La Opinión
Jueves 25 de julio de 2019
Homenaje a un compañero Capitán (ra) César Castaño
Homenaje a un soldado y ciudadano ejemplar que cumplió con su deber.
P
or estos días, preparaba una columna dedicada a recordar uno de aquellos héroes ignotos a quien no alcanzó a tocar el hálito de la gloria. Un anónimo llanero que cabalgó con heroísmo por los campos de Pore, Pisba, Paya y Paipa, en la gesta de la independencia. Sin embargo, la desaparición del señor teniente coronel Luis Alberto Bernal Cuervo amigo y personaje ampliamente reconocido, obliga un homenaje y una breve semblanza sobre un bogotano adoptado por esta tierra a la cual amó y sirvió hasta el final de sus días. Se graduó como oficial del Ejército en la Escuela Militar de Cadetes, en diciembre de 1964, con la especialidad de
ingeniería militar. Por sus responsabilidades, recorrió el país enfrentando esa violencia que aún no cesa. Trabajó en obras de ingeniería civil y militar. Fue segundo comandante del Batallón de Ingenieros Cisneros y comandante del llamado Batallón Mixto con sede en Leticia, entre otros. De aquellos días en el sur del país, existe una maravillosa columna escrita por Miguel Ángel Rojas bajo el título Tres días con Gabo en el Amazonas. En ella, el cronista relata la llegada a Leticia de Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón. Ambos viajaron allí con el deseo febril de vivir una experiencia en tierras de La Vorágine, aquella novela de
José Eustasio Rivera convertida en expresión documental de la ambición y la crueldad humanas. Esa experiencia les llevó a visitar la isla de los Micos, Tabatinga e incluso dormir en un campamento Ticuna, en el parque Nacional Amacayacu. Así relata Rojas, con pluma magistral, esa aventura: “Gabriel García Márquez durmió dos noches en la selva amazónica colombiana, tirado en un chinchorro amerindio, al lado de un coronel quindiano: Luis Alberto Bernal Cuervo. En medio de los dos, en otra hamaca, levitaba en interminable cantinela el maestro Alejandro Obregón. […] Fueron tres noches inolvidables, le diría Gabo al coronel Bernal el día que se despidieron en Leticia, formalizando una amistad que se mantuvo viva muchos años”. Luego de la travesía García Márquez, anota el cronista, fue a la casa del coronel Bernal en Bogotá para dejarle tres
novelas autografiadas. Si bien el encuentro no se repitió, la amistad sí perduró. Tras su retiro, el coronel dedicó varios años a la academia, fue director de Bienestar Universitario de la Gran Colombia con sede en Armenia. Luego de dejar el cargo, era frecuentado por estudiantes que le buscaban para consultarlo en aquellos temas en los cuales era especialista. Miembro de Acore y otras asociaciones. Dueño de una inteligencia y espontaneidad que a todos cautivaba. Lo recordaremos con la alegría de haber conocido a un ser humano que inspiraba sabiduría, energía y optimismo. Gracias mi coronel, me enorgullece rendir homenaje a un soldado y ciudadano ejemplar que cumplió con el deber hasta el final de sus días. * Miembro de la Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro
PALABRAS SUELTAS “El propósito es fortalecer la capacidad de las cadenas productivas de cacao y aguacate para que puedan exportar a los mercados internacionales. El énfasis es en calidad. El proyecto será presentado hoy en el Quindío”. Edwin Cristancho Pinilla, director general del Instituto Nacional de Metrología, INM.
La ciudad de Babel Jairo Urrea Henao Están llegando muchos mensajes en botellas a las playas.
S
i bien el hombre ha conquistado y sistematizado las lenguas naturales, una de las herramientas más poderosas y creativas que le han permitido sobrevivir adaptándose a la naturaleza, a sus necesidades y caprichos; también, esta se ha convertido en el topo que roe los cimientos del tejido social, aquel logrado a través del diálogo consigo mismo y sus congéneres. Lo anterior debido a que las lenguas conllevan un fenómeno llamado polisemia consistente en que un objeto se nombra con varias palabras
y una palabra nombra varios objetos, abriendo así la puerta a lo que Aristóteles llamó un error categorial en el que se confunde la coherencia de una palabra en su categoría al pasarla a otra diferente. Por ejemplo, se adjudica erróneamente al dinero la causante de la felicidad. Los filósofos en su empeño de iluminar el camino por donde transitan los hombres en la búsqueda de mundos mejores han llamado la atención sobre este fenómeno y trazado una estrategia denominada giro lingüístico, el cual pretende
dar cuenta de las diferentes trampas que tiende el lenguaje, como lo expresa Ludwig Wittgenstein, y como recomienda John Austin: por lo menos se debería mantener limpias y pulidas estas herramientas, sobre todo las palabras, con las que nos comunicamos. Dichos pensadores para salirle al paso al desvío que genera la polisemia proponen dar un salto de la palabra al concepto, en el cual la definición es esencial para el buen uso de las mismas. Definiciones provisionales pero que mantienen en su lugar la categoría a que pertenecen. Una ilustración sería: los gatos son ladrones y los perros son dañinos, en este caso se trata de la tendencia incorrecta de darle cualidades humanas a
los animales. Tal relajamiento con el uso abusivo de los significados ha logrado introducir a las sociedades en un laberinto babilónico donde las palabras circulan igual que el dinero, pudiéndose trasmutar por cualquier cosa confundiendo su esencia por su apariencia; ejemplo, la pobreza es sinónimo de humildad. Así, el filósofo, se siente como un náufrago en una mar de palabras sin sentido; entonces, lanza SOS en pequeños ensayos-mensajes dentro de botellas, que de vez en cuando atrapa otro náufrago, quien lo devuelve al océano replicado, engrosando este los cúmulos de basura que se amontonan en las playas de la comunicación.
LA CRÓNICA
De plumíferos Ángel Castaño Guzmán
E
n un pasaje de sus diarios Julio Ramón Ribeyro —muy mentado en la prensa española por la reedición de Prosas apátridas— reflexiona respecto a la naturaleza de la escritura, de sus oficiantes. Letra a letra, frase a frase, el aspirante emborrona la obra que a él mismo le gustaría leer. De esa manera, los poemas, relatos, novelas, ensayos, crónicas no solo son una conquista de la paciente faena sino también la huella dactilar del talante, de la psique. Frente a esta íntima certeza, la fama y el aplauso pierden el brillo apetecible: se convierten en una suma de malentendidos, de cabos sueltos. En otras palabras, la literatura es una forma –una de cientos– de latir la realidad, de internarse en el dédalo del presente. Tal vez eso tenía en mente Daigu Ryokan al restarle importancia a sus poemas. Lo supongo. Nunca sé cómo reaccionar —si hundirme en la risa o en el asco— al conocer las intrigas de especímenes de la república letrada para ceñirse en las sienes la corona de laurel. No pocos pretenden con uñas, dientes y codazos abrirse un nicho en el parnaso, en la antología. F. no escatima lengüetazos ni enroques tras el objetivo —enorme, sin duda— de ser invitado a festivales literarios. Para no perder un gramo de vigencia, cada tanto recibe premios de fundaciones fantasmas —de Panamá, de España, de Perú—. Desde luego, se encarga de hacérselo saber hasta al reportero de aldea. Por su parte, J. organiza tertulias impregnadas de vino: allí, con voz quebrada, se lamenta de la miopía de la crítica, de los complots de las editoriales transnacionales. ¿Quién es la víctima de tal conjura? Él, sobra decirlo. El de J. debería ser un nombre usado en las fachadas de colegios, hospitales, bibliotecas. S. escribe los prólogos de sus novelas, se los adjudica a académicos alemanes. Si alguien se atreve a poner en duda su genio, no titubea en llevar el caso a los juzgados. B. emplea los Si alguien se puños de su herma- atreve a poner en no para apretarle las duda su genio, no tuercas al reseñista titubea en llevar insolente: ella, una el caso a los juzgadama, en meneste- dos. res de machos no se inmiscuye. M. cree en las propiedades curativas de sus líneas: se disfraza de pitonisa de cultos prehispánicos, preside aquelarres new age. O. vitupera, lanza el anatema contra quien no doble la cerviz ante el pope Rubayata. Y así, la lista prosigue, entre la caricatura y la indecencia. ¿De qué sirve el jaleo? El instante de mayor lucidez en la vida de un escritor es justo aquel en el que descubre las limitaciones del talento, la irremediable condena de la pequeñez. El anonimato, el olvido son la Ítaca del esclavo de la pluma, del lápiz. Ni Homero ni Dante ni Salinger ni Borges tienen un destino diferente: con suerte gozan de una prórroga. La mayor parte de los libros publicados este año, el venidero y el anterior será mancillada por el moho, por las polillas. Repito: ¿de qué sirve el afán de atraer el fogonazo del flash? A fin de cuentas, bendito el poeta capaz de nombrar quebrada a la quebrada; al amor, muerte; al cuerpo, lenguaje; al canto, estridencia.
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