SOBRE LA BÚSQUEDA DE LA “PAZ” EN COLOMBIA ¿Por qué debe ser diferente en esta oportunidad?
SEARCH ON THE “PEACE” IN COLOMBIA - Why should it be different this time?
Resumen
Abstract
¿Cuál es, finalmente, en esencia, la problemática colombiana? ¿Debe ella expresarse, como si fuera una condición natural, a través de la confrontación armada violenta? ¿Existe relación entre la problemática y la violencia? No tenemos aún, después de décadas de vivir diferentes niveles e intensidades de enfrentamientos armados domésticos, una respuesta única ni satisfactoria, a pesar de las decenas de publicaciones que desde la década de 1950 ofrecen su propia interpretación, al calor de dinámicas regionales y coyunturas internacionales. Considero decisivo acercarnos al asunto, en estos términos, porque, en última instancia, los contenidos de una eventual agenda de negociación se inspiran en la real, verosímil o inexistente relación de causalidad entre la problemática y la violencia.
What is, finally, in essence, the Colombian problem? Should its express themselves, as if it were a natural condition, through the violent armed confrontation? There is relationship a between the problem and the violence? We have not yet, after decades of living different levels and intensities of domestic armed confrontations, a response only nor satisfactory, despite the dozens of publications that offer their own interpretation, in the heat of regional dynamics and international conjunctures since the 1950s. I consider it crucial to bring us closer to the subject, in these terms, because, ultimately, the contents of a possible negotiating agenda are inspired by the real, credible or non-existent relationship of causality between problems and violence.
Juan Carlos Eastman Arango* Historiador. Especialista en Geopolítica. Analista de asuntos internacionales y asesor en temas de geopolítica y relaciones internacionales. Catedrático en el Departamento de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana. Soy colaborador regular de El Nuevo Siglo en su edición dominical “FLASH INTERNACIONAL”. Además de CESCADI, miembro de CSA (Asociación de Estudios del Caribe), Atlantic Community, RESDAL, Red Latinoamericana para la Democracia y Red Colombiana de Relaciones Internacionales. Actualmente se desempeña como investigador principal del Centro de Estudios en Seguridad Defensa y Asuntos Internacionales CESDAI. Correo-e: juan.carlos.eastman@aol.com
Juan Carlos Eastman Arango* Historian. Specialist in Geopolitics. Analyst of International Affairs and issues of geopolitics and international relations Advisor. Professor in the Department of History at the Pontificia Universidad Javeriana. Regular contributor of EL NUEVO SIGLO, in its Sunday Edition “FLASH INTERNACIONAL”. In addition to CESDAI, member of CSA (Association of Studies of the Caribbean), Atlantic Community, RESDAL, Latin American Network for Democracy, and Colombian Network of International Relations. He currently serves as principal investigator of the Center for Defense and Security Studies in International Affairs CESDAI. Correo-e: juan.carlos.eastman@aol.com
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JUAN CARLOS EASTMAN ARANGO INVESTIGADOR CESDAI
Consideración preliminar ¿Quién
no quiere vivir en paz, así no sufra la violencia de manera directa? El pensamiento único, especialmente de inspiración oficial, resulta tautológico en esta materia, y coloca bajo sospecha a aquellos que desde diferentes orillas de la política y la vida ciudadana, expresamos insatisfacción y escepticismo sobre el proceso que se ambientó recientemente, y que debe arrancar, formalmente, el próximo 15 de octubre. Las experiencias más recientes, a saber, el “proceso del Caguán” y el “proceso de Ralito”, con actores y organizaciones armadas de carácter contrario, una frente a otra, pero vinculados de forma íntima, no resolvieron los problemas y aplazaron verdades decisivas. La más importante de ella es: ¿cuál es, finalmente, en esencia, la problemática colombiana? ¿Debe ella expresarse, como si fuera una condición natural, a través de la confrontación armada violenta? ¿Existe relación entre la problemática y la violencia? No tenemos aún, después de décadas de vivir diferentes niveles e intensidades de enfrentamientos armados domésticos, una respuesta única ni satisfactoria, a pesar de las decenas de publicaciones que desde la década de 1950 ofrecen su propia interpretación, al calor de dinámicas regionales y coyunturas internacionales. Considero decisivo acercarnos al asunto, en estos términos, porque, en última instancia, los contenidos de una eventual agenda de negociación se inspiran en la real, verosímil o inexistente relación de causalidad entre la problemática y la violencia.
Inquietudes cercanas
precedentes
dejaron buenos resultados; las organizaciones, los propósitos y las condiciones fueron muy diferentes; aunque el segundo de ellos –las denominadas AUC-, de acuerdo con la experiencia regional, estuvieron muy relacionados con el primero, las FARC, –como respuesta en su primera fase-, su naturaleza fue muy distinta. Uno de sus rasgos más incómodos en el proceso político de desarme y reinserción fue su relación con los grupos de poder local y regional, y con las instituciones colombianas. La razón detrás del escepticismo de varios ciudadanos, y la necesidad de debatir de nuevo de qué estamos hablando en realidad cuando imaginamos la realidad social y política del hecho de la “paz”, es decir, el tiempo después de su firma, se alimenta de lo que dejaron los dos procesos más cercanos que, en esta materia, se promovieron en años atrás (entre 1999 y 2006). Debemos recordar que las FARC despreciaron el entusiasmo y la confianza colectivas, y creyeron que aquellas romerías sociales y corporativas hacia la región despejada, eran una especie de apoyo a esa organización, y en segundo lugar, al proceso; su error más notable fue su incapacidad política de comprender los “diferentes países” que hablaban y debatían sobre una agenda que aspiraba a establecer una Nueva Colombia. No creo que aquello vuelva a suceder, no al menos con la riqueza, espontaneidad y compromiso que millones de colombianos profesaron. Aquella “inocencia” fue traicionada y no regresará. Las FARC sembraron, con sus actos, las condiciones de su derrota política y la ampliación de un vacío social e intelectual; al menos, la tolerancia con su existencia como componente más del paisaje social y político colombiano, comenzó a desaparecer antes de que llegaran al poder los gobiernos de la primera década del siglo XXI.
Para algunos ciudadanos, entre los que me cuento, las dos experiencias más recientes no Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales – CESDAI 2
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Lo que siguió con el gobierno del presidente Uribe Vélez fue buscar su derrota militar y su aislamiento internacional. Lo segundo se logró de forma parcial gracias a una coyuntura internacional favorable, a una apuesta más decidida por el servicio exterior colombiano de confrontar en Europa y otros países latinoamericanos la llamada “diplomacia guerrillera”, y a una sensibilidad más profunda sobre la condena de la violencia armada en cualquier lugar del mundo. Lo primero fue menos sencillo, como un dato concluyente de la relación Estado-FARC; la incapacidad, complicidad o tolerancia de gobiernos en países vecinos, favoreció la imposibilidad de eliminar la organización. Su autonomía financiera fue decisiva en su supervivencia, gracias a su capacidad de articulación de las expresiones de la ilegalidad criminal nacional e internacional –concretamente el narcotráficoque le permitieron conservar movilidad, sostenibilidad y sus santuarios estratégicos en el vecindario colombiano.
I Dentro de la conquista progresiva de etapas en su imaginario revolucionario, pero ajustada a las condiciones reales que le impusieron tiempos desiguales de acción e intensidad, las FARC solamente han aprovechado las oportunidades que las características de la vida social e institucional del país le han ofrecido. Más que la pobreza, la desigualdad o la
inequidad inherentes, la corrupción y la precariedad de una modernidad política fueron las condiciones propicias para la permanencia de esa organización. Una vez más, frente a este escenario, las FARC demostraron incapacidad política y ausencia de sensibilidad social para comprender las condiciones favorables que no vieron para dar un salto adelante en la soñada conquista del poder en Colombia. Su dogmatismo fue su debilidad. De igual forma debemos recordar que frente a las AUC, la impresión que dejó el desarrollo del proceso fue que alguna de las partes no estuvo actuando con la verdad como referente básico para hacer realidad las promesas de la pacificación. Los eventos que siguieron a 2006, especialmente con los cabecillas de sus diferentes “unidades” regionales y locales, no puede dejar satisfechos a los colombianos. La confusión surge a raíz de las condiciones reales que llevaron al desarme, desmovilización y entrega de miles de integrantes de estas organizaciones armadas. ¿A cambio de qué? Las AUC no fueron derrotadas en ninguno de los campos del poder; su debilidad principal fue su vinculación con narcotraficantes y su relación con los dirigentes políticos. Las AUC no eran organizaciones que se sintieran intimidadas o amenazadas por el Estado ni por las Fuerzas Militares y la Policía Nacional. Las AUC ni siquiera fueron organizaciones acosadas ni debilitadas por las guerrillas comunistas en ningún lugar del país. Entonces, ¿a cambio de qué se desmovilizaron? ¿Cuáles fueron los compromisos que la dirigencia de entonces adquirió con los llamados “paramilitares” colombianos?
¿Por qué la “paz” ahora? En consecuencia, existen varias dificultades cuando nos acercamos al tema en nuestros días, ofreciendo algunas una mayor exigencia y carga existencial. Después de décadas de
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JUAN CARLOS EASTMAN ARANGO INVESTIGADOR CESDAI idas y venidas, con el lastre de experiencias frustradas y la sensación de carecer de la claridad suficiente sobre las intenciones, los intereses y los riesgos que decidieron cada una de las partes correr en la actualidad, la búsqueda de la paz resulta ser laberíntica en todos los sentidos. Una vez más: ¿cuál es la problemática que se quiere enfrentar? ¿Esa problemática es la causa de la violencia colombiana? ¿A quién representan las FARC? ¿Cuándo y por qué el gobierno decidió que debía invitar a las FARC para negociar una “paz”? La sociedad global en general, y las relaciones interamericanas en especial, están a punto de ingresar en una dinámica diferente, en gran parte impulsada por los efectos desarticuladores y volátiles de la crisis financiera europea y estadounidense. La transformación del capitalismo requiere un cambio en muchos aspectos de la vida de los ciudadanos del mundo, de sus entidades territoriales tradicionales y de su lugar en la división internacional de trabajo. La forma como gobiernos y corporaciones presionan para transformar las vinculaciones territoriales con Asia-Pacífico, anuncia conflictos sociales y problemas de organización y gestión de los espacios económicos y políticos resultantes de las nuevas conectividades. ¿Es la violencia en Colombia un obstáculo para las nuevas relaciones interamericanas? ¿La persistencia de grupos armados que controlan territorios y comunidades interfiere con el desarrollo de los megaproyectos que transformarán a América Latina? Tampoco, frente a ello, tenemos claridad. Hablar de la “paz” cautiva audiencias y conquista reconocimientos internacionales. Por qué no hay “paz” es menos fácil de explicar y genera menos simpatías y respaldos sociales y políticos. En la medida en que cada uno llega a la mesa de negociación con una valoración
diferente de lo segundo, y un horizonte imaginado opuesto de lo primero, el proceso amenaza con ser una frustración para el gobierno, aunque no para la sociedad. Por primera vez en los tantos años de convocar a estos procesos, tengo la impresión de que parte de la sociedad colombiana es indiferente a lo que suceda. Esta es una apuesta gubernamental y no ciudadana, con una contraparte casi desconocida en capacidad y proyección, pues en intención y objetivos han tenido, por lo menos, la coherencia de conservarlos y hacerlos, una vez más, públicos. En algún momento de las semanas que vienen, el gobierno colombiano deberá decirnos que su elección no tenía que ver con la búsqueda de la “paz”.
Un referente ineludible: ¿para quiénes la “paz”? En la medida en que nuevas generaciones de funcionarios y dirigentes llegan a la administración pública, que la sociedad adquiere mayor dimensión urbana, que la virtualidad digital rige y orienta la cotidianidad y el devenir de los jóvenes, el tema adquirió connotaciones exóticas y ajenas. Somos las generaciones anteriores a 1999 las que vivimos aún en los tiempos oscuros de la Guerra Fría; aquellos que tenemos más de 30 años de edad, que aún padecemos y recordamos los estragos y desvaríos de nuestras confrontaciones irregulares, que alimentamos nuestros idearios sobre los sueños, miedos y odios de nuestros padres y abuelos, seguimos atrapados en la política de ayer. Aquellos que llamábamos a esa problemática político-militar “conflicto armado interno”, y algunos con más contundencia, “guerra civil colombiana”, experimentamos desde la nueva Constitución de 1991 la pérdida de razón de ser de la violencia de carácter político armado en la historia que se debía
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construir. Mucha de nuestra violencia perdió su ropaje y dejó al desnudo las motivaciones ancestrales de los seres humanos, posibilitadas por la corrupción y la privatización práctica del ejercicio de la política, la economía y la violencia armada: codicia y enriquecimiento fácil y rápido despojaron de sentido la confrontación armada secular en nuestro país.
Entonces, “paz”?
¿para
quiénes
comunicación y están bajo la sombra de los grupos de poder e interés.
la
Los políticos profesionales en nuestro país, poseedores de “memorias funcionales y episódicas”, frente a la cercanía de un nuevo proceso electoral, abundan en expresiones de signo contrario, dependiendo de su vinculación con pasadas administraciones o si están iniciando sus aventuras partidistas y electorales; unos expresan declaraciones favorables para los ciudadanos: “la paz es para todos”. Es un genérico inútil e impreciso, pero que alienta espíritus, en especial, si van de la mano del gobierno nacional. Otros, abundan en descalificaciones y advierten a esos mismos ciudadanos que serán víctimas de una “entrega nacional” al comunismo y al “internacionalismo chavista”. Las encuestas que deben reflejar la sensibilidad social de los colombianos carecen de credibilidad. Las posiciones llamadas “académicas” oscilan de igual forma, aunque, a diferencia de otras experiencias, aún no vivimos el “diluvio” de eventos y publicaciones para debatir el pasado, el presente y el futuro del “conflicto” colombiano. Después de haber superado años de señalamientos y polarización al querer dividir la sociedad entre “aquellos a favor de las FARC” y “aquellos contra las FARC”, se percibe en el ambiente un regreso molesto de esas inclinaciones. Y, quizás, una vez más, los que no creen en uno ni en otro vuelvan a desaparecer subsumidos por las polarizaciones que cuentan con medios de
Desde las redes sociales, el ex presidente Álvaro Uribe se convirtió en el mayor opositor del proceso de paz con las Farc.
¿Cuáles sectores de la sociedad colombiana se beneficiarían de la “paz”? En términos de porcentajes y de números, ¿de cuántos estamos hablando? ¿Dónde se ubican en la geografía nacional? ¿Cuál es la situación actual de las localidades y regiones históricamente azotadas por expresiones políticas armadas? ¿Ha cambiado el eje geográfico de las acciones violentas de los viejos y nuevos grupos armados? ¿Cuántas localidades y regiones superponen los grupos armados a la presencia de actividades y organizaciones narcotraficantes? ¿Cuántos padecen índices negativos asociados a crecimiento económico, desarrollo y modernidad institucional? Si nos atenemos a las cifras y a los documentos de gestión económica de los últimos 8 a 10 años, ¿existe relación entre el modelo de desarrollo y el “conflicto”? ¿Dónde está el problema? Si no respondemos estas inquietudes, entre otras más que seguramente los ciudadanos tienen para este proceso en ciernes, no sabremos cuáles son las mejores opciones generacionales para hablar, diseñar e impulsar la “paz” en Colombia. La vida en sociedad es una experiencia dialéctica; la paz y su ausencia son manifestaciones inherentes al hecho social humano; la diferencia en el impacto y duración de sus manifestaciones tiene que ver, en mi
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JUAN CARLOS EASTMAN ARANGO INVESTIGADOR CESDAI criterio, con la construcción de cultura política moderna, institucionalidad legal y legítima, confianza ciudadana y reglas claras del juego económico y político. Así, el recurso centenario al uso de las armas para incursionar y debilitar el cuerpo social –entendido en las cuatro referencias señaladas anteriormente-, se debe abandonar y su reconocimiento y aspiración rechazadas por su inutilidad y la ausencia de “oxígeno social y político”. Dos ejes que exigen aproximaciones renovadas: una “paz” diferente Si pensamos en Colombia, a la luz de su historia, en especial, durante los últimos 84 años (si aceptáramos que las dinámicas de violencia social y política “modernas” arrancaron en 1928), que los únicos que se deben reinsertar son los “desmovilizados y desarmados” de turno, tendremos aproximaciones incompletas e insuficientes, y que después de tanto camino recorrido resultan inaceptables para la sociedad en su conjunto. ¿Por qué miles de colombianos decidieron irse a “las guerras” internas? ¿Por qué miles creyeron en la privatización del uso de las armas? ¿Por qué otros miles, diferentes a los anteriores, creen más en las vías azarosas, cruentas y perversas del narcotráfico? Y quizás, lo más importante, ¿por qué la mayoría de nosotros no creyó ni siguió ninguna de esas tres opciones? Y esto solamente corresponde a la apreciación endógena o nacional del asunto. Si nos acercamos a la dimensión vecinal e internacional, otras tantas variables e intereses surgen en el análisis y para el debate sobre los problemas que nuestra articulación global ha traído para diferentes sectores nacionales. Por ejemplo: la proliferación de TLC’s firmados por las últimas administraciones presidenciales deben ser valoradas en función del futuro de las negociaciones de “paz” y la realidad de su materialización: ¿pueden o no asegurar la ejecución y cumplimiento de esos acuerdos y
compromisos? ¿O se seguirá manejando el asunto de la “paz” con el conocido y frustrante arsenal de indultos, amnistías y participaciones políticas en corporaciones públicas, especialmente en función y al servicio de las “dirigencias armadas” reinsertadas? Esta “paz” será distinta. No solamente por el acumulado social histórico que le subyace en la materia, sino porque el contexto económico y político vecinal, la dinámica interamericana y las presiones de la división internacional del trabajo que pareciera despuntar, imponen un marco de necesidades, deseos, condiciones y posibilidades que no teníamos hace una década o poco más. ¿Cómo llamaremos a esta “paz”? ¿Estamos en capacidad de promover una “paz nacional” en pleno proceso de cambio revolucionario global?. Bogotá D. C., Octubre 2012 FOTOS TOMAS DE: http://yezidarteta.wordpress.com/2012/02/21/ 20-anos-10-anos-de-el-salvador-al-caguan/ http://noticiasunolaredindependiente.com/2012 /07/11/noticias/uribe-pedira-a-la-fiscalia-queinvestigue-sus-movimientos-cuando-eragobernador-de-antioquia/ Suscripciones director@cesdai.org investigaciones@cesdai.org Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales – CESDAI(57 1) 314 3 69 79 92. Bogotá, Colombia. (34) 6 66 37 15 46. Madrid, España. © Derechos Reservados El contenido de los artículos es de exclusiva responsabilidad de los autores. Los textos pueden reproducirse total o parcialmente citando la fuente.
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