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Créditos Traductores Constanza Cornes
Stefy Vere
Carolin Suarez
Stefania Campos
Carla Vallejo
Yunnu Heedz Carla Rosas
Andy Cobain
Roxana Bonilla
Jeanna Jiménez
Micaela Libedinsky Ro Cáceres
Katia García Mary Aguilar Dafne Hein
Diana Gonher
Leandro Chávez Tay Paredes
Cecilia García
Créditos Correctores Constanza Cornes Melody
Diana Gonher
Valeria Álvarez
Alejandra Martínez Ro Cáceres
Sinópsis Todos aquellos a los que Celaena Sardothien ama han sido apartados de su lado. Pero al fin ha vuelto al imperio, por venganza, a rescatar al una vez glorioso reino, y para hacerle frente a las sombras de su pasado... Ella va a luchar por su primo, un guerrero dispuesto a morir solo por verla de nuevo. Va a luchar por su amigo, un joven atrapado en una abominable prisión. Y va a luchar por su pueblo, esclavizado por un Rey brutal y esperando el regreso triunfal de su reina perdida. El viaje épico de Celaena a capturado corazones y la imaginación de millones a través del mundo. En este cuarto volumen sostendrá absorto a los lectores en como la historia de Celaena se va construyendo en un apasionante, agonizante crescendo que solo podría terminar destruyendo su mundo.
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Para Alex Bracken. Por los seis años de correos, Por las miles de páginas criticadas, Por tu corazón de tigre y sabiduría de Jedi, Y por sólo ser como eres. Estoy tan alegre por haber enviado un correo ese día. Y agradecida porqué lo contestaste.
Primera Parte
Capítulo 1 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody Había una cosa que lo esperaba en la oscuridad. Era antigua y cruel, y marcaba el paso en las sombras, atando su mente. No era de su mundo, y había sido traído aquí para llenarle con su frío. Alguna barrera invisible los separaba todavía, pero la pared se derrumbaba un poco más cada vez que lo acechaba a lo largo de la longitud, probando su fuerza. No podía recordar su nombre. Fue lo primero que había olvidado cuando la oscuridad lo envolvió en semanas, meses o eones. Entonces había olvidado los nombres de otros que habían significado mucho para él. Recordaba el horror y la desesperación, pero solo debido al momento solitario que mantenía interrumpiendo la negrura como el ritmo constante de un tambor: unos minutos de gritos y sangre y viento helado. Había gente que amaba en esa sala de mármol rojo y cristal; la mujer que había perdido la cabeza… Perdido, como si la decapitación fuera su culpa. Una mujer encantadora con delicadas manos como palomas de oro. No fue su culpa, incluso si él no podía recordar su nombre. Fue culpa del hombre en el trono de cristal, que había ordenado que la espada del guardia cortara carne y hueso. No había nada en la oscuridad más allá de ese momento en el que la cabeza de la mujer se quedaba en el suelo. No había más que ese momento, una y otra vez y otra vez –y esa cosa que marcaba el paso más cerca de él, esperando que se rompiera, cediera y le dejara entrar. Un príncipe. No podía recordar si la cosa era el príncipe, o si él mismo había sido un príncipe. No era probable. Un príncipe no habría permitido que la cabeza de la mujer fuera cortada. Un príncipe habría detenido la espada. Un príncipe la habría salvado. Sin embargo, no la había salvado, y sabía que no había nadie que viniera a salvarlo.
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Todavía había un mundo real más allá de las sombras. Se vio obligado a participar en él por el hombre que había ordenado matar a esa hermosa mujer. Y cuando lo hizo, nadie notó que se había convertido en nada más que una marioneta, luchando por hablar, a actuar fuera de las cadenas de su mente. Los odiaba por no darse cuenta. Esa era una de las emociones que todavía conocía. No se supone que te ame. La mujer le había dicho, y entonces ella murió. No lo debería haber amado, y no se debería haber atrevido a amarla. Se merecía esta oscuridad, y, una vez que el escudo invisible se hiciera añicos y la cosa que esperaba saltara, infiltrándose y llenándolo… habría ganado. Por lo tanto, quedó atado a la noche, presenciando el grito, la sangre y el impacto de la carne contra la piedra. Sabía que debía luchar, sabía que había luchado en los últimos segundos antes de que el collar de piedra negra se hubiera sujetado alrededor de su cuello. Pero había una cosa que esperaba en la oscuridad, y él no podía luchar contra ella por mucho más tiempo.
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Capítulo 2 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody Aelin Ashryver Galathynius, heredera de fuego, amada de Mala Luz-Brillante y legítima Reina de Terrasen, se inclinó sobre la desgastada barra de madera de roble y escuchó atentamente los sonidos de la sala de placer, que clasificó a través de las aclamaciones, gemidos y cantos indecentes. Aunque había masticado y escupido a varios de los propietarios en los últimos años, el laberinto subterráneo del pecado conocido como las Bóvedas seguía siendo el mismo: incómodamente caliente, apestoso a cerveza rancia y cuerpos sin lavar y lleno a rebosar de gente de mal vivir y delincuentes de oficio. Más allá unos pocos Lords jóvenes e hijos de comerciantes merodeaban por los pasillos en las Bóvedas y nunca volverían a la superficie. A veces era porque llevaban su oro y plata frente a la persona equivocada; a veces era porque eran inútiles o borrachos que pensaban que podrían saltar en los hoyos para luchar y salir vivos. O porqué a veces maltrataban a una de las mujeres de alquiler en los nichos del cavernoso espacio y aprendían de la forma más dura a qué las personas de las Bóvedas, los dueños realmente las valoraban. Aelin bebía a sorbos la cerveza del tazón que el sudoroso posadero había deslizado unos momentos antes. Acuosa y barata, pero al menos estaba fría. Flotando por encima del fuerte sabor de cuerpos asquerosos estaba el olor de ajo y carne asada. Su estómago se quejó, pero no era lo suficientemente estúpida como para pedir comida. Uno, la carne generalmente era cortesía de las ratas del callejón una calle arriba; dos, los ricos mercenarios por lo general le echaban algo que la haría despertar en el mencionado callejón, con el monedero vacío. Si es que despertaba. Su ropa estaba sucia, pero eran lo suficientemente finas como para marcarla como objetivo de un ladrón. Así que había examinado con cuidado su cerveza, oliéndola y luego bebiéndola a sorbos antes de considerarla segura. Todavía tendría que buscar comida en algún momento, pero hasta que no supiera lo que necesitaba de las Bóvedas: el infierno que había pasado en Rifthold en los meses que había desaparecido. Y qué cliente Arobynn Hamel estaba tan desesperado de ver que se estaba arriesgando el
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mismo–especialmente cuando los brutales guardias uniformados de negro recorrían la ciudad como una manada de lobos. Había conseguido deslizarse más allá de una patrulla durante el caos del atraque, pero no sin antes notar el wyvern ónix bordado en sus uniformes. Negro sobre negro –tal vez el rey de Adarlan se había cansado de fingir que era otra cosa que una amenaza; tal vez había emitido un decreto real para abandonar el tradicional carmesí y oro de su imperio. Negro por la muerte; negro por sus dos llaves del Wyrd; negro por sus demonios Valg, que ahora estaba usando para construir un ejército imparable. Un escalofrío bajó por su columna, y bebió el resto de su cerveza. Cuando puso la taza abajo, su pelo castaño cambió de lugar y atrapó la luz de los candelabros de hierro forjado. Se había apresurado desde los muelles al Mercado de las Sombras junto al río –donde cualquier persona podía encontrar algo que quisieran, un lugar de contrabando o un lugar común– y compró un pote de tinte. Le había pagado al comerciante una pieza extra de plata para que le dejara utilizar la tienda para teñirse el cabello, aún lo suficientemente corto como para que cepillara apenas por debajo de su clavícula. Si los guardias habían estado vigilando los muelles y, de alguna manera, la habían visto, estarían buscando a una joven de cabellos de oro. Todos estarían buscando a una mujer de cabellos de oro, una vez que la noticia llegara en un par de semana de que la Campeona del rey había fracasado en su tarea de asesinar a la familia real de Wendlyn y robo de sus planes de defensa naval. Había enviado una advertencia al Rey y Reina de Eyllwe hace meses y sabía que tomarían las precauciones necesarias. Pero esto todavía dejaba a una persona en peligro antes de que pudiera cumplir con los primeros pasos de su plan –la misma persona que podía ser capaz de explicar los nuevos guardias en por los muelles. Y por qué la ciudad estaba notablemente más silenciosa, más tensa. Susurros. Si tuviera que escuchar algo sobre el Capitán de la Guardia y si estaba seguro, era aquí. Era solo un asunto de escuchar la conversación correcta o sentarse con los compañeros de cartas adecuado. Que feliz coincidencia, que hubiera visto a Tern –uno de los asesinos favoritos de Arobynn– comprar la última dosis de su veneno preferido en el Mercado de las Sombras. Lo había seguido aquí a tiempo para divisar a varios más de los asesinos de Arobynn convergiendo en el pasillo de placer. Nunca hacían eso –no a menos que su maestro estuviera presente. Por lo general solo cuando Arobynn tenía una reunión con alguien muy, muy importante. O peligroso. Después de que Tern y los demás se habían deslizado dentro de las Bóvedas, había esperado en la calle por unos minutos, persistente en la sombra a ver si Arobynn llegaba, pero no tenía tal suerte. Él debía haber estado dentro ya. Por lo tanto había entrado detrás de un grupo de borrachos, hijos de comerciantes, sucios, donde Arobynn sostenía su corte, e hizo todo lo posible para pasar inadvertida y sin complicaciones mientras se escondía en el bar y observaba.
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Con su capucha y ropa oscura, se mezcló bastante bien para no llamar mucho la atención. Supuso que si alguien era tan tonto como para tratar de robarle, podía devolverle el juego robándole otra vez. Se estaba quedando sin dinero. Suspiró por la nariz. Si solo su gente pudiera verla: Aelin la del Fuego Salvaje, asesina y ladrona. Sus padres y sus tíos probablemente se retorcerían en sus tumbas. Todavía. Algunas cosas habían merecido la pena. Aelin torció un dedo enguantada al calvo camarero, haciendo señas para otra cerveza. —Me gustaría recordar lo mucho que bebías, niña —se burló una voz detrás de ella. Miró de reojo al hombre mediano que se había deslizado a su lado en el bar. Lo habría reconocido por su antiguo machete si no lo hubiera reconocido por la cara encantadoramente común. La piel rubicunda, los ojos parecidos a una perla y las cejas gruesas –toda una máscara suave para esconder al asesino hambriento debajo. Aelin preparó sus antebrazos en la barra, atravesando un tobillo sobre el otro. —Hola, Tern —el segundo al mando de Arobynn, o lo había sido hace dos años. Un vicioso, calculador cretino que siempre había estado dispuesto a hacer el trabajo sucio de Arobynn—. Pensé que era solo cuestión de tiempo antes de que uno de los perros de Arobynn me oliera. Tern se apoyó en la barra del bar, su sonrisa muy brillante destellando. —Si la memoria no me falla, tú siempre fuiste su perra favorita. Ella se rió entre dientes, ante él. Eran casi iguales en altura y con su complexión delgada, Tern había sido desconcertantemente bueno en conseguir incluso los lugares mejor guardados. El tabernero, viendo a Tern, se mantuvo bien lejos. Tern inclinó su cabeza encapuchada sobre un hombro, haciendo un gesto a la espalda sombreada del espacio cavernoso. —Última banqueta contra la pared. Está terminando con un cliente. Ella dio su mirada contra la dirección indicada por Tern. A ambos lados de las Bóvedas estaban los nichos llenos de putas, apenas cerradas con cortinas lejos de la multitud. Saltó sobre los cuerpos que se retorcían, sobre las mujeres con la cara descarnada, con los ojos huecos a la espera de ganar su subsistencia en ese agujero de mierda, sobre la gente que controlaba las actas de las mesas más cercanas –guardias y mirones y traficantes de carne. Pero, metido en la pared adyacente a los nichos, habían varios puestos de madera. Exactamente lo que había estado vigilando discretamente desde su llegada. Y en el más apartado de las luces… un destello de botas de cuero pulidas se estiraba bajo la mesa. Un segundo par de botas, gastadas y fangosas, estaban en el piso frente a las primeras, como si el clientes estuviera listo para escaparse. O bien, era realmente estúpido, para luchar. Fue lo suficientemente estúpido como para dejar a su guardia personal visible, un faro de aler-
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ta a quién se interesaba en notar que algo importante estaba sucediendo en el último puesto. El protector del cliente –una joven esbelta, encapuchada y armada hasta los dientes, estaba apoyada contra un pilar de madera cercano, su sedoso cabello oscuro brillando a la luz de la luz mientras vigilaba atentamente al pasillo del placer. Demasiado rígida para ser una patrulla casual. Sin uniforme, colores de su casa ni símbolos. No le sorprendía, dada la necesidad del cliente. El cliente, probablemente pensaba que estaba más seguro de reunirse aquí, cuando este tipo de reuniones generalmente se hacían en la Guarida del Asesino o en una de las sombrías posadas que Arobynn poseía. No tenía idea de que Arobynn era parcialmente propietario de las Bóvedas, y haría falta solo una cabezada del ex-maestro de Aelin para que las puertas metálicas se cerraran –y el cliente y su guardia nunca caminarían hacia fuera otra vez. Lo que todavía le dejaba la pregunta de por qué Arobynn había consentido en reunirse aquí. Y aún quedaba Aelin mirando a través del pasillo hacia el hombre que había destrozado su vida de muchas maneras. Su estómago se tensó, pero le sonrió a Tern. —Sabía que el látigo no se extendería por ahora. Aelin se empujó fuera de la barra, deslizándose a través de la multitud antes de que el asesino pudiera decir cualquier otra cosa. Podía sentir la mirada de Tern fija entre sus hombros y sabía que ansiaba hundir su cuchillo allí. Sin molestarse en echar un vistazo atrás, le dio un gesto obsceno por sobre el hombro. Su grito lleno de maldiciones era mejor que la indecente música que se estaba escuchando en toda la habitación. Notó cada una de las caras que pasaban, cada mesa de juerguistas y criminales y trabajadores, ya que cada paso le llevaba más cerca del hombre en la parte trasera. El guardia personal del cliente la miró ahora, una mano enguantada deslizándose en la ordinaria espada al lado de ella. No te preocupes, pero buen intento. Aelin estaba medio tentada a sonreírle a la mujer. Podría haberlo hecho, en realidad, si no hubiera estado concentrada en el Rey de los Asesinos. Pero ella estaba lista –o tan lista como nunca lo estaría. Había dedicado mucho tiempo planificando. Aelin se había dado un día en el mar para descansar y extrañar a Rowan. Con el juramento de sangre que la ataba eternamente al príncipe Hada –y él a ella– su ausencia parecía un miembro fantasma. Todavía se sentía así, aun cuando tenía mucho por hacer, a pesar de que extrañar a su carranam era inútil y él no habría dudado en patearle el trasero por ello.
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El segundo día en que habían sido separados, ella le ofreció al capitán una moneda de plata por una pluma y una pila de papel. Y después de encerrarse en su camarote estrecho, había comenzado a escribir. Había dos hombres en esta ciudad que eran responsables de destruir su vida y la gente que había amado. No dejaría Rifthold hasta que los hubiera enterrado a ambos. Por lo que había escrito página tras página de notas e ideas, hasta que tenía una lista de nombres, de lugares y destinos. Había memorizado cada paso y cálculo, y entonces había quemado las páginas con el poder que ardía por sus venas, asegurándose de que cada desecho no era más que ceniza flotando por la ventana de la portilla y a través del océano vasto, oscurecido por la noche. Aunque se hubiera preparado, todavía había seguido en shock unas semanas más tarde cuando el barco pasó por alguna línea invisible justo al lado de la costa y su magia desapareció. Todo el fuego que había pasado tantos meses dominando cuidadosamente, se fue como si nunca hubiera existido, ni siquiera un ascua oscilando en sus venas. Una nueva clase de vacío, diferente al hueco que la ausencia de Rowan dejó en ella. Varada en su piel humana, se había acurrucado en su cama y recordó cómo respirar, cómo pensar y calentarse en su maldito cuerpo sin la gracia inmortal de la que se había hecho tan dependiente. Era una tonta inútil por permitir su necesidad hacia la extra fuerza, velocidad y agilidad de su forma Hada para derribar a sus enemigos. Rowan definitivamente le habría pateado el trasero por eso –una vez que él se hubiera recuperado lo suficiente. Sería suficiente con dejarla feliz si ella le pedía que se quedara. El hombre responsable de su brutal formación inicial –el hombre que la había salvado y torturado, pero nunca se declaró padre o hermano o amante– ahora estaba a pasos de distancia, todavía hablando con su cliente importante. Aelin empujó contra la tensión que amenazaba con bloquear sus miembros y mantuvo sus movimientos felinos y suaves cuando cerró los últimos veinte metros entre ellos. Hasta que el cliente de Arobynn se puso de pie, ajustando algo con el Rey de los Asesinos y se giró a su guardia. Incluso con la capucha, conocía el modo en que se movía. Conocía la forma de su barbilla que asomaba de las sombras de la capucha, el modo en que su mano izquierda tendía a rozar contra su espada. Pero la espada que colgaba en su vaina no tenía en el pomo la forma de águila. Y no tenía un uniforme negro –solo ropa marrón, sosa, manchada con suciedad y sangre. Ella agarró una silla vacía y tiró de ella hasta una mesa de jugadores de cartas antes de que el cliente hubiera dado dos pasos. Se deslizó en el asiento y se concentró en su respiración, escuchando, justo cuando tres personas la miraron frunciendo el ceño. No le importaba. Por la esquina del ojo, vio a la guardia sacudir su barbilla hacia ella.
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—Apostemos —murmuró Aelin al hombre junto a ella—. Ahora mismo. —Estamos en medio de un juego. —Próxima ronda, entonces —dijo, relajando su postura y dejando caer sus hombros y Chaol Westfall echó una mirada en su dirección.
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Capítulo 3 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody Chaol era cliente de Arobynn. O quería algo de su antiguo maestro tan desesperadamente como para juntarse en una reunión aquí. ¿Qué demonios había pasado mientras estaba ausente? Miró las cartas siendo barajadas en la mesa húmeda por la cerveza, justo cuando la atención del capitán se fijó en su espalda. Deseaba poder verle el rostro, ver algo en la oscuridad por debajo de esa capucha. A pesar de las salpicaduras de sangre en su ropa, se relajó cuando vio que no llevaba lesiones. Algo que había estado enrollado firmemente en su pecho durante meses lentamente se aflojó. Vivo, ¿pero de dónde venía la sangre? Debió haberla considerado como no amenazante, porque simplemente se movió a su compañero, y ambos caminaron hacia la barra –no, hacia la escalera más allá. Se trasladaban a un ritmo constante, ocasional, aunque la mujer a su lado estaba demasiado tensa como para pasar por indiferente. Afortunadamente para todos, nadie apareció en su camino cuando se marcharon, y el capitán no miró en su dirección otra vez. Ella se había movido lo suficientemente rápido como para que con toda probabilidad no detectara que era ella. Bien. Bueno, incluso si lo hubiera reconocido en movimiento o inmóvil, envuelto o desnudo. Allí se dirigió, por las escaleras, sin siquiera bajar su mirada, aunque su compañera seguía mirando hacia abajo ¿Quién diablos era ella? No había guardias de sexo femenino en el palacio cuando se había ido, y estaba bastante segura de que el rey tenía una absurda regla de no-mujeres. Ver a Chaol no cambiaría nada, no ahora.
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Apretó su mano enguantada en un puño, consciente del dedo desnudo en su mano derecha. No se había sentido desnuda hasta ahora. Una carta aterrizó delante de ella. —Tres platas para unirse —dijo el calvo y tatuado hombre, inclinando la cabeza hacia la pila ordenada de monedas en el centro. Reunirse con Arobynn –nunca había pensado que Chaol era estúpido, pero esto… Aelin se levantó de su silla, la ira comenzando a hervir en sus venas. —Estoy sin dinero —dijo—. Disfruten el juego. La puerta en la cima de la escalera de piedra ya estaba cerrada, Chaol y su compañera habían desaparecido. Se dio un segundo para limpiar cualquier expresión aparte de la suave diversión en su cara. Las probabilidades eran; Arobynn había planeado todo para que coincidiera con su llegada. Probablemente había enviado a Tern al Mercado de las Sombras para captar su atención, para atraerla aquí. Tal vez él sabía lo que el capitán era, cuya conexión tenía el joven Lord con ella; tal vez le trajo para meter un gusanito en su mente, para agitarla un poco. Obtener respuestas de Arobynn llegaría con un precio, pero era más inteligente que perseguir a Chaol por la noche, aunque por el impulso tuvo que bloquear sus músculos. Meses, meses y meses desde que lo había visto, desde que había dejado Adarlan, rota y hueca. Pero no más. Aelin merodeó los últimos pasos hacia la banqueta y se detuvo delante de él, cruzando los brazos mientras contemplaba a Arobynn Hamel, Rey de los Asesinos y su antiguo maestro, sonriéndole.
Descansando en las sombras de la banqueta de madera, una copa de vino delante de él, Arobynn lucía exactamente como la última vez que le vio: huesos finos, cara de aristócrata, sedoso cabello castaño que rozaba sus hombros y una túnica azul intenso hecha exquisitamente, desabrochada con supuesto descuido en la parte superior que revelaba un pecho tonificado por debajo. Ninguna señal en absoluto de una cadena o collar. Su brazo largo, musculoso estaba en la parte posterior del banco, y sus dedos cicatrizados, bronceados tamborileaban a tiempo con la música del pasillo. —Hola querida —ronroneó él, sus plateados ojos brillantes, incluso en la penumbra. Ningún arma excepto el bello estoque a su lado, ornamentado, torciendo a los guardias como un viento arremolinado atado en oro. El único signo evidente de riqueza que rivalizaba contra las riquezas de reyes y emperatrices. Aelin de deslizó en el banco frente a él, también consciente de la madera, todavía caliente de Choal. Sus propias dagas se apretaban contra ella con cada movimiento. Goldryn era un peso
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pesado a su lado, el enorme rubí en su empuñadura oculto por la capa oscura –la legendaria espada era inútil en los lugares estrechos. Sin duda el por qué había elegido esa cabina para esta reunión. —Luces más o menos igual —dijo, inclinándose contra el duro banco y tirando atrás su capucha—. Rifthold te sigue tratando bien. Era cierto. En sus treinta años, Arobynn seguía siendo hermoso, y tan tranquilo y recogido como lo había sido en la Guarida de los Asesinos durante los días borrosos y oscuros después de que Sam había muerto. Habían muchas, muchas deudas que pagar por lo que sucedió en aquel entonces. Arobynn miró hacia arriba y hacia abajo, de forma lenta, pausada. —Creo que prefiero tu color natural de cabello. —Precauciones —dijo, cruzando sus piernas y mirándolo lentamente. Ningún indicio de que llevaba el Amuleto de Orynth, el legado real que le robó a ella cuando estaba media muerta a orillas del Florine. Le había permitido creer que el amuleto secretamente era la tercera y última llave del Wyrd se perdió en el río. Desde hace miles de años, sus antepasados habían llevado sin darse cuenta el amuleto, y habían hecho del reino –su reino– una potencia: próspera y segura, ideal para todas las cortes en todas las tierras. Nunca había visto a Arobynn usar cualquier tipo de cadena alrededor de su cuello. Probablemente, la tenía bien lejos en algún sitio en la Guarida—. No me gustaría terminar otra vez en Endovier. Aquellos ojos plateados brillaban. Era un esfuerzo impedir alcanzar una daga y lanzarla con fuerza. Pero mucho dependía de él para matarlo aquí y ahora. Había tenido un largo, largo tiempo para pensar –lo que quería hacer, cómo quería hacerlo. Terminar aquí y ahora sería inútil. Especialmente cuando él y Chaol estaban de alguna manera relacionados. Tal vez por eso le trajo aquí –por lo que ella espiaría a Chaol… y dudaría. —En efecto —dijo Arobynn— lamentaría volver a verte en Endovier, demasiado. Pero tengo que decir que estos dos últimos años te han hecho más sorprendente. La feminidad se adaptó a ti —ladeó la cabeza, y sabía lo que iba a venir antes de que hablara—. ¿O debería decir la cubierta de reina? Había pasado una década desde que habían hablado francamente de su patrimonio, o del título que le había ayudado a mantener lejos, que le había enseñado a odiar y temer. A veces lo mencionaba en términos velados, por lo general, como una amenaza de tenerla unida a él. Pero nunca la había llamado por su verdadero nombre, ni siquiera cuando la encontró a orillas de ese helado río y la había llevado a su guarida de asesinos. — ¿Qué te hace pensar que tengo algún interés en eso? —dijo casualmente. Arobynn encogió los anchos hombros.
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—Uno no puede poner mucha fe en los chismes, pero el rumor llegó hace aproximadamente un mes de Wendlyn. Afirmaba que cierta reina perdida hizo un show espectacular a la legión que invadía de Adarlan. En realidad, creo que el término que nuestros estimados amigos del imperio utilizaron es “perra-reina-escupe-fuego”. Honestamente, resultaba casi divertido, favorecedor, incluso. Que se hubiera corrido la voz acerca de lo que le había hecho al General Narrok y a los otros tres príncipes Valg que estaban como sapos dentro de los cuerpos humanos. Ella no se había dado cuenta de lo rápido que el mundo se enteraría. —La gente cree todo lo que escuchan en estos días. —Es cierto —dijo Arobynn. En el otro extremo de las Bóvedas, una frenética muchedumbre rugió a los combatientes que peleaban en los hoyos. El Rey de los Asesinos miró hacia ella, sonriendo débilmente. Habían pasado casi dos años desde que estuvo en la multitud, viendo a Sam luchar con los combatientes inferiores, apresurándose en reunir el dinero suficiente para salir de Rifthold, lejos de Arobynn. Unos días más tarde ella iba en un carro carcelario con destino a Endovier, pero Sam… Nunca había descubierto dónde habían enterrado a Sam después de que Rourke Farran, segundo al mando después de Jayne, el Señor del Crimer de Rifthold, lo hubiera torturado y matado. Había matado a Jayne por sí misma, con una daga lanzada a su rostro carnoso. Y Farran… Más tarde se enteró de que Farran había sido asesinado por el guardaespaldas de Arobynn, Wesley, como represalia por lo que le había hecho a Sam. Pero esa no era su preocupación, aunque Arobynn había matado a Wesley para reparar el vínculo entre el Gremio de los Asesinos y el nuevo Señor del Crimen. Otra deuda. Ella podía esperar; podría ser paciente. Simplemente dijo: —Así que, ¿ahora estás haciendo negocios aquí? ¿Qué pasó con la Guarida? —Algunos clientes —ronroneó Arobynn— prefieren las reuniones públicas. La Guarida puede poner a la gente nerviosa. —El cliente debe ser nuevo en el juego, si no insistió en un cuarto privado. —No confía mucho en mí. Él pensaba que el piso principal sería más seguro. —Él no debe conocer las Bóvedas, entonces —No, Chaol nunca había estado aquí, por lo que sabía. Generalmente ella había evitado decirle sobre el tiempo que había pasado aquí. Como había evitado decirle una buena cantidad de cosas. — ¿Por qué no me preguntas sobre él? Ella mantuvo su cara neutral, desinteresada. —No me importan particularmente tus clientes. Dime o no.
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Arobynn se encogió de hombros otra vez, un gesto hermoso y casual. Un juego, entonces. Un poco de información para mantenerla en cuenta, para retenerla hasta que fuera de utilidad. No importaba si la información era útil o no; era la retención, el poder de ello, lo que amaba. Arobynn suspiró. —Hay tanto que quiero pedirte, que quiero saber. —Estoy sorprendida que confieses que no lo sabes todo. Él reclinó su cabeza contra la parte posterior de la cabina, su cabello rojo brillante como sangre fresca. Como inversionista y propietario parcial de las Bóvedas, se suponía que no tenía que molestarse en ocultar su rostro aquí. Nadie, incluso el Rey de Adarlan, sería lo bastante estúpido para ir tras él. —Las cosas han sido miserables desde que te fuiste —dijo Arobynn tranquilamente. Fuiste. Como si a ella hubiera ido con mucho gusto a Endovier; como si no hubiera sido responsable de ello; como si acabara de estar ausente por vacaciones. Pero le conocía demasiado bien. Todavía lo sentía por sacarla, a pesar de haberla atraído aquí. Perfecto. Él miró a la cicatriz gruesa a través de su palma, prueba del voto que le hizo a Nehemia sobre liberar Eyllwe. Arobynn chasqueó su lengua. —Me duele el corazón ver tantas cicatrices nuevas en ti. —Me gustan —era la verdad. Arobynn cambió la posición en su asiento –un movimiento deliberado, como todos sus movimientos lo eran– y la luz cayó en una fea cicatriz que se extendía desde la oreja a su clavícula. —Me gusta esa cicatriz, también —dijo con una media sonrisa. Eso explicaba por qué dejó la túnica desabrochada, entonces. Arobynn agitó una mano con gracia fluida. —Cortesía de Wesley. Un recordatorio ocasional de lo que era capaz de hacer, lo que él podía soportar. Wesley había sido uno de los mejores guerreros que ella jamás había encontrado. Si él no había sobrevivido a la lucha con Arobynn, pocos lo harían. —Primero Sam —dijo ella—, luego Wesley, te has convertido en un tirano. ¿Hay alguien además del querido Tern, o has eliminado a cada persona que te desagradaba? —miró a Tern, que merodeaba en el bar y luego a los otros dos asesinos sentados en meses separadas a la mitad en toda la habitación, tratando de fingir que no seguían cada movimiento que ella hacía—. Por lo menos Harding y Mullin están vivos, también. Pero siempre han sido tan buenos en besarte el culo que me cuesta imaginar que alguna vez los mates. Una risa baja.
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—Y aquí estaba yo, pensando que mis hombres estaban haciendo un buen trabajo a la hora de mantenerse ocultos en la multitud —bebió de su vino—. Tal vez deberías volver a casa y enseñarles algunas cosas. Casa. Otra prueba, otro juego. —Sabes que siempre estaré encantada de enseñarle una lección a tus aduladores pero tengo otro alojamiento preparado mientras estoy aquí. — ¿Y cuánto tiempo vas a estar de visita, exactamente? —Tanto como sea necesario —para destruirlo y obtener lo que necesitaba. —Bueno, me alegro de oírlo —dijo él, bebiendo otra vez. Sin duda era una botella traída solo para él, ya que no había manera en el reino quemado por el dios oscuro de que Arobynn bebiera la sangre de rata aguada que servían en el bar—. Vas a tener que estar aquí por un par de semanas, por lo menos, teniendo en cuenta lo que pasó. Hielo cubrió sus venas. Le dio a Arobynn una sonrisa perezosa, aun cuando comenzó a orar a Mala, a Deanna, las diosas hermanas que la habían vigilado durante tantos años. —Sabes lo que pasó, ¿verdad? —dijo, agitando el vino en su copa. Hijo de puta, cabrón por hacerla confirmar que no lo sabía. — ¿Eso explica por qué la guardia real tiene espectaculares nuevos uniformes? — No Chaol o Dorian, no Chaol o Dorian, no Chaol o… —Oh no. Esos hombres son simplemente una encantadora nueva adición a nuestra ciudad. Mis acólitos se divierten atormentándolos —chasqueó la lengua—. Aunque hubiera apostado una buena cantidad de dinero a que la nueva guardia del rey estuvo presente el día que pasó. Le impidió a sus manos temblar, a pesar del pánico que devoraba cada último fragmento de sentido común. —Nadie sabe qué, exactamente, pasó ese día en el castillo de cristal —comenzó a decir Arobynn. Después de todo lo que había sufrido, después de lo que había vencido en Wendlyn, para volver a esto… Lamentó que Rowan no estuviera a su lado, lamentó que no pudiera oler su olor de pino y el aroma de nieve y saber que a pesar de las noticias que Arobynn le entregaba, no importaba cuánto se rompiera, el guerrero Hada estaría allí para ayudarla a poner las piezas en su sitio. Pero Rowan estaba a través de un océano y rezó que nunca se pusiera dentro de cien millas de Arobynn. — ¿Por qué no llegas al punto? —dijo ella—. Quiero tener unas horas de sueño esta noche —no era una mentira. Con cada aliento, el agotamiento se envolvía alrededor de sus huesos.
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—Habría pensado —dijo Arobynn— que dada los cercanos que eran ustedes dos y con tus habilidades, que de alguna manera serías capaz de sentirlo. O al menos oído hablar de él, teniendo en cuenta de lo que se le acusa. El pinchazo disfrutaba con cada segundo de ello. Si Dorian estaba muerto o herido… —Tu primo Aedion ha sido encarcelado por traición, por conspirar con los rebeldes aquí en Rifthold para deponer al rey y ponerte en el trono. El mundo se detuvo. Se detuvo y comenzó, luego se detuvo otra vez. —Pero —Arobynn continuó diciendo— parece que no tenías ni idea sobre ese pequeño complot tuyo, lo que me hace preguntarme si el rey buscaba simplemente una excusa para atraer a cierta perra-reina-aliento-de-fuego a estas costas. Aedion va a ser ejecutado en tres días en la fiesta de cumpleaños del príncipe como principal entretenimiento. Prácticamente grita que es una trampa, ¿no? Sería un poco más sutil si lo hubiera planeado, pero no puedes culpar al rey por enviar un mensaje fuerte. Aedion. Dominó el enjambre de pensamientos que nublaban su mente, las impulsó a un lado y se centró en el asesino delante de ella. No le diría sobre Aedion sin una maldita buena razón. — ¿Por qué me adviertes? —dijo ella. Aedion fue capturado por el rey; Aedion estaba destinado a la horca, como una trampa para ella. Cada plan estaba jodidamente arruinado. No, ella todavía podía ver esos planes para el final, todavía podía hacer lo que tenía. Pero Aedion… Aedion iba a ir primero. Incluso si más tarde le odiaba, aun si le escupiera en la cara y la llamara traidora, puta y mentirosa asesina. Incluso si le molestaba lo que ella había hecho y se había convertido, le salvaría. —Considéralo un favor —dijo Arobynn, elevándose en el banquillo—. Una muestra de buena fe. Ppostaría que había ligado un calor persistente a cierto capitán en el banco de madera debajo de ella. Se quedó así, mientras estaba deslizándose fuera de la cabina. Sabía que había más espías que lacayos de Arobynn monitoreando hasta que la vieron llegar, esperando en el bar, y luego sentada en la banqueta. Se preguntó si su viejo maestro lo sabía, también. Arobynn solamente sonrió, más alto por una cabeza. Y cuando él se acercó, ella le permitió cepillar sus nudillos por la mejilla. Los callos en los dedos le dijeron lo suficiente acerca de la frecuencia con la que se entrenaba. —No espero que confíes en mí; no espero que me ames. Solo una vez, durante esos días de infierno y angustia, fue que Arobynn le había dicho que la amaba con toda su capacidad. Había estado a punto de irse con Sam, y él había ido a su departamento, rogando que se quedara, alegando que él estaba enojado con ella por irse y
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que todo lo que había hecho, todo lo retorcido, había sido por el rencor al irse de la Guarida. Nunca había sabido de qué modo había querido decir esas palabras –te amo– pero ella se inclinó a considerarla como otra mentira en los días que siguieron, después de que Rourke Farran la había drogado y puesto sus sucias manos sobre ella. Después de que la había dejado podrirse lejos en esa mazmorra. Los ojos de Arobynn se suavizaron. —Te extrañé. Ella se alejó de su alcance. —Que divertido. Estuve en Rifthold este otoño e invierno, y nunca trataste de verme. — ¿Cómo me podría atrever? Pensé que me matarías en el acto. Pero luego me dijeron que esta tarde habías vuelto por fin y esperaba poder hacerte cambiar de opinión. Que me perdonaras por mis métodos de tenerte… fueran rotundos. Otro movimiento y jugada, el confesarse culpable del cómo pero no del verdadero por qué. Dijo: —Tengo mejores cosas que hacer que preocuparme acerca de si vives o mueres. —En efecto. Pero te preocuparías mucho si tu querido Aedion muriera— su corazón tronó un latido a través de ella, y se sujetó a sí misma. Arobynn continuó—. Mis recursos son tuyos. Aedion está en la mazmorra real, custodiado día y noche. Cualquier ayuda que necesites, cualquier apoyo, ya sabes dónde encontrarme. —¿A qué costo? Arobynn la miró una vez más, y algo debajo de su abdomen se enroscó por la fija mirada que era todo menos de un hermano o un padre. —Un favor, un solo favor —las campanas de advertencia sonaron en su cabeza. Sería mejor hacer un pacto con uno de los príncipes Valg—. Las criaturas que acechan en mi ciudad — dijo—. Las criaturas que usan los cuerpos de los hombres como ropa. Quiero saber qué son. Demasiados hilos estaban listos ahora para ser enredados. Ella dijo: — ¿Qué quieres decir? —La guardia del rey tiene algunos de ellos entre sus comandantes. Están deteniendo personas sospechosas de simpatizar con la magia o aquellos que alguna vez la tuvieron. Ejecuciones todos los días, al amanecer y al atardecer. Estas cosas parecen prosperar con ellas. Me sorprende que no te dieras cuenta de ellos cuando acechaban los muelles. —Son todos esos monstruos iguales para mí —pero Chaol no la había mirado o se había parecido a ellos. Una pequeña misericordia.
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Él espero. Ella también. Ella hablo primero —¿Es este mi favor, entonces? ¿Contarte lo que sé? —Parte de ello. Ella resopló. — ¿Dos favores por el precio de uno? Típico. —Dos lados de la misma moneda. Lo miró rotundamente y entonces dijo: —A través de años de robar conocimiento y robar algún poder extraño arcaico, el rey ha sido capaz de sofocar la magia, mientras también de convocar demonios antiguos para infiltrarse en los cuerpos humanos para su creciente ejército. Utiliza anillos o collares de piedra negra para permitir a los demonios invadir sus ejércitos, y él ha estado entregándoselos a jugadores con magia antigua, como regalos ya que es más fácil para los demonios entrar así —verdad, verdad, verdad, pero no toda la verdad. Nada sobre las marcas del Wyrd ni las llaves del Wyrd. No a Arobynn—. Cuando estaba en el castillo, me encontré con algunos hombres que habían sido corrompidos, hombres que se alimentaban de ese poder y se hacían más fuertes. Y cuando estaba en Wendlyn, me enfrenté a uno de sus generales, que había sido tomado por un príncipe demonio de poder inimaginable. —Narrok —reflexionó Arobynn. Si él estaba horrorizado, si estaba sorprendido, su rostro no reveló nada de ello. Ella asintió con la cabeza. —Devoran la vida. Un príncipe como él puede aspirar tu alma, directamente de ti —ella tragó y temor real cubrió su lengua—. ¿Los hombres que has visto, estos comandantes tienen collares o anillos? —las manos de Chaol habían estado desnudas. —Solo anillos —dijo Arobynn—. ¿Hay allí una diferencia? —Creo que solo los collares pueden sostener a un príncipe; los anillos son para demonios menores. —¿Cómo los matas? —Fuego —dijo—. Maté a los príncipes con fuego. —Ah. No la clase habitual, supongo —ella asintió con la cabeza—. ¿Y si tienen un anillo? —He visto a uno de ellos morir con una espada por el corazón —Chaol había matado a Caín fácilmente.
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—Un pequeño alivio, pero… —La decapitación podría funcionar para los que tienen collares. —¿Y las personas que poseen aquellos cuerpos se van? La cara suplicante, aliviada de Narrok destelló ante ella. —Es lo que parece. —Quiero que captures a uno y lo lleves a la Guarida. Ella comenzó: —Absolutamente no. Y ¿por qué? —Tal vez será capaz de decirme algo útil. —Ve y captúralo tú—interrumpió ella—. Encuéntrame otro favor para cumplir. —Tú eres la única que se ha enfrentado a esas cosas y has vivido —no había misericordia en su mirada—. Captura una para mí a la brevedad, y te ayudaré con tu primo. Estar enfrente de un Valg, hasta un Valg menor… —Aedion va primero —dijo—. Rescatamos a Aedion y entonces pondré mi cuello en riesgo para conseguir uno de los demonios para ti, Los dioses la ayudaran si Arobynn nunca se daba cuenta de que podía controlar al demonio con el amuleto escondido. —Por supuesto —dijo. Sabía que era una tontería, pero ella no pudo evitar la siguiente pregunta. —¿Para qué? —Esta es mi ciudad —ronroneó él—. Y no me siento particularmente encariñado por la dirección que está tomando. Es malo para mis inversiones y estoy harto de escuchar a los cuervos celebrar día y noche. Bien, al menos se pusieron de acuerdo en algo. —Un hombre de negocios, ¿no es verdad? Arobynn mantenía esa mirada de amante. —No hay nada sin un precio —él puso un beso contra su pómulo, sus labios suaves y cálidos. Luchó contra el temblor que sacudió a través de ella, y se apoyó contra él, cuando acercó su boca contra su oído y susurró: — Dime lo que debo hacer para expiarme; dime que me arrastre sobre las brasas, que duer-
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ma en una cama de clavos, que divida mi carne. Una palabra, y lo haré. Pero déjame cuidarte como una vez lo hice antes, antes… antes de que la locura envenenara mi corazón. Castígame, tortúrame, arruíname, pero permíteme ayudarte. Haz esta cosa por mí y pondré el mundo a tus pies. Su garganta se secó y ella se echó hacia atrás lo suficiente como para mirar esa cara hermosa, aristócrata, los ojos brillando con una pela y una intención predatoria que casi podía saborear. Si Arobynn sabía acerca de su historia, con Chaol, y había convocado al capitán aquí… ¿Había sido para obtener información, para probarla a ella, o alguna manera grotesca para asegurar su dominación? —No hay nada… —No, todavía no —dijo apartándose—. No lo digas todavía. Sueña con ello. Sin embargo, antes de hacerlo, tal vez anda a ver a una visita en la parte sureste de los túneles esta noche. Tal vez encuentres a la persona que estás buscando —ella mantuvo su cara todavía aburrida incluso cuando escondía información. Arobynn se movió hacia la sala repleta, donde sus tres asesinos estaban alerta y listo y, a continuación, se volvió a ella—. Si puedes cambiar enormemente en dos años, ¿por qué no me permites un cambio así también? Con eso, se paseó lejos entre las mesas. Tern, Harding y Mullin cayeron en su paso detrás de él –y Tern miró en su dirección una sola vez, para darle el mismo gesto obsceno que ella le dio antes. Pero Aelin solo miraba al rey de los asesinos, en sus pasos elegantes, potentes, en el cuerpo de un guerrero disfrazado con ropa de nobleza. Mentiroso. Entrenado, astuto mentiroso. Había todavía muchos ojos en la Bóveda para que ella se fregara la mejilla, donde todavía susurraba la huella fantasma de los labios de Arobynn, o en su oído, donde quedaba su aliento caliente. Bastardo. Ella miró a los hoyos de lucha a través de la sala, las prostitutas agarrando una vida, a los hombres que dirigían ese lugar, que se habían beneficiado durante demasiado tiempo de tanta sangre, dolor y sufrimiento. Podía casi ver a Sam allí –luchando, joven y fuerte y glorioso. Había muchas, muchas deudas que pagar antes de que se marchara de Rifthold y tomara de nuevo su trono. A partir de ahora. Suerte que estaba con una especie de asesino estado de ánimo. Era solo cuestión de tiempo antes de que Arobynn mostrara su mano o los hombres del rey de Adarlan encontraran el camino que ella había colocado cuidadosamente en los muelles. Si alguien venía hacia ella, en pocos momentos, en realidad, si los gritos seguidos del silencio total detrás de la puerta de metal encima de las escaleras fueran cualquier indicación. Por lo menos gran parte de su plan seguía en curso. Se ocuparía más tarde de Chaol. Con una mano enguantada, arrancó de una de las monedillas de cobre que Arobynn había dejado sobre la mesa. Le sacó la lengua al perfil brutal del rey estampado en un lado y luego al
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wyvern rugiente adornado en el otro. La puerta de hierro en la parte superior de las escaleras gimió al abrirse, el aire fresco de la noche lloviendo. Cabeza, Arobynn la había traicionado de nuevo. Cola, los hombres del rey. Con una media sonrisa, volteó la moneda en su pulgar. La moneda estaba girando cuando cuatro hombres en uniformes negros aparecieron en la cima de las escaleras de piedra, un surtido de armas perversas atadas en sus cuerpos. Para el momento en el que el cobre quedó sobre la mesa, el wyvern brillando a la débil luz centelleando, Aelin Galathynius estaba lista para la matanza.
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Capítulo 4 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody Aedion Ashryver sabía que iba a morir –y pronto. No se molestó en tratar de negociar con los dioses. Nunca habían contestado sus súplicas, de todos modos. En los años que había sido un guerrero y un general, siempre había sabido que moriría de una manera u otra –preferiblemente en el campo de batalla, de una manera que fuera digna de una canción o un cuento alrededor del fuego. Esto no sería ese tipo de muerte. Sería ejecutado en cualquier magnífico acontecimiento al que el rey había planeado sacarle mayor partido por su fallecimiento, o moriría aquí en esta celda podrida, húmeda, de la infección que iría poco a poco y seguramente destruiría su cuerpo. Había comenzado como una pequeña herida en su costado, cortesía de la lucha que había puesto hace tres semanas cuando ese monstruo asesinó a Sorscha. Había escondido la herida a lo largo de sus costillas cuando los guardias lo miraban desde arriba, con la esperanza de que se hubiera desangrado o que se agravara y lo mataran antes de que el rey pudiera usarlo contra Aelin. Aelin. Su ejecución iba a ser una trampa para ella, para atraerla a un intento de salvarle. Simplemente no esperaba que esto malditamente doliera tanto. Ocultó la fiebre de los burlones guardias que lo alimentaban y lo regaban dos veces al día, fingiendo caer lentamente en un hosco silencio, fingiendo que el merodeo, las maldiciones, eran de un animal roto. Los cobardes no se acercaban lo suficiente para que él los alcanzara, y no se habían dado cuenta de que renunció a tratar de romper las cadenas que le permitían ponerse de pie y caminar unos pasos, pero no mucho más. No se habían dado cuenta de que ya no estaba mucho de pie, excepto para ver las necesidades de su cuerpo. La degradación de esto no era nada nuevo. Por lo menos no fue obligado a llevar uno de esos collares, aunque había visto uno al lado del
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trono del rey aquella noche en que todo se fue a la mierda. Apostaría mucho dinero a que era para el hijo del rey –el collar de piedra del Wyrd y oró esperaba que el príncipe hubiera muerto antes de que le hubiera permitido a su padre ponerle una correa como un perro. Aedion cambió de puesto en su plataforma de heno mohoso y se tragó el rugido de agonía que explotó a lo largo de sus costillas. Peor –peor que el día anterior. Su sangre de Hada diluida era lo único que le mantenía vivo este largo tiempo, tratando desesperadamente de curarle, pero pronto hasta la gracia inmortal en sus venas se doblaría ante la infección. Sería un gran alivio –un bendito alivio el saber que no podía ser utilizado contra ella, y que pronto vería a los que quería y en secreto albergó en su corazón destrozado durante todo estos años. Así que se abalanzó sobre cada pico de fiebre, cada ataque exasperado de náuseas y dolor. Pronto –pronto la Muerte vendría a saludarlo. Aedion solo esperaba que la Muerte llegara antes que Aelin.
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Capítulo 5 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody La noche muy bien podría acabar con su sangre derramada, se dio cuenta Aelin cuando se lanzó por las calles torcidas de los barrios bajos, envainando sus ensangrentados cuchillos de combate para evitar que gotearan un rastro detrás de ella. Gracias a los meses de correr por las montañas Cambrian con Rowan, su respiración seguía estable, su cabeza clara. Supuso que después de enfrentarse a los skinwalkers, tras haber escapado de antiguas criaturas del tamaño de pequeñas casas de campo, y después de incinerar a cuatro príncipes demonio, veinte hombres en su búsqueda no serían tan horribles. Pero seguían siendo un gigante, furioso dolor en el trasero. Y uno que era poco probable que tuviera un final agradable para ella. No había señales de Chaol –ningún susurró de su nombre en los labios de los hombres que habían surgido vertiginosamente en las Bóvedas. No había reconocido a ninguno de ellos, pero había sentido el olor que marcaba a la mayoría de los que habían estado en contacto con la piedra del Wyrd, o habían sido corrompidos por ella. Estos no llevaban collares o anillos, pero algo dentro de ellos se había descompuesto. Por lo menos Arobynn no la había traicionado –aunque convenientemente había salido pocos minutos antes de que los nuevos guardias del rey hubieran encontrado el sendero sinuoso que había dejado en los muelles. Tal vez fuera una prueba, para ver si sus habilidades seguían siendo los estándares de Arobynn, para ver si ella aceptaba su pequeño negocio. Mientras cortaba su camino a través de un cuerpo tras otro, se preguntó si él siquiera se había dado cuenta de que toda esta noche había sido una prueba para él también, y que ella había llevado a los hombres directo a las Bóvedas. Se preguntó cuán furioso estaría cuando descubriera lo que quedaba de sus salas de placer que le había llevado a dar mucho dinero. También había asaltado las arcas de las personas que habían sacrificado a Sam –y que habían disfrutado de cada momento de ella. Qué lástima que el dueño actual de las Bóvedas, un ex subordinado de Rourke Farran y distribuidor de carnes y opiáceos, accidentalmente se había quedado con uno de sus cuchillos. Varias veces. Había dejado las Bóvedas en astillas sangrientas, que supuso que era misericordioso. Si hubiera tenido su magia, probablemente la habría quemado en cenizas. Pero no tenía magia, y
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su cuerpo era mortal, a pesar de los meses de duro entrenamiento, estaba empezando a sentirse pesado e incómodo mientras que continuaba su carrera en el callejón. La amplia calle al otro extremo era demasiado brillante, demasiado abierta. Se giró hacia una pila de cajas rotas y basura amontonada contra la pared de un edificio de ladrillo, lo bastante alto que si ella cronometraba bien, podría saltar por la ventana a unos pocos pies arriba. Detrás de ella, más cerca ahora, pasos se apresuraban y gritos sonaban. Tenían que ser rápidos como el infierno si se mantuvieron con ella todo este camino. Bueno, joder. Saltó hacia las cajas, la pila temblando y sacudiéndose cuando escaló, cada movimiento conciso, rápido, equilibrado. Un paso en falso y caería disparada a través de la madera putrefacta o volcaría al suelo. Las cajas gimieron, pero se mantuvo moviendose hacia arriba, arriba y arriba, hasta que alcanzó el pináculo y saltó por la ventana saliente. Sus dedos ladraban por el dolor, excavando en el ladrillo tan duro que sus uñas se rompieron dentro de sus guantes mientras apretaba sus dientes por la resignación y tiró, arrastrándose en la repisa y luego a través de la ventana abierta. Se permitió dos latidos de corazón antes de mirar la apretada cocina: oscuramente limpia, una vela en el estrecho pasillo más allá. Buscando sus cuchillos, los gritos más cerca del callejón de abajo, corrió por el pasillo. Era la casa de alguien –esta era la casa de alguien, y estaba llevando a los hombres a través de ella. Cargó contra el pasillo, los pisos de madera temblando bajo sus botas, explorando. Había dos dormitorios ocupados. Mierda. Mierda. Tres adultos estaban durmiendo sobre sucios colchones en la primera sala. Y dos adultos más dormían en la otra habitación, uno de ellos irguiéndose de pronto mientras tronó por delante. —No te levantes —silbó, la única advertencia antes de que pudiera darle alcance a la puerta restante del pasillo, donde había una silla debajo de la perilla como barricada. Era casi toda la protección que podría encontrar en los barrios bajos. Lanzó la silla aparte, enviándola estrepitosamente contra las paredes del estrecho pasillo, donde frenaría a sus perseguidores durante unos segundos al menos. Tiró de la puerta del departamento, la débil cerradura astillándose con un chasquido. En mitad del movimiento lanzó una moneda de plata detrás de ella para pagar los daños y una mejor cerradura. Una escalera colectiva estaba más allá, los escalones de madera manchados y podridos. Completamente a oscuras. Las voces masculinas resonaron demasiado cerca detrás, y golpes comenzaron en la parte inferior de la escalera. Aelin corrió hacia las escaleras ascendentes. Vueltas y vueltas, su aliento ahora era fragmen-
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tos de vidrio en sus pulmones, hasta que pasó el tercer nivel –hasta que las escaleras se estrecharon, y… Aelin no se molestó en ser silenciosa cuando irrumpió en el techo. Los hombres ya sabían dónde estaban. El cálido aire de la noche le había dejado asfixiada, y tragó cuando analizó el techo y las calles. El callejón era demasiado amplio; la ancha calle a su izquierda no era una opción, pero… allí. Abajo en el callejón. Una rejilla de alcantarilla. Tal vez anda a ver a una visita en la parte sudeste de los túneles esta noche. Tal vez encuentres a la persona que estás buscando. Sabía lo que quería decir. Otra pieza de su juego. Con agilidad felina, bajó por el oscilante tubo de drenaje anclando al lado del edificio. Muy por encima, los gritos crecieron. Habían llegado a la azotea. Cayó en un charco que indudablemente olía a orina y saltó antes de que el impacto hubiera estremecido sus huesos totalmente. Se lanzó hacia la rejilla, dejándose caer sobre las rodillas y deslizó los últimos metros hasta que sus dedos se engancharon a la tapa, y lo abrió. Silenciosa, rápida y eficiente. Las alcantarillas más abajo estaban misericordiosamente vacías. Se tragó una mordaza contra el hedor antes de ingresar en ellas. Cuando los guardias echaron un vistazo por el borde de la azotea, ella se había ido.
Aelin detestaba las alcantarillas. No porque estaban sucia, apestosas y llena de parásitos. Eran realmente una manera conveniente de ir por Rifthold invisible y sin molestia, si conocías el camino. Las había odiado desde que fue amordazada y abandonada a morir allí, cortesía de un guardaespaldas que no había tomado tan bien sus planes de matar a su maestro. Habían inundado las alcantarillas, y después ella se libró de sus ataduras, había nadado –realmente había nadado a través del agua asquerosa. Pero la salida había sido sellada. Sam, por pura suerte, la había salvado, pero no sin antes de que casi se hubiera ahogado, tragando la mitad de la alcantarilla en el camino. Había necesitado de días y baños innumerables para sentirse limpia. Y vómitos interminables. Así que mientras bajaba en esa alcantarilla, a continuación, sellando la rejilla encima de ella… Por primera vez en la noche, sus manos temblaron. Pero se obligó a pasar ese eco de miedo y comenzó a arrastrarse a través de los túneles de luna tenue. Escuchando. Hacia el suroeste, tomó el túnel grande, antiguo, una de las principales arterias del sistema.
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Probablemente había estado ahí desde que Gavin Havilliard decidió establecer su capital en el Avery. Hacia una pausa cada cierto tiempo para escuchar, pero no había signos de que sus perseguidores estuvieran detrás de ella. Una intersección de cuatro diferentes túneles asomaron por delante, y ella redujo el paso, descargando sus cuchillos de combate. Los primeros eran claros; el tercero –que la llevaría derecho al capitán si se dirigía al castillo– era más oscuro, pero amplio. Y el cuarto… al sureste. No necesitaba de sus sentidos Hada para saber que la oscuridad que se escapaba del túnel del sureste no era del tipo habitual. La luz de la luna de las rejillas de arriba no entraba. No había ruido emitido, ni siquiera el correteo de las ratas. ¿Otro truco de Arobynn o un regalo? Los débiles sonidos que había estado siguiendo venían de esa dirección. Pero cualquier rastro moría aquí. Con ritmo felino tranquilo caminó a la línea donde la luz turbia se desvanecía en oscuridad impenetrable. Silenciosamente, arrancó un poco de piedra caída y la tiró en la penumbra delantera. No había ningún sonido cuando debería haber aterrorizado. —Yo no haría eso si fuera tú. Aelin se volvió hacia la fría voz femenina casualmente agarrando sus cuchillos. La guardia encapuchada de las Bóvedas se apoyaba contra la pared del túnel a veinte pasos detrás de ella. Bueno, al menos uno de ellos estaba. En cuando a Chaol… Aelin sostuvo un cuchillo cuando caminó con paso majestuoso hacia la guardia, engullendo todos los detalles. —Acercarse a extraños en las alcantarillas es también algo que te aconsejo. Cuando Aelin se puso a pocos pies, la mujer levantó sus manos, delicadas pero con cicatrices, su piel bronceada notándose incluso en el pálido resplandor de las farolas de la avenida encima. Si ella había logrado acercarse tanto, había sido entrenada en combate o en el sigilo o ambos. Por supuesto que era experta, si Chaol la tenía observando su espalda en las Bóvedas. Pero, ¿dónde estaba ahora? —Pasillos de placer de mala reputación y alcantarillas —dijo Aelin, sosteniendo sus cuchillos—. Sin duda vives la vida buena, ¿verdad? La joven mujer se empujó contra la pared, su cortina de cabello oscuro meciéndose en las sombras de su capucha. —No todos son bendecidos lo suficiente para estar en la nómina del rey, Campeona.
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Ella la reconoció, entonces. La verdadera pregunta era si ella le había dicho a Chaol –y dónde estaba él ahora. —Me atrevo a preguntar ¿por qué no debo tirar piedras debajo de ese túnel? La guardia señaló al túnel más cercano detrás suyo –aire libre, brillante. —Ven conmigo. Aelin se rió entre dientes. —Tendrás que hacerlo mejor que eso. La esbelta mujer caminó más cerca, la luna iluminando su rostro con capucha. Bonita, grave y tal vez dos o tres años más vieja. La extraña dijo un poco rotundamente: —Ya tienes a veinte guardias en tu culo, y son lo suficientemente astutos para empezar a buscar aquí muy pronto. Te sugiero que vengas. Aelin estaba medio tentada a sugerir que se fuera al infierno, pero en cambio sonrió. — ¿Cómo me encontraste? —no le importaba; solo necesitaba analizarla un poco más la situación —Suerte. Estoy con el deber de explorar, y nos metimos a la calle para descubrir que habías hecho nuevos amigos. Por lo general, nosotros estamos un paso adelante, una política de pedir preguntas más adelante a la gente que deambula en las alcantarillas. — ¿Y quién es este “nosotros” —dijo Aelin dulcemente. La mujer solo comenzó a caminar por el luminoso túnel, totalmente despreocupada de los cuchillos que Aelin todavía sostenía. Arrogante y estúpida, entonces. —Puedes venir conmigo, Campeona, y aprender algunas cosas que probablemente deseas saber, o puedes quedarte aquí y esperar a ver qué respuestas te dará la roca que lanzaste. Aelin pesó las palabras –y lo que había oído y visto hasta ahora esa noche. A pesar de los escalofríos en su columna vertebral, fue al paso al lado de la guardia, envainando sus cuchillos en sus muslos. Con cada bloque que pasaban a través de la sucia cloaca, Aelin utilizaba el silencio para reunir fuerzas. La mujer avanzaba con rapidez pero con suavidad por otro túnel, y luego otro. Aelin marcó cada vuelta, cada peculiaridad, cada rejilla, formando un mapa mental mientras se movían. — ¿Cómo me reconociste? —le dijo por fin Aelin. —Te he visto alrededor de la ciudad, meses atrás. El cabello rojo fue por qué no te identifiqué
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inmediatamente en las Bóvedas. Aelin la miró por la esquina del ojo. La forastera no podría saber quién era realmente Chaol. Podría haber usado un nombre diferente, a pesar de lo que la mujer pretendía saber acerca de lo que pensaba que Aelin estaba buscando. La mujer dijo con esa fría y calmada voz: — ¿Son los guardias que te persiguen, o es por qué escogiste luchar que estaban tan desesperados por entrar a las Bóvedas? Punto para la extranjera. — ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Los guardias trabajan para el Capitán Westfall? La mujer se rió en voz baja. —No, esos guardias no trabajan a él —Aelin reprimió un suspiro de alivio, incluso cuando mil más sacudieron su cráneo. Sus botas aplastaron algo demasiado suave para su comodidad, y reprimió un estremecimiento cuando la mujer se detuvo ante la entrada de otro túnel largo, la primera mitad iluminada por la luz de la luna que corría a través de las rejillas dispersas. La oscuridad poco natural flotaba desde el otro extremo. Una quietud depredadora se apoderó de Aelin mientras miraba a la oscuridad. Silencio. Silencio absoluto. —Aquí —dijo la extraña, llegando a su fin y subió al pasaje peatonal de piedra incorporado en el lado del túnel. Loca, tonta por exponer su espalda así. No vio ni siquiera a Aelin liberar un cuchillo. Habían ido lo suficientemente lejos. La mujer caminó hacia la escalera pequeña que conducía a la pasarela, sus movimientos largos y elegantes. Aelin calculó la distancia a las salidas más cercanas, la profundidad de la pequeña corriente de suciedad que corría por el centro del túnel. Bastante profundo como para volcar un cuerpo, si hacía falta. Aelin inclinó la navaja y se deslizó detrás de la mujer, tan cerca como un amante, y presionó la hoja contra la garganta.
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Capítulo 6 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody —Busca una sola frase —respiró Aelin al oído de la mujer cuando presionó la daga con más fuerza contra su cuello—. Una frase para convencerme de no derramar tu garganta en el suelo. La mujer bajó la escaleras y, a su crédito, no era lo suficientemente estúpida para ir por las armas ocultas a su lado. Con la espalda contra el pecho de Aelin, sus armas estaban fuera de alcance, de todos modos. Tragó saliva, su garganta moviéndose contra la daga de Aelin que sostenía a lo largo de su lisa piel. —Te voy a llevar con el capitán. Aelin enterró el cuchillo un poco más. —No es muy convincente para alguien con un cuchillo en la garganta. —Hace tres semanas, abandonó su posición en el castillo y huyó. Para unirse a nuestra causa. La causa rebelde. Las rodillas de Aelin amenazaron con torcerse. Se suponía que debería haber incluido tres partes a sus planes: el rey, Arobynn, y los rebeldes –que muy bien podrían tener en cuenta saldar la deuda con ella después de que destripó a Archer Finn el invierno pasado. Incluso si Chaol estaba trabajando con ellos. Apagó el pensamiento antes de que le golpeara de lleno. — ¿Y el príncipe? —Vivo, pero aún en el castillo —siseó la rebelde—. ¿Es suficiente para que bajes tu cuchillo? Sí. No. Si Chaol estaba trabajando con los rebeldes… Aelin bajo su cuchillo y retrocedió hacia una piscina de luz de luna que se filtraba en la rejilla de arriba. La rebelde giró y alcanzó uno de sus cuchillos. Aelin chasqueó su lengua. Los dedos de la mujer hicieron una pausa en la empuñadura bien pulida.
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— ¿Decido librarte, y así es como me lo pagas? —Dijo Aelin, tirando de la capucha—. Particularmente no sé por qué me sorprende. La rebelde soltó el cuchillo y se quitó su propia capucha, dejando al descubierto su bonita cara bronceada –solemne y totalmente sin miedo. Sus oscuros ojos estaban fijos en Aelin, escaneando. ¿Aliada o enemiga? —Dime por qué has venido hasta aquí —dijo la rebelde tranquilamente—. El capitán dice que estás de nuestro lado. Sin embargo, te escondiste de él en las Bóvedas esta noche. Aelin cruzó sus brazos y se apoyó contra la pared de piedra húmeda detrás de ella. —Vamos a comenzar con decirme tu nombre. —Mi nombre no es de tu preocupación. Aelin levantó una ceja. —Exiges respuestas pero te niegas a darme algo a cambio. No es de extrañar que el capitán tuviera que dejarte fuera de la reunión. Es difícil jugar el juego cuando no sabes las reglas. —Oí lo que pasó este invierno. Que fuiste al almacén y mataste a muchos de los nuestros. Que sacrificaste a los rebeldes, mis amigos —esa fría, calmada máscara no reaccionó a su estremecimiento—. Y sin embargo se supone que debo creer que estuviste de nuestro lado todo este tiempo. Perdóname si no soy honesta contigo. — ¿No debería matar a las personas que secuestran y golpean a mis amigos? —dijo Aelin suavemente—. ¿No voy a reaccionar con violencia cuando reciba notas que amenazan con matar a mis amigos? ¿Acaso no se supone que destripe a ese gilipollas egoísta que asesinó a mi amada amiga? —Se apartó de la pared, andando con paso majestuoso a la mujer—. ¿Te gustaría que pidiera perdón? ¿Debería ponerme de rodillas por todo eso? —La cara de la rebelde no mostró nada –ya sea falsa o genuina frialdad. Aelin resopló—. Me lo imaginaba. Así que ¿por qué no me llevas con el capitán y guardias la mierda santurrona para más tarde? La mujer miró hacia la oscuridad otra vez y sacudió la cabeza ligeramente. —Si no hubieras puesto la cuchilla en mi garganta, te hubiera dicho que hemos llegado —ella señaló el túnel por delante—. Eres bienvenida. Aelin se debatió en golpear a la mujer contra la húmeda pared sucia solo para recordarle, exactamente, por qué era la Campeona del Rey, pero luego una respiración entrecortada por delante raspó sus oídos, procedentes de esa oscuridad. Respiración humana –y susurros. Las botas se deslizaban y golpeaban contra la pared, más susurros –murmullos de voces que no reconoció enseguida, y se quedó quieta ahora, y… Los músculos de Aelin se cerraron cuando una voz silbó: —Tenemos veinte minutos hasta que el barco salga. Muévanse.
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Conocía esa voz. Pero no podía prepararse a sí misma para el impacto completo que fue ver a Chaol Westfall tambaleándose en la oscuridad y al final del túnel, sosteniendo a un hombre delgado, entre él y otro compañero, otro hombre armado protegiendo sus espaldas. Incluso desde la distancia, los ojos del capitán estaban fijos en Aelin. Él no sonrió.
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Capítulo 7 Traducido por Trono de Cristal ∞ Corregido por Melody Había dos personas heridas en total, una entre Chaol y su compañero, el otro entremedio de dos hombres que conocía. Otros tres, dos hombres y una mujer vigilando la parte trasera. La rebelde los saludó con un solo vistazo. Una amiga. Aelin sostuvo cada una de sus miradas fijas cuando se apresuraron hacia ella, sacando sus armas. La sangre salpicada en todos ellos –sangre roja y sangre negra que conocía demasiado bien. Y las dos personas casi inconscientes… También conocía la demacrada apariencia reseca que tenían. El vacío en sus rostros. Había sido demasiado tarde con los de Wendlyn. Pero de alguna manera Chaol y sus aliados habían conseguido sacar a esos dos. Su estómago se volcó. Explorando –la joven a su lado había estado explorando el camino por delante, para asegurarse de que era seguro para este rescate. Los guardias de esta ciudad no eran solo corrompidos por Valg ordinarios, como le había sugerido a Arobynn. No, había al menos un príncipe Valg aquí. En estos túneles, si la oscuridad era un indicador. Mierda. Y Chaol había estado– Chaol hizo una pausa lo bastante larga para que un compañero ayudara a llevar al hombre herido. Luego fue dando pasos hacia adelante. Veinte metros de distancia. Quince. Diez. La sangre goteaba de la esquina de su boca, y su labio inferior estaba partido. Habían luchado para salir– —Explica —ella jadeó a la mujer a su lado. —No me corresponde —fue la respuesta de la mujer. No se molestó en empujarla. No con Chaol ahora delante de ella, con los ojos de bronce muy abiertos cuando miró la sangre sobre Aelin. —¿Estás herida? —su voz era ronca.
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Aelin silenciosamente sacudió la cabeza. Dioses. Dioses. Ahora sin la capucha, podía ver sus rasgos… Estaba exactamente como le recordaba –resistentemente guapo, su rostro bronceado quizás un poco más demacrado y sin afeitar, pero todavía era Chaol. Seguía siendo el hombre antes de que todo pasaran antes de… antes de que todo cambiara. Había tantas cosas que había pensado en decir, o hacer, o sentir. Una cicatriz blanca delgada recortaba su mejilla. Ella le había hecho eso. La noche en que Nehemia había muerto, ella se lo había hecho y trató de matarlo. Lo habría matado. Si Dorian no la hubiera detenido. Incluso entonces, ella había entendido que lo que había hecho Chaol, a quién había elegido, los había dividido a ellos para siempre. Era la única cosa que no podía olvidar, no podía perdonar. Su silenciosa respuesta parecía suficiente para el capitán. Miró a la mujer al lado de Aelin –a su exploradora. Su exploradora, que le hizo un informe. Como si estuviera al mando de ellos. —El camino que tenemos por delante es claro. Atente a los túneles del este —dijo. Chaol asintió con la cabeza. —Sigan avanzando —le dijo a los demás, que habían llegado a su lado. —Voy a recuperar el tiempo perdido en un momento —sin duda –y sin suavidad, tampoco. Como si hubiera hecho esto cientos de veces. Sin palabras los demás continuaron a través de los túneles, echando a Aelin unos vistazos cuando caminaron por delante suyo. Solo la mujer se quedó. Viendo. —Nesryn —dijo Chaol, el nombre siendo una orden. Nesryn le dio a Aelin una mirada –analizando, calculando. Aelin le dedicó una sonrisa perezosa. —Faliq —gruñó Chaol, y la mujer deslizó sus ojos de medianoche hacia él. Si el apellido de Nesryn no mostraba su herencia, serían aquellos ojos, ligeramente inclinados en las esquinas y revestidos un poco con Kohl, que revelaba que al menos uno de sus padres era del continente sur. Lo interesante era que la mujer no se molestaba en ocultarlo, que decidió usar Kohl mientras estaba en una misión, a pesar de las políticas poco agradables de Rifthold hacia los inmigrantes. Chaol sacudió su barbilla hacia sus compañeros desaparecidos—. Anda a los muelles. —Es más seguro que uno de nosotros permaneciera aquí —una vez más la fría, estable voz. —Ayúdales a llegar a los muelles, luego, anda al nuevo infierno del barrio artesano. Tu comandante de guarnición se dará cuenta de que llegas tarde. Nesryn miró a Aelin de arriba abajo, esas características graves nunca cambiando.
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—¿Cómo sabemos que no viene aquí por sus órdenes? Aelin sabía muy bien lo que ella quería decir. Le dio un guiño de ojo a la joven. —Si yo viniera por orden del rey, Nesryn Faliq, estarías muerta hace rato. Sin ningún parpadeo de diversión, ni pizca de miedo. La mujer podría hacerle competencia a Rowan solo por su frialdad. —La puesta de sol de mañana —dijo Chaol bruscamente a Nesryn. La joven le hizo apartar la vista, sus hombros apretados, antes de dirigirse al túnel. Se movía como el agua, pensó Aelin. —Anda —le dijo Aelin a Chaol, su voz una raspada delgada—. Hay que ir –a ayudarles —o lo que estaban haciendo. La boca ensangrentada de Chaol formó una línea delgada. —Lo haré. En un momento. Sin ninguna invitación para unirse. Tal vez ella debería haberse ofrecido. —Volviste —dijo. Su pelo más largo, más tosco desde que lo había visto hace unos meses—. Es… Aedion… es una trampa… —Sé sobre Aedion —Dioses, ¿qué podría decir? Chaol asintió distante, parpadeando. —Tú… tienes un aspecto diferente. Ella llevó sus dedos al cabello rojo. —Obviamente. —No —dijo, dando un paso más cerca, pero solo uno—. Tu cara. La manera en que estás de pie. Tú… —él sacudió la cabeza, mirando hacia la oscuridad donde se habían ido—. Camina conmigo. Ella lo hizo. Bueno, era más bien como caminar caminata-rápida-mientras-no-fuera-correr. Más adelante, ella podía distinguir los sonidos de sus compañeros que se apresuraban a través de los túneles. Todas las palabras que quería decir corrieron alrededor de su cabeza, luchando por salir, pero ella las empujó hacia atrás por un momento más. Te amo –eso es lo que le había dicho él a ella el día que se fue. Ella no le había dado una respuesta que no fuera lo siento. —¿Una misión de rescate? —dijo ella, mirando detrás de ellos. Ningún susurro de persecución. Chaol gruñó confirmando.
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—Los ex-portadores de magia están siendo cazados y ejecutados nuevamente. La nueva guardia del rey los lleva a los túneles para mantenerlos hasta que sea la hora de la matanza. A ellos les gusta la oscuridad –parecen prosperar con ella. —¿Por qué no a las cárceles? —había un montón de oscuridad, incluso para los Valg. —Demasiado público. Al menos para lo que hacen con ellos antes de ejecutarlos. Un escalofrío serpenteó hacia abajo por su espina dorsal. —¿Llevan anillos negros? —una cabezada. Su corazón casi se detuvo—. No me importan cuántas personas lleven a los túneles. No entres otra vez. Chaol soltó una breve carcajada. —No es una opción. Entramos porque somos los únicos que podemos. Las alcantarillas comenzaron a oler a la salmuera. Debían estar a punto de llegar al Avery, si ella había contado correctamente las vueltas. —Explícate. —No se dan cuenta o no les importa la presencia de los seres humanos: solo las personas con magia en su linaje. Portadores latentes incluso —la miró de reojo—. Es por ello que envíe a Ren hacia el norte –para que saliera de la ciudad. Ella casi tropezó con una piedra suelta. —¿Ren… Allsbrook? Chaol asintió lentamente. El suelo se sacudió debajo de ella. Ren Allsbrook. Otro niño de Terrasen. Seguía vivo. Vivo. —Ren es la razón por la que nos enteramos de eso en primer lugar —dijo Chaol—. Fuimos a uno de sus nidos. Lo miraron a él. Nos ignoraron totalmente a Nesryn y a mí. Apenas salimos. Le envié a Terrasen –a los rebeldes– el día después. No estaba demasiado contento, creo. Interesante. Interesante y completamente loco. —Esas cosas con demonios. Valg. Y ellos– —¿Drenan tu vida, se alimentan de ti, hasta que hacen una demostración de tu muerte? —No es una broma —le espetó. Sus sueños estaban frecuentados por las manos de aquellos príncipes Valg cuando se alimentaron de ella. Y cada vez se despertaba con un grito en los labios, tratando de alcanzar a un guerrero Hade que no estaba allí para recordarle lo que había hecho, que había sobrevivido. —Sé que no lo es —sus ojos se posaron en donde Goldryn se asomó por sobre sus hombros—. ¿Nueva espada?
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Ella asintió con la cabeza. Tal vez había solo tres pies entre ellos ahora –tres pies y meses y meses de ausencia y odio. Meses de arrastrarse fuera de ese abismo en que la había empujado. Pero ahora que estaba aquí… Todo ese esfuerzo ese esfuerzo no quería decir que lo sentía. Lo sentía, no por lo que ella le había hecho en la cara, pero por el hecho de que su corazón fue sanado –todavía fracturado en algunos puntos, pero sano– y él… él no estaba allí. No como una vez lo había estado. —Entendiste quién soy —le dijo ella, consciente de cuándo adelantaron a sus compañeros. —El día que te fuiste. Vigiló la oscuridad detrás de ellos durante un momento. Todo despejado. Él no se movió más cerca –no parecía en absoluto inclinado a abrazarla o besarla o tocarla siquiera. Más adelante, los rebeldes giraron en un túnel más pequeño, uno que sabía que conducía directamente hacia los muelles desvencijados en los barrios pobres. —Agarré a Ligera —dijo después de un momento de silencio. Intentaba no exhalar demasiado fuerte. —¿Dónde está? —Segura. El padre de Nesryn posee unas pocas panaderías en Rifthold, y le ha ido lo suficientemente bien para tener una casa de campo en las colinas fuera de la ciudad. Dijo que su personal cuidaría de ella en secreto. Parecía más que feliz de torturar a las ovejas, así que, lo siento por no poder mantenerla aquí, pero con los ladridos… —Entiendo —respiró—. Gracias —ella ladeó la cabeza—. ¿La hija de un hombre que posee tierras es una rebelde? —Nesryn está en la guardia de la ciudad, a pesar de los deseos de su padre. La he conocido durante años. Eso no contestaba su pregunta. —¿Se puede confiar en ella? —Como dijiste, todos estaríamos muertos ya si ella estuviera aquí por las órdenes del rey.
—Claro —tragó con fuerza, envainando sus cuchillos y tirando de sus guantes, aunque solo fuera para tener algo que hacer con sus manos. Pero entonces Chaol miró –al dedo vacío donde su anillo de amatista alguna vez estuvo. Su piel estaba empapada con la sangre que se había filtrado a través de la tela, alguna roja, alguna negra y apestosa. Chaol miraba a ese lugar vacío –y cuando sus ojos volvieron a los suyos, se le hizo difícil respirar. Se detuvieron en la entrada del túnel estrecho. Suficientemente lejos, se dio cuenta. Él estaba tan lejos como estaba dispuesto para permitirle que continuara.
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—Tengo mucho que decirte —le dijo antes de que él pudiera hablar—. Pero creo que prefiero escuchar tu historia primero. Cómo te metiste en esto; lo que pasó con Dorian. Y Aedion. Todo —Por qué te encontré con Arobynn esta noche. Esa ternura provisional en su rostro se endureció en una resolución fría, severa –y su corazón se rompió un poco ante la vista de ello. Todo lo que tenía que decir no iba a ser agradable. Pero solo dijo: —Encuéntrame en cuarenta minutos —y le dio el nombre y la dirección en los barrios pobres—. Tengo que lidiar con esto primero. No esperó una respuesta antes de correr por el túnel después de sus compañeros. Aelin le siguió de todos modos.
Aelin observaba desde una azotea, monitoreando los muelles de los barrios bajos cuando Chaol y sus compañeros se acercaron a la barca. La tripulación no se atrevió a lanzar el ancla –solo a atar el barco a los postes podridos el tiempo suficiente para que los rebeldes pasaran a las víctimas flácidas a los brazos de los marineros que esperaban. Entonces remaron con fuerza, en la curva oscura del Avery y con la esperanza de ir a un barco más grande en su boca. Observó a Chaol hablar rápidamente a los rebeldes, Nesryn persistiendo cuando habían terminado. Una lucha corta, entrecortada sobre algo que no pudo oír, y el capitán anduvo solo, Nesryn y los demás marchándose en dirección contraria sin dirigirles un vistazo. Chaol anduvo una cuadra antes de que Aelin silenciosamente cayera a su lado. Él no se inmutó. —Debería haberlo sabido mejor. —Realmente deberías haberlo hecho. La mandíbula de Chaol se apretó, pero él siguió caminando más lejos en los barrios bajos. Aelin examinó la noche oscura, las calles durmiendo. Unos pilluelos salvajes se lanzaron por delante, y los observó desde debajo de su capucha, preguntándose cuales estaban a sueldo de Arobynn y podrían reportearle de lo que había visto a cuadras de su antiguo hogar. No había ningún punto en tratar de esconder sus movimientos –y ella no lo hubiera querido, de todos modos. Las casas estaban desvencijadas pero no arruinadas. Cualesquiera que fueran las familias de clase obrera que vivían allí intentaban dar lo mejor para mantenerlas en forma. Dada su proximidad al río, probablemente eran ocupadas por pescadores, trabajadores portuarios, y tal vez un esclavo ocasional en préstamo por su amo. Pero ninguna señal de problemas, ni vagabundos ni prostitutas o aspirantes a ladrones merodeando por allí.
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Casi encantador, para los barrios pobres. —La historia no es muy agradable —comenzó por fin el capitán.
Aelin dejó que Chaol hablara mientras caminaban a través de los barrios bajos, y se rompió al oírlo. Mantuvo la boca cerrada mientras él le dijo cómo se había reunido con Aedion y trabajó con él, y luego cómo el rey había capturado a Aedion e interrogó a Dorian. Le tomó un esfuerzo considerable para no sacudir al capitán para exigirle cómo pudo haber sido tan temerario y estúpido y le tomó tanto tiempo actuar. Entonces Chaol llegó a la parte donde Sorscha fue decapitada, cada palabra más tranquila y más corta que la anterior. Ella nunca se había aprendido el nombre de la curandera, no en todo el tiempo que la mujer la había curado y remendado. Para Dorian perder su… Aelin tragó duro. La situación se puso peor. Mucho peor, cuando Chaol explicó lo que Dorian había hecho para sacarlo del castillo. Se había sacrificado a sí mismo, revelando su poder al rey. Ella estaba temblando tanto que metió sus manos en los bolsillos y apretó sus labios con el fin de bloquear las palabras. Pero bailaban en su cráneo de todos modos, alrededor y alrededor. Deberías haber sacado a Dorian y Sorscha el día en que el rey mató a todos aquellos esclavos. ¿No aprendiste nada de la muerte de Nehemia? ¿Creíste de alguna manera que podrías ganar con tu honor intacto, sin sacrificar algo? No debiste haberlo abandonado; ¿cómo podías dejar que enfrentara al rey solo? ¿Cómo pudiste, cómo pudiste, cómo pudiste? El dolor en los ojos de Chaol le impidió hablar. Ella respiró cuando él se quedó en silencio, dominando la ira y la decepción y el shock. Le tomó tres cuadras antes de que pudiera pensar con claridad. Su ira y sus lágrimas no servirían de nada. Sus planes cambiarían de nuevo, pero no por mucho. Liberar a Aedion, recuperar la Llave del Wyrd… ella todavía podía hacerlo. Enderezó sus hombros. Estaban a pocas manzanas de su antiguo apartamento. Al menos podía tener un lugar para esconderse, si Arobynn no hubiera vendido la propiedad. Probablemente se habría burlado de ella sobre si él lo tenía –o quizás lo abandonó para buscar un nuevo dueño. Amaba las sorpresas como esas. —Así que ahora trabajas con los rebeldes —le dijo a Chaol—. O los diriges, por la mirada que les distes.
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—Hay muy pocos de nosotros. Mi territorio cubre los barrios y los muelles –hay otros responsables de las diferentes secciones de la ciudad. Nos encontramos tan a menudo como podemos. Nesryn y algunos de los guardias de la ciudad han sido capaces de ponerse en contacto con algunos de mis hombres. Ress y Brullo, principalmente. Han estado buscando maneras de sacar a Dorian. Y Aedion. Pero ese calabozo es impenetrable, y están siendo vigilados. Solo entramos a su nido en la alcantarilla esa noche porque habíamos recibido la palabra de Ress de que había una gran reunión en el palacio. Resulta que habían dejado a más centinelas de lo que habíamos esperado. Era imposible entrar al castillo –a menos que aceptara la ayuda de Arobynn. Otra decisión. Para mañana. —¿Qué has escuchado de Dorian desde que huiste? Un destello de vergüenza brilló en sus ojos de bronce. Había huido, sin embargo. Había dejado a Dorian en manos de su padre. Apretó los dedos en puños para no golpear su cabeza contra el costado del edificio de ladrillo. ¿Cómo podía haber servido a ese monstruo? ¿Cómo no lo había visto, no había tratado de matar al rey cada vez que estuvo a pocos pasos de él? Esperaba que todo lo que el padre de Dorian le hubiera hecho, a pesar de haber sido castigado, el príncipe supiera que él no era el único en duelo. Y después de que ella hubiera recuperado a Dorian, ella le haría saber, que estaba dispuesta escuchar, que entendía –y que sería duro y largo y doloroso, pero podría regresar de eso, de la pérdida. Cuando lo hiciera, con esa cruda magia, libre cuando ella no lo fue… Podría ser decisivo a la hora de derrotar al Valg. —El rey no ha castigado públicamente a Dorian —dijo Chaol—. Ni siquiera lo ha encerrado. Por lo que podemos decir, todavía está asistiendo a los eventos, y estará en esa ejecución por su fiesta de cumpleaños. Aedion –oh, Aedion. Sabía quién era, en qué se había convertido, pero Chaol no había sugerido que su primo no pudiera escupirle en la cara en el momento en que la viera. Ella no se preocuparía por eso hasta que Aedion estuviera a salvo, hasta que estuviera libre. —Por lo tanto, tenemos a Ress y Brullo dentro, y los ojos de los muros del castillo —continuó Chaol—. Dicen que Dorian parece estar comportándose normalmente, pero su actitud está apagada. Más frío, más distante, pero eso es lo que se esperaba después de que Sorscha fuera– —¿Informaron si llevaba un anillo negro? Chaol se estremeció. —No –no un anillo —había algo en su tono que le hizo mirarlo y desear que no tuviera que escuchar las siguientes palabras. Chaol dijo:— Pero uno de los espías afirmó que Dorian tiene unas piedras negras alrededor del cuello. Un collar de piedra del Wyrd.
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Por un momento, todo lo que pudo hacer Aelin fue mirar a Chaol. Los edificios circundantes se presionaban contra ella, una apertura de un hoyo gigante debajo de los adoquines mientras caminaba sobre ellos, amenazando con tragarse todo. —Estás pálida —dijo Chaol, pero él no hizo ademán de tocarla. Bien. Ella no estaba totalmente segura de que pudiera manejar el ser tocada sin arrancarle el rostro. Pero tomó un respiro, negándose a dejar que la enormidad de lo que había pasado con Dorian la golpeara –por lo menos, no por ahora. —Chaol, no sé qué decir –acerca de Dorian y Sorscha y Aedion. De que estés aquí —gesticuló a los barrios pobres alrededor de ellos. —Solo dime qué te pasó todos estos meses. Ella le dijo. Le contó de lo que había sucedido en Terrasen hace diez años, y lo que pasó en Wendlyn. Cuando llegó a los príncipes Valg, no le dijo acerca de esos collares, porque… porque ya se veían enfermo. Y no le dijo acerca de la tercera llave del Wyrd –solo que Arobynn había robado el Amuleto de Orynth, y lo quería de vuelta. —Así que ya sabes por qué estoy aquí, y lo que hice y lo que planeo hacer. Chaol no respondió en una manzana entera. Él había estado en silencio durante todo el trayecto. No había sonreído. Faltaba tan poco para llegar a la guarida por la que había sentido cariño cuando por fin se encontró con su mirada fija, sus labios una línea delgada. Dijo: —Por lo tanto, estás aquí sola. —Le dije a Rowan que sería más seguro para él quedarse en Wendlyn. —No —dijo un poco bruscamente, frente a la calle de adelante—. Quiero decir que volviste, pero sin ejército. Sin aliados. Has vuelto con las manos vacías. Con las manos vacías. —No sé lo que esperabas. Tú… tú me enviaste a Wendlyn. Si querías que volviera para traer un ejército, debiste haber sido un poco más específico. —Te envíe allí para tu seguridad, para que pudieras escapar del rey. Y tan pronto me di cuenta de quién eras, ¿cómo no supondría que correrías a tus primos, a Maeve–? —¿No has escuchado nada acerca de lo que dije? ¿Acerca de cómo es Maeve? Los Ashryver están a su disposición entera, y si Maeve no envía ayuda, ellos no van a enviar ayuda. —Ni siquiera lo intentaste —se detuvo en una esquina desierta—. Si tu primo Galan es un corredor de bloqueos…
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—Mi primo Galan no es de tu incumbencia. ¿Por lo menos entiendes a lo que me enfrenté? —¿Entiendes lo que fue para nosotros aquí? Mientras estabas jugando con la magia, de correrías con su príncipe de las hadas, ¿entiendes lo que me pasó, lo que le pasó a Dorian? ¿Entiendes lo que sucede todos los días en esta ciudad? Gracias a tus payasadas en Wendlyn podrían muy bien ser la causa de todo esto. Cada palabra era como una piedra en la cabeza. Sí, sí, tal vez, pero… —¿Mis payasadas? —Si no hubieras sido tan dramática sobre ello, no hubieras alardeado de la derrota de Narrok y prácticamente no le hubieras gritado al rey que estabas de regreso, nunca nos habrían llamado a ese cuarto… —No me eches la culpa a mí de eso. Por tus acciones —ella apretó los puños mientras lo miraba –realmente mirándolo, a la cicatriz que siempre le recordará lo que había hecho, lo que no podía perdonar. —Así que, ¿qué obtengo con culparte? —le exigió cuando ella comenzó a caminar otra vez, sus paso rápidos y precisos—. ¿Algo? No podía decir eso, no podía simplemente ir en serio. —¿Estás buscando otra cosa para culparme? ¿Qué hay de la caída de los reinos? ¿La pérdida de la magia? —Lo segundo —dijo entre dientes—, por lo menos sé sin duda alguno, no es obra tuya. Se detuvo de nuevo. —¿Qué dijiste? Su hombro se apretó. Eso era todo lo que necesitaba para saber que él había planeado no decírselo. No a Celaena, su amiga y amante, pero sí desde que era Aelin –Reina de Terrasen. Una amenaza. Lo que fuera está información acerca de la magia, no había planeado decírselo. —¿Qué, exactamente, te enteraste de la magia, Chaol? —dijo en voz baja. Él no respondió. —Dime. Él negó con la cabeza, un vacío en las sombras iluminadas de su rostro. —No. No es una casualidad. No cuando eres tan impredecible. Impredecible. Era una suerte, supuso, que la magia fuera ahogada aquí, o de lo contrario podría haber convertido la calle a cenizas a su alrededor, solo para mostrarle un poco de lo predecible que era.
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—Encontraste una manera de liberarla, ¿no es así? Sabes cómo. No trató de fingir lo contrario. —Tener la magia libre solo causaría caos –haría cosas peores. Tal vez sería hacerlo más fácil para los demonios y que se alimenten de los portadores de magia. —Es posible que muy bien lamentes esas palabras cuando escuches el resto de lo que tengo que decir —dijo entre dientes, furiosa y rugiente en su interior. Mantuvo la voz lo suficientemente baja para que nadie cercano pudiera escuchar mientras continuaba—. Ese collar que Dorian lleva –déjame decirte lo que hace, y vamos a ver si te niegas a decirme entonces, si rechazas lo que he estado haciendo los últimos meses —con cada palabra, su rostro se drenaba más de color. Una pequeña y malvada parte de ella se regodeaba de ello—. Se dirigen a portadores de magia, alimentándose de la energía en su sangre. Drenan la vida de los que no son compatibles para un demonio Valg. O, considerando el nuevo pasatiempo favorito de Rifthold, los ejecutan para obtener el miedo. Se alimentan de ti –de tu miedo, miseria y desesperación. Es como vino para ellos. El menos de los Valg, puede aprovechar un cuerpo mortal a través de estos anillos negros. Pero su civilización –toda su maldita civilización —dijo—, se divide en jerarquías como la nuestra. Y sus príncipes quieren venir a nuestro mundo muy, muy mal. Por lo que el rey utiliza collares. Collares negros de piedras del Wyrd —ella no pensaba que Chaol estaba respirando—. Los collares son más fuertes, capaces de ayudar a los demonios a permanecer dentro de cuerpos humanos mientras devoran a la persona y el poder interior. Narrok tenía uno en su interior. Me rogó al final para que lo matara. Nada más podía. Fui testigo de un monstruo que no puedes empezar a imaginar luchando contra uno de ellos y fallando. Solo la llama, o la decapitación, los termina. “Así que ya ves —terminó—, teniendo en cuenta los dones que tengo, encontrarás que quieres decirme lo que sabes. Puedo ser la única persona capaz de liberar a Dorian, o por lo menos darle la misericordia de matarlo. Si él aún sigue ahí —las últimas palabras tenían un sabor tan horrible como sonaban. Chaol negó con la cabeza. Una vez. Dos veces. Y ella podría haberse sentido mal por su pánico, por el dolor y la desesperación en su rostro. Hasta que él dijo: —¿Se te ocurrió enviarnos una advertencia? ¿Para qué cualquiera de nosotros sepa sobre los collares del rey? Fue como si un balde de agua fuera vertido sobre ella. Parpadeó. Podría haberlos advertido –podría haberlo intentado. Más adelante –pensaría sobre eso más adelante. —Eso no importa —dijo—. Ahora, tenemos que ayudar a Aedion y Dorian. —No hay un nosotros —desató el Ojo de Elena alrededor de su cuello y se lo arrojó. Brilló tenuemente en las farolas cuando voló entre ellos. Ella lo cogió con una mano, el metal caliente contra su pie. No lo miró antes de deslizarlo en su bolsillo. Él continuó—: No ha sido un nosotros por un tiempo, Celaena… —Es Aelin ahora —le espetó tan fuerte como se atrevió—. Celaena Sardothien ya no existe.
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—Sigues siendo la misma asesina que se marchó. Solo volviste cuando fue de utilidad para ti. Fue un esfuerzo impedir enviar su puño a la nariz. En cambio sacó el anillo de amatista de plata de su bolsillo y lo tomó en su mano, cerrando de golpe la palma enguantada de la mano. —¿Por qué estabas reunido con Arobynn Hamel esta noche? —Cómo– —No importa. Dime por qué. —Quería su ayuda para matar al rey. Aelin comenzó: —¿Estás loco? ¿Le dijiste? —No, pero adivinó. He estado tratando de reunirme con él desde hace una semana, y esta noche me llamó. —Eres un tonto por ir —ella empezó a caminar de nuevo. El permanecer en un solo lugar, aunque desierto, no era sensato. Chaol se puso a caminar a su lado. —Yo no vi a ninguno de los otros asesinos ofrecer sus servicios. Ella abrió la boca, luego la cerró. Apretó sus dedos, luego los enderezó uno por uno. —El precio no va a ser oro o favores. El precio será lo último que verás venir. Probablemente la muerte o el sufrimiento de las personas que te importan. —¿Crees que no lo sabía? —Así que quieres tener a Arobynn para que mate al rey, ¿y luego qué? ¿Pondrás a Dorian en el trono? ¿Con un demonio Valg dentro de él? —Yo no sabía de eso hasta ahora. Pero no cambia nada. —Lo cambia todo. Incluso si consigues quitarle el collar, no hay garantía de que el Valg no haya echado raíces en su interior. Es posible que pongas un monstruo por otro. —¿Por qué no llegas a lo que dices, Aelin? —silbó su nombre apenas lo bastante fuerte como para que ella lo escuchara. —¿Podrías matar al rey? Cuando estés allí ¿podrás matar a tu rey? —Dorian es mi rey. Fue un esfuerzo el no flaquear. —Semántica.
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—Mató a Sorscha. —Mató a millones antes que ella —tal vez un desafío, tal vez otra pregunta. Sus ojos llamearon. —Me tengo que ir. Me encontraré con Brullo en una hora. —Iré contigo —dijo, mirando hacia el castillo de cristal elevándose sobre el barrio noreste de la ciudad. Tal vez iba a aprender un poco más sobre lo que el Maestro de Armas sabía sobre Dorian. ¿Y cómo ella sería capaz de dejar a su amigo? Su sangre se volvía helada, lenta. —No, no lo harás —dijo Chaol. Su cabeza se volvió hacia él—. Si estás allí, tendré que responder muchas preguntas. No pondré en peligro a Dorian para satisfacer tu curiosidad. Siguió caminando recto, peo dio la vuelta de la esquina con un encogimiento de hombros apretados. —Haz lo que quieras. Al darse cuenta de que se alejaba, se detuvo. —¿Y qué vas a hacer tú? El exceso de sospecha en esa voz. Se detuvo unos pasos y arqueó una ceja. —Muchas cosas. Cosas muy malas. —Si te marchas, Dorian… Ella le cortó con un resoplido. —Te negaste a compartir tu información, capitán. Yo no creo que sea irrazonable que yo retenga la mía —volvió a caminar por la calle, hacia su antiguo departamento. —No capitán —dijo. Ella miró por encima del hombro y lo estudió de nuevo. —¿Qué pasó con tu espada? Sus ojos eran huecos. —La perdí. Ah. —Así que, ¿es Lord Chaol, entonces? —Solo Chaol. Por un instante, le compadeció, y parte de ella deseaba poder decir algo más amable, más compasivo.
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—No hay manera de sacar a Dorian. No tiene salvación. —Al igual que el infierno no existe. —Sería mejor que consideraras a otros contendientes para poner en el trono… —No termines esa frase —sus ojos estaban muy abiertos, su respiración era irregular. Ella había dicho suficiente. Miraba sus hombros, relajando su temperamento. —Con mi magia, podría ayudarle –podría encontrar una manera de liberarlo. Pero probablemente lo mataría. No lo admitiría en voz alta. No hasta que pudiera verlo por sí misma. —¿Y entonces qué? —preguntó Chaol—. ¿Vas a tener a todos rehenes de Rifthold como lo hiciste con Doranelle? ¿Quemar a cualquier persona que no esté de acuerdo contigo? ¿O solo incinerarás nuestro reino por rencor? ¿Y los demás como tú, que sentirán que tienen una cuenta que saldar con Adarlan? —resolló una risa amarga—. Quizás estamos mejor sin magia. Quizás la magia no es exactamente hacer las cosas justas entre nosotros los simples mortales. —¿Justas? ¿Crees que alguna parte de esto es justo? —La magia hace a la gente peligrosa. —La magia te ha salvado la vida varias veces, si mal no recuerdo. —Sí —respiraba—, tú y Dorian –y estoy agradecido, lo estoy. Pero ¿dónde está el control contra su clase? ¿El hierro? No hay mucho más allá de un efecto disuasorio, ¿no? Una vez que la magia sea libre, ¿quién impedirá que los monstruos vengan de nuevo? ¿Quién te parará a ti? Una lanza de hierro se disparó a través de su corazón. Monstruo. Había sido sin duda el horror y la repugnancia lo que había visto en su rostro ese día en que ella reveló su forma Hada en el otro mundo –el día que había escindido la tierra e hizo descender el fuego para salvarlo, para salvar a Ligera. Sí, siempre tenía que haber controles contra cualquier tipo de poder, pero… Monstruo. Deseó que la hubiera golpeado en su lugar. —Así que a Dorian le permites tener magia. Puedes llegar a un acuerdo con ese poder, y sin embargo ¿mi poder es una abominación para ti? —Dorian nunca ha matado a nadie. Dorian no destripó a Archer Finn en los túneles o torturó y mató a Tumba y luego lo picó en trozos. Dorian no hizo una matanza en Endovier que dejó decenas de muertos. Fue un esfuerzo aguantar esa pared vieja, familiar de hielo y acero. Todo detrás de ella estaba en ruinas y temblando.
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—He hecho las paces con eso —apretó los dientes, tratando tan condenadamente difícil el no ir a sus armas como podría haber hecho una vez, ya que todavía dolía hacerlo, y dijo:— Voy a estar en mi viejo apartamento, si decides sacar tu cabeza de tu culo. Buenas noches. No le dio la posibilidad de contestar antes de que marchara por la calle.
Chaol estaba en la pequeña habitación de la casa destartalada que había sido la sede principal de su escuadrón durante las últimas tres semanas, mirando un escritorio lleno de mapas y planos y notas sobre el palacio, las rotaciones de los guardias, y los hábitos de Dorian. Brullo no tenía nada que ofrecer durante su reunión una hora antes –solo la tranquilidad severa de que Chaol había hecho lo correcto al dejar el servicio del rey y alejarse de todo lo que había trabajado. El hombre más viejo todavía insistía en llamarlo capitán, a pesar de la protesta de Chaol. Brullo había sido el que había encontrado a Chaol y se ofreció a ser sus ojos en el interior del castillo, tres días después de que él hubiera corrido. Huyó, dijo Aelin. Ella sabía exactamente qué palabra manejar. Una reina –furiosa y ardiente y tal vez un poco más cruel, se había encontrado él esta noche. Lo había visto desde el momento en que salió tambaleándose de la oscuridad del Valg para encontrarla de pie con la quietud de un depredador al lado de Nesryn. A pesar de la suciedad y la sangre en ella, la cara de Aelin estaba bronceada y ruborizada con el color, y diferente. Más vieja, como si la calma y el poder que irradiaba habían no solo afilado su alma sino también la misma forma de ella. Y cuando había visto su dedo desnudo… Chaol sacó el anillo que había metido en el bolsillo y le echó un vistazo al corazón apagado. Sería cuestión de minutos encender un fuego y tirar el anillo allí. Volcó en anillo entre sus dedos. La plata era aburrida y marcada con innumerables arañazos. No, Celaena Sardothien ciertamente no existía más. Esa mujer –la mujer que había amado… Tal vez se había ahogado en el mar vasto, despiadado entre aquí y Wendlyn. Tal vez ella había muerto a mano de los príncipes Valg. O tal vez había sido un tonto todo este tiempo, un tonto por mirar la vida que había tomado y la sangre que había tan irreverentemente derramado, y no estar disgustado. Había habido mucha sangre en ella esta noche –había matado a muchos hombres antes de encontrarlo. Ni siquiera se había molestado en lavarla, ni siquiera parecía darse cuenta de llevaba sangre de sus enemigos. Una ciudad –había rodeado una ciudad con sus llamas, e hizo a una Reina Hada temblar. Nadie debería poseer ese tipo de poder. Si pudiera hacer que una ciudad entera se quemara como venganza porque una Reina Hada había azotado a su amigo… ¿Qué iba a hacer por el imperio que había esclavizado y masacrado a su pueblo? No iba a decirle cómo liberar la magia –no hasta que supiera con certeza que ella no converti-
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ría a Rifthold en cenizas en el viento. Alguien llamó a la puerta –dos compases eficientes. —Deberías estar de turno, Nesryn —dijo a modo de saludo. Se deslizó, suave como un gato. En los tres años que la había conocido, ella siempre había tenido esa manera tranquila y elegante de moverse. Hace un año, un poco destrozado y temerario por la traición de Lithaen, lo había cautivado lo suficiente como para que pasara el verano compartiendo su cama. —Mi Comandante borracho está con la mano debajo de la camisa de cualquier nueva camarera sobre su regazo. Él no va a notar mi ausencia durante un tiempo todavía —una especie de tenue diversión brilló en sus ojos oscuros. El mismo tipo de diversión que había estado allí el año pasado cuando se encontraban, en las posadas o en las habitaciones superiores de las tabernas o incluso a veces contra la pared de un callejón. Había necesitado eso –la distracción y la liberación– después de que Lithaen le hubiera dejado por los encantos de Roland Havilliard. Nesryn estaba aburrida, al parecer. Ella nunca lo había buscado, nunca le pidió cuando lo volvería a ver, por lo que sus encuentros siempre habían sido iniciados por él. Unos meses más tarde, no se había sentido muy mal cuando se había ido a Endovier y dejó de verla. Nunca le había dicho a Dorian –o Aelin. Y cuando se había encontrado con Nesryn hace tres semanas en una de las reuniones de los rebeldes, no parecía estar conteniendo rencor. —Te ves cómo un hombre que hubiera recibido un puñetazo en las pelotas —dijo al fin. Le dio una breve mirada en su dirección. Y debido a que, efectivamente, se sentía de esa manera, porque a lo mejor nuevamente se sentía un poco destrozado y temerario, le contó lo que había sucedido. Con quién había ocurrido. Confiaba en ella, sin embargo. En las tres semanas que habían estado luchando y conspirando y sobreviviendo juntos, no había tenido más remedio que confiar en ella. Ren había confiado. Sin embargo Chaol no le había dicho a Ren quien era Celaena realmente antes de que hubiera ido. Tal vez debería haberlo hecho. Si hubiera sabido que ella volvería así, actuando de esa manera, supuso que Ren habría aprendido para quién arriesgaba su vida. Supuso que Nesryn merecía saberlo, también. Nesryn ladeó la cabeza, el pelo brillante como seda negra. —Campeona del Rey –y Aelin Galathynius. Impresionante —él no tenía que molestar para pedirle que lo mantuviera para sí misma. Ella sabía exactamente lo preciosa que esa información era. No le había pedido que fuera su segunda al mando para nada—. Debería sentirme halagada de que pusiera su cuchillo en mi garganta. Chaol miró de nuevo el anillo. Él debía derretirlo, ya que el dinero era escaso. Ya había gastado gran parte de lo que había arrancado de la tumba. Y él ahora necesitaría más que nunca. Ahora que Dorian se había…
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Se había… Que Dorian se había ido. Celaena –Aelin había mentido acerca de muchas cosas, pero ella no habría mentido sobre Dorian. Y ella podría ser la única persona capaz de salvarlo. Pero si intentaba matarlo en vez… Se hundió en la silla del escritorio, la mirada perdida en los mapas y planos que había estado haciendo. Todo –todo era para Dorian, para su amigo. Por sí mismo, no tenía nada que perder. Él no era más que un juramento roto sin nombre, un mentiroso, un traidor. Nesryn dio un paso hacia él. Había un poco de preocupación en su rostro, pero nunca había esperado mimos de ella. Nunca lo hubiera querido. Tal vez porque solo ella entendía lo que era –lo que era hacer frente a la desaprobación de un padre por seguir el camino que le llamaba. Pero mientras que el padre de Nesryn finalmente había aceptado su elección, el propio padre de Chaol… No quería pensar en su padre en ese momento, no cuando Nesryn dijo: —Lo que afirma sobre el príncipe– —No cambia nada. —Parece que lo cambia todo. Incluyendo el futuro de este reino. —Solo déjalo pasar. Nesryn cruzó sus brazos delgados. Ella era bastante delgada que la mayoría de los opositores la subestimaban –para su propia desgracia. Esa noche, la había visto rasgar a uno de esos soldados Valg como si estuviera fileteando un pescado. —Creo que estás dejando que tu historia personal se interponga en el camino. Él abrió la boca para protestar. Nesryn levantó una ceja peinada y esperó. Tal vez había estado exaltado en ese momento. Tal vez había sido un error negarse a decirle a Aelin cómo liberar la magia. Y si eso le costaba a Dorian en el proces – Maldijo en voz baja, la prisa del aliento meneando la vela en el escritorio. El capitán que había sido una vez se habría negado a decirle. Aelin era una enemiga de su reino. Pero no era más el capitán. Ese capitán había muerto junto con Sorscha en esa habitación de la torre. —Luchaste bien esta noche —dijo, como si esa fuera una respuesta. Nesryn chasqueó la lengua. —Volví porque he recibido un informe de que tres de las guarniciones de la ciudad fueron
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llamados a las Bóvedas a menos de treinta minutos después de que nos fuéramos. Su Majestad —dijo secamente Nesryn— mató a un gran número de hombres del rey, propietarios e inversionistas, de la sala, y se encargó de destrozar el lugar. No va a estar abierto de nuevo en cualquier momento pronto. Dioses pasados. —¿Saben que fue la Campeona del Rey? —No. Pero pensé que debía advertirte. Apuesto a que tenía una razón para hacerlo. Tal vez. Tal vez no. —Encontrarás que ella tiende a hacer lo que quiere, cuando quiere, y no pide permiso primero —Aelin probablemente solo había estado en un estado de ánimo cabreado y decidió dar rienda suelta a su genio en la sala de placer. Nesryn dijo: —Deberías haberlo sabido mejor antes de enredarte con una mujer así. —Y supongo que tú sabes todo acerca de enredarte con las personas, teniendo en cuenta el número de pretendientes que se alinean fuera de las panaderías de tu padre —un golpe bajo, tal vez, pero siempre había sido contundente con los demás. A ella no parecía molestarle, de todos modos. Ese tenue brillo de diversión regresó a sus ojos mientras Nesryn puso las manos en los bolsillos y se alejó. —Es por eso que nunca me involucro demasiado. Demasiado complicado. Por qué ella no dejaba entrar a nadie. Nunca. Se debatió preguntándose el por qué –empujaba al respecto. Pero la limitación de las preguntas sobre el pasado era parte de su acuerdo, y había sido así desde el principio. Honestamente, no sabía lo que había esperado cuando la reina regresara. Esto no. No puedes escoger y elegir qué partes de ella amar, le había dicho Dorian una vez. Había estado en lo cierto. Tan dolorosamente cierto. Nesryn se fue. Con la primera luz, Chaol fue a la joyería más cercana y empeñó el anillo por un puñado de plata.
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Exhausta y miserable, Aelin caminaba de regreso a su antiguo apartamento encima de un almacén sin nada especial. No se atrevía a retrasarse fuera del gran edificio de madera, de dos niveles que había comprado cuando había por fin pagado sus deudas a Arobynn –por sí misma, para salir de la Fortaleza. Pero solo se había comenzado a sentir como un hogar una vez que ella hubiera pagado las deudas de Sam, también, y había ido a vivirse aquí con ella. Unas semanas –fue todo lo que había podido compartir con él. Luego había muerto. La cerradura de la gran, corrediza puerta era nueva, y en el interior del almacén, las pilas imponentes de cajas llenas de tinta se mantenían en óptimas condiciones. Sin polvo recubierto en las escaleras en la parte de atrás. O Arobynn u otra cara de su pasado estaría dentro. Bien. Ella estaba lista para otra pelea. Cuando abrió la puerta verde, un cuchillo en un ángulo detrás de ella, el apartamento estaba a oscuras. Vacío. Pero olía a fresco. Fue una cuestión de minutos para comprobar el apartamentos –la gran sala, la cocina (algunas manzanas viejas, pero sin ningún signo de un ocupante), su dormitorio (sin tocar), y la habitación de invitados. Fue allí donde el olor de alguien se quedó; la cama no estaba perfectamente hecha, y una nota yacía en el armario junto a la puerta. El capitán dijo que podía quedarme aquí por un tiempo. Lo siento por intentar matarte este invierno. Yo era el que estaba con las espadas gemelas. Nada personal. –Ren. Ella juró. ¿Ren se había hospedado aquí? Y –y él todavía pensaba que Campeona del Rey. La noche en que los rebeldes habían mantenido a Chaol como rehén en un almacén, había tratado de matarlo, y se había sorprendido cuando se mantuvo firme. Oh, ella lo recordaba. Al menos estaba a salvo en el Norte. Ella se conocía a sí misma lo suficiente como para admitir que el alivio era parcialmente de una cobarde, porque no tenía que hacerle frente a Ren y ver cómo podría reaccionar a quién era, lo que había hecho con el sacrificio de Marion. Dada la propia reacción de Chaol, “no muy bien” parecía una conjetura justa. Volvió a entrar en la gran sala a oscuras, encendiendo las velas mientras caminaba. La gran mesa de comedor ocupaba la mitad del espacio todavía cuando se sentó ante sus elegantes platos. El sofá y dos sillones de terciopelo rojo ante la repisa de la chimenea adornada estaban un poco arrugados, pero limpios. Por unos momentos, se limitó a mirar la chimenea. Un hermoso reloj una vez había estado ubicado allí, hasta el día en que Sam había sido torturado y asesinado por Rourke Farran. La tortura se había prolongado durante horas, mientras había sentado su culo en este apartamento, con el embalaje de baúles que ahora no estaban por ningún lado. Y cuando Arobynn había llegado a darle la noticia, había tomado ese hermoso reloj y lo arrojó al otro lado de la
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habitación, donde se había hecho añicos contra la pared. Ella no había estado allí desde entonces, si alguien hubiera limpiado el cristal. O Ren o Arobynn. Una mirada a uno de los muchos estantes le dio la respuesta. Cada libro que había embalado para ese viaje de ida al Continente Sur, para esa nueva vida con Sam, había sido puesto en su lugar. Exactamente donde una vez los había guardado. Y solo había una persona que podría saber esos detalles –que utilizaría los baúles sin embalar como una burla y un regalo y un recordatorio silencioso de lo que le costaría salir de él. Lo que significaba que Arobynn había sabido sin ninguna duda que volvería aquí. En algún momento. Ella caminó hacia su dormitorio. No se atrevió a comprobar si la ropa de Sam había sido desempacada en los cajones –o tirada. Un baño –eso es lo que necesitaba. Un largo, caliente baño. Apenas se dio cuenta de que la habitación había su santuario. Encendió las velas en el baño de azulejos blancos, echándose en la cámara en un parpadeó de oro. Después de girar las perillas de bronce de la bañera de porcelana de gran tamaño para iniciar el flujo de agua, desató cada una de sus armas. Se quitó la capa sucia con sangre, la ropa por capa, hasta que se puso de pie en su propia piel llena de cicatrices y miró su espalda tatuada en el espejo sobre el lavabo. Hace un mes, Rowan había cubierto sus cicatrices de Endovier con un impresionante tatuaje hacia abajo, escrito en el Antiguo Idioma de las Hadas –las historias de sus seres queridos y cómo habían muerto. No tendría la tinta de Rowan en otro nombre en su carne. Se metió en la bañera, gimiendo en el delicioso calor, y pensó en el vacío lugar en la repisa donde el reloj debería haber estado. El lugar que nunca había llenado de nuevo desde ese día que había destrozado el reloj. Tal vez, tal vez ella también había dejado ese momento. Dejando de vivir y comenzando solo… a sobrevivir. Con rabia. Y tal vez le había tomado hasta esta primera, cuando se había tendido en el suelo mientras lo que tres príncipes Valg se alimentaban de ella, cuando al fin se había quemado a través de ese dolor y oscuridad, que el reloj empezara de nuevo. No, ella no añadiría otro nombre amado a su carne. Tiró una toalla al lado de la bañera y se la pasó por la cara, trozos de barro y sangre nublando el agua. Impredecible. La arrogancia, egoísmo puro en un pensamiento… Chaol había corrido. Había corrido, y abandonó a Dorian para ser esclavizado por el collar.
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Dorian. Ella volvió –pero demasiado tarde. Demasiado tarde. Mojó la toalla otra vez y cubrió su rostro con ella, con la esperanza de que de alguna manera aliviaría la picazón de sus ojos. Tal vez había enviado un mensaje muy fuerte de Wendlyn destruyendo a Narrok; tal vez fue culpa suya que Aedion fuera capturado, Sorscha asesinada y Dorian esclavizado. Monstruo. Y sin embargo… Por sus amigos, por su familia, ella con mucho gusto sería un monstruo. Por Rowan, por Dorian, por Nehemia, se rebajaría y degradaría y arruinaría a sí misma. Sabía que habrían hecho lo mismo por ella. Arrojó la toalla en el agua y se sentó. Monstruo o no, nunca en diez mil años ella habría dejado a Dorian enfrentando a su padre solo. Aunque Dorian le hubiera dicho que se fuera. Hace un mes, ella y Rowan habían elegido enfrentar juntos a los Príncipes Valg –morir juntos, si era necesario, en vez de hacerlo solo. Tú me recuerdas lo que el mundo debería ser; lo que el mundo puede ser, le había dicho una vez a Chaol. Su rostro ardió. Una chica había dicho esas cosas; una chica tan desesperada por sobrevivir, hacerlo durante cada día, que no había preguntado por qué él servía al verdadero monstruo de su mundo. Aelin se deslizó bajo el agua, lavando su pelo, su cara, su cuerpo sangriento. Ella podía perdonar a la chica que había necesitado a un capitán de la guardia para ofrecer estabilidad después de un año en el infierno; perdonar a la chica que había necesitado a un capitán para ser su campeón. Pero ella era su propia campeona ahora. Y ella no agregaría otro nombre de un amado muerto a su carne. Así que cuando despertó a la mañana siguiente, Aelin escribió una carta a Arobynn aceptando su oferta. Un demonio Valg, le debía al Rey de los Asesinos. A cambio de su ayuda rescatarían y regresarían a salvo a Aedion Ashryver, el Lobo del Norte.
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Capítulo 8 Traducido por Carla Vallejo Corregido por Valeria Álvarez Manon Blackbeak, heredera del clan de brujas Blackbeak, portadora de la espada Carnicera de Viento, jinete del dragón heráldico Abraxos y la Líder del Ala de Vuelo del rey de Adarlan, miró al corpulento hombre sentado en la mesa de cristal y mantuvo su temperamento bajo un estricto control. En las semanas que Manon y la mitad de la Legión de Dientos de Hierro había estado detenida en Morath, la fortaleza de la montaña del Duque Perrington, no había cazado nada. Ni ninguna de sus Trece. Lo que era la razón de que las manos de Asterin estuvieran a poca distancia de sus espadas gemelas mientras se apoyaba contra la oscura pared de piedra, por lo que Sorrel estaba fijada cerca de las puertas y por qué Vesta y Lin montaban guardia detrás de ellas. El duque o no se daba cuenta o no le importaba. Mostró interés en Manon solo cuando daba las órdenes de entrenamiento de su ejército. Aparte de eso, sus apariciones sin descanso se centraron en el ejército de hombres de extraño olor que esperaban en el campamento a los pies de la montaña. O en lo que habitaba en las montañas –lo que gritaba y rugía y gemía dentro del laberinto de catacumbas esculpidas en el corazón de la roca antigua. Manon nunca había preguntado lo que estaba guardado o hacían dentro de las montañas, aunque sus Sombras le informaban entre susurros que los altares de piedra estaban manchados de sangre y las mazmorras eran más negras que la propia Oscuridad. Si no interferían con la Legión Dientes de Hierro, a Manon no le importaba particularmente. Dejaría a estos hombres jugar a ser dioses. Por lo general, aunque sobre todo en estas reuniones miserables, la atención del duque estaba fijada sobre la hermosa mujer, con el pelo como cuervo que nunca había estado lejos de su lado, como atada a él por una cadena invisible. Era a ella a quien Manon estaba mirando mientras el duque señalaba las áreas en el mapa que quería que las exploradoras Dientes de Hierro contemplaran. Kaltain –ese era su nombre. Ella nunca decía nada, nunca miraba a nadie. Un collar oscuro se abrazaba alrededor de su blanco cuello, un collar que hacía que Manon guardara su distancia. Un olor tan incorrecto alrededor de toda esta gente. Humano, pero también no humano. Y sobre todo esta mujer, el olor era más fuerte y más extraño. Como los lugares oscuros, olvidados del mundo. Como suelo
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labrado en un cementerio. —La próxima semana, quiero informes sobre lo que los hombres salvajes de los Colmillo están haciendo —dijo el duque. Su bigote del color de la herrumbre parecía tan en desacuerdo con su brutal armadura oscura. Un hombre igual de cómodo luchando en las habitaciones del Consejo o en la matanza de los campos. —¿Algo en particular para buscar? —dijo Manon rotundamente, ya aburrida. Era un honor ser la Líder del Ala, se recordó a ella misma; un honor ser la anfitriona Ironteeth. Incluso si el estar allí se sentía como un castigo, e incluso si ella aún no había recibido palabra de su abuela, la Gran Bruja del Clan Blackbeak, sobre lo que debía ser su próximo movimiento. Estaban aliados con Adarlan –no con los lacayos a entera disposición del rey. El duque acaricio con ocio el fino brazo de Kaltain, su blanca carne manchada con demasiados golpes para ser accidental. Y entonces la gruesa cicatriz roja justo antes de la pendiente de su codo, dos pulgadas de largo, ligeramente levantada. Tenía que ser reciente. Pero la mujer no se estremeció ante el tacto íntimo del duque, no mostró un parpadeo de dolor cuando sus gruesos dedos acariciaron la cicatriz violentamente. —Quiero una lista actualizada de sus asentamientos —dijo el duque—. Sus números, los caminos principales que utilizan para cruzar las montañas. Permanezcan invisibles y no participen. Manon podría haber tolerado todo sobre estar atascada en Morath –salvo por esa última orden. No participar. No matar, no pelear, no desangrar hombres. La cámara de consejo tenía solo una ventana alta y angosta, su vista cortada por una de las muchas torres de piedra de Morath. No había suficiente espacio libre en esa sala, no con el duque y la mujer rota junto a él. Manon levantó su barbilla y se giró. —Como desees. —Su Gracia —dijo el duque. Manon hizo una pausa, a mitad de la vuelta. Los ojos oscuros del duque no eran totalmente humanos. —Se dirigirá a mí como “Su Gracia”, Líder del Ala. Era un esfuerzo impedir que sus dientes de hierro no rompieran hacia abajo las ranuras en sus encías. —No eres mi duque —dijo—. Ni eres mi gracia. Asterin a pesar de todo se lo habría impedido. El Duque Perrington retumbó una risa. Kaltain no demostró ningún indicio de haber oído algo de eso.
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—El Demonio Blanco —reflexionó el duque, mirando a Manon con ojos que vagaron demasiado libremente. Si hubiera sido cualquier otra persona, ella le sacaría los ojos con sus uñas de hierro –y le dejaría gritar un poco antes de arrancarle la garganta con sus dientes de hierro—. Me pregunto si no aprovecharas ser la anfitriona para ti misma y me arrebatarías mi imperio. —No tengo ningún uso para tierras humanas —era la verdad. Solo los Desperdicios Occidentales, hogar de una vez el glorioso Reino de las Brujas. Pero hasta que no lucharan en la guerra del Rey de Adarlan, hasta que sus enemigos no fueran derrotados, no se les permitiría recuperarlo. Además, la maldición Crochan les negaba la verdadera posesión de la tierra como propiedad –y no estaban más cerca de romperlo que los mayores de Manon habían estado hace quinientos años, cuando la última Reina Crochan las condenó con su último aliento. —Y por eso, agradezco a los dioses cada día —él agitó una mano— Lárgate. Mano aparto la vista, otra vez debatiendo los méritos de la matanza justo en la mesa, solo para ver cómo reaccionaría Kaltain a eso, pero Asterin cambio su pie contra la pared y eso era tan bueno como una tos fingida. Así que Manon les dio la espalda al duque y a su novia en silencio y salió.
Manon anduvo con paso majestuoso por los estrechos pasillos de la Guarida de Morath, Asterin acompañándola, Sorrel un paso por detrás, Vesta y Lin en la parte trasera. A través de cada ventana agrietada que pasaron, los rugidos, alas y gritos estallaron en conjunto con los últimos rayos de la puesta de sol y más allá de ello –el pulso sorprendentemente incesante de martillos de acero y hierro. Pasaron por un grupo de guardias afuera de la entrada de la torre privada del duque, uno de los pocos lugares que no se les permitía. Los olores que se filtraban por detrás de la puerta oscura de reluciente piedra rastrillaron como garras por la columna vertebral de Manon, mientras que ella, su segunda y tercera al mando mantuvieron una prudente distancia. Asterin incluso fue tan lejos como para mostrar sus dientes a los guardias apostados frente a la puerta, sus cabellos dorados y la irregular cinta de cuero que llevaba en la frente centelleando a la luz de las antorchas. Los hombres no parpadearon, y su respiración no se alteró. Ella sabía que su formación no tenía nada que ver con ello –tenía un tufo, también. Manon echó un vistazo sobre su hombro a Vesta, que sonreía con satisfacción a cada guardia y tembloroso sirviente que pasaban. Su pelo rojo, piel crema y ojos de negro y oro eran suficientes para detener a la mayoría de los hombres en sus caminos –para tenerlos distraídos mientras los utilizaba para el placer y luego los dejaba sangrando para su diversión. Pero estos guardias no reaccionaron a ella, tampoco.
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Vesta notó la atención de Mano y levantó sus cejas castañas. —Busca a las demás —le pidió Manon—. Es hora de cazar —Vesta asintió con la cabeza y se movió lejos por un pasillo oscuro. Ella tiró su barbilla hacia Lin, que le dio a Manon una pequeña sonrisa peligrosa y desapareció en las sombras a los talones de Vesta. Manon, su Segunda y Tercera eran silenciosas cuando ascendieron a la mitad de la torre en ruinas que alojaba en privado a las Trece. Durante el día, los dragones se encaramaban en los enormes puestos que sobresalían de la torre para conseguir un poco de aire fresco y miraban el campo de guerra, muy por debajo; por la noche, ellas mismas a la aguilera para dormir, encadenándolos en sus áreas respectivas. Era mucho más fácil que encerrarlos en las hediondas celdas en el vientre de la montaña con el resto de los huéspedes heráldicos, donde solo se rasgaría el uno al otro en fragmentos y conseguirían darle calambres a sus alas. Habían intentado alojarlos allí –una vez, al llegar. Abraxos había perdido los estribos y sacó la mitad de su cuerpo del corral, despertando a las otras monturas hasta que también tironeaban y rugían y amenazaban con derribar la contención alrededor de ellos. Una hora más tarde, Manon había reclamado esa torre para las Trece. Parecía que el extraño olor irritaba a Abraxos, también. Pero en la Aguilera, el tufo de los animales era familiar, acogedor. Sangre, mierda, heno y cuero. Apenas un atisbo de ese olor extraño –quizás porque estaban tan alto que el viento se lo llevaba. El suelo cubierto de paja crujía bajo sus botas, una brisa fresca barriendo en donde el techo fue rasgado por el macho de Sorrel. Para lograr que los dragones heráldicos se sintieran menos enjaulados y Abraxos podría mirar las estrellas, ya que le gustaba hacerlo. Manon echó un vistazo sobre los comedores en el centro de la sala. Ninguno de las monturas tocó la carne y los cereales proporcionados por los hombres mortales que estaban en la Aguilera. Uno de esos hombres colocaba heno fresco, y un destello de dientes de hierro de Manon lo tuvo corriendo por las escaleras, el sabor fuerte de su miedo persistiendo en el aire como una mancha de aceite. —Cuatro semanas —dijo Asterin, echando un vistazo a su dragón azul claro, visible en la rotura a través de uno de los numerosos arcos abiertos—. Cuatro semanas, y ninguna acción. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Cuándo nos moveremos? En efecto, las restricciones chirriaban por delante de ellos. Limitaban el vuelo de noche para mantener a los huéspedes en su mayoría sin ser detectados, el hedor de estos hombres, la piedra, la forja, las zonas sinuosas de la interminable Guarida –tomaban cada día un poco de la paciencia de Manon. Incluso la pequeña cordillera en la que la torre de homenaje fue ubicada era densa, hecha de solo roca desnuda, con pocos signos de la primavera que ya cubrían la mayor parte de las tierras. Un lugar muerto, pudriéndose. —Nos moveremos cuando nos digan que nos movamos —le dijo Manon a Asterin, mirando hacia el sol poniente. Pronto, tan pronto como ese sol desapareciera sobre los irregulares picos negros podrían tomar los cielos. Su estómago se quejó—. Y si vas a poner en duda las
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órdenes, Asterin, entonces estaré feliz de reemplazarte. —No las cuestiono —dijo Asterin, sosteniendo la mirada fija de Manon por el tiempo más largo que la mayor parte de las brujas se atrevía—. Pero es un desperdicio de nuestras habilidades sentarnos aquí como gallinas en un gallinero, a disposición del duque. Quisiera rasgar a ese gusano en la barriga. Sorrel murmuró: —Te aconsejo, Asterin, que resistas ese impulso —la mano bronceada de la Tercera de Manon estaba en posición, manteniendo la atención únicamente de los movimientos rápidos y letales de su Segunda. La furia de Asterin flameó. —El rey de Adarlan no puede robar nuestras monturas. No ahora—dijo Asterin—. Tal vez deberíamos movernos más profundo en las montañas y acampar allí, donde por lo menos el aire está limpio. No tiene sentido quedarnos aquí. Sorrel dejó escapar un gruñido de advertencia, pero Manon sacudió su barbilla, una orden silenciosa cuando caminó más cerca de su Segunda. —Lo último que necesito —respiró Manon en la cara de Asterin —es tener esa mortal y asquerosa pregunta alterando a mis Trece. Y si te oigo decir a tus exploradoras algo de esto– —¿Crees que me gustaría hablar mal de ti a las inferiores? —un chasquido de dientes de hierro. —Pienso que tú –y todas nosotras– estamos enfermas de ser confinadas en esta mierda de agujero, y tienes la tendencia de decir lo que piensas y considerar las consecuencias más tarde. Asterin siempre había sido así, y el salvajismo era exactamente el por qué Manon la había elegido como su Segunda hace un siglo. La llama era la piedra de Sorrel… y Manon era el hielo. El resto de las Trece comenzaron a presentarse cuando el sol desapareció. Le echaron un vistazo a Manon y Asterin y sabiamente se mantuvieron lejos, sus ojos apartados. Hasta que Vesta murmuró un rezo a la Diosa de Tres Caras. —Solo quiero para las Trece, para todas las Blackbeak, que ganemos la gloria en el campo de batalla —dijo Asterin, negándose a romper la mirada de Manon. —Lo haremos —prometió Manon, bastante fuerte para que las demás lo oyeran—. Pero hasta entonces, manténganse en control, o las echaré a tierra hasta que sean dignas de montar con nosotras otra vez. Asterin bajó sus ojos. —Tu voluntad es la mía, Líder del Ala. Viniendo de cualquier otra persona, incluso de Sorrel, el honorífico habría sido normal, lo esperado. Porque ninguna de ella se hubiera atrevido a emitir ese tono.
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Manon arremetió, tan rápido que incluso Asterin no pudo retirarse. La mano de Manon se cerró alrededor de la garganta de su prima, sus clavos de hierro en la suave piel debajo de sus orejas. —Un paso fuera de la línea, Asterin y esto —Manon enterró sus uñas más profundo cuando sangre azul comenzó a deslizarse por el cuello de oro bronceado de Asterin— encontrará su marca. A Manon no le importaba que hubieran estado luchando una al lado de la otra hace un siglo, que Asterin fuera su pariente más cercana, o que Asterin le hubiera peleado una y otra vez para defender la posición de Manon como heredera. Ella pondría a Asterin en su lugar en el momento en que se convirtiera en una inútil molestia. Manon dejó que Asterin viera todo eso en sus ojos. La mirada fija de Asterin se dirigió a la capa roja que Manon llevaba, el manto que su abuela le había ordenado tomar luego de que Manon le rajara la garganta a la Crochan, la bruja se desangró en el piso de la Omega. El rostro hermoso y salvaje de Asterin fue frío cuando dijo: Entendido. Manon soltó su garganta, sacudiendo la sangre de Asterin de sus uñas cuando se dio la vuelta a las Trece, ahora de pie al lado de sus monturas, con la espalda rígida y silenciosas. Montaremos. Ahora.
Abraxos se desplazó y se meció bajo Manon cuando ella se subió a la silla, consciente de que un paso en falso de la viga de madera en la que estaba posado le daría lugar a una bajada muy larga y permanente. Por debajo y hacia el sur, innumerables fogatas del ejército vacilaban, y el humo de las forjas entre ellas se elevaban alto en penachos que estropeaban el cielo estrellado, iluminado por la luna. Abraxos gruñó. —Lo sé, lo sé, tengo hambre, también —dijo Manon, parpadeando mientras aseguraba los arneses que la mantenían firme en la silla de montar. A su izquierda y derecha, Asterin y Sorrel montaban sus dragones y se volvieron hacia ella. Las heridas de su prima ya habían coagulado. Manon miró fijamente la implacable caída hacia abajo al lado de la torre, más allá de las rocas escarpadas de la montaña y al aire libre. Quizás por esos tontos mortales habían insistido en que cada dragón heráldico y jinete cruzaran la Omega para que fueran a Morath y no se resistieran a la caída en picado, incluso desde los niveles más bajo de la Torre de Homenaje. Un frío, viento apestoso le rozó la cara, obstruyendo su nariz. Una súplica, un grito silencio rompió desde el interior de una de esas ahuecadas montañas, luego se quedó en silencio. Era
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hora de irse, no para llenar su vientre, sino, para alejarse de la podredumbre de este lugar por un par de horas. Manon clavó las piernas en los lados marcados con las cicatrices curtidas de Abraxos, y sus alas reforzadas con seda de araña brillaron como el oro a la luz de los fuegos muy por debajo. —Vuela, Abraxos —respiró. Abraxos aspiró una gran bocanada, metió dentro sus alas apretadas, y cayó por el lado del poste. Le gustaba hacer eso –simplemente voltear como si hubiera sido golpeado a muerte. El dragón, al parecer, tenía un retorcido sentido del humor. La primera vez que lo había hecho, ella le había gritado. Ahora lo hacía solo para mostrarse, ya que él los dragones del resto de las Trece tenían que saltar y luego sumergirse, sus cuerpos demasiado grandes para navegar ágilmente por la caída estrecha. Manon mantuvo sus ojos abiertos cuando cayó hacia abajo, el viento golpeándolos, Abraxos era una masa caliente debajo suyo. Le gustaba ver cada rostro mortal sorprendido y aterrorizado, le gustaba ver cuán cercano quedaba Abraxos a las piedras de la torre, a la irregular montaña negra. Abraxos echó hacia fuera sus alas, duro, inclinándose ante el mundo y luego disparó hacia atrás. Dejó escapar un fuerte grito que resonó en cada piedra de Morath, repetido por los alaridos de las monturas de las Trece. En una torre exterior de las escaleras, un siervo transportando una cesta de manzanas gritó y dejó caer su carga. Las manzanas caían una por una por uno por los pasos sinuosos de la torre, una cascada de rojo y verde en el momento en que golpeteaban las fraguas. Entonces Abraxos batió para arriba y lejos sobre el oscuro ejército, sobre los picos afilados, las Trece cayendo suavemente en la fila detrás de él. Era una extraña especie de emoción, el viajar así, con solo su aquelarre, una unidad capaz de saquear ciudades enteras por sí mismas. Abraxos voló fuerte y rápido, él y Manon escaneando la tierra cuando se liberaron de las montañas y cruzaron sobre las tierras planas antes del Río Acanthus. La mayoría de los humanos huyeron de la región, o habían sido matados por la guerra o placer. Pero todavía habían unos pocos, si sabías donde buscar. Y volaron, la astilla de la media luna creciente mayor: la Hoz de la Bruja. Una buena noche para cazar, si la cruel cara de la Diosa las vigilara, aunque la oscuridad de la nueva luna –la Sombra de la Bruja– siempre era preferida. Por lo menos la Hoz emitió bastante luz para ver como Manon exploraba la tierra. Agua, a los mortales les gustaba vivir cerca del agua, así que se dirigió hacia un lago que había visto semanas atrás pero todavía no había explorado. Rápidas y elegantes como las sombras, las
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Trece se dispararon sobre la tierra envuelta en la noche. Por fin, la luz de la luna destelló débilmente sobre un pequeño cuerpo en el agua, y Abraxos planeó, bajando y bajando, hasta que Manon podía ver su reflejo en la superficie plana, ver su capa roja ondeando detrás de ella como un rastro de sangre. Detrás, Asterin chilló y Manon se volvió para mirar a su Segunda abriendo sus brazos y echándose hacia atrás en su silla hasta que estuvo acostada sobre la columna vertebral de su montura, el pelo de oro desatado y flotando. Tal éxtasis salvaje, siempre había una alegría feroz, no domada cuando Asterin volaba. Manon de vez en cuando se preguntaba si su Segunda a veces escapaba en la noche para ir en nada más que en su piel, renunciando incluso a una silla de montar. Manon miró hacia delante, con el ceño fruncido. Gracias a la Oscuridad que la Matrona Blackbeak no estaba aquí para ver eso, o más que solo Asterin sería castigada. Sería el propio cuello de Manon, también, por permitir que tal furia floreciera. Y no estar dispuesta a pisarla por completo. Manon divisó una pequeña casita de campo cercada. Una luz vaciló en la ventana, perfecto. Más allá de la casa, mechones de color blanco resplandecían, brillantes como la nieve. Mejor aún. Manon dirigió a Abraxos hacia la granja, hacia la familia que, si fueran inteligentes, habrían oído las alas en pleno vuelo y habrían huido. Sin niños. Era una regla tácita entre las Trece, incluso si algunos de los clanes no tuvieran reparos en ella, especialmente el Yellowlegs. Pero los hombres y las mujeres eran juegos limpios, si, había diversión para ser tenida. Y después de su encuentro más temprano con el duque, con Asterin, Manon estaba realmente de humor para alguna diversión.
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Capítulo 9 Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher Después de que Aelin escribiera la maldita carta para Arobynn y se la enviara a través de uno de sus salvajes niños de la calle, el hambre la hizo arrestarse desde el apartamento hacia la mañana gris. Cansada hasta los huesos, fue en busca del desayuno, también hizo las compras necesarias para el almuerzo y la cena. Regresó al almacén una hora más tarde para encontrar una caja grande y plana esperando sobre la mesa del comedor. No había señal de que la cerradura hubiera sido manipulada, ninguna de las ventanas estaba más abierta de lo que habían estado cuando ella las abrió para que entrara la brisa del rio esa mañana. No esperaba menos de Arobynn, nada menos que un recordatorio de que él era el Rey de los Asesinos, se había desgarrado y sacrificado en el camino a ese trono autoimpuesto. Parecía apropiado, de alguna manera, que los cielos se abrieran justo en ese momento. El golpeteo y tintineo de la lluvia a la distancia lavaron el pesado silencio de la habitación. Aelin tiró del lazo de seda esmeralda que rodeaba la caja de color crema y lo arrojo lejos. Dejando a un lado la tapa, se quedó mirando la tela doblada que había dentro por un largo momento. En la nota colocada encima se leía: Me tomé la libertad de hacer algunas mejoras desde la última vez. Ve a jugar. Su garganta se apretó, pero ella sacó el ajustado traje de tela de cuerpo entero. Espeso y flexible como el cuero negro, pero sin el brillo y la sofocación. Debajo del traje doblado había un par de botas. Habían sido limpiadas desde la última vez que las había usado hace años, el cuero negro todavía era suave y flexible, las ranuras especiales y las cuchillas ocultas tan precisas como siempre. Levantó la pesada manga del traje para revelar las fundas incorporadas que ocultaban finas espadas perversas tan largas como su antebrazo. No había visto este traje, no lo había usado, desde….miró el lugar vacío en la repisa sobre la chimenea. Otra prueba-una sencilla, para ver hasta qué punto ella podía perdonar y olvidar, cuanto soportaría trabajar con él.
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Arobynn había pagado por el traje años atrás, una exorbitante suma de dinero exigida por el maestro inventor de Melisande que lo había elaborado todo a mano, hecho exactamente a su medida. Había insistido en que sus dos mejores asesinos fueran equipados con un traje letal, para ella había sido un regalo, uno de los muchos que él le había dado para intentar compensarla por golpearla hasta el infierno y luego enviarla al Desierto Rojo a entrenar. Ella y Sam habían recibido ambos una paliza brutal por su desobediencia, y sin embargo Arobynn había hecho que Sam le pagara por el traje. Y luego le dio trabajos de segunda para evitar que saldara la deuda rápidamente. Dejó el traje de nuevo en la caja y comenzó a desvestirse, respirando el aroma de la lluvia sobre la piedra que se colaba por las ventanas abiertas. Oh, ella podría desempeñar el papel de la protegida devota otra vez. Podría estar de acuerdo con el plan que le había dejado crear, el plan que había modificado ligeramente, solo lo suficiente. Mataría a quién fuera necesario, se prostituiría, se arruinaría a si misma si eso significaba lograr que Aedion estuviera a salvo. Dos días—sólo dos días, hasta que pudiera verlo de nuevo, hasta que pudiera ver con sus propios ojos en que se había convertido, como había sobrevivido todos estos años. E incluso si Aedion la odiaba, si le escupía como prácticamente lo había hecho Chaol… valdría la pena. Desnuda, se metió en el traje, el material blando deslizándose sobre su piel. Típico de Arobynn no mencionar que modificaciones había hecho, para hacerlo un rompecabezas letal que ella debía solucionar, si era lo suficientemente inteligente como para sobrevivir. Se movió alternativamente, con cuidado para evitar activar el mecanismo que liberaba las cuchillas ocultas, examinándolo por cualquier otro tipo de armas o trucos ocultos. Tomo un poco más de trabajo antes de que el traje la envolviera por completo y se colocara las botas. Mientras se dirigía a la habitación, ya podía sentir el refuerzo añadido a cada punto débil que poseía. Las especificaciones debieron ser enviadas meses antes de que llegara el traje. Por un hombre que efectivamente sabía que la rodilla a veces le temblaba, que partes del cuerpo la favorecían en combate, la velocidad con la que se movía. Todo lo que Arobynn sabía de ella, envuelto a su alrededor en tela, acero y oscuridad. Se detuvo ante el espejo de pie que estaba contra la pared al final de la habitación. Una segunda piel. Tal vez menos escandaloso por los exquisitos detalles, el acolchado adicional, los bolsillos, los pedacitos de decoración blindada, pero no había ni una pulgada dejada a la imaginación. Dejó escapar un silbido. Muy bien entonces. Podía ser Celaena Sardothien otra vez, por un poco más de tiempo, hasta que este juego terminara. Podría haber meditado un poco más sobre eso, si el chapoteo de los cascos y las ruedas que pararon fuera del almacén no hubieran hecho eco a través de las ventanas abiertas. Dudaba que Arobynn apareciera tan pronto para regodearse, no, esperaría hasta saber si ella realmente había ido a jugar con el traje.
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Eso dejó solo una persona que se molestaría en visitarla, aunque dudaba que Chaol desperdiciara dinero en un carruaje, incluso bajo la lluvia. Manteniéndose lejos de la vista, miró por la ventana a través de la lluvia tomando detalle del carruaje desconocido. Nadie observaba en la calle lluviosa y no había señales de quien podría estar adentro. Caminando hacia la puerta, Aelin sacudió su muñeca liberando la cuchilla del brazo izquierdo. No hizo ningún sonido mientras salía disparada de la ranura escondida en el guante, el metal reluciente a la luz tenue por la lluvia. Dioses, el traje era tan maravilloso como lo había sido el primer día que lo probó; la cuchilla cortó sin problemas través del aire como lo había hecho cuando ella la hundió en sus objetivos. Sus pasos y el tamborileo de la lluvia sobre el tejado del almacén eran los únicos sonidos mientras bajaba las escaleras, luego pasando entre las cajas apiladas en el piso principal. Con el brazo izquierdo en un ángulo que le permitía esconder la cuchilla entre los pliegues de su capa, tiró de la puerta del almacén de rodadura gigante para revelar los velos de la lluvia ondulante. Una mujer encapuchada esperaba bajo el toldo, un coche de caballos de alquiler sin marcas esperaba detrás de ella en la acera. El conductor estaba observando cuidadosamente, la lluvia goteaba del ala ancha de su sombrero. No era un ojo entrenado, simplemente miraba hacia la mujer que lo había contratado. Incluso en la lluvia, la capa era de un profundo y rico color gris, la tela limpia y lo suficientemente pesada como para sugerir derroche de dinero, a pesar del carro. La pesada capucha ocultaba el rostro de la extraña en las sombras, pero Aelin vislumbró una piel de marfil, pelo oscuro y guantes de terciopelo fino en sus manos metidas entre la capa— ¿por un arma? —Comienza a explicarte— dijo Aelin, apoyada en el marco de la puerta—o serás carne de rata. La mujer dio un paso atrás bajo la lluvia, no hacia atrás exactamente, pero hacia el carruaje, donde Aelin notó la forma pequeña de una niña esperando dentro. Agachándose. —He venido a advertirte— dijo la mujer, y se sacó la capucha lo suficiente para revelar su rostro. Grandes ojos verdes, labios sensuales, pómulos afilados y una nariz respingona se combinaban para crear una rara pero asombrosa belleza que hacía que los hombres perdieran el sentido común.
—Por favor— rogó Lysandra. Esa palabra—y la desesperación detrás de la misma—hicieron que Aelin deslizará su espada en la vaina.
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En los nueve años que ella conocía a la cortesana, ni una sola vez había oído a Lysandra decir por favor o sonar desesperada por algo. Frases como “gracias”, “¿Puedo?” o incluso “encantada de verte” nunca habían sido pronunciadas por Lysandra en la presencia de Aelin. Podrían haber sido amigas tan fácilmente como enemigas—ambas huérfanas, ambas encontradas por Arobynn cuando eran niñas. Pero Arobynn había entregado a Lysandra a Clarisse, su buena amiga y una exitosa madama de burdel. Y aunque Aelin había sido entrenada en el arte del asesinato y Lysandra para los dormitorios, habían crecido siendo rivales. Arañando por el favor de Arobynn. Cuando Lysandra cumplió los diecisiete años y tuvo su Licitación, fue Arobynn quien había ganado, usando el dinero que Aelin le habida dado para pagar sus deudas. La cortesana entonces había lanzado lo que había hecho Arobynn con su dinero en la cara de Aelin. Entonces Aelin le había lanzado algo a ella: una daga. No se habían visto desde entonces. Aelin imaginó que estaba perfectamente justificada y tiro hacia atrás la capucha para revelar su propio rostro y dijo —Me tomaría menos de un minuto matarte a ti y a tu conductor, y asegurarme de que tu pequeña protegida en el carruaje no diga ni pio sobre el asunto. Ella probablemente estaría feliz de verte muerta. Lysandra se puso rígida. —Ella no es mi protegida, y no esta en entrenamiento. — ¿Así que ella vino para ser utilizada como escudo contra mí?— la sonrisa de Aelin era afilada. —Por favor, por favor— dijo Lysandra bajo la lluvia—necesito hablar contigo, solo por unos minutos, donde sea seguro. Aelin se fijó en las bellas ropas, el carruaje alquilado, la salpicadura de lluvia en los adoquines. Tan típico de Arobynn lanzarle esto a ella. Pero lo dejaría jugar esta mano; ver a donde la llevaba. Aelin apretó el puente de la nariz con dos dedos, luego levanto la cabeza —Tú sabes que tengo que matar a tu conductor. — ¡No, no!—clamó el hombre, luchando para agarrar las riendas. —Juro—juro que no voy a decir una sola palabra sobre este lugar. Aelin acechó el carruaje, la lluvia empapando su capa. El conductor podría reportar la ubicación del almacén, podría poner en peligro todo. Aelin miró el salpicado permiso del coche enmarcado en la puerta, iluminado por el pequeño farol que colgaba arriba.
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—Bueno, Kellan Oppel de la sesenta y tres, calle Baker, apartamento dos, supongo que no se lo dirás a nadie. Blanco como la muerte, el conductor asintió. Aelin abrió la puerta del carruaje, diciendo a la niña dentro —Sal. Ambas adentro, ahora. —Evangeline puede esperar aquí. Aelin miró por encima del hombro, la lluvia salpicando su cara mientras sus labios se retiraban de sus dientes. —Si tú crees por un momento que voy a dejar a una niña sola en un carruaje de alquiler en los barrios bajos, puedes volver de nuevo al vertedero de dónde vienes. Se asomó al coche de nuevo y dijo a la muchacha encogida —Vamos. No te morderé. Eso pareció ser garantía suficiente para Evangeline, quien se acercó más, la luz del farol rodando su pequeña mano de porcelana antes de que agarrara el brazo de Aelin para saltar de la cabina. No más de once años, estaba delicadamente constituida. Su pelo rojizo—dorado trenzado para revelar unos ojos amarillo—verdoso que observan la calle empapada y las mujeres delante de ella. Tan impresionante como su señora, o lo hubiera sido, si no fuera por las profundas cicatrices dentadas en ambas mejillas. Cicatrices que explicaban el horror y la horrenda salida del tatuaje en la parte interior de la muñeca de la niña. Había sido una de las adquisiciones de Clarisse, hasta que había sido estropeada y perdió todo el valor. Aelin guiñó un ojo a Evangeline y le dijo con una sonrisa de conspiración mientras la conducía bajo la lluvia —Tú te pareces a mi tipo de persona—.
Aelin abrió el resto de las ventanas para que la brisa del rio y la lluvia refrescara el sofocante apartamento. Por fortuna nadie había rondado la calle en los minutos que habían estado afuera, pero si Lysandra estaba aquí, ella no tenía ninguna duda que volvería con Arobynn. Aelin palmeo el sillón frente a la ventana, sonriendo a la pequeña niña con cicatrices. —Este es mi lugar favorito para sentarme en todo el apartamento, sobre todo cuando entra una agradable brisa por la ventana. Si quieres tengo un libro o dos que creo que te gustarían. O— hizo un gesto a la cocina a su derecha— podrías encontrar algo delicioso en la mesa de la cocina, una tarda de arándanos, creo. Lysandra estaba rígida, pero a Aelin particularmente no le importaba un comino.
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—Tú eliges. Como niña de un burdel de alta categoría, Evangeline probablemente tenía muy pocas opciones de vida. Los ojos verdes de Lysandra parecieron suavizarse un poco. Con su voz apenas audible por encima del golpeteo de la lluvia sobre el techo y las ventanas Evangeline dijo: —Me gustaría la tarta, por favor. Un momento después ella se había ido. Muchacha inteligente. Sabía mantenerse fuera del camino de su señora. Con Evangeline ocupada, Aelin colgó su capa empapada y utilizo la sección seca del paño para limpiarse la cara mojada. Mantuvo la muñeca en posición en caso de que tuviera que disparar la cuchilla oculta, Aelin señaló el sofá frente a la chimenea apagada y dijo a Lysandra —Siéntate—. Para su sorpresa, la mujer obedeció. Pero le dijo: — ¿O me amenazaras con matarme de nuevo? — —No hago amenazas. Solo promesas—. La cortesana se desplomó contra los cojines del sofá. —Por favor. ¿Cómo voy a tomar todo lo que sale de esa gran boca en serio? — —Lo tomaste en serio cuando tiré una daga a tu cabeza—. Lysandra le dio una pequeña sonrisa. —Fallaste—. Era cierto, pero había rozado la oreja de la cortesana. Por lo que a ella le concernía, se lo merecía. Pero la mujer sentada frente a ella—ambas eran mujeres ahora, no las niñas que habían sido a los diecisiete años. Lysandra la miró de arriba a abajo. —Te prefiero rubia— —Y yo prefiero que te largues como el infierno fuera de mi casa, pero eso no parece que ocurra pronto. Echó un vistazo a la calle de abajo; el carruaje esperaba, según lo ordenando. —¿Arobynn no podía enviarte en uno de sus carruajes? Pensé que él te los prestaba generosamente—. Lysandra agitó la mano, la luz de las velas atrapada en una pulsera de oro que apenas cubría una serpiente tatuada en su delgada muñeca.
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—Me negué a usar su carruaje. Pensé que daría un mensaje equivocado—. Demasiado tarde para eso. —Así que él te envió, entonces. ¿Para advertirme sobre qué, exactamente? — —Él me envió a decirte su plan. No confía en mensajeros estos días. Pero la advertencia viene de mi parte—. Una mentira absoluta, sin dudas. Pero ese tatuaje, el signo del burdel de Clarisse, grabado en la carne de todas sus cortesanas desde el momento en que se vendieron en su casa…la niña en la cocina, el conductor abajo que podría hacer que todo sea muy, muy difícil si ella destripaba a Lysandra. Pero la daga era tentadora mientras veía ese tatuaje. No la espada. No, quería la intimidad de un cuchillo, quería compartir la respiración de la cortesana mientras acababa con ella. Aelin pregunto tranquilamente — ¿Por qué todavía tienes la marca de Clarisse tatuada? — No confíes en Archer, Nehemia había tratado de advertirle, dibujando una representación perfecta de la serpiente en su mensaje codificado. Pero ¿Qué pasaba con cualquier otra persona que tuviera esa marca? La Lysandra que Aelin había conocido años atrás…de dos caras, mentirosa y confabuladora estaban entre las palabras más agradables que Aelin habría usado para describirla. Lysandra frunció el ceño hacia ella. —No podemos deshacernos de ella hasta que no hayamos pagado nuestras deudas—. —La última vez que vi tu cuerpo prostituirse, estabas a pocas semanas de pagarlas—. De hecho, Arobynn había pagado tanto en la Licitación dos años atrás que Lysandra debería haber sido libre casi de inmediato. Los ojos de la cortesana brillaron. — ¿Tienes algún problema con el tatuaje? — —Ese pedazo de mierda de Archer Finn tenía uno—. Habían pertenecido a la misma casa. La misma señora. Tal vez ellos habían trabajado juntos en otros aspectos, también. Lysandra sostuvo la mirada. — Archer está muerto—. —Porque yo lo destripé. —dijo Aelin dulcemente. Lysandra apoyo una mano en el respaldo del sofá. —Tú—respiró.
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Pero entonces ella negó con la cabeza y dijo en voz baja —Bien. Qué bueno que lo mataras. Él era un cerdo egoísta—. Podría ser una mentira para ganársela. —Di lo que tengas que decir, y luego lárgate—. La boca sensual de Lysandra se apretó Pero ella expuso el plan de Arobynn para liberar a Aedion. Era brillante, si Aelin era honesta. Brillante, dramático y audaz. Si el Rey de Adarlan quería hacer un espectáculo de la ejecución de Aedion, entonces harían un espectáculo de su rescate. Pero decírselo a Lysandra, para atraer a otra persona que podría traicionarla o salir de testigo contra ella…un recordatorio más de cómo podía fácilmente sellar el destino de Aedion, de darle a Arobynn el poder de decidir si hacia la vida de Aelin un infierno. —Lo sé, lo sé. —dijo la cortesana, leyendo el brillo frío en los ojos de Aelin. —No te hace falta recordarme que me sacaras la piel viva si te traiciono—. Aelin sintió un musculo de su mandíbula tensarse. — ¿Y la advertencia que viniste a darme? — Lysandra se movió en el sofá. —Arobynn quería que yo te dijera los planes para que pudiera comprobar—probarte, ver que tanto estas de su lado, ver si vas a traicionarlo—. —Estaría decepcionada si no lo hacía—. —Creo que…creo que también me envió aquí como una ofrenda—. Aelin sabía lo que quería decir, pero dijo: —Por desgracia para ti, no tengo ningún interés en las mujeres. Incluso las que se les pagan—. Lysandra inspiró con delicadeza. —Creo que él me envió aquí para que pudieras matarme. Como un regalo—. — ¿Y viniste a pedirme que lo considere? — No es de extrañar que haya traído a la niña entonces. Egoísta, cobarde, utilizando a Evangeline como escudo. Lysandra miró el cuchillo atado al muslo de Aelin. —Mátame si quieres. Evangeline ya sabe lo que sospecho, y no va a decir ni una palabra—. Aelin mantuvo en su rostro una máscara helada de calma.
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—Pero yo he venido para advertirte—Lysandra continuó—él te puede ofrecerte regalos, podría ayudarte en este rescate. Pero te está observando, y tiene su propia agenda. Ese favor que le ofreciste, no me dijo que es, pero es probable que sea una trampa. De una manera u otra. Yo consideraría si vale la pena, y ver si podrías salir de ella. Ella no lo haría, no podía. No por una docena de razones diferentes. Cuando Aelin no respondió, Lysandra tomó una respiración profunda. —También vine a darte esto—. Metió la mano en los pliegues de su rico vestido índigo y Aelin sutilmente cambió a una posición defensiva. Lysandra simplemente sacó un sobre desgastado y con cuidado lo puso sobre la mesa baja delante del sofá. Tembló todo el camino hacia abajo. —Esto es para ti. Por favor léela—. — ¿Así que ahora eres la puta y la mensajera de Arobynn? — La cortesana captó el golpe verbal. —Esto no es de Arobynn. Es de Wesley—. Lysandra pareció hundirse en el sofá, y había un dolor indescriptible en sus ojos que por un momento Aelin le creyó. —Wesley—dijo Aelin. —El guardaespaldas de Arobynn. El que se pasó la mayor parte de su tiempo odiándome, y el resto contemplando maneras de matarme. La cortesana asintió. —Arobynn asesino a Wesley por matar a Rourke Farran—. Lysandra se estremeció. Aelin miro el viejo sobre. Lysandra bajó la mirada a sus manos, las apretaba con tanta fuerza que se marcaron los tendones de sus nudillos. Líneas desgastadas marcaban el sobre, pero el astillado sello todavía no había sido roto. — ¿Por qué has estado llevando una carta para mí de Wesley durante casi dos años? Lysandra no alzo la vista y su voz se quebró cuando dijo: —Porque lo amaba—. Bueno, de todas las cosas que había esperado que Lysandra dijera, esto le había sorprendido. —Empezó como un error. Arobynn me enviaba de nuevo con Clarisse en el carruaje con el como escolta, y al principio éramos solo—solo amigos. Hablábamos, y él no esperaba nada,
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pero entonces…entonces Sam murió y tú—Lysandra sacudió la barbilla hacia la carta, que se mantenía entre ellas sin abrir. — Está todo ahí. Todo lo que Arobynn hizo, todo lo que planeo. Lo que él le pidió a Farran que le hiciera a Sam, y lo que ordeno para ti. Todo. Wesley quería que supieras, porque quería que tú entendieras, Celaena, que él no lo supo hasta que fue demasiado tarde. Él trato de detenerlo, e hizo lo mejor que pudo para vengar a Sam. Si Arobynn no lo hubiera asesinado…Wesley tenía planeado ir a Endovier a sacarte. Incluso fue al Mercado de las Sombras para encontrar a alguien que conociera el trazado de las minas, y consiguió un mapa de ellas. Todavía lo tengo. Como prueba. Puedo ir a buscarlo…— Las palabras se estrellaron en ella como una lluvia de flechas, pero excluidas de la pena por un hombre al que nunca había tomado el tiempo para considerar como algo más que unos de los perros de Arobynn. No le extrañaría que Arobynn utilizara a Lysandra para inventar toda la historia y así ella confiara en la mujer. La Lysandra que ella conocía hubiera estado más que feliz de hacerlo. Y Aelin podría haberle seguido el juego para ver hasta donde la llevaba, hasta donde llegaba Arobynn y si tropezaba lo suficiente para revelar su juagada, pero… Lo que él le pidió a Farran que le hiciera a Sam. Ella siempre había asumido que Farran había acabado con Sam torturándolo de la manera que amaba lastimar y doblegar personas. Pero había sido Arobynn quien había solicitado que cosas especificas debía hacerle a Sam…era bueno que no tuviera su magia. Bien podría haberse sofocado. Podría haber estallado en llamas y arder por días, sumergida en su propio fuego. —Entonces viniste aquí— Dijo Aelin, mientras Lysandra discretamente se secaba los ojos con un pañuelo— para advertirme que Arobynn podría estar manipulándome, ¿porque finalmente te diste cuenta del monstruo que realmente es Arobynn después de que matara a tu amante? —Le prometí a Wesley que yo personalmente te daría esa carta—. —Bueno, ya me la diste, ahora lárgate—. Sonaron unos pasos ligeros y Evangeline irrumpió desde la cocina, dirigiéndose a su señora con una gracia ágil. Con sorprenderte ternura Lysandra deslizó un brazo tranquilizador alrededor de Evangeline mientras se ponía de pie. —Entiendo, Celaena, lo hago. Pero te lo ruego, lee esa carta. Por él—. Aelin enseño los dientes. —Fuera—. Lysandra camino hasta la puerta, manteniéndose a sí misma y a Evangeline a una distancia prudente de Aelin. Se detuvo en el umbral. —Sam también era mi amigo. Él y Wesley fueron mis únicos amigos. Y Arobynn se llevó a ambos—.
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Aelin simplemente alzó las cejas. Lysandra no se molestó con un adiós mientras desaparecía por las escaleras. Pero Evangeline seguía parada en el umbral, mirando entre su señora desapareciendo y Aelin, su hermoso cabello brillaba como el cobre líquido. Entonces la niña hizo un gesto a su cara llena de cicatrices y dijo: —Ella me hizo esto—. Fue un esfuerzo mantenerse sentada, para no saltar por las escaleras y degollar a Lysandra. Pero Evangeline continuó. —Lloré cuando mi madre me vendió a Clarisse. Lloré y lloré. Y creo que Lysandra había molestado a la señora ese día, porque me dieron a ella como aprendiz, a pesar de que estaba a pocas semanas de pagarle sus deudas. Esa noche, se suponía que debía comenzar el entrenamiento, y lloré tanto que me ensucie a mí misma. Pero Lysandra, ella me limpio. Me dijo que había una salida, pero que dolería y que yo ya no sería la misma. Que no podría huir, que ella ya había intentado huir un par de veces cuando tenía mi edad, y que la habían encontrado y golpeado donde nadie podría verlo. Alien nunca había sabido de esto, nunca se preguntó. Todas esas veces que se había reído y burlado de Lysandra mientras habían crecido… Evangeline continuó. —Le dije que haría cualquier cosa por salir de lo que las otras chicas me habían contado. Así que me dijo que confiara en ella y luego me dio estas. Comence a gritar lo suficientemente alto como para que los demás viniesen corriendo. Pensaron que ella me había cortado de ira, y dijo que lo había hecho para que no me convierta en una amenaza. Dejo que ellos creyeran eso. Clarisse estaba tan enojada que golpeo a Lysandra en el patio, pero Lysandra me compro por la cantidad que habría costado si yo hubiera sido una cortesana completa. Como ella. Aelin no tenía palabras. Evangeline dijo: —Es por esto que todavía está trabajando para Clarisse, porque todavía no es libre y no lo será por un tiempo. Creí que deberías saberlo. Aelin se decía que no debía confiar en la chica, que esto podría ser otra parte del plan de Lysandra y Arobynn, pero…pero había una voz en su cabeza, en sus huesos, que le susurraba una y otra y otra vez, cada vez más clara y más fuerte. Nehemia habría hecho lo mismo. Evangeline hizo una reverencia y se fue bajando las escaleras dejando a Aelin mirando el desgastado sobre.
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Si ella misma había podido cambiar tanto en dos años, tal vez Lysandra también. Y por un momento, se preguntó como de diferente habría sido la vida de otra joven mujer si se hubiera detenido a hablar con ella—realmente hablar con Kaltain Rompier, en lugar de desentenderse de ella como una cortesana insípida. Qué habría pasado si Nehemia también hubiera tratado de ver más allá de la máscara de Kaltain. Evangeline estaba subiendo al carruaje reluciente de lluvia junto a Lysandra cuando Aelin apareció en la puerta del almacén y dijo: —Espera—.
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Capítulo 10 Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher La visión de Aedion estaba borrosa, cada respiración que daba era gloriosamente difícil. Pronto. Él podría sentir a la Muerte asechando en la esquina de la celda, contando sus últimas respiraciones, como un león asechando a su presa. Cada vez más seguido, Aedion sonreía a través de esas oscuras sombras que se reunían. La infección se estaba expandiendo y con dos días hasta el espectáculo en donde iba a ser ejecutado, su muerte llegaría justo a tiempo. Los guardias asumieron que estaba durmiendo para pasar el tiempo. Aedion estaba esperando por su comida, viendo la pequeña ventana llena de barrotes encima de la puerta de la celda ante cualquier señal de la llegada de los guardias. Pero estaba bastante seguro de que estaba alucinando cuando la puerta se abrió y el príncipe heredero entro. No había guardias detrás de él, ni señales de sus escoltas tan pronto como el príncipe miró desde la puerta. La cara inmóvil del príncipe le dijo de inmediato lo que necesitaba saber: esto no era un intento de rescate. Y el collar de piedra negra alrededor de la garganta del príncipe le dijo lo demás: las cosas no habían ido bien desde el día en el que Sorscha había sido asesinada. Se las arregló para sonreír. —Es bueno verte, principito— el príncipe miro sobre el pelo sucio de Aedion, la barba que le había crecido durante las últimas semanas, y luego el montón de vómito en la esquina de cuando él no había podido llegar hasta la cubeta hace una hora. —Lo menos que puedes hacer es llevarme a cenar antes de mirarme de esa manera. — Aedion arrastró las palabras lo mejor que pudo. Los ojos zafiro del príncipe se posaron en los de él, y Aedion parpadeo a través de la neblina que cubría su visión. Lo que vio en él fue algo frío, depredador, y no muy humano. —Dorian. — dijo en un susurro. La cosa que era ahora el príncipe sonrió un poco. El capitán había dicho que esos anillos de Wyrdstone esclavizaban la mente y el alma. Había visto el collar aguardando al lado del trono
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del rey, y se había preguntado si era el mismo. Era aún Peor. —Dime lo que ha pasado en la sala del trono, Dorian. — Aedion jadeó, su cabeza estaba punzando. El príncipe parpadeó lentamente. —No ha pasado nada. — — ¿Por qué estás aquí, Dorian?— nunca le había hablado al príncipe por su nombre, pero usarlo, le recordó, que de alguna manera era importante. Incluso si sólo provocaba que el príncipe lo matara. —Vine a ver al infame General antes de que sea ejecutado como un animal —. Entonces hoy no habría oportunidad de ser asesinado. — ¿De la misma manera que ejecutaron a Sorscha?— Aunque el príncipe no se movió, Aedion podría haber jurado que retrocedió, como si alguien tirará de una correa, como si todavía hubiese alguien que necesitara una correa. —No sé de lo que estás hablando— dijo la cosa adentro del príncipe. Pero sus fosas nasales se agrandaron. —Sorscha— Aedion respiro con dificultad. — Sorscha. Tu mujer, la curandera. Yo estaba junto a ti cuando le cortaron la cabeza. Te oí gritar como un cuervo por su cuerpo. — La cosa se puso un poco rígida y Aedion presiono — ¿Dónde la enterraron, Dorian? ¿Qué hicieron con su cuerpo? el cuerpo de la mujer que amabas—. —No sé lo que estás hablando— dijo de nuevo el príncipe. —Sorscha— Aedion jadeó. Su respiración era irregular. —Su nombre era Sorscha, ella te amaba y el la mato. El hombre que puso el collar alrededor de tu cuello, la mató—. La cosa estaba callada. Luego inclinó la cabeza. La sonrisa que le dio horrorizaba su belleza. —Voy a disfrutar viéndote morir, General—. Aedion soltó una carcajada. El príncipe—la cosa en la que se había convertido—giró suavemente y salió. Y Aedion rio de nuevo, por rencor y desafío. No había oído al príncipe decirle a alguien en el pasillo. —El general está enfermo. Vean que sea atendido de inmediato—. No. La cosa lo debe haber olido. Aedion no pudo hacer nada cuando un curandero fue convocado—una mujer mayor nombrada Amithy— quien lo domino, estaba demasiado débil para defenderse cuando ella curo sus heridas. Le obligo a tomar un tónico que le hizo ahogarse; su herida fue lavada y vendada, y sus grilletes fueron acortados hasta que no pudo mover las manos, lo suficiente como para no poder arrancar los puntos. Los tónicos siguieron llegando, cada hora, no importaba cuan fuerte mordía o tratará de mantener la boca cerrada.
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Así que lo salvaron y Aedion maldijo y juro a la muerte por fallarle, así como en silencio oró a Mala Proveedora de Luz para mantener Aelin lejos de la fiesta, lejos del príncipe, del rey y de sus collares de Wyrdstone. La cosa dentro de él dejó los calabozos y se dirigió al Castillo de Cristal, dirigiendo su cuerpo como un barco. Y ahora estaba siendo forzado, a pararse delante del hombre que a menudo veía en los momentos que atravesaba la oscuridad. El hombre estaba sentado en un trono de cristal, sonriendo débilmente, cuando dijo—Reverencia. — La cosa dentro de él tiró de su vínculo, la luz se esparcía en sus músculos, ordenándoles que obedeciera. Así fue había sido obligado a descender a los calabozos, donde el guerrero de cabellos dorados había dicho su nombre, dijo su nombre tantas veces que comenzó a gritar, aunque no hizo ningún sonido. Seguía gritando mientras sus músculos lo traicionaban una vez más, poniéndolo de rodillas, los tendones de su cuello punzaban por el dolor, lo que lo obligaba a bajar la cabeza. — ¿Se sigue resistiendo? —, dijo el hombre, mirando su oscuro anillo en su dedo como si ya supiera la respuesta. —Puedo sentir a ambos ahí…Interesante—. —Sí— esa cosa en la oscuridad se hacía más fuerte, ahora era capaz de llegar a través de la pared invisible entre ellos y títeretaerlo, hablar a través de él. Pero no completamente, no por largos períodos de tiempo. Él arreglaba los agujeros lo mejor que podía, pero la cosa seguía abriéndose camino. Un Demonio. Un príncipe demonio. Y vio ese momento— una y otra y otra vez, —cuando la mujer que había amado perdido su cabeza. El escuchar su nombre en la áspera lengua del General le había hecho iniciar la caza de ballenas en el otro lado de su mente, la barrera que lo mantenía a salvo en la oscuridad. Pero la oscuridad en su mente era una tumba sellada. El hombre en el trono dijo: —Informa—. La orden se esparció a través de él, y él escupió los detalles de su encuentro, cada palabra y acción. Y la cosa —el demonio— mostró encantado su horror ante él. —Es inteligente de Aedion tratar de morir tranquilamente en frente de mí— dijo el hombre. —Él debe pensar que su prima tiene una buena oportunidad de llegar a la fiesta, entonces, está muy desesperado por robarnos nuestro entretenimiento—. Guardo silencio, ya que no tenía la orden para hablar. El hombre lo miró, sus ojos negros estaban llenos de encanto. —Debería haber hecho esto hace años. No sé por qué espere tanto tiempo para ver si tenías algún poder. Tonto de mí. —
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Intentó hablar, trató de moverse, trató de hacer algo con su cuerpo mortal. Pero el demonio se apoderó de su mente en un instante, y los músculos de su rostro se convirtieron en una sonrisa cuando dijo: —Es mi placer servirle, Majestad—.
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Capítulo 11 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Valeria Álvarez El Mercado de Sombras había operado a lo largo de las orillas del Avery por el tiempo que había existido Rifthold. Tal vez por más tiempo. La leyenda decía que había sido construido sobre los huesos del dios de la verdad para que pudiera mantener a los vendedores y a los aspirantes a ladrones, honrados. Chaol suponía que era irónico, considerando que no había dios de la verdad. Por lo que él sabía. Contrabando, sustancias ilícitas, especias, ropa, carne: el mercado atendía a todas y todos los clientes, si eran valientes o tontos o tan desesperados como para aventurarse dentro. Cuando había venido por primera vez hace semanas, Chaol había sido todas esas cosas mientras subía por las escaleras de madera medio podrida de una sección desmoronada de los muelles en el terraplén en sí, donde alcobas y túneles y tiendas estaban ubicados dentro de un túnel a la orilla del río. Figuras encapuchadas y armadas patrullaban el largo y amplio muelle, que servía como la única vía de acceso al mercado. Durante los períodos de lluvia, el Avery se elevaría lo suficientemente alto para inundar el muelle, y los desafortunados comerciantes y los compradores se ahogarían dentro del laberinto del Mercado de Sombras. Durante los meses más secos, nunca se sabía qué o quién puede que te encuentres a vender sus productos o serpenteando a través de la sucia. Durante los períodos de lluvia, el Avery menudo se elevaría alta suficiente para inundar el muelle, y los comerciantes a veces la mala suerte y los compradores se ahogarían dentro del laberinto del Mercado de Sombras. Durante los meses más secos, nunca se sabía qué o quién pudieras encontrar vendiendo sus productos o serpenteando a través de los sucios y húmedos túneles. El mercado estaba lleno esta noche, incluso después de un día lluvioso. Un pequeño alivio. Y otro pequeño alivio como un trueno resonó a través del laberinto subterráneo, dejando a todos murmurando. Los vendedores y los maleantes estarían demasiado ocupados preparándose para la tormenta para tomar en cuenta a Chaol y Nesryn mientras caminaban por una de las principales zonas de paso. El trueno hizo temblar las lámparas colgantes de vidrio coloreado –extrañamente hermoso, como si alguien alguna vez hubiera estado determinado a dar este lugar alguna belleza– que
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servían de luces principales en las cavernas marrones, creando un montón de esas sombras por las cuales era tan notorio el mercado. Sombras para tratos oscuros, sombras para deslizar un cuchillo entre las costillas o enviar lejos el espíritu de alguien. O para reunir a los conspiradores. Nadie los había molestado mientras se deslizaron a través de uno de los agujeros que servían como entrada a los túneles del Mercado de Sombras. Ellos conectaban a las alcantarillas en algún lugar –y él apostaría a que los vendedores más establecidos poseían sus propias salidas secretas debajo de sus puestos de venta o tiendas. Vendedor tras vendedor habían establecido puestos de madera o de piedra, con algunas mercancías exhibidas en tablas o cajas o en canastas, pero los bienes más valiosos estaban escondidos. Un comerciante de especias ofrecía todo desde el azafrán a la canela –pero incluso las especias más fragantes no pudieron ocultar el empalagoso olor del opio escondido debajo de sus exhibiciones. Una vez, hace mucho tiempo, Chaol podría haber dado importancia a las sustancias ilegales, sobre los vendedores ofreciendo todo lo que quisieran. Podría haber tomado la molestia de tratar de cerrar este lugar. Ahora, no eran más que recursos. Como guardia de la ciudad, Nesryn probablemente sentía de la misma manera. Incluso si, sólo por estar aquí, ella estuviera poniendo en peligro su propia seguridad. Esta era una zona neutral –pero sus habitantes no tomaban de una manera amable a la autoridad. Él no los culpaba. El Mercado de Sombras había sido uno de los primeros lugares que el Rey de Adarlan había purgado después de la magia desapareció, buscando vendedores que clamaban tener libros prohibidos o amuletos que aún funcionaban y pociones, así como portadores de magia desesperados de una cura o un atisbo de magia. Los castigos no habían sido lindos. Chaol casi dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio a las dos figuras encapuchadas con una extensión de cuchillos a la venta en un puesto improvisado escondido en un rincón oscuro. Exactamente donde lo habían planeado, y habían hecho un gran trabajo haciendo que pareciera auténtico. Nesryn ralentizó sus pasos, deteniéndose en varios vendedores, no más de un comprador aburrido tratando de matar el tiempo hasta que la lluvia cesará. Chaol se mantuvo cerca de ella, sus armas y merodeando lo suficiente para disuadir a los necios carteristas de intentar su suerte. El golpe que había recibido en las costillas más temprano esa noche hizo que mantener su ritmo de rastreo y su ceño fruncido fuera más fácil. Él y algunos otros habían interrumpido a un comandante Valg en medio de su plan de arrastrar a un joven a los túneles. Y Chaol había sido tan condenadamente distraído por Dorian, por lo que Aelin había dicho y hecho, que había sido descuidado. Así que se había ganado ese golpe en las costillas, y el doloroso recordatorio cada vez que respiraba. Sin distracciones; no hay deslices. No cuando había tanto que hacer. Por fin, Chaol y Nesryn se detuvieron por el pequeño puesto, con la mirada fija en la docena
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de cuchillos y espadas cortas que estaban exhibidas en la manta raída. —Este lugar es aún más depravado de lo que los rumores sugirieron —dijo Brullo desde las sombras de su capucha—. Me siento como que debería cubrir los pobres ojos de Ress en la mitad de estas cámaras. Ress se rió entre dientes. —Tengo diecinueve años, viejo. Nada aquí me sorprende —Ress miró a Nesryn, que estaba tocando una de las espadas curvas—. Disculpas, mi señora– —Tengo veintidós años —dijo rotundamente—. Y creo que nosotros, como los guardias de la ciudad vemos mucho más de lo que tú ves con tus princesas del palacio. Lo que Chaol podía ver de la cara de Ress se sonrojó. Podría haber jurado que Brullo sonreía. Y por un momento, no podía respirar bajo el peso aplastante que cayó sobre él. Hubo un momento en que estas burlas eran normales, cuando él se sentaba en público con sus hombres y se reía. Cuando él no estaba a más de dos días de distancia de desatar el infierno en el castillo que una vez había sido su hogar. — ¿Alguna noticia? —se las arregló para decir a Brullo, quien lo observaba muy de cerca, como si su antiguo mentor pudiera ver la agonía que rasgaba a través de él. —Obtuvimos el diseño de la fiesta esta mañana —dijo Brullo firmemente. Chaol levantó una cuchilla mientras que Brullo metió la mano en el bolsillo de su capa. Hizo un buen espectáculo al examinar la daga, para después levantar dos dedos como si regateara por ella. Brullo continuó—. El nuevo capitán de la Guardia nos extendió por todo el palacio –ninguno de nosotros quedó en el Gran Salón —el Maestro de Armas levantó sus propios dedos, inclinándose hacia adelante y Chaol se encogió de hombros, buscando en su capa las monedas. —¿Crees que sospecha algo? —dijo Chaol, entregando las monedas. Nesryn se acercó más, bloqueando cualquier vista exterior mientras que la mano de Chaol se reunió con la de Brullo y las monedas de cobre crujían contra el papel. Los pequeños y plegados mapas estaban en el bolsillo de Chaol antes alguien se diera cuenta. —No —respondió Ress—. El bastardo simplemente nos quiere menospreciar. Probablemente piensa que algunos de nosotros somos leales a ti, pero ya estaríamos muertos si sospechara de cualquiera de nosotros en particular. —Ten cuidado —dijo Chaol. Sintió a Nesryn tensarse un instante antes de que otra voz femenina arrastrara las palabras. —Tres monedas de cobre por una cuchilla Xandrian. Si hubiera sabido que había una liquidación, me hubiera traído más dinero. Cada músculo en el cuerpo de Chaol se encerró cuando descubrió a Aelin ahora de pie al lado de Nesryn. Claro. Por supuesto que los había seguido hasta aquí. —Santos dioses —Ress respiró.
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Bajo las sombras de su capucha oscura, la sonrisa de Aelin no era menos que perversa. —Hola, Ress. Brullo. Siento mucho ver que sus trabajos en el palacio no están pagando lo suficiente en estos días. El Maestro de Armas alternaba la mirada entre ella y los pasillos. —Nunca mencionaste que estaba de vuelta —le dijo a Chaol. Aelin chasqueó la lengua. —A Chaol, al parecer, le gusta mantener la información para sí mismo. Él apretó los puños a su costado. —Estás llamando demasiado la atención sobre nosotros. — ¿De verdad? —Aelin levantó una daga, sopesando el peso en sus manos con experta facilidad—. Tengo que hablar con Brullo y mi viejo amigo Ress. Desde que te negaste a dejarme venir la otra noche, esta era la única manera. Tan típico de ella. Nesryn había dado un paso de distancia ocasional, monitoreando los túneles excavados. O evitando a la reina. Reina. La palabra lo golpeó de nuevo. Una reina del reino estaba en el Mercado de Sombras, vestida de negro de la cabeza a los pies, y viéndose más que feliz de empezar a cortar gargantas. Él no se había equivocado al temer su reencuentro con Aedion –lo que podrían hacer juntos. Y si ella tenía su magia... —Quítate la capucha —dijo Brullo en voz baja. Aelin miró hacia arriba. — Por qué, y no. —Quiero ver tu cara. Aelin se quedó inmóvil. Pero Nesryn volvió y apoyó una mano sobre la mesa. —Vi su cara anoche, Brullo, y es tan bonita como antes. ¿Acaso no tienes una esposa para comerte con los ojos, de todos modos? Aelin resopló. —Creo que me caes bien, Nesryn Faliq. Nesryn dio a Aelin una media sonrisa. Prácticamente radiante, viniendo de ella. Chaol se preguntó si le gustaría Nesryn a Aelin si ella sabía de su historia. O si tan siquiera le importaba a la reina. Aelin tiró la capucha hacia atrás sólo lo suficiente para que la luz pudiera iluminar su rostro. Ella
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hizo un guiño a Ress, quien sonrió. —Te extrañé, amigo —dijo ella. Color tiñó las mejillas de Ress. La boca de Brullo se apretó mientras que Aelin lo miraba de nuevo. Por un momento, el Maestro de Armas la estudió. Luego murmuró: —Ya veo —la reina se puso rígida de manera casi imperceptible. Brullo inclinó la cabeza, muy ligeramente—. Vas a rescatar a Aedion. Aelin acomodó la capucha en su lugar e inclinó la cabeza en señal de confirmación, la encarnación de la fanfarronería de la asesina. —Lo haré. Ress juró en voz baja. Aelin se inclinó hacia Brullo. —Sé que estoy pidiendo mucho de ti. —Entonces no lo pidas —espetó Chaol—. No los pongas en peligro. Corren el riesgo suficiente. —Esa no es tu llamada para hacerla —dijo. Al infierno si no lo era. —Si son descubiertos, perderemos nuestra fuente interna de información. Por no hablar de sus vidas. ¿Qué planeas hacer con respecto a Dorian? ¿O es que sólo Aedion te importa? Todos estaban observando demasiado cerca. Sus fosas nasales se ensancharon. Pero Brullo dijo: —¿Qué es lo que requiere de nosotros, señora? Oh, el Maestro de Armas definitivamente sabía, entonces. Él debía haber visto a Aedion recientemente y lo suficiente para haber reconocido esos ojos, esa cara y el color, en el momento en que ella se quitó la capucha. Tal vez había sospechado desde hace meses. Aelin dijo suavemente: —No dejes que tus hombres sean estacionados en la pared sur de los jardines. Chaol parpadeó. No era una petición o una orden, sino una advertencia. La voz de Brullo fue ligeramente ronca cuando dijo: —¿Cualquier otro lugar que debemos evitar? Ella ya estaba retrocediendo, sacudiendo la cabeza como si fuera una compradora desinteresada.
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—Simplemente dile a tus hombres que deben fijar una flor roja en sus uniformes. Si alguien pregunta, digan que es en honor al príncipe por su cumpleaños. Pero úsenla donde se pueda ver fácilmente. Chaol miró las manos de ella. Sus guantes oscuros estaban limpios. ¿Cuánta sangre los mancharía en unos días? Ress soltó un suspiro y le dijo: —Gracias. No fue hasta que ella desapareció en la multitud con una arrogancia vivaz que Chaol se dio cuenta que dar gracias era de hecho necesario. Aelin Galathynius estaba a punto de convertir el palacio de cristal en un campo de muerte, y Ress, Brullo, y sus hombres habían sido perdonados. Ella todavía no había dicho nada acerca de Dorian. Sobre si él sería perdonado. O salvado.
Aelin había sabido que ella tenía varios ojos puestos en ella desde el momento en que había abandonado el Mercado de Sombras después de terminar algunas compras por su cuenta. Ella, de todos modos, se dirigió a la derecha hacia el Banco Real de Adarlan. Ella tenía negocios que atender, ya pesar de que había estado a minutos de cierre del día, el Maestro del Banco había estado más que feliz de ayudarla con sus preguntas. Ni una sola vez cuestionó el nombre falso que sus cuentas tenían. Mientras el Maestro hablaba de sus diversas cuentas y el interés que habían reunido con el paso de los años, ella tomó detalles de su oficina: paredes gruesas, con paneles de roble, fotos que había no habían revelado ningún escondite que ella tendría que haber tenido que espiar mientras él llamaba a su secretaria para que llevara té, y muebles ornamentados que costaban más dinero de lo que la mayoría de los ciudadanos de Rifthold hicieron en la vida, incluyendo un magnífico armario de caoba donde muchos de sus archivos de sus más ricos clientes –incluyendo los de ella– se guardaban, encerrados con una llavecita de oro que mantiene en su escritorio. Ella se había levantado mientras él se escabullía de nuevo a través de las dobles puertas de su oficina a retirar la suma de dinero que se llevaría esa noche. Mientras estaba en la antesala, dando la orden a su secretaria, Aelin había hecho casualmente su camino hacia su escritorio, examinando los papeles apilados y esparcidos, por los diversos regalos de clientes, llaves, y un retrato de una mujer que pudo ser una esposa o una hija. Con hombres como él, era imposible decir. Él había regresado justo cuando casualmente deslizó una mano en el bolsillo de su abrigo. Hizo una pequeña charla sobre el tiempo hasta que la secretaria apareció, había una pequeña caja en sus manos. Guardando el contenido en su monedero con tanta gracia con la que fue capaz, Aelin había agradecido a la secretaria y a el Maestro y salido rápidamente de la oficina. Ella tomó las calles laterales y callejones, ignorando el hedor a carne podrida que incluso la
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lluvia no podía ocultar. Dos –había contado dos bloques de carnicería en las plazas, las cuales alguna vez fueron agradables, de la ciudad. Los cuerpos eran dejados para los cuervos habían sido meras sombras sobre las pálidas paredes de piedra donde habían sido clavados. Aelin no se arriesgaría a la captura de uno de los Valg hasta después de que Aedion fuera rescatado –si ella salía con vida– pero eso no significaba que no podía conseguir una ventaja.
Una fría niebla había cubierto el mundo la noche anterior, filtrándose a través de todos los rincones. Acurrucada bajo capas de mantas y colchas de plumas, Aelin dio vueltas en la cama y estiró una mano por el colchón, alcanzando perezosamente el cuerpo masculino caliente al lado de ella. Sábanas de seda fría deslizaron contra sus dedos. Abrió los ojos. Esto no era Wendlyn. La lujosa cama adornada en tonos crema y beige pertenecía a su apartamento en Rifthold. Y la otra mitad de la cama estaba perfectamente hecha, sus almohadas y mantas inalteradas. Vacío. Por un momento, pudo ver Rowan allí –esa cara dura e implacable suavizada hermosamente por el sueño, su cabello plateado brillando a la luz de la mañana, el tatuaje que se extiende desde la sien izquierda por el cuello, por encima del hombro, hasta la punta de sus dedos. Aelin dejó escapar una respiración fuerte, frotándose los ojos. Soñar era bastante malo. No iba a desperdiciar energía extrañándolo, deseando que él estuviera aquí para hablar, o simplemente para tener la comodidad de despertar a su lado y saber que existía. Tragó saliva, su cuerpo se sentía demasiado pesado mientras se levantaba de la cama. Se había dicho a sí misma una vez que no era una debilidad a necesitar la ayuda de Rowan, querer su ayuda, y tal vez había una especie de fortaleza en reconocer eso, pero... Él no era una muleta, y ella nunca quiso que él se convirtiera en una. Aun así, mientras ella bebía su frío desayuno, deseó que no pudiera sentir esa fuerte necesidad de demostrar eso a sí misma desde hace semanas. Especialmente cuando llegó la noticia a través de una serie de golpes en la puerta del almacén de que ella había sido convocada en la Guarida de los Asesinos. Inmediatamente.
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Capítulo 12 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Un guardia sin emociones le entregó la citación del duque y Manon, que había estado a punto de montar a Abraxos para un paseo solitario –y estuvo a cinco minutos de salir del paso de la aguilera. No era un perro para ser llamada, y tampoco ninguna de sus Brujas. Los seres humanos eran para el deporte y la sangre y engendrar rara y ocasionalmente a los engendros brujos. Nunca lo hacían las comandantes; nunca las superiores. Manon irrumpió en la aguilera, y cuando ella golpeó la base de las escaleras de la torre, Asterin se puso a caminar detrás de ella. —Estaba yendo a buscarte —le murmuró su Segunda, su trenza dorada rebotando—. El duque… —Sé lo que quiere el duque —Manon rompió, sus dientes de hierro hacia fuera. Asterin levantó una ceja, pero guardó silencio. Manon controló su creciente inclinación a iniciar el destripamiento. El duque le convocaba sin fin para las reuniones con un hombre alto, delgado que se llamaba Vernon y quien miraba a Manon con no casi bastante miedo y respeto. Ella apenas podía conseguir unas pocas horas de entrenamiento con Las Trece, y no digamos el estar en el aire durante largos periodos de tiempo, sin ser llamadas. Respiró a través de su nariz y su boca, una y otra vez, hasta que pudo retraer los dientes y las uñas. No era un perro, pero no era una tonta temeraria, tampoco. Ella era Líder del Ala y había sido heredera del Clan durante cien años. Podría manejar a este cerdo mortal que sería alimento de gusanos en pocas décadas –y entonces ella podría volver a su existencia gloriosa, malvada, inmortal. Manon abrió las puertas del cuarto de consejo del dique, ganándose una mirada de los guardias apostados fuera –una mirada sin ninguna reacción, ninguna emoción. Humanos en forma,
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pero nada más. El duque estaba estudiando un mapa gigante en su mesa, su acompañante o asesor o bufón, Lord Vernon Lochan, a su lado. A unos asientos, mirando la superficie de vidrio oscuro, estaba sentada Kaltain, inmóvil salvo por la agitación de su garganta blanca cuando respiraba. La brutal cicatriz en su brazo había oscurecido de alguna manera a un rojo purpurino. Fascinante. — ¿Qué es lo que quiere? —exigió Manon. Asterin tomó su lugar en la puerta, sus brazos cruzados. El duque señaló la silla frente a él. —Tenemos asuntos para discutir. Manon permaneció en pie. —Mi montura tiene hambre, y yo también. Sugiero que me lo digas rápidamente, por lo que puedo ir de caza. Lord Vernon, moreno, delgado como un junco, y vestido con una túnica azul brillante que era demasiado limpia, miró a Manon. Manon desnudó sus dientes en una silenciosa advertencia. Vernon solo sonrió y dijo: —¿Qué ocurre con el alimento que les proporcionamos, señora? Los dientes de hierro de Manon se deslizaron hacia abajo. —No comemos alimentos de mortales. Y tampoco mi montura. El duque levantó por fin la cabeza. —Si hubiera sabio que serías tan exigente, había pedido que la heredera Yellowlegs se hiciera Líder del Ala. Manon por casualidad sacó hacia fuera sus uñas. —Creo que encontrarás que Iskra Yellowlegs para ser líder es indisciplinada, difícil e inútil. Vernon se deslizó en una silla. —He oído sobre la rivalidad entre Clanes de Brujas. ¿Tiene algo con las Yellowlegs, Manon? Asterin dejó escapar un gruñido bajo en dirección informal. —Ustedes los mortales tiene su chusma —dijo Manon—. Nosotros tenemos a las Yellowlegs. —Qué elitista —murmuró Vernon al duque, que soltó un bufido. Una línea de fuego frío bajó por la espina dorsal de Manon. —Tienes cinco minutos, duque.
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Perrington golpeó con sus nudillos sobre la mesa de cristal. —Vamos a empezar a experimentar… Como miramos al futuro, tenemos que ampliar nuestros números –para mejorar a los soldados que ya tenemos. Las Brujas, con su historia, nos permiten la oportunidad precisamente de hacer eso. —Explica. —No estoy en el negocio de explicar cada detalle de mis planes —dijo el duque—. Todo lo que necesito es que me des bajo tu mando un aquelarre Blackbeak para la prueba. — ¿Qué prueba? —Para determinar si son compatibles para la reproducción con nuestros aliados de otro reino –el Valg. Todo se detuvo. El hombre tenía que estar loco, pero– —No se reproducen como los seres humanos, por supuesto. Sería un procedimientos fácil, relativamente indoloro, un poco de piedra cosida debajo del ombligo. La piedra les permitiría eso, ya ves. Y un niño nacido del Valg y las líneas de sangre de las brujas… Puedes entender que sería una inversión. Las brujas valorarían a su descendiente arduamente. Ambos hombres estaban sonriendo suavemente, esperando su aceptación. El Valg –los demonios que se habían reproducido con las Hadas para crear brujas– de alguna manera volvieron, y estaban en contacto con el duque y el rey… Apagó las preguntas. —Aquí hay miles de humanos. Utilízalos. —La mayoría de ellos no están innatamente dotados de magia y no son compatibles con los Valg, como las brujas. Y solo las brujas tienen sangre de Valg que ya fluye en sus venas. ¿Su abuela sabía de esto? —Vamos a ser tu ejército, no tus putas —dijo Manon con letal tranquilidad. Asterin se acercó a su lado, su cara tensa y pálida. —Elige un aquelarre Blackbeak —fue la respuesta del duque—. Quiero que estén listas en una semana. Interfiere con esto, Líder del Ala, y hare carne de perro a tu preciosa montura. Tal vez haga lo mismo con las Trece. —Toca a Abraxos, y pelaré la piel de tus huesos. El duque volvió a su mapa y agitó una mano. —Despedidas. Oh, –y baja al herrero aéreo. Envió un mensaje diciendo que el último lote de cuchillas estaba listo para la inspección.
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Manon se quedó allí, calculando el peso de la mesa de vidrio negro –si ella podría darle vuelta y utilizar los fragmentos para despacio, profundamente cortar a ambos hombres. Vernon levantó sus cejas en un movimiento silencioso, insultante, y fue suficiente para enviar a Manon a dar la vuelta lejos –por la puerta antes de que pudiera hacer algo verdaderamente estúpido Estaban a mitad de camino a su cuarto cuando Asterin dijo: —¿Qué vas a hacer? Manon no lo sabía. Y no podía preguntarle a su abuela, no sin parecer insegura o capaz de seguir órdenes. —Ya lo veré. —Pero no vas a darle un Aquelarre Blackbeak para esto –este criadero. —No lo sé —tal vez no estaría mal –afiliarse con el linaje Valg. Tal vez haría sus fuerzas más fuertes. Tal vez el Valg sabría cómo romper la maldición Crochan. Asterin la agarró por el codo, enterrando sus uñas. Manon parpadeó por el toque, por la demanda absoluta. Nunca antes Asterin incluso se acercó tanto… —No puedes permitir que esto pase —dijo Asterin. —Ya he tenido bastantes órdenes por un día. Dame otra y encontrarás tu lengua en el piso. La cara de Asterin estaba manchada. —Los Witchlings son sagrados –sagrados, Manon. Nosotros no los abandonamos, ni siquiera a los demás Clanes. Era cierto. Los Witchlings eran tan raro, y todos ellos eran femeninos, como un regalo de la Diosa de Tres Caras. Ellos eran sagrados desde el momento en que la madre mostraba los primeros síntomas de embarazo a la edad de dieciséis años. Dañar a una bruja embarazada, dañar al witchling no nacido o a su hija, era un código de violación tan profundo que no existía ninguna cantidad de sufrimiento que pudieran infligir al agresor para que correspondiera con la atrocidad del crimen. Manon había participado en las ejecuciones largas, dos largas veces hasta ahora, y el castigo nunca parecía suficiente. Los niños humanos no contaban –los niños humanos estaba bien como ternera para algunos de los Clanes. Especialmente el Yellowlegs. Pero los witchlings… no había mayor orgullo que llevar un niño-bruja para tu Clan; y ninguna vergüenza mayor que perderlo. Asterin dijo: —¿Qué Aquelarre elegirías? —No lo he decidido —quizás un aquelarre menos –por si acaso– antes de permitir uno más
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potente a unirse con el Valg. Tal vez los demonios les darían a su moribunda raza un disparo de vitalidad que habían necesitado desesperadamente durante las últimas décadas. Siglos. —¿Y si se oponen? Manon golpeó la escalera de su torre personal. —La única persona que se opone a algo estos días, Asterin, eres tú. —No es cierto… Manon cortó con una mano, rasgando la tela y la piel justo encima de los pechos de Asterin. —Te estoy reemplazando con Sorrel. Asterin no tocó la sangre acumulada en la túnica. Manon comenzó a caminar otra vez. —Te avisé el otro día, y ya que has decidido ignorarme, no te utilizaré en aquellas reuniones, o en mi espalda —Nunca –ni una vez en los pasados cientos de años– había cambiado sus posiciones—. Desde ahora mismo, eres la Tercera –si demuestras poseer un fragmento de control, lo reconsideraré. —Señora —dijo Asterin suavemente. Manon señaló las escaleras. —Ve a decirle a las demás. Ahora. —Manon —dijo Asterin, una súplica en su voz que Manon nunca había oído. Manon se mantuvo caminando, su manto rojo socando los huecos en la escalera. A ella no le importaba particularmente escuchar lo que Asterin tuviera que decir –no cuando su abuela había dejado claro que cualquier paso de la raya, cualquier desobediencia, todos ganarían una ejecución rápida y brutal. El manto en torno a ella nunca le permitía olvidarlo. —Te veré en la aguilera en una hora —dijo Manon, no molestándose en mirar hacia atrás cuando entró en la torre. Y olía a un ser humano dentro. La joven criada se arrodilló ante la chimenea, un cepillo y un recogedor de polvo en sus manos. Ella temblaba ligeramente, pero el fuerte sabor de su miedo había cubierto ya su cuarto. Probablemente se llenó de pánico desde el momento en que puso un pie dentro de la cámara. La chica agachó su cabeza, su hoja de pelo de medianoche deslizándose sobre su pálido rostro, pero no antes de que Manon capturara el destello de evaluación en sus oscuros ojos. —¿Qué haces aquí? —dijo Manon rotundamente, las uñas de hierro haciendo clic la una con la otra –solo para ver lo que la muchacha haría.
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—L-l-limpiando —balbuceó la chica –demasiado quebrado, demasiado perfecto. Sumisa, dócil, y aterrorizada, exactamente de la manera que preferían las brujas. Solo el olor del miedo era real. Manon retrajo sus dientes de hierro. La sierva movió sus pies, estremeciéndose de dolor. Se movió lo bastante para que sus gastadas, caseras faldas de su vestido, revelaran una cadena gruesa entre sus tobillos. Destrozaban su tobillo derecho, su pie torcido de lado, brillando con tejido cicatricial. Manon escondía su sonrisa depredadora. —¿Por qué me dan a una lisiada como sierva? —Yo-yo solo sigo órdenes —la voz era acuosa, nada del otro mundo. Manon resopló y se dirigió hacia la mesilla de noche, su trenza y capa sanguínea fluyendo detrás de ella. Lentamente, escuchando, vertiendo agua a sí misma. —Puedo venir cuando no le moleste, Señorita. —Haz tu trabajo, mortal, y luego vete —Manon se volvió para ver a la chica terminar. La sierva cojeó por el cuarto, mansa y frágil e indigna de una segunda mirada. —¿Qué te pasó en la pierna? —preguntó Manon, apoyada contra el pilar de la cama. La criada no levantó la cabeza. —Fue un accidente —ella reunió las cenizas en el balde que había traído hasta aquí—. Me caí de una escalera cuando tenía ocho años, y no había nada qué hacer. Mi tío no confiaba lo suficiente en los curanderos como para dejar nuestro hogar. Tuve la suerte de que… —¿Por qué las cadenas? —otra pregunta plana, aburrida. —Así no podía escapar alguna vez. —Nunca habrías llegado lejos en estas montañas, de todos modos. Ahí –la ligera rigidez en sus hombros delgados, el valiente intento de ocultarlo. —Sí —dijo la muchacha—, pero me crié en Perranth, no aquí —apiló los troncos que tuvo que haber acarreado, cojeando más con cada paso. El viaje de transporte del gran balde de cenizas sería otra miseria, sin duda—. Si necesita de mí, llame por Elide. Los guardias sabrán donde encontrarme. Manon observaba cada cojera que le tomó hacia la puerta. Manon casi la deja salir, casi la deja libre, antes de que ella dijera: —¿Nadie nunca castigó a tu tío por su estupidez con los curanderos?
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Elide miró sobre su hombro. —Él es el Lord de Perranth. No se puede. —Vernon Lochan es tu tío —Elide asintió con la cabeza. Manon ladeó la cabeza, evaluando ese comportamiento apacible, tan cuidadosamente construido—. ¿Por qué tu tío vino aquí? —No sé —Elide respiró. —¿Por qué te trajo aquí? —No sé —dijo otra vez, bajando el balde. Ella cambió de puesto, inclinando su peso sobre su pierna buena. Manon dijo muy suavemente: —¿Y quién te asignó este cuarto? Casi se rió cuando la niña bajó los hombros, cuando agachó su cabeza. —No soy –no soy una espía. Lo juro por mi vida. —Tu vida no significa nada para mí —dijo Manon, empujándose contra el pilar de la cama y merodeando cerca. La criada se sostuvo, tan convincente en su papel de persona sumisa. Manon asomó una uña con punta de hierro debajo de la barbilla de Elide, inclinando su cabeza hacia arriba—. Si te pillo espiándome, Elide Lochan, te encontrarás con dos piernas inútiles. El hedor de su miedo se llenó debajo de la nariz de Manon. —Mi Señora, yo –juró que no toque– —Vete —Manon cortó sus uñas por debajo de la barbilla de Elide, dejando un goteo de sangre a su paso. Y solo porque, Manon se retiró y sorbió la sangre de Elide de su uña de hierro. Fue un esfuerzo por mantener su carne en blanco, cuando probó la sangre. La verdad que le dijo. Pero Elide ya había visto bastante, al parecer, y la primera ronda de su juego había terminado. Manon dejó que la chica cojeara hacia fuera, el tintineo de la cadena pesada con ella. Manon se quedó mirando la puerta vacía. Había sido divertido, al principio, dejar que la muchacha creyera que Manon había sido engañada por su inclinación, lengua dulce, gesto inofensivo. Entonces el patrimonio de Elide había sido revelado –y cada instinto depredador de Manon había saltado cuando supervisó el modo en que la muchacha escondía su cara por lo que su reacción sería de sumisa, el modo en que dijo lo que Manon quería oír. Como si sintiera a un enemigo potencial. La muchacha podía ser una espía, se dijo Manon, girando hacia el escritorio, donde el olor de Elide era más fuerte.
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Efectivamente, el extenso mapa del continente sostenía rastros del olor de canela y bayas de saúco de Elide en puntos concentrados. Huellas dactilares. ¿Una espía de Vernon, o una con su propia agenda? Manon no tenía ni idea. Pero cualquier persona con sangre de bruja en sus venas valía la pena para mantenerle un ojo encima. O Trece.
El humo de incontables forjas picó los ojos de Manon lo suficiente como para que ella cerrara su claro párpado en el momento de aterrizar en el corazón del campo de guerra con el sonido de golpeteo de martillos y el crepitar de las llamas. Abraxos silbaba, en un círculo apretado que los soldados de armadura oscura habían hecho para aterrizar en el borde. Encontraron otro lugar para ubicarse cuando Sorrel aterrizó en el barro al lado de Manon un momento más tarde, su macho gruñendo al grupo más cercano de los espectadores. Abraxos dejó escapar su propio gruñido, dirigido a la montura de Sorrel, y Manon le dio un fuerte empujón con sus talones antes de desmontar. —Ningún enfrentamiento —le gruñó a él, llegando al pequeño claro en medio de los refugios integrados a medias por los herreros. El claro estaba reservado para los jinetes de los wyverns, con profundos postes alrededor de su perímetro para atar sus monturas. Manon no se molestó, aunque Sorrel ató el suyo, no confiaba en la criatura. Tener a Sorrel en la posición de Asterin era… extraño. Como si el equilibrio del mundo hubiera cambiado hacia un lado. Incluso ahora, sus wyverns eran caprichosos uno alrededor del otro, aunque ningún hombre los había lanzado en combate todavía. Abraxos generalmente le hacía un espacio a la hembra celeste de Asterin –incluso rozándola. Manon no esperó a que Sorrel pudiera manejar a su macho antes de internarse en la herrería, el edificio poco más que una expansión de postes de madera y un improvisado techo. Las forjas –dormitorios gigantes de piedra– proporcionaban luz, y alrededor de ellas hombres martillaban y levantaban y se movían con palas y picos de piedra. El herrero aéreo ya estaba esperando justo después de la primera entrada, señalando con una mano roja llena de cicatrices. En la mesa ante el musculoso, hombre de mediana edad ponía una serie de cuchillas –acero Adarliano, brillante por el pulido. Sorrel permaneció al lado de Manon cuando hizo una pausa ante la extensión, recogió una daga y la pesó en sus manos. —Más ligero —le dijo Manon al herrero, que la miró con ojos oscuros, penetrantes. Sacó otra daga, luego una espada, pesándolos también—. Necesito armas más ligeras para los aquelarres. Los ojos del herrero se redujeron ligeramente, pero cogió la espada que ella había dejado y la pesó. Él ladeó la cabeza, golpeando en la empuñadura dorada y sacudiendo la cabeza.
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—No me importa si es bonita —dijo Manon—. Solo hay un extremo que me importa. Reduce los volantes y tal vez puedas ahorrar algo de peso. Él miró a donde Carnicera de Viento asomaba sobre su espalda, su empuñadura aburrida y ordinaria. Pero ella le había visto admirar la hoja por sí mismo –la obra maestra, cuando se conocieron la otra semana. —Solo vosotros los mortales tienen cuidado de si la hoja se ve bien —dijo. Sus ojos relampaguearon, y se preguntó si la habría regañado –si hubiera tenido una lengua para hacerlo. Asterin, a través de cualquier forma de encantamiento o aterrizando gente había obtenido información, se había enterado que la lengua del hombre había sido cortada por uno de los generales, para impedir que derramara sus secretos. No debía ser capaz de leer ni escribir, entonces. Manon se preguntó qué otras cosas tenían de él –tal vez una familia– para mantener a un hombre tan experto como prisionero. Tal vez fuer debido a eso, pero ella dijo: —Los dragones llevan bastante peso durante la batalla. Entre nuestra armadura, armas, suministros y armadura de los dragones, tenemos que encontrar lugares para aligerar la carga. O de lo contrario no quedarán en el aire por mucho tiempo. El herrero apoyó sus manos en las caderas, estudiando las armas que había hecho, y levantó una mano para que esperara mientras él se apresuraba más profundo en el laberinto de fuego y mineral fundido y los yunques. El golpe y el sonido metálico de metal contra metal era el único sonido cuando Sorrel pesó una de las cuchillas por sí misma. —Sabes que te apoyo en cualquier decisión que tomes —dijo. El cabello de Sorrel fue tirado firmemente hacia atrás, su rostro bronceado –probablemente bonito para los mortales– constante y sólido como siempre—. Pero Asterin… Manon sofocó un suspiro. Las Trece no habían osado en mostrar ninguna reacción cuando Manon había tomado a Sorrel para esa visita antes de la caza. Vesta se mantuvo cerca de Asterin en la aguilera, aunque –por solidaridad o indignación silenciosa– Manon no lo sabía. Pero Asterin reunió con Manon la mirada y asintió, gravemente, pero había asentido. — ¿No quieres ser Segunda? —dijo Manon. —Es un honor ser tu Segunda —dijo Sorrel, su voz áspera, cortando a través de los martillos y fuegos—. Pero también era un honor ser tu Tercera. Sabes que Asterin toca una línea fina con la furia en un día bueno. Cosas de este castillo, diciéndole que no puede matar o mutilar o cazar, decirle que se mantenga alejada de los hombres… Ella está obligada a estar en el borde. —Estamos todas en el borde —Manon le había dicho a sus Trece sobre Elide –y se preguntó si los penetrantes ojos de la muchacha notarían que ahora tenía un aquelarre de brujas oliendo detrás suyo. Sorrel respiró una bocanada, levantando sus hombros potentemente. Puso abajo la daga.
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—En el Omega, sabíamos nuestro lugar y lo que esperaba de nosotras. Teníamos una rutina; teníamos un objetivo. Antes de eso, buscando a las Crochans. Aquí, no somos más que armas esperando a ser utilizadas —ella señaló a las inútiles hojas sobre la mesa—. Aquí, tu abuela no está en torno a… influenciar en las cosas. Proporcionar reglas estrictas; para infundir miedo. Ella haría la vida de ese duque un infierno vivo. —¿Estás diciendo que soy una mal líder, Sorrel? —una pregunta demasiado tranquila. —Estoy diciendo que las Trece saben por qué tu abuela te hizo matar a la Crochan por esa cama —peligroso –era terreno peligroso. —Creo que a veces olvidas lo que puede hacer mi abuela. —Confía en mí, Manon, no lo hacemos —dijo Sorrel suavemente cuando el herrero apareció, un conjunto de láminas en sus poderosos brazos—. Más que cualquiera de nosotras, Asterin no ha olvidado nunca por un segundo de lo que tu abuela es capaz de hacer. Manon sabía que ella podría exigir más respuestas –pero también sabía que Sorrel era de piedra y la piedra no se rompería. Por lo que tuvo que enfrentar al herrero que se acercaba cuando puso otros ejemplos en la mesa, su estómago apretado. Con hambre, se dijo. Con hambre.
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Capítulo 13 Traducido por Andy Cobain Corregido por Ro Cáceres Aelin no sabía si estar aliviada por el hecho de que, a pesar de los cambios que habían pasado en dos años en su vida, a pesar de los infiernos que había pasado, la guarida de los asesinos no había cambiado. Los arbustos que rodeaban las puertas de acero al rededor de la torre eran de la exacta altura, podados con precisión magistral; el camino curvo de grava más allá llevaba a las mismas piedras grises; y la extensa casa solariega todavía estaba pálida y elegante, sus puertas de roble pulido brillantes en la luz del sol de media mañana. Nadie en la silenciosa calle residencial paró a mirar a la casa que contenía a algunos de los más feroces asesinos de Erilea. Por años, la guarida de los asesinos se había mantenido anónimo, desapercibido, uno de los muchos palacios en el adinerado distrito de Rifthold. Justo debajo de las narices del Rey Adarlan. Las puertas de acero estaban abiertas y los asesinos disfrazados como centinelas comunes le eran extraños a ella mientras se movía por la entrada. Pero no la detuvieron, a pesar del traje y las armas que portaba, a pesar de la madera cubriendo sus rasgos. La noche habría sido mejor para colarse por la ciudad. Otro examen– para ver si podría hacerlo aquí a la luz del día sin llamar mucho la atención. Afortunadamente, la mayoría de la ciudad estaba preocupada con las preparaciones de la celebración del cumpleaños del príncipe al día siguiente: los vendedores ya estaban afuera, vendiendo todo desde pequeños pasteles hasta banderas que portaban listones azules de Adarlanian wyvern (para combinar con los ojos del príncipe, por supuesto). Hizo que su estómago diera un vuelco. Llegar aquí sin ser detectada, había sido una prueba menor comparada con la que se avecinaba. Y la que le esperaba mañana. Aedion –cada aliento que tomaba parecía contener el eco de su nombre. Aedion, Aedion, Aedion. Pero empujó el pensamiento de el lejos –de lo que ya le pudo haber pasado en esos calabozos– mientras andaba hacia los enormes escalones frente a la guarida. Ella no había ido a esa casa desde la noche en la que todo se fue al infierno.
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Allí, a su derecha, estaban los establos donde había noqueado a Wesley mientras trataba de advertirle acerca de la trampa que le habían tendido. Y ahí, un nivel arriba, viendo hacía el jardín, estaban las tres ventanas de su antigua habitación. Estaban abiertas, las pesadas cortinas color vino soplando en la fría brisa de primavera, como si el cuarto estuviera siendo oreado para ella. A menos que Arobynn le hubiera dado sus aposentos a alguien más. Las puertas talladas de roble se abrieron en cuanto pisó el último escalón, revelando a un mayordomo que nunca había visto, quien la reverenció de cualquier manera e indicó detrás de él. Justo detrás del gran vestíbulo de mármol, las puertas dobles del estudio de Arobynn estaban abiertas de par en par. No vio el umbral cuando lo pasó, apurándose dentro de la casa que había sido un paraíso, una prisión y un infierno. Dioses, esta casa. Más allá de los techos en cúpula y los candelabros de cristal del salón de entrada, los pisos de mármol estaban pulidos tan brillantemente que podía ver su propio oscuro reflejo mientras caminaba. Ni un alma a la vista, ni siquiera el desdichado Tern. Estaban ya sea afuera o bajo ordenes de mantenerse lejos hasta que esta junta hubiera acabado –como si Arobynn no quisiera ser escuchado. El olor de la Guarida la envolvió, invocando su memoria. Flores recién cortadas y pan horneándose apenas cubrían el fuerte olor del metal o la sensación de los crujidos de los rayos de violencia atravesando. Cada paso hacia el adornado estudio la tenía animándose. Ahí estaba él, sentando ante el escritorio masivo, su cabello castaño rojizo como acero fundido en la desbordante luz del sol en forma de las ventanas de suelo a techo que se encontraban en un lado de la habitación con paneles de madera. Omitió la información que había obtenido de la carta de Wesley y mantuvo su postura relajada, casual. Pero no pudo evitar observar el tapete frente al escritorio –un movimiento que Arobynn notó o esperó. —Un nuevo tapete —dijo, mirando lejos de los papeles frente a él—. Las manchas de sangre en la otra no salieron realmente nunca —Una pena —dijo ella desplomándose en una de las sillas frente al escritorio, tratando de no mirar la silla a un lado de ella, donde Sam se sentaba regularmente—. El otro era más bonito. Hasta que la sangre lo había empapado cuando Arobynn la había golpeado por arruinar su acuerdo de comercio de esclavos, haciendo a Sam mirar todo el tiempo. Y cuando ella estaba inconsciente, había golpeado a Sam hasta el olvido, también. Se preguntaba cuáles de las cicatrices en los nudillos de Arobynn eran de esas golpizas. Escuchó al mayordomo acercarse, pero no se dignó a verlo mientras Arobynn decía.
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—Que no nos molesten ―el mayordomo susurró su entendimiento y la puerta del estudió sonó con un clic al cerrarse. Aelin colgó una pierna sobre el brazo de la silla. —¿A qué debemos esta convocatoria? Arobynn se levantó, un movimiento fluido impregnado de poder contenido, y rodeó el escritorio para inclinarse en la esquina. —Yo sólo quería ver cómo te encontrabas el día previo al gran evento ―sus ojos plateados se iluminaron—. Quería desearte suerte. — ¿Y ver si iba a traicionarte? —¿Por qué pensaría eso alguna vez? —No creo que quieras empezar una conversación acerca de la confianza en estos momentos. —Definitivamente no. No cuando necesitas concentrarte para mañana. Muchas insignificancias podrían ir mal. Especialmente si te atrapan. Ella sintió la daga de la amenaza tácita entre sus costillas. —Sabes que no me quiebro fácilmente cuando me torturan. Arobynn cruzó sus brazos sobre su ancho pecho. —Claro que no. No es pero menos de mi protegida, más que me cubras si el rey te atrapa. Así que eso explicaba la reunión. —Nunca pregunté —continuó Arobynn—. ¿Harás esto como Celaena? Un momento tan bueno como cualquiera para echar una mirada alrededor del estudio, menos a la irreverente protegida. Nada sobre el escritorio, nada en los estantes ni siquiera una caja que pudiera contener el amuleto de Orynth. Se permitió una última ojeada antes de volver sus ojos inexpresivos hacia él. —No tenía planeado dejar una tarjeta de presentación —Y ¿qué explicación vas a darle a tu primo cuando se reúnan? ¿La misma que le diste al noble capitán? No quería saber cómo era que él sabía acerca de ese desastre. No le había contado a Lysandra –puesto que Lysandra aún no tenía idea de quien era. Pensaría en ello más tarde. —Le diré la verdad a Aedion —Bueno, espero que eso sea excusa suficiente para él
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Implicaba un esfuerzo físico callarse su respuesta. —Estoy cansada y no estoy de humor para un duelo verbal hoy. Sólo dime qué es lo que quieres para que yo pueda ir a sumergirme en mi tina No mentía. Sus músculos dolían de rastrear a los soldados Valg por todo Rifthold la noche anterior. —Sabes que mis instalaciones están a tu disposición —Arobynn puso su atención en la pierna derecha de ella, que colgaba del brazo de la silla, como si de alguna manera descubriera que le estaba dando problemas. Como si supiera que la pelea en las Bóvedas habían agravado la vieja herida que había obtenido en su duelo con Cain—. Mi sanador podría masajearla por ti. No me gustaría que padecieras de dolor. O que te invalidaras para mañana. El entrenamiento mantuvo su cara con una expresión aburrida. –De verdad te gusta escucharte hablar, ¿no? Una risa sensual —Está bien –sin duelo verbal. Ella esperó, aún aplastada en su silla Arobynn pasó un ojo por el traje y, cuando sus ojos se encontraron con los de ella, sólo había un frío y cruel asesino mirándola. —Sé de buena fuente que has estado monitoreando las patrullas de la guardia real, pero sin molestarlos. ¿Ya olvidaste nuestra pequeña negociación? Ella sonrió levemente. —Por supuesto que no —Entonces, ¿por qué el demonio que me fue prometido no está en mi calabozo? —Porque no voy a capturar ninguno hasta que Aedion sea liberado Un pestañeo. —Estas cosas podrían guía al rey hasta ti. Hasta nosotros. No voy a arriesgar la seguridad de Aedion para satisfacer tu mórbida curiosidad. ¿Y quién me asegura que no olvidarás ayudarme cuando estés ocupado con tu nuevo juguete? Arobynn empujó un poco el escritorio y se acercó, inclinándose sobre su silla, lo suficientemente cerca para sentir su aliento. —Soy un hombre de palabra, Celaena De nuevo, ese nombre. Él dio un paso atrás e inclinó la cabeza
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—Aunque a ti, por otro lado… Te recuerdo prometiendo matar a Lysandra hace años. Estaba sorprendido cuando regresó intacta. —Hiciste lo mejor que pudiste para asegurarte de que nos odiáramos. Entonces pensé, ¿por qué no ir en la dirección contraria por una vez? Resulta que ella no es ni de cerca lo malcriada y egoísta de lo que me hiciste creer. —Siempre la protegida petulante, siempre un cerebrito. —Aunque si quieres que la mate, con gusto le daré mi atención a ese asunto, en lugar del Valg. Una risa suave. —No hay necesidad. Me sirve lo suficiente. Aunque reemplazable en caso de que quieras mantener tú promesa. —¿Era esa la prueba, entonces? ¿Ver si cumplo mis promesas? Bajo sus guantes, la marca que se había hecho en la palma de la mano, quemaba como una marca. —Era un presente. —Limítate a la ropa y a las joyas —se levantó y observó su traje—. O cosas útiles. Sus ojos siguieron los de ella y le sostuvieron la mirada. —Ahora encajas mejor que cuando tenías diecisiete Y eso fue suficiente. Ella tronó su lengua y se dio la vuelta, pero el le agarró el brazo –justo donde esas espadas invisibles se habrían levantado. Él lo sabía. Un reto; un desafío. —Necesitarás pasar inadvertida con tu primo una vez que escape mañana —dijo Arobynn—. Si decides no cumplir con tu parte del trato… averiguarás muy pronto, Celaena querida, cuán letal puede ser esta ciudad para aquellos que huyen –incluso reinas perras escupe fuego. —¿No más declaraciones de amor u ofertas de caminar sobre carbón por mí? Una risa sensual. —Siempre fuiste mi pareja de baile preferida —se acercó lo suficiente para rozar sus labios contra los de ella si ella hubiera estado una fracción de centímetro más cerca—. Si quiere que le murmure cosas dulces al oído, Majestad, haré justo eso. Pero aún me dará lo que necesito. Ella no se atrevió a alejarse. Siempre había un destello en sus ojos plateados – como el frío ligero de antes del amanecer. Nunca había sido capaz de apartar la mirada. Él inclinó la cabeza, el sol reflejándose en su cabello color caoba. —Aunque ¿qué pasa con el príncipe? —¿Qué príncipe? ―dijo ella cuidadosamente. Arobynn le dirigió una sonrisa conocedora, retirándose unos centímetros.
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—Hay tres príncipes, supongo. Tu primo y después los dos que comparten el cuerpo de Dorian Havillard. ¿Sabe el valiente capitán que su amigo está siendo devorado por uno de esos demonios? —Sí. —¿Sabe que podrías hacer lo único inteligente en esta situación y asesinarías al hijo del rey antes de que se convierta en una amenaza? Ella sostuvo su mirada. —¿Por qué no me lo dices tú? Tú eres el que ha estado viéndolo Su respuesta de una risa ahogada mandó hielo por sus huesos. —Así que el capitán no ha estado compartiendo las cosas contigo. Parece que comparte todo sin problemas con su antigua amante –esa tal chica Faliq. ¿Sabías que su madre hace las mejores tartas de pera en la capital entera? Él incluso ha estado llevando algunas para el cumpleaños del príncipe. Irónico, ¿no? Fue su turno de parpadear. Ella sabía que Chaol tenía al menos una amante además de Lithaen, pero… ¿Nesryn? Y cuan conveniente para él no contárselo, especialmente cuando él le reclamaba cualquier cosa que creyera acerca de Rowan y ella a la cara. Tu príncipe hada, le había soltado. Ella dudaba que Chaol le hubiera hecho a la joven mujer desde que se había ido a Wendlym, pero… Pero estaba sintiendo exactamente lo que Arobynn quería que sintiera. —¿Por qué no te mantienes lejos de nuestros asuntos, Arobynn? —¿No quieres saber por qué vino el capitán a mí anoche? Bastardos, ambos. Ella le había advertido a Chaol acerca de enredarse con Arobynn. Para decir que ella no sabía o para mostrar vulnerabilidad… Chaol no sacrificaría su seguridad ni sus planes para mañana, sin importar la información que estuviera guardando de ella. Ella le sonrío con suficiencia a Arobynn. —No. Fui yo quien lo envió allí —paseó hacia las puertas del estudio—. Realmente debes estar aburrido si solamente me llamaste para burlarte. Un brillo de diversión. —Buena suerte mañana. Todos los planes están en su lugar, en caso de que estuvieras preocupada. —Claro que lo están. No esperaría menos de ti —abrió una de las puertas y agitó su mano en lo que suponía ser una despedida desinteresada—. Nos vemos, maestro.
Aelin visitó el Banco Real nuevamente en su camino a casa y, cuando regresó a su apartamen-
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to, Lysandra la esperaba, como lo habían planeado. Aun mejor, Lysandra había traído comida. Mucha comida. Aelin se dejó caer en la mesa de la cocina donde Lysandra estaba holgazaneando. La cortesana observaba a través de la ventana sobre el lavabo de la cocina. —Si te das cuenta de que tienes una sombra en el otro techo ¿no? —Es inofensivo —y útil. Chaol tenía hombres vigilando la guarida, las puertas del palacio y el apartamento –todo para vigilar a Arobynn. Aelin inclinó su cabeza—. ¿Ojos agudos? —Tu mestro me enseñó unos trucos a través de los años. Para protegerme, claro —para proteger su inversión, era lo que no necesitaba decir—. Entiendo que, ¿leíste la carta? –Cada maldita palabra. En efecto, había leído la letra de Wesley una y otra vez, hasta que había memorizado las fechas, nombres y cuentas, hasta que había visto tanto fuego que se había alegrado que su magia estuviera reprimida. Cambiaba un poco sus planes, pero ayudaba. Ahora sabía que no estaba equivocada, que los nombres en su lista eran los correctos. —Lamento no haber podido conservarla —dijo Aelin—. Quemarla era la única manera de permanecer segura. Lysandra solo asintió, retirando una pelusa del corpiño de su vestido color cobrizo. Las mangas rojas estaban flojas e hinchadas con unas apretadas mangas de rerciopelo negro con botones dorados, que brillaban en la luz de la mañana mientras ella alcanzaba una de las uvas de invernadero que había traído Aelin el día anterior. Un vestido elegante, pero modesto. —La Lysandra que yo conocí solía usar mucho menos ropa —dijo Aelin Los ojos verdes de Lysandra vacilaron. —La Lysandra que conociste murió hace mucho tiempo. Igual que Celaena Sardothien. —Pedí verte hoy para que pudiéramos… hablar. — ¿Sobre Arobynn? —Sobre ti. Sus elegantes cejas se fruncieron. —Y ¿cuándo podremos hablar sobre ti? —¿Qué quieres saber? —¿Qué estás haciendo en Rofthold? Además de rescatar al general mañana.
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Aelin contestó: —No te conozco lo suficiente para contestar a esa pregunta Lysandra apenas inclinó su cabeza. —¿Por qué Aedion? —Me es más útil vivo que muerto —no era una mentira. Lysandra dio un golpecito, con su uña con manicura perfecta, en la gastada mesa. Después de un momento dijo: —Solía estar tan celosa de ti. No sólo tenías a Sam sino que también a Arobynn… Fui tan estúpida, al creer que te daba todo y no te negaba nada, odiándote porque siempre supe, muy en el fondo, que yo solo era un peon para él que podía usar en tu contra –una manera para hacerte luchar por su afecto, para mantenerte alerta, para lastimarte. Y yo lo disfrutaba, porque pensaba que era mejor ser el peon de alguien que ser nada en absoluto —su mano temblaba cuando la levantó para retirarse un mechón de pelo de la cara—. Creo que habría continuado por ese camino toda mi vida. Pero después –después Arobynn mató a Sam y arregló tu captura y… y me llamó la noche en que fuiste arrastrada a Endovier. Después, en el carruaje a casa, sólo lloré. No sabía por qué. Pero Wesley estaba conmigo en el carruaje. Esa fue la noche en que todo cambio entre nosotros —Lysandra observó las cicatrices alrededor de las muñecas de Aelin, después el tatuaje arruinando la suya. Aelin dijo: —La otra noche, no sólo viniste a advertirme de Arobynn Cuando Lysandra levantó la cabeza, sus ojos estaban congelados. —No —dijo con un ligero salvajismo—. Vine a ayudarte a destruirlo. —Debes confiar mucho en mí para haber dicho eso —Tú destruiste las bóvedas —dijo Lysandra—. Fue por Sam ¿no es cierto? Porque esa gente –ellos trabajaban para Rourke Farra, y estaban ahí cuando… —agitó su cabeza—. Todo es por Sam, lo que tengas planeado para Arobynn. Además, si me traicionas, hay muy poco que pueda lastimarme más de lo que ya he soportado. Aelin se recostó en su silla y cruzó las piernas, tratando de no pensar en la oscuridad que había sobrevivido la mujer que tenía enfrente. —Fui muy lejos sin exigir venganza. Ya no tengo interés en el perdón. Lysandra sonrió –y no había ninguna alegría en esa sonrisa. —Después de que él matara a Wesley, me acosté despierta en su cama y pensé en matarlo ahí. Pero no parecía suficiente y la deuda no sólo me pertenecía a mí. Por un momento Aelin no pudo decir nada. Después sacudió su cabeza.
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—¿Realmente esperas implicar que me has estado esperando a mí todo este tiempo? —Amabas a Sam tanto como yo amaba a Wesley Su pecho se ensombreció, pero asintió. Si, ella había amado a Sam –más de lo que podría amar a cualquiera. Incluso a Chaol. Y leer en la carta de Wesley lo que ordenó Arobynn a Rourke Farran hacerle a Sam la había dejado furibunda hasta sus entrañas. La ropa de Sam aún se encontraba en los dos cajones del fondo de su vestidor, donde Arobynn en efecto las había desempacado. Había usado una de sus camisas para dormir durante las últimas dos noches. Arobynn iba a pagar. —Lo siento —dijo Aelin—. Por los años en que fui un monstruo contigo, por cualquier implicación que haya tenido en tu sufrimiento. Desearía haber podido verlo yo misma. Desearía haberlo notado todo mejor. Lo siento. Lysandra parpadeó. —Ambas éramos jóvenes y estúpidas y debimos vernos una a la otra como aliadas. Pero no hay nada que impida que nos veamos de esa manera ahora —Lysandra le dirigió una mueca que parecía más un lobo que de una dama refinada—. Si estás dentro, yo estoy dentro. Así de rápido –así de fácil– la oferta de amistad le había sido propuesta. Rowan pudo haber sido su amiga más querida, su carranam, pero… extrañaba la compañía femenina. Intensamente. Aunque un pánico se levantó en su interior al pensar en que Nehemia no estaba más ahí para darle la compañía que necesitaba –y una parte de ella quería rechazar rotundamente la oferta de Lysandra sólo porque ella no era Nehemia– se forzó a sí misma a reprimir ese miedo. Aelin dijo decididamente. —Estoy dentro. Lysandra soltó un suspiro. —Oh, gracias a los dioses. Ahora puedo hablar con alguien más acerca de ropa sin que me pidan que sea así o así o devorarme una caja de chocolates sin que me digan que cuide mi figura –dime que te gusta el chocolate. ¿Te gusta, no? Recuerdo haber robado una caja de tu cuarto una vez que estabas fuera matando a alguien. Estaban deliciosos. Aelin sacudió una mano en dirección a los bienes que estaban en la mesa. —Trajiste chocolate. En lo que a mí concierne eres mi nueva persona favorita. Lysandra rio entre dientes, un sonido sorprendentemente profundo y retorcido –probablemente una risa que nunca dejaba que Arobynn o sus clientes escucharan. —Una noche no muy lejana, me escabulliré de regreso aquí y podremos comer chocolate hasta vomitar.
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—Somos damas tan gentiles y refinadas —Por favor —dijo Lysandra, agitando una mano con manicura—. Tú y yo no somos más que bestias salvajes utilizando pieles humanas. Ni siquiera intentes negarlo. La cortesana no tenía idea de cuan cerca de la realidad estaba. Aelin se preguntó cómo reaccionaría la mujer a su otra forma –a los alargados colmillos. De alguna manera, dudaba que Lysandra la llamara monstruo por eso– o que pudiera criticarla. La sonrisa de Lysndra vaciló. —¿Todo está preparado para mañana? —¿Acaso es mortificación lo que detecté? —¿Solo te pasearás dentro del palacio y piensas que un color de cabello distinto es lo que te mantendrá segura de ser descubierta? ¿Confías tanto en Arobynn? —¿Tienes una mejor idea? El encogimiento de hombros de Lysandra era la definición de despreocupación. —Sucede que yo sé una cosa o dos acerca de interpretar diferentes papeles. Como desviar las miradas cuando no quieres ser notada. —Sé cómo ser sigilosa, Lysandra. El plan es sólido. Incluso si fue idea de Arobynn —¿Qué si matamos dos pájaros de un tiro? Puede que lo haya descartado, puede que la haya desalentado, pero había un retorcido, salvaje brillo en los ojos de la cortesana. Así que Aelin descansó sus antebrazos sobre la mesa. ––Estoy escuchando.
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Capítulo 14 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Diana Gonher Por cada persona que Chaol y los rebeldes salvaron, parecía que siempre había varios más que se hicieron a través de la matanza. El sol se estaba poniendo cuando él y Nesryn se agazaparon en un tejado que bordeaba la pequeña plaza. Las únicas personas que se habían molestado en mirar fueron los típicos maleantes, acostumbrados a respirar en la miseria de los demás. Eso no lo molestó ni la mitad que las decoraciones que habían sido puestas en honor al cumpleaños de Dorian en la mañana: Serpentinas rojas , doradas y cintas colgadas a lo largo de la plaza como una red, mientras que canastas con flores azules y blancas bordeaban sus orillas exteriores. Un osario engalanado en tardía alegría de primavera. La cuerda del arco de Nesryn gimió cuando lo empujó un poco más atrás. —Mántenlo— le advirtió. —Sabe lo que hace—, murmuró Aelin a unos pasos de distancia. Chaol la miro con una mirada afilada. —Recuérdame…¿por qué estás aquí? — —Quería ayudar—¿o es sólo una rebelión de Adarlianos?” Chaol ahogó su réplica y dio una mirada a la plaza de abajo. Mañana, todo aquello que le importaba dependería de ella. Enemistarse con ella no sería inteligente, aunque le mataba dejar a Dorian en sus manos. Pero… —Sobre mañana—dijo firmemente, sin despegar su mirada de la ejecución a punto de desarrollarse. —Tú no tocas a Dorian—. — ¿Yo? Nunca— ronroneó Aelin. —No es una broma. Tú. No. Le. Harás. Daño. Nesryn los ignoró y cambió el ángulo de a la izquierda. —No puedo tener un tiro limpio en cualquiera de ellos—.
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Tres hombres estaban ahora de pie frente al bloque, una docena de guardias a su alrededor. Las tablas de la tarima estaban ya profundamente manchadas de rojo por las semanas de uso. Los recolectores miraron el enorme reloj que se encontraba encima de la plataforma de ejecución, esperando para que la manecilla de hierro marcara las seis de la tarde. Incluso habían atado listones dorados y escarlatas al borde inferior del reloj. Siete minutos ahora. Chaol se obligó a sí mismo a mirar a Aelin. —¿Crees que serás capaz de salvarlo? — —Talvez. Lo intentaré. —No hubo reacción alguna en su mirada o postura. Talvez. Talvez. Pensó Chaol y dijo: — ¿De verdad te importa Dorian, o sólo es un peón para Terrasen? — —No empieces con eso— por un momento pensó que ella ya había terminado, pero entonces ella escupió, — Matarlo, Chaol, sería misericordia. Matarlo sería un regalo—. —No puedo hacer el disparo— dijo Nesryn de nuevo, bruscamente. —Tócalo— dijo Chaol—y me aseguraré que esos bastardos de allí abajo encuentren a Aedion—. Nesryn se volvió hacia ellos, aflojando su arco. Era la única carta que tenía para jugar, incluso si eso le volvía un bastardo. La ira que Chaol encontró en los ojos de Aelin podía terminar con el mundo. —Le haces eso a mí corte Chaol—dijo Aelin con letal suavidad—, y no me importará lo que fuiste para mí, o lo que has hecho para ayudarme. Tú los traicionas o los lastimas, y no me importa cuánto tiempo tome, o qué tan lejos vayas: Te quemaré a ti y a tu reino maldito por los dioses. Entonces entenderás que tan monstruosa puedo ser.” Demasiado lejos. Él había ido demasiado lejos. —No somos enemigos— Nesryn dijo, y aunque su rostro estaba sereno, sus ojos estaban entrecerrados hacía ellos. —Tenemos suficiente mierda de la cual preocuparnos mañana. Y justo ahora—Ella apuntó con su flecha hacia la plaza. —Cinco minutos para las seis. ¿Vamos allí abajo? — —Demasiado público—dijo Aelin. —No te arriesgues exponiéndote a ti misma. Hay otra patrulla a un cuarto de milla más allá, dirigiéndose a esta dirección—. Por supuesto que ella sabía sobre eso. —De nuevo— dijo Chaol— ¿por qué estás aquí? — Solo se había…colado entre ellos. Con demasiada facilidad. Aelin estudió cuidadosamente a Nesryn —¿Qué tan buena es tu puntería, Faliq? —
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—No fallo— contesto Nesryn. Los dientes de Aelin destellaron en una sonrisa. — Mi clase de mujer. — le dio a Chaol una sonrisa cómplice. Y él supo, supo que ella estaba al tanto de la historia entre ellos. Y que a ella no le importaba. No podía decidirse si eso era un alivio o no. —Estoy debatiendo despedir a los hombres de Arobynn de la misión de mañana— dijo Aelin, con sus ojos turquesa fijos en el rostro de Nesryn, en sus manos, en su arco. — Quiero a Faliq de guardia en el muro—. —No— dijo Chaol. — ¿Eres su guardián?— Él no se dignó a contestar. Aelin canturreó—Eso pensé—. Pero Nesryn no estaría de guardia en el muro— y él tampoco. Era demasiado reconocible como para arriesgarse a estar demasiado cerca del palacio, y Aelin y el pedazo de mierda de su maestro habían decidido que al parecer él estaría mejor ejecutando la interferencia a lo largo de la frontera de los barrios pobres, asegurándose de que la costa estuviera despejada. —Nesryn ya tiene sus órdenes—. En la plaza, las personas comenzaron a maldecir a los tres hombres que estaban observando el reloj con caras pálidas y demacradas. Incluso algunos de los espectadores lanzaban trozos de comida descompuesta hacia ellos. Tal vez esta ciudad sí merecía las llamas de Aelin Galathynius. Tal vez Chaol merecía arder, también. Él le dio la espalda a las mujeres —Mierda—maldijo Aelin, y miró detrás de él a tiempo para ver a los guardias empujar a la primera víctima— un hombre sollozante de mediana edad—, hacia el bloque, usando los pomos de sus espadas para golpear sus rodillas por debajo de él. No iban a esperar hasta las seis. Otro prisionero, también de mediana edad, comenzó a temblar, y una oscura mancha se extendió por la parte delantera de sus pantalones. Dioses. Los músculos de Chaol se tensaron, e incluso Nesryn no pudo sacar su arco lo suficientemente rápido mientras el hacha se elevaba. Un ruido sordo silenció la plaza de la ciudad. La gente aplaudía—aplaudieron. El sonido cubrió el segundo golpe sordo de la cabeza del hombre cayendo y rodando lejos. Entonces Chaol estaba en otro sitio, en el castillo que una vez había sido su hogar, escuchando el sonido sordo de carne y huesos sobre mármol, niebla roja recubriendo el aire, Dorian gritando… Quebrador de juramentos. Mentiroso. Traidor. Chaol era todas esas cosas ahora, pero no para Dorian. Nunca para su verdadero rey. —Derroca la torre del reloj en el jardín—dijo Chaol, con palabras apenas audibles. Sintió a Aelin volverse hacia él. —Y la magia será liberada. Era un hechizo—tres torres, todas construidas
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de piedra de Wyrd. Elimina una, y la magia será libre—. Ella miró hacia el norte sin ningún parpadeó de sorpresa, como si pudiera ver todo el camino hasta el castillo de cristal. —Gracias— murmuró. Eso fue todo. —Es por el bien de Dorian— Tal vez era cruel, egoísta, pero cierto. —El rey te espera mañana—él continuó. — ¿Y qué si deja de preocuparse de que el público sepa y da rienda suelta a su magia sobre ti? ¿Sabes lo que pasó con Dorian? — Ella estudió las tejas como si fueran un mapa mental de la fiesta- el mapa que él le había dado. Entonces ella maldijo. —Podría tener trampas para mí y Aedion. Con las Marcas del Wyrd, podría escribir hechizos en el suelo o en las puertas, para mí o Aedion, y estaríamos indefensos—exactamente la misma forma en la que atrapé a esa cosa en la biblioteca. Mierda—respiró. —Mierda—. Apretando su aflojado arco, Nesryn dijo: —Brullo nos dijo que el rey tiene a sus mejores hombres escoltando a Aedion desde los calabozos hasta la sala, quizás también hechizaron esas áreas. Si él las hechiza. — —Es una apuesta demasiado grande por hacer Y es demasiado tarde para cambiar nuestros planes—dijo Aelin. —Si tuviera esos malditos libros, a lo mejor podría encontrar alguna clase de protección para mí y Aedion, algún hechizo, pero no tendré suficiente tiempo mañana para tomarlos de mis antiguas habitaciones. Los dioses saben si siguiera siguen allí—. —No lo están— dijo Chaol. Aelin alzó sus cejas. —Porque yo los tengo. Los tomé cuando dejé el castillo—. Aelin frunció los labios en lo que él podría haber jurado era una apreciación reacia. —No tenemos mucho tiempo—Ella comenzó a subir sobre encima del techo y fue de su vista. — Aún quedan dos prisioneros más—aclaró—Y creo que esas serpentinas lucirían mejor con un poco de sangre de Valg en ellas—.
Nesryn permaneció en el tejado mientras Aelin cruzó al otro lado de la plaza— más rápido de lo que Chaol habíacreídoposible. Eso lo dejó a mitad de la calle. Él corrió tan rápido como pudo a través de la multitud, vislumbrando a sus tres hombres reunidos cerca del otro extremo de la plataforma—listos. El reloj marcó las seis justo cuando Chaol se posicionó, luego de asegurarse de que dos de sus hombres estuvieran esperando en un estrecho callejón. Justo cuando los guardias finalmente quitaron el cuerpo del primer prisionero y arrastraron al segundo. Él hombre estaba sollozando, rogándoles mientras era forzado a arrodillarse en el charco de la sangre de su amigo.
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El ejecutor levantó su hacha. Y una daga, cortesía de Aelin Galathynius, atravesó limpiamente la garganta del verdugo. Sangre negra cayó en las serpentinas, tal como Aelin había prometido. Antes de que los guardias pudieran gritar, Nesryn abrió fuego desde la otra dirección. Esa fue toda la distracción que Chaol necesitó cuando él y sus hombres se dispararon hacia la plataforma en medio de la asustada multitud huyendo. Tanto Nesryn y Aelin habían disparado de nuevo para el momento en que Chaol subió al escenario, la madera estaba engañosamente resbaladiza con sangre. Agarró a los dos prisioneros y les grito que ¡corrieran, corrieran, corrieran! Sus hombres estaban espada a espada con los guardias, mientras él se apresuraba con los prisioneros tambaleantes por las escaleras y hacia la seguridad del callejón—con los rebeldes esperando más allá. Cuadra tras cuadra huyeron, dejando atrás el caos de la plaza , hasta que llegaron al Avery, y Chaol se dedicó a alcanzarles un barco. Nesryn lo encontró dejando los muelles una hora más tarde, ilesa pero salpicado con sangre oscura. — ¿Qué ocurrió? — —Pandemonio— Nesryn dijo, escaneando al río bajo el sol poniente. —¿Todo está bien?” Él asintió. — ¿Y tú? — —Ambos estamos bien—Una consideración, pensó con un destello de vergüenza, que ella sabía que él no se atrevía a preguntar sobre Aelin. Nesryn dio la vuelta, dirigiéndose de nuevo a la dirección de la cual vino. — ¿Adónde vas? — preguntó. —A bañar y cambiarme y luego iré a darle la noticia a la familia del hombre que murió—. Era el protocolo, incluso si era horrible. Era mejor que las familias estuvieran de luto que en riesgo de ser consideradas por más tiempo como simpatizantes de los rebeldes. —No tienes que hacerlo—dijo. —Enviaré a uno de los hombres—. —Soy un guardia de la ciudad—dijo claramente—Mi presencia no será inesperada. Y además—dijo, sus ojos brillando con su habitual diversión, — tú mismo dijiste que yo no tengo exactamente una línea de pretendientes esperando afuera de la casa de mi padre, así que ¿qué más puedo hacer esta noche? —Mañana es un día importante—dijo, incluso mientras se maldecía a sí mismo por las palabras que le había escupido la otra noche. Un tonto—eso es lo que había sido, incluso si ella nunca había revelado que le molestara. —Estaba muy bien antes de que viniera aquí, Chaol—dijo ella—cansada, y posiblemente aburrida. —Conozco mis límites. Te veré mañana—.
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Pero él dijo. — ¿Por qué tienes que ir tu misma con las familias? —. Los oscuros ojos de Nesryn se desplazaron hacia el río. —Porque me recuerda lo que tengo que perder si soy atrapada o si fallamos—.
La noche cayó, y Aelin sabía que estaba siendo seguida mientras anduvo de tejado en tejado. Justo ahora, incluso horas después, ir por la calle sería la cosa más peligrosa que podía hacer, teniendo en cuenta cuán enfadados estaban los guardias después de que ella y los rebeldes hubieran robado a sus prisioneros justo frente a sus narices. Y ella lo sabía porque los había estado escuchando maldecir y sisear por la última hora mientras seguía a una patrulla de guardias uniformados de negro por la ruta que había tomado nota la noche anterior: a lo largo de los muelles, a continuación, manteniéndose a la sombra de la calle principal de las tabernas y burdeles en los barrios pobres, y después cerca- pero a una distancia considerable- del Mercado Sombra a las orillas del río. Interesante para aprender cómo hacían su ruta o cambiaba cuando el caos se desataba— los escondites a los que se apresuraron a ir, qué clase de formaciones usaban. Que calles eran dejadas sin vigilancia cuando el infierno estallará. Como ocurriría mañana, con Aedion. Pero los reclamos de Arobynn habían sido correctos— también correspondían con los mapas que Chaol y Nesryn habían hecho. Sabía que si le decía a Chaol por qué había aparecido durante la ejecución, él se interpondría en su camino de alguna manera—tal vez enviaría a Nesryn a seguirla. Ella había necesitado saber qué tan hábiles eran— todas las partes serían cruciales en los eventos de mañana—y luego ver esto. Justo como Arobynn le había dicho, cada guardia usaba un grueso anillo negro, y se movían con tirones y espasmos que le hicieron preguntarse qué tan bien estaban ajustándose los demonios en sus cuerpos. Su líder, un pálido hombre con cabello negro como la noche, se movía más fluidamente, como tinta en agua. Los había dejado andar corriendo hacia otra parte de la ciudad mientras ella seguía hacia donde los distritos de los artesanos sobresalian en la curva del Avery, hasta que todo a su alrededor estuvo en silencio y el olor de los cadáveres en descomposición se desvaneció. En lo alto del tejado de un almacén de soplado de vidrio, las tejas aún cálidas por el calor del día o por los enormes hornos dentro, Aelin comtepló el callejón vacío. La infernal lluvia de primavera comenzó de nuevo, tintineando en el inclinado techo, en varias chimeneas.
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La magia— Chaol le había dicho cómo liberarla. Tan fácil, y aun así- una tarea monumental. Necesitada de una cuidadosa planeación. Después de mañana, sin embargo— si sobrevivía— iba a empezar hacerlo. Ella se desplazó hacia abajo por un tubo de desagüe a un lado de una desmenuzada pared de ladrillo, chapoteando un poco fuerte en un charco que esperaba fuera agua. Silbó mientras se paseaba por el vació callejón, una alegre melodía que había escuchado en una de las muchas tabernas de los barrios bajos. Aun así, estaba un poco sorprendida cuando llegó cerca de la mitad del callejón antes de que una patrulla de la guardia del rey se cruzara en su camino, sus espadas reluciendo como la plata en la oscuridad. El comandante de la patrulla, el demonio dentro de él, la miró y sonrió como si ya supiera a qué sabía su sangre. Aelin le sonrió de vuelta, sacudiendo sus muñecas y tirando las cuchillas fuera de su traje. —Hola, preciosa—. Y entonces estaba encima de ellos, rebanando y girando y esquivando. Cinco guardias ya estaban muertos antes de que el resto pudiera siquiera moverse. Sin embargo, la sangre que perdían no era roja. Era negra, y se derramaba por los lados de sus cuchillas. Densa y brillante como el aceite. El hedor, como leche cuajada y vinagre, la golpeó tan fuerte como el impacto se sus espadas. El hedor creció, venciendo al persistente humo de las fábricas de vidrio a su alrededor, empeorando cuando Aelin esquivó el golpe del demonio y pasó por debajo. El estómago del hombre se abrió con una supurante herida, y sangre negra y los dioses sabían qué más se derramó en la calle. Asqueroso. Casi tan malo como lo que emanaba de la alcantarilla al otro extremo del callejón, ya abierta. Ya filtrándose en esa tan familiar oscuridad. El resto de la patrulla se acerco. Su ira se convirtió en una canción en su sangre mientras terminaba con ellos. Cuando la sangre y lluvia yacían en charcos en los adoquines rotos, cuando Aelin estuvo de pie en un campo de hombres caídos, comenzó a cortar Cabeza tras cabeza caían lejos. Entonces se recostó contra la pared, esperando. Contando. No resucitaron. Aelin acechó desde el callejón, cerrando de una patada la alcantarilla, y desapareció en la lluviosa noche.
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El amanecer llegó, el día era claro y cálido. Aelin había estado hasta más de la mitad de la noche revisando los libros que Chaol había salvado, incluyendo a su viejo amigo Los Muertos Vivientes. Recitando lo que había aprendido en la tranquilidad de su apartamento, Aelin se había puesto la ropa que Arobynn le había mandado, comprobando de nuevo que no hubieran sorpresas y que todo estuviera donde necesitaba que estuviera. Ella dejó que cada paso, cada recordatorio de su plan la anclaran, la alejaran de pensar demasiado en lo que haría cuándo comenzará la fiesta Y entonces fue a salvar a su primo.
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Capítulo 15 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez Aedion Ashryver estaba listo para morir. Contra su voluntad, él se había recuperado a lo largo de los dos últimos días, la fiebre había desaparecido después de la puesta del sol ayer por la noche. Estaba lo suficientemente fuerte para caminar —aunque lentamente—, cuando lo escoltaron hasta el lavadero de la mazmorra, donde ellos lo encadenaron para lavarlo y fregarlo, e incluso se arriesgaron a afeitarlo, a pesar de sus mejores esfuerzos para cortar su propia garganta con la navaja de afeitar. Parecía que le querían presentable para la corte cuando le cortaran la cabeza con su propia espada, la Espada de Orynth. Después de limpiar sus heridas, le metieron en pantalones y una camisa blanca suelta, tiraron hacia atrás su cabello, y lo arrastraron por las escaleras. Los guardias con uniformes oscuros, lo rodearon, tres en ambos lados, cuatro en el frente y detrás, y cada puerta y salida tenía a uno esos bastardos puestos ahí. Estaba demasiado cansado por la herida para provocarles a poner una espada a través de él, así que se dejó conducir a través de las imponentes puertas del salón de baile. Las banderas rojas y doradas colgaban de las vigas del techo, cada mesa cubierta de flores de primavera y un arco de rosas del invernadero había sido creado sobre el estrado desde el que la familia real miraría las festividades antes de su ejecución. Las ventanas y puertas más allá de la tarima en la que se le daría muerte daban a uno de los jardines, un guardia apostado al lado del otro, otros situados en el propio jardín. Si el rey quería poner una trampa para Aelin, desde luego, no se había molestado en ser sutil. Fue una actitud civilizada de ellos, se dio cuenta Aedion, cuando fue empujado por las escaleras de madera de la tarima, por darle un taburete dónde sentarse. Al menos no tendría que descansar en el suelo como un perro mientras observaba a todos fingir que no estaban aquí solo para ver rodar su cabeza. Y un taburete, se dio cuenta con sombría satisfacción, sería un arma suficientemente buena cuando llegara el momento. Así que Aedion dejó que lo encadenarán a los grilletes anclados en el suelo de la tarima. Dejó que pusieran la Espada de Orynth a la vista a unos pies detrás de él, su pomo de hueso cica-
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trizado brillando en la luz de la mañana. Era sólo cuestión de encontrar el momento adecuado para cumplir con el fin de su propia elección.
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Capítulo 16 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez El demonio lo hizo sentarse en la tarima, en un trono que se encontraba a lado de una mujer con corona quien no había notado que la cosa usando su boca no era la misma a la que había dado a luz. A su otro lado estaba el hombre que controlaba el demonio que tenía dentro. Y frente a él, el salón de baile estaba lleno de nobles, quienes no podían ver que él aún se encontraba allí, gritando. El demonio había roto un poco más la barrera que había construido, y ahora veía través de sus ojos con una mirada vieja, brillando con malicia. Se encontraba hambriento de este mundo. A lo mejor, el mundo merecía ser devorado por la cosa. Tal vez era ese pensamiento traicionero que había causado que tal agujero rompiera un poco más la barrera que se encontraba entre ellos. Tal vez estaba ganando. Tal vez ya había ganado. Así que él estaba forzado a sentarse en ese trono, y hablar con palabras que no eran las suyas, y compartir sus ojos con algo de otro reino, quien observaba a su soleado mundo con voracidad, eternamente hambriento. El traje le picaba como el infierno. La pintura en todo su cuerpo no ayudaba. La mayoría de los invitados más importantes llegaron en los días previos de la fiesta, pero los que moraban dentro de la ciudad o en las lejanas montañas, ahora formaban una reluciente línea, estrechándose en las enormes puertas frontales. Los guardias estaban apostados ahí, revisando invitaciones, haciendo preguntas, observando detenidamente los rostros no demasiado perspicaces como para ser interrogados. Ordenaron a los artistas, vendedores, y sanadores, quien fuera, a usar una de las entradas laterales. Ahí había sido donde Aelin había encontrado a Madame Florine y su grupo de bailarinas, vestidos con trajes de tul negro, seda y encaje, como noche líquida en el sol de la media mañana. Hombros atrás, pecho rígido, brazos relajados a sus lados, Aelin se unió fácilmente al grupo. Con su cabello teñido con un rudo color de café y su cara pintada con los pesados cosméticos que todas las bailarinas usaban, se mezcló lo suficientemente bien, que nadie la miró dos ve-
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ces. Se enfocó tanto en su rol de principiante temblorosa, viéndose más interesada en como las otras bailarinas la percibían que en los seis guardias estacionados en la pequeña puerta de madera en una orilla de la pared de piedra. El pasillo del castillo que se encontraba más allá era estrecho, bueno para las dagas, malo para las espadas, y mortal para las bailarinas si ella se metía en problemas. Si Arobynn había decidido traicionarla. Con la cabeza abajo, Aelin monitoreó sutilmente la primera prueba de confianza. Florine caminó a lado de su fila de bailarinas como un almirante a bordo de un barco. Envejecida pero hermosa. Todos los movimientos de Florine estaban ejecutados con una gracia que Aelin nunca había sido capaz de replicar, sin importar cuántas lecciones había tenido con ella mientras crecía. La mujer había sido la bailarina más reconocida en el reino—y desde su retiro, se mantuvo como la maestra más preciada. Instructora Suprema, la había llamado Aelin en los años que había entrenado con ella, aprendiendo los bailes de moda y formas de mover y afilar su cuerpo. Los ojos color avellana de Florine estaban en los guardias de adelante mientras ella se detenía a lado de Aelin, con los finos labios fruncidos. —Todavía necesitas trabajar en tu postura —dijo la mujer. Aelin encontró de soslayo la mirada de Florine. —Es un honor ser una suplente para usted, Madame. Realmente espero que Gillyan se recupere pronto de su enfermedad—. Los guardias hicieron un ademán a lo que parecían ser una tropa de malabaristas, y ellos asintieron de regreso. —Te ves en buena forma —Florine murmuró. Aelin hizo un espectáculo inclinando la cabeza, curvándose en sus hombros, y un rubor comenzó a subir por sus mejillas —la nueva suplente, avergonzada por los cumplidos de su profesora. — ¿Considerando donde me encontraba diez meses atrás? Florine inhaló, y su mirada se posó en la delgada línea de cicatrices alrededor del brazo de Aelin, que incluso las pinturas de color no habían logrado ocultar. Se elevaban hasta la cima de su traje sin espalda, pero incluso así, y con la pintura corporal, la parte más alta de su tatuaje, las cicatrices se veían. —Si tú crees que yo tuve algo que ver con los eventos que te llevaron hasta eso… Las palabras de Aelin fueron apenas más audibles que el susurro que hacen los zapatos de seda sobre la grava:
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—Ya estarías muerta si hubiese sido así —no era una mentira. Cuando ella había escrito sus planes en el barco, el nombre de Florine había sido uno de los que había escrito en su lista, y luego lo había tachado, después de una cuidadosa consideración. Aelin continuó: — ¿Confío en que hayas hecho los arreglos necesarios? —no solo el pequeño cambio en los vestuarios, para poder ocultar las armas y algunas otras cosas que Aelin necesitaría para escabullirse, todo pagado por Arobynn, por supuesto. No, la gran sorpresa vendría después. —Es un poco tarde para estar preguntado eso, ¿no lo crees? —Madame Florine ronroneó, las joyas oscuras alrededor de su cuello y sus oídos brillaron—. Debes confiar mucho en mí, para incluso haberte aparecido. —Confío más en que te gusta obtener dinero de lo que te gusta el rey —Arobynn le había dado una enorme suma de dinero para pagarle a Florine. Mantuvo un ojo en las guardias mientras hablaba—. Y desde que el Teatro Royal fue cerrado por su Majestad Imperial, confío en que estamos de acuerdo en lo que les pasó a los músicos fue un crimen tan inolvidable como la masacre de esclavos en Endovier y Callaculla. Supo que había dicho las palabras correctas cuando vio la agonía aflorar en los ojos de Florine. —Pytor era mi amigo —susurró Florine, desvaneciendo el color de sus mejillas bronceadas. —No había director más fino, ningún oído mejor. Él hizo mi carrera. Él me ayudó a establecer todo esto —movió una mano abarcando a todas las bailarinas, el castillo, el prestigio que había ganado—. Lo extraño. No era nada calculado, nada frío, cuando Aelin posó una mano sobre su corazón. —Extrañaré ir a escucharlo dirigir el Stygian Suite cada otoño. Pasaré el resto de mi vida sabido que tal vez nunca vuelva a escuchar música tan fina, que nunca más viviré un poco de lo que sentí, estando sentada en el teatro mientras él dirigía. Madame Florine envolvió sus brazos alrededor de ella misma. A pesar de los guardias que se encontraban adelante, a pesar de la tarea que se acercaba con cada movimiento del reloj, le tomó un momento a Aelin ser capaz de hablar de nuevo. Pero eso no había sido lo que había hecho a Aelin acceder a los planes de Arobynn, a confiar en Florine. Dos años atrás, cuando finalmente era libre de la correa de Arobynn pero aun así casi suplicando gracias por pagar sus deudas, Aelin había continuado tomando clases con Florine, no sólo para mantenerse al corriente de los bailes populares para su trabajo, sino también para mantenerse flexible y en forma. Florine se había negado a aceptar su dinero. Además, después de cada lección, Florine había permitido que Aelin se sentara en el pianoforte que se encontraba por la ventana y tocara hasta que sus dedos le dolieran, desde que había sido obligada a dejar sus amados instrumentos en la Guarida de los Asesinos. Florine nunca lo había mencionado, nunca la hizo sentir como que si fuera caridad. Pero había sido una bondad cuando Aelin había necesitado desesperadamente una. Aelin dijo en voz baja:
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— ¿Has memorizado los preparativos para ti y para tus chicas? —Aquellos que desean escaparse tal vez sean bienvenidos en el barco que Arobynn contrató. He hecho espació para todos, sólo en caso. Si son lo suficientemente estúpidos para quedarse en Rifthold, entonces se merecen su destino. Aelin no se había arriesgado a encontrarse con Florine hasta ahora, y Florine ni siquiera se había atrevido a empacar sus pertenencias por miedo a ser descubierta. Ella tomaría sólo lo que pudiera cargar con ella en la presentación – dinero, joyas– y escaparía a los muelles en el momento en que el caos iniciara. Había una gran posibilidad de que no lo lograra, o sus chicas, a pesar del plan de escape que Chaol y Brullo y la cooperación de los guardias del rey. Aelin se encontró diciendo: —Gracias—. La boca de Florine se arqueó hacia un lado. —Ahora, hay algo que nunca aprendiste de tu maestro—. Las bailarinas al frente de la fila llegaron hasta los guardias, Florine suspiró sonoramente y se acercó a ellos, posando sus brazos en sus estrechas caderas, poder y gracia guiando cada uno de los pasos que la acercaban al guardia de uniforme negro que observaba una larga lista. Una por una, él miraba a las bailarinas, comparándolas con la lista que él tenía, checando cada lista, unas muy detalladas. Pero gracias a que Ress había asaltado el cuartel por la noche, y añadió un nombre falso junto con su descripción, Aelin estaría en la lista. Se acercaban más, Aelin se quedó en el fondo del grupo para tener más tiempo para observar detalles. Dioses, este castillo—el mismo en cada forma posible, pero diferente. O tal vez era ella quien había cambiado. Una por una las bailarinas fueron entrando entre los guardias con caras serias y se apuraban a pasar por el estrecho pasillo, riendo nerviosamente y susurrando a la otra. Aelin se puso de puntillas para estudiar a los guardias de la puerta, nada más que la principiante estudiando su cara con impaciente curiosidad. Luego, ella las vio. Escritas con pintura negra a través del umbral de piedra, estaban las marcas de Wyrd. Estaban hermosamente hechas, como si fueran meramente decorativas, pero… Debían de encontrarse en todas la puertas, en cada entrada. Seguramente, incluso las ventanas tendrían unas pequeñas marcas oscuras en ellas, sin duda estaban puestas para Aelin Galathynius, para advertir al rey de su presencia o para atraparla. Una bailarina golpeó a Aelin en el estómago para que dejara de apoyarse sobre su hombro para observar por encima de sus cabezas. Aelin miró boquiabierta a la chica, y después dejó escapar un quejido de dolor.
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La bailarina la observó sobre su hombro, susurrándole que se callara. Aelin empezó a llorar. Sonoras y constantes lágrimas de dolor. La bailarina se congeló, la que se encontraba atrás de ellas, veía hacia otro lado. —E-eso dolió —dijo Aelin, sobando su estómago. —No hice nada —la mujer siseó. Aelin continuó llorando. Más adelante, Florine ordenó a las bailarinas que se mantuvieran a un lado. Después su mirada se posó en Aelin. — ¿Qué en el nombre de cada dios en el reino, es esta tontería? — Aelin apuntó con un tembloroso dedo a la bailarina. —Ella m-me golpeó—. Florine giró hacia la chica con ojos grandes que ya se encontraba proclamando su inocencia. Entonces siguieron una serie de acusaciones, insultos y más lágrimas, ahora de parte de la bailarina, llorando sobre su carrera arruinada. —A-agua —murmuró Aelin a Florine—. Necesito un vaso de agua —los guardias ya habían empezado a caminar en su dirección. Aelin apretó fuertemente el brazo de Florine—. A-ahora. Los ojos de Florine se iluminaron y encaró a los guardias que se acercaban, ladrando sus demandas. Aelin contuvo su aliento, esperando por el golpe, la cachetada… Pero ahí estaba uno de los amigos de Ress —uno de los amigos de Chaol, portando una flor roja en su pecho, como ella lo había pedido—corriendo para conseguir agua. Exactamente donde Chaol había dicho que él estaría, sólo en caso de que algo fuera mal. Aelin se aferró a Florine hasta que el agua llegó, una cubeta y una cuchara, lo mejor que al hombre se le pudo haber ocurrido. Sabiamente no cruzó su mirada con la de ella. Con un pequeño sollozo de agradecimiento, Aelin tomó ambas cosas. Estaba temblando ligeramente. Le dio a Florine un sutil asentimiento con su pie, urgiéndola a avanzar. —Ven conmigo —dijo Florine furiosamente, arrastrándola hasta el frente de la fila—. He tenido suficiente de esta idiotez, y casi arruines tu maquillaje. Cuidadosamente para no derramar el agua, Aelin permitió que Florine la jalara hacia el guardia con cara de piedra que se encontraba en la puerta. —Mi tonta e inservible suplente, Dianna —dijo al guardia con perfecto acero en su voz, sin perturbarse bajo la negra mirada del demonio. El hombre estudió la lista en sus manos, checando, checando— Y tachó un nombre. Aelin tomó un pequeño sorbo de agua de la cuchara, para después depositarla de nuevo en la cubeta.
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El guardia vio una vez más a Aelin, ella hizo que su labio inferiortemblará, las lágrimas a punto de derramarse de nuevo mientras el demonio de adentro la devoraba con sus ojos. Como si las bailarinas fueran postres. —Adentro —el hombre gruño, levantando su barbilla al pasillo detrás de él. Con agradecimiento silencioso, Aelin caminó hacia las marcas del Wyrd escritas sobre las piedras. Y se resbaló, logrando que la cubeta se derramara sobre las marcas. Gimió mientras golpeaba el suelo, sus rodillas ardiendo en genuino dolor, Florine estaba instantáneamente junto a ella, demandando que dejara de ser tan torpe y toda una llorona, para después empujarla, empujarla sobre las marcas arruinadas. Y dentro del castillo de cristal.
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Capítulo 17 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez Cuando se permitió a Florine y al resto de las bailarinas la entrada a palacio, fueron conducidas por el estrecho pasillo de los sirvientes. En cuestión de minutos, la puerta se abriría hacia el salón de baile y ellas volarían dentro como mariposas. Negras y resplandecientes mariposas representando las “Doncellas de la Muerte”, el baile de una de las sinfonías más populares. No fueron detenidas ni interrogadas por nadie más, aunque los guardias en cada entrada las observaban como si fueran halcones. Y sus ojos no eran como los del príncipe Hada. Pocos de los hombres de Chaol se encontraban allí. Ni rastro de Ress o Brullo. Pero todos estaban donde Chaol había prometido que estarían, según la información de Ress y Brullo. Un sirviente transportaba en su hombro una fuente de jamón asado con salvia crujiente, y Aelin trataba de no apreciarla, de no sentir las esencias de la comida de su enemigo. Incluso si esa comida era condenadamente buena. Los sirvientes llevaban plato tras plato y sus caras estaban completamente rojas, no había duda de que habían hecho una larga caminata desde las cocinas. Trucha con avellanas, espárragos crujientes, pastel de peras, pastel de carne… Aelin cerró los puños contemplando la larga fila de sirvientes. Una media sonrisa se asomó por la comisura de sus labios. Esperó a que los sirvientes volvieran con las manos vacías, de regreso a las cocinas. Finalmente, la puerta se abrió y una doncella delgada que vestía un delantal blanco se apresuró hacia la gran estancia, su cabello color tinta era como hilos sueltos formando una trenza, deshaciéndose a medida que corría para recoger la siguiente bandeja de tartas de pera que aguardaba en la cocina. Aelin mantuvo su cara en blanco e indiferente a medida que Nesryn Faliq se acercaba a ella. Esos ojos oscuros se curvaban ligeramente hacia arriba—quizás por sorpresa o inquietud, no sabría decirlo. Pero antes de que pudiera decidir cómo dirigirse a ella, uno de los guardias le anunció a Florine que ya era la hora. Mantuvo la cabeza baja, incluso cuando sintió al demonio en aquel hombre mostrando atención en ella y las demás. Nesryn se había ido —había desaparecido bajo las escaleras—cuando Aelin volvió a mirar. Florine se dirigió a la línea de bailarinas que esperaban en la puerta, con las manos apretadas en su espalda.
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—Espaldas rectas, hombros atrás, cuellos arriba. Ustedes son luz, aire y gracia. No me decepcionen—. Florine cogió la cesta de flores de cristal negro que había mandado a su más firme bailarina traer. Cada flor exquisita relucía como un diamante contra la oscura luz del pasillo. —Si las rompen antes del momento de lanzarlas, están acabadas. Valen más que ustedes, y no hay reemplazos. — una por una, entregó las flores a todas, eran lo bastante resistentes para no romperse en los próximos minutos. Florine llegó a Aelin con la cesta vacía. —Míralas y aprende —dijo lo bastante alto para que el guardia la oyera, y puso su mano en el hombro de Aelin, como una profesora consoladora. Las otras bailarinas, ahora observando sus pies, giraron sus cabezas y hombros, sin mirar en su dirección. Aelin asintió recatadamente, como si intentara contener lágrimas de decepción, y se salió de la línea para pararse al lado de Florine. Las trompetas resonaron a través de las grietas que rodeaban la puerta, y la multitud comenzó a gritar tan alto que hizo retumbar el suelo. —Me he asomado al Gran Salón —dijo Florine tan bajo que Aelin apenas podía oírle—. Para ver cómo le está yendo al General. Está pálido y demacrado, pero alerta. Está listo—para ti. Aelin se quedó inmóvil. —Siempre me pregunté dónde te había encontrado Arobynn —murmuró Florine, parada en la puerta como si pudiera ver a través de ella—. Por qué se tomaba tantas molestias en poseerte, más que a cualquier otro —La mujer cerró los ojos por un momento, y cuando los abrió de nuevo, en ellos se reflejaba el acero—. Cuando rompas las cadenas de este mundo y forjes uno nuevo, recuerda que el arte es tan necesario para un Reino como la comida. Sin él, un reino no es nada, y será olvidado con el tiempo. He amansado dinero suficiente en mi miserable vida para no volver a necesitarlo—así que me entenderás si te digo que dónde sea que levantes tu trono, no importa el tiempo que lleve, vendré a ti, y traeré música y baile. Aelin tragó saliva. Antes de que pudiera decir nada, Florine se alejó dirigiéndose al final de la fila y directa a la puerta. Se detuvo, dirigiendo su mirada a cada bailarina. Ella habló sólo cuando sus ojos se encontraron con los de Aelin. —Ofrézcanle a su rey el espectáculo que merece—. Florine abrió la puerta, inundando el pasillo con luces y música, y el olor de carnes asadas. Las otras bailarinas inspiraron a la vez y se abalanzaron, una a una, ondeando esas flores de cristal oscuras ante ellas. Mientras las veía salir, Aelin convirtió la sangre en sus venas en fuego negro. Aedion—su atención estaba en él, no en el tirano sentado al frente de la sala, el hombre que había asesinado a su familia, a Marion y a su gente. Si estos eran sus últimos momentos, al menos moriría luchando, al compás de una primorosa música. Era la hora.
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Respiró… Era la heredera del fuego. Era fuego, y luz, y ceniza, y brasas. Era Aelin Fireheart, y no se inclinaba ante nada ni nadie, salvo la corona que le pertenecía por sangre y supervivencia, y triunfo. Aelin enderezó sus hombros y se dirigió hacia la deslumbrante multitud.
Aedion había estado observando a los guardias durante las horas que llevaba encadenado al asiento, y se preguntaba a quién convendría atacar primero, a quien le vendría mejor un lateral o una pierna, quien vacilaría al enfrentarse al Lobo del Norte, y, lo más importante, quien sería lo bastante impulsivo y estúpido para finalmente llevarle a las órdenes del rey. Los espectáculos habían comenzado, atrayendo la atención de la multitud que había estado mirando hacia él desvergonzadamente, y mientras las dos docenas de mujeres flotaban, saltaban y giraban en el amplio espacio entre el estrado y la plataforma de su ejecución, por un momento Aedion se sintió... culpable por interrumpir. Esas mujeres no tenían por qué quedar atrapadas en el baño de sangre que él estaba a punto de provocar. No parecía adecuado, por otra parte, que sus vestidos destellantes fueran del más oscuro negro, acentuado con plata—Las Doncellas de la Muerte, por supuesto. Era lo que representaban. Era tanto una señal como nada. Quizás Silba, de ojos oscuros, le ofrecería una muerte benévola en lugar de una cruel y ensangrentada a manos de Hellas. De cualquier manera, no pudo evitar sonreír. La muerte era muerte. Las bailarinas arrojaban pañuelos de polvo negro, cubriendo con ellos el suelo—las cenizas de los caídos, probablemente. Una por una, dieron pequeños y elegantes giros y se inclinaron ante el rey y su hijo. Hora de moverse. El rey estaba distraído con un guardia uniformado que susurraba en su oreja; el príncipe miraba a las bailarinas con aburrido desinterés, y la reina estaba hablando con cualquiera fuera la cortesana a la que favorecía ese día. La multitud aplaudía y arrullaba ante la exhibición. Todos estaban vestidos de gala—tales riquezas desmesuradas. La sangre de un imperio había pagado esas joyas y sedas. Era la sangre de su gente. Una nueva bailarina se movía a través de la multitud: alguna suplente, sin duda tratando de tener una mejor vista del espectáculo. Y quizás él no habría pensado dos veces en ello, si no hubiera sido más alta que las demás—mayor, con más curvas, sus hombros más amplios. Se movía pesadamente, como si algo la atrajera innatamente a la tierra. La luz la golpeó, brillando a través del encaje en las mangas de su traje revelando remolinos y espirales en las marcas de su piel. Idénticas a las dibujadas en los brazos y pechos de las otras bailarinas, con excepción de su espalda, donde el maquillaje era un poco más oscuro. Las bailarinas como ellas no tenían tatuajes. Antes de que pudiera ver más, entre cada respi-
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ración un grupo de damas en amplios trajes de gala la apartaron de su vista, ella desapareció tras las cortinas, caminando por delante de los guardias con una sonrisa avergonzada, como si estuviera perdida. Cuando emergió de nuevo ni un minuto más tarde, supo que era ella por su forma, y su altura. El maquillaje había desaparecido, y su falda de tul voluminosa ya no estaba… No—pensó a medida que ella se deslizaba a través de la puerta sin que los guardias pudieran hacer nada más que mirarla. La falda se había convertido en una capa de seda, y la capucha cubría su cabello rojizo, y se movía... se movía como un hombre arrogante, desafiando a las damas a su alrededor. Se acercó a él. Al estadio. Las bailarinas todavía arrojaban su polvo negro por todas partes, formando un círculo a su alrededor, revoloteando a través del suelo de mármol. Ninguno de los guardias notó que una bailarina convertida en noble avanzaba hacia él. Uno de los cortesanos la vio—pero no dio alarma ni gritó. En su lugar, dijo un nombre—el nombre de un hombre. Y la bailarina disfrazada se giró, alzando una mano en agradecimiento al hombre que había llamado y lanzando una sonrisa arrogante. No solo estaba disfrazada. Se había convertido en una persona completamente distinta. Se acercaba pavoneándose, la música en la orquesta de la galería se elevaba enfrentándose en un vibrante final, cada nota más alta que la anterior a medida que las bailarinas alzaban unas rosas de cristal sobre sus cabezas: un tributo al rey, a la Muerte. La bailarina disfrazada se detuvo ante el círculo de guardias que flanqueaban en estadio de Aedion, palmeándose como buscando un pañuelo que había perdido, y murmurando una serie de maldiciones. Una intervención creíble y normal—no era motivo de alarma. Los guardias volvieron a dirigir su vista a las bailarinas. Pero ella miró a Aedion con las cejas caídas. Incluso vestida como un aristócrata, el triunfo y la maldad brillaban en esos ojos dorados turquesa. Tras ellos, a través del salón, las bailarinas destrozaban sus rosas contra el suelo, y Aedion sonrió a su reina mientras el mundo entero se sumía en un infierno.
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Capítulo 18 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez No solo las flores de cristal habían sido manipuladas con un polvo reactivo, cuidadosamente adquirido por Aelin en el Mercado Negro. Cada partícula centelleante que las bailarinas habían arrojado estaba repleta de eso también. Y cada una de las monedas de plata que había gastado valía la pena por ese humo que se expandía a través de la sala, encendiendo el polvo que habían esparcido por todas partes. La niebla era tan densa que apenas podía ver nada a más de un pie de distancia, y la capa gris en que había convertido la falda de su traje se camuflaba perfectamente en ella. Tal y cómo Arobynn había sugerido. Los gritos opacaron la música. Aelin ya estaba corriendo hacia el escenario cuando la torre del reloj — esa torre que les salvaría o les mandaría al infierno—marcó el medio día. Aedion no tenía un collar negro alrededor de su cuello, y eso fue todo lo que necesitaba. El alivió hizo que sus rodillas amenazaran con ceder. Antes de que el primer golpe del reloj hubiera terminado, ella ya había preparado las dagas integradas en el corpiño de su traje—el hilo de plata y la pedrería escondían sus armas—y lanzó una atravesando la garganta del guardia más cercano. Aelin giró y lo arrojó contra el hombre de al lado al mismo tiempo que lanzaba su otra daga al abdomen de un tercero. La voz de Florine se elevó sobre la multitud, ordenando a sus bailarinas que escaparan. El reloj emitió un segundo golpe, y Aelin clavó su arma en el vientre de un guardia que gimió del dolor, otro venía hacia ella desde la niebla. El resto irían hacia Aedion instintivamente, pero serían tragados por la multitud, y ella ya estaba bastante cerca. El guardia—una de esas pesadillas de uniforme negro—la atacó con su espada con un golpe directo a la cabeza. Aelin desvió el golpe con un puñal, clavándolo en su torso expuesto. Apestosa, sangre caliente cubrió su mano cuando insertó la otra arma en su ojo. Él todavía se estaba desmoronando cuando ella recorrió los últimos pies hasta la plataforma de madera y se lanzó sobre ella, rodando, manteniéndose baja hasta que estaba justo por debajo de otros dos guardias que intentaban disipar los velos de humo. Gritaron en el momento
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en que ella los destripó con dos golpes limpios. El reloj sonó por cuarta vez, y ahí estaba Aedion, y los tres guardias que lo rodeaban estaban sepultados por las astillas de su taburete. Él era imponente—incluso más grande visto de cerca. Un guardia arremetió contra ellos, y Aelin gritó “¡Agáchate!” antes de lanzar una daga a su rostro. A Aedion casi no le da tiempo a moverse para esquivar el golpe, y la sangre del guardia salpicó en el hombro la túnica de su primo. Aelin se abalanzó sobre las cadenas que rodeaban los tobillos de Aedion, desenvainando la espada restante a su lado. Una sacudida la conmocionó, y una luz azul abrasó su vista cuando el Ojo se iluminó. No se atrevió a parar, ni siquiera por un instante. Cualquiera que fuera el conjuro que el rey hubiera puesto en las cadenas de Aedion, ardía como fuego azul cuando cortó su antebrazo con la daga y usó su sangre para dibujar los símbolos que había memorizado sobre las cadenas: Abierto. Las cadenas resonaron en el suelo. Séptimo golpe del reloj. Los gritos se tornaron en algo más potente y savaje, la voz del rey retumbó sobre la multitud en pánico. Otro beneficio del humo: demasiado arriesgado comenzar un ataque con flechas. Pero solo le daría a Arobynn el crédito si salía de esta con vida. Aelin desenvainó otra hoja, escondida en el medio de su capa gris. El guardia se arrojó llevándose las manos a la garganta, ahora abierta de oreja a oreja. Se giró hacia Aedion, y tiró de la larga cadena que sujetaba el Ojo alrededor de su cuello, lanzándoselo. Abrió la boca, pero él dijo con voz entrecortada: —La espada—. Y en ese momento ella notó la hoja situada tras su asiento. La Espada de Orynth. La espada de su padre. Había estado tan centrada en Aedion, en los guardias y en las bailarinas que ni siquiera había visto qué era esa espada. —Quédate cerca —fue todo lo que dijo mientras sujetaba la espada y la ponía en sus manos. No se permitió pensar demasiado sobre el peso de la hoja, o en cómo había llegado hasta allí. Ella sólo agarró a Aedion por la muñeca y corrió a través de la plataforma hacia las ventanas del patio, donde la multitud estaba chillando y los guardias trataban de establecer un orden. El reloj dio su noveno golpe. Ella había liberado las manos de Aedion tan pronto cómo habían llegado al jardín; no tenían ni un solo segundo que perder en el sofocante humo. Aedion se tambaleó pero consiguió mantenerse recto, cerca de ella cuando saltó de la plata-
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forma hacia el humo, justo donde Brullo llamaba a dos guardias que obstaculizaban su huida. Uno murió con una daga en la columna vertebral y el otro con un golpe en el lateral del cuello. Ella apretaba las empuñaduras de sus dagas contra la resbaladiza sangre que cubría a esos guardias –y también cada parte de su propio cuerpo. Aedion saltó a su lado con la espada entre sus manos, y sus tobillos se doblaron. Él había sido herido, pero no de alguna herida visible. Ella no había podido discernir demasiado en esos momentos en que habían atravesado la multitud, alterando su comportamiento como Lysandra le había dicho. La palidez en el rostro de Aedion no tenía nada que ver con miedo, ni tampoco sus respiraciones superficiales. Le habían herido. Eso hizo que matar a esos hombre fuera muy, muy sencillo. La gente estaba taponando las puertas del patio, tal y como ella había calculado. Todo lo que tuvo que haber fue gritar “¡Fuego! ¡Fuego!” y los gritos se volvieron frenéticos. Comenzaron a romper las ventanas y las puertas de cristal, pisoteándose entre ellos así como a los guardias. Agarraban cubos para apagar el fuego, el agua salpicaba por todas partes y disipaba las marcas del Wyrd en los umbrales. El humo se elevaba sobre ellos, dirigiéndose hacia el jardín. Aelin empujó la cabeza de Aedion hacia abajo al mismo tiempo que lo dirigía hacia la masa de cortesanos y sirvientes que huían. Golpes, empujones, gritos, cortes en su ropa, hasta que—hasta que el sol del mediodía la cegó. Aedion siseó. Las semanas en las mazmorras probablemente habían destrozado sus ojos. —Tan solo sujétate a mí —dijo, apoyando la mano de él sobre su hombro. Se agarró con fuerza, con sus cadenas contra ella a medida que se habría paso entre la multitud hacia el aire libre al otro lado. La torre dio el duodécimo y último golpe cuando Aelin y Aedion derraparon deteniéndose ante una fila de seis guardias que bloqueaban la entrada de los setos del jardín. Aelin se soltó del agarre de Aedion, y su primo maldijo adaptando sus ojos lo suficiente para ver qué era lo que se interponía entre ellos y la salida. —No te metas en mi camino —le dijo ella, antes de lanzarse hacia los guardias. Rowan le había enseñado algunos trucos nuevos. Era un remolino mortal, una reina de las sombras, y esos hombres no eran más que basura. Acuchillando, agachándose y girando, Aelin se dejó llevar por esa calma mortal, hasta que la sangre era una niebla a su alrededor y la grava estaba cubierta por ella. Cuatro de los hombres de Chaol vinieron corriendo hacia arriba —y después en la otra dirección. O aliados u hombres inteligentes, no le importaba especialmente. Y cuando el último de esos guardias de uniforme negro estaba tirado en el suelo ensangrentado, ella volvió junto Aedion. Estaba boquiabierto—pero dejó escapar una risa baja cuando
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comenzó una carrera a su lado, hacia los setos. Arqueros—debían acabar con los arqueros que seguramente iban a comenzar a disparar tan pronto como el humo se disipara. Rodearon los setos que habían recorrido docenas de veces durante su estancia allí, cuando había corrido cada mañana con Chaol. —Más rápido, Aedion—murmuró, pero él ya se estaba quedando atrás. Ella se detuvo y realizó un corte en su muñeca con una daga antes de dibujar las marcas de Wyrd en cada una de sus esposas. De nuevo, la luz se encendió y ardió. Pero después los puños se abrieron limpiamente. —Buen truco—jadeó, y ella le retiró las cadenas. Estaba a punto de arrojar el metal a un lado cuando el suelo crujió tras ellos. No eran los guardias, ni el rey. No con poco horror, vio como Dorian caminaba hacia ellos.
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Capítulo 19 Traducido por Micaela Libedinsky Corregido por Diana Gonher — ¿Van a alguna parte? —dijo Dorian, con las manos en los bolsillos de sus pantalones negros. El hombre que dijo esas palabras no era su amigo—ella lo sabía desde antes de que él abriera su boca. El cuello de su túnica color ébano estaba desabrochada, dejando al descubierto el brillante collar de piedras de Wyrd en la base de su garganta. —Desafortunadamente, Alteza, tenemos otra fiesta a la que asistir—señalando el delgado arce rojo a su derecha, los arbustos, y luego el palacio de cristal detrás de ellos. Estaban demasiado adentrados en los jardines para que les dispararan, pero cada segundo desperdiciado era tan malo como firmar su propia sentencia de muerte. Y la de Aedion. —Es una pena—dijo el príncipe Valg dentro de Dorian—. Se estaba poniendo interesante. Él hizo su movimiento. Una ola de oscuridad se dirigió hacia ella, y Aedion gritó una advertencia. Luz azul estalló ante de ella, desviando el ataque dirigido a Aedion, pero ella fue arrastrada un paso hacia atrás por un fuerte viento oscuro. Cuando la oscuridad se aclaró, el príncipe los miró fijamente. Luego, les sonrió de manera perezosa y cruel. —Te protegiste a ti misma. Astuto, encantadora cosa humana—. Aelin había pasado toda la mañana pintando cada centímetro de su cuerpo con marcas del Wyrd con su propia sangre, mezclada con tinta para ocultar el color. —Aedion, corre hacia el muro—dijo ella, sin atreverse a dejar de mirar al príncipe. Aedion no hizo tal cosa. —Él no es el príncipe, ya no lo es. —Lo sé. Es por eso que necesitas…
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—Tan heroicos- dijo la cosa habitando dentro de su amigo. —Teniendo la tonta esperanza de pensar que pueden escapar. Al igual que una víbora, atacó otra vez con una pared de oscuro y viciado poder. La golpeó haciéndola caer contra Aedion, quien gruño por el dolor pero la ayudó a levantarse. Su piel empezó a cosquillear debajo de su traje, como si las marcas del Wyrd de sangre estuvieran desvaneciéndose con cada ataque. Útiles, pero de corta duración. Precisamente la razón por la cual no las había utilizado para entrar al castillo. Necesitaban salir de allí —Ahora. Empujó las cadenas hacia las manos de Aedion, Le sacó la espada de Orynth y avanzó hacia el príncipe. Lentamente desenvainó la espada. Era liviana y el acero brillaba, como lo había hecho la última vez que la vio. En las manos de su padre. El príncipe Valg la atacó otra vez y ella trastabilló, pero continuó caminando, incluso mientras las marcas del Wyrd de sangre se deshacían. —Una señal Dorian—dijo—Dame un solo una señal de que sigues ahí. El príncipe Valg rió cruel y profundamente, ese hermoso rostro deformado por una crueldad ancestral. Sus ojos color zafiro vacíos cuando dijo: —Voy a destruir todo aquello que amas. Ella levantó la espada de su padre con ambas manos, mientras avanzaba firmemente. —No te atreverías a hacerlo-dijo la cosa —Dorian—ella repitió, con voz quebrada. — Tú eres Dorian. — segundos, tenía solo segundos para darle. Su sangre empezó a caer en la grava y la dejó acumularse ahí, sus ojos fijos en el príncipe, mientras empezaba a trazar un símbolo con el pie. El demonio rió otra vez. — Ya no. Aelin miró sus ojos, a la boca que una vez había besado, al amigo por el cual se había preocupado tanto, y suplicó. —Solo una señal, Dorian. Pero no había nada de su amigo en esa cara, ninguna vacilación o movimiento que parara su ataque mientras el príncipe avanzaba… Avanzaba y luego se detenía mientras pasaba sobre la marca del Wyrd que había dibujado en el piso con su sangre… Una rápida y sucia marca para atraparlo. No duraría más que unos momentos, pero era todo lo que necesitaba mientras él era forzado a arrodillarse, peleando y empujando contra el poder. Aedion maldijo silenciosamente.
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Aelin levantó la espada de Orynth sobre la cabeza de Dorian. Un golpe. Solo un golpe para atravesar piel y hueso, para destruirlo. La cosa estaba rugiendo con una voz que no le pertenecía a Dorian, en un lenguaje que no pertenecía a este mundo. La marca en el piso parpadeó, pero resistió. Dorian la miró, había tanto odio en ese hermoso rostro, tanta malicia y furia. Por Terrasen, por su futuro, ella podía hacer esto. Podía terminar con esa amenaza justo allí y en ese momento. Terminar con él en su cumpleaños, ni un solo día después de los veinte. Y podía sufrir por ello después, lamentarlo después. Se había prometido que ningún otro nombre sería agregado a su piel, pero por su reino… La espada se movió tan pronto como decidió, y… Algo impactó con la espada de su padre, haciéndola tropezar mientras Aedion gritaba. La flecha cayó en el jardín, siseando contra la grava mientras aterrizaba. Nesryn ya se estaba acercando, apuntando con otra flecha a Aedion. —Mata al Príncipe y yo le dispararé al General. Dorian dejó escapar una risa. —Eres una espía terrible—Aelin dijo— ni siquiera intentaste permanecer oculta mientras me vigilabas dentro. —Arobynn Hamel le dijo al Capitán que intentarías matar al Príncipe hoy—dijo Nesryn. — Baja tu espada. Aelin ignoró la orden. “El padre de Nesryn hace los mejores pasteles de pera en la capital”. Ella supuso que Arobynn había intentado advertirle, y había estado demasiado distraída como para entender el mensaje oculto. Estúpido. Profundamente estúpido de su parte. Solo faltaban segundos antes de que la marca fallara. —Nos mentiste—dijo Nesryn. La fleche seguía apuntando a Aedion, quien estaba midiendo a Nesryn con la mirada, sus puños cerrados como si estuviera imaginando sus dedos apretando su garganta. —Chaol y tú son tontos— dijo Aelin. Incluso mientras parte de ella estaba aliviada, incluso mientras quería admitir que lo que había estado a punto de hacer la convertía en una tonta también. Aelin bajó la espada a su lado. La cosa dentro de Dorian dijo:
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—Te arrepentirás de esto, chica. —Lo sé. — susurró Aelin. A ella no le importaba lo que le pasara a Nesryn. Envainó su espada, agarró a Aedion y corrió.
La respiración de Aedion era como fragmentos de vidrio roto en sus pulmones, pero la mujer cubierta de sangre—Aelin—lo arrastraba hacia adelante, maldiciendo porque corría tan lento. El jardín era enorme, y los gritos se escuchaban desde los arbustos detrás de ellos, acercándose. Entonces llegaron a la pared de piedra, ya cubierta con marcas del Wyrd de sangre, y había fuertes manos que lo ayudaban a subir desde arriba. Él intentó decirle que fuese primero, pero ella ya estaba empujando su espalda, y luego sus piernas, levantándolo mientras los dos hombres sobre el muro cargaban su peso. La herida en sus costillas ardió y quemó con agonía. El mundo se volvió brillante y giró mientras los hombres lo bajaban hacia la silenciosa ciudad del otro lado. Él tuvo que apoyarse contra el muro para evitar resbalarse con el charco de sangre de los guardias reales muertos delante. No reconoció sus caras, algunas todavía permanecían con expresiones de pánico. Hubo un sonido de un cuerpo aterrizando contra la piedra, y luego su prima estaba parada detrás de él, acomodando una capa gris sobre su disfraz cubierto de sangre, deslizando la capucha sobre su cara manchada con sangre también. Tenía otra capa en sus manos, cortesía de la patrulla del muro. Aedion apenas podía mantenerse derecho mientras se la ponía, y deslizaba la capucha sobre su cabeza. —Corre—le dijo. Los hombres sobre el muro permanecieron ahí, y se escuchó el sonido de arcos antes de que cayeran. No había signos de la joven arquera del jardín. Aedion se tambaleó, y Aelin maldijo, retrocediendo para envolver un brazo en su cintura. Y maldiciendo su fuerza por fallarle ahora, él puso su brazo alrededor de sus hombros, apoyándose en ella mientras se apresuraban para llegar a la silenciosa calle residencial. Se escuchaban gritos detrás de ellos, acompañados del zumbido de las cuerdas de los arcos disparando y el sonido de hombres cayendo muertos. —Cuatro calles—ella jadeó— Faltan solo cuatro calles. Eso no parecía lo suficientemente lejos como para estar a salvo, pero él no tenía suficiente aliento como para decírselo. Apenas podía mantenerse de pie. Los puntos de sutura de sus costillas se habían roto, pero, dioses santos, habían abandonado los terrenos del palacio. Un milagro, un milagro, un mil… —Apúrate, apura tu enorme trasero—.
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Aedion se obligó a concentrarse y dirigió su fuerza a sus piernas, a su columna vertebral. Ellos llegaron a una esquina adornada con serpentinas y flores y Aelin miró hacia ambos lados antes de correr a través de la intersección. El chirrido de metal contra metal y los gritos de hombres heridos rompieron el silencio de la ciudad, haciendo que la multitud de juerguistas de alegres caras alrededor de ellos comenzara a murmurar. Pero Aelin continuo avanzando por esa calle, y luego por otra más. En la tercera ralentizó sus pasos y lo sacudió Aedion, empezando a cantar una canción obscena en una desafinada voz de borracha. Y así se convirtieron en dos ciudadanos ordinarios fuera para celebrar el cumpleaños del Príncipe, yendo de una taberna a otra. Nadie les prestó atención—no cuando todos los ojos estaban fijos en el catillo de cristal detrás de ellos. Balancearse hizo que su cabeza diera vueltas. Si se desmayaba… —Solo una calle más—prometió ella. Todo esto era una alucinación. Tenía que serlo. Nadie sería lo suficientemente estúpido para rescatarlo—especialmente no su Reina. Incluso si la había visto cortar a una docena de hombres como si fueran tallos de trigo. —Vamos, vamos—ella jadeó, escaneando la decorada calle, y sabía que no le estaba hablando a él. La gente estaba caminando sin ningún destino en particular, parando para preguntar el motivo de la conmoción en el Castillo de Cristal. Aelin los dirigió a través de la multitud, meros borrachos torpes y encapuchados, dirigiéndose directamente al carruaje negro estacionado junto a la acera, como si hubiera estado esperando por ellos. La puerta se abrió. Su prima lo empujó dentro, sobre el suelo y cerró la puerta detrás de ella.
—Ya están deteniendo cada carruaje en las esquinas principales—dijo Lysandra mientras Aelin abría el compartimiento secreto debajo de uno de los asientos. Era lo suficientemente grande como para contener una persona de manera apretada, pero Aedion era absolutamente enorme, y… —Adentro. Entra, ahora—ordenó, y no espero a que Aedion se moviera para empujarlo dentro. Él gimió de dolor. Sangre comenzó a caer de su costado, pero, sobreviviría. Es decir, si alguno de ellos sobrevivía durante los próximos minutos. Aelin cerró el panel bajo el almohadón, haciendo una mueca ante el ruido sordo de la madera golpeando a la carne, y agarró el trapo mojado que Lysandra había sacado de una vieja caja de sombreros. — ¿Estas lastimada? —Lysandra preguntó mientras el carruaje comenzaba a moverse lentamente por la calle obstruida por los juerguistas. El corazón de Aelin latía tan rápidamente que pensó que vomitaría, pero negó con su cabeza mientras limpiaba su cara. Demasiada sangre, luego los restos de su maquillaje y luego aún
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más sangre. Lysandra le pasó un segundo trapo para limpiar su pecho, su cuello y sus manos, y luego saco un suelto vestido verde, de largas mangas, que había comprado. —Ahora, ahora, ahora—susurró la otra chica. Aelin desgarró su sangrienta capa y se la arrojó a la cortesana, quien la agarró para guardarla en el compartimiento bajo su propio asiento, mientras Aelin se ponía el vestido. Los dedos de Lysandra eran sorprendentemente firmes mientras abotonaba la espalda del vestido, realizaba un rápido peinado en su cabello, le pasaba un par de guantes y deslizaba un collar alrededor de su garganta. Le tendió también un abanico, tan pronto como se terminó de poner los guantes, ocultando cualquier rastro de sangre. El carruaje fue detenido por el sonido de ásperas voces masculinas. Lysandra simplemente levantó las cortinas cuando el sonido de fuertes pisadas se empezó a escuchar más cerca, seguido de cuatro miembros de la guardia del Rey asomándose en el carruaje con fríos ojos, sin rastro de piedad. — ¿Por qué estamos siendo detenidos? —dijo Lysandra después de abrir la ventana El guardia tiró de la puerta para abrirla y adentro su cabeza en el interior del carruaje. Aelin se dio cuenta de que había una mancha de sangre y, antes de que el guardia pudiera verla, retrocedió, cubriéndola con sus faldas. — ¡Señor! —Lysandra se quejó—¡Exijo una explicación! Ella sacudió su abanico imitando el horror de una dama, mientras oraba que su primo se mantuviera en silencio en el pequeño compartimiento. Más adelante en la calle, unos juerguistas habían parado para observar la inspección—con sus ojos muy abiertos con curiosidad y sin inclinación a ayudar a las mujeres dentro del carruaje. El guardia las miró con desprecio, su expresión profundizándose mientras fijaba sus ojos en el tatuaje de Lysandra. —No te debo nada, ramera— él escupió otra palabra obscena a ambas y después gritó—Miren dentro del compartimiento de atrás. —Estamos en camino a una reunión—siseó Lysandra, pero el cerró la puerta en su cara. El carruaje se tambaleó mientras los hombres iban hasta la parte de atrás y abrían el compartimiento trasero. Después de unos momentos, alguien golpeó uno de los costados del carruaje y gritó: —Muévanse—. No se atrevieron a dejar de parecer ofendidas ni a dejar de abanicarse durante las dos calles siguientes, y las otras dos después de esas, hasta que el conductor golpeó el techo del carruaje dos veces. Todo despejado. Aelin saltó fuera del asiento y abrió el compartimiento debajo.
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Aedion había vomitado, pero estaba despierto y viéndose molesto mientras le hacía señas para que la siguiera. —Una parada más y entones estamos allí. —Rápido—dijo Lysandra, espiando casualmente por la ventana. —Los otros están por llegar. El callejón era apenas lo suficientemente grande como para que entraran ambos carruajes, uno al lado del otro, nada más que dos grandes vehículos circulando lentamente para evitar chocar mientras avanzaban. Lysandra abrió la puerta de par en par en el momento que estuvieron alineados con el otro carruaje, y la cara de Chaol apareció enfrente de ellos luego de que hiciera lo mismo. —Avanza, avanza, avanza-—Le dijo ella a Aedion, levantándolo sobre el espacio entre los dos vehículos. Él trastabilló, gruñendo mientras aterrizaba contra el Capitán. Lysandra dijo detrás de ella —Estaré allí pronto. Buena suerte. Aelin saltó al otro carruaje, cerrando la puerta detrás de ella, mientras continuaban avanzando por la calle. Estaba respirando tan rápido que pensó que nunca sería capaz de inhalar suficiente aire. Aedion se desplomó en el suelo, permaneciendo ahí. — ¿Está todo bien? — pregunto Chaol. Se las arregló para asentir, agradecida de que no hiciera más preguntas. Pero no estaba todo bien. En absoluto. El carruaje, conducido por uno de los hombres de Chaol, los llevo a través de algunas calles más, justo hasta el límite de los barrios marginales, donde salieron a una desierta y decrépita calle. Confiaba en los hombres de Chaol, pero no lo suficiente. Llevar a Aedion directamente a su departamento se veía como una manera de buscar problemas. Con su primo semiconsciente entre ellos, se apresuraron para atravesar varias cuadras más, tomando el camino largo hacia el almacén, para evitar cruzarse con cualquier persona, escuchando atentamente mientras respiraban silenciosamente. Pero entonces ya habían llegado al almacén, y Aedion se las arregló para mantenerse de pie por su cuenta lo suficiente como para que Chaol abriera la puerta, y avanzaran rápidamente dentro, hacia la oscura seguridad al fin. El capitán tomó su lugar al lado de Aedion mientras ella permanecía en la puerta. Gruñó por el peso, pero se las arregló para llevar a su primo por las escaleras. —Tiene una herida en las costillas—dijo mientras se obligaba a seguir esperando detrás, escaneando el almacén en busca de perseguidores. —Está sangrando.
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Chalo le dio una mirada sobre su hombro, que confirmaba lo que acababa de decir. Cuando llegaron hasta arriba, cuando estuvo segura de que nadie los había seguido, avanzó hasta ellos. Pero haber parado había tenido sus consecuencias, había perdido la extrema concentración con la que había procedido, dejando que sus pensamientos la inundaran. Cada paso que daba le costaba más que el anterior. Un pie, luego el otro y luego el otro. Para el momento en el cual había llegado al segundo piso, Chaol y Aedion ya estaban en el dormitorio de invitados. El sonido de agua corriendo se escuchó y Aelin dejó la puerta sin seguro para que Lysandra pudiera entrar. Por un momento, solo se paró en su departamento, con su mano sujetando la parte de atrás del sillón, mirando a la nada. Cuando estuvo segura de que podía moverse otra vez, se dirigió a su dormitorio. Estaba desvestida antes de llegar al baño y se sentó en la fría y seca bañera antes de abrir la canilla. Cuando terminó de bañarse, limpia y usando una de las viejas camisas y la ropa interior de Sam, Chaol ya la estaba esperando en el sillón. No se atrevía a mirarlo a la cara, no todavía. Lysandra asomó su cabeza desde la habitación de invitados. —Estoy terminando de limpiarlo. Debería estar bien, si no rompe los puntos de sutura otra vez. La herida no está infectada, gracias a los dioses. Aelin levantó una mano en señal de agradecimiento, sin atreverse a ver detrás de Lysandra a la enorme figura yaciendo en la cama, con una toalla envuelta en su cadera. No sabía si Chaol y la cortesana habían sido presentados, y no le interesaba particularmente. Este no era un buen lugar para empezar a tener una discusión, así que se quedó parada en el centro del cuarto y miró al Capitán levantarse de su asiento, con sus hombros juntos y su espalda recta. — ¿Qué pasó? —Demandó Ella tragó. —Maté a un montón de gente hoy. No estoy de humor de analizarlo. —Eso no te ha molestado antes. No tenía suficiente energía como para sentirse herida por las palabras. —La próxima vez que decidas no confiar en mí, intenta no demostrar tu punto cuando mi vida o la de Aedion están en riesgo. Un brillo en sus ojos color bronce le dijo que, de alguna manera, ya había hablado con Nesryn. La voz de Chaol era cortante y fría como el hielo mientras decía; —Intentaste matarlo. Dijiste que tratarías de sacarlo, de ayudarlo, e intentaste matarlo. Desde el cuarto donde se encontraba trabajando Lysandra se habían dejado de escuchar sonidos. Aelin dejó escapar un gruñido bajo.
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— ¿Quieres saber lo que hice? Le di un minuto. Le concedí un minuto de mi escape. ¿Sabes lo que puede pasar en un minuto? Porque se lo concedí a Dorian, cuando nos atacó hoy, para capturarnos. Le concedí un minuto durante el cual el destino de todo mi reino pudo haber cambiado para siempre. Elegí al hijo de mi enemigo. Él agarró la parte de atrás del sillón como si estuviera recuperándose mentalmente antes de hablar. —Eres una mentirosa. Siempre has sido una mentirosa. Y hoy no fue la excepción. Tenías una espada sobre su cabeza. —La tenía. Hasta que Faliq llegó para arruinarlo todo, lo iba a hacer. Debería haberlo hecho, cualquiera con sentido común lo habría hecho, porque Dorian se ha ido. Y entonces sintió su corazón rompiéndose, fracturándose ante el monstruo que había visto reflejado en los ojos de Dorian, el demonio que los cazaría a ella y a Aedion, que la perseguiría en sus pesadillas. —No te debo una disculpa—le dijo a Chaol. —No me hables como si fueras mi reina—él espetó —No, no soy tu reina. Pero pronto deberás decidir a quién quieres servir, porque el Dorian que conocías se ha ido para siempre. El futuro de Adarlan ya no depende de él. Se sintió como si la hubieran golpeado al ver la agonía en los ojos de Chaol. Deseaba habérselas arreglado mejor al explicar, pero… Necesitaba que entendiera el riesgo que había tomado, y el peligro al cual él había dejado a Arobynn manipularlo para exponerla. Tenía que entender que había una clara línea que ella debía dibujar, y a la cual debía atenerse, para proteger a su gente. Por eso dijo: —Sube al techo y has la primera guardia. Chaol parpadeó. —No soy tu reina, pero voy a ir a cuidar de mi primo. Y ya que espero que Nesryn se esté manteniendo un perfil bajo, alguien necesita vigilar los alrededores. A menos que quieras que todos seamos capturados por sorpresa por los hombres del Rey. Chaol no se molestó en contestar antes de darse vuelta e irse. Ella escuchó sus fuertes pisadas en las escaleras, y luego en el techo, y fue solo después de eso que soltó un suspiro y frotó su cara. Cuando bajó sus manos, Lysandra estaba parada en el marco de la puerta de la habitación de invitados, con sus ojos muy abiertos. — ¿A qué te refieres, Reina?
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Aelin se estremeció, maldiciendo en su interior. —Esa es exactamente la palabra que usé—dijo Lysandra, con su cara pálida —Mi nombre— dijo Aelin —Oh, sé cuál es tu nombre real, Aelin. Demonios. —Entiendes por qué lo tuve que mantener en secreto. —Por supuesto que lo hago—dijo Lysandra, apretando sus labios. —No me conoces, y otras vidas además de la tuya están en peligro. —No. Te conozco. — Dios, ¿porque las palabras eran tan difíciles de decir? Cuanto más tiempo veía el dolor reflejado en sus ojos, más grande se hacía el espacio del cuarto entre ellas. Aelin tragó duramente. —Hasta que tuviera a Aedion devuelta no quería tomar ningún riesgo. Sabía que debía decirte en el momento que lo nos vieras en una habitación juntos. —Y Arobynn lo sabe. —Sus ojos verdes eran tan fríos como esquirlas de hielo. —Siempre lo ha sabido. Esto no cambia nada entre nosotras, sabes. Nada. Lysandra miró detrás de ella, al cuarto donde Aedion yacía inconsciente, y soltó un largo suspiro. —El parecido es único. Dios, el hecho de que no fuiste descubierta por tanto tiempo es realmente sorprendente. Incluso aunque él es un hermoso bastardo sería como besarte a ti—. Sus ojos seguían siendo fríos, pero una chispa de diversión brillo en ellos. Aelin hizo una mueca —Podría haber seguido viviendo sin saber eso. — sacudió su cabeza. —No sé por qué alguna vez estuve nerviosa ante la posibilidad de que empezaras a hacer reverencias. Los ojos de Lysandra brillaron con entendimiento. —¿Donde estaría la diversión en eso?
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Capítulo 20 Traducido por Ro Cáceres Corregido por Diana Gonher Varios días después de encontrarse con el líder Wing, el tobillo de Elide Lochan estaba dolorido, su espalda era un nudo apretado, y sus hombros estaban adoloridos mientras tomaba el último paso en el nido. Al menos ella lo había logrado sin encontrar ningún horror en los pasillos, aunque la subida casi la había matado. No se había acostumbrado a las empinadas, interminables pasos de Morath en los dos meses desde que había sido arrastrada a este lugar horrible por Vernon. Sólo completar sus tareas diarias le hizo palpitar el tobillo en ruinas con un dolor que no había experimentado en años, y hoy era el peor día. Tendría que gorronear algunas hierbas de la cocina esta noche para remojar el pie; tal vez incluso algunos aceites, si el cocinero intratable se sentía lo suficientemente generoso. En comparación con algunos de los otros habitantes de Morath, fue bastante leve. Él toleraba su presencia en la cocina, y sus solicitudes de hierbas, especialmente cuando ella dulcemente se ofreció a limpiar algunos platos o preparar comidas. Y nunca parpadeó dos veces cuando le preguntó acerca de cuándo llegaría próximo envío de alimentos y suministros, porque amaba a su pastel de lo que fuese que estuviera hecho, tal vez fruta, y sería muy agradable tenerlo de nuevo. Fácil de halagar, fácil de engañar. Hacer que la gente vea y oiga lo que ella quiere: una de las muchas armas en su arsenal. Un regalo de Anneith, la Señora de Cosas Sabias, Finnula había reclamado—el único regalo, Elide a menudo pensaba, que ella había recibido, más allá del buen corazón e ingenio de su antigua niñera. Nunca le había dicho Finnula que a menudo oró a la Diosa Clever que le otorgara otro regalo a los que hicieron de sus años en Perranth un infierno: la muerte, y no del tipo suave. No como Silba, que ofreció desenlaces pacíficos o Hellas, que ofreció violentos, ardientes. No, muertes a manos de Anneith, a manos de la consorte de Hellas que era brutal, sangrienta, y lenta. El tipo de muerte que Elide esperaba recibir en cualquier momento estos días, de las brujas que merodeaban por los pasillos o en el duque de ojos oscuros, de sus soldados letales, o por el hombre de pelo blanco, la Líder Wing que había probado su sangre como el buen vino.
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Había tenido pesadillas con él desde entonces. Es decir, cuando podía dormir. Elide necesitaba descansar dos veces en su camino hacia el nido de águilas, y su cojera era profunda en el momento en que llegó a la cima de la torre, preparándose para las bestias y los monstruos que los montaban. Un mensaje urgente había llegado para la Líder Wing mientras Elide estaba limpiando su habitación, y cuando Elide explicó que la Líder Wing no estaba allí, el hombre dejó escapar un suspiro de alivio, metió la carta en la mano de Elide, y dijo que la entregará. Y entonces el hombre se había ido corriendo. Debería haber sospechado. Le había costado dos latidos observar y catalogar los detalles del hombre, lo que decía y sus tips. Sudoroso, con el rostro pálido, sus pupilas dilatadas—se habían hundido a la vista de Elide cuando abrió la puerta. Bastardo. La mayoría de los hombres, había decidido, eran hijos de puta de diversos grados. La mayoría de ellos eran monstruos. Ninguno peor que Vernon. Elide escaneó el nido. Vacío. Ni siquiera un manejador para encontrar. El suelo del heno era fresco, los comederos llenos de carne y granos. Pero la comida no era tocada por los cuerpos de los wyverns, cuerpos de cuero se alzaban más allá de los arcos, encaramados en las vigas de madera que sobresalían sobre el paso a medida que encuestaron a la Torre del Homenaje y el ejército de abajo como trece lores poderosos. Cojeando tan cerca cómo se atrevió a una de las aberturas masivas, Elide se asomó. Era exactamente como el mapa del Líder Wing que había representado en los momentos libres cuando podía echar un vistazo. Estaban rodeados de montañas de ceniza, y aunque había estado en un vagón de prisión por el largo viaje hasta aquí, había tomado nota de la selva que divisó en la distancia y el murmullo del río que habían pasado días antes de que se subieran al amplio camino de la montaña rocosa. En el medio de la nada, que es donde estaba Morath, y la vista delante de ella lo confirmó: no hay ciudades, no hay pueblos, y todo un ejército la rodeaba. Empujó de vuelta la desesperación que se deslizó por sus venas. Nunca había visto a un ejército antes de venir aquí. Soldados, sí, pero tenía ocho años cuando su padre la dejó pasear en el caballo de Vernon y la besó despidiéndose, con la promesa de verla pronto. Ella no había estado en Orynth para presenciar el ejército que se apoderó de sus riquezas, su gente. Había estado encerrada en una torre en el castillo de Perranth cuando el ejército llegó a las tierras de su familia y su tío se convertía cada vez más en el fiel servidor del Rey, y robando el título de su padre. Su título. Señora de Perranth—eso es lo que debería haber sido. No es que importara ahora. No quedaron muchos de la corte de Terrasen. Ninguno de ellos había llegado por ella en esos meses iniciales de la masacre. Y en los años posteriores, ninguno había recordado que ella existía. Tal vez ellos asumieron que había muerto como Aelin—esa Reina salvaje que podría haber sido. Tal vez todos estaban muertos. Y tal vez, el ejército oscuro ahora extendido ante
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ella, era una bendición. Elide miró a través de las luces parpadeantes del campo de guerra, y un escalofrío le recorrió la espalda. Un ejército para aplastar cualquier resistencia que Finnula alguna vez hubiera susurrado durante las largas noches que estaban encerrados en la torre en Perranth. Tal vez la Líder Wing de pelo blanco conduciría ese ejército, en el dragón con alas brillantes. Un viento fresco sopló en el nido de águilas, y Elide se apoyó en ella, tragando hacia abajo como si fuera agua dulce. Había habido tantas noches en Perranth cuando sólo el viento gimiendo había sido su compañía. Cuando podría haber jurado que cantó canciones antiguas para arrullarla en su sueño. Aquí... aquí el viento era más frío, más elegante, casi serpentino. Ese tipo de cosas fantasiosas sólo la distraigan, Finnula la habría regañado. Deseó que su nana estuviera aquí. Pero desear no le había hecho ningún bien estos últimos diez años, y Elide, Señora de Perranth, no tenía a nadie que viniera por ella. Pronto, ella se aseguró que en la próxima caravana de suministros podría trepar por la carretera de montaña, y cuando volviera a bajar, Elide se escondería en uno de los vagones, y sería por fin libre. Y entonces correría a algún lugar lejos, muy lejos, donde nunca hubieran oído hablar de Terrasen o Adarlan, y dejar a las personas con su desgraciado continente. Unas semanas más y entonces ella podría tener una oportunidad de escapar. Si sobrevivía hasta entonces. Si Vernon no decidía que realmente tenía un propósito malvado al arrastrarla aquí. Si no terminaba como esa pobre gente, enjaulada dentro de las montañas de los alrededores, gritando por la salvación cada noche. Había oído a los otros sirvientes susurrando sobre la oscuridad, cosas que pasaron en esas montañas: personas siendo abiertas en los altares de piedra negra y luego forjando algo nuevo, algo distinto. Con qué propósito desventurado, Elide aún no había aprendido, y gracias a Dios, más allá de los gritos, nunca se encontró con lo que estaba roto y montado debajo de la tierra. Las brujas eran bastante malas. Se estremeció cuando dio un paso más en la gran cámara. El crujido de heno bajo sus zapatos demasiado pequeños y el ruido metálico de sus cadenas eran los únicos sonidos. —Líder W-Wing—Un rugido estalló en el aire, las piedras, el suelo, tan alto que su cabeza se echó hacia atrás y ella gritó. Tumbándola de espalda, sus cadenas se enredaron mientras se deslizaba sobre el heno. Manos duras, con punta de hierro se clavaron en sus hombros y la manteniéndola erguida. —Si no eres un espía—una voz malvada ronroneó en su oído— Entonces ¿por qué estás aquí, Elide Lochan? —Elide no estaba fingiendo cuando su mano temblaba mientras sostenía la carta, sin atreverse a mover. La Líder Wing dio un paso alrededor de ella, rodeando Elide como una presa, su larga trenza blanco rígida contra su equipo de vuelo de cuero. Los detalles golpeaban a Elide como piedras: los ojos como el oro quemado; un rostro tan
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increíblemente hermoso que Elide se quedó muda por ella; un cuerpo delgado, mate; y una gracia constante, fluido en cada movimiento, cada respiración, que sugirió que la líder Wing podría utilizar simplemente el surtido de cuchillas en ella. Humano sólo en forma—inmortal y depredadora en cualquier otro sentido. Afortunadamente, la Líder Wing estaba solo. Por desgracia, esos ojos de oro sostenían nada más que la muerte. Elide dijo: —Es-esto vino para usted. —El tartamudeo, eso fue falso. La gente por lo general no podía esperar a alejarse cuando ella tartamudeaba y balbuceaba. A pesar de que dudaba de la gente que dirigía este lugar se preocuparan por el tartamudeo si decidían tener un poco de diversión con una hija de Terrasen. Si Vernon la entregó. La Líder Wing sostuvo la mirada de Elide mientras tomaba la carta. —Me sorprende que el sello no este roto. Aunque si fueras un buen espía, sabrías cómo hacerlo sin romper la cera. —Si yo fuera una buena espía—Elide respiró—También podría leer. Un poco de verdad para tentar la desconfianza del brujo. El brujo parpadeó, y luego resopló, como si tratara de detectar una mentira. —Hablas bien para ser un mortal, y tu tío es un señor. Sin embargo, ¿no puedes leer? Elide asintió. Más que la pierna, más que la monotonía, era esa miserable deficiencia que la perseguía. Su nana, Finnula, no podía leer, pero Finnula había sido la que le enseñó cómo tomar nota de las cosas, escuchar y pensar. Durante los largos días en los que no habían tenido nada que ver más que el encaje de aguja, su nana le había enseñado a marcar los pequeños detalles—cada puntada—al mismo tiempo sin perder nunca la imagen más grande. “Llegará un día en que yo me haya ido, Elide, y tendrás que tener todas las armas en su arsenal agudo y listo para atacar.” Ninguno de ellos había pensado que Elide podría ser la que se fuese primero. Pero ella no miraría hacia atrás, ni siquiera por Finnula, una vez que corrió. Y cuando se enteró de que una nueva vida, ese nuevo lugar ... ella nunca miraría hacia el norte, a Terrasen, y tampoco se preocuparía. Mantuvo los ojos en el suelo. —Yo-yo sé letras básicas, pero mis lecciones se detuvieron cuando tenía ocho años. —A instancias de tu tío, supongo. —la bruja se detuvo, girando el sobre y mostrando el revoltijo de cartas a ella, pulsando sobre ellos con un clavo de hierro. —Esto dice ‘Manon Blackbeak.’ Si ves algo como esto otra vez, tráelo a mí.
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Elide inclinó la cabeza. Mansa, sumisa, la forma en que estas brujas le gustaba que fueran los seres humanos. —Po-por supuesto. -¿Y por qué no dejas de fingir ser un tartamudo, miserable, mientras estás en ello? Elide mantuvo la cabeza inclinada suficientemente baja esperando que su pelo cubriera cualquier atisbo de sorpresa. —He tratado de ser obediente—. —Olí tus dedos humanos por todo el mapa. Fue cuidadoso, una astuto trabajo, no poner ni una cosa fuera de orden, no tocar nada pero el mapa...¿Pensando en escapar después de todo? —Por supuesto que no, señora. —Oh, dioses. Estaba tan, muerta. —Mírame. Elide obedeció. La bruja silbó, y Elide se estremeció cuando ella empujó el cabello fuera de sus ojos. Unos mechones cayeron al suelo, cortados por los clavos de hierro. —No sé qué juego estás jugando, si eres un espía, si eres un ladrón, si solo estás cuidando de ti misma. Pero no finjas que eres una mansa, niña patética cuando veo tu mente viciosa trabajando detrás de tus ojos. Elide no se atrevió a dejar caer la máscara. — ¿Fue tu madre o padre que estaba relacionado con Vernon? Extraña pregunta, pero Elide había sabido por un tiempo que iba a hacer algo, decir algo, para seguir con vida y sin daño alguno. —Mi padre era el hermano mayor de Vernon—dijo ella. — ¿Y de dónde viene tu madre? No dejo espacio para ese viejo dolor en su corazón —Ella era no era noble. Era una lavandera— —¿De dónde ha salido? ¿Por qué es importante? Los ojos dorados estaban fijos en ella, inflexibles. —Su familia era originaria de Rosamel, en el noroeste de Terrasen. —Sé dónde es. — Elide mantuvo sus hombros inclinados, esperando. — Fuera. Ocultando su alivio, Elide abrió la boca para hacer su adiós, cuando otro rugido establecieron la vibración en las piedras. No podía ocultar su estremecimiento. —Es sólo Abraxos— dijo Manon, una insinuación de sonrisa formándose en su cruel boca, un poco de luz brillando en sus ojos dorados. Su montura debía hacerla feliz, entonces si las brujas podían ser felices.
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—Tiene hambre. La boca de Elide se secó. Al oír su nombre, una cabeza triangular masiva, un ojo mal cicatrizado, se asomó en el nido. Las rodillas de Elide temblaron, pero la bruja fue directo hasta la bestia y colocó las manos de hierro con punta en su hocico. — Tu, cerdo —dijo la bruja. — ¿Necesitas que toda la montaña sepa que tienes hambre? El quiverno sopló en sus manos, los dientes— gigantes, dioses, algunos de ellos eran de hierro, tan cerca de los brazos de Manon. Una mordida, y la líder Wing estaría muerta. Un bocado y todavía— los ojos del quiverno se levantaron y se encontraron con los de Elide. No miró, si no que se encontró, como si ... Elide se mantuvo completamente inmóvil, a pesar que todos sus instintos rugían por correr por las escaleras. El quiverno codeó pasando a Manon, el suelo se estremeció bajo sus pies, y lo olió en la dirección de Elide. Entonces esos ojos sin fondo gigantes bajaron a sus piernas. No, a la cadena. Había tantas cicatrices por todo el cuerpo— tantas líneas brutales. No creía que Manon las hubiera hecho, no con la forma en que ella le habló. Abraxos era más pequeño que los otros, se dio cuenta. Mucho más pequeño. Y sin embargo, la líder Wing lo había escogido. Elide escondió esa información en la distancia, también. Si Manon tenía una debilidad por las cosas rotas, tal vez ella no escatimaría en ella también. Abraxos se dejó caer al suelo, estirando su cuello hasta que su cabeza descansaba sobre el heno a menos de tres pies de distancia de Elide. Esos ojos negros gigantes miraron hacia ella, casi de manera perruna. —Basta, Abraxos—Manon silbó, agarrando una silla de montar de la parrilla junto a la pared. — ¿Cómo-existen? —dijo Eliden. Había oído historias de quivernos y dragones, y recordó vislumbres de los enanos y las hadas, pero... Manon arrastró la silla hasta su montura. —El rey los hizo. No sé cómo, y no importa. El rey de Adarlan los hizo, al igual que todo lo que se estaba realizando dentro de esas montañas. El hombre que había destrozado su vida, asesinó a sus padres, que la condenó a esto... No te enfades, Finnula le había dicho, se inteligente. Pronto el rey y su miserable imperio no serían su preocupación, de todos modos. Elide dijo: —Su montura no parece mal. —La cola de Abraxos golpeó en el suelo, los clavos de hierro en ella brillaban. Un gigante, perro letal. Con alas. Manon resopló una risa fría, colocando la silla en su lugar. —No. Como sea que él haya sido hecho, algo salió mal con esa parte. Elide no creía que su construcción estuviera mal, pero mantuvo la boca cerrada. Abraxos seguía mirando hacia ella, y la líder Wing dijo: —Vamos a ir de caza, Abraxos.
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La bestia se animó, y Elide saltó un paso atrás, haciendo una mueca cuando ella aterrizó con fuerza en el tobillo. Los ojos del quiverno se dispararon a ella, como si fuera consciente del dolor. Pero la líder Wing ya estaba terminando con la silla de montar, y no se molestó en mirar en su dirección cuando Elide salió cojeando.
—Gusano de corazón blando—Manon siseó a Abraxos una vez que la astuta muchacha de muchos rostros se había ido. La niña podría estar escondiendo secretos, pero su linaje no era uno de ellos. No tenía ni idea de que la sangre de bruja corría fuerte en sus venas mortales. — ¿Una pierna lisiada y algunas cadenas y estás enamorado? Abraxos la empujó con el hocico, y Manon le dio una firme pero suave palmada antes de inclinarse contra su cálida piel y desgarrando la carta dirigida en la letra de su abuela. Al igual que la Alta Bruja del Blackbeak clan, era brutal, hasta el punto, y no perdonaba. “No desobedezcas las órdenes del Duque. No lo cuestiones. Si hay otra carta de Morath acerca de tu desobediencia, voy a volar hasta allá y te cuelgo por los intestinos, con tus Trece y esa bestia a tu lado. Tres Yellowlegs y dos aquelarres Blueblood llegan mañana. Vela por que no haya peleas o problemas. No necesito a las otras matronas respirando en mi cuello sobre sua alimañas.” Manon volvió el papel, pero eso era todo. Crujiendo la carta en un puño, suspiró. Abraxos dio un codazo a su vez, y ella distraídamente acarició su cabeza. Hecho, hecho, hecho. Eso fue lo que el Crochan había dicho antes de que Manon cortara su garganta. “Fuiste creado por monstruos”. Trató de olvidarse de él, trató a decirse a sí misma que el Crochan había sido un fanático y un idiota con su sermón, pero...Pasó un dedo por el profundo paño rojo de su capa. Los pensamientos se abrieron como un precipicio ante ella, tantos a la vez que dio un paso atrás. Rechazada. Hecho, hecho, hecho. Manon se subió a la silla de montar y se alegró de perderse en el cielo.
—Háblame del Valg—dijo Manon, cerrando la puerta de la pequeña habitación detrás de ella. Ghislaine no levantó la vista del libro que estaba estudiando detenidamente. Había una pila de ellos en la mesa delante de ella, y otro a lado de la cama estrecha. Cuando habían recibido a
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la mayor y más inteligente de su Trece, que ella probablemente había destripado a todos para robarlos, a Manon no le importaba. —Hola, y adelante, pasa, ¿por qué no? —fue la respuesta. Manon se apoyó en la puerta y se cruzó de brazos. Sólo con los libros, sólo durante la lectura, Ghislaine era muy irritable. En el campo de batalla, en el aire, la bruja de piel oscura era tranquila, fácil de dominar. Una soldado sólida, más valiosa por su inteligencia afilada, lo que le había ganado el lugar entre las Trece. Ghislaine cerró el libro y se retorció en su asiento. Su cabello negro rizado estaba trenzado hacia atrás, pero incluso la trenza no podía mantenerlo completamente contenido. Ella entrecerró los ojos verde mar—la vergüenza de su madre, ya que no había rastro de oro en ellos. — ¿Por qué quieres saber sobre el Valg? — ¿Sabes acerca de ellos? Ghislaine giró sobre su silla hasta que estuvo sentada hacia atrás en ella, sus piernas a horcajadas sobre los lados. Estaba en sus cueros de vuelo, como si pudiera molestarse en eliminarlos antes de caer en uno de sus libros. —Por supuesto que sé sobre el Valg—dijo con un gesto de la mano, un gesto mortal impaciente. Había sido una excepción, una excepción sin predecentes: cuando la madre de Ghislaine había convencido a la Alta bruja para enviar a su hija a una escuela mortal en Terrasen hace cien años. Había aprendido la magia y libros y todo lo que a los mortales se les enseñó, y cuando Ghislaine había regresado doce años más tarde, la bruja estaba... diferente. Todavía era una Blackbeak sedienta de sangre, pero de alguna manera más humana. Incluso ahora, un siglo más tarde, incluso después de caminar dentro y fuera de los campos de exterminio, ese sentido de impaciencia, de vida se aferraron a ella. Manon nunca había sabido qué hacer con él. —Dímelo todo. —Hay mucho que decirte en una sola sesión—dijo Ghislaine. —Pero voy a decirte lo básico, y si quieres más, puedes volver. Una orden, pero esto era el espacio de Ghislaine, los libros y el conocimiento eran su dominio. Manon hizo un gesto con una mano de hierro con punta a su centinela para que siguiera adelante. —Hace miles de años, cuando el Valg rompió en nuestro mundo, no existían las brujas. Eran los Valg, y las hadas, y los seres humanos. Pero los Valg eran... demonios, supongo. Querían nuestro mundo para ellos, y pensaron que una buena manera de conseguirlo sería asegurarse de que su descendencia podía sobrevivir aquí. Los seres humanos no eran compatibles, demasiado frágiles. Pero las hadas... los Valg secuestraron y robaron a todas las Hadas que pudieron, y porque tus ojos están consiguiendo la mirada vidriosa, yo sólo voy a saltar al final y decir la descendencia nos convenía. Brujas. Los dientes de hierro los tomamos de nuestros
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antepasados Valg, mientras que los Crochans tiene más de los rasgos de las Hadas. Los habitantes de estas tierras no nos querían aquí, no después de la guerra, pero el Hada, el Rey Brannon no pensó que era correcto cazarnos a todos. Así que nos dio los desechos occidentales, y allí fuimos, hasta que las guerras de brujas nos exiliaron de nuevo. —Y los Valg son... ¿malos? — pregunto Manon. —Somos malo—dijo Ghislaine. —¿El Valg? La leyenda dice que son el origen del mal. Son la oscuridad y la desesperación encarnados. —Suena como nuestro tipo de personas.- Y tal vez buenos efectivamente para aliarse, para criarse junto a ellos. Pero la sonrisa de Ghislaine desvaneció. —No—dijo ella en voz baja. —No, no creo que sería nuestra clase de gente en absoluto. No tienen leyes, no hay códigos. Verían a las Trece como débiles para sus lazos y en normas como algo para romper por diversión. Manon se tensó ligeramente. — ¿Y si el Valg jamás volviera aquí? —Brannon y las hadas de la reina Maeve encontraron la manera de derrotarlos y enviarlos de vuelta. Espero que alguien encontrara la manera de hacerlo de nuevo. Más que pensar. Se dio la vuelta, pero Ghislaine dijo: —Ese es el olor, ¿no? El olor de aquí, en torno a algunos de los soldados—como que está mal, de otro mundo. El rey encontró alguna manera de traerlos aquí y meterlos en cuerpos humanos. No había pensado en eso, pero... —El duque los describió como aliados. —Esa palabra no existe para el Valg. Ellos encuentran la alianza útil, pero la honrarán siempre y cuando se mantenga de esa manera. Manon debatió los méritos de poner fin a la conversación, pero dijo: —El duque me pidió elegir un aquelarre Blackbeak para experimentar sucesivamente. Para permitirle insertar algún tipo de piedra en sus vientres que creará un niño Valg—Dientes de hierro. Poco a poco, Ghislaine se enderezó, con las manos de tinta salpicada colgando holgadas a cada lado de la silla. —¿Y va a obedecerle, Señora? No es una pregunta de un estudiante a un estudiante curioso, pero si de un centinela a su heredera. —La Alta Bruja me ha dado órdenes para obedecer todas las órdenes del Duque. —Pero tal vez... tal vez ella escribiría a su abuela otra carta. — ¿A quién elegirías? —Manon abrió la puerta.
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—No lo sé. Mi decisión la decido en dos días. Ghislaine—quien Manon había visto sacearse con la sangre de los hombres, había palidecido en el momento en que Manon cerró la puerta. Manon no sabía, no sabía si los guardias o el Duque o Vernon o algún espionaje de inmundicia humana dijeron algo, pero a la mañana siguiente, todas las brujas sabían. Ella sabía que no debía sospechar de Ghislaine. Ninguna de las Trece hablaría. Nunca. Pero todo el mundo sabía del Valg, y acerca de la elección de Manon. Ella entró en el comedor, sus arcos negros brillando en el raro sol de la mañana. El golpeteo de las fraguas estaba sonando en el valle, se hizo más fuerte por el silencio que cayó mientras caminaba entre las mesas, dirigiéndose a su asiento en la parte delantera de la sala. Aquelarre tras aquelarre la observaba, y se encontró con sus miradas, los dientes y las uñas dibujadas, el rojo como una fuerza constante de la naturaleza en su espalda. No fue sino hasta que Manon se deslizó en su lugar al lado de Asterin y se dio cuenta de que era ahora el lugar equivocado, pero no se movió, y la charla se reanudó en el pasillo. Tomo un trozo de pan, pero no lo tocó. Ninguno de ellas comía la comida. El desayuno y la cena eran siempre para el espectáculo, para tener una presencia aquí. Las Trece no dijeron una palabra. Manon miró a todos y cada uno de ellos hacia abajo, hasta que dejaron caer sus ojos. Pero cuando su mirada se encontró con la de Asterin , la bruja la sostuvo. — ¿Tienes algo que quieras decir— Manon le dijo— o sólo me estas oscilando? Los ojos de Asterin se posaron sobre el hombro de Manon. —Tenemos invitados. Manon encuentro al líder de uno de los recién llegados aquelarres Yellowlegs de pie a los pies de la mesa, los ojos bajos, la postura no era amenazante—sumiso por completo. — ¿Qué? —Manon exigió. El líder del aquelarre mantuvo la cabeza baja. —Nos gustaría solicitar su consideración para la tarea del Duque, Líder Wing Asterin se puso rígida, junto con las otras Trece. Las mesas cercanas también se habían quedado en silencio. — ¿Y por qué? —Manon preguntó: — ¿Por qué querrías hacer eso? —Nos obligará a hacer su trabajo monótono, para alejarnos de la gloria en los campos de la muerte. Esa es la forma de nuestros Clanes. Pero podríamos ganar una especie diferente de la gloria de esta manera. Manon contuvo un suspiro, pensando. —Lo consideraré.
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El líder del aquelarre se inclinó y retrocedió. Manon no podía decidir si era un tonto o astuto o valiente. Ninguna de las Trece habló durante el resto del desayuno. — ¿Y qué aquelarre, Líder Wing ha seleccionado para mí? Manon se encontró con la mirada del Duque. —Un aquelarre de Yellowlegs bajo una bruja llamada Ninya llegó a principios de esta semana. Úsalos, úsalos a ellos. —Quería a los Blackbeaks. —Consigues a los Yellowlegs—Manon espetó. Abajo de la tabla, Kaltain no reaccionó. —Ellos se ofrecieron como voluntarios. Mejor que los Blackbeaks, se dijo. Que mejor que los Yellowlegs se habían ofrecido. Incluso si Manon podría haberse negado. Dudaba que Ghislaine estuviera equivocada acerca de la naturaleza de los Valg, pero... Tal vez esto podría funcionar para su beneficio, dependiendo de cómo les fuera a los Yellowlegs. El duque mostró sus dientes amarillentos. —Has delineado una línea peligrosa, Líder Wing. —Todas las brujas tienen que, con el fin de volar aquelarres. Vernon se inclinó hacia delante. —Estas cosas inmortales, salvajes se están desviando, excelencia. Manon le dirigió una larga mirada, que le dijo a Vernon que un día, en un pasillo en sombras, se encontraría con las garras de esta inmortal cosa salvaje en su vientre. Manon se volvió para irse. Sorrel, no Asterin, se paró frente a la pared de piedra ante la puerta. Otra vista discordante. Entonces Manon se volvió hacia el Duque, la pregunta formándose incluso contra su esfuerzo por no decirla. — ¿Con que fin? ¿Por qué todo esto, por qué aliarse con el Valg? ¿Por qué elevar este ejército ... ¿Por qué? — No podía entenderlo. El continente ya les pertenecía. No tenía sentido. —Debido a que podemos—dijo el duque simplemente. —Y debido a que este mundo ha sido habitado mucho tiempo en la ignorancia y la tradición arcaica. Es hora de ver lo que puede ser mejorado. Manon hizo un espectáculo a contemplar y luego asintió mientras salía. Pero ella no se había perdido las palabras—este mundo. No esta tierra, no este continente. Este mundo. Se preguntó si su abuela había considerado la idea de que podría ser que un día tuvieran que luchar para mantener los desechos—Pelear contra cada hombre que hubiera ayudado a recuperar su casa. Y se preguntó qué sería de estos brujos Valg— dientes de hierro en ese mundo.
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Capítulo 21 Traducido por Katia García Corregido por Diana Gonher Lo había intentado. Cuando la mujer cubierta de sangre le había hablado, cuando esos ojos color turquesa parecían tan familiares, había intentado arrebatarle el control de su cuerpo, de su lengua. Pero el príncipe demonio dentro de él se había sujetado firmemente, deleitándose de su lucha. Sollozó de alivio cuando ella entró y levanto una espada antigua sobre su cabeza. Y entonces dudó— y aquella otra mujer había disparado una flecha, y ella había bajado la espada y se había ido. Lo había dejado atrapado con el demonio. No podía recordar su nombre—se negaba a recordarlo, incluso cuando el hombre sentado en el trono lo cuestionó sobre el incidente. Incluso cuando regresó a la misma parte del jardín y pateó los grilletes sueltos en la grava. Ella lo había abandonado, y con buena razón. El príncipe demonio quería alimentarse de ella y después entregarla. Pero deseaba que lo hubiera matado. La odiaba por no haberlo matado.
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Capítulo 22 Traducido por Ro Cáceres Corregido por Diana Gonher Chaol dejó su reloj en el techo del apartamento de Aelin en el momento en que apareció la cabeza encapuchada de uno de los rebeldes y señaló que iba a tomar el relevo. Gracias a los dioses. No se molestó en parar en el apartamento para ver cómo estaba Aedion. Cada uno de sus pesados pasos en las escaleras de madera acentuaban el furioso, tormentoso latido de su corazón, hasta que era todo lo que podía oír, todo lo que podía sentir. Con los otros rebeldes agazapados o monitoreando la ciudad y sin Nesryn para asegurarse que su padre no estaba en peligro, Chaol se encontró solo mientras caminaba por las calles de la ciudad. Todos tenían sus órdenes; cada uno estaba donde se suponía que debía estar. Nesryn ya le había dicho que Ress y Brullo le habían dado la señal y que todo estaba claro en su final—y ahora... Mentirosa. Aelin era y siempre había sido una maldita diosa de la mentira. Era una violadora de juramentos tanto como él lo era. O peor. Dorian no se había ido. No lo había hecho. Y no le había importado una mierda cuando Aelin pregonaba sobre misericordia para Dorian, o lo que ella decía que era su debilidad no matarlo. La debilidad radica en su muerte, eso es lo que debería haber dicho. La debilidad radica en rendirse. Irrumpió en un callejón. Debería haberse escondido, pero el rugido en su sangre y sus huesos era implacable. Una alcantarilla sonó bajo sus pies. Hizo una pausa, y miró hacia la oscuridad de abajo. Todavía había cosas que hacer, tantas cosas por hacer, tantas personas que mantener a salvo. Y ahora que Aelin había humillado una vez más a el rey, no tenía ninguna duda que el Valg reuniría a más personas como castigo, como una declaración. Con la ciudad todavía en un alboroto, tal vez era el momento perfecto para él para la huelga. Para igualar las probabilidades entre ellos. Nadie vio cuando trepó a la alcantarilla, cerrando la tapa sobre él. Túnel tras túnel, su espada
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brillando a la luz de la tarde que entraba por las rejillas, Chaol cazó esas piezas Valg de suciedad, sus pasos casi silenciosos. Por lo general, mantienen sus nidos en las tinieblas, pero de vez en cuando, los rezagados rondan los túneles. Algunos de sus nidos fueron pequeñas sólo tres o cuatro de ellos guardando a sus prisioneros o comidas, supuso. Es bastante fácil emboscar. ¿Y no sería maravilloso ver esas cabezas de demonio rodar? Se había ido. Dorian se había ido. Aelin no sabía todo. Fuego u obediencia no podían ser las únicas opciones. Tal vez él podría mantener a uno de los líderes Valg vivo, ver dentro del hombre para ver cuánto del demonio tenía realmente en su interior. Tal vez había otra forma, debía haber otra forma... Túnel, tras túnel, tras túnel, todas las guaridas usuales y sin signos de ellos. Ni uno. Chaol se apresuró con cortos pasos, mientras se dirigía hacia el mayor nido que conocía, donde siempre habían sido capaces de encontrar los civiles en necesidad de rescatar, si ellos tuvieran la suerte de atrapar a los desprevenidos guardias. Él los salvaría, porque se lo merecían, y porque tenía que mantenerse, o de lo contrario se desmoronaría y—Chaol se quedó mirando la boca abierta del nido principal. La luz del sol acuoso se filtraba desde arriba iluminaba las piedras grises y el pequeño río en la parte inferior. No hay señales de la oscuridad reveladora que por lo general lo sofocaba como una densa niebla. Vacío. Los soldados Valg se habían desvanecido. Y se habían llevado a sus prisioneros con ellos. No creía que se habían ido a esconderse por miedo. Se habían mudado, ocultándose a sí mismos y a sus prisioneros, como un gigante, riéndose en el infierno de todos los rebeldes que pensaban que estaban ganando esta guerra secreta. Para Chaol. Debería haber pensado en trampas como esta, debería haber pensado en lo que podría suceder cuando Aelin Galathynius puso en ridículo al rey y a sus hombres. Debería haber considerado el costo. Tal vez era un tonto. Sentí que su sangre se entumecía mientras emergía de la alcantarilla a la silenciosa calle. El pensamiento de sentarse en su apartamento destartalado, completamente solo con ese entumecimiento, que lo envió hacia el sur, tratando de evitar las calles que aún estaban llenas de gente en pánico. Todo el mundo demandaba saber lo que había pasado, quién había sido asesinado, quién lo había hecho. Las decoraciones, los adornos y vendedores de comida se habían olvidado por completo.
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Los sonidos murieron eventualmente, las calles limpiándose mientras alcanzaba el distrito residencial donde las casas eran de un modesto tamaño pero elegantes, bien mantenidas. Los pequeños arroyos y fuentes de agua de la Avery fluyeron a lo largo, prestándose a los excedentes del florecimiento de flores de primavera en cada puerta, ventana, y el pequeño césped. Conocía la casa solo por el olor: pan recién horneado, canela, y otra especia que no podía nombrar. Tomando el callejón entre las dos casas de piedras pálidas, se mantuvo en las sombras mientras alcanzaba la puerta trasera, mirando por el panel del vidrio al interior de la cocina. Harina revistiendo una gran mesa de trabajo, junto con las bandejas para hornear, varios tazones, y— La puerta se abrió, y la forma delgada de Nesryn llenó la entrada.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — Estaba de vuelta en su uniforme de guardia, un cuchillo escondido detrás de su muslo. Había visto sin duda a un intruso acercarse a la casa de su padre y se preparó a sí misma. Chaol trató de ignorar el peso empujando hacia abajo a su espalda, amenazando con romperlo en dos. Aedion estaba libre, ellos habían logrado eso. ¿Pero cuántos inocentes habían condenado hoy? Nesryn no esperó por su respuesta antes de decir: —Entra.
—Los guardias vinieron y se fueron. Mi padre los despidió con pasteles. Chaol miró hacia arriba desde su propia tarta de pera y escaneó la cocina. Azulejos brillantes acentuaban las paredes detrás de los mostradores en sombras bonitas del azul, naranja y turquesa. Nunca había estado en la casa de Sayed Faliq antes, pero él sabía dónde estaba, por si acaso. Nunca se había detenido a pensar lo que “por si acaso” significaba. Apareciendo como un perro callejero en la puerta trasera, no lo había sido. — ¿No sospecharon de él? —No. Sólo querían saber si él o sus trabajadores vieron a alguna persona que parecía sospechoso antes del rescate de Aedion. — Nesryn empujó otro pastel hacia él, éste de almendra y azúcar. — ¿El General está bien? —Tanto como sé.
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Le dijo sobre los túneles, los Valg. Nesryn solo dijo: —Así que los encontraremos otra vez. Mañana. Él esperaba que marchara, que gritara e insultara con él, pero se mantuvo quieta—tranquila. Una parte tensa de él se relajo. Ella dio unos golpecitos con el dedo sobre la mesa de madera, desgastada con amor, como si el amasado de mil panes la hubiera suavizado. — ¿Por qué has venido aquí? — —Por distracción. — Había un brillo sospechoso en esos ojos de medianoche de ella, lo suficiente para que él dijera. —No es por eso. Ni siquiera se sonrojó, aunque sus propias mejillas quemaban. Si ella lo hubiera ofrecido, probablemente habría dicho que sí. Y se odiaba a sí mismo por eso. —Eres bienvenido aquí—dijo—pero seguramente tus amigos en el apartamento, el General, por lo menos, te proporcionaría una mejor compañía. — ¿Son mis amigos? —Tú y su Majestad han hecho un gran trabajo tratando de ser todo lo contrario. —Es difícil ser amigos sin confianza. —Fuiste tú el que fue a Arobynn otra vez, incluso después de que ella te advirtiera que no lo hicieras. —Y él tenía razón. —Dijo Chaol. —Dijo que ella prometería no tocar a Dorian y luego hizo lo contrario. —Y él estaría agradecido por siempre por la advertencia que Nesryn le había dado. Nesryn sacudió su cabeza, su cabello negro brillando. —Solo imaginemos que Aelin está en lo cierto. Que Dorian se ha ido. ¿Entonces qué? —Está equivocada —Solo imaginemos Él golpeó su puño en la mesa lo suficientemente fuerte para romper su vaso con agua. —Está equivocada Nesryn frunció sus labios, mientras su mirada se suavizaba. — ¿Por qué? Él frotó su rostro. —Porque entonces es todo o nada. Todo lo que pasó... todo fue para nada. No entenderías.
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— ¿No entendería? —pregunto fríamente. — ¿Crees que no entiendo lo que está en juego? No me importa lo que pase con tu príncipe, no como tú lo haces. Me preocupo por lo que representa para el futuro de este reino, y para el futuro de la gente como mi familia. No voy a permitir que otra purga inmigrante suceda. No quiero que los hijos de mi hermana vuelvan a casa con las narices rotas de nuevo debido a su sangre extranjera. Me dijiste que Dorian arreglaría el mundo, lo mejoraría. Pero si él se ha ido, si cometimos el error en mantenerlo con vida, entonces voy a encontrar otra manera de alcanzar ese futuro. Y otra después de eso, si tengo que hacerlo. Voy a seguir levantándome, no importa cuántas veces esos carniceros me empujen hacia abajo. Nunca había oído tantas palabras de ella a la vez, nunca había... ni siquiera sabía que ella tenía una hermana. O que ella era tía. Nesryn dijo: —Deja de sentir lástima por ti mismo. Mantén el rumbo, pero también traza otro. Adáptate. Su boca se había secado. — ¿Alguna vez te hirieron? ¿Por tu herencia? Nesryn miró hacia la chimenea rugiente, su rostro como el hielo. —Me convertí en un guardia de la ciudad, porque ni uno solo de ellos vinieron en mi ayuda el día que los otros alumnos me rodearon con piedras en sus manos. Ni uno, a pesar de que podían oír mis gritos. —Ella encontró su mirada de nuevo. —Dorian Havilliard ofrece un futuro mejor, pero la responsabilidad también recae en nosotros. Con la forma en que la gente común optan por actuar. Cierto, tan cierto, pero dijo: —No lo abandonaré. Ella suspiró— Eres más cabeza dura que la reina. — ¿Esperarías que fuera de otra forma? Le sonrió. —No creo que me gustarías si no fueras un terco. — ¿Acabas de admitir que te gusto? — ¿Él último verano no te dijo lo suficiente? A su pesar, Chaol rio. —Mañana-Dijo Nesryn. — Mañana continuaremos. — Él tragó. — Mantente en el curso, pero traza un nuevo camino. Él podría hacer eso: podría intentarlo, al menos. —Te veo en las alcantarillas temprano.
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Capítulo 23 Traducido por Ro Cáceres Corregido por Diana Gonher Aedion recupero conciencia y tomó cada detalle que podía sin abrir los ojos. Una brisa salada desde una ventana cercana abierta le hacía cosquillas en la cara; dónde se oía a los pescadores gritando sus capturas a pocas cuadras de distancia; y alguien respiraba de manera uniforme, profundamente, en las proximidades. Durmiendo. Abrió un ojo y vio que estaba en una pequeña habitación de madera, había paneles de madera decorados con cuidado y una fijación por el lujo. Conocía esta habitación. Conocía este apartamento. La puerta al otro lado de la cama estaba abierta, revelando la gran sala— limpia y vacía y bañada por el sol. Las sábanas donde dormía eran frescas y de seda, las almohadas de felpa, el colchón increíblemente suave. El agotamiento recubría sus huesos, y el dolor se astilló por un lado, pero débilmente. Y su cabeza estaba infinitamente más clara al mirar hacia la fuente de la respiración profunda y vio a la mujer dormida en el sillón de color crema al lado de la cama. Sus largas piernas desnudas estaban tendidas sobre uno de los brazos enrollados, cicatrices de todo tipo y tamaño adornándolos. Ella apoyó la cabeza contra el ala del sillón, su cabello llegaba al hombro, tenía las puntas de oro teñido de color marrón rojizo, como si un tinte barato se hubiera lavado duramente, estaba esparcido por su cara. Su boca estaba ligeramente abierta mientras dormitaba, cómoda en una camisa blanca de gran tamaño y lo que parecía ser un par de calzoncillos de hombre. Segura. Viva. Por un momento, no podía respirar. Aelin. Pronunció su nombre. Como si ella lo hubiera escuchado, abrió los ojos, completamente alerta mientras examinaba la puerta, más allá de la habitación, la habitación en sí de cualquier peligro. Y, finalmente, finalmente, ella lo miró y se quedó completamente inmóvil, incluso su pelo se movió en la suave brisa. La almohada debajo de su rostro ahora estaba humeda.
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Ella sólo estiró las piernas como un gato y le dijo: —Estoy dispuesta a aceptar tu agradecimiento por mi espectacular rescate en cualquier momento, ya sabes.
No podía detener las lágrimas goteando por su cara, así como su voz ronca. —Recuérdame nunca sacar tu lado malo. Una sonrisa tiró de sus labios, y sus ojos, sus ojos brillaban. -Hola, Aedion. Al oír su nombre en su lengua espetó algo suelto, y tuvo que cerrar los ojos, su cuerpo ladrando de dolor mientras se sacudió con fuerza de las lágrimas que trataban de salir. Cuando por fin se había tranquilizado, dijo con voz ronca: —Gracias por tu rescate espectacular. No lo haremos de nuevo. Ella resopló, sus ojos bordeados de plata. —Eres exactamente de la forma en que soñé que serías. Algo en su sonrisa le dijo que ella ya sabía, que Ren o Chaol le habían dicho sobre él, acerca de ser la puta de Adarlan, acerca de La Perdición. Así que lo único que pudo decir fue: —Eres un poco más alta de lo que había imaginado, pero nadie es perfecto. —Es un milagro el rey logró resistir a ejecutarte hasta ayer. —Dime que está en un ataque de la talla de los cuales nunca se han visto antes. —Si escuchas lo suficiente, en realidad se puede oírle gritar desde el palacio. Aedion se echó a reír, y eso hizo que le doliera la herida. Pero la risa murió cuando él la miró de la cabeza a los pies. —Yo voy a estrangular Ren y al Capitán por dejar que me salvaras solo. —Y aquí vamos. —Ella miró al techo y suspiró ruidosamente. —Un minuto de conversación agradable, y luego la mierda territorial de Hada viene asolando. —Esperé un extra de treinta segundos. Su boca se torció hacia un lado. —Honestamente pensé que durarías diez. Se rio de nuevo, y se dio cuenta de que a pesar de que la había amado antes, él simplemente había amado la memoria— la princesa que le había sido arrebatada. Pero la mujer, la Reina,
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el último jirón de la familia que tenía... —Valió la pena—dijo, su sonrisa se desvaneció. —Tú valías la pena. Todos estos años, toda la espera. Lo vales. Lo supo en el momento en que lo había mirado mientras se levantaba ante el bloque de su ejecución, desafiante y perversa y salvaje. —Creo que es el tónico el que habla por ti—dijo ella, pero su garganta temblaba cuando ella limpió sus ojos. Bajó los pies al suelo. —Chaol dijo que eres incluso más malo de lo que yo soy la mayor parte del tiempo —Chaol ya está en camino de ser estrangulado, y no estás ayudando. Le dio esa media sonrisa de nuevo. —Ren está en el Norte. — No pude a verlo antes de que Chaol lo convenciera para ir allí por su propia seguridad. —Estuvo bien— alcanzó a decir, y palmeo la cama junto a él. Alguien le había metido en una camisa limpia, por lo que era bastante decente, pero se las arregló para transportarse a sí mismo hasta la mitad en una posición sentada. —Ven aquí. Ella echó un vistazo a la cama, a su lado, y él se preguntó si había cruzado alguna línea, asumido algún vínculo entre ellos que ya no existía, hasta que sus hombros se hundieron y se desenrollaron de la silla en un movimiento suave, felino antes de dejarse caer sobre el colchón. Su olor lo golpeó. Por un segundo, sólo podía respirar profundamente en sus pulmones, su instinto Hada rugiendo que se trataba de su familia, ésta era su Reina, esta era Aelin. La habría reconocido aun si estuviera ciego. Incluso si había otro olor entrelazado con el de ella. Asombrosamente poderoso y antiguo y masculino. Interesante. Ella ahuecó las almohadas, y se preguntó si sabía lo mucho que significaba para él, como hombre semi-hada, de tenerla. Se inclinó sobre él para enderezar sus mantas y también para darle un ojo crítico y escrudiñar su rostro. Para quejarse sobre él. Él le devolvió la mirada, buscando cualquier herida, cualquier señal de que la sangre en ella del otro día no le había pertenecido sino era de otros. Pero a excepción de unos pocos cortes superficiales en su antebrazo izquierdo, estaba ilesa. Cuando parecía segura que él no estaba a punto de morir, y cuando se aseguró de que las heridas en su brazo no estaban infectadas, se recostó sobre las almohadas y cruzó las manos sobre su abdomen. — ¿Quieres iniciar tú, o lo hago yo? En el exterior, las gaviotas gritaban el uno al otro, y esa brisa suave y salada besaron su rostro.
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—Tu—susurró. —Dímelo todo. Y así lo hizo.
Hablaron y hablaron, hasta que la voz de Aedion se convirtió aspera, y luego Aelin lo hostigo para que bebiera un vaso de agua. Y entonces ella decidió que él estaba pálido, así que caminó a la cocina y sacó un poco de caldo de carne y pan. Lysandra, Chaol y Nesryn no estaban por ningún lado, así que tuvieron el apartamento para sí mismos. Bien. Aelin no tenía ganas de compartir a su primo en ese momento. Mientras Aedion devoró su comida, le dijo la verdad íntegra de lo que le había sucedido estos últimos diez años, cómo ella lo había hecho. Y cuando los dos habían terminado de contar sus historias, cuando sus almas fueron drenadas y el duelo hecho, pero dorada con creciente alegría, ella se acurrucó en frente de Aedion, su primo, su amigo. Habían sido forjados del mismo mineral, dos caras de la misma moneda de oro llena de cicatrices. Lo sabía cuándo lo vio encima de la plataforma de ejecución. No podía explicarlo. Nadie podía entender ese vínculo instantáneo, la garantía de alma profunda y rectitud, a menos que ellos también lo hubieran experimentado. Pero no le debía explicaciones a nadie, no sobre Aedion. Todavía estaban tumbados en la cama, el sol ya se establecía en la tarde, y Aedion estaba mirando fijamente, parpadeando, como si no lo pudiera creer. — ¿Estás avergonzado de lo que he hecho? — Se atrevió a preguntar. Su frente se arrugó. — ¿Por qué habría de pensar eso? No podía mirarlo a los ojos mientras ella pasaba un dedo por la manta. — ¿Lo estás? Aedion guardó silencio tanto tiempo que levantó la cabeza, pero lo encontró mirando hacia la puerta, como si pudiera ver a través de ella, al otro lado de la ciudad, con el Capitán. Cuando se volvió hacia ella, su hermoso rostro estaba abierto, suave, de una manera que ella dudaba que alguien lo hubiera visto. —Nunca— dijo. —Nunca podría estar avergonzado de ti. Tenía sus dudas y cuando se apartó, le cogió suavemente la barbilla, forzándola a mirarlo a los ojos. —Has sobrevivido; yo sobreviví. Estamos juntos de nuevo. Una vez rogué a los Dioses que me dejaran verte, aunque sea sólo por un momento. Para ver y saber que lo habías conseguido. Sólo una vez; eso era todo lo que siempre esperé.
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No podía detener las lágrimas que comenzaron a resbalar por sus mejillas. —Lo que hayas tenido que hacer para sobrevivir, todo lo que hiciste por rencor o rabia o por egoísmo... Me importa un bledo. Estás aquí, y eres perfecta. Siempre lo has sido, y siempre serás. Alien no había caído en cuenta cuánto había necesitado escuchar eso. Le echó los brazos al cuello, teniendo cuidado de las heridas, y le apretó tan fuerte como se atrevió. Él pasó un brazo alrededor de ella, el otro los rodeó, y enterró la cara en su cuello. —Te extrañé—susurró ella, respirando su aroma, ese aroma, el aorema de un guerrero que estaba aprendiendo, recordando. —Cada día, te echaba de menos. Su piel estaba húmeda debajo de su cara. —Nunca más— prometió.
Honestamente, no fue ninguna sorpresa que después de que Aelin hubiera destrozado las Bóvedas, un nuevo laberinto del pecado y el libertinaje había surgido de inmediato en los barrios bajos. Los propietarios ni siquiera estaban tratando de fingir que no era una imitación completa del original, no con un nombre como Los Pozos. Pero mientras que su predecesor, al menos, había proporcionado un ambiente de taberna, él de Los Pozos no se molestó. En una cámara subterránea excavada en piedra en bruto, tú pagas por su consumo de alcohol con su cubierta de carga y si querías beber, tenías que enfrentarte a las barricas en la parte posterior y servirte por ti mismo. Aelin encontró un tanto propenso a gustarle los propietarios: operaron por un conjunto diferente de reglas. Pero algunas cosas se mantuvieron igual. Las pisos estaban resbaladizos y apestando a cerveza y orines y peor, pero Aelin había anticipado eso. Lo que no esperaba, exactamente, era el ruido ensordecedor. Las paredes de roca y de cerca magnifican los gritos salvajes de los pozos de lucha por los que había sido nombrado, donde los espectadores apostaban sobre las peleas. Peleas como en la que estaba a punto de participar. A su lado, Chaol, envuelto y enmascarado, se movía inquieto. —Esta es una idea terrible- murmuró. —Dijiste que no pudiste encontrar los nidos Valg, de todos modos, —dijo con calma, metiendo un mechón de su pelo teñido de rojo, una vez más, bajo la capucha. — Bien, aquí hay algunos comandantes y subordinados preciosos a la espera de realizar un seguimiento de su casa. Considéralo como una disculpa de Arobynn. —porque él sabía que traería a Chaol con ella esta noche. Había adivinado tanto, se debatió en no traer al Capitán, pero lo necesitaba allí, tenía que ser aquí mismo, más de lo que necesitaba hacer añicos los planes de Arobynn.
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Chaol le dirigió una mirada, pero luego desvió su atención a la multitud alrededor de ellos, y volvió a decir: —Esta es una idea terrible. Ella siguió su mirada hacia Arobynn, que estaba de pie al otro lado de la fosa de arena en la que dos hombres estaban peleando, tan ensangrentados hasta que ella no podía decir quien estaba en peor estado. — Él convoca, y yo respondo. Sólo mantén los ojos abiertos. Fue lo máximo que se habían dicho el uno al otro toda la noche. Pero ella tenía otras cosas de qué preocuparse. Había tardado un minuto en este lugar para entender por qué Arobynn la había llamado. Los guardias Valg acudián en masa a Los Pozos, no para arrestar y torturar, pero si para ver. Se intercalaban entre la multitud, con capucha, sonriendo, fríos. Como si la sangre y la rabia los alimentaran. Debajo de su máscara negra, Aelin se concentró en su respiración. Tres días después de su rescate, Aedion todavía estaba gravemente herido, lo bastante para permanecer postrado en la cama, con uno de los rebeldes de más confianza de Chaol velando por el apartamento. Pero ella necesitaba a alguien a su lado esta noche, por lo que le había pedido a Chaol y Nesryn venir. Aunque ella sabía que iba a jugar en los planes de Arobynn. Ella los había rastreado en una reunión rebelde encubierta, para deleite de nadie. Sobre todo cuando, al parecer, el Valg había desaparecido con sus víctimas y no pudo ser encontrado a pesar de días de seguimiento. Una mirada a los labios fruncidos de Chaol le había contado exactamente que travesuras él creía que eran los culpables de ello. Así que ella estaba contenta de hablar con Nesryn, aunque sólo sea para apartar su mente de la nueva tarea pulsando sobre ella, su repique ahora como una invitación burlona desde el castillo de cristal. Pero la destrucción de la torre-reloj, liberando magia, debía que esperar. Al menos ella había tenido razón sobre Arobynn esperando a Chaol, el Valg claramente como una ofrenda destinada a atraer al capitán para que continúe confiando en él. Aelin sintió la llegada de Arobynn momentos antes de que su pelo rojo se deslizó en su visión periférica. —¿Hay planes para arruinar este establecimiento, también? Una cabeza oscura apareció a su otro lado, junto con las miradas masculinas con los ojos abiertos que siguieron a todas partes. Aelin agradeció la máscara que ocultaba la tensión en su rostro mientras Lysandra inclinó la cabeza en señal de saludo. Aelin hizo un buen espectáculo de ver Lysandra de arriba y hacia abajo, y luego se volvió hacia Arobynn, desestimando a la cortesana como si no fuera más que un poco de ornamentación.
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—Acabo de limpiar el traje, —dijo arrastrando las palabras a Arobynn. —Demoler este agujero de mierda solo lo arruinaría de nuevo. Arobynn rió. —En caso de que te lo preguntes, una cierta bailarina famosa se fue en un barco hacia el sur con todos sus bailarines antes de que la palabra escapadas, incluso llegara a los muelles. —El rugido de la multitud casi ahogó sus palabras. Lysandra frunció el ceño ante un juerguista que casi derramó su cerveza en la falda de su vestido de menta y crema. —Gracias—, dijo Aelin, y lo dijo en serio. Ella no mencionó el pequeño juego de Arobynn de poner a ella y a Chaol uno contra el otro, no cuando eso era precisamente lo que quería. Arobynn le dedicó una sonrisa de suficiencia, lo suficiente para hacer que ella preguntara: — ¿Hay alguna razón en particular de que mis servicios son necesarios aquí esta noche, o se trata de otro regalo de los tuyos? —Después de que tan alegremente destrozaras Las Bóvedas, ahora estoy en el mercado para una nueva inversión. Los propietarios de Los Pozos, a pesar de ser público mi deseo de ser un inversionista, no se atreven a aceptar mi oferta. Participar esta noche sería dirigirse a recorrer un largo camino para convencerlos de mis activos considerables y... de lo que podría traer a la mesa. Y hacer una amenaza a los propietarios, mostrando su arsenal mortal de asesinos— y cómo pueden ayudar a convertir un beneficio aún mayor con peleas fijas contra asesinos entrenados. Ella sabía exactamente lo que iba a decir a continuación. —Alas, mi boxeador no se concretó, —Arobynn continuó. —Necesitaba un reemplazo. — ¿Y qué tipo de luchardor soy, exactamente? —Les dije a los propietarios que fuiste entrenada por los Asesinos Silenciosos del Desierto Rojo. Te acuerdas de ellos, ¿no? Dale al señor de Los Pozos cualquier nombre que desees. Sintió una punzada, nunca olvidaría esos meses en el desierto rojo. O a quién le había enviado allí. Sacudió la barbilla hacia Lysandra. — ¿No eres un poco exigente para este tipo de lugar? —Y yo que estaba pensando que tú y Lisandra se habían convertido en amigas después de su dramático rescate. —Arobynn y yo vamos a ver la pelea en otro lugar,- Lysandra murmuró. -La pelea está terminando. Se preguntó cómo era tener que soportar al hombre que había matado a su amante. Pero el rostro de Lysandra era una máscara de inocencia, caudelosa—otra piel que llevaba mientras se enfriaba a sí misma con un magnífico abanico de encaje y marfil. Tan fuera de lugar en este
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pozo negro. —Bonito, ¿no? Arobynn me lo dio —, dijo Lysandra, notando su atención en el. — Una pequeña baratija para una dama tan tremendamente talentosa, —dijo Arobynn, inclinándose para besar el cuello desnudo de Lysandra. Aelin se tragó su disgusto con tanta fuerza que se atragantó con él. Arobynn paseó entre la multitud como una serpiente a través de la hierba, llamando la atención del señor de Los Pozos. Cuando estuvo lo suficientemente metido entre la multitud, Aelin se acercó más a Lysandra. La cortesana apartó la mirada de ella, y Aelin sabía que no era un acto. Tan suavemente que nadie podía oír, Aelin dijo: —Gracias, por lo del otro día. Lysandra mantuvo sus ojos en la multitud y en los combatientes ensangrentados alrededor de ellos. Aterrizaron en el Valg, y ella rápidamente miró a Aelin nuevo, cambiando de manera que la multitud formó un muro entre ella y los demonios a través de la fosa. — ¿Está bien? —Sí, simplemente descansa y come todo lo que puede—, dijo Aelin. Y ahora que Aedion estaba seguro... pronto tendría que comenzar a cumplir su pequeño favor a Arobynn. A pesar de que dudaba de que su antiguo maestro tuviera mucho tiempo de vida una vez que Aedion se recuperará y se enterara en qué tipo de peligro Arobynn la estaba metiendo. Por no hablar de lo que le había hecho a ella a lo largo de los años. —Bien— dijo Lysandra, la multitud manteniéndolos envueltos. Arobynn aplaudió sobre el hombre del Señor de Los Pozos y se dirigió hacia ellos. Aelin golpeó el pie hasta que el rey de los asesinos estuvo entre ellos de nuevo. Chaol sutilmente se trasladó al alcance de su oído, una mano en su espada. Aelin simplemente apoyó las manos en las caderas. — ¿Quién será mi oponente? Arobynn inclinó la cabeza hacia un paquete de los guardias Valg. — El que quieras elegir. Sólo espero que elijas uno en menos tiempo del que te ha tomado para decidir cuál de ellos entregarme. Así que eso era de lo que se trataba. Quién tenía el mando. Y si ella se negaba, con la deuda sin pagar...Podía ser peor. Mucho peor. — Estás loco— le dijo Chaol a Arobynn, siguiendo su línea de visión. — Así que él habla, — Arobynn ronroneó. — De nada, por cierto, por el pequeño consejo. — Movió su mirada hacia los Valg reunidos. Así que eran un regalo para el Capitán, entonces.
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Chaol la miró. —No te necesito para hacer mi trabajo... — Manténte fuera de esto— espetó, con la esperanza de que Chaol entendería que la ira no era para él. Se volvió de nuevo hacia la arena salpicada de sangre, sacudiendo la cabeza. Que se vuelva loco; ella tenía un montón de ira haciendo estragos hacia él de todos modos. La multitud se calmó y el Señor de los Pozos llamaba para el próximo combate. —Te toca— dijo Arobynn, sonriendo. — Vamos a ver de que son capaces esas cosas. Lysandra le apretó el brazo, como si le rogara que la dejara ir. —Mantente alejada— dijo a Aelín, tronando de su cuello. —No quieres que ese bonito vestido se llene de sangre. Arobynn rió. —Da un buen espectáculo, ¿lo harás? Quiero a los propietarios impresionados y orinándose encima de ellos. Oh, ella montaría un espectáculo. Después de días encerrada en el apartamento al lado de Aedion, tenía energía de sobra. Y no le importaba derramar un poco de sangre Valg. Empujó a través de la multitud, sin atreverse a llamar más la atención de Chaol diciendo adiós. La gente la miró y se alejaron. Con el traje, las botas y la máscara, sabía que era la Muerte encarnada Aelin se dejó caer con arrogancia, sus caderas cambiando con cada paso, rodando sus hombros como si los aflojara. La multitud se hizo más fuerte, inquieta. Se acercó al Señor de Los Pozos, quien la miró y le dijo: -Sin armas. Ella simplemente ladeó la cabeza y levantó los brazos, girando en un círculo, e incluso permitió que el subordinado del Señor de Los Pozos recorriera su cuerpo para comprobar que estaba desarmada. Por lo que se podría decir. —Nombre— exigió. A su alrededor, el oro ya estaba parpadeando. —Ansel de Briarcliff, —dijo ella, la máscara de distorsionando su voz a una escofina ronca. —Oponente—. Aelin miró al otro lado del foso, a la multitud reunida, y señaló. —Él—. El comandante Valg ya estaba sonriéndole.
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Capítulo 24 Traducido por Mary Aguilar Corregido por Diana Gonher Chaol no sabía qué demonios pensaba Aelin saltando a la fosa, aterrizando en sus ancas. Pero la multitud había visto que ella había apuntado y estaba ya en un frenesí, empujando hacia el frente, pasando las apuestas de oro de último minuto. Tuvo que pisar fuerte con sus talones para evitar ser golpeado sobre el borde de la poza. Sin cuerdas ni pasamanos. Si se caía era un juego limpio. Una pequeña parte de él estaba alegre que Nesryn estaba en la parte de atrás. Y una parte más pequeña de él estaba alegre de una noche sin más infructuosa caza para los nuevos nidos de Valg. Incluso si significaba afrontar a Aelin durante unas horas. Incluso si Arobynn Hamel le había dado este pequeño regalo. Ese regalo que el odiaba admitir que lo necesitaba urgentemente y lo apreciaba. Pero sin duda era cómo funciona Arobynn. Chaol se preguntaba cuál sería el precio. O si su miedo era pago suficiente para el Rey de los asesinos. Vestida de negro de los pies a la cabeza, Aelin era una sombra de vida, la estimulación como un gato de la selva en su lado de la fosa cuando el comandante Valg entro en ella. Podría haber jurado que se estremeció la tierra. Ambos dementes — Aelin y su maestro. Arobynn la había dejado elegir a cualquiera de los Valg. Ella había elegido a su líder. Apenas habían hablado desde su pelea tras rescate de Aedion. Francamente, ella no merecía una palabra de él, pero cuando lo había cazado hace una hora, interrumpiendo una reunión secreta que habían revelado la localización de los líderes rebeldes sólo una hora antes... Tal vez fue un tonto, pero no decir que no. Aunque sólo sea porque Aedion le habría matado. Pero con el Valg aquí... Sí, esta noche había sido útil después de todo. El Señor de Los Pozos comenzó a gritar las reglas. Simplemente: no había ninguna, excepto sin armas. Sólo manos y pies e ingenio. ¡Por los dioses! Aelin había acallado su estimulación y Chaol tenía a un hombre demasiado ansioso con un el codo en su el estómago para evitar ser empujado en el hoyo. La reina de Terrasen estaba en un pozo de lucha en los suburbios de Rifthold. Nadie aquí, apostaba por ella, creía en ella. Apenas podía creerlo... El Señor de Los Pozos— rugió que comenzará el combate y entonces — se movieron. El comandante se lanzó con un golpe, que a la mayoría de los hombres le habría hecho girar la cabeza alrededor. Pero Aelin lo esquivó y atrapado su brazo con una mano, bloqueo con un golpe que sabía que rompería algunos huesos. La cara del comandante se tensó del dolor, Ae-
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lin condujo su rodilla para hacia arriba en el lado de su cabeza. Fue tan rápido, tan brutal, que incluso la gente no sabía lo que había que demonios había sucedido hasta que el comandante se tambaleo hacia atrás y Aelin estaba bailaba en puntillas. El comandante se echó a reír, se enderezó. Fue la única ruptura que Aelin le dio antes de que fuera a la ofensiva.
Se movió como una tormenta de medianoche. Cualquier entrenamiento que había tenido en Wendlyn, que el príncipe le había enseñado... Dioses, le ayudaban en todo. Golpe tras golpe, bloqueando, estocada, eludiendo, girando... La multitud estaba eufórica, echaban espuma por la boca. Chaol había la había visto matar. Hacía tiempo desde que él la había visto luchar para el disfrute de ella misma. Y estaba disfrutando como el infierno esta pelea. Un rival digno de ella, supuestamente ella trabó las piernas alrededor de la cabeza del comandante y rodado y alzando una nube de arena sobre ellos. Lanza un golpe hacia arriba, conduciendo su puño al rostro del hombre frío, sólo para ser lanzado con un giro tan rápido que Chaol apenas podía seguir el movimiento. Aelin golpeó la arena ensangrentada y desenroscó sus pies, para atacar de nuevo al comandante. Luego eran otra vez una mezcla de de extremidades, golpes y oscuridad. A través de la fosa, Arobynn estaba con los ojos abiertos, Sonriente, era como hombre hambriento antes de una fiesta. Lysandra se aferró a su lado, sus nudillos blancos se apoderaron de su brazo. Los hombres estaban susurrando en el oído de Arobynn, sus ojos fijos en la fosa, tan hambrientos como Arobynn. Los propietarios de Los Pozos o clientes potenciales, hacían negociaciones para el uso de la mujer luchando con tanta ira salvaje y malvado placer. Aelin le propino una patada en el estómago al comandante que lo envió hasta la pared. Él cayó, jadeando por un poco de aire. La multitud aplaudió, y Aelin alzó sus brazos, girándolos en un círculo lento, triunfante de la muerte. La multitud rugió en respuesta, hizo que Chaol se preguntará si el techo se vendría estrepitosamente. El comandante se lanzó por ella, y Aelin giró, lo capturo y cerró sus brazos alrededor de su cuello, en una técnica que no era fácil de romper. Miró a Arobynn, como si le preguntara. Su maestro miró a los hombres con los ojos abiertos, hambrientos al lado de él, entonces asintió con la cabeza a ella. El estómago de Chaol dio vueltas. Arobynn había visto suficiente. Probado lo suficiente. Incluso si no hubiera sido una pelea justa. Aelin lo habría dejado ir porque Arobynn asi lo había querido. Una vez que ella destruyera la torre del reloj y su magia volviera... ¿Qué control habría sobre ella? ¿Contra Aedion y ese Príncipe Hada de ella y todos los guerreros como ellos? Un mundo nuevo, sí. Pero un mundo en el que la voz humana ordinaria sería nada más que un susurro. Aelin torció los brazos del comandante, quién gritó del dolor y luego — luego Aelin se tambaleándose hacia atrás, tocándose su antebrazo, la sangre brillando a través del ápice de su traje. Hasta que el comandante se giró, con sangre deslizándose por su barbilla, sus ojos de tono negro, que Chaol entendió. La había mordido. Chaol silbó a través de sus dientes. El comandante lamió sus labios, con una sonrisa sangrienta creciendo. Incluso con la multitud, Chaol
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podía oír el demonio Valg decir: —sé lo que eres ahora, perra mestiza. — Aelin bajó la mano que ella había tenido en su brazo herido, sangre brillante en su guante oscuro. —Bueno, también se lo que eres, huevón. — Fin. Tenía que terminarlo ya. — ¿Cuál es tu nombre? — le dijo, rodeando al comandante demonio. El demonio dentro del hombre, se rio entre dientes. —No lo podrías pronunciar en tu lengua humana—la voz pasó rosando por la voz de Chaol, sintió como la sangre se le helaba. —Tan condescendiente para un simple gruñido— canturreó Aelin —debería llevarte yo mismo a Morath, mestiza, y ver cuánto hablarás entonces. Para que veas todas las cosas deliciosas que hacemos con los de tu clase. Morath, la fortaleza del Duque Perrington. El estómago se volvió pezado. Fue de dónde trajeron a los presos que no fueron ejecutados, que desaparecieron en la noche, para hacer los Dioses sabrán que con ellos. Aelin no le dio tiempo a decir nada más, y Chaol deseó otra vez que pudiera ver su rostro, si sólo pudiera saber qué demonios estaba pasando por su cabeza como ella había abordado al comandante. Ella cerró de golpe su considerable peso en la arena y agarró la cabeza de esté. Quebrando el cuello del comandante. Sus manos en ambos lados de la cara del demonio, Aelin miro fijamente los ojos vacíos, la boca abierta. La multitud gritaba su triunfo. Aelin jadeó, con sus hombros encogidos, y entonces se enderezó, se sacudió la arena de las rodillas de su traje. Miró hacía arriba, en dirección del Señor de Los Pozos. —Dilo— El hombre que estaba pálido dijo: —La victoria es tuya—. Ella no se molestó en alzar la vista otra vez, cuando golpeó su bota contra la pared de piedra, liberando una cuchilla delgada y horrible. Chaol agradeció los gritos de la multitud cuando ella pisoteo el del comandante. Una y otra vez. En la iluminación tenue, nadie podría decir que la mancha en la arena no era el color correcto. Nadie, pero si los demonios con la cara de piedra se reunieron a su alrededor, observando cada movimiento de su pierna, mientras separaba la cabeza del comandante de su cuerpo y luego dejándolo en la arena.
Los brazos de Aelin temblaban cuando ella tomó la mano de Arobynn y fue sacada de la fosa.
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Su maestro aplasto sus dedos en un apretón letal, tirando de ella en lo todos pensaría que era un abrazo. —Dos veces ahora, querida, no has cumplido. Dije inconsciente. — —La sed de sangre fue lo mejor para mí, me parece. — Se soltó, su brazo izquierdo dolía por la mordedura viciosa que le había dado la criatura. Bastardo. Casi podía sentir su sangre que se filtraba a través de la piel gruesa de su bota, sentía el peso de la sangre en la punta de su bota. —Esperó resultados, Ansel y pronto. —No te preocupes, maestro. — Chaol fue haciendo su camino hacia una esquina oscura, Nesryn como una sombra detrás de él, sin duda preparándose para seguir al Valg una vez que se marcharan. -Conseguirás lo que se te debe- Aelin miró hacia Lysandra, cuya atención no estaba en el cadáver siendo transportado fuera de la fosa por la tropa, pero si fija, con enfoque depredador — sobre los otros guardias Valg que se dirigían hacia fuera. Aelin aclaró su garganta y Lysandra parpadeó, su expresión se terso en malestar y repulsión. Aelin se deslizo hacia afuera, pero Arobynn dijo: — ¿No sientes un poco de curiosidad, sobre dónde enterramos a Sam? —Había sabido que sus palabras las recibiría como un golpe. Él había tenido el mando, el tiro de su muerte, todo el tiempo. Incluso Lysandra retrocedio un poco. Aelin se volvió lentamente. — ¿Hay un precio por saber esa información? — Arobynn dirigió su atención por un momento a la fosa. —Lo acabas de pagar. —No me extrañaría que me dieras un lugar falso o me llevarán a las piedras de la tumba equivocada No flores —nunca flores en Terrasen. En cambio, llevaban piedras pequeñas a las tumbas con motivo de sus visitas, para contar a los muertos que aún se recordaban. Las piedras eran eternas, las flores no. —Me hieres con tales acusaciones— la cara elegante de Arobynn contaba otra historia. Él cerró la distancia entre ellos y dijo tan calladamente que Lysandra no podía oír- ¿Crees que no tienes que pagar en algún momento? — ¿Eso una amenaza? —gruñó —Es una sugerencia-—dijo suavemente, —Para que recuerdes cuales son mis influencias, y lo que podría ofrecerte y los suyos también durante un tiempo cuando estén desesperados por
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tantas cosas: dinero, luchadores…—dio un vistazo al desaparecido Capitan y a Nesryn—Las cosas que tus amigos también necesitan— Por un precio, siempre por un precio. —Solo dime donde enterraste a Sam y déjame ir. Tengo que limpiar mis botas. Sonrió, satisfecho de que le había ganado y había aceptado un poco su oferta— sin duda para hacer otro negocio y luego otro, para lo que sea que necesitará de él. Había nombrado el lugar, un pequeño cementerio al borde del río. No en las criptas de descanso de los asesinos, donde se encuentran la mayoría de ellos. Era probablemente como un insulto a Sam — sin darse cuenta que Sam no hubiera querido ser enterrado en la cripta de los Asesinos de todos modos. Aun así, ella le dio un «Gracias.» Y entonces miró a Lysandra y cansina dijo: —Espero que te esté pagando lo sufiente. Sin embargo la atención de Lysandra estaba en la larga cicatriz que estropeaba el cuello de Arobynn, la cicatriz que Wesley le había dejado. Pero Arobynn estaba demasiado ocupado sonriendo Aelin, para haberlo notado. —Nos veremos de nuevo, pronto…—dijo. Otra amenaza. — Espero que mantengas tu parte del trato. Los hombres caraduras que habían estado a lado de Arobynn durante la pelea, seguían a varios pies de distancia. Los propietarios de Los Pozos. Inclinaron sus cabezas a modo de saludo., que no respondió. —Dile a tus nuevos socios, que oficialmente estoy retirada— dijo a modo de despedida. Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para dejar a Lysandra con él en ese infierno. Podía sentir a los centinelas Valg vigilandola, sentía su indecisión y su malicia. Esperaba que Chaol y Nesryn no tuvieran problemas cuando se desvanecieron en el aire fresco de la noche. No les había pedido que vinieran solo para cuidar su espalda, sino también para que se dieran cuenta lo estúpidos que habían sido en confiar en un hombre como Arobynn Hamel. Incluso si regalo de Arobynn fue la razón por la que ahora eran capaces de rastrear a los Valg hacia donde ellos estaban escondidos. Sólo esperaba que a pesar del regalo de su antiguo maestro, por fin comprendieron que ella debería haber matado Dorian ese día.
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Capítulo 25 Traducido por Andy Cobain Corregido por Diana Gonher Elide estaba lavando los platos, escuchando atentamente al cocinero quejarse acerca del itinerario del cargamento de suministros. Algunos vagones llegarían en dos semanas, al parecer, con vino, vegetales y, tal vez, si tenían suerte, carne seca. Sin embargo no era el cargamento lo que le interesaba, sino como estaba siendo transportado y que clase de vagones podrían soportarlo. Y donde Elide podría esconderse mejor en alguno. Fue entonces cuando entro una de las brujas. No era Manon, sino una llamada Asterin, de cabello dorado con ojos como una noche estrellada y salvajismo en cada aliento. Elide había notado tiempo atrás cuan fugases eran sus sonrisas, y había marcado los momentos en los que Asterin pensó que nadie la miraba y veía hacia el horizonte, con su cara rígida. Secretos— Asterin era una bruja con secretos. Y los secretos hacían a la gente letal. Elide mantuvo su cabeza baja, sus hombros encogidos, mientras la cocina se silenciaba ante la presencia de La Tercera. Asterin se contoneo hacia el cocinero, quien había palidecido como la muerte. Era un hombre extrovertido y amable, la mayoría de los días, pero un cobarde de corazón. —Lady Asterin—dijo él y todos, incluida Elide, la reverenciaron. La bruja sonrió, con dientes blancos y normales, gracias a los dioses. —Estaba pensando que podría ayudar con los platos. La sangre de Elide se congeló. Sintió los ojos de todos en la cocina posarse en ella. —Por mucho que lo apreciemos, Lady...
— ¿Estás rechazando mi oferta, mortal?— Elide no se atrevía a voltearse. Bajo el agua jabonosa, sus manos temblaban. Cerró sus puños. El miedo era inútil; el miedo lograba que te mataran.
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—N-no. Claro que no, Lady. Nosotros, y Elide, estaremos felices de recibir su ayuda. Y eso fue todo. El estrépito y el caos de la cocina reinició lentamente, pero la conversación se mantuvo silenciosa. Todos observaban, esperando, ya sea que la sangre de Elide fuera derramada en las piedras grises, o escuchar cualquier cosa jugosa de los poco sonrientes labios de Asterin Blackbeak. Podía sentir cada paso que la bruja daba en su dirección; lentos, pero poderosos. —Tú lavas, y yo seco— dijo la centinela junto a ella. Elide se asomó a través de la cortina que era su cabello. Los ojos dorados con negro de Asterin brillaron. —Gra... Gracias— se forzó a balbucear. La emoción en esos ojos inmortales creció. No era una buena señal. Pero Elide continuó con su trabajo, pasándole a la bruja las ollas y los platos. —Una tarea interesante, para la hija de un Lord— remarcó Asterin, lo suficientemente bajo para que nadie más en la abarrotada cocina pudiera escuchar. —Me alegra ayudar —La cadena cuenta otra historia Elide no vaciló al lavar los platos; no permitió que la olla en sus manos se moviera ni un milímetro. Cinco minutos y después podría murmurar una explicación y correr. —Nadie más en este lugar está encadenado como un esclavo. ¿Qué es lo que te hace tan peligrosa Elide Lochan? Elide se encogió de hombros. Una interrogación, eso era lo que estaba pasando. Manon la había llamado espía. Parecía que la centinela había decidido evaluar qué clase de amenaza representaba. —Sabes que los hombres siempre han odiado y temido a nuestra clase— continuó Asterin— es raro que nos atrapen, que nos maten, pero cuando lo hacen... ¡Oh! Ellos se deleitan con cosas tan horribles. En los Wastes, han fabricado máquinas para destruirnos. Los ilusos nunca se dieron cuenta que lo único que necesitan para torturarnos, para hacernos rogar— observó las piernas de Elide— era encadenarnos. Mantenernos atadas a la tierra. —Lamento oír eso. Dos de los recolectores de plumas engancharon su cabello detrás de sus orejas en un intento por escucharlas. Pero Asterin sabía cómo mantener su voz baja. — ¿Tienes cuantos años, quince? ¿Dieciséis? —Dieciocho
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—Pequeña para tu edad— Asterin le lanzó una mirada que hizo que Elide se preguntara si podría ver a través del vestido hecho en casa, hasta la venda que utilizaba para aplanar el tamaño completo de sus pechos hasta convertirlos a un tamaño que pasara desapercibido. —Debiste tener ocho o nueve cuando cayó la magia. Elide talló la olla. La terminaría y se iría. Hablando de magia alrededor de estas personas, muchas de ellas ansiosas por vender cualquier la más mínima información a los terroríficos Lords que mandaban en ese lugar... Les ganaría un viaje a la horca. –Las brujillas que tenían tu edad en aquel momento— continuo la centinela—nunca tuvieron la oportunidad de volar. El poder no se asienta hasta su primer sangrado. Al menos ahora tienen a sus dragones heráldicos. Pero no es lo mismo ¿o sí? —No sabría decirlo Asterin se acercó, con un sartén de hierro en sus largas y letales manos. –Pero tu tío lo sabe ¿no? Elide se encogió y se compró unos cuantos segundos más mientras fingía considerarlo. —No lo entiendo — ¿Nunca has escuchado al viento decir tu nombre, Elide Lochan? ¿Nunca lo sentiste tirar de ti? ¿Nunca lo escuchaste y ansiaste volar al horizonte, a tierras lejanas? Había pasado la mayoría de su vida encerrada en una torre, pero había habido noches, tormentas salvajes... Elide logró quitar el último pedazo de comida quemada de la olla y la enjuagó, pasándosela a la bruja antes de limpiarse las manos en su delantal. —No, Lady. No veo por qué lo haría Incluso si quisiera huir; si quisiera huir al otro lado del mundo y lavarse de las manos a toda esta gente para siempre. Pero no tenía nada que ver con el viento susurrante. Los ojos negros de Asterin parecían devorarla entera. —Escucharías ese viento, niña— dijo con silenciosa experiencia— porque cualquiera con sangre de Diente de Hierro lo escucha. Me sorprende que tu madre nunca te lo haya dicho. Se pasa por el lado materno. Sangre de bruja. Sangre de una Diente de Hierro. En sus venas; en el linaje de su madre. No era posible. Su sangre brotaba roja; no tenía dientes de hierro o uñas de hierro. Su madre había sido igual. Si había un ancestro, era tan antiguo que había sido olvidado, pero... —Mi madre murió cuando era una niña. — dijo ella volteándose y despidiéndose con la cabeza del cocinero. —Ella nunca me dijo nada. —Una lástima— dijo Asterin Todos los sirvientes miraban embobados a Elide mientras cojeaba hacia afuera, sus ojos per-
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plejos le decían lo suficiente: no habían oído. Un pequeño alivio, entonces. ¡Oh,Dioses! Dioses. Sangre de bruja. Elide subió las escaleras, cada movimiento causándole dolores a través de la pierna. ¿Era por eso por lo que Vernon la había mantenido encadenada? ¿Para evitar que volara lejos en cuanto mostrara el más mínimo poder? ¿Era por eso que las ventanas en esa torre en Perranth habían estado restringidas? No—no. Ella era humana. Completamente humana. Pero en ese preciso momento esas brujas se habían reunido, cuando ella había oído esos rumores acerca de demonios que querían... querían... procrear, Vernon la había traído aquí. Y se había hecho muy, muy cercano del Duque Perrington. Le rezaba a Anneith a cada paso hacia un nuevo escalón, le rezaba a La Señora de la Sabiduría, que estuviera equivocada, que La Tercera estuviera equivocada. No fue hasta que alcanzó el pie de la escalera de la torre de la Líder del Ala que Elide se dio cuenta que no tenía idea de a dónde iba. No tenía ningún lugar a donde ir. Nadie a quien correr. Los vagones de entrega no llegarían hasta dentro de algunas semanas. Vernon podría entregarla cuando él quisiera. ¿Por qué no lo había hecho de inmediato? ¿Qué era lo que estaba esperando? ¿Ver si los primeros experimentos funcionaban antes de ofrecerla como una ficha de intercambio por más poder? Si era una mercancía tan valiosa, tendría que ir más lejos de lo que había sospechado para escapar de Vernon. No sólo al continente del sur, más lejos, a tierras de las que nunca había escuchado. Pero sin dinero, ¿cómo podría? Sin dinero— a excepción de las bolsas con monedas que la Líder del Ala había dejado esparcidas por su cuarto. Miró arriba en las escaleras cediendo a la melancolía. Tal vez podría usar el dinero para sobornar a alguien— un guardia, una bruja de rango menor— para que la saque. Inmediatamente. Su tobillo ladraba de dolor, mientras se apresuraba en la escalera. No tomaría una bolsa entera, mejor unas pocas monedas de cada una, para que el la Líder del Ala no lo note. Afortunadamente, el cuarto de la bruja estaba vacío. Y las bolsas de monedas habían sido dejadas con una indiferencia que sólo una bruja inmortal más interesada en el derramamiento de sangre podría alcanzar. Elide llenó cuidadosamente sus bolsillos, la venda alrededor de su pecho y su zapato, para que no fueran descubiertas todas a la vez, para que no tintinearan. — ¿Estás loca? Elide se congeló. Asterin estaba recargada en la pared, con los brazos cruzados.
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La tercera estaba sonriendo, cada uno de sus dientes de acero resplandeciendo con la luz de la tarde. —Valiente, loca cosita— dijo la bruja, rodeando a Elide— No eres tan dócil como pretendes serlo ¿no? Oh, dioses. —Robarle a nuestra Líder del Ala… — Por favor, — susurró Elide. Rogando; tal vez eso funcionaría. — Por favor... Necesito irme de este lugar. — ¿Por qué?— una mirada a la bolsa con dinero hizo que se tensaran las manos de Elide. —Oí lo que estaba… lo que estaban haciendo con Yellowlegs. Mi tío. Si tengo… si tengo su sangre, no puedo permitir que me use de esa manera. —Huyendo por Vernon… Al menos ahora sabemos que no eres su espía, brujita. La bruja sonrió, y era casi tan aterradora como una de las sonrisas de Manon. Era por eso por lo que la había emboscado con esos conocimientos: Para ver a dónde correría Elide después. —No me llame así— dijo Elide. — ¿Es tan malo ser una bruja?— Asterin estiro sus dedos, apreciando sus uñas de acero en la leve luz. —No soy una bruja — ¿Qué eres, entonces? —Nada, No soy nadie. No soy nada. La bruja chasqueó su lengua. —Todos son algo. Incluso la bruja más ordinaria tiene su aquelarre. Pero ¿a ti quién te apoya, Elide Lochan? —Nadie— sólo Anneith, y Elide a veces pensaba que podría ser su imaginación. —No existe tal cosa como una bruja sola —No soy una bruja— dijo nuevamente. Y una vez que se fuera. Una vez que dejara este imperio agonizante, no sería nadie en absoluto. —No, con seguridad no es una bruja— cortó Manon desde la entrada, sus ojos dorados fríos. — Empieza a hablar. Ahora.
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Manon había soportado un día de mierda, lo que ya era decir algo, dado su siglo de existencia. El aquelarre de Yellowlegs había sido implantado en una cámara subterránea de la fortaleza, el cuarto llegaba dentro de la misma roca de la montaña. Manon había respirado una sola vez el ambiente de ese cuarto de camas alineadas y había salido nuevamente. Los Yellowlegs no la querían ahí, de cualquier manera, mientras fueran abiertos por hombres, mientras ese pedazo de piedra era cosido dentro de ellos. No, un Blackbeak no tenía lugar donde los Yellowlegs estuvieran vulnerables, y ella probablemente los pondría violentos y letales, como resultado. Así que había ido a entrenar, donde Sorrel le había pateado el trasero en su combate mano a mano. Entonces no había habido uno, no dos, pero tres diferentes peleas que interrumpir entre varios aquelarres, incluyendo a los Bluebloods, quienes estaban de alguna manera emocionados acerca del Valg. Habían conseguido narices rotas por sugerirle al aquejare Blackbeak que era su deber divino no soportar la implantación, pero también llegar tan lejos como emparejarse físicamente con el Valg. Manon no culpaba a sus Blackbeaks por negarse a la plática. Pero ella tendría que repartir castigo por igual entre ambos grupos. Y después esto. Asteria y Elide en sus habitaciones, la chica con ojos abiertos y apestando a terror, su Tercera parecía tratar de convencerla de unirse a sus filas. —Empieza a hablar ahora. Su temperamento; sabía que debía controlarlo, pero el cuarto olía a miedo humano, y este era su espacio.
Asterin dio un paso frente a la chica. —Ella no es una espía de Vernon, Manon. Manon les hizo el honor de escuchar mientras Asterin le contaba lo que había pasado. Cuando terminó, Manon cruzó sus brazos. Elide se encogía de miedo ante la puerta de la cámara de baño, la bolsa de monedas aún en sus manos. — ¿Dónde se dibuja la línea?— dijo Asterin silenciosamente. Manon mostró sus dientes. —Los humanos son para comer, utilizar y sangrar. No para ayudar. Si tiene sangre de bruja en ella, es una gota. No es suficiente para convertirla en una de nosotras. — Externó Manon hacia su Tercera— Eres una de las Trece. Tienes deberes y obligaciones, y aun así ¿es así como pasas tu tiempo?
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Aterin se mantuvo firme. — Dijiste que mantuviera un ojo en ella y lo hice. Llegué al fondo del asunto. Apenas ha superado ser una Brujilla, ¿Quieres que Vernon Lochan la lleve abajo a esa cámara? ¿O alguna de las otras montañas? —Me importa una mierda lo que Vernon haga con sus mascotas humanas. Pero una vez que las palabras salieron, se sentían repugnantes. —La traje aquí para que pudieras saber… —La trajiste aquí como premio para recuperar tu posición Elide seguía haciendo su mejor esfuerzo para camuflagearse con la pared. Manon tronó los dedos en dirección a la chica —Te llevaré de regreso a tu habitación. Quédate el dinero, si quieres. Mi tercera tiene una casa flotante llena de mierda de dragón heráldico que limpiar. —Manon— empezó Asterin. —Líder del Ala—gruñó Manon— Cuando hayas terminado de actuar como una simple mortal, podrás dirigirte a mí como Manon nuevamente. —Y aun así toleras a un dragón heráldico que huele flores y le hace ojos de perrito a esta chica. Manon casi la golpea; casi va por su garganta. Pero la chica estaba viendo, escuchando. Así que Manon tomó a Elide del brazo y tiró de ella hacia la puerta.
Elide mantuvo la boca cerrada mientras Manon la guiaba escaleras abajo. No preguntó cómo La Líder del Ala sabía dónde estaba su cuarto. Se preguntó si Manon la mataría una vez que hubieran llegado. Se preguntaba si rogaría y se humillaría una vez que llegara el momento. Pero después de eso, la bruja dijo: —Si tratas de sobornar a cualquiera aquí, ellos sólo te entregarían. Guarda el dinero para cuando huyas. Elide ocultó el temblor de sus manos y asintió. La bruja le dirigió una mirada de reojo, sus ojos dorados resplandeciendo a la luz de las antorchas.
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— ¿A dónde demonios correrías, de cualquier modo? No hay nada en cientos de millas. La única manera de que consigas una oportunidad es si te metieras en los…—resopló Manon— vagones de suministros. El corazón de Elide se hundió. —Por favor. Por favor no se lo digas a Vernon — ¿No crees que si Vernon quisiera usarte de esa manera, ya lo habría hecho? ¿Y por qué ponerte a jugar de sirvienta? —No lo sé. Le gustan los juegos; podría estar esperando que una de ustedes confirme lo que soy. Manon volvió a callar— hasta que doblaron una esquina. El estómago de Elide dio un vuelco cuando descubrió quien se encontraba frente a su puerta como si lo hubiera invocado con el pensamiento. Vernon usaba una de sus usuales túnicas vibrantes— hoy una color verde Terrasen—y sus cejas se levantaron ante la visión de Manon y Elide. — ¿Qué haces aquí?—dijo Manon, parándose frente a la pequeña puerta de Elide. Vernon sonrió. —Visitando a mi adorada sobrina, por supuesto. A pesar de que Vernon era más alto, Manon parecía mirar por debajo de su nariz hacia él, parecía más grande que él mientras mantenía el agarre en el brazo de Elide y decía: — ¿Con qué propósito? —Esperaba ver cómo se estaban llevando ustedes dos— ronroneó su tío— Pero…—Miró a la mano de Manon alrededor de la muñeca de Elide. Y a la puerta más allá de ellos. — Parece que no tenía necesidad de preocuparme. Le tomó un poco más entender a Elide que a Manon, quien enseñó sus dientes y dijo: —No tengo el hábito de forzar a mis sirvientes —Sólo asesinar hombres como cerdos, ¿cierto? —Sus muertes asemejan a su comportamiento en la vida— contestó Manon con tal calma que hizo que Elide se preguntara si debía empezar a correr. Vernon soltó una risa. Era tan diferente a su padre, quien había sido cálido, guapo y de hombros anchos—un año más que treinta cuando fue ejecutado por el rey. Su tío había observado la ejecución y sonreído. Y después había venido a contarle todo acerca de ello.
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— ¿Aliándote con las brujas? — le preguntó Vernon a Elide— Que despiadado de tu parte. Elide bajó su mirada al suelo. —No hay nada contra que aliarse, tío —Tal vez te mantuve muy protegida durante todos esos años, si crees eso. Manon inclinó su cabeza. — Di lo que quieras y márchate —Cuidado, Lídel del Ala—dijo Vernon— sabes exactamente dónde termina tu poder. Manon se encogió de hombros. — También sé exactamente dónde morder. Vernon sonrió y mordió el aire frente a él. Su entretenimiento se afilaba a algo feo cuando se giró hacia Elide. — Quería checar cómo estabas. Sé cuán difícil fue el día de hoy. Su corazón se detuvo. ¿Alguien le había contado acerca de la conversación en las cocinas? ¿Había un espía en la torre justo ahora? — ¿Por qué sería difícil para ella, humano?—La mirada de Mamon era tan fría como el acero. —Esta fecha siempre es difícil para la familia Lochan— dijo Vernon— Cal Lochan, mi hermano, era un traidor, como sabrás. Un líder rebelde durante unos pocos meses después de que Terrasen le fuera heredada al rey. Pero fue atrapado como el resto de los demás y ejecutado. Difícil para nosotros maldecir su nombre y de cualquier modo extrañarlo, ¿no, Elide? Fue como un golpe. ¿Cómo se le pudo olvidar? No había dicho sus plegarias, no había suplicado a los dioses que cuidaran de él. El aniversario de la muerte de su padre, y ella lo había olvidado, justo como el mundo se había olvidado de ella. Mantener su cabeza baja dejó de ser un acto, incluso con los ojos de la Líde del Ala postrados en ella. —Eres un gusano inútil, Vernon— dijo Mano— ve a escupir tus sandeces a otro lugar. — ¿Qué diría tu abuela— mencionó Vernon, metiendo sus manos a sus bolsillos—, acerca de tal comportamiento? El gruñido de Manon lo siguió mientras caminaba por el pasillo. Manon abrió la puerta de Elide, revelando un cuarto lo suficientemente grande para un catre y una pila de ropa. No le habían permitido traer ninguna de sus pertenencias, ninguno de los recuerdos que Finnula había ocultado todos estos años: la pequeña muñeca que su madre había traído de uno de sus viajes al continente del sur, el anillo de emblema de su padre, el peine de marfil de su madre— el primer regalo que Cal Lochan le había dado a Marion la lavandera cuando la cortejaba. Aparentemente, Marion la bruja, Dientes de Hierro, habría sido un mejor
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nombre. Manon cerró la puerta de una patada. Muy pequeño—el cuarto era muy pequeño para dos personas, especialmente cuando una de ellas era un adulto y dominaba el espacio sólo con respirar. Elide se recostó en el catre, sólo para liberar un poco de aire entre ella y Manon. La Líder del Ala, la observó por un largo momento y luego dijo: —Puedes elegir, brujita. Azul o rojo. — ¿Qué? — ¿Es tu sangre azul o roja? Tú decides. Si es azul, resulta que tengo jurisdicción sobre ti. Mierdas como Vernon no pueden hacer lo que les plazca con mi gente— no sin mi permiso. Si tu sangre es roja… Bueno, no tengo un particular interés en humanos, y ver lo que Vernon haga contigo podría ser entretenido. — ¿Por qué ofreces esto? Manon le dedicó una media sonrisa, toda dientes de acero y sin remordimiento. —Porque puedo. —Si mi sangre es… azul, ¿no confirmaría eso las sospechas de Vernon? ¿No actuará? —Es un riesgo que tendrás que tomar. Podrá tratar de actuar— y descubrir que lo conseguierá. Una trampa. Y Elide era la carnada. Reclamar su herencia como bruja y si Vernon la llevaba para ser implantada, Manon tendría el derecho de matarlo. Tenía la sensación de que Manon podría estar deseando eso. No era sólo un riesgo; era un suicidio y estúpido riesgo. Pero era mejor que nada. Las brujas, quienes no bajaban la mirada ante ningún hombre… Hasta que pudiera escapar, podría aprender una o dos cosas acerca de lo que era tener colmillos y garras. Y cómo usarlas. —Azul. —Susurró— Mi sangre es azul —Buena elección, brujita— dijo Manon y la palabra era un desafío y una orden. Se volteó, pero le lanzó una mirada sobre el hombro. — Bienvenida a los Blackbeaks. Bruja. Elide la observó. Probablemente había cometido el error más grande de su vida, pero… era raro. Una rara sensación de pertenencia.
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Capítulo 26 Corregido por Dafne Hein Traducido por Constanza Cornes —No estoy a punto de desfallecer —dijo Aedion a su prima, su reina, mientras ella lo ayudaba a caminar alrededor el techo. Esta era su tercera ronda, el brillo de la luna sobre las baldosas debajo de ellos. Era un esfuerzo mantenerse erguido, no por las palpitaciones constantes de su lado, pero desde el hecho de que Aelin –Aelin– estaba junto a él, con un brazo alrededor de su cintura. Una fresca brisa nocturna mezclada con el penacho de humo en el horizonte lo envolvió, enfriando el sudor de su cuello. Pero él giró su rostro, lejos del humo, respirando otro aire, uno mejor. Y encontró a la fuente de la misma frunciéndole el ceño. El exquisito aroma de Aelin lo tranquilizó, lo despertó. Nunca se cansaría de esa esencia. Era un milagro. Pero su gesto –no era un milagro. —¿Qué? —exigió. Había pasado un día desde que ella había luchado en Las Fosas –un día más para dormir. Esa noche, al amparo de la oscuridad, fue la primera vez que fue capaz de levantarse de la cama. Si hubiese estado encerrado por un momento más, comenzaría a derribar los muros. Había tenido suficiente con las jaulas y las prisiones. —Estoy haciendo mi evaluación profesional —dijo, manteniendo el ritmo a su lado. —¿Cómo una asesina, reina, o matona de Las Fosas? Aelin le dio una sonrisa –del tipo en el que le decía que se estaba debatiendo patearle o no el culo. —No estés celoso de que no tuviste oportunidad ante esos bastardos Valg. No era eso. Ella había estado enfrentando Valgs la noche anterior, mientras que él había yacido en cama, sin saber en absoluto que ella estaba en peligro. Trató de convencerse de que a pesar del peligro, a pesar de que había vuelto apestando a sangre y con heridas donde uno de ellos la había mordido, al menos ella había aprendido que Morath era donde la gente con magia se convertía en recipientes de los Valg.
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Trató de convencerse a sí mismo –y fracasó. Pero, tenía que darle espacio. Él no sería un prepotente y territorial bastardo Hada, como a ella le gustaba llamarlos. —Y si paso tu evaluación —dijo Aedion por fin—, ¿iremos directamente a Terrasen, o nos quedaremos esperando al Príncipe Rowan aquí? —El Príncipe Rowan —dijo ella, rodando los ojos—. Tú me sigues molestando para obtener detalles sobre el Príncipe Rowan– —Te amigaste de uno de los más grandes guerreros de la historia –tal vez el más grande guerrero vivo. Tu padre y sus hombres, todos me contaron historias sobre el príncipe Rowan– —¿Qué? Oh, había estado esperando para lanzar esa particular joya de información. —Los Guerreros del Norte todavía hablan de él. —Rowan nunca ha estado en este continente. Lo dijo con tanta naturalidad –Rowan. Ella realmente no tenía idea de a quién ahora consideraba un miembro de su corte, a quién habría liberado de su juramento Maeve. A quien frecuentemente se refería como un dolor en su culo. Rowan era el macho Hada purasangre más poderoso vivo. Y su olor estaba todo sobre ella. Y sin embargo, ella no tenía una maldita idea. —Rowan Whitethorn es una leyenda. Y también lo son su– ¿cómo los llamas? —Compañeros —dijo con tristeza. —Seis de ellos... —Aedion dejó escapar un suspiro—. Estábamos acostumbrados a contar historias sobre ellos durante las fogatas. Sus batallas, hazañas y aventuras. Exhaló por la nariz. —Por favor, por favor, nunca le digas eso. Nunca escucharé el final del mismo, y él lo utilizará en cada discusión que tengamos. Honestamente, Aedion no sabía lo que le iba a decir a los compañeros, porque habían muchas, muchas cosas qué decir. Expresar su admiración sería la parte más fácil. Pero cuando se trataba se trataba de darle las gracias por lo que había hecho por Aelin esta primavera, o qué, exactamente, esperaba Rowan como miembro de su corte –si el Príncipe Hada esperaba por ofrecer el juramento de sangre, entonces… Era un esfuerzo no apretar su agarre en Aelin. Ren ya sabía que el juramento de sangre era de Aedion por derecho, y cualquier otro niño de Terrasen lo sabría, también. Así que lo primero que haría Aedion cuando llegara el príncipe sería asegurarse de que entendiera ese pequeño detalle. No era como en Wendlyn, donde a los guerreros se les ofrecía el juramento cuando su gobernante quería. No –desde que Brannon había fundado Terrasen, sus reyes y reinas habían elegido sólo a una
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persona de su corte para realizar el juramento de sangre, por lo general durante su coronación o poco después. Sólo uno, durante toda su vida. Aedion no tenía ningún interés en ceder el honor, incluso al legendario príncipe guerrero. —De todos modos —dijo Aelin bruscamente cuando doblaron la esquina del techo de nuevo—, no vamos a Terrasen –al menos no todavía. No hasta que estés lo suficientemente bien como para viajar duro y rápido. En este momento, tenemos que conseguir el Amuleto de Orynth de Arobynn. Aedion estaba medio tentado a cazar a su antiguo maestro y rasgarlo en pedazos mientras lo interrogaba acerca de dónde guardaba el amuleto, pero podía seguir su plan. Todavía estaba débil, tanto que apenas había sido capaz de permanecer parado el tiempo suficiente para mear. Tener a Aelin ayudándole la primera vez había sido lo suficientemente incómodo que ni siquiera pudo hacerlo hasta que ella comenzó a cantar una canción obscena desde el fondo de sus pulmones y abría el grifo del fregadero, todo mientras lo observaba desde el inodoro. —Dame un día o dos, y yo te ayudaré a atrapar a uno de esos malditos demonios para él —rabia se estrelló contra él, tan duro como cualquier golpe físico. El Rey de los Asesinos le había exigido a ella ponerse en tal peligro –como si su vida, como si el destino de su reino, fuera un maldito juego de dioses para él. Pero Aelin... Aelin había golpeado esa negociación. Por él. Una vez más, respirar se hizo duro. ¿Cuántas cicatrices añadiría a su esbelto, poderoso cuerpo por su culpa? Entonces Aelin dijo: —Tú no vas a cazar Valgs conmigo. Aedion tropezó. —Oh, sí, lo haré. —No, no lo harás —dijo ella—. Uno, eres demasiado reconocible– —Ni siquiera comiences. Ella lo observó durante un largo rato, como si evaluara cada una de sus debilidades y fortalezas. Finalmente dijo: —Muy bien. Casi se hundió en alivio. —Pero después de todo eso, el Valg, el amuleto —presionó Aedion—, liberaremos la magia — un leve asentimiento—. Supongo que tienes un plan —otro asentimiento. Apretó los dientes—. ¿Te importaría compartirlo? —Pronto —dijo dulcemente.
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Que los dioses lo ayuden. —Y después de concretar tú misterioso, maravilloso plan, iremos a Terrasen —él no quería preguntarle acerca de Dorian. Había visto la angustia en su rostro ese día en el jardín. Pero si ella no podía poner al principito en su lugar, él lo haría. No iba a disfrutar de ello, y el capitán muy bien podría matarlo a cambio, pero para mantener Terrasen a salvo, cortaría la cabeza de Dorian. Aelin asintió. —Sí, vamos a ir, pero, sólo tienes una legión. —Hay hombres que lucharían y otros territorios que podrían venir si tú los llamas. —Podemos hablar de esto más tarde. Él refrenó su temperamento. —Tenemos que estar en Terrasen antes de que el verano se termine –antes de que la nieve comience a caer en otoño, o tendremos que esperar hasta la primavera —ella asintió, distante. Ayer por la tarde, había enviado las cartas que Aedion le había pedido que escribiera a Ren, a la Perdición, y a los restantes Lords leales de Terrasen, haciéndoles saber que se habían reunido, y que cualquiera con la magia en sus venas debía permanecer con el perfil bajo. Sabía que el resto de Lords –los viejos, astutos bastardos– no apreciarían órdenes como esas, incluso de su reina. Pero tenía que intentarlo. —Y —añadió, porque ella realmente lo iba a callar sobre esto—, vamos a necesitar dinero para ese ejército. —Lo sé —dijo en voz baja. No era una respuesta. Aedion intentó de nuevo. —Incluso si los hombres se comprometen a luchar solo por su honor, nos encontramos con una mejor oportunidad de tener un mayor número de soldados si podemos pagarles. Sin hablar de alimentarlos, y armarlos y suministrarlos —desde hace años, él y la Perdición habían pasado de taberna en taberna, levantando en silencio fondos para sus propios refuerzos. Todavía lo mataba ver a los más pobres del pueblo arrojando monedas producto de trabajo arduo en los tarros que pasaban alrededor, para ver la esperanza en su demacrado rostro con cicatrices. —El Rey de Adarlan vació nuestras arcas reales; fue una de las primeras cosas que hizo. El único dinero que tenemos proviene de lo que sea nuestra gente pueda donar –que no es mucho, o lo que es otorgado por Adarlan. —Otra forma de mantener el control durante todos estos años —murmuró. —Nuestra gente está arruinada. No tienen ni dos monedas de cobre para sobrevivir en estos días, y mucho menos para pagar impuestos.
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—Yo no subiría los impuestos a pagar por una guerra —dijo bruscamente—. Y yo preferiría no prostituirnos a nosotros mismos a naciones extranjeras para conseguir préstamos, tampoco. Todavía no, de todos modos —la garganta de Aedion se apretó ante la amargura de su tono mientras ambos pensaban en alguna otra manera para conseguir dinero y hombres. Pero no se atrevía a mencionar la venta de su mano en matrimonio a un rey extranjero rico –todavía no. Así que dijo: —Es algo para empezar a contemplar. Si la magia es, en efecto liberada, podríamos reclutar a los Portadores para nuestro bando –ofrecerles instrucción, dinero, refugio. Imagina a un soldado que pudiera matar con una espada y con magia. Se podría cambiar el curso de una batalla. Las sombras parpadeaban en sus ojos. —En efecto. Él consideró su postura, la claridad de su mirada, su rostro cansado. Demasiado –había enfrentado y sobrevivido demasiado. Había visto las cicatrices –los tatuajes que las cubrían– asomándose por el cuello de su camisa de vez en cuando. Todavía no se había atrevido a preguntar para verlos. El vendaje sobre la mordedura en su brazo no era nada comparado a ese dolor, y los muchos otros dolores que no había mencionado, y todas las cicatrices que poseía. Las cicatrices de ambos. —Y entonces —dijo, aclarándose la garganta—, está el juramento de sangre —había tenido interminables horas en la cama para compilar esa lista. Ella se puso rígida, tanto que Aedion rápidamente añadió—. Tú no tienes qué hacerlo, no todavía. Pero cuando esté lista, yo lo estaré. —¿Todavía quieres jurarme a mí? —su voz era plana. —Por supuesto que sí —mandó la precaución al infierno y le dijo—. Fue mi derecho entonces –y ahora. Puede esperar a que lleguemos a Terrasen, pero seré yo quien lo tome. Nadie más. Su garganta se agitó. —Claro —una respuesta sin aliento que no podía interpretar. Ella lo soltó y se dirigió hacia una de las pequeñas áreas de entrenamiento para poner a prueba su brazo lesionado. O tal vez ella quería alejarse de él –tal vez había abordado el tema de la manera equivocada. Él cojeó hacia el tejado que no tenía la puerta abierta, y el capitán apareció. Aelin ya estaba caminando hacia Chaol con un enfoque predatorio. Él odiaría tener que estar en la entrada de esa puerta. —¿Qué sucede? —dijo. Él odiaría ser el receptor de ese saludo, también. Aedion cojeó hacia ellos mientras Chaol pateaba la puerta, que se cerró detrás de él.
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—El Mercado de las Sombras se ha ido. Aelin se detuvo en seco. —¿Qué quieres decir? El rostro del capitán estaba apretado y pálido. —Los soldados Valg. Fueron al mercado esta noche y sellaron las salidas con todos dentro. Luego lo quemaron. Las personas que trataron de escapar por las alcantarillas se encontraron con guarniciones de soldados esperándolos allí, con las espadas listas. Eso explicaba el humo en el aire, la columna de humo en el horizonte. Dioses santos. El rey tuvo que haber perdido la cabeza –le había dejado de importar en absoluto la opinión del público. Los brazos de Aelin se aflojaron a sus costados. —¿Por qué? —el ligero temblor en su voz le puso a Aedion los pelos de punta, los instintos de Hada rugiendo para callar al capitán, para arrancarle la garganta, para ponerle fin a la causa de su dolor y miedo– —Debido a que se corrió la voz de que los rebeldes que lo liberaron —Chaol lanzó una mirada filosa en dirección a Aedion—, se reunían en el Mercado de las Sombras para comprar suministros. Aedion llegó a su lado, lo bastante cerca como para ver la tensión en la cara del capitán, la delgadez que no había estado allí semanas atrás. La última vez que habían hablado. —¿Y supongo que me culpas a mí? —dijo Aelin, con la suavidad de la medianoche. Un músculo parpadeó en la mandíbula del capitán, Ni siquiera asintió para saludar a Aedion, ni reconoció los meses que habían pasado trabajando juntos, lo que había sucedido en la habitación de esa torre– —El rey podría haber ordenado la masacre de cualquier forma —dijo Chaol, la cicatriz delgada en su rostro intenso ante la luz de la luna—. Pero él eligió el fuego. Aelin estaba imposiblemente quieta. Aedion gruñó. —Eres un idiota por sugerir que el ataque es un mensaje para ella. Chaol volvió su atención hacia él. —¿Crees que no es cierto? Aelin ladeó la cabeza. —¿Has venido hasta aquí para lanzarme acusaciones en mi cara?
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—Tú me dijiste que pasara esta noche —respondió Chaol, y Aedion estaba medio tentado a golpear sus dientes hacia su garganta por el tono que utilizó—, pero vine a preguntarte por qué no te has movido de la torre del reloj. ¿Cuántos inocentes más van a quedar atrapados en el fuego cruzado de esto? Fue un esfuerzo de su parte mantener la boca cerrada. No necesitó hablar por Aelin, quien dijo con un veneno impecable: —¿Estás sugiriendo que no me importa? —Arriesgaste todo –múltiples vidas, para que un solo hombre saliera. Creo que piensas de esta ciudad, y de sus ciudadanos, como reemplazables. Aelin dijo entre dientes: —¿Hace falta que te recuerde, Capitán, que fuiste a Endovier y ni siquiera parpadeaste ante los esclavos, en las fosas comunes?¿Necesito recordarte, que yo estaba muerta de hambre y encadenada, y tú dejaste que el Duque Perrington me obligara a postrarme ante los pies de Dorian, mientras tú no hacías nada? ¿Y ahora tienes la cara para acusarme de no preocuparme, cuando muchas de las personas de esta ciudad se han beneficiado de la sangre y la miseria de las mismas personas que has ignorado? Aedion sofocó el gruñido que subía por su garganta. El capitán jamás mencionó eso sobre la reunión inicial con su reina. Nunca dijo que no había intervenido mientras ella estaba siendo maltratada y humillada. ¿Había el capitán siquiera parpadeado ante las cicatrices en su espalda, o simplemente las examinó como si fuera un animal? —No me culpes a mí —Aelin respiró—. No me eches la culpa a mí por el Mercado de las Sombras. —Esta ciudad todavía necesita protección —espetó Chaol. Aelin se encogió de hombros, en dirección a la puerta de la azotea. —O tal vez esta ciudad debe arder —murmuró. Un escalofrío recorrió la espalda de Aedion, aunque sabía que ella lo había dicho para molestar al capitán—. Tal vez el mundo debería quemarse —añadió, y se alejó de la azotea. Aedion se giró hacia el capitán. —Si tú quieres escoger una pelea, tú vienes hacia mí, no hacia ella. El capitán se limitó a sacudir la cabeza y miró a través de los barrios bajos. Aedion siguió su mirada, hacia la capital parpadeante alrededor de ellos. Había odiado esta ciudad desde la primera vez que había visto las paredes blancas, el castillo de cristal. Había tenido diecinueve años, y se había acostado y deleitado en su camino desde un extremo de Rifthold al otro, tratando de encontrar algo, cualquier cosa, para explicar por qué Adarlan pensaba que era tan malditamente superior, por qué Terrasen había caído de rodillas ante estas personas. Y cuando Aedion había terminado con las mujeres y las fiestas, después de que Rifthold había
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vertido sus riquezas a sus pies y le rogó por más, más, más, él todavía la odiaba –incluso más que antes. Y todo ese tiempo, y cada vez después, no había tenido ni idea de que lo que realmente buscaba, con lo que su destrozado corazón aún soñaba, estaba viviendo en una casa de asesinos a pocas cuadras de distancia. Finalmente, el capitán dijo: —Te ves más o menos en una pieza. Aedion le dio una sonrisa lobuna. —Y tú no lo estarás más, si vuelves a hablarle de esa manera otra vez. Chaol negó con la cabeza. —¿Has aprendido algo sobre Dorian mientras estabas en el castillo? —¿Tú insultas a mi reina y todavía tienen el descaro de pedirme esa información? Chaol se frotó las cejas con el pulgar y el índice. —Por favor –sólo dime. Hoy ha sido lo suficientemente malo. —¿Por qué? —He estado cazando a los comandantes Valg en las alcantarillas desde la lucha en Las Fosas. Los rastreamos hacia sus nuevos nidos, gracias a los dioses, pero no hallamos ni rastro de seres humanos prisioneros. Sin embargo, ha desaparecido más gente que nunca –en frente de nuestras narices. Algunos de los otros rebeldes quieren abandonar Rifthold. Establecerse en otras ciudades en anticipación de los Valg esparciéndose. —¿Y tú? —No me voy sin Dorian. Aedion no tenía el corazón para preguntarle si eso significaba vivo o muerto. Él suspiró. —Vino hacia mí en las mazmorras. Se burló de mí. No había ni rastro de humanidad dentro de él. Ni siquiera sabía quién era Sorscha —y entonces, tal vez porque se sentía particularmente amable, gracias a la bendición de cabellos dorados que se encontraba en el departamento de abajo, Aedion dijo—. Lo siento –por lo de Dorian. Los hombros de Chaol se hundieron, como si un peso invisible se apoyara sobre ellos. —Adarlan necesita tener un futuro. —Entonces hazte rey. —No soy digno de ser rey —el odio a sí mismo en esas palabras hizo que Aedion sintiera pena por el capitán, a su pesar. Planes –Aelin tenía planes para todo, parecía. Ella había invitado
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al capitán esa noche, se dio cuenta, no para hablar de cualquier cosa con ella, pero por esta misma conversación. Se preguntó cuándo iba a empezar a confiar en él. Esas cosas tomaban tiempo, se recordó. Estaba acostumbrada a una vida de secretismo; aprender a depender de él tomaría unos cuantos ajustes. —Puedo pensar en peores alternativas —dijo Aedion—. Como Hollin. —Y, ¿qué van a hacer tú y Aelin respecto a Hollin? —preguntó Chaol, mirando hacia el humo— . ¿Dónde se traza la línea? —Nosotros no matamos a los niños. —¿Incluso a los que ya muestran signos de corrupción? —No tienes el derecho de lanzar ese tipo de mierda en nuestros rostros -no cuando tu rey asesinó a nuestra familia. A nuestra gente. Chaol parpadeó. —Lo siento. Aedion negó con la cabeza. —No somos enemigos. Tú puedes confiar en nosotros –confiar en Aelin. —No, no puedo. No más. —Entonces es tu pérdida —dijo Aedion—. Buena suerte. Era todo lo que realmente tenía para ofrecerle al capitán.
Chaol salió de la vivienda-almacén y cruzó la calle hasta donde Nesryn estaba apoyada contra un edificio, con los brazos cruzados. Bajo las sombras de su capucha, su boca se curvó hacia un lado. —¿Qué pasó? Continuó por la calle, su sangre rugiendo en sus venas. —Nada. —¿Qué dijeron? —Nesryn se mantuvo, paso a paso con él. —No es asunto tuyo, así que déjalo. El hecho de que trabajemos juntos no significa que tienes el derecho a saber todo lo que pasa en mi vida. Nesryn se tensó casi imperceptiblemente, y parte de Chaol se estremeció, anhelando poder
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tomar las palabras de nuevo. Pero era cierto. Había destruido todo el día en que huyó del castillo –y tal vez había elegido andar con Nesryn porque no había nadie más que no lo mirara con lástima en sus ojos. Tal vez había sido egoísta de su parte hacerlo. Nesryn no se molestó con un adiós antes de desaparecer por un callejón. Al menos no podía odiarse a sí mismo más de lo que ya lo hacía.
Mentirle a Aedion sobre el juramento de sangre fue... espantoso. Ella le diría –encontraría una forma de hacerlo. Cuando las cosas fuesen menos nuevas. Cuando dejara de mirarla como si fuera un maldito milagro y no una cobarde, mentirosa pieza de mierda. Tal vez lo del Mercado de las Sombras había sido culpa suya. En cuclillas en una azotea, Aelin sacudió el manto de la culpa y rabia que la habían asfixiado durante horas y fijó su atención en el callejón de abajo. Perfecto. Ella había seguido a varias patrullas diferentes esta noche, y se dio cuenta de que de los comandantes, aquellos que llevaban anillos negros parecían más brutales que el resto, que ni siquiera trataban de moverse como humanos. El hombre –¿o era un demonio ahora?– que se arrastraba abrió una alcantarilla en la calle de abajo era uno de los más leves. Había querido seguirle más de cerca hacia donde él tenía su nido, para que ella pudiera al menos darle a Chaol la información –para que viera cuán interesada estaba en el bienestar de esta ciudad pobre. Los hombres de este comandante se habían dirigido hacia el brillante palacio de cristal, la espesa niebla del río envolviendo a toda la ladera en una luz verdosa. Pero él se había desviado, hacia el fondo en los barrios bajos y las alcantarillas por debajo de ellos. Ella lo vio desaparecer a través de la rejilla de la alcantarilla, y luego con destreza se bajó de la azotea, apresurándose hacia la entrada más cercana que la conectaría a la suya. Tragándose ese viejo miedo, silenciosamente entró en las alcantarillas de una o dos cuadras abajo de donde había subido, y escuchó con atención. El agua goteando, el hedor de la basura, el correteo de las ratas... Y salpicando pasos por delante, en torno a la próxima gran intersección de túneles. Perfecto. Aelin mantuvo sus cuchillas ocultas en el traje, no queriendo que se oxiden con la humedad de la alcantarilla. Se aferró a las sombras, sus pasos sin sonido mientras se acercaba a la encrucijada y se asomaba por la esquina. Efectivamente, el comandante Valg fue a zancadas a
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través del túnel, de espaldas a ella, dirigiéndose más profundo del mismo. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se deslizó por la esquina, manteniéndose en la oscuridad, evitando las manchas de luz que brillaban a través de las rejillas de arriba. Túnel tras túnel, ella lo siguió, hasta que llegó a una enorme piscina. Estaba rodeada de paredes en ruinas cubiertas de suciedad y musgo, tan antiguas que se preguntó si habían estado entre las primeras construcciones de Rifthold. Pero no era el hombre arrodillado frente a la piscina, con sus aguas alimentadas por ríos que serpenteaban desde cualquier dirección, que le quitaron el aliento e hicieron que el pánico inunde sus venas. Era la criatura que emergía del agua.
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Capítulo 27 Traducido por Micaela Libedinsky Corregido por Constanza Cornes La criatura emergió, su cuerpo de piedra negra cortando a través del agua con apenas un murmullo. El comandante Valg se arrodilló ante él, con su cabeza hacia abajo, sin mover un músculo mientras el horror desenrollaba a su altura completa. El corazón le saltó a un ritmo salvaje, e intentó calmarlo mientras observaba los detalles de la criatura que ahora estaba parado en la piscina sumergido hasta la cintura, con agua goteando de sus enormes brazos y su alargado hocico. Lo había visto antes. Una de ocho criaturas talladas en la propia torre del reloj; ocho gárgolas que una vez había jurado que… la miraban. Le sonreían. ¿Era la que faltaba en la torre o habían sido las estatuas talladas basándose en esta monstruosidad? Ella intentó endurecer sus rodillas. Una débil luz azul comenzó a brillar debajo de su traje –demonios. El Ojo. Nunca era un buen signo cuando brillaba –nunca, nunca, nunca. Puso una mano sobre él, apagando el levemente perceptible brillo. —Reporte —siseó la cosa siseó a través de una boca de negros dientes de piedra. Sabuesos del Wyrd –así lo llamaría. Incluso aunque se no parecía en lo más remoto a un perro tenía el presentimiento de que la cosa–gárgola podía rastrear y cazar tan bien como cualquier canino. Y obedecía a su maestro bien. El comandante Valg mantuvo su cabeza baja. —No hay signos del general, o los que lo ayudaron a escaparse. Hemos escuchado ha sido visto dirigiéndose por la carretera sur, cabalgando con otros cinco hacia Fenharrow. Envié dos patrullas a por ellos. Podía agradecer a Arobynn por eso.
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—Sigue buscando —dijo el Sabueso del Wyrd, con luz tenue brillando en las iridiscentes venas que recorrían su piel de obsidiana—. El general fue herido, no puede haber ido muy lejos. La voz de la criatura la congeló. No era la voz de un demonio, o un hombre. Pertenecía al rey. No quería saber qué tipo de cosas había hecho para ver a través de los ojos de esta cosa, hablar a través de su boca. Un estremecimiento recorrió su espalda mientras retrocedía por el túnel. El agua al lado de la elevada pasarela era lo suficiente poco profunda como para que la criatura no pudiera nadar a través de ella, pero... no se atrevió a respirar demasiado fuerte. Oh, le daría Arobynn su comandante Valg, definitivamente. Y luego dejaría que Chaol y Nesryn los cazaran hasta su extinción. Pero no lo haría hasta que tuviera la oportunidad de hablar con uno por su cuenta. Le tomó diez calles dejar de temblar, diez calles para considerar si siquiera les diría lo que había visto y lo que había planeado –pero atravesar la puerta y ver a Aedion junto a la ventana fue suficiente para devolverla a su eje otra vez. —Como podrás ver —dijo, arrastrando las palabras mientras echaba hacia atrás su capucha—. Estoy viva e ilesa. —Tú dijiste dos horas –estuviste fuera cuatro. —Tenía cosas que hacer –cosas que solo yo puedo hacer. Para lograr hacer esas cosas necesitaba salir. No estás en condición de estar en las calles, especialmente si hay peligro– —Juraste que no habría nada peligroso. —¿Me veo como un oráculo? Siempre hay peligro –siempre. Eso no era ni siquiera la mitad de ello. —Hueles como las malditas alcantarillas —él espetó—. ¿Quieres decirme que estabas haciendo ahí? No. No realmente. Su primo se restregó la cara. —¿Entiendes como fue sentarme sobre mi trasero mientras estabas afuera? Dijiste dos horas. ¿Qué se supone que debía pensar? —Aedion —dijo, tan calmada como pudo, y se quitó los guantes sucios antes de tomar su ancha y callosa mano—. Lo entiendo. En serio lo hago.
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—¿Qué estabas haciendo que era tan importante que no podía esperar un día o dos? —sus ojos estaban muy abiertos, suplicando. —Investigando. —Eres buena en decir medias verdades, ¿no es así? —Primero, solo porque eres… tú, no te da derecho a saber todo lo que hago. Segundo… —Y empiezas con tus listas otra vez. Ella apretó su mano lo suficiente como para romper los huesos de otro hombre más pequeño. —Si no te gustan mis listas no empieces peleas conmigo. Él la miró fijamente, ella le devolvió la mirada. Inflexibles, irrompibles. Cortados de la misma tela. Aedion suspiró, y miró a sus manos unidas, y luego abrió la suya para examinar su mano llena de cicatrices, entrecruzándose con las marcas de su juramento a Nehemia y el corte que se había hecho en el momento en que ella y Rowan se habían vuelto carrranam, su magia uniéndolos en un lazo eterno. —Es difícil no pensar que todas tus cicatrices son mi culpa. Oh. Oh Le tomo una respiración o dos, pero se las arregló para torcer su mentón, en un sutil ángulo y decir. —Por favor. Realmente merecí la mitad de estas cicatrices. Le mostró una pequeña cicatriz en la parte inferior de su antebrazo. —¿Ves esa? Un hombre en una taberna me cortó con una botella después de que hice trampa en una ronda de cartas e intenté quedarme con su dinero. Él dejó escapar un sonido ahogado. —¿No me crees? —Oh, si te creo. No sabía que eras tan mala jugando a las cartas que tenías que recurrir a hacer trampa. Ella rió silenciosamente, pero el miedo aún persistía. Abrió el cuello de su túnica para revelar un pequeño collar de cicatrices. —Baba Yellowlegs, Matrona del Clan de brujas Yellowlegs me hizo estas cuando intentó matarme. Yo la decapité, luego corté su cuerpo en pequeños trozos y los quemé en el horno que había en su vagón.
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—Me preguntaba quién había matado a Yellowlegs —lo podría haber abrazado por haber dicho eso –por la falta de disgusto o miedo en sus ojos. Caminó hasta la mesa buffet y sacó una botella de vino del interior del gabinete. —Estoy sorprendida de que ustedes, bestias, no se hayan tomado todo mi buen alcohol en los últimos meses —frunció el ceño al ver el interior del gabinete—. Parece que uno de ustedes se tomó el brandy. —El abuelo de Ren —dijo Aedion, siguiendo sus movimientos con la mirada desde su lugar cerca de la ventana. Abrió la botella de vino y no se molestó en buscar una copa mientras se dejaba caer en el sofá y bebía. —Ésta —dijo, señalando una cicatriz cerca de su codo. Aedion rodeó el sofá para sentarse junto a ella. Tomó casi la mitad de la maldita cosa—. El Señor de los Piratas de la Bahía del Cráneo me la dio luego de que destrozara su ciudad entera, liberara sus esclavos y me viera malditamente bien mientras lo hacía. Él agarró la botella de vino y bebió de ella. —¿Alguien alguna vez te ha enseñado humildad? —¿Tú no aprendiste a ser humilde, por qué yo debería? Aedion rió, y luego le enseñó su mano izquierda. Varios de sus dedos estaban torcidos. —En los campos de entrenamiento uno de esos bastardos Adarlanianos me rompía cada dedo cuando le respondía. Luego me los rompía en un segundo lugar porque no paraba de insultarlo después. Ella silbó a través de sus dientes, aunque estaba maravillada por la valentía, el desafío. Incluso el orgullo con su primo se mezclaba con un dejo de vergüenza por sigo misma. Él se levantó la camisa para revelar un abdomen musculoso donde una gruesa y dentada cicatriz bajaba en diagonal desde sus costillas hasta su ombligo. —Batalla cerca de Rosamel. Cuchillo de caza serrado, de seis pulgadas, curvado en la punta. El maldito me lo clavó aquí —dijo, señalando la parte de arriba y luego arrastró su dedo hacia abajo— y luego cortó hacia el sur. —Mierda —dijo—. ¿Cómo demonios sigues respirando? —Suerte, y que fui capaz de moverme mientras lo arrastraba hacia abajo, evitando que me destripara. Al menos, aprendí la importancia de escudarse después de eso. Siguieron pasándose el vino entre ellos, durante la tarde y la noche. Una por una, ellos contaron las historias de las heridas acumuladas en sus años separados. Y luego de un tiempo, ella se sacó su traje y se dio vuelta para enseñarle su espalda –para enseñarle sus cicatrices, y los tatuajes sobre ellas.
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Cuando ese volvió a reclinar en el sillón, Aedion le enseñó una cicatriz a través de su pectoral, de la primera batalla que peleó, cuando finalmente pudo ganar la espada de Orynth –la espada de su padre. Él fue hasta el cuarto que ahora ella consideraba suyo y, cuando volvió, cargaba una espada en sus manos mientras se arrodillaba. —Esto te pertenece —dijo con voz ronca. Ella dobló las manos de Aedion alrededor de la vaina, incluso mientras su corazón se fracturaba al ver la espada de su padre, por lo que él había hecho para conseguirla, para mantenerla a salvo. —Te pertenece Aedion. Él no bajó la hoja. —Era solo para cuidarla. —Te pertenece —dijo otra vez—. No hay nadie más que la merezca —ni siquiera ella, se dio cuenta. Aedion tomó aire temblorosamente e inclinó su cabeza. —Eres un triste borracho —le dijo y él rió. Dejó la espada en la mesa detrás de él y se dejó caer de nuevo en el sillón. Él era tan grande que casi la tira al piso, y lo miró mientras se enderezaba. —No rompas mi sillón, tú, descomunal bruto. Aedion le revolvió el pelo y estiró sus largas piernas delante de él. —Diez años, y esa es la manera de tratarme de mi amada prima. Ella le dio un codazo en las costillas.
Dos días más pasaron, y Aedion se estaba volviendo loco, especialmente porque Aelin continuaba saliendo para volver cubierta de inmundicia y apestando a la dimensión de un fuego de Hella. El ir a la azotea para tomar aire fresco no era lo mismo que salir, y el apartamento era tan pequeño que estaba empezando a contemplar la posibilidad de dormir en el almacén escaleras abajo para tener alguna sensación de espacio. Siempre se sentía de esa manera, ya sea en Rifthold u Orynth o en los mejores lugares, si estaba mucho tiempo sin caminar a través de un campo o un bosque, sin el viento soplando contra su cara. Por los dioses, incluso preferiría el campo de batalla de la Perdición antes que esto. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a sus hombres, reído con ellos, es-
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cuchado y envidiado secretamente sus historias acerca de sus familias, sus hogares –pero ya no, no ahora que su familia había vuelto a él, no ahora que Aelin era su hogar. Incluso si las paredes de su casa lo aplastaban. Debió haber parecido tan enjaulado como se sentía, porque ella rodó los ojos cuando regresó al departamento esa tarde. —Está bien, está bien —dijo, levantando sus manos—. Prefiero hacer que te destroces a ti mismo que destruyas mis muebles por el aburrimiento. Eres peor que un perro. Sonrió, enseñando los dientes. —Mi objetivo es impresionar. Entonces se armaron y se vistieron con capas y dieron dos pasos fuera antes de que detectara un aroma femenino, como menta y alguna especia que no podía identificar –acercándose. Rápido. Había olido ese aroma antes, pero no podía ubicarlo. Dolor azotaba sus costillas mientras agarraba su daga, pero Aelin dijo: —Es Nesryn. Relájate. De hecho, la mujer que se acercaba levantó una mano en señal de saludo, a pesar de que estaba tan envuelta en su capa que él no podía ver nada de la bonita cara debajo. Aelin se encontró con ella en la mitad de la calle, moviéndose con facilidad en su traje negro, y no se molestó en esperarlo antes de decir: —¿Está algo mal? La atención de la mujer cambió de Aedion a su reina. Él no había olvidado ese día en el castillo, la flecha que ella había disparado y la flecha con la que le había apuntado. —No. Vine a transmitir el reporte de los nuevos nidos que hemos encontrado. Pero puedo volver después, si están ocupados. —Solo estamos saliendo —dijo Aelin—, a conseguirle al general una bebida. El cabello de Nesryn, largo por la altura del hombro, se movió bajo la capucha mientras ladeaba su cabeza. —¿Quieren un par de ojos extra cuidando su espalda? Abrió su boca para decir que no, pero Aelin se veía contemplativa. Ella lo miró por encima de su hombro, analizando su condición para saber si en verdad necesitaban otra espada para pelear con ellos. Si estuviera en La Perdición la podría haber tacleado ahí mismo. —Lo que yo necesito es una cara bonita que no pertenezca a mi prima. Se ve como si pudieras ser tú —dijo, arrastrando las palabras.
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—Eres insufrible —dijo Aelin—. Y odiaría decírtelo, pero el capitán no estaría muy contento si intentas hacer un movimiento con Faliq. —No es de esa manera —dijo Nesryn seriamente Aelin levantó un hombro. —No sería diferente para mí si lo fuera —la pura, honesta verdad. Nesryn sacudió la cabeza. —No te estaba considerando –pero no es de esa manera. Creo que a él gusta ser miserable —la rebelde movió su mano quitándole importancia al asunto—. Podríamos morir cualquier día, a cualquier hora. No le veo el sentido a meditarlo. —Bueno, parece que tienes suerte Nesryn Faliq —dijo Aelin—. Resulta que estoy tan harta de mi primo como él lo está de mí. Nos vendría bien nueva compañía. Él formó un arco con su brazo, haciendo que sus costillas dolieran, y señaló hacia la calle delante de ellos. —Después de ti. Nesryn lo miró de arriba a abajo, como si pudiera ver exactamente donde su herida dolía con agonía, y luego siguió a la reina. Aelin los llevo a una taberna con una reputación cuestionable, que estaba un par de calles más adelante. Con impresionante arrogancia y amenaza, echó a una pareja de ladrones sentados en una mesa en el fondo. Solo tomo una mirada a sus armas, a ese absolutamente malvado traje suyo, para que decidieran que les gustaba tener sus órganos cerca de su cuerpo. Los tres se quedaron en la taberna hasta la última llamada, tan encapuchados que apenas podían reconocerse el uno al otro, jugando cartas y rechazando las numerosas ofertas de unirse a otros jugadores. Ellos no tenían dinero para desperdiciar en juegos reales, y por eso utilizaban algunos frijoles secos, que Aedion persuadió a la mesera para que les diera. Nesryn apenas había hablado mientras ganaba partida tras partida, lo que Aedion pensaba que era bueno, dado que aún no había decidido si quería matarla por la flecha que había disparado. Pero Aelin le preguntó acerca de la panadería de su familia, acerca de la vida de sus padres en el Continente del Sur, acerca de su hermana y sus sobrinos y sobrinas. Cuando al fin se fueron del salón de bebidas, ninguno se había atrevido a emborracharse en público, y ninguno estaba demasiado entusiasmado por volver a dormir, por lo que caminaron por los callejones de los barrios pobres. Aedion saboreó cada paso de libertad. Había estado encerrado en esa celda por semanas. Eso había abierto una vieja herida, una sobre la que no le había hablado a Aelin ni a nadie más, a pesar de que sus guerreros de más alto rango en la Perdición lo sabían, solo porque lo habían ayudado a efectuar su venganza años después del incidente. Él todavía estaba meditando acerca de ello mientras caminaban por un estrecho callejón, lleno de niebla, con sus
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piedras oscuras con reflejos plateados por la luz de la luna. Escuchó el sonido de botas en la piedra antes de que sus compañeras lo hicieran, con su audición de Hada, y puso un brazo delante de ellas, quienes se congelaron con experto silencio. Olió el aire, pero el desconocido caminaba a favor del viento. Así que escuchó. Sólo una persona, juzgando por las pisadas prácticamente silenciosas que atravesaron el muro de niebla. Se movía con la facilidad de un depredador que hizo que sus instintos se alertaran. Soltó el agarre de sus cuchillos mientras el aroma masculino lo golpeaba –puro, pero con un rastro de pino y nieve. Y luego olió a Aelin en él, el aroma complejo y entretejido en el macho en sí. El extraño emergió de la niebla; alto –tal vez más alto que Aedion, pero solo por una pulgada– de complexión poderosa y extremadamente armado sobre y debajo su capa gris. Aelin dio un paso adelante. Un paso, como si estuviera en un sueño. Ella soltó un suspiro tembloroso, y un pequeño gemido salió de ella, un sollozo. Y luego se fue corriendo por el callejón, volando como si los vientos empujaran sus talones. Se arrojó sobre el macho, chocando contra él con fuerza suficiente como que otra persona se estrellara contra el muro de piedra. Pero el macho la agarró, envolviendo sus enormes brazos alrededor de ella con fuerza y levantándola. Nesryn intentó acercarse, pero Aedion la detuvo con una mano en su brazo. Aelin estaba riendo mientras lloraba, y él la estaba sosteniendo, con su cabeza encapuchada enterrada en su cuello. Como si la estuviera respirando. —¿Quién es? —preguntó Nesryn. Aedion sonrió. —Rowan.
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Capítulo 28 Traducido por Constanza Cornes Corregido por Diana Gonher Ella temblaba de la cabeza a los pies y no podía dejar de llorar, no cuando todo el peso de Rowan se estrelló contra ella, el peso de estas semanas solas. —¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo me encontraste? —Aelin se retiró lo bastante lejos para estudiar el áspero rostro sombreado por la capucha, echando una ojeada al tatuaje a un lado de él y la sombría línea de su sonrisa. Estaba aquí, estaba aquí, él estaba aquí. —Se ha dejado en claro que mi clase no sería bienvenida en el continente —dijo. Incluso el sonido de su voz era un bálsamo y una bendición—. Así que me metí de polizón en un barco. Habías mencionado un hogar en los barrios pobres, así que cuando llegué esta tarde, vague hasta que cogí tu olor —la había analizado con la evaluación inquebrantable de un guerrero, su boca apretada—. Tienes mucho que decirme —dijo, y ella asintió. Todo –quería decirle todo. Le agarró más fuerte, saboreando el músculo de sus antebrazos, la fuerza eterna de él. Él cepilló hacia atrás una hebra de su cabello, sus dedos callosos raspando contra su mejilla. La dulzura de aquello le hizo soltar otro sollozo—. Pero no estás herida —dijo suavemente—. ¿Estás segura? Asintió con la cabeza otra vez y enterró su cara en su pecho. —Pensé que te di la orden de permanecer en Wendlyn. —Tuve mis razones, mejor hablemos en algún sitio seguro —dijo bajo su capucha—. Tus amigos de la fortaleza dicen hola, por cierto. Creo que echan en falta una criada extra del fregadero. Especialmente Luca –sobre todo por las mañanas. Ella se rió, y lo apretó. Estaba aquí, y no era algo que había hecho, algún sueño salvaje de los que había tenido y– — ¿Por qué estás llorando? —preguntó, tratando de empujar su espalda lo suficiente como para ver su rostro. Pero ella lo sostuvo, tan ferozmente que podía sentir las armas debajo de sus ropas. Todo
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estaría bien, incluso si iba a Infierno, mientras estuviera aquí con ella. —Estoy llorando —se sorbió los mocos—, porque hueles tan terriblemente mal que mis ojos lloran. Rowan dejó escapar un rugido de risa haciendo que las alimañas en el callejón quedaran en silencio. Por fin ella lo alejó, destellando una sonrisa. —Bañarse no es una opción para un polizón —dijo, liberándola para pellizcar su nariz. Ella le dio un empujón juguetón, pero él miró por el callejón, donde esperaban Nesryn y Aedion. Es probable que había estado vigilando cada movimiento que hacían. Y si los hubiera considerado una verdadera amenaza a su seguridad, habrían muerto hace minutos—. ¿Te vas a quedar allí de pie toda la noche? —¿Desde cuando eres un perfeccionista de modales? —lanzó un brazo alrededor de su cintura, poco dispuesta a desprenderse de él para que no se convirtiera en viento y desapareciera. Su brazo casual alrededor de sus hombros era un glorioso, sólido peso mientras se acercaban a los demás. Si Rowan luchaba contra Nesryn, o incluso Chaol, no habría competición. Pero Aedion… Ella no lo había luchar todavía –y por la mirada que su primo le daba a Rowan, a pesar de su profesada admiración, se preguntó si Aedion también quisiera saber quién saldría de esa lucha con vida. Rowan se tensó un poco bajo su apretón. Ningún varón rompió su mirada cuando se acercaron. Sentido territorial. Aelin apretó el lado de Rowan lo bastante fuerte como para que silbara y pellizcara su lado derecho. Guerreros Hada: inestimable en una lucha –y estragos en su culo en todo momento. —Vamos a entrar —dijo. Nesryn se había retirado un poco para observar lo que seguro sería una batalla de arrogancia guerrera de todas las épocas. —Nos vemos más tarde —dijo la rebelde a ninguno de ellos en particular, las comisuras de su boca crispándose hacia arriba antes de dirigirse a los barrios pobres. Una parte de Aelin se debatió en llamarla –la misma parte que la hizo invitar a Nesryn a pasear. La mujer parecía solitaria y un poco perdida. Pero Faliq no tenía alguna razón para quedarse. No ahora. Aedion dio un paso delante de ella y Rowan, silenciosamente caminando de vuelta al almacén. Incluso a través de sus capas de ropa y armas, los músculos de Rowan se tensaban bajo sus dedos, supervisando Rifthold. Se debatió para preguntarle qué, exactamente, recogía con aquellos sentidos aumentados, qué capas de la ciudad ella nunca podría saber que existían. No le envidió su excelente sentido del olfato, no en los barrios pobres, por lo menos. Pero no era el tiempo o el lugar para preguntar –no hasta que estuvieran seguros. Hasta que hablara
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con él. Sola. Rowan examinó el almacén sin que se formularan observaciones antes de apartarse para dejarla ir por delante. Había olvidado cómo maravillosamente se movía ese potente cuerpo a su lado –una tormenta dando carne. Tirándole la mano, le condujo por las escaleras y a la gran sala. Ella sabía que había tomado cada detalle, cada entrada y salida y método de escape, en el momento en que se encontraban a medio camino a través de ella. Aedion estuvo de pie frente a la chimenea, la capucha todavía puesta, sus manos todavía muy cerca de sus armas. Dijo por encima del hombro a su primo cuando entraron: —Aedion, conoce a Rowan. Rowan, conoce a Aedion. Su Alteza Real necesita de un baño o voy a vomitar si tengo que sentarme junto a él durante más de un minuto. No ofreció otra explicación antes de arrastrar a Rowan a la habitación y cerrar la puerta detrás de ellos.
Aelin se apoyó contra la puerta mientras Rowan se detuvo en el centro de la habitación, su rostro oscurecido por la sombras de la pesada capucha gris. El espacio entre ellos era tenso, cada pulgada un crujido. Mordió su labio inferior cuando lo atrajo: la ropa familiar; el surtido de pérfidas armas; la quietud sobrenatural, inmortal. Su sola presencia robó el aire de la habitación, de sus pulmones. —Quítate la capucha —dijo con un suave gruñido, sus ojos fijos en la boca. Ella se cruzó de brazos. —Muéstrame lo tuyo y te mostraré lo mío, Príncipe. —De lágrimas a réplicas en unos minutos. Me alegro de que el mes lejos no ha atenuado tu habitual buen —tiró atrás su capucha, y ella comenzó: —¡Tu cabello! ¡Lo cortaste todo! —sacó su propia capucha cuando cruzó la distancia entre ellos. En efecto, el cabello blanco plateado era ahora corto. Le hacía parecer más joven, hacía que su tatuaje destacara más y… bien, lo hacía más guapo, también. O tal vez era solo que lo extrañaba. —Puesto que pareces pensar que haríamos una buena cantidad de combates aquí, el pelo más corto es más útil. Aunque no puedo decir lo mismo de tu cabello. Podrías también teñírtelo de azul. —Silencio. Tu pelo era tan bonito. Esperaba que me hubieras dejado trenzarlo un día. Supongo que tendré que comprar un poni en cambio —ladeó la cabeza—. ¿Cuándo cambies, tu forma de halcón estará desplumada, entonces?
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Sus fosas nasales llamearon, y apretó sus labios para evitar reír. Recorrió la habitación: la enorme cama que no se molestó en hacer esa mañana, la chimenea de mármol embellecida con baratijas y libros, la puerta abierta del armario gigante. —No estabas mintiendo acerca de tu gusto por el lujo. —No a todos nos gusta vivir en la miseria, guerrero —dijo, agarrando su mano otra vez. Recordaba estos callos, fuerza y el tamaño de sus manos. Sus dedos se cerraron alrededor de ella. Aunque fuera una cara que había memorizado, una cara que había frecuentado sus sueños estas pocas semanas pasadas… era nuevo, de alguna manera. Y sólo la miró, como si pensara la misma cosa. Abrió su boca, pero ella lo tiró al cuarto de baño, encendiendo unas velas por el fregadero y en la cornisa por encima de la bañera. —Dije lo que pienso sobre el baño —dijo, girando los grifos y tapando el desagüe—. Apestas. Rowan miró cuando se inclinó para recoger una toalla del pequeño gabinete al lado del inodoro. —Dímelo todo. Sacó un frasco verde de sales de baño y otra de aceite de baño y vertió cantidades generosas de cada una, convirtiendo el agua que corría en lechosa y opaca. —Lo haré, cuando estés tomando un baño y no huelas como un vagabundo. —Si no me falla la memoria, olías peor aun cuando nos conocimos. Y no te empujé en la pila más cercana en Varese. Lo fulminó con la mirada. —Gracioso. —Mis ojos lloraron por todo el maldito viaje a Mistward. —Solo entra —riéndose entre dientes, obedeció. Ella se quitó su propia capa, comenzando luego a desatar varias de sus armas en la correa cuando se dirigía fuera del baño. Le pudo haber tomado más tiempo de lo normal para quitarse sus armas, desprenderse del traje y cambiarse por pantalones y una camisa blanca suelta. Cuando terminó, Rowan estaba en el baño, el agua nublando tanto que no pudo ver nada de la parte inferior del cuerpo. Los poderosos músculos de su espalda que tenía cicatrices se movieron cuando fregó bien su rostro con sus manos, su cuello, su pecho. Su piel se tornó de un color dorado –debe haber pasado un tiempo al aire libre estas semanas. Sin ropa, al parecer. Salpicó agua en su cara una vez más y ella empezó a moverse, alcanzando la toalla que había puesto en el fregadero. —Aquí —dijo un poco con la voz ronca.
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Dioses, él ocupaba la bañera entera. En silencio le dio su jabón perfumado de lavanda favorito, que olió, suspirando con resignación, y entonces lo comenzó a usar. Ella tomó asiento en el borde curvado de la tina y le dijo todo lo que había sucedido desde que se habían separado. Bueno, la mayor parte de todo. Se lavaba mientras ella hablaba, fregando hacia abajo con brutal eficacia. Él levantó el jabón de lavanda a su pelo y ella chilló. —No uses eso para el cabello —silbó, dando tumbos a su percha para alcanzar uno de los muchos tónicos para el cabello alineados en el pequeño estante encima de la bañera—. Rosa, verbena de limón, o… —olió la botella de vidrio— Jazmín —entrecerró los ojos hacia él. Mirando hacia arriba, sus ojos verdes llenos de las palabras que sabía que no tenía que decir. ¿Pareciera que me preocupo de la que elijas? Chasqueó la lengua. —Será jazmín, buitre. Él no se opuso cuando ella tomó lugar a la cabeza de la bañera y vertió un poco del tónico en su pelo corto. El dulce, lleno de noche olor de jazmín flotó, acariciándola y besándola. Rowan incluso lo respiró cuando fregó el tónico en su cuero cabelludo. —Todavía probablemente pueda trenzar esto —meditó—. Trenzas muy diminutas –pequeñitas, por lo tanto– —él gruñó, pero se inclinó hacia atrás contra la bañera, sus ojos cerrados—. No eres mejor que un gato de casa —dijo ella, masajeando la cabeza. Él dejó escapar un ruido bajo de su garganta que muy bien podría haber sido un ronroneo. Lavar su cabello era íntimo –un privilegio que dudaba que nunca le hubiera permitido a muchas personas; algo que nunca había hecho por nadie. Pero las líneas siempre habían sido borrosas para ellos, y ninguno se había preocupado particularmente. Había visto cada pulgada de su cuerpo desnudo varias veces, y había visto a la mayor parte de él. Habían compartido una cama durante meses. Además de eso, eran carranam. Él dejó su poder, más allá de las barreras interiores, donde medio pensamiento sobre ella podrían haber roto su mente. Por lavar su cabello, tocándole… era una intimidad, pero era esencial, también. —Tú no has dicho nada tu magia —murmuró, sus dedos todavía trabajando en su cuero cabelludo. Él se tensó. —¿Qué pasa? Con los dedos en su cabello, ella se inclinó hacia abajo para mirar su rostro. —Supongo que se fue. ¿Qué se siente el ser tan impotente como un mortal? Abrió los ojos a la luz deslumbrante. —No es gracioso.
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—¿Pareciera que me río? —Pasé los primeros días enfermo de mi estómago y apenas podía moverme. Era como tener una manta sobre mis sentidos. —¿Y ahora? —Y ahora estoy lidiando con ello. Le empujó en el hombro. Pareciera tocar acero forrado en terciopelo. —Gruñón, gruñón. Le dio un gruñido suave de irritación, y ella frunció los labios para guardar la sonrisa. Apretó en sus hombros y le metió bajo el agua. Obedeció, y cuando surgió, pasó por las baldosas y agarró la toalla que había dejado en el fregadero. —Voy a encontrarte algo de ropa. —Tengo– —Ah, no. Esos se van derecho a la lavandera. Y los recuperarás solo si ella puede hacer que huelan decente. Hasta entonces, usarás todo lo que te dé. Ella le entregó la toalla, pero no la dejó ir cuando su mano se cerró en torno a ella. —Te has convertido en un tirano, Princesa —dijo. Ella rodó sus ojos y soltó la toalla, mientras que él se levantó en un poderoso movimiento, agua salpicando en todas partes. Era un esfuerzo no echar una ojeada sobre su hombro. No te atrevas, siseó una voz en su cabeza. Claro. Llamaría a esa voz Sentido Común –y lo escucharía de aquí en adelante. Andando a zancadas en su armario, fue a la cómoda en la parte de atrás y se arrodilló ante la caja inferior, abriéndolo para mostrar calzoncillos, camisas y pantalones de hombre doblados. Durante un momento, contempló la ropa vieja de Sam, aspirando el olor débil de él agarrándose a la tela. No había logrado reunir fuerzas para ir a la tumba, pero– —No me tienes que dar aquellos —dijo Rowan a sus espaldas. Ella comenzó a levantarse y se giró para enfrentarlo. Él era tan malditamente sigiloso. Aelin trató de no mirar demasiado a la toalla envuelta alrededor de sus caderas, en el bronceado y musculoso cuerpo que brillaba con los aceites de la bañera, en las cicatrices que se entrecruzaban como las rayas de un gran gato. Incluso el Sentido Común estaba con una pérdida de palabras. Su boca estaba un poco seca cuando dijo: —La ropa limpia es escasa en la casa en este momento, y estas sirven de nada aquí —sacó
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una camisa y la sostuvo—. Espero que se adapte —Sam había tenido dieciocho años cuando murió; Rowan era un guerrero entrenado por tres siglos de entrenamiento y batalla. Ella sacó los calzoncillos y pantalones. —Te conseguiré ropa adecuada mañana. Estoy bastante segura de que comenzarás un disturbio si las mujeres de Rifthold te ven andar por las calles sin nada más que una toalla. Rowan resolló una risa y anduvo a zancadas a la ropa que colgaba a lo largo de una pared del armario: vestidos, túnicas, chaquetas, camisas… — ¿Usaste todo esto? —ella asintió con la cabeza y extendió sus pies. Hojeó algunos vestidos bordados y túnicas—. Estás son… muy bonitos —admitió. —Habría dicho que eras un miembro orgulloso de la muchedumbre de anti-galas. —La ropa es armas, también —dijo, haciendo una pausa en un vestido de terciopelo negro. Sus mangas apretadas y el frente eran sin adorno, el escote rozando solo justo debajo de la clavícula, sin tener nada especial salvo los zarcillos de bordados brillante oro arrastrándose sobre los hombros. Rowan movió el vestido para ver la parte posterior –la verdadera obra maestra. Los bordados en oro continuaban desde los hombros, barriendo para formar un dragón serpentino, sus fauces rugientes hacia el cuello, el cuerpo curvándose hacia abajo hasta que la cola estrecha formaba un tren alargado. Rowan soltó una bocanada—. Me gusta éste mejor. Manoseó la manga aterciopelada negra sólida. —Lo vi en una tienda cuando tenía dieciséis años y lo compré inmediatamente. Pero cuando el traje fue entregado a las pocas semanas, parecía demasiado… viejo. Dominó a la muchacha que era. Por lo tanto nunca lo llevé, y está colgado aquí durante tres años. Él corrió un dedo marcado con una cicatriz por la columna de oro del dragón. —No eres más esa muchacha —dijo suavemente—. Algún día, me gustaría verte llevar esto. Se atrevió a alzar la vista a él, su codo cepillando su antebrazo. —Te eché de menos. Su boca se apretó. —No estuvimos separados por mucho tiempo. Claro. Era inmortal, varias semanas no eran nada. — ¿Y? ¿No me permites echarte de menos? —Una vez te dije que la gente que te importa son las que se utilizan en tu contra. Mi ausencia era una distracción tonta. —Eres un verdadero encanto, ¿lo sabías? —no esperaba lágrimas o emociones, pero hubiera sido bueno saber que la extrañó una fracción de lo mal que había estado. Tragó, enderezando
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su columna vertebral, y empujó la ropa de Sam en sus brazos—. Puedes vestirte aquí. Ella lo dejó en el armario y fue derecho al baño, donde salpicó agua fría sobre su cara y cuello. Volvió a su dormitorio para encontrarle con su ceño fruncido. Bueno, los pantalones le entraban –apenas. Eran demasiado cortos, y hacían maravillas para mostrar su trasero, pero– —La camisa es demasiado pequeña —dijo—. No quise rasgarlo. Se la entregó, y miró un poco impotente a la camisa, luego a su torso desnudo. —Saldré primero —suspiró fuertemente a través de su nariz—. Bueno, si no te importa encontrarte sin camisa con Aedion, supongo que debemos ir a decir hola. —Tenemos que hablar. —¿Hablar bien o hablar mal? —La clase que me pone contente de que no tienes acceso a tu poder por lo que no podrás vomitar llamas por todas partes. Su estómago se apretó, pero dijo: —Eso fue un incidente, y si me preguntas, tu antigua amante absoluta y maravillosamente se lo merecía. Más de lo que merecía. El encuentro con el grupo de visitantes de casta superior de Hada en Mistward había sido lamentable, por decir lo menos. Y cuando la ex amante de Rowan se había negado a dejar de tocarlo, a pesar de su petición para hacerlo, cuando ella había amenazado a Aelin con hacerla azotar por intervenir… Bien, el nuevo apodo favorito de Aelin –la reina zorra escupe-fuego– había sido preciso durante la cena.1 Un tirón de sus labios, pero las sombras oscilaron en los ojos de Rowan. Aelin suspiró una vez más y miró al techo. —¿Ahora o más tarde? —Más tarde. Puede esperar un poco. Estaba medio tentada a exigir que le diga lo que sea, pero se volvió hacia la puerta.
Aedion se levantó de su asiento en la mesa de la cocina mientras Aelin y Rowan entraban. Su primo miró a Rowan con una mirada apreciativa y dijo: —Nunca te molestaste en decirme lo guapo qué es tu príncipe hada, Aelin —Aelin frunció el 1 Supongo que hace referencia a un episodio no narrado antes de que llegaran a hablar con Maeve, con las castas más altas de Mistward, como dice el texto.
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ceño. Aedion solo sacudió su barbilla a Rowan—. Mañana por la mañana, tú y yo vamos a entrenar en el techo. Quiero saber todo lo que sabes. Aelin chasqueó su lengua. —Todo lo que he escuchado de tu boca en los últimos días es el Príncipe Rowan esto y el Príncipe Rowan que, y, sin embargo ¿esto es lo que decides decir de él? ¿No hay inclinación y ponerte de rodillas? Aedion se deslizó hacia atrás en su silla. —Si el Príncipe Rowan quiere formalidades, yo puedo postrarme, pero no parece alguien que se preocupe particularmente. Con un parpadeo de diversión en sus ojos verdes, el Príncipe Hada dijo: —Todo lo que mi reina quiera. Oh, por favor. Aedion capturó las palabras, también. Mi reina. Los dos príncipes se contemplaron el uno al otro, uno de oro y otro de plata, uno su gemelo y uno su alma. No había nada amable en las miradas, nada humano –dos varones Hada bloqueados en alguna batalla de dominio tácito. Ella se inclinó contra el fregadero. —Si van a tener un concurso de meado, ¿pueden al menos hacerlo en la azotea? Rowan la miró, las cejas altas. Pero fue Aedion quién dijo: —Ella dice que no somos mejores que perros, así que no me sorprendería si realmente cree que nos mearemos en sus muebles. Rowan no sonrió, sin embargo, inclinó su cabeza hacia el lado y olió. —Aedion necesita un baño también, lo sé —dijo ella—. Insistió en fumar una pipa en la cantina. Dijo que le dio aire de dignidad. Rowan ladeó la cabeza en un ángulo, cuando preguntó: —Sus madres eran primera, Príncipe, pero ¿quién lo engendró? Aedion se relajó en su silla. —¿Importa? —¿Lo sabes? —presionó Rowan. Aedion se encogió de hombros.
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—Ella nunca me lo dijo –o a cualquier persona. —¿Me imagino que tienes alguna idea? —preguntó Aelin. Rowan dijo: —¿Él no te parece familiar para ti? —Se parece a mí. —Sí, pero– —él suspiró—. Conociste a su padre. Hace unas semanas. Gavriel.
Aedion contempló al guerrero sin camisa, preguntándose si había expuesto sus heridas demasiado esta noche y tenía alucinaciones ahora. Las palabras del príncipe se hundieron. Aedion seguía mirando. Un tatuaje en la Antigua Lengua estirada por el lado de la cara de Rowan y a lo largo de su cuello, hombro y brazo musculoso. La mayor parte de personas echarían un vistazo a ese tatuaje y correrían en la otra dirección. Aedion había visto a un montón de guerreros en su día, pero éste varón era un Guerrero –ley para sí mismo. Al igual que Gavriel. O las leyendas. Gavriel, amigo de Rowan, uno de sus compañeros, cuya otra forma era un león. —Me preguntó —murmuró Aelin—, me preguntó qué edad tenía y parecía aliviado cuando dije que diecinueve. Diecinueve años era demasiado joven, al parecer, para ser la hija de Gavriel, aunque ella parecía tan similar a la mujer en la que se había fijado una vez. Aedion no recordaba bien a su madre; sus últimas memorias eran de una cara demacrada, gris cuando suspiró su aliento final. Cuando se negó a los curanderos Hada que podrían curar su enfermedad en ella. Pero había oído que parecía idéntica a Aelin y su madre, Evalin. La voz de Aedion era ronca cuando preguntó: —¿El León es mi padre? Una cabezada de Rowan. —¿Lo sabe? —Apuesto que ver a Aelin la primera vez le hizo preguntarse si hubiera engendrado un hijo con su madre. Probablemente, él todavía no tiene idea, a menos que eso lo llevara empezar a buscar.
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Su madre nunca le había dicho a nadie –a nadie, pero Evalin– quién era su padre. Incluso cuando ella murió, se lo guardó para sí mismo. Había rechazado a esos curanderos Hada debido a él. Porque lo podían identificar, y si Gavriel sabía que tenía un hijo… Si Maeve sabía… Un dolor viejo rasgó a través de él. Se lo había guardado muy seguro –había muerto para mantenerlo fuera de las manos de Maeve. Calientes dedos se deslizaron alrededor de su mano y lo apretaron. No se dio cuenta de lo frío que estaba. Los ojos de Aelin –sus ojos, los ojos de sus madres– eran suaves. —Esto no cambia nada —dijo—. Sobre quién eres, lo que significas para mí. Nada. Pero lo hacía. Cambiaba todo. Explicaba todo: la fuerza, la velocidad, los sentidos; los instintos depredadores y letales que siempre habían luchado para mantenerlo a raya. Por qué Rhoe había sido tan duro con él durante su entrenamiento. Porque si Evalin sabía quién era su padre, Rhoe ciertamente lo sabía, también. Y los machos Hada, incluso los machos medio-Hada, eran mortales. Sin el control de Rhoe y sus señores se habían aferrado a él desde una edad temprana, sin centrarse… Lo sabían. Y se mantenían con él. Junto con el hecho de que después de que le jurara a Aelin el juramento de sangre un día… muy bien podría permanecer joven mientras que ella envejecía y moría. Aelin cepilló su pulgar contra la palma de su mano y luego se giró hacia Rowan. —¿Qué significa esto en cuando a Maeve se refiere? Gavriel está obligado por el juramento de sangre, así que ¿ella tendría una demanda en su descendencia? —Como el infierno que lo hace —dijo Aedion. Si Maeve intentaba reclamarle, le rasgaría la garganta. Su madre había muerto por miedo a la Reina Hada. Lo sabía en sus huesos. Rowan dijo: —No lo sé. Incluso si ella pensara así, sería un acto de guerra el robar a Aedion de ti. —Ésta información no dejara este cuarto —dijo Aelin. Calmada. Calculadora –ya ordenando a través de cada plan. El otro lado de la moneda—. En última instancia es tu opción, Aedion, si quieres acercarte a Gavriel. Pero tenemos bastantes enemigos a nuestro alrededor para ello. No tengo necesidad de iniciar una guerra con Maeve. Pero lo haría. Iría a la guerra por él. Lo vio en sus ojos. Casi cortó su respiración. Junto con el pensamiento de la carnicería que sería si ambos lados, si la Reina Oscura y la heredera de Mala Fire-Bringer2 chocaban. 2
Mala Fire-Bringer significa Mala Portadora de Fuego.
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—Me quedo con ustedes —consiguió decir Aedion. Podía sentir la evaluación de Rowan y el peso y soltó un gruñido. Despacio, Aedion levantó su mirada para encontrar la del príncipe. La dominación pura de esa mirada era como estar golpeando en la cara con una piedra. Aedion la sostuvo. Como el infierno se echaría atrás; como el infierno cedería. Y habría un rendimiento –en algún lugar, en algún momento. Probablemente cuando Aedion tomara ese juramento de sangre. Aelin chasqueó la lengua. —Dejen de hacer esa tontería del hombre-alfa. Una vez es suficiente. Rowan no parpadeó tanto. —No estoy haciendo nada —pero la boca del príncipe se levantó en una sonrisa, como diciendo a Aedion, ¿Crees que puedes tomarme, cachorro? Aedion sonrió abiertamente. En cualquier lugar, en cualquier momento, príncipe. Aelin murmuró: —Insoportable —y le dio a Rowan un empujón juguetón en el brazo. Él no se movió—. ¿Realmente vas a entrar en un concurso de meado con cada persona que conocemos? Porque si es el caso, entonces no llevará una hora para hacerlo en una cuadra de ésta ciudad, y dudo que los residentes estarán especialmente felices. Aedion luchó contra el impulso de tomar una respiración profunda cuando Rowan rompió su mirar fijamente para darle a su reina una mirada incrédula. Ella cruzó sus brazos, esperando. —Nos va a llevar tiempo para adaptarnos a una nueva dinámica —admitió Rowan. No una disculpa, pero por lo que Aelin le había dicho, Rowan no suele preocuparse por estas cosas. Se veía francamente consternada por la pequeña concesión, realmente. Aedion trató de relajarse en su silla, pero sus músculos estaban tensos, su sangre rasgueando en sus venas. Se encontró diciéndole al príncipe: —Aelin nunca dijo nada sobre buscarte. —¿Ella responde a usted, General? —una peligrosa, tranquila pregunta. Aedion sabía que cuando los hombres como Rowan hablaban suavemente, por lo general significan que la violencia y la muerte estaban en su camino. Aelin rodó sus ojos. —Sabes que no lo quiso decir así, así que no escojas luchar, aguijón. Aedion se puso rígido. Podía luchar sus propias batallas. Si Aelin creía que necesitaba protección, si ella pensaba que Rowan era mejor guerrero–
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Rowan dijo: —Soy tu juramento de sangre –lo que significa varias cosas, una de las cuales es que no me importa especialmente el interrogar a los demás, incluso a tu primo. Las palabras hicieron eco en su cabeza, su corazón. Juramento de sangre. Aelin estaba pálida. Aedion le preguntó: —¿Qué dijiste? Rowan había tomado el juramento de sangre de Aelin. Su juramento de sangre. Aelin cuadró sus hombros, y dijo claramente, constante: —Rowan tomó el juramento de sangre antes de que abandonara Wendlyn. Un sonido rugiente pasó por él. —¿Lo dejaste hacer qué? Aelin expuso sus palmas con cicatrices. —Por lo que sabía, Aedion, eras leal al servicio del rey. Por lo que sabía, nunca iba a verte otra vez. —¿Lo dejaste tomar el juramento de sangre? —rugió Aedion. Ella le había mentido a su rostro ese día en la azotea. Tenía que salir, de su piel, de ese departamento, de esta ciudad condenada por los dioses. Aedion arremetió contra una de las estatuillas de porcelana encima de la repisa del hogar, con la necesidad de romper algo que acabara con ese rugido de su sistema. Ella lo señaló con un dedo malvado, avanzando a él. —Rompes una cosa, rompes solo una de mis posesiones, y empujaré los fragmentos por tu garganta berrea. Una orden –de una reina a su general. Aedion escupió en el suelo, pero obedeció. Aunque solo sea porque ignorando esa orden podría muy bien hacer trizas algo mucho más precioso. En cambio dijo: —¿Cómo te atreviste? ¿Cómo te atreviste a dejar que lo tome? —Me atrevo porque es mi sangre para regalar; me atrevo porque no existías para mí enton-
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ces. ¡Incluso si alguno de ustedes lo hubiera tomado aún, todavía se lo daría porque es mi carranam, y ha ganado mi lealtad incondicional! Aedion quedó rígido. —Y ¿qué pasa con nuestra lealtad incondicional? ¿Qué ha hecho para ganar esto? ¿Qué han hecho para salvar a nuestra gente ya que has vuelto? Nunca iban a decirme sobre el juramento de sangre, ¿o es simplemente una de las muchas mentiras? Aelin gruñía con una intensidad animal que le recordaba que ella también tenía sangre de Hada en sus venas. —Anda a hacer tu rabieta a algún otro lugar. No vuelvas hasta que puedas actuar como un ser humano. O la mitad de uno, por lo menos. Aedion juró a ella, una maldición sucia, asquerosa que lamentó inmediatamente. Rowan arremetió contra él, golpeando hacia atrás su silla con fuerza para tirarla, pero Aelin lanzó una mano. El príncipe se retiró. Qué facilidad, ella ordenaba a su guerrero poderoso, inmortal. Aedion se rió, el sonido frágil y frío, y se rió de Rowan de un modo en que los hombres por lo general tiraban el primer golpe. Pero Rowan solo puso su silla e vertical, se sentó, y se inclinó hacia atrás, como si ya supiera donde sería el golpe de muerte de Aedion. Aelin señaló la puerta. —Lárgate. No quiero volver a verte por un buen tiempo. El sentimiento era mutuo. Todos sus proyectos, todo lo que había trabajado para… Sin el juramento de sangre era solo un general; solo un príncipe sin tierra de la línea Ashryver. Aedion anduvo con paso majestuoso a la puerta y salió sin despedida tan fuertemente que casi la arranca de las bisagras. Aelin no lo llamó después.
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Capítulo 29 Traducido por Stefy Vera Corregido por Constanza Cornes Rowan Whitethorn se debatió por un buen minuto si valía la pena cazar al príncipe semi-Hada y destrozarlo en sangrientos pedazos por cómo había llamado a Aelin, o si él estaba mejor aquí, con su reina, mientras ella se paseaba frente a la chimenea de su cuarto. Él entendía –él realmente lo hacía– porque el general estaba furioso. Él había sentido lo mismo. Pero no era una buena excusa. Ni siquiera cerca. Situado en el borde del colchón de felpa, la observo moverse. Incluso sin su magia, Aelin era pólvora viviente, más ahora con el cabello rojo –una criatura de tan rugientes emociones que a veces el solo podía observar y maravillarse. Y su cara. Esa condenada cara. Mientras estaban en Wendlyn, le había tomado un rato darse cuenta de que ella era hermosa. Meses, de hecho, para realmente notarlo. Y en estas últimas semanas, contra su mejor juicio, pensaba seguido sobre esa cara –especialmente esa inteligente boca. Pero él no recordaba que tan despampanante era ella hasta que se quitó su capucha, y lo había vuelto estúpido. Estas semanas separados habían sido un brutal recordatorio de lo que la vida había sido hasta que la había encontrado borracha y rota en ese techo en Varese. Las pesadillas habían comenzado la misma noche que ella se fue –sueños tan implacables que él casi vomitaba cuando se sacaba a sí mismo fuera de ellos, los gritos de Lyria sonando en sus oídos. La memoria de ellos envío lametazos de frío por su columna. Pero incluso eso era quemado por la reina frente a él. Aelin estaba en su camino a situarse en la alfombra frente a la chimenea —Si esa es una indicación de que esperar de nuestra corte —Rowan dijo al final, flexionando sus dedos en un intento de quitar los temblores que no había sido capaz de dominar desde que su magia se había sofocado— entonces nunca tendremos un momento aburrido. Ella batió una mano en un desdeñoso gesto de irritación. —No te metas conmigo ahora —ella se restregó la cara y suspiró. Rowan esperó, sabiendo que estaba reuniendo las palabras, odiando el dolor y pesar y culpa
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en cada línea de su cuerpo. Él habría vendido su alma a la oscuridad para que ella nunca se viera así otra vez. — Cada vez que me doy la vuelta —dijo ella, acercándose a la cama y recostándose en el poste tallado—, siento que estoy a un movimiento equivocado o palabra de llevarlos hacia las ruinas. La vida la gente –tu vida– dependen de mí. No hay espacio para errores. Ahí estaba, el peso que lentamente la estaba aplastando. Lo mataba saber que él se había añadido a eso cuando le había dicho las noticias que cargaba –la razón por la cual había desobedecido su primera orden hacía él. Él no le podía ofrecer nada más que la verdad. —Tú cometerás errores. Tú tomaras decisiones, y algunas veces te arrepentirás de esas decisiones. A veces no habrá una decisión correcta, solo la mejor de varias malas opciones. No necesito decirte que puedes hacer esto –tu sabes que puedes. No te habría jurado un voto si no creyera que puedes. Ella se deslizó dentro de la cama junto a mí, su esencia acariciándome. Jazmín, y hierba luisa, y brasas crepitantes. Elegante, femenina, y completamente salvaje. Cálida, y firme –irrompible, su reina. Salvo por la debilidad que ambos compartían: ese lazo entre ellos. Porque en sus pesadillas, a veces oía la voz de Maeve por encima del chasquido de un látigo, astuto y frío. ¿No por todo el mundo, Aelin? ¿Pero que tal por el príncipe Rowan? Él trató de no pensar en ello: el hecho de que Aelin entregaría una de las Llaves del Wyrd por él. Bloqueó ese pensamiento tan fuerte que podría escapar solo en sus sueños, o cuando él se despertaba tocando una fría cama por una princesa que estaba a miles de millas de distancia. Aelin sacudió su cabeza. —Fue mucho más fácil estar solos. —Lo sé —dijo él, luchando contra el instinto de deslizar sus brazos alrededor de sus hombros y estrecharla cerca. Se concentró en escuchar la ciudad alrededor de ellos en cambio. Él podía oír más que los oídos mortales, pero el viento ya no cantaba sus secretos para él. Ya no lo sentía tirando de él. Y estancado en este cuerpo de Hada, incapaz de cambiar… Encerrado. Sin descanso. Hecho peor por el hecho de que no podía escudar este apartamento de ningún ataque enemigo mientras ellos estaban ahí. No sin poderes, se recordó a sí mismo. Le habían atado de pies a cabeza en hierro antes y no lo habían matado. Podía mantener este apartamento seguro –de la manera antigua. Él solo estaba… Fuera de balance. En un momento en que estar fuera de balance podía ser fatal para ella. Por un rato, se sentaron en silencio.
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—Le dije algunas cosas terribles —dijo ella. –No te preocupes por ello —él dijo, incapaz de contener el gruñido—. Él te dijo a ti cosas terribles también. Sus temperamentos son iguales. Ella dejó escapar una risa entrecortada. —Háblame de la fortaleza –como fue cuando fuiste a ayudar reconstruirla. Así que lo hizo, hasta que llegó al conocimiento de que lo había contenido toda la noche. —Solo dilo —dijo, con una directa, inflexiva mirada. Se preguntó si se daba cuenta de que a pesar de todo lo que se quejaba de sus tonterías de alfa, ella era una alfa sangre-pura. Rowan tomó un largo suspiro. —Lorcan está aquí. Ella se enderezó. —Por eso estas aquí. Rowan asintió. Y porque el mantener la distancia era el movimiento más inteligente; Lorcan era malo y lo suficientemente astuto para utilizar su vínculo en su contra. —Atrapé su esencia escabulléndose cerca de Mistward y la rastreé hasta la costa, y luego hasta el barco. Cogí su esencia cuando salí esta noche —su cara estaba pálida, y él añadió—. Me aseguré de cubrir mi rastro antes de cazarte. Cerca de cinco siglos viviendo, Lorcan era el macho más fuerte en el mundo de las Hadas, equivalente solo a Rowan mismo. Ellos nunca habían sido verdaderos amigos, y luego de los eventos de hace unas semanas, a Rowan no le gustaría nada más que abrir la garganta del macho por dejar a Aelin morir en las manos de ese príncipe Valg. Él podría muy bien tener la oportunidad de hacer eso –pronto. —Él no te conoce lo suficientemente bien para reconocer tu esencia inmediatamente —Rowan siguió—. Apostaría una buena cantidad de dinero a que él se subió a ese bote para arrastrarme aquí para que lo llevara hasta ti —pero era mejor que dejar que Lorcan la encontrara mientras él estaba en Wendlyn. Aelin juró de una manera muy creativa. —Maeve probablemente piensa que también la llevamos directo a la tercera Llave del Wyrd. ¿Crees que ella le dio la orden de silenciarnos –ya sea para conseguir la llave, o algo más? —Tal vez —el pensamiento era suficiente para mandar ira helada a través de él—. No dejare que eso pase. Su boca se torció hacia un lado. —¿Crees que podría derribarlo?
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—Si tuvieses tu magia, posiblemente —irritación ondulando en sus ojos –lo suficiente para que él supiese que algo más la estaba molestando—. Pero sin magia, en tu forma humana… Estarías muerta antes de que pudieras sacar tu espada. —Él es así de bueno. Él le dio un lento asentimiento. Ella lo miró con un ojo asesino. —¿Podrías tu derribarlo? —Sería tan destructivo, no me arriesgaría. Recuerdas lo que te dije sobre Sollemere —su rostro se tensó ante la mención de la ciudad que él y Lorcan habían borrado a petición de Maeve hace casi dos siglos. Era una mancha que siempre se quedaría, no importa lo que él se dijera a sí mismo sobre lo corrupto y malvados que habían sido sus residentes—. Sin nuestra magia, es difícil decir quien ganaría. Dependería de quien lo quisiera más. Lorcan, con su fría rabia sin fin y un talento para matar dado por el mismo Hellas3, nunca se permitía perder. Batallas, riqueza, mujeres –Lorcan siempre ganaba, a cualquier costo. Una vez, Rowan quizás lo habría dejado ganar, dejar que Lorcan pusiera fin a su propia miserable vida, pero ahora… —Lorcan hace un movimiento contra ti, y muere. Ella no parpadeó ante la violencia que ataba cada palabra. Otra parte de él –una parte que había estado atada desde el momento en que ella se fue– se desenrolló como un animal salvaje extendiéndose ante un incendio. Aelin ladeó su cabeza. —¿Alguna idea de donde se escondió? —Ninguna. Empezare a cazarlo mañana. —No —dijo ella—. Lorcan fácilmente nos encontrara sin que lo caces. Pero si él espera que lo lleve hasta la tercera llave para así llevársela a Maeve, entonces quizás… —casi podía ver las ruedas girando en su cabeza. Ella dejo salir sonido—. Pensaré sobre ello mañana. ¿Crees que Maeve quiere la llave solo para que yo no la use, o para usarla ella misma? —Tú sabes la respuesta. —Ambas, entonces —Aelin suspiró—. La pregunta es, ¿tratara de usarnos para encontrar las otras dos llaves, o tiene a otro de los cadres fuera buscándolas ahora? —Esperemos que ella no haya mandado a nadie más. —Si Gavriel supiera que Aedion es su hijo… —miró a la puerta del cuarto, culpa y dolor asomándose en sus adorables rasgos—. Seguiría a Maeve, ¿incluso si significa herir o matar a Aedion en el proceso? ¿Es su control sobre él tan fuerte?
3 No sé si hace referencia a algún dios del mundo de Trono de Cristal o a la palabra Infierno, ya que “Hellas” vendría siendo un derivado de la palabra “Hell”. Sin embargo, de las dos formas se adapta bien, así que lo dejó a disposición del lector.
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Había sido un shock antes darse cuenta que el hijo de quien estaba sentado en la mesa de la cocina. —Gavriel… —había visto al guerrero con amantes a través de los siglos, y lo había visto dejarlas a la orden de Maeve. Él también lo había visto tatuar los nombres de sus hombres caídos en su carne. Y de todos sus cadre, solo Gavriel se había detenido esa noche para ayudar a Aelin contra el Valg. —No respondas ahora —dijo Aelin con un bostezó—. Deberíamos ir a la cama. Rowan había examinado cada pulgada del apartamento a los momentos de su llegada, pero preguntó tan casualmente como pudo: —¿Donde debería dormir? Ella palmeó la cama a su lado. —Justo como en los viejos tiempos. Él apretó su mandíbula. Se había preparado para esto toda la noche –por semanas ahora. —No es como en la fortaleza, donde nadie piensa dos veces sobre ello. —¿Y qué pasa si quiero que te quedes aquí conmigo? El no permitió que esas palabras se hundieran completamente, la idea de estar en esa cama. Había trabajado malditamente duro para callar esos pensamientos. —Entonces me quedare. En el sofá. Pero tienes que ser sincera con los demás sobre lo que mi estadía aquí significa. Había tantas líneas que necesitaban ser sostenidas. Ella está fuera de límites –completamente fuera de límites, por aproximadamente diferentes docenas de razones. Pensó que era capaz de lidiar con ello pero– No, lidiaría con ello. Encontraría una manera de lidiar con ello, porque él no era tonto, y tenía un buen maldito auto control. Ahora que Lorcan estaba en Rifthold, rastreándolos, cazando la Llave del Wyrd, tenía cosas más grandes por la que preocuparse. Ella se encogió de hombros, irreverente como siempre. —Entonces emitiré un decreto real acerca de mis honorables intenciones para contigo en el desayuno. Rowan resopló. A pesar de que no quería, dijo: —Y –el capitán. —¿Qué hay sobre él? —dijo muy bruscamente. —Solo considera como él podría interpretar las cosas.
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—¿Por qué? —ella había hecho un excelente trabajo en mencionarlo en lo absoluto. Pero había suficiente rabia, y suficiente dolor en esa palabra, que Rowan no podía tomar. —Dime lo que paso. Ella no lo miró a los ojos. —Dijo que lo que ocurrió aquí –a mis amigos, a él y Dorian, mientras yo estaba en Wendlyn– era mi culpa. Y que yo era un monstruo. Por un momento, una ciega, molesta ira se disparó a través de él. Fue instinto alcanzar su mano, tocar la cara que permanecía mirando hacia abajo. Pero se mantuvo a sí mismo en la raya. Ella aun no lo miraba mientras decía: —Tú no crees– —Nunca —dijo él—. Nunca, Aelin. Al final ella encontró su mirada, con ojos que eran muy viejos, muy tristes y cansados para tener diecinueve. Había sido un error llamarla chica alguna vez –y habían de hecho momentos en los que Rowan olvidaba lo joven que ella en verdad era. La mujer frente a él soportaba cargas que romperían la columna de alguien con tres veces su edad. —Si tú eres un monstruo, yo soy un monstruo —dijo él con una sonrisa lo suficientemente amplia para mostrar sus alargados colmillos. Ella dejo salir una ruda risa, lo suficientemente cerca para calentar su cara. —Solo duerme en la cama —dijo ella—. No me siento de ánimos para dormir en el sofá. Quizás fue la risa, o la luz en sus ojos, pero dijo: —Bien —tonto –él era un estúpido tonto cuando se trataba de ella. Se obligó a añadir—. Pero manda un mensaje, Aelin. Ella levanto sus cejas en una manera que usualmente significaba que el fuego iba a empezar a arder –pero nada pasó. Ambos estaban atrapados en sus cuerpos, varados sin magia. Él se adaptaría; él aguantaría. —¿Oh? —ronroneó, y se preparó a sí mismo para la tempestad—. ¿Y qué mensaje mandaría? ¿Qué soy una zorra? Como si lo que hago en la privacidad de mi propio cuarto, es asunto de alguien. —¿Crees que no estoy de acuerdo? —su temperamento se deslizo de su correa. Nadie más había sido capaz de meterse bajo su piel tan rápido, tan profundo, con el giro de unas cuantas palabras—. Pero las cosas son diferentes ahora, Aelin. Tú eres la reina de este reino. Tenemos que considerar como esto se ve, qué impacto tendrá en nuestra relación con la gente que lo encuentre inapropiado. Explicar que es por tu seguridad–
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—Oh, por favor. ¿Mi seguridad? ¿Crees que Lorcan o el rey o quién demonios más tenga algo por mí va a deslizarse a través de la ventana en medio de la noche? Puedo protegerme, ya sabes. —Dios en el cielo, sé que puedes —nunca había dudado eso. Sus fosas nasales se dilataron. —Esta es una de las peleas más estúpidas que jamás hemos tenido. Todo gracias a tu idiotez, podría decir —se acercó a su closet, sus caderas moviéndose como para acentuar cada palabra que ella espetaba—. Solo entra en la cama. Él soltó una respiración fuerte mientras ella y esas caderas se desvanecían en el armario. Barreras. Líneas. Fuera de los límites. Esas eran sus nuevas palabras favoritas, se recordó a sí mismo mientras hacía una mueca hacia las sabanas de seda, aun cuando el resoplido de su aliento todavía le tocaba la mejilla
Aelin escuchó la puerta del baño cerrándose, luego agua corriendo mientras Rowan se lavaba con los artículos que ella le había dejado. No un monstruo –no por lo que había hecho, no por su poder, no cuando Rowan estaba ahí. Ella les había agradecido a los dioses cada maldito día por la pequeña piedad de darle un amigo que era su pareja, su igual, y que nunca la miraría con ojos llenos de terror. Sin importar lo que pasara, ella siempre estaría agradecida por eso. Pero…Inapropiado. Inapropiado de hecho. Él no sabía que tan inapropiada ella podía ser. Abrió la gaveta superior del vestidor de roble. Y sonrío lentamente. Rowan estaba en la cama para el momento en que ella se pavoneaba hacia el baño. Escucho, más que vio, que él se sacudió en posición vertical, el colchón gruñendo mientras el ladraba: —¿Qué en el infierno es eso? Ella siguió andando hacia el baño, rehusándose a disculparse o arrepentirse del rosado, delicado, muy corto camisón de encaje. Cuando emergió, la cara lavada y limpia, Rowan estaba sentado, con los brazos cruzados en su pecho desnudo. —Se te olvido la parte de abajo.” Ella simplemente sopló las velas en la habitación de una en una. Sus ojos la siguieron todo el
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tiempo. —No hay parte de abajo —dijo, arrojando las mantas de su lado—. Se está poniendo tan caliente, y odio sudar cuando duermo. Además, eres prácticamente un horno. Así que o es esto o duermo desnuda. Puedes dormir en la bañera si tienes algún problema con ello. Su gruñido sacudió la habitación. —Ya has probado tu punto. —Hmm —se deslizó en la cama junto a él, a una saludable, apropiada distancia. Por unos cuantos latidos, solo se escuchaba el sonido de las mantas mientras ella se arropaba. —Necesito rellenar con tinta un poco más en algunos lugares” —dijo él categóricamente. Ella apenas podía ver su cara en la oscuridad. —¿Qué? —Tu tatuaje —dijo él, mirando el techo—. Hay algunos puntos que necesito rellenar en algún momento. Por supuesto. Él no era como los otros hombres –ni siquiera cerca. Había tan poco que ella podía hacer para tentarlo, burlarlo. Un cuerpo desnudo era un cuerpo desnudo. Especialmente el de ella. —Bien —dijo, volteándose de manera que su espalda estaba hacia él. Había silencio otra vez. Entonces Rowan dijo: —Nunca había visto –ropa como esta. Ella se volteó. —¿Quieres decir que las mujeres en Doranelle no tienen ropa de noche escandalosa? ¿O nada más en el mundo? Sus ojos brillaban como un animal en la oscuridad. Se había olvidado de cómo era ser un Hada, de tener siempre un pie en el bosque. —Mis encuentros con otras mujeres usualmente no implicaban desfiles en ropa de noche. —¿Y que ropa involucraba? —Usualmente, ninguna. Ella chasqueó la lengua, empujando lejos la imagen. —Después de haber tenido la alegría absoluta de conocer a Remelle esta primavera, me cuesta creer que ella no te sometió a desfiles de ropa.
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Él volteo su rostro hacia el techo otra vez. —No vamos a hablar de esto. Sonrió. Aelin: uno, Rowan: cero. Estaba aún sonriendo cuando él preguntó: —¿Son todas tus ropas de noche como esta? —Tan curioso sobre mis cosas, Príncipe. ¿Qué dirían los demás? Quizás deberías emitir un decreto para aclarar —él gruñó, y ella sonrió hacia la almohada—. Sí, tengo más, no te preocupes. Si Lorcan va a asesinarme mientras duermo, bien podría lucir decente. —Vanidosa hasta el amargo final. Ella se resistió ante el pensamiento de Lorcan, o lo que Maeve podría querer, y dijo: —¿Hay un color en específico que te gustaría que usara? Si te voy a escandalizar, debería hacerlo al menos en algo que te guste. —Eres una amenaza. Se rio otra vez, sintiéndose más liviana de lo que se había sentido en semanas, a pesar de las noticias que Rowan le había dado. Estaba segura de que habían terminado con la plática por la noche cuando su voz resonó a través de la cama. —Dorado. No amarillo -real, metálico dorado. —Tienes mala suerte —dijo en la almohada—. Yo nunca poseería algo tan ostentoso. Treinta minutos después, Rowan aún estaba mirando al techo, dientes apretados mientras calmaba el rugido en sus venas que estaba firmemente tejiéndose a través de auto control. Ese maldito camisón. Mierda. Estaba en una profunda e interminable mierda.
Rowan estaba dormido, su masivo cuerpo mitad cubierto con las mantas, mientras el amanecer se asomaba a través de las cortinas. Levantándose silenciosamente, Aelin le sacó la lengua a él mientras se encogía de hombros en su camisón de seda azul pálido, se ató su cabello rojo en un nudo en la parte superior de su cabeza, y salió hacia la cocina. Desde que el Mercado Sombra se había quemado a sus cenizas, ese miserable comerciante
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había estado haciendo una pequeña fortuna de todos los tintes que ella había estado comprando. Aelin se estremeció ante la idea de tener que localizar al proveedor de nuevo –la mujer había parecido del tipo que habría escapado de las llamas. Y ahora cobraría el doble, triple, en sus ya sobrevalorados tintes para compensar por sus bienes perdidos. Y ya que Lorcan podría rastrearla solo por su esencia, cambiar el color de su cabello no tendría ningún impacto en él. Aunque supuso que con los guardias del rey cuidándola… Oh, era muy malditamente temprano para considerar la gigantesca pila de mierda en la que se había convertido su vida. Mareada, hizo té mayormente de memoria. Empezó con una tostada, y rezó para que hubiesen huevos en el refrigerador –los habían. Y tocino, para su agrado. En esta casa, la comida tendía a desaparecer tan rápido como llegaba. Uno de los cerdos más grandes se acercó a la cocina con un silencio inmortal. Se abrazó a sí misma, con los brazos llenos de comida, cerró el refrigerador con la cadera. Aedion la miró con recelo mientras ella iba a la pequeña barra al lado de la estufa y empezó a tirar hacia abajo cuencos y utensilios. —Hay setas en alguna parte —dijo él. —Bien. Entonces puedes limpiarlos y cortarlos. Y puedes cortar la cebolla. —¿Es eso un castigo por lo de anoche? Ella abrió los huevos uno por uno dentro del cuenco. —Si eso es lo que crees es un aceptable castigo, seguro. —¿Y hacer el desayuno a esta hora intempestiva tu castigo autoimpuesto? —Estoy haciendo el desayuno porque estoy cansada de ti quemándolo y haciendo que toda la casa apeste.” Aedion se rio silenciosamente y se acercó a su lado para empezar a cortar la cebolla. —Te quedaste en el techo todo el tiempo que estuviste afuera, ¿o no? —sacó una sartén de hierro del gabinete sobre la estufa, la puso sobre una hornilla, y puso una gruesa porción de mantequilla en su superficie oscura. —Me echaste del apartamento, pero no de la casa, así que supuse que bien podría ser útil y vigilar —las torcidas, veneradas Viejas Costumbres de dar órdenes. Ella se preguntó lo que las Viejas Costumbres tenían que decir sobre el decoro de la reina. Tomó una cuchara de madera y empujo la mantequilla derretida alrededor. —Ambos tenemos temperamentos atroces. Sabes que no quería decir lo que dije, acerca de la lealtad. O acerca de la cosa mitad humana. Sabes que nada de eso importa para mí —el hijo de Gavriel –santos dioses. Pero ella mantendría su boca cerrada hasta que Aedion se sintiera listo para abordar el tema.
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—Aelin, estoy avergonzado de lo que te dije. —Bueno, eso nos hace dos, así que dejémoslo así —ella mezcló los huevos, manteniendo un ojo en la mantequilla—. Yo –yo entiendo, Aedion, en serio lo hago, sobre el juramento de sangre. Sabía lo que significaba para ti. Cometí un error al no decírtelo. Normalmente no admito este tipo de cosas, pero… Debí habértelo dicho. Y lo lamento. Él estornudó con las cebollas, sus expertos cortes dejando un montón ordenado de ellas en un extremo de la tabla de cortar, y luego comenzó con las pequeñas setas marrones. —Ese juramento significa todo para mí. Ren y yo solíamos estar en las gargantas del otro por ello cuando éramos niños. Su padre me odiaba porque yo era el favorito para tomarlo. Ella le quitó las cebollas y las tiró dentro de la mantequilla, un chisporroteo llenando la cocina. —No hay nada que diga que no puedes tomar el juramento, lo sabes. Maeve tiene varios miembros con juramentos de sangre en su corte —esos que ahora estaban haciendo de la vida de Aelin un infierno—. Puedes tomarlo, y también Ren –solo si quieres, pero… No estaría molesta si no quieres hacerlo. —En Terrasen, solo había uno. Ella agitó las cebollas. —Las cosas cambian. Nuevas tradiciones para una nueva corte. Puedes jurarlo ahora mismo si quieres. Aedion terminó con las setas y bajó el cuchillo mientras se recostaba contra el mostrador. —No ahora. No hasta que te vea coronada. No hasta que podamos estar frente a una multitud, frente al mundo. Ella vertió los hongos. —Eres incluso más dramático que yo. Aedion resopló. —Apúrate con los huevos. Voy a morir de inanición. —Haz el tocino, o no comerás nada. Aedion apenas se podía mover lo suficientemente rápido.
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Capítulo 30 Traducido por Stefy Vera Corregido por Constanza Cornes Había un cuarto debajo del castillo de piedra que al demonio acechando dentro de él le gustaba visitar. El príncipe demonio incluso lo dejaba salir algunas veces, a través de los ojos que podían haber sido suyos alguna vez. Era un cuarto envuelto en interminable oscuridad. O quizás la oscuridad venia del demonio. Pero ellos podían ver; ellos siempre habían sido capaces de ver en la oscuridad. De donde había venido el príncipe demonio, existía tan poca luz que había aprendido a cazar en las sombras. Había pedestales arreglados en el redondo cuarto en una elegante curva, en cada uno había una almohada negra. En cada almohada reposaba una corona. Mantenidas aquí como trofeos –mantenidas en la oscuridad. Como él. Un cuarto secreto. El príncipe se detuvo en el centro, mirando las coronas. El demonio había tomado el control del cuerpo completamente. Él lo dejó, después que esa mujer con familiares ojos había fallado en matarlo. El esperó a que el demonio abandonara el cuarto, pero el príncipe demonio habló en su lugar. Un silbido, una voz fría que vino de entre las estrellas, hablándole a él –sólo a él. Las coronas de las naciones conquistadas, el príncipe demonio dijo. Más serán añadidas pronto. Quizás las coronas de otros mundos, también. A él no le importaba. Debería importarte –disfrutaras cuando destrocemos los reinos a pedazos. El retrocedió, tratando de retirarse a un bolsillo de la oscuridad donde incluso el príncipe demonio no pudiera encontrarlo.
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El demonio se rio. Humano despiadado. No hay dudas de porque ella perdi贸 la cabeza. Intent贸 callar la voz. Lo intent贸. Dese贸 que esa mujer lo hubiese matado.
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Capítulo 31 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Constanza Cornes Manon irrumpió en la masiva carpa de guerra de Perrington, empujando a un lado la pesada cortina de lona tan violentamente que sus uñas de hierro cortaron a través del material. —¿Por qué a mis Trece se les está negando acceso al aquelarre Yellowlegs? Explica. Ahora. Mientras espetaba la última palabra, se detuvo en seco. Parado en el centro de la turbia carpa, el duque se giró hacia ella, su rostro oscuro –y, Manon tenía que admitirlo con un estremecimiento, un poco terrorífico. —Vete —dijo él, sus ojos quemando como brasas. Pero la atención de Manon estaba fija en lo que –o quien– permanecía más allá del duque. Manon dio un paso adelante, incluso cuando el duque avanzó hacia ella. Con su vestido negro transparente como noche tejida, Kaltain estaba frente a un tembloroso joven soldado en sus rodillas, la pálida mano de ella extendida hacia su contorsionado rostro. Y completamente alrededor de ella, ardía una impía aura de fuego negro. —¿Qué es eso? —dijo Manon. —Fuera —ladró el duque, e incluso tuvo el descaro de arremeter a por el brazo de Manon. Ella osciló sus uñas de hierro, esquivando al duque sin mucho miramiento. Toda su atención, cada poro de ella, estaba enfocada en la dama de cabello oscuro. El joven soldado –uno de los propios de Perrington– estaba sollozando silenciosamente mientras zarcillos de ese fuego negro flotaban de las puntas de los dedos de Kaltain y se deslizaban sobre su piel, sin dejar marca. El humano miró a Manon con ojos grises llenos de dolor. Por favor, articuló. El duque arremetió por Manon de nuevo, y ella se precipitó más allá de él. —Explica esto.
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—Tú no das órdenes, Líder del Ala —espetó el duque—. Ahora vete. —¿Qué es eso? —repitió Manon. El duque subió por ella, pero una sedosa voz femenina suspiró: —Fuego Sombra. Perrington se congeló, como sorprendido de que ella hubiera hablado. —¿De dónde viene este Fuego Sombra? —demandó Manon. La mujer era tan pequeña, tan delgada. El vestido era poco más que telarañas y sombras. Estaba frío en el campamento en la montaña, incluso para Manon. ¿Había ella rechazado una capa, o no les importaba? O quizás, con este fuego… Quizás ella no necesitaba una en absoluto. —De mí —dijo Kaltain, en una voz muerta y hueca y aun así cruel—. Siempre ha estado allí –dormido. Y ahora ha sido despertado. En forma de nuevo. —¿Qué hace? —dijo Manon. El duque se había detenido para observar a la joven mujer, como si estuviera descifrando alguna clase de rompecabezas, como si esperara algo más. Kaltain le sonrió débilmente al soldado sacudiéndose en la ornamentada alfombra roja, su cabello café dorado destellando a la luz de la débil lámpara sobre él. —Hace esto —dijo ella, y curvó sus delicados dedos. El fuego sombra se disparó de su mano y se enrolló alrededor del soldado como una segunda piel. Él abrió su boca en un silencioso grito –convulsionando y dando golpes, inclinando su cabeza hacia atrás al techo de la tienda y sollozando en una silenciosa agonía inaudita. Pero ninguna quemadura estropeó su piel. Como si el fuego sombra convocara solo dolor, como si engañara al cuerpo para que pensara que estaba siendo incinerado. Manon no apartó sus ojos del hombre con espasmos sobre la alfombra, lágrimas de sangre ahora saliendo de sus ojos, su nariz, sus oídos. Silenciosamente le preguntó al duque: —¿Por qué estás torturándolo? ¿Es acaso un espía rebelde? Ahora el duque se aproximó a Kaltain, mirando con atención su pálido y hermoso rostro. Los ojos de ella estaban completamente fijos en los del joven hombre, cautivados. Ella habló de nuevo. —No. Solo un simple humano —sin inflexión, ni un signo de empatía. —Suficiente —dijo él, y el fuego desapareció de la mano de Kaltain. El joven hombre se hundió en la alfombra, jadeando y sollozando. El duque apuntó a las cortinas al fondo de la carpa, que sin duda alguna escondían un área para dormir—. Acuéstate. Como una muñeca, como un fantasma, Kaltain dio la vuelta, ese vestido de medianoche arre-
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molinándose con ella, y acechó hacia las pesadas cortinas rojas, deslizándose a través de ellas como si no fuera más que niebla. El duque caminó hacia el joven hombre y se arrodilló ante él en el suelo. El cautivo alzó su cabeza, sangre y lágrimas mezclándose en su rostro. Pero los ojos del duque se encontraron con los de Manon cuando puso sus enormes manos a cada lado del rostro del soldado. Y rompió su cuello. El chasquido de muerte envió un estremecimiento a través de Manon como el tañido de un arpa. Normalmente, ella hubiera soltado una risita. Pero por un latido sintió cálida y pegajosa sangre azul en sus manos, sintió la empuñadura de su cuchillo impresa contra la palma de su mano cuando la sujetó fuertemente y la blandió contra la garganta de esa Crochan. El soldado cayó pesadamente en la alfombra mientras el duque se levantaba. —¿Qué es lo que quieres, Blackebeak? Como la muerte de la Crochan, esta había sido una advertencia. Mantener su boca cerrada. Pero ella planeaba escribir a su abuela. Planeaba decirle todo lo que había sucedido: esto, y que el aquelarre Yellowlegs no había sido visto o escuchado desde que entraron a la cámara debajo de el Torreón. La Matrona volaría hasta aquí y comenzaría a triturar espinas. —Quiero saber por qué hemos sido bloqueadas del aquelarre Yellowlegs. Están bajo mi jurisdicción, y por ello, tengo el derecho de verlas. —Fue un éxito; es todo lo que necesitas saber. —Tú le dirás a tus guardias inmediatamente que me concedan a mí y a las mías permiso para entrar —En efecto, docenas de guardias habían bloqueado su camino –aparte de matar para hacer su camino a través de ellos, Manon no tenía forma de entrar. —Tú eliges desobedecer mis órdenes. ¿Por qué debería yo seguir las tuyas, Líder del Ala? —Tú no tendrás un ejército maldito por los dioses para que monten esos wyverns si los encierras a todos para tus experimentos de reproducción. Ellas eran guerreras –eran Brujas Dientes de Hierro. No eran propiedad para ser criaderos. No estaban para que experimentaran en ellas. Su abuela lo masacraría. El duque apenas se encogió de hombros. —Te dije que quería Blackbeaks. Te negaste a dármelas. —¿Es esto castigo? —espetó las palabras. Las Yellowlegs eran Dientes de Hierro después de todo. Aún bajo su comando. —Oh, no. No en absoluto. Pero si desobedeces mis órdenes de nuevo, la próxima vez, podría
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serlo —él ladeó su cabeza, la luz dorada en sus oscuros ojos—. Hay príncipes, sabes –entre los Valg. Poderosos príncipes astutos, capaces de salpicar gente en las paredes. Ellos han sido bastante aficionados a probarse a sí mismos contra tu clase. Quizás harán una visita a tus cuarteles. Ver quién sobrevive la noche. Sería una buena forma de eliminar a las brujas menores. No tengo uso para soldados débiles en mis ejércitos, incluso si eso disminuye tus números. Por un momento, hubo un rugiente silencio en su cabeza. Una amenaza. Una amenaza de este humano, un humano que había vivido apenas una fracción de su existencia, esta bestia mortal– Cuidado, dijo una voz en su cabeza. Procede con astucia. Así que Manon se permitió asentir ligeramente en conformidad, y preguntó. —¿Y qué de tus otras… actividades? ¿Qué hay debajo de las montañas que circulan este valle? El duque la estudió, y ella encontró su mirada, se encontró con cada pulgada de negrura en ellos. Y encontró algo deslizándose en el interior que no tenía lugar en este mundo. Al fin, él dijo: —Tú no deseas aprender qué está siendo criado y forjado bajo esas montañas, Blackbeak. No te molestes en enviar a tus exploradoras allí. Ellas no verán la luz del sol de nuevo. Considérate advertida. El gusano humano claramente no sabía cuán hábiles eran sus Sombras, pero no iba a corregirlo, no cuando podía usarlo a su favor algún día. Aun así, lo que fuera que hubiera en el interior de esas montañas no era de su cuidado –no con las Yellowlegs y el resto de la legión con la que lidiar. Manon apuntó con su barbilla hacia el soldado muerto. —¿Para qué piensas usar este fuego sombra? ¿Tortura? Un destello de ira a otra pregunta. El duque dijo apretadamente: —No he decidido aún. Por ahora, ella experimentará de esta forma. A lo mejor luego, aprenderá a incinerar los ejércitos de nuestros enemigos. Una llama que no deja quemaduras –soltada sobre cientos. Sería glorioso, incluso si era grotesco. —¿Y hay ejércitos de enemigos reuniéndose? ¿Usarás el fuego sombra sobre ellos? El duque de nuevo ladeó su cabeza, las cicatrices en su rostro contrastantes en la turbia luz de la linterna. —Tu abuela no te ha dicho entonces. —¿Sobre qué? —espetó.
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El duque caminó hacia la parte del cuarto escondida por las cortinas. —Sobre las armas que ha estado haciendo para mí –para ti. —¿Qué armas? —no se molestó en perder tiempo con silencio táctico. El duque simplemente le sonrió mientras desaparecía, las cortinas ondeando lo suficiente para revelar a Kaltain yaciendo en una cama baja cubierta en pieles, sus pálidos y delgados brazos a los lados, sus ojos abiertos y sin ver nada. Una cáscara. Un arma. Dos armas –Kaltain, y lo que sea que su abuela estaba haciendo. Era por eso que la Matrona se había quedado en los Colmillos con las otras Gran Brujas. Si las tres estaban combinando su conocimiento, sabiduría y crueldad para desarrollar un arma a usar contra los ejércitos mortales… Un escalofrío bajó por la espalda de Manon cuando miró de nuevo al humano roto sobre la alfombra. Lo que sea que esa arma fuera, lo que sea que las tres Gran Brujas habían ideado… Los humanos no tendrían una oportunidad.
—Las quiero a todas esparciendo la palabra a los otros aquelarres. Quiero centinelas en constante vigilancia en las entradas a los cuarteles. Rotaciones de vigilancia de tres horas, no más –no queremos a nadie desmayándose y dejando al enemigo infiltrarse. Ya he despachado una carta para la Matrona. Elide despertó con un sobresalto dentro del nido, cálida y descansada y sin atreverse a respirar. Aún estaba oscuro, pero la luz de luna se había ido, el amanecer lejos. Y en la negrura, ella apenas podía distinguir el brillo de cabello blanco como la nieve y el destello de unos pocos juegos de dientes de hierro y uñas. Oh, dioses. Había planeado dormir por solo una hora. Debía haber dormido por lo menos cuatro. Abraxos no se había movido detrás de ella, su ala aun escudándola. Desde ese encuentro con Asterin y Manon, cada hora, despertar o dormir, había sido una pesadilla para Elide, e incluso días después ella se atrapaba a sí misma conteniendo la respiración en momentos extraños, cuando la sombra del miedo la tomaba por la garganta. Las brujas no se habían molestado con ella, incluso aunque había afirmado que su sangre corría azul. Pero tampoco lo había estado Vernon. Pero esta noche… había estado cojeando de vuelta a su cuarto, el hueco de la escalera oscuro y silencioso –demasiado silencioso, incluso con el chirrido de sus cadenas en el suelo. Y por la puerta, un hueco de completo silencio, como si incluso los ácaros de polvo hubieran contenido
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su respiración. Alguien estaba dentro de su cuarto. Esperándola. Así que había seguido caminando, todo el camino hasta el nido iluminado por la luna, donde su tío no se atrevería a ir. Los wyverns de las Trece habían estado enrollados en el suelo como gatos o encaramados en sus puestos sobre la caída. A su izquierda, Abraxos la había mirado desde donde estaba tumbado sobre su panza, sus ojos sin profundidad amplios, sin parpadear. Cuando se había acercado lo suficiente para oler la carroña en su aliento, ella dijo: —Necesito un lugar donde dormir. Solo por esta noche. Su cola se movió ligeramente, las púas de hierro tintineando en las piedras. Meneándola. Como un perro –dormitando, pero contento de verla. No había ni un gruñido para ser escuchado, ni un destello de dientes de hierro preparándose para tragársela en dos mordidas. Ella preferiría ser engullida a enfrentarse a lo que fuera que estuviera en su cuarto. Elide se había deslizado contra la pared, metiendo sus manos bajo sus axilas y doblando sus rodillas hacia su pecho. Sus dientes comenzaron a castañear entre sí, y se encogió más apretadamente. Estaba tan helado allí que su aliento se nublaba frente a ella. Heno crujió, y Abraxos se deslizó más cerca. Elide se había tensado –podría haberse levantado de un salto y correr. El wyvern había extendido un ala hacia ella como si fuera una invitación. A sentarse a su lado. —Por favor no me comas —había susurrado. Él resopló, como si dijera, No serías mucho más que un bocado. Estremeciéndose, Elide se levantó. Él parecía más grande a cada paso. Pero esa ala permaneció extendida, como si ella fuera el animal que necesitaba calmarse. Cuando llegó a su lado, difícilmente podía respirar mientras extendía una mano y acariciaba la curvada piel escamosa. Era sorprendentemente suave, como cuero gastado. Y tostada, como si él fuera un tostador. Cuidadosamente, alerta de la cabeza que él movió para mirar cada uno de sus movimientos, se sentó contra él, su espalda instantáneamente cálida. Esa ala había bajado con elegancia, plegándose hasta que se volvió una pared de cálida membrana entre ella y el viento frío. Se había recostado aún más en su suavidad y delicioso calor, dejando que se asentara en sus huesos. Ella ni siquiera se había dado cuenta de que se había dejado caer en el sueño. Y ahora… ellas estaban aquí. El hedor de Abraxos debía de estar encubriendo su propio olor humano, o de lo contrario la Líder del Ala ya la hubiera encontrado. Abraxos se mantuvo quieto lo suficiente para que se preguntara si él lo sabía también. Las voces se movieron hasta el centro del nido, y Elide calibró la distancia entre Abraxos y la puerta. A lo mejor podía deslizarse fuera antes de ser notada–
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—No digas nada; mantenlo en secreto. Si cualquiera revela nuestras defensas, morirán a mano mía. —Como lo desees —dijo Sorrel. Asterin dijo: —¿Le decimos a las Yellowlegs y Bluebloods? —No —dijo Manon, su voz como sangre y matanza—. Blackbeaks solamente. —¿Incluso si otro aquelarre cesa de ser voluntario para la próxima ronda? —dijo Asterin. Manon dio un gruñido que hizo que el cabello en el cuello de Elide se levantara. —Solo podemos tirar mucho de la correa. —Las correas pueden romperse —desafió Asterin. —También tu cuello —dijo Manon. Ahora –ahora, mientras peleaban. Abraxos permaneció inmóvil, como si no se atreviera a atraer atención sobre sí mismo mientras Elide se preparaba para huir. Pero las cadenas… Elide se sentó de nuevo y cuidadosamente, lentamente, levantó su pie solo un poco del suelo, sosteniendo sus cadenas para que no se arrastraran. Con un pie y una mano, ella comenzó a empujarse a sí misma a lo largo de las piedras, deslizándose hacia la puerta. —Este fuego sombra —reflexionó Asterin, como tratando de difundir la tormenta aproximándose entre la Líder del Ala y su prima—. ¿Lo usará en nosotras? —Él parecía inclinado a pensar que podía ser usado en ejércitos enteros. Yo no pondría más allá de él que lo mantuviera sobre nuestras cabezas. Más cerca y más cerca, Elide hacía su camino hacia la puerta abierta. Ya casi estaba allí cuando Manon canturreó: —Si tuvieras aprecio a tu columna vertebral, Elide, te hubieras mantenido junto a Abraxos hasta que nos fuéramos.
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Capítulo 32 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes
Manon había visto a Elide dormir contra Abraxos en el momento en que había entrado en el nido de águilas, y había tomado conciencia de sus momentos de presencia antes de eso –el seguimiento de su aroma encima de las escaleras. Si Asterin y Sorrel se habían dado cuenta, no hicieron ningún comentario. La criada estaba sentada en su culo, casi a la puerta, con un pie en el aire para impedir a sus cadenas arrastrarse. Inteligente, incluso si ella había sido demasiado estúpida como para darse cuenta de lo bien que se veían en la oscuridad. —Había alguien en mi habitación —dijo Elide, bajando su pie y parándose. Asterin se puso rígida. —¿Quién? —No lo sé —dijo Elide, manteniéndose cerca de la puerta, aunque no le haría ningún bien—. No me pareció aconsejable ir dentro. Abraxos se había tensado, su cola desplazándose sobre las piedras. La bestia inútil estaba preocupado por la chica. Manon entrecerró sus ojos hacia él. —¿No se supone que es su tipo comer a mujeres jóvenes? Él la miró. Elide se mantuvo firme cuando Manon merodeaba cerca. Y Manon, a su pesar, estaba impresionada. Ella miró a la chica –realmente la miró. Una chica que no tenía miedo de dormir sobre un wyvern, que tenía el suficiente sentido común para saber cuándo el peligro podría estar acercándose... Quizás aquella sangre realmente corría azul. —Hay una cámara bajo este castillo —dijo Manon, y Asterin y Sorrel se alzaron en la fila de-
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trás de ella—. Dentro de él hay un aquelarre de brujas Yellowlegs, tomado por el duque para... crear descendiente de demonio. Quiero que entres en esa cámara. Quiero que me digas lo que está sucediendo allí. La humana se puso pálida como la muerte. —No puedo. —Tú puedes, y quieres —dijo Manon—. Eres mía ahora —sintió la atención de Asterin en ella, la desaprobación y sorpresa. Manon continuó—. Tú encontraras el camino a esa cámara, me darás los detalles, guardaras silencio acerca de lo que aprendes, y vivirás. Si me traicionas, si le dices a alguien... vamos a brindar por ti en tu fiestas de bodas con un apuesto marido Valg, supongo. Las manos de la muchacha temblaban. Manon golpeó a sus lados. —No toleramos cobardes en las filas Blackbeak —dijo entre dientes—. ¿O pensaste que tu protección era gratis? —Manon indicó la puerta—. Debes quedarte en mis cámaras si la tuya está ocupada. Espera en el fondo de la escalera. Elide miró detrás de Manon a su Segunda y Tercera, como si estuviera considerando rogar su ayuda. Pero Manon sabía que sus rostros estaban pedregosos e inflexibles. El terror de Elide era un sabor fuerte en la nariz de Manon cuando ella cojeó lejos. Le tomó demasiado tiempo para bajar las escaleras, su pierna hacia que fuera desacelerando al ritmo de una vieja. Una vez que estaba en la parte inferior, Manon se dirigió a Sorrel y Asterin. —Ella podría ir al duque —dijo Sorrel. Como la Segunda, tenía el derecho de hacer aquella observación –para estudiar detenidamente todas las amenazas a la heredera. —Ella no es tan despiadada. Asterin chasqueó la lengua. —Fue por eso que habló, sabiendo que estaba aquí. Manon no se molestó en asentir. —¿Si es capturada? —preguntó Asterin. Sorrel miró bruscamente hacia ella. Manon no tenía ganas de reprenderla. Estaba Sorrel para arreglar el predominio ahora. —Si es capturada, entonces encontraremos otra manera. —¿Y no tienes ninguna náusea sobre ellos matándola? ¿O usando esa sombra fuego en ella? —Retírate, Asterin —soltó Sorrel entre dientes. Asterin no hizo tal cosa. —Deberías hacer estas preguntas, Segunda. Los dientes de hierro de Sorrel rompieron hacia abajo.
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—Es debido a tu cuestionamiento que ahora eres Tercera. —Basta ya —dijo Manon—. Elide es la única que podría entrar en esa cámara e informarnos. El duque gruño sus órdenes de no dejar a una sola bruja acercarse. Incluso las Sombras no pueden acercarse lo bastante cerca. Pero una criada, limpiar lo que ensucie... —Tú fuiste la que esperaba en su habitación —dijo Asterin. —Una dosis de miedo hace un largo camino en los seres humanos. —¿Es ella humana, sin embargo? —preguntó Sorrel—. ¿O la contamos entre nosotros? —Esto no hace ninguna diferencia si ella es humana o algún tipo de bruja. Yo enviaría a quienquiera que sea el más calificado abajo en esas cámaras, y en este momento, Elide solo puede tener acceso a ellos. Astucia –era como ella se pondría alrededor del duque, con sus esquemas y sus armas. Podría trabajar para el Rey, pero no toleraría ser dejada ignorante. —Necesito saber lo que está pasando en esas cámaras —dijo Manon—. Si perdemos una vida para hacer esto, entonces que así sea. —¿Y entonces qué? —preguntó Asterin, a pesar de la advertencia de Sorrel—. Una vez que sepas, ¿entonces qué? Manon no había decidido. Una vez más, aquella sangre fantasma le empapó sus manos. Seguir órdenes –o bien ella y las Trece iban a ser ejecutados. Otros por su abuela o por el Duque. Después de que su abuela leyera su carta, tal vez sería diferente. Pero hasta entonces– —Entonces seguimos como nos han mandado —dijo Manon—. Pero no voy a ser llevada a esto con una venda sobre mis ojos.
Espía. Un espía para la Líder del Ala. Elide suponía que no era diferente de ser espía por sí misma -de su propia libertad. Pero aprender acerca de la llegada de los vagones de suministro y tratando de entrar en esa cámara mientras que también tenía que hacer sus deberes... Tal vez ella tendría suerte. Tal vez podría hacer las dos cosas. Manon tenía un catre de heno que llevó a su habitación, poniéndolo cerca del fuego para calentar los mortales huesos de Elide, había dicho. Elide apenas había dormido la primera noche en la torre de la bruja. Cuándo se puso de pie para usar el privado, convencida que la bruja estaba dormida, había dado dos pasos antes que Manon dijera:
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—¿Yendo alguna parte? Dioses, su voz. Como una serpiente escondida encima de un árbol. Ella balbuceó una explicación sobre la necesidad de la sala de baño. Cuando Manon no respondió, Elide había tropezado hacia fuera. Cuando volvió encontró a la bruja dormida –o al menos sus ojos estaban cerrados. Manon dormía desnuda. Incluso con el frío. Su cabello blanco caía en cascada por la espalda, y no había una parte de la bruja que no parecía delgada, con músculos o salpicado de cicatrices débiles. Ninguna parte que no era un recordatorio de lo que Manon le haría si ella fallaba. Tres días más tarde, Elide hizo su movimiento. El agotamiento que tenía tiró sin descanso sobre ella, desapareciendo cuando agarró un bulto de sábanas que había tomado de la lavandería y miraba por el pasillo. Cuatro guardias de pie en la puerta de la escalera. Le había costado tres días de ayudar en la lavandería, tres días después de charlar con las lavanderas, a saber si las sábanas eran siempre necesarias en la cámara en la parte inferior de las escaleras. Nadie quería hablar con ella los dos primeros días. Simplemente la miraron y le dijeron dónde tirar cosas o cuando chamuscar sus manos o fregar hasta que su espalda duela. Pero ayer había visto la ropa rasgada, empapada por sangre corriendo. Sangre azul, no roja. Sangre de bruja. Elide mantuvo la cabeza baja, trabajando en las camisas de los soldados que le habían dado una vez que demostró su habilidad con una aguja. Pero notó qué lavanderas interceptaron la ropa. Y entonces siguió trabajando a través de las horas que se tardó en limpiar y secar y presionarlas, permaneciendo más tarde que la mayoría de las otras. Esperando. Ella era nadie y nada y pertenecía a nadie, pero si dejaba a Manon y las Blackbeaks pensar que aceptó su demanda sobre ella, podría muy bien liberarse una vez que llegaran los vagones. Las Blackbeaks no se preocupaban por ella, en realidad no. Su patrimonio era conveniente para ellas. Dudaba que se dieran cuenta cuando desapareciera. Había sido un fantasma desde hace años, de todos modos, su corazón lleno de los muertos olvidados. Así que ella trabajaba, y esperó. Incluso cuando su espalda le dolía, aun cuando sus manos estaban tan adoloridos que se sacudieron, ella notó a la lavandera que arrastró la ropa embutida de la cámara y desapareció. Elide memorizó cada detalle de su rostro, de su estructura y la altura. Nadie notó cuando se deslizó tras ella, llevando un brazado de sábanas para la Líder del Ala. Nadie la detuvo mien-
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tras seguía a la lavandera por pasillo tras pasillo hasta llegar a este lugar. Elide se asomó por el pasillo otra vez justo cuando la lavandera salió de la escalera, brazos vacíos, rostro demacrado y sin rastro de sangre. Los guardias no la detuvieron. Bien. La lavandera volvió por otro pasillo, y Elide soltó el aliento que había estado conteniendo. Volviéndose hacia la torre de Manon, pensó en silencio a través de su plan una y otra vez. Si ella fuera capturada... Tal vez debería arrojarse desde uno de los balcones en lugar de enfrentar una de las decenas de muertes horribles que le esperan. No –no, ella soportaría. Había sobrevivido cuando muchos –casi todo el mundo que había amado– no lo habían hecho. Cuando su reino no lo hizo. Así que sobreviviría por ellos, y cuando se fuera, construiría una nueva vida lejos en su honor. Elide cojeó con dificultad hasta una escalera de caracol. Dioses, odiaba las escaleras. Estaba a mitad de camino cuando oyó la voz de un hombre que la dejó fría. —El duque dijo que hablaste –¿por qué no decir una palabra a mí? Vernon. El silencio lo saludó. Volver a bajar las escaleras –ella debía ir hacia atrás por las escaleras. —Tan hermosa —murmuró su tío a quien fuera—. Como una noche sin luna. La boca de Elide se secó por el tono de su voz. —Tal vez es el destino que nos topamos con el otro aquí. Él te observa tan de cerca —Vernon se detuvo—. Juntos —dijo en voz baja, con reverencia—. Juntos, vamos a crear maravillas que harán del mundo temblar. Tales palabras, tan íntimas, oscuras, llenas de tal... derecho. No quería saber lo que quería decir. Elide dio un paso tan silencioso como pudo bajando las escaleras. Tenía que alejarse. —Kaltain —retumbó su tío, una demanda y una amenaza y una promesa. El silencio la joven –que nunca hablaba, que nunca miró a nadie, que tenía tales marcas en ella. Elide la había visto sólo unas pocas veces. Había visto lo poco que ella respondía. O se defendía. Y luego Elide estaba caminando por las escaleras.
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Arriba y hacia arriba, asegurándose de que sus cadenas resonaran tan fuerte como sea posible. Su tío se quedó en silencio. Rodeó el siguiente rellano, y allí estaban. Kaltain había sido empujada contra la pared, el cuello de ese vestido demasiado roto tirado al lado, su pecho casi hacia fuera. Había tal vacío en su rostro, como si ella no estuviera aún allí en absoluto. Vernon se paró a pocos pasos de distancia. Elide agarró sus sábanas tan duramente que pensó haberlas triturado. Deseaba tener las uñas de hierro, por una vez. —Lady Kaltain —le dijo a la joven, apenas un par de años mayor que ella. Ella no esperaba su propia rabia. No se esperaba así misma diciendo: —Fui enviada a buscarle, Señora. Por acá, por favor. —¿Quién la mandó a buscar? —exigió Vernon. Elide lo miró a los ojos. Y no bajó la cabeza. Ni una pulgada. —La Líder del Ala. —La Líder del Ala no está autorizada a reunirse con ella. —¿Y usted? —Elide se estableció entre ellos, aunque no haría ningún bien si su tío decidiera usar la fuerza. Vernon sonrió. —Me preguntaba cuándo ibas a mostrar los colmillos, Elide. ¿O debería decir dientes de hierro? Él sabía, entonces. Elide le miró y puso ligeramente una mano en el brazo de Kaltain. Ella era tan fría como el hielo. Ni siquiera miró a Elide. —Si usted sería tan amable, Señora —dijo Elide, tirando de ese brazo, agarrando la ropa con la otra mano. Kaltain en silencio comenzó a dar un paseo. Vernon se rió entre dientes. —Ustedes dos podrían ser hermanas —dijo casualmente. —Fascinante —dijo Elide, guiando a la dama por las escaleras, incluso cuando el esfuerzo para mantener el equilibrio había hecho latir la pierna en agonía. —Hasta la próxima —dijo su tío detrás de ellas, y no quería saber a quién se refería. En silencio, con el corazón latiendo tan violentamente que ella pensó que podría vomitar, Elide
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llevó a Kaltain hasta el siguiente rellano, y la soltó el tiempo suficiente para abrir la puerta y guiarla hacia el pasillo. La señora hizo una pausa, mirando a la piedra, a la nada. —¿A dónde tiene que ir? —le preguntó Elide en voz baja. La señora se quedó mirando. En la luz de las antorchas, la cicatriz en su brazo era horripilante. ¿Quién había hecho eso? Elide puso una mano en el codo de la mujer de nuevo. —¿Dónde puedo llevarle para que esté a salvo? A ninguna parte –no había ningún lugar aquí que estuviera a salvo. Pero poco a poco, como si le llevara toda una vida para recordar cómo hacerlo, la señora deslizó sus ojos por Elide. La oscuridad y la muerte y las negras llamas; la desesperación y la rabia y el vacío. Y sin embargo –un núcleo de entendimiento. Kaltain simplemente se alejó, ese vestido silbando sobre las piedras. Había golpes que parecían huellas digitales a su alrededor por el otro brazo. Como si alguien le hubiera agarrado demasiado fuerte. Este lugar. Estas personas– Elide luchó con las náuseas, mirando hasta que la mujer se desvaneció en una esquina.
Manon estaba sentada en su escritorio, mirando a lo que parecía ser una carta, cuando Elide entró en la torre. —¿Te metiste en la cámara? —dijo la bruja, sin molestarse en darse la vuelta. Elide tragó saliva. —Necesito que me consigas un poco de veneno.
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Capítulo 33 Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Constanza Cornes De pie en un amplio claro entre las pilas de cajas, Aedion parpadeó contra el sol de media mañana inclinado a través de las ventanas en lo alto de la bodega. Estaba sudando ya y en extrema necesidad de agua cuando el calor del día se volvió el almacén sofocante. No se quejó. Había exigió que se le permitiera ayudar, y Aelin se había negado. Había insistió en que estaba en condiciones de luchar, y ella simplemente había dicho: —Pruébalo. Así que allí estaban. Él y el Príncipe Hada habían estado pasando por una rutina de entrenamiento de prueba con palos por los últimos treinta minutos, y le estaba pateando el culo a fondo. La herida de su costado era un movimiento lejos de ser terrible, pero él apretó a través de ella. El dolor era bienvenido, teniendo en cuenta los pensamientos que le habían mantenido despierto toda la noche. Que Rhoe y Evalin nunca le había dicho, que su madre había muerto para ocultar el conocimiento de que era, que él era mitad Hada –y que él no podría saber por otra década cuando envejecería. Si el duraría más tiempo que su Reina. Y su padre –Gavriel. Eso era otro camino a explorar. Luego. Tal vez sería útil, si Maeve cumplía la amenaza puesta, ahora que uno de los compañeros legendarios de su padre estaba de caza por Aelin en esta ciudad. Lorcan. Mierda. Las historias que había oído sobre Lorcan habían estado llenas de gloria y de sangre –sobre todo esto último. Un hombre que no comete errores, y que era despiadado con los que debía Tratar con el Rey de Adarlan fue bastante malo, pero tener un enemigo inmortal a sus espaldas... Mierda. Y si alguna vez Maeve viera conveniente el enviar a Gavriel aquí... Aedion encontraría una manera de soportarlo, como había encontrado una manera de soportar todo en su vida.
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Aedion estaba terminando una maniobra con el palo que el príncipe le había mostrado dos veces cuando Aelin detuvo su propio ejercicio. —Creo que es suficiente por hoy —dijo ella, casi sin aliento. Aedion se puso rígido ante el despido ya en sus ojos. Había estado esperando toda la mañana para esto. Por los últimos diez años, había aprendido todo lo que podía de los mortales. Si los guerreros llegaron a su territorio, él utilizaría sus considerables encantos para convencerlos para que le enseñe lo que sabían. Y siempre que se aventuraban fuera de sus tierras, había hecho un punto para recoger tanto como pudo sobre la lucha y matanza de quien vivía allí. Así enfrentándose a sí mismo contra un guerrero de raza Hada pura, directa desde Doranelle, era una oportunidad que no podía perder. No dejaría que la compasión de su prima lo destruyera —Oí una historia —dijo Aedion a Rowan— de que has matado a un caudillo enemigo utilizando una tabla. —Por favor —dijo Aelin—. ¿Quién diablos te dijo eso? —Quinn –tu tío el Capitán de la Guardia. Él era un admirador del príncipe Rowan. Él sabía todo los cuentos. Aelin deslizó sus ojos a Rowan, quien sonrió, apoyando el bastón de combate en el suelo. —No puedes hablar en serio —dijo ella— ¿Qué –le aplastaste hasta la muerte como una uva prensada? Rowan se atragantó. —No, yo no le aplaste como una uva —le dio a la reina una sonrisa salvaje—. Arranqué la pata de la mesa y lo empale con ella. —Limpiamente a través del pecho y contra la pared de piedra —dijo Aedion. —Bueno —dijo Aelin, resoplando—. Te voy a dar puntos de ingenio, por lo menos. Aedion hizo rodar su cuello. —Volvamos a lo mismo. Pero Aelin le dio a Rowan una mirada que casi dijo, No mates a mi primo, por favor. Suspéndelo. Aedion agarró el palo de combate más fuerte. —Estoy bien. —Hace una semana —dijo Aelin—, que tenías un pie en el otro mundo. Tu herida aún está sanando. Nosotros hemos terminado por hoy, y tú no estás viniendo. —Conozco mis límites, y yo digo que estoy bien.
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La lenta sonrisa de Rowan era nada menos que letal. Una invitación a bailar. Y esa parte primitiva de Aedion decidió que no quería huir de los depredadores ojos de Rowan. No, tenía muchas ganas de mantenerse firme y rugir de vuelta. Aelin gimió, pero mantuvo su distancia. Pruébalo, había dicho. Bueno, lo haría. Aedion no dio ninguna advertencia cuando atacó, amagando derecho y apuntando bajo. Él había matado a hombres con aquel movimiento, limpio y cortados por la mitad. Pero Rowan le esquivó con una eficiencia brutal, desviando y posicionando a la ofensiva, y eso era todo lo que Aedion alcanzó a ver antes de que sacara un golpe en puro instinto. Preparándose a sí mismo contra la fuerza del golpe de Rowan teniendo su costado gimiendo de dolor, pero se mantuvo enfocado, a pesar de que Rowan casi había golpeado el palo de las manos. Se las arregló para hacer el siguiente golpe el mismo. Pero cuando los labios de Rowan tiraron hacia arriba, Aedion tuvo la sensación de que el príncipe estaba jugando con él. No por diversión –no, para probar algún punto. Niebla roja cubrió su visión. Rowan iba a barrer sus piernas hacia fuera, y Aedion pisoteó lo suficientemente fuerte el palo de Rowan que rompió en dos. Cuando lo hizo, Aedion se retorció, arremetiendo su propio palo directo a la cara de Rowan. Agarrando las dos piezas en las dos manos, el guerrero Hada lo esquivó, pasando bajo, y– Aedion no vio el segundo golpe viniendo a sus piernas. Entonces él parpadeaba en las vigas de madera del techo, jadeando por la respiración cuando el dolor de su herida arqueó a través de su costado. Rowan gruñó hacia él, una sola pieza del bastón inclinado para cortar su garganta mientras que el otro era empujado contra su abdomen, dispuesto a derramar sus tripas. Santo infierno ardiente. Aedion había sabido que sería rápido, y fuerte, pero esto... Teniendo a Rowan luchando junto a La Perdición muy bien podría decidir batallas en cualquier tipo de guerra. Dioses, su lado dolía bastante mal que pensó que podría estar sangrando. El Príncipe Hada habló en voz tan baja que incluso Aelin no podía oír. —Su reina le dio una orden de detenerse –por su propio bien. Porque ella necesita que sane, y porque le duele verle herido. No ignore su mando la próxima vez. Aedion era lo suficientemente sabio como para no hacer una réplica, ni de moverse cuando el príncipe excavo con la punta de los palos un poco más duro. —Y —añadió Rowan—, si alguna vez hablas con ella de nuevo como lo hiciste ayer por la noche, te arrancaré la lengua y la empujare hacia abajo por tu garganta. ¿Comprendes? Con el palo en su cuello, Aedion no podía asentir sin empalarse a sí mismo en el extremo den-
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