mecanizadas que produjeran en grande escala y a precios moderados los art?culos que consum?an los sectores m?s pobres
de la poblaci?n.39
La pol?tica proteccionista Para establecer las ansiadas f?bricas era preciso contar con una pol?tica selectiva. Hab?a que impulsar primero aquellos ramos de mayor importancia, por producir art?culos de con sumo generalizado, y que pudieran ser adem?s de m?s f?cil fomento. Los que parec?an reunir estas circunstancias eran los tejidos ordinarios de algod?n, lana y lino a los que agreg? despu?s la producci?n de seda y cera.40 El aliento a la industria s?lo pod?a consistir en la protec ci?n arancelaria y aun en las prohibiciones, una vez que las 38 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1831, p. 371.
39 Potash, 1959, pp. 73-74. 40 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1829y 1830, pp. 206,
276.
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f?bricas estuvieran establecidas y fueran suficientes para surtir
el mercado nacional. Se hab?a tenido ya una mala experiencia con la libertad de comercio: una vez consumada la indepen dencia se decret? en 1822 un arancel por el cual las mercan c?as de todas las naciones hab?an de pagar un solo derecho de 25 % ad valorem y s?lo se prohibi? la importanci?n de taba
co, algod?n en rama, cera labrada y algunos otros peque?os renglones, pero se permiti? la importaci?n de toda clase de hilados y tejidos y de toda clase de comestibles, incluso la harina y el az?car. Seg?n Alam?n, este arancel, procedente "de las opiniones que en aquella ?poca dominaban favora bles al sistema de la libertad ilimitada", provoc? que en cin co a?os no quedara en movimiento en el pa?s "un solo telar de tejidos ordinarios de algod?n y (que) ciudades tan ricas por su industria, como Puebla (y) Quer?taro quedaran redu cidas a la miseria".41
Para que la protecci?n fuera ben?fica era necesario que la tarifa de aduanas correspondiera al grado de desarrollo de la industria, para que "sin que el consumidor sufra por lo de masido subido de los precios, los derechos sean tales, que las f?bricas nacionales puedan competir con los productos de las extranjeras.42 o, puesto de otra manera: ... la ley por principio general, debe gravar un efecto extran jero cuya baratura est? perjudicando a la producci?n del pa?s, impidiendo que ?sta tenga expendio lucrativo; pero (es) indebi do el aumento de los derechos, cuando esa misma producci?n se est? vendiendo a mayor precio, en concurrencia con el efecto
extranjero.43
Adem?s del talento extraordinario para poder ejercer las ar tes de equilibrista y de hermeneuta de textos sibilinos como los mencionados, que necesariamente requiere cualquier auto ridad que intente instrumentar una pol?tica proteccionista, es preciso tomar algunas precauciones. Alam?n pensaba que 41 Alam?n, 1942, v, pp. 391-393. 42 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1830, p. 282. 43 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1845, p. 262.
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los instrumentos para conseguir y acelerar el progreso deb?an
tener una aplicaci?n continua. Por ello era sumamente per judicial para la industria la frecuente variaci?n de las tarifas y los reglamentos de aduanas porque los industriales no te n?an seguridad alguna para invertir y calcular sus costos, cuan
do de un a?o al otro un art?culo, cuya importaci?n estaba prohibida, pasaba a ser de entrada libre o de tener un grava men muy alto se le reduc?a a la mitad; esto le hac?a decir a
don Lucas que "un sistema por malo que sea, con tal que se siga constantemente, es menos perjudicial que estas fre cuentes variaciones.44 Otras pol?ticas de fomento
La oposici?n al industrialismo proteccionista de parte de los pol?ticos liberales y los artesanos prohibicionistas hizo que Ala
m?n concibiera en 1831 la idea de agrupar a los industriales.
?l, que hab?a luchado por la supresi?n de los consulados o corporaciones de comerciantes, propuso y logr? la creaci?n de asociaciones de industriales con el pretexto de que s?lo as? se lograr?a captar el ahorro de muchas personas, indispensa ble para la creaci?n de empresas, cuya magnitud exced?a en tonces con mucho a los recursos de los individuos aislados.45
A?os despu?s, en 1843, don Lucas aseguraba que la suerte de la industria mexicana hubiera quedado incierta y vacilante si no se hubieran formado estas corporaciones de industria les, que les dieron unidad, estabilidad y fuerza suficientes para
oponerse con personalidad jur?dica "a disposiciones funestas e ilegales" que hubieran precipitado a la industria a la ruina cierta.46
Para industrializar al pa?s era tambi?n indispensable que la ley garantizara privilegios exclusivos a los inventores y a los empresarios innovadores "pues no hay est?mulo m?s po deroso para el adelanto de las artes".47 44 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1829, pp. 206-207. 45 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1831, p. 367. 46 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, p. 11.
47 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1830, p. 282.
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pensamiento econ?mico de alam?n
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M?s importante que todo esto era imbuir en la masa ge neral de la poblaci?n "h?bitos de mayor comodidad" y "el gusto de ciertas necesidades y conveniencias" o, como se dir?a en la actualidad, promover el consumismo, en lo que esta ban interesadas "no s?lo la agricultura y la industria, sino. . .
la moral p?blica y privada".48
Problemas de la industria protegida Al ponerse en pr?ctica las pol?ticas preconizadas por Alam?n, M?xico logr? que se establecieran en su territorio dos o tres docenas de f?bricas textiles, de papel, de aceites y de otras manufacturas primarias; se logr? tambi?n un abatimiento de los costos de producci?n de casi dos terceras partes en los tex tiles ordinarios, con la consiguiente ampliaci?n del mercado, en relaci?n a los que ten?an antes los talleres artesanales. As? y todo, los productos nacionales no eran competitivos con los del extranjero, sobre todo en las costas y otras regiones aleja
das de los centros productores, donde el contrabando hab?a
desplazado casi por completo a los art?culos dom?sticos. Contra
este "c?ncer destructor" a don Lucas s?lo se le ocurri? reco mendar se redoblara la vigilancia y celo de los aduaneros.49 Un problema todav?a m?s grave era que la industria na cional, constre?ida a abastecer solamente el estrecho mercado interno, ten?a una capacidad de producci?n muy superior a
la demanda:
La gran cantidad de mantas que se fabrican ya. . . hacen que su expendio vaya siendo cada d?a m?s lento y dif?cil y que nues
tra industria sufra casi desde su nacimiento el mal que se deja sentir con consecuencia tan graves en algunas de las naciones fabricantes de Europa, . . Entre nosotros este mal se echa de ver especialmente en Puebla, donde han tenido que parar multi tud de telares, dejando en la miseria a millares de familias. . .50 48 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1845, p. 232. 49 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, p. 47. 50 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp. 48,
50, 55.
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Ante esta situaci?n los remedios que propuso Alam?n fueron cuatro. El primero, que el gobierno se abstuviera de comprar productos extranjeros en los casos que hubiera art?culos me xicanos equivalentes, aunque fueran m?s caros. De acuerdo con esto el gobierno dispuso que en las oficinas p?blicas y en el papel sellado no se usase m?s que papel nacional "pro videncia : uy favorable a la industria y que convendr?a hacer extensiva a todo lo que nuestras f?bricas producen".51 El segundo expediente fue el mismo que ya hab?a recomen dado ante la sobreproducci?n agr?cola: el de la diversifica ci?n de la oferta. As? por ejemplo, en el caso de la industria textil recomendaba don Lucas que, adem?s de pa?os, man tas y otras telas ordinarias se fabricaran asargados, afelpados
y estampados. Con ello se alejaba la industria de la fabrica ci?n de art?culos de gran consumo popular que ?l hab?a pro pugnado inicialmente y se obligaba a las plantas a sacrificar todav?a m?s las ventajas de producir en grande escala con el consiguiente aumento de costos.52 En tercer t?rmino, Alam?n propuso que se generalizaran y se hicieran absolutas las prohibiciones de importaci?n de cualquier art?culos extranjeros cuando hubiera producci?n dom?stica, pues si no se prohib?an absolutamente "una vez internados, no habr?a ya dificultad ninguna en hacerlos pasar
por nacionales".53
Por ?ltimo, su cuarto remedio contra la sobreproducci?n fue el impulsar la demanda a base de reducir los costos de las materias primas industriales, liberando de todo derecho a las nacionales y sobre todo permitiendo su libre importa ci?n a las extranjeras. El trapo del pa?s es escaso y de mala clase; introducido del ex tranjero sale a poco m?s costo que aqu?l y la manufactura es muy superior; por lo que se ve claramente que el progreso de 51 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp. 48,
50, 55.
52 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp. 48,
50, 55.
53 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp. 48,
50, 55.
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pensamiento econ?mico de alam?n
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las f?bricas nacionales de papel depender?. . . de que se traiga de fuera trapo en abundancia.54
El caso del algod?n era m?s delicado porque hab?a una con siderable producci?n nacional, por eso Alam?n ped?a que se permitiese la importaci?n del extranjero porque era insuficiente
para el consumo de las f?bricas el de las cosechas del pa?s,
pero para no perjudicar los intereses de los agricultores y man
tener el est?mulo para que aumentasen las siembras de algo
d?n, propuso que "se establezcan tales derechos por cada quintal que se importe, que sea imposible traerlo, mientras lo haya en el pa?s"; esta dif?cil tarea deber?a hacerse "calcu lando el costo que tiene el que se cosecha en el pa?s y el precio
y costos del extranjero tra?do a nuestros puertos".55 En el caso de la seda no se pod?a sostener la competencia con la de China por los bajos jornales de este pa?s, aun con el derecho protector; don Lucas propon?a la prohibici?n de importaci?n de "seda torcida, floja y de pelo, permitiendo s?lo la cruda en rama" con menores derechos arancelarios.56 Inclusive Alam?n se enfrent? con el problema de que tra tar de impulsar la producci?n nacional de bienes de capital
encarecer?a los costos de las dem?s industrias. ?ste fue el caso
de las diversas ferrer?as que se establecieron al amparo de su pol?tica de fomento, que produjeron "gran cantidad de fie rro, pero ni es todo el que se necesita para el consumo de la
Rep?blica, ni a un precio tan bajo como es menester". Ante este problema, Alam?n apunt? t?midamente que se r?a de desear que el gobierno contratase con las ferrer?as todas
las balas y dem?s municiones para uso del ej?rcito; pero d?n dose cuenta de la insuficiencia del procedimiento, recomend? que m?s bien se esperara a que se fundiera el hierro en altos hornos en lugar de forjas catalanas.57 54 Alam?n, 1945-1947, ii, Adici?n a la Memoria de Agricultura e Industria,
1844, pp. 186, 188.
55 Alam?n, 1945-1947, n, Adici?n a la Memoria de Agricultura e Industria,
1844, p. 190; Memoria de Agricultura e Industria, 1845, pp. 276-278.
56 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1844, p. 155.
57 Alam?n, 1945-1947, n, Memoria de Agricultura e Industria, 1843, pp.
58-63.
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FRANCISCO CALDER?N EL FINANCIAMIENTO DE LA INDUSTRIALIZACI?N
No s?lo estribaba el problema de industrializar en la protec ci?n arancelaria, en las prohibiciones y en la importaci?n li bre de materias primas; ninguno de estos arbitrios bastaba porque estando la industria fabril "reducida a la nada", los posibles empresarios no pod?an aprovechar las oportunida des que se les brindaba por no contar con los capitales indis pensables. Fue pues menester pensar en la creaci?n de estos
capitales.
Inicialmente se invit? a los capitalistas de M?xico y de otras ciudades importantes de la Rep?blica a formar compa??as por acciones, con aportaciones moderadas por persona; pero si bien hubo alguna respuesta y se form? una que otra socie dad, los recursos que se reunieron no fueron suficientes para traer del exterior las m?quinas, bastante costosas, que se ne cesitaban, as? como los maestros que ense?aran su estableci
miento y uso.
Ante esta situaci?n, Alam?n pens? en sacar el capital fal tante de los derechos de importaci?n que gravaran aquellos mismos art?culos que se pensaba fabricar en M?xico y "cuya infructuosa prohibici?n no produc?a m?s efecto que encare cerlos para el consumidor e impulsar el contrabando".58 Con este prop?sito Alam?n obtuvo la aprobaci?n del Con greso a la ley del 16 de octubre de 1830 por la que se cre? el Banco de Av?o para fomento de la industria nacional con el capital de un mill?n de pesos, que hab?a de formarse con la quinta parte de los derechos causados por la introducci?n de los tejidos de algod?n, hasta entonces prohibida. Los fon dos del banco se depositar?an en la Casa de Moneda a dispo sici?n del secretario de Relaciones, presidente de la Junta de Gobierno del banco, quien librar?a las sumas que fuesen ne
cesarias.
La Junta dispondr?a la compra y la distribuci?n de la ma quinaria conducente para el fomento de los distintos ramos
de la industria y franquear?a los capitales necesarios a las com
pa??as o particulares que se dedicasen a la actividad indus 58 Alam?n, 1945-1947, i, Memoria de Relaciones, 1830, pp. 276-278.
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pensamiento econ?mico de alam?n
457
trial, con las debidas seguridades que los afianzaran. Las m?quinas se entregar?an a su costo y los capitales con 5% de inter?s anual, fijando un t?rmino regular para su reinte
gro, de tal forma que los recursos se volvieran a prestar y cons
tituyeran un fondo permanente de fomento a la industria. Los ramos que ser?an atendidos de preferencia ser?an los tejidos de algod?n y lana y la elaboraci?n de seda, pero la Junta podr?a tambi?n destinar fondos a otras producciones agropecuarias de inter?s para la Naci?n. Potash hace notar que la constituci?n de un banco de fo mento industrial gubernamental como ?ste . . . significaba un nuevo paso de alejamiento de los conceptos de laissez faire. . . La facultad de impartir ayuda financiera a cier
tas empresas seleccionadas, daba al gobierno un instrumento para influir en el ritmo y direcci?n del desarrollo econ?mico. El empe?o especial en las industrias de transformaci?n fue un esfuerzo deliberado para cambiar la estructura existente. . .59
El Banco de Av?o oper? de 1830 a 1842. En su corta vida
hizo pr?stamos a 31 empresas industriales y una que otra agr?cola por 773 695 pesos; del total de empresas, diez nunca llegaron a operar, siete iniciaron sus operaciones, pero ya para 1845 hab?an cerrado por incosteabilidad y el resto, o sea 14,
segu?an en operaci?n en ese a?o y cuando menos una, La
Constancia, de Esteban Antu?ano, ha seguido trabajando has ta nuestros d?as. En todos los casos, menos uno, el gobierno pudo recobrar al menos parte del capital anticipado. Dice Potash que m?s de la mitad del capital distribuido por el banco se utiliz? productivamente, al menos hasta el punto de crear empresas que antes no exist?an. Sin embargo, pare ce evidente que la instituci?n oper? con n?meros rojos y que depend?a de las ministraciones de aduanas para subsistir. En 1842 el presidente Santa Anna disolvi? el banco basado en que hab?a agotado la mayor parte de su capital.60
59 Potash, 1959, pp. 78-82. 60 Potash, 1959, pp. 176-185.
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FRANCISCO CALDER?N
Conclusiones Una vez seguidas todas las recetas de don Lucas, se estableci? en M?xico una peque?a planta industrial, incapaz de compe tir con las importaciones extranjeras; sin embargo, a Alam?n le parec?a muy grande, por lo que escribi? en 1845 triunfal mente:
Est? vencida la primera dificultad. Se ha creado un esp?ritu in dustrial en la Naci?n. . . se han establecido f?bricas costosas y magn?ficas; los artesanos nacionales se han ejercitado en el ma nejo de las m?quinas. . . s?lo resta que el Congreso Nacional y el Gobierno Supremo contin?en su protecci?n a la indsutria. . .61
Entonces, como ahora, el aparato proteccionista tend?a a per petuarse indefinidamente para defender los intereses que ?
mismo hab?a creado.
Durante m?s de un siglo el recuerdo de don Lucas fue se pultado por el liberalismo triunfante y, si en alguna ocasi? se le recordaba, era como corifeo del conservatismo reaccio nario, monarquizante y clerical. Sin embargo, en la actual dad parece obvio que su pensamiento econ?mico es un ante cedente importante del esquema de desarrollo seguido por lo gobiernos mexicanos revolucionarios despu?s de la Segund Guerra Mundial: un modelo de industrializaci?n basado en
una pol?tica de sustituci?n de importaciones; protecci?n n s?lo arancelaria sino selectiva a base de permisos de impor taci?n; el establecimiento de bancos de fomento y fondos d cr?dito preferentes para impulsar la industria; aceptaci?n d la inversi?n extranjera, pero con limitaciones y cortapisas; intentos de integrar una zona de libre comercio hispanoam ricana; desconfianza en la penetraci?n norteamericana; di recci?n gubernamental de la econom?a. . .
61 Alam?n, 1945-1947, ii, Memoria de Agricultura e Industria, 1844, pp.
164-165.
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pensamiento econ?mico de alam?n 459
REFERENCIAS Alam?n, Lucas 1942 Historia de M?xico. Obras de D. . . . M?xico, Editorial Jus.
5 vols.
1942a Disertaciones. Obras de D. . . . M?xico, Editorial Jus. 3
vols.
1945-1947 Documentos diversos. Obras de D. ... M?xico, Editorial
Jus. 4 vols. Potash, Robert 1959 El Banco de Av?o en M?xico. M?xico, Fondo de Cultura
Econ?mica.
Silva Herzog, Jes?s 1974 El pensamiento econ?mico, social y pol?tico de M?xico, 1810-1964. M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica.
Valad?s, Jos? C. 1938 Alam?n estadista e historiador. M?xico, Antigua Librer?a
Robredo, Jos? Porr?a e Hijos.
Vasconcelos, Jos? 1944 Breve historia de M?xico. M?xico Editorial Polis.
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CALLES: EL VOLUNTARIOSO
CIRCUNSPECTO
V?ctor D?AZ ARCINIEGA UAM-Azcapotzalco
Departamento de Humanidades
El principio del gobierno de Plutarco Elias Calles est? circun
dado por lo que ser?a una prueba de aptitudes. Su arribo a la presidencia va acompa?ado de incertidumbres pol?ticas. Los
partidarios e impugnadores, los observadores y arribistas po lemizan en torno a problemas econ?micos, culturales, reli giosos y, por supuesto, pol?ticos. En esos primeros meses apa rece la nueva t?nica de gobierno: se afinar?n las disonancias del coro. Un ejemplo de esto es la pol?mica establecida entre Nemesio Garc?a Naranjo1 y Narciso Bassols,2 principalmen te. Entre marzo y junio de 1925 y con una escasa docena de protagonistas se ponen a prueba los procedimientos del go bierno para defender su concepci?n y su pr?ctica pol?tica, y
los de un antagonismo ?aqu? representado por Garc?a Naranjo?, para cuestionar la orientaci?n y el proceder de los hombres que administran a M?xico. La aparente reflexi?n pol?tica que a trav?s de esas discu siones se avisora en la forma de gobierno de Calles es violenta y no admite concesiones: se exige "lealtad" y apego irrestricto
a la "doctrina revolucionaria".3 S?lo hay un criterio: la re voluci?n defiende a la revoluci?n. Pero, conviene aclarar, la "doctrina revolucionaria" no se expresa como imposici?n dic tatorial, pues entre sus m?ltiples definiciones se incluye la de
"democracia", cuya comprensi?n Calles la explica por me dio de t?rminos de ?ndole pragm?tica: Toca [al gobierno] poner toda su conciencia y todo su esfuerzo, 1 Los t?rminos entrecomillados y otros que se citar?n m?s adelante pro vienen de declaraciones del presidente Plutarco Elias Calles. Cfr. Elias Ca lles, 1924a, 1924b, 1925 y tambi?n las citadas por Palacios, 1969. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 El?as Calles, 1924b. 3 El?as Calles, 1924a.
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CALLES: EL VOLUNTARIOSO
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en el mejoramiento de las clases infortunadas, en el mejor en cauzamiento de las masas laborantes, en elevar la mentalidad de los atrasados, y en procurar un constante mayor bienestar
para los oprimidos.4
Asimismo esta noci?n implica una consigna: Los pilares fundamentales para las grandes colectividades de mi pa?s y especialmente de las masas campesinas, obreras e ind?ge
nas [?puntualiza Calles?] son su liberaci?n econ?mica y su
desarrollo educacional, hasta lograr su incorporaci?n plena a la
vida civilizada.5
Ante estas concepciones y aspiraciones, los primeros meses de la presidencia de Calles transcurren dentro de una atm?s fera de discusi?n p?blica en que se ventilan asuntos de inte r?s nacional. Entre ellos destacan: el r?gimen constitucional y la Constituci?n de 1917 frente a la de 1857; los conceptos y pr?cticas de gobierno dentro de la dictadura, el socialismo, el comunismo, la democracia y el capitalismo; las virtudes de orientar el gobierno hacia el laborismo frente a la orienta ci?n agraria y viceversa; la cultura y la literatura con las cua 4 Alfonso Reyes caracteriza el primer a?o de gobierno con estas pala bras: ". . .el primer a?o de cada nuevo presidente es el a?o de la "lucha por la vida", de la envidia y todo eso. . ." Reyes, 1925. 5 Nemesio Garc?a Naranjo (1883-1962) se recibi? de abogado en 1909, a?o en que es nominado diputado para el Congreso de la Uni?n. En la XXVI Legislaura, durante el gobierno de Madero, form? parte del cua dril?tero ?Jos? Ma. Lozano, Francisco de Olagu?bel y Querido Moheno? que tan ferozmente atacaba al movimiento revolucionario. Victoriano Huer
ta lo design? ministro de Instrucci?n P?blica, donde emprendi? audaces y sustanciales renovaciones en los planes de estudios. Con la derrota de Huerta es precisado a salir del pa?s; permanece en Estados Unidos hasta 1923. Su carrera como periodista se inici? en 1900, aunque adquiri? reso nancia hasta que en El Debate comenz? a atacar a Madero y al movimiento revolucionario. En 1913 fue director de La Tribuna, cuyas oficinas fueron incendiadas durante la Decena Tr?gica, porque desde sus p?ginas ataca ba a los revolucionarios y a sus dirigentes. Ya en su "exilio voluntario" en San Antonio, Texas, fund? la Revista Mexicana, nueva tribuna p?blica desde la cual atacaba a los caudillos revolucionarios. Cfr. : Meyer, 1983, pp. 180-182; Garc?a Naranjo, s/f, vols, vi, vu y vin; y Elizondo Mart?nez,
1963.
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VICTOR DIAZ ARCINIEGA
lidades de "nacionalista", "revolucionaria", "viril" y "mo derna' ' ; los ismos implicados en la revoluci?n y su gobierno resultante; las incertidumbres entre los cat?licos mexicanos ante las amenazas de un gobierno que se autoproclama "ra dical' ' y contrario a las pr?cticas religiosas; y las dudas susci tadas por las declaraciones del embajador y del secretario de Estado de Estados Unidos respecto a la "orientaci?n" de la pol?tica de Plutarco Elias Calles. Aunque a primera vista las pol?micas pueden considerar se meros actos de provocaci?n o de acomodo pol?tico,6 los resultados de ellas pueden valorarse como una forma de legi timaci?n del propio gobierno ?en sus acciones y proclamas? y como una forma de depuraci?n de los cuadros pol?ticos en funciones administrativas. As?, con esta ponderaci?n, las dis cusiones p?blicas adquieren una magnitud que rebasa lo sim
plemente anecd?tico y circunstancial: son una manera de poner a prueba tanto las concepciones y procedimientos po l?ticos del nuevo gobierno y sus partidarios, como las de los adversarios atentamente cr?ticos a su realidad inmediata. Entre las pol?micas aqu? deseo reconsiderar con mayor es pacio la ya citada de Nemesio Garc?a Naranjo y Narciso Bas sols. El asunto y sus consecuencias inmediatas parecen tri viales y anecd?ticas. El problema es el siguiente. Entre los antecedentes m?s pr?ximos se encuentra el cese del licencia do Eduardo Pallares7 de su c?tedra de la Escuela Nacional 6 Narciso Bassols (1897-1962) estudi? en la Escuela Nacional Prepa
ratoria y en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (1916-1920). Entre 1921 y 1931 fue profesor de la Preparatoria y de la Facultad de Derecho donde
impart?a l?gica, garant?as, amparo, derecho constitucional. Fue secreta rio general del gobierno del Estado de M?xico (1925-1926) y jefe del de partamento jur?dico de la Comisi?n Nacional Agraria (1926-1927). Lleg? a ser director de la Facultad de Derecho (menos de 6 meses entre 1928 y 1929). Su curriculum en el gobierno y en organizaciones pol?ticas y em presas editoriales es muy amplio. Cfr. : Bassols, 1964; Britton, 1976; Ai Camp, 1981; y Mendieta y N??ez, s/f, pp. 140-145. 7 Eduardo Pallares (1888) se gradu? de abogado en la Escuela Nacio nal de Jurisprudencia en 1907, a?o en que se incorpora a su planta de pro fesores. Imparti? derecho mercantil, procesal, constitucional, historia del derecho mexicano, pr?ctica forense y procedimientos civiles. Su vida en tera la dedic? a su profesi?n y a la docencia. En 1969 fue nombrado profe sor em?rito de la Facultad de Derecho de la unam. En la administraci?n
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CALLES: EL VOLUNTARIOSO
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de Jurisprudencia ordenado por Plutarco Elias Calles y la protesta de Garc?a Naranjo por este hecho, m?s una rese?a cr?tica de ?ste a una conferencia dictada por Bassols. En la parte medular se discute el "pensamiento" y la "ideolog?a revolucionaria" de la "nueva generaci?n", as? como la acci?n
de "revolucionarios" y "reaccionarios", todo a trav?s del cuestionamiento de la funci?n y el plan de estudios de la Es cuela Nacional de Jurisprudencia. En la resoluci?n queda la orden del presidente para que Garc?a Naranjo salga del pa?s en un lapso de 72 horas. Salvo lo ?ltimo y como ya se indic?, todo el cuerpo de la discusi?n aparece entre marzo y junio de 1925, mientras que el dictado final es de enero de 1926. En esta pol?mica se han observado, en el ?nico de los ca sos, los resultados consecuentes a favor de la nueva genera ci?n, la revolucionaria, la de Bassols: "El efecto m?s claro del debate fue el de producir una chispa de solidaridad en aquellos j?venes".8 Sin embargo, el an?lisis de esta "solida ridad" generacional ha dejado pendientes tanto los resulta dos desfavorables a los antagonistas, la vieja generaci?n, la de los "contrarrevolucionarios", como los procedimientos se guidos por los contrincantes en su enfrentamiento y por el arbitro principal, el presidente, en sus resoluciones. La pol?mica adquiere una m?s cabal dimensi?n cuando se contemplan otros elementos tambi?n enjuego. Los polemis p?blica tiene una carrera muy reducida: durante el gobierno de Obreg?n, form? parte de la comisi?n legislativa y de la asesor?a de las Secretar?as de Educaci?n y Gobernaci?n; en el gobierno de ?vila Camacho form? parte de la Comisi?n para el Proyecto de Ley sobre la Familia; en forma parcial e infrecuente colabor? en el gobierno estatal de Michoac?n cuando C?r denas era gobernador. Entre sus muchos libros conviene recordar los cua tro diccionarios ?Procesal, Amparo, Filosof?a y Procedimientos Civiles?,
Interpretaci?n de la ley procesal, El divorcio en M?xico, Jurisprudencia de la Suprema
Corte y Formulario de juicios civiles-, la lista crece con m?s de una docena de nuevos t?tulos. Colabor? en forma regular en El Universal desde su funda
ci?n en 1917 hasta los ?ltimos a?os de su vida.
8 Krauze, 1976, p. 219. Movido por una natural simpat?a por "aque llos j?venes", Enrique Krauze contin?a un procedimiento equivalente a
4 de "aquellos" para descalificar al contrincante Garc?a Naranjo, pues apela
al estigma de "Ministro de Educaci?n en el r?gimen de Victoriano Huer ta" para, de alguna manera, descalificarlo con la misma calificaci?n, de
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V?CTOR D?AZ ARCINIEGA
tas representan una condici?n generacional ?los nacidos entre 1870 y 1885 y los nacidos entre 1890 y 1905?, y una mane ra de concebir y hacer la pol?tica administrativa y cultural de M?xico. La discusi?n de conceptos no se hace con el pro p?sito de definirlos, sino con el objeto de defenderlos en una aplicaci?n pr?ctica en el ejercicio de la pol?tica. Las medidas adoptadas por Calles son la resoluci?n y la expresi?n de un mando de autoridad unidireccional. Los escenarios de la Es
cuela Nacional de Jurisprudencia, el peri?dico El Universal y la revista La Antorcha ?como los m?s importantes?, ad quieren preponderancia porque representan la legitimaci?n de una forma de "pensamiento" o gobierno,9 y porque son ?rganos de difusi?n identificables con tendencias de pensamiento
precisables: el peri?dico es de orientaci?n conservadora y la revista pertenece a la joven generaci?n revolucionaria. En otra instancia, la din?mica que en ella se establece tan to por el n?mero y calidad de los participantes, como por el tono y frecuencia de los escenarios se suman y amalgaman en un ?mbito: la definici?n del ser y del hacer del gobierno de Plutarco Elias Calles y, hacia el futuro, de la revoluci?n institucional hecha gobierno. Esta instancia es la que me ha llevado a exhumar esta pol?mica cuyo contenido, en s? mis mo, es poco sustancial, pero, en cambio, los mecanismos po l?ticos adoptados tanto en la argumentaci?n discursiva como en las acciones pr?cticas son ilustrativas de la forma de con ducci?n del gobierno. Tambi?n son estas mismas razones las que me hicieron ponderar este debate como representativo de una t?nica de discusi?n que surge dentro de un periodo pol?ticamente conflictivo. un hecho real, sin que ello implicara una ponderaci?n de la actuaci?n de ministro. 9 Conviene recordar que la conferencia de Bassols es el discurso inau gural de los cursos de la Escuela Nacional de Jurisprudencia. En ella, como
secretario de la escuela, indica el rumbo que deber? seguir la ense?anza de derecho; rumbo ciertamente acorde con el se?alado por el secretario de Educaci?n P?blica. Adem?s es un hecho que la Facultad de Derecho era la puerta m?s importante para entrar en la real pol?tica mexicana. Cfr. :
Bassols, 1925a; Ai Camp, 1981 y 1983; Mendieta y N??ez, s/f; y Puig Ca sauranc, 1925.
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CALLES: EL VOLUNTARIOSO
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Aunque hoy sea lugar com?n, todav?a resulta riesgoso afir mar que Calles, en sus primeros meses de administraci?n, preve?a la utilidad pol?tica que tendr?a para el gobierno la ins
titucionalizaci?n gubernamental de la revoluci?n. Lo que no admite dudas es que desde los primeros brotes precursores de la revoluci?n comenzaron a sucederse, entre confusiones y contradicciones, varias series de enredos pol?micos en que se pretend?a escudri?ar y precisar no s?lo el pensamiento po l?tico de los caudillos m?s destacados, sino, tambi?n, apre hender esa abstracci?n que casi desde entonces se escribe con R may?scula en la literatura oficial. Entre estas dos entida des de autoridad, los caudillos,sufr?an las contingencias del tiempo y de los enemigos, lo cual los limitaba y hac?a perece deros. En cambio, ella, como entidad abstracta, no ha tenido ni tiene contrincantes: siempre est? acorde con su tiempo. O,
como dijera Plutarco El?as Calles con frase tan c?lebre como estereotipada dentro del discurso pol?tico gubernamental y oficioso: "La Revoluci?n, generosa y dignificadora, est? siem
pre en marcha".
La primera llamada la hace Eduardo Pallares el 24 de marzo de 1924. En su acostumbrado editorial de El Universal escribe el comentario " simulaci?n revolucionaria' ', cuyo argumento es riguroso: indica que desde 1914 han proliferado simuladores pol?ticos que han hecho prodigios y, tambi?n, trastornado los
"?rganos sociales". Puntualiza:
Simulaci?n vale tanto como triunfo seguro: el que espera todo de su propio valer est? condenado al fracaso, y puede acabar con el presidio. Los simuladores han tenido una bandera com?n:
revoluci?n, y se han llamado a s? mismo revolucionarios.
Inmediatamente despu?s califica a ?stos de "vividores auda ces y malvados que se han puesto el ropaje de la revoluci?n para enriquecerse, cometer atentados, satisfacer venganzas o simplemente ocultar su propia ignorancia y miseria moral' '.
M?s adelante cita un ejemplo ilustrativo ocurrido en 1923: en el Diario Oficial aparece el otorgamiento de una concesi?n a un particular para construir y explotar caminos privados This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:10:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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VICTOR D?AZ ARCINIEGA
desde Nogales hasta Guatemala por espacio de 99 a?os.10 El d?a siguiente, 25 de marzo, Nemesio Garc?a Naranjo
publica otro editorial con tono similar. Analiza las dificulta des de Plutarco Elias Calles para gobernar bajo la inamovi ble sombra de Alvaro Obreg?n, y c?mo el ser obregonista por lealtad y gratitud entorpecen las acciones propias y aut?no mas del presidente en funciones. En sus analog?as cuestiona las lealtades y solicita que el ex presidente se retire del esce nario pol?tico sin tomar represalias contra su sucesor, si es que ?ste act?a contra principios, personas o hechos consu
mados durante el obregonismo. En sus palabras:
El General Calles hace bien en no recoger vanidosamente las alabanzas que, a su juicio, significan desdoro para quien, como ?l lo dijo, es el cimiento de su administraci?n; pero tampoco por
exceso de gratitud vaya a dejar trunca una obra que necesita rematarse con audacia y dignidad, sin alegar como excusa, que
estuvo empotrada en el r?gimen obregonista. Se impone destruir
lo malo, aun cuando eso malo hubiera sido construido por el m?s leal y noble de los amigos.11
Ante ambos comentarios la respuesta del se?or presidente no se hace esperar. El general Calles opta por quien tiene m?s a la mano y por un castigo que sea ejemplo para la ciudadan?a:
ordena el 27 de marzo, por conducto del Dr. Jos? Manuel Puig Casauranc, secretario de Educaci?n, el cese inmediato e irrevocable del licenciado Eduardo Pallares de su c?tedra de derecho mercantil que imparte en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de M?xico. El d?a 30 se publica un "Manifiesto de los Alumnos" para protestar por el atro pello "anticonstitucional" cometido contra Pallares.12 Sin embargo, la decisi?n final ya ha sido tomada: El Ejecutivo Federal estima que los funcionarios y empleados que no se hallen absolutamente identificados con nuestra Ley Fundamental, con el programa de la revoluci?n y con los proce dimientos seguidos para el desarrollo del mismo, por respeto a 10 Pallares, 1925a. 11 Garc?a Naranjo, 1925b. 12 Manifiesto de los alumnos, 1925.
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CALLES: EL VOLUNTARIOSO
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s? mismos y por un deber de elemental honradez deben renunciar a la mayor brevedad sus respectivos cargos y comisiones evitando
de esta suerte el penoso caso de obligar al Ejecutivo a hacer uso de su autoridad para poner coto al desarrollo de sus maquinacio
nes de deslealtad y de obstrucci?n al programa revolucionario.13
Al d?a siguiente la protesta estudiantil ya no defiende a su maestro, ahora se defiende a s? misma: Nosotros nunca hemos sostenido ni sostendremos el criterio po l?tico del licenciado Pallares, antes bien, encauzados por hom bres dignos e inteligentes dentro de las nuevas corrientes filos?
ficas jur?dicas, nuestras ideas no s?lo difieren de las del citado maestro, sino que son antag?nicas.14
Eduardo Pallares y Nemesio Garc?a Naranjo retoman partes de los hechos en sus subsiguientes editoriales. Pallares lo abor da a trav?s de las estrecheces constitucionales para la libertad de pensamiento y expresi?n ?el silencio impuesto por la fuer
za?,15 y la cobard?a y falta de principios de la juventud que
le volte? la espalda:
La generaci?n actual ha despilfarrado los valores morales que recibieron de sus antepasados, con la alegr?a inconsciente de un rico heredero, que derrocha la fortuna que sus padres le legan, satisfechos de haberle asegurado el porvenir.16
Garc?a Naranjo escribe en defensa de su amigo, de su anti gua escuela de Jurisprudencia y de la libertad de criterios: El sello revolucionario que se imprime a los pol?ticos se impri me tambi?n en el alma de los pedagogos. Todos los empleados oficiales deben llevar la misma marca, todos los esp?ritus deben vestir la misma librea.17
El asunto de cese de Eduardo Pallares, propiamente, deja de 13 El?as Calles, 1925. 14 Los estudiantes, 1925.
15 Pallares, 1925b. 16 Pallares, 1925c. 17 Garc?a Naranjo, 1925c.
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considerarse dentro de las p?ginas period?sticas. Sin embargo,
es el punto de arranque para algunas reflexiones que pueden
tomarse como derivadas o motivadas por ?l. Por ejemplo
Francisco] Garc?a Calder?n18 escribe un largo art?culo sobre la dictadura y la democracia en los pa?ses latinoamericanos; sus anotaciones son b?sicamente descriptivas de condiciones hist?ricas de algunas naciones.19 Jos? Vasconcelos, quien ya hab?a atacado el flanco de los caudillajes,20 aborda el proble
ma del radicalismo.
El radicalismo sano se distingue del radicalismo falso, en que busca la implantaci?n de principios, sin cuidarse del ?xito de determinadas personas.2 J
A su vez, Esteban Maqueo C[astellanos]22 hace una diserta ci?n en cuya parte medular anota: Criticar es juzgar; censurar dentro de la raz?n, en ejercicio de la libertad de pensar y en uso de un derecho individual. El que critica y censura a la ley, ni la viola ni la infringe, por su incon formidad no dice ni un incumplimiento ni desconocimiento: sim
18 Francisco Garc?a Calder?n (1883-1953) fue un escritor y diplom?tico peruano consagrado a las relaciones internacionales de su pa?s y a analizar las condiciones sociales y pol?ticas de Am?rica Latina. Su carrera como diplom?tico fue muy extensa, as? como los m?ltiples homenajes, honores y condecoraciones de que fue objeto. Entre la veintena de libros que escri bi? convienen recordar: Hombres de nuestro tiempo (1907), Las condiciones so ciol?gicas de Am?rica Latina (1908), Les d?mocraties Latines de l'Am?rique (con pr?logo de Raymond de Poincar?, 1913), La creaci?n de un continente (1913)
y El panamericanismo (1917).
19 20 21 22
Garc?a Calder?n, 1925. Vasconcelos, 1925a. Vasconcelos, 1925b. Esteban Maqueo Castellanos (1865-1928) fue escritor y abogado.
Colabor? en Oaxaca en el Centenario de la Independencia Nacional (1910); fue autor de obras sobre geograf?a, climatolog?a y una novela, La ruina de la
casona (1921). Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Esta d?stica. Sobre su vida p?blica hay muy poca informaci?n, aunque se le encuentra ligado a Victoriano Huerta, pues fue parte de una comisi?n ne gociadora ante Pascual Orozco, para que este reconociera el gobierno de Huerta como leg?timo. Meyer, 1983, p. 96.
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plemente la analiza para aprobarla o condenarla por obra del criterio.23
Y, nuevamente, Garc?a Naranjo cuestiona a aquellos que se dicen de oposici?n, pues su voz parecer?a servil ". . .la opo sici?n no debe continuar de rodillas, sino ponerse de pie",24 y pone en duda los logros y solidez de la revoluci?n: "Mien tras la revoluci?n no otorgue libertades pol?ticas a los anti rrevolucionarios, manifestar? t?citamente que desconf?a de su solidez y de sus fuerzas".25 Hasta aqu? el pre?mbulo introductorio, los antecedentes directos de la pol?mica en cuesti?n. Entre las primeras y superficiales caracter?sticas resulta significativo observar que
los principales protagonistas de la discusi?n y sobre los que cae el castigo presidencial, son hombres pertenecientes a una generaci?n con ascendencia porfirista y, lo que a?n es peor para la ?poca, "antirrevolucionaria" ?seg?n t?rminos al uso. Tambi?n es importante subrayar dos detalles: el principio de la pol?mica es cuestionar a los hombres y a las acciones del gobierno revolucionario; el final es puntual y rotundo: Gar
c?a Naranjo hace una primera llamada para que la "oposi ci?n" "antirrevolucionaria" se "ponga en pie". Un tercer detalle queda en medio y tambi?n es como una llamada: la orden del presidente muestra, si no la solidez de una concep ci?n pol?tica gubernamental, s? la fortaleza de sus hombres
en sus acciones.
Se cierran filas, a partir de la conferencia "La Revoluci?n en el Derecho" que el 22 de abril dicta Narciso Bassols. En ella hace la exposici?n de c?mo debe considerarse el derecho dentro del "pensamiento revolucionario". En su recorrido primero hace una presentaci?n de las bases que cimentan su 23 Maqueo Castellanos, 1925a. 24 Garc?a Naranjo, 1925d. 25 Ibid. A?ade: "No har? pensar en los edificios con armaz?n de ce mento y acero, y con vestidura de granito, que desaf?an orgullosos las oscilaciones y las trepidaciones de la tierra, sino en el trompo que gira locamente para no caerse. ?Acaso el equilibrio revolucionario es como el trompo? ?Vamos a tener gobiernos condenados a girar a perpetuidad?"
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discurso: el derecho lo concibe como "teor?a de la organiza ci?n de la convivencia social"; sus doctrinas son los princi pios con "las formas que se den en las relaciones diarias". Entre los aspectos m?s relevantes de su exordio se encuen tran: una toma de conciencia de que su "hora presente' ' es historia nacional y mundial; una arenga a la nueva generaci?n:
"llamarse revolucionarios es ba?arse a los veinte a?os en la lucha y aprestarse a vivirla"; una precisi?n de democracia: El Estado democr?tico moderno necesita renovarse en sus mis
mas bases; es ocioso que se defina en funci?n del enemigo del rey, porque ?ste ha muerto; pero es urgente que se identifique con la vida misma, porque si no, graves peligros le amenazan. El Estado necesita pasar de organismo pol?tico a entidad econ?
mica ... Si la historia no es todo econom?a, el Estado sin la
econom?a ... no es nada;
una explicaci?n no conceptual sino pr?ctica de los t?rminos libertad ?referida a "las formas econ?micas de la libertad,
las ?nicas que hieren al d?bil"? e igualdad ?ilustrada con
las condiciones que aquejan al indio, "75% de la poblaci?n", en sus relaciones sociales, pol?ticas econ?micas, legislativas, etc?tera?; una revaloraci?n legalista de la organizaci?n de la familia, el matrimonio y el "tradicionalismo" que de ella deriva; una reconsideraci?n en torno a la divisi?n de poderes y sus m?ltiples transformaciones que han conducido a la pugna
"federalismo o centralismo" ?donde el federalismo es "el
?nico tolerable para esp?ritus abiertos"?; una exigencia para instalar procedimientos electorales conducentes a una verda dera representaci?n popular; una puntualizaci?n en el pro blema de la tierra y la reforma agraria: a la gran hacienda, como a la iglesia en el siglo pasado, hay que arrancarle de cuajo el poder, porque las transacciones har?n siempre nugatorio el esfuerzo, a menos de sacrificar a los hom bres por el tab? propietarista, la propiedad debe ceder.26
La conferencia es rese?ada por Nemesio Garc?a Naranjo, 26 Bassols, 1925a.
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quien no deja pasar la oportunidad para retomar el hilo ya tendido en sus anteriores editoriales. En su comentario aborda
dos aspectos fundamentalmente: las ideas revolucionarias y la joven generaci?n. De lo primero apunta: en todo su discurso, el joven Bassols, no hizo sino repetir docto ralmente, aunque en forma destartalada, las doctrinas que los teorizantes franceses de la extrema izquierda estuvieron repitiendo,
durante los cincuenta a?os que precedieron a la conflagraci?n
mundial de 1914.
En cuanto a la nueva generaci?n: no hay cosa peor para un esp?ritu mozo que dar en la man?a de ser un "avanzado". Porque como le falta preparaci?n para criticar con acierto y darse cuenta de las situaciones que var?an por minutos, acaban por aceptar dogm?ticamente todas aque llas doctrinas que a su juicio traen las ?ltimas etiquetas.27
Narciso Bassols replica, sobre todo, en lo referido al "socia lismo moderno" y a la negativa voluntad para aquilatar el valor de su exposici?n: S?lo la ignorancia o la mala fe, pueden seguir hablando del so cialismo como de una bandera que justifique cr?menes sin cuento,
matanzas y en una palabra: vandalismo organizado. Toda per sona medianamente culta sabe que podr?n haber fracasado mo ment?neamente si se quiere, las formas pol?ticas que el comu nismo ?dist?ngase el t?rmino? ha logrado organizar; pero ni esto es bastante para hablar de una fracaso absoluto del socialismo
en todas sus formas, de las que el comunismo s?lo es una, ni siquiera cabe pensar por ello, en la muerte del sistema, sino m?s
bien en una lucha contra el Estado capitalista, a?n no concluida.
Bassols hace ?nfasis, casi exige que se cuestionen las ideas con tenidas en su discurso, y no que el cr?tico opte por tangentes que considera impertinentes a la discusi?n. Por esto insiste en aclarar definiciones y conceptos: el socialismo "es una for
ma nueva, m?s justa y amplia, de organizar la producci?n 27 Garc?a Naranjo, 1925g.
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en la sociedad"; precisa deslindes: los posibles v?nculos con la pol?tica sovi?tica ?y para tal efecto se apoya en una declara ci?n del presidente Calles; y puntualiza modos, logros y metas del esp?ritu revolucionario surgido de los enfrentamientos b? licos y de la orientaci?n obregonista dirigida por Plutarco El?as
Calles.28
Nemesio Garc?a Naranjo publica al d?a siguiente un nue vo art?culo muy provocativo: ". . . la tal conferencia no de ja de ser una genuflexi?n rendida a los gobiernos revolucio
narios que ha tenido el pa?s desde el a?o 1914". Respecto
a la discusi?n del contenido, como demanda Bassols, anota que dicha "filosof?a" se encuentra "divorciada de la cultura mundial" "pero en perfecta concordancia con los elementos oficiales imperantes": "es una filosof?a fincada sobre el pre supuesto" y sin capacidad cr?tica, "agallas", "para enfren tarse con el criterio de los ministros". Por esto, concluye aludiendo la referencia a la declaraci?n de Calles, "el joven Bassols est? con el bolcheviquismo ruso hasta el l?mite que marca el presidente".29 Narciso Bassols en su contrarr?plica intenta pasar por alto la groser?a para volver a insistir en la discusi?n del "conteni do ideol?gico" de su conferencia, e indica que para discutir la primero hay que leerla, hecho que, sugiere el replicante, no ha realizado el cr?tico. En sus aclaraciones hace una sem blanza de s? mismo, de sus aspiraciones y de sus relaciones pol?ticas, donde no se oculta cierto tono (auto) apolog?tico.30 Manuel G?mez Mor?n31 se incorpora a la pol?mica como partidario y defensor de Narciso Bassols. En sus argumenta ciones vuelve a exigir se centre la discusi?n en las ideas y no 28 Bassols, 1925b. 29 Garc?a Naranjo, 1925h. 30 Bassols, 1925c. 31 Manuel G?mez Mor?n (1897-1972) ha sido objeto de un minucioso estudio en que se apuntan sus logros y fracasos personales y generaciona les. Aqu? conviene recordar que entre 1922 y 1925 fue director de la Fa cultad de Derecho y, bajo su mandato, se introdujeron en ella sustanciales
cambios en los planes de estudios, en la organizaci?n acad?mica y en la planta de profesores, de la que ?l mismo formaba parte. Cfr. : Krauze, -1976 y Mendieta y Nu?ez, s/f, pp. 240-245.
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en las personas. Considera que el cr?tico deber?a exponer tanto una cr?tica rigurosa de lo presentado por el conferencista como
una precisi?n de su "teor?a" para, as?, acceder a una discu si?n de principios y conceptos. Su preocupaci?n fundamental es, de hecho, la defensa y problema de la "joven generaci?n revolucionaria" que injuria el editorialista: esta generaci?n que el se?or Garc?a Naranjo desconoce, estu dia, medita, trabaja, sufre, es responsable y exige respeto. Que se le combata; pero que no se le calumnie.
Concluye con una definici?n: "nuestra generaci?n es revo lucionaria, porque ella misma es la verdadera revoluci?n".32 Nemesio Garc?a Naranjo en su r?plica hace sarcasmos de los cambios pol?ticos: "revoluci?n mental no ha habido nin guna", "lo que se llama 'pensamiento nuevo' s?lo es el pen samiento uncido a la voluntad de los triunfadores". Se burla de la trayectoria pol?tica y administrativa de su nuevo con trincante: los "sollozos" y "sufrimientos" del "joven sabio" est?n ligados a los reconocimientos y protecciones guberna mentales; cuestiona tambi?n sus ingresos econ?micos: alude a varios sueldos. Por ?ltimo, ironiza a costa de la generaci?n: "como aquellos [?los cient?ficos en el porfirismo?], los sa bios de hoy procuran untar de doctrina al r?gimen imperan te; pero a diferencia de aquellos ?por algo son nom?s una caricatura, se han declarado necesarios e indispensables". Y, nuevamente, no accede a la exigencia de las definiciones de teor?as ni mensajes.33 Manuel G?mez Mor?n hace una contrarr?plica en que se defiende as? mismo, a su generaci?n y vuelve por el lado de las definiciones; trata de hacer caso omiso de las iron?as. Apun
ta reinteraciones: el cr?tico "elude una controversia ideol? gica, ataca personas para combatir doctrinas". En sus defi niciones tambi?n asoma la repetitiva autoproclama de ser la suya la generaci?n revolucionaria portadora leg?tima de la voz
del cambio.34
32 G?mez Mor?n, 1925b. 33 Garc?a Naranjo, 19251. 34 G?mez Mor?n, 1925c.
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En La Antorcha tambi?n aparecen algunos comentarios. Apuntan que lo positivo es hacer cambios jur?dicos como los realizados en pa?ses como Argentina. En su inevitable compa raci?n indican que "entre nosotros no ha habido evoluci?n": los "hombres de leyes han permanecido impermeables a la ?poca nueva", por esto, cuando hay quien "propugna ideas renovadoras del ambiente, tan obsoleto como turbio, de nues tra jurisprudencia te?rica y pr?ctica", pronto se topa con los obst?culos que ponen las viejas generaciones. Esto es todo lo que est? pasando con Bassols, y lo que pasar? en todos los esp?ritus j?venes que osen liberarse de la tutela de las ense?anzas romanistas y visig?ticas tan caras a los or?culos de nuestro ruinoso, desmoralizado, y deste?ido Foro, cuyas ejecu
torias son el absoluto descr?dito de la justicia de los tribunales, y la ineficacia completa para colaborar en la obra de reconstruc ci?n del pa?s, conforme a los nuevos ideales que ha impuesto el pueblo, ayudado cuando m?s, por algunos intelectuales.35
Una semana m?s tarde, Carlos Guti?rrez Cruz36 publica una interrogaci?n en que resume una buena parte del m?s superficial motivo de la discusi?n: ?Qu? objeto tiene pues esa prolongada pol?mica sin conclusio nes y sin finalidades en que los viejos quieren que los j?venes sean como ellos y los j?venes quieren que los viejos se callen?37
La discusi?n sobre la conferencia "La Revoluci?n es el De recho" parece diluirse y agotarse. Sin embargo, los cuestio namientos adquieren un nuevo giro: se nutre con otros asuntos 35 An?nimo, 1925c.
36 Carlos Guti?rrez Cruz (1897-1930) hizo sus estudios en Guadalaja
ra, donde tambi?n public? sus primeros libros de poes?a, El libro de la ama
da (1920) y Rosas del sendero (1920) Trasladado a la ciudad de M?xico se entrega a la lucha social a trav?s de la Liga de Escritores Revolucionarios. Acorde a su nueva militancia pol?tica, escribe y publica Sangre roja, versos
libertarios (1924), El brazo de Obreg?n (1924) y Dice el pueblo. Versos revolucio
narios (1936, post.) Hacia 1925 es miembro de la oficina de actividades sociales del Departamento Central (hoy DDF), lo que le exige participar en m?ltiples tareas de divulgaci?n. Cfr. Guti?rrez Cruz, 1980. 37 Guti?rrez Cruz, 1925.
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y participantes. Los primeros cambios los introduce la renun cia del licenciado Miguel Macedo38 a su c?tedra del derecho penal.39 Nemesio Garc?a Naranjo, con este nuevo pretexto, vuelve sobre el asunto que antes hab?a abordado. Ahora su preocupaci?n y centro de cr?ticas es la ense?anza de derecho: no tolera las "nuevas teor?as" impuestas oficialmente. Por ello, apunta como caracterizaci?n de la t?nica administrati va de la Facultad, "se mostr? a los nuevos profesores el pre tendido nuevo credo, como el domador de un circo, puede mostrar a una fiera el arco de llamas por donde habr? de sal tar". Y considera m?s lamentable que esta imposici?n, "soste nida por la fuerza bruta", implique una renuncia o un dejar
al margen y abandonadas las viejas ense?anzas de derecho
universal. Opina que los nuevos "padrinos", Lenin y Trotsky, "maestros en el manejo de las turbas", son "los menos indi cados para orientar y encauzar el pensamiento de un pue
blo". Por ?ltimo, valora como "ilusorio" y "fracasado" el intento de "amalgamar" las viejas y nuevas doctrinas de de recho, como lo intenta la reorganizaci?n del director de la
Facultad.40
El licenciado Aquiles Elorduy,41 director de la Facultad, responde con la explicaci?n del procedimiento seguido para la reorganizaci?n de los programas de estudio y la selecci?n 38 Miguel Macedo (1856-1929) dedic? su vida a la ense?anza de dere cho civil y penal, principalmente. Miembro de casi todas las asociaciones y barras de abogados de su ?poca. Escribi? muchas obras de su especialidad y unas memorias, Mi barrio. Ensayo hist?rico (1930) Dentro del gobierno lleg? a ser subsecretario de Gobernaci?n en la ?poca del general Porfirio D?az. Como jurista tuvo enorme prestigio. Cfr. Diccionario Porr?a, 1964,
vol. i, p. 1227.
39 Macedo, 1925. 40 Garc?a Naranjo, 1925i. 41 Aquiles Elorduy (1875-1964) estudi? sus primeros a?os en su natal Aguascalientes. Se traslad? a la ciudad de M?xico donde curs? la carrera de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, de la que lleg? a ser director (1924-1928). Fundador del centro antirreleccionista en 1909; combati? al general D?az. Form? parte de la legislatura maderista hasta que la disolvi? Huerta: estuvo preso varios meses. En los gobiernos poste riores a julio de 1914, desempe?? varios cargos p?blicos en distintas oca siones. Colabor? en muchas publicaciones y fund? y dirigi?, en los a?os de 1930, la revista La Reacci?n.
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de libros de texto. Insiste en estas dos cuestiones, pues, indi ca, se invit? a maestros viejos y j?venes para "hacer la luz de la discusi?n y obtener, as?, un proceso "democr?tico". Esta "amalgama" es la que pretende justificar Elorduy, quien, para
concluir, hace la evocaci?n de un pasado:
Hay muchas cosas que aparentemente son imposibles y que sin embargo viven y perduran: d?ganlo si no la amalgama entre un ebrio, traidor, pretoriano, criminal e inculto llamado Victoria no Huerta, y un civil, abogado, cult?simo, sin vicios, llamado Nemesio Garc?a Naranjo. ?Esta s? que fue una amalgama para
d?jica!42
Tres d?as despu?s aparece la contestaci?n de Garc?a Naran jo. Reprocha los "trabajadores silogismos" de explicaciones acad?micas que no esclarecen el cuestionamiento original: los motivos de la renuncia de Miguel Macedo. Se?ala que la res puesta deber?a haber dilucidado si hab?a o no una imposi ci?n del "criterio unilateral de los revolucionarios" dentro de la Facultad. Y se sorprende porque sea Aquiles Elorduy,
precisamente, quien evoque su "amalgama" con Huerta,
pues, Garc?a Naranjo as? lo indica con detalles y precisiones de horas y fechas, el mismo Elorduy tambi?n colabor? en el r?gimen huertista y en las campa?as contra Madero al lado del propio Garc?a Naranjo.43
Aquiles Elorduy no hace esperar su defensa. En una ex
tensa carta resuelve el asunto de Miguel Macedo apoy?ndose en la decisi?n tomada por el presidente en el "caso Pallares' '. Lo relacionado a sus vinculaciones con Victoriano Huerta lo
resuelve con una autolegitimaci?n de revolucionario cabal: ilustra su trayectoria de lealtades con contrastantes polariza
ciones de buenos-malos, revolucionarios-antirrevolucionarios, patri?ticos-ap?tridas. As?, desde el huertismo hasta 1925, Elor
duy se?ala sus pruebas con que limpia el ataque de Garc?a Naranjo y, simult?neamente, hace evocaciones de m?s deta lles del pasado de su contrincante.44 42 Elorduy, 1925a. 43 Garc?a Naranjo, 1925k. 44 Elorduy, 1925b.
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La esperada respuesta nunca aparece: algo circunstancial ocurre en el camino: Nemesio Garc?a Naranjo es invitado a dar el discurso de inauguraci?n de la Academia Nacional de Historia y Geograf?a. El acto se realiza en el Paraninfo de la Universidad Nacional y es presidido por el rector Alfonso Pruneda.45 Tal evento mereci? algunos comentarios. Uno es breve, an?nimo y escondido en las p?ginas editoriales de La Antorcha:
Para inaugurar los trabajos de una Academia de Historia y Geo graf?a se busca a un ge?grafo o a un historiador; es decir, a un
hombre que, como en los bautizos, sea de "buena mano". Y
no puede tener buena mano quien antes de ser un hombre mo ral independiente las manch? de sangre.46
El otro, tambi?n breve, lo firma el diputado V?ctor Loran di47 y aparece en la primera plana de El Universal; cito en ex
tenso y respeto la sintaxis:
En los momentos mismos en que Macedo, representativo de la irremediable intelectualidad reaccionaria mexicana, hace burla de la revoluci?n renunciando con sarcasmo a su c?tedra de la escuela de Leyes, a la cual lleg? llamado a mala hora por el se ?or Licenciado Aquiles Elorduy, que resulta por cierto cruel mente castigado por su ingenuidad, la Universidad Nacional, organismo gubernamental, inicia la reivindicaci?n, a todas lu ces injusta, de uno de los m?s perversos pol?ticos que haya ac tuado en nuestra patria durante los ?ltimos tiempos. Me refiero
a Nemesio Garc?a Naranjo que acaba de ser recibido y o?do con santa unci?n, en el Paraninfo de la Universidad Nacional, en un acto p?blico presidido por el Rector. Tengo la absoluta se guridad de que estos hechos, no obstante su gravedad, han pa sado inadvertidos por usted, pues de otra manera no se explica r?a la en?rgica conducta seguida por el gobierno en el reciente 45 Garc?a Naranjo, 1925j.
46 An?nimo, 1925d.
47 Respecto a V?ctor Lorandi no me ha sido posible encontrar ningu na informaci?n. El ?nico dato que poseo es el que ofrece la breve nota introductoria a su carta, en la que se indica que es diputado por la xxxi Legislatura y miembro del ' 'Bloque Radical" de la C?mara de Diputa dos. Cfr. Lorandi, 1925a.
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caso del Lie. Pallares, escritor reaccionario que no tiene, ni con mucho, las responsabilidades enormes de Garc?a Naranjo. Cum plo pues con mi obligaci?n de revolucionario dirigi?ndome a us ted en la forma m?s respetuosa, para que fije su atenci?n en el trascendental acto consumado por el Rector de la Universidad Nacional, quien con su proceder parece aplaudir los recientes art?culos de Garc?a Naranjo, escritos, ya no en La Raza y fuera de las fronteras patrias, sino en El Universal, el peri?dico tal vez
m?s le?do del pa?s; y no en contra del joven revolucionario Nar ciso Bassols, sino en contra de la Revoluci?n misma, dados los argumentos esgrimidos por el antiguo escritor de El Debate y ex-Ministro de Instrucci?n P?blica en el bochornoso gobierno de Victoriano Huerta.48
Lo que sigue de la pol?mica es reiterativo. El diputado Lo randi escribe una carta en defensa de su "amigo" Manuel G?mez Mor?n; es una grosera agresi?n contra el "vejete" Garc?a Naranjo.49 A su vez el licenciado Hilario Medina50 hace p?blicas dos reflexiones sobre la pol?mica y el polemis ta; su an?lisis es ponderado, valorativo y explicativo de cir
48 Lorandi, 1925a. Esta nota va seguida de un comentario an?nimo de El Universal, en cuyo ?ltimo p?rrafo se lee: ''Pretender la resurrecci?n de la mordaza digna de tiempos inquisitoriales para impedir que los hombres hablen, implica ensayar un salto atr?s indigno de nuestra ?poca y de las reivindicaciones que tanta sangre y lucha ha costado. Ello equivaldr?a bo rrar los art?culos de la Constituci?n que preconizan la libertad de concien cia, la libertad de pensamiento y la libertad de imprenta; art?culos que los diputados firmantes de las cartas susodichas han protestado guardar y ha cer guardar. Imponer, pues, el silencio a quienes no piensan como noso tros, a los que creen en principios distintos y aun opuestos, cerrando por la fuerza de la pasi?n y del odio unos labios mientras otros se abren consti tuir?a una verdadera afrenta para la revoluci?n". 49 Lorandi, 1925b. 50 Hilario Medina (1893-1964) estudi? hasta la preparatoria en su na tal Le?n, Guanajuato. Mudado a la ciudad de M?xico estudi? abogac?a en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Mientras cursaba sus estudios impart?a la asignatura de historia en la Escuela Nacional Preparatoria. Fue parte del grupo de constitucionalistas del Congreso Constituyente de 1917 y, durante el gobierno de Carranza, subsecretario de Relaciones Exterio res. En la d?cada de 1920 es parte de la planta de profesores de la Facultad de Derecho, donde impart?a derecho constitucional. Su curriculum pol?tico es muy extenso y variado, aunque de alguna manera siempre ligado a la Suprema Corte de Justicia, de la que lleg? a ser su presidente.
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cunstancias y posturas de los contendientes, pero no ofrecen nada nuevo.51 Nemesio Garc?a Naranjo, para concluir la po l?mica, marca una disyuntiva y aventura una s?ntesis. Desde el t?tulo de uno de los dos art?culos, "Adelantados y Atrasa dos", se observa que los planteamientos son, una vez m?s, los mismos con que refut? a Narciso Bassols y a Manuel G?mez
Mor?n.52 El art?culo final, "Los Indispensables", condensa su iron?a: algunos se imaginan candorosamente que en los ?ltimos a?os, todos los pa?ses, a excepci?n de M?xico, han estado quietos y paralizados, o como se dio a entender en un discurso inaugural de cursos universitarios, que el Universo, no comenz? a vivir con el "Fiat lux" de que habla el G?nesis, sino cuando el pri mero de diciembre ?ltimo, el general Plutarco Elias Calles, se hizo cargo de la Presidencia de la Rep?blica.53 Entre esta ?ltima fecha y el 4 de enero de 1926, Nemesio Garc?a
Naranjo deja de involucrarse en pol?micas pol?ticas y cultu rales; s?lo una excepci?n: su recepci?n, el 22 de julio de 1925, como miembro correspondiente en la Academia Mexicana de la Lengua, despert? protestas contra ?l y, de "rebote", con tra la Academia. En todos estos meses sus colaboraciones pe riod?sticas son regulares, aunque ya no tan beligerantes ni tan ir?nicas. Su vida p?blica tampoco explica el desenlace de esta historia: el presidente Plutarco Elias Calles da un plazo de setenta y dos horas para que Garc?a Naranjo abandone el pa?s. Sin embargo, durante este breve plazo, la orden es revocada por el mismo presidente. A cambio se instrumenta otra represalia: la guerra fr?a, el congelamiento profesional ?dificultades para publicar y para conservar a sus clientes en el bufete jur?dico donde trabajaba? y, sobre todo, la guerra
de nervios. Paralelamente y de modo fortuito recibe la invi taci?n para participar en el Congreso Hispanoamericano de Periodistas por celebrarse en abril en Nueva York. Esto lo 51 Medina, 1925a y 1925b. 52 Garc?a Naranjo, 1925m. 53 Garc?a Naranjo, 1925n.
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saca de su estado de nervios, del ostracismo obligado y del pa?s. Pero el ?xito obtenido en el congreso no compensa la noticia recibida por correo: se le prohib?a, terminantemente,
la entrada a M?xico. No se aduc?an razones.54 As?, Nemesio Garc?a Naranjo comienza un segundo destierro que concluir?
a principios de 1934. Hasta aqu? el cuerpo de la pol?mica y la coda. Entre sus
primeras y superficiales caracter?sticas se observa que ahora, a diferencia del pre?mbulo introductorio, los principales pro
tagonistas pertenecen a la nueva generaci?n, a la "revolu cionaria". Cabe subrayar que el llamado del presidente en
el asunto de Eduardo Pallares, pronto se convierte en el me jor est?mulo y la mayor protecci?n para que los "revolucio narios" cerraran filas en torno a la disciplina y orientaci?n se?alada. Igualmente debe resaltarse la paulatina soledad y la obvia inmolaci?n de Garc?a Naranjo: su llamado no tiene ninguna resonancia pues, su pleito, desde el principio, est? signado con la derrota. Asimismo, puede observarse el pro
ceso de la pol?mica: de la discusi?n ?aparente? de ideas
y concepciones, se deriva a las r?plicas contra personas y ac ciones pasadas y presentes.
Convocar a las legiones es uno de los resultados de la pol?mica
en cuanto se observa la conformaci?n de los grupos contrin cantes. Los que hacen la llamada de atenci?n, los "reacciona rios", son representantes de una opini?n publica ilustrada, renuente y contraria a las propuestas econ?micas, pol?ticas,
sociales y culturales del gobierno. Tambi?n son representantes de una clase social vinculada con los altos c?rculos econ?micos,
pol?ticos y sociales durante los gobiernos de Porfirio D?az y de Victoriano Huerta. En suma, son aquellos hombres sobre los que cae toda la condena de una historia inmediata que con la revoluci?n se hab?a intentado desterrar. Se aunan an?lisis y observaciones que son m?s que meras 54 Cfr. Garc?a Naranjo, s/f, vol. ix. He buscado alguna informaci?n complementaria que permita cotejar la que ofrece el propio Garc?a Na ranjo, pero el intento ha sido infructuoso. El polemista indica que Calles lo "lig? caprichosamente" a supuestas conjuras y conspiraciones de Adolfo
de la Huerta.
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opiniones. Por ejemplo, Eduardo Pallares es intransigente con las interpretaciones "socialistas" que el "nuevo pensamien to" hace de la Constituci?n de 1917; las considera estrechas de miras y derivadas del "pedantismo" de los nuevos "ap?s toles del pensamiento humano". En su cuestionamiento asoma su temor ante posibles luchas armadas y su incredulidad de las estrategias propuestas por el gobierno de Calles: ?Hay derecho a ensayar nuevos sistemas econ?micos, sin contar con el consentimiento real y positivo del pueblo que va sufrir
el ensayo?
?Hay derecho a proclamar nuevas utop?as sangrientas, em pujar al pueblo en el sentido de la inconformidad, encender la chispa que dar? lugar a una nueva conflagraci?n?55
Esta concepci?n ilustra una visi?n "neoconservadora" que quisiera la Constituci?n de 1917 no como proyecto de organi zaci?n social ?en cuestiones como tierra, trabajo, religi?n?, sino como algo pol?tico en una acepci?n casi puramente te? rica, desligada de una realizaci?n la pr?ctica o, cuando m?s, volcada en ?sta como si fuera algo semiornamental.56 Asi mismo, la duda respecto al "consentimiento real y positivo del pueblo" responde a otra cuesti?n: la Constituci?n de 1917
?considerar?a Pallares?, no se elabor? atendiendo a las ne
cesidades reales del pueblo mexicano, sino que es un producto esencialmente pol?tico de un solo hombre, Venustiano Carranza.
Junto a esta concepci?n se contrapone la pr?ctica real de la justicia: Eduardo Pallares, en su secci?n jur?dica de El Uni versal, pondera las actuaciones y resoluciones de jueces y tri bunales en las que raramente encuentra a su juicio fallos del todo correctos; en sus veredictos siempre se apoya en la nor
ma escrita de la ley.57 En suma, sus impugnaciones a las
pr?cticas pol?ticas del gobierno las orienta hacia los hombres 55 Pallares, 1925d. 56 Cfr. Medina, 1925a y 1925b. 57 Cfr. Pallares, 1925e. Debe aclararse que en el transcurso de los me ses de primavera y verano de 1925, eran muy frecuentes las cr?ticas a las deshonestas actuaciones de jueces y tribunales. Tan es as? que ellas llega ron a trascender a la C?mara de Diputados. Cfr. Diario de los Debates, 1925.
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V?CTOR D?AZ ARCINIEGA
que las realizan bajo la "doctrina revolucionaria", de aqu?
que sea frecuente la referencia comparativa a la historia an terior a 1910, en la que encuentra m?s cualidades que defectos.
La actuaci?n de Nemesio Garc?a Naranjo se desarrolla en forma simult?nea a lo anterior. Desde principios de 1924 hab?a
retornado58 al periodismo editorial de los cuestionamientos
de la vida p?blica de la sociedad mexicana, pero las condi
ciones no eran las propicias como para generar pol?mica. Un
ejemplo es el virulento y grosero art?culo que pasa inadvertido,
y en el que hace el mismo planteamiento que repetir? nueve
meses m?s tarde:
La Revoluci?n levant? a unos cuantos mozalbetes a las altas dig nidades (o indignidades, para hablar m?s propiamente) del Ej?r cito, la Curia y el Magisterio, y los dej? en la insolencia que siempre producen los ?xitos f?ciles e inmerecidos. Adolescen tes, que en cualquier otro pa?s se ocupar?an todav?a en comple tar su educaci?n, sentaron en M?xico plaza de generales, diplo m?ticos, legisladores, jueces y maestros universitarios. Y estos ni?os mimados de la fortuna, crecidos con su exaltaci?n pre matura, defendiendo su bot?n revolucionario, en nombre de su juventud, tildan de apolillados y caducos a todos aquellos que llevan alg?n tiempo de no alimentarse en el seno materno.59 58 Esto en el sentido de que por espacio de un a?o se hab?a retirado del periodismo. Garc?a Naranjo regres? a M?xico a principios de 1924 y desde su llegada consider? prudente distanciarse del periodismo y atender m?s su profesi?n de abogado. Esto implicaba menos riesgos, ya que sab?a que su pasado era un lastre que lo condenaba de por s? y todav?a m?s porque la amnist?a otorgada por Obreg?n era muy reciente, Io de enero de 1924. Pero por insistencia del due?o de El Universal regresa al periodismo editorial, Cfr. : Garc?a Naranjo, s/f, vol. ix y Elizondo Mart?nez, 1963.
59 Garc?a Naranjo, 1924. Conviene recordar que Garc?a Naranjo co rri? con similar suerte a la de los "mozalbetes" que critica. Su ingreso a la xxvi Legislatura se debi? tanto a sus altos m?ritos personales, como, y esto hay que subrayarlo, a su trato personal con Antonio Aguinz?niz ?senador que lo puso en contacto con Porfirio D?az? y con Genaro Gar c?a ?Director del Museo Nacional de Arqueolog?a e Historia que lo puso en contacto con Justo Sierra. Adem?s, era tan joven como los que critica
?contaba 27 y 28 a?os? y actuaba con la misma arrogancia del joven triunfador que s?lo habla con sus iguales. ?fr. : Garc?a Naranjo, s/f, vol. v
y Elizondo Mart?nez, 1963.
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Entre este art?culo y el pen?ltimo de la pol?mica se especifica
la preocupaci?n de Garc?a Naranjo, que es tambi?n la de sus amigos adelante citados, por saberse desplazado y hasta hu millado: "su car?cter de conductores y de gu?as" no tiene ning?n valor de credulidad ni respeto para la * 'joven genera ci?n revolucionaria". Para esta juventud, la de los "mozal betes" que tanto critica, los miembros de la generaci?n que encabeza el polemista, aquella que emigr? durante las bata llas, "el momento supremo", carece del respaldo de una moral
y una pol?tica puesta a prueba en el fragor de la lucha revo lucionaria.60 Esto hace comprensible un af?n reivindicativo
por parte de Garc?a Naranjo:
As?, pues, cuando alguien acusa a Moheno y a Lozano, a Es quivel Obreg?n y a Calero, a Bulnes y a Rabasa, a Gamboa y a Salado Alvarez, a Pereyra y a Carvajal, a Mart?nez Carrillo
y a Maqueo Castellanos, a Vera Esta?ol y a Reyes, de repre
sentar un pensamiento petrificado en 1910, incurre involunta ria o inconscientemente en el m?s garrafal de los errores. Estos cerebros esclarecidos ?y el m?o muy humillantemente tambi?n?, volvieron a M?xico gloriosamente transformados, con injertos benem?ritos, listos a incrustarse en el ramaje de la cultura pa tria y determinar as? nuevas y ricas floraciones.61
Pero tal af?n reivindicativo no s?lo es a favor de sus compa 60 Cfr. Kegel, 1925. 61 Garc?a Naranjo, 1925m. Es conveniente ponderar este comentario. Las personas citadas se encuentran vinculadas al gobierno de D?az, Huer ta o ambos. Todos ellos, despu?s de la derrota de Huerta, salieron de M? xico por temor a las represalias que contra ellos se pudieran hacer. En sus respectivos exilios, cada uno por su cuenta, emprendieron diferentes ta reas de estudio e investigaci?n acad?mica, o de reflexi?n cr?tica sobre los acontecimientos que ocurr?an en el pa?s. En cualquiera de los casos ningu no se mantuvo al margen. Aunque, tambi?n, debe subrayarse que todos emprendieron una campa?a contra la revoluci?n o sus caudillos, como lo hac?a Garc?a Naranjo desde su Revista Mexicana, en la que llegaron a cola borar algunos de los citados. Asimismo y pese a la vanidad del comenta rio, Garc?a Naranjo trata de ser justo en el reconocimiento de que algunos de sus amigos efectivamente hab?an regresado con el prop?sito de hacer una labor favorable a M?xico y, sobre todo, lo m?s alejada posible de la vida p?blica y pol?tica, como es el caso de Jos? Ma. Lozano.
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?eros, sino, m?s a?n, es a favor de una orientaci?n cultural humanista y universal que, seg?n observa en los nuevos pla nes educativos, vez a vez se reduce. La preocupaci?n de Garc?a Naranjo es que "el criterio herm?tico de la Revoluci?n ven cedora" se imponga como una pesada plancha petrificante que cercene otras alternativas, como las que, con cierta vani dad, personalizan ?l mismo y sus amigos: si ha sido f?cil sustituir a los maestros dimitentes en la c?tedra,
resulta imposible reponerlos como ?ndices severos de indepen dencia y de libertad.62
En otras palabras: su objeci?n no la endereza contra la iz quierda o el socialismo ?que efectivamente le producen re
pulsi?n, sobre todo cuando evoca a Lenin y a Trotsky, "maes tros en el manejo de las turbas"?, sino contra la barbarie consecuente a las cerrazones dogm?ticas que en su defensa apelan a ortodoxias ?la cancelaci?n del pensamiento propio, original e imaginativo?, y contra los "nuevos intelectuales" que amparan su ignorancia con nombres, teor?as y citas que dif?cilmente comprenden y, m?s dif?cilmente, logran hacer comprender, aunque siempre redundan a favor de lo "revo lucionario".63 Nemesio Garc?a Naranjo en esto es intransi gente tanto como sus enemigos. Junto a lo anterior queda la m?s cara defensa de Garc?a Naranjo: la rectitud, la consecuencia y la lealtad final hacia s? mismo. En su respuesta a Aquiles Elorduy reprocha "olvi dos" que se pretenden justificar con cambios de partidismo pol?tico. Sin embargo, este reproche se convierte en una vio lenta censura contra Enrique Gonz?lez Mart?nez: no cede ni desea entender que el poeta ataque el r?gimen de Porfirio
D?az, cuando antes fue uno de sus panegiristas. Peor a?n,
62 Garc?a Naranjo, 1925n. 63 Como ejemplo vale recordar una muestra de uno de los que parti cipan en la pol?mica. Carlos Guti?rrez Cruz, en su libro El brazo de Obre g?n (1924), cambia el an?lisis riguroso y cient?fico de la realidad, por la buena voluntad pol?tica. En su interpretaci?n de la rebeli?n delahuertista encuentra el modo de justificar y celebrar materialista y dial?cticamente la actuaci?n pol?tica de Obreg?n. Simult?neamente encuentra, con pre misas similares, la manera de elogiar a Plutarco Elias Calles.
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considera el polemista, es que Gonz?lez Mart?nez en su tra yectoria pol?tica siempre sea partidario del que est? en el po der, as? sean Madero, Huerta, Carranza u Obreg?n.64 Y lo que le resulta del todo incomprensible e inaceptable es que la "joven generaci?n" defienda al escritor en t?rminos como: Ninguna persona de recto juicio puede negar el derecho de este se?or, como pol?tico, a cambiar de opiniones, y en el caso pre sente, debe loarse m?s bien que lo haya hecho en un sentido pro
gresivo. . .; hay que alabarle el cambio de su devoci?n antigua de la Matrona por el culto del martillo y la hoz de los proleta rios universales.65
Ante estos cambios de creencias y filiaciones pol?ticas, Ne mesio Garc?a Naranjo responde con una integridad y una con gruencia inusuales que si en mucho asombran, en m?s resultan
cuestionantes a aquellas personalidades diestras en el trape cismo pol?tico tan usual en los "revolucionarios". Las posturas de Eduardo Pallares ?legalista estricto y cr? tico mesurado? y de Nemesio Garc?a Naranjo ?humanista generoso y polemista desaforado?, difieren en la forma, pero coinciden en el deseo de refutar los prop?sitos pol?ticos de un
gobierno que se manifiesta dictatorial y un Estado cuya iden tidad se base en el respeto a las garant?as individuales; en la libertad de credos; en una real democracia donde las mayo r?as participan en la orientaci?n y las decisiones gubernamen tales; en garant?as para la pr?ctica de la libertad de expresi?n y para la libertad de empresa y comercio; y en que sean las minor?as ilustradas las que realicen la administraci?n guber namental, con objeto de que las conductas se apeguen rigu 64 Aqu? aludo a una breve pol?mica suscitada por un art?culo de Luis G. Urbina, en que parafrasea y cita extensamente una conferencia dictada por el ministro Enrique Gonz?lez Mart?nez en Madrid. Esta rese?a mere ci? comentarios de Garc?a Naranjo, Juan S?nchez Azcona y Miguel Ales sio Robles. En defensa del "proceso pol?tico retrospectivo", Gonz?lez Mar t?nez env?a una larga carta aclaratoria en que afirma no desconocer sus actos y aceptar las responsabilidades que de ellos resultaren. Cfr. : Urbi na, 1925; Garc?a Naranjo, 1925f; S?nchez Azcona, 1925; Alessio Robles, 1925; y Gonz?lez Mart?nez, 1925. 65 An?nimo, 1925a.
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rosamente a la letra de la ley, pues su criterio les permitir?a discernir a favor de la justicia m?s equitativa. Uno como legalista y el otro como humanista, ninguno to lera la alternativa de un caudillaje napole?nico en el que se pulverizan libertades a cambio de un r?gimen autoritario y desp?tico. Ambos, como muchos de sus cercanos amigos, observan como modelo de democracia la que se practica en Estados Unidos, donde consideran que el poder total de una naci?n no se entrega a un hombre para que lo ejerza a su arbitrio. Por ?ltimo los dos pugnan para que la "doctrina revolucionaria" y el "pensamiento nuevo" se ponderen con justeza, en su dimensi?n hist?rica de la cultura universal, y no s?lo como una "ideolog?a" exigida como requisito para "matricularse" en el bando de los triunfadores. Se podr?a decir, dentro de una perspectiva m?s amplia, que
los llamados de Nemesio Garc?a Naranjo y las impugnaciones y defensas de Eduardo Pallares ?como voceros representantes del grupo citado?, responden a un doble prop?sito: el me nor, a favor de s? mismos para limpiar las estigmas pol?ticas de un pasado que tanto les entorpece y, el mayor, pugnar a favor de la sociedad civil para que se organice y vele por sus propios intereses ?espirituales y materiales. En suma, es una convocatoria para integrar un frente com?n que pueda im pugnar y contrarrestar una fuerza gubernamental que todo abarca y domina ante una sociedad inerte e inerme. Sin em bargo, las dos decisiones de Calles, el cese de un trabajador no revolucionario al servicio del gobierno y la expulsi?n del pa?s de un libre pensador contrario al r?gimen, son suficien tes y finales para hacer fracasar los dos prop?sitos. As?, el es
tigma se incrusta m?s en su modalidad de "reaccionario", y la supuesta sociedad civil se atomiza todav?a m?s ante la amenaza imperante. En direcci?n contraria a la "reacci?n", los "revoluciona rios" que se identifican en el transcurso de la pol?mica, pronto hacen manifiesta su lealtad correligionaria: su opini?n es coro
de la voz solista de Plutarco El?as Calles. Hay un proceso
acumulativo y f?cilmente observable. El comentario sobre los "simuladores revolucionarios", la rese?a critica a la confe rencia "La Revoluci?n en el Derecho" y el cuestionamiento This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:10:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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de la orientaci?n de los estudios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia conducen a un triple resultado: se rinde tri buto a la revoluci?n, se proclama su triunfo absoluto y se em prenden sobre camino seguro las tareas cuyos m?todos y ob jetivos ya han sido aprobados por el Ejecutivo Federal. En otras palabras, la fracasada convocatoria que nace del "pesi mismo" "reaccionario", resulta exitosa ante el grosor de la legi?n que "optimista" y "revolucionariamente" intenta para
M?xico la mejor de las utop?as.
En el trayecto de la pol?mica la ' 'joven generaci?n revolu cionaria" es reiterativa en el prop?sito de que se cuestionen "contenidos ideol?gicos" y no actuaciones de personas. Tal demanda obedece al deseo de valorar contrastadamente el fon
do y los principios que gu?an sus acciones. Es la b?squeda
de una r?plica que permita legitimar una concepci?n te?rica aplicable en una pr?ctica pol?tica. Sin embargo, este prop? sito es contradictorio: se aspira a la discusi?n de "conteni dos", m?s no se somete a cuesti?n quienes son los represen tantes y portadores de la bandera revolucionaria; en esto no hay reclamos, la "joven generaci?n" es, irrefutablemente, "revolucionaria". Por ello quienes replican son cautos: la dis cusi?n de contenidos implicar?a definiciones que llevar?an a cerrazones y pronunciamientos, y conducir?a la pol?mica a lo meramente conceptual, cuando lo que m?s les ata?e son los hombres que ejecutan la ley, orientan la cultura y rigen al pa?s.
Asimismo, pese a la insistencia, los pronunciamientos con ceptuales d?los "revolucionarios" son relativamente pocos y no siempre puntuales de su "ideolog?a". Narciso Bassols es quien mejor y m?s completamente integra concepciones y tareas para el "pensamiento nuevo". Bassols, en su confe rencia propone un doble eje conductor para la "pol?tica re volucionaria": el Derecho es la "teor?a de la organizaci?n de la convivencia social" "en las relaciones diarias", y la Eco nom?a es la base sobre la que se sustenta el "Estado demo cr?tico moderno": "El Estado necesita pasar de organismo pol?tico a entidad econ?mica". Con este principio considera que se podr?a emprender la reordenaci?n de la realidad in mediata, para lograr como objetivo el equilibrio pol?tico o a trav?s de los sustentos legislativo y hacendario. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:10:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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Sin embargo, en la "mentalidad revolucionaria" propuesta por Bassols hay una ausencia: su definici?n de democracia es limitada, pues la concibe como algo que se irradiar? a to dos los otros enunciados que anota en su conferencia, pero sobre todo al de los "procedimientos electorales", donde la participaci?n real del pueblo a trav?s de sus representantes no se contempla como parte actora de las decisiones guber namentales, sino como parte receptora de unas decisiones to madas en abstracto. Esto deriva a una concepci?n en la que las mayor?as desprotegidas son objeto de las acciones de una pol?tica, m?s no un elemento causal y participante. Ante ta les caracter?ticas, la propuesta de democracia que hace Bas sols se asemeja a una pr?ctica de democracia dirigida, como la piensa y practica Calles.66 Junto a estas puntualizaciones para una "ideolog?a revo lucionaria", los otros polemistas del mismo bando optan por rechazos y autoproclamas. Por ejemplo, Manuel G?mez Mo r?n dice del grupo de amigos de Garc?a Naranjo: "pocos j? venes los conocieron y ninguno se acordaba de ellos. Nada nos dieron. Ni una idea. Ni un ejemplo". A cambio indica qui?nes le influyen y orientan culturalmente, pero, subraya,
en cuestiones pol?ticas se forjan pr?cticamente solos.67 Y quien mejor sintetiza una creencia, un entusiasmo y hasta un fervor muy de la ?poca es Daniel Cos?o Villegas: porque el triunfo de la Revoluci?n quiso confiarse a pol?ticos y militares, y porque ?stos jam?s podr?n realizar la parte esencial de un movimiento social, la Revoluci?n no pod?a triunfar. Para que un movimiento social de esta naturaleza triunfe, se necesita el nacimiento de una ideolog?a, de una nueva mentalidad, de un nuevo punto de vista para pensar y sentir las cosas. En el lenguaje de Ortega y Gasset dir?amos que la Revoluci?n no puede
triunfar si no cambia la sensibilidad vital, si no surge una nue va generaci?n. Esta generaci?n somos nosotros y por eso afir mamos que nosotros somos la Revoluci?n.68 66 Cfr.: Bassols, 1964; Ai Camp, 1981, pp. 171-174, Palacios, 1969 y
1973.
67 G?mez Mor?n, 1925a. 68 Cos?o Villegas, 1925.
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De aqu? se desprenden dos cuestiones principales. El "con tenido ideol?gico" del pensamiento de quienes hicieron y triunfaron en la revoluci?n ?"pol?ticos y militares" como indica Cos?o Villegas?, es fundamentalmente el resultado de una improvisaci?n pol?tica surgida a partir de una pr?ctica y de un poner a prueba, por ensayo y error, m?s intuiciones
que reflexiones en torno a un asunto de car?cter social o econ?mico. Esto significa que lo "revolucionario" en esa etapa es un salir al paso, un atajar y no una previsi?n a futuro que se adelante a los acontecimientos. Pero la vigencia de esta etapa
la cancela la ' 'joven generaci?n revolucionaria' ', que efecti vamente posee una nueva manera "para pensar y sentir las
cosas". Aunque, no obstante sus obras hechas, el "pensa
miento revolucionario" a?n no existe como sistema de pen saminto en el sentido de concepci?n articulada y definida de ideas expl?citas, s? existe como una pragm?tica emprendedo ra y contingente de proyectos y acciones que se intentan ajustar
al principio "revolucionario" todav?a no consolidado.69 Estas dos cuestiones dejan al descubierto la convivencia de dos generaciones. Una, de los "pol?ticos y militares" que a caballo aprenden de pol?tica, administraci?n y a defender su vida y su lugar en la contienda, es la que asume las decisio nes en el ejercicio del poder. Otra, la de j?venes estudiantes que sedentariamente aprenden de pol?tica y administraci?n a trav?s de libros y de la observaci?n cr?tica de la realidad inmediata, es la que aporta la "nueva ideolog?a" y "menta lidad" para estructurar programas y planes de acci?n. As?, ambas generaciones se suman en un inter?s com?n, M?xico. Pero, as? tambi?n, ?stos ni se amalgaman ni se funden como unidad, debido a que sus maneras para poderar los proble mas y para emprender las tareas que exige la realidad difie ren en principios y en prop?sitos.70 Los de a caballo dan 69 Enrique Krauze, en la biograf?a colectiva de la generaci?n de 1915, destaca las realizaciones, proyectos y caracter?sticas de las m?ltiples obras
y acciones en las que se vieron activamente envueltos. La diferencia que
marca entre Los Atene?stas y Los Sabios, "cambiaron la pluma por la pala' ',
es espl?ndidamente ilustrativa de la voluntad emprendedora que ten?an en su af?n por reconstruir a M?xico. Krauze, 1976. 70 Un ejemplo: hacia 1926 comenz? a operar el Banco Nacional de
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prioridad a su vida y a su lugar en la contienda. Los sedenta rios privilegian el estudio y la reflexi?n cr?tica como funda mento de cualquier programa que se emprenda en favor de intereses colectivos.
Tan es as? que la "joven generaci?n revolucioaria", en su mayor?a graduados entre 1919 y 1920 de la Escuela Nacio nal de Jurisprudencia, integra el grupo m?s nutrido y com pacto de profesores que imparten clases a las generaciones, 1925-1926 y 1928-1929 de abogados en formaci?n acad?mi ca (y con gran futuro pol?tico). Este hecho, aparte de las obras
para el gobierno en las que participan individualmente, con forma una din?mica de actividad p?blica y reflexi?n pol?tica inusuales, pues tanto los maestros como los alumnos partici pan intensamente en cuestiones vinculadas con el gobierno y con su propio porvenir dentro de la administraci?n y la educaci?n.71 Sin embargo, y pese a los intereses personales de cada uno, esta "joven generaci?n" y la que est? form?ndo se, crecen bajo la consigna de "lealtad" a un principio tan abs tracto como el "revolucionario". El presidente hace el dictum: La obligaci?n fundamental que tiene el Ejecutivo Federal de velar
por el imperio absoluto y el estricto cumplimiento de nuestras leyes, que consagran la consolidaci?n de los postulados revolu cionarios, reclama como una medida de urgente necesidad, que los enemigos de las instituciones y nuestra Carta Magna, no for
talezcan ni encubran sus actividades de constante oposici?n y de obstrucci?n sistem?tica al programa de la Revoluci?n, con cargos o comisiones del propio Gobierno [sic], aceptados y de sempe?ados deslealmente.72 Cr?dito Agr?cola, creado por Manuel G?mez Mor?n para beneficio de los agricultores. En 1926 y 1927 logra, adem?s de poco m?s de un mill?n de pesos de utilidad, organizar sociedades locales y contrarrestar el poder de los acaparadores. Sin embargo, pronto va a la ruina por los "pr?stamos a favor' ' concedidos a clientes como los generales Obreg?n y Amaro o el ingeniero Luis L. Le?n, entre otros. "Con las m?ltiples operaciones de esta naturaleza, se violaban claramente el esp?ritu y la letra de la ley ?se?ala G?mez Mor?n?, tanto que en lo referente a las preferencias como a las garant?as". Krauze, 1976, pp. 240-241. 71 Cfr.: Ai Camp, 1983. 72 El?as Calles, 1925.
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Esta exigencia repercute con un doble efecto: indica el con tenido de la pol?tica y demarca el continente de quienes la practiquen. El llamado de Calles es, como se dice popular mente, un "tirar l?nea". Lo cual significa que hay un orden a respetar y una direcci?n de sentido a seguir. La "l?nea" es la obligaci?n para apegarse a una continuidad que, en la medida de ser respetada, puede convertirse en la interpreta
ci?n fiel, mejor a?n, "verdadera" de la revoluci?n.73 Se
podr?a decir que la indicaci?n de Plutarco El?as Calles es la b?squeda de una concordancia y coordinaci?n de elementos dis?mbolos que puedan integrar y fortalecer el "pensamiento revolucionario" y, consecuentemente, la estructura del go bierno. Simult?neamente se puede observar que si los "pos tulados de la revoluci?n" son abstracciones casi inefables, un efecto pr?ctico de la pol?mica es el que redunda en la multipli
cidad de concepciones para un solo principio. Este resultado enriquece generosamente al "pensamiento revolucionario", pues ?l mismo autoriza la reflexi?n filos?fica de orientaci?n cat?lica ?Ortega y Gasset?, y la actuaci?n pol?tica de orien taci?n materialista ?Lenin y Trotsky?. Esto es, la "amal
gama" que propone Aquiles Elorduy para el plan de estu
dios y la planta de profesores en la Escuela Nacional de Ju risprudencia, tiene su equivalente dentro del ?mbito de la ad ministraci?n gubernamental y de la interpretaci?n pol?tica: hay convivencia de generaciones y de modos de concebir y hacer una praxis. En otras palabras, la variedad de interpre taciones de la revoluci?n es la que hace que la "ideolog?a re volucionaria" sea a la vez flexible y r?gida y, tambi?n, hace que ?sta se convierta en una concepci?n autocr?tica favora ble a ella misma, como al presidente que la encabeza.74
73 Jaime Moreno Villarreal analiza las caracter?sticas del discurso de la cr?tica literaria mexicana contempor?nea. Aunque sus observaciones atienden fundamentalmente cuestiones literarias, sus consideraciones e in terpretaciones pueden ser retomadas en funci?n del discurso pol?tico. Es en este sentido que aqu? empleo algunas de sus conclusiones. Moreno Vi
llarreal, 1971.
74 "Autocracia es un t?rmino abstracto, que no siempre es usado en modo un?voco. El significado m?s completo de la palabra parece ser el de cualquier forma de maximun de absolutismo, en la direcci?n de la persona
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Otro efecto tambi?n pr?ctico se observa en la significativa
expresi?n acu?ada por Calles: la "familia revolucionaria".
Cerrar filas y convocar a las legiones son dos pasos de un mis mo modo de andar: el presidente "reclama" por "necesidad" que los revolucionarios velen por el bien de la revoluci?n, como
lo hace el diputado V?ctor Lorandi. Pero es mejor ejemplo la defensa que los estudiantes de derecho hacen de s? mismos como si lo hicieran de la propia revoluci?n.75 Tal efecto con duce a la integraci?n de correligionarios dentro de un c?rculo doblemente estrecho e interactuante: el de los que asesoran y proyectan programas para el gobierno, y el de los que to man las decisiones a nombre de ?l para ejecutarlos. Entre unos y otros hay movilidad y desplazamientos, pero ello no impli ca transformaci?n en la sustancia.76 As?, ambos efectos de rivan en una unidad de contenido y continente en el que se da la reproducci?n y acumulaci?n c?clica del "pensamiento"
y de los "logros" "revolucionarios".
En medio de esta compleja trama se entretejen otros as pectos que permanecen escondidos a lo largo de la pol?mica y que, de alguna manera, operan como una substancia cohe sionadora de prop?sitos subyacentes. En el dictum del presi dente Calles asoman tres prioridades: la educaci?n debe abo carse y ce?irse a los intereses de la revoluci?n; el "Gobierno es el "imperio absoluto" y como tal debe asumirse; y la Na ci?n debe ser fuente generadora de una creencia casi religio sa que rija todos los pensamientos y acciones de sus habitantes.
Aunque sin precisar, las aclaraciones de Aquiles Elorduy respecto a los planes de estudios y la planta de profesores de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, son ilustrativas de los lizaci?n del poder. Una autocracia es siempre un gobierno absoluto, en
el sentido que detenta un poder ilimitado sobre los subditos. Pero, adem?s
de eso, la autocracia comporta que el jefe de gobierno sea de hecho inde pendiente, no s?lo de los subditos, sino tambi?n de los otros gobernantes, que le est?n por eso r?gidamente subordinados,\ Diccionario de Pol?tica, 1982,
vol. i, pp. 557-558.
75 Adem?s, seg?n su declaraci?n, hay un argumento obvio en esta de fensa de la revoluci?n: el riesgo del estigma de "reaccionarios" se deb?a exorcisar pronto y tajantemente. Cfr. Los estudiantes, 1925. 76 Moreno Villarreal, 1971.
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programas emprendidos para la restructuraci?n de la educa ci?n en M?xico hacia 1925, iniciada anteriormente.77 Entre los objetivos se pretende proporcionar al alumno una prepa raci?n educativa en que se privilegian tanto las cuestiones nacionales ?en las ?reas de pol?tica, econom?a, sociolog?a, historia, derecho y otras "materias que daban un considera ble ?nfasis a las nuevas ideas y a las nuevas instituciones que se hab?an creado a partir de 1915"?,78 como las cuestiones del saber universal ?literatura, derecho romano, historia de las doctrinas filos?ficas y pol?ticas, lenguas, geograf?a, etc?te
ra.79 Esta "amalgama" pretende conformar en el estudian tado una visi?n m?s amplia y cr?tica de la realidad mexica na,80 en la que la revoluci?n tiene un lugar preponderante ?para los maestros m?s j?venes y lo contrario para los m?s viejos?, mientras el porfirismo es una de las etapas m?s som br?as del pa?s ?en proporci?n inversa a la citada.81 En toda esta conformaci?n lo nacional es lo que m?s se subraya. Este proceso educativo se complementa con una formaci?n pol?tica activa, pues la participaci?n de los alumnos en aso ciaciones, publicaciones, misiones educativas estudiantiles y congresos nacionales e internacionales de la juventud y de estudiantes se convierten en un magn?fico escenario para fo guearse y poner a prueba sus dotes de conductores y de ad ministradores de grupos.82 Por esto no es exagerado suponer que los maestros tambi?n deben exhibir sus respectivas habili
dades, como lo permite una pol?mica con un enemigo belige rente, localizado y prestigiado aunque descalificado. Por ello
y en conjunto, la educaci?n del universitario ?en rengl?n
77 En las direcciones del Lie. Alejandro Quijano (1920-1922) y del Lie. Manuel G?mez Mor?n, se llevaron a cabo reformas en los planes de estu dio, planta de profesores, organizaci?n acad?mica y hasta de r?gimen ad ministrativo de tipo de estudios: pasa de ser Escuela Nacional de Juris prudencia a Facultad de Derecho. 78 A? Camp, 1981. 79 Mendieta y N??ez, s/f. 80 Vid. Krauze, 1980, pp. 47-49. 81 Por ejemplo, la ense?anza de la historia entre 1917 y 1940 muestra enormes transformaciones en sus perspectivas, valoraciones e interpreta ciones de los hechos. Cfr. V?zquez, 1979. 82 Cfr. Mendieta y N??ez, s/f; Ai Camp, 1983.
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inmediato la del preparatoriano?, cumple la doble funci?n
de ser informativa en cuestiones te?ricas y formativa en cues
tiones pr?cticas.
La segunda prioridad, "imperio absoluto" del "Gobier
no", remite a cuatro hechos. Primero, a lo ya reiterativo: el Ejecutivo Federal es la autoridad final que dirime cuestiones p?blicas de inter?s nacional, am?n de ordenarlas y orientar las; subraya que la autoridad m?xima del pa?s recae sobre el presidente constitucional, Plutarco Elias Calles, y no sobre la sombra del caudillo que lo acompa?a, Alvaro Obreg?n.83 Segundo, el "Gobierno" no es un ?mbito restringido a la sola administraci?n p?blica, sino, como "imperio absoluto", ex tiende su radio de influencia hacia otros ?rdenes aparente mente alejados, como es la vida acad?mica. Tercero, se exige una diferenciaci?n: aunque todos los habitantes son parte el
"imperio", s?lo pocos pertenecen al "Gobierno". Cuarto,
remite una precisi?n: llegar a ser del "Gobierno" es la aspira
ci?n de algunos pobladores del "imperio".84 Como priori
dad, entonces, el llamado del general Calles se hace puntual:
el "Gobierno" impone un orden y se?ala un proceso para que de entre los moradores del "imperio", los apegados a la "doctrina" "revolucionaria" puedan, en un futuro, ser parte de aqu?l.85 La tercera prioridad, con viejo y largo camino recorrido,86
cobra mayor importancia en los primeros meses de gobierno del presidente Plutarco Elias Calles debido al estado de exa 83 Como se sugiere en Garc?a Naranjo, 1925b. 84 Cfr. Casta?on, 1983. 85 Cfr. Ai Camp, 1981 y 1983. 86 La historia del nacionalismo mexicano puede rastrearse a lo largo de centurias. Aqu? conviene resaltar un hecho: en los a?os de crisis, ines tabilidad y proceso de cambio o consolidaci?n pol?tica, el nacionalismo se acent?a como conciencia cohesionadora, reflexiva y como sentimiento em prendedor. En el periodo de la Rep?blica Restaurada Ignacio Manuel Al tamirano encabeza una cruzada nacionalista a trav?s de la educaci?n y las cuestiones art?stico-culturales. En el inicio de la reestructuraci?n revolu cionar?a del pa?s, en el gobierno de Obreg?n, Jos? Vasconcelos emprende una extensa campa?a educativa y cultural en la que el nacionalismo es al tamente privilegiado. Cfr. : Robinson Kranac, 1972; Turner, 1971; Berlin,
1983.
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cerbaci?n en la conciencia nacional.87 La preocupaci?n por hacer ?en el sentido de una pragm?tica?, la "ideolog?a re volucionaria", es equivalente a la de hacer el "nacionalismo revolucionario". En el contexto de las anteriores prioridades, el "nacionalismo revolucionario" aparece a la vez como causa y como efecto: responde a la necesidad de identidad y perte nencia con y a un grupo en el que se tienen ascendencia, len guaje y preocupaciones en com?n; hay homogeneidad en una historia pasada, presente y hasta futura.88 Simult?neamente,
como estado mental o de conciencia ?no como sentimiento?, el nacionalismo aparece como fuerza y como arma. Lo pri mero, porque la convicci?n en la identidad y pertenencia de marcan las extensiones de grupo y territorio, y redundan en favor de una unidad solidaria en el que se hacen propios los prop?sitos, las creencias y los medios. Lo segundo, como ar ma, porque ante adversidades que entorpezcan la realizaci?n de las metas supremas, que son las que hacen la vida, dictan los fines y crean la historia de lo que ella es, no se limitar?n las respuestas para eliminarlas. En otras palabras: el indivi duo est? en funci?n de la naci?n y todas sus creencias y actos deber? orientarlos hacia ella, pero sujetos a las normas del grupo de mayor ascendencia.89 Un castigo ejemplar es otro de los resultados de la pol?mica.
Con un significado y una repercusi?n insospechada Plutarco El?as Calles toma una decisi?n que corresponde al maestro normalista y no a la del general. Una decisi?n del general Calles podr?a ser, por ejemplo, la tomada en 1927^n los asun tos de los generales Arnulfo G?mez y Francisco Serrano. Per m?tase una ilustraci?n ingenua y burda. El presidente, como educador, rega?a al alumno Pallares por no saber la lecci?n; lo sienta aparte y le pone orejas de burro. Pero al alumno Garc?a Naranjo, quien no s?lo no sabe la lecci?n, sino que a pesar del castigo a su amigo sigue alborotando a los compa ?eros de clase, le impone una pena m?s dr?stica y tambi?n ejemplar: lo expulsa del sal?n de clase. 87 Cfr. D?az Arciniega, 1983. 88 Cfr. Ai Camp, 1981. 89 Berlin, 1983.
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Aunque la ilustraci?n es burda, su v?nculo con los sucesos es estrecho. Toda la pol?mica se ci?e a una discusi?n funda mental: las caracter?sticas del "pensamiento revolucionario",
los programas de estudios y los profesores que los desarrollar?n
para obtener como ?nica meta la "ideolog?a revolucionaria". Eduardo Pallares y Nemesio Garc?a Naranjo no cuestionan principios rectores, sino acciones y conductas consecuentes
a aqu?llos. Narciso Bassols, Aquiles Elorduy, Manuel G? mez Mor?n y Daniel Cos?o Villegas proponen y defienden tanto un modo de abordar la realidad y un plan de estudios, como una conducta pol?tica y una solidaridad generacional que puede estar acorde con su propio tiempo.90 Unos y otros antagonistas coinciden en el v?rtice argumentativo de la de fensa y el ataque de las cuestiones culturales91 dentro de la abarcadora dimensi?n de Proyecto Cultural para M?xico. Si mult?neamente, ni unos ni otros tienen en claro qu? es lo que la revoluci?n, sus gobernantes e instituciones proponen para el pa?s en el rengl?n cultural.92 Sin embargo, ambos bandos protag?nicos pugnan por la suya propia como mejor alterna tiva,93 e impugnan la contraria como deficitaria o caduca. 90 Curioso destino de estos cuatro polemistas. Poco tiempo despu?s del enfrentamiento comenzaron a radicalizar sus creencias y pr?cticas pol?ti cas. Cada uno tom? su propia direcci?n y desarroll? su personal manera de cuestionar al gobierno, a la revoluci?n y a las instituciones y pr?cticas administrativas de aqu? derivadas. 91 La cosa pol?tica se impugna y arguye m?s como concepto que co mo pr?ctica, aunque, parad?jicamente, m?s se presenta como praxis que como teor?a. 92 Puig Casauranc, 1925. 93 Nemesio Garc?a Naranjo, como ministro de Instrucci?n P?blica, propuso la renovaci?n sustancial de los planes de estudio de la ense?anza primaria y media. Su propuesta educativa, fundamentalmente cualitati va, pretende que el alumno adquiera una formaci?n m?s creativa y huma nista, y no que sea una acumulaci?n de datos como se acostumbraba en el positivismo todav?a vigente. En sus planteamientos asoma la influencia del humanismo idealista de Henri Bergson. A su vez en sus respectivos periodos como directores de la Escuela Nacional de Jurisprudencia o Fa cultad de Derecho, G?mez Mor?n, Elorduy y Bassols realizan transfor maciones considerables dentro de ella; el primero es m?s innovador, el segundo es m?s consolidador de programas, y el tercero es mucho m?s renovador en direcci?n a sus convicciones sociales. Cfr. : Meyer, 1983, pp.
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Ante esto el rega?o y expulsi?n que ejecuta el maestro Calles es crucial, pues aunque no define el proyecto, s? se?ala el or den y la direcci?n del sentido en que debe buscarse la posible alternativa para crear lo que bien podr?a ser una "cultura
revolucionaria".
En esta misma l?nea hay un segundo efecto. Ante la deci si?n del maestro Plutarco Elias Calles contra la alternativa cultural independiente y marginal propuesta por Pallares y Garc?a Naranjo, se descubre una ponderaci?n intransigente y rotunda: no se admite ning?n tipo de propuesta, cualquie ra que sea su ?ndole, si no se hace a trav?s de los canales ofi ciales y establecidos; s?lo tiene cabida y reconocimiento aquello
que provenga del "Gobierno" o de algunos de los elegidos del "imperio". Sin embargo, tal valoraci?n no es una sim ple cancelaci?n tajante y arbitraria, aunque as? se manifies ta, sino que se realiza dentro de un proceso con el que la paulatina descalificaci?n del adversario vac?a de sentido su
proyecto alternativo. En una forma inversa la autoridad ofi cial, el "Gobierno", obtiene para s? tanto el triunfo por im poner el poder de su mando, como la posibilidad de retomar un proyecto alternativo ajeno haci?ndolo propio.94 A esto se suma, para retornar al ejemplo citado, que los dos castigos tienen su mejor recompensa cuando logran que el resto de los alumnos guarden el orden, aprendan la lecci?n y repitan
la ense?anza.
180-182; Garc?a Naranjo, s/f, vol. vn, pp. 177-220; Mendieta y N??ez, s/f;
Britton, 1976.
94 Un ejemplo notorio es la trayectoria art?stica y pol?tica de la gene raci?n de Contempor?neos. En 1925 la pol?mica literaria se endereza en contra de ellos, los "afeminados" "poetas burgueses"; tanto se les ataca que Guti?rrez Cruz propone que los env?en a las islas Mar?as. Hacia 1932 se instrumenta otro proceso: se les acusa de "antinacionalistas", "reac cionarios" y hasta de atentar contra la moral. Sin embargo, algunos de sus miembros comenzaron a ser admitidos y premiados por el mismo go bierno, previa mediatizaci?n. A tal grado es el giro, que en 1982 las viejas persecusiones se olvidaron en el homenaje nacional a los Contempor?neos, pues se aplaudi? el lugar com?n de los h?roes de la nueva hagiograf?a cul tural mexicana. Sin embargo, en el fondo, ni se admite, ni reconoce, ni retoma lo beligerante, disidente y transformador del esp?ritu que los ani maba como individuos y como grupo; esto sigue proscrito.
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Junto a estos aspectos la pol?mica en s? misma parece sa lirse de su propia proporci?n. Sin embargo, lo que parece es tar afuera de ella resulta ser lo de mayor arraigo. Este es el caso del avisoramiento de Garc?a Naranjo que no desarrolla articuladamente, pero que en forma incisiva presenta una y otra vez en sus cuestionamientos del "pensamiento revolu cionario". Primero en el cese de Eduardo Pallares y despu?s en los motivos de la renuncia de Miguel Macedo, apunta su preocupaci?n en torno al dominio de la visi?n oficial no s?lo en la educaci?n, sino en la interpretaci?n de la realidad y de la historia, en la elaboraci?n de la cultura y hasta en la vida
como tal:
Todos los empleados oficiales deben llevar la misma marca, todos
los esp?ritus deben vestir la misma librea.95
M?s a?n, su preocupaci?n mira hacia un futuro, pues el pro ceso de adoctrinamiento tal como se presenta, se inicia im positivamente, primero, en los maestros y, despu?s, en los
alumnos:
se mostr? a los nuevos profesores el pretendido nuevo credo, como el domador de un circo, puede mostrar a una fiera el arco en llamas por el que habr? de saltar.96
Tanta insistencia emana por la intuici?n de un peligro: Ne mesio Garc?a Naranjo lucha contra un proceso cuyo resultado cristalice en el predominio del "Gobierno" como una forma de control y direcci?n hegem?nica. Esta alarma se justifica por la improvizaci?n y fuerza que observa en las argumentaciones de los polemistas contrincan tes. Por un lado es notoria la inconsistencia en los objetivos y procedimientos que se presuponen como estructurados y articulados para un proyecto cultural para M?xico, a partir de la Escuela Nacional de Jurisprudencia; se exhiben retazos y zurcidos educativos y culturales que se intentan amalgamar con la buena voluntad. Por otro lado resulta hasta indignan 95 Garc?a Naranjo, 1925c. 96 Garc?a Naranjo, 1925i.
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te que representantes p?blicos, como el diputado V?ctor Lo randi, sustituyan la m?s elemental noci?n de la sintaxis, ni pensar en la calidad de la argumentaci?n, por el poder y la violencia. Esto es, se impone un orden, una disciplina, un 4'credo" y una "doctrina" en la que importan los fines, no los medios; Garc?a Naranjo pondera ambas cuestiones en sus resultados a mediano y largo plazos: la educaci?n se rempla zar? por la doctrina y el criterio propio se suplantar? por la correcta repetici?n de la ense?anza; sobre esto reinar? el or den y el paulatino empobrecimiento cultural: se impondr? la mediocridad, pero con el reconocimiento oficiad.97 Sin embargo, es pertinente aclarar que el prop?sito cultural
del "Gobierno" no pretende circunscribirse a lo meramente escolar. La pretenci?n de Plutarco El?as Calles es hacer del "pensamiento revolucionario" una pr?ctica hegem?nica en el sentido de proceso social total, y no s?lo como un dominio estrictamente pol?tico. Esta aspiraci?n, por tal motivo, explica
que la cosa revolucionaria se instruya como una multiplicidad de conceptos, y aclara que se emprenda la reconstrucci?n de la Rep?blica sin un proyecto espec?fico, sobre todo en el ?m bito cultural y educativo. Asimismo, justifica la cancelaci?n de propuestas alternativas marginales y ajenas al propio go bierno, y permite entender el ?nfasis en criterios "revolucio narios" que se conviertan en ejes rectores de la sociedad. Ca lles, lo que s? tiene claro, es la necesidad de crear un sistema de ideas y creencias integradas a un proceso social vivo, cuya organizaci?n se rija por significados y valores espec?ficos y
dominantes en cuyo centro se localice la revoluci?n como fuen
97 Un ejemplo riesgoso es la novela de la Revoluci?n Mexicana. Des de su "descubrimiento" ocurrido en estos meses de 1925, se convierte en un clich? en el que m?s cuenta el inventario cuantitativo de los lugares comunes estereotipados, que la reconsideraci?n ?ntima, humana y perso nal de cuestiones cualitativas. Un ejemplo es Gregorio L?pez y Fuentes, quien con su novela El Indio (1935) obtiene el Premio Nacional de Litera tura del mismo a?o. Esta premiaci?n de hecho, no se hace al artista perse verante y renovador, sino al escriba atento que sabe interpretar las deman das demag?gicas del discurso pol?tico vigente. La magnitud de su ?xito es similar a la de su olvido: su valor actual es anecd?tico o de documento hist?rico, pues tomarlo como valor art?stico implica una dudosa voluntad.
Y como L?pez y Fuentes hay otros m?s que forman legi?n.
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V?CTOR D?AZ ARCINIEGA
te ?nica de energ?a. M?s a?n, el presidente act?a como maes
tro en la decisi?n de la pol?mica con objeto de marcar un pru
rito: la l?nea pol?tica de su dictado, perpetra una forma de pensar y de actuar, que se aspira a perpetuar como una tra dici?n que se reproduzca en un mismo ?mbito y una misma
direcci?n.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA.
LA EFERVESCENCIA ELECTORAL EN 1871
Ana Mar?a PRIETO HERN?NDEZ Universidad Pedag?gica Nacional
"La lucha del individuo contra el poder, es la lucha de la memoria contra
el olvido" Mil?n Kundera
El a?o 1871 marca un momento crucial no s?lo en el desarrollo
de los acontecimientos pol?ticos del pa?s, sino tambi?n para la organizaci?n y conciencia de los trabajadores mexicanos. Desde su emancipaci?n pol?tica de Espa?a la sociedad me xicana se vio en la necesidad de lograr estabilidad pol?tica para
propiciar un desenvolvimiento amplio de la econom?a y el comercio; hechos, ambos, que no se alcanzar?an sin la inte graci?n de la naci?n y la pacificaci?n del territorio. Sin embargo, iniciada la d?cada de los setenta, a casi 60 a?os de luchas intestinas, rebeliones civiles e intervenciones extranjeras, no se lograba a?n acabar con la guerra civil. Ju?rez pensaba, en 1867, que se alcanzar?a la tan anhelada unidad nacional, aboliendo las hasta entonces desgarradoras disensiones pol?ticas y alcanzar la paz, "elemento ?como afir maba el peri?dico obrero El Socialista? de prosperidad y de grandeza para las naciones, que asomaba su radiante figura tras los bellos celajes de la uni?n y de la verdadera libertad".1
Pero al poco tiempo todas las expectativas generadas se
derrumbaron, las discrepancias pol?ticas entre liberales y con
servadores comenzaron a dejarse sentir. Asimismo pronto se desataron renovadas pugnas en el seno mismo del Partido Liberal. Lleg? a ser tal la situaci?n pol?tica que El Socialista ?semanario fundado el 9 de julio de 1871 con el fin de de 1 Mariano Garc?a, "La Pol?tica Actual", en El Socialista, T. L, num. 14, 8 de octubre de 1871, p. 2.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
507
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Los tres c?rculos El pueblo es libre para elegir
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ANA MAR?A PRIETO HERN?NDEZ
fender los derechos e intereses de la clase trabajadora?, se vio en la necesidad de abordar temas pol?ticos, a pesar de que inicialmente se hab?a propuesto no hacerlo: "Nosotros ?afir maban contundentes?, al comenzar nuestros trabajos dedica dos a la clase trabajadora, nos hab?amos propuesto no tocar
las cuestiones enojosas de la pol?tica. Pero en vista de los acontecimientos que se suceden, y en vista tambi?n de que en los sacudimientos pol?ticos, el trabajo, la industria y la agri
cultura, son las inocentes v?ctimas de los ambiciosos conten
dientes, creemos necesario tener al comente a nuestros lectores
de los sucesos que tienen lugar en las regiones pol?ticas".2
Cabe destacar que para mediados de aquel a?o estaban
convocadas elecciones para el cambio del Poder Ejecutivo Na cional, raz?n por la cual, los tres partidos o facciones liberales
?lerdista, porfirista y juarista? se lanzaron a un combate sin tregua. Los principales puntos de disputa fueron la reelecci?n de Ju?rez y algunos aspectos del programa de desarrollo econ? mico del pa?s ?impulso a la industria, inversi?n extranjera, v?as f?rreas, etc?tera. En ese contexto, los ataques a la pol?tica seguida por Ju? rez comenzaron a surgir desde muy diversos ?mbitos. A tra v?s del peri?dico antes citado, los artesanos y obreros de la
?poca se?alaban: "En la actual administraci?n hemos visto continuos desaciertos; la soberan?a del pueblo, sus leyes, la Constituci?n misma, sirviendo de alfombra a las plantas del Ejecutivo, pasando sobre ellas para llegar a un fin poco no
ble, nada patriota. . ."3
A pesar de la existencia de una oposici?n generalizada, en 2 El Socialista, T. I, num. 14, 8 de octubre de 1871, "El Socialista",
P- 1.
3 Al respecto es interesante ver las noticias y editoriales de los diarios de la ?poca, ya que en ellos se manifiestan claramente los puntos de debate, as? como la definici?n que en torno a ?ste van tomando los diversos secto
res sociales. El Siglo XIX, peri?dico liberal de la ?poca, se manifiesta el lo. de febrero abiertamente a favor de la candidatura de Sebasti?n Lerdo de Tejada ?Partido Republicano Progresista? Vid. Emilio Velasco, "La lucha electoral", en El Siglo XIX, 7a. ?poca, T. 52, num. 9 646, 6 de junio
de 1871, p. 1.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
509
el mes de octubre Ju?rez fue reelegido como presidente por 47% de los votos del Congreso. "El partido juarista ?afirmaba Pedro Ch?vez, redactor en El Socialista? entona ya los pri meros acordes de su himno de victoria. Ju?rez ocupar? la pre sidencia durante otros cuatro a?os".4 " El pueblo obrero contempla con ansia la terminaci?n del drama electoral; . . . Los partidos lerdista y porfirista han protestado y negado su voto en la elecci?n. El porvenir est? amenazador. . . La guerra civil asoma su repugnante faz; los descontentos se preparan. . ., y ?stos s?lo traer?n por resultado entregarnos ex?nimes en las garras de la Pantera del Norte'\?
Como resultado de esta acci?n, la guerra civil volvi? a en sombrecer al pa?s. S?lo un mes despu?s, Porfirio D?az lanz? el Plan de la Noria, mismo que se opon?a a la reelecci?n de Ju?rez y llamaba al levantamiento armado a lo largo de la
Rep?blica. De esta forma, se iniciaron acciones b?licas en varios estados del interior de la Rep?blica (Oaxaca, Tamau lipas, Guerrero, Puebla, etc.), entre los que destac? el ataque a la Ciudadela que tuvo lugar el 1 de octubre de 1871.6 Al mismo tiempo, los trabajadores del pa?s empezaron a preocuparse por los efectos que estos hechos pod?an acarrear les. Su experiencia forjada al calor de tantas y tantas que rellas palaciegas, los obligaba a denunciar el futuro que les
esperaba.
"La expectativa de la revoluci?n tiene a toda nuestra clase en la agon?a moral m?s dolorosa: ella a la que se ha converti do en carne de ca??n; ella la primera en qui?n se refleja la miseria que trae en pos de s? la guerra civil. Preguntemos a culquiera de nuestros compa?eros si los gobiernos se acuerdan de los artesanos y os contestar?n que s?lo cuando es precisa su sangre para sostenerse. S?, porque la revoluci?n no tan s?lo
4 Pedro Ch?vez, "Revista Pol?tica", en El Socialista, T. I, num. 25, 15 de octubre de 1871, p. 2. 5 Mariano Garc?a, "La Pol?tica Actual", en El Socialista, T. I, num. 14, 8 de octubre de 1871, p. 1. Vid. Luis G. Rub?n, "M?xico y los Esta dos Unidos" en El Socialista, T. I, n?m. 24, 17 de diciembre de 1871, p. 3. 6 El Siglo XIX, 73L. ?poca, T. 53, num. 9 764, 2 de octubre de 1871,
Gacetilla, "Los Sucesos de Ayer", p. 2.
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ANA MAR?A PRIETO HERN?NDEZ
significa para nosotros la falta de trabajo, sino otro mal mu
cho m?s terrible: LA LEVA".7
c 'Constantemente hemos visto al artesano arrancado de su
taller, del seno de su familia, del hogar dom?stico a donde fuera a depositar el fruto de su trabajo empapado a?n por
el sudor de su frente, para ir a servir de apoyo, no a una cau
sa sagrada tal vez, sino a bastardas y ruines ambiciones de
partido".8
Los acontecimientos pol?ticos y militares permear?n en poco
tiempo a la sociedad mexicana. Todos los d?as la prensa ha blaba ampliamente acerca de los sucesos; las editoriales se preo cupaban por rastrear el devenir del conflicto entre la pol?tica
y los diversos sectores sociales. De otra parte, varios clubes artesanales, fundados al calor de las pugnas pol?ticas, lleva ban a cabo manifestaciones de apoyo a los hombres que se hab?an enfrentado en el proceso electoral. En El Progresista, peri?dico oficial del gobierno de Michoa c?n, se pueden encontrar rese?as de estos actos: "En la noche del viernes ?ltimo, hemos tenido el gusto de ver una proce si?n c?vica, compuesta de artesanos y gente pobre, que reco rr?a las calles con hachas y farolas, haciendo una nutrida salva
de cohetes y acompa?ada de una alegre m?sica de guitarra. Estos ciudadanos postulan al se?or Ju?rez para la presi dencia. . . y para trabajar en este sentido se han instalado
en un club que se denomina del Pueblo".9
Como ocurre en casos semejantes, esta rebeli?n civil pro dujo situaciones que afectaron de manera directa a las masas trabajadoras, ellas fueron: el decaimiento de la producci?n, una profunda crisis econ?mica con su consecuente desempleo y un gran descontento social. Al respecto, Pedro Ch?vez, artesano y redactor de El Socia lista, se?alaba en un art?culo titulado "La Pol?tica y el Obrero"
c?mo "al resentir el comercio la paralizaci?n de sus m?scu 7 Mariano Garc?a, "Revista Pol?tica", en El Socialista, T. I, num. 20, 19 de noviembre de 1871, p. 1. 8 Mariano Garc?a, "La Clase Trabajadora y los gobiernos", en El So cialista, T. I. num. 1, 9 de julio de 1871, p. 2. 9 El Progresista, A?o I, T. I, num. 41, 22 de mayo de 1871, Gacetilla,
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
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los que llevan el movimiento al cuerpo social, el obrero de tiene el martillo que resonaba sobre el yunque, la sierra que destrozaba la madera, y pide trabajo y no lo encuentra; y los gobiernos. . ., no escuchan ese clamor que repiten las calles y las plazas, y vuelven la vista a sus particulares ambiciones, y nos olvidan y nos desprecian, a nosotros que somos la vida,
el alma de la sociedad, o cuando m?s. . . ?nos toman de leva para convertirnos en carne de ca??n !"10 Enfrentados a la situaci?n que hemos descrito, los tra bajadores y artesanos del siglo XIX, respondieron exigiendo estabilidad. En ella cre?an ver el camino que les permitir?a salvar su dif?cil situaci?n.
As?, por ejemplo, en el art?culo denominado "A nuestros representantes", los redactores de El Socialista clamaban: "No sotros, como artesanos, nuestra ambici?n quedar? enteramen te satisfecha, con ver nuestra patria surcada de ferrocarriles, y cubierta con una red de alambres el?ctricos; pues esos fe rrocarriles, y alambres, protegen m?s la vida del trabajador, que un mill?n de soldados. . . Queremos leyes que den vida a las-artes por medio de la protecci?n; vida a la agricultura, por medio de la seguridad y f?cil tr?fico; vida al comercio, por medio del libre cambio; vida a las ciencias por medio de la instrucci?n del pueblo. Queremos, en fin, el verdadero ade
lanto social'\n
En s?ntesis, los trabajadores de aquella ?poca pugnaban por un proceso de desarrollo econ?mico y social similar al que el gobierno porfirista pondr?a en pr?ctica durante los primeros
a?os de su dictadura.
Al no haber logrado la pacificaci?n del pa?s, as? como la integraci?n nacional producto de la estabilidad y desarrollo industrial, el gobierno juarista se ver? inmerso en una situa ci?n de gran descontento social. Los trabajadores no pod?an permanencer impasibles ante acontecimientos de tal magnitud,
dado que los afectaban directamente pues son ellos quienes 10 Pedro Ch?vez, "La Pol?tica y el Obrero", en El Socialista, T. I, num. 16, 22 de octubre de 1871, p. 1. 11 Luis G. S?nchez, "A nuestros representantes", en El Socialista, T. I,
n?m. 4, 30 de julio de 1871, p. 3.
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ANA MAR?A PRIETO HERN?NDEZ
resienten con mayor fuerza la falta de empleo, escaso desarrollo de la industria, decaimiento de las artes y sobre todo la leva.
El tribunal de vagos y la leva Con el fin de cumplir sus planes en relaci?n con los enfrenta mientos armados, el gobierno juarista debi? reclutar solda dos entre la poblaci?n civil. No atrevi?ndose a tomarlos en leva y preocupado por ocultar la ilegalidad de su proceder, recurri? a la creaci?n de un "diab?lico invento", tambi?n anticonstitucional, llamado "Tribunal de Vagos". La "tir?nica instituci?n" pugnaba, desde luego, contra toda garant?a individual y ten?a por objeto consignar a los artesa nos al servicio de las armas, ejerciendo as? una leva simulada. En esos d?as en que la necesidad de soldados iba en aumen to, se aprehend?a a los trabajadores y se les llevaba ante el tribunal, quien los obligaba a incorporarse a la actividad mi litar. Los artesanos abandonaban a sus familias para morir, la mayor?a de las veces, en el campo de batalla. "?Sab?is lo que es el Tribunal de Vagos?. . . ?preguntaba un redactor de El Socialista?. Ah? no hay defensa, a nadie se escucha,. . ,"12 ?respon
d?a?.
Ante tan infame como injustificada amenaza, el peri?dico
La Orquesta ?omniscio, de buen humor y con estampas?, se?alaba que "se apura la paciencia s?lo de pensar en la im punidad con que una cosa que se permite el lujo de llamarse
gobierno constitucional, se precipita a cometer el atentado de hacer ef?mera la libertad del ciudadano".13
A los artesanos se les arrancaba de sus hogares y se les ha c?a pasar por vagos, connotaci?n de la que s?lo pod?an librarse
y dejar de sufrir sus "lev?ticias consecuencias" presentando ante los inquisidores verdugos una identificaci?n denomina 12 Pedro Ch?vez, "Los Tribunales de Vagos", en El Socialista, T. I, num. 19, 12 de noviembre de 1871, p. 1. 13 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 96, 2 de diciembre de 1871,
"La Leva", p. 4.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
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da "Libreta", que otorgaba el gobierno federal mediante una "contribucioncilla' '.14 Es as?, como a partir de ello El Socialista denunciaba el hecho
de que "Hoy, ... en medio de la libertad y la democracia,
tenemos una inquisici?n m?s tremenda a?n que la de Arbu?s y Torquemada, porque s?lo deja caer su rigor sobre los arte sanos, sobre los proletarios, sobre los sacerdotes del trabajo; y no contenta a?n con sumirlos en la miseria, les arranca su honra llam?ndoles VAGOS. . ,"15
"La inquisici?n de hoy no tiene un Felipe II, sino un Be
nito I".16
El Federalista ?peri?dico liberal de la ?poca? se atrev?a
a calificar la leva como un mal, hasta cierto punto necesario. La Orquesta, polemizando con ?l, le respond?a: "?Maldita sea para siempre semejante necesidad!"17 Por aquellos d?as, el gobierno, empe?ado en ocultar la leva tras el Tribunal de Vagos, di?se a la tarea de negar el empleo de medidas compulsivas para forzar al artesanado a integrarse a la milicia. Su campa?a, sin embargo, no convenci? a nadie. "En M?xico hay leva, aunque El Diario Oficial lo niegue", denunciaba un art?culo publicado en La Orquesta, indicando adem?s c?mo "al abuso de la leva se agrega la burla de ase gurar oficialmente que no existe".18 D?as despu?s, public? el siguiente verso:
"?Ya suda el pueblo. . . por piedad, ya suda! ?A d?nde vamos con la leva a dar?"19
14 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV. 15 Pedro Ch?vez, "Los Tribunales de Vagos", en El Socialista, T. I, num. 19, 12 de noviembre de 1871, p. 1. 16 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 91, 15 de noviembre de 1871, 4 ' Incontestables ' '.
17 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 100, 16 de diciembre de 1871,
"El Federalista".
18 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 97, 6 de diciembre de 1871,
"La Leva", p. 4.
19 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 101, 20 de diciembre de 1871,
"El Domingo".
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ANA MAR?A PRIETO HERN?NDEZ
". . .Ya Pancho y a Sostenes Ya locos los tiene. Salir a la calle Seguro, ?qui?n puede, Sin que al dar un paso De leva le lleven?. . ."20
En este contexto, el Congreso de la Uni?n decidi? otorgar al Ejecutivo facultades extraordinarias, entre las que, una vez m?s,
se encontraba la leva. Ello trajo consigo una gran protesta nacional.21 Asimismo, con fecha 7 de diciembre se declaraba vigente el C?digo Penal del Distrito Federal y Territorios que, como algunos estudiosos han se?alado, tuvo gran importancia pues dio forma legal a la libertad de explotaci?n y conden? el ejer cicio de la huelga y el aumento salarial. Como podemos apreciar, debido a lo anterior, era dif?cil en extremo la situaci?n de los trabajadores de aquellos a?os. La necesidad de asociaci?n, la internacional y la comuna "Cada d?a el horizonte se nubla para los que soportan la maldi ci?n de Dios, de comer del producto del sudor de su frente. . .
Los motines, las defecciones se suceden; los labradores en el campo comienzan a cambiar los instrumentos de labranza por los atav?os guerreros: los comerciantes, a subir el precio a sus efectos, y en las populosas ciudades los talleres se cie rran, y nuestros obreros pululan por las calles hambrientos
y desesperados. Pero la causa. . ., somos nosotros mismos".22 Las pala 20 La Orquesta, 3a. ?poca, T. IV, num. 100, 16 de diciembre de 1871,
Obligados "La Mesma Flor", p. 2.
21 El Siglo XIX public? en relaci?n a este problema infinidad de art?cu los entre los que destacamos el siguiente: Emilio Velasco, "Las Facultades Extraordinarias" en El Siglo XIX, 7a. ?poca, T. 53, num. 9 772, 10 de octubre de 1871, p. i. "El gobierno pide la suspensi?n de los art?culos que le prohiben: ejercer la leva; impedir el ejercicio del derecho de reuni?n; exigir licencia de armas y pasaporte; establecer tribunales especiales;. . ." 22 Juan de Mata Rivera, "La Hora ha sonado" en El Socialista, T. I, n?m. 20, 19 de noviembre de 1871, p. 2.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
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bras transcritas pertenecen a Juan de Mata Rivera, artesano redactor de El Socialista, qui?n en su art?culo "?La Hora ha sonado!", demostraba algunas de las consecuencias del ser vilismo de los obreros y artesanos ante la falta de trabajo, ya que con el fin de conseguir una mediana ocupaci?n que les permitiera mal alimentarse y con la rebaja del jornal, que los mismos obreros provocaban, al ofrecerse por un precio menor
del que obten?an con anterioridad, y en fin "Por conseguir un mendrugo de pan, que sus amos les arrojan con desprecio, olvidan que son hombres y que tienen dignidad".23 El mismo articulista planteaba la siguiente pregunta: "?Y qu? remedio poner a este mal?
ASOCIARSE".
Como podemos observar, la respuesta de los trabajadores ante la crisis econ?mica no era, como muchos pretenden, unili nealmente combativa y clara sobre la necesidad de asociaci?n. En m?ltiples ocasiones, ante su desesperada situaci?n y por falta de una amplia conciencia laboral, los artesanos actua ban, sin propon?rselo, en contra de su propio sector social. Sin embargo, las palabras de Mata permiten corroborar que en importantes grupos comenz? a gestarse la idea de la agrupaci?n como producto, sobre todo, de las circunstancias imperantes en el pa?s y de la influencia ejercida por algunas asociaciones extranjeras de trabajadores, entre las que destac?
La Internacional.
En 1871, los obreros de San Luis Potos? se?alaban en una publicaci?n denominada Las Clases Productoras ?hojas suel tas que difund?a El Socialista?, lo siguiente: "Se hace preci so, pues, desechar como un mal pensamiento, la idea de que el gobierno pueda servir de algo que no sea en provecho de los individuos que lo componen, y tenemos por lo mismo ne cesidad de formar nuestro mundo aparte y bastarnos a noso tros mismos. . . es preciso, urgent?simo, . . ., que las clases productoras, es decir: agricultores, comerciantes, artistas, ar tesanos, industriales, etc., haciendo uso del derecho que nos 23 Ibid.
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ANA MAR?A PRIETO HERN?NDEZ
conceden las leyes de reunimos pac?ficamente a tratar sobre cualquier asunto sin perturbar la paz y tranquilidad p?blica; es preciso repetimos, formar una asociaci?n. . ,"24 Tambi?n hac?an una invitaci?n ". . . a las personas de toda la Rep?blica que pertenezcan a las clases trabajadoras y que tengan deseos positivos de su mejoramiento particular y el engrandecimiento de la naci?n, para que procuren por todos los medios posibles reunir asociaciones que lleven por objeto propagar la idea de la necesidad de una ley que limite la in troducci?n de efectos extranjeros al pa?s, para dar un eficaz impulso a las artes, a la industria y a la agricultura nacio
nal".25
El 10 de septiembre, El Socialista hac?a p?blicos los estatu tos de La Internacional, que dar?an importante impulso a la conciencia de unificaci?n laboral. Juan de Mata Rivera, por su parte, expresaba la necesidad que los trabajadores ten?an de ". . . una sociedad, a la que pertenezcan todos los obreros sin ninguna distinci?n, fuerte, poderosa, que les cause terror
a los que viven del trabajo ajeno, y que pueda poner coto a sus injustas exigencias. Una sociedad que pueda con sus recursos hacer frente a las necesidades de millares de obreros que por causas justifi cables se encuentren sin trabajo; una asociaci?n, que pueda auxiliarlos cuando se declaren en huelga por rebaja de precio en el jornal; . . .una sociedad, en fin, que sea el terror de los tiranos. . . ... ?A qu? sociedad debe pertenecer el obrero?
? A La Internacional, terror de los tiranos, esperanza del por
venir. . ,"26
Por otra parte, hacia 1871 vio la luz uno de los acontecimientos
24 El Socialista, T. I, num. 12, 24 de septiembre de 1871, "Los Obre
ros de San Luis Potos?", p. 2.
25 El Socialista, T. I, num. 12, 24 de septiembre de 1871, Invitaci?n,
p. 4.
26 Juan de Mata Rivera, "La Hora ha sonado", en El Socialista, T. I, num. 20, 19 de noviembre de 1871, p. 2.
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LOS TRABAJADORES Y LA POL?TICA
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sociales m?s significativos de la ?poca: La Comuna de Par?s,27
proceso de trascendental importancia tanto por su contenido social como por la experiencia que report? para el resto de los explotados del mundo. Acontecimiento triste y sangriento
tambi?n por la forma en que Mr. Thiers call? aquel ensorde
cedor "?Viva la Comuna!" "?Viva la Revoluci?n Social!"
Grito que, sin embargo, trascendi? las fronteras de otros pa? ses, de otros continentes. El 13 de agosto, ElSocialiata public? en su secci?n "Noticias Varias" un documento relativo a La Comuna que finalizaba haciendo un llamado a la solidaridad con los expatriados del movimiento franc?s. Asimismo, se aunaba a la propuesta de Juvenal ?redactor liberal del Monitor Republicano? en el sen
tido de "que nuestra patria los acoja en su seno".28 Al finalizar 1871, quedaba claro en la conciencia el artesa nado mexicano la necesidad inmanente que ten?an de aso
ciarse y restar, de esa manera, los efectos negativos que para ellos causaba la rebeli?n civil y el ejercicio de la leva.
27 Vid. El Siglo XIX, 7a. ?poca, T. 52 y 53, num. 9 611 y 9 728, 2 de mayo y 27 de agosto de 1871, Carta Parisiense "Un pu?ado de insurrec
tos" y "Los hombres de la Comuna", p. 2.
28 El Socialista, T. I, num. 6, 13 de agosto de 1871, "Noticias Varias -
Documento importante", p. 4.
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DOTACI?N DE DONCELLAS EN EL SIGLO XIX
Lucila L?PEZ El Colegio de M?xico
Quiz? la ilusoria creencia en el progreso y en la liberaci?n femenina d^la ?poca en que vivimos ha influido en la forma ci?n del concepto despectivo que se tiene del sexo "d?bil" en otros momentos. Parad?jicamente se acepta la imagen transmitida por los escritores varones contempor?neos que consideran a la mujer de la primera mitad del siglo XIX como
un ser d?bil, pasivo, aislado en su casa y totalmente depen diente del hombre. La compleja realidad de la situaci?n de la mujer en este periodo se manifiesta en muchos aspectos a trav?s de los do cumentos notariales. Vemos en ellos que la mujer participaba m?s en la sociedad y era m?s independiente de lo que se ha pensado. Algunas de la clase media ten?an peque?os comer cios y otras se ocupaban en industrias y talleres; en la clase alta eran pocas las que desarrollaban actividades econ?micas y c?vicas fuera del hogar, excepto cuando quedaban viudas y ten?an que cuidar sus intereses. En el Archivo General de Notar?as de la ciudad de M?xico encontramos documentos tales como compra-venta de pro piedades, pr?stamo de dinero a inter?s, participaci?n en or ganizaciones de caridad, pleitos judiciales (que entre otros eran
contra el marido por malos tratos o adulterio), fundaci?n y adjudicaci?n de dotes, operaciones financieras que se reali zaban con el mismo capital y licencias maritales, entre otras.
"Las leyes distingu?an entre las mujeres de acuerdo con su
estado civil. Las mujeres eran o bien solteras o casadas o viudas
y sus derechos depend?an en parte de su estado. La mujer casada quedaba en una posici?n intermedia".1 1 Super, 1983, p. 160. V?anse las explicaciones sobre siglas y referen cias al final de este art?culo.
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DOTACI?N DE DONCELLAS
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Legalmente no hab?a obst?culos para la participaci?n de las mujeres en la mayor?a de las actividades. La Constitu ci?n de 1824 no se refiere a la mujer en ning?n terreno. En la de 1857, al tratar de la nacionalidad se dice que son mexi canos los nacidos de 6 'padres' ' mexicanos y es la primera vez
que se puede considerar incluida a la madre.2 La mujer po d?a adquirir obligaciones contractuales si era mayor de edad y soltera, viuda que viv?a sola, sin cumplir el papel de esposa y madre, o casada, a quien su esposo le hab?a otorgado una licencia marital para comparecer en este tipo de operaciones. La legislaci?n impon?a a las mujeres determinadas obligacio nes, pero eran las costumbres, los prejuicios sociales y el ca
r?cter de ellas mismas lo que, en definitiva, marcaban su forma
de comportamiento. Basados en opiniones de la ?poca, algunos historiadores han apreciado la diferencia esencial existente entre el mundo
de los hombres y el de las mujeres y la educaci?n que recib?an
unos y otras, como preparaci?n para su respectivo destino. En este medio las mujeres s?lo tendr?an dos posibilidades ho nestas, el apartarse de la sociedad enclaustr?ndose, o vivir
en ella en el matrimonio como esposa y madre.3 Mejor o peor adaptadas al patr?n de comportamiento que se les im pon?a, en situaciones similares se daban reacciones diferen tes y aun opuestas; era frecuente que las viudas se ocupasen
del negocio familiar o siguiesen administrando por s? mismas los bienes del difunto y, sin embargo, hubo casos en que acu
d?an al notario para traspasar el negocio, designar un apode
rado o liquidar una sociedad que "por su sexo" se sent?an incapaces de manejar.
Jos? Joaqu?n Fern?ndez de Lizardi, agudo observador, ilus trado y con aspiraciones de modernidad, expuso en diversas ocasiones sus ideas sobre educaci?n, que eran relativamente atrevidas para su ?poca. Reconoce que las mujeres no deben ser excluidas de aquellos trabajos hacia los que sienten incli naci?n y que no requieren fuerza f?sica, tales como los de sas tre, relojero, m?sico, platero, pintor o impresor. En cambio 2 MoRiNEAu, 1975, p. 42.
3Carner, 1975, p. 41.
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LUCILA L?PEZ
no era partidario de que las mujeres se ocupasen en estudios abstractos y demasiados profundos, "lo que las sacar?a de su
ambiente".4
Eran frecuentes los casos en que los maridos se ausenta ban por varios a?os y dejaban a las mujeres abandonadas,
situaci?n ante la cual muchas se resignaban a sufrir en silen cio, conservando, eso s?, su buen nombre y dignidad. Otras presentaban demandas de divorcio, exig?an que el infiel las mantuviese, como es el caso de Manuela Araujo que otorg? escritura ante notario: Manuela Araujo mayor de edad y vecina de esta capital, a quien doy f? conosco, casada con Don Carlos Urrutia, sin la licencia marital por dirigirse este instrumento contra su esposo, otorga que da su poder amplio y bastante cuanto por derecho se re quiera y sea necesario m?s pueda y deba valer a Dn. Jos? Ma r?a Lauda de esta vecindad especial para que a nombre de la otorgante y representando su persona derechos y acciones pue da promover seguir y feneser juicio de divorcio y litis espensas contra el expresado su marido por cevicia y malos tratamientos a cuyo efecto comparesca ante todos los tribunales superiores inferiores que convengan inclusos de conciliaci?n y ante ellos
ponga demandas.5
En caso de abandono o separaci?n, reclamaban la dote que hab?an aportado ellas al matrimonio o, simplemente sin acu dir a f?rmulas legales, se iban a vivir con otro hombre o tra bajaban para mantenerse a s? mismas y a sus hijos.
Entre las que se consideraban incapaces de manejar un
negocio era frecuente que otorgasen un poder general a la persona en quien confiaban que les ayudar?a a salir del pro blema. Un caso representativo es el de Dominga Nava, esposa abandonada, que manifest? ante notario: Que el expresado mi marido por ser de origen espa?ol se sali? del territorio de la Rep?blica, sin darme m?s aviso que dirigir 4 LizARDi, 1942, p. 534. Estas ideas las manifest? en varias de sus co laboraciones period?sticas as? como a lo largo de su obra consultada. 5 Mariano Flores, septiembre 9, 1829.
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DOTACI?N DE DONCELLAS
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me una carta desde el buque en que se embarc? el mes pr?ximo pasado, dej?ndome abandonada y a mi suerte pues aunque gi raba una casa de botica, nada me dijo con respecto a los t?rmi nos que deb?a continuarse. Para poder practicar las diligencias correspondientes a averiguar el estado en que ha quedado ten go que conferir poder a la persona que sea de mi confianza. . . Que respecto de hallarme exhausta de recursos como puede us ted considerar que lo estar? una mujer sola y con familia, se sirva
admitir esta instancia en papel de sello cuarto, y que se ayude
por pobre.6
El severo juicio de la sociedad contra quienes recurr?an a unio
nes il?citas ocasionaba que algunas mujeres buscasen excu sas para su "falta" o piadosamente se arrepintiesen de ella cuando llegaban a sus ?ltimos momentos. Tal es el caso de Juana Lara, quien al hacer testamento en 1838 manifestaba estar avergonzada de sus relaciones extraconyugales: Que en el a?o de 1812 se separ? de su lado su esposo llendose a la Guerra sobre Independencia por lo que se resolvi? en venir a la Capital y buscar con su industria la subsistencia y averi guar el paradero de aquel y esto me obligo a establecerme en esta Ciudad donde por mi debilidad he tenido dos hijos.7
Aunque tambi?n encontramos que en algunos casos la mujer hac?a alarde de su libertad, como lo demuestra un testamen
to de 1838:
Mar?a Josefa Sanchez Amador natural y vecina de la Ciudad de M?xico, declar? ser de estado libre y sin impedimento alguno para abrazar el estado que me hubiera parecido, contraje il?cita amistad con Don Jos? Amador ya difunto quien estaba en la pro pia libertad, de cuya il?cita amistad tuvimos por nuestros hijos naturales seis ni?os de los que murieron muy peque?os cuatro y solo viven dos.8
Las circunstancias azarosas de la vida del pa?s en la primera 6 Ram?n de la Cueva, febrero 15, 1840. 7 Jos? L?pez Guazo, noviembre 16, 1838. 8 Jos? Idelfonso Verdiguel, junio 16, 1838.
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LUCILA L?PEZ
mitad del siglo XIX hac?an frecuentes los incidentes por los que una mujer ten?a que hacer frente a la vida sin compa??a de un var?n. Lo contradictorio era que la educaci?n recibida las ayudase tan poco para las vicisitudes de la vida. Durante el siglo XIX abundan las quejas contra el sistema educativo. Entre ellas est? un curioso impreso publicado en 1823 y desti nado a la promoci?n de una nueva escuela. La autora critica
con dureza ins?lita la educaci?n tradicional, "... Superti
ciosa, rutinera y mezquina. . . no pod?a producir otros fru tos que los de formar unos animales da?inos, como torpes y gravosos. . . " ; pero la soluci?n que propone es una escuela
demasiado parecida a aquellas que critica:
. . . Esta academia estar? destinada a la ense?anza de primeras letras, gram?tica y ortograf?a castellana, religi?n cristiana, cos
tura, bordados y cuantas curiosidades sean propias de unas ni ?as bien educadas, y, adem?s los principios de pol?tica y buena
educaci?n que corresponden a la cultura de unas ciudadanas ilustradas.9
Finalizando el periodo colonial la mayor?a de las mujeres eran analfabetas o muy someramente educadas; a pesar de ciertas v?lvulas legales de seguridad, estaban jur?dicamente subor dinadas al hombre y pol?ticamente ten?an poca influencia en los c?rculos donde se tomaban las decisiones administrativo jur?dicas.10 Lo cierto es que la legislaci?n estaba de acuerdo con la cos tumbre, que la sociedad aprobaba, pese a protestas aisladas,
"... Los hombres, bien se puede decir que han usado hasta
aqu? de sus mujeres como de aquellos muebles puramente de gusto y no de utilidad; ?Qu? verg?enza que no pueda decirse que los casados han tenido hasta aqu?, por lo com?n una com pa?era, sino una hermosa estatua en qu? recrearse!"11 A mediados del siglo XIX la situaci?n no ser?a mucho me jor. En 1851 "una se?ora americana, que hab?a viajado por Europa, comparaba la situaci?n en el viejo y el nuevo mundo: 9 Caballero de la Borda, 1823, p. 5. 10 Lavrin, 1982, p. 279. 11 Caballero de la Borda, 1824, vol. vu, exp. 9.
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DOTACI?N DE DONCELLAS
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?Cu?ntas almas son sacrificadas, cu?ntas almas son atrope
lladas, s?lo por que vienen a morar en cuerpos femeninos!. . .
eri el centro mismo de la Europa, en las cultas y populosas ciudades del nuevo mundo las mujeres se encuentran deshe
redadas y su educaci?n es nula o escasa. . ." Consideraba
que las mujeres europeas estaban m?s instruidas que las ame ricanas. Aunque aceptaba numerosas limitaciones, defend?a
su "derecho indudable al goce del entendimiento. En sus recomendaciones para remediar esta situaci?n ped?a que se mejorase la ense?anza de primeras letras y se incluyese la ese?anza de geograf?a e historia.12 Y otra se?ora de la ?poca propon?a un plan de estudios pa recido al anterior: . . .Mi intenci?n es implantar en las ni?as el santo temor de Dios;
la obediencia y respeto a sus padres; el aseo en el comer y ves tir; hablar con atenci?n y buen modo. Adem?s la ense?anza de primeras letras, ortolog?a, caligraf?a, gram?tica castellana, ortograf?a, aritm?tica, coser, bordar, hacer flores y dem?s ha
bilidades. . .13
Muchos de los alegatos en favor de la instrucci?n de la mujer y de su entrenamiento en alg?n oficio respond?an a la preo cupaci?n por su sostenimiento en caso de solter?a, viudez o divorcio. Tal posibilidad ya hab?a sido considerada previso ramente por la sociedad espa?ola y novohispana de la ?poca colonial, que hab?a establecido la costumbre de asegurar el porvenir econ?mico de la esposa mediante la dote y las arras. Las arras eran un regalo que el marido hac?a a su esposa, en el momento de contraer matrimonio, como premio a sus virtudes y con car?cter irrecuperable. Aun en el caso de que la pareja recurriese al divorcio un tiempo despu?s, la esposa conservar?a la cantidad recibida que no deb?a exceder a 10% de los bienes del marido.14 Algunas actas notariales registran estas donaciones, que a veces se ofrec?an simult?neamente con
la promesa de esponsales. En alg?n caso, el novio, despu?s 12 A.M., 1951, pp. 39-40. 13 Vetancourt, s.f. 14 Arrom, 1976, pp. 9-15.
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LUCILA L?PEZ
de contra?do el compromiso, decid?a renunciar al enlace, lo que no le liberaba de la entrega de las arras. Un ejemplo interesante de la pr?ctica de tales compromi sos lo proporcionan las escrituras que protagonizaron Luis Bonifacio Escobar y Juana Rodr?guez, pareja de novios acre ditados como indecisos o volubles, seg?n sus declaraciones: Quienes dijieron que habiendo contraido esponsales, determi naron verificar el matrimonio y a este fin se practicaron las dili
gencias necesarias en cuyo estado variaron de pensamiento con lo que han dado por disueltos los mencionados esponsales; y co mo quiera, que el primero por un papel simple le ofreci? a la segunda un dotecito para que este punto no quede pendiente est?n tambi?n de acuerdo en que dicho Luis Bonifacio le ha de entregar a Do?a Juana once y media onzas de oro acu?ado del sello mexicano por no haberse estipulado cantidad fija. Tienen ya disueltos el contrato de esponsales que ten?an celebrados y por lo mismo si cualquiera de los dos intentare contraer matri monio ni uno ni el otro lo ha de impedir; por lo cual Escobar por mi medio le entrego a la referida Do?a Juana las once y me dia onzas de oro y por lo cual otorga recibo finiquito y exhibe el papel en que le ofreci? el Dote Escobar para que lo rompa.15
Tres d?as m?s tarde cambiaron nuevamente de opini?n y vol vieron a la primitiva idea de contraer matrimonio, por lo cual
firmaron nueva escritura, en la que:
Luis Bonifacio Escobar dijo que el d?a veinte y seis de abril del corriente a?o otorg? una escritura ante el Escribano P?blico Don Francisco Calap?z relativa a transigirse con Do?a Juana Rodr? guez del contrato de esponsales que ten?a celebrado con ella d?n dole por la disoluci?n de cierta obligaci?n privada once varas y media de oro del cu?o mexicano las que entreg? el mismo Escribano a Do?a Juana pero como ha reflexionado que el amor decidido que le profesa no le permite, separarse de ella de lo que tiene repetidas pruebas deseando que su inclinaci?n no bastarde y lo precipite a su exterminio con detrimento de su conciencia ha deliberado nuevamente contraer esponsales con la referida
Do?a Juana. Da por nula insubsistente de ning?n valor la es 15 Francisco Calap?z y Aguilar, abril 4, 1824.
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DOTACI?N DE DONCELLAS
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critura antes mencionada y mientras verifica el matrimonio se compromete a sostenerla y alimentarla desde ahora con la descen
cia correspondiente en un convento en el que deber? subsistir cuatro o seis meses dando pruebas de su buen porte y conducta
moral.16
A diferencia de las arras la dote era otorgada por la familia de la mujer, que as? velaba por su bienestar despu?s de su salida del hogar. La dote matrimonial constituye el primer reconocimiento de la personalidad jur?dica de la mujer, al pasar de la super visi?n del padre o madre a la del marido. La mujer adoles cente aparece con poca frecuencia en los documentos, y cuando
lo hace es a modo de pupila o sujeta a la voluntad de padres o protectores legales. (Quienes aparecen en las escrituras con el estado contractual de curadores ad bona o ad litem o bien
tutores.)
Las mujeres pod?an hacer testamento incluso antes de cum plir la mayor?a de edad, pero en muchos casos el documento de aceptaci?n de la dote era el que se?alaba su paso a la ma
durez a trav?s de la "toma de estado" matrimonial o re
ligiosa.17 "La dote tal y como se us?, era el patrimonio de la mujer administrado por el marido y destinado a sostener las cargas del matrimonio".18 La dote era necesaria en el caso de profesar como religiosa en un convento, y usual, aunque no imprescindible, para con traer matrimonio. Como en la ?poca colonial, los conventos de M?xico ten?an establecida la dote de 4 000 pesos para pro fesi?n religiosa con todos los derechos; pero tambi?n se auto rizaban f?rmulas de pago aplazado, de reducci?n de la cuota en atenci?n a circunstancias personales o de ingreso en el claus tro sin el coro ni investidura de velo negro. Las obras p?as destinadas a la dotaci?n de j?venes colaboraban para llegar a un arreglo, como en el caso de la novicia Sor Mar?a Ignacia,
en el a?o de 1831:
16 Mariano Flores, abril 29, 1824. 17 Lavrin, 1982, p. 281. 18 Lavrin, 1982, p. 283.
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LUCILA L?PEZ
Don Francisco Calap?z, Escribano Nacional y P?blico de esta
dicha Ciudad y vecino de ella a quien doy fe conosco: dijo, que estando pr?xima a profesar de religiosa de coro y velo negro en el Convento de Nuestra Se?ora de la Encarnaci?n de esta pro
pia Ciudad la novicia Sor Maria Ignacia de Se?or San Jos?
Oguendo no contando para la dote m?s que con varios nombra mientos que ha obtenido siendo tres de ellos de la Archicofrad?a del Dulce Nombre de Jesus fundada en la Iglesia grande del Con vento San Agust?n que asiende a novecientos pesos, no estando los Padres de dicho Convento en disposici?n de entregar esta cantidad. . . Solo quieren abonar veinte y cinco pesos mensua les, deseosos el definitorio de beneficiar a dicha novicia est? con
forme en recibir de los padres Agustinos los novecientos pesos parcialmente, con los abonos que acuerden con el Se?or Vicario de Religiosas con tal que dicha novicia asegura con la corres pondiente fianza satisfacer a dicho Convento de la Encarnaci?n lo que se deje de cobrar en el caso no esperado que se extienga la Archicofrad?a. . . Que habiendo propuesto al otorgante de fia
dor lo admito el Santo Definitorio con lo cual deseosos tambi?n
de beneficiar a dicha novicia. . . Y se obliga a que en el caso de extinguirse dicha Archicofrad?a y que esta no haya dejado fondos para cubrir este cr?dito, o lo que de ello dicho Convento lo satisfar? el otorgante en reales efectivos, y en esta Ciudad luego
que se haga constar. . .19
Cuando la joven novicia aspirante a hacer los votos ten?a di ficultades para reunir el dinero tambi?n pod?a alegar alg?n m?rito especial, como el de saber cantar o tocar alg?n instru mento. En esos casos se recib?an monjas con la mitad de la dote. Tambi?n exist?an en los conventos lugares de "gracia", originados en capitales asignados para ese fin por instituciones o personas piadosas. Se establec?a una especie de contrato entre
la monja y el convento reducido a "te he de dar porque has
de cantar".20
No todas las dotes eran otorgadas ante Notario pues hab?a las que daban los familiares a las j?venes, que casi nunca lo registraban y las de limosna que tampoco se manifestaban. En las actas notariales es com?n encontrar que las dotes que 19 Mariano Cabeza de Vaca, enero 10, 1831. 20 Staples, 1970, p. 30.
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DOTACI?N DE DONCELLAS
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se otorgaban ten?an un monto de trescientos pesos; en casos muy excepcionales encontramos la de cuatro mil pesos. Pa ra completar los gastos de la profesi?n religiosa deb?an ser
beneficiar?as de la aplicaci?n de varias dotes del sorteo general.21 Estas cantidades las cobrar?an siempre que de
mostraran haber contra?do matrimonio, o bien profesado de
religiosas. La transferencia de la dote al convento se hac?a inmedia
tamente, sin que la aspirante tuviera oportunidad de cambiar de opini?n. El voto de pobreza, solemnemente pronunciado, la inhabilitaba para disponer de sus bienes.22 El cambio de estado era requisito indispensable para la ad judicaci?n de la dote, cuando la conced?an cofrad?as o gre mios. Las familias m?s acomodadas dotaban a sus hijas con cantidades m?s elevadas, entre 2 000 y 5 000 pesos.23 Los protocolos notariales dan testimonio de que algunas mujeres despu?s de celebrado el matrimonio se preocupaban porque su marido les diera un reconocimiento legal de su dote.
Para el otorgamiento de las dotes, las instituciones como la archicofrad?a de Nuestra Se?ora del Sant?simo Rosario, fundada en la capilla del convento de Santo Domingo, cele braban juntas las m?ximas autoridades para designar al in dividuo que obtendr?a la dote que a su vez de no tener un familiar a quien beneficiar la aplicar?a a quien creyera con veniente.24 En las mismas condiciones realizaban el sorteo
21 La novicia Mariana Bandera del convento de San Jos? de Gracia lo gr? una dote del sorteo que realiz? la archicofrad?a de Nuestra Se?ora del Rosario y dos que le aplicaron los se?ores Francisco Ignacio Horcasitas, Jos? Mar?a Urquiaga de trescientos pesos cada una. . . Mariano Cabeza
de Vaca, mayo 6, 1837.
22 Garc?a, 1950, p. 17. El acto se hac?a ante la abadesa, pronunciado los cuatro votos de regla, as? expresados: Yo fulana, prometo a Dios, a la Buenaventurada Sta. Mar?a, y a todos los Santos y a vos Madre Abade sa de vivir bajo la regla todo el tiempo de mi vida en obediencia (1er. vo to), sin nada propio (2o. voto, de pobreza), que en los documentos nota riales est?n clasi?cados como renuncia de bienes y del cual m?s adelante se produce un documento representativo, y en castidad (3er. voto) bajo la clausura (4o. voto). 23 Super, 1983, pp. 161-168. 24 Severiano Quezada, enero 3, 1829.
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LUCILA L?PEZ
las cofrad?as y los gremios como el de la Mesa del Noble Arte
de Plater?a.25 En cuanto a las j?venes receptoras de la dote se?alan los documentos notariales que deb?an asistir a algunas ceremo nias con insignias que las identificaran. En ocasiones se ad vierte que la dote se otorga por ser ' 'doncellas pobres de buena
conducta", y cuando la beneficiar?a era demasiado ni?a para tomar estado, se le daba un plazo de veinte a?os: Para que lo percibiere siempre y cuando hiciere constar haber profesado de religiosa o tomado estado de casada, en el preciso t?rmino de veinte a?os con la calidad de que asistiere a la festi vidad de la circunsici?n del Se?or que se celebra en la Iglesia
de Santo Domingo".
El cobro de esta dote fue por haber profesado de coro y velo negro en el Convento de San Jos? de Gracia.26 El cobro se hac?a de acuerdo con su estado: si era casada lo hac?a el esposo teniendo que presentar los documentos del matrimonio y si era religiosa lo hac?a directamente el con vento, a trav?s de su administrador y mayordomo que era el que representaba en algunas operaciones al definitorio del
convento para el que trabajaba. Las gu?as computarizadas del Archivo General de Nota
r?as de la ciudad de M?xico facilitan la localizaci?n y estad?s tica de las dotes otorgadas en algunos a?os del siglo XIX. Pro
tocolos de 1829, 1836 y 1847 muestran la supervivencia de una costumbre colonial. Cuando pueda disponerse de nuevas gu?as para los a?os sucesivos se completar?a el cuadro, con los da tos relativos a la evoluci?n de las cantidades entregadas, las instituciones otorgantes y el destino que se les daba. Consi deramos que el muestreo realizado en los a?os mencionados es insuficiente para establecer conclusiones. Lo ofrecemos, no 25 Obtuvo dos dotes Jos? Mar?a Mart?nez, de la obra p?a de Palomi no, y la aplic? a Rosario Mart?nez, quien contrajo matrimonio. Falleci? el esposo y la beneficiar?a cobr? la dote por medio de su apoderado Fran cisco Guti?rrez al cumplir con las condiciones requeridas. . . Mariano Ca
beza de Vaca, agosto 8, 1847.
26 Mariano Cabeza de Vaca, mayo 5, 1837.
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obstante, como anticipo informativo de las investigaciones que
actualmente realizamos en el Archivo General de Notar?as
de la Ciudad de M?xico (gr?fica I).
Los documentos notariales relativos a los a?os de 1829 y 1847 fueron recopilados con un criterio diferente de los de 1836. Por ello puede suceder que se encuentre menor infor
maci?n sobre algunos aspectos de la vida social y religiosa de esta ?poca. Las gu?as proporcionan un n?mero notablemente inferior de testimonios de dotes en esos a?os, pero es probable que no se hayan registrado todos.
Dotadas: profesi?n, casadas o religiosas
A?o 1829: En el a?o de 1829 tenemos que cinco de las dotes fueron para quienes hab?an tomado estado de casadas; cuatro para quienes hab?an profesado como religiosas, y en dos de las escrituras
Gr?fica I
-300- 500-600? 700 800 900 1400 1800 3000 3282 4000 No dice Monto en peso
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no se?alan para qu? fue, por haber quedado incompletas; en estos casos fueron cobradas o bien por el esposo o por el ad ministrador del convento en el que ingresaron.
A?o 1836: De la consulta de las Gu?as de Documentos Notariales corres pondientes a sus respectivos a?os obtuvimos de 1836, veinti nueve documentos de dote; quince de ?stas fueron otorgadas para quienes hicieron constar haber tomado estado de casadas y catorce para las que profesaron de religiosas. No es equivalente el n?mero de casadas y monjas ya que se puede ver que las religiosas siempre fueron minor?a. Los conventos exig?an una formalidad en la entrega de la dote, exigiendo se registrara ante notario, no as? en el caso de los matrimonios cuando no era otorgada ?sta por institu ciones, y s? por particulares en las que rara vez se hac?a cons
tar las aportaciones de la mujer.
A?o 1847: Teniendo un total de ocho escrituras en este a?o seis fueron para casadas y s?lo dos para religiosas, habiendo sido cobradas en los t?rminos antes mencionados (gr?fica II).
Qui?n da la dote
A?o 1829: De un total de once escrituras de dote que se registraron en el a?o de 1829, seis de ?stas fueron otorgadas por institucio nes religiosas tales como la archicofrad?a del Sant?simo Sa cramento y Caridad que estaba fundada en la catedral que dio cuatro de ?stas y de las dos restantes una la dio la cofra d?a del convento de Santa Br?gida y la otra la del Santo Ecce Homo del convento de Regina ubicados todos ?stos en esta ciudad. Las otras cuatro fueron otorgadas por el Gremio de
Plateros.
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Gr?fica II
Casadas-Religiosas?No dice
A?o 1836: De un total de veintinueve escrituras, veintiuna de ?stas fue ron otorgadas por instituciones religiosas, de las cuales ca torce las dio la archicofrad?a del Sant?simo Sacramento y Ca ridad y siete la archicofrad?a de Nuestra Se?ora del Rosario; seis de las dotes fueron proporcionadas por particulares y dos
por la Mesa del Noble Arte de Plater?a. La archicofrad?a del Sant?simo Sacramento y Caridad de la Ciudad de M?xico celebraba sus reuniones peri?dicamente en la parroquia del Sagrario junto a la Catedral de M?xico. Agrupaba a las m?s distinguidas personalidades de la capi tal. Se hab?a fundado a mediados del siglo XVI, tuvo como finalidad caritativa primordial el sostenimiento del Colegio de Ni?as de la Caridad y en relaci?n con esta misma obra la adjudicaci?n de dotes a j?venes hu?rfanas. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:10:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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A?o 1847: En el a?o de 1847 de un total de ocho escrituras registradas, cinco las dio la archicofrad?a del Sant?simo Sacramento y Ca ridad y las tres restantes las otorg? el Gremio de Plateros. Lo que s? es interesante es comprobar la supervivencia de algunas costumbres de la ?poca colonial que tardaron muchos a?os en extinguirse; tales fueron las arras y dotes matrimonia les y de las cofrad?as y Obras P?as que ten?an como finalidad resolver el porvenir de las j?venes desamparadas (gr?fica III).
Monto de la dote
A?o 1829: Del total de once escrituras protocolizadas en este a?o que fueron otorgadas cinco tuvieron un monto de $300, una as cendi? a $500, otra a $600 y una de $3 000, dos fueron de $4 000 y una que no dec?a la cantidad.
Instituciones Particulares Instituciones
religiosas seglares
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A?o 1836: De las escrituras de dote correspondientes a este a?o fueron dadas 16 por un monto de $300, tres que correspondieron a $700, cuatro a $900, tres de ?stas fueron por $1 400, s?lo hubo una de $1 800 y dos que fueron de $3 282.
A?o 1847: En este a?o de un total de ocho escrituras encontramos que seis fueron otorgadas por la cantidad de $300, una por $600 y por ?ltimo una de $800. Referente al monto podemos contemplar que entre ?stas prevalec?an las de $300 que eran en su totalidad las que otorga ban o bien archicofrad?as que eran "los sorteos de hu?rfanas" o instituciones como la Mesa del Noble Arte de Plater?a que daban dote a hu?rfanas que conoc?an.
AP?NDICE A continuaci?n se reproducen documentos representativos del
tipo de escritura que se protocolizaba para dar constancia de la entrega de una dote, ya fuese para contraer matrimonio o ingresar en la vida religiosa. En el caso de las monjas profesas se requer?a otro docu mento adicional que era el de renuncia de bienes a favor del convento.
DOCUMENTO I En la Ciudad de M?xico a cuatro de Enero de mil ochocientos treinta y seis; Ante mi el Escribano y testigos el Teniente Coronel de Ejercito Don Joaquin Ib??ez, vecino de esta dicha Ciudad a quien doy f? conosco dijo que en cabildo celebrado por los S.S. Rector, Diputados y Mayordomo de la muy Ilustre Archicofrad?a de Nuestra Se?ora del Rosario fundada en su capilla esta en la iglesia del Convento de Santo Domingo de esta propia Ciudad, el d?a diez y ocho de diciembre del a?o pasado de mil ocho cientos treinta y tres, obtuvo una suerte de hu?rfana de las rescritas el S.D.
Francisco Ignacio Horcasitas, quien la aplico a Do?a Maria Dolores Arias
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a la que los percibiere cuando hiciera constar haber profesado de religiosa o tomado estado de casada en el preciso termino de veinte a?os, contados desde dichos dias diez y ocho de diciembre con la calidad de que asistiere con insignias de Hu?rfana a la festividad que en honor de la circunsici?n del Se?or se celebro en dicha Iglesia de Santo Domingo y bajo las dem?s condiciones que constan de la certificaci?n que se le dio a la interesada en primero de Enero de ochocientos treinta y cuatro por el Escribano D. Francisco Calapiz como secretario de dicha Ilustre Archicofradia, con cu ya asistencia cumpli?: que habiendo contraido matrimonio el otorgante con la citada Do?a Mar?a Dolores Arias el d?as diez de diciembre del a?o proximo pasado de ochocientos treinta y cinco seg?n consta de la certifica ci?n que en veinte y cuatro del mismo diciembre dio el Se?or Doctor L?
zaro de la Garza cura propio de esta Santa Iglesia Metropolitana ocurri? el otorgante con estos documentos al mismo don Francisco Ignacio Hor casitas para que como Diputado Mayordomo le pagase los trescientos pe sos de la dote, los que en vista de lo espuesto por el citado Horcasitas al calce de la certificaci?n se mandaron satisfacer por los S. S. don Manuel Francisco Gutierrez y D. Miguel Da. . . diputados de dicha Ilustre Archi cofradia y el primero en ejercicio de las funciones del Sr. Diputado: Ma yor don Jos? Mar?a Urquiaga que se halla ausente; que en esta virtud le tiene ya entregados el mismo Se?or Diputado Mayordomo Don Francisco Ignacio Horcasitas los trecientos pesos de dicho nombramiento; y no res t?ndole otra cosa m?s que otorgar a favor de ese el correspondiente recibo lo pone en efecto por el tenor del presente instrumento y en aquella v?a
y forma que m?s lugar haya lugar en derecho firme y valedero sea en cuya
virtud otorga, confiesa y declara que tiene recibidos del dicho Don Fran cisco Ignacio Horcasitas los trescientos pesos que van expresados en ma nera corriente de los cuales como si en la actualidad se numerara se da por contento y entregado de ellos a su voluntad sobre que renuncia la ecep ci?n de la no numerata pecunia, leyes de no entrego, prueba del recibo y dem?s del caso para no decir ni alegar lo contrario en tiempo alguno por lo que a nombre de dicha su mujer otorga recibo en forma que firmo siendo testigos Don. Jos? Maria Valle, Jos? Clavella y Don Clemente V? lez de esta vecindad: doy fe = entre renglones = se?or = instrumento = vale Joaquin Yllanez (Rubrica) Ante mi Mariano Cabeza de Vaca Escribano
Nacional (Rubrica).*
DOCUMENTO II En la Ciudad Federal de M?xico a tres de enero de mil ochocientos veinte y nueve: ante mi el escribano y testigos Don Ignacio Albarran y Valen zuela como apoderado de su -? Don Manuel Albarran y Valenzuela, due?o de la Hacienda Satemaye en jurisdicci?n de Jerecuaro de donde es vecino
* Notario: Mariano Cabeza de Vaca, A?o 1836. Notar?a 166.
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quien doy f? conosco y en virtud del que tiene conferido a los diez y nueve
de Septiembre de mil ochocientos veinte y cinco por ante mi compa?ero el escribano P?blico de esta vecindad Dn. Francisco Calapiz general para varios efectos que he visto leido y devuelto el cual declara no estarle revo cado ni limitado en manera alguna dijo: que siendo como es su parte Pa trono de la Obra P?a que fundo el Bachiller Dn. Buenaventura de Medina para ingreso de una religiosa en el convento de Regina de esta Ciudad en cada a?o, con la expresi?n de que haya de tomar el habito el d?a del Patrocinio de Nuestra Se?ora la Virgen Maria y profesar el de su pur?si ma Concepci?n le corresponde por lo mismo hacer el nombramiento para la que ha de entrar en el presente a?o y respecto a que en la actualidad no hay parienta alguna que lo pretenda y por tanto libre su poderdante para legir la persona que le paresca a su nombre otorga: que por el pre sente instrumento y en aquella via y forma que mas haya en derecho firme y valedero sea nombra para el presente a?o a Do?a Maria Manuela de Paula Vera y Rodr?guez, vecina de esta Ciudad hija legitima de Don Ma nuel Jos? Vera y de Do?a Maria Joaquina Rodr?guez, cuyo nombramien to verifica en la citada ni?a por ser doncella pobre y de buena conducta a quien le aplica hoy los tres mil pesos de la Dote y los seiscientos para que se inviertan en su profesi?n luego que los produscan las fincas dedica das a este objeto. Y obliga a su parte a no revocar este nombramiento por su testamento ni otro instrumento pena de que sea insubsistente cual quier revocaci?n que aparesca. Y al cumplimiento de lo aqui expresado obliga en virtud de dicho Patrono los bienes aplicados al citado fin y los somete al fuero y jurisdicci?n de los Se?ores Jueces y pretados que de esta causa deban conocer para que a lo dicho lo estrechen y a sus sucesores como si fuese por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada consenti da y no apelada que por tal la recibe, renuncia las leyes que en el caso puedan favorecer a su poderdante con la general del derecho en forma. Y los firmo siendo testigos Don Manuel Torres, Don Pedro L?pez y Don Mariano Zepeda de esta vecindad. Doy f?. Ignacio Albarran (R?brica)
Severiano Quezada Escribano P?blico (R?brica).*
DOCUMENTO III Estando en el locutorio del Convento de Se?oras Religiosas recoletas de Santa Br?gida de esta capital de M?xico a cuatro de agosto de mil ocho cientos treinta y siete: Ante mi el Escribano y testigos Joaquina de las Lla gas nombrada en el siglo Do?a Rafaela Mateos novicia en el a quien doy f? conosco mayor de veinte y cinco a?os natural del pueblo de Masatepec e hija legitima y de legitimo matrimonio de Don Jos? Mateos y de Do?a Eduarda Bustos ambos difuntos dijo que desde su tierna infancia ha de seado con ansia ser religiosa y mucho m?s despues que con el mayor uso
* Notario: Severiano Quezada. A?o 1829. Notar?a 549. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:10:57 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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de su raz?n ha conocido los escoyos y peligros del mundo que son obst?cu los para servir a Dios y llegar al estado de la perfecci?n; y habi?ndolo con sultado con personas limoratas que aprobaron su determinaci?n desde luego hizo su ingreso en esbe Convento y estando para hacer su solemne pro fesi?n debiendo entender la renuncia de sus bienes y de las futuras suce si?n que le puedan tocar y corresponder, impetr? de Se?or Vicario Ge neral de esta Diosesis en veinte y siete de julio ?ltimo la correspondiente licencia para proceder a ella a que se defino por decreto de la misma fecha seg?n resulta del expediente que se me exhibe queda protocolado y saldr? inserto por principio de los traslados que de esta escritura diese; y usando de ella mediante a estar dentro del t?rmino que facilito el Santo Concilio Detranto en la forma que m?s alia lugar en derecho otorga y declara lo siguiente = Primeramente. Que es due?a del capital de dos mil pesos que le dono el Se?or Cura de Mazatepec Don Andres Gonzalez Meras que reconoce a deposito irregular con pensi?n de r?ditos de un seis por ciento anual Do?a Maria Anastacia Reyes viuda de Don Mateo Blanco a quien lo entreg? dicho Se?or Cura; e igualmente le pertenecen los r?ditos de otros seis mil pesos de que asi mismo la hizo usufructuaria dicho Se?or Cura que reconoce la testamentar?a del propio Don Mateo Blanco; y la deuda de r?ditos de uno y otro capital es causada desde el a?o de mil ochocientos veinte y uno y solo se le han dado muy cortos abonos y acendera que se le debe a cosa de cinco mil pesos poco mas o menos. Y mediante a que no tiene herederos forzosos desde ahora para cuando haga solemne profe si?n y desde esta para siempre renuncia y dispone del capital referido de dos mil pesos que le reconoce la viuda de Don Mateo Blanco en esta for ma, un mil pesos a favor de Do?a Loreto Simbr?n recluta voluntaria en el Colegio de San Miguel de Bel?n de esta Ciudad y los otros mil restantes al de este convento de Santa Brigida para los gastos de la roper?a; y en la misma proporci?n le hace tambi?n de todos los dem?s derechos y accio nes y futuras sucesiones que le correspondan y puedan venirle y tocarle = Que en cuanto al adeudo total de los r?ditos los renuncia en favor de este mismo Convento de Santa Brigida para que por medio de su Mayordomo Administrador los cobre, y al efecto tiene entregados a su prelada los reci bos atrasados que ten?a entendidos y celebra la transacci?n que le parecie re m?s conveniente respecto a las dificultades que se presentan en el pago por falta de proporciones de la deudora y testamentaria de Don Mateo Blan co y si se logra aunque sea la percepci?n de la mitad de su importe quiere y es su voluntad que con ochocientos pesos se dote la festividad anual el d?a de la Preciosa Sangre de Cristo en esta Iglesia en lugar de la que fundo en otro tiempo la Madre Maria Francisca que esta declarada por perdida que con otros ochocientos pesos se celebre otra festividad anual el d?a de la Transfiguraci?n del Se?or a que le tiene devoci?n por ser dia se?alado para su solemene profesi?n y por lo mismo desea su especial Culto y si hubiere alg?n sobrante se dividir? por partes iguales entre este convento y el Colegio de San Miguel de Belem o que se cri? para que dispongan de ello a su arbitrio; que si lo que se recaude de r?ditos de ambos capitales
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no llegare a cubrir ambas fundaciones en este caso preferir? la de la Pre ciosa Sangre de Cristo sin que deje de aplicarse alguna cosa aunque sea para una funci?n en el d?a de la transfiguraci?n, si fuere tan numerable lo que se recaude que no pueda hacerce ninguna de las dos fundaciones lo que sea se aplicara a una o dos festividades a la preciosa Sangre de Cris to y Transfiguraci?n del Se?or procurando siempre mas solemnidades en la primera encargando nunca se deje sin lugar a la segunda que en favor de este su convento hace donaci?n de un cubierto de plata y de otro a la referida Do?a Loreto Simbr?n a quien se le entregara con toda su ropa, m?s el hilito de perlas finas que tiene un sintillito y unos aretes finos entre
garan a su Prelada para que esta los aplique a las Im?genes que lo tiene comunicado. En cuya virtud se aparta absolutamente de cualquier dere
cho que tenia a dichos bienes y futuras sucesiones transfiri?ndolo todo con
cuantas acciones le competen en la forma asentada, para que verificada su profesi?n entre los agraciados en la poseci?n y gose de los citados bienes que en virtud de este instrumento les corresponde y sin su intervenci?n disponga de ellos con arreglo a su voluntad; y para resguardo se librar?n las copias autorizadas que pidieren los autorizados; declaro que esta re nuncia que es irrebocable no ha intervenido lesi?n alguna sin enga?o ni tampoco coacci?n sino que la hace de su libre voluntad y por lo mismo se obliga a no rebocarla pues si lo hiciere no se le admita judicial ni extra judicialmente; y no obstante que por enfermedad u otro motivo se difiera su profesi?n o ha de ser necesario nueva renuncia a tener esta por irre vocable de suerte que aunque muera la graciada Do?a Loreto Simbr?n intestada o intervenga nueva causa y derecho o sea aquella por lo que for malize esta renuncia no han de hacer reberci?n ni recaer en ella los bienes
que posee ni los que heredar?a estando en el siglo si no pasar a los parien te que deban heredarlas para lo cual formaliza desde ahora la renuncia abdicatiba y estimativa mas eficaz que se requiere legalmente y renuncia las leyes que la favorecen mas jura por Dios Nuestro Se?or y la Se?al de la Santa Cruz que cumplir? exacta y literalmente todo cuanto ha prometi do en esta escritura que en ella no habido dolor sujesti?n miedo coacci?n ni respeto y que por lo mismo no reclamara ni contravendr? a esta renun cia que contra ella no tiene hecha ni har? protesta y si apareciere u otra renuncia posterior o anterior la revoca y anula que no ha pedido ni pedir? relajaci?n de este juramento a ning?n prelado eclesi?stico y que aunque se le comida de mi tu propio no usara de ella pena de perjura y de incurrir en las dem?s impuestas por derecho a los infractores de los juramentos so lemnes; y en fin que para la perpetua firmeza de este contrato quire que en cuanto al efecto de heredar testamento o al intestado y a los dem?s civi les quiere se le tenga desde su profesi?n en adelante por extra?a y muerte naturalmente. Asi lo otorg? y firmo siendo testigos Don Luis Guazo, Don Jos? Maldonado y don Ram?n Olvera de esta vecindad; doy f? inmenda do = del pueblo de Mazatepec = vale. Maria Joaquina de las Llagas (R? brica) Jos? L?pez Guazo escribano Nacional y P?blico (R?brica).*
* Notario: Jos? L?pez Guazo. A?o 1837. Notar?a 361.
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538 LUCILA L?PEZ
SIGLAS Y REFERENCIAS ANotDF Archivo General de Notar?as, M?xico, D.F.
NOTARIOS Mariano Cabeza de Vaca, n?m. 166, Escribano Nacional, A?os 1831, 1837
y 1847
Francisco Calapiz y Aguilar, n?m. 155, Escribano Nacional y P?blico,
A?o 1824.
Ram?n de la Cueva, n?m. 169, Escribano Nacional y P?blico, A?o 1824. Mariano Flores, n?m. 240, Escribano Receptor del N?mero, A?os 1824,
1829.
Jos? L?pez Guazo, n?m. 361, Escribano Nacional y P?blico, A?o 1838. Severiano Quezada, n?m. 549, Escribano Nacional y P?blico, A?o 1829. Jos? Idelfonso Verdiguel, n?m. 720, Escribano Nacional, A?o 1838.
A.M. 1851 Cartas sobre la educaci?n del bello sexo, por una se?ora ameri
cana, M?xico, Tipograf?a de Rafael y Vila.
Arrom, Silvia 1976 La mujer mexicana ante el divorcio eclesi?stico, 1800-1867,
M?xico (SepSetentas, 251).
Caballero de la Borda, Ana Josefa 1823 Necesidad de un establecimiento de educaci?n para las j?venes
mexicanas, M?xico, imprenta de Dn. Mariano de Onti veros.
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DOTACI?N DE DONCELLAS 539
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Le?n S?nchez.
Garc?a Cubas, Antonio 1945 El libro de mis recuerdos; narraciones hist?ricas, anecd?ticas y de costumbres mexicanas anteriores al actual Estado social, M?
xico, Ed. Patria.
Gu?a Computarizada del Archivo General de Notar?as de la ciudad de M?xico en el
1983 a?o de 1829, dirigida por Robert Potash y Josefina Z. V?zquez, Amherst, Massachusetts. 1983a Gu?a Computarizada. . . para el a?o de 1847. . . Gu?a Computarizada del Archivo General de Notar?as de la Ciudad de M?xico en el
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XXI Editores.
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540 LUCILA L?PEZ
Staples F. Anne 1970 "La cola del diablo en la vida conventual (los conven tos de monjas del arzobispado de M?xico, 1823-1835)", M?xico, tesis de doctorado en Historia, El Colegio de
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Vetancourt, Vicenta s/f. Reflexiones sobre la educaci?n de las j?venes recomend?ndoles asistir al establecimiento de Vicenta Vetancourt, s.p.i.
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EXPERIENCIA PERSONAL EN ESTUDIOS DE LA MUJER EN LA
NUEVA ESPA?A
Josefina MURIEL
UNAM
Instituto de Investigaciones Hist?ricas
Ajena de intereses feministas, entr? al tema por dos caminos:
el uno fue el obligado trabajo semestral en la clase que daba el maestro don Joaqu?n Ram?rez Cabanas, en la Facultad de Filosof?a y Letras de la UNAM, en donde por azar del destino
me fue asignado como tema a desarrollar "Ideolog?a de la mujer en la Revoluci?n Mexicana".
El otro camino fue el arte colonial. Haber descubierto en
un archivo privado el contrato de Pedro de Arrieta para cons truir el convento de Corpus Christi. Para dar sentido al docu mento, don Manuel Toussaint, me recomend? hacer el estudio de la instituci?n prometi?ndome publicarlo, como lo hizo, en los Anales del Instituto de Investigaciones Est?ticas.
Al hacerlo vislumbr? un panorama muy interesante, el de las instituciones femeninas de la ?poca virreinal, cuya impor tancia estaba manifiesta a mis ojos lo mismo en los retablos de Regina, que en la hermosa torre de Balbanera y dolorosa mente encubierta en los claustros de San Jer?nimo, conver tidos entonces en el cabaret Smirna.
De esto naci? mi obra: Conventos de Monjas en la Nueva Es
pa?a. Otras que no son espec?ficamente de mujeres, como
Hospitales de la Nueva Espa?a, siguieron a ?sta, pero me fueron
dando luz para ir descubriendo la actividad femenina conec tada con la salud p?blica (servicios en hospitales rurales y urbanos), a la vez que los problemas sociales conexos a ella. Por los terrenos del arte nuevamente ca? en un tema fe
menino, al publicar con don Manuel Romero de Terreros
el libro: Retratos de Monjas, que al presentarnos a trav?s del esplendor barroco del retrato ejecutado por pintores con notados como Rodr?guez Ju?rez, Cabrera, Alc?bar, etc., y 541 This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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JOSEFINA MURIEL
mayormente por los an?nimos artistas populares, mostraron intereses nacionales de un mundo que en aquellos tiempos se entend?a en valores teol?gicos. Entrar a las ideas de ellas, preferentemente en las de las ind?genas, dentro de las cuales estaba parte de la respuesta femenina a la evangelizaci?n, me llev? a publicar Las indias caciques de Corpus Christi. Obra en la que ellas tienen la palabra
mediante sus escritos.
De ese contacto tenido ya por muchos a?os a trav?s de in vestigaciones en los archivos nacionales y extranjeros, de esa lectura diaria de obras escritas en aquellos tiempos surgi? el contacto con la problem?tica femenina novohispana y por ende
la conveniencia de manifestar la respuesta que entonces se
le dio. Esto me hizo escribir Los Recogimientos de Mujeres, en
donde aparecen solteronas, viudas, divorciadas, damas pia dosas y prostitutas de aquel mundo. Ese ver las posibilidades que ten?an las mujeres de crear instituciones, disponer el destino de sus bienes, de participar
en los intereses art?sticos de su momento hist?rico, de cono cer y valorar a pintores y arquitectos de su tiempo y confiar
les sus riquezas para que ejecutaran sus notables obras, me hizo aceptar la solicitud del Dr. Francisco de la Maza para escribir La marquesa de Selva Nevada, sus conventos y sus arquitec
tos. Obra basada en una investigaci?n que por la muerte de la Sra. Alicia Grovet, hab?a quedado inconclusa. As? fui aden tr?ndome d?a a d?a con gran inter?s y entusiasmo en temas interconectados que fueron dando poco a poco luz por diversos
caminos para entender la importancia que nuestras antepasa das tuvieron en su tiempo y siguen teniendo en la formaci?n cultural de esta naci?n, en la transmisi?n de esas nuestras tradiciones, que van desde el modo de pensar hasta el comer,
que nos constituyen, estemos de ello conscientes o no. De es to naci? la consciente necesidad de estudiar c?mo se educa ron las mujeres, qu? ense?anzas recibieron, cu?les eran los m?viles que las hac?an actuar en tales o cuales terrenos de la cultura, pero por supuesto en los intereses de esa cultura novohispana dentro de la cual ellas estaban inmersas. Para ello, mientras publicaba art?culos basados en peque?as cr?nicas femeninas, que encontr? o me prestaron quienes This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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conocen mis publicaciones, fui realizando dos investigacio nes paralelas, la una sobre las instituciones educativas femeninas, la otra sobre las manifestaciones de esa educaci?n a trav?s de las
obras realizadas. Por azares del estudio o tal vez suerte en
haber escogido con este ?ltimo tema el camino m?s rico en informaci?n, pude publicar primero la obra Cultura femenina novohispana, en la cual se expone ampliamente y para no dejar
lugar a dudas c?mo las mujeres, pese a las limitaciones de formaci?n acad?mica, incursionaron en los mismos campos que los hombres, es decir en los que entonces interesaban. As? las presentamos actuando como: Cronistas bi?grafos, poe tisas, m?sticas y te?logas. Ya compitiendo en cert?menes litera
rios nacionales, ya protestando por la invasi?n napole?nica a Espa?a, ya relat?ndonos sus esfuerzos por crear un cole gio, un recogimiento o un convento, ya escribiendo cantos en apoyo a los caudillos de la independencia o bien luchando por acercarse al conocimiento de Dios por las dos v?as: la del amor, camino m?stico, y la de la raz?n, camino del estudio teol?gico. Trabajos a los que dedicaron sus vidas con la pa si?n de la entrega total, seg?n ellas mismas confiesan. Como una invitaci?n a seguir investigando ese ampl?simo campo de las actividades culturales y art?sticas de las mujeres,
en la obra se presentan tambi?n algunas noticias del terreno art?stico.
Conocemos sus hermosos trabajos en el arte decorativo,
en el bordado, en la filigrana y en la confecci?n de flores; pero
apenas las empezamos a conocer en la m?sica, en la pintura, en la escultura. Sabemos ya que sus manos prepararon las hojas de oro, pegaron y pulieron el regio metal en inn?meros retablos y en los estofados de las esculturas, que se hac?an en los talleres de sus padres, esposos o hermanos. Tambi?n conocemos por sus nombres a las viudas que ejer cieron el oficio de impresoras, por los libros que editaron bajo
su rubro. Puede verse al respecto el valioso libro de do?a
Carolina Amor de Fournier: La mujer mexicana en la tipograf?a.
El reto a la investigaci?n se acrecienta cuando los docu
mentos nos las presentan actuando en el terreno econ?mico, lo mismo de encomenderas en el siglo XVI que de hacenda das en el XVIII. Interes?ndose en los negocios y problemas
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de la miner?a, ocup?ndose en forma muy amplia del comer cio, manejando las formas productivas de la propiedad urbana (rentas, hipotecas). Sabemos algo de su intervenci?n en la conquista, pero des conocemos en gran parte su labor como pobladoras y coloniza
doras. La producci?n de textiles, la confecci?n de vestuario, la elaboraci?n de cer?mica, que tuvieron y tienen importan cia fundamental en toda sociedad, fueron realizados por mu jeres de distintas razas, castas y condici?n social. Esto forma parte tambi?n de esa actividad econ?mica de las mujeres que est? por estudiarse. En cuanto a su labor en los trabajos de salud p?blica las hemos ido descubriendo m?s y m?s activas. Las conocemos ya, detalladamente, actuando como param?dicas, en las enfer mer?as de esclavos en los ingenios azucareros; como enfermeras en los hospitales urbanos y rurales y como parteras en las ciu
dades, pero no s?lo l?ricas, sino con obligatoria preparaci?n quir?rgica, demostrada en las obras editadas para ellas y en los ex?menes a que se las somet?a desde el siglo XVI. En una ?poca en la que no exist?an una Secretar?a de Sa lubridad y Asistencia, ni una Secretar?a de Educaci?n y todo quedaba en manos de la Iglesia y fieles (caridad), la preocu paci?n de las mujeres por el bienestar social adquiere mayor importancia. Por ello debe estudi?rseles en sus diversas for mas de actuaci?n y en las distintas obras a que se abocaron. En las p?ginas de muchos libros, lo mismo que en docu mentos, constatamos su variada actuaci?n, como lo fue, en colaboraci?n con los esposos o hijos, pero tambi?n en total independencia y aun oposici?n a los varones. En ocasiones act?an a trav?s de cofrad?as y congregaciones, esto es con un sentido de solidaridad con sus cong?neres y si las vemos surgir
como fundadoras de escuelas, colegios, y las miramos actuar como maestras y rectoras de ellos; luego las encontramos preo
cupadas porque los matrimonios tuvieran base econ?mica su ficiente para constituir buenas familias, que a las viudas y sus hijos no les faltara ayuda ni escaseara el alimento en los hospitales. El inter?s femenino en la evangelizaci?n, lo mues tran colaborando con los frailes, en la ense?anza, en la con fecci?n de objetos para el esplendor del culto y tambi?n ayu This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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dando a los misioneros con su aporte econ?mico* lo mismo a los franciscanos, agustinos y dominicos del siglo XVI, que a los jesuitas en el XVIII para constituir el Fondo Piadoso de las Californias.
Gracias a la amplia documentaci?n de nuestros archivos,
las hemos conocido creando eso que entonces se llamaban Obras
Pias (que en cierta forma equivaldr?an a nuestras ben?ficas Asociaciones Civiles), para otorgar becas a estudiantes de am bos sexos, dar dotes matrimoniales o de monjas para j?venes sin recursos y finalmente las hemos encontrado actuando como
las grandes mecenas de nuestra arquitectura colonial. Todos estos temas est?n pidiendo profundas investigaciones
para poder formarnos una m?s clara idea de la vida social, econ?mica y cultural del periodo virreinal. ?Cu?les han sido mis fuentes de informaci?n y cu?les su pongo pueden ser para aquellos que acepten el incitante reto de la investigaci?n en el amplio tema de la mujer en la historia
de M?xico?
La respuesta ser?a en apariencia muy sencilla pues est? pu blicada en la bibliograf?a de mis obras. Sin embargo, no lo es tanto, ni tan limitada, en primer lugar porque mientras se vive dentro de esa actividad constante que es la investiga ci?n, la bibliograf?a se acrecienta d?a a d?a y en segundo por que hay cosas que no se dicen en las bibliograf?as, y porque precisamente los diversos temas referentes a la mujer exigen trabajos muy amplios que dif?cilmente se circunscriben en una
bibliograf?a convencional. Si quisi?ramos estudiar la Real Ha cienda en el virreinato acudir?amos al ramo espec?fico que de ella hay en el Archivo General de la Naci?n. Si queremos es tudiar el gobierno de nuestra ciudad, leeremos las actas del cabildo y dem?s documentos del ayuntamiento citadino, etc.,
pero las obras de las mujeres, la tem?tica referente a ellas, est? tan dispersa, que son inn?meras las fuentes a que hay
que acudir y sobre todo no olvidar las auxiliares de la historia.
Yo creo que para el estudio de ellas en el periodo virreinal primero hay que acercarse a las obras impresas como son cr? nicas de las ?rdenes religiosas, a las historias de la conquista y colonizaci?n, a los relatos de los viajeros, a las biograf?as, a los sermonarios. Pero me estoy refiriendo no s?lo a los que This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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tratan espec?ficamente de ellas, sino a todas, porque la vida de las mujeres se ha vivido con la de los hombres en una tra baz?n indisoluble en todos los campos que investiguemos. Complemento, ayuda, protecci?n, abuso, tiran?a, trabajo, hambre, salud, enfermedad, hero?smo, ciencia y arte, amor, fe y herej?a, pasi?n, odio, vida y muerte, socializaci?n y ais lamiento, los mantienen unidos y sus noticias est?n as? ?nti mamente ligadas. Yerra el camino quien quiera estudiar un tema femenino sin considerar al un?sono el correspondiente masculino, y lo acierta el que estudie a ambos, por el mayor grado de comprensi?n que tendr? de la mujer. Ahora bien, tras esto que es b?sico, hay que ver y estudiar lo que dejaron escrito las mujeres de aquellos tiempos y que se halla publicado ya sea aisladamente o dentro de obras es critas por varones. El desarrollo de la vida intelectual de la mujer de hoy, los amplios medios de comunicaci?n con que se cuenta, han pro piciado que se publiquen numerosos estudios. De ellos como de todo lo que por miles aparece diariamente en todo el mun do, s?lo dir? que debe hacerse una cauta y exigente selecci?n, porque el tiempo que in?tilmente puede perderse en ellos es
mucho.
Respecto a la parte documental, la experiencia que yo he tenido es la siguiente. Hay datos sobre mujeres novohispa nas lo mismo en archivos nacionales como extranjeros. Por ejemplo en nuestro gran Archivo General de la Naci?n los he hallado lo mismo en los ramos Templos y Conventos, que en Hospitales, Obras P?as, Historia, V?nculos, Tierras, Padrones, Jus ticia Eclesi?stica, Divorcios, Inquisici?n, Colegios y posiblemente
los haya en Criminal y otros. Los hay ampliamente en el Archivo de Notar?as, en el Re gistro P?blico de la Propiedad, en el Archivo de la Ciudad
de M?xico, en el del Ayuntamiento y en los Archivos de ?rdenes
religiosas como el Franciscano, que existe en la Biblioteca Nacional de M?xico, lo mismo que en la secci?n de manus critos de la Biblioteca de la Escuela Nacional de Antropolog?a. Tambi?n hay documentos muy interesantes en los archivos
de los estados, tanto en lo que heroicamente han conservado algunos conventos de frailes, como los privados que tienen This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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antiguas familias e historiadores; papeles comprados cuando la exclaustraci?n o la persecusi?n callista como papel viejo. Los descendientes de hacendados y mineros tambi?n tienen sus archivos familiares con valiosos documentos.
Aunque algunos colegios conservan parte de sus archivos como Las Rosas de Morelia o Las Vizca?nas de la ciudad de M?xico, la mayor?a de las instituciones femeninas perdieron sus archivos en tiempos de la Reforma. Como ejemplo de la dispersi?n documental citar? el caso del ilustre convento de San Jer?nimo de M?xico. Los documentos de fundaci?n se encuentran en un archivo privado en Madrid. Los libros de profesiones, donde estamp? su firma Sor Juana, est?n en Aus tin, y el primer libro que conocemos de m?stica femenina no
vohispana, que pertenec?a a este mismo convento, se vendi? en una subasta p?blica de manuscritos en Londres hace aproxi
madamente ocho a?os. Muchos archivos extranjeros p?blicos y privados son ricos en noticias sobre mujeres novohispanas. En esta cuesti?n tan importante de los archivos privados, el secreto para poder consultarlos es el mismo que act?a co mo "s?samo ?brete" en todas las relaciones humanas, ya se trate de finanzas, de comercio o de ciencia. Quien investiga debe procurar por el camino que personalmente encuentre m?s accesible una relaci?n cordial con el due?o del archivo o biblioteca, interesarlo en el tema, despertar su confianza y merecerla. De este modo el due?o de la biblioteca o archivo se volver? el m?ximo colaborador. Fuentes important?simas en el estudio de la tem?tica fe menina en la historia novohispana son las artes, tales como la pintura, arquitectura, literatura (novela, poes?a, etc.), la m?sica, el folklore. Ellas nos permiten ubicar y dar valor a una serie de datos que aislados no son significativos. Para quien trabaja en los estudios de la mujer, tema tan concreto, pero a la vez tan amplio en lo disperso de su informaci?n, la lectura de este tipo de obras nacionales y extranjeras, im presas o manuscritas, no s?lo enriquece la cultura dando una base s?lida para poder entender el asunto a investigar, sino despierta, por as? decirlo, el olfato del investigador para lle varlo a localizar el dato esencial, la noticia que contiene el valor humano, en medio de centenares de informes in?tiles. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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Tales son mis experiencia en los trabajos que he realizado a lo largo de mi vida como historiadora en archivos nacionales
y extranjeros.
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LAS CRISIS MEXICANAS* La atenci?n de los especialistas y del p?blico se ha centrado en los episodios mayores de nuestra historia que est?n caracterizados,
sobre todo, por un desenlace may?sculo, de largo y sobresaliente alcance: la independencia, la reforma y la revoluci?n. ?stas han sido nuestras crisis mayores y que se resolvieron dan do por resultado realineaciones duraderas de las fuerzas sociales y pol?ticas, con vencidos y vencedores bien definidos. ?Pero qu? ha sido de episodios nacionales, no tan aparatosos y visibles que, caracteriz?ndose m?s que nada por sus efectos socia les, han singularizado alg?n periodo en especial o han puesto de relieve elementos del tejido social que ordinariamente pasan inad
vertidos?
Estos momentos de la historia pr?cticamente han resultado re legados, siendo desaprovechados como cristalizaci?n de los conflictos que van anudando nuestra historia social, episodios que en ocasiones
anticipan crispaciones mayores, y que sacudiendo la vida cotidia na de las poblaciones pr?ximas y remotas, permiten que afloren las pugnas soterradas o aplazadas que permean la vida cotidiana. Esta obra de Mois?s Gonz?lez Navarro es una contribuci?n para rescatar dichos episodios y el ofrecerla ahora que el pa?s y el mun do sufren una crisis sobre la cual en lo ?nico en lo que se est? de acuerdo es que nadie alcanza a comprender sus dimensiones y a definir bien sus alcances,1 le otorga un car?cter de actualidad e in ter?s que pocas investigaciones hist?ricas alcanzan. La selecci?n de las cinco crisis dependi? de la disponibilidad de materiales suficientes, aunque el autor no aclara si detect? otras crisis sociales, las mismas que resultaron desechadas por carecer de documentaci?n apropiada. La hambruna que de 1849 a 1852 asol? a los estados del norte de M?xico y el Baj?o fue causada por una persistente sequ?a. A pesar de la desmembraci?n de la mitad del territorio nacional y de la fresca
memoria de la ocupaci?n americana de diversos puntos del pa?s, * Sobre el libro de Mois?s Gonz?lez Navarro: Cinco crisis mexicanas.
M?xico, El Colegio de M?xico, 1983 (Jomadas, 99), 100 pp.
1 R. Boyer, y J. Mistral: "Le temps present: la crise (1). D'une analy se historique a une vue prospective'.'. Annales E.S.C, 38 (3), Mai-Juin, 1983, pp. 483-506.
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LAS CRISIS MEXICANAS
incluyendo la capital, el recuento que hace Gonz?lez Navarro per mite apreciar a trav?s de la diversidad de iniciativas tomadas por los estados afectados, la vivacidad de los diferentes organismos in volucrados, como es el caso, por ejemplo, de las autoridades del estado de Aguascalientes quienes autorizaron a los ayuntamientos a hipotecar sus bienes y a omitir algunas partidas con el fin de al macenar ma?z para impedir una elevada alza de precio, a sabien das de que de ocurrir esto significaba "un mal grav?simo para la
clase infeliz".
En el caso de Guanajuato, se expide un decreto para atemperar la codicia de especuladores y preservar el equilibrio del precio del ma?z. Para esto se cont? con el apoyo del obispo Mungu?a ya que se dispuso que en cuanto se notara alg?n cambio notable del pre cio del ma?z se vender?a el correspondiente al diezmo y la venta de ?ste se prolongar?a durante el tiempo que fuera necesario man tener controlado el precio del ma?z vendido por los hacendados. En Durango, al mes de haber realizado una colecta para vender el ma?z al m?s bajo precio posible estall? un mot?n en la capital que luego de ser reprimido, sirvi? para que se decretara la prohibi ci?n de la salida del ma?z y frijol fuera de los confines del estado. Durango se provey? de cereales de Jalisco para paliar la situa ci?n, se constituy? una junta de caridad integrada por vecinos aco modados, misma que result? insuficiente y que luego cerr? por falta
de fondos. Las incursiones de los indios b?rbaros contribu?an a agravar el panorama de inflaci?n y desempleo. Jalisco sali? bien librado, gracias a que al parecer no tuvo d?fi cit tan grande en la producci?n de v?veres y a que con la ayuda de hacendados se constituy? un banco de beneficencia para ofrecer semillas a precios c?modos. Por lo que se puede apreciar la desastrosa guerra con Estados Unidos no obnubil? a las autoridades civiles y eclesi?sticas y a los notables de los estados afectados por esta crisis para paliar los efec tos de la hambruna y que la dislocaci?n causada no fuera total. La segunda crisis se refiere a la ocurrida entre 1907 y 1909. Ha cia 1907 los principales productos mexicanos de exportaci?n baja ron de precio por la depresi?n de los mercados estadounidenses y europeos; por otra parte se puso de manifiesto la deficiente organi zaci?n de la banca mexicana, y una huelga, la de R?o Blanco, fue reprimida sangrientamente. Por estos a?os se resinti? una aguda escasez de capitales y de numerario. A esto se sumaron las sequias de 1908-1909, por lo que hacia 1910 se pod?a apreciar un alza constante en el precio de los
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las crisis mexicanas
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alimentos populares ?el ?ndice del ma?z hab?a pasado en el periodo 1901-1908 de 100 a 230? y el salario real hab?a descendido. Para remate de cuentas, se suscita una genuina crisis de caja al prohibir la Secretar?a de Hacienda, en febrero de 1908, a los ban
cos de emisi?n que otorgaran pr?stamos a largo plazo como lo ha b?an venido haciendo, perjudicando as? a los hacendados, adem?s de que la banca secuestraba de la circulaci?n 8.5 millones de pesos por el temor de algo inesperado y del retiro por el monto de diez millones de pesos. A todo esto habr?a que a?adir qu? capitales fijos hab?an absorbido a parte de los circulantes, pues una porci?n de los recursos bancarios se hab?a invertido en ferrocarriles y obras
p?blicas.
Esta cauda de acontecimientos que estre??a el flujo de capital
para el agro coincidi? con las p?rdidas de las cosechas de ma?z, trigo
y algod?n en 1908, lo que imposibilit? materialmente a los propie tarios agr?colas cumplir sus compromisos bancarios. Para amortiguar esta situaci?n cr?tica la Caja de Pr?stamos pa ra la Agricultura coloc? en el extranjero bonos por valores de 50 millones de pesos; el producto de esta emisi?n de bonos se destin? a cr?ditos para empresas agropecuarias mayormente. Pero estos cr?
ditos resultaron ser unos cuantos: hacia 1910, de 53 millones pres
tados por la caja, 32 millones hab?an sido canalizados para 12 personas.
El paliativo efectivo fue la autorizaci?n de la libre importaci?n de ma?z y que fue prorrogada por Porfirio D?az hasta el 30 de sep tiembre de 1910, debido a que no hab?an desaparecido las condi ciones que la provocaron. Las circunstancias que vivi? el pa?s en este periodo de crisis de acuerdo a la narraci?n de Gonz?lez Navarro nos lleva a pensar que estos a?os constituyen un claro periodo de incubaci?n de la revo luci?n que estallar?a en noviembre de 1910. Esta n?tida secuencia podr?a estimular la realizaci?n de estudios de caso que documen taran el impacto a nivel local de esta crisis previa a la gran rebeli?n. El tercer episodio cr?tico que re?ne Gonz?lez Navarro en su obra,
es la hambruna que apareci? como secuela de la victoria constitu cionalista sobre el gobierno espurio de Huerta. De Monterrey a Sinaloa pasando por la capital del pa?s se resinti? la distribuci?n de productos agr?colas y otros v?veres. La junta revolucionaria de auxilio al pueblo encabezada por A. Pa?i fue facultada para introducir v?veres a la ciudad de M?xico. Al sobrevenir el control de los convencionistas sobre la capital en mayo de 1915, el espect?culo era por dem?s grotesco: lanzamientos
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LAS CRISIS MEXICANAS
a la calle de pacientes y asilados, gente aliment?ndose de produc tos silvestres como acelgas, hongos y otros, de animales dom?sti cos y de tiro. Adem?s de que la criminalidad y la prostituci?n eran
rampantes. Previos exhortos a la generosidad y asaltos a los comercios, ocu rridos ambos bajo los convencionistas, el regreso de los consti tucionalistas trajo consigo paliativos: venta de v?veres a precios reducidos, instalaci?n de comedores populares que llegaron a dar las tres comidas al d?a a m?s de 10 000 personas y la lucha contra los especuladores. La prensa americana que informaba de la situaci?n de la capi tal inflacionaba sus datos y estimaciones tanto en cuanto a eleva ciones de precios como en cuanto al n?mero de defunciones por inanici?n. Al tiempo que se rechazaba la ayuda de la Cruz Roja Americana, se acept? la del Comit? Internacional de Beneficencia
Privada.
La depreciaci?n acelerada del papel moneda del gobierno cons titucionalista oblig? a hacer ajustes para las formas de pago de las transacciones comunes y cotidianas, afectando a la principal: el pago
de sueldos y salarios, ya que los sindicatos empezaron a exigir que no se les pagara con papel moneda, sino en oro. Las huelgas ?una de ellas general? provocadas por ?sta y otras demandas llevaron al gobierno de Carranza a resucitar y endure cer a?n m?s las disposiciones legales de 1862, que contemplaban castigar con pena de muerte a quien alborotara de cualquier forma a favor de la suspensi?n de labores. Esta crisis revela c?mo la pl?yade de medidas ensayadas para paliarla y/o remediarla no difiere mayormente entre las aplicadas por la administraci?n constitucionalista y la convencionista. Ade m?s se puede apreciar la participaci?n de nuevos agentes sociales: los sindicatos y sobre todo el nuevo estado postrevolucionario. La cuarta crisis tratada y que Gonz?lez Navarro titula "Recu peraci?n metropolitana, crisis perif?rica' ' es una prolongaci?n de la anterior, pero en otro escenario b?sicamente provinciano y que dentro de provincia se materializ? mayormente en los estados del norte-centro y va del mismo a?o 1917 ?en que termina la anterior
crisis?, a 1921.
Se le puede dividir en dos mitades: la primera que afecta a la miner?a y la segunda que perjudica a la industria textil. Ambas son registradas en los debates del Senado, revelando el tono y la am plitud de los intercambios entre los senadores, la composici?n he terog?nea de esta c?mara legislativa. Por fuera de ?sta, aparecen
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la Confederaci?n Fabril Nacional Mexicana y el Centro Industrial Mexicano como organismos defensores del empresariado. Las deliberaciones sobre las modalidades para reglamentar la intervenci?n del Estado con el fin de armonizar al capital y al tra bajo, giraron en torno de la clausura de las industrias, quedando sustra?da esta facultad o libertad tanto a patrones como a obreros. Fue entonces que se definieron los negocios o actividades econ?micas
de inter?s p?blico y que por consiguiente no pod?an cerrarse sin la intervenci?n del Estado.
En esta crisis se aprecia en forma relevante c?mo los diferentes niveles de gobierno (federal, estatal, local) conced?an importancia para facilitar la movilizaci?n de los desocupados, llegando incluso a pagarles el transporte con tal de que se retiraran de la zona de
paro.
Tambi?n se idearon formas para ocupar a los desempleados. Cuando esto ocurri? se le dirigi? sobre todo a tareas de reparaci?n y mejor?a de las v?as de comunicaci?n. Cabe reparar para este periodo de crisis en el grado de la exten si?n de la miner?a y de la industria textil entonces, y de su estado despu?s del periodo de violencia, 1911-1916, para no caer en la des mesura y atribuir a estos dos ramos industriales un peso exagerado
para el M?xico de la ?poca.
Adem?s, convendr?a analizar qu? tanto influy? la distribuci?n
territorial de la crisis en el reclutamiento de tropas y en apoyo po
pular a la rebeli?n siguiente al gobierno central: la delahuertista. Si han existido a?os cr?ticos para la vida del pa?s en el M?xico postrevolucionario, uno de los m?s cruciales es 1929: la rebeli?n de los obregonistas resentidos con Calles y lidereados por Gonzalo Escobar, el activismo cristero que incendiaba desde el volc?n de Colima hasta el Baj?o y cuyos efectos y pasos en las mayores ciudades
del altiplano, creaban incertidumbre y la pr?dica fogosa y solivian tadora del Ulises Criollo que demandaba que el pa?s se acoplara
a sus sue?os.
Como si hubiera sido convocada la presencia simult?nea de las siete plagas que azotaron a Egipto seg?n la Biblia, se nos vino la gran depresi?n encima de la ?ltima asonada, de la postrera con tienda que haya tomado visos de guerra civil y de la primera cam pa?a presidencial opositora que emprend?a un ap?stol, despu?s de
la de Madero.
Sin embargo, a pesar de que el desempleo abierto aumentara y del retorno al pa?s de los mexicanos que entonces nos devolvi? la gran depresi?n, no ocurre mayor cosa. Los paliativos ofrecidos
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LAS CRISIS MEXICANAS
por la asistencia p?blica y sobre todo que M?xico continuaba sien do un pa?s con la mayor?a de su poblaci?n dedicada a la actividad primaria, fue el mayor colch?n contra la crisis que ven?a del norte. El sector secundario, sobre todo la miner?a, fue donde m?s golpe?
la crisis. Abundan las medidas menudas aplicadas entonces como
fueron: restringir la inmigraci?n extranjera, crear colonias agr?co
las para los repatriados, elevar los aranceles para impedir la im portaci?n de ciertos bienes o productos como madera, etc?tera. La agitaci?n pol?tica es mayor y la cauda de plagas sociales con exacerbaciones propias del tiempo de crisis, hacen estragos como la delincuencia y los suicidios. Este fue el escenario en el cual el presidente C?rdenas hace 50 a?os tom? las riendas del pa?s. Quiz?s sin estos antecedentes con densados en la crisis, 1929-1933 no hubiera podido emprender las reformas y cambios de rumbo que su administraci?n imprimi? al
pa?s.
Esta obra de Mois?s Gonz?lez Navarro resulta interesante por la ?poca que ahora vivimos, su lectura resulta f?cil y amena y se acompa?a de un aparato referencial m?nimo, pero adecuado para orientar a los lectores que deseen profundizar m?s. Adem?s de que ah? se citan obras secundarias que contienen fuentes primarias. A estos cinco episodios de crisis social descritos por Gonz?lez
Navarro habr?a que rastrearlos no s?lo hacia atr?s con el fin de bus
car sus or?genes inmediatos, sino tambi?n para adelante, porque si estamos de acuerdo con Ladurie2 algunas crisis son fuente de fe n?menos culturales significativos. Estos periodos cr?ticos fermentan
expresiones culturales inusitadas por la novedad o por la recupera ci?n de muy viejos valores. Por lo dem?s, resulta curioso observar
que una de las crisis aqu? tratadas satisfaga a la perfecci?n la cadena ' ' crecimiento-crisis-revoluci?n- innovaci?n" propuesta por Ladurie,
y ?sta es aqu?lla de 1907-1909.
Ignacio Almada Bay El Colegio de M?xico
Este breve ensayo tiene como objetivo dar cuenta de cinco mo mentos cr?ticos en el desarrollo hist?rico de M?xico, los que ocurrie ron en un periodo de alrededor de 85 a?os. Y esto tal vez constituye
el primer m?rito del trabajo, pues el estudio de cinco coyunturas 2 Emmanuel Le Roy Ladurie: The Mind an... the Method of the Historian.
Chicago, The University of Chicago Press, 1981, pp. 270-289.
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LAS CRISIS MEXICANAS
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hist?ricas en que la reproducci?n social enfrent? dificultades de di verso orden nos permite profundizar en la din?mica de la sociedad
mexicana.
El trabajo se inicia, creo que correctamente, con la exposici?n de diversas definiciones del concepto de crisis. Se parte del significa
do que ese vocablo tiene en el lenguaje cotidiano y, posteriormen te, se expone brevemente el significado que ese concepto adquiere en diversas disciplinas de las ciencias sociales, la sociolog?a, la ciencia
pol?tica y la econom?a. Sin embargo, considero que har?a falta ela borar, con base en las anteriores definiciones, el concepto de crisis que se considere m?s adecuado para el an?lisis que se va a desa rrollar. Y considero que esto es fundamental por la diversidad de situa ciones que se analizan. En efecto, podemos afirmar sin temor a equi
vocarnos que las cinco crisis que se estudian poseen caracter?sticas diferenciales que es necesario se?alar, precisar y remarcar, pues obviamente no todas las crisis son iguales. Ello tal vez responda a la falta de un criterio definido que guiara la selecci?n de las crisis,
pues nos surge la pregunta de qu? tan v?lido es estudiar solamente aqu?llas de las "que se tuvo material suficiente". La primera, que va de 1849 a 1852, es \|na t?pica crisis que ocu rre en una sociedad tradicional, no capitalista, provocada por fac tores naturales que produjeron una sequ?a agr?cola. Al parecer, es una crisis regional pues afecta fundamentalmente al norte del pa?s;
en este punto cabe se?alar que falta la referencia a lo que ocurre en otras regiones del pa?s. La segunda, que ocurre de 1907 a 1909, es b?sicamente una crisis financiera mundial que repercute fuertemente en M?xico debido a que en este momento es mayor la penetraci?n y desarrollo del capitalismo en la econom?a nacional, as? como su inserci?n en la divisi?n internacional del trabajo, lo que se demuestra por el he cho de que los estados que m?s resienten la crisis son los que m?s orientan su producci?n al mercado mundial: Yucat?n, Chiapas,
Veracruz, Zacatecas, etc?tera.
La situaci?n se agrav? cuando a los efectos de la crisis mundial se aun? la crisis agr?cola consecuencia de las sequ?as de 1908-1909. Todav?a se apunta otro elemento interno, cuando se se?ala la des organizaci?n bancaria que se expresa en el hecho de no cumplir cabalmente con sus funciones provocando una crisis de cr?dito. Como quiera que haya sido, parece ser que esta crisis repercuti? hondamente en la sociedad mexicana, y surge la pregunta de en qu? medida y de qu? manera propici? la Revoluci?n Mexicana.
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LAS CRISIS MEXICANAS
La tercera y cuarta crisis, 1916-1917 y 1917-1921, nos plantean un problema interesante: ?por qu? no es una larga crisis que va de 1916 a 1921? Es claro que la tercera crisis podr?a ser mejor ex plicada si se hubiera caracterizado claramente como una crisis de guerra, como una crisis provocada por la devastaci?n y destruc ci?n que provoc? la lucha contra Huerta en un primer momento, y posteriormente lo que se ha denominado la lucha de facciones. A?n m?s, en este punto, discrepando con el autor, considero que la crisis se centrar?a en 1915-1916. En relaci?n a la cuarta crisis, se est? totalmente de acuerdo en que fue provocada por la reorganizaci?n de la econom?a interna cional que ocurre al concluir la segunda guerra mundial, cuando los pa?ses industrializados al reorientar su econom?a inician la re cuperaci?n de sus mercados; ello es muy claro en el caso de la in dustria textil. El caso de la miner?a pareciera estar m?s vinculado a causas internas. Quiero puntualizar que los problemas econ?mi cos del periodo, a mi juicio tienen m?s relaci?n con las dificultades que enfrenta el gobierno de Carranza, que con el Plan de Agua Prieta o la rebeli?n delahuertista, a las que considero crisis emi nentemente pol?ticas. Tampoco nos queda muy claro el papel que desempe?a la sequ?a agr?cola en La Laguna en esta crisis, pues tiene lugar cuando ya est? finalizando el momento de crisis. La quinta, que tiene lugar de 1929 a 1933, es evidente que fue producida por las repercusiones en la econom?a nacional, de la peor crisis econ?mica que ha padecido el capitalismo en su historia. El ?nico comentario que quisi?ramos hacer es que es necesario enfa tizar m?s el hecho de que los efectos de la crisis mundial se dieron sobre una crisis minera e industrial que afectaba desde antes a la econom?a nacional, por lo menos desde 1926, fue as? como podr?a
mos decir: "nos llovi? sobre mojado,\
Si bien hemos comentado b?sicamente la caracterizaci?n de las
crisis, tratando de desentra?ar de qu? tipo de crisis se tratan, ello tal vez no haya sido justo, pues el autor se?ala que "se analizan sobre todo sus efectos sociales y no tanto sus causas econ?micas,\ Y este objetivo se cumple en gran medida, pues a lo largo de la exposici?n se va mostrando c?mo act?an las diferentes institucio nes, organizaciones y grupos sociales diversos frente a los severos efectos de las crisis, proponiendo o rechazando medidas que favo recen o afectan sus intereses. H?ctor Gerardo MART?NEZ MEDINA El Colegio de M?xico This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:11:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms