Apuntes para la paz en Colombia La decisión del Presidente Santos de hablar de paz con las Farc despierta el interés de muchas personas y grupos de participar en la conversación. Esta es una buena señal, si lo que buscan es dialogar. Pero ese diálogo tendrá que darse no solamente en Oslo y en la Habana, sino en todos los rincones de Colombia. Por eso es bueno que muchos quieran participar. En la democracia colombiana si algo falta es participación. Por eso mismo falta el diálogo. Y por esa razón se dispara en vez de negociar. Y no se negocia porque muchos quieren mucho sin que les cueste nada. Eso no es negociar sino expropiar.
Alejandro Angulo Novoa, S.J.*
Ahí tenemos el caso de la tierra cultivable. Las Farc se organizan por eso: Campesinos desterrados. Quintín Lame se organiza por eso: Indígenas desterrados. Y el paramilitarismo se arma también por eso: Terratenientes que temen (por sus buenos motivos) ser desterrados. Detrás de cada bala va un deseo voraz de tierra. Es una historia sangrienta de un mercado cruel que negocia compras con despojos y trueca riquezas con estafas. Colombia, si quiere la paz, tiene que renunciar a la guerrilla y al paramilitarismo. Sin esa renuncia irrevocable no se puede ni siquiera empezar a conversar, porque el talante guerrillero, hermano gemelo del talante paramilitar no conversan, violentan. Y la violencia es la negación de la confianza, sustancia del diálogo. La violencia es el sucedáneo de la trampa. Cuando falla la astucia no queda más que la perfidia y cuando fracasa la persuasión, el recurso fácil es la fuerza bruta. Lo aprendimos en el hogar, lo vivimos en la escuela y lo practicamos en la sociedad. Por esas mismas razones los diálogos de paz tienen que cubrir todos esos escenarios. Sin ese difundirse de la confianza en todos los niveles, la negociación en Oslo y en La Habana no llegará al puerto. En cada corazón y en cada mente colombianos hay un guerrillero o un paramilitar. Somos una sociedad desconfiada en el origen y en la formación de lo que va del país. Por eso no logramos renunciar a la guerra, ni consagrar un pacto nacional de no agresión. La paz solamente se construye sobre la confianza, porque la confianza es lo único que nos quita la tentación de la fuerza. La fuerza es un hecho del mundo animal. Pero la confianza es un hecho propio del mundo humano. Los anhelos de paz deberían enfocarse más al entorno de cada uno y menos a la mesa de la negociación. Esa es una mesa de juego, pero sus apuestas no tienen ningún otro sustento diferente a la voluntad de cada colombiano de respetar la vida de los demás colombianos, cueste lo que cueste. Todos aquellos que se creen que pueden contribuir a que las conversaciones terminen en una negociación aceptable a la mayoría de los colombianos, podrían, antes que nada, empezar ya por su entorno particular y su escenario íntimo, para descubrir cómo manejan esa tentación del engaño y de la fuerza que mina muchas de nuestras relaciones cotidianas personales y colectivas. Si en ese pequeño entorno no se negocia, la negociación de La Habana será una gran farsa. Lo que ha frenado la paz en Colombia, desde hace 50 años, no es la guerra sino la suciedad de la misma. Y un agravante ha sido que la suciedad de esa guerra se haya empleado por ambas partes, dejándolas igualadas en su inmoralidad. Este igualarse por lo bajo disminuye al Estado su capacidad de convocatoria porque le resta credibilidad y legitimidad frente a una insurgencia que se permite la perfidia como instrumento de reforma social. Pero un Estado no puede jugar limpio cuando sus ciudadanos juegan con dados cargados los unos contra los otros, desde la educación infantil hasta las multimillonarias transacciones financieras. La paz es de todos o de nadie.
* Coordinador del Sistema de Información General del CINEP/PPP.
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