reina la estaba usando, y se sentó junto a él, una mano en su rodilla. Lysandra fue la primera en notarlo. Sentada en la cama, sus ojos verdes brillando con un destello animal mientras la luz de la luna en las marcas de sangre las hacia brillar. Aelin y Rowan se sacudieron a sus pies. Dorian soló observaba las marcas, la luz de luna, el haz de luz que brillaba a través de las puertas abiertas del balcón. Como si la luz misma fuera una puerta, el rayo de luz lunar se convirtió en una figura humanoide. Parpadeaba, su forma apenas visible. Como el producto de un sueño. El vello en los brazos de Dorian se erizó. Y tuvo el buen sentido de deslizarse fuera de la silla y caer sobre su rodilla mientras inclinaba la cabeza. Fue el único que lo hizo. El único, se dio cuenta, que había hablado con el compañero de Elena, Gavin. Hace mucho tiempo, en otra vida. Trató de no pensar en lo que significaba que él portara ahora la espada de Gavin, Damaris. Aelin no se la había pedido de vuelta, no se veía inclinada a hacerlo. Una ahogada voz de mujer, como si lo estuviera llamando desde muy lejos, parpadeando con la imagen. —Demasiado… lejos —dijo una voz joven, suave. Aelin dio un paso adelante y cerró los antiguos libros antes de apilarlos con un golpe. —Bueno, Rifthold no está disponible exactamente, y tu tumba está destrozada, mala suerte. Dorian levantó la cabeza mientras observaba entre la parpadeante figura de luz lunar y la joven reina de carne y hueso. El cuerpo apenas formado de Elena se desvaneció, luego reapareció, como si el viento la perturbara. —No puedo… mantenerme. —Entonces lo haré rápido —la voz de Aelin era tan afilada como una espada—. No más juegos. No más medias verdades. ¿Por qué Deanna apareció hoy? Lo entiendo: encontrar la Cerradura es importante. Pero ¿qué es? Y dime ¿a qué se refirió cuando me llamó la Reina Que Fue Prometida? Como si las palabras golpearan a la reina muerta con la fuerza de un rayo, su ancestro apareció, completamente corpórea. Era exquisita: su rostro joven y grave, su largo cabello blanco plateado, como el de Manon, y sus ojos… de un azul deslumbrante. Ahora fijos en él, el vestido que llevaba flotaba por una briza fantasma. —Levántate, joven rey.