IMPERIO DE LAS SOMBRAS 2

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reina la estaba usando, y se sentó junto a él, una mano en su rodilla. Lysandra fue la primera en notarlo. Sentada en la cama, sus ojos verdes brillando con un destello animal mientras la luz de la luna en las marcas de sangre las hacia brillar. Aelin y Rowan se sacudieron a sus pies. Dorian soló observaba las marcas, la luz de luna, el haz de luz que brillaba a través de las puertas abiertas del balcón. Como si la luz misma fuera una puerta, el rayo de luz lunar se convirtió en una figura humanoide. Parpadeaba, su forma apenas visible. Como el producto de un sueño. El vello en los brazos de Dorian se erizó. Y tuvo el buen sentido de deslizarse fuera de la silla y caer sobre su rodilla mientras inclinaba la cabeza. Fue el único que lo hizo. El único, se dio cuenta, que había hablado con el compañero de Elena, Gavin. Hace mucho tiempo, en otra vida. Trató de no pensar en lo que significaba que él portara ahora la espada de Gavin, Damaris. Aelin no se la había pedido de vuelta, no se veía inclinada a hacerlo. Una ahogada voz de mujer, como si lo estuviera llamando desde muy lejos, parpadeando con la imagen. —Demasiado… lejos —dijo una voz joven, suave. Aelin dio un paso adelante y cerró los antiguos libros antes de apilarlos con un golpe. —Bueno, Rifthold no está disponible exactamente, y tu tumba está destrozada, mala suerte. Dorian levantó la cabeza mientras observaba entre la parpadeante figura de luz lunar y la joven reina de carne y hueso. El cuerpo apenas formado de Elena se desvaneció, luego reapareció, como si el viento la perturbara. —No puedo… mantenerme. —Entonces lo haré rápido —la voz de Aelin era tan afilada como una espada—. No más juegos. No más medias verdades. ¿Por qué Deanna apareció hoy? Lo entiendo: encontrar la Cerradura es importante. Pero ¿qué es? Y dime ¿a qué se refirió cuando me llamó la Reina Que Fue Prometida? Como si las palabras golpearan a la reina muerta con la fuerza de un rayo, su ancestro apareció, completamente corpórea. Era exquisita: su rostro joven y grave, su largo cabello blanco plateado, como el de Manon, y sus ojos… de un azul deslumbrante. Ahora fijos en él, el vestido que llevaba flotaba por una briza fantasma. —Levántate, joven rey.


Aelin resopló. —¿Podemos saltarnos el juego de oh-bendito-espíritu-ancestral? Pero Elena volteó hacia Rowan, Aedion. Su esbelto y hermoso cuello se inclinó. Y Aelin, dioses benditos, chaqueó los dedos a la reina, una, dos veces, llamando su atención. —Hola Elena —arrastró las palabras—. Qué bueno verte. Ha pasado mucho tiempo. ¿Te importaría contestar algunas preguntas? Irritación brilló en los ojos de la reina muerta. Pero Elena mantuvo la barbilla alta y echó sus esbeltos hombros hacia atrás. —No tengo mucho tiempo. La conexión es muy difícil de mantener tan lejos de Rifthold. —Que sorpresa. Las dos reinas se quedaron mirando la una a la otra. Elena, el Wyrd fuera maldito, habló primero. —Deanna es un dios. Ella no tiene reglas ni moral ni códigos como nosotros. El tiempo no existe para ella de la forma en que existe para nosotros. Tú dejaste que tu magia tocara la llave, la llave abrió una puerta, y resultó que Deanna estaba observando en ese preciso momento. El que haya hablado contigo es todo un regalo. Que te las arreglaras para empujarla de vuelta antes de que estuviera lista… no olvidará pronto ese insulto, Majestad. —Puede unirse a la fila —dijo Aelin. Elena sacudió su cabeza. —Hay… hay tanto que no te he dicho. —¿Como el hecho de que tú y Gavin nunca mataron a Erawan, les mintieron a todos al respecto, y después dejaron que nosotros lidiáramos con él? Dorian se arriesgó a mirar a Aedion, pero su expresión era dura, calculadora, siempre el general, fija en la reina muerta ahora de pie en la habitación con ellos. Lysandra, Lysandra se había ido. No, en forma de un Leopardo Fantasma, se deslizaba a través de las sombras. La mano de Rowan descansaba casualmente sobre su espada, Dorian dejó que su propia magia barriera la habitación y se dio cuenta de que el arma sería la distracción física para el golpe mágico que lanzaría sobre Elena si ella miraba a Aelin de forma burlona. De hecho, un fuerte escudo de aire se extendía ahora entre ambas reinas, y sellaba la habitación, también. Elena sacudió su cabeza, su plateado cabello ondulando. —Tú estabas destinada a recuperar las llaves del Wyrd antes de que Erawan llegara tan lejos.


—Bueno, no lo hice —espetó Aelin—. Perdóname si no fuiste del todo clara con tus instrucciones. Elena dijo: —No tengo tiempo para explicar, pero ahora es la única opción. Para salvarnos, para salvar Erilea, es la única opción posible —y a pesar de todos los choques entre ellas, la reina expuso sus palmas ante Aelin—. Deanna y mi padre te dijeron la verdad. Pensé… pensé que estaba destruida, pero si te dijeron que encontraras la Cerradura… —se mordió el labio. Aelin dijo. —Brannon dijo que fuera a los Pantanos de Piedra de Eyllwe para encontrar la Cerradura. ¿Dónde precisamente, en los pantanos? —Hubo una gran ciudad en el corazón de los pantanos —Elena suspiró—. Ahora se encuentra medio enterrada en la llanura. En el templo que se encuentra en el centro, colocamos los restos de la Cerradura. Yo no… mi padre obtuvo la Cerradura a un terrible precio. Costo… el cuerpo de mi madre, su vida mortal. Una Cerradura para las llaves del Wyrd, para sellar la puerta cerrada, y mantener las llaves dentro para siempre. No entendía para lo que había sido destinada, mi padre nunca me dijo nada acerca de ello hasta que fue demasiado tarde. Todo lo que sabía era que la Cerradura solo podía ser utilizada una vez, su poder era capaz de sellar cualquier cosa que se deseara. Así que la robé. La use para mí misma, para mi pueblo. He pagado por ese crimen desde entonces. —La usaste para sellar a Erawan en su tumba —dijo Aelin en voz baja. La suplica se desvaneció del rostro de Elena. —Mis amigos murieron en el valle de las Montañas Negras ese día así que tal vez tenía la oportunidad de detenerlo. Escuché sus gritos, incluso en el corazón del campamento de Erawan. No me disculparé por tratar de poner fin a la masacre de modo que los sobrevivientes pudieran tener un futuro. De modo que tú pudieras tener un futuro. —Así que usaste la Cerradura, y ¿después la aventaste a una ruina? —La colocamos dentro de la ciudad santa en la llanura, para que fuera una conmemoración de las vidas perdidas. Pero un gran cataclismo sacudió la tierra años más tarde… y la ciudad se hundió, el agua del pantano la inundó, y la Cerradura fue olvidada. Nadie nunca la recuperó. Su poder ya había sido utilizado. Era poco más que metal y cristal. —¿Y ya no lo es? —Si ambos, mi padre y Deanna lo mencionaron, debe ser vital para detener a Erawan. —Perdona si no confío en la palabra de una diosa que trató de usarme como una marioneta para volar en pedazos este pueblo. —Sus métodos son poco convencionales, pero ella no pretendía las…


—Patrañas. Elena parpadeó de nuevo. —Ve a los Pantanos de Piedra. Encuentra la Cerradura. —Se lo dije a Brannon y te lo diré a ti: tenemos asuntos más urgentes de los que… —Mi madre murió forjando la Cerradura —la interrumpió Elena bruscamente, sus ojos ardientes—. Dejó ir su cuerpo mortal para forjar la Cerradura para mi padre. Fui la que rompió la promesa de cómo debía utilizarse. Aelin parpadeó, y Dorian se preguntó si debía preocuparse cuando ella se había quedado sin palabras. Pero Aelin susurró: —¿Quién era tu madre? Dorian busco en su memoria, todas las lecciones de historia de la familia real, pero no pudo recordar. Elena hizo un sonido que bien pudo ser un sollozo, su imagen desvaneciéndose en telarañas y luz de luna. —Quien amó a mi padre más que nadie. Quien lo bendijo con muchos dones, y se ligó ella misma a un cuerpo mortal y le ofreció el regalo de su corazón. Los brazos de Aelin quedaron flojos a sus costados. —Mierda —soltó Aedion. Elena rió sin humor mientras le decía a Aelin. —¿Por qué crees que tu fuego quema tan intensamente? No es solo la sangre de Brannon la que corre por tus venas. También la de Mala. Aelin suspiró. —Mala Portadora de Fuego era tu madre. Elena ya se había ido. Aedion dijo: —Honestamente, es un milagro que no se maten la una a la otra. Dorian no se molestó en mencionar que eso era técnicamente imposible, dado que una de ellas ya estaba muerta. Más bien, procesó todo lo que la reina había dicho y demandado. Rowan, que permanecía en silencio, parecía hacer lo mismo. Lysandra olfateó las marcas de sangre, como si buscara cualquier prueba de que la antigua reina seguía por ahí.


Aelin miraba por las puertas abiertas del balcón, los ojos entornados y la boca en una línea apretada. Abrió el puño y examinó el Ojo de Elena, sosteniéndolo en su palma. El reloj marcó la una de la mañana. Lentamente. Aelin se giró hacia ellos. Hacia él. —La sangre de Mala fluye por tus venas —dijo, con voz ronca, los dedos cerrados alrededor del Ojo de Elena antes de guardarlo en el bolsillo de la camisa. Él parpadeo, dándose cuenta de que en efecto lo hacía. Que tal vez ambos estaban tan considerablemente dotados por eso. Dorian le dijo a Rowan, aunque sólo fuera porque él hubiera podido escuchar o presenciar algo en todos sus viajes. —¿Es realmente posible, para un dios volverse un simple mortal? Rowan, que había estado observando a Aelin con cautela, se volvió hacia él. —Nunca había oído sobre tal cosa. Pero… los Fae han renunciado a su vida inmortal para unir su vida a la de sus compañeros mortales —Dorian tenía la sensación de que Aelin estaba examinando deliberadamente una mancha en su camisa—. Es posible que Mala encontrara una forma de hacerlo. —No es solo posible —dijo Aelin—. Ella lo hizo. Ese… abismo de poder que destapé hoy… eso fue de Mala misma. Elena puede ser varias cosas, pero no estaba mintiendo respecto a eso. Lysandra cambió de nuevo a su forma humana, balanceándose lo suficiente para llegar a la cama antes de que Aedion se levantara para ayudarla. —Así que, ¿qué hacemos ahora? —preguntó, con voz ronca—. Erawan tiene a su flota en el Golfo de Oro; Maeve navega hacia Eyllwe. Pero ninguno de los dos sabe que tenemos esta llave del Wyrd, o que esa Cerradura existe… y que se encuentra a la mitad de sus fuerzas. Por un instante, Dorian se sintió como un tonto inútil mientras todos ellos, él incluido, miraban a Aelin. Él era el Rey de Adarlan, se recordó. Un igual a ella. Aún si sus tierras y gente habían sido robadas y su capital capturada. Pero Aelin se frotó los ojos con el pulgar y el índice, soltando un largo suspiro. —De verdad, de verdad odio a esa vieja charlatana —levantó la cabeza, observándolos a todos, y dijo simplemente—. Navegaremos hacia los Pantanos de Piedra por la mañana para encontrar esa Cerradura. —¿Qué pasará con Rolfe y los Mycenianos? —preguntó Aedion. —Tomará la mitad de su flota para buscar al resto de los Mycenianos, donde quiera que se hayan escondido. Después todos navegaran hacia el norte, hacia Terrasen. —Rifthold se encuentra a mitad de camino de aquí a allá, con wyverns patrullando —observó Aedion—. Y este plan depende en si podemos confiar en que Rolfe cumpla realmente su promesa. —Rolfe sabe mantenerse fuera del radar —dijo Rowan—. No tenemos más opciones que confiar en él. Y honró la promesa que le hizo a Aelin de liberar a los esclavos hace dos años y medio —no había


duda de que Aelin lo había hecho cumplir minuciosamente. —¿Y la otra mitad de la flota de Rolfe? —presionó Aedion. —Algunos se quedarán a resguardar el archipiélago —dijo Aelin—. Los demás vendrán con nosotros a Eyllwe. —No puede luchar contra la armada de Maeve con una fracción de la flota de Rolfe —dijo Aedion, cruzando sus brazos. Dorian estuvo de acuerdo, dejando que el general lo supiera—. Por no hablar de las fuerzas en Morath. —No voy buscando pelea —fue todo lo que Aelin dijo. Y eso fue todo. Se dispersaron, Aelin y Rowan salieron hacia su propia habitación. Dorian permaneció despierto, incluso cuando la respiración de sus compañeros se volvió lenta y profunda. Reflexionó sobre cada palabra que Elena había dicho, reflexionó sobre aquella lejana aparición de Gavin, quien lo había despertado para detener a Aelin de abrir ese portal. Tal vez Gavin lo había hecho no para salvar a Aelin de su condena, sino para mantener a esos dioses de fríos ojos lejos de apoderarse de ella como lo había hecho Deanna hoy. Mantuvo esa idea alejada para considerarla cuando fuera menos propenso a sacar conclusiones. Pero los hilos tejían una red a través de su mente, en tonos rojos y verdes y dorados y azules, brillando y zumbando, susurrando sus secretos en lenguas que no eran habladas en este mundo.

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Una hora después del amanecer, partieron de la Bahía de la Calavera en el barco más rápido del que Rolfe podía prescindir. Rolfe no se molestó en despedirse, ya que se encontraba preparando su flota, antes de zarpar hacia las cristalinas y exuberantes aguas del archipiélago. Le dio a Aelin un regalo de despedida: vagas coordinadas de la ubicación de la Cerradura. Lo había encontrado en su mapa, o más bien, la ubicación general. Algún tipo de centinelas debían estar colocados a su alrededor, les advirtió el capitán, si su tatuaje no podía determinar el lugar exacto. Pero era mejor que nada, supuso Dorian. Aelin tampoco se había quejado tanto. Rowan volaba en altos círculos muy arriba en su forma de halcón, explorando el terreno de adelante y atrás. Fenrys y Gavriel estaban en los remos, ayudándolos a enfilarse fuera del puerto, Aedion también ayudaba, a una cómoda distancia de su padre. Dorian estaba parado en el timón, a un lado del hosco y bajo capitán, una mujer anciana que no tenía interés en hablar con él, rey o no. Lysandra nadaba por debajo de las olas en una forma u otra, resguardándolos de cualquier amenaza bajo la superficie. Pero Aelin se quedó sola en la proa, su dorado cabello suelto y flotando detrás de ella, tan inmóvil que bien podría haber sido otra figura decorativa como la que se encontraba debajo. El sol saliente le dio un brillo dorado, no se veía ni rastro de la luna de fuego que había amenazado con destruirlos


a todos. Pero incluso mientras la reina se mantenía brillante ante las sombras del mundo… un rastro frío trazo el contorno del corazón de Dorian. Y se preguntó si Aelin estaba de alguna manera observando el archipiélago, y el mar, y el cielo, como si nunca fuera a verlos de nuevo.

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Tres días después, estaban casi afuera del agarre del archipiélago. Dorian estaba de nuevo en el timón, Aelin en la proa, los otros dispersos en diversas rondas de exploración y descanso. Su magia se sentía antes que él. Una sensación de presencia, de advertencia y despertar. Él escaneó el horizonte. Los guerreros Fae se quedaron en silencio antes que los demás. Se veía como una nube al inicio, una pequeña nube arrastrada por el viento. Después como una gran ave. Cuando los marineros comenzaron a correr por sus armas, la mente de Dorian al fin escupió el nombre de la bestia que se deslizaba hacia ellos con brillantes y grandes alas. Wyvern. Solo había uno. Y un jinete encima de él, cuyo blanco cabello estaba suelto, cayendo hacia un lado. A medida que el jinete también. El wyvern voló más bajo, deslizándose sobre el agua. Lysandra estaba lista al instante, esperando por las órdenes de la reina para cambiar a la forma con la que pelearía… —No —la palabra salió arrancada de los labios de Dorian antes de que pudiera pensar. Pero entonces salió, una y otra vez, mientras el wyvern y su jinete se acercaban a la nave. La bruja estaba inconsciente, su cuerpo colgando de lado porque no estaba despierta, porque eso era sangre azul cubriéndola por completo. No disparen; no disparen… Dorian rugía la orden se precipitaba hacia donde Fenrys apuntaba con su arco, una larga flecha negra apuntaba al cuello expuesto de la bruja. Sus palabras fueron tragadas por los disparos de los marineros y su capitán. La magia de Dorian creció mientras desenvainaba a Damaris… Pero la voz de Aelin cortó a través de la refriega. —¡Alto al fuego! Todos se detuvieron. El wyvern voló más cerca, se ladeó, rodeando el barco. Sangre azul formaba costras a los lados con cicatrices de la bestia. Tanta sangre. La bruja estaba


apenas sobre la silla de montar. Su rostro estaba vaciado de color, los labios más pálidos que el hueso de una ballena. El wyvern completo el rodeo, deslizándose más cerca esta vez, preparándose para aterrizar tan cerca del barco como fuera posible. No para atacar… buscando ayuda. En un momento, el wyvern se elevaba suavemente sobre las olas color cobalto. Entonces la bruja parecía tan deformada, como si su cuerpo no tuviera huesos. Como si en ese instante, cuando la ayuda estaba a escasos pasos de distancia, cualquiera que fuera la suerte que la había mantenido en la silla, la abandonara. El silencio se hizo en el barco al momento en que Manon Blackbeak cayó de la silla de montar, cayendo a través del viento y el rocío del mar, y golpeaba el agua.


Parte 2


Capítulo 40 Traducido por Alina Montoya Guash Corregido por Cotota

El humo había escocido los ojos de Elide en gran parte de la gris y húmeda mañana. Sólo los granjeros quemando campos abandonados sin explotar, Molly había asegurado, así las cenizas podrían fertilizar la tierra para la cosecha del próximo año. Ellos tendrán que estar millas lejos, pero el humo y la ceniza podían viajar lejos con el viento rápido hacia el norte. El viento que conducía a casa, hacia Terrasen. Pero ellos no la estaban conduciendo hacia Terrasen. La conducían precisamente al este, recto hacia la costa. Pronto ella tendría que cortar hacia el norte. Ellos habían pasado a través de un pueblo, sólo uno, y sus habitantes ya habían sido llenados de errantes carnavales y artistas. Aún con la noche apenas debajo del camino, Elide ya sabía que ellos probablemente solamente ganarían dinero para cubrir sus gastos para quedarse. Ella había atraído una grande suma de cuatro clientes hacia su pequeña tienda de campaña demasiado lejos, en su mayoría hombres jóvenes buscando saber quién de las chicas de la aldea les gustaba, apenas dándose cuenta de que Elide, debajo de abundante maquillaje pegado como crema en su rostro, no era tan mayor como ellos lo eran. Ellos habían corrido deprisa cuando sus amigos habían corrido, susurrando a través de las tapas de estrellas pintadas que un espadachín estaba haciendo un espectáculo increíble, y sus brazos eran por poco la medida de tres troncos. Elide había fruncido el ceño, los dos hacia los dos inútiles hombres jóvenes que se habían desvanecido, uno sin pagar, y hacia Lorcan, por robar el espectáculo. Esperó los dos minutos enteros antes de empujarse fuera de la tienda de campaña, el ingente, ridículo tocado que Molly había punteado en su cabello enganchado en las tapas. Había pedazos de cuentas colgantes y amuletos colgados desde la cresta de la carpa, y Elide los golpeó fuera de sus ojos, por poco tropezándose con su correspondiente bata rojo intenso mientras ella iba para ver qué era todo ese escándalo. Si el hombre joven del pueblo hubiese sido impresionado por los músculos de Lorcan, eso no era nada con lo que sus músculos estaban haciendo al hombre joven. Y la mujer más mayor, Elide se dio cuenta, no importándole apretarse a través de la firmemente abarrotada multitud antes de que la improvisada plataforma en la que Lorcan estaba de pie apareciera, haciendo malabarismos y lanzando espadas y cuchillos. Lorcan no era un artista natural. No, él tenía el descaro para realmente verse aburrido allí, limitándose a lucir completamente silencioso.


Pero lo que le faltaba de encanto lo compensaba con su sin camisa, aceitado cuerpo. Y dioses sagrados… Lorcan hacía que los hombres jóvenes que la visitaron en su tienda lucieran como… niños. Él balanceó y arrojó sus armas como si fueran nada, y ella tenía el sentimiento de que el guerrero estaba simplemente yendo hacia una de sus rutinas de ejercicio diarias. Pero el gentío todavía decía ooh y aah hacia cualquier giro y lanzamiento y cogida, y monedas todavía se deslizaban en la cacerola hacia el borde del escenario. Con las antorchas alrededor suyo, el pelo oscuro de Lorcan parecía engullir la luz, sus ojos ónix sosos y aburridos. Elide se preguntó si él estaba contemplando el asesinato de todos babeando como perros alrededor de un hueso. Ella no podía echarle la culpa. Un goteo de sudor se deslizó a través del fresco salpicando de su cabello negro en su esculpido torso. Elide miró, un poco paralizada, como esta gota de sudor se movía bajo las musculadas marcas de su estómago. Más abajo. No mejor que esas mujeres que se lo comían con los ojos, se dijo a sí misma, antes de regresar a su tienda de campaña cuando Molly la observó desde atrás de ella: —Tu marido podría solamente reacomodarse en el asiento allí, arreglando sus medias, y las mujeres podrían vaciar sus bolsillos por la oportunidad de quedárselo mirando. —Él tiene ese efecto dondequiera que nosotros íbamos con nuestro antiguo carnaval —mintió Elide. Molly chasqueó su lengua. —Eres afortunada —murmuró mientras Lorcan arrojaba su espada más alto en el aire y la gente jadeaba—, que todavía te mire del modo en que lo hace. Elide se preguntó si Lorcan podría mirarla en absoluto si ella le contaba cuál era su nombre, quién era ella, qué soportaba. Él había dormido en el suelo de la tienda de campaña cada noche, tampoco era que ella alguna vez le hubiese importado el ofrecerle pasar. Él usualmente aparecía después de que hubiese caído dormida, y se iba antes de que despertara. Para hacer esto, no tenía ni idea de cómo lo había hecho, quizás ejercicio, hasta que ese cuerpo fuera… como ése. Lorcan arrojaba tres cuchillos al aire, inclinándose sin una pizca de humildad o diversión hacia el gentío. Ellos jadearon otra vez mientras las cuchillas apuntaban a una expuesta columna vertebral. Pero en una fácil, bonita maniobra, Lorcan rodó, cogiendo cada cuchilla una después de otra. La multitud lo vitoreó, y Lorcan con soltura miró hacia su cazo de monedas. Más de cobre, y algunas de plata, se derramaron, como el tamborileo de la lluvia. Molly dejó escapar una risa baja. —El deseo y el miedo pueden aflojar cualquier cartera de cuerdas —una mirada afilada—. ¿No tendrías que estar en tu tienda de campaña? A Elide no le importaba responder cuando se marchó, y podría haber maldecido cuando sintió una


corta mirada de Lorcan hacia ella, en el tocado y las oscilantes gotas, en los largos, voluminosos ropajes. Ella siguió actuando, y sobrevivió a unos pocos hombres jóvenes, y alguna mujer joven, preguntando sobre sus vidas amorosas antes de que se encontrase a sí misma otra vez sola en esa estúpida tienda de campaña, la oscuridad sólo iluminada por una esfera de cristal colgado con pequeñas velas dentro. Estaba esperando a que Molly finalmente gritara que el carnaval finalizó cuando Lorcan cruzó el rellano por los alerones de la carpa, limpiando su rostro con un trozo de tela que no era indudablemente su camisa. Elide dijo: —Molly te estará rogando que tú te quedes, te das cuenta. Él se deslizó en la silla plegable ante su mesa redonda. —¿Es ésa tu predicción profesional? Ella aplastó unos hilos de gotas oscilantes entre sus ojos. —¿Vendiste tu camiseta, también? Lorcan le dio una salvaje sonrisa. —Conseguí diez de bronce de una esposa de un granjero por ella. Elide frunció el ceño. —Eso es asqueroso. —El dinero es dinero. Supongo que tú no tienes que preocuparte de eso, con todo el oro que has ahorrado. Elide resistió su mirada fija, sin preocuparse de verse agradable. —Tú estás en un raro buen humor —Tener a dos mujeres y un hombre ofreciendo un sitio en sus camas esta noche hacen eso en una persona. —¿Entonces por qué estás aquí? —eso salió más afilado de lo que ella pretendía. Él midió las esferas colgantes, la alfombra de tejido, el mantel negro, y después sus manos, con cicatrices y callosas y pequeñas, agarradas al borde de la mesa. —¿No sería echar a perder tu trampa si saliese a escondidas en la noche con alguien más? Tú me esperarías para sacarme fuera con mi trasero, estando con el corazón roto y enfurecida por el resto de tu tiempo aquí. —Podrías también disfrutar de ti mismo —ella dijo—. Tú te irás pronto de todos modos. —Así como tú —le recordó él.


Elide tamborileó un dedo en el mantel, la áspera tela rasguñando contra su piel. —¿Qué es eso? —exigió él. Como si eso fuese un inconveniente para ser educada. —Nada. Eso no era nada, no obstante. Ella conocía porqué se había retrasado en esa vuelta hacia el norte, esa inevitable partida de este grupo y un trayecto final sola. Ella apenas podía hacer impacto en un alejado carnaval. ¿Qué demonios podría hacer en una corte de tan poderosa gente, especialmente sin ser capaz de leer? Mientras Aelin era capaz de destruir reyes y salvar ciudades, ¿qué demonios podría hacer para probar su valor? ¿Lavar sus ropas? ¿Lavar sus platos? —Marion —él dijo bruscamente. Ella levantó la vista, sorprendida de encontrarlo todavía ahí. Los oscuros ojos de Lorcan eran ilegibles en la penumbra. —Tienes suficientes hombres jóvenes que son incapaces de dejar de mirarte hacia ti esta noche. ¿Por qué no tener un poco de diversión con ellos? —¿Por qué? —ella chasqueó. El pensamiento de un extraño tocándola, sin rostro, un hombre sin nombre maltratándola en la oscuridad... Lorcan la tranquilizó. Él dijo con demasiada calma: —Cuando estuviste en Morath, alguien… —No —ella sabía lo que él quería decir—. No, eso no llegó tan lejos —pero la memoria de esos hombres tocándola, riéndose de su desnudez… Ella la empujó lejos—. No he estado nunca con un hombre. Nunca he tenido la oportunidad o el interés. Él ladeó su cabeza, su oscuro y sedoso cabello deslizándose por su rostro. —¿Prefieres a las mujeres? Ella pestañeó hacia él. —No, no pienso eso. No sé lo que prefiero. Otra vez, yo nunca… yo nunca he tenido la oportunidad de sentir… eso —deseo, lujuria, ella no lo conocía. Y ella no sabía cómo o por qué ellos se habían enrollado a hablar sobre esto. —¿Por qué? —y con todo del considerable foco de Lorcan apuntado a ella, con el modo que él había mirado hacia su boca pintada de rojo, Elide le quería contar. Sobre la torre, y Vernon, y sus padres. Sobre por qué, si ella nunca sentiría deseo, si eso era el resultado de confiar en alguien mucho más que aquellos horrores desapareciesen, el resultado de saber que ellos podrían luchar con dientes y zarpas para mantener su libertad y nunca la encerrasen o la abandonasen. Elide abrió su boca. Acto seguido el chillido empezó.


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Lorcan no sabía por qué demonios él estaba en la ridícula y pequeña tienda de campaña del oráculo de Marion. Él necesitaba lavarse, la necesidad de limpiarse el sudor y el aceite y sentir lejos todos esos ojos que se lo comían. Pero él había divisado a Marion en la multitud mientras había finalizado su actuación patética. No la había visto más temprano en la tarde antes de que ella se hubiese vestido con ese tocado y esos ropajes, pero… quizá eran los cosméticos, el intenso lápiz de ojos alrededor de sus ojos, el modo en el que los labios pintados de rojo hacían que su boca pareciese una fresca pieza de fruta, pero… la había visto. Dándose cuenta de la manera en que los hombres la habían localizado, también. Algunos la habían mirado totalmente boquiabiertos, asombro y lujuria escritos a lo largo de sus cuerpos, como Marion se detenía, ajena, al borde de la multitud y divisaba a Lorcan al mismo tiempo. Preciosa. Después de unas pocas semanas de comer, de seguridad, la aterrorizada, demacrada joven mujer de alguna manera pasó de bonita a preciosa. Él había finalizado su actuación más temprano de lo que tenía pensado, y para el momento en que había alzado la mirada otra vez, Marion se había ido. Como un perro maldito de dios, él recogió su aroma entre la multitud y la siguió de vuelta hacia su tienda de campaña. En las sombras y resplandecientes luces adentro, con el tocado y las gotas colgantes y oscuros ropajes rojos… el oráculo encarnado. Serena, exquisita… y completamente prohibida. Y él había estado demasiado concentrado en maldecir para quedarse mirando hacia esa desarrollada y pecaminosa boca mientras ella admitía que todavía no había sido tocada, que él no había detectado nada incorrecto hasta que el chillido empezó. No, él había estado demasiado ocupado contemplando qué sonidos podrían proceder desde esa boca llena si lentamente, gentilmente, le enseñaba el arte del dormitorio. El ataque, Lorcan supuso, era el modo de Hellas de decirle que mantuviera su miembro en sus pantalones y su mente saliera de las alcantarillas. —Ponte detrás de una carreta y permanece allí —chasqueó él antes de lanzarse fuera de la tienda de campaña. No esperó a ver si ella obedecía. Marion era inteligente, sabía que podría resistir una mejor oportunidad de sobrevivir si lo escuchaba y encontraba refugio. Lorcan soltó su don a través del sitio del carnaval que estaba en pánico, una ola de oscuridad, un terrible poder propagándose en una ola pequeña, después corriendo de regreso para contarle qué se sentía. Su poder era jubiloso, jadeante en un modo que él conocía demasiado bien: muerte. En un final del campo extenso estaban los alrededores del pequeño pueblo. En el otro, un bosquecillo de árboles y una noche infinita, y alas.


Sobrepasando, musculosas formas cayeron desde el cielo, su magia recogió cuatro. Cuatro ilken mientras ellos llegaban, zarpas fuera y desnudando esos dientes que hacen jirones la carne. Las curtidas alas, eso parecía, los marcaron como alguna ligera variación de los que los habían seguido en Oakwald. Una variación, o una perfección de un ya despiadado cazador. La gente corría, gritando, hacia el pueblo, hacia la protección de los oscuros campos más allá. Esos fuegos lejanos no habían sido empezados por los granjeros para quemar sus desocupados campos. Habían sido comenzados para enturbiar los cielos, para ocultar el aroma de esas bestias. Para él. O cualquiera de los otros experimentados guerreros. Marion. Ellos estaban cazando a Marion. El carnaval estaba sumido en el caos, los caballos estaban chillando y corcoveando. Lorcan cayó hacia donde los cuatro ilken habían aterrizado en el corazón del campamento, la izquierda donde él había estado actuando minutos antes, al tiempo para ver una tierra por donde unos jóvenes huían y volteaban sobre su espalda. El hombre joven estaba todavía gritando por los dioses quienes no podrían contestar cuando los ilken se inclinaron hacia abajo, golpeando libremente con una zarpa grande, y abriendo su vientre con un delicado puñetazo. Él todavía estaba chillando cuando los ilken bajaron su mutilado rostro y celebraron. —¿Qué en los ardientes demonios son aquellas bestias? —esa era Ombriel, con una larga espada, y sujetada de una manera que le decía que ella sabía cómo empuñarla. Nik vino vociferando detrás de ella, dos rugidos, sosteniendo oxidadas cuchillas en sus carnosas manos. —Soldados de Morath —era todo lo que Lorcan proporcionó. Nik estaba observando la cuchilla y el hacha que Lorcan había desenvainado, y él no había pensado pretender no conocer cómo usarla, para ser un simple hombre de los lugares salvajes, como decía con fría precisión—. Ellos son naturalmente capaces de cortar a cuchilladas la mayoría de la magia, y solamente decapitándolos los mantendremos a raya. —Ellos tienen por poco ocho pies —dijo Ombriel, su rostro pálido. Lorcan los dejó con sus cálculos y miedos, entrando en el anillo de luz en el corazón del campamento mientras los cuatro ilken acababan de jugar con el hombre joven. El humano estaba todavía vivo, silenciosamente articulando súplicas por ayuda. Lorcan soltaba golpes con su poder y podría haber maldecido que el joven hombre tenía gratitud en sus ojos mientras la muerte lo besaba en saludo. Los ilken levantaron la mirada como uno solo, siseando suavemente. Sangre deslizándose de sus dientes. Lorcan excavaba con su poder, preparándose para distraer y confundirlos, si su resistencia hacia la magia era verdad. Quizá Manon habría tenido tiempo para correr. El ilken que había rasgado abriendo el vientre del joven hombre dijo hacia él, más alto mientras su lengua gris danzaba:


—¿Tú eres el único a cargo? Lorcan simplemente dijo: —Sí. Eso decía lo suficiente. Ellos no sabían quién era él, su papel en el escape de Marion. Los cuatro ilken sonrieron. —Buscamos a una chica. Ella mató a nuestros parientes, y algunos otros. ¿Ellos la culpaban por la muerte de los ilken hace aquellas semanas? ¿O era la excusa ideal para sus propios fines? —La rastreamos hacia el Acanthus cruzando… Ella tendría que estar escondida allí, entre tu gente —una mueca. Lorcan deseaba que Nik y Ombriel mantuvieran sus bocas cerradas. Si ellos siquiera comenzaban a delatarlos, el hacha en sus manos se movería. —Comprueba otro carnaval. Hemos estado en este grupo por meses. —Ella es pequeña —continuó, sus demasiado humanos ojos parpadeando—. Lisiada de una pierna. —No sabemos nada de eso. Ellos la raptarían hasta los confines de la tierra. —Haz que tu grupo se alinee para… inspeccionarlos. Los harían caminar. Les echarían una ojeada. Buscando a una mujer joven con el cabello negro con cojera y cualquiera de las otras pistas que su tío les hubiese proporcionado. —Tú los has ahuyentado a todos. Tardarán días antes de que vuelvan. Y, otra vez —dijo Lorcan, su hacha golpeando un poco más arriba—, no hay nadie en mi caravana que coincida con tal descripción —detrás de él, Nik y Ombriel estaban en silencio, su terror era un hedor que se le metía hacia arriba en su nariz. Lorcan deseaba que Marion permaneciese escondida. Los ilken sonrieron, la más espantosa sonrisa que Lorcan había contemplado en todos sus cientos de años. —Tenemos oro —ciertamente, los ilken detrás de él tenían una bolsa de cadera que se hundía con él—. Su nombre es Elide Lochan. Su tío es el Lord de Perranth. Él te recompensará generosamente por habérsela entregado. Las palabras golpearon a Lorcan como piedras. Marion, Elide había… mentido. Había logrado impedir que incluso oliera la mentira en ella, había utilizado las suficientes verdades y su propio miedo general para mantener su aroma de eso escondido– —No conocemos a nadie con tal nombre —dijo Lorcan otra vez. —Lástima —canturreó el centinela—. Porque si tú la tenías en tu compañía, nosotros tendríamos


que haberla apresado y abandonarlos. Pero ahora… —el ilken sonrió a sus tres compañeros, y sus negras alas crujieron—. Ahora parece que nosotros hemos volado un gran camino para nada. Y estamos muy hambrientos.


Capítulo 41 Traducido por Alina Montoya Guash Corregido por Cotota

Elide se apretujó a sí misma en un suelo oculto en la mayor de las carretas y oró que nadie la descubriera. O empezara a quemar cosas. Su frenética respiración era el único sonido. El aire crecía apretado y caliente, sus piernas temblaban y se acalambraban de estar dobladas en una bola, pero ella todavía esperaba, ella todavía se mantendría escondida. Lorcan había corrido, él sólo correría en la lucha. Ella había huido a la tienda de campaña al tiempo de ver cuatro ilken, alados ilken, descendiendo en el campamento. Ella no se había detenido lo suficiente para ver qué sucedía después. El tiempo pasaba, minutos o quizá horas, ella no era capaz de decir. Ella había hecho esto. Había traído esas cosas aquí, hacia esa gente, hacia la caravana... Los gritos crecían más alto, después atenuados. Después nada. Lorcan debería estar muerto. Todo el mundo debería estar muerto. Sus orejas se tensaron, y ella intentó silenciar su respiración para escuchar cualquier sonido de vida, de acción más allá de su pequeño, caliente espacio escondido. Sin duda, esto era usualmente reservado para los que pasaban de contrabando, no planeado para un humano viviendo. Ella no podría estar escondida mucho más. Si los ilken los masacraban a todos, buscarían a cualquier superviviente. Podrían probablemente rastrearla con el olfato. Tendría que correr por ello. Tendría que fugarse, pensar qué podría hacer, y correr a toda velocidad por los oscuros campos y orar que otros no aguardasen allá. Sus pies y pantorrillas se habían entumecido minutos antes y ahora hormigueaban incesantemente. No debería de ser capaz de caminar muy bien, y su estúpida, inútil pierna… Escuchó otra vez, orando a Anneith para que volteara la atención de los ilken a otra parte. Solamente el silencio la recibía. No más gritos. Ahora. Debería irse ahora, mientras tuviese la protección de la oscuridad. Elide no daba a su miedo otro latido de su corazón para que susurrara veneno a su sangre. Había sobrevivido a Morath, sobrevivido a semanas sola. Lo haría, tenía que hacerlo, y no podría en lo más absoluto importarle ser la maldita lavaplatos de la reina de los dioses si eso significaba que ella podía vivir–


Elide se desenroscó, los hombros adoloridos mientras ella silenciosamente hacía ceder la trampilla hacia arriba, la alfombra de la pequeña área deslizándose de vuelta. Ella escaneó el interior de la carreta, los bancos vacíos en cualquiera de los dos lados, después estudió la atrayente noche más allá. Luz vertida desde el campamento detrás de ella, pero adelante… un mar de negrura. El campo estaba quizás a treinta pies de distancia. Elide se dobló de dolor mientras la madera gemía al tiempo que ella levantó la trampilla lo suficientemente alta para que se deslizase, boca abajo, por encima de las tarimas de madera. Pero su ropa se enganchó, obligándola a detenerse. Elide apretó sus dientes, estirando a ciegas. Pero eso la había cogido dentro del espacio para gatear. Anneith la salvara… —Cuéntame —habló arrastrando las palabras una voz profunda de hombre detrás de ella, desde cerca del asiento del conductor—. ¿Qué hubieras hecho si yo fuese un soldado ilken? El alivio volvió sus huesos líquidos, y Elide aguantó un gemido. Ella se volteó para encontrar a Lorcan cubierto en sangre negra, sentado en el banco detrás del asiento del conductor, las piernas extendidas ante él. Su hacha y espada yacían desechadas detrás de él, cubiertas en esa sangre negra también, y Lorcan ociosamente evaluaba un largo troncho de trigo mientras él contemplaba hacia la pared de telas de la carreta. —La primera cosa que yo hubiese hecho en tu lugar —reflexionó Lorcan, aún sin mirar hacia ella—, me hubiera deshecho de los ropajes. Te hubieses caído llanamente en tu rostro si hubieses corrido, y el rojo podría ser tan bueno como una campana avisando la cena. Ella estiró la ropa otra vez, y la tela se rompió finalmente. Frunciendo el entrecejo, ella pateó donde había quedado libre y encontró un sitio un poco suelto de paneles de madera. —La segunda cosa que yo hubiese hecho —siguió Lorcan, sin preocuparse de limpiar la sangre salpicada en su rostro—, es contarme la maldita verdad de los dioses. ¿Sabías que aquellas bestias ilken aman hablar con verdadero estímulo? Y ellos me contaron unas muy, muy interesantes cosas —aquellos oscuros ojos finalmente se deslizaron hacia ella, completamente rabiosos—. Pero tú no me contaste la verdad, ¿lo hiciste, Elide?

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Sus ojos estaban amplios, su rostro palideció de color detrás de los cosméticos. Ella había perdido el tocado en alguna parte, y su oscura capa de cabello se deslizó libre de algunos de sus alfileres mientras ella trepaba por el oculto compartimento. Lorcan observó cada movimiento, evaluando y sopesando y debatiendo qué, exactamente, hacer con ella. Mentirosa. Ingeniosa y pequeña mentirosa. Elide Lochan, legítima Señora de Perranth, escurriéndose, golpeando la trampilla cerrada y resplandeciendo hacia él desde donde ella se hincó de rodillas en el suelo. Él miró con furia a su izquierda de vuelta.


—¿Por qué tendría que haber confiado en ti —dijo ella con impactante frialdad— cuando tú me estabas acechando en el bosque por días? ¿Por qué tendría que haberte dicho una cosa sobre mí cuando me podrías haber vendido al mejor postor? Su cuerpo dolió; su cabeza palpitó por la matanza que él había apenas hecho para sobrevivir. Los ilken se habían ido, pero no voluntariamente. Y el único que habían mantenido vivo, el único que Nik y Ombriel le habían rogado para matarlo y lo hicieron, le había contado muy poco, para ser exactos. Pero Lorcan había decidido que su esposa no necesitaba conocer eso. Decidió que ése era el tiempo para ver qué podría revelar ella si él permitiese que algunas mentiras de sí mismo la engañaran. Elide miró con furia hacia sus armas, hacia la sangre que apestaba cubriéndolo como aceite. —¿Los mataste a todos? Bajó el tallo de trigo de su boca. —¿Piensas que estaría aquí si no lo hubiese hecho? Elide Lochan no era un simple humano intentando retornar hacia su país natal y servir a su reina. Ella era una señora de sangre real que quería volver hacia esa zorra respira fuego al Norte para ofrecer cualquier ayuda que pudiese. Ella y Aelin podrían ser adecuadas para cada una, él decidió. La mentirosa de rostro pequeño y la insufrible, arrogante princesa. Elide se desplomó en el banco, masajeando sus pies y pantorrillas. —Estoy arriesgando mi cuello por ti —él dijo demasiado silenciosamente—, y ya decidiste no contarme que tu tío es no solamente un simple comandante en Morath, sino que también es la mano derecha de Erawan, y tú eres su preciada posesión. —Te he contado lo suficiente de la verdad. Quien soy yo no supone diferencia alguna. Y yo no soy la posesión de nadie. Su temperamento tiró hacia las ataduras que él había con cuidado mantenido cortas antes de cargar con su aroma hacia esta carreta. Fuera, los otros estaban empacando con apuro, preparándose para huir antes de que los aldeanos decidieran culparlos por el desastre. —Hace una diferencia el quien eres. Con tu reina en movimiento, tu tío sabe que ella tiene que pagar un alto precio para tenerte de vuelta. Tú no sólo eres un simple bien de crianza, eres una herramienta de negociación. Tendrías que ser la que lleve a esa zorra hacia sus pies. Rabia cruzó en su rostro atractivo y huesudo. —Tú guardas bastantes secretos también, Lorcan —escupió su nombre como una maldición—. Y todavía no he sido capaz para decidir si es insultante o divertido que pienses que yo soy demasiado estúpida para notarlo. Que tú pienses que soy cualquier chica asustadiza y confundida, demasiado agradecida con la presencia de tal fuerte, amenazante soldado para hasta cuestionar porqué estás ahí o qué querrías o cuál es tu interés en todo esto, no es mi problema. Yo te di exactamente lo


que querías ver: una joven mujer perdida necesitada de ayuda, quizá un poco hábil para mentir y engañar, pero básicamente que no valía la pena pensar en ella unos pocos minutos. Y tú, con toda tu inmortal arrogancia, no pensaste dos veces. ¿Por qué lo harías, cuando los humanos son tan inútiles? ¿Por qué te tendrías que molestar, cuando planeaste abandonarme en el momento que tú tuvieses lo que necesitases? Lorcan pestañeó, quedándose clavado en el suelo. Ella no retrocedía ni un milímetro. No podía recordar la última vez que alguien le había hablado de esa manera. —Sería cuidadoso con lo que pudieras decirme. Elide le dio una pequeña sonrisa llena de odio. —¿O qué? ¿Me venderás a Morath? ¿Me usarás como tu billete dentro? —No había pensado en hacer eso, pero gracias por la idea. Su garganta subió y bajó, la única señal de su miedo. Y ella dijo claramente y sin pista de titubeo: —Si intentas llevarme hacia Morath, yo acabaré con mi propia vida antes de que puedas llevarme al puente de la Fortaleza. Ése era el hilo, la promesa, que desató su enfado, su total ira que… que ella había ciertamente estado jugando con sus expectativas de ella, con su arrogancia y prejuicios. Él dijo cuidadosamente: —¿Qué es lo que estás llevando que los hace querer cazarte tan incansablemente? No es tú sangre real, no es tu magia y tu uso para la crianza. El objeto que llevas contigo, ¿qué es eso? Quizá ésa era la noche para la verdad, quizá la muerte se cernía lo bastante cerca para hacerla un poco temeraria, pero Elide dijo: —Es un regalo, para Celaena Sardothien. De una mujer mantenida encerrada en Morath, quien había esperado un largo tiempo para pagarle por su pasada amabilidad. Más que eso, no lo sé. Un regalo para una asesina, no la reina. Quizá nada para que se diera cuenta, pero… —Déjame verlo. —No. Ellos se sostuvieron la mirada otra vez. Y Lorcan supo que si quisiera, él podría esperar hasta que ella estuviera dormida, cogerlo por sí mismo, y desaparecer. Ver qué podría hacer que se volviera tan protectora con ello. Pero él sabía… alguna pequeña y estúpida parte de él sabía que si tomaba de esta mujer a la que ya le habían robado tanto… No sabía si existía otra cosa viniendo de eso. Había hecho tales despreciables, despiadadas cosas en los siglos y no lo había pensado dos veces. Se había deleitado en ellas, disfrutado, la crueldad.


Pero eso… ahí había una línea. De alguna manera… de algún modo existía alguna maldita línea divina ahí. Ella pareció percatarse de su decisión, con cualquier don que tuviese. Sus hombros se desplomaron, y ella se quedó mirando impasiblemente hacia la pared de tela mientras los sonidos de su grupo ahora crecían más cerca, su deseo de escapar y empaquetar, abandonar lo que podía ser escatimado. Elide dijo silenciosamente: —Marion era el nombre de mi madre. Murió defendiendo a Aelin Galathynius de su asesino. Mi madre le dio a Aelin tiempo para correr, para escapar por lo que ella podría volver para rescatarnos a todos. Mi tío, Vernon, observó y sonrió mientras mi padre, el Señor de Perranth, era ejecutado en el exterior de nuestro castillo. Acto seguido usurpó el título de mi padre y sus tierras y su casa. Y por los siguientes diez años, mi tío me encerró en la torre más alta del Castillo de Perranth, con sólo mi niñera de compañía. Cuando yo me rompí mis pies y mi tobillo, él no confió demasiado en los curanderos para permitirles tratarlo. Mantuvo rejas en las ventanas de la torre para impedir que me suicidará, y encadenó mis tobillos para impedirme correr. La abandoné por primera vez en una década cuando él me metió dentro de una carreta como prisión y me llevó hacia Morath. Allí, me hizo trabajar como una sirvienta, para mi propia humillación y terror con el que se deleitaba. Planeé y soñé con escapar cada día. Y cuando fue tiempo… aproveché mi oportunidad. No sabía sobre los ilken, solamente había oído rumores de letales cosas siendo criadas en las montañas más allá de la Fortaleza. No tengo tierras, dinero, armas para ofrecer a Aelin Galathynius. Pero la encontraré, y ayudaré de cualquier modo que yo pueda. Aunque solo sea para cuidar a una niña, solo una, soportando lo que hice. Él dejó que la verdad en sus palabras se sumiera en él. Dejó que modificaran su vista de ella. Sus… planes. Lorcan dijo bruscamente: —Yo tengo más de quinientos años. Soy el juramento de sangre de la Reina Maeve de las Hadas, y soy su segundo al mando. He hecho enormes y terribles cosas en su nombre, y querré hacer más antes de que la muerte me venga a buscar. Nací como un bastardo en las calles de Doranelle, corría salvaje con los otros niños desechados hasta que noté que mis talentos eran diferentes. Maeve se dio cuenta, también. Puedo matar más rápido, puedo percibir cuando la muerte está cerca. Creo que mi magia es muerte, dada a mí por el mismísimo Hellas. Estoy en estas tierras en nombre de mi reina, aunque vine sin su permiso. Ella podría muy bien cazarme y matarme por ello. Si sus centinelas llegan buscándome, es en tu mejor interés pretender no saber quién y qué soy —había más, pero… Elide había estado guardando secretos, también. Se habían ofrecido a cada uno lo suficiente por ahora. Nada de miedo alguno mancilló su aroma, ni un trazo de él. Todo lo que Elide dijo fue: —¿Tienes familia? —No. —¿Tienes amigos?


—No —su camarilla de guerreros no contaba. No le había importado cuando el maldito de los dioses de Whitethorn los abandonó para servir a Aelin Galathynius; Fenrys no hacía secreto alguno que odiaba el vínculo; Vaughan estaba apenas alrededor; él no podía defender la posición irrompible de Gavriel; y Connall estaba demasiado ocupado celando a Maeve como un animal la mayor parte del tiempo. Elide dobló su cuello, su cabello deslizándose sobre su rostro. Él casi alzó una mano para peinárselo de vuelta y leer sus oscuros ojos. Pero sus manos estaban cubiertas en esa asquerosa sangre. Y tuvo el sentimiento de que Elide Lochan no quería ser tocada a no ser que ella pidiera serlo. —Entonces —murmuró ella—, tú y yo somos lo mismo en este punto, al menos. Sin familia, sin amigos. Eso no había parecido muy patético hasta que lo dijo, hasta que él repentinamente se vio a sí mismo a través de los ojos de ella. Pero Elide se encogió de hombros, subió sus pies mientras la voz de Molly ladró desde cerca. —Tendrías que limpiarte, te ves como un guerrero otra vez. Él no estaba seguro si lo que ella quería decir fuese un cumplido. —Nik y Ombriel, desafortunadamente, se dieron cuenta de que tú y yo quizá no somos lo que parecemos. Alarma destelló en sus ojos. —Tendríamos que abandonar– —No. Ellos guardarán nuestros secretos —si solamente porqué ellos habían visto a Lorcan atacar a esos ilken, y sabían precisamente qué podía hacerles si ellos solamente respirasen incorrectamente en su dirección—. Podemos quedarnos por algún tiempo aún, hasta que tengamos claro esto. Elide asintió, su grave cojera mientras ella se dirigía hacia el reverso de la carreta. Ella se sentó en el borde antes de subirlo, su tobillo roto demasiado débil y punzante hasta para saltar. Aún se movía con bastante dignidad, siseando un poco cuando su pie hacía contacto con el suelo. Lorcan observó su cojera en la noche, sin ni siquiera echar una mirada hacia atrás. Y se preguntó qué demonios estaba haciendo. Y él se preguntó qué demonios estaba haciendo.


Capítulo 42 Traducido por Alina Montoya Guash Corregido por Cotota

La Muerte olía como sal, sangre, madera y putrefacción. Y eso dolía. La oscuridad la abrazaba, eso dolía como el infierno. Los Únicos Ancianos habían mentido en que eso curaba todas las enfermedades, si los trozos de dolor sobre su abdomen fuesen cualquier indicio. Ni mencionar el dolor de cabeza, la simple sequedad de su boca, el llameante picotazo en la otra cortada en su brazo. También la Muerte era otro mundo, otro reino. Quizá ella se había ido hasta el maldito reino que los humanos tanto temían. Odiaba a la Muerte. Y la Muerte se podía ir al infierno, también.

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Manon Blackbeak se quebró abriendo sus párpados que estaban demasiado pesados, demasiado llameantes, y entornó los ojos contra la luz de la linterna parpadeante que se mecía sobre los paneles de madera de la habitación en la que yacía. No era una habitación real, ella se dio cuenta por el hedor de la sal y la sacudida y rechinamiento del mundo alrededor de ella. Estaba en una cabina, en un barco. Una pequeña y sucia cabina, con apenas espacio para esa cama, una portilla demasiado pequeña para sus hombros incluso se metieran… Ella se paró erguida. Abraxos. ¿Dónde estaba Abraxos? —Relájate —habló arrastrando las palabras una voz femenina demasiado familiar desde el espacio sombrío cerca de los pies de la cama. El dolor estalló en el vientre de Manon, una retrasada respuesta hacia su repentino movimiento, y miró entre los blancos vendajes que ahora picaban contra sus dedos y a la joven reina, reclinándose


en la silla junto a la puerta. Observó entre la mujer y las cadenas ahora alrededor de sus muñecas, alrededor de sus tobillos, sujetados entre las paredes con lo que parecían ser agujeros recientemente perforados. —Parece que me debes una deuda de vida una vez más, Blackbeak —dijo Aelin Galathynius, reflejando un frío humor en sus ojos turquesa. Elide. Si Elide estaba aquí… —Tu exigente niñera wyvern está bien, por cierto. No sé cómo tú acabaste con una dulce cosa como ésa como montura, pero él está conforme con tumbarse en el sol en la cubierta de la proa. No puedo decir que eso haga particularmente felices a los marineros, especialmente al limpiar luego de que se salga. Encuentra algún lugar seguro, le había dicho a Abraxos. ¿Había encontrado de alguna manera a la reina? ¿De algún modo sabiendo que ése era el único sitio en el que ella tendría alguna posibilidad de sobrevivir? Aelin reforzó sus pies en el suelo, las botas haciendo suavemente un ruido sordo. Había un honesto tipo de impaciencia con algún tipo de sandeces que no habían estado ahí la última vez que Manon había visto a la mujer. Como si la guerrera que se había reído de su forma de batallar encima del templo de Temis hubiera perdido un poco de ese retorcido entretenimiento pero obtenido más de su ingeniosa crueldad. El vientre de Manon dio un latido de dolor que la hizo morder su labio para ahogar su siseo. —Quien te dio eso no estaba jugando —dijo la reina—. ¿Problemas en casa? Esos no eran asuntos de la reina, o de cualquier otra persona. —Déjame curarme, y después seguiré mi camino —habló Manon con voz ronca, su lengua deshidratada, una dura cáscara. —Oh, no —ronroneó Aelin ronroneó—. Tú no irás a ningún lado. Tu montura hará lo que sea que le complazca, pero tú eres oficialmente nuestra prisionera. La cabeza de Manon empezó a girar, pero se forzó a sí misma a decir, —¿Nuestra? Una pequeña sonrisa cómplice. Después la reina se levantó con gracia. Su cabello era más largo, su rostro más esbelto, sus ojos turquesa duros y cazadores. La reina dijo simplemente: —Estas son las reglas, Blackbeak. Tratas de escapar, mueres. Hieres a alguien, mueres. Tú de algún modo nos pones a alguno de nosotros en problemas… Pienso que entiendes a dónde voy con esto. Metes un pie fuera de la línea, y finalizaré lo que empecé ese día en el bosque, deuda de vida o no. Esta vez no necesito una espada para hacerlo. Mientras ella hablaba, doradas llamas parecían parpadear en sus ojos. Y Manon se dio cuenta con


no una pequeña emoción, aún con su dolor, que la reina podría ciertamente acabar con ella antes de que estuviera lo suficientemente cerca para matarla. Aelin se giró hacia la puerta, su mano con cicatrices en el pomo. —He encontrado astillas en tu vientre antes de que te curara. Te sugiero no mentir a cualquiera que pueda tolerar estar alrededor de ti lo suficiente para saber la historia completa —ella sacudió su mentón hacia el suelo. Un cántaro y un bote yacían ahí—. El agua está al lado de la cama. Si puedes alcanzarla. Después ella se había ido. Manon escuchó sus firmes pisadas desvaneciéndose. Ninguna otra voz o sonido más allá de las vueltas de las olas contra el barco, el gemido de la madera, y, gaviotas. Ellas tenían que estar todavía dentro del alcance de la costa, luego. Navegando hacia donde… ella tenía que descifrar eso. Una vez que estuviera curada. Una vez que se hubiera quitado esos hierros. Una vez que se hubiera subido en Abraxos. Pero ¿ir hacia dónde? ¿Hacia quién? Allí no había ningún nido de águilas para recibirla, ningún Clan que la protegiera de su abuela. Y las Trece… ¿Dónde estaban ahora? ¿Habían sido cazadas? El estómago de Manon ardió, pero alcanzó el agua. El dolor azotó su mano lo suficiente fuerte para que se diera por vencida después de un latido del corazón. Ellas lo habían escuchado, sin duda, qué era ella. Las Trece la habían oído. No solamente una Crochan mestiza… sino la última Reina Crochan. Y su hermana… su media hermana… Manon miró fijamente hacia lo sombreado, hacia el techo de madera. Era capaz de sentir esa sangre de Crochan en sus manos. Y su capa… esa capa roja estaba acomodada sobre el borde de la cama. La capa de su hermana. Eso que su abuela le había hecho poner, sabiendo a quién le pertenecía, sabiendo a quien Manon le había cortado la garganta. No era más la heredera Blackbeak, sangre de Crochan o no. La desesperación se enrolló como un gato alrededor del dolor en el vientre de Manon. No era nadie ni nada. No recordaba el caer dormida.

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La bruja durmió por tres días después de que Aelin reportara que había despertado. Dorian llegó a esa estrecha cabina con Rowan y la reina cada vez que ellos curaban un poco más de ella, observando la manera que su magia trabajara, pero no se atrevía a intentar nada en la inconsciente Blackbeak. Aún inconsciente, cada respiración de Manon, cada sacudida, era un recordatorio que era una depredadora de nacimiento, su agonizante bello rostro una cuidada máscara para atraer a los confiados a su perdición. Eso se sentía que valía, de alguna manera, considerando que ellos estaban probablemente navegando hacia su propia fatalidad. Mientras los dos barcos de Rolfe los habían escoltado bajo el litoral de Eyllwe, ellos se habían mantenido alejados bien de la costa. Una malvada tempestad los había anclado entre el pequeño grupo de islas de las aguas de Leriba, y habían solamente sobrevivido gracias a los propios vientos de Rowan protegiéndolos. La mayoría de ellos todavía pasaban su tiempo enteramente con la cabeza metida en un cubo. Él mismo incluido. Estaban cerca de Banjali ahora, y Dorian había intentado y falló en no pensar en su amiga muerta con cada legua cerca de la bonita ciudad. Intentó y falló en no considerar si Nehemia podría haber estado con ellos en este mismo barco si las cosas no hubiesen ido tan terriblemente mal. Intentó y falló en no contemplar si ese toque que ella le había dado una vez, la marca del Wyrd que ella había esbozado sobre su pecho, había de algún modo… despertado ese poder suyo. Si eso hubiese sido una maldición tanto como una bendición. Él no había tenido el coraje para preguntar lo que Aelin estaba sintiendo, aunque la encontraba frecuentemente mirando fijamente hacia la costa, aún si bien ellos no pudiesen verlo, aún si bien ellos no estuvieran cerca. Otra semana, quizá menos, si bien la magia de Rowan ayudara, podría tenerlos al borde del este de los Pantanos de Piedra. Y una vez que ellos estuvieran cerca de… tenían que confiar en las vagas direcciones de Rolfe para guiarlos. Y evitar la armada de Melisande, la armada de Erawan ahora, él supuso, esperando solamente alrededor de la península en el Golfo de Oro. Pero por ahora… Dorian estaba observando la habitación de Manon, ninguno de ellos asumiendo el riesgo en lo que a la heredera Blackbeak se refería. Él aclaró su garganta mientras sus párpados se movían, sus oscuros párpados emergiendo, acto seguido levantándose completamente. Ojos dorados, adormecidos, nebulosos le encontraron. —Hola, brujita —dijo él. Su llena, sensual boca algo apretada, o en un reprimido mohín o sonrisa, él no era capaz de decir. Pero ella se reacomodó en el asiento, su cabello blanco luna deslizándose hacia adelante, sus


cadenas rechinando. —Hola, principito —dijo ella. Dioses, su voz era como papel de lija. Él miró hacia la jarra de agua. —¿Gustas una bebida? Ella tenía que estar sedienta. Ellos apenas habían sido capaces de conseguir un goteo en su garganta, no queriendo arriesgarse a esos ahogados o liberados dientes de hierro de dondequiera que ella los guardase. Manon estudió la jarra, después a él. —¿Y soy tu prisionera, también? —Mi deuda de vida está pagada —dijo él simplemente—. No eres nada para mí en absoluto. —¿Qué pasó? —habló con voz ronca. Una orden, y únicamente él le daba permiso a ella para hacerla. Pero él llenó el vaso, intentando no mirarse como si él estuviese calculando su alcance en esas cadenas mientras se lo daba a ella. Ningún signo de sus uñas de acero mientras sus delgados dedos envolvían el cubo. Ella se dobló de dolor suavemente, se dobló de dolor un poco más mientras lo levantaba hacia sus todavía pálidos labios, y bebió. Y bebió. Ella vació el vaso. Dorian silenciosamente lo rellenó para ella. Una vez. Dos veces. Tres veces. Cuando ella finalmente acabó, él dijo: —Tu wyvern voló directo como una flecha hacia nosotros. Te caíste de la montura y en el agua casi a cincuenta yardas de nuestro barco. Cómo te encontramos, no lo sabemos. Te sacamos fuera del agua, el mismo Rowan tuvo que temporalmente vendar tu estómago en la cubierta antes de que pudiéramos aún bajarte aquí. Es un milagro que no hubieses muerto por pérdida de sangre solamente. Nunca pensamos en una infección. Te tuvimos aquí abajo por una semana, Aelin y Rowan trabajando en ti, te tuvieron que cortar, abrir otra vez en algunos sitios para sacar la mala carne fuera. Has estado dentro y fuera desde ése entonces. Dorian no se sentía cómodo para mencionarle que él había sido el único quien había saltado dentro del agua. Sólo… actuó, como Manon había actuado cuando ella le había salvado en su torre. Él no le debía nada menos. Lysandra, en su forma de dragón marino, los había alcanzado momentos después, y él había aguantado la pesada agua y a Manon en sus brazos mientras escalaba sobre la espalda del tramoyista. La bruja había estado demasiado pálida, y la herida en su estómago… Él casi había vomitado su almuerzo por su vista. Ella lucía como un pez que había sido descuidadamente destripado. Destripada, Aelin había confirmado una hora después cuando sostuvo una astilla de metal, por alguien con muy, muy afiladas uñas de hierro. Nadie de ellos había mencionado que eso podría haber sido un castigo, para salvarle.


Manon estaba evaluando la habitación con los ojos rápidamente claros. —¿Dónde estamos? —En el mar. Aelin le había ordenado que él no le diese a ella información alguna sobre sus planes y localización. —¿Tienes hambre? —preguntó él, preguntándose qué, exactamente, ella comería. Ciertamente, sus ojos dorados se desplazaron hacia su garganta. —¿En serio? —él levantó una ceja. Sus fosas nasales se ensancharon un poco. —Sólo por deporte. —¿Eres tú … parcialmente humana, al menos? —No de las maneras que cuentan. Cierto, porque las otras partes… Fae, Valg… Era la sangre Valg que había dado forma a las brujas, El mismo príncipe que se había infestado, compartió sangre con ella. Desde el negro hoyo de su memoria, imágenes y palabras se deslizaban fuera, de ese príncipe viendo los ojos dorados con los que Dorian se encontró, chillándole para que escapara… Los ojos de los reyes Valg. Él dijo cuidadosamente: —¿Por lo que te podrías considerar a ti misma más Valg que humana, entonces? —Los Valg son mis enemigos, Erawan es mi enemigo. —¿Y eso nos hace ser aliados? Ella no reveló alguna indicación de cualquier manera. —¿Hay alguna mujer joven en tu grupo llamada Elide? —No —¿Quién demonios era?—. No hemos hallado nunca a nadie con ese nombre. Manon cerró sus ojos por un latido de corazón. Su delgada garganta subió y bajó. —¿Has oído noticias de mis Trece? —Tú eres la primera jinete y wyvern que hemos visto en semanas —él pensó por qué ella lo había preguntado, por qué se encontraba demasiado quieta—. No sabes si ellas están vivas. Y con esas virutas de hierro en su barriga… La voz de Manon era plana y fría como la muerte.


—Cuéntale a Aelin Galathynius que no se tome la molestia de usarme para negociaciones. La Matrona Blackbeak no me reconocerá, como heredera o bruja, y lo único que conseguirán es revelar su ubicación precisa. Su magia parpadeó. —¿Qué pasó después de Rifthold? Manon estaba echada hacia abajo, inclinando su cabeza lejos de él. La espuma de la portilla abierta cayó en su cabello blanco y lo fijó brillando en la sombría cabina. —Todo tiene un precio. Y esas palabras, el hecho de que la bruja hubiese volteado su cara y luciera como si esperara que la muerte la reclamara, fue lo que lo hizo canturrear: —Una vez te dije que me encontrarías otra vez, parece que no podías esperar a ver mi guapo rostro. Sus hombros se pusieron algo tensos. —Estoy hambrienta. Él sonrió lentamente. Como si ella hubiese escuchado esa sonrisa, Manon le lanzó una mirada asesina. —Comida. Pero ahí había todavía un borde, un demasiado frágil borde describiendo cada línea de su cuerpo. Cualquier cosa que hubiese sucedido, cualquier cosa que ella hubiese padecido… Dorian cubrió con su largo brazo la espalda de su silla. —Está viniendo en pocos minutos. Odiaría para ti el que te consumieras en nada. Eso sería una lástima porque perdería a la más bonita mujer en el mundo demasiado rápido en su inmortal y retorcida vida. —No soy una mujer —fue todo lo que ella dijo. Pero ese caliente temperamento golpeó esos líquidos ojos dorados. Él le dio un perezoso encogimiento de hombros, quizá sólo porque ella estaba atada con cadenas, quizá porque, aunque la muerte que ella emitía le entusiasmó, no sentía un tirón de miedo. —Bruja, mujer… siempre y cuando las partes que lo formen estén ahí, ¿qué diferencia hace? Ella se reposó sobre la posición en la que estaba sentada, la incredulidad y la furia en su perfecto rostro. Ella mostró sus dientes en un silencioso gruñido. Dorian le ofreció una perezosa sonrisa de vuelta. —Lo creas o no, este barco tiene un antinatural número de atractivos hombres y mujeres a bordo.


Tú encajarás. Y encajarás con los cascarrabias inmortales, supongo. Ella vio hacia la puerta momentos antes de que él escuchase pisadas acercándose. Ellas eran silenciosas hasta que el pomo se volteó, revelando el ceñudo rostro de Aedion. —Despierta y lista para arrancar las gargantas, parece —el general dijo a modo de saludo. Dorian se levantó, cogiendo la bandeja de lo que parecía ser pez cocido para él. Se preguntó si debería examinarlo por veneno debido a la mirada que Aedion le estaba dando a Manon. Ella miró con furia directa de regreso hacia el guerrero de cabello rubio. Aedion dijo: —Te habría disparado a ti y a tu pequeño animal wyvern para limpiar el cielo si me hubiesen dado mi oportunidad. Estate agradecida de que mi reina te encuentra más útil viva. Acto seguido se marchó. Dorian puso la bandeja dentro del alcance de Manon y miró el olisqueo hacia él. Ella dio un lento y cuidadoso bocado, como si dejara que se deslizara por su garganta a su curado vientre y veía cómo se asentaba ahí. Como si ciertamente lo hubiera examinado por veneno. Mientras ella esperaba, Manon dijo: —¿No das órdenes en este barco? Fue un esfuerzo enfocado en no erizarse. —Tú conoces mis circunstancias. Ahora estoy a la misericordia de mis amigos. —¿Y la Reina de Terrasen es tu amiga? —No hay nadie más que quisiese guardando mi espalda —otro sería Chaol, pero… no había un propósito en pensar en él, en echarlo de menos. Manon finalmente dio otro bocado de su pez cocido. Después otro. Y otro. Y él se dio cuenta de que ella estaba evitando hablar con él. Lo suficiente para que él preguntara: —Fue tu abuela quien te hizo eso, ¿cierto? Su cuchara se inmovilizó en medio del bol de madera de patatas fritas. Lentamente, ella volteó su rostro hacia él. Ilegible, un rostro escrito de pesadillas y fantasías de medianoche. —Lo siento —admitió él—, si el costo de salvarme ese día en Rifthold era… era éste. —Descubre si mis Trece están vivas, principito. Haz eso, y yo soy tuya para que me órdenes. —¿Dónde las viste por última vez? Nada. Ella tragó otra cucharada.


Él la presionó: —¿Ellas estuvieron presentes cuando tu abuela te hizo esto? Sus hombros se curvaron un poco, y ella se sirvió otra cucharada del turbio líquido pero no lo sorbió. —El costo de Rifthold fue la vida de mi Segunda. Me rehusé a pagarlo. Por lo que le compré a mis Trece el tiempo para correr. El momento en el que empuñe mi espada hacia mi abuela, mi título, mi legión, estuvo perdido. Perdí a las Trece mientras huía. Desconozco si están vivas, o si han sido cazadas —sus ojos se cerraron de golpe para él, brillantes más que el vapor de su cocido—. Encuéntralas para mí. Entérate si ellas viven o si han retornado hasta la Oscuridad. —Estamos en el medio del océano. Aquí no habrán noticias de nada por un tiempo. Ella volvió a comer. —Ellas son todo lo que he perdido. —Entonces supongo que tú y yo somos dos herederos sin coronas. Un bufido sin humor. Su cabello blanco se movió con la brisa del mar. Dorian se levantó y caminó hacia la puerta. —Haré lo que pueda. —Y, Elide. Otra vez, ese nombre. —¿Quién es ella? Pero Manon estaba de vuelta con su cocido. —Sólo cuéntale a Aelin Galathynius que Elide Lochan está viva, y está buscándola.

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La conversación con el rey le arrebató todo de ella. Una vez que la comida estaba en su vientre, una vez que ella bebió más agua, Manon se echó en la cama y durmió. Y durmió. Y durmió.


La puerta se abrió de golpe en un punto, y ella tuvo el vago recuerdo de la Reina de Terrasen, después de su general príncipe, ordenando respuestas sobre algo. Elide, quizá. Pero Manon había yacido ahí, medio despierta, reticente de pensar o hablar. Se preguntó si querría haber parado de respirar, si su cuerpo no lo hubiese hecho por su cuenta. No se había percatado de lo imposible que era la supervivencia de las Trece hasta que prácticamente le rogó a Dorian Havilliard encontrarlas por ella. Hasta que ella se hubiera encontrado a si misma lo suficientemente desesperada para vender su espada por alguna noticia de ellas. Si ellas quisieran servirla después de todo. Una Blackbeak, y una Crochan. Y sus padres… asesinados por su abuela. Ellos habían prometido un mundo de paz a una niña. Y ella había dejado que su abuela la puliera en una niña para la guerra. Los pensamientos giraban y se arremolinaban, debilitando su fuerza, silenciando colores y sonidos. Se despertaba y hacia sus necesidades cuando necesariamente podía, comía cuando la comida faltaba, pero ella permitía que ese pesado, sin sentido dormir la arraigase. A veces, Manon soñaba que estaba en esa habitación en el Omega, su media hermana de sangre en sus brazos y su boca. A veces, se quedaba de pie al lado de su abuela, una bruja completamente crecida y no la brujita que había sido en este tiempo, y ayudaba a la Matrona a cortar en pedacitos a un guapo, barbudo hombre quien rogaba por su vida, la vida de sus hijos. A veces, ella volaba por encima de una exuberante tierra verde, la canción de un viento de occidente cantando su casa. A menudo, el sueño era que un enorme gato, pálido y manchado como la vieja nieve en el granito, se sentaba en la cabina con ella, su larga cola balanceándose de regreso y lejos cuando éste se daba cuenta de su vidriada atención. A veces, era un sonriente lobo blanco. O un tranquilo león de la montaña con ojos dorados. Manon deseaba que ellos pusieran sus mandíbulas alrededor de su garganta y la estrujasen. Nunca lo hicieron. Así que Manon Blackbeak dormía. Y por lo tanto soñaba. Así que Manon Blackbeak durmió. Así que soñó.


Capítulo 43 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Lorcan aún se preguntaba qué demonios estaba haciendo tres días después. Habían dejado las llanuras de ese pueblo muy atrás, pero el terror de esa noche caía sobre las caravanas del carnaval como una gruesa sábana con cada kilómetro que los vagones recorrían en el camino. Los otros no se habían molestado en saber cómo, exactamente, habían sobrevivido a los ilken, no se habían dado cuenta de que los ilken eran casi imposibles de matar, y ningún mero mortal hubiera podido matar a uno, mucho menos a cuatro. Nik y Ombriel les dieron a él y a Elide un amplio espacio, y sólo cuando descubría sus cautelosas y vigilantes miradas en las cenas en la fogata cada noche le revelaron que aún estaban tratando de unir cabos sobre quién y qué él era. Elide se mantuvo muy lejos de él, también. No habían tenido la oportunidad de poner sus tiendas de campaña usuales debido a que huían muy deprisa, pero esa noche, a salvo dentro de las murallas en las pequeñas planicies de un pueblo, habían compartido un cuarto en una posada barata que Molly había pagado de mala gana. No era difícil vigilar a Elide mientras observaba el pueblo, luego la posada, con esos ojos penetrantes, esos destellos de sorpresa y confusión que a veces pasaban por su rostro. Usó un poco de su magia para mantener su pie estable. Ella nunca habló de ello. Y algunas veces esa oscura y vil magia de él pasaría suave contra lo que fuera que ella cargaba, el regalo de una mujer moribunda a una asesina impulsiva, y retrocedía. Lorcan no había presionado para verlo desde aquella noche, aunque había pasado una gran cantidad de tiempo contemplando lo que podía haber salido de Morath. Collares y anillos eran sus primeras ideas. Whitethorn y la perra de la reina no tenían idea de los ilken, tal vez ni de la mayoría de los horrores que Elide había compartido con él. Él se preguntaba qué haría con esas criaturas una pared de fuego salvaje, y si los ilken estaban de alguna forma entrenando contra el arsenal de Aelin Galathynius. Si Erawan era inteligente, él tendría algo en mente. Mientras los otros caminaban hacia la posaba destartalada en busca de comida y descanso, Elide le informó a Molly que iría a una caminata alrededor del río, y se dirigió hacia las calles de guijarros. Y aunque su estómago estaba gruñendo, Lorcan la siguió, como un esposo deseando cuidar a su hermosa esposa en un pueblo que había visto mejores días… décadas. Sin duda por causa de las incesantes construcciones de caminos por Adarlan alrededor del continente y el hecho de que este pueblo había quedado muy lejos de cualquier arteria a través de las tierras.


La tormenta que él podía sentir viniendo desde el horizonte retumbaba hacia el pueblo de piedra, la luz cambiando de dorada a plata. En cuestión de minutos, la leve humedad que había se fue por una barrida de bienvenida frescura. Lorcan le dio a Elide una distancia de tres cuadras antes de que fuera hacia ella para decirle: —Va a llover. Ella le dio una leve mirada. —Sé lo que una tormenta significa. El pueblo amurallado había sido construido en un lado de un río pequeño y medio olvidado. Vieja agua, peces, y madera podrida aparecieron antes de que las aguas fangosas y serenas lo hicieran, y era precisamente en la orilla del muelle del río que Elide hizo una pausa. —¿Qué estás buscando? —le pregunto él al fin, un ojo en los oscuros cielos. Los trabajadores del muelle, los marineros, y mercaderes, monitoreaban las nubes, también, mientras se movían aprisa por ello. Algunos se apresuraban a amarrar las barcazas grandes y de panza plana, asegurando los suaves remos que usaban para navegar en el río. Él había visto un reino, quizás hacia trescientos años, que dependía de barcazas para llevar sus bienes de un extremo a otro. Su nombre se le escapaba, perdido en las catacumbas de su memoria. Lorcan se preguntaba si aún existiría, escondido en lo lejos entre dos cordilleras en el otro lado del mundo. Los brillantes ojos de Elide siguieron a un grupo de hombres bien vestidos dirigiéndose hacia lo que parecía ser una taberna. —Las tormentas significan albergue —murmuró—. Un refugio significa estar atorado adentro sin nada qué hacer más que hablar. Hablar significa noticias sobre mercaderes y marineros sobre el resto de la tierra —esos ojos cortaron sobre él, un humor seco danzando desde ahí—. Eso es lo que significa una tormenta. Lorcan parpadeó mientras ella seguía a esos hombres quienes habían entrado en la taberna bajo el muelle. Las primeras gotas gordas de la tormenta comenzaron a caer en los adoquines del muelle. Lorcan siguió a Elide dentro de la taberna, parte de él admitiendo que en todos sus quinientos años de supervivencia y matanza y servicio, nunca había encontrado a alguien tan… indiferente hacia él. Incluso esa maldita de Aelin tenía una idea de la amenaza que él poseía. Tal vez vivir con monstruos le había arrancado cualquier tipo de miedo adecuado hacia ellos. Se preguntaba cómo Elide no se había convertido en uno en el proceso. Lorcan tomó los detalles de la bodega por instinto y entrenamiento, más no encontró nada que valiera la pena revisar dos veces. El hedor del lugar, cuerpos sucios sin bañar, orina, moho, lana húmeda, amenazaban con sofocarlo. Pero en el lapso de unos momentos, Elide había agarrado una mesa cerca de un grupo de esas personas en el muelle y ordenó dos tarros de cerveza y lo que fuera que tuvieran de comida del día. Lorcan se deslizó en una de las sillas de madera al lado de ella, preguntándose si la maldita cosa colapsaría cuando crujió. Relámpagos sonaban afuera, y todos los ojos se giraron hacia las ventanas con vista al muelle. La lluvia cayó después de ello, haciendo que las barcazas se menearan y


balancearan. Comida cayó frente a ellos, los tazones traqueteando y enviando salpicaduras del pegajoso estofado sobre la mesa astillada. Elide no hizo ni poco en mirarlo, o tocar las cervezas que fueron puestas frente a ellos con la misma indiferencia, mientras escaneaba el lugar. —Bebe —le ordenó ella. Lorcan se debatió en si decirle que ella no le daba órdenes, pero… le gustaba ver a esta pequeña y refinada criatura en acción. Le gustaba verla observar un cuarto de extraños y seleccionar a su presa. Porque era una cacería, para la mejor y más segura fuente de información. Hacia una persona que no reportaría a una guarnición del pueblo aún bajo el control de Adarlan que una mujer de pelo oscuro estaba preguntando cosas sobre las fuerzas enemigas. Por lo que Lorcan bebió y la observó mientras ella observaba a otros. Tantos pensamientos calculadores bajo ese pálido rostro, tantas mentiras a salir de esos labios rosados. Parte de él se preguntaba si su reina la encontraría útil, si Maeve se daría cuenta que quizás fue la misma Anneith quien le enseñó a la niña a mirar, escuchar, y mentir. Parte de él temía la idea de Elide en las manos de Maeve. En lo que se convertiría. Lo que Maeve le pediría hacer como una espía o cortesana. Tal vez era mejor que Elide fuera mortal, y su vida tan corta para que a Maeve no le importara perfeccionarla en posiblemente su centinela más cruel. Estaba tan ocupado en pensar sobre ello que casi no se dio cuenta de Elide se inclinó hacia atrás casualmente en su silla e interrumpió en la mesa de mercaderes y capitanes detrás de ella. —¿Qué quieres decir con que Rifthold ha caído? Lorcan se puso firme. Pero ellos habían escuchado la noticia hacía semanas. El capitán más cerca de ellos, una mujer en sus treintas, observó a Elide, luego a Lorcan, y entonces dijo: —Bueno, no ha caído, pero… las brujas ahora lo controlan, bajo el mando del Duque Perrington. Dorian Havilliard ha sido destituido. Elide, esa mugre mentirosa, hizo un gesto de completa sorpresa. —Hemos estado lejos de estas tierras por semanas. ¿Dorian Havilliard está muerto? —murmuró las palabras, como si estuviera horrorizada, como evitando ser escuchada. Otra persona en la mesa, un anciano de barba larga, dijo: —Nunca encontraron su cuerpo, pero si el duque está declarando que él ya no es el rey, asumo que está vivo. No tiene caso hacer proclamaciones sobre un hombre muerto. Los truenos sacudieron la taberna, casi ahogando sus susurros cuando ella dijo: —¿Habrá… habrá ido al Norte? ¿Hacia… ella?


Ellos sabían exactamente a quién se refería Elide. Y Lorcan sabía exactamente porque ella había venido aquí. Ella se iba a ir. Mañana, cuando fuera que el carnaval terminara. Lo más seguro es que ella contrataría a uno de estos botes para llevarla hacia el norte, y él… entonces él iría al sur. A Morath. Sus compañeros intercambiaron miradas, pesando la apariencia de la joven mujer, y de Lorcan. Intentó sonreír, para lucir blando y no una amenaza. Ninguno de ellos le regresó la mirada, aunque debió haber hecho algo bien, porque el hombre de la barba dijo —Ella no está en el Norte. Fue el turno de Elide de quedarse quieta. El hombre de la barba continuó: —Hay un rumor, de que ella estaba en Ilium, venciendo a ejércitos. Luego dijeron que estuvo en Bahía de la Calavera la semana pasada, haciendo todo un infierno. Ahora ella zarpó a otro lado, algunos dicen que a Wendlyn, algunos dicen que a Eyllwe, algunos que huyó al otro lado del mundo. Pero ella no está en el Norte. No lo estará por un tiempo, por lo que parece. No es inteligente el dejar tu hogar indefenso, si me lo preguntas. Pero ella apenas es una mujer; ella no puede saber mucho de la guerra después de todo. Lorcan dudaba eso, y dudaba que la perra no hiciera un movimiento sin Whitethorn o el hijo de Gavriel interfiriendo. Pero Elide dejó escapar un vibrante suspiro. —¿Por qué dejar Terrasen para empezar? —¿Quién sabe? —la mujer volvió a su comida y compañía—. Parece que la reina tiene un hábito de aparecer donde menos se le espera, desatando caos, y desaparecer de nuevo. Hay buen dinero en la mesa apostado sobre dónde aparecerá de nuevo. Yo digo Banjali, de Eyllwe, Vross dice que en Varese, de Wendlyn. —¿Por qué Eyllwe? —presionó Elide. —Ni idea, sería una tonta si anuncia sus planes —la mujer le dio una mirada firme como si dijera que guardara silencio sobre ello. Elide volvió a su comida y cerveza, la lluvia y truenos ahogando el ruido en el lugar. Lorcan la miró beberse todo el tarro en silencio. Y cuando se veía menos sospechosa, se levantó y se fue. Elide fue a otras dos tabernas en el pueblo, siguiendo exactamente el mismo patrón. Las noticias cambiaban un poco con cada encuentro, pero la historia general era que Aelin se estaba moviendo, tal vez al sur o al este, y nadie sabía qué esperar. Elide salió de la tercera taberna, con Lorcan sobre sus talones. No habían hablado ni una vez desde que entró en la primera taberna. Él había estado muy perdido en el contemplar cómo sería el volver


a viajar de repente por su cuenta. El dejarla… y no volver a verla. Y ahora, de pie en la lluvia y los truenos, Elide le dijo: —Se suponía que iría al norte. Lorcan se encontró a sí mismo no queriendo confirmarle ni objetar. Como un tonto inútil, se encontró a sí mismo… dudando si empujarla de vuelta a su destino original. Ella bajó su mirada, agua y luz dando un tono dorado a sus mejillas. —¿A dónde me dirijo ahora? ¿Cómo la encuentro? Él se atrevió a decir —¿Qué dedujiste de los rumores? —él había analizado cada pedazo de información, pero quería ver a esa ingeniosa mente trabajar. Y una pequeña parte de él quería ver qué decidiría ella sobre sus caminos separados, también. Elide dijo suavemente: —Banjali, en Eyllwe. Creo que ella se dirige a Banjali. Lorcan intentó no verse tan aliviado. Había llegado a la misma conclusión, si sólo porque era lo que Whitethorn hubiera hecho, y él había entrenado al príncipe por unas cuantas décadas. Ella se talló su rostro. —¿Qué tan… qué tan lejos está? —Lejos. Ella bajó sus manos, sus rasgos rígidos y blancos huesos. —¿Cómo llegó allá? ¿Cómo…? —ella se sobó su pecho. —Puedo conseguirte un mapa —se encontró a sí mismo diciendo. Sólo para ver si ella le preguntaría si se podía quedar. Su garganta tembló, y ella sacudió su cabeza, su cabello negro agitándose. —No sería de uso alguno. —Los mapas siempre son útiles. —No si no puedes leer. Lorcan parpadeó, preguntándose si había escuchado bien. Pero rubor manchó sus pálidas mejillas, y ahí había verdadera vergüenza y desesperación, acumulándose en sus oscuros ojos.


—Pero tú… —no le había habido oportunidad alguna para ello estas semanas, se dio cuenta, ninguna oportunidad donde ella pudo haberlo revelado. —Aprendí lo esencial, pero cuando, cuando todo pasó —dijo ella—, y fui puesta en esa torre… mi niñera era analfabeta. Así que nunca aprendí más. Por lo que olvidé lo que ya sabía. Él se preguntó si se hubiera dado cuenta si ella no se lo hubiera dicho. —Pues parece que has sobrevivido sorprendentemente sin ello. Habló sin consideración, pero pareció ser lo correcto a decir. Las esquinas de sus labios se levantaron. —Supongo que sí, lo he hecho —dijo ella. La magia de Lorcan llegó hacia la guarida antes de que los escuchara o sintiera. Se deslizaron con sus espadas, armas rudimentarias, medio oxidadas, y luego se hundieron en su miedo creciente y emoción, quizás una gota de sed de sangre. No era bueno. No cuando se dirigían hacia ellos. Lorcan cortó la distancia entre él y Elide. —Parece que nuestros amigos del carnaval quisieron conseguir de manera fácil una moneda de plata. La impotente desesperación de su rostro se cambió a unos ojos bien abiertos en alerta. —¿Se acercan los guardias? Lorcan asintió, los pasos lo suficientemente cerca para él como para contar cuántos se aproximaban de la guarida en el centro del pueblo, sin duda buscando atraparlos entre sus espadas y el río. Si él fuera del tipo de persona que apuesta echaría uno a la suerte hacia que los dos puentes que abarcaban el río, a diez cuadras hacia cada lado de ellos, estaban ya llenos de guardias. —Tienes dos opciones —le dijo—. O puedo terminar esto aquí, y volver a la posada para saber si Nik y Ombriel querían deshacerse de nosotros… —la boca de Elide se apretó, y él sabía su respuesta antes de que le dijera la otra opción—. O nos podemos subir en una de esas barcazas y largarnos de aquí. —La segunda —respiró. —Bien —fue su única respuesta mientras apretaba la mano de Elide y tiraba de ella hacia adelante. Incluso con su poder apoyando su pierna, ella era muy lenta– —Sólo hazlo —le cortó. Por lo que Lorcan tiró de ella sobre un hombro, tomando su hacha con la otra mano, y corrió hacia el agua.


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Elide rebotaba y se golpeaba con el ancho hombro de Lorcan, estirando su cabeza lo suficiente para mirar la calle detrás de ellos. No había señal de los guardias, pero… esa pequeña voz la cual en ocasiones le susurraba en su oído ahora le insistía y rogaba que se fuera. Que saliera de aquí. —Las puertas en la entrada de la ciudad —suspiró ella mientras músculo y hueso golpeaban su vientre—, estarán ahí también. —Déjamelos a mí. Elide intentó no imaginar a qué se refería, pero entonces ya estaban en los muelles, Lorcan corriendo hacia las barcazas, bajando veloz las escaleras y hacia el largo muelle de madera. El barco era más pequeño que los otros, su cámara de un solo cuarto en el centro pintada con verde brillante. Vacía, salvo por unas cuantas cajas de carga en la proa. Lorcan guardó su hacha, y Elide se agarró de su hombro, dedos cavando en su músculo, mientras la colocaba en la parte alta del borde del barco y sobre los tablones de madera. Ella tropezó un paso mientras sus piernas se ajustaban al meneo del río, pero… Lorcan ya estaba girando hacia el hombre delgado quien se disparó como cañón hacia ellos, con un cuchillo afuera. —Ese es mi bote —bramó. Se dio cuenta con quién, exactamente, iba a pelear mientras llegaba de las escaleras de madera y hacia el muelle y viendo el tamaño de Lorcan, el hacha y la espada ahora en las manos del soldado, y la expresión de una muerte segura en su rostro. Lorcan dijo simplemente: —Es nuestro bote ahora. El hombre miró entre ellos. —Ustedes… no podrán pasar los puentes o las murallas de la ciudad… Momentos. Tenía unos pocos momentos antes de que los guardias llegaran– Lorcan le dijo al hombre: —Entra. Ahora. El hombre comenzó a retroceder. Elide puso una mano en la parte amplia del bote y dijo con calma:


—Él te matará antes de que subas las escaleras. Sácanos de la ciudad, y te juro que te liberaremos una vez estemos seguros. —Rebanarás mi garganta para entonces, tan bien como lo harías ahora —el hombre dijo, tragando aire. En efecto, el hacha de Lorcan se meneó de una forma que ella había aprendido significaba que estaba a punto de lanzarla. —Te pido que lo reconsideres —le dijo Elide. La muñeca de Lorcan se giró aún más. Lo haría, mataría a este hombre inocente, sólo para sacarlos de aquí– El hombre soltó el mango de su cuchillo, y lo guardó en la vaina a su lado. —Hay una curva en el río pasando el pueblo. Bájame ahí. Eso era todo lo que Elide necesitaba oír mientras el hombre se apresuraba entre ellos, desatando sogas y saltando hacia el bote con la gracia de alguien que lo había hecho mil veces. Él y Lorcan agarraron los palos para empujar el barco hacia el río, y tan pronto estuvieron en la marcha, Lorcan siseó: —Si nos traicionas, estarás muerto antes de que los guardias puedan siquiera abordar —el hombre asintió, ahora orientándolos hacia la salida este del pueblo, mientras Lorcan llevaba a Elide al interior de la cabina. El interior de la cabina estaba alineado con ventanas, todas lo suficientemente limpias para saber que el hombre le tenía afecto a su bote. Lorcan medio la aventó debajo de una mesa en el centro de la habitación, la tela bordada cubriéndola como un escudo de todo excepto sonidos: los pasos de Lorcan volviéndose silenciosos, aunque ella podía sentirlo tomar un lugar escondido para monitorear los movimientos desde la cabina; el patrón de la lluvia en el techo; el golpeteo del remo mientras ocasionalmente golpeaba en el lado de la barcaza. Su cuerpo pronto comenzó a temblar por estar tan quieta y callada. ¿Sería esta su vida para el futuro a venir? ¿Siendo cazada y perseguida a través del mundo? Y encontrar a Aelin… ¿Cómo lo iba a hacer? Ella podía regresar a Terrasen, pero no sabía quién gobernaba en Orynth. Si Aelin no había tomado de vuelta su trono… tal vez era un silencioso mensaje de que el peligro estaba ahí. Que no todo estaba bien en Terrasen. Pero el ir a Eyllwe por una suposición… de todos los rumores que Elide había escuchado en las últimas dos horas, esa decisión del capitán había sido la más sabia. El mundo parecía estar quieto con una silenciosa tensión, con una onda de miedo. Pero entonces la voz del hombre sonó de nuevo, y el metal crujió, una puerta. Las puertas de la ciudad.


Ella se quedó bajo la mesa, contando su respiración, pensando a través de todo lo que podía escuchar. Ella dudaba que el carnaval los hubiera pasado por alto. Y apostaba todo el dinero de su bota que Nik y Ombriel habían sido los que los delataron ante los guardias, decidiendo que ella y Lorcan eran una amenaza, especialmente con los ilken cazándola. Se preguntaba si Molly lo había sabido desde un principio, desde su primera reunión, que eran mentirosos y había dejado que Nik y Ombriel los vendieran cuando la recompensa era demasiado buena para pasarla por alto, el costo de la lealtad muy grande. Elide suspiró por la nariz. Un chapoteo sonó, pero el barco siguió navegando. Al menos se había traído consigo la piedra, aunque extrañaba sus ropas, aunque estuvieran en mal estado. Estas prendas estaban creciendo más en el calor, y si iban a Eyllwe, estarían sofocantes… Los pasos de Lorcan sonaron. —Sal. Estremeciéndose por su tobillo ladrando de dolor, ella gateó de debajo de la mesa y se asomó. —¿No hay problema? Lorcan sacudió su cabeza. Estaba empapado con lluvia o agua de río. Ella miró al lado de él hacia donde el hombre estaba conduciendo el barco. No había nadie ahí… o en la parte trasera del bote. —Él nadó de vuelta en la curva —le explicó Lorcan. Elide dejó salir un respiro. —Pudo bien correr al pueblo y avisarles. No tomará mucho tiempo para que nos alcancen. —Nos haremos cargo de ello —dijo Lorcan, dándose la vuelta. Muy rápido. Evitando su mirada muy aprisa– Ella miró el agua, y vio las manchas en las mangas de su camiseta. Como… como si se hubiera lavado las manos muy deprisa, torpemente. Ella miró hacia el hacha al lado de él mientras salía de la cabina. —Lo mataste, ¿verdad? —eso había sido el chapoteo en el río. Un cuerpo siendo aventado por la borda. Lorcan se detuvo. Y miró sobre su hombro. No había nada humano en sus oscuros ojos. —Si quieres sobrevivir, tendrás que estar dispuesta a hacer lo que sea necesario. —Pudo haber tenido una familia que dependía de él —ella no había visto un anillo de bodas, pero no significaba nada. —Nik y Ombriel no nos dieron esa consideración cuando nos reportaron en la guarida —miró en


la cubierta, y ella corrió hacia él. Árboles frondosos se alineaban en el río, un escudo viviente alrededor de ellos. Y ahí… había una mancha en los tablones, brillante y oscura. Su estómago se revolvió. —Planeabas mentirme respecto a ello —ella se enfureció—, pero ¿cómo ibas a explicar eso? Un encogimiento de hombros. Lorcan tomó el remo y se movió con una fluida gracia al lado de la barcaza, donde los empujó lejos de un banco de arena aproximándose. Él había matado al hombre– —Le juré dejarlo ir. —Tú lo juraste, no yo. Sus dedos de tornaron puños. Y esa cosa, esa piedra, envuelta en ese pedazo de tela dentro de su chaqueta comenzó a agitarse. Lorcan se enderezó, agarrando firme el remo en sus manos. —¿Qué es eso? —dijo suavemente. Ella se mantuvo firme. Ni loca retrocedería ante él, ni loca le permitiría intimidarla, superarla, matar gente para que pudieran escapar… —Qué. Es. Eso. Ella se negó a hablar, a siquiera tocar ese bulto en su bolsillo. Temblaba y gruñía, como una bestia abriendo un ojo, pero ella no se atrevió a alcanzarlo, siquiera el reconocer esa extraña presencia de otro mundo. Los ojos de Lorcan se abrieron ligeramente, y entonces dejó el remo a un lado y caminó hacia la cubierta y hacia dentro de la cabina. Ella se retuvo en el borde, insegura de si seguirlo o tal vez saltar al agua y nadar a la costa, pero… Hubo un ruido sordo de metal sobre metal, como si algo hubiera sido abierto, y luego… El grito de Lorcan sacudió el bote, el río, los árboles. Aves de largas patas salieron volando, Entonces Lorcan abrió la puerta, tan violentamente que casi la arranca de las bisagras, y aventó lo que parecía ser los restos de un amuleto roto hacia el río. O eso intentó. Lorcan lo aventó tan fuerte que rebotó en el río y se estrelló en un árbol, perforando un trozo de madera. Él se giró, y la ira de Elide trastabilló un paso ante la abrasadora ira alterando sus rasgos. Él la asechó, tomando el remo como evitando el querer estrangularla, y le dijo —¿Qué es eso que cargas? Y la demanda, la violencia y el derecho y la arrogancia, la tuvieron viendo rojo a ella, también. Por


lo que Elide le dijo con una calma mortal: —¿Por qué no simplemente me rebanas la garganta y lo averiguas? Las fosas nasales de Lorcan se ensancharon. —Si tienes un problema conmigo por matar a alguien que apestaba a traición apenas tuviera un momento para hacerlo, entonces vas a amar a tu reina. Por un tiempo, él deducía que la conocía, que la conocía lo suficiente para llamarla de horribles formas, pero– —¿Qué quieres decir? Lorcan, por los dioses, se miraba como si al fin su temperamento se hubiera desatado mientras decía —Celaena Sardothien es una asesina de diecinueve años, quien se hace llamar a sí misma la mejor en el mundo —un bufido—. Ella ha matado y se ha deleitado y comprado su camino por la vida y en ningún momento se ha disculpado por ello. Se glorifica en ello. Y entonces esta primavera, uno de mis centinelas, el Príncipe Rowan Whitethorn, tuvo la tarea de encargarse de ella cuando llegó a las costas de Wendlyn. Resulta, que se enamoró de ella en su lugar, y ella de él. Resulta, que lo que fuera que estaban haciendo en las Montañas Cambrias le hicieron dejar de llamarse Celaena y empezar a usar su verdadero nombre de nuevo —una sonrisa brutal—. Aelin Galathynius. Elide apenas podía sentir su cuerpo. —¿Qué? —fue lo único que pudo articular. —¿Tu reina escupe fuego? Es una maldita asesina. Entrenada para ser una asesina desde el momento que tu madre murió defendiéndola. Entrenada para ser no más que el hombre que masacró a tu madre y a tu familia. Elide sacudió su cabeza, sus manos aflojándose. —¿Qué? —dijo de nuevo. Lorcan rió sin ganas. —Mientras estabas encerrada en esa torre por diez años, ella se complacía con las riquezas de Rifthold, mimada y protegida por su maestro, el Rey de los Asesinos, a quien ella mató a sangre fría esta primavera. Por lo que encontrarás que tu salvadora perdida es un poco mejor que yo. Encontrarás que ella hubiera matado a ese hombre de la misma forma que yo, y tenía tan poca tolerancia de tus quejidos como yo. Aelin… una asesina. Aelin, la misma persona a quien tenía que entregarle la piedra… —Tú lo sabías —dijo ella—. Todo este tiempo que hemos estado juntos, sabías que estaba buscando a la misma persona.


—Te dije que encontrar a una sería encontrar a la otra. —Tú lo sabías, y no me dijiste, ¿por qué? —Aún no me has dicho tus secretos, no veo porque debo decirte los míos tampoco. Ella apretó sus ojos en silencio, intentando ignorar la mancha oscura en la madera, intentando calmar la furia de sus palabras y sellar ese agujero que se había abierto bajo sus pies. ¿Qué había estado en ese amuleto? ¿Por qué había gruñido y–? —Tu pequeña reina —se mofó Lorcan— es una asesina, y una ladrona, y una mentirosa. Así que si vas a llamarme tales cosas, entonces prepárate para restregárselas a ella también. Su piel estaba tan rígida, sus huesos tan frágiles para soportar la ira que había tomado control. Ella buscó por las palabras correctas para herirlo, lastimarlo, como si estas fueran puñados de rocas que ella podía lanzar a la cabeza de Lorcan. —Estaba equivocada —siseó Elide—, dije que tú y yo nos parecíamos, que no teníamos familia, o amigos. Pero yo tengo nada porque la tierra y las consecuencias me separaron de ellas. Tú tienes nada porque nadie puede digerir el estar contigo —ella intentó… y lo logró, si la ira que destellaba en sus ojos era cualquier indicio, mirar del suelo a él, incluso con él siendo más alto—, y ¿sabes cuál es la mayor mentira que le dices a todos, Lorcan? Que lo prefieres así. Pero ¿lo que yo he escuchado, cuando despotricaste sobre la perra de mi reina? Todo lo que escuchaba eran las palabras de alguien que está muy, pero muy celoso, y solo, y patético. Todo lo que escuché fueron las palabras de alguien que vio a Aelin y al Príncipe Rowan enamorarse y se resintió por su felicidad, porque tú eres tan infeliz —no podía detener las palabras una vez empezaron a salir—. Así que llama a Aelin una asesina y ladrona y mentirosa. Llámala una reina perra y una escupe fuego. Pero discúlpame si yo lo veo por mí misma para ser el juez de esas cosas cuando la vea. Lo cual haré —apuntó hacia el río fangoso fluyendo alrededor de ellos—. Voy a ir a Eyllwe. Llévame a la costa, y me lavaré las manos de ti tan fácil como te lavaste las manos de ese hombre. Lorcan la miró, mostrando sus dientes lo suficiente para enseñar esos alargados colmillos. Pero a ella no le importó su linaje Fae, o su edad, o su habilidad para matar. Después de un momento, él volvió a empujar con el remo contra el fondo del río, no para llevarlos a la costa, sino para guiarlos hacia enfrente. —¿No escuchaste lo que dije? Llévame a la costa. —No. Su ira venció cualquier tipo de sentido común, cualquier advertencia de Anneith mientras ella se lanzaba hacia él. —¿No? Él dejó que el remo halara el agua y giró su mirada hacia ella. Ninguna emoción, ni siquiera ira rondaba por ahí.


—El río se desvió hacia al sur desde hace dos millas. Por el mapa en la cabina, podemos tomarlo todo derecho por el sur, y luego encontrar la ruta más rápida a Banjali —ella se quitó la lluvia de su goteante frente mientras Lorcan se acercaba a ella lo suficiente para compartir el aliento—. Resulta, que ahora yo también tengo asuntos pendientes con Aelin Galathynius, también. Felicidades, Señorita. Te acabas de conseguir un guía a Eyllwe. Una luz fría y asesina estaba en los ojos de Lorcan, mientras ella se preguntaba de qué demonios estaba hablando. Pero esos ojos se sumergieron en sus labios, apretados firmes por su ira. Y una parte de ella que no tenía nada que ver con miedo se quedó quieta ante la atención, incluso si otras partes de ella se derritieron un poco. Los ojos de Lorcan al fin encontraron los suyos, y su voz fue como un rugido de medianoche mientras le decía —Hasta donde a todos les concierne, aun eres mi esposa. Elide no objetó, incluso mientras caminaba de vuelta a la cabina, la insufrible magia de él ayudando su cojera, y cerraba de un portazo tan fuerte que el vidrio se sacudió.

l

Las nubes de tormenta se desvanecieron para revelar una noche bañada de estrellas y una luna lo suficientemente brillante para que Lorcan navegara por el estrello y durmiente río. Los condujo hora tras hora, contemplando con precisión el cómo iba a matar a Aelin Galathynius sin que Elide o Whitethorn se interpusieran en su camino, y luego sobre cómo iba a rebanar su cuerpo y dárselo de comer a los cuervos. Ella le había mentido. Ella y Whitethorn lo habían engañado ese día que el príncipe le había entregado la Llave del Wyrd. No había nada dentro del amuleto más que uno de esos anillos –un anillo de piedra del Wyrd absolutamente inútil, envuelto en un pedazo de pergamino. Y en él estaba escribo en garabatos femeninos:

Esperando descubras términos más creativos que “perra” para llamarme cuando encuentres esto. Con todo mi amor,


A. A. G.

Él la mataría. Lentamente. Creativamente. Había sido forzado a hacer una promesa de sangre sobre que el anillo de Mala de verdad ofrecía inmunidad del Valg cuando era portado, sin pensar sobre demandar si su Llave del Wyrd era real, también. Y Elide, lo que Elide portaba, lo que le había hecho darse cuenta… pensaría en eso más tarde. Pensaría sobre qué hacer con la Lady de Perranth después. Su única consolación era que había robado de vuelta el anillo de Mala, pero esa pequeña perra aún tenía la llave. Y si Elide tenía que ir hacia Aelin de todas formas… oh, él encontraría a Aelin para Elide. Y él haría que la Reina de Terrasen se arrastrara antes de terminar todo.


Capítulo 44 Traducido por Cecilia García Corregido por Cotota

El mundo comenzó y terminó con fuego. Un mar de fuego sin espacio para el aire, para ningún otro sonido más allá de la tierra fundida en una cascada. El verdadero corazón del fuego, el juguete para la creación y la destrucción. Y ella se estaba ahogando en él. Su peso la sofocaba a medida que se retorcía, buscando una superficie o un fondo para apoyar los pies. Ninguno existía. A medida que inundaba su garganta, surgiendo en su cuerpo y fundiéndola, comenzó a gritar silenciosamente, suplicándole que se detuviera. Aelin. El nombre rugió en el núcleo de la llama en el corazón del mundo, era un faro, una llamada. Ella había nacido esperando oír esa voz, la había buscado ciegamente toda su vida y la seguiría hasta el fin de todas las cosas. —AELIN. Aelin se inclinó fuera de la cama, con la garganta ardiendo así como sus ojos. Verdaderas llamas. Dorados y azules tejidos sobre franjas ardiendo lentamente en fuegos rojos. Verdaderas llamas, erupcionando de ella; las sábanas quemaban, la habitación y el resto de la cama se salvaba del incendio, y el barco en medio del mar se salvó de la incineración, por una inquebrantable, irrompible pared de aire. Manos envueltas en hielo apretaron sus hombros, y a través de las llamas, el rostro fruncido de Rowan apareció, ordenándole respirar. Inspiró. Más llamas se precipitaron por su garganta. No había ningún amarre, ninguna correa para controlar su magia. Oh, dioses, oh, dioses, no podía ni siquiera sentir una amenaza de agotamiento cercana. No había nada más que esa flama. Rowan le sujetó la cara entre sus manos, había una ondulación de vapor donde su hielo y viento se encontraban con ella. —Tú eres su dueña; tú lo controlas. Tu miedo le otorga el derecho de tomar el control.


Su cuerpo se curvó fuera del colchón de nuevo, totalmente desnudo. Probablemente había quemado su ropa, la camisa favorita de Rowan. Sus llamas ardieron más salvajemente. Él la sujetó fuertemente, forzándola a mirarle a los ojos mientras gruñía: —Te veo. Veo cada parte de ti. Y no tengo miedo. No tendré miedo. Una línea en el brillo ardiente. Mi nombre es Aelin Ashryver Galathynius… Y no tendré miedo. Tan cierto como que ella la agarraba con su mano, la correa apareció. La oscuridad fluía, tranquila y la calma donde ese abismo de fuego había rugido. Tragó saliva, una vez, dos. —Rowan. Sus ojos brillaron con un brillo casi animal, revisando cada parte de ella. Su latido estaba desenfrenado, tronando en pánico. —Rowan —repitió. Él todavía no se movía, no dejaba de mirarla buscando signos de peligro. Algo en el pecho de ella se movió en pánico. Aelin agarró su hombro, clavando sus uñas sobre la violencia exuberante en cada línea de su cuerpo., como si él hubiera perdido cualquier tipo de ataduras en sí mismo en luchar para mantenerla a ella en ese cuerpo y no a una diosa o algo peor. —Cálmate. Ahora. Él no hizo eso. Rodando sus ojos, Aelin tiró de sus manos en su cara para apoyarse y tiró las sábanas fuera de ellos. —Estoy bien —dijo ella, pronunciando cada palabra—. Has visto eso. Ahora tráeme agua. Tengo sed. Una orden básica y sencilla. Para servir, en la forma en que él le había explicado en que a los machos Fae les gustaba ser necesitados, para llenar una parte de ellos que quería quejarse y adorar. Para traerle de vuelta al nivel de razonamiento y civilización. La cara de Rowan todavía estaba fría con ira salvaje, y el terror insidioso corría bajo esa superficie. Así que Aelin se inclinó, mordió su mandíbula, asegurándose de que sus colmillos le arañaban, y


dijo sobre su piel: —Si no empiezas a actuar como un príncipe, puedes dormir en el suelo. Rowan regresó, su mirada salvaje no era enteramente de este mundo, pero lentamente, como si las palabras se hundieran, sus rasgos se suavizaron. Todavía se veía enfadado, pero no como si estuviera a punto de matar a la amenaza que se cernía sobre ella, mientras se inclinaba, devolviéndole el mordisco, y le dijo al oído: —Haré que te arrepientas de usar ese tipo de amenazas, Princesa. Oh, dioses. Sus dedos se cerraron, pero le dio una sonrisa afectuosa mientras él se ponía de pie, con cada músculo de su cuerpo desnudo ondeando con el movimiento, y lo observó adelantarse con gracia felina al lavabo y al lavamanos por encima de este. El bastardo tuvo el valor de mirarla mientras levantaba la jarra. Y luego le ofreció una sonrisa satisfactoria mientras tomaba un vaso hacia el borde, deteniéndose con experta precisión. Ella debatió enviar una lengua de fuego para quemar su culo desnudo mientras dejaba la jarra con enfatizado cuidado y calma. Y luego se dirigió de nuevo a la cama, con los ojos en cada paso del camino, y cogió el agua en la pequeña mesa a su lado. Aelin se apoyó en sus rodillas, sorprendentemente estables, y le encaró. Sólo los crujidos del barco y el silbido de las olas contra él llenaban la habitación. —¿Qué fue eso? —preguntó ella en voz baja. Sus ojos se cerraron. —Fui… yo perdiendo el control. —¿Por qué? Él miró a la portilla y al mar a la luz de la luna al otro lado. Era muy raro que él evitara su mirada. —¿Por qué? —insistió. Rowan finalmente enfrentó su mirada. —No sabía si ella había tomado el control de nuevo —no importaba que la Llave del Wyrd estuviera ahora en la cama y no alrededor de su cuello—. Incluso cuando me di cuenta de que estabas sólo a merced de la magia, todavía… La magia tomó tu cuerpo. Hacía mucho tiempo que no estaba seguro… de cómo traerte de vuelta —mostró sus dientes, soltando una respiración irregular, la ira ahora dirigida al interior—. Antes de que me llames un maldito territorial Fae, permíteme disculparme y explicar que es muy difícil… —Rowan —él se quedó quieto. Ella atravesó la pequeña distancia que quedaba entre ellos, cada paso era como la respuesta a alguna pregunta que su alma se había hecho desde el momento en que había comenzado a existir—No eres humano. No espero que lo seas.


Él casi parecía retroceder. Pero ella puso una mano en su pecho desnudo, sobre su corazón. Este todavía latía bajo su palma. Dijo en voz baja, sintiendo el corazón bajo su mano: —No me importa si eres Fae, o humano, o Valg o uno de esos malditos skinwalkers. Eres lo que eres. Y lo que quiero… lo que necesito, Rowan, es alguien que no se disculpe por ello. Por lo que es. Tú no lo has hecho ni una sola vez —se inclinó para besar la piel desnuda donde su mano había estado—Por favor no comiences a hacerlo ahora. Sí, algunas veces me pones de los nervios con esa tontería territorial Fae, pero… Oí tu voz. Me despertó. Me ayudó a salir de ese… lugar. Él inclinó su cabeza hasta que su frente se apoyó contra la de ella. —Desearía tener algo más que ofrecerte, durante la batalla y fuera de ella. Ella deslizó sus brazos alrededor de su cintura desnuda. —Me ofreces más de lo que jamás habría esperado —parecía ir a objetar, pero ella dijo—. Y me di cuenta cuando Darrow y Rolfe dijeron que necesitaría vender mi mano en matrimonio por el bien de esta guerra, que debería hacer lo contrario. Rowan soltó un resoplido. —Típico. Pero si Terrasen necesita… —Así es como yo lo veo —dijo ella, alejándose para examinar su mirada seria—. No gozamos del lujo del tiempo. Y un matrimonio con un reino extranjero, con sus contratos y distancias, más los meses que toma levantar y enviar un ejército… no disponemos de ese tiempo. Sólo tenemos el ahora. Y lo que no necesito es un marido que intente entrar en un constante duelo conmigo, o a quien voy a tener que encerrar en algún lugar por su propia seguridad, o que se esconderá en una esquina cuando me despierte con llamas a mi alrededor —besó su pecho tatuado de nuevo, justo por encima de su poderoso y latiente corazón—. Esto, Rowan, esto es todo lo que necesito. Tan solo esto. Las reverberaciones de su profunda respiración hacían eco en su mejilla, y él pasó una mano acariciando su cabello, a lo largo de su espalda desnuda. Más abajo. —Una corte que puede cambiar el mundo. Ella besó la comisura de su boca. —Encontraremos una manera, juntos —las palabras que él le había dado en una ocasión, las palabras que habían comenzado a curar su corazón destrozado. Y el suyo propio—. ¿Te hice daño? —sus palabras tenían un tono áspero. —No —acercó el pulgar a su pómulo—. No, no me hiciste daño. Ni nada parecido. Algo en su pecho se hundió, y Rowan la tomó entre sus brazos a medida que hundía la cara en su cuello. Sus manos callosas acariciaban su espalda, sobre todas y cada una de las cicatrices y los


tatuajes que él había hecho sobre ella. —Si sobrevivimos a esta guerra —murmuró ella después de un rato sobre su cuello—, tú y yo aprenderemos a relajarnos. A dormir toda la noche. —Si sobrevivimos esta guerra, Princesa —dijo, pasando un dedo por la ranura de su columna—, estaré feliz de hacer lo que quieras. Incluso aprender a relajarme. —¿Y si no llegamos a tener un momento de paz, incluso después de conseguir la Cerradura, las llaves y enviar a Erawan de vuelta a su reino infernal? La diversión se desvaneció, sustituida por algo más profundo a medida que sus dedos se detuvieron en su espalda. —Incluso sí tenemos amenazas de guerra cada día, incluso si tenemos que acoger a emisarios exigentes, incluso si tenemos que visitar reinos horribles y aparentar estar contentos, estaré feliz de hacerlo si estás a mi lado. Sus labios temblaron. —Oh, tú… ¿Desde cuando sabes hacer discursos tan bonitos? —Tan solo necesitaba la excusa adecuada para aprender —dijo, besándola en la mejilla. Su cuerpo se tensó y fundió en todos los lugares a medida que su boca iba descendiendo, presionando suavemente, mordiendo los besos sobre su mandíbula, su oreja y su cuello. Le clavó los dedos en la espalda, dejando al descubierto su garganta mientras sus colmillos la arañaban suavemente. —Te amo —susurró Rowan sobre su piel, y chasqueó su lengua sobre el punto donde sus colmillos habían arañado—. Caminaría hacia el ardiente corazón del infierno para encontrarte. Tan solo les quedaban meros minutos, era lo que ella habría querido decir. Pero Aelin solo arqueó su espalda un poco más, y un débil y necesario ruido salió de ella. Esto, él… ¿Alguna vez cesaría el deseo? La necesidad de no solo estar cerca de él, sino de tenerle tan dentro de ella que sintiera sus almas juntarse y su magia bailar… La cuerda que la había sacado de ese núcleo en llamas de locura y destrucción. —Por favor —susurró ella. Sus uñas se clavaban en su espalda en énfasis. El gemido bajo de Rowan fue su única respuesta a medida que la cargaba. Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura, dejando que la llevara no a la cama, sino a la pared, y la sensación de la madera fría contra su espalda, comparado con el calor y la dureza de él empujando hacia el frente. Aelin jadeaba entre dientes mientras él volvía a lamer sobre el punto en su cuello. —Por favor. Ella sintió su sonrisa sobre su piel cuando Rowan la penetró en un largo y potente golpe y mordió sobre su cuello.


Una reclamación, poderosa y verdadera, que comprendió que él necesitaba desesperadamente. Que ella necesitaba, y sus dientes en su cuello, su cuerpo dentro del de ella… Iba a quemarse, iba a astillarse aparte en la necesidad aplastante– Las caderas de Rowan comenzaron a moverse, marcando un ritmo suave y lento mientras mantenía sus colmillos enterrados en su cuello. A medida que su lengua se deslizaba sobre las marcas gemelas de placer clavadas con delicado dolor, y saboreaba cada esencia como si fuera vino. Él se rió, suave y perversamente, mientras la liberación la hizo morder en su hombro para evitar gritar lo bastante fuerte para despertar a las criaturas durmiendo en el fondo del mar. Cuando Rowan finalmente apartó la boca de su cuello, haciendo que su magia curara las pequeñas marcas que había dejado, y con las manos apretadas en sus muslos, sujetándola contra la pared mientras se introducía más profundamente, y más duramente. Aelin solamente arrastró los dedos por su pelo cuando le dio un beso salvaje, y saboreó su propia sangre en su lengua. Ella susurró en su boca: —Siempre encontraré la forma de volver a ti. Esta vez, cuando Aelin sobrepasó el límite, Rowan se desplomó con ella.

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Manon Blackbeak se despertó. No había habido ningún sonido, ningún olor, ningún indicio de que se había despertado, pero esos instintos depredadores habían sentido algo fuera de lugar y habían hecho que su sueño se desmoronara. Ella parpadeó mientras se incorporaba. Su herida era ahora un dolor agudo, y notó que su cabeza estaba libre de lo que fuera que esa bruma había sido. La habitación era casi negra, salvo por la luz de la luna que se filtraba a través de la rejilla que iluminaba su estrecha cabina. ¿Cuánto tiempo había pasado durmiendo en horrible melancolía? Escuchó atentamente los crujidos del barco. Un leve gruñido sonaba desde encima. Abraxos. Todavía estaba con vida. Todavía, durmiendo, si conocía esa somnolienta respiración a modo de gruñido. Intentó poner a prueba los grilletes en sus muñecas, levantándolos para examinar la cerradura. Un complejo e ingenioso artilugio; las cadenas eran gruesas y estaban ancladas fuertemente a la pared. Sus tobillos tampoco estaban mucho mejor.


No podía recordar la última vez que había estado encadenada. ¿Cómo lo había soportado Elide por toda una década? Quizás podría encontrar a la chica una vez que saliera de allí. Dudaba que el Rey Havilliard tuviera alguna noticia de las Trece, de todos modos. Se fugaría a lomos de Abraxos, volaría hacia la costa, y encontraría a Elide antes de buscar a su aquelarre. Y entonces… no sabía que haría. Pero era mejor que quedarse como un gusano al sol, dejando que cual fuera la desesperación que había tomado el control en los últimos días o semanas causara estragos en ella. Pero como si lo hubiera convocado, la puerta se abrió. Dorian estaba ahí parado con una vela en… No era una vela. Llama pura envolvía sus dedos. Esta hizo brillar sus ojos zafiro cuando la vio despierta. —¿Fuiste tú, quien envió esa onda de poder? —No —aunque no era muy difícil adivinar quien había sido, entonces—. Las brujas no tienen ese tipo de magia. Él inclinó la cabeza; su cabello negro azulado formaba reflejos dorados a causa de las llamas. —Pero has tenido una larga vida. Ella asintió con la cabeza, y él lo tomó como una invitación para sentarse en su silla habitual. —Se le suele llamar Convocación —dijo, y un escalofrío le recorrió la espalda—. A la pequeña porción de magia que poseemos. Por lo general no podemos ejercerla, pero por un momento en la vida de una bruja ella puede convocar un gran poder para liberar sobre sus enemigos. El coste es que ella queda incinerada durante la explosión, y su cuerpo se rinde a la Oscuridad. En las guerras de brujas, guerreras de ambos lados hacen Convocaciones durante cada batalla y pelea. —Es un suicidio. Volarse a ustedes mismas en pedazos… y llevarse a los enemigos con ustedes. —Lo es, y no es agradable de ver. A medida que una Ironteeth da su vida, su poder la llena y se desata en una onda negra. Una manifestación de lo que se encuentra en nuestras almas. —¿Lo has presenciado alguna vez? —Una vez. Por una joven bruja asustada que sabía que no podría conseguir gloria de ninguna otra forma. Ella se llevó consigo la mitad de nuestras fuerzas Ironteeth así como de las Crochans. Su mente se perdió en esa palabra. Crochans. Su gente. No eran su gente. Ella era una Blackbeak, dioses. —¿Lo usarán las Ironteeth en nosotros ahora? —Si se enfrentan a aquelarres de menor nivel, sí. Las más mayores son demasiado arrogantes y


hábiles para elegir la Convocación en lugar de luchar. Pero las más jóvenes, los aquelarres más débiles se asustan o desean ganar valor por medio del sacrificio. —Es asesinato. —Es guerra. La guerra se sanciona con asesinato, no importa de qué lado estés —hielo parpadeaba en su cara, y ella preguntó—. ¿Has matado a un hombre alguna vez? Abrió la boca para negar, pero la luz en su mano se apagó. Lo había hecho. Cuando tenía el collar, suponía. El Valg en su interior lo había hecho. En varias ocasiones. Y no limpiamente. —Recuerda lo que te hicieron hacer —dijo Manon—, cuando los enfrentes de nuevo. —Dudo que alguna vez llegue a olvidarlo, brujita —se puso de pie, dirigiéndose hacia la puerta. Manon dijo: —Las cadenas me están poniendo la piel en carne viva. Seguramente sientes simpatía por la gente encadenada —Dorian se detuvo. Ella levantó las manos, mostrando las cadenas—. Doy mi palabra de no herir a nadie. —No es algo que yo pueda decidir. Ahora que lo dices, quizás contarle a Aelin lo que quiere te pondrá de su lado. Manon no tenía ni idea de que era lo que la reina quería de ella. Ni la más mínima. —Cuanto más tiempo permanezca aquí, principito, más posibilidades hay de que haga alguna estupidez cuando me liberen. Deja al menos que sienta el viento en mi cara. —Tienes una ventana, levántate y ponte ahí en frente. Una parte de ella se enderezó ante esa dureza, ante esa masculinidad en su tono de voz, y en la rectitud de sus amplios hombros. Ella suspiró: —Si yo hubiera estado dormida, ¿te habrías parado a mirarme durante un rato? Una fría diversión brillaba en sus ojos. —¿Te habrías negado? Y quizás ella era imprudente y salvaje y un poco estúpida debido a la pérdida de sangre, pero dijo: —Si planeas colarte aquí en las horas más oscuras de la noche, deberías tener al menos la decencia de asegurarte de que yo gano algo de ello. Sus labios se movieron, aunque la sonrisa era fría y sensual de una forma que le hizo preguntare


cómo se sentiría jugar con un rey que poseía magia en bruto como esa. Si le haría suplicar por primera vez en su larga vida. Parecía ser capaz de ello, quizás estaba dispuesto a dejar un poco de crueldad en la habitación. Su sangre bullía. —Por muy tentador que parezca verte desnuda y encadenada… —Dorian soltó una risa baja—. No creo que disfrutes la pérdida de control. —¿Y has estado con tantas mujeres para ser capaz de saber lo que una bruja quiere tan fácilmente? Su sonrisa se volvió vaga. —Un caballero nunca cuenta esas cosas. —¿Con cuántas? —sólo tenía veinte años, aunque era un príncipe, y ahora rey. Las mujeres probablemente habían caído por él desde que su voz cambió. —¿Con cuántos hombres has estado tú? —contraatacó. Sonrió. —Los suficientes para saber cómo manejar las necesidades de príncipes mortales. Para saber qué es lo que te hará suplicar —no importaba que ella estuviera pensando justamente en lo contrario. Se desplazó a través de la habitación, pasando de largo la distancia de sus cadenas, directo hacia su respiración. Se inclinó sobre ella, pegando casi la nariz, su rostro no mostraba sorpresa en la curva de sus labios cuando dijo: —No creo que puedas saber el tipo de cosas que necesito, brujita. Y jamás volveré a suplicar nada en mi vida. Y luego se fue. Manon se quedó mirando, y un siseo de rabia escapó de sus propios labios. Por la oportunidad que había tenido de agarrarle, tomarlo como rehén, y demandar su libertad; por la arrogancia en su suposición; por el calor que se había acumulado en su interior y que ahora latía tan insistentemente que le hacía juntar las piernas. Nunca había sido rechazada. Los hombres caían en pedazos, a veces literalmente, para meterse en su cama. Y ella… no sabía que habría hecho si él hubiera aceptado la propuesta, si hubiera podido descubrir qué era lo que el rey podía hacer, exactamente, con esa preciosa boca y ese cuerpo tonificado. Era una distracción, y una excusa, suponía, para odiarse a sí misma aún más. Todavía estaba hirviendo cuando la puerta se abrió de nuevo. Dorian se apoyó contra la madera envejecida, con los ojos todavía brillando en una forma que no sabría si era de lujuria, odio o ambos. Él giró la cerradura sin mirarla. Su corazón de apretó. Todo su enfoque inmortal se redujo a su calmada y tranquila respiración, y a su rostro ilegible.


Su voz era áspera cuando dijo: —No voy a malgastar mi aliento diciéndote lo estúpido que sería tratar de tomarme como rehén. —Yo no malgastaré el mío diciéndote que tomes sólo lo que te ofrezco y nada más. Sus orejas se alzaron para escuchar, pero incluso su maldito corazón era un latido sólido. Ni una muestra de miedo. Él dijo: —Necesito oírte decir sí —sus ojos se posaron en las cadenas. Le llevó un momento comprender, pero dejó escapar una suave risa. —Muy considerado, principito. Pero sí. Lo hago por voluntad propia. Puede ser nuestro pequeño secreto. No era nada ni nadie ahora de todos modos. Compartir la cama con su enemigo no era nada comparado con la sangre Crochan que corría por sus venas. Comenzó a desabotonar la camisa blanca que llevaba vistiendo por sabe Dios cuanto tiempo, pero él gruñó: —Lo haré yo mismo. Ni loca le dejaría. Se agarró el segundo botón. Unas manos invisibles se envolvieron alrededor de sus muñecas, lo bastante fuerte para que soltara la camisa. Dorian se le acercó. —Dije que lo haría yo —Manon contempló cada parte de él a medida que se le acercaba, y un escalofrío de placer la recorrió—. Te sugeriría escuchar. La pura arrogancia masculina que había en tan solo esa declaración… —Estás cortejando la muerte si… Dorian puso su boca a la altura de la de ella. Fue un roce ligero como una pluma, apenas un susurro. Intencionado, calculado, y tan inesperado que la hizo arquearse ligeramente. Besó la comisura de su boca con la misma suavidad sedosa. Y luego el otro lado. Ella no se movió, ni siquiera una respiración, como cada parte de su cuerpo esperaba ver qué haría luego. Pero Dorian se echó hacia atrás, estudiando sus ojos con frío distanciamiento. Lo que fuera que le había traído allí, le hizo alejarse. Los dedos invisibles en sus muñecas se desvanecieron. La puerta se abrió. Y esa sonrisa arrogante


regresó cuando Dorian se encogió de hombros y dijo: —Quizás otra noche, brujita. Manon casi gritó mientras él se deslizaba fuera de la puerta, y no regresó.


Capítulo 45 Traducido por Tay Paredes Corregido por Flo

La Bruja estaba lúcida pero molesta. Aedion tenía el placer de servirle el desayuno y trató de no notar el persistente aroma de excitación femenina en el camarote, o que la esencia de Dorian estaba mezclada con la de ella. El Rey tenía derecho a seguir adelante, Aedion se recordó a si mismo horas más tarde cuando escaneaba el horizonte a altas horas de la tarde desde el timón del barco. En las calmadas horas de su vigía, normalmente meditaba sobre la rigurosa reprimenda que Lyssandra le había dado con respecto a su ira y crueldad hacia el Rey. Y quizás, solo quizás, Lyssandra tenía razón. Y quizás el hecho de que Dorian pudiera mirar a una mujer con interés luego de haber visto a Sorcha decapitada era un milagro. Pero… ¿La Bruja? ¿Eso es con lo que quiere enredarse? Se lo preguntó a Lysandra cuando se reunió con él treinta minutos después, todavía empapada de patrullar las aguas por delante. Todo despejado. Lyssandra peinó su cabello color tinta con los dedos, frunciendo el ceño. —Tenía clientes que perdieron a sus esposas o amantes, y querían algo que los distraiga. Querían lo opuesto a como su amante había sido, quizás para hacer sentir el acto completamente distinto. Lo que él vivió cambiaría a cualquiera. Muy bien ahora podría encontrarse a sí mismo siendo atraído por cosas peligrosas. —Ya tenía una inclinación por ellas. —murmuró Aedion, mirando hacia donde Aelin y Rowan combatían en la cubierta principal, sudor reluciendo en oro mientras la luz de la tarde cambiaba al ocaso. Dorian descansaba en los escalones cercanos al alcázar, Damaris apoyada sobre sus rodillas, medio despierta en el calor. Una parte de Aedion sonrió, sabiendo que Rowan sin duda patearía su trasero por ello. —Aelin era peligrosa, pero seguía siendo humana —Observó Lyssandra— Manon no… lo es. A él probablemente le gusta de esa manera y si fuera tú, me mantendría fuera de ello. —No voy a meterme en el medio de ese desastre, no te preocupes. Aun así, no dejaría que esos dientes de hierro estén cerca de mi parte favorita si yo fuera él. —Aedion sonrió mientras que Lyssandra llevó su cabeza hacia atrás y rió. Añadió: —Además, ver a Aelin y a la Bruja ir cara a cara esta mañana sobre Elide, fue suficiente para recordarme que debo permanecer fuera y disfrutar del espectáculo. La pequeña Elide Lochan, viva y por ahí afuera, buscándolos. Dioses. La mirada en la cara de


Aelin cuando Manon había revelado detalle tras detalle, lo que Vernon había intentado hacerle a la chica… Habrá un juicio en Perranth por eso. Aedion mismo colgaría al Lord de sus intestinos, mientras Vernon seguía con vida. Y luego lo haría pagar por los diez años de horror que Elide había soportado. Por la pierna desfigurada y las cadenas. Por la torre. Encerrada en una torre, en una ciudad que él había visitado tantas veces en los últimos diez años, tantas que no podía contarlas. Ella podía incluso haber visto a La Perdición desde esa altura, mientras venían y dejaban la ciudad. Posiblemente pensando que él la había olvidado o que tampoco tenía interés por ella. Y ahora estaba ahí afuera. Sola. Con una pierna permanentemente desfigurada, sin entrenamiento, sin armas. Si tenía suerte, quizás llegaría al encuentro con La Perdición antes que ellos. Sus comandantes reconocerían su nombre, la protegerían. Eso si ella se atrevía a revelar su identidad en primer lugar. Había necesitado de todo su autocontrol para no estrangular a Manon por abandonarla en el medio de Okwald, por no haberla llevado volando directo a Terrasen. Aunque Aelin, no se molestó en contenerse. Dos golpes, los dos tan rápidos que ni siquiera la Líder de Ala los vio venir. Un golpe inclinado hacia la cara de Manon. Por dejar a Elide. Y luego un círculo de fuego alrededor de su garganta, golpeándola contra la madera, mientras Aelin la hacía jurar que la información era la correcta. Rowan le recordó secamente a Aelin que Manon era responsable también del escape y rescate de Elide. Aelin dijo apenas, que si Manon no lo hubiera sido, el fuego ya estaría atravesando su garganta. Y eso fue todo. Aelin, dado el fervor con cual peleaba con Rowan a través de la cubierta, todavía estaba molesta. La bruja, por el gruñido y la esencia en su cabina, seguía molesta. Aedion estaba más que listo para llegar a los Pantanos de Piedra, incluso si lo que los esperaba allí no era muy agradable. Tres días más los separaban de la costa oeste. Y luego…luego todos verían que tanto valía una alianza con Rolfe, si se podía confiar en el hombre. —No puedes evitarlo para siempre, ¿sabes? —dijo Lyssandra, llevando su atención hacia la otra razón por la cual necesitaba salir de este barco.


Su padre se sentaba cerca de donde Abraxos se había enroscado a lo largo de la proa, vigilando y observando al dragón. Aprendiendo cómo matarlos, dónde atacar. No importaba si el dragón no era más grande que un sabueso gigante, lo suficientemente dócil como para no molestarse en encadenarlo. No tenían una cadena tan grande de todas formas, y la bestia reusaría a irse hasta que Manon lo hiciera también. Abraxos solo se movía para cazar peces o jugar, Lyssandra lo escoltaba en forma de dragón marino por debajo de las olas. Y cuando la bestia estaba tumbada en la cubierta…El León le hacía compañía. Aedion apenas le había hablado a Gavriel desde la Bahía de la Calavera. —No lo estoy evadiendo —dijo Aedion— Solo no tengo interés en hablar con él. Lyssandra cambió su mojado cabello hacia un hombro, frunciendo el ceño ante las manchas húmedas de su blanca camiseta. —Yo, por una vez, me gustaría escuchar la historia sobre cómo él cruzó caminos con tu madre. Él es amable para ser uno del ejército de Maeve. Mejor que Fenrys. En efecto, Fenrys provocaba en Aedion las ganas de romper cosas. Esa cara risueña, el fanfarroneo, la oscura arrogancia…era otro espejo, concluyó. Pero uno que seguía a Aelin a cualquier parte como un perro. O un lobo, supuso. Aedion no se había deshuesado frente al hombre en el campo de pelea, pero observó cuidadosamente cómo Fenrys se enfrentó a Rowan y a Gavriel, dos de los cuales había entrenado al hombre. Fenrys peleaba como Aedion se lo había esperado. Un guerrero con siglos de entrenamiento contra dos asesinos letales con los que pelear. Pero no había podido presenciar un indicio de la magia que le permitía a Fenrys saltar entre lugares cómo si atravesara una puerta invisible. Como si sus pensamientos invocaran al guerrero inmortal, Fenrys se sacudió de las sombras bajo la cubierta y le sonrió a todos antes de tomar su posición de guardia cerca del palo de trinquete. Estaban todos en un horario de vigilancias y patrullas, Lyssandra y Rowan usualmente tomaban la tarea de volar lejos de la vista para sondear por delante o detrás de la nave, o para comunicarse con las dos naves escoltas. Aedion no se había atrevido a decirle a la Cambiaformas que él contaba los minutos hasta que ella volviera, que su pecho se sentía insoportablemente apretado hasta que presenciaba cualquier figura alada o de pez volador que ella utilizara para volver hacia ellos. Al igual que su prima, él no tenía duda de que la Cambiaformas no tomaría bien sus preocupaciones menores. Lyssandra observaba minuciosamente a Aelin y Rowan, sus espadas imprevisibles mientras se enfrentaban golpe a golpe. —Lo has estado haciendo bien con tus lecciones. —Aedion le dijo a la Cambiaformas. Los verdes ojos de Lyssandra se entrecerraron. Todos habían tomado turnos para acompañar a la Cambiaformas a través de la dominación de varias armas y combate cuerpo a cuerpo. Lyssandra conocía un poco de ello por su tiempo con Arobynn; él le había enseñado porque era una manera de proteger a su inversión, le contó ella.


Pero ella quería saber más. Cómo matar a hombres de innumerables formas. No debería haberlo perturbado tanto cómo lo hizo. No cuando ella se había reído de la declaración que Aedion había hecho en la Bahía de la Calavera. Ella no lo había vuelto a mencionar. Él no había sido lo suficientemente estúpido como para hacerlo tampoco. Aedion siguió a Lyssandra, incapaz de evitarlo, mientras ella se acercaba hacia el combate entre la Reina y el Príncipe; Dorian se movió rápido para silenciosamente para hacerle un espacio en los escalones. Aedion tomó en cuenta el gesto y el respeto del Rey, moviendo a un lado sus propios sentimientos encontrados mientras se instaló por sobre ellos y se enfocó en su prima y en Rowan. Pero ellos habían llegado a un callejón sin salida, lo suficiente como para que Rowan lo diera por terminado y envainara su espada. Luego dio unos golpecitos a la nariz de Aelin cuando ella se veía molesta por no ganar. Aedion se rio por lo bajo, mirando a la Cambiaformas mientras que la Reina y el Príncipe daban zancadas hacia el jarro de agua y las copas contra la barandilla de la escalera, ayudándose entre sí. Estaba apunto de ofrecerle a Lyssandra una ronda final en el ring antes del atardecer cuando Dorian abrazó sus rodillas y le dijo a Aelin a través de la barandilla: —No creo que ella haga nada si la dejamos salir. Aelin tomó un pequeño sorbo de su agua, todavía respirando con dificultad. —¿Llegaste a esa conclusión antes, durante, o después de visitarla en medio de la noche? Oh Dioses. Iba a ser ese tipo de conversación. Dorian le dio una media sonrisa. —Tú tienes una preferencia por los guerreros inmortales, ¿Por qué yo no? Fue el leve chasquido de su vaso sobre la mesita que hizo a Aedion prepararse, a realmente empezar a calcular la disposición de las diferentes cubiertas. Fenrys aún los monitoreaba desde el palo de trinquetes, Lyssandra seguía al otro lado de Dorian. Él suponía que al estar sobre Dorian en las escaleras y Aelin al lado de ellos, él estaría precisamente en el medio. Exactamente donde juró no estar. Rowan, al lado contrario de Aelin, le dijo a Dorian. —¿Hay alguna razón, Majestad, por la cual crees que la bruja debería ser liberada? Aelin le disparó una mirada de puro fuego. Bien, dejemos que el príncipe lidie con su ira. Incluso días después de la reclamación que había dejado a todos pretendiendo que no notaban las dos heridas con formas de agujeros en el cuello de Rowan, o los delicados y viciosos rasguños sobre sus hombros, el Príncipe hada todavía lucía como un hombre que apenas había podido sobrevivir a una tormenta y había disfrutado cada salvaje segundo de ello. Sin mencionar las heridas gemelas en el cuello de Aelin esta mañana. Él casi le rogó que utilizara una bufanda.


—Por qué no los encerramos a ustedes en una habitación… —Dorian señaló a los guerreros Fae a través de la cubierta con su barbilla, luego a Lyssandra a su derecha. —… y vemos que tan bien les va luego de tanto tiempo. Aelin dijo— Cada centímetro de ella fue diseñado para capturar hombres. Para hacerlos pensar que es inofensiva. —Créeme, Manon Blackbeak es cualquier cosa menos inofensiva. Aelin continuó,— Ella y las de su clase son asesinas. Son criadas sin consciencia. Sin importar lo que su abuela le hizo, siempre será de esa manera. No pondré en peligro las vidas de las personas de esta nave para que tú puedas dormir mejor por la noche. —Sus ojos brillaron con un golpe mudo. Todos se movieron, y Aedion estaba a punto de preguntarle a Lyssandra si quería combatir, conversación terminada, cuando Dorian dijo un poco muy silencioso: —Soy Rey, ¿sabes? Ojos turquesa y dorado golpearon a Dorian. Aedion casi podía sentir las palabras que Aelin trataba de pensar, su temperamento rogándole que apagara el desafío. Con unas cuantas frases, ella podía filetear su espíritu como a un pescado, haciendo trizas los fragmentos del hombre que quedaban luego de que el príncipe Valg lo había violado. Y si lo hacía, perdería a un aliado poderoso que necesitaría no solo en esta guerra, pero también lo haría si la sobrevivían. Luego, esos ojos se suavizaron un poco. Un amigo. Perdería eso también. Aelin se masajeó las cicatrices de sus muñecas, expuestas en la dorada luz del atardecer. Las que ponían enfermo a Aedion cuando las veía. Ella le dijo a Dorian luego de un momento. —Movimientos controlados. Si ella deja el cuarto, se queda bajo guardia, uno de los Fae a todo momento, además de uno de nosotros. Esposas en sus muñecas, no en los pies. Sin cadenas en la habitación, pero un guardia fuera de ella. Aedion visualizó el pulgar que Rowan rozó contra una de las cicatrices de la muñeca de ella. Dorian solo dijo: —Está bien. Aedion debatió sobre si decirle a Dorian que un compromiso por parte de Aelin debería ser celebrado. La voz de Aelin se convirtió en un letal ronroneo. —Luego de que terminaste de coquetear con ella ese día en Oakwald, ella y su aquelarre trataron de matarme. —Tú la provocaste. —contra argumentó Dorian. —Y me siento aquí hoy por lo que ella arriesgó cuando fue a Rifthold dos veces. Aelin secó el sudor de la ceja. —Tenía sus propias razones, y dudo que fuera porque ella, en sus cientos de años de matanzas, decidiera que tu linda cara la convertiría en buena. —La tuya convirtió y sacó a Rowan de una promesa de sangre de tres siglos. Fue el padre de Aedion el que habló calmadamente mientras que dejaba su puesto cerca de Abraxos


en la proa para acercarse a ellos. —Yo sugeriría, Majestad, que eligiera otro argumento. En efecto, cada instinto de Aedion despertó frente a la ira congelada que ahora describía cada musculo del Príncipe. Dorian lo notó también, y dijo, quizás un poco culposo: — No pretendía ofender, Rowan. Gavriel dobló su cabeza, cabello dorado deslizándose sobre su amplio hombro, y dijo con un espectro de sonrisa: —No se preocupe, Majestad. Fenrys le ha dado a Whitethorn suficiente mierda por ello como para que le dure otros tres siglos. Aedion pestañó frente al humor, el indicio de una sonrisa. Pero Aelin lo salvó del esfuerzo de decidir si responder a esa sonrisa al decirle a Dorian: —¿Entonces? Veamos si a la Líder del Ala le gustaría tomar un turno en la cubierta antes de la cena. Dorian estaba en lo correcto al verse receloso, decidió Aedion. Pero Aelin ya estaba alcanzando el lado opuesto de la cubierta, Fenrys abandonando su puesto cerca del palo de trinquetes; esa aguda y amarga mirada deslizándose sobre todos mientras pasaban. Pero Fenrys los iba a seguir, sin duda. Seguro como el infierno que liberarían a la bruja sin estar todos presentes. Incluso el ejército parecía entender eso. Así que Aedion siguió a su reina hasta las penumbras de la nave, la noche asentándose sobre ellos, y rezó para que Aelin y Manon no fueran a romper el barco en pedazos.

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Subir a una cama con una bruja. Aelin apretó sus dientes mientras se acercaba a la habitación de Manon. Dorian había sido alguna vez notorio cuando se trataba de mujeres, pero esto… Aelin resopló, deseando que Chaol estuviera presente, solo para ver la mirada en su cara. Incluso si aliviaba un nudo en su pecho el saber que Chaol y Faliq estaban en el sur. Quizás levantando un ejército a través del Océano Estrecho y así marchar hacia el norte. Si es que todos tenían suerte. “Si es que”. Aelin odiaba esa palabra. Pero…su amistad con Dorian era lo suficientemente precaria. Ella había accedido a su pedido parcialmente por algún fragmento de amabilidad, pero mayoritariamente porque sabía que había más cosas sobre Morath que Manon tenía que decirles. Sobre Erawan. Y mucho más.


Y dudaba que la bruja fuera comunicativa, especialmente cuando Aelin había perdido un poco su temperamento esta mañana. Y quizás la hacía una conspiradora y horrible persona por usar el interés de Dorian como un velo para endulzar a la bruja, pero…era la guerra. Aelin flexionó su mano mientras se acercaba a la habitación de la bruja, las luces balanceándose en las fuertes olas que iban sobrellevando desde el mediodía. Rowan había curado el cardenal en el dorso de sus nudillos del golpe que le había dado a la bruja y ella le había agradecido al bloquear la puerta de su habitación y ponerse de rodillas frente a él. Todavía podía sentir los dedos de él enrollados en su cabello con fuerza, aún escuchaba su gemido… Rowan, ahora un paso por detrás, movió su cabeza en su dirección. ¿En qué demonios estás pensando? Pero las pupilas de él brillaron lo suficiente como para que ella se diera cuenta de que él sabía precisamente a donde su mente había ido mientras caminaban a la cabina de la bruja. Que Fenrys se encontrara lejos en el pasillo le decía lo suficiente sobre el cambio en su esencia. Las cosas usuales, miró a Rowan con una tonta sonrisa. Matanzas, Tejidos, cómo hacerte gemir de esa forma de nuevo… La cara de Rowan reflejó una expresión de dolor que la hizo sonreír. Especialmente cuando su garganta se contrajo mientras tragaba con dificultad. Segunda vuelta, parecía decir. Tan pronto como terminemos. Tendremos una segunda vuelta. Esta vez, yo podré ver qué sonidos haces. Aelin apenas caminó hasta la jamba de la puerta de Manon, la cual se encontraba abierta. La risa silenciosa de Rowan la hizo enfocarse, la hizo parar de sonreír como una idiota confundida por el deseo, enamoradiza… Manon estaba sentada y erguida sobre la cama, ojos dorados oscilando entre Rowan, Dorian y ella. Fenrys se deslizó detrás de ellos, su atención directamente en la bruja. Sin duda embobado por la belleza, la gracia, la blah blah blah perfección de ella Manon dijo, bajo y plano. —¿Quién es este? Dorian levantó una ceja, siguiendo su mirada. —Ya lo conociste antes. Él es Fenrys, guerrero comprometido a la reina Maeve. Fue el estrechamiento de los ojos de Manon lo que activó algunos instintos. El brillo de los dilatados orificios nasales de Manon mientras percibía la esencia del hombre, su olor apenas detectable en la estrecha cabina. —No, no lo es. —Dijo Manon. Las garras de hierro de a bruja aparecieron en un pestañeo antes de atacar a Fenrys.


Capítulo 46 Traducido por Idrys Corregido por Flo

Todavía era instintivo ir a por un cuchillo antes de que Aelin fuera a por su magia. Y mientras Fenrys saltaba hacia Manon con un gruñido, fue el poder de Rowan quien lo mandó de un golpe través de la habitación. Antes de que el macho hubiera terminado de deslizarse por el suelo, Aelin puso un muro de llamas entre ellos. —¿Qué diablos? —escupió ella. De rodillas, Fenrys se arañó la garganta —al aire con el que Rowan le estaba ahogando. La cabina era demasiado pequeña para que todos encajaran sin acercarse demasiado. Hielo bailó en las yemas de los dedos de Dorian mientras se deslizaba junto a Manon, todavía encadenada junto a la cama. —¿Qué quieres decir, que este no es Fenrys? —dijo Aelin a la bruja, sin apartar los ojos de él. Rowan dejó escapar un gruñido detrás de ella. Y Aelin miró con una mezcla de horror y fascinación como el pecho de Fenrys se amplió en una poderosa exhalación. Mientras él se ponía de pie y observaba el muro de llamas. Como si la magia de Rowan hubiera desaparecido. Y mientras la piel de Fenrys parecía brillar y desvanecerse, una criatura pálida como la nieve surgió de la ilusión desvanecida, Aelin le dio a Aedion una mirada sutil por encima del hombro. Su primo se movió al instante, las llaves para las cadenas de Manon aparecieron de su bolsillo. Pero Manon no se movió mientras la cosa tomaba forma, todas sus extremidades delgadas, sus alas plegadas apretadamente; el horrible rostro deformado olfateándoles… Las cadenas de Manon se liberaron con un chirrido. Aelin dijo a la cosa más allá de su muro de llamas: — ¿Qué eres? Manon respondió por ella. —El sabueso de Erawan. La cosa sonrió, revelando negros tocones podridos de dientes. —A tu servicio —dijo eso. Ella dijo,


Aelin se dio cuenta mientras notaba las mamas pequeñas y arrugadas en su pecho estrecho. —Así que tus tripas permanecieron dentro—le ronroneó a Manon. —¿Dónde está Fenrys? —exigió Aelin. La sonrisa del sabueso no vaciló. —En patrulla de la nave, en otro nivel, supongo. Inconsciente, al igual que tú estabas inconsciente, de que uno de los tuyos no estaba realmente con ustedes mientras yo…. —Ugh, otro hablador —dijo Aelin, volteando su trenza sobre un hombro—. Déjame adivinar: mataste a un marinero, tomaste su lugar, aprendiste lo que necesitabas sobre cómo llegar a Manon en este barco y a nuestras patrullas, y... ¿qué? ¿Planeabas llevártela por la noche? —Aelin frunció el ceño hacia el cuerpo delgado de la cosa. —Te ves como si apenas pudieras levantar un tenedor… y no lo has hecho en meses. El sabueso parpadeó, y luego siseó. Manon dejó escapar una risa baja. Aelin dijo—: ¿Honestamente? Podrías simplemente haberte colado aquí y haberte ahorrado mil estúpidos pasos… —Cambia formas —siseó la cosa, lo suficiente ávido como para que las palabras de Aelin se trabaran. Sus enormes ojos se habían ido directos a Lisandra, gruñendo suavemente en la esquina en su forma de leopardo fantasma. —Cambia formas —silbó de nuevo, ese anhelo retorciendo sus características. Y Aelin tuvo la sensación de que sabía cómo había empezado esta cosa. Lo que Erawan había atrapado y mutilado en las montañas alrededor de Morath. —Como estaba diciendo —Aelin arrastró las palabras lo mejor que pudo—, realmente lo echaste a perder… —Vine por la heredera Blackbeak —jadeó el sabueso—. Pero miraos todos, un tesoro digno de vuestro peso en oro. Sus ojos se volvieron turbios, como si ya no estuviera aquí, como si hubiera caído en otra habitación… Mierda. Aelin atacó con su llama. El sabueso gritó… Y la llama de Aelin se derritió en vapor. Rowan se encontraba allí al instante, poniéndose detrás de ella, su espada fuera. Su magia…


—Me deberías de haber entregado a la bruja. —El sabueso se rió, y arrancó la escotilla en un lado de la nave—. Ahora él sabe con quién viajas, en qué barco navegas... La criatura se lanzó por el agujero que había labrado en el lado de la nave, envuelto en espuma. Una flecha con punta negra golpeó contra su rodilla, y luego otra. El Sabueso bajó a unos centímetros de la libertad. Gruñendo mientras entraba en la habitación, Fenrys disparó otra, clavándole el hombro en los tablones de madera. Al parecer, él no se tomaba muy bien el ser suplantado. Le dio a Rowan una mirada furiosa que decía mucho. Exigiendo a todos por qué no habían notado la diferencia. El sabueso se arrancó las flechas, sangre negra rociando la habitación, llenándola con su olor. Aelin tenía una daga en ángulo, lista para volar; Manon estaba a punto de saltar; el hacha de Rowan estaba ladeada… El sabueso tiró una correa de cuero negra en el centro de la habitación. Manon se detuvo en seco. —Tu Segunda gritó cuando Erawan la rompió —dijo el sabueso—. Su Oscura Majestad envía esto como recordatorio. Aelin no se atrevía a apartar los ojos de la criatura. Pero podría haber jurado que Manon se balanceó. Y a continuación, el sabueso dijo a la bruja—: Un regalo del rey Valg... a la última Reina Crochan viviente.

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Manon miró y miró fijamente a esa correa de cuero trenzado que Asterin había llevado todos los días, incluso cuando la batalla no lo exigía, y no le importaba lo que el Sabueso les había dicho a los otros. No le importaba si ella era la heredera del clan de brujas Blackbeak o la Reina de las Crochans. No le importaba si… Manon no terminó el pensamiento debido al rugido que silenció todo en su cabeza. El rugido que salió de su boca mientras se lanzaba hacia el Sabueso. Las flechas que atravesaban la bestia arañaron a Manon mientras abordaba ese cuerpo huesudo contra la madera. Garras y dientes le cortaban la cara, pero Manon consiguió poner las manos alrededor de ese cuello y hierro rasgó a través de la piel húmeda.


Entonces esas garras quedaron inmovilizadas contra la madera debajo de unas manos fantasmales mientras Dorian se acercó con paso tranquilo, su cara inflexiblemente inmóvil. El Sabueso se retorció, esas garras tratando liberarse… La criatura gritó cuando esas manos invisibles le aplastaron los huesos. Y luego, le atravesaron. Manon miró boquiabierta las duras manos un momento antes de que La Sabuesa gritara, tan fuerte que sus propios oídos zumbaron. Pero Dorian canturreó—: Acaba con ella. Manon levantó la otra mano, queriendo que el hierro la cortara pero que no le fortaleciera. Los otros observaban detrás de ellos, con las armas listas. Sin embargo, La Sabuesa jadeó—: ¿No quieres saber lo que dijo tu Segunda antes de morir? ¿Por lo que rogó? Manon vaciló. —Qué marca tan horrible en el estómago —impura. ¿Hiciste tu eso, Blackbeak? No. No, no, no… —Un bebé, dijo que había dado a luz una brujilla muerta. Manon se congeló por completo. Y no le importó mientras la Sabuesa se lanzó a su garganta, mostrando los dientes. No fue la llama o el viento lo que rompió el cuello de la Sabuesa. Pero si unas manos invisibles. El crujido resonó en la habitación, y Manon se volvió hacia Dorian Havilliard. Sus ojos zafiro eran totalmente implacables. Manon gruñó. —¿Cómo te atreves a quitarme mi matanza…? Los hombres en la cubierta comenzaron a gritar, y Abraxos rugió. Abraxos. Manon giró sobre sus talones y corrió a través de la pared de guerreros, a toda velocidad por el pasillo, hasta las escaleras… Sus uñas de hierro arrancaron trozos de madera resbaladiza cuando tiró de ella hacia arriba, doliéndole el estómago. El aire bochornoso de la noche la golpeó, y luego el olor del mar, y entonces…. Había seis de ellos.


La piel no era blanca hueso como la de la Sabuesa, sino más bien con manchas oscuras, cruzadas con sombras. Aladas, todas con caras humanoides y cuerpos… Ilken, uno de ellos siseó mientras destripó a un hombre con un golpe de sus garras. Somos los ilken, y hemos llegado a la fiesta. De hecho, los piratas estaban muertos en la cubierta, la sangre cobriza oliendo tan fuerte que llenaba sus sentidos mientras corría por donde había sonado el rugido de Abraxos. Pero él se encontraba en el aire, agitándose en lo alto, la cola oscilando. La cambia formas en forma de wyvern a su lado. Enfrentándose a tres de las figuras más pequeñas, mucho más ágiles mientras ellos… Una llama estalló en la noche, junto con el viento y el hielo. Un ilken se derritió. Al segundo le habían arrancados las alas. Y el tercero… el tercero se congeló en un sólido bloque y se rompió en la cubierta. Ocho ilken más aterrizaron, uno de ellos rasgando el cuello de un marinero gritando en la cubierta… Los dientes de hierro de Manon se cerraron. La llama atacó de nuevo, lanzándose hacia los terrores que se aproximaban. Sólo para que ellos lo atravesaran sin problemas. El barco se convirtió en un cuerpo a cuerpo mientras alas y garras desgarraban delicadas pieles humanas, mientras los guerreros inmortales se desataron a sí mismos sobre los Ilken que aterrizaban en la cubierta.

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Aedion se lanzó tras Aelin en el momento en que rugió el Wyvern. Llegó hasta la cubierta principal antes de que esas cosas atacaran. Antes de que la llama de Aelin rasgara desde la cubierta delantera y de que se diera cuenta de que su prima se podía cuidar a sí misma porque, mierda, el rey Valg había estado ocupado. Ilken, se habían llamado a sí mismos. Había dos de ellos ahora delante de él en el alcázar, donde había corrido para evitar que el primer oficial y Capitán tuvieran sus órganos arrancados de sus vientres. Ambos animales median casi dos metros y medio y nacidos de las pesadillas, pero sus ojos... esos eran ojos humanos. Y sus olores... como carne podrida, pero... humana. Parcialmente. Se encontraban entre él y las escaleras de vuelta a la cubierta principal. —Vaya recompensa nos ha


dado esta caza —dijo uno. Aedion no se atrevió a desviar su atención de ellos, a pesar de que oyó vagamente a Aelin ordenar a Rowan a que fuera a ayudar a los otros barcos. Vagamente escuchó un lobo y el gruñido de un león, y sintió el beso frío como el hielo que chocaba contra el mundo. Aedion agarró su espada, dándose la vuelta una vez, dos veces. ¿El Señor Pirata los había vendido a Morath? La forma en que la Sabuesa había mirado Lysandra… Su rabia se convirtió en canción dentro de su sangre. Lo evaluaron, y Aedion se volvió de nuevo. Dos contra uno, podría tener una oportunidad. Fue entonces cuando el tercero se abalanzó desde las sombras detrás de él.

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Aelin mató a uno con Goldryn. Decapitado. Los otros dos... no habían estado demasiado contentos, si su incesante chillido en los momentos siguientes fuera alguna indicación. El rugido de un león atravesó la noche, y Aelin rezó que Gavriel estuviera con Aedion en algún lugar… Los dos enfrente de ella, bloqueando el camino a la cubierta, finalmente detuvieron sus siseantes ataques el tiempo suficiente para preguntar—: ¿Dónde están tus llamas ahora? Aelin abrió la boca. Pero entonces Fenrys saltó de un trozo de noche como si simplemente hubiera corrido a través de una puerta y se hubiera estrellado contra el más cercano. Tenía una meta, al parecer. Las mandíbulas de Fenrys fueron alrededor de la garganta del Ilken, y el otro giró, con las garras afuera. Ella no fue lo suficientemente rápida como para detenerlo mientras dos conjuntos de garras cortaron a través de la bata blanca, a través del escudo con el que se protegía a sí mismo, y el grito de dolor de Fenrys ladró a través del agua. Espadas gemelas de fuego atravesaron los dos cuellos Ilken. Cabezas rodaron sobre la cubierta machada de sangre. Fenrys se tambaleó hacia atrás, dando un paso antes de estrellarse en las tablas. Aelin lo levantó, maldiciendo.


Sangre y huesos y baba verdosa —veneno. Como el de las colas de los wyverns. Como si soplara un millar de velas, hizo a un lado su llama, concentrándose en la curación del agua. Fenrys cambió de nuevo en un macho, con los dientes apretados, maldiciendo en voz baja y viciosa, una mano contra sus rasgadas costillas. —No te muevas —le dijo ella. Inmediatamente había enviado a Rowan a los otros buques, y este había tratado de discutir, pero... había obedecido. Ella no tenía idea donde se encontraba la Líder del Ala—La Reina Crochan. Santo Dios. Aelin preparó su magia, tratando de calmar su corazón rabioso… —Los otros —jadeó Aedion cojeando hacia ellos, recubierto de sangre negra—, están bien. Ella casi sollozó de alivio, hasta que se dio cuenta de la forma en la que brillaban los ojos de su primo, y ​​que... que Gavriel, ensangrentado y cojeando peor que Aedion se encontraba un paso por detrás de su hijo. ¿Qué demonios había sucedido? Fenrys gimió, y ella se concentró en sus heridas, ese veneno deslizándose por su sangre. Ella abrió la boca para decirle a Fenrys que bajara la mano cuando unas alas se agitaron. No del tipo que amaba. Aedion se puso inmediatamente delante de ellos, la espada desenvainada, haciendo una mueca de dolor, pero uno de los Ilken levantó una garra. Negocio. Su primo se detuvo. Pero Gavriel se movió imperceptiblemente más cerca del ilken mientras este olía a Fenrys y sonreía. —No te molestes —la cosa le dijo a Aelin, riendo en voz baja—. A él no le quedará mucho tiempo de vida. Aedion gruñó, tanteando sus cuchillos de combate. Aelin recuperó su llama. Sólo el más caliente de su fuego podría matarlos —cualquier cosa menos y permanecerían ilesos. Ella pensaría en las implicaciones a largo plazo de ello más tarde. —Me mandaron a entregar un mensaje —dijo el ilken, sonriendo por encima del hombro hacia el horizonte—. Gracias por confirmar en La Bahía de la Calavera de que llevas lo que busca Su Oscura Majestad. El estómago de Aelin cayó a sus pies. La llave. Erawan sabía que tenía la Llave del Wyrd.


Capítulo 47 Traducido por Sandra Corregido por Cotota

Rowan arrastró su trasero de nuevo a su barco, su magia casi lanzada por el aire. Los otros dos barcos habían permanecido imperturbables, que incluso habían tenido el descaro de preguntar el motivo de los gritos. Rowan no se molestó en explicar que era un ataque enemigo ni había echado el ancla hasta que hubo terminado antes de marcharse. Había vuelto a la carnicería. Volvió con el corazón latiendo tan fuerte que pensó que vomitar sería un alivio al tiempo que se precipitaban hacia tierra y contemplaba a Aelín de rodillas sobre la cubierta. Hasta que vio a Fenrys sangrando entre sus manos. Hasta que el último ilken aterrizó frente a ellos. Su rabia era una afilada lanza letal, un grito de guerra de su magia se lanzó a través del cielo, la cubierta como objetivo. Explosiones concentradas, que había descubierto que podían pasar a través de cualquier repelente que hubiera en ellos. Arrancaría la cabeza de esa cosa inmediatamente. Pero entonces el ilken se rió justo cuando Rowan aterrizó y cambió, mirando por encima de su hombro. —Morath espera ansioso para darte la bienvenida —la criatura sonrió burlonamente y se lanzó hacia el cielo antes de que Rowan pudiera lanzarse a por ella. Pero Aelin no se movía. Gavriel y Adion, sangrando y cojeando, apenas se movían. Fenrys, con el pecho lleno de una sangre verdosa, veneno… El poder brilló en las manos de Aelín cuando se arrodilló sobre Fenrys, concentrándose en ese poco de agua que se le había dado, una gota de agua en un mar de fuego… Rowan abrió la boca para ofrecer ayuda cuando Lysandra apareció de entre las sombras. —¿Alguien va a lidiar con esa cosa o tengo que hacerlo yo? De hecho, el ilken volaba hacia la distante costa, poco más que un poco de negrura contra el oscurecido cielo, precipitándose hacia la costa, sin duda para volar derecho a Morath para hacer el reporte.


Rowan recogió el arco caído de Fenrys y su carcaj de flechas de punta negra. Ninguno le detuvo mientras caminaba hacia la barandilla, las salpicaduras de sangre bajo sus botas. Los únicos sonidos eran las olas golpeando, los gemidos de los heridos y el gemido del poderoso arco cuando colocó una flecha y tiró de la cuerda. Más y más lejos. Sus brazos se tensaron, pero se concentró en el distante aleteo de la mancha oscura. —Una moneda de oro a que falla —jadeó Fenrys. —Guarda tu aliento para la curación —espetó Aelin. —Que sean dos —dijo Aedion detrás de él—. Yo digo que acierta. —Se pueden ir todos al infierno —gruñó Aelin. Pero luego agregó—. Que sean cinco. Diez si lo derriba del primer disparo. —Hay trato —gimió Fenrys, su voz llena de dolor. Rowan apretó los dientes. —Recuérdame por qué me molesto con cualquiera ustedes. Luego disparó. La flecha era casi invisible, ya que volaba a través de la noche. Y con su vista Fae, Rowan vio con perfecta claridad cómo la flecha alcanzaba su objetivo. Justo a través de la cabeza de la cosa. Aelin se rio silenciosamente mientras eso golpeaba el agua, su salpicadura visible incluso desde la distancia. Rowan se volvió y frunció el ceño hacia ella. La luz brillaba en la punta de sus dedos mientras arreglaba el destrozado pecho de Fenrys. Pero miró al macho, luego a Aedion y dijo: —Paguen, idiotas. Aedion rio, pero Rowan captó la sombra en los ojos de Aelin mientras reanudaba la curación de su ex centinela. Entendió por qué ella le había hecho caso, incluso con Fenrys herido. Porque si Erawan supiera dónde estaban… Tendrían que moverse. Rápido. Y rezar para que las instrucciones de Rolfe para llegar a la Cerradura no estuvieran equivocadas.

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Aedion estaba harto de sorpresas. Harto de sentir su corazón pararse en el pecho. Como lo había hecho cuando Gavriel había saltado para salvar su trasero del ilken, el León desgarrando en él con una ferocidad que había dejado a Aedion allí de pie como un novato con su primera espada de práctica. El estúpido bastardo se había herido en el proceso, recibiendo un golpe en el brazo y las costillas que hicieron al macho gritar de dolor. El veneno de esas garras, afortunadamente, se había agotado con otros hombres. Pero fue el olor de la sangre de su padre lo que puso en marcha a Aedion, aquella metálica, mortal esencia. Gavriel sólo había parpadeado con él, cuando Aedion había ignorado el dolor punzante en la pierna, cortesía de un golpe momentos antes justo encima de la rodilla, y habían luchado espalda con espalda hasta que esas criaturas no fueron más que un montón de espasmos de hueso y sangre. No había dicho una palabra al macho antes de envainar la espada y ponerse el escudo en la espalda y partir en busca de Aelin. Seguía arrodillada sobre Fenrys, ofreciéndole a Rowan sólo una palmada en el muslo cuando irrumpió para ayudar con el otro herido. Una palmadita en el muslo, algo sobre lo que Aedion estaba seguro de que su Perdición habría juzgado imposible. Aedion dejó el cubo de agua que ella le había pedido junto a Fenrys, tratando de no hacer una mueca cuando ella extrajo el veneno verde que brotaba. A pocos pies de distancia, su padre estaba atendiendo a un pirata llorica, que tenía poco más de un desgarro en el muslo. Fenrys siseó, y Aelin dejó escapar un gruñido de dolor para sí misma. —¿Qué? —inquirió Aedion. Aelin sacudió la cabeza una vez. Una afilada desestimación. Pero él observó cuando cerró los ojos con Fenrys, bloqueando y sujetándole de una forma que le dijo a Aedion que lo que estaba a punto de hacer iba a doler. Había visto esta misma mirada suceder entre los sanadores y los soldados cientos de veces en los campos de batalla y las tiendas de los sanadores después. —¿Por qué —jadeó Fenrys— no —otro jadeo— les derretiste simplemente? —Porque quería obtener algo de información de ellos antes de que te los cargaras, bastardo Fae mandón —ella apretó los dientes otra vez y Aedion apoyó una mano en su espalda mientras el veneno sin duda luchaba contra su magia. Mientras trataba de limpiarlo. Se inclinó un poco ante su toque. —Puedo sanar por mi cuenta —dijo Fenrys con voz ronca, notando el esfuerzo—. Vayan por los otros. —Oh por favor —le espetó—. Eres totalmente insoportable. Esa cosa tenía veneno en sus garras.


—Los demás… —Dime cómo funciona tu magia, cómo puede saltar entre diferentes lugares de esa manera —una forma inteligente, fácil, de mantenerlo concentrado en otra cosa. Aedion estaba concentrado en la cubierta, asegurándose de que no era necesario, y luego, cuidadosamente, cubrió la sangre y el veneno que se escapaba del pecho de Fenrys. Tuvo que doler muchísimo. Probablemente el latido insistente de su pierna no era nada en comparación. —Nadie sabe de dónde viene ni qué es —dijo Fenrys entre respiraciones superficiales flexionando y estirando los dedos en los costados—. Pero me permite deslizarme entre los pliegues del mundo. Sólo acorta las distancias y sólo un par de veces antes de agotarme, pero… es útil en el campo de batalla —jadeó a través de sus dientes apretados mientras los bordes de la herida comenzaban a juntarse uno con otro—. Aparte de eso, no tengo nada especial. Velocidad, fuerza, la curación rápida… más que el promedio Fae, pero el mismo stock de dones. Puedo protegerme y proteger a otros, pero no puedo llamar a un elemento. La mano de Aelin oscilaba ligeramente por encima de su herida. —¿De qué está hecho tu escudo entonces? Fenrys intentó encogerse de hombros, pero no pudo. Pero Gavriel murmuró desde donde trabajaba con el aún-lloriqueante-pirata: —De arrogancia. Aelin rió, pero no se atrevió a apartar los ojos de la herida de Fenrys cuando dijo: —¿Así que tienes sentido del humor, Gavriel? El León de Doranelle brindó una sonrisa cautelosa por encima del hombro. El gemelo de aspecto raro de Aedion sonreía. Aedion le había llamado Tío Gatito una vez, pero un ataque risa brutal de Aedion hizo que se replantease cuidadosamente el usar ese término de nuevo. Para crédito de Gavriel, sólo había dirigido a Aelin un largo suspiro, que parecía utilizar sólo cuando ella o Fenrys estaban alrededor. —Ese sentido del humor aparece sólo una vez cada siglo —dijo Fenrys con voz áspera—. Por lo que será mejor que te tranquilices o será la última vez que lo veas. Aelin soltó una carcajada, pero se desvaneció rápidamente. Algo frío y aceitoso se deslizó en la garganta de Aedion. —Lo siento —añadió Fenrys, haciendo una mueca ante las palabras o el dolor. Aelin preguntó antes de que las palabras calasen en Aedion. —¿De dónde vienes? Lorcan lo sé, era un bastardo de los barrios pobres. —Lorcan era un bastardo incluso en el palacio de Maeve, no te preocupes —sonrió Fenrys con el


bronceado rostro pálido. Los labios de Aelin se curvaron en una sonrisa—. Connall y yo somos hijos de los nobles que habitan en la parte sureste de las tierras de Maeve… —siseó. —¿Sus padres? —inquirió Aedion. Aelin parecía tener que esforzarse para hablar. Aedion la había visto curar pequeños cortes, y reparar poco a poco las heridas de Manon a lo largo de días, pero… —Nuestra madre era una guerrera —dijo Fenrys, cada palabra con dificultad—. Ella nos formó como tales. Nuestro padre lo era, también, pero solía estar ausente en la guerra. Ella tuvo la tarea de defender nuestro hogar, nuestras tierras. Y de informar a Maeve —ronco, ambos respirando trabajosamente. Aedion se movió para que Aelin pudiera apoyarse completamente contra él, el peso mordiendo en la rodilla ya hinchada—. Cuando Con y yo teníamos treinta años, tirábamos de la correa para ir a Doranelle con ella para ver la ciudad, conocer a la reina, y hacer… lo que a los hombres jóvenes les gusta hacer con el dinero en los bolsillos y la juventud de su parte. Sólo Maeve se fijó en nosotros y… —necesitó más tiempo para recuperar el aliento en esta ocasión—. No fue bien a partir de ahí. Aedion conocía el resto, así como Aelin. La última parte del veneno se deslizó del pecho de Fenrys. Y Aelin respiró. —Ella sabe que odias el juramento, ¿no es así? —Maeve lo sabe —dijo Fenrys—. Y no tengo ninguna duda de que ella me envió aquí con la esperanza de que estaría torturado por la libertad temporal. Las manos de Aelin temblaban, su cuerpo sacudiéndose contra sí mismo. Aedion deslizó una mano alrededor de su cintura. —Siento que estés atado a ella —fue todo lo que dijo Aelin. Las heridas en el pecho de Fenrys comenzaron a cerrarse. Rowan acechó como si notara que se estaba desmayando. La cara de Fenrys seguía grisácea, todavía tensa, cuando miró a Rowan y le dijo a Aelin: —Esto es lo que se supone que debemos hacer, proteger, servir, cuidar. Lo que ofrece Maeve es… una burla de eso —comprobó las heridas de su pecho, ahora cicatrizando, zurciéndose tan lentamente—. Pero es lo que llama a un Fae, la sangre del macho, lo que le guía. Lo que todos estamos buscando, incluso cuando decimos que no lo estamos. El padre de Aedion seguía sobre el pirata herido. Aedion, sorprendiéndose incluso a sí mismo, dijo a Gavriel por encima del hombro: —¿Y tú crees que Maeve cumple eso, o es como dice Fenrys? Su padre parpadeó, siendo eso toda la conmoción que mostró, y luego se enderezó, el marinero herido ahora dormido ante él tras la curación. Aedion aumentó el peso de su mirada leonada, tratando de acabar con el núcleo de esperanza que brillaba en los ojos del león.


—Vengo de una casa noble, también. Soy el menor de tres hermanos. No heredaría o mandaría, así que eso me llevó a ser soldado. Eso hizo que Maeve se fijara en mí y me hiciera la oferta. No había, no hay mayor honor. —Eso no es una respuesta —dijo Aedion en voz baja. Su padre giró los hombros. Inquietud. —Sólo la odié una vez. Sólo la quise dejar una vez. No continuó. Y Aedion sabía qué era lo que no había dicho. Aelin se apartó un mechón de pelo de la cara. —¿Tanto la amabas? Aedion trató de no mostrar la gratitud hacia él que ella le había pedido. Las manos de Gavriel tenían los nudillos blancos, apretadas en puños. —Ella era una estrella brillante en siglos de oscuridad. Habría seguido esa estrella hasta los confines de la tierra, si me hubiese dejado. Pero no lo hizo, y respeté sus deseos de permanecer lejos. De no verla de nuevo. Fui a otro continente y no me permití mirar atrás. Los crujidos del barco y los gemidos de los heridos eran los únicos sonidos. Aedion reprimió el impulso de ponerse de pie y caminar lejos. Parecería un niño, no un general que había luchado su camino a través de campos de batalla con sangre derramada que llegaba a las rodillas. Aelin dijo, otra vez, porque Aedion no fue capaz de emitir las palabras. —¿Intentaste romper el juramento de sangre por ella? ¿Por ellos? —El honor es mi código —dijo Gavriel—. Pero si Maeve hubiera intentado hacerte daño, a ti o a ella, Aedion, hubiera hecho todo lo que estuviera en mi mano para salvarte. Las palabras golpearon a Aedion, y entonces fluyeron a través de él. No se permitió pensar en ello, en la verdad que había sentido en cada palabra. La forma en que su nombre había sonado en los labios de su padre. Su padre comprobó las lesiones persistentes del pirata herido, luego se trasladó a otro. Aquellos ojos leonados se deslizaron a la rodilla de Aedion, hinchada bajo los pantalones. —Hay que atender eso, o en un par de horas estará demasiado rígida para funcionar. Aedion sintió la atención de Aelin volverse hacia él, el escaneo de sus lesiones, pero mantuvo la mirada de su padre y dijo: —Sé cómo tratar mis propias heridas —los sanadores del campo de batalla y la Perdición le habían enseñado lo suficiente a lo largo de los años—. Atiende tus propias heridas —en efecto, el macho tenía costras de sangre en su camisa.


Había tenido suerte, mucha suerte de que ya se hubiera agotado el veneno en esas garras. Gavriel parpadeó hacia sí mismo, su banda de tatuajes se movió al tragar, y luego continuó sin decir nada más. Aelin por fin se separó de Aedion por fin, probando y fallando a ponerse de pie. Aedion la cogió cuando vio sus ojos ahora apagados desenfocarse, pero Rowan ya estaba allí, recogiéndola sin problemas antes de que tocase las tablas. Demasiado rápido, ella debía haber vaciado sus reservas demasiado rápido y sin ningún tipo de alimentos en su sistema. Rowan sostuvo su mirada, el pelo de Aelin flácido mientras descansaba la cabeza contra su pecho. La tensión, las tripas de Aedion se revolvieron. Morath sabía a lo que se enfrentaba. A quién se enfrentaba. Erawan había construido a sus comandantes en consecuencia. Rowan asintió como si fuera la confirmación a los pensamientos de Aedion, pero sólo dijo: —Levanta esa rodilla. Así que Aedion fue su propia compañía para el resto de la noche: primero haciendo guardia, después sentado contra el mástil en el alcázar, con la rodilla levantada de hecho, para disminuir el sombrío calambre interior. Finalmente el sueño estaba empezando a tirar de él cuando la madera se quejó de unos pies detrás, y sabía que ella lo había hecho sólo porque quiso, para evitar sobresaltarle. El leopardo fantasma se sentó junto a él, moviendo la cola, y se encontró con sus ojos un momento antes de ponerle su enorme cabeza sobre el muslo. En silencio, observaron las estrellas que parpadeaban sobre las tranquilas olas, Lysandra frotando la cabeza contra su cadera. La luz de las estrellas tiñó su pelaje con un color plata apagado, y una sonrisa apareció en los labios de Aedion.


Capítulo 48 Traducido por Marina Martinez Corregido por Cotota

Trabajaron durante toda la noche, echando el ancla el suficiente tiempo como para que el grupo tapara el agujero en la habitación de Manon. Aguantaría por ahora, le dijo el capitán a Dorian, pero que los dioses les ayuden si les pilla otra tormenta antes de llegar a las ciénagas. Atendieron a los heridos durante horas, y Dorian estaba agradecido por la pequeña magia sanadora que Rowan le había enseñado mientras volvía a unir trozos de carne. Imaginando que era un puzzle, o trozos de tela desagarrada, mantuvo su escasa cena en el estómago. Pero el veneno… Él dejó eso para Rowan, Aelin y Gavriel. Para cuando la mañana se había transformado en un gris enfermizo, sus caras estaban cetrinas, con profundas manchas oscuras debajo de sus ojos. Fenrys, al menos, estaba cojeando por ahí, y Aedion había dejado a Aelin curar su rodilla lo suficiente como para que volviera a andar, pero… habían visto días mejores. Las piernas de Dorian temblaban un poco mientras contemplaba la cubierta llena de sangre. Alguien había tirado los cuerpos de las criaturas por la borda, junto con lo peor de los restos, pero… Y si lo que había dicho el Sabueso Sanguinario era cierto, ellos no podían permitirse el lujo de ir a puerto y arreglar el resto de los estropicios del barco. Un gruñido, bajo y reverberante, sonó, y Dorian miró a través de la cubierta, hacia la proa. La bruja seguía allí. Seguía curando las heridas de Abraxos, como había estado haciendo durante toda la noche. Una de las criaturas le había mordido varias veces, afortunadamente, sin veneno en los dientes, pero… había perdido algo de sangre. Manon no había dejado que nadie se acercara. Aelin lo había intentado una vez, y cuando Manon le enseñó los dientes, Aelin había maldecido lo suficiente como para hacer que todos los demás se pararan en seco, diciendo que ella se lo merecía si la bestia moría. Manon había amenazado con arrancarle la columna y Lysandra había sido forzada a vigilar el espacio entre ellas dos durante una hora, colgada en las cuerdas del mástil principal en su forma de leopardo fantasma, con la cola meciéndose con la brisa. Pero ahora, el pelo blanco de Manon colgaba sin vida, el cálido viento de la mañana tiraba vagamente de sus mechones mientras se apoyaba en el lomo de Abraxos. Dorian sabía que estaba pisando terreno peligroso. La otra noche, él había estado listo para desnudarla lentamente y poner esas cadenas en buen uso. Y cuando él encontró sus dorados ojos devorándolo tan intensamente cuando él quería devorar otras partes de ella…


Como si hubiera sentido su mirada, Manon miró en su dirección. Incluso a través de la cubierta, cada centímetro entre ellos se volvió tenso. Por supuesto, Aedion y Fenrys lo notaron al instante, haciendo una pausa de limpiar la sangre de la cubierta, este último resoplando. Ambos se habían curado lo suficiente como para andar, pero ninguno se movió para interferir cuando Manon se acercó a él. Si ella no había huido o atacado aún, ellos habían decidido que no se iba a molestar en hacerlo ahora. Manon, se acercó a la barandilla, contemplando el agua interminable, los hilillos de nubes rosas se esparcían por el horizonte. Sangre oscura manchaba su camiseta, sus manos: —¿Te tengo que agradecer por esta libertad? Él cruzó sus antebrazos en la barandilla de madera —Quizás. Ojos dorados se deslizaron hacia él. —La magia, ¿qué es? —No lo sé —dijo Dorian, estudiando sus manos—, se siente como una extensión de mí, como manos reales que puedo controlar. Por un latido, pensó en cómo se habían sentido cuando le agarró de las muñecas, como su cuerpo había reaccionado, relajado y tenso como a él normalmente le gustaba, mientras que su boca apenas había acariciado la suya. Sus ojos dorados brillaron como si se estuviese acordando de eso también, y Dorian se encontró diciendo: —No te haría daño. —Pero te gustó matar al Sabueso Sanguinario. Él ni siquiera se molestó en ocultar el hielo en sus ojos. —Sí. Manon se acercó tanto como para rozar con su dedo la pálida cinta alrededor de su cuello, y él se olvidó que estaban en un barco lleno de gente observando. —Podías haberle hecho sufrir, pero te decidiste por un golpe limpio. ¿Por qué? —Porque incluso con los enemigos, hay una línea. —Entonces ahí tienes tu respuesta. —No he preguntado nada. Manon resopló.


—Has tenido esa mirada toda la noche, si te estas convirtiendo en un monstruo como el resto de nosotros. La próxima vez que mates, acuérdate de esa línea. —¿Dónde estás tú en esa línea, brujita? Ella encontró su mirada, como si quisiera que el viera un siglo de todo lo que ella había hecho. —No soy mortal. Yo no juego con tus reglas. He matado y cazado hombres por diversión. No me confundas con una humana, principito. —No tengo interés en mujeres humanas —ronroneó—. Demasiado rompibles. Incluso mientras decía eso, las palabras se clavaron en una herida profunda y dolorosa en él. —Los ilken —dijo, empujando ese dolor—. ¿Sabías de ellos? —Asumo que son parte de lo que sea que hay en esas montañas. Una ronca voz femenina habló: —¿A qué te refieres, lo que sea que hay en esas montañas? Dorian casi salta de su propia piel. Aelin, parecía, había estado tomando notas de su fantasmal amiga leopardo. Incluso Manon parpadeó ante la reina empapada en sangre que se encontraba ahora detrás de ellos. Manon miró a Aedion y Fenrys cuando oyeron la orden de Aelin para que se acercaran, seguidos por Gavriel. La camisa de Fenrys todavía colgaba a tiras. Al menos Rowan estaba vigilando los mástiles, y Lysandra se fue volando por ahí, en busca de algún peligro. La bruja dijo: —Nunca he visto a los ilken. Sólo he oído sobre ellos, he oído sus gritos cuando mueren. Luego sus rugidos cuando volvían a hacerlos. No sabía que eso era lo que eran. O que Erawan los mandaría tan lejos de sus nidos. Mis Sombras los vieron de refilón, solo una vez. Sus descripciones encajaban con lo que atacó anoche. —¿Son los ilken mayoritariamente rastreadores o guerreros? —dijo Aelin El aire fresco parecía hacer que Manon estuviera más dispuesta a soltar información, porque apoyó su espalda en la barandilla, encarando el grupo de asesinos a su alrededor. —No lo sabemos. Usaron las nubes a su favor. Mis Sombras pueden encontrar lo que sea que no quiera ser encontrado, y aun así no pudieron ni cazar ni rastrear esas cosas. Aelin se puso un poco tensa, frunciendo el ceño al agua que fluía detrás de ellos. Y entonces no dijo nada, como si las palabras se hubieran desvanecido y el cansancio, algo más pesado que eso, se hubiera asentado. —Despierta —dijo Manon


Aedion soltó un gruñido amenazador. Aelin lentamente levantó sus ojos hacia la bruja, y Dorian se preparó para lo que venía. —Así que te equivocaste —dijo Manon—, y te persiguieron. No te distraigas con las pequeñas derrotas. Esto es la guerra. Ciudades se perderán, la gente será masacrada. Y si yo fuera tú, estaría más preocupada sobre por qué enviaron tan pocos ilken. —Si tú fueras yo —Aelin murmuró en un tono que hizo que la magia de Dorian se elevara, hielo helando las yemas de sus dedos. La mano de Aedion se deslizó a su espada—. Si tú fueras yo —una baja y amarga risa. Dorian no había oído ese sonido desde… desde ese dormitorio ensangrentado en un castillo de cristal que ya no existía—. Bueno, tú no eres yo, Blackbeak, así que confío en que mantengas tus reflexiones sobre ese asunto para ti. —No soy una Blackbeak —dijo Manon. Todos se quedaron mirándola. Pero la bruja apenas miró a la reina. Aelin dijo con un leve movimiento de su mano llena de cicatrices. —Claro. Ese asunto. Vamos a escuchar la historia entonces. Dorian se preguntó si llegarían a las manos, pero Manon simplemente esperó durante unos pocos latidos, miró hacia el horizonte de nuevo, y dijo: —Cuando mi abuela me quitó mi título de heredera y Líder del Ala, también me quitó mi herencia. Me dijo que mi padre era un Príncipe Crochan, y que ella había matado a mi madre y a él por conspirar el fin de la enemistad entre nuestra gente y romper la maldición en nuestras tierras. Dorian miró a Aedion. La cara del Lobo del Norte estaba tensa, sus ojos de Ashryver brillaban, pensando todas las posibilidades de lo que Manon estaba diciendo. Manon dijo un poco entumecida, como si fuera la primera vez que ella había hablado de ello incluso para sí misma: —Soy la última Reina Crochan, la última descendiente directa de la misma Rhiannon Crochan. Aelin silbó, levantando las cejas. —Y —continuó Manon—, si mi abuela lo reconoce o no, soy la heredera del clan Blackbeak. Mis brujas, que han luchado a mi lado durante cientos de años, los han pasado matando Crochans. Soñando con el hogar que yo prometí que les devolvería. Y ahora estoy desterrada, mis Trece perdidas y dispersas. Y ahora soy la heredera de la corona de nuestro enemigo. Así que no eres la única, Majestad, que tiene planes que se tuercen. Así que espabila y piensa que hacer ahora. Dos reinas, había dos reinas entre ellos. Dorian pensó. Aelin cerró sus ojos y soltó una risa ronca. Aedion se volvió a poner tenso, como si esa risa podía terminar fácilmente en violencia o paz, pero Manon permaneció ahí. Desgastando la tormenta.


Cuando Aelin abrió los ojos, su sonrisa haciéndose más pequeña pero más cortante, dijo a la Reina Bruja: —Sabía que salve tu patético trasero por alguna razón. La sonrisa a modo de respuesta de Manon era aterradora. Todos los hombres parecieron soltar el aliento que estaban conteniendo, Dorian incluido. Pero entonces Fenrys mordió su labio inferior, escaneando el cielo. —Lo que no entiendo es ¿porque han esperado tanto para hacer algo así? Si Erawan los quiere tan muertos —un gesto hacia Dorian y Aelin—, ¿por qué dejarles madurar, dejar que se vuelvan más poderosos? Dorian trató de no estremecerse con ese pensamiento. No habían estado preparados. —Porque escapé de Erawan —dijo Aelin. Dorian intentó no acordarse de esa noche hace diez años, pero el recuerdo se presentó ante él, y ella, y Aedion—. Él creía que estaba muerta. Y Dorian… su padre lo ocultó. Lo mejor que pudo. Dorian encerró ese recuerdo también. Especialmente cuando Manon giró su cabeza con curiosidad. Fenrys dijo: —Maeve sabía que estabas viva. Lo más probable es que Erawan también. —Quizás ella se lo dijo a Erawan —dijo Aedion. Fenrys giró su cabeza hacia el general. —Ella nunca ha tenido contacto con Erawan, o Adarlan. —Que tú sepas —musitó Aedion—. A no ser que ella sea de las que hablan en el dormitorio. Los ojos de Fenrys se oscurecieron. —Maeve no comparte poder. Ella vio a Adarlan como un inconveniente. Todavía lo hace. Aedion contra argumentó: —Todo el mundo puede ser comprado por un precio. —Innombrable es el precio de la lealtad de Maeve —estalló Fenrys—. No puede ser comprada. Aelin se puso tensa ante las palabras del soldado. Ella parpadeó mirándolo, frunciendo sus cejas mientras sus labios murmuraban silenciosamente las palabras que él había dicho.


—¿Qué pasa? —preguntó Aedion. Aelin murmuró: —Innombrable es mi precio —Aedion abrió la boca, sin duda para preguntar que había despertado su interés, pero Aelin miró a Manon con el ceño fruncido—. ¿Puede tu gente ver el futuro? ¿Verlo como pueden verlo los oráculos? —Algunos —admitió Manon—, las Bluebloods dicen que pueden. —¿Pueden otros clanes? —Ellas dicen que para los Ancianos, pasado, presente y futuro sangran juntos. Aelin negó con la cabeza y se dirigió hacia la puerta que daba al pasillo con las estrechas cabinas. Rowan saltó del mástil y se transformó, sus pies golpeando las planchas justo cuando terminó. Él ni siquiera los miró mientras la seguía hacia el pasillo y cerraba la puerta tras él. —¿De qué iba eso? —preguntó Fenrys —Un Anciano —musitó Dorian, luego le murmuró a Manon—. Baba Yellowlegs. Todos se giraron hacia él. Pero los dedos de Manon rozaron su clavícula, donde el colgante de cicatrices de Aelin causado por Yellowlegs todavía rodeaba su cuello en un blanco puro. —Este invierno, ella estaba en tu castillo —le dijo Manon—, trabajando como una adivina. —¿Y qué dijo? —Aedion se cruzó de brazos. Él sabía de la visita, se acordó Dorian. Aedion siempre tenía puesto un ojo en las brujas, en todos los jugadores poderosos del reino, había dicho una vez. Manon miró de arriba abajo al general. —Yellowlegs era una adivina, un oráculo muy poderoso. Apuesto a que sabía quién era la reina en el momento en el que la vio. Y vio cosas que planeó vender al mejor postor —Dorian trató de no estremecerse ante el recuerdo. Aelin había cercenado a Yellowlegs cuando ella había amenazado con vender sus secretos. Aelin nunca dijo nada acerca de una amenaza sobre los suyos propios. Manon continuó—. Yellowlegs no le habría dicho nada claro a la reina, sólo con términos velados. Así volvería loca a la chica cuando lo entendiera. Una mordaz mirada a la puerta por la que había desaparecido Aelin. Ninguno de ellos dijo nada más, incluso cuando más tarde tomaron gachas frías para desayunar. El cocinero, al parecer, no había sobrevivido a la noche.

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Rowan llamó a la puerta de su baño privado. Ella había echado llave. Entró en su habitación luego en el baño y lo encerró afuera. Y ahora ella estaba vomitando. —Aelin —él gruñó suavemente. Una brusca toma de aliento, luego una arcada, luego, más vómito. —Aelin —rugió, debatiendo cuánto tiempo más era sociablemente aceptable para que echara abajo la puerta. Actúa como un príncipe, ella le había gruñido la otra noche. —No me siento bien —era su débil respuesta. Su voz estaba hueca, plana en un modo que él no había oído por mucho tiempo. —Entonces déjame entrar para que te cuide —dijo él tan calmada y racionalmente como pudo. Ella le había encerrado afuera, encerrado afuera. —No quiero que me veas así. —Te he visto hacerte pis encima. Puedo aguantar lo de vomitar. Cosa que también te he visto hacer antes. Diez segundos. Diez segundos más parecía un buen espacio de tiempo antes de que arrancara el pomo y partiera la cerradura. —Solo, dame un minuto. —¿Qué es lo que ha dicho Fenrys para que te pongas así? —él lo había oído todo desde su lugar en el mástil. Completo silencio. Como si ella estuviera enrollando el crudo terror de vuelta a sí misma, empujándolo a un lugar dónde no pudiera mirarlo o sentirlo o admitirlo. O hablar sobre él. —Aelin. El pomo giró. Su cara estaba gris, sus ojos rojizos. Su voz rota cuando dijo: —Quiero hablar con Lysandra. Rowan miró al cubo que ella casi había llenado, luego a sus pálidos labios. Al sudor que aparecía en su frente. Su corazón se paró de golpe mientras contemplaba que… que puede que ella no estuviera mintiendo. Y por qué puede que ella estuviese enferma. Él trató de buscar su aroma, pero el vómito era demasiado fuerte, el espacio muy pequeño y lleno de olor a océano. Él tropezó un paso hacia atrás,


cerrando esos pensamientos. Sin otra palabra más, él abandonó su habitación. Estaba entumecido mientras buscaba a la cambia formas, que ahora había vuelto a su forma humana mientras devoraba un frío y pastoso desayuno. Con una mirada de preocupación, Lysandra silenciosamente hizo lo que le ordenó. Rowan cambió y se elevó tan alto que el barco se convirtió en un palillo tambaleante ahí abajo. Las nubes refrescaban sus plumas; el viento rugía sobre el puro pánico que martilleaba en su corazón. Planeaba perderse en el amanecer mientras buscaba algún peligro, para aclararse antes de que volviera a ella y empezara a preguntar preguntas cuya respuesta puede que no estuviera listo aun para escuchar. Pero la costa apareció, y sólo su magia evitó que se cayera al vacío ante lo que los primeros rayos del sol revelaron. Anchos, resplandecientes ríos y serpenteantes riachuelos fluían a través de la ondulante esmeralda y oro de los campos que los delimitaban, el oro quemado de los bancos de arena flanqueando cada lado. Y donde pequeños pueblos de pescadores habían una vez mirado hacia el mar… Fuego. Decenas de esos pueblos ardiendo. En el barco debajo de él, los marineros empezaron a gritar, llamándose unos a otros cuando la costa por fin pudo divisarse en el horizonte y el humo se hacía visible. Eyllwe. Eyllwe estaba ardiendo.


Capítulo 49 Traducido por Genesiis Mediina Corregido por Cotota

Elide no habló con Lorcan por tres días. Ella no hubiera hablado con él por otros tres, tal vez por tres malditos meses, si la necesidad no hubiera requerido que rompieran ese odioso silencio. Su ciclo había llegado. Y a través de cualquier constante, la dieta saludable que ella había estado consumiendo el mes pasado, este llego desde un inconsistente chorrito hasta el diluvio con el que había despertado esta mañana. Ella se precipito de la estrecha cama en la cabina hasta el pequeño retrete de a bordo, revolviendo cada cajón y cada caja que pudo encontrar, pero… claramente, una mujer nunca había pasado ningún tiempo en este infernal bote. Tuvo que recurrir a rasgar el mantel bordado para barcos, y para cuando ella se hubo limpiado así misma, Lorcan estaba despierto y ya dirigiendo el bote. Ella le dijo rotundamente: —Necesito suministros. —Aun sigues apestando a sangre. —Sospecho que seguiré apestando a sangre por varios días más, y se pondrá peor antes que mejorar, así que necesito suministros. Ahora. Él se volvió desde su usual lugar cercano a la proa, olfateando una vez. La cara de ella estaba ardiendo, su estómago era un nudo desastroso de cólicos. —Me detendré en el siguiente pueblo. — ¿Cuándo será eso? —el mapa era inútil para ella. —Al anochecer. Habían navegado recto a través de cada pueblo o puesto a lo largo del rio, sobreviviendo de los peces que Lorcan atrapaba. Estaba tan irritada de su propia impotencia que después del primer día, comenzó a copiar sus movimientos, y había ganado una gorda trucha en el proceso. Hizo que la matara y la destripara y la cocinara, pero… por lo menos ella había atrapado esa cosa. Elide dijo:


—Muy bien. Lorcan dijo: —Muy bien. Ella se dirigió hacia la cabina para encontrar algunas otras telas que la ayudaran, cuando Lorcan dijo: —Apenas sangraste la última vez. La última cosa que ella necesitaba era tener esta conversación. —Quizá mi cuerpo finalmente se sintió lo suficientemente seguro como para ser normal. Porque incluso él, asesinando a ese hombre, mintiendo, y luego escupiendo la verdad acerca de Aelin en su cara…Lorcan iría en contra de cualquier amenaza sin pensarlo dos veces. Quizá por su propia supervivencia, pero él le había prometido su protección. Ella había sido capaz de dormir por las noches porque él yacía en el piso entre ella y la puerta. —Así que…no hay nada malo, entonces —ni siquiera se molestó en mirarla cuando lo dijo. Pero ella ladeó la cabeza, estudiando los fuertes músculos de su espalda. Incluso mientras se rehusaba a hablar con él, lo observaba, y hacia excusas para mirarlo mientras realizaba sus ejercicios cada día, usualmente sin camisa. —No, no hay nada malo —dijo ella. Por lo menos, eso esperaba. Pero Finnula, su niñera, siempre chasqueaba la lengua y decía que sus ciclos fueron llenos de manchas, ligeros e irregulares. Para este que había llegado precisamente un mes tarde… Ella no se sentía maravillada al respeto. Lorcan dijo: —Bien, esto nos retrasa como si fuera así. Ella posó los ojos en su espalda, no tan sorprendida por la respuesta, y cojeó hacia la cabina.

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Él necesitaba detenerse de todas maneras, Lorcan se dijo a sí mismo mientras observaba el trueque de Elide con una posadera del pueblo por los suministros que necesitaba. Ella se había envuelto su largo cabello negro en un rojo pañuelo roto que había robado de esa lamentable y pequeña barcaza, e incluso usaba un acento con un timbre nasal mientras hablaba con la mujer, todo su aspecto estaba lejos de la agraciada, tranquila mujer que él había pasado tres días ignorando.


Lo cual estaba bien. Había usado esos tres días para solucionar sus planes para Aelin Galathynius, cómo le devolvería el favor que ella le había dado. La posada parecía segura, así que Lorcan dejó a Elide con su trueque, el resultado, que ella quería ropa nueva, también, y se paseó por las destartaladas calles más apartadas del pueblo en busca de suministros. Las calles estaban muy activas con los comerciantes del río y los pescadores con las amarras para la noche. Lorcan logró intimidar a su manera la compra de una caja de manzanas, carne de venado seca y algo de avena por la mitad de su usual precio. Solo para mantenerlo lejos, los mercaderes a lo largo del muelle en ruinas le arrojaron algunas peras, para la encantadora dama, dijo él. Lorcan, con los brazos llenos de su mercancía, estaba casi en la barcaza cuando las palabras resonaron en su cabeza, un sonido descentrado. No había visto a Elide pasando por esa sección del muelle. No había espiado al hombre mientras había estado atracando, o cuando se habían ido. Los rumores podían dar cuentas de ello, pero esto era un pueblo del río: los extraños siempre estaban yendo y viniendo, y pagado por su anonimato. Se apresuró a regresar a la barcaza, la niebla ondulaba desde el río, oscureciendo el pueblo y la orilla opuesta. Para el momento en el que arrojó la caja y las mercancías dentro del barco, ni siquiera se molestó en atarlas a cabo, las calles estaban vacías. Su magia se agitaba. El escudriño la niebla, las manchas de oro eran velas brillando en las ventanas. No está bien, no está bien, no está bien, su magia susurraba. ¿Dónde estaba ella? Rápido, la quería a ella, contando las cuadras que los habían llevado a la posada. Ella debería estar de vuelta ahora. La niebla lo presionaba. Chillando y resonando en sus botas. Lorcan gruñó hacia los adoquines mientras las ratas corrían por delante, hacia el río. Ellas se arrojaban a sí mismas dentro del río, arrastrándose y arrastrándose unas encima de otras. Algo estaba viniendo, algo estaba aquí.

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La posadera insistió en que ella se probara la ropa antes de comprarla. Ella había puesto desordenadamente la ropa en los brazos de Elide y la había conducido hacia una habitación en la parte trasera de la posada. Los hombres la miraban fijamente, muy ansiosamente, cuando pasó y bajó por el estrecho pasillo.


Típico de Lorcan dejarla mientras él buscaba lo que necesitaba. Elide se metió dentro de la habitación, encontrándola fría y oscura. Se movió, buscado una vela y un pedernal. La puerta se cerró de golpe, encerrándola adentro. Elide se abalanzó sobre la manija mientras esa pequeña voz susurraba, Corre corre corre corre corre corre. Se estrelló contra algo musculoso, huesudo y correoso. Apestaba a carne podrida y sangre vieja. Una vela chispeo para iluminar a través de la habitación. Revelando una mesa de madera, una chimenea vacía, ventanas selladas, y… Vernon. Sentado del otro lado de la mesa, sonriéndole como un gato. Unas fuertes manos con garras puntiagudas la sujetaron de los hombros, las uñas cortaban a través de su piel. El ilken la sujeto firmemente cuando su tío dijo lentamente: —Qué aventura has tenido, Elide.


Capítulo 50 Traducido por Andiie RS Corregido por Cotota

—¿Cómo me encontraste? —jadeó Elide, el hedor de los ilken casi haciéndola vomitar. Su tío se levantó sobre sus pies en un fluido, lento movimiento, enderezando su túnica verde. —¿Preguntando cosas para comprarte tiempo? Inteligente, pero predecible —sacudió su barbilla hacia la criatura. La criatura soltó un bajo y gutural chasquido. La puerta se abrió detrás de ellos, revelando a otros dos ilken que abarcaban el pasillo con sus alas y horribles caras. Oh dioses. Oh, dioses. Piensa piensa piensa piensa piensa. —Tu compañero, lo último que escuchamos, era que estaba poniendo suministros en su bote y desamarrándolo. Probablemente debiste pagarle más. —Él es mi esposo —siseó ella—. No tienes el derecho de alejarme de él, ninguno —porque una vez que ella estaba casada, el reclamo de Vernon sobre su vida se acababa. Vernon dejó escapar una risa baja. —Lorcan Salvaterre, el segundo al mando de Maeve, ¿es tu esposo? En serio, Elide —agitó una mano perezosa hacia el ilken—. Nos marchamos ahora. Pelea ahora, ahora, antes de que tengan la oportunidad de moverla, de llevársela. Pero, ¿a dónde correría? La posadero la había vendido, alguien había dado su posición en este río. El ilken tiró de ella. Plantó sus talones en las tablillas de madera, algún bien tendría que traer. Dejó salir una risita y acercó su boca a su oreja. —Tu sangre huele limpia —ella retrocedió, pero él la agarró más fuerte, su grisácea lengua cosquilleando en un lado de su cuello. Darle una paliza, pero aun así ella no podía hacer nada mientras torcían por el pasillo hacia los otros dos ilken que estaban esperando. Hacia la puerta trasera, ni a unos diez metros de distancia, ya abierta hacia la noche que yacía más allá. —¿Viste lo que guarde para ti en Morath, Elide? —canturreó Vernon, plantado un paso detrás de ellos. Ella golpeó sus pies contra el piso de madera, una y otra vez, tirando de la puerta, de cualquier cosa con la que pudiera hacer palanca para empujar y pelear contra esa criatura.


No. No. No. Lorcan se había ido, ya había obtenido todo lo que quería de ella y se había ido. Ella lo había estado retrasando, había traído enemigo tras enemigo por él. —¿Y que es lo que vas a hacer de regreso en Morath —reflexionó Vernon—, ahora que Manon Blackbeak está muerta? El pecho de Elide se resquebrajó ante las palabras. Manon. —Destripada por su propia abuela y arrojada por uno de los lados de la Fortaleza por su desobediencia. Por supuesto, te protegeré de tus parientes, pero… Erawan estará interesado en aprender lo que ha sido hasta ahora de lo que… tomaste de Kaltain. La piedra en el bolsillo de su chaqueta. Vibró y susurró, despertando cuando ella se resistía. Nadie en la ahora callada posada en el extremo opuesto del pasillo se molestó en venir alrededor de la esquina e investigar sus gritos sin palabras. Otro ilken apareció más allá de la puerta trasera abierta. Cuatro de ellos. Y Lorcan se había ido. La piedra en su pecho empezó a hervir. Pero una voz que era joven y vieja, sabia y dulce, susurró, No la toques. No la uses. No la descubras. Ha estado dentro de Kaltain, le indujo el mal. La hizo convertirse en esa… cáscara. Una cáscara para que algo más la llenara. La puerta abierta se podía vislumbrar. Piensa piensa piensa. No podía respirar lo suficiente para pensar, el hedor del ilken la rodeaba prometiendo el tipo de horrores que tendría que enfrentar cuando ellos la llevaran de regreso a Moreath. No, ella no volvería. No les dejaría llevársela, romperla y usarla Un golpe. Ella tenía un golpe. No, susurró una voz en su cabeza. No. Pero había un cuchillo en el costado de su tío mientras se paseaba hacia adelante y afuera de la


puerta. Era todo lo que necesitaba. Había visto a Lorcan hacerlo mientras cazaba. Vernon se detuvo en el patio trasero, una larga, caja rectangular de hierro esperando ante él. Había una pequeña ventana en ella. Y manijas en ambos bordes. Ella sabía lo que los ilken harían mientras que los otros tres caían en su lugar alrededor de la caja. La iban a meter adentro, cerrar la puerta, y volar para regresarla a Morath. La caja era un poco más grande que un ataúd que estaba parado. La puerta ya estaba abierta. Los ilken tendrían que lanzarla dentro. Por un latido de corazón, la dejarían ir. Tendría que usarlo a su favor. Vernon holgazaneaba a un lado de la caja. Ella no se atrevió a mirar su cuchillo. Un sollozo rompió desde su garganta. Moriría aquí, en este inmundo patio trasero, con estas horribles cosas alrededor de ella. No vería el sol de nuevo, o reiría, o escucharía música– Los ilken se movieron alrededor de la caja, alas susurrando. Cinco pies. Cuatro. Tres. No, no, no, la sabia voz le suplicaba. No sería llevada de vuelta a Morath. No les dejaría tocarla o corromperla. Los ilken la empujaron hacia adelante, un violento empuje para mandarla tambaleante dentro de la caja. Elide se giró, golpeando primero con la cara en el borde, su nariz crujiendo, pero se giró hacia su tío. Su tobillo rugiendo mientras recargaba su peso en el para arremeter contra el cuchillo en su costado. Vernon no tuvo tiempo de entender lo que estaba tratando de hacer cuando ella sacó el cuchillo de la vaina en su cadera. Mientras ella volteaba en cuchillo en sus dedos, su otra mano envolviendo la empuñadura. Mientras sus hombros se curvaban hacia adentro, su pecho cediendo, y dirigió la cuchilla a casa.

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Lorcan tenía el golpe de gracia. Escondido en la niebla, los cuatro ilken no lo podían detectar mientras que el hombre que seguramente era el tío de Elide tenía a los ilken arrastrándola hacia la caja de encarcelamiento. Era hacia él a quien Lorcan estaba apuntando con su hacha. Elide estaba sollozando. Por el terror y la desesperación. Cada sonido acrecentaba la rabia en algo tal letal que Lorcan difícilmente podía ver bien. Entonces los ilken la arrojaron hacia esa caja de hierro. Y Elide probó que no estaba bromeando cuando dijo que nunca regresaría a Morath. Escuchó como su nariz se rompió cuando golpeó el borde de la caja, escuchó la exclamación de sorpresa de su tío cuando ella se giró y se lanzó por él. Y agarró su daga. No para matarlo. Por primera vez en cinco siglos, Lorcan supo lo que era el verdadero miedo cuando Elide giró esa daga hacia ella, la hoja inclinada para sumergirse hacia y dentro de su corazón. Arrojó su hacha. Cuando la punta de esa daga perforó el cuero sobre sus costillas, el mango de madera de su hacha golpeó su muñeca. Elide bajo la mano con un grito, la daga volando lejos. Lorcan ya se estaba moviendo cuando voltearon hacia donde estaba encaramado en el tejado. Saltó hacia el techo más cercano, hacia las armas que había puesto ahí minutos antes, sabiendo que ellos emergerían de esta puerta. Su siguiente cuchillo atravesó el ala de un ilken. Luego otro para mantenerlo abajo antes de que ubicaran su localización. Pero Lorcan ya estaba corriendo rápidamente por el tercer tejado flanqueando el patio trasero. Hacia la espada que había dejado ahí. La arrojó con precisión a través de la cara del más cercano. Quedaban dos, junto con Vernon, gritando que metieran a la chica en la caja. Elide estaba corriendo como el infierno por el estrecho callejón que daba afuera del patio trasero, no hacia la ancha calle. El callejón, muy pequeño para que los ilken pudieran caber, especialmente con todo el escombro y la basura puestos ahí. Buena chica. Lorcan saltó y rodó sobre el siguiente tejado, a las dos dagas restantes. Las lanzó, pero los ilken ya habían aprendido cuál era su objetivo, su estilo de lanzamiento. No habían aprendido el de Elide.


No había ido hacia el callejón solo para salvarse. Había ido por el hacha. Y Lorcan miró mientras la mujer se deslizaba detrás del ilken distraído y dirigía el hacha dentro de sus alas. Con una muñeca lastimada. Con la nariz goteando sangre por su cara. El ilken gritó, golpeando para agarrarla, aun cuando había caído sobre sus rodillas. Donde ella lo quería. El hacha ya se balanceaba de nuevo antes de que el grito del ilken terminara de sonar. El grito fue interrumpido un latido de corazón más tarde cuando su cabeza rebotó contra las piedras. Lorcan se precipitó fuera del tejado, dirigiéndose hacia el ilken que quedaba agitado ante ella. Pero éste pivoteó y corrió hacia donde estaba Vernon acurrucado contra la puerta, su cara drenada de color. Sollozando, su propia sangre derramada sobre las piedras, Elide se giró hacia su tío también. Con el hacha ya levantada. Pero el ilken alcanzó a su tío, lo tomó en sus fuertes brazos, y ambos salieron disparados hacia el cielo. Elide lanzó el hacha de todas formas. No pegó en el ala del ilken por un susurro de viento. El hacha se estampó contra los guijarros del piso, sacando un pedazo de roca. Muy cerca del ilken con las alas desgarradas, que ahora se arrastraba hacia la salida del patio trasero. Lorcan observó mientras Elide tomó su hacha y caminó hacia la siseante, rota bestia. Azotó sus garras hacia ella. Elide fácilmente esquivó el golpe. La bestia gritó mientras ella pisó fuertemente su ala estropeada, interrumpiendo su arrastre hacia la libertad. Cuando el silencio cayó, ella dijo con una tranquila y despiadada voz que él nunca la había oído usar, clara a pesar de la sangre obstruyendo una de sus narinas: —Quiero que Erawan sepa que la próxima vez que los mande por mí como una jauría de perros, le regresaré el favor. Quiero que Erawan sepa que la próxima vez que lo vea, voy a labrar el nombre de Manon en su maldito corazón —lágrimas rodaron por su cara, silenciosas e interminables mientras que la cólera que ahora esculpía sus facciones en algo poderoso y terriblemente hermoso—. Pero parece que esta noche no es realmente tu noche —le dijo Elide al ilken, levantando de nuevo el hacha por encima de su hombro. El ilken podría haber estado lloriqueando mientras que ella


sonreía con gravedad—. Porque solo se necesita a uno para entregar en mensaje. Y tus compañeros ya están en camino. El hacha cayó. Carne y hueso y sangre se derramaron por las piedras. Ella se quedó ahí, contemplando el cadáver, la apestosa sangre que goteaba de su cuello. Lorcan, quizás un poco entumecido, se aproximó y tomó el hacha de sus manos. ¿Como había sido capaz de usarla con una muñeca dolorida? Ella siseó y sollozó ante el movimiento. Como si cualquiera fuera la fuerza que había asaltado sus venas se hubiera desvanecido, dejando solo dolor. Se agarró la muñeca, completo silencio mientras rodeaba al ilken muerto y cortaba las cabezas de los cuerpos. Uno tras otro, recuperando sus armas mientras lo hacía. Las personas dentro de la posada estaban intranquilas, preguntándose por el ruido, preguntándose si era seguro salir para ver qué había pasado con la chica a la que de buena gana habían traicionado. Por un latido de corazón, Lorcan se debatió el terminar con el posadero. Pero Elide dijo: —Suficiente muerte. Lágrimas surcaban su rostro a través de las salpicaduras de sangre negra en sus mejillas, sangre que parecía una mofa de pecas. Sangre, carmesí y pura, corría desde su nariz hacia abajo por su boca y barbilla, ya endureciéndose. Así que envainó el hacha y la levantó en sus brazos. Ella no se opuso. La cargó a través del pueblo envuelto en niebla, hacia donde su bote estaba amarrado. Justo ahora, con espectadores ya reunidos, sin duda para recoger sus suministros cuando los ilken se fueran. Un gruñido de Lorcan los tuvo deslizándose en la niebla. Cuando se posó en la barcaza, el bote balanceándose debajo de él, Elide dijo: —Él me dijo que te habías ido. Lorcan aún no la bajaba, sosteniéndola en alto con un brazo mientras desamarraba las cuerdas. —Le creíste. Ella se limpió la sangre de la cara, luego hizo una mueca de dolor hacia la sensible muñeca, y la nariz rota. Él tendría que atender eso. Incluso entonces, podría estar ligeramente torcida para siempre. Dudaba que a ella le importara. Sabía que quizás ver esa nariz torcida sería un símbolo de que había peleado y sobrevivido. Lorcan la depositó en el suelo, encima de la caja de manzanas, justo dónde la pudiera ver. Ella se


sentó en silencio mientras él tomaba el poste y los empujaba lejos del muelle, lejos de ese odioso pueblo, alegre al estar envueltos por la niebla mientras flotaban río abajo. Podrían permitirse estar dos días más en el río antes de que tuvieran que cortar por tierra para sacudirse cualquier enemigo que estuviera rastreándolos. Lo bueno es que estaban lo bastante cerca de Eyllwe como para lograrlo en unos días a pie. Cuando no había nada más que niebla flotando y el correr del río contra el bote, Lorcan habló de nuevo: —No habrías detenido esa daga. Ella no respondió, y el silencio siguió lo suficiente como para que se girara hacia donde ella estaba encaramada en la caja. Lágrimas caían por su cara mientras tenía la mirada fija en el agua. Él no sabía cómo consolar, como calmar, no en el modo en el que ella lo necesitaba. Así que bajó el poste y se sentó al lado de ella en la caja, la madera gimiendo. —¿Quién es Manon? Había escuchado la mayor parte de lo que Vernon había siseado dentro del comedor privado mientras arreglaba su trampa en el patio trasero, pero algunos detalles lo eludieron. —La Líder del Ala de la legión Ironteeth —dijo Elide, con la voz temblando, las palabras enganchándose a la sangre que se secaba en su nariz. Lorcan tuvo un disparo en la oscuridad. —Ella fue la que te sacó. Ese día, ella era por qué estabas usando el uniforme de las brujas, por qué acabaste deambulando por Oakwald Un asentimiento. —Y Kaltain, ¿quién era ella? —la persona que le había dado esa cosa que cargaba. —La mujer de Erawan, su esclava. Era de mi edad. Él puso la piedra dentro de su brazo y la convirtió en un fantasma viviente. Nos compró tiempo a Manon y a mí para correr, incineró la mayor parte de Morath en el proceso, y a sí misma. Elide se revolvió en su chaqueta, su respiración pesada con lágrimas aun resbalando por su cara. La respiración de Lorcan se detuvo mientras ella sacaba un trozo de tela negra. La esencia que emanaba de ella era femenina, extranjera, rota y triste y fría. Pero había otra esencia debajo de ella, una que conocía y odiaba… —Kaltain dijo que tenía que dárselo a Celaena, no a Aelin —dijo Elide, temblando con sus lágrimas—. Porque Celaena… ella le dio una capa caliente en un calabozo helado. Y ellos no dejaron que Kaltain cargara la capa con ella cuando la trajeron a Morath, pero se las arregló para salvar este pedazo.


Para recordar el pagarle a Celaena por su amabilidad. Pero… ¿Qué tipo de regalo es esta cosa? ¿Qué es esto? —ella apartó un pliegue de la tela, revelando una oscura astilla de roca. Cada gota de su sangre se volvió fría y caliente, despierta y muerta. Ella estaba sollozando tranquilamente. —¿Por qué este sería un pago? Todos mis huesos me dicen que no la toque. Mi… una voz me dijo que ni siquiera pensara en ella… Estaba mal. La cosa en su hermosa, sucia mano estaba mal. No pertenecía aquí, no debería estar aquí. El dios que había visto por él toda su vida había retrocedido. Incluso la muerte le temía a eso. —Ponlo lejos —dijo él toscamente—. Ahora. Con la mano temblando, lo hizo. Solo cuando estaba escondido dentro de su chaqueta él dijo: —Primero hay que limpiarte. Ajustar esa nariz y esa muñeca. Te diré todo lo que se mientras lo hago. Ella asintió, con la mirada en el río. Lorcan la examinó, agarrando su barbilla y forzándola a mirarlo. Sin esperanza, sus ojos negros se encontraron con los de él. Limpió una lágrima perdida con su pulgar. —Hice la promesa de protegerte. No la voy a romper, Elide. Ella trató de zafarse, pero él la agarró un poco más fuerte, dejando sus ojos en los de él. —Siempre voy a encontrarte —le juró. Su garganta se movió. Lorcan susurró: —Lo prometo.

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Elide examinó cuidadosamente todo lo que Lorcan le había dicho mientras limpiaba su cara, inspeccionaba su nariz y muñeca, atando esta última en un paño suave, y rápidamente, pero no de forma brutal, puso otro en su nariz. Llaves del Wyrd. Puertas del Wyrd.


Aelin tenía una Llave del Wyrd. Estaba buscando las otras dos. Pronto para que fuera solo una más, una vez que Elide le diera la llave que llevaba. Dos llaves, contra una. Quizás ganarían esta guerra. Incluso si Elide no sabía cómo Aelin podría usarlas y no destruirse a sí misma. Pero… las dejaría con ella. Erawen podía tener ejércitos, pero si Aelin tenía dos llames… Trató de no pensar en Manon. Vernon había mentido sobre Lorcan abandonándola, para romper su espíritu, para conseguir que ella fuera de buena gana. Tal vez Manon no estaba muerta, tampoco. No lo creería hasta que tuviera la prueba. Hasta que todo el mundo le gritara que la Líder del Ala se había ido. Lorcan estaba de vuelta en la proa para el momento en que se había cambiado una de sus camisas mientras las otras ropas se secaban. Su muñeca latía, un sordo, insistente dolor, su cara no lucía mejor y Lorcan le había prometido que probablemente tendría un ojo negro, pero… su cabeza estaba clara. Se acercó a él, mirándolo mientras empujaba el remo contra el fondo fangoso del río. —Maté a esas cosas. —Hiciste un buen trabajo con ello —dijo él. —No me arrepiento de ello. Oscuros ojos se deslizaron a ella. —Bien. Ella no sabía por qué lo decía, por qué sentía una necesidad o como si fuera digna de cualquier cosa de él en absoluto, pero Elide se puso de puntillas, besando su mejilla áspera por la barba, y dijo: —Siempre te voy a encontrar también, Lorcan. Ella lo sintió mirándola, aun cuando se había metido en la cama minutos más tarde. Cuando se despertó, había tiras limpias de ropa para su ciclo al lado de la cama. Su propia camisa, lavada y seca de la noche a la mañana, ahora cortada para utilizarla en lo que fuera.


Capítulo 51 Traducido por Cecilia García Corregido por Cotota

La costa de Eyllwe estaba en llamas. Habían navegado durante tres días, pasando un pueblo tras otro. Algunos todavía ardían, de otros tan solo quedaban cenizas. Y en cada uno de ellos, Aelin y Rowan habían trabajado para apagar esas llamas. Rowan podía volar en su forma de halcón hasta allí pero… lo odiaba. Odiaba que no pudieran permitirse el lujo de detenerse el tiempo suficiente para ir hasta la orilla. Así que lo hacía desde la embarcación, sumergiéndose en la profundidad de su poder, extendiéndolo para que pudiera atravesar mar y cielo y arena, para reducir esos incendios uno por uno. Hacia el final del tercer día, ella estaba flaqueando, tan sedienta que ninguna cantidad de agua era capaz de saciarla, con los labios agrietados y en escamas. Rowan se había acercado a la orilla tres veces para preguntar quien lo había hecho. Y cada vez la respuesta había sido la misma: la oscuridad había aparecido en la noche, del tipo que apagaba las estrellas, y entonces las villas habían ardido bajo flechas ardientes que apenas las vieron cuando estas ya habían alcanzado a sus víctimas. Pero sobre la localización de la oscuridad o de las fuerzas de Erawan… no había ni rastro. Ni de Maeve, tampoco. Rowan y Lysandra habían volado alto y ancho en busca de ambos… pero nada. Algunos aldeanos aseguraban que les habían atacado fantasmas. Los fantasmas de sus difuntos, volviendo desde tierras distantes. Hasta que comenzaron a susurrar otro rumor. Que la propia Aelin Galathynius estaba haciendo arder Eyllwe, pueblo por pueblo. En venganza por no haber ayudado a su reino diez años atrás. No importaba que ella estuviera apagando las llamas. No creyeron a Rowan cuando trató de explicarles quien extinguía los incendios a bordo de un barco distante. Él le dijo que no escuchara, que no lo dejara entrar en ella. Así que lo intentó. Y había sido durante uno de esos momentos en el que Rowan había recorrido la cicatriz en su mano con el pulgar, inclinándose para besar su cuello. Suspiró sobre ella, y ella supo que había


encontrado una respuesta para la pregunta que le había hecho huir esa mañana en el barco. No, ella no estaba embarazada. Solo habían hablado sobre ese tema en una ocasión, la semana pasada. Cuando ella se apartó de él, jadeando y cubierta de sudor, y él le preguntó si estaba tomando un tónico. Ella simplemente dijo que no. Él se quedó quieto. Y entonces le explicó que si había heredado tanto de la sangre Fae de Mab, muy probablemente había heredado la inclinación de los Fae para concebir. E incluso si el momento era horrible… si ésta era la gran oportunidad de proporcionar a Terrasen un heredero y un futuro… no la desperdiciaría. Sus ojos verdes se volvieron distantes, pero asintió, besando su hombro. Y eso había sido todo. Ella no había reunido el valor para preguntarle si quería tener el bebé. Si quería tener hijos, teniendo en cuenta lo ocurrido con Lyria. Y durante el breve momento antes de que saliera volando de vuelta a la orilla para apagar más llamas, no tuvo el valor de explicar por qué había tenido el valor de tampoco explicarle por qué había vomitado hasta las entrañas esa mañana. Los últimos tres días habían sido una mancha borrosa. Desde el momento en que Fenrys había pronunciado esas palabras, Innombrable es mi precio, todo había sido una mancha de humo y llamas y olas y sol. Pero a medida que el sol se ocultaba el tercer día, Aelin de nuevo alejó esos pensamientos a medida que la embarcación de escolta comenzaba a hacer señales a lo lejos, con su tripulación trabajando frenéticamente para echar el ancla. El sudor resbalaba por su ceja y su garganta estaba prácticamente seca. Pero se olvidó de su sed y del cansancio mientras miraba lo que los hombres de Rolfe habían estado espiando momentos atrás. Una tierra llana y bañada por agua bajo el cielo nublado se extendía hacia el interior a la vista. Hierba mohosa y prados color hueso grisáceo cubrían los baches y agujeros, pequeñas islas de vida sobre las aguas de un gris pálido, cristalino, entre ellos. Y por encima de todo eso, sobresaliendo desde el agua salobre y la tierra jocosa como los restos de un cadáver mal enterrado había ruinas. Inmensas y desmoronadas ruinas, de lo que una vez fue una ciudad increíble ahogada en la llanura. Los Pantanos de Piedra.

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Manon permitió que los humanos y Fae se encontraran con los capitanes de las otras dos naves. Había oído la noticia con bastante rapidez: lo que buscaban se hallaba a un día y medio hacia el interior. Precisamente donde, no lo sabían, ni lo que tardarían en encontrar su localización exacta.


Hasta que regresaran, los barcos permanecerían anclados aquí. Y Manon, al parecer, se uniría a ellos en el viaje hacia el centro de la isla. Dado que la reina sospechaba que si era dejada atrás, su pequeña flota no estaría intacta cuando regresaran. Mujer lista. Pero ese era el otro problema. Al que se enfrentaba Manon ahora, viéndose ansiosa y fuera de sí. La cola de Abraxos dio un ligero latigazo, sus clavos de hierro rasparon y arañaron la primitiva cubierta del barco. Como si hubiera oído la orden de la reina hacía sólo un minuto: el wyvern se debe ir. En la extensión llana y abierta de los pantanos, él sería demasiado llamativo. Manon apoyó su mano en su hocico lleno de cicatrices, mirando hacia esos ojos negros sin fondo. —Debes ocultarte en algún lugar. Un jadeo cálido y doloroso llegó a su palma. —No te quejes de ello —dijo Manon, incluso cuando algo se retorcía y revolvía en su vientre—. Mantente fuera de vista y alerta, y vuelve dentro de cuatro días —se permitió a sí misma inclinarse hacia delante, apoyando su frente contra el hocico. Un gruñido retumbó en sus huesos—. Hemos sido un equipo, los dos. Unos pocos días no es nada, amigo. Él le levantó la cabeza con la suya propia. Manon tragó saliva. —Has salvado mi vida. Muchas veces. Nunca te lo he agradecido. Abraxos dejó escapar otro leve gemido. —Tú y yo —le prometió—, desde ahora hasta que la oscuridad nos reclame. Se obligó a alejarse, a agarrar su hocico solo una vez más. Retrocedió un paso, y luego otro. —Ve. Él no se movió y ella le mostró los dientes de hierro. —Ve. Abraxos le dirigió una mirada llena de reproche, pero su cuerpo se tensó y sus alas se elevaron. Y Manon decidió que nunca había odiado a nadie más de lo que odiaba a la Reina de Terrasen y a sus amigos. Por obligarle a irse. Por causar esta separación, cuando tantas dificultades no habían podido hacerlo. Pero Abraxos ya se encontraba en el aire causando que las velas se estremecieran al viento de sus alas, y Manon observó hasta que se convirtió en un punto en el horizonte, y hasta que las lanchas fueron preparadas para llevarles hasta los pastos y las aguas grises estancadas de los pantanos a lo


lejos. La reina y su corte se preparaban, colocándose armas de la misma forma en que algunas personas se adornaban con joyas, moviéndose entre preguntas y respuestas mutuas. Se parecían mucho a sus Trece. Tanto que tuvo que darse la vuelta, escondiéndose en las sombras del trinquete y controlando su respiración en un ritmo calmado. Sus manos temblaron. Asterin no estaba muerta. Las Trece no habían muerto. Había mantenido esos pensamientos en la bahía. Pero ahora, con el olor a flores del wyvern disipándose en el horizonte… La última parte de la Líder del Ala se había desvanecido con él. Un viento húmedo la arrastró hacia el interior, hacia esos pantanos. Arrastrando su capa roja con ella. Manon pasó un dedo por la capa carmesí que se había obligado a verter esa mañana. Rhiannon. Nunca había oído ni un susurro de que la sangre real Crochan había conseguido salir de esa masacre en el campo de batalla cinco siglos atrás. Se preguntó si alguna de las Crochans a parte de su hermanastra sabía que la hija de Lothian Blackbeak y un príncipe Crochan había sobrevivido. Manon desabrochó el botón que juntaba la capa en sus hombros. Sintió el peso del cerrojo de tela roja sobre sus manos. Unos pocos golpes de sus uñas para sujetar una tira larga y delgada de la capa. Unos pocos movimientos la mantenían agarrando una tira larga y delgada de su capa, y los últimos para atarla al final de la trenza, roja oscura en contraste con el blanco lunar de su cabello. Manon salió de las sombras por detrás del trinquete y se asomó por el borde de la nave. Nadie dijo nada cuando tiró la capa de su hermanastra al mar. El viento la transportó a unos pocos pies sobre las olas antes de que se sacudiera como una hoja muerta sobre la tierra sobre la profundidad. Un charco de sangre, así era cómo se veía desde la distancia a medida que la marea la alejaba más y más hacia el océano. Vio al Rey de Adarlan y la Reina de Terrasen esperando en la barandilla de la cubierta principal. Sus compañeros subían a la lancha que aguardaba sobre las olas. Se encontró con los ojos zafiro de ella, y luego con esos turquesa y dorados. Sabía que lo habían visto. Quizás no entenderían qué había significado la capa… pero entendían el gesto por lo que era. Manon relajó la mandíbula y aflojó las uñas de nuevo a medida que se acercaba a ellos. Aelin Galathynius dijo lentamente: —Nunca dejas de ver sus rostros.


Tan solo cuando estaban remando hacia la orilla, el rocío empapándolos, que Manon entendió que la reina no se refería a las Trece. Y Manon se preguntó si Aelin, también, había observado la capa flotando mar adentro y pensado que se asemejaba a sangre derramada.


Capítulo 52 Traducido por Lu Na Corregido por Cotota

No lograron llegar a Leriba. O a Banjali. Ni siquiera se acercaron. Lorcan sintió la presión en sus hombros que había guiado y ensombrecido el curso de su vida, esa mano invisible e insistente de sombra y muerte. Así que fueron rumbo al Sur, después al Oeste, navegando rápidamente por la red de canales del río Eyllwe. Elide no tuvo objeción o pregunta alguna cuando él explico que si el mismo Hellas les estaba pisando los talones, era porque la reina que estaban persiguiendo estaba probablemente en esa dirección. Donde quiera que eso los llevara. No habían ciudades ahí afuera, solo prados infinitos que bordeaban el extremo sur de Oakwald, y después de eso, pantanos. Pero si ahí era donde él tenía que ir… El dios oscuro tocó sus hombros y nunca lo había guiado mal. Vería lo que podía encontrar. No dejo que le detuviera mucho tiempo el hecho de que Elide cargará una Llave de Wyrd. Que estuviera tratando de llevársela a su enemigo. Tal vez la suma de sus poderes los llevaría a eso, a ella. Y entonces, si jugaba bien sus cartas, tendría las dos llaves. Si era más inteligente y rápido y despiadado que los otros. Después, la parte más peligrosa de todas: viajar con dos llaves en su posesión, dentro del corazón de Morath, para cazar la tercera. La rapidez sería su mejor aliado y la única oportunidad para sobrevivir. Y probablemente nunca más volvería a ver a Elide, o a ninguno de los otros. Habían abandonado por último la barcaza esa mañana, metiendo cualquier suministro que cupiera dentro de sus paquetes antes de prepararse para los ondulantes pastos. Horas después, la respiración de Elide era entrecortada a medida que ascendían por la colina en lo profundo de la llanura. Desde hacía dos días que él venía sintiendo el aroma salado en el aire, debían estar cerca de la orilla de los pantanos. Elide tragó con fuerza, y él le pasó la cantimplora mientras observaban los bordes de la colina. Elide se detuvo, relajando sus brazos a los costados. Y el mismo Lorcan se congeló al contemplar lo que se extendía delante de ellos. —¿Qué es éste lugar? —Elide respiró, como si la temerosa tierra de sí misma pudiera escuchar.


Tan lejos como podía ver, creciendo en el horizonte, la tierra se había hundido unos buenos nueve metros, una severa y brutal grieta que abarcaba desde las orillas del acantilado, no la colina, sobre la cuál estaban, como si un dios furioso hubiera estampado su pie sobre la llanura y dejado una gran huella. La plateada agua salobre cubría la mayor parte de ello, todavía como un espejo, interrumpido solamente por los montones de tierra, las islas cubiertas de hierba y las bellas ruinas que se derrumbaban. —Este es un mal sitio —susurró Elide—. No deberíamos estar aquí. De hecho, el vello de sus brazos se había erizado, cada instinto en alerta al escanear el pantano, las ruinas, los arbustos y el grueso follaje que había ahogado alguna de las islas. Incluso el dios de la muerte dejó de empujar y se escondió detrás de los hombros de Lorcan. —¿Qué es lo que sientes? Sus labios apenas tenían color. —Silencio. Vida, pero como… silencio. Como si… —¿Cómo si qué? —presionó él. Sus palabras fueron un respiro de estremecimiento. —Como si todas las personas que alguna vez vivieron aquí, hace mucho tiempo, estuvieran atrapadas dentro… como si siguieran… por debajo —señaló una ruina, un domo curveado y roto que había sido probablemente un salón de baile conectado al capitel. Un palacio—. No creo que éste sea un lugar para vivir, Lorcan. Las bestias dentro de esas aguas… no creo que ellos toleren a los intrusos. Ni tampoco los muertos. —¿Es la piedra o la diosa que te cuida la que te dice estas cosas? —Es mi corazón el que murmura una advertencia. Anneith está callada. No creo que ella quiera estar cerca de aquí. No creo que ella nos siga. —¿Fue a Morath pero no viene hasta aquí? —¿Que hay dentro de estos pantanos?—preguntó en su lugar—. ¿Por qué Aelin se dirigió hasta aquí? Esa, parecía, era la cuestión. Ya que si ellos eligieron esto, seguramente la reina y Whitethorn lo sintieron también y solo los conduciría hacia una recompensa o una amenaza. —No lo sé —admitió—. No hay ninguna ciudad o destacamento cerca —aun así, era donde el dios oscuro lo había guiado y donde aún su mano lo empujaba hacía una aventura, incluso si se estremecía. Nada más que ruinas y denso follaje en esas pequeñas islas, o seguridad de lo que sea que moraba


bajo las aguas vidriosas. Pero Lorcan obedeció los empujones del dios en sus hombros y guio a la Señora de Perranth hacia delante.

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—¿Quién vivió aquí? —preguntó Elide, observando a la desgastada cara de la estatua sobresaliente del casi derrumbado muro de piedra. Se tambaleó en el borde de la pequeña isla donde estaban parados, no dudaba que la mujer esculpida cubierta de musgo hubiera sido alguna vez hermosa, así como hubiera sido de ayuda un rayo de luz y la azotea que desde entonces se había podrido. Pero el velo que había sido tallado en ella ahora parecía un velo de muerte. Elide sintió un escalofrío. —Este lugar fue olvidado y destrozado siglos antes de que yo naciera —dijo Lorcan. —¿Perteneció a Eyllwe? —Fue parte de un reino que ahora no existe, gente perdida que deambuló mezclándose con aquellos que pertenecían a otras tierras. —Debieron haber sido muy talentosos para hacer tan hermosos construcciones. Lorcan gruñó en acuerdo. Habían pasado dos días desde que se movieron para cruzar el pantano, ningún signo de Aelin. Habían dormido al refugio de las ruinas, aunque ninguno de ellos consiguió un verdadero descanso. Los sueños de Elide estaban llenos con caras pálidas, miradas lechosas de gente que jamás conoció, llorando y suplicando mientras el agua se metía en sus gargantas y narices. Incluso despierta, podía verlos, escuchar sus quejidos en el viento. Lorcan se había quejado el primer día de la brisa a través de las piedras. Lo había visto en sus ojos. Él también escuchaba la muerte. Escuchaban los truenos del cataclismo que había caído sobre la tierra justo debajo de ellos, habían escuchado la corriente del agua que los devoraba mucho antes de que ellos pudieran correr. Curiosas bestias del mar, el pantano y el río se habían reunido en los años siguientes, haciendo de las ruinas un terreno de caza, dándose un banquete una que otra vez cuando los ahogados cadáveres flotaban. Cambiando, adaptándose y creciendo más grandes, pesados e inteligentes de lo que sus antepasados habían sido. Había sido gracias a esas bestias que les había tomado tanto tiempo cruzar el pantano. Lorcan podía escanear las tranquilas aguas en medio de las islas seguras. Algunas veces era claro caminar por el agua a la altura del pecho, agua salada. A veces no lo era. A veces incluso las islas no eran seguras. Dos veces ahora, que ella se había salpicado con una larga y escamosa cola corrediza, plateada como armadura, detrás de un muro de piedra o de un pilar


roto. Tres veces, había visto unos enormes ojos dorados, con una hendidura en las pupilas, vigilando desde los juncos. Lorcan la había arrastrado por encima del hombro y echado a correr cada vez que se daba cuenta de que no estaban solos. Luego estaban las serpientes, a quienes les gustaba colgar de los árboles como apariciones que drenaban la existencia de las islas. Y los incesantes, moscos mordaces, que no se comparaban a las nubes de mosquitos que algunas veces los cazaban por horas. O hasta que Lorcan enviaba una ola de su poder oscuro hacía ellos y caían a la tierra como una llovizna oscura. Pero cada vez que él mataba… ella sentía la tierra estremecerse. No por temor a él… pero como si estuviera despertando. Escuchando. Preguntándose quién se había atrevido a caminar por ahí. En la cuarta noche, Elide estaba tan cansada, tan nerviosa, que quería lloriquear mientras entraban hacía un raro santuario: una sala en ruinas, con partes del entrepiso aún intactas. Estaba a cielo abierto, y las vides habían ahogado las tres paredes, pero la escalera de piedra había permanecido sólida y estaba en lo alto de la isla que nada podría avanzar fuera del agua para escalar y alimentarse de ellos. Lorcan tuvo que colocar virutas de vid y ramas sobre la base y lo más alto de la escalera para que pudiera alertarlos en caso de que alguna bestia se deslizara por los peldaños. No se arriesgaron a encender una fogata pero ella no la echó de menos, porque estaba lo suficientemente cálido. Acostada a un lado de Lorcan, entre la barrera que proporcionaba su cuerpo y la piedra que tenía a su izquierda, Elide observó las titilantes estrellas, y el adormecedor zumbido de los insectos era un constante sonido en sus oídos. Algo rugió a la distancia. Los insectos se detuvieron. El pantano parecía poner toda su atención en ese salvaje y profundo rugido. Lentamente, la vida tomó su curso, aunque más silenciosa. —Duerme, Elide —murmuró Lorcan. Respiró profundo, el miedo corría por su sangre. —¿Qué fue eso? —Una de las bestias, ya sea una llamada de apareamiento o una advertencia territorial. Ella no quería saber que tan grandes eran esas bestias. Con el atisbo de ojos y colas era suficiente. —Cuéntame sobre ella —susurró Elide—, tu reina. —Dudo que eso ayude para que duermas mejor. Se giró hacía el otro lado, descubriéndolo acostado sobre su espalda, mirando el cielo. —¿Crees que ella te mate por lo que has hecho? —una cabezada—. Aun así tú te arriesgaste por su


bien —inclinó su cabeza y la apoyó en su mano—. ¿La amas? Esos ojos, más oscuro que los espacios entre las estrellas, se deslizaron hacía ella. —He estado enamorado de Maeve desde la primera vez que posé mis ojos en ella. —¿Acaso eres… eres su amante? —no había dudado en preguntarlo, aunque realmente no quería saberlo. —No, me ofrecí una vez. Ella se rió de mí por la insolencia—su boca se tensó—, así que me hice invaluable de otras formas. Otra vez, el rugido que silenciaba al mundo por unos latidos se oyó a la distancia. ¿Se había escuchado más cerca o era su imaginación? Cuando se giró para verlo, los ojos de Lorcan estaban en su boca. —Tal vez ella usó tu amor como su ventaja. A lo mejor le interesaba arrastrarte con ella. Tal vez cambie de parecer cuando se dé cuenta que estás pensando en… irte. —Le hice un juramento de sangre. Nunca me iré. Sintió una opresión en el pecho al escucharlo. —Entonces puede descansar tranquila sabiendo que suspirarás por ella toda la eternidad. Las palabras salieron más filosas de lo que pretendía sonar, así que se obligó a mirar a las estrellas, pero Lorcan agarró su barbilla más rápido de lo que ella pudo detectar. Él la miro detenidamente, escaneando sus ojos. —No cometas el error de creerme un tonto romántico. No sostengo ninguna pizca de esperanza por ella. —Eso no parece amor en absoluto. —¿Y tú qué sabes del amor? —estaba tan cerca, no se había dado cuenta en qué momento se había acortado la distancia entre ellos. —Creo que el amor te hace... te hace feliz —dijo Elide, recordando a su madre y a su padre. Cuán seguido ellos habían sonreído y reído, y cómo se miraban el uno al otro—. Debería hacerte ser la mejor versión posible de ti. —¿Estás implicando que yo no soy ninguna de esas cosas? —Para empezar no creo ni que sepas qué es la felicidad. Se quedó pensativo. —No me importa… no me importa estar a tu alrededor. —¿Es un cumplido?


Una media sonrisa se asomó por esa cara que parecía tallada en granito. Y ella quería… quería tocarla. Esa sonrisa, esa boca. Tocarla con sus dedos, con sus labios. Lo hacía lucir joven, lo hacía lucir… guapo. Así que levantó sus temblorosos dedos y tocó sus labios. Lorcan se quedó helado, aún faltaba la mitad, sus ojos estaban solemnes y resueltos. Pero ella siguió trazando el contorno de sus labios, encontrando que la piel debajo de sus dedos era suave y cálida, un gran contraste para las duras palabras que salían regularmente de ellos. Se acercó a la esquina de sus labios, y él giró su rostro y lo colocó sobre su mano, descansando su áspera mejilla sobre su palma. Sus párpados se cerraban pesadamente a medida que ella le rozaba su mejilla con el pulgar. Elide susurró: —Yo te escondería. En Perranth. Si tu… si tú haces lo que tienes que hacer, y necesitas un lugar para ir… tendrías un lugar ahí. Conmigo. Sus ojos se abrieron de golpe, pero no había crueldad en ellos, no había frialdad, nada sobre la luz que brillaba en ellos. —Sería un hombre sin honor, podría perjudicarte y hacerte quedar mal. —Si alguien piensa eso, no debería tener un lugar en Perranth. Su garganta se entrecorto. —Elide, tú necesitas… Pero ella se levantó suavemente, reemplazando con su boca el lugar en donde habían estado sus dedos. El beso fue suave, tranquilo y corto. Apenas un toqueteo entre sus labios y los suyos. Pensó que Lorcan podría haberse quedado temblando mientras ella se retiraba. El calor creció a través de sus mejillas. Pero se obligó a decir, sorprendida de que se voz estuviera tan tranquila: —No necesitas contestarme ahora. O nunca. Podrías aparecerte en el umbral de mi casa en diez años y la oferta seguiría en pie. Pero eso sí, es seguro que hay un lugar para ti en Perrant, si alguna vez lo necesitas o lo deseas. Algo parecido a la agonía cruzó por sus ojos, era la expresión más humana que le había visto hacer. Pero él se inclinó hacia adelante, y pese a los pantanos, pese a cualquier fuerza que colisionara en el mundo, por primera vez en diez años, Elide se encontró a si misma sin miedo mientras Lorcan acariciaba sus labios con los suyos. Sin temor a nada mientras lo hacía de nuevo, besando una esquina de sus labios y luego la otra.


Sus besos gentiles y pacientes, acompasados con la suavidad de sus manos al apartar un mechón de cabello sobre sus ojos, al recorrer su cadera y su dorso. Ella levantó sus manos para acariciar su rostro, arrastró sus dedos y los introdujo en su sedoso cabello mientras se arqueaba hacía él, deseando el peso de su cuerpo sobre el suyo. La lengua de Lorcan arremetió hacia la línea de su boca y Elide se maravilló por lo natural que se sintió abrirla para él, cómo su cuerpo cantaba al contacto, su dureza en contra de su suavidad. Lorcan gimió al primer contacto de su lengua contra la de ella, su cadera presionando la suya de manera que el calor subía a través de ella, haciendo que su cuerpo se arqueara en contra de su cuerpo en respuesta y en demanda. Él la besó con pasión en respuesta a esa solicitud, su mano se deslizó recorriendo suavemente sus muslos, abriendo sus piernas para poderla colocar por completo entre ellas. Y todo él estaba listo por ella… ella se dio cuenta de que estaba jadeando, mientras se apretaba contra él mientras Lorcan arrancó su boca de la suya y le besó el mentón, su cuello, sus orejas. Estaba temblando, no de miedo sino de deseo mientras Lorcan suspiraba su nombre una y otra vez sobre su piel. Como una oración, así es como sonaba su nombre en sus labios. Ella tomó su cara en sus manos, encontrando sus ojos centelleantes y su respiración entrecortada, como la suya. Elide se atrevió a recorrer con sus manos desde sus mejillas hacia su cuello, justo encima del cuello de su camisa. Su piel era como seda acalorada. Se estremeció al toque, inclinó su cabeza de modo que su oscuro cabello se desparramara en su frente, y dirigió su cadera hacia las suyas lo suficiente para que un pequeño gemido saliera de ella. Más, se dio cuenta de que ella quería mucho más. Sus ojos se encontraron con los de ella en una silenciosa pregunta, su mano detenida sobre su piel encima de su corazón. Era un violento y estruendoso palpitar. Levantó su cabeza para poder besarlo, y sus labios coincidieron con los de él, ella murmuró y él contestó. Lorcan levantó la cabeza de golpe. Se había puesto instintivamente sobre sus pies, girando en dirección al noreste. Donde una oscuridad había empezado a extenderse a través de las estrellas, borrándolas una por una. Toda pizca de calor o deseo, desapareció de ella. —¿Es una tormenta? —Necesitamos correr —.dijo Lorcan. Aún era de noche y faltaban más de seis horas para el amanecer. Cruzar los pantanos ahora… Más y más estrellas eran engullidas por esa oscuridad reunida. —¿Qué es eso? —se esparcía más lejos con cada palpitar. Incluso a lo lejos, las bestias del pantano habían dejado de rugir. —Ilkens —murmuró Lorcan—. Eso es un ejército de ilkens.


Elide sabĂ­a que no estaban viniendo por ella.


Capítulo 53 Traducido por Cotota Corregido por Reshi

Dos días en los interminables Pantanos de Piedra, dos, no el día y medio que el maldito de Rolfe había sugerido, y Aelin ya estaba inclinada a quemar todo el lugar hasta el suelo. Gracias al agua y la humedad, nunca estaba seca, siempre sudorosa y pegajosa. Y lo peor de todo: los insectos. Ella mantuvo a los pequeños demonios lejos gracias a un escudo de llama invisible, viéndose solo por el zumbido cuando lo golpeaban. Podía haberse sentido mal si no hubieran intentado comerla viva el primer día allí. Si no hubieran arañado las decenas de mordidas rojas e hinchadas hasta que la piel sangró, y Rowan la ayudó para sanarlas. Después del ataque del Sabueso Sangriento, sus propias habilidades curativas la habían agotado. Así que Rowan y Gavriel jugaron a los curanderos con todos ellos, atendiendo las picaduras que punzaban, a las ronchas de las plantas picantes, a los arañazos de los trozos de ruinas sumergidos y dentados que los cortaban si no tenían cuidado al vadear a través sobre el agua salobre. Solo Manon parecía inmune a las cunetas del pantano, encontrando la belleza fiera y podrida y de los pantanos agradable. Ella, de hecho, le recordaba a Aelin a una de las horribles bestias del río que gobernaban ese lugar, con esos ojos dorados, esos dientes afilados y brillantes… Aelin trató de no pensar demasiado en ello. Intentado imaginar salir de ese lugar y estar en tierra seca y crujiente. Pero en el corazón de ésta muerte, estaba la miserable Cerradura de Mala. Rowan estaba explorando adelante en forma de halcón mientras el sol avanzaba hacia el horizonte, Lysandra examinando las aguas entre las pequeñas colinas cuando algo viscoso y escalado hizo que Aelin compusiera una mueca, provocando un siseo indignado de una lengua dividida antes de que la cambia pieles salpicara el agua. Aelin hizo una mueca de nuevo mientras avanzaba con dificultad por una de esas pequeñas colinas cubiertas de espinosas zarzas y coronadas con dos pilares caídos. Un laberinto diseñado para rascarse y trocearse y rasgarse. Así que envío una ráfaga de fuego a través de la colina, convirtiéndola en cenizas marchitas. Se aferró a sus botas húmedas cuando algo pasó por encima de ella, una pasta gris empapada. Fenrys se rió a su lado mientras bajaban la colina. —Bueno, esa es una manera de superarlo —él le tendió una mano para guiarla por el agua, y una parte de ella rechazó la idea de ser escoltada, pero… estaría condenada si caía a un pozo acuoso. Ella tenía una muy, muy buena idea de lo profundo que era debajo de ellos. No tenía ningún interés


en nadar entre los restos podridos de la gente. Fenrys le apretó la mano con fuerza mientras recorrían el agua hasta su pecho. Primero la arrastró a la orilla y luego la bajaron. Sin duda, podía saltar las lagunas entre las islas en forma de lobo, como Gavriel. Por qué se molestaba en quedarse en su forma Fae estaba más allá de su comprensión. Aelin utilizó su magia para secarse lo mejor que pudo, luego usando un zarcillo para secar la ropa de Fenrys y Gavriel también. Un gasto inofensivo y casual de poder. Incluso si usarlo durante tres días seguidos en la ardiente costa de Eyllwe la había drenado. No drenando su llama, sino solo… físicamente. Mentalmente. Aun sentía que podía dormir durante una semana. Pero la magia murmuró incesante, implacablemente. Aunque ella estuviera cansada… El poder exigía más. Secar la ropa entre las inmersiones en el agua de los pantanos, al menos, mantenía la maldita cosa tranquila. Por ahora. Lysandra apartó su espantosa cabeza de un enredo de zarzas, y Aelin gritó, retrocediendo un paso. La cambia pieles sonrió, revelando dos colmillos muy afilados. Fenrys soltó una carcajada, escrutando a la cambiadora mientras se deslizaba unos cuantos metros por delante. —Así que puedes cambiar de piel y hueso, ¿pero sigues manteniendo la marca? Lysandra se detuvo a unos cuantos centímetros del agua, y en la isla que estaba por delante, Aedion se tensó, incluso mientras caminaba. Bueno. Al menos no la única que le arrancaría la garganta a alguien si se burlaba de Lysandra. Pero su amiga cambió, brillando y expandiéndose, hasta que se convirtió en un humano, un Fae. Hasta que Fenrys se miró a sí mismo, aunque a una versión más pequeña para encajar en las ropas de la mujer. Gavriel, despejando la maleza detrás de ellos, tropezó un paso ante la vista. Lysandra dijo, con una voz casi idéntica a la voz de Fenrys: —Supongo que siempre será mi opinión. Ella extendió su muñeca, empujando hacia atrás la manga de su chaqueta para revelar su piel dorada, empañada con esa marca. Pero ella seguía observándose mientras continuaban andando y subiendo, y finalmente comentó: —Tu audición es mejor —Lysandra pasó la lengua por los caninos ligeramente alargados. Fenrys se encogió un poco. —¿Cuál es el punto de esto? —preguntó. Gavriel se acercó más y le dio un empujón lejos de la cambia formas, caminando unos pasos por delante de ella.


—Que Fenrys es la última persona en preguntar. Si quieres una respuesta adecuada, ese es el punto. Lysandra se rió, sonriendo al León mientras subían la colina. Era extraño, ver su sonrisa en el rostro de Fenrys. Fenrys captó la mirada de Aelin y se volvió haciendo una mueca, sin duda encontrándolo igualmente desconcertante. Ella rió entre dientes. Alas se adelantaron y Aelin se tomó un momento para maravillarse mientras Rowan se acercaba a ellos con fuerza y rapidez. Rápido, fuerte, inquebrantable. Gavriel retrocedió unos cuantos pasos mientras Lysandra se detuvo junto a Aedion en lo alto de la colina y cambió su forma. Ella se balanceó un poco y Aelin se lanzó, solo Aedion alcanzándola en un segundo, agarrando a Lysandra suavemente por su codo mientras Rowan aterrorizaba y se movía. Todos necesitaban un buen y largo descanso. Su Príncipe Fae dijo: —Muertos por delante, estaremos allí mañana por la tarde. Cuando volviera a ver a Rolfe, tendrían una pequeña charla sobre cómo, exactamente, se calculaban las distancias en ese mapa infernal. Pero la cara de Rowan había palidecido bajo los tatuajes. Después de un momento, agregó: —Puedo sentirlo, mi magia puede sentirlo. —Dime que no está a menos de veinte pies de agua. Un movimiento rápido y cortante de la cabeza. —No quería arriesgarme a acercarme demasiado. Pero me recuerda al templo del Comedor Pecado1. —Así que es un lugar realmente encantador, acogedor y relajante —dijo ella. Aedion se rió entre dientes, con los ojos en el horizonte. Dorian y Manon se arrastraron a la orilla de abajo, a paso lento, la bruja explorando el mar de islas que había delante. Si notó algo, la bruja no dijo nada. Rowan inspeccionó la isla en la que se encontraban: alta, protegida por un muro de piedra que se derrumbaba a un lado, espinas por el otro. —Aquí acamparemos esta noche. Es lo suficientemente seguro. Aelin casi se hundió de alivio. Lysandra pronunció un débil agradecimiento a los dioses. 1

Nota de Traducciones Independientes: no sabemos exactamente a qué se refiere con esta frase. En inglés, sale “Sin-Eater’s temple”, palabras que no

salieron a lo largo del PDF ni en los libros anteriores. Quizás haga referencia a un episodio no narrado/escena extra.


En cuestión de minutos, habían aclarado lo suficiente de un área general, a través del trabajo físico y mágico, para encontrar asientos entre los enormes bloques de piedra, y Aedion comenzó a cocinar: una comida bastante triste de pan duro y criaturas del pantano que Gavriel y Rowan cazaron, considerándolos lo suficientemente seguros para comer. Aelin no miró a su primo, prefiriendo no saber qué demonios estaba a punto de bajar por su garganta. Los demás parecían inclinados a desviar su atención también, y aunque Aedion logró manejar sus escasas especias con sorprendente talento, parte de la carne era… masticable. Babosa. Lysandra había sido cortés, pero en el fondo, rechazó la comida. La noche se estableció, un mar de estrellas parpadeando en existencia. Aelin no podía recordar la última vez que estuvo tan lejos de la civilización, tal vez en el cruce del océano hacia y desde Wendlyn. Aedion, sentado a su lado, pasó el odre donde iba el vino. Ella bebió de allí, contenta por el amargo tobogán que arrastró cualquier sabor persistente de carne. —No me digas nunca qué fue eso —le murmuró Aelin, observando a los demás en silencio terminar su propia comida. Lysandra murmuró en acuerdo. Aedion sonrió un poco perversamente, examinando a los demás también. A pocos metros de distancia, medio en sombras, Manon supervisaba todo. Pero la mirada de Aedion se detuvo en Dorian, y Aelin se preparó. Pero la sonrisa de su primo se volvió más suave. —Él todavía come como una señorita fina. Dorian levantó la cabeza bruscamente, pero Aelin se echó a reír. Hace diez años, se habían sentado en torno a una mesa juntos y le había dicho al príncipe Havilliard lo que pensaba de sus modales en la mesa. Dorian parpadeó cuando el recuerdo sin duda resurgió, incluso cuando los otros se miraron entre ellos. El rey hizo una reverencia magnánima. —Yo lo tomaré como un cumplido —de hecho, sus manos estaban en su mayoría limpias, su ropa ahora seca, inmaculada. Sus propias manos… Aelin se metió en el bolsillo el pañuelo. La cosa estaba tan sucia como el resto de ella, pero… era mejor usar sus pantalones. Sacó el Ojo de Elena desde donde estaba normalmente envuelto en su interior, poniéndolo sobre su rodilla mientras limpiaba los restos de especias y grasa en sus dedos, luego ofreciéndole el pedazo de seda a Lysandra. Aelin pasó los dedos casualmente sobre el metal doblado del Ojo mientras la cambia pieles limpiaba sus manos, la piedra azul en su núcleo parpadeando con el fuego cobalto. —Por lo que recuerdo —continuó Dorian con una sonrisa astuta—, ustedes dos–


El ataque ocurrió tan rápido que Aelin no lo notó ni lo vio hasta que terminó. En un instante, Manon estaba sentada al borde del fuego, y los pantanos detrás de ella eran una oscura erupción. Al siguiente, escamas y dientes blancos parpadearon hacia ella, estallando en la maleza en la orilla. Y luego, quietud y silencio mientras la enorme bestia del pantano se congelaba en su lugar. Detenida por manos invisibles, fuertes. La espada de Manon estaba a medio salir, su respiración entrecortada mientras miraba a las fauces blanco-rosadas que se extendían lo suficiente como para romper una cabeza. Los dientes eran cada uno tan largo como el pulgar de Aelin. Aedion juro. Los otros no se movieron tanto. Pero la magia de Dorian mantuvo a la bestia inmóvil, congelada sin hielo para ser vista. El mismo poder que había ejercido contra el Sabueso Sangriento. Aelin examinó para ver si tenía alguna cuerda, cualquier hilo de poder brillante, y no encontró ninguno. Ni siquiera había levantado una mano para dirigir la magia. Interesante. Dorian le preguntó a Mano, la bruja aun mirando a la muerte que bostezaba ante su rostro. —¿Lo mataré o lo pondré libre? Sin duda, Aelin tenía una opinión al respecto, pero una mirada de advertencia de Rowan la hizo cerrar la boca. Y la dejó un poco abierta ante su príncipe. Oh, tú viejo cabrón astuto. Su rostro áspero y tatuado no revelaba nada. Manon miró a Dorian. —Libéralo. El rostro del rey se tensó, y luego la bestia se marchó en la oscuridad, como si un dios la hubiera arrojado a través de los pantanos. Un distante chapoteo sonó. Lysandra suspiró. —¿No son hermosas? Aelin le dirigió una mirada. La cambia pieles sonrió. Pero Aelin volvió a mirar a Rowan, sosteniendo su mirada. Qué conveniente que tu escudo se desvaneciera justo cuando esa cosa se deslizaba. Qué excelente oportunidad para una lección de magia. ¿Y si hubiera salido mal? Los ojos de Rowan brillaron. ¿Por qué crees que el agujero de magia se abrió en donde estaba la bruja?


Aelin se tragó la risa de consternación. Pero Manon Blackbeak estaba mirando al rey, su mano todavía en su espada. Aelin no se molestó en fingir mirar como si no estuviera observándolos cuando la bruja movió sus ojos de oro. Al ojo de Elena que todavía se balanceaba en la rodilla de Aelin. Los labios de Manon se curvaron en sus dientes. —De dónde sacaste eso. El pelo de los brazos de Aelin se erizó. —¿El ojo de Elena? Fue un regalo. Pero la bruja volvió a mirar a Dorian, como si la salvara de esa cosa… Oh, Rowan no había bajado el escudo solo para una lección de magia, ¿verdad? Esta vez, Aelin no se atrevió a mirarle, no mientras Manon deslizaba sus dedos en la tierra fangosa para dibujar una forma. Un círculo grande y dos círculos superpuestos, uno encima del otro, dentro de su circunferencia. —Esa es la Diosa de Tres Caras —dijo Manon con voz baja—. Llamamos a esto… —dibujó una línea gruesa en el círculo central, en el espacio en forma de ojo donde se superponían—, el Ojo de la Diosa. No Elena —volvió a rodear el exterior—. Anciana —dijo ella apuntando la circunferencia más externa. Rodeó el círculo superior interior—. Madre —ella rodeó el fondo—. Doncella —apuñaló el ojo dentro—. Y el corazón de la Oscuridad dentro de ella. Era el turno de Aelin para sacudir la cabeza. Los demás no parpadearon. Manon volvió a decir: —Ese es un símbolo de las Ironteeth. Las profetas Bluebloods lo tienen tatuado sobre sus corazones. Y las que ganaban el valor en la batalla, cuando vivíamos en los Wastes… una vez les dieron esos. Para marcar nuestra gloria, nuestra bendición de la Diosa. Aelin se debatió si arrojar el amuleto de los dioses malditos al pantano, pero dijo: —El día que vi a Baba Yellowlegs… el amuleto se volvió pesado y cálido en su presencia. Pensé que me estaba advirtiendo. Tal vez fue en… reconocimiento. Manon estudió el collar de cicatrices que atravesaba la garganta de Aelin. —¿Su poder funcionó incluso con la magia contenida? —Me dijeron que ciertos objetos estaban… exentos —la voz de Aelin se tensó—. Baba Yellowlegs conocía la historia de las Llaves del Wyrd y las puertas. Ella fue la que me habló de ellas. ¿Es parte de tu historia también? —No. No en esos términos —dijo Manon—. Pero Yellowlegs era Anciana, ella sabía de cosas ahora perdidas para nosotras. Ella rasgó las paredes de la ciudad Crochan. —Las leyendas dicen que la masacre fue… catastrófica —dijo Dorian.


Las sombras parpadearon en los ojos de Manon. —Ese campo mortal, según lo último que he oído, todavía es estéril. Ni una hoja de hierba crece en él. Dicen que es la maldición de Rhiannon Crochan. O de la sangre que lo empapó durante las últimas tres semanas de esa guerra. —¿Qué es exactamente la maldición? —preguntó Lysandra, frunciendo las cejas. Manon examinó sus uñas de hierro, el tiempo suficiente como para que Aelin pensara que no respondería. Aedion devolvió el odre de vino a su regazo, y Aelin bebió otra vez de él cuando Manon por fin respondió: —Rhiannon Crochan sostuvo las puertas de su ciudad durante tres días y tres noches contra las tres matronas Ironteeth. Sus hermanas estaba muertas alrededor de ella, sus niños fueron sacrificados, su consorte clavado a una de las caravanas de guerra Ironteeth. La última Reina Crochan, la esperanza final de su dinastía de mil años… Ella no fue suave. Solo cuando cayó la madrugada del cuarto día que la ciudad estaba realmente perdida. Y cuando ella estaba muriendo en ese campo de exterminio, cuando las Ironteeth tiraron abajo las paredes alrededor de la ciudad y masacraron a su pueblo… ella nos maldijo. Maldijo a las tres matronas, y a través de ellas, a todas las Ironteeth. Ella maldijo a la misma Yellowlegs, quien le dio a Rhiannon su golpe final. Ninguno de ellos se movía, hablaba o respiraba demasiado alto. —Rhiannon juró en su último aliento que ganaríamos la guerra, pero no la tierra. Que por lo que habíamos hecho, heredaríamos la tierra solo para verla marchitar y morir en nuestras manos. Nuestras bestias se marchitarían y quedarían muertas; nuestras brujas caerían muertas, envenenadas por los arroyos y los ríos. Los peces se pudrirían en los lagos antes de que pudiéramos atraparlos. Conejos y ciervos huirían a través de las montañas. Y el Reino de las Brujas, una vez verde, se convertiría en desierto. “Las Ironteeth se echaron a reír, bebiendo de la sangre Crochan. Hasta que nació la primera brujilla Ironteeth, muerta. Y luego otra y otra. Hasta que el ganado se pudrió en los campos, y los cultivos se marchitaron durante la noche. Al final del mes, no había comida. En el segundo, los tres clanes de las Ironteeth se estaban volviendo uno al otro, rasgándose en pedazos. Así que la Matrona nos ordenó a todas al exilio. Separó a los clanes para cruzar las montañas y vagar hasta donde pudiéramos. Cada pocas décadas, enviarían grupos para intentar trabajar la tierra, para ver si la maldición todavía continuaba. Esos grupos nunca regresaron. Hemos sido vagabundas durante quinientos años, la herida empeorando por el hecho de que los humanos eventualmente la tomaron para sí mismos. Y la tierra les respondía. —Pero ¿piensas retornar allí? —preguntó Dorian. Esos ojos de oro no eran de esta tierra. —Rhiannon Crochan dijo que había una manera, solo había para romper la maldición —Manon tragó saliva y recitó en una voz fría y apretada:— Sangre a sangre y alma a alma, juntos esto se hizo, y solo juntos se puede deshacer. Sean el puente, sean la luz. Solo cuando el hielo se derrita, cuando las flores broten de los campos de sangre, que la tierra sea testigo, volverán a casa —Manon jugueteó con el final de su trenza, el pedazo de manto rojo que había atado a su alrededor—. Cada


bruja Ironteeth en el mundo ha meditado esa maldición. Durante cinco siglos, hemos tratado de romperla. —¿Y tus padres… su unión fue hecha para romper esta maldición? —preguntó Aelin, cuidadosamente. Un movimiento de cabeza afilado. —No sabía, que la sangre de Rhiannon sobrevivió —y ahora corría por las venas azules de Manon. Dorian reflexionó: —Elena es anterior a las guerras de las brujas en un milenio. El Ojo no tuvo nada que ver con eso —frotó su cuello—. ¿Cierto? Manon no respondió, solo extendió un pie para borrar el símbolo que había trazado en la tierra. Aelin vació el resto del vino y volvió a meter el Ojo en su bolsillo. —Tal vez ahora entiendas —le dijo a Dorian—, por qué he encontrado a Elena un poco difícil de tratar.

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La isla era lo suficientemente ancha como para poder tener una conversación sin ser oída. Rowan supuso que eso era precisamente lo que quería su antiguo cadre cuando lo encontraron en la escalera de caracol que se ocultaba sobre la isla y sus alrededores. Apoyándose contra una sección que alguna vez había sido una pared curva, Rowan exigió: —¿Qué? Gavriel dijo: —Debes tomar a Aelin a mil millas de aquí. Esta noche. Una ola de sus instintos mágicos y afilados le dijo que todos estaban a salvo en las inmediaciones, calmando la rabia asesina que se había metido en su pensamiento. Fenrys dijo: —Lo que nos espera mañana, ha estado esperando mucho tiempo, Rowan. —¿Y cómo saben eso ustedes? Los ojos rojizos de Gavriel resplandecieron en la oscuridad.


—La vida de tu amada y la bruja están entrelazadas. Han sido conducidas aquí, por fuerzas que incluso no podemos entender. —Piénsalo —dijo Fenrys—. Dos hembras cuyos caminos se cruzaron esta noche de una manera que rara vez hemos visto. Dos reinas, que podrían controlar cualquiera de la mitad de este continente, dos caras de una moneda. Ambas mestizas. Manon, una Ironteeth y una Crochan. Aelin… —Humana y Fae —terminó Rowan por él. —Entre ellas, cubren las tres razas principales de esta tierra. Entre las dos, son mortales e inmortales; una adora el fuego, la otra a la Oscuridad. ¿Necesito continuar? Se siente como si estuviéramos jugando en las manos de quienquiera que haya estado corriendo este juego por eones. Rowan le dirigió una mirada a Fenrys que solía hacer que los hombres retrocedieran. Incluso mientras lo consideraba, Gavriel lo interrumpió para decir: —Maeve ha estado esperando, Rowan. Desde Brannon. Para que alguien le lleve las llaves. Por tu Aelin. Maeve no había mencionado la Cerradura esta primavera. Tampoco había mencionado el anillo de Mala. Rowan dijo lentamente, sus palabras una promesa de muerte. —¿Maeve te envío a causa de esta Cerradura, también? —No —dijo Fenrys—. No, nunca mencionó eso —se puso de pie y se volvió hacia un rugido lejano y brutal—. Si Maeve y Aelin van a la guerra, Rowan, si se encuentran en un campo de batalla… Intentó no imaginárselo. La carnicería catastrófica y la destrucción. Tal vez deberían haber permanecido en el Norte, apuntalando sus defensas. Fenrys respiró. —Maeve no se permitirá perder. Ya, ella te ha reemplazado. Rowan se giró sobre Gavriel. —Quién. Aquellos ojos de león se oscurecieron. —Cairn. La sangre de Rowan se heló, más fría que su magia. —¿Está loca? —Ella nos hizo su promoción un día antes de que nos fuéramos. Él sonreía como un gato con un canario en su boca mientras salíamos del palacio.


—Es un sádico —Cairn… Ninguna cantidad de entrenamiento, tanto fuera del campo de batalla como dentro, habían roto la inclinación del guerrero Fae por la crueldad. Rowan lo había encerrado, lo había azotado, lo había disciplinado, había manejado cualquier pizca de compasión que pudiera reunir… pero nada. Cairn había nacido saboreando el sufrimiento de los demás. Así que Rowan lo había expulsado de su propio ejército, arrojándolo al regazo de Lorcan. Cairn había durado cerca de un mes con Lorcan antes de ser llevado a una legión aislada, comandada por un general que no era del cadre y que no tenía ningún interés en serlo. Los relatos de lo que Cairn le hizo a los soldados e inocentes que encontró… Había pocas leyes contra el asesinato con los Fae. Y Rowan había considerado ahorrarle al mundo la vileza de Cairn cada vez que le veía. Para que Maeve lo nombrara en el cadre, para darle poder e influencia casi sin control– —Apostaría todo lo que tengo en oro de que ella espera que Aelin se rompa a sí misma destruyendo a Erawan… y luego la golpeará cuando sea más débil —reflexionó Fenrys. Para que Maeve no le hubiera dado a ninguno de los machos una orden de mordaza a través del juramento de sangre… Ella quería que él, quería que Aelin, tuvieran ese conocimiento. Para preocuparse y especular. Fenrys y Gavriel intercambiaron miradas cautelosas. —Todavía le servimos, Rowan —murmuró Gavriel—. Y todavía tenemos que matar a Lorcan cuando llegue el momento. —¿Por qué plantear esto en absoluto? No me meteré en tu camino. Tampoco Aelin, créeme. —Porque —dijo Fenrys—, el estilo de Maeve no es ejecutar. Es castigar, lentamente. Durante años. Pero quiere a Lorcan muerto. Y no medio muerto, o con una ranura de garganta, sino irrevocablemente muerto. —Decapitado y quemado —dijo Gavriel con tristeza. Rowan dejó escapar un suspiro. —¿Por qué? Fenrys lanzó una mirada por el borde de las escaleras, hasta donde dormía Aelin, con su cabello dorado brillando a la luz de la luna. —Lorcan y tú son los machos más poderosos del mundo. —Olvidas que Lorcan y Aelin ni siquiera pueden estar en el mismo espacio de respiración. Dudo que haya una posibilidad de alianza entre ellos. —Todo lo que estamos diciendo —explicó Fenrys—, es que Maeve no toma decisiones sin motivos considerables. Estate listo para cualquier cosa. Enviar su armada, donde quiera que esté, es solo el comienzo.


Las bestias del pantano rugieron, y Rowan quiso rugir de regreso. Si Aelin y Cairn se habían encontrado alguna vez, si Maeve tenía algún plan más allá de su codicia por las llaves… Aelin se revolvió en el sueño, frunciendo el ceño ante el alboroto, Lysandra dormitando a su lado en forma de leopardo fantasma. Rowan se empujó contra la pared, más que dispuesto a unirse a su reina. Pero también se encontró a Fenrys mirándolo fijamente, con el rostro apretado y tenso. La voz de Fenrys era un susurro roto cuando dijo: —Mátame. Si esa orden es dada. Mátame, Rowan, antes de que tenga que hacerlo. —Estarás muerto antes de que puedas llegar a un pie de ella. No era una amenaza, sino una promesa y una simple declaración de hechos. Los hombros de Fenrys cayeron en agradecimiento. —Me alegro, sabes —dijo Fenrys con una gravedad inusual—, tener este tiempo. Esto que Maeve me dio involuntariamente. Esto de llegar a saber, cómo era estar aquí, como es ser parte de esto. Rowan no tenía palabras, así que miró a Gavriel. Pero el León se limitó a asentir con la cabeza mientras miraba fijamente al pequeño campamento de abajo. A su hijo durmiente.


Capítulo 54 Traducido por Lu Na Corregido por Cotota

El último tramo del camino, a la mañana siguiente, fue el más largo, pensó Manon. Cerca, muy cerca de la Cerradura, la reina con el emblema de bruja en su bolsillo estaba buscando. Se había dormido, considerando como podría estar conectado, pero sin poder averiguar nada. Todos ellos se despertaron antes del amanecer, forzados a recobrar el conocimiento gracias a la sofocante humedad, tan pesada que se sentía como si una capa reposara sobre los hombros de Manon. La reina estaba calmada donde caminaba a la cabeza del grupo, su compañero explorando en lo alto, y su primo y la cambia pieles flanqueándola, la última usando una piel de víbora de pantano totalmente espantosa. El Lobo y el León en la retaguardia, oliendo y escuchando por si algo malo pasaba. La gente que alguna vez había habitado estas tierras no había encontrado finales felices o al menos agradables. Ella podía sentir, incluso ahora, su dolor, susurrando a través de las piedras, ondulando a través del agua. Esa bestia de pantano que se había colado sobre ella durante la noche era uno de los horrores menos preocupantes del lugar. A su lado, la cara tensa y bronceada de Dorian Havilliard sugería que sentía lo mismo. Manon caminó por el agua hasta la cintura a través de una poza espesa de agua caliente y preguntó solo para sacarse un poco de tensión encima: —¿Cómo usará ella las llaves para desaparecer a Erawan y su Valg? O, en realidad lo que importa, ¿Cómo se va a deshacer de todas las cosas que ha creado que no son de un reino animal original, y son alguna clase de híbrido? Los ojos de zafiro se deslizaron hacía ella. —¿Qué? —¿Hay algún modo de distinguir qué y quién permanece y quién no? ¿O todos los de sangre Valg —puso una mano sobre su pecho empapado— serán enviados al reino de oscuridad y frialdad? Los dientes de Dorian destellaron al apretarlos. —No lo sé —admitió, mirando a Aelin saltar ágilmente sobre una piedra—. Si lo hace, asumo que nos dirá cuándo es lo más conveniente para ella. Y lo menos conveniente para ellos, no tuvo que añadirlo.


—Supongo entonces que ella decide ¿no? Quién se queda y quién se va. —Desaparecer gente para que vivan con el Valg no es algo que Aelin haría de buen gusto. —Pero al final de cuentas, es ella la que decide. Dorian hizo una pausa sobre una pequeña colina. —Cualquiera que sostenga esas llaves, tendrá la opción de decidir. Y será mejor que le reces a cualquier dios malvado que adoras que al final de todo sea Aelin la que las sostenga. —¿Y qué hay de ti? —¿Por qué desearía estar yo cerca de esas cosas? —Eres tan poderoso como ella. Tú podrías manejarlo. ¿Por qué no? Los demás tomaban distancia, pero Dorian permanecía ahí. Incluso tuvo la audacia para agarrarla fuertemente por la muñeca. —¿Por qué no? Había una frialdad inflexible en esa hermosa cara. No podía girarse y dejar de verla. Una brisa caliente y húmeda pasó, arrastrando su cabello con ella. El viento no lo tocó, no movió un solo cabello de su oscura cabellera. Un escudo, él se estaba protegiendo. ¿Se estaba protegiendo de ella o de cualquier cosa que se encontrara en este pantano? Él dijo suavemente: —Porque yo fui el que lo hizo. Ella esperó. Sus ojos de zafiro eran finos como partículas de hielo. —Maté a mi padre. Rompí el castillo. Purgué a mi propia corte. Entonces, si yo tuviera las llaves, Líder del Ala —terminó en cuanto liberó su muñeca—, no tengo ninguna duda de que haría lo mismo una vez más, a través del continente. —¿Por qué? —respiró, relajando su sangre enfriándose. Ella estaba, en realidad, un poco atemorizada por la rabia helada que ondulaba a través de Dorian cuando dijo: —Porque ella murió. Y antes de que lo hiciera, éste mundo se encargó de que sufriera, que sintiera miedo y estuviera sola. E incluso cuando nadie recuerde quién era, yo lo haré. Nunca podré olvidar el color de sus ojos, o la forma en la que sonreía. Y nunca les perdonaré por arrebatármela. Demasiado frágil, había dicho sobre las mujeres humanas. No le asombraba que hubiese venido a ella. Manon no tenía respuesta y sabía que él no estaba buscando una, aunque así ella dijo:


—Bien. Hizo caso omiso del alivio que destelló a través de su cara mientras ella avanzaba.

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Los cálculos de Rowan no habían estado equivocados: alcanzaron la Cerradura a mediodía. Aelin supuso que incluso si Rowan no hubiera explorado con anticipación, habría sido obvio desde el momento en que contemplaron el inundado y complejo laberinto de pilares hundidos que la Cerradura sostenía en el domo de piedra que se derrumbaba en el centro. Principalmente porque todo, cada hierbajo y gota de agua, parecía inclinarse lejos de ahí. Como si el complejo fuera el oscuro y ondulante latido del corazón de los pantanos. Rowan se movió al llegar delante de donde ellos se habían reunido sobre un pedazo de tierra herbosa y seca en las afueras del complejo, sin perder un solo paso al caminar hacia su lado. Trató de no parecer muy aliviada por su seguro regreso. Se dio cuenta de que realmente los torturó, por ponerse en peligro siempre que lo consideraba necesario. Quizá ella trataría de mejorar en eso, si este temor era al final todo lo que habían sentido. —Todo este lugar es demasiado tranquilo —dijo Rowan—, sondeé el área, pero… nada. Aedion sacó la espada de Orynth de su espalda. —Rodearemos el perímetro, haciendo pequeños avances hasta llegar al edificio mismo. Ninguna sorpresa. Lysandra se distanció de ellos, preparándose para el cambio. —Tomaré el agua, si escuchan dos rugidos, suban a un lugar más alto. Un rugido y está despejado. Aelin movió la cabeza en confirmación y ordenó seguir avanzando. Para el tiempo en que Aedion cruzó de un tajo la pared externa del complejo, Lysandra se había resbalado en el agua, toda escamas y garras. Rowan movió bruscamente su barbilla en dirección a Gavriel y Fenrys. Ambos hombres cambiaron silenciosamente y trotaron hacía delante, el último uniéndose a Aedion, y el otro en la dirección contraria. Rowan se mantuvo a lado de Aelin, Dorian y la bruja a sus espaldas, mientras esperaban que todo estuviera despejado. Cuando el solitario rugido de Lysandra atravesó el aire, Aelin murmuró hacía Rowan: —¿Cuál es la trampa? ¿Dónde está? Es demasiado fácil.


Era verdad, no había nada ni nadie ahí. Ninguna amenaza más allá de lo que pudieran encontrar en los hoyos y las pozas. —Créeme, lo he estado considerando. Ella casi podía sentirlo deslizándose dentro de aquel frío y espantoso lugar, donde el instinto con el que nacía y siglos de entrenamiento lo habían hecho ver el mundo como un campo de entrenamiento, dispuesto a hacer cualquier cosa para erradicar alguna amenaza hacía ella. No era solamente por su naturaleza Fae, si no la naturaleza Rowan. Para proteger y blindar, para pelear por lo que amaba. Aelin dio un paso más y le besó el cuello. Aquellos ojos de pino verde se suavizaron ligeramente al alejarse de las ruinas para escanear su rostro. —Cuando regresemos a la civilización —dijo él, mientras su voz se profundizaba al besar su mejilla, sus orejas, su frente—, voy a encontrar la posada más agradable en éste maldito continente. —¿Oh? —él besó su boca. Una vez, dos. —Con la mejor comida, una cama asquerosamente cómoda y una bañera grande. Incluso en los pantanos, era fácil embriagarse de él, con su sabor, su olor, con su voz y al sentirlo. —¿Qué tan grande? —murmuró. —Lo suficientemente grande para dos —dijo él sobre sus labios. Su sangre hirvió ante la promesa. Lo besó una vez, breve pero profundamente. —No tengo ninguna defensa contra tales ofertas. Sobre todo aquellas hechas por un hombre guapo. Frunció el ceño al escuchar guapo, mordisqueando su oreja con sus colmillos. —Mantengo a una alta, sabes, Princesa. Como recordatorio, para pagarte la próxima vez que estemos solos por todas esas cosas maravillosas que dices. Sus dedos se retorcieron dentro de sus botas empapadas. Pero lo acarició sobre el hombro, revisándolo con absoluta irreverencia, diciendo mientras avanzaba: —Espero que me hagas rogar por ello. El gruñido de respuesta hizo que un calor floreciera en su corazón. El sentimiento, pese a todo, duró solo un minuto. Después de unos cuántos giros dentro del laberinto de paredes y pilares que se derrumbaban, dejando a Dorian para cuidar la entrada y a Rowan deslizándose hacia el frente, Aelin se encontró a si misma a un lado de la bruja, quien lucía más aburrida que otra cosa. Bastante justo. Después de todo, la habían arrastrado hasta aquí.


Vadeando tan silenciosamente cómo podían dentro de los altísimos arcos y pilares de piedra, Rowan señaló un cruce de caminos más adelante. Se estaban acercando. Aelin desenvainó a Goldryn, Manon desenfundó su propia espada en respuesta. Aelin levantó sus cejas mientras echaba un vistazo entre las dos espadas. —¿Cómo es llamada tu espada? —Cuchilla de Viento. Aelin chasqueó la lengua. —Buen nombre. —¿La tuya? —Goldryn. Un destello de dientes de hierro fue apenas visto en lo que parecía una media sonrisa. —Un nombre no tan bueno. —Culpa a mis ancestros. Ella sin duda lo hacía. Por muchas, muchas cosas. Alcanzando el cruce de caminos, uno se dirigió hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Ninguna señal que indicara la dirección del camino que conducía a la ruina. Rowan le dijo a Manon: —Tú ve hacia la izquierda. Silba si encuentras algo. Manon acechó entre las piedras, el agua y las cañas, los hombros tensos los suficiente para sugerir que no había apreciado la orden, pero no era lo suficientemente tonta como para discutir con él. Aelin sonrió un poco al pensar que Rowan y ella podían continuar lo que habían dejado. Dejando que su mano libremente recorriera un muro lleno de tallados, ella dijo casualmente: —Esa amanecer en el que Mala se te apareció ¿Qué fue exactamente lo que te dijo? El echó un vistazo a su dirección. —¿Por qué? Su corazón palpitó con fuerza, y tal vez eso le hizo sentir una cobarde por decirlo ahora. Rowan la agarró por el codo al leer su cuerpo, oliendo su miedo y dolor.


—Aelin. Se recompuso, nada más que piedra, agua y zarza a su alrededor, y giró en la esquina. Y allí era. Incluso Rowan olvidó demandar una respuesta a lo que ella le había estado diciendo mientras supervisaban la superficie abierta flanqueada por las paredes puntuales que se derrumbaban y los pilares que se caían. Y al final en el norte… —Gran sorpresa —refunfuñó Aelin—. Hay un altar. —Es un cofre —corrigió Rowan con media sonrisa—. Tiene una tapa. —Incluso mejor —dijo ella, dándole un codazo. Sí, sí, ella le diría más tarde. El agua que los separaba a ellos del cofre permanecía inmóvil, plata brillando, demasiado oscura para ver si había un fondo más allá de los pasos que indicaban las escaleras. Aelin buscó con su magia de agua, esperando una señal de lo que había debajo de esa superficie, pero sus llamas quemaban demasiado fuerte. El agua salpicó por todo el camino y Manon apareció en la pared contraria. Su atención se fue hacia el enorme cofre de piedra en el espacio trasero, la piedra rota y desbordante de hierbajos y vides. Comenzó a cruzar a través del agua, un paso a la vez. —No toques el cofre —dijo Aelin Manon solo le regaló una larga mirada y siguió su camino hacia la tarima. Tratando de no resbalar sobre el liso piso, Aelin cruzó el espacio, chapoteando agua sobre la tarima al alcanzarla, Rowan se encontraba cerca detrás de ella. Manon se inclinó sobre el cofre para estudiar la tapa pero no lo abrió. Estudiarla, Aelin se dio cuenta entonces, por las incontables marcas de Wyrd que estaban talladas sobre la piedra. Nehemia habría sabido cómo usar las marcas. Las había aprendido y era lo suficientemente conocedora de ellas como para manejar su poder. Aelin nunca había querido preguntar cómo, por qué o cuándo. Pero aquí estaban, las marcas de Wyrd, escondidas profundamente en Eyllwe. Aelin dio un paso hacia Manon, examinando la tapa más estrechamente. —¿Sabes qué son? Manon movió su larga y blanca cabellera hacia su espalda. —Nunca he visto tales marcas. Aelin examinó algunos, su memoria agudizándose por la traducción.


—Algunos de estos símbolos no los había visto antes. Algunos son… —se rascó un poco la cabeza—. ¿Crees que deberíamos aventar una piedra para ver qué es lo que esto hace? —preguntó, girando hacia donde Rowan estaba parado, echando un vistazo sobre su hombro. Pero un latido hueco en el aire pulsó a su alrededor, haciendo callar el incesante zumbido del inhabitado pantano. Y fue ese absoluto silencio, el ladrido de sorpresa de Fenrys, que había hecho que Aelin y Manon cambiaran de posición flanqueando a la defensiva. Como si ellas hubieran hecho lo mismo cien veces antes. Pero Rowan permanecía quieto, explorando el cielo gris, las ruinas y el agua. —¿Qué es esto? —susurró Aelin Antes de que su príncipe pudiera contestar, Aelin lo sintió de nuevo. Un palpitar, un aire oscuro demandando su atención. No el Valg. No, esta oscuridad había nacido de algo más. —Lorcan —susurró Rowan, con una mano en su espada pero sin desenvainarla. —¿Es esta su magia? —Aelin se estremeció por el beso de la muerte que había llegado hasta ella. Lo golpeó mandándolo lejos como si fuera un mosquito. Y eso la intentó morder en respuesta. —Es su señal de advertencia —murmuró Rowan —¿Para qué? —preguntó Manon bruscamente. Rowan se estaba moviendo al instante, escalando las altas paredes con facilidad, incluso una pared de piedra que se desmenuzaba. Se equilibró en la cima, inspeccionando la tierra al otro lado de la pared. Entones se echó para atrás suavemente, el chapoteo al aterrizar consiguió hacer eco en las piedras. Lysandra se deslizó alrededor de un racimo de hierbajos y se detuvo con un rápido golpe de su cola escamada mientras Rowan decía con calma. —Hay una legión aérea acercándose. Manon respiró brevemente. —¿Ironteeth? —No —dijo Rowan, encontrando la fija mirada de Aelin con una firmeza helada que había visto a través de él por siglos de batalla—. Ilkens —¿Cuántos? —la voz de Aelin se volvió distante y hueca. Rowan tragó con la garganta, y ella supo que él se había dado cuenta que en el horizonte y las tierras que los rodeaban no había ninguna oportunidad de ganar una batalla como la que se acercaba, pero tampoco ninguna oportunidad de salir de ella. Incluso cuando todos ellos tuvieran que comprar tiempo con sus propias vidas para que ella saliera con vida.


—Quinientos.


Capítulo 55 Traducido por Alina Montoya Corregido por Cotota

La respiración de Lorcan repicó en su garganta con cada inhalación, pero él siguió corriendo a través de los pantanos, Elide detrás de él, nunca quejándose, sólo ojeando los cielos con sus amplios y oscuros ojos. Lorcan mandó otra parpadeante explosión de su poder. No hacia el lado del ejército que corría no demasiado lejos adelante, pero más lejos, hacia donde sea que Whitethorn y su reina zorra pudiesen estar en ese podrido lugar. Si esos ilken los alcanzasen más allá antes de que Lorcan pudiese llegar, esa Llave del Wyrd que la zorra lleva podría estar prácticamente perdida. Y Elide… Él no escuchó esos los pensamientos. Los ilkens volaban firmes y rápidos, dirigiéndose hacia lo que tenía que ser el corazón de los pantanos. ¿Qué demonios había llamado la atención de la reina allí? Elide flaqueó, y Lorcan la sujetó debajo de su codo para mantenerla erguida mientras ella se tropezaba por encima de un poco de piedra picada. Más rápido. Si los ilken los cogían desprovistos, si ellos tomaban su venganza y esa llave… Lorcan mandó una explosión después de otra explosión de su poder en cada dirección. Llaves aparte, él no quería ver la mirada en el rostro de Elide si los ilken los cogían a ellos primero. Y encontraron lo que quedaba de la portadora de fuego y su corte.

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No había a donde ir. En el corazón de ese podrido plan, allí no había donde correr, o esconderse. Erawan los había seguido allí. Había enviado quinientos ilken para recuperarlos. Si los ilken los habían encontrado en el mar y en ese interminable páramo, no había duda de que ellos hubieran sido capaces de encontrarlos si ellos intentasen esconderse entre las ruinas. Todos ellos estaban en silencio mientras se reunían en una colina cubierta de hierba en el borde de las ruinas, observando esa masa negra tomando forma. Hondo en las ruinas detrás de ellos, el


centro todavía aguardaba. Intacto. Aelin sabía que la Cerradura no podía ayudar, aparte de que perdería su tiempo en abrir su recipiente. Brannon podría ponerse en la línea para quejarse. Y Lorcan… dondequiera fuera de aquí. Ella pensaría en eso más tarde. Por lo menos Fenrys y Gavriel se habían quedado, prefiriéndolo más que salir volando para cumplir la orden del asesinato de Maeve. Rowan dijo, sus ojos clavados en esas ligeras, curtidas alas lejos en el horizonte: —Usaremos las ruinas en ventaja nuestra. Forcémoslos para estrecharse en las zonas de las llaves —como una nube de saltamontes, los ilken taparon las nubes, la luz, el cielo. Una aburrida, vidriosa tipo de calma extendida sobre Aelin. Ocho contra quinientos. Fenrys rápidamente de regreso ató su cabello rubio en una cola. —Nos lo repartimos, los sacamos. Antes de que ellos sean capaces de estar lo suficientemente cerca. Mientras ellos estén todavía en el aire —golpeteó su pie en el suelo, rodando sus hombros, como si estuviera sacudiendo el agarre de ese juramento de sangre rugiéndole que cazara a Lorcan. Aelin habló en tono áspero: —Hay otra manera. —No —fue la respuesta de Rowan. Ella tragó duro y alzó su mentón. —No hay nada ni nadie fuera de aquí. El riesgo de usar esa llave podría ser mínimo. Los dientes de Rowan destellaron mientras gruñía: —No, y es punto final. Aelin dijo demasiado silenciosamente: —Tú no me das órdenes. Ella vio más que sintió que el estado de ánimo de Rowan se alzaba con vertiginosa velocidad. —Tú tendrás que sacarme a la fuerza esa llave de mis frías y muertas manos. Él quiso decir eso, también, él la haría matar antes de que él la dejase usar la llave en cualquier capacidad más allá de usarla en la Cerradura. Aedion dejó salir una baja y amarga risa.


—Querías enviar un mensaje a tus enemigos sobre tu poder, Aelin —más cerca y más cerca ese ejército se acercaba, y el hielo y el viento de Rowan la lamían mientras él excavaba en su magia. Aedion sacudió su mentón hacia el ejército aproximándose—. Parece que Erawan envió su respuesta. Aelin siseó: —¿Me culpas por esto? Los ojos de Aedion se oscurecieron. —Tendríamos que haber permanecido en el Norte. —No tenía alternativa. Tengo que hacerte recordar. —Lo hiciste —Aedion respiró, ninguno de los otros, ni siquiera Rowan, se metieron—. Tuviste elección todo el tiempo, y optaste por destellar tu magia alrededor. Aelin sabía muy bien que sus ojos estaban ahora parpadeando en llamas mientras daba un paso hacia él. —Así que adivino que la etapa “eres perfecta” está acabada, supongo. El labio de Aedion se dobló entre sus dientes. —Esto no es un juego, es la guerra, y tú has presionado y presionado a Erawan a mostrar su mano. Rehusaste mantener tus estrategias por nosotros en primer lugar, para dejarnos intervenir, cuando nosotros habíamos luchado en batallas. —No te atrevas a echarme la culpa —Aelin miró dentro de sí misma, hacia su poder allí. Abajo y abajo llegó, hacia ese hoyo de eterno fuego. —Éste no es el momento —propuso Gavriel. Aedion tiró una mano en su dirección, una silenciosa, feroz orden para que el León callara su boca. —¿Dónde están todos tus aliados, Aelin? ¿Dónde están nuestros ejércitos? Todo lo que tenemos para mostrar para nuestros refuerzos es un Señor Pirata quien muy bien podría cambiar de opinión si escucha sobre esto de los labios equivocados. Ella contuvo sus palabras. Tiempo. Había necesitado tiempo. —Si vamos a seguir con la alternativa —dijo Rowan—, tenemos que ponernos en posición. Las llamas chispearon en las puntas de sus dedos. —Lo haremos juntos —ella intentó no parecer ofendida hacia sus cejas levantadas, sus bocas casi abiertas—. La magia podría no durar contra ellos. Pero robemos su voluntad —sacudió su mentón hacia Rowan, hacia Aedion—. Planéenlo. Así que ellos lo hicieron. Rowan pisó hacia su lado, una mano en su espalda más baja. El único


consuelo que mostraría, cuando él sabía, ambos sabían, que no había sido su argumento el que ganó. Le dijo a los machos Fae: —¿Cuántas flechas? —Diez carcajes, completamente cargados —dijo Gavriel, observando a Aedion mientras sacaba la Espada de Orynth de su espalda y la volvía a abrochar a su costado. Retornada a su forma humana, Lysandra había andado sin rumbo hasta el borde de la colina, de vuelta agarrotada mientras los ilken se dirigían al horizonte. Aelin dejó a los hombres para planear sus posiciones y se equivocasen junto a su amigo. —No tienes que luchar. Puedes permanecer con Manon, vigilando la otra dirección. Ciertamente, Manon estaba escalando ya una de las paredes de las ruinas, un carcaj con inquietantemente pocas flechas colgadas sobre su espalda junto a Cuchilla de Viento. Aedion le había ordenado explorar la otra dirección por cualquier desagradable sorpresa. La bruja lo había observado preparada para discutir, hasta que ella pareció darse cuenta de que, en su campo de batalla al menos, ella no era el primer depredador. Lysandra holgadamente trenzó su cabello negro, su dorada piel amarillenta. —No sé cómo ellos habían hecho esto tantas veces. Por cientos de años. —Honestamente, no lo sé, tampoco —dijo Aelin, observando por encima de un hombro hacia los hombres Fae ahora analizando el plano de los pantanos, el flujo de los vientos, cualquier cosa para utilizar en su ventaja. Lysandra se masajeó la cara, después cuadró sus hombros. —Las bestias del pantano están fácilmente enfurecidas. Como alguien que conozco —Aelin pinchó a la cambia formas con un codo, y Lysandra resopló, aún con los ejércitos adelante—. Puedo irritarlos, amenazar sus nidos. Así que cuando los ilken aterrizasen… —Ellos no sólo tendrán que lidiar con nosotros —Aelin le dio una desalentadora sonrisa. Pero la piel de Lysandra estaba todavía pálida, su respiración un poco superficial. Aelin enhebró sus dedos a través de los de la cambia formas y los apretó firmemente. Lysandra se los apretó de vuelta una vez antes de soltarlos para moverlos. —Te lo señalaré cuando lo haya hecho. Aelin solamente asintió, deteniéndose en la ladera un momento para observar a la blanca ave de patas largas aletear sobre el pantano, hacia esa oscuridad construida. Ella se volteó de regreso hacia los otros al tiempo para ver a Rowan sacudir su mentón hacia Aedion, Gavriel, y Fenrys.


—Les arreas tres a ellos, para nosotros. —¿Y tú lote? —dijo Aedion, evaluándola a ella, Rowan, y Dorian. —Tomo el primer disparo —dijo Aelin, llamas danzando en sus ojos. Rowan inclinó su cabeza. —Mi señora quiere el primer disparo. Tomará el primer disparo. Y cuando ellos se estén dispersando en un pánico ciego, entraremos. Aedion le dio una larga mirada. —No pierdas este tiempo. —Estúpido —le gritó ella. La sonrisa de Aedion no le alcanzó a sus ojos mientras daba zancadas para ir a buscar armas extra de sus mochilas, cogiendo un carcaj de flechas en cada mano, lanzando uno de los arcos largos sobre su amplia espalda acompañando con su escudo. Manon ya se había colocado a sí misma por encima de las paredes detrás de ellos, refunfuñando mientras se encordaba el otro arco de Aedion. Rowan le estaba diciendo a Dorian: —Corta las explosiones. Encuentra tus blancos, el centro de los grupos, y utiliza solamente esa magia que sea necesaria. No la gastes toda una vez. Apunta a las cabezas, si puedes. —¿Qué hay cuando ellos hayan empezado a aterrizar? —preguntó Dorian, examinando el terreno. —Cúbrete a ti mismo, ataca cuando puedas. Mantén la pared en tu espalda todo el tiempo. —No voy a ser su prisionero otra vez. Aelin intentó dejar fuera lo que él hubiese querido decir con eso. Pero Manon dijo desde la pared sobre ellos, una flecha ahora holgadamente colocada en su arco: —Si llegaras a eso, principito, yo te mataría antes de que ellos pudiesen hacerlo. Aelin siseó: —Tú no harás tal cosa. Ambos la ignoraban hasta que Dorian dijo: —Gracias. —Nadie de nosotros será llevado como prisionero —gruño Aelin, y se marchó. Y allí no habría ni un segundo o tercer disparo.


Sólo el primer disparo. Sólo su disparo. Quizá éste era tiempo para ver cuán profunda venía esa nueva voluntad de poder. Que vivía dentro de eso. Quizá era tiempo para que Morath aprendiera a chillar. Aelin se reforzó hasta el borde del agua, después saltó en la siguiente isla de hierba y piedra. Rowan silenciosamente saltó detrás de ella, siguiéndola ritmo a ritmo. No fue hasta que ellos alcanzaron la siguiente colina que él dobló su rostro hacia ella, su piel dorada se estiró tensa, sus ojos tan fríos como los propios de ella. Solamente esa ira estaba dirigida hacia ella, quizás más lívida desde que lo había visto en Mistward. Ella rechinó sus dientes en una fiera y desalentadora sonrisa. —Lo sé, lo sé. Sólo añado sugerir usar la Llave del Wyrd para esos cálculos de todas las horribles cosas que hago y digo. Curtidas, masivas alas golpearon el aire, y las crías que chillaban por fin empezaban afluir hacia ellos. Sus rodillas temblaron, pero ella reprimió el miedo, sabiendo que él podría olfatearlo, sabiendo que los otros podrían, también. Por lo que se envalentonó a sí misma a dar otro paso en la empapada y cargada llanura de juncos, hacia ese ejército de ilken. Ellos estarían encima de ellos en minutos, menos, quizás. Y un horrible, miserable Lorcan les había comprado ese tiempo extra. Donde sea que ese bastardo estuviese. Rowan no objetaba mientras ella daba otro paso, después otro. Ella tuvo que poner distancia entre todos ellos, tenía que estar segura que cada última brasa era capaz de alcanzar a ese ejército y que ella no gastase su fuerza por viajar lejos para hacerlo. Lo que significaba caminar hacia fuera de los pantanos solitarios. A esperar por esas cosas para que estuvieran los más cerca posible para ver sus dientes. Ellos tenían que saber quién ahora desfilaba a través de los juncos hacia ellos. Lo que ella les haría. Pero aun así los ilken cargaban sin detenerse. En la distancia, lejos hacia la derecha, las criaturas del pantano empezaron a rugir, sin duda alguna por el despertar de Lysandra. Rezó para que las bestias estuvieran hambrientas. Y que a ellas no les molestara la carne reproducida de Morath. —Aelin —la voz de Rowan cortó a través del agua y las plantas y el viento. Ella se paró, mirando por encima de su hombro hacia donde él ahora permanecía de pie en el banco de arena, como si hubiera sido imposible no seguirla. Los fuertes, firmes huesos de su cara estaban asentados con esa brutalidad del guerrero. Pero sus ojos verde pino estaban resplandecientes, casi suaves, mientras decía:


—Recuerda quién eres. Cada paso de tu camino hacia abajo, y cada paso de tu camino de vuelta. Recuerda quién eres. Y que eres mía. Ella pensó en las nuevas y delicadas cicatrices en su espalda, marcas de sus propias uñas, que él se había rehusado a curar con su magia, y en cambio las había endurecido con agua del mar, la sal cerrando las cicatrices en el lugar antes de que el inmortal cuerpo pudiera suavizarlas. Sus marcas declaradas, él había respirado en su boca la última vez que había estado dentro de ella. Así que él y cualquiera que los viese podría saber que él le pertenecía a ella. Que él era de ella, solamente mientras ella fuera de él. Y porque él era de ella, porque ellos eran todos de ella… Aelin se dio la vuelta por él y corrió a toda velocidad sobre la colina. Con cada paso hacia el ejército cuyas alas que solamente podía divisar, observó esas bestias que Lysandra había irritado, aun cuando ella empezó un suave, mortífero descenso entres los núcleos de su magia. Había estado rondando en torno a la mitad de la repisa de su poder por días, un ojo en los agitados, fundidos abismos muy por debajo. Rowan lo sabía. Fenrys y Gavriel, en definitiva. Protegiéndolos, secando sus ropajes, matando los insectos que los molestaban… todas las pequeñas maneras para aliviar las tensiones, para mantenerse a sí misma firme, para acostumbrarse a su profundidad y presión. Para entrar más profundo en su poder, más en su cuerpo, su mente, aplastada por la presión de la misma. Ese era el agotamiento, cuando la presión ganaba, cuando la magia se drenaba demasiado rápido o demasiado ansiosamente, cuando estaba gastada y todavía el portador intentaba agarrar más profundo de lo que debería. Aelin se detuvo de golpe en el corazón de la colina. Los ilken la habían avistado en su corrida a toda velocidad y ahora aleteaban hacia ella. Desconociendo los tres hombres quienes estaban lejos, las flechas listas para presionar a los soldados de Erawan entre sus llamas. Si ella fuera capaz de quemarlos a través de sus defensas. Tenía que exprimir cada parte de su poder para incinerarlos a todos. El verdadero poderío de Aelin, la Portadora de Fuego. Ni una brasa menos. Así que Aelin abandonó cada parte atrapada de civilización, de conciencia y leyes y humanidad, y se desplomó entre su fuego. Ella voló por ese maldito abismo, sólo lejanamente conocedora de la humedad yaciendo abundante en su piel, de la presión construyéndose en su cabeza. Disparó directamente hacia abajo, y se fue de trasero, portando todo ese poder con ella hacia la superficie. La resistencia podría ser enorme. Y ésa podría ser la prueba, la verdadera prueba, de control y fuerza. Fácil, demasiado fácil para lanzar una jabalina en el corazón de fuego y ceniza. La parte difícil era llevarlo a cabo; que era cuando el estallido ocurriría.


Más profundo y más profundo, Aelin disparó con su poder. A través de sus distantes y mortales ojos, ella notó a los ilken volando más cerca. Una misericordia, si ellos habían sido alguna vez humanos, quizá destruirlos podría ser una indulgencia. Aelin sabía que alcanzaría su antiguo borde de poder gracias a las campanas que le advertían en su sangre que repiqueteaban en su despertar. Que repiqueteaban mientras se lanzaba a sí misma en las ardientes profundidades del infierno. La Reina de la Llama y la Sombra, la Heredera de Fuego, Aelin del Fuego Salvaje, Corazón de Fuego… Ella se quemó a través de cada título, así mientras se convertía en ellos, se volvía en lo que esos embajadores extranjeros habían siseado cuando ellos silbaron la información sobre una pequeña reina que crecía, con un inestable poder en Terrasen. Una promesa que había sido susurrada en la oscuridad. La presión empezó a construirse en su cabeza, en sus venas. Lejos y detrás, seguros y fuera de su alcance, ella sintió los parpadeos de la magia de Rowan y Dorian mientras ellos congregaban las explosiones que podrían contestar la suya propia. Aelin se disparó en el inexplorado núcleo de su poder. El infierno fue sin cesar. El infierno siguió y continuó.


Capítulo 56 Traducido por Andiie RS Corregido por Cotota

Lorcan sabía que ellos serían muy lentos, con advertencia o sin ella. Elide estaba jadeando por aire, abriéndose camino mientras Lorcan se detenía en la cercanía de una enorme, llanura inundada. Se apartó un mechón de cabello de la cara, el anillo de Athril brillando en su dedo. No había preguntado acerca de dónde provenía o lo que hacía cuando él lo deslizó en su dedo esta mañana. Solo le había advertido que no se lo tenía que quitar nunca, que podría ser la única cosa que la mantendría a salvo de los ilken, de Morath. La fuerza había barrido hacia el norte y lejos de donde Lorcan y Elide habían acarreado sus traseros, sin duda para tener un mejor enfoque. Y en el extremo más apartado de la llanura, muy lejos como para la vista humana de Elide pudiera ver claramente, el cabello plateado de Whitethorn centelleaba, el Rey de Adarlan a su lado. Magia, brillante y fría, se arremolinaba alrededor de ellos. Y más lejos… Por los dioses del cielo. Gavriel y Fenrys estaban en el caramillo, arcos preparados. Y el hijo de Gavriel. Apuntando a la armada que se aproximaba. Esperando por… Lorcan siguió el camino hacia donde apuntaban sus miradas. No a la armada que se acercaba a ellos. Sino a la reina parada sola en el corazón de la llanura inundada. Lorcan entendió muy tarde que él y Elide estaban en el lado equivocado de la línea de demarcación, muy lejos del norte donde los compañeros de Aelin estaban seguros detrás de ella. Lo entendió en el exacto latido de corazón en el que los ojos de Elide cayeron en la mujer rubia que daba frente a la armada. Sus brazos se aflojaron a sus costados. Su cara drenada de todo color. Elide se tambaleó un paso, un paso hacia Aelin, un ruidito saliendo de ella. Ahí es cuando lo sintió. Lorcan lo había sentido antes, ese día en Mistward. Cuando la Reina de Terrasen yacía devastada ante los príncipes Valg, cuando su poder había surgido gigante desde lo más profundo, poniendo al mundo a temblar.


Eso no era nada, nada, comparado con el poder que ahora rugía en el mundo. Elide trastabilló, mirando boquiabierta hacia la esponjosa tierra mientras el agua de pantano se ondulaba. Quinientos ilken acercándose alrededor de ellos. Habían tomado su advertencia, y habían hecho una trampa. Y ese poder… ese poder que Aelin ahora estaba arrastrando hacia arriba desde cualquier agujero del infierno que tuviese dentro de ella, desde cualquier hoyo ardiente que estuviera condenada a soportar… Su despertar iba a arrasar con ellos. —¿Qué es… —jadeó Elide, pero Lorcan se abalanzó sobre ella, arrojándolos al piso, cubriendo su cuerpo con el de él. Lanzó un escudo sobre ellos, cayendo en picado fuerte y rápidamente dentro de su magia, el descenso casi descontrolado. Él no tuvo tiempo de hacer nada más que derramar cada pizca de su poder en su escudo, en la barrera que los podía proteger de ser derretidos en nada. No debería haber gastado esfuerzos en haberles advertido. No cuando ahora eso probablemente los mate a él y a Elide. Whitethorn sabía, aún en Mistward, que la reina aún no se escalonaba en su derecho de nacimiento. Sabía que este tipo de poder florecía una sola vez en una sola era, y el servirle, el servirla a ella… Una corte que no solo cambiaría el mundo. Si no que lo reconstruiría. Una corte que conquistaría este mundo, y cualquier otro que desearan. Si es que lo deseaban. Si es que esa mujer en la llanura lo deseaba. Y esa era la pregunto, ¿o no? —Lorcan —Elide susurró, su voz quebrada en el anhelo por la reina, o el terror de ella, el no sabría decirlo. No tuvo tiempo de adivinar, cuando un salvaje rugido estalló desde los árboles. Una orden. Y luego un grito de flechas, precisas y brutalmente apuntadas, volaron desde los pantanos para golpear en los flancos exteriores de los ilken. Ubicó los tiros de Fenrys por las flechas de punta negra que fácilmente encontraron sus blancos. El hijo de Gavriel tampoco falló. Los ilken caían del cielo, y los otros entraban en pánico, aleteando contra otros, reacomodándose hacia adentro. Justo en donde la Reina de Terrasen dio rienda suelta a la máxima fuerza de su poder contra ellos.

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El momento en el que Lysandra rugió la señal de que las bestias del pantano se encabritaron y estaba segura detrás de sus líneas otra vez, el momento en el que los ilken se acercaron tanto que


Aedion podía hacerles caer del cielo como gansos, su reina estalló. Aún con el objetivo de Aelin lejos de ellos, aun con el escudo de Rowan, el calor del fuego quemaba. —Por los dioses —se encontró Aedion diciendo mientras se tropezaba de nuevo a través de los árboles, cayendo más lejos atrás de la línea de ataque—. Por los malditos dioses. El corazón de la legión no tuvo oportunidad de gritar cuando fueron removidos por un mar de llamas. Aelin no era una salvadora para reunirse detrás, sino un cataclismo que se sobrevive. El fuego aumentó su temperatura, sus huesos gimiendo mientras sudor caía por su frente. Pero Aedion tomó un nuevo punto, echando un vistazo para asegurarse de que su padre y Fenrys hubieran hecho lo mismo a través de la llanura ahogada, y apuntado a los ilken que viraban lejos de la trayectoria de las llamas. Hizo que sus flechas contaran. Cenizas caían a la tierra en una lenta y estable nieve. No lo suficientemente rápido. Como si sintiera el arrastrado ritmo de Aelin, hielo y viento estallaron por encima de su cabeza. Donde flamas oro y rojo no derretían la legión de Erawan, Dorian y Rowan los desgarraban. Los ilken se mantenían, como si fueran una mancha de oscuridad, difícil de quitar. Aelin todavía seguía ardiendo. Aedion ni siquiera podía verla en el corazón de ese poder. Había un precio, tenía que haber algún precio por semejante poder. Ella había nacido sabiendo el peso de su corona, de su magia. Había sentido su aislamiento mucho antes de llegar a la adolescencia. Y eso parecía suficiente castigo, pero… tenía que haber un precio. Innombrable es mi precio. Eso fue lo que la bruja había dicho. El entendimiento brilló en la orilla de la mente de Aedion, simplemente fuera de alcance. Disparo su antepenúltima flecha, directo entre los ojos de un ilken desenfrenado. Uno por uno, su propia falta de resistencia a la magia cedió paso a esos estallidos de hielo, y viento, y llamas. Y entonces Whitethorn comenzó a caminar dentro de la tormenta de fuego a solo cincuenta pies por delante. Hacia Aelin.

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Lorcan clavó a Elide a la tierra, lanzando cada sombra y hueco de oscuridad en ese escudo. Las llamas eran tan calientes que el sudor goteaba por su frente, cayendo en su sedoso cabello, extendido por el verde musgo. El agua de pantano alrededor de ellos hervía. Hervía. Peces flotaban panza para arriba. Los pastos se secaban y se incendiaban. El mundo entero era un reino de los infiernos, sin final ni principio. La desgarrada, oscura alarma de Lorcan levantó su cabeza hacia atrás y rugió al unísono con la llameante canción del poder de la reina. Elide se estaba encogiendo, puños apretándose en su camisa, la cara enterrada en su cuello mientras él hacia rechinar sus dientes y superaban la tormenta de fuego. No solo fuego, se dio cuenta. Sino viento y hielo. Otras dos, poderosas magias se le unieron, desgarrando a los ilken. Y su propio escudo. Ola tras ola, la magia abollaba su poder. Un poder menor podría haberse quebrado contra él. Una magia más pequeña podría haber tratado de pelear, y no dejar que el poder solamente barriera sobre ellos. Si Erawan pusiera un collar alrededor del cuello de Aelin Galathynius… todo se acabaría. Tener una correa en esa mujer, en ese poder… ¿Sería un collar capaz de contener eso? Había movimiento a través de las flamas. Whitethorn estaba rondando a través de los pantanos hirvientes, sus pasos sin prisa. La flama se arremolinaba alrededor del escudo en forma de domo de Rowan, arremolinándose con su frío viento. Solo un hombre que hubiera perdido la maldita cabeza se pasearía dentro de esa tormenta. Los ilken morían y morían y morían, lentamente y no todos limpiamente, mientras su oscura magia les fallaba. Los que trataban de escapar de las llamas o el viendo o el hielo eran derribados por flechas. Los que se las arreglaban para aterrizar eran desgarrados por emboscadas de garras, colmillos y chasqueantes colas escamosas. Habían hecho que cada minuto de su advertencia contara. Habían montado fácilmente una trampa para los ilken. Y habían caído rápidamente. Pero Rowan alcanzó a la reina en el corazón de los pantanos mientras las llamas se apagaban. Mientras su propio viento se extinguía, y plumas de implacable hielo quebrantaban a los pocos ilken aleteando en los cielos. Ceniza y resplandeciente hielo llovían, grueso y arremolinándose como nieve, ascuas danzando entre grumos que alguna vez fueron los ilken. No hubo sobrevivientes. Ni uno. Lorcan no se atrevió a levantar el escudo.


No hasta que el príncipe pisara la pequeña isla donde la reina estaba. No hasta que Aelin se girara hacia Rowan, y la única llama que quedaba era una corona de fuego encima de su cabeza. Lorcan miró en silencio mientras Rowan deslizaba una mano por su cadera, la otra acunando un lado de su cara, y besó a su reina. Ascuas movieron su cabello desamarrado mientras envolvía sus brazos en el cuello de Rowan y los presionaba más cerca. Una corona de llamas doradas parpadeaba con vida encima de la cabeza de Rowan, la gemela a la que Lorcan había visto arder ese día en Mistward. El conocía a Whitethorn. Él sabía que el príncipe no era ambicioso, no en el modo en que los inmortales podían serlo. El probablemente habría amado a la mujer aunque fuera ordinaria. Pero este poder… En el baldío que era su alma, Lorcan sintió ese tirón. Lo odió. Era por qué Whitethorn se dirigió hacia ella, porque Fenrys estaba ahora a mitad de camino a través de la llanura, deslumbrado, la atención fija en donde estaban parados, enredados en el otro. Elide se movió debajo de él. —¿Ya… ya se acabó? Dado el calor con el que la reina estaba besando a su príncipe, no estaba completamente seguro de que decirle a Elide. Pero la dejó escurrirse de debajo de él, girando sobre sus pies para espiar a las dos figuras en el horizonte. Se levantó, viendo con ella. —Los mataron a todos —dijo ella. Una legión entera, acabada. No fácilmente, pero, lo habían logrado. Ceniza siguió cayendo, juntándose en el cabello negro como la noche de Elide. Cuidadosamente retiró un poco, luego puso un escudo encima de ella para que no cayera más sobre ella. Él no la había tocado desde la noche anterior. No había tenido tiempo, y no había querido pensar en lo que su beso le había hecho a él. Como lo había desbaratado completamente y torcido su carácter en formas de las que no estaba seguro de si podía vivir con ellas. Elide dijo: —¿Qué hacemos ahora? Le tomó un momento entender a lo que ella se refería. Aelin y Rowan por fin se separaron, aunque el príncipe se inclinó para acariciar su cuello. El poder llama al poder entre los Fae. Quizás Aelin Galathynius tenía mala suerte con que el cadre estuviera atado al poder de Maeve mucho antes de que ella naciera, que estuvieran encadenados a Maeve en vez de a ella. Quizás ellos eran los desdichados, por no resistir por algo mejor. Lorcan sacudió la cabeza para disipar esos inútiles y traicioneros pensamientos.


Ahí estaba Aelin Galathynius. Drenada de poder. Lo sentía ahora, la absoluta falta de sonido o sentimiento o calor donde habían estado desenfrenados en una tormenta momentos antes. Un frío progresivo. Había vaciado su alijo completo. Todos lo habían hecho. Tal vez Whitethorn había ido hacia ella, puesto sus brazos alrededor de ella, no porque quisiera montarla en el medio del pantano, sino para mantenerla vertical una vez que su poder se hubiera ido. Una vez que ella fuera vulnerable. Abierta a ataques. ¿Qué hacemos ahora? había preguntado Elide. Lorcan sonrió ligeramente. —Vamos a decir hola. Ella se negó ante la variación de su tono. —No estas bajo términos amistosos. Ciertamente no, y no lo iba a estar, no cuando la reina estaba entre sus puntos de mira. No cuando ella tuviera esa llave del Wyrd… la hermana a la que Elide cargaba. —No me atacarán —dijo él, y empezó a caminar en su dirección. El agua de pantano estaba casi hirviendo, e hizo una mueca hacia los peces flotando, ojos lechosos abiertos hacia el cielo. Ranas y otras bestias se agitaban en medio de ellos, tambaleándose con las olas que mandaba al pasar. Elide siseó cuando entró al agua caliente siguiéndolo. Lentamente, Lorcan se acercaba a su presa, demasiado concentrado en la perra escupe fuego como para notar que Fenrys y Gavriel habían desaparecido de sus posiciones entre los árboles.


Capítulo 57 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Cada paso hacia Aelin era una eternidad, y cada paso era de alguna forma demasiado rápido. Elide nunca había tan consciente de su cojera. De sus prendas sucias; de su largo y desarreglado cabello; de su pequeño cuerpo y la carencia de cualquier perceptible don. Ella había imaginado el poder de Aelin, soñado sobre cómo había destrozado el castillo de cristal. Pero no había considerado la realidad de que al verlo desatado haría que sus huesos temblaran de terror. O que los otros poseerían tan poderosos dones, hielo y viento mezclándose con fuego, hasta que sólo la muerte llovía en el lugar. Casi se sintió mal por los ilken que habían matado. Casi. Lorcan estaba silencioso. Tenso. Ella era capaz de leer su comportamiento ahora, esos pequeños detalles que él creía nadie podría detectar. Pero ahí, ese fugaz tirón del lado izquierdo de su boca. Ese era un intento de contener cualquier tipo de ira que estaba embargándolo en ese momento. Y ahí, esa pequeña inclinación de su cabeza hacia la derecha… ese era su sentido de evaluar y reevaluar cada alrededor, cada arma y obstáculo a la vista. Lo que fuera que fuera esta reunión, Lorcan no esperaba que saliera bien. Él esperaba pelear. Pero Aelin –Aelin– había ahora girado hacia ellos desde donde ella estaba de pie en ese montículo de pasto. Su príncipe de pelo plateado giró con ella. Dio un paso casual frente a ella. Aelin camino alrededor de él. Él intentó bloquearla de nuevo. Ella lo hizo a un lado con un codo y se quedó en su lugar a su lado. El Príncipe de Doranelle, el amante de su reina. ¿Cuánta influencia tendría su opinión sobre Aelin? Si él odiaba a Lorcan, ¿su desprecio y desconfianza por ella sería inmediato también? Ella debió pensar en ello, cómo se vería el estar con Lorcan. Acercarse con Lorcan. —¿Arrepintiéndote de tu elección de aliados? —le dijo Lorcan con completa calma. Como si él hubiera podido leer su rostro también. —Envía un mensaje, ¿no? Ella podría jurar que algo como dolor parpadeó en sus ojos. Pero era típico de Lorcan, incluso cuando explotó ante él en la barcaza, apenas había parpadeado. —Parece que nuestro contrato entre nosotros va a terminar, de todos modos —le dijo fríamente—.


Me aseguraré de explicar los términos, no te preocupes. Odiaría que ellos pensaran que caíste bajo por estar conmigo. —No quise decir eso. —No me importa —bufó. Elide se detuvo, esperando para llamarle un mentiroso, en parte porque ella sabía que él estaba mintiendo y por otro lado porque su propio pecho se tensó ante las palabras. Pero se mantuvo en silencio, dejándolo caminar adelante, la distancia entre ellos haciéndose más larga con cada zancada que daba. Pero ¿qué le diría siquiera a Aelin? ¿Hola? ¿Cómo estás? ¿Por favor no me quemes? ¿Disculpa el que sea tan sucia y torpe? Una suave mano tocó su hombro. Presta atención. Mira alrededor. Elide levantó la mirada de donde veía sus ropas sucias. Lorcan estaba quizás ya unos seis metros lejos, los otros meras figuras en el horizonte. La mano invisible apretó su hombro. Observa. Mira. ¿Mirar qué? Cenizas y hielo llovían a la derecha, ruinas erguidas a la izquierda, nada más que pantanos extendiéndose a lo lejos. Pero Elide se detuvo, mirando el mundo alrededor de ella. Algo estaba mal. Algo hizo que las criaturas que habían sobrevivido la tormenta de magia estuvieran silenciosas de nuevo. Los pastos quemados susurraban y suspiraban. Lorcan siguió caminando, su espalda erguida, aunque no había ido a por sus armas. Mira mira mira. ¿Mirar qué? Ella giró en su lugar pero no encontró nada. Abrió su boca para llamar a Lorcan. Unos ojos dorados parpadearon en el arbusto a no más de treinta pasos lejos. Enormes ojos dorados, fijos en Lorcan mientras caminaba pocos metros lejos. Un león, listo para saltar, para arrancar piel y quebrar huesos– No– La bestia voló de los arbustos quemados. Elide gritó el nombre de Lorcan. Él giró, pero no hacia el león. Sino hacia ella, esa furiosa mirada mirándola a ella– Pero ella estaba corriendo, su pierna gritando de dolor, mientras Lorcan finalmente sentía el ataque a punto de caer sobre él.


Lorcan sacó su cuchillo de caza, tan rápido que sólo se vio un destello de luz gris del hierro. Bestia y Fae cayeron, justo hacia el agua fangosa. Elide se lanzó hacia él, un grito mudo quebrándose en ella. Ese no era un león ordinario. Ni por poco. No por la forma en la que conocía cada movimiento de Lorcan mientras rodaban por el agua, mientras esquivaban y se deslizaban y se lanzaban, sangre chorreando, magia chocando, escudo contra escudo… Entonces el lobo atacó. Un enorme lobo blanco, corriendo de la nada, salvaje con ira y toda ella enfocada en Lorcan. Lorcan se separó del puma, sangre escurriendo de su brazo, su pierna, jadeando. Pero el lobo se había desvanecido en nada. Dónde estaba, dónde estaba… Apareció de la nada en el aire, como si hubiera salido de un puente invisible, a tres metros de donde Lorcan. No era un ataque. Era una ejecución. Elide vio una brecha entre dos montículos de tierra, pasto congelado deslizándose por sus palmas, algo tronando en su pierna– El lobo saltó hacia la espalda vulnerable de Lorcan, sus ojos llenos de sed de sangre, dientes brillando. Elide salió por una pequeña colina, el tiempo acabándose bajo ella. No no no no no no. Feroces colmillos se acercaron a la columna de Lorcan. Entonces Lorcan la escuchó, escuchó el sollozo tembloroso de ella mientras se aventaba sobre él. Sus ojos oscuros brillaron en lo que pareció terror mientras ella se abalanzaba sobre su espalda desprotegida. Mientras él descubría ese golpe mortal no llegando del león frente a él, sino de las fauces del lobo cerrándose alrededor del brazo de Elide en lugar de en el cuello de Lorcan. Elide pudo jurar que los ojos del lobo brillaron en horror como si intentara remover el golpe sobre ella, mientras un oscuro, pesado escudo se batía sobre ella, robando su aliento con su increíble solidez. Sangre y dolor y hueso y pasto y un bramido de furia. El mundo tembló mientras ella y Lorcan caían, su cuerpo cayendo sobre el de él, las fauces del lobo separándose de su brazo.


Elide se encogió sobre él, esperando a que el lobo y el león lo terminaran, tomaran su cuello entre sus fauces y lo quebraran. Pero ningún ataque vino. El silencio inundó al mundo. Lorcan la giró, su respiración inconstante, su rostro sangriento y pálido mientras la tomaba del suyo, su brazo. —ElideElideElide– Ella no podía respirar, no podía ver más allá de la sensación de su brazo que era nada más que piel desgarrada y hueso astillado– Lorcan tomó su rostro antes de que ella pudiera mirar y le espetó: —¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué? —no espero por una respuesta. Él levantó su cabeza, su gruñido tan feroz que hizo eco en sus huesos, haciendo que el dolor en su brazo surgiera lo suficientemente violento que la hizo sollozar. Él le gruñó al león y al lobo, su escudo un viento remolinante de obsidiana alrededor de ellos. —Ambos están muertos. Ambos están muertos– Elide giró su cabeza lo suficiente para ver al lobo blanco mirarlos. A Lorcan. A ver al lobo cambiar en un parpadeo de luz en el hombre más hermoso que había contemplado. Su rostro dorado-café se tensó al mirar su brazo. Su brazo, su brazo… —Lorcan, nos dieron órdenes —dijo una gentil y desconocida voz desde donde el puma, también, se había cambiado a un macho Fae. —Al diablo tus mentadas órdenes, bastardo estúpido– El guerrero lobo siseó, su pecho ensanchándose. —No podremos luchar más contra esa orden, Lorcan– —Baja el escudo —dijo el que estaba calmado—. Puedo sanar a la chica. Deja que se vaya. —Los mataré a ambos —juró Lorcan—. Los mataré– Elide miró a su brazo. Había una pieza faltante. De su antebrazo. Había sangre brotando sobre los restos del pasto quemado. Un hueso blanco sobresaliendo– Tal vez ella comenzó a gritar, o a sollozar o a temblar en silencio. —No mires —le espetó Lorcan, apretando su rostro de nuevo para poner sus ojos en los de él. Su mirada estaba marcada con tal ira que muy apenas lo podía reconocer, pero él no hizo movimiento alguno contra los hombres.


Su poder se había agotado. Él casi lo agotó al protegerla del fuego de Aelin y de quien hubiera sido la otra magia en el campo. Ese escudo… era todo lo que le quedaba a Lorcan. Y si él removía el escudo para que la pudieran curar… lo matarían. Él les había advertido del ataque, y ellos aun así lo matarían. Aelin, dónde estaba Aelin– El mundo se estaba oscureciendo de las orillas, su cuerpo comenzando a ceder en lugar de aguantar el dolor que reordenaba todo en su vida. Lorcan se tensó como si sintiera ese aturdimiento amenazante. —Tú sánala —le dijo al hombre de ojos gentiles—, y entonces continuaremos– —No —dijo ella. No para esto, no para ella– Los ojos ónix de Lorcan eran indescifrables mientras él escaneaba su rostro. Y entonces le dijo suavemente: —Yo quería ir a Perranth contigo. Lorcan removió el escudo.

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No era una decisión difícil. Y no le asustaba. No tanto como esa herida fatal en el brazo de ella le asustaba. Fenrys había mordido una arteria. Se desangraría en minutos. Lorcan había nacido de y bendecido con la oscuridad. Regresar a ella no era una tarea difícil. Pero dejar esa brillante y bella luz ante él apagarse… en sus huesos, antiguos y gruñones, no podía aceptarlo. Ella había sido olvidada… por todos y todo. Y aun así ella había tenido esperanzas. Y aun así ella había sido amable con él. Y aun así ella le había ofrecido un atisbo de paz en el período que la conoció. Le había ofrecido un hogar. Él sabía que Fenrys no sería capaz de luchar contra la orden de matar de Maeve. Sabía que Gavriel se mantendría fiel a su palabra y la sanaría, pero Fenrys no podría mantenerse contra esa orden del juramento de sangre.


Él sabía que el bastardo se arrepentiría. Sabía que el lobo había estado aterrado desde el momento en que Elide había saltado entre ellos. Lorcan removió su escudo, rezando que ella no mirara cuando el baño de sangre comenzara. Cuando él y Fenrys fueran garra contra garra y colmillos contra colmillos. Él duraría contra el guerrero. Hasta que Gavriel se les uniera. El escudo se desvaneció, y Gavriel estaba instantáneamente de rodillas, alcanzando con sus anchas manos su brazo. El dolor la paralizaba, pero ella intentó decirle a Lorcan que corriera, que pusiera de vuelta los escudos– Lorcan se paró, silenciando su plegaria. Él confrontó a Fenrys. El guerrero temblaba en resistencia, sus manos pegadas a los lados resistiendo el ir por alguna de sus espadas. Elide seguía sollozando, seguía rogándole. Las facciones de Fenrys estaban marcadas en arrepentimiento. Lorcan sólo le sonrió al guerrero. Eso sacó a Fenrys de su trance. Su centinela saltó hacia él, con la espada lista, mientras Lorcan levantaba la suya también, desde ese momento sabiendo qué movimiento planeaba usar Fenrys. Le había entrenado sobre cómo hacerlo. Y sabía que Fenrys dejaría baja su guardia en el lado izquierdo, sólo por un latido, exponiendo su cuello– Fenrys aterrizó frente a él, deslizándose por lo bajo y esquivando por la derecha. Lorcan inclinó la espada hacia ese lado vulnerable de su cuello. Y entonces ambos fueron lanzados hacia atrás por un viento helado e inquebrantable. Lo que fuera que quedara de él después de la batalla. Fenrys estaba frenético, perdido en la sed de sangre, pero el viento golpeó contra él. Y una vez más. Y una vez más. Manteniéndolo abajo. Lorcan luchaba contra ello, pero el escudo que Whitethorn había lanzado sobre ellos, el poder bruto que ahora usaba para mantenerlos abajo, era demasiado fuerte cuando su propia magia estaba agotada. Botas crujieron en el pasto quemado. Esparcido en una pequeña colina, Lorcan levantó su mirada. Whitethorn yacía de pie entre él y Fenrys, los ojos del príncipe brillando de furia. Rowan examinó a Gavriel y Elide, la última aun llorando, aun rogando que se detuvieran. Pero su brazo… Un rasguño estropeaba ese brazo blanco como la luna, pero la rigurosa curación de Gavriel había llenado los agujeros, la piel faltante y los huesos rotos. Debió haber usado toda su magia para–


Gavriel se tambaleó ligeramente. La voz de Whitethorn era como la grava. —Esto termina ahora. Ustedes dos no los tocarán. Ellos están bajo la protección de Aelin Galathynius. Si los lastiman, sería considerado un acto de guerra. Palabras específicas y antiguas, la única forma que una orden de sangre podía ser detenida. No rechazarla, sino retrasarla un poco. Darles a todos tiempo. Fenrys jadeó, pero en sus ojos brilló un poco de alivio. Gavriel se hundió un poco. Los ojos de Elide seguían mostrando un poco de dolor, el baño de pecas en sus mejillas contrastando con su innatural blancura en su piel. Whitethorn le dijo a Fenrys y a Gavriel: —¿Estamos claros sobre qué rayos sucederá si pasan la línea? Para la eterna sorpresa de Lorcan, ambos bajaron su cabeza y dijeron: —Sí, Príncipe. Rowan dejó caer los escudos, y entonces Lorcan se precipitó hacia Elide, quien batalló para sentarse, boquiabierto ante su brazo casi sanado. Gavriel, sabiamente, retrocedió. Lorcan examinó su brazo, su rostro, deseando tocarla, olerla– No se dio cuenta que los pasos ligeros en el pasto no les pertenecían a sus compañeros. Pero sí conocía esa voz femenina que dijo desde atrás —¿Qué demonios está pasando?

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Elide no tenía palabras para expresarle a Lorcan lo que sintió en el momento que él dejó caer el escudo. Lo que sentía cuando el príncipe guerrero tatuado de cabello plateado había detenido esa fatal masacre. Pero ella no tenía aliento en su cuerpo cuando miró sobre el ancho hombro de Lorcan y vio a la mujer de cabello dorado dirigirse hacia ellos. Joven, más aun así su rostro… era un rostro antiguo, cauteloso y astuto y poderoso. Hermoso, con esa piel besada por el sol, y esos vibrantes ojos turquesa. Ojos turquesa, con un núcleo de oro alrededor de su pupila.


Ojos Ashryver. Lo mismo para el apuesto hombre de cabellera dorada quien llegaba al lado de ella, su cuerpo musculoso tenso mientras analizaba si tenía que esparcir sangre, un arco colgando de su mano. Dos lados de la misma moneda. Aelin. Aedion. Ambos estaban mirándola con esos ojos Ashryver. Aelin parpadeó. Y su rostro dorado se arrugó mientras decía —¿Eres tú Elide? Todo lo que pudo hacer Elide fue asentir. Lorcan estaba rígido como la cuerda de un arco, su cuerpo aun un poco inclinado hacia sobre ella. Aelin se acercó más, sus ojos nunca apartándose del rostro de Elide. Joven, se sentía tan joven comparada con la mujer que se aproximaba. Había cicatrices sobre las manos de Aelin, y en su cuello, alrededor de sus muñecas… donde esposas habían estado. Aelin se deslizó sobre sus rodillas no más de medio metro de distancia, y se le ocurrió a Elide que debería estar haciendo una reverencia, su cabeza en el suelo– —Te pareces… tanto a tu madre —dijo Aelin, su voz quebrándose. Aedion en silencio se arrodilló, poniendo una fuerte mano sobre el hombro de Aelin. Su madre, quien se había ido alegre, quien había peleado para que esta mujer pudiera vivir– —Lo siento —le dijo Aelin, sus hombros curvándose hacia adentro, su cabeza cayendo un poco mientras las lágrimas se deslizaban sobre sus ruborizadas mejillas—. Lo siento tanto —¿Cuántos años habían estado esas palabras encerradas? El brazo de Elide dolió, pero no la detuvo de tocar la mano de Aelin, puesta en su pierna. De tocar esa cicatrizada y bronceada mano. Piel cálida y pegajosa encontró la punta de sus dedos. Real. Esto era, Aelin era, real. Como si Aelin se diera cuenta de lo mismo, su cabeza se levantó. Ella abrió su boca, pero sus labios temblaron, y la reina los apretó uno contra otro. Nadie de los que estaban ahí habló. Y entonces Aelin le dijo a Elide: —Ella me consiguió tiempo. Elide supo a quién se refería la reina.


La mano de Aelin comenzó a temblar. La voz de la reina se quebró por completo mientras decía —Estoy viva aquí por tu madre. Elide sólo pudo susurrar: —Lo sé. —Ella me dijo que te dijera… —un tembloroso inhalar. Pero Aelin no separó su mirada, incluso mientras lágrimas continuaban cayendo sobre la suciedad de sus mejillas— Tu madre me dijo que te dijera que te ama… mucho. Esas fueron sus últimas palabras hacia mí. ‘Dile a mi Elide que la amo mucho’. Por diez años, Aelin había sido la portadora de esas últimas palabras. Diez años, a través de muertes, desesperanzas y guerra, Aelin las había cargado a través de reinos. Y aquí, en el fin del mundo, se habían encontrado una vez más. Aquí en el fin del mundo, sólo por un latido, Elide sintió el cálido toque de la mano de su madre acariciar su hombro. Lágrimas cayeron de los ojos de Elide mientras se deslizaban libres. Pero entonces el pasto crujió detrás de ellos. Ella vio ese cabello blanco primero. Luego esos ojos dorados. Y Elide sollozó mientras Manon Blackbeak surgía, sonriendo ligeramente. Mientras Manon Blackbeak la veía y a Aelin, rodilla a rodilla en el pasto, y articulaba una palabra. Esperanza. No muerte. Ninguno de ellos estaba muerto. Aedion dijo con voz áspera —Está tu brazo– Aelin lo tomó, gentilmente. Inspeccionando el corte, la nueva piel rosa que revelaba la que había estado faltando hace unos breves momentos. Aelin se giró de rodillas, gruñéndole al guerrero lobo. El macho de cabello rubio apartó la mirada mientras la reina mostraba su disgusto. —No fue su culpa —alcanzó a decir Elide. —La mordida —dijo Aelin secamente, sus ojos turquesa brillando—, sugiere lo contrario. —Lo siento —contestó el macho, ya sea a la reina o a Elide, ella no sabía. Sus ojos se giraron a Aelin, algo como devastación en ellos. Aelin ignoró las palabras. El hombre se estremeció. Y el príncipe de cabellera plateada pareció darle una breve mirada de lástima.


Pero si la orden no había venido de Aelin para matar a Lorcan… Aelin le dijo al otro hombre de cabello rubio detrás de Elide, aquél que la había sanado, el león —Asumo que Rowan les dijo sobre el asunto. Los tocan, se mueren. Hacen aunque sea el respirar mal en su dirección, y están muertos. Elide intentó no retorcerse ante la fiereza. Especialmente cuando Manon sonrió con retorcido placer. Aelin se tensó ante la bruja que llegó por su espalda expuesta, pero le permitió a Manon el ponerse a su derecha. Para mirar a Elide con esos ojos dorados —Bien hecho, brujilla —le dijo Manon a ella. Manon vio a Lorcan tanto como Aelin lo hizo. Aelin bufó. —Te ves un poco peor que la última vez. —Lo mismo digo —le espetó Lorcan. La mueca de Aelin era aterradora. —Recibiste mi nota, ¿verdad? La mano de Aedion se había deslizado a su espada– —La espada de Orynth —exclamó Elide, notando el pomo de hueso, las marcas antiguas. Aelin y Lorcan se detuvieron en las gargantas del otro—. La espada… tú… Vernon se había burlado de ella una vez. Había dicho que fue tomada por el Rey de Adarlan y que fue fundida. Quemada, junto con el trono de astas. Los ojos turquesa de Aedion se suavizaron. —Sobrevivió. Nosotros sobrevivimos. Los tres de ellos, los restos de su corte, de sus familias. Pero Aelin estaba de nuevo mirando a Lorcan, erizada, esa retorcida mirada de vuelta. Elide dijo suavemente: —Sobreviví, Majestad, gracias a él —ella señaló con su barbilla a Manon—, y gracias a ella. Estoy aquí por ellos dos. Manon asintió, su atención ahora en el bolsillo donde había visto a Elide guardar ese pedazo de piedra. La afirmación de lo que estaba buscando. El recordatorio de la tercera parte del triángulo. —Estoy aquí —dijo Elide mientras Aelin ponía esos inquietos ojos en ella— gracias a Kaltain Rompier —su garganta se cerró, pero ella presionó a través de ella mientras sus temblorosos dedos tom-


aban ese pedazo de tela de su bolsillo. La sensación de otro mundo que pulsaba en su palma. “Ella me dijo que le diera esto a usted. Para Celaena Sardothien, quiero decir. Ella no sabía que ellas… que ustedes eran la misma persona. Ella dijo que era un pago por… por un manto cálido en un calabozo frío —no estaba avergonzada de las lágrimas que caían, no en honor de lo que esa mujer había hecho. Aelin estudió el pedazo de tela en la mano temblorosa de Elide—. Creo que ella mantuvo esto como un recuerdo de amabilidad —dijo Elide con voz ronca—. Ellos… ellos la rompieron, y la lastimaron. Y ella murió sola en Morath. Ella murió sola, para que yo no lo hiciera… para que ellos no pudieran… —ninguno de ellos habló o se movió. Ella no podía decir si eso lo hacía peor. Si la mano que Lorcan puso sobre su espalda le hizo llorar más fuerte. Las palabras trastabillaron de la boca de Elide. —Ella dijo q-que recordara su promesa de castigarlos a todos. Y d-dijo que podía abrir cualquier puerta, sólo si tenía la l-llave. Aelin apretó sus labios y cerró sus ojos. Un hombre hermoso de pelo oscuro se acercó. Él era quizás unos años mayor que ella, pero caminaba con tal gracia que se sentía tal pequeña y sin modales ante él. Sus ojos zafiro se enfocaron en Elide, astutos y ecuánimes, y dijo: —¿Kaltain Rompier salvó tu vida? ¿Y te dio eso? Él la conocía, la había conocido. Manon Blackbeak dijo en un tono de voz débil pero divertida: —Lady Elide Lochan de Perranth, conoce a Dorian Havilliard, Rey de Adarlan —el rey levantó sus cejas a la bruja. —M-majestad —tartamudeó, inclinando su cabeza. Ella debía en verdad ponerse de pie. De dejar de estar en el suelo como un gusano. Pero ese manto y la piedra seguían en su mano. Aelin limpió su rostro sucio con una manga, y luego se enderezó. —¿Sabes qué es lo que cargas, Elide? —S-sí, Majestad. Ojos turquesa, fascinados y cautelosos, se posaron sobre los de ella. Y luego hacia los de Lorcan. —¿Por qué no la tomaste? —la voz era hueca y dura. Elide sospechaba que tendría suerte si nunca usaba ese tono con ella. Lorcan encontró su mirada sin parpadear. —No era mío para tomar. Aelin ahora miraba entre ellos, viendo demasiado. Y no había calidez en el rostro de la reina, pero


ella le dijo a Lorcan: —Gracias… por traerla a mí. Los demás parecieron intentar no mostrarse tan impactados por las palabras. Pero Aelin se giró a Manon. —Yo la reclamo. Sangre de bruja en sus venas o no, ella es Lady de Perranth, y ella es mía. Ojos dorados brillaron con un poco de desafío. —¿Y si la reclamo por las Blackbeaks? —¿Blackbeaks, o Crochans? —ronroneó Aelin. Elide parpadeó. ¿Manon…y las Crochans? ¿Qué estaba haciendo la Líder del Ala aquí? ¿Dónde estaba Abraxos? La bruja dijo: —Cuidado, Majestad. Con tu poder reducido a cenizas, tendrás que pelear conmigo a la antigua de nuevo. Esa mirada peligrosa volvió a su rostro. —¿Sabes? He estado ansiosa por la segunda ronda. —Chicas —el príncipe de cabello plateado les dijo apretando los dientes. Ambas se giraron, dándole a Rowan Whitethorn unas horripilantes sonrisas inocentes. El Príncipe Fae, para su sorpresa, sólo hizo una mueca después de que desviaron la mirada. Elide deseaba que pudiera esconderse detrás de Lorcan cuando ambas mujeres pusieron esa casi letal atención sobre ella de nuevo. Manon se acercó, sacudiendo la mano de Elide, hacia donde la de Aelin esperaba. —Ahí tienes, acaba con esto de una vez —dijo Manon. Aelin se encogió levemente, pero guardó en su bolsillo el paño y la llave dentro. Una sombra instantáneamente se separó del corazón de Elide, una presencia susurrante ahora silenciada. Manon le ordenó: —De pie. Estábamos en la mitad de algo. Se acercó a ayudarla, pero Lorcan se adelantó y lo hizo él mismo. No soltó su agarre del brazo de Elide, y ella intentó no inclinarse en su calor. Intentó no parecer como que acababa de conocer a su reina, a su amiga, a su corte, y… que de alguna forma encontraba a Lorcan el más seguro de todos. Manon le lanzó una sonrisa burlona a Lorcan.


—Tú reclamo hacia ella, Fae, está en el fondo de la lista —dientes de hierro se mostraron, volviendo ese hermoso rostro petrificante. Lorcan no la dejó ir. Manon hizo un sonido que usualmente significaba muerte—. No. La. Toques. —Tú no me das órdenes, bruja —le dijo Lorcan—. Y no tienes que decir sobre nosotros dos. Elide frunció la frente hacia él. —Sólo lo estás empeorando. —Nos gusta llamarlo ‘Disparates territoriales de machos’ —le confió Aelin—. O ‘Fae territoriales bastardos’, la cual también queda igual de bien. El Príncipe Fae detrás de ella tosió firmemente. La reina miró por encima de su hombro, con sus cejas levantadas. —¿Estoy olvidando alguna otra expresión de cariño? Los ojos del guerrero príncipe brillaron, incluso aunque su rostro permanecía en un estado predatorio. —Creo que lo has cubierto todo. Aelin le guiñó a Lorcan. —La lastimas, y derretiré tus huesos —dijo a secas, y se alejó de ellos. La sonrisa revestida de hierro de Manon se ensanchó, y le dio a Lorcan una burlona inclinación mientras seguía a la reina. Aedion miró a Lorcan y bufó. —Aelin hace lo que quiere, pero creo que me dejará ver cuántos huesos puedo romperte antes de que ella los derrita —y entonces él, también, se fue caminando hacia las dos mujeres. Una plateada, otra dorada. Elide casi grita cuando un leopardo fantasma apareció de la nada, moviendo sus bigotes en dirección a Lorcan, para luego trotar detrás de las mujeres, su felpuda cola meneándose detrás. Entonces el rey se fue, y luego los machos Fae. Hasta que sólo el Príncipe Rowan Whitethorn quedaba ahí de pie. Le dio a Elide una mirada. Elide inmediatamente se removió del agarre de Lorcan. Aelin y Aedion se detuvieron más adelante, esperándola. Sonriendo levemente, en bienvenida. Por lo que Elide se dirigió hacia ellos, hacia su corte, y no miró atrás.


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Rowan había permanecido en silencio durante los siguientes minutos, observando. Lorcan estaba dispuesto a morir por Elide. Había estado dispuesto a hacer a un lado su viaje por Maeve para asegurar que Elide viviera. Y había entonces actuado lo suficientemente territorial para hacer a Rowan preguntarse si se había visto tan ridículo alrededor de Aelin todo el tiempo. Ahora solos, Rowan le dijo a Lorcan —¿Cómo nos encontraste? Una sonrisa. —El dios oscuro me guió hasta aquí. El ejército de los ilken hizo el resto. El mismo Lorcan que conocía desde hace siglos, y al mismo tiempo… no. Algo en él se había vuelto indiferente, no, calmado. Lorcan miró hacia la fuente de esa calma, pero su mandíbula se tensó ante su atención ahora a donde Aelin caminaba al lado de ella. —Ese poder puede destruirla fácilmente, ¿sabes? —Lo sé —admitió Rowan. Lo que había hecho hace unos minutos, el poder que había invocado y desatado… había sido una canción que había hecho a su magia estallar en masa. Cuando la resistencia de los ilken por fin había cedido ante el fuego y el hielo y el viento, Rowan no había podido controlar el anhelo de caminar en el corazón de fuego de ese poder y verla brillar con él. A medio camino de la planicie, se había dado cuenta que no sólo era el encanto de ella lo que tiraba de él. Era la mujer adentro de ello, quien podría necesitar contacto físico con otro ser vivo que le recordara a ella misma que tenía un cuerpo, y gente que la amaba, y de retroceder de esa calma asesina que sin piedad había desvanecido a los ilken de los cielos. Pero entonces las flamas se desvanecieron, los enemigos lloviendo como cenizas y hielo y cadáveres, y entonces ella lo miró… por los dioses, cuando ella lo miró, él casi cae de rodillas. Reina, y amante, y amiga, y más. No le había importado que tenían una audiencia. Él tenía el deseo de tocarla, de cerciorarse que ella estaba bien, de sentir a la mujer que podía hacer cosas tan grandiosas y terribles y aun así mirarlo con esa vibrante y aclamada vida en sus ojos. Tú me haces querer vivir, Rowan. Se preguntaba si Elide Lochan había de alguna forma hecho que Lorcan hiciera lo mismo. Le dijo a Lorcan:


—¿Y qué de tu misión? Cualquier suavidad se desvaneció de las facciones de granito de Lorcan. —¿Por qué no me dices porqué estás en este lugar de mierda, y luego discutimos mis planes? —Aelin puede decidir qué decirte. —Tan buen perro. Rowan le dio una sonrisa floja, pero se detuvo de comentar sobre esa joven mujer, delicada y de cabello oscuro, quien ahora sostenía las ataduras del mismísimo Lorcan.


Capítulo 58 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Sandra

Kaltain Rompier había cambiado el curso de esta guerra. Dorian no se había sentido nunca tan avergonzado de sí mismo. Debió haber sido mejor. Debió haber visto mejor. Todos ellos debieron de hacerlo. Los pensamientos le daban vueltas y vueltas mientras Dorian apoyaba la espalda en el templo medio inundado, en silencio observando mientras Aelin estudiaba el pecho en el altar como si fuera un oponente. La reina estaba ahora flanqueada por Lady Elide, Manon del otro lado del pelo negro de la mujer, Lysandra extendida en un leopardo fantasma a los pies de la reina. El solo poder en ese grupo era asombroso. Y Elide... Manon le había murmurado algo a Aelin en su caminar de vuelta a las ruinas sobre el que Elide era vigilada por Anneith. Vigilada, así como el resto de ellos lo era por otros dioses. Lorcan salió de las ruinas, Rowan a su lado, Fenrys, Gavriel y Aedion acercándose a ellos, manos en sus espadas, sus cuerpos aun vibrando en tensión mientras mantenían a Lorcan en la mira. Especialmente guerreros de Maeve. Otro anillo de poder. Lorcan —Lorcan, bendecido por Hellas mismo. Rowan se lo había dicho en ese viaje en bote hacia las Islas Muertas. Hellas, dios de la muerte. Quien había viajado aquí con Anneith, su conyugue. Los vellos de los brazos de Dorian se erizaron. Descendientes —cada uno de ellos bendecido por un dios diferente, cada uno de ellos discreta, silenciosamente, guiado aquí. No era una coincidencia. No podía serlo. Manon se dio cuenta de su presencia, él de pie unos metros atrás, y leyó la cautela que estaba en su rostro, saliéndose del círculo de mujeres para ir a su lado. —¿Qué? —Tengo un mal presentimiento de esto —Dijo Dorian, apretando su mandíbula.


Él estaba esperando una despedida, o una burla, pero Manon dijo —Explícate. Abrió la boca para responder, pero Aelin se separó del estrado. La Cerradura —la Cerradura que contendría las Llaves del Wyrd, que le permitiría a Aelin ponerlas de vuelta en su puerta. Gracias a Kaltain, gracias a Elide, ellos sólo necesitaban una más. Donde fuera que Erawan la tuviera. Pero obteniendo esta Cerradura... Rowan estaba instantáneamente al lado de la reina mientras ella se asomaba hacia el pecho. Lentamente, ella se giró hacia ellos. Hacia Manon. —Ven aquí —Le dijo Aelin con una voz desconcertadamente tranquila. Manon sabiamente, no se negó. —Este no es el lugar ni el momento para explorarlo —Rowan le dijo a la reina—. Lo moveremos de vuelta al barco, y desde ahí lo averiguaremos. Aelin murmuró en acuerdo, su rostro palideciendo. —¿La Cerradura estuvo siempre aquí, desde el principio? —Les preguntó Manon. —No lo sé —Dorian nunca había escuchado a Aelin articular las palabras. Fue suficiente para mandarlo corriendo por las escaleras, salpicando agua mientras se asomaba. No había una Cerradura. No en la forma en la que la esperaban, no en la forma en la que a la reina se le había prometido e instruido para encontrarla. El pecho de piedra contenía una sola cosa: Un espejo de hierro, la superficie casi dorada por la edad, moteado, cubierto en suciedad. Y a lo largo del contorno tallado en trenzado, plegado en la parte superior derecha... La marca de El Ojo de Elena. Un símbolo de bruja. —¿Qué rayos es esto? —Aedion demandó unos escalones abajo. Fue Manon quien respondió, mirando de soslayo el rostro de la reina —Es un espejo de bruja. —¿Un qué? —Aelin preguntó. Los otros se acercaron más. Manon dio unos golpes con su uña en el borde del pecho de piedra. —Cuando mataste a Yellowlegs, ¿Te dio un indicio de porqué estaba ahí, de qué era lo que quería de ti o el difunto rey? —Dorian buscó en su propia memoria, pero no encontró nada.


—No —Aelin volteó a verlo esperando respuesta, pero Dorian sacudió su cabeza en negación también. Le preguntó a la bruja —¿Tú sabes por qué estaba ahí? Algo como un asentimiento. Un respiro de vacilación. Dorian se preparó para su respuesta. —Yellowlegs estaba ahí para reunirse con el rey —para mostrarle cómo sus espejos mágicos funcionaban. —Quebré la mayoría de ellos —Aelin dijo, cruzándose de brazos. —Lo que haya sido que destruiste debieron haber sido trucos baratos y réplicas. Sus verdaderos espejos de bruja... no puedes romperlos. No tan fácilmente, al menos. —¿Qué pueden hacer? —Dorian tenía un horrible presentimiento sobre a dónde iba todo esto. —Puedes ver el futuro, el pasado, y el presente. Puedes hablar entre espejos, si alguien tiene su hermana. Y también están los raros de plata —aquellos cuya forja demanda algo vital de quien lo hace —La voz de Manon fue disminuyendo de volumen. Dorian se preguntó si incluso entre las Blackbeaks, estos cuentos eran sólo susurrados en fogatas—. Otros espejos pueden amplificar y contener disparos de poder puro, para ser liberado si es apuntado hacia algo. —Un arma —Aedion dijo, provocando un asentimiento de Manon. El general debió haber unido las piezas también porque preguntó antes de que Dorian lo hiciera —¿Yellowlegs se reunió con él para hablar de esas armas, verdad? Manon guardó silencio por un largo tiempo que supo que Aelin estaba a punto de presionar. Pero Dorian el dio una mirada de advertencia para mantener silencio. Así que lo hizo. Todos ellos lo hicieron. Finalmente, la bruja habló —Han estado haciendo torres. Enormes, más aun así capaces de ser trasladadas a través de campos de batallas, alineadas con esos espejos. Para que Erawan usara sus poderes —y eliminara tus ejércitos con unos cuantos golpes. Aelin cerró sus ojos. Rowan puso una mano sobre su hombro. Dorian preguntó —¿Es esto... —Él miró hacia el pecho, el espejo adentro—uno de esos espejos que planea usar? —No —Manon dijo. Estudiando el espejo de bruja dentro del pecho—. Lo que sea este espejo... no estoy segura para qué sirve. Qué siquiera de lo que puede hacer. Pero no es para nada la Cerradura que estás buscando. Aelin tomó el Ojo de Elena de su bolsillo, pesándolo en su mano, y dejando salir un largo suspiro por su nariz.


—No puedo esperar a que este día acabe.

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Kilómetro tras kilómetro, los machos Hada cargaron el espejo entre ellos. Rowan y Aedion interrogaron a Manon por detalles sobre esas torres de bruja. Dos ya estaban hechas, pero ella no sabía cuántas más iban a ser construidas. Estaban estacionadas en la Brecha Ferian, pero otras posiblemente estaban en otra parte. No, ella no sabía el modo de transportación. O cuántas brujas por torre. Aelin dejó que sus palabras se asentaran en una parte profunda y silenciosa de ella. Ella lo averiguaría mañana —después de dormir. Y averiguaría sobre este maldito espejo de bruja mañana, también. Su magia estaba exhausta. Por primera vez en días, el fondo de su magia dormitaba. Ella podía dormir por una semana. Por un mes. Cada paso por los pantanos, de vuelta hacia donde esos tres barcos estarían esperándolos, era un esfuerzo. Lysandra frecuentemente se ofreció a cambiar a un caballo y llevarla, pero Aelin se negaba. La cambia-formas estaba agotada también. Todos ellos lo estaban. Ella quería hablar con Elide, quería preguntarle tantas cosas respecto a esos años separadas, pero... el cansancio que la fastidiaba hacía el hablar casi imposible. Ella sabía qué tipo de sueño le hacía señas —ese profundo, restaurador sueño que su cuerpo demandaba después de mucha magia gastada, después de haberla guardado por tanto tiempo. Por lo que Aelin vagamente le habló a Elide, dejando que la joven estuviera con Lorcan mientras se apresuraban a la costa. Mientras cargaban el espejo con ellos. Tantos secretos —habían aun tantos secretos con Elena y Brannon y su guerra de hace mucho tiempo. ¿La Cerradura alguna vez existió? ¿O era el espejo de bruja la Cerradura? Demasiadas preguntas con tan pocas respuestas. Ella las descubriría. Una vez que se pusieran a salvo. Una vez tuviera ella oportunidad de dormir. Una vez... que todo estuviera en orden, también. Por lo que caminaron a duras penas por los pantanos sin descansar. Fue Lysandra quien lo percibió con sus sentidos de leopardo, a medio kilómetro de la playa de arena blanca y el tranquilo mar gris más allá, una muralla de dunas blancas de arena bloqueando la vista más adelante. Todos tenían armas listas mientras se apresuraban en la duna, arena deslizándose detrás de ellos. Rowan no se transformó —la única prueba que mostraba su enorme cansancio. Él llego a la colina


primero. Desenvainó su espada de su espalda. Porque un centenar de velas grises se extendía a lo largo, rodeando sus propios barcos. Se esparcían por el horizonte al este, en completo silencio salvo por los hombres que apenas podían distinguirse a bordo. Barcos del este... del Golfo de Oro. La flota de Melisande. Y en la playa, esperando por ellos... un grupo de veinte guerreros, guiados por una mujer vestida de gris. Las garras de Lysandra se deslizaron libres de sus vainas mientras soltaba un leve gruñido. Lorcan puso a Elide detrás de él. —Nos retiraremos a los pantanos —Le dijo a Rowan, cuyo rostro se puso duro como la piedra mientras medía al grupo de la playa, a la flota que se avecinaba— Podemos dejarlos atrás. Aelin deslizó sus manos hacia sus bolsillos. —No van a atacar. Lorcan soltó un bufido. —¿Estás adivinando esto basado en tus muchos años de experiencia en guerra? —Ten cuidado —Le advirtió Rowan. —Esto es absurdo —Escupió Lorcan, girando atrás, como si fuera a tomar a Elide, pálida de rostro a su lado—, nuestras reservas están agotadas... Lorcan fue detenido de agarrar a Elide del hombro por una pared de fuego tan delgada como el papel. Era lo más que Aelin podía crear. Y por Manon y sus garras de hierro haciéndole frente mientras gruñía —No vas a llevar a Elide a ninguna parte. Ni ahora, ni nunca. Lorcan se enderezó a su máxima altura. Y antes de que pudieran destrozar algo con sus peleas, Elide puso una delicada mano en el brazo de Lorcan —su propia mano envuelta alrededor de la empuñadura de su espada. —Yo escojo esto, Manon. Manon sólo observó la mano en el brazo de Lorcan. —Discutiremos esto más tarde. En efecto. Aelin miró a Lorcan sobre su hombro y le mofó —Ve a lamentarte a otro lado —La mujer armada en la playa, junto con sus soldados, estaba ahora


caminando a zancadas hacia ellos. —No se ha terminado —Gruñó Lorcan—, este asunto entre nosotros. —¿Crees que no lo sé? —Aelin sonrió un poco. Pero Lorcan sondeó a Rowan, su poder oscuro parpadeando, ondulando sobre las olas como un silencioso trueno. Tomando una posición defensiva. Aelin miró al príncipe, rostro duro como la piedra, luego a Aedion, la espada de su primo y escudo inclinados y listos, y después a los otros. —Vamos a saludarlos. —Aelin... —Rowan comenzó. Pero ella ya estaba caminando hacia abajo de la duna, haciendo su mejor esfuerzo para evitar deslizarse en la arena engañosa, y para mantener su cabeza en alto. Los otros siguiéndola detrás estaban rígidos como cuerda de arco, pero su respiración permanecía normal —listos para todo. Los soldados estaban vestidos en pesadas armaduras de color gris, sus rostros duros y con cicatrices, midiéndolos mientras golpeaban la arena. Fenrys le gruñó a uno de ellos, y el hombre evitó su mirada. Pero la mujer se quitó su capucha mientras se aproximaba con una gracia felina, dando pasos vacilantes a menos de tres metros. Aelin conocía cada detalle de ella. Sabía que tenía veinte años ya. Sabía que era de estatura media, con su cabellera rojo-vino como el verdadero tono. Sabía que esos ojos rojo-café eran los únicos que había visto en cualquier tierra, en cualquier aventura. Sabía que la cabeza de lobo en el pomo de su majestuosa espada era la cresta de su familia. Conocía esas pecas, esa enorme boca burlona, esos brazos delgados engañosos que escondía músculos duros como la piedra mientras los cruzaba. Esa boca se inclinó en una media mueca, mientras Ansel de Briarcliff, Reina de Wastes, arrastraba las palabras. —¿Quién te dio permiso de usar mi nombre en las peleas callejeras, Aelin? —Me di a mí misma el permiso de usar tu nombre cuando me plazca, Ansel, el día que te salve la vida en lugar de terminarla como la cobarde que eres. Esa sonrisa burlona se ensanchó. —Hola, perra —Le ronroneó Ansel. —Hola, traidora —Aelin ronroneó de vuelta, inspeccionando la armada dispersa ante ellos—. Parece que llegaste justo a tiempo después de todo.


Capítulo 59 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Sandra

Aelin sentía el completo shock de sus compañeros emanar de ellos mientras Ansel hacia una reverencia dramática, haciendo un gesto hacia los barcos detrás de ellos, mientras decía —Como pediste: Tu flota. Aelin soltó un bufido. —Tus soldados se ven como si hubieran tenido mejores días. —Oh ellos siempre se ven así. He intentado e intentado hacerlos enfocarse en las apariencias externas tanto como en la belleza interior, pero... ya sabes cómo son los hombres. Aelin se rio. Incluso aunque sentía el shock de sus compañeros tornarse algo rojo caliente. Manon dio un paso adelante, la briza del mar agitando mechones de su cabello blanco sobre su rostro, mientras le decía a Aelin —La flota de Melisande se inclina ante Morath. Podrías muy bien estar firmando una alianza con Erawan si vas a trabajar con esta... persona. El rostro de Ansel se quedó sin color al ver los dientes de hierro, las uñas. Y Aelin recordó la historia que la asesina-convertida-en-reina le había contado una vez, susurrado sobre las arenas del desierto y bajo un manto de estrellas. Un amigo de la infancia... devorado vivo por una bruja Dientes de Hierro. Después, Ansel misma, tras la masacre de su familia, había sido perdonada cuando se cruzó con un campamento de brujas Dientes de Hierro. —Ella no es de Melisande —Le dijo Aelin a Manon—. Wastes está aliado con Terrasen. Aedion comenzó, observando ahora los barcos, a la mujer ante ellos. Manon Blackbeak dijo en una voz como la muerte —¿Quién es ella para hablar por Wastes? Oh, por todos los dioses. Aelin puso su rostro en un semblante tranquilo y gesticuló entre las dos mujeres


—Manon Black, Heredera el Clan de Brujas Blackbeak ahora última Reina Crochan... conoce a Ansel de Briarcliff, asesina y Reina de los Wastes Occidentales.

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Gruñidos llenaron la cabeza de Manon mientras remaban de vuelta a su barco, interrumpidos sólo por el salpiqueo de los remos en las olas tranquilas. Iba a matar a esa perra de pelo rojo. Lentamente. Permanecieron en silencio hasta que llegaron al barco principal, y treparon por su lado. Ninguna señal de Abraxos. Manon escaneó los cielos, la flota, el mar. Ni un poco de él a la vista. La ira en sus entrañas se tornó algo más, algo peor, y ella dio un paso hacia el capitán de rostro rojizo para demandarle respuestas. Pero Aelin casualmente se cruzó en su camino, dándole una sonrisa ladeada mientras miraba entre Manon y la joven mujer de pelo rojo recargada sobre la escalera. —Vosotras dos deberíais tener una pequeña charla más tarde. Manon estaba que echaba chispas. —Ansel de Briarcliff no responde por Wastes. ¿Dónde estaba Abraxos...? —¿Pero tú sí? Y Manon se preguntó si ella de alguna forma... de alguna forma se había enredado en cuales fueran los planes que la reina hubiera tejido. Especialmente cuando Manon se encontró a sí misma deteniéndose de nuevo, forzándose a darse la vuelta hacia la reina con su sonrisa burlona y decirle —Sí. Yo sí.

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Incluso Rowan parpadeó ante el tono de Manon Blackbeak —la voz que no era de una bruja o guerrero o un predador. Sino de Reina.


La última Reina Crochan. Rowan calculó la potencial pelea explosiva hirviendo entre Ansel de Briarcliff y Manon Blackbeak. Él recordaba todo lo que Aelin le había dicho de Ansel —la traición mientras ambas mujeres habían entrenado en el desierto, la pelea a muerte que había terminado en Aelin perdonando a la mujer de pelo rojo. Una deuda de vida. Aelin la había llamado por esa deuda. Ansel, con una arrogancia fanfarrona que explicaba completamente porqué ella y Aelin se habían vuelto rápidamente amigas, arrastró las palabras hacia Manon desde donde se recargaba en el alcázar. —Bueno, la última vez que oí, ni las brujas Crochan ni las brujas Ironteeth se preocuparon por cuidar de Wastes. Supongo que como alguien que ha alimentado y cuidado a su gente por los últimos dos años, tengo derecho a hablar por ellos. Y a decidir a quién nosotros ayudamos y cómo lo hacemos —Ansel sonrió a Aelin como si la bruja no estuviera observando su garganta como si la fuera a arrancar con sus dientes de hierro—. Tú y yo vivimos al lado del otro, después de todo. No sería una buena vecina si no ayudara. —Explícate— Aedion dijo duramente, su corazón latiendo como relámpago lo suficientemente fuerte para que Rowan lo escuchara. La primera palabra que el general había dicho desde que Ansel se quitara su capucha. Desde que la pequeña sorpresa de Aelin les estuviera esperando en la playa. Ansel giró su cabeza, su sedosa cabellera roja brillando por la luz, mirándose, se dio cuenta Rowan, como el más exquisito vino rojo. Exactamente como Aelin lo había descrito una vez. —Bueno, meses atrás, estaba atendiendo mis propios asuntos en Wastes, cuando recibí un mensaje inesperado. De Aelin. Me envió un mensaje alto y claro desde Rifthold. Pelea callejera —Ansel soltó una risilla, sacudiendo su cabeza—. Y supe que tenía que prepararme. Que tenía que mover mi ejército a la orilla de las Montañas de Anascaul. La respiración de Aedion se cortó. Sólo siglos de entrenamiento evitaron que a Rowan le pasara lo mismo. Su cadre permaneció impasible detrás de ellos, posiciones que habían tomado cientos de veces durante los siglos. Listos para un baño de sangre —o para pelear su salida de él. Ansel sonrió, un gesto victorioso. —La mitad de ellos están en camino hacia allí ahora. Listos para unirse a Terrasen. El hogar de mi amiga Celaena Sardothien, quien no lo olvidó, incluso cuando ella estuvo en el Desierto Rojo; y quien no dejaba de mirar al norte cada noche que podíamos ver las estrellas. No había un mejor regalo que pudiera ofrecer para pagarle que salvando el reino que ella nunca olvidó. Y eso fue antes de que recibiera su carta meses atrás, diciéndome quién ella era y que me destriparía si no la asistía en su causa. Estaba en camino con el ejército listo, pero... entonces la siguiente carta llegó. Diciéndome que me dirigiera al Golfo de Oro. Para encontrarla ahí y seguir una específica serie de instrucciones.


Aedion giró su cabeza hacia Aelin, agua de mar de cuando estaban en el bote aun brillando en su rostro bronceado. —Las cartas desde Ilium... —Deja que la mujer termine —Aelin agitó una mano de manera floja hacia Ansel. Ansel giró una mirada hacia Aelin y llevó su brazo a través de su codo. Sonrió como un demonio. —Estoy asumiendo que saben cuán ocupada Su Majestad está. Pero seguí las instrucciones. Traje la otra mitad de mi ejército cuando viré hacia el sur, y pasamos a través de los Colmillos Blancos y hacia Melisande. Su reina asumió que llegamos a ofrecer ayuda. Nos dejó justo en las puertas principales. Rowan contuvo la respiración. Ansel dejó escapar un silbido, y del barco más cercano, un galope y relinchido sonó. Y entonces un caballo Asterion emergió de los establos del barco. El caballo era una tormenta hecha piel. Rowan no podía recordar la última vez que Aelin brilló con completa alegría mientras suspiraba. —Kasida. —¿Sabías —Ansel continuó— que disfruto mucho robar? Con las tropas de Melisande distribuidas tan delgadas por Morath, ella realmente no tuvo otra opción más que rendirse. Aunque estaba de verdad furiosa cuando me vio reclamar al caballo —aún más cuando la saqué de su calabozo para revelar que la bandera de Terrasen ahora se agita junto con mi lobo en su propia casa. —¿Qué...? —Soltó Aedion. Aelin y Ansel se giraron a él, con sus cejas levantadas. Dorian dio unos pasos adelante a las palabras de Ansel, y la Reina de Wastes le dio una mirada que decía que le gustaría robarlo a él. Ansel hizo un gesto hacia los barcos alrededor de ellos agitando su brazo. —La flota de Melisande es ahora nuestra flota. Y su capital es ahora nuestra, también —Ella sacudió su barbilla hacia Aelin—. De nada. Manon Blacbkeak estalló en una carcajada.

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Aedion no sabía con quién estar más furioso: con Aelin, por no decirle la verdad sobre Ansel de


Briarcliff y el maldito ejército al cual ella sigilosamente le había ordenado saquear Melisande y apoderarse de su flota, o con él mismo, por no confiar en ella. Por demandar donde estaban sus aliados, por insinuar todo lo que él tenía en esos momentos antes del ataque de los ilken. Ella sólo lo había tomado. Mientras las palabras de Ansel aún se asimilaban en el grupo aún reunido en la cubierta principal, su primo dijo con calma: —Melisande tenía intenciones de asistir a Morath en dividir el Norte y el Sur. No tomé su ciudad por gloria o conquista, pero no permitiré que nada se interfiera entre yo y el derrotar a Morath. Melisande sabrá ahora el costo de aliarse con Erawan. Trató de no explotar. Él era su príncipe-general. Rowan era su consorte —o algo parecido a ello. Y aun así ella no les había confiado esto. Él ni siquiera había contemplado a Wastes como aliados. Tal vez eso era el porqué. Él le hubiera dicho que no se preocupara. —Es muy probable que Melisande le haya enviado un mensaje ya a Morath —Aedion le dijo a Ansel—. No me cabe duda de que sus propios ejércitos se han de estar regresando a la capital. Ten a tus hombres restantes de vuelta en los Colmillos. Podemos guiar a la armada desde ahí. Ansel miró a Aelin, quien asintió en acuerdo. La Reina de Wastes le preguntó entonces: —¿Y luego marchar norte a Terrasen a través del paso de Anascaul? Aedion dio un simple asentimiento de confirmación, calculando ya dónde pondría a sus hombres, a quién en La Perdición le daría la orden de comandarlos. Sin ver a los hombres de Ansel pelear... Aedion comenzó a dirigirse a las escaleras del alcázar, sin preocuparse por recibir permiso. Pero Aelin lo detuvo aclarándose la garganta. —Habla con Ansel antes de que se vaya mañana por la mañana sobre dónde llevar su ejército una vez esté completo de nuevo. Él apenas asintió y continuó subiendo por las escaleras, ignorando la mirada preocupada de su padre mientras avanzaba. Los otros se separaron, y a Aedion no le importó a dónde fueron, sólo que tenía unos pocos minutos para sí mismo. Se apoyó en la barandilla, escudriñando el mar chocando contra el lado del barco, intentando no darse cuenta de los hombres en los barcos cercanos observándolos y midiéndolos a él y sus compañeros. Algunos de sus susurros le llegaron a través del agua. El Lobo del Norte; General Ashryver. Algunos comenzaron a decir historias —la mayoría totales mentiras, algunas lo suficientemente cerca a la verdad. Aedion dejó que el sonido de sus voces se ahogara en el ruido sordo y el silbido de las olas. El aroma siempre cambiante de ella lo golpeó, y algo en su pecho se aligeró. Y se aligeró aún más al ver sus dorados brazos delgados mientras los recargaba en la barandilla al lado de él. Lysandra miró sobre su hombro a donde la bruja y Elide —dioses, Elide— se habían ido a sentar en


el trinquete, hablando tranquilamente. Probablemente contando sus propias aventuras desde que se separaron. La armada no zarparía hasta mañana, había escuchado al capitán decir. Dudaba si tenía que ver con Aelin esperando a ver si la montura desaparecida de su Líder del Ala regresaba. —No deberíamos retrasarnos —Aedion dijo, ahora escaneando el horizonte del norte. Los ilken habían venido en esa dirección —y les habían encontrado tan fácilmente, incluso con una armada alrededor de ellos... —. Cargamos con dos llaves y la Cerradura —o lo que sea que ese espejo de bruja realmente sea. La corriente está con nosotros. Deberíamos marcharnos. Lysandra le dio una mirada dura. —Ve y toca el tema con Aelin. Aedion la estudió de pies a cabeza. —¿Qué te está molestando? Ella había estado distante los días pasados. Pero ahora él podría prácticamente ver la máscara de esa cortesana ponerse en su lugar mientras parecía forzar sus ojos a iluminarse, sus labios fruncidos a suavizarse. —Nada, sólo estoy cansada —Algo en la forma en la que ella miraba hacia el mar lo tocó. —Hemos estado peleando nuestro camino a través del continente —Dijo Aedion con cuidado—. Incluso después de diez años de esto, me sigue agotando. No sólo físicamente, sino... en mi corazón. Lysandra pasó un dedo sobre la suave madera de la barandilla. —Pensé... todo parecía una gran aventura. Incluso cuando el peligro parecía tan horrible, seguía siendo nuevo, y ya no estaba más encerrada en vestidos y cuartos. Pero ese día en Bahía Calavera, dejó de ser así. Y comenzó a ser... supervivencia. Y alguno de nosotros tal vez no salgamos de esto —Sus labios temblaron un poco—. Nunca tuve amigos —no como los tengo ahora. Y hoy en esa playa, cuando vi a la flota y pensé que pertenecía al enemigo... por un momento, deseé que nunca hubiera conocido a ninguno de vosotros. Porque el pensamiento de cualquiera de vosotros... —Ella ahogó un suspiro— ¿Cómo lo haces? ¿Cómo has aprendido a entrar en un campo de batalla con La Perdición y no caer por el terror de que no todos ellos podrán salir de ahí? Aedion escuchó cada palabra, evaluando cada escalofrío. Y dijo directamente —No tienes otra opción más que aprender a enfrentarlo —Deseaba que ella no tuviera que pensar en tales cosas, que no tuviera que cargar con ese peso—. El miedo a la pérdida... puede destruirte tanto como la pérdida misma. Lysandra al fin encontró su mirada. Esos ojos verdes —la tristeza en ellos lo golpearon como un golpe al estómago. Fue un esfuerzo no ir hacia ella. Pero ella dijo: —Creo que ambos necesitamos recordarnos a nosotros mismos eso en los tiempos venideros.


Él asintió, viendo sobre su nariz. —Y recordar el disfrutar cada momento que tengamos —Ella posiblemente había aprendido eso tantas veces como le fue posible. Su delgada, dulce garganta se movió al paso de saliva, y le miró de lado bajo sus pestañas. —En verdad lo disfruto, lo sabes. Esto... lo que sea que sea. El corazón de Aedion estalló en latidos como trueno. Se debatió sobre si proceder o no con sutileza y se dio un lapso de tres respiros para decidir. Al final, optó por su método usual, aquel que había servido bien tanto dentro y fuera del campo de batalla: un preciso ataque directo, seguido de completa arrogancia para tirar a sus oponentes fuera de su defensa. —Sea lo que esto sea —Le dijo con media sonrisa—, ¿Entre nosotros? Lysandra en efecto fue a la defensiva y mostró su mano. —Sé que mi historia es... no tan atractiva. —Voy a detenerte justo ahí —Le cortó Aedion, atreviéndose a dar un paso más cerca—. Y voy a decirte que no hay nada no atractivo sobre ti. Nada. He estado con tanta gente también. Mujeres, hombres... he intentado y visto todo. Sus cejas se levantaron. Aedion se encogió de hombros. —Encuentro placer en ambos, dependiendo de mi humor y la persona —Uno de sus amantes aún era uno de sus más cercanos amigos —y el más hábil comandante en La Perdición—. Atracción es atracción —Se armó de valor—, y sé suficiente sobre ello para entender que tú y yo... —Algo se cerró en los ojos de ella, y las palabras se le resbalaron. Demasiado pronto. Demasiado pronto para tener esta conversación—. Podemos averiguarlo. No demandarnos nada que no sea honestidad —Esa era la única cosa que a él realmente le importaba pedir. No era nada más de lo que le pediría a un amigo. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. —Sí —Ella le dijo—, comencemos ahí. Se atrevió a dar otro paso más cerca, sin importarle quién estuviera vigilando en la cubierta o en la barandilla o en la flota alrededor de ellos. Un rubor apareció en esos hermosos pómulos, y fue un esfuerzo no pasar un dedo alrededor de ellos, y luego a sus labios. Probar su piel. Pero él se tomaría su tiempo. Disfrutaría cada momento, como le había dicho a ella que hiciera. Porque esta iba a ser su última caza. No tenía intención de gastar cada glorioso momento en un sólo instante. De desperdiciar cualquiera de los momentos que el destino le había dado, y todo lo que él quería mostrarle. Cada corriente y bosque y lago en Terrasen. Ver a Lysandra reír en los bailes en círculo de otoño; tejer cintas alrededor de los mayos en primavera; y escuchar, con los ojos abiertos, los antiguos


cuentos de guerra y fantasmas ante las rugientes fogatas de invierno en los pasillos de las montañas. Todo eso. Él quería mostrarle todo eso. Y caminar hacia esos campos de batalla una y otra vez para garantizar que podía. Así que Aedion le sonrió a Lysandra y acarició su mano con la suya. —Me alegra que estemos de acuerdo, por una vez.

Comentarios de la Traducción

Alcázar. Parte superior de la cubierta. Abarca el palo mayor y la cámara principal de un barco. Expoliar. Robar algo o tomar algo de una persona de manera injusta o violenta. Trinquete. Palo inmediato a la proa en un barco (El palo más cerca a la punta del barco). Mayos. Nombre que se le da a los palos donde se amarran listones y se gira alrededor de ellos en la Fiesta de los Mayos (Celebrada originalmente en Galicia).


Capítulo 60 Traducido por Akasha San Corregido por Cotota

Aelin y Ansel chocaron las botellas de vino sobre la larga mesa, con cicatrices de la galería y bebieron largamente. Navegarían a primera hora de la mañana. Hacia el norte, de regreso al norte. A Terrasen. Aelin apoyó los antebrazos en la mesa pulida. —He aquí una entrada dramática. Lysandra, enroscada en el banco en forma de leopardo fantasma, con la cabeza apoyada en el regazo de Aelin, dejó escapar una pequeña risa felina. Ansel parpadeó sorprendida. —¿Ahora qué? —Sería bueno —se quejó Aedion desde debajo de la mesa, donde él y Rowan las observaban—, ser incluido en sólo uno de estos planes, Aelin. —Pero sus rostros son tan maravillosos cuando llego a revelarlos —canturreó Aelin. Él y Rowan fruncieron el ceño. Oh, ella sabía que estaban enojados. Enojados de que ella no les hablara de Ansel. Pero el pensar en decepcionarlos… ella había querido hacer esto por su cuenta. Rowan, aparentemente, contuvo su enojo lo suficiente para preguntar a Ansel. —¿Estaban o no los ilken o los Valg en Melisande? —¿Estas implicando que mis fuerzas no son lo suficientemente buenas para tomar la ciudad si hubieran estado? —Ansel tomó de su vino, una risa bailando en sus ojos. Dorian sentado en la mesa entre Fenrys y Gavriel, los tres guardando silencio sabiamente. Lorcan y Elide estaban en la cubierta… en alguna parte—. No, Príncipe —continuó Ansel—. Le pregunté a la Reina de Melisande acerca de la cantidad de horrores de Morath, y, después de persuadirla, me informó que, a través de su astucia y engaños, se las arregló para mantener las garras de Erawan lejos de ella. Y de sus soldados. Aelin se enderezó un poco, deseando tener más que el tercio de la botella de vino que ya había consumido mientras Ansel añadía. —Cuando esta guerra haya terminado, Melisande no contará con la excusa de haber estado esclavizada por Erawan o el Valg. Todo lo que ella y sus soldados han hecho, su decisión de aliarse


con él, fue una decisión tomada por humanos —dirigió su mirada a la parte más oscura de la cocina, donde Manon Blackbeak estaba sentada sola—. Al menos Melisande tendrá que compadecer a las Ironteeth. Los dientes de hierro de Manon brillaron en la oscuridad. Su wyvern no había sido visto ni escuchado desde que se había ido, aparentemente. Y ella y Elide habían hablado durante más de una hora en la cubierta esta tarde. Aelin decidió hacerles a todos un favor y terminar. —Necesito más hombres, Ansel. Y no tengo la habilidad de estar en tantos lugares a la vez —todos la miraban ahora. Ansel dejó la botella. —¿Quieres que arme otro ejército para ti? —Quiero que me encuentres a las perdidas brujas Crochan. Manon se levantó bruscamente. —¿Qué? Aelin rascó una marca en la mesa. —Ellas están escondidas, pero aún están ahí afuera, si las Ironteeth las cazan. Puede que sean un número significativo. Prometeré compartir los Wastes con ellas. Tú controlarás Briarcliff y la mitad de la costa. Dales tierra adentro y el sur. Manon comenzó a merodear, había muerte en sus ojos. —No tienes derecho a prometer tales cosas —las manos de Rowan y Aedion se dispararon hacia sus espadas. Pero Lysandra abrió un ojo somnoliento, estiró una pata en el banco, y reveló largas y afiladas garras que ahora se encontraban entre las espinillas de Manon y Aelin. Aelin le dijo a Manon. —No puedes mantener la tierra, no con la maldición. Ansel la ganó, a través de sangre y pérdida y su propio ingenio. —Es mi casa, la casa de mi gente… —¿Ese era el precio que pedía, no? Las Ironteeth recuperaban su tierra natal, y Erawan probablemente les prometió romper la maldición —ante la mirada de sorpresa de Manon, Aelin resopló—. Oh… Los Ancianos no te dijeron eso, ¿verdad? Que mal. Eso fue lo que averiguaron los espías de Ansel —observó a la Líder del Ala—. Si tú y tu gente prueban ser mejores que sus matronas, habrá un lugar para ustedes en esa tierra, también. Manon solo se dirigió hacia su asiento y observó fijamente el pequeño brasero de la cocina como si pudiera congelarlo.


Ansel murmuró: —Qué sensibles, estas brujas. Aelin apretó los labios, pero Lysandra soltó otra risa felina. Las uñas de Manon sonaron unas contra otras a través de la habitación. Lysandra solo respondió con las suyas. Aelin le dijo a Ansel. —Encuentra a las Crochan. —Se han ido —cortó Manon nuevamente—. Las hemos cazado hasta casi su extinción. Aelin miró lentamente por encima de su hombro. —¿Y si su reina las convocara? —No soy su reina más de lo que lo eres tú. Ya verían eso. Aelin puso una mano sobre la mesa. —Envía a cualquier cosa y cualquier persona que encuentres al norte —le dijo a Ansel—. Saquear la capital de Melisande a hurtadillas al menos molestará a Erawan, pero no queremos estar atrapados aquí abajo cuando Terrasen sea atacado. —Creo que Erawan probablemente nació molesto —sólo Ansel, que una vez se había reído de la muerte cuando había saltado un barranco y convencido a Aelin de casi morir al hacer lo mismo, se burlaría de un Rey Valg. Pero Ansel añadió:— Lo haré. No sé qué tan efectivo será, pero tengo que ir al norte de todas maneras. Aunque creo que a Hisli se le romperá el corazón al despedirse de Kasida otra vez. No era ninguna sorpresa que Ansel se las hubiera arreglado para crear lazos con Hisli, la yegua Asterion que había robado para sí. Pero Kasida… oh, Kasida era tan bella como Aelin recordaba, incluso más mientras la conducían por una pasarela hacia el barco. Aelin había cepillado a la yegua cuando la dejó en los apretados, húmedos establos, y había sobornado al caballo para que la perdonara con una manzana. Ansel golpeó la botella. —Lo escuché, sabes. Cuando fuiste enviada a Endovier. Me encontraba peleando mi camino al trono, peleando contra la horda de Lord Loch con los señores que había logrado reunir, pero… incluso en los Wastes, escuchamos cuando fuiste enviada allí. Aelin se quedó mirando la mesa, consciente de que todos estaban escuchando. —No fue divertido. Ansel asintió con la cabeza. —Una vez que derroté a Loch, tuve que quedarme para defender mi trono, para hacer lo correcto


para mi pueblo una vez más. Pero sabía que, si había alguien que podía sobrevivir a Endovier, eras tú. Salí el verano pasado. Había alcanzado las Montañas Ruhnn cuando me enteré de que habías salido. Llevada a la capital por… —ella miró a Dorian, su rostro de piedra a través de la mesa— él. Pero no podía ir a Rifthold. Estaba muy lejos, y había estado lejos por mucho tiempo. Así que me di la vuelta. Me fui a casa. Las palabras de Aelin sonaron estranguladas. —¿Trataste de sacarme? El fuego fundía el cabello de Ansel en rubí y oro. —No hubo una hora en la que no pensara acerca de lo que hice en el desierto. Cómo disparaste esa flecha después de veintiún minutos. Me habías dicho veinte, que dispararías aún si no estaba fuera del rango. Estaba contando; sabía cuánto tiempo había pasado. Me diste un minuto extra. Lysandra se estiró, acariciando la mano de Ansel. Ella acarició a la cambia pieles. Aelin dijo. —Eras mi espejo. Ese minuto extra fue tanto para mi cómo para ti —Aelin tintineó su botella contra la de Ansel nuevamente—. Gracias. Ansel sólo dijo. —No me agradezcas aún. Aelin se enderezó. Los otros interrumpieron su comida, los utensilios descartados dentro de sus guisos. —Los disparos a lo largo de la costa no fueron enviados por Erawan —dijo Ansel, sus ojos café rojizo brillando a la luz de la linterna—. Interrogamos a la Reina de Melisande, pero… no fueron una orden de Morath. El gruñido bajo de Aedion le dijo que todos conocían la respuesta antes de que Ansel replicara. —Tenemos un reporte de que soldados Fae fueron vistos comenzándolos. Disparando desde barcos. —Maeve —murmuró Gavriel—. Pero quemar no es su estilo. —Es mío —dijo Aelin. Todos voltearon a verla. Ella dejó escapar una risa sin humor. Ansel sólo asintió. —Ella los ha lanzado, culpándote a ti. —¿Con qué fin? —preguntó Dorian, pasando una mano por su cabello negro azulado. —Para socavar a Aelin —dijo Rowan—. Para hacerla parecer un tirano, no un salvador. Como una amenaza contra la que vale la pena unirse, en lugar de aliarse con.


Aelin se chupó un diente. —Maeve juega bien este juego, lo reconoceré. —Así que ha llegado a este tipo de cosas, entonces —dijo Aedion—. ¿Pero dónde diablos está? Una piedra de miedo cayó en el estómago de Aelin. No podía decir que se dirigía hacia el norte. Sugerir que tal vez Maeve ahora navegaba hacia una indefensa Terrasen. Una mirada a Fenrys y Gavriel le reveló que ellos ya habían sacudido sus cabezas en silenciosa respuesta a la mirada de Rowan. Aelin dijo: —Salimos con la primera luz.

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Una hora después en la penumbra de su camarote privado, Rowan dibujó una línea que cruzaba el mapa extendido en el centro del piso, después una segunda línea junto a la primera, luego una tercera junto a la segunda. Tres líneas, aproximadamente con la misma separación, amplias franjas con el continente entre ellas. Aelin, de pie junto a él, las estudió. Rowan dibujó una flecha hacia adentro desde la línea que estaba más a la izquierda hacia la central, y dijo en voz baja para que los otros que estaban en las habitaciones contiguas no pudieran escucharlo: —Ansel y su ejército marcharán desde las montañas occidentales —otra flecha en dirección opuesta, desde la línea que está más a la derecha—. Rolfe, los Mycenianos y su ejército golpean desde la costa oriental —una flecha apuntando hacia abajo en la sección derecha de su pequeño esquema, donde las dos flechas se encontrarían—. La Perdición y la otra mitad del ejército de Ansel descienden por el centro, desde los Staghorns, hacia el corazón del continente, todos convergiendo en Morath — esos ojos eran como fuego verde—. Has estado moviendo a tus ejércitos a sus posiciones. —Necesito más —dijo ella—. Más tiempo. Él frunció las cejas. —¿Y en qué ejército estarás peleando tú? —una de las comisuras de su boca se torció hacia arriba—. Asumo que no seré capaz de convencerte de esperar detrás de las líneas. —Lo sabes tan bien como para intentarlo. —¿Dónde estaría la diversión, de todas maneras, si tengo que ganar toda la gloria mientras tú estás sentada sobre tu trasero? Nunca te dejaría oír el final.


Ella resopló, y examinó los otros mapas esparcidos a través del suelo del camarote. Juntos, formaron un mosaico de su mundo, no solo del continente, sino de las tierras más allá. Ella estaba de pie, examinándolo todo, como si fuera capaz de espiar a los ejércitos, tanto cercanos como lejanos. Rowan, aún de rodillas, observaba el mundo extendido a sus pies. Y se dio cuenta de que, si ganaba esta guerra, ganaría el continente. Aelin escudriño la extensión del mundo, que una vez le pareció tan vasta y ahora, a sus pies, se veía tan… frágil. Tan pequeño y rompible. —Podrías, ya sabes —dijo Rowan, su tatuaje brillando a la luz de la linterna—. Tomarlo para ti. Tomarlo todo. Usar todas las maniobras de mierda de Maeve en su contra. Cumplir tu promesa. No había juicio. Solo cálculos francos y contemplación. —¿Y te unirías a mí si lo hiciera? ¿Si me convirtiera en un conquistador? —Tú unificarías, no saquearías y quemarías. Y sí, en cualquier fin. —¿Esa es la amenaza, no es así? —meditó—. Los otros reinos pasarán el resto de su existencia preguntándose si me quedaré quieta en Terrasen. Harán su mejor esfuerzo para asegurarse que estamos felices dentro de nuestras fronteras, y de que los encontremos más útiles como aliados y socios comerciales que como conquistas potenciales. Maeve atacó la costa de Eyllwe, haciéndose pasar por mí, tal vez para convertir esas tierras en mi contra, para mostrarle a mi casa del poder del que me hice en la Bahía de la Calavera… y usarlo contra nosotros. Él asintió. —¿Pero si pudieras… lo harías? Por un instante, pudo verlo, ver su cara, esculpida en estatuas en reinos tan lejanos que ni siquiera sabían que Terrasen existía. Una diosa viviente, heredera de Mala y conquistadora del mundo conocido. Ella traería música y libros y cultura, acabaría con la corrupción que brotaba en los rincones de la tierra… Dijo suavemente: —Ahora no. —¿Después? —Tal vez si ser reina me aburra… pensaré en convertirme en emperatriz. Para dar mi herencia no a un heredero, sino a tantos como las estrellas. No había daño en decirlo en voz alta, de todas formas. Pensando en eso, tan estúpido e inútil como era. Se preguntaba sobre las posibilidades… tal vez no lo haría mejor que Maeve o Erawan. Rowan señaló con la barbilla hacia el mapa más cercano, el de los Wastes.


—¿Por qué perdonaste a Ansel? ¿Después de lo que les hizo a los otros en el desierto? Aelin se agachó de nuevo. —Porque ella hizo una mala elección, intentando curar una herida que nunca podría sanar. Intentando vengar a la gente que amaba. —¿Y tú realmente pusiste todo esto en movimiento mientras estábamos en Rifthold? ¿Cuándo peleabas en esos pozos? Ella le dirigió un guiño malicioso. —Sabía que, si daba el nombre de Ansel de Briarcliff, de alguna forma llegaría a ella el rumor de que una joven pelirroja estaba usando su nombre para matar a soldados entrenados en los pozos. Y que ella sabría que era yo. —Entonces el pelo rojo… no era solo por Arobynn. —Ni de cerca —Aelin frunció el ceño ante los mapas, insatisfecha de no haber descubierto ningún otro ejército escondido en algún lugar del mundo. Rowan pasó una mano por su cabello. —A veces desearía saber cada pensamiento dentro de esa cabeza, cada plan y cada treta. Entonces recuerdo cuanto me deleito cuando lo revelas, usualmente cuando es más probable que mi corazón se detenga en mi pecho. —Sabía que eras un sádico. Él la besó en la boca una vez, dos, luego en la punta de su nariz, mordiéndola con sus colmillos. Ella siseó y lo golpeó, y su risa profunda resonó contra las paredes de madera. —Eso es por no decírmelo —dijo él—. De nuevo. Pero a pesar de sus palabras, a pesar de todo, se veía tan… feliz. Tan perfectamente contento y feliz de estar ahí, de rodillas sobre esos mapas, la linterna hasta sus últimos residuos, el mundo yéndose al infierno. Él hombre sin alegría, frío que había conocido al inicio, el que había estado esperando a un oponente lo suficientemente bueno para traerle la muerte… Él la miró con felicidad en la cara. Ella tomó sus manos, apretándolas con fuerza. —Rowan. Las chispas murieron en sus ojos. Ella apretó sus dedos. —Rowan, necesito que hagas algo por mí.


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Manon estaba acostada de lado en su estrecha cama, incapaz de dormir. No era por las endemoniadamente pobres condiciones para dormir, no, había dormido en peores condiciones, aun considerando el gran agujero parchado en la pared. Se quedó observando la brecha en la pared, a la luz de la luna que se filtraba en la salada brisa de verano. No iría a buscar a las Crochan. No importa como la llamara la Reina de Terrasen, admitiendo que su línea de sangre era diferente… reclamándola. Dudaba que las Crochan estuvieran dispuestas a servirle de todas formas, dado que ella había matado a su princesa. Su propia media hermana. E incluso si las Crochan eligieran servirle, pelear por ella… Manon se llevó una mano hacia la gruesa cicatriz que ahora atravesaba su vientre. Las Ironteeth no compartirían los Wastes. Pero era esa mentalidad, supuso ella mientras se volvía sobre su espalda, despegando su cabello de su cuello mojado y pegajoso por el sudor, lo que las había enviado a todas al exilio. Volvió a observar a través de las grietas del agujero el mar más allá. Esperando ver una sombra en el cielo nocturno, escuchar el batir de unas alas poderosas. Abraxos ya debería haber regresado. Ella desechó el temor que empezaba a apretarle el estómago. Pero en vez de alas, pasos crujieron en el pasillo exterior. Un instante después, la puerta se abrió sobre unas casi silenciosas bisagras, y luego se cerró de nuevo. Asegurada. Manon no se levantó mientras preguntaba. —Qué haces aquí. La luz de luna atravesó el cabello negro azulado del rey. —Ya no tienes cadenas. Ella se sentó ante eso, examinando donde las cadenas se deslizaban por la pared. —¿Es más atractivo para sí ti las tuviera? Los ojos color zafiro parecían brillar en la oscuridad mientras se apoyaba contra la puerta cerrada. —A veces lo es.


Ella resopló, pero se encontró diciendo. —Nunca te importó. —¿El qué? —preguntó él, aunque sabía a lo que se refería. —Que soy. Quien soy. —¿Acaso mi opinión te importa, brujilla? Manon se dirigió hacia él, deteniéndose a unos cuantos pasos, consiente de cada centímetro de noche entre ellos. —No parece el molestarte que Aelin saqueara Melisande sin decírselo a nadie, no parece importarte que sea una Crochan– —No confundas mi silencio con falta de opinión. Tengo una buena razón para mantener mis pensamientos para mí. Hielo brillaba en las puntas de sus dedos. Manon lo notó. —Me pregunto, ¿serás tú o la reina quien enfrentará a Erawan? —El fuego contra la oscuridad harían una mejor historia. —Sí, pero también lo sería el destruir a un rey demonio sin usar las manos. Una media sonrisa. —Puedo pensar en un mejor uso para mis manos, invisibles y carnales. Una invitación y una pregunta. Ella le mantuvo la mirada. —Entonces termina lo que empezaste —respiró Manon. La sonrisa con la que respondió Dorian era suave, con ese brillo de crueldad que hacia hervir su sangre como si la Reina del Fuego hubiera insuflado una llama en ella. Dejó que Dorian la apoyara contra la pared. Le dejó mantener su mirada mientras tiraba de los cordones superiores de su camisa para dejarla libre. Uno. Por. Uno. Le dejó inclinarse para rozar su cuello desnudo con su boca, justo debajo de su oreja. Manon se arqueó ante aquella caricia. Ante la lengua que tocaba donde habían estado sus labios. Luego se apartó. Alejándose. Incluso mientras esas manos fantasma continuaban subiendo por sus caderas, por encima de su cintura. Su boca se separó ligeramente, su cuerpo temblaba en un intento por contenerse. Se


estaba conteniendo, donde la mayoría de los hombres tomaban y se llevaban cuanto ella ofrecía, llenándose de ella. Pero Dorian Havilliard dijo: —El Sabueso Sangriento estaba mintiendo esa noche. Acerca de lo que dijo sobre tu Segunda. Sentí su mentira, la saboreé. Una parte de su pecho que había estado apretada se alivió. —No quiero hablar de eso. Él se acercó más, y esas manos fantasmas se deslizaron debajo de sus pechos. Ella apretó los dientes. —¿Y de qué quieres hablar, Manon? Ella no estaba segura de haberle escuchado decir su nombre antes. Y la manera en la que lo hizo… —No quiero hablar en absoluto —replicó—. Y tú tampoco —añadió apuntándole con un dedo. De nuevo, esa sonrisa oscura y afilada apareció. Y cuando se acercó una vez más, sus manos reemplazaron a las fantasma. Trazando sus caderas, su cintura, sus pechos. Sin prisas, en indolentes círculos que ella le permitió hacer, simplemente porque nadie se había atrevido a hacerlo. Cada caricia de su piel contra la de ella dejaba una estela de fuego y hielo. Se encontró atrapada, por cada golpe, persuasivo y lujurioso. Ni siquiera pensó en objetar cuando Dorian le quitó la camisa y examino su carne desnuda, manchada por cicatrices. Su rostro se volvió voraz cuando tomó uno de sus pechos, su estómago plano, la gruesa cicatriz que lo atravesaba. Esa hambre se convirtió en algo helado y vicioso. —Una vez me preguntaste donde estoy en la línea entre matar para proteger y matar por placer —sus dedos rozaron la cicatriz de su abdomen—. Cruzaré la línea cuando encuentre a tu abuela. Un escalofrío recorrió su cuerpo, alcanzando sus pechos. Él los observaba, trazo un círculo alrededor de uno con un dedo. Dorian se inclinó, su boca siguió el camino donde su dedo había estado. Luego su lengua. Ella se mordió el labio para detener el gemido que subía por su garganta, sus manos deslizándose entre los sedosos mechones del cabello de Dorian. Su boca estaba alrededor de la punta de su pecho mientras encontraba su mirada otra vez, zafiro enmarcado con pestañas de ébano, y dijo: —Quiero probar cada centímetro de ti. Manon dejó ir toda pretensión de razón mientras el rey levantaba la cabeza y reclamaba su boca. Y después de toda su espera por probarla, mientras ella se abría para él, Manon pensó que el rey sabía cómo el mar, como una mañana de invierno, algo tan extraño y a la vez familiar que terminó de arrastrar su gemido desde lo más profundo.


Sus dedos se deslizaron hacia su mandíbula, inclinando su cara para tomar a fondo su boca, cada movimiento de su lengua era una promesa sensual que la tenía arqueada hacia él. La tenia conociéndolo caricia por caricia mientras él exploraba y probaba hasta que no fue capaz de pensar con claridad. Nunca había pensado en lo que sería, el ceder el control. Y no tenerlo como una debilidad, sino como libertad. Las manos de Dorian se deslizaron por sus muslos, como si estuvieran saboreando el musculo, después alrededor, rodeando su parte trasera, destrozándola con cada duro centímetro de él. El pequeño ruido en su garganta se cortó de golpe cuando él la levantó contra la pared en un movimiento suave. Manon envolvió sus piernas alrededor de su cintura mientras él la llevaba a la cama, su boca nunca dejó la de Manon mientras la devoraba y ella a él. Mientras la extendía debajo de él. Mientras la liberaba de sus pantalones botón por botón, y luego los deslizaba hacia afuera. Pero Dorian se apartó por fin, dejándola jadeante mientras la observaba, totalmente desnuda ante él. Acarició con dedo el interior de su muslo. Más arriba. —Te he querido desde el primer momento en el que te vi en Oakwald —dijo él, su voz baja y áspera. Manon se levantó para quitarse la camisa, tela blanca deslizándose para revelar piel bronceada y musculo esculpido. —Sí —fue todo lo que ella dijo. Le desabrochó el cinturón con manos temblorosas—. Sí —dijo de nuevo, mientras Dorian acariciaba su centro con su nudillo. Él dejó escapar un gruñido de aprobación ante lo que encontró. Sus ropas se unieron a las de ella en el suelo. Manon le dejó levantar sus brazos sobre su cabeza, su magia apretando gentilmente sus muñecas contra el colchón mientras él la tocaba, primero con esas manos malvadas. Luego con su malvada boca. Y cuando Manon tuvo que morder su hombro para ahogar sus gemidos cuando la llevó al borde, Dorian Havilliard se enterró profundamente dentro de ella. A ella no le importaba quién era, quién había sido, ni lo que una vez había prometido ser mientras él se movía. Ella pasó sus manos por su grueso cabello, sobre los músculos de su espalda mientras se flexionaban y ondulaban con cada empuje que la llevaba hacia ese brillante borde de nuevo. Aquí, no era nada más que carne y fuego y hierro; aquí, no había más que esta egoísta necesidad de su cuerpo, el cuerpo de él. Más, ella quería más, lo quería todo. Podría haberlo susurrado, tal vez pidió por ello. Porque la Oscuridad la salvara, Dorian se lo dio. A los dos. Él permaneció sobre ella cuando al fin se calmó, sus labios apenas a la distancia de un cabello por encima de los de ella, flotando tras el brutal beso que le había dado para contener su rugido mientras la liberación lo encontró.


Ella estaba temblando con… lo que fuera que él le había hecho, a su cuerpo. Él se quitó un mechón de cabello de la cara, sus propios dedos temblando. Ella nunca se había dado cuenta de lo silencioso que era el mundo, de lo ruidosos que podían haber estado, especialmente con tantos oídos Fae cerca. Él seguía sobre ella, dentro de ella. Esos ojos color zafiro se movieron a su boca, todavía jadeando ligeramente. —Se suponía que esto debía quitarte ventaja. Ella mantuvo sus palabras bajas mientras su ropa se deslizaba, arrastrada por manos fantasma. —¿Y lo hizo? Él trazó su labio inferior con el pulgar y se estrechó mientras ella lo chupaba dentro de su boca, acariciándolo con su lengua. —No, ni de cerca. Pero era la luz grisácea del amanecer la que se arrastraba en la habitación, manchando las paredes de plata. Él pareció notarlo al mismo tiempo que ella. Gruñendo suavemente, salió de ella. Ella se metió en sus ropas con una eficiencia entrenada, y solo cuando se puso la camisa, Dorian dijo: —No hemos terminado, tú y yo. Y fue la promesa puramente masculina la que le hizo desnudar sus dientes. —A menos que quieras aprender que partes de mi están hechas de hierro la próxima vez que me toques, yo decidiré eso. Dorian le dio otra sonrisa puramente masculina, con las cejas levantadas y salió por la puerta tan silenciosamente como había llegado. Sólo pareció detenerse en el umbral, como si una palabra hubiera llamado su atención. Pero continuó, la puerta se cerró apenas con un clic. Imperturbable, absolutamente tranquilo. Manon se quedó boquiabierta, maldiciendo a su sangre por calentarse otra vez, por… lo que le había permitido hacerle. Se preguntó qué diría Dorian si ella le contará que nunca había permitido que un hombre estuviera sobre ella así. Ni una sola vez. Se preguntó qué diría si le dijera que había querido meter sus dientes en su cuello y averiguar a que sabía. Poner su boca en otros lugares y averiguar a que sabía en ellos. Manon se pasó las manos por el cabello y cayó sobre la almohada. La Oscuridad la abrazó Envió una silenciosa oración para que Abraxos regresara pronto. Demasiado tiempo, había pasado demasiado tiempo entre estos humanos y hombres Fae. Necesitaba irse. Elide estaría a salvo aquí, la Reina de Terrasen podía ser muchas cosas, pero Manon estaba segura de que protegería a Elide.


Pero, con las Trece dispersas y probablemente muertas, independientemente de lo que Dorian había dicho, Manon no estaba segura adonde ir una vez se fuera. El mundo nunca le había parecido tan vasto. Ni tan vacío.

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Incluso tan agotada, Elide apenas durmió durante la larga noche en que ella y Lorcan se balanceaban en hamacas con los otros marineros. Los olores, los sonidos, el balanceo del mar… todo le molestaba, nada de eso la tranquilizaba. Un dedo parecía seguir haciéndola despertar, como diciéndole que se mantuviera alerta, pero… no había nada. Lorcan se movió y se movió por horas. Como si la misma fuerza le hubiera pedido que se despertara. Como si estuviera esperando algo. Su fuerza había flaqueado cuando subieron a la nave, aunque no había mostrado signos de tensión más allá de un leve apretón en su boca. Pero Elide sabía que estaba cerca de lo que se conocía como agotamiento. Lo sabía, porque horas después, el pequeño brazalete de magia alrededor de su tobillo seguía parpadeando dentro y fuera de su lugar. Después de que Manon le informará del incierto paradero de las Trece, Elide se había mantenido en su mayoría fuera del camino de sus compañeros, dejándolos hablar con esa joven pelirroja que los había encontrado en esa playa. Al igual que Lorcan. Los escuchaba hablar y planear, con el rostro tenso, como si algo enroscado en él se endureciera a cada instante. Mirándolo dormir a un metro de distancia, ese rostro áspero suavizado por el sueño, una pequeña parte de Elide se preguntaba si habría traído otro peligro a la reina. Se preguntó si los otros habían notado cuantas veces la mirada de Lorcan se había fijado en la espalda de Aelin. Apuntado a su espalda. Como si sintiera su atención, Lorcan abrió los ojos. Le mantuvo la mirada sin parpadear. Por un instante, ella tomó esa mirada sin profundidad a sólo un metro de distancia, etérea por la luz plateada de antes del amanecer. Él había estado dispuesto a ofrecer su vida por la de ella. Algo se suavizó en ese áspero rostro cuando sus ojos se sumergieron en donde su brazo colgaba de la hamaca, la piel aún adolorida, pero… milagrosamente curada. Le había dado las gracias dos veces a Gavriel, pero él la había rechazado con un suave cabeceo y encogiéndose de hombros. Una lánguida sonrisa floreció en la dura boca de Lorcan, mientras la alcanzaba a través del espació entre ellos y pasaba sus callosos dedos por su brazo.


—¿Elegiste esto? —murmuró de modo que era poco más que el gemido de las cuerdas de la hamaca. Acarició su palma con el pulgar. Elide tragó saliva, pero se dejó ir en cada línea de ese rostro. Hacia el norte, estaban yendo a casa. —Creo que eso es obvio —dijo ella con la misma calma, sus mejillas encendidas. Sus dedos se entrelazaron con los de ella, alguna emoción que ella no podía distinguir parpadeaba como la luz de las estrellas en esos ojos negros. —Tenemos que hablar —gruñó. Fue el gritó del vigilante lo que los sobresaltó. Un grito de puro terror. Elide casi cayó de su hamaca, los marineros corrían. Cuando se apartó el cabello de los ojos, Lorcan ya se había ido. Las varias cubiertas estaban llenas, y ella tuvo que cojear por las escaleras para ver lo que los había despertado. Los otros barcos estaban despiertos y frenéticos. Con buena razón. Navegando por el horizonte occidental, otra armada se dirigía hacia ellos. Y Elide supo en sus huesos que no era una que Aelin hubiera planeado. No cuando Fenrys respiró, de pronto junto a ella en los escalones. —Maeve.


Capítulo 61 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

No tuvieron otra opción más que enfrentarlos. La armada de Maeve tenía el viento y la corriente, y no iban siquiera a alcanzar la costa antes de ser atrapados. Y dejar atrás a soldados Fae... no era una opción. Rowan y Aedion le presentaron cada opción a Aelin. Todos los caminos iban a la misma dirección: confrontación. Y ella estaba aún tan drenada, tan exhausta, que... ella sabía cómo esto iba a terminar. Maeve tenía un tercio más de barcos. Y guerreros inmortales. Con magia. Tomó tan poco tiempo para que esas velas negras llenaran el cielo, para que ellos se dieran cuenta de que los barcos de sus enemigos estaban mejor hechos, sus soldados con más entrenamiento. Rowan y el cadre habían supervisado la mayoría de ese entrenamiento, y los detalles que ellos proveyeron no fueron alentadores. Maeve mandó un bote tallado en adornos a ellos, cargando un mensaje. Rendirse, o ser enviados al fondo del océano. Aelin tenía hasta el amanecer para decidir. Un día entero. Para que el miedo se esparciera e intensificara entre sus soldados. Aelin se reunió con Rowan y Aedion de nuevo. El cadre no había sido invocado por su reina, aunque Lorcan se paseaba como una bestia enjaulada, Elide observando con una mirada que revelada sorprendentemente nada. Aelin no tenía una solución. Dorian permaneció callado, aunque a veces cambiaba su mirada de ella a Manon. Como si un acertijo estuviera frente a ellos. Él nunca dijo de qué. Aedion insistió en atacar, sigilosamente reunir a los barcos y atacar. Pero Maeve vería esa maniobra venir. Y ellos podían atacar mucho más rápido con magia que lo que le tomaría a ellos disparar flechas y arpones. Tiempo. Eso era todo con lo que ella tenía que jugar. Se debatieron e hicieron teorías e hicieron planes. Rowan hizo un sutil intento de sugerir el huir. Ella lo dejó hablar, sólo para dejarlo darse cuenta de, al decirla, lo estúpida que era la idea. Después de esa noche, él debía estar bien seguro de que ella no lo iba a abandonar. No voluntariamente. Así que el sol se puso. Y la armada de Maeve esperó, serena y observante. Una pantera en espera,


lista para atacar a primera luz. Tiempo. Su única arma, y su caída. Y se estaba quedando sin ello. Aelin contó esas velas negras una y otra vez conforme la noche las ocultaba. Y no tenía ni idea de qué hacer.

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Era inaceptable, había decidido Rowan, durante las largas horas que debatieron. Inaceptable que habían hecho tanto, sólo para ser detenidos no por Erawan, sino por Maeve. Ella no se había dignado en hacer una aparición. Pero ese no era su estilo. Lo haría al amanecer. Aceptaría la rendición de Aelin en persona, con todos los ojos observando. Y después... Rowan no sabía que haría después. Lo que Maeve quería, además de las llaves. Aelin había estado tan tranquila. En shock, se dio cuenta. Aelin estaba en shock. Rowan la había visto explotar y matar y reír y llorar, pero nunca la había visto... perdida. Y se odiaba a sí mismo por ello, pero no pudo encontrar una salida. No pudo encontrarle a ella una salida para huir de esto. Aelin dormía profundamente mientras Rowan observaba el techo sobre la cama, deslizando su mirada hacia ella. Tomó las líneas de su rostro, sus doradas olas de su cabello, cada cicatriz blanca como la luna y remolinos negros de tinta. Inclinándose, sigiloso como nieve en madera, le besó su frente. Él no dejaría que terminara aquí, no dejaría que esto los rompiera. Él conocía las banderas de las casas que se agitaban sobre la flota de Maeve. Había contado y catalogado cada una de ellas todo el día, excavando en las catacumbas de su memoria. Rowan se deslizó sobre sus ropas y esperó hasta que se coló por el pasillo antes de ponerse el cinturón de su espada. Aun agarrando el picaporte, se dio a sí mismo una última mirada a ella. Por un momento, el pasado lo atrapó, por un momento, él la vio como la primera vez que la espiaba en los techos de Varese, ebria y desgastada. Él había estado en forma de halcón, evaluando su nueva misión, y ella lo notó, rota y tambaleante, ella aun así lo había notado ahí. Y le había sacado la lengua. Si alguien le hubiera dicho que esa borracha, peleonera, amargada mujer se convertiría en aquello con lo que no podría vivir sin... Rowan cerró la puerta. Esto era todo lo que le podía ofrecer a ella.


Rowan llegó al puerto principal y zarpó, nada más que un brillo de luz de luna mientras se ocultaba a sí mismo y navegaba a través de la noche salada, hacia el corazón de la flota de Maeve.

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El primo de Rowan tenía suficiente sentido común para no intentar matarlo a primera vista. Estaban lo suficientemente cerca en edad que Rowan había crecido con él, educado en la casa de su tío junto a él después de que sus padres hubieran fallecido. Si su tío alguna vez fallecía, sería Enda quien tomaría el mando como cabeza de su casa, un príncipe de considerable título, propiedad y armas. Enda para su propio crédito, sintió su llegada antes de que Rowan se deslizara a través de ese débil escudo en las ventanas. Y Enda permaneció sentado en la cama, aunque vestido para la batalla, una mano en su espada. Su primo le miró de pies a cabeza mientras Rowan cambiaba. —¿Asesino o mensajero, Príncipe? —Ninguno —le dijo Rowan, inclinando su cabeza levemente. Como él, Enda era de pelo color plata, aunque sus ojos verdes estaban manchados con café que algunas veces él podía desaparecer por completo cuando estaba lleno de ira. Si Rowan había sido criado y moldeado para campos de batallas, Enda había sido esculpido para intriga y maniobras de la corte. Su primo, aunque alto y suficientemente musculoso, carecía del ancho de Rowan y su sólida masa muscular, aunque también se podía deber por las diferentes formas de entrenamiento que habían recibido. Enda sabía bien sobre combate para garantizar el estar aquí guiando las fuerzas de su padre, pero sus propias educaciones se habían cruzado un poco después de esas primeras décadas de juventud, cuando se habían vuelto rebeldes en la finca principal de su familia. Enda mantuvo su mano en la empuñadura de su espada, en completa calma. —Te ves... diferente —su primo dijo, frentes frunciéndose entre ellos—. Mejor. Había sido ya mucho tiempo atrás cuando Enda había sido su amigo, antes de Lyria. Antes...de todo. Y Rowan pudo sentirse inclinado a explicarle quién y qué era responsable de este cambio, pero él no tenía tiempo. No, el tiempo no era su aliado esta noche. Pero Rowan dijo: —Tú también luces diferente, Príncipe.


Enda le dio una media sonrisa. —Puedes agradecer a mi pareja por ello. Alguna vez, eso le hubiera enviado una punzada de agonía a través de su cuerpo. Que Enda hablara de ello le recordaba que su primo podría no ser un guerrero nacido para la batalla, pero el cortesano era bueno para marcar detalles importantes, notando la esencia de Aelin, ahora por siempre entrelazada con la de él. Por lo que Rowan asintió, sonriendo un poco para sí mismo. —Fue el hijo de Lord Kerrigan, ¿Verdad? En efecto, había otra esencia tejida en Enda, el llamado profundo y verdadero. —Lo fue —Enda sonrió de nuevo, ahora a un anillo en su dedo—. Nos unimos y casamos a inicios del verano. —¿Estás diciéndome que esperaste cien años para él? La sonrisa de Enda disminuyó con el brillo de su espada. —Cuando se trata de la persona correcta, Príncipe, esperar cien años vale la pena. Él sabía. Él entendía muy bien esto, que hizo a su pecho resquebrajarse sólo de pensar en ello. —Endymion —dijo Rowan a secas—. Enda, necesito que escuches. Había mucha gente que pudo haber llamado a los guardias, pero él conocía a Enda, o no. Él era uno de sus muchos primos que había metido sus narices en sus pendientes por años. Enda más que cualquier otro. Por lo que Endymion le concedió sus oídos. Rowan intentó mantenerlo conciso, intentó contener el temblor de sus manos. Al final, supuso que su petición era simple. Cuando terminó, Enda lo estudió, toda respuesta oculta detrás de esa máscara de neutralidad bien entrenada. Entonces Enda dijo: —Lo consideraré. Era lo mejor que Rowan podía esperar como respuesta. No dijo nada más mientras cambiaba de nuevo y volaba hacia la noche, hacia otra bandera con la que él había marchado una vez. Todos ellos, todos sus primos, tenían la misma respuesta. Lo consideraré.


Capítulo 62 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Manon estaba despierta cuando Dorian irrumpió en su cuarto una hora antes del amanecer. Él ignoró su blusa desatada, sus redondos y exuberantes pechos que él había probado apenas ayer, mientras decía: —Ponte tus ropas y sígueme. Piadosamente, la bruja obedeció. Aunque él tenía el presentimiento que era más que nada por curiosidad. Cuando llegó a la cámara de Aelin, se molestó en tocar, sólo en caso de que la reina y Rowan estuvieran utilizando juntos sus últimas horas. Pero la reina estaba despierta y vestida, y el príncipe en ninguna parte. Aelin le dio una mirada al rostro de Dorian. —¿Qué pasa? No les dijo nada a ninguna de las dos mujeres mientras las guiaba hacia abajo a la bodega de carga, los niveles superiores del barco ya en movimiento con preparativos para la guerra. Mientras ellos se debatían y preparaban el día anterior, él había contemplado la advertencia de Manon, después de que ella había hecho a su misma sangre cantar de placer. A menos que quieras aprender qué partes de mí están hechas de hierro la próxima vez que me toques, yo decidiré eso. Una y otra vez, había considerado la forma en la que las palabras se habían enganchado en una parte de su memoria. Se quedó despierto toda la noche mientras descendía en su aún pobre pozo de magia. Y conforme la luz comenzaba a verse... Dorian tiró de las sábanas del espejo de bruja cuidadosamente puesto en un lugar contra la pared. La Cerradura, o lo que sea que fuera. En una reflexión silenciosa, las dos reinas fruncían su ceño a sus espaldas. Las uñas de hierro de Manon salieron a la luz. —Yo sería cuidadosa con él si fuera tú. —La advertencia es tomada y apreciada —le dijo, encontrando esos ojos dorados en el espejo. Ella no le regresó la sonrisa. Tampoco Aelin. Dorian suspiró—. No creo que este espejo de bruja tenga ningún poder. O, más bien, no uno tangible y fuerte. Yo creo que su poder es el conocimiento. Los pasos de Aelin fueron casi silenciosos mientras se acercaba.


—Me fue dicho que la Cerradura me permitiría unir las tres llaves en la puerta. ¿Crees que este espejo sabe cómo hacer eso? Él simplemente asintió, tratando de no parecer tan ofendido por el escepticismo en todo su rostro. Aelin entretuvo su mano en una abertura de su chaqueta. —¿Pero qué tiene que ver la Cerradura-espejo-lo-que-sea-que-es con la armada respirando bajo nuestros cuellos? Dorian trató de no girar sus ojos. —Tiene que ver con lo que Deanna dijo. ¿Que si la Cerradura no es sólo para ponerlas de vuelta en la puerta, sino una herramienta para controlar las llaves de manera segura? Aelin frunció el ceño hacia el espejo. —¿Entonces voy a arrastrar esa cosa sobre la cubierta y usarlo para destrozar la armada de Maeve con las dos llaves que tengo? Dorian tomó un sereno respiro, suplicando a los dioses por paciencia. —Lo que quiero decir es que el poder del espejo es conocimiento. Creo que te va a mostrar cómo manejar las llaves con seguridad. Para que así puedas volver aquí y usarlas sin ninguna consecuencia. Un lento parpadeo. —¿Qué quieres decir con volver aquí? Manon contestó, ahora dando un paso cerca mientras estudiaba el espejo. —Es un espejo de viaje. Dorian asintió. —Piensa sobre las palabras de Deanna: ‘llama y hierro, enlazados juntos, se funden en plata para saber lo que debe ser encontrado. Un simple paso es todo lo que necesitará’ —él apuntó hacia el espejo—. Dar un paso hacia la plata, y saber. Manon chasqueó su lengua. —Y supongo que ella y yo somos fuego y hierro. Aelin se cruzó de brazos. Dorian cortó a la Reina de Terrasen con una mirada irónica. —Otra gente además de ti también puede resolver las cosas, ¿sabes? Aelin le miró de vuelta.


—No tenemos tiempo para especulaciones. Muchas cosas pueden salir mal. —Tienes un poco de magia restante —le dijo Dorian, agitando una mano hacia el espejo—. Puedes entrar y salir del espejo antes del amanecer. Y usar lo que aprendiste para enviarle un mensaje a Maeve en términos muy claros. —Aun puedo pelear con hierro, sin los riesgos y sin perder tiempo. —Puedes detener esta batalla antes de que las pérdidas sean muy grandes en ambos lados —agregó Dorian cuidadosamente—. Desde ya estamos sin tiempo, Aelin. Esos ojos turquesa estaban quietos, sino es que aún enérgicos por haberla vencido en el acertijo, pero algo parpadeaba en ellos. —Yo sé —dijo ella—. Estaba esperando... —sacudió su cabeza, más para sí misma—. Me he quedado sin tiempo —murmuró Aelin como si fuera una respuesta, y consideró el espejo, luego miró a Manon. Entonces dejó salir un suspiro—. Éste no era mi plan. —Lo sé —le dijo Dorian con una media sonrisa—. Es por eso que no te gusta. Manon preguntó antes de que Aelin le arrancara la cabeza de una mordida: —¿Pero a dónde nos va llevar el espejo? Aelin apretó su mandíbula. —Esperemos que no a Morath —Dorian se tensó. Tal vez este plan... —Ese símbolo nos pertenece a ambas —le dijo Manon, estudiando el Ojo de Elena en él—. Y si te lleva a Morath, vas a necesitar a alguien que sepa cómo salir de ahí. Pasos sonaron en las escaleras detrás de la carga. Dorian se giró hacia ellas, pero Aelin le sonrió a Manon y se aproximó al espejo. —Entonces te veré en el otro lado, bruja. —Qué demonios están– —la cabellera rubia de Aedion apareció entre las cajas. El simple asentimiento de Aelin hacia Manon pareció ser todo lo que necesitaba. Puso su mano sobre la de Aelin. Ojos dorados encontraron los de Dorian por un momento, y él abrió su boca para decirle algo, las palabras surgiendo de una barrera en su pecho. Pero Aelin y Manon apretaron sus manos juntas en el vidrio sucio. El grito de advertencia de Aedion se escuchó a través de la carga mientras ellas se desvanecían.


Capítulo 63 Traducido por Laura Yepez Corregido por Cotota

Elide observó el barco encontrarse con el de la armada que se les avecinaba, para luego descender al caos absoluto cuando Aedion comenzó a rugir en la parte inferior. Las noticias llegaron unos momentos después. Llegaron cuando el Príncipe Rowan Whitethorn desembarcó en la cubierta principal, con el rostro demacrado, sus ojos llenos de nada más que miedo cuando Aedion apareció repentinamente por la puerta, Dorian a sus talones, luciendo un hematoma ya bastante desagradable alrededor de su ojo. Dando vueltas, furioso, Aedion les contó cómo Aelin y Manon se habían adentrado en el espejo, la Cerradura, y desaparecieron. Como el rey de Adarlan había resuelto el acertijo de Deanna y los había enviado al reino de plata para comprarles un tiro en la batalla. Bajaron a la bodega de carga. Pero sin importar cuánto empujó Aedion contra el espejo, no se abrió para él. Sin importar cuánto buscó Rowan con magia, no cedió el lugar al que Aelin y Manon habían ido. Aedion había escupido en el piso, pareciendo inclinado a dejarle otro ojo negro al rey mientras Dorian explicaba que apenas habían tenido elección. No parecía muy apenado por eso, hasta que Rowan se negó a mirarlo a los ojos. Sólo cuando se habían reunido en la cubierta de nuevo, el rey y cambiaformas había ido a informar al capitán sobre el giro de los eventos, le dijo Elide a Aedion mientras él se paseaba nerviosamente de un lado para otro: —Lo que está hecho, hecho está. No podemos esperar que Aelin y Manon encuentren una forma de salvarnos. Aedion se detuvo en seco, y Elide trató de no encogerse ante la furia implacable que la estrechaba. —Cuando quiera tu opinión acerca de cómo lidiar con mi reina perdida, te la pediré. Lorcan le gruñó. Pero la sonrisa de Elide creció, a pesar de que el insulto golpeó algo en su pecho. —He esperado tanto como tú para encontrarla otra vez, Aedion. No eres el único que teme perderla una vez más. Efectivamente, Rowan Whitethorn se frotó la cara ahora. Ella sospechaba que eso era cuanto sentimiento mostraría el Príncipe Fae. Rowan bajó las manos, los demás observándolo. Esperando por sus órdenes. Incluso Aedion.


Elide dio un respingo cuando la comprensión la abofeteó. Mientras buscaba pruebas pero no encontraba ninguna. —Seguiremos preparándonos para la batalla —dijo Rowan con voz ronca. Miró a Lorcan, luego a Fenrys y Gavriel y su rostro cambió por completo, llevó sus hombros hacia atrás, sus ojos se volvieron duros y calculadores—. No hay forma en el infierno de que Maeve no sepa que están aquí. Ella empuñará el pacto de sangre cuando nos duela más. Maeve. Una pequeña parte de ella deseaba ver a la reina que pudo disponer de la atención y afecto implacable de Lorcan por tantos siglos. Y quizás darle a Maeve un poco de su mente. Fenrys puso una mano sobre la empuñadura de su espada y dijo con más calma de la que Elide había presenciado hasta ahora: —No sé cómo jugar a esto. En efecto, Gavriel parecía perdido, estudiando sus manos tatuadas como si la respuesta estuviera allí. Fue Lorcan quien dijo: —Si eres visto peleando de este lado, es el fin. Los matará a ambos o hará que lo lamenten de otras formas. —¿Qué hay de ti? —lo desafió Fenrys. Los ojos de Lorcan se deslizaron hacia los de ella, luego de vuelta a los hombres que tenía al frente. —Fue el fin para mí hace meses. Ahora se trata de esperar a ver qué hará al respecto. Si lo matará. O lo arrastrará de vuelta a las cadenas. El estómago de Elide se revolvió, y ella evitó la urgencia tomarlo de la mano, de rogarle que huya. —Ella verá que hemos pasado por alto su orden de matarte —dijo Gavriel al final—. Si pelear de este lado de la línea no nos maldice lo suficiente, eso seguramente lo hará. Probablemente ya lo ha hecho. —Aún falta media hora para el amanecer, si ustedes dos quieren intentarlo de nuevo —canturreó Lorcan. Elide se tensó. Pero fue Fenrys quien dijo: —Todo es un truco —Elide contuvo el aliento mientras él inspeccionaba a los hombres Fae, sus compañeros—. Para fracturarnos cuando Maeve sabe que unidos podríamos representar una amenaza considerable. —No volveríamos con ella —se opuso Gavriel. —No —acordó Fenrys—. Pero podríamos ofrecer esa fuerza a otro —y miró a Rowan mientras


decía—. Cuando recibimos tu llamada de ayuda esta primavera, cuando nos pediste que fuéramos a defender Mistward, nos fuimos antes de que Maeve pudiera enterarse. Huimos. —Es suficiente —gruñó Lorcan. Pero Fenrys continuó, manteniendo la vista fija en Rowan. —Cuando regresamos, Maeve nos azotó hasta lo más profundo de nuestras vidas. Ató a Lorcan a los postes y dejó que Cairn lo azotara siempre que le diera la gana. Lorcan nos ordenó no decírtelo, por alguna razón. Pero yo creo que Maeve vio lo que hicimos juntos en Mistward y se dio cuenta de lo peligrosos que podíamos ser, para ella. Rowan no ocultó la devastación de sus ojos cuando miró a Lorcan, devastación cuyo eco Elide pudo sentir en su propio corazón. Lorcan había soportado eso… y aun así permanecía leal a Maeve. Elide frotó sus dedos contra los suyos. La acción no pasó desapercibida para los demás, pero ellos se quedaron sabiamente callados al respecto. Especialmente cuando Lorcan arrastró su pulgar por el dorso de su mano en respuesta. Y Elide se preguntó si Rowan también entendió que Lorcan había ordenado su silencio como estrategia, pero quizás también para ahorrarle la culpa al Príncipe. Por querer vengarse de Maeve de una forma que seguramente lo lastimaría. —¿Sabías —le dijo Rowan a Lorcan con voz ronca— que ella te castigaría antes de venir a Mistward? Lorcan sostuvo la mirada fija del príncipe. —Todos sabíamos cuál sería el costo. La garganta de Rowan se movió, y él tomó un gran respiro, sus ojos precipitándose hacia las escaleras, como si Aelin fuera a venir al acecho, con la salvación en la mano. Pero no lo hizo, y Elide rezó para que donde sea que estuviera la reina ahora, estuviera averiguando lo que ellos necesitaban aprender desesperadamente. —Ustedes saben cómo acabará esta batalla probablemente. Incluso si nuestra armada se repleta de soldados Fae, todavía tenemos las probabilidades terriblemente en nuestra contra —dijo Rowan a sus compañeros. El cielo comenzó a sangrar con rosa y púrpura mientras el sol despertaba bajo las olas distantes. Gavriel solo dijo: —Ya hemos tenido las probabilidades terriblemente en nuestra contra antes —una mirada a Fenrys, que asintió gravemente—. Nos quedaremos hasta que nos den otra orden. Fue a Aedion a quien Gavriel miró mientras decía aquello último. Había algo en los ojos del general Ashryver que lucía casi como gratitud. Elide sintió la atención de Lorcan y lo encontró mirándola aún cuando dijo a Rowan: —Elide tiene que desembarcar, con un guardia o cualquier hombre que tengas disponible. Mi es-


pada es tuya sólo si haces eso. Elide dio un respingo. Pero Rowan dijo: —Hecho. / Rowan los repartió a través de la flota, cada uno con el comando de unas cuantas naves. Colocó a Fenrys, Lorcan y Gavriel en barcos entre el centro y la parte posterior, demasiado lejos para que Maeve pudiese reparar en ellos. Él y Aedion tomaron las líneas del frente, con Dorian y Ansel comandando la línea de naves tras la suya. Lysandra ya se encontraba bajo las olas con formas de dragón marino, lista para recibir su orden de destruir el cascarón, proa y timón de los barcos que él le había indicado. Apostaba que, a pesar de que los barcos Fae tenían escudos alrededor, no desperdiciarían valiosas reservas de poder protegiendo bajo la superficie. Lysandra atacaría con rapidez y fuerza, habiendo desaparecido antes de que pudieran darse cuenta quién y qué los destruyó desde abajo. Amaneció, claro y brillante, tiñendo las velas de oro. Rowan no se permitió pensar en Aelin, o en dónde podría estar. Pasaba minuto tras minuto, y Aelin aún no regresaba. Un pequeño bote de remos hecho de roble se deslizó fuera de la flota de Maeve y se dirigió hacia él. Sólo había tres personas dentro, y ninguna era Maeve. Podía sentir cientos de miradas desde todos lados de aquella estrechísima franja libre de agua entre sus armadas, observando cómo se acercaba ese bote. Observándolo. Un hombre con el uniforme de Maeve estaba de pie con equilibrio Fae sobrenatural mientras los remeros mantenían el bote estable. —Su Majestad espera su respuesta. Rowan cavó hasta sus empobrecidas reservas de poder, manteniendo su rostro templado. —Informa a Maeve de que Aelin Galathynius ya no está presente para dar una respuesta. Un parpadeo de parte del hombre sería todo el shock que se permitiría mostrar. Las criaturas de Maeve estaban muy bien entrenados, muy conscientes del castigo por revelar secretos. —Se le ordena a la Princesa Aelin Galathynius rendirse —dijo el hombre. —La Reina Aelin Galathynius no se encuentra en esta nave ni en ninguna otra de esta flota. En realidad, ella no está en la playa, ni en ninguna tierra cercana. Así que Maeve descubrirá que ha venido desde muy lejos para nada. Dejaremos a tu armada en paz, si ustedes nos garantizan la misma cortesía.


El hombre lo miró con desprecio. —Dicho como cobardes que saben que son superados en número. Dicho como un traidor. Rowan le dedicó una sonrisita al hombre. —Veamos ahora lo que Maeve tiene que decir. El hombre escupió en el agua. Pero el bote remó de vuelta hacia el abrazo de la armada. Por un momento, Rowan recordó las últimas palabras que le había dicho a Dorian antes de haber enviado al rey a proteger su propia línea de barcos. Ellos estaban más allá de disculpas. Aelin regresaría, o… no se permitió considerar la alternativa. Pero podrían comprarle tanto tiempo como les fuera posible. Tratar de encontrar la salida, por ella, y por el futuro de su armada. La cara de Dorian había revelado los mismos pensamientos mientras se daban un apretón de manos y dijo con calma: —No es algo tan difícil, es… morir por tus amigos. Rowan ni siquiera se molestó en insistir en que sobrevivirían a esto. El rey había sido instruido en el arte de la guerra, aunque aún no lo había puesto en práctica. Así que Rowan le había dedicado una sonrisa sombría y replicado: —No, no es así. Las palabras hicieron eco a través de él nuevamente cuando el bote del mensajero desaparecía. Y por cualquier bien que hiciera, por cualquier tiempo que comprara, Rowan reforzó sus escudos otra vez. El sol ya se había elevado por completo sobre el horizonte cuando llegó la respuesta de Maeve. No un mensajero en un bote. Sino una descarga de flechas, tantas que bloqueaban la luz mientras se arqueaban a través del cielo. —Protección —rugió Rowan, no sólo a los portadores de magia, también a los hombres armados que elevaron sus escudos abollados y maltratados sobre ellos mientras las flechas llovían a través de la línea. Las flechas golpearon, y su magia se dobló bajo su embestida. Sus puntas habían sido envueltas en su propia magia, y Rowan apretó los dientes contra ella. En otros barcos, donde el escudo estaba estirado al máximo, algunos hombres gritaron. La armada de Maeve comenzó a moverse hacia ellos.


Capítulo 64 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Aelin tenía un cuerpo que no era un cuerpo. Ella lo sabía sólo porque en este vacío, en este nebuloso crepúsculo, Manon tenía un cuerpo. Y casi transparente, espectral cuerpo, pero… una forma después de todo. Los dientes y uñas de Manon se reflejaban en la tenue luz mientras analizaban los remolinos de niebla gris. —¿Qué es este lugar? —El espejo las había transportado a... donde fuera que eso era. —Tus suposiciones son tan buenas como las mías, bruja—. ¿Se había el tiempo detenido más allá de estas nieblas? ¿Maeve había detenido su fuego al saber que ella no estaba presente… o había atacado como quiera? Aelin no tenía duda alguna de que Rowan iba a aguantar con las líneas tanto tiempo como fuera posible. No tenía duda de que él y Aedion los guiarían. Pero... Fuera que este espejo de bruja era la Cerradura que buscaba, esperaba que algo inmediato reaccionara con las dos Llaves del Wyrd que coló dentro de su chaqueta. No… esto. No absolutamente nada. Aelin desenvainó a Goldryn. En la niebla, el rubí de la niebla parpadeaba, el único color, la única luz. —Debemos mantenemos juntas—le dijo Manon—sólo hablaremos cuando sea necesario. Aelin estaba inclinada a estar de acuerdo. Había un suelo sólido bajo ellas, pero la niebla ocultaba sus pies, ocultaba cualquier indicio de que se paraban más allá de una superficie débil y a punto de desmoronarse. —¿Alguna idea de hacia dónde nos dirigimos? —murmuró Aelin. Pero ella no tenía que decidir. La arremolinada niebla se oscureció, y Manon y Aelin se pusieron más cerca, espalda contra espalda. Completa oscuridad barría alrededor de ellas, cegándolas. Entonces… una turbia y tenue luz apareció adelante. No, no adelante. Se estaba acercando a ellas. El huesudo hombro de Manon se pegó al de ella mientras se apretaban más cerca juntas, como una pared impenetrable.


Pero la luz se onduló y expandió, y figuras apareciendo. Solidificándose. Aelin supo tres cosas mientras la luz y los colores las envolvían y se hacían tangibles: Ellas no estaban siendo vistas, o escuchadas, o percibidas por cualquiera de las cosas frente a ellas. Y este era el pasado. Hace mil años, para ser exactos. Y esa era Elena Galathynius de rodillas en un paso de una árida montaña negra, con sangre derramándose por su nariz, lágrimas deslizándose a través de la tierra manchando su rostro, salpicando su armadura, frente a un sarcófago de obsidiana de alguna forma postrado frente a ella. En todo alrededor del sarcófago, marcas del Wyrd hervían lentamente con débil fuego azul. Y en el centro de él… el Ojo de Elena, el amuleto sostenido dentro de la roca misma, su color dorado pálido sin adornos y reluciente. Entonces, como si un aliento fantasma soplara sobre ello, el Ojo se atenuó, junto con las marcas del Wyrd. Elena alcanzó con una mano temblorosa el Ojo para girarlo, rotándolo tres veces en la piedra negra. El Ojo hizo clic y cayó en la mano de Elena. Sellando el sarcófago. Cerrándolo. —Tenías la Cerradura contigo todo este tiempo—le murmuró Manon—. Pero entonces el espejo… —Creo—dijo Aelin mientras soltaba un suspiro—, que hemos sido deliberadamente engañadas respecto a lo que teníamos que conseguir. —¿Por qué? —dijo Manon con la misma calma. —Supongo que estamos a punto de descubrirlo. Una memoria, eso era lo que era. Pero ¿Qué era tan vital que ellas habían sido mandadas a conseguir cuando todo el maldito mundo se estaba cayendo alrededor de ellas? Aelin y Manon se pararon en silencio ante la escena revelada. Mientras la verdad, al fin la verdad, se mostraba toda.


Capítulo 65 Amanecer en los Pasos de Obsidiana1

Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

La Cerradura había creado el sarcófago de la montaña misma. Había tomado cada brasa de su poder para unir a Erawan dentro de la piedra, para sellarlo dentro. Elena podía sentir al Rey Oscuro durmiendo dentro. Escuchaba los chillidos de su ejército caído dándose un banquete con la carne humana en el valle allá abajo. ¿Cuánto tiempo continuarían peleando cuando se esparciera la noticia de que Erawan había caído? Ella no era lo suficientemente ingenua como para esperar que sus compañeros hubieran sobrevivido la masacre. No todo este tiempo. De rodillas en la dura piedra negra, Elena miró el sarcófago de obsidiana, los símbolos tallados en él. Inicialmente habían estado brillando, pero ahora se habían desvanecido y enfriado, se habían quedado en su lugar. Cuando ella robó la Cerradura de su padre todos estos meses atrás, no había sabido, no había entendido, la verdadera profundidad de su poder. Aun no sabía porque él lo había forjado. Sólo esa única vez, sólo una, podía el poder de la Cerradura ser usado. Y ese poder… oh, ese poderoso, aplastante poder… los había salvado a todos. Gavin, desplomado y ensangrentado detrás de ella, se movió. Su rostro estaba tan mutilado que ella apenas podía ver sus bellas y fieras facciones debajo. Su brazo izquierdo yacía inútil a su lado. El precio de distraer a Erawan mientras ella desataba el poder de la cerradura. Pero incluso Gavin no había sabido lo que ella planeaba. Lo que había robado y mantenido con ella todos estos meses. No se arrepentía de ello. No cuando lo había salvado de la muerte. O peor. Gavin se fijó en el sarcófago, en el vacío y complejo amuleto de la Cerradura en su palma mientras descansaba en su muslo. Lo reconoció instantáneamente, lo había visto en el cuello del padre de Elena durante esas primeras semanas en Orynth. La piedra azul en su centro estaba ahora drenada, tenue donde alguna vez había brillado con fuego en su interior. Con muy apenas una gota de su poder, si es que conservaba algo. —¿Qué has hecho? —su voz sonaba rasposa y quebrada por sus gritos durante la batalla con Erawan. Para darle a Elena tiempo, para salvar a su gente… Elena cerró sus dedos en un puño alrededor de la Cerradura. 1

Se refiere a los caminos, pasillos, brechas, pasos, por donde se puede caminar entre montañas.


—Él ha sido sellado. No puede escapar. —La Cerradura de tu padre... —Está hecho—dijo, girando su atención hacia la docena de figuras inmortales y antiguas ahora en el otro lado del sarcófago. Gavin se movió, gimiendo por su cuerpo roto con el movimiento repentino. No tenían forma. Eran solo imágenes de luz y sombra, viento y lluvia, cantos y recuerdos. Cada uno un individuo, pero aun así parte de una sola mayoría, una sola consciencia. Todos estaban mirando a la Cerradura rota en sus manos, a su piedra sin brillo. Gavin bajó su frente a la piedra manchada de sangre y desvió la mirada. Cada hueso de Elena tembló de cobardía, pero mantuvo su barbilla en alto. —El linaje de sangre de nuestra hermana nos ha traicionado—dijo uno que era de mar y cielo y tormentas. Elena agitó su cabeza, intentando tragar. Fallando en ello. —Nos salvé. Detuve a Erawan… —Tonta—dijo aquél de voces cambiantes, ambos, animal y hombre—. Tonta mestiza. ¿No consideraste porqué tu padre cargaba con él? ¿Por qué esperó a su tiempo todos estos años, reuniendo su fuerza? Él iba a utilizarlo, para sellar las tres llaves del Wyrd de vuelta en la puerta, y enviarnos a casa antes de cerrar la puerta para siempre. A nosotros, y al Rey Oscuro. La Cerradura fue forjada para nosotros, prometida para nosotros. Y la desperdiciaste. Elena apoyó una mano en la tierra para evitar caerse. —¿Mi padre tenía las llaves del Wyrd? —Él nunca había siquiera insinuado… y la Cerradura… ella había pensado que era una simple arma. Una arma que él se había negado usar en esta sangrienta guerra. Ellos no le contestaron, su silencio siendo suficiente respuesta. Un sonido leve y roto salió de su garganta. Elena tomó aliento. —Lo siento. La ira de ellos sacudió sus huesos, amenazando con detener su corazón latiente en su pecho. Aquel ser de fuego y luz y cenizas parecía esperar, parecía detenerse en su ira. Para recordar. Ella no había visto ni hablado con su madre desde que ella había dejado su cuerpo para forjar la Cerradura. Desde que Rhiannon Crochan había ayudado a Mala a capturar su esencia en él, todo su


poder contenido dentro del pequeño espejo de bruja disfrazado de piedra azul, para ser desatado sólo una vez. Nunca le habían dicho a Elena porqué. Nunca le habían dicho que era todo menos un arma que su padre un día estaría desesperado por utilizar. El precio: el cuerpo mortal de su madre, la vida que ella quería para sí misma con Brannon y sus hijos. Habían sido diez años desde entonces. Diez años, que su padre nunca había dejado de esperar el regreso de Mala, esperando verla de nuevo. Sólo una vez. No podré recordarlos, Mala les había dicho antes de que se entregara a sí misma a la forja de la Cerradura. Y a pesar de ello aquí estaba. Deteniéndose. Como si recordara. —Madre—Elena susurró, una plegaria rota. Mala Portadora de Fuego desvió la mirada. Aquél que veía todo con ojos sabios y serenos, dijo: —Libéralo. Ya que nosotros hemos sido traicionados por estas bestias terrestres, déjanos regresarles el favor. Libera al Rey Oscuro de su ataúd. —No—Elena suplicó, levantándose—. Por favor… por favor. Díganme qué debo hacer para enmendar esto, pero por favor no lo liberen. Se los ruego. —Él se levantará de nuevo un día—le dijo aquél de oscuridad y muerte—. Va a despertar. Has gastado nuestra Cerradura en una misión inútil, cuando pudiste resolver todo, si tan solo hubieras tenido la paciencia y el ingenio para entenderlo. —Dejen que se despierte—Elena suplicó, su voz quebrándose—. Dejen que alguien más herede esta guerra… alguien mejor preparado. —Cobarde—le dijo aquél con voz de hierro y escudos y espadas—. Cobarde por darle la carga a alguien más. —Por favor—dijo Elena—. Les daré lo que sea. Lo que sea. Pero no eso. Como uno solo, todos miraron a Gavin. No… Pero fue su madre quien dijo: —Hemos esperado todo este tiempo para regresar a casa. Nosotros podemos esperar un poco más. Vigilar este… lugar, un poco más. No solamente dioses, sino seres de una existencia diferente, más alta. Para quienes el tiempo era fluido, y los cuerpos eran cosas de cambio y moldura. Quienes podían existir en múltiples lugares, esparcirse a sí mismos a sus anchas como redes que se avientan. Eran tan majestuosos, vastos y eternos como un humano lo era para una efímera2. 2

Nombre de un insecto también llamado cachipolla. Estos insectos tienen un periodo de vida tan corto, que puede durar de breves horas, a breves días.


No habían nacido en este mundo. Tal vez se habían varado aquí después de vagar a través de una puerta del Wyrd. Y tal vez llegaron a un acuerdo con su padre, con Mala, para al fin mandarlos a casa, desterrando con ellos a Erawan. Y ella lo había arruinado. Aquél con los tres rostros dijo: —Esperaremos. Pero debe haber un precio. Y una promesa. —Díganlo—Elena dijo. Si ellos tomaban a Gavin, se iría con él. Ella no era la heredera del trono de su padre. No importaba si ella salía de estos pasos de la montaña. Elena no estaba completamente segura si podría volver a verlo de nuevo, no después de su arrogancia y orgullo e hipocresía. Brannon le había implorado que escuchara, que esperara. Ella sin embargo había robado su Cerradura y huido con Gavin hacia la noche, desesperada por salvar estas tierras. Aquél con los tres rostros dijo: —La línea de sangre de Mala deberá ser derramada de nuevo para forjar una nueva Cerradura. Y tú los vas a guiar, como un cordero al matadero, a pagar el precio de esta decisión que tú tomaste por desperdiciar su poder aquí, por esta patética batalla. Tú le mostrarás a este futuro descendiente cómo forjar una nueva Cerradura con los dones de Mala, y cómo entonces usarlo para portar las llaves y enviarnos a casa. Nuestra promesa inicial aún sigue: nos llevaremos al Rey Oscuro con nosotros. Lo destrozaremos en nuestro propio mundo, donde él será nada más que polvo y recuerdos. Cuando nos hayamos ido, le enseñarás a esa persona cómo sellar la puerta detrás de nosotros, la Cerradura sellándola eternamente. Cediendo a cambio hasta la última gota de su vida. Como tu padre estaba preparado a hacerlo cuando el tiempo fuera correcto. —Por favor—Elena dijo en un suspiro. El de los tres rostros dijo: —Dile a Brannon del Fuego Salvaje qué ocurrió aquí; dile el precio que su linaje deberá pagar algún día. Dile que se prepare para ello. Ella dejó que las palabras, la condena, se hundieran. —Lo haré—susurró. Pero ellos se habían ido. Sólo quedaba un leve calor, como si un rayo de sol le hubiera rozado su mejilla. Gavin levantó su rostro. —¿Qué has hecho? —le preguntó de nuevo— ¿Qué les has dado? —¿No… escuchaste nada? —Sólo a ti—dijo, su rostro horriblemente pálido—. A nadie más. Ella miró al sarcófago frente a ellos, su piedra negra unida a la tierra del camino. Inmovible. Tendrían que construir algo alrededor de él, para esconderlo, para protegerlo.


—El precio será pagado… después— dijo Elena. —Dime—sus labios lastimados e hinchados apenas podían formar palabras. Dado que ella ya se había condenado a sí misma, y a su linaje, se dio cuenta que no quedaba nada ya a perder al mentir. No esta vez, esta última vez. —Erawan volverá a despertar… algún día. Cuando el tiempo llegue, ayudaré a aquellos que deberán combatirlo. Los ojos de Gavin miraban con cautela. —¿Puedes caminar?—Elena le preguntó, teniendo una mano para ayudarle a levantarse. El sol ascendiente bañó las montañas oscuras de rojo y dorado. Ella no tenía duda alguna que el valle detrás de ellos fue bañado hasta el final. Gavin se soltó del agarre, los dedos aún rotos, de donde habían descansado en la empuñadura de Damaris. Pero él no tomó la mano que le ofreció. Y él no le dijo lo que había detectado mientras tocaba a la Espada de la Verdad, qué mentiras había sentido y desentrañado. Ellos no hablaron de eso nunca más.

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La Salida de la Luna en el Templo de Sandrian, los Pantanos de Piedra

La Princesa de Eyllwe había vagado por los Pantanos de Piedra durante semanas, en busca de respuestas a acertijos puestos miles de años atrás. Respuestas que podrían salvar su reino de la condena. Llaves, puertas y cerraduras. Portales, pozos y profecías. Eso era lo que la princesa se murmuraba a sí misma en las semanas que había estado investigando sola en los pantanos, buscando el mantenerse con vida, peleando contra las bestias de dientes y veneno cuando era necesario, leyendo las estrellas para entretenerse. Así que cuando al fin la princesa llegó al templo, cuando se paró ante el altar de piedra y el cofre, gemelo a aquél oscuro debajo de Morath, ella al fin apareció. —Tú eres Nehemia—dijo ella. La princesa se giró, su ropa de caza húmeda y manchada, las puntas doradas de su pelo trenzado tintineando.


Una mirada asesina con ojos que se veían ya gastados para tener apenas dieciocho; ojos que habían mirado por mucho tiempo hacia la oscuridad entre las estrellas y anhelado con saber sus secretos. —Y tú eres Elena. Elena asintió. —¿Por qué has venido? La Princesa de Eyllwe movió su elegante barbilla hacia el cofre de piedra. —¿No estoy yo llamada a abrirlo? ¿A aprender cómo salvarnos, y pagar el precio? —No—le contestó Elena tranquilamente—. No tú. No de esta manera. Los labios apretados de la princesa eran el único signo de disgusto. —Entonces ¿En qué forma, Señora, se requiere que sangre? Ella había estado observando, y esperando, y pagando por sus decisiones por mucho tiempo. Mucho tiempo. Y ahora que la oscuridad había caído… ahora un nuevo sol debía surgir. Tenía que surgir. —Es el linaje de Mala el que pagará, no el tuyo. Nehemia se enderezó. —No has contestado mi pregunta. Elena deseó poder mantener las palabras, mantenerlas guardadas. Pero este era el precio, por su reino, por su gente. El precio por esta gente, este reino. Y el de otros. —En el Norte, dos familias crecen de Mala. Una en la Casa Havilliard, donde el príncipe con los ojos iguales a los de mi pareja posee mi magia pura y el poder de Mala. La otra raíz crece a través de la Casa Galathynius, donde nació verdadera: en fuego y brasas y cenizas. —Aelin Galathynius está muerta—le dijo Nehemia. —No lo está—no, ella se había asegurado de ello, aun pagando por lo que había hecho esa noche invernal—. Está escondida, olvidada por un mundo deseoso de ver tal poder extinguido antes de que madurara. —¿Dónde está ella? ¿Y cómo esto se ata a mí, Señora? —Eres experta en esta historia, en sus jugadores y las apuestas. Conoces las marcas del Wyrd y sabes cómo usarlas. Has malentendido los acertijos, creyendo que eras tú quien tenía que venir aquí, a este lugar. Este espejo no es la Cerradura, es un mar de recuerdos. Forjado por mí, mi padre, y Rhiannon Crochan. Forjado para que el heredero de esta carga pueda entender algún día. Pueda entender todo antes de decidir. Este encuentro, también, deberá almacenarse en él. Pero fuiste


llamada, para que nos viéramos. Ese sabio y joven rostro esperó. —Ve al norte, Princesa—Le dijo Elena—. Ve a la casa del enemigo. Haz los contactos, obtén la invitación, haz lo que debes, pero llega hasta la casa de tu enemigo. Las dos líneas de sangre se convergirán ahí. Justo ahora, están en camino. —¿Aelin Galathynius se dirige a Ádarlan? —No Aelin. No con ese nombre, esa corona. Reconócela por sus ojos, turquesa con un centro de oro. Reconócela por la marca en su frente, la marca del bastardo, la marca de Brannon. Guíala. Ayúdala. Ella te va a necesitar. —¿Y el precio? Ella los odiaba, en ese entonces. Odiaba a los dioses quienes habían demandado esto. Se odiaba a sí misma. Odiaba que esto hubiera sido pedido, todas estas luces brillantes… —No volverás a ver Eyllwe de nuevo. La princesa miró hacia las estrellas como si le hablaran, como si las respuestas estuvieran escritas ahí. —¿Mi gente sobrevivirá? —Una pequeña, quieta voz. —No lo sé. —Entonces tomaré los pasos para ello también. Unir a los rebeldes mientras estoy en Rifthold, preparar al continente para la guerra. Nehemia bajó su mirada de las estrellas. Elena quería caer de rodillas ante la joven princesa, rogarle por su perdón. —Uno de ellos debe ser preparado, para hacer lo que necesita hacerse—le dijo Elena, si tan sólo porque era la única forma de explicarlo, de disculparse. Nehemia pasó saliva. —Entonces ayudaré en cualquier forma que pueda. Por Erilea. Y por mi gente.


Capítulo 66 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Aedion Ashryver había sido entrenado para matar hombres y mantener líneas en batalla desde que tenía edad suficiente para levantar una espada. El Príncipe Heredero Rhoe Galathynius había comenzado su entrenamiento personalmente, manteniendo a Aedion en estándares que algunos podrían considerar injustos, demasiado duros para un niño. Pero Rhoe había sabido, se dio cuenta Aedion mientras se paraba en la proa del barco, con los hombres de Ansel de Briarcliff armados y listos detrás de él. Rhoe había sabido desde entonces que Aedion serviría a Aelin, y cuando ejércitos extranjeros desafiaran el poder de la Portadora de Fuego… no serían meros mortales con quienes se enfrentaría. Rhoe y Evalin, habían apostado que el ejército inmortal que ahora se extendía a lo largo frente a él algún día llegaría a estas costas. Y ellos querían estar seguros que Aedion estaría listo cuando eso sucediera. —Levanten los escudos—le ordenó Aedion a los hombres mientras una segunda ráfaga de flechas llovía de la armada de Maeve. La barrera mágica alrededor de los barcos se mantenía lo suficiente gracias a Dorian Havilliard, y aunque él estaba agradecido de cualquier linaje de sangre que los separaba, después de la estupidez que el rey había hecho con Aelin y Manon, Aedion apretó sus dientes ante cada onda de color en la barrera al impacto de las flechas. —Estos son soldados, iguales a ustedes—continuó Aedion—. No dejen que esas orejas puntiagudas los engañen. Ellos sangran como el resto de nosotros. Y pueden morir de las mismas heridas, también. No se permitió a sí mismo voltear, a donde su padre comandaba y protegía con magia otra línea de barcos. Gavriel se mantuvo en silencio cuando Fenrys divulgaba el cómo mantener a un guerrero Fae de rápida curación abajo: ir a rebanar a través de músculos en lugar de apuñalarlos. Rompe un tendón y detendrás a un inmortal lo suficiente para matarlo. Era más fácil decirlo que hacerlo. Los soldados se habían puesto pálidos de la cara con el pensamiento de ello, combate abierto, espada contra espada, contra guerreros Fae . Tenían motivos para estar así. Pero el deber de Aedion no era recordarles los hechos. Su deber era hacerlos estar dispuestos a morir, el hacer que esta batalla fuera absolutamente necesaria. El miedo podía romper una línea más rápido que cualquier ejército enemigo. Rhoe, su verdadero padre, le había enseñado eso. Y Aedion había aprendido eso durante esos años


en el Norte. Lo había aprendido peleando hundido hasta las rodillas en lodo y sangre con La Perdición. Él deseaba que ahora ellos lo flanquearan, no guerreros desconocidos de Wastes. Pero no podía dejar que su propio miedo quebrara su decisión.

La segunda ola de flechas de Maeve se levantó alto, alto, alto, las flechas elevándose rápido y más lejos que flechas mortales. Con mejor puntería. El escudo invisible sobre ellos onduló con destellos de azul y púrpura mientras las flechas siseaban y se resbalan de la barrera. Preparándose tan pronto, pues esas flechas llegaron con un toque de magia. Los soldados en la cubierta se movieron, posicionando escudos, su anticipación y terror creciente cubriendo los sentidos de Aedion. —Es sólo un poco de lluvia, chicos—Les dijo, haciéndoles una mueca—. Creí que ustedes bastardos estaban acostumbrados a eso en Wastes. Oyó Algunas quejas, pero esos escudos de metal dejaron de temblar. Aedion se hizo reír a sí mismo. Se hizo a sí mismo el Lobo del Norte, ansioso por escupir sangre en los mares sureños. Como Rhoe le enseñó, como Rhoe lo preparó, mucho tiempo antes de que Terrasen cayera bajo la sombra de Ádarlan. No de nuevo. Nunca de nuevo y definitivamente no ante Maeve. No aquí, sin nadie atestiguándolo. Adelante, en el frente de batalla, la magia de Rowan destelló de un tono blanco en una silenciosa señal. —Flechas listas—Ordenó Aedion. Los arcos crujieron, flechas apuntando hacia el cielo. Otro destello. —¡Disparen! —Bramó Aedion. El mundo se oscureció bajo sus flechas mientras salían disparadas hacia la armada de Maeve. Una tormenta de flechas, para distraerlos del verdadero ataque bajo las olas.

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El agua era más tenue aquí, con los delgados rayos de luz del sol que se colaban entre los gordos barcos que estaban en las olas. Otras creaturas se habían juntado ante el alboroto, esas trituradoras de carne en busca de los cuerpos que seguramente caerían a ellos cuando las dos armadas se encontraran. Un destello de luz había mandado a Lysandra a nadar profundo, zigzagueando entre los carroñeros merodeando, mezclándose entre las masas lo mejor que podía mientras se lanzaba con velocidad. Había modificado su dragón de mar. Le dio extremidades más largas y pulgares prensiles. Dándole a su cola más fuerza, más control. Su propio pequeño proyecto, durante los largos días de viaje. Tomar una forma original y perfeccionarla. Alterar a su propio gusto lo que los dioses habían hecho. Lysandra alcanzó el primer barco que Rowan había marcado. Un cuidadoso y preciso mapa de dónde y cómo golpear. Un choque de su cola tenía el timón hecho trizas. Sus gritos la alcanzaron incluso bajo las olas, pero Lysandra estaba ya volando, elevándose hacia el siguiente bote que había marcado. Usó sus garras esta vez, agarrando el timón y arrancándolo de un golpe. Después creando un agujero de un golpe en la quilla1 con su cola dura. Dureza, sin picos –no, los picos se habían atorado en Bahía Calavera. Por lo que convirtió su cola en un ariete. Flechas fueron disparadas con mejor puntería que la de los soldados del Valg, disparadas como esos rayos de luz en el agua. Se había preparado para eso, también. Rebotaron ante la Seda de Araña. Horas invertidas estudiando el material injertado en las alas de Abraxos le habían enseñado sobre él, cómo cambiar su propia piel en esa fibra impenetrable. Lysandra desgarró otro timón, luego otro. Y otro. Los soldados Fae estaban gritando hacia ella. Pero los arpones que disparaban eran demasiado pesados, y ella era demasiado rápida, nadando muy profundo y tan ágil. Látigos de agua por magia eran lanzaron sobre ella, intentando atraparla. Ella esquivó eso también. La corte que podría cambiar al mundo, se dijo a sí misma una y otra vez, mientras el cansancio comenzaba a pesarle, mientras seguía destruyendo timón tras timón, golpeando agujeros en esos barcos Fae marcados. Ella había hecho una promesa a esa corte, a ese futuro. A Aedion. Y a su reina. No le iba a fallar. 1

La parte más importante de un barco. Es la pieza de madera larga que se extiende de proa a popa en la que se ponen las cuadernas (Como costillas) del

barco. La Quilla es la columna vertebral del barco.


Y si los malditos dioses querían que Maeve fuera cara a cara contra ellos, si Maeve pensaba en golpearlos cuando estaban débiles… Lysandra iba a hacer que esa perra se arrepintiera.

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La magia de Dorian comenzaba a temblar mientras la armada de Maeve pasaba de disparar flechas a total caos. Pero mantuvo sus escudos intactos, parchando los lugares donde sus flechas habían logrado penetrar. Incluso ya, su poder tambaleaba, drenado con demasiada rapidez. Ya sea por un truco de Maeve, o cualquier tipo de magia puesta en las flechas. Pero Dorian apretó sus dientes, controlando la magia a su voluntad. Las advertencias bramadas de Rowan sobre resistir llegaban en eco a través del agua –su voz amplificada de la forma que Gavriel había usado su voz en Bahía Calavera. Pero incluso con el caos de la armada de Maeve encontrando sus barcos bajo asedio debajo del agua, sus líneas parecían extenderse para siempre. Aelin y Manon no habían regresado. Un hombre Hada en un pánico letal lleno de ira era una cosa terrible de presenciar. Dos de ellos era algo cerca al cataclismo. Cuando Aelin y Manon se desvanecieron hacia ese espejo Dorian sospechaba que fue el solo rugido de Aedion lo que hizo que Rowan cortara la furia con la que había bajado. Y sólo el palpitante moretón en la mejilla de Dorian lo que hizo que Rowan se detuviera de darle otro para hacer juego. Dorian miró hacia el frente de batalla, donde el Príncipe Fae estaba de pie en la proa de su barco, su espada y hacha afuera, un carcaj de flechas y un arco atados en su espalda, y varios cuchillos de caza afilados. El príncipe no había cortado la furia en lo absoluto, se dio cuenta. No, Rowan había ya descendido a un nivel de fría ira que tenía a la magia de Dorian temblando, incluso desde la distancia entre ellos. Él podía sentirlo, el poder de Rowan –sentirlo como sintió el de Aelin surgir. Rowan había ya llegado profundo en su reserva de poder cuando Aelin y Manon se habían ido. Usó la última hora, una vez Aedion hubiera enfocado ese miedo e ira en la batalla frente a ellos, para sumergirse incluso más profundo. Ahora fluía alrededor de ellos como bajo sus pies el mar. Dorian siguió su ejemplo, recordando el entrenamiento que el príncipe había inculcado en él. Hielo cubría sus venas, su corazón. Aedion le había dicho una sola cosa antes de irse a su propia sección de la armada. El príncipe general le había mirado una sola vez, sus ojos Ashryver yendo al moretón que le había dado, y dijo:


—El miedo es una sentencia de muerte. Cuando estés ahí afuera, recuerda que no necesitamos sobrevivir. Sólo cáusales suficiente daño para que cuando ella vuelva… ella borre el resto. Cuando. No sí. Pero cuando Aelin encontrara sus cuerpos, o lo que fuera que quedara de ellos en el mar si éste no los reclamaba… ella podría bien acabar el mundo con su ira. Tal vez ella debería. Tal vez el mundo lo merecía. Tal vez Manon Blackbeak le ayudaría a ello. Tal vez gobernaría sobre las ruinas juntas. Él deseaba haber tenido más tiempo para hablarle a la bruja. Para conocerla más allá de lo que su cuerpo había conocido. Porque incluso con los timones destruidos… los barcos avanzaban. Guerreros Fae. Nacidos y criados para matar. Aedion y Rowan enviaron otra descarga de flechas apuntando hacia los barcos. Escudos desintegrándolas antes de que pudiera impactar en cualquier objetivo. Esto no iba a acabar bien. Su corazón latía muy deprisa, y tragó mientras los barcos se deslizaban alrededor de sus hermanos naufragados, avanzando poco a poco hacia la línea de separación. Su magia se retorcía. Dorian tenía que ser cuidadoso hacia dónde apuntar. Tenía que hacer que contara. No confiaba que su poder se mantuviera enfocado si lo desataba todo. Y Rowan le había dicho que no lo hiciera. Le había dicho que esperara hasta que la armada estuviera verdaderamente sobre ellos. Hasta que cruzaran esa línea. Hasta que el Príncipe Fae le diera la orden de disparar. Porque era fuego y hielo, lo que luchaba dentro de Dorian ahora, implorando ser liberados. Mantuvo su barbilla en alto mientras más barcos pasaban sobre aquellos destruidos en el frente y se deslizaban alrededor de ellos. Dorian sabía que iba a doler. Sabía que iba a doler el destruir su magia, y luego destruir su cuerpo. Sabía que iba a doler el ver a sus compañeros caer, uno a uno. Pero aun así Rowan mantuvo el frente, no dejó que sus barcos se giraran para escapar. Cerca y más cerca, los barcos enemigos se lanzaban hacia su frente, tirados por ondeantes remos poderosos. Los arqueros estaban listos para disparar, y la luz del sol se reflejaba en la armadura pulida de esos guerreros Fae a bordo, hambrientos de batalla. Listos y descansados, preparados para matar. No iba a haber rendición. Maeve iba a destruirlos sólo para castigar a Aelin.


Dorian les había fallado, al mandar a Manon y Aelin lejos. En esa apuesta, quizás les había fallado a todos ellos. Pero Rowan Whitethorn no. No, mientras esos barcos enemigos se deslizaban en posición entre sus compañeros naufragados. Dorian vio que cada uno de ellos llevaba la misma bandera. Una bandera de plata, con un halcón chillando. Y donde la bandera oscura de Maeve de un búho estaba ondeando… ahora era bajada de su lugar. Y la bandera de la reina se desvaneció por completo, mientras barcos Fae usando la bandera plateada de la Casa de Whitethorn abrían fuego sobre su propia armada.


Capítulo 67 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Rowan le había contado a Enda sobre Aelin. Le había contado a su primo sobre la mujer que él amaba, la reina cuyo corazón ardía con fuego salvaje. Le había dicho a Enda sobre Erawan, y la amenaza de las llaves, y el deseo personal de Maeve hacia ellas. Y entonces se había puesto de rodillas y rogado a su primo por ayuda. Para no abrir fuego hacia la armada de Terrasen. Sino hacia la de Maeve. Para no malgastar esta única oportunidad de paz. De detener la oscuridad antes de que los consumiera a todos, tanto a Morath y a Maeve. Para pelear no por la reina que los había esclavizado, sino por aquella que los había salvado. “Lo consideraré”, le había dicho Endymion. Y así Rowan se puso de pie y navegó hacia el barco de otro primo. La Princesa Sellene, su más joven y astuta prima, había escuchado. Le había dejado rogarle. Y con una pequeña sonrisa, ella había dicho la misma cosa. Lo consideraré. Y así se fue, barco por barco. A los primos que él sabía podrían escuchar. Un acto de traición, eso era para lo que les estaba rogando. Traición y engaño tan grandes que ellos podrían nunca regresar a casa. Sus tierras y sus títulos, serían apoderados o destruidos. Y mientras sus barcos ilesos navegaban en su lugar a un lado de esos que Lysandra había ya deshabilitado, mientras ellos atacaban con disparos de flechas y magia sobre sus fuerzas inadvertidas, Rowan rugió a su propia flota —¡Ahora, ahora, ahora! Remos golpearon contra las olas, hombres gruñendo mientras remaban con todas sus fuerzas hacia la armada en completo caos. Cada uno de sus primos había atacado. Cada uno de ellos. Como si todos se hubieran juntado, y decidido arriesgar la ruina juntos.


Rowan no poseía un ejército propio para ofrecerlo a Aelin. Para ofrecerlo a Terrasen. Así que se había ganado uno para ella. A través de las únicas cosas que Aelin había clamado eran las únicas que ella quería de él. Su corazón. Su lealtad. Su amistad. Y Rowan deseaba que su Corazón de Fuego estuviera ahí para verlo mientras la Casa de Whitethorn colisionaba contra la flota de Maeve, y hielo y viento explotaban contra las olas.

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Lorcan no podía creerlo. No podría creer lo que estaba viendo mientras un tercio de la flota de Maeve abría fuego contra la mayoría de los barcos inhibidos de ella. Y él sabía, él sabía sin que le confirmaran que las banderas ondulando en esos barcos serían plateadas. Como los hubiera convencido, cuando los hubiera convencido… Whitethorn lo había hecho. Por ella. Todo ello, por Aelin. Rowan bramó la orden de presionar su ventaja, de romper la armada de Maeve entre ellos. Lorcan, un poco aturdido, pasó la orden a sus propios barcos. Maeve no lo permitiría. Borraría la línea Whitethorn del mapa por esto. Pero ahí estaban ellos, desatando su hielo y viendo sobre sus propios barcos, enfatizando con flechas y arpones que se abrían paso entre madera y soldados. Viento soplaba en su cabello, y él sabía que Whitethorn estaba ahora empujando su magia al punto de quiebre para arrastrar sus propios barcos hacia la pelea antes de que sus primos perdieran la ventaja de la sorpresa. Tontos, todos ellos. Tontos, pero aun así… El hijo de Gavriel estaba gritando el nombre de Whitethorn. Un maldito grito de victoria. Una y otra vez, los hombres tomando el llamado. Entonces la voz de Fenrys se alzó. Y la de Gavriel. Y la de la reina de pelo rojo. Y la del Rey Havilliard.


Su armada se disparó hacia la de Maeve, sol y mar y velas en todos lados, espadas brillando en la luz de la mañana. Incluso el subir y bajar de los remos parecía hacer eco al canto. Y hacia la batalla, hacia el baño de sangre, ellos llamaban el nombre del príncipe. Por un latido, Lorcan se permitió reflexionar esto, el poder de aquello que había forzado a Rowan arriesgarlo todo. Y Lorcan se preguntó si quizás esta era esa fuerza que Maeve y Erawan no podrían ver venir. Pero Maeve… Maeve estaba en la armada en alguna parte. Ella tomaría represalias. Atacaría de vuelta, los haría a todos sufrir… Rowan golpeó su flota contra el frente de Maeve, desatando su furia de hielo y viento junto con sus flechas. Y donde el poder de Rowan se pausó, la magia de Dorian se impulsó. Ni en sueños el ganar se había convertido ahora en la suerte de un necio. Si Whitethorn y los otros podrían mantener sus líneas, mantenerse a ellos mismos firmes. Lorcan se puso a buscar a Fenrys y Gavriel entre barcos y soldados. Y él supo que la respuesta de Maeve había llegado cuando al espiarlos, uno después del otro, se pusieron rígidos. Cuando vio a Fenrys tomar un salto y desvanecerse en el aire. El Lobo Blanco de Doranelle apareció al instante al lado de Gavriel, con los hombres gritando por su aparición de la nada. Pero él agarró el brazo de Gavriel, y entonces se habían desvanecido de nuevo, con sus rostros tensos. Sólo Gavriel consiguió mirar a Lorcan antes de que desaparecieran –sus ojos amplios en advertencia. Gavriel apuntó, y luego fueron nada más que luz de sol y rocío. Lorcan miró hacia donde Gavriel había logrado apuntar, esa pizca de desobediencia cortando hondo. La sangre de Lorcan se congeló. Maeve estaba permitiendo que la batalla sucediera en el mar porque ella tenía otros juegos en marcha. Porque ella no estaba en lo absoluto en el mar. Sino en la costa. Gavriel había apuntado ahí. No a la playa cercana, sino más allá en la costa –hacia el oeste. Justo donde había dejado a Elide hacía unas horas. Y a Lorcan no le importó la batalla, o sobre lo que había acordado hacer por Whitethorn, la promesa que le había hecho al príncipe. Él le había hecho una promesa a ella primero.


Los soldados no fueron lo suficientemente estúpidos como para intentar detenerlo cuando Lorcan le ordenó a quien estaba a cargo que le preparar un bote.

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Elide no podía ver la batalla desde donde esperaba en las dunas de arena, con la pradera marina agitándose por el viento alrededor de ella. Pero podía escucharlo, los gritos y los golpes. Intentaba no escuchar el fragor de la batalla, y en su lugar suplicó a Anneith que guiara a sus amigos. Que mantuviera a Lorcan vivo, y a Maeve lejos de él. Pero Anneith se mantenía cerca, flotando detrás de su hombro. Mira, ella decía, como siempre lo hacía. Mira, mira, mira. No había nada más que arena y pasto y agua y un cielo azul. Nada más que los ocho guardias que Lorcan había ordenado permanecieran con ella, descansando en las dunas, viéndose ya sea aliviados o apagados por perderse la batalla desencadenándose alrededor de la costa. La voz se tornó urgente. Mira, mira, mira. Entonces Anneith se desvaneció por completo. No… huyó. Las nubes se juntaron, viniendo de los pantanos. Dirigiéndose hacia el sol que comenzaba su ascenso. Elide se puso de pie, deslizándose un poco en la duna. El viento soplaba y silbaba a través del pasto y la arena cálida se tornó gris y apagada mientras esas nubes pasaban sobre el sol. Desapareciéndolo. Algo se aproximaba. Algo que sabía que Aelin Galathynius tomaba su fuerza de la luz del sol. De Mala. La boca de Elide se secó. Si Vernon la encontraba aquí… no iba a haber forma de escapar de él esta vez. Los guardias en las dunas detrás de ella se pusieron rígidos, notando el extraño viento, las nubes. Sintiendo esa tormenta aproximarse como algo no natural. ¿Podrían hacerles frente a los ilken el tiempo suficiente para que la ayuda llegara? ¿O Vernon traería más de ellos esta vez? Pero no era Vernon quien apareció en la playa, caminando como si se tratara de una mera brisa.


Capítulo 68 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Era una agonía. Un sufrimiento el ver a Nehemia, tan joven, fuerte y sabia. Hablando con Elena en los pantanos, entre esas mismas ruinas. Y luego hubo otro dolor agudo. Al saber que Elena y Nehemia se conocían. Que habían trabajado juntas. Que Elena había planeado todo aquello miles de años atrás. Que Nehemia había ido a Rifthold sabiendo que iba a morir. Sabiendo que ella necesitaba quebrar a Aelin, usar su muerte para quebrarla, así ella podia alejarse de la asesina y ascender a su trono. A Aelin y a Manon se les mostró otra escena. Una de una conversación susurrada a medianoche, en las profundidades del castillo de cristal. Una reina y una princesa, reuniéndose en secreto. Al igual que lo habían hecho durante meses. La reina pidiéndole a la princesa que pagara el precio que le había ofrecido aquella vez en los pantanos. Que organizara su propia muerte, que pusiera todo aquello en marcha. Nehemia le había advertido a Elena que ella, que Aelin, se quebraría. Peor aún, que se hundiría tan profundo en un abismo de rabia y desesperación que no sería capaz de salir. Ni siquiera como Celaena. Nehemia había tenido razón. Aelin estaba temblando, temblando en su cuerpo casi invisible, tan fuertemente que pensó que su piel se desprendería de sus huesos. Manon se acercó, quizás era el único consuelo que la bruja sabía cómo ofrecer: la solidaridad. Ellas observaron la turbulenta neblina otra vez, donde las escenas, los recuerdos, se habían desplegado. Aelin no estaba segura de poder tolerar otra verdad. Otra revelación de cómo tan meticulosamente Elena los había vendido a ella y a Dorian a los dioses, debido al estúpido error que había cometido al no entender el verdadero propósito de la Cerradura: encerrar a Erawan en su tumba, en vez de dejar que Brannon finalmente acabara con ello, y enviar a los dioses al lugar que llamasen hogar,


arrastrando a Erawan con ellos. Enviarlos a su hogar… utilizando las llaves para abrir el Portal del Wyrd. Y una nueva Cerradura para sellarlo para siempre. Mi precio es innombrable. Utilizando su poder, escurriendo hasta la última gota de su vida para forjar aquella nueva Cerradura. Para blandir el poder de las llaves solo una vez, una única vez y así poder desterrarlos a todos y luego sellar el portal para siempre. Los recuerdos pasaron titilando. Elena y Brannon, gritándose el uno al otro en una habitación que Aelin no había visto en años; la suite del rey en el palacio en Orynth. Su suite, o la que hubiese sido. Un collar brillaba sobre la garganta de Elena: el Ojo. La primera y ahora rota Cerradura que Elena, ahora Reina de Adarlan, parecía usar como alguna clase de recuerdo de su estupidez, de su promesa para con los furiosos dioses. La discusión con su padre se tornó más y más fuerte, hasta que la princesa se marchó. Y Aelin supo que Elena nunca había regresado a aquel resplandeciente palacio en el Norte. Luego, aquel espejo embrujado reveló una andina recámara de piedra, una belleza pelinegra con una corona de estrellas estaba plantada ante Elena y Gavin, explicando cómo funcionaba el espejo embrujado, cómo podia contener aquellos recuerdos. Rhiannon Crochan. Manon se estremeció ante su vision y Aelin lanzó una mirada entre ellas. El rostro… era el mismo. El rostro de Manon y el de Rhiannon Crochan. Las últimas Reinas Crochan, de dos eras diferentes. Luego, una imagen de Brannon solo, su cabeza entre sus manos, llorando frente a un cuerpo amortajado encima de un altar de piedra. La figura doblada de una vieja bruja se hallaba recostada debajo. Elena, su gracia inmortal cedida para poder vivir el resto de una vida humana junto a Gavin. Brannon aún se veía con menos de treinta años. Brannon, el calor de miles de forjas brillando en su cabello rojizo-dorado, sus dientes al descubierto en un gruñido mientras golpeaba un disco de metal contra un yunque, los músculos de su espalda extendiéndose debajo de la piel dorada con cada golpe. Al forjar el Amuleto de Orynth. Al colocar un pedacito de piedra negra a cada lado y luego sellarlo, con la resistencia escrita en cada línea de su cuerpo. Después de eso, escribió el mensaje con Marcas del Wyrd en la parte trasera. Un mensaje. Para ella.


Para su verdadera heredera, el castigo de Elena y su promesa a los dioses debía cumplirse. El castigo y la promesa que los había surcado. Que Brannon no podía ni habría de aceptar. No mientras tuviera la fuerza suficiente. Mi precio es innombrable. Escrito allí mismo, con Marcas del Wyrd. Aquel quien cargaba con la marca de Brannon, la marca del bastardo nacido sin nombre… Ella sería el costo para terminar esto. El mensaje en la parte trasera del Amuleto de Orynth era la única advertencia que podía ofrecer, la única disculpa por lo que su hija había hecho, incluso cuando contenía un secreto dentro, tan mortal que nadie debía saberlo, no podía ser contado a nadie. Pero habría pistas. Para ella. Para que terminara lo que ellos habían comenzado. Brannon construyó la tumba de Elena con sus propias manos. Talló los mensajes allí para Aelin también. Los acertijos y las pistas. Lo mejor que podía ofrecer para explicar la verdad, mientras mantenía aquellas llaves escondidas del mundo, de poderes que las usarían para reinar, para destruir. Luego hizo a Mort, el metal para el llamador obsequiado por Rhiannon Crochan, quien pasó una mano sobre la mejilla del rey antes de abandonar la tumba. Rhiannon no estuvo presente cuando Brannon escondió el pedacito de piedra negra debajo de la joya en la corona de Elena, la segunda Llave del Wyrd. Ni cuando colocó a Damaris en su estrado, cerca del segundo sarcófago. Para el rey mortal al que había odiado y apenas tolerado, pero había retenido esa aversión por el bien de su hija. Incluso cuando Gavin hubo llevado a su hija, la hija de su alma, lejos de él. La llave final… fue hacia el templo de Mala. Allí era donde él quería acabar con todo aquello de todas maneras. El fuego líquido alrededor del templo resonó como una canción en su sangre, una señal para acercarse. Una bienvenida. Solo aquellos que poseían sus dones, los dones de ella, podían entrar allí. Incluso las sacerdotisas no podían llegar a la isla en el centro del río fundido. Solo su heredera sería capaz de hacerlo. O quien fuera que tuviese otra llave. Por lo que colocó la última llave debajo de un adoquín. Y luego se dirigió hacia el río fundido, dentro del corazón en llamas de su amada. Y Brannon, el Rey de Terrasen, Señor del Fuego, no volvió a emerger de él. Aelin no sabía por qué le sorprendía el ser capaz de llorar en ese cuerpo. Que ese cuerpo tuviera lágrimas para derramar. Pero Aelin las derramó por Brannon. Quien sabía lo que Elena le había prometido a los dioses, y se


había enfurecido por ello, el pase de esta carga a uno de sus descendientes. Brannon había hecho lo que había podido por ella. Para aliviar el golpe de aquella promesa, si no podía cambiar por completo su curso. Para darle a Aelin una oportunidad de luchar. Mi precio es innombrable. —No entiendo qué significa esto —dijo Manon en voz baja. Aelin no tenía palabras para decirle. No había sido capaz de decirle a Rowan. Pero luego Elena apareció, tan real como ellas lo eran, y observó la debilitada luz dorada del templo de Mala, mientras los recuerdos se esfumaban. —Lo siento —le dijo a Aelin. Manon se tensó ante la aproximación de Elena, dando un paso hacia el lado de Aelin. —Era la única forma —dijo Elena. Con genuino dolor en sus ojos. Arrepentimiento. —¿Fue una elección, o solo para salvar el precioso linaje de Gavin, que yo fuera la única en ser seleccionada? —la voz que provenía de la garganta de Aelin era cruda, despiadada—. ¿Por qué derramar sangre Havilliard, después de todo, cuando podías volver a caer en tus viejos hábitos y escoger otra persona para soportar la carga? Elena se encogió. —Dorian no estaba listo. Tú lo estabas. La elección que Nehemia y yo hicimos fue para asegurar que las cosas se produjeran de acuerdo al plan. —De acuerdo al plan —exhaló Aelin—. ¿De acuerdo a todas tus conspiraciones para hacerme limpiar el desastre que comenzaste con tus malditos hurtos y cobardía? —Ellos querían hacerme sufrir —dijo Elena—. Y lo he hecho. Sabiendo que tú tenías que hacer esto, soportar esta carga… Ha sido una constante e interminable trituración de mi alma durante miles de años. Fue tan fácil decir sí, imaginar que serías una extraña, alguien quien no necesitaría conocer la verdad, que solo estuviera en el momento correcto con el don correcto, y sin embargo… sin embargo me equivoqué. Estuve tan equivocada. —Elena levantó sus manos ante ella, las palmas hacia arriba—. Pensé que Erawan resurgiría y el mundo lo enfrentaría. No sabía… No sabía que la oscuridad caería. No sabía que tu tierra sufriría. Que lo hacía mientras yo intentaba evitar que la mía sufriera. Y había tantas voces… tantas voces incluso antes que Adarlan fuera conquistado. Fueron aquellas voces las que me despertaron. Las voces de aquellos que deseaban una respuesta, ayuda —los ojos de Elena viajaron hacia Manon, luego de vuelta hacia ella—. Provenían de todos los reinos, de todas clases de razas. Humanos, brujas, Fae… Pero tejieron un tapiz de sueños, tantas súplicas por aquella sola cosa… Un mundo mejor. —Entonces tú naciste. Y fuiste una respuesta para la creciente oscuridad, con esa llama. La llama de mi padre, el poder de mi madre, reencarnado por fin. Y tú fuiste fuerte, Aelin. Tan fuerte y tan vulnerable. No contra las amenazas externas, sino contra la amenaza de tu propio corazón,


el aislamiento de tu poder. Pero había gente que te conocía por lo que eras, por lo que podías ofrecer. Tus padres, su corte, tu tío abuelo… y Aedion. Aedion sabía que tú eras la Reina Que Fue Prometida, sin saber lo que aquello significaba, sin saber nada sobre ti, o sobre mí, o sobre lo que hice para salvar a mi propia gente. Aquellas palabras la golpearon como piedras. —La Reina Que Fue Prometida —dijo Aelin—. Pero no al mundo. A los dioses, a las llaves. Para pagar el precio. Para ser su sacrificio y de esa manera sellar las llaves del portal al fin. La aparición de Deanna no había sido solo para decirle cómo utilizar el espejo, sino para recordarle que ella pertenecía a ellos. Tenía una deuda con ellos. Aelin dijo en voz muy baja: —No sobreviví aquella noche en el Rio Florine por pura suerte, ¿no es así? Elena sacudió la cabeza. —Nosotros no… —No —la cortó Aelin—. Muéstrame. La garganta de Elena se movió de arriba abajo. Pero luego la neblina se volvió oscura y colorida, y hasta el propio aire alrededor de ellas se llenó de escarcha. Ramas quebrándose, respiraciones irregulares interrumpidas por sollozos jadeantes, pasos ligeros que aplastaban zarzales y matorrales. El estruendoso paso de un caballo acercándose… Aelin se obligó a quedarse quieta cuando aquella familiar madera congelada apareció, exactamente como la recordaba. Cuando ella misma apareció, tan pequeña y joven, en un camisón blanco, rasgado y embarrado, el cabello salvaje y los ojos brillantes con terror y una pena tan profunda que la había quebrado por completo. Frenética por llegar al rugiente río más allá, al puente. Los postes y el bosque se encontraban del otro lado. Su santuario… Manon maldijo en voz baja mientras Aelin Galathynius se lanzaba a través de los postes del puente, descubría que éste había sido cortado… y caía en picada hacia el embravecido y casi congelado río debajo. Ella había olvidado lo lejos que estaba esa caída. Lo violento que el oscuro río estaba, los rápidos blancos iluminados por la glacial luna elevada en el cielo. La imagen cambió y luego todo estuvo oscuro y en silencio, ellas estaban siendo revolcadas, una y otra vez, mientras el río la sacudía en su ira. —Había tanta muerte —susurró Elena mientras miraban cómo Aelin era arrojada, retorcida y arrastrada por el río. El frío era devastador—. Tanta muerte y tantas luces extinguidas —dijo con la voz quebrada—. Eras tan pequeña. Y luchaste… luchaste tan fuerte.


Y allí estaba ella, arañando el agua, dando patadas y azotes, tratando de salir a la superficie, al aire, y pudo sentir cómo sus pulmones comenzaban a ceder, podía sentir la presión aumentando… Luego la luz del Amuleto de Orynth que colgaba alrededor de su cuello parpadeó, símbolos verdosos bullendo como burbujas a su alrededor. Elena se arrodilló, observando el brillo del amuleto debajo del agua. —Ellos querían que yo te llevara, justo en aquel momento. Tú tenías el Amuleto de Orynth, todo el mundo creía que estabas muerta, y el enemigo estaba distraído con la masacre. Podía llevarte, ayudarte a rastrear las otras dos llaves. Se me permitió ayudarte. Y una vez que tuvimos las otras dos, estuve a punto de forzarte para que forjaras la Cerradura de nuevo. Usar cada última gota de ti para construir aquella Cerradura, evocar al portal, colocar las llaves en él, enviarlos a casa y terminar con todo. Tenías suficiente poder, incluso en ese momento. Te hubiese matado, pero estabas probablemente muerta de todas maneras. Por lo que me dejaron formar un cuerpo, para llegar a ti. Elena tomó una respiración estremeciéndose, a medida que una figura se zambullía dentro del agua. Una hermosa mujer con cabello plateado, usando un antiguo vestido. Ella tomó a Aelin de la cintura, empujándola cada vez más hacia arriba. Golpearon la superficie del río, estaba oscuro, ruidoso y salvaje, y fue todo lo que pudo hacer para agarrarse al tronco al que Elena la había empujado, clavar sus uñas en la madera mojada y no separarse de él mientras era arrastrada por el río hacia las profundidades de la noche. —Vacilé —exhaló Elena—. Te aferraste a aquel tronco con toda tu fuerza. Te habían quitado todo de ti, absolutamente todo, y sin embargo, tú continuaste luchando. No te rendiste. Y ellos me dijeron que me apurara, porque incluso su poder para mantenerme dentro de aquel cuerpo sólido se estaba debilitando. me dijeron que solo te tomara y me fuera, pero… vacilé. Aguardé hasta que hubieses llegado a la orilla del río. Lodo, juncos y árboles acechaban por encima de ella y la nieve aún cubría la empinada cuesta de la ribera. Aelin se observó trepar hasta aquella orilla, pasito a pasito dolorosamente, y sintió el fantasmal lodo congelado debajo de sus uñas, se sintió rota, su cuerpo congelado al desplomarse en la tierra y temblar, una y otra vez. Mientras un frío mortal se apoderaba de ella y Elena se arrastraba hacia la orilla a su lado. Mientras Elena la embestía, gritando su nombre, el frío y la conmoción insertándose en ella. —Pensé que el peligro estaba en que te ahogaras —susurró Elena—. No me di cuenta que al estar en el frío durante tanto tiempo… Sus labios estaban azules. Aelin miró como su propio pequeño pecho subía, bajaba, subía… Y luego dejaba de moverse.


—Moriste —susurró Elena—. Justo allí, tú moriste. Habías luchado con tantas fuerzas, y yo te fallé. Y en ese momento, no me importó haberle fallado nuevamente a los dioses, ni mi promesa de hacerlo bien, ni nada de eso. Todo lo que podía pensar… —las lágrimas corrían por el rostro de Elena—. Todo lo que podía pensar era lo injusto que era. Ni siquiera habías vivido, ni siquiera habías tenido una oportunidad… Y toda esa gente, que había deseado y esperado un mundo mejor… Tú no estarías allí para dárselo. Oh dioses. —Elena —dijo Aelin. La Reina de Adarlan sollozó entre sus manos, incluso cuando su versión anterior de ella misma sacudía a Aelin una y otra vez. Intentando despertarla, intentando revivir aquel pequeño cuerpo que no había resistido. La voz de Elena se quebró. —No podía permitirlo. No podía aguantarlo. No por el bien de los dioses, sino… sino por tu propio bien. La luz destelló en las manos de Elena, luego en su brazo y por último a lo largo de todo su cuerpo. Fuego. Ella se envolvió alrededor de Aelin, el calor derritiendo la nieve alrededor de ellas, secando la capa de hielo de su cabello. Los labios azules se volvieron rosas. Y un pecho que había dejado de respirar, ahora se elevaba. La oscuridad se desvaneció en la luz grisácea del amanecer. —Y luego los desafié. Elena la dejó sobre los juncos y se levantó, echando un vistazo hacia el río, el mundo. —Conocía a alguien que poseía una finca cerca de aquel río, tan alejado de tu hogar que tus padres habían tolerado su presencia siempre y cuando no fuese lo suficientemente estúpido como para causar problemas. Elena con un simple parpadeo de luz, despertó a Arobynn de un sueño profundo dentro de su antigua residencia en Terrasen. Como si estuviese en un trance, se calzó sus botas, su cabello rojizo resplandeciente bajo la luz del amanecer, montó su caballo y partió hacia el bosque. Tan joven, su antiguo maestro. Solo algunos años mayor que la edad que ella tenía ahora. El caballo de Arobynn se detuvo como si alguien le hubiese dado un tirón a sus riendas, y el asesino escaneó el embravecido río, los árboles, como si estuviese buscando algo que no sabía incluso que estaba allí. Pero allí estaba Elena, invisible como los rayos del sol, agazapándose entre los juncos cuando los ojos de Arobynn cayeron sobre la pequeña y sucia figura inconsciente sobre la orilla del río. Desmontó de su caballo con una gracia felina, quitándose la capa de un tirón mientras se arrodillaba en el lodo e intentaba sentir su respiración.


—Sabía lo que era, lo que probablemente haría contigo. El entrenamiento que recibirías. Pero era preferible eso antes que la muerte. Y si podías sobrevivir, si lograbas crecer fuerte, si tenías una oportunidad de llegar a la adultez, pensé que quizás podrías darle a aquellas personas quienes habían deseado y soñado con un mundo mejor… por lo menos una oportunidad. Ayudarlos, antes que la deuda fuese reclamada nuevamente. Las manos de Arobynn vacilaron al notar el Amuleto de Orynth. Él le quitó el amuleto de alrededor de su cuello y lo puso en su bolsillo. Gentilmente la alzó en brazos y la llevó hacia la ladera donde los aguardaba su caballo. —Eras tan joven —repitió Elena—. Y más allá de los soñadores, más allá de la deuda… quería darte tiempo. Para que al menos supieras lo era vivir. Aelin dijo con voz ronca: —¿Cuál fue el precio, Elena? ¿Qué te hicieron por esto? Elena envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo mientras la imagen se desvanecía; Arobynn montando su caballo con Aelin en sus brazos. La neblina se arremolinó nuevamente. —Una vez que esté hecho —Elena logró decir—, yo me iré, también. Por el tiempo que te compré, cuando este juego haya finalizado, mi alma se derretirá en la oscuridad. No veré a Gavin, ni a mis hijos, o mis amigos… Habré desaparecido. Para siempre. —¿Lo sabías antes de…? —Si. Ellos me lo advirtieron, una y otra vez. Pero… no podía. No podía hacerlo. Aelin se arrodilló ante la reina. Tomó el rostro surcado por lágrimas de Elena entre sus manos. —Mi precio es innombrable —dijo Aelin, su voz quebrándose. Elena asintió. —El espejo no era más que eso… un espejo. Un ardid para atraerte hasta aquí. Para que pudieras entender todo lo que hicimos —solo una pizca de metal y vidrio, había dicho Elena cuando Aelin la había convocado en la Bahía de la Calavera—. Pero ahora estas aquí, y lo has visto. Ahora has comprendido el costo. Para forjar la Cerradura de nuevo, para poner las tres llaves de vuelta en el portal… Una marca brilló en la frente de Aelin, calentando su piel. La marca bastarda de Brannon. La marca de alguien que no tenía nombre. —La sangre de Mala debe ser derramada, tu poder debe ser utilizado. Cada gota de magia, de sangre. Tú eres el costo, para construir una nueva Cerradura y sellar las llaves dentro del portal. Para completar el Portal del Wyrd. Aelin dijo suavemente:


—Lo sé —ella lo había sabido durante algún tiempo ahora. Se había estado preparando para ello lo mejor que podía. Preparando cosas para los otros. Aelin le dijo a la reina: —Tengo dos llaves. Si puedo encontrar la tercera, robársela a Erawan… ¿vendrás conmigo? ¿Me ayudarás a terminar con esto de una vez por todas? ¿Vendrás conmigo, así no estaré sola? Elena asintió, pero susurró —Lo siento. Aelin bajó las manos del rostro de la reina. Tomo un profundo y estremecedor respiro. —¿Por qué no me lo dijiste desde el principio? Detrás de ellas, tenía la vaga sensación que Manon estaba evaluando todo silenciosamente. —Apenas estabas saliendo trepando de la esclavitud —le dijo Elena—. Duramente te mantenías en una sola pieza, intentando de todas maneras pretender que continuabas estando fuerte y entera. Había solo ciertas cosas que podía hacer para guiarte, como darte empujoncitos a lo largo del camino. El espejo fue forjado y escondido para que algún día te mostrase todo esto. De una forma en la que yo no podía hacerlo, no cuando solo podía conseguir unos pocos minutos cada vez. —¿Por qué me dijiste que fuera hacia Wendlyn? Maeve era una amenaza tan grande como Erawan. Glaciares ojos azules se encontraron con los de ella por fin. —Lo sé. Maeve ha deseado desde hace tiempo recuperar la posesión de las llaves. Mi padre creía que existía otra razón además de la conquista. Algo más oscuro, peor. No sé por qué ella solo comenzó a perseguirlas una vez que tú llegaste. Pero te envié hacia Wendlyn para que te curaras. Y así pudieras… encontrarlo. El que ha estado esperándote durante mucho tiempo. El corazón de Aelin se quebró. —Rowan. Elena asintió. —Él era una voz en el vacío, un soñador secreto, silencioso. Al igual que sus compañeros. Pero el Príncipe Fae, él era… Aelin retuvo su llanto. —Lo sé. Lo he sabido por un largo tiempo. —Quería que conocieras esa alegría también —susurró Elena—. Aunque fuese brevemente.


—Lo hice —logró decir Aelin —. Gracias. Elena cubrió su rostro al escuchar aquellas palabras, temblando. Pero después de un momento, escudriñó a Aelin y luego a Manon, en silenciosa evaluación. —El poder del espejo embrujado se está desvaneciendo; no podrá mantenerte aquí mucho tiempo más. Por favor, déjame mostrarte lo que debe hacerse. Cómo terminarlo. No serás capaz de verme después, pero… yo estaré a tu lado. Hasta el final, cada paso del camino, estaré contigo. Manon se limitó a colocar una mano en su espada mientras Aelin tragaba y decía: —Muéstrame, entonces. Así lo hizo Elena. Y cuando hubo terminado, Aelin se quedó en silencio. Manon estaba caminando de un lado al otro, gruñendo en voz baja. Pero Aelin no se alejó cuando Elena se inclinó para besarle la frente, justo en el lugar donde esa maldita marca había estado durante toda su vida. Una pizca de esclavitud, estigmatizada por el matadero. La marca de Brannon. La marca del nacido bastardo… la Innombrable. Mi precio es innombrable. Para comprarles un futuro, ella estaba dispuesta a pagarlo. Había hecho todo lo que había podido para poner las cosas en marcha y asegurarse que, una vez que ella se hubiese ido, la ayuda aún llegase. Era la única cosa que podía darles, su último regalo a Terrasen. A aquellos a quienes había amado con el fuego incontrolable de su corazón. Elena acarició su mejilla. Luego, la antigua reina y la neblina desaparecieron. La luz del sol las inundó, cegándolas tan violentamente que bufaron y chocaron entre sí. La salmuera del mar, el romper de las olas cercanas y el crujido de las algas marinas las recibieron. Y aún más allá, en la distancia, el clamor y el bramido de la guerra. Estaban en los alrededores de los pantanos, sobre la orilla del mar, la batalla librada millas y millas a la mar. Habían debido de viajar dentro de la niebla, de alguna forma. Una suave risa femenina se filtró entre los pastos. Aelin conocía aquella risa. Y sabía que, de alguna forma, quizás no habían viajado a través de la niebla… Pero habían sido posicionados allí. Por cualquier fuerza que estuviese de turno, por cualquier dios que estuviese observando. Para plantarse en el arenoso campo ante el mar turquesa, los guardias muertos que llevaban las armaduras de Briarcliff habían sido masacrados sobre las dunas cercanas, y continuaban desangrándose. Para plantarse ante la Reina Maeve de las Fae. Elide Lochan estaba arrodillada ante ella, con la espada de un guerrero Fae clavada en su garganta.


Capítulo 69 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Aedion había enfrentado ejércitos, enfrentado a la muerte más veces de las que podía contar, pero esto... Incluso con lo que Rowan había hecho… la flota enemiga aún los superaba en número. La batalla entre barcos se había vuelta muy peligrosa, los portadores de magia muy conscientes de Lysandra como para permitirle atacar bajo las olas. Así que ella ahora pelaba ferozmente al lado de Aedion en su forma de leopardo fantasma, derribando a cualquier soldado Fae que intentara subir a su barco. Cualquier soldado que se hiciera camino a través de la ya desgastada y frágil magia de Rowan y Dorian. Su padre se había ido. Fenrys y Lorcan, también. Vio por última vez a su padre en el alcázar de uno de los barcos que tenía a su cargo, una espada en cada mano, el León listo para matar. Y como si sintiera la mirada de Aedion, una barrera de luz dorada se había envuelto a su alrededor. Aedion no era lo suficientemente estúpido como para demandarle a Gavriel que la removiera, no mientras el escudo se contraía y contraía, hasta que cubrió a Aedion como una segunda piel. Minutos más tarde, Gavriel se había ido, había desaparecido. Pero ese escudo mágico permaneció. Ese había sido el inicio del duro giro que habían tomado, regresando a la defensiva mientras meros números y peleas de mortales contra inmortales tomaban su lugar en la flota. No tenía duda alguna de que Maeve tenía algo que ver con esto. Pero esa perra no era su problema. No, su problema era la armada alrededor de él; su problema era el hecho de que los soldados enemigos con los que peleaba estaban altamente entrenados y no caían tan fácilmente. Su problema era que el brazo con el que blandía su espada dolía, su escudo estaba incrustado de flechas y abollado, y aún más de esos barcos de extendía allá a la distancia. Aedion no se permitió pensar sobre Aelin, sobre dónde podría estar. Sus instintos Fae se irguieron ante el estruendo que comenzaba a surgir de la magia de Rowan y Dorian, y luego lanzándose hacia el flanco enemigo. Barcos se rompieron en esa ola de ese poder; guerreros ahogados por el peso de su armadura. Su propio barco se disparaba de vuelta desde donde habían estado peleando gracias a la corriente de poder, y Aedion aprovechó el respiro para girarse hacia Lysandra. Sangre de sus propias heridas y algunas que él había infligido le cubrían, mezcladas con el sudor cayendo por su piel. Y le dijo a


la cambia formas —Quiero que huyas. Lysandra giró una cabeza peluda hacia él, con sus pálidos ojos color verde estrechándose levemente. Sangre y piel caían desde sus fauces hacia la madera del barco. Aedion mantuvo su mirada. —Transfórmate en un ave o una polilla o un pez, me importa poco- y vete. Si estamos a punto de caer, huye. Es una orden. Ella gruñó, como si diciendo, Tú no me das órdenes. —Técnicamente te supero en rango—Le dijo, pasando su espada hacia abajo por su escudo para quitar dos flechas incrustadas mientras se deslizaban de nuevo hacia otro barco lleno de guerreros Fae bien descansados—. Así que huye. O patearé tu trasero en el Más Allá. Lysandra le miró asechándolo. Otro hombre pudo haberse hecho para atrás con un predador de ese tamaño rondando tan cerca. Algunos de sus propios soldados lo hicieron. Pero Aedion se mantuvo firme mientras se levantaba con sus patas traseras, esas enormes patas posándose en sus hombros, trayendo su sangrienta cara felina frente a la de él. Sus bigotes mojados se movieron. Lysandra se inclinó y acarició su mejilla, su cuello. Y luego anduvo de vuelta a su lugar, sangre salpicando bajo sus silenciosas patas. Cuando ella se dignó a mirar donde él se encontraba, escupiendo sangre en la cubierta, Aedion dijo suavemente —La próxima vez, haz eso en tu forma humana. Su felpuda cola sólo se rizó un poco como en respuesta. Pero su barco se dirigió de vuelta hacia su nuevo atacante. La temperatura cayó en picada, ya fuera por Rowan, o Dorian, o uno de los Whitethorn, Aedion no supo por quién. Habían tenido la suerte de que Maeve había traído una armada cuyos portadores de magia estaban en su mayoría en la flota de Rowan. Aedion se preparó, separando sus pies mientras viento y hielo se abrían paso entre las líneas enemigas. Soldados Fae, tal vez algunos que Rowan mismo había comandado, gritaron. Pero Rowan y Dorian atacaron despiadadamente. Línea tras línea, Rowan y Dorian dispararon su poder sobre la Flota de Maeve. Y a pesar de ello más barcos pasaron sobre esos, interceptando a Aedion y a los otros. Ansel de Briarcliff resistió en el flanco izquierdo, y… las líneas permanecieron firmes. Incluso si las flotas de Maeve aún los sobrepasaban.


El primer soldado Fae que libró la línea de la barandilla del barco se dirigió directo a Lysandra. Fue el último error que cometió. Ella saltó, esquivando al guardia y cerrando sus mandíbulas alrededor de su cuello. Huesos crujieron y sangre salpicó. Aedion se lanzó hacia enfrente a enfrentar al siguiente soldado sobre la barandilla, irrumpiendo a través de los ganchos para abordar que se habían puesto y aterrizando a salvo. Aedion se adentró en una calma asesina, un ojo en la cambia formas, quien tumbaba a un soldado tras otro, el escudo dorado de su padre manteniéndose firme alrededor de ella también. La muerte llovía sobre ellos. Pero no se permitió pensar sobre cuántos aún faltaban. Cuántos Dorian y Rowan habían derribado, las ruinas de los barcos acumulándose sobre ellos, sangre y restos abarrotando el mar. Por lo que Aedion siguió matando. Y matando. Y matando.

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El aliento de Dorian quemaba en su garganta, su magia era lenta, y tenía un dolor de cabeza pulsando en sus sienes, pero él siguió desatando su poder sobre las líneas enemigas mientras soldados peleaban y morían alrededor de él. Demasiados. Demasiados soldados entrenados, unos cuantos pocos bendecidos con magia y que la habían usado para pasar sobre ellos. No se atrevió a mirar cómo a los otros les estaba yendo. Todo lo que escuchaba eran gruñidos y gritos de ira, chillidos de gente muriendo, y el crepitar de la madera y el corte de cuerdas. Las nubes se habían formado y acumulado sobre ellos, bloqueando el sol. Su magia cantaba mientras congelaba la vida de barcos, de soldados, como si se bañara en su muerte. Pero su magia aun así caía. Había perdido ya la cuenta sobre cuánto tiempo había pasado. A pesar de ello, seguían viniendo. Y a pesar de ello, Manon y Aelin no habían regresado. Rowan mantenía el frente de batalla, sus armas apuntando, listas ante cualquier soldado lo suficientemente estúpido como para intentar acercarse. Pero muchos rompían y pasaban por su magia. Muchos ya listos los abrumaban.


Y así como lo pensó, el bramido de dolor de Aedion llegó a través de las olas. Hubo un rugido de furia que le hizo eco. ¿Estaba Aedion…? El sabor cobrizo de la sangre cubrió la boca de Dorian, el agotamiento. Otro rugido, profundo y bramante, escindió al mundo. Dorian se preparó a sí mismo, preparando su magia quizás por una última vez. Ese rugido sonó de nuevo mientras una figura poderosa salía disparada desde las pesadas nubes. Un wyvern. Un guiverno con relucientes alas. Y detrás de él, descendiendo hacia la flota Fae con retorcido placer, otros doce volaban.


Capítulo 70 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Lysandra conocía ese rugido. Y ahí estaba Abraxos, descendiendo de las pesadas nubes, con otros doce wyverns con jinetes detrás de él. Brujas Ironteeth1. —¡Alto el fuego! —Bramó Rowan desde una lejanía de media docena de barcos, hacia los arqueros que habían preparado sus últimas flechas hacia la bruja de cabellera dorada cerca de Abrazos, con su wyvern de azul pálido lanzando un rugido de guerra. Las otras brujas y sus wyverns desataron el infierno sobre las Hadas, chocando con sus líneas, arrancando pieles y ropas, dándoles a ellos un momento de descanso. Cómo sabían a quién atacar, para qué lado pelear… Abraxos y los otros once se inclinaron hacia el norte en un suave movimiento, y luego se estrellaron contra la flota enemiga entrada en pánico. La mujer de cabelleras dorada, sin embargo, giró hacia el barco de Lysandra, su wyvern azul cielo aterrizando con elegancia sobre la proa. La bruja era hermosa, con una tira de cuero trenzado negro a través de su frente, y dijo en general sin dirigirse a nadie —¿Dónde está Manon Blackbeak? —¿Quién eres tú? –Le demandó Aedion, con su voz áspera. Pero hubo un reconocimiento en sus ojos, recordando ese día en el templo de Temis… La bruja hizo una mueca, revelando dientes blancos, pero hierro brillando en la punta de sus dedos. —Asterin Blackbeak, a tu servicio –Ella escaneó los barcos asediados—¿Dónde está Manon? Abraxos nos guió… —Es una larga historia, pero ella está aquí—Le dijo Aedion a gritos por encima de todo el alboroto. Lysandra se deslizó más cerca, analizando a la bruja, al aquelarre causando estragos sobre las líneas de los guerreros Fae—. Tú y tus Trece salven nuestros traseros, bruja—Le dijo Aedion—y te diré cualquier maldita cosa que quieras. Una sonrisa maliciosa y luego una inclinación de su cabeza. 1

Ironteeth: dientes de hiero


—Entonces limpiaremos el campo para ustedes. Y Asterin y su wyvern salieron disparados hacia arriba, y se impulsaron entre las olas, disparadas hacia donde las otras estaban peleando. Mientras Asterin se acercaba, los wyverns y sus jinetes retrocedieron, levantándose alto en el aire, yendo a formación. Un martillo a punto de dar el golpe. Los Fae lo sabían. Comenzaron a aventar escudos débiles, disparando salvajemente hacia ellas, su pánico haciendo su puntería torpe. Pero los wyverns estaban cubiertos con armaduras –eficientes y hermosas armaduras. Las Trece se rieron de su enemigo mientras embestían contra su flanco sur. Lysandra deseaba tener la fuerza suficiente para cambiar de forma –una última vez. Para unírseles en esa gloriosa destrucción. Las Trece arremetieron contra los barcos llenos de pánico entre ellas, rompiéndolos, usando cada arma en su arsenal –wyverns, espadas, dientes de hierro. Lo que salía de eso recibía la brutal misericordia de la magia de Rowan y Dorian. Y lo que pasaba de eso… Lysandra encontró la mirada llena de sangre de Aedion. El príncipe general bufó en esa forma insolente digna de él, enviado una emoción aún más salvaje que el hambre de sangre a través de ella. —¿No queremos que esas brujas nos hagan ver mal, verdad? Lysandra le regresó la sonrisa y se lanzó de nuevo a la batalla.

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No muchos más. La magia de Rowan estaba tensada a su punto de quiebre, su pánico un bramido sordo en el fondo de su mente, pero siguió atacando, siguió blandiendo sus espadas a cualquiera que pasaba su viento y hielo, o los golpes del poder bruto y desenfrenado de Dorian. Fenrys, Lorcan, y Gavriel habían desaparecido hace una hora o una vida, desvaneciéndose a donde fuera que Maeve los hubiera llamado sin duda alguna, pero la armada se mantuvo firme. Quienes fueran los hombres de Ansel de Briarcliff, no se acobardaban por los guerreros Fae. Y no eran extraños a la masacre. Tampoco lo eran los hombres de Rolfe. Ninguno de ellos huyó. Las Trece continuaron causando estragos sobre la flota de Maeve ya entrada en pánico. Asterin Blackbeak ladraba órdenes desde lo alto, las doce brujas rompiendo las líneas enemigas con fiera y calculada determinación. Si así era como un aquelarre peleaba, un ejército de ellas… Rowan apretó sus dientes mientras los barcos restantes decidieron ser más inteligentes que sus


compañeros muertos y comenzaron a retirarse lejos. Si Maeve les había dado la orden de retirarse… Muy mal. Muy malditamente mal. Mandaría su propio barco a las oscuras profundidades él mismo. Le dio a Asterin un silbido grave la siguiente vez que pasó sobre él, reuniendo a sus Trece de nuevo. Ella le silbó de vuelta en confirmación. Las Trece se lanzaron sobre la armada que huía. La batalla cesó, olas rojas llenas de restos flotando y fluyendo con la marea. Rowan le dio la orden al capitán de mantener las líneas y que se encargara de cualquier estupidez por parte de la armada de Maeve si alguno de los barcos decidía no girar y huir. Sus piernas temblando, sus brazos sacudiéndose tan fuerte que tenía miedo de que si soltaba sus armas tal vez no las volvería a poder agarrar; Rowan cambió de forma y voló alto. Sus primos se habían unido a Las Trece en su persecución de la flota ahora intentando escapar. Él evito la urgencia de contar. Pero… Rowan voló más alto, escaneando. Había un bote faltante. Un bote en el que él había zarpado, trabajado, peleado en sus guerras y viajes pasados. El buque de guerra principal de Maeve, el Ruiseñor, no estaba en ningún lugar a la vista. No dentro de la flota que huía, ahora evadiendo a los nobles de la familia Whitethorn y a Las Trece. No dentro de los grupos de los cascos hundidos de barcos, llenos de sangre en el mar. La sangre de Rowan se heló. Pero se lanzó hacía el barco de Lysandra y Aedion rápido y decidido, donde la sangre cubría la cubierta de forma tan densa que onduló mientras cambiaba de vuelta y aterrizaba en ella. Aedion estaba cubierto de sangre, tanto de la suya como la de otros; Lysandra estaba purgando un estómago lleno de ella. Rowan se las arregló para mover a sus piernas a través de los Fae caídos. No se atrevió a mirar tan de cerca sus rostros. —¿Ella ha vuelto?—Le demandó inmediatamente Aedion, estremeciéndose mientras ponía peso en su muslo. Rowan analizó la herida de su hermano. Tendría que sanarlo pronto –tan pronto como la magia se recuperara. En un lugar como este, incluso la sangre de Hada de Aedion no podía mantener la infección lejos por mucho tiempo. —No lo sé—Le dijo Rowan. —Encuéntrala—Gruñó Aedion. Desvió la mirada de Rowan sólo parar mirar a Lysandra cambiar de vuelta a su forma humana –y pasar un ojo sobre sus heridas que cubrían su piel. La piel de Rowan se apretó contra sus huesos. Tenía la sensación de que el suelo estaba a punto de resbalarse bajo sus pies cuando Dorian apareció en la barandilla de la cubierta principal, su rostro pálido y descolorido, sin duda por usar su magia para impulsar un bote hasta acá, jadeando.


—La costa. Aelin está allá en la costa donde mandó a Elide… todos están allá. Eso estaba a kilómetros de distancia. ¿Cómo rayos habían llegado todos allá? —¿Cómo lo sabes? —Le demandó Lysandra, haciendo un nudo en su pelo con sus dedos ensangrentados. —Porque puedo sentir algo allá afuera—Le dijo Dorian—. Fuego y sombras y muerte. Como Lorcan y Aelin y alguien más. Alguien antiguo. Poderoso—Rowan se preparó para ello, pero aún no estaba listo para el verdadero terror cuando Dorian terminó—. Y femenino. Maeve los había encontrado. La batalla no había sido ningún tipo de victoria o conquista. Sino una distracción. Mientras Maeve se escabullía para obtener el verdadero premio. Ellos nunca llegarían lo suficientemente rápido. Si volaba por su cuenta, su magia ya drenada a un punto de quiebre, podría ser de un poco de ayuda. Tenían esperanza. Aelin tenía esperanza, si todos ellos estuvieran allá. Rowan giró hacia el horizonte detrás de ellos, hacia los wyverns destruyendo los restos de la flota. A remos le tomaría mucho tiempo; su magia estaba despedazada. Pero un wyvern… eso podría ayudar.


Capítulo 71 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

La Reina de los Fae era exactamente como Aelin la recordaba. Una bata oscura se arremolinaba a su alrededor, un hermoso rostro pálido debajo del cabello color onyx, labios rojos formando una débil sonrisa… Ninguna corona adornaba su cabeza, dado que todos los que respiraban e incluso los muertos que descansaban, la conocían por lo que realmente era. Sueños y pesadillas materializadas, el lado oscuro de la luna. Y arrodillado ante Maeve se encontraba un impávido centinela sosteniendo una espada hacia la garganta desnuda de Elide, que se estremeció. Sus guardias, todos los hombres del ejército de Ansel, probablemente habían sido asesinados antes que pudieran gritar una advertencia. Por las armas que estaban solo un poco salidas de sus fundas, ellos ni siquiera habían tenido la oportunidad de luchar. Manon se había quedado tiesa como un muerto al ver a Elide, sus uñas de hierro deslizándose libremente. Aelin forzó una media sonrisa y empujó su crudo y ensangrentado corazón adentro de una caja en las profundidades de su pecho. —No tan impresionante como Doranelle, si quieres saber mi opinion, pero por lo menos un pantano realmente refleja tu verdadera naturaleza, ¿sabías? Será un maravilloso nuevo hogar para tí. Definitivamente vale el costo de llegar hasta aquí para conquistarlo. Al pie de la colina que llevaba hacia la playa, un pequeño grupo de Fae las monitoreaba. Machos y hembras, todos armados, todos extraños. Un enorme y elegante navío se encontraba sobre la tranquila bahía más allá. Maeve sonrió ligeramente. —Que alegría saber que tu usual buen humor se mantiene íntegro en estos días tan oscuros. —¿Cómo no lo haría, cuando tantos bonitos machos tuyos se encuentran en mi compañía? Maeve ladeó su cabeza, la espesa cortina de cabello oscuro deslizándose por un hombro. Y como si fuese una respuesta, Lorcan apareció en el borde de las dunas, jadeando, con ojos salvajes y la espada desenvainada. Su enfoque, y horror notó Aelin, estaba puesto en Elide. En el centinela que sostenía la espada contra su cuello blanco. Maeve le dedicó una sonrisita al guerrero, pero su mirada estaba puesta en Manon.


Con su atención en otro lado, Lorcan se posicionó al lado de Aelin, como si de alguna manera fuesen aliados en estos y debieran luchar lado a lado. Aelin no se molestó en decirle nada a él. No mientras Maeve le decía a la bruja: —Conozco tu rostro. Aquel rostro se mantuvo frío e imperturbable. —Deja ir a la chica. Una corta y susurrante risa. —Ah —el estómago de Aelin se contrajo mientras el enfoque de aquella anciana ahora cambiaba hacia Elide—. Reclamada por una reina, una bruja, y… por mi Segundo al mando, parece. Aelin se tensó. No creía que Lorcan estuviese respirando a su lado. Maeve jugueteó con una mecha del cabello de Elide. La Señora de Perranth se sacudió. —La chica por la cual Lorcan Salvaterre me llamó para que salvara. Aquella propagación del poder de Lorcan el día que la flota de Ansel los asedió… Ella había sabido que era una evocación. De la misma manera en que ella había llamado al Valg hacia la Bahía de la Calavera. Ella se había rehusado a explicar inmediatamente la presencia de Ansel, queriendo disfrutar la sorpresa por ello, y él había evocado a la escuadra de Maeve para que atacara lo que creía que era una flota enemiga. Para salvar a Elide. Lo único que dijo Lorcan fue: —Lo siento. Aelin no sabía si sus palabras iban dirigidas a ella o a Elide, cuyos ojos ahora se habían ampliado con indignación. Igualmente Aelin dijo: —¿Creías que yo no lo sabía? ¿Que no tomé precauciones? Lorcan frunció el ceño. Aelin se encogió de hombros. Pero Maeve prosiguió: —Señora Elide Lochan, hija de Cal y Marion Lochan. Con razón la bruja estaba ansiosa por rescatarte, si su linaje corre por tus venas. Manon gruñó una advertencia. Aelin le dijo a la Reina de los Fae: —Bueno, no has arrastrado tu esqueleto prehistórico hasta aquí para nada. Así que sigamos con esto. ¿Qué quieres por la chica?


Una sonrisa de vívora curvó los labios de Maeve nuevamente.

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Elide estaba temblando; cada hueso, cada poro de su cuerpo estaba estremeciéndose de miedo ante la reina inmortal plantada por encima suyo, ante la espada del guardia en su garganta. El resto de la escolta de la reina guardaba distancia, pero era a la escolta de quien no apartaba la mirada Lorcan, su rostro tenso, su propio cuerpo casi agitado debido a la ira contenida. ¿Esta era la reina a quién le había dado su corazón? ¿A esta fría criatura quien miraba al mundo sin alegría en sus ojos? ¿Quien había matado a aquellos soldados sin siquiera un pestañeo de vacilación? La reina a quien Lorcan había evocado por ella. Había traído a Maeve para salvarla a ella. La respiración de Elide se volvió rasposa en su garganta. Él los había traicionado. Había traicionado a Aelin por ella. —¿Qué debería exigir como pago por la chica? —Meditó Maeve, acercándose unos pasos hacia ellos, con la gracia de un rayo de luna—. ¿Por qué no me lo dice mi Segundo al mando? Tan ocupado, Lorcan. Has estado tan, tan ocupado estos meses. Su voz sonó ronca al agachar la cabeza. —Lo hice por ti, Majestad. —¿Entonces donde está mi anillo? ¿Dónde están mis llaves? Un anillo. Elide estaba dispuesta a apostar que era el anillo dorado que estaba en su dedo, escondido debajo de su otra mano mientras ella los tensaba ante ella. Pero Lorcan señaló con su barbilla a Aelin. —Ella las tiene. Dos llaves. El frío atravesó a Elide. —Lorcan. —la espada del guardia se retorció contra su garganta. Aelin solo dirigió una fría mirada hacia Lorcan. Él no miró a Elide ni a Aelin. No hizo mucho más que reconocer su existencia al proseguir. —Aelin posee dos, y probablemente tiene una buena idea de dónde Erawan tiene escondida la tercera.


—Lorcan —suplicó Elide. No, no, él no estaba a punto de hacer esto, a punto de traicionarlas nuevamente. —Cállate —le gruñó a ella. La mirada de Maeve viajó nuevamente hacia Elide. La antigua y eterna oscuridad en ella era asfixiante. —Qué intimidad usas cuando pronuncias su nombre, Señora de Perranth. Qué intimidad. El pequeño bufido de Aelin fue su única señal de advertencia. —¿No tienes mejores cosas para hacer que atemorizar humanos? Libera a la chica y lleguemos a un acuerdo de la forma divertida. Llamas bailaron en los dedos de Aelin. No. Su magia había sido vaciada, todavía estaba cerca de agotarse. Pero Aelin dio un paso hacia adelante, empujando a Manon con un lado de su cuerpo mientras pasaba, forzando así a la bruja a alejarse. Aelin sonrió. —¿Quieres bailar, Maeve? Aelin disparó una mirada cortante sobre su hombro a Manon, como si fuera a decirle Corre. Agarra a Elide en el momento que Maeve baje la guardia y corre. Maeve le devolvió la sonrisa a Aelin. —No creo que seas una apropiada pareja de baile en estos momentos. No cuando tu magia ha mermado casi por completo. ¿En serio creiste que mi llegada dependió únicamente del llamado de Lorcan? ¿Quién crees que incluso le susurró a Morath que ciertamente tú estabas aquí? Por supuesto, los tontos no se dieron cuenta que, una vez que te hubieses consumido con sus ejércitos, yo estaría esperando. Ya estabas exhausta después de haber apagado los incendios que hice comenzar a mi escuadra para agotarte en la costa de Eyllwe. Fue una conveniencia que Lorcan te haya dado la localización precisa y me haya ahorrado el trabajo de rastrearte yo misma. Una trampa. Una enorme y retorcida trampa. Para drenar el poder de Aelin a lo largo de días, semanas. Pero Aelin elevó una ceja. —¿Trajiste un flota entera solo para comenzar unos pocos incendios? —Traje una flota para ver si estarías a la altura de las circunstancias. Aparentemente, el Príncipe Rowan sí lo estaba. La esperanza se disparó en el pecho de Elide. Pero luego Maeve agregó: —La escuadra era solo una precaución. En caso que los ilken no llegaran para que tu poder se drenara por completo… supuse que algunos cientos de barcos servirían como buena madera para incendiar hasta que estuviera lista.


Sacrificar toda su flota, o parte de ella, para ganar un premio… Era una locura. La reina estaba completamente loca. —Hagan algo —siseó Elide a Lorcan y a Manon—. Hagan algo. Ninguno de ellos respondió. Las llamas alrededor de los dedos de Aelin se expandieron hacia su mano, luego hacia su brazo mientras ella le decía a la antigua reina: —Lo único que oigo es un montón de parloteo. Maeve lanzó una mirada a su escolta y ellos se alejaron. Llevandose a Elide con ellos, con la espada aún en su garganta. Aelin le dijo mordazmente a Manon: —Sal de su alcance. La bruja se quedó atrás, pero sus ojos estaban sobre el guardia que sostenía a Elide, engulliendo cada detalle que podia. —No puedes esperar ganar —dijo Maeve, como si estuviesen a punto de jugar a las cartas. —Por lo menos la pasaremos bien hasta el final —canturreó Aelin, las llamas ahorra cubriéndo su cuerpo por completo. —Oh, no tengo interés en matarte —ronroneó Maeve. Luego ambas explotaron. Las llamas se dispararon hacia afuera, rojas y doradas, al mismo instante en que una pared de oscuridad azotó a Aelin. El impacto sacudió al mundo. Incluso Manon cayó sobre su trasero. Lorcan ya estaba moviéndose. El guardia que sostenía a Elide bañó su cabello con sangre cuando Lorcan cortó su garganta. Los otros dos guardias detrás de él murieron de un hachazo a la cara, uno tras otro. Elide saltó hacia arriba, su pierna rugiendo de dolor, y corrió hacia Manon en un puro y ciego instinto, pero Lorcan la agarró por el cuello de su tunica. —Idiota, tonta —chasqueó él, ella lo rasguñó. —Lorcan, sostén a la chica —dijo en voz baja Maeve, ni siquiera mirando en su dirección—. Que no se te ocurra ninguna estúpida idea de huir con ella —él se quedó completamente tieso, su agarre


cada vez más fuerte. Maeve y Aelin atacaron nuevamente. Luz y oscuridad. La arena vibró a lo largo de las dunas, las olas se propagaron. Únicamente ahora… Maeve solo se había atrevido a atacar a Aelin ahora. Porque Aelin con su fuerza completa… Aelin podía vencerla. Pero Aelin, con sus poderes casi agotados… —Por favor —le suplicó Elide a Lorcan. Pero él la sostenía firmemente, esclavizado por la orden que Maeve le había dado, con un ojo sobre las reinas combatiendo y el otro sobre los escoltas quienes no eran lo suficientemente idiotas como para acercarse luego de haber presenciado lo que él había hecho con sus compañeros. —Corre —le dijo Lorcan al oído—. Si deseas vivir, corre, Elide. Piérdeme de vista, esquiva su orden. Empújame, y corre. Ella no lo haría. Moriría antes de huir como una cobarde, no cuando Aelin haría hasta lo imposible por todos ellos, cuando… La oscuridad devoró las llamas. E incluso Manon se encogió cuando Aelin fue empujada hacia atrás. Una pared de llamas, fina como el papel, evitaba que la oscuridad alcanzara su meta. Una pared que se agitaba… Ayuda. Necesitaban ayuda. Aelin no vió el golpe a la derecha. Elide intentó gritar una advertencia, pero ya era tarde. Un azote de negrura cortó a través de Aelin. Ella cayó. Y Elide pensó que el impacto de las rodillas de Aelin Galathynius golpeando la arena, bien podría haber sido el sonido más horrible que alguna vez hubiese escuchado. Maeve no desperdició su ventaja. La oscuridad se derramó sobre ella, golpeándola una y otra vez. Aelin intentó esquivarla, pero falló. No había nada que Elide pudiera hacer mientras Aelin gritaba.


Mientras la oscuridad y el antiguo poder la golpeaban al igual que un martillo golpea un yunque. Elide le suplicó a Manon, ahora solo a unos pocos pasos de distancia: —Has algo. Manon la ignoró, sus ojos fijos en la batalla frente a ellos. Aelin se arrastró hacia atrás, sangre saliendo de su fosa nasal derecha. Goteando sobre su camisa blanca. Maeve avanzó, la oscuridad arremolinándose en torno a ella como un viento letal. Aelin trató de levantarse. Lo intentó, pero sus piernas ya no le respondían. La Reina de Terrasen jadeó, el fuego parpadeaba como brasas extintas a su alrededor. Maeve la señaló con un dedo. Un azote negro, más rápido que el fuego de Aelin, salió disparado. Se envolvió alrededor de su garganta. Aelin lo agarró, destrozándolo, sus dientes al descubierto, llamas estallando una y otra vez. —¿Por qué no utilizas las llaves, Aelin? —ronroneó Maeve—. Seguramente ganarías de esa manera. Úsalas, le suplicó Elide. Úsalas. Pero Aelin no lo hizo. La espiral de oscuridad se intensificó alrededor de la garganta de Aelin. Las llamas soltaban chispas y luego morían. Luego, la oscuridad se expandió, envolviendo nuevamente a Aelin y estrujándola fuertemente, apretándola hasta que comenzó a gritar de tal forma que Elide supo que se trataba de una incommensurable agonía. Un despiadado gruñido se escuchó por lo bajo desde los alrededores, la única advertencia antes que un enorme lobo saltara a través de la pradera marina y se transformara. Fenrys. Un latido más tarde, un león montañes apareció sobre una duna, contempló la escena y se transformó también. Gavriel. —Déjala ir —gruñó Fenrys a la oscura reina, avanzando un paso—. Déjala ir ahora. Maeve volvió la cabeza, la oscuridad aún azotando a Aelin. —Miren quien llegó finalmente. Otro grupo de traidores —alisó una arruga de su vestido suelto—. Que valiente esfuerzo has hecho, Fenrys, retrasando tu llegada a esta playa tanto como pudiste,


resistiendo mis llamadas —chasqueó la lengua—. ¿Disfrutaste jugar al sujeto leal mienras resollabas tras la jóven Reina de Fuego? Como si fuese una respuesta, la oscuridad tensó su agarre aún más, y Aelin volvió a gritar. —Détente —gritó Fenrys. —Maeve, por favor —dijo Gavriel, exponiendo sus palmas hacia ella. —¿Maeve? —Canturreó la reina—. ¿No Su Majestad? ¿El León se ha vuelto algo salvaje? ¿Quizás debido a pasar mucho tiempo junto a su desenfrenado engendro medio bastardo? —Mantenlo fuera de esto —dijo demasiado suavemente Gavriel. Pero Maeve dejó que la oscuridad alrededor de Aelin se apartara. Ella se encontraba enrollada hacia un lado, sangrando de ambas fosas nasales ahora, y más sangre goteando de su jadeante boca. Fenrys respiró por ella. Una pared de negrura se atravesó entre ellos. —No lo creo —canturreó Maeve. Aelin boqueaba por aire, los ojos vidriosos por el dolor. Ojos que fueron hacia los de Elide. La ensangrentada y agrietada boca de Aelin formó la palabra nuevamente. Corre. Ella no lo haría. No podía. Los brazos de Aelin se sacudieron cuando intentó levantarse. Y Elide sabía que no quedaba magia en ella. No había fuego dentro de la reina. Ni siquiera una brasa. Y la única manera en que Aelin podia enfrentarse a eso, aceptarlo, era continuar luchando hasta el final. Al igual que Marion lo había hecho. Las húmedas y ásperas respiraciones de Aelin eran el único sonido que se escuchaba sobre las olas rompiendo detrás de ellos. Incluso la batalla había quedado silenciada en la distancia. Había terminado… o quizás estaban todos muertos. Manon continuaba parada allí. Continuaba sin moverse. Elide le suplicó: —Por favor. Por favor. Maeve le sonrió a la bruja. —No tengo una disputa contigo, Blackbeak. Mantente fuera de esto y estarás libre para irte donde sea que quieras. —Por favor —imploró Elide.


La mirada dorada de Manon era dura. Fría. Ella asintió hacia Maeve. —De acuerdo —algo se partió en el pecho de Elide. Pero Gavriel dijo a través de su pequeño círculo: —Majestad… por favor. Deja que Aelin Galathynius libre su propia guerra aquí. Déjenos regresar a nuestro hogar. —¿Hogar? —preguntó Maeve. La pared negra entre Fenrys y Aelin bajó, pero el guerrero no intentó cruzarla. Se limitó a observar a Aelin, de la manera en que la misma Elide debía estar mirándola. No rompió aquella mirada hasta que Maeve le dijo a Gavriel—: ¿Doranelle continúa siendo tu hogar? —Sí, Majestad —dijo Gavriel con calma—. Es un honor llamarlo así. —Honor… —musitó Maeve—. Si, tú y tu honor van de la mano, ¿no? Pero, ¿qué hay del honor de tu juramento, Gavriel? —Mantuve mi promesa hacia ti. —¿No te dije que ejecutaras a Lorcan al verlo? —Hubo… circunstancias que impidieron que sucediera. Lo intentamos. —Sin embargo, fallaste. ¿No se supone que debo disciplinar a los que estén vinculados por sangre conmigo y me hayan fallado? Gavriel bajó su cabeza. —Por supuesto… lo aceptaremos. Y también recibiré el castigo destinado a Aelin Galathynius. Aelin levantó su cabeza ligeramente, sus ojos vidriosos ampliándose. Ella intentó hablar, pero las palabras habían sido quebrantadas, su voz se había apagado debido a los gritos. Elide supo la palabra que la reina pronunció. No. No por ella. Elide se preguntó si el sacrificio de Gavriel no era solo por el bien de Aelin. Sino también por el de Aedion. Para que el hijo no tuviera que soportar el dolor de ver a su reina siendo lastimada. —Aelin Galathynius —meditó Maeve—. Tanta habladuría sobre ella. La Reina Que Fue Prometida. Bien, Gavriel —una feroz sonrisa—, si estás tan dedicado a su corte, ¿por qué no te unes a ella? Fenrys se tensó, preparándose para arremeter contra el oscuro poder por su amigo. Pero Maeve continuó: —Yo rompo el juramento de sangre contigo, Gavriel. Sin honor, sin buena fe. Estas destituido de mi servicio y despojado de tu título.


—Maldita perra —chasqueó Fenrys, mientras la respiración de Gavriel se volvía superficial. —Majestad, por favor… —siseó Gavriel, palmeando su brazo como si garras invisibles rastrillaran dos líneas debajo de su piel, extrayendo sangre que se derramaba en el cesped. Una marca similar apareció en el brazo de Maeve, su sangre derramándose también. —Está hecho —dijo simplemente—. Deja que el mundo te conozca, un macho que de honor, no tiene nada. Que traicionó a su reina por otra, por un cretino bastardo suyo. Gavriel trastabilló hacia atrás, luego colapsó sobre la arena, una mano empujada contra su pecho. Ferys rugió, su rostro tornándose lobuno, pero Maeve soltó una risita en voz baja. —Oh, te gustaría que hiciera lo mismo contigo, ¿no es así, Fenrys? ¿Pero qué mejor castigo para el que me ha traicionado hasta en su propia alma, que el de servirme para siempre? Fenys siseó, su respiración ahora eran bocanadas irregulares de aire, y Elide se preguntó si él saltaría sobre la reina e intentaría matarla. Pero Maeve se volvió hacia Aelin y le dijo: —Levántate. Aelin lo intentó. Su cuerpo le falló. Maeve chasqueó su lengua y una mano invisible tiró a Aelin sobre sus pies. Ojos empañados de dolor, pronto se llenaron de una fría furia mientras Aelin asimilaba a la reina que estaba acercándosele. Una asesina, se recordó Elide. Aelin era una asesina, y si Maeve se aproximaba lo suficiente a ella… Pero no lo hizo. Y aquellas manos invisibles cortaron las ataduras del cinturón de Aelin. Goldryn cayó al suelo con un ruido sordo. Las dagas se salieron de sus vainas. —Tantas armas —contempló Maeve, mientras las manos invisibles desarmaban a Aelin con una eficiencia brutal. Incluso las cuchillas escondidas debajo de sus ropas encontraron la forma de salir hacia afuera, cortando todo en su camino. La sangre brotó de la camisa y los pantalones de Aelin. Por qué se mantenía allí. Reuniendo fuerzas. Para un último golpe. Una última oportunidad. Dejar que la reina creyera que estaba rota. —¿Por qué? —preguntó Aelin con voz rasposa. Comprándose tiempo. Maeve pateó una daga caída, el filo manchado con la sangre de Aelin. —¿Por qué molestarse contigo? Porque no puedo dejar que te sacrifiques para forjar una nueva Cerradura, ¿o si? No cuando tú ya tienes lo que yo quiero. Y he sabido desde hace mucho, mucho tiempo que tú me darías lo que estoy buscando, Aelin Galathynius, y adopté las medidas necesarias para asegurarme que así sucediera.


Aelin respiró. —¿Qué? Maeve dijo: —¿Aún no te has dado cuenta? ¿Por qué quería que tu madre te trajera conmigo, por qué exigí tantas cosas de ti esta primavera? Ninguno de ellos se atrevió a moverse. Maeve solto una risita, un delicado y femenino sonido de triunfo. —Brannon me robó las llaves, después que yo las había tomado del Valg. Eran mías, y él me las arrebató. Y luego se juntó con esa diosa tuya, engendrando el fuego dentro del lineaje, asegurándose que yo lo pensara bien antes de tocar su tierra, o a sus herederos. Pero todos los linajes desaparecen. Y yo sabía que llegaría el día en que las llamas de Brannon se redujeran a un parpadeo, y yo estaría posicionada para atacar. Aelin se hundió contra las manos que la mantenía parada. —Pero en mi oscuro poder, vi un atisbo del futuro. Vi que el poder de Mala surgiría nuevamente. Y que tú me guiarías hacia las llaves. Solo tú, la única persona para la que Brannon dejó pistas, la única que podia encontrar las tres. Y también vi quién eras, qúe eras. Vi a quien amabas. Vi a tu compañero. La brisa del mar susurrando a través del cesped era el único sonido. —Qué fuente de poder serían ustedes dos, tú y el Príncipe Rowan. Y cualquier fruto de esa union… —una mueca despiadada—. Tú y Rowan podrían reinar el continente entero, si lo deseasen. Pero sus hijos… sus hijos serían lo suficientemente poderosos como para reinar un imperio que podría arrasar con el mundo entero. Aelin cerró sus ojos. Los machos estaban sacudiendo sus cabezas lentamente, sin poder creerlo. —No sabía cuando nacerías tú, pero cuando el Príncipe Rowan Whitethorn vino a este mundo, cuando alcanzó la mayoría de edad y se convirtió en el macho purasangre más fuerte en mi reino… tú aún no estabas allí. Y supe lo que tenía que hacer. Encadenarte. Hacer que te doblegues a mi voluntad, para que me entregarás las llaves sin pensarlo, una vez que fueses fuerte y estuvieses lo suficientemente entrenada como para conseguirlas. Los hombros de Aelin se sacudieron. Lágrimas salieron de sus ojos cerrados. —Fue tan fácil tirar de los hilos correctos aquel día que Rowan vió a Lyria en el mercado. Empujarlo hacia el otro sendero, engañar a sus instintos. Una leve alteración del destino. —Por los dioses —exhaló Fenrys. Maeve continuó:


—Así que tu compañero fue concedido a otra persona. Y dejé que se enamorara, dejé que la tomara con un hijo. Y luego lo quebré. Nadie nunca se preguntó como aquellas fuerzas enemigas fueron a parar cerca de su hogar en las montañas. Las rodillas de Aelin la abandonaron por completo. Únicamente las manos invisibles la mantenían erguida mientras lloraba. —Aceptó el juramento de sangre sin vacilar. Y supe que cuando fuese que nacieras, cuando fuese que alcanzases la mayoría de edad… me aseguraría que sus caminos se cruzaran, y con solo una mirada el uno al otro, yo los tendría completamente bajo mi control. Todo lo que yo quisiera, tu me lo darías. Incluso las llaves. Por tu compañero, no podías hacer menos. Tú casi lo hiciste aquel día en Doranelle. Lentamente, Aelin deslizó sus pies debajo de ella nuevamente, el movimiento fue tan doloroso que Elide se encogió. Pero Aelin levantó su cabeza y echó sus labios hacia atrás, dejando sus dientes al descubierto. —Te mataré —rugió Aelin a la Reina Fae. —Eso fue lo mismo que le dijiste a Rowan después de haberlo conocido, ¿no es así? —la leve sonrisa de Maeve persistió—. Presioné y presioné a tu madre para que te trajera conmigo, y así pudieras conocerlo y yo pudiera finalmente tenerte una vez que Rowan hubiese sentido el vínculo, pero ella se negó. Y ambas sabemos bien cómo resultó eso para ella. Durante los diez años que siguieron, yo supe que estabas viva. En alguna parte. Pero cuando tú viniste a mí… cuando tú y tu compañero se miraron el uno al otro únicamente con odio en sus ojos… Debo admitir que no lo anticipé. Había quebrado a Rowan Whitethorn tan plenamente que no reconoció a su propia compañera, y tú estabas tan rota por tu propio dolor que tampoco te diste cuenta. Y cuando los signos aparecieron, el vínculo carranam despejó cualquier sospecha de su parte que tú pudieras ser su compañera. Pero tú no. ¿Cuánto tiempo ha pasado, Aelin, desde que te diste cuenta que él era tu compañero? Aelin no respondió, sus ojos agitados con ira, dolor y desesperación. Elide susurró: —Déjala en paz —el agarre de Lorcan se tensó en señal de advertencia. Maeve la ignoró. —¿Y bien? ¿Cuándo lo supiste? —En el templo de Temis —admitió Aelin, lanzándole una mirada a Manon—. En el momento que la flecha le atravesó el hombro. Hace meses atrás. —Y se lo has ocultado, sin duda para evitarle cualquier culpa respecto a Lyria, cualquier clase de sufrimiento emocional… —Maeve chasqueó su lengua—. Que noble pequeña mentirosa eres. Aelin miró a la nada, sus ojos en blanco. —Tenía planeado que él estuviera aquí —dijo Maeve, frunciendo el ceño hacia el horizonte—. Ya


que al dejarlos ir a ustedes dos aquel día en Doranelle fue solo para que tú pudieses guiarme hacia las llaves nuevamente. Incluso dejé que creyeras que te habías salido con la tuya al liberarlo. No tenías idea que yo te había soltado. Pero sí él no esta aquí… tendré que apañármelas. Aelin se tensó. Fenrys gruñó en advertencia. Maeve se encogió de hombros. —Si sirve de consuelo, Aelin, tú habrías tenido mil años junto al Príncipe Rowan. Más incluso. El mundo se ralentizó y Elide pudo escuchar su propia sangre rugiendo en sus oídos mientras Maeve decía: —El linaje de mi hermana Mab era puro. Los poderes completos, las habilidades de transformación, y la inmortalidad de los Fae. Estás probablemente a cinco años del Asentamiento. El rostro de Aelin se arrugó. No estaba vaciando su magia ni su fuerza física, sino su espíritu. —Quizás lo celebremos juntas —caviló Maeve—, dado que desde luego no tengo planes para desperdiciarte en aquella Cerradura. Ni para desperdiciar las llaves, cuando están destinadas a ser empuñadas, Aelin. —Maeve, por favor —dijo Fenrys. Maeve exhaminó sus uñas inmaculadas. —Lo que encuentro realmente divertido es que, al parecer, ni siquiera te necesitaba para que fueras la compañera de Rowan. Al igual que tampoco necesitaba quebrarlo por completo. Un experimento fascinante de mis poderes, en todo caso. Pero ya que dudo que aún puedas continuar voluntariamente, no sin al menos intentar morirte primero, te dejaré tener una oportunidad. Aelin parecía estar abrazándose a sí misma cuando Maeve levantó un dedo y dijo: —Cairn. Los machos se quedaron rígidos. Lorcan se volvió casi salvaje detrás de Elide, intentando sutilmente arrastrarla hacia atrás, para poder evitar la orden que se le había dado. Un guerrero hermoso de cabello castaño caminó hacia ellos desde el grupo de escoltas. Hermoso, si no fuese por la sádica crueldad que bailaba en sus ojos azules. Si no fuese por las espadas a sus lados, el látigo enrollado a un lado de su cadera, la sonrisa desdeñosa. Ella había visto esa sonrisa antes, sobre el rostro de Vernon. Sobre tantos rostros en Morath. —Déjame presentarte al miembro más reciente de mi cadre, como te gusta llamarlos. Cairn, conoce a Aelin Galathynius. Cairn avanzó un paso hacia al lado de la reina. Y la mirada que el macho le dio a la reina de Elide, hizo que su estómago se revolviera. Sádico, si, esa era la palabra para describirlo, incluso antes que él hubiese hablado.


—Cairn —dijo Maeve— está entrenado en habilidades que ustedes tienen en común. Por supuesto, tú solo tuviste unos pocos años para aprender el arte del tormento, pero… quizás Cairn pueda enseñarte algunas cosas que ha aprendido durante siglos de práctica. Fenrys estaba blanco por la furia. —Maeve, te lo suplico… La oscuridad golpeó a Fenrys, lanzándolo sobre sus rodillas, forzando que su cabeza se enterrara en la tierra. —Es suficiente —siseó Maeve. Ésta volvió a sonreir cuando se dirigió a Aelin. —Dije que tendrías una oportunidad. Y la tienes. O vienes conmigo por voluntad propia y te familiarizes con Cairn, o… Aquellos ojos se deslizaron hacia Lorcan. Y luego hacia Elide. Y el corazón de Elide se detuvo cuando Maeve dijo: —O te tomaré a ti igualmente y traeré a Elide Lochan con nosotras también. Estoy segura que ella y Cairn se llevarán de maravillas.


Capítulo 72 Traducido por Carolina Suarez C. Corregido por Cotota

El cuerpo de Aelin dolía. Todo dolía. Su sangre, su respiración, sus huesos. No quedaba magia. No quedaba nada para salvarla. —No —dijo Lorcan en voz baja. Simplemente girar la cabeza provocó agonía en su espalda. Pero Aelin miraba a Elide, y Lorcan se vio obligado a abrazarla, su rostro blanco de terror puro mientras miraba entre Cairn y Maeve y Elide. Manon estaba haciendo lo mismo, dimensionar las probabilidades, la rapidez con que tendría que limpiar la zona. Bueno. Bueno, Manon conseguiría sacar a Elide. La bruja había estado esperando que Aelin hiciera un movimiento, sin darse cuenta de que... no le quedaba nada. No había dejado poder para un golpe final. Y ese poder oscuro seguía enrollado alrededor de sus huesos, con tanta fuerza que un movimiento de agresión... un movimiento, y sus huesos se rompería. Maeve le dijo a Lorcan: —¿No a qué, Lorcan? ¿A qué Elide Lochan sea tomada por nosotros si Aelin decide dar la batalla, o a mi generosa oferta de dejar a Elide si Su Majestad viene de buena gana? Una mirada al guerrero Fae de cabello café –Cairn– al lado de Maeve, y Aelin había sabido lo que era. Había matado a bastantes de ellos en los últimos años. Ella había pasado tiempo con Rourke Farran. Lo que haría a Elide... Lorcan también sabía lo que un hombre como Cairn le haría a una mujer joven. Y si era castigado por Maeve... Lorcan dijo: —Ella es inocente. Toma a la reina, y déjanos ir. Manon incluso le espetó a Maeve: —Ella le pertenece a las Ironteeth. Si usted no tiene nada en contra de mí, entonces no tiene nada en contra de ella. Deje a Elide Lochan fuera de eso.


Maeve ignoró a Manon y arrastró las palabras hacia a Lorcan: —Te ordeno que te quedes quieto. Te ordeno que mires y no hagas nada. Te ordeno que no te muevas ni hables hasta que yo lo diga. La orden se aplica a ti también, Fenrys. Y Lorcan obedeció. Lo mismo hizo Fenrys. Sus cuerpos simplemente se pusieron rígidos, y luego nada. Elide se giró para rogar a Lorcan: —Tú puedes detener esto, puedes luchar contra esto. Lorcan ni siquiera la miró. Aelin sabía que Elide lucharía. No entendería que Maeve había estado jugando este juego durante siglos, y que había esperado hasta este momento, hasta que la trampa fuera perfecta, para apoderarse de ella. Aelin encontró a Maeve sonriéndole. Ella había jugado, y apostado, y perdido. Maeve asintió como si fuera a decir que sí. La pregunta no formulada bailaba en los ojos de Aelin cuando Elide le gritó a Lorcan, a Manon, para que la ayudaran. Pero la bruja conocía sus órdenes. Su tarea. Maeve leyó la pregunta en la cara de Aelin y dijo: —Voy a poseer las llaves en una mano, y a Aelin Portadora de Fuego en la otro. Tendría que romperla primero. Matarla o romper... Cairn sonrió. Los acompañantes estaban ahora transportando algo arriba de la playa, de la lancha que habían remado de su barco de espera. Ya, las velas eran oscuras despliegue. Elide se enfrentó a Maeve, que no se dignaba a mirarla. —Por favor, por favor… Aelin simplemente asintió con la cabeza a la Reina Fae. Su aceptación y rendimiento. Maeve inclinó la cabeza, el triunfo bailaba en sus labios rojos. —Lorcan, suéltala. Las manos del guerrero se aflojaron a los costados. Y debido a que había ganado, Maeve incluso aflojó el agarre de su poder sobre los huesos de Aelin. Le permitió a Aelin decir a Elide: —Ve con Manon. Ella te cuidará.


Elide comenzó a llorar, empujando lejos a Lorcan —Voy a ir contigo, voy a venir contigo. La chica lo haría. La chica se tendría que enfrentar a Cairn, y Maeve... Pero Terrasen necesitaría esa clase de valor. Si se trata de sobrevivir, si era para sanar, Terrasen necesitaría a Elide Lochan. —Dile a los otros —respiró Aelin, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Diles a los demás que lo siento. Dile a Lysandra que recuerde su promesa, y que nunca voy a dejar de estar agradecida. Dile a Aedion... Dile que no es su culpa, y que… —su voz se quebró—. Me hubiera gustado que hubiera sido capaz de tomar el juramento, pero que Terrasen lo mirará a él ahora, y las líneas no pueden romperse. Elide asintió, las lágrimas se deslizaban por su rostro salpicado de sangre. —Y dile a Rowan… El alma de Aelin se dividió cuando vio la caja de hierro que los acompañantes llevaban entre ellos. Un antiguo, ataúd de hierro. Lo suficientemente grande para una persona. Hecho a mano para ella. —Y dile a Rowan —dijo Aelin, luchando contra su propio sollozo—, que lo siento, mentí. Pero dile que todo estaba siendo tiempo prestado de todos modos. Incluso antes de hoy, sabía que todo era tiempo prestado, pero aun así me hubiera gustado tener más de lo mismo —luchó contra su boca temblorosa—. Dile que tiene que luchar. Él tiene que salvar Terrasen, y recordar los votos que me hizo. Y dile... dile que gracias, por caminar ese oscuro camino conmigo hacia a la luz. La tapa de la caja se abrió, sacando las largas, pesadas cadenas. Uno de los acompañantes le entregó a Maeve una máscara de hierro ornamentada. Ella lo examinó en sus manos. La máscara, las cadenas, la caja... se habían creado mucho antes que ahora. Hace siglos. Forjada para contener y romper a los vástagos de Mala. Aelin echó un vistazo a Lorcan, cuyos ojos oscuros estaban fijos en ella. Y el agradecimiento brillaba allí. Por los guerreros que la joven había dado su corazón, lo supieran o no. Elide le rogó Maeve por última vez: —No haga esto. Aelin sabía que le no haría ningún bien. Así que le dijo a Elide: —Me alegro de que nos encontráramos. Estoy orgullosa de haberte conocido. Y creo que tu madre se habría sentido orgullosa de ti, también, Elide. Maeve bajó la máscara y arrastró las palabras hacia Aelin:


—Los rumores afirman que no vas a someterte ante nadie, Heredera de fuego —esa sonrisa serpentina—. Bueno, ahora vas a someterte a mí. Señaló a la arena. Aelin obedecido. Sus rodillas ladraban mientras se dejaba caer al suelo. —Abajo. Aelin deslizó su cuerpo hasta que su frente estaba en la arena. Ella no se dejó sentir esto, que su alma lo sintiera. —Bien. Elide estaba llorando, rogando en silencio. —Quítate la camisa. Aelin vaciló, dándose cuenta de lo que estaba pasando. Por qué en el cinturón de Cairn había un látigo. —Quítate la camisa. Aelin tiró de su camisa fuera del pantalón y se la colgó sobre su cabeza, tirándola en la arena junto a ella. Luego se quitó la tela flexible alrededor de sus pechos. —Varik, Heiron —dos machos Fae se adelantaron. Aelin no se resistió mientras cada uno la agarraba por un brazo y la elevaban. Abriendo los brazos. El aire del mar besó sus pechos, su ombligo. —Diez latigazos, Cairn. Deja que Su Majestad tenga una probada de lo que le espera cuando lleguemos a nuestro destino, si ella no coopera. —Será un placer, Señora. Aelin sostuvo la viciosa mirada de Cairn, el hielo corriendo en sus venas cuando chasqueó el látigo. Pasó los ojos por encima de su cuerpo y sonrió. Un lienzo para pintar con la sangre y el dolor. Maeve dijo, con la máscara colgando de sus dedos: —¿Por qué no cuentas para nosotros, Aelin? Aelin mantuvo la boca cerrada. —Cuenta, o vamos a empezar de nuevo con cada golpe que te den. Tú decides por cuánto tiempo se prolongara. A menos que prefieras que Elide Lochan reciba estos latigazos.


No. Nunca. Nunca nadie más que ella. Nunca. Pero mientras Cairn caminaba lentamente, saboreando cada paso, mientras arrastraba el látigo por el suelo, su cuerpo la traicionó. Comenzó a temblar. Ella conocía el dolor. Sabía cómo se sentía, cómo sonaba. Sus sueños estaban llenos de él. No había duda de por qué Maeve había elegido un látigo, por qué se lo había hecho a Rowan en Doranelle. Cairn se detuvo. Ella lo sintió estudiando el tatuaje en la espalda. Las palabras de amor de Rowan, escritas allí en la Antigua Lengua. Cairn resopló. Entonces sintió que se deleitaba en cómo iba a destruir ese tatuaje. —Comienza —dijo Maeve. Cairn aspiró. E incluso preparándose, incluso reprimiéndose duramente, no hubo nada que la preparara para el crack, la picadura, el dolor. Ella no se permitió llorar, sólo sisear entre dientes. El látigo que era ejercido por los capataces de Endovier era una cosa. Pero uno ejercido por un macho de pura sangre Fae... La sangre se deslizó por la parte trasera de sus pantalones, su piel dividida gritaba. Pero ella sabía cómo manejar el ritmo. Cómo ceder ante el dolor. Cómo tomarlo. —¿Qué número era ese, Aelin? Ella no lo haría. Ella nunca contaría para esa perra celosa. —Empieza de nuevo, Cairn —dijo Maeve. Una risa entrecortada. A continuación, el crack y el dolor hicieron que Aelin se arqueara, los tendones de su cuello estaban cerca de romperse mientras jadeaba con los dientes apretados. Los machos tenían su agarre suficientemente fuerte para dejarle moretones. Maeve y Cairn esperaban. Aelin se negó a decir la palabra. El empezar a contar. Ella moriría antes de hacerlo. —Oh dioses, oh dioses —sollozó Elide.


—Empieza de nuevo —Maeve se limitó a ignorar a la chica. Así lo hizo Cairn. De nuevo. De nuevo. De nuevo. Empezaron más de nueve veces antes de que Aelin diera su último grito. El golpe había sido justo encima de otro, rasgando la piel hasta el hueso. De nuevo. De nuevo. De nuevo. De nuevo. Cairn jadeaba. Aelin se negó a hablar. —Empieza de nuevo —repitió Maeve. —Majestad —murmuró uno de los machos que la detenían—. Podría ser prudente posponer esto hasta más tarde. —Todavía hay un montón de piel —espetó Cairn. Pero el macho le dijo: —Los otros se acercan, todavía están lejos, pero se acercan. Rowan. Aelin gimió entonces. Tiempo, ella había necesitado tiempo. Maeve hizo un pequeño ruido de disgusto. —Vamos a seguir después. Prepárense. Aelin apenas podía levantar la cabeza cuando los machos la empujaron hacia arriba. El movimiento dejó en su cuerpo un rugido de dolor que pululaba en la oscuridad. Pero ella luchó ante él, apretó los dientes y rugió para mantener en silencio en ese dolor, esa oscuridad. A pocos pies de distancia, Elide se deslizó sobre sus rodillas como si estuviera mendigando con todo su cuerpo, pero Manon la atrapó. —Nos vamos —dijo Manon, tirando de ella lejos, al interior.


—No —escupió Elide, peleando. Los ojos de Lorcan se abrieron, pero con la orden de Maeve, no podía moverse, no podía hacer nada mientras Manon golpeaba con la empuñadura de Cuchilla de Viento la cabeza de Elide. La chica cayó como una piedra. Eso era todo lo necesario para que Manon la arrastrara sobre su hombro y le dijera a Maeve: —Buena suerte —sus ojos se deslizaron a los de Aelin sólo una vez. Luego se apartó. Maeve hizo caso omiso a la bruja mientras Manon merodeaba hacia el corazón del pantano. El cuerpo de Lorcan se tensó. Se tensó, como si estuviera luchando contra el juramento de sangre con todo su ser. A Aelin no le importaba. Los machos la arrastraron a la mitad hacia Maeve. Hacia la caja de hierro. Y las cadenas. Y la máscara de hierro. Remolinos de fuego, pequeños soles, y brasas se habían formado en su superficie oscura. Una burla del poder que era para contener el poder, el poder de Maeve había sido necesario para garantizar que estuviera completamente drenada antes de que ella la enfrentara. Era la única manera de poder encerrarla. Cada pulgada de sus pies arrastrados por la arena era toda una vida; cada pulgada era un latido del corazón. La sangre empapaba sus pantalones. Ella probablemente no sería capaz de curar sus heridas dentro de todo el hierro. No hasta que Maeve decidiera que sanara por sí misma. Pero Maeve no la dejaría morir. No con las Llaves del Wyrd en la balanza. Aún no. Tiempo, estaba agradecida con Elena le había dado ese tiempo robado. Agradecida de que los había conocido a todos ellos, que había visto una pequeña parte del mundo, había escuchado una música preciosa, había bailado y reído y había conocido la verdadera amistad. Agradecida de que ella había encontrado a Rowan. Estaba agradecida. Así que Aelin Galathynius secó sus lágrimas. Y no luchó cuando Maeve ató la hermosa máscara de hierro sobre su cara.


Capítulo 73 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Manon siguió caminando. No se atrevió a mirar atrás. No se atrevió a darle a esa antigua y fría bruja una sola pista de que Aelin no poseía las Llaves del Wyrd. Que Aelin había deslizado ambas en el bolsillo de Manon cuando ella la empujó. Elide podía odiarla por ello… tal vez ya la odiaba por ello. Que ese fuera el precio. Una mirada de Aelin y ella había sabido qué tenía que hacer. Mantén las llaves lejos de Maeve. Mantén a Elide lejos. Habían creado una caja de hierro para contener a la Reina de Terrasen. Elide se movió, al fin volviendo en sí, justo cuando estuvieron a una distancia lo suficientemente lejos para ser escuchadas. Ella comenzó a forcejear, y Manon la botó detrás de una duna, agarrándola por detrás de su cuello tan fuerte que Elide se quedó quieta al sentir las uñas de hierro punzar en su piel. —Silencio —siseó Manon, y Elide le obedeció. Manteniéndose bajo, se asomaron a través de los pastizales. Sólo un momento, ella podría darse sólo un momento para observar, para ver a dónde Maeve se llevaba a la Reina de Terrasen. Lorcan permanecía congelado donde Maeve le había ordenado. Gavriel muy apenas seguía consciente, jadeando en el pasto, como si desprender ese juramento de sangre de él hubiera sido tan grave como cualquier herida física. Fenrys, los ojos de Fenrys estaban llenos de odio mientras observaba a Maeve y Cairn. La sangre goteaba del látigo de Cairn, aun colgando a su lado mientras los soldados de Maeve terminaban de poner la máscara sobre el rostro de Aelin. Entonces sujetaron también con hierro sus muñecas. Y sus tobillos. Su cuello. Nadie sanó su destrozada espalda, que no era ya más que un sangriento pedazo de carne, mientras


la llevaban a su caja de hierro. Haciéndola caer sobre sus heridas. Y luego deslizaron la tapa en su lugar. Cerrándola. Elide vomitó en el pasto. Manon puso una mano sobre la espalda de la chica mientras los hombres comenzaron a cargar la caja por las dunas, hacia el bote, y al barco más allá. —Fenrys, vete —le ordenó Maeve, señalando el barco. Respirando con rabia pero incapaz de rechazar la orden, Fenrys fue. Él miró a la camiseta blanca desechada en la arena. Estaba salpicada de sangre, salpicada por los latigazos. Entonces se fue, caminando a través de aire y viento y luego nada. Sola con Lorcan, Maeve le dijo al guerrero —¿Hiciste todo esto, por mí? Él no se movió. Maeve dijo: —Habla. Lorcan dejó escapar un respiro, y dijo: —Sí. Sí… fue todo por ti. Todo. Elide tomó el pasto marino y lo hizo pedazos, y Manon se preguntó por un momento si le crecerían uñas de hierro y lo haría pedazos ante la furia de su rostro. El odio. Maeve se paró sobre la camiseta manchada de sangre de Aelin, y pasó su mano por la mejilla de Lorcan. —No tengo uso alguno —canturreó—, en hombres hipócritas que piensan que saben mejor. Él se puso rígido. —Majestad. —Te libero del juramento de sangre. Te libero de tus bienes y tus títulos y tus propiedades. Tú, como Gavriel, eres liberado en deshonra y vergüenza. Eres exiliado de Doranelle por tu desobediencia, tu traición. Si alguna vez pones un pie dentro de mis fronteras, morirás. —Majestad, le ruego. —Ve y ruégale a alguien más. No tengo uso alguno en un guerrero en quien no puedo confiar. Me retracto de la orden de muerte. Dejarte vivir con la vergüenza será mucho peor para ti, creo yo. Sangre brotó de su muñeca, luego de la de ella. Escurriéndose al suelo.


Lorcan cayó de rodillas. —Yo no soporto a los tontos —le dijo Maeve, dejándolo en la arena, caminando lejos de él. Como si le hubieran asestado un golpe, el mismo que a Gavriel, Lorcan no parecía poder moverse, pensar o respirar. Sin embargo, intentó arrastrarse. Hacia Maeve. El bastardo intentó arrastrarse. —Necesitamos irnos —murmuró Manon. En el momento en el que Maeve revisara para ver dónde estaban las llaves… tenían que irse. Un gruñido sonó en el horizonte. Abraxos. Su corazón latió como trueno en su pecho, desatando alegría, pero… Elide permaneció en el pasto. Observando a Lorcan arrastrarse hacia la reina ahora dando zancadas por la playa, su vestido negro flotando detrás de ella. Mirando el bote remando hacia el barco que los esperaba, ese cofre de hierro en el centro. Maeve sentada al lado de él, una mano en la tapa. Por su cordura, Manon rezó para que Aelin no despertara en todo el tiempo que estuviera adentro. Y por el bien de su mundo, Manon rezó porque la Reina de Terrasen pudiera sobrevivir. Aunque fuera solamente para que Aelin entonces pudiera morir por todos ellos.


Capítulo 74 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Había tanta sangre. Se había esparcido donde Lorcan estaba de rodillas, resplandeciendo brillante como si se empapara en la arena. Cubría la camiseta de ella, tirada y olvidada al lado de él. Incluso había manchado las vainas de sus espadas y cuchillos, esparcidos alrededor de él como huesos. Lo que había hecho Maeve… Lo que había hecho Aelin… Había un hoyo en su pecho. Y había tanta sangre. Alas y gruñidos y él aún no había podido mirar hacia arriba. No había podido hacer que le importara. La voz de Elide cortó a través del mundo, diciéndole a alguien: —El barco, el barco sólo desapareció; ella se fue sin darse cuenta que nosotros tenemos… Gritos de alegría, llantos femeninos de felicidad. Rápidos, suaves pasos. Y entonces una mano tomando su cabello, haciendo hacia atrás su cabeza y una daga puesta sobre su garganta. Mientras el rostro de Rowan, sereno con una ira letal, apareció en su visión. —¿Dónde está Aelin? Había puro pánico, también, puro miedo mientras Whitethorn vio la sangre, las espadas regadas, y la camiseta. —¿Dónde está Aelin? ¿Qué había hecho?, ¿qué había hecho?


Dolor se deslizó sobre el cuello de Lorcan, sangre cálida corriendo por su garganta, su pecho. Rowan siseó. —¿Dónde está mi esposa? Lorcan se tambaleó desde donde estaba de rodillas. Esposa. Esposa. —Oh, dioses —sollozó Elide mientras escuchaba, las palabras llevando el sonido del corazón fracturado de Lorcan—. Oh, dioses… Y por primera vez en siglos, Lorcan lloró. Rowan clavó la daga más a fondo en el cuello de Lorcan, incluso aunque las lágrimas se deslizaban por su rostro. Lo que la mujer había hecho… Aelin lo había sabido. Que Lorcan la había traicionado e invocado a Maeve aquí. Que ella había estado viviendo en tiempo prestado. Y ella se había casado con Whitethorn… para que Terrasen pudiera tener un rey. Tal vez ella se había lanzado a la acción porque sabía que Lorcan ya la había traicionado, que Maeve estaba en camino… Y Lorcan no la había ayudado. La esposa de Whitethorn. Su pareja. Aelin había dejado que ellos la azotaran y encadenaran, se había ido voluntariamente con Maeve, para que Elide no estuviera sobre las garras de Cairn. Y había sido tanto un sacrificio para Elide como un regalo para él. Ella se había inclinado ante Maeve. Por Elide. —Por favor —le rogó Rowan, su voz quebrándose mientras su serena furia se resquebrajaba. —Maeve la tomó —dijo Manon, aproximándose. Gavriel dijo con voz áspera desde donde estaba arrodillado, recuperándose del corte de su juramento de sangre:


—Ella usó el juramento para tenernos abajo… para evitar que ayudáramos. Incluso a Lorcan. Rowan aun así no removió el cuchillo de la garganta de éste. Lorcan había estado equivocado. Había estado tan equivocado. Y él podría no lamentarlo del todo, no si Elide estaba a salvo, pero… Aelin se había negado a contar. Cairn había desatado toda su fuerza en ella con ese látigo, y ella se había negado a darle la satisfacción de contar. —¿Dónde está el barco? —demandó Aedion, y luego maldijo ante la camiseta sangrienta cerca de él. Agarró a Goldryn, limpiando frenéticamente las manchas de sangre de la vaina con su chaqueta. —Se desvaneció —dijo Elide de nuevo—. Sólo se… desvaneció. Whitethorn lo miró, desesperación y agonía en sus ojos. Y Lorcan le susurró —Lo siento. Rowan aventó el cuchillo, liberando el puño sosteniendo el cabello de Lorcan. Retrocediendo un paso. En el pasto cerca, Dorian se arrodilló al lado de Gavriel, una débil luz brillando alrededor de ellos. Sanando la heridas en sus brazos. No había nada que hacer por la herida en el alma que Maeve le había hecho, y también a Lorcan, al romper ese juramento con tal deshonra. Manon se acercó, sus brujas ahora flanqueándola. Todas olieron la sangre. Una de ellas de pelo dorado maldijo por lo bajo. Manon les dijo sobre la Cerradura. Sobre Elena. Sobre el costo que los dioses demandaron de ella. Demandaron de Aelin. Pero fue Elide quien continuó la historia, inclinándose con Lysandra, quien estaba mirando toda la sangre y esa camiseta como si fuera un cuerpo, diciéndoles qué había pasado en esas dunas. Lo que Aelin había sacrificado. Ella le dijo a Rowan sobre que era la pareja de Aelin. Le dijo sobre Lyria. Les dijo sobre los azotes, y la máscara, y la caja. Cuando Elide terminó, se hizo silencio. Y Lorcan sólo observaba mientras Aedion giraba a Lysandra y le gruñía —Tú lo sabías. Lysandra no se inmutó. —Ella me preguntó… ese día en el barco. Que le ayudara. Me dijo que sospechaba el precio de desterrar a Erawan y restaurar las llaves. Lo que yo necesitaba hacer.


Aedion gruñó —Qué podrías tú hacer… Lysandra levantó su barbilla. Rowan respiró: —Aelin moriría para forjar una nueva Cerradura para sellar las llaves en la puerta, para desterrar a Erawan. Pero nadie lo podría saber. Nadie más que nosotros. No mientras tú permanezcas en su forma por el resto de tu vida. Aedion pasó una mano por su cabello manchado de sangre. —Pero cualquier descendencia con Rowan no se parecería para nada como… El rostro de Lysandra era suplicante. —Tú arreglarías eso, Aedion. Conmigo. Con la cabellera dorada, los ojos Ashryver… si esa línea crecía bien, la descendencia de la cambia formas podría pasar como de la realeza. Aelin quería a Rowan en el trono, pero estaría Aedion en secreto engendrando a los herederos. Aedion parpadeó como si hubiera sido golpeado. —¿Y cuándo ibas a revelar esto? ¿Antes o después de que tomara a mi prima en la cama por cualquier maldita razón que inventaras? Lysandra dijo suavemente: —No te pediré disculpas. Yo le sirvo a ella. Y estoy dispuesta a pasar el resto de mi vida pretendiendo ser ella para que su sacrificio no sea en vano– —Puedes irte al infierno —le cortó Aedion—. ¡Puedes irte al infierno, perra mentirosa! El gruñido de Lysandra no era humano. Rowan sólo tomó a Goldryn del general y caminó hacia el mar, el viento agitando su pelo plateado. Lorcan se levantó, aun tambaleando. Pero Elide estaba ahí. Y no había nada en la joven mujer que él pudiera conocer en su pálida y tensa mirada. Nada en su voz áspera mientras le decía —Espero que pases el resto de tú miserable e inmortal vida sufriendo. Espero que la pases solo. Espero que vivas con arrepentimiento y culpa en tu corazón y nunca encuentres una forma de superarlo. Y luego se dirigió hacia las Trece. La mujer de cabellera dorada tendiendo un brazo y Elide se de-


slizó bajo él, entrando al santuario de alas y garras y dientes. Lysandra se dirigió hacia Gavriel, quien tuvo el buen sentido de no retroceder ante su mirada aun fiera, y Lorcan miró a Aedion para encontrar al joven general mirándole. Odio brillaba en los ojos de Aedion. Odio puro. —Incluso antes de que te dieran la orden de mantenerte quieto, no hiciste nada para ayudarla. Invocaste a Maeve aquí. Nunca olvidaré eso. Entonces se dirigió a la playa, a donde Rowan se había arrodillado en la arena.

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Asterin estaba viva. Las Trece estaban vivas. Y había alegría en el corazón de Manon, alegría, se dio cuenta, mientras contemplaba esos rostros sonrientes y sonreía de vuelta. Ella le dijo a Asterin, todas ellas de pie ante sus wyverns en una duna con vista al mar: —¿Cómo? Asterin pasó una mano por la cabellera de Elide mientras la chica sollozaba sobre su hombro. —Las perras de tu abuela nos dieron una cacería de los infiernos, pero logramos destriparlas. Pasamos el mes pasado buscándote. Pero Abraxos nos encontró y parecía que sabía dónde te encontrabas, así que lo seguimos —se rascó un poco de sangre seca de su mejilla—. Y salvamos tu trasero, al parecer. No tan pronto, pensó Manon, viendo las silenciosas lágrimas de Elide, la forma en la que humanos y Fae estaban ya sea de pie o argumentando o no haciendo nada. No tan pronto como para detener esto. Para salvar a Aelin Galathynius. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Sorrel desde donde estaba recargada contra el flanco de su lado fuerte, envolviendo un trozo de piel en su antebrazo. Las Trece mirando como una a Manon, todas en espera. Se atrevió a preguntar: —¿Escucharon lo que mi abuela dijo antes de… todo? —Las Sombras nos dijeron —le dijo Asterin, sus ojos danzando.


—¿Y? —¿Y qué? —gruñó Sorrel—. Así que eres mitad Crochan. —Reina Crochan —y heredera de la semejanza de Rhiannon Crochan. ¿Los Ancianos lo habrían notado? Asterin se encogió de hombros. —Cinco siglos de brujas Ironteeth de sangre pura no pudieron llevarnos a casa. Tal vez tú puedas. Una cría no para la guerra… sino para la paz. —¿Y me seguirán? —les preguntó Manon quietamente—. ¿Hacia hacer lo que deba ser hecho antes de que regresemos a Wastes? Aelin Galathynius no le había suplicado a Elena por un destino diferente. Ella había preguntado sólo por una cosa, una petición a la antigua reina. ¿Vendrás conmigo? Por la misma razón por la que Manon ahora le preguntaba a ellas. Como una, Las Trece levantaron sus dedos hacia sus frentes. Como una, los bajaron. Manon miró hacia el mar, su garganta firme. —Aelin Galathynius voluntariamente entregó su libertad para que una Ironteeth pudiera caminar libre —les dijo Manon, Elide enderezándose, separándose de los brazos de Asterin. Pero Manon continuó—. Le debemos la vida. Y más que eso… es tiempo de que nos volvamos mejores que nuestras antepasadas. Todos somos hijos de esta tierra. —¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Asterin, sus ojos brillando. Manon miró detrás de ellos. Al norte. —Voy a buscar a las Crochans. Y voy a levantar un ejército con ellas. Por Aelin Galathynius. Y su gente. Y la nuestra. —Nunca van a confiar en nosotras —dijo Sorrel. —Entonces vamos a tener que usar nuestros encantadores dones —dijo Asterin, arrastrando las palabras. Algunas de ellas sonrieron; algunas se sacudieron en su lugar. —¿Y me seguirán? —volvió a preguntar Manon a sus Trece. Y cuando ellas nuevamente tocaron con sus dedos su frente, Manon regresó el gesto.


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Rowan y Aedion estaban sentados en silencio en la playa. Gavriel se había recuperado lo suficiente del shock del rompimiento del juramento que ahora él y Lorcan estaban de pie a lo largo del acantilado, hablando despacio; Lysandra estaba sentada sola, en su forma de leopardo fantasma, contra los pastos marinos ondeantes; y Dorian estaba solamente… mirándolos desde el borde de una duna. Lo que había hecho Aelin… sobre lo que había mentido… Parte de la sangre en el suelo se había secado. Si Aelin se había ido, si su vida sería en efecto el costo si ella algún día se liberaba… —Maeve no tiene las dos llaves —dijo Manon desde el lado de Dorian, llegando a él silenciosamente. Su aquelarre estaba detrás de ella, Elide colocada entre ellas—, en caso de que estuvieras preocupado. Lorcan y Gavriel se giraron hacia ellos. Y luego Lysandra. Dorian se atrevió a preguntar —Entonces ¿dónde están? —Yo las tengo —dijo Manon—. Aelin las deslizó en mi bolsillo. Oh, Aelin. Aelin. Había llevado a Maeve hacia un frenesí, había hecho que la reina estuviera tan enfocada en capturarla a ella que no se había parado a confirmar si Aelin tenía las llaves antes de que se desvaneciera. Ella había usado una retorcida e imposible jugada, y aun así Aelin había hecho que contara. Una última vez, hizo que valiera la pena. —Es por eso que no pude hacer nada al respecto —dijo Manon—, para ayudarla. Tenía que lucir como que no me afectaba. Neutral —desde donde él se sentó vio debajo en la playa, a Aedion girando hacia ellos, su pulcro oído Fae haciéndole escuchar cada palabra. Manon les dijo a todos ellos—. Lo siento. Siento mucho no haber podido ayudar. Ella llevó una mano a su bolsillo en sus ropas de jinete y extendió el Amuleto de Orynth y un puño de piedras oscuras a Dorian. Él lucía resistente. —Elena dijo que la sangre de Mala puede detener esto. Corre en ambas de sus casas. Esos ojos dorados estaban cansados, pesaban. Se dio cuenta de lo que Manon estaba pidiendo. Aelin no había planeado volver a ver Terrasen.


Ella se había casado con Rowan sabiendo que tenía meses como mucho, días en el peor de los casos, con él. Pero ella le daría a Terrasen un rey legal. Para mantener a su territorio junto. Había hecho planes para todos ellos, pero ninguno para ella. —La travesía no termina aquí —dijo suavemente Dorian. Manon sacudió su cabeza. Y él supo que ella quiso decir más allá de las llaves, que la guerra, cuando dijo: —No, no aquí. Tomó las llaves de su mano. Éstas latieron y parpadearon, calentando su palma. Una externa, horrible presencia, y aun así… todo lo que se interponía entre ellos y la destrucción. No, la travesía no terminaba ahí. Ni por poco. Dorian deslizó las llaves en su bolsillo. Y el camino que ahora se extendía a lo lejos frente a él, llevándolo ante sombras desconocidas y a la espera… no le asustaba.


Capítulo 75 Traducido por Luisa Tenorio Carpio Corregido por Cotota

Rowan se había casado con Aelin antes del amanecer hace apenas dos días. Aedion y Lysandra habían sido los únicos testigos, a pesar de que lo habían despertado al capitán con cara de sueño, quien los casó rápida y tranquilamente y firmó un voto de secreto. Habían tenido quince minutos en su cabina para consumar el matrimonio. Aedion todavía llevaba los documentos formales; el capitán llevaba los duplicados. Rowan se había arrodillado sobre la playa hacia media hora. Silencioso, deambulando por los caminos de sus agitados pensamientos. Aedion le había hecho compañía, con la mirada perdida en el mar. Rowan lo había sabido. Una parte de él sabía que Aelin era su compañera. Y se había apartado de ese conocimiento, una y otra vez, por respeto a Lyria, fuera de terror de lo que significaba. Él había saltado delante de ella en la Bahía del Cráneo sabiéndolo, en el fondo. Astutos compañeros conscientes de que el vínculo no podía resistir dañarse entre sí, y que podrían ser la única fuerza para obligarla a recuperar el control de Deanna. Y aun cuando ella le había dado la razón... él había ignorado esa prueba, sin estar listo, empujándolo de su mente, incluso mientras él la reclamaba en todas las demás maneras. Aelin había sabido, sin embargo. Que él era su compañero. Y ella no lo había presionado, o exigido de frente, porque lo amaba y sabía que prefería hacerse un lugar en su propio corazón que causarle dolor o angustia. Su Corazón de Fuego. Su igual, su amiga, su amante. Su esposa. Su compañera. Eso malditos dioses desgraciados que la habían puesto en una caja de hierro. Ella había azotado a su compañera de forma tan brutal que rara vez había visto tal derrame de sangre como resultado. Entonces la encadenaron. Y pusieron a Aelin en un ataúd de auténtico hierro, aun sangrando, aún herida. Para contenerla. Para quebrarla. Torturarla. Su Corazón de Fuego, encerrada en la oscuridad.


Ella había intentado decirle. Justo antes de que los ilken convergieran. Intentado decirle que había vomitado sus tripas en el barco ese día no porque estuviera embarazada sino porque se había dado cuenta de que iba a morir. Que el costo del sellado de la puerta, el forjar de una nueva Cerradura, era su vida. Su vida inmortal. Con Goldryn tendida junto a él, su rubí opaco en el sol brillante, Rowan recogió dos puñados de arena y dejó que los granos se deslizan fuera, dejó que el viento se los llevara hacia el mar. Era todo tiempo prestado de todos modos. Aelin no esperaba que fueran por ella. Ella, que había ido por ellos, y los había encontrado. Había dispuesto que todo cayera en su lugar cuando ella dio su vida. Cuando se dio por vencida mil años para salvarlos. Y Rowan sabía que ella creía que ellos harían la elección correcta, la elección racional, y permanecerían aquí. Dirigir sus ejércitos a la victoria: los ejércitos que había conseguido para ellos, adivinando que no iba a estar allí para verlos. Ella no pensó que lo vería de nuevo. Él no aceptaba eso. No podía aceptar eso. Y no aceptaría que la había encontrado, y que lo había encontrado, y que habían sobrevivido a tanta pena y dolor y a la desesperación juntos, sólo para ser separados. Él no podía aceptar el destino que había sido dado para ella, no aceptaría que su vida era el precio para salvar este mundo. Su vida, o de la de Dorian. No lo aceptaría ni por un segundo. Pasos resonaron en la arena, y él olio a Lorcan antes de que él se molestara en mirar. Por medio segundo, se debatió por matar al macho donde se encontraba. Rowan sabía que hoy él ganaría. Algo se había fracturado dentro de Lorcan, y si Rowan atacaba ahora, el otro macho moriría. Lorcan ni siquiera podría poner mucha resistencia. La cara labrada de granito de Lorcan era dura, pero sus ojos... Eso era agonía en ellos. Y pesar. Los otros bajaban por las dunas, detrás del aquelarre restante de la bruja, y Aedion se puso de pie. Todos lo miraron mientras Rowan permanecía de rodillas. El mar se alejó, ondulando bajo el limpio cielo azul. Él lanzó esa promesa al mundo, como una red de pescar. Arrojándolo fuera con su magia, su alma, su corazón roto. La buscaría.


Pelea, él la quería, enviando las palabras por el vínculo, que tal vez se había asentado en su lugar ese primer momento en que se habían convertido en carranam, oculto debajo de la llama y el hielo y la esperanza de un futuro mejor. Lucha contra ella. Iré por ti. Incluso si eso me lleva mil años. Yo te encontraré, te encontraré, te encontraré. Sólo la sal y el viento y el agua le respondieron. Rowan se puso de pie. Y lentamente volvía la cara a ellos. Pero su atención se enganchó en los barcos que navegan ahora al oeste a la batalla. Los barcos de sus primos, con lo que quedaba de la flota de Ansel Briarcliff habían ganado para ellos, y tres barcos de Rolfe. Pero no eran esos barcos los que lo hicieron detenerse. Fue el único que redondeaba el extremo oriental de la tierra, una lancha. Pasó rápidamente cerca en un viento fantasma, demasiado rápido para ser natural. Rowan se preparó. La forma de la embarcación no pertenecía a ninguna de las flotas reunidas. Pero su estilo fastidiaba en su memoria. Desde su propia flota, Ansel de Briarcliff y Enda estaban elevándose sobre las olas en una lancha, apuntando a esta playa. Pero Rowan y los demás observaban en silencio mientras el barco extranjero a travesaba el oleaje y se deslizaba sobre la arena. Observaban los marineros de piel aceitunada arrastrarla hasta la playa. Un joven de hombros anchos saltó ágilmente, su algo rizado pelo oscuro tiró en la brisa del mar. Él no emitió un olorcillo de miedo mientras caminaba sigilosamente a ellos, ni siquiera tocó reconfortantemente la fina espada a su lado. —¿Dónde está Aelin Galathynius? —preguntó el extraño un poco sin aliento mientras les echaba un vistazo. Y su acento... —¿Quién eres tú? —dijo Rowan entre dientes. Pero el joven estaba ahora lo suficientemente cerca que Rowan podía ver el color de sus ojos. Turquesa, con un núcleo de oro. Aedion respiraba como si estuviera en trance: —Galan. Galan Ashryver, Príncipe Heredero de Wendlyn. Los ojos del hombre joven se abrieron cuando él vio al príncipe guerrero.


—Aedion —dijo con voz ronca, algo así cómo asombro y dolor en su rostro. Pero parpadeó lejos, seguro de sí mismo y firme, y de nuevo se le preguntó—. ¿Dónde está? Ninguno de ellos respondió. Aedion exigió: —¿Qué haces aquí? Las cejas oscuras de Galan tocaron. —Pensé que ella te habría informado. —¿Informar a nosotros de qué? —dijo Rowan en voz demasiado baja. Galan metió la mano en el bolsillo de su túnica azul desgastada, sacando una carta arrugada que parecía que había sido leído cientos de veces. En silencio, se la dio a Rowan. El olor de ella todavía se aferraba mientras él desdoblaba el papel, Aedion leyendo por encima de su hombro. La carta de Aelin al Príncipe de Wendlyn había sido breve. Brutal. Las letras grandes estaban tendidas a través de la página como si se moderara para conseguir lo mejor de ella: TERRASEN RECUERDA A EVALIN ASHRYVER. ¿TÚ LA RECUERDAS? LUCHÉ EN MISTWARD PARA TÚ GENTE. REGRESA EL FAVOR A LOS CONDENADOS DIOSES. Y entonces las coordenadas, para este punto. —Sólo fue a mí —dijo Galan suavemente—. No a mi padre. Sólo para mí. A la armada que controlaba Galan, como un corredor de bloqueo contra Adarlan. —Rowan —murmuro Lysandra en señal de advertencia. Él siguió su mirada. No hacia donde Ansel y Enda ahora llegaban al borde de su grupo, dando a las Trece un amplio espacio a medida que se levantaban sus cejas hacia Galan. Sino a la pequeña compañía de personas vestidas de blanco que aparecieron en lo alto de las dunas detrás de ellos, salpicados de barro y mirando como si hubieran caminado ellos mismos a través de los pantanos. Y Rowan sabía. Él sabía lo que eran antes de que incluso alcanzaran la playa. Ansel de Briarcliff se había puesto pálida al ver sus capas, ropas sueltas. Y mientras el hombre


alto situada en el centro se quitó la capucha para revelar un rostro de ojos verdes, de piel morena todavía hermosa con la juventud, la Reina de los Wastes susurró: —Ilias. Ilias, hijo del Maestro Silenciador de los Asesinos Silenciosos, miró a Ansel, su espalda rígida. Pero Rowan dio un paso hacia el hombre, llamando su atención. Los ojos de Ilias se estrecharon evaluándolo. Y él, como Galan, todos ellos escaneaban en busca de una mujer de cabellos dorados que no estaba allí. Sus ojos regresaron a Rowan como si lo hubiese marcado como eje de este grupo. Con voz ronca por falta de uso, Ilias le preguntó: —Hemos llegado a cumplir con nuestra deuda de vida a Celaena Sardothien, a Aelin Galathynius. ¿Dónde está ella? —Tú eres el suikast sessiz1 —dijo Dorian, sacudiendo su cabeza—. El Asesino Silencioso del Desierto Rojo. Ilias asintió. Y echó un vistazo a Ansel, que todavía parecía apunto de vomitar, diciendo antes a Rowan: —Parece que mi amiga ha llamado a muchas deudas, además de la nuestra. Como si las palabras en sí fueran una señal, más figuras vestidas de blanco llenaron las dunas detrás de ellos. Decenas. Cientos. Rowan se preguntó si todos y cada uno de los asesinos que se mantienen en el desierto habían venido a honrar su deuda con la joven. Una legión letal en sí mismos. Y Galan... Rowan se volvió hacia el Príncipe de la Corona de Wendlyn. —¿Cuántos? —preguntó—. ¿Cuántos trajiste? Galan se limitó a sonreír un poco y señaló el horizonte oriental. Donde velas blancas ahora rompió sobre su borde. Nave tras nave tras nave, cada una con la bandera de cobalto de Wendlyn. —Dile a Aelin Galathynius que Wendlyn nunca ha olvidado a Evalin Ashryver —le dijo Galan a Aedion—. O a Terrasen. Aedion cayó de rodillas en la arena mientras la armada de Wendlyn se extendida delante de ellos. Te prometo que no importa que tan lejos vaya, sin importar el costo, cuando llames por mi ayuda, yo iré, Aelin le había jurado a Darrow. A llamar por viejas deudas y promesas. Para levantar un 1

Suikast Sessiz: Asesino Silencioso, en turco.


ejército de asesinos y ladrones y exiliados y plebeyos. Y ella lo había hecho. Había pensado y realizado hasta la última palabra. Rowan contó los barcos que se deslizaban sobre el horizonte. Contado los buques de su propia armada. Agregado los de Rolfe y los de Mycenians que se estaban reuniendo en el norte. —Santos Dioses —Dorian respiró mientras la armada de Wendlyn se iba expandiendo más y más. Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Aedion mientras sollozaba en silencio. ¿Dónde están nuestros aliados, Aelin? ¿Dónde están nuestros ejércitos? Ella había tomado la crítica, porque sabía que ella no quería decepcionarlos si ella fallaba. Rowan puso una mano sobre el hombro de Aedion. Todo ello para Terrasen, ella había dicho ese día, ella había revelado, ella había planeado su camino hasta obtener la fortuna de Arobynn. Y Rowan sabía que cada paso que había tomado, cada plan y estimación, cada secreto y apuesta desesperada... Eran por Terrasen. Por ellos. Por un mundo mejor. Aelin Galathynius había levantado un ejército no sólo para desafiar a Morath... sino para sacudir las estrellas. Ella había sabido que no iba a llegar a dirigirla. Pero aún se mantenía fiel a su promesa a Darrow: Te lo prometo por mi sangre, en el nombre de mi familia, que no le daré la espalda a Terrasen como tú no me la has dado a mí. Y la última pieza de eso... si Chaol Westfall y Nesryn Faliq podrían reunir fuerzas desde el sur del continente... Aedion al fin levantó la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos mientras llegaba a la misma conclusión. Una oportunidad. Su esposa, su compañera, les había comprado una oportunidad en esta guerra. Y ella no creía que irían por ella. —¿Galan? Rowan se quedó inmóvil como la muerte por la voz que flotaba sobre las dunas. A la mujer de cabellos de oro que usaba la piel de su amada. Aedion se puso de pie, a punto de gruñir, cuando Rowan agarró su brazo. Cuando Lysandra, como Aelin, como ella había prometido, caminó hacia ellos, con una sonrisa amplia. Esa sonrisa... Se hizo un agujero en el corazón. Lysandra le había enseñado esa misma sonrisa a Aelin, ese poco de malicia y deleite, afilada con un poco de crueldad. Lysandra actuó, perfeccionada por el mismo agujero infernal en el que Aelin había aprendido de ella, fue impecable mientras hablaba con Galan. Mientras hablaba con Ilias, abrazándolo como un


amigo perdido hace mucho tiempo, y tranquilo aliado. Aedion estaba temblando a su lado. Pero el mundo no podía saber. Sus aliados, sus enemigos, no podían saber que el fuego inmortal de Mala había sido robado. Encadenado. Galan le dijo a quién creía que era su prima: —¿A dónde ahora? Lysandra miró a él, luego a Aedion, sin ninguna señal de arrepentimiento o culpa o duda en su rostro. —Vamos hacia el norte. A Terrasen. El estómago de Rowan se volvió de plomo. Pero Lysandra atrajo su atención, y dijo de ininterrumpidamente y con indiferencia: —Príncipe, necesito que recuperes algo por mí antes de unirte a nosotros en el Norte. Encuéntrala, encuéntrala, encuéntrala, la cambia formas parecía suplicar. Rowan asintió, a la falta de palabras. Lysandra lo tomó de la mano, la apretó una vez en agradecimiento, una despedida pública y cortes entre una reina y su consorte, y se apartó. —Vengan —dijo Lysandra a Galan e Ilias, haciendo un gesto hacia ellos, donde una Ansel de rostro pálido y amenazante Enda esperaba—. Tenemos asuntos que discutir antes de partir. Entonces su pequeña compañía estaba sola una vez más. Las manos de Aedion se abrían y cerraban a los costados mientras miraba con fijeza después a la cambia formas vistiendo la piel de Aelin, llevando a sus aliados por la playa. Para darles privacidad. Un ejército para enfrentar a Morath. Para darles una oportunidad de luchar... La arena susurró detrás de él mientras Lorcan se acercaba a su lado. —Iré contigo. Voy a ayudarte a recuperarla. Gavriel dijo con voz ronca: —La encontraremos —Aedion al fin apartó la vista de Lysandra. Pero no dijo nada a su padre, no le había dicho nada a él en absoluto desde que habían desembarcado en la playa. Elide dio un paso cojeando más cerca, su voz tan cruda como la de Gavriel. —Juntos. Iremos juntos. Lorcan evaluó con la mirada a la Señora de Perranth siendo ignorado por ella. Sus ojos se movieron


mientras le decía a Rowan: —Fenrys está con ella. Él sabrá que estamos yendo por ella, tratará de dejar pistas si puede. Si Maeve no lo tenía bajo llave. Pero Fenrys había luchado contra el juramento de sangre todos los días desde que lo hizo. Y si él era todo lo que ahora se oponía entre Cairn y Aelin... Rowan no podía permitirse pensar ahora en Cairn. Sobre lo que ya había le había hecho Maeve, o lo que le haría antes de terminar. No, Fenrys podía luchar contra ella. Y Aelin podía luchar contra ella. Aelin jamás dejaría de luchar. Rowan encaró a Aedion, y el príncipe guerrero de nuevo apartó su atención de la piel de Lysandra el tiempo suficiente para mirarlo a los ojos. Aedion comprendió la mirada, y le puso una mano en la empuñadura de la espada de Orynth. —Voy a ir al norte. Con ella. Para supervisar los ejércitos, asegurarme de que todo está en su lugar. Rowan estrechó el antebrazo de Aedion. —Las líneas tienen que aguantar. Cómpranos todo el tiempo que puedas, hermano. Aedion apretó su antebrazo a cambio, con los ojos ardiendo brillantemente. Rowan sabía lo mucho que lo mataba. Pero si el mundo creía que Aelin regresaba al norte, entonces uno de sus generales tenía que estar a su lado para dirigir sus ejércitos. Y puesto que Aedion comandaba la lealtad de la Perdición… —Tráela de vuelta, Príncipe —dijo Aedion, con la voz quebrada—. Tráela a casa. Rowan sostuvo la mirada de su hermano y asintió. —Nos veremos de nuevo. Todos ustedes. No gastó palabras persuadiendo al príncipe guerrero de que perdonara a la cambia formas. No estaba completamente seguro que incluso no fuera un plan de Aelin y de Lysandra. Que su papel había tenido en esto. Dorian dio un paso adelante, pero mirando a Manon, que estaba mirando hacia el mar como si pudiera ver a donde quiera que Maeve había secuestrado su nave. Usando ese poder de encubrimiento que había ejercido para ocultar a Fenrys y Gavriel en la Bahía del Cráneo, ocultando su armada de los ojos de Eyllwe. —Las brujas vuelan hacia el norte —dijo Dorian—. Y voy a ir con ellas. Para ver si puedo hacer lo que necesita ser hecho. —Quédate con nosotros —ofreció Rowan—. Encontraremos una manera de lidiar con las llaves y el bloqueo y los dioses, con todo ello. Dorian negó con la cabeza. —Si van detrás de Maeve, las llaves deben mantenerse lejos. Si puedo ayudar a hacer esto, medi-


ante la búsqueda de la tercera... Yo te serviré mejor de esa manera. —Es probable que mueras —cortó Aedion bruscamente—. Vamos al norte a la matanza y matando en el camino, tú te diriges a peligros mucho peores que eso. Morath estará esperando —Rowan lo cortó con una mirada. Pero su hermano estaba más allá de preocuparse. No, Aedion montaba un vicioso, vulnerable filo en este momento, y no tardaría mucho para que ese filo se convirtiera en letal. Especialmente cuando Dorian había jugado su parte en la separación de Aelin de su grupo. Dorian volvió a mirar a Manon, que ahora sonrió débilmente ante él. Era una sonrisa que suavizó su cara, le hizo avivarse. —Él no va a morir si puedo evitarlo —dijo la bruja, entonces estudió a todos los presentes—. Viajaremos para encontrar a las Crochans, para reunir las fuerzas que ellas puedan tener. Un ejército de brujas para contrarrestar las legiones de Ironteeth. Esperanza, preciosa, frágil esperanza agito la sangre de Rowan. Manon simplemente sacudió su mentón en señal de despedida y subió el risco hacia su aquelarre. Así que Rowan asintió a Dorian. Pero el hombre inclinó la cabeza, y no era el gesto de un amigo a un amigo. Era el gesto de un Rey a otro. Consorte, él quería decir. No era más que su consorte. Incluso si ella se había casado con él para que pudiera tener el derecho legal para salvar Terrasen y reconstruirlo. Para comandar los ejércitos que ella le había dado todo lo reunido para ellos. —Cuando nosotros hayamos terminado, me uniré en Terrasen, Aedion —prometió el Rey de Adarlan—. Así que cuando vuelvas Rowan, cuando ambos volvamos, habrá algo por lo que luchar. Aedion pareció considerarlo. Para sopesar las palabras y la expresión del hombre. Y entonces, el príncipe general, dio un paso al frente y abrazó al Rey. Fue rápido y duro, y Dorian se encogió, pero ese filo de dolor sordo en los ojos de Aedion se había borrado un poco. En silencio, Aedion echó un vistazo a Damaris, enfundada al lado de Dorian. La espada del primer y más grande Rey de Adarlan. Aedion pareció sopesar su presencia, de quién la cargaba. Por fin, el príncipe general asintió, más para sí mismo que para nadie. Pero Dorian todavía inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. Cuando Aedion se había acercado hacia los botes, dando un paso deliberadamente alrededor de Lysandra-Aelin cuando trató de hablar con él, Rowan le dijo al Rey: —¿Confías en las brujas? Asintió. —Ellas están dejando dos wyverns para proteger su nave al borde del continente. A partir de ahí, se unirán a nosotros otra vez, y tú partirás a dondequiera... cualquier lugar a donde necesites ir.


Maeve podría haberla llevado a cualquier parte, desapareció ese barco a la mitad de camino a través del mundo. Rowan le dijo a Dorian: —Gracias. —No me des las gracias —una media sonrisa—. Agradece a Manon. Si todos ellos sobrevivían, si traía a Aelin de regreso, él lo haría. Abrazó a Dorian, le deseó lo mejor al Rey, y observó al hombre subir hasta el banco de arena junto a la bruja de pelo blanco que le esperaba. Lysandra ya le estaba dando órdenes a Galan e Ilias sobre cómo se transportaría a los doscientos asesinos silenciosos en los buques de Wendlyn, Aedion escuchando con los brazos cruzados. Ansel estaba enfrascada en una conversación con Endymion, que no parecía saber muy bien qué hacer con la reina pelirroja con sonrisa de un lobo. Ansel, sin embargo, parecía que levantaría un infierno y era muy buena haciendo eso. Rowan deseó tener más de un momento de sobra para darle las gracias a los dos, agradecer a Enda y cada uno de sus primos. Todo se estableció, todo estaba listo para esa ofensiva desesperada al norte. Como Aelin había previsto. No habría ningún descanso, no había tiempo que perder. Ellos no tenían tiempo de sobra. Los wyverns se agitaron, batiendo sus alas. Dorian subió a la silla detrás de Manon y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. La bruja dijo algo que le hizo sonreír. Verdaderamente sonreír. Dorian levantó la mano en señal de despedida, haciendo una mueca cuando Abraxos se elevó a los cielos. Otros diez wyverns se elevaron al aire detrás de ellos. La sonrisa burlona, de la bruja de cabellos dorados, Asterin, y una delgada, de pelo negro, ojos verdes llamada Briar esperaban en lo alto de sus monturas por Gavriel, Lorcan y Elide. Para llevarlos a la nave que los llevaría a la caza a través del mar. Lorcan dio un paso hacia Elide mientras se acercaba al wyvern de Asterin, pero ella no le hizo caso. Ni siquiera miró al macho mientras ella tomaba la mano de Asterin y era tirada a la montura. Y aunque Lorcan lo ocultó bien, Rowan captó el destello de la devastación en esos rasgos endurecidos por los siglos. Gavriel ladró una maldición mientras agarraba la cintura de la bruja de cabellos dorados siendo ese el único sonido de su malestar mientras ellos se elevaban al cielo. Sólo cuando todos estaban en el aire Rowan subió lentamente a la colina de arena, atando la funda de la antigua Goldryn a la faja de su cinturón mientras se iba. Su camisa manchada de sangre todavía descansaba allí, justo al lado de la piscina de sangre que empapaba la arena. No tenía ninguna duda de que Cairn lo había dejado por un objetivo. Rowan se inclinó, recogiendo la camisa, pasando sus pulgares sobre el tejido blando.


El aquelarre se desvaneció en el horizonte; sus compañeros llegaron a su nave, y los otros se preparaban para mover el ejército que su compañera había convocado para ellos, empujando las lanchas al oleaje. Rowan atrajo la camisa a su rostro y aspiró su aroma. Sintió que algo se movía en él, sintió al vínculo aletear. Dejó caer la camisa, dejó que el viento se la llevara lejos de la costa, lejos de ese lugar bañado en sangre que olía a dolor. Te encontraré. Rowan se transformó y se elevó velozmente en lo alto, el viento retorcido por su propia creación, el extenso mar brillando a su derecha, los pantanos siendo una maraña verde y gris a su izquierda. Encadenó el viento a él, alcanzando rápidamente a sus compañeros que ahora volaban por la costa, recluyendo su olor en la memoria, recluyendo ese aleteo en el vínculo a la memoria. Ese aleteo que él podría haber jurado que sintió en respuesta, como el corazón agitado de una brasa. Desatando un alarido que hacía temblar al mundo, el príncipe Rowan Whitethorn Galathynius, consorte de la Reina de Terrasen, comenzó la búsqueda para hallar a su esposa.


Agradecimientos Traducido por Karla Sbraccia Corregido por Reshi

Siempre es tan difícil de resumir mi inmensa gratitud por las personas que no sólo trabajan tan incansablemente para hacer este libro una realidad, sino que también me proveen con un apoyo y una amistad inquebrantables. No sé lo que haría sin ellos en mi vida, y le agradezco al universo cada día que están en ella. Para mi esposo, Josh: Incluso cuando este mundo es un susurro olvidado de polvo entre las estrellas, te amaré. Gracias por la risa en los días en los que no creía que pudiera sonreír, por sostener mi mano cuando necesitaba un recordatorio de que era amada, y por ser mi mejor amigo y puerto seguro. Eres la mayor alegría en mi vida, e incluso mil páginas no serían suficientes para expresar lo mucho que te amo. Para Annie: Para ahora, no me sorprendería en absoluto si has aprendido a leer. Eres la otra gran alegría en mi vida, y tu amor incondicional e impertinencia infalible convierten a un trabajo solitario en algo que nunca se siente solo, ni por un momento. Te quiero, perrito bebé. Para Tamar Rydzinski: He estado tan agradecida por tu sabiduría, rudeza, y brillantez desde el primer momento en que me llamaste hace todos esos años. Pero este año en especial, he estado incluso más agradecida por tu amistad. Gracias por cubrir mi espalda sin importar que. Soy tan afortunada de tenerte en mi rincón. Para Cat Onder: Trabajar contigo ha sido un gran punto culminante para mi carrera. Gracias desde el fondo de mi corazón por tus inteligentes y perspicaces respuestas, por defender mis libros, y por hacer todo este proceso tan divertido. Estoy increíblemente orgullosa de tenerte como editora y amiga. Para Margaret Miller: Gracias por toda tu ayuda y orientación a través de los años, he crecido mucho como escritora debido a ti, y estoy muy agradecida por ello. Para Cassie Homer: ¿Por dónde siquiera empiezo a darte las gracias por todo lo que haces? Yo realmente no sé cómo me las arreglaría sin tu ayuda. Eres increíble. A mis equipos inigualables y maravillosos en Bloomsbury en todo el mundo y CAA, Cindy Loh, Cristina Gilbert, Jon Cassir, Kathleen Farrar, Nigel Newton, Rebecca McNally, Natalie Hamilton, Sonia Palmisano, Emma Hopkin, Ian Lamb, Emma Bradshaw, Lizzy Mason, Courtney Griffin, Erica Barmash, Emily Ritter, Grace Whooley, Eshani Agrawal, Emily Klopfer, Alice Grigg, Elise Burns, Jenny Collins, Linette Kim, Beth Eller, Kerry Johnson, Kelly de Groot, Ashley Poston, Lucy MackaySim, Melissa Kavonic, Diane Aronson, Donna Marcos, Juan Candell, Nicholas Church, y todo el equipo de derechos extranjeros: soy muy afortunada de trabajar con un grupo tan espectacular de personas, y no puedo imaginar a mis libros estar en mejores manos. Gracias, gracias, gracias por todo. A mis padres: Gracias por el amor incondicional, y por poseer un número verdaderamente


embarazoso de copias de todos mis libros. Para mi familia política: Gracias por cuidar de Annie cuando estamos fuera y por estar siempre ahí para nosotros sin importar qué. Para mi maravillosa familia: los amo a todos. Para Louisse Ang, Sasha Alsberg, Vilma González, Alicia Fanchiang, Charlie Bowater, Nicola Wilksinson, Damaris Cardinali, Alexa Santiago, Rachel Domingo, Kelly Grabowski, Jessica Reigle, Jamie Miller, Laura Ashforth, Steph Brown, y las Maas Trece: Gracias tanto, tanto, tanto por su bondad, su generosidad y su amistad. Me siento honorada de conocerlos chicos. Y a mis lectores: Gracias por las cartas, el arte, los tatuajes (!!), la música, gracias por todo eso. No puedo empezar a expresar lo mucho que significa para mí, o lo agradecida que estoy. Ustedes hacen que todo el trabajo duro valga la pena.


Traducciones Independientes Este foro/grupo está formado por personas maravillosas que toman una parte de su tiempo para traducir libros sin recibir nada a cambio.

Es por este motivo que ahora hacemos una mención especial a ciertas personas que sin ellas, créannos, Imperio de Tormentas no estaría terminado y en sus manos.

Gracias:

Sergio Palacios, por ser el mejor fan de la saga Trono de Cristal y por ello desear que la mayoría de las personas disfrute de esta saga. Por Sergio pueden disfrutar del libro ilustrado de Trono de Cristal.

Cotota, quién siempre está dispuesta en ayudar a traducir y corregir capítulos, no importando que tenga un tiempo límite ¡es la mejor de todas!

Sandra Martin, nuestra “Revelación del año”, quedamos tan impresionadas con su modo de traducir y corregir que inmediatamente la aceptamos.

Anto Raffaele, traductora y correctora. La chica que siempre está dispuesta a ayudarnos en este proyecto y aportando nuevas ideas.

Gracias a todos por formar parte de TI.


Traducciones Independientes Deseamos que hayan disfruta de su lectura. Al igual que agradecemos que hayan esperado por nuestra traducción, sabemos que ha sido una larga espera y por ello nos sentimos aún más agradecidos.

Los esperamos en la próxima entrega de la Saga Trono de Cristal.

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Exclusiva #1 (Edición B&N)

Traducido por Cotota Corregido por Reshi

Después de un viaje tan reñido, la Reina de Terrasen finalmente ha regresado a su amado reino. Pero el territorio de Aelin no está como lo recordaba. Adarlan ha quemado las aldeas hasta ser ruinas humeantes y dejó a su gente con cicatrices brutales, si quedaba gente viva en absoluto. A pesar de que los ejércitos de Adarlan están saliendo de Terrasen, las carreteras son vigiladas lo suficiente como para que Aelin, Rowan, Aedion, Lysandra, y Evangeline se mantengan ocultos en las sombras del Bosque Oakwald a medida que viajan a Orynth, la capital. Pero cuando se agoten los suministros, la corte recién formada deberá correr el riesgo de aventurarse en uno de esos sobrevivientes pueblos más afectados para reabastecer sus víveres. Lo que descubren no es en absoluto lo que Aelin y sus amigos esperaban, sino algo mucho más precioso que suministros… Sigue leyendo para una exclusiva mirada en una tarde que Aelin y su corte no olvidará, y que puede dar forma para siempre a su visión del futuro de Terrasen.


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Habían cruzado la frontera de Terrasen hace dos días. La pequeña ciudad horneada por el sol de mediodía fue lo primero que encontraron, las grises piedras y tejas manchadas por el musgo parecían que todo estuviera asfixiado y en ruinas. No había una carretera principal que conectara con ella, por lo menos no había una carretera que tuviera como ancho más de un surco de pista de carro a través de la abundante hierba y barro, y las recién labradas tierras los rodeaban por una buena milla en ninguna dirección. Encima de una cubierta de hierba, llena de rocas, Aelin inspeccionó la expansión de las colinas a través del pequeño valle, la ciudad en su corazón, y el antiguo camino del bosque que fluía en Oakwald. —El armador es pequeño, pero está sorprendentemente bien abastecido —dijo Lysandra a su lado, todavía sin aliento por la exploración de antes. Rowan le había acompañado, manteniéndose a distancia, dejando que la cambiaformas se separara para información vital, después demostrando que se había perdido. Había entrenado con ella desde que salieron de Rifthold, no solo para explorar, sino también por la habilidad de volar. Leer los vientos, también. La cambiaformas continuó: —La gente parecía lo suficientemente amable. Podríamos comprar lo que necesitamos y tardar una hora o algo así. Luego, nos reunimos en el bosque con un carro. Aelin al final alejó su atención del pueblo y el valle. Lysandra llevaba su forma humana, poco frecuente, en estos días. —¿Asumo que harás esto como… un hombre? Lysandra apoyó las manos en sus caderas. —No, como una ardilla. La boca de Aelin se torció. —Eso sería un espectáculo. —¿Qué lo sería? —Aedion caminó desde donde había estado frotando los caballos, Ligera trotando alegremente en sus talones. Aelin no se perdió cómo su primo pasó su mirada por Lysandra, o como la cambiaformas lo ignoró deliberadamente. Ligera saltó directamente sobre la cambiaformas, sin embargo, y la salpicó con besos descuidados. Aelin sacudió su barbilla hacia la cambiaformas, que ahora estaba acariciando suavemente la cabeza de Ligera.


—Lysandra planeaba cambiar con bellotas nuestra comida, al parecer. Las cejas de Aedion se arrugaron. —¿Qué? Las damas inhalaron, justo cuando Rowan dijo desde donde él y Evangeline habían estado recopilando cubos de agua: —No te molestes en ponerte en medio de esas tonterías, Aedion. Aelin le sacó la lengua al Príncipe Fae. Evangeline se rió, entonces rápidamente ocultó su sonrisa cuando Rowan le lanzó una mirada a ella. La niña se precipitó hacia Lysandra, sus ojos totalmente sin miedo de Rowan cuando se hizo cargo de los mimos de Ligera. Algo se apretó en el pecho de Aelin ante las diversiones tranquilas de Rowan. Él y Aedion habían sido tan amables con la niña, sabiendo cuando burlarse, cuando consolarla. Dos mandones, prepotentes hermanos mayores, y entrenados, letales asesinos. Los dioses ayudaran a Evangeline cuando tuviera la edad suficiente para estar interesada en alguien románticamente. Aunque dado el horror de su infancia, incluso con la ayuda de Lysandra… Aelin suponía que todos estarían felices de Evangeline cuando llegara ese día. Pero por el momento cualquier hombre parecía demasiado lejos para Evangeline… Aelin sonrió para sí misma. El hombre –o mujer, suponía– no solo tendría a Rowan y Aedion gruñendo hacia él. Oh, no. Tendría a una perra reina escupe-fuego y a una cambiaformas capaz de convertirse en el rostro de sus pesadillas mientras esperaba para tener una pequeña charla. Honestamente, era bastante para cualquiera que lastimara a la niña. Ligera parecía más bien enojada cuando Evangeline se enderezó y envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Lysandra, sosteniéndola firme. La cambiaformas sonrió distraídamente por la muchacha, acariciando su cabeza oro-rojo. —Si te conviertes en una ardilla —dijo Evangeline contra la camisa blanca y polvorienta de Lysandra—, ¿viajarás en mi hombro y me dejarás hacerte un sombrero de bellota para que lo uses? Aelin se mordió el labio, caminando hacia Rowan y el agua antes de que pudiera cometer el error de encontrarse con la mirada y los aullidos de Lysandra. Rowan también estaba tomando medidas drásticas con sus labios, los ojos deslumbrantemente brillantes. Aelin lo tomó del brazo y condujo al príncipe hacia el bosquecillo de árboles detrás de ellos, rápidamente. Aelin estaba unos diez pasos dentro de la sombra de la madera antes de que su carcajada se liberara, haciendo eco en los árboles y esparciendo las aves, adormecidas por el calor del mediodía. Rowan se rió entre dientes, frotando su cuello cuando Aelin resollaba y se atoraba. Reírse de Evangeline no era algo que ninguno de ellos estuviera particularmente a hacer, pero… dioses antiguos. —Estoy sinceramente debatiéndome en ofrecerle a Lysandra una moneda de oro solo para verla en


su equipo de bosque —dijo Aelin cuando logró dominarse. Rowan se rió de nuevo. —No creo que haya necesidad de pagarle algo, ella lo haría solo para hacer a la niña feliz. De hecho, todos estaban inclinados en hacer a la niña feliz. Evangeline había sufrido bastante, había visto mucho más de lo que un niño debía ser testigo alguna vez. Aelin y Lysandra lo habían sido también. Como Aedion igual, suponía. Pero de todos ellos… —Tuviste una infancia feliz —dijo, más una cavilación que una pregunta. Rowan asintió, no obstante. —Sí, mis padres desaparecieron cuando era todavía joven. Pero en honor a la verdad, la casa de mi tío era mucho más… divertida. Nuestra educación era estricta, pero había alegría en la casa. Con seis niños, además de mí, junto con otra horda de mis otros primos que vivían cerca, era una colección de animales salvajes. Aelin levantó una ceja. —Literalmente, con sus otras formas. Él le pellizcó un lado. —No tienes ni idea. Cuando nuestros tutores y cuidadoras nos tenían que dar órdenes, simplemente nos gustaba volar. Así que mi tío instaló cerraduras en las ventanas, y picos sobre las lámparas y estanterías, solo para evitar tener que volar a cualquier lugar. Aelin se rió. —Me cuesta imaginarte portándote mal. Sus cejas se levantaron. —Yo era obediente en público. Y entre extraños, me mantenía tranquilo. Pero en la finca de mi tío… Tal vez yo era el más tranquilo de mis primos, pero éramos salvajes. —¿Y todos ustedes podían convertirse en halcones? —En su mayoría las aves rapaces llenan la línea de sangre Whitethorn. Mi primo, Enda, puede cambiar a un halcón peregrino. Sellene, otro primo de un tío diferente, cambiaba a un águila real. Pero todos tenemos el hielo y el viento, otra fuente de dolor para nuestros tutores. Aelin se dirigió a un árbol y se apoyó en él. —Pero querías evitarlos cuando fuimos a Doranelle. Se tensó ligeramente.


—Ellos… Su relación con Maeve puede que estuviera dañada. Estaba seguro de que si los atraía al infierno íbamos a caminar solo hacia añadir potenciales víctimas. —¿Habrían entrado en conflicto contigo, al estar en contra de ella? —Ha pasado tanto tiempo desde que me tomé la molestia de pasar más de unos minutos con ellos que honestamente no lo sé. No fui amable con ellos durante un gran tiempo. Me preocupaba que pudieran añadir obstáculos para ti y mí. Ella ladeó la cabeza. —¿Qué pasó entre ustedes? —Después de… Lyria —dijo, todavía vacilante al nombrar a su compañera como si algo afilado se enganchara en él—, cuando regresé de vagar y juré el juramento de sangre a Maeve, yo… me cerré a todo el mundo que había conocido antes. La gente que la conocía, que nos conocía. Era más fácil rodearme a mí mismo con el cadre, con ejércitos, a ver la cara de lástima de mis primos. Enda, él y yo éramos más cercanos mientras crecíamos. Vino a visitarme cada semana en mi residencia en Doranelle. Me negué a verlo. Entonces salí a la guerra, y cuando regresé dos años más tarde, él no volvió —se encogió de hombros—. El resto de mis primos a veces me arrincoban en eventos o aparecían en mi puerta, pero los despedía por la intromisión. Ella consideró sus palabras. —No te culpas —pareció relajarse un poco. Se empujó contra el árbol y dio unos pasos hacia él, preguntando—: ¿Tienes una casa ahora? —Muchas, de hecho, propiedades mías y propiedades de mis padres y de generaciones atrás. —Supongo que los redecoraste con tu mísera paga de guerrero. Él rodó los ojos, acechándola. —Las dejé exactamente cómo me las entregaron. Tapadas, decoradas, y completamente inútiles. —Solo un bruto Fae encontraría lujo en algo así. Ella dejó que la apoyara contra el árbol, pegando sus manos a cada lado de la cabeza. —Si no hubiera sido expulsado de Doranelle por el resto de la eternidad, te invitaría a jugar a la casita. Y te daría dos días antes de que te aburrieran y te quejaras de mí por ello. —Resulta que me encanta jugar a la casita. Anidar es una forma de arte para mí —sus labios se crisparon. —No te atreves alguna vez a hacer una broma acerca de aves. Ella apretó la mandíbula cerrada, aun cuando sus labios se fruncieron. Rowan apartó su nariz.


Ella empujó lejos su mano, riendo por lo bajo. —Nuestros amigos están sospechosamente tranquilos. —Apuesto a que decidieron salir a caminar en la dirección opuesta —se inclinó hasta que su aliento le calentó la boca. —Debemos conseguir los suministros de la ciudad —una oferta a medias era lo mejor. Los labios de Rowan rozaron los suyos mientras murmuraba: —Puede esperar un minuto o dos. Su primer beso fue poco más que una caricia. Seguido de otro, suave y lento en contra de la comisura de su boca. Entonces otro. —Diez minutos —murmuró ella, acomodándose contra el árbol detrás suyo—. Vamos a darles diez minutos. —Veinte —fue su única respuesta en el momento en que levantaba la barbilla para poder tener un mejor acceso a la boca, permitiéndole colocar aquellos besos ligeros como plumas repetidas veces. —¿Recuerdas ese día en Mistward —respiró Aelin—, cuando por fin llegué a dominar el cambio, y nosotros hicimos carreras por todo el bosque? Rowan hizo una pausa suficiente para asentir con la cabeza. Se inclinó de nuevo para besarla, pero ella puso un dedo en sus labios. Se encontró con su mirada, sus ojos oscuros y ardiendo. —Me miraste mientras estábamos corriendo a través de los árboles, y me sonreíste —tragó saliva—. Y lucías… te veías tan vivo, tan salvaje y vivo, y… —ella trazó el contorno de su boca—. Creo que ese fue el momento en el que empecé a quererte. No lo sabía en ese momento, pero… Creo que fue entonces. Eras tan real y malvado y salvaje como yo, y cuando viste mi velocidad y mis características Fae y no te resististe… Cuando solo me sonreíste… Nadie había hecho eso antes. Viste todo de mí, pero aun así me sonreíste. Rowan cepilló el pelo suelto de su cara. —Creo que los dos pasamos mucho tiempo tratando de convencernos de nuestra… neutralidad — besó uno de sus pómulos, luego el otro—. Encuentro que prefiero esto mucho más. Sus dedos de los pies se apretaron en el interior de sus botas. —Igualmente, Príncipe —dijo ella en su boca, arrastrándolo contra sí, saboreando cada pulgada con fuerza y ondulación del músculo—. Igualmente.

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Al final, Rowan y Aelin habían desaparecido durante treinta minutos. El tiempo suficiente para que Aedion y Lysandra hubieran resuelto que todos irían a la aldea. Una persona que conseguía muchos suministros podría llamar la atención, tanto de espías como de posibles ladrones, y después de tanto tiempo en lo salvaje, a Aelin se le antojaba al menos ver algo de civilización. Cómo Rowan había vagado por la selva durante diez años… A Aelin no le gustaba pensar en ello. Él solo durante tanto tiempo, con el dolor y la culpa y la rabia que lo habían arrojado hasta el momento en ese abismo. Aun cuando había regresado a la civilización una década más tarde, en realidad no había… vivido. Sí, había ido a la guerra, desaparecido en mil aventuras, pero… Aelin se mantuvo cerca de Rowan mientras se abrían camino en el pequeño pueblo, con la capucha puesta y disimulando. Lysandra estaba usando la forma de un corpulento, sencillo hombre, para ser su negociador, mientras conseguían lo que necesitaban. Evangeline era su hija, Aelin su nodriza, y los dos sedentarios del norte eran parientes perdidos que lo visitaban desde hace mucho tiempo, ahora que los ejércitos de Adarlan estaban partiendo. Con el mediodía dirigiéndose hacia la tarde, muchos de los habitantes del pueblo habían terminado de almorzar y regresaban a los campos de la cosecha a atender el ahora abundante suelo oscuro. El momento era casi perfecto para ir; la principal, sucia calle estaba casi vacía. Excepto por el centro de la ciudad, donde el murmullo de las conversaciones tranquillas susurraban, junto con el chapoteo del agua y la salpicadura de la ropa mojada. Algún tipo de fuente, sin duda. Llegaron a la tienda de ropa que Lysandra había explorado, la cambiaformas haciendo un show estelar de caminar pesadamente por las escaleras de la pequeña construcción de piedra, para después, ordenarles que esperaran fuera. La risa desenfadada tranquila de Aedion por la actuación le valió una fuerte mirada de advertencia de Evangeline. Aelin bajó la cabeza, como la nodriza recatada que era, para poder esconder su sonrisa cuando Aedion le murmuró sus disculpas a la niña. Llevaron los caballos a la artesa de piedra en el borde del edificio, y Aelin observó casualmente el tranquilo pueblo a su alrededor. Una calle principal flanqueada por una taberna solitaria, un fabricante de ropa que se había perdido de alguna manera la moda de los últimos cinco años, y un herrero. Todos intercalados con lo que parecían ser una o dos casitas de dos habitaciones. No habían caminos que llevaran a las casas más allá de la hierba y las rocas, solo la calle parecía marcar el camino. —¿Alguna vez has venido aquí antes? —le preguntó Aelin a Aedion desde las sombras de su capucha, acariciando el cuello de su yegua cuando el caballo bebió largamente. —No, yo ni siquiera sabía que había algo aquí —murmuró Aedion, mirando por encima del hombro. Unos pueblerinos lo observaron mientras se apresuraban a ir a la fuente donde habían


líquenes ahogados, hecha de piedra gris en el centro de la ciudad, donde la mayoría de las mujeres lo utilizaban como lavadero, colgando fuera de sus casas la ropa. —Hay algunas casas abandonadas —observó ella—. Tan cerca de la frontera de Adarlan, ¿crees que…? —Creo que es mejor si no hablamos de eso aquí —intervino Aedion. Aelin se enderezó. Su primo añadió un poco más suave, su mano acariciando la Espada de Orynth oculta bajo los pliegues de su manto—: Adarlan saqueó, la gente a veces se defendió. La gente a veces se desvanecía. O se hacían a un lado. Dudo de que cualquiera de las explicaciones sean agradables. Y estas eran sus personas. Este pueblo era suyo. La capucha se volvió un poco sofocante, pero Aelin pasó una mano por la melena de la yegua. Rowan, con su caballo bebiendo ávidamente al otro lado de la suya, le preguntó: —¿Hay muchos pueblos como éste? —¿En estos días? —la mano de Aedion se quedó en el pomo de la espada de hueso—. Los pequeños como este, sin conectarse a cualquiera de las carreteras principales, sobrevivieron con daños mínimos. Pero las aldeas cercanas a la carretera, donde marchaban varios ejércitos, muchos son solo trozos de escombros. Adarlan tomó y tomó, y cuando estaban listos, quemaron todo. Un nudo en la garganta. —Tratamos de ayudar —agregó Aedion—. Pero… lo normal es que estuviéramos demasiado lejos o demasiado tarde. Aelin bruscamente giró la cabeza hacia él. —Tú… —la palabra era seca—. Por todos los dioses, Aedion, nadie te culpa de ello. En todo caso… Ella sacudió la cabeza. Su primo palmeó el cuello de su caballo rojizo. —No hubiéramos podido hacer mucho, de todos modos. No sin cruzar una línea peligrosa con Adarlan. Tratamos de conseguir que los portadores de magia escaparan. Pero Adarlan siempre los encontraba. Un estremecimiento pasó por la columna de Aelin. El Rey de Adarlan, en su retorcida manera, había tratado de salvarlos, cortando la magia para que el Valg, cuando llegara, no pudiera buscarles como portadores principales. Y cuando eso no había funcionado, había ejecutado a cualquiera con magia hirviendo en sus venas. Y a los que intentaron protegerlos. —¿Qué hay de los Fae? —preguntó Rowan en voz baja. Los ojos turquesa de Aedion parpadearon en las sombras de su capucha. —Adarlan tenía cazadores, cómo y dónde fueron entrenados, no lo sé. Pero se encontraron con los


pocos Fae aquí. Al menos, con los que no huyeron a las montañas. Rowan no respondió. Su corazón se quebró un poco cuando Aedion añadió: —Lo siento. —Como dijo Aelin —respondió Rowan—, no fue tu culpa. O tú carga para soportar. Aelin podría haber hecho eco de aquel sentimiento sino hubiera oído el sonido que resonó a través de la ciudad. Risa, los niños riendo. Y ella no lo había oído, no habría esperado que de aquí de todos los lugares, en tanto tiempo que se apartó de su caballo para buscar la fuente. Había cinco de ellos, el más viejo de no más de once años y el más joven quizás de seis, todos moviéndose y luchando alrededor de la fuente de la localidad. Chillando de alegría mientras eran perseguidos por… Aelin dejó detrás la yegua, su cabeza inclinada, mientras caminaba hacia la fuente. Mariposas de agua –pura agua– revoloteaban y perseguían a los niños, que salían de la fuente y espuma en el sol de mediodía. Los adultos habían detenido su lavado y las conversaciones para verlos, los niños completamente conscientes de su audiencia. El deleite estaba en sus rostros casi resplandecientes, sus gritos y carreras a pasos veloces siendo los únicos sonidos en medio de la fuente burbujeante. Y en el corazón de su tormenta feliz… había una chica de rostro sucio alrededor de los ocho moviendo sus dedos, sus ojos fruncidos en concentración, mientras sus criaturas revoloteaban con vida de la fuente. —Potente —murmuró Rowan, apareciendo al lado de Aelin con ese silencio sobrenatural—. Ella va a crecer y convertirse en una poderosa portadora si ya puede tener tanto control, probablemente sin entrenamiento. De hecho, Aelin apenas podía convocar más que una cinta de agua, por no hablar de animadas criaturas reales. Observó las caras de los adultos, en el mismo momento en que se dieron cuenta de que había una extraña en medio de ellos. Diversión cautelosa cambió a algo con duro y frío. Aelin se encontró con los ojos de una mujer de edad cerca de la fuente, los demás pareciendo mirarla en busca de orientación. Su líder, o alguna persona de autoridad. La cara bronceada, arrugada de la mujer se endureció. Aelin solo inclinó su cabeza, ofreciendo una pequeña sonrisa a las mujeres reunidas. Unas palabras entre dientes de oro grupo hizo que la chica se detuviera. Los otros niños se encogieron por la repentina tranquilidad y se quedaron inmóviles.


Aelin le tendió la palma de la mano hacia ellos. Hacia la chica ahora agachándose detrás de las faldas del grupo que la había hecho callar. Con el sol abrasador del mediodía, el fuego de Aelin rabió y rugió en sus venas, y ella quiso enfriarse, para calmarse. Había sudor en su frente, pero se mantuvo firme cuando una gota de agua se formó en el aire por encima de su palma. La chica dejó escapar un grito que resonó en la plaza silenciosa. Aelin sonrió un poco más, dejando que el agua creciera al tamaño de una manzana, a continuación, haciéndola girar. Los adultos murmuraban, mirándose los unos a los otros, y esa mujer se reunió con la mirada de Aelin. Listo, su magia estaba temblando un poco, el suave orbe murmurando y flaqueando en algunos puntos. Todos observaron como un pequeño punto de agua, una mariposa batía fuera de la fuente y aleteaba por encima de la esfera de Aelin, sus alas flexionándose. Una risa alegre salió de la garganta de Aelin mientras examinaba los finos detalles de cerca. La chica no era fuerte. Era creativa. Ella había usado diferentes corrientes para dar forma a los patrones en las alas, toda la mariposa en constante movimiento dentro de su forma. Aelin se mantuvo perfectamente inmóvil, tan concentrada en mantener intacta esa esfera que apenas registró el forcejeo entre la niña y su tutor. Por el rabillo del ojo, observó a la chica acercándose, los otros niños mirando desde las faldas de sus cuidadoras, pero no se atrevió a romper su concentración hasta que la chica estuvo delante de ella y le susurró: —¿Eres como yo? El acento, el acento de Terrasen, la entonación de sus palabras… Ella no había hablado con uno de los suyos, en su propia tierra, en… un tiempo demasiado largo. Se preguntó si la chica se dio cuenta de que la esfera salpicando en la tierra no era parte del espectáculo. El agua-mariposa, sin embargo, se alejaba, moviéndose a su alrededor como si estuviera borracha de néctar. Aelin se encontró con la mirada de ojos castaños de la joven y le dijo: —No soy tan talentosa, pero sí. Y el sonido de su acento, la mezcla de Terrasen y Adarlan… la barbilla de la chica se levantó. Desconfianza, un poco de miedo. Pero valiente. Un gran pozo de coraje: La chica no dio marcha atrás. —Estábamos jugando —dijo la chica, como si necesitara defenderse. Como si… Las viviendas vacías, los rostros cautelosos… destellaron ante los ojos de Aelin. —Lo vi —dijo Aelin suavemente. Con tranquilidad—. Eres muy hábil.


Un solo encogimiento de hombros. —¿Cuántos años tienes? —Nueve. —Una buena edad —pequeña, para los nueve. Quizás años de pobreza habían dejado su huella. El estómago de Aelin se apretó. —¿Cuántos años tienes? Una de las mujeres hizo un ruido estrangulado detrás de ellos. Aelin soltó una risa. —Diecinueve. —Una buena edad —dijo la chica, asintiendo sabiamente. Aelin se rió de nuevo. Detrás de ellos, Aelin notó a Rowan y Aedion vigilando, pero no eran los machos los que llamaron la atención de la chica. —¿Qué le pasó a su cara? Aelin sabía a quién se refería, pero ella todavía observó por encima del hombro a Evangeline, que estaba de pie entre Aedion y Rowan, cada guerrero con una mano en el hombro. A la luz del sol, las cicatrices de la niña eran severas, brutales. —Gente mala trató de hacerle daño —dijo Aelin. —Mamá dice que con mi magia, podría ser una gran curandera. —De hecho, podrías —respondió Aelin, moviendo su atención hacia el lugar donde la mujer las observaba ahora con un rostro de piedra. —Yo podría curar sus cicatrices un día, tal vez. Aelin lo consideró. —Eso es muy generoso de tu parte. Supongo que serían hasta amigas, si ella desea eliminarlas — con la curación gracias a la magia, seguía siendo un proceso brutal, pero… tal vez era posible. —Podría eliminar las tuyas, también. Pequeña cosa lista de ojos. —Podrías hacer eso y muchísimas otras cosas —dijo Aelin. Ella lo decía un poco más alto, solo para los adultos pudieran oír—. Te podrías asegurar de que los campos y granjas reciban el agua adecuada. Y sí, podrías aprender a curar y atender a los enfermos y heridos.


—¿Dónde? —dijo una femenina voz baja. Aelin miró a la mujer mayor de labios agrietados de la fuente, la matrona de la ciudad. —¿Dónde va a aprender todas esas cosas? —la mujer empujó. Aelin hizo una pausa. Ella no lo sabía. No tenía idea. —Quemaron la academia de magia —dijo la mujer—. No hay lugar a donde ir para aprender. —Lo sé —dijo Aelin. —Entonces no pongas sueños en su cabeza —espetó la mujer. Las mejillas de Aelin se calentaron. Pero Aedion dijo detrás de ella, todavía oculto bajo la capucha: —Terrasen será reconstruido. Dale unos años, y habrá un lugar. —Si la guerra no nos destruye —dijo la mujer, señalando con la barbilla a los otros para que reanudaran su lavado—. Es mejor que estén pronto en el camino si quieren llegar a la siguiente ciudad antes de que se ponga oscuro Un brusco, no educado, despido. Aelin no los culpaba. Miró a la chica delante de ella, se veía en esos grandes ojos marrones. Y susurró para que nadie pudiera oír, ni siquiera la mujer lavando o los machos Fae vigilando: —Si llega la guerra, si sobrevivimos, espera unos años después de que termine. Anda a Orynth, y encuentra a Celaena Sardothien. Ve al castillo y diles que la estás buscando, y que has llegado al fin para tus lecciones de magia. —Fedra —ladró la mujer mayor. Una orden. Pero Aelin se inclinó, susurrando en el oído de Fedra mientras ponía una moneda de oro en el bolsillo. —No tengas miedo de lo que te hace brillar. Si la chica se sintió identificada o notó el peso repentino en su bolsillo, no lo demostró. Fedra se limitó a asentir, con los ojos tan brillantes, y echó a correr, Lysandra terminando con la tienda de ropa, y salieron del pueblo inmediatamente después, un grupo de mujeres y hombres arrastrándose detrás de ellos hacia el bosque para asegurarse de que se habían ido para siempre. Pero una media milla después por las laderas cubiertas de hierba y en el umbral de Oakwald, una mariposa de agua revoloteó en el hombro de Aelin.

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Alrededor del fuego que la propia Aelin había fabricado horas después, Oakwald era un nido enredado alrededor de ellos, cenando bayas frescas y unos finos cortes de carne que Lysandra había conseguido para ellos. Un placer raro, indulgente cuando podían cazarlos por sí mismos, pero… ninguno de ellos se opuso. La cambiaformas se quedó en su forma humana el tiempo suficiente para devorar su parte, pero ahora estaba echada en su forma de leopardo fantasma a los pies de Evangeline. Ligera, sin embargo, comía al lado de la chica, con los ojos clavados en el trozo de carne que aún quedaba en los dedos de Evangeline. Evangeline se detuvo de comer y dijo a ninguno de ellos en particular: —¿Podría un sanador arreglarme? —No hay nada que arreglar —dijo Aedion un poco demasiado bajo. Lysandra gruñó en acuerdo, pero parecía estar esperando oír una respuesta. Todos miraron a Rowan, quien fruncía el ceño ligeramente. —El proceso requeriría tratamientos extensos, con… —se contuvo, y dijo con cuidado—: con las cicatrices siendo tan profundas. Lysandra se tensó. Aedion no era el único de ellos que se culpaba por el pasado. Evangeline pasó un dedo por un lado de su cara. —¿Qué tipo de tratamientos? Esos citrinos ojos eran tan grandes, tan llenos de esperanza… Miedo, sí, pero también esperanza. —El tipo que podría lastimar mucho antes de que las cicatrices mejoren. —¿Pero ellas se irían? —Quizás. Aedion rascó su bota contra la suciedad. —No lo necesitas, Evangeline. Eres perfecta como eres. Evangeline le sonrió a Aedion, amplia y felizmente. Aelin miró a Rowan, que se veía como ella lucía: como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Lysandra estaba mirando a su joven pupila, la devastación en los ojos verde pálido. Devastación y sin embargo… Lysandra le echó un vistazo a Aedion, que se había movido para sentarse junto a Evangeline y mostrarle la forma adecuada de hacer una corona de margaritas. Aelin no se perdió el cambio de la expresión de Lysandra, incluso en su forma de leopardo fantasma, cuando vio al guerrero.


Aelin se encontró con los ojos de Rowan otra vez, y se inclinó para presionar un suave beso en su cuello. Dijo, en voz tan baja que ninguno de ellos pudo oír: —Le dijiste a la chica que viniera a Orynth, ¿verdad? Ella asintió. Rowan se apartó para mirarla a la cara, para estudiarla. El orgullo en sus ojos le hizo un nudo en su garganta. —Es un honor servirte. Pero Aelin negó con la cabeza, mirándolo a él, a Aedion, a Evangeline, y a Lysandra, cuidando de todos ellos. —El honor es todo mío —dijo en voz baja. A la mañana siguiente, el chillido de deleite de Evangeline fue casi lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos en sus tumbas en la colina al sur. Lysandra se mantuvo en forma de ardilla durante todo el día, y el siguiente después de ese, y llevando su sombrero de bellota con tanto orgullo como cualquier dama fina lo haría, mientras montaba encima de los hombros de Evangeline.


Exclusiva #2 (Edición Target)

Traducido por Mafer Torres Corregido por Reshi

Meses antes de que Aelin reclamara su identidad como la perdida Reina de Terrasen, ella aún se llamaba a sí misma Celaena Sardothien- y fue entrenada para blandir su reavivada magia por un príncipe Fae en una fortaleza en la montaña de Wendlyn... A pesar de su tosco comienzo, Aelin y Rowan finalmente han formado una sólida amistad, basada en respeto mutuo, confianza, y más que un poco de bromas. Pero justo cuando su lazo empieza a cambiar en algo que ninguno de los dos anticipa algo mucho más profundo- la fortaleza de Mistward recibe una visita de tres nobles Fae. Y una de ellos menciona unos muy, MUY personales lazos con el mismo Rowan. Sigue leyendo para una exclusiva escena eliminada de “Heredera de Fuego”, donde Aelin obtiene su primer vistazo a la nobleza Fae de Doranelle, y un poco más de la historia de Rowan se revela a ella... con consecuencias candentes.


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—¿Cuál es tu comida favorita? —Recostada en una roca como una iguana al sol, Celaena lanzó una nuez al aire y la atrapó con la boca. —Cualquier cosa que me mantenga vivo en el momento —dijo Rowan desde su lado, antebrazos alrededor de sus rodillas mientras monitoreaba las colinas y valles de Wendlyn ondulando más abajo. Ella chasqueó su lengua. —¿Podrías ser un poco más como un animal? Él deslizó una mirada en su dirección, alzando una ceja como si dijera, Sí recuerdas cual es mi otra forma, ¿no? Cuando ella solo frunció el ceño, él suspiró. —Hay un mercader en Doranelle que vende carne en un palo. —Carne en un palo —dijo Celaena tan firme como podía, peleando para mantener sus labios en una línea recta. —Y supongo que la tuya es alguna clase de confitería o un poco de inútil azúcar. —Los dulces no son inútiles. Y sí. Me arrastraría sobre carbones encendidos por una rebanada de pastel de chocolate y avellana justo ahora. —Mentiras. La última vez que lo había comido, había sido con Chaol. No estaba segura que pudiera comerlo otra vez. —¿Qué tan bueno podría eso ser para mantener fuerte tu cuerpo? Con tu magia, quemarías eso y estarías hambrienta de nuevo dentro de media hora. Ella se levantó sobre sus codos. —Tus prioridades están obscenamente fuera de lugar. No toda la comida es para supervivencia o incremento de fuerza. Tú ni siquiera probaste uno de los chocolates de ese pueblo. Te garantizo que en el momento que lo hagas, cada vez que te dé la espalda, estarás tragándolos. El pensar en Rowan haciéndolo hizo que apretara sus labios cerrados otra vez. Ella sabía que la haría empezar a entrenar en el momento que empezara a carcajearse, así que rápidamente preguntó; —¿Color favorito? —Verde. —Estoy sorprendida que en verdad sepas. Entrecerró los ojos, pero dijo:


—¿Cuál es el tuyo? —Por un tiempo, me hice creer que era el azul. Pero, siempre ha sido el rojo. Probablemente sabes por qué. Él hizo un sonido afirmativo. Celaena se quedó recostada y alzó una mano sobre su cabeza, tejiendo una línea de fuego entre sus dedos. La trenzó entre sus nudillos, después la hizo serpentear hacia su palma, hasta que se enrolló alrededor de su muñeca, torciéndose y deslizándose sobre su piel. —Bien —dijo Rowan—. Tu control está mejorando. —Mmhmm —ella alzó su otra mano, y anillos de fuego rodearon sus dedos. Se puso a trabajar en tallar sus llamas, forjándolas en patrones individuales. —Pruébalo en mí —dijo Rowan, y ella volteó su cara hacia él y frunció profundamente el ceño—. Hazlo. Él no brincó cuando le hizo una corona de llamas. Justo sobre su cabeza. Ella se sentó, arrodillándose frente a él, sus propias joyas aun llameando sobre sus manos y muñecas, y se concentró mientras transformaba la corona a una de flores, cada hoja una chispa de llama, el oro, el rojo y el azul brillando como cualquier piedra preciosa. El cabello plateado de Rowan brillaba bajo él. —Movimiento atrevido —dijo él mientras ella continuaba añadiendo detalles a su corona—. Uno que no tiene mucho espacio para errores. —Estoy sorprendida que no hayas cubierto tu cabeza con hielo. —Confío en ti —dijo él silenciosamente que ella miro a su rostro. Con la corona de llamas, él se veía como un rey, un rey guerrero, brutal como las líneas de su tatuaje—. Y ahora una para ti —dijo él, y un encantador escalofrío recorrió su columna mientras una corona de hielo se formaba en el espacio entre ellos, sus delicados picos alzándose alto. Rowan la alzó entre sus dedos y la asentó sobre su cabeza, su peso ligero, el frio un bálsamo contra el calor de su fuego. Celaena le sonrió, y él le dio un ligero alce de labios en respuesta. Pero entonces ella recordó, recordó que era una corona lo que él había hecho para ella. Una corona. Sus llamas se apagaron mientras se alzaba en pie y caminaba al borde de la roca, poniendo sus brazos a su alrededor. Un momento después, la corona de hielo se disolvió en rocío en el aire de la montaña. —Vamos a tener visitantes esta noche —dijo Rowan, acercándose a su lado.


—¿Debería preocuparme? —Yo…Necesito tu ayuda. —Ah. Entonces es por eso que me dejaste tener una tarde en paz —él gruñó pero ella alzó una ceja—. ¿Podré finalmente conocer a tus misteriosos amigos? —No. Son realeza Fae, pasando por el área. Ellos solicitaron un lugar para pasar la noche, y llegaran alrededor del atardecer. Emrys les está haciendo la cena, y esperan que yo... les entretenga. Cuando él solo la miró, ella dijo: —Oh, no. No. —Ellos no considerarán cenar con los semi-fae, y… —¡Soy menos aceptable que los semi-fae! —Si tengo que jugar a anfitrión para ellos toda la tarde, probablemente va a terminar en un baño de sangre. Ella pestañeó. —¿No son tus personas favoritas? —Son nobleza típica. No guerreros entrenados. Esperan que se les trate de cierta forma. —¿Y? Eres parte del cadre de Maeve. Y un príncipe para empezar. ¿No eres superior a ellos? —Técnicamente, pero hay políticas que considerar. Especialmente cuando ellos le reportarán a Maeve. Ella gimió. —Así que, ¿se supone que jugaré de anfitriona? Su rostro era tan miserable como el de ella. —No. Solo, ayúdame a encargarme de ellos. Otro pequeño pedazo de confianza, se dio cuenta. —¿Y qué voy a sacar con ello? Él apretó su mandíbula, y ella honestamente pensó que él diría ‘No patearé tu trasero’, pero él suspiró: —Te conseguiré un pastel de chocolate y avellanas. —No —cuando él alzó sus cejas, ella le lanzó una sonrisa maliciosa—. Sólo me deberás una. Un favor que puedo cobrar cuando yo quiera.


Él suspiró, alzando su vista al cielo. —Solo ponte presentable para la caída del sol.

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Las campanas tintineantes y las voces alegres alcanzaron la fortaleza mucho antes de que la comitiva apareciera a través de las piedras-guardas. De pie en el pequeño patio, Celaena deslizó una mirada a Rowan. —¿De verdad? ¿Necesitas mi ayuda con estos idiotas danzantes? —Pero además de los que estaban de guardia, los semi-Fae se hicieron desaparecer. Él la fulminó con la mirada. Ella se había bañado y vestido en su túnica más limpia, incluso llegando a trenzarse el cabello en una agradable corona. —Mantén tu voz baja —murmuró él, dándole una mirada aguda a sus orejas. Ella rodó los ojos, pero no dijo nada más mientras el grupo llegaba. Sus caballos eran todos, dioses, esos eran todos caballos Asteriones. Cada uno valía su peso en oro y un poco más. Ella una vez tuvo uno- bueno, lo había robado y conservado, pero lo había vendido para pagar las deudas de Sam a Arobynn. Había valido la pena, pero... aún extrañaba a Kasida. Nunca había visto o montado un caballo más fino. Había cinco en el grupo ahora observando el patio y la fortaleza, dos de ellos guardias que se veían bastante aburridos que tenían la mirada fija en Rowan, y los otros tres... La hembra al frente era despampanante y sin dudas la líder. Bajó de su pálido cabello rubio, su mirada era una mezcla de mármol y suave rosa, sus ojos un vibrante azul cerúleo. Llamearon con placer al fijarse en Rowan. Ella no le dio ni una pasada a Celaena mientras se deslizaba elegantemente de su yegua blanca. —¡Rowan! —ella avanzó, alargando las manos. Sus dedos eran delgados y largos, y sin defectos como el resto de ella. —Lady Remelle —dijo Rowan, sus gigantes manos engullendo las de ella mientras las tomaba. Su columna estaba recta como un bastón, y aunque Remelle miraba a sus manos unidas como si esperara que le plantara un beso en ellas, dioses, la idea de Rowan besando las manos de cualquiera, él soltó sin ceremonias sus dedos y se giró a los otros dos nobles que desmontaban. —Lord Benson —dijo él al alto y delgado macho, que solo asintió. Benson, notó Celaena, se molestó en mirarla, su larga nariz y oscuros ojos barriendo sobre su cuerpo, después pasando de ella. Sin notar—. Lady Essar —dijo Rowan a la pequeña y morena hembra.


Remelle podría ser la belleza andante, pero Essar tenía un set de curvas que hasta Celaena se encontró envidiando. Su piel café claro parecía brillar como si fuera por una luz interior, y sus ojos castaños destellaban con amabilidad genuina mientras estiraba sus manos a Rowan y sonreía Él tomó los dedos de Essar un poco más cálidamente que los de Remelle- y los ojos de la dama rubia se entrecerraron ligeramente. Pero Remelle se recuperó rápidamente, sonrió preciosamente, y posó una posesiva mano en el hombro de Rowan mientras decía; —¿Ha sido toda una era, no es cierto? Tú nunca vienes a nuestras fiestas, y Maeve te mantiene solo para ella —el rostro de Rowan se tornó inexpresivo. Frío—. Hubo una época —Remelle hizo un puchero—, cuando yo te mantenía solo para mí. Algunas veces extraño esos días. Rowan solo desvió sus ojos a los guardias vigilantes, que se veían en necesidad de una comida decente, y un descanso de sus compañeros. —Los establos están a la izquierda. Celaena estaba muy ocupada pasando la mirada de Rowan a Remelle para ver si los guardias obedecían las órdenes del príncipe. Amantes. Ella no sabía por qué había pensado que perder a su pareja significaba que había sido célibe, pero alguien como Remelle… Recordando que ella existía, Rowan extendió un brazo en su dirección. Celaena honestamente debatió si caminaba de regreso a la fortaleza y dejar a Rowan a su suerte, pero se encontró caminando hacia él, más cerca, hasta que él pudo haberla metido a su lado. Él pareció un poco más relajado mientras decía; —Esta es, Elentiya —ella no había pensado en como la presentaría, pero estaba agradecida por la anonimidad que le ofrecía—. La estoy entrenando por órdenes de la reina. Elentiya, esta es Lady Remelle, Lord Benson, y Lady Essar —empezó a enlistar nombres de casa y otras tonterías, y Celaena dio un ligero asentimiento que dejó a Benson y a Remelle frunciendo sus labios. Solo Essar dijo hola, un delicioso ronroneo que hizo a Celaena preguntarse cómo demonios Rowan no la había llevado a ella a su cama en lugar de las brillantes y frías sonrisas de Remelle. —Así que eres mestiza, entonces —dijo Benson, sus ojos examinándola. Rowan, para su sorpresa, se enfadó, pero contuvo el gruñido que ella sabía que estaba retumbando en él. Celaena sonrió tensamente. —Mi bisabuela era Fae. Así que si eso me vuelve semi-Fae, no lo sé. Ella captó la mirada que Remelle le dio a Rowan: una mezcla de exasperación, como si dijera, ‘¿En serio, Rowan? ¿Trajiste una mestiza a conocernos? Que vulgar de ti.’ Pero Rowan no le había pedido aparecer en su forma Fae. No, le había dejado aparecer en cual-


quier forma que quisiera. El pensamiento le advirtió lo suficiente que dio un paso más cerca de él, lo suficiente como para casi rozar su brazo con el de ella. Remelle no falló en notarlo, tampoco. ¿Qué clase de visita era esta, de todas formas? Fue Essar quién dijo: —Bien, espero con ansias escuchar acerca de tus aventuras, Rowan y de cómo llegaste a estar aquí, Elentiya. Pero primero, pienso que debería querer un baño y algo para mordisquear —ella deslizó una mirada de disculpas en la dirección de Celaena—. Mataría por cualquier cosa de chocolate justo ahora. A pesar de ella misma, Celaena decidió que le gustaba.

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—Así que… ¿tú y Remelle…? —dijo Celaena desde donde descansaba en la cama de Rowan, su cabeza alzada en su mano. En su mesa de trabajo, afilando sus armas con un poco demasiado de interés, Rowan gruñó. Ellos habían dejado a los nobles en los baños, ordenado a Emrys que llevara comida a las habitaciones que utilizarían durante su estancia (habían habido tres semi-faes que estaban más que felices de dejar sus grandes habitaciones si eso significaba salir del camino de sus visitantes). Tenían una hora hasta la cena, y aunque Celaena pudo haber conseguido un vestido... no se sentía para ello. —Remelle fue... un muy, muy grande error —dijo Rowan, dándole la espalda. —Parece que ella no piensa lo mismo. Él le lanzó una mirada sobre el hombro. —Fue hace cien años. Dioses, algunas veces ella olvidaba que tan viejo era él. —Ella se comporta como si la hubieras alejado este invierno. —Remelle solo quiere cualquier cosa que no puede tener. Una condición que muchos inmortales sufren para alejar el aburrimiento —se giró, el cuchillo de caza en sus manos destellando en el fuego del hogar. —Ella estaba prácticamente clavando sus garras en ti. —Puede clavarlas todo lo que quiera, pero no voy a cometer ese error de nuevo. —Suena como si hubieras cometido ese error algunas veces.


Rowan mantuvo una mirada viciosa en su dirección. —Fue durante el transcurso de una estación, y entonces volví a mis sentidos. —Mmmm. Él clavó el cuchillo en la mesa y se acercó a la cama hasta que la fulminó desde arriba. Celaena se quedó como estaba, cejas arriba y labios presionados juntos. —Una risa —advirtió él—. Una sola risa, y voy a tirarte en el estanque más cercano. Ella se sacudió con el esfuerzo de mantener su aullido dentro. —No. Te. Atrevas —gruñó él, inclinándose bajo que su aliento calentaba su boca— . Si tú… La puerta se abrió, y Rowan se congeló, un rugido bajo retumbando en él, tan violento que hacía eco en sus huesos. Pero la amenaza era solo Remelle, que pestañeó, y dijo: —¡Oh! Le tomó a Celaena un latido darse cuenta de lo que parecía. Ella estaba desparramada en la cama, Rowan alzado sobre ella, demasiado cerca para ser casual, pero… —¿Qué es lo que quieres? —dijo Rowan, irguiéndose pero no alejándose. Remelle inspeccionó el cuarto, absorbiendo los detalles que sugerían que no era espacio solo de Rowan: el cepillo en el vestidor, la ropa interior que Celaena había lanzado sobre una silla (¡oh, como se interpretaría ESO!), los listones que usaba para atar atrás su cabello, las botas pequeñas junto a las gigantes de Rowan, e incluso los diversos artículos personales que mantenían en sus propios mesas de noche. —Quería ponerme al día —dijo Remelle, viendo a todas partes menos Celaena—, pero parece que estás... ocupado. —Hablaremos en la cena —dijo Rowan. Celaena saltó de la cama. —Tengo que ir a ayudar a Emrys con la comida, en realidad —ella apenas y pudo ocultar su sonrisa maliciosa—. ¿Por qué no te quedas, Remelle? Rowan podría haber derretido sus huesos con la mirada que le dio, pero Celaena ya estaba fuera de la puerta y abajo en el pasillo, silbando para sí misma.

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Rowan iba a matarla. Tan pronto como regresaran al entrenamiento, él iba a asesinarla. Y entonces asesinarla otra vez. Remelle seguía en el marco de la puerta, frunciendo el ceño en la dirección que Aelin había desaparecido. Cuando se giró, una sonrisa bípeda bailaba en sus labios rojos. —¿Esto se considera parte de su entrenamiento también? —Sal de aquí —fue todo lo que él dijo. Remelle chasqueó su lengua. —¿Es ese el modo en que me hablas estos días? —No sé por qué te molestaste en detenerte aquí, o qué es lo que esperas de mí… —Escuché que estabas aquí, y pensé en saludar y dispensarte de la compañía tediosa de los mestizos. No sabía que les habías tomado cariño. Él sabía exactamente que parecía cuando ella entró aquí. Negarlo solo llevaría a un dolor de cabeza, pero dejar que Remelle asumiera que compartía la cama con Aelin era igual de inaceptable. Él no podía decidir cómo Maeve lo interpretaría. Aunque… —¿Y quién fue quien te dijo que estaba aquí? —Maeve, por supuesto. Me quejé con ella de que te extrañaba. La pregunta era bien si Remelle era una espía voluntaria o a oscuras. O sí Maeve había mandado a Remelle para ver qué clase de relación había desarrollado con la princesa. —Como tu amiga Rowan, he de decirte... que la chica es más bien por debajo de ti. Él contuvo su risa. Aparentemente Maeve no le había informado a quién, exactamente, estaba entrenando. Remelle había sido persistente en su persecución por él hacía un siglo, ganándoselo con su encanto y sus sonrisas, pero no le importaba realmente regresar a ese tiempo. —Uno —dijo él—, tú no eres mi amiga. Dos, no es de tu incumbencia. Sus ojos se entrecerraron en una manera que le hizo darse cuenta que Remelle haría cada minuto de su estancia un infierno en la tierra para la princesa sin saber qué clase de predador estaba provocando. Así que en lugar de ver la sangre de Remelle salpicando las paredes antes del amanecer dijo: —Hay un recorte de habitaciones aquí, así que hemos tenido que compartir habitaciones como resultado —no necesariamente una mentira, pero tampoco toda la verdad. Las cejas de Remelle se mantuvieron arriba en su piel blanca como la luna. —Bueno, supongo que esas son buenas noticias para Benson. —¿Qué?


—Tiene necesidades que deben atenderse, y la encuentra lo suficientemente atractiva. Maeve dijo que estaba más que bien si ella. —Si Benson pone un dedo sobre ella, se va a encontrar sin sus entrañas. Maeve había sugerido que ella estaba disponible para… Él contuvo dentro la rabia ciega mientras Remelle parpadeaba. —Honestamente, Rowan, ¿qué crees que acaban haciendo la mayoría de los mestizos en Doranelle? Él no tenía respuesta, ninguna palabra en lo absoluto, tan pronto como ella dijo eso. Ella se encogió de hombros. —Benson será gentil con… —Benson la mira dos veces, y muere. Mira dos veces a cualquiera de las hembras de esta fortaleza y muere. Las palabras estaban entrelazadas con un gruñido tan feroz que eran apenas entendibles. Pero Remelle entendió. ¿Lorcan lo sabía? Él mismo era un mestizo, y se había probado a sí mismo casi medio milenio atrás. ¿Estaba enterado de lo que pasaba en su ciudad? Era desagradable, peor que desagradable. Los Fae eran mejor que eso. Pero Maeve… —Me encargaré que la advertencia sea entregada —ronroneó Remelle.

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Celaena efectivamente fue a la cocina, donde ayudó a Emrys a preparar la comida. Luca estaba ahí, hablando, pero la plática se detuvo a la mitad de una oración. Essar estaba de parada al pie de las escaleras, sonriendo ligeramente. —La cena no estará lista por otros veinte minutos —dijo Celaena, limpiando sus manos en un trapo antes de acercarse a la dama. Luca estaba prácticamente boquiabierto con la pequeña belleza, pero Essar le dirigió una educada sonrisa y él inmediatamente se encontró interesado en lo que estaba haciendo—. Puedo enseñarte el comedor, si quieres esperar ahí. Dioses, ser cortés era... extraño. —Oh, no. Benson está ya ahí, y él... Creo que tendría más diversión aquí. Ella también había puesto incomodos a Emrys y a Luca, si su silencio indicaba algo, pero Celaena se encontró diciendo:


—Puede ser caótico y ruidoso y desordenado aquí. —Sé cómo funciona una cocina —dijo Essar—. Solo dime que trabajo necesita hacerse, y lo haré. Celaena miró a Emrys, quién se inclinó y se presentó a sí mismo y a Luca, quién se puso rojo como betabel, y después se encontró picando vegetales junto a la dama. Celaena le dijo a Essar después de un minuto: —Así que, solo están... ¿viajando por ahí? —Maeve nos dio una tarea, de la que no se supone que hable, pero sí, eso implicaba que viajemos por un tiempo. Estamos en nuestro camino de regreso a Doranelle, gracias a la Dama Brillante. Celaena alzó una ceja. —¿Mala? Essar alzó una mano, y llamas bailaron en sus dedos. —No es gran cosa de don, pero nos mantiene calientes en el camino por lo menos. Celaena tragó. Nunca había conocido a otro controlador de fuego. ¿Rowan lo sabía? —¿Es difícil dominar el fuego? Essar se encogió de hombros. —Era demasiado joven cuando empezó mi entrenamiento, y he tenido casi dos siglos para dominar el poco poder que tengo. A pesar de algunas quemaduras y ampollas, nunca he sido capaz de hacer mucho daño o impresionar a alguien, en verdad. Remelle tiene el don más interesante, su magia le permite dominar cualquier lenguaje que escuche, no importa que tan brevemente. Es por eso que a Maeve le gusta enviarla a lugares. Y Benson tiene la habilidad de hacerse invisible cuando él quiera, así que... —Essar hizo una mueca. —Eso lo hace un buen escucha —terminó Celaena. Essar debía ser una espía muy mala, si estaba dispuesta a hablar. Essar apartó un mechón de su sedoso, cabello oscuro. —Tú debes tener dones impresionantes, si el príncipe Rowan te está entrenando. —Yo… — ¿Esos vegetales están listos? —preguntó Emrys, y una mirada al macho hizo a Celaena mandarle sus gracias silenciosas. Ella le pasó un tazón de papas, y se puso a trabajar en el siguiente ingrediente. Essar estaba haciendo cortes pulcros, perfectos, demasiado lento para ser útil, pero al menos estaba tratando. Essar dijo casualmente: —No puedo imaginar que Rowan sea un maestro fácil.


—Puedes decir eso. —Pero todos son así, Rowan y sus compañeros que sirven a la reina. —¿Los conoces? Essar se sonrojo bellamente. —Estuve envuelta con Lorcan, su líder, por un tiempo. Pero su estilo de vida y el mío son muy diferentes. —¿Y cómo es Lorcan? —Un mestizo, como tú. ¿Lo era? Rowan había fallado en mencionarle ESE pequeño detalle. Essar continuó: —Él ha tenido que probarse a sí mismo cada día, cada hora, desde que nació. Incluso aunque su poder no tiene rival por ningún otro más que Rowan, él... Lorcan no es macho fácil de andar alrededor. Algunos días me sorprende que tenga amigos. —¿Y Rowan es su amigo? Essar le dio una mirada divertida. —En un sentido. Nos asustan hasta a nosotros, ¿sabes? Especialmente cuando están juntos. Cuando Rowan y Lorcan están juntos en una habitación... Solo digamos que algunas veces ellos no dejan la habitación intacta cuando se van. O la ciudad, ya que estamos. —¿Y aun así Maeve los deja trabajar juntos? —Sería una tonta si deja irse a cualquiera de los dos, y es por eso que los unió a ella con el juramento de sangre. Han conseguido ciudades para ella antes. Un escalofrío recorrió la espalda de Celaena. —¿Ciudades? Essar asintió gravemente. —Y aun así Remelle cree que puede controlar a Rowan, quiere poseerlo. Rowan podría terminar con Remelle con la mitad de un pensamiento, si era lo suficientemente provocado. —Es una idiota. —Efectivamente. Pero poder es poder, y como Remelle no puede mirar sobre la línea de sangre mixta de Lorcan, Rowan es su única otra opción.


—¿Podrían, podrían los niños pertenecerle también a Maeve, de la forma en que Rowan lo es? Essar ladeó la cabeza. —No lo sé. Ninguno de sus compañeros ha tenido hijos, así que no hay forma de saber lo que Maeve haría. Celaena tembló. —No pareces hablar de ella tan reverentemente como los demás lo hacen. —No todos los Fae son sus esclavos voluntariamente, sabes. Y una parte, parte de por qué mi relación con Lorcan se destruyó fue por eso. Él está vinculado por sangre a ella, y no importa cuanto lo quiera, yo no lo estoy. Y nunca haré un juramento como ese. —¿Por qué me dices esto? —Porque te estas entrenando con el macho Fae pura sangre más peligroso del mundo, y aun así él te trata como su igual. Te presentó como su igual —había una pregunta implicada ahí, ¿así que quién eres en realidad?, pero Celaena no podía responder. —Creo que Rowan solo no quería lidiar con Remelle solo. —Probablemente. Pero él también ha lidiado con ella bastante. Y como Rowan no es alguien que ande mostrando a su nueva acompañante solo para molestar a una antigua amante... —No estoy segura que sigo lo que dices. —Lo encuentro todo muy interesante. —Creo que estás leyendo un poco entre líneas. Pero Essar le dio una suave sonrisa. —Estoy segura que lo hago. / La cena fue bien por los seis segundos que tomo caminar de la entrada a la gran mesa en el vacío comedor. Como la mesa era demasiado grande, habían puesto los cinco lugares en un extremo, con Rowan a la cabeza, como su posición lo demandaba. El plan había sido que Celaena se sentara a su izquierda, con Essar junto a ella, Remelle tomaría el asiento opuesto a Celaena, y Benson el que estaba frente a Essar. Pero Remelle, moviéndose más rápido de lo que Celaena había esperado, había guiado a Benson al asiento destinado a Celaena, se dejó caer junto a Rowan, y dejo a Celaena con la decisión de sentarse junto a la dama de rubio-pálido o el burlón macho. Escogió a Benson.


Rowan siguió el intercambio sin comentarios, su atención puesta en Benson mientras Celaena tomaba asiento junto al lord. Pero si Benson notaba o no la mirada letal en los ojos de Rowan, dioses, ¿de qué iba eso?, el lord no reveló nada. Así Celaena no tenía nada mejor que hacer en el silencio excepto tomar un trago de su vino, y rezar porque la comida terminara pronto. El primer tiempo, una sopa de pollo rostizado a la que le fruncieron el ceño Remelle y Benson, salió lo suficientemente rápido. Sabía divino, y Celaena logró una completa deleitable cucharada antes que Remelle le dijera: —Así que eres del reino de Adarlan. Celaena se tomó un segundo, lenta cucharada de sopa. —Lo soy. —Pensé que detecté el acento. Adarlan y... Terrasen, ¿estoy bien? Ellos manejan sus palabras por ahí demasiado brutalmente. Dudo que incluso años aquí te curen del aburrido acento. Celaena tomo otra muy lenta cucharada de sopa. Pero Essar mencionó: —Encuentro el acento algo encantador, en realidad —Benson gruñó su asentimiento, dándole un vistazo demasiado largo, y Celaena combatió la urgencia de recorrer su silla uno o dos lugares. O tomar su cuchara y usarla para tallar sus ojos. —Bueno, tú tuviste una crianza rural, Essar —dijo Remelle alegremente—. No me sorprende que te agrade. La cara redonda de Essar se tensó, pero no dijo nada. Sin embargo, cuando Remelle se dirigió a tomar un delicado sorbo de su sopa, soltó un siseo y casi tira su cuchara. El líquido estaba humeando más caliente que cualquiera de los demás. Essar le dio a la hembra una inocente, mirada interrogatorio, pero Remelle dijo: —El bestial cocinero hirvió esta sopa. Celaena guardó una respuesta. Especialmente mientras la cara de Rowan se convertía en una máscara de calma. Una que usualmente significaba que la violencia venía en camino. ¿Esa había sido su petición, no es cierto? ¿Refrenarlo de causar una pelea que pudiera reportársele a Maeve? Así que Celaena tragó su propia rabia y dijo a Essar: —¿Creciste en el campo? Remelle rodó los ojos, pero Essar sonrió. —Mi padre es dueño de un viñedo en el sureste de nuestro territorio. Pasé mi juventud caminando


por los huertos de olivos y las grutas de cipreses. Pero me mudé a Doranelle cuando fue tiempo de integrarme a la sociedad. —Alas, Essar ha sido un poco desafortunada en lo que concierne cumplir los deseos de sus padres de que encuentre un esposo apropiado —dijo Remelle. —Esposo —se encontró diciendo Celaena—. No, ¿compañero? Remelle chasqueó la lengua. —Por supuesto que no. Tener un compañero es raro. La mayoría de los Fae no los encuentran — Celaena no podía obligarse a mirar a Rowan, aunque su corazón se estiraba. Remelle sacudió una floja mano—. Así que, nos casamos. —¿Y si te casas y encuentras a tu pareja? —Guerras se han iniciado por eso —dijo Benson finalmente, sus ojos oscuros parecían tragársela entera—. Pero si ese es el caso, el asunto es tratado muy delicadamente. —Es un desastre, es lo que quiere decir —Essar aclaró—. Un macho sentirá la necesidad de matar a cualquier retador a su pareja, incluso si ese retador está ya casado con ella. Incluso si están enamorados. Para toda nuestra finura, aún hay instintos que no pueden ser controlados. Celaena asintió, terminando su sopa. Remelle, sin embargo, le sonrió. —Pero como una mestiza, tú no tendrás que preocuparte por estas cosas. Encontrar una pareja es incluso más raro para aquellos con sangre diluida, y ninguno de nosotros se casaría contigo, de cualquier manera. Celaena miró fijamente a la hembra por un largo momento, incluso mientras ella juraba que sentía la reverberación en la mesa mientras Rowan rugía quedo. Remelle se rehusó a apartar la mirada, y Celaena se asentó, pidiendo calma a sus venas. Ella podía sentir la atención de Essar, y casi podía oír las piezas encajar juntas en la mente de Essar mientras reconocía el color de los ojos de Celaena y murmuraba. —Remelle. Pero Remelle miró a Rowan y empezó a decir algo en el Lenguaje Antiguo, sonriendo dulcemente. Cuando Rowan no respondió, Remelle se dirigió a Benson, diciendo algo más, a lo que el Lord respondió en el mismo elegante, y encantador lenguaje. Remelle de nuevo abrió su boca, pero Rowan dijo con silencio letal: —Habla la lengua común, Remelle. Remelle puso una mano en su pecho en una burla de disculpa.


—Algunas veces me olvido, no es todos los días que estoy en la compañía de mestizos. Essar tragó duro, su piel morena poniéndose algo tensa mientras observaba a Celaena y a Remelle. Oh, sí. La dama había descubierto que no era una simple plebeya sentada frente a ellos. Emrys y Luca entraron, recogiendo los platos de la sopa y sacando los del siguiente tiempo, platos de carnes asadas y vegetales. Emrys se quedó por la puerta, y Celaena tomó un bocado del conejo, gimió, y giró en su asiento para asentir su entusiasmo al anciano cocinero. Él sonrió, su cara sonrojándose. Entonces Remelle dijo: —Rowan, debe ser toda una prueba para ti tener que comer esto día sí y día no — ella empujó la comida alrededor en su plato, después dejó abajo su tenedor. Celaena no podía mirar atrás a Emrys, no se permitió darle un vistazo a su rostro. Rowan dijo: —Como mejor aquí de lo que lo hago en Doranelle. —No hay necesidad de ser amable en consideración con la ayuda —dijo Remelle— . Si ellos no aprenden que es lo que nos gusta, ¿qué harán en la capital? Pisadas se arrastraron tras ellos, y Celaena supo que Emrys había vuelto abajo. Celaena dijo suavemente: La próxima vez que insultes a mi amigo, voy a empujar tu rostro a cualquier plato que este frente a ti. Remelle parpadeó. —Bueno, yo nunca… —Remelle —suspiró Essar. Pero Remelle puso una mano en el antebrazo de Rowan, aferrando con tanta posesividad que Celaena vio rojo mientras la dama le siseaba. —¿Vas a dejar que ella me insulte así? ¿Qué haga amenazas a alguien de la casa real? —Quita tu mano de mí —dijo Rowan muy rápidamente. Pero Remelle no soltó a Rowan mientras le soltaba a Celaena. —Eres despedida de esta mesa. Fuera de aquí. Celaena miró a la blanca mano agarrando la de Rowan.


—Quita tu mano de él. —Puedo hacer lo que me plazca, y si tienes sentido común, dejarás este salón antes de que te mande dar latigazos por tu… Fuego erupción, y los gritos de Remelle hicieron eco en las piedras. Llamas vivas se envolvieron alrededor de la dama, sin quemar, sin arder, solo encarcelar. Incluso la mano sobre Rowan estaba en llamas, y a través de la columna de fuego oro-y-rojo, los ojos de Remelle estaban abiertos al girarse a Essar y decir. —Libérame. Pero Essar solo miró a Celaena. —No es mi magia. Rowan se quedó perfectamente quieto mientras Celaena hacía que su fuego permitiera un resquicio de calor. No lo suficiente para quemar, pero sí para hacer que Remelle comenzara a sudar. Y entonces, Celaena dijo: —Si alguna vez alzas un látigo hacia alguien, te encontraré, y me aseguraré que estas llamas ardan. Ella tenía que admitirlo: Remelle no tenía una pequeña cantidad de valor, especialmente mientras la mujer resoplaba. —¿Cómo te atreves a amenazar a una dama de Doranelle? Celaena se rio bajo su aliento. La próxima vez que toques a Rowan sin su permiso, te quemaré hasta que te vuelvas cenizas —ella volteó su cabeza a Benson—. Y si tú me miras o a cualquier mujer así de nuevo, derretiré tus huesos antes de que tengas oportunidad de gritar. Benson, sabiamente, asintió y desvió su vista. Essar estaba pálida cuando Celaena mostró sus dientes en un rugido y le dijo: —Tú guardarte todo lo que aprendiste aquí para ti misma. Essar asintió. Celaena al final miró a Rowan, que parecía como si estuviera tratando lo mejor para no burlarse, aunque diversión aún danzaba en sus ojos mientras ella decía, —Le dejó el juicio a usted, príncipe. Él estudió a Remelle, que apenas y se movía, respiraba apenas, y movió su barbilla. —Suéltala y comamos. Las llamas se apagaron tan rápido como si no hubieran existido.


En el silencio que cayó, Remelle se inclinó sobre el brazo de su silla y vomitó en el piso. Celaena alzó su tenedor, tomó un pedazo de conejo, y sonrió.

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—Si no los vuelvo a ver jamás, será muy pronto —dijo Celaena en la oscuridad de su habitación. Rowan dejó salir una queda risa. —Pensé que te gustó Essar. —Me gusta, pero... hubieras oído como intentaba hacerme hablar en la cocina. —¿Acerca de qué? —Acerca de ti. Acerca de nuestra relación. Creo que regresarás a casa a un ejército de rumores desagradables. —Creo que el estado de nuestra relación será lo menos de los rumores después de hoy. —Essar dijo que tú y Lorcan una vez diezmaron una ciudad juntos. Él siseó. —Ah. Sollemere. —Nunca había oído de ella. Eso es porque ya no existe. Ella se giró, fijando su vista en él a la luz de la luna que se colaba entre las cortinas. —¿La borraste del mapa, literalmente? Él le lanzó una mirada larga. —Sollemere era un lugar tan malvado, lleno de gente monstruosaque hacía cosas innombrables, que... incluso Maeve estaba disgustada de ellos. Ella les dio una advertencia para detener sus maneras, y dijo que si ellos... —Apretó su mandíbula— . Hay algunos actos que son imperdonables y no mancillaré esta habitación mencionándolos. Pero les juró que si continuaban haciéndolo, ella los exterminaría. —Déjame adivinar: no obedecieron. —No. Sacamos tantos niños como pudimos con nuestra legión. Y cuando estuvieron apartados y a salvo, Lorcan y yo la desintegramos a polvo.


—Eres así de poderoso. —No pareces sorprendida por eso. —Me has contado muchas historias enervantes. Si lo que estas personas hacían era tan terrible que incluso tú no lo repites, entonces digo que se lo tenían merecido. —Tan sedienta de sangre. —¿Tienes algún problema con eso? —Lo encuentro encantador —ella le dio un empujón juguetón, pero él atrapó su mano y la sostuvo, sus callos rozando los de ella—. Podrías hacer eso, sabes. Hacer que arda una ciudad entera. —Espero no tener que hacerlo nunca. —Igual yo —entrelazó sus dedos en los de ella y los sostuvo arriba para examinar las cicatrices a lo largo del dorso de su mano, en sus dedos—. Pero nunca olvidaré el aspecto de la cara de Remelle cuando lanzaste fuego de tu boca y tus ojos. —No lo hice. Él se rio, un bajo, retumbante sonido que hacía eco en su pecho. —Parte mujer, parte dragón. —No escupí llamas. —Tus ojos eran oro vivo. Celaena entrecerró esos mismos ojos hacia él. —¿Vas a regañarme? Él bajo sus manos unidas a la cama, pero no la soltó. —¿Por qué debería? A ella le fue dada una justa advertencia, la ignoró, y tú seguiste. Sigue las viejas costumbres, y tenías todo el derecho de enseñarle que tan seria ibas. Ella lo consideró, después de un momento dijo: —Me asustó que tan en control estaba. Qué tan serio lo decía. Me asustó que no estuviera asustada. Me asustó que... —ella se obligó a mirarlo. Su rostro ilegible en la tenue luz—. Me asustó que... Me asustó lo mucho que has empezado a importarme que dibujaría esa clase de línea en la arena. Me asustó que quemaría, lastimaría y mataría por ti y aun así al final del día, tú le pertenecerías a Maeve, y no hay nada que pueda hacer, ninguna cantidad de quemaduras, heridas o muertes que te mantengan conmigo. Él soltó su mano, solo para deslizar la suya contra su mejilla. El gesto tan inesperado que ella cerró


sus ojos y se apoyó en él, oyendo las palabras sin pronunciar en la caricia. Lo sé.

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El grupo partía a la mañana siguiente, y Rowan no se molestó en llevar a la princesa abajo para verlos partir. Era lo mejor, teniendo en cuenta que Remelle aun parecía nerviosa y furiosa, Benson se rehusaba a mirar a cualquiera, e incluso Essar tenía los ojos muy abiertos. Rowan esperó a que estuvieran completamente montados en sus finos caballos en el patio antes de acercarse. Era a Essar a quién se dirigió, tomando agarre de la brida de su yegua Asteriana. —Vamos a esperar que anoche fuera la más complicada de su viaje. Remelle resopló en su silla, pero no dijo nada. Essar, sin embargo, miró arriba a la fortaleza, como si pudiera ver a través del musgo y piedras a la princesa durmiendo dentro. Essar era una bella hembra, suave y tentadora y lista y nunca había entendido porque Lorcan no había tratado más fuerte de mantenerla. Ella había sido buena para él. Pero la crueldad y la ambición fría de Lorcan eran sus mejores herramientas y peores enemigos. Él había visto a la hembra por lo que ofrecía en su habitación. Essar dijo: —No creo que ninguno de nosotros vaya a olvidar la noche anterior muy pronto. Tampoco él lo haría. Cuando Aelin había engullido a Remelle en llamas, él se había aturdido estúpidamente. No había demostrado habilidades de ese nivel, no había practicado esa clase de cosas. Y si Remelle hubiera tratado de contratacar, si Remelle lo hubiera herido físicamente a él o a cualquiera en la fortaleza... La dama sería cenizas en el viento justo ahora. Una amenaza había sido hecha a aquellos que Aelin consideraba como suyos. Cosas como esa iban a ser resultar eficaz y brutalmente. Interesante, muy interesante que ese lado de la princesa hubiera resurgido a la superficie. Y ella lo había reclamado. Essar lo sabía. Había adivinado que clase de magia ardía en las venas de Aelin, y anoche, la reina de Terrasen lo había reclamado como suyo. Si Essar le decía a Maeve acerca de eso... Los otros en el grupo salieron, Remelle con la espalda rígida, pero Rowan se quedó con Essar. —Nombra el precio de tu silencio —dijo Rowan.


Las cejas oscuras de Essar se alzaron. —¿Piensas que correré con los chismes más cercanos y les diré que Aelin Galathynius está entrenando aquí? —Sabes de que estoy hablando. Los oscuros ojos de Essar se entrecerraron. —No correré a Maeve, tampoco. Remelle le dirá que la chica hizo una rabieta y la atacó sin provocación, ella nunca admitirá la verdad detrás de todo esto, o se dará cuenta de quién es ella. Y Benson... Déjamelo a mí. —¿Y tú precio? —No hay precio, príncipe. Él apretó la brida más fuerte. —¿Por qué? Essar estudió al grupo desapareciendo, después a la fortaleza. —Nos hemos conocido el uno al otro por largo tiempo. A través de todos los siglos, nunca te he visto presentar a otra hembra como tu igual, como tu amiga. Y no pienso que eso sea por quién es ella —Rowan abrió su boca, pero ella dijo:—No alejaría ese regalo de ti, Rowan, porque es un regalo. Ella es un regalo, para el mundo y para ti. Sus dedos se relajaron en las riendas, y Essar indicó a su montura que caminara. —Ella va a pelear por ti, Rowan —dijo Essar, mirando sobre un hombro—. Y tú lo mereces, después de todo este tiempo. Tú mereces tener a alguien que reduciría la tierra a cenizas por ti —su corazón estaba golpeando rápido, pero mantuvo su cara inexpresiva, su voluntad hielo y acero—. Si lo ves —añadió Essar con una triste sonrisa—, dile a Lorcan que le mando mis saludos. Y entonces ella se había ido.

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Las cosas volvieron a su ritmo habitual en los dos días siguientes que le siguieron, aunque Rowan no podía dejar de pensar acerca de lo que Essar había dicho. Porque él sabía que era cierto, porque... Porque quería que fuera cierto. Aelin no dijo nada al respecto, aunque algunas veces él la atrapaba frunciendo el ceño en su dirección, como si tratara de descifrar un rompecabezas. Él estaba leyendo un reporte que Vaughan le había enviado cuando ella caminó a su cuarto esa no-


che. El olor de chocolate y nueces lo golpeó, y cuando se giró en su asiento, la descubrió cargando un pequeño, deforme pastel, con una sonrisa culpable en su rostro. —Me tomó horas hacer esta maldita cosa, así que más te vale decir que está bueno. Ella lo colocó frente a él, junto con un plato, un tenedor y un cuchillo. La hoja la usó para cortar una rebanada en el bulto cubierto de chocolate, cortando un pedazo grande. Estaba intercalado con un betún más claro, alguna clase de relleno de apariencia cremoso entre el oscuro pastel. —¿Pastel de chocolate y avellanas? Ella dejó caer la pieza en el plato para él y tomo su mano para presionar el tenedor en él. —No tienes idea de lo difícil que fue encontrar los ingredientes. O alguna clase de receta. Ni siquiera lo he probado aún. Emrys parecía como si fuera a desmayarse de horror —cuando Rowan solo se quedó mirando al pastel, ella chasqueó la lengua—. Este es el favor que me debes. Solo pruébalo. Le dirigió una mirada larga que usualmente haría correr a los hombres, pero ella mordió su labio y lanzó una mirada al pastel. Era suficiente para que él ajustara su agarre en el tenedor, tomó un poco, y lo llevó a su boca. Mientras él masticaba y tragaba, ella estaba prácticamente saltando de un pie al otro y jugando con sus manos. Así que dejó escapar un gruñido de placer, y tomó otro pedazo, y luego otro, hasta que la pieza completa fue limpiada de su plato. Entonces él tomó otra pieza. Y otra. Hasta que su estómago estuviera protestando y todo menos un poco había dejado el platón. —Te dije que era delicioso —presumió ella, dándole una sonrisa triunfante. Ella sacudió su cabello, pero él atrapó su muñeca apretando gentilmente mientras se alzaba de su asiento y llevaba su rostro peligrosamente cerca del de ella. Él conocía cada mota de oro en esos remarcables ojos, sabía cómo su misma sangre sabía. Y tan cerca de ella, su aliento mezclándose... —Ahora estamos a mano —dijo él, y se deslizó fuera del cuarto. Estaba aproximadamente tres pasos abajo en el pasillo cuando el tenedor de Aelin raspó contra el plato, sin duda tomando el pedacito de pastel que él había dejado. Un momento después, su maldición ladró contra las piedras de la fortaleza, seguida de escupidas y toses. A pesar de sí mismo, Rowan estaba sonriendo cuando abrió con el hombro la puerta del baño y velozmente vomitó el contenido de su estómago.


Exclusiva #3 (Edición Reino Unido)

Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Chaol Westfall siempre se ha distinguido por su lealtad inquebrantable, su fuerza, y su posición como el Capitán de la Guardia. Pero todo eso ha cambiado desde que el castillo de cristal se destrozó, desde que sus amigos fueron asesinados, desde que el Rey de Adarlan lo perdonó de un golpe mortal pero dejó su cuerpo roto. Su única oportunidad de recuperarse reside con los legendarios sanadores de Torre Cesme, en Ántica, la fortaleza del poderoso imperio al sur del continente. Y con la guerra cerniéndose sobre Dorian y Aelin allá en casa, su única oportunidad de sobrevivir podría depender de Chaol y Nesryn en convencer a los gobernantes de Ántica que se alíen con ellos. Embárcate en un exclusivo vistazo del viaje de Chaol y Nesryn a través del mar, los inicios de una aventura que pudiera condenar o salvar a aquellos que aman más…


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Después de dos semanas a bordo de La Cuchilla del Viento, Chaol Westfall aún no estaba completamente seguro de cómo Dorian y Aelin habían logrado que él se quedara dentro de la lujosa suite del capitán. Él no hubiera puesto sobre ellos la idea de que hubieran sobornado o acosado al capitán para que cediera la habitación, pero por la educada, suave distancia con la que el capitán los trataba a él y Nesryn, Chaol sospechaba que la Reina de Terrasen había hecho un tanto al visitar el barco antes de partir a su nuevo reino. Una sospecha que fue solamente solidificada por la quemadura impresa de una mano en el escritorio al otro lado del cuarto. Honestamente, él hubiera preferido si le hubieran dado un simple camarote. Más que nada por dos razones: la primera, y quizás la peor, era porque sólo atraía atención hacia él. A su condición. Aún no sabía cómo llamar, exactamente, a la absoluta torpeza y carencia de movimiento bajo su cintura. Pero sólo podía soportarlo gracias a la otra razón por la que quería un cuarto más pequeño: Nesryn. Con la cabina más grande, no había realmente alguna excusa para ella en quedarse en otra parte. Y aunque sabía muy bien que ella podía cuidarse a sí misma, el pensamiento de Nesryn quedándose bajo cubierta en un barco con hombres crecidos en el mar le hacía rechinar los dientes. Así, que ella se quedó con él. Aquí. En este cuarto. En esa misma cama en la que él ahora yacía, mirando el reflejo de la luz del sol en la ondulación del agua sobre el techo pintado de blanco. No había tenido tacto con ella, no durante las noches que compartieron esta cama. No durante las horas del día, tampoco. Aunque ciertamente se despertó la mayoría de las mañanas con la piadosa prueba de que algo aún funcionaba debajo de su cintura. Tampoco era como que Nesryn mostrara inclinación a tocarlo también. No estaba completamente seguro de que eso fuera una bendición. De si podía soportar la segura humillación de intentarlo sin usar sus piernas. De si podía soportar el acercarse a ella, sólo para hacerla disgustar. Él sabía que Nesryn no pensaba menos de él. Ella creía que la herida era solamente temporal, y él sabía que incluso si ella tenía que aporrear las puertas principales de Torre Cesme, ella obtendría ayuda para él de los famosos sanadores. Pero él notaba aún a veces la forma en la que ella le miraba, con ese dolor y lástima. Quería gritar cada vez que lo hacía. Cada vez que cualquiera de los marineros en el barco tenía la misma mirada mientras le guiaban con la silla de ruedas a tomar aire fresco. Otra razón por la


que se le había permitido quedarse en la suite del capitán: no requería usar escaleras para llegar a cubierta. Él lo intentó. Cada día intentaba el hacer que aunque fuera uno de sus dedos se moviera. El vacío silencio que le daba la bienvenida era más aterrador que esos momentos enfrentando al rey. Incluso la muerte que había creído venía había sido menos horrorosa e insoportable que el silencio absoluto de su cuerpo. Chaol dejó salir un largo respiro, y desvió su mirada a la mujer durmiendo a su lado. La cabellera oscura de Nesryn caía por la almohada, si bronceado rostro suavizado con el sueño. Habían sido amantes desde hace un año, pero nunca habían realmente compartido una cama hasta ahora. Juntos no habían pasado mucho tiempo más que el que les tomó el disfrutarse a sí mismos. Todo con ella había estado fuera de lugar desde el mero principio. No se habían vuelto propiamente amigos hasta era primavera. Y ciertamente no eran amantes ahora. Ella nunca habló de ello. Su frente se surcó un poco en su sueño, y se acurrucó más en la almohada. El amanecer había entrado hace sólo minutos. Usualmente se despertaban con el amanecer para entrenar en cualquier forma que podían en la cubierta, pero… ella debió haber estado exhausta si había dormido pasado el cambio de luz. Él podía dejarla dormir. Ya que ciertamente él no podía llegar a la silla de ruedas sin ella. Chaol se frotó los ojos con su pulgar y dedo índice. Deseaba poder volver a dormir. Si Nesryn no se le hubiera unido en el viaje, él pudo bien no haberse parado de la cama nunca. Sólo para evitar las miradas. Y evitar el constante recordatorio sin fin de todo lo que había dado por sentado. El cuerpo que había asumido estaría siempre a su servicio. Pero las cosas de las que había llegado a depender, las cosas que había asumido serían siempre las mismas, siempre correctas… se habían desvanecido también. Se habían desvanecido en el momento en que Nehemia Ytger había muerto, el momento en que ese collar había sido colocado alrededor del cuello de Dorian. El momento en que había visto a sus propios hombres, visto a Ress, colgar de la barda del castillo. Chaol dejó salir un respiro desde lo profundo de su pecho. No le había dicho a Nesryn o a Dorian que él deseaba estar entre ellos, sus hombres. Que deseaba que Aelin no hubiera deslizado el Ojo de Elena en su bolsillo; que Rowan Whitethorn no lo hubiera salvado del castillo colapsando. Que incluso aunque Dorian lo nombró la Mano del Rey, él seguía siendo nada más que un rompedor de promesas, un mentiroso, un traidor.


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El sol se había vuelto despiadado entre más cerca navegaban a las costas del sur del continente. —Sólo se pondrá peor —había admitido Nesryn mientras jadeaba detrás de él en la cubierta principal, después de que Chaol lo había mencionado por segunda vez esa mañana. Ambos estaban ya muy bronceados por las horas invertidas ahí, aunque ella aguantaba el sol mejor que él. Su rostro y pecho descubierto y espalda estaban manchadas con motas de piel despellejada por varias quemaduras del sol—. Y será incluso más caluroso en Ántica, con el verano ya sobre ellos —agregó, terminando sus ejercicios abdominales. Bebió de un trago un vaso de agua detrás de ellos antes de separar sus pies en la cubierta y fijarlos abajo. La única forma en la que podía ejercitar los músculos de su estómago. Chaol apretó sus dientes y comenzó su set, su cuerpo ya doliendo por los agotadores ejercicios en los que había estado trabajando. En paz, tranquilamente. Para nada como las peleas verbales que siempre habían acompañado las sesiones con Aelin. Se preguntaba si lo hacía un bastardo por no saber que prefería. Estaba en su séptimo rizo cuando Nesryn dijo: —Estás muy callado hoy. Se pausó en el extremo del rizo en sus rodillas, encontrando su oscura mirada. Cautela se vislumbraba en esos ojos oscuros como la noche, en ese adorable y solemne rostro. Se había dado cuenta de la forma en la que los marineros le miraban. Especialmente ahora que estaba en vestimenta de civil. Especialmente cuando su sudor hacía que su camiseta blanca se adhiriera dando muy poco a imaginar. Chaol intentó no mirar dicha camiseta blanca mientras regresaba a sus repeticiones. —Es el calor. —Si tú lo dices. Un reto, elegante y frío, se escondía debajo de esas palabras. Él lo ignoró. ¿Qué podría decir que no fuera ya obvio? Ella estaba ayudando a sus malditas piernas. Y tenía que ayudarlo a usar el retrete. Chaol se enderezó de nuevo, con una línea de sudor corriendo por su espalda, bajando, bajando… luego nada. Pasó cualquier línea límite y se desvaneció. Hizo otra flexión, y luego otra. Sus amigos estaban seguramente preparándose para un enfrentamiento con Morath, y él muy


apenas podía ejercitarse sin ayuda. Y si esos sanadores fallaban, si él no podía caminar de nuevo… —Ya es suficiente —le dijo Nesryn tranquilamente—. Has hecho el doble. Chaol obedeció, recostándose sobre su espalda, con un calor hirviente en su cara, en su pecho descubierto. Un pez saltando frente al sol… Él vencería esto; pelearía contra esto. Incluso si la idea de Nesryn y cualquier marinero ayudándolo a subirse a la silla lo hacía querer rodar por la cubierta y aventarse al mar. Su estómago quemaba, sus brazos dolían, pero dirigió su barbilla hacia ella. —Siguiente ronda. —Hace mucho calor. Te enfermarás por la temperatura. —No soy un inválido. —No, pero tampoco eres inmune a los peligros del sol, así que hemos terminado. Se levantó, manteniendo su mirada y gruñendo: —Siguiente. Ronda. Estaban lo suficientemente cerca para compartir respiración, y la de ella se sintió en sus labios cuando le dijo quedamente: —No. Y se paró desde donde había estado sosteniendo sus pies. Sin su peso, sus piernas se resbalaron, y sólo el apretamiento de los músculos de su estómago y sus manos extendidas en la cubierta lo salvaron de caer hacia atrás. Su rostro se calentó, más que el sol de media mañana, y se negó a ver lo que marineros habían observado. Ella se dirigió hacia la silla de ruedas, y cada ruido y traqueteo que sonaba mientras ella la traía hacia él eran como garras raspando en su temperamento. Pero dejó que ella y el marinero quien la esperaba lo levantaran hacia la silla. Y él no habló, o miró a nada más que a la puerta frente a él, mientras Nesryn lo empujaba de vuelta a su cuarto. Y no habló por un tiempo después de eso, tampoco.

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Como un pasajero, y como un incapacitado en ello, había muy poco por hacer durante el día. Además de planear sus inevitables juntas en Ántica, y cuando eso lo cansaba, leer el bonche de libros que Dorian había enviado junto con ellos. Sentado en el largo escritorio en la suite, Chaol repitió de nuevo la lista de los nombres que tanto Dorian como Nesryn habían proporcionado. —El emperador —le dijo a Nesryn mientras el sol del atardecer se escondía sobre el horizonte—, tiene suficientes asesores y consejeros para hacer un ejército entero. —El gobierna un continente —contestó Nesryn levemente desde el sillón bajo las ventanas bañadas de sal marina, desde donde leía uno de los libros de Dorian—. Él necesita un ejército de gente para controlarlo. Y se le conoce como Gran Kan1, no emperador. Chaol frunció el ceño a las hojas de información. La sagrada ciudad era el corazón de ese imperio, la poderosa fortaleza del Kan por trescientos años. El continente mismo se extendía desde la árida costa del norte, la cual Ántica ocupaba, hasta las vastas estepas de pasto y desiertos en el este, donde el linaje del Kan había una vez reinado como jefes militares nómadas antes de volverse conquistadores, a los exuberantes arrozales y selvas en el oeste, o las montañas enormes extendiéndose hacia un océano congelado en el sur. El kanato2 lo había tomado todo, y construido varias ciudades a través de, centros clave para comercio y aprendizaje e invención. La magia no era tan abundante como lo era en sus propias tierras, aunque los sanadores habían sido extremadamente bendecidos. Chaol supuso que para tratarse de un pueblo conquistado, tener una abundancia de sanadores había seguramente ayudado en su levantamiento. Y puedan con suerte ayudarlo en su propia sanación. Pero la otra cosa, la más importante, él necesitaba… —Él tiene seis hijos —le dijo Chaol a Nesryn—. ¿Quién comanda los ejércitos del norte? —aquel que estaba lo más cerca al Mar Estrecho para asistir a la ayuda de Adarlan. —El segundo hijo. Sartaq. El más seguro a tomar la corona. La sucesión en un kanato no era determinada por género o nacimiento. No, era determinada por quien el emperador determinara fuera el más fuerte. Tal vez otra razón por la que la dinastía había durado. Herederos débiles fueron descartados, y aquellos más fuertes surgieron. La última Kan había sido mujer, una poderosa emperadora quien había vuelto la esclavitud ilegal, pagó buen dinero para traer artistas de todos tipos para enriquecer las ciudades, y abrió rutas de comercio con antiguos enemigos, llenando las arcas de su imperio al punto del desborde. Había escogido a su quinto hijo, el actual Kan, para tomar su trono, sólo días antes de que muriera a la madura edad de noventa y seis. Ya casado y con hijos propios, el kan había asegurado su reino al matar a los parientes quienes habían codiciado el trono. Inmediatamente. Junto con sus descendencias. 1 Kan o Gran Kan. Nombre que se le da a los líderes o máximos gobernantes en los imperios turcos o mongoles. 2 Kanato. Nombre con el que se le conoce al pueblo gobernado por un Kan.


Sólo tres de ellos sobrevivieron el ataque de sus asesinos, uno de ellos huyendo hacia el exilio, y los otros dos jurando lealtad. Comenzaron con ello teniendo a los sanadores de Torre Cesme haciéndolos infértiles. Sin amenazas hacia el linaje. Los Kanes sabían que la mayoría de los imperios no eran destruidos por las fuerzas externas solamente, sino también por las debilidades dentro. Un linaje vasto de la realeza ofrecía muchos contendientes para el trono, muchas oportunidades para facciones divididas. Chaol se preguntaba lo que habría sido crecer en esa casa, el ser un potencial heredero Kan y saber que tus parientes podrían algún día asesinarte. Aunque Chaol supuso que no sería muy diferente de su propia crianza. Su atención se cambió hacia el largo mapa apuntando en la pared. A Anielle. ¿Había su padre escuchado de sus heridas? ¿Había su madre? Anielle estaba tan cerca de Morath. Demasiado cerca. Rezaba porque su padre sacara a su madre, a su hermano, Terrin, también, antes de que fuera demasiado tarde. El pensamiento de cualquier de ellos en las garras de Morath– —No tenemos nada que ofrecerle al Kan —dijo quedamente Chaol. Nesryn puso el libro en su regazo. Chaol continuó cuando ella permaneció callada: —Ya hemos comercializado con ellos, ya llegamos a un acuerdo de no molestarlos si ellos no nos molestan… no hay un incentivo para unirse a esta guerra, para enviar a un ejército capaz de arrasar Morath. —Creo que la amenaza de Morath poniéndolos en la mira puede ser suficiente incentivo —le dijo Nesryn, estudiando igualmente el mapa. —Su imperio es más grande. Morath podrá verse inconsecuente. —No con esos anillos y collares, no si tienen una legión aérea de brujas que pueden saquear ciudades. El estómago de Chaol es retorció. —El Kan podría encontrar más convincente aliarse con Morath. —Él nunca lo haría —dijo firmemente Nesryn—. No hacemos reverencia a gobernantes extranjeros, y ciertamente ese será el precio de alianza que Morath pondrá. Pero el Kan necesitará aun así ser convencido de la amenaza, sus hijos tendrán que ser convencidos de la amenaza. Chaol dio unos golpes a la mesa con sus dedos.


—Y ¿qué hay de la amenaza que nuestros amigos poseen? Una oscura ceja se levantó. —Dorian tiene magia, pero Aelin… ¿Cómo les explico de Aelin Galathynius? —Ella te pidió el negociar en su nombre. Asumo que eso significa que eres libre de explicarla como creas nos beneficie. —¿Una asesina vuelta reina que puede destruir castillos y matar reyes como le plazca? Nesryn estudió la portada de su libro. —El Kan tiene bajo su mano a muchos espías. Ellos pueden ya saber la parte asesina, y su involucramiento contigo. —¿Crees que eso puede perjudicar nuestra causa? —Somos libres de amar a quienes queramos en el sur del continente —dijo ella—. Tal vez no te molestes en votos de matrimonio. Pero Aelin Galathynius compartió cama con Dorian Havilliard, y contigo, y ahora con el Príncipe Rowan. Ellos podrán tener… preguntas. —Ella no compartió una cama con Dorian. No… así. —Fue un enredo amoroso, sin embargo. Chaol apretó su mandíbula. Ella abrió de nuevo su libro con una fingida indiferencia. —¿Tú… tú aún tienes esperanzas hacia ella? —No —le dijo, su voz vacía y directa—. Ella cambió de parecer; ella cambió como persona. E incluso si ella quisiera estar conmigo, yo no hubiera dejado a Dorian, y ella hubiera ido a Terrasen, y nunca hubiera funcionado. Y tal vez hubiéramos estado un poco destrozados por ello, pero aun en un año, o diez… Rowan hubiera estado ahí. Esperando por ella, todo ese tiempo. —Esa es una peculiar forma romántica de ello —pero su mirada se fue por su rostro, a la cicatriz sobre su mejilla, cortesía de Aelin. —Ella tiene derecho de enamorarse una y otra vez como lo decida correcto. —¿Y la has dejado de amar ya? —Esta primavera y verano fue un torbellino —dijo firmemente, dando una mirada a la mano quemada que se veía por debajo de los papeles en el escritorio—. Entre Dorian, y todo lo que paso… todo se cayó en pedazos. Si el precio por obtener de vuelta a Dorian fue perderla… que así sea. —No has contestado mi pregunta.


—Estoy aquí contigo, ¿no? —Sí, pero eso no significa que quieras estarlo. El instinto lo tenía empujando el escritorio, para ponerse de pie. Y la ira hacia su cuerpo negándose a moverse, mientras sus piernas no respondían… —¿Se supone que debo caer en la cama y llorar por ello? ¿Qué no fui el hombre que ella quería? ¿Se supone que debo llorar el hecho de que los sueños que tuve, los planes que hice, fueron para una mujer que no existió? Amar a una asesina sin responsabilidades es completamente diferente a amar a una reina con un reino y un mundo por el cual mirar. ¿La hubiera amado si hubiera sabido desde el principio qué es ella? —sacudió su cabeza—. Si la hubiera conocido ahora… mi primer instinto hubiera sido proteger a Dorian de ella. Espero que el Kan se sienta de la misma manera. Sus palabras se asentaron, una por una. Agregó con más calma, pasando una mano por su rostro. —Esa es la diferencia. Celaena fue una fracción de Aelin, ambas bien y mal. Pero Aelin… ella es Celaena, y ella es una reina, y ella es la Portadora de Fuego. Me enamoré de una faceta, y entré en pánico cuando me di cuenta que era una fracción de un todo, y cuando vi ese poder, esa herencia, y… no era parte de mis planes —miró al mar brillando detrás de ella, el viento agitando las olas—. Rowan Whitethorn vio todo. Desde el momento que la conoció, él vio todo de Aelin. Y él no tuvo miedo. No culpó a ninguna de ellas por enamorarse. No la culpó a ella —Chaol dejó escapar un tembloroso suspiro—. Yo era lo que Celaena necesitaba después de Endovier. Pero Rowan es quien Aelin necesita… para siempre. —Y ¿qué sobre lo que tú necesitas? —Nesryn inclinó su cabeza, su oscuro cabello deslizándose sobre su cuello y mandíbula. —Nunca he estado en una posición para demandar las cosas que necesito. Este viaje… es el primero. Ella le miró con quietud felina, tomando una percha en el borde del escritorio ante él. Ella le miró por un largo momento, el golpe de las olas y el crujir de la madera el único sonido. Él no se movió mientras Nesryn acercaba su delgada mano y cepillaba su cabello arriba de su frente. —Tú das y das y das —murmuró—. ¿Cuándo será suficiente? —Es mi honor el servir. —No me refiero a eso. ¿Cuándo has sido alguna vez egoísta? —Deja de intentar convertirme en algo que no soy. Ella bajó su mano de su cabello, la esquina de su boca levantándose. —Y ¿qué es eso? ¿Un buen hombre? —La gente ha muerto por mi culpa.


—Ellos también han muerto por mis manos, y las de Aelin, y por las de muchos más. Y esto es la guerra. Una gran cantidad va a morir por tus decisiones, o tu mano, también. —No si no puedo caminar. —Vas a caminar de nuevo. Él se encontró con esos oscuros ojos. Una voluntad inquebrantable brillando en ellos. —Vas a caminar de nuevo —repitió Nesryn—. Y vas a recordar que a pesar de todo eres un buen hombre, pero hay un gran poder en la fuerza de la gente ordinaria. Y vas a recordar que… —su pecho se levantó, y se calmó a sí misma con un largo respirar—. Vas a recordar, Chaol —le dijo—, que el mundo necesita hombres como tú. En la guerra, y después de ella. Especialmente después de ella. —Y ¿qué hay sobre ti? —¿Qué hay sobre mí? Su corazón se aceleró mientras pasaba un dedo sobre el dorso de su mano, sus nudillos blancos mientras agarraba el borde del escritorio. —¿Cuándo vas a encajar con esto? —Iré a donde sea más necesitada. —Y ¿si ese lugar es a mi lado? —Entonces ahí es donde yo estaré —sus oscuros ojos brillaron—.. Pero no te puedo prometer nada, Chaol. No espero nada. —¿Por qué? —Porque sé quién soy, qué soy. Viniste a mí este verano, después de que Lithaen te dejara por Lord Roland. Viniste a mí esta primavera, después de Aelin. Yo no soy la primera opción. Pero por ahora, encaja en mis intereses personales el estar aquí. Disfruto tu compañía… disfruto de ti. Él no estaba seguro cómo la conversación se había girado hacia esto. —Tú… tú no eres un tipo de premio de consolación. Ella dejó salir una leve risa y se inclinó para besar su frente. —¿Me hubieras escogido si Aelin hubiera vuelto corriendo a ti? ¿Hubieras notado mi existencia? Ella se retiró cuando él no le respondió, una modesta sonrisa para sí misma en su boca. Se disponía a retirarse, pero él tomó su brazo. Tiró de ella, más bien, mientras la traía hacia él y reclamaba sus labios.


Nesryn se quedó quieta, pero no se retiró. Por lo que él suavizó su beso, soltando el agarre de su brazo, deslizando su otra mano alrededor de su cuello para descansarlo en su nuca. Sosteniéndola en él mientras besaba la orilla de su boca, el arco de sus labios. Besos persuasivos, explorando su forma, hasta que él llegó a su labio superior. Nesryn hizo un pequeño sonido y al final se abrió a él. El calor de su boca, el deslizar de su lengua al encontrar la suya… Calidez y acero y seda, eso era lo que siempre se sentía al estar con ella. Como abrir una cortina de seda para encontrar del otro lado una tormenta rugiente. Dándose cuenta que no tenía poder para resistir el perderse a sí mismo en ella. Inclinó su cabeza ligeramente para reclamarla completamente, la mano sosteniendo su brazo deslizándose para descansar en su cintura. Ella no necesita ánimos. Sus manos pasaron por sus hombros, cavando en sus músculos, mientras se sentaba a horcajadas sobre él. Delgada, su cuerpo era tan delgado cuando él la tocaba así. Se había olvidado tan fácil cuan pequeña era ella en comparación a él, cuan delicada era. Sus manos recorrieron sus costillas, su espalda, y gruñó a su boca mientras ella se pegaba contra él. Sí, esa parte de él definitivamente funcionaba. Nesryn, cautelosa y fría, ella era como hierro derretido en sus brazos mientras él devoraba su boca, y luego despegaba sus labios para probar su cuello, probar su piel. Sal y sol y humo– Él deslizó una mano por su lado, y entonces palmó todo su pecho. Su mano se posó sobre la de él, guiándolo para apretarla más fuerte, para pasar su pecho en su palma mientras él pasaba su lengua por su garganta. El sonido que emergió de ella, profundo y sin aliento, le hizo ver rojo. Si sus malditas piernas funcionaran, se hubiera levantado de la silla y la hubiera extendido sobre el escritorio. Pero ellas no funcionaron. E incluso estando aquí en esta silla… incluso si se iban a la cama… ¿Cómo podría probar cualquier parte que deseara de su piel sin necesitar su ayuda? Ella sintió su pausa. Sintió los insidiosos pensamientos agarrándolo. Nesryn tomó su rostro, su respiración entrecortada. —Es temporal, y vamos a enfrentarlo juntos —ella se inclinó, mordiendo su cuello, su oreja—. Puedo hacerlo todo. Su espalda se enderezó. —No quiero que hagas todo. Pero sus dedos se dirigieron hacia los botones de sus pantalones.


—Yo quiero. Por un latido, su mente se dirigió de esta silla a un armario de escobas en el castillo de cristal. Donde había sido tan fácil, tan estúpidamente fácil, el levantar a Aelin contra la pared y tomarla. Donde se rió mientras lo hacía. Su estómago se retorció, náusea subiendo a través de él mientras miraba a esa mano tatuada en el escritorio. Nesryn deslizó su mano bajo la cintura de sus pantalones. Él tomó su muñeca y la apretó suavemente. —Detente. Ella obedeció. Para cuando su mano estaba libre, su rostro se había vuelto tranquilo y solemne. Ella seguía a horcajadas sobre él, pero… —No de esta forma —le dijo él le—. No quiero que sea de esta forma. Él no pudo leer su rostro cuando ella le preguntó suavemente. —Tú puedes… sentirlo, ¿verdad? —Dioses, sí —le dolía con tanta fuerza que pensaba que iba a incendiarse—. Esa parte aún funciona. —Podemos movernos a la cama. —No. De nuevo, sin emoción alguna en ese hermoso rostro. Como si ella hubiera soplado la vela que las contenía todas. Lentamente, ella se levantó, acomodándose su camiseta. —Ya casi es hora de cenar. Iré por la comida. —Nesryn. Pero ella ya estaba caminando hacia la puerta, su espalda un poco más rígida que lo usual. Abrió su boca para decir algo, pero las palabras le fallaron. ¿Cómo iba a explicarlo siquiera? ¿Que era humillante? ¿Que no quería tenderse ahí como un inválido mientras ella lo montaba? Que el ser pasivo, requerir pedir cosas… Él odiaba las palabras, siempre había preferido la acción. Y esto… Aun no tenía nada que decir mientras cerraba la puerta detrás de ella.

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Muy apenas hablaron durante la cena, y después de ello. Y cuando ella lo ayudó a entrar en la cama, y arrastrarse en ella… se mantuvo lo más lejos que pudo. Sus brazos estaban envueltos alrededor de ella. Él sabía que ella no estaba dormida, sabía que su respiración era vacía y quieta. —No tiene nada que ver contigo —le dijo con voz ronca—. Si yo pudiera, hubiera… te hubiera tomado de todas formas para ahora. Pero no puedo, y no quiero asentarme con una versión reducida… —Tú no sabes que yo seré así. Sus primeras palabras hacia él en horas. —Ni siquiera intentaste averiguarlo —continuó ella, dándole aún la espalda. Él suspiró bruscamente por su nariz. Y el sonido debió haber suavizado su temperamento, porque finalmente se giró a él. —No puedes dejar de pelear. No puedes dejar de vivir. O nunca sobrevivirás a lo que está adelante. —Lo dice la mujer que muy apenas sonríe y se ríe. —No confundas mi conservación como una carencia de sentimientos. No pienses que porque no expreso mis emociones por todos lados significa que no las tengo. Que no tengo esperanzas o miedos o deseos. He tenido que aprender a estar calmada, a ser silenciosa y mantener mi distancia, porque crecer en la ciudad donde la mayoría de la gente estaba predispuesta a despreciarme por mi herencia, yo tenía que ser esas cosas. Y ahora que nos dirigimos a la guerra, me doy cuenta que esas cosas son obsequios. Pero no me cierro al mundo. No me cierro a la vida. Y creo que tú has estado haciendo eso por un largo, largo tiempo antes de que tu espina se quebrara. Antes de que Aelin llegara. Él abrió su boca. Pero Nesryn ya se había girado. Reflexionó sobre sus palabras, su rostro incómodamente caliente. Ella tenía razón. Por supuesto, ella tenía razón. Él intentó mover sus pies. Intentó hacer cualquier cosa bajo su cadera. Sólo silencio. Tres días. Tres días hasta que alcanzaran el muelle de Ántica. No la despertó para decirle sus conclusiones una hora después. En su lugar, de nuevo la miró


dormir, ese dulce rostro durmiente. Era estúpido decirlo, como quería. No hubiera sido lo que ella quisiera escuchar. Que, aunque ella tuviera un punto sobre vivir… esta guerra podría muy bien terminar con todos ellos muertos, de cualquier forma. Y que él pelearía como el infierno para alejar a Dorian de ese destino, para salvar a Adarlan, pero… él no veía el punto en preocuparse por enamorarse del mundo. No cuando podría ser arrebatado de él. No con tantos peligros esperando para despedazarlos. El sueño eventualmente lo llamó. Incluso con las palabras entre ellos, cuando despertó al amanecer, Nesryn estaba acurrucada contra él, su mano puesta sobre su pecho desnudo. Justo sobre su corazón, como si ella lo sostuviera gentilmente en su palma. Chaol puso su mano sobre la de ella, escuchando su tranquila e inalterable respiración. Él pelearía, pero… no estaba tan seguro de cómo siquiera comenzar este asunto de vivir.


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TRONO DE CRISTAL ∞


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