Sacramentos de almohada

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El habla del yacente

Se encuentran en la orilla de un vaso cargado de whisky, al cual sólo pudieron llegar transitando el contenido, para obnubilar sus miradas acuosas en el borde de la cornisa por la que caen las últimas gotas de alcoholes furtivos y se vuelven un simple peso sobre el viento que extiende el batir de sus pestañas, ciñendo el mar, rompiendo la quietud como los tragos contra el vidrio, como las olas embistiendo el hielo, el frío tras sus labios. Del fondo al pico de la botella es donde se encuentran pizcas del mecer, de los juncos en la orilla, para otra ronda de vasos; y así, vivir el vértigo de las más leves vibraciones, los indicios que dan cuenta de que se es carne para sentir



La incandescencia en letanía

Sobre mi ventana, cuyos cristales añoran la refracción de destellos, sentado con una mueca de costado y su pelo mimetizado con la celosía, sólo da la convicción de que hoy es un día para salir a caminar por la vereda del sol y dejarse guiar por los caminos que forman las sombras de los árboles cuyas raíces, también de dudosa percepción, se apersonan en tropiezos. Te doy mi palabra escrita, y no hay mayor verdad de mí, que de sus pupilas emana el más maravilloso espectáculo de luces, el cual se descompone en varias refulgencias a través de mi prisma, instalando la idea de que mi vitalidad viene de la centella de sus ojos, y sumergir la cara en los rayos del sol es lo más parecido a volver a experimentarlo


Sin embargo, con cada tranco de la caminata, se ramifican las líneas de sus pestañas, y nos convertimos vulnerables a las tempestades, nos volvemos mundana naturaleza muerta entre paredes para no salir a la tormenta; permanece contra la cristalera aún con los párpados cerrados mientras yo espero a salir y mecerme por el mismo viento entre los vástagos. Entonces, escribo al fin, que hoy o cualquiera será el día mientras esté despejado.


Julia

Entrego mis rubíes para que sean velados entre cutículas, los ofrezco con mis vástagos menoscabados por la aventura que significan las migas de pan fermentadas pendiendo de mi temblor, húmedas en vino. Él vino y bebe de mis rubíes desde mi hombro que le sienten germinando con su boca, que me musita sea fragmentada pero aún fuerte, perenne, correspondiente al mes séptimo, y como diezmo por el morapio, me desabotona la complexión, quedando subyugada a su disonancia tan bebop.


Sístole, diástole

El pequeño beso que cabía sobre tu boca hacia la sutil curva que cubría la separación de tus dientes y más abajo de ese hueco, esos labios ajados que acentuaban a mi tórax en su movimiento persistente de sístole y diástole, el frío de tu mimo, la distancia poco prudente del soplido. A través del recuerdo me fue inevitable llegar a una conclusión que me afligió: cómo en pocos centímetros podía haber kilómetros de sensaciones y aun así, en tantos kilómetros una sola sensación. Todo por haber alzado en vuelo por el falsete de otra voz.


Ignorando todo y retomando el impulso consciente, sólo me preocupé por sentir con la planta de mis pies las húmedas hebras de té ya agonizadas, que se vertían sobre el mármol, sobre el alabeo que atendía desde tu hombro, esperando el espinazo. Siempre esperando.


FlorFlor e Ser e Ser

Los azulejos floreados la vieron el umbral gritándole a la puerta por tropelía, atentos al encaje de su vestido sabor menta que le hacía reír las rodillas hasta dejarlas arder y tañeron en cómo su calado se prolongaba hasta formar grietas carmín en sus ojos tan ciegos, tan ciegos que sólo gritaban desasosiego. Las mayólicas barajaron todas las posibilidades hasta comprender que le habían regalado flores y que ahora sólo necesitaba limpiar esa soberbia encubierta, quitar el resabio del perfume embebido en su piel, que dejaba sinónimos de lo fugaz y de lo mortal.


Empezó quitándose los atavíos y envolviéndose en la placenta de la bañera con el pecho en las rodillas, los codos sobre ellas y la yema de sus dedos rezando el rosario de sus vértebras. Lloró perlas, mentiras, hasta saturar la bañera y de tanto implorar postura su raquis se hendió, dando caída a la arena, verdades que taparon cada perla de modo que no pudiera verse ni una.


Salitral

Él atravesaba el cuarto como si nada, se sentaba frente a ella para que pudiera verlo reposar, como se delineaba de salitre y desdibujaba su contorno con el más leve ademán, centrifugando el pálpito hasta creerse exiliados de lo terrenal. Ella respondía con un gesto que creaba escepticismo por las curvas pronunciadas que ocultaba debajo de los párpados; un par de aventuras sinuosas en las que adentrarse, una propuesta a la que él accedía llevándose una cucharada de azúcar a la boca y ni un poco más. Momentáneamente era mejor recordar sus encuentros por la somnolencia de la embriaguez que emanaban, para en algún otro momento regodearse de más cucharadas.




Evoca lo que desampara y no cómo se llama

Al deambular siente los gusanos satisfechos a penas por la corteza, su caminar es la suma desacertada de la resonancia presunta, su movimientos sigue cual junco, mece; dubita entre la vergüenza y la urgencia. Así de fácil se ve tropezar, caer entre médanos para repetir versos escritos al arroparse en las huellas donde reposa su impronta. Es la mejor manera de narrar las historias que le adeudan la inmortalidad, notorias en su euforia, en sus ganas de ser, no en querer.



Darse fruta en la boca cortar la manzana en forma de barcos y hacerse arrumacos al mediodĂ­a antes de la prisa por decirse que ni migas



edita

escribe mulenadroar.blogspot.com.ar ilustra CACHIVACHES

ENERO 2017





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