Celophane gore
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Štaller de papeles fotocopiados, 2016 impreso en Guadalajara, Jal.
Textos por CĂŠsar Augusto
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ph Celo
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He tenido la misma fantasía otra vez. Al principio no puedo ver nada, todo es tan brillante que se me priva la vista. Es el blanco prístino, la luz del principio de los tiempos cuando el universo no tenía nombre. Poco a poco el brillo se vuelve sólido. Me encuentro en un cuarto envuelto en blanco, iluminado de tal forma que parece no haber límites arquitectónicos.
blanco.
Hay un par de muebles del mismo color de la habitación, invisibles hasta el tacto o la dolorosa proximidad. Las sombras no existen en este espacio, ni el más tenue gris. Al moverme un poco, me percato de un espejo que había permanecido mudo, hasta que el único objeto animado — que soy yo—, aparece ante su mirada. Un grito congelado: en el reflejo reconozco las mismas proporciones que constituyen mi rostro; estoy hecho del mismo material muerto y níveo que reina en el lugar.
Luego de mil gesticulaciones para ver si hay sincronía con el rostro cerámico del espejo, logro superar el sobresalto y comienzo a recorrer el lugar. Al centro del cuarto una mesa. Raros utensilios hechos de la misma cerámica de mi cuerpo: cortos, delgados, todos terminan en punta. Agujas de perla alineadas por tamaño; amables a la mano, frías y lisas. Se escurren de forma suave entre los dedos.
Un golpe seco y sin eco del pequeño cilindro caído, interrumpe mi inspección y guía mi mirada hacia el objeto de asombro que me espera delante. En una caprichosa alineación, inmóvil y silenciosa; una multitud de blancas mujeres con el mismo rostro. Hermosas gotas de leche. Quietas, no le incomodan mis manos atravesando sus curvas desnudas. Inspeccionando las blandas y perfectas carnes me doy cuenta de algo; todo se encuentra en especial orden, nada parece haber sido colocado por azar, ni siquiera yo.
El interior del cuarto parece dispuesto en un recorrido que favorece la cognoción. La extrañeza de mi cuerpo convertido en instrumento articulado ya no existe. Mi mente está clara y me parece ver la estructura de las cosas, antes oculta por la ausencia de contraste. Miro la fila de figurillas femeninas y los agudos cuchillos sobre la mesa. Un siseo de insecto y luego unas trompetas. Yo conozco esa pieza, más no recuerdo al compositor. Blanco... invierno... Odín... valquiria... no puedo seguir la línea semántica... valquiria
(¿valquiria?). Sé que mis labios pétreos no permiten una melodía perfecta, pero me es imposible no intentar tararear. La música se hace más fuerte, ta ra ra ra ra, ta ra ra ra ra... El grupo de mujeres despierta con mi simulacro de trompeta y se alinean frente a mi mesa (¿mi mesa?). Recorro la línea y examino cada par de ojos, cada par blanco de pupilas; se aferran a un punto fijo, lejos, detrás de este cuarto. La música se hace más fuerte. Sólo me queda esperar a que el guión corra como
se dispuso. La música vibra en mis manos y las domina de alguna manera, en ellas hay ya un par de cuchillos, oprimidos de tal modo que sus límites y los de mis manos ya no son reconocibles. En mi fantasía la fila de mujeres avanza a la mesa (mi mesa). La primera se detiene ante mí, se detiene la música, la miro un par de segundos. Cuando la música regresa, violenta; me doy cuenta de la tibieza de mis manos. La primera sensación real. El cuello de la mujer echado hacia atrás, muy tenso, no me permite ver su
rostro pero adivino una mueca. Ta... ra... ra ra ra ra ra ¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro y cinco! un pentagrama musical... inicio... estoy hundiendo las agujas al ritmo de la música. Una a una las mujeres van avanzando y me presentan su cuerpo. Yo sigo la melodía. Los blancos chocan y la brisa roja descubre los bordes escondidos del mobiliario. En el espejo me re-encuentro. Rojo y blanco. El piso es un charco suspendido en la nada, la sangre avanza lenta y espesa hasta cubrir las esquinas. No hay gritos, no hay sonido en mis golpes
furiosos contra la carne blanda, no hay sonido en el caer de los borbotones de sangre, sólo la música reina. Sé que la pieza casi termina aunque sigo sin recordar el nombre del compositor. Blanco... vacío... Valhalla... valquiria (soy una valquiria). Estoy realizando la ceremonia de selección, estoy eligiéndote mil veces. Cada cuchillada te acerca a la inmortalidad. Ta ra ra ra ra... ta ra ra ra ra... El cuarto (un baño) me parece menos blanco, la música menos real, tu piel, aunque pálida, es
menos blanca también. En el espejo, mi mano; blandiendo el cuchillo como la batuta de un director. Sin la música puedo escucharme en mi odioso vaivén: ra ra ra ra ra...
er
Clos
¿Recuerdas el día que tuvimos que juntarte en pedacitos y guardamos tus tripitas moradas en bolcitas de celofán? ¿Te acuerdas cómo tu cuello fragmentado se volvió un géiser y bajo nosotros nació un círculo perfecto de sangre? Es difícil recordar con exactitud cuántas piezas de columna me guardé ese día en el pantalón por la exagerada alarma que causó tu desfragmentación. Quién pensaría que el cuerpo humano, puede causar tal furor si se le expone al revés, de
adentro hacia afuera. Reglas de etiqueta. Los más escépticos y apáticos podrán decir que es una farsa, que es el vano intento de divinizar la imagen, de por sí poética de un cuerpo machacado, otros dirán que es una cosa ordinaria, que tus órganos esparcidos en una espiral y los girones de tu piel vueltos alas es la cosa más vulgar del mundo, una postal para la basura. No importa si no lo recuerdas o si a la gente le parece insulso, dentro de mi siempre estará tu sonrisa; incompleta, pero perfectamente
blanca, tu hermosa lengua jugando en el aire y tus brazos, de un violeta hermoso, imitando una pose de danza butoh. No creo que lo recuerdes, pero debo confesarte que a pesar de no habernos conocido antes y de no haber programado nuestro encuentro de apenas segundos, a pesar de eso y de ser la mĂĄs absurda de las paradojas, lo que sentĂ fue completo amor. Te quise en ese instante en todos tus fragmentos, en todas tus posibles configuraciones, cual puzzle infinito.