Reseña de L 'Atalante. Periódico Diagonal

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FILMOTECA

BELÉN GOPEGUI cién casados, emprender una nueva vida sin él) era muy poderoso en la Francia de 1934, pues aún no se mostraban heroínas que reconocieran el mundo, sólo a mujeres que acataban a los hombres. Sin embargo, la magia de la película no reside en la historia, ni siquiera, vista en nuestro tiempo, en el interés de su mensaje social, que aunque necesario podría parecer hoy no demasiado ambicioso. El hechizo está en ese desorden y esa armonía de las buenas intenciones que recorre el metraje. En vindicar el libre albedrío, más como un instinto que como una causalidad. Una esencia que trasciende la ideología para describir el anhelo humano. Donde mejor está resumido es en un personaje, Jules, un marinero al que da vida Michel Simon, otro libertario que se definía como “hombre práctico y anarquista”, y al que Vigo nombró protagonista de la película en los títulos de crédito a la altura de Dita Parlo. En ellos está la justificación de la obra, en quienes pagan el precio de la soledad a cambio de mirar el mundo a través de sus propios ojos. Y es por eso que el reencuentro final se da entre esos dos personajes, Juliette y Jules, que pueden entenderse tan profundamente

El hechizo está en ese desorden y esa armonía de las buenas intenciones que recorre el metraje

Se reedita L’Atalante, obra en la que Jean Vigo reivindica la libertad y el libre albedrío. JOSÉ RAMÓN OTERO ROKO L’Atalante, del director francés Jean Vigo, es una obra que ha recibido tantos elogios, ha sido tantas veces adorada por quienes aman el cine, que es preciso hoy, no sólo verla, sino revivirla dos veces. Vapuleada por los distribuidores, que acortaron su metraje e incluso pretendieron sustituir la maravillosa música original de Maurice Jaubert, se edita ahora en DVD y Bluray por el sello A Contracorriente, en una ver-

sión restaurada por Gaumont que intenta reflejar el que hubiera sido el montaje original de Vigo, ya que murió de tuberculosis a los 29 años sin lograr concluirlo. Vigo, anarquista e hijo de anarquista, rodó la historia de una barcaza que remonta el río hasta llegar a París, habitada por tres marinos y una mujer enamorada, quizás más del viaje que del patrón de ese barco. La barcaza vuelve sin ella, porque en esa mujer radica el descubrimiento y en el ca-

pitán los celos. En la una, el derecho, y en el otro, la censura. En L‘Atalante, que también da nombre a la nave, se concentra, para discutirlo, cierto orden de las relaciones entre iguales que actúa como una cortapisa a la lógica y a la naturaleza. El patrón ama estrechamente, porque lo hace si la amada consiente en que su vida pertenezca al barco. Ella ama generosamente, ya que le quiere si los trayectos son capaces de convertirse en una aventura. Dita Parlo encarna a Juliette, la protagonista, una de las primeras feministas del cine, y ese acto que hoy nos parece de valentía (abandonar a su marido re-

porque se saben pobladores de una lógica parecida. El film tiene otra enseñanza para quienes comparten la lucha por la plenitud de la libertad. Vigo, para su único largometraje, pues no rodó más que éste aparte de obras de pequeño y mediano formato, no quiso hacer un relato exclusivamente político y pensado sólo para las personas más conscientes. Hizo L’Atalante para llegar a quienes amaba, a la gente, al pueblo al que pertenecía, para que antepusieran el amor a las costumbres y la comprensión a las normas. Para que fuésemos no sólo pasajeros, sino también navegantes, de las razones que mantienen los buques a flote. //

El sí de cada no

LA LIBERTAD JUNTO AL RÍO

NO VOLVER

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Dictadura, transición, de entrada no, recortes, penurias, luchas, 15M, samba de mi esperanza ahora por unas elecciones donde los votos cambian de bando. Todo tiene grieta, dice la canción, así es como entra la luz. Y ella va haciendo crack en medio de una mezcla de materiales, conflictos, carencias, y oye decir que así es también como entra la sombra. En todo, o en casi todo, puede haber una palabra dicha a destiempo, una discusión que no debió tenerse, un procedimiento mal llevado, gentes que no cumplieron su tarea y en cambio acapararon lo que no era suyo. En todo hay rozamiento, fricción, pero la inercia tiende a convertirlos en pretexto perfecto para regresar, para no intentar, para mirar desde lejos y agazaparse allí donde la política es una tarea lejana, dulce cuando se critica, punzante cuando se sufren sus consecuencias. Rimbaud, que execraba la miseria, temía al invierno porque era la estación del confort, la de quedarse en casa cuando hay casa y cuando no, sufrir la lluvia, el frío. Execra ahora la inercia y su cara opuesta, la ilusión vana de quien espera y, sin hacer, escribe nombres en el vaho del cristal. Entre las dos vive cuanto se está construyendo: movimientos, organizaciones, espacios comunes ganados al patio particular, luchas que no cesan. Dicen los portavoces de la inercia que al final será como siempre y no habrá apenas cambios, la clase dominante perderá unos votos, reestructurará unas cuantas relaciones de fuerzas, hará algún ademán que vuelva preferible la miseria al desorden, su perpetuación al miedo. Empujan los portavoces hasta ese punto en donde la modificación no se produce, preparan el arrepentimiento por lo que no se intentó. Al otro lado, los expertos en ilusión vana dicen que bastarán los votos y los cargos, que no habrá resistencia y que las leyes hacen la realidad. Sin hacer caso a ninguno, vive su tranquila determinación de no volver. No volverá a casa como quien abandona, seguirá afuera, en organizaciones con meses o siglos de lucha, en frentes pequeños y distintos o en uno solo y general. Cuando llegue el momento, se trenzarán las redes, se habitarán las instituciones y quizá lleve tiempo. Pero entre tanto no volverá al confort de lo ya sabido ni entrará de nuevo en aquel envase donde la guardaron para mejor mirarla. Pues los envases cerrados no se unen, no se abrazan y nunca se desbordan. //


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