La Soldadera, Nueva Época, Número 30.

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La S ldadera

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I D E N T I D A D

Número 30 / Nueva Época / Año 3 / Suplemento Cultural de “El Sol de Zacatecas” / Domingo 14 de junio del 2015

Amp o B umen


Salvador del Hoyo Bramasco Director Juan Francisco González Marín Jefe de Redacción Roxana Herrera Editora de Sociales

Mario Vázquez Raña Presidente y Director General Paquita Ramos de Vázquez Vicepresidente y Subdirectora General

La S ldadera

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Yolanda Alonso Coordinación Editorial / Miguel Ángel Cid Edición y diseño

Contacto: alonsyolanda@gmail.com

La Soldadera

Imagen de portada “Vida nueva”. La Habana, Cuba. 2011. Amparo Berumen

La sal de la tierra

oda a la fotografía y la humanidad Alejandro Ortega Neri

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ara ser un excelente fotógrafo antes se tiene que ser un mejor ser humano. Esto lo he concluido en los últimos meses al conocer la vida y obra de dos excelsos artistas de la lente: Henri Cartier-Bresson durante la gran retrospectiva que visitó México a inicios de año, y el brasileño Sebastião Salgado en el documental La sal de la tierra (2014). Desde abril circula por varias salas de cine y cinetecas de la república este documental de los directores Win Wenders y Juliano Ribeiro, el cual aborda el trajinar maravilloso de uno de los mejores fotógrafos de todos los tiempos, Sebastião Salgado, quien desde hace 40 años recorre los continentes captando los avatares de la humanidad. El brasileño, quien pudiera haber llevado una vida apacible y sin complicaciones, decidió optar por la fotografía y detener para siempre los instantes de la humanidad que día a día se transforma y que gracias a sus imágenes hemos podido conocer. Salgado ha sido testigo de grandes acontecimientos que han marcado la historia reciente: conflictos internacionales, hambrunas y éxodos. Sin embargo ahora su trabajo se encamina a retratar no sólo las desgracias de la humanidad, sino la belleza del mundo, tributando así a la naturaleza y reivindicando su amor por esta tierra. El documental, de 109 minutos, visualmente es bellísimo. Wenders y Ribeiro, hijo del fotógrafo, retoman el trabajo fotográfico de Salgado y lo fusionan con las reflexiones de éste sobre la condición humana en voz en off. Así es que asistir al cine a ver este trabajo no es sólo conocerlo, descubrirlo, sino a la vez observar lo eximio de su quehacer fotográfico como si estuviéramos siendo participes de la mejor video instalación del trabajo de este artista brasileño. Sebastião Salgado revela con sus fotografías el comportamiento humano. Sus imágenes abarcan la hambruna que azotó El Sáhel en África en la década de 1980, las consecuencias del genocidio en Ruanda y los territorios devastados por las guerras en Bosnia y Kuwait. Pero después de ver la maldad que el hombre es capaz de cometer le acarreó un temor a perder la fe en la humanidad, lo que lo incitó a explorar un nuevo tema en su más reciente trabajo fotográfico Génesis, lo maravilloso de la naturaleza. La sal de la tierra muestra también a ese explorador inagotable que es Salgado, quien ha viajado por remotos rincones del planeta y que

lo trajeron también a México donde pasó unos días en los que sus fotografías fueron alcanzando una perfección técnica y estética que lo llevó a encumbrarse como uno de los mejores en el género del documental pero que a su vez lo volvieron un activista ambiental, faceta que también muestra el filme, pues junto a su esposa revitalizaron la granja familiar para convertirla en el Instituto Terra, en Minas Gerais, Brasil. Pocas veces asisto al cine a observar un documental, pero La sal de la tierra es tan sublime que iría a verla las veces que fueran. Con una narración fluida que como mencioné, combina las imágenes captadas por Salgado con sus reflexiones sobre la vida, pero que también intercala el color con el blanco y negro, y una fotografía magnánima, (faltaba menos) de Hugo Barbier y de Juliano Ribeiro Salgado, La sal de la tierra es un testimonio visual de la humanidad realizado magistralmente. Reitero. Para ser un excelente fotógrafo es necesario ser mejor ser humano y el Salgado que La sal de la tierra nos presenta lo es. Henri Cartier –Bresson decía que un fotógrafo debía tener cierta psicología, conocer a la gente, sonreír, y hacerse invisible. Acercarse con ternura al objeto a fotografiar, jamás importunar y no forzar las cosas, pero ante todo ser humano. Y gracias al documental que nos muestra la mayoría de la obra de Salgado, podemos ver que en cada lugar que visitó hizo exactamente lo que el francés aconsejaba. En una carta escrita en 1995 el fotógrafo brasileño le decía a los jóvenes que querían dedicarse al el arte de la luz que “en esencia, creo que no se trata de especializarse, sino de concentrarse en lo que tú crees que es realmente importante y por lo que vale la pena luchar y vivir” y en La sal de la tierra de Winders-Ribeiro, Salgado lo confirma, él quiso luchar por la tierra, por la naturaleza, por la humanidad y rendirle tributo con su maravillosas fotografías. Vale la pena ver el documental, una y otra vez si se puede. A los fotógrafos, para aprender de uno de los grandes. Al público en general, para contagiarnos de humanidad. Monsieur Gustave, el personaje de El gran hotel Budapest (2014) de Wes Anderson dice en una de las secuencias de la maravillosa cinta que "Aún hay vagos destellos de civilidad en este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad" Sebastiao Salgado es uno de esos.


y otras penitencias Arazú Tinajero

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i atendiéramos las aseveraciones de reconocidos escritores, podríamos decir que el paraíso se encuentra distribuido en pequeñas porciones a lo largo y ancho del planeta. Se puede acceder a él tanto en grandes ciudades como en pequeños poblados. Las proporciones varían, algunos pedazos del Edén se esparcen en mayor medida en algunos lugares que en otros, pero en todos ellos el potencial divino ejerce su fuerza por igual. Se trata de esferas en las que espacio y tiempo tienen la potestad de convertirse en otros espacios y tiempos pasados y por venir. Las infusiones para alcanzarlos se presentan en dosis de todos tamaños, colores y lenguajes a la mano de cualquiera que posea el valor suficiente para pronunciar las palabras grabadas en sus etiquetas. Esas dosis son conocidas como libros y el paradisiaco recinto en el que se encuentran son las bibliotecas. Al menos es así como algunos escritores los han definido. En la imaginación de Jorge Luis Borges, literato argentino, el paraíso sería algún tipo de biblioteca, mientras que Ray Bradbury, su similar estadounidense, lanzó la sentencia apocalíptica de que careceríamos de pasado y futuro sin bibliotecas. El astrónomo y astrofísico Carl Sagan les atribuyó la calidad de depositarias de la memoria colectiva y John Ernst Steinbeck, premio de Nobel de Literatura, agregó que su legitimidad era medida por el polvo que se posa en sus libros. "Decidme cuántas Bibliotecas posee una nación, qué uso hacen de ellas los ciudadanos, y yo os diré cuál es su nivel de vida presente, y qué clase de porvenir le aguarda", concluyó Headley. No cabe duda que ninguno de estos escritores puso un pie en las bibliotecas que pueblan nuestro país. No porque dichos espacios no puedan equipararse metafóricamente al paraíso en su potencial para transportarnos a otras realidades mediante esas pequeñas dosis, sino porque el proceso para alcanzar ese arrebatamiento divino se parece más a una larga penitencia cuyo destino conduce la mayor parte de las veces al purgatorio. De acuerdo con la Dirección General de Bibliotecas dependiente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en México hay 7 mil 388 bibliotecas públicas que, según esta institución, forman parte de la red más grande en América Latina. Estos espacios cubren 93.2 por ciento de los municipios en los que está dividido el país y brindan servicio a más de 30 millones de personas cada año. A éstas deben sumársele las bibliotecas de las distintas instituciones educativas que van desde los colegios más prestigiados en materia de educación superior hasta las propias de escuelas de nivel básico. En ellas no sólo varían la cantidad y la calidad de los acervos sino que los caminos que éstas trazan para acceder a tan preciado elixir están construidos con materiales que implican distintos grados de complejidad. Los primeros acercamientos a estas sucursales del cielo han variado durante los últimos años, aunque en términos generales la mayoría de los mortales sostuvimos nuestros encuentros iniciales de forma sencilla. Bastaba buscar el libro de interés en los catálogos repletos de fichas organizadas alfabéticamente por títulos de libros y nombre de los autores, y entregar al bibliotecario una pequeña hoja con los datos

para su localización. Sólo era preciso que transcurrieran unos minutos para que nos fuera entregado el libro e iniciara el trance, una experiencia siempre rodeada por un halo de solemnidad materializada en los reiterativos llamados al “Silencio” o en el constante “shhhhh” pronunciado por los guardianes de estos templos del saber y la memoria. Sin embargo, esa condición de arrebato divino en el que los devotos nos sumergíamos durante esos primeros contactos desaparece a la par que lo hace la edad de la inocencia dando pie a un viacrucis burocrático. Grandes bibliotecas en manos de prestigiadas universidades públicas cuyos acervos físicos se quedan cortos comparados con sus catálogos en línea. Libros perdidos (robados) en gran cantidad a pesar de los fuertes operativos de ingreso en muchos casos absurdos pues los usuarios no hacemos otra cosa que vaciar nuestras mochilas para dejarlas bajo resguardo aunque prácticamente se ingrese cargando todo lo que había en su interior. Libros perdidos (robados) a pesar de estos filtros de ingreso y salida con detectores integrados. Ejemplares cuyas desapariciones son justificadas como “normales” por parte de los encargados de velar por su resguardo. Un viacrucis burocrático tan absurdo que en ocasiones el acceso a un solo libro requiere la participación de más de tres personas: quien entrega la papeleta para solicitar el préstamo, quien recibe la solicitud y quien finalmente entrega el ejemplar. En caso de requerir alguna reproducción en fotocopias el proceso no es menos engorroso: cuente el número de hojas a copiar, llene la papeleta de solicitud, entregue una identificación para asegurar el regreso del texto, pase a pagar a la caja correspondiente y, finalmente, entregue a la misma persona, pero en ventanilla distinta, el ticket que le permita tener acceso a su material. En otros recintos francamente es preferible, hasta donde sea posible, recurrir al autoservicio. Buscar la clasificación de los libros en los catálogos en línea, localizarlos en los estantes correspondientes y extremar precauciones en su entrega, es decir, depositarlos en “los carritos” más cercanos a su ubicación habitual para evitar que el regreso a su estante se prolongue más de lo debido, pues no es poco frecuente que muchos bibliotecarios permitan la acumulación de libros, en algunos casos hasta por días, a fin de reducir el número de idas y venidas durante los procesos de reacomodo. Como si esto fuera poco, la previsión burocrática se visualiza en su máxima expresión cuando, sin falta y de forma sincronizada, 30 minutos antes del término de la jornada laboral cada empleado hace lo propio para apurar al usuario a que abandone la biblioteca. Se apagan una a una las lámparas del edificio y se suspenden los servicios de préstamo de libros y fotocopias a fin de que el personal efectivamente pueda dejar el edificio a la hora establecida en el horario de servicio, ni un minuto después. A fin de cuentas, el visitante ya tendrá toda la eternidad para cumplir esta penitencia una y otra vez... Los libros en efecto son llaves que abren puertas a estados que para muchos sólo son equiparables al paraíso, sin embargo, una duda queda flotando en el aire. ¿Qué habrían enunciado los escritores de haber conocido una biblioteca al estilo México?

Fotografía: Miguel Ángel Cid

El precio del paraíso


Amp o B umen

1. Que jueguen los niños. La Habana, Cuba. 2011. 2. Habanero. La Habana, Cuba. 2011. 3. Guantanamera. La Habana, Cuba. 2011. 4. Adentro. La Habana, Cuba. 2011.

Escaparate

1 2 3 4 Son de la Habana Recientemente fue inaugurada en la embajada de Cuba en México, la exposición Son de la Habana, de la fotógrafa y escritora mexicana Marí Amparo Berumen. El conjunto de piezas que componen la muestra nos acercan, desde distintas perspectivas, a la atmósfera única e irrepetible de la Habana. El ojo de la artista supo detener para la memoria ciertos juegos de luz, rostros que nos hablan con la dura franqueza de los que nada esconden, gestos llenos de esa vitalidad que solo el Caribe posee, autos que nada tienen que ver con los años en que resultaban novedades increíbles, rincones de la ciudad donde las últimas horas de la tarde trepan por viejas escaleras que parecen no conducir a sitio alguno. No faltan en estas fotografías la risa limpia de los niños, la coquetería de hombres y mujeres que miran a los ojos de quien quiere eternizarlos con la lente, los fragmentos de casas señoriales que siguen imponiendo sobre el derrumbe de sus fachadas, la nobleza implacable de sus piedras. Para el espectador que conoce la temperatura de esta ciudad, la música del mar siempre presente, la mano amiga más allá de cualquier compromiso, estas fotos son una confirmación de su propia memoria. Para los que no tienen la experiencia de recorrer sus calles y su gente, cada pieza resulta una invitación para encontrarse con esa Habana, reina del mar, tocada por la poesía. Son de la Habana, esta magnífica muestra fotográfica de Marí Amparo Berumen, forma parte del catálogo de la Galería Fayad Jamís de la Embajada y será vista también en otros espacios de la República Mexicana. Waldo Leyva, Oficina Cultural. EmbaCuba, México. Agosto de 2013.


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