Historia mexicana 138 volumen 35 número 2

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HISTORIA MEXICANA

VOL. XXXV OCTUBRE-DICIEMBRE, 1985 N?M. 2 $1 050.00 M

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HISTORIA MEXICANA 138

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Vi?eta de la portada Colgadero de astrolabio (Coignet, 1598), S. Garc?a Franco, Instrumentos n?uticos en

el Museo Naval, Madrid, 1959, p. 55.

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Redactor: Luis Muro Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez.

VOL. XXXV OCTUBRE-DICIEMBRE, 1985 NUM. 2 $1 050.00 M.N.

SUMARIO Art?culos

Virginia Gonz?lez Claver?n: Observaciones celestes e

M?xico de 1791 197

Clara E. Lida: Inmigrantes espa?oles durante el porfiria problemas y temas 219

Camille Guerin-Gonz?les: Repatriaci?n de familias in

grantes mexicanas durante la Gran Depresi?n 241 Charles A. Hale: El gran debate de libros de texto en 18 y el krausismo en M?xico 275

Livia Garc?a de Rivera: Breve historia del ingenio

Modelo>f 299

Ernesto de la Torre Villar: Wigberto Jim?nez Moreno (1909-1985) y su bibliograf?a antropol?gica e hist?rica 309

Testimonios Eduardo Enr?quez: Evaristo Madero E., testamento 335 Examen de libros Sobre Woodrow Borah: El Juzgado General de Indios en la Nueva Espa?a (Andr?s Lira) 345 Sobre Felix Becker: Die Hansest?dte und Mexiko. Han

delspolitik Vertr?ge und Handel, 1821-1867 (Maria

Teresa Berm?dez de Brauns) 352

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SUMARIO

Sobre Alfredo L?pez Austin (ed.): Educaci?n mexicana. Antolog?a de documentos sahaguntinos (Xavier Noguez) 355 Dos libros sobre haciendas, Mar?a Vargas Lobsinger: La hacienda de <(La Concha", una empresa algodonera de La

Laguna, 1883-1917 y Mar?a Guadalupe Rodr?guez G?mez: Jalpa y San Juan de los Otates, dos haciendas en

el Baj?o colonial (Jan Bazant) 360 Dos libros sobre industria textil, Angelina Alonso: Los liba nesesy la industria textil en Puebla y Jos? Alfredo Uribe Salas: La industria textil en Michoac?n, 1840-1910 (Jan

Bazant) 364

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as 1 de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 1 050.00 y en el extranjero Dis. 8.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 3 300.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasados, en el pa?s $ 1 150.00; en el extranjero Dis. 9.50.

? El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico

por Programas Educativos, S.A. de C.V., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.

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observaciones celestes

en el M?xico de 1791 Virginia GONZ?LEZ CLAVER?N El Colegio de M?xico

. . .a los muy pocos d?as de nuestra misi?n en M?jico supimos con

satisfacci?n nuestra que adem?s de lo practicado por el Dr. ?lzate cuya servaciones parec?an a?n capaces de mayor perfecci?n, hab?an trabajad

varios a?os y sobre el mismo asunto los Sres. D. Joaqu?n Vel?zq

D. Antonio y Gama, resultando finalmente de sus tareas una determin as? en latitud como en longitud que apenas pod?a apartarse una muy p

?a cantidad de la verdadera.

Jos? Espinoza y Tello, marino de

la Expedici?n Malaspina, 1791.

Bajo el cielo de Nueva Espa?a

Los estudios astron?micos constituyeron uno de los mu

campos cultivados por la Expedici?n Malaspina

1794), la empresa cient?fica espa?ola m?s importante d glo de las Luces. La incursi?n de los oficiales de las cor "Descubierta" y la "Atrevida"1 en el campo de la astron

1 Corbetas en las cuales se desplazaron los expedicionarios desd diz (julio de 1789) hasta Montevideo. Tras rodear el Cabo de Hor corrieron todo el litoral Pac?fico americano. Tambi?n visitaron l Filipinas, Macao, Sydney, Islas Tonga y un puerto de Nueva Zela posteriormente regresaron a las costas americanas. Anclaron de nu C?diz en septiembre de 1794. Los prop?sitos de esta expedici?n er

cer observaciones pol?ticas referidas a los dominios hispanos de ultr as? como llevar a cabo investigaciones cient?ficas (bot?nicas, zool?

HMex, xxxv: 2, 1985

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

est? ?ntimamente relacionada con el desarrollo de la carto graf?a. Con gran pericia se aplicaron a la astronom?a obser vacional, no por el mero inter?s de aumentar sus conocimien tos te?ricos en esta ciencia, sino para enriquecer y mejorar el acervo cartogr?fico de la marina espa?ola, o como ellos mis mos apuntan, se vieron en "la necesidad de emprender. . . varias operaciones geogr?ficas o astron?micas que son preci sas para la perfecci?n de las cartas".2 Ahora bien, los expe dicionarios hicieron observaciones celestes sobre todo cuan

do navegaban, o cuando se deten?an en los puertos, pero tambi?n las hicieron en el interior de zonas continentales o insulares, y dado que iniciaron estas actividades desde que zarparon de la costa andaluza, al cabo de cinco a?os resulta ron ser muy numerosas las observaciones astron?micas rea lizadas por nuestros cient?ficos viajeros.

En el caso de Nueva Espa?a, empezaremos por estudiar

las investigaciones astron?micas verificadas tierra adentro. Malaspina ten?a programado un viaje a la ciudad de M?xico desde 1788, a?o en que proyect? el itinerario general de su viaje; sin embargo, cuando reci?n toc? las costas novohispa nas no pensaba ir personalmente hasta la capital, pero a la postre, muchas buenas razones, entre ellas una fuerte curio sidad, le decidieron a hacerlo. Antes de seguir adelante haremos notar que los marinos de la Expedici?n Malaspina contaban al salir del puerto de C?diz con varios ejemplares de efem?rides, o sea, tablas que indican la posici?n de los planetas y la Luna para cada d?a del a?o. Las efem?rides m?s consultadas por los marinos del si glo XVIII eran el Conaissance des Temps, el Nautical Almanac and Astronomical Ephemeris, el Berliner astronomisches Jahrbuch; por su

parte, los espa?oles publicaban un alamak en el Estado General qu?micas, f?sicas, ocean?graficas, econ?micas, etc.). La expedici?n tuvo por comandante al marino de origen italiano Alejandro Malaspina (1754-1810).

El segundo en jefe fue Jos? Bustamante y Guerra (1758-1825), ambos ca pitanes de la Marina espa?ola. El equipo de cient?ficos ?civiles o de la Armada? que les acompa?aban estaban perfectamente capacitados para alcanzar los objetivos del viaje. V?anse las explicaciones sobre siglas y re ferencias al final de este art?culo. 2 AGNM, Historia, 397, ff. 412-414.

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de la Armada y desde 1792 apareci? el Almanaque N?utico del Observatorio de Marina de San Fernando .3 Gracias a la informa

ci?n que se ofrec?a en este tipo de publicaciones, los expedi cionarios pudieron planear sus observaciones astron?micas. Al desembarcar en Nueva Espa?a sab?an perfectamente que el 18 de febrero tendr?a lugar una inmersi?n del primer sat? lite de J?piter y una emersi?n del mismo; tambi?n sab?an que

la ocultaci?n de la Luna por C?ncer ser?a visible el 7 y el 12 de abril en M?xico, San Blas y Acapulco. Uno de estos fen? menos fue observado por el comandante Malaspina en la ca

pital mexicana.

Entre las importantes actividades desarrolladas por el co mandante en la ciudad, se cuenta la visita al observatorio de Antonio Le?n y Gama.4 All?, el 12 de abril de 1792 se reu ni? con distinguidos cient?ficos de la colonia, con el ingenie ro Miguel Constanz?, el teniente de fragata Francisco Anto nio Mourelle, el maestro de matem?ticas Diego Guadalajara y Tello y, por supuesto, con el astr?nomo anfitri?n. Obser varon una estrella ocultada por la Luna con el objeto de com parar sus resultados con los del astr?nomo mexicano Joaqu?n

Vel?zquez de Le?n,5 y con las observaciones que reciente

mente se hab?an hecho en San Blas y Acapulco. Si nos atene

3 Garc?a Franco, 1947, T. II, p. 123. Tal vez llevaban a bordo de sus corbetas algunas de las obras citadas adem?s de las observaciones astron? micas del astr?nomo real de Dinamarca, Bugge, y las Tablas de la Luna, de Tob?as Mayer, editadas en 1770 y perfeccionadas por MacKelyne. Am bos trabajos procuraron obtenerlos antes de iniciarse el viaje explorador. Engstrand, 1981, p. 197. 4 Antonio de Le?n y Gama (1735-1802), naci? y muri? en la ciudad de M?xico. Catedr?tico de mec?nica en el Colegio de Miner?a, se distin gui? como astr?nomo, f?sico e incluso como arque?logo. Tambi?n incur sion? en el campo de la medicina, publicando un trabajo sobre las virtu des curativas de las lagartijas. V?ase el art?culo relativo a este personaje de Trabulse, 1975, pp. 201-260. 5 Joaqu?n Vel?zquez C?rdenas y Le?n (1732-1786) fue sacerdote, abo gado, astr?nomo y f?sico. Observ? varios fen?menos celestes para deter minar la longitud del Valle de M?xico. Para llevar a cabo sus observacio nes import? varios aparatos cient?ficos de Inglaterra y ?l mismo fabric? otros. Coincidi? con Chappe en California para ver pasar Venus por el disco solar en 1769. Muri? siendo director de la Escuela y Tribunal de

Miner?a.

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mos al informe que Malaspina pas? al virrey acerca de esta observaci?n, deber?amos de afirmar que obtuvieron resulta dos muy satisfactorios; sin embargo, en su diario dej? asen tado que en buena medida las observaciones se malograron

por las turbonadas peri?dicas que, desde la mitad del d?a hasta la medianoche, sol?an oscurecer el cielo y el horizonte de M?

xico durante la primavera.6 Mas a pesar de esta adversidad clim?tica, los cient?ficos all? congregados debieron esmerarse

mucho, pues Malaspina notific? al virrey conde de Revilla gigedo que el ?xito de las operaciones se deb?a a ellos y, so bre todo, al celo e inteligencia de Le?n y Gama. En aquella ocasi?n Alejandro Malaspina decidi? no tras ladar a M?xico los instrumentos de la expedici?n, porque apar

te de la molestia de cargarlos, el camino era muy pedregoso y se corr?a el riesgo de estropear su delicada maquinaria. Ade

m?s, sab?a que no har?an falta, pues estaba enterado de que Le?n y Gama ten?a en su poder los aparatos que hab?a usado Chappe en 1769 para observar el tr?nsito de Venus por el disco del Sol en la pen?nsula de California7 y que pertene c?an al observatorio de C?diz. En la primavera de 1791, durante su primera estad?a en Acapulco, Alejandro Malaspina decidi? nombrar una comi si?n cient?fica que desembarcar?a en M?xico, dividida en una secci?n de naturalistas y otra de recopiladores de informa ci?n, de cart?grafos y astr?nomos. Dionisio Alcal? Galiano8 6 AGNM, Historia, 397, ff. 249, 250; amnm, Ms 280, ff. 120, 121; Malas

pina, 1885, p. 119. 7 Poco despu?s de efectuada la operaci?n, Chappe, otros colegas y mu chos nativos de San Jos? del Cabo, B. C, murieron v?ctimas de una epi demia de tifo. El astr?nomo europeo Cassini de Thury proces? los datos de Chappe y los public?: Jean Chappe dAuteroche: Voyage en Californie pour l'observation du passage de Venus sur le disque du soleil, le 3 juin 1769. Contenant les observations de ce ph?nom?ne et la description historique de la route de l'Auteur

? travers le Mexique, r?dig? et publi? par M. de Cassini. Par?s, Chez Charles

Antonine Jambert, 1772. La edici?n inglesa data de 1778. 8 Dionisio Alcal? Galiano naci? en Cabra, provincia de C?rdoba, Es pa?a, en 1760. Sent? plaza de guardia marina a los quince a?os. Particip? en los trabajos hidrogr?ficos del Brigadier Vicente Tofi?o. En 1784 reco noci? el Estrecho de Magallanes en la misi?n n?utica que dirigi? el capi t?n Antonio de C?rdoba. En 1789 se incorpor? a la Expedici?n Malaspi This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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qued? como responsable de la ?ltima secci?n; en realidad fue este marino el principal protagonista de la investigaci?n as tron?mica en la colonia. Directamente a sus ?rdenes queda ron los oficiales Manuel Novales, Arcadio Pineda, y el alf? rez de navio Mart?n de Olavide. Aunque el primero de ellos se hallaba muy enfermo, creemos que cuando se restableci? pudo haber cooperado en las tareas cartogr?ficas y astron? micas, mientras que Mart?n de Olavide ten?a instrucciones de ordenar el material n?utico y meteorol?gico hasta all? reu nido, y suponemos que tambi?n particip? activamente en la investigaci?n astron?mica. Malaspina procur? dejarlos bien equipados. Les indic? que Antonio de Le?n y Gama guardaba un cuarto de c?rculo de Adams y un p?ndulo de Hellicort que, como ya hemos se?a lado, pertenec?an al observatorio gaditano. En su diario, Ar cadio Pineda9 refiere que el primero de junio fueron a reco ger el c?rculo de Adams a la calle de Reloj, y al d?a siguiente invirtieron varias horas arregl?ndolo. El comandante les pro porcion? tambi?n un acrom?tico grande ?de los de bronce? y el reloj 344 de Arnold. Pod?an conseguir un teodolito en el Tribunal de Miner?a, y lo que hiciese falta lo facilitar?an gustosamente otras corporaciones o algunos estudiosos de la

colonia.10 El p?ndulo simple constante adquirido expresamente pa ra Malaspina y su equipo en Par?s ?pero de manufactura londinense? y reci?n llegado a bordo de la "Santa Rosal?a" a Veracruz, en enero de 1791, lo llevaron consigo las corbe

na. En 1792 fue comisionado junto con Cayetano Vald?s para reconocer el Estrecho de Fuca, a bordo de las goletas "Sutil" y "Mexicana". Por sus m?ritos en la marina alcanz? el grado de brigadier. En 1805 muri? heroicamente en Trafalgar. Cfr. Gonz?lez Claver?n, 1982, T. Ill, pp.

813-814.

9 Nacido en Granada en 1765, catorce a?os despu?s sent? plaza de guardia marina. Se incorpor? a la Expedici?n Malaspina siendo teniente de fragata. En Nueva Espa?a, Arcadio se ocup? de recolectar material his t?rico, econ?mico, pol?tico, demogr?fico, etc. Durante su estancia en M? xico escribi? tambi?n un breve diario, al cual nos referimos en este caso.

Muri? hacia 1826. Cfr. Gonz?lez Claver?n, 1982, T. Ill, pp. 847-849. 10 AGNM, Historia, 397, ff. 412-414.

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tas hasta las altas latitudes del noroeste americano. Por cier to que el aparato fue sometido a una revisi?n muy rigurosa por parte de los oficiales, quienes llegaron a la conclusi?n de que no estaba arreglado al tiempo medio del observatorio de

Greenwich, ni al de cualquier otro paralelo de Europa. Su ponemos que le hicieron los ajustes necesarios para dejarlo

en buen funcionamiento, y obtener con ?l datos qu? coadyu varan a determinar posiciones geogr?ficas con la mayor pre

cisi?n posible. Parece ser que el grupo de marinos viaj? separadamen te de los naturalistas. Alcal? Galiano anunci? al virrey que su permanencia en la capital depender?a de la recuperaci?n f?sica de su compa?ero Novales; no obstante, dudamos que haya sido esta circunstancia la que prolong? su estad?a en M? xico hasta fines de 1791. Cuando llegaron a la urbe novohis pana, el conde de Revillagigedo les ten?a ya destinada para

alojarse la casa que serv?a como sede del Colegio de Mine

r?a, porque se pens? que ser?a pr?ctico que todos estuviesen reunidos en un mismo lugar; adem?s los miembros del Tri bunal deb?an ayudar a los viajeros en cuanto se les ofreciera. Uno de los personajes que de inmediato busc? Alcal? Ga

liano, por recomendaci?n de Malaspina, fue a Diego Gua dalajara y Tello, quien a la saz?n era maestro de matem?ti cas en la Academia de San Carlos y un gran aficionado a la astronom?a. Guadalajara fue muy amigo de Joaqu?n Vel?z quez de Le?n y en vista de que no f?cilmente se consegu?an aparatos cient?ficos en la Nueva Espa?a, juntos construye ron anteojos y cuadrantes para sus observaciones.11 Dionisio Alcal? Galiano ten?a inter?s en buscarlo para confiarle la com postura de algunos instrumentos (como el cron?metro 61 y otros). El autor Thomas Brown afirma que incluso colabor?

en el dise?o y fabricaci?n de un gran cron?metro para

ellos.12 Guadalajara y Tello, experto en estas materias, hizo su la bor con eficiencia. Alcal? qued? muy satisfecho con su tra bajo, pero solicit? al matem?tico que proporcionara instruc 11 Humboldt, 1973, p. 82. 12 AGNM, Historia, 277, ff. 28, 29, 30, 32; Brown, 1976, T. I, p. 463.

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ciones acerca de la forma en que deb?an armarse y desarmarse

los instrumentos, a fin de evitar aver?as al momento de sa carlos de sus cajas o estuches. Guadalajara hab?a redactado

una Memoria de los reparos y composiciones que se han hecho en los instrumentos matem?ticos pertenecientes al rey de orden del sr. Dioni

sio Galiano capit?n de fragata, la cual const? de treinta y ocho p?ginas y era una descripci?n minucios?sima e interesante de algunos instrumentos cient?ficos del siglo XVIII. Quiz? en ella se inclu?an los datos que solicit? el astr?nomo Alcal? Galia no, o tal vez hizo un informe separado sobre el particular.13 Meses m?s tarde, por intermedio del virrey, Guadalajara solicit? al ministro de Marina una graduaci?n honoraria de la Real Armada como premio a su labor en servicio de la Ex pedici?n Malaspina. Sin embargo no tenemos noticia de que haya tenido ?xito su solicitud. Aunque no hay informaci?n al respecto, es indudable que Alcal? Galiano entr? en contacto con los otros cient?ficos que en abril de 1791 hab?an hecho observaciones astron?micas con

el comandante Alejandro Malaspina; casi asegurar?amos que m?s de una vez Dionisio y sus compa?eros atisbaron la b?

veda celeste desde la perspectiva que ofrec?a el observatorio de Antonio de Le?n y Gama, situado en la calle del Reloj, y tambi?n es probable que hayan instalado su centro de ope raciones en alg?n otro punto de la capital. La presencia de los oficiales de Malaspina en M?xico obe deci? ?entre otras cosas? al inter?s oficial que se ten?a por determinar con la mayor correcci?n posible la situaci?n geo gr?fica del coraz?n de Nueva Espa?a. Corr?a ya la ?ltima d? cada del siglo XVIII pero en Europa todav?a no era bien co nocida su posici?n astron?mica. Es pertinente subrayar que los astr?nomos locales se hab?an preocupado por resolver es ta inc?gnita, sobre todo desde el siglo XVII, destacando en tre ellos Enrico Mart?nez, Sig?enza y G?ngora, Diego de Cis 13 AGNM, Historia, 277', ff. 30, 32, 34. A?os antes, Guadalajara y Tello hab?a llevado a las prensas un trabajo sobre relojer?a e instrumental cien

t?fico titulado Advertencias y reflexiones varias conducentes al buen uso de los relojes grandes y peque?os y su regulaci?n. Asimismo de algunos otros instrumentos, con m?

todo para su mejor conservaci?n. M?xico, Felipe de Z??iga y Ontiveros, 1777.

5 n?ms. Citado en ?lzate y Ram?rez, 1980, p. xi.

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?eros y el mercedario fray Diego Rodr?guez que obtuvo datos de precisi?n asombrosa. Durante el XVIII cabe mencionar a

Villase?or y S?nchez, Jos? de Rivera, Pedro de Ribera, ?l zate, Joaqu?n Vel?zquez de Le?n y Antonio de Le?n y Ga ma.14 Humboldt se?al? que a los dos ?ltimos y al marino Dionisio Alcal? Galiano correspond?a el m?rito de haber si tuado correctamente la posici?n geogr?fica de la ciudad de

M?xico:15

Las operaciones de Vel?zquez, Gama y Galiano me eran ente ramente desconocidas, cuando empec? mis operaciones en M? xico. . . el por menor de las observaciones de don Dionisio Ga liano, no me lo comunic? el se?or Espinoza hasta el invierno de 1804, despu?s de mi regreso a Europa.16

La raz?n por la cual Espinoza no le pas? los datos de Alcal? Galiano es que ?l mismo los desconoc?a cuando convers? con Humboldt de estos asuntos, y fueron publicados despu?s de 1804; sobre ellos a?adi? el bar?n: La diferencia entre mis observaciones y las del astr?nomo espa ?ol, diferencia que parec?a ser de medio grado, se reduce por consiguiente a menos de dos minutos en arco. Es muy satisfac torio el hallar una armon?a tan grande entre observadores que, sin conocerse han usado de m?todos diferentes.17

En otra parte Humboldt dir? que la latitud de 19?25'37", obtenida por el marino Alcal? Galiano para la ciudad de M?

xico se diferenciaba ocho o cinco segundos de sus propias ob

servaciones. En diciembre de 1791 Alcal? Galiano obtuvo la latitud de la capital con base en mediciones de alturas meridianas del

Sol y las estrellas y la longitud basada en la inmersi?n de dos 14 Trabulse, 1975, pp. 204, 205. 15 Trabulse, 1975, p. 211. Por cierto que Humboldt conoci? a Alcal? Galiano en Cuba; incluso hicieron varias observaciones juntos, algunas de ellas en la azotea de la casa del conde Pedro O'Reilly. Humboldt, 1973, p. LXXVII. 16 Humboldt, 1941, T. I, pp. 158-159. 17 Humboldt, 1941, T. I, p. 159.

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estrellas por la Luna, durante aquel mes y el anterior de no viembre; asimismo encontr? el fin de un eclipse de nuestro sat?lite. El astr?nomo malaspiniano ten?a instrucciones de ubicar geogr?ficamente otros lugares del virreinato tales como Ve racruz, Puebla, Coatzacoalcos y algunos puntos de Tehuan tepec; el objeto era comparar sus resultados con los obteni dos a bordo de las corbetas en el tramo comprendido entre Acapulco y Realejo. De este modo, se ligar?an los resultados obtenidos en el oc?ano Pac?fico para deducir los del Atl?nti co.18 Lamentablemente desconocemos la documentaci?n que relate las actividades de Galiano fuera de la ciudad de M?xi co. Aunque es muy posible que las haya emprendido, lo cierto es que no nos consta que se haya desplazado a los lugares arri ba citados para hacer sus registros de eventos astron?micos. Se tiene noticia de que obtuvo la latitud de Guanajuato,19 mas ignoramos si viaj? hasta aquel real minero para obtener el dato, o lo sac? a partir de los obtenidos en la capital, o en

otro punto de la Nueva Espa?a.

As? pues, a cargo del oficial Alcal? Galiano, a quien Hum boldt llam? "uno de los astr?nomos m?s h?biles de la real armada", corri?, entre otras comisiones, la de la observaci?n astron?mica, y en este campo hizo su principal aportaci?n. Justamente estando en M?xico, en 1791, envi? al ministro de Marina Antonio Vald?s (1744-1816) una memoria relati va al "c?lculo de latitud por dos alturas del sol", en la que presentaba una nueva teor?a para determinar las circunstan cias de la observaci?n con un margen de error aceptable. . . .aplicaba tambi?n mi te?rica ?se?ala el marino? al m?to do de Douwes, manifestando que el descr?dito que ?ste ten?a entre algunos proven?a de estar determinados los l?mites que establece para hacer las observaciones. . . El todo de la memo ria est? lleno de reflexiones y f?rmulas conducentes a los ade lantamientos de este interesante problema de la Astronom?a

N?utica.20

18 AMNM, Ms 427, ff. 412-414. 19 AMNM, Ms 326, f. 58v.

20 AGM ab, Legajo 5, expediente 515, Dionisio Alcal? Galiano.

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El motivo por el cual Alcal? Galiano solicit? la impresi?n de su memoria en 1795 fue la aparici?n de la de Jos? de Mendoza

y R?os, quien analizaba el m?todo de Douwes,21 y apunta ba los errores que se comet?an vali?ndose de la trigonome tr?a esf?rica. Dionisio explica que dicho autor hall? "como era consiguiente mis f?rmulas, pero no para deducir mis con secuencias, sino para demostrar que el m?todo de Douwes es preferente por la exactitud".22 As? pues, no fue s?lo el consejo de sus amigos, sino tam bi?n el af?n de reivindicarse o hacerse justicia a s? mismo, lo que le impeli? a solicitar la impresi?n de su memoria; su petici?n fue escuchada y en 1796 fue publicada en la impren ta real bajo el t?tulo de Memorias sobre las observaciones de latitud

y longitud en el mar, aunque hemos de se?alar que meses antes

apareci? editada en el almanaque n?utico espa?ol.23 En di chas Memorias. . ., Galiano se ocup? de desarrollar la f?rmu la para el c?lculo de las tablas de correcciones. Y dado que

fue en su Tratado de Navegaci?n (1787) donde Mendoza y R?os

estudi? con gran detenimiento el m?todo douwiano, el hecho

21 Cornelius Van Douwes (1712-1773) fue examinador de pilotos en Amsterdam y perteneciente al colegio del almirantazgo en dicha ciudad. A ?l se debi? un m?todo indirecto para determinar la latitud por las obser vaciones de dos alturas y el intervalo transcurrido entre ambas. La f?rmu la de Douwes exig?a que una de las alturas se observara con el astro pr?xi mo al meridiano y que no fuese muy grande el intervalo entre los dos. El m?todo resultaba de bastante aproximaci?n en la mar, de suerte que fue muy aceptado por los marinos, m?xime que el autor acompa?? su f?rmu la de tablas para facilitar su c?lculo, los cuales se imprimieron por primera vez en 1759. Garc?a Franco, 1957, T. I, pp. 196-198. Jos? de Mendoza y R?os fue un marino y astr?nomo nacido en Sevilla en 1763. Desempe?? varias comisiones oficiales; entre otras, la de adquirir libros, mapas y otros objetos para formar una biblioteca de marina. Hacia 1794 obtuvo el gra do de brigadier. Al principar el siglo XIX se estableci? en Inglaterra, don de cultiv? la astronom?a n?utica. De entre sus obras citamos el Examen Ma r?timo (1771), Tratado de Navegaci?n (1787), Memoria sobre algunos m?todos nuevos para calcular la longitud por las distancias lunares y aplicaci?n de su te?rica a la solu ci?n de otros problemas (1795), Colecci?n de Tablas para varios usos de la navegaci?n. . .

Invent? unos c?rculos astron?micos manuales de gran exactitud para las observaciones en mar y tierra. Fue socio de varias academias europeas. Se suicid? en Brighton en 1816. 22 agm-ab, Legajo 5, expediente 515, Dionisio Alcal? Galiano. 23 Fern?ndez de Navarrete, 1851, T. I, p. 373.

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OBSERVACIONES CELESTES

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nos induce a suponer que Alcal? Galiano escribi? sus Memo rias. . : mucho tiempo antes de ser publicadas. Otro t?tulo que

tambi?n se debe a la pluma de este oficial es Sobre el c?lculo trigonom?trico en la altura de las monta?as, trabajo que redact?

con la esperanza de evitar prolijas reducciones entre las uni dades de toesas, varas y pies de Par?s, Londres y Burgos.

Durante las ?ltimas semanas que permaneci? la Expedi

ci?n Malaspina en Nueva Espa?a, algunos de los oficiales que no hab?an ido m?s all? de los puertos de San Blas y Acapulco decidieron visitar la ciudad de M?xico. Ellos eran Jos? Bus tamante y Guerra, capit?n de la "Atrevida", el bot?nico checo

Tadeo Haenke y los marinos Fernando Quintano y Francis co Viana. Fueron no s?lo a consultar al m?dico O'Sullivan, por encontrarse delicados de salud, sino tambi?n a conocer la prestigiada metr?poli novohispana, y aunque su coman dante no les asign? ninguna tarea cient?fica en especial, es probable que tambi?n ellos hayan contribuido con su grano de arena en la investigaci?n astron?mica. Por su parte, Espinoza y Tello no desaprovech? su forma ci?n de astr?nomo e hizo varias observaciones desde que se hizo a la mar en las costas de la pen?nsula ib?rica, hasta su arribo a la sede virreinal. Determin? la situaci?n del muelle de Veracruz (L.N. 19?12'16"; Long. 95?5' al 0 de C?diz), de

la ciudad de Veracruz (L.N. 19?12,20"; Long. 90?1" al E.

de C?diz) "seg?n un promedio de distancias de la Luna al Sol calculadas en la mar y referidas a Veracruz por medio de los relojes y el movimiento uniforme del n?mero 344".24 Asi mismo, determin? la posici?n geogr?fica de otros puntos in termedios entre el puerto y la ciudad de M?xico, tal como

el pico de Orizaba.

Jos? Espinoza y Tello desconoc?a el hecho de que otros as tr?nomos novohispanos ?aparte det\lzate? se hab?an inte resado por situar correctamente, en t?rminos astron?micos, la capital mexicana; por ello, su sorpresa fue grande al des cubrir los minuciosos y atinados estudios de Joaqu?n Vel?z quez de Le?n y de Antonio Le?n y Gama.25 Tal vez esta no 24 Malaspina, 1885, pp. 390-391. 25 Malaspina, 1885, p. 400. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

ticia constituy? un est?mulo m?s para que ?l y Cir?aco Cevallos se esmeraran en sus investigaciones, a fin de perfeccionar los

datos de los astr?nomos que les hab?an precedido. El 12 de enero de 1791 llegaron a la ciudad de M?xico los instrumen tos cient?ficos que estos dos marinos hab?an tra?do de Euro pa, as? que se dispusieron a utilizarlos al d?a siguiente. En efecto, el d?a 13 se instalaron en una casa contigua a palacio y registraron el paso del Sol por el meridiano con un sextante de Stancliff de ocho pulgadas de radio y " horizonte artificial

de azogue". Obtuvieron como resultado 19?25,37,> de lati

tud norte, pero advierte que, como no les fue posible repetir la observaci?n por entonces, a fin de lograr una mayor exac titud emplearon la f?rmula de los cuadrados de los tiempos proporcionales a las diferencias en altura, siguiendo las su gerencias de Borda.26 Respecto al m?todo adoptado y los medios de que se valie ron para situar geogr?ficamente algunos lugares de la Nueva Espa?a, Espinoza y Tello indica que fueron los mismos em pleados en la expedici?n a la costa noroeste de Am?rica, y que aparecieron prolijamente explicados en el ap?ndice de la Relaci?n del viaje de las goletas Sutil y Mexicana al estrecho de Juan

de Fuca.21

Observaci?n astron?mica en el Pac?fico mexicano

Hemos dicho que los oficiales de la "Descubierta" y "Atre vida" hicieron observaciones astron?micas en el interior de la Nueva Espa?a, pero sobre todo lo hicieron a bordo de sus 26 Geodesta franc?s nacido en 1733 y muerto en 1799. En 1771 y 1772 emprendi? una expedici?n cient?fica para comprobar la utilidad de varios m?todos e instrumentos para hallar latitud y longitud. R?invent? el c?rculo de reflexi?n; calcul? tablas trigonom?tricas decimales. Ide? m?todos para medir la refracci?n atmosf?rica, para las distancias lunares, etc. Entre sus obras se encuentran las M?moires sur le mouvement des projectiles (1756), Des cription et usage du cercle ? reflexion (1778) y Voyage fait par ordre du roi en 1771

et 1772 en diverses parties de l'Europe et de VAm?rique, publicado en 1778.

27 Malaspina, 1885, p. 418. Al parecer esta explicaci?n apareci? en la edici?n de 1802, pero no as? en la nueva de Porr?a Turanzas de 1955. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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corbetas o en los puertos donde iban recalando.28 Cuando Bustamente lleg? por primera vez a Acapulco en febrero de 1791, apenas dio un d?a de respiro a su gente y a partir del siguiente impuso a sus hombres un fuerte ritmo de trabajo que abarcaba desde investigaciones cient?ficas hasta trabajos marineros de rigor, abastecimiento, etc. Dio instruc

ciones de que se instalara un observatorio en el patio de la casa del castellano, as? que se llevaron all? todo el instrumen tal necesario para sondear visualmente el firmamento, y ade m?s los relojes para comparar los horarios, o sea que aplica

ban tambi?n el m?todo del "transporte del tiempo" que

consist?a en determinar la diferencia de horas que exist?a en tre la hora local y la marcada por el cron?metro. Bustamente y Guerra ten?a noticia de que ya se hab?a de terminado astron?micamente la posici?n de M?xico y San Blas, pero no as? la de Acapulco, dato que nos resulta un po co dudoso mas no imposible. Quiz? lo que Bustamante qui so decir fue que no se hab?a situado con todo el rigor cient?fi co debido, y con los medios adecuados. Los marinos pusieron manos a la obra y primeramente obtuvieron la longitud de este puerto, fund?ndose para ello, o deduci?ndola, a partir

de la posici?n de otros puntos ?M?xico y San Blas? y se

g?n el capit?n de la "Atrevida", el resultado estaba muy pr? ximo a la verdad.29 Para corroborarlo, hicieron varias obser 28 En el Museo Naval de Madrid se conservan varios manuscritos as tron?micos de la expedici?n, algunos sueltos, como unas observaciones he chas en el reino de Nueva Espa?a por el guardia marina de la "Descubierta", el lombardo Fabio Aliponzoni; otro, de c?lculos de una distancia de la Lu na por las tablas de refracci?n y paralaje efectuadas en las corbetas explo radoras. Pero tambi?n se conservan diarios enteros de esta materia; pode

mos mencionar el diario astron?mico de la expedici?n; un diario que contiene c?lculos de distancias de la Luna al Sol hechos por la oficialidad de la "Atrevida" durante su navegaci?n de Panam? a Acapulco; observa ciones en este ?ltimo puerto y en el de San Blas. Asimismo hay datos refe rentes a observaciones astron?micas obtenidas por el personal especializa

do de la "Descubierta" en Acapulco y deducciones de longitudes a partir de los relojes de la "Atrevida", amnm, Ms 263, ff. 55-62; Ms 263; Ms 249; Ms 248. El Ms 97 tambi?n contiene observaciones de la "Atrevida"

en Acapulco.

29 AMAEM, Ms 13.

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

vaciones de los astros, calcularon varias series de alturas de estrellas, dos ocultaciones, algunos eclipses de los sat?lites de J?piter y un buen n?mero de distancias lunares y finalmente se valieron de los relojes marinos. Gracias a sus observaciones, Bustamente y sus oficiales To va, Alcal? Galiano, Guti?rrez de la Concha, Robredo, Arca dio Pineda, Olavide y el guardia marina Murphy, lograron determinar la posici?n de Acapulco, obteniendo los siguien tes resultados: Latitud observada por estrellas al Norte y al

Sur del z?nit N 16?50'30"

Longitud observada de confianza po sat?lite de J?piter en la noche del 1

ro por D. Juan Concha, occide

Longitud por el promedio de 48 se

tancias lunares observadas

Diferencia de la longitud por los r

N?m. 10 Num. 105 Diferencia al tiempo medio por las alturas correspondien

tes el d?a 3 de febrero 2h42'43"20" Oh 32,31,,40,

Por sus diarios a Panam? 4. 4. 36.20 0.52.32.40 Diferencia de meridianos con

Panam? 1. 21. 53.00 1.25.03.32

Longitud oeste de Panam? 20o28,15,, 21 Panam? al oeste de Par?s 81053,45,, 81? Longitud de Acapulco occi

dental de Par?s 102.22.00 103.09.38

La variaci?n de la aguja (se refiere a la desorientaci?n gr?fica en relaci?n con los puntos cardinales o sea a la

naci?n magn?tica de la misma) por el teodolito result? de 7

Nordeste.30

30 Malaspina, 1885, p. 124. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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OBSERVACIONES CELESTES

La "Atrevida" ancl? por primera vez en el departamento mar?timo de San Blas en abril de 1791. Sin p?rdida de tiem po y con los br?os de costumbre, los encargados de la carto graf?a y la astronom?a comenzaron sus tareas. El comandan te del departamento, Juan Francisco de la Bodega y Quadra consigui? a estos ?ltimos una casa en el pueblo, para evitar les la molestia de volver a la corbeta ya entrada la noche, o en la madrugada. El observatorio qued? instalado en la pla za de la iglesia. El 4 de abril trasladaron all? sus instrumen tos y todo qued? listo para observar las emersiones del pri mer sat?lite de J?piter que ocurrir?an los d?as 5 y 7 de aquel mes. Supuestamente Malaspina y sus hombres deb?an de ob servar el mismo fen?meno en Acapulco.31 Al oficial Guti? rrez de la Concha, que ya antes hab?a tenido una importante participaci?n en Acapulco, le correspondi? la misi?n de esta blecer la posici?n de este punto. En aquella ocasi?n, se prefi ri? el empleo de los sextantes sobre el cuarto de c?rculo. Una vez concluidas todas las observaciones, al decir del capit?n Bustamante y Guerra, se obtuvieron datos de gran exactitud, quedando establecida la posici?n del departamen to naval en la forma siguiente: Longitud desde San Blas deducida por la emer si?n del primer sat?lite de J?piter el 7 de abril

de 31 occidental de Par?s 107?42W

C?diz al oeste de Par?s 8?34'00"

Longitud de San Blas occidental de C?diz 99o08,00,, Longitud de San Blas por el n?mero 10 occi

dental de Acapulco 5?12W

Acapulco al oeste de C?diz 93?44W

Longitud de San Blas por el 10 occidental de

C?diz 98?56,00"

Latitud observada en San Blas por estrellas al

norte y el sur del zenit N 21o32'40"

Variaci?n de la aguja por el promedio de seis

azimutes observados a bordo NE 9?26'00"32

31 Sanfeli? Ortiz, ca 1943, p. 124. 32 Malaspina, 1885, pp. 128-129. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

Ya hemos se?alado que las investigaciones astron?micas

no se suspend?an cuando las corbetas se alejaban de la costa; muchas de ellas fueron hechas en puntos intermedios a los puertos de su itinerario; as? por ejemplo, pasaron por las Is las Mar?as y precisaron su situaci?n, pudiendo comprobarla "por 36 series de distancias lunares, cuyos resultados s?lo di ferenciaban en 8' al Este del reloj. . . La suma confianza que tenemos en estas observaciones ?escribi? Bustamante? nos persuad?an [de] la exactitud de nuestra verdadera posici?n".33

Los marinos de la nave capitana, la "Descubierta", no se quedaron a la zaga en cuanto a actividad observacional. Co mo dijo Malaspina, acudieron al "auxilio de la Astronom?a, rigurosamente ce?ida a sus justos l?mites hidrogr?ficos,\ El capit?n y los oficiales Vald?s, Novales, Quintano, Viana, Ver naci, Salamanca, Bauza, el piloto S?nchez y el guardia ma rina AJiponzoni anotaban cada d?a, en el diario respectivo, los resultados de sus observaciones celestes. Alejandro Malaspina ten?a mucho inter?s en observar la emersi?n del primer sat?lite jupiterino y la ocultaci?n por la

Luna de C?ncer, que acaecieron las noches del 7 y 12 de abril, sultados para ubicar correctamente la longitud del observatorio:

los oficiales de la "Atrevida" y el segundo, por los de la "Des cubierta" en Acapulco, mientras que el comandante viaj? a

M?xico y lo observ? en casa de Le?n y Gama. Tal vez son

a estas ocultaciones a las que se refiere Humboldt cuando afir ma que". . .se observaron. . . mientras la expedici?n de Ma laspina estuvo en Acapulco en 1791, dos ocultaciones de es trellas, sobre las cuales no se hicieron observaciones corres

pondientes en Europa".34 Cuando la "Descubierta" hizo escala en Acapulco por se gunda vez ya no fue montado el observatorio en la residen cia del castellano (porque dicho funcionario estaba pr?ximo a llegar y ocupar?a el edificio), sino en una casa cercana al muelle. Las primeras alturas obtenidas se utilizaron ?"como era natural"? para deducir la longitud; se tom? nota de las horas marcadas en los relojes marinos; respecto al funciona 33 Malaspina, 1885, p. 126. 34 Humboldt, 1941, T. I, p. 225. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Vista de la bah?a de Acapulco, dibujo de Tom?s de Suria, Expedici?n Malaspina, 1791.

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

miento de estos ?ltimos, los oficiales expresaron su enorme satisfacci?n porque la marcha de los cron?metros 71 y 72 coin

cid?an con la diferencia de meridianos que hab?a entre San Blas y Acapulco, que correspond?a a la misma que hab?a mar cado el n?mero 10 de la "Atrevida" en su ?ltima traves?a. Tambi?n. . . se reun?an con una exactitud dif?cil de imaginarse los mismos cron?metros, con el reloj 105, para determinar la diferencia de longitud de 9?45,18" entre Cabo San Lucas y nues tro observatorio de Acapulco.35

A fin de alcanzar datos astron?micos m?s precisos, los cien

t?ficos de las corbetas recurr?an constantemente al m?todo com

parativo. Primero confrontaban todos los datos obtenidos entre

ellos (en uno de sus manuscritos astron?micos se aclara que, por regla general, las series se obten?an promediando un m? nimo de tres observaciones),36 y luego comparaban estos da tos con los resultados de otros hombres de ciencia. Por ejem plo, Malaspina se?ala que tras haber determinado la longitud

de la misi?n de San Jos? en la pen?nsula calif?rnica ?que por cierto lograron determinar con gran exactitud? proce dieron a combinar cuidadosamente sus resultados con los ob tenidos por el capit?n James Cook en Nutka, y con los de los astr?nomos rusos en Siberia. Pero no s?lo debieron ha ber llevado con ellos los datos astron?micos del infortunado

Cook, de los rusos, de Chappe, Doz y Medina, para citar al gunos nombres, no: sin duda contaron con los trabajos de muchos otros astr?nomos que no se mencionaban en los dia

rios de viaje. Casi un siglo despu?s, el marino espa?ol Pedro de Novo y Colson hizo lo que ellos dejaron en proyecto: public? unas tablas a manera de ap?ndice, con una serie de posiciones as tron?micas deducidas principalmente por miembros de la Ex pedici?n Malaspina, comparadas con las de otros astr?nomos europeos y con las de algunos viajeros que hicieron observa ciones y recorrieron los mismos lugares que ellos. En dichas 35 Malaspina, 1885, p. 203.

36 amnm, Ms 263, ff. 55-62.

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OBSERVACIONES celestes

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tablas, Novo y Colson incluye informaci?n que fue obtenid posteriormente a la fecha en que tuvo lugar la Expedici?n Ma

laspina; a guisa de ejemplo podemos citar algunas observa ciones del capit?n Hall que fueron hechas en el a?o de 1822, o sea que el marino Novo goz? de un panorama m?s amplio respecto a los adelantos en el campo de la astronom?a obser vacional y la cartograf?a, que le permiti? se?alar los errores pero tambi?n los aciertos de los oficiales de este viaje explo rador. En una de estas tablas, Novo ofrece de manera escue ta las situaciones geogr?ficas de ochenta y dos puntos local zados sobre todo en las costas pac?ficas, desde Chile hasta la

Nueva Espa?a, conforme a las observaciones astron?mica de la Expedici?n Malaspina y de muchos otros marinos y cien

t?ficos tales como Humboldt, Isasviribil, Hall, Hunter, Cam

pos, Bondini, Vila, Lartiguez, Robson, Baleoto, Fidalgo,

Mart?nez, Chappe, Doz y otros. Entre esos ochenta y dos s mencionan cuatro puntos del territorio mexicano, que son lo siguientes:

Latitud Longitud 0 Longitud 0

Norte de Par?s de C?diz Observadores

San Jos? de California 23.3.13 112?00,57 103.23.12 Chappe, Doz y otros Cabo de San Lucas, en 1539 se llam?

Santiago 22.52.30 _ 103.32.42 Malaspina

San Blas de California,

contadur?a 21.32.35 _ 98.59.19 Malaspina, Hall

Acapulco, Castillo de

San Diego 15.50.40 _ 93.34.56 ?dem.37

Asimismo, Novo y Colson public? otras tablas en las que pormenoriza a qu? operaciones recurri?, o qu? fen?menos le sirvieron para afianzar las posiciones geogr?ficas. Sabemos que en general se trata de las ocultaciones de las estrellas por 37 Malaspina, 1885, p. 656. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZALEZ CLAVER?N

la Luna, los eclipses de Sol, los de los sat?lites de J?piter y los eclipses de Luna. Y, por supuesto, no se descart? el em pleo de los cron?metros marinos, con la debida reserva, pues estaban conscientes de que estas peque?as m?quinas eran sus ceptibles de m?ltiples anomal?as. Por lo que toca a los sitios de Nueva Espa?a all? incluidos, se tomaron en consideraci?n datos de las Memorias del Dep?si to Hidrogr?fico espa?ol, de la expedici?n astron?mica de Cali fornia (1769), de Juan Tiscar, Jos? Joaqu?n Ferrer, Role, Hall

y de las observaciones astron?micas del se?or Oltmans. Por cierto que seg?n Vito Alessio Robles, Oltmans38 tuvo a la vista los datos obtenidos por la Expedici?n Malaspina, y sir vi?ndose de ellos hizo c?lculos para la determinaci?n en for ma maravillosa con los de Humboldt. Agrega que las obser vaciones de Humboldt y las de Malaspina eran excelentes para su tiempo, aventajando en exactitud las del segundo.39 En opini?n de Malaspina, Acapulco era uno de los puntos que mejor hab?an logrado situar astron?micamente en el oc?a no Pac?fico. Para alcanzar esta meta, hubieron de recurrir a las observaciones celestes, al c?lculo matem?tico y a las ci fras marcadas por los cron?metros. Reunidos todos estos da tos (hacia el 20 de abril de 1791) arrojaron los siguientes re sultados para ubicar correctamente la longitud de observatorio: ' ' Atrevida' '

Determinaci?n del n?m. 10 referido a Panam? 102?20,00" Inmersi?n del primer sat?lite de J?piter el 18

de febrero 20.38

Cuarenta y ocho series de distancias lunares 22.00 De San Blas tra?das con los relojes 20.28 38 Ge?metra alem?n nacido en 1783, fue miembro de la Academia de Ciencias de Prusia y maestro en Emden y en la Universidad de Berl?n. Oltmans redact? la parte astron?mica del viaje de Humboldt a las regio nes equinocciales. Colabor? en L'Annuaire Astronomique de Bode, en La Con naissance des Temps y otras publicaciones de este tipo. Escribi? un trabajo titulado Nivellements barom?triques (Par?s, 1809) y Tables Hypsom?triques, en

el mismo a?o. Muri? en Berl?n en 1833. 39 Humboldt, 1941, T. I, pp. 14-15.

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OBSERVACIONES CELESTES

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' 'Descubierta' '

Determinaci?n de los tres Relojes del Realejo 24.00 Inmersi?n del primer sat?lite observado el 7 de abril con la mayor confianza y corregido de los

errores de las tablas 24.00

La diferencia de longitud entre Acapulco y San

Blas qued? finalmente adoptada de 5 o 50'30"

Latitud 16?50'30"

Variaci?n de la aguja N.E. 7?12,40"

Al respecto, Humboldt escribi? haber visto en los archivos novohispanos la nota de uno de los astr?nomos de la Expedi ci?n Malaspina que indicaba que estos cient?ficos creyeron que, observando algunos eclipses de sat?lites al mismo tiempo en la capital y en Acapulco pod?a deducirse una diferencia de meridianos de 2'21 " en tiempo, pero en realidad ?se?ala el cient?fico alem?n? "da 47" menos de lo que resulta de las dos ocultaciones de estrellas observadas en Acapulco en 1791 y calculadas seg?n las tablas m?s modernas. . .".41

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299, 300).

40 Malaspina, 1885, p. 134. 41 Humboldt, 1941, T. I, p. 168. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

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Humboldt, Alejandro de 1941 Ensayo pol?tico sobre el Reino de Nueva Espa?a. Edici?n cr?

tica con una introducci?n bibliogr?fica, notas y arre glo de la versi?n espa?ola por Vito Alessio Robles. 6a. ed. M?xico, Edit. Pedro Robredo, 5 t.

1973 Ensayo politico sobre el Reino de Nueva Espa?a. Estudio pre

liminar, revisi?n del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina. 2a. ed., M?xico, Edit. Po

rr?a ("Sepan cu?ntos. . .", 39).

Malaspina, Alejandro 1885 Viaje pol?tico-cient?fico alrededor del mundo por las corbetas Des cubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navio D. . .

y D. Jos? Bustamantey Guerra desde 1789 a 1794. Publica

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INMIGRANTES espa?oles durante EL PORFIRIATO: PROBLEMAS Y TEMAS*

Clara E. LlDA El Colegio de M?xico

Con malencon?a miran para o mar

os que n'outras terras ten que buscar pan.

Rosal?a de Castro, Follas novas.

Hasta ahora el estudio de la emigraci?n espa?ola al M?xi

co independiente ha sido un tema poco investigado por los historiadores de ambos pa?ses. Excepto contadas ocasiones, el inter?s espec?fico por ciertos momentos y casos ha surgido

m?s por su vinculaci?n con problemas hist?ricos amplios, que por un inter?s particular en los estudios sobre poblaci?n. As?,

aunque existen algunas investigaciones sobre las actividades pol?ticas de los espa?oles en M?xico en el periodo de la Inde pendencia, son escasas las referencias espec?ficas al intercambio

poblacional antes de los a?os de la Guerra Civil espa?ola y el cardenismo en M?xico, marcados por la importante pre sencia de los refugiados republicanos en este pa?s americano desde fines de la d?cada de 1930. Es decir, poco m?s de un siglo que han sido apenas estudiado en sus comienzos y su fin, pero sin que en ning?n caso fuera la inmigraci?n el obje * Present? una primera versi?n en el Encuentro organizado por la Uni

versidad Internacional Men?ndez y Pelayo, sobre "Los espa?oles en Ibe roam?rica en la ?poca de la emigraci?n masiva'', del 15 al 17 de julio en

el Pazo de Marinan (La Coru?a, Espa?a). Deseo expresar mi agradeci

miento a su coordinador, el profesor Nicol?s S?nchez-Albornoz, por su cordial apoyo. HMex, xxxv : 2, 1985

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tivo espec?fico sino uno de tantos componentes de la historia pol?tica y social de M?xico en aquellos tiempos. No debemos suponer por esto que el tema quedara olvida do para el periodo del porfiriato (1876-1911) que aqu? nos ocupa. Desde fines de la d?cada de los cincuenta, y en parti cular gracias al impulso generado por la monumental y ya cl?sica Historia moderna de M?xico (1953-1973), coordinada por

Daniel Cos?o Villegas, el estudio de esos a?os ha sido objeto de un escrutinio ^atento y rico por una amplia pl?yade de in vestigadores; pero ha sido contados los que se dedicaron a estudiar la poblaci?n interna y extranjera. Adem?s, los po cos que se han centrado en cuestiones de migraci?n, como

Mois?s Gonz?lez Navarro (1960), lo han hecho sobre todo

preocupados por lograr una visi?n de conjunto que indique las tendencias generales, no las particulares, seg?n el pa?s de origen. En el extremo opuesto se ha llegado a alg?n acerca miento particular en el que s?lo se ha examinado un sector

muy restringido por sus referencias geogr?ficas espec?ficas (i.e.

los canarios en el sudeste de M?xico) y sus dimensiones (el 4% del total de los peninsulares en el pa?s).1 Hace apenas poco m?s de un lustro que el acercamiento al estudio de la inmigraci?n espa?ola en M?xico empieza a surgir a?n t?midamente. En 1979 un equipo de antrop?logos coordinado por Michael Kenny public? un volumen sobre los espa?oles en M?xico en el siglo XX, especialmente en las d? cadas posteriores a 1930.2 En 1981, como resultado de un seminario de posgrado en El Colegio de M?xico, aparecie ron los tres primeros intentos de aproximaci?n sistem?tica a la inmigraci?n peninsular a M?xico entre 1876 y 1911.3 Cabe preguntarse por qu? el porfiriato ?periodo que se corresponde aproximadamente con los treinta y cinco primeros

a?os de la Restauraci?n en Espa?a y con las grandes emigra ciones masivas de Europa a diversos pa?ses de Am?rica La tina? es un periodo tan poco explorado por los mexicanistas 1 Gonz?lez Loscertales, 1977, pp. 383-403. V?anse las explicaciones so bre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Kenny, 1979. 3 Lida, 1981.

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en relaci?n con el tema que aqu? nos ata?e, aun cuando M? xico recibiera entonces su gran flujo migratorio en ese largo siglo que va desde la Independencia (1821) a L?zaro C?rde nas (1934-1940). Naturalmente que la contraparte a esta pre

gunta se les debe plantear a los peninsularistas, ya que

tampoco existen desde esa otra orilla los estudios sobre emi graci?n a M?xico. En s?ntesis, no s?lo hay una ausencia no table de estudios sobre las migraciones entre M?xico y Espa?a

sino que tambi?n carecemos de an?lisis comparativos y glo bales que m?s all? del intercambio bipolar incluyan otras mi graciones internacionales. Debe quedar claro, sin embargo, que desde un punto de vista num?rico la presencia de espa ?oles en M?xico no fue significativa. Al finalizar nuestro pe riodo, la poblaci?n mexicana alcanzaba los quince millones de habitantes, en tanto que el total de peninsulares registra

dos en el Censo General de 1910 apenas llegaba a 30 000. Es evidente que en ese vasto mar nativo, los espa?oles que formaban un escaso 0. 2% del total del pa?s carecen de todo peso cuantitativo. Es por lo tanto el aspecto cualitativo de esta inmigraci?n el que se debe explorar en sus caracter?sticas pre

cisas, ya que pese a sus cortos n?meros su presencia en la vida mexicana los hac?a blanco destacado de elogios y diatri bas desmedidos. El porqu? de semejantes reacciones est? to dav?a por estudiarse. Dados estos antecedentes, nuestro prop?sito en estas p? ginas no ser? ofrecer los resultados de nuevas investigacio

nes sino, primero, se?alar y analizar los obst?culos que

entorpecen estos estudios y que deber?n ser franqueados por quienes pretendan adentrarse en el tema. En segundo lugar plantearemos algunos posibles caminos a recorrer, teniendo en cuenta que las fuentes que se indican han sido verificadas por nosotros. Los problemas y temas que se sugieren podr?an abrir el campo de monograf?as espec?ficas que a la vez am pl?en y sistematicen el conocimiento del ?rea. Valga aclarar que nuestro enfoque se realiza desde el contexto del pa?s re ceptor; la visi?n complementaria desde el pa?s emisor es ta rea que urge encomendar a quienes investigan desde Espa?a.

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I. LOS OBST?CULOS 1. La historiograf?a tradicional

Hasta ahora en M?xico ha predominado una historiograf?a que se acerca al estudio de los intercambios internacionales con un enfoque pol?tico-diplom?tico o econ?mico-comercial. Esta historia ha prestado m?s inter?s a las alianzas y conflic tos entre pa?ses y a las inversiones e intercambio mercantil,

que a los contactos e intercambios de poblaci?n en sus dimen siones demogr?ficas, sociales, ?tnicas y culturales en los ini cios de la modernizaci?n en M?xico. Adem?s, el trato que en general recibe en esos estudios la poblaci?n extranjera ?si acaso lo recibe? se inserta en un debate ideol?gico m?s vas to sobre el porfiriato. As?, los historiadores que perciben esta

?poca como una de despegue econ?mico y material positivos, dentro del contexto nacional e internacional, citan la inmi graci?n como un dato m?s en la apertura y desarrollo del r? gimen. Por el contrario, quienes ven en esos a?os una pol?tica de dependencia creciente y acelerada ante la expansi?n capi talista de Estados Unidos y Europa, consideran el incremen

to inmigratorio como parte integral del proceso de

desnacionalizaci?n del pa?s en las d?cadas anteriores a la Re voluci?n. Han sido pocos y t?midos los intentos por matizar estas visiones; recientemente s?lo Pedro P?rez Herrero (1981) se distingue en su revisi?n del tema al estudiar el aporte ma terial de los comerciantes espa?oles inmigrados al crecimien to econ?mico del pa?s receptor y su integraci?n permanente

a M?xico.4

2. Xenofobia-xenofilia y etnofobia-etnofilia

Una vertiente que se entrecruza con lo anterior es la que se vincula a las simpat?as y prejuicios frente a nativos y extran jeros. Estos sentimientos, a menudo m?s inconscientes que expl?citos, permean gran parte de la historiograf?a mexicana 4 P?rez Herrero, 1981, pp. 101-173. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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y levantan una barrera casi insalvable ante el tema. Desde el siglo XIX, entre los contempor?neos mismos, xenofobias y xenofilias ante el extranjero y etnofobias y etnofilias frente

al ind?gena, al mestizo y al blanco distorsionaron las im?ge nes.5 Durante el porfiriato destacaban dos grupos: aquellos que, como el general D?az y sus positivistas xen?filos, ve?an en la inmigraci?n una gran fuente de progreso, y citaban a

Estados Unidos y Argentina como ejemplos fehacientes de ?xi to, y otros, m?s tradicionalistas y m?s xen?fobos, que recha zaban al extranjero para rescatar peculiares virtudes criollas.

Excepto raros casos, la mayor?a coincid?a en su percepci?n racista del indio, al que casi un?nimemente se consideraba

un lastre para el desarrollo econ?mico y social;6 al indio

marginado, incapaz de integrarse al pa?s, se contrapon?a el blanco dotado de talento y superioridad naturales. Es m?s, a?n dentro de la xenofilia abundaban los rasgos etn?fobos de quienes ped?an una pol?tica selectiva de los in migrantes. As?, los que rechazaban la inmigraci?n de pa?ses mediterr?neos y se deshac?an en alabanzas de la anglosajona y germ?nica. A la inversa, abundaban tambi?n quienes de fend?an una latinidad considerada m?s af?n, en tanto recor daban la p?rdida de casi la mitad del territorio despu?s de la anexi?n de Texas y la guerra entre Estados Unidos y M? xico. En estos debates los voceros de cada colectividad o ' 'co lonia' ' extranjera exaltaban a sus coterr?neos, por definici?n m?s virtuosos que cualquier vecino. Huelga se?alar que en tre todos estos grupos ninguno manifestaba simpat?a por la inmigraci?n asi?tica que en esos a?os llegaba contratada pa ra exhaustivos trabajos semiserviles: frente a ella se aunaban xenofobia y etnofobia. Corolario espec?fico de la pol?tica de poblaci?n fueron las

pol?micas sobre los m?ritos o desventajas de la inmigra

ci?n peninsular. En tanto que unos se?alaban c?mo a lo lar go de la historia los espa?oles se hab?an probado cultural y ling??sticamente afines y d?ctiles a la asimilaci?n, otros ob

5 Gonz?lez Navarro, 1957 p. 134, passim; y, especialmente, Gonz?lez Navarro, 1960, caps, i-n, passim. 6 Gonz?lez Navarro, 1960, p. 95, passim. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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jetaban que las realidades sociales y econ?micas de Espa?a no pod?an ser paradigma ni garant?a de desarrollo para M?

xico. Sin embargo, tanto los fervientes como los dudosos ve?an

m?s seguro reforzar las ra?ces hisp?nicas que abrir las puer tas a quienes no se opusieran claramente al expansionismo norteamericano tan temido por M?xico desde la p?rdida de

Texas y la guerra del 47.

Despu?s de la Revoluci?n, la revaloraci?n del pasado pre hisp?nico perme? gran parte de la historiograf?a mexicana, y marc? dos premisas b?sicas con respecto a la inmigraci?n. La primera, que los extranjeros del M?xico moderno, como los conquistadores de anta?o, s?lo respond?an a m?viles ma teriales y carec?an de apego por el pa?s que los recib?a. Se gunda, que ahora como en el siglo XVI, la gran vitalidad de la cultura mexicana manaban sobre todo de sus ra?ces ind? genas, despreciadas durante cuatro siglos por europeos y crio llos. Mientras se acentuaba la xenofobia, surg?a una nueva y casi m?tica etnofilia ind?gena. Aunque las tensiones frente al extranjero fueran a menu do inconscientes, y no siempre aparecieran expl?citamente ar

ticuladas al an?lisis hist?rico, es posible que todav?a hoy

desempe?en un papel t?cito en los escasos estudios sobre los extranjeros en M?xico. En todo caso, y sin caer en psicolo gismos f?ciles, el rechazo o simpat?a ?tnicos y nacionales, con

sus altibajos y llanuras, deber?n ser tenidos en cuenta en re laci?n con los trabajos que abordan el problema inmigrato rio para evitar futuras deformaciones interpretativas.

3. Estad?sticas Para el periodo que nos ocupa, los censos, padrones y esta d?sticas confiables son m?nimos. Hasta ahora hay pocos re cuentos de calidad anteriores al Censo General de 1900, a pesar de los considerables esfuerzos de compilaci?n realiza dos por la Direcci?n General de Estad?stica a partir de su crea

ci?n en 1882.7 Aunque las fuentes censales permiten recons 7 Moreno Toscano, 1974. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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truir el perfil general de la poblaci?n en sus caracter?sticas fundamentales, no ofrecen c?mputos precisos.8 Lo mismo se puede decir de publicaciones tan ricas como el Anuario esta d?stico desde 1893, y el Bolet?n Demogr?fico a partir de 1896.

Compilaciones estad?sticas m?s recientes adolecen de iguales limitaciones y deben manejarse con reservas en vista de que los datos tomados de las fuentes hist?ricas originales no han sido revisados ni ajustados.9 Tambi?n ha sido escaso el in ter?s de los dem?grafos por reconstruir estad?sticas vitales his

t?ricas, excepci?n hecha de los intentos preliminares de Alejandra Moreno Toscano (1974) y Celia Maldonado (1976). En ning?n caso se ha mostrado inter?s por diferenciar a na tivos de extranjeros, ni fijar las tendencias evolutivas de es tos ?ltimos. As?, un problema t?pico aunque no consistente de los censos

oficiales es considerar a las mexicanas casadas con espa?oles

como espa?olas, en tanto que los hijos de padres espa?o

les inscritos en los consulados correspondientes aparecen ofi cialmente como mexicanos. En cambio, las fuentes diplom? ticas invierten esta tendencia, pero omiten en sus c?lculos a los extranjeros que no se inscribieron en sus respectivos con sulados. Otras fuentes, como las oficinas inmigratorias me xicanas, tienden a considerar la nacionalidad seg?n el punto

de embarque, con lo cual aquella inmigraci?n que llega de

zonas no portuarias o de puntos intermedios ?como por ejem plo Cuba y Puerto Rico a partir de la guerra del 98?10 no aparece con su nacionalidad de origen.

4. Fuentes primarias

Aunque este rubro lo retomaremos en la segunda parte, val ga se?alar aqu? las dificultades de acceso a las diversas fuen tes documentales. Tal vez dos de los fondos hist?ricos m?s importantes en M?xico sean los que se encuentran en el Ar 8Jarqu?n, 1981, pp. 175-225. 9 Gonz?lez Navarro, 1956. 10 Gonz?lez Navarro, 1960, passim. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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chivo Hist?rico de la Secretar?a de Relaciones Exteriores (AHSRE) y en el "Ramo de Gobernaci?n,, del Archivo Ge neral de la Naci?n (AGN), ambos a?n sin clasificar. El AHS

RE cuenta con las "Cajas de la Legaci?n de M?xico en

Espa?a" (CLME), de las cuales s?lo existen ?ndices para

1882-1885, 1890-1893 y 1898-1899. Un segundo fondo, el "Fi chero Topogr?fico,,J contiene los expedientes personales de extranjeros en M?xico. La dificultad mayor que presenta para su utilizaci?n es que se deben conocer de antemano los nom bres de los espa?oles cuyos expedientes se quieran consultar, ya que est?n organizados por orden alfab?tico y no por na

cionalidades.

Las CLME incluyen entre los ramos de mayor inter?s pa ra nuestro tema los de "Pasaportes", "Delincuentes extran jeros", "Extradiciones" y "Emigraci?n". Un muestreo del ?ndice nos permiti? observar que en el ramo "Pasaportes" las listas de visados de los respectivos consulados mexicanos en la pen?nsula indican casi siempre el lugar de expedici?n de las visas y el puerto de embarque. Otros datos de los cua les a veces se incluye alguno son edad, sexo, estado civil, ocu paci?n y lugar de origen. A reserva de lo fragmentario del muestreo, hemos anotado que la mayor?a de las personas in cluidas en los ?ndices de los tres periodos citados proven?an de La Coru?a, con predominio de "labradores" menores de 20 a?os, pero en ning?n caso nos consta que todos ellos fue ran oriundos de Galicia, ya que los datos podr?an tan s?lo reflejar el puerto de embarque correspondiente. En "Emi graci?n" aparecen, sobre todo, documentos relacionados con los proyectos y leyes de colonizaci?n en M?xico. Aunque es te rubro es abundante para 1882-1885, no reaparecen mate riales sobre este tema en los otros dos periodos ya catalogados.

Otros repositorio importante es el "Archivo Hist?rico de

la Embajada de Espa?a en M?xico: 1826-1939" (AHEEM),

enviado a Espa?a a fines de la d?cada de 1970, y cuya con traparte es el ya citado AHSRE-CLME. Este archivo, alberga do ahora por el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Espa?a (AMAE) est? a?n sin clasificar; nosotros hemos consultado la ?nica copia microfilmada, propiedad de El Co legio de M?xico (COLMEX), cuyo ?ndice general tambi?n rea This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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liz? esa instituci?n. Seg?n nuestra experiencia este es uno de los archivos m?s ricos y completos en su g?nero (en adelante,

AMAE/COLMEX). Una utilizaci?n complementaria de los dos archivos diplom?ticos de ambos pa?ses ser? fuente iniguala ble para el estudio de las m?ltiples relaciones entre M?xico y Espa?a desde la independencia del primero hasta la Gue

rra Civil espa?ola.

5. Inmigraci?n y emigraci?n

Pensar en M?xico como pa?s de inmigraci?n resulta enga?o so ya que desde mediados del siglo XIX, a diferencia de los pa?ses receptores de inmigraci?n masiva en Am?rica del Sur y Norteam?rica, este fue un pa?s predominantemente emisor de poblaci?n, con un saldo migratorio negativo. Raz?n de ello fueron los ?xodos especialmente fuertes hacia Estados Uni

dos a partir de la d?cada de 1850, y hacia Guatemala ?aun que en menor escala? en los ?ltimos a?os del XIX y comienzos del XX.11 Aunque no contamos con estad?sticas confiables podemos afirmar que la inmigraci?n en M?xico se debe ca racterizar como secundaria, en tanto que la emigraci?n es do minante. A esta tendencia, que contin?a hasta hoy, hay que sumar le la abundante migraci?n interna de ?reas rurales a centros urbanos y de zonas agrarias a mineras. Esta desarticulaci?n de la poblaci?n nativa pod?a crear la apariencia enga?osa de que amplios espacios geogr?ficos despoblados eran sin?nimo de una demograf?a con tendencia a la baja. Una r?pida ojea da a la curva de poblaci?n del pa?s muestra el alza continua

?y a veces espectacular? durante todo el periodo indepen diente, salvo el dram?tico par?ntesis de la lucha armada en la segunda d?cada del XX. Est? claro que durante el porfiriato las pol?ticas inmigra torias de M?xico no se debieron defacto a necesidades pobla cionales reales, puesto que las estad?sticas vitales muestran un fuerte crecimiento natural, y las cifras migratorias rev? 11 Gonz?lez Navarro, 1960, cap. in, passim.

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lan que se exportaba abundante mano de obra, sobre todo rural. A diferencia de otros pa?ses receptores de Am?rica, M?

xico parecer?a participar del inter?s inmigratorio por facto res ajenos a las necesidades demogr?ficas y laborales, y en cambio cercanas a razones ?tnico-culturales, pol?ticas y ma teriales.

6. Colonizaci?n e inmigraci?n

En general no se ha tomado en cuenta la diferencia entre una inmigraci?n dirigida y la inmigraci?n libre. La primera depen d?a estrictamente de la pol?tica migratoria organizada por los gobiernos, sus representantes, los agentes y las compa??as de reclutamiento en los pa?ses emisores. La segunda, dejada a la voluntad individual, se desarrollaba gracias a la capacidad del inmigrante de establecer lazos familiares o personales que le abrieran camino en el extranjero. La historiograf?a mexi cana se ha ocupado, sin deslindarlas, m?s de la primera que de la segunda, y ha dado una visi?n sesgada de las tenden cias y caracter?sticas migratorias. En M?xico la inmigraci?n dirigida se manifest? en los pri meros a?os del porfiriato, incluyendo la presidencia de Ma

nuel Gonz?lez (1880-1884), por medio de la realizaci?n de proyectos de colonizaci?n en zonas rurales, para lo cual se intentaba atraer por medio de est?mulos materiales a fami lias de labradores para radicarse en el nuevo pa?s y poblar los terrenos bald?os del norte y otras zonas perif?ricas.12 Es ta pol?tica colonizadora tuvo una duraci?n corta y un escaso ?xito (cf.II-1). Habr?a que examinar qu? signific? para el co lono el fracaso de esa inmigraci?n dirigida, y si se dio o no entre esos espa?oles una consiguiente readaptaci?n al proce so inmigratorio libre. A esta corriente se le contrapuso, a partir de la segunda presidencia de don Porfirio la inmigraci?n libre formada en su mayor?a por hombres solos, provistos tan solo de sus di versos oficios y v?nculos familiares o personales que les facili 12 Gonz?lez Navarro, 1960. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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taran la inmigraci?n en cadena. En M?xico ?sta se dio, sobre todo, en el ?mbito del comercio y de las manufacturas, don de el negociante ya instalado tra?a a parientes o amigos cer

canos a trabajar con ?l en la empresa familiar.13 Esto explicar?a

tambi?n la formaci?n de amplias colonias espa?olas, a su vez subdivididas seg?n regiones emigratorias con marcadas ca racter?sticas geogr?fico-culturales: catalanas, asturianas, ga llegas, vascas, valencianas. Despu?s de esta sucinta exposici?n de algunos de los pro blemas que hasta ahora parecen obstaculizar la investigaci?n sobre la inmigraci?n en M?xico, pasemos a perfilar algunos temas y a precisar las fuentes que podr?an servir de punto de partida para adentrarnos en el estudio de la poblaci?n es pa?ola en tierras mexicanas. Aclaremos que, tal como lo in dicamos en el punto 1-3, el problema de las cifras sigue siendo

piedra de toque fundamentad para cualquier precisi?n pobla cional. Urge una revisi?n sistem?tica de las fuentes estad?sti cas para efectuar el estudio cuantitativo de la inmigraci?n y para impulsar la demograf?a hist?rica del XIX ?ambas ?reas

muy poco exploradas hasta ahora en la historiograf?a me

xicana.

II. Temas y fuentes 1. La colonizaci?n agr?cola

Los fondos del AHSRE y del AMAE/COLMEX contienen los datos que permitir?an un detallado estudio de la "Ley de co lonizaci?n" que en 1883 promulg? el presidente Manuel Gon z?lez, y de sus repercusiones materiales y pol?ticas. Esta ley fue la expresi?n m?s acabada de la pol?tica dirigida por el Es tado para traer colonos espa?oles a M?xico a poblar y traba jar tierras bald?as propiedad de la naci?n, recientemente deslindados en diversas zonas del pa?s.14 Con esa ley se in tent? fomentar la colonizaci?n latina con espa?oles, italianos, 13 P?rez Herrero, 1981, pp. 134-135. H Gonz?lez Navarro, 1960, y Lida, 1981, pp. 5-7. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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franceses y suizos (aunque los que emigraron fueron casi to dos de cantones alemanes), que a la vez que frenaran el avance estadounidense en las tierras fronterizas, contribuyeran con su experiencia como agricultores y pastores al desarrollo agro pecuario de la regi?n. En cierto sentido, m?s que un deseo de poblar, lo que percibe es un inter?s pol?tico acoplado al desarrollo econ?mico de las zonas perif?ricas. Lo que podemos apreciar en la revisi?n de los documen tos es la mayor presencia de espa?oles que de otros poblado res europeos, y entre aqu?llos el predominio de canarios, asturianos, gallegos y castellanos que conformaban casi el 50% del total de los colonos provenientes de la pen?nsula.15 Val ga aclarar que estamos hablando de menos de 2 000 colonos espa?oles entre 1883 y 1887, a?o en que el agente Salvador Albojador, comisionado por el gobierno de M?xico para re clutar colonos en Espa?a, redacta su extenso informe al res

pecto (AHSRE-CLME, "Emigraci?n", caja 15).

El ramo "Emigraci?n" para 1882-1885 es el m?s nutrido que hemos podido consultar entre los clasificados hasta aho ra (cf. 1-4). Contiene la abundante correspondencia del Mi

nistro mexicano de Fomento, Carlos Pacheco, y el de Relaciones

Exteriores, Manuel Fern?ndez, con el Embajador de M?xi co en Madrid, Ram?n Corona, y el agente reclutador en Es pa?a, Albojador. Estos expedientes proporcionan abundante informaci?n sobre temas tan diversos y desconocidos como las regiones espa?olas donde se reclutaban colonos; la espe cialidad agr?cola y pastoril de los mismos; las condiciones y facilidades materiales ofrecidas por el gobierno de M?xico a

quienes emigraran; las l?neas transad?nticas en las que se efec

tuaban los traslados y las condiciones bajo las cuales se reali

zaban; las listas de viajeros y las condiciones sociales y materiales

que abandonaban en Espa?a; los informes de otros diplom? ticos mexicanos sobre c?mo se llevaba a cabo la amplia pol? tica de colonizaci?n argentina ?percibida como modelo para

M?xico.

El ramo "Agricultura" arroja luz sobre otros temas com 15 Esto contrasta con el art?culo 2o de las "Instrucciones" del Minis tro de Fomento, citadas en Lida, 1981, pp. 5-6. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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plementarios: las necesidades agr?colas en M?xico de deter minados cultivos y de animales. As? los pedidos de semillas, sarmientos, ?rboles frutales, ganado lanar y determinada ma

quinaria agr?cola revelan aspectos del desarrollo agropecua rio espa?ol que M?xico deseaba emular y estimular con la colonizaci?n. Este ramo se debe complementar con los de ' 'Co

mercio" y "Movimiento mercantil y mar?timo" en los que destacan la detallada correspondencia econ?mica de los con suelos de M?xico en La Coru?a y en Vigo, y la del c?nsul en Santander. Esta y otra correspondencia consular y comer cial de Barcelona y C?diz, as? como los res?menes comercia les detallados del movimiento mercantil durante el porfiriato,

permitir?an estudiar el comercio bilateral hispano-mexicano hasta ahora casi desatendido, con la notable excepci?n de Ma

nuel Mi?o Grijalva (1981). 2. La inmigraci?n libre

La documentaci?n en el AHSRE y el AMAE/COLMEX permi te asimismo reconstruir el origen geogr?fico y el perfil gene

ral de la inmigraci?n libre en la Rep?blica Mexicana. El

AMAE/COLMEX, ramos "Archivo central" y * 'Miscel?nea" y el AHSRE, ramo "Pasaportes" y el "Fichero Topogr?fico" muestran el car?cter predominantemente urbano de esa in migraci?n abierta, el predominio del comercio sobre la in dustria y el de los dependientes y menestrales sobre los propietarios y negociantes acomodados: toda una peque?a burgues?a esparcida por las ciudades m?s activas del pa?s e inserta en el mundo comercial y manufacturero, materiales y datos que permitir?an iniciarnos en el estudio de las clases sociales en el M?xico del XIX. En contraste, en el campo, a partir de la d?cada de 1890, predominan los agricultores con propiedades de mediana o gran extensi?n sobre los peque ?os propietarios, colonos y arrendatarios. En estos dos archivos el an?lisis de los despachos de emba jadores, c?nsules y vicec?nsules en ambos pa?ses provee tam bi?n datos personales de los inmigrantes seg?n sexo y estado civil, que permitir?an recomponer un aspecto del perfil gene This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ral de los espa?oles reci?n llegados. Si a esta fuente agreg?

ramos los censos y padrones, podr?amos precisar que la

mayor?a de la poblaci?n inmigrante econ?micamente activa la componen hombres solteros entre 16 y 30 a?os, en tanto que la poblaci?n femenina activa es muy escasa y en su ma yor?a casada o viuda. De estos datos parecen perfilarse dos caracter?sticas significativas hasta ahora poco reconocidas. Por

una parte, la marcada tendencia exog?mica entre los hom bres, que se vinculan m?s extensamente con familias mexi

canas, en tanto que la mayor?a de las mujeres casan con

peninsulares. Por otra, la escasa participaci?n de la mujer en tareas productivas fuera del hogar contrasta con el alto ?ndi ce de prostituci?n que se da entre las mujeres espa?olas aje nas a las labores dom?sticas.16 Valdr?a la pena explorar si estos rasgos eran peculiares al contingente espa?ol o si co rrespond?an al de otros n?cleos migratorios y al del resto de

la poblaci?n mexicana urbana.

3. Organizaciones de espa?oles

En el "ramo de Gobernaci?n" del AGN pudimos comprobar la riqueza de las diferentes secciones en lo que concierne a asociaciones de espa?oles en M?xico, tanto de beneficencia, hospitales y c?rculos sociales, cuanto pol?ticas y de clase (so ciedades mutualistas y de obreros). Dada la tendencia de los emigrantes espa?oles a agruparse seg?n sus lugares de ori gen ser?a de especial inter?s estudiar tambi?n los casinos y centros regionales, muchos de los cuales a?n siguen activos en M?xico. De singular vigor son los centros Asturiano, Ga llego y Vasco, as? como el Orfe?n Catal?n y el Casino Espa

?ol. Estas instituciones cuentan todav?a con sus propios archivos, complemento indispensable de los de "Goberna ci?n" en el AGNM. Las c?maras de comercio e industrias

espa?olas, a menudo con sus estatutos, listas de socios y pu blicaciones, abarcan el mundo pol?tico y social de los empre

sarios peninsulares en las grandes ciudades mexicanas.

Reconstruir ese grupo tendr?a gran importancia, a pesar de 16Jarqu?n, 1981, p. 203. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


INMIGRANTES ESPA?OLES

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su insignificancia num?rica, dada su vitalidad y presencia en

el mundo de los negocios y las finanzas en M?xico y en

Espa?a.17

4. Delincuencia

Tanto en el AHSRE-CLME, rubros "Delincuentes extranje ros" y "Extradiciones", como en el AGN, "Ramo de Go bernaci?n", se encuentra abundante documentaci?n sobre extranjeros detenidos, procesados y condenados por violar las

leyes mexicanas. La mayor parte de estos delitos parecer?an ser por ebriedad y esc?ndalo, y por robo. Sin embargo, tan to los informes internos de Gobernaci?n cuanto los pedidos

del gobierno mexicano al espa?ol para que se procediera a

la extradici?n de delincuentes procesados, sugieren que esas dos categor?as ocultaban una gran variedad de ofensas lega les que iban desde la simple ri?a hasta el homicidio, desde la mendicidad hasta el robo, desde el peque?o hurto hasta las estafas cuantiosas. El material exigir?a una clasificaci?n por tipos de crimen, as? como el an?lisis del perfil social de los delincuentes ?su edad, lugar de origen, ocupaci?n, esta

do civil, fecha de ingreso al pa?s? y el de las v?ctimas. Si bien

las fuentes no siempre proporcionan datos completos, ?stos se podr?an complementar con los de los expedientes persona les del "Fichero Topogr?fico" del mismo AHSRE. Tambi?n podr?an estudiarse a trav?s de estos archivos la prostituci?n femenina y las "casas de tolerancia" en las cua les se produc?an numerosos altercados de variable intensidad.

Un tema poco amable pero que aparece con frecuencia en la documentaci?n es el alto ?ndice de violencia y agresi?n con

tra mujeres, sean ?stas peninsulares o no. Entre nuestros datos nos hemos encontrado alguno que in teresa incluso a la historia de la literatura. En el ASRE-CLME

("Delincuentes extranjeros", legajo 4042) hay dos expedientes

sobre Ram?n del Valle-Incl?n, detenido dos veces por las auto

ridades mexicanas. La primera fue preso y multado a ra?z 17 Mi?o Grijalva, 1981, passim, y P?rez Herrero, 1981. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de una ri?a callejera en la madrugada del 6 de agosto de 1892 en la Ciudad de M?xico, de la cual sali? con varias contusio nes en la cara y el cuerpo. La segunda vez fue en Veracruz el 3 de marzo de 1893, por llevar y traer recados sobre un duelo de honor a ra?z de lo cual fue detenido y condenado, con derecho a conmutar la pena por el pago de una multa. De los legajos relacionados con delincuencia surgen los que revelan las actividades pol?ticas de los extranjeros. Estas es taban al descontento. Otros documentan situaciones de agre ?as, por lo cual hay expedientes sobre acusados y presos por predicar p?blicamente ideas que seg?n las autoridades inci tan al descontento. Otros documentan situaciones de agre si?n f?sica a causa de expresiones de xenofobia rec?proca, y ri?as entre espa?oles y estadounidenses a ra?z de la guerra

del 98.

5. La vida pol?tica Aunque la Constituci?n prohib?a las actividades pol?ticas de los extranjeros que interfirieran con los asuntos de M?xico, tanto por la documentaci?n antes mencionada (II-3 y II-4) cuanto por las fuentes hemerogr?ficas,18 podemos adelantar que la participaci?n espa?ola en asuntos pol?ticos fue conti nua. Los pedidos de extradici?n por parte de las autoridades mexicanas revelan actividades calificadas por ellas de "socia listas". Aparecen tambi?n noticias sobre difusi?n de propa ganda impresa, a menudo remitida de Espa?a o del R?o de la Plata por otros emigrados radicados all? y recogida en el "Ramo de Gobernaci?n", referencias a propaganda revolu cionaria y proselitismo entre obreros, incluyendo los de las sociedades mutualistas. Tambi?n surge la presencia republi cana y las manifestaciones antimon?rquicas entre grupos de inmigrantes que, incluso, llegaron a formar un C?rculo Li beral Espa?ol bien tolerado por las autoridades. Valdr?a la pena explorar c?mo se imbrican estas activida des de espa?oles con las de los propios mexicanos. Sabemos 18 Moreno Toscano, 1972.

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INMIGRANTES ESPA?OLES

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que los espa?oles y otros extranjeros est?n continuamente pre

sentes en los conflictos sociales en M?xico, y que la partici paci?n de espa?oles en medios sindicales y revolucionarios aflora m?s de una vez. El estudio de este aspecto de la histo ria social y laboral mexicana es un cap?tulo que falta por ha cer y en el cual los inmigrantes fueron siempre activos.19 6. Opini?n p?blica y mentalidades

La investigaci?n hemerogr?fica permitir?a explorar otro as pecto poco atendido por los historiadores. Los peri?dicos edi tados en M?xico por peninsulares y por nativos pueden mos trarnos la visi?n que unos y otros ten?an del extranjero y su relaci?n con el pa?s receptor. Un an?lisis de los editores, re dactores y p?blico lector llevar?a a sugerentes conclusiones sobre el papel de la prensa como forjadora de mentalidades

y de opini?n.

Estas indagaciones sin duda permitir?n superar las trabas aludidas en 1-2 y realizar un acercamiento mejor calibrado a la tan debatida xenofilia y xenofobia en M?xico entre ex tranjeros y mexicanos. El estudio de las expectativas sociales y aspiraciones econ?micas, el de los intereses ideol?gicos y de clase son s?lo algunos otros campos a explorar con prove cho a partir del examen del cuarto estado. Otras inquisiciones

Los temas que hemos tratado en este trabajo son escasas mues tras de problemas mucho m?s numerosos que quedan por exa minar. Tambi?n lo se?alado de los archivos y fuentes responde m?s a nuestros propios intereses que a un examen exhausti vo de sus vastas posibilidades. No correspond?a aqu? hacer hincapi? en las fuentes complementarias que existen en Es pa?a, pero nos consta que los archivos peninsulares guardan fondos documentales relacionados con M?xico. Urge comen 19 LiDA, 1979.

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zar all? el rastreo sistem?tico de los datos que enriquezcan es ta historia. Sin duda son tambi?n muchas las preguntas que surgen al repasar estos temas. ?C?mo explicar a cabalidad que M? xico, pa?s que exporta mano de obra a pa?ses fronterizos, re curriera a su vez a la inmigraci?n de asalariados y colonos espa?oles? ?Por qu? si es un pa?s que precisaba de t?cnicas y capitales agr?colas para su desarrollo material, no los atra?a directamente y, en cambio, importaba una mano de obra que no estaba ni t?cnicamente calificada ni era econ?micamente fuerte, y que a su vez requer?a de una importante inversi?n inicial por parte del gobierno mexicano? Argentina (a la que M?xico ten?a muy presente como modelo), dados sus gran des territorios vac?os, en efecto pod?a afirmar que gobernar era poblar; en cambio ?c?mo se legitimaba la pol?tica de atraer extranjeros a M?xico a la vez que el pa?s expulsaba su propia

poblaci?n nativa?

Har?a falta examinar tambi?n las relaciones entre los ci

clos econ?micos y los migratorios del pa?s emisor y del recep

tor. Un estudio que tome en cuenta las fases de desarrollo y de contracci?n en M?xico y Espa?a debiera ser punto de partida imprescindible para enmarcar el fen?meno migrato rio. Idealmente, incluir en esta comparaci?n el R?o de la Plata

y el Caribe le dar?a a este cuadril?tero hisp?nico una dimen si?n global atl?ntica en la cual encajar tanto el intercambio poblacional como el econ?mico y financiero durante esa ?po

ca. Mi?o Grijalva (1981) se?al? que el tipo de intercambio comercial entre M?xico y Espa?a era complementario pero residual y perif?rico; pero a?n no sabemos c?mo era el co

mercio peninsular con los otros pa?ses mencionados, ni si, ade m?s, existe alguna relaci?n entre los t?rminos del intercambio

y las migraciones. Las caracter?sticas originales de la poblaci?n espa?ola que decid?a emigrar nos son todav?a desconocidas: ?era poblaci?n agraria, urbana, agro-urbana?, ?agricultora, campesina, ar tesana, profesional? Y en t?rminos comparativos m?s amplios,

?difer?a el emigrante a M?xico del que se dirigi? al Uruguay o a la Argentina? ?Qu? diferencias internas se desarrollaban entre los espa?oles seg?n la geograf?a de su asentamiento en This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


INMIGRANTES ESPA?OLES

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M?xico? Debi?ramos preguntarnos si los inmigrantes que pro ven?an de regiones determinadas formaban en las zonas re ceptoras barreras ?tnicas o culturales que obstaculizaban la entrada a grupos migratorios de origen diferente para repro ducir as? su propio perfil regional. Por Kenny et al. (1979) sabemos, por ejemplo, que en el segundo tercio de este siglo los asturianos en la ciudad de Puebla representaban el 55 % del total de los inmigrantes peninsulares, y eran seguidos muy

a la distancia por los catalanes (12%) y los gallegos (10%). Indagar si estas caracter?sticas respond?an a barreras migra torias y relacionar el fen?meno con la migraci?n en cadena y las caracter?sticas ecol?gicas amplias de las regiones emiso ras y receptoras ser?a de gran importancia para el periodo que estudiamos. Para todo esto carecemos, sin embargo, de un acercamiento cartogr?fico imprescindible. Un atlas mi gratorio para Espa?a que permita fijar la extensi?n y fre cuencia emigratoria en periodos, por ejemplo, quinquenales (1880-1884, 1885-1889, hasta 1930) a diversos puntos del Nue vo Mundo, debiera ser un proyecto prioritario entre los es pecialistas hisp?nicos, como lo est? siendo en otros pa?ses. Ya ha quedado se?alado que los inmigrantes espa?oles no formaban un grupo homog?neo sino marcado por diversida des sociales, culturales, regionales, pol?ticas y ocupacionales. ?Por qu?, sin embargo, los testimonios literarios nos dejan una imagen casi monol?tica, estereotipada, de los "gachupi nes"? Ser? necesario profundizar m?s en los elementos sub jetivos, entender mejor la percepci?n que el nativo tiene del inmigrante y ?ste, a su vez, de quienes lo acogen o rechazan.

?Acaso inmigraci?n y aculturaci?n son concomitantes? Pe netrar en estos temas no es s?lo importante por s? mismo si no como paso necesario hacia el estudio de las mentalidades y de la vida cotidiana en el M?xico porfiriano. A lo anterior hay que a?adir otras preguntas: ?qu? espe raban pa?ses receptores como M?xico de su peque?a inmi graci?n peninsular? ?Cu?les eran sus expectativas respecto a esa poblaci?n nueva? ?Variaban ?stas seg?n los periodos de llegada? Y los inmigrantes, ?qu? esperaban? ?Cu?les eran sus sue?os, cu?les sus horizontes reales? El inmigrante que embarcaba en Espa?a, ?sab?a de la diversidad y multiplici This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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dad del Nuevo Mundo?, ?hab?a para ?l alguna diferencia entre dirigirse a "Am?rica" o a "M?xico"?, y en caso afirmativo,

?en qu? consist?a? En resumen, el estudio de la inmigraci?n espa?ola en M? xico debiera servir de cabo para desentra?ar una compleja madeja hist?rica. Resulta una suerte de "microhistoria" que bien podr?a ser veh?culo de conocimiento de un vasto uni

verso social que trasciende el mero an?lisis de poblaciones en contacto para penetrar en las m?ltiples dimensiones de las sociedades emisoras y receptoras. Lo verdaderamente fasci nante para quien se acerca a la inmigraci?n espa?ola en M?

xico es que tema tan insignificante en su dimensi?n cuantitativa sea cualitativamente tan rico y sugerente. Si hasta el momento

ha quedado traspapelado en la agenda de los mexicanistas, hora es ya de ponerlo en las candilejas de los historiadores. SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico.

AHEEM Archivo Hist?rico de la Embajada de Espa?a en M?xico. AHSRE Archivo Hist?rico de la Secretar?a de Relaciones Exte riores, M?xico. AMAE Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. AMAE/ Microfilm del aheem, propiedad de El Colegio de

COLMEX M?xico.

CLME Cajas de la Legaci?n de M?xico en Espa?a. COLMEX El Colegio de M?xico

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Gonz?lez Navarro, Mois?s 1956 Estad?sticas sociales del Porfiriato, M?xico, Talleres Gr?fi

cos de la Naci?n.

1960 La colonizaci?n en M?xico, 1877-1910, M?xico, s. ed. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


INMIGRANTES ESPA?OLES 239 1974 Poblaci?n y sociedad en M?xico (1900-1970), 2 vols., M? xico, UNAM.

1974 Poblaci?n y sociedad en M?xico (1900-1970), 2 vols., M? xico, UNAM.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

INMIGRANTES MEXICANAS DURANTE

LA GRAN DEPRESI?N

Camille GUERIN- GONZALES Universidad de California

Santa B?rbara

Los inmigrantes mexicanos entraron en Estados Unidos en

n?meros importantes despu?s de 1910. Trabajaron prin cipalmente en la agricultura, los ferrocarriles y la miner?a y proporcionaron la mano de obra sobre la que descansa la pros

peridad del Suroeste. En California, la agricultura comercial se desarroll? en gran escala debido al elevado n?mero de in migrantes mexicanos disponible, quienes trabajando por sa larios bajos dieron a los inversionistas la oportunidad de lo grar enormes ganancias. La revoluci?n industrial en la agricul

tura transform? las relaciones entre los due?os de granjas y los trabajadores en la ?ltima mitad del siglo XIX, en tal for ma que lo que hab?a sido una relaci?n paternalista, en la que el patr?n asum?a la responsabilidad por el bienestar de sus trabajadores, se volvi? un arreglo impersonal en el que la ?nica

obligaci?n del patr?n era pagar salarios a lo que era ahora una fuerza de trabajo. Los granjeros reclutaban y contrata ban inmigrantes mexicanos en gran cantidad por otros pe riodos, al final de los cuales cesaba la responsabilidad por sus trabajadores. De esto result? una extrema movilidad f?sica, acompa?a da de la inestabilidad social y econ?mica que implica. La mo vilidad se extendi? por todos Estados Unidos y lleg? a M?xi co. Durante la Gran Depresi?n, la naturaleza de esta movilidad

cambi?. El n?mero de trabajadores migrantes aument? mu ch?simo y el movimiento fluy? en una sola direcci?n: hacia afuera de Estados Unidos. Cerca de 200 000 inmigrantes me

xicanos salieron de California en la d?cada de 1930. Este ?xodo HMex, xxxv : 2, 1985

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CAMILLE GUERIN-GONZ?LES

llam? la atenci?n de algunos soci?logos de la ?poca, pero no ha sido sino hasta ?ltimas fechas que los estudiosos se han interesado en su examen sistem?tico. M?s de un mill?n de inmigrantes mexicanos sali? de Esta dos Unidos durante la Gran Depresi?n. Un n?mero desco nocido de ?stos hab?a permanecido en el pa?s ilegalmente y volvi? a M?xico cuando no pudo encontrar empleo. Muchos otros, que eran inmigrantes legales o personas nacidas en Es tados Unidos, hijos de padres inmigrantes (y por lo tanto ap tos para obtener la nacionalidad norteamericana) tomaron par

te en programas formales de repatriaci?n, organizados por agencias de asistencia p?blica distritales. En algunos casos, estas agencias, en coordinaci?n con otras organizaciones de caridad y el consulado mexicano, movieron un 10% de la po blaci?n mexicana en m?s de un distrito. Este art?culo descri be la repatriaci?n de inmigrantes mexicanos durante la Gran Depresi?n, en especial la de aquellos que estaban legalmente

en Estados Unidos.

Comienza el movimiento La repatriaci?n espont?nea se llev? a cabo durante la d?cada de 1920. Tradicionalmente muchos inmigrantes volv?an a M? xico porque eran trabajadores temporales; otros volv?an para tomar posesi?n de tierras y empleos que el gobierno mexica no les ofrec?a como incentivo para combatir la emigraci?n de su fuerza de trabajo; y otros m?s regresaban a M?xico por razones culturales, familiares y sociales. La depresi?n en Es tados Unidos fue causa de que este movimiento aumentara

en gran medida.

El c?nsul americano en Nuevo Le?n, Richard F. Boy ce, inform? al secretario de Estado a finales de 1930, que miles

de residentes mexicanos en Estados Unidos estaban regresando

a M?xico a trav?s de Laredo. "Al cruzar el puente interna cional, cada d?a uno puede ver siempre una fila de coches con placas de casi la mitad de los estados de la Uni?n America na, llenos de objetos personales de mexicanos que van de re greso, y est?n esperando tramitar el registro necesario con This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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las autoridades mexicanas." Casi todos los coches, comenta ba Boyce, estaban destartalados y mostraban los efectos del largo viaje desde regiones del norte del pa?s. Solamente la mi tad de los repatriados ten?a autom?viles, la otra mitad cruza

ba la frontera a pie. Solamente en octubre 4 255 repatriados cruzaron la frontera. Otros 3 995 la cruzaron en los prime

ros 24 d?as de noviembre. De acuerdo con Boyce, "un n? mero considerable" de los mexicanos que regresaban hab?an vivido en Estados Unidos m?s de cinco a?os. Algunos afir maron haber vivido en el pa?s ocho, diez, quince y hasta treinta

a?os.

Algunos repatriados hab?a le?do anuncios publicados por

el gobierno mexicano, en los que se ofrec?an tierras en el pro

yecto de irrigaci?n Don Mart?n a los inmigrantes mexicanos que regresaran. Boyce calculaba que el 80% volv?a por falta de trabajo en Estados Unidos. Cit? a un mexicano procedente de un pueblo de Colorado, con una poblaci?n de mil mexi canos, de los que dec?a que casi la mitad regresaba a M?xico

a causa del desempleo.

Boyce cre?a que la mayor?a de estos repatriados hab?a per manecido en el pa?s ilegalmente. Lleg? a esta conclusi?n por que muchos de ellos no registraron su salida de Estados Uni

dos con las autoridades de migraci?n de este pa?s. Los

repatriados que se registraban pod?an volver a entrar en Es tados Unidos sin visa dentro de un periodo de seis meses. Boy

ce logr? obtener del Servicio Mexicano de Migraci?n esta d?sticas de quienes regresaban. Los agentes de inmigraci?n de Estados Unidos no recopilaron tal informaci?n, excepto cuando los inmigrantes se pon?an en contacto con ellos para informales de su salida. Era contra la ley mexicana que al guien, aun nacionales, entrara en M?xico sin registrarse con las autoridades de migraci?n y, por tanto, la mayor parte de los emigrantes que regresaban lo hac?an.1 En este movimiento de repatriaci?n espont?nea participa 1 Informe del C?nsul Americano Richard F. Boyce al secretario de Es tado, "Repatriation of Mexicans through Laredo, Texas", 8 de enero de 1931, na.rg. 59, Department of State, exp. 311.1215/18. V?anse las ex plicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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CAMILLE GUERIN-GONZ?LES

ron inmigrantes mexicanos de casi todos los estados de la Uni?n. La mayor parte de los 21 706 que cruzaron la fronte ra entre el 1 de julio y el 31 de diciembre de 1930 anotaron a Texas como su ?ltimo lugar de residencia, pero 40% asen taron nombres de estados de la regi?n central del norte: Illi

nois, Michigan, Indiana, Iowa, Kansas, Missouri, Nebras ka, Ohio, Pennsylvania, las Dakotas y Wisconsin. Aunque

la mayor?a se?al? ciudades como ?ltimo lugar de residencia, Boyce pensaba que 25% eran trabajadores del campo que vi v?an parte del a?o en las ciudades. Cre?a que solamente la mitad resid?a de manera temporal o permanente en ciuda des. Basaba su opini?n en conversaciones con miles de per sonas que solicitaban visa, observaciones de residentes mexi canos en Texas, y los art?culos escritos por Paul S. Taylor que hab?a le?do.2 Para enero de 1931, el porcentaje de repatriados que de claraba Texas y otros estados del Viejo Sur como su ?ltimo lugar de residencia hab?a aumentado considerablemente, con la baja proporcional en el porcentaje de los de los estados del norte. Boyce pensaba que ?ste era un fen?meno estacional. Los que deseaban salir del norte lo hicieron en los primeros meses del invierno para escapar de los rigores de los meses de fr?o en esa regi?n.3

En 1929 volvieron a su pa?s 79 000 mexicanos. Otros

70 000 lo hicieron en 1930; el mayor n?mero retorn? en 1931,

124 999, de acuerdo con las estad?sticas del Servicio Mexica no de Migraci?n. De ?stos, 75 849 eran varones y 49 142, mujeres.4 El c?nsul americano en Matamoros, Tamaulipas, inform? que los repatriados "parecen gitanos, porque gene ralmente regresan ya sea en carretones o en autom?viles des 2 na.rg. 59, Department of State, exp. 311.1215/18, 8 de enero de

1931.

3 na.rg. 59, Department of State, exp. 311.1215/50, 16 de febrero de

1931.

4 Departamento Nacional de Estad?stica, M?xico, Robert E. Cum mings, Capt. Inf. dol, Agregado Militar Interino al Jefe de Personal,

Depto. de Inteligencia, Departamento de Guerra, na.rg. 59, exp.

311.1215/42; Thomas J. Maleady, vicec?nsul, ciudad de M?xico, na.rg. 59, exp. 31.1215/33. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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tartalados, cargados de ni?os, muebles y animales dom?sti cos" . Calculaba que 1 500 hab?an salido por el puerto de

Brownsville, Texas, durante los meses de julio, agosto y sep tiembre de 1931, 770 en grupos familiares y un n?mero igual

de "trabajadores flotantes", es decir, varones sin familia o

equipaje.5

Para los pueblos y ciudades fronterizos del norte de M?xi co, result? dif?cil acomodar al gran n?mero de repatriados que llegaron, ya fuera con la intenci?n de establecerse en es tas ?reas o de permanecer en ellas durante unos d?as o sema nas para ganar suficiente dinero y continuar su viaje. La so ciedad local de caridad de Saltillo proporcion? comida a los repatriados. Hab?a, de acuerdo con el c?nsul americano en esa ciudad, un "deseo muy notable de parte de las autorida

des municipales. . . de apresurar su salida. . ." Menciona

ba que los repatriados en Monterrey, a 60 millas al noreste de Saltillo, se quejaban del trato poco caritativo que reci

b?an.6 Una organizaci?n de caridad manejada por promi

nentes mujeres mexicanas de la localidad, Monterrey, hizo lo que pudo para ayudar a los repatriados, pero estaba limi tada por su carencia de fondos.7 A principios de noviembre de 1931 lleg? a Monterrey un grupo de repatriados que inclu?a 28 hombres, mujeres y ni ?os en cinco camiones. Hab?an viajado por la carretera na cional de Laredo, de Waco, Texas, con sus muebles, ropa, implementos agr?colas y "todo lo que pod?an llevar consigo".

Acamparon en un terreno bald?o frente al del Union Station en Monterrey, donde los curiosos y las personas que pasa ban por all? los rodeaban y les hac?an preguntas sobre su via je, lugar de d?nde ven?an y las penalidades que hab?an sufri do. Todos eran agricultores residentes en Waco por muchos a?os, de acuerdo con un vocero del grupo, y regresaban a causa de la depresi?n. Permanecieron en Monterrey el tiem po suficiente para descansar y despu?s continuaron a Victo 5 17 de octubre de 1931, na.rg. 59, exp. 311.1215/25. 6 Samuel Sokobin, c?nsul en Saltillo, Coahuila, 5 de noviembre de 1931, na.rg. 59, exp. 311.1215/26. 7 Edward I. Nathan, c?nsul en Monterrey, al secretario de Estado, 12 de noviembre de 1931, nars, na.rg. 59, exp. 311.1215/27.

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r?a, Tamaulipas, donde esperaban dedicarse a la agricultura.8 El n?mero de repatriados que entr? en Monterrey aument? a medida que pasaba el mes. El Porvenir, peri?dico local, in

form? que mil hombres, mujeres y ni?os, muchos de los cuales estaban en la miseria y vest?an harapos, hab?an llegado el d?a anterior. Los fondos donados por el gobernador, la C?mara de Comercio y particulares para proporcionar a esta gente comida y boletos de ferrocarril estaban agotados, y la orga nizaci?n local de caridad hab?a pedido al gobierno mexicano que proporcionara a los repatriados pasaje gratis, ya que otros mil repatriados ven?an en camino de Laredo y se les espera ba en cualquier momento. El gobierno respondi? inmediata mente por tel?fono y autoriz? a los ferrocarriles que les die ran boleto gratis.9 En Nuevo Laredo, Tamaulipas, entre 400 y 500 repatria dos se juntaron en la aduana, en salas de espera y corredo res, enfrente de la oficina de migraci?n y en otros lugares p? blicos, con la esperanza de obtener transporte y ayuda para ir al interior. Las autoridades de migraci?n se pusieron en contacto con la Secretar?a de Gobernaci?n pidiendo que los Ferrocarriles Nacionales de M?xico proporcionaran uno o dos carros para llevar a esta gente a su destino final.10

La repatriaci?n a trav?s de Nuevo Laredo continu? du

rante 1931 y 1932. En 1931 pasaron 47 314 repatriados; otros 25 939 entraron a M?xico por este punto. Varios carros de ferrocarril repletos de mexicanos desempleados, de paso ha cia el interior de M?xico, llegaron a Nuevo Laredo en 1932; eran trabajadores procedentes de Chicago, Detroit, Gary (In diana) y otras ciudades del este y oeste central.11 8 El Porvenir, 2 de noviembre de 1931, recorte en nars, na.rg. 59, exp.

311.1215/27.

9 El Porvenir, 12 de noviembre de 1931, recortes en na.rg. 59, exp. 311.1215/27, Eduard I. Nathan, consul en Monterrey, 12 de noviembre de 1931, na.rg. 59, exp. 311.1215/27, El Porvenir, 15 de noviembre de 1931, recorte en na.rg. 59, exp. 311.1215/29. 10 El Porvenir, 12 de noviembre de 1931, recorte en na.rg. 59, exp.

311.1215/27.

11 Romeyn Wormuth, c?nsul, al secretario de Estado, na.rg. 59, exp.

311.1215/37.

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repatriaci?n de familias

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Durante 1931, 35 417 repatriados entraron a M?xico por Ciudad Ju?rez, en tren, autom?vil y a pie. Casi todos fueron al interior a zonas que hab?an declarado como su lugar de origen cuando se registraron en el Servicio Mexicano de Mi graci?n. A fines de ese a?o 500 repatriados permanecieron

en Ciudad Ju?rez.

De acuerdo con el c?nsul americano en esa ciudad, la ma

yor parte de ellos pudo mantenerse sin ayuda del gobierno.12

El vicec?nsul americano en la ciudad de M?xico inform? al secretario de Estado que 15 000 repatriados hab?an entra do mensualmente a M?xico durante los meses de agosto a di ciembre de 1931. "A pesar de este tremendo flujo, los repa triados han sido satisfactoriamente asimilados al pa?s con un m?nimo de fricci?n", escribi?.13 Para poder financiar el gas to de transportar y alimentar a los repatriados, el gobierno mexicano promulg? una ley que ordenaba el registro de to dos los extranjeros residentes en M?xico y el pago de una cuota

de 10 pesos o 3.50 d?lares.

Tanto el c?nsul mexicano como el americano y los inmi grantes que regresaban a M?xico, daban como raz?n m?s im portante para la repatriaci?n la depresi?n econ?mica en Es tados Unidos y el desempleo.14 Para unos doce millones y medio de trabajadores hab?a sido imposible encontrar traba jo en 1931.15 Durante el mismo a?o, el Departamento de In migraci?n deport? al mayor n?mero de extranjeros en su his

toria, de los cuales casi la mitad eran mexicanos.16 Estos

acontecimientos estaban estrechamente relacionados entre s?.

Los funcionarios de gobierno, tanto a nivel federal como lo 12 Willian P. Blocker, c?nsul, al secretario de Estado, 2 de enero de 1932, na.rg. exp. 311.1215/30. 13 John Stockton Littel, vicec?nsul, ciudad de M?xico, al secretario de Estado, 26 de abril de 1932, na.rg, 59, exp. 311.1215/32. 14 Informes de c?nsules americanos al secretario de Estado, na.rg. 59, exp. 311.1215. Cartas e informes de c?nsules mexicanos, arem, expedien

tes de "Repatriaci?n".

15 Statiscal Abstract, 1931, p. 365.

16 8 335 mexicanos fueron deportados en el a?o fiscal que terminaba el 30 de julio de 1930. Comisario General de Inmigraci?n de los Estados Unidos, Informe Anual, a?o fiscal que termin? el 30 de junio de 1931,

pp. 182-183, tabla 56.

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cal, buscaban maneras de reducir los efectos de la depresi?n expulsando extranjeros. El secretario de Trabajo, William N. Doak, pensaba que los extranjeros en Estados Unidos le quitaban empleos a los ciudadanos nacionales. En 1931 orden? a los agentes del De partamento de Inmigraci?n, que estaba bajo la jurisdicci?n del Departamento de Trabajo, localizar y deportar a todos los extranjeros que se encontraran ilegalmente en el pa?s, cuyo

n?mero estimaba en m?s de 400 000. Doak, un abierto opo sitor a las huelgas, a pesar de haber sido presidente de una de las Big Four Railroad Unions antes de que se le nombra ra jefe del Departamento de Trabajo, orden? a los agentes federales que arrestaran y encarcelaran a huelguistas sospe chosos de ser extranjeros. Los oficiales encargados de cum plir la disposici?n rara vez presentaban una orden de apre hensi?n.17 A principios de febrero, veinte agentes y diez polic?as de Nueva York obstruyeron todas las salidas de un baile de la Finnish Workers Education Association de la ciudad de Nueva York. Exigieron a cada uno de los mil participantes atrapa dos que mostrara prueba de ser ciudadano o de residir legal mente en el pa?s. S?lo 18 personas no pudieron comprobar su derecho a permanecer en Estados Unidos; los oficiales los remitieron a Ellis Island para ser deportados. Cuando se les critic? por sus m?todos, Doak contest?: "Si se nos quitan los salones de baile, hogares, misiones y hospitales, ?d?nde su

ponen que podamos hallar a estos sujetos para deportar

los?"18 La Comisi?n Wickersham examin? la aplicaci?n de las leyes de deportaci?n de Estados Unidos y concluy? que "para imponer las leyes de deportaci?n una agencia del go bierno de Estados Unidos act?a como investigador, fiscal y juez, con poderes desp?ticos. Bajo el presente sistema, no so lamente se ha entorpecido el cumplimiento de la ley, sino que

han resultado graves abusos y sufrimientos innecesarios".19 17 Robert S. Allen, "One of Mr. Hoover's Friends", en American Mer cury, 35 (enero de 1932), p. 54. 18 Gardner Jackson, "Doak the Deportation Chief, en The Nation (18 de marzo de 1931), pp. 295-296. 19 National Commission on Law Observance, 1931, p. 177.

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repatriaci?n de familias

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Un subcomit? del Colegio de Abogados de Los Angeles cubri? dichos abusos en las diligencias de deportaci?n ?rea de la ciudad. Tambi?n descubrieron que era com?

los agentes de inmigraci?n arrestaran y encarcelaran a los

tranjeros sin orden de aprehensi?n y documentaron cas que los agentes federales violaban las libertades civiles d extranjeros. En una ocasi?n, los agentes dispararon co un agricultor que tra?a las manos esposadas y lo hirier el brazo porque trataba de huir. No llevaban orden de hensi?n en su contra, y no se expidi? una hasta diez d?a pu?s de haberle encarcelado.20 La deportaci?n por s? sola no logr? el ?xodo masivo Doak esperaba. El Departamento de Inmigraci?n deport lamente a 18 142 de los 400 000 ilegales que Doak afir resid?an en el pa?s,21 y mientras esto apenas signific aumento en la actividad del Departamento respecto a anteriores, fall? como m?todo de expulsar a gran n?me extranjeros. La CAMPA?A DE REPATRIACI?N

La repatriaci?n espont?nea y organizada tuvo mucho m? to: entre 1929 y 1939 cerca de medio mill?n de person li? de Estados Unidos.22 Los repatriados incluyeron ciu nos nacidos en Estados Unidos y naturalizados, junto co n?mero indeterminado de extranjeros ilegales.

Charles P. Visel, director del Comit? de Ciudadan Los Angeles para la Coordinaci?n de Asistencia a Desem dos, us? una variante de la idea de Doak de consegui

pleos para los nativos, expulsando extranjeros, e inici? un ?

do masivo de mexicanos que salieron de Los Angel

M?xico. El 6 de enero de 1931, Visel envi? un telegram

20 "The Deportation Terror", en The New Republic (13 de ene

1932), p. 232.

21 Comisionado General de los Estados Unidos, Informe Anual, 1931,

p. 35.

22 U.S. Mexican Migration Service Statistics, na.rg. 59, exp.

811.111/59, 80, 99, 122, 141, 142.

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coronel Arthur M. Woods, Coordinador de Asistencia a Des empleados, indicando haber le?do en los peri?dicos noticias sobre c?mo pod?a usar el mismo m?todo para expulsar a los

20 000 extranjeros ilegales que calculaba hab?a en Los ?n

geles.23 Al d?a siguiente escribi? al Comit? del Crimen y De

sempleo de la C?mara de Comercio de la ciudad, diciendo

que los extranjeros susceptibles de deportaci?n comet?an un delito al permanecer en Estados Unidos y que "ser?a un gran alivio a la situaci?n de desempleo si se pudiera encontrar un medio de atemorizar a esta gente para que salga de nuestra

ciudad".24

Para el d?a 11, Visel hab?a encontrado el m?todo. Mand? un telegrama al secretario de Trabajo, Doak, redactado en forma cuidadosa, en el cual daba a entender haber dispuesto que agentes de inmigraci?n de San Francisco, San Diego y Nogales, llegaran a Los Angeles en diez d?as. Su plan era, seg?n sus propias palabras, "asustar a miles de extranjeros suceptibles de deportaci?n para que salgan de este conda do. . ." Continu? apremiando a Doak para que telegrafiara a Walter E. Carr, director de Inmigraci?n del condado de Los Angeles, para que ayudara a apresurar el procedimiento de deportaci?n.25 El secretario de Trabajo aconsej? a Visel proceder con el plan tan pronto como fuera posible y le dio las gracias por su mensaje.26 El plan de Visel, que inmediatamente puso en ejecuci?n, fue anunciar p?blicamente que los agentes de inmigraci?n ha r?an redadas de extranjeros deportables y que la polic?a de la ciudad y el alguacil del condado hab?an arrestado a varios extranjeros "prominentes", sujetos a deportaci?n. Espera ba que "un ej?rcito de extranjeros, motivado por el miedo, saldr?a en cuanto aparecieran esos anuncios y que esto libe 23 C.P. Visel al coronel Arthur M. Woods, 6 de enero de 1931, CC,

Caja 80.

24 C.P. Visel al Comit? sobre Crimen y Desempleo, C?mara de Co mercio de Los Angeles, 7 de enero de 1931, CC, Caja 80. 25 C.P. Visel al secretario del Trabajo Doak, 11 de enero de 1931, CC,

Caja 80.

26 Secretario del Trabajo, Doak, a C.P. Visel, 12 de enero de 1931,

CC, Caja 80.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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rar?a empleos para ciudadanos desempleados".27 Visel le pi di? al coronel Woods su "cooperaci?n agresiva" en lo que

llamaba "una medida importante para aliviar el desempleo". Le inform? que sus comunicados de prensa aparecer?an en todos los peri?dicos de Los Angeles el 24 de enero, incluyen do diarios en lenguas extranjeras, y que esperaba que esto mover?a a miles de extranjeros a salir del pa?s.28 Visel con ced?a que muchos de los extranjeros susceptibles de deporta ci?n, a quienes dirig?a su campa?a, eran inmigrantes mexi canos, pero sosten?a que no se har?a excepci?n a ninguna nacionalidad para la expulsi?n.29 Sin embargo, algunos peri?dicos que publicaron los avi sos insinuaban que todos los mexicanos ser?an deportados.30 Como resultado, el p?nico se extendi? por toda la comuni

dad mexicano-americana. De acuerdo con George P. Cle

ments, gerente general del Departamento de Agricultura de la C?mara de Comercio de Los Angeles, muchos padres me xicanos sacaron a sus hijos de las escuelas, porque cre?an que muy pronto ser?an deportados. Otros, que ten?an propieda des en Los Angeles, se comunicaron con las oficinas de go bierno de la ciudad y el consulado mexicano para tratar de determinar qu? pasar?a con sus casas y otras propiedades. Cle ments, en un memor?ndum al secretario y gerente general de la C?mara de Comercio de Los Angeles, L.G. Arnoll, se ?alaba que muchos de los mexicanos en el ?rea eran due?os

de alguna propiedad o la estaban pagando y ahora tem?an

que no recuperar?an nada de sus inversiones si se les forzaba a salir de Estados Unidos.31 Esto lo confirma un informe de

Thomas J. Maleady, vicec?nsul americano en la ciudad de M?xico al secretario de Estado, en el que se menciona que algunos mexicanos que pose?an propiedades en Estados Uni 27 "Plan de Viser', copia de documentos en CC, Caja 80. 28 C.P. Visel al coronel Arthur M. Woods, 19 de enero de 1931, CC,

Caja 80.

29 Comunicado de prensa, 24 de enero de 1931, CC, Caja 80. 30 Memor?ndum a W.G. Arnoll de George P. Clements, 31 de enero

de 1931, CC, Caja 80.

80.

31 George P. Clements a W.G. Arnoll, 31 de enero de 1931, CC, Caja

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dos se hab?an puesto en contacto con ciudadanos americanos en M?xico para sondear la posibilidad de hacer intercambio de propiedades. Algunos americanos se interesaron en esa pro posici?n, inform? Maleady, porque cre?an que el gobierno mexicano, con apoyo en las leyes de Reforma Agraria, pod?a confiscar sus tierras.32

La campa?a de Visel para "espantar" a miles de mexica

nos a fin de que salieran de Los Angeles result? un ?xito abru mador, principalmente porque se llev? a cabo al mismo tiempo

que una campa?a del Departamento de Caridad P?blica de

Los Angeles para inducir a los mexicanos indigentes a volver

a M?xico, como recurso para aliviar la carga de asistencia

p?blica del condado. En 1928, el condado de Los Angeles ayu

d? a 3 248 mexicanos, o sea 24.5% de las 13 261 personas que formaron el total de quienes recibieron ayuda.33 La Agencia Cat?lica de Beneficencia contribuy? a mantener a otras 471 familias, unos 2 105 individuos, o sea un poco m?s de la cuarta parte de las 1 828 familias a las que la Agencia ayud? en los primeros seis meses de 1928.34 En 1930 hab?a aproximadamente 10 000 mexicanos que recib?an ayuda ca ritativa en el condado de Los ?ngeles.35 El Departamento de Caridad del condado organiz? el retorno de grupos de indi gentes mexicanos en trenes especiales del ferrocarril Southern

Pacific. El condado pagar?a los pasajes hasta el destino fi nal.36 Quienes no pod?an comprobar su situaci?n legal eran entregados a funcionarios de inmigraci?n para su deporta ci?n a expensas del gobierno federal. El primer tren de repatriados sali? de Los Angeles el 23 de marzo de 1931, casi al mismo tiempo que comenzaba la cruzada de deportaci?n de Visel.37 Entre el 23 de marzo de 1931 y el 5 de abril de 1934, las agencias de asistencia p?bli ca en el condado de Los Angeles enviaron a 13 332 mexica

32 Thomas J. Maleady, vicec?nsul, ciudad de M?xico, al secretario de Estado, 12 de mayo de 1932, na.rg. 59, exp. 311.1215/33. 33 Mexicans in California, p. 192, tabla 16. 34 Mexicans in California, 1930, tabla 17A. 35 Hoffman, 1974, p. 86. 36 Hoffman, 1974, p. 93. 37 Hoffman, 1974, p. 87.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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nos a M?xico.38 Por varias razones el consulado mexicano cooper? en forma total con este programa: el gobierno mexi cano era sensible a las consecuencias del ?xodo en masa de trabajadores del pa?s que ocurr?a desde principios de siglo; los partidarios de la industrializaci?n se alarmaron por la men

gua de mano de obra que la emigraci?n representaba; ade m?s, esta emigraci?n en gran escala era especialmente ver gonzosa para el nuevo gobierno, que luchaba por atenuar las injusticias econ?micas causadas por la salida de los mexi canos.39

El PROCESO DE REPATRIACI?N

La repatriaci?n como medio para retirar a los indigentes me xicanos de las n?minas de asistencia p?blica, se extendi? por todo el estado y el pa?s durante el a?o de 1931. En San Ber nardino, California, el consulado mexicano coordin? la re patriaci?n de mexicanos de los condados de San Bernardino y Riverside. El primer grupo de mexicanos sali? de San Ber nardino el 22 de abril de 1931: 62 familias, 23 solteros y una soltera viajaron en el ferrocarril Southern Pacific a Ciudad Ju?rez donde transbordaron a trenes de los Ferrocarriles Na cionales de M?xico para emprender viaje a sus destinos fina les.40 El 10 de mayo, el segundo tren con repatriados sali? de San Bernardino con 67 famililas, 13 solteros y tres solte ras. La mayor parte de estos repatriados viajaba a pueblos y poblados peque?os en los estados del norte, como Duran go, Guanajuato, Jalisco y Michoac?n.41 A los mexicanos que recib?an asistencia p?blica en los condados de Riverside y San Bernardino, as? como en otros que hab?an agotado sus recursos

financieros, se les repatri? a trav?s del consulado en San Ber

38 Hoffman, 1974, p. 172, Ap?ndice C. 39 Carreras de Velasco, 1974, hace un an?lisis del papel del gobierno mexicano en la repatriaci?n de inmigrantes mexicanos. 40 Telegrama a sre de Armando Alatorre, c?nsul mexicano en San Ber nardino, California, 23 de abril de 1931, arem, exp. iv-362-46, p. 1. 41 Telegrama a sre de Alatorre, 11 de mayo de 1931, y listas de repa triaci?n, arem, exp. ?v-362-46, pp. 12-20. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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nardino. Ambos condados y el Comit? Mexicano de Benefi cencia pagaron los pasajes de los primeros cinco grupos de repatriados.42 El 21 de junio de 1931, el Departamento de Caridad del Condado de Riverside vot? porque se pagara el pasaje a 150 familias de indigentes mexicanos (aproximadamente 750 per sonas) a El Paso. Un mes despu?s, el condado aument? el n?mero a 200 familias43 que salieron de San Bernardino el 22 de julio.44 El gobierno mexicano acept? pagar el pasaje a los lugares de destino final para ?ste y todos los grupos sub secuentes.

Los primeros trenes con repatriados a bordo salieron a la media noche.45 En promedio, un tren sali? mensualmente de San Bernardino desde abril de 1931 hasta febrero de 1933, transportando de 150 a 400 repatriados y sus pertenencias. Los trenes iban a Ciudad Ju?rez o a Nogales, donde desem

barcaban los repatriados. Unos cuantos se quedaban en la frontera y trataban de encontrar trabajo, pero la mayor?a con

tinuaba el viaje a lugares del interior. El gobierno mexicano hizo un esfuerzo por mandar a los repatriados a las regiones de las que hab?an salido originalmente.46 Los pasajeros, la mayor parte de los cuales iban en grupos familiares, llevaban con ellos lo que pod?an salvar de sus ca sas en Estados Unidos. Su equipaje inclu?a m?quinas de co ser, radios, m?quinas de escribir, camas y colchones, sillas

de ruedas, libros, cochecitos para ni?os, bicicletas y rifles. Para

su consternaci?n algunos viajeros descubrieron que se hab?an excedido en el peso de equipaje que se les permit?a llevar y que por tanto deb?an abandonar sus pertenencias. El c?nsul mexicano en San Bernardino inform? a sus superiores en la ciudad de M?xico sobre este problema y el gobierno respon di? ordenando a los Ferrocarriles Nacionales aumentar el ex ceso de equipaje que se les permit?a llevar sin costo a los pa 42 arem, exp. iv-362-46, p. 84. 43 Telegrama a sre de Alatorre, 21 de junio de 1931 y 22 de julio de 1931, arem, exp. iv-362-46, pp. 29-32. 44 Lista de repatriaci?n, arem, exp. iv-362-46, p. 56. 45 Telegrama a sre de Alatorre, arem, exp. iv-362-46, p. 33. 46 arem, exp. iv-362-46.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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sajeros desde la frontera mexicana a sus lugares de destino en el interior.47 En total, entre abril de 1931 y febrero de 1933, 3 492 me xicanos salieron del condado de San Bernardino en los tre nes para repatriados; entre ellos hab?a cinco deportados. La

mayor parte sali? en 1931, en el punto m?ximo del movimien

to formal de repatriaci?n. Casi la mitad viajaba en grupos familiares, compuestos de cinco a trece personas, incluyendo jefes de familia, esposas, hijos, padres, abuelos, hermanos y otros parientes. M?s del 40% de los repatriados ten?a menos de doce a?os de edad y viajaba con familias. S?lo unos cuan tos hombres y mujeres viajaban solos. De un total de 3 487, s?lo 423 no iban acompa?ados. Esto pudo deberse a que las familias dependientes pudieron demostrar m?s f?cilmente su incapacidad para pagar pasaje completo, que los que no te n?an dependientes. El consulado mexicano requer?a que los repatriados comprobaran necesidad econ?mica para poder ob tener boletos con descuento o gratuitos en trenes especiales para repatriados.48 El gobierno mexicano tom? inter?s activo en las necesida des de los repatriados. Los departamentos de Transporte, Aduana y Salubridad coordinaron sus esfuerzos para cuidar y transportar a mucha gente al interior. En un caso, ocho re patriados con enfermedades graves (tuberculosis y s?filis) lle garon a Ciudad Ju?rez y los funcionarios mexicanos de salu bridad los recibieron y atendieron.49 Las autoridades mexicanas, tanto las consulares allende la frontera como las superiores en la ciudad de M?xico, hicie ron todo lo que estuvo a su alcance para atender las solicitu

des de ayuda; como por ejemplo, con la repatriaci?n de la se?ora Refugio Garc?a de Morales, viuda con cuatro hijos, residente en San Bernardino.50 47 Cartas de los Ferrocarriles Nacionales de M?xico a sre, 31 de di ciembre de 1931, AREM, exp. rv-362-46, pp. 197, 203, 205. 48 Ap?ndice, tablas 1-7; Informe del Departamento de Gobernaci?n a sre, 22 de enero de 1932, arem, exp. iv-362-46, pp. 217, 218. 49 Informe a sre, 24 de mayo de 1933, arem, exp. iv-362-46, p. 289. 50 Departamento Consular al C. c?nsul de M?xico, Los Angeles, 12 de enero de 1932, arem, exp. iv-357-13, p. 649; Fernando Alatorre, con This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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La repatriaci?n de mexicanos indigentes del condado de San Diego sigui? un curso similar al de los condados de San Bernardino y Riverside. Las organizaciones de caridad coo peraron con el consulado mexicano, organizando el transporte

de mexicanos que solicitaban ayuda, a quienes el personal de las agencias de asistencia p?blica persuad?an de que salieran de Estados Unidos. Enrique Ferreira, c?nsul mexicano en San Diego, inform? a principios de abril de 1931 que muchos in migrantes mexicanos ped?an ayuda econ?mica para regresar a M?xico. La mayor?a, escribi? Ferreira, eran de la clase tra bajadora; muchos no hab?an podido encontrar trabajo desde hac?a cuatro o cinco meses y, por lo tanto, carec?an de recur sos para pagar su pasaje. Ferreira mencion? estar enterado de que el gobierno mexicano hab?a ayudado a otros a volver a M?xico y ped?a informes oficiales sobre el programa de re patriaci?n que se hab?a organizado en Los Angeles.51 En junio, Ferreira pidi? al gobierno mexicano exonerar a los repatriados del pago de los diez pesos por el Certificado de Residencia. La preocupaci?n del gobierno mexicano por las necesidades de sus ciudadanos en Estados Unidos es evi dente por la urgencia con la que trat? problemas como ?ste. La Secretar?a de Relaciones Exteriores respondi? sin demo ra a Ferreira con una carta "urgente" por correo a?reo di ciendo que el asunto se resolver?a en unos d?as y que se noti ficar?a por telegrama.52 La Secretar?a de Hacienda le notific? diez d?as m?s tarde que la cuota se suspender?a para los re patriados.53 Al mes siguiente, el c?nsul Ferreira inform? a la Secreta r?a de Relaciones Exteriores que un representante de la Co

misi?n de Asistencia P?blica del condado de San Diego se hab?a puesto en contacto con ?l para discutir la posibilidad sul mexicano en San Bernardino a sre, 22 de abril de 1932, arem, exp. iv-367-13. 51 Telegrama del c?nsul Enrique Ferreira a sre, 22 de abril de 1931, arem, exp. iv-360-38, p. 1. 52 Telegrama de Ferreira a sre, 24 de junio de 1931, arem, exp. iv-360

38, pp. 4-5.

53 Telegrama de sre a Ferreira, 27 de junio de 1931, arem, exp. vi-360

38, p. 7.

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de que el gobierno mexicano contribuyera a los gastos de re patriaci?n de los mexicanos pobres. El representante del con dado, Arthur M. Louch, se interesaba particularmente en la repatriaci?n de quienes hab?an recibido asistencia p?blica du rante varios a?os. Louch hizo hincapi? en que el distrito no tratar?a de forzar a los mexicanos a que se fueran, pero que como ?stos sufr?an m?s que otros grupos a causa del desem pleo, la Comisi?n tem?a que siguieran siendo una carga en su programa de asistencia p?blica en los a?os venideros.54

La Comisi?n de Asistencia P?blica del condado de San Die go, inform? a Ferreira haber ordenado un estudio para de terminar cu?ntas familias mexicanas quer?an repatriarse, lo que esto costar?a y cu?ntos carros de los ferrocarriles South ern Pacific, Santa Fe, San Diego y Arizona se necesitar?an.55

El 10 de agosto de 1931, Louch y L.D. Carrol, el agente del Fleet and Passage del Southern Pacific Lines, fueron a ver al c?nsul Ferreira para informarle que el proyecto de re patriar mexicanos indigentes hab?a sido aprobado y que el tren con el primer grupo saldr?a la siguiente semana. Ferrei ra declar? que muchas de las 35 familias incluidas en este gru

po lo hab?an visitado para pedirle ayuda.56 El 16 de agosto comenz? la repatriaci?n formal desde San Diego, bajo los aus picios de las agencias de asistencia p?blica de los condados de San Diego y Los Angeles. Las 35 familias de San Diego viajaron a Nilan, en Condado Imperial, donde se les uni? un contingente del condado de Los Angeles. Ferreira escri bi? a la Secretar?a de Relaciones que los repatriados estaban ''en una situaci?n econ?mica verdaderamente dif?cil".57 El siguiente grupo sali? en octubre. En total, 2 040 mexicanos participaron en la repatriaci?n formal de San Diego, casi la mitad, 928 se fueron a Baja Ca lifornia y m?s del 70% a los estados fronterizos de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Coahuila. Solamente un 15% fue a los 54 Informes de Ferreira a sre, 17 y 31 de julio de 1931, arem, exp. iv

360-38, pp. 24-29.

55 arem, exp. iv-360-38, p. 25. 56 Ferreira a sre, 10 de agosto de 1931, exp. iv-360-38, p. 31. 57 arem, exp. iv-360-38, p. 36.

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estados del norte: Durango, Jalisco, Michoac?n, Guanajua to y Zacatecas. La Comisi?n de Asistencia P?blica del condado de San Die go proyect? m?s viajes de repatriaci?n para 1932, pero nece sitaba que el gobierno mexicano le asegurara que continua r?a pagando el pasaje a puntos de destino en el interior. Armando C. Amador, c?nsul mexicano en San Diego, pre sent? un plan que reducir?a el gasto de transportar a los re patriados hacia el sur. El 4 de marzo de 1932, Amador asis ti? a un almuerzo para oficiales del barco de guerra mexicano "Progreso". El mismo d?a, Amador le inform? al embaja dor mexicano en Washington que el barco llevar?a 800 repa triados a Topolobampo, Sinaloa. Los pasajeros continuar?an despu?s hacia el interior por ferrocarril. Amador aparente mente no hab?a recibido aprobaci?n oficial de la Secretar?a de Relaciones Exteriores de utilizar el barco para transpor tar repatriados, porque el 17 de marzo mand? un mensaje telegr?fico a la Secretar?a, sugiriendo que se empleara el "Pro

greso" para repatriar a los mexicanos. Se?al? que el navio podr?a conducir 800 pasajeros con un costo de 30 centavos oro por d?a (240 pesos). Estimaba que el barco tardar?a diez d?as en llegar a su destino, de manera que el costo ser?a de $2 400 m?s $2 500 para combustible. Inform? que de Los ?n geles viajar?an 600 pasajeros, y 200 m?s esperaban transpor te en San Diego. Concluy? instando al secretario de Relacio

nes Exteriores que le notificara si su plan hab?a sido aprobado

y le enviara instrucciones por telegrama.58 El gobierno mexicano aprob? el plan de Amador, pero no fue puesto en pr?ctica hasta agosto. El gobierno mexicano ofre

ci? tierras en uno de seis estados (Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoac?n y Guanajuato) a los repatriados que via jaran en el "Progreso" y adem?s prometi? ayudarlos a esta blecerse en M?xico.59 Los pasajeros potenciales deb?an llenar una forma indicando el nombre, direcci?n, edad, ocupaci?n y lugar de nacimiento del jefe de familia; los nombres, eda 58 Armando Amador, c?nsul mexicano, San Diego, California, a sre, 17 de marzo de 1932, arem, exp. iv-360-38, p. 32. 59 arem, exp. iv-360-38, p. 122. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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des, y relaci?n familiar de quienes lo acompa?aban; y preci sar a cu?l de los seis estados, en los que se ofrec?a tierras, ir?a

el grupo.60

Aunque algunas personas inicialmente estuvieron de acuer do en viajar en el barco de guerra, muy pocos en realidad lo hicieron. Amador pens? que esto se deb?a a que muchos tem?an viajar por mar. Otros abordaron el barco antes de que estuviera listo para zarpar y se encontraron con que no se hab?a

preparado alojamiento para pasajeros y que las condiciones sanitarias eran muy malas. Muchos de ellos abandonaron el barco sin notificar a las autoridades. Otros, con hijos naci dos en Estados Unidos, cambiaron de opini?n a ?ltima hora respecto a salir del pa?s, esperando que la situaci?n econ?mi ca mejorara. Amador inform? que desconoc?a el n?mero exac to de personas que finalmente viaj? en el ''Progreso". Pero calculaba que fueron menos de 250.61 Un pasajero, Jimeno Hern?ndez, de 14 a?os de edad, es cribi? una carta a su antigua casera, S.F. Holcomb, de San Diego, cont?ndole las experiencias de su familia al ser repa triada a bordo del "Progreso". ?l, sus siete hermanos y her

manas, su madre y su padre salieron a fines de agosto de 1932.

El viaje fue agradable, escribi?. Los problemas surgieron al desembarcar en Manzanillo, donde las autoridades mexica nas de migraci?n informaron a la familia que su equipaje ex ced?a el peso permitido. Pod?an llevar 150 libras de equipaje sin cargo por cada boleto y ten?an cuatro boletos completos y cuatro medio boletos, pero sus pertenencias pesaban m?s de esta cantidad. Se le dijo al padre de Jimeno que deb?a 111 pesos (37 d?lares). No ten?a esta cantidad, y como resultado se oblig? a la familia a que dejara su m?quina de coser, la m?quina de escribir de Jimeno y su bicicleta, las camas de la familia y las herramientas que el padre de Jimeno llevaba consigo.62 La se?ora Holcomb escribi? al c?nsul mexicano en San Die 60 Formulario encontrado en arem, exp. rv-360-38. 61 Informe de sre a Armando C. Amador, 3 de septiembre de 1932, arem, exp. iv-360-38, pp. 118-121. 62 Jimeno Hern?ndez, Aguascalientes, aS.F. Holcomb, Jr., San Die go, 27 de septiembre de 1932, arem, exp. iv-360-38.

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go, inform?ndole del caso. En su carta al c?nsul dec?a que los Hern?ndez fueron sus inquilinos durante muchos a?os en San Diego y esperaba que el consulado pudiera ayudar a la familia.63 El c?nsul pas? esta informaci?n y copias de las car tas de Hern?ndez y Holcomb a las autoridades de la ciudad de M?xico. No existe informaci?n sobre las medidas que el gobierno mexicano tom? para resolver este caso. Los repatriados continuaron viajando a bordo del "Pro greso" en 1932. En junio de 1933, 257 salieron de San Die go para Mazatl?n y Manzanillo.64 Muchos m?s viajaron por tren. Los registros de repatriaci?n llevados por los c?nsules mexicanos en San Diego conten?an los nombres de los jefes de familia, n?mero de personas que viajaban juntas en un grupo, su destino, y muy poco m?s. La mayor parte eran re patriados, aunque 127 deportados tomaron parte en el pro

grama.

De los 739 que indicaron su condici?n, 133 eran mujeres y 606, varones. Solamente 131 de los 2 040 repatriados y de portados dieron sus edades. Esto demuestra la ausencia de procedimientos uniformes de los consulados mexicanos para tratar la repatriaci?n. El gobierno mexicano actu? tan r?pi da y concienzudamente como fue posible dentro de las cir cunstancias. M?xico tambi?n sent?a los efectos de la depre si?n econ?mica mundial en 1931. Se enfrentaba a un movi miento de inmigraci?n nativa que presentaba tres facetas di ferentes: repatriaci?n espont?nea, deportaci?n, y repatriaci?n

organizada por las agencias de asistencia p?blica de los dife rentes condados en Estados Unidos. Es posible sacar de las estad?sticas de repatriaci?n reuni das por el gobierno mexicano, el siguiente perfil de los inmi grantes mexicanos que participaron en la repatriaci?n formal

en los condados de San Bernardino, Riverside y San Die

go: la mayor parte de ellos viajaba en grupos familiares de m?s de tres personas, encabezados por hombres de entre 30 63 S.F. Holcomb, Jr., San Diego, al consul mexicano en San Diego, 11 de octubre de 1932, ambos en arem, exp. iv-360-38, p. 156. Telegrama de Los Angeles a sre, 1 de junio de 1933, arem, exp. iv

360-38, p. 166.

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y 40 a?os de edad. La mayor?a de las esposas ten?a de 20 a 30 a?os. M?s de la mitad de los repatriados eran ni?os y casi las dos terceras partes de los ni?os que viajaban con el jefe de familia ten?an menos de diez a?os de edad. Pocas familias numerosas participaron en la repatriaci?n formal, lo que qui z?s refleja la organizaci?n familiar de los inmigrantes esta blecidos.65 La mayor?a de los repatriados fueron a estados de la regi?n del norte de M?xico: Durango, Guanajuato, Jalis co, Michoac?n y Zacatecas, que fueron las entidades de don de se origin? la mayor parte de la emigraci?n. Las estad?sti cas de San Diego van contra esta tendencia, ya que m?s de la mitad de los inmigrantes fueron a los estados fronterizos.

Es muy posible, dada la pol?tica del gobierno mexicano de desplazar repatriados al interior, que los lugares de destino anotados eran puntos de transbordo m?s que destinos finales.

Las agencias de asistencia p?blica en varias localidades del pa?s organizaron grupos de mexicanos que iban a ser repa triados. Paul S. Taylor estima que 18 520 mexicanos fueron repatriados de Arizona entre 1930 y 1932,66 m?s del 16% de la poblaci?n mexicana de Arizona en 1930.67 Aproximada mente, 1 800 salieron de East Chicago, Indiana, en 1932, y otros 1 500 de Gary, Indiana.68 Los consulados mexicanos de por lo menos diez estados, manten?an correspondencia con la Secretar?a de Relaciones Exteriores en la ciudad de M?xico sobre programas de repa triaci?n que se proyectaban o que ya estaban operando en sus jurisdicciones. Las comunidades representadas en esta co rrespondencia incluyen ciudades como Nueva Orleans, Nueva York, Boston, Salt Lake City, Oklahoma City, Laredo, Fresno y Bisbee. En Detroit el Comit? Pro Repatriaci?n, pidi? re patriar familias mexicanas en 1932.69 El mismo a?o, el con 65 Le?n, 1920, encontr? que la familia nuclear prevaleci? entre los in migrantes mexicanos en Texas durante la ?ltima mitad del siglo xix, pp. 107, 128-129, tabla 18. 66 Taylor, 1934. 67 Hoffman, 1974, p. 120. 68 U. S. Bureau of the Census, Fifteenth Census, Population, vol. 2, p. 35,

tabla 11.

69 "Repatriaci?n de mexicanos en Detroit", arem, exp. iv-350-44. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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sulado en Fresno inform? a la Secretar?a sobre repatriados que hab?an salido del ?rea. Tanto el consulado de Galveston como el de Nueva York presentaron informes sobre los que en esa condici?n viajaron a M?xico en vapores propiedad de The American Fruit and Steamship Corporation y la Com

pa??a Mexicana de Petr?leo.70

Reacci?n hacia la repatriaci?n No todos los condados optaron por repatriar a sus mexicanos indigentes. El 12 de mayo de 1931, la C?mara de Comercio de Douglas, Arizona, se reuni? para discutir la posibilidad de repatriar mexicanos que figuraban en sus listas de asis tencia p?blica. Las organizaciones de caridad de Douglas es taban ayudando a 200 familias, aproximadamente 1 000 per sonas, el 90% de las cuales eran mexicanas. De acuerdo con un miembro de la Junta Directiva de la C?mara de Comer cio de Douglas eran inmigrantes legales, muchos de los cua les ten?an hijos que hab?an nacido en Estados Unidos. Los miembros de la Junta se hab?an enterado del programa de repatriaci?n del condado de Los Angeles y se interesaban en aliviar su carga de asistencia p?blica, persuadiendo al mayor n?mero posible de inmigrantes mexicanos para que se mar charan.71

Para el siguiente mes, la Junta Directiva hab?a cambiado de parecer. El Douglas Daily Dispatch inform? que los agricul tores de frutas y legumbres de la localidad tem?an que si se repatriaba del ?rea a los inmigrantes mexicanos faltar?a la mano de obra, como estaba ocurriendo en California del Sur.

"Es posible que la situaci?n se agrave si no fuera por el hecho de que es bastante menos f?cil para los mexicanos entrar en Estados Unidos para buscar empleo de lo que era

70 "Repatriaciones de mexicanos en Galveston", arem, exp. iv-356-15; "Repatriaciones de mexicanos en Nueva York", arem, exp. iv-359-58. 71 Douglas Daily Dispatch, 13 de mayo de 1931, en archivo del Depar tamento de Estado, na.rg. 59, exp. 311.1215/22, Lewis V. Boyle, c?nsul americano en Agua Prieta, M?xico, al secretario de Estado, 13 de mayo de 1931, na.rg. 59, exp. 311.1215/22.

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hace unos a?os", se?al? el periodista. El art?culo conclu?a ma nifestando una verdad trillada sobre la agricultura industrial,

que ya los due?os de granjas de California hab?an expresado

por alg?n tiempo: "Una mano de obra abundante es esen cial para el progreso en tiempos normales". "Necesitamos al mexicano en la agricultura", escribi? George P. Clements, director del Departamento de Agricul tura de la C?mara de Comercio de Los Angeles, que expre saba los sentimientos de la mayor parte de los due?os de gran jas de California. Inst? a que en vez de hostigar a los mexicanos,

tratando de asustarlos para que salieran del pa?s, deb?an ha cerse esfuerzos para conservar el mayor n?mero posible de pobladores locales mexicanos.72 Arthur G. Arnoll, secretario y gerente general de la C?

mara de Comercio hab?a advertido a Visel a principios de 1931 que no "inquietara a todos los pobladores mexicanos mediante

redadas al por mayor".73 El 29 de enero, Arnoll mand? un memor?ndum a Clements expresando su creencia de que el condado podr?a deshacerse de un gran n?mero de mexica nos sin poner en peligro la econom?a agr?cola.74 Menos de un mes despu?s, hab?a cambiado de parecer y describi? los programas de deportaci?n y repatriaci?n como una "conspi raci?n contra la mano de obra en la agricultura, particular mente contra mexicanos". De acuerdo con Arnoll, la expul si?n de mexicanos del condado hab?a despertado el deseo de favorecer a quienes eran ciudadanos por nacimiento sobre los inmigrantes. "La consigna se ha extendido por la ciudad y est? siendo aplicada al pie de la letra: no emplear a un mexi cano mientras haya un hombre blanco sin empleo; regresar a los mexicanos a M?xico sin importar el m?todo que se em plee. Todo esto sin tener en consideraci?n la situaci?n legal en que se hallan", escribi? a Clements. "Es una cuesti?n de pigmento, no una cuesti?n de ciudadan?a o derecho", conti nu?. La principal preocupaci?n de Arnoll no era sobre la cues ti?n moral del prejuicio racial y la discriminaci?n, sino sobre 72 Recorte de peri?dico en CC, Caja 80. 73 Carta de Arnoll a Charles P. Visel, 8 de enero de 1931C7C,, Caja 80.

74 Arnoll a Clements, 29 de enero de 1931, CC, Caja 80.

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el efecto que la situaci?n tendr?a en la agricultura. Tem?a que

a menos de que la C?mara de Comercio pudiera detener la deportaci?n y repatriaci?n de mexicanos, los agricultores del distrito se encontrar?an "desvalidos en lo que se refiere a la

mano de obra agr?cola".75

La C?mara de Comercio trabaj? diligentemente para de tener el ?xodo en masa de inmigrantes mexicanos y form? un Comit? de Inmigraci?n para tratar el problema. El Co mit? se puso en contacto con el c?nsul mexicano en Los An geles, Rafael de la Colina, a fines de abril de 1931 para dis cutir la publicidad en peri?dicos mexicanos sobre los programas

de deportaci?n y repatriaci?n. El Comit? pidi? a De la Coli na que asistiera a su pr?xima junta para discutir "extra?as historias de oposici?n" hacia los mexicanos en Los Angeles publicadas en la prensa mexicana, si en realidad hab?a bases para ellas; y c?mo corregirlas si se llegaba a la conclusi?n de que eran falsas.76 De acuerdo con Eugene Overton, presi dente del Comit? del Puerto y Comercio Exterior de la C? mara de Comercio de Los Angeles, el c?nsul mexicano asis ti? a la junta y prometi? hacer todo lo posible para corregir las historias que circulaban sobre maltrato de inmigrantes me

xicanos en Los Angeles.77 La C?mara de Comercio de esa ciudad se puso en contac to con peri?dicos, estaciones de radio, varios establecimien tos mercantiles y agentes comerciales en M?xico para hacer

el esfuerzo de disipar rumores que pudieran alentar el aumento

en la repatriaci?n. En mayo, la C?mara escribi? a Los Ange les Evening Express y La Opini?n, el peri?dico en espa?ol de la

localidad, pidi?ndoles que no publicaran rumores infunda dos que pudieran "ofender indebidamente los sentimientos de una naci?n extranjera".78 En el mismo mes se le pidi? a 75 Arnoll a Clements, 25 de febrero de 1931, CC, Caja 80. 76 Matson a Immigration Committee, 25 de abril de 1931, CC, Caja 80. 77 Eugene Overton al Board of Directors of the Los Angeles Chamber of Commerce, 6 de mayo de 1931, CC, Caja 80. 78 De Los Angeles Evening Express a Mr. J.A.H. Kerr, President, Los Angeles Chamber of Commerce, 11 de mayo, 1931, acusando recibo de una carta de Chamber of Commerce; memor?ndum de Bruce A. Findlay, Manager of the Exploitation and Public Relations Department, Los An This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Lewis Weiss, gerente de la estaci?n de radio KMPC, trans mitiera un texto que intentaba calmar a los inmigrantes me

xicanos en Los Angeles.79 Durante el resto de 1931 la C?mara de Comercio conti nu? sus esfuerzos para detener, o cuando menos limitar, la repatriaci?n de mexicanos del condado. Adem?s, la C?mara trabaj? en organizar ayuda de desempleo para trabajadores

mexicanos y establecer un departamento de trabajo, bajo los

auspicios de la C?mara de Comercio Mexicana, con el fin de resolver el problema de c?mo obtener mano de obra me xicana cuando se necesitara.

Huelgas agr?colas En 1933, la C?mara cambi? su posici?n sobre la repatriaci?n. El hecho que suscit? ese cambio fue la huelga de El Monte Berry en el condado de Los Angeles. Los trabajadores mexi canos, la mayor parte de los cuales viv?a en un barrio de El Monte Valley, llamado Hick's Camp, se declararon en huel ga pidiendo alza de salarios a los productores de fruta* japo neses en junio de 1933.80 Los recolectores de fruta, a quie nes se contrataba en grupos familiares y que en promedio ganaban entre 15 y 20 centavos la hora por persona, ahora ped?an 25 centavos por hora. La Confederaci?n de Uniones Obreras Mexicanas (CUOM) organiz? la huelga y tuvo la coo peraci?n y ayuda del Cannery and Agricultural Workers In dustrial Union (C&AWIU), un sindicato dirigido por miem bros del Partido Comunista que, en gran parte, hicieron a geles Chamber of Commerce, a Arnoll, 15 de mayo de 1931, concerniente

a una declaraci?n en La Opini?n sobre la posici?n de la C?mara en la ex pulsion de inmigrantes mexicanos, CC, Caja 80. * "Berry growers", agricultores dedicados al cultivo de "berries", es decir fruta peque?a, carnosa, que tiene numerosas semillas, como la fre

sa, la mora, etc. (N. del T.)

79 Bruce A. Findlay a Lewis Weiss, gerente de la estaci?n de radio kmpc, 15 de mayo de 1931, CC, Caja 80. 80Jamieson, 1945, p. 90; Memor?ndum de Mr. Gast a Clements, "Berry Picker's Strike", 27 de junio de 1933, CC, Caja 80. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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un lado metas ideol?gicas para ayudar a los trabajadores agr?colas

a mejorar su condici?n social. Los huelguistas, con la ayuda del C&AWIU lograron extender la huelga hasta que partici paron en ella unos 7 000 trabajadores del cultivo de fruta, ce bolla y apio en el condado de Los ?ngeles.81 La huelga lleg? en el momento m?s importante de la tem porada de la recolecci?n de fruta. Para cuando se firm? un acuerdo a principios de julio, la estaci?n de la fruta ya estaba por terminar y los trabajadores mexicanos hab?an sido susti tuidos por trabajadores japoneses, ni?os de las escuelas de Los Angeles y esquiroles filipinos, anglosajones y mexicanos. De conformidad con los t?rminos del acuerdo a que hab?a lle gado el sindicato mexicano, que ahora se llamaba Confede raci?n de Uniones de Campesinos y Obreros Mexicanos, y los agricultores japoneses: se pagar?a a los trabajadores un salario m?nimo de $1.50 por 9 horas de trabajo, o 20 centa vos por hora para aquellos a quienes no se contrataba por d?a; se reconocer?a al sindicato; se dar?a preferencia en la con

trataci?n a miembros del mismo y se despedir?a a los esqui roles.82 Los granjeros japoneses se negaron a despedir a los trabajadores anglosajones que hab?an remplazado a los huel guistas, pero estuvieron de acuerdo en sustituir a los extran jeros japoneses, filipinos y mexicanos, en ese orden, con tra bajadores que hab?an participado en la huelga.83 El 12 de julio los trabajadores mexicanos desempleados hi cieron una demostraci?n contra los granjeros. No se hab?a vuelto a contratar a m?s de 500 familias, aproximadamente 2 700 trabajadores. Seg?n los participantes de la demostra ci?n, los trabajadores carec?an de alimentos o recursos por que se hab?an agotado los fondos de huelga.84 Los trabaja dores mexicanos amenazaron con emplear la violencia si no se les volv?a a contratar dentro de las 24 horas siguientes. La Confederaci?n de Uniones de Campesinos y Obreros Mexicanos del Estado de California (CUCOM), demand? en

80.

81 Jamieson, 1945, pp. 90-91. 82Jamieson, 1945, p. 92. 83 Memor?ndum de Clements a Arnoll, 20 de julio de 1933, CC, Caja

84 Clements a Arnoll, 12 de julio de 1933, CC, Caja 80. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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el mes de julio a los cultivadores japoneses por incumplimiento

de contrato. La demanda establec?a que "ninguno de esos

hombres afectados por la huelga hab?a sido reintegrado a su trabajo y que unos 2 000 hombres a quienes se hab?a empleado

como esquiroles todav?a estaban laborando, y ped?a 100 000 d?lares por da?os.85 El abogado del sindicato advirti? a los

miembros involucrados en la huelga que no aceptaran em pleo hasta que el caso se hubiera resuelto.86 Los miembros de la C?mara de Comercio de Los Angeles

se alarmaron ante estos acontecimientos. Tem?an que la agi taci?n laboral pudiera extenderse y que la publicidad sobre trabajadores mexicanos perturbadores pudiera resultar en un aumento de los sentimientos hostiles hacia los extranjeros y en mayores restricciones en la inmigraci?n, lo que podr?a afec tar el suministro de mano de obra barata mexicana. Clements

escribi? a Frank Palomares, secretario del Departamento de Trabajo Agr?cola del Valle de San Joaqu?n, que viajara a El Monte e instara a los trabajadores sin empleo a que re gresaran a M?xico.87 Adem?s orden? un estudio del Hick's Camp para determinar cu?ntos de los residentes eran ciuda

danos.

Clements encontr? que m?s de la mitad eran ciudadanos americanos de primera y segunda generaci?n y propuso que se encontraran empleos para este grupo y se ofreciera repa triaci?n a los dem?s. La repatriaci?n tendr?a que ser volun taria, concluy?, y sugiri? informar a los inmigrantes mexica

nos la posibilidad de adquirir tierras en uno de los nuevos proyectos de colonizaci?n del gobierno mexicano.88 El antes citado Arthur G. Arnoll, concluy? que la situaci?n amerita ba medidas dr?sticas y era imperativo "conseguir que algu nos de ellos se vayan sin importar si son ciudadanos ameri

canos o no".89

85 California Superior Court, Caso 360101, demanda firmada por Da vid C. Marcus, abogado de los demandantes, en CC, Caja 80. 86 Clements a Arnoll, 20 de julio de 1933, CC, Caja 80. 87 13 de julio de 1933, CC, Caja 80. 88 Clements a Arnoll, 13 de julio de 1933, CC, Caja 80. 89 Arnoll a Clements, "Mexican Berry Strike", 14 de jullio de 1933,

CC, Caja 80.

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CAMILLE GUERIN-GONZ?LES

Tratando de arreglar el problema que representaban los trabajadores mexicanos desempleados y militantes en el dis trito El Monte, Clements arregl? una junta con el c?nsul ja pon?s, el c?nsul mexicano, el alguacil del condado y repre sentantes de la Oficina de Asistencia P?blica del condado, la Divisi?n de Estad?sticas Laborales del Estado y la Oficina

Federal de Inmigraci?n. Clements propuso que se ocupara en otras ?reas del estado a los trabajadores del Hick's Camp que no ten?an empleo, que el Departamento de Caridad ayu dara a los trabajadores desempleados, que la oficina del al guacil estuviera de acuerdo en mantener la paz y prevenir

una erupci?n de violencia, y que el problema se tratara como dom?stico y no como un problema internacional que involu crara a los gobiernos mexicano y japon?s.90 Clements descubri? a trav?s del c?nsul japon?s que la to talidad de las 2 000 familias que hab?an sido empleadas en la recolecci?n de fruta estar?a pronto sin empleo, ya que la estaci?n estaba por terminar. El c?nsul estimaba que para mediados de julio solamente se necesitar?an 1 000 familias y 500 menos la semana siguiente.91 Clements se puso en con tacto con Frank Palomares sobre la posibilidad de mandar a estos trabajadores al Valle de San Joaqu?n para que se les diera empleo all? en los campos algodoneros.92 En una jun ta a la que convoc? Clements el 17 de julio, Palomares estu vo de acuerdo en absorber a los trabajadores sin empleo. El

y F.A. Steward, secretario de la Asociaci?n Algodonera

California-Arizona, hicieron arreglos para conseguir trabajo inmediatamente a 500 familias, 500 m?s la siguiente semana y otras 500 la primera semana de agosto.93 Palomares, Cle ments, el alguacil del condado y un representante del Depar 90 Clements a Arnoll, "We are pleased to report progress in the Me xican Berry Picker's Strike", 20 de julio de 1933. Este es un informe de acontecimientos que tuvieron lugar a principios de julio, CC, Caja 80. 91 Clements a Arnoll, "Mexican Labor", 12 de julio de 1933, CC, Ca

ja 80.

92 Clements a Arnoll, "Mexican Berry Strike", 17 de julio de 1933,

CC, Caja 80.

93 CC, Caja 80; en un memor?ndum de Clements a Arnoll se hace re xican Berry Picker's Strike", 20 de julio de 1933, CC, Caja 80. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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tamento de Asistencia P?blica del condado de Los ?ngeles, se pusieron de acuerdo en asignar agentes secretos de la ofi cina del alguacil para tratar de convencer a los inmigrantes mexicanos en Hick's Camp para que salieran del pa?s y acep

taran la oferta de tierras gratuitas en colonias agr?colas en Baja

California y el estado de Nayarit, que les hac?a el gobierno

mexicano.94 El 19 de julio, M. N. Cunnigham, del Servicio de Em pleo, del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, en

Santa Ana California present? un informe a J.H. Fallin, ayu dante del Director de la Divisi?n de Mano de Obra Agr?cola de Los Angeles, en el que expresaba la posibilidad de que los mexicanos miembros del sindicato de Hick's Camp, y a quie nes se iba a mandar al Valle de San Joaqu?n para trabajar en los campos algodoneros, agitaran huelgas en esa regi?n. Indicaba que un trabajador hab?a dicho: "si ahora no hay huelga en el Valle de San Joaqu?n la habr? cuando lleguemos all?' '. Termin? su informe diciendo que hab?a suficiente de sempleo en los condados de Orange y Los Angeles para lle nar las necesidades laborales del Valle sin arriesgarse a lle var trabajadores del Hick's Camp.95 Fallin notific? a Palomares el contenido del informe y Pa lomares inmediatamente retir? su oferta de usar a los reco lectores de fruta desempleados, ninguno de los cuales se ha b?a presentado a aceptar la oferta de trabajo en el Valle de San Joaqu?n. En una junta que se llev? a cabo el 21 de julio, el Departamento de Caridad de Los Angeles estuvo de acuerdo en suspender la ayuda a familias que se negaran a aceptar empleo en el Valle de San Joaqu?n, pero como Palomares ha b?a indicado que no aceptar?a trabajadores de El Monte, la decisi?n de la junta tendr?a poco efecto sobre ellos.96 El con dado acept? continuar la ayuda a los desempleados del Hick's 94 ce, Caja 80; en un memor?ndum de Clements a Arnoll se hace re ferencia a esta junta, ' 'Mexican Employment Meeting Held in Mr. Bar ker's Office-State Division of Labor Statistical and Law Enforcement ?

on the 21st", 25 de julio de 1933, CC, Caja 80.

95 Informe confidencial fechado el 19 de julio de 1933, CC, Caja 80. 96 Clements a Arnoll, "Mexican Employmant Meeting held in Mr.

Barker's Office. . .", 25 de julio de 1933, CC, Caja 80.

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CAMILLE GUERIN-GONZ?LES

Camp porque, como Clements escribi? a Arnoll, "desgra

ciadamente tenemos la obligaci?n con el dinero de la Recons truction Finance de dar de corner a todos los que tengan ham

bre. . ."97 De acuerdo con Clements, para el 9 de agosto, la mayor parte de los desempleados hab?a encontrado otros tra

bajos.98

Las actividades del Departamento de Agricultura de la C? mara de Comercio de Los Angeles, que representaba los in tereses agr?colas del condado y reflejaba los del estado, ilus

tra que la principal preocupaci?n de los agricultores de

California era tener una fuerza de trabajo barata y d?cil. La C?mara de Comercio desalent? la repatriaci?n hasta que los inmigrantes mexicanos se organizaron e hicieron demandas de salarios m?s altos; entonces los funcionarios impulsaron la repatriaci?n. Al mismo tiempo tuvieron cuidado de no po ner en peligro sus fuentes de abastecimiento de mano de obra.

La repatriaci?n comenz? a declinar despu?s de 1933. Du rante un periodo de cuatro a?os, desde 1929, 365 518 inmi grantes y sus hijos salieron de Estados Unidos a M?xico. El n?mero de repatriados disminuy? en a?os subsecuentes; en los a?os 1933-1937 s?lo salieron 92 521." La diferencia en tre la emigraci?n durante la d?cada de 1930, y la de otros periodos fue su magnitud y el hecho de que durante estos a?os

no hubo una migraci?n que retornara en n?meros equiva lentes a la que sali?. Cerca de medio mill?n de mexicanos

y mexicano-americanos fueron repatriados o deportados du rante la Gran Depresi?n, y los inmigrantes mexicanos no vol vieron en grandes n?meros a Estados Unidos durante el mis mo periodo. Como resultado, la poblaci?n de origen mexicano en Estados Unidos disminuy?, por primera vez en 80 a?os,

de 641 462 en 1930 a 454 417 en 1940.10? 97 CC, Caja 80.

98 Clements a Findlay, "Berry Picker's Strike", 9 de agosto de 1933,

CC, Caja 80.

99 Mexican Migration Service, na.rg. 59, exp. 811.111, Mexico Re ports/59, 80, 99, 122, 141, 142. En una tabla preparada por Hoffman, 1974, pp. 174-175. 100 U.S. Bureau of the Census, Fifteenth Census, Population, vol. 2, p.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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La salida de inmigrantes mexicanos de Estados Unidos fue un proceso correlativo. Muchos salieron espont?neamente a causa de la depresi?n econ?mica. El aceleramiento de depor taciones de inmigrantes ilegales en 1931 influy? para que otras

personas salieran, algunos por cuenta propia y otros en pro gramas formales de repatriaci?n. Las agencias de asistencia p?blica de diferentes condados organizaron la repatriaci?n cada una por su cuenta, con poca o ninguna coordinaci?n entre ellas, excepto la iniciada por el gobierno mexicano. Hay alguna evidencia de que las agen

cias en los condados de Los Angeles, San Bernardino, San

Diego y San Francisco cooperaron para sacar del estado a los mexicanos y mandarlos a M?xico, pero esto se hizo en forma limitada. M?xico cooper? con los programas de los condados a trav?s de sus consulados y organiz? el regreso de inmigran tes mexicanos a sus lugares de origen. Adem?s apoy? pro yectos de colonizaci?n para los repatriados. No todos los distritos repatriaron a sus inmigrantes mexi canos indigentes. Los l?deres de la comunidad en Douglas, por ejemplo, optaron por no organizar el regreso de mexica nos que recib?an asistencia p?blica por temor de llegar a ex perimentar la falta de mano de obra barata. Quienes emplea ban a trabajadores agr?colas mexicanos en el condado de Los Angeles, compart?an estos temores, pero no pudieron dete ner la repatriaci?n a pesar de sus esfuerzos. La repatriaci?n formal, organizada por agencias de asis tencia p?blica, tuvo un significado especial para la historia de la inmigraci?n porque refleja actitudes de las comunida des hacia los inmigrantes que proporcionaban mano de obra barata y como consecuencia, contaban con pocos recursos du rante las ca?das de la econom?a. Los repatriados de los con dados de Riverside, San Bernardino y San Diego fueron en su mayor?a familias con ni?os en edad escolar, y no j?venes solteros que eran los que tradicionalmente formaban la fuer za de trabajo temporal. Adem?s, hay indicaciones de que mu chos repatriados pose?an propiedades y hab?an vivido en sus comunidades durante cinco a?os o m?s. No obstante, las agen cias gubernamentales locales no consideraban a las familias inmigrantes como miembros totalmente integrados a la so

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CAMILLE GUERIN-GONZALES

ciedad americana, cuyas contribuciones a trav?s de su traba

jo, ameritaban ayuda econ?mica durante periodos de de sempleo.

Pocos grupos de inmigrantes en la historia de Estados Uni dos han tenido que enfrentarse a la repatriaci?n formal. Aun que durante el siglo XIX y principios del XX, hubo repatria ci?n voluntaria de un 40 o 60% de inmigrantes europeos, la repatriaci?n formal como medio de reducir gastos de asistencia p?blica, no aument? el n?mero de los inmigrantes que re gresaban, porque no resultaba econ?mico para las agencias de sistencia p?blica pagar su regreso a Europa.101 La repatriaci?n formal de mexicanos que recib?an asisten cia p?blica expuls? a parte de los inmigrantes ya estableci dos. Esto tuvo un efecto perturbador en las comunidades de inmigrantes mexicanos y desalent? su completa integraci?n a la vida econ?mica americana. La deportaci?n y la repatria ci?n de esos inmigrantes durante la d?cada de 1930 se?ala una ambivalencia en la pol?tica de Estados Unidos hacia los trabajadores extranjeros, que contin?a hasta el presente. O

sea, ?piensa Estados Unidos continuar su tradici?n de mi

graci?n, o se reclutar? a los trabajadores sobre bases tempo rales y se les regresar? cuando ya no se les necesite? El escri tor suizo Max Frisch escribi? que los europeos occidentales pidieron trabajadores y les llegaron s?lo hombres. Estados Unidos quer?a trabajadores y le llegaron hombres, mujeres y ni?os.102

SIGLAS Y REFERENCIAS AREM Archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?

xico, D.F.

CC Colecci?n Clements, University of California, Los An geles Research Library.

NA.RG National Archives. Record Group. Washington, D.C. SRE Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico. 101 Cinel, 1982, p. 1; Wilbur Shepperson, "British backtrailers: wor king class immigrants return" y Theodoro Saloutos, "Exodus U.S.A.", en Ander, 1964, pp. 179, 197; Saloutos, 1956, p. vu. 102 Citado por Klaus Lefringhauser, "Wirstschaftsethische Aspekte fue

lokale Aktionen", en Leudesdorff y Zillessen, 1971, p. 192.

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REPATRIACI?N DE FAMILIAS

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Ander, O. Fritiof (ed.) 1964 In the trek of the inmigrants. Rock Island, Illinois, Augus

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CAMILLE GUERIN-GONZ?LES

Statistical Abstract

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EL GRAN DEBATE DE LIBROS DE TEXTO EN 1880 Y EL KRAUSISMO EN MEXICO* Charles A. HALE

Universidad de Iowa

Entre las muchas pol?micas intelectuales sel siglo XIX en M?xico, una de las m?s enconadas fue la que tuvo lugar con motivo de la selecci?n de un libro de texto de l?gica para la Escuela Nacional Preparatoria en 1880. Hoy la disputa pue de parecemos curiosa y, en el peor de los casos, ?rida. ?C? mo es posible que algo tan insignificante como un libro de texto de l?gica pudiera dominar la prensa de la ciudad de M? xico durante dos a?os y se convirtiera en una gran pol?mica sobre educaci?n superior, la filosof?a y la moral, y aun hasta la pol?tica? Resulta particularmente curiosa la controversia sobre el krausismo, un sistema filos?fico alem?n, abstruso y aparentemente extra?o. Mi objetivo es reexaminar este epi sodio que fue estudiado por primera vez en los a?os cuarenta por los maestros de la historia de las ideas en M?xico, Ed mundo O'Gorman y Leopoldo Zea.1 Enfocar? la orientaci?n intelectual de algunos de los participantes en esta controver sia, con la esperanza de contribuir a nuestra comprensi?n de la influencia europea en el pensamiento mexicano. Este ar t?culo es un fragmento de un estudio m?s amplio de las ideas pol?ticas de 1867 a 1910 en que estoy comprometido hace mu

chos a?os.

El debate de 1880 fue en efecto el climax de un conflicto * Trabajo le?do el 17 de julio de 1985, en el acto de recepci?n como miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Historia. 1 Zea, 1944; O'Gorman, 1949, reproducido en Seis estudios de tema me xicano (Jalapa, 1960), pp. 145-201. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. HMex, XXXV: 2, 1985

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CHARLES A. HALE

de m?s de una d?cada que hab?a nacido junto con la misma Escuela Nacional Preparatoria. La Preparatoria fue fundada en 1868 por el gobierno de Benito Ju?rez para llenar el vac?o educacional creado tres a?os antes por la supresi?n de la mo ribunda Universidad Nacional y Pontificia por el emperador Maximiliano. Al centro de esta dram?tica reorganizaci?n de la educaci?n superior en el Distrito Federal se encontraba una serie uniforme de estudios que segu?an todos los estudiantes antes de proceder a la instrucci?n profesional en otras insti tuciones "especiales". El plan de estudios formulado bajo la tutela de Gabino Barreda era positivista. Estaba basado en el sistema de ''educaci?n universal" de Auguste Comte, en el fondo del cual se encontraba el estudio de las ciencias de acuerdo a una jerarqu?a l?gica, de lo simple a lo complejo, de las matem?ticas a la f?sica, la qu?mica, y la historia natu ral. El plan de 1867 inclu?a en el quinto y ?ltimo a?o un cur

so de l?gica, que ser?a, de acuerdo con la formulaci?n de

Barreda, un curso abstracto y te?rico sobre el m?todo cient? fico, basado en la elaboraci?n de los m?todos de las ciencias individuales estudiados en a?os previos. El curso era innovador en dos aspectos. Primero, como te ma de estudio, la l?gica cambiaba del lugar tradicional al prin cipio del curso de estudios, al final. Segundo, dado que en la terminolog?a positivista "la l?gica" reemplazaba a "la fi losof?a" y a "la metaf?sica", ninguna de estas palabras apa rec?an en el plan reformado de 1869. El curso que tradicio nalmente hab?a sido una introducci?n a la filosof?a, ser?a ahora una s?ntesis de las ciencias. En cierta forma, el curso de l?gi ca era el ep?tome del nuevo sistema de educaci?n preparatoria. Desde un principio, la Preparatoria fue un foco de contro versia. La resistencia a la ENP vino de cat?licos y liberales, de dentro y fuera del gobierno, de estudiantes y padres de familia; los motivos para esta resistencia eran tanto pr?cticos como te?ricos. Uno de los inconvenientes del plan de estu dios era su enorme exigencia a los estudiantes y su alcance "enciclop?dico", que inclu?a materias que simplemente no eran necesarias para una u otra carrera. La noci?n de educa ci?n superior como preparaci?n para una carrera ten?a ra? ces profundas, y la resistencia a un prolongamiento innecesario This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


GRAN DEBATE DE LIBROS

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y caro de tal preparaci?n fue intensa. Este inconveniente pr?c tico fue promulgado frecuentemente a nombre del principio

constitucional de la libertad de ense?anza, de acuerdo con la declaraci?n del art?culo 3, y tom? la forma de movimien tos para la ''reforma" de la ley educacional de 1869. Hubo

por lo menos tres de estos movimientos de reforma entre 1872 y 1875 que fracasaron* en parte porque no tuvieron el apoyo

del Ejecutivo, y en parte porque encontraron una vigorosa oposici?n de Gabino Barreda, el Director de la Preparatoria. Otra objeci?n al plan de estudios se dirigi? a la elimina ci?n de la filosof?a, es decir, de la metaf?sica y su sustituci?n

por la l?gica. Para Justo Sierra en 1874, este cambio revela ba " el esp?ritu de exclusivismo positivista que reina en el de sarrollo del plan de estudios". Constitu?a, afirmaba, "un

monopolio", el ejercicio de "una presi?n desp?tica" en la

mente de los estudiantes que es contraria al "esp?ritu de nues tras instituciones".2 Sierra, que por otra parte era un admi

rador de la visi?n de Barreda de una educaci?n cient?fica uniforme, abogaba por un cambio en el curso de l?gica que incluyera la historia de la filosof?a, para que los estudiantes pudieran ser expuestos a m?s de un sistema filos?fico. La Escuela Preparatoria, su plan de estudios cient?fico y el curso de l?gica sobrevivieron a la oposici?n de los a?os se tenta, pero la prueba decisiva a?n estaba por llegar. En 1880,

los positivistas asumieron de nuevo una posici?n defensiva; esta vez no en respuesta a un congreso hostil, sino porque un ministerio estaba decidido a abolir o a cambiar la direc ci?n del plan de estudios positivista. Los opositores al positi vismo fueron incitados por el despido de Gabino Barreda en 1878 ?quien fue v?ctima de los trastornos pol?ticos que lle

varon a Porfirio D?az al poder? por su asociaci?n con los

presidentes Ju?rez y Lerdo. Tambi?n encontraron apoyo los anti-positivistas en la pol?tica conciliatoria del presidente D?az

que fue continuada por Manuel Gonz?lez. D?az nombr? a

varios ministros y evit? asociarse exclusivamente con los in 2 Sierra, 1874, enero 9; tambi?n en Obras completas, M?xico, 1948-1949,

vol. 8, p. 14. Las ideas de Sierra sobre el positivismo y la enp cambiaron marcadamente despu?s de 1877. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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CHARLES A. HALE

telectuales de orientaci?n positivista, fundadores del peri?di

co La Libertad en 1878. Adicionalmente, aquellos que se

opon?an al positivismo seguramente fueron animados en 1878

y 1879 por la defensa vigorosa del constitucionalismo liberal de Jos? Mar?a Vigil contra la cr?tica de la Constituci?n en el nombre de la ciencia de Sierra.

La controversia estall? cuando el libro de texto de l?gica de Alexander Bain, adoptado por la Escuela Preparatoria paira el a?o 1881, fue rechazado por decisi?n ejecutiva y reempla zado por la traducci?n al espa?ol de la Logique de Guillaume

Tiberghien. La C?mara de Diputados reaccion? inmediata

mente; influenciada por la elocuencia de Justo Sierra, cit? al ministro de Justicia, Ignacio Mariscal, para que explicara su determinaci?n. Mariscal pudo evadir la interpelaci?n y la con frontaci?n con el Congreso al aceptar reconsiderar su deci si?n; pero el 14 de octubre de 1880 la reiter? y se justific? en una larga nota a la Junta Directiva de Instrucci?n P?bli ca.3 El 3 de noviembre, el anti-positivista Vigil fue nombra do para reemplazar al positivista Porfirio Parra como profesor

de l?gica, puesto que Vigil mantuvo hasta 1892. Con la inau guraci?n del presidente Gonz?lez el 1 de diciembre, Ezequiel Montes fue nombrado ministro de Justicia y para el pr?ximo abril ya hab?a propuesto un nuevo plan de estudios, que al igual que las proposiciones del Congreso de principios de la d?cada de 1870, hubiera eliminado la ENP y hubiera relega do la ense?anza de materias preparatorias para las diversas escuelas profesionales.4 El plan de Montes no fue presentado a la C?mara de Di putados hasta septiembre de 1881, pero mientras tanto, las dos iniciativas ministeriales hab?an desatado un vehemente 3 DdD, 1, pp. 276-279 (sesi?n de 30 septiembre de 1880), que incluye el discurso de Sierra, 1948-1949, vol. 8, pp. 55-59. El Congreso retir? la interpelaci?n el d?a siguiente, despu?s de que el diputado Jorge Hamme ken inform? sobre su conversaci?n con Mariscal. La nota de Mariscal apa reci? en el DO, noviembre 19; tambi?n en D?az y de Ovando, 1972, vol.

2, pp. 150-152.

4 Montes, DO, abril 21-25, 1881; DdD, 3, pp. 34-73 (sesi?n del 19 de septiembre de 1881). Montes dijo que hab?a atrasado a prop?sito la pre sentaci?n del plan al Congreso para fomentar debates p?blicos. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


GRAN DEBATE DE LIBROS

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debate en la prensa. Tiberghien, el krausismo, la metaf?sica, el esplritualismo y, finalmente, el liberalismo pol?tico, fue ron defendidos por Hilario Gabilondo, Vigil e Ignacio Alta

mirano en La Rep?blica; Bain, la ENP, el positivismo, y la pol?tica cient?fica lo fueron por Sierra, Tel?sforo Garc?a, Fran

cisco Cosmes, Jorge Hammeken y Parra en El Centinela Es pa?ol y La Libertad. Es posible que el m?s fuerte de todos los combatientes haya sido Gabilondo; entre octubre y noviem bre de 1880 respondi? regularmente a tres opositores dife rentes. La controversia se ampli? filos?ficamente cuando el nuevo ministro de Justicia, Joaqu?n Baranda, nombrado el 13 de septiembre, persuadi? a la ENP a considerar el libro de texto de filosof?a de Paul Janet recientemente publicado (y presumiblemente menos controversial). El debate p?blico sobre la ense?anza de la l?gica se reflej? en la Junta de Profesores de la ENP. Las recomendaciones del libro de texto de Bain por la junta en julio de 1880 (por una votaci?n de 13-7) signific? la primera vez, desde 1869, en que un debate o voto para adopci?n de libros de texto apa rec?a en sus actas.5 Desde 1869 a 1876, A System of Logic de John Stuart Mill fue el libro de texto elegido; el de Bain fue sustituido a principios de 1877. Los oponentes al positivismo definitivamente hab?an ganado terreno dentro de la junta en 1880, pero no prevalecieron hasta 1883. El libro de texto de Tiberghien, aunque probablemente usado por Vigil despu?s de su nombramiento, nunca fue aprobado oficialmente por la junta, en parte por la continua oposici?n de Sierra. En efec

to, en julio de 1882, la junta (instigada por Sierra) aprob? el libro de texto nuevo del positivista Luis E. Ruiz, presumi blemente "neutral".6Este fue rechazado por el ministro Ba randa, y la junta aprob? esta decisi?n. Como hemos visto, el libro de texto elegido por el ministro fue el de Janet, que 5 AHu, Preparatoria-, ajp, vol. 23, p. 85 (7 de julio de 1880). La Junta ge

neralmente se reun?a dos veces al a?o, una vez para distribuir premios

y otra en junio o julio para seleccionar libros de texto para el a?o siguiente.

6 Ruiz, 1882. El libro tambi?n se public? en La Libertad del 23 de ma yo hasta el 29 de junio. Para los debates dentro de la Junta de 1881 y 1883 y las acciones tomadas, v?anse ahu, Preparatoria', ajp, vol. 23, pp. 95-126.

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finalmente logr? ser aprobado sin discusi?n alguna en julio

de 1883.

Se debe observar que virtualmente todas las decisiones to madas por la junta sobre los libros de texto de l?gica incluye ron la frase "y lecciones orales", lo que sugiere que gran parte

de la ense?anza de la l?gica depend?a de la interpretaci?n del profesor, en vez de la lectura aplicada del libro por parte de los estudiantes. Es dif?cil imaginarse a estudiantes de trece a dieciocho a?os leyendo por entero a Mili o a Bain en ingl?s o franc?s (no exist?an ni una traducci?n accesible de Mili ni ninguna de Bain). De Tiberghien s? hab?a una traducci?n del mexicano Juan Mar?a Castillo Velasco, pero era m?s un tra tado que un libro de texto, y estaba repleto de pasajes abs trusos que ser?an incomprensibles para la mayor?a de los estudiantes ?algo que frecuentemente recalcaba Justo Sie rra. El libro de texto de Ruiz era una adaptaci?n simplifica da de Bain y por tanto m?s apropiado, pero a mediados de 1882 la corriente se mov?a contra el positivismo. El libro de Janet, que apareci? en espa?ol en 1882, era l?cido, pero bas tante largo y seguramente dif?cil de comprender. En resumen,

en el caso de la l?gica y la filosof?a los estudiantes aprend?an m?s con los profesores que con los libros de texto.7 Sin em bargo, aunque no fueran le?dos (por los estudiantes o por el p?blico educado), los libros de texto tuvieron un papel sim b?lico en la controversia.

Gran parte del debate a principio de los a?os ochenta fue una elaboraci?n de los argumentos propuestos en la d?cada previa. Sin embargo, las declaraciones contundentes y s?li das de Ignacio Mariscal y de Ezequiel Montes le dieron un nuevo enfoque e intensidad. Los ministros, en acciones y en palabras respond?an a lo que ve?an como un fuerte sentimiento 7 El libro de Bain, de m?s de 700 p?ginas, fue publicado en Londres en 1870 (edici?n francesa: 2 vols., Par?s, 1875). El de Mill, Londres, 1843, 2 vols., apareci? en franc?s en 1866-1867. Un fragmento fue publi cado en un volumen en Espa?a en 1853, pero probablemente nunca se us? en M?xico. Tiberghien, M?xico, 1875-1878, la. ed., Par?s, 1865, 2 vols. Janet, Par?s, 1879. La edici?n en espa?ol, publicada en 1882 por Bouret en Par?s y M?xico ten?a 896 p?ginas. Hasta Ruiz reconoci? que en la ense?anza de la l?gica probablemente era m?s importante el maestro que el libro de texto: 1882, p. 5. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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p?blico contra la imposici?n gubernamental de una filosof?a que minaba los principios morales y las creencias religiosas. Mariscal dijo que hab?a que elegir entre dos sistemas de l?gi ca y de filosof?a, el de Bain, que fomentaba "un escepticis

mo absoluto" hacia los fundamentos de la religi?n, y el "de?smo racional" de Tiberghien que no favorec?a a "nin

guna secta determinada" pero que dejaba al estudiante libre para aceptar las creencias de sus padres o para formar las su yas. Sierra hab?a razonado el 30 de septiembre, como Barre da en 1868, que el de?smo mismo era un sistema religioso ("una teolog?a de gorro frigio"), y que el ?nico libro de tex to apropiado para un pa?s en que la Iglesia y el Estado esta ban separados, era aqu?l que no hiciera menci?n de ninguna religi?n. Mariscal reconoci? la posibilidad de que el libro de Bain a lo mejor no era abiertamente hostil hacia la religi?n, pero de todas maneras reiter? su punto principal, la necesi dad de responder a las inquietudes de los padres de familia. La instrucci?n estatal simplemente no pod?a impartir "un es

cepticismo desde?oso" hacia "lo que se llama metaf?sica"; dado que sobre ella "la gran mayor?a de la especie humana [funda] su moral, su religi?n, sus esperanzas de ultratumba, sus aspiraciones a lo ideal o lo infinito". Mariscal lleg? a su gerir que la acelerada ampliaci?n de las escuelas cat?licas se deb?a al rechazo p?blico del positivismo. Aunque Montes tambi?n mencion? la "verdadera alarma en la sociedad", bas? sus argumentos contra el positivismo de la Escuela Preparatoria en un examen exhaustivo de la edu caci?n en M?xico desde el Calmecac de los aztecas. Montes subray? la continuidad y, como ha notado O'Gorman, mos tr? una simpat?a sorprendente hacia la educaci?n colonial y

hacia el plan de estudios del gobierno centralista de 1843. Hizo

ver que el plan de 1867 hab?a sido una reacci?n exagerada a los defectos de la vieja Universidad, hab?a eliminado la fi losof?a del plan de estudios, "negando los principios absolu tos en que se fundan las ciencias morales", y "reduciendo

la ciencia a la pura observaci?n experimental".8 Montes (1820-1883) era contempor?neo de Barreda y liberal juaris 8 O'Gorman, 1949, p. 189; Montes, 1881, DdD, 3., p. 60. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ta, pero a diferencia de Barreda era juarista y no un hombre de ciencia, y hab?a sido educado y llegado a ser profesor en el San Ildefonso de la mejor ?poca, a principios de los a?os cincuenta, bajo el rectorado de Sebasti?n Lerdo de Tejada. Nost?lgicamente mantuvo que el viejo sistema hab?a produ cido una "falange de patriotas", mientras que el nuevo pro duc?a "hombres que califican desde?osamente de abstracci?n metaf?sica la idea de patria" y que sacrifican los m?s altos ideales a la b?squeda de ganancias personales. Los estudian tes estaban siendo expuestos a "las desastrosas influencias de las doctrinas ate?stas y materialistas sin ninguna gu?a moral"

para la vida. Aunque Montes no ignoraba las quejas contra "la excesiva aglomeraci?n de materias" para las carreras, su justificaci?n para la abolici?n del sistema positivista era cla ramente m?s elevada y m?s te?rica que las promulgadas a principios de 1870. Lo que para Ezequiel Montes representaba la preservaci?n de la continuidad educacional, para Justo Sierra era un ata que contra "el progreso intelectual de nuestro pa?s". Sierra se vali? de la nostalgia del ministro por el plan de 1843 para atacarlo: "se nos vende como reforma un grupo de ideas vie jas, de pr?cticas que nos parec?an para siempre olvidadas en el polvo casi secular de los archivos del ministerio de Instruc ci?n P?blica", jDar?a lo mismo si resucit?ramos la Univer sidad Pontificial! El plan del ministro se puede sumarizar con una palabra: "retroceso". Pero los tres ensayos de Sierra hi cieron m?s que ridiculizar al Plan Montes; ya que consist?an en una exposici?n detallada y razonable del plan de estudios preparatorios uniforme y enciclop?dico, basado en la jerar qu?a de las ciencias de Comte (cual "se conforma a las leyes del desarrollo mental") y rematada por la l?gica y la moral. Los valores protegidos por Montes, escrib?a Sierra, pueden ser a?n m?s fomentados por la mejor educaci?n posible, cu yo objetivo principal sea el de "formar hombres que sepan pensar, que sepan estudiar, que no sean, en una palabra, ex tra?os a las bases de que parte el progreso moderno".9 Que 9 Sierra, 1881, abril 28, mayo 1 y 5; reproducido en abril 29, mayo 3 y 7 de 1881 (Obras, vol. 8, pp. 82-97). This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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el positivismo era equivalente al progreso tambi?n fue cen tral para la ret?rica de Tel?sforo Garc?a y de Jorge Hamme ken. La pregunta principal de Garc?a era: "?Garantiza mejor el progreso el sistema metaf?sico que el sistema experimen tal?" La respuesta para Garc?a era obvia, como tambi?n lo era para Hammeken, quien percib?a que se abrir?a "un nue vo e inexplorado mundo" de tesoros para la imaginaci?n con "el estudio de los fen?menos". Reci?n llegado de Europa, Hammeken sostuvo con ejemplos que "el sistema positivista es el que debe predominar en esta nueva y luminosa civili

zaci?n".10

A finales de 1881 las preguntas que hab?an servido como est?mulo para el debate a?n no se hab?an resuelto y las dispu tas educativas estaban empatadas. El Plan Montes fue ente rrado en un comit? congresional y nunca m?s se resucit?. El anti-positivista Jos? Mar?a Vigil fue nombrado profesor en la Escuela Preparatoria, pero ense?aba l?gica sin un libro de texto. Como si estuvieran determinados a romper este em pate, los dos profesores de l?gica, el desplazado Porfirio Pa rra y el reci?n nombrado Vigil, entraron en la batalla; y la cuesti?n de los libros de texto se sumergi? en un gran debate filos?fico. A Parra le preocupaba la noci?n de que la pol?mi ca era sobre filosof?a, y se apeg? a la posici?n positivista cl? sica de que el curso del quinto a?o, basado en los libros de Mill y Bain, era un curso sobre el m?todo cient?fico, una ge neralizaci?n de los m?todos de las ciencias individuales. Sie rra hab?a atacado el libro de Tiberghien en septiembre de 1880

como menos la l?gica que la metaf?sica, inspirado en el siste ma incomprensible del fil?sofo alem?n Krause; y cit? pasa jes selectos para probar su punto. Garc?a y Hammeken hab?an hecho lo mismo, pero tambi?n hab?an defendido "la filosof?a positiva". No obstante, Parra trat? (no siempre con ?xito) 10 Garc?a, 1881, integrado por art?culos publicados anteriormente en El Centinela Espa?ol, octubre 10, noviembre 11 y 25 de 1880 (y en La Liber tad). El folleto se volvi? a publicar en 1887 y 1898 como Pol?tica cient?fica y pol?tica metaf?sica. Hammeken, 1880, una serie de cinco art?culos en La Li bertad, del 14 de octubre al 2 de noviembre; D?az y de Ovando, 1972, vol.

2, pp. 113-138 passim.

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de evitar el t?rmino "filosof?a" por su asociaci?n con la me taf?sica y la religi?n. Sin dejarse guiar por su oponente, Vigil insisti? en que el conflicto s? era filos?fico, y que el positivismo era equivalen te al "sensualismo" o al "empiricismo". En efecto, ya a me diados de 1882, cuando decidi? apoyar el libro de Janet en vez del de Tiberghien, Vigil hab?a afirmado que el debate no era entre el positivismo y la metaf?sica (o el krausismo), sino entre el positivismo y el "esplritualismo". En cierta forma

Parra le concedi? este punto, pero su blanco era el "eclecti cismo", que consideraba equivalente a una anarqu?a intelec tual. Semejante anarqu?a solamente pod?a ser corregida por un m?todo correcto, por un sistema, por una coordinaci?n, en otras palabras, por una verdadera "educaci?n intelectual". El hacer menci?n de la anarqu?a desat? la discusi?n enjun diosa de Vigil sobre "la anarqu?a positivista", es decir, so bre los conflictos entre los principales positivistas.11 Los dos polemistas extra?an liberalmente argumentos de fuentes euro

peas contempor?neas, como tambi?n lo hac?an sus colegas. As? que para comprender mejor el significado de esta contro versia para la educaci?n mexicana, hay que examinarla den tro de un marco comparativo m?s amplio. El hecho de que Vigil haya cambiado a Tiberghien por Ja net simbolizaba una desviaci?n en la orientaci?n intelectual de los anti-positivistas mexicanos del krausismo espa?ol al es plritualismo franc?s. Los positivistas acusaron a Vigil de se guir simplemente la moda, pero el asunto era m?s complejo. El debate educativo de principios de 1880 era una de las ins tancias en que la experiencia intelectual espa?ola resultaba

menos apropiada que la francesa para el M?xico del siglo 11 "La educaci?n intelectual" fue el t?tulo de la mayor contribuci?n de Parra al debate, una serie de 19 art?culos en La Libertad del 10 de diciem bre de 1881 al 4 de abril de 1882. "La anarqu?a positivista'' de Vigil apa reci? en la Revista filos?fica, pp. 49-58, 65-74, mayo 1 y junio 1 de 1882. Desafortunadamente, no he podido localizar la publicaci?n quincenal de Parra, El Positivismo, anunciada en La Libertad el 27 de diciembre de 1881 y mencionada con frecuencia por Vigil. Probablemente contiene muchos art?culos que se reprodujeron en otras publicaciones, pero tambi?n algu

nos que no.

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XIX. La huella del krausismo en M?xico es leve, corta y su perficial al compar?rsele con la del esplritualismo. Mientras que la filosof?a y las controversias educacionales francesas pro

dujeron grandes ecos en M?xico, las espa?olas no. La expli

caci?n est? parcialmente en la peculiaridad de la vida

intelectual espa?ola del medio siglo, en parte por el momen to y en parte por los medios de difusi?n intelectual. El impacto espectacular que tuvo en Espa?a el idealismo alem?n, en la exposici?n del oscuro fil?sofo Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832), es un tema que ha sido muy estudiado.12 Las ideas de Krause fueron propagadas en Es pa?a por Juli?n Sanz del R?o, nombrado el primer profesor de la historia de la filosof?a en la Universidad de Madrid en 1843 a condici?n de que se preparara para el puesto con dos a?os de estudios en el extranjero. La peregrinaci?n intelec tual de Sanz del R?o lo llev? primero a Par?s, donde encon tr? superficial el eclecticismo reinante de Victor Cousin, luego

a Bruselas, donde el disc?pulo de Krause, Heinrich Ahrens, ense?aba filosof?a del derecho, y finalmente (por consejo de Ahrens) a Heidelberg, centro de las ense?anzas de Krause. Cuando regres? de Alemania, Sanz del R?o pas? una d?cada en retiro, aprendiendo y traduciendo a Krause y a Ahrens. La influencia excepcional de Sanz del R?o en la Universidad de Madrid comenz? en 1857 y dur? hasta su muerte en 1869. Su Ideal de la humanidad para la vida (1860), una adaptaci?n de Urbild der Menschheit (1811), la obra m?s importante (y m?s

pr?ctica) de Krause, ha sido descrita como "el libro de ho ras" de varias generaciones de estudiantes. La carrera de Sanz del R?o como estudiante y como maestro coincidi? y fue una parte vital del esfuerzo racionalista de renovar la vida acad? mica e intelectual en Espa?a, iniciada con la fundaci?n en 1836 de una universidad centralizada en Madrid, que cul minar?a con los experimentos educacionales que siguieron a la revoluci?n de septiembre de 1868. Sin embargo, no fue Sanz del R?o el veh?culo principal del krausismo en M?xico, sino Guillaume Tiberghien (1819-1901), 12 V?anse L?pez Morillas, 1956; Cacho Viu, 1961, vol. 1, "Or?genes y etapa universitaria (1860-1881),,; Jobit, 1936, vol. 1, "Les Krausistes". This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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un estudiante belga de Ahrens, profesor de la Universidad Libre de Bruselas por muchos a?os. Varios de los trabajos de Tiberghien fueron traducidos en Espa?a entre 1872 y 1875,

el mismo a?o que el primer volumen de su L?gica apareci? en M?xico. Tiberghien era popular con "los disc?pulos de los alumnos de Sanz del R?o", en parte porque presentaba las ideas de Krause con m?s claridad que su maestro, y en parte porque enfatizaba las caracter?sticas ecl?cticas y conciliado ras del krausismo, tanto que ?ste lleg? a representar un com

promiso entre la filosof?a idealista, los dogmas religiosos y los

resultados de las ciencias naturales. En fin, Tiberghien era popular en Espa?a cuando "a sus espaldas se alzaba un nue

vo y temible adversario", es decir, cuando el positivismo de safiaba al krausismo.13 Curiosamente, la ?nica exposici?n seria del krausismo en M?xico apareci? en la Pol?mica filos?fica de Tel?sforo Garc?a, con el prop?sito de revelar en detalle su imperfecci?n como filosof?a para la juventud mexicana. El espa?ol Garc?a, lle gado a M?xico en el a?o 1865 a los 21 a?os, probablemente estudi? con Sanz del R?o durante sus a?os de mayor influen cia en Madrid. Al refutar la afirmaci?n de Gabilondo de que era comteano (aunque no la de que era positivista), Garc?a

reconoci? que el concepto krausista de "la evoluci?n de la

humanidad como un organismo vivo y consc?o" (sic) ?despu?s modificado por el empiricismo de Herbert Spencer? hab?a sido un elemento importante en su formaci?n intelectual.14 En M?xico, Garc?a aparentemente cambi? del krausismo al positivismo, como hicieron muchos de sus contempor?neos en la pen?nsula, por ejemplo, el cr?tico Manuel de la Revilla, autor de varios art?culos aparecidos en La Libertada Aunque 13 L?pez Morillas, 1956, p. 75. Sobre Tiberghien en Espa?a v?ase Ca cho Viu, 1961, pp. 380-383, que incluye una lista de sus trabajos que se tradujeron al espa?ol. 14 Garc?a, 1881, pp. 22 y 29 (anteriormente en El Centinela, noviem bre 11 y 25 de 1880). Las acusaciones de Gabilondo aparecieron por pri mera vez en La Rep?blica, octubre 26 de 1880; D?az y de Ovando, 1972, vol.

2, p. 128.

15 V?ase Revilla, 1879, La Libertad, mayo 22 y 24. Revilla (1846-1881) podr?a haber sido amigo de Garc?a en su ?poca estudiantil.

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Garc?a favorec?a su propia exposici?n de la filosof?a de Krause,

durante el tiempo en que ?sta estuvo sujeta al "sever?simo criterio de D, Juli?n Sanz del R?o' ', para Tiberghien s?lo te n?a desprecio, acus?ndolo (quiz?s injustamente) de perpetuar los aspectos m?s oscuros, m?s fant?sticos y m?s arbitrarios del pensamiento de Krause. Garc?a identific? estos aspectos para hacer un resumen de la doctrina del "racionalismo arm?nico" de Krause. Comien za con la conciencia interna del Yo como la base del conoci miento, procede a la distinci?n entre el Yo y el No-Yo, que aparece en el momento inicial de pensar; y culmina en la ar monizaci?n de estas oposiciones necesarias a trav?s de "la raz?n intuitiva del ser". Este sentido intuitivo se deriva a Dios,

quien es a la vez indemostrable y capaz de ser comprendido por un esfuerzo mental. Garc?a acus? a Gabilondo y sus co legas de ignorar estas complejidades de Krause (o de Tiberg hien). Por ejemplo, afirmaba que era incorrecto usar a Krause para afirmar "la idea absoluta de la libertad humana", cuando Krause mismo "no se cansa de hablar de la libertad finita del hombre en dependencia de la libertad infinita de Dios".16 Una gran parte de la cr?tica de Garc?a se dirig?a hacia el pa nenteismo como "un sistema piadoso, capaz de conducir al hom

bre hacia una vida divina". Sierra lo caracterizaba como un de?smo, pero los dos estaban de acuerdo en que era un siste ma religioso que no deb?a ense?arse en las escuelas seculares del Estado. El inter?s especial de Tiberghien era la filosof?a de la religi?n, y probablemente ?sta fue la raz?n por la cual Garc?a encontr? la versi?n del krausismo de Tiberghien "fan t?stica", en comparaci?n con la de Sanz del R?o. En efecto, la edici?n mexicana de la L?gica omit?a muchos de los pasa

16 Garc?a, 1881, p. 24. Todos los positivistas se quejaban de la prosa de los krausistas, como lo han hecho casi todos los otros comentaristas, por ejemplo Arnulf Zweig: "La obscuridad del estilo [de Krause] es temi ble; se expresaba con un vocabulario artificial e insondable que inclu?a neo logismos tan monstruosos como Or-om-wesenUbverhaltheit y Vereinselbganz

weseninnesein, palabras que ni siquiera se pueden traducir al alem?n y mu cho menos al ingl?s". Encyclopedia of Philosophy, Nueva York, 1967, vol.

4, p. 363.

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jes religiosos, en diferencia de las opiniones de padres de fa milia, cat?licos ortodoxos.17 En el fondo de las objeciones de los positivistas al krausis mo se hallaba la hostilidad hacia la concepci?n idealista ale mana de la ciencia ( Wissenscha?) como la estructura ?nica y total del conocimiento humano, que inclu?a la filosof?a y sus elementos constitutivos. La concepci?n positivista de la cien cia como conocimiento estaba limitada a lo que se pudiera derivar de la observaci?n y medici?n de fen?menos. Cuando los krausistas espa?oles lucharon por la "libertad de ciencia" en la universidad espa?ola, lo hicieron en el sentido alem?n, en el cual las ciencias experimentales estaban subordinadas a la filosof?a. Cuando Tiberghien se?al? la l?gica como "la ciencia del conocimiento en general, y especialmente del co nocimiento cient?fico, es decir, 'la ciencia de la ciencia'", los positivistas consideraron semejante definici?n como inapli cable y metaf?sica.18 No tenemos que estar de acuerdo con Juan L?pez Mori llas de que ' ' Sanz del R?o y sus disc?pulos sumergen por pri mera vez el cerebro espa?ol en el racionalismo moderno" para distinguir un papel diferente del krausismo en Espa?a y en M?xico.19 En Espa?a era un movimiento profundo y gene ral que afectaba la vida intelectual, la acad?mcia y hasta la pol?tica, que se opon?a a la influencia tradicional cat?lica en el sistema universitario dentro del Estado confesional. Ade m?s, el krausismo precedi? al positivismo, ya que ?ste no apa reci? en Espa?a hasta principios de 1870. El krausismo lleg? a su apogeo en Espa?a durante la Reforma mexicana que mar 17 V?ase el dictamen de la Junta Directiva de Instrucci?n P?blica al

ministro Mariscal, con fecha 12 de noviembre de 1880, en D?az y de Ovan

do, 1972, vol. 2, p. 150, que manten?a que se hab?an suprimido pasajes que "pudiera[n] creerse que favorece[n] religi?n determinada". Una com paraci?n r?pida del primer volumen de la edici?n francesa (1865) con la traducci?n de Castillo Velasco (1875) verifica la abstenci?n de la Junta: varios pasajes que demuestran el panentetsmo se eliminaron, especialmente en la secci?n final. Sobre el concepto del panente?smo de Krause v?ase Jo bit, 1936, pp. 204-212. 18 Tiberghien, 1875-1878, vol. 1, p. 18, citado por Gabilondo en La Re p?blica, noviembre 9 de 1880; D?az y de Ovando, 1972, vol. 2, p. 142. 19 L?fez Morillas, 1956, p. 28. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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c? el triunfo formal del Estado secular y su separaci?n legal de la Iglesia. Con la excepci?n del inusitado caso de Tel?sfo ro Garc?a, el krausismo entr? en M?xico despu?s de que el positivismo hab?a sido la filosof?a oficial del sistema reforma

do de educaci?n superior por m?s de una d?cada. Por lo tan to, el krausismo fue usado para oponerse a un positivismo ya establecido, es decir, asumiendo una funci?n muy dife rente de la que tom? en Espa?a. Los krausistas espa?oles de 1860 casi ni conoc?an al positivismo. Auque el krausismo entr? a M?xico por v?a de Espa?a, lleg? principalmente a trav?s de un int?rprete belga que estaba cons

ciente de la larga tradici?n positivista en el mundo de habla francesa. El krausismo de Tiberghien era en parte una cr?ti ca al positivismo y pod?a ser usado de esta manera por los que en M?xico se opon?an al plan de estudios de la ENP. Pe ro tambi?n era una cr?tica que ten?a afinidades con el espiri tualismo franc?s, a pesar de las diferencias entre estas tra diciones filos?ficas. As? fue que el cambio de Vigil y de sus colegas de Tiberghien a Janet, del krausismo al espiritualis mo, sucedi? natural y f?cilmente, en particular cuando ?ste ya estaba bien establecido en la vida intelectual mexicana. El espiritualismo era probablemente la filosof?a dominan te en la Francia del siglo XIX, si consideramos "filosof?a" la expuesta por los fil?sofos profesionales y la ense?ada en la universidad francesa. El "espiritualismo" era el t?rmino pre ferido por Victor Cousin (1792-1867) para su sistema filos? fico, a veces tambi?n llamado "eclecticismo"; y fue el t?rmino

identificado con sus disc?pulos, hombres tales como Paul Ja net, Elme-Marie Caro, Etienne Vacherot y Jules Simon, to

dos bien conocidos en M?xico despu?s de 1867. Como su

contempor?neo m?s joven y gran antagonista, Auguste Com te, Cousin buscaba los fundamentos de la organizaci?n de un mundo donde los lazos espirituales hab?an sido rotos por la

gran Revoluci?n. Rechazando al "materialismo" y al "sen sualismo" del siglo XVIII como pensamientos cr?ticos y des tructivos, Cousin hizo de la introspecci?n su punto de partida

o "la reconstrucci?n inteligente" a trav?s de la observaci?n de la mente humana. A pesar de su cr?tica del pensamiento del siglo XVIII, el sistema ecl?ctico de Cousin estaba cons This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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truido sobre el conocimiento de la historia de la filosof?a, y de doctrinas extranjeras contempor?neas tales como el idea lismo alem?n. Cousin, y a?n m?s sus disc?pulos espiritualis tas, consideraban que su filosof?a era tanto de la materia como

de la mente, y que representaba un esfuerzo hacia la recon ciliaci?n del materialismo con el idealismo. Los espiritua listas consideraban que las ideas eran derivadas experimental mente de las sensaciones, y tambi?n de la conciencia, el "sen tido ?ntimo" de la raz?n. Adicionalmente, para ellos el esp?ri tu significaba "el alma" tanto como "la mente", y este doble sentido suger?a una relaci?n entre la mente y una sustancia inmaterial m?s elevada, el infinito o Dios. Cousin fue inmensamente popular en los a?os veinte, al tiempo que Comte luchaba por atraer una audiencia, y su eclecticismo se convirti? en la filosof?a oficial de las escuelas durante la monarqu?a de julio.20 Por su eminencia, Cousin nunca sinti? la necesidad de enfrentarse directamente con el positivismo de Comte, y se encontr? m?s y m?s fuera de con

tacto con la marcha acelerada de las ciencias naturales. Sin embargo, sus disc?pulos espiritualistas tuvieron que hacerle frente a los dos. El resultado fue que hacia mediados de si glo, los a?os del segundo imperio, fueran a?os de discordia

filos?fica en que los escritores se encontraron emocionalmente

involucrados en la persecuci?n de las soluciones a "los gran des problemas". Adem?s, en el conflicto entre el positivismo y el espiritualismo en Francia, las posiciones a veces se con fund?an, hasta en un mismo escritor. Uno de esos escritores frecuentemente citado (por los dos bandos) en M?xico era Va cherot, quien escribi? en 1858 que su meta era "expresar. . . el pensamiento metaf?sico de nuestro siglo, pensamiento sen cillo, natural, en armon?a con el progreso de las ciencias po

sitivas".21 Despu?s de 1870 en Francia, las posiciones se

20 Goldstein, 1968, pp. 259-279. 21 Simon, 1956, pp. 45-58; Charlton, 1959, pp. 11-23; Vacherot, 1863, vol. 1, p. xxxv. En los debates de 1880, Hammeken cit? el recono cimiento del poder del positivismo por el "eminente metaf?sico,, Vache rot, en La Libertad, octubre 16 de 1880; D?az y de Ovando, 1972, vol. 2, p. 117. Gabilondo utiliz? el mismo art?culo de Vacherot para demostrar la vitalidad del esp?ritu metaf?sico a pesar del positivismo: La Rep?blica, This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


GRAN DEBATE DE LIBROS

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solidificaron y el esplritualismo se convirti? m?s y m?s en una

defensa de los principios idealistas contra un positivismo as cendente. Esta transici?n de la ambig?edad a una mayor ri gidez tambi?n ocurri? en el discurso filos?fico mexicano, cuando pasamos de los a?os setenta a principios de los ochenta.

El esplritualismo franc?s era visible en la d?cada de los se tenta, aun entre aquellos que pronto se convertir?an en diri

gentes del positivismo. Despu?s de su conversi?n al posi tivismo, Jorge Hammeken y Mex?a recordaba sus d?as "es piritualistas" en La Tribuna, cuando tradujo la balanceada y juiciosa evaluaci?n de las filosof?as pol?ticas de la era revo lucionaria francesa de Janet.22 La primera cr?tica de Sierra

al programa de la Escuela Nacional Preparatoria ?que era demasiado exclusivo, que no tomaba nota debida de "la li bertad y de la personalidad humana", que no se tomaba en cuenta la historia de la filosof?a? reflejaba preocupaciones relacionadas claramente con el esplritualismo franc?s. Su am bivalencia hacia la ENP antes de 1877 se comprende con m?s facilidad cuando se observa en el contexto de las ambig?eda des del debate filos?fico en Francia a mediados del siglo. Co

mo Janet y Vacherot, Sierra trat? de reconciliar sus principios

idealistas con las exigencias de las ciencias naturales. Aun

que se convirti? en un positivista ardiente a finales de los a?os

setenta, nunca abandon? completamente sus previas inclina ciones espiritualistas. En efecto, toda la carrera de Sierra de 1867 a 1910, si se interpreta en t?rminos filos?ficos, puede verse como una tensi?n continua entre el idealismo y el posi tivismo, el mejor modelo que pod?a encontrarse en la Fran

cia de siglo XIX. Mientras que Hammeken y Sierra se apartaban del espl

ritualismo, Jos? Mar?a Vigil se inclinaba m?s y m?s hacia ?l para reforzar su posici?n anti-positivista. ?ste hab?a cita

octubre 19 de 1880; D?azydeOvandov 1972, vol. 2, pp. 119-120. El ensa yo citado por los dos era "Les Trois Etats de l'esprit humaine", en Revue des Deux Mondes, agosto 15 de 1880, pp. 856-892. 22 V?ase Hammeken, 1878, p. 210. El ensayo de Janet, "La filosof?a de la revoluci?n francesa", apareci? en La Tribuna, febrero 12-24 de 1874. Era traducci?n de la primera parte de "La philosophie de la r?volution", en Revue des Deux Mondes, enero 1 de 1872, pp. 42-73. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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CHARLES A. HALE

do libremente de la defensa de Caro de los derechos natura les y la democracia en el debate de 1878 con Sierra entre el

"viejo" y el "nuevo" liberalismo. La vinculaci?n de Vigil

a Caro lo llev? a traducir para su Revista filos?fica (1882) la segunda parte del ensayo de Caro sobre Emile Littr?, ensayo considerado como "el intento m?s comprensivo de refutar al

positivismo hecho por un miembro de la escuela de Cou sin".23 Esparcidos por la Revista hab?a catorce ensayos de

miembros importantes del establishment filos?fico y acad?mi

co franc?s, tomados del famoso compendio espiritualista de 1 800 p?ginas de Adolphe Franck, Dictionnaire des sciences phi losophiques .u En efecto, el primer ensayo de la revista de Vi

gil fue una larga discusi?n de la "filosof?a" escrita por el mismo Franck. Aparte del contenido de los ensayos del pro pio Vigil, su trabajo como traductor nos da una muestra im presionante de su conocimiento del espiritualismo franc?s. No

nos sorprende que como profesor de l?gica en la ENP, ?l in sistiera en la adopci?n del nuevo texto de Janet. El contenido de la Revista filos?fica de Vigil sirve para ad vertir las dificultades del estudio de la difusi?n intelectual.

Existen abundantes pruebas de que individuos como Vigil, Sierra, Hammeken y Parra conoc?an tanto la cultura litera ria y filos?fica francesa como la historia y la pol?tica france sas. Barreda y Hammeken pasaron tiempo en Francia, pero fueron excepciones. Sabemos poco en concreto sobre lo que 23 Simon, 1956, p. 51 n. La selecci?n de Caro, 1882, mayo 1, p. 5-46. Como es el caso en muchos de los art?culos en la Revue, las dos partes se publicaron despu?s en forma de libro. Se debe notar que la traducci?n apa reci? exactamente dos meses despu?s del original, indicando la rapidez de la distribuci?n de la Revue y el trabajo r?pido de Vigil. 24 Franck, 1875, la. ed., 1843-1853, en 6 vols. Franck (1809-1893) era un miembro importante del "regimiento filos?fico,, de Cousin, quien tu vo c?tedra en el Coll?ge de France de 1854 a 1881. Otros colaboradores, cuyos art?culos tradujo Vigil, eran : Emile Saisset (1814-1863), Emile Auguste-Edouard Charles (1826-1897); Pierre-Ernest-Bersot (1816-1880), y Jacques-Albert-F?lix Lemoine (1824-1874). Todos ten?an puestos aca d?micos prestigiosos. Entre las otras traducciones en la Revista se encon traban "La religi?n positivista" de Caro, tomada en su Etudes morales sur le temps pr?sent (4a. ed.; Par?s, 1879) y una parte de Louis Liard, La science et la m?taphysique (1879). Liard (1846-1917) tambi?n fue espiritualista y sir vi? como vice-rector de la Universidad de Par?s.

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GRAN DEBATE DE LIBROS

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le?an los mexicanos. La informaci?n bibliogr?fica, la corres pondencia personal, los inventarios de las grandes bibliote cas, y hasta los recuerdos intelectuales son escasos o ni siquiera

existen. No sabemos casi nada de las empresas editoriales, ni de libros y revistas del M?xico del siglo XIX; por ejemplo: qu? publicaciones europeas se vend?an, en qu? cantidades y a qu? precios. En trabajos hechos por mexicanos, las citas, las traducciones y los argumentos directos tomados de fuen tes europeas est?n mejor identificados despu?s de 1867 que a principios de siglo, pero de todas maneras, en nuestro pe riodo la documentaci?n ha sido descuidada. A base de esta evidencia fragmentaria e impresionista, ?qu? podemos decir sobre los medios de difusi?n intelectual? Aparte de las ocasionales traducciones al espa?ol y de trabajos de auto

res espa?oles, el franc?s era la principal lengua cultural de la ?lite mexicana. Por ejemplo, le?an a Mili, Bain y Spencer en traducciones francesas. Aunque muchos trabajos de auto res europeos circulaban y eran le?dos en M?xico, es probable que mucho de lo que se conoc?a de la vida intelectual euro

pea proven?a de las p?ginas de la Revue des Deux Mondes y de

un compendio ocasional como el Dictionnaire de Adolphe Franck. La Revue era una publicaci?n quincenal masiva que recib?a regularmente las contribuciones de las figuras princi pales de la filosof?a, las letras, la pol?tica y la ciencia france sas, en la mejor tradici?n francesa de haute vulgarisation. Aunque

la Revue se inclinaba hacia el orleanismo (es decir, hacia el liberalismo moderado y el monarquismo) en la pol?tica y ha cia el espiritualismo en la filosof?a, no exclu?a otros puntos

de vista. Por ejemplo, Littr?, el disc?pulo positivista de Comte, escribi? art?culos importantes, as? como lo hicieron dem?cratas como Janet y Caro. La Revue tambi?n les ofrec?a a sus lecto

res agudas rese?as de obras alemanas e inglesas y ensayos so bre los movimientos intelectuales en esos pa?ses. Su larga vida

y su estabilidad, su alta calidad intelectual, y su accesibili dad hicieron que la Revue fuera especialmente atractiva para los mexicanos.25 25 V?ase Le Livre du Centenaire, 1929. La Revue tambi?n fue un baluar te del romanticismo literario.

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CHARLES A. HALE

No hay duda alguna de que la conexi?n con Espa?a es de gran importancia para comprender la naturaleza de "la po l?tica cient?fica" (o del "liberalismo conservador"), la nueva doctrina pol?tica formulada por Justo Sierra y los otros re dactores de La Libertad en 1878. El comentario quincenal de Emilio Castelar sobre la pol?tica espa?ola y europea, que apa reci? en El Monitor Republicano de 1867 a 1896 (y por un corto tiempo en La Libertad) fue una fuente de informaci?n y opi

ni?n de suma importancia para los mexicanos. El grupo La Libertad tambi?n observaba a Castelar porque ?l era un repu blicano declarado pero no un radical, como revel? su corto t?rmino como presidente de la Rep?blica en 1873. El esfuer zo de Castelar por instituir un gobierno republicano autori tario contra la anarqu?a result? ser un modelo importante para

los que abogaban por la pol?tica cient?fica. Los lazos perso nales y emocionales con Espa?a y los espa?oles estaban fuer temente anudados entre los miembros del grupo La Libertad.

Sin embargo, en el dominio de la filosof?a y la educaci?n superior, la experiencia espa?ola y los escritos espa?oles eran menos pertinentes que los franceses para los mexicanos. El idealismo filos?fico ten?a importancia en M?xico, pero prin cipalmente en su forma francesa ecl?ctica o espiritualista, y no en su forma alemana krausista de la Espa?a de Sanz del

R?o. La corta popularidad en M?xico de los trabajos de Ti berghien se debi? a su atrasada llegada a Espa?a, y a su fa

miliaridad, por ser belga, con el positivismo franc?s, y tambi?n

a la afinidad de su cr?tica con la de los espiritualistas france ses. Se debe notar que Emilio Castelar no fue krausista, aun que estuvo unido a ellos en la lucha universitaria contra el gobierno en los a?os sesenta. ?l hab?a estudiado en Madrid la d?cada previa, varios a?os antes de que Sanz del R?o em pezara a ense?ar. Aunque Castelar no era fil?sofo, parece que su orientaci?n filos?fica lo llev? hacia el esplritualismo fran c?s. En efecto, fue ocasionalmente citado por los oponentes mexicanos al positivismo en los debates de principios de los a?os ochenta. La influencia de la cultura filos?fica francesa

en el M?xico del siglo XIX se parece a la que tiene en la mis ma Espa?a, con la excepci?n de la extraordinaria y poco du radera intrusi?n del idealismo alem?n. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


GRAN DEBATE DE LIBROS

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La controversia se calm? despu?s de 1882, sin resolver el conflicto entre el positivismo y el espiritualismo en la pol?tica

educativa. El Plan Montes para eliminar la Escuela Nacio nal Preparatoria fracas?, al igual que una propuesta de Justo Sierra que hubiera ubicado la ENP dentro de una universi dad nacional para protegerla contra cualquier otro peligro. El plan de estudios positivista se qued? casi intacto, con ex cepci?n del curso cr?tico de quinto a?o de l?gica, ense?ado por el oponente m?s vigoroso del positivismo, Jos? Mar?a Vi gil. El nombramiento de Joaqu?n Baranda como ministro de Justicia en septiembre de 1882, pareci? indicar que el gobierno

intentaba extender su pol?tica de reconciliaci?n a la educa ci?n. El debate efectivamente termin? con la adopci?n, bajo la presi?n de Baranda, del libro de texto de Janet. Durante la siguiente d?cada hubieron dos periodos en los que la Preparatoria de nuevo estuvo en el centro de las con troversias p?blicas. En estos momentos volvieron a relucir los

viejos problemas, pero los debates carec?an de su anterior vi gor y urgencia. El primer episodio ocurri? en 1885, cuando el nuevo director de la ENP estableci? una comisi?n de pro fesores para considerar la reforma del plan de estudios. El segundo ocurri? en 1891, cuando el plan de estudios fue exa

minado a fondo por el Segundo Congreso Nacional de Ins trucci?n P?blica. El resultado de los dos episodios favoreci? al sistema tradicional de la Preparatoria. En 1885, el statu quo

de 1883 fue reafirmado; en 1891 el programa cl?sico de 1869 se volvi? a instaurar, inaugurando un periodo de m?s de diez a?os en que no hubo desaf?o alguno al positivismo. En fin, el gran debate de libros de texto de 1880 marc? la cima del idealismo filos?fico en la educaci?n superior me xicana durante la era posterior a la Reforma ?es decir, has ta 1904, en que hasta el mismo Justo Sierra empez? a albergar

dudas sobre un positivismo que para entonces se hab?a con vertido en una ortodoxia asfixiante. SIGLAS Y REFERENCIAS AJP Actas de la Junta de Profesores. AHU Archivo Hist?rico de la Universidad. M?xico, D.F. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:27:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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CHARLES A. HALE

DdD Diario de Debates. C?mara de Diputados. X Congreso.

1880, 1881. DO Diario Oficial, M?xico, 1880.

Bain, Alexander 1870 Logic: deductive and inductive. Londres.

Cacho Viu, Vicente 1961 La Instituci?n Libre de Ense?anza. Vol. 1 : * 'Or?genes y eta

pa universitaria (1860-1881)". Madrid.

Caro, Elme-Marie 1882 "Emile Littr?, n: La philosophie positive, ses transfor mations, son avenir", en Revue des Deux Mondes.

Charlton, D.G. 1959 Positivist thought in France during the Second Empire,

1852-1870. Oxford.

D?az y de Ovando, Clementina 1972 La Escuela Nacional Preparatoria. M?xico, 2 vols.

Franck, Adolphe 1875 Dictionnaire des sciences philosophiques par une soci?t? de pro -

fesseurs et de savants. 2a. ?d. Paris.

Garc?a, Tel?sforo 1881 Pol?mica filos?fica. ? Garantiza mejor el progreso el sistema me taf?sico que el sistema experimental? M?xico.

Goldstein, Doris S. 1968 '"Official philosophies' in modern France: the exam ple of Victor Cousin", en Journal of Social History, 1. Hammeken y Mex?a, Jorge

1878 "La philosophie positive au Mexique. Lettre. . .a M. Littr?", en La Philosophie Positive, 20 (enero-febrero).

Janet, Paul 1879 Trait? ?l?mentaire de philosophie a l'usage des classes. Paris.

Jobit, Pierre 1936 Les ?ducateurs de l'Espagne contemporaine. Vol. 1: "Les

Krausistes". Paris.

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GRAN DEBATE DE LIBROS

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Le Livre du Centenaire 1929 La Livre du Centenaire. Cent ans de vie fran?aise a la Revue

des Deux Mondes. Paris.

L?pez Morillas, Juan 1956 El Krausismo espa?ol. Perfil de una aventura intelectual.

M?xico.

Mill, John Stuart 1843 A system of logic, ratiocinative and inductive, Beeing a connec ted view of the principies of evidence, and methods of scientific

investigations. Londres, 2 vols.

Montes, Ezequiel 1881 "Proyecto de ley org?nica de la instrucci?n p?blica en el Distrito Federal", en DO.

OGorman, Edmundo 1949 "Justo Sierra y los or?genes de la Universidad de M? xico, 1910", en Filosof?a y Letras, 33-34.

Parra, Porfirio 1881-1882 "La educaci?n intelectual", en La Libertad.

Revilla, Manuel de la 1879 "Las modernas tendencias de la ciencia en su relaci?n con la pol?tica", en La Libertad.

Ruiz, Luis E. 1882 Nociones de l?gica. M?xico.

Sierra, Justo 1874 "Un plan de estudios en ruina", en La Tribuna, enero 9.

1881 "El plan de estudios del Se?or Montes", en El Centine la Espa?ol. M?xico. 1948-1949 Obras completas. M?xico, unam.

Simon, W.H. 1956 "The 'Two Cultures' in nineteenth century France: Victor Cousin and Auguste Comte", en Journal of the History of Ideas, 26 Tiberghien, Guillaume 1875-1878 L?gica: la ciencia del conocimiento. M?xico, 2 vols.

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Vacherot, Etienne 1863 La m?taphysique et la science; ou principes de m?taphysique po

sitiva. 2a. ed., Par?s.

Vigil, Jos? Mar?a 1882 "La anarqu?a positivista", en Revista Filos?fica.

Zea, Leopoldo 1944 Apogeo y decadencia del positivismo en M?xco. M?xico.

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BREVE HISTORIA DEL INGENIO "EL MODELO" Livia Garc?a de Rivera El ingenio * 'El Modelo' ' se encuentra enclavado en el mu nicipio de Villa Jos? Cardel, Ver. Limita al norte con el Gol fo de M?xico, al sur con el r?o de La Antigua, al oriente con los ejidos de La Antigua y al poniente con los ejidos de Ursulo

Galv?n.

Su importancia se debe a que desde 1980, en que empez? a funcionar como trapiche, ha sido la fuente de trabajo para la poblaci?n local y de los lugares circunvecinos, ya que has ta la fecha no se ha establecido otra industria que lo reempla ce o emplee m?s mano de obra en la regi?n. Por esta raz?n, tanto el campesino-ca?ero como el obre ro, consideran que forman parte de la historia del ingenio, ligados a un pasado en el cual cada sector desempe?? un pa pel importante, tanto en los a?os en que la industria mantu

vo una estabilidad econ?mica, como en otros en los que

padeci? crisis financiera, motivados por factores diversos, los

cuales ser?n analizados posteriormente.

Trapiche "Gallo Verde' ' La primera relaci?n social con que fue conocido el ingenio fue con el nombre de "Gallo Verde"*, siendo su primer pro

pietario el espa?ol Ram?n Manir? en el a?o de 1890.

* Seg?n los informes proporcionados por las personas entrevistadas, el nombre del trapiche se deb?a a la marca del alcohol que produc?a, que consist?a en un disco dentro del cual aparec?a un gallo verde. HMex, XXXV: 2, 1985

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300

LIVIA GARCIA DE RIVERA

Este ingenio, como la mayor?a de los primeros trapiches, estaba construido de madera, movido por tracci?n animal y

?nicamente produc?a alcohol. Hacia 1900 se instal? la ma quinaria para obtener az?car, la cual requer?a un proceso m?s complicado que el alcohol. El az?car que se produc?a fue lla

mada de "marqueta", especie de piloncillo cuadrado de co lor oscuro. El due?o ten?a en arrendamiento la superficie que ocupa ba el trapiche, bajo contrato celebrado con Francisco Lara, uno de los m?s grandes latifundistas de la regi?n. Posterior mente una escritura fechada el 14 de agosto de 1903 en la ciudad de Veracruz, nos remite a la compra venta que hicie ron del terreno, en total 423 hect?reas, 87 ?reas; Ram?n Ma nir? pag? la cantidad de 5 000 pesos.1

Ingenio "El Modelo" Por lo que se refiere a la t?cnica de elaboraci?n del az?car,

se utilizaron los m?todos tradicionales y no fue sino hasta abril

de 1910 cuando heredaron la f?brica Gregorio Marure y Vi centa Masa de Marure, sobrinos del due?o anterior,2 quie nes se preocuparon por introducir nueva maquinaria. Gregorio Marure ampli? la factor?a, instalando molinos de tres pisos para fabricar az?car granulada. Desde entonces pas? a ser un ingenio, ya que los molinos al ser movidos por fuer za hidr?ulica hicieron que la producci?n aumentara tres ve ces m?s. El az?car que se fabricaba estaba destinada al con sumo nacional. Para mayo de 1910, el ingenio cambi? su nom bre al de "El Modelo", aunque sigui? produciendo alcohol de la misma marca "Gallo Verde". Al hacer estas modifica ciones, los propietarios se vieron precisados a adquirir terre nos en donde sembrar m?s ca?a y abastecer la molienda.

1 rpp,x, t. 64. la. secci?n, n?m. 334, f. 286. 2 Rpp.x, t. 66, la. secci?n, num. 440, f. 240. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


INGENIO "EL MODELO"

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Adquisici?n de tierras Por medio de la escritura de fecha 13 de septiembre de 1910, Gregorio Marure compr? en Veracruz a la "Sociedad de Ra fael Lara e Hijos", una superficie que en total sumaba 2 515 hect?reas, 2 627 metros. Importaban estos bienes la cantidad de $520 000 en oro nacional y el se?or Marure se oblig? a

pagar en un plazo de dos a?os.3 Tenemos entendido que al estallido de la Revoluci?n en

estos lugares, los campesinos se organizaron en contra de los hacendados, pidiendo les repartieran tierras y lograr as? un mejor modo de vida. La mayor?a de los campesinos abando n? el cultivo para sumarse al movimiento, lo cual ocasion? p?rdidas en el campo y en la f?brica. Estos acontecimientos hicieron que en el pa?s ". . .las zafras fueran descendiendo en los ingenios a partir de 1912, hasta llegar al punto m?s bajo en 1917-18 con una producci?n total de 44 090 tonela

das de az?car".4

Problemas financieros de la industria azucarera Ante este desequilibrio, el due?o pidi? un pr?stamo a la casa "Calleja Hermanos" por la cantidad de $40 600 para sufra gar los gastos de la zafra 1916-1917. La cantidad no fue li quidada en esa fecha y en 1922 la suma ascendi? a $104 778.44,

por lo cual la casa comercial embarg? el ingenio, incluyendo la maquinaria y los edificios.5 El due?o, con el prop?sito de salvar el ingenio, recurri? en 1921 a otra casa prestamista, la "Isidro Noriega Herma nos", la cual le hizo un pr?stamo el 2 de enero de 1922 por la cantidad de $94 004.77 misma que deb?a liquidar en octu

bre del mismo a?o.6

Al no pagarse ninguna de estas cantidades en el plazo fija 3 rpp.x, t. 176, la. secci?n, num. 110, f. 27. 4 El Ca?ero Mexicano, julio de 1955, num. 11, p. 3. 5 rpp.x, t. 226, 4a. secci?n, n?m. 29, f. 50. 6 rpp.v, t. 303, 4a. secci?n, n?m. 20, f. 30. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LIVIA GARC?A DE RIVERA

do, en 1922 la casa "Calleja Hermanos" embarg? el ingenio y en 1923 la casa "Isidro Noriega Hermanos" los terrenos con una superficie de 2 515 hect?reas. A ninguna de las dos casas comerciales les interes? mejo rar ni la f?brica ni los campos; prueba de ello fue que mien tras los administraron no se registr? ning?n adelanto: el ingenio sigui? produciendo el mismo tipo de az?car y los ca ?averales fueron cultivados con las mismas t?cnicas, sin lo grar aumentar la cosecha.

La situaci?n empeor? a?n m?s cuando la casa "Calleja Hermanos" no pag? los impuestos que exig?a la Secretar?a de Hacienda a todos los ingenios del pa?s. Por este motivo, se le sancion? con una fuerte multa por fraudes cometidos al fisco, misma que tampoco fue pagada. Posiblemente se de bi? a que la casa no cont? con el capital suficiente o tal vez por el poco inter?s de conservar la f?brica. Fue as? como en 1923, la Secretar?a de Hacienda tom? el ingenio y lo remat? al Banco Montreal de Canad? por la can tidad de $155 897.50 en oro nacional.7 El desfilar continuo de administradores y el someterse a diversos planes de trabajo hicieron que el ingenio en lugar de prosperar cada vez presentara s?ntomas de deterioro; la maquinaria estaba abandonada, se deb?an salarios a los tra bajadores de la f?brica y el campo. Para estas personas la si tuaci?n no era halagadora, pues viv?an exclusivamente de su trabajo y por lo tanto consideraban necesario y preciso un cambio que los beneficiara. En 1926 se organizaron y formaron una cooperativa, pero debido a la falta de coordinaci?n se desintegr? y no se reali zaron sus planes de administrar por su cuenta al Modelo. Para 1927, el Banco Montreal coloc? a Enrique Skipsey (de nacionalidad inglesa) en la administraci?n del ingenio. De inmediato el encargado demostr? tener gran inter?s en organizar y modernizar a la industria. Prueba de ello fue el capital que invirti? por su cuenta, de $175 000, con la finali dad de quedarse con el ingenio y de recobrar los terrenos que

hab?a embargado la casa "Noriega Hermanos". 7 Rpp.x, t. 245, la. secci?n, n?m. 80, f. 14.

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INGENIO "EL MODELO"

En 1937 Enrique Skipsey pas? a ser el due?o del ingenio y en 1940 form? una sociedad entre sus familiares, con un capital social de $6 000 000 representado por 6 000 acciones de mil pesos de la siguiente forma: Accionistas Acciones

Catalina G. de Skipsey 2 860 Ricardo G. Skipsey 1 240 Carlos J. Skipsey 1 240

Harry Skipsey Wallace 200 Ricardo G. Skipsey Jr. 200 Felipe Garc?a Egui?o 200 Arturo S?nchez Nieto _60

6 0008

En 1940 se hizo cargo del ingenio su hijo Ricardo G. Skip sey. La f?brica en este tiempo procesaba 3 500 toneladas de az?car granulada y para aumentar la molienda el se?or Skip sey pidi? un pr?stamo a la Uni?n Nacional de Productores de Az?car, S.A. (UNPASA), con el fin de que le refacciona ran la zafra 1948-1949 con la cantidad de $1 483 800.9 Se estipul? en el contrato que invertir?a el dinero en la ad quisici?n de materia prima que abasteciera a la f?brica, pa go de jornales y adquisici?n de maquinaria. Adem?s el ingenio se comprometi? a entregar toda la producci?n de az?car que se obtuviera en la zafra, garantiz?ndole la UNPASA un pre cio de liquidaci?n especificado en el mismo contrato. Por lo que se refiere a la maquinaria, se instal? la m?s mo derna y funcional, fabricada en compa??as inglesas y ameri canas como la Western States (fabricantes de centr?fugas), Babcock & Wilcox (fabricantes de calderas), la compa??a Wor tington, Murray Iron Works, etc. Con esta nueva maquina

ria se fabric? az?car refinada y en 1949 era uno de los primeros

ingenios de mediana categor?a que comenzaba a elaborar es 8 Rpp.x, Escritura 3940, num. 124, f. 124. 9 Rpp.x, t. 604, num. 70, f. 48.

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LIVIA GARCIA DE RIVERA

te tipo de az?car ?antes solo los ingenios de gran capacidad la fabricaban.10 Al contar con mejor maquinaria, se necesit? m?s mano de obra, raz?n por la que aument? el n?mero de obreros, tanto en tiempo de zafra como de reparaci?n en la siguiente pro porci?n: 250 trabajadores permanentes en el ingenio, 350 obreros empleados en ?pocas de zafra, 35 empleados en el ingenio.11

Por lo que se refiere al salario, depend?a del trabajo que desempe?aba cada obrero; el m?s alto en tiempo de zafra era

de $11.94 diarios.12

Para 1950 el ingenio dej? de fabricar az?car refinada y em

pez? a procesar az?car mascabado (llamada tambi?n grano de oro). El cambio se debi? a que la elaboraci?n era m?s sen cilla y econ?mica. En 1951 nuevamente el due?o solicit? otro pr?stamo a la

UNPASA, por una cantidad mayor que la anterior que ascen di? a $2 440 930 para refaccionar la zafra 1952-1953.13 En este tiempo hab?a gran demanda de az?car en los pa?ses euro peos, oportunidad que aprovech? la UNPASA para exportar el az?car a Inglaterra y Estados Unidos. Las zafras siguien tes fueron refaccionadas en igual forma y cada a?o aumenta ba la cantidad porque la producci?n tambi?n ascend?a; todos los pr?stamos siempre fueron liquidados en el plazo que fija

ba cada contrato.

Para 1960 el capital social del ingenio ascendi? a $14 000 000,

representado por acciones de mil pesos cada una y sus posee

dores eran:

Accionistas Acciones

Harry Skipsey Wallace 3 500 Ricardo Skipsey Wallace 3 500 Ricardo G. Skipsey 100 10 Entrevista al Sr. Ricardo Skipsey, Jr., junio de 1974, pho/7/2, inah. 11 cam.x, expediente 2858, f. 40. 12 cam.x, expediente 2858, f. 33.

13 rpp,v, t. 692, la. secci?n, n?m. 53, f. 30.

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INGENIO '4EL MODELO"

Accionistas Acciones

Carlos Skipsey Sherly 3 500

Joanne Skipsey de Cuillery 3 400

14 00014

El ingenio "El Modelo"

pasa a cargo del gobierno federal

A pesar de tener la empresa este capital, comenz? a prese tar p?rdidas, hasta que lleg? el momento en que los due?o no quisieron pedir m?s pr?stamos para refaccionar las zafr siguientes, por el peligro de no poderlo liquidar a tiempo de que el gobierno les embargara el ingenio. Por estas raz nes los due?os decidieron vender el ingenio a la Financier Nacional Azucarera, S.A. (FINASA) quedando estipulado e un contrato de compra venta, celebrado el 25 de noviembr de 1968, que la Financiera pagar?a el 20% de cada una d las acciones.15

Enseguida que la Financiera se hizo cargo del ingenio, se realizaron una serie de estudios, con el objeto de conocer s situaci?n y con base en ello realizar reformas. Los due?os a teriores hab?an invertido grandes sumas en la adquisici?n d

maquinaria, pero el campo estuvo completamente aband nado, cultivando con los m?todos rudimentarios. Despu?s de estos estudios, llegaron a la conclusi?n de ce

sar a la mayor?a del personal que trabajaba desde hac?a tiem po. En su lugar se coloc? un nuevo personal que contrat? misma instituci?n, con un salario m?s alto que el que se h b?a pagado. Como administrador nombraron al coronel F?

lix Guerrero Mej?a. Cabe hacer notar que el personal

administrativo que laboraba en M?xico fue cesado tambi?n y sus oficinas clausuradas. En 1970, el gobierno cre? la Operadora Nacional de Inge nios, S.A. (ONISA) con la finalidad de que se encargara d 14 AONi, Escritura de permuta compra venta, s/c, 1968.

15 AONi, s/c, 1968.

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LIVIA GARC?A DE RIVERA

la administraci?n y manejo de todos los ingenios que fueran propiedad del gobierno federal. Por medio de una escritura fechada el 3 de junio de 1971 en la ciudad de M?xico, se dio carta poder al licenciado Alfredo Navarrete para hacerse cargo

de este ingenio.16

Desde que el ingenio ha estado a cargo de la ONISA, ha

utilizado la misma maquinaria y tambi?n ha seguido proce sando az?car mascabado, producto que se sigue exportando a los mercados europeos. En 1972 aument? su producci?n a 4 500 toneladas, utilizando mayor cantidad de obreros. Se g?n las estad?sticas azucareras, el n?mero ascendi? de la si guiente manera:* 350 trabajadores en el ingenio, 449 obreros

que trabajaban en ?poca de zafra, 100 empleados en el

ingenio.17 Al hacer el estudio de este ingenio encontramos que su si tuaci?n inestable se debi? a la mala administraci?n; prueba de ello fueron los embargos que le hicieron las dos casas co

merciales y el Banco Montreal de Canad?. Estas institucio

nes trataron de cobrar su deuda sin interesarles el

mejoramiento de la f?brica ni del campo, motivo por el cual, durante muchos a?os, el ingenio permaneci? sin reformas, con un equipo obsoleto y con el problema del pago de suel

dos atrasados a sus trabajadores.

Todo esto origin? una situaci?n cr?tica, unida a la pol?tica interna del pa?s y a las luchas intestinas de la Revoluci?n

Mexicana.

Tanto campesinos y obreros resultaron afectados, siguie ron en las mismas condiciones, con un salario que raqu?tica mente les ayud? a subsistir. Las diversas instituciones que tuvieron a su cargo la explotaci?n, hicieron a un lado las de mandas de los trabajadores, prueba de ello es que mientras el capital social de la familia Skipsey ascendi? a m?s de un cien por ciento en veinte a?os, el obrero no goz? de ninguna

prestaci?n.

16 AONi, s/c, julio de 1968.

* Los campesinos no est?n incluidos porque comprenden, adem?s de

los ejidatarios, a arrieros y cortadores que laboran en temporada de zafra. 17 unpasa, Estad?sticas azucareras, 1973, p. 29.

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INGENIO "EL MODELO"

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Cuando el ingenio estuvo a cargo de la ONISA y de la FI NAS A, se contrat? m?s personal con el pretexto de que la in dustria necesitaba de t?cnicos capacitados que propiciaran el desarrollo de la misma, sin darse cuenta de que eran perso nas que trataban de resolver problemas de f?brica y campo detr?s de un escritorio, sin conocerlos a fondo. Por lo que se refiere a la gerencia, ha estado a cargo de licenciados, coro neles y contadores que apenas est?n enterados de problemas referentes a la administraci?n de un ingenio y que, en cam bio, perciben salarios muy altos. SIGLAS Y REFERENCIAS RPPjX Registro P?blico de la Propiedad, Xalapa. RPP,V Registro P?blico de la Propiedad, Veracruz. CAMjX Comisi?n Agraria Mixta, Xalapa. AONI Archivo de la Operadora Nacional de Ingenios, S.A. UNPASA Uni?n Nacional de Productores de Az?car, S.A.

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WIGBERTO JIM?NEZ MORENO (1909-1985) Y SU BIBLIOGRAF?A

ANTROPOL?GICA E HIST?RICA Ernesto de la TORRE VILLAR Centro de Estudios Hist?ricos

UNAM

Amigo, maestro, historiador. De esta trinidad de condi

ciones encarnada en una sola persona tendr?a que hablar, y mucho podr?a decir refiri?ndome tanto a sus altas calida des, cuando los hechos menudos y anecd?ticos, que no por serlo, dejan de servir para configurar una personalidad mul tiforme, valiosa y entra?ablemente humana. Si optara por referirme al amigo o al maestro, podr?a el amor, que es afec to y respeto limpio y total, vencer mi deseo de presentarlo como un Vida Paralela en los t?rminos de Plutarco y ejemplar

en su unicidad, y desembocar en emocionada eleg?a. Por ello voy a ocuparme m?s del historiador, del estudio so que encamin? su inteligencia, su mente iluminada por el genio, a penetrar en el conocimiento de todas las expresiones espirituales y materiales del hombre, tanto en el remoto pa sado como en nuestros d?as, pues eso es la Historia. Sin embargo, a m?s de su actividad cient?fica he de refe rirme a su manera com?n de ser, a su calidad humana, lo cual servir? para justipreciar mejor su valor intelectual. Suele darse en muchos intelectuales una dicotom?a muy acentuada entre su valor cient?fico y su valor humano. Seres de inteligencia y sensibilidad genial, pueden no tener condi ci?n ni virtudes humanas apreciables, que correspondan a su estructura intelectual, que armonicen con ella. Pueden darse casos en los que la ausencia de caracteres morales: bondad, honestidad, entereza, etc., disminuyan el calor integral de una

persona, lo contradigan y aun nulifiquen. Idealmente senti

HMex, xxxv: 2, 1985

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

mos que la presencia equilibrada de valores morales e inte lectuales en un ser determinado, es lo que magnifica, lo hace digno de estimaci?n total, por igualar la vida al pensamiento. En el caso de Wigberto Jim?nez Moreno, el equilibrio justo

entre sus virtudes morales y su valor intelectual, es lo que

engrandece. Por ello me referir? brevemente a resaltar su con

dici?n humana, para en seguida hablar del cient?fico, del sa bio historiador, a quien mejor que a nadie debe aplicarse la universal y rotunda condici?n de que hablaba el cl?sico: "Na

da de lo que es humano le fue ajeno."

Efectivamente, Wigberto Jim?nez Moreno posey? a m?s de curiosidad insaciable, mente ?gil y despierta para captar lo importante, inteligencia precisa que discern?a lo trascedente

de lo puramente epis?dico, capacidad para resumir en apre tados conceptos las explicaciones m?s amplias y una memo ria privilegiada que despu?s de organizar rigurosa y certera mente lo aprendido, volcaba ese saber quintaesenciado, con rigor y veracidad. Estas cualidades de su inteligencia las ma nejaba con precisi?n y oportunidad, sin alambicamientos eru ditos ni pedantes muestras de acrobacia mental. En ?l toda expresi?n de conocimientos era sencilla, n?tida, y s?lo cuan do ten?a que explicar acad?micamente alg?n punto en deba te extra?a de su rico arsenal multitud de argumentos y pre cisiones reveladoras de su pasi?n por el estudio, de su enor me capacidad de lecturas y de una comprensi?n profunda y cr?tica de las fuentes por ?l utilizadas. Por haber conservado siempre el rigo y fidelidad su alta condici?n humana, por haber sabido gozar la vida en pleni tud y saborear la amistad, el amor, la lealtad, la belleza, la sabidur?a, no se acarton? ni desfigur? su cordial y sencilla personalidad, no adopt? el rictus falso de los sabios oficiales, el hieratismo y la prosopopeya que encubren falsos valores. Tal vez por haber sido tan genuino en sus expresiones, tan c?lidamente humano, muchas de su actitudes fueron mal com

prendidas, objeto de bromas y menosprecio de quienes no sa ben hallar la semilla si no va envuelta en hojarasca ruidosa e inservible. Fue fiel a s? mismo, a su aut?ntico ser, a sus cos

tumbres provincianas, a sus convicciones, a la amistad, a la lealtad, a todo aquello que adem?s de genuino es eterno. Mil This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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y mil an?cdotas se cuentan de ?l, pero ellas no le empeque ?ecen sino que acrecientan su valor, su consistencia moral e intelectual, su gran sentido de la vida. Nunca trat? de ser un sabio perdido en el ?ter, ajeno al mundo; al contrario, vi vi?, disfrut? y sufri? al mundo cuya comprensi?n le torn? sa

bio. Administr? prudentemente su econom?a, disfrut? de la mesa sencilla, del amor, del deleite que al esp?ritu y los senti dos da el arte de la comunicaci?n tanto con esp?ritus selectos como con los de grupos r?sticos en donde la intuici?n pr?sti na y sin pulir se manifiesta y es grata. Cultiv? la amistad y supo encontrar en amigos, colegas y disc?pulos el aspecto po sitivo y valioso, lo aprovechable, y no se ceb? en los puntos vulnerables que todos presentamos. Respet? valor y formas de ser del pr?jimo, comprendi? las debilidades de los dem?s sin encarnizarse contra nadie ni ofenderlos, resisti? muy a menudo los ataques de torpes y envidiosos que se aprovecha ron de su bondad y paciencia. Supo advertir con dignidad la indiferencia e injusticias que contra ?l se cometieron y agra deci? honda y perpetuamente todo favor y ayuda que se le otorg?. La incomprensi?n, la ignorancia, la mala fe las su fri? con entereza, sin amargarse ni conservar rencor a nadie. Malos administradores no comprendieron sus inmensos m? ritos, su rectitud, su honradez. Ellos han pasado en la esco ria del tiempo y ?l se agiganta en sus dimensiones humanas. La exclusi?n que de ?l se hizo cuando ocup? algunos puestos revela c?mo en nuestro ambiente no es estimada la recta con

ducta, el saber, la prudencia, la honestidad, sino el oropel, la mendacidad, el oportunismo, la incondicionalidad. Man tuvo siempre alta la frente y luch? tenazmente por lograr el

apoyo no a ?l, sino a empresas culturales que beneficiaban

a la Patria.

Con sa?a que no revela sino mezquindad, esp?ritu de ca marilla y prejuicios inexplicables en quienes deber?an dar muestras de altura de esp?ritu, no se le hizo justicia y se le arrebat? varias veces en forma consecutiva el Premio Nacio

nal de Historia que numerosas instituciones solicitaron para ?l. Varios de sus alumnos, cierto es que cargados de m?ritos, recibieron por razones pol?ticas el premio que estaba desti

nado al maestro.

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

Se?alamos ya que una de las caracter?sticas esenciales de Jim?nez Moreno fue la vastedad de intereses intelectuales que

tuvo, su amplia curiosidad, su deseo y capacidad de cultivar varias disciplinas humanas. Ese deseo lo emparienta con el sabio barroco del siglo XVII, con Carlos de Sig?enza y G?n gora, cuyas inquietudes fueron tan diversas como las de Don Wigberto. Si aqu?l cultiv? la astronom?a, las matem?ticas, la agrimensura, la poes?a, la historia, la novela, ?ste con la misma ansia de saber penetr? en la ling??stica, la arqueolo g?a, la historia de M?xico antigua, colonial y moderna, la his toria universad, la cronolog?a, la etnolog?a, el arte, habiendo entrado en todas ellas con solidez, acierto y profundidad, no superficialmente como pasatiempo o erudici?n a la violeta. Como Don Carlos, viaj?, rescat? libros y documentos valio sos, form? valiosas colecciones, esclareci? puntos oscuros de nuestra historia, tanto prehisp?nica como virreinal y a base de comparaciones justas, de reflexiones sobre el devenir his t?rico, se?al? diversas constantes de la historia mexicana, he chos reveladores de formas de ser que emergen de valores tradicionales, de expresiones materiales y espirituales de una cultura, de condiciones que el medio, la raza y el esp?ritu

producen.

Su prop?sito de rescatar el acervo documentad del pa?s, se mejante al que Sig?enza tuvo para reunir escritos y testimo nios de la antig?edad y de salvar el archivo de la Audiencia cuando fue incendiado el Palacio por las turbas, es semejan te al esfuerzo realizado durante varios a?os por Jim?nez Mo reno, para inventariar y hacer copiar los archivos municipales

y parroquiales de toda la Rep?blica. Fruto de ese af?n fue el hallazgo de los restos del Padre Kino. En compa??a de An tonio Pompa y Pompa y Jos? Miranda fue de pueblo en pue

blo rescatando preciosos testimonios que permiten comprender

el desarrollo total del pa?s. Si Sig?enza puso en claro natura leza y origen de los cometas desbaratando la confusi?n e ig norancia que en torno de ellos exist?a, as? Jimenez Moreno, analizando inteligente y cuidadosamente fuentes y resultados arqueol?gicos, secuencias y estilos, pudo determinar que Teo tihuac?n no fue el asiento de los toltecas, sino Tula en Hidal go, y que los olmecas de La Venta, La Mesa y Tres Zapotes, This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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eran diferentes de los hist?ricos que habitaron Cholula en eta

pas posteriores. La constancia en el trabajo y la dispersi?n de intereses, que no le permitieron concentrarse en una sola obra, semejan a ambos personajes. C?mo recuerdo tambi?n que por multiplicidad de intereses y a?n por su f?sico, sus an

tiguos alumnos le llam?bamos el "Sig?enza del siglo XX".

A m?s de su inter?s enorme por los archivos, por los viejos folios, por tratar de estar al d?a en las fuentes hist?ricas, en las nuevas interpretaciones, Jim?nez Moreno, que era gran admirador de Kroeber, fue magn?fico etn?grafo. Recorri? con minucia amplias regiones del pa?s, recogiendo informaci?n sobre la cultura material y espiritual de los grupos ind?genas. De sus narraciones, de sus cantos tradicionales, de sus for mas de vida desprend?a lo esencial, lo que le permit?a ligar en su desarrollo a unos grupos con otros. Huicholes, mixt? eos y zapotecos, tarascos, nahoas y muchos m?s le sirvieron para elaborar la trama, que esperaba su perfeccionamiento, de la preciosa s?ntesis de la historia prehisp?nica, que se en cierra en las lecciones dadas en la Escuela Nacional de An

tropolog?a. Como fue notable ling?ista, conocedor a fondo del n?huad,

del otom? y del mixteco, pudo acercarse a diversos n?cleos aut?ctonos y penetrar en su mundo m?gico tradicional. Cul tiv? con rigor los textos ind?genas, los tradujo rigurosa y cien

t?ficamente, destacando su importancia, sin consagrarse a barroquismos conceptuales ni a elaborar t?rminos que se sos tienen con habilidosos malabarismos verbales. Muchos a?os trabaj? dentro y aisladamente del Centro de Lenguas Ind? genas, aprendiendo y ense?ando con la amplitud y riqueza que le brindaba su inmenso saber. A Jim?nez Moreno toc? conocer y tratar en el Museo Na cional a hombres tan destacados como Mariano Rojas, con quien perfeccion? su n?huad; a Andr?s Molina Enr?quez, por entonces preocupado tanto por los problemas de la tierra, como

de la situaci?n de numerosos grupos ind?genas; y sobre todo

a Miguel Oth?n de Mendiz?bal, soci?logo, etn?logo de ge

niales percepciones y cultor de las lenguas ind?genas. Con este

?ltimo trabaj? en amigable cooperaci?n, de la que surgieron las cartas ling??sticas que desde la ?poca de Orozco y Berra This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

y Francisco Pimentel no se renovaban. Distintos en car?cter y

en forma de ser, Jim?nez Moreno y Mendiz?bal congenia ron espl?ndidamente, intercambiaban informaci?n, cotejaban

experiencias que enriquec?an a uno y otro y a la historia. Men

diz?bal ve?a con admiraci?n la sabidur?a sencilla y dispuesta del joven historiador y ?ste respetaba y elogiaba las intuicio nes magistrales de don Miguel. Correspondi? ajim?nez Moreno vivir y participar en una

de las etapas sobresalientes de la arqueolog?a mexicana, la que iniciara con magistral y amplia visi?n Manuel Gamio. Con los integrantes del equipo de Gamio, Ignacio Marquina y Eduardo Noguera tuvo gran amistad, y de ellos aprendi? lo esencial del trabajo arqueol?gico. Con Alfonso Caso, que llev? a su m?ximo perfeccionamiento estudios y trabajo ar queol?gico, cultiv? enorme amistad. Caso descubri? el ge nio hist?rico de Jim?nez durante el congreso de historiadores

celebrado en Oaxaca, y a partir de entonces se convirti? en su protector y colega. El recio y amplio conocimiento que Ji m?nez Moreno ten?a de las fuentes hist?ricas apoy? los tra

bajos arqueol?gicos de Caso, de Rub?n de la Borbolla, de

Acosta. De la lectura y cotejo inteligente de numerosos tex tos, Jim?nez deduc?a conclusiones felices y ?l impulsaba a los

arque?logos a verificar con sus explicaciones sus ideas. Dio se as? una feliz conjunci?n de intereses que se completaban, de saberes que necesitaban tanto el apoyo de la informaci?n documentad como la paciente y cuidadosa exploraci?n de los sitios arqueol?gicos. Estuvo Jim?nez Moreno siempre aten to a los ?ltimos hallazgos, discut?a las secuencias cer?micas y las etapas constructivas de cada sitio, y cuidadosamente tra taba de apoyar y ratificar esos hallazgos en la informaci?n que libros y c?dices le proporcionaban. Wigberto Jim?nez Moreno no fue, por otra parte, un sa bio de gabinete, alejado de la realidad circundante. Su labor de rescate documental que hizo en toda la Rep?blica, el inte r?s por seguir de cerca las exploraciones arqueol?gicas que se realizaban y que le confirmaban lo aprendido en la fuente o le obligaban a rectificar, y sus investigaciones etnogr?ficas en diversas regiones, le confirmaron la idea, que desde muy joven tuvo, de que era necesario conocer y entender el con This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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torno geogr?fico de los lugares en los que el hombre dej? tes timonio de su existencia. Si adolescente recorr?a en fruct?feras

caminatas las vecindades de su natal Le?n tratando de loca lizar puntos de inter?s, ya mayor emprender?a largos reco rridos, ligando historia y geograf?a para obtener un mejor conocimiento de la acci?n humana. Derivada de este inter?s est? su ?mproba tarea de realizar una amplia serie de mapas hist?ricos referentes a diversos aspectos de la historia de M? xico, los cuales no lleg? a publicar. Consider? a Caso como maestro y amigo y ?ste le impuls? a perfeccionarse en el extranjero en donde aprovech? los re sultados de las nuevas corrientes en la ciencia antropol?gica. Junto con Ignacio Bernai reun?anse semanalmente a discutir aspectos de la historia antigua en la que los tres hicieron no tables aportaciones. La amistad con Alfonso Caso y los resultados intelectuales de la misma, deben parangonarse con las que el siglo ante rior tuvo Jos? Fernando Ram?rez con Manuel Orozco y Be rra. Si Ram?rez abri? el estudio de la historia precolombina a saludable y fruct?fera comparaci?n con las viejas culturas de Europa y Asia, as? Caso y Jim?nez Moreno con su l?gica irrebatible, su saber universal, sus amplias concepciones, pu dieron establecer necesarias y ?til?simas comparaciones en tre los desarrollos culturales de la Am?rica ind?gena y las culturas cl?sicas del Viejo Mundo. Jim?nez Moreno, que ve?a el desarrollo hist?rico mexica no a trav?s de amplios panoramas, de horizontes muy vas tos, apreci? y colabor? tambi?n en las positivas tareas del sabio

profesor alem?n Paul Kirchhoff. Este investigador, autor de concepciones geniales como la que defini? y precis? concep to y realidad de Mesoam?rica, emprendi? junto con Jim?nez Moreno la ingente labor de estudiar los calendarios prehis p?nicos, su cronolog?a y sincronismo. Con los hallazgos rea lizados fue posible precisar la validez de la historiograf?a mesoamericana, comprender las diferencias existentes en el c?mputo del tiempo y ajustar la secuencia hist?rica de mu chos e importantes acontecimientos que antes resultaban inex

plicables y desajustados.

Y hablando de colaboraci?n, siempre estim? el valor y com This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

petencia de sus colegas y colabor? en forma destacada en la confecci?n de manuales escolares objetivos, bien informados, claros y modernos. La Historia de M?xico redactada con Al fonso Garc?a Ruiz, representa apretada y justa s?ntesis de nues

tro desarrollo hist?rico, al igual que la que prepar? en uni?n

de Jos? Miranda y Mar?a Teresa Fern?ndez de Miranda. Algunas de las culturas mesoamericanas le atrajeron por

su riqueza e importancia hist?rica m?s que otras. Las de Oaxa ca ejercieron en ?l cierto magnetismo. Habiendo, hace va rias d?cadas, estudiado con todo detenimiento para su publi caci?n el C?dice de Yanhuitl?n que se conserva en la Academia

de Artes de Puebla, escribi? primorosa interpretaci?n del mis

mo. En el estudio de los c?dices colabor? ?ntimamente con Salvador Mateos Higuera, sabio y dedicado especialista, cu ya obra, que nunca fue publicada, sirvi? a muchas personas para preparar trabajos en torno de los c?dices mexicanos. En algunos aspectos la labor de Mateos Higuera se asemeja a la de Jim?nez Moreno, quien dej? en apuntes de sus c?tedras y de sus conferencias, dispersa enorme riqueza, la cual ha si do aprovechada, parte de buena fe, otras subrepticiamente, por propios y extra?os. El mundo colonial en el que ve?a una prolongaci?n del in d?gena fue tambi?n tema preferente de Jim?nez Moreno. El libro que public? fue tan s?lo ajustado resumen de su saber. Sigui? con atenci?n, aprovechando sus hallazgos en los ar chivos, el proceso descubridor y colonizador del centro y norte

de M?xico. Precis? nombres y fechas, derroteros y fundacio nes; inquiri? con gram rigor origen y consecuencias de los en

cuentros de culturas, vador? los aportes de la acci?n espa?ola sin desde?ar la de los ind?genas. Percibi? las coyunturas eco n?micas, sociales, pol?ticas y culturales de los tres siglos vi rreinades y sus logros, destacando aquellos aspectos m?s sa lientes, como los de la aculturaci?n, el mestizaje material y espiritual, los cambios ideol?gicos y generacionales que se pro

dujeron.

Sus concepciones hist?ricas fueron resultado de sobrado es tudio, amplia cultura, honda reflexi?n y nunca consecuencia de oportunismo pol?tico ni de deseo de complacer a los se?o res del poder. Su certero conocimiento de la historia del Vie This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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jo Mundo, en particular de la espa?ola, permiti?le tener una visi?n maciza de la acci?n de Espa?a en Am?rica, y en rigu roso balance justipreciar la doble raigambre de la cultura me xicana. No fue hispanista a ultranza, ni tampoco un fan?tico del mundo ind?gena. Interesado en el devenir hist?rico, en los cambios ideol? gicos, en la sucesi?n de mentalidades, utiliz? las aportes de Ortega y Gasset en el estudio de las generaciones, y con su prodigiosa memoria y poder de an?lisis, formul? en torno del

desarrollo mexicano formidable n?mina en la que precisa y concept?a las generaciones mexicanas, su acci?n, valor y al cances. Este trabajo suyo que ha corrido con suerte, vale por la capacidad interpretativa que significa. Buena parte de su labor la realiz? en las aulas, en los audi torios, en congresos y mesas redondas, en donde las confe rencias de don Wigberto representaban siempre el plato fuerte,

visiones monumentales de la historia, en las cuales hab?a que admirar no s?lo la claridad discursiva del maestro, sino su prodigiosa memoria que permit?a apoyar en citas precisas y ciertas las interpretaciones llenas de reflexi?n, de juiciosos co

mentarios que ten?a en torno del tema que le correspond?a tratar. Gran animador y sost?n de academias, de sociedades, de congresos, muchos de sus esfuerzos se concentraron ah?, animando, aconsejando, formulando programas amplios y di versos. Sin ego?smos, dando su saber y consejo, alent? a nu merosas generaciones tanto de estudiantes nacionales como extranjeros. Las universidades de diversos pa?ses se honra ban invit?ndole a impartir cursos, seminarios, lecciones ri cas en saber. Sus estudiantes aprovecharon largamente su ense?anza. Muchas tesis sostenidas aqu? y all? son deudoras de las lecciones del maestro. Amaba ense?ar y su saber que corr?a por todos los ?mbitos lleg? a convertirse en idea que flotaba en el ambiente, a ser una idea com?n de la que mu chos se aprovecharon. Generoso e incansable, gustaba esta blecer di?logos y conversaciones extraordinariamente ricos en

sugerencias que muchas veces no lleg? a escribir. Viv?a obsesionado por el saber. Oaxaca le atra?a especial mente, y en los ?ltimos a?os trabaj? intensamente con estu diantes extranjeros en el estudio de los c?dices mixt?eos. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

Durante nuestro coloquio en Oatxaca, plane? una visita a la regi?n de Tututepec para apreciar la importancia que como se?or?o ind?gena y poblaci?n colonial tuvo, y as? iniciar in vestigaciones y exploraciones en ese lugar. Su curiosidad infinita le llevaba a hacer planes para el fu turo, para cuya realizaci?n hubiera necesitado d?cadas y un equipo riguroso para auxiliarle. Trabaj? casi siempre solo, y eso le priv? poder cristalizar una obra rotunda, perfecta. Sus proyectos le asemejan con notable historiador, con Fran cisco del Paso y Troncoso, quien igual que don Wigberto ela

bor? planes ambicios?simos que no pudo realizar. Pocos

historiadores mexicanos han tenido tal magnitud de ideas y de felices hallazgos. De ?l habr?a que decir que a m?s de gram historiador, fue gran ling?ista, gran etn?logo, gran antrop? logo. En rigor Wigberto Jim?nez Moreno ha sido el m?ximo cultor de la historia antigua que M?xico ha tenido en el pre sente siglo. Con las bases que dej? Fray Bernardino de Satha

g?n, es el digno sucesor de Clavijero, de Jos? Fernando Ram?rez y de Manuel Orozco y Berra. En la centuria que termina destacar?, labor y nombre de Wigberto Jim?nez Mo

reno, como el del mejor conocedor de la historia antigua de

M?xico.

Su obra dispersa, breve pero enjundiosa, quedau-? paira acre

centar el saber de muchas generaciones, como han quedado las instituciones en donde difundi? su sabidur?a: la Escuela Nacional de Antropolog?a el Instituto Nacional de Antropo log?a, e Historia, el Museo Nacional, El Colegio del Baj?o y muchos m?s, en donde con modestia e inmenso amor ha cia M?xico difundi? su rico e inagotable saber. Sus estudian tes y amigos, quienes formamos el Seminario de Cultura Mexicana que presidi? gallardamente, le recordamos como el colega en el que no es posible apreciar qu? vade m?s, si su cordial bondad o su profundo saber. Si podremos adirmar que

fue para nosotros un privilegio inestimable encontrar en ?l uno de esos esp?ritus que nos reconcilian con el ser humano, tan imperfecto, ego?sta e ignorante.

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WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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BIBLIOGRAF?A * Rasgos biogr?ficos de los hermanos Aldama' ', en el peri?dico Evo

luci?n, Le?n, Gto., 1931. 4 * ?Qui?n fue el Pipila?, Evoluci?n, Le?n, Gto., 1931. "Mitos y religiones'', El Centro, Le?n Gto., 1932. "La historia colonial de Le?n", Reina y Madre, n?m. 13, Le?n,

Gto., 1932.

"El Bachiller Espino y la guerra contra los chichimecas", Reina y Madre, n?ms. 14, 15, 16, 17, Le?n, Gto., 1932.

"Primeras iglesias de Le?n", Reina y Madre, num. 20, Le?n,

Gto., 1933.

"Notas de historia eclesi?stica leonesa del siglo XVI", Reina y Ma dre, n?ms. 21, 22 y 23, Le?n, Gto., 1933. "Notas de historia eclesi?stica y leonesa del siglo XVII", Reina y

Madre, n?ms. 25, 26 y 28, Le?n, Gto., 1933.

El Doctor Jos? de Jes?s Gonz?lez, Le?n, Gto., 1933, 15 pp. Este trabajo se public?, adem?s, en el peri?dico El Centro, de Le?n, Gto., en 1933 y tambi?n en la Gaceta M?dica de M?xico en el mismo a?o. En 1943 se hizo una reimpresi?n en Le?n, Gto.,

en un folleto de 15 pp. "Brev?simo resumen de historia antigua de Guanajuato", Le?n,

Gto., 1933, 72 pp.

Las primeras 20 p?ginas de este trabajo aparecieron con el t?tu lo de "Historia Antigua de Le?n", en el peri?dico Tiempos Nue vos, Le?n, Gto., 1932. Se hizo sobretiro de ellas y la edici?n se complet? en 1933. Hay una reimpresi?n bajo el rubro de "His toria Antigua de la Ciudad de Le?n" en pp. 13-83 del num. 38, agosto de 1977 de Colmena Universitaria, Guanajuato, Gto., sin los grabados y el mapa de la edici?n original. "Peque?a bibliograf?a etnogr?fica de M?xico' ', Bolet?n del Museo Na cional de Antropolog?a, Historia y Etnograf?a, 2a. ?poca, t. I entrega

2a., pp. 125-137. M?xico, D.F., abril-junio de 1934.

"Bibliograf?a ling??stica de D. Pablo Gonz?lez Casanova", Inves tigaciones Ling??sticas, t IV n?ms. 1-2, enero-abril de 1937. Reproducida en el Bolet?n Bibliogr?fico de Antropolog?a Americana,

vol. IV, num. 3, pp. 288-291.

"Materiales para una bibliograf?a etnogr?fica de Am?rica latina". Bolet?n Bibliogr?fico de Antropolog?a Americana, vol. I, pp. 47-77,

167-197 y 289-421, M?xico, D.F., 1937-1938.

"Labores y estudios recientes de etnograf?a y ling??stica mexica This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

na", Bolet?n Bibliogr?fico de Antropolog?a Americana, vol. I pp. 83

85, 1937.

En colaboraci?n con Miguel O. de Mendiz?bal: "Distribuci?n pre hisp?nica de las lenguas ind?genas de M?xico". Mapa publicado por el Instituto Panamericano de Geograf?a e Historia, M?xi co, D.F., 1937. Originalmente elaborado en 1935. Mapa ling??stico de Norte y Centroam?rica, publicado por el Instituto

Panamericano de Geograf?a e Historia, M?xico, D.F., 1937. Ori ginalmente elaborado en 1936.

Mapa ling??stico de Sudam?rica seg?n. . . Krickeberg, publicado por el

Instituto Panamericano de Geograf?a e Historia, M?xico, D.F.,

1937. Los dibuj? A. Villagra en 1936.

Fr. Bernardino de Sahag?ny su obra. M?xico, D.F., 1938, 76 pp. Pu blicado originalmente como introducci?n a la edici?n, hecha por Pedro Robredo, de la Historia General de las Cosas de la Nueva Es

pa?a, de Sahag?n, en las pp. XIII-LXXXIV. La Colecci?n Troncoso de fotocopias de manuscritos. M?xico, D.F., 1939.

VIII, 45 pp.

Es una separata del trabajo publicado bajo el rubro de "Ap?n

dice III" en Silvio Zavala: Francisco del Paso y Troncoso. Su misi?n

en Europa, M?xico, D.F., 1939, pp. 555-559. Reimpreso, 1980. "Origen y significaci?n del nombre Otomi", en Revista Mexicana de Estudios Antropol?gicos, t. III, n?m. 1, 1939, pp. 62-68. "Movimiento antropol?gico de M?xico". Tres art?culos publica dos sin firma, en El movimiento hist?rico en M?xico, n?m. 2 (abril

de 1939), n?m. 4(1 de julio de 1940) y n?m. 5 (1 de septiembre

de 1940).

En colaboraci?n con Salvador Mateos Higuera, C?dice de Yanhui tl?n, M?xico, D.F., 1940, VIII, 89 pp., XXIV l?minas. "Los or?genes de la Ciudad de Le?n", en Pro-C?tedra, Le?n, Gto., 1941. Se reimprimi? en Sogmestum, Le?n Gto., A?o I, 1943. "Los Archivos de Le?n", en Pro-C?tedra, Le?n, Gto., 20 de enero

de 1941, a?o II, n?m. 3, pp. 7-8.

En colaboraci?n con M.O. de Mendiz?bal, Lenguas ind?genas de M? xico. (Mapa de su distribuci?n prehisp?nica, preparado en 1939.) Se incluye en: Jorge A. Viv?, Razas y lenguas ind?genas de M?xico. Su distribuci?n geogr?fica, Publ. n?m. 52 del Instituto Panameri

cano de Geograf?a e Historia, M?xico, D.F., 1941.

"Advertencia" a Una eleg?a tolteca, por Walter Lehmann, M?xico,

D.F., 1941, pp. 3-10. Varias notas de W.J. M.

"Tula y los toltecas seg?n las fuentes hist?ricas", en Revista Mexi This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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cana de Estudios Antropol?gicos, 1941, t. V, pp. 79-83. "El enigma de los olmecas", en Cuadernos Americanos, a?o I, num.

5, 1942, pp. 112-145.

Una secci?n de este trabajo, intitulada "La cultura de La Ven ta", se reimprimi? en el num. 431 de Esta semana en M?xico, co

rrespondiente a junio 12-18 de 1943, pp. 21-24 y 38. Se repro

dujo en la serie Reimpresos, editada por el Instituto de

Investigaciones Antropol?gicas de la UNAM, M?xico, 1978. "Relaci?n entre los olmecas, los toltecas y los mayas, seg?n las tra diciones", en Mayas y olmecas, Tuxtla Guti?rrez, Chis., impreso

en M?xico, D.F., 1942, pp. 19-23.

Fr. Juan de Cordova y la lengua Zapoteca, M?xico, D.F., 1942, 37 pp. Separata de la Introducci?n al Vocabulario castellano-zapoteco de Fr.

Juan de C?rdova, editado el mismo a?o.

"El Doctor Jos? de Jes?s Gonz?lez", 1943. Reimpresi?n del mismo folleto publicado en 1933. "La cultura de La Venta", en Esta semana en M?xico, num. 431,

junio 12-18 de 1943.

Es un cap?tulo desprendido de El enigma de los olmecas. Se reim primi? tambi?n en M?xico Prehisp?nico, 1946.

"Rasgos esenciales de la historia de la poblaci?n de M?xico". Edi ci?n mimeogr?fica para el Primer Congreso Demogr?fico Inte ramericano, 1943. Impreso en 1947 en las Memorias y Revistas de la Academia Nacio nal de Ciencia Antonio ?lzate, t. 56, pp. 69-85, con el t?tulo de "Es

quema de la historia de la poblaci?n de M?xico".

"Los or?genes de la Ciudad de Le?n", Sogmestum, Le?n, Gto., a?o

I, num. 5, 1943.

"Tribus e idiomas del norte de M?xico", en El norte de M?xico y sur de los Estados Unidos, M?xico, D.F., 1943-1944, pp. 121-133. Incluye el mapa Grupos ind?genas y misiones del norte de M?xico.

"Relaciones etnol?gicas entre Mesoam?rica y el sureste de los Es

tados Unidos' ', en El norte de M?xico y el sur de los Estados Unidos.

M?xico, D.F., 1943-1944, pp. 286-295.

"La colonizaci?n y evangelizaci?n de Guanajuato en el siglo XVI", Sociedad Mexicana de Antropolog?a, El norte de M?xico y el sur de los Estados Unidos. Tercera Reuni?n de Mesa Redonda sobre proble mas Antropol?gicos de M?xico y Centroam?rica, 3, Castillo de Cha

pultepec, M?xico, D.F., 25 de agosto a 2 de septiembre de 1943.

Incluye mapa.

"La colonizaci?n y evangelizaci?n de Guanajuato en el siglo XVI", en Cuadernos Americanos, a?o III, n?m. 1, 1944, pp. 125-149. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

"La ense?anza de la historia y de la investigaci?n hist?rica en la Escuela Nacional de Antropolog?a y el Centro de Estudios His t?ricos", en Educaci?n Nacional, 1944, n?m. 5, pp. 427-431. En el mismo n?mero, pp. 463-464, un "Ap?ndice bibliogr?fico" sobre publicaciones relativas e Historiograf?a y T?cnica de la

Ense?anza de la Historia por W. J. M.

"Cronolog?a de la historia precolombina de M?xico", en Esta se mana en M?xico, n?m. 483, 26 de agosto a septiembre de 1944,

pp. 25-29.

Se reimprimi? posteriormente, en M?xico prehisp?nico, editado por

Emma Hurtado, 1946.

"Los estudios folkl?ricos en M?xico", en El Maestro Mexicano, 1944,

n?m. 4, pp. 8-9, 12.

"Advertencia", en pp. I-V de Relaci?n de la fundaci?n, cap?tulos y elec ciones que se han tenido en esta Provincia de Santiago de esta Nueva Es pa?a, de la Orden de Predicadores de Santo Domingo. 1569. Editor Var

gas Rea, M?xico, D.F., 1944, (Biblioteca de Aportaci?n Hist?rica).

"Introducci?n" a la Gu?a Arqueol?gica de Tula de Alberto Ruz Lhui

llier. M?xico, D.F., 1945, 95 pp. Abarca de la p. 7 a la 18.

Le?n colonial. Editor Vargas Rea, M?xico, 1945, 55 pp. (Biblioteca de Aportaci?n Hist?rica). Reimpresi?n de los art?culos: "La historia colonial de Le?n" y "El Bachiller Espino y la guerra contra los chichimecas", pu blicados en Reina y Madre, Le?n, Gto., 1932. "Cronolog?a de la historia precolombina de M?xico", en M?xico prehisp?nico, Editorial Emma Hurtado, 1946, pp. 114-123. Reimpresi?n del art?culo del mismo nombre, aparecido en Esta semana en M?xico, en 1944. Lo reimprimi? tambi?n, motu propio,

Enrique Navarro, en el t. I de su edici?n de la obra de Manuel

Orozco y Berra, que intitul? Historia antigua y de las culturas abor?

genes de M?xico, M?xico, 1954, 2 vols. "Cultura de La Venta", en Esta semana en M?xico, 1946, pp. 131 136. Reimpresi?n del art?culo aparecido en Esta Semana en M?xi co, 1943, y antes en El enigma de los olmecas, 1942.

"Esquema de la historia de la poblaci?n de M?xico", en Memorias y Revistas de la Academia Nacional de Ciencias, Antigua Sociedad Cien

t?fica Antonio ?lzate, t. 56, n?m. 1, 1947, pp. 69-85.

Reimpresi?n de "Rasgos esenciales de la historia de la pobla ci?n de M?xico", edici?n mimeogr?fica, M?xico, 1943. Parte de este trabajo se incluy?, como "Evoluci?n demogr?fica de Nue This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIMENEZ MORENO

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va Espa?a", en Estudios de historia colonial, de W. J. M., M?xi

co, D.F., 1958.

"Historia antigua de la zona tarasca", en El Occidente de M?xico, Cuarta Reuni?n de Mesa Redonda sobre Problemas Antropol?gicos de M?

xico y Centroam?rica, Publ. por la Soc. Mexicana de Antropolog?a

de M?xico, 1948, 222, XIV pp.

Ver pp. 146-155 y el "Mapa explicativo del Lienzo de Jucuta cato", incluido entre pp. XXXVI y XXXVII. "Informe de la Secci?n de Ling??stica, Historia y Etnograf?a An tiguas", en El Occidente de M?xico, 1948, pp. 217-221. "Preservaci?n y fomento de la cultura regional", en Am?rica Ind? gena, M?xico, D.F., 1948, t. VIII, n?m. 4, octubre, pp. 313-319. Se reimprimi? en 1950 en la revista Rumbos Democr?ticos. Con modificaciones se reimprimi? en la "Memoria de la Primera Asamblea de Corresponsal?as" del Seminario de Cultura Me

xicana, M?xico, 1951.

"Origen y desarrollo de la Escuela Nacional de Antropolog?a e His toria' ', en Revista Mexicana de Estudios Antropol?gicos, M?xico, D.F.,

t. X, A?os 1948-1949, pp. 135-141.

An outline of the history of Mexico dealing with events up until the Conquest.

1949. Edici?n mimeogr?fica.

Historia antigua de M?xico. Notas tomadas en la c?tedra del Prof. W. Jim?

nez Moreno, Escuela Nacional de Antropolog?a e Historia (M?xi co), 1949, 44 pp. Edici?n mimeogr?fica. "Seler y las lenguas ind?genas de M?xico", en El M?xico Antiguo, t. VII, diciembre de 1949, pp. 16-21. "El Excelent?simo Se?or Doctor Emeterio Valverde y T?llez. Sem blanza", en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, M?

xico, D.F., t. IX, n?m. 1, enero-marzo de 1950, pp. 105-107. "Semblanza de Francisco Orozco Mu?oz", en El Universal, M?xi co, D.F., 11 de marzo de 1950, Primera secci?n, pp. 4, 12. "Preservaci?n y fomento de la cultura regional", en Rumbos Demo

cr?ticos, 1950. Reimpresi?n de este art?culo, inicialmente publicado en Am?rica Ind?gena, 1948. "The importance of Xaltocan in the ancient history of M?xico", en Mesoamerican Notes, num. 2, M?xico, D.F., 1950, pp. 133 138, cuadro geneal?gico.

"Semblanza del Excmo. Sr. D. Emeterio Valverde y T?llez", en El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Emeterio Valverde T?llez. . ., Le?n,

Gto., 1951, pp. 57-58, obra editada por el Pbro. Manuel Ran

gel Camacho.

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

"El desarrollo de los estudios hist?ricos en los ?ltimos cincuenta a?os (1901-1950)", en Umbral, n?m. 35, diciembre de 1951,

Guanajuato, Gto., pp. 22-26. Originalmente publicada en 1950.

Preservaci?n y fomento del patrimonio cultural de las rgiones de M?xico, Se

minario de Cultura Mexicana, Memoria de la Primera Asamblea de

Corresponsal?as, M?xico, 1951, pp. 63-70.

"Semblanza de Don Francisco (Orozco) Mu?oz", en Oasis, n?m. 6, junio de 1952, pp. 17-18. "Los or?genes de la Provincia Franciscana de Zacatecas", en Me

morias de la Academia Mexicana de la Historia, t. XI, n?m. 1. enero

marzo de 1952, pp. 22-37.

"50 a?os de historia mexicana", en Historia Mexicana, t. 1:3 [3] (enero-marzo, 1952), p. 449-455. "Los estudios de historia precolonial de M?xico (1937-1950)", en Anales del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia, t. IV, n?m.

32 de la colecci?n, M?xico, 1952, p. 71-83.

"Cronolog?a de la historia de Veracruz", en Huastecos, totonacos y sus vecinos, M?xico, D.F., 1952, pp. 311-315. Historia antigua de M?xico, ENAH, 1953, 89 pp. Edici?n mimeo

gr?fica.

Hay reimpresiones de 1956, 1958, y quiz? tambi?n de 1959. "Chapultepec, santuario de la historia patria", en Exc?lsior, 5 de

julio de 1953.

"La Virgen de Guadalupe, imagen de la Patria", en Novedades, diciembre de 1953. Bibliograf?a de las ciecias sociales en M?xico (1850-1950), en Memorias del Instituto Nacional Indigenista, vol. IV, M?xico, 1954, CI, 342 pp.

En colaboraci?n con Manuel Germ?n Parra. "Tula, ciudad de Quetzalc?atl", C?mara de Comercio de Tula, 1954, 22 pp.

Se reimprimi? ese mismo a?o en la revista El Comercio. Poste riormente, hacia 1956, se hizo una edici?n mimeogr?fica por la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional de Antropolog?a

e Historia.

"S?ntesis de la historia precolonial del Valle de M?xico", en Revis ta Mexicana de Estudios Antropol?gicos, t. XIV, la. parte, 1954-1955,

pp. 219-236.

Notas sobre historia antigua de M?xico, Ediciones SAENAH, 1956. Edi

ci?n mimeogr?fica. Tula, ciudad de Quetzalc?atl. Ediciones mimeogr?ficas SAENAH, Es cuela Nacional de Antropolog?a e Historia, Sociedad de Alum

nos, ?1956?

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WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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Meses con que principiaban el a?o diversos pueblos y sus consecuencias para la cronolog?a de la historia prehisp?nica. Ediciones mimeogr?ficas SAE

NAH., 1956, 12 pp., 3 cuadros.

Con el t?tulo de "Diferente principio del a?o entre diversos pue blos y sus consecuencias para la cronolog?a prehisp?nica", se reimprimi? en El M?xico Antiguo, t. IX, 1959, pp. 137-152, co

mo se anota m?s adelante.

"La conquista: choque y fusi?n de dos mundos' ', en Historia Mexi cana, VI: 2 [21] (julio-septiembre de 1956), pp. 1-8. El mismo art?culo, en franc?s, apareci? por entonces en Nouvel les du Mexique. Ver tambi?n Cutberto D?az G?mez, editor, M? xico, sus necesidades, sus recursos, M?xico, 1970.

"Vito Alessio Robles (1879-1957)", en Revista de Historia de Am?ri ca, num. 44, diciembre de 1957, pp. 429-434. Informe del Relator de la Primera Secci?n, Mesa Redonda Regional de His toria, Chilapa-Chilpancingo, 1949, en Bolet?n del Centro de Investiga ciones Antropol?gicas de M?xico, n?m. 4, octubre de 1957, pp. 34-42. Report of the Round Table Meeting of Oaxaca, 1957, en Bolet?n del Centro de Investigaciones Antropol?gicas de M?xico, pp. 43-49. Historia antigua de M?xico, Jalapa, Ver., 1958. Edici?n mimeogr?fica.

Historia antigua de M?xico. 3a. ed., M?xico, Escuela Nacional de An tropolog?a e Historia. Ediciones mimeogr?ficas de la SAENAH,

1958, 83 pp.

Estudios de historia colonial, M?xico, INAH, 1958, 179 pp. "The Indians of America and Christianity", en The Americas, XIV,

num. 4, abril de 1958, pp. 411-431.

El texto en espa?ol de este art?culo, est? incluido en la ficha an terior. S?ntesis de la historia pretolteca de Mesoam?rica, en Esplendor del M?xico

Antiguo, t. Il, pp. 1019-1108, M?xico, D.F., Centro de Investi gaciones Antropol?gicas de M?xico, A.C., 1959. Hay una reimpresi?n hecha en 1976. Tambi?n una traducci?n al ingl?s, impresa en 1966, bajo el rubro Mesoam?rica Toltecs, en

John Paddock, Ancient Oaxaca, Stanford, Cal., 1966, pp. 1-82. "Presentaci?n", A?oranzas y recuerdos de Le?n, por Federico Pohls

y Rinc?n Gallardo, M?xico, 1959, pp. 5-15.

"El noreste de M?xico y su cultura", en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, t. XIX, num. 2, abril-junio de 1960,

pp. 176-187.

Se imprimi? este trabajo, tomado de una grabaci?n, con multi tud de erratas. Corregido, ampliado e ilustrado con grabados, fue impreso en 1962 en el Bolet?n de Informaci?n del Seminario de Cultura Mexicana. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

Historia antigua de M?xico. Notas de W. Jim?nez Moreno, an Ame rican School Foundation Publication, Bulletin num. 47. Prin ted at the American School, M?xico, 1961.

"IX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropolog?a", en Bolet?n INAH, 6 de octubre de 1961, pp. 5-6.

El mestizaje y la transculturaci?n en Mexiam?rica en El mestizaje en la historia

de Ibero-Am?rica, Instituto Panamericano de Geograf?a e Histo

ria, Comisi?n de Historia, M?xico, D.F., 1961, pp. 78-85.

"Antecedentes hist?ricos del cambio social y econ?mico en el M? xico contempor?neo", en Anales del Instituto Nacional de Antropo

log?a e Historia, t. XIV, n?m. 43 de la colecci?n, M?xico, 1962,

pp. 139-145.

Historia de M?xico. Una s?ntesis. En colaboraci?n con Alfonso Garc?a

Ruiz, INAH, M?xico, 1962, 132 pp., ?ndice. La parte de Jim?nez Moreno en pp. 9-42 y 123-132. Se reim primi? en 1970. Los hallazgos de Ichcateopan, Actas y dict?menes de la Comisi?n Investiga

dora. Pr?logo de Arturo Arn?iz y Freg, M?xico, 1962, XIV, 552 pp. Las pp. 1-381 de esta obra, que contiene las actas de 38 se siones celebradas por dicha Comisi?n, o sea, m?s de las dos ter ceras partes de aqu?lla, fueron escritas por W.J.M., quien, ade m?s, se encarg? de la revisi?n de pruebas de toda la obra. El estudio que iba a servir de pr?logo en ella y que fue sustituido por el de Arturo Arn?iz y Freg se public? posteriormente en la revista Historia Mexicana, como se indica en la siguiente ficha. "Los hallazgos de Ichcateopan", en Historia Mexicana, vol. XII: 2 [46] (octubre-diciembre de 1962), pp. 161-181. "Recordaci?n postuma de Don Federico G?mez Orozco", en Me morias de la Academia Mexicana de la Historia, t. XXI, n?m. 3, julio

septiembre de 1962, pp. 209-211.

"El noreste de M?xico y su cultura", en Bolet?n de Informaci?n del Seminario de Cultura Mexicana, 2a. ?poca, n?m. 15, abril de 1962.

"Filosof?a de la vida y transculturaci?n religiosa. La religi?n me xica y el cristianismo", en Bolet?n de Informaci?n del Seminario de

Cultura Mexicana, 2a. ?poca, n?m. 19 de septiembre de 1962. "La cultura mexicana est? en proceso de integraci?n", en M?xico en la cultura, 3a. ?poca, n?m. 701, 1962, p. 2. "Estudios mixt?eos", en pp. 9-105 del Vocabulario en Lengua Mixte ca, por Fray Francisco de Al varado. Reproducci?n facsimilar con un estudio de Wigberto Jim?nez Moreno y un ap?ndice con un vocabulario sacado del Arte de la Lengua Mixteca de Fray Antonio de los Reyes, M?xico, Instituto Na This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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pp. 216-218.

"La historiograf?a tetzcocana y sus problemas", en Revista Mexica na de Estudios Antropol?gicos, t. XVIII, M?xico, 1962, pp. 81-85.

"La significaci?n de la Batalla del 5 de mayo en la recuperaci?n del orgullo nacional", en 5 de Mayo. Sus proyecciones hist?ricas. . . Su aspecto cultural. . . en el Primer Centenario. 1862-1962 (Puebla,

1963), pp. 117-130. Edici?n plagada de erratas basada en una transcripci?n ?no corregida por el autor? de la grabaci?n de una conferencia suya.

Historia de M?xico. En colaboraci?n con Jos? Miranda y Mar?a Te

resa Fern?ndez, M?xico, D.F., 1963, XII, 573 pp.

La parte del pr?logo que abarca las pp. XVIII-XXII fue redacta da por W.J.M., quien, junto con Mar?a Teresa Fern?ndez es cribieron las pp. 1-174 de la obra. "Filosof?a de la vida y transculturaci?n religiosa. La religi?n me xicana y el cristianismo", en XXXVII Congreso Internacional de Ame

ricanistas, Actas y Memorias, M?xico, 1964, T. II, pp. 543-550.

La ni?ez y la mocedad de don Francisco Monter de, M?xico, Seminario

de Cultura Mexicana, 1964. 10 pp.

El significado de la victoria del 5 de mayo en la recuperaci?n del orgullo na cional. Sobretiro de La intervenci?n francesa y el Imperio de Maximi

liano, M?xico, 1965, pp. 51-59.

La transculturaci?n ling??stica Hispano-Ind?gena, Santander, 1965, 52

pp. (Publicaciones de la Universidad Internacional Men?ndez

Pelayo, 24).

Contestaci?n a una encuesta sobre la desintegraci?n familiar en M?xico. Pun to de vista antropol?gico, en Desintegraci?n familiar (un tema de conci

lio), Culbimex, M?xico, D.F., 1965, pp. 1-11.

Al reimprimirse esta obra en 1967, el texto figura en pp. 45-53. "Mexica, Toltec, and Mixtee history", en XII Congr?s International

des Sciences Historiques, Viena, 29 de agosto-5 de septiembre de 1965, t. Il, pp. 233-242. "Los imperios prehisp?nicos de Mesoam?rica", en XXXVI Congre so Internacional de Americanistas, Sevilla, 1964. Actas y Memorias,

Sevilla, (1966), vol. 4, pp. 705-716.

"Los imperios prehisp?nicos de Mesoam?rica", en Revista Mexica na de Estudios Antropol?gicos, 1966, t. XX, pp. 179-195.

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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

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El texto en espa?ol, incompleto, pp. 1-9: Las lenguas y culturas ind?genas de la Baja California. Hay edici?n completa en espa?ol en la revista Calafia, 1974. "Los portadores de la cultura teotihuacana' ', en Historia Mexicana,

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Primeros Memoriales de Fray Bernardino de Sahag?n. Textos en n?huatl,

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El enfoque generacional en la historia de M?xico. Ediciones del Semina

rio de Cultura Mexicana, M?xico, 1974, 20 pp.

"Mesoam?rica", en Enciclopedia de M?xico, M?xico, 1974, t. VIII,

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WIGBERTO JIMENEZ MORENO

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Reimpresi?n, sin l?minas y sin advertencia, de la edici?n de 1932-1933. "Ciudad de Quer?taro", en Enciclopedia de M?xico, M?xico, 1977, t. X, pp. 577-579. "Prefacio" de "Los Jicaques y sus mitos", en Anne Chapman: Les Enfants de la Mort, Univers Mythique des Indiens Tolupan (Jica

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"Laudanza de Gertrudis Duby", en Bolet?n de informaci?n del Semi

nario de Cultura Mexicana, 6a. ?poca, n?m. 73, julio-agosto septiembre de 1978, pp. 1-23. "Los or?genes de Saltillo y la significaci?n de 'Coahuila' ", en Re vista Coahuilense de Historia, 1, mayo-junio de 1978, pp. 7-25. Tambi?n publicado en Ra?ces hist?ricas de Coahuila, Colegio Coa huilense de Investigaciones Hist?ricas, Saltillo, Coahuila, M?xico, sep

tiembre de 1979, pp. 123-143. "De Texcatlipoca a Huitzilopochtli", en Actas del XLII Congr?s In ternational des Am?ricanistes, 1978, vol. VI, pp. 27-34.

Mi acceso a la antropolog?a y la historia y a la Universidad de las Americas.

Discurso pronunciado por el Se?or Profesor don Wigberto Ji m?nez Moreno en ocasi?n del recibimiento del grado de Doctor en Humanidades (h.c.) en el recinto universitario. Universidad

de las Americas, A.C., 16 de junio de 1978.

"La investigaci?n hist?rica sobre Chiapas", en Anuario 1979. Pu blicaci?n del Seminario de Cultura Mexicana, pp. 67-85. "Vida y acci?n de Paul Kirchhoff', en Mesoam?rica. Homenaje al Dr. Paul Kirchhoff. Coordinaci?n: Barbro Dahlgren, M?xico, 1979, pp. 11-25. "El camino y la lecci?n de Silvio Zavala", en Bolet?n, El Colegio de Mexico, enero-marzo de 1979, pp. 4-5. "Laudanza a Le?n", en Teatro Doblado. Ediciones del Gobierno del This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

Estado de Guanajuato, M?xico, 1979, pp. 61-62.

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1980, pp. 207-229.

"Trayectoria de la Escuela Nacional de Antropolog?a e Historia", en Cuicuilco, julio de 1980, pp. 58-59. "La crisis del siglo XVII y la conciencia nacional en Nueva Espa ?a", en Universidad Complutense: Acto de solemne Investidura de

Doctores, 28 de enero de 1980, (Madrid), pp. 17-28. "Contestaci?n y bienvenida a Israel Cavazos Garza", sesi?n del 12 de junio de 1979, en Memorias de la Academia Mexicana de la

Historia, M?xico, D.F., 1977-1980, t. XXXI, pp. 29-37.

RESE?AS Sobre L. Canfield: Spanish literature in Mexican languages as a source for the study of Spanish pronuntiation, en Investigaciones Ling??sticas,

t. IV, 1937, n?ms. 1-2, p. 167.

Sobre Alfonso Caso: La religi?n de los aztecas, en Letras de M?xico, 1937,

n?m. 2.

Sobre Pablo Mart?nez del R?o: Los or?genes americanos, en Letras de

M?xico, 1937, n?ms. 10, 14.

Tambi?n en Bolet?n Bibliogr?fico de Antropolog?a Americana, vol. I,

1937, n?m. 3, pp. 104-110.

Sobre Bernard Bevan: The chinantec, en Bolet?n Bibliogr?fico de Antro

polog?a Americana, vol II, 1938, n?m. 4, pp. 119-123. Sobre Historia de Am?rica. Publicada bajo la direcci?n de Ricardo

Levene, Buenos Aires, 1940, t. I: "Introducci?n Geogr?fica" y "Los abor?genes de Am?rica del Norte y Am?rica Central", por Federico A. Daus y Francisco de Aparicio, en Revista de His toria de Am?rica, n?m. 13, diciembre de 1941, pp. 143-145.

Sobre Wilbert E. Moore: El impacto del industrialismo en la poblaci?n, en Problemas Agr?colas e Industriales de M?xico, t. VI, n?m. 2, M?

xico, 1954, pp. 187-194, con el t?tulo "La obra de Moore: s?n tesis y consideraciones".

TRADUCCIONES "Carta del se?or principal y tres alcaldes caciques de la provincia de Soconusco, al licenciado Francisco Brise?o, visitador y Juez This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


WIGBERTO JIM?NEZ MORENO

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de residencia de la Audiencia de los Confines, quej?ndose de los malos tratamientos que les hac?a el gobernador Pedro Ordo nez; suplican que escriba a su Magestad para que ponga reme dio y dicen que el de?n hab?a hecho falsas informaciones en fa vor de Pedro Ord??ez. San Pedro Huehuetl?n, a 22 de febrero de 1965", en Epistolario de Nueva Espa?a, recopilado por Fran cisco del Paso y Troncoso, M?xico, D.F., 1940. t. X, pp. 62-69.

Traducci?n del n?huatl al espa?ol.

Adem?s una corta traducci?n al espa?ol de algunos p?rrafos en n? huatl de los Anales de Cuauhtitl?n publicados, con sus notas, en el t. VI de las Obras completas del Prof. Miguel O. de Mendiz?bal, pp. 28-29; un cort?simo fragmento en el M?xico Antiguo, t. IV,

p. 132, y peque?os p?rrafos en n?huatl con su traducci?n, rela tivos al calendario, que incluye en un art?culo suyo el Dr. Al

fonso Caso.

ENTREVISTAS Y CONTESTACIONES A ENCUESTAS "Los libros fundamentales en nuestra ?poca", respuesta, en Occi dente, M?xico, D.F., a?o I, num. 1, enero-febrero de 1945,

pp. 7-9.

Fue reimpresa tanto la respuesta de W.J.M. como las de otros autores en el folleto. Los libros fundamentales de nuestra ?poca. En cuesta realizada por Agust?n Y??ez. Ediciones Et Caetera, Guadala

jara, 1957, pp. 17-21. "Entrevista acerca de 'Lo mexicano' ", en pp. 8-9 de la secci?n Revista de la Semana de El Universal, domingo 11 de enero de 1953,

pp. 8-9.

Beatriz Reyes Nevares, "Una entrevista con Wigberto Jim?nez Mo

reno", en El D?a, 22 de junio de 1981.

Parte de ella en Bolet?n de Informaci?n del Seminario de Cultura Mexi

cana, 6a. ?poca, n?m. 84, abril-mayo de 1981, pp. 8-9.

PONENCIA CITADA En Maarten Jansen y Margarita Gaxiola, Primera Mesa Redonda de Estudios Mixt?eos. S?ntesis de las Ponencias, Centro Regional de

Oaxaca, INAH, 1978, pp. 11-13.

La ponencia presentada por W.J.M. fue sobre "Nuevos hallaz gos en el desciframiento de los jerogl?ficos de nombres de lugar

en los C?dices Mixt?eos".

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EVARISTO MADERO E.,

TESTAMENTO

Eduardo ENR?QUEZ

A don Ildefonso D?vila, del AMS

El 10 de abril de 1911, Manuel Madero Farias compareci? ante las autoridades competentes para dar aviso oficial de la muerte de su padre Evaristo Madero Elizondo, ocurrida el 6 de abril del mismo a?o en Monterrey, N.L., y de su in humaci?n en el pau?te?n de San Antonio en Parr?is de la Fuen

te, Coahuila, e inici? con esto los tr?mites de la sucesi?n

testamentaria que culminaron con la lectura del testamento

que a continuaci?n se reproduce. Evaristo Madero Elizondo naci? en R?o Grande (hoy Ciu

dad Guerrero), Coaihuila, en 1828 y fueron sus padres Jos?

Francisco Madero y Victoriana Elizondo. Due?os de gran

des extensiones de tierras en la parte norte del estado de Coa huila y Texas, los Madero ocupabaui una importante posici?n dentro de la sociedad locad; su solvencia econ?mica les per miti? enviar a su hijo Evaristo a educarse en Saltillo, donde permaneci? hasta 1841 cuando con la p?rdida del territorio coahuilense m?s adl? del r?o Bravo en manos de los indepen dentistas texanos, donde ten?an importantes propiedades, se vio obligado a regresar y administrar la hacienda de Palmira (heredad paterna). En 1847 se cas? con Rafaela Hern?ndez y, junto con las labores de administrador, dedic? parte de su tiempo como empleado en las caravanas que un?an comer cialmente a Coadiuila, Nuevo Le?n y Texas. Esta experien cia le fue muy ?til, sobre todo durante la guerra de secesi?n norteamericana, cuando la aduana de Piedras Negras se con virti? en paso obligado del adgod?n producido por los esta

dos confederados que buscaba sadida hacia los mercados

HMex, xxxv: 2, 1985

335

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336

EDUARDO ENR?QUEZ

europeos, v?a Matamoros.1 Para esas fechas traslada su re sidencia a Monterrey donde funda (1865) la casa Madero y C?a., a trav?s de la que transportaba y comerciaba con todo tipo de mercanc?as, sobre todo algod?n confederado. Buen amigo de Santiago Vidaurri, gobernador del estado de Nuevo Le?n-Coahuila, form? parte de la legislatura pro

vincial en 1857.

Durante la intervenci?n francesa, Evaristo Madero luch? del lado de las fuerzas republicanas, obteniendo, por sus m? ritos, el grado de coronel. Una vez restituida la calma, ad quiere, en 1870, las haciendas El Rosario y San Lorenzo, en Parras, Coahuila, traslada ah? su residencia e inicia las im portantes industrias vitivin?cola y textil (F?brica La Estrella),

as? como el cultivo del nogal. De comerciar con el algod?n pasa a productor y establece su propia industria textil. En 1873 su primog?nito Francisco le dio su primer nieto, Francisco Ignacio, que habr?a de encabezar la Revoluci?n de

1910.

Los intereses de la familia Madero se extendieron r?pida mente: juntan la actividad comercial con la propiedad de tie rras f?rtiles de riego y con las industrias textil y vitivin?cola;

producen textiles, aceites y jab?n; realizan fuertes inversio nes en minas, molinos (el molino de Bocas, el m?s moderno del norte) y aserraderos. Con una gran liquidez, la familia Madero se convierte en importante prestamista, con lo que se coloca en posici?n de hacerse de grandes propiedades.

Gobernador de Coahuila de 1880 a 1884, Evaristo Made ro inici? la construcci?n del ferrocarril Laredo-Piedras Ne

gras; estableci? las l?neas telegr?ficas de Laredo a Patos (General Cepeda), San Pedro, Viesca y Saltillo, Piedras Ne gras y Lampazos; proyect? el Teatro Acu?a en Sadtillo, im puls? la educaci?n superior con el Ateneo Fuente y estimul? la agricultura y la miner?a. En segundas nupcias Evaristo Madero Elizondo se cas? con 1 Mario Cerutti: Burgues?a y capitalismo en Monterrey (1850-1910), M?xi

co, Claves Latinoamericanas, 1983, cap. "Los Madero en la econom?a de Monterrey (1890-1910)".

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EVARISTO MADERO E.: TESTAMENTO

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Manuela Farias Benavides, con quien tuvo once hijos, de los que sobrevivieron nueve. En 1892 particip? como socio fundador del Banco de Nuevo Le?n que pronto se convirti? en "eje de los negocios de la familia";2de los 600 000 pesos de capital nominal con que se funda, 260 000 eran de Evaristo Madero. La fortuna de Evaristo Madero se diversific? en muchos sentidos; con la participaci?n de sus hijos y otros miembros de la familia, los intereses de los Madero estaban presentes en las m?s importantes empresas de la regi?n. A trav?s de lazos matrimoniales la familia Madero qued? unida a las m?s acaudaladas familias de la regi?n, sobre todo de Monterrey: Zambrano, Sada Muguerza, Laf?n, Villarreal, Gonz?lez Tre vi?o, Hern?ndez, etc?tera. Entre los a?os 1890 y 1910, las empresas donde la familia Madero ten?a intereses alcanzaron una gran prosperidad; sus propiedades rurales se multiplicaron; sus molinos, compa??as mineras, sus inversiones financieras (Banco de Nuevo Le?n y Mercantil de Monterrey), la Compa??a Carbon?fera de Nue vo Le?n y Coahuila, la Compa??a Explotadora Coahuilense (beneficiadora del guayule), la Metal?rgica de Torre?n, en tre muchas otras, eran importantes piezas del inmenso capi tal que Evaristo Madero, jefe de la familia, logr? reunir a lo largo de sus 83 a?os de vida. En el testamento, Evaristo Madero hace alusi?n, eviden temente, s?lo a las propiedades que ten?a a su nombre al mo mento de su muerte; el hecho de que la mayor?a de ellas fueran

de tipo rural hace pensar que las hab?a conservado como dis tintivo de hacendado y jefe familiar. Se ha respetado la ortograf?a original del documento y se

utilizaron los corchetes para incluir informaci?n adicional que le diera secuencia a la lectura. El expediente completo del que

forma parte el testamento que se transcribe se encuentra lo calizado en el Archivo Municipal de Saltillo (AMS), Coahui la, en el fondo Testamentos. Agradezco las facilidades que se me brindaron en dicho archivo para la preparaci?n de este art?culo. 2 Cerutti, p. 69.

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EDUARDO ENR?QUEZ

TESTAMENTO* Yo Evaristo Madero vecino de Parras de la Fuente y con resi dencia en la Hacienda del Rosario, de 82 a?os de edad y en el mas perfecto conocimiento, consigno en el presente testamento mi ?ltima voluntad, para que despu?s de mi muerte la cumplan mis albaceas y ejecutores. Adem?s anulo cualesquiera disposi ci?n testamentaria y codicilo que hubiere hecho antes quedan do sin ning?n valor. = Primero. Declaro que he sido casado dos veces y ambos matrimonios me han dado 18 hijos de ambos se xos; pero habiendo perdido 4 que fallecieron, dos de cada ma trimonio; viven 14; cinco del primer matrimonio y nueve del segundo, que est?n casados todos con excelentes esposos y espo sas. Los 5 primeros fueron hijos de mi esposa Rafaela Hern?n dez, y se llaman Francisco, Prudenciana, Victoriana que qued? viuda, Carolina y Evaristo. De mi segunda esposa Manuela Fa r?as [Benavides]; que son Ernesto, Manuel, Jos? Salvador, Ma

r?a, Alberto, Barbarita, Benjam?n y Daniel. = Segundo. 2.

Declaro que todo cuanto yo les haya regalado ? mis hijos no se les tomara en cuenta en su herencia y si, algunos han sido mejo

rados, espero que quedar?n conformes, porque todos son tan buenos, y no har?n la menor observaci?n. = 3o. Declaro que el capital que tengo consta en mis libros, que actualmente est?n al cuidado de mi sobrino Dn. Juan Garza persona de toda mi confianza, porque es de una honradez acrisolada y digna de ala banza por que lo merece. = 4o. Declaro y nombro como para mi primer albacea a mi hijo Ernesto; para segundo ? mi hijo Manuel, y para tercero a mi hijo Jos?. En caso desgraciado de muerte de alguno de estos los que sobrevivan nombrar?n al que falte. Nombro igualmente para consultores a mi hijo pol?tico Lie.

Don Viviano L. Villareal, y al se?or Lie. Don Mauro Sep?lve da: ambos son de una honradez acrisolada y poco com?n, y ca balleros, como el que mas. = 5?. Declaro que estos albaceas ser?n tambi?n ejecutores y administradores de los bienes que referir?

despues, y que los cuidaran mas que los suyos propios para los fines que mas adelante se espresaran. ~ 6o. Ordeno que del ca pital que deje a mi fallecimiento se separen cien mil pesos para que con sus productos se sostenga la casa de caridad con el nom bre de Asilo de San Jos? que tengo establecida en esta Hacienda * Archivo Municipal de Saltillo, Saltillo, Coah., Protocolos, C. 91, exp. 1, 52 ff.

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EVARISTO MADERO E.: TESTAMENTO

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del Rosario, pero en ning?n caso se gastar? nada del capital, y solamente de los r?ditos se dispondra. = 7o. Ordeno que si desgraciadamente tubiere algunas deudas ? mi fallecimiento no se dividan mis bienes hasta acabar de pagar el ultimo centavo; y en tal caso se manejar?n mis bienes por mis albaceas que se convertir?n en junta directiva o consejo de administraci?n, pe ro el verdadero administrador lo ser? Ernesto, como primer al bacea, pero resolvi?ndose todo por mayor?a de votos. = 8o. Ordeno que aunque hago la aplicaci?n y distribuci?n de mis bie nes ahora, si dispusiera yo de parte de ellos antes de mi falleci miento se consideraran estos como no aplicados. = 9o. Ordeno a mis albaceas y administradores que aunque hasta ahora nin guno de mis hijos y yernos tienen ning?n vicio y por el contra

rio son buenos y caballerosos, si por desgracia algunos se

volvieran jugadores, borrachos, tracaleros y embusteros no se les entregar? la herencia que nuestro buen Dios me permite de jarles; y solamente se les dar? parte de las ganancias, al buen juicio de mis albaceas hasta que los consideren capaces de ma nejar sus bienes y con ventaja y hallan abandonado por comple to los vicios. = 10?. Ordeno que mis herederos no podran vender

ni la parte menor de las fincas que yo les deje como heredad, siendo nula y de ning?n valor la enagenacion que hicieren an tes de veinte a?os de mi fallecimiento. Tambi?n les ordeno que jamas presten su firma ? nadie y cuando quieren hacer un ser vicio lo hagan con su propio dinero. Igualmente les ordeno y aconsejo que jamas pidan fiado y cuando lleguen hacerlo por aprovechar de alg?n negocio lucrativo no comprometan mas que un 20% de su capital, y por poco tiempo solamente pues los acreedores tienen ojos abiertos contra los deudores y les cuen tan hasta los pasos y bocados que dan los cual es muy desagra dable. Es mas feliz el que no tiene deudas con capital reducido que el rico que tiene grandes compromisos porque se despresti gia y en el rato menos pensado da un frentazo y se rompe la cabeza quedando en la ruina. Por supuesto que siendo honra dos y activos, adquieran cuanto desean; procurando ademas no ser vanidosos ni embidiosos de caudales y lo ?nico que se per mite al hombre envidiar, son las virtudes de sus semejantes, por

que con esto ganan todos. = 11?. Declaro que cuando pas? ? segundas nupcias me propuse reservar todo mi caudal que en tonces ten?a para mis hijos del primer matrimonio, dejando pa ra los del segundo matrimonio si los habia todo lo que pudiere ganar yo despu?s. = 12?. Ordeno que ? mis hijos de primer ma

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EDUARDO ENR?QUEZ

trimonio se les entreguen veinticinco mil pesos ? cada uno de los primeros que son cuatro, Francisco, Prudencia, Victoriana y Carolina y Evaristo que fue el menor se le den cincuenta y cinco mil pesos por ser el menos rico pues los otros cuatro her manos son bastante ricos y no necesitan de nada. Tambi?n le aplico a Evaristo mi hijo el terreno que les compr? a los se?ores Yarto en la parte oriental del Mezquite, es decir del puerto de Salsipuedes en donde hay una cerca de alambre, y que corre de norte ? sur hasta un punto al poniente de Lavaderos y de all? corre otra linea en forma de tijera, donde al principio limitaba mi linea hasta cerca del puerto del Angel. El Ingeniero Yarto hizo esa medida que ning?n participio tuve yo en ella sino fu? aprobar todo lo que el hizo, y todo este terrenito media entre 6 y 7 sitios de ganado mayor.** Adem?s de eso se correr? una linea sobre el cerro de la llamada sierra de Parras hasta donde pasa el camino de los Arroyos Blancos, que llamamos el Puerto del Caracol, y de all? siguiendo el camino de Sabadilla, hasta pasar los puertos de Caracoles al salir del puerto se tirara una linea de la cuchilla poniente del referido Caracol al punto de los

Estanques de Lavaderos, sirviendo este estanque para uso de las dos partes es decir al due?o del terreno del poniente que es Evaristo y al que yo adjudique una tercera parte de mis rancho del Saucillo, Azulejo, Longoria con todos los ganados que all? hubiere a mi fallecimiento. 350 acciones en el Banco de Nuevo Le?n; la mitad del terreno que tengo al poniente, digo al norte del Colegio Civil de Monterrey, Nuevo Le?n y todo el terreno que queda al sur de la cordillera de cerros donde esta el sancho de Sabadilla; es decir de la parte sur de la sierra hasta los terre nos de Jalapa. = 14?. Ordeno que a mi hijo Manuel se le apli que el rancho de Santanita en San Pedro, con todos los ranchos que actualmente reconoce, labores y las acciones de agua por el tajo principal de la Colonia y mitad de los 24 lotes de tierra en Colorado, quedando para Santanita la parte poniente del Co lorado y la oriente para Menfis. 350 acciones en el Banco de Nuevo Le?n de cien pesos cada una y la mitad de la manzana de tierra que compre al General Reyes en la avenida principal; este terreno se dividir? entre Manuel y Jos? tomando el prime ro la parte oriental y el 2o la parte occidental. = 15?. Ordeno que a mi hijo Jos? se le aplique el rancho llamado Menfis con los terrenos de la vi?a, las acciones de agua que ha segado por ** Sitio de ganado mayor = 1755.67 ha This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EVARISTO MADERO E.: TESTAMENTO

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los tajos de la Colonia y San Esteban, que entiendo son una ac ci?n en cada tajo. La mitad de los 24 lotes en el Colorado en la parte oriental, dividi?ndose por mitad de sur a norte. La mi tad de la manzana que compr? al General Reyes dividi?ndose de norte a sur, quedando para Jos? la parte poniente y la de oriente para Manuel. 350 acciones en el Banco de Nuevo Le?n. Recomiendo a Jos? que este rancho no se lo quite ? Enrique C?r denas porque es pariente cercano, trabajador y honrado a carta cabal. Puede dej?rsele con el mismo partido que lo ha tenido conmigo. - 16?. Ordeno que ? mi hijo Salvador se le aplique la tercera parte de los ranchos Saucillo, Azulejo y Longoria con la tercera parte de ganados que hubiera all?; con todos los agos taderos empotrerados, que ser?n alrededor de cincuenta sitios, y ademas la tercera parte de ganado que hubiere a mi falleci

miento. Tambi?n le aplico 350 acciones del Banco de Nuevo Le?n y la casa que ocupa en la calle de Matamoros, llegando

esta hasta una division que hay de poniente ? oriente, y cerca de la calle serrada de Allende y que est?n alli las cocheras. ? 17?. Declaro que todos los terrenos donde est?n los ranchos del Saucillo, Azulejo, Longoria, San Rafael y San Jorge se compo ne de cosa de 50 sitios, empotrerados y con todas las mejoras que tienen se los he aplicado por terceras partes con todo y ga nados ? Ernesto, Salvador y Alberto y los manejaran manco munadamente por medio de un administrador, y cuando quieran separarse lo har?n sorteando las tres partes de com?n acuerdo pero repito que les costeara mas la administraci?n. = 18?. De claro que ? mi hijo Alberto le aplico una tercera parte de los ranchos Azulejo, Longoria &, que ser?n alrededor de 50 sitios, todos empotrerados con la 1/3 parte de todos los ganados que hubiere all?; 350 acciones en el Banco de Nuevo Le?n y la mi tad del terreno que tengo en Monterrey al norte del Colegio Ci vil. = 19?. Declaro que ? mi hija Mar?a le apliquen 600 acciones en el Banco de Nuevo Le?n y todo el menaje de la casa de ella en Monterrey con ecepsi?n de los muebles de mi escritorio que dejo a mi hijo Ernesto. = 21?. Ordeno a mis hijos Daniel y Ben jam?n se les apliquen para ambos dos 800 acciones en el Banco de Nuevo Le?n y los terrenos con sus mejoras y ganado en los Ranchos de San Jos? de Patagalana y Sabanilla con los limites que ya tienen y que est?n empotrerados lindando por el ponien te con terrenos de Evaristo Madero y Hern?ndez, seg?n la apli caci?n que indiqu? en el articulo n? 12 es decir, en San Jos? por el poniente lindando con terrenos de Don Lorenzo y que This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EDUARDO ENR?QUEZ

est?n sercados por el norte con el Venado. Por el oriente con Seguin, San Miguel y Martinez Ancira en dos varias partes; tam bi?n con el sur con Ernesto que le apliqu? Jalapa, llevando una linea desde el Puerto de los Indios por sobre la misma sierra al poniente, pasando por Puerto de Sabanillas, hasta encontrar la linea de Lavaderos, ? la cuchilla poniente del Caracol. La sierra de Sabanillas y Puerto de los Indios servir? de lindero a estos terrenos y Jalapa de corrientes abajo. De la sierra atravesada que divide el ca??n del Garambuyo con el Frayle, corre una li nea de sur oriente a poniente, lindando con el Astillero; y del poniente de este punto que hay una serca atravesada sigue la linea por la sierra del norte hasta una cuesta que tiene por nom bre Santa Ysabel y San Angel; de all? hay una mojonera al nor

te que est? sercada hasta la parte mas all? del cerro de San Ger?nimo que est? al poniente de un aguajito llamado la Glo ria. De este cerro sigue la linea al poniente hasta el Ladrillal, Conejo y San Miguel. Estos terrenos los disfrutaran ambos y cuando quieran dividirse lo har?n tirando una linea desde la sa lida norte a los Caracoles al oriente por sobre el cerro hasta la mojonera que est? en la cuesta de San Angel llamada Santa Ysa bel y donde hay una mojonera como ya se ha dicho y los sortea ran para que nadie alegue ventajas. = 22?. Ordeno que de todo el ganado que hayen esos ranchos de San Jos? y Sabanillas se le de una tercera parte ? Jalapa, es decir a Ernesto Madero par tiendo el ganado sin grandes escr?pulos, de que van mas de una edad que de otra; esa tercera parte se le aplicar? de lo mas aque renciado con aquellos terrenos sean chicos ? grandes, y como disponga Ernesto, y a quien le prestaran toda ovediencia como hermano mayor y mi representante. = 23?. Ordeno sigan pa gando las p?lizas en favor de Raymundo Garcia y su esposa hasta

que las cobren. Tambi?n ordeno que se le den diez mil pesos y cinco mil a la hermana Manuela que est? de monja en el asilo del Buen Pastor o Divino Pastor en Oaxaca. = 24?. Ordeno que a Raymundo Navarro se le entreguen diez mil pesos y paguen cincuenta pesos mensuales ? Refugito Navarro mientras viva. = 25?. Ordeno que los cien mil pesos que dejo para el asilo San Jos? se coloquen de la manera mas segura que produzcan mas, para que con los productos se hagan gastos, pero no saque del capital ni un peso y cuando faltara algo para cubrir los gastos lo completaran entre Ernesto, Benjamin y Daniel. = 26?. Or deno a mis hijos y dem?s decendientes que se porten bien; que sean buenos hermanos y que se ayuden en todo y por todo, por This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EVARISTO MADERO E.: TESTAMENTO

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que unidos ser?n una gran palanca que les ayudar? siempre. Que procuren siempre amar a Dios sobre todas las cosas, ser justos y hacer el bien que puedan sin contarlo ? nadie. Que procuren leer diariamente ? lo menos tres horas, que sean activos, dili gentes y honrados a carta cabal, y que jamas digan mentira por que esto envilece ? los que la profieren. = 27?. Ordeno que mi casa con todo y muebles que tengo en el Rosario se le aplique a mis hijos Mar?a y Barbarita, Benjam?n y Daniel para que vi van como buenos hermanos y en cuanto ? reformas y mejoras decidan siempre las hermanas se?oras sujet?ndose los varones a lo que ellas determinen. Esto lo acuerdo as?, por aquello de que les dijo Daniel en chanza que nomas ?l manda y bajedades por el estilo. Por supuesto que Ernesto ser? el arbitro principal cuando se les llegare a presentar la menor dificultad que no pu dieran arreglar. = 28?. Ordeno que cualquier cosa de bienes que aparescan porque no se hallan tenido presentes; se les aplicaran ? Erneto Madero. = 29?. Ordeno que despu?s de mi muerte se explote por cinco a?os el guayule que hubiere bueno de corte en los terrenos de San Jos? hasta Jalapa y cuya explotaci?n la har? la junta directiva de la que forma parte Ernesto como prin

cipal, para que los productos realizados al mejor precio se re partan asi: una mitad entre todos mis hijos e hijas del primer y segundo matrimonio, y la otra mitad se repartir? entre todos

mis nietos y bisnietos. = 30?. Ordeno ? todos mis hijos y dem?s decendientes que procuren vivir unidos como se los tengo reco mendado que adoren ? mi Dios, sean justos y amen a sus espo sas, hijos y ? su Patria; que sean activos y sean enemigos de la pereza, que jamas envidien el caudal ajeno, pero que s? sean en vidiosos de las virtudes de sus semejantes que acuerden siempre [de] la memoria de sus padres y principalmente de su santa Ma dre que desde el Cielo les sonr?e. = Este testamento es hecho y firmado en cada hoja por mi mismo, y en mi entero conoci miento, anulando cualquier testamento ? codicilo que antes hu

biere hecho para que solamente se cumpla el presente. = Hacienda del Rosario, Parras. Octubre 19 de 1910 = Evaristo Madero = R?brica.

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EXAMEN DE LIBROS Woodrow BORAH : El Juzgado General de Indios en la Nueva Es

pa?a. Traducci?n de Juan Jos? Utrilla, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1985. Ap?ndices, mapa, fuentes do cumentales y bibliograf?a, 488 pp. Hace tiempo se anunci? la aparici?n de este libro. La idea era que coincidiera con la edici?n inglesa, publicada en 1984, bajo t? tulo m?s amplio y descriptivo: Justice by Insurance: The General In dian Court of Colonial Mexico and the Legal Aides of the Half Real (Ber

keley, Los Angeles, Londres, University of California Press). Poco importa la reducci?n del t?tulo, mientras se respete el con tenido, y as? fue. El problema est? en las deficiencias de la traduc ci?n, de las que me ocupar? al final, luego de apreciar el curso de la investigaci?n, los resultados y de hacer los comentarios que esti mo m?s pertinentes. El tema fue planteado por Lesley Byrd Simpson (1891-1984) en 1931. Lo trabaj?, hasta los a?os de la Segunda Guerra Mundial, al lado de otros estudios. Con generosidad de verdadero intelec tual, ofreci? entonces a Woodrow Borah ?interesado en el Juzga

do General de Indios desde sus primeras andanzas en nuestro Archivo General de la Naci?n, all? por 1939? que lo realizaran juntos; luego dej? el tema a Borah y le franque? la informaci?n que hab?a reunido. Borah reconoce esta deuda en las primeras p? ginas, donde da raz?n de los a?os que trabaj? en archivos mexica nos, en el General de Indias de Sevilla, en colecciones norteame ricanas y en el dominio de una amplia bibliograf?a. Al igual que Simpson, Borah dedic? gran parte de su tiempo a estudios ?de todos conocidos? sobre la poblaci?n y sobre la historia econ?mica y social de Hispanoam?rica. Si bien esto le hizo retardar la redac ci?n de este trabajo, lo cierto es que sobre los conocimientos gana dos entonces ha podido considerar la complejidad y la amplitud de la historia del Juzgado General de Indios, llevando su estudio a la comparaci?n con lo ocurrido en otras jurisdicciones, como la del

HMex, XXXV: 2, 1985

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EXAMEN DE LIBROS

Marquesado del Valle de Oaxaca, la del gobierno de Yucat?n y la de la Audiencia de Nueva Galicia, donde se plantearon y deci dieron cuestiones relativas a los indios. La comparaci?n de estas "jurisdicciones especiales y exentas" alumbra las caracter?sticas pe culiares del Juzgado General de Indios y la situaci?n general del ind?gena. De los antecedentes que explican el surgimiento del Juzgado se ocupa en los tres primeros cap?tulos. Nace formalmente en 1591, cuando el Virrey Luis de Velasco, hijo, considerando la experien cia del Per?, logra que el Consejo de Indias le autorice el conoci miento directo de los casos en que los indios litigaran entre s? o en aquellos en que fueren reos al litigar con otros grupos de la so ciedad. Todo esto con el auxilio de un asesor letrado cuyo sueldo, a partir de 1592, se empez? a costear con el fondo del medio real que en adelante pagar?an los indios contributarios como seguro ju dicial. Esta carga se agreg? a otras aleda?as al tributo, como el me dio real de hospital y el medio real de comunidad, pero a diferencia d^l

tributo, ?stas no formaban parte de la Real Hacienda, s?lo entra ban all? para administrarse como fondos propios de los indios que deb?an gastarse en su beneficio (si bien menudearon los abusos). El objeto del medio real de ministros, como se llam? a la contribuci?n

para el Juzgado, era liberarlos de las costas excesivas que les lleva ban las autoridades locales y generales en procedimientos judicia les y tr?mites de toda ?ndole. La competencia del Juzgado fue, por

esa raz?n, amplia y muy diversa por la materia de los asuntos tratados. Velasco y sus sucesores inmediatos tropezaron con la oposici?n de oidores, procuradores, fiscales y otros funcionarios de la Audien

cia y de la Real Sala del Crimen de M?xico, pues la jurisdicci?n virreinal, sumaria y libre de costas, los privaba de jugosas ganan cias provenientes de los asuntos promovidos por los indios. Fue duro

el periodo de prueba del Juzgado General de Indios de M?xico, como se le llam? al sancionarlo provey?ndolo de los recursos del

medio real de ministros, en 1605 y 1606.

Pero la verdad es que Velasco el joven actu? siguiendo una pr?c tica definida ya por sus antecesores. Los virreyes Antonio de Men doza (1535-1550) y Luis de Velasco, padre (1550-1564), dedicaron ciertas horas en determinados d?as de la semana a "o?r los indios"

para tratar todo g?nero de cuestiones, decidiendo "a verdad sabi da", sin complicaci?n de procedimiento y sin costas. Asuntos pro piamente judiciales y otros de gobierno o de simple tr?mite ?a los que Borah llama "administrativos", para distinguirlos de los pri This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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meros? definieron con el tiempo la competencia virreinal que for malmente erigi? Velasco el joven. Esa pr?ctica se bas? en la situaci?n jur?dica de los indios a quie nes se consider? miserables', categor?a presente ya en textos de Aris

t?teles, arraigada luego en la Europa medieval y que, como tantas otras concepciones de esta ?poca, pas? a la legislaci?n y a la doctri na de los siglos xvi y xvn. Al discurrir sobre tal pr?ctica en que nace el Juzgado General de Indios, Borah advierte que en la ?poca del virrey Mart?n Enr? quez de Almanza (1567-1580) disminuy? la atenci?n a los asuntos planteados por los indios y que no fue sino hasta Velasco el joven cuando se define con rigor el concepto de miserable (cfr. pp. 90-93).

No sabemos con qu? base hace tal se?alamiento, pues Enr?quez

de Almanza trat? muchos asuntos de indios (en su ?poca se inicia el Ramo de Indios del Archivo General de la Naci?n) y ?l habl? de los problemas de la poblaci?n y de los conflictos de ind?genas en diversos documentos; lo hace tambi?n en la instrucci?n que de j? a su sucesor el 25 de diciembre de 1580 muy pormenorizada mente; ah? llega a decir que "son los indios gente tan miserable, que obliga a cualquier pecho cristiano a condolerse mucho de ellos' '.

Palabras que recuerdan las de Arist?teles retomadas por Juan de Sol?rzano Pereyra en su Pol?tica Indiana (1646) y que en el contexto

en que las da el virrey Enr?quez de Almanza no suenan a pura re t?rica, como quiere ver Borah, quien, por otra parte, conoce bien los documentos de este virrey. El Juzgado que formalmente y con mucha oposici?n logr? eri gir Velasco el joven, arraiga y cobra alcances mucho m?s amplios que los previstos. El autor ilustra tal amplitud en el cap?tulo v a base de 173 res?menes de casos (en la versi?n inglesa son 174), que cubren el territorio que abarc? la jurisdicci?n del Juzgado General de Indios desde los a?os que van poco despu?s de su fundaci?n hasta los pr?ximos a su extinci?n en el segundo decenio del siglo xix. Los ejemplos se agrupan siguiendo criterios personales (car?cter de los protagonistas implicados en los conflictos), materiales (obje to de las disputas) y formales (procedimientos y tipo de soluci?n o la indecisi?n en que quedaron algunos); tambi?n, combinando estos criterios. Algunos lectores reclamar?n un resumen esquem?tico de tan en gorrosa casu?stica. Confieso que estuve por suguerir tal esquema tizaci?n al autor en 1982 cuando le? el manuscrito ingl?s; pero s?lo lo coment? y no pas? de ah? al darme cuenta que lo que ?ste pre tend?a era, precisamente, ilustrar la complejidad y el alcance de This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

los asuntos que trat? el Juzgado al ir conformando su peculiar ju risdicci?n; que ?sta hay que aprehenderla en la casu?stica, de la que echa mano en otros cap?tulos remitiendo al v, o bien, dando

m?s ejemplos.

Tal es el medio al que hay que acudir para superar los estrechos

l?mites de la historiograf?a institucional, ce?ida por lo general a la

exposici?n de disposiciones y doctrinas que, por otra parte, no po dr?an entenderse si no es en relaci?n con la casu?stica de que nacen ?como lo se?alaron Simpson y Jos? Miranda (1903-1967). Esa su peraci?n de la historia institucional la logra tambi?n Borah en los tres cap?tulos siguientes, al tratar pormenorizadamente del perso nal que integr? el Juzgado General de Indios, de sus rivalidades con otros agentes del aparato estatal y de la conformaci?n y del funcionamiento del fondo del medio real de ministros, as? como de los prop?sitos que gu?an a las autoridades en los altibajos de esa historia.

Sin embargo, hay un l?mite que la documentaci?n utilizada le permite definir, pero no superar: la situaci?n de los ind?genas y sus caracter?sticas como sujetos activos en ese Juzgado. Esto lo sa be bien el autor y de alguna manera entra en ello al se?alar c?mo la conformaci?n del Juzgado, de su personal, de sus fondos y de la ?ndole de las disposiciones que dict? dependieron de la presi?n que el decrecimiento y el aumento de la poblaci?n ind?gena ejer cieron sobre la econom?a y la sociedad colonial (cfr. p. 237). Pero la caracterizaci?n de los ind?genas litigantes apenas se di

bujaba. Seg?n el autor, esto se debe al

. . . hecho de que nuestro conocimiento procede casi exclusivamente de documentos preparados por los espa?oles, y por tanto, influido por las pautas culturales espa?olas, en tal forma que los indios suelen desa parecer tras una serie de f?rmulas. Adem?s, estamos tratando de mi llones de personas en m?s de dos siglos, con toda la variedad posible de tales masas y tan prolongados periodos. . . (p. 308).

Si bien vemos, tal es el l?mite en la mayor?a de los estudios his t?ricos basados en la documentaci?n de los archivos en que se agru pan preferentemente los testimonios de la acci?n estatal. A la postre, todo tribunal u oficina de gobierno, en cuanto ?rganos del Estado, tratar?n de conformar reduciendo o haciendo desaparecer las rea lidades que por su peculiaridad se ofrecen como disidentes o pro blem?ticas. Pero hay en el proceso de esa reducci?n puntos claros en los que se puede apoyar el conocimiento de lo que se pretende hacer desaparecer bajo f?rmulas. As? lo vieron ?por hablar de ejem plos bien logrados que Borah conoce y usa? autores como Jos? This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Miranda y Pedro Carrasco al tratar en diversos trabajos, con la casu?stica de la ?poca novohispana, de las caracter?sticas del indio y de la sociedad ind?gena. Hay, por otra parte, abundantes des cripciones del ind?gena litigante ya en el siglo xvi, con un G?mez de Cervantes, o de finales del xvm y principios del xix, como los que ofrece Joaqu?n Fern?ndez de Lizardi. En resumen, el Juzgado General de Indios puede verse no s?lo como el agente hispanizador y destructor de la sociedad ind?gena y de la personalidad del indio; con m?s simpat?a puede consider?r sele tambi?n ?pues aquello no puede dejarse de lado? como un agente conservador que, guiado por la acci?n de los dominadores, favoreci? la integridad de los pueblos y comunidades de ind?genas,

trat? de sus personalidades colectivas e individuales y permiti? a ?stos un margen de acci?n en la sociedad pol?tica. Esto ?ltimo, por cierto, no lo niega, antes bien, lo reconoce el autor. Esta situaci?n se pone de relieve en las * 'jurisdicciones especia les y exentas" (cap. ix), al hacerse un juicio comparativo de lo que ocurr?a en ellas. La del Marquesado del Valle de Oaxaca, cuyo te rritorio ca?a dentro de la jurisdicci?n de la Audiencia de M?xico, entr? en conflicto o con el Juzgado General de Indios; pero este conflicto se mediatiz? ya que si bien ten?a sus propias autoridades, en ?l se cobr? el medio real de ministros a los indios tributarios del

se?or?o y su producto se dividi? para pagar a los jueces de indios del mismo Marquesado y al Juzgado General. A ?ste, por otra parte,

pudieron acudir a?n contra sus autoridades los vasallos del se?or?o

y se abri? la v?a de apelaci?n ante la Audiencia de M?xico. Esa

interferencia tributaria y pol?tica de las autoridades del Marquesa do da su peculiaridad a la casu?stica ind?gena que, por otra parte, se mantiene en su materialidad en paralelo con lo que ocurr?a fue ra de ella en el inmenso territorio de la jurisdicci?n del Juzgado. La lejan?a de Yucat?n, el predominio de la poblaci?n ind?gena y la estructura de un gobierno relativamente aut?nomo dentro del

virreinato de la Nueva Espa?a llevaron a la creaci?n de su propio juzgado de indios, sustentado por la contribuci?n del medio real, que en lengua maya se conoci? como holpat?n. Paralelismo interesante que sigue el autor hasta donde lo per mite la documentaci?n destruida por el clima caluroso y plagas tro picales. La lejan?a, la amplitud y la exclusividad de la jurisdicci?n de la Audiencia de Guadalajara, donde hab?a pueblos de ind?ge nas sedentarios y grupos n?madas, hizo que se consideraran bajo normas especiales los casos de indios; s?lo que ?stos cayeron bajo el conocimiento de los jueces y agentes de aquella Audiencia, en This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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la que no hubo, por otra parte, un fondo especial para evitar las costas por tr?mites, si bien es cierto que ?stos trataron de moder

nizarse.

Estas historias, al igual que la del Juzgado General de Indios, superan el proceso de extinci?n formal de las jurisdicciones perso nales, o, si se quiere, de los fueros, iniciado como cr?tica en el siglo

xviii y que se completa con la revoluci?n liberal bajo los dictados de la constituci?n espa?ola de 1812 y luego en las constituciones del M?xico Independiente. Borah trata detalladamente ese proce so en el Juzgado General de Indios cuando habla en el ?ltimo cap?

tulo de "La llegada de lo nuevo".

La historia social de los ind?genas se hace evidente en oficinas p?blicas. Borah recuerda la presencia de los ind?genas que deman daban la atenci?n del presidente L?zaro C?rdenas en los patios del

Palacio Nacional all? por los a?os de 1939 y 1940. Estaba vivo, dice, ese Juzgado General de Indios que percib?a en los viejos pa

peles del Archivo General de la Naci?n. Para los investigadores de nuestros d?as es familiar la presencia de representantes de pueblos de indios en ese Archivo. Estos representantes y los "Licenciados" que los patrocinan saben de una instancia especial, las facultades del presidente de la Rep?blica en materia agraria, a la que se ha reducido el grueso de las muchas cuestiones que conformaron el

Juzgado General de Indios.

Ese Juzgado, abolido por el liberalismo como instituci?n estatal (en esto hay que andarse con tiento), se recuper? en buena medida en nuestro siglo. Nunca desapareci? totalmente; basta leer las co lecciones de leyes y decretos de los estados de la Rep?blica para ver c?mo, trat?ndose de ind?genas y sus tierras, reaparecen com petencias especiales, m?s claramente en las ?pocas de crisis pol?ti cas y sociales. As? ocurre en Yucat?n en 1847; al calor de la guerra de castas se recrea un Juzgado especial de indios encabezado por el gobernador del estado. En otros (he visto las leyes de Michoa c?n y Jalisco, pero presiento que hay m?s en diversas entidades) jueces, abogados y gestores patrocinados por los gobiernos locales aparecen como funcionarios, si no especiales, s? especializados en asuntos de indios. En fin, ya que el porfiriano Andr?s Molina En r?quez se?alaba la necesidad de una v?a administrativa, lo menos for

mal posible, para resolver los casos planteados por los indi?genas en la insuficiente y complicada v?a judicial, "La divisi?n de pode res" se hac?a inoperante ante la unidad de la historia. La historia del Juzgado General de Indios, tal como la ha logra do rescatar Borah, interesa no s?lo a quienes trabajan sobre la ?poca

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novohispana; de ella se desprenden elementos que no puede sosla yar el historiador del M?xico Independiente. L?stima que la traducci?n espa?ola no responda al cuidado que tuvo el autor al definir conceptos y al usar t?rminos adecuados en ingl?s para lograr que pasara a su lengua la diversidad de f?rmulas y de situaciones reveladas por tan larga investigaci?n. No se trata de simples incorrecciones de la versi?n espa?ola o de translitera ciones que un lector paciente y atento al contenido estar?a dispues to a tolerar; no, hay adem?s de ello francos errores y descuidos que llevan al cambio de sentido. El traductor habla de asuntos indios de quejas indios, de litigaciones civiles indias aqu? y all?, cuando se refiere

a los asuntos o conflictos planteados por los indios. Eso se entende r?a con buena voluntad; pero es ya un error hablar de agentes indios en el Juzgado para referirse a los ministros y empleados de ?l que,

generalmente, no eran indios. Los de mayor jerarqu?a fueron es

pa?oles ?criollos y peninsulares?; hubo mestizos como solicita dores y en otros empleos menores y, ciertamente, algunos ind?genas

fungieron como int?rpretes. Aparte de esas incorrecciones, que inducen al error, hay verda deros descuidos que llevan a perder el sentido; por ejemplo, en la p?gina 393 llega a decir que "Los gobiernos de los pueblos de in dios se reorganizaron como ayuntamientos constitucionales con su fragio para todos los varones libres de raza adecuada". Esto por decir que los indios s? tuvieron derecho al voto y que de ?l fueron excluidas las castas, como aclara el autor en un par?ntesis que el traductor simple y sencillamente ignora (cfr. p. 398 de la edici?n inglesa). No tradujo, transliter? a medias. En otros casos la transliteraci?n hubiera sido menos perjudicial, debido al escr?pulo del autor al escoger los t?rminos. As?, en algu nos p?rrafos en que se usa la palabra judicial para distinguir la ma teria de las administrativas o pol?ticas, el traductor pone jur?dico (cfr.

pp. 366, 367, 382 y 401 de la versi?n espa?ola). Otra m?s, cosecha del traductor, es la referencia al Marquesado del Valle de Oaxaca como feudo de Hern?n Cortes, y a su gobierno y jurisdicci?n como

feudal (cfr. pp. 133, 313 a 314, 332 a 342); conceptos y t?rminos que el autor evit? cuidadosamente al hablar del estado (state) del Mar

quesado y su jurisdicci?n se?orial. En fin, esta traducci?n desmerece la calidad de la investigaci?n y su resultado en la versi?n inglesa. Lamentamos que as? sea y que haya salido de una casa editorial en la que se han logrado ejemplos magn?ficos de verdaderas versiones, cuando traductores avezados en el pensamiento en lengua espa?ola pusieron a nuestro alcance This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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diversas materias. Otro tanto deb?a esperarse, por mayor?a de ra z?n, trat?ndose de un importante libro de historia de M?xico.

Andr?s Lira El Colegio de Michoac?n

Felix BECKER: Die Hansest?dte und Mexiko. Handelspolitik, Ver tr?ge und Handel, 1821-1867. Wiesbaden, Steiner, 1984, 113

pp. (Acta Humboldtiana, nr. 9).

El t?tulo es altamente sugestivo para quienes tienen inter?s en penetrar en los conflictivos a?os de la historia del M?xico decimo n?nico; a?os en que el pa?s iniciaba su desesperada lucha por cons tituirse, por ser y por lograr una identidad nacional. M?xico, para afirmarse como naci?n, necesitaba del reconocimiento internacio nal; no bastaba una guerra que lo declarara independiente de la madre patria, le hac?a falta tambi?n el consenso de otros pa?ses, pero sobre todo de las potencias que en aquellos momentos se dis putaban la hegemon?a creando poderosos imperios mercantiles. A partir del desmoronamiento del imperio colonial espa?ol, se ini ciaron las negociaciones para que fueran reconocidas las "rep?bli cas rebeldes" americanas. El autor quiere mostrar, por medio de las negociaciones y contratos efectuados, la pol?tica que siguieron las Ciudades Hanse?ticas para imponerse en el mercado interna cional, en un momento igualmente clave de su historia. Hamburgo, L?beck y Bremen, ciudades portuarias dedicadas al comercio, intentaron establecer relaciones mercantiles con las na

cientes rep?blicas latinoamericanas en cuanto ?stas se declararon independientes de Espa?a: "Qu? puede ser Am?rica para Alema nia en general y particularmente para su comercio y sus f?bricas" (p. 1). En el caso concreto de M?xico, primer pa?s hispanoameri cano con el que efectuaron intercambios comerciales, las transac ciones abren un amplio campo poco conocido a la investigaci?n

hist?rica.

El autor utiliz? para su trabajo un material muy rico en fuentes primarias: documentos originales que se encuentran en los archi vos estatales de Hamburgo y Bremen y en el Archivo del Ministe

rio de Pol?tica Exterior en Bonn, adem?s de una extensa bibliograf?a

especializada que abarca no solamente autores alemanes y mexi canos sino tambi?n europeos y estadounidenses. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:28:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Inicia su estudio con el optimismo de los pa?ses europeos ante la apertura de los nuevos mercados americanos. Inglaterra, Fran cia, las Ciudades Hanse?ticas y Prusia consideraban a M?xico, por sus materias primas, su riqueza de metales y su situaci?n geogr?fi ca, un punto clave en la nueva era que se iniciaba: ". . .cuarenta por ciento de los barcos que sal?an de Espa?a hacia Am?rica pasa ban por Veracruz" (p. 7). Proporciona una visi?n de los puntos de partida, las finalidades, los compromisos, las concesiones y los resultados de los convenios comerciales que se efectuaron entre las Ciudades Hanse?ticas y M?xico durante los a?os de 1821 a 1867. M?xico no pod?a permanecer al margen de la influencia del po der?o de las naciones y comerciantes extranjeros, ya que las res tricciones al comercio exterior daban por resultado la supresi?n de

las entradas aduaneras, con lo cual no s?lo el presupuesto nacio nal, sino inclusive la existencia misma de M?xico como Estado es taba cuestionada. Libertad de comercio y dependencia econ?mica fue la paradoja que garantizaba la independencia nacional. Los di plom?ticos mexicanos intentaron en estos a?os otorgar contratos comerciales a cambio del reconocimiento, pero el temor a represa lias por parte de Espa?a y los intereses creados entre los pa?ses que

buscaban la expansi?n comercial impidieron que las transacciones llegaran a ratificarse, aunque ello no fue un obst?culo para que se desarrollara un intenso intercambio entre las Ciudades Hanse?ti cas y M?xico. Hamburgo, L?beck y Bremen unidas en ocasiones, independientemente en otras, se aseguraron un sitio privilegiado, a pesar de que carec?an de la protecci?n de una potencia pol?tico militar y de que los nombramientos concedidos no ten?an recono cimiento oficial. Hubo a partir de 1830 representantes consulares en la capital mexicana y en algunas ciudades y puertos de inter?s comercial. Paralelamente a estas negociaciones, el reino de Prusia gestionaba tambi?n su participaci?n en el mercado mexicano; su situaci?n como pa?s perteneciente a la Santa Alianza le confer?a un

prestigio que M?xico necesitaba para ser reconocido por los pa?ses

hegem?nicos.

El lastre de problemas no resueltos que enfrentaba la Rep?blica y la inestabilidad interna ofrec?an demasiados riesgos a los comer ciantes; se calificaba a M?xico como ". . .una naci?n siempre por constituirse"; un pa?s poco consolidado pol?tica y econ?micamen te, un pa?s a "medio civilizar" (p. 69). En 1854 el Acta de Nave gaci?n promulgada por el presidente Antonio L?pez de Santa Anna estipulaba que todas las mercanc?as que entraran al territorio na cional deber?an hacerlo bajo sus respectivas banderas; esta dispo

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sici?n afectaba directamente al comercio hanse?tico que tra?a pro ductos de distintas ciudades alemanas del interior; no obstante, los negociantes pod?an referirse al art?culo 5 del contrato Mexicano Dan?s donde se expresaba que "la bandera nacionalizaba las mer

canc?as" (p. 79).

Protestas, amenazas e intervenciones para protecci?n de intereses eco n?micos y derechos conciliatorios colocaron la independencia de "la naci?n siempre por constituirse" en entredicho. En consecuencia, de b?a encontrarse otra base para la pol?tica comercial con el exterior, lo que ser?a encontrar esencialmente la pol?tica comercial respecto a M? xico. La pol?tica proteccionista de los c?rculos conservadores persegu?a no nada m?s, como los liberales contempor?neos quer?an ver, retroce so y fines ego?stas; con la meta de protecci?n a la econom?a vern?cula se serv?a de inmediato a los intereses nacionales. Si proteccionismo o pol?tica liberal en el comercio es lo adecuado para una Naci?n como M?xico, sigue siendo hasta hoy d?a una re?ida pregunta en el desarro llo pol?tico de los debates, de los cuales la Conferencia Norte-Sur en Canc?n, M?xico (22-23 oct. 1981), dio testimonio (p. 80).

Como se deduce del p?rrafo anterior, el autor hace notar que a a?os de distancia la problem?tica mercantil sigue vigente. Para los comerciantes hanse?ticos de mediados del siglo xix, la intermitente intranquilidad social representaba un obst?culo para cerrar definitivamente contratos adecuados a sus intereses; el Plan de Ayutla (1855) y la Guerra de Reforma fueron la posibilidad de un nuevo orden, pero la Intervenci?n Francesa cambi? el rumbo de los acontecimientos. Respecto al Imperio de Maximiliano y Car lota, no pod?an otorgar el reconocimiento ni r?pida ni formalmen

te, pero ten?an la esperanza de que "el nuevo gobierno encabezado por un pr?ncipe alem?n fuera propicio para sus compatriotas" (p. 94). La situaci?n parec?a que empezaba a estabilizarse y el comer cio y los negocios en la capital estaban en su mayor parte controla dos por ciudadanos de Hamburgo. La ca?da del Imperio de Maximi liano oblig? a los comerciantes hanse?ticos a buscar la protecci?n norteamericana para sostener sus prerrogativas en M?xico. Entre los mexicanos, el sentimiento de nacionalidad se hab?a afianzado: "El M?xico de hoy ser? mas respetado por las nacio nes. . . " (p. 102). El retorno de Benito Ju?rez a la capital fue re cibido por las ondeantes banderas de Hamburgo, L?beck y Bremen y sus representantes fueron nuevamente los primeros en iniciar ges

tiones para reanudar las relaciones diplom?tico-comerciales. Los intereses econ?micos de las Ciudades Hanse?ticas les per mitieron tener una flexibilidad asombrosa para adaptarse a las con This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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trovertidas situaciones que durante estos a?os enfrent? M?xico; su habilidad acomodaticia se alaba y se reconoce, mientras que los mis mos intentos por mantenerse en cierta l?nea, efectuados por la con traparte mexicana, ser?n generalmente mal vistos y criticados. El estudio de las fuentes originales, como son en este caso los contra tos y las transacciones diplom?tico-comerciales, sacan a flote a los hombres de "carne y hueso" que las llevaron a cabo, y como seres humanos, todos sin distinci?n, poseedores de cualidades y defec tos; s?lo falta reconocer que no todo en los pa?ses d?biles es podre dumbre, como tampoco todo en los poderosos es perfecci?n.

Mar?a Teresa Berm?dez de Brauns El Colegio de M?xico

Alfredo L?PEZ AUSTIN (selecci?n, paleograf?a, traducci?n, introducci?n, notas y glosario), Educaci?n mexicana. Antolo g?a de documentos sahaguntinos, M?xico, Universidad Nacio

nal Aut?noma de M?xico, Instituto de Investigaciones Antropol?gicas, 1985 (Etnolog?a/Historia, Serie Antropo

l?gica, 68). 275 pp.

Por primera vez se ha puesto al alcance del p?blico en general una obra que compila una serie de textos sobre la educaci?n for mal entre los antiguos nahuas del centro de M?xico y sus vecinos atomies.* Dichos textos no s?lo han sido paleografiados y traduci * Se mencionan a continuaci?n algunas de las obras de car?cter gene ral que sobre el mismo tema se han publicado en M?xico y Argentina: Ram?n Mena y Juan Jenkins Arriaga, Educaci?n intelectual y f?sica entre los nahuas y mayas precolombinos, 2a. reimpresi?n de la edici?n original de 1930,

M?xico, Editorial Innovaci?n, 1981, 77 p. ils. Felipe Su?rez Aguirre, La educaci?n de los aztecas, M?xico, sep, Subsecretar?a de Asuntos Culturales,

1969, 64 p. (Cuadernos de Lectura Popular, Serie "Ciencia y T?cnica",

202). Miguel Le?n-Portilla, La educaci?n entre los mexicas, en Historia de M?

xico, M?xico, Salvat Editores de M?xico, 1974, p. 279-290. Enrique Oltra (ofm), Paideia precolombina. Ideales pedag?gicos de aztecas, mayas e incas, Bue

nos Aires, Ediciones Casta?eda, 1977, 212 pp. (Estudios Antropol?gicos y Religiosos). Fernando D?az Infante, La educaci?n de los aztecas. C?mo se for m? el car?cter del pueblo mexica, M?xico, Panorama Editorial, 1982, 144 pp. ils. Pablo Escalante (editor), Educaci?n e ideolog?a en el M?xico antiguo. Frag

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dos del n?huatl al espa?ol, sino que se acompa?an de una intro ducci?n e innumerables notas aclaratorias, adem?s de un extenso glosario que representa un esfuerzo especial del autor para definir

y aclarar el significado de las palabras claves asociadas no solamente

a la educaci?n, sino a la estructura social mexica en general, pala bras que se han usado de manera incorrecta, o con una vaga idea de su significado original. Los textos de la compilaci?n corresponden al material recogido

principalmente entre los grupos de cultura n?huad del altiplano cen

tral mesoamericano por fray Bernardino de Sahag?n (ca. 1499

1590), fraile franciscano que trabaj? durante un largo y fruct?fero

periodo (1529-1590), primero en el aprendizaje de la lengua, y des pu?s en la compilaci?n y traducci?n de numerosos textos que fue ron muchas veces acompa?ados de ilustraciones. Los textos saha guntinos provienen principalmente del C?dice florentino (1575-1585).

Dichos textos requer?an de un necesario cotejo con los materia les sobre el mismo tema que le antecedieron, y que conocemos en

la actualidad bajo las denominaciones de Primeros memoriales. C?dice matritense del Real Palacio y C?dice matritense de la Real Academia de la

Historia. El problema del cotejo simult?neo fue resuelto por L?pez Austin a trav?s del uso de varias columnas en las que se present? la traducci?n al espa?ol de Sahag?n publicada en tiempos moder nos bajo el t?tulo de Historia general de las cosas de la Nueva Espa?a, el texto en n?huatl del C?dice florentino, comparado con los textos

de los C?dices matritenses, y una tercera columna que corresponde a la traducci?n moderna que hace L?pez Austin. De esta manera se nos entrega ". . .el texto original, dos versiones con cuatro si glos de distancia una de la otra y un buen n?mero de notas que ofrecen alternativas, justifican soluciones y proporcionan informa ci?n que podr? llevar a aproximaciones mayores" (p. 6).

mentos para la reconstrucci?n de una historia, M?xico, sep, Direcci?n General

de Publicaciones y Ediciones El Caballito, 1985, 160 p. ils. (Biblioteca Pe dag?gica). El mismo L?pez Austin ha editado dos vol?menes de antolo g?as de textos procedentes de fuentes etnohist?ricas escritas en contexto ind?gena e hispano, bajo el t?tulo de La educaci?n de los antiguos nahuas, 2 vol?menes, M?xico, sep, Direcci?n General de Publicaciones y Ediciones El Caballito, 1985, ils. (Biblioteca Pedag?gica). En el volumen segundo se reprodujeron diez textos (n?ms. 1-5,7,9, 14, 25, y 26) de la compila ci?n aqu? rese?ada. Por las caracter?sticas generales del formato de la an tolog?a se suprimieron en la presentaci?n de ese material el original en n?huatl, la versi?n de Sahag?n, y una porci?n de las notas.

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A pesar de la enorme tarea de investigaci?n que represent? la edici?n cr?tica de los testimonios en lengua n?huatl, el editor pun tualiza que su intenci?n no fue la de explicar la educaci?n dentro del englobamiento social que la gener?, sino m?s bien tuvo en mente

la tarea menos impresionante pero m?s ?til de poner al alcance de los especialistas, como una primera etapa de trabajo, un conjunto primario de textos para ". . .quien quiera proseguir la investiga ci?n sobre la educaci?n de los mexicas. . ." (p. 6). L?pez Austin reconoce adem?s que la traducci?n es dura en su sintaxis y se lee lentamente debido a la constante y justificada presencia de t?rmi nos no traducidos al espa?ol. Sin embargo, los textos no llegan a perder su claridad gracias a la cuidadosa edici?n que se hizo de los mismos y al auxilio del glosario citado, fuente de valiosa infor maci?n ling??stica y etnohist?rica. Puesto que Sahag?n no parece haber tenido en mente escribir una secci?n larga y aut?noma sobre la educaci?n entre los mexi cas, los segmentos seleccionados dentro de la obra sahaguntina pro vienen de diversos libros o grandes secciones en que dividi? su obra.

Su formato es el resultado de la peculiar manera en que fray Ber nardino recopil? la informaci?n, a trav?s del registro de las respues

tas que daban los informantes ind?genas al cuestionario que hab?a sido previamente elaborado por el franciscano. Este c?mulo de in formaci?n deb?a de ser la fuente b?sica de una versi?n al espa?ol la cual, a su vez, parece que iba a servir a un principal y ?ltimo prop?sito ?no cumplido? de integrar un vocabulario lo m?s ex tenso posible que abarcara lo temas m?s variados. Mencionamos a continuaci?n dos de los varios problemas a re solver sobre la educaci?n de los nahuas antiguos que surgen de la lectura de esta edici?n cr?tica.

Los textos sahaguntinos hacen constante referencia al Telpoch calli y al Calm?cac, dos escuelas cuyas denominaciones son am pliamente conocidas por especialistas y no especialistas, pero que sus funciones y reflejo en la sociedad a?n permanecen en el tapete de las discusiones. La muy definida y clara dicotom?a que tradicio nalmente se hab?a aceptado de una instituci?n para los pipiltin o nobles (Calm?cac), y otra para los macehualtin o gente com?n (Tel pochcalli) deber? ahora ser revisada a la luz del material compila do en la obra aqu? rese?ada. No hay duda que era la pertenencia a uno de los grupos mencionados el elemento m?s importante que determinaba la adscripci?n a esas instituciones, lo cual les daba una innegable funci?n de marcadoras de diferenciaciones sociales. Sin embargo, en ciertos p?rrafos, como el que mencionaremos a conti

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nuaci?n, encontramos indicios de la posible existencia de una mo vilidad social de individuos no pertenecientes a la nobleza, con extraordinarias capacidades personales, que pod?an ascender de ran go y ocupar puestos en las altas jerarqu?as militares. Se trata del texto n?mero 41 de la compilaci?n que lleva por t?tulo "Discurso del tlatoani o del noble en el que se dice a su hijo que la elecci?n a los altos cargos no es s?lo por herencia." (Libro vi, cap?tulo 20, C?dice Florentino, f. 91v-92r.): . . .Auh ca ticmati, ca moiollo itlan ca, ca can ce in tlatoanj, in jiollo altepetl: auh ca ie vme in teculato, ce quappan, ce pilpan: ce quappan, tlacatecutli, tlacochtecutli, auh ce pilli: auh in quauhtlato, no ce quap pan tlacateccatl, tlacochcalcatl, no ce pilli. . . .Y t? sabes, t? eres consciente, que s?lo uno es tlatoani, el coraz?n de la ciudad. Y que son dos los tecuhtlatoque, uno de la milicia, y otro de la nobleza. Uno de la milicia ?tlacatecuhtli, tlacochtecuhtli? y uno noble. Y los cuauhtlatoque, tambi?n uno de la milicia ?tlacateccatl, tlacochcalcatl? [y] tambi?n uno noble.

Mucho esfuerzo interpretativo hubiera podido ahorrarse si en el texto se hubiese registrado la palabra macehualtin, por ejemplo, en lugar de quappan, t?rmino que L?pez Austin traduce como "la milicia". El mismo editor de los textos reconoce que este pasaje es de dif?cil interpretaci?n (p. 246). ?Podr?amos decir con seguri dad que el autor del texto en n?huatl se refer?a a los egresados de extracci?n macehual del Telpochcalli cuando mencionaba a la mi licia? La imprecisi?n del texto nos obliga a buscar m?s puntos de apoyo en otras secciones del material sahaguntino, as? como en otras fuentes etnohist?ricas, con el objeto de aclarar el significado de es ta extra?a oposici?n noble-militar, la cual parece estar directamente vinculada con los problemas referentes a los status adscritos y ad quiridos dentro de la sociedad mexica, asunto que merece un estu dio especial en el cual deber?n de ser tomados en consideraci?n los textos que mencionan los altos puestos de la milicia como Tla catecuhtli, Tlacochtecuhtli, Tlacateccatl y Tlacochcalcatl.

Otro punto que despierta el inter?s para una m?s detallada in vestigaci?n es el de la existencia de otras instituciones educativas adem?s del Calm?cac y el Telpochcalli. Tal es el caso de la Cuica calli o "Casa del canto". Los textos sahaguntinos presentan con claridad una relaci?n estrecha entre la Cuicacalli y el Telpochcalli, sin embargo esta relaci?n no se ve claramente definida en t?rmi nos institucionales. ?Era la "Casa del canto" una instituci?n para macehuales aut?noma del Telpochcalli, o estamos ante la presencia

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de una especie de escuela con funciones especiales dependiente di recta o indirectamente de la "Casa de los j?venes"? De la "Casa del canto" se mencionan algunas caracter?sticas interesantes como que ah? estaban los tiachcahuan, los telpochtlatoque, y ". . .donde eran

ordenadas las cosas para esperar el trabajo comunal" (p. 143, co rrespondiente al Libro vin, cap?tulo 14, p?rrafo 4, C?dice matriten se de la Real Academia de la Historia, 12r., C?dice Florentino, 27v-28v).

Disponemos de una representaci?n gr?fica procedente del C?dice Mendoza (l?mina 62), donde parece usarse la palabra Cuicacalli co mo sin?nimo de Telpochcalli. En la ilustraci?n se reconoce a un teachcauh o "maeso" del Telpochcalli, el cual se ha dibujado al frente

de un edificio que porta el nombre de "cuicacali". Hacia el teach cauh se dirige un "mozo de quince a?os que su padre lo entrega para que lo doctrine y ense?e". Arriba de la "Casa del canto", en la misma l?mina, aparece una construcci?n similar, aunque con un tipo diferente de merlones, la cual se anuncia como el "calm? cac". El tlacuilo o pintor ind?gena de este c?dice tambi?n enfatiz? las diferencias en atav?os entre el tlamacazqui del Calm?cac y el teach

cauh, aqu? asociado a la Cuicacalli, para indicar las funciones dife rentes que desempe?aban. Otros problemas no menos importantes esperan el examen de tallado de los estudiosos, como es el caso de la alusi?n constante de t?tulos militares y religiosos junto con los propiamente escola res, la proyecci?n de la cosmovision y el ritual mexica ?de marca das tendencias militaristas? en las instituciones educativas, las similitudes y diferencias entre la educaci?n de los nahuas y otras comunidades como la otom? ?la cual se menciona en el ?ltimo texto

de esta compilaci?n?, y algunos problemas iconogr?ficos referi dos a la representaci?n de edificios y jerarqu?as de individuos, los cuales se encuentran ilustrados en otros documentos pict?ricos y en el mismo C?dice Florentino acompa?ando algunos de los textos de la compilaci?n aqu? rese?ada. La resoluci?n de ?stos y otros pro blemas nos llevar? finalmente a elaborar una m?s clara imagen de la educaci?n entre los grupos nahuas del postcl?sico, la cual se de fin?a a trav?s del uso de dos verbos, huapahua e izcalt?a, que de ma

nera pareada se han traducido como "ense?ar" y "educar", y que

hacen referencia, respectivamente, a las ideas de "endurecerse, for

talecerse, consolidarse, atiesarse" y "avivar, animar, vivificar, ele

var, desarrollar, hacer crecer, alimentar, madurar" (p. 9). La edici?n cr?tica de estos textos es tambi?n un llamado de atenci?n en torno al problema de la publicaci?n de documentos etnohist?ri cos en lenguas ind?genas: el material debe ser trabajado con enor

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EXAMEN DE LIBROS

me cuidado no s?lo en su traducci?n sino tambi?n en su paleograf?a,

la cual deber? de hacerse a la vista del original o de una buena edi ci?n facsimilar (respecto a este ?ltimo problema v?ase el ejemplo

citado por L?pez Austin en la p?gina 10). La compilaci?n saha

guntina tiene las ventajas de ser extensa y contener un mismo tex to en m?s de una versi?n, lo que facilita el cotejo de ideas. Adem?s disponemos ahora de una extraordinaria edici?n facsimilar del C? dice Florentino publicada por el Archivo General de la Naci?n, la cual resulta una invaluable ayuda para conocer la verdadera estructura de esta valiosa fuente. Gracias a esta edici?n podemos conocer con seguridad, por ejemplo, d?nde estaban colocadas las ilustraciones, los colores de las mismas, lo que se escribi?, lo que no se escribi?, lo que se enmend?, e incluso lo que se tach?. Queda ahora abierto, por primera vez, un importante campo de investigaci?n de un segmento importante de la cultura n?huatl. Los textos mismos, usados muy pocas veces de manera cr?tica en libros y art?culos previos sobre la educaci?n mexica, est?n a nues tra disposici?n y aunque "son en muchos casos registros obscuros, aparentemente contradictorios, insuficientes; pero en conjunto, tra bajados con t?cnicas adecuadas, pueden darnos muchas de las res

puestas que buscamos" (p. 11).

Xavier Noguez El Colegio de M?xico

DOS LIBROS SOBRE HACIENDAS Mar?a VARGAS LOBSINGER: La hacienda de "La Concha", una empresa algodonera de La Laguna, 1883-1917, M?xico,

UNAM, 1984, 166 pp.

Este libro es uno de los pocos trabajos hasta ahora publicados sobre la historia de una hacienda lagunera. Se basa principalmen te en el archivo de la misma hacienda con sus escrituras, planos, contratos de arrendamiento, libros de contabilidad y algo de co rrespondencia. A mediados del siglo xix La Laguna perteneci? a varios latifundistas, quienes tuvieron la mala suerte de aliarse al imperio de Maximiliano. El gobierno de la Rep?blica los castig? This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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con la confiscaci?n de una parte de sus propiedades, pero con el tiempo los latifundistas, ya muy endeudados, perdieron tambi?n el resto. Surgi? una clase nueva de hacendados algodoneros due

?os de unidades m?s peque?as, m?s manejables.

Un representante de esta clase era el propietario de La Concha,

el coronel Carlos Gonz?lez Montes de Oca. Hijo de una familia de arrieros de la regi?n, el joven Carlos Gonz?lez combati? con

Ju?rez en el norte y despu?s particip? en las revueltas de Porfirio D?az, en las que se gan? insignias de coronel. Despu?s fue nom brado comandante de las guardias rurales. Sin duda, sus contactos pol?ticos le fueron ?tiles pero dif?cilmente podr?an explicar su as censo econ?mico y social. La explicaci?n se encuentra m?s bien en su incansable trabajo. En los primeros a?os del porfiriato era arrendatario de tierras ajenas; el momento decisivo de su vida tu vo lugar en 1883 cuando compr? una de las mejores fracciones del antiguo latifundio San Lorenzo de la Laguna, la hacienda de La Concepci?n, valuada precisamente por su proximidad al r?o Na zas y as? la oportunidad de usar sus aguas para el cultivo de algo d?n. Al a?o siguiente lleg? a Torre?n el ferrocarril y con esto el auge incipiente se aceler?. "Cuando el nuevo due?o establece la casa grande en 'La Con cha", cuenta la autora, "la mayor parte de los terrenos de la hacien

da eran agostaderos vac?os. El capital que necesitaba, no s?lo para acabar de pagar la tierra, sino para mejorarla y trabajarla, ten?a que ganarse internamente, a trav?s de la producci?n de algod?n, y ?sta s?lo pod?a aumentarse abriendo nuevas zonas al cultivo" (p. 138). Al parecer, la hacienda era demasiado grande para ser culti vada toda directamente por su due?o. El coronel Gonz?lez arren d? fracciones importantes que tambi?n usaron el agua de riego. Los ingresos por arrendamiento eran considerables, pero el ingreso prin

cipal de la hacienda durante toda la ?poca porfirista proven?a del algod?n de la secci?n administrada directamente por el propieta rio. Huelga decir que, si bien la hacienda conserv? en lo social mu chos rasgos tradicionales, en lo tecnol?gico se moderniz?. Sus utilidades, que ascend?an en promedio al 14% en parte se rein ver t?an, de modo que no fue necesario recurrir al capital extranjero. El negocio algodonero era tan bueno que, despu?s de invertir en las mejoras tecnol?gicas, al due?o le sobraban fondos con los que adquir?a m?s y m?s tierras. Notable, sobre todo, fue su compra de la hacienda de "Bilbao" en los ?ltimos a?os del porfiriato y a un precio muy elevado, lo que prueba sin duda alguna la fe del coronel Gonz?lez en la solidez del sistema porfiriano. Por esos a?os,

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EXAMEN DE LIBROS

La Concha ya era un latifundio que inclu?a, adem?s de 11 000 hec t?reas de tierras de riego, la hacienda de "Bilbao" y agostaderos cuya superficie ascend?a a m?s de 250 000 hect?reas. Los trabajadores de La Concha se reclutaron de los aparceros que all? viv?an, cultivando sus parcelas y pastando su ganado en las tierras de la hacienda. Sin embargo, con el crecimiento de la agricultura de riego se redujeron los pastizales y muchos aparceros prefirieron trabajar como peones de la hacienda. Otros siguieron siendo aparceros, pero con la obligaci?n de ser tambi?n jornaleros de la misma hacienda y de ayudarle en otros trabajos. Muchos peo nes deb?an a la hacienda pero sus deudas no parec?an ser excesi vas. De cualquier modo, el peonaje, la servidumbre por deudas, no exist?a ni pod?a existir en las proximidades de Torre?n y otras ciudades laguneras cuya poblaci?n se multiplic? durante el porfi riato con la inmigraci?n proveniente del campo. Si bien los peones de La Concha siguieron siendo pobres, tuvie ron por lo menos el consuelo de pensar, como dice la autora, que la hacienda les ayudar?a en los a?os malos. En efecto, esto era la tradici?n de las haciendas, pero los ?ltimos a?os del porfiriato la resquebrajaron, con el resultado conocido. Se recomienda la lectura de este libro sobre todo porque su autora

supo combinar en ?l la narraci?n hist?rica con un estudio econ?

mico y contable.

Mar?a Guadalupe RODR?GUEZ G?MEZ: Jalpay San Juan de los Otates, dos haciendas en el Baj?o colonial, Le?n, Gto., M?

xico, El Colegio del Baj?o, 1984, 172 pp.

Este libro es el primero que publica El Colegio del Baj?o. En ?l se estudia la historia colonial de las haciendas de Jalpa y de Ota tes. Jalpa se sit?a a poco m?s de cuarenta kil?metros al suroeste de Le?n; Otates, a corta distancia de esta misma ciudad. El mate rial para el estudio de Jalpa se tom? de los archivos p?blicos; para Otates se tuvieron a disposici?n los papeles privados. Jalpa fue una hacienda famosa por su historia, pues de una merced de tierras otor

gada en 1542 al encomendero Villase?or creci? en dos siglos para llegar a abarcar casi 70 000 hect?reas, para el Baj?o una propiedad gigantesca, aunque hay que considerar que Jalpa se encontraba en la periferia del Baj?o y que tres cuartos de sus tierras pertenec?an a los Altos de Jalisco, mientras el cuarto restante consist?a de tie rras de riego. En el siglo xvui Jalpa fue adquirida por la conocida This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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familia noble de los Monterde. Cien a?os despu?s la compr? el em presario, industrial y banquero porfiriano ?scar Braniff; se qued? en las manos de sus descendientes hasta la reforma agraria. El libro comienza con un pr?logo de Eric Van Young, especia lista norteamericano en la historia de las haciendas coloniales. Van

Young acu?a all? el dicho "la hacienda es negocio, pero no es un buen negocio", enmendando as? las palabras de Molina Enr?quez, "la hacienda no es negocio". Jalpa produc?a hacia el final del vi rreinato una ganancia neta anual promedio del 7 %. Por supuesto, hab?a negocios mejores (pero m?s arriesgados) y tambi?n hacien das que produc?an m?s, pero no hay que olvidar que Jalpa se en contraba lejos de los centros principales de consumo y que su actividad m?s importante era la ganader?a extensiva, aun cuando tambi?n vend?a sus cosechas. Como se?ala la autora (p. 152), Jal pa abastec?a carnicer?as de Texcoco, Cuautla y Guanajuato; ven d?a sus productos ?cabezas de ganado, cueros, lana? a M?xico, Guadalajara, Zacatecas, Quer?taro, Celaya, Aguascalientes y Du rango. Era, pues, una gran empresa comercial. A causa en parte de su extensi?n, el porcentaje de sus utilidades netas tend?a a ser bajo, pero a pesar de esto una parte de ellas se utiliz? para invertir en otras actividades, lo que parece contradecir la opini?n general mente aceptada de que el capital acumulado, por ejemplo, en la miner?a, se invert?a en la compra de las haciendas en las que ya se quedaba enterrado. En comparaci?n con Jalpa, la hacienda de Otates con sus 8 751 hect?reas era un mero enano, aun cuando su superficie eran m?s t?picas de las haciendas del Baj?o. Otates era tambi?n una empresa mixta agr?cola-ganadera que vend?a sus productos en primer lugar a la ciudad de Le?n, de la cual no distaba ni diez kil?metros. Al parecer, Otates dispon?a de un buen equipo de mu?as de transpor te, lo que aumentaba sus ganancias. Tanto Jalpa como Otates ten?an, naturalmente, sus peones per manentes. El endeudamiento de estos ?ltimos no pareci? haber si do un factor importante en su reclutamiento o en su permanencia en la hacienda. De hecho, el due?o de Jalpa envi? una "carta de instrucci?n" a su administrador, orden?ndole que no prestara a los peones. As? sucedi? que la hacienda lleg? a deber varias veces a sus trabajadores, fuese para retenerlos fuese por escasez de dine ro en efectivo. Es de esperarse que la autora contin?e su estudio del810al910, lo que podr?a ense?arnos la modernizaci?n introducida en Jalpa por el ingeniero Braniff. This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

Aunque m?s sencillo que el libro anterior, el libro de Mar?a Gua dalupe Rodr?guez es recomendable por los puntos interesantes que

revela.

Jan Bazant

El Colegio de M?xico

DOS LIBROS SOBRE INDUSTRIA TEXTIL Angelina ALONSO: Los libanesesy la industria textil en Puebla,

M?xico, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolog?a Social, 1983, 181 pp. (Cuadernos de La

Casa Chata, 89).

La primera parte de esta peque?a obra contiene una breve rese ?a de la historia textil poblana en el siglo xix, historia ya abun dantemente conocida por los trabajos de Potash, Keremitsis, Bazant

y otros. La segunda parte es interesante por su descripci?n del L?bano en la segunda mitad del siglo xix y el aumento de la poblaci?n cris tiana maronita, hasta entonces una minor?a, a causa de su acepta ci?n de la vacuna, hasta convertirse en la mayor?a absoluta de la poblaci?n del pa?s. Este factor, es decir, la sobrepoblaci?n, al cual podemos agregar la persecuci?n religiosa propiciada por el nuevo movimiento panisl?mico, condujo a una emigraci?n masiva de los cristianos libaneses a partir de 1900. Los emigrantes se sintieron atra?dos sobre todo por los pa?ses americanos, en aquel entonces en pleno auge y abiertos a todo el mundo. Ya en el L?bano se notaba la preferencia de los maronitas por la sericultura y los tejidos de seda. Aqu? en M?xico, los libaneses comenzaron modestamente como los despu?s proverbiales comer ciantes ambulantes. Pero no se quedar?an mucho tiempo en ese

nivel.

En 1930, en Puebla hubo 164 f?bricas y talleres textiles, de los cuales 116 eran propiedad de mexicanos, 46 de espa?oles, 2 de fran

ceses y s?lo uno de un libanes. Diez a?os despu?s, en 1940, el

n?mero de los libaneses fabricantes textiles aument? en unos veinte.

Estaban dedicados en buena parte a la artisela, ese sustituto relati vamente barato de la seda natural, en aquel entonces ya sumamente

cara. Dos a?os despu?s, en 1942, los fabricantes textiles libaneses This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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o de origen libanes aumentaron en otros diecisiete, de los cuales cinco estaban dedicados a la artisela. Es de desearse que la autora

extienda su estudio a la influencia libanesa dentro de la industria de

la seda artificial en la capital de la Rep?blica, a los libaneses en la industria de la lana en Tulancingo y en fin, a los libaneses en otros rincones de pa?s.

Jos? Alfredo URIBE SALAS: La industria textil en Michoac?n

1840-1910, Morelia, Universidad Michoacana de San Ni col?s de Hidalgo, 1983, 212 p. (Colecci?n Historia Nues tra, 5).

El libro contiene una descripci?n de la industria textil moderna en Michoac?n desde sus principios hasta el estallido de la Revolu ci?n. Por los a?os 1840 hubo un intento de establecer una f?brica grande de seda de Morelia, pero fracas?. En los a?os de 1870 hubo nuevos intentos que ten?an el mismo prop?sito, pero tambi?n tu vieron el mismo fin. Por lo visto, M?xico y en especial Michoac?n no eran muy propicios para el florecimiento de la industria de la

seda natural.

En cambio, s? prosper? la industria algodonera por el estilo de la ya instalada en Puebla. A partir de la d?cada de 1860 se estable cieron dos f?bricas en Morelia, movidas por m?quinas de vapor. El comerciante moreliano liberal F?lix Alva instal? all? la f?brica "La Paz", que se abastec?a de algod?n en la tierra caliente de Mi choac?n o sea la regi?n de Apatzing?n. La empresa prosper?, a lo menos en parte, debido a las buenas relaciones de su propietario con los gobiernos liberales de la ?poca. El mismo F?lix Alva esta bleci? despu?s, tambi?n en Morelia, otra f?brica algodonera, "La Uni?n". Ambas empresas entraron en decadencia bastante tiem

po antes de 1910.

No seria extra?o que un factor de esa decadencia haya sido la competencia de las f?bricas textiles de Uruapan, movidas m?s eco n?micamente por la abundante fuerza hidr?ulica proveniente del r?o Cupatitzio, y m?s cercanas a las fuentes de la materia prima, el algod?n de tierra caliente. La primera empresa uruapana de es ta ?ndole fue el "Para?so de Michoac?n", llamada tambi?n "Pro videncia", establecida a principios de los 1870. La segunda empresa uruapana, "San Pedro", establecida en 1894 por la familia Hur tado, se dedic? a tejer telas de algod?n y en menor grado tambi?n This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:29:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

telas de lana y de seda. Fue la f?brica m?s moderna de todas las

mencionadas.

Por ?ltimo, en Tajimaroa, en el noreste del estado, naci? en 1894 "La Virgen", f?brica algodonera que se dedic? tambi?n a fomen tar el cultivo del lino en los alrededores y trabajarlo con una ma quinaria moderna. El noreste de Michoac?n era conocido por su fabricaci?n artesanal de los tejidos de lana, pero no se hizo el in tento de establecer all? un f?brica moderna que tejiera la lana en competencia con los numerosos talleres locales. El ?ltimo cap?tulo del libro trata de las condiciones laborales en el siglo xix y de los principios de la organizaci?n sindical.

Jan Bazant

El Colegio de M?xico

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Universidad de M?xico REVISTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUT?NOMA DE MEXICO

Junio, 1986 425

TEXTOS SOBRE

JAIME TORRES BODET Y SEVERO SARDUY POEMA DE

ALFREDO

CARDONA PE?A ENTREVISTA CON

RUBEN BAREIRO Suscripciones: Apdo. Postal No. 70-288 / Ciudad Universitaria / 04510 M?xico, D. F. Tel. 550-55-59 y 548-4J-52 De venta en Librer?as Universitarias, Tiendas de la UNAM, Sanborns y diferentes librer?as del D. F.

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46? CONGRESO INTERNACIONAL DE AMERICANISTAS 46th INTERNATIONAL CONGRESS OF

AMERICANISTS

4-8 DE JULIO DE 1988, AMSTERDAM, HOLANDA Nos complacemos en invitarle a participar en el 46 Congreso Internacional de Americanistas a celebrarse en Amsterdam. Pa?

ses Bajos, del 4 al 8 de julio de 1988. Se ruega a quienes de seen proponer simposios sobre temas espec?ficos que tengan la bondad de escribimos antes del 31 de mayo de 1987, espe cificando el tema del simposio propuesto, as? como los nom bres de posibles participantes. Los que deseen presentar una

ponencia o quieran participar como observadores, deber?n lle nar el formulario adjunto) y | devolverlo) al m?s tardar) el 11 ?|de octubre de 1987.(Esta ?ltima es tambi?n la fecha final para|la

aprobaci?n de simposios.

FORMULARIO Por favor env?eme la segunda circular del 46 Congreso Internacional

de Americanistas

Nombre completo (a m?quina) Instituci?n

Funci?n Direcci?n 46 Congreso Internacional de Americanistas c/o CEDLA, Keizersgracht 395-397 1016 EK Amsterdam

Pa?ses Bajos

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