LA REINA DE LAS SOMBRAS PARTE 2

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¿Fue esa preocupación parpadeando de sus ojos? Pero ella dijo: —Utilizan cerraduras para custodiar en los vagones. Y las puertas están reforzadas con hierro. Lleven las herramientas adecuadas. Él inspiro para intentar ahogar el hablar con desdén sobre eso, pero– Ella sabría acerca de los vagones; había pasado semanas en uno. No pudo encontrarse con su mirada mientras se enderezaba para irse. —Dile a Faliq que el príncipe Rowan dice gracias por la ropa —dijo Aelin. ¿Qué demonios estaba hablando? Tal vez fue otro golpe. Así que se dirigió a la puerta, donde Rowan se hizo a un lado con un murmullo de despedida. Nesryn había dicho lo que había pasado en la noche con Aedion y Aelin, pero él no se había dado cuenta que podría ser... amigas. No había considerado que Nesryn podría terminar siendo incapaz de resistir el encanto de Aelin Galathynius. Aunque supone que Aelin era una reina. Ella no vaciló. Ella no hacía nada, pero labraba por delante, quemando brillantemente. Incluso si eso significa matar a Dorian. No habían hablado de ello desde el día del rescate de Aedion. Pero aún colgaba entre ellos. Y cuando hiciera a la magia libre... Chaol tomaría otra vez las precauciones apropiadas en el lugar. Porque él no creía que ella pondría su espada hacia abajo la próxima vez.

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Capítulo 34 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Aelin sabía que tenía cosas que hacer –cosas vitales, cosas terribles– pero podría sacrificar un día. Manteniéndose en las sombras cuando fuera posible, ella pasó la tarde mostrándole a Rowan la ciudad, desde los elegantes distritos residenciales hasta los mercados hacinados con vendedores ofreciendo mercancías para el solsticio de verano en dos semanas. No hubo señal u olor de Lorcan, gracias a los dioses. Pero los hombres del Rey estaban ubicados en unas pocas intersecciones concurridas, dándole a Aelin la oportunidad de señalárselos a Rowan. Él los estudió con entrenada eficiencia, su agudo sentido del olfato permitiéndole discernir cuales seguían siendo humanos y cuales estaban poseídos por demonios Valg menores. Por la mirada en su rostro, ella verdaderamente se sentía un poco mal por cualquier guardia que se cruzara en su camino, demonio o humano. Un poco, pero no mucho. Especialmente dado que su sola presencia arruinaba de alguna manera sus planes de un pacífico y calmado día. Ella quería mostrarle a Rowan las partes buenas de la ciudad antes de arrastrarlo hacia sus entrañas. Lo llevó hacia una de las panaderías familiares de Nesryn, adonde ella fue tan lejos como para comprar unas pocas de esas tartas de pera. En los muelles, Rowan incluso la convenció para que probara un poco de trucha freída en sartén. Una vez había jurado nunca comer pez, y se había encogido cuando el tenedor se había acercado a su boca, pero –la maldita cosa estaba deliciosa. Se comió su pez entero, luego cortó pedazos del de Rowan, para su gruñida consternación. Aquí –Rowan estaba aquí con ella, en Rifthold. Y había mucho más que quería que él viera, que aprendiera sobre cómo había sido su vida. Ella nunca había querido compartir algo de eso antes. Incluso cuando había escuchado el crujido de un látigo luego del almuerzo mientras se enfriaban cerca del agua, lo había querido con ella para presenciarlo. Él silenciosamente se puso de pie, con una mano en sus hombros, mientras miraban al grupo de esclavos encadenados

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acarreando carga en uno de los barcos. Miraron –y no pudieron hacer nada. Pronto, se prometió. Poner un fin a eso era una gran prioridad. Serpentearon de regreso a través de los puestos del mercado, uno después del otro, hasta que el aroma de rosas y lirios flotó hacia ellos, la brisa del río barriendo pétalos de cada forma y color más allá de sus pies mientras las chicas de las flores vociferaban sobre sus mercancías. Se volvió hacia él. —Si tú fueras un caballero, me comprarías– El rostro de Rowan se había vuelto blanco, sus ojos huecos mientras miraba hacia una de las chicas de las flores en el centro de la plaza, una canasta de peonias de invernadero en su fino brazo. Joven, bonita, con cabello oscuro, y– Oh, dioses. Ella no debió haberlo traído aquí. Lyria había vendido flores en el mercado; había sido una pobre chica de las flores antes de que el Príncipe Rowan la hubiera detectado e instantáneamente sabido que ella era su pareja. Un cuento de hadas –hasta que ella hubo sido masacrada por fuerzas enemigas. Embarazada con el hijo de Rowan. Aelin cerró y abrió sus dedos, cualquier palabra quedó en su garganta. Rowan aún estaba mirando a la chica, quien sonrió hacia una mujer que pasaba, radiante con algo de luz interior. —No la merecí —dijo Rowan quedamente. Aelin tragó fuerte. Había heridas en ambos de ellos que quedaban aún por curar, pero esta… Verdad. Como siempre, ella podía ofrecerle una verdad en intercambio por otra. —No merecí a Sam. Él la miró finalmente. Ella haría cualquier cosa por deshacerse de la agonía en sus ojos. Cualquier cosa. Sus dedos enguantados barrieron los de ella, luego cayeron de vuelta a su lado. Ella cerró su mano de nuevo en un puño. —Ven. Hay algo que quiero mostrarte. Aelin se agenció de algunos postres de los vendedores de la calle mientras Rowan esperó en un callejón oscuro. Ahora, sentados en una de las vigas de madera en el dorado domo del oscurecido Teatro Real, Aelin mascó una galleta de limón y balanceó sus piernas en el aire abierto debajo. El espacio estaba igual a como lo recordaba, pero el silencio, la oscuridad… —Este solía ser mi sitio favorito en el mundo entero —dijo ella, sus palabras demasiado fuertes en la nada. Luz del sol se filtraba de la puerta del tejado desde la cual entraron, iluminando las vigas y el domo dorado, dando un leve brillo a las barandillas de latón y las cortinas rojo sangre del escenario debajo—. Arobynn posee un palco privado, así que fui en cualquier chance que tuviera. Las noches en las que no quisiera arreglarme o ser vista, o incluso las noches

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en las que tuviera trabajo y una sola hora libre, me escabulliría aquí a través de esa puerta a escuchar. Rowan terminó su galleta y miró hacia el oscuro espacio debajo. Había estado tan callado por los pasados treinta minutos –como si hubiera vuelto a un lugar en el que ella no podía alcanzarlo. Casi suspiró con alivio cuando él dijo: —Nunca he visto una orquesta –o un teatro como este, hecho a mano en torno al sonido y el lujo. Incluso en Doranelle, los teatros y anfiteatros son antiguos, con bancos o solo gradas. —No hay un lugar como este en cualquier lado, quizás. Incluso en Terrasen. —Entonces tendrás que construir uno. —¿Con qué dinero? ¿Piensas que las personas van a estar felices de pasar hambruna mientras construyo un teatro para mi propio placer? —Tal vez no de inmediato, pero si tú piensas que beneficiaría a la ciudad, al país, entonces hazlo. Los artistas son esenciales. Florine había dicho lo mismo. Aelin suspiró. —Este lugar ha estado cerrado por meses, y aun así puedo jurar que puedo escuchar la música flotando en el aire. Rowan inclinó su cabeza, estudiando la oscuridad con esos sentidos inmortales. —Quizás la música sí vive, de alguna forma. El pensamiento hizo punzar sus ojos. —Desearía que hubieras estado para escuchar a Pytor conducir el Stygian Suite. Algunas veces, siento como si estuviera sentada en ese palco, con trece años y sollozando por la absoluta gloria de ello. —¿Lloraste? —casi pudo ver las memorias de su entrenamiento esta primavera destellar en sus ojos: todos esos tiempos la música la había calmado o desatado su magia. Era una parte de su alma –tanto como él lo era. —El movimiento final –cada maldita vez. Volvería a la Guarida y tendría la música en mi mente por días, incluso cuando entrenaba o mataba o dormía. Era alguna forma de locura, amar esa música. Fue el por qué comencé a tocar el pianoforte –así podría volver a casa en la noche y hacer mi pobre intento de replicarla. Ella nunca le había dicho eso a nadie –tampoco llevado a alguien allí. Rowan dijo: —¿Hay algún pianoforte aquí?

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—No he tocado en meses y meses. Y esta es una horrible idea por cerca de una docena de razones diferentes —dijo por décima vez mientras terminaba de enrollar las cortinas en el escenario. Ella había estado allí antes, cuando el patronato de Arobynn les había conseguido invitaciones para las galas celebradas en el escenario por la pura emoción de caminar en espacio sagrado. Pero ahora, en medio de la penumbra del teatro muerto, iluminado con la sola vela que Rowan había encontrado, se sentía como si estuviera en una tumba. Las sillas de la orquesta estaban todavía arregladas como probablemente habían estado la noche en que los músicos hubieron salido a protestar por las masacres en Endovier y Calaculla. Ellos todavía estaban en paradero desconocido –y considerando el conjunto de miserias que el rey ahora acumulaba sobre el mundo, la muerte hubiera sido la opción más amable. Cuadrando la barbilla, Aelin desató la familiar ira retorciéndose. Rowan estaba parado a un lado del pianoforte cerca del frente derecho del escenario, deslizando una mano sobre la lisa superficie como si fuera un caballo de premio. Ella titubeó ante el magnífico instrumento. —Parece un sacrilegio tocar esa cosa —dijo, las palabras haciendo eco en el espacio. —¿Desde cuando eres del tipo religioso, de todas maneras? —Rowan le dio una sonrisa torcida—. ¿Adónde debería ubicarme para escuchar mejor? —Podrías estar en un montón de dolor para comenzar —¿Consciente de ti misma también ahora? —Si Lorcan está fisgoneando —refunfuñó ella—, preferiría que no volviera para reportar a Maeve que soy terrible tocando —apuntó hacia un punto en el escenario—. Allí. Párate allí, y deja de hablar, tú insufrible bastardo. Él rio entre dientes, y se movió hacia el lugar que le indicó. Tragó mientras se deslizaba hacia el liso banco y levantaba la tapa, revelando las brillantes teclas blancas y negras debajo. Ella posicionó los pies en los pedales, pero no hizo ningún movimiento para tocar el teclado. —No he tocado desde antes de que Nehemia muriera —admitió, las palabras demasiado pesadas. —Podemos volver otro día, si quieres —una gentil y firme oferta. Su cabello plateado centelló en a la débil luz de la vela. —Puede que no haya otro día. Y –y consideraría mi vida muy triste en efecto si nunca tocara de nuevo.

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Él asintió y cruzó los brazos. Una orden silenciosa. Enfrentó las teclas y lentamente posó sus manos sobre el marfil. Estaba liso y frío y esperando –una gran bestia de sonido y alegría a punto de ser despertado. —Necesito calentar —dijo bruscamente, y se sumergió sin decir otra palabra, tocando tan suavemente como podía. Una vez que hubo comenzado a ver las notas en su mente de nuevo, cuando el músculo de la memoria tuvo sus dedos alcanzando esos coros familiares, comenzó. No fue la pesarosa y encantadora pieza que una vez tocó para Dorian y no fueron las ligeras y danzantes melodías que había tocado por deporte; no fueron las complejas y diestras piezas que había tocado para Nehemia y Chaol. Esta pieza era una celebración –una reafirmación de vida, de gloria, del dolor y la belleza de respirar. Quizás por eso era que había ido a escucharla ser interpretada cada año, después de tanta tortura y muerte y castigo: como un recordatorio de lo que era, de lo que luchaba por mantener. Arriba y arriba se construyó, el sonido rompiendo del pianoforte como la canción del corazón de un dios, hasta que Rowan fue a la deriva para ponerse junto al instrumento, hasta que ella le susurró: —Ahora —y el crescendo irrumpió en el mundo, nota tras nota tras nota. La música chocaba a su alrededor, rugiendo a través del vacío del teatro. El silencio hueco que había estado dentro de ella por tantos meses se inundó con sonido. Ella llevó la pieza a casa a su explosivo y triunfante acorde final. Cuando miró hacia arriba, jadeando un poco, los ojos de Rowan estaban surcados de plateado, su garganta agitándose. De alguna manera, después de todo este tiempo, su príncipe guerrero todavía se las arreglaba para sorprenderla. Él pareció luchar por encontrar palabras, pero finalmente respiró: —Muéstrame –muéstrame cómo hiciste eso. Así que lo complació.

Pasaron la mejor parte de una hora sentados juntos en el banquillo, Aelin enseñándole lo básico del pianoforte –explicándole los sostenidos y bemoles, los pedales, las notas y acordes. Cuando Rowan escuchó a alguien finalmente viniendo a investigar la música, ellos se escabulleron fuera. Ella paró en el Banco Real, advirtiendo a Rowan que esperara en las sombras a lo largo de la calle mientras ella de nuevo se sentaba en la oficina del Maestro cuando uno de sus subordinados se apresuraba dentro y fuera de su negocio. Ella eventualmente salió son otra

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bolsa de oro –vital, ahora que había una boca más que alimentar y otro cuerpo que vestir– y encontró a Rowan exactamente donde lo había dejado, molesto de que hubiera rechazado que la acompañara. Pero él había suscitado demasiadas preguntas. —¿Así que estás usando tu propio dinero para apoyarnos? —preguntó Rowan mientras se deslizaban por un lado de la calle. Un tropel de jóvenes mujeres hermosamente vestidas pasó en la soleada avenida más allá del callejón y quedaron asombradas ante el encapuchado macho poderosamente fornido que pasó por delante –y luego todas se voltearon para admirar la vista desde detrás. Aelin les enseñó los dientes. —Por ahora —le dijo. —¿Y qué harás por dinero luego? Ella lo miró de reojo. —Eso será atendido. —¿Por quién? —Yo. —Explica. —Lo sabrás lo suficientemente pronto —le dio una pequeña sonrisa que sabía lo volvía loco. Rowan hizo además de agarrarla por el hombro, pero ella inclinó más allá de su alcance. —Ah, ah. Mejor que no te muevas tan rápidamente, o alguien podría notarlo —gruñó, el sonido en definitiva no humano, y ella rio entre dientes. Irritación era mejor que culpa y dolor—. Solo sé paciente y no alborotes tus plumas.

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Capítulo 35 Traducido por Diana Gonher Corregido por Constanza Cornes Dioses, odiaba el olor de su sangre. Pero… maldita sea, si no era una cosa gloriosa estar cubierto de ella cuando dos docenas de Valg yacían muertos a su alrededor, y buenas personas finalmente estaban a salvo. Empapado de pies a cabeza con la sangre de los Valg, Chaol Westfall buscó un lugar limpio en su vestimenta con la que limpiar su espada teñida de negro, pero no encontró nada. Al otro lado del claro oculto, Nesryn estaba haciendo lo mismo. Había matado a cuatro; ella había tumbado a siete. Chaol lo sabía sólo porque la había estado observando todo el tiempo; sé había emparejado con otra persona durante la emboscada. Se había disculpado por intentarla morder la otra noche, pero ella sólo asintió con la cabeza –y aun así se asoció con otro rebelde. Pero ahora… dejó de tratar de limpiar su espada y miró hacia él. Sus ojos de medianoche eran brillantes, e incluso con la cara salpicada de sangre negra, su sonrisa –de alivio, un poco salvaje, con la emoción de la lucha, de la victoria –era… hermosa. La palabra resonó a través de él. Chaol frunció el ceño, y la expresión se borró inmediatamente de su rostro. Su mente siempre era un revoltijo después de una lucha, como si hubiera girado alrededor, alrededor y girado al revés, y luego dado una fuerte dosis de licor. Pero él se dirigió hacia ella. Habían hecho esto –juntos, habían salvado a esta gente. Más de una vez de lo que nunca habían rescatado antes, y sin pérdida de la vida más allá que de los Valg. La sangre derramada había salpicado el suelo del bosque cubierto de hierba y el único vestigio eran los restos de los cuerpos decapitados de los Valg que ya habían sido arrastrados lejos y tirados detrás de una roca. Cuando se fueran, retribuirían a los ex-dueños de los cuerpos el tributo de quemarlos. Tres de su grupo se habían puesto a desencadenar a los prisioneros, que ahora estaban sentados y acurrucados en la hierba. Los bastardos Valg habían metido a muchos de ellos en dos vagones, Chaol había tenido náuseas por el olor. Cada vagón tenía una pequeña ventana enrejada hasta arriba de la pared, y un hombre se había desmayado en el interior. Pero ahora

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todos estaban a salvo. No se detendría hasta que los otros que todavía estaban escondidos en la ciudad estén fuera de peligro. Una mujer llegó con sus manos sucias, uñas quebradas y dedos hinchados como si hubiera intentado arañar una manera de salir del infierno en el que había estado. —Gracias —susurró ella, con voz ronca. Probablemente de tanto gritar se había quedado sin respuesta. La garganta de Chaol se tensó cuando le dio a la mujer un suave apretón de manos, consciente de sus dedos estropeados y camino hacia Nesryn que limpiaba su espada sobre la hierba. —Luchaste bien —le dijo. —Sé que lo hice —Nesryn miró por encima de su hombre—. Tenemos que llegar al río. Los barcos no esperarán por siempre. Bien –él no esperaba amabilidad o camaradería después de una batalla, a pesar de esa sonrisa, pero… —Tal vez una vez que estemos en Rifthold, podemos ir por una bebida —necesitaba una, seriamente. Nesryn se puso de pie, y el luchó contra el impulso de limpiar una salpicadura de sangre negra que tenía en su mejilla bronceada. El pelo que se ató hacia atrás se había soltado, y la brisa cálida del bosque se establecía flotando más allá de su cara. —Pensé que éramos amigos —dijo ella. —Somos amigos —dijo cuidadosamente. —Los amigos no pasan tiempo con los demás sólo cuando sienten lástima de sí mismo. O se muerden unos a otros para hacer preguntas difíciles. —Te dije que lo sentía por tratar de morderte la otra noche. Nesryn enfundó su espada. —Estoy bien con la distracción entre sí por cualquier razón, Chaol, pero al menos sé honesto sobre ello. Él abrió la boca para protestar, pero... tal vez ella tenía razón. —Me gusta tu compañía —dijo—. Quería ir a tomar algo para celebrar –no... para acostarnos. Y me gustaría ir contigo. Ella frunció los labios. —Ese fue el intento más cobarde de adulación que he escuchado. Pero bien, iré contigo —la

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peor parte fue que ella no sonaba enojada –y lo decía honestamente. Él le quería decir que podía salir a beber con o sin ella, pero parecía que eso no le importaría. Este pensamiento no le sentó bien. Claramente esto era una conversación personal. Nesryn inspeccionó el vagón y la masacre. —¿Por qué ahora? El rey ha tenido diez años para hacer esto; ¿por qué la prisa repentina de llevar a estas personas a Morath? ¿Qué hay que construir? Algunos de los rebeldes cambiaron su camino. Chaol estudió las sangrientas consecuencias como si se tratara de un mapa. —El regreso de Aelin Galathynius podría haberlo comenzado —dijo Chaol, consciente de que los escuchaban. —No —dijo simplemente Nesryn—. Aelin se anunció hace apenas dos meses. Algo grande esta… ha estado pasando en las obras por un largo, largo tiempo. Sen –uno de los capitanes con quien Chaol se reunía regularmente– dijo: —Deberíamos considerar ceder la ciudad. Movernos a otros lugares donde su punto de apoyo no sea tan seguro; tal vez tratar de establecer una frontera de alguna manera. Si Aelin Galathynius se acerca a Rifthold, deberíamos reunirnos con ella, tal vez se dirigen hacia Terrasen, dejando fuera a Adarlan, y manteniendo su línea. —No podemos abandonar Rifthold —dijo Chaol, mirando a los presos que había ayudado. —Sería un suicidio quedarse —desafió Sen. Algunos de los demás asintieron, mostrando que estaban de acuerdo. Chaol iba a responder, pero Nesryn se adelantó: —Tenemos que ir hacia el río. Rápido. Le dio una mirada de agradecimiento, pero ella ya se estaba moviendo.

Aelin esperó hasta que todos dormían y la luna llena se había salido antes de levantarse de la cama, con cuidado de no mover a Rowan. Se metió en el armario y se vistió rápidamente, con las armas que casualmente había arrojado allí esa tarde. Ningún hombre comentó algo cuando había arrancado Damaris desde la mesa del comedor, alegando que quería limpiarla. Ató la antigua espada sobre su espalda junto con Goldryn, las dos empuñaduras mirando a escondidas sobre cualquiera de los hombros mientras ella se paraba frente al espejo del armario y se apresuró a trenzarse el pelo hacia atrás. Era lo suficientemente corto ahora como para trenzarlo y se había convertido en una molestia, y algunos mechones se escapaban, pero al menos no estaban en su rostro.

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Se deslizó fuera del armario, con una capa de repuesto en la mano, más allá de la cama donde el torso tatuado de Rowan brillaba a la luz de la luna llena que se filtraba por la ventana. Él no se movió mientras ella salía del dormitorio y fuera del apartamento, no era más que una sombra.

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Capítulo 36 Traducido por Stefania Campos Corregido por Constanza Cornes No paso mucho tiempo para que Aelin pusiera su trampa. Ella podía sentir los ojos que la monitoreaban en lo que encontró la patrulla dirigida por uno de los comandantes Valg mas sádicos. Gracias a los reportes de Chaol y Nesryn, sabía sobre sus escondites nuevos. Lo que Chaol y Nesryn no sabían, lo que había estado siguiendo a escondidas estas noches en su cuenta, eran las entradas del alcantarillado que los comandantes utilizaban cuando hablaban con los Sabuesos del Wyrd. Ellos parecían preferir las más antiguas vías de agua a nadar a través de la suciedad de los túneles principales más recientes. Ella había estado acercándose tan cerca cómo se atrevía, que por lo general no era lo suficientemente cerca de escuchar nada. Esta noche, se deslizó hacia abajo en las cloacas después del comandante, sus pasos casi en silencio sobre las resbaladizas piedras, tratando de ahogar sus nauseas ante el hedor. Había esperado hasta que Chaol, Nesryn, y sus principales lugartenientes estuvieran fuera de la ciudad, persiguiendo a los vagones de prisión, aunque solo fuera para que nadie consiguiera meterse en su camino de nuevo. No podía correr el riesgo. Mientras caminaba, manteniéndose lo suficientemente lejos detrás del comandante Valg para que no fuera a oír, empezó a hablar en voz suave. —Tengo la llave —dijo, un suspiro de alivio pasando por sus labios. Torciendo su voz igual como Lysandra le había mostrado, ella respondió con un tenor masculino: —¿La trajiste contigo? —Por supuesto que lo hice. Ahora muéstrame dónde quieres ocultarla. —Paciencia —dijo ella, tratando de no sonreír demasiado, dando vuelta en una esquina, arrastrándose a lo largo—. Es justo por aquí. Ella se fue, ofreciendo susurros de conversación, hasta que se acercó a la encrucijada donde a los comandantes Valg les gustaba reunirse con el Sabueso del Wyrd supervisor y guardó

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silencio. Allí tiró la capa de repuesto que había traído, y luego dio marcha atrás a una escalera que conducía a la calle. El aliento de Aelin se atrapó mientras empujaba contra la reja, y piadosamente cedió. Se lanzó a sí misma a la calle, con las manos inestables. Por un momento, contemplaba tumbarse sobre los adoquines mojados y sucios, saboreando el aire libre a su alrededor. Pero él estaba demasiado cerca. Así que en silencio sello la rejilla de nuevo. Al cabo de solo un minuto antes de que unas botas casi silenciosas rasparan piedra de abajo, y una figura se movió más allá de la escalera, en dirección a donde había dejado la capa, siguiéndola como lo había hecho durante toda la noche. Como ella lo dejó hacer toda la noche. Y cuando Lorcan caminó derecho a la guarida de los comandantes Valg y el Sabueso del Wyrd que había llegado a recuperar sus informes, cuando el choque de las armas y el rugido de muerte llenaron sus oídos, Aelin simplemente paseo por la calle, silbando para sí misma. Aelin fue a zancadas por un callejón a tres cuadras de la bodega cuando una fuerza similar a un muro de piedra golpeó su cara contra el costado de un edificio de ladrillo. —Tú pequeña perra —gruñó Lorcan en su oído. Ambos de sus brazos estaban de alguna manera ya detrás de su espalda, las piernas de él cavando lo suficientemente fuerte en las de ella que no podía moverlas. —Hola, Lorcan —dijo ella dulcemente, volteando la cara palpitante tanto como pudo. Por el rabillo del ojo, pudo distinguir rasgos crueles por debajo de su capucha oscura, junto con ojos de ónice y coincidente pelo largo hasta los hombros, y –maldita sea. Caninos alargados brillaban demasiado cerca de su garganta. Una mano la agarro por los brazos como un tornillo de acero; Lorcan usó la otra para empujar su cabeza contra el ladrillo húmedo con tanta fuerza que su mejilla se raspó. —¿Crees que eso era gracioso? —Valió la pena intentarlo, ¿no? El apestaba a sangra, esa horrible, de otro mundo, sangre Valg. Él empujó su cara un poco fuerte en la pared, su cuerpo inamovible en su contra. —Voy a matarte. —Ah, sobre eso —dijo ella, y cambio su muñeca justo lo suficiente para que sintiera la hoja que había salido libre en el momento antes que hubiera sentido su ataque –el acero ahora descansando contra su ingle—. La inmortalidad parece un muy largo, largo tiempo sin tu parte del cuerpo favorita. —Voy a arrancarte la garganta antes de que te puedas mover.

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Presiono la hoja con más fuerza contra él. —Un gran riesgo a tomar, ¿no es así? Por un momento, Lorcan permaneció inmóvil, todavía empujándola contra la pared con la fuerza de cinco siglos de entrenamiento letal. Entonces el aire frio mordisqueó su cuello, su espalda. En el momento en que ella se dio la vuelta, Lorcan estaba a varios pasos de distancia. En la oscuridad, apenas podía distinguir las características de granito labrado, pero recordaba lo suficiente a partir de ese día en Doranelle para adivinar que bajo su capucha, el rostro implacable estaba lívido. —Honestamente —dijo, apoyándose en la pared—, estoy algo sorprendida de que cayeras con esto. Debes pensar que soy de verdad estúpida. —¿Dónde está Rowan? —Se burló. Sus ropas oscuras y ajustadas, blindadas con metal negro en los antebrazos y hombros, parecían engullir la luz tenue—. ¿Todavía está calentando tu cama? No quería saber cómo Lorcan sabía eso. —¿No es eso lo que todos ustedes, hombres bonitos, son buenos para hacer? —le miró de arriba a abajo, marcando las muchas armas visibles y ocultas. Enorme –tan enorme como Rowan y Aedion. Y totalmente nada impresionado por ella—. ¿Los mataste a todos ellos? Había solo tres según mi cuenta. —Había seis de ellos, y uno de esos demonios piedra, perra y lo sabias. Así que había encontrado una manera de matar a uno de los Sabuesos del Wyrd. Interesante –y bueno. —Sabes, estoy realmente bastante cansada de ser llamada así. Uno pensaría que cinco siglos le daría tiempo suficiente para llegar a algo más creativo. —Acércate un poco más, y yo voy a mostrarte exactamente lo que cinco siglos pueden hacer. —¿Por qué no te muestro lo que sucede cuando azotas a mis amigos, idiota cobarde? Violencia bailó a través de esas características brutales. —Una gran boca para una persona sin sus trucos de fuego. —Una gran boca para alguien que necesita estar al pendiente de su entorno. El cuchillo de Rowan se inclinó junto a la garganta de Lorcan antes de que él pudiera siquiera parpadear. Ella se había estado preguntando cuánto tiempo le tomaría encontrarla. Probablemente había despertado el momento en que se apartó de las sabanas. —Empieza a hablar —ordenó Rowan a Lorcan.

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Lorcan agarro su espada -poderosa y hermosa arma, con la que no tenía ninguna duda que había terminado muchas vidas en campos de muerte en tierras lejanas. —No quieres entrar en esta lucha en este momento. —Dame una buena razón para no derramar tu sangre —dijo Rowan. —Si muero, Maeve ofrecerá ayuda al rey de Adarlan en su contra. —Tonterías —escupió Aelin. —Los amigos cerca, pero los enemigos más cerca, ¿no? —dijo Lorcan. Poco a poco, Rowan lo soltó y se apartó. Los tres monitoreando cada movimiento que los otros hacían, hasta que Rowan estaba al lado de Aelin, sus dientes al descubierto hacia Lorcan. La agresión vertiendo del Príncipe Hada era suficiente para ponerla nerviosa. —Cometiste un error fatal —le dijo Lorcan—, en el momento en que mostraste la visión a mi reina sobre ti con la llave —movió sus ojos negros hacia Rowan—. Y tú. Tu tonto estúpido. Aliándote –uniéndote a ti mismo a una reina mortal. ¿Qué vas a hacer, Rowan, cuando envejezca y muera? ¿Qué cuando se vea lo suficientemente mayor como para ser tu madre? ¿Seguirás compartiendo su cama, todavía–? —Eso es suficiente —dijo Rowan suavemente. Ella no dejó un solo destello de las emociones que se dispararon a través suyo durante el espectáculo, no se atrevió ni a pensar siquiera en ellos por temor a que Lorcan podría olerlos. Lorcan se rio. —¿Crees que venciste a Maeve? Ella permitió que caminaran fuera de Doranelle –ambos. Aelin bostezó. —Honestamente, Rowan, no sé cómo lo soportaste por tantos siglos. Cinco minutos y estoy aburrida hasta las lágrimas. —Cuidado, muchacha —dijo Lorcan—. Tal vez no mañana, tal vez no en una semana, pero algún día te tropezarás. Y voy a estar esperando. —Realmente –ustedes machos Hada y sus discursos dramáticos —se dio la vuelta para irse, un movimiento que pudo hacer solo gracias al príncipe de pie entre ellos. Pero volvió a mirar por encima del hombro, dejando caer toda pretensión de diversión, de aburrimiento. Dejó que el sentimiento tranquilo de matar se acercara a la superficie que sabía que no había nada humano en sus ojos cuando le dijo a Lorcan—. Nunca olvidaré, ni por un momento, lo que le hiciste ese día en Doranelle. Tu miserable existencia está en el fondo de mi lista de prioridades, pero un día, Lorcan... —ella sonrió un poco—. Un día, voy a venir a reclamar la deuda, también. Considera esta noche una advertencia. Aelin apenas había abierto la puerta del almacén cuando la profunda voz de Rowan ronroneó por detrás:

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—¿Noche ocupada, Princesa? Tiró para abrir la puerta, y los dos se metieron al almacén casi negro, iluminado solo por una linterna cerca de las escaleras de atrás. Se tomó su tiempo bloqueando la puerta corrediza detrás de ella. —Ocupada, pero muy agradable. —Vas a tener que intentarlo mucho más duro para colarte a través de mí —dijo Rowan, las palabras atadas con un gruñido. —Tú y Aedion son insufribles —gracias a los dioses Lorcan no ha visto a Aedion –no a olfateado su herencia—. Yo estaba perfectamente segura —Mentira. No había estado segura de sí Lorcan siquiera aparecería o si iba a caer en su pequeña trampa. Rowan le picó la mejilla suavemente, y el dolor le recorrió. —Tienes suerte que haberte raspado fue lo único que te hizo. La próxima vez que te cueles para conseguir una pelea con Lorcan, me dices de antemano. —No voy a hacer tal cosa. Es mi maldito negocio, y– —No es solo tu negocio, ya no. Tú me vas a llevar contigo la próxima vez. —La próxima vez que me escape —ella ardía—, si te pillo siguiéndome como una niñera sobreprotectora, yo– —¿Tu qué? —dio un paso más cerca lo suficiente para compartir su aliento, sus colmillos destellando. A la luz de la linterna, podía ver claramente sus ojos –y él podía ver los de ella cuando silenciosamente dijo, No sé qué voy a hacer, hijo de puta, pero voy a hacer de su vida un infierno. El gruño, y el sonido acarició su piel mientras leía las palabras no dichas en sus ojos. Deja de ser tan terca. ¿Es esto un intento de aferrarte a tu independencia? ¿Y qué si lo es? ella replicó. Solo –déjame hacer estas cosas por mi cuenta. —No puedo prometer eso —dijo, la tenue luz acariciando su piel bronceada, el elegante tatuaje. Ella le dio un puñetazo en los bíceps –perjudicándose a sí misma más que a él. —Solo porque eres viejo y más fuerte no significa que tienes derecho a darme órdenes. —Es precisamente por esas cosas que yo puedo hacer lo que me plazca. Dejó escapar un sonido agudo y fue a pellizcar su lado, y el le agarro la mano, apretándola con fuerza, arrastrándola un paso más cerca suyo. Ella inclino la cabeza hacia atrás para mirarlo. Por un momento, solo en ese almacén con nada más que las cajas dándoles compañía, se

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permitió mirar su cara, esos ojos verdes, la fuerte mandíbula Inmortal. Inquebrantable. Sangre con poder. —Bruto. —Mocosa. Ella soltó una risa entrecortada. —¿De verdad atrajiste a Lorcan a una alcantarilla con una de esas criaturas? Fue una trampa tan fácil que estoy realmente decepcionada de que cayera en ella. Rowan se rio entre dientes. —Nunca dejas de sorprenderme. —Él te hizo daño. Yo nunca voy a perdonar eso. —Un montón de gente me ha herido. Si vas a ir por cada uno, vas a tener una vida muy ocupada delante de ti. Ella no sonrió. —Lo que dijo –sobre hacerme vieja– —No. Solo –no empieces con eso. Ve a dormir. —¿Qué pasa contigo? Estudio la puerta del almacén. —No me extrañaría que Lorcan quiera devolver el favor que le asestaste esta noche. Olvida y perdona mucho menos fácil de lo que tú lo haces, especialmente cuando alguien amenaza con cortar su virilidad. —Por lo menos yo dije que sería un gran error —dijo con una sonrisa diabólica— Tuve la tentación de decir ‘pequeño’. Rowan se rió, sus ojos bailando. —Entonces, sin duda habrías muerto.

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Capítulo 37 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes Había hombres que gritaban en las mazmorras. Él sabía porque el demonio lo había forzado a tomar un paseo allí, más allá de cada célula y estante. Él pensó que podría conocer algunos de los prisioneros, pero no podía recordar sus nombres; podría nunca recordar sus nombres cuando el hombre en el trono ordenó al demonio mirar sus interrogatorios. El demonio estaba feliz de hacerlo. Día tras día tras día. El rey nunca les hacía preguntas. Algunos de los hombres lloraban, algunos gritaban, y algunos se quedaron silenciosos. Desafiantes incluso. Ayer, uno de ellos –joven, guapo, familiar– le había reconocido y rogado. Había pedido clemencia, insistió en que no sabía nada y lloró. Pero no había nada que pudiera hacer, así como él los vio sufrir, así como las cámaras llenas del hedor de la carne quemada y el cobrizo sabor de la sangre. El demonio lo saboreó, cada vez más fuerte cada día que fue allá, y sopló en su dolor. Añadió su sufrimiento a los recuerdos que le mantuvieron compañía, y dejó que el demonio le llevará de vuelta a los calabozos de agonía y desesperación al día siguiente, y la siguiente.

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Capítulo 38 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes Aelin no se atrevió a volver a las alcantarillas –no hasta que estuvo segura de que Lorcan estaba fuera de la zona y el Valg no estaba al acecho. La noche siguiente, todos comían una cena que Aedion había raspado a duras penas a partir de lo que había alrededor de la cocina cuando la puerta principal se abrió y Lysandra saludó con un hola chispeante que había hecho que todos soltaran las armas que habían agarrado. —¿Cómo haces eso? —exigió saber Aedion cuando ella desfiló en la cocina. —Que comida tan miserable —fue todo lo que dijo Lysandra, mirando por encima del hombro de Aedion al pan extendido, verduras en escabeche, huevos fríos, fruta, carne seca, y pasteles para el desayuno sobrantes—. ¿No puede alguno de ustedes cocinar? Aelin, que había estado golpeando las uvas del plato de Rowan, resopló. —El desayuno, al parecer, es la única comida decente que alguno de nosotros es capaz de preparar. Y este —ella señaló con el dedo pulgar en la dirección de Rowan—, sólo sabe cocinar la carne en un palillo sobre un fuego. Lysandra codeó a Aelin por el banco y apretó en el extremo, su vestido azul como la seda líquida mientras cogía un poco de pan. —Patético –absolutamente patético para estimados y poderosos líderes. Aedion apoyó los brazos sobre la mesa. —Siéntete como en casa, por qué no la haces tú. Lysandra besó el aire entre ellos. —Hola, General. Es bueno ver que tienes buen aspecto. Aelin habría estado feliz con sentarse y ver –hasta que Lysandra volvió esos inclinados ojos verdes hacia Rowan. —No creo que nos presentaron el otro día. Su Majestad tenía algo bastante urgente que de-

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cirme. La mirada de un gato astuto en la dirección de Aelin. Rowan, sentado a la derecha de Aedion, ladeó su cabeza hacia un lado. —¿Necesitas una introducción? La sonrisa de Lysandra creció. —Me gustan tus colmillos —dijo dulcemente. Aelin se atragantó con su uva. Por supuesto Lysandra lo hizo. Rowan dio una pequeña sonrisa que por lo general enviaba corriendo a Aelin. —¿Los estudias para así poder reproducirlos cuándo tomes mi forma –cambia forma? El tenedor de Aelin se congeló en el aire. —Mierda —dijo Aedion. Toda la diversión había desaparecido del rostro de la cortesana. Cambia-formas. Dioses santos. ¿Que era la magia de fuego, o el viento y el hielo, en comparación con el cambio de forma? Cambios: espías y ladrones y asesinos capaces de exigir cualquier precio por sus servicios; la pesadilla de los tribunales en todo el mundo, tan temida que habían sido cazados casi hasta la extinción incluso antes de que Adarlan había prohibido la magia. Lysandra se armó de una uva, lo examinó y luego movió sus ojos a Rowan. —Quizás solamente te estudio para saber dónde hundir mis colmillos si alguna vez recupero mis regalos. Rowan se rió. Esto explica mucho. Tú y yo somos más que bestias que llevan pieles humanas. Lysandra volvió su atención a Aelin. —Nadie lo sabe. Ni siquiera Arobynn —su rostro era duro. Un reto y una pregunta yacían en esos ojos. Secretos –Nehemia había guardado secretos para ella también. Aelin no dijo nada. La boca de Lysandra se tensó mientras se volvía a Rowan. —¿Cómo lo sabes? Encogiéndose de hombros, incluso cuando Aelin sentía su atención en ella y sabía que podía leer las emociones mordiéndola.

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—He conocido a unos cambiadores siglos atrás. Sus aromas son los mismos. Lysandra se olió a sí misma, pero Aedion murmuró: —Así que eso es lo que es. Lysandra miró Aelin de nuevo. —Di algo. Aelin levantó una mano. —Solo –dame un momento —Un momento para ordenar a un amigo de otro –el amigo que ella había amado y que le había mentido en cada oportunidad y el amigo que había odiado y que ella había guardado secretos de ella misma... odiado, hasta que el amor y el odio se habían reunido en el centro, fusionadas por la pérdida. Aedion preguntó: —¿Qué edad tenías cuando te enteraste? —Joven –cinco o seis. Sabía ya entonces ocultarlo de todos. No era mi madre, así que mi padre debe haber tenido el don. Ella nunca lo mencionó. O le parecía extraño. Don –elección interesante de palabras. Rowan dijo: —¿Qué pasó con ella? Lysandra se encogió de hombros. —No lo sé. Tenía siete años cuando me golpeó, y luego me echó de la casa. Porque vivimos aquí, en esta ciudad –y esa mañana, por primera vez, había cometido el error de cambiar en su presencia. No recuerdo por qué, pero recuerdo estar tan asustada que había cambiado en un silbido a un gato atigrado justo en frente de ella. —Mierda —dijo Aedion. —Así que eres una palanca de cambios en plena potencia—dijo Rowan. —Había sabido lo que era desde hace mucho tiempo. Desde incluso antes de ese momento, yo sabía que podía cambiar en cualquier criatura. Pero la magia se prohibió aquí. Y todo el mundo, en todos los reinos, desconfiaban de los cambia-formas. ¿Cómo no estarlo? —una risa baja—. Después de que ella me echó, me quedé en la calles. Éramos pobres para que apenas fuera una diferencia, pero –pasé los dos primeros días llorando en la vuelta de la esquina. Ella me amenazó con ir a las autoridades, por lo que corrí, y nunca la volví a ver. Aún regrese los meses posteriores a la casa, pero ella se fue –desapareció. —Suena como una persona maravillosa —dijo Aedion. Lysandra no había mentido. Nehemia mintió abiertamente, guardaba cosas que eran vitales.

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Lo qué era Lysandra... Ellas eran aún4: después de todo, no le dijo a Lysandra que ella era reina. —¿Cómo sobreviviste? —le preguntó Aelin por fin, sus hombros relajados—. A los siete años de edad en las calles de Rifthold no a menudo conoces un final feliz. Algo despertó en los ojos de Lysandra y Aelin se preguntó si ella había estado esperando el golpe que caería, esperando la orden de irse. —Utilicé mis habilidades. A veces yo era humana; a veces me ponía las pieles de otros niños de la calle con reconocimiento de sus cuerpos; a veces me convertía en un gato callejero o una rata o una gaviota. Y entonces aprendí que si me hacía más guapa, si me hiciera hermosa –cuando pidiera dinero, llegaría mucho más rápido. Yo llevaba uno de esos rostros hermosos el día que la magia cayó. Y he estado atrapada en él desde entonces. —Así que esta cara —dijo Aelin—, ¿no es tu verdadero rostro? ¿Tu cuerpo real? —No. Y lo que me mata es que no puedo recordar cuál era mi verdadera cara. Ese era el peligro del cambio –que te olvides de tu forma real, porque es el recuerdo de lo que eres lo que guía el cambio. Recuerdo que era clara como un lirón, pero... no me acuerdo si mis ojos eran de color azul o gris o verde; No puedo recordar la forma de la nariz o mi barbilla. Y era el cuerpo de una niña, también. No sé a lo que me parecería ahora, como mujer. Aelin dijo: —Y esta era la forma que Arobynn vio pocos años más tarde. Lysandra asintió y limpió una mancha invisible de pelusa en su vestido. —Si la magia vuelve a estar libre, ¿desconfiarías de un cambia-forma? Así cuidadosamente redactada, tan casualmente preguntó, como si no fuera la pregunta más importante de todas. Aelin se encogió de hombros y le dio la verdad. —Yo estaría celosa de un cambia-forma. El cambio en cualquier forma, por favor, vendría a ser bastante útil —lo consideró—. Un cambia-forma haría un poderoso aliado. Y un amigo aún más entretenido. Aedion reflexionó: —Sería hacer una diferencia en un campo de batalla, una vez que se liberara la magia. Rowan apenas le preguntó, —¿Tuviste una forma favorita? La sonrisa de Lysandra fue nada menos que malvada. 4

Se refiere a que, después de que Lysandra le haya mentido, seguían siendo amigas.

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—Me gustó algo con garras y grandes, grandes colmillos. Aelin tragó su risa. —¿Hay alguna razón detrás de esta visita, Lysandra, o está aquí sólo para hacer a mis amigos retorcerse? Toda diversión se desvaneció mientras Lysandra levantó un saco de terciopelo que se hundió con lo que parecía ser un gran cuadro. —Lo que solicitaste —el cuadro golpeó mientras dejaba la bolsa sobre la mesa de madera desgastada. Aelin deslizó el saco hacia sí misma, así como los hombres levantaron sus cejas y sutilmente olfatearon el cuadro dentro. —Gracias. Lysandra dijo: —Arobynn va a llamarte mañana, para ser entregado la noche siguiente. Estés lista. —Bien —fue un esfuerzo por mantener su rostro en blanco. Aedion se inclinó hacia delante, mirando entre ellas. —¿Espera solamente Aelin para entregarlo? —No –a todos ustedes, creo. Rowan dijo: —¿Es una trampa? —Probablemente, de una u otra manera —dijo Lysandra—. Él quiere que entregues y luego te unas a él para cenar. —Demonios y comida —dijo Aelin—. Una deliciosa combinación. Sólo Lysandra sonrió. —¿Va a envenenarnos? —preguntó Aedion. Aelin rascó un pedazo de tierra en la mesa. —El veneno no es el estilo de Arobynn. Si tuviera que hacer algo para la comida, sería añadir un poco de droga que nos incapacite mientras que él se mueve con nosotros donde quisiera. Es el control que él ama —agregó, sin dejar de mirar a la mesa, no del todo sintiéndose capaz de ver lo que estaba escrito en los rostros de Rowan o Aedion—. El dolor y el miedo, sí, pero el poder es de lo que realmente se nutre —La cara de Lysandra había perdido su suavidad, sus ojos la fría y agudos –un reflejo de ella misma, sin duda. La única persona que podía comprender, que también había aprendido de primera mano exactamente cuánto era ese deseo de

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control. Aelin se elevó de su asiento—. Te acompañare a tú carro.

Ella y Lysandra hicieron una pausa entre los montones de cajas en el depósito. —¿Estás lista? —preguntó Lysandra, cruzando los brazos. Aelin asintió con la cabeza. —No estoy segura de que la deuda podría jamás ser pagada por lo que... lo que hicieron todos. Pero si lo hará tiene que ser suficiente. Estoy quedando sin tiempo. Lysandra frunció los labios. —No voy a ser capaz de correr el riesgo de venir aquí otra vez. Hasta después. —Gracias –por todo. —Todavía podría tener algunos trucos bajo la manga. Estate en guardia. —Y tú estarás en la suya. —¿No estás... furiosa porque no te dije? —Tú secreto podría hacer que te maten tan fácilmente como el mío, Lysandra. Sólo sentí... no sé. Si nada, me pregunté si había hecho algo mal, algo para que no confíes en mí lo suficiente como para decirme. —Yo quería –me he estado muriendo por ello. Aelin le creyó. —Te arriesgaste a esos guardias Valg por mí –por Aedion, ese día que lo rescatamos— dijo Aelin—. Ellos probablemente estarían fuera de sí cuando se enteraron de que había un cambia-forma en esta ciudad —Y esa noche en los Fosos, cuando ella se volvió lejos del Valg y escondiéndose detrás de Arobynn... Tenía que haber evitado su aviso—. Tienes que estar loca. —Incluso antes de saber quién eras, Aelin, yo sabía por lo que estabas trabajando... Esto valía la pena. —¿Qué es? —su garganta se apretó. —Un mundo donde la gente como yo no tienen que ocultarse —Lysandra se dio la vuelta, pero Aelin la agarró de la mano. Lysandra sonrió un poco—. En momentos como estos, me gustaría tener la habilidad particular de establecerme en tu lugar. —¿Lo harías si pudieras? Dos noches a partir de ahora, quiero decir. Lysandra suavemente se soltó de su mano. —He pensado sobre ello cada día desde que Wesley murió. Yo lo haría y con mucho gusto.

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Pero no me importa si lo haces tú. Tú no vacilas. Me parece que es reconfortante, de algún modo.5

La invitación llegó de un niño de la calle a las diez de la mañana siguiente. Aelin se quedó mirando el sobre de color crema sobre la mesa delante de la chimenea, su sello de cera roja impresa con dagas cruzadas. Aedion y Rowan, mirando por encima de sus hombros, estudiaron la caja con la que había llegado. Ambos hombres olfatearon –y fruncieron el ceño. —Huele como almendras —dijo Aedion. Sacó la tarjeta. Una invitación formal para cenar mañana a las ocho –para ella y dos invitados– y una solicitud por el favor que le adeudaban. Su paciencia estaba en un extremo. Pero en la moda típica de Arobynn, descargar el demonio en su puerta no sería suficiente. No –ella lo entregaría en sus términos. La cena era bien tarde en el día para dar su tiempo para el estofado. Había una nota al final de la invitación, en un garabato elegante y eficiente. Un regalo –y uno que espero que llevarás mañana por la noche. Ella tiró la carta sobre la mesa y agitó una mano a Aedion o Rowan para que abrieran la caja mientras se dirigió a la ventana y miró hacia el castillo. El sol estaba deslumbrante en la mañana, resplandeciente como si hubiera sido diseñado de perla y oro y plata. El deslizado de la cinta, el ruido sordo de la abertura de la tapa de la caja, y– —¿Qué en el infierno es esto? Ella miró por encima de su hombro. Aedion retenía una botella grande de vidrio en sus manos, lleno de líquido de color ámbar. Dijo rotundamente: —Aceite perfumado de piel. —¿Por qué él quiere que lo uses? —preguntó Aedion demasiado reservado. Miró por la ventana de nuevo. Rowan la acechó y se sentó en el sillón detrás de ella, una fuerza constante en la espalda. Aelin dijo: —Es sólo otro movimiento en el juego que hemos estado jugando. 5 Esta última parte se refiere al hecho de que, próximamente, van a matar a Arobynn y que a Lysandra le gustaría hacerlo.

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Tendría que frotarlo en su piel. Su aroma. Ella misma dijo que lo había esperado nada menos, pero... —¿Y lo vas a usar? —escupió Aedion. —Mañana, nuestro objetivo es conseguir el amuleto de Orynth de él. El convenir llevar el aceite lo pondrá sobre el equilibrio inseguro. —No lo entiendo. —La invitación es una amenaza —respondió Rowan por ella. Podía sentirlo a pulgadas de distancia, estaba al tanto de sus movimientos, tanto como ella de los suyos—. Dos compañeros, él sabe cuántos de nosotros estamos aquí, sabe quién eres. —¿Y tú? —preguntó Aedion. La tela de su camisa suspiró contra la piel de Rowan cuando él se encogió de hombros. —Probablemente no ha descubierto por ahora que soy Hada. El pensamiento de Rowan frente a Arobynn, y lo que Arobynn podría tratar de hacer– —Y ¿qué pasa con el demonio? —exigió Aedion—. ¿Él espera que lo llevemos encima en todas nuestras mejores galas? —Otra prueba. Y sí. —¿Así que como hacemos para atrapar nosotros mismos un comandante Valg? Aelin y Rowan se miraron el uno al otro. —Tú vas a quedar aquí —le dijo a Aedion. —Como el infierno que lo haré. Ella señaló a su lado. —Si no hubieras sido un dolor exaltado en mi culo y desgarrado tus puntos cuando combatiste con Rowan, podrías haber venido. Pero todavía está en vías de recuperación, y no haré que corras el riesgo de exponer tus heridas en la basura de las alcantarillas sólo para que puedas sentirte mejor contigo mismo. Las fosas nasales de Aedion estallaron cuando retuvo su temperamento. —Te vas a enfrentar a un demonio– —Ella va ser cuidada —dijo Rowan. —Yo puedo cuidar de mí misma —le espetó—Voy a vestirme —agarró su traje de donde lo había dejado secar sobre un sillón delante de las ventanas abiertas.

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Aedion suspiró detrás de ella. —Por favor –solo anda con cuidado. ¿Y Lysandra es de fiar? —Lo sabremos mañana —dijo. Ella confiaba en Lysandra –no habría dejado que ella se acercara a Aedion de otro modo, pero Lysandra no sabría necesariamente si Arobynn la estaba utilizando. Rowan arqueó las cejas. ¿Estás bien? Ella asintió con la cabeza. Sólo quiero pasar estos dos días y terminar con esto. —Eso nunca va a dejar de ser extraño —murmuró Aedion. —Lidia con eso —le dijo ella, llevando el traje al el dormitorio—. Vamos a buscar nosotros mismos un bonito pequeño demonio.

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Capítulo 39 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes —Muerto como muerto puede ser —dijo Aelin, cruzando la mitad superior de los restos del Sabueso del Wyrd de los desperdicios. Rowan de cuclillas sobre uno de los pedacitos de la parte inferior, gruño su confirmación—. Lorcan no tira golpes, ¿verdad? —dijo, estudiando la sangre salpicada cruzando las alcantarillas apestosas. Había apenas algo más de los capitanes Valg, o del Sabueso del Wyrd. En una cuestión de momentos Lorcan había masacrado a todos como si fueran muebles. Dioses antiguos. Rowan dijo: —Lorcan probablemente pasó toda la pelea imaginando que cada una de estas criaturas eras tú —dijo Rowan, levantándose teniendo un brazo tieso agarrado—. La piel de piedra parece como armadura, pero es sólo carne —él olió y gruñó con asco. —Bien. Y gracias a Lorcan, por averiguar para nosotros —se acercó a Rowan, tomando el pesado brazo de él, y saludó al príncipe con los dedos tiesos de la criatura. —Deja de hacer eso —dijo entre dientes. Ella había retorcido los dedos del demonio un poco más. —Sería un buen rascador de espalda. Rowan solamente frunció el ceño. —Aguafiestas —dijo y arrojó el brazo en el torso del Sabueso del Wyrd. Aterrizó con un pesado golpe y haciendo clic en la piedra—. Así que, Lorcan puede derribar un Sabueso del Wyrd —Rowan resopló ante el nombre que había usado—. Y una vez abajo, parece que se queda abajo. Es bueno saberlo. Rowan la miró con recelo. —Esta trampa no era sólo para enviar Lorcan un mensaje, ¿verdad? —Estas cosas son títeres del rey —dijo ella—, por lo que su Gran Majestad Imperial tiene ahora un vistazo de la cara y el olor de Lorcan, y sospecho que no estará muy contento de tener

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a un guerrero Hada en su ciudad. ¿Por qué, yo apostaría que Lorcan está siendo perseguido actualmente por los otros siete Sabuesos del Wyrd, que sin duda tienen una cuenta pendiente en nombre de su rey y su hermano caído? Rowan sacudió la cabeza. —No sé si hay que estrangularte o aplaudirte en la espalda. —Creo que hay una larga fila de personas que se sienten de la misma manera —ella escaneaba el alcantarillado –dando vuelta por la cámara—. Necesitamos los ojos de Lorcan en otro lugar esta noche y mañana. Y lo que necesitaba saber es si estos Sabuesos del Wyrd podrían morir. —¿Por qué? —él vio demasiado. Poco a poco, se encontró con su mirada. —Porque yo voy a usar su querida entrada del alcantarillado para entrar en el castillo –y volar la torre del reloj justo de debajo de ellos. Rowan soltó una risa baja, malvada. —Así es como vas a liberar la magia. Una vez Lorcan mate el último de los Sabuesos del Wyrd, tú entraras. —Él realmente debería haberme matado, considerando el mundo de los problemas que ahora le daré a través de la caza esta ciudad. Rowan enseñó los dientes en una sonrisa salvaje. —Se lo merece.

Envueltos, armados y enmascarados, Aelin se apoyó contra la pared de piedra del edificio abandonado, mientras Rowan rodeó al comandante Valg atado en el centro de la habitación. —Ustedes han firmado su sentencia de muerte, gusanos —dijo la cosa dentro del cuerpo del guardia. Aelin chasqueó la lengua. —No debe ser un muy buen demonio para ser capturado tan fácilmente. Había sido una broma, realmente. Aelin había elegido la patrulla más pequeña dirigida por el más suave de los comandantes. Ella y Rowan habían emboscado a la patrulla justo antes de medianoche en una zona tranquila de la ciudad. Apenas había asesinado a dos guardias antes de que el resto estuvieran muertos a manos de

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Rowan –y cuando el comandante trató de correr, el guerrero Hada le había cogido dentro de latidos del corazón. Dejándolo inconsciente había sido obra de un momento. La parte más difícil había estado en arrastrar su cuerpo a través de los barrios bajos, en el edificio, y hacia abajo en el sótano, donde lo habían encadenado a una silla. —Yo –no soy un demonio —dijo el hombre entre dientes, como si cada palabra le quemara. Aelin se cruzó de brazos. Rowan, teniendo tanto a Goldryn y Damaris, rodeó sobre el hombre, un halcón que se acerca a la presa. —Entonces, ¿para qué es el anillo? —dijo ella. Un suspiro de aliento –humano, fatigado. —Para esclavizarnos –corrompernos. —¿Y? —Ven más cerca, y yo podría decirte —su voz cambió entonces, más profunda y más fría. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó Rowan. —Sus lenguas humanas no pueden pronunciar nuestros nombres, o nuestro idioma —dijo el demonio. Ella le imitó: —Sus lenguas humanas no pueden pronunciar nuestros nombres. He oído eso antes, por desgracia —Aelin dejó escapar una risa baja cuando la criatura en el interior del hombre hirvió—. Cuál es tu nombre –¿tu nombre real? El hombre destrozado, hizo un movimiento espasmódico violento que hizo a Rowan dar un paso más cerca. Ella cuidadosamente monitoreado la batalla entre los dos seres dentro de ese cuerpo. Al fin dijo: —Stevan. —Stevan —dijo ella. Los ojos del hombre estaban claros, fijos en ella—. Stevan —dijo de nuevo, más fuerte. —Cállate —el demonio se quebró. —¿De dónde eres, Stevan? —Suficiente de –Melisande. —Stevan —repitió. No había trabajado en eso el día de la fuga de Aedion –no hubiera sido suficiente, pero ahora...—. ¿Tienes una familia, Stevan? —Muertos. Todos ellos. Del mismo modo que tú lo estarás —se puso rígido, se desplomó, se

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puso rígido, se desplomó. —¿Puedes quitarte el anillo? —Nunca —dijo la cosa. —¿Puedes volver, Stevan? ¿Si el anillo se va? Un estremecimiento que dejó su cabeza colgando entre sus hombros. —Yo no quiero, incluso si pudiera. —¿Por qué? —Las cosas –cosas que hice, lo hicimos... Le gustaba mirar mientras que los tomaba, mientras yo les arrancaba partes. Rowan se detuvo de rodearlo, de pie a su lado. A pesar de su máscara, casi podía ver la expresión de su cara el asco y lástima. —Háblame de los príncipes Valg —dijo Aelin. Tanto el hombre como el demonio estaban en silencio. —Háblame de los príncipes Valg —le ordenó. —Son las tinieblas, son la gloria, son eternos. —Stevan, dime. ¿Hay alguno aquí –en Rifthold? —Sí. —¿De quién es el cuerpo que habita? —Del Príncipe Heredero. —¿Está el príncipe allí, como tú estás aquí? —Nunca lo vi –nunca le habló. Si –si es un príncipe dentro de él... No puede aguantar, no puede soportar esta cosa. Si se trata de un príncipe... el príncipe le habrá roto, usado y lo habrá llevado. Dorian, Dorian... El hombre respiró. —Por favor —su voz tan vacía y suave en comparación con la de la cosa dentro de él—. Por favor –acaba con él. No puedo sostenerlo. —Mentiroso —ronroneó—. Te entregaste a ti mismo. —No había elección —dijo el hombre con voz entrecortada—. Ellos vinieron a nuestros hogares, nuestras familias. Dijeron que los anillos eran parte del uniforme, así que tuvimos que

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usarlos —un estremecimiento pasó por él, y algo antiguo y frío le sonrió—. ¿Qué eres, mujer? —Se pasó la lengua por sus labios—. Déjame probarte. Dime lo que eres. Aelin estudió el anillo negro en su dedo. Caín –érase una vez, meses y vidas atrás, Caín había combatido la cosa dentro de él. Hubo un día, en los pasillos del castillo, cuando él la había mirado persiguiendo, cazando. Como si, a pesar del anillo... —Yo soy la muerte —dijo simplemente—. Si lo deseas. El hombre se desplomó, el demonio cedió. —Sí —suspiró—. Sí. —¿Qué me ofreces a cambio? —Cualquier cosa —el hombre respiró—. Por favor. Ella miró a su lado, en su anillo, y metió la mano en el bolsillo. —Escucha con atención.

Aelin despertó, empapada en sudor y se retorció en las sabanas, el miedo apretando en ella como un puño. Se obligó a respirar, a parpadear –a buscar en la habitación bañada por la luna y girar la cabeza y ver al Príncipe Hada dormido en la cama. Vivo –no torturado, no muerto. Sin embargo, estiró una mano sobre el mar de mantas entre ellos y le tocó el hombro desnudo. Músculo duro como una piedra envuelta en piel suave terciopelo. Real. Habían hecho lo que tenían que, y el comandante Valg estaba encerrado en otro edificio, listo y esperando a mañana por la noche, cuando iban a llevarlo a la Torre del Homenaje, el favor de Arobynn al fin cumplido. Pero las palabras del demonio resonaban en su cabeza. Y luego se mezclan con la voz del príncipe Valg que había utilizado la boca de Dorian como una marioneta. Voy a destruir todo lo que amas. Una promesa. Aelin soltó un suspiro, con cuidado de no molestar al Príncipe Hada durmiendo a su lado. Por un momento, se le era difícil tirar de la mano tocando su brazo, por un momento, ella sintió la tentación de acariciar sus dedos hacia abajo de la curva de sus músculos. Pero tenía una última cosa que hacer esta noche. Así que retiró la mano.

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Y esta vez, él no se despertó cuando se deslizó fuera de la habitación.

Eran casi las cuatro de la mañana, cuando se deslizó de nuevo en el dormitorio, sus botas agarradas en una mano. Ella dio dos pasos, dos pasos enormemente pesados, agotados –antes de que Rowan dijera de la cama: —Hueles a cenizas. Ella simplemente siguió su camino, hasta que dejó caer sus botas en el armario, se metió en la primera camisa que pudo encontrar, y se lavó la cara y el cuello. —Tenía cosas que hacer —dijo mientras subía a la cama. —Fuiste sigilosa esta vez —la furia que hervía de él era casi lo suficientemente caliente como para quemar a través de las mantas. —Esto no era en particularmente de alto riesgo —mentira. Mentira, mentira, mentira. Ella sólo había sido afortunada. —¿Y supongo que no vas a decirme hasta que quieras? Ella se desplomó sobre las almohadas. —No estarás enfadado solo porque me fuera sigilosamente. Su gruñido retumbó en todo el colchón. —No es una broma. Cerró sus ojos, sus piernas de plomo. —Lo sé. —Aelin– Ella ya estaba dormida.

Rowan no estaba enojado. No, enojado no cubría una fracción de ello. La rabia todavía lo montaba la mañana próxima, cuando despertó antes que ella y se metió en su armario para examinar la ropa de la que se había desvestido. El polvo y el metal y el humo y el sudor le cosquillaban la nariz, y había manchas de suciedad y cenizas en el paño negro.

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Sólo unos puñales yacían esparcidos cerca –no había signo de Goldryn o Damaris de haber sido movidos de donde los había arrojado en el suelo del armario anoche. Ningún tufillo de Lorcan, o de Valg. Sin olor de sangre. O ella no había querido arriesgarse a perder las antiguas hojas en una pelea, o no había querido el extra de peso. Ella estaba tumbado en la cama cuando salió, con la mandíbula apretada. Ni siquiera se había molestado en usar uno de esos camisones ridículos. Ella debe haber estado agotada lo suficiente para no molestarse con nada aparte de esa camisa de gran tamaño. Su camisa, notó con no poca masculina satisfacción. Era enorme en ella. Era tan fácil olvidar lo mucho menor que ella era de él. Cómo mortal. Y lo absolutamente consciente del control que tenía que ejercitar todos los días, cada hora, para mantenerla fuera de sus brazos, para no tocarla. Él frunció el ceño caminando fuera de la habitación. En las montañas, la habría hecho ir en una carrera, o cortar leña durante horas, o tirar con deberes de cocina extra. Este apartamento era demasiado pequeño, demasiado lleno de machos acostumbrados a su camino y una reina acostumbrada a tener el suyo. Peor aún, una reina empeñada en guardar secretos. Había tratado con gobernantes jóvenes antes: Maeve le había enviado a suficientes tribunales extranjeros que sabía cómo llegar a talonear. Pero Aelin... Ella lo tomó hacia la búsqueda de cazar demonios. Y sin embargo, esta tarea, lo que había hecho, incluso le requirió a mantenerse en la ignorancia. Rowan llenó el hervidor de agua, centrándose en cada movimiento, aunque sólo sea para no tirarlo a través de la ventana. —¿Haciendo el desayuno? Cuan doméstico de parte tuya —Aelin se apoyó contra la puerta, irreverente como siempre. —¿No deberías estar durmiendo como un tronco, teniendo en cuenta tu noche ocupada? —¿Nosotros no podemos entrar en una lucha sobre ello antes de mi primera taza de té? Con calma letal, puso la olla en la estufa. —¿Después del té, entonces? Se cruzó de brazos, la luz del sol besando el hombro de su vestido azul pálido. Una criatura de lujo, su reina. Y sin embargo –sin embargo, no había comprado una sola cosa nueva para ella últimamente. Soltó un aliento, y sus hombros se hundieron un poco. La rabia rugiendo a través de sus venas tropezó. Y tropezó otra vez cuando ella mordió su labio. —Necesito que vengas conmigo hoy.

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—Dondequiera que necesites ir —dijo. Miró hacia la mesa, a la estufa—. ¿Por Arobynn? —Él no había olvidado por un segundo que se le venía esta noche –lo que estaría enfrentando. Ella negó con la cabeza, y luego se encogió de hombros. —No, quiero decir, sí, quiero que vengas esta noche, pero... Hay otra cosa que tienes que hacer. Y quiero hacerlo hoy, antes de que suceda todo. Esperó, conteniéndose de ir a ella, de pedirle que le diga más. Eso había sido su promesa el uno al otro: el espacio para ordenar sus propias vidas miserables, resolver cómo compartirlo. No le importaba. La mayor parte del tiempo. Ella frotó en sus cejas con su pulgar y el índice, y cuando cuadró los hombros –los hombros vestidos de seda que llevaba un peso que haría cualquier cosa para aliviar, levantó la barbilla. —Hay una tumba que necesito de visitar. No tenía un vestido negro para el luto, pero Aelin imagino que Sam hubiera preferido en ella algo brillante y encantador de todos modos. Así que llevaba una túnica del color de la hierba de primavera, sus mangas cubiertas con puños de terciopelo de oro en polvo. Vida, pensó cuando anduvo a zancadas a través del pequeño, bonito cementerio con vistas al Avery. La ropa de que Sam habría querido que vistiera recordaba ella, de vida. El cementerio estaba vacío, pero las lápidas y la hierba estaban bien cuidados, y los robles imponentes eran incipientes con nuevas hojas. Una brisa que entra en el río brillando los puso a suspirar y volando el pelo suelto, que volvía ahora a su normal oro-miel. Rowan se había quedado cerca de la pequeña puerta de hierro, apoyado en uno de esos robles para mantener a los transeúntes en la tranquila calle de la ciudad detrás de ellos para que se fijaran en él. Si lo hicieran, sus ropas negras y armas pintadas lo harían pasar como un simple guardaespaldas. Había planeado venir sola. Pero esta mañana ventosa despertó y justo... lo necesitaba con ella. La nueva hierba amortiguó cada paso entre las lápidas claras bañado por la luz del sol corriente abajo. Recogió piedras en el camino, descartando las deformes y rugosas, manteniendo las que brillaba con trozos de cuarzo o color. Agarró un puñado de ellas en el momento en que se acercaba a la última línea de tumbas en el borde del río fangoso grande que fluía perezosamente. Era un precioso sepulcro –simple, limpio– y tenía escrito en la piedra: Sam Cortland. Amado. Arobynn la había dejado en blanco –sin marcar. Pero Wesley había explicado en su carta cómo él le había pedido al tallador venir. Se acercó a la tumba, leyendo una y otra vez. Amado –no sólo por ella, sino por muchos.

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Sam. Su Sam. Por un momento, se quedó en ese tramo de hierba, en la piedra blanca. Por un momento pudo ver el hermoso rostro sonriéndole, gritándole a ella, amándola. Abrió el puño de guijarros y escogió los tres más bellos de dos de los años desde que había sido tomado de ella, uno para el que habían estado juntos. Con cuidado, los colocó en el vértice de la curva de la lápida. Luego se sentó en la piedra, metiendo sus pies debajo de ella, y apoyó la cabeza contra la suave, roca fresca. —Hola, Sam —respiró en la brisa del río. Ella no dijo nada durante un tiempo, contenta de estar cerca de él, incluso en esta forma. El sol calentándole el pelo, un beso de calor a lo largo de su cuero cabelludo. Un rastro de Mala, tal vez, incluso aquí. Empezó a hablar, en silencio y de manera brevemente, diciéndole a Sam acerca de lo que le había sucedido en sus diez años pasados, diciéndole sobre estos últimos nueve meses. Cuando terminó, se quedó mirando las hojas de roble susurro arriba y arrastró los dedos por la suave hierba. —Te extraño —dijo—. Cada día, te echo de menos. Y yo me pregunto qué habrías hecho con todo esto. Hecho conmigo. Creo –creo que habrías sido un rey maravilloso. Creo que les habrías gustado más que yo, en realidad —su garganta se apretó—. Nunca dije que –lo que sentía. Pero yo te amaba, y yo creo que una parte de mí podría siempre amarte. Tal vez tú eras mi compañero, y nunca lo sabré. Tal vez voy a pasar el resto de mi vida pensando en eso. Tal vez te veré de nuevo en el más allá, y luego lo sabré a ciencia cierta. Pero hasta entonces... hasta entonces te echo de menos, y me gustaría que estuvieras aquí. No iba a pedir disculpas, ni decir que fue culpa suya. Debido a que su muerte no fue culpa suya. Y esta noche... Esta noche iba a saldar esa deuda. Se limpió la cara con el dorso de la manga y se puso de pie. El sol secó sus lágrimas. Había olido el pino y la nieve antes de que lo oyera, y cuando se volvió, Rowan estaba a un par de pies de distancia, mirando a la lápida detrás de ella. —Era– —Yo sé lo que él era para ti —dijo Rowan suavemente, y le tendió la mano. No para tomar la suya, pero si por una piedra. Ella abrió su puño, y rebuscó entre las piedras hasta que encontró un suave y redondo, del tamaño de un huevo de un colibrí. Con una delicadeza que rompió su corazón, él lo puso en la lápida al lado de sus propios guijarros. —Vas a matar a Arobynn esta noche, ¿no? —dijo. —Después de la cena. Cuando se haya ido a la cama. Voy a volver a la Guarida a acabar con él.

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Había venido aquí para recordarse a sí misma –recordarse a sí misma por qué estaba esa tumba antes de que existiera, y por qué tenía las cicatrices en su espalda. —¿Y el Amuleto de Orynth? —Un juego final, sino también una distracción. La luz del sol bailaba en el Avery, casi cegadora. —¿Ya está lista para hacerlo? Miró de nuevo a la lápida, y a la hierba ocultar el ataúd debajo. —No tengo elección pero estaré lista.

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Capítulo 40 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes

Elide pasó dos días en el servicio voluntario de cocina, para aprender dónde y cuándo las lavanderas comían y quienes trajeron su comida. En ese momento, el cocinero jefe confiaba en ella lo suficiente para que cuando se ofreció para llevar el pan hasta el comedor, él no lo pensó dos veces. Nadie se dio cuenta cuando roció el veneno en unos rollos de pan. La Líder de Ala había jurado que no mataría –solo la lavandera enfermaría durante unos días. Y tal vez esto la hizo egoísta por colocar su propia supervivencia primero, pero Elide no vaciló cuando vertió el polvo pálido en algunos rollos, mezclándolo en la harina cuando vertió el polvo sobre ellos. Elide marcó un rollo en particular, para asegurarse de que se lo diera a la lavandera que observó días antes, pero los demás se dieron al azar a las otras lavanderas. Infiernos –probablemente se va a quemar en el reino del infierno para siempre por esto. Pero podía pensar en su condenación cuando se haya escapado y estuviera lejos, muy lejos, más allá del Continente del Sur. Elide entró cojeando en el comedor estridente, una lisiada tranquila con otro plato de comida. Hizo su camino por la larga mesa, tratando de mantener el peso en la pierna mientras se apoyaba en una y otra vez depósito los rollos en placas. La lavandera ni siquiera se molestó en darle las gracias. Al día siguiente, la Guarida era un hervidero con la noticia de que un tercio de las lavanderas estaban enfermas. Esto debe haber sido el pollo en la cena, ellos dijeron. O el cordero. O la sopa, sólo algunos de ellos lo habían cogido. El cocinero se disculpó y Elide había tratado de no pedir disculpas a él cuando vio el terror en sus ojos. La cabeza de las lavanderas en realidad parecía aliviada cuando Elide cojeando se ofreció a ayudar. Le dio para escoger cualquier estación y ponerse a trabajar. Perfecto.

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Pero la culpa empujaba hacia abajo sobre sus hombros mientras fue derecha a la estación de esa mujer. Trabajo todo el día, y esperó para que la ropa ensangrentada llegara.

Cuando finalmente lo hicieron, no había tanta sangre como antes, pero más de una sustancia que parecía similar al vómito. Elide casi vomitó a sí misma cuando los lavó. Y las exprimió. Y las seco. Y plancho. Tomó horas. Caía la noche cuando dobló la última de ellas, tratando de evitar que sus dedos temblaran. Pero se acercó a la cabecera de las lavanderas y dijo suavemente, no más que una muchacha nerviosa. —¿Debería –debería devolverlos? La mujer sonrió. Elide se preguntó si la otra lavandera había sido enviada allí como castigo. —Hay una escalera sobre ese camino que le llevará a los niveles subterráneos. Diga a los guardias que eres el reemplazo de Misty. Llevé la ropa a la segunda puerta de la izquierda y suéltelos afuera. La mujer miró las cadenas de Elide. —Trate de correr fuera, si usted puede. Las entrañas de Elide se habían convertido liquidas en el momento en que llegó a los guardias. Pero no le hicieron una pregunta mientras ella recitaba lo que la lavandera de cabecera había dicho. Abajo, abajo, abajo mientras caminaba, en la penumbra de la escalera de caracol. La temperatura cayó en picado cuanto más descendía. Y entonces oyó los gemidos. Gemidos de dolor, de terror, de la desesperación. Sostuvo el cesto de la ropa contra su pecho. Una antorcha parpadeaba por delante. Dioses, era tan frío aquí. Las escaleras se abrieron hacia la parte inferior, iluminando a cabo un descenso recto y revelando un amplio pasillo, iluminado con antorchas y forrado con un sinnúmero de puertas de hierro. Los gemidos venían detrás de ellas. Segunda puerta a la izquierda. La sacaron con lo que parecía marcas de garras, empujando

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hacia fuera desde dentro. Había guardias aquí abajo –guardias y hombres extraños, que patrullaban arriba y abajo, desde la apertura y el cierre de las puertas. Las rodillas de Elide tambalearon. Nadie la detuvo. Dejó el cesto de la ropa delante de la segunda puerta y llamó en voz baja. El hierro era tan frío que quemó. —Ropa limpia —dijo contra el metal. Era absurdo. En este lugar, con estas personas, todavía insistían en ropa limpia. Tres de los guardias se habían detenido a mirar. Ella fingió no darse cuenta –fingió retroceder poco a poco, un pequeño conejo asustado. Fingió coger su pie destrozado sobre algo y resbalar. Pero fue el dolor real que rugió a través de su pierna mientras bajaba, sus cadenas rompiendo y tirando en ella. El suelo estaba tan frío como la puerta de hierro. Ninguno de los guardias hizo algo para ayudarla a levantarse. Ella susurró, agarrándose el tobillo, comprando de todo el tiempo que pudo, su corazón atronador-atronador-atronador. Y entonces la puerta se abrió.

Manon observaba a Elide vomitar. Y de nuevo, y de nuevo. Una centinela Blackbeak la había encontrado acurrucada en una bola en una esquina de un pasillo al azar, temblorosa, un charco de orina por debajo de ella. Habiendo escuchado que el siervo era ahora propiedad de Manon, la centinela la tomó y la arrastró hasta aquí. Asterin y Sorrel quedaron con cara de piedra detrás de Manon cuando la niña vomitó en el cubo de nuevo sólo bilis y saliva en esta ocasión, y por fin levantó la cabeza. —Informe —dijo Manon. —Vi a la cámara —dijo Elide con voz áspera. Todas ellas esperaron. —Alguien abrió la puerta para sacar la ropa, y vi la cámara más allá. Con esos penetrantes ojos en los de ella, probablemente había visto demasiado. —Suéltalo —dijo Manon, apoyándose contra la columna de la cama. Asterin y Sorrel permaneciendo junto a la puerta, supervisando por los curiosos.

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Elide se quedó en el piso, su pierna torcida hacia un lado. Pero los ojos que encontraron a Manon provocado con un carácter ardiente que la muchacha raras veces revelaba. —Lo que abría la puerta era un hombre hermoso, un hombre con el pelo de oro y un collar alrededor de su cuello. Pero él no era un hombre. No había nada humano en sus ojos —uno de los príncipes –tenía que ser—. Yo –fingí caer para que pudiera comprarme más tiempo para ver quién abrió la puerta. Cuando él me vio en el suelo, me sonrió –y esta oscuridad se filtró fuera de él... —se tambaleó hacia el cubo y se inclinó sobre él, pero no vomitó. Después de un momento, dijo—. Me las arreglé para mirar lo que pasaba en la sala de atrás. Se quedó mirando a Manon, luego a Asterin y Sorrel. —Tú dijiste que iban a ser... implantados. —Sí —dijo Manon. —¿Sabías cuántas veces? —¿Qué? —aspiró Asterin. —¿Sabías —dijo Elide, su voz desigual de rabia o el miedo— cuántas veces iban a ser implantadas con crías antes de que fueran despedidas? Todo fue tranquilo en la cabeza de Manon. —Continuad. El rostro de Elide era blanco como la muerte, por lo que sus pecas parecen secas, salpicadas de sangre. —Por lo menos, han entregado al menos un bebé cada uno. Y ya están a punto de dar a luz a otro. —Eso es imposible —dijo Sorrel. —¿Los Witchlings? —respiró Asterin. Elide realmente trató de vomitar de nuevo esta vez. Cuando terminó, Manon se dominaba a sí misma lo suficiente como para decir: —Háblame de los Witchlings. —No son Witchlings. No son bebés —escupió Elide, cubriendo su rostro con sus manos como para arrancarse los ojos—. Son criaturas. Son demonios. Su piel es como el diamante negro, y ellos –tienen estos hocicos, con los dientes. Colmillos. Ya tienen colmillos. Y no como los tuyos —bajó sus manos—. Ellos tienen dientes de piedra negro. No hay nada suyo en ellos. Si se horrorizaron Sorrel y Asterin, no mostraron nada. —¿Qué hay de las Yellowlegs? —exigió Manon.

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—Ellos las han encadenado a las tablas. Altares. Y ellas sollozaban. Ellas pedían al hombre que las dejara ir. Pero están... están cerca de dar a luz. Y entonces corrí. Corrí de allí lo más rápido que podía, y... oh, dioses. Oh, dioses —Elide comenzó a llorar. Despacio, despacio Manon se volvió hacia su Segunda y Tercera. Sorrel estaba pálida, sus ojos furiosos. Pero Asterin se reunió con la mirada de Manon con una furia que Manon nunca había visto dirigida a ella. —Tú dejas que ellos hagan esto. Las uñas de Manon se movieron hacia fuera. —Estas son mis órdenes. Esta es nuestra tarea. —¡Es una abominación! —gritó Asterin. Elide detuvo su llanto. Y retrocedió a la seguridad de la chimenea. Luego hubo lágrimas –lágrimas– en los ojos de Asterin. Manon gruñó. —¿Has suavizado tú corazón? —la voz bien podría haber sido la de su abuela—. No tienes estomago para– —¡Dejas que lo hagan! —bramó Asterin. Sorrel fue directo a la cara de Asterin. —Retírate. Asterin empujó a Sorrel tan violentamente que la Segunda de Manon fue estrellándose en la cómoda. Antes que Sorrel pudiera recuperarse, Asterin estaba a pulgadas de Manon. —Le diste esas brujas. ¡Le diste brujas! Manon arremetió, envolviendo su mano alrededor de la garganta de Asterin. Pero Asterin agarró su brazo, cavando con sus clavos de hierro con tanta fuerza que la sangre corría. Por un momento, el goteo de la sangre de Manon en el piso era el único sonido. La vida de Asterin debería haberse acabado por la extracción de la sangre de la heredera. Luz se reflejaba en la daga de Sorrel mientras se acercaba, lista para arrancar la columna vertebral de Asterin si Manon daba la orden. Manon podría haber jurado que la mano de Sorrel se tambaleó ligeramente.

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Manon se encontró con las motas doradas en los ojos negros de Asterin. —Tú no haces preguntas. Tú no exiges. Tú ya no serás Tercera. Vesta te sustituirá. Tú– Una risa rota áspera. —Tú no vas a hacer nada al respecto, ¿verdad? Tú no vas a liberarlas. No vas a luchar por ellas. Por nosotras. ¿Por lo que diría la Abuela? ¿Por qué no ha respondido a ella sus cartas, Manon? ¿Cuántos tienen que enviar ahora? —las uñas de hierro de Asterin atrincheraron más duro, carne desmenuzado. Manon abrazó el dolor. —Mañana por la mañana en el desayuno, recibirás tu castigo —silbó Manon, y empujó a su Tercera a distancia, enviando a Asterin tambaleándose hacia la puerta. Manon dejó su brazo ensangrentado colgando a un lado suyo. Tendría que cubrirlo encima pronto. La sangre –en su palma, en los dedos– se sentía tan familiar... —Si intenta liberarlos, si haces algo estúpido, Asterin Blackbeak —Manon continuó—, el próximo castigo que recibirás será tu propia ejecución. Asterin soltó otra carcajada sin alegría. —No habrías desobedecido incluso si hubieran sido Blackbeaks ahí abajo, ¿verdad? La lealtad, la obediencia, la brutalidad, que es lo que eres. —Déjalo mientras todavía puedas caminar —dijo en voz baja Sorrel. Asterin giró hacia la Segunda, y algo así como dolor cruzó su rostro. Manon parpadeó. Esos sentimientos... Asterin giró sobre sus talones y se marchó, cerrando la puerta detrás de ella.

Elide había logrado despejar su cabeza en el momento en que se ofreció a limpiar y vendar el brazo de Manon. Lo que había visto hoy, tanto en esta sala y en esa cámara por debajo... Dejas que lo hagan. Ella no culpó Asterin por ello, aunque la había sorprendido al ver a la bruja perder control de modo completo. Nunca había visto a ninguna de ellas reaccionar con cualquier cosa menos diversión fresca, indiferencia o la sed de sangre y rabia. Manon no había dicho una palabra desde que había ordenado a Sorrel seguir a Asterin a distancia y mantenerla lejos de hacer algo profundamente estúpido. Como si el salvar esas brujas Yellowlegs pudiera ser tonto. Como si ese tipo de piedad era imprudente. Manon estaba mirando a la nada cuando Elide había terminado de aplicar el ungüento y alcanzó los vendajes. Las heridas punzantes eran profundas, pero no lo suficientemente malo como

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para justificar puntos de sutura. —¿Tu reino devastado vale la pena? —se atrevió a preguntar Elide. Esos ojos de oro quemado se desplazaron hacia la ventana oscurecida. —No espero que un ser humano pueda entender lo que se siente al ser un inmortal sin patria. Ser maldecido con el exilio eterno —Frías, palabras distantes. Elide dijo: —Mi reino fue conquistado por el rey de Adarlan, y todo el mundo que amaba fue ejecutado. Las tierras de mi padre y mi título fueron robados de mí por mi tío, y mi mejor oportunidad de seguridad se encuentra ahora en navegar hasta el otro extremo del mundo. Entiendo lo que es como para desear la esperanza. —No es la esperanza. Es la supervivencia. Elide rodó suavemente un vendaje alrededor del antebrazo de la bruja. —Es la esperanza para tu país de origen que guías tú, que te hace obedecer. —¿Y qué de tu futuro? Para toda tu charla de la esperanza, pareces resignada a huir. ¿Por qué no volver a tu reino para luchar? Tal vez el horror que había presenciado hoy le dio el coraje de decir: —Hace diez años, mis padres fueron asesinados. Mi padre fue ejecutado en un bloque de carnicero en frente de miles. Pero mi madre... Mi madre murió defendiendo a Aelin Galathynius, la heredera al trono de Terrasen. Compró tiempo a Aelin tiempo para correr. Siguieron las huellas de Aelin al río congelado, donde dijeron que debe haber caído en él y se ahogó. “Pero ya ves, Aelin tenía magia de fuego. Ella podría haber sobrevivido al frío. Y Aelin... Aelin nunca realmente me gustó o jugó conmigo porque yo era muy tímida, pero... nunca les creí cuando dijeron que estaba muerta. Todos los días desde entonces, yo misma he dicho que ella se escapó, y que todavía está ahí fuera, esperando el momento oportuno. Creciendo, creciendo fuerte, por lo que puede ser que algún día vuelva para salvar Terrasen. Y tú eres mi enemigo –porque si regresa, ella luchará contigo. “Pero durante diez años, hasta que llegué aquí, he sufrido a Vernon gracias a ella. Debido a la esperanza de que ella se escapó, y al sacrificio de que mi madre no fuera en vano. Pensé que un día, Aelin vendría a salvarme –recordaría que yo existía y me rescataría de esa torre —Allí estaba, su gran secreto, que nunca se había atrevido a decir a nadie, ni siquiera su niñera—. A pesar de que... a pesar de que nunca llegó, a pesar de que ya estoy aquí, no puedo dejar de lado eso. Y creo que es por eso que tú obedeces. Porque tú tienes la esperanza de cada día de tu espantosa vida miserable que podrás volver a casa. Elide terminó de envolver el vendaje y dio un paso atrás. Manon estaba mirándola a ella ahora. —¿Si Aelin Galathynius estuviera de verdad viva, tratarías de correr hacía ella? ¿Luchar con

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ella? —Me gustaría pelear con uñas y dientes para llegar a ella. Pero hay líneas que no me permito cruzar. Porque yo no creo que pueda hacer frente a ella sí... si yo no puedo hacer frente a mí mismo por lo que he hecho. Manon no dijo nada. Elide se alejó en dirección a la sala de baño para lavarse las manos. La Líder de Ala dijo detrás de ella: —¿Tú crees que los monstruos nacen o se hacen? A partir de lo que había visto hoy, creía que algunas criaturas estaban muy mal para nacer. Pero lo que Manon estaba preguntando... —Yo no soy la que tiene que responder a esa pregunta —dijo Elide.

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Capítulo 41 Traducido por Leandro Chávez Corregido por Constanza Cornes El aceite estaba al borde de la bañera, reluciente como el ámbar a la luz del atardecer. Desnuda, Aelin se paró frente a eso, incapaz de alcanzar la botella. Era lo que Arobynn quería –que ella pensara en él mientras frotaba el aceite a través de cada centímetro de su piel. Por sus pechos, sus muslos, su cuello, para oler a almendras –su esencia elegida. Su esencia, porque él sabía que un macho Hada vino para estar con ella, cada señal apuntando a que son lo suficientemente cercanos como para que la esencia le importara a Rowan. Ella cerró sus ojos, armándose de valor. —Aelin —dijo Rowan a través de la puerta. —Estoy bien —dijo ella. Sólo unas horas más. Y todo cambiará. Abrió sus ojos y alcanzó la botella de aceite. Le tomó a Rowan un leve movimiento de su barbilla hacer que Aedion lo siguiera a través del techo. Aelin aún estaba en su habitación vistiéndose, pero Rowan no iría lejos. Él podría oír cada enemigo en la calle mucho antes que tuvieran alguna oportunidad de llegar al departamento. A pesar del Valg merodeando la ciudad, Rifthold era una de las capitales más pacíficas que haya encontrado –su gente predominantemente tiende a evitar problemas. Tal vez por el miedo a ser notados por el monstruo que moraba en ese desagradable castillo de cristal. Pero Rowan mantendría su guardia de la misma forma –aquí, en Terrasen o cualquier lugar al que lo guíe su camino. Aedion descansaba ahora en la pequeña silla que fue traída aquí junto con otras en algún momento. El hijo de Gavriel –le sorprendía cada vez que veía esa cara o captaba algo de su olor. Rowan no podía ayudar pero se preguntaba si Aelin había mandado a los Sabuesos del Wyrd por Lorcan no solo para evitar que la rastrearan y pavimentaran su camino para liberar la magia sino también para evitar que se acercara lo suficiente a Aedion para detectar su linaje.

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Aedion cruzó sus piernas con perezosa gracia que probablemente sirve para ocultar su velocidad y fuerza de oponentes. —Ella va a matarlo hoy, ¿cierto? —Después de la cena o lo que sea que Arobynn planea hacer con el comandante Valg. Ella va a rodearlo y asesinarlo. Solo un tonto podría pensar que Aedion sonrió por diversión. —Esa es mi chica. —¿Y si ella decide perdonarlo? Inteligente pregunta. —¿Y si ella fuera a decir que nosotros podemos ocuparnos de eso? —Entonces espero que puedas unirte a la caza, príncipe. Otra respuesta inteligente, y lo que él estaba esperando escuchar. Rowan dijo: —¿Y cuándo llegara el momento? —Tú tomaste el juramento de sangre —dijo Aedion, y no había ningún atisbo de desafío en sus ojos –sólo la verdad, dicha de guerrero a guerrero—. Yo tomo el golpe de gracia sobre Arobynn. —Me parece justo. Ira primitiva parpadeó a través de la cara de Aedion. —No va a ser rápido y no será limpio. Ese hombre tiene muchas, muchas deudas que pagar antes que conozca su fin.

Para el tiempo que Aelin emergió, los hombres estaban hablando en la cocina, ya vestidos. En la calle afuera del departamento, el comandante Valg estaba atado con los ojos vendados y encerrado en el cajón del carruaje que Nesryn había adquirido. Aelin cuadró sus hombros, quitándose el aliento que se estaba convirtiendo en un nudo en su pecho y cruzó la habitación, cada paso llevándola demasiado rápido hacia su inevitable salida. Aedion, enfrente de ella con una fina túnica de verde intenso, fue el primero en notarla. Él dejó ir un bajo silbido. —Bueno, si antes no me habías asustado completamente, seguro lo estás haciendo ahora. Rowan giró hacia ella.

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Él se mantuvo absolutamente quieto mientras tocaba el vestido. El terciopelo negro ajustado a cada curva y hueco antes de caer a sus pies, revelando cada pequeña respiración mientras los ojos de Rowan recorrían su cuerpo. Abajo, luego arriba –al pelo que recogió con sus peines dorados de ala por sobre cada lado de su cabeza como un tocado primitivo; a su cara que mantuvo en su mayor parte limpia, salvo por un barrido de khol siguiendo su párpado superior y sus labios rojo intenso que coloreó esmeradamente. Con el tamaño ardiente de la atención de Rowan sobre ella, se giró para mostrarle la espalda –el dragón rugiente escalando por su cuerpo. Miró por sobre su hombro a tiempo para ver los ojos de Rowan bajar, y persistir. Lentamente su mirada subió hacia la de ella. Y él pudo jurar que esa ira –ira voraz– parpadeó allí. —Demonios y cena —dijo Aedion, palmeando el hombro de Rowan—. Deberíamos irnos. Su primo se le adelantó con un guiño. Cuando ella se volvió hacia Rowan, aún sin aliento, sólo una fría mirada quedaba en su cara. —Tú dijiste que querías verme en este vestido —dijo un poco ronca. —No sabía que el efecto podría ser tan… —Él sacudió su cabeza. Tocó su cara, su pelo, su peine—. Te ves cómo– —¿Una reina? —La reina zorra escupe-fuego que esos bastardos dicen que eres. Ella rió, moviendo una mano hacia él: la chaqueta negra ajustada que revelaba esos hombros poderosos, su acento plateado que combinaba con su cabello, la belleza y elegancia de las ropas que hacen un cautivador contraste con los tatuajes que bajan por el lado de su cara y cuello. —No te ves tan mal, Príncipe. Era mentira. Él miró… ella no podía dejar de mirarlo, así es como se veía. —Aparentemente —dijo él, caminando hacia ella y ofreciéndole un brazo—. Ambos nos limpiamos bien. Le dio una astuta sonrisa mientras tomaba su codo, la esencia a almendras envolviéndola de nuevo. —No olvides tu capa. Te sentirás bastante culpable cuando todas esas pobres mujeres mortales ardan apenas te miren. —Yo diría lo mismo, pero creo que me gustaría ver hombres ardiendo en llamas mientras te pavoneas. Ella le guiñó el ojo y la risa de él resonó a través de sus huesos y sangre.

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Capítulo 42 Traducido por Ro Cáceres Corregido por Constanza Cornes Las puertas frontales de la Fortaleza de Asesinos estaban abiertas, el camino de grava y cuidado césped iluminado con lámparas de cristal brillantes. La propia finca de piedra pálida era brillante, hermoso y acogedor. Aelin les había dicho que esperaran durante el viaje, pero incluso cuando se detuvieron a los pies de los escalones, miró a los dos hombres hacinados con ella y le dijo: —Tengan cuidado, y mantenga sus gordas bocas cerradas. Especialmente con el comandante Valg. No importa lo que oigan o vean, simplemente mantengan sus gordas bocas cerrada. Sin mierda territorial psicótica. Aedion rió. —Recuérdame decirte mañana lo encantadora que eres. Pero ella no estaba en el humor para reír. Nesryn saltó del asiento del conductor y abrió la puerta del carruaje. Aelin salió, dejando su capa detrás, y no se atrevió a mirar a la casa de enfrente –a la azotea donde Chaol y algunos rebeldes estaban proporcionando una copia de seguridad por si las cosas fueran muy, muy mal. Estaba a mitad de camino por las escaleras de mármol cuando las puertas de roble tallado se abrieron, inundando el umbral con luz dorada. No era el mayordomo de pie, sonriendo a ella con los dientes muy blancos. —Bienvenida a casa —ronroneó Arobynn. Les hizo señas al cavernoso hall de entrada. —Y bienvenidos tus amigos —Aedion y Nesryn movían el carro hacia el tronco en la parte posterior. La espada sin descripción de su primo era traída mientras abrían el compartimiento y tiró la encadenada figura encapuchada. —Tu favor —dijo Aelin mientras lo llevaron a sus pies. El comandante Valg golpeó y se tamba-

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leó en su agarre, ya que lo llevaron a la casa, la capucha sobre la cabeza balanceándose de un lado a otro. Un bajo, vicioso silbido se deslizó debajo de las fibras gruesas. —Hubiera preferido la puerta de servicio para nuestros clientes —dijo Arobynn tensamente. Él estaba en verde, verde para Terrasen, aunque todos asumirían que era para compensar su cabello castaño rojizo. Una manera de confundir a sus suposiciones acerca de sus intenciones, su lealtad. No llevaba armas que pudiera ver, y no había más que el calor en esos ojos de plata mientras sostenía las manos de ella, como si Aedion no estuviera ahora tirando un demonio hasta los escalones de la entrada. Detrás de ellos, Nesryn condujo lejos el carro. Podía sentir a Rowan erizándose, sentía el disgusto de Aedion, pero ella los bloqueó. Tomó las manos de Arobynn, secas, cálidas, callosas. Apretó los dedos suavemente, mirándolo a la cara. —Te ves deslumbrante, pero yo no esperaría nada menos. Ni siquiera un moretón después de atrapar a nuestro invitado. Impresionante —se inclinó más cerca, olfateando—. Y hueles divino, también. Me alegro de que mi regalo fuera puesto a buen uso. Por el rabillo del ojo, vio a Rowan enderezarse, y ella sabía que se había deslizado en la calma matadora. Ni Rowan ni Aedion llevaban armas visibles salvo por la única espada que su primo había sacado, pero ella sabía que ambos estaban armados bajo sus ropas, y sabía Rowan rompería el cuello de Arobynn si siquiera parpadeaba mal hacia ella. Fue ese solo pensamiento que hizo sonreír a Arobynn. —Te ves bien —dijo ella—. Supongo que ya conoces a mis compañeros. Se enfrentó a Aedion, que estaba ocupado cavando su espada en el costado del comandante como un recordatorio para mantener en movimiento. —No he tenido el placer de conocer a su primo. Sabía que Arobynn tomó cada detalle cuando Aedion se acercó, empujando su cargo antes que él; tratando de encontrar alguna debilidad, algo para usar a su favor. Aedion solo entró en la casa, el comandante Valg tropezándose con el umbral. —Se ha recuperado bien, General —dijo Arobynn—. ¿O debería llamarte ‘Su Alteza’ en honor de su linaje Ashryver? Lo que usted prefiera, por supuesto. Ella sabía entonces que Arobynn no tenía planes de dejar que el demonio –ni Stevan–dejaran esta casa con vida. Aedion dio Arobynn una sonrisa perezosa por encima del hombro. —No me importa una mierda como me llames —él empujó el comandante Valg más adentro—. Basta con echar esta cosa de mis manos. Arobynn sonrió suavemente, imperturbable; había calculado el odio de Aedion. Con deliberada lentitud, se volvió a Rowan.

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—Tú, no lo sé —reflexionó Arobynn, teniendo que levantar la cabeza para ver el rostro de Rowan. Hizo un espectáculo el ver a Rowan—. Ha sido un tiempo desde que vi una de las hadas. No me acuerdo de ellos siendo tan grandes. Rowan se movió más profundo en el hall de entrada, cada paso mezclado con el poder y la muerte, deteniéndose a su lado. —Puedes llamarme Rowan. Eso es todo lo que necesitas saber —él inclinó la cabeza hacia un lado, evaluando la presa—. Gracias por el aceite —agregó—. Mi piel estaba un poco seca. Arobynn parpadeó –tanta sorpresa como demostraría. Le tomó un momento para procesar lo que Rowan había dicho, y darse cuenta de que el olor de almendra no había estado viniendo de ella. Él lo había lo estaba usando él. Arobynn movió su atención a Aedion y el comandante Valg. —La tercera puerta a la izquierda le toma de la planta baja. Utilice la cuarta celda. Aelin no se atrevió a mirar a su primo mientras arrastraba a Stevan a su lado. No había ni rastro de los otros asesinos –ni siquiera un sirviente. Sea cual sea lo que Arobynn había planeado... no quería que ningún testigo. Arobynn desapareció después Aedion, con las manos en los bolsillos. Pero Aelin permaneció en la sala por un momento, mirando a Rowan. Sus cejas eran altas mientras leía las palabras en sus ojos, su postura. Nunca especificó que sólo tú tenías que llevarlo. Su garganta se apretó y ella negó con la cabeza. ¿Qué? parecía preguntar. Sólo... Ella sacudió la cabeza de nuevo. Me sorprendes a veces. Bien. Odiaría que te aburras. A pesar de sí misma, a pesar de lo que estaba por venir, una sonrisa tiró de sus labios mientras Rowan tomó su mano y agarró con fuerza. Cuando se volvió para ir a las mazmorras, su sonrisa se desvaneció cuando ella se encontró a Arobynn viendo.

Rowan estaba a un pelo de arrancar la garganta del Rey de los Asesinos mientras los conducía hacia abajo, abajo, abajo en las mazmorras. Rowan mantuvo un paso por detrás de Aelin mientras bajaban la larga y curva escalera de pie-

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dra, el olor a moho, sangre y óxido creciendo más fuerte con cada paso. Él había sido torturado lo suficiente, y hecho suficiente torturara para saber lo que este lugar era. Para saber qué tipo de formación Aelin había recibido aquí. Una niña –había sido una niña cuando el bastardo pelirrojo unos pasos por delante la había traído aquí y le enseñó cómo cortar a los hombres, cómo mantenerlos con vida mientras lo hacía, cómo hacer que ellos gritaran y suplicaran. Cómo acabar con ellos. No había ninguna parte de ella que le repugnaba, ninguna parte de ella que le diera miedo, pero la idea de ella en este lugar, con estos olores, en esta oscuridad... Con cada paso por las escaleras, los hombros de Aelin parecían inclinarse, su pelo parecía crecer más apagado, su piel volverse más pálida. Este era el lugar donde había visto por última vez a Sam, se dio cuenta. Y su maestro lo sabía. —Nosotros usamos esto para la mayoría de nuestras reuniones más difíciles de interceptar o tomar por sorpresa —dijo Arobynn a nadie en particular—. A pesar de que también tiene otros usos, como pronto veremos —él abrió puerta tras puerta, y parecía a Rowan a que Aelin contaba todas, esperando, hasta que– —¿Vamos? —dijo Arobynn, haciendo un gesto hacia la puerta de la celda. Rowan le tocó el codo. Dioses, su autocontrol tenía que estar en pedazos esta noche; no podía dejar de poner excusas para tocarla. Pero este contacto era esencial. Sus ojos se encontraron, oscuros y fríos. Di la palabra, solo una maldita palabra y está muerto, y entonces puedes revolver esta casa de arriba a abajo para buscar ese amuleto. Ella sacudió la cabeza al entrar en la celda, y él lo entendía bastante bien. Aún no. Aún no.

Casi había resistido en las escaleras a las mazmorras, y fue sólo el pensamiento del amuleto, solamente el calor del guerrero Hada a su espalda que le hizo poner un pie delante del otro y descender al interior de piedra oscura. Nunca olvidaría esta habitación. Todavía la perseguía en sus sueños. La mesa estaba vacía, pero podía verlo allí, roto y casi irreconocible, el aroma de gloriela aferrándose a su cuerpo. Sam había sido torturado en formas que ni siquiera había conocido hasta que leyó la carta de Wesley. Lo peor de todo era que había sido solicitado por Arobynn. Solicitado, como castigo porque Sam la amó –un castigo por la manipulación de las pertenencias de Arobynn. Arobynn paseó en la habitación, con las manos en los bolsillos. Un fuerte resoplido de Rowan

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le dijo lo suficiente acerca de lo que este lugar olía. Una habitación oscura, fría donde habían puesto el cuerpo de Sam. Una habitación oscura, fría donde ella había vomitado y luego yacido junto a él en la mesa durante horas y horas, no dispuesta a dejarlo. Dónde Aedion había encadenado a Stevan a la pared. —Sal —dijo Arobynn simplemente a Rowan y Aedion, que se pusieron rígidos—. Ustedes dos pueden esperar arriba. No necesitamos distracciones innecesarias. Y tampoco lo necesita nuestro huésped. —Por encima de mi cadáver putrefacto —espetó Aedion. Aelin le lanzó una mirada penetrante. —Lysandra te está esperando en el salón —dijo Arobynn con experta cortesía, sus ojos ahora fijos en el encapuchado Valg encadenado a la pared. Las manos enguantadas de Stevan tiraron de las cadenas, emitiendo un incesante silbido que aumentaban con una violencia impresionante—. Que ella te entretenga. Vamos a estar para la cena en breve. Rowan estaba viendo Aelin muy, muy cuidadosamente. Ella le dio una leve inclinación de cabeza. Rowan se encontró con la mirada de Aedion –el general devolviéndosela. Honestamente, si ella hubiera estado en cualquier otro lugar, podría haber tirado una silla para ver esta última pequeña batalla de dominación. Afortunadamente, Aedion acaba de girarse hacia las escaleras. Un momento después, se habían ido. Arobynn acechó al demonio y le arrebató la capucha de su cabeza. Los ojos llenos de rabia negros miraron a ellos y parpadearon, escudriñando la habitación. —Podemos hacer esto de la manera fácil, o por las malas —Arobynn arrastró las palabras. Stevan se limitó a sonreír. Aelin escuchó a Arobynn interrogar al demonio, exigiendo saber lo que era, donde había venido, lo que quería el rey. Después de treinta minutos y con mínimos cortes, el demonio estaba hablando de cualquier cosa y todo. —¿Cómo te controla el rey? —presionó Arobynn. El demonio se rió. —No te gustaría saber. Arobynn se volvió hacia ella, levantando su daga, un hilo de sangre oscura deslizándose por la cuchilla. —¿Quieres hacer los honores? Esto es para tu beneficio, después de todo. Ella frunció el ceño ante su vestido.

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—Yo no quiero tener sangre en él. Arobynn sonrió y cortó con su daga por el pectoral del hombre. El demonio gritó, ahogando el repiqueteo de la sangre en las piedras. —El anillo —jadeó después de un momento—. Todos lo tenemos —Arobynn hizo una pausa y Aelin ladeó la cabeza—. Izquierda –mano izquierda —dijo. Arobynn quitó el guante del hombre, revelando el anillo negro. —¿Cómo? —Él tiene un anillo, también –lo utiliza para controlarnos a todos nosotros. Coloca el anillo, y no sale. Nosotros hacemos lo que dice, lo que él dice. —¿De dónde sacó los anillos? —Los hizo, yo no lo sé —la daga se acercó—. ¡Lo juro! Usamos los anillos, y se hace un corte en nuestros brazos –lame la sangre que sale de él, y entonces puede controlarnos como quiera. Es la sangre que nos une. —¿Y qué piensa hacer con todos ustedes, ahora que estás invadiendo mi ciudad? —Estamos buscando al general. No voy –no le diré a nadie que él está aquí... O que ella está aquí, lo juro. El resto, el resto no lo sé —sus ojos se encontraron con los de ella –oscuros, suplicando. —Mátalo —le dijo a Arobynn—. Es un estorbo. —Por favor —dijo Stevan, con los ojos todavía en los suyos. Ella miró hacia otro lado. —Él parece haberse quedado sin cosas que decirme —reflexionó Arobynn. Veloz como una víbora, Arobynn se abalanzó sobre él, y Stevan gritó tan fuerte que dolía sus oídos mientras Arobynn cortó el dedo y el anillo que lo sostuvo en un movimiento brutal. —Gracias —dijo Arobynn por sobre los gritos de Stevan, y luego movió su cuchillo por la garganta del hombre. Aelin se movió lejos del alcance de la sangre, sosteniendo la mirada de Stevan mientras la luz se desvaneció de su mirada. Cuando la pulverización se había desacelerado, ella frunció el ceño ante Arobynn. —Podrías haberlo matado y luego cortar el anillo. —¿Dónde estaría la diversión en eso? —Arobynn levantó el sangriento dedo y sacó el anillo—. ¿Has perdido tu sed de sangre? —Yo tiraría ese anillo en el Avery si fuera tú. —El rey está esclavizando a la gente a su voluntad con estas cosas. Planeo estudiar éste lo

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mejor que pueda —por supuesto que sí. Se guardó el anillo e inclinó la cabeza hacia la puerta—. Ahora que estamos a mano, querida... ¿comeremos? Era todo un esfuerzo asentir con el cuerpo sangrante de Stevan hundido en la pared.

Aelin estaba sentada a la derecha del Arobynn, como siempre había sido. Había esperado que Lysandra se sentara frente a ella, pero en cambio la cortesana estaba a su lado. No hay duda de la intención de reducir sus opciones a dos: tratar con su rival de toda la vida, o hablar con Arobynn. O algo así. Había tratado de saludar a Lysandra, que había estado manteniendo la compañía de Aedion y Rowan en el cuarto, muy consciente de Arobynn sobre sus talones mientras estrechaba la mano de Lysandra, sutilmente pasando la nota que había mantenido oculta en su vestido toda la noche. La nota se había ido para el momento Aelin inclinó para besar la mejilla de la cortesana, el beso de alguien no del todo contento de estar haciéndolo. Arobynn había sentado a Rowan a su izquierda, con Aedion al lado del guerrero. Los dos miembros de su corte fueron separados por la mesa para evitar que llegar a ella, y dejándola sin protección de Arobynn. Ninguno preguntó sobre lo que pasó en el calabozo. -—He de decir —reflexionó Arobynn mientras su primer plato –sopa de tomate y albahaca, cortesía de verduras cultivadas en el invernadero– era servido por los silenciosos sirvientes, que habían sido convocado ahora que se habían encargado de Stevan. Aelin reconoció algunos, aunque no la miraron. Nunca la habían mirado, incluso cuando vivía aquí. Sabía que no se atreverían a susurrar una palabra sobre quién cenó en esta mesa esta noche. No con Arobynn como su maestro—. Son un grupo bastante callado. ¿O mi protegida los asustó para que mantuvieran silencio? Aedion, que había visto cada bocado que ella tomó de esa sopa, levantó una ceja. —¿Quieres que hagamos una pequeña charla después de que usted acaba interrogar y descuartizar a un demonio? Arobynn agitó una mano. —Me gustaría saber más acerca de todos ustedes. —Cuidado —dijo ella también en voz baja a Arobynn. El Rey de los Asesinos enderezó los cubiertos que flanqueaban su plato. —¿No debería preocuparme acerca de con quién vive mi protegida? —No estabas preocupado por quien estaba viviendo conmigo cuando me enviaste a Endovier. Un parpadeo lento.

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—¿Es eso lo que crees que hice? Lysandra se tensó a su lado. Arobynn observó el movimiento –como notaba cada movimiento, y dijo: -Lysandra puede decirte la verdad: he luchado con uñas y dientes para liberarte de esa prisión. He perdido la mitad de mis hombres en el esfuerzo, todos ellos torturados y asesinados por el rey. Estoy sorprendido que tu amigo el capitán no te lo dijo. Es una pena que está de guardia en la azotea esta noche. No se perdía de nada, al parecer. Arobynn miró a Lysandra –esperando. Tragó saliva y murmuró: —Él lo intentó, ya sabes. Durante meses y meses. Fue tan convincente que Aelin podría haberlo creído. A través de algún milagro, Arobynn no tenía ni idea de que la mujer se había estado reuniendo con ellos en secreto. Algún milagro o propio ingenio de Lysandra. Aelin arrastró las palabras a Arobynn: —¿Tiene planes de decirme por qué insististe que nos quedáramos para cenar? —¿Cómo más podría llegar a verte? Habrías tirado esa cosa en mi puerta y te hubieras ido. Y aprendimos mucho, tanto que podríamos utilizar, juntos —el frío por la espalda no era falso—. Aunque tengo que decir que esta nueva tú es mucho más... tenue. Supongo que por Lysandra eso es una buena cosa. Ella siempre ve el agujero que dejas en la pared de entrada cuando le lanzaste la daga a su cabeza. Lo guardé allí como un pequeño recordatorio de lo mucho que todos te extrañamos. Rowan estaba observando, una víbora listo para atacar. Pero sus cejas se agruparon ligeramente, como si dijera: ¿De verdad tiraste una daga a su cabeza? Arobynn comenzó a hablar de una época cuando Aelin había peleado con Lysandra y habían rodado por las escaleras, arañando y aullando como los gatos, por lo que Aelin miró a Rowan un momento más. Yo era un poco impulsiva. Estoy empezando a admirar a Lysandra más y más. Una Aelin de diecisiete años debe haber sido una delicia para tratar. Ella luchó contra el temblor en sus labios. Yo pagaría buen dinero para ver a Aelin de diecisiete años conociendo al Rowan de diecisiete años. Sus ojos verdes brillaban. Arobynn seguía hablando. Rowan de diecisiete años no habría sabido que hacer contigo. Apenas podía hablar a las mujeres fuera de su familia., Mentiroso –no creo eso ni por un segundo. Es cierto. Lo habrías escandalizado con tus ropas de dormir, incluso con ese vestido que tienes

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puesto… Ella chupó los dientes. Probablemente habría estado aún más escandalizado de saber que no estoy usando nada debajo de este vestido. La mesa se sacudió cuando la rodilla de Rowan golpeó en ella. Arobynn se detuvo, pero continuó cuando Aedion preguntó acerca de lo que el demonio le había dicho. No puedes hablar en serio, parecía decir Rowan. ¿Has visto cualquier lugar donde este vestido podría ocultarlos? Cada línea y arruga se mostraría… Rowan sacudió la cabeza sutilmente, sus ojos bailando con una luz que sólo había llegado recientemente a vislumbrar y apreciar. ¿Te deleita el sorprenderme? No podía dejar de sonreír. ¿Cómo sino se supone que voy a tener a un irritable inmortal entretenido? Su sonrisa la distraía lo suficiente para que le haya tomado un momento notar el silencio, y que todo el mundo estaba mirándolos a ellos en espera. Echó un vistazo a Arobynn, cuyo rostro era una máscara de piedra. —¿Me preguntaste algo? Sólo había ira calculada en sus ojos de plata, lo que alguna vez la podría haber una vez hecho pedir clemencia. —Te pregunté —dijo Arobynn—, si has tenido diversión estas últimas semanas, arruinando mis propiedades de inversión y garantizando que todos mis clientes no me toquen.

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Capítulo 43 Traducido por Stefany Vera Corregido por Constanza Cornes Aelin se reclinó en la silla. Incluso Rowan la estaba mirando ahora, sorpresa y molestia escrita en su cara. Lysandra estaba haciendo un buen trabajo fingiendo sorpresa y confusión –incluso aunque había sido ella la que había alimentado a Aelin con los detalles, lo que había hecho sus plan mucho mejor y más amplio de lo que había sido cuando Aelin lo garabateó en esa barco. —No sé de qué estás hablando —dijo ella con una pequeña sonrisa. —¿Oh? —Arobynn movió su vino—. ¿Quieres decir que cuando destrozaste las Bóvedas más allá de reparación, no era un movimiento contra mis inversiones en esa propiedad –y mi corte mensual de sus ganancias? No pretendas que fue solo en venganza por Sam. —Los hombres del rey aparecieron. No tuve otra opción más que luchar por mi vida —después de que los guio directamente desde los muelles al pasillo del placer, por supuesto. —Y supongo que fue un accidente que la caja de seguridad fue timada para que su contenido pudiese ser robado por la multitud. Había funcionado –funcionado tan espectacularmente que ella estaba sorprendida que Arobynn hubiese durado tanto sin ir por su garganta. —Ya sabes cómo son esos maleantes. Un poco de caos, y se convierten en animales con espuma en la boca. Lysandra se encogió; una actuación estelar de una mujer testigo de una traición. —Cierto —dijo Arobynn—. Pero especialmente los maleantes en establecimientos de los cuales recibo a una buena suma mensual, ¿correcto? —¿Así que me invitaste a mí y a mis amigos aquí esta noche para lanzarme acusaciones? Aquí estaba yo, pensando que me había convertido en tu cazadora de Valg personal. —Tu deliberadamente te distinguiste a ti misma como Hinsol Cormac, uno de mis más leales clientes e inversores, cuando liberaste a tu primo —espetó Arobynn. Los ojos de Aedion se ampliaron ligeramente—. Podría tomarlo como una coincidencia, excepto que un testigo dijo que llamó el nombre de Cormac en la fiesta del príncipe, y Comac lo saludó. El testigo le dijo eso al rey, también –que él vio a Cormac dirigirse hacia Aedion justo antes de la explosión. Y que coincidencia que el mismo día que Aedion desapareció, dos carruajes, pertenecientes a un negocio que Cormac y yo tenemos juntos, desapareció –carruaje que entonces Cormac le dijo a todos mis clientes y socios que yo use para sacar a Aedion a la seguridad cuando yo

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libere al general ese día haciéndome pasar por él, porque yo, al parecer, me he convertido en un maldito rebelde simpatizante paseándome por la ciudad a todas las horas del día. Ella se atrevió a mirar a Rowan, cuya cara permanecía cuidadosamente en blanco, pero vio las palabras ahí de todos modos. Tu malvado, astuto zorro. Y aquí estabas tú, pensando que el cabello rojo era solo por vanidad. Nunca voy a dudar de nuevo. Ella se volteó hacia Arobynn. —No puedo ayudarte si tus remilgados clientes te entregan a la menor señal de peligro. —Cormac se ha ido de la ciudad, y continúa arrastrando mi nombre por el barro. Es un milagro que el rey no ha venido a llevarme a su castillo. —Si te preocupa perder dinero, siempre podrías vender la casa, supongo. O dejar de usar los servicios de Lysandra. Arobynn siseó, y Rowan y Aedion alcanzaron casualmente debajo de la mesa sus armas escondidas. —¿Qué se necesita, querida, para que dejes de ser un furioso dolor en mi trasero? Ahí estaban. Las palabras que ella quería oír, la razón por la que había sido tan cuidadoso en no destruirlo completamente sino solo para molestarlo lo suficiente. Se miró las uñas. —Unas cuantas cosas, supongo.

La sala de estar era gigante y hecho para entretener fiestas de veinte o treinta, cuyos sillones y sillas y tumbonas repartidas alrededor. Aelin descansaba en un sillón junto al fuego, Arobynn frente a ella, la furia aun bailando en sus ojos. Ella podía sentir a Rowan y Aedion en el pasillo afuera, monitoreando cada palabra, cada aliento. Se preguntaba si Arobynn sabía que ellos desobedecieron su comando de permanecer en el comedor; lo dudaba. Eran más sigilosos que leopardos fantasmas, esos dos. Pero no los quería ahí, tampoco –no hasta que hubiese hecho lo que tenía que hacer. Cruzó una pierna encima de la otra, revelando los simples zapatos de terciopelo negro que usaba, y sus piernas desnudas. —Así que todo esto era un castigo –por un crimen que no cometí —Arobynn dijo finalmente.

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Ella corrió un dedo por el brazo del sillón. —Primero, Arobynn: no nos molestemos con mentiras. —¿Supongo que le has dicho a tus amigos la verdad? —Mi corte sabe todo lo que hay que saber sobre mí. Y saben todos lo que has hecho, también. —¿Poniéndote como la víctima, cierto? Estas olvidando que no se necesitó mucho estímulo para poner esos cuchillos en tus manos. —Soy lo que soy. Pero no borra el hecho de que tú sabías muy bien quien era yo cuando me encontraste. Me quitaste el collar de mi familia, y me dijiste que cualquiera que viniera a buscarme terminaría muerto a manos de mis enemigos —no se atrevió a dejar que su aliento descansara, no le dio la oportunidad de considerar las palabras demasiado mientras seguía adelante—. Querías moldearme para ser tu propia arma –¿por qué? —¿Por qué no? Yo era joven y lleno de ira, y mi reino acababa de ser conquistado por ese bastardo rey. Creía que podía darte las herramientas que necesitabas para sobrevivir, para algún día vencerlo. Esa es la razón de tu regreso, ¿o no? Estoy sorprendido de que tú y el capitán no lo han matado aun –no es eso lo que él quiere, ¿la razón por la cual trato de trabajar conmigo? ¿O estas clamando esa muerte para ti misma? —En serio esperas que crea que tu meta final era que yo vengara a mi familia y reclamara mi trono. —¿En quién te habrías convertido sin mí? Una mimada, temblorosa princesa. Tu amado primo te habría encerrado en una torre y arrojado la llave. Yo te di tu libertad –te di la habilidad de derribar a hombres como Aedion Ashryver con unos cuantos golpes. Y todo lo que recibo a cambio es desprecio. Ella apretó los dedos, sintiendo el peso de las piedras que había llevaba esa mañana a la tumba de Sam. —¿Así que, que más tienes para mí, Oh Poderosa Reina? ¿Debería ahorrarte los problemas y decirte a quien más deberías convertir en una espina en mi costado? —Sabes que la deuda no está ni cerca de ser pagada. —¿Deuda? ¿Por qué? ¿Por tratar de liberarte de Endovier? Y cuando eso no funcionó, hice lo mejor que pude. Soborné a esos guardias y oficiales con dinero de mis propios cofres para que no te hirieran más allá de la reparación. Mientras tanto, intentaba encontrar maneras de liberarte –por un año completo. Mentiras y verdades, como él siempre le había enseñado. Si, él había sobornado a los oficiales y guardias para asegurarse de que ella aun estuviese funcionando cuando él eventualmente la liberara. Pero la carta de Wesley había explicado con detalles justo cuanto poco esfuerzo Arobynn puso una vez que quedó claro que ella se dirigía a Endovier. Como ajustó sus planes –abrazando la idea de su espíritu siendo roto en las minas.

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—¿Y qué hay de Sam? —dejó salir. —Sam fue asesinado por un sádico, a quien mi inútil guardaespaldas se le metió en la cabeza matar. Sabes que no podía dejar que eso quedara sin castigo, no cuando necesitábamos que el nuevo Señor del Crimen continuara trabajando con nosotros. Verdades y mentiras, mentiras y verdades. Ella sacudió su cabeza y miró hacia la ventana, siempre la confundida y conflictiva protegida cayendo por las venenosas palabras de Arobynn. —Dime lo que tengo que hacer para que entiendas —él dijo—. ¿Sabes por qué hice que capturaras ese demonio? Para que nosotros pudiésemos tener su conocimiento. Para que tú y yo pudiésemos vencer al rey, aprender lo que él sabe. ¿Por qué crees que te deje entrar a ese cuarto? Juntos –vamos a derrumbar a ese monstruo juntos, antes de que estemos todos usando esos anillos. Tu amigo el capitán incluso puede unirse, libre de cargos. —¿Esperas que crea una palabra de lo que dices? —He tenido un largo, largo tiempo para pensar en las cosas miserables que te hice, Celaena. —Aelin —espetó—. Mi nombre es Aelin. Y puedes demostrar que has enmendado tus caminos entregándome el maldito amuleto de mi familia. Luego puedes demostrarlo aún más dándome tus recursos –dejándome usar a tus hombres para obtener lo que necesito. Ella podía ver las ruedas girando en esa fría y astuta cabeza. —¿En qué capacidad? Ni una palabra sobre el amuleto –no negando que lo tenía. —Quieres que acabe con el rey —murmuró, como para mantener a los machos Hadas afuera de la puerta de no escuchar—. Entonces acabemos con el rey. Pero lo haremos a mi manera. El capitán y mi corte se quedan fuera de ello. —¿Qué hay para mí? Estos son tiempos peligrosos, lo sabes. Porque, solo hoy, uno de los principales vendedores de opio fue atrapado por los hombres del rey y asesinado. Que lastima; escapó de la matanza del Mercado de las Sombras solo para ser atrapado comprando la cena a unas cuantas cuadras. Más estupideces para distraerla. Ella meramente dijo: —No le mandaré una pista al rey sobre este lugar –sobre tu forma de operar y quienes son tus clientes. O mencionar al demonio en tu calabozo, su sangre es ahora una mancha permanente —sonrió un poco—. Lo he intentado; su sangre no se quita. —¿Amenazas, Aelin? ¿Y qué pasa si hago amenazas por mi cuenta? ¿Que si le mencionó a los guardias del rey que su general perdido y su Capitán de la Guardia están frecuentemente visitando una casa? ¿Qué si dejo deslizar que un guerrero Hada está paseando por su ciudad? O, peor, que su enemiga mortal está viviendo en los barrios pobres. —Supongo que será una carrera hasta el palacio, entonces. Que mal que el capitán tenga a

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hombres estacionados en las puertas el castillo, mensajes en las manos, listos para la señal de mandarlos esta misma noche. —Tendrías que salir de aquí viva para dar esa señal. —La señal es nosotros no regresando. Todos nosotros. De nuevo, esa fría mirada. —Que cruel y maleducada te has convertido, mi amor. Pero ¿te convertirás también es una tirana? Quizás deberías empezar a deslizar anillos en los dedos de tus seguidores. El alcanzo el interior de su túnica. Ella mantuvo su postura relajada mientras una cadena dorada brillaba alrededor de sus largos dedos blancos, y entonces un tintineo sonó, y entonces– El amuleto estaba exactamente igual a como ella lo recordaba. Había sido con unas manos de niña que ella lo había sostenido por última vez, y con ojos de niña que había visto el frente azul cerúleo con el ciervo de marfil y la estrella de oro entre sus astas. El ciervo inmortal de Mala traedora de fuego, traído a estas tierras por el mismo Brannon y liberado en el bosque Oakwald. El amuleto brillo en las manos de Arobynn mientras lo removía de su cuello. La tercera y última llave del Wyrd. Había hecho a sus ancestros poderosos reinas y reyes; había hecho a Terrasen intocable, una casa poderosa tan letal que ninguna fuerza había traspasado sus fronteras. Hasta que ella había caído al río Florine esa noche –hasta que este hombre removió el amuleto alrededor de su cuello, y un conquistador ejército había sido barrido. Y Arobynn se había alzado de ser un Señor local de asesinos a coronarse a sí mismo rey sin rival de este continente. Quizás su poder e influencia derivaba solo del collar –de su collar– que él había usado todos estos años. —Me he apegado a él un poco —dijo Arobynn mientras se lo pasaba. Él sabía que ella preguntaría por eso esta noche, si lo estaba usando. Quizás había planeado ofrecérselo todo este tiempo, solo para ganar su confianza –o para que ella dejara de asustar a sus clientes y de interrumpir sus negocios. Manteniendo su cara neutral fue un esfuerzo mientras lo agarraba. Sus dedos sostuvieron la cadena dorada, y deseo en ese momento nunca haber oído de él, nunca haberlo tocado, nunca haber estado en la misma habitación con eso. No era bueno, su sangre canto, sus huesos gruñeron. No era bueno, no era bueno, no era bueno. El amuleto era más pesado de lo que parecía –y cálido por su cuerpo, o por el poder ilimitado que vivía dentro. La llave del Wyrd. Santos dioses.

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Así de rápido, así de fácil, él se lo dio a ella. Como Arobynn no lo había sentido, notado… A menos que necesitaras magia en tus venas para sentirlo. A menos que nunca… lo hubiese llamado a él como la llamaba a ella ahora, su bruto poder contra sus sentidos como un gato restregándose contra sus piernas. ¿Cómo su madre, su padre –alguno de ellos– nunca lo habían sentido? Casi camino fuera de ahí justo en ese momento. Pero deslizó el Amuleto de Orynth alrededor del cuello, su peso volviéndose más grande –una fuerza presionando en sus huesos, esparciéndose a través de su sangre como tinta en el agua. No era bueno. —Mañana en la mañana —dijo fríamente—. Tú y yo vamos a hablar otra vez. Trae a tus mejores hombres, o quien sea que lame tus botas en estos días. Y entonces vamos a planear —se levantó de la silla, sus rodillas tambaleándose. —¿Alguna otra petición, Su Majestad? —Crees que no me doy cuenta que tienes la ventaja —se obligó a calmar sus venas, su corazón—. Has accedido a ayudarme muy fácilmente. Pero me gusta este juego. Sigamos jugándolo. Su sonrisa en respuesta era serpentina. Cada paso hacia la puerta era un esfuerzo de voluntad mientras se obligaba a no pensar en la cosa que emitía un ruido sordo entre sus pechos. —Si nos traicionas esta noche, Arobynn —añadió, pausándose en la puerta—, haré que lo que se le hizo a Sam parezca piadoso en comparación a lo que te hare a ti. —Has aprendido algunos trucos en estos últimos años, ¿cierto? Ella sonrió, tomando en detalle como él se veía en ese exacto momento: el brillo de su rojo cabello, sus amplios hombros y estrechas caderas, las cicatrices en sus manos, y esos ojos plateados, tan brillantes con desafío y triunfo. Ellos probablemente cazarían sus sueños hasta el día en que muriera. ——Una cosa más —dijo Arobynn. Era un esfuerzo levantar una ceja mientras él se acercaba lo suficiente para besarla, abrazarla. Pero él solo tomo su mano en la suya, tu pulgar acariciando su palma. —Voy a disfrutar teniéndote de vuelta —ronroneó él. Entonces, más rápido de lo que ella podía reaccionar, él deslizó el anillo del Wyrd en su dedo.

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Capítulo 44 Traducido por Stefany Vera Corregido por Constanza Cornes La daga escondida que Aelin tenía cayó al suelo de madera al momento que la fría piedra negra se deslizo contra su piel. Ella parpadeó hacia el anillo, a la línea de sangre que había aparecido en su mano bajo el agudo pulgar de Arobynn mientras él levantaba su mano a su boca y rozaba su lengua a lo largo de la parte posterior de su palma. Su sangre estaba en sus labios cuando él se enderezó. Tanto silencio en su cabeza, incluso ahora. Su cara dejo de funcionar; su corazón dejo de funcionar. —Parpadea —le ordenó. Ella lo hizo. —Sonríe. Ella lo hizo. —Dime porque volviste. —Para matar al rey; para matar al príncipe. Arobynn se inclinó más cerca, su nariz rozando su cuello. —Dime que me amas. —Te amo. —Mi nombre –di mi nombre cuando digas que me amas. —Te amo, Arobynn Hamel. Su aliento calentó su piel mientras el soplaba una risa dentro de su cuello, entonces le dio un beso donde se encontraba con su hombro. —Creo que me va a gustar esto.

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El retrocedió, admirando su cara en blanco, sus rasgos, ahora vacíos y extraños. —Toma mi carruaje. Ve a casa y duerme. No le digas a nadie sobre esto; no le muestres el anillo a tus amigos. Y mañana, repórtate aquí después del desayuno. Tenemos planes tú y yo. Para nuestro reino, y Adarlan. Ella solo lo miró, esperando. —¿Entiendes? —Si. Él levantó su mano de nuevo y beso el anillo de piedra del Wyrd. —Buenas noches, Aelin —él murmuró, su mano rozando su trasero mientras él la echaba fuera.

Rowan estaba temblando con rabia restringida mientras tomaban el carruaje de Arobynn a casa, ninguno de ellos hablando. Él oyó cada palabra murmurada en esa habitación. También Aedion. Él había visto el toque final que Arobynn había hecho, el gesto de propiedad de un hombre convencido que tenía un nuevo, y muy brillante juguete con el que entretenerse. Pero Rowan no se atrevía a agarrar la mano de Aelin para ver el anillo. Ella no se movió; ella no habló. Solo se sentó ahí y miro a la pared del carruaje. Una perfecta, rota, obediente muñeca. Te amo, Arobynn Hamel. Cada minuto era una agonía, pero había muchos ojos en ellos –demasiados, incluso mientras ellos finalmente llegaban a la casa y se bajaban. Ellos esperaron hasta que el carruaje de Arobynn se había ido antes que Rowan y Aedion flanquearan a la reina mientras ella se deslizaba dentro de la casa y subía las escaleras. Las cortinas ya estaban cerradas dentro de la casa, quedaban unas cuantas velas encendidas. Las llamas atraparon al dragón dorado bordado en la parte posterior de ese notable vestido, y Rowan no se atrevió a respirar mientras se paraba en el centro de la habitación. Una esclava esperando órdenes. —¿Aelin? —dijo Aedion, su voz ronca. Aelin levanto sus manos en frente de ella y se volteó. Se quitó el anillo.

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—Así que eso es lo que él quería. Honestamente esperaba algo más grande. Aelin golpeó el anillo sobre la pequeña mesa detrás del sofá. Rowan le frunció el ceño. —¿Él no chequeó la otra mano de Stevan? —No —dijo, aun tratando de limpiar el horror de la traición de su mente. Tratando de ignorar la cosa colgando de su cuello, el abismo de poder que le hacía señas, señas– Aedion espetó: —Uno de ustedes necesita explicarme ahora. La cara de su primo estaba drenada de color, sus ojos tan abiertos que la parte blanca se veía toda alrededor de ellos mientras el miraba del anillo a Aelin y de vuelta. Ella se contuvo durante el camino a casa, manteniendo la máscara del títere que Arobynn pensaba que se había convertido. Cruzó la habitación, manteniendo sus brazos a sus lados para evitar tirar la llave del Wyrd contra la pared. —Lo siento —dijo—. No podías saber– —Podría haberlo sabido. ¿En serio crees que no puedo mantener mi boca cerrada? —Rowan ni siquiera sabía hasta anoche —espetó. Profundo en ese abismo, truenos resonaron. Oh, dioses. Oh, dioses– —¿Se supone que eso me hará sentir mejor? Rowan cruzó sus brazos. —Sí, considerando la pelea que tuvimos sobre ello. Aedion sacudió su cabeza. —Solo…explíquense. Aelin recogió el anillo. Concentración. Ella podía concentrarse en esta conversación, hasta que pudiera esconder el amuleto de una manera segura. Aedion no podía saber lo que ella cargaba, el arma que ella había reclamado esa noche. —En Wendlyn, hubo un momento en el que Narrok… volvió. Cuando me advirtió. Y me agradeció por acabar con él. Así que escogí al comandante Valg que parecía tener la menor cantidad de control sobre el cuerpo humano, con la esperanza de que el hombre pudiese estar ahí, deseando la redención de alguna forma. Redención por lo que el demonio le había hecho hacer, esperando morir sabiendo que había hecho una cosa buena.

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—¿Por qué? Hablar normalmente era un esfuerzo. —Para que pudiese ofrecerle a él la piedad de la muerte y el liberarse del Valg, si solo le decía a Arobynn la información equivocada. Engañó a Arobynn para hacerlo creer que un poco de sangre podría controlar estos anillos –y que el anillo que él tenía era real —ella sostuvo el anillo—. Tú me diste la idea, de hecho. Lysandra tiene una muy buena joyería, y tenía uno falso. El verdadero se lo corté de un dedo al comandante Valg. Si Arobynn le hubiese quitado el otro guante, lo habría encontrado sin un dedo. —Necesitaste semanas para planear todo eso– Aelin asintió. —¿Pero por qué? ¿Por qué molestarse con todo eso? ¿Por qué no solo matar al idiota? Aelin puso abajo el anillo. —Tenía que saber. —¿Saber qué? ¿Qué Arobynn es un monstruo? —Que no hay redención para él. Lo sabía, pero… era una prueba final. Para mostrar su mano. Aedion siseó. —Él te habría convertido en su propia muñeca personal –te tocó– —Sé lo que toco, y lo que quería hacer —todavía podía sentir ese toque en ella. Era nada en comparación con ese odioso peso en su pecho. Ella se frotó el pulgar por la costrosa cortada en su mano—. Así que ahora ya sabemos. Una pequeña, patética parte de ella deseaba no saber.

Aun con sus trajes puestos, Aelin y Rowan miraron el amuleto sobre la mesa baja delante de la chimenea a oscuras en su dormitorio. Se lo había quitado en el momento en el que entro a su cuarto –Aedion se había ido al techo a montar guardia– y se dejó caer en el sofá frente a la mesa. Rowan se sentó a su lado un latido de corazón después. Por un momento, no dijeron nada. El amuleto brillaba en la luz de las dos velas que Rowan había encendido. —Iba a preguntarte para asegurarme de que fuera falso; que Arobynn no lo había cambiado de alguna manera —dijo Rowan al final, sus ojos puestos en la llave del Wyrd—. Pero puedo sentirlo –un atisbo de lo que está dentro de esa cosa.

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Ella se abrazó las rodillas con los brazos, el terciopelo negro de su vestido suavemente acariciándola. —En el pasado, la gente debe haber asumido que ese sentimiento venia de la magia de quien sea que lo estaba usando —dijo—. Con mi madre, con Brannon… nunca habría sido notado. —¿Y tu padre y tu tío? Ellos tenían poca o no magia, dijiste. El ciervo de marfil parecía mirarla, la estrella inmortal entre sus cuernos parpadeando como el oro fundido. —Pero tenían presencia. ¿Qué mejor lugar para ocultar esa cosa que alrededor del cuello de un arrogante real? Rowan se tensó mientras alcanzaba el amuleto y lo volteaba tan rápido como podía. El metal era cálido, su superficie intacta a pesar de los milenios que habían pasado desde que se forjo. Allí, exactamente como lo recordaba, tenía excavada tres marcas del Wyrd. —¿Alguna idea de lo que eso significa? —dijo Rowan, acercándose tanto que su muslo rozaba el de ella. Él se alejó una pulgada, aunque eso hizo nada para evitar que ella sintiera su calor. —Nunca he visto– —Ese —dijo Rowan, señalando al primero—. He visto ese. Estaba en tu frente ese día. —La marca de Brannon —susurró—. La marca del bastardo nacido –el innombrable. —¿Nadie en Terrasen miro estos símbolos? —Si lo hicieron nunca fue revelado –o lo escribieron en sus cuentos personales, los cuales estaban guardados en la biblioteca de Orynth —se mordió el interior del labio—. Es uno de los primeros lugares que el Rey de Adarlan saqueó. —Quizás los bibliotecarios escondieron los cuentos de los gobernantes primero –quizás tuvieron suerte. Su corazón canto un poco. —Quizás. No lo sabremos hasta que regresemos a Terrasen —golpeó la alfombra con su pie—. Necesito esconder esto —había una tabla suelta en el suelo de su closet en el que había escondido dinero, armas, y joyería. Sería lo suficientemente bueno por ahora. Y Aedion no lo cuestionaría, ya que no podía arriesgarse a usar la maldita cosa en público de todas maneras, incluso bajo su ropa –no hasta que estuviese de vuelta en Terrasen. Miró el amuleto —Entonces hazlo—dijo él. —No quiero tocarlo. —Si fuese tan fácil de activar, tus ancestros habrían averiguado lo que era.

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—Tú agárralo —dijo, frunciendo el ceño. Él solo le dio una mirada. Ella se inclinó, poniendo su mente en blanco mientras levantaba el amuleto de la mesa. Rowan se tensó como preparándose, a pesar de sus palabras. La llave era como una piedra en su mano, pero ese sentido inicial de maldad, de un abismo de poder… estaba quieto. Dormido. Hizo un trabajo rápido levantando la alfombra de su closet y soltando la tabla. Sintió a Rowan venir detrás de ella, mirando sobre su hombro, donde se arrodilló y lo extendió al pequeño compartimiento. Había recogido el amuleto para dejarlo en el pequeño espacio cuando un hilo tiró dentro de ella –no, no un hilo, sino… un viento, como si una fuerza hubiese pasado de Rowan hacia ella, como si su lazo fuese una fuerza viviente, como si siéntese lo que era ser él– Ella dejó caer el amuleto dentro del compartimiento. Se volcó una vez, un peso muerto. —¿Qué? —preguntó Rowan. Se dobló para mirarlo. —Te –te sentí. —¿Cómo? Así que le dijo –sobre su esencia deslizándose hacia ella, de sentirse como si usara su piel, aunque fuese solo por un latido del corazón. Él no parecía enteramente complacido. —Esa clase de habilidad podría ser de ayuda después. Ella frunció el ceño. —Típico pensamiento de un bruto guerrero. Él se encogió. Dioses, ¿cómo lo manejaba, el peso de su poder? Podía aplastar huesos hasta hacerlos polvo incluso sin su magia; podría demoler este edificio con solo unos buenos soplidos. Ella lo sabía –claro que ella lo sabía– pero sentirlo… Él más poderoso Hada sangre pura en existencia. Para un humano ordinario, él era tan extraterrestre como el Valg. —Pero creo que tienes razón: no puede solo actuar ciegamente con mi voluntad —dijo al final—. O de lo contrario mis antepasados ​​habrían arrasado Orynth al suelo al momento en que estuviesen cabreados. Yo –yo creo que estas cosas podrían ser neutrales por naturaleza; es el portador quien guía como son usadas. Si las manos son puras de corazón, será solo beneficioso. Así es como Terrasen prosperó.

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Rowan resopló mientras ella reemplazaba la tabla de madera, estampándola con el talón de su mano. —Confía en mí, tus ancestros no eran completamente santos —él le ofreció una mano, y trató de no mirarla mientras la agarraba. Dura, callosa, irrompible –casi imposible de matar. Pero había una gentileza en su agarre, una importancia para esos a los que el atesoraba y protegía. —No creo que ninguno de ellos fueran asesinos —dijo mientras él dejaba caer su mano—. Las llaves pueden corromper a un corazón negro –o amplificar a uno puro. Nunca he oído nada sobre corazones que estén de algún mondo en el medio. —El hecho de que te preocupe dice suficiente sobre tus intenciones. Ella pisó alrededor del área para asegurarse que ningún ruido delataba el escondite. Truenos sonaban encima de la ciudad. —Voy a fingir que eso no es un presagio —murmuró. —Buena suerte con eso —él la empujó con el codo, mientras entraban de nuevo al dormitorio—. Mantendremos un ojo en las cosas –y si pareces estar dirigiéndote hacia el Oscuro Lorddom, prometo traerte de vuelta a la luz. —Gracioso —el pequeño reloj en su mesa de noche dio la hora, y truenos sonaron de nuevo a través de Rifthold. Una tormenta de rápido movimiento. Bien –quizás aclararía su cabeza, también. Ella fue hacia la caja que Lysandra le había traído y saco el otro elemento. —El joyero de Lysandra —dijo Rowan—. Es una persona muy talentosa. Aelin sostuvo una réplica del amuleto. Había obtenido la talla, el color y el peso casi exacto. Lo puso en su mesa como un trozo desechado de joyería. —Solo en caso de que alguien pregunte a donde fue.

El aguacero se había suavizado a una llovizna constante en el momento en que el reloj dio la una, aun así Aelin no se había bajado del techo. Ella había subido para tomar el turno después de Aedion, aparentemente –y Rowan esperó, esperando su momento cuando el reloj se acercaba la medianoche y luego se lo pasó. Chaol había venido a darle a Aedion un reporte de los movimientos de los hombres de Arobynn, pero se regresó alrededor de las doce. Rowan había dejado de esperar. Ella estaba parada en medio de la lluvia, orientada hacia el oeste –no hacia el castillo resplandeciente a su derecha, no hacia el mar a sus espaldas, sino al otro lado de la ciudad.

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No le importaba que hubiese conseguido una mirada de él. Él quería decirle que no le importaba lo que ella sabía de él, mientras que no la asustara –y se lo habría dicho antes si él no estuviese tan estúpidamente distraído por como lucía esta noche. La luz de la lámpara se reflejaba en el peinado en su cabello y a lo largo del dragón de oro en su vestido. —Arruinaras ese vestido parada aquí afuera en la lluvia —dijo. Ella medio se volteó hacia él. La lluvia había dejado rastros de kohl bajo su rostro, y su piel estaba tan pálida como el vientre de un pescado. La mirada en su rostro –culpa, rabia, agonía– lo golpeó como un puñetazo en las entrañas. Se volteó hacia la ciudad. —Nunca iba a usar este vestido otra vez, de todas maneras. —Sabes que me encargare de ello esta noche —dijo él, parándose a su lado—. Si no quieres encargarte de hacerlo tú —Y después de lo que ese bastardo había intentado hacerle esta noche, lo que había planeado hacerle ella… Él y Aedion se tomarían un largo, largo tiempo terminando con la vida de Arobynn. Ella miro a través de la ciudad, hacia la Guarida de los Asesinos. —Le dije a Lysandra que ella podía hacerlo. —¿Por qué? Envolvió sus brazos alrededor de sí misma, abrazándose fuerte. —Porque no más que yo, más que tú y Aedion, Lysandra merece ser la que acabe con él. Era verdad. —¿Estará ella necesitando nuestra asistencia? Sacudió su cabeza, rociando gotas de lluvia del peinado y los mechones húmedos de pelo que se le habían soltado. —Chaol fue a asegurarse de que todo vaya bien. Rowan se permitió un momento para mirarla –a los hombros relajados y la barbilla levantada, el agarre que ella mantenía en los codos, la curva de su nariz en contra de la luz de la calle, la delgada línea de su boca. —Se siente mal —dijo— desear que hubiese habido alguna otra manera —tomó un aliento desigual, el aire condensándose en frente de ella—. Él era un mal hombre —susurró. —. Él iba a esclavizarme a su voluntad, usarme para tomar Terrasen, quizás hacerse rey –quizás servirse de mí– —se sacudió tan violentamente que la luz se agitó en el dorado de su vestido—. Pero también…También le debo mi vida. Todo este tiempo pensé que eso sería un alivio, una alegría acabar con él. Pero todo lo que siento es vacío. Y cansancio.

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Era como hielo cuando él deslizó su brazo alrededor de ella, doblándola en su costado. Solo esta vez –solo esta vez, él se dejaría sostenerla. Si le hubiesen pedido que matara a Maeve, y unos de sus compañeros lo hubiese hecho en su lugar –si Lorcan lo hubiese hecho– él se habría sentido igual. Ella se retorció ligeramente para mirarlo, y aunque trató de esconderlo, él podía ver el miedo en su mirada, y la culpa. —Necesito que le des caza a Lorcan mañana. Que veas si ha completado la pequeña tarea que le di. Si había matado a los perros del Wyrd. O ellos los habían matado. Para que pudiera al fin liberar magia. Dioses. Lorcan era su enemigo ahora. El calló el pensamiento. —¿Y si es necesario eliminarlo? Él vio su garganta sacudirse mientras ella tragaba. —Es tu decisión entonces, Rowan. Haz lo que creas conveniente. Él desearía que le hubiese dicho una cosa o la otra, pero darle la opción, respetar su historia lo suficiente para permitirle tomar la decisión… —Gracias. Descansó la cabeza en su pecho, las puntas de los ganchos de murciélago pinchándolo lo suficiente para que se los quitara uno a la vez de su cabello. El oro estaba resbaladizo y frío en sus manos, y mientras él admiraba la artesanía, ella susurró: —Quiero que vendas esos. Y quemes este vestido. —Como desees —dijo, metiéndose los ganchos en el bolsillo—. Es una lástima, sin embargo. Tus enemigos habrían caído de rodillas si alguna vez te hubiesen visto en él. Él casi había caído de rodillas cuando la había visto más temprano. Ella soltó una risa que podría haber sido un sollozo y envolvió sus brazos en su cintura como si estuviese tratando de robar su calor. Su cabello empapado se desplomó, su esencia –jazmín y verbena de limón y brasas crepitantes– alzándose sobre el olor de almendras para acariciar su nariz, sus sentidos. Rowan se paró con su reina en la lluvia, respirando su esencia, y dejándola robar su calor por tanto tiempo como ella necesitara. La lluvia bajo hasta una llovizna suave, y Aelin se agitó en el abrazo de Rowan. En donde ella había estado parada, absorbiendo su fuerza, pensando. Ella se retorció ligeramente para mirar las fuertes líneas de su cara, sus mejillas brillaban con la lluvia y la luz de la calle. Al otro lado de la ciudad, en un cuarto que conocía muy bien, espe-

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raba que Arobynn estuviese desangrándose. Esperaba que estuviese muerto. Un pensamiento vacío –pero también el click de una cerradura finalmente abriéndose. Rowan dobló su cabeza para mirarla, lluvia goteando de su plateado cabello. Sus facciones se suavizaron un poco, las duras líneas volviéndose más acogedoras –vulnerables, inclusos. —Dime en que estás pensando —murmuró. —Estoy pensando que la próxima vez que te quiera molestar, todo lo que tengo que hacer es decirte que tan pocas veces uso ropa interior. Sus pupilas se dilataron. —¿Hay alguna razón por la que hace eso, Princesa? —¿Hay alguna razón para no hacerlo? Él puso su mano contra su cintura, sus dedos contrayéndose una vez como si se estuviese debatiendo en dejarla ir. —Compadezco al pobre embajador extranjero que tenga que lidiar contigo. Ella sonrió, sin respiración y un poco más que temeraria. Ver esa mazmorra esta noche, se dio cuenta de que estaba cansada. Cansada de la muerte, y de esperar, y de decir adiós. Levantó una mano para tomar la cara de Rowan. Tan suave, su piel, los huesos debajo fuertes y elegantes. Esperó que el retrocediera, pero él solo la miró –miró dentro de ella de esa forma en que el siempre hacía. Amigos, pero algo más. Mucho más, y lo sabía desde hace más tiempo del que quería admitir. Cuidadosamente, acarició su mejilla con el pulgar, su cara resbaladiza con la lluvia. La golpeó como una piedra –el deseo. Era una tonta por esquivarlo, negarlo, incluso cuando un parte de ella le había gritado cada mañana que ella ciegamente alcanzaba por el lado vacío de la cama. Levantó su otra mano a su cara y sus ojos se bloquearon con los de ella, su respiración entrecortada mientras trazaba las líneas del tatuaje a lo largo de su cara. Sus manos se tensaron ligeramente en su cintura, sus pulgares rozando la parte inferior de su caja torácica. Era un esfuerzo no arquearse bajo su toque. —Rowan —susurró, su nombre una petición y una plegaria. Deslizó sus dedos por el lado de su mejilla tatuada y– Más rápido de lo que ella podía ver, él agarró una muñeca y luego la otra, alejándolas de su cara y gruñendo en voz baja. El mundo se abría a su alrededor, frío e inmóvil.

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Él dejó caer sus manos como si estuviesen en fuego, alejándose, esos ojos verdes planos y aburridos de una manera que ella no había visto desde hace un tiempo ahora. Su garganta se cerró antes de que él dijera: —No hagas eso. No –no me toques así. Había un rugido en sus oídos, una quemazón en su cara, y ella tragó duro. —Lo siento. Oh, dioses. Él tenía más de trescientos años de edad. Inmortal. Y ella –ella… —No quise– —Ella retrocedió un paso, hacia la puerta en el otro lado del techo—. Lo siento —repitió—. No fue nada. —Bien —dijo, yendo hacia la puerta del techo él mismo—. Bien. Rowan no dijo nada mientras caminaba escaleras abajo. Sola, se frotó la cara mojada, la mancha aceitosa de cosméticos. No me toques así. Una clara línea en la arena. Una línea –porque el tenia trescientos años de edad, e inmortal, y había perdido a su perfecta compañera, y ella era… ella era joven e inexperta y su carranam y su reina, y él no quería nada más que eso. Si ella no hubiese sido tan tonta, tan estúpidamente inconsciente, quizás se habría dado cuenta de eso, entendido que a pesar de que ella había visto sus ojos brillar con hambre –hambre por ella– no significaba que él quería hacer algo respecto. No significaba que él no se odiara por ello. Oh, dioses. ¿Qué había hecho? La lluvia deslizándose por las ventanas proyectaba sombras deslizándose sobre el suelo de madera, en las paredes pintadas del cuarto de Arobynn. Lysandra lo había estado observando por un tiempo ahora, escuchando el ritmo constante de la lluvia y la respiración del hombre durmiendo junto a ella. Absolutamente inconsciente. Si ella iba a hacerlo, tenía que ser ahora –cuando estaba en un sueño profundo, cuando la lluvia cubría la mayoría de los sonidos. Una bendición de Temis, Diosa de las Cosas Salvajes, quien una vez había cuidado de ella como cambia-forma y que nunca olvidó las bestias enjauladas del mundo. Tres palabras –eso era todo lo que había escrito en esa nota que Aelin le deslizó a ella más temprano esa noche; una nota aún metida en el bolsillo oculto de su descartada ropa interior. Es todo tuyo.

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Un regalo, ella sabía –un regalo de la reina que no tenía más nada que darle a una ramera sin nombre con una triste historia. Lysandra se volteó hacia su lado, mirando ahora al hombre desnudo durmiendo a pulgadas de distancia, a la seda roja de su cabello derramado en su rostro. Nunca sospechó quién le había dicho a Aelin los detalles sobre Cormac. Pero esa siempre había sido su astucia con Arobynn –la piel que había llevado desde la infancia. Él nunca había pensado lo contario de su comportamiento insulso y vano, no se había molestado en hacerlo. Si lo hubiese hecho, nunca habría mantenido un cuchillo bajo su almohada y la hubiese dejado dormir en esta cama con él. Él no había sido gentil esta noche, y sabía que tendría un moretón en su brazo de donde él la había agarrado muy fuerte. Victorioso, pagado de sí mismo, un rey seguro de su corona, él ni siquiera se había dado cuenta. En la cena, había captado la expresión en su cara cuando atrapó a Aelin y a Rowan sonriéndose uno al otro. Todos los golpes y las historias de Arobynn habían fallado en dejar su huella esta noche porque Aelin había estado demasiado perdida en Rowan para oír. Se preguntó si la reina lo sabía. Rowan lo sabía. Aedion lo sabía. Y Arobynn lo sabía. Él había entendido que con Rowan, ella ya no le tenía miedo; con Rowan, Arobynn era absolutamente innecesario. Irrelevante. Es todo tuyo. Después de que Aelin se había ido, tan pronto como se había detenido de pavonearse por la casa, convencido de su absoluto control sobre la reina, Arobynn había llamado a sus hombres. Lysandra no había oído sus planes, pero ella sabía que el Príncipe Hada seria su primer objetivo. Rowan moriría –Rowan tenía que morir. Lo había visto en los ojos de Arobynn mientras observaba a la reina y su príncipe sosteniéndose de las manos, sonriéndose uno al otro a pesar del horror a su alrededor. Lysandra deslizó su mano debajo de la almohada mientras se acercaba a Arobynn, descansando en él. No se movió; su respiración seguía siendo profunda y constante. Él nunca había tenido problemas durmiendo. La noche que había matado a Wesley había dormido como los muertos, inconsciente de los momentos en los que incluso con su control de hierro no había podido detener las lágrimas. Ella encontraría ese amor otra vez –algún día. Y sería profundo e implacable e inesperado, el comienzo y el final y la eternidad, de la clase que podía cambiar la historia, cambiar el mundo. La empuñadura de la hoja era fría en su mano, y mientras Lysandra rodaba hacia atrás, como si no fuese más que un sueño inquieto, tiró del cuchillo con ella. Un relámpago brilló en la hoja, un destello de luz. Por Wesley. Por Sam. Por Aelin.

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Y por ella misma. Por la niña que había sido, por la chica de diecisiete años en su pujante noche, por la mujer en la que se había convertido, su corazón en pedazos, su invisible herida aún sangrando. Fue tan fácil sentarse y deslizar el cuchillo a través de la garganta de Arobynn.

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Capítulo 45 Traducido por Stefany Vera Corregido por Constanza Cornes El hombre atado a la mesa estaba gritando mientras el demonio corría sus manos por su pecho desnudo, sus uñas cavando y dejando sangre en su camino. Escúchalo, el príncipe demonio siseó. Escucha la música que él hace. Más allá de la mesa, el hombre que usualmente se sentaba en el trono de cristal dijo: —¿Dónde se están escondiendo los rebeldes? —No lo sé, no lo sé —gritó el hombre. El demonio corrió una segunda uña por el pecho del hombre. Había sangre por todas partes. No te estremezcas, bestia sin espina. Mira; saborea. El cuerpo –el cuerpo que una vez pudo haber sido suyo– lo había traicionado completamente. El demonio se apodero de él con fuerza, forzándolo a mirar como sus propias manos agarraban un dispositivo de aspecto cruel y lo encajaba en su cara, y comenzó a apretar. —Respóndeme, rebelde —dijo el hombre de la corona. El hombre gritaba mientras la máscara se apretaba. Él podría estar gritando, también –podría haber comenzado a rogarle a demonio que se detuviera. Cobarde –humano cobarde. ¿No saboreas su dolor, su miedo? Él podía, y el demonio empujó cada pedacito de la alegría que sentía hacia él. Si hubiese podido vomitar, lo habría hecho. Aquí no había tal cosa. Aquí no había escape. —Por favor —rogó el hombre en la mesa—. ¡Por favor! Pero sus manos no se detuvieron. Y el hombre continuó gritando.

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Capítulo 46 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Ahora, decidió Aelin, estaba perdida en el infierno, y no tenía sentido en tratar de salvarlo –no con lo que tenía que hacer luego. Armada hasta los dientes, trató de no pensar en las palabras de Rowan de la noche anterior mientras tomaban el carruaje a lo largo de la ciudad. Pero las escuchaba por debajo de cada sonido de las pezuñas del caballo, justo como las había escuchado a lo largo de toda la noche mientras yacía despierta en la cama, tratando de ignorar su presencia. No me toques de esa manera. Se sentó tan lejos de Rowan como pudo sin colgar por fuera de la ventana del carruaje. Le había hablado, por supuesto –distantemente y silenciosamente– y él le había dado respuestas cortantes. Lo que había hecho al viaje verdaderamente una delicia. Aedion, sabiamente, no preguntó acerca de eso. Necesitaba tener su mente clara, implacable, a fin de soportar las siguientes horas. Arobynn estaba muerto. La noticia de que Arobynn había sido encontrado asesinado había llegado hacía una hora. Su presencia había sido requerida inmediatamente por Tern, Harding y Mullin, los tres asesinos que se habían apoderado del control del Gremio y estarían hasta que todo se hubiera solucionado. Ella lo había sabido la noche anterior, por supuesto. Escuchar su confirmación había sido un alivio –que Lysandra lo había hecho, y sobrevivido, pero… Muerto. El carruaje se detuvo enfrente de la Guarida de los Asesinos, pero Aelin no se movió. El silencio cayó mientras ellos miraban hacia la pálida mansión de piedra asomándose por encima. Pero Aelin cerró los ojos, inhalando profundamente. Una última vez –tienes que usar esta máscara una última vez, y luego podrás enterrar a Celaena Sardothien para siempre.

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Abrió los ojos, cuadrando sus hombros y levantando su barbilla, incluso mientras el resto de ella fluyó con gracia felina. Aedion la miró boquiabierto, y supo que no había nada de la prima que él había llegado a conocer en su rostro. Lo miró, luego a Rowan, una sonrisa cruel extendiéndose mientras se inclinaba para abrir la puerta del carruaje. —No interfieran en mi camino —les dijo. Se precipitó desde el carruaje, su capa ondeando en el viento primaveral mientras irrumpía por las gradas de la Guarida y abría de una patada la puerta frontal.

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Capítulo 47 Traducido por Tay Paredes Corregido por Constanza Cornes —¿Pero qué demonios pasó? —gruñó Aelin mientras las puertas se golpeaban tras ella. Aedion y Rowan la siguieron pegados a sus talones, los dos bajo pesadas capuchas. El pasillo principal estaba vació, pero un vidrio se quebró en la cerrada sala de estar y luego– Tres hombres; uno alto, uno bajo y delgado, y uno monstruosamente musculoso irrumpieron en el pasillo. Harding, Tern, y Mullin. Ella les enseñó los dientes, a Tern en particular. Él era bajo, anciano y el más astuto. El líder del grupo. Probablemente debió haber esperado que ella matara a Arobynn el día en que corrieron el uno hacia el otro en las Bóvedas —Habla ya —siseó ella. Tern se apoyó bien sobre sus pies. —No, a no ser que tú hagas lo mismo. Aedion dejó escapar un gruñido mientras los tres asesinos miraban a sus acompañantes. —Que no te preocupen los perros guardianes —dijo Aelin bruscamente—. Hablen. Se escuchaba un sollozo tenue desde la sala de estar y posó sus ojos más allá del alto hombro de Mullin. —¿Que están haciendo esos dos pedazos de puta en esta casa? Tern frunció el ceño. —Porque Lysandra es la que despertó gritando junto a su cuerpo. Sus dedos se convirtieron en garras. —¿Fue ella? —murmuró con tanta ira en los ojos que hasta Tern se movió hacia un lado cuando entró en la habitación. Lysandra estaba desplomada en una silla, un pañuelo presionado sobre su cara. Clarisse, su madame, estaba parada detrás de la silla, su rostro pálido y ceñido.

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Sangre manchaba la piel de Lysandra y apelmazaba su cabello, también los pedazos de la bata de seda que apenas cubría su desnudez se ahogaron en ella. Lysandra se levantó un poco hacia arriba, sus ojos rojos y su cara manchada. —No lo hice… lo juro… Yo no… Una actuación espectacular. —¿Porque diablos debería creerte? —dijo Aelin arrastrando las palabras—. Tú eres la única con acceso a su cuarto. Clarisse, y su pelo rubio colgando con gracia aún para ser una cuarentona, hizo sonar su lengua. –Lysandra nunca le haría daño a Arobynn, ¿por qué lo haría, cuando estaba trabajando muy duro para pagar todas sus deudas? Aelin levantó su mano hacia la madame. —¿Pedí tu maldita opinión, Clarisse? Por la violencia de sus palabras Rowan y Aedion guardaron silencio, aunque ella podría jurar que vio una chispa de asombro en sus ojos. Bien. Aelin desvió su atención hacia los asesinos. —Muéstrenme el lugar en que lo encontraron. Ahora. Tern le dio una larga mirada, procesando cada palabra. Valiente intento, pensó, en intentar ver que es lo que sé más de lo que debería. El asesino señaló a las grandes escaleras que eran visibles desde las puertas abiertas de la sala de estar. —En su cuarto. Llevamos su cuerpo abajo. —¿Lo movieron antes de poder ver la escena yo misma? Fue el alto y callado Harding que dijo: —Te avisaron solo por cortesía. Y para ver si yo lo había hecho Aelin apuntó un dedo hacia donde estaban Lysandra y Clarisse. —Si una de ellas intenta correr —le dijo a Aedion—, destrípalas. La sonrisa brillante de Aedion apareció por entre su capucha, sus manos casualmente deslizándose hacia sus cuchillos de pelea. El cuarto de Arobynn era un baño de sangre, y no había nada falso mientras se detenía en el umbral a mirar la cama empapada y la piscina de sangre en el suelo. ¿Qué diablos le había hecho Lysandra?

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Apretó sus temblorosas manos, teniendo en cuenta que los tres asesinos a su espalda podían verlo. Estaban monitoreando cada respiración, parpadeo y trago. —¿Cómo? Mullin gruñó: —Alguien cortó su garganta y lo dejó ahogarse en su propia sangre hasta la muerte. Su estómago se torció –realmente se torció. Lysandra al parecer no estaba feliz de haberlo dejado ir tan rápido. —Ahí —dijo ella y su garganta se cerró. Lo intentó otra vez—. Hay una huella en la sangre. —Botas —dijo Tern a su lado—. Grandes, probablemente de un hombre —le dio una mirada al delgado pie de Aelin. Luego estudió los pies de Rowan en un lugar detrás de ella, aunque probablemente ya lo hubiera hecho. Pequeña mierda. Claro que las huellas que Chaol deliberadamente dejó estaban hechas con otro tipo de botas a las que llevaban. —Él seguro no tienen señales de haber sido forzado, ¿qué tal la ventana? —Ve a ver —dijo Tern. Ella tendría que pasar sobre la sangre de Arobynn para alcanzarla. —Solo dime —dijo tranquilamente. —El seguro está roto por fuera —dijo Harding y Tern le lanzó una mirada. Volvió a la fría oscuridad del pasillo, Rowan siguió manteniendo su distancia, su identidad de Hada aún escondida bajo la capucha; y se mantendrá así a no ser que abra su boca y muestre sus largos caninos. Aelin dijo: —¿Nadie reportó algo extraño anoche? Tern se encogió de hombros. —Había una tormenta. Lo más probable es que el asesino haya esperado hasta ese momento para matarlo —le dio otra de esas miradas largas, perversa violencia danzando en sus oscuros ojos. —¿Por qué no lo dices Tern? ¿Por qué no me preguntas donde estaba anoche? —Sabemos dónde estabas —dijo Harding pasando a llevar a Tern. No había nada amable en su insulsa cara—. Nuestros ojos te vieron en casa toda la noche. Estabas en el techo de tu casa y después te fuiste a la cama. Exactamente como ella lo había planeado —¿Estás diciéndome ese pequeño detalle porque te gustaría que encontrara esos ojos y los cegara? —Aelin replicó dulcemente—. Porque después de que ponga en orden este desastre

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eso es exactamente lo que voy a hacer. Mulling suspiró ruidosamente por la nariz y miró a Harding, pero no dijo nada. Él siempre fue un hombre de pocas palabras –perfecto para el trabajo sucio. —Tú no tocas a nuestros hombres y nosotros no tocamos a los tuyos —dijo Tern —Yo no hago tratos con pedazos de mierda-asesinos de segunda mano —pio ella y le dio una sonrisa pícara mientras se habría paso por el pasillo, pasando por su antiguo cuarto y bajando por las escaleras, Rowan un paso por detrás. Asintió con la cabeza hacia Aedion cuando entró en la sala de estar. Conservó su posición de observador, todavía sonriendo como un lobo. Lysandra no se había movido un centímetro. —Te puedes ir —le dijo ella. Lysandra movió la cabeza repentinamente. —¿Qué? —ladró Tern Aelin apuntó a la puerta. —¿Por qué estas zorras degradadas por dinero matarían a su mejor cliente? —dijo sobre su hombro—. Creo que ustedes tres tendrían más que ofrecer. Antes de que pudieran empezar a ladrar, Clarisse tosió enfáticamente. —¿Si? —siseó Aelin La cara de Clarisse estaba pálida como la muerte, pero mantuvo su cabeza en alto mientras dijo: —Si lo permites, el Maestro del Banco estará pronto aquí para leer el testamento de Arobynn. Arobynn… —se pasó una mano por los ojos. El perfecto retrato del sufrimiento—. Arobynn me dijo que estábamos nombradas. Nos gustaría quedarnos hasta que haya sido leído. Aelin sonrió. —La sangre de Arobynn que se encuentra en la cama aún no se seca y ya están abalanzándose sobre su herencia. No sé por qué estoy sorprendida, quizás debería desecharte como su asesina si estás tan entusiasmada por arrebatar lo que sea que te haya dejado. Clarisse palideció otra vez y Lysandra comenzó a temblar. —Por favor Celaena —rogó Lysandra—. Yo nunca– Alguien llamó a la puerta principal. Aelin deslizó sus manos a sus bolsillos. —Vaya, vaya, que momento más oportuno.

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El Maestro del Banco parecía como si fuera a vomitar por ver a Lysandra cubierta de sangre, pero pareció relajarse luego de divisar a Aelin. Lysandra y Clarisse se sentaron en sillas iguales mientras que el Maestro se sentaba detrás del pequeño escritorio, cerca de las grandes ventanas. Tern y sus compinches merodeando como buitres. Aelin se apoyó contra la pared cerca de la salida con los brazos cruzados, Aedion a su izquierda y Rowan a su derecha. Mientras el Maestro hablaba y hablaba sobre sus condolencias y disculpas, Aelin sintió los ojos de Rowan sobre ella. Él dio un paso, acercándose como si intentara rozar su brazo contra el de ella. Se apartó. Rowan seguía mirándola cuando el Maestro abrió un paquete y se aclaró la garganta. Parloteó sobre la jerga legal y ofreció sus condolencias otra vez, las cuales la maldita de Clarisse tuvo el descaro de aceptar como si fuera la viuda de Arobynn. Después vino la larga lista de sus posesiones, sus invenciones de negocio, sus propiedades y la gigante e indignante fortuna que tenía en su cuenta. Clarisse estaba casi babeando sobre la alfombra, pero los asesinos de Arobynn mantuvieron su cara neutral. —Es mi voluntad —leyó el Maestro—, que el único beneficiario de mi fortuna, posesiones y propiedades sea mi heredera, Celaena Sardothien. Clarisse se giró tan rápido como una víbora. —¿Qué? —Una mierda —soltó Aedion. Aelin solo miró al Maestro, su boca un poco abierta, sus manos sueltas a sus costados. —Di eso de nuevo —respiró. El Maestro dio una pequeña y difusa sonrisa. —Todo. Todo esto se te fue otorgado. Bueno, excepto por esta suma que fue dejada a madame Clarisse para saldar sus deudas —le mostró a Clarisse el papel. —Eso es imposible —siseó la madame—. Él me prometió que estaría en el testamento. —Y lo estás —dijo Aelin lentamente, apoyándose sobre la pared para ver el pequeño número sobre el hombro de Clarisse—. No te pongas codiciosa ahora. —¿Dónde están los duplicados? —demandó Tern—. ¿Los has inspeccionado? —se acercó a la mesa abruptamente para examinar el testamento. El Maestro se encogió, pero levantó el translúcido papel firmado por Arobynn y completamente legal.

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—Verificamos nuestras copias en las bodegas esta mañana. Todas idénticas con la fecha de hace tres meses atrás. Cuando ella estaba en Wendlyn. Dio un paso hacia adelante. —Así que, aparte de esa insignificante suma para Clarisse… todo esto, esta casa, el Gremio, las otras propiedades, su fortuna –¿es todo mío? El Maestro asintió otra vez, preparándose para tomar sus cosas. —Felicidades señorita Sardothien. Lentamente ella giró su cabeza hacia Clarisse y Lysandra. —Bueno, si ese es el caso —mostró sus dientes en una sonrisa viciosa—. Saquen sus malditos cuerpos chupa-sangre infernales fuera de mi propiedad. El Maestro se atragantó. Lysandra no podía moverse más rápido mientras corría hacia la puerta. Clarisse a pesar de todo permaneció sentada. —¿Cómo te atreves…? —comenzó la madame. —Cinco —dijo Aelin levantando cinco dedos. Bajó uno y tomó su daga con la otra mano—. Cuatro —otro—. Tres. Clarisse salió volando de la sala detrás de una sollozante Lysandra. Luego Aelin miró a los tres asesinos. Sus manos colgando flácidas a sus costados, furia, shock y sabiamente algo parecido al miedo estaban en sus caras. Habló muy despacio: —Tú retuviste a Sam mientras Arobynn me enviaba al olvido y no levantaste un solo dedo para detenerlo cuando se lo hicieron a él también. No sé qué rol juegas en su muerte pero nunca olvidaré el sonido de sus voces afuera de mi habitación mientras me alimentaban con detalles sobre la casa de Rourke Farran. ¿Fue fácil para ustedes tres, enviarme a esa casa cruel sabiendo lo que él le había hecho a Sam y lo que planeaba hacer conmigo? ¿Estaban solo siguiendo órdenes o eran felices siendo voluntarios? El Maestro se encogió en su asiento, tratando de ser lo más invisible que podía en una sala llena de asesinos profesionales. El labio de Tern se curvó. —No sé de qué estás hablando —Lástima. Me debí haber preparado para escuchar historias insignificantes —miró al reloj so-

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bre la chimenea—. Empaquen su ropa y se van. Ahora ya. —Este es nuestro hogar —dijo Harding —Ya no más —dijo mirándose las uñas—. Corrígeme si estoy equivocada, Maestro —ronroneó y el hombre se encogió ante eso—. Yo poseo esta casa y todo lo que hay en ella. Tern, Harding y Mullin aún no terminan de pagar sus deudas al pobre Arobynn, así que poseo todo lo que ellos tienen aquí, incluyendo su ropa. Me siento generosa, así que les dejaré conservar eso, ya que su gusto es asqueroso de todas maneras. Pero sus armas, la lista de clientes, el Gremio… todo eso es mío. Yo decido quién está adentro y quién está afuera. Y desde que estos tres intentaron acusarme de haber matado a mi maestro, yo digo que están fuera. Y de nuevo, en esta ciudad, en este continente y por la ley y las leyes del Gremio, tengo el derecho de cazarlos y destrozarlos en miles de pedacitos —batió sus pestañas—. ¿O estoy equivocada? El Maestro tragó audiblemente. —Está en lo correcto. Tern dio un paso hacia ella. —No puedes –no puedes hacer esto. —Puedo y lo haré. Reina de los Asesinos suena bien ¿no? —se movió hasta la puerta—. Sírvanse fuera. Harding y Mulling iban a moverse pero Tern levantó su brazo y los detuvo. —¿Qué demonios quieres de nosotros? —Sinceramente no me molestaría ver a los tres destripados y colgando de los candelabros, pero creo que se arruinarían estas hermosas alfombras de las que soy dueña ahora. —No puedes solo echarnos. ¿Qué haremos? ¿A dónde iremos? —Escuché que el infierno es particularmente agradable en esta época del año. —Por favor, por favor —dijo Tern, su respiración acelerándose. Ella puso sus manos en sus bolsillos y observó la habitación. —Supongo que… —hizo un sonido reflexivo—. Supongo que puedo venderte la casa, y las tierras y el Gremio. —Tú perra —escupió Tern, pero Harding se adelantó. —¿Cuánto? —preguntó. -—¿Cuál es el valor de la propiedad y del Gremio, Maestro? El Maestro parecía un hombre caminado hacia la horca mientras abría su archivo otra vez y buscaba la suma. Astronómica, Indignante, imposible que los tres puedan costearla.

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Harding pasó una mano por su cabello y Tern estaba de un color púrpura. —Diré que no tienen lo suficiente —dijo Aelin—. Que pena. Iba a vendérselos al pie de la letra –sin alza. Comenzó a girarse cuando Harding dijo: —Espera, ¿qué tal si todos pagamos juntos? –nosotros tres y los otros. Así poseemos todos a casa y el Gremio. Ella se detuvo. —El dinero es dinero, no importa de dónde lo sacaste con tal que me lo des a mí —giró su cabeza hacia el Maestro—. ¿Puedes tener los papeles para hoy? Considerando que puedan lograrlo hoy, claro. —Esto es una locura —le murmuró Tern a Harding Harding negó con la cabeza. —No hables, Tern, solo –no hables. —Yo… —dijo el Maestro— Yo –yo puedo tenerlos en más o menos tres horas ¿Es eso tiempo suficiente para que puedan reunir lo necesario? Harding asintió. —Encontraremos a los otros y les diremos. Aelin le sonrió al Maestro y a los tres asesinos. —Felicidades por su nueva libertad —señaló nuevamente a la puerta—. Pero como soy la dueña de esta casa por las próximas tres horas… Fuera. Vayan a buscar a sus amigos, junten el dinero y siéntense hasta que el Maestro vuelva. Ellos obedecieron, Harding sujetando la mano de Tern para evitar que hiciera un gesto obsceno. Cuando el Maestro del Banco se fue, los asesinos hablaron con sus colegas y cada habitante de la casa desapareció, uno tras otro, incluso los sirvientes. No le importaba lo que los vecinos pensaran de eso. Pronto la gigante y hermosa mansión estaba vacía para ella, Aedion y Rowan. En silencio la siguieron mientras caminaba a través de la puerta que llevaba a los niveles inferiores y descendía para ver a su maestro una última vez.

Rowan no sabía qué hacer. Una ola de odio, ira y violencia, eso era en lo que ella se había convertido. Y ninguno de estos asquerosos asesinos estaba sorprendido –ni siquiera pestañearon

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hacia su comportamiento. Por la cara pálida de Aedion, sabía que el general estaba pensando lo mismo, considerando los años que ella había pasado como esa sólida y viciosa criatura. Celaena Sardothien –que es lo que había sido y en lo que se convirtió hoy. Él lo odiaba. Odiaba no poder alcanzarla cuando era esa persona. Odiaba haberla roto la noche anterior, entró en pánico al contacto de sus manos. Ahora ella lo había apartado completamente. Esta persona en la que se había convertido no poseía amabilidad ni alegría. La siguió hacia los calabozos, donde las velas alumbraban un camino a través de la sala donde el cuerpo de su maestro era mantenido. Ella aún se comportaba arrogante, las manos en sus bolsillos, sin importarle si Rowan vivía, respiraba o incluso existía. Falso. Se dijo a sí mismo. Está actuando. Pero ella lo evitaba desde ayer, y hoy lo evitó cuando intentó alcanzarla. Eso había sido real. Ella dio una zancada a través de la puerta abierta hacia la sala en la cual Sam estuvo recostado. Cabello rojo sobresalía bajo la blanca sábana de seda que cubría el cuerpo desnudo en la mesa, y se detuvo frente a él. Luego se giró hacia Rowan y Aedion. Ella los miró, esperando. Esperando a que– Aedion maldijo. —Cambiaste el testamento, ¿cierto? Ella le dio una pequeña y fría sonrisa, sus ojos se oscurecieron. —Dijiste que necesitabas dinero para un ejército, Aedion. Aquí está tu dinero, Todo y cada moneda para Terrasen. Era lo mínimo que Arobynn nos debía. Esa noche que peleé en las minas, estábamos ahí solo porque contacté a los dueños días antes y les dije que enviaran unas señales sutiles a Arobynn sobre invertir. Él mordió el anzuelo, ni siquiera pensó en la gravedad del asunto. Pero quería asegurarme de que devolviera rápidamente el dinero que perdió cuando destrocé las Bóvedas. Así que ni una sola moneda que nos deban se nos será negada. Maldito Infierno ardiente. Aedion negó con su cabeza. —¿Cómo –cómo siquiera pudiste hacerlo? Ella abrió su boca, pero Rowan dijo despacio. —Se infiltró dentro del banco, todas esas veces que se escapaba en medio de la noche. Y usó todas las citas del día con el Maestro del Banco para tener idea de donde están guardadas las cosas —esta mujer, esta reina suya… Una sensación familiar de emoción lo recorrió—. ¿Quemaste los originales? Ella ni siquiera lo miró. —Clarisse sería una mujer muy adinerada, y Tern se habría convertido en el Rey de los Ase-

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sinos. ¿Y sabes que habría obtenido yo? El amuleto de Orynth. Eso fue todo lo que me dejó. —Así es como supiste que realmente lo tenía, y donde lo guardaba —dijo Rowan—. Por leer el testamento. Ella se encogió de hombros otra vez, ignorando el shock y la admiración que Rowan no podía evitar tener el rostro. Ignorándolo a él. Aedion examinó su semblante. —Ni siquiera sé que decir, debiste haberme dicho, así no parecía un idiota allá afuera. —Tu sorpresa necesitaba ser genuina; ni siquiera Lysandra sabía sobre el testamento —una respuesta muy distante, cerrada y fuerte. Rowan quería sacudirla, demandarle que hablara, que lo mirara. Pero no estaba seguro de que haría si ella no lo dejara acercarse, si lo apartara frente a Aedion. Aelin se giró hacia el cuerpo de Arobynn y corrió la sábana de su cara, revelando una herida que se deslizaba a través de su cuello pálido. Lysandra lo había destrozado. La cara de Arobynn había sido arreglada para mostrar una expresión de paz, pero por la sangre que Rowan había visto en su habitación, el hombre había estado más que despierto mientras se ahogaba en su propia sangre. Aelin miró a su antiguo maestro, su cara en blanco excepto por su boca torcida. —Espero que los dioses oscuros encuentren un buen lugar para ti en su reino —dijo ella y un escalofrío recorrió la espalda de Rowan a la caricia de medianoche de su tono. Ella extendió su mano hacia Aedion. —Dame tu espada. Aedion tomó la espada de Orynth y se la entregó. Aelin miró hacia la espada de sus ancestros mientras la tomaba en sus manos. Cuando levantó su cabeza, solo había una fría determinación en esos destacables ojos. Una reina haciendo justicia. Luego levantó la espada de su padre y separó la cabeza de Arobynn de su cuerpo. Rodó hacia un lado con un sonido vulgar, y ella sonrió con malicia al cadáver. —Solo para estar seguros —fue todo lo que dijo.

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Segunda Parte

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Capítulo 48 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Manon golpeó a Asterin en la sala de desayuno la mañana siguiente a su arranque con respecto al aquelarre Yellowlegs. Nadie preguntó por qué; nadie se atrevió. Tres golpes sin defensa. Asterin no hizo mucho más que estremecerse. Cuando Manon hubo terminado, la bruja solo se le quedó mirando, sangre azul saliendo a borbotones de su nariz rota. Ni una sonrisa. Luego Asterin se fue. El resto de las Trece la monitoreaba con cautela. Vesta, ahora la Tercera de Manon, lucía medio inclinada a correr detrás de Asterin, pero una sacudida de la cabeza de Sorrel detuvo a la bruja pelirroja. Manon estuvo desconcentrada todo el día luego de eso. Ella le había dicho a Sorrel que se mantuviera en silencio sobre las Yellowlegs, pero se preguntó si debería decirle a Asterin que hiciera lo mismo. Titubeó, pensando en ello. Tú los dejaste hacer esto. Las palabras dieron vueltas y vueltas en la cabeza de Manon, junto con ese sermoneador pequeño discurso que Elide había hecho la noche anterior. Esperanza. Qué tontería. Las palabras aún seguían bailando cuando Manon entró en la cámara de consejo del Duque veinte minutos más tarde de lo que le habían convocado. —¿Te deleitas en ofenderme con tu tardanza, o eres incapaz de decir la hora? —dijo el duque desde su asiento. Vernon y Kaltain estaban en la mesa, el primero sonriendo satisfecho, la última mirando en blanco hacia el frente. Ninguna señal de fuego sombra. —Soy inmortal —dijo Manon, tomando asiento frente a ellos mientras Sorrel montaba guardia

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por las puertas, Vesta en el pabellón fuera—. El tiempo no significa nada para mí. —Un poco descarado de ti ahora —dijo Vernon—. Me gusta. Manon le dio una mirada fría. —Me perdí el desayuno esta mañana, humano. Si fuera tú, tendría cuidado. El señor solo sonrió. Ella se recostó en su silla. —¿Por qué me convocaste esta vez? —Necesito otro aquelarre. Manon mantuvo su rostro en blanco. —¿Qué hay de las Yellowlegs que ya tienes? —Se están recuperando bien y pronto estarán listas para visitas. Mentiroso. —Un aquelarre Blackbeak esta vez —presionó el duque. —¿Por qué? —Porque quiero uno, y tú me lo darás, y eso es todo lo que necesitas saber. Tú los dejaste hacer esto. Ella podía sentir la mirada de Sorrel en la parte trasera de su cabeza. —No somos mujerzuelas para el uso de ustedes hombres. —Son vasijas sagradas —dijo el duque—. Es un honor ser escogida. —Encuentro que es una cosa muy masculina de asumir. Un destello de dientes amarillentos. —Escoge tu aquelarre más fuerte, y mándalas escaleras abajo. —Eso tomará cierta consideración. —Hazlo rápido, o las escogeré yo mismo. Tú los dejaste hacer esto. —Y mientras tanto —dijo el duque mientras se levantaba de su asiento en un ligero y poderoso movimiento—, prepara a tus Trece. Tengo una misión para ustedes.

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Manon navegó en un viento fuerte y rápido, empujando a Abraxos incluso cuando las nubes se juntaron, incluso cuando una tormenta se desató alrededor de las Trece. Fuera. Ella tenía que salir, tenía que recordar la mordida del viento en su rostro, lo que la desenfrenada velocidad e ilimitada fuerza eran. Incluso si el ímpetu de eso estaba de alguna manera disminuido por el jinete que tenía frente a ella, su frágil cuerpo abrigado contra los elementos. Truenos rompieron el aire tan cerca que Manon puso saborear el sabor del éter, y Abraxos viró, zambulléndose en la lluvia y nubes y viento. Kaltain no hizo mucho más que estremecerse. Gritos surgieron de los hombres montando con el resto de las Trece. Truenos resonaron, y el mundo quedó entumecido con el sonido. Incluso el rugido de Abraxos fue sofocado en sus embotadas orejas. La cubierta perfecta para su emboscada. Tú los dejaste hacer esto. La lluvia empapando sus guantes se volvió cálida y pegajosa sangre. Abraxos agarró una corriente ascendente y subió tan rápido que el estómago de Manon se hundió. Sostuvo a Kaltain fuertemente, incluso aunque la mujer estaba asegurada. Ni una reacción de su parte. El Duque Perrington, montando junto a Sorrel, era una nube de oscuridad en la visión periférica de Manon mientras se cernían a través de los cañones de los Colmillos Blancos, los cuales habían trazado tan cuidadosamente las pasadas semanas. Las tribus salvajes no tendrían ni idea de lo que se cernía sobre ellos hasta que fuera demasiado tarde. Ella sabía que no había forma de huir de esto –no había forma de evitarlo. Manon siguió volando a través del corazón de la tormenta.

Cuando llegaron a la aldea, entremezclada en la nieve y rocas, Sorrel arremetió lo suficientemente cerca para que Kaltain escuchara a Perrington. —Las casas. Quémalas todas. Manon miró al duque, luego a su carga. —Deberíamos aterrizar– —Desde aquí —ordenó el duque, y su rostro se volvió grotescamente suave cuando le habló a Kaltain—. Hazlo ahora, mascota. Debajo, una pequeña figura femenina salió de una de las pesadas tiendas. Ella miró hacia

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arriba, gritando. Llamas oscuras –fuego sombra– se la tragaron de pies a cabeza. Su grito fue cargado hasta Manon por el viento. Luego hubo otros, surgiendo mientras el fuego maldito saltaba sobre sus casas, sus caballos. —Todos ellos, Kaltain —dijo el duque por encima del viento—. Mantente circulando, Líder del Ala. La mirada de Sorrel se encontró con la de Manon. Manon rápidamente miró hacia otro lado e hizo a Abraxos retroceder de vuelta por el paso donde la tribu había estado acampando. Había rebeldes entre ellos; Manon lo sabía porque los había rastreado ella misma. Fuego sombra rompió a través del campamento. Las personas caían al suelo, encogiéndose, rogando en lenguas que Manon no podía entender. Algunos se desmayaban del dolor; algunos morían por su causa. Los caballos estaban sacudiéndose y gritando –sonidos tan miserables que incluso la espalda de Manon se puso rígida. Luego, desapareció. Kaltain se hundió en los brazos de Manon, jadeando, dando respiraciones rasposas. —No puede más —dijo Manon al duque. La irritación destelló en su rostro labrado en granito. Él observó a las personas corriendo debajo, tratando de ayudar a aquellos que estaban sollozando o inconscientes –o muertos. Los caballos huían en todas direcciones. —Aterriza, Líder del Ala, y pon un fin a esto. Cualquier otro día, un buen baño de sangre podría haber sido disfrutable. Pero esta orden… Ella había hecho un reconocimiento de esta tribu para él. Tú los dejaste hacer esto. Manon le ladró la orden a Abraxos, pero su descenso fue lento –como dándole tiempo de reconsiderarlo. Kaltain estaba estremeciéndose en los brazos de Manon, casi convulsionando. —¿Qué está mal contigo? —le dijo Manon a la mujer, medio preguntándose si podría montar un accidente que terminaría con el cuello de la mujer estampándose contra las rocas. Kaltain no dijo nada, pero las líneas de su cuerpo estaban apretadas, como congelada a pesar de la piel en la que estaba envuelta. Demasiados ojos –había demasiados ojos sobre ellos como para que pudiera matarla. Y si era tan valiosa para el duque, Manon no tenía dudas de que él tomaría a una –o a todas– de las Trece como retribución. —Apresúrate, Abraxos —dijo, y él recobró el paso con un gruñido. Ignoró la desobediencia, la

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desaprobación, en el sonido. Aterrizaron en un pedazo plano de repisa en la montaña, y Manon dejó a Kaltain al cuidado de Abraxos mientras pisoteaba a través del agua nieve y nieve hacia la aldea en pánico. Las Trece silenciosamente entraron en formación detrás de ella. Manon no las miró; parte de ella no se atrevió a ver qué podría haber en sus rostros. Los aldeanos se detuvieron cuando observaron al grupo parado en la cima de la roca sobresaliendo por encima del hueco donde habían formado su hogar. Manon desenfundó Cuchilla de Viento. Y entonces los gritos comenzaron de nuevo.

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Capítulo 49 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Para media tarde, Aelin había firmado todos los documentos que el Maestro del Banco había traído, abandonando a la Guarida a sus terribles nuevos dueños, y Aedion aún no había envuelto su mente alrededor de todo lo que ella había hecho. Su carruaje los dejó al borde de los barrios bajos, y se mantuvieron en las sombras mientras hacían su camino a casa, silenciosos y sin ser vistos. Aun cuando alcanzaron el almacén, Aelin siguió caminando hacia el río varias cuadras más allá sin mucho que decir. Rowan dio un paso para seguirla, pero Aedion lo cortó. Él debió haber tenido un deseo de muerte, porque Aedion incluso levantó sus cejas solo un poco al Príncipe Hada antes de que se paseara por las calles tras ella. Él había escuchado su pequeña discusión en el tejado la noche anterior gracias a la ventana abierta de su habitación. Incluso ahora, él honestamente no podía decidir si estaba divertido o enfurecido por las palabras de Rowan –No me toques de esa manera– cuando era obvio que el príncipe guerrero se sentía de forma opuesta. Pero Aelin –dioses antiguos, Aelin aún estaba descifrándolo. Ella estaba pisoteando fuerte por la calle con delicioso temperamento cuando dijo: —Si has venido también para darme una reprimenda –oh —suspiró—. Supongo que no puedo convencerte para que des la vuelta. —Ni un chance en el infierno, cariño. Ella rodó los ojos y siguió. Caminaron silenciosamente cuadra tras cuadra hasta que alcanzaron el brillante río café. Un decrépito e inmundo camino de adoquines corría a lo largo del borde del agua. Debajo, abandonados postes desmoronándose eran todo lo que quedaban del antiguo muelle. Miró por encima del agua fangosa, cruzándose de brazos. La luz de la tarde era casi cegadora cuando se reflejaba en la superficie en calma. —Suéltalo —dijo. —Ahora –quien fuiste ahora…no fue una máscara por completo.

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—¿Eso te molesta? Me viste derrotar a los hombres del rey. —Me molesta que las personas que conocimos ahora ni se inmutaron ante esa persona. Me molesta que fuiste esa persona por un tiempo. —¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres que me disculpe por eso? —No –dioses, no. Yo solo… —las palabras estaban saliendo tan mal. —. Tú sabes que cuando fui a esos campos de guerra, cuando me convertí en general… dejé a las líneas difuminarse, también. Pero aún estaba en el Norte, aún en casa, entre nuestra gente. Tú viniste aquí en su lugar, y tuviste que crecer con esos hombres de mierda, y… desearía haber estado aquí. Desearía que Arobynn de alguna manera me hubiera encontrado también, y criado juntos. —Eras mayor. Nunca hubieras dejado a Arobynn que nos llevara. Al momento en que desviara la vista, me hubieras agarrado y huido. Cierto –muy cierto, pero… —La persona que fuiste ahora, y hace algunos años –esa persona no tuvo alegría, o amor. —Dioses, tuve un poco, Aedion. No era un completo monstruo. —Aun así, quería que supieras todo eso. —¿Qué te sientes culpable de que me haya vuelto una asesina mientras tú soportabas los campos de guerra y campos de batalla? —Que no estuve allí. Que tuviste que enfrentar a todas esas personas sola —agregó—. Tú viniste con ese plan completo por ti misma y no confiaste en ninguno de nosotros con él. Tú tomaste esa carga de conseguir ese dinero. Yo podría haber encontrado una forma –dioses, hubiera desposado a cualquier princesa o emperatriz adinerada si me lo hubieras pedido, si hubieran prometido hombres y dinero. —Yo nunca te voy a vender como si fueras una propiedad —soltó—. Y ahora tenemos suficiente como para pagar un ejército, ¿o no? —Sí —y luego algo—. Pero está más allá del punto, Aelin —él tomó una respiración—. El punto es –debería haber estado allí entonces, pero estoy aquí ahora. Estoy sanado. Déjame compartir esa carga. Ella inclinó su cabeza hacia atrás, saboreando la brisa proveniente del río. —¿Y qué podría pedirte a ti que no pudiera hacer por mí misma? —Ese es el problema. Sí, puedes hacer la mayoría de cosas por tu cuenta. Eso no significa que tengas que hacerlo. —¿Por qué debería arriesgar tu vida? —las palabras salieron cortadas. Ah. Ah.

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—Porque aún soy más reemplazable que tú. —No para mí —las palabras fueron apenas más que un susurro. Aedion puso una mano en su espalda, su propia réplica quedó atrapada en su garganta. Incluso con el mundo yendo al infierno a su alrededor, solo escucharla decir eso, estar aquí parado a su lado –era un sueño. Ella permaneció en silencio, así que se dominó a sí mismo lo suficiente para decir: —¿Qué, exactamente, vamos a hacer ahora? Lo miró. —Voy a liberar la magia, derrotar al rey, y matar a Dorian. El orden de los últimos dos elementos en esa lista podría cambiar, dependiendo de cómo salga todo. Su corazón se detuvo. —¿Qué? —¿Hay algo que no haya quedado claro? Todo. Cada maldita parte. Él no tenía dudas de que ella lo haría –incluso la parte de matar a su amigo. Si Aedion objetaba, ella solo le mentiría y engañaría y haría algún embuste. —¿Qué y cuándo y cómo? —preguntó. —Rowan está trabajando en la primera parte de eso. —Eso suena mucho como ’Tengo más secretos que voy a decirte cuando sea que tenga ganas como para detener a tu muerto corazón en tu pecho’. Pero su respuesta sonriente le dijo que no llegaría a ningún lugar con ella. Él no pudo decidir si encantaba o lo decepcionaba.

Rowan estaba medio despierto en la cama para cuando Aelin regresó, horas más tarde, murmurando las buenas noches a Aedion antes de deslizarse hacia su propio cuarto. Ella no hizo mucho más que mirar en su dirección mientras comenzó a desenganchar sus armas y apilarlas en la mesa cerca de la chimenea. Eficiente, rápida, silenciosa. Ni un sonido salió de ella. —Me fui de cacería por Lorcan —dijo él—. Rastreé su esencia alrededor de la ciudad, pero no le vi. —¿Está muerto entonces? —otra daga resonó en la mesa.

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—El aroma era fresco. A menos de que muriera hace una hora, está aún muy vivo. —Bien —dijo ella simplemente mientras caminaba hacia el closet abierto para cambiarse. O solo para evitar mirarle más. Salió momentos más tarde en uno de esos delgados camisones pequeños, y todos sus pensamientos salieron de su maldita cabeza. Bueno, aparentemente había estado mortificado por su temprano encuentro –pero no lo suficiente como para usar algo más maduro para la cama. La seda rosada se adhería a su cintura y se deslizaba sobre sus caderas mientras se acercaba a la cama, revelando la gloriosa longitud de sus piernas desnudas, aún delgadas y bronceadas por todo el tiempo que habían pasado en el exterior esta primavera. Una tira de pálido encaje amarillo adornaba la baja línea del cuello, y él trató –los dioses lo maldijeran, honestamente trató– de no mirar la suave curva de sus pechos cuando se inclinó para subirse a la cama. Él supuso que cualquier rastro de auto-conciencia fue desollado de ella bajo los látigos de Endovier. Incluso aunque él hubo tatuado sobre los bultos de las cicatrices en su espalda, las crestas permanecían. Las pesadillas, también –cuando ella aún se sobresaltaba despierta y encendía una vela para alejar a la oscuridad en que ellos la habían sumergido, la memoria de los pozos sin luz que habían usado como castigo. Su Corazón de Fuego, encerrada en la oscuridad. Él les debía a los capataces de Endovier una visita. Aelin podría tener una inclinación a castigar a cualquiera que lo hiriera, pero ella no parecía darse cuenta de que él –y Aedion, también– podrían también tener puntos a resolver a su favor. Y como un inmortal, él tenía infinita paciencia en lo que a esos monstruos concernía. La esencia de ella lo golpeó cuando se desató el cabello y se situó en la pila de almohadas. Su esencia siempre le había encendido, siempre había sido una llamada y un desafío. Le había sacudido tan a fondo luego de siglos encerrado en hielo que él la había odiado al principio. Y ahora…ahora esa esencia lo volvía loco. Ambos eran malditamente afortunados de que actualmente no pudiera cambiar a su forma Hada y oler lo que estaba golpeteando a través de su sangre. Había sido ya suficientemente duro esconderlo de ella hasta ahora. Las miradas conocedoras de Aedion le habían dicho lo suficiente sobre lo que su primo había detectado. Él la había visto desnuda antes –unas pocas veces. Y dioses, sí había habido momentos en que lo hubo considerado, pero se había dominado a sí mismo. Había aprendido a mantener esos pensamientos inútiles con una correa muy, muy corta. Como esa vez cuando ella había gemido por la brisa que él le había mandado en su camino a Beltane –el arco de su cuello, la separación de esa boca suya, el sonido que salió de ella– Ahora ella yacía de lado, su espalda hacia él. —Sobre lo de anoche —dijo a través de sus dientes.

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—Está bien. Fue un error. Mírame. Date la vuelta y mírame. Pero ella permaneció de espaldas a él, la luz de luna acariciando la seda abultada sobre la concavidad de su cintura, la inclinación de sus caderas. Su sangre se calentó. —No pretendía –abofetearte —intentó él. —Sé que no lo hiciste —haló de la manta como si pudiera sentir el peso de su mirada reposando en ese suave y tentador lugar entre su cuello y hombros –uno de los pocos lugares de su cuerpo que no estaba marcado con cicatrices o tinta—. Ni siquiera sé lo que pasó, pero estos han sido unos extraños pocos días, así que atribuyámoselo a eso, ¿está bien? Necesito dormir. Él se debatió en decirle que no estaba bien, pero dijo: —Bien. Momentos más tarde, ella estaba en efecto dormida. Él se acostó sobre su espalda y miró hacia el techo, poniendo una mano debajo de su cabeza. Necesitaba solucionar esto –necesitaba que ella tan solo lo mirara de nuevo, así podría tratar de explicarle que no había estado preparado. Tenerla a ella tocando el tatuaje que cuenta la historia de lo que había hecho y cómo había perdido a Lyria… no había estado preparado para lo que sintió en ese momento. El deseo no fue lo que lo sacudió en absoluto. Era solo que… Aelin lo había estado enloqueciendo estas pocas semanas pasadas, y aun así no había considerado como sería tenerla mirándolo con interés. No era de ninguna manera como había sido con todas las amantes que había tomado en el pasado: incluso cuando las había atendido, no se había preocupado realmente. Estar con ellas nunca lo había hecho pensar en ese mercado de flores. Nunca le hicieron recordar que él estaba vivo y tocando a otra mujer mientras Lyria –Lyria estaba muerta. Masacrada. Y Aelin… si seguía por ese camino, y si algo le sucediera… Su pecho se contrajo ante el pensamiento. Así que necesitaba solucionarlo –necesitaba ordenarse a sí mismo, también, sin importar lo que él quería de ella. Incluso si era una agonía. —Esta peluca es horrible —siseó Lysandra, palmeando su cabeza mientras ella y Aelin codeaban su camino en la concurrida panadería junto a un tramo más agradable de los muelle—. No deja de picar. —Silencio —siseó Aelin de vuelta—. Solo tendrás que usarla por unos pocos minutos más, no por toda tu maldita vida.

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Lysandra abrió su boca para quejarse un poco más, pero dos caballeros se aproximaron, con cajas de mercadería horneada, y les dieron asentimientos apreciativos. Tanto Lysandra como Aelin se habían vestido con sus más finos vestidos con volantes, no más que dos adineradas mujeres en un paseo vespertino por la ciudad, cada una vigilada por dos guardaespaldas. Rowan, Aedion, Nesryn y Chaol estaban apoyados contra los postes de madera del muelle afuera, discretamente vigilándolas a través de la gran ventana de cristal de la tienda. Estaban vestidos y encapuchados de negro, usando dos escudos de armas separadas –ambas falsas, adquiridas del alijo de Lysandra para cuando se reunía con clientes reservados. —Esa —dijo Aelin en un susurro mientras empujaban a través de la multitud esperando almorzar, fijando su atención en la mujer más hostigada detrás del mostrador. La mejor hora para venir aquí, había dicho Nesryn, era cuando los trabajadores estaban demasiado ocupados como para fijarse de verdad en su clientela y quisieran que se fueran tan rápido como fuera posible. Unos pocos caballeros se apartaron para dejarles pasar, y Lysandra murmuró su agradecimiento. Aelin atrapó la atención de la mujer detrás del mostrador. —¿Qué puedo ofrecerle, señorita? —educada, pero ya evaluando a los clientes agrupándose detrás de Lysandra. —Quiero hablar con Nelly —dijo Aelin—. Ella iba a hacerme una tarta de zarzamoras. La mujer estrechó los ojos. Aelin relampagueó una sonrisa triunfal. La mujer suspiró y se apresuró a través de la puerta de madera, dejando entrever un vistazo al caos de la panadería detrás. Un momento más tarde regresó, dándole a Aelin una mirada de Ella saldrá en un minuto y yendo directo hacia otro cliente. Bien. Aelin se recostó contra una de las paredes y se cruzó de brazos. Luego los bajó. Una dama no holgazaneaba. —¿Entonces Clarisse no tiene idea? —dijo Aelin en un susurro, mirando hacia la puerta de la panadería. —Ninguna —dijo Lysandra—. Y cualquier lágrima que derramó fue por sus propias pérdidas. Deberías de haberla visto furiosa cuando subimos al carruaje con esas pocas monedas. ¿No estás asustada de tener un objetivo en tu espalda? —He tenido un objetivo en mi espalda desde el día en que nací —dijo Aelin—. Pero me habré ido pronto, y de todas maneras, nunca volveré a ser Celaena. Lysandra dejó salir un pequeño tarareo. —Sabes que podría haber hecho esto por ti por mi cuenta. —Sí, pero dos damas haciendo preguntas son menos sospechosas que una —Lysandra le dio

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una mirada de complicidad. Aelin suspiró—. Es difícil —admitió—. Dejar ir el control. —No lo sabría. —Bueno, estás cerca de saldar tus deudas, ¿no es así? Serás libre pronto. Un casual encogimiento de hombros. —No exactamente. Clarisse aumentó todas nuestras deudas desde que fue excluida del testamento de Arobynn. Parece que hizo unas compras por adelantado y ahora debe pagar por ellas. Dioses –ella ni siquiera había considerado eso. Ni siquiera había pensado sobre lo que podría significar para Lysandra y las otras chicas. —Lo siento por cualquier carga extra que te haya causado. —Haber visto la mirada en la cara de Clarisse cuando el testamento fue leído, por ello con gusto soportaré otros pocos años de esto. Una mentira, y ambas lo sabían. —Lo siento —dijo Aelin de nuevo. Y porque era todo lo que ella podía ofrecer, agregó—. Evangeline lucía feliz y bien tan solo ahora. Podría ver si hay alguna forma de llevarla cuando nos vayamos– —¿Y arrastrar a una pequeña de once años a través de reinos y hacia una posible guerra? No lo creo. Evangeline permanecerá conmigo. No necesitas hacerme promesas. —¿Cómo te sientes? —preguntó Aelin—. Después de la otra noche. Lysandra miró a tres mujeres jóvenes soltar risitas entre sí al pasar a un guapo joven. —Bien. En realidad no puedo creer que me haya salido con la mía, pero… Ambas lo logramos, supongo. —¿Te arrepientes de haberlo hecho? —No. Me arrepiento… me arrepiento de no haber podido decirle lo que realmente pensaba de él. Me arrepiento de no haberle dicho lo que había hecho contigo –ver la traición y el shock en sus ojos. Lo hice tan rápido, y tuve que ir a por la garganta, y después de que lo hice, solo me di la vuelta y escuché –hasta que estuvo hecho, pero… —sus ojos verdes estaban ensombrecidos—. ¿Desearías haber sido tú la que lo hiciera? —No. Y eso fue todo. Ella miró hacia el vestido azafrán y esmeralda de su amiga. —Ese vestido te favorece —apuntó su barbilla hacia el escote de Lysandra—, Y hace maravi-

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llas para ellas, también. Los pobres hombres aquí no pueden dejar de mirar. —Créeme, tenerlas grandes no es una bendición. Mi espalda duele todo el tiempo —Lysandra frunció el ceño hacia sus pechos—. Tan pronto como recupere mis poderes, estas cosas serán las primeras en irse. Aelin contuvo una risita. Lysandra recuperaría sus poderes –una vez que la torre del reloj desapareciera. Trató de no dejar que el pensamiento penetrara. —¿De verdad? —Si no fuera por Evangeline, pienso que solo me convertiría en algo con garras y colmillos y viviría en lo inhóspito para siempre. —¿No más lujos para ti? Lysandra quitó unos cuantos hilos de la manga de Aelin. —Por supuesto que me gusta el lujo –¿piensas que no me gustan estos vestidos y joyas? Pero al final… son reemplazables. He llegado a valorar más a las personas en mi vida. —Evangeline es afortunada de tenerte. —No solo estaba hablando de ella —dijo Lysandra, y mordió su carnoso labio—. Tú –estoy agradecida por ti. Aelin podría haber dicho algo de vuelta, algo que transmitiera adecuadamente el destello de calidez en su corazón, si una mujer castaña no hubiera salido por la puerta de la cocina. Nelly. Aelin se separó de la pared y se movió hacia el mostrador, Lysandra detrás. Nelly dijo: —¿Ustedes vinieron a verme por una tarta? Lysandra sonrió hermosamente, inclinándose más cerca. —Nuestro proveedor de tartas, parece, desapareció con el Mercado de las Sombras —habló tan bajo que incluso Aelin apenas pudo escuchar—. Según los rumores, tú sabes dónde está. Los ojos azules de Nelly se cerraron. —No sé nada sobre eso. Aelin delicadamente puso su bolso sobre el mostrador, acercándose de forma que los otros clientes y trabajadores no pudieran ver mientras lo deslizaba hacia Nelly, asegurándose de que las monedas tintinearan. Monedas pesadas. —Estamos muy, muy hambrientas de… tarta —dijo Aelin, dejando salir un poco de desesperación—. Solo dinos adónde fue. —Nadie ha escapado con vida del Mercado de las Sombras. Bien. Justo como Nesryn les había asegurado, Nelly no hablaba tan fácilmente. Sería dema-

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siado sospechoso para Nesryn preguntarle a Nelly acerca del vendedor de opio, ¿pero dos insípidas chicas ricas mimadas? Nadie lo pensaría dos veces. Lysandra puso otra moneda en el mostrador. Una de las otras trabajadoras miró hacia ellas, y la cortesana dijo: —Nos gustaría realizar una orden —la trabajadora se enfocó en su cliente de nuevo, imperturbable. La sonrisa de Lysandra se volvió felina—. Así que dinos donde recogerlo, Nelly. Alguien ladró el nombre de Nelly desde la parte posterior, y Nelly miró entre ellas, suspirando. Se inclinó hacia adelante y susurró: —Se fueron a través de las cloacas. —Escuchamos que había guardias allí, también —dijo Aelin. —No lo suficientemente dentro. Unos pocos fueron a las catacumbas debajo. Aun ocultándose allí. Trae a tus guardias, pero no dejes que usen sus sigilos. No es un lugar para la gente rica. Catacumbas. Aelin nunca había escuchado de catacumbas debajo de las cloacas. Interesante. Nelly se retiró, dando zancadas de vuelta a la panadería. Aelin bajó la mirada hacia el mostrador. Ambas bolsas con dinero habían desaparecido. Ellas salieron de la panadería sin ser notadas y se encontraron con sus cuatro guardaespaldas. —¿Y bien? —murmuró Nesryn—. ¿Estaba en lo cierto? —Tu padre debería despedir a Nelly —dijo Aelin—. Los adictos al opio son pobres empleados molestos. —Hace buen pan —dijo Nesryn, y luego se giró hacia donde Chaol estaba caminando detrás de ellos. —¿Qué aprendiste? —demandó Aedion—. ¿Y te importaría explicar por qué necesitabas saber acerca del Mercado de las Sombras? —Paciencia —dijo Aelin. Se volvió hacia Lysandra—. Sabes, apuesto a que los hombres por aquí detendrían sus gruñidos si te convirtieras en un leopardo fantasma y les gruñeras de vuelta. Las cejas de Lysandra se alzaron. —¿Leopardo fantasma? Aedion maldijo. —Hazme un favor y nunca te conviertas en uno de esos. —¿Qué son esos? —dijo Lysandra. Rowan contuvo una risa y dio un paso más cerca de Aelin.

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Ella trató de ignorarlo. Apenas se habían hablado en toda la mañana. Aedion sacudió su cabeza. —Diablos disfrazados en pelaje. Ellos viven en los Staghorns, y durante el invierno se deslizan hacia abajo para depredar al ganado. Tan grandes como osos, algunos de ellos. Más malos. Y cuando el ganado se acaba, nos depredan a nosotros. Aelin dio palmadas al hombro de Lysandra. —Suena como tu clase de criatura. Aedion continuó: —Son blanco y gris, así que apenas puedes identificarlos contra la nieve y rocas. No puedes realmente decir que están allí hasta que estás viendo justo en sus pálidos ojos verdes… —su sonrisa titubeó cuando Lysandra fijó sus ojos verdes en él e inclinó su cabeza. A pesar de sí misma, Aelin rió. —Dinos por qué estamos aquí —dijo Chaol mientras Aelin saltaba por encima de una viga de madera en el Mercado de las Sombras abandonado. A su lado, Rowan sostenía en alto una antorcha, iluminando las ruinas –y los cuerpos carbonizados. Lysandra había vuelto al burdel, escoltada por Nesryn; Aelin se había cambiado rápidamente a su traje en un callejón, escondiendo su vestido en una caja desechada, rezando para que nadie se lo arrebatara antes de que pudiera regresar. —Solo guarda silencio por un momento —dijo Aelin, trazando los túneles de memoria. Rowan le disparó una mirada, y ella alzó una ceja. ¿Qué? —Has venido aquí antes —dijo Rowan—. Viniste a examinar las ruinas —Por eso es que olías a cenizas también. Aedion dijo: —¿En serio, Aelin? ¿Acaso no duermes nunca? Chaol la estaba mirando ahora también, quizás para evitar mirar a los cuerpos apilados alrededor de los pasillos. —¿Qué estabas haciendo aquí la noche en que interrumpiste mi reunión con Brullo y Ress? Aelin estudió las cenizas de los viejos establos, las manchas de hollín, los aromas. Ella paró frente a una tienda cuyas mercancías no eran más que cenizas y metal retorcido. —Aquí estamos —se estremeció, y dio zancadas hacia el puesto de roca labrada, sus piedras negras por lo quemado. —Aún huele a opio —dijo Rowan, frunciendo el ceño. Aelin barrió su pie sobre las cenizas del suelo, pateando lejos mercancías y escombros. Debía estar en algún lado –ah.

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Barrió más y más, las cenizas manchando sus botas negras y traje. Finalmente una gran y deforme roca apareció debajo de su pie, un hoyo gastado cerca de los bordes. Dijo casualmente: —¿Sabías que además de traficar opio, se rumoraba que este hombre vendía fuego del infierno? Rowan giró la mirada hacia ella. Fuego del infierno –casi imposible de conseguir o hacer, sobre todo porque era muy letal. Solo un barril de eso podría derrumbar la mitad de la pared de retención de un castillo. —Él nunca me hablaría de ello, por supuesto —continuó Aelin—. Sin importar cuantas veces viniera aquí. Afirmaba no tenerla, pero tenía algunos de los ingredientes alrededor de la tienda –todo muy raro– entonces... Debe haber habido un suministro de eso aquí. Tiró de la trampilla de piedra para revelar una escalera descendente en la penumbra. Ninguno de los hombres habló cuando el hedor de las cloacas se desplegó. Se agachó, resbalando en el primer peldaño, y Aedion se tensó, pero él sabiamente no dijo nada acerca de ella yendo primero. Oscuridad con aroma a humo la envolvió mientras bajaba, bajaba y bajaba hasta que sus pies tocaron roca lisa. El aire era seco, a pesar de su proximidad al río. Rowan vino después, dejando caer su antorcha sobre las piedras antiguas para revelar un cavernoso túnel- cuerpos. Varios cuerpos, algunos de ellos no más que montículos oscuros en la distancia, cortados por el Valg. Había menos a la derecha, hacia el Avery. Probablemente habían anticipado una emboscada en la desembocadura del río e ido en sentido contrario –a su perdición. Sin esperar a que Aedion o Chaol bajaran, Aelin comenzó a seguir el túnel, Rowan tan silencioso como una sombra a su lado –mirando, escuchando. Después de que la puerta de piedra hubiera rechinado al ser cerrada por encima, ella dijo en la oscuridad: —Cuando los hombres del rey encendieron fuego a este lugar, si el fuego hubiera alcanzado ese suministro… Rifthold probablemente no estaría aquí ya. Por lo menos no los barrios bajos, y probablemente más. —Por los dioses —murmuró Chaol desde unos pocos pasos atrás. Aelin se detuvo ante lo que parecía una ordinaria rejilla en el piso de alcantarillado. Pero nada de agua corría debajo, y sólo aire polvoriento flotó a su encuentro. —Así es como estás planeando hacer estallar la torre del reloj –con fuego del infierno —dijo Rowan, en cuclillas a su lado. Él hizo ademán de agarrar su codo mientras ella alcanzaba la reja, pero se deslizó fuera de su alcance—. Aelin –lo he visto ser usado, lo he visto destruir ciudades. Literalmente puede derretir a las personas. —Bien. Así sabemos que funciona, entonces.

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Aedion resopló, mirando hacia abajo en la oscuridad más allá de las rejillas. —¿Y qué? ¿Crees que guardó su suministro ahí abajo? —si tenía una opinión profesional sobre el fuego del infierno, se la guardó para sí mismo. —Estas alcantarillas eran demasiado públicas, pero tenía que mantenerlo cerca del mercado —dijo Aelin, tirando en la rejilla. Cedió un poco, y el olor de Rowan la acarició cuando se inclinó para ayudarla a sacarla fuera de la abertura. —Huele como a huesos y polvo allí abajo —dijo Rowan. Su boca se torció hacia un lado—. Pero tú ya sospechabas eso. Chaol dijo desde unos pocos pies por detrás: —Eso es lo que querías saber de Nelly –donde se escondía él. Así él te la puede vender. Aelin encendió un poco de madera de la antorcha de Rowan. Cuidadosamente lo suspendió justo debajo del borde del agujero delante de ella, la llama iluminando una caída de cerca de diez pies, con adoquines debajo Un viento empujó desde atrás, hacia el agujero. Dentro de él. Dejó a un lado la llama y se sentó en el borde del agujero, sus piernas balanceándose en la penumbra debajo. —Lo que Nelly todavía no sabe es que el traficante de opio fue en realidad capturado hace dos días. Muerto a la vista por los hombres del rey. Sabes, creo que Arobynn veces no tenía ni idea de si él realmente quería ayudarme o no —había sido su mención casual durante la cena lo que la había puesto a pensar, a planificar. Rowan murmuró: —Así que su suministro en las catacumbas está ahora sin vigilancia. Ella se asomó a la oscuridad de abajo. —El que lo encuentra se lo queda —dijo, y saltó.

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Capítulo 50 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes —¿Cómo hicieron esos maleantes para mantener este lugar en secreto? —dijo Aelin en voz baja mientras se giraba hacia Chaol. Los cuatro de ellos estaban en la parte superior de una pequeña escalera, el espacio cavernoso más allá de ellos iluminado por de dorado parpadeante gracias a las antorchas que Rowan y Aedion sostenían. Chaol estaba sacudiendo su cabeza, inspeccionando el espacio. Ni una señal de carroñeros, gracias a los dioses. —Según la leyenda, el Mercado de las Sombras fue construido sobre los huesos del dios de la verdad. —Bueno, acertaron en la parte de los huesos. En cada pared, cráneos y huesos estaban artísticamente dispuestos –y cada pared, incluso el techo, había sido formado con ellos. Incluso el suelo al pie de la escalera se extendía con huesos variados en forma y tamaño. —Estas no son catacumbas ordinarias —dijo Rowan, bajando su antorcha—. Este era un templo. En efecto, altares, bancas, e incluso un oscuro estanque reflexivo yacían en el masivo espacio. Aunque incluso más se expandía en la distancia en las sombras. —Hay escritura en los huesos —dijo Aedion, bajando las gradas a zancadas hacia el suelo de huesos. Aelin hizo una mueca. —Cuidado —dijo Rowan cuando Aedion fue a la pared más cercana. Su primo levantó una mano en un despido perezoso. —Están en todos los idiomas –todos con diferente caligrafía —Aedion se maravilló, sosteniendo su antorcha en alto mientras se movía a lo largo de la pared—. Escucha a este de aquí: ‘Yo soy un mentiroso. Yo soy un ladrón. Tomé al marido de mi hermana y me reí mientras lo hice’

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—una pausa. Él leyó otra silenciosamente—. Nada de lo escrito... no creo que estas fueran buenas personas. Aelin escaneó el templo de huesos. —Debemos ser rápido —dijo—. Malditamente rápidos. Aedion, toma esa pared; Chaol, el centro; Rowan, la derecha. Yo tomaré la parte de atrás. Cuidado de donde ondean el fuego —Dioses que le ayuden si inconscientemente colocaran una antorcha cerca del fuego del infierno. Ella bajó una grada, y luego otra. Finalmente la última, hacia el suelo de huesos. Un estremecimiento se arrastró a través de ella, y miró a Rowan por instinto. Su rostro tenso le dijo todo lo que necesitaba saber. Pero aun así, dijo: —Este es un mal lugar. Chaol pasó junto a ellos, su espada desenvainada. —Entonces vamos a encontrar este suministro de fuego del infierno y salir de aquí. Correcto. A su alrededor, los ojos vacíos de los cráneos en las paredes, en las estructuras, los pilares en el centro de la habitación, parecían mirarlos. —Parece que este dios de la verdad —dijo Aedion dijo desde su pared— fue más de un Devorador de Pecados que otra cosa. Deberías leer algunas de las cosas que la gente escribió –las cosas horribles que hicieron. Creo que este era un lugar para que pudieran ser enterrados, y para confesarse en los huesos de otros pecadores. —No es sorpresa que nadie quisiera venir aquí —murmuró Aelin mientras se dirigía hacia la oscuridad.

El templo seguía y seguía, y encontraron suministros –pero ningún susurro de carroñeros u otros residentes. Drogas, dinero, joyas, todos escondidos dentro de cráneos y entre algunas de las criptas de huesos en el suelo. Pero nada de fuego del infierno. Sus pasos cautelosos en el piso de huesos fueron los únicos sonidos. Aelin se movió más y más en la penumbra. Rowan pronto acabó con su lateral del templo y se unió a ella en la parte posterior, explorando los nichos y pequeños pasillos que se bifurcaban en la oscuridad inactiva. —El lenguaje —le dijo Aelin—. Se vuelve más y más antiguo entre más retrocedemos. La forma en que deletrean las palabras, me refiero. Rowan se torció hacia ella desde donde había estado abriendo cuidadosamente un sarcófago.

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Dudaba que un hombre ordinario fuera capaz de mover la sólida tapa de piedra. —Algunos de ellos incluso dataron sus confesiones. Justo acabo de ver uno de hace setecientos años. —Te hace parecer joven, ¿no es así? Él le dio una sonrisa irónica. Rápidamente, ella miró hacia otro lado. Tragó fuerte, mirando fijamente un hueso tallado cerca de su cabeza. Yo maté a un hombre por deporte cuando tenía veinte años y nunca dije a nadie donde lo enterré. Guardé su hueso del dedo en un cajón. Fechado hace novecientos años. Novecientos– Aelin estudió la oscuridad más allá. Si el Mercado de las Sombras se remontaba a Gavin, entonces este lugar tenía que haber sido construido antes –o alrededor de la misma época. El dios de la verdad... Tiró de Damaris de su lugar en su espalda, y Rowan se tensó. —¿Qué sucede? Examinó la impecable hoja. —La Espada de la Verdad. Así es como ellos llamaban a Damaris. La leyenda decía que el portador –Gavin– podía ver la verdad cuando la esgrimía. —¿Y? —Mala bendijo a Brannon, y ella bendijo Goldryn —miró en la penumbra—. ¿Y si hubiera un dios de la verdad –un Devorador de Pecados? ¿Y si él bendijo a Gavin, y esta espada? Rowan ahora miraba hacia la antigua oscuridad. —¿Crees que Gavin utilizó este templo? Aelin ponderó la poderosa espada en sus manos. —¿Qué pecados confesaste, Gavin? —susurró en la oscuridad.

Más profundo se adentraron en los túneles, tan lejos que cuando el grito triunfal de Aedion de: —¡Lo encontré! —alcanzó a Aelin y Rowan, apenas pudiendo escucharlo. Y casi no les importó.

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No cuando ella paró frente a la pared trasera –la pared detrás del altar que no tenía ninguna duda que había sido el templo original. Aquí los huesos se estaban casi desmoronando por la edad, la escritura casi imposible de leer. La pared detrás del altar era de piedra pura –mármol blanco– y tallada con Marcas del Wyrd. Y en el centro había una representación gigante del Ojo de Elena. Frío. Hacía tanto frío aquí que la respiración se nubló en frente de ellos, mezclándose. —Quienquiera que fuera este dios de la verdad —murmuró Rowan, como si tratara de no ser escuchado por los muertos—, no era una especie de deidad benevolente. No; con un templo construido a partir de los huesos de asesinos y ladrones y peor, ella dudaba de este dios hubiera sido uno de los favoritos. No es de extrañar que hubiera sido olvidado. Aelin se acercó a la piedra. Damaris se volvió helada en su mano –tan frígida que sus dedos se extendieron, y dejó caer la espada en el suelo del altar y retrocedió. Su sonido metálico contra los huesos fue como un trueno. Rowan estaba a su lado al instante, sus espadas fuera. La pared de piedra delante de ellos crujió. Ésta comenzó a cambiar, los símbolos girando, alterándose a sí mismos. Desde el parpadeo de su memoria oyó las palabras: Es sólo con el Ojo que puede verse correctamente. —Honestamente —dijo Aelin una vez que la pared paró de reorganizarse a sí misma a partir de la proximidad de la espada. Una nueva matriz intrincada de Marcas del Wyrd se había formado—. No sé por qué estas coincidencias siguen sorprendiéndome. —¿Puedes leerlas? —preguntó Rowan. Aedion gritó sus nombres, y Rowan gritó en respuesta, diciéndoles a los dos que vinieran. Aelin miró los tallados. —Podría tomarme algo de tiempo. —Hazlo. No creo que haya sido casualidad que encontrásemos este lugar. Aelin se sacudió los estremecimientos. No –nada era casualidad. No cuando se trataba de Elena y las Marcas del Wyrd. Así que soltó un suspiro y comenzó. —Se... se trata de Elena y Gavin —dijo ella—. El primer panel de aquí —señaló un tramo de símbolos—, los describe como el primer rey y reina de Adarlan, la forma en que se unieron. Entonces... entonces da otro salto. A la guerra. Pasos sonaron y luz parpadeó cuando Aedion y Chaol los alcanzaron. Chaol silbó

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—Tengo un mal presentimiento sobre esto —dijo Aedion. Él frunció el ceño ante la representación gigante del Ojo, y luego al que estaba alrededor del cuello de Aelin. —Ponte cómodo —dijo ella. Aelin leyó unas pocas líneas más, descifrando y decodificando. Tan difíciles –las Marcas del Wyrd eran tan condenadamente difíciles de leer. —Describe las guerras demoníacas con los Valg que habían quedado aquí después de la Primera Guerra. Y… —leyó la línea de nuevo—. Y los Valg esta vez fueron guiados... —su sangre se heló—. Por uno de los tres reyes –el rey que quedó atrapado aquí después de que se selló la puerta. Dice que para considerar a un rey –para considerar a un rey Valg se tenía que mirar en la… —sacudió su cabeza—. ¿Locura? ¿Desesperación? No conozco ese símbolo. Él podía tomar cualquier forma, pero se aparecía ante ellos como un hombre atractivo con ojos dorados. Los ojos de los Reyes Valg. Examinó el siguiente panel. —Ellos no sabían su verdadero nombre, así que le llamaron Erawan, el Rey Oscuro. Aedion dijo: —Entonces Elena y Gavin le enfrentaron, su collar mágico salvó sus traseros, y Elena lo llamó por su verdadero nombre, distrayéndolo lo suficiente para que Gavin lo asesinara. —Sí, sí —dijo Aelin, agitando una mano—. Pero –no. —¿No? —dijo Chaol. Aelin leyó más, y el corazón le dio un vuelco. —¿Qué es? —exigió Rowan, como si sus oídos Hada hubieran detectado el tartamudeo de su corazón. Tragó saliva, deslizando un dedo tembloroso bajo una línea de símbolos. —Esta... esta es la confesión de Gavin. De su lecho de muerte. Ninguno de ellos habló. Su voz tembló cuando dijo: —No lo mataron. Erawan no podía ser asesinado, o su cuerpo destruido, por la espada, o el fuego, o el agua, o el poder. El ojo... —Aelin llevó su mano hacia el collar; el metal estaba caliente—. El ojo le contuvo. Sólo por un corto tiempo. No –no lo contuvo. Pero... ¿lo puso a dormir? —Tengo un muy, muy mal presentimiento sobre esto —dijo Aedion. —Así que le construyeron un sarcófago hecho de hierro y de una especie de piedra indestructible. Y lo pusieron en una tumba sellada bajo una montaña –una cripta tan oscura... tan

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oscura que allí no había aire, ni luz. Sobre el laberinto de puertas —leyó— pusieron símbolos, inquebrantables para cualquier ladrón o llave o fuerza. —Estás diciendo que ellos nunca mataron a Erawan —dijo Chaol. Gavin había sido héroe de la infancia de Dorian, recordó. Y la historia había sido una mentira. Elena le había mentido a ella– —¿Adónde lo enterraron? —preguntó Rowan suavemente. —Lo enterraron... las manos le temblaban tanto que las bajó a los costados—. Lo enterraron en las Montañas Negras, y construyeron una fortaleza en lo alto de la tumba, para que la familia noble que moraba encima pudiera siempre custodiarlo. —No hay Montañas Negras en Adarlan —dijo Chaol. La boca de Aelin se secó. —Rowan —dijo en voz baja—. ¿Cómo se dice ‹Montañas Negras› en el Antiguo Idioma? Una pausa, y luego una respiración fue soltada. —Morath —dijo Rowan. Ella se volvió hacia ellos, con los ojos muy abiertos. Por un momento, todos solo se miraron entre sí. —¿Cuáles son las probabilidades —dijo— de que el rey esté enviando sus fuerzas hasta Morath por mera coincidencia? —¿Cuáles son las probabilidades —respondió Aedion— de que nuestro ilustre rey haya adquirido una llave que puede abrir cualquier puerta –incluso una puerta entre mundos– y su segundo al mando resulta que es propietario del mismo lugar donde está enterrado Erawan? —El rey está demente —dijo Chaol—. Si él planea resucitar a Erawan– —¿Quién dice que no lo ha hecho ya? —preguntó Aedion Aelin miró a Rowan. Su rostro estaba sombrío. Si hay un rey Valg en este mundo, tenemos que actuar con rapidez. Obtener esas Llaves del Wyrd y desterrarlos a todos de vuelta a su infierno. Ella asintió. —¿Por qué ahora, sin embargo? Ha tenido las dos Llaves durante al menos una década. ¿Por qué traer al Valg ahora? —Tendría sentido —dijo Chaol—, si él lo está haciendo en previsión al nuevo levantamiento de Erawan. Para tener un ejército listo para que él dirija. La respiración de Aelin era superficial. —El solsticio de verano es en diez días. Si recuperamos la magia en el solsticio, cuando el sol

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es más fuerte, hay una buena probabilidad de que mi poder sea mayor entonces, también —se volvió hacia Aedion—. Dime que has encontrado una gran cantidad de fuego del infierno. Su asentimiento no fue tan tranquilizador como ella había esperado.

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Capítulo 51 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Manon y sus Trece estaban alrededor de una mesa en una habitación en lo profundo de los cuarteles de las brujas. —Saben por qué las he llamado aquí —dijo Manon. Ninguna de ellos respondió; ninguna de ellos se sentó. Apenas habían hablado con ella desde que masacraron a esa tribu en los Colmillos Blancos. Y entonces ahora –más noticias. Más pedidos. —El duque me pidió que escogiera a otro aquelarre para su uso. Un aquelarre Blackbeak. Silencio. —Me gustarían sus sugerencias. Ellas no se encontraron con sus ojos. No pronunciaron ni una palabra. Manon chasqueó sus dientes de hierro. —¿Se atreverían a desafiarme? Sorrel se aclaró la garganta, atrayendo la atención de la mesa. —Nunca a ti, Manon. Pero desafiamos el derecho del gusano humano para utilizar nuestros cuerpos como si fueran suyos. —Su Gran Bruja ha dado órdenes que serán obedecidas. —Lo mismo podrías nombrar a las Trece —dijo Asterin, la única de ellos sosteniendo la mirada de Manon. Su nariz estaba todavía hinchada y amoratada por los golpes—. Porque preferiríamos que fuera nuestro pronto destino en lugar de entregar a nuestras hermanas. —¿Y todas están de acuerdo con esto? ¿Desean criar descendencia demonio hasta que sus cuerpos se rompan? —Somos Blackbeaks —dijo Asterin, con la barbilla alta—. No somos esclavas de nadie, y no seremos utilizadas como tales. Si es el precio por eso es nunca volver a los Wastes6, entonces 6 Los Wastes, o los Residuos, son las tierras que pertenecían a las Brujas Ironteeth pero se les fue arrebatadas por las Brujas Crochan.

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que así sea. Ninguna de las hizo más que estremecerse. Todas se habían reunido –habían discutido esto de antemano. Lo qué decirle a ella. Como si estuviera en necesidad de gestión. —¿Algo más que todas hayan decidido en su pequeña reunión del consejo? —Hay cosas..., Manon —dijo Sorrel—. Cosas que necesitas escuchar. Traición –esto era a lo que los mortales llamaban traición. —Me importa una mierda lo que ustedes tontas atrevidas creen que necesito escuchar. Lo único que necesito escuchar es el sonido de ustedes diciendo Sí, Líder del Ala. Y el nombre de un aquelarre, dioses malditos. —Escoge uno tú misma —espetó Asterin. Las brujas se estremecieron. No es una parte del plan, ¿o sí? Manon acechó alrededor de la mesa directo hasta Asterin, más allá de las otras brujas que no se atrevieron a voltear para mirarla. —Tú no has sido más que un desperdicio desde el momento en que pusiste un pie en esta Fortaleza. No me importa si has volado a mi lado durante un siglo, voy a bajarte como el perro quejoso que– —Hazlo —siseó Asterin—. Destroza mi garganta. Tu abuela estará tan orgullosa de que finalmente lo hiciste. Sorrel estaba a la espalda de Manon. —¿Eso es un desafío? —dijo Manon demasiado bajo. Los ojos negros con motas doradas de Asterin bailaron. —Es un– Pero la puerta se abrió y cerró. Un hombre joven con el pelo de oro ahora se encontraba en la sala, su collar de piedra negro brillante en la luz de las antorchas. Él no tendría que haber conseguido entrar. Había habido brujas por todas partes, y se habían establecido centinelas de otro aquelarre para vigilar los pasillos a fin de que ninguno de los hombres del duque pudiera tomarlas desprevenidas. Como uno, las Trece se volvieron hacia el hombre joven y guapo.

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Y como uno, se estremecieron cuando sonrió, y una ola de oscuridad se estrelló contra ellas. Oscuridad sin fin, oscuridad que incluso los ojos de Manon no podían penetrar, y –y Manon estaba de nuevo de pie ante esa bruja Crochan, una daga en la mano. —Nos compadecemos de ti... por lo que hacen a sus hijas... Ustedes las obligan a matar y herir y odiar hasta que no queda nada dentro de ellos –de ustedes. Es por eso que estás aquí —sollozó la Crochan sollozó…—. Debido a la amenaza que supones para ese monstruo que llamas abuela cuando elegiste la misericordia y salvó la vida de tu rival. Manon sacudió violentamente la cabeza, parpadeando. Luego eso desapareció. Sólo había oscuridad y las Trece, gritando la una a la otra, luchando, y– Un joven de cabellos dorados había estado en esa habitación con las Yellowlegs, Elide había dicho. Manon empezó a rondar por la oscuridad, navegando por la habitación de memoria y olfato. Algunas de sus Trece estaban cerca; algunas se habían apoyado contra las paredes. Y el olor de otro mundo del hombre, del demonio dentro de él– El olor se envolvió totalmente alrededor de ella, y Manon sacó a Cuchilla de Viento. Entonces ahí estaba él, riendo cuando alguien –Ghislaine– comenzó a gritar. Manon nunca había oído ese sonido. Nunca había oído a ninguna de ellos gritan con... con miedo. Y dolor. Manon se precipitó en un carrera ciega y lo derribó al suelo. Sin espada– no quería una espada para esta ejecución. Luz se quebró a su alrededor, y allí estaba su hermoso rostro, y ese collar. —Líder del Ala —sonrió, con una voz que no era de este mundo. Las manos de Manon estaban alrededor de su garganta, apretando, sus uñas rasgando a través de su piel. —¿Fuiste enviado aquí? —preguntó. Sus ojos se encontraron y la vieja malicia en ellos retrocedió. —Aléjate —dijo entre dientes. Manon no hizo tal cosa. —¿Fuiste enviado aquí? —le gritó. El joven se agitó, pero luego Asterin estaba allí, sujetando sus piernas. —Haz que sangre —dijo desde detrás de Manon. La criatura continuó moviéndose violentamente. Y en la oscuridad, algunas de las Trece seguían gritando de dolor y terror.

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—¿Quién te ha enviado? —bramó Manon. Sus ojos cambiaron –volviéndose azules, volviéndose claros. Era la voz de un joven la que dijo: —Mátame. Por favor –por favor mátame. Roland –mi nombre era Roland. Dile a mí– Entonces la negrura se expandió en sus ojos de nuevo, junto con el pánico puro, a lo que sea que él vio en el rostro de Manon, y en Asterin de encima de su hombro. El demonio en el interior del hombre gritó: —¡Aléjate! Había oído y visto suficiente. Manon apretó con más fuerza, sus uñas de hierro triturando a través de la carne mortal y el músculo. Sangre negra apestosa recubrió su mano, y ella excavó con más fuerza contra él, hasta que llegó al hueso y cortó a través de él, y su cabeza golpeó contra el suelo. Manon podría haber jurado que suspiró. La oscuridad se desvaneció, y Manon estaba al instante de pie, sangre goteando de sus manos mientras contemplaba los daños. Ghislaine sollozaba en la esquina, todo el color drenado de su rica piel oscura. Thea y Kaya estaban manchadas con lágrimas y en silencio, las dos amantes abiertas la una a la otra. Y Edda y Briar, sus Sombras, ambas nacidos y criadas en la oscuridad... estaban sobre sus manos y rodillas, vomitando. Justo al lado de las gemelas demonio de ojos verdes, Faline y Fallon. El resto de las Trece resultaron ilesas. Aún ruborizadas con color, alguna jadeando debido a la oleada momentánea de rabia y energía, pero... Bien. ¿Tan sólo algunos de ellos habían sido objetivos? Manon miró Asterin –a Sorrel, y Vesta, y Lin, e Imogen. Luego, a las que habían sido drenadas. Todas ellas se encontraron con su mirada en esta ocasión. Aléjate, el demonio había gritado –como por la sorpresa y el terror. Después de mirarla a los ojos. Las que habían sido afectadas... sus ojos eran los colores ordinarios. Café y azul y verde. Pero las que no los tenían... Ojos negros, salpicados de oro. Y cuando él hubo mirado a los ojos de Manon... Los ojos dorados siempre habían sido muy apreciados entre las Blackbeaks. Ella nunca se había preguntado por qué.

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Pero ahora no era el momento. No con esta sangre apestosa empapando su piel. —Este fue un recordatorio —dijo Manon, su voz rebotando huecamente en las piedras. Se apartó de la habitación. Las dejó entre ellas—. Desháganse de ese cuerpo. Manon esperó hasta que Kaltain estuviera sola, a la deriva por una de las escaleras en espiral olvidadas de Morath, antes de que ella se abalanzara. La mujer no se inmutó cuando Manon la inmovilizó contra la pared, sus uñas de hierro clavándose en los pálidos hombros desnudos de Kaltain. —¿De dónde viene el Fuego Sombra? Ojos vacíos y oscuros se encontraron con los suyos. —De mí. —¿Por qué tú? ¿Qué magia es? ¿Poder Valg? Manon estudió el collar alrededor de la fina garganta de la mujer. Kaltain dio una pequeña sonrisa muerta. —Fue mío para empezar. Luego fue... fusionado con otra fuente. Y ahora es el poder de cada mundo, de cada vida. Disparates. Manon la empujó con más fuerza contra la piedra oscura. —¿Cómo se quita el collar? —No puede quitarse. Manon enseñó los dientes. —¿Y qué quieres de nosotros? ¿Ponernos collares? —Ellos quieren reyes —respiró Kaltain, sus ojos parpadeando con un poco de extraño placer enfermizo—. Reyes poderosos. No a ti. Más tonterías. Manon gruñó –pero luego hubo una delicada mano en su muñeca. Y quemaba. Oh, dioses –quemaba, y sus huesos se estaban derritiendo, sus uñas de hierro se habían convertido en metal fundido, su sangre estaba hirviendo– Manon saltó hacia atrás, lejos de Kaltain, y sólo al agarrar su muñeca supo que las heridas no eran reales. —Voy a matarte —siseó Manon. Pero fuego sombra bailó en los dedos de Kaltain, aun cuando el rostro de la mujer se quedó

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en blanco de nuevo. Sin decir una palabra, como si ella no hubiera hecho nada, Kaltain subió las escaleras y desapareció. Sola en el hueco de la escalera, Manon acunó su brazo, el eco del dolor todavía reverberando a través de sus huesos. Masacrar a esa tribu con Cuchilla de Viento, se dijo, había sido una misericordia.

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Capítulo 52 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Al salir del templo del Devorador de Pecados, Chaol se maravilló de lo extraño que era trabajar con Aelin y su corte. Cuan extraño era no estar peleando con ella por una vez. No debería siquiera haber ido con ellos, dado lo mucho que quedaba por hacer. La mitad de los rebeldes habían dejado Rifthold, más huyendo cada día, y los que se quedaron presionaban para trasladarse a otra ciudad. Los había mantenido en línea tanto como pudo, apoyándose en Nesryn para respaldarlo siempre que sacaban a relucir su propio pasado con el rey. Todavía había gente desapareciendo, siendo ejecutada –aún había personas a quienes rescataban tan a menudo como podían de los bloques de carnicería. Él seguiría haciéndolo hasta que él fuera el último rebelde que quedara en esta ciudad; él se quedaría para ayudarlos, para protegerlos. Pero si lo que habían descubierto sobre Erawan era cierto... Que los dioses les ayuden. De vuelta en las calles de la ciudad, se volvió a tiempo para ver a Rowan ofrecer una mano solidaria para sacar a Aelin de las cloacas. Ella pareció dudar, pero luego la tomó, su mano tragada por la de él. Un equipo, sólido e inquebrantable. El Príncipe Hada la levantó en brazos y la dejó en el suelo. Ninguno de los dos dejó ir de inmediato al otro. Chaol esperó –esperó el retorcijón y toque de los celos, de la bilis punzándole. Pero no hubo nada. Sólo un parpadeo de alivio, tal vez, de que... De que Aelin tenía a Rowan. Él verdaderamente debía de estar sintiendo lástima de sí mismo, decidió. Sonaron pasos, y todos ellos se tensaron, armas desenfundadas, justo cuando– —He estado buscándolos por una hora —dijo Nesryn, apresurándose fuera de las sombras del callejón—. ¿Cuál es–? —se dio cuenta de sus rostros sombríos. Habían dejado el fuego del

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infierno allá abajo, escondido en un sarcófago, por precaución–y para evitar ser fundidos si las cosas van muy mal. Él se sorprendió de que Aelin le hubiera dejado saber tanto –aunque la forma en que pensaba entrar en el castillo, ella no le había dicho. Simplemente dile a Ress y Brullo y los otros que se mantengan lo más lejos posible de la torre del reloj fue su única advertencia hasta ahora. Él casi había exigido saber cuáles eran sus planes para el resto de inocentes en el castillo, pero... Había sido agradable. Tener una tarde sin lucha, sin nadie odiándolo. El sentirse como si fuera parte de su unidad. —Te pondré al día luego —le dijo Chaol a ella. Pero el rostro Nesryn estaba pálido—. ¿Qué es? Aelin, Rowan, y Aedion los acecharon con ese poco natural silencio inmortal. Nesryn cuadró los hombros. —Recibí noticias de Ren. Se metió en algunos problemas de menor importancia en la frontera, pero está bien. Él tiene un mensaje para ti –para nosotros —apartó un mechón de su oscuro cabello. Su mano temblaba ligeramente. Chaol se abrazó a sí mismo, luchando contra el impulso de poner una mano en el brazo de ella. —El rey —continuó Nesryn—, ha estado creando un ejército en Morath, bajo la supervisión del Duque de Perrington. Los guardias Valg alrededor de Rifthold son los primeros de ellos. Más están en camino hacia aquí. Soldados Valg a pie, entonces. Morath, al parecer, podría muy bien ser el primer o el último campo de batalla. Aedion ladeó la cabeza, el Lobo encarnado. —¿Cuántos? —Demasiados —dijo Nesryn—. No hemos recibido un conteo total. Algunos están acampando dentro de montañas a los alrededores del campamento –nunca todos fuera a la vez, nunca en plena vista. Pero es un ejército más grande que cualquiera que él haya reunido antes. Las palmas de Chaol se volvieron resbaladizas por el sudor. —Y más que eso —dijo Nesryn, su voz ronca—, el rey tiene ahora una caballería aérea de Brujas Dientes de Hierro –un ejército de tres mil fuerzas– que ha estado entrenando en secreto en la Brecha Ferian para montar wyverns que el rey ha logrado de alguna manera crear y reproducir. Dioses en el cielo. Aelin levantó la cabeza, mirando a la pared de ladrillo como si pudiera ver allí al ejército aéreo, el movimiento revelando el anillo de cicatrices alrededor de su cuello.

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Dorian –necesitaban a Dorian en el trono. Necesitaban que esto acabara de una vez. —¿Estás segura de esto? —dijo Aedion. Rowan estaba mirando Nesryn, su cara el retrato de un guerrero frío y calculador, y, sin embargo, sin embargo, de alguna manera se había movido más cerca de Aelin. Nesryn dijo firmemente: —Perdimos muchos espías para obtener esa información. Chaol se preguntó cuántos de ellos habían sido sus amigos. Aelin habló, su voz plana y dura. —Sólo para asegurarme de que lo entendí: ahora nos enfrentamos a tres mil brujas Dientes de Hierro sanguinarios con wyverns. Y una gran cantidad de soldados mortales reunidos en el sur de Adarlan, probablemente para cortar cualquier alianza entre Terrasen y de los reinos del sur. Dejando a Terrasen a la deriva. Dilo, Chaol le suplicó a ella en silencio. Di que necesitas a Dorian libre y vivo. Aedion reflexionó: —Melisande podría ser capaz de unirse con nosotros —cubrió a Chaol con una mirada evaluativa –la mirada de un general—. ¿Crees que tu padre sabe acerca de los wyverns y brujas? Anielle es la ciudad más cercana a la Brecha Ferian. Su sangre se heló. ¿Era por eso que su padre había estado tan concentrado en llevarlo a casa? Sintió la siguiente pregunta de Aedion antes de que el general hablara. —No lleva un anillo negro —dijo Chaol—. Pero dudo que encuentres en él a un agradable aliado –si se molestaba en aliarse con ustedes en absoluto. —Considerando las cosas —dijo Rowan—, necesitamos un aliado para perforar a través de las líneas del sur. Dioses, en realidad estaban hablando de esto. Guerra –la guerra se avecinaba. Y era posible que no todos sobrevivieran. —Entonces, ¿qué están esperando? —dijo Aedion, yendo y viniendo—. ¿Por qué no atacar ahora? La voz de Aelin era suave –fría. —A mí. Están esperando a que yo haga mi movimiento. Ninguno de ellos le contradijo. La voz de Chaol fue tensa mientras él hacía a un lado el enjambre de sus pensamientos. —¿Algo más?

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Nesryn metió la mano en su túnica y sacó una carta. Se la entregó a Aedion. —De tu segundo al mando. Todos ellos se preocupan por ti. —Hay una taberna aquí en la manzana. Dame cinco minutos, y tendré una respuesta para ti —dijo Aedion, ya alejándose a zancadas. Nesryn lo siguió, dándole a Chaol un gesto silencioso. El general dijo por encima del hombro a Rowan y Aelin, su pesada capucha ocultando cualquier característica reveladora—. Los veré en casa. Reunión terminada. Pero Aelin dijo de pronto: —Gracias. Nesryn paró, de alguna manera sabiendo que la reina le había hablado a ella. Aelin puso una mano en su corazón. —Por todo lo que estás arriesgando –gracias. Los ojos de Nesryn parpadearon cuando dijo: —Larga vida a la reina. Pero Aelin ya había dado la vuelta. Nesryn se encontró la mirada de Chaol, y la siguió a ella y Aedion. Un ejército indestructible, posiblemente dirigido por Erawan, si el Rey de Adarlan fuera tan demente para resucitarlo. Un ejército que podría aplastar toda resistencia humana. Pero... pero tal vez no si se aliaban con portadores de magia. Es decir, si los portadores de magia, después de todo lo que les habían hecho, incluso querían molestarse en salvar su mundo. —Háblame —dijo Rowan detrás de ella mientras Aelin irrumpía calle tras calle. Ella no podía. No podía formar los pensamientos, dejar solo las palabras. ¿Cuántos espías y rebeldes habían perdido sus vidas para obtener esa información? ¿Y cuán peor se sentiría cuando enviara a las personas a su muerte –cuando ella tuviera que ver a sus soldados ser asesinados por esos monstruos? Si Elena le había tirado un hueso esa noche, de alguna manera llevando a ese traficante de opio al templo del Devorador de Pecados para que pudieran encontrarlo, ella no se sentía particularmente agradecida. —Aelin —dijo Rowan, suficiente silencioso para que solo ella y las ratas callejón lo escucharan. Apenas había sobrevivido a Baba Yellowlegs. ¿Cómo podría alguien sobrevivir a un ejército de

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brujas entrenadas en combate? Él agarró su codo, obligándola a detenerse. —Nos enfrentaremos a esto juntos —él respiró, sus ojos brillando y colmillos reluciendo—. Como hemos hecho en el pasado. Cualquiera sea el fin. Temblaba –temblaba como una maldita cobarde– y tiró para liberarse, alejándose. Ella ni siquiera sabía dónde iba –sólo tenía que caminar, tenía que encontrar una manera de ordenarse a sí misma, ordenar al mundo, antes de que ella dejara de moverse, o de lo contrario nunca se movería de nuevo. Wyverns. Brujas. Un nuevo ejército aún mayor. El callejón presionaba sobre ella, sellando tan firmemente como uno de los inundados túneles de alcantarillado. —Háblame —dijo Rowan otra vez, manteniendo una distancia respetuosa detrás. Ella conocía estas calles. A pocas cuadras abajo, ella encontraría una de las entradas Valg del alcantarillado. Tal vez saltaría para entrar y cortar a algunos de ellos en pedazos. Ver lo que sabían sobre el Rey Oscuro Erawan, y si seguía dormitando bajo esa montaña. Tal vez ella no se molestaría con preguntas en absoluto. Hubo una amplia mano fuerte en su codo, tirando de su espalda contra un sólido cuerpo masculino. Pero el olor no era de Rowan. Y el cuchillo en la garganta, la hoja presionando con tanta fuerza que su piel picó y cortó... —¿Vas a alguna parte, Princesa? —murmuró Lorcan en su oreja. Rowan había pensado que conocía el miedo. Había pensado que podría enfrentar el peligro con la cabeza clara y el hielo en sus venas. Hasta que Lorcan apareció de entre las sombras, tan rápido que Rowan ni siquiera le había olido, y puso el cuchillo contra la garganta de Aelin. —Te mueves —gruñó Lorcan al oído de Aelin—, y te mueres. Hablas, y te mueres. ¿Comprendido? Aelin no dijo nada. Si ella asentía con la cabeza, abriría su garganta con la cuchilla. La sangre brillaba ya, justo por encima de la clavícula, llenando el callejón con su olor. El solo olor mandó a Rowan a caer en una fría calma asesina. —¿Entendido? —dijo Lorcan entre dientes, empujando lo suficiente para que su sangre fluyera un poco más rápido. Aun así, ella no dijo nada, obedeciendo su orden. Lorcan se rio entre dientes—. Bien. Ya me lo imaginaba. El mundo se desaceleró y se extendió alrededor de Rowan con una claridad nítida, revelando

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cada piedra de los edificios y la calle, y los desechos y basura alrededor de ellos. Cualquier cosa que le diera una ventaja, para usar como arma. Si hubiera tenido su magia, ya habría ahogado el aire de los pulmones de Lorcan para ese momento, habría irrumpido a través de los propios escudos oscuros de Lorcan con la mitad de un pensamiento. Si hubiera tenido su magia, habría tendido un escudo alrededor de los suyos desde el principio, por lo que esta emboscada nunca hubiera sucedido Los ojos de Aelin se encontraron con los suyos. Y miedo –era miedo genuino lo que brillaba allí. Sabía que estaba en una posición comprometida. Los dos sabían que no importa lo rápido que él fuera, que ella era, el cuchillo de Lorcan sería más rápido. Lorcan sonrió a Rowan, su capucha oscura fuera por una vez. Sin duda, para que Rowan pudiera ver cada pedacito de triunfo en los ojos negros de Lorcan. —¿Sin palabras, Príncipe? —¿Por qué? —fue todo Rowan pudo preguntar. Cada acción, cada plan posible todavía lo dejaba demasiado lejos. Se preguntó si Lorcan comprendía que si la mataba, él mismo haría de Lorcan el próximo. Entonces Maeve. Y tal vez el mundo, por despecho. Lorcan estiró la cabeza para mirar a la cara de Aelin. Sus ojos se estrecharon hasta ser rendijas. —¿Dónde está la Llave del Wyrd? Aelin se tensó, y Rowan deseó que no hablara, que no se burlase de Lorcan. —Nosotros no la tenemos —dijo Rowan. Ira –interminable ira desastrosa– golpeó a través de él. Exactamente lo que quería Lorcan. Exactamente cómo Rowan había presenciado al guerrero semi-Hada manipular a sus enemigos durante siglos. Así que Rowan bloqueó rabia. Trató de hacerlo, por lo menos. —Yo podría romper este cuello tuyo tan fácilmente —dijo Lorcan, rozando su nariz contra el costado de su garganta. Aelin se puso rígida. La sola posesividad de ese toque lo medio cegó con ira salvaje. Fue todo un esfuerzo reprimirse de nuevo cuando Lorcan murmuró contra su piel—. Eres mucho mejor cuando no abre esa horrible boca. —No tenemos la llave —dijo Rowan nuevo. Masacraría a Lorcan de la forma en que sólo los inmortales conocían y gustaban para matar: poco a poco, con crueldad, con creatividad. El sufrimiento de Lorcan sería absoluto. —¿Qué pasaría si te dijera que estamos trabajando para el mismo lado? —dijo Lorcan. —Yo diría que Maeve trabaja para un solo lado: el suyo.

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—Maeve no me envió aquí. Rowan casi podía oír las palabras que Aelin estaba luchando para contener. Mentiroso. Mentiroso pedazo de mierda. —Entonces, ¿quién lo hizo? —exigió Rowan. —Me fui. —Si estamos en el mismo lado, entonces baja el cuchillo —gruñó Rowan. Lorcan se rió entre dientes. —No quiero escuchar los ladridos de la princesa. Lo que tengo que decir se aplica a los dos —Rowan esperó, tomando cada segundo para evaluar y reevaluar sus alrededores, las probabilidades. Por fin, Lorcan aflojó la hoja ligeramente. La sangre se deslizó por el cuello de Aelin, en su traje—. Ustedes han cometido el error de su corta y patética vida mortal al darle a Maeve ese anillo. A través de la calma letal, Rowan sintió la sangre drenándose de su rostro. —Ustedes deberían haberlo sabido mejor —dijo Lorcan, todavía agarrando Aelin alrededor de la cintura—. Ustedes debería haber sabido que ella no era un tonta sentimental, suspirando por su amor perdido. Ella tenía un montón de cosas de Athril, ¿por qué iba a querer su anillo? ¿Su anillo, y no Goldryn? —Deja de dar tantas vueltas y solo di lo que es. —Pero me estoy divirtiendo mucho. Rowan contuvo su temperamento con tanta fuerza que se atragantó. —El anillo —dijo Lorcan—, no era una reliquia de la familia de Athril. Ella mató a Athril. Ella quería las llaves, y el anillo, y él se negó, y ella lo mató. Mientras luchaban, Brannon les robó, ocultando el anillo con Goldryn y trayendo las llaves aquí. ¿No te has preguntado alguna vez por qué el anillo estaba en esa vaina? Una espada cazadora de demonios –y un anillo a juego. —Si Maeve quiere matar demonios —dijo Rowan—, no nos vamos a quejar. —El anillo no los mata. Concede inmunidad ante su poder. Un anillo forjado por la mismísima Mala. El Valg no podía hacerle daño a Athril cuando lo llevaba. Los ojos de Aelin se abrieron aún más, la esencia de su miedo cambiando a algo mucho más profundo que el temor de daño corporal. —El portador de ese anillo —continuó Lorcan, sonriendo ante el terror recubriendo su olor—, no necesita temer a ser esclavizado por la Piedra del Wyrd. Ustedes le entregaron su propia inmunidad. —Eso no explica por qué te fuiste.

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El rostro de Lorcan se tensó. —Ella mató a su amante por el anillo, por las llaves. Ella va a hacer cosas mucho peores para alcanzarlas ahora que están de nuevo en el tablero de juego. Y una vez que los tenga... Mi reina se hará a sí misma una diosa. —¿Y? —el cuchillo seguía estando demasiado cerca del cuello de Aelin como para arriesgarse a atacar. —Va a destruirla. La ira de Rowan titubeó. —Vas a obtener las llaves –para alejarlas de ella. —Tengo la intención de destruir las llaves. Tú me das tu Llave del Wyrd —dijo Lorcan, abriendo el puño que estaba contra el abdomen de Aelin—, y te daré el anillo. Efectivamente, en su mano brillaba un familiar anillo de oro. —No deberías estar vivo —dijo Rowan—. Si hubieras robado el anillo y huido, ella te habría matado ya —era una trampa. Una maldita trampa inteligente. —Me muevo rápidamente. Lorcan había estado arrastrándose fuera de Wendlyn. No probaba nada, sin embargo. —Los demás– —Ninguno de ellos sabe. ¿Crees que confío en ellos para no decir nada? —El juramento de sangre hace que la traición sea imposible. —Estoy haciendo esto por su bien —dijo Lorcan—. Estoy haciendo esto porque no quiero ver a mi reina convertirse a sí misma en un demonio. Estoy obedeciendo el juramento en ese sentido. Aelin estaba erizada ahora, y Lorcan cerró de nuevo los dedos alrededor del anillo. —Eres un tonto, Rowan. Tú solo piensas en los próximos pocos años, décadas. Lo que estoy haciendo es por el bien de los siglos venideros. Para la eternidad. Maeve enviará a los demás, ya sabes. Para cazarlos. Para matarlos a los dos. Que esta noche sea un recordatorio de su vulnerabilidad. Nunca conocerán la paz por un solo momento. Ni uno. E incluso si no matamos a Aelin del Fuego Salvaje el tiempo lo hará. Rowan no dejó salir las palabras. Lorcan miró a Aelin, su pelo negro cambiando con el movimiento. —Piensa sobre eso, Princesa. ¿Vale la pena la inmunidad en un mundo en el que sus enemigos están esperando para encadenarla, donde un resbalón podría significar convertirse en su

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esclava eterna? Aelin solo enseñó los dientes. Lorcan la empujó lejos, y Rowan ya se estaba moviendo, lanzándose a por ella. Ella se dio la vuelta, las cuchillas incorporadas en su traje destellando libres Pero Lorcan había desaparecido.

Después de decidir que los cortes en su cuello eran superficiales y que no estaba en peligro de morir por ellos, Rowan no habló con ella por el resto del viaje a casa. Si Lorcan tenía razón... No, él no estaba en lo correcto. Él era un mentiroso, y su ganga apestaba a trucos de Maeve. Aelin presionó un pañuelo contra el cuello mientras caminaban, y para cuando llegaron al apartamento, las heridas habían coagulado. Aedion, gracias a Dios, ya estaba en la cama. Rowan se dirigió directamente a su habitación. Ella lo siguió, pero llegó al cuarto de baño y silenciosamente cerró la puerta detrás de él. Agua corriendo gorgoteó un instante después. Un baño. Había hecho un buen trabajo ocultándolo, y su rabia había sido... ella nunca había visto a alguien tan iracundo. Pero también había visto el terror en su rostro. Había sido suficiente para hacerla dominar su propio miedo cuando el fuego comenzó a crepitar en sus venas. Y ella había tratado –dioses malditos, ella había tratado– de encontrar una manera de salir de su agarre, pero Lorcan... Rowan había tenido razón. Sin su magia, ella no era rival para él. Podía haberla matado. Todo en lo que ella había sido capaz de pensar, a pesar de su reino, a pesar de todo lo que todavía tenía que hacer, era el miedo en los ojos de Rowan. Y sería una pena si él nunca supiera... si ella nunca le dijera... Aelin limpió su cuello en la cocina, lavó la poca sangre de su traje y lo colgó en la sala de estar para que se secara, y luego se puso una camisa de Rowan y se metió en la cama. Apenas oyó alguna salpicadura. Tal vez él estaba acostado en la bañera, mirando a la nada con esa expresión hueca que había llevado desde que Lorcan hubo quitado el cuchillo de su garganta. Pasaron los minutos, y ella gritó las buenas noches a Aedion, cuyo eco de buenas noches retumbó a través de las paredes.

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Entonces la puerta del baño se abrió, un velo de vapor onduló, y Rowan apareció, una toalla baja alrededor de sus caderas. Miró el abdomen musculoso, los hombros poderosos, pero– Pero el vacío en esos ojos. Ella palmeó la cama. —Ven acá. Se quedó allí, con los ojos demorándose en las costras de su cuello. —Ambos somos expertos en callar como muertos, así que vamos a hacer un acuerdo para hablar en este momento como personas dispuestas y razonables. Él no se encontró con su mirada mientras caminaba hacia la cama y se dejó caer a su lado, extendiéndose a lo largo de las mantas. Ella ni siquiera lo reprendió por humedecer las sábanas o decirle de que podría utilizado la mitad de un minuto para ponerse algo de ropa. —Parece que nuestros días de diversión han terminado —dijo, apoyando la cabeza contra un puño y con la mirada fija en él. Él miraba fijamente al techo—. Brujas, señores oscuros, Reinas Hada... Si lo hacemos a través de esta vida, me voy a tomar unas agradables y largas vacaciones. Sus ojos eran fríos. —No me dejes fuera —susurró. —Nunca —murmuró—. No es eso– —Se frotó los ojos con el pulgar y el índice—. Te fallé esta noche —sus palabras fueron un susurro en la oscuridad. —Rowan– —Él se acercó lo suficiente como para matarte. Si hubiera sido otro enemigo, puede que lo hubiera hecho —la cama retumbó mientras daba un suspiro tembloroso y bajó la mano de sus ojos. La cruda emoción le hizo morderse el labio. Nunca –nunca la dejó ver esas cosas—. Te fallé. Juré protegerte, y no lo logré esta noche. —Rowan, está bien– —No está bien —su mano estaba caliente cuando la sujetó en el hombro. Ella le dejó voltearla sobre su espalda, y lo encontró medio encima de ella mientras la miraba a la cara. Su cuerpo era una fuerza masiva y sólida de la naturaleza por encima de la de ella, pero sus ojos- el pánico persistía. —Rompí tu confianza. —No hiciste tal cosa. Rowan, dijiste que no le entregarías la llave. Él contuvo el aliento, su ancho pecho ampliándose.

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—Lo habría hecho. Dioses, Aelin –me tenían, y él ni siquiera parecía saberlo. Podía haber esperado un minuto más y le hubiera dicho, con anillo o sin anillo habría dicho. Erawan, brujas, el rey, Maeve... me enfrentaría a todos ellos. Pero perderte... —inclinó la cabeza, su aliento calentando su boca mientras cerraba los ojos—. Te fallé esta noche —murmuró, su voz ronca—. Lo siento. Su aroma de pino y nieve se envolvió alrededor de ella. Ella debía alejarse, rodar fuera de su alcance. No me toques así. Sin embargo, allí estaba, su mano como una marca en su hombro desnudo, su cuerpo casi cubriendo el de ella. —No tienes nada que lamentar —susurró—. Confío en ti, Rowan. Él le dirigió una inclinación de cabeza apenas perceptible. —Te extrañé —dijo en voz baja, su mirada como dardos entre su boca y sus ojos—. Cuando estaba en Wendlyn. Mentí cuando dije que no lo hice. Desde el momento en que te fuiste, te extrañé tanto que me volví irracional. Me alegré por la excusa de seguir a Lorcan hasta aquí, sólo para verte de nuevo. Y esta noche, cuando él tenía el cuchillo en tu garganta... —la calidez de su dedo calloso floreció a través de ella mientras trazaba un camino sobre el corte en su cuello—. Seguí pensando en cómo era posible que nunca supieras que te eché de menos con sólo un océano entre nosotros. Pero si era la muerte nos separara... te encontraría. No me importan cuántas reglas se romperían. Incluso si tuviera que conseguir las tres llaves por mí mismo y abrir un portal, te encontraría de nuevo. Siempre. Ella parpadeó de vuelta el ardor en sus ojos cuando buscó entre sus cuerpos y tomó su mano, guiándola hasta ponerla contra su mejilla tatuada. Fue un esfuerzo el recordar cómo respirar, el centrarse en cualquier cosa aparte de su piel suave y cálida. Él no apartó los ojos de los de ella mientras le rozó su pulgar a través su agudo pómulo. Saboreando cada trazo, ella acarició su rostro, ese tatuaje, sin apartar su mirada, incluso si la desnudaba. Lo siento, todavía parecía decir. Mantuvo la mirada fija en él mientras soltaba de su rostro y lentamente, asegurándose de que entendía cada paso del camino, inclinó la cabeza hacia atrás hasta que su garganta estaba arqueada y desnuda ante él. —Aelin —él respiró. No como amonestación o advertencia, pero... una súplica. Sonaba como una súplica. Bajó la cabeza a su cuello expuesto y se cernió sobre él a un pelo de distancia. Ella arqueó su cuello aún más, una invitación silenciosa. Rowan dejó escapar un gemido suave y rozó sus dientes contra su piel. Una mordida, un movimiento, era todo lo que tomaría para que él rasgara su garganta. Sus colmillos alargados se deslizaron a lo largo de su carne –suavemente, con precisión. Apre-

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tó las sábanas para no correr sus dedos por su espalda desnuda y atraerlo más cerca. Él apoyó una mano al lado de su cabeza, entrelazando sus dedos en su pelo. —Nadie más —susurró—. Nunca permitiría a nadie más en mi garganta —mostrárselo a él era la única manera en que él entendería esa confianza, de la manera en que sólo el lado depredador Hada comprendería—. Nadie más —dijo de nuevo. Él dejó escapar otro gemido bajo, respuesta y confirmación y petición, y el estruendo resonó en su interior. Con cuidado, él cerró los dientes sobre el lugar donde su alma vibraba y latía, su aliento caliente sobre su piel. Ella cerró los ojos, cada sentido concentrándose en esa sensación, en los dientes y la boca en el cuello, en el poderoso cuerpo temblando de contención por encima de la de ella. Su lengua se movió contra su piel. Hizo un pequeño ruido que podría haber sido un gemido, o una palabra, o su nombre. Él se estremeció y se echó hacia atrás, el aire fresco besando su cuello. Salvajismo –salvajismo puro se desató en esos ojos. Luego, descaradamente inspeccionó su cuerpo a fondo, sus fosas nasales dilatándose delicadamente mientras olía exactamente lo que ella quería. Su respiración se volvió entrecortada cuando él arrastró su mirada a la suya –hambriento, salvaje, inflexible. —Todavía no —dijo ásperamente, su propia respiración irregular—. Ahora no. —¿Por qué? —era un esfuerzo recordar cómo hablar cuando él la miraba así. Como si él pudiera comerla viva. El calor golpeó a través de su centro. —Quiero tomarme mi tiempo contigo –explorar... cada pulgada tuya. Y este apartamento tiene paredes muy, muy finas. No quiero tener audiencia —añadió mientras se inclinaba de nuevo, rozando su boca sobre el corte en la base de su garganta—, cuando te haga gemir, Aelin. Oh, por el Wyrd. Ella estaba en problemas. Rodeada de problemas. Y cuando dijo su nombre de esa forma... —Esto cambia las cosas —dijo, apenas capaz de pronunciar las palabras. —Las cosas han ido cambiando durante un tiempo ya. Nos ocuparemos de ello —se preguntó cuánto tiempo duraría su resolución si ella levantara el rostro para reclamar su boca con la suya, si ella pasara los dedos por la ranura de su columna vertebral. Si ella lo tocara más bajo que eso. Pero– Wyverns. Brujas. Ejército. Erawan. Ella soltó una respiración pesada. —Dormir —murmuró—. Deberíamos dormir.

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Tragó saliva de nuevo, lentamente apartándose de ella y dirigiéndose al armario para vestirse. Sinceramente, fue todo un esfuerzo no saltar tras él y arrancarle la maldita toalla. Tal vez debería hacer que Aedion se fuera a otro sitio. Sólo por una noche. Y entonces ella se quemaría en el infierno para toda la eternidad por ser la persona más egoísta y horrible que alguna vez adornó la tierra. Se obligó a ponerse de espaldas al armario, sin confiar en sí misma para siquiera echar un vistazo a Rowan sin hacer algo infinitamente estúpido. Oh, ella estaba en tantos malditos problemas.

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Capítulo 53 Traducido por Diana Gonher La bebida, engatusaba al príncipe demonio como si fuera el canturreo de un amante. Lo saboreaba. El prisionero estaba sollozando en el suelo de la celda de la prisión, el miedo, el dolor y los recuerdos se escapan de él. El príncipe demonio los inhaló como si fueran opio. Era Delicioso. Se odió y se maldijo a sí mismo. Pero la desesperación viene al hombre, como sus peores recuerdos y lo hizo trizas... Era embriagador. Era la fuerza; era la vida. No tenía nada y a nadie, de todos modos. Si tuviera la oportunidad, encontraría la manera de acabar con ella. Por ahora, esto era la eternidad, este era el nacimiento, la muerte y el renacimiento. Así que bebió el dolor del hombre, el miedo, su dolor. Y descubrió que le gustaba.

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Capítulo 54 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana gonher Manon se quedó mirando la carta que el mensajero tembloroso le había entregado. Elide hacía su mejor intento para mirar como si no estuviera observando cada movimiento de los ojos de Manon a través de la página, pero era difícil no mirar cuando la bruja gruñía con cada palabra que leía. Elide yacía en su jergón de paja, el fuego ya moría en las brasas, y gimió mientras se sentaba, por su cuerpo dolorido. Había encontrado una madeja de agua en la despensa, e incluso se la había pedido al cocinero si podía dársela al Líder de Ala. No se atrevió a oponerse. O la envidiaba por las dos pequeñas bolsas de frutos secos también consiguió “para la Líder del Ala.” Es mejor que nada. Lo había guardado todo dentro de su plataforma y Manon no lo había notado Cualquier día de estos, el carro con suministros llegaría. Cuando se fuera, Elide se iría con él. Y nunca le tendría que hacer frente a la oscuridad otra vez. Elide alcanzó la pila de troncos y agregó dos para el fuego, enviando chispas que dispararon una onda de calor. Estaba a punto de acostarse cuando Manon le dijo: —En tres días, me iré con mis Trece. — ¿A dónde? —se atrevió a preguntarle Elide. Por la violencia con la que la Líder del Ala había leído la carta, no podía ser cualquier lugar agradable. —A un bosque en el norte. A…—Manon se detuvo a sí misma y se movió a través de la planta, sus pasos ligeros pero poderosos cuando llegó a la chimenea y arrojó la carta—. Estaré fuera por lo menos dos días. Si fuera tú, me gustaría sugerir el uso de ese tiempo para descansar. El estómago de Elide se retorció de qué, exactamente, podría significar la protección de la Líder del Ala a miles de millas de distancia. Pero no tenía sentido preguntarle a Manon. No se preocuparía, aunque había afirmado que Elide era una de su clase. No significaba nada, de todas formas. No era una bruja. Se escaparía pronto. Dudaba que cualquiera aquí realmente se preocupara dos veces por su desaparición. —Descansaré —dijo Elide.

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Quizás detrás de un carro, ya fuera de Morath y a la libertad más allá.

Necesitaron tres días para prepararse para la reunión. La carta de la Matrona no contenía ninguna mención de la cría y el sacrificio de brujas. De hecho, era como si su abuela no hubiera recibido ninguno de los mensajes de Manon. Tan pronto como Manon volviera de esta pequeña misión, le comenzaría a preguntar a los mensajeros de la Guarida. Despacio. Dolorosamente. Las Trece debían volar a las coordenadas en Adarlan justo en medio del reino, dentro de la maraña del bosque de Oakwald llegarían un día antes de la reunión con el fin de establecer un perímetro. Ya que el Rey de Adarlan debía ver por fin el arma que su abuela había estado construyendo, y por lo visto quería inspeccionar a Manon también. Traía a su hijo, aunque Manon dudara que fuera para cuidar su espalda de la manera en que los herederos protegían a sus Matronas. Particularmente no se tenía que preocupar por ninguno de ellos. Una reunión inútil, estúpida, había casi querido decirle a su abuela. Un desperdicio de tiempo. Por lo menos ver al rey le ofrecería una oportunidad para conocer al hombre que estaba enviando estas órdenes para destruir a las brujas y hacer monstruosidades de sus brujos. Por lo menos sería capaz de contarle a su abuela en persona quizás incluso sería testigo de la Matrona haciendo carne picada del rey una vez que supiera la verdad sobre lo que había hecho. Manon se subió a la silla de montar y Abraxos salió al poste, adaptándose a la última armadura que el herrero aéreo había elaborado a mano finalmente dieron luz para que los guivernos salieran y ahora los probarán por este viaje. Había algo de viento, pero no hizo caso de él. Como no le había hecho caso a sus Trece. Asterin no le hablaría y ninguna de ellas había hablado sobre el príncipe Valg que el Duque les había enviado. Había sido una prueba, para ver quién iba a sobrevivir y para recordar lo que estaba en juego. Así como desatar a una Sombra de fuego en esa tribu había sido una prueba. Todavía no podía escoger a un aquelarre. Y no lo haría, hasta que hubiera hablado con su abuela. Pero dudaba que el Duque la esperara más tiempo. Manon miraba a la caída, al creciente ejército cada vez mayor en las montañas y valles como una alfombra de oscuridad y fuego muchos más soldados escondidos debajo de ella. Sus Sombras le habían relatado esa misma mañana sobre manchas magras, aladas criaturas con retorcidas formas humanas elevándose por los cielos de la noche demasiado rápido y ágil de

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rastrear antes de que desaparecieran en las nubes pesadas y no volvieran. La mayoría de los horrores de Morath, sospechaba Manon, aún no se revelaban. Se preguntó si los mandaría, también. Sentía los ojos de sus Trece en ella, esperando la señal. Manon enterró sus tacones en el lado de Abraxos, y libre cayó en el aire.

La cicatriz en su brazo dolía. Siempre dolía más que el collar, más que el frío, más que las manos del Duque sobre ella, más que nada que se le hubiera hecho a ella. Solo la Sombra de Fuego era un consuelo. Una vez creyó que había nacido para ser reina. Había aprendido que nació para ser un lobo. El Duque incluso había puesto un collar en ella como un perro y había empujado a un príncipe demonio en su interior. Lo dejaría ganar por una vez, acurrucándose tan fuertemente dentro de sí misma que el príncipe olvidó que estaba allí. Y esperó. En ese capullo de oscuridad, esperó su tiempo, dejándole pensar que se fue, dejándole hacer lo que quisiera con la cáscara mortal a su alrededor. Fue en ese capullo cuando la Sombra de Fuego comenzó a parpadear, alimentando, alimentando. Hace mucho tiempo, cuando era pequeña y estaba limpia, las llamas de oro habían chisporroteado en los dedos, secretas y ocultas. Entonces habían desaparecido, como todas las cosas buenas habían desaparecido. Y ahora había vuelto, renaciendo dentro de esa concha oscura como fantasma de fuego. El príncipe dentro de ella no se dio cuenta cuando comenzó a picar en él. Poco a poco, le robó bocanadas de la extraordinaria criatura que había tomado su cuerpo por su piel, que hizo cosas tan despreciables con él. La criatura notó el día en que tomó un bocado más grande, lo suficientemente grande como para que gritara en agonía. Antes de que pudiera decirle a nadie, saltó sobre él, rasgando y cortando con su Sombra de Fuego, hasta que solo las cenizas de la malicia permanecieron, hasta que no fue más que un susurro de pensamiento. Fuego no le gustaba ningún tipo de fuego.

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Hace semanas, había estado aquí. Esperando otra vez. Aprendiendo sobre la llama en sus venas cómo sangró en la cosa en su brazo y surgió de nuevo como Sombra de Fuego. La cosa habló con ella a veces, en idiomas que nunca había escuchado, que tal vez nunca habían existido. El collar permanecía alrededor de su cuello, y dejó que le ordenaran, que la tocaran, que le hicieran daño. Muy pronto muy pronto encontraría un verdadero propósito, y luego aullaría su ira a la luna. Había olvidado el nombre que le habían dado, pero no hacía ninguna diferencia. Tenía solo un nombre ahora: Muerte, devoradora de mundos.

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Capítulo 55 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Aelin creía totalmente en fantasmas. Solo que no creía que salían durante el día. La mano de Rowan se apretó sobre el hombro derecho antes del amanecer. Le echó un vistazo a su cara apretada y se preparó. —Alguien apareció en el almacén. Rowan estaba fuera de la habitación, armado y totalmente dispuesto a derramar sangre antes de que Aelin pudiera agarrar sus propias armas. Dioses antiguos –se movía como el viento, también. Todavía podía sentir sus colmillos en la garganta, rasgando contra su piel, presionando ligeramente– En prácticamente silenciosos pasos, ella fue tras él, siguiéndolo y Aedion estaba de pie ante la puerta del apartamento, las cuchillas en la mano, su espalda musculada, marcada con una rígida cicatriz. Las ventanas eran sus mejores opciones para escapar si se trataba de una emboscada. Se acercó a los dos varones cuando Rowan fácilmente abrió la puerta para revelar la penumbra del hueco de la escalera. Caída en un túmulo, Evangeline estaba sollozando en el rellano de la escalera con la cara llena de cicatrices mortalmente pálida y esos citrinos ojos ampliados en terror mientras miraba hacia Rowan y Aedion. Cientos de libras de músculos letales y dientes desnudos. Aedion los empujó pasando por delante de ellos, bajando la escalera de dos en dos y tres hasta que llegó a la niña. Estaba limpia –ni un rasguño en ella. —¿Estás herida? Ella sacudió la cabeza, su cabello de rojo y oro capturando la luz de la vela que Rowan llevó. La escalera se estremeció con cada paso que daba Aedion y él. —Dime —jadeó Aelin, orando en silencio para que no fuera tan malo como parecía—. Cuéntamelo todo.

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—Se la llevaron, se la llevaron, se la llevaron. —¿Quién? —dijo Aelin, cepillando atrás el pelo de la muchacha, preguntándose si dejaría que el pánico la infundiera. —Los hombres del rey —susurró Evangeline—. Vinieron con una carta de Arobynn. Dijo que fue la voluntad de Arobynn el decirles sobre la línea de s-s-sangre de Lysandra. El corazón de Aelin se paró en seco. Pero, mucho peor para que lo se había preparado– —Dijeron que era una cambia-forma. La tomaron, e iban a tomarme a mí, también, pero ella luchó y me hizo correr y Clarisse no ayudó– —¿Dónde la tomaron? Evangeline lloró. —No lo sé. Lysandra me dijo que viniera para acá si algo alguna vez ocurría; me dijo que te dijera que corrieras– No podía respirar, no podía pensar. Rowan se arrodilló junto a ellos y deslizó sus brazos alrededor de la niña, recogiéndola, su mano tan gran que casi envolvía toda la parte posterior de su cabeza. Evangeline enterró su cara en su pecho tatuado, y Rowan murmuró sonidos mudos de consuelo. Encontró los ojos de Aelin sobre su cabeza. Tenemos que estar fuera de esta casa en diez minutos, hasta averiguar si él te traicionó. Como si hubiera oído, Aedion se acercó a ellos, yendo a la ventana del almacén por la que Evangeline se había deslizado de alguna manera. Lysandra, al parecer, le había enseñado un par de cosas. Aelin limpió su cara y apoyó una mano en el hombro de Rowan mientras se acercaba, su piel caliente y suave bajo sus callosos dedos. —El padre de Nesryn. Le pediremos que cuide de ella hoy. Arobynn había hecho esto. Una última carta bajo la manga. Él lo sabía. Acerca de Lysandra –acerca de su amistad. A él no le gustaba compartir sus pertenencias. Chaol y Nesryn irrumpieron en el almacén un nivel por debajo, y Aedion estaba en medio de ellos antes de que siquiera se dieran cuenta de que estaba allí. Tenían más noticias. Uno de los hombres de Ren se había puesto en contacto con ellos hace unos momentos: una reunión tendría lugar mañana en Oakwald, entre el rey, Dorian, y la Líder del Ala de su caballería aérea. Con una entrega de un nuevo preso rumbo a Morath.

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—Hay que sacarla de los túneles —le dijo Aelin a Chaol y Nesryn, cuando irrumpió por las escaleras—. Ahora. Eres humano; no se darán cuenta al principio. Ustedes son los únicos que pueden entrar en la oscuridad. Chaol y Nesryn intercambiaron miradas. Aelin anduvo con paso majestuoso hasta ellos. —Tienes que sacarla ahora mismo. Por un latido del corazón, ella no estaba en el almacén. Por un latido del corazón, ella estaba de pie en una habitación hermosa, ante una cama sangrienta y el cuerpo destrozado de una mujer ubicado sobre ella. Chaol tendió sus manos. —Pensamos que es mejor pasar el tiempo creando una emboscada. El sonido de su voz… La cicatriz en su cara era dura a la luz tenue. Aelin apretó los dedos en un puño, sus uñas –los clavos que había cruzado su cara– enterrándolas. —Se podrían alimentar de ella —se las arregló para decir. Detrás de ella, Evangeline dejó escapar un sollozo. Si hicieran que Lysandra soportara lo que Aelin padeció cuando luchó contra el Príncipe Valg… —Por favor —dijo Aelin su voz en esas palabras. Chaol notó, entonces, en dónde se centraron sus ojos en el rostro. Palideció, abriendo su boca. Pero Nesryn alcanzó su mano, sus dedos delgados, bronceados contra las palmas húmedas de Aelin. —La recuperaremos. Vamos a salvarlas. Juntos. Chaol solo sostuvo la mirada fija de Aelin, sus hombros rectos cuando dijo. —Nunca más. Ella quería creerle.

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Capítulo 56 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Unas horas más tarde, sentados en el piso de una posada destartalada en el lado opuesto de Rifthold, Aelin miró detenidamente un mapa que habían marcado con el punto de la ubicación de la reunión aproximadamente a media milla del templo de Temis. El pequeño templo estaba justo en el interior de la cubierta de Oakwald, encaramado en lo alto de un imponente trozo de roca en medio de un profundo barranco. Era accesible solo a través de dos pasarelas colgantes adheridas a ambos lados del barranco, que lo había librado de la invasión de los ejércitos en el transcurso de los años. El bosque que lo rodeaba estaría probablemente vacío, y si los guivernos llegaban volando, sin duda llegarían en la oscuridad de la noche antes. Esta noche. Aelin, Rowan, Aedion, Nesryn y Chaol se sentaron alrededor del mapa, afilando y puliendo sus hojas cuando discutieron su plan. Le habían entregado a Evangeline al padre de Nesryn, junto con más cartas para Terrasen y La Perdición, y el panadero no había hecho preguntas. Solo había besado a su hija en la mejilla y anunció que él y Evangeline hornearían tartas especiales para su regreso. Si regresaban. — ¿Y si ella tiene un collar o un anillo? —preguntó Chaol a través de su pequeño círculo. —Entonces pierde la cabeza o un dedo —dijo Aedion sin tapujos. Aelin le disparó una mirada. —No es necesario que hagas eso sin mi llamado. — ¿Y Dorian? —preguntó Aedion. Chaol estaba mirando el mapa como si quemara un agujero a través de él. —No me llames —dijo Aelin firmemente. Los ojos de Chaol destellaron contra los suyos. —No lo tocarás.

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Era un terrible riesgo, ponerlos a todos dentro de la gama de un príncipe Valg, pero… —Nosotros mismos pintamos Marcas del Wyrd —dijo Aelin—. Todos nosotros. Para protegernos contra el príncipe. En los diez minutos que les había tomado en agarrar sus armas, ropas y suministros desde la bodega del apartamento, se había acordado conseguir sus libros sobre Marcas del Wyrd, que ahora estaba sentado en la pequeña mesa ante la única ventana de la habitación. Habían alquilado tres para la noche: una para Aelin y Rowan, una para Aedion y la otra para Chaol y Nesryn. La moneda de oro que había lanzado al contadero del posadero había sido suficiente para pagar al menos un mes. Y su silencio. — ¿Sacamos al rey? —dijo Aedion. —No participemos —respondió Rowan—, hasta que no sepamos con certeza si podemos matar al rey y neutralizar al príncipe con un riesgo mínimo. Lysandra saldrá en el carro que viene primero. —De acuerdo —dijo Aelin. Aedion le lanzó una mirada fija a Rowan. — ¿Cuándo nos vamos? Aelin se preguntó si cedió al Príncipe Hada. —No quiero que aquellos guivernos o brujas nos huelan —dijo Rowan, el comandante preparándose para el campo de batalla—. Llegamos justo antes de que la reunión se lleve a cabo –tiempo suficiente para encontrar puntos ventajosos y para ubicar a tus exploradores y centinelas. El sentido de olfato de las brujas es demasiado agudo para arriesgarnos a descubrirnos. Nos acercaremos de forma rápida. Ella no podía decidir si fue o no relevada. El reloj tocó el mediodía. Nesryn se levantó en sus pies. —Pediré el almuerzo. Chaol se levantó, estirándose. —Te ayudaré a subirlo —de hecho, en un lugar como este, no tendrían servicio de cocina a la habitación. Aunque en un lugar como este, supuso Aelin, Chaol muy bien podría mantener un ojo en Faliq. Bien. Una vez que salieron, Aelin recogió una de las cuchillas de Nesryn y comenzó a pulirla: una daga decente, pero no era una maravilla. Si vivían más allá de mañana, tal vez ella le compraría una mejor como agradecimiento. —Demasiado mal que Lorcan sea un bastardo psicótico —dijo—. Lo podríamos utilizar mañana.

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Rowan apretó la boca. — ¿Qué harás cuando él descubra la herencia de Aedion? Aedion dejó abajo la daga que había estado afilando. — ¿Se preocupará? A mitad de camino a través del pulimento de una espada corta, Rowan hizo una pausa. —Lorcan podría no dar una mierda —o podría encontrar a Aedion intrigante. Pero lo más probable es que estará interesado en cómo la existencia de Aedion puede ser utilizada contra Gavriel. Observó a su primo, su pelo de oro que ahora parecía más prueba de sus lazos con Gavriel que con ella. — ¿Quieres conocerlo? —quizás solo había sacado esto a colación solamente para evitar pensar en mañana. Se encogió de hombros. —Sería curioso, pero no estoy en ningún apuro. No a menos que vaya a traer aquí su escuadrón para ayudar con la lucha. —Tan pragmático —se enfrentó a Rowan, que estaba de regreso en el trabajo de la espada—. ¿Nunca serían convencidos de ayudar, a pesar de lo que dijo Lorcan? —Habían proporcionado ayuda una vez —durante el ataque contra Mistward. —Improbable —dijo Rowan, no mirando hacia arriba de la hoja—. A menos que Maeve decida que el envío de socorro es el siguiente pasó en cualquier juego que esté jugando. Tal vez ella querrá aliarse contigo para matar a Lorcan por su traición —reflexionó—. Algunas de las Hadas que solían morar aquí todavía pueden estar vivas y escondidas. Tal vez podrían ser entrenadas, o ya tienen entrenamiento. —No cuentes con ello —dijo Aedion—. La Gente Pequeña ha sido vista y sentida en Oakwald. Pero las Hadas… No hay un susurro de ellas —no encontró los ojos de Rowan y en su lugar comenzó a limpiar la hoja al final sin filo de Chaol—. El rey las aniquiló demasiado bien. Apuesto a que los sobrevivientes están atrapados en sus formas animales. El cuerpo de Aelin se hizo pesado con un duelo familiar. —Calcularemos todo esto más tarde. Si vivían lo bastante para hacerlo.

Por el resto del día y hasta bien entrada la noche, Rowan planeó su curso de acción con la misma eficacia que había llegado a esperar y apreciar. Pero no se sentía reconfortante ahora, no cuando el peligro era tan grande, y todo podría cambiar en cuestión de minutos. No cuando

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Lysandra ya podría estar más allá del rescate. —Deberías empezar a dormir —dijo Rowan, su profunda voz retumbando en toda la cama y a lo largo de su piel. —La cama está llena de bultos —dijo Aelin—. Odio las posadas baratas. Su baja risa hizo eco en la oscuridad de la habitación. Ella había arreglado la puerta y la ventana para que les advirtiera por cualquier intruso, pero con el alboroto de la taberna de mala muerte en la planta baja, tenían dificultades para escuchar a alguien en el pasillo. Sobre todo cuando algunas de las habitaciones se alquilaban por horas. —Vamos a volver, Aelin. La cama era mucho más pequeña que la suya—lo bastante como para que sus hombros se rozaran. Ella lo encontró ya frente suyo, sus ojos brillando en la oscuridad. —No puedo enterrar a otro amigo. —No. —Si alguna vez que ocurríera algo, Rowan. —No —respiró—. Ni siquiera lo digas. Tratamos con esto bastante la otra noche. Levantó una mano —vaciló y entonces cepilló hacia atrás una hebra de pelo que se había caído en todo el rostro. Sus callosos dedos rasparon contra su pómulo, luego acariciaron la concha de su oído. Era tonto comenzar por este camino, cuando todos los hombres que había dejado entrar habían dejado alguna herida, de una forma u otra, accidental o no. No había nada suave o tierno en su cara. Solo la mirada brillante de un depredador. —Cuando regresemos —dijo—, recuerda que te demuestre lo incorrecto de cada pensamiento que a pasó por tu cabeza. Levantó una ceja. — ¿Oh? Él le dio una sonrisa traviesa que le hizo pensar lo imposible. Exactamente lo que quería — para distraerla de los horrores de mañana. —Incluso te dejaré decidir cómo te lo digo: con palabras —sus ojos chasquearon una vez en su boca—, o con mis dientes y lengua. La emoción pasó a través de su sangre, agrupándose en su corazón. No era justo —no era justo que se riera de ella. —Esta posada miserable es bastante fuerte —dijo, atreviéndose a deslizar una mano sobre su

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pectoral desnudo, luego hasta su hombro. Se maravilló de la fuerza bajo su palma. Él se estremeció, pero sus manos permanecieron en sus lados, apretadas y blancas—. Es demasiado malo que Aedion todavía pueda probablemente escuchar a través del muro. Suavemente raspó sus uñas en la clavícula, marcándole, reclamándole, antes de inclinarse para presionar su boca en el hueco de su garganta. Su piel era tan suave, tan atractivamente caliente. —Aelin —gimió. Sus dedos se curvaron en la brusquedad de su voz. —Muy mal —murmuró ella contra su cuello. Él gruñó y se rio entre dientes silenciosamente cuando se dio vuelta y cerró sus ojos, su respiración era ligera de lo que había estado momento antes. Ella lo tendría durante el día de mañana, independientemente de lo que sucediera. No estaba sola, no con él y no con Aedion también a su lado. Sonreía cuando el peso del colchón cambio, constantes pasos caminando hacia el aparador y los sonidos de las salpicaduras llenaron la habitación apenas Rowan se lanzó el jarrón de agua fría sobre sí.

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Capítulo 57 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher —Puedo olerlos bien —dijo Aedion, su susurro apenas audible cuando se arrastró a través de la maleza, cada uno de ellos vestido de verde y marrón para permanecer ocultos en el denso bosque. Él y Rowan caminaban varios pasos por delante de Aelin, sus flechas tensándose libremente en sus arcos cuando eligieron el camino con su oído y olfato. Si ella tuviera su maldita forma Hada, podría ayudar en lugar de detenerse detrás de Chaol y Nesryn, pero… No es un pensamiento útil, se dijo. Se arreglaría con lo que tenía. Chaol conocía el bosque mejor que nadie, habiendo ido a cazar con Dorian infinidad de veces. Había trazado un camino para ellos la noche anterior, pero se había rendido a los dos guerreros Hada y sus sentidos impecables. Sus pasos eran firmes en las hojas y musgo bajo sus botas, su cara estirada pero firme. Concentrado. Bien. Pasaron a través de los árboles de Oakwald tan silenciosamente que las aves no dejaban de cantar. El bosque de Brannon. Su bosque. Se preguntó si sus habitantes sabían qué sangre fluía en sus venas y ocultaban su pequeña fiesta de horrores que los esperaba por delante. Si preguntó si de alguna manera ayudarían a Lysandra cuando llegara el momento. Rowan se detuvo diez pasos por delante y señaló tres robles imponentes. Se detuvo, sus oídos forzándose cuando ella exploró el bosque. Gruñidos y rugidos de bestias que sonaban demasiado grandes retumbaron hacia ellos, junto con el raspado de alas curtidas en piedra. Preparándose, se apresuró a dónde Rowan y Aedion esperaban en los árboles, su primo apun-

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tando hacia el cielo para indicar el siguiente movimiento. Aelin tomó el árbol del centro, apenas quebrando una hoja o ramita cuando subió. Rowan esperó hasta que hubiera alcanzado una rama alta antes de subir después de ella —en aproximadamente la misma cantidad de tiempo lo había hecho, observó con un poco de suficiencia. Aedion tomó el árbol de la derecha, con Chaol y Nesryn subiendo por el de la izquierda. Todos siguieron subiendo, suavemente como serpientes, hasta que el follaje bloqueara su vista de la tierra y se pudiera ver un poco la pradera por delante. Dioses santos. Los dragones heráldicos eran enormes. Enormes, feroces y… y aquellas en efecto eran sillas de montar sobre sus espaldas. —Envenenaron las púas en la cola —articuló Rowan en su oído—.Con esa envergadura, probablemente pueden volar cientos de millas en un día. Él sabía, supuso. Solo trece dragones estaban en tierra en el prado. El más pequeño de ellos estaba tumbado en su vientre, su cara sepultada en un montículo de flores campestres. Puntos de hierro brillaban en su cola en lugar de huesos, las cicatrices cubrían su cuerpo como rayas de un gato, y sus alas… conocía el material injertado. Seda de araña. La mayor parte de ello debería haber costado una fortuna. Los otros dragones eran todos normales y todos capaces de despedazar a un hombre por la mitad en un bocado. Estarían muertos en momentos contra una de esas cosas. Pero ¿un ejército de tres mil? Él pánico empujó hacia adentro. Soy Aelin Ashryver Galathynius—. —Aquella, apuesto a que es la Líder del Ala —dijo Rowan, señalando ahora a las mujeres juntadas en el borde del prado. No mujeres. Brujas. Eran todas jóvenes y bellas, con cabello y piel de cada sombra y color. Pero incluso desde la distancia, eligió a la mujer que Rowan le había señalado. Su pelo parecía la luz de la luna viva, sus ojos como oro bruñido. Era la persona más hermosa que Aelin había visto nunca. Y la más horrible. Se movía con una arrogancia que Aelin supuso solo un inmortal podría lograr, su manto rojo colgando detrás de ella, los cueros de montura a caballo aferrándose a su cuerpo ágil. Un arma viva —eso era la Líder del Ala.

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La Líder del Ala merodeaba a través del campamento, inspeccionando a los dragones y dando órdenes que el oído humano de Aelin no podía oír. Parecía que las otras doce brujas seguían cada movimiento, como si fuera el eje de su mundo, y dos de ellas le seguían especialmente de cerca detrás de ella. Sus tenientes. Aelin luchó para mantener el equilibrio sobre la amplia rama. Cualquier ejército que Terrasen podría formar sería aniquilado. Junto con los amigos alrededor de ella. Todos estaban muertos. Rowan puso una mano en su cintura, como si él pudiera escuchar sus pensamientos que palpitaba a través de ella con cada latido de su corazón. —Mataste a una de sus Matronas —dijo en su oído, apenas más que un rumor de la hoja—. Puedes acabar con sus inferiores. Tal vez. Tal vez no, dada la forma en que las trece brujas en el prado se movían e interactuaban. Eran una unidad estrecha, brutal. No parecían la clase que tomaban prisioneros. Si lo hicieran, lo más probable es que se los comían. ¿Volarían con Lysandra a Morath una vez llegará el vagón? Si era así… —Lysandra no se acercará a más de treinta pies de los dragones—si ella tenía que ser acarreada a uno de ellos, entonces sería demasiado tarde. —De acuerdo —Rowan murmuró—. Los caballos se acercan desde el norte. Y más alas desde el oeste. Vamos. Era la Matrona. Los caballos serían el rey y la carreta de prisión. Y Dorian. Aedion parecía listo para comenzar a arrancar las gargantas de las brujas cuando llegaron a la tierra y se escabulló en el bosque otra vez, hacia el claro. Nesryn tenía una flecha tensándose en su arco cuando se deslizó hacia la maleza para cubrir, con el rostro listo para tumbar cualquier cosa. Al menos uno de ellos lo estaba. Aelin fue al paso al lado de Chaol. —No importa lo que veas o escuches, no te muevas. Necesitamos evaluar a Dorian antes de actuar. Solo uno de esos príncipes Valg es letal. —Lo sé —dijo, negándose a mirarla fijamente—. Puedes confiar en mí. —Te necesito para asegurarme de que Lysandra salga. Conoces este bosque mejor que cualquiera de nosotros. Llévala a un lugar seguro. Chaol asintió con la cabeza. —Lo prometo —no dudó de ello. No después de este invierno.

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Extendió la mano, se detuvo—y luego puso una mano sobre su hombro. —No tocaré a Dorian —dijo—. Lo juro. Sus ojos de bronce vacilaron. —Gracias. Y siguieron caminando. Aedion y Rowan investigaron de nuevo la zona que habían explorado antes, un pequeño afloramiento de rocas lo suficiente plano para ponerse en cuclillas y observar todo lo que pasaba en el claro. Lentamente, como espectros encantadoras de un reino del infierno, las brujas aparecieron. La bruja de cabellos blancos anduvo a zancadas para saludar a una mujer más vieja, con el pelo negro que solo podía ser la matrona del Clan Blackbeak. Detrás de la Matrona, un grupo de brujas arrastró un gran carromato, muy parecido al que la Yellowlegs había estacionado ante el palacio de cristal. Los dragones lo deben haber llevado entre ellos. Parecía ordinario —pintado de negro, azul y amarillo– pero Aelin tenía una sensación de que no quería saber lo que estaba dentro. Entonces llegó la comitiva real. No sabía dónde mirar: al Rey de Adarlan, al vagón carcelario pequeño, familiar en el centro de los jinetes… O a Dorian, montando a caballo al lado de su padre, el collar negro alrededor de su cuello y sin signos de humanidad en su rostro.

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Capítulo 58 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Manon Blackbeak odiaba este bosque. Los árboles estaban demasiado cercanos, tan cercanos que habían tenido que dejar a los dragones en un claro para hacer su camino a media milla del templo en desmoronamiento. Al menos los humanos no habían sido lo suficientemente estúpidos como para elegir el templo como sitio de reunión. Era demasiado precariamente encaramado, el barranco se encontrada demasiado descubierto para poder ser espiados. Ayer, Manon y las Trece habían explorado todos los claros dentro de un radio de millas, pesándolos por su visibilidad, accesibilidad y cobertura, y finalmente se establecieron en éste. Lo suficientemente cerca de donde el rey originalmente les había exigido encontrarse —pero un punto mucho más protegido. La regla número uno al tratar con mortales: nunca les dejes escoger la ubicación exacta. En primer lugar, su abuela y el aquelarre de escolta caminaron a través de los árboles desde el lugar en que habían desembarcado, un vagón cubierto en el remolque, sin duda llevando el arma que habían creado. Evaluó a Manon con un vistazo rápido y simplemente dijo: —Mantente en silencio y fuera de nuestro camino. Habla solo cuando te hablen. No causes problemas, o te desgarraré la garganta. Más tarde, entonces. Hablaría con su abuela sobre el Valg. El rey llegó tarde, y su comitiva hizo bastante ruido condenado por los dioses cuando recorrieron el bosque que Manon los escuchó unos buenos cinco minutos antes de que el enorme caballo negro del rey apareciera alrededor de la curva en el camino. Los otros jinetes salieron detrás de él como una sombra negra. El olor a Valg se arrastraba a lo largo de su cuerpo. Habían traído un carruaje de prisión con ellos, conteniendo a un prisionero para ser transferido a Morath. Femenino, el olor de ella –y extraño. Nunca se había encontrado con ese olor antes: no era un Valg, no era una Hada, tampoco completamente humana. Interesante. Pero las Trece eran guerreras, no mensajeras.

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Con sus manos en su espalda, Manon esperó mientras su abuela se deslizaba hacia el rey, supervisando su séquito humano—Valg mientras contemplaban el claro. El hombre más cercano al rey no se molestó en echar un vistazo alrededor. Sus ojos de zafiro fueron directo a Manon y se quedaron allí. Habría sido hermoso si no fuera por el collar oscuro alrededor de su garganta y la absoluta frialdad en su perfecto rostro. Le sonrió a Manon como si supiera el sabor de su sangre. Sofocó el impulso de enseñar los dientes y cambió se concentró en la Matrona, que se había parado ahora ante el rey mortal. Apestaba esta gente. ¿Cómo su abuela no hacía muecas mientras estaba delante de ellos? —Su Majestad —dijo su abuela, su túnica negra como la noche líquida mientras hacía una pequeña inclinación. Manon apago la protesta que quería salir del interior de su garganta. Nunca—nunca su abuela se había inclinado o hecho una reverencia o siquiera asentido a otro gobernante, ni siquiera a las demás Matronas. Manon empujó la indignación hacia abajo en profundidad cuando el rey desmontó en un poderoso movimiento. —Gran Bruja —dijo, sacudiendo su cabeza no en una reverencia verdadera, pero bastante para mostrar algún tipo de respeto. Una espada enorme colgaba a su lado. Su ropa era oscura y costosa y su rostro… Era la encarnación de la crueldad. No era la fría o astuta crueldad que Manon había afilado con piedra y encanto, pero era la crueldad base, la bruta, como la que enviaba a todos los hombres a entrar en sus casas, pensando en la necesidad de una lección. Este era el hombre a quién se debían doblegar. A quién su abuela le había inclinado la cabeza una fracción de pulgada. Su abuela gesticuló detrás de ella con una mano con su dedo de punta de hierro, y Manon levantó la barbilla. —Le presento a mi nieta, Manon, heredera del Clan Blackbeak y Líder del Ala de su caballería aérea. Manon avanzo hacia adelante, soportando la mirada fija del rey. El joven moreno que había cabalgado a su lado desmontó con fluida gracia, siendo irónico a ella. Lo ignoró. —Haces a tu gente un gran servicio, Líder del Ala —dijo el rey, su voz como el granito. Manon solo lo miró, plenamente consciente de que la Matrona juzgaba cada movimiento. — ¿No vas a decir nada? —Exigió el rey, enarcando sus gruesas cejas—una marcada con una cicatriz.

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—Me dijeron que tenía que mantener la boca cerrada —dijo Manon. Los ojos de su abuela destellaron—. A menos que usted prefiera que doble mis rodillas y me arrastre. Oh, ciertamente como el infierno tendría que pagar por esa observación. Su abuela se volvió al rey. —Es algo arrogante, pero no encontrará a ningún guerrero más mortal. Pero el rey sonreía —aunque la sonrisa no alcanzara sus oscuros ojos. —No creo que te hayas arrastrado alguna vez por algo en tu vida, Líder del Ala. Manon le dio una media sonrisa, mostrando sus dientes de hierro. Dejó que su acompañante joven se mojara ante la vista. —Las brujas no nacimos para postrarnos ante los humanos. El rey se rió burlonamente entre dientes y enfrentó a su abuela, cuyos dedos con punta de hierro se habían curvado como si los estuviera imaginando alrededor de la garganta de Manon. —Eligió a nuestra Líder del Ala bien, Matrona —dijo y luego hizo un gesto al carro pintado con la bandera de Dientes de Hierro—. Vamos a ver lo que ha traído para mí. Espero que sea igual de impresionante –y valga la pena esperar. Su abuela sonrió, mostrando los dientes de hierro que habían empezado a oxidarse en algunos lugares, y un escalofrió recorrió la columna vertebral de Manon. —Por este camino. Con los hombros hacia atrás y la cabeza alta, Manon espero en la parte inferior de los pasos hacia el carruaje para seguir a la matrona y al rey dentro, pero el hombre —mucho más alto y más ancho de cerca— frunció el ceño al verla. —Mi hijo puede entretener a la Líder del Ala. Y eso fue todo —fue dejada fuera cuando él y su abuela desaparecieron dentro del carruaje. Por lo visto, no debía ver esta arma. Al menos, no como uno de las primeras, Líder del Ala o no. Manon tomó un respiro y controló su temperamento. La mitad de las Trece rodearon el carruaje para seguridad de la Matrona, mientras que las otras se dispersaron para supervisar la comitiva real alrededor de ellas. Conociendo su lugar, su insuficiencia frente a las Trece, el aquelarre de escolta volvió a la línea de árboles. Los guardias uniformados de negro miraban a todos, algunos armados con lanzas, algunos con ballestas, algunos con espadas podridas. El príncipe se apoyaba ahora contra un roble nudoso. Notando su atención, le dio una sonrisa perezosa. Fue suficiente. Hijo del rey o no, a ella le importaba un bledo. Manon cruzó el claro, Sorrel detrás de ella. En el borde, pero manteniendo la distancia.

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No había nadie cerca cuando Manon se detuvo a pocos pies de distancia del Príncipe Heredero. —Hola, principito —ronroneó.

El mundo siguió escapándose de debajo de los pies de Chaol, tanto que agarró un puñado de tierra solo para recordar donde estaba y que esto era real, no una pesadilla. Dorian. Su amigo; ileso, pero no era completamente él. Ni siquiera se acercaba al Dorian que era, cuando el príncipe sonrió con satisfacción a esa bruja hermosa, con el pelo blanco. La cara era la misma, pero el alma mirando por esos ojos zafiro no habían sido creados en este mundo. Chaol apretó la tierra con más fuerza. Había huido. Había huido de Dorian y había dejado que esto pasara. No había sido esperanza que llevó cuando huyó, pero que estupidez. Aelin había estado en lo correcto. Era una misericordia matarlo. Con el rey y la Matrona ocupados… Chaol miró hacia el carruaje y luego a Aelin, acostada sobre su estómago en la planicie, con una daga fuera. Ella le dio un guiño rápido, su boca una línea. Ahora. Si iban a hacer su movimiento para liberar a Lysandra, tendría que ser ahora. Y por Nehemia, por el amigo desaparecido debajo de un collar de piedra del Wyrd, no vacilaría. El antiguo, cruel demonio en cuclillas dentro de él comenzó a golpear cuando la bruja de cabello blanco se acercó a él Había estado contento con mofarse de lejos. Uno de nosotros, uno de los nuestros, silbó a él. Lo hicimos, por lo tanto la tomaremos. Cada paso más cerca hizo que su pelo sin atar brillara como la luz de la luna sobre el agua. Pero el demonio comenzó a luchar ya que el sol iluminaba sus ojos. No demasiado cerca, indicó. No dejes que la bruja esté demasiado cerca. Los ojos de los reyes Valg— —Hola, principito —dijo, su voz suave como si acabará de despertar y llena de muerte gloriosa. —Hola, brujita—dijo.

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Y las palabras fueron suyas. Por un momento estuvo tan aturdido que parpadeó. Parpadeó. El demonio dentro de él retrocedió, arañando en las paredes de su mente. Los ojos de los reyes Valg, los ojos de nuestros maestros, chilló. ¡No toques eso! — ¿Hay una razón por la que estás sonriendo —dijo—, o lo interpreto como un deseo de muerte? No hables con ella. A él no le importaba. Esperaba que esto fuera otro sueño, otra pesadilla. Que este nuevo y encantador monstruo lo devorara todo. No tenía nada más allá del aquí y el ahora. — ¿Necesito una razón para sonreírle a una mujer hermosa? —No soy una mujer —sus uñas de hierro brillaron cuando cruzó sus brazos—. Y tú… —olió—. ¿Hombre o demonio? —Príncipe —corrigió. Eso es lo que era la cosa dentro de él; nunca había aprendido su nombre. ¡No hables! Él ladeó la cabeza. —Nunca he estado con una bruja. Dejaría que le cortará la garganta. Y sería el fin. Una fila de colmillos de hierro se rompieron hacia abajo sobre sus dientes cuando su sonrisa creció. —He estado con muchos hombres. Son todos iguales. El mismo sabor —lo miró como si fuera su próxima comida. —Te desafío —logró decir. Sus ojos se estrecharon, el oro como ascuas vivas. Nunca había visto a alguien tan hermoso. Esta bruja había sido elaborada a partir de la oscuridad entre las estrellas. —Pienso que no, Príncipe —dijo con su voz de medianoche. Lo olfateó otra vez, su nariz arrugándose un poco—. Pero ¿sangrarías rojo, o negro? —Sangraré del color que me órdenes. Aléjate, escapa. El príncipe demonio dentro de él tiró tan fuerte que dio un paso. Pero no lejos. Hacia la bruja de pelo blanco. Ella dejó escapar una risa baja, cruel.

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— ¿Cuál es tu nombre, Príncipe? Su nombre. No sabía cuál era. Ella extendió su mano, sus uñas de hierro centellando en la tenue luz solar. El demonio gritó tan fuerte en su cabeza que se preguntó si sus oídos sangrarían. El hierro tintineó contra la piedra cuando rozó el collar alrededor de su cuello. Más arriba —si solo cortaba más arriba— —Como un perro —murmuró ella—. Atado a tu amo. Corrió un dedo a lo largo de la curva del cuello, y él se estremeció —con miedo, con placer, previendo las uñas rasgando su garganta. —Cuál es tu nombre —era una orden, no una pregunta, cuando sus ojos de oro puro se encontraron con los suyos. —Dorian —respiró. Tú nombre no es nada, tú nombre es mío, silbó el demonio y una ola de gritos de esa mujer humana lo arrasó. Agazapada en cuclillas en la maleza a solo veinte pies del carruaje de prisión, Aelin se heló. Dorian. No podría haber sido. No había posibilidad de ello, no cuando la voz con la cual Dorian había hablado era tan vacía, tan hueca, pero— Al lado de ella, los ojos de Chaol eran amplios. ¿Había oído el leve cambio? La Líder del Ala ladeó su cabeza, su mano con punta de hierro todavía tocando el cuello de piedra del Wyrd. — ¿Quieres te que mate, Dorian? La sangre de Aelin fue fría. Chaol se tensó, su mano yendo a su espada. Aelin se apoderó de la parte posterior de su túnica en un recordatorio silencioso. No tenía la menor duda que a través de los árboles, la flecha de Nesryn ya estaba señalando con precisión mortal la garganta de la Líder del Ala. —Quiero que hagas muchas cosas para mí —dijo el príncipe, llevando sus ojos a lo largo del cuerpo de la bruja. La humanidad se había ido otra vez. Lo había imaginado. La manera en que el rey había actuado… Era un hombre que sostenía el puro control de su hijo, con la confianza de que no había una lucha en el interior.

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Una risa suave, triste, y luego la Líder del Ala soltó el collar de Dorian. Su capa roja fluyó alrededor de ella con un viento fantasma cuando retrocedió. —Ven a encontrarme otra vez, Príncipe, y vamos a ver eso. Un príncipe Valg habitaba dentro de Dorian —pero la nariz de Aelin no sangró en su presencia, y no había ninguna niebla que se arrastrara de la oscuridad. ¿El rey había silenciado sus poderes por lo que su hijo podría engañar al mundo que lo rodeaba? ¿O esa batalla aún se libraba en la mente del príncipe? Ahora —tenían que moverse ahora, mientras la matrona y el rey se mantenían en ese vagón pintado. Rowan ahuecó sus manos en su boca y hizo un sonido como si fuera el graznido un pájaro, tan realista que ninguno de los guardias se movió de su puesto. Pero a través de la maleza, Aedion y Nesryn oyeron y entendieron. No sabía cómo se las arreglaron para llevarlo a cabo, pero un minuto más tarde, los dragones heráldicos del aquelarre de la Gran Bruja rugían con alarma, los árboles estremeciéndose con el sonido. Cada guardia y centinela se volvieron hacia el lugar, lejos del carruaje de prisión Era toda la distracción que Aelin necesitaba. Había pasado dos semanas en uno de los vagones. Ella conocía las barras de la pequeña ventana, conocía las bisagras y las cerraduras. Y Rowan, afortunadamente, sabía exactamente cómo deshacerse de los tres guardias apostados en la puerta de atrás sin hacer un ruido. No se atrevió a respirar muy fuerte cuando subió los pocos pasos de la parte posterior del carruaje, sacaba su equipo para forzar la cerradura y se puso a trabajar. Una mirada por aquí, un cambio del viento— Ahí—la cerradura saltó abierta y echó atrás la puerta, preparándose para las bisagras chirriantes. Por la piedad de algún dios, no hizo ningún sonido, y el dragón continuó bramando. Lysandra estaba acurrucada contra la lejana esquina, sangrienta y sucia, su corto camisón desgarrado y sus piernas desnudas magulladas. Sin collar. Sin anillo en cualquiera de las manos. Aelin ahogó su grito de alivio y chasqueó los dedos para decirle a la cortesana que se apresurara. Prácticamente con pasos silenciosos, Lysandra se precipitó por delante de ella, directamente en la capa moteada de marrón y verde que Rowan sostenía. Dos latidos más tarde, estaba bajando las escaleras y estaba en la maleza. Otro latido y los guardias estaban muertos dentro del vagón con la puerta bloqueada. Aelin y Rowan se deslizaron hacia el bosque en medio de los rugidos de los dragones. Lysandra estaba temblando cuando ella se arrodilló en la espesura, Chaol ante ella, inspeccionando sus heridas. Le articuló a Aelin que estaba bien y ayudó a la cortesana a ponerse de pie

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antes de arrastrarla a lo profundo del bosque. Les había tomado menos de dos minutos, y gracias a los dioses, porque un momento después, la puerta del vagón pintado se abrió de forma violenta y la Matrona y el rey salieron para ver qué es lo que era provocaba tanto ruido. A pocos pasos de Aelin, Rowan controlaba cada paso, cada respiración que su enemigo tomaba. Hubo un destello de movimiento a su lado, y luego Aedion y Nesryn estaban allí, sucios y jadeando, pero vivos. La sonrisa en la cara de Aelin vaciló cuando miró detenidamente hacia el claro detrás de ellos. El rey anduvo con paso majestuoso al corazón del claro, exigiendo respuestas. Bastardo carnicero. Y por un momento, estaban otra vez en Terrasen, en esa mesa de la cena en el castillo de su familia, donde el rey había comido con su familia, bebió su vino más fino, y luego había tratado de romper su mente. Los ojos de Aedion se encontraron con ella, su cuerpo temblando con moderación —a la espera de su orden. Sabía que viviría lamentándolo, pero Aelin sacudió la cabeza. No aquí, no ahora. Había también muchas variables y demasiados jugadores en el tablero. Tenían a Lysandra. Era momento de irse. El rey le dijo a su hijo que subiera a su caballo y ladró órdenes a los otros ya que la Líder del Ala se apartó del príncipe con una gracia ocasional, letal. La Matrona espero a través del claro, sus túnicas negras voluminosas ondulando a pesar de su quietud. Aelin oró para que ella y sus compañeros nunca se toparan con la Matrona –al menos no sin un ejército detrás de ellos. Todo lo que el rey había visto dentro del carro pintado había sido lo bastante importante para no arriesgarse a poner cartas sobre detalles específicos. Dorian montó su caballo, su cara fría y vacía. Volveré por ti, le había prometido. No había pensado que sería de esta forma. La comitiva del rey se marchó con un extraño silencio y eficiencia, aparentemente sin saber que había tres desaparecidos entre sus propios hombres. El hedor del Valg desapareció cuando desaparecieron, eliminado por un viento fuerte como si Oakwald quisiera limpiar cualquier rastro. Dirigiéndose en dirección contraria, las brujas merodearon en los árboles, arrastrando el carro detrás de ellas con fuerza inhumana, hasta que solo la Líder del Ala y su horrible abuela permanecieron en el claro. El golpe ocurrió tan rápido que Aelin no pudo detectarlo. Incluso Aedion se estremeció. La bofetada resonó a través del bosque, y el rostro de la Líder del Ala estaba inclinado a un

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lado para revelar cuatro líneas de sangre azul ahora corriendo por su mejilla. —Tonta insolente —siseó la Matrona. Deteniéndose cerca de los árboles, la hermosa, con el pelo de oro teniente observó cada movimiento que la Matrona hacía —tan intensamente que Aelin se preguntó si le gustaría ir a la garganta de la Matrona—. ¿Quieres que me costara todo? —Abuela, te envíe cartas. —Recibí tu lloriqueo, cartas lloriqueando. Y las queme. Estás bajo las órdenes de obedecer. ¿Crees que mi silencio no fue intencional? Haz lo que dice el Duque. —Cómo puedes permitir esto. Otro golpe —cuatro líneas más sangrando por la cara de la bruja. — ¿Te atreves a preguntar? ¿Crees que ahora mismo eres tanto como una Gran Bruja, ahora que eres Líder del Ala? —No, Matrona —no había signo de ese tono engreído y burlón de antes; solo frialdad, rabia mortal. Una asesina de nacimiento y en formación. Pero los ojos dorados fueron hacia el vagón pintado, con una silenciosa pregunta. La Matrona se inclinó, sus dientes de hierro oxidados a una distancia para triturar la garganta de su nieta. —Pregunta, Manon. Pregunta qué es lo que hay dentro de ese vagón. La bruja de cabellos de oro en los árboles estaba erguida. Pero la Líder del Ala —Manon—inclinó la cabeza. —Vas a contarme cuando sea necesario. —Ve a ver. Vamos a ver si cumple con las expectativas de mi nieta. Con esto, la Matrona anduvo a zancadas a los árboles, el segundo aquelarre de brujas a la espera de ella. Manon Blackbeak no limpió la sangre azul que se deslizaba hacia debajo de su cara cuando se acercó a pasos al vagón, con una pausa en el rellano por solo un latido antes de entrar en la oscuridad más allá. Era una indicación tan buena para salir como el infierno de ahí. Con Aedion y Nesryn protegiendo su espalda, Aelin y Rowan se apresuraron hacia el lugar donde Chaol y Lysandra estarían esperando. Sin magia no tomaría al rey y a Dorian. No tenía un deseo de muerte —para ella o sus amigos. Ella encontró a Lysandra de pie con una mano apoyada contra un árbol, con los ojos abiertos, respirando fuertemente. Chaol había desaparecido.

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Capítulo 59 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher El demonio tomo el control en momento en que el hombre que manejaba el collar volvía. Lo empujó atrás en ese hoyo de memoria hasta que estuvo gritando otra vez, hasta que él era pequeño, roto y fragmentado. Pero aquellos ojos dorados se quedaron. Ven a encontrarme otra vez, Príncipe. Una promesa—una promesa de muerte, de liberación. Ven a encontrarme otra vez. Las palabras pronto desaparecieron, engullidas por los gritos, la sangre y los dedos fríos del demonio corriendo sobre su mente. Pero los ojos se quedaron —y ese nombre. Manon. Manon.

Chaol no podía dejar que el rey enviará a Dorian de nuevo al castillo. Nunca podría conseguir esta oportunidad otra vez. Tenía que hacerlo ahora. Tenía que matarlo. Chaol se precipitó a través de la maleza tan silenciosamente como pudo, con la espada fuera, preparándose. Una daga a través del ojo—una daga y, a continuación— Conversaciones por delante, junto con el susurro de las hojas y la madera. Chaol se acercaba a la comitiva, comenzó a orar, comenzó a pedir perdón—por lo que estaba

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a punto de hacer y por cómo había corrido. Mataría al rey más tarde; dejaría que su muerte fuera la última. Pero esta sería la muerte que lo quebraría. Sacó su daga, preparando su brazo. Dorian había ido directamente detrás del rey. Un lanzamiento, para golpear al caballo del príncipe, y luego un barrido de su espalda, y podría terminar. Aelin y los demás podían hacerle frente a las consecuencias; él ya estaría muerto. Chaol se abrió camino a través de los árboles a un campo, la daga era un peso ardiente en su mano. No era la comitiva del rey la que estaba de pie allí en la hierba alta y la luz del sol. Trece brujas y sus dragones se dieron vuelta hacia él. Y sonrió.

Aelin corrió a través de los árboles cuando Rowan rastreo a Chaol solamente por el olor. Si él conseguía matarlo, si él le hacía daño… Dejaron a Nesryn para cuidar a Lysandra, ordenándoles dirigirse hacia el bosque a través del barranco cercano al templo y que esperarán bajo un afloramiento de piedras. Antes de llevar a Lysandra entre los árboles, Nesryn había agarrado con fuerza el brazo de Aelin y dicho: —Tráelo de vuelta. Aelin solo asintió antes de escaparse. Rowan era un rayo a través de los árboles, mucho más rápido que ella ya que estaba atrapada en este cuerpo. Aedion corría detrás de él. Corrían tan rápidamente como podía, pero… El camino se desvió, y Chaol había tomado el camino incorrecto. ¿Dónde demonios había ido Chaol? Apenas podía respirar lo suficientemente rápido. Entonces la luz se desbordó a través de una ruptura en los árboles —el otro lado era un amplio prado. Rowan y Aedion estaban parados a unos pocos pies del balanceo de la hierba, sus espadas hacia fuera, pero abatidos. Vio el por qué un instante más tarde. A no treinta pies de ellos, el labio de Chaol sangraba por su barbilla cuando la bruja de cabellos blancos lo sostuvo contra ella, las uñas de hierro agarrándolo por la garganta. El carruaje de prisión estaba abierto más allá de ellos para revelar a los tres soldados muertos dentro. Las doce brujas detrás de la Líder del Ala sonreían abiertamente con deleite anticipado cuando

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tomaron a Rowan y Aedion, luego a ella. — ¿Qué es esto? —Dijo la Líder del Ala, una luz de matanza se reflejaba en sus ojos dorados—. ¿Espías? ¿Salvadores? ¿Dónde está nuestro preso? Chaol luchó, y ella clavó sus uñas hacia adentro. Se puso rígido. Un hilo de sangre se filtró por su cuello y sobre su túnica. Oh, dioses. Piensa, piensa, piensa, piensa. La Líder del Ala desplazó esos ojos de oro quemado a Rowan. —Tu clase —reflexionó la Líder del Ala—, no los he visto durante un tiempo. —Deja ir al hombre. La sonrisa de Manon reveló una fila de dientes de hierro que trituraron su carne, demasiado cerca del cuello de Chaol. —Yo no tomo órdenes de bastardos Hada. —Déjalo ir —dijo Rowan muy suavemente—. O va a ser el último error que harás, Líder del Ala. En el campo detrás de ellos, los dragones heráldicos se revolvían, sus colas azotando, las alas cambiando. La bruja de pelo blanco miró detenidamente a Chaol, cuya respiración se había hecho desigual. —El rey no está demasiado lejos. Quizás debería dárselo a él —los cortes en las mejillas, costras en azul, eran como pintura de guerra brutal—. Él estará furioso al saber que le robaron a su prisionero. Tal vez tú lo apaciguarás, muchacho. Aelin y Rowan compartieron toda una mirada antes de que ella se acercara a su lado, sacando a Goldryn. —Si quieres un premio para darle al rey —dijo Aelin—, entonces tómame. —No —dijo Chaol con voz entrecortada. La bruja y las doce centinelas ahora fijaron su inmortal atención en Aelin. Aelin dejó caer a Goldryn en la hierba y levantó sus manos. Aedion gruñó en advertencia. — ¿Por qué me debería molestar? —dijo la Líder del Ala—. Tal vez los llevaremos a todos ante el rey. Aedion levantó la espada ligeramente. —Puedes intentarlo. Aelin con cuidado se dirigió a la bruja, sus manos aún en el aire.

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—Entra en una lucha con nosotros, y tú y tus compañeras morirán. La Líder del Ala la miró hacia arriba y hacia abajo. — ¿Quién eres? —era una orden, no una pregunta. —Aelin Galathynius. Sorpresa— y quizás algo más, algo que Aelin no podía identificar—se reflejaron a través del rostro del Líder del Ala. Los ojos dorados de la líder la miraron. —La Reina de Terrasen. Aelin se inclinó, sin atreverse a quitar su atención de la bruja. —A su servicio. Solo tres pies la separaban de la heredera Blackbeak. La bruja le echó un vistazo a Chaol y luego a Aedion y a Rowan. — ¿Tú corte? — ¿Qué eres tú? La Líder del Ala estudió a Aedion otra vez. — ¿Tu hermano? —Mi primo, Aedion. Casi tan bonito como yo, ¿no? La bruja no sonrió. Pero Aelin ahora estaba lo suficientemente cerca, tan cerca que las salpicaduras de sangre de Chaol estaban en la hierba ante la punta de sus botas.

La Reina de Terrasen. La esperanza de Elide no había estado perdida. Incluso si la joven reina ahora estaba envuelta en la tierra y hierba, incapaz de mantenerse quieta mientras ella contaba con la vida del hombre. Detrás de ella, el Guerrero Hada observó cada parpadeo de movimiento. Él no era mortal —solo había que mirarlo.

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Habían pasado cincuenta años desde que había luchado con un guerrero Hada. Se acostó con él, entonces luchó contra él. Había dejado los huesos de su brazo en pedazos. Solo lo había dejado en pedazos. Pero había sido joven, y arrogante, y estaba en formación. Este hombre… Muy bien podría ser capaz de matar por lo menos a alguna de sus Trece si ella dañaba un poco un pelo de la cabeza de la reina. Y luego estaba el de pelo de oro—tan grande como el hombre Hada, pero poseía la brillante arrogancia de su prima y era afilado como piedra salvaje. Él podría ser problemático, si lo dejaba vivo demasiado tiempo. La reina se mantuvo jugueteando al lado en la hierba. No podía tener más de veinte. Y, sin embargo, se movía como un guerrero, también—o lo hacía, hasta el incesante desplazamiento alrededor. Pero ella detuvo el movimiento, como si se diera cuenta de que mostraba sus nervios, su inexperiencia. El viento soplaba en la dirección equivocada de Manon para poder detectar en la reina cierto grado de temor. — ¿Bien, Líder del Ala? ¿El rey pondría un collar alrededor de su cuello justo como había hecho con el príncipe? ¿O la mataría? No hacía ninguna diferencia. Sería un premio que el rey daría bienvenida. Manon empujó lejos al capitán, que dio tumbos hasta la reina. Aelin le alcanzó con un brazo, empujándole a un lado—detrás de ella. Manon y la reina se miraron fijamente la una a la otra. Ningún rastro de miedo en sus ojos —en su cara bonita, mortal. Ninguno. Serían más problemas de lo que valía la pena. Manon tenía cosas más importantes a tener en cuenta, de todos modos. Su abuela lo aprobó. Aprobó la cría, la crianza de brujas. Manon tenía que entrar en el cielo, se tenía que perder en las nubes y el viento por unas horas. Días. Semanas. —No tengo interés en presos y luchar hoy —dijo Manon. La Reina de Terrasen le regaló una sonrisa. —Bien. Manon se apartó, vociferando a sus Trece que fueran a sus monturas. —Supongo —continuó diciendo la reina—, que te hace más inteligente que Baba Yellowlegs. Manon se detuvo, mirando hacia delante y no viendo nada de la hierba o el cielo o los árboles. Asterin se giró.

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— ¿Qué sabes de Baba Yellowlegs? La reina le dio una risa baja, a pesar del gruñido de advertencia del Guerrero Hada. Lentamente, Manon miró sobre su hombro. La reina tiró de las solapas de su túnica, revelando un collar de cicatrices delgadas cuando el viento cambió. El olor —el hierro y la piedra y el odio puro—golpearon a Manon como una roca en la cara. Cada bruja Diente de Hierro—conocía el olor que dejaban para siempre aquellas cicatrices: Asesino de Bruja. Quizás Manon se perdería a sí misma en la sangre y sangre derramada en su lugar. —Eres carroña —dijo Manon y arremetió. Solo para golpear su cara con una pared invisible. Y luego congelarse completamente.

—Corre —respiró Aelin, agarrando rápidamente a Goldryn y escapándose entre los árboles. La Líder del Ala estaba congelada en su lugar, sus centinelas con los ojos muy abiertos cuando corrieron hacia ella. La sangre humana de Chaol no mantendría el hechizo durante mucho tiempo. —El barranco —dijo Aedion, sin mirar atrás cuando él corrió adelante con Chaol hacia el templo. Se precipitaron a través de los árboles, las brujas todavía en el prado, aun tratando de romper el hechizo que había atrapado a su Líder del Ala. —Tú —dijo Rowan mientras corría al lado de ella—, eres una mujer muy afortunada. —Dime eso otra vez cuando estemos fuera de aquí —jadeó, saltando sobre un árbol caído. Un rugido de furia hizo que las aves se dispersaran de los árboles, y Aelin corrió más rápido. Oh, la Líder del Ala estaba cabreada. Realmente, realmente cabreada. Aelin no había creído por un momento que la bruja les habría permitido alejarse sin una lucha. Ella tuvo que comprar todo el tiempo que podría conseguir. Los árboles se despejaron, revelando una estéril extensión de tierra que sobresalía hacia un barranco profundo y el templo encaramado en el astil de roca en el centro. Por el otro lado, Oakwald se extendía hacia delante. Conectados únicamente por dos puentes de cadena y madera, era el único camino a través del

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barranco por millas. Y con el denso follaje de Oakwald bloqueando los dragones, era la única manera de escapar de las brujas, que sin duda les perseguían a pie. —Deprisa —gritó Rowan cuando pasaron para las ruinas del templo que se derrumbaba. El templo era lo suficientemente pequeño como para que ni siquiera las sacerdotisas habitaran aquí. Las únicas decoraciones en la isla de piedra eran cinco pilares manchados por el tiempo y un techo abovedado desmoronado. Ni siquiera un altar —o al menos uno que haya sobrevivido a los siglos. Por lo visto, la gente había desistido de Temis mucho antes de que el Rey de Adarlan viniera. Ella oró para que los puentes estuvieran al otro lado. Aedion se abalanzó a una parada antes de la primera pasarela, Chaol treinta pasos por detrás de él, Aelin y Rowan después. —Seguro —dijo Aedion. Antes de que pudiera vociferar una advertencia, el otro lado tronó. El puente rebotó y se balanceó, pero se sostuvo— se sostuvo justo cuando su maldito corazón se detuvo. Entonces Aedion estaba en el templo, la delgada roca labrada por el río que fluía mucho, mucho más abajo. Él agitó a Chaol. —Uno por uno —pidió. Esperó más allá del segundo puente. Chaol se apresuró a través de los pilares de piedra que flanqueaban la entrada al primer puente, las cadenas de hierro fino en los lados retorciéndose cuando el puente rebotó. Se mantuvo erguido, volando hacia el templo, más rápido de lo que ella nunca lo había visto correr durante todos los ejercicios de la mañana a través de los terrenos del castillo. Entonces Aelin y Rowan estaban en las columnas, y… —No trates incluso de argumentar —silbó Rowan, empujándole por delante de él. Dioses malvados, era una malvada caída por debajo de ellos. El rugido del ruido era apenas un susurro. Pero corrió—corrió porque Rowan la esperaba, y había brujas que hacían su camino por los árboles con la rapidez de un Hada. El puente resistió y se meció cuando ella se disparó sobre los tablones de madera envejecidos. Delante, Aedion había despejado el segundo puente al otro lado y Chaol ahora estaba corriendo a través de él. Más rápido, tenía que ir más rápido. Ella saltó los pocos pies a la roca del templo. Adelante, Chaol salió del segundo puente y sacó su espada cuando se unió a Aedion en el acantilado cubierto de hierba más allá, una flecha tensada en el arco de su primo —dirigida a los árboles detrás de ella. Aelin se lanzó hasta los pocos escalones en la desnuda plataforma del templo. Todo el espacio circular era apenas más de treinta pies, rodeado por todos lados de una gran caída y muerte. Temis, por lo visto, no era de la clase indulgente.

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Se giró para mirar detrás. Rowan corría a través del puente, tan rápido que apenas el puente se movía, pero… Aelin maldijo. La Líder del Ala había alcanzado los postes, arrojándose y brincando a través del aire para conseguir un tercer camino por el puente. Incluso el disparo de advertencia de Aedion pasó de largo, encajando la flecha donde cualquier mortal debía haber aterrizado. Pero no una bruja. Santo infierno ardiente. —Anda —rugió Rowan a Aelin, pero ella solo sostuvo sus cuchillos de pelea, doblando sus rodillas cuando… Cuando una flecha disparada por la teniente de cabello de oro fue contra Aelin desde el otro lado del barranco. Aelin se giró para evitarlo, solo para encontrar una segunda flecha de la bruja ya allí, anticipando su maniobra. Una pared de músculo se cerró de golpe contra ella, protegiéndola y empujándola a las piernas. Y la flecha de la bruja atravesó limpiamente a través del hombro de Rowan.

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Capítulo 60 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Por un momento, el mundo se detuvo. Rowan cayó de golpe en las piedras del templo, su sangre rociando la roca envejecida. El grito de Aelin hizo eco por el barranco. Pero entonces se levantó otra vez, corriendo y rugiendo que ella se fuera. Debajo de la flecha negra que sobresalía a través de su hombro, la sangre ya empapaba su túnica, su piel. Si hubiera sido una pulgada más hacia atrás, habría golpeado su corazón. A cuarenta pasos por debajo del puente, la Líder del Ala se acercaba a ellos. Las flechas de Aedion llovían sobre sus centinelas con precisión sobrenatural, manteniéndolos a raya por la línea de los árboles. Aelin envolvió un brazo alrededor de Rowan y corrieron a través de las piedras del templo, su rostro pálido cuando la sangre brotó de la herida. Todavía podría haber gritado, o sollozado — pero había un silencio tan rugiente en ella. Su corazón —había ido para su corazón. Y él había tomado esa flecha por ella. La calma de la matanza se propago a través como escarcha. Los mataría a todos. Despacio. Llegaron al segundo puente cuando el ataque de flechas de Aedion se detuvo, su carcaj vaciada sin duda. Ella empujó a Rowan en las tablas. —Corre —dijo. —No– —Corre. Era una voz que nunca se había oído a si misma usar —la voz de una reina— que salió, junto con el tirón ciego hecho por la sangre bajo el juramento que hicieron.

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Sus ojos destellaban con furia, pero su cuerpo se movió como si ella le hubiera obligado. Se tambaleó a través del puente, cuando… Aelin se giró, sacando a Goldryn y esquivando al momento que la espada de la Líder del Ala fue por su cabeza. Golpeó la piedra, el pilar gimiendo, pero Aelin ya se estaba moviendo, no hacia el segundo puente, pero de regreso al primero, al lado de las brujas. Donde las otras brujas, ya sin las flechas de Aedion para bloquearlas, corrían a través de la cubierta de los árboles. —Tú —gruñó la Líder del Ala, atacando otra vez. Aelin rodó a través de la sangre de Rowan, nuevamente esquivando el golpe fatal. Estiró el pie justo en frente del primer puente, y dos balanceos de Goldryn hicieron que las cadenas se rompieran. Las brujas patinaron hasta detenerse en el borde del barranco cuando el puente se derrumbó, cortándolas. El aire detrás de ella cambió, y Aelin se movió, pero no lo bastante rápido. La tela y la carne se rompieron en su brazo superior, y ladró un grito cuando la espada la cortó. Giró, subiendo a Goldryn para el segundo golpe. El acero se encontró con el acero y chispeó. La sangre de Rowan estaba en sus pies, manchando a través de las piedras del templo. Aelin Galathynius miró a Manon Blackbeak sobre sus espadas cruzadas y soltó un gruñido bajo, perverso.

Reina, salvadora, enemiga, a Manon le importaba una mierda. Iba a matar a esa mujer. Sus leyes lo demandaban; el honor lo demandaban. Incluso si no hubiera matado a Baba Yellowlegs, Manon la habría matado por ese hechizo que había utilizado para congelarla en su lugar. Eso era lo que había estado haciendo con sus pies. Grabar algún hechizo asqueroso con la sangre del hombre. Y ahora iba a morir. Apretó a su Carnicera del Viento contra la hoja de la reina. Pero Aelin se sostuvo en la tierra y silbó:

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—Voy a cortarte en pedazos. Detrás de ellas, las Trece estaban reunidas en el borde del barranco, desacopladas. Un silbido de Manon tuvo a la mitad de ellas luchando por losdragones. No llegó a sonar el segundo silbido. Más rápido de lo que un ser humano tenía derecho a ser, la reina barrió una pierna, enviando a Manon en un tropiezo. Aelin no lo dudó; volteó la espada en su mano y arremetió. Manon desvió el golpe, pero Aelin consiguió pasar su guardia y la inmovilizó, golpeando la cabeza contra las piedras que estaban húmedas con la sangre del Guerrero Hada. Manchas de oscuridad florecieron en su visión. Manon tomó aliento para su segundo silbido—el que llamaría la ayuda de Asterin y sus flechas. Se vio interrumpida por la reina cuando golpeó la cara de Manon. La oscuridad la envolvió por un momento—pero se retorció, acumulando cada trozo de su fuerza inmortal, y fueron girando por el suelo del templo. La caída se asomó, y entonces… Una flecha zumbó directamente a la espalda expuesta de la reina cuando aterrizó encima de Manon. Manon se retorció otra vez, y la flecha rebotó en el pilar. Tiró a Aelin contra ella, pero la reina estaba al instante de pie, ágil como un gato. —Ella es mía —vociferó Manon a través del barranco a Asterin. La reina se echó a reír, ronca y fría, dando vueltas cuando Mano se levantó. A través del otro lado del barranco, los dos varones ayudaban al Guerrero Hada herido por el puente, y el guerrero de cabello dorado se dirigió hacia ellas. —No te atrevas, Aedion —dijo Aelin, tirando una mano en dirección del varón. Él se congeló a mitad del camino por el puente. Impresionante, admitió Manon, tenerlo bajo su mando tan a fondo. —Chaol, vigílalo —vociferó la reina. Entonces, sosteniendo la mirada fija de Manon, Aelin envainó su poderosa espada por la empuñadura, el rubí gigante en el pomo brillando a la luz del mediodía. —Las espadas son aburridas —dijo la reina, y sacó dos cuchillos de combate. Manon enfundó a Carnicera del Viento a lo largo de su propia empuñadura. Chasqueó sus muñecas, las uñas de hierro saliendo disparadas. Rajó su mandíbula y sus colmillos salieron —En efecto.

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La reina miró las uñas, los dientes, y sonrió. Honestamente, era una lástima que Manon tuviera que matarla.

Manon Blackbeak embistió, tan rápida y terriblemente como una víbora. Aelin se lanzó hacia atrás, esquivando cada golpe asestado de aquellos clavos de hierro letales. Por su garganta, por su cara, por sus entrañas. Detrás y atrás, dando vueltas alrededor de los pilares. Era solo cuestión de minutos antes de que los dragones heráldicos llegaran. Aelin pinchó con sus dagas y la bruja la esquivó, solo para acuchillara con sus uñas, directamente en el cuello de Aelin. Aelin giró a un lado, pero las uñas rozaron su piel. Sangre caliente emano de su cuello y los hombros. La bruja era condenadamente rápida. Y un infierno de luchadora. Pero Rowan y los demás estaban a través del segundo puente. Ahora solo tenía que llegar allí, también. Manon Blackbeak fintó a la izquierda y acuchilló a la derecha. Aelin la esquivó y giró aparte. El pilar se estremeció cuando esas garras cortaron cuatro líneas profundamente en la piedra. Manon siseó. Aelin condujo su daga en a su columna; la bruja la atacó con una mano y la envolvió limpiamente alrededor de la daga. La sangre azul abundó, pero la bruja apretó la daga gasta que se quebró en tres pedazos en la mano. Dioses antiguos. Aelin tuvo la sensación de ir por debajo con la otra daga, pero la bruja ya estaba allí, y el grito de Aedion sonó en sus oídos cuando la rodilla de Manon subió a su abdomen. El aire la abandono en un silbido, pero Aelin mantuvo su agarre en la daga, justo cuando la bruja la lanzó a otro pilar. La columna de piedra se sacudió contra el golpe, y la cabeza de Aelin estaba rota, una agonía formando un arco a través de ella, pero… Una cuchillada, fue directamente para su cara. Aelin la esquivó.

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Una vez más, la piedra se estremeció bajo el impacto. Aelin apretó el aire en su cuerpo. Moverse —tenía que mantenerse en movimiento, suave como un arroyo, suave como el viento de su carranam, el sangrado y el dolor dejado en el camino. Pilar a pilar, se retiró, rodando y esquivando y escabulléndose. Manon golpeó y acuchilló, golpeando en cada columna, una fuerza de la naturaleza en su propio derecho. Y después, una y otra vez, pilar tras pilar absorbían los golpes que deberían haber triturado su cara, su cuello. Aelin frenó sus pasos, dejó que Manon creyera que estaba cansada, cada vez más torpe. —Suficiente, cobarde —silbó Manon, tratando de que Aelin cayera al suelo. Pero Aelin giró en torno a un pilar y en el borde delgado de roca desnuda más allá de la plataforma del templo, la caída era inminente, cuando Manon chocó con la columna. La columna gimió, se meció –y se cayó a su lado, golpeando la columna al lado suyo, agrietando la tierra Junto con el techo abovedado. Manon incluso no tuvo tiempo para arremeter un camino cuando el mármol se estrelló debajo de ella. Una de las pocas brujas restantes al otro lado del barranco gritó. Aelin corría ya, justo cuando la isla de roca comenzó a temblar, como si cualquier fuerza antigua unida a este templo hubiera muerto al momento en que el tejado se derrumbó. Mierda. Aelin corrió por el segundo puente, el polvo y escombros ardiendo en sus ojos y pulmones. La isla se sacudió con un crack atronador, tan violento que Aelin tropezó. Pero habían postes y el puente más allá, Aedion esperando al otro lado— con un brazo extendido, haciendo señas. La isla se balanceó otra vez, más amplio y más largo esta vez. Iba a derrumbarse debajo de ellos. Hubo un parpadeo de azul y blanco, un destello de tela roja, una luz tenue de hierro. Una mano y un hombro, luchando con una columna caída. Lenta, dolorosamente, Manon se levantó sobre una losa de mármol, su rostro cubierto en pálido polvo, sangre azul goteando por el templo. A través de la quebrada, cortada por completo, la bruja de pelo dorado estaba de rodillas.

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— ¡Manon! No creo que se haya arrastrado alguna vez por algo en su vida, Líder del Ala, había dicho el rey. Pero había una bruja Blackbeak de rodillas, pidiéndole a los dioses que adoraba; y Manon Blackbeak, esforzándose por levantarse cuando el templo de la isla se derrumbaba. Aelin dio un paso en el puente. Asterin, ese era el nombre de la bruja con el pelo de oro. Gritó por Manon otra vez, una súplica elevándose, para sobrevivir. La isla se sacudió. El puente restante, el puente donde estaban sus amigos, dónde estaba Rowan, aseguro, todavía se sostuvo. Aelin lo había sentido antes: un hilo en el mundo, una corriente entre ella y alguien más. Lo había sentido una noche, hace unos años, y le había dado a una joven curandera el dinero suficiente para salir fuera del infierno de este continente. Había sentido el tirón y había decidido tirar de nuevo. Aquí estaba otra vez, ese tirón –hacia Manon, cuyos brazos se torcieron cuando ella se derrumbó en la piedra. Su enemigo, su nuevo enemigo, que la habría matado a ella y Rowan si le dieran una oportunidad. Un monstruo encarnado. Pero quizás los monstruos tenían que buscarse el uno al otro de vez en cuando. — ¡Corre! —rugió Aedion desde el otro lado del barranco. Así lo hizo. Aelin corrió hacia Manon, saltando sobre las piedras caídas, su tobillo desgarrando en escombros sueltos. La isla se mecía con cada paso, y la luz del sol escaldaba, como si Mala sostuviera la isla en alto con cada último trozo de lo que fuera que la diosa podría convocar en esta tierra. Entonces Aelin estaba sobre Manon Blackbeak, y la bruja levantó los ojos llenos de odio hacia ella. Aelin arrastró fuera piedra tras piedra de su cuerpo, la isla debajo de ellas meciéndose. —Eres una luchadora demasiado buena para morir —respiró Aelin, enganchando un brazo bajo los hombros de Manon y sacándola. La roca se balanceó a la izquierda –pero se sostuvo. Oh, dioses. —Si yo muero por ti, te golpearé hasta la mierda en el infierno.

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Podría haber jurado que la bruja soltó una risa rota cuando se puso de pie, casi un peso muerto en los brazos de Aelin. —Tú…debiste dejarme morir —dijo Manon con la voz áspera mientras cojeaba sobre los escombros. —Lo sé, lo sé —jadeó Aelin, su brazo cortado doliendo por el peso de la bruja. Se apresuraron por el segundo puente, la roca del templo balanceándose a la derecha, el puente detrás de ella estirándose con fuerza sobre la caída y el río brillante muy, muy por debajo. Aelin tiró de la bruja, apretando los dientes, y Manon tropezó en una carrera asombrosa. Aedion se mantuvo entre los puestos a través de la quebrada, un brazo todavía extendido hacia ella, mientras que el otro estaba levantando su espada en alto, listo para la llegada de la Líder del Ala. La roca detrás de ellos gimió. A mitad de camino, solamente a un paso de la muerte esperando por ellas. Manon tosió sangre azul en los pilares de madera. Aelin espetó: — ¿Qué demonios tienen de bueno tus bestias si no pueden salvarte de esta clase de cosas? La isla giró en la otra dirección, y el puente se tensó. Oh, mierda. Mierda, iba a romperse. Corrieron más rápido, hasta que pudo ver los dedos tensos de Aedion y la parte blanca de sus ojos. La roca se agrietó, tan fuerte que los ensordeció. Luego vino el tirón y la extensión del puente cuando la isla comenzó a desmoronarse en polvo, desplazándose al lado. Aelin arremetió los últimos pasos, agarrando la capa roja de Manon cuando las cadenas del puente se rompieron. Los pilares de madera las abandonaron debajo de ellas, pero ya estaban saltando. Aelin dejó escapar un gruñido cuando se estrelló contra Aedion. Se giró para ver a Chaol agarrando a Manon y llevándola sobre el borde el barranco, su manto desgarrado y cubierto de polvo, aleteando en el viento. Cuando Aelin miró más allá de la bruja, el templo se había ido.

Manon jadeó en busca de aire, concentrándose en su respiración, el cielo sin nubes por encima de ella. Los humanos la dejaron tumbada entre los postes del puente de piedra. La reina no se había molestado siquiera en decir adiós. Solo se había desvanecido por el lesionado Guerrero Hada, su nombre como una oración en sus labios.

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Rowan. Manon había alzado la vista a tiempo para ver a la reina caer de rodillas ante el guerrero herido en la hierba, exigiendo respuestas del hombre de pelo castaño—Chaol— que presionó una mano en la herida de la flecha en el hombro de Rowan para contener el sangrado. Los hombros de la reina temblaban. Corazón de Fuego, murmuró el Guerrero Hada. Manon habría visto lo que venía, tendría que haberlo hecho, si ella no hubiera tosido sangre sobre la hierba brillante y desmayado. Cuando despertó, se habían ido. Solo minutos habían transcurridos, porque luego allí estaban; plenas alas abiertas y el rugido de Abraxos. Y Asterin y Sorrel, corriendo hacia ella antes de que sus dragones hubieran aterrizado. La Reina de Terrasen había salvado su vida. Manon no sabía qué hacer. Pero ahora ella le debía a su enemigo una deuda de vida. Y había aprendido bien cómo su abuela y el rey de Adarlan tenían la intención de destruirlos.

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Capítulo 61 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher La caminata a través del bosque de Oakwald fue el viaje más largo de la vida miserable de Aelin. Nesryn había quitado la flecha del hombro de Rowan, y Aedion había encontrado algunas hierbas para masticar y meter en la herida abierta para detener el sangrado. Pero Rowan todavía se apoyaba contra Chaol y Aedion cuando se apresuraron a través del bosque. No tenían ningún lugar a dónde ir. No tenía donde poner a un Hada herido en la capital, en todo este reino de mierda. Lysandra estaba pálida y temblorosa, pero había cuadrado sus hombros y se ofreció a ayudar a llevar a Rowan cuando uno de los hombres se cansara. Ninguno aceptó. Cuando Chaol por fin pidió que Nesryn que los ayudará, Aelin vio la sangre empapando su túnica y sus manos, sangre de Rowan –y casi vomitó. Más despacio, cada paso era más lento a medida que la fuerza de Rowan menguaba. —Necesita descansar —dijo Lysandra suavemente. Aelin hizo una pausa, los altísimos robles presionando a su alrededor. Los ojos de Rowan estaban entreabiertos, su cara drenada de todo color. No podía levantar siquiera su cabeza. Ella debió dejar que la bruja muriera. —No podemos acampar en medio del bosque —dijo Aelin—. Necesita un curandero. —Sé dónde lo podemos llevar —dijo Chaol. Ella arrastró sus ojos al capitán. Debió haber dejado que la bruja lo matara, también. Chaol sabiamente apartó su mirada y se dirigió a Nesryn. —La casa de campo de tu padre, el hombre que la dirige está casado con una partera.

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La boca de Nesryn se tensó —No es una curandera, pero sí. Podría ayudar en algo — ¿Entiendes —les dijo Aelin muy tranquilamente—, que si sospecho que nos van a traicionar, ellos morirán? Era verdad, y tal vez la hacía un monstruo ante Chaol, pero no le importaba. —Lo sé —dijo Chaol. Nesryn simplemente asintió con la cabeza, todavía tranquila, fuerte. —Entonces muestranos el camino —dijo Aelin, con voz hueca—. Y oremos que puedan mantener la boca cerrada.

El ladrido alegre, frenético los saludó, despertando a Rowan de la mitad de la inconciencia en la que había caído durante las últimas pocas millas a la pequeña casa de piedra. Aelin apenas había respirado en todo el tiempo. Pero a pesar de sí misma, a pesar de las lesiones de Rowan, cuando Ligera corrió en la hierba alta hacia ellos, Aelin sonrió un poco. El perro saltó sobre ella, lamiendo y lloriqueando y moviendo su dorada, esponjosa, cola. No se había dado cuenta de cuán asquerosas y sangrientas tenías las manos hasta que las puso en el brillante pelaje de Ligera. Aedion gruñó cuando tomó todo el peso de Rowan mientras Chaol y Nesryn trotaron a la casa de piedra enorme, alegremente encendida, el anochecer había caído completamente alrededor de ellos. Bien. Menos ojos para ver que salieron de Oakwald y cruzaron el campo recién labrado. Lysandra intentó ayudar a Aedion, pero se negó una vez más. Ella le siseó a él, de todos modos. Ligera bailó alrededor de Aelin, luego notó a Aedion, Lysandra y Rowan, y la cola se hizo un poco más prudente. —Amigos —le dijo a su perro. Se había puesto enorme desde la última vez que Aelin la había visto. No estaba segura de por qué le sorprendió, cuando todo lo demás en su vida había cambiado. El aseguramiento de Aelin pareció suficiente para Ligera, que trotó delante, escoltándolos a la puerta de madera que se había abierto para revelar a una alta partera con una cara sin complicaciones que le echó un vistazo a Rowan y se endureció. Una palabra. Una maldita palabra que sugiriera que los podría entregar, y estaba muerta. Pero la mujer dijo:

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—Quien puso esa hierba de sangre en la herida le salvó la vida. Llévenlo dentro, tenemos que limpiarlo antes de no se puede hacer nada.

Se necesitaron unas horas para que Marta, la esposa, ama de casa, limpiara, desinfectara, y remendara la herida de Rowan. Suertudo, siguió diciendo –tan suertudo que no llegará a nada vital. Chaol no sabía qué hacer, además de llevar los recipientes de agua ensangrentados. Aelin solo se sentó en un taburete al lado de la cama en la habitación extra de la elegante casa y controló cada movimiento que hizo Marta. Chaol se preguntaba si Aelin sabía que ella era un desastre, manchada de sangre. Que se veía peor que Rowan. Su cuello estaba brutal, la sangre se había secado en su cara, su mejilla estaba magullada, y la manga izquierda de su túnica estaba rasgada para revelar una herida siniestra. Y luego había polvo, suciedad y sangre azul de la Líder del Ala sobre ella. Pero Aelin se posó en el taburete, sin moverse, solo por agua potable, gruñendo si Marta siquiera miraba a Rowan divertida. Marta, de alguna manera, lo soportó. Y cuando la partera terminó, se enfrentó a la reina. Sin sospechar en absoluto sobre quién se sentaba en su casa, Marta dijo: —Tienes dos opciones: puedes o ir a lavarte las manos en el grifo de afuera, o puedes sentarte con los cerdos toda la noche. Estás bastante sucia como para que un toque infecte las heridas. Aelin miró sobre su hombro a Aedion, que se apoyaba contra la pared detrás de ella. Él asintió en silencio. Cuidaría de él. Aelin se levantó y anduvo con paso majestuoso. —Voy a inspeccionar a tu otra amiga —dijo Marta y se apresuró a ir donde Lysandra se había dormido en el cuarto contiguo, acurrucada en una estrecha cama. Arriba, Nesryn estaba ocupada tratando con el personal, asegurando su silencio. Pero había visto la alegría provisional en sus caras cuando habían llegado: Nesryn y la familia Faliq se habían ganado su lealtad hace mucho tiempo. Chaol le dio dos minutos a Aelin, y luego la siguió fuera. Las estrellas eran brillantes, la luna llena casi cegadora. El viento de la noche susurró a través de la hierba, apenas audible sobre el tintineo y chisporroteo de la espita. Encontró a la reina agazapada, su cara en el flujo de agua.

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—Lo siento —dijo. Ella frotó su cara y levantó la palanca, hasta que más agua se vertió sobre ella. Chaol continuó: —Solo quería acabar con él. Tenías razón, todo este tiempo, tú tenías razón. Pero quería hacerlo yo mismo. No sabía que… Lo siento. Soltó la palanca y se giró para alzar la vista hacia él. —Salvé a mi enemigo hoy —dijo rotundamente. Ella desenrolló sus pies, limpiando el agua de su cara. Y aunque era más alto que ella, se sentía más pequeño cuando Aelin lo miró. No, no solo Aelin. La reina Aelin Ashryver Galathynius, se dio cuenta, lo contemplaba—. Trataron de dispararme a mí… Rowan me cubrió el corazón. Y yo la salvé de todos modos. —Lo sé —dijo. Su grito cuando esa flecha había atravesado a Rowan… —Lo siento —dijo otra vez. Ella miraba fijamente las estrellas, hacia el Norte. Su cara como el hielo. — ¿Lo habrías matado realmente si hubieras tenido la posibilidad? —Sí —respiró Chaol—. Estaba preparado para eso. Lentamente se volvió hacia él. —Nosotros lo haremos, juntos. Liberaremos la magia, entonces tú y yo iremos allí y lo terminaremos juntos. — ¿No vas a insistir en que me quede atrás? — ¿Cómo le puedo negar el último regalo a él? —Aelin. Sus hombros decayeron un poco. —No te culpo. Si Rowan tuviera ese collar alrededor de su cuello, habría hecho lo mismo. Las palabras lo golpearon en el estómago cuando ella se alejó. Un monstruo, la había llamado hace unas semanas. Lo había creído y había permitido que esto fuera su escudo contra el fuerte sabor amargo de la desilusión y la pena. Fue un tonto. Movieron a Rowan antes del alba. Por cualquier gracia inmortal persistente en sus venas, él había sanado lo suficiente para caminar por su cuenta, y así se deslizaron fuera de la preciosa

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casa de campo antes de que cualquiera de los empleados despertara. Aelin le dijo adiós solo a Ligera, que había dormido acurrucada a su lado durante la larga noche que había observado a Rowan. Entonces se pusieron en marcha, Aelin y Aedion flanqueando a Rowan, con los brazos al hombro mientras se apresuraban a través de las colinas. La niebla de la madrugada los envolvió cuando hicieron su camino a Rifthold una última vez.

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Capítulo 62 Traducido por Cecilia García Corregido por Constanza Cornes A Manon no le importaba si su cara era agradable cuando hizo que Abraxos aterrizara ante la cuadrilla del rey. Los caballos relinchaban y se retorcían al tiempo que las Trece sobrevolaban el claro en el que habían avistado al grupo. —Líder del Ala —dijo el rey en horcajadas desde su montura de guerra, sin inmutarse en absoluto. A su lado, su hijo –Dorian– se encogía. Se encogía de la misma forma en que esa cosa rubia lo había hecho en Morath cuando las atacó. —¿Buscáis algo? —preguntó el rey con frialdad—. ¿O por qué motivo parecéis a medio camino del infierno? Manon desmontó a Abraxos y caminó hacia el rey y su hijo. El príncipe centró la mirada en su silla, tratando de no mirarla a los ojos. —Hay rebeldes en vuestros bosques —dijo—. Se llevaron a vuestro pequeño prisionero, y luego trataron de atacarnos a mí y a mis Trece. Los maté a todos. Espero que no os importe. Dejaron a tres de vuestros hombres muertos en el vagón –aunque parece que nadie notó su pérdida. El rey se limitó a decir: —¿Habéis venido hasta aquí solo para decirme eso? —He venido para deciros que cuando me enfrente a vuestros rebeldes, a vuestros enemigos, no tendré interés en dejar prisioneros. Y que las Trece no son caravanas para transportarlos como deseéis. Se acercó al caballo del príncipe. —Dorian —dijo. Una orden, y un desafío. Sus ojos zafiro se quebraron ante los de ella. Ni rastro de la oscuridad del otro mundo.

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Tan solo un hombre atrapado en su interior. Ella encaró al rey. —Deberíais enviar a vuestro hijo a Morath. Sería un buen lugar para él —y antes de que el rey pudiera responder, Manon caminó de vuelta hacia Abraxos. Había planeado contarle al rey sobre Aelin. Y sobre los rebeldes que se hacían llamar a sí mismos Aedion, Rowan y Chaol. Pero… eran humanos y no podrían escapar rápidamente –no si estaban heridos. Le debía su vida a su enemigo. Manon montó en la silla de Abraxos. —Puede que mi abuela sea la Bruja Suprema —dijo al rey—, pero soy yo quien encabeza las tropas. El rey se rio entre dientes. —Implacable. Creo que terminarás gustándome, Líder del Ala. —El arma que creó mi abuela –esos espejos. ¿Realmente planean usar fuego sombra con ellos? La cara rojiza del rey se tensó en advertencia. La réplica del vagón no era más que una fracción el tamaño que lo que se representaba en los planos clavados a la pared: enormes torres de batalla transportables de cientos de pies de altura, llenas en su interior con los espejos sagrados de los Ancestros. Espejos que antaño habían sido usados para construir, romper y reparar. Ahora serían amplificadores, reflejando y multiplicando cual fuera el poder al que el rey quería dar rienda suelta, hasta que se convirtiera en un arma que se pudiera dirigir contra cualquier objetivo. Y si el poder iba a ser el fuego sombra de Kaltain… —Hace demasiadas preguntas, Líder del Ala —dijo el rey. —No me gustan las sorpresas —fue su única respuesta. Excepto esta –esta si había sido una sorpresa. Esa arma no era para conseguir gloria, o triunfo, ni siquiera por amor a la guerra. Era para exterminar. Una masacre a gran escala que supusiera una corta batalla. Sin oposición –incluso por parte de Aelin y sus guerreros– estarían completamente indefensos. El rostro del rey se estaba volviendo morado a causa de la impaciencia. Pero Manon ya estaba surcando los cielos, con Abraxos batiendo sus alas fuertemente. Ella observó al príncipe hasta que este se convirtió en una mota de pelo negro. Y se preguntó que se sentiría al estar atrapado en ese cuerpo.

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Elide Lochan esperó por el carro de alimentación. Pero este no llegó. Un día más tarde; dos días. Casi no dormía por temor a que el carro llegara mientras ella estaba inconsciente. Cuando se despertó al tercer día, con la garganta seca, ya había tomado la costumbre de apresurarse a ayudar en la cocina. Trabajó hasta que su pierna casi cedió. Pero entonces, justo antes del atardecer, el relincho de los caballos y el ruido de las ruedas junto con los gritos de los hombres retumbaban en las piedras oscuras del largo puente Keep. Elide se escabulló de la cocina antes de que alguien pudiera fijarse en ella, antes de que el cocinero pudiera encomendarle alguna nueva tarea. Se apresuró a subir los escalones lo mejor que podía estando encadenada, con el corazón en la garganta. Debería haber guardado sus cosas abajo, debería haber encontrado algún escondite. Subió lo más rápido que pudo, dirigiéndose a la torre de Manon. Había rellenado la cantimplora cada mañana, y había guardado en una bolsa un suministro de alimentos. Elide abrió la puerta del cuarto de Manon, apresurándose hacia el escondite donde guardaba sus suministros. Pero Vernon estaba allí. Estaba sentado en el bordillo de la cama de Manon como si se tratara de la suya propia. —¿Vas a alguna parte, Elide?

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Capítulo 63 Traducido por Cecilia García Corregido por Constanza Cornes —¿A dónde se supone que te dirigías? —dijo Vernon al tiempo que se levantaba, acechando como un gato. El pánico inundaba sus venas. El vagón –el vagón– —¿Era ese el plan desde el principio? ¿Esconderte entre esas brujas, y huir? Elide retrocedió hacia la puerta. Vernon chasqueó la lengua. —Ambos sabemos que no tiene sentido que corras. Y la Líder del Ala no estará por aquí pronto. Las rodillas de Elide temblaron. Oh, dioses. —Pero es mi hermosa e inteligente sobrina humana –¿o debería decir bruja? Es una pregunta importante —Él la sujetó por el codo, con un pequeño cuchillo en la mano. No podía hacer nada contra la rebanada de escozor en su brazo, y la sangre que comenzó a brotar—. No una bruja, al parecer. —Soy una Blackbeak —murmuró Elide. No se inclinaría ante él, no se acobardaría. Vernon la rodeó. Una pena que ellas están en el norte y no pueden verificarlo. Lucha, lucha, lucha, exclamaba su sangre –no dejes que te enjaule. Tu madre cayó luchando. Era una bruja, y tú también, y tú no te rindes –no te rindas– Vernon se abalanzó, más rápido de lo que podía esquivar con sus cadenas, una mano agarró su mano mientras la otra golpeaba su cabeza contra la madera tan rápido que su cuerpo solo –se detuvo. Eso era todo lo que él necesitó –esa estúpida pausa– para inmovilizar su otro brazo, agarrando ambos con una mano mientras la otra se cerraba alrededor de su cuello, lo bastante fuerte para herir, para hacerla comprender que su tío había entrenado de la misma forma que su padre en el pasado.

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—Tú, vienes conmigo. —No —la palabra era el aliento de un susurro. Su agarre se hizo más fuerte, retorciéndole los brazos hasta que estos se despellejaron en dolor. —¿No eres consciente de la recompensa que supones? ¿Lo que podrías ser capaz de hacer? Tiró de ella hacia atrás, abriendo la puerta. No –no, no dejaría que la llevara, no– Pero gritar no le ayudaría en nada. No en una guarida llena de monstruos. No en un mundo en el que nadie recordaba su existencia, o no le importaba. Se quedó inmóvil, y él lo interpretó como rendición. Podía sentir su sonrisa en la parte posterior de su cabeza cuando la empujó por el hueco de la escalera. —La sangre Blackbeak corre por tus venas –junto con la generosa herencia mágica de nuestra familia —él la arrastró por las escaleras, y la bilis ardía en su garganta. Nadie vendría a por ella –porque nunca había pertenecido a nadie—. Las brujas no tienen magia, no como nosotros. Pero tú, un híbrido entre ambas líneas... —Vernon agarró su brazo con más fuerza, justo sobre el corte que le había causado, y ella gritó. El sonido hizo eco, vacío y débil, cobre la escalera de piedra—. Haces gran honor a tu casa, Elide. Vernon la dejó en una celda de prisión helada. Sin luz. Sin ningún sonido, con excepción del goteo de agua en algún lugar. Temblando, Elide ni siquiera tenía palabras para suplicar cuando Vernon la arrojó al interior. —Tú te lo has buscado, ya sabes —dijo—, cuando te aliaste con esa bruja y confirmaste mis sospechas con respecto a la sangre que fluye por tus venas —la miró, pero ella estaba mirando la celda –nada, nada que pudiera ayudarle a escapar. No encontró nada—. Te dejaré aquí hasta que estés lista. Dudo que nadie note tu ausencia, de todas formas. Cerró la puerta, y la oscuridad se la tragó por completo. Ella no se molestó en intentar abrirla.

Manon fue convocada por el duque en el momento en que puso un pie en Morath. El mensajero se encogía en la esquina de la aguilera, y apenas podía pronunciar las palabras cuando se llevó la sangre, la suciedad y el polvo que todavía cubrían a Manon. Ella había estado contemplando y chasqueado los dientes hacia él solo por estar temblando como un tonto sin carácter, pero estaba agotada, y su cabeza golpeaba, y nada que no fueran

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movimientos básicos requería demasiado pensamiento. Ninguna de las Trece había osado decir nada acerca de su abuela –a la que había aprobado de cría. Sorrel y Vestia la seguían a tan solo unos pasos de distancia, Manon abrió de un portazo las puertas a la sala del consejo del duque, dejando que el golpe de la madera expresara lo que opinaba sobre ser convocada de inmediato. El duque –con tan solo Kaltain a su lado– dirigió su mirada hacia ella. —Explique su... apariencia. Manon abrió la boca. Si Vernon había oído que Aelin Galathynius estaba viva –si sospechaba por un momento la deuda que Aelin debía tener para con la madre de Elide por salvarla, perfectamente podría querer terminar con la vida de su sobrina. —Los rebeldes nos atacaron. Los maté a todos. El duque lanzo un puñado de papeles sobre la mesa. Golpearon el cristal y se deslizaron, esparciéndose como un abanico. —Por meses, has querido explicaciones. Pues bien, aquí están. Informes de reportes sobre nuestros enemigos, los objetivos más grandes para que venzamos... Su Majestad envía sus mejores deseos. Manon se acercó. —¿También envió a ese príncipe demonio a mis cuarteles para atacarnos? —miró el ancho cuello del duque, preguntándose con qué facilidad podría desgarrar su piel áspera. La boca de Perrington se torció. —Roland había sobrevivido para su utilidad. ¿Quién mejor para cuidar de él que tus Trece? —No me había dado cuenta de que íbamos a ser tus verdugos —de hecho debería arrancarte la garganta por lo que había intentado hacer. A su lado, Kaltain estaba completamente blanca, como un caparazón. Pero esa fuego sombra… ¿Reaccionaría si el duque fuera atacado? —Siéntate y lee los archivos, Líder del Ala. Ella no apreciaba la orden, y dejó escapar un gruñido para dárselo a entender, pero se sentó. Y leyó. Informes de Eyllwe, de Melisande, de Fenharrow, del Desierto Rojo, y Wendlyn. Y de Terrasen.

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Según el informe, Aelin Galathynius –dada por muerta durante mucho tiempo– había aparecido en Wendlyn y derrotado a cuatro de los príncipes Valg, entre ellos a un gran general del ejército del rey. Con fuego. Aelin poseía magia de fuego, según lo que Elide le había contado. Podría haber sobrevivido al frío. Pero –pero eso significaba que la magia… Todavía funcionaba en Wendlyn. Y no aquí. Manon apostaría gran parte del oro acumulado en la Guarida Blackbeak que la causa eran el hombre ante ella –y el rey en Rifthold. A continuación un reporte del Príncipe Aedion Ashryver, ex general de Adarlan, pariente de los Ashryvers de Wendlyn, siendo arrestado por traición. Por asociación con los rebeldes. Había sido rescatado de su ejecución apenas unas semanas atrás por fuerzas desconocidas. Posibles sospechosos: Lord Ren Allsbrook de Terrasen… Y Lord Chaol Westfall de Adarlan, quien había servido lealmente al rey como su Capitán de la Guardia hasta que se unió con Aedion la pasada primavera y huyó del castillo el día de su captura. Sospechaban que el capitán no había ido muy lejos –y que trataría de liberar a su eterno amigo, el Príncipe Heredero. Liberarlo. El príncipe la había insultado y provocado –como si intentara que le matara. Y Roland también había suplicado la muerte. Si Chaol y Aedion estaban ahora con Aelin Galathynius, todos trabajando juntos… No habían ido al bosque a espiar. Sino a salvar al príncipe. Y a quien quiera que fuera esa mujer prisionera. Consiguieron rescatar a uno, al menos. El duque y el rey no lo sabían. No sabían lo cerca que habían estado de todos sus objetivos, o qué tan cerca sus enemigos habían estado de apoderarse del príncipe. Por eso el capitán había venido corriendo. Había venido a matar al príncipe –la única misericordia que creía poder ofrecerle. Los rebeldes no sabían que el hombre todavía estaba ahí dentro. —¿Y bien? —exigió el duque—. ¿Alguna pregunta? —Todavía quiero explicaciones sobre la necesidad del arma creada por mi abuela. Una herramienta así podría ser catastrófica. Si no hay magia, entonces probablemente no valga la pena correr el riesgo de usar esas torres contra la Reina de Terrasen. —Es mejor que estemos preparados antes que ser cogidos por sorpresa. Tenemos total con-

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trol sobre esas torres. Manon golpeó la mesa con una de sus uñas de metal. —Esta es una información base, Líder del Ala. Continúa probándote a ti misma, y recibirás más. ¿Probarse a sí misma? No había podido hacer nada en los últimos días para probarse a sí misma –con excepción de desmenuzar a uno de sus príncipes demonios en la tribu de la montaña sin ningún motivo en especial. Un escalofrío de rabia recorrió su cuerpo. Liberar a uno de los príncipes dentro del cuartel no había sido un mensaje, sino una prueba. Para ver si ella podría enfrentarse a lo peor que tenían y aun así obedecer. —¿Has elegido ya a un aquelarre para mí? Manon se obligó a sí misma a encogerse de hombros despreocupadamente. —Estaba esperando a ver quiénes se portaban mejor en mi ausencia. Esa sería su recompensa. —Tienes hasta mañana. Manon se le quedó mirando. —En el momento en el que abandone esta habitación, voy a bañarme y a dormir por un día entero. Si tú o tus pequeños compinches demonio me molestan antes de ese momento, les demostraré lo mucho que me gusta jugar a ser verdugo. Tomaré una decisión el día siguiente. —¿No será que estáis evitándolo, Líder del Ala? —¿Por qué debería molestarme en hacer favores a aquelarres que no los merecen? —Manon no se permitió observar por un solo segundo lo que la Matrona estaba permitiendo que estos hombres hicieran cuando recogió los archivos, los puso en los brazos de Sorrel y salió. Apenas había alcanzado las escaleras de su torre cuando vio a Asterin apoyada en la entrada, arreglando sus uñas. Sorrel y Vesta contuvieron el aliento. —¿Qué ocurre? —exigió Manon, chasqueando sus propias uñas. El rostro de Asterin era una máscara de puro aburrimiento. —Tenemos que hablar.

Ella y Asterin volaron hacia las montañas, y dejó que su prima liderara el vuelo –permitió que Abraxos siguiera a la hembra azul cielo de Asterin hasta que estuvieron lejos de Morath. Se posaron en una pequeña meseta cubierta de flores salvajes violetas y naranjas, con la hierba silbando hacia el viento. Abraxos prácticamente gruñendo de alegría. El agotamiento de Manon

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se hacía tan pesado como la capa roja que llevaba, y no se molestó en reprender a su montura. Ellas dejaron a sus wyverns en el campo. El viento de la montaña era sorprendentemente cálido, el día era claro y el cielo estaba cubierto con grandes y amplias nubes. Había ordenado a Sorrel y Vesta permanecer tras ellas, a pesar de sus protestas. Si las cosas estaban tan mal hasta el punto en que no confiaba poder estar a solas con Asterin… Manon no quería considerar eso. Quizás por eso ella había aceptado venir. Quizás a causa del grito que Asterin había emitido desde el otro lado del barranco. Había sido muy parecido al grito de la heredera Blueblood, Petrah, cuando su wyvern había sido arrancada a jirones. Como el grito de madre de Petrah cuando Petrah y su montura, Keelie, habían caído en el aire. Asterin caminó hasta el borde de la meseta, las flores silvestres se mecían sobre sus pantorrillas, y sus pantalones de montar brillaban a la luz del sol. Ella destrenzó su cabello, sacudiendo sus ondas doradas, después descolocó su espada y sus dagas y las dejó caer al suelo. —Necesito que me escuches, no que hables —dijo a medida que Manon se acercaba a ella. Una alta demanda para hacer a su heredera, pero no había ninguna nota de desafío ni amenaza. Y Asterin nunca le había hablado de esa manera. De forma que Manon asintió. Asterin se quedó mirando a través de las montañas –tan llenas de vida, ahora que estaban lejos de la oscuridad de Morath. Una suave brisa revoloteaba entre ellas, agitando los rizos de Asterin hasta que llegaron a parecer parte del brillo del sol. —Cuando tenía veintiocho, fui a cazar Crochans en un valle al este de los Colmillos. Estaba a cien millas del próximo pueblo, y cuando una tormenta me sacudió, no fui capaz de aterrizar. Así que traté de ser más rápida que la tormenta sobre mi escoba y volar por encima de ella. Pero la tormenta subía, y subía. No sé si fue un rayo o el viento, pero de repente estaba cayendo. Me las arreglé para aterrizar, pero el impacto fue brutal. Antes de desmayarme supe que mi brazo estaba roto en dos lugares distintos, mi tobillo torcido y mi escoba destrozada. Hacía más de ochenta años –esto había ocurrido hacía más de ochenta años, y Manon nunca había oído sobre ello. Ella había estado en su propia misión en ese momento, no podía recordar dónde. Todos esos años de caza de Crochans se habían entremezclado. —Cuando me desperté, estaba en una cabina humana, mi escoba estaba hecha pedazos al lado de la cama. El hombre que me encontró dijo que había estado cabalgando a su casa a través de la tormenta cuando me vio caer del cielo. Él era un joven cazador –mayoritariamente por ser un juego exótico, que era por ese motivo que tenía una cabaña en medio de la inmensidad del bosque. Creo que le habría matado de haber tenido alguna fuerza, aunque solo fuera porque quería sus recursos. Pero mi conciencia se desvanecía continuamente durante algunos días mientras mis huesos se restauraban, y cuando me volví a despertar… él me alimentaba lo bastante para que dejara de verle como simple comida. O una amenaza.

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Un largo silencio. —Permanecí ahí durante cinco meses. No di caza a una sola Crochan. Le ayudé en su juego de caza, encontré madera de hierro y comencé a tallar una nueva escoba, y… Ambos sabíamos lo que yo era, y lo que él era. Que yo tenía una larga vida y él era humano. Pero teníamos la misma edad en ese momento, y no nos importaba. Así que me quedé con él hasta que mis superiores me exigieron que me reportara a la Guarida Blackbeack. Y le dije… que volvería en cuanto pudiera. Manon apenas podía pensar, apenas respiraba en el silencio de su cabeza. Nunca había oído sobre esto. Ni siquiera un murmullo. Para que Asterin hubiera ignorado sus deberes sagrados… Para que hubiera estado con este hombre humano… —Cuando regresé a la Guarida Blackbeak estaba embarazada de un mes. Las rodillas de Manon se tambalearon. —Tú ya te habías ido –estabas en tu siguiente misión. No se lo conté a nadie, no hasta que estuve segura de que el embarazo sobreviviría a esos primeros meses. No era inesperado, dado que la mayoría de las brujas perdían a sus hijos en ese periodo de tiempo. El hecho de que el feto sobrepasara ese umbral era un milagro en sí mismo. —Pero llegué a los tres meses, y a los cuatro. Y cuando ya no pude ocultarlo más, se lo conté a tu abuela. Ella estaba contenta, y me ordenó reposar en mi cama en la Guarida, de forma que nada pudiera molestarnos a mí o al feto en mi vientre. Le dije que quería salir, pero se negó. Sabía que no debía decirle que quería volver a esa cabaña en el bosque. Que ella le mataría. Así que permanecí en la torre durante meses, como una prisionera mimada. Tú incluso viniste, dos veces, pero ella no te dijo que estaba ahí. No hasta que el bebé hubiera nacido, me dijo. Un largo, e irregular suspiro. No era extraño que las brujas fueran sobreprotectoras con aquellas que poseían herederos en su interior. Y Asterin, que portaba la línea de sangre de la Matrona, debía haber sido una mercancía valiosa. —Desarrollé un plan. En el momento en que me recuperará del parto, en el momento en que no me vigilaran, llevaría a la criatura a su padre y se la presentaría. Pensé que tal vez una vida en el boque, tranquila y pacífica, sería mejor para mi bebé que la vida sangrienta que nosotras vivíamos. Pensé que quizás sería mejor… para mí. La voz de Asterin se rompió en las dos últimas palabras. Manon no se atrevía a mirar a su prima. —Di a luz. La criatura casi me desgarró cuando salió. Pensé que quizás era porque era una guerrera, que ella era una verdadera Blackbeak. Y estaba orgullosa. Incluso cuando gritaba, cuando sangraba, estaba muy orgullosa de ella. Asterin se quedó en silencio, y Manon la miró al fin.

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Las lágrimas se deslizaban en su rostro, brillando bajo la luz del sol. Asterin cerró los ojos y susurró al viento. —Ella nació muerta. Esperé oír el sonido de un llanto de triunfo, pero no hubo más que silencio. Silencio, y después tu abuela… —abrió los ojos—. Tu abuela me gritó. Me golpeó. Una y otra vez. Todo lo que quería era ver a mi hija, y ella les ordenó quemarla. Se negó a dejarme verla. Yo era la desgracia de todas y cada una de las brujas que habían estado antes que yo; era la culpable de tener una heredera defectuosa; había deshonrado a las Blackbeaks; la había decepcionado. Me lo gritó una y otra vez, y cuando lloré, ella…ella… Manon no sabía a donde mirar, ni qué hacer con sus brazos. Un nacido muerto era el mayor dolor de una bruja –y la mayor vergüenza. Pero para su abuela… Asterin desabrochó la chaqueta y la apartó hacia las flores. Se sacó la camisa, y la de debajo, hasta que su piel dorada brillaba bajo el sol, con sus pechos grandes y pesados. Asterin se giró y Manon cayó sobre sus rodillas en la hierba. Allí, marcado sobre el abdomen de Asterin con letras vulgares y despiadadas estaba una única palabra: INMUNDA. —Ella me marcó. Hizo que calentaran hierro en el mismo fuego en el que mi hija había sido quemada y estamparon cada letra por sí misma. Dijo que no merecía la pena que jamás volviera a concebir a una Blackbeak. Que la mayoría de los hombres verían la palabra y correrían. Ochenta años. Había ocultado eso durante ochenta años. Pero Manon la había visto desnuda– No. No, no lo había hecho. No por décadas y décadas. Cuando eran niñas sí, pero… —En mi vergüenza no se lo conté a nadie. Sorrel y Vesta… Sorrel lo sabía porque estuvo en esa habitación. Ella luchó por mí. Le suplicó a tu abuela. Ella le rompió el brazo y la echó de la habitación. Pero después de que la Matrona me tirara en la nieve y me dijera que me arrastrase a algún lugar a morir, Sorrel me encontró. Ella llamó a Vesta, y me llevaron al refugio de Vesta en las montañas, y en secreto me cuidaron durante los meses en que yo… no pude levantarme de la cama. Entonces, un día, me desperté y decidí luchar. “Entrené. Curé mi cuerpo. Me volví fuerte –más de lo que había sido antes. Y dejé de pensar en ello. Un mes más tarde fui a la caza de Crochans, y caminé de vuelta a la Guarida con tres de sus corazones en una caja. Si a tu abuela le sorprendió que no hubiera muerto, no lo demostró. Estabas ahí la noche en que regresé. Brindaste en mi honor, y dijiste que estabas orgullosa de tener a una Segunda como yo. Todavía de rodillas, la tierra húmeda cubría sus pantalones, Manon se quedó mirando a esa horrible marca. —Nunca regresé a junto el cazador. No sabía cómo explicar esa marca. Cómo explicar lo que

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había hecho tu abuela, o disculparme. Tenía miedo que me tratara de la misma forma en que tu abuela lo había hecho. Así que no volví —su boca tartamudeó—. Volé sobre ese lugar durante varios años, sólo… sólo para ver —se limpió la cara—. Nunca se casó. E incluso cuando se volvió un hombre viejo, en ocasiones le vi sentado en el porche delantero. Como si estuviera esperando a alguien. Algo… algo se desquebrajaba dolorosamente en el pecho de Manon, agujereando en su propio cuerpo. Asterin se sentó entre las flores y comenzó a ponerse de nuevo la ropa. Ella estaba llorando en silencio, pero Manon no sabía si debía alcanzarla. No sabía cómo consolarla o cómo calmarla. —Dejó de importarme —dijo Asterin al fin—. Dejaron de importarme todos y todo. Después de eso todo me parecía una broma, un sinsentido, y nada me asustaba. Ese salvajismo y esa fiereza indomable… No nacieron de un corazón libre, sino de uno que había conocido tal completa desesperación que vivir intensamente, violentamente, eran la única forma de escapar de ella. —Pero me dije —Asterin terminó de abotonar su chaqueta—, que dedicaría mi vida por completo a ser tu Segunda. A servirte. No a tu abuela. Porque sabía que ella me había escondido de ti por una razón. Ella sabía que tú habrías luchado por mí. Y lo que sea que ella vio en ti que le causó miedo... Valía la pena esperar por ello. Valía la pena servirte. Así que lo hice. Ese día Abraxos en que había hecho el Cruce, cuando sus Trece habían estado listas para pelear por su salida, su abuela debía haber dado la orden de matarla… Asterin se encontró con su mirada. —Sorrel, Vesta y yo hemos sabido por un largo tiempo de lo que tu abuela es capaz. No hemos dicho nada porque temíamos que si lo sabías, podría ponerte en peligro. El día en que salvaste a Petrah en lugar de dejarla caer… No fuiste la única que comprendió por qué tu abuela te había ordenado matar a esa Crochan —Asterin sacudió su cabeza—. Te lo ruego, Manon. No dejes que tu abuela y eses hombres tomen a nuestras brujas y las usen como esto. No les dejes convertir a nuestros hijos en monstruos. Lo que ya han conseguido hacer… Te suplico que me ayudes a deshacerlo. Manon tragó saliva, su garganta se apretaba dolorosamente. —Si les desafiamos, vendrán a por nosotras y nos matarán. —Lo sé. Todas lo sabemos. Es lo que queríamos decirte la otra noche. Manon miró la camisa de su prima, como si pudiera ver a través de la marca que ocultaba. —Es por eso que te has estado comportando de esa manera. —No soy tan tonta como para pretender que no tengo un punto débil en lo que concierne a las crías de bruja.

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Esa era la razón por la que su abuela la había instado durante décadas para que degradara a Asterin. —No creo que eso sea un punto débil —admitió Manon, y miró por encima de su hombro hacia donde Abraxos husmeaba entre las flores silvestres—. Serás reposicionada como Segunda. Asterin ladeó la cabeza. —Lo siento, Manon. —No tienes nada por lo que disculparte —se atrevió a añadir—. ¿Hay más a las que mi abuela haya tratado así? —No entre las Trece. Pero sí en otros aquelarres. La mayoría se dejan morir cuando tu abuela las echa fuera —Y Manon nunca había estado al tanto. Había sido engañada. Manon miró hacia el oeste a través de las montañas. Esperanza, Elide había dicho –esperanza por un mejor futuro. Por un hogar. No obediencia, ni brutalidad ni disciplina. Sino esperanza. —Tenemos que proceder con cuidado. Asterin parpadeó, las motas de oro en sus ojos brillaron con resplandor. —¿Qué estás planeando? —Algo muy estúpido, diría yo.

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Capítulo 64 Traducido por Cecilia García Corregido por Constanza Cornes Rowan apenas recordaba nada del angustioso trayecto de vuelta a Rifthold. Para el momento en que habían logrado colarse a través de las murallas de la ciudad y por los callejones para llegar al almacén, estaba tan agotado que apenas se había tirado en el colchón cuando la inconsciencia se lo llevó. Se despertó esa noche –¿o fue la siguiente?– con Aelin y Aedion sentados en el borde de la cama, hablando. —El solsticio es en seis días; necesitamos tener todo preparado para entonces —le decía ella a su primo. —¿Así que planeas simplemente pedirle a Ress y Brullo que dejen una puerta trasera abierta para que puedas colarte? —No seas tan ingenuo. Voy a caminar a través de la puerta principal Por supuesto que lo iba a hacer. Rowan dejó escapar un gemido, su lengua se sentía seca y pesada en su boca. Ella se giró hacia él, medio lanzándose sobre la cama. —¿Cómo te encuentras? —pasó una mano por su frente, comprobando si tenía fiebre—. Pareces estar bien. —Bien —consiguió decir. Le dolían el hombro y el brazo. Pero había soportado cosas peores. La pérdida de sangre había sido lo que le había inmovilizado los pies –más sangre de la que jamás había perdido de una sola vez, al menos no tan rápidamente, gracias a la ausencia de magia. Dirigió su mirada a Aelin. Su rostro estaba demacrado y pálido, y un moratón sobresalía de su mejilla, y cuatro arañazos rodeaban su cuello. Mataría a esa bruja. Lo dijo, y Aelin sonrió. —Si estás pensando en violencia entonces supongo que sí estás bien —pero las palabras eran

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intensas, y sus ojos brillaban. Extendió la mano de su brazo bueno para agarrar la mano de ella y se la apretó fuertemente—. Por favor no hagas eso nunca más —susurró ella. —La próxima vez les pediré que no te disparen flechas –ni a mí. Su boca se tensó y comenzó a temblar, ella apoyó la cabeza en su brazo sano. Levantó su otro brazo, provocando un tirón de dolor a lo largo de su cuerpo a medida que le acariciaba el cabello. Todavía lo tenía enmarañado con sangre y suciedad en algunas partes. Probablemente no se había molestado en tomarse un baño. Aedion se aclaró la garganta. —Hemos estado pensando en un plan para liberar la magia –y para sacar al rey y a Dorian. —Díganmelo mañana —dijo Rowan. Un dolor de cabeza empezaba a golpearle. El simple hecho de explicarles que cada vez que había sido el fuego de infierno siendo usado había sido más destructivo de lo que nadie habría podido anticipar era suficiente para hacer que quisiera volver a dormir. Dioses, sin su magia… Los humanos eran increíbles. Ser capaces de sobrevivir sin depender de la magia… Tenía que darles el crédito. Aedion bostezó –era el peor intento que Rowan jamás había visto– y se excusó antes de salir. —Aedion —dijo Rowan, y el general se detuvo en el umbral de la puerta—. Gracias. —No hay de que, hermano —se fue. Aelin los estaba mirando, con los labios fruncidos de nuevo. —¿Qué? —le dijo él. Ella sacudió la cabeza. —Eres demasiado agradable cuando estás herido. Es muy inquietante. Ver las lágrimas brillar en sus ojos justo ahora casi lo había asustado. Si la magia hubiera estado ya liberada, esas brujas habrían sido ya cenizas en el momento en que esa flecha le golpeó. —Ve a tomar un baño —gruñó—. No voy a dormir contigo mientras estés cubierta con la sangre de esa bruja. Ella se miró las uñas, todavía con suciedad y sangre azul. —Ugh. Las he lavado ya diez veces —se levantó de su asiento al lado de la cama. —¿Por qué? —preguntó él—. ¿Por qué la salvaste? Ella se pasó una mano por el pelo. Una venda blanca que le rodeaba el brazo se asomó por su camisa cuando realizó el movimiento. Él ni siquiera había sido consciente de esa herida. Reprimió el impulso de verla, de evaluar la herida por sí mismo –y de acercarla a él. —Fue a causa de esa bruja de pelo dorado, Asterin… —dijo Aelin—. Gritó el nombre de Manon

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de la misma forma en que yo grité el tuyo. Rowan se quedó inmóvil. Su reina miró al suelo, como si estuviera recordando el momento. —¿Cómo podría acabar con alguien que significa el mundo entero para otra persona? Incluso si ella es mi enemigo —se encogió ligeramente los hombros—. Pensé que morirías. Y pareció mala suerte dejarla morir por despecho. Y… —resopló—, caer en un barranco me pareció una mierda de muerte para alguien que lucha tan increíblemente. Rowan sonrió, inundándose en la imagen de ella: su rostro, pálido y severo; la ropa sucia; las heridas. A pesar de todo tenía los hombros rectos, y la barbilla alta. —Haces que me sienta orgulloso de servirte. Inclinó los labios ligeramente, pero sus ojos tenían un brillo plateado. —Lo sé. —Te ves como una mierda —dijo Lysandra a Aelin. Entonces recordó a Evangeline, quien la miro con los ojos muy abiertos, e hizo una mueca—. Lo siento. Evangeline volvió a doblar la servilleta en su regazo, como una pequeña y delicada reina. —Me dices que no use ese vocabulario –pero tú sí lo haces. —Puedo maldecir —dijo Lysandra mientras Aelin reprimía una sonrisa—, porque soy mayor, y sé cuándo es más efectivo. Y en este momento, nuestra amiga se ve completamente como mierda. Evangeline levantó los ojos hacia Aelin, su cabello resplandecía con un dorado rojizo con la luz de la mañana que entraba a través de la ventana de la cocina. —Te ves aun peor por la mañana, Lysandra. Aelin ahogó una carcajada. —Ten cuidado, Lysandra. Tienes un demonio en tus manos. Lysandra lanzó a su joven aprendiz una larga mirada. —Si has terminado de comer tarta ve a limpiar los platos, Evangeline, ve a la azotea y vete a molestar a Aedion y Rowan. —Cuidado con Rowan —añadió Aelin—. Todavía está recuperándose. Pero haz como que no. Los hombres se cabrean si ven que te preocupas. Un brillo perverso se asomó en sus ojos, Evangeline salió por la puerta principal. Aelin escuchó para asegurarse de que la niña, efectivamente, subía las escaleras, y luego se giró hacia su amiga. —Será una buena pieza cuando crezca.

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Lysandra murmuró. —¿Crees que no lo sé? Once años, y ya es una tirana. Es como un flujo interminable de ¿Por qué? y Yo preferiría eso y por qué, por qué, por qué y no, no debería escuchar tus buenos consejos, Lysandra —se frotó las sienes. —Una tirana, sí, pero una valiente —dijo Aelin—. No creo que haya muchas niñas de once años que hicieran lo que ella para salvarte —la hinchazón había bajado, pero los moratones todavía desfiguraban el rostro de Lysandra, y las pequeñas costras de los cortes cerca de su labio todavía tenían un rojo ardiente—. Y no creo que haya muchas jóvenes de diecinueve años que lucharían con uñas y dientes para salvar a una niña — Lysandra miró la mesa—. Lo siento —dijo Aelin—. A pesar que fuera todo cosa de Arobynn –lo siento. —Viniste a por mí —dijo Lysandra en voz tan baja que apenas era un suspiro—. Todos ustedes –fueron a por mí —le había dicho a Nesryn y a Chaol a causa de su estancia de una noche en un calabozo oculto bajo las calles de la ciudad; los rebeldes ya estaban recorriendo las alcantarillas para ello. Recordaba poco del resto, le habían vendado los ojos y amordazado. Se preguntaba si le hubieran puesto un anillo de piedra Wyrd habría sido lo peor de todo. Ese temor la perseguiría durante algún tiempo. —¿Pensabas que no iríamos a por ti? —Nunca he tenido amigo a los que les importara lo que me ocurriera, con excepción de Sam y Wesley. La mayoría de la gente me habrían dejado ser tomada –descartada como a cualquier otra puta. —He estado pensando en eso. —¿El qué? Aelin metió la mano en su bolsillo y empujó un pedazo de papel sobre la mesa. —Es para ti. Y para ella. —No lo necesitamos– —los ojos de Lysandra miraron el sello de cera. Una serpiente en tinta de medianoche: el sello de Clarisse—. ¿Qué es esto? —Ábrelo. Recorrió con la vista el espacio entre ella y el papel, Lysandra rompió el sello y leyó el texto: —Yo, Clarisse DuVency, por la presente declaro que no existe ninguna deuda hacia mí por– El papel comenzó a temblar. —Cualquier deuda hacia mí por parte de Lysandra y Evangeline están ahora pagadas en su totalidad. A la mayor brevedad posible, recibirán la Marca de su libertad. El documento se agitaba en la mesa a medida que las manos de Lysandra se aflojaron. Ella alzó la cabeza para mirar a Aelin.

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—Och —dijo Aelin aun cuando sus propios ojos se comenzaban a cubrir—. Te odio por ser tan hermosa, incluso cuando lloras. —¿Sabes cuánto dinero–? —¿Creías que te dejaría esclavizada a ella? —No… no sé qué decirte. No sé cómo agradecértelo. —No necesitas hacerlo. Lysandra apoyó el rostro entre sus manos y sollozó. —Lo siento si querías mantener tu orgullo y tu nobleza y esperar durante otra década —comenzó Aelin. Lysandra sollozó más fuertemente. —Pero entiende que no había ni la más mínima posibilidad de que me fuera sin– —Cállate, Aelin —dijo Lysandra a través de sus manos—. Sólo –sólo cállate —bajó sus manos, su cara estaba sucia e hinchada. Aelin suspiró. —Oh, gracias a los dioses. Puedes estar horrible cuando lloras. Lysandra se echó a reír.

Manon y Asterin permanecieron en las montañas durante todo el día y la noche después de que su Segunda revelara su herida invisible. Atraparon cabras salvajes para ellas y sus monturas y los asaron en el fuego esa noche, mientras consideraban cuidadosamente lo que debían hacer. Cuando Manon eventualmente se quedó dormida, acurrucada contra Abraxos con una manta de estrellas sobre ella, su cabeza se sintió más libre de lo que había estado en meses. Y sin embargo, todavía había algo que la molestaba, incluso en sueños. Supo lo que era cuando se despertó. Un hilo suelto en el telar de la Diosa de Tres Caras. —¿Estás lista? —dijo Asterin, montando a su montura azul pálida y sonriendo –una sonrisa real. Manon nunca había visto esa sonrisa. Se preguntó cuántos la habrían visto. Se preguntó si incluso ella había sonreído así alguna vez. Manon miró hacia el norte.

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—Hay algo que necesito hacer —cuando se lo explicó a su Segunda, Asterin no dudó en declarar que la acompañaría. Así que se detuvieron en Morath lo suficiente para obtener suministros. Dejaron que Sorrel y Vesta conocieran algunos detalles, y les dieron instrucciones de decirle al duque que había sido convocada lejos. Una hora más tarde estuvieron en el aire, volando fuerte y rápidamente sobre las nubes para mantenerse ocultas. Volaron milla tras milla. Manon no habría podido decir por qué ese hilo continuaba tirando de ella, por qué se sentía tan urgente, pero aun así continuó, durante todo el camino hasta Rifthold

Cuatro días. Elide había estado en ese frío y congelante calabozo durante cuatro días. Hacía tanto frío que apenas podía dormir, y la comida que le tiraban era apenas comestible. El miedo la mantenía alerta, haciendo que vigilara la puerta, mirando a los guardias cada vez que la abrían, para estudiar los pasillos tras ellos. Pero no aprendió nada útil. Cuatro días –y Manon no había ido a por ella. Ni ninguna de las Blackbeaks. No sabía por qué lo había esperado. Manon la había forzado a espiar en aquella sala, después de todo. Trató de no pensar en lo podía estar esperándole ahora. Lo intentó, sin éxito. Se preguntó si alguien recordaría su nombre cuando muriera. Si alguna vez eso importaría. Conocía la respuesta. Y sabía que nadie iba a venir por ella.

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Capítulo 65 Traducido por Cecilia García Corregido por Constanza Cornes Rowan estaba más cansado de lo que quería admitir delante de Aelin o Aedion, y en el frenesí de las planificaciones, apenas conseguía estar un momento a solas con la reina. Le había tomado dos días de descanso y de dormir como un difunto para volver a ser el de antes y entrenar sin perder el aliento. Tras terminar su rutina de tarde, se encontraba tan agotado que quedó dormido en el momento en que cayó sobre la cama, antes de que Aelin hubiera terminado de ducharse. No, definitivamente no le había dado a los humanos el crédito que merecían en todos esos años. Sería un gran alivio tener su magia de vuelta –si el plan funcionaba. Teniendo en cuenta el hecho de que el enemigo poseía el fuego infernal, las cosas podían ir muy, muy mal. Chaol no había podido encontrarse con Ress o Brullo todavía, pero había intentado enviarles mensajes cada día. La verdadera dificultad, al parecer, era que más de la mitad de los rebeldes habían huido a medida que el número de soldados incrementaba. Tres ejecuciones al día era la nueva pauta: amanecer, mediodía, atardecer. Los antiguos portadores de magia, rebeldes, los sospechosos de ser simpatizantes –Chaol y Nesryn se las arreglaban para salvar a algunos, pero no a todos. Se podía oír el graznido de los cuervos en cualquier calle. La esencia de un hombre en la habitación perturbó el sueño de Rowan. Deslizó su cuchillo de debajo de la almohada y se incorporó lentamente. Aelin dormía a su lado, con una respiración profunda y regular, una vez más llevaba puesta una de sus camisas. Una parte primitiva de él gruñía de satisfacción al saber que ella estaba cubierta en su olor. Rowan se puso en pie, dando pasos silenciosos mientras examinaba la habitación con el cuchillo preparado. Pero la esencia no estaba en el interior, si no que entraba desde fuera. Rowan se acercó a la ventana y se asomó hacia fuera. No había nadie en la calle; nadie en los tejados vecinos. Lo que significaba que Lorcan debía estar en el tejado.

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Su antiguo comandante estaba esperando, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho. Inspeccionó a Rowan con el ceño fruncido, mirando sus vendas y el tordo desnudo. —¿Debería agradecer que lleves pantalones? —dijo Lorcan, con una voz que era apenas un susurro en el viento nocturno. —No quería que te sintieras incomodado —respondió Rowan, apoyado contra la puerta de la azotea. Lorcan resopló una carcajada. —¿Te arañó tu reina, o esas heridas son de las bestias que envió a por mí? —Me preguntaba quién ganaría –si tú o los Sabuesos del Wyrd. Asomó los dientes. —Los maté a todos. —¿Por qué has venido, Lorcan? —¿Crees que no sé qué la heredera de Mala Portadora de Luz está planeando algo para el solsticio de verano? ¿Todos ustedes, ignorantes, han considerado mi propuesta? Una pregunta cuidadosamente planteada, para hacerle revelar lo que Lorcan tan solo sospechaba. —A parte de beber los primeros vinos del verano y de ser una molestia, no creo que esté planeando nada. —¿Es por eso que el capitán está tratando de establecer contacto con los guardias en el palacio? —¿Se supone que deba estar al tanto de lo que hace? El chico solía servir al rey. —Asesinos, putas, traidores –que buenas compañías frecuentas últimamente, Rowan. —Es mejor que ser un perro atado a su psicótico amo. —¿Era eso lo que pensabas de nosotros? ¿Todos estos años en que trabajamos juntos, matamos hombres y nos acostamos con mujeres juntos? Nunca te oí quejarte. —No sabía que había algo por lo que quejarse. Estaba tan ciego como tú. —¿Y entonces una princesa ardiente se asomó en tu vida y decidiste ir con ella, cierto? —una sonrisa cruel—. ¿Le contaste sobre Sollemere? —Lo sabe todo. —Lo sabe. Supongo que su propia historia la hace aún más comprensiva sobre los horrores que cometiste en el nombre de nuestra reina.

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—De tú reina. ¿Qué es exactamente lo que tiene Aelin que te asusta, Lorcan? ¿Es el hecho de que no te tenga miedo, o es que me alejé de ti por ella? Lorcan resopló. —Lo que sea que estén planeando, no va a funcionar. Todos morirán en el proceso. Eso era muy probable, pero Rowan dijo: —No sé de qué hablas. —Me debes más que eso. —Ten cuidado, Lorcan, o parecerá que puedes preocuparte por alguien que no seas tú mismo —como un niño bastardo criado en las calles de Doranelle, Lorcan había perdido esa habilidad siglos antes de que Rowan incluso hubiera nacido. Nunca se había compadecido de él, sin embargo. No cuando había sido bendecido en muchas otras formas por el propio Hellas. Lorcan escupió al aire. —Iba a ofrecerte devolver tu cuerpo de vuelta a tu amada montaña para ser enterrado junto a Lyria una vez que terminara con las llaves. Ahora simplemente dejaré que te pudras aquí. Al lado de tu linda princesita. Trató de ignorar el comentario, la idea de esa tumba en lo alto de su montaña. —¿Es una amenaza? —¿Por qué debería serlo? Si realmente están planeando algo, no necesitaré matarla –ella puede hacerlo por su cuenta. Tal vez el rey le ponga uno de esos collares. Al igual que a su hijo. Un acorde de terror golpeó tan profundamente en Rowan que su estómago se revolvió. —Piensa bien lo que dices, Lorcan. —Apuesto a que Maeve ofrecería una buena suma por ella. Y si pone sus manos en esa Llave del Wyrd… Te puedes imaginar tan bien como yo la clase de poder que tendría entonces. Peor aún –sería mucho peor de lo que podría imaginar si Maeve no quería ver a Aelin muerta, sino esclavizada. Un arma sin límites en una mano, y la heredera de Mala Portadora de Luz en la otra. No habría nadie que pudiera detenerla. Lorcan podía leer la duda en sus ojos, la vacilación. El oro brillaba en su mano. —Me conoces, Príncipe. Sabes que soy el único cualificado para cazar y destruir esas llaves. Deja que tu reina reúna el ejército en el sur –déjame esa tarea a mí —el anillo parecía brillar a la luz de la luna a medida que Lorcan lo extendía—. Lo que sea que está planeando, necesitará esto. O ya puedes despedirte —los ojos de Lorcan eran astillas de hielo negro—. Todos sabemos cómo le dijiste adiós a Lyria. Rowan contuvo su rabia.

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—Júralo. Lorcan sonrió, sabiendo que había ganado. —Jura que este anillo garantiza la inmunidad contra los Valg, y te lo daré —dijo Rowan, sacando el Amuleto de Orynth de su bolsillo. La mirada de Lorcan se clavó en el amuleto, al aura de otro mundo que este irradiaba, y juró. Una hoja brilló, y el olor de la sangre de Lorcan llenó el aire. Apretó el puño, levantándolo. —Juro por mi sangre y honor que no te he engañado en nada de esto. El poder del anillo es genuino. Rowan observó el goteo de sangre en el tejado. Una gota; dos; tres. Lorcan podría ser una molestia, pero Rowan nunca lo había visto romper un juramento nunca. Su palabra era su atadura; siempre había sido el distintivo que valoraba. Ambos se movieron a la vez, arrojando el amuleto y el anillo al espacio entre ambos. Rowan atrapó el anillo y rápidamente lo metió en el bolsillo, pero Lorcan se quedó mirando el amuleto en sus manos, con los ojos ensombrecidos. Rowan evitó el impulso de contener la respiración y se quedó en silencio. Lorcan deslizó la cadena alrededor de su cuello y metió el amuleto en su camisa. —Todos morirán llevando a cabo este plan, o en la guerra tras eso. —Tú destruye esas llaves —dijo Rowan—, y puede que no haya guerra —la esperanza de un tonto. —Habrá guerra. Es demasiado tarde para detenerla. Lástima que ese anillo no evitará que ninguno de ustedes sea clavado en los muros del castillo. La imagen se formó en su cabeza –quizás por todas las veces en que lo había visto por sí mismo, o que lo había hecho por sí mismo. —¿Qué te ha ocurrido, Lorcan? ¿Qué ha ocurrido en tu miserable existencia para que seas así? —nunca le había pedido la historia completa, y nunca le había importado hasta ahora. Antes, habría permanecido al lado de Lorcan y se habría burlado del pobre tonto que se atreviera a desafiar a su reina—. Tú eres más que esto. —¿Lo soy? Todavía sirvo a mi reina, aunque ella no pueda verlo. ¿Quién fue el que la abandonó cuando una bonita humana le abrió las piernas–? —Es suficiente. Pero Lorcan había desaparecido. Rowan esperó unos minutos antes de volver abajo, girando el anillo una y otra vez en su bol-

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sillo. Aelin estaba despierta en la cama cuando entró, con las ventanas cerradas las cortinas corridas, a oscuras. —¿Y bien? —dijo, la palabra era apenas audible por encima del murmullo de las mantas a medida que él se colocaba a su lado. Sus ojos agudos le permitieron ver su mano llena de cicatrices que le extendía al tiempo que él dejaba caer el anillo encima. Ella lo colocó en su dedo pulgar, movió los dedos, y frunció el ceño al ver que no ocurría nada particularmente especial. Ahogó una risa. —¿Cómo reaccionará Lorcan —murmuró a Aelin a medida que sus ojos se encontraban—, cuando finalmente abra el amuleto, se encuentre el anillo del comandante Valg, y se dé cuenta de que es falso? El demonio rompió las barreras que quedaban entre sus almas como si fueran de papel, hasta que solo quedaba una, una pequeña cáscara de sí mismo.

No recordaba haber caminado, o dormido, o comido. De hecho, había muy pocos momentos en los que él estaba allí, mirando a través de sus ojos. Solo cuando el príncipe demonio alimentaba a los presos en las mazmorras –cuando le permitía alimentarse, beber junto a él– era el único momento en el que salía a la superficie. Cualquiera que fuese el control que había tenido aquel día– ¿Qué día? No podía recordar un solo momento en que el demonio no hubiese estado en su interior. Y aun así– Manon. Un nombre. No pienses en eso –no pienses en ella. El demonio odiaba ese nombre. Manon Suficiente. No hablamos de ellos, los descendientes de nuestros reyes. ¿Hablar de quién? Bien. —¿Listo para mañana? —le preguntó Aelin a Chaol en el tejado de su apartamento, mirando hacia el castillo de cristal. En la puesta de sol, inundada en oro, naranja y rubí –como si ya

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estuviera en llamas. Chaol rezaba no tener que llegar a eso, pero… —Tan listo como se puede estar. Había intentado no vacilar, no parecer demasiado cauteloso, cuando había llegado minutos atrás para repasar el plan del día siguiente una última vez y Aelin le había pedido subir con ella aquí. A solas. Llevaba una camisa blanca suelta metida en los pantalones marrones apretados, su cabello estaba suelto, y ni siquiera se había molestado en ponerse los zapatos. Se preguntaba qué pensaría su gente de una reina que iba descalza. Aelin apoyó los brazos en la barandilla de la azotea, agarrándose el tobillo con el otro mientras decía: —Sabes que no pondré en peligro vidas innecesariamente. —Lo sé. Confío en ti. Ella parpadeó, y la vergüenza le recorrió al ver la sorpresa en su cara. —¿Te arrepientes —dijo—, de haber sacrificado tu libertad al llevarme a Wendlyn? —No —respondió, sorprendiéndose de descubrir que era cierto—. Independientemente de lo que ocurrió entre nosotros, fui un tonto al servir a ese rey. Me gusta pensar que me habría ido algún día. Necesitaba decírselo –lo había necesitado desde el momento en que ella regresó. —Conmigo —dijo ella, con la voz ronca—. Te habrías ido conmigo –cuando yo era solo Celaena. —Pero nunca fuiste solo Celaena, y creo que los supiste, en el fondo, incluso antes de que todo eso ocurriera. Ahora lo entiendo. Ella lo miró con unos ojos que tenían más de diecinueve años. —Sigues siendo la misma persona, Chaol, que eras antes de romper el juramento de tu padre. No estaba seguro de si eso era o no un insulto. Supuso que se lo merecía, después de todo lo que había dicho y hecho. —Quizás ya no quiera ser esa persona —dijo. Esa persona –absurdamente leal e inútil– lo había perdido todo. Su amigo, la mujer que amaba, su posición, su honor. Todo, con solo su propia persona para poder culparse. —Lo siento —dijo—. Por Nehemia –por todo —no era suficiente. Y nunca lo sería. Pero ella le ofreció una sonrisa triste, con los ojos mirando la delgada cicatriz en su mejilla.

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—Siento haber herido tu cara, y haber tratado de matarte —se giró hacia el castillo de nuevo—. Todavía es duro para mí pensar en lo que sucedió este invierno. Pero al final estoy agradecida de que me enviaras a Wendlyn, y que hicieras esa negociación con tu padre —ella cerró los ojos e inspiró débilmente. Cuando los abrió, el sol poniente llenaba todo con oro líquido. Chaol rodeó su propio cuerpo con los brazos—. Significó mucho para mí. Lo que tuvimos. Más que eso, tu amistad era muy importante para mí. Nunca te dije la verdad sobre quien era realmente porque no podía encarar la realidad. Lo siento si lo que te dije en los muelles aquel día –que te escogiera– te hizo creer que volvería y que todo se solucionaría. Las cosas han cambiado. Yo he cambiado Había estado esperando semanas, meses, por esta conversación –y había creído que gritaría, que sería él quien llevaría el ritmo, o simplemente la haría callar. Pero no había nada más que calma en sus venas, una calma constante y tranquila. —Te mereces ser feliz —dijo. Y lo pensaba realmente. Ella se merecía la alegría que a menudo vislumbraba en su rostro cuando Rowan estaba cerca –se merecía la risa malvada que compartía con Aedion, la comodidad y las burlas con Lysandra. Se merecía ser feliz, tal vez más que nadie. Ella miró por encima de su hombro –hacia la figura esbelta de Nesryn que llenaba la entrada de la azotea, donde había estado esperando durante los últimos minutos. —Al igual que tú, Chaol. —Sabes que ella y yo no– —Lo sé. Pero deberías. Faliq –Nesryn es una buena mujer. Se merecen el uno al otro. —Eso suponiendo que esté interesada en mí. Un destello se asomó en sus ojos. —Lo está. Chaol miró de nuevo a Nesryn, que contemplaba el río. Y sonrió un poco. Pero entonces Aelin dijo: —Te prometo que lo haré rápido y sin dolor. Para Dorian. Su respiración se detuvo. —Gracias. Pero –si pudiera… —no era capaz de decirlo. —Entonces el golpe es tuyo. Sólo dilo —ella deslizó sus dedos por el Ojo de Elena, por su piedra azul brillando en el atardecer—. Nosotros no miramos atrás, Chaol. No ayuda a nada ni a nadie mirar atrás. Tan sólo podemos seguir adelante. Ahí estaba, la reina mirando hacia él, un indicio del gobernante en que se estaba convirtiendo. Y eso lo dejó sin aliento, porque le hacía sentir extrañamente joven –cuando ella ahora se veía

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tan mayor. —¿Y qué ocurre si seguimos —dijo—, sólo para encontrar más dolor y desesperación? ¿Qué pasa si seguimos sólo para encontrarnos con un horrible final esperándonos? Aelin miró hacia el norte, cómo si pudiera ver todo el camino a Terrasen. —Entonces no es el fin. —Sólo veinte de ellos fueron. Espero al infierno que estén listos mañana —dijo Chaol en voz baja mientras él y Nesryn abandonaban una reunión encubierta de rebeldes en la posada en decadencia al lado de los muelles de pesca. Incluso dentro de la posada, la cerveza barata no había sido capaz de cubrir el olor a pescado procedente de los intestinos todavía salpicando los tablones de madera en el exterior y las manos de los pescaderos que se encontraban dentro del local. —Mejor que solamente dos –y lo estarán —dijo Nesryn, caminando con pasos ligeros en la orilla del río. Las linternas de los barcos atracados junto a la pasarela se balanceaba con la corriente; a lo lejos en la otra parte del Avery, el débil sonido de la música salía de una de las elegantes fincas de la orilla. Una fiesta en la víspera del solsticio de verano. En una ocasión, siglos atrás, Dorian y él habían ido a esas fiestas, dejándose ver en varias en una sola noche. Él nunca las había disfrutado, tan solo había ido para mantener a Dorian seguro, pero… Debería haberlo aprovechado. Debería haber disfrutado de cada segundo con su amigo. Nunca se había dado cuenta de lo valiosos que eran los momentos de calma. Pero –pero no quería pensar en ello, en lo que tenía que hacer al día siguiente. Qué tendría que decirle adiós. Caminaron en silencio, hasta que Nesryn giró en una calle lateral y se acercó a un pequeño templo de piedra situado entre dos almacenes de mercado. La roca gris estaba desgastada, las columnas que flanqueaban la entrada tenía varias piedras y conchas de coral incrustadas. Una luz dorada se filtraba desde el interior, revelando un espacio circular abierto con una sencilla fuente en el centro. Nesryn dio unos pocos pasos y dejó caer una moneda en la bandeja que estaba al lado de un pilar. —Ven conmigo. Y tal vez fue porque no quería quedarse solo en su apartamento y meditar sobre lo que le esperaba mañana, quizás fue porque visitar un templo, aunque fuera inútil, no le haría ningún daño. Chaol la siguió hacia el interior. A esta hora, el templo del Dios del Mar se encontraba vacío. Una pequeña puerta en la parte

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posterior estaba cerrada con candado. Incluso el sacerdote y la sacerdotisa se habían ido a dormir unas pocas horas antes de tener que despertar antes al amanecer, cuando los marineros y pescadores harían sus ofrendas, reflexionaran, o pidieran bendiciones para salir a pescar con el sol. Dos linternas, hechas a mano de coral blanqueado por el sol, colgaban del techo en forma de cúpula, situando los azulejos de la madre de las perlas por encima de ellos brillando como la superficie del mar. Nesryn se sentó en uno de los cuatro bancos situados a lo largo de las paredes circulares –un banco por cada dirección en la que un marinero podría viajar. Ella escogió el sur. —¿Por el Continente del Sur? —preguntó Chaol, sentado a su lado en la suave madera. Nesryn miró la pequeña fuente, el agua burbujeante era el único sonido. —Fuimos al Continente del Sur unas pocas veces. Dos cuando era una niña, para visitar a mi familia; una para enterrar a mi madre. Toda su vida, siempre la he visto mirando al sur. Como si pudiera verlo. —Creía que solo tu padre era de allí. —Sí. Pero ella se enamoró de ese lugar, y dijo que era más un hogar que este lugar. Mi padre nunca estuvo de acuerdo con ella, no importaba cuantas veces le suplicara poder regresar. —¿Desearías que hubiera aceptado? Sus ojos oscuros como la noche se dirigieron hacia él. —Nunca he sentido que tuviera un hogar. Ya fuera aquí o en el Milas Agia. —La… la Ciudad de los Dioses —dijo, recordando las lecciones de historia y geografía que había recibido. Era más frecuente llamarla por su otro nombre –Antica- y era la ciudad más grande del Continente del Sur, hogar de un poderoso imperio por derecho propio, que aclamaba haber sido construido por las manos de dioses. También era hogar de la Torre Cesme, con los mejores curanderos mortales en el mundo. Nunca había sabido que la familia de Nesryn fuera de la propia ciudad. —¿Dónde crees que se encuentre el hogar? —preguntó. Nesryn apoyó los antebrazos en las rodillas. —No lo sé —admitió ella, girando la cabeza para mirarle—. ¿Alguna idea? Te mereces ser feliz, le había dicho Aelin momentos atrás. Una disculpa y un pequeño empujón, supuso. No quería desperdiciar los momentos de calma. Así que cogió su mano, deslizándola más cerca de él a medida que entrelazaba los dedos. Nesryn las miró por un momento, y luego se sentó.

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—Quizás, cuando todo esto haya terminado —dijo Chaol con la voz ronca—, podamos averiguarlo los dos juntos. —Prométeme —susurró, con los labios temblorosos. De hecho, había un brillo plateado en sus ojos, los cuales cerró el tiempo suficiente para controlarse. Nesryn Faliq, conteniendo sus lágrimas—. Prométeme —repitió, mirando de nuevo sus manos—, que mañana saldrás de ese castillo. Se había preguntado por qué le había traído aquí. El Dios del Mar –y el Dios de los Juramentos. Apretó su mano. Ella devolvió el apretón. Una luz dorada ondulaba en la superficie de la fuente del Dios del Mar, y Chaol ofreció una oración silenciosa. —Lo prometo.

Rowan estaba en la cama, probando de forma casual con rotaciones cuidadosas. Se había sobre esforzado en el entrenamiento ese día, y el dolor palpitaba en sus músculos. Aelin estaba en su armario, preparándose para dormir –tranquila, al igual que había estado el resto del día y la tarde. Con dos urnas del fuego infernal ahora ocultas a una manzana en un edificio abandonado, todo el mundo debía estar revoloteando alrededor. Un pequeño accidente, y serían incinerados tan a fondo que ni la ceniza permanecería. Pero él se había asegurado de que eso no fuera una preocupación para ella. Mañana, Aedion y él serían los que llevarían las urnas a través de la red de túneles de alcantarillado y al propio castillo. Aelin había rastreado a los perros Word hasta su entrada secreta –la que llevaba justo a la torre del reloj– y ahora había engañado a Lorcan para que los matara a todos por ella, el camino estaría libre para que él y Aedion instalaran los fusibles, y usaran su velocidad Hada para salir rápido de allí antes de que la torre explotase. Entonces Aelin… Ella y el capitán harían su parte, la más peligrosa de todas. Especialmente porque no habían sido capaces de obtener un mensaje en el palacio de antemano. Y Rowan no estaría allí para ayudarle. Había repasado el plan con ella una y otra vez. Las cosas podrían salir mal muy fácilmente, y aun así no parecía nerviosa cuando tomó la cena. Pero la conocía lo bastante como para ver la tormenta bajo la superficie, para sentir su carga incluso al otro lado de la habitación. Rowan giró su hombro de nuevo, y unos suaves pasos sonaron en la alfombra.

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—He estado pensando —comenzó él, y luego olvidó todo lo que iba a decir cuando se sentó de golpe en la cama. Aelin se apoyó en la puerta del armario, vestida en un camisón dorado. Dorado metálico –como él lo había pedido. Podría haber sido pintado en ella, juzgando lo cerca que abrazaba cada curva y pendiente, por todo lo que ocultaba. Una llama viva, eso es lo que parecía. No sabía a donde mirar, ni que quería tocar primero. —Si no recuerdo mal —dijo ella—, alguien me dijo que le recordara que estoy equivocada al vacilar. Creo que tenía dos opciones: las palabras, o la lengua y los dientes. Un gruñido bajo retumbó en su pecho. —Lo sabía. Dio un paso, y el aroma completo de su deseo le golpeó como un ladrillo en la cara. Iba a rasgar ese camisón en pedazos. No le importaba lo espectacular que fuese; quería piel desnuda. —Ni siquiera lo pienses —dijo, dando otro paso, tan fluido como el metal fundido—. Me lo prestó Lysandra. El latido de su corazón le retumbaba en los oídos. Si se movía una sola pulgada, estaría sobre ella, la llevaría en sus brazos y sabría qué es lo que hace realmente arder a la Heredera del Fuego. Pero se levantó de la cama, arriesgándolo todo en un paso, bebiendo de la vista de sus largas piernas desnudas; la curva de sus pechos, puntiagudos a pesar de la suave noche de verano; la nuez de su garganta se marcaba cuando tragaba saliva. —Dijiste que muchas cosas habían cambiado –que tendríamos que lidiar con ello —su turno para atreverse a dar otro paso. Y otro—. No voy a pedirte nada que no estés preparado o dispuesto a dar. Se quedó helado cuando se detuvo directamente delante de él, inclinando la cabeza hacia atrás para observar su rostro a medida que su olor se revolvía rodeándole, encendiéndole. Dioses, ese olor. Desde el momento en que le había mordido el cuello en Wendlyn, el momento en que había probado su sangre y aborrecido el incendioso fuego que crepitaba en ella, había sido incapaz de sacarlo de su mente. —Aelin, te mereces algo mejor que esto –que yo —había querido decirlo durante un largo rato. Ni siquiera se inmutó.

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—No me digas lo que merezco o no merezco. No me hables de mañana, o del futuro, de nada de eso. Él tomó su mano; sus dedos estaban fríos –temblando ligeramente. ¿Qué quieres que te diga, Corazón de Fuego? Ella miró sus manos unidas, y el anillo que oro que rodeaba su pulgar. Él le apretó los dedos suavemente. Cuando levantó la cabeza, sus ojos ardían brillantes. —Dime que vamos a salir de allí mañana. Que sobreviviremos a la guerra. Dime – —tragó saliva—, que incluso si nos llevo a todos a la ruina, arderemos en el infierno juntos. —No iremos al infierno, Aelin —dijo—. Pero donde quiera que vayamos, iremos juntos. Su boca tembló ligeramente, y ella soltó su mano solo para dejarse caer en su pecho. —Sólo una vez —dijo—. Quiero besarte una vez. Todo tipo de pensamientos pasaron por su cabeza. —Pareciera que esperas no hacerlo de nuevo. El destello de miedo en sus ojos le dijo suficiente –le dijo que su comportamiento en la cena podría haber sido en su mayoría para no preocupar a Aedion. —Conozco las posibilidades. —Tú y yo siempre hemos disfrutado maldiciendo las posibilidades. Ella falló al intentar sonreír. Él se inclinó, deslizando una mano alrededor de su cintura, el encaje de seda era suave contra sus dedos, y su piel cálida debajo, y le susurró al oído: —Incluso cuando estemos separados mañana, estaré contigo en cada paso del camino. Y cada paso después –dondequiera que estés. Ella contuvo el aliento tembloroso, y él se echó hacia atrás lo bastante lejos para que pudieran compartir el aliento. Sus dedos temblaban mientras los deslizaba por los labios de él, y su control casi de destroza allí mismo. —¿A qué estás esperando? —dijo él, las palabras casi se atragantaban. —Bastardo —murmuró, y le besó. Su boca era suave y cálida, y contuvo un gemido. Su cuerpo se quedó inmóvil –si mundo entero se paralizó– y ese susurro de un beso, la respuesta a una pregunta que se había formulado durante siglos. Se dio cuenta de que había estado mirándola cuando ella se retiró lentamente. Sus dedos apretaban contra su cintura. —Una vez más —respiraba. Ella se deslizó fuera de su control.

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—Si vivimos mañana, tendrás el resto. Él no sabía si reír o rugir. —¿Tratas de sobornarme para que viva? Ella sonrió al fin. Y vaya si no lo mataba, la tranquila alegría en su rostro. Habían salido de la oscuridad y el dolor y la desesperación juntos. Todavía estaban luchando. Así que esa sonrisa… Le hacía parecer estúpido cada vez que la veía y se daba cuenta de que era por él. Rowan permaneció clavado en el centro de la habitación cuando Aelin se metió en la cama y apagó las luces. Él la miró a través de la oscuridad. Dijo en voz baja: —Me haces querer vivir, Rowan. No sobrevivir; no existir. Vivir. No tenía palabras. No cuando lo que había dicho le golpeó más fuerte y profundo que cualquier beso. Así que se metió en la cama y la abrazó con fuerza durante toda la noche.

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Capítulo 66 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes Aelin se aventuró a salir en la madrugada para enganchar el desayuno de los vendedores en el mercado principal de los barrios bajos. El sol ya estaba calentando las calles tranquilas, y su capa y la capucha se volvieron rápidamente tapándola. Por lo menos era un día claro; al menos, un poco había salido bien. A pesar de los cuervos y el cacareado sobre los cadáveres en el escuadrón de ejecución. La espada a su lado era un peso muerto. Demasiado pronto estaría moviéndola. Demasiado pronto se enfrentaría al hombre que había asesinado a su familia y esclavizada a su reino. Demasiado pronto que pondría fin a la vida de su amiga. Tal vez ni siquiera saldría del castillo con vida O tal vez ella saldría con un collar negro poseyéndola así misma, si Lorcan los había traicionado. Todo estaba preparado; cada posible escollo había sido considerado; todas las armas han sido afiladas. Lysandra había tomado Evangeline para hacer poner sus tatuajes formalmente estampados ayer, y luego recogió sus pertenencias del burdel. Ahora se alojaban en una posada de lujo en toda la ciudad, pagada con los pequeños ahorros de Lysandra que había recaudado durante años. La cortesana había ofrecido su ayuda una y otra vez, pero Aelin le ordenó salir pitando de la ciudad y dirigirse a la casa de campo de Nesryn. La cortesana advirtió que tuviera cuidado, besó ambas mejillas, y partió con su pupila –ambas radiantes, ambas libres. Esperaba que estuvieran en camino ahora. Aelin compró una bolsa de pasteles y algunos pasteles de carne, apenas escuchando el mercado a su alrededor, ya un hervidero de primeros juerguistas fuera para celebrar el solsticio. Eran más tenues que la mayoría de los años, pero dadas las ejecuciones, no los culpo. —¿Señorita? Ella se puso rígida, pasando por su espada –y se dio cuenta de que el vendedor de pasteles

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seguía esperando su cobre. Él se estremeció y retrocedió unos pasos detrás de su carro de madera —Lo siento —murmuró, vertiendo las monedas en su mano extendida. El hombre le dio una sonrisa irónica. —Todo el mundo está un poco nervioso esta mañana, parece. Ella se volvió a medias. —¿Más ejecuciones? El vendedor hizo un gesto con la barbilla redonda hacia una calle en la apertura del mercado. —¿Tú no viste el mensaje en su camino aquí? —dio un brusco movimiento de cabeza. Él señaló. Ella había pensado que la multitud en la esquina era por las actuaciones juerguistas—. Lo más curioso. Nadie puede entender el sentido de ello. Dicen que está escrito en lo que parece sangre, pero es oscura– Aelin ya se dirigía hacia la calle que el hombre había indicado, tras la multitud de personas presionando para verlo. Se metió en la multitud, tejiendo alrededor de juerguistas y vendedores curiosos y guardias comunes de mercado hasta que todos corrían alrededor de una esquina a un callejón sin salida muy iluminado. La multitud se había reunido en la pared de piedra pálida en su extremo, murmurando y pululando alrededor. “¿Qué quiere decir?” “¿Quién lo escribió?” “Suena como una mala noticia, sobre todo en el solsticio”. “Hay más, todos diciendo lo mismo, muy cerca de los principales mercados en la ciudad”. Aelin se abrió paso entre la multitud, un ojo en sus armas y el bolso no sea que un carterista anda malo de ideas, y entonces— El mensaje había sido escrito en letras negras gigantes, el olor viniendo de ellas por supuesto con sangre de Valg, como si alguien con uñas muy, muy afiladas hubieran desgarrado a uno de los guardias y lo utilizara como un cubo de pintura. Aelin giró sobre sus talones y corrió Ella se lanzó a través de las calles de la ciudad bulliciosa y los barrios bajos, callejón tras callejón, hasta que llegó a la casa decrépita de Chaol y le abriera la puerta, gritando por él. El mensaje en la pared había sido sólo una frase. El pago de una deuda de vida.

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Una sentencia justa para Aelin Galathynius; una frase que lo cambió todo: ASESINA DE BRUJAS– EL HUMANO AÚN ESTÁ DENTRO DE ÉL.

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Capítulo 67 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes Aelin y Chaol ayudaron a Rowan y Aedion a transportar las dos urnas de fuego infernal a través de las alcantarillas, ninguno de ellos respirando apenas, y ninguno de ellos hablando. Ahora se encontraban en la fría y hedionda oscuridad, sin atreverse a encender una antorcha con las dos tinas a su lado en el camino de piedra. Aedion y Rowan, con su vista de Hada, no habrían necesitado antorcha, de todas formas. Rowan estrechó la mano de Chaol, deseándole suerte. Cuando el Príncipe Hada se giró hacia Aelin, ella miró la esquina rasgada de su capa –como si esta se hubiera enganchado en algún obstáculo lejano rompiéndose. Ella seguía mirando la costura rota cuando le abrazó –rápidamente, fuertemente, respirando su aroma quizás por última vez. Sus manos se posaron sobre ella como si quisiera sostenerla por más tiempo, pero ella se volvió hacia Aedion. Sus ojos Ashryvers se encontraron con los de ella, y tocó la cara que formaba la otra parte de su moneda. —Por Terrasen —le dijo. —Por nuestra familia. —Por Marion. —Por nosotros. Lentamente, Aedion desenvainó su espada y se arrodilló, inclinó la cabeza mientras levantaba la Espada de Orynth. —Diez años de oscuridad, pero ya no por mucho más. Ilumina la oscuridad, Majestad. Ella no tenía espacio en su corazón para las lágrimas, y no se permitiría ceder a ellas. Aelin tomó la espada de su padre, de un peso macizo, sólido y estable. Aedion se levantó, volviendo a su lugar al lado de Rowan.

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Ella les miró, a los tres hombres que lo eran todo –más que todo. Y sonrió con cada última pizca de coraje, de desesperación, de esperanza por la tenue luz —Vamos a alcanzar las estrellas.

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Capítulo 68 Traducido por Dafne Hein Corregido por Constanza Cornes El carruaje de Lysandra serpenteaba a través de las calles alborotadas de la ciudad. Cada cuadra tomó tres veces más de lo usual, siempre y como siempre, gracias a la multitud que se dirigía a los mercados y plazas para celebrar el solsticio. Ninguno de ellos era consciente de lo que iba a ocurrir, o de lo que estaba hacía su camino hacia la ciudad. Las palmas de Lysandra se volvieron sudorosas dentro de sus guantes de seda. Evangeline, somnolienta, con el calor de la mañana, dormitaba a la ligera, su cabeza apoyada en el hombro de Lysandra. Deberían haberse ido la noche anterior, pero... Pero ella habría tenido que decir adiós. Juerguistas con brillante vestimenta empujaron más allá del transporte, y el conductor gritó para liberar la calle. Todo el mundo lo ignoró. Dioses, si Aelin quería una audiencia, había escogido el día perfecto para ello. Lysandra se asomó por la ventana mientras se detenían en una intersección. La calle ofrecía una visión clara del palacio de cristal, cegada por el sol de media mañana, con sus torres altas como lanzas perforando el cielo sin nubes. —¿Ya estamos allí? —murmuró Evangeline. Lysandra le acarició el brazo. —Un poco más, mascota. Y ella comenzó a orar –orar a Mala Portadora de Fuego, cuyo festival había amanecido tan brillante y claro, y a Temis, quien nunca olvidó las cosas enjauladas de este mundo. Pero ella ya no estaba en una jaula. Por Evangeline, podría permanecer en este carruaje, y podría dejar esta ciudad. Incluso si eso significaba dejar a sus amigos atrás.

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Aedion apretó los dientes contra el peso que tan delicadamente tenía entre sus manos. Iba a ser una maldita larga caminata hasta el castillo. Especialmente cuando tenían que aflojar el paso a través de cursos de agua y sobre desmoronamientos de trozos de piedra que hicieron incluso a su equilibrio Hada inestable. Pero esta era la forma en que los Sabuesos del Wyrd habían llegado. Incluso si Aelin y Nesryn no les habían proporcionado una ruta detallada, el hedor persistente los habría liderado por el camino. —Cuidado —dijo Rowan por encima del hombro mientras alzaba el barril que llevaba alto y rodeaba el borde flojo de una roca. Aedion se tragó su respuesta en el orden obvio. Pero no podía culpar al príncipe. Una caída, y arriesgarían las diversas sustancias de mezcla en el interior. Hace unos días, sin confiar en la calidad del Mercado de Sombras, Chaol y Aedion habían encontrado un granero abandonado fuera de la ciudad para probar una urna apenas una décima parte del tamaño de los que estaban llevando. Había funcionado demasiado bien. Como habían corrido de nuevo a Rifthold antes de que ojos curiosos pudieran verlos, el humo se podía ver por millas. Aedion se estremeció al pensar en lo que un barril de este tamaño –y mucho menos de dos de ellos– podrían hacer si no eran cuidadosos. Pero para el momento en que improvisaron con los mecanismos de activación y encendieron las mechas, ellos habrían rastreado una larga, larga distancia... Bueno, Aedion simplemente oró para que él y Rowan fueran lo suficientemente rápidos. Entraron en un túnel alcantarillado tan oscuro que incluso le llevó a sus ojos un momento para ajustarse. Rowan se limitó a seguir adelante. Eran malditamente suertudos de que Lorcan haya matado a esos Sabuesos del Wyrd, y despejado el camino. Malditamente suertudos de que Aelin haya sido lo suficientemente cruel e inteligente como para engañar a Lorcan para hacerlo por ellos. No se detuvo a considerar lo que podría suceder si esa crueldad y astucia le fallaran hoy. Ellos descartaron otra vía, el hedor ahora asfixiante. El fuerte resoplido de Rowan era la única señal de disgusto mutuo. La salida. Las puertas de hierro estaban en ruinas, pero Aedion aún podían distinguir las marcas grabadas en ellos. Marcas del Wyrd. Antiguas, también. Quizás alguna vez había sido un camino que Gavin había utilizado para visitar el templo no visto del Devorador de Pecados. El hedor de las criaturas del otro mundo empujó y tiró de los sentidos de Aedion, y él hizo una pausa, escudriñando la oscuridad del túnel que se avecinaba. Aquí terminaba el agua. Más allá de las puertas, un camino, roto y rocoso que parecía más

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antiguo que cualquier otro que hayan había visto, inclinado hasta una oscuridad impenetrable. —Cuidado donde pisas —dijo Rowan, escudriñando el túnel—. Se trata de piedra suelta y escombros. —Puedo ver tan bien como tú —dijo Aedion, incapaz de detener su respuesta en esta ocasión. Él giró su hombro, el puño de su túnica deslizándose hacia arriba para revelar la Marca del Wyrd que Aelin les había mandado a pintar en su propia sangre sobre sus torsos, brazos y piernas. —Vamos —fue la única respuesta de Rowan mientras tiraba del barril como si no pesara nada. Aedion se debatió a dar una respuesta, pero... Tal vez por eso el príncipe guerrero se mantuvo dándole advertencias estúpidas. Para mosquearle lo suficiente como para distraerlo –y distraerse Rowan a sí mismo– de lo que estaba pasando por encima de ellos. Lo que llevaban entre ellos. Las Viejas Costumbres –de mirar hacia fuera para su reina y su reino-, pero también para los demás. Maldita sea, era casi lo suficiente para hacer que quisiera abrazar al bastardo. Así que Aedion siguió a Rowan a través de las puertas de hierro. Y a las catacumbas del castillo.

Las cadenas de Chaol hicieron clank, las esposas ya frotándole la piel en carne viva mientras Aelin tiró de él por la calle llena de gente, una daga a punto de hundirse en su costado. Se mantuvieron por una cuadra hasta que llegaron a la verja de hierro que rodeaba la colina inclinada sobre la que alzaba el castillo. Pasaron de largo multitudes reunidas, sin darse cuenta del hombre encadenado en medio de ellos, o la mujer de negro con capa que lo arrastraba más cerca y más cerca del castillo de cristal. —¿Recuerdas el plan? —murmuró Aelin, manteniendo la cabeza baja y la daga apretada contra su lado. —Sí —respiraba. Era la única palabra que se podía permitir. Dorian todavía estaba allí –todavía aferrándose. Lo cambió todo. Y nada. Las multitudes se iban tranquilizando cerca de la valla, como si tuvieran cuidado de los guardias uniformados de negro que monitoreaban, sin duda la entrada. El primer obstáculo con el que se habían encontrado. Aelin se tensó casi imperceptible y se detuvo tan de repente que Chaol casi se estrelló contra

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ella. —Chaol– —La multitud se movió, y él vio la cerca del castillo. Había cadáveres colgando de las imponentes barras de hierro forjado. Los cadáveres con uniformes de color rojo y oro. —Chaol– Él ya se estaba moviendo, y ella maldijo, y se fue con él, fingiendo que lo llevaba de las cadenas, manteniendo la daga apretada en sus costillas. No sabía cómo no había oído a los cuervos farfullando mientras arrancaban la carne muerta atada a lo largo de cada poste de hierro. Con la multitud, no había podido darse cuenta. O tal vez se había acostumbrado al graznido en todos los rincones de la ciudad. Sus hombres. Dieciséis de ellos. Sus compañeros más cercanos, sus más fieles guardias. El primero de ellos tenía el cuello de su uniforme desabrochado, revelando su pecho atravesado con verdugones y cortes y marcas. Ress. ¿Por cuánto tiempo lo torturaron –los torturaron a todos ellos? ¿Desde el rescate de Aedion? Él atormentó su mente pensando en la última vez que habían tenido contacto. Había asumido que la dificultad se debía a que se estaban escondiendo. No porque –porque estaban siendo– Chaol notó al hombre colgado junto a Ress. Los ojos de Brullo se habían ido, ya sea por la tortura o los cuervos. Sus manos estaban hinchadas y trenzadas –parte de su oreja faltaba. Chaol no tenía sonidos en su cabeza, ninguna sensación en su cuerpo. Era un mensaje, pero no a Aelin Galathynius o a Aedion Ashryver. Su culpa. Suya. Él y Aelin no hablaron mientras se acercaban a las puertas de hierro, la muerte de esos hombres persistentes sobre ellos. Cada paso era un esfuerzo. Cada paso era demasiado rápido. Su culpa. —Lo siento —murmuró Aelin, empujándolo más cerca de las puertas, donde los guardias uniformados de negro estaban de hecho monitoreando cada rostro que pasaba en la calle—. Lo siento mucho– —El plan —dijo, con la voz temblorosa—. Nos cambiamos. Ahora.

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—Chaol– Él le dijo lo que tenía que hacer. Cuando terminó, ella se secó las lágrimas mientras le agarraba la mano y decía: —Voy a hacer que cuente Las lágrimas se habían ido para el momento en que atravesaban la multitud, nada entre ellos y esos adoquines y familiares puertas abiertas. Hogar –este había sido una vez su hogar. No reconoció a los guardias alertas de pie en las puertas que una vez había protegido con tanto orgullo, las puertas que había surcado a través hace menos de un año con una asesina recién liberada de Endovier, sus cadenas atadas a la silla. Ahora ella lo llevaba encadenado a través de esas puertas, una asesina por última vez. Su caminata se volvió arrogante, y se movía con facilidad fluida hacia los guardias que sacaban sus espadas, con sus anillos negros absorbiendo la luz del sol. Celaena Sardothien se detuvo a una distancia sana y levantó la barbilla. —Díganle a Su Majestad que su Campeona ha vuelto –y que le ha traído un infierno de un premio.

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Capítulo 69 Traducido por Dafne Hein Corregido por Constanza Cornes El manto negro de Aelin ondeaba detrás suyo mientras ella llevaba al capitán caído de la Guardia por los pasillos brillantes del palacio. Oculta en su espalda estaba la espada de su padre, su empuñadura envuelta en un paño negro. Ninguno de los diez escoltas se había molestado en quitarle sus armas. ¿Por qué lo harían, cuando Celaena Sardothien estaba semanas antes de su esperado regreso, siendo todavía leal al rey y a la corona? Los pasillos estaban tan tranquilos. Incluso la corte de la reina estaba sellada y silenciada. Corría el rumor de que la reina se había enclaustrado en las montañas desde el rescate de Aedion y había tomado a la mitad de su corte con ella. El resto había desaparecido también, para escapar del aumento de calor en verano –o bien de los horrores que habían venido a gobernar su reino. Chaol no dijo nada, aunque hizo un gran espectáculo al verse furioso, como un hombre perseguido desesperado por encontrar un camino de regreso a la libertad. No había rastro de la devastación que había estado en su rostro al encontrar a sus hombres colgando de las puertas. Tiró contra las cadenas, y ella se acercó más. —Yo no lo creo, capitán —ronroneó. Chaol no se dignó a responder. Los guardias se miraron fijamente. Las Marcas del Wyrd escritas con la sangre de Chaol la cubrían bajo sus ropas, el olor humano esperanzadoramente cubriendo cualquier pista de su herencia que los Valg de cualquier otra forma podrían descubrir. Sólo había dos demonios en este grupo –una pequeña misericordia. Así que fueron hacia arriba, arriba, arriba, en el mismo castillo de cristal. Los pasillos parecían demasiado brillantes como para contener tanta maldad. Los pocos funcionarios pasaron evitaron sus ojos y se escabulleron a lo largo. ¿Había huido todo el mundo desde el rescate de Aedion? Fue un esfuerzo el no mirar demasiado tiempo a Chaol a medida que se acercaban a las enor-

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mes puertas de cristal y oro rojo, ya abiertas para revelar el suelo de mármol de color carmesí –la sala del consejo del rey. Se abrían para revelar al rey, sentado en su trono de cristal. Y a Dorian de pie junto a él. Sus caras. Esas caras. Eran caras que halaban de él. Inmundicia humana, el demonio siseó. La mujer –la reconoció ese rostro mientras ella tiraba de la capucha oscura y se arrodillaba ante el estrado en el que se encontraba. —Majestad —dijo. Tenía el pelo más corto de lo que recordaba. No –no recordaba. Él no la conocía. Y el hombre encadenado a su lado, ensangrentado y sucio... Gritos, viento, y– Suficiente, el demonio golpeó. Pero sus rostros– No conocía esas caras. A él no le importaban.

El rey de Adarlan, el asesino de su familia, el destructor de su reino, descansaba en el trono de cristal. —¿No es este un interesante giro de los acontecimientos, Campeona? Ella sonrió, esperando que los cosméticos que se había aplicado alrededor de sus ojos amortiguaran el turquesa y oro de sus iris, y que el tono rubio ceniza del había teñido su pelo disfrazara su tono, casi idéntico al de Aedion. —¿Quiere oír una historia interesante, Su Majestad? —¿Implica a mis enemigos en Wendlyn estando muertos? —Oh, eso, y mucho, mucho más. —¿Por qué no me llegó ninguna palabra, entonces? El anillo en el dedo parecía absorber la luz. Pero no podía captar ni un sólo rastro de las Lla-

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ves del Wyrd, no podía sentirlas aquí, ya que había sentido la presencia del que estaba en el amuleto. Chaol estaba pálido, y no dejaba de mirar hacia el suelo de la habitación. Aquí fue donde todo había sucedido. Donde habían asesinado a Sorscha. Donde Dorian había sido esclavizado. Donde, érase una vez, le había otorgado su alma al rey bajo un nombre falso, el nombre de una cobarde. —No me eche la culpa por los pobres mensajeros miedosos —dijo—. Envié la palabra el día antes de irme —sacó dos objetos de la capa y miró por encima del hombro a los guardias, señalando con la barbilla a Chaol—. Mírelos. Ella se acercó al trono y le tendió la mano al rey. Él se inclinó hacia delante, el hedor de él– Valg. Humano. Hierro. Sangre. Ella dejó caer dos anillos en su palma. El tintineo de metal contra metal era el único sonido. —Los anillos de sello del rey y del príncipe heredero de Wendlyn. Habría traído sus cabezas, pero... los funcionarios de inmigración pueden ser tan molestos. El rey cogió uno de los anillos, su rostro de piedra. El joyero de Lysandra había vuelto a hacer un trabajo impresionante al recrear el escudo real de Wendlyn y desgastar los anillos hasta que parezcan antiguos, como reliquias. —¿Y dónde estabas tú durante el ataque de Narrok en Wendlyn? —¿Se suponía que debía estar en otro lugar, excepto cazando a mi presa? Los ojos negros del rey se clavaron en los de ella. —Los maté en cuanto pude —continuó, cruzando los brazos, cuidadosa de las cuchillas ocultas en el traje—. Disculpe por no haber hecho la gran declaración que quería. La próxima vez, tal vez. Dorian no había movido ni un músculo, sus rasgos como de piedra fría por encima del collar alrededor de su cuello. —¿Y cómo terminas con mi Capitán de la Guardia encadenado? Chaol solamente miraba a Dorian, y ella no pensaba que su angustiado, suplicante rostro fuese un acto. —Él me estaba esperando en el muelle, como un buen perro. Cuando vi que estaba sin su uniforme, tuvo que confesarme todo. Hasta la última cosita conspirativa que ha hecho. El rey miró al capitán. —Lo hizo, realmente.

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Aelin evitaba la tentación de comprobar el reloj de pie, haciendo tic-tac en el rincón más alejado de la habitación, o la posición del sol más allá de la ventana alta hasta el techo. Tiempo. Tenían que alargar su tiempo un poco más. Pero hasta ahora, todo bien. —Me pregunto —reflexionó el rey, recostándose en su trono—, quién ha estado conspirando más: el capitán, o tú, Campeona. ¿O debería llamarte Aelin?

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Capítulo 70 Traducido por Dafne Hein Corregido por Constanza Cornes El lugar olía a muerte, como el infierno, al igual que los espacios oscuros entre las estrellas. Siglos de formación mantuvieron los pasos de Rowan ligeros, lo mantuvieron enfocado en el peso letal que acarreaba mientras él y el general se deslizaban a través del antiguo, seco pasillo. El camino ascendente de piedra había sido arrancado por garras brutales, el espacio tan oscuro que incluso los ojos de Rowan le estaban fallando. El general permanecía cerca, sin hacer ruido, salvo por el deslizamiento ocasional de guijarros por debajo de sus botas. Aelin estaría en el castillo ahora, el capitán en la cuerda como su boleto a la sala del trono. Sólo unos minutos más, si habían calculado bien, y entonces podrían incendiar su carga mortal y salir pitando. Minutos después, él estaría a su lado, lleno de magia que usaría para ahogar el aire limpio de los pulmones del rey. Y entonces él disfrutaría viendo como ella lo quemaba vivo. Lentamente. Aunque sabía que su satisfacción palidecería en comparación con lo que el general sentiría. Lo que todo hijo de Terrasen sentiría. Pasaron por una puerta de hierro macizo que había sido pelada hacia atrás como si masivas manos con garras hubiesen arrancado sus goznes. La pasarela más allá era de piedra lisa. Aedion contuvo el aliento en el mismo momento en que el golpeteo bombardeó el cerebro de Rowan, justo entre sus ojos. Piedra del Wyrd. Aelin le había advertido de la torre –que la piedra le había dado un dolor de cabeza, pero esto... Ella había estado en su cuerpo humano entonces. Era insoportable, como si su misma sangre retrocediera ante la maldad de la piedra.

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Aedion maldijo, y Rowan hizo eco de ello. Pero había una amplia franja de la pared de piedra por delante, y aire puro más allá de ella. Sin atreverse a respirar demasiado fuerte, Rowan y Aedion se aliviaron por la rendija. Una cámara grande, redonda los saludó, flanqueada por ocho puertas de hierro abiertas. La parte inferior de la torre del reloj, si sus cálculos eran correctos. La oscuridad de la cámara era casi impenetrable, pero Rowan no se atrevió a encender la antorcha que habían traído con ellos. Aedion olfateó, un sonido húmedo. Mojado, porque– Sangre chorreaba por los labios y la barbilla de Rowan. Una hemorragia nasal. —Date prisa —susurró, dejando su barril en el extremo opuesto de la cámara. Sólo unos minutos más. Aedion estacionó su tonel de fuego infernal frente a Rowan en la entrada de la cámara. Rowan se arrodilló, el golpeteo en su cabeza, de mal en peor con cada latido. Siguió moviéndose, empujando el dolor hacia atrás mientras dejaba el alambre fusible y lo llevaba hacia donde Aedion se encontraba agachado. El goteo de su hemorragia nasal en el suelo de piedra negro era el único sonido. —Más rápido —ordenó Rowan, y Aedion gruñó en voz baja –ya no estaba dispuesto a ser molestado con advertencias como una distracción. No se sentía como para decirle al general que había dejado de hacerlo hace unos minutos. Rowan sacó su espada, mientras pasaba la puerta por la que habían entrado. Aedion retrocedió hacia él, desenrollando los fusibles unidos a su paso. Tenían que estar lo suficientemente lejos antes de que pudiesen encenderlo, o de lo contrario se convertirían en cenizas. Él envió una plegaria silenciosa a Mala, que Aelin estuviese esperando el momento oportuno –y que el rey estuviese demasiado centrado en la Asesina y el capitán como para considerar enviar a alguien para abajo. Aedion lo alcanzó, desenrollando pulgada tras pulgada de fusibles, la línea de una raya blanca en la oscuridad. La otra fosa nasal de Rowan empezó a sangrar. Dioses, el olor de este lugar. La muerte y el hedor y la miseria de la misma. Apenas podía pensar. Era como tener la cabeza en un torno. Se retiraron hacia el túnel, esos fusibles su única esperanza y salvación. Algo goteaba sobre su hombro. Una oreja sangraba. Se limpió con la mano libre. Pero no había sangre en su capa. Rowan y Aedion estaban rígidos mientras un gruñido bajo llenó el pasaje. Una cosa en el techo se movió, entonces.

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Siete cosas. Aedion dejó caer el carrete y desenvainó su espada. Un pedazo de tela –gris, pequeña, desgastada– cayó de las fauces de la criatura que se aferra a la piedra del techo. Su capa –la esquina que faltaba de su capa. Lorcan había mentido. Él no había matado a los restantes sabuesos Wyrd. Sólo les había dado el olor de Rowan.

Aelin Ashryver Galathynius se enfrentaba al Rey de Adarlan. —Celaena, Lillian, Aelin —dijo, arrastrando las palabras—. No me importa cómo me llames particularmente. Ninguno de los guardias detrás de ellos se movió. Podía sentir los ojos de Chaol sobre ella, sentir la atención incesante del príncipe Valg dentro de Dorian. —¿Pensaste —dijo el rey, sonriendo como un lobo—, que no podía mirar dentro de la mente de mi hijo y preguntarle lo que sabía, lo que vio el día del rescate de tu primo? Ella no lo había sabido, y ciertamente no había planeado revelarse a sí misma de esta manera. —Me sorprende que te tomara tanto tiempo para darte cuenta de a quién dejaste entrar por la puerta principal. Honestamente, estoy un poco decepcionada. —Lo mismo podría decir tu gente sobre ti. ¿Cómo fue, Princesa, arrastrarte y meterte en la cama con mi hijo? ¿Tu enemigo mortal? —Dorian no hizo más que parpadear— ¿Terminaste con él a causa de la culpa o porque habías ganado un lugar en mi castillo y ya no lo necesitas? —¿Es la preocupación paternal lo que detecto? Una risa baja. —¿Por qué no capitán deja de fingir que está atrapado en esas esposas y viene un poco más cerca? Chaol se puso rígido. Pero Aelin le dio un guiño sutil. El rey ni se molestó en mirar a sus guardias cuando dijo: —Lárguense

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.Como uno mismo, los guardias se fueron, sellando la puerta detrás de ellos. El vidrio pesado gimió, el suelo temblando. Los grilletes de Chaol cayeron al suelo, y flexionó sus muñecas. —Tal sucia traición, habitando en mi propia casa. Y pensar que una vez te tuve encadenada –una vez te tuve tan cerca de la ejecución, y no tenía idea de a qué premio en realidad había condenado a Endovier. La Reina de Terrasen –esclava y mi Campeona —el rey desplegó su puño para mirar a los dos anillos en su palma. Los tiró a un lado. Ellos rebotaban sobre el mármol rojo, sonando débilmente—. Es una lástima que no tengas tus llamas ahora, Aelin Galathynius. Aelin tiró de la tela de la empuñadura de la hoja de su padre y sacó la espada de Orynth. —¿Dónde están las Llaves del Wyrd? —Por lo menos eres directa. Pero, ¿qué me harás, heredera de Terrasen, si no te lo digo? —Él hizo un gesto a Dorian, y el príncipe descendió los escalones de la tarima, parándose en la parte más baja. Tiempo –necesitaba tiempo. La torre aún no había sido derribada. —Dorian —dijo Chaol suavemente. El príncipe no respondió. El rey se rió entre dientes. —¿No corres hoy, capitán? Chaol niveló su mirada en el rey, y sacó a Damaris –el regalo de Aelin a él. El rey dio unos golpecitos con el dedo en el brazo de su trono. —¿Qué dirían los nobles de Terrasen si supieran que Aelin del Fuego Salvaje tenía una historia tan sangrienta? ¿Si supieran que ella me cedió sus servicios? ¿Qué esperanza tendrían si les diera a conocer que incluso su princesa perdida desde hace mucho tiempo estaba corrompida? —Por supuesto que te gusta escucharte hablar, ¿no? El dedo del rey se quedó inmóvil en el trono. —Admito que no sé cómo no me di cuenta. Eres la misma niña malcriada que presumía de su castillo. Y aquí estaba yo, pensando que te había ayudado. Vi tu mente ese día, Aelin Galathynius. Tú amabas tu casa y tu reino, pero tenías tal deseo de ser ordinaria, tal deseo de ser liberada de tu corona, incluso entonces. ¿Has cambiado tu opinión? Te ofrecí la libertad en bandeja hace diez años, y, sin embargo, terminaste como una esclava de todos modos. Divertido. Tiempo, tiempo, tiempo. Déjale hablar... —Tú tenías el elemento sorpresa entonces —dijo Aelin—. Pero ahora sabemos del poder que ejerces.

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—¿Lo hacen? ¿Entiendes el costo de las Llaves? ¿En lo que te debes convertir para utilizar una? Ella apretó su agarre en la espada de Orynth. —¿Te gustaría estar cabeza a cabeza conmigo entonces, Aelin Galathynius? ¿Para ver si los hechizos que aprendiste, si los libros que me robaste, resistirán? Pequeños trucos, Princesa, en comparación con la brutalidad del poder de las Llaves. —Dorian —dijo Chaol de nuevo. El príncipe permaneció mirándola, ahora una sonrisa hambrienta en esos labios sensuales. —Permítanme demostrarles —dijo el rey. Aelin se preparó, su estómago apretado. Señaló a Dorian. —Arrodíllate. El príncipe se puso de rodillas. Ella ocultó su mueca de dolor ante el impacto del hueso en mármol. El rey frunció sus cejas. Una oscuridad comenzó a construirse, agrietándose desde el rey como tenedores de relámpagos. —No —Chaol respiraba, dando un paso adelante. Aelin agarró al capitán por el brazo antes de que pudiera hacer algo increíblemente estúpido. Un mechón de la noche se estrelló en la espalda de Dorian y él se arqueó, gimiendo. —Creo que hay más que tú sabes, Aelin Galathynius —dijo el rey, esa negrura demasiado familiar en crecimiento—. Las cosas que tal vez sólo el heredero de Brannon Galathynius podría haber aprendido. La tercera Llave Wyrd. —No te atreverías —dijo Aelin. El cuello del príncipe estaba tenso mientras jadeaba, mientras la oscuridad lo azotaba. Una vez –dos veces. Montones. Ella conocía ese dolor. —Él es tu hijo –tu heredero. —Te olvidas, Princesa —dijo el rey—, que tengo dos hijos. Dorian gritó mientras otro látigo de la oscuridad cortaba su espalda. Un relámpago negro se dibujó en sus dientes expuestos. Ella se lanzó –y fue echada hacia atrás por las mismas Marcas que había dibujado en su cuerpo. Un muro invisible de ese dolor negro yacía alrededor de Dorian ahora, y sus gritos se hicieron interminables.

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Como una bestia tironeando bruscamente de su correa, Chaol se lanzó en contra de ella, rugiendo nombre de Dorian, la sangre fluyendo desde el puño de su chaqueta con cada intento. De nuevo. De nuevo. De nuevo. Dorian estaba sollozando, la oscuridad saliendo de su boca, encadenando sus manos, marcando su espalda, su cuello– Entonces desapareció. El príncipe se dejó caer al suelo, jadeando. Chaol detuvo su ataque a medias, su respiración entrecortada, su cara estirada. —Levántate —dijo el rey. Dorian se puso de pie, su collar negro reluciente mientras su pecho se movía. —Delicioso —dijo a cosa dentro del príncipe. La bilis quemaba la garganta de Aelin. —Por favor —dijo con voz ronca Chaol al rey, y su corazón se quebró con las palabras, con la agonía y la desesperación—. Libéralo. Di tu precio. Te daré todo. —¿Entregarías a tu antigua amante, capitán? No veo ninguna utilidad en la pérdida de un arma si no gano una a cambio —el rey hizo un gesto con la mano hacia ella—. Has destruido a mi general y a tres de mis príncipes. Puedo pensar en algunos otros Valg que están muriendo por ponerte encima sus garras –quienes disfrutarían mucho de la oportunidad de deslizarse en tu cuerpo. Es lo justo. Aelin se atrevió a dar un vistazo hacia la ventana. El sol subía más alto. —Tú viniste a la casa de mi familia y los asesinaste mientras dormían —dijo Aelin. El reloj viejo comenzó a dar doce campanadas. Un instante después, los miserables, descentrado sonidos de la torre del reloj se escucharon—. Es lo justo —le dijo al rey mientras retrocedía un paso hacia las puertas—, que yo te destruya a cambio. Ella haló el Ojo de Elena de debajo de su traje. La piedra azul brillaba como una pequeña estrella. No era sólo un amuleto contra el mal. Sino una llave en su propio derecho, que podría ser utilizada para desbloquear la tumba de Erawan. Los ojos del rey se agrandaron y se levantó de su trono. —Acabaste de cometer el peor error de tu vida, muchacha. Él tenía un punto. Las campanas del mediodía estaban sonando. Sin embargo la torre del reloj seguía en pie.

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Capítulo 71 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Rowan hizo pivotear su espada y el sabueso del Wyrd cayó hacia atrás, aullando cuando la hoja perforó a través de la piedra y la tierna carne debajo. Pero no lo suficiente como para contenerlo, para acabar con él. Otro sabueso del Wyrd saltó. Donde se abalanzaron, Rowan golpeó. Lado a lado, él y Aedion habían sido empujados contra una pared, concediendo pie tras pie del pasaje, impulsados cada vez más lejos del carrete del fusible que Aedion se había obligado a abandonar. Un estruendoso y miserable ruido resonó. En el lapso entre sonidos metálicos, Rowan cortó a dos sabuesos del Wyrd, golpes que hubiesen desmembrado a la mayoría de las criaturas. La torre del reloj sonó. Mediodía. Los sabuesos del Wyrd fueron arreando de regreso, esquivando golpes de muerte seguros, manteniéndose fuera de su alcance. Para evitar que lleguen al fusible. Rowan maldijo, e inmediatamente se lanzó en un asalto a tres de ellos, Aedion junto a él. Los sabuesos del Wyrd mantuvieron su formación. Mediodía, había prometido Aelin. Cuando el sol comenzara a llegar en su punto culminante en el solsticio, la torre se vendría abajo. El último sonido metálico del reloj sonaba. El mediodía había llegado y pasado. Y su corazón de fuego, su reina, estaba en ese castillo encima de ellos—dejada solo con su formación mortal y su ingenio para mantenerse viva. Tal vez no por mucho tiempo. La idea era tan abominable, tan escandalosa, que Rowan rugió furioso, más fuerte que los

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gritos de las bestias. El bramido le costó a su hermano. Una criatura pegó un tiro pasando la guardia de Rowan, saltando, y Aedion soltó una maldición y se tambaleó hacia atrás. Rowan olió la sangre de Aedion antes de que la viera. Debía ser una gran cena para los sabuesos del Wyrd, esa sangre de semi-Hada. Cuatro de ellos saltaron al general como uno solo, sus fauces revelando los dientes de piedra para triturar carne. Los otros tres se giraron hacia Rowan, y no había nada que pudiera hacer para llegar a ese fusible. Para salvar a la reina que sostenía su corazón en sus manos con cicatrices.

Unos pasos por delante de él, Chaol miró a Aelin hacia las puertas de cristal, como lo habían planeado después de ver a sus hombres muertos. La atención del rey estaba fijada en el Ojo de Elena alrededor de su cuello. Se lo quitó, sosteniéndolo con una mano firme. —Estabas buscando esto, ¿no? Pobre Erawan, encerrado en su pequeña tumba por tanto tiempo. Era un esfuerzo mantenerse en su posición cuando Aelin seguía retrocediendo. — ¿Dónde encontraste eso? —pululó el rey. Aelin alcanzó a Chaol, rozando contra él, un confort y un agradecimiento y un adiós cuando ella continuó: —Resulta que tus antepasados no aprueban tus aficiones. Las mujeres Galathynius pegamos juntas, ya sabes. Por primera vez en su vida, Chaol vio el rostro del rey flojo. Pero entonces el hombre dijo: —Y ¿ese antiguo necio tonto te dijo que pasará si manejas la otra llave que ya posees? Ella estaba tan cerca de las puertas. —Deja al príncipe, o destruiré esto aquí y Erawan puede quedarse encarcelado —deslizó la cadena en su bolsillo. —Muy bien —dijo el rey. Miró a Dorian, que no mostró ningún signo de ni siquiera recordar su propio nombre, a pesar de lo que la bruja había escrito en las paredes de su ciudad—. Anda. Recupéralo.

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La oscuridad aumentó en Dorian, escapándose como la sangre en el agua, y la cabeza de Chaol dio un estallido de dolor. Aelin corrió, explotando a través de las puertas de cristal. Más rápido de lo que debería ser, Dorian corrió tras ella, hielo cubriendo el suelo, la habitación. El frío de ello golpeó su respiració. Pero Dorian no echó un vistazo a su dirección antes de que ya no estuviera. El rey dio un paso hacia bajo de la tarima, su aliento empañándolo delante de él. Chaol levantó su espada, sosteniendo su posición entre las puertas abiertas y el conquistador de su continente. El rey dio otro paso. — ¿Más payasadas heroicas? ¿No te aburres alguna vez de ellas, Capitán? Chaol no cedió. —Asesinó a mis hombres. Y a Sorscha. —Y a muchos más. Otro paso. El rey miró fijamente sobre el hombro de Chaol al vestíbulo donde Aelin y Dorian habían desaparecido. —Terminará ahora —dijo Chaol. Los príncipes Valg habían sido letales en Wendlyn. Pero habitando el cuerpo de Dorian, con la magia de Dorian… Aelin se lanzó hacia abajo, al vestíbulo, flanqueando las ventanas de cristal, el mármol por debajo—nada más que el cielo abierto alrededor de ella. Y detrás, cargando tras suyo como una tormenta negra, estaba Dorian. Hielo extendiéndose de él, escharcha que astillaba a lo largo de las ventanas. En el momento en que el hielo la golpeó, Aelin sabía que no daría otro paso. Había memorizado cada vestíbulo y hueco de la escalera gracias a los mapas de Chaol. Se empujó a sí misma más, orando que Chaol comprara tiempo suficiente, cuando se acercó a una escalera estrecha y se lanzó, dando pasos de dos y tres. El hielo agrietó a lo largo del vidrio justo detrás de ella y el frio trozo en sus talones. Más rápido, más rápido. Alrededor y alrededor, y voló. Era pasado el mediodía. Si algo había salido mal con Rowan y Aedion…

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Golpeó la parte superior de las escaleras, y el hielo hizo el aterrizaje tan resbaladizo que patinó, yendo de lado, bajando… Se agarró de una mano contra el suelo, su piel desgarrándose contra el hielo. Se estrelló contra una pared de vidrio y se recuperó, entonces fue corriendo otra vez cuando el hielo se cerró en torno a ella. Más alto, tenía que llegar más alto. Y Chaol, ante el rey… No se permitió pensar en eso. Lanzas de hielo salieron disparadas de las paredes, pasando a su lado. Su aliento era una llama en su garganta. —Te lo dije —una fría voz masculina dijo desde atrás, en absoluto sin aliento. Telarañas de hielo a través de las ventanas de cada lado—. Te dije que te arrepentirías de no matarme. Que destruiría todo lo que amas. Alcanzó un puente cubierto de cristal que se extendía entre dos de las torres más altas. El suelo era completamente transparente, por lo que pudo ver cada centímetro de la caída al suelo muy, pero muy por debajo. Escarcha cubría las ventanas. Cristal explotó, y un grito roto salió de su garganta cuando cortó en su espalda. Aelin giró hacia un lado de la ventana rota ahora, el demasiado pequeño armazón de hierro, y la caída más allá. Se lanzó a través de ella.

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Capítulo 72 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Brillante, al aire libre, el viento rugiendo en sus oídos. Aelin aterrizó en el puente de vidrio un nivel más abajo, sus rodillas reventando cuando absorbieron el impacto y rodó. Su cuerpo gritó en agonía por los cortes en sus brazos y espalda donde habían trozos de vidrio pegados limpiamente a través de su traje, pero ya se encontraba corriendo por la puerta de la torre en el otro extremo del puente. Miró a tiempo para ver a Dorian precipitarse directamente a través del espacio que había despejado, sus ojos fijos en ella. Aelin se arrojó a la puerta abierta cuando el retumbo de Dorian golpeando el puente sonó. Cerró de golpe la puerta detrás de ella, pero aun así no pudo sellar el creciente frío. Solo un poco más lejos. Aelin corrió por las escaleras en espiral de la torre, medio llorando a través de sus apretados dientes. Rowan. Aedion. Chaol. Chaol. La puerta se destrozó desde las bisagras en la base de la torre y el frío explotó a través de ella, robándole el aliento. Pero Aelin había llegado a la cumbre de la torre. Más allá de ella, otra pasarela de cristal, delgada y desnuda, extendiéndose más allá de una de las otras torres. Todavía estaba oscuro cuando el sol se arrastró a través del otro lado del edificio, las torrecillas más altas de los alrededores del castillo de cristal y sofocándola como una jaula de oscuridad.

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Aelin había salido, llevándose a Dorian con ella. Chaol había obtenido ese tiempo, en un último intento de salvar a su amigo y sa su rey. Cuando ella había irrumpido en su casa esta mañana, sollozando y riendo, le había explicado lo que la Líder del Ala le había escrito, el pago que la bruja le había dado a cambio de salvar su vida. Dorian todavía seguía allí, seguía luchando. Ella había planeado en tomar a los dos de una sola vez, al rey y al príncipe, y él había accedido en ayudarla, para tratar de hablar con Dorian otra vez mediante la humanidad, para tratar de convencer al príncipe de luchar. Hasta el momento en que había visto a sus hombres colgando de las puertas. Ahora él no tenía ningún interés en hablar. Si Aelin tenía una posibilidad –de casualidad– de liberar a Dorian de ese collar, necesitaba al rey fuera de la escena. Aun si le costaba la venganza de su familia y reino. Chaol se alegró de tener ese resultado de su parte –y en el nombre de mucho más. El rey miró la espada de Chaol, luego su cara, y se rió. — ¿Vas a matarme, Capitán? Eres tan dramático. Ellos habían salido. Aelin había sacado a Dorian, su engaño tan impecable que incluso Chaol se había creído que el Ojo en sus manos era verdaderamente eso, pues lo había inclinado hacia el sol por lo que la piedra azul brillaba. No tenía idea de dónde había puesto el verdadero o si incluso lo llevaba con ella. Todo, todo lo que habían hecho, y habían perdido, y luchado por ello. Todo por este momento. El rey siguió acercándose, y Chaol sostuvo su espada ante él, sin ceder un paso. Por Ress. Por Brullo. Por Sorscha. Por Dorian. Por Aelin y Aedion, y su familia, por los miles de asesinados en los campos de trabajo. Y por Nesryn –a quién le había mentido, quién esperaría un regreso que no pasaría, por el tiempo que no tendrían juntos. No se arrepentía de aquello. Una ola de oscuridad se estrelló contra él, y retrocedió un paso, las marcas de protección hormigueando en la piel. —Perdiste —jadeó Chaol. La sangre deslizándose lejos bajo su ropa, picando. Otra ola de oscuridad, idéntica a la que había golpeado a Dorian—contra la que Dorian había sido incapaz de resistir. Chaol sintió aquel momento: el palpitar de la agonía interminable, el susurro del dolor por venir. El rey se acercó. Chaol levantó su espada más alto.

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—Tus protecciones están fallando, muchacho. Chaol sonrió, el sabor a sangre en su boca. —Lo bueno es que el acero dura mucho más tiempo. El sol a través de las ventanas calentó la espada de Chaol —como si fuera un abrazo, como si lo estuviera confortando. Como si le dijera que era la hora. Voy a hacer el recuento, le había prometido Aelin. Él había comprado su tiempo. Una ola de oscuridad se alzó detrás del rey, aspirando la luz de la habitación. Chaol extendió sus brazos cuando la oscuridad lo golpeó, lo rompió hasta que no había nada más pero luz –quemando luz azul, cálida y acogedora. Aelin y Dorian habían salido. Era suficiente. Cuando el dolor vino, no tenía miedo.

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Capítulo 73 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Iba a matarla. Él quería matarla. Su cara, esa cara… Él se acercaba a la mujer, paso a paso a través del puente estrecho y sombreado, las torrecillas altas por encima de ellos brillando con luz cegadora. Sangre cubría sus brazos, y jadeó cuando retrocedió ante él, sus manos ante ella, un anillo de oro brillando en su dedo. La podía olerla ahora—la sangre inmortal, fuerte en sus venas. —Dorian —dijo ella. No conocía ese nombre. Y él iba a matarla.

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Capítulo 74 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Tiempo. Necesitaba más tiempo, o robarlo, mientras que el puente todavía quedaba en la sombra, mientras el sol lentamente, lentamente se movía. —Dorian —suplicó Aelin otra vez. —Voy a destriparte de dentro hacia afuera —dijo el demonio. El hielo se extendió a través del puente. El cristal en su espalda se movía y arrancaba en ella con cada paso que daba en retiro hacia la puerta de la torre. Todavía la torre del reloj no se había venido abajo. Pero el rey aún no había llegado. —Tu padre está en la sala del consejo —dijo ella, luchando contra el dolor astillando a través de ella—. Él está allí con Chaol, con tu amigo y tu padre probablemente ya lo mató. —Bien. —Chaol —dijo Aelin, su voz rompiéndose. Su pie se deslizó contra un trozo de hielo, y el mundo se inclinó cuando ella estabilizó su equilibrio. La caída al suelo de cientos de pies por debajo le golpeó en el estómago, pero mantuvo sus ojos en el príncipe cuando la agonía onduló en su cuerpo otra vez—. Chaol. Se sacrificó. Se dejará poner ese collar por ti, para que tú puedas salir. —Voy a poner un collar en ti, y luego podemos jugar. Ella golpeó la puerta de la torre, buscando a tientas por el pestillo. Pero estaba congelado. Agarró el hielo, echando un vistazo entre el príncipe y el sol que había comenzado a azomarse en la esquina de la torre. Dorian estaba a diez pasos de distancia.

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Ella giró alrededor. —Sorscha. Su nombre era Sorscha, y ella te amaba. Te amaba. Y ellos la alejaron de ti. Cinco pasos. No había nada humano en esa cara, ningún parpadeo de memoria en esos ojos zafiro. Aelin comenzó a llorar, incluso cuando la sangre goteó hacia debajo de su nariz por la cercanía. —Volví por ti. Tal como lo prometí. Una daga de hielo apareció en su mano, su punta letal destellando como una estrella en la luz del sol. —No me importa —dijo Dorian. Empujó una mano entre ellos como si le pudiera apartar, agarrando una de sus propias manos apretadas. Su piel era tan fría como la que usó para hundir el cuchillo a su lado.

La sangre de Rowan roció de su boca mientras la criatura se estrelló contra él, tirándolo al suelo. Cuatro estaban muertos, pero tres permanecían entre él y el fusible. Aedion gritó de dolor y furia, permaneciendo en la línea, manteniendo a los otros tres a raya cuando Rowan condujo su familiar espada. La criatura volteó hacia atrás, fuera de su alcance. Las tres bestias convergieron otra vez, locas con la sangre de Hada que ahora cubría el paso. Su sangre. Aedion. La cara del general ya estaba pálida por la pérdida de la misma. No podían soportar esto por mucho más tiempo. Pero tenían que derribar esa torre. Como si fueran una sola mente, un cuerpo, los tres sabuesos del Wyrd arremetieron, conduciéndolo a él y Aedion aparte, uno saltando para el general, y dos para él Rowan cayó cuando unas mandíbulas de piedra se aferraron a su pierna. El hueso se rompió, y una oscuridad aplastó en… Rugió contra la oscuridad que significaba muerte. Rowan dio una cuchillada de combate en el ojo de la criatura, atravesándolo profundamente, cuando la segunda bestia arremetió contra su brazo extendido.

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Pero algo enorme golpeó a la criatura, y gimió cuando fue arrojada contra la pared. El muerto fue lanzado lejos un segundo más tarde, y entonces… Y entonces ahí estaba Lorcan, con su espada fuera y balanceando, con un grito de guerra en sus labios cuando atravesó a las criaturas restantes. Rowan bramó contra la agonía que sentía por la parte inferior de la pierna cuando se puso de pie, equilibrando su peso. Aedion ya estaba de pie, su cara manchada de sangre, pero sus ojos claros. Una de las criaturas arremetió contra Aedion y Rowan lanzó su cuchillo de lucha,–lo lanzó con fuerza y acierto, directamente a su boca abierta. El sabueso del Wyrd golpeó el suelo a sólo seis pulgadas de los pies del general. Lorcan era un torbellino de acero, su furia inigualable. Rowan sacó su otro cuchillo, preparándose para lanzarlo. Al igual que Lorcan condujo su espada limpiamente al cráneo de la criatura. El silencio, un silencio total en el túnel ensangrentado. Aedion se revolvió, cojeando y balanceando, hacia el fusible a veinte pasos. Todavía estaba conectado con la bobina. —Ahora —vociferó Rowan. No le importaba si ellos no lo hacían fuera. Por todo lo que sabía… Un dolor fantasmal punzó a través de sus costillas, brutalmente, violento y repugnante. Sus rodillas se doblaron. No era el dolor de su herida, pero de otro. No. No, no, no, no, no. Podría haber gritado eso, podría haber rugido eso, cuando subió por el paso de la salida, cuando sintió esa agonía, ese escalofrió. Las cosas habían ido muy, pero muy mal. Él dio otro paso antes de que su pierna se doblara, y era solo ese vínculo invisible, el esfuerzo y desgaste, que lo mantenía consciente. Un cuerpo duro, empapado de sangre se estrelló contra el suyo, un brazo envolviéndose alrededor de su cintura, acarreándolo encima. —Corre, estúpido idiota —siseó Lorcan entre dientes, acarreándolo desde el fusible. Aedion estaba agachado sobre él, sus manos ensangrentadas estables cuando agarró el pedernal y golpeó. Una vez. Dos veces. Entonces una chispa y una llama rugieron lejos en la oscuridad.

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Corrieron como el infierno. —Más rápido —dijo Lorcan, y Aedion los alcanzó, tomando el otro brazo de Rowan y añadiendo su fuerza y velocidad. Por el corredor. Más allá de las puertas de hielo rotas, en las alcantarillas. No había suficiente tiempo y espacio entre ellos y la torre. Y Aelin. El vínculo se tensó, deshaciéndose. No. Aelin. Lo oyeron antes de que lo sintieran. La carencia absoluta del sonido, como el mundo se había puesto en pausa. Seguido de un boom que fisuró. —Muévanse —dijo Lorcan, una orden ladrada que tenía a Rowan obedeciendo ciegamente como lo había hecho durante siglos. Entonces el viento, el viento seco, ardiente que deselló su piel. Entonces un destello cegador de luz. Entonces el calor, tal calor que Lorcan maldijo, empujándolos en una alcoba. Los túneles se sacudieron; el mundo tembló. El techo se vino abajo. Cuando el polvo y la suciedad se despejaron, cuando el cuerpo de Rowan cantó con dolor y alegría y poder, el camino hasta el castillo fue bloqueado. Y detrás de ellos, se extendían en la oscuridad de las cloacas, cien comandantes Valg y soldados de pie, armados y sonriendo.

Oliendo el reino de Hellas con sangre de Valg, Manon y Asterin se elevaban hacia abajo del continente, a Morath, cuando… Un suave viento, un estremecimiento en el mundo, un silencio. Asterin ladró un grito, su dragón poniéndose derecho como si hubieran arrancado las riendas. Abraxos soltó un grito por su cuenta, pero Manon simplemente miró hacia abajo en la tierra, donde las aves estaban tomando un vuelo en el resplandor que parecía correr por delante… La magia que ahora se rizaba a través del mundo, libre.

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La oscuridad la abrazaba. Magia. Independientemente de qué había pasado, cómo había sido liberada, a Manon no le importaba. Ese mortal, peso humano desapareció. La fuerza corrió a través de ella, sus huesos como una capa de armadura. Invencible, inmortal, imparable. Manon inclinó su cabeza hacia atrás, al cielo, extendió sus brazos ampliamente y rugió.

La Guarida estaba sumida en caos. Las brujas y la gente corrían alrededor, gritando. Magia. La magia era libre. No era posible. Pero ella lo podía sentir, incluso con el collar alrededor de su cuello y la cicatriz en su brazo. Se desató una gran bestia en su interior. Una bestia que ronroneaba la Sombra de Fuego.

Aelin se arrastró lejos de la puerta manchada con su sangre, lejos del príncipe Valg, que se echó a reír cuando ella agarró su costado y avanzó poco a poco a través del puente, su sangre dejando una mancha detrás de ella. El sol todavía se arrastraba alrededor desde la torre. —Dorian —dijo, sus piernas empujando contra el cristal, su sangre goteando entre sus dedos glaciales, calentándolos—. Recuerda. El príncipe Valg la acechó, sonriendo ligeramente cuando ella se derrumbó en frente suyo en el centro del puente. Las sombras de la torre del castillo de cristal se cernían a su alrededor, una tumba. Su tumba. —Dorian, recuerda —dijo con voz entrecortada. Él había perdido su corazón –apenas.

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—Dijo que debía recuperarte, pero tal vez me divierta primero. Dos cuchillos aparecieron en sus manos, curvados y malévolos. El sol empezó a brillar justo por arriba de la torre. —Recuerda a Chaol —rogó—. Recuerda a Sorscha. Acuérdate de mí. Un retumbo sacudió el castillo en algún sitio al otro lado del edificio. Y luego un gran viento, un viento suave, un viento encantador, como si la canción del corazón del mundo se hiciera con él. Cerró sus ojos por un momento y presionó su mano contra su lado, sacando un aliento. —Tenemos que volver —dijo Aelin, empujando más su mano y más duro en su herida hasta que la sangre se detuviera, hasta que solo sus lágrimas fluyeran—. Dorian, tenemos que volver de esta pérdida –de esta oscuridad. Tenemos que volver, y volví por ti. Ella estaba llorando, llorando cuando el viento se desvaneció y su herida comenzó a cerrarse. Las dagas del príncipe se habían aflojado en sus manos. Y en su dedo, el anillo de oro de Athril brilló. —Lucha —jadeó. El sol se desvió más cerca—. Lucha contra ello. Tenemos que volver. Más brillante y más brillante, el anillo de oro palpitó en su dedo. El príncipe se tambaleó hacia atrás, su rostro retorcido. —Gusano humano. Había estado demasiado ocupado apuñalándolo para observar el anillo que ella había deslizado en su dedo cuando había agarrado su mano como si quisiera empujarlo lejos. —Quítalo —gruñó él, tratando de tocarlo –y siseando como si quemara—. ¡Quítalo! El hielo creció, extendiéndose hacia ella, rápido como los rayos de luz del sol que ahora se dispararon entre las torres, refractando en cada copa de la azotea y el puente, llenando el castillo con la luz gloriosa de Mala, la Portadora de Fuego. El puente –el puente que ella y Chaol habían escogido para este propósito, para este momento en el ápice del solsticio– estaba justo en medio del mismo. La luz le pego, llevando su corazón con la fuerza de una estrella en explosión. Con un rugido, el príncipe Valg envió una ola de hielo hacia ella, lanzas y lanzas a su pecho. Así que Aelin arrojó sus manos hacia el príncipe, hacia su amigo, y lanzó su magia a él con todo lo que tenía.

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Capítulo 75 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Había fuego, y luz, y oscuridad, y hielo. Pero la mujer –la mujer estaba allí, a mitad de camino a través del puente, sus manos ante ella cuando se puso a sus pies. No había sangre filtrándose desde donde el hielo la había apuñalado. Solo piel limpia y pulida se asomaba a través del material negro de su traje. Se había sanado con magia. A su alrededor había mucho fuego y luz, tirando de él. Tenemos que volver, dijo. Cómo si ella supiera lo que era ésta oscuridad, los horrores existían. Luchar contra ello. Una luz quemaba en su dedo –una luz que se rompía dentro de él. Una luz que se rompía en astillas en la oscuridad. Recuerda, dijo. Sus llamas se destrozaron en él, y el demonio gritaba. Pero no le hizo daño alguno. Sus llamas solo mantuvieron al demonio a raya. Recuerda. Una brizna de luz en la oscuridad. Una puerta agrietada. Recuerda. Sobre el grito del demonio, empujó y miró a través de sus ojos. Sus ojos. Y vio a Celaena Sardothien de pie delante de él.

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Aedion escupió sangre en los escombros. Rowan apenas permanecía consciente cuando se inclinó contra el derrumbe detrás de ellos, mientras Lorcan trató de cortar un camino a través de la embestida de los combatientes Valg. Más y más en los túneles, armados y sanguinarios, alertados por la explosión. Drenados e incapaces de invocar a fondo su magia tan pronto, incluso Rowan y Lorcan no serían capaces de mantener a los Valgs ocupado por mucho tiempo. A Aedion le quedaban dos cuchillas. Sabía que no saldrían vivos de estos túneles. Los soldados llegaron en una interminable ola, sus ojos huecos encendidos con sed de sangre. Incluso aquí abajo, Aedion podía oír a la gente gritando en las calles, bien por la explosión o porqué la magia que volvía a inundar sus tierras. Ese viento… nunca había olido nada como ello, nunca lo haría de nuevo. Habían derrumbado la torre. Lo habían hecho. Ahora su reina tendría su magia. Tal vez ahora tendría una oportunidad. Aedion destruyó al comandante Valg más cercano a él, sangre negra salpicando en sus manos, y se dedicó a los dos que intervinieron para reemplazarlo. Detrás de él, los alientos de Rowan raspaban. Demasiado trabajo. La magia del príncipe, drenada, por la pérdida de sangre, había comenzado a vacilar momentos atrás, ya no siendo capaz de quitar el aire de los pulmones de los soldados. Ahora no era más que un viento frío empujando contra ellos, manteniéndolos a raya. Aedion no había reconocido la magia de Lorcan cuando le había criticado duramente acerca de los oscuros vientos casi invisibles. Pero donde golpeaba, los soldados caían. Y no se levantaron. También, él estaba fallando ahora. Aedion apenas podía levantar el brazo de la espada. Solo un poco más de tiempo; unos minutos más manteniendo a estos soldados ocupados para que su reina pudiera estar libre de distracciones. Con un gruñido de dolor, Lorcan fue sumergido por media docena de soldados y empujado fuera de la vista en la oscuridad. Aedion siguió balanceándose y balanceándose hasta que no hubo ningún Valg delante de él, hasta que se dio cuenta de que los soldados se habían retirado veinte pasos y se reagruparon. Una línea sólida de soldados Valg de pie, sus números estirándose lejos en la penumbra, viéndolo, sosteniendo sus espadas. Esperando la orden de ataque. Demasiados. Demasiados

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para escapar. —Ha sido un honor, Príncipe —le dijo Aedion a Rowan. La única respuesta de Rowan fue un gruñido. El comandante Valg anduvo con paso majestuoso al frente de la línea, su propia espada hacia fuera. En algún lugar en la alcantarilla, soldados comenzaron a gritar. Lorcan –que odioso egoísta– debió haber cortado una ruta a través de ellos. Y corrió. —Carguen a mi señal —dijo el comandante, su anillo negro brillando cuando levantó una mano. Aedion caminó frente a Rowan, aunque fuera inútil. Matarían a Rowan una vez él muriera, de todos modos. Pero al menos caería luchando, defendiendo a su hermano. Al menos tendría eso. La gente seguía gritando en la calle de arriba –chillando de terror ciego, los sonidos de pánico creciendo, más fuerte. —Con calma —dijo el comandante a los luchadores. Aedion respiró –uno de sus últimos respiros, se dio cuenta. Rowan se enderezó lo mejor que pudo, fiel contra la muerte que ahora hacía una seña, y Aedion podría haber jurado que el príncipe susurró el nombre de Aelin. Más gritos de los soldados en la parte posterior; algunos en la parte delantera se giraron para ver qué era el pánico detrás de ellos. A Aedion no le importaba. No con una fila de espadas ante ellos, reluciente como los dientes de un poderosos animal. La mano del comandante bajó. Y fue rasgada limpiamente por un leopardo fantasma. Por Evangeline, por su libertad, por su futuro. Cuando Lysandra embistió, acuchillando con garras y colmillos, los soldados murieron. Ella había andado a mitad de camino por la ciudad antes de que saliera de ese carro. Le dijo a Evangeline que tomara el camino hacia la casa de campo de los Faliqs, que fuera una buena chica y permaneciera segura. Lysandra había corrido dos cuadras hacia el castillo, sin preocuparse si ella tenía muy poco que ofrecer en la lucha, cuando el viento se cerró de golpe en ella y una canción salvaje centelleó en su sangre. Entonces derramó su piel humana, esa jaula mortal, y corrió, rastreando el olor de sus amigos. Los soldados en la alcantarilla estaban gritando mientras ella rasgaba en ellos –una muerte por cada día en el infierno, una muerte por su niñez arreatada y de Evangeline. Era furia, era ira, era venganza. Aedion y Rowan estaban apoyados contra el derrumbe, sus rostros sangrientos y enormes

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cuando saltó sobre la espalda de un centinela y destrozó su columna limpiamente. Oh, a ella le gustaba este cuerpo. Más soldados irrumpieron en las alcantarillas y Lysandra se giró hacia ellos, entregándose totalmente a la bestia cuya forma tomó. Se convirtió en muerte encarnada. Cuando no había ninguno olvidado, cuando la sangre empapó su piel pálida –sangre que degustaba a malvado– hizo una pausa al fin. —El palacio —jadeó Rowan en dónde había caído contra las piedras, Aedion presionando la mano en la herida de la pierna del Guerrero Hada. Rowan señaló a la alcantarilla abierta detrás de ellos, llena de sangre derramada—. A la reina. Una orden y una súplica. Lysandra asintió con la cabeza peluda, esa asquerosa sangre goteando de sus fauces, la sangre negra en sus colmillos, y corrió por el camino que había venido. La gente gritó al leopardo fantasma que se disparó en la calle, elegante como una flecha, esquivando el relincho de caballos y carruajes. El castillo de cristal surgió, medio envuelto por el humo y las ruinas de la torre del reloj, y luz, fuego, estallaron entre sus torrecillas. Aelin. Aelin todavía estaba viva, y luchando como el infierno. Las puertas de hierro del castillo aparecieron, ensartadas con cadáveres apestosos. El fuego y la oscuridad se cerraron de golpe en la cima del castillo, y el pueblo quedó en silencio cuando señalaron. Lysandra corrió por las puertas, y la muchedumbre la divisó por fin, luchando y quejándose para salir de su camino. Despejaron el camino directo a la entrada abierta. Revelando treinta guardias del Valg armados con ballestas alineadas frente a ella, listas para disparar. Todos ellos entrenados con sus armas contra ella. Treinta guardias con flechas –y más allá de ellos, un camino abierto al castillo. Por Aelin. Lysandra saltó. El guardia más cercano disparó limpiamente, un tiro en espiral derecho a su pecho. Sabía, con los sentidos de ese leopardo, que acertaría. Sin embargo Lysandra no redujo la marcha. No se detuvo. Por Evangeline. Por su futuro. Por su libertad. Por los amigos que habían llegado por ella. La flecha se acercó a su corazón.

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Y fue golpeada en el aire por una flecha. Lysandra aterrizó en la cara del guardia y la trituró con sus garras. Solo había un tirador con ese tipo de objetivo. Lysandra soltó un rugido, y se convirtió en una tormenta de muerte sobre los guardias más cercanos a ella mientras las flechas llovían en el resto. Cuando Lysandra se atrevió a mirar, fue a tiempo para ver a Nesryn Faliq sacando otra flecha en lo alto de la azotea vecina, flanqueada por sus rebeldes, y disparando limpiamente a través del ojo del guardia final entre Lysandra y el castillo. — ¡Anda! —gritó Nesryn sobre la muchedumbre en pánico. La llama y la noche combatían en las torres más altas, y la tierra se estremeció. Lysandra ya corría por la pendiente, encorvándose el camino entre los árboles. Nada más que la hierba y los árboles y el viento. Nada más que este cuerpo elegante, potente, su forma de corazón ardiente y radiante, cantando con cada paso, cada curva que tomaba, fluido y rápido y libre. Más y más rápido, cada movimiento de ese cuerpo de leopardo era con alegría, incluso cuando su reina luchaba por su reino y su mundo alto, arriba.

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Capítulo 76 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Aelin jadeó, luchando contra la palpitación en su cabeza. Demasiado pronto; demasiado poder demasiado pronto. No había tenido tiempo para sacarlo por el camino seguro, cayendo lentamente a las profundidades. El cambio en su forma Hada no había ayudado –solo había hecho que el Valg oliera peor. Dorian estaba de rodillas, agarrando su mano, donde el anillo seguía brillando, marcando su carne. Envió tinieblas que se rompían contra ella una y otra vez –y cada vez, ella cerraba de golpe lejos con una pared de llamas. Pero su sangre se calentaba. —Trata, Dorian —ella le pidió, su lengua como papel en su boca reseca. —Te mataré, perra Hada. Una risa baja sonó detrás de ella. Aelin dio media vuelta –sin atreverse a darla la espalda a cualquiera de ellos, incluso si esto significaba exponerse a sí misma a la caída libre. El Rey de Adarlan estaba de pie en la puerta abierta al otro extremo del puente. Chaol. —Un noble esfuerzo del capitán. Tratar de ganar tiempo para que pudieras salvar a mi hijo. Lo había intentado, pero… —Castígala—silbó el demonio desde el otro extremo del puente. —Paciencia —pero el rey se puso rígido cuando tomó el anillo de oro que quemaba en la mano de Dorian. Esa cara dura, brutal se apretó—. ¿Qué has hecho?

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Dorian se movió violentamente, estremeciéndose, y soltó un grito que puso a prueba sus oídos de Hada. Aelin sacó la espada de su padre. —Mataste a Chaol —dijo ella, sus palabras huecas. —El muchacho ni siquiera consiguió un solo golpe —sonrió socarronamente a la espada de Orynth—. Dudo que lo consigas, también. Dorian se quedó en silencio. Aelin gruñó: —Lo mataste. El rey se acercó, sus pisadas golpeando en el puente de cristal. —Lo único que lamento —le dijo el rey a ella—, es que no conseguí que tomara mi tiempo. Copió un paso –solo uno. El rey sacó a Nothung. —Me tomaré mi tiempo contigo, sin embargo. Aelin levantó su espada en ambas manos. Entonces… — ¿Qué dijiste? Dorian. La voz era ronca, rota. El rey y Aelin se volvieron hacia el príncipe. Pero los ojos de Dorian estaban en su padre, y ardían como las estrellas. —¿Qué fue lo que dijiste de Chaol? El rey espetó: —Silencio. —Lo mataste —no era una pregunta. Los labios de Aelin comenzaron a temblar, y construyó un túnel abajo, abajo, abajo en su interior. — ¿Y qué si lo hice? —dijo el rey, levantando sus cejas.

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— ¿Mataste a Chaol? La luz en la mano de Dorian se quemó. Pero el collar alrededor de su cuello permaneció. —Tú —espetó el rey –y Aelin se dio cuenta de lo que quiso decir cuando una lanza de oscuridad fue por ella tan rápido, demasiado rápido– La oscuridad se rompió contra una pared de hielo.

Dorian. Su nombre era Dorian. Dorian Havilliard, y era el Príncipe Heredero de Adarlan. Y Celaena Sardothien –Aelin Galathynius, su amiga… había vuelto por él. Se enfrentó a él, una antigua espada en sus manos. — ¿Dorian? —respiró. El demonio dentro de él estaba gritando y suplicando, rasgándose en él, tratando de negociar. Una ola de oscuridad irrumpió en el escudo de hielo que había lanzado entre la princesa y su padre. Pronto –pronto el rey se abriría camino a través de él. Dorian levantó sus manos al collar de piedra del Wyrd –frío, liso, tocando. ¡No!, gritó el demonio. ¡No! Había lágrimas en la cara de Aelin cuando Dorian se apoderó de la negra piedra alrededor de su garanta. Y, gritando su pena, su rabia, su dolor, rompió el collar de su cuello.

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Capítulo 77 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Constanza Cornes El collar de piedra del Wyrd se partió en dos, cortando a lo largo de la fisura por la cual el poder se había filtrado en el anillo. Dorian estaba jadeando, y la sangre corría por su nariz, pero Aelin murmuró, y la voz era la suya. Era él. Ella corrió, envainando la espada de Orynth, llegando a su lado al mismo tiempo en que la pared de hielo explotó debajo de un martillo de oscuridad. El poder del rey se dirigió hacia ellos, y Aelin levantó una sola mano. Un escudo de fuego estalló, y la oscuridad se retiró hacia atrás. ¾Ninguno de ustedes saldrá de aquí con vida ¾dijo el rey, su voz áspera deslizándose a través del fuego. Dorian se apoyó en ella, y Aelin deslizó una mano alrededor de su cintura para sostenerlo. El dolor parpadeó en su estómago, y un palpitar comenzó en su sangre. Ella no podía aguantar, no desprevenida, incluso cuando el sol se mantenía en su apogeo, como si la mismísima Mala quisiera quedarse un poco más para poder amplificar los dones que ya había derramado sobre una princesa de Terrasen. Dorian dijo Aelin, el dolor se movió por su espalda mientras que el cansancio se acercaba. Él movió su cabeza, su mirada todavía fija en el muro de llamas parpadeantes. Tal dolor, y pena, y rabia en esos ojos. Sin embargo, de alguna manera, por debajo de todo eso –una chispa de espíritu. De esperanza. Aelin extendió su mano una pregunta y una oferta y una promesa. Para un mejor futuro dijo. Regresaste dijo, como si eso fuera una respuesta. Ellos se tomaron de las manos. Por lo que el mundo terminó. Y el siguiente comenzó. Ellos eran infinitos.

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Ellos eran el principio y el fin; eran la eternidad. El rey de pie delante de ellos se quedó boquiabierto mientras que el escudo de llamas se extinguía para revelar a Aelin y Dorian, tomados de la mano, brillando como dioses renacidos mientras que su magia se entrelazaba. Tú eres mía rugió el hombre. Él se convirtió en oscuridad; doblándose a sí mismo en el poder que llevaba, como si no fuera nada más que malicia en un viento oscuro. Los atacó, y los envolvió en oscuridad. Pero ellos se mantuvieron unidos el uno junto al otro, el pasado y el presente y el futuro; parpadeando entre la antigua sala en un castillo de la montaña encaramada sobre Orynth, un puente suspendido entre torres de cristal, y otro lugar, perfecto y extraño, donde ellos habían sido creados a partir de polvo de estrellas y luz. Una pared de oscuridad los golpeó de vuelta. Pero no podían ser contenidos. La oscuridad hizo una pausa para tomar aliento. Ellos estallaron.

Rowan parpadeó contra la luz del sol que salía más allá de Aedion. Los soldados se habían infiltrado en las alcantarillas de nuevo, incluso después de que Lysandra les había salvado sus lamentables traseros. Lorcan había regresado, ensangrentado, y les dijo que la salida estaba bloqueada, y cualquier forma que Lysandra había usado para entrar ahora estaba invadida. Con la eficiencia del campo de batalla, Rowan había curado su pierna lo mejor que pudo con su energía restante. Mientras que él se curaba a sí mismo, el hueso y el tejido de la piel uniéndose apresuradamente haciendo que gritara por el dolor, Aedion y Lorcan abrieron un camino a través del derrumbe, justo al mismo tiempo en que las alcantarillas se llenaban con los sonidos de los soldados que se adentraban en ellas. Ellos arrastraron sus traseros de vuelta a los terrenos del castillo, donde se encontraron con otro derrumbe. Aedion había comenzado a rasgar en la parte superior del mismo, gritando y rugiendo hacia la tierra como si su voluntad por sí sola pudiera moverla. Pero ahora había un agujero. Era todo lo que Rowan necesitaba. Rowan se movió, su pierna nadando en agonía mientras intercambiaba sus extremidades por alas y garras. Él soltó un grito, estridente y furioso. Un halcón de cola blanca salió disparado de la pequeña abertura, pasando a Aedion. Rowan no se entretuvo mientras se daba cuenta de sus alrededores. Ellos estaban en algún lugar en los jardines del palacio, el castillo de cristal emergiendo a lo lejos. El olor del humo de

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la ruinas de la torre del reloj congestionó sus sentidos. Luz explotó de las torres aguja más prominentes del castillo, tan brillante que fue cegado por un momento. Aelin. Viva. Viva. Se alzó en vuelo, moldeando el viento a su voluntad con los residuos de su magia, elevándose más y más rápido. Él envió otra ráfaga de viento hacia la torre del reloj, enviando el humo hacia el río, lejos de ellos. Rowan dobló por la esquina del castillo. No tenía palabras para lo que vio.

El rey de Adarlan bramó mientras que Aelin y Dorian fracturaban su poder. Juntos rompieron todos los hechizos, cada onza del mal que había doblado y encadenado a sus órdenes. Infinito, el poder de Dorian era infinito. Ellos estaban llenos de luz, de fuego y luz de estrellas y luz solar. Ellos rebosaban de poder mientras que rompían la atadura final del poder del rey y se aferraban a su oscuridad, quemándola hasta que no era nada. El rey cayó de rodillas, el puente de cristal rezumbó por el impacto. Aelin soltó la mano de Dorian. Un vacío helado la inundó tan violentamente que también cayó al suelo de cristal, tragando aire, tambaleándose, recordando quién era. Dorian estaba mirando a su padre: el hombre que lo había roto, que lo había esclavizado. Con una voz que nunca había oído, el rey susurró: —Mi hijo. Dorian no reaccionó. El rey miró a su hijo, sus ojos muy brillantes y dijo de nuevo: —Mi hijo. Entonces el rey miró hacia donde ella estaba de rodillas, mirando boquiabierta hacia él. —¿Has venido a salvarme por fin, Aelin Galathynius?

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Capítulo 78 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Constanza Cornes Aelin Galathynius se quedó mirando al asesino de su familia, su pueblo, su continente. —No hagas caso a sus mentiras —dijo Dorian, su voz plana y hueca. Aelin estudió la mano del rey, donde el anillo oscuro había sido destrozado. Sólo una banda de pálida piel permanecía. —¿Quién eres tú? —dijo ella en voz baja. Humano –cada vez más, el rey se veía… más humano. Más suave. El rey se dirigió a Dorian, exponiendo las palmas de sus manos. —Todo lo que hice— todo era para mantenerte a salvo. De él. Aelin se quedó inmóvil. —Encontré la llave— el rey continuó, las palabras saliendo a borbotones.— Encontré la llave y la llevé a Morath. Y él... Perrington. Éramos jóvenes, y me llevó debajo de la Fortaleza para mostrarme la cripta, a pesar de que estaba prohibido. Pero la abrí con la llave... —lágrimas, reales y claras, corrían por su rojizo rostro—. La abrí, y él vino; él tomó el cuerpo de Perrington –y… —miró su mano desnuda. Lo miró temblar.— Él dejó que su secuaz me tomara. —Es suficiente— dijo Dorian. El corazón de Aelin se detuvo. —Erawan está libre— susurró. Y no sólo libre –Erawan era Perrington. El Rey Oscuro mismo la había maltratado, vivió en el castillo con ella –y nunca había sabido, por suerte o por el destino o por la protección de Elena, que ella estaba allí. Ella no había sabido tampoco –nunca lo había vislumbrado a él. Dioses de los cielos, Erawan la había obligado a arrodillarse ese día en Endovier y ninguno de ellos dos sintió o se dio cuenta de lo que el otro era. El rey asintió, dejando que sus lágrimas salpicaran su túnica. ¾El Ojo –tu podrías haberlo enviado de vuelta con el Ojo... La mirada en el rostro del rey cuando ella había revelado el collar... Él había estado viendo una herramienta, no de destrucción, sino de salvación. Aelin dijo:

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—¿Cómo es posible que ha estado dentro Perrington todo este tiempo y nadie se ha dado cuenta? —Él puede esconderse dentro de un cuerpo como un caracol en su concha. Pero disimular su presencia también ahoga sus propios poderes para rastrear a otros –como tú. Y ahora que estás de vuelta –todos los jugadores en el juego que aún no termina. La línea Galathynius –y la Havilliard, las que él ha odiado tan ferozmente todo este tiempo. Por qué nos eligió como blancos a mi familia, y a la tuya. —Tú destruiste mi reino— se las arregló para decir. La noche en que sus padres murieron, había un olor en la habitación... El olor de un Valg.— Tú sacrificaste a millones de personas. —Traté de detenerlo— el rey apoyó una mano en el puente, como para evitar colapsar bajo el peso de la vergüenza que ahora recubría sus palabras.— Ellos te podrían haber encontrado solamente por tu magia, y quería al más fuerte de todos para él. Y cuando tú naciste... —su arrugado rostro se contorsionó por el dolor cuando se dirigió de nuevo a Dorian.— Tú eras tan fuerte –tan precioso. No podía dejar que te llevaran. Le arrebaté el control por tiempo suficiente. —Para hacer qué — dijo Dorian con voz ronca. Aelin miró el humo que flotaba hacia el río. —Para ordenar que las torres fueran construidas— dijo ella—, y usar ese hechizo para desterrar la magia—y ahora que habían liberado a la magia... las personas que la controlaban serían detectados por todos los demonios Valg en Erilea. El rey jadeó un suspiro tembloroso. —Pero él no sabía cómo lo había hecho. Pensó que la magia se desvaneció como un castigo de nuestros dioses y no sabía nada de por qué se construyeron las torres. Todo este tiempo he usado mi fuerza para mantener el conocimiento de las torres lejos de él –de ellos. Toda mi fuerza– para que no pudiera luchar contra el demonio, para detenerlo cuando... cuando hizo esas cosas. Mantuve ese conocimiento a salvo. —Él es un mentiroso— dijo Dorian, girando sobre sus talones. No había piedad en su voz.— A pesar de que las torres fueron construidas todavía era capaz de usar mi magia –tu hechizo no me protegió en absoluto. Él va a decir cualquier cosa. Los malvados nos dirán cualquier cosa para perseguir nuestros pensamientos mucho después, Nehemia le había advertido. —Yo no lo sabía —declaró el rey.— Usar mi sangre en el hechizo debería haber hecho a mi línea inmune. Fue un error. Lo siento. Lo siento. Mi hijo –Dorian– —Tú no tienes el derecho de llamarle así —espetó Aelin— Tú viniste a mi casa y asesinaste a mi familia. —Fui a encontrarte. ¡Yo fui para que tú lo quemaras fuera de mí! —sollozó el rey.— Aelin del

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Fuego Salvaje. Traté de conseguir que lo hicieras. Pero tu madre te dejó inconsciente antes de que me mataras, y el demonio... El demonio se dedicó a aniquilar a tu línea después de eso, para que ningún fuego jamás pudiera purificarme de él. La sangre de Aelin se convirtió en hielo. No –no, no podía ser cierto, no podía ser verdad. —Todo fue por encontrarte —le dijo el rey a ella—. Para que pudieras salvarme –para que pudieras eliminarme al fin. Por favor. Hazlo —el rey estaba llorando ahora, y su cuerpo parecía consumirse poco a poco, sus mejillas se estaban demacrando, sus manos adelgazándose. Como si de hecho su fuerza vital y el príncipe demonio se hubieran unido dentro de él uno no podría existir sin el otro. —Chaol está vivo —murmuró el rey por detrás de sus manos descarnadas, bajándolas para revelar ojos enrojecidos, ya blanquecinos por la edad.— Aún estoy roto, pero no lo asesiné. Había –una luz a su alrededor. Lo dejé con vida. Un sollozo salió de su garganta. Ella había tenido esperanzas, había tratado de darle un tiro de supervivencia –Tú eres un mentiroso— dijo de nuevo Dorian, su voz era fría. Tan fría.— Y te mereces esto —la luz brillo en las puntas de los dedos de Dorian. Aelin pronunció su nombre, tratando de recobrarse de nuevo, de unir su sentido común. El demonio dentro del rey la había cazado no a causa de la amenaza que Terrasen generaba –sino por el fuego en sus venas. El fuego que podía poner fin a los dos. Ella levantó una mano mientras que Dorian se acercaba a su padre. Tenían que preguntar más, saber más El Príncipe Heredero echó la cabeza hacia atrás al cielo y gritó, y fue el grito de guerra de un dios.

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Capítulo 79 Traducido por: Yunn Hdez Corregido por Constanza Cornes El puente explotó debajo de ella, y el mundo se convirtió en fragmentos de vidrio voladores. Aelin se desplomó en el aire, las torres derrumbándose a su alrededor. Moldeó su magia como un capullo, quemando a través del cristal mientras caía y caía y caía. La gente gritaba –gritaba mientras Dorian destruía el castillo por Chaol, por Sorscha, y enviaba una ola de cristal hacia la ciudad. Aelin fue hacia abajo y abajo, la tierra levantándose hacia arriba, los edificios alrededor de ella rompiéndose, la luz brillante en todos los pedazos– Aelin usó hasta la última gota de su magia mientras que el castillo se derrumbaba, la letal ola de cristal dirigiéndose hacia Rifthold. Fuego corrió hacia la puerta, corrió contra el viento, contra la muerte. Y a medida que la ola de cristal cubría las puertas de hierro, destruyendo los cadáveres que habían sido atados como si fueran de papel, un muro de fuego estalló delante de él, disparándolo hacia lo alto, propagándolo ampliamente. Deteniéndolo. Un viento empujó contra ella, brutal e implacable, sus huesos gimiendo mientras que la empujaba hacia arriba, no hacia abajo. No le importaba –no cuando daba toda su magia, la totalidad de su ser, para contener la barrera de llamas que protegía a Rifthold. Unos segundos más, entonces podía morir. El viento corrió hacia ella, y sonaba como si estuviera rugiendo su nombre. Ola tras ola de cristal y escombros se estrellaban contra su escudo. Pero mantuvo ese muro de llama ardiendo –por el Teatro Real. Y las niñas de las flores en el mercado. Por los esclavos y las cortesanas y la familia Faliq. Por la ciudad que le había ofrecido alegría y dolor, muerte y renacimiento, por la ciudad que le había dado música, Aelin mantuvo esa pared de fuego ardiendo.

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Llovía sangre junto con el cristal –sangre que crepitaba en su pequeño capullo de fuego, apestando a oscuridad y dolor. El viento se mantuvo soplando hasta que se llevó lejos esa oscura sangre. Aun así Aelin mantuvo el escudo alrededor de la ciudad, se aferró a la promesa final que había hecho a Chaol. Voy a hacer que valga la pena. Se aferró hasta que el suelo se levantó para recibirla– Y aterrizó suavemente en la hierba. Entonces la oscuridad se estrelló contra la parte trasera de su cabeza.

El mundo era tan brillante. Aelin Galathynius gimió mientras se empujaba a sí misma sobre sus codos, la pequeña colina de hierba debajo de ella, intacta y vibrante. Sólo un momento –había estado fuera por solo un momento. Ella levantó la cabeza, su cráneo palpitaba mientras empujaba hacia atrás el cabello suelto de sus ojos y miraba lo que había hecho. Lo que Dorian había hecho. El castillo de cristal se había ido. Sólo el castillo de piedra se mantuvo, sus piedras grises calentándose bajo el sol del mediodía. Y donde una cascada de cristal y escombros debería haber destruido una ciudad, un enorme muro de ópalo brillaba. Una pared de cristal, su labio superior se curvó como si de hecho hubiera sido una ola gigante. El castillo de cristal se había ido. El rey estaba muerto. Y Dorian– Aelin gateó, sus brazos cediendo ante ella. Allí –a no más de tres pies de distancia, estaba Dorian, tumbado en la hierba, con los ojos cerrados. Pero su pecho subía y bajaba. Junto a él, como si algún dios benevolente de hecho hubiera estado cuidando de ellos, yacía Chaol. Su cara estaba ensangrentada, pero respiraba. No había otras heridas que pudiera detectar.

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Comenzó a temblar. Se preguntó si había notado cuando deslizó el verdadero Ojo de Elena en su bolsillo mientras que huía de la sala del trono. El aroma de pinos y nieve la golpeó, y se dio cuenta de cómo habían sobrevivido a la caída. Aelin se puso de pie, tambaleándose. La colina que descendía a la ciudad había sido demolida, sus árboles y postes de luz y zonas verdes trituradas por el cristal. No quería saber acerca de las personas que habían estado en los jardines –o en el castillo. Se obligó a caminar. Hacia la pared. Hacia la ciudad llena de pánico. Hacia el nuevo mundo que los llamaba. Dos olores convergieron, luego un tercero. Un extraño olor, salvaje que pertenecía a todos y nada. Pero Aelin no miró a Aedion o Rowan, o a Lysandra mientras bajaba la cuesta de la ciudad. Cada paso era un esfuerzo, cada respiración una prueba para levantarse a ella misma desde el borde, para mantenerse en el aquí y ahora, y lo que debía ser hecho. Aelin se acercó a la imponente pared de cristal que ahora separaba el castillo de la ciudad, que separaba la muerte de la vida. Ella perforó un ariete de llamas azules a través de él. Más gritos surgieron mientras que el fuego devoraba el cristal, formando un arco. Las personas que estaban más allá, llorando y abrazándose unos a otros o agarrándose la cabeza o cubriendo sus bocas, se quedaron en silencio mientras ella caminaba por la puerta que había hecho. La horca seguía en pie justo detrás de la pared. Era la única superficie elevada que podía ver. Mejor que nada. Aelin subió al bloque de carnicería, su corte subiendo en fila detrás de ella. Rowan estaba cojeando, pero no se permitió examinarlo, incluso peguntarle si se encontraba bien. Aún no. Aelin mantuvo los hombros hacia atrás, su rostro grave e inflexible mientras que se detenía en el borde de la plataforma. —Su rey ha muerto— dijo ella. La multitud se agitó. —Su príncipe vive. —Salve a Dorian Havilliard —gritó alguien por la calle. Nadie más lo repitió. —Mi nombre es Aelin Ashryver Galathynius —dijo. —Y yo soy la reina de Terrasen. La multitud murmuró; algunos espectadores se apartaron de la plataforma.

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—Su príncipe está de luto. Hasta que él esté listo, esta ciudad es mía. Hubo un silencio absoluto. —Si ustedes saquean, se amotinan, si ustedes causan un solo problema —dijo, mirando a unos cuantos a los ojos—, voy a encontrarlos, y voy quemarlos hasta que sean cenizas —levantó una mano, y las llamas bailaron en sus dedos.— Si se rebelan contra su nuevo rey, si intentan tomar su castillo, entonces este muro —hizo un gesto con su brillante mano—, se convertirá en vidrio fundido e inundará sus calles, sus casas, sus gargantas. Aelin levantó la barbilla, su boca formando una dura e imperdonable línea mientras recorría con la mirada a la multitud que llenaba las calles, la gente estirando el cuello para verla, ver sus orejas Hada y colmillos alargados, ver las llamas que oscilaban alrededor de sus dedos. —Yo asesiné a su rey. Su imperio se ha terminado. Sus esclavos son ahora personas libres. Si los encuentro aferrándose a sus esclavos, si me entero de cualquier hogar manteniéndolos cautivos, están muertos. Si me entero de que azotan a un esclavo, o tratan de vender uno, están muertos. Así que sugiero que le digan a sus amigos y familiares y vecinos. Sugiero que ustedes actúen como personas inteligentes y razonables. Y les sugiero que se queden en su mejor comportamiento hasta que su rey esté listo para darles la bienvenida, y en ese momento, lo juro por mi corona, que voy a ceder el control de esta ciudad a él. Si alguien tiene un problema con esto, ustedes pueden hablarlo con mi corte –hizo un gesto a sus espaldas. Rowan, Aedion y Lysandra –ensangrentados, maltrechos, sucios– sonrieron como vándalos—. O —dijo Aelin, las llamas parpadeando en su mano—, pueden hablarlo conmigo. Ni una sola palabra. Ella se preguntó si ellos aun respiraban. Pero a Aelin no le importaba mientras caminaba fuera de la plataforma, volviendo de nuevo a través de la puerta que había hecho, y todo el camino por la ladera estéril hacia el castillo de piedra. Ella apenas estaba en el interior de las puertas de roble antes de que ella se desplomara de rodillas y llorara.

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Capítulo 80 Traducido por Leandro Chávez Corregido por Constanza Cornes Elide estuvo en el calabozo tanto tiempo que ya perdió la cuenta del tiempo. Pero sintió esa onda en el mundo, podría jurar que escuchó el viento cantando su nombre, escuchó gritos de pánico –y luego nada. Nadie explicó qué fue eso, nadie vino. Nadie vendría por ella. Se preguntaba cuanto tiempo Vernon esperaría antes de entregarla a una de esas cosas. Ella contaba las comidas para registrar el tiempo, pero la comida que le daban era la misma para el desayuno y la cena, y los tiempos de sus comidas también cambiaban… Como si quisieran que perdiera la cuenta. Como si ellos quisieran que se doblegara a la oscuridad del calabozo para que cuando ellos vinieran por ella, estuviera complaciente, desesperada por ver el sol otra vez. El cerrojo de la puerta hizo un click antes de abrirse, ella se tambaleó sobre sus pies mientras Vernon se escurría dentro de la celda. Dejó la puerta entreabierta detrás de él, y parpadeó por la luz de la antorcha que picaba en sus ojos, el pasillo de piedra más allá estaba vacío. Probablemente no trajo guardias consigo. Él sabía cuán fútil sería escapar para ella. —Estoy alegre de ver que te han estado alimentando. Aunque es una pena el olor. Se rehusó a sentirse avergonzada por eso. Su olor era la menor de sus preocupaciones. Elide se presionó sobre el manchado, congelante muro de piedra. Tal vez si tenía suerte encontraría una forma de rodear el cuello de Vernon con su cadena. —Enviaré a alguien a limpiarte mañana —Vernon empezó a girar, como si su inspección estuviera hecha. —¿Para qué? —consiguió decir. Su voz ya estaba ronca por el desuso. Él miró sobre su delgado hombro. —Ahora que la magia ha vuelto…

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Magia. Ésa fue la onda que sintió. —Quiero aprender qué yace durmiente en tu línea de sangre –nuestra línea de sangre. El duque está incluso más curioso sobre qué puede salir de eso. —Por favor —dijo—. Voy a desaparecer. Nunca seré una molestia para ti. Perranth es tuyo –es todo tuyo. Has ganado. Sólo déjame ir. Vernon chasqueó su lengua. —Me gusta cuando suplicas —miró hacia la sala más allá y crujió sus dedos—. Cormac. Un joven hombre se paró fuera de la celda. Era un hombre de belleza sobrenatural, con una cara impecable debajo de su pelo rojizo, pero sus ojos verdes eran fríos y distantes. Horripilante. Había un collar negro alrededor de su cuello. Oscuridad se filtraba de él en zarcillos. Y sus ojos se encontraron con los de ella… Memorias brotaron de ella, horribles memorias, una pierna que se quiebra lentamente, años de terror, de– —Suéltala —cortó Vernon—. O no será ninguna diversión para ti mañana. El joven pelirrojo aspiró la oscuridad devuelta hacia él, y las memorias pararon. Elide vomitó su última comida sobre las piedras. Vernon rió. —No seas tan dramática, Elide. Una pequeña incisión, unas cuantas puntadas y estarás perfecta. El príncipe demonio le sonrió. —Estarás a su cuidado luego de eso, para asegurarse que todo funciona como debería. Pero con magia tan fuerte en tu línea de sangre, ¿cómo podría no funcionar? Tal vez podrías eclipsar a esas Yellowlegs. Después de la primera vez —reflexionaba Vernon—, tal vez Su Alteza podría incluso realizar sus propios experimentos en ti. El conocimiento que le vendió en su carta que Cormac disfrutó… jugando con mujeres jóvenes, cuando vivía en Rifthold. Dioses, dioses. —¿Por qué? —suplicó.— ¿Por qué? Vernon se encogió de hombros. —Porque puedo. Él salió caminando fuera de la celda llevándose al príncipe demonio –su prometido– consigo.

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Tan pronto como el cerrojo de la puerta se cerró, Elide fue hacia él, tirándolo del mango, jalando hasta que el metal mordió sus manos dejándolas en carne viva, suplicándole a Vernon, a cualquiera, que la escuche, que se acuerde de ella. Pero no había nadie.

Manon estaba más que lista para caer en su cama al fin. Después de todo lo que pasó… Ella esperaba que la joven reina anduviera por Rifthold, y entendiera el mensaje. Las salas del Torreón eran un escándalo, un bullicio de mensajeros que evitaban mirarla. Lo que sea que fuera, no le importaba. Quería un baño y luego dormir, por días. Cuando se despierte, le diría a Elide lo que aprendió sobre su reina. La última pieza de la deuda vital que debe. Manon entró en su cuarto, el palé de heno de Elide estaba ordenado, el cuarto inmaculado. La niña probablemente estaba husmeando en alguna parte, espiando a cualquiera que le pareciera útil. Manon estaba a mitad de camino del cuarto de baño cuando notó un olor. O la falta de uno. La esencia de Elide era débil –vieja. Como si no hubiera estado allí por días. Manon miró hacia la chimenea. Sin brasas. Pasó la mano por él, ni una pista de calor. Manon escaneó el cuarto. Sin signos de lucha. Pero… Manon estaba afuera de la puerta en el siguiente momento, bajando las escaleras. Ella dio tres pasos antes que su caminata se convirtiera en una carrera. Bajó las escaleras de a dos y tres y saltó los últimos diez pies, el impacto estremeciendo sus piernas, ahora fuertes, tan perversamente fuertes, con la magia devuelta. Si hubo un tiempo en que Vernon pudo volver para tomar a Elide, hubiera sido cuando Manon estuvo lejos. Y si la magia corrió en la familia de Elide junto con sangre Dientes de Hierro en sus venas… Su retorno debe haber despertado algo. Ellos quieren reyes, Kaltain había dicho ese día. Sala tras sala, escalera tras escalera, Manon corrió, sus uñas de hierro destellando mientras agarraba esquinas para doblar por ellas. Sirvientes y guardias se apartaban de su camino. Alcanzó las cocinas unos momentos después, sus dientes de hierro afuera. Todos mantuvieron

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un silencio mortal mientras saltaba de las escaleras dirigiéndose directo al cocinero jefe. —¿Dónde está ella? La rubicunda cara del hombre palideció. —¿Q-quién? —La niña –Elide. ¿Dónde está ella? La cuchara sopera resonó en el piso. —No lo sé; No la he visto por días, Líder del Ala. Ella a veces va de voluntaria a la lavandería, así que tal vez– Manon ya estaba corriendo hacia afuera. La lavandera jefe, un toro arrogante resopló mientras dijo que no había visto a Elide, tal vez la lisiada obtuvo lo que se merecía. Manon la dejó gritando en el suelo, cuatro líneas sangrando a través de su cara. Manon se precipitó a través de las escaleras y cruzó un puente de piedra abierto entre las dos torres, la negra roca se deslizaba suavemente por sus botas. Acababa de alcanzar el otro lado cuando una mujer gritó desde el extremo opuesto del puente: —¡Líder del Ala! Manon realizó una parada tan dura que casi choca contra la pared de la torre. Cuando ella se volvió una mujer humana en un vestido casero corría hacia ella, apestando al jabón y detergente que ellos usan en la lavandería. La mujer tragó saliva mientras tomaba grandes tragos de aire, su piel oscura enrojecida. Ella tenía que mantener sus manos en sus rodillas para recuperar el aliento, pero levantó su cabeza y dijo: —Una de las lavanderas vio a un guardia que trabaja en las mazmorras del Torreón. Ella dijo que Elide estaba encerrada allí. Nadie tiene permitido entrar menos su tío. No sé qué están planeando hacer pero no puede ser bueno. —¿Qué mazmorra? —había tres diferentes aquí –junto con las catacumbas en las que mantenían al aquelarre Yellowlegs. —Ella no sabe. Él no le contaría tanto. Algunas de nosotras estaban tratando de –de ver si había algo que hacer, pero– —No le digas a nadie que me has hablado —Manon se volvió. Tres mazmorras, tres posibilidades. —Líder del Ala —dijo la joven mujer. Manon miró sobre su hombro. La mujer puso su mano sobre su corazón—. Gracias.

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Manon no se permitió pensar sobre la gratitud de la lavandera o lo que sea que signifique para esos débiles, inútiles humanos incluso haber considerado tratar de rescatar a Elide por sí mismos. Ella no pensó si la sangre de esa mujer sería acuosa o sabría a miedo. Manon se lanzó a la carrera –no hacia las mazmorras, sino a los barracones de las brujas. Hacia sus Trece.

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Capítulo 81 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes El tío de Elide envió dos siervas con rostros de piedra a fregarla, ambas cargando baldes de agua. Trató de luchar cuando la desnudaron, pero las mujeres eran como paredes de hierro. Cualquier tipo de sangre Blackbeak en las venas de Elide, se dio cuenta, tenía que ser diluida. Cuando estuvo desnuda delante de ellas, vertieron el agua en ella y la atacaron con sus cepillos y jabones, sin siquiera vacilar mientras la lavaban por todas partes, incluso cuando gritó que se detuvieran. Una ofrenda de sacrificio; un cordero a punto de ser masacrado. Sacudiéndose, débil por el esfuerzo de luchar contra ellas, Elide apenas tenía fuerza para tomar represalias mientras arrastraban peines por su pelo, tirando con tanta fuerza que sus ojos se humedecieron. Lo dejaron sin atar, y la vistieron con una túnica verde claro. Sin nada debajo. Elide les rogó, una y otra vez. Ellas bien podrían haber sido sordas. Cuando se fueron, trató de abrir la puerta de la celda después de ellas. Los guardias empujaron de espaldas con una risa. Elide retrocedió hasta que se apretó contra la pared de su celda. Cada minuto estaba más cerca de ser el último. Resistencia. Pondría resistencia. Era una Blackbeak, y su madre había sido secretamente una, y ambas lucharían. Los obligaría a destriparla, a matarla antes de que pudieran tocarla, antes de que pudieran implantar esa piedra dentro de ella, antes de que pudiera dar a luz a esos monstruos– La puerta se abrió. Cuatro guardias aparecieron —El príncipe está esperando en las catacumbas. Elide se dejó caer de rodillas, haciendo sonar los grilletes. —Por favor. Por favor–

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—Ahora. Dos de ellos entraron a la celda, y no pudo luchar contra las manos que la agarraron debajo de los brazos y la arrastraron hacia la puerta. Sus pies descalzos se laceraron sobre las piedras mientras pateaba y golpeaba, a pesar de la cadena, tratando de liberarse. Cada vez más cerca, la arrastraron como un caballo encabritado hacia la puerta abierta de la celda. Los dos guardias esperando rieron, con los ojos en la solapa de la bata que se abrió cuando dio una patada, revelando sus muslos, el estómago, todo para ellos. Elide sollozó, aun cuando sabía que las lágrimas no le haría ningún bien. Sólo se rieron, devorándola con sus ojos– Hasta que una mano con brillantes uñas de hierro empujaron a través de la garganta de uno de ellos, perforándola del todo. Los guardias se congelaron, el que estaba en la puerta dando vueltas en el chorro de sangre– Gritó cuando los ojos del guardia se redujeron a cintas por un lado, su garganta destrozada por el otro. Ambos guardias colapsaron al suelo, revelando a Manon Blackbeak de pie detrás de ellos. La sangre corría por sus manos, sus antebrazos. Y los ojos dorados de Manon brillaban como si fueran brasas vivientes mientras miraba a los dos guardias sosteniendo a Elide. Mientras vio su túnica desaliñada. Soltaron a Elide para tomar sus armas, y se hundió en el suelo Manon sólo dijo: —Ya son hombres muertos. Y entonces ella se movió. Elide no sabía si era magia, pero nunca había visto a nadie en la vida moverse de esa manera, como si fuera un viento fantasma. Manon rompió el cuello del primer guardia con un crujido brutal. Cuando el segundo se abalanzó sobre ella, Elide se movió fuera del camino, Manon sólo rio –rio y giró lejos, moviéndose detrás de él para hundir su mano en la espalda, en su cuerpo. Su grito resonó a través de la celda. La carne se desgarró, dejando al descubierto una columna blanca de los huesos –su columna vertebral– la cual agarró, sus uñas triturando a profundidad, y la partió en dos. Elide se estremeció –por el hombre que cayó al suelo, sangrando y roto, y por la bruja de pie sobre él, ensangrentada y jadeando. La bruja que había venido por ella. —Tenemos que correr —dijo Manon

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Manon sabía que rescatar a Elide sería una declaración –y sabía que había otros que se querían apoderar de ella. Pero el caos había estallado en la Guarida mientras se había apresurado para convocar a sus Trece. Noticias habían llegado. El rey de Adarlan estaba muerto. Destruido por Aelin Galathynius. Ella había destrozado su castillo de cristal, usado su fuego de preservar a la ciudad desde la ola mortal de vidrio, y declaró a Dorian Havilliard Rey de Adarlan. La Asesina de Bruja lo había hecho. La gente estaba en pánico; incluso las brujas la estaban buscando a ella en busca de respuestas. ¿Qué iban a hacer ahora que el rey mortal estaba muerto? ¿Dónde irían? ¿Estaban libres de su negocio? Después –Manon pensaría en esas cosas después. Ahora tenía que actuar. Así que había encontrado a sus Trece y les ordenó que tuvieran a los wyverns ensillados y listos. Tres mazmorras. Apresúrate, Blackbeak, susurró una extraña y suave voz femenina en su cabeza que era a la vez vieja y joven y sabia. Estás corriendo contra la fatalidad. Manon había llegado al calabozo más cercano, Asterin, Sorrel, y Vesta a la espalda, las gemelas demonio de ojos verdes detrás de ellas. Los hombres comenzaron a morir –rápida y sangrientamente. No discutió –no cuando los hombres les dieron una mirada a ellas y sacaron sus armas. El calabozo contenía rebeldes de todos los reinos, que rogaron por la muerte cuando las vieron, en tales estados de indescriptible tormento que incluso el estómago de Manon dio un vuelco. Pero ni una señal de Elide. Habían barrido el calabozo, Faline y Fallon persistiendo para asegurarse de que no se habían perdido de nada. La segunda mazmorra contenía más de lo mismo. Vesta se quedó esta vez para barrerla de nuevo. Más rápido, Blackbeak, le rogó esa sabia voz femenina, como si no pudiera intervenir de alguna otra forma. Más rápido– Manon corrió como el infierno. La tercera mazmorra estaba por encima de las catacumbas, y tan fuertemente custodiada que la sangre negra se convirtió en una niebla alrededor de ellas, ya que se lanzaban a sí mismas nivel tras nivel de soldados.

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Ni una más. No les iba a permitir tomar ni una sola mujer más. Sorrel y Asterin se hundieron en los soldados, arando un camino para ella. Asterin arrancó la garganta de un hombre con sus dientes mientras ella destripó a otro con sus uñas. Sangre negra se roció de la boca de Asterin mientras señalaba a las escaleras por delante y rugió: —¡Ve! De esa forma Manon había dejado a su Segunda y Tercera atrás, saltando por las escaleras, dando vueltas y vueltas. Tenía que haber una entrada secreta a partir de estas mazmorras en las catacumbas, alguna manera silenciosa para transportar a Elide– ¡Más rápido, Blackbeak!, ladró esa sabia voz. Y cuando un poco de viento empujó los pies de Manon como si pudiera darle un poco más de impulso, sabía que era una diosa mirando por encima de su hombro, una señora de las cosas sabias. Quién quizá había velado por Elide toda su vida, silenciada sin su magia, pero ahora que era libre... Manon alcanzó el nivel más bajo de la mazmorra, una simple planta encima de las catacumbas. Efectivamente, al final del pasillo, una puerta daba a una escalera descendente. Entre ella y esa escalera había dos guardias riendo frente a la puerta abierta de la celda mientras una mujer joven suplicaba por su misericordia. Fue el sonido del llanto de Elide –esa chica de silencioso acero y vivo ingenio que no había llorado por ella o su lamentable vida, solo enfrentándola con sombría determinación– lo que hizo que Manon reaccionara por completo. Ella mató a esos guardias en el pasillo. Vio eso de lo que se habían estado riendo: la chica agarrada entre otros dos guardias, su bata abierta para revelar su desnudez, la magnitud de su pierna dañada– Su abuela las había vendido a estas personas. Ella era una Blackbeak; ella no era esclava de nadie. No era un caballo de premiación para reproducir. Tampoco lo era Elide. Su ira era una canción en su sangre, y Manon simplemente dijo: —Ya son hombres muertos —antes de que se desatara a sí misma sobre ellos. Cuando hubo tirado el cuerpo del último guardia al suelo, cuando ella estuvo cubierta de sangre negra y azul, Manon miró a la niña en el suelo. Elide tiró de la bata verde para cerrarla, temblando tanto que Manon pensó que iba a vomitar. Podía oler el vómito ya en la celda. La habían mantenido aquí, en este lugar en descomposición.

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—Tenemos que correr —dijo Manon. Elide intentó levantarse, pero no pudo siquiera ponerse de rodillas. Manon fue hacia ella, ayudando a la niña a ponerse de pie, dejando una mancha de sangre en su antebrazo. Elide se tambaleó, pero Manon estaba mirando a la vieja cadena alrededor de sus tobillos. Con un golpe de sus uñas de hierro, cortó a través de ella. Desbloquearía el grillete más tarde. —Ahora —dijo Manon, tirando de Elide al pasillo. Había más soldados gritando por la forma en que había llegado, y los gritos de batalla de Asterin y Sorrel resonaron por las escaleras. Pero detrás de ellas, desde las catacumbas debajo... Más hombres –Valg– curiosos por el clamor fugándose desde arriba. Traer a Elide a la batalla bien podría matarla, pero si los soldados de las catacumbas atacaban por detrás... Peor aún, si traían a uno de sus príncipes... Arrepentimiento. Era arrepentimiento lo que había sentido esa noche en que mató a la Crochan. Arrepentimiento y culpa y vergüenza, por actuar con obediencia ciega, por ser una cobarde cuando la Crochan había mantenido la cabeza en alto y hablado con la verdad. Ellos las han convertido en monstruos. Convertido, Manon. Y sentimos lástima por ustedes. Fue pesar lo que había sentido cuando escuchó el relato de Asterin. Por no ser digna de confianza. Y por lo que había permitido que pasara con esas Yellowlegs. No quería imaginar lo que llegaría a sentir si ella llevaba a Elide a su muerte. O peor. Brutalidad. Disciplina. Obediencia. No parecía una debilidad el luchar por aquellos que no podían defenderse. Incluso si no eran verdaderas brujas. Incluso si no significaban nada para ella. —Vamos a tener que batallar nuestro camino de salida —le dijo Manon a Elide. Pero la chica estaba con los ojos muy abiertos, boquiabierta en dirección a la puerta de la celda Allí, de pie, con un vestido fluyendo a su alrededor como noche líquida, estaba Kaltain.

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Capítulo 82 Traducido por Tay Paredes Corregido por Constanza Cornes Elide miró a la chica de cabello negro. Y Kaltain le devolvió la mirada. Manon dejó salir un gruñido de advertencia. —A menos que quieras morir, sal del maldito camino. Kaltain, su pelo suelto, su cara pálida y delgada, dijo: —Están en camino. Para averiguar por qué ella aún no llega. La mano sangrienta de Manon estaba pegajosa y húmeda cuando se cerró alrededor del brazo de Elide y la jaló hacia la puerta. Un paso simple. La libertad de movimiento sin esa cadena… casi hizo a Elide sollozar. Hasta que escuchó a la pelea acercándose. Detrás de ellas, desde la oscura escalera al otro lado del pasillo, los apresurados pies de hombres acercándose desde abajo. Kaltain se puso en su camino cuando Manon trató de avanzar. —Espera —dijo Kaltain.— Darán vuelta este lugar buscándote. Incluso si consigues volar, enviarán jinetes detrás y ocuparán a tu propia gente contra ti, Blackbeak. Manon soltó el brazo de Elide. Apenas se atrevió a respirar cuando la bruja dijo: —¿Hace cuánto que has destruido al demonio dentro de ese collar, Kaltain? Una lenta y quebrada risa. —Hace un rato. —¿El duque lo sabe? —Mi oscuro señor ve lo que quiere ver ¾posó sus ojos en Elide. Agotamiento, vacío, dolor y furia danzaban en ellos¾. Quítate la bata y dámela.

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Elide retrocedió un paso. —¿Qué? Manon miró entre las dos. —No puedes engañarlos. —Ellos ven lo que quieren ver —dijo Kaltain otra vez. Los hombres acercándose por cada lado se aproximaban con cada irregular latido. —Esto es una locura —Elide suspiró—. Nunca funcionará. —Quítate la bata y dásela a la chica. —ordenó Manon—. Hazlo ahora. No había espacio para la desobediencia. Así que Elide escuchó, sonrojándose por su propia desnudez, tratando de cubrirse. Kaltain apenas dejó deslizar el vestido por sus hombros y cayó al suelo. Su cuerpo –lo que habían hecho con su cuerpo, las marcas, la delgadez… Kaltain se envolvió en la bata, su expresión vacía otra vez. Elide se deslizó dentro del vestido, la tela congelada cuando debería estar tibia. Kaltain se arrodilló frente a uno de los guardias muertos –oh, dios, habían cuerpos ahí–y pasó la mano por el agujero en el cuello del guardia. Untó y salpicó la sangre sobre su cara, su cuello, sus brazos y su bata. Se llevó las manos hacia el cabello, haciendo que este le cubriera la cara hasta que solo manchas de sangre eran visibles; encogió sus hombros hasta– Hasta que Kaltain era Elide Podrían ser hermanas, había dicho Vernon. Ahora podrían ser gemelas. —Por favor… ven con nosotras —susurró Elide. Kaltain rio suavemente —Daga, Blackbeak. Manon sacó una daga. Kaltain dio un corte profundo en una parte escondida y llena de cicatrices de su brazo. —En tu bolsillo, chica —dijo Kaltain. Elide buscó en el vestido y sacó un pedazo de tela oscura deshilachada y rota en los bordes, como si hubiera sido arrancada de algo. Elide se lo tendió y Kaltain llevó la mano a su brazo, no había señal de dolor en esa hermosa y sangrienta cara cuando sacó una astilla de piedra negra de él.


La sangre roja de Kaltain goteaba de la piedra. Cuidadosamente la puso en el pedazo de tela que Elide sostenía y envolvió los dedos de Elide alrededor de esta. Un suave estallido recorrió a Elide cuando tocó la pieza. —¿Qué es eso? —preguntó Manon y olfateó suavemente. Kaltain solo presionó los dedos de Elide. —Encuentra a Celaena Sardothien. Dale esto. A nadie más, nadie. Dile que puedes abrir cualquier puerta, si tienes la llave. Y dile que recuerde su promesa hacia mí, el castigarlos a todos. Cuando pregunte por qué, dile que dije que ellos no me dejaron conservar la capucha que ella me dio, pero conservé una pieza. Para recordar la promesa que hizo. Para recordar devolverle el favor de una capucha tibia en un calabozo frío. Kaltain se alejó. —Podemos llevarte con nosotras —trató Elide otra vez Una pequeña y odiosa sonrisa. —No tengo interés en irme, no después de lo que hicieron. No creo que mi cuerpo pueda sobrevivir sin el poder de ellos —Kaltain resopló—. Debería disfrutar de esto, creo. Manon atrajo a Elide a su lado. —Te notarán sin las cadenas– —Estarán muertos para entonces —dijo Kaltain—. Te sugiero que corras. Manon no hizo preguntas y Elide no tuvo tiempo de dar las gracias antes de que la bruja tomara su brazo y corrieran.

Ella era un lobo. Ella era la muerte, devoradora de mundos. Los guardias la encontraron encogida y temblando ante la carnicería. No hicieron preguntas, no miraron a su cara dos veces antes de arrastrarla por el pasillo y adentrarse en las catacumbas. Muchos gritos. Mucho terror y desesperación. Pero los horrores bajo las otras montañas eran peor. Mucho peor. Que mal que no tendría la oportunidad de ayudarlos, de asesinarlos. Ella era nula, vacía sin ese poco de poder que creaba, comía y destrozaba mundos dentro de ella. Su tesoro, su llave, él la llamaba. Una entrada viviente, prometió él. Pronto, dijo que añadiría

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la otra, y encontrará la tercera. Para que el rey dentro de él reinara otra vez. La llevaron a una habitación con una mesa en el centro, una sábana blanca sobre ella, y hombres miraban mientras la subían a la mesa –el altar. La encadenaron. Con la sangre en ella, no notaron el corte en su brazo ni la cara que llevaba. Uno de los hombres se acercó con un cuchillo, limpio, afilado y brillante. —Esto no tomará más de un par de minutos. Kaltain le sonrió. Le sonrió ampliamente, ahora que la habían traído a las entrañas de este infernal agujero. El hombre se detuvo. Un joven pelirrojo entró en la habitación, apestando a la crueldad de su corazón humano y amplificado por el demonio dentro de él. Se quedó inmóvil. Kaltain desató su fuego sombra en ellos. Este no era el fantasma de fuego sombra que le habían hecho utilizar para matar, la razón por la que se acercaron a ella, la razón por la que la invitaron al castillo de cristal, sino el real. El fuego que había estado guardando desde que la magia había regresado. La llama dorada se convierte en negra. La habitación se convirtió en cenizas. Kaltain se liberó de las cadenas como si fueran telarañas y se levantó. Se desnudó al salir de la habitación. Dejándoles ver lo que le habían hecho, el cuerpo que habían gastado. Logró dar un par de pasos antes de ser descubierta, y vieran las llamas negras desprendiéndose de ella. Muerte, devoradora de mundos. El pasillo se transformó en polvo negro. Se acercó hacia una habitación donde los gritos eran más fuertes, donde llantos femeninos se escapaban por entre la puerta de acero. El acero no hacía daño, no hacía flaquear a su magia, así que derritió un arco a través de las piedras. Monstruos y brujas y hombres y demonios se giraron. Kaltain se deslizó en la habitación, estiró sus brazos y se convirtió en Fuego Sombra, se convirtió en libertad y triunfo, se convirtió en una promesa susurrada en un calabozo en el castillo

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de cristal. Castígalos a todos. Quemó las cunas. Quemó a los monstruos en ellas. Quemó a los hombres y a sus príncipes demonio. Y luego quemó a las brujas que la miraban con gratitud en sus ojos y acogieron la llama oscura. Kaltain desató lo último de su fuego sombra y levantó su cabeza hacia el techo, hacia un cielo que no vería otra vez. Tomó cada pared y columna. Mientras todo se caía y rompía alrededor Kaltain sonrió, y al final se quemó a si misma hasta ser las cenizas de un viento fantasma.

Manon corrió. Pero Elide era muy lenta… extremadamente lenta con esa pierna. Si Kaltain desataba su fuego sombra antes de que ellas salieran… Manon agarró a Elide y la puso sobre su hombro, el vestido enjoyado cortaba la mano de Manon mientras corría por las escaleras. Elide no dijo palabra alguna cuando llegaron al nivel superior, dejando a Asterin y Sorrel acabar con los últimos soldados. —¡Corre! —ladró. Estaban cubiertas en sangre negra, pero vivirían. Arriba y arriba se precipitaron hacia la salida de los calabozos, incluso si el peso de Elide se convertía en un desafío hacia la muerte que las perseguía. Hubo un estruendo– —¡Rápido! Su Segunda llegó hasta las gigantes puertas de los calabozos y se lanzó a sí misma contra ellas, abriéndolas. Asterin y Sorrel se apresuraron a través de estas; Asterin las cerró de un portazo. Solo retrasará al fuego un segundo, si es que. Arriba y arriba, hasta el nido. Otra sacudida y una explosión. Gritos, y calor. A través de los pasillos volaron, cómo si el dios del viento les empujara los talones. Llegaron a la base de la torre nido. El resto de las Trece estaban aglomeradas en la escalera,

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esperando. —Hacia los cielos —ordenó Manon mientras se acercaba a la escalera, una tras otra, Elide ahora tan pesada que pensó que podría soltarla. Solo unos pies más para llegar a la punta de la torre, donde los dragones deberían estar ensillados y preparados. Lo estaban. Manon buscó a Abraxos y empujó a la temblorosa chica a la montura. Ella subió por detrás mientras las Trece trepaban a sus monturas. Envolviendo sus brazos alrededor de Elide, Manon enterró sus talones en los costados de Abraxos. —¡Vuela ahora! —rugió. Abraxos brincó hacia el cielo, volando cada vez más alto. Las Trece volando con ellas, alas batiendo fuerte, batiendo salvajemente– Morath explotó. Llamas negras explotaron, tomando piedra y metal, subiendo alto y más alto. Gente gritó, y luego todo se silenció, mientras que hasta la roca se derretía. El aire se quebró en los oídos de Manon, mientras que curvaba su cuerpo sobre el de Elide y se giraban para evitar el calor de la explosión que quemaba su propia espalda. La explosión los hizo tambalear, pero Manon sostenía firme a la chica, tensando sus piernas sobre la montura mientras que un caliente y seco viento pasó a través de ellos. Abraxos chilló y se elevó en la ráfaga. Cuando Manon se atrevió a mirar, una tercera parte de Morath estaba ardiendo hasta los cimientos. Donde esas catacumbas habían estado antes –donde esas Yellowlegs habían sido torturadas y corrompidas, donde habían dado a luz a monstruos– ya no había nada.

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Capítulo 83 Traducido por Micaela Libedinsky Corregido por Diana Gonher Aelin durmió por tres días. Tres días en los que Rowan permaneció al lado de su cama, haciendo lo mejor que podía para sanar su propia pierna, mientras recuperaba su poder. Aedion asumió el control del castillo, encarcelando a cualquier guardia que hubiera sobrevivido. La mayoría, para el placer de Rowan, había muerto en la tormenta de cristal que el príncipe había convocado. Había sido un milagro que Chaol sobreviviera, probablemente gracias al Ojo de Elena que habían encontrado en su bolsillo. Era fácil adivinar quién lo había puesto ahí. A pesar de eso, honestamente se preguntaba si, cuando el capitán despertara, desearía haber sobrevivido. Había conocido varios soldados que se habían sentido de esa manera. Después de que Aelin contuviera tan espectacularmente a la gente de Rifthold, habían encontrado a Lorcan esperando en las puertas del castillo de piedra. La reina ni siquiera lo había notado mientras caía sobre sus rodillas y lloraba y lloraba, hasta que él la había agarrado entre sus brazos y, cojeando levemente, la había llevado a través de los frenéticos pasillos, con sirvientes evitando chocar con ellos mientras Aedion los guiaba a su antigua habitación. Era el único lugar al que podían ir. Mejor establecerse en la fortaleza de su antiguo enemigo que retirarse al almacén. Se le pidió a una sirviente llamada Philippa cuidar del príncipe, que había estado inconsciente la última vez que lo había visto, cuando se había desplomado y su viento había dejado de soplar. No sabía que había pasado en el castillo. Aelin no había dicho nada mientras sollozaba. Ella había quedado inconsciente para el momento que habían llegado a su lujoso cuarto, permaneciendo completamente tranquila a pesar de que él había abierto la puerta de una patada. Su pierna había quemado del dolor, el tosco intento de curarlo apenas manteniendo la herida unida, pero no le importó. Habían pasado apenas unos segundos después de que había dejado a Aelin en la cama antes de que el aroma de Lorcan lo golpeara otra vez. Se giró, gruñendo.

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Pero ya había alguien delante de él, bloqueando el camino del guerrero hacia la recamara de la reina. Lysandra. — ¿Puedo ayudarte con algo? — dijo la cortesana dulcemente. Su vestido estaba hecho pedazos, y manchado sangre, tanto negra como roja cubría la mayor parte de ella, pero mantenía los hombros juntos y la frente en alto. Había llegado hasta los niveles de piedra más altos del catillo, antes de que la parte de cristal sobre estos explotara y no tenía planes de marcharse pronto. Él creó un escudo de aire compacto alrededor de la habitación mientras Lorcan bajaba la mirada hacia Lysandra, con su cara manchada de sangre permaneciendo impasible. —Fuera de mi camino, cambia formas. Ella levantó su esbelta mano y él se quedó quieto. La cambia formas presionó su otra mano contra su estómago, mientras empalidecía. Pero luego sonrió y dijo: —Olvidaste decir por favor —No tengo tiempo para esto. — Dio un paso hacia adelante, empujándola hacia su costado. Ella vomitó sangre negra sobre su cuerpo y Rowan no supo si reír o retroceder mientras se encontraba jadeando, miraba boquiabierta a Lorcan, a la sangre en su cuello y su pecho. Lentamente, muy lentamente, él bajo la mirada hacia su cuerpo. Ella cubrió su boca con su mano. —Yo… lo siento tanto, No llego a alejarse antes de que ella volviera a vomitar sobre él, dejando más sangre negra derramada sobre el guerrero y el piso de mármol. Sus ojos oscuros brillaron y Rowan decidió hacerle a ambos un favor y se les unió en la antecámara, cerrando la puerta de la recamara de la reina detrás de él, mientras esquivaba el charco de sangre y bilis. Lysandra tuvo arcadas otra vez, pero sabiamente se dirigió a lo que parecía un baño fuera del vestíbulo. Todos los hombres y demonios que había destrozado no parecían haberle sentado bien a su estómago humano. De la puerta del cuarto de baño se escapaban los sonidos de sus arcadas. —Merecías eso—dijo Lorcan parpadeó — ¿Este es el agradecimiento que obtengo? Rowan se recostó en la pared, cruzando sus brazos y manteniendo su peso fuera de su pierna herida.

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—Sabías que usaríamos esos túneles—dijo— Y mentiste acerca de los sabuesos del Wyrd estando muertos. Debería cortar tu maldita garganta. —Adelante. Inténtalo Rowan permaneció apoyado contra la puerta, calculando cada movimiento que hacía su antiguo comandante. Una pelea justo allí, justo en ese momento sería demasiado destructiva, y demasiado peligrosa con su reina yaciendo inconsciente en la habitación detrás de ellos. —No me hubiera importado si sólo hubiese estado yo. Pero cuando me condujiste a esa trampa pusiste la vida de mi reina en peligro… —Parece que a ella le fue bien… —Y la vida de un hermano de mi corte. La mandíbula de Lorcan se tensó levemente. — ¿Por eso volviste a ayudarnos, no es así? —dijo— Viste a Aedion cuando partimos del departamento. —No sabía que el hijo de Gavriel estaría en el túnel contigo. Hasta que fue demasiado tarde. Por supuesto, Lorcan jamás les hubiera avisado de la trampa después de saber que Aedion estaría allí. Ni en un millón de años admitiría que había cometido un error. —No sabía que te importara —Gavriel sigue siendo mi hermano— dijo con sus ojos brillando— Hubiera sido deshonroso si hubiese dejado a su hijo morir. Solo por honor, por el vínculo de sangre entre ellos, no para salvar este continente. Por el mismo retorcido vínculo que lo guiaba ahora a destruir las llaves del Wyrd antes de que Maeve pudiera obtenerlas. Rowan no tenía duda de que lo iba a hacer, aunque la reina oscura lo matara por ello luego. — ¿Qué estás haciendo aquí Lorcan? ¿No obtuviste lo que querías? Una pregunta justa, y una advertencia. El macho avanzó dentro de la habitación de la reina, más cerca de lo que la mayoría de la gente llegaría. Empezó a contar silenciosamente en su cabeza. Treinta segundos sería ser generoso. Luego patearía su trasero fuera. —No ha terminado—dijo el guerrero—Ni de lejos. Rowan levantó sus cejas. — ¿Amenazas inútiles? — Pero solo se encogió de hombros y se fue, cubierto del vómito de Lysandra, sin mirar hacia atrás antes de desaparecer del salón.

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Eso había sido hace tres días. No había visto u olido el aroma de Lorcan desde entonces. La cortesana, milagrosamente, había dejado de vomitar sus tripas, o mejor dicho, las tripas de otros. Ella había reclamado un cuarto al final del pasillo, entre las habitaciones donde el príncipe y Chaol aún dormían. Después de lo que el príncipe y Aelin habían hecho, la magia que habían conjurado por sí mismos y juntos, que llevarán durmiendo tres días no era sorprendente. Aun así, esto lo sacaba fuera de sus casillas. Había tantas cosas que necesitaba decirle; aunque tal vez simplemente le preguntaría como demonios había conseguido que la apuñalaran en el costado. Ella se había sanado, y nunca se habría enterado de no ser por las rasgaduras en las costillas, espalda y mangas del traje negro de asesina. Cuando la sanadora la había revisado, había descubierto que se había sanado muy rápidamente, desesperadamente, y había cerrado las heridas en su espalda alrededor de algunos fragmentos de vidrio. Observar mientras la sanadora la desnudaba y cuidadosamente abría las docenas pequeñas heridas para retirar el cristal, casi lo hizo derribar las paredes. Aelin durmió mientras la sanadora trabajaba, lo cual fue misericordioso, considerando cuan profundo tuvo que abrir las heridas para quitar el cristal. Fue afortunada de no haberse herido nada de manera permanente, había dicho. Una vez que todos los fragmentos fueron retirados, él utilizó su afectada magia para lentamente, con maldita lentitud, sanar sus heridas otra vez. Esto dejó el tatuaje en su espalda despedazado. Tendría que remarcarlo cuando se recuperara. Y enseñarle más acerca de cómo sanar en el campo de batalla. Si es que alguna vez se despertaba. Sentado en una silla detrás de su cama, se sacó las botas y rozó su herida, que dolía de manera débil pero persistente. Aedion acababa de terminar de darle un reporte de la situación del castillo. Habían pasado tres días y el general todavía no había hablado acerca de lo que había pasado, de que había estado dispuesto a dar su vida para protegerlo o de que el rey de Adarlan estaba muerto. En cuanto a lo primero, se lo había agradecido de la única forma que sabía: ofreciéndole una de sus dagas, forjadas por los mejores herreros de Doranelle. Aedion se había negado al principio, insistiendo en que no necesitaba que le agradeciera, pero luego acepto y terminó llevando la daga siempre consigo. En cuanto a lo otro, le había preguntado, una única vez, como se sentía el general con respecto al rey estando muerto. Simplemente contestó que hubiera deseado que hubiese sufrido por más tiempo, pero muerto estaba muerto, y eso era suficiente para él. Se preguntó si era lo que realmente pensaba, pero sabía que se lo diría cuando estuviese listo. No todas las heridas podían ser curadas con magia. Él lo sabía demasiado bien. Pero sanaban. Eventualmente. Y las heridas en este castillo, en esta ciudad sanarían también. Había permanecido en campos de batalla luego de que las matanzas terminaran, la tierra todavía mojada con sangre, y vivido para ver las cicatrices sanar lentamente, década tras década, en la tierra, en las personas. Rifthold sanaría, también.

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Incluso aunque el último reporte del castillo era deprimente. La mayoría del personal había sobrevivido, junto con algunos cortesanos, pero al parecer un gran número de los que había permanecido en la corte, cortesanos que Aedion identificaba como inútiles y mañosos demonios, no habían sobrevivido. Como si el príncipe hubiese limpiado la suciedad de su castillo. Rowan se estremeció por el pensamiento, mientras observaba las puertas por las que Aedion acababa de marcharse. El príncipe heredero tenía un tremendo poder. Uno como el que nunca había visto antes. Él necesitaba encontrar una manera de entrenarlo, de afinarlo, o se arreglaría a que lo destruyera. Y Aelin, esa brillante y loca tonta, había toma un enorme riesgo al combinar su poder con el suyo. El príncipe tenía magia en estado puro que podía ser transformada en cualquier cosa. Ella se pudo haber quemado en cualquier segundo. Volvió su cabeza hacia atrás y miró en su dirección. Y la encontró mirándolo en respuesta. —Salvo al mundo— dijo Aelin, con su voz sonando como gravilla— Y aun así me despierto y te encuentro enojado. —Fue un esfuerzo grupal— dijo Rowan desde una silla cercana— Y estoy enojado por veinte distintas razones, la mayoría relacionadas contigo tomando las decisiones más imprudentes que he... —Dorian— espetó—Esta… Dorian... —Bien. Dormido. Ha estado inconsciente tanto tiempo como tú. —Chaol. —Dormido. Recuperándose. Pero vivo. El peso desapareció de sus hombros. Y luego... miró al príncipe hada y se dio cuenta de que estaba ileso, de que estaba en su viejo cuarto, que no estaban encadenados o con collares en sus cuellos y que el rey... lo que el rey había dicho antes de morir... —Corazón de Fuego— murmuró Rowan desde su silla, pero ella sacudió su cabeza. El movimiento hizo que su cabeza palpitara. Tomó una respiración firme, y secó sus ojos. Dioses, su brazo dolía, su espalda dolía, su costado dolía... —No más lágrimas— dijo— No más llanto— bajo sus manos a las sábanas—Cuéntame todo. Y entonces él lo hizo. Le dijo acerca de los sabuesos del Wyrd y de Lorcan. Y luego de los tres últimos días, de la organización y la sanación, y sobre Lysandra asustando la vida fuera de todos al transformarse en un leopardo fantasma cada vez que alguno de los cortesanos de Dorian se pasaba de la raya.

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Cuando terminó dijo: — Si no puedes hablar de ello no... —Necesito hablar de ello— A él, aunque sea a él. Las palabras escaparon fuera y no lloró mientras explicaba lo que el rey había dicho, lo que había reclamado. Lo que Dorian había hecho. El rostro de Rowan permaneció tenso y pensativo mientras hablaba. Al final ella dijo: — ¿Tres días? Él asintió seriamente —Distraer a Aedion a otra dirección del castillo fue la única manera que encontré para evitar que empezará a masticar los muebles. Miro hacia esos ojos verde pino y él abrió su boca otra vez, pero ella emitió un débil sonido. —Antes de que sigamos hablando—dijo, mientras miraba hacia la puerta—Necesito que me ayudes a llegar al baño. O sino creo que me voy a orinar encima. Rowan se echó a reír. Lo observó mientras se sentaba, el movimiento resultándole agónico y agotador. Sólo estaba usando ropa interior limpia que alguien le había puesto, pero supuso que estaba lo suficientemente decente. De todos modos, él ya había visto cada parte de ella. Él todavía estaba riéndose entre dientes mientras la ayudaba a levantarse, dejándola sostenerse contra él mientras sus piernas, inútiles y temblando como las de un ciervo recién nacido, intentaban funcionar. Le tomó tanto tiempo dar tres pasos que no se quejó cuando la levantó y la cargó hasta el baño. Gruñó cuando intentó dejarla en el inodoro, y él se marchó con las manos levantadas, y sus ojos brillando como si dijera No puedes culparme por intentarlo. Ciertamente podrías caer dentro. El rió otra vez de las blasfemias que expresaban sus ojos, y, después de terminar, se las arregló para caminar tres pasos hacia la puerta antes de que la agarrara entre sus brazos otra vez. Se dio cuenta de que no cojeaba, su pierna, milagrosamente, estaba casi curada. Envolvió sus brazos a su alrededor, y presionó su cara contra su cuello mientras la cargaba hacia la cama, y respiró su aroma. Cuando intentó bajarla ella permaneció agarrada a él, en una silenciosa petición. Rowan se sentó en la cama, sujetándola en su regazo mientras estiraba sus piernas, apoyándolas en filas de almohadas. Por un momento no dijeron nada. Luego… —Entonces este era tu cuarto. Y ese era el pasaje secreto. Una vida antes, toda una persona antes —No suenas impresionado. —Después de todas tus historias, sólo se ve tan... ordinario. —La mayoría de las personas dudaría en llamar a este castillo ordinario.

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Sintió el resoplido de su risa en su cabello. —Pensé que te estabas muriendo. Lo abrazó con más fuerza, aunque esto hiciera que su espalda doliera. —Lo estaba. —Por Favor no vuelvas a hacer eso nunca. Fue su turno de reír —La próxima vez le pediré a Dorian que no me apuñale. Pero él se echó para atrás, escaneando su cara. — Lo sentí, sentí cada segundo. Me volví loco. Ella acarició su mejilla con su dedo —También pensé que algo malo te había pasado, que podías estar muerto o herido. Y me mató no ser capaz de estar a tu lado. —La próxima vez que necesitemos salvar al mundo lo haremos juntos. Ella sonrió débilmente. —Trato Hecho. Él cambió su brazo de lugar, para poder mover su pelo hacia atrás. Sus dedos permanecieron en su mandíbula. —También me haces querer vivir Aelin Galathynius—dijo—No existir, sino vivir. Puso su mano en su mejilla e instaló para tranquilizarse, como si hubiese pensado en las palabras los últimos tres días, una y otra vez. —He pasado siglos vagando por el mundo, de imperios a reinos y a tierras yermas, nunca estableciéndome, nunca parando, ni siquiera por un momento. Siempre miraba hacia el horizonte, preguntándome que me esperaba a través del siguiente océano, pasando la siguiente montaña. Pero creo... creo que todo ese tiempo, todos esos siglos, estaba buscándote a ti. Él le limpió una lágrima que se le había escapado, y Aelin miró al príncipe hada que la sujetaba, su amigo, que había viajado a través de la oscuridad y desesperación, de fuego y hielo junto a ella. No supo cuál de los dos se había movido primero, pero luego la boca de Rowan estaba sobre la suya y agarraba su camiseta, empujándolo más cerca, reclamándolo como él la había reclamado.

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Sus brazos se envolvieron con más fuerza alrededor de ella, pero gentilmente, siendo cuidadoso con las heridas que aún dolían. Rozó su lengua con la de ella, y abrió su boca. Cada movimiento que hacían sus labios era un susurro de lo que pasaría una vez que ambos estuviesen totalmente curados, una promesa. A pesar de esto, se besaban lentamente. Como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Como si fuesen los únicos en él.

Dándose cuenta de que se había olvidado de decirle a Rowan acerca de la carta que había recibido del Bane, Aedion Ashryver entró a la los cuartos de Aelin, a tiempo para ver que estaba despierta, finalmente despierta, y alzando su rostro hacia el de Rowan. Estaban sentados en la cama, Aelin en el regazo del guerrero hada, que tenía sus brazos alrededor de ella, mientras la miraba de la manera que merecía ser mirada. Y cuando se besaron, profundamente, sin dudarlo... Rowan simplemente miró en la dirección en la que estaba, antes de que el viento surgiera a través de la habitación, cerrando la puerta en su cara. Buen Punto. Un extraño, siempre cambiante aroma femenino lo golpeó, y encontró a Lysandra apoyada contra la puerta del salón. Lágrimas brillaban en sus ojos mientras sonreía. Ella miró hacia la puerta de la habitación, como si aún pudiera ver al príncipe y a la reina dentro. —Eso—dijo, más para sí misma que para él— Eso es lo que voy a encontrar algún día. — ¿Un hermoso guerrero hada? —dijo, cambiando de lugar. Lysandra rio entre dientes, limpiando sus lágrimas, y le dio una mirada de complicidad antes de caminar afuera. Al parecer el anillo dorado de Dorian había desaparecido, y Aelin sabía exactamente quién había sido responsable por la momentánea oscuridad cuando había golpeado el piso mientras el castillo colapsaba, quién la había llevado a la inconsciencia por un golpe en la parte de atrás de la cabeza. No sabía porque Lorcan no la había matado, pero no estaba particularmente interesada en saberlo, no cuando hacía tiempo que se había ido. Supuso que nunca prometió no volverlo a robar. Aunque tampoco los hizo verificar que el Amuleto de Orynth no fuese falso, Que mal que no iba a estar con él para ver su cara cuando lo descubriese. Ese pensamiento era suficiente para hacerla sonreír al día siguiente, a pesar de la puerta detrás de la cual se encontraba, a pesar de quien esperaba dentro.

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Rowan permaneció al final del pasillo, custodiando la única manera de entrar o salir. Asintió e incluso desde la distancia que los separaba pudo leer las palabras que reflejaban sus ojos. Estaré allí. Grita una vez y estaré a tu lado. Ella rodó sus ojos. Imperiosa, territorial bestia hada. Había perdido la noción del tiempo mientras se besaban, por cuánto tiempo se había perdido en él. Pero luego había tomado su mano y la había llevado a su pecho, lo que lo hizo gruñir de una manera que hizo sus tobillos enroscarse y su espalda arquearse… y luego hacer una mueca por el dolor de las heridas restantes en su cuerpo. Eso lo hizo retroceder y, cuando lo intentó convencer de continuar, le dijo que no estaba interesado en acostarse con una inválida, y teniendo en cuenta todo el tiempo que habían esperado, ella podría enfriar sus pies y esperar un poco más. Hasta que pudiera seguirle el ritmo, añadió con una mueca malvada. Empujó lejos el pensamiento con otra mirada en la dirección de Rowan, suspiró y bajo la manija de la puerta. Él estaba parado cerca de la ventana, mirando los arruinados jardines donde los sirvientes estaban esforzándose para reparar el catastrófico daño que había causado. —Hola Dorian—dijo.

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Capítulo 84 Traducido por Micaela Libedinsky Corregido por Diana Gonher Dorian Havilliard se había despertado solo, en una habitación que no reconocía. Pero era libre, a pesar de que había una banda de piel pálida marcada en su cuello. Por un momento, se había quedado recostado en la cama, escuchando. No había nadie gritando. Nadie lamentándose. Solo un par de aves cantando tentativamente afuera de la ventana, rayos de sol de verano filtrándose dentro, y… silencio. Paz. Había un enorme vacío en su cabeza. Un vacío dentro de él. Incluso había puesto una mano sobre su corazón para ver si seguía latiendo. El resto era un borrón, y se había perdido en eso, en vez de pensar en el vacío. Se había bañado, se había vestido, y había hablado con Aedion Ashryver, quién lo miraba como si tuviera tres cabezas y quien aparentemente estaba a cargo de la seguridad del castillo. El general le dijo que Chaol seguía con vida, pero que aún se estaba recuperando. Todavía no había despertado, lo que tal vez fuera algo bueno, porque no tenía idea de cómo se enfrentaría a su amigo, como le explicaría todo. Incluso aunque la mayoría eran solo retazos de recuerdos, piezas que sabía que lo romperían si las unía en el futuro. Un par horas más tarde, Dorian seguía en ese dormitorio, trabajando en obtener el valor suficiente para inspeccionar lo que había hecho. El castillo que había destruido; las personas a las que había matado. Había visto la pared: una prueba del poder de su enemigo... Y su misericordia. No su enemigo. Aelin. —Hola Dorian—dijo ella. Él se apartó de la ventana mientras la puerta se cerraba detrás de

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ella. Se detuvo cerca de la puerta, vestida con una túnica azul oscuro y dorada, desabotonada con descuidada gracia en el cuello, con su pelo suelto sobre sus hombros y sus botas marrones gastadas. Pero la manera en la que se sostenía, la manera en la que se encontraba en absoluto sosiego… una reina le devolvía la mirada. No sabía qué decir. Por dónde comenzar. Ella se paseó por la pequeña sala de estar donde se encontraba parado. — ¿Cómo te sientes? Incluso la manera en la que hablaba era sutilmente diferente. Él ya había escuchado lo que le había dicho a su gente, las amenazas que había hecho y la orden que había demandado. —Bien— se las arregló para decir. Su magia retumbó en lo profundo de su ser, pero no fue más que un susurro, como si estuviera consumida. Como si estuviera tan vacía como él. — ¿No te estarás escondiendo aquí, verdad? — dijo dejándose caer en una de las sillas bajas sobre la bonita alfombra adornada. —Tus hombres me pusieron aquí para que pudieran mantenerme vigilado—dijo, permaneciendo cerca de la ventana. — No estaba consciente de que se me permitía marcharme—. Tal vez era algo bueno, considerando lo que el príncipe demonio lo había obligado a hacer. —Puedes marcharte cuando desees. Es tu castillo, tu reino. — ¿Lo es? —se atrevió a preguntar. —Eres el rey de Adarlan ahora— dijo suavemente, pero no de manera amable. —Por supuesto que lo es. Su padre estaba muerto. Y ni siquiera había quedado un cuerpo para atestiguar lo que habían hecho. Aelin había declarado públicamente que ella lo había matado, pero sabía que había terminado con su vida cuando destruyó el castillo. Lo había hecho por Chaol, y por Sorscha, y sabía que se había hecho responsable del asesinato porque decirle a su gente… decirle a su gente que había matado a su padre… —Todavía debo ser coronado—dijo al final. Su padre había dicho cosas demasiado descabelladas en sus últimos momentos, cosas que cambiaban todo y a la vez nada. Ella cruzó sus piernas, recostándose en el asiento, pero su rostro no reflejaba relajación en absoluto. —Lo dices como si esperaras que eso nunca sucediera. Resistió la necesidad de tocar su cuello y confirmar que el collar no estaba allí y agarró sus manos detrás de su espalda.

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— ¿Merezco ser rey después de lo que hice? ¿Después de todo lo que pasó? —Solo tú puedes responder esa pregunta — ¿Crees que es verdad lo que dijo? Aelin tomo aire a través de sus dientes — Ya no sé qué creer. —Perrington va a empezar una guerra conmigo, con nosotros. Que sea rey no va a detener su ejército. —Lo resolveremos—Ella dejo escapar un suspiro. —Pero que seas rey es el primer paso para lograrlo. Fuera, el día era brillante y despejado. El mundo había terminado y había comenzado uno nuevo, y a su vez nada había cambiado. El sol todavía saldría y se pondría, las estaciones todavía cambiarían, independientemente de si él estaba libre o era esclavizado, si era príncipe o rey, independientemente de quién estaba vivo y quién estaba muerto. El mundo seguiría avanzando. No parecía correcto, de alguna manera. —Ella murió—dijo, y su respiración se volvió irregular, mientras sentía que la habitación lo aplastaba. —Por mi culpa. Aelin se puso de pie con un movimiento suave y caminó hasta donde estaba, junto a la ventana, sólo para tirar de él hacia abajo, hacia el sofá junto a ella. —Va a tomar un tiempo. Y puede que nunca se sienta bien otra vez. Pero tú…— Ella sujetó su mano, como si nunca hubiese usado sus manos para lastimar y mutilar, o para apuñalarla. —Aprenderás a enfrentarlo, a sobrellevarlo. Lo que pasó no fue tu culpa. —Lo fue. Intente matarte. Y lo que pasó con Chaol… —Chaol lo eligió. Eligió ganar tiempo, porque fue culpa de tu padre. Tu padre, y el príncipe Valg dentro de él, te hicieron eso a ti, y a Sorscha. Casi vomitó al escuchar el nombre. Sería deshonrarla nunca volver a decirlo, nunca volver a hablar de ella otra vez, pero no sabía si podía pronunciar esas dos sílabas sin que una parte de él muriera una y otra vez. —No vas a creerme—continuó Aelin— Lo que acabo de decir, no vas a creerlo. Lo sé, y está bien. No espero que lo hagas. Cuando estés listo estaré aquí para ti. —Eres la Reina de Terrasen. No puedes estarlo. — ¿Quién lo dice? Somos los dueños de nuestros propios destinos, nosotros decidimos como seguir adelante. —Ella apretó su mano— Eres mi amigo Dorian. Un atisbo de recuerdo, perteneciente a la neblina de oscuridad, dolor y miedo. He vuelto por ti.

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—Ambos volvieron—dijo. Tragó ruidosamente. —Me sacaste de Endovier. Me imaginé que podía devolverte el favor. Dorian miró la alfombra, a los hilos entrelazados. — ¿Qué debo hacer ahora? —Se habían ido: La mujer a la que había amado, y el hombre al que había odiado. Le devolvió la mirada. No había una mirada calculadora, de frialdad o de lástima en esos ojos turquesa. Solo honestidad, como la había habido desde el principio con ella. — ¿Qué debo hacer? Ella tuvo que tragar antes de decir —Iluminar la oscuridad.

Chaol Westfall abrió sus ojos. El más allá se veía horrorosamente parecido a una habitación en el castillo de piedra. No sentía dolor en su cuerpo al menos. Nada como el dolor que lo había golpeado, seguido por la oscuridad y luz azul. Y luego nada en absoluto. Habría cedido al agotamiento que amenazaba con devolverlo a la inconsciencia, pero alguien, un hombre, exhaló ruidosamente, lo que hizo que moviera su cabeza. No hubo ningún sonido, ninguna palabra en él mientras encontraba a Dorian sentado en una silla junto a la cama. Había Sombras marcadas bajo sus ojos; su cabello estaba despeinado, como si hubiera estado pasando sus manos a través de él, pero… pero debajo de su chaqueta desabotonada no había ningún collar. Sólo una línea pálida marcando su piel dorada. Y sus ojos… perseguidos, pero claros. Vivos. Su visión quemó y se tornó borrosa. Lo había hecho. Aelin lo había hecho. Chaol hizo una mueca. —No me di cuenta que me veía tan mal. —dijo Dorian, con voz ronca. Lo supo entonces… que el demonio dentro del príncipe se había ido.

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Comenzó a llorar. Dorian se levantó de la silla y se dejó caer sobre sus rodillas junto a la cama. Agarró su mano, apretándola mientras presionaba su codo contra el suyo. —Estabas muerto—dijo el príncipe con voz quebrada—Pensé que estabas muerto. Chaol se contuvo a sí mismo al final, y Dorian retrocedió lo suficiente para observar su rostro. —Pensé que lo estaba—dijo. — ¿Qué pasó? Entonces Dorian se lo contó. Aelin había salvado su ciudad. Y había salvado su vida también, cuando había puesto el Ojo de Elena en su bolsillo. La mano de Dorian lo agarró un poco más fuerte. — ¿Cómo te sientes? —Cansado —Admitió, flexionando su mano libre. Su pecho dolía donde la explosión lo había golpeado, pero el resto de su cuerpo se sentía… No podía sentir nada. No podía sentir sus piernas. Sus dedos de los pies. —Los sanadores que sobrevivieron, —dijo Dorian en voz baja, —dijeron que ni siquiera deberías estar vivo. Tu columna… creo que mi padre la rompió en varios lugares. Dijeron que Amithy podría haber sido capaz de…—un parpadeó de ira se reflejó en la voz del príncipe—pero murió. El pánico, se deslizó frío y lentamente. No se podía mover, no podía… —Rowan sanó dos de las heridas en la parte superior. Habrías quedado… paralizado—Dorian se atragantó con la palabra—del cuello para bajo de otra manera. Pero la fractura más baja… Rowan dijo que era demasiado compleja, y que no se atrevía a sanarla, no cuando podía terminar peor. —Dime que hay un pero después. —se las arregló para decir. Si no podía a caminar. Si no podía moverse… —No nos arriesgaríamos enviándote a Wendlyn, no con Maeve allí. Pero los sanadores en la torre podrían hacerlo. —No voy a ir al Continente Sur. —No ahora que habían traído a Dorian de vuelta, no ahora que todos, de alguna manera, habían sobrevivido. —Esperaré por un sanador aquí. —No queda ningún sanador aquí. No dotados con magia. Mi padre y Perrington los eliminaron a todos. —Frialdad brillo en sus ojos zafiro. Chaol sabía que lo que su padre había demanda-

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do, y lo que Dorian había hecho a pesar de eso, perseguirían al príncipe por un largo tiempo. No el príncipe… el rey. —Torre Cesme puede ser tu única esperanza para caminar de nuevo. —dijo Dorian. —No te abandonaré. No de nuevo. —Él sacudió su cabeza, haciendo que sus lágrimas se derramarán por su rostro. —Nunca me abandonaste. Apretó la mano de su amigo. Él miró hacia la puerta un momento, antes de que un golpe vacilante sonara, y sonrió débilmente. Se preguntó qué le había permitido su magia detectar, pero entonces el rey limpió sus lágrimas y dijo. —Alguien está aquí para verte. La manija descendió silenciosamente, y la puerta se abrió con un crujido, revelando una cortina de cabello negro como la tinta y una bronceada y bonita cara. Nesryn miró a Dorian e hizo una reverencia, con su cabello balanceándose con ella. Dorian se puso de pie, moviendo su mano en forma de saludo. —Aedion puede ser el nuevo encargado de la seguridad del castillo, pero la señorita Faliq es mi Capitana de la Guardia temporal. Resulta que los guardias encuentran que el estilo de liderazgo de Aedion es… ¿Cuál es la palabra Nesryn? La boca de ella se crispó, pero sus ojos estaban en Chaol, como si él fuera un milagro, una ilusión. —Polarizador—Murmuró ella, avanzando hacia él, con su uniforme dorado y carmesí ajustándosele como un guante. —Nunca ha habido una mujer en la guardia del rey antes- dijo Dorian, mientras avanzaba hacia la puerta. —Y desde que ahora eres Lord Chaol Westfall, la mano del rey, necesitaba a alguien que ocupara el puesto. Nuevas tradiciones para un nuevo reinado. Chaol interrumpió la mirada de Nesryn para mirar boquiabierto a su amigo. — ¿Qué? Pero Dorian ya se encontraba junto a la puerta, abriéndola. —Si tengo que estar atascado con deberes reales, entonces estarás atascado allí conmigo. Ve a la Torre Cesme y sana rápido Chaol. Porque tenemos trabajo que hacer. —La mirada del rey se desvió hacia Nesryn. —Afortunadamente, ya tienes una guía experta. Luego se había ido.

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Chaol miró hacia arriba, a Nesryn, quien estaba sosteniendo una mano sobre su boca. —Resulta que rompí mi promesa después de todo. — dijo —Desde que técnicamente no puedo caminar fuera de este castillo. Ella se echó a llorar. —Recuérdame no volver a hacer una broma otra vez. —dijo, incluso mientras empezaba a sentir un aplastante y opresor pánico. Sus piernas… No. No… No lo enviarían a Torre Cesme a menos que supieran que había una posibilidad de que caminara otra vez. No aceptaría otra alternativa. Los delgados hombros de ella templaban mientras lloraba. —Nesryn—dijo con voz ronca. —Nesryn… Por favor. Ella se dejó caer el piso junto a su cama y enterró su rostro entre sus manos. —Cuando el castillo se estaba haciendo añicos—dijo, con su voz rompiéndose —Pensé que estabas muerto. Y cundo vi el vidrio viniendo hacia mí, pensé que yo moriría también. Pero luego apareció el fuego, y recé… Recé porque de alguna forma ella te hubiese salvado también. Rowan fue el que lo hizo, pero Chaol no estaba dispuesto a corregirla. Ella bajó sus manos, y luego miró su cuerpo bajo las sábanas. —Resolveremos esto. Iremos al Continente del Sur, y yo los haré sanarte. He visto las maravillas que pueden hacer, y sé que pueden hacer esto. El buscó su mano. —Nesryn. —Y ahora eres un Lord. — Continuó, sacudiendo su cabeza. —Quiero decir, eras un Lord antes, pero… Ahora el segundo al mando del rey. Sé que es… Sé que nosotros…. —Nosotros lo resolveremos. Ella encontró su mirada luego de unos segundos. —No espero nada de ti… —Lo resolveremos. Puede que incluso no quieras a una hombre lisiado. Ella se echó hacia atrás. —No me insultes al asumir que soy tan superficial o voluble. Él se atragantó con una risa. —Tengamos una aventura, Nesryn Faliq.

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Capítulo 85 Traducido por Micaela Libedinsky Corregido por Diana Gonher Elide no podía parar de llorar mientras las brujas volaban hacia el norte. No le importaba estar volando, o que la muerte se cerniera por todas partes. Lo que Kaltain había hecho… No se atrevía a abrir su puño por miedo a que la tela y la pequeña piedra fueran llevadas por el viento. Al atardecer aterrizaron en algún lugar de Oakwald. Tampoco le importó eso. Se acostó y se sumió en un profundo sueño, todavía usando el vestido de Kaltain, aferrándose al retazo de tela en su mano. Alguien la había tapado con una capa durante la noche, y cuando se levantó, había un conjunto de ropa: una campera de cuero, una remera, pantalones y botas, detrás de ella. Las brujas estaban durmiendo, y sus dragones se veían como una masa de músculo y muerte alrededor de ellas. Ninguno se movió mientras caminaba hacia el río más cercano, se despojaba de su vestido, y se sentaba en el agua, mirando como las piezas de su rota cadena se balanceaban en la corriente hasta que sus dientes comenzaron a castañear. Después de haberse vestido, con ropas grandes pero abrigadas, escondió el retazo de tela y la piedra que este contenía en uno de los bolsillos internos. Celaena Sardothien. Nunca había escuchado ese nombre, no sabía por dónde comenzar a buscar. Pero tenía que pagar su deuda con Kaltain… —No desperdicies tus lágrimas con ella—dijo Manon desde unos pies de distancia, con una mochila colgando de sus limpias manos. Debía haber lavado la sangre y la suciedad la noche anterior. —Sabía lo que estaba haciendo y no era para ayudarte. Elide limpió su cara. —Aun así salvó nuestras vidas, y les dio un final a las pobres brujas en las catacumbas. —Lo hizo para sí misma. Para liberarse. Y tenía derecho a hacerlo. Luego de lo que hicieron

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tenía derecho a rasgar todo el maldito mundo en pedazos. En su lugar, había destruido una tercera parte de Morath. Manon tenía razón. A Kaltain no la había importado si habían evacuado el lugar de la explosión. — ¿Qué hacemos ahora?—Volveremos a Morath— dijo Manon —Pero tú no vendrás Ella la miró fijamente. —Hasta aquí es lo más lejos que puedo llevarte sin levantar sospechas—dijo—Cuando volvamos, si tu tío sobrevivió, le diré que seguramente moriste quemada en la explosión. Y gracias a la misma toda evidencia de lo que Manon y sus Trece habían hecho para rescatarla había sido borrada. Pero dejarla allí… El mundo se abrió salvaje y brutal a su alrededor. — ¿A dónde iré? —suspiró. Bosques y colinas sin fin las rodeaban. — No... No puedo leer, y no tengo ningún mapa. —Ve a dónde quieras, pero si fuera tú me dirigiría hacia el norte y me mantendría en el bosque, lejos de las montañas. Y continuaría hasta llegar a Terrasen. Eso nunca había sido parte de su plan. —Pero… Pero el rey, Vernon… —El rey de Adarlan está muerto. —dijo Manon. El mundo se detuvo. —Aelin Galathynius lo mató y destruyó su castillo de cristal. Cubrió su boca con su mano, sacudiendo su cabeza. Aelin… Aelin.... —Ella fue ayudada— continuó—por el Príncipe Aedion Ashryver. Elide comenzó a sollozar. —Y corre el rumor de que el Lord Ren Allsbrock está trabajando en el Norte como rebelde. Enterró su rostro entre sus manos. Y luego sintió una fuerte mano con uñas de hierro en su hombro. Un toque tentativo. —Esperanza— dijo Manon en voz baja. Bajó sus manos y encontró a la bruja sonriéndole. Apenas una inclinación en sus labios, pero... una sonrisa, suave y encantadora. Se preguntó si Manon incluso sabía que lo estaba haciendo. Pero ir a Terrasen… — ¿Las cosas empeorarán, no es así? —dijo.

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El asentimiento de Manon fue apenas perceptible. Al sur, todavía podía ir hacia el sur, huir muy, muy lejos. Ahora que Vernon pensaba que estaba muerta nadie la buscaría. Pero Aelin estaba viva. Y era poderosa. Y tal vez era tiempo de dejar de soñar con huir. Encontraría a Celaena Sardothien, para honrar a Kaltain y el regalo que le había dado, para honrar a todas las chicas como ellas, encerradas en torres sin nadie que hablara en su nombre, nadie que las recordara. Pero Manon la había recordado. No, ella no huiría. —Ve hacia el norte, Elide —dijo Manon, leyendo la decisión en sus ojos y pasándole la mochila. — Ellos están Rifthold, pero apuesto que no se quedarán allí mucho tiempo. Llega a Terrasen y mantén un perfil bajo. Mantente lejos de los grandes caminos, evita posadas. Hay dinero en la mochila, pero limita su uso. Miente, roba y engaña si tienes que hacerlo, pero llega a Terrasen. Tu reina estará allí. Sugiero que no le menciones la herencia de tu madre. Elide lo consideró, mientras se colgaba la mochila al hombro. —Tener sangre Blackbeak no parece ser una cosa horrible. Sus ojos dorados se entrecerraron. —No—dijo Manon—No, no lo es. — ¿Cómo puedo agradecerte? —Es una deuda que ya debía— dijo Manon, negando con su cabeza cuando Elide abrió su boca para preguntar más. La bruja le dio tres dagas, enseñándole donde esconder una en su bota, guardando una en su mochila y envainando la otra en su cadera. Por último, le dijo que se quitara las botas, revelando los grilletes que había escondido en el interior. Manon sacó una pequeña llave de hueso, y desbloqueó las cadenas, que seguían agarradas a sus tobillos. Una fría y suave brisa acarició su piel, y tuvo que morder su labio para evitar sollozar mientras se volvía a poner las botas. A través de los árboles, los dragones bostezaban y gruñían, y se escuchaban los sonidos de las Trece riéndose. Manon miró en su dirección, y la débil sonrisa volvió a su rostro. Cuando se dio vuelta dijo: —Cuando la guerra comience, lo que pasará si Perrington sobrevivió, desearás no volverme a ver, Elide Lochan. —De todos modos—dijo Elide—Espero que sí. —Se inclinó ante la Líder del Ala. Y para su sorpresa Manon se inclinó en respuesta. —Norte—dijo Manon, y ella supuso que ese sería el adiós que obtendría. —Norte—repitió, y partió hacia un conjunto de árboles. Con el pasar de los minutos, avanzó más allá de los sonidos de las brujas y sus dragones y

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fue tragada por Oakwald. Agarró las correas de su mochila mientras caminaba. De repente, los animales hicieron silencio, y las hojas crujieron y susurraron. Momentos después, trece enormes sombras pasaron sobre ella. Una, la más pequeña, se demoró pasando una segunda vez, en forma de despedida. No sabía si Abraxos podía verla desde el cielo, pero levanto su mano en señal de despedida de todos modos. Un feroz grito de alegría se escuchó en respuesta, y luego la sombra se había ido. Norte. Hacia Terrasen. A pelear, no a huir. Hacia Aelin y Ren y Aedion, Adultos, fuertes y vivos. No sabía cuánto tiempo le tomaría o cuán lejos debía caminar, pero lo lograría. No miraría hacia atrás. Caminando bajo los árboles, con el bosque zumbando alrededor de ella, presionó una mano contra el bolsillo dentro de la campera de cuero, sintiendo el pequeño bulto escondido allí. Susurró una corta plegaria a Anneith para le diera sabiduría, para fuera su guía, y pudo jurar que una cálida mano tocó su frente en respuesta. Eso hizo que enderezara la espalda y levantara la barbilla. Cojeando, Elide comenzó su viaje a casa.

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Capítulo 86 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher —Esto es lo último de tu ropa —dijo Lysandra, tocando el maletero que uno de los criados había dejado—. Pensé que tendrías un problema comercial. ¿Nunca has tirado nada? Desde su percha en la otomana7 de terciopelo en el centro del enorme armario, Aelin le sacó la lengua. —Gracias por conseguir todo —dijo. No había ninguna razón para desempacar la ropa que Lysandra había traído de su antiguo apartamento, al igual que no había ninguna razón para volver allí. No ayudaba que Aelin no se atreviera a dejar solo a Dorian. Aunque finalmente había conseguido sacarlo de ese cuarto y que caminara alrededor del castillo. Parecía un muerto viviente, sobre todo con la línea blanca alrededor de su dorada garganta. Suponía que tenía todo el derecho a estarlo. Le había estado esperando fuera del cuarto de Chaol. Cuando oyó que Chaol hablaba por fin, había convocado a Nesryn tan pronto dominó las lágrimas de alivio que amenazaban con abrumarla. Después de que Dorian había salido, cuando la había mirado y su sonrisa se arrugó, había devuelto al rey directamente a su dormitorio y se había sentado con él por un buen rato. La culpa—sería una carga tan pesada para Dorian como su dolor. Lysandra puso sus manos en las caderas. — ¿Alguna otra tarea para mí antes de ir a buscar a Evangeline mañana? Aelin le debía a Lysandra más de lo que podría comenzar a expresar, pero… Sacó una pequeña caja de su bolsillo. —Hay una tarea más —dijo Aelin, ofreciéndole la caja a Lysandra—. Probablemente me odiarás por ello más adelante. Pero puedes empezar por decir que sí. — ¿Te me estás proponiendo? Inesperado —Lysandra tomó la caja pero no la abrió. 7

La otomana es una especie de tela de cordoncillo pesada.

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Aelin agitó una mano, su corazón palpitante. —Solo —ábrela. Con una expresión cautelosa, Lysandra abrió la tapa y ladeó la cabeza al anillo en el interior —el movimiento puramente felino. — ¿Te me estás proponiendo, Aelin Galathynius? Aelin sostuvo la mirada fija de su amiga. —Hay un territorio en el norte, un pequeño pedazo de tierra fértil que pertenecía a la familia Allsbrook. Aedion lo tomó para informarme que Allsbrook no tiene uso de ella, por lo que ha estado libre un rato —Aelin se encogió de hombros—. Podría hacerte una señora. La sangre se drenó de la cara de Lysandra. — ¿Qué? —Está plagado de leopardos fantasmas, de ahí el grabado en el anillo. Pero supongo que si hay alguien capaz de manejarlos, serías tú. Las manos de Lysandra temblaron. — ¿Y el símbolo de la llave encima del leopardo? —Para recordarte quién tiene ahora tu libertad. Tú. Lysandra cubrió su boca, contemplando el anillo, luego a Aelin. — ¿Estás loca? —La mayoría de la gente probablemente pensaría así. Pero como la tierra fue liberada oficialmente por los Allsbrooks hace años, técnicamente puedo nombrarte señora de ella. Con Evangeline como tu heredera, si lo deseas. Su amiga no había expresado planes para ella o su pupila más allá de recuperar a Evangeline, no les había pedido venir con ellos, para comenzar de nuevo en una tierra nueva, un nuevo reino. Aelin esperaba que esto significara que quería unirse a ellos en Terrasen. Lysandra se hundió en la moqueta, mirando de la caja, al anillo. —Sé que va a ser un gran trabajo —No merezco esto. Nadie querrá alguna vez servirme. Tu gente se molestará por nombrarme. Aelin se deslizó en el suelo, rodilla a rodilla con su amiga y tomó la caja de las manos temblorosas de la cambia-formas. Ella sacó el anillo de oro que había encargado hace semanas. Solo había estado listo esta mañana, cuando Aelin y Rowan se habían escapado para recuperarlo, junto a la llave del Wyrd real. —No hay nadie que lo merezca más —dijo Aelin, agarrando la mano de su amiga y poniendo

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el anillo en su dedo—. No hay nadie más que quisiera que vigilara mi espalda. Si mi pueblo no puede ver el valor de una mujer que se vendió en esclavitud por el bien de un niño, que defendió mi corte sin pensar en su propia vida, entonces no son mi pueblo. Y se pueden quemarse en el infierno. Lysandra trazó un dedo sobre el escudo de armas que Aelin había diseñado. — ¿Cómo puedo llamar al territorio? —No tengo ni idea —dijo Aelin—. “Lysandria” suena bien. “Lysandrius”, o tal vez “Lysandraland”. Lysandra la miró fijamente. —Estás loca. — ¿Aceptas? —No sé nada sobre gobernar un territorio, sobre ser una señora. —Bueno, no sé nada sobre gobernar un reino. Aprenderemos juntas —le dirigió una sonrisa conspiradora—. ¿Y? Lysandra miró fijamente al anillo, entonces levantó sus ojos a la cara de Aelin –y arrojó sus brazos alrededor de su cuello, apretando firmemente. Tomó eso como un sí. Aelin hizo una mueca ante el latido embotado de dolor, pero la agarró firmemente. —Bienvenida a la corte, Lady.

Aelin francamente no quería nada más que subir a la cama esa noche, con la esperanza de que Rowan estuviera al lado de ella. Pero cuando terminaron la cena —su primera comida juntos como una corte— un golpe sonó en la puerta. Aedion contestó antes de que Aelin bajara su tenedor. Volvió con Dorian detrás, el rey mirando entre todos ellos. —Quería ver si habían comido Aelin señaló con su tenedor a la silla vacía al lado de Lysandra. —Únete a nosotros. —No quiero imponerme. —Sienta tu culo —le dijo al nuevo Rey de Adarlan. Esa mañana él había firmado un decreto liberando a todos los reinos conquistados del gobierno de Adarlan. Lo había mirado al hacerlo, Aedion sosteniendo su mano fuertemente a lo largo del proceso, y deseó que Nehemia hubiera estado allí para verlo.

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Dorian se movió a la mesa, la diversión chispeando en aquellos atormentados ojos zafiro. Le presentó otra vez a Rowan, que inclinó la cabeza más allá de lo que Aelin esperó. Luego le presentó a Lysandra, explicando quién era y lo que había hecho por Aelin, por sucorte. Aedion los observaba, su cara apretada, sus labios en una línea delgada. Sus miradas se cruzaron. Diez años más tarde, y estaban todos juntos en una mesa otra vez –ya no siendo niños, sino los gobernantes de sus propios territorios. Diez años más tarde y aquí estaban, amigos a pesar de las fuerzas que los habían separado y habían destruido. Aelin miró el grano de esperanza brillando en ese comedor y levantó la copa. —Por un nuevo mundo—dijo la Reina de Terrasen. El Rey de Adarlan levantó su copa, tales sombras interminables bailando en sus ojos pero –allí. Un rayo de vida. —Por la libertad.

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Capítulo 87 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Diana Gonher El duque sobrevivió. También Vernon. Un tercio de Morath había sido destruido, y un buen número de guardias y sirvientes con él, junto con dos aquelarres y Elide Lochan. Una sólida pérdida, pero no tan devastadora como podría haber sido. Manon misma había derramado tres gotas de su propia sangre en gratitud a la Diosa de Tres Caras de que la mayoría de los aquelarres habían estado fuera en un ejercicio de entrenamiento ese día. Manon estaba en sala del consejo del duque, con las manos detrás de su espalda mientras el hombre despotricaba. Un importante contratiempo, dijo entre dientes a los otros hombres que se hallaban reunidos: los líderes de guerra y concejales. Se necesitarían meses para reparar Morath, y con tantos de sus suministros incinerados, sus planes se tendrían que poner en espera. Día y noche, los hombres sacaron las piedras amontonadas encima de las ruinas de las catacumbas¾ buscando, sabía Manon, el cuerpo de una mujer que ahora no era más que cenizas, y la piedra que había usado. Manon ni siquiera le había dicho a las Trece quien se dirigía hacia el norte con la piedra. —Líder del Ala—dijo el duque dijo bruscamente, y Manon perezosamente volvió sus ojos hacia él. —Tu abuela llegará en dos semanas. Quiero a tus aquelarres entrenados con los últimos planes de batalla. Ella asintió. —Cómo usted desee. Batallas. Habría batallas, porque incluso ahora que Dorian Havilliard era rey, el duque no planeaba dejarlo ir¾no con ese ejército. Tan pronto como esas torres de brujas se construyeran y él encontrara otra fuente de Sombre de Fuego, Aelin Galathynius y sus fuerzas serán eliminados.

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Manon espero silenciosamente que Elide no estuviera en esos campos de batalla. La reunión del consejo terminó pronto, y Manon se detuvo mientras caminaba al lado de Vernon en su camino hacia la salida. Ella puso una mano en su hombro, sus uñas clavándose en su piel, y él gritó cuando ella trajo sus dientes de hierro cerca de su oído. —No creas que sólo por el hecho de que este muerta, Señor, creas que voy a olvidar lo que intentaste hacer con ella. Vernon palideció. —Tú no me puedes tocar. Manon clavó las uñas más profundo. —No, no puedo— ella ronroneó en su oído. —Pero Aelin Galathynius está viva. Y he oído que tiene una cuenta pendiente que saldar. —Ella arrancó las uñas y le apretó el hombro, haciendo que la sangre corriera por la túnica verde de Vernon antes de que ella saliera de la habitación. — ¿Y ahora qué? — dijo Asterin, mientras estudiaban el nuevo grupo de brujas que habían reclutado de uno de los aquelarres menores. —Tu abuela llegará pronto, ¿y luego lucharemos en esta guerra? Manon contempló el arco y al cielo ceniciento más allá. —Por ahora, nos quedamos. Esperamos a que mi abuela traiga esas torres. Ella no sabía lo que haría al ver a su abuela. Miró de reojo a su segunda al mando. —Ese cazador humano... ¿Cómo murió? Los ojos de Asterin brillaron. Por un momento no dijo nada. Entonces: —Era viejo, muy viejo. Creo que él entró en el bosque un día y se acostó en algún lugar y nunca regresó. A él le hubiera gustado, creo. Nunca encontré su cuerpo. Pero ella lo había buscado. — ¿Cómo fue? —Preguntó Manon en voz baja. —Amar. Porque el amor era lo que¾lo que Asterin solamente, entre todas las brujas Dientes de Hierro, había sentido, había aprendido. —Era como morir un poco cada día. Era como estar viva, también. Era completa felicidad que era dolor. Me destruyó y me deshizo y me forjó. Lo odiaba, porque sabía que no podía escapar de ello, y sabía que siempre me iba a cambiar. Y ese bebé... Yo la amaba, también. La amaba de una manera que no puedo describir¾aparte de decirte que era la cosa más poderosa que he sentido, más poderos que la rabia, la lujuria, la magia. —Una sonrisa suave se formó en sus labios. —Me sorprende que no me estés dando el discurso de la ‘Obediencia. Disciplina. Brutalidad. Hechas monstruos.

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—Las cosas están cambiando— dijo Manon. —Bien—dijo Asterin. — Somos inmortales. Las cosas deben cambiar, y a menudo, o van a ser aburridas. Manon levantó sus cejas, y su segunda al mando sonrió. Manon sacudió la cabeza y sonrió de vuelta.

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Capítulo 88 Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher Con Rowan rondando alrededor del castillo, y con su partida prevista para el amanecer, Aelin se encargó de hacerle una última visita a la tumba de Elena en cuanto la torre del reloj marco las doce. Sus planes, no obstante, estaban arruinados: el camino a la tumba estaba bloqueado por los escombros de la explosión. Perdió cincuenta minutos tratando de buscar una forma de entrar, incluso con sus manos y su magia, pero no tuvo suerte. Rezo para que Mort no hubiera sido destruido, incluso pensó que la aldaba de calavera al final abrazo su extraña, e inmortal existencia hasta el final. Las alcantarillas de Ritfhold, aparentemente, estaban tan limpias de Valgs como el castillo y las catacumbas, era como si los demonios hubieran volado hacia la noche en cuanto el rey murió. Por el momento Rifthold estaba a salvo. Aelin emergió de un pasadizo secreto, limpiándose el polvo de encima. —Ustedes dos hacen mucho ruido, es ridículo. —con su oído de hada, los había detectado minutos antes. Dorian y Chaol estaban sentados enfrente de su chimenea, este último estaba en una silla de ruedas especial que habían conseguido para él. El rey miro sus orejas puntiagudas, sus largos caninos y levanto una ceja. —Luce bien, su majestad. —Ella supuso que él no se había dado cuenta ese día en el puente de cristal, y ella había estado en su forma humana hasta ahora. Ella gimió. Chaol volvió la cabeza. Su rostro estaba demacrado, pero un destello de determinación brillaba allí. Esperanza. No dejaría que su lesión lo destruyera. —Siempre luzco bien. —Dijo Aelin, dejándose caer en el sillón en frente de Dorian. — ¿Encontraste algo interesante allá abajo? —Pregunto Chaol. Sacudió su cabeza.

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—Pensé que no estaría de más mirar por última vez. Por los viejos tiempos. —Y tal vez morder la cabeza de Elena. Después de que ella consiguió las respuestas a todas sus preguntas. Pero la antigua reina no estaba en ninguna parte. Entre los tres se miraron y el silencio cayó. La garganta de Aelin quemaba, así que se dirigió a Chaol y dijo: —Con Maeve y Perrington respirando en nuestros cuellos, necesitamos aliados más antes que después, especialmente si las fuerzas en Morath bloquean el acceso A Eyllwe. El ejército del continente del sur podría cruzar el océano de Narrow en unos pocos días y podía traer refuerzos, empujando a Perrington al sur mientras martillamos desde el norte. — cruzo sus brazos. —Por eso te estoy nombrando embajador oficial de Terrasen. Y no me importa lo que Dorian diga. Hazte amigo de la familia real, cortéjalos, besa sus traseros, has lo que necesites hacer. Pero necesitamos hacer una alianza. Chaol miro a Dorian en busca de una respuesta silenciosa. El rey asintió, apenas una inclinación de su barbilla. —Lo intentaré—Esa era la mejor respuesta que podía recibir. Chaol busco en el bolsillo de su túnica el Ojo de Elena y se lo arrojo. Ella lo atrapo con una mano. El metal había sido deformado, pero la piedra azul seguía ahí. —Gracias. —le dijo ronco. —Él estuvo usando eso por meses—Dorian dijo en tanto ella lo puso en su bolsillo, —Antes nunca reaccionó, ni siquiera cuando estuvo en peligro. ¿Por qué ahora? La garganta de Aelin se apretó. —El valor del corazón—dijo—Elena me dijo una vez que la valentía del corazón era rara, y que dejara que me guiara. Cuando Chaol eligió...No podía formar las palabras. Lo intentó de nuevo. —Creo que la valentía lo salvó, hizo que el amuleto cobrara vida. —había sido una apuesta, la de un tonto, pero-había funcionado. El silencio cayó de nuevo. Dorian dijo: —Así que aquí estamos. —Al final del camino—dijo Aelin con una media sonrisa. —No—dijo Chaol, su sonrisa era débil, tentativa. —En el comienzo del siguiente.

A la mañana siguiente, Aelin bostezó mientras se apoyaba contra su yegua gris en el patio del castillo. Una vez había dejado a Dorian y Chaol la noche anterior, Lysandra había entrado yse había

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desmayado en su cama sin ninguna explicación de por qué o lo que había estado haciendo antes. Y desde que estaba totalmente inconsciente, Aelin se metió en la cama junto a ella. No tenía ni idea de dónde había dormido Rowan, pero no le habría sorprendido a mirar por la ventana y encontrar un halcón de cola blanca postrado en la barandilla del balcón. Al amanecer, Aedion había irrumpido, demandando por qué no estaban listos para salir, para ir a casa. Lysandra se había convertido en el fantasma de un leopardo y lo persiguió para que saliera de ahí. Luego regresó, prologando su forma felina, y se tendió de nuevo junto Aelin. Se las arreglaron para conseguir otros treinta minutos de sueño antes que Aedion regresara y tirara un cubo de agua sobre ellas. Tuvo suerte de escapar con vida. Pero él tenía razón, tenían pocas razones para quedarse. No con tanto que hacer en el Norte, tanto para planificar y sanar y supervisar. Viajarían hasta el anochecer, donde recogerían a Evangeline en la casa de campo de los Faliqs y luego continuarían hacia el Norte, ojala sin interrupciones, hasta que llegaran a Terrasen. A Casa. Iba a casa. El miedo y la duda se enroscaban en sus intestinos pero la alegría saltaba junto a ellos. Se habían preparado rápidamente, y ahora lo único que quedaba, supuso, era despedirse. Las lesiones de Chaol hacían imposible que tomara las escaleras, pero ella se había deslizado en su habitación esa mañana para despedirse para sólo encontrar a Aedion, Rowan, y Lysandra ya allí, charlando con él y Nesryn. Cuando ellos se retiraron, y Nesryn los siguió, el capitán solo se limitó a apretar la mano de Aelin y dijo: —¿Puedo verlo? Ella sabía lo que quería decir, y mantuvo sus manos delante de ella. Listones y plumas y flores de color rojo fuego y oro bailaron a través de su habitación, brillantes y gloriosas y elegantes. Los ojos de Chaol habían bordeado de plata cuando las llamas se apagaron. —Son maravillosas—dijo finalmente. Sólo sonrió y le dejó una rosa de fuego de oro ardiendo en su mesita de noche, donde sería quemada sin calor hasta que estuviera lejos. Y para Nesryn, que había sido nombrada capitán de la guardia, Aelin le había dejado otro regalo: una flecha de oro macizo, presentado a ella en el pasado Yulemas como una bendición de Deanna, su propio ancestro. Aelin creyó que a la francotiradora le encantaría y que apreciaria

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esa flecha más que ella lo habría hecho, de todos modos. — ¿Necesitas algo más? ¿Más comida? —Preguntó Dorian, al estar parado al lado de ella. Rowan, Aedion y Lysandra ya estaban montando sus caballos. Habían empacado rápido, tomando sólo los suministros más elementales. En su mayoría armas, incluyendo Damaris, la cual Chaol le había dado a Aedion, insistiendo en que la antigua espada permaneciera a sus alrededores. El resto de sus pertenencias seríab enviadas a Terrasen. —Con este grupo— dijo Aelin a Dorian—probablemente va a ser una competición diaria para ver quién puede cazar mejor. Dorian rio entre dientes. El silencio cayo, y Aelin chasqueó la lengua. —Llevas la misma túnica que tenías hace unos días. No creo que te haya visto usando lo mismo dos veces. Hubo un brillo en esos ojos zafiro. —Creo que tengo cosas más importantes de las que preocuparme ahora. — ¿Estarás…estarás bien? — ¿Tengo alguna otra opción excepto esa? Ella le tocó el brazo. —Si necesitas algo, envía un mensaje. Sera un par de semanas antes de que lleguemos a Orynth, pero, supongo que con la magia de regresó, puedes hacer que el mensaje me llegue rápidamente. —Gracias a ti y a tus amigos. Ella los miró por encima de su hombro. Todos estaban haciendo todo lo posible para que pareciera que no estaban espiando. —Gracias a todos—dijo ella en voz baja. —Y a ti. Dorian miró hacia el horizonte de la ciudad, más allá de las ondulantes colinas verdes. —Si me hubieras preguntado hace nueve meses si pensaba... —Él negó con la cabeza. —Muchas cosas han cambiado. —Y van a seguir cambiando—dijo ella, apretando su brazo al mismo tiempo. —Pero... Hay cosas que no cambiarán. Siempre voy a ser tu amiga. Su garganta se movía. —Desearía poder verla, sólo una última vez. Para decirle... que decir lo que estaba en mi corazón. —Ella lo sabe—dijo Aelin, parpadeando contra el ardor en los ojos.

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—Te echaré de menos—dijo Dorian. —Aunque dudo que la próxima vez que nos veamos será en circunstancias... civilizadas. —Ella no trató de pensar en ello. Hizo un gesto por encima del hombro para que parara. —No los hagas demasiado miserables. Sólo están tratando de ayudarte. Ella sonrió. Para su sorpresa, un rey le devolvió la sonrisa. —Envíame cualquier buen libro que hayas leído—dijo ella. —Sólo si haces lo mismo. Lo abrazó por última vez. —Gracias, por todo—susurró. Dorian la apretó, y luego se alejó para que Aelin montara su caballo y le dio un codazo para que avanzara. Dirigió su cabeza a su compañía, donde Rowan estaba montando un caballo negro elegante. El príncipe Hada llamó su atención. — ¿Estás bien? Asintió. —No pensé que decir adiós sería tan difícil. Y con todo lo que está por venir. —Lo enfrentaremos juntos. Sin importar el final. Ella se inclinó en el espacio entre ellos y tomó su mano, agarrándola con fuerza. Se apoyaron uno al otro mientras cabalgaban por el camino estéril, a través de la puerta de entrada que había hecho en la pared de vidrio, y en las calles de la ciudad, donde la gente paraba lo que estaban haciendo y se abrían o susurraban o miraban. Pero mientras cabalgaban para salir de Rifthold, la ciudad que había sido su casa y su infierno y su salvación, ella memorizaba cada calle, construcción, cara y tienda, cada olor y la frescura de la brisa del río, no vio un solo esclavo. No oyó ni un solo látigo. Y cuando rodearon el Teatro Real, había música hermosa, exquisita música, siendo tocada dentro.

Dorian no sabía lo que lo había despertado. Tal vez eran los insectos de verano que habían detenido su zumbido en la noche, o tal vez era el viento frío que se deslizaba en su antigua habitación de la torre, agitando las cortinas. La luz de la luna que brillaba en el reloj reveló que eran las tres de la mañana. La ciudad es-

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taba en silencio. Se levantó de la cama, tocando su cuello una vez más, sólo para asegurarse. Cada vez que se despertaba de sus pesadillas, le tomaba unos minutos para decir si estaba despierto o si era simplemente un sueño y todavía estaba atrapado en su cuerpo, esclavo de su padre y de ese príncipe Valg. No le había dicho a Aelin o Chaol acerca de las pesadillas. Una parte de él deseaba haberlo hecho. Apenas podía recordar lo que había sucedido mientras había usado ese collar. Había cumplido veinte años –y no tenía ningún recuerdo. Sólo había pedazos y piezas de horror y dolor. Trató de no pensar en ello. No quería recordar. No le había dicho Chaol o Aelin eso, tampoco. Él ya la echaba de menos, y el caos y la intensidad de su corte. Echaba de menos tener a alguien alrededor. El castillo era demasiado grande, demasiado tranquilo. Y Chaol se tenía que ir en dos días. No quería pensar en cómo sería que cuando su amigo le faltara. Dorian caminó sobre su balcón, necesitando sentir la brisa del río en su cara, para saber que esto era real y estaba libre. Abrió las puertas del balcón, las piedras enfriaron sus pies, y miró a través de los terrenos arrasados. Había hecho eso. Soltó un suspiro, en la pared de cristal, que brillaba bajo la luna. Había una enorme sombra en lo alto. Dorian se congeló. No era una sombra, sino una bestia gigante, sus garras estaban clavadas en la pared, sus alas estaban metidas en su cuerpo, brillando débilmente en el resplandor de la luna llena. Brillando como el pelo blanco del jinete encima de la criatura. Incluso desde la distancia, sabía que ella lo estaba mirando directamente a él, con su pelo que se moviéndose a un lado como un listón de luz de luna, atrapado en la brisa del río. Dorian levantó una mano, mientras que la otra subió a su cuello. No había collar. El jinete del dragón se inclinó en su silla, diciendo algo a su bestia. Extendió sus enormes y relucientes alas y saltó por lo aire. Cada vez que agitaba sus alas enviaba huecos, florecientes de ráfagas de viento hacia él. La criatura aleteo más alto, y su pelo ondeaba como una bandera brillante, hasta que desaparecieron en la noche, y no podía oír sus alas batiendo más. Nadie dio la voz de alarma. Como si el mundo había dejado de prestar atención por unos pocos momentos en los que se habían mirado entre sí. Y a través de la oscuridad de sus recuerdos, a través del dolor y la desesperación y el terror que había tratado de olvidar, un nombre hizo eco en su cabeza.

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Manon Blackbeak navegó hacia el cielo nocturno estrellado, Abraxos era cálido y rápido debajo de ella, la increíblemente brillante luna, con el vientre de una madre, sobre ella. No sabía por qué se había molestado en ir; por qué había tenido curiosidad. Pero ahí estaba el príncipe, sin un collar para ser visto alrededor de su cuello. Y él había levantado la mano en señal de saludo, como si fuera a decir; Te recuerdo. Los vientos cambiaron y Abraxos cabalgo sobre ellos, elevándose en el cielo, el oscuro reino debajo de ellos desapareció en un borrón. El viento cambiaba, el mundo cambiaba. Tal vez un cambio para las Trece, también. Y para ella. Ella no sabía qué hacer con eso. Pero Manon espero que todas ellas hubieran sobrevivido. Tenía la esperanza.

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Capítulo 89 Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher Durante tres semanas cabalgaron hacia el norte, manteniéndose fuera de las carreteras principales y de los pueblos. No había necesidad de anunciar que Aelin estaba caminando de regreso a Terrasen. No hasta que viera a su reino por sí misma y supiera lo que tenía que enfrentar, tanto dentro como fuera de Morath. No hasta que tuviera un lugar seguro para ocultar la grandiosa y terrible cosa que tenía en su maleta. Con su magia, nadie notó la presencia de la llave del Wyrd. Pero Rowan a veces echaba un vistazo a la maleta y su cabeza se ponía en el ángulo de la investigación. Cada vez que hacia esto, ella le decía silenciosamente que estaba bien, y que no había notado nada extraño en relación con el amuleto. O algo con respecto al Ojo de Elena, que volvía a llevar alrededor de su cuello. Se preguntó si Lorcan estaba en su camino para cazar a la segunda y tercera llave, quizás en donde Perrington, Erawan, habría reunido a todos. Si el rey no hubiera estado muerto. Tenía la sensación de que Lorcan iba a empezar a buscar en Morath. Y rezó para que el guerrero hada pudiera desafiar las probabilidades en contra de él y salir triunfante. Eso, sin duda, le haría la vida más fácil. Incluso si algún día el llegara a patearle el culo por haberlo engañado. Los días de verano se hicieron más fríos en cuanto más al norte cabalgaban. Evangeline, para su crédito había, mantenido la paz con ellos, no se había quejado de tener que dormir noche tras noche en un petate. Parecía perfectamente feliz al acurrucarse con Ligera, su nueva protectora y leal amiga. Lysandra utilizaba el viaje para probar sus habilidades, a veces volaba con Rowan encima de ellos, o a veces corría como un perro bastante negro junto Ligera, o veces de se pasaba unos días en su forma de leopardo fantasma abalanzándose sobre Aedion cuando menos lo esperaba. Tres semanas agotadoras semanas de viaje, pero también las tres semanas más felices que Aelin había experimentado. Hubiera preferido un poco más de privacidad, especialmente con Rowan, que se mantenía mirándola de manera que la hacía querer arder. A veces, cuando nadie estaba mirando, él sigilosamente soplaba detrás de ella y acariciaba su cuello o le tiraba del lóbulo de la oreja

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con sus dientes, o simplemente deslizaba sus brazos alrededor de ella y la abrazaba contra él, respirando de ella. Una noche, sólo una… Malditos dioses… Una noche con él era todo lo que ella quería. No se atrevieron a parar en una posada, así que ella se dejaba quemar, y soportar el temperamento de Lysandra. El terreno se hizo más pronunciado, más montañoso, y el mundo se volvió exuberante, verde y brillante, las rocas comenzaron a convertirse en afloramientos de granito dentados. El sol apenas se levantaba cuando Aelin caminaba junto a su caballo, ahorrándose que tuvieran que llevarla hasta una colina particularmente empinada. Ella ya estaba en su segunda comida del día, sudorosa y sucia y de mal humor. La magia del fuego, se dio cuenta, que era bastante útil durante el viaje, para mantener el calor en las noches frías, para encender las fogatas, y para hervir el agua. Habría matado por una bañera lo suficientemente grande como para llenarla con agua y bañarse, pero los lujos podían esperar. —Está justo colina arriba—, dijo Aedion a su izquierda. — ¿Qué cosa? —Preguntó ella, terminando su manzana y arrojando los restos detrás de ella. Lysandra, estaba usando la forma de cuervo, chilló de indignación cuando el corazón la golpeó. —Lo siento—dijo Aelin. Lysandra graznó y se elevó hacia el cielo, Ligera iba ladrando alegremente mientras que Evangeline reía desde lo alto de su poni peludo. Aedion señaló la colina creciente delante de ellos. —Ya verás. Aelin miró a Rowan, él había explorado el frente en la mañana como un halcón de cola blanca. Y ahora caminaba a su lado, guiando su semental negro. Él levantó las cejas respondiendo a la silenciosa demanda de información. No voy a decirte. Lo fulminó con la mirada. Águila ratonera. Rowan sonrió. Pero con cada paso, Aelin hacia los cálculos acerca de qué día era, y… Llegaron la colina y se detuvieron. Aelin soltó las riendas y dio unos pasos tambaleándose, Bajo sus pies estaba la suave hierba esmeralda. Aedion le tocó el hombro. —Bienvenida a casa, Aelin. Una tierra de altas montañas –los cuernos del ciervo- cubrían todo delante de ellos, con valles y ríos y colinas; una tierra de indómita, belleza salvaje.

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Terrasen. Y el olor, de pinos y nieve... ¿Cómo no se había dado cuenta de que el olor de Rowan era de Terrasen, de casa? Rowan se acercó lo suficiente a su hombro y murmuró: —Me siento como si estuviera buscando este lugar toda mi vida. De hecho, con el malvado viento que fluía rápido y fuerte entre los grises, irregulares cuernos del ciervo a lo largo de la distancia, con la densa propagación de Oakwald a su izquierda, y los ríos y valles expandiéndose hacia esas grandes montañas del norte, era el paraíso para un halcón. El paraíso para ella. —Allí—dijo Aedion, señalando a una pequeña, roca de granito gastada, tallada con espirales y remolinos. —Una vez que pasemos esa roca, estaremos en el suelo Terrasen. Sin atreverse a creer que no estaba soñando, Aelin caminó hacia esa roca, susurrando el Cantar para dar las Gracias a Mala Fuego-brillante por haberla conducido a este lugar, a este momento. Aelin pasó su mano por la roca áspera, y la piedra calentada por el sol se estremeció a si fuera a saludarla. Y luego dio un paso más allá de la piedra. Y por fin, Aelin Ashryver Galathynius estaba en casa.

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AGRADECIMIENTOS DE LA AUTORA Creo que es bien sabido para ahora que dejaría de funcionar sin mi alma gemela, copiloto Jaeger, y hermana por el Hilo, Susan Dennard. Sooz, tú eres mi luz en la oscuridad. Tú me inspiras y me desafías a ser no sólo una mejor escritora, sino también a ser una mejor persona. Tu amistad me da fuerza y coraje y esperanza. Pase lo que pase, Sin importa lo que podría estar esperando en la siguiente curva en el camino, sé que puedo enfrentarlo, puedo soportarlo y triunfar, porque te tengo a mi lado. No hay mayor magia que eso. No puedo esperar para ser majestuosas tigres vampiro para el resto de la eternidad. Para mis compañera de armas y apreciadora de todas las cosas salvajes y cambiaformas, Alex Bracken: ¿Cómo podré agradecerte lo suficiente por leer este libro (y todos los demás) tantas veces? ¿Y cómo podré agradecerte lo suficiente por los años de correos electrónicos, las incontables comidas / bebidas / cenas, y por cuidar siempre mi espalda? No creo que hubiera disfrutado de este viaje salvaje ni medianamente sin ti, y no creo que hubiera sobrevivido tanto tiempo sin tu sabiduría, bondad y generosidad. Aquí está por escribir muchas más escenas con excusas endebles para tener tipos sin camisa. Estos libros no existirían (¡yo no existiría!) sin mi equipo de trabajadoras, las supremas badass de la Agencia Literaria Laura Dail, CAA, y Bloomsbury en todo el mundo. Así que mi eterno amor y gratitud van a Tamar Rydzinski, Gato Onder, Margaret Miller, Jon Cassir, Cindy Loh, Cristina Gilbert, Cassie Homero, Rebecca McNally, Natalie Hamilton, Laura Dail, Kathleen Farrar, Emma Hopkin, Ian Cordero, Emma Bradshaw, Lizzy Mason, Sonia Palmisano, Erica Barmash, Emily Ritter, Grace Whooley, Charli Haynes, Courtney Griffin, Nick Thomas, Alice Grigg, Elise Burns, Jenny Collins, Linette Kim, Beth Eller, Kerry Johnson, y el maravilloso e incansable equipo de derechos extranjeros. Para mi marido, Josh: Todos los días contigo son un regalo y una alegría. Soy muy afortunada de tener un amigo tan amoroso, divertido y espectacular para ir en aventuras alrededor del mundo. De aquí a muchas, muchas más. Para Annie, también conocida como la más increíble mascota de todos los tiempos: Lo siento por comer accidentalmente toda tu cecina de pavo aquella vez. Nunca lo mencionemos de nuevo. (Además, te amo por siempre y para siempre. Vamos a abrazarnos.) A mis maravillosos padres: Gracias por leerme todos esos cuentos de hadas, y por nunca decirme que yo era demasiado mayor para creer en la magia. Estos libros existen gracias a eso. Para mi familia: gracias, como siempre, por el amor y el apoyo infinito e incondicional. Para las Trece Maas: Ustedes son más que increíbles. Muchas gracias por todo su apoyo y entusiasmo y por gritar sobre esta serie desde los tejados en todo el mundo. Para Louisse Ang, Elena Yip, Jamie Miller, Alexa Santiago, Kim Podlesnik, Damaris Cardinali, y Nicola Wilkinson: todos ustedes son tan generosos y encantadores- ¡gracias por todo lo que hacen!

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Para Erin Bowman, Dan Krokos, Jennifer L. Armentrout, Christina Hobbs y Lauren Billings: Ustedes son los mejores. Lo digo en serio. Lo mejor de lo mejor. Cada día agradezco al Universo por haberme bendecido con amigos tan talentosos, divertidos, leales y maravillosos en mi vida. Y a todos mis lectores de Trono de Cristal: No hay suficientes palabras en el idioma Inglés para transmitir adecuadamente la profundidad de mi gratitud. Ha sido un gran honor conocerlos en eventos en todo el mundo, e interactuar con muchos de ustedes en línea. Sus palabras, obras de arte, y la música me mantienen en marcha. Gracias, gracias, gracias por todo. Por último, muchas gracias a los increíbles lectores que enviaron contenido para formar parte del tráiler de Heredera de Fuego: Abigail Isaac, Aisha Morsy, Amanda Clarity, Amanda Riddagh, Amy Kersey, Analise Jensen, Andrea Isabel Munguía Sánchez, Anna Vogl, Becca Fowler, Béres Judit, Brannon Tison, Bronwen Fraser, Claire Walsh, Crissie Wood, Elena Mieszczanski, Elena NyBlom, Emma Richardson, Gerakou Yiota, Isabel Coyne, Isabella Guzy-Kirkden, Jasmine Chau, Kristen Williams, Laura Pohl, Linnea Gear, Natalia Jagielska, Paige Firth, Rebecca Andrade, Rebecca Heath, Suzanah Thompson, Taryn Cameron, and Vera Roelofs. Bloomsbury Publishing, Oxford, London, New York, New Delhi and Sydney

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Deseamos que hayan disfrutado de su lectura. Al igual que agradecemos que hayan esperado por nuestra traducción, sabemos que ha sido una larga espera y por ello nos sentimos aún más agradecidas. Los esperamos en la próxima entrega de Trono de Cristal.


SINOPSIS DEL QUINTO LIBRO (Aún sin nombre) Fecha de publicación: 6 de septiembre del 2016

El largo camino hacia el trono apenas ha comenzado para Aelin Galathynius. Lealtades que se han roto y comprado, amigos que se han perdido y ganado, y aquellos que poseen magia en contra con los que no. Mientras lo reinos de Erilea se van fracturando a su alrededor, los enemigos deberán convertirse en aliados si Aelin desea mantener a los que ama alejados de caer en las fuerzas oscuras listas para reclamar su mundo. Con la guerra cerniéndose sobre todos los horizontes, la única posibilidad de salvación está en una búsqueda desesperada que puede marcar el fin de todo lo que es querido para Aelin. El viaje de Aelin desde Asesina a Reina ha fascinado a millones en todo el mundo, y en esta quinta entrega dejará a los fans sin aliento. ¿Tendrá Aelin éxito en mantener su mundo desde los fragmentos, o todo se derrumbará abajo?

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MÁNTENTE INFORMADO SOBRE LA TRADUCCIÓN DE LOS SIGUIENTES LIBROS DE LA SAGA AQUÍ:

Traducciones Independientes Trono de Cristal ∞ La Cabeza del Lector


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