Avisos (Des)Clasificados Vol II - Colección de cuentos de Cinosargo 2009

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CINOSARGO AÑO II

COLECCIÓN DE CUENTOS

AVISOS (DES)CLASIFICADOS VOL.II Colección de cuentos de Revista Cinosargo periodo 2009


Editado en Arica- Chile 2010 Diseùo: Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata Tejedo Cinosargo Š Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata 2000-2010 Contacto: carrollera@gmail.com Web: www.cinosargo.cl.kz Cinosargo by Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata Tejedo Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Chile


NOTA (((DES)))CLASIFICADA La presente publicación de Ediciones Cinosargo lleva por título "Avisos (Des)Clasificados. Vol. II" y comprende una serie de narraciones, cuentos y microrelatos que fueron publicados en nuestra página web durante el año 2009. Esta labor antológica junto a su predecesora, anticipa nuestro tercer aniversario y funge como debido complemento a los especiales de poesía y los libros que en todos los géneros hemos venido entregando durante la segunda mitad del 2009 y lo que va del 2010. Sin duda guardábamos una deuda enorme con la narrativa expuesta en nuestras páginas. Este libro y el volumen I vienen a llenar ese vacío. Es por lo demás gratificante para nuestro medio cultural rendir un homenaje a nuestros colaboradores y a la calidad de su arte. Por ello pretendemos en este primer semestre concretar nuestros proyectos en papel lo cual no implica abandonar el espacio virtual que tanta gratificación y diálogo ha promovido por ello prometemos nuevas versiones de Avisos (Des)Clasificados. Por el momento hemos cumplido con las voces que nos deleitaron durante nuestros inicios en el 2008 y aquellas que a lo largo del 2009 aumentaron tanto en diversidad estética como en distancia geográfica. Por ello orgullosos podemos recalcar en este segundo volumen el crecimiento de nuestra red que abarca diálogo y correspondencia con muchos países de habla hispana, inglés, francés así como amigos escritores del resto de Chile y Latinoamérica radicados en Asia y Europa. Pretendemos de todos modos seguir creciendo y entregar ediciones nuevas de Avisos (Des)Clasificados en función de las obras que han ido llegando en lo que va de este año a nuestro espacio en la red. Gracias por su preferencia y gracias también a la dedicación de quienes han emprendido esta aventura literaria confiando en nuestro profesionalismo y pasión por la escritura. Antes de cerrar este breve prólogo no debemos obviar algunas notas acerca de los autores que participan de la colección. De ellos podemos destacar además del talento y generosidad al compartir su arte y amistad desinteresada. En síntesis tenemos muchos motivos para estar orgullosos de la labor que estamos realizando, sin embargo, sabemos que siempre podemos ampliar nuestro esfuerzo y seguir creciendo por el gusto y placer de crear. CINOSARGO TIENE LA PALABRA!!!!!!!!!!!!!!!! DANIEL ROJAS PACHAS MARZO DEL 2010



Narradores presentes en esta edición Anuar Zúñiga Naime (((México))) Ana Patricia Moya Rodríguez (((España))) Javiera Ugalde Alfaro (((Chile))) Jorge Vargas Prado (((Perú))) Juan Francisco Remolina Caviedes (((Colombia))) Guillermo Fernández Escareño (((México))) Milagro Haack (((Venezuela))) Esteban Chicardinni (((Chile))) Teresa Iturriaga (((España))) Luis Sanchez (((España))) Joaquín Guillén Márquez (((México))) Iván Medina Castro (((México))) Emilio Vilches Pino (((Chile))) Orlando Mazeyra Guillen (((Perú))) Juan Mauricio Muñoz Montejo (((Perú))) Juan Ignacio Malacrida (((Argentina))) Rodrigo Ramos Bañados (((Chile))) Juan Luis Castillo Yupanki (((Chile))) Emig Paz (((Honduras))) Luis Cermeño (((Colombia)))


Todos los días la esperaba un hombre de chamarra negra afuera de la escuela por Ánuar Zúñiga Naime

Publicado originalmente en Cinosargo el 23/01/2009

Se llamaba Vanesa y se sentaba en la parte de atrás del salón, tenía un parche de Metallica en su mochila y era preciosa. Yo leía comics y usaba loción todos los días. Íbamos en primero de secundaria y ella me daba miedo, no podía dejar de verla, me fascinaba. Me mostró su ombligo perforado un día en el recreo, se lo habían hecho la tarde anterior, imaginé a un tipo tatuado levantándole la blusa del uniforme y atravesándole la piel con una aguja. La sangre me subió a la cara. Le dije que estaba loca y regresé al salón. No volví a hablarle en todo el año. El Pinky tiene una máquina para rayar, la hizo con el motor de una rasuradora. Oscar me enseñó el rostro de una chola tatuado en el muslo. Anímate, sólo tienes que ponerle unas caguamas y llevar tu aguja. Le explico que nunca me han llamado la atención, que ya no puedes donar sangre, que después no te dan trabajo. Le explico que mi padre me mata si llego a la casa con un tatuaje. Háztelo a escondidas. Dice. Vanesa ya no va en mi salón, yo estoy en 2º D y ella en el B, la veo con sus amigas durante los recreos, se esconden en los baños para fumar. Ella me saluda con la mano cuando nos cruzamos en los pasillos, sonríe, me hace sentir cómo su hermano menor. En la mercería, Oscar pide una aguja de chaquira extra larga. Aguanta cabrón, todavía ni se que me voy a tatuar. Oscar dice que eso no importa, el Pinky tiene un catálogo de tatuajes. Lo que importa es que aguantes vara, que la banda vea que no te rajas, porque si haces caras o te quejas, te va a clavar la aguja más profundo. Hay una pecera con dos pirañas, Oscar las mira mientras ojeo el catálogo y escojo un emblema de Harley Davidson, el Pinky destapa la primera caguama. ¿Y si vas a aguantar güerito o te vas a poner nena? Le doy mi aguja. Sí aguanto. "Como yo te amé jamás te lo podrás imaginar / Pues fue una hermosa forma de sentir / de vivir, de morir" Esa rola es de Armando Manzanero. El Pinky habla mientras calienta mi aguja con un encendedor. Los Caifanes hicieron ese cover y no lo consigues en ningún lado, este cassette es especial, nadie más lo tiene. La máquina empieza a zumbar y la aguja traza la primera línea, aguanto sin hacer caras, cada tanto, el Pinky moja un algodón en la pecera de las pirañas y limpia las gotas de sangre y tinta que escurren por mi brazo. Las letras quedaron al revés: nosdivaD-yelraH, me di cuenta cuando ya llevaba más de la mitad. El Pinky prometió arreglarlo la semana siguiente con tinta blanca y volver a escribir las letras en negro, ya derechas. Para compensar, hizo una copia del cassette de Caifanes y me obligó a jurar que no se lo iba a grabar a nadie. Mi padre me abraza cuando estoy por irme a acostar, le digo que estoy cansado y el me palmea el hombro, aguanto el ardor y ya en mi cuarto, pongo la copia del cassette de Caifanes. Mañana le enseñaré mi tatuaje a Vanesa, aunque tenga las letras chuecas.


How sexy am I now, flirty boy? por Anuar Zúñiga Naime Publicado originalmente en Cinosargo el 21/01/2009

Se estacionaron afuera del merendero, el coche ya venía humeando y el que manejaba se quedó tratando de arreglarlo, los otros dos no se fijaron en mí cuando entraron. El gordo pidió una Miller y se sentó en la barra junto al tipo de chamarra negra. El otro fue directo hacia la mujer del tatuaje que bailaba frente a la rockola. Dejé el periódico y unos billetes sobre la mesa y salí. Esperaba que la camarera viera las fotografías de la primera plana cuando fuera a recoger la taza, pero para cuando llegué a mi coche ya sonaba el primer disparo. --Me arrestaron en la carretera al día siguiente, el tipo que dejaron vivo dijo que yo había estado en el merendero, que salí y no intenté llamar a la policía. En Nuevo México es delito presenciar un crimen y no hacer lo posible para impedirlo. Ahora cumplo una condena de cinco años en la Prisión Estatal de Batonga bajo el cargo de ocuparme de mis propios asuntos. --En mi celda tengo un comic de los Cuatro Fantásticos. Lo he leído por lo menos dos veces al día desde hace dieciocho meses. En una de las viñetas, Galactus arroja a la Antorcha Humana contra un coche en movimiento. Desde hace semanas sólo puedo pensar en el tipo que iba conduciendo, en lo mucho que nos parecemos, en lo terrible que es ir pensando en el dinero de la renta cuando de repente una bola de fuego se abalanza sobre tu vida y la quema hasta las cenizas. --Ayer fue miércoles, los miércoles a las cuatro nos dejan salir al patio, a las seis vuelven a encerrarnos. Son dos horas de sol a las que tenemos derecho cada semana. Para mí, la vida transcurre en esos lapsos de dos horas y entre cada uno hay nueve mil novecientos sesenta minutos que cuento uno por uno. Ayer fue miércoles y McClusky ordenó que no nos dejaran salir de las celdas Mickey y Mallory fueron transferidos a Batonga, a la zona de máxima seguridad. Yo miro por milésima vez como la Antorcha Humana le arruina la vida un pobre diablo y cuento nueve mil novecientos sesenta, nueve mil novecientos cincuenta y nueve, nueve mil novecientos cincuenta y ocho… Lost child. A.K.A.: Kikín Z. A.K.A.: Rock Lobster. CIUDAD MX, 1982. Se queda dormido en 9 de cada 10 fiestas. De niño compraba estampitas afuera de la escuela para ver si traían droga. No sabe manejar. Fue productor, guionista, director, camarógrafo, sonidista y co-estrella en el clásico del género XXX: Here cums the sun. Despierta todos los días a la taza de café y a la regadera fría. Le gusta jugar en hard. Su voz en las contestadoras suena oxidada y hospital. El futuro no lo está esperando.


Fast Food por Ana Patricia Moya Rodríguez Publicado originalmente en Cinosargo el 26/02/2009

La madre insiste, el chiquillo no se decide: yo le repito que está buenísima la hamburguesa del Menu Infantil… aunque yo prefiero comerme un buen bocadillo de jamón serrano con aceite que tragarme ese minúsculo trozo de carne que parece cartón, pero como trabajo en esta cadena de comida rápida por pura necesidad, pues saco mi lado hipócrita con todos los clientes. Y creo que lo hago de maravilla: el crio se convence y al final vendo la caja con la mini hamburguesa de pollo, el yogurth, el helado, la chocolatina, las patatas y el juguetito promocional de este mes. Qué coñazo de niños; pero los peores son los adolescentes, porque después de soportar sus gritos, sus hormonas revolucionadas y sus estúpidas chulerías, me toca limpiar su mierda, a fondo, con lejia. Menos mal que estamos a punto de cerrar. Llego a casa, reventada del currelo. Compruebo que mi madre, muy amable, ha cumplido con el recado: encima de mi mesa, el título de la Licenciatura. Y, al lado, mi primer libro de poesía. El primer ejemplar que salió de la imprenta. Lo aprieto contra mi pecho: una de las ilusiones de mi vida. Salgo de mi mundo de ensueño: tengo que ducharme. Odio este olor a frito, a comida insana. Tengo que descansar bien porque mañana será un día de nervios: me van a entrevistar por primera vez en mi vida, en un Canal Cultural de Televisión. Pero yo lo dejaré claro: no soy poeta, soy empleada de una hamburguesería. No tengo nada de lo que avergonzarme. ¿No es acaso la poesía sinceridad? © ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ Escritora, fotógrafa y diseñadora gráfica española (Córdoba, 1982). Estudió relaciones laborales y es licenciada en humanidades por la Universidad de Córdoba. Ha trabajado dando clases particulares, como arqueóloga y bibliotecaria, entre otros oficios. Es directora, editora y productora de la Revista Digital Groenlandia de literatura, opinión y arte en general. Ha participado en diversas revistas digitales e impresas. Obtuvo el accésit del III Concurso Internacional de Relatos del Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Publicó su primer libro de poemas, Bocaditos de realidad, bajo el sello de Groenlandia.


LO PERDIDO por Javiera Ugalde Alfaro Publicado originalmente en Cinosargo el 28/02/2009

Pero ya no deseo eso, ya nada importa si esta noche infernal parece caerse a pedazos sobre mí. Ayer sin pensarlo fui nuevamente al baño, me miraba entera, todo lo que allí había me dolía; sentía la rabia de no ser lo que realmente pensaba y aspiraba ser. La bulimia es eso, sí, es casi tan doloroso saber que nadie me acepta como yo quiero. Canto algo. Escribo desesperadamente: El fin de todo cuerpo parece morir cuando no hay vanidad, ni odio, ni rabia, ni tanta soledad como en mi boca… La noche duerme y me estoy quedando con las ganas de ir a verla, sola, yo sé que en el fondo ella quiere verme, quiere que estemos juntas toda la noche. En todo momento. Salió rápidamente, pensando en qué le diría y qué cosa ella le respondería. Sin embargo no quiso seguir, pensó y se devolvió para nuevamente encerrase en el baño. Cuantas noches son así de desesperantes, cuantas noches he estado así mirándome y mirándome al espejo, pareciera que afuera todo está muerto, pareciera que todo afuera no vale nada y no importa. Nada. La absoluta soledad refugiada en mis ojos. Las luces de la ciudad brillan a lo lejos, todo, parece perderse en lo lejano a mi realidad, esta realidad tan delirante y ambigua, este cuarto lleno de cicatrices y olvidos. Pienso nuevamente y siento… busco un cigarro, busco el diario. Escribo: Cuando tu cuerpo murió con el mío nos convertimos en una, en silencio, en calle, ciudad, rebeldía, en todo lo que nadie quería de nosotras monstruosas, solas, pequeñas olvidadas… Cuando terminé de escribir siento un ruido. Podría venir. Por fin vería su cuerpo y lo sentiría parte de mi y mis locuras. Abro la puerta, miro, no hay nadie, sólo la calle y unos autos perdiéndose violentamente con rapidez. (…)


Pájaro muerto por Jorge Vargas Prado Publicado originalmente en Cinosargo el 06/03/2009

Pájaro muerto. Para, y sólo para, Ruy Díaz de Vivar. El oficial sigue esperando de rodillas que ella abra los ojos. Hace frío. La camioneta susurra cosas incomprensibles más allá, dispuesta a partir cuando él lo requiera. No pensó bien las cosas y se considera perdido. Doblemente perdido. Súbito, ella abre los ojos. —Cúrate, basura de mierda. Loca de mierda. Me has cagado. Ella sonríe, no queda más ocasión para el éxito de su plan. —¿Creías que iba a ayudarte? Ilusa —después de susurrárselo al oído el oficial corre rumbo a la camioneta, grita—. ¡Chibola ilusa! ¡Ilusa! Todo acaba. Ahora ni la ciudad le hace compañía, su tristeza casi ni existe de tanta ausencia. No distingue bien la humedad de su sangre en la frente, duda; sin embargo se ahoga con aquel líquido. La estrella única brilla en, lo que ella cree, es el sur. Sonríe. Siempre le costó encontrar astros en aquel cielo. Se pregunta si en realidad está cerca la muerte. Intenta cantar, sus labios apenas se agitan: Je suis malade, complètement malade. Desea escuchar música. Hace poco más de un día estaba en el Jirón de la Unión escuchando a Dalida en desafío al mundo entero. Después de años, lo decidió al fin. Se detiene, da la vuelta e ingresa al que, siempre le dijeron, era un bar de escritores. Sería interesante. Cree subir dos pisos. Un muchacho bello lee un poema. Ella se queda en la parte que adivina más oscura, lo escucha y se siente violada. El poema la describe, la descubre. Se llena de temblores, siente que su corazón es un perro contento que alguien revienta a martillazos, cada golpe la vuelve loca. El muchacho termina en el momento justo, los aplausos se oyen apáticos y ella odia a todas esas gentes. Animado el muchacho decide leer un nuevo poema.


Ella siente que alguien malvado le introduce cada letra (del tamaño de una uva) por la nariz, siente la asfixia, cómo su cerebro se comienza a llenar de dagas dulces, es claro: no puede respirar. Su cabeza late y desde alguna vena las uvas le recorren todo el cuerpo, dilatando sus espacios, ahora las uvas parecen tener espinas. Desesperada corre hacia la mesa de luces rojas, arranca el micrófono de las manos del muchacho y de un golpe seco en el pómulo lo desmaya. Algunas señoras gritan y se abrazan. Entre todos hay un solo muchacho de su edad que permanece inmóvil, la mira asombrado pero feliz. Los hombres que custodian la puerta están sobre ella de pronto. Ella lucha, dentellea y grita. La echan del lugar pateándola, resiste los golpes sin caer, todavía siente aquel vino joven en la frente. De un empujón salta varios escalones y comienza a correr cuando se ve algo libre. En la esquina un patrullero enciende sus luces rojas y azules; por primera vez distingue al oficial, le hace un gesto y corre hacia la derecha. Los demás oficiales tardan en reconocer al malhechor pues tras ella han salido en tropel más personas. El muchacho absorto del público es el único que no se cansa de seguirla. Corre tan rápido como ella. En su mente se distingue sola en una playa corriendo en medio de infinitas gaviotas que ríen. Se abren en vuelo ante sus piernas y luego aterrizan en las huellas que va dejando. Escucha a Dalida y toma sus cabellos ondulados y larguísimos para juguetear. Ya no hay peligro. Siente que el plan se cumplirá muy pronto. Ella descansa y Dalida le sonríe. —¡Corres como mierda! Ella despierta y encuentra al que considera su nueva víctima. —No te asustes, no te asustes. Los tombos ya se quedaron, ya. Yo sólo te seguía porque… me pareció genial lo que hiciste. Ese huevón es un hijo de puta, siempre me ha caído recontra mal. Cuántas veces quise hacer yo lo mismo, y tú te atreves. La cagada. El muchacho ríe. Ella no contesta aunque la incertidumbre del éxito de su plan la dirige en los gestos amables. —¿Tomas? —pregunta ella. El muchacho se sorprende y algo asustado responde que sí. En algún momento una idea sexual lo entusiasma, pero su admiración trasciende. —Disculpa, dirás que soy una conchuda, es que tampoco tengo plata. Ella es dulce, sus ojos son de cereza, están inyectados pero resultan hermosos. —No te preocupes. Yo compro un Pisco, pero lo tomamos en la calle nomás, ¿qué dices? Ella considera su suerte. La calle sería un excelente escenario para su propósito. —Normalazo, yo no tengo problemas. Él se sorprende, pero finge. Cree que habla con una poeta. Caminan rumbo a una licorería que él conoce. A ella no le gusta el centro desde que vio a un muchacho guapo y bien vestido, sorbiendo con desesperación huesos de una bolsa entre la basura. Ahora, sin embargo, las calles parecen mujeres elegantes y de buena conversación. Cuando todo está listo toman un taxi. Ella cierra los ojos, prefiere estar perdida. No conversan, sólo entiende que la carrera ha costado siete Soles. El muchacho la dirige a un parque. Se sientan. Ella apura el licor que sabe a uva, recuerda la asfixia, la presión, el martilleo. —No me has dicho tu nombre —dice él sintiendo como el pasto resulta grueso y marca las manos. —Eso es un misterio. —Ah, ¿y tus poetas favoritos? —está nervioso. Las preguntas resultan apresuradas. —Son tantos, son muchas, bueno me gusta la poesía de mujeres —en realidad no ha leído nunca poesía. Ella apura el trago, desea que el muchacho esté ebrio ya. Mientras espera que él tome, se palpa como reconociéndose y descubre que conserva, en los amplios bolsillos de su casaca, el micrófono con el que golpeó al muchacho-muñeca.


Piensa en Dalida, imagina que tiene un vestido brillante y que las palomas que duermen despiertan para aplaudirla. El Pisco se convierte en esferas de esmeralda: muy brillantes. Él comienza a perder el interés por tanto silencio, pero algo le dice, quizás las propias energías de ella, que debe permanecer. —Y… ¿qué escribes? —Si te tomas diez vasitos al toque te lo digo todo. Él acepta y el truco comienza. Uno, pequeña pausa, y luego otro: el licor resbala por los acantilados húmedos de sus bocas. El Pisco sabe a la misma uva, al mismo martilleo. Para ella, aunque beba todas las noches, el licor tendrá siempre el mismo gusto: está fatigada, siente que debe hacerlo ya. Sus huesos crujen al primer movimiento, ella es elástica como un cable de luz, cae sobre él. Lo toma fuerte de los brazos, aprisiona su vientre con las piernas. Lo somete: él tarda en su reacción. Ella se desespera, lo escupe y con su rodilla intenta estrujar los genitales del muchacho. Él, esta vez, sí reacciona. Está asustado, se imagina como un mal poema o como un personaje de ficción mal construido. La empuja con fuerza y ella cae. Comienza a correr. —¡Loca de mierda! Ella permanece en su derrumbe. Siente una tristeza ajena al mundo como cuando se observa algo bello. Cree ver una estrella fugaz dividiendo el cielo púrpura y siente que el tiempo está detenido. Ella se cuestiona. Hubiera querido decirle tantas cosas al muchacho que acaba de huir, le parecía bueno; hubiera resultado interesante conversar un poco más, tal vez ese haya sido el error: no debería apresurarse tanto. Se torna de costado cuando comienza a clarear y distingue cómo el Pisco se derrama. Hace mucho que no le daba tanto miedo la oscuridad, y recuerda cuando una vez de niña quiso impedir que su madre la dejara sola en la noche. Había descubierto que los fantasmas existen: lloró en silencio para no despertar a los monstruos. Sus uñas desolladas de rascar la pared. Quiso llorar. Amanece. Cierra los ojos. ... —¡Documentos! El oficial finge no recordarla pero lo hace y se asusta. Ella es capaz de distinguirlo. —Me he detenido a descansar en el parque, señor. —No sea ridícula, señorita. ¡Documentos! —la voz del oficial lucha por sonar severa—, los vecinos han llamado a la comisaría. Dicen que ha habido escándalos. ¡Documentos! Ella mueve la cabeza, negando y cierra los ojos. El oficial la sujeta y la dirige a la tolva de la camioneta sin enmarrocarla. No se resiste. El vehículo tose como un viejo y luego arranca. Las pistas son amables. Avanzan algún trecho. —Sotomayor, ¡deténgase! ¡deténgase!


Ella se da cuenta que son tres oficiales, no sabe sobre rangos, pero distingue que uno es el superior. La camioneta para en seco. Los tres descienden y comienzan a correr. Se escuchan gritos. Por un momento ella es conciente de su fatiga y considera abandonar su plan, pero se endereza, es un último esfuerzo. Los gritos, el desorden metálico, no importan. El sueño se escabulle suave. Je suis malade/ complètement malade/ je verse mon sang dans ton corps/ et je suis comme un oiseau mort/ quand toi tu dors... Un impacto brusco la despierta. Han arrojado a un hombre gordo, borracho y lleno de sangre cerca de ella. Los policías lo insultan con aversión. El tipo tiene las manos esposadas. Escucha que los policías discuten sobre su seguridad y deciden trasladarla a la cabina. El oficial abre la puerta metálica de la tolva y propone. —Quiero conversar con él —responde ella, aunque el hombre está ya dormido por completo—. Está dormido pero quiero quedarme con él. El oficial insiste con firmeza y ella niega muchas veces. Es invencible. El oficial se aburre y siente que comienza a odiarla. Se va. Ella escucha risas en la cabina antes de que la camioneta parta de nuevo. Aquel temblor constante la adormece, el sueño se convierte en la única opción. Se distingue caminando con su papá en la noche. Siente una rabia inmensa, en ese momento su padre le da un tirón (que ella confunde con una frenada brusca de la camioneta, el tiempo real en contra de la aceleración del sueño) y comienza a llevarla de la mano. Le dice: “¡Apúrate!, ¡apúrate!, no mires hacia atrás, no mires hacia atrás” y sin embargo ella lo hace. Está el señor que los policías echaron a la tolva atacando a una anciana, la golpea y se ríe. Ella lo odia. Siente ira, agitación; no puede respirar, se ahoga. Despierta. Se palpa con desespero y encuentra el micrófono pesado. La camioneta está detenida. Sin hacer ruido golpea al hombre con fuerza, él no despierta y se desploma, ella comienza a golpearle uno y uno y uno, en la cien, en la frente, la sangre embiste, los golpes no cesan. —¡Reacciona! —un golpe—, ¡reacciona! —un golpe—, ¡reacciona! El grito es fuerte. Los pasos afuera se confunden con el retumbar del cráneo destrozado. El oficial abre la tolva, se espanta y su miedo se traduce en ferocidad. Alarga su cuerpo para tomarla de la cintura y la arranca de aquel pegotín humano. Ella lo permite, está satisfecha, el plan concluiría muy pronto. Cuando se da cuenta está encerrada en un cuarto completamente oscuro. El éxtasis de encontrar una nueva víctima repele cualquier miedo. Lo olvida todo y duerme. Hay momentos en los que despierta para notar que está en la oscuridad. La sensación es ligera. Duerme. ... Despierta ahora por el crujir de su estómago. Tiene hambre. Tarda un poco en percatarse y cuando está lúcida por completo busca su mp3, desea escuchar a Dalida. Se toca, reconociéndose está vez con más razón, pero no encuentra nada: ni mp3, ni micrófono, ni el poco dinero que llevaba en los bolsillos. Su angustia es detenida por la convicción del fin de su plan. Medita. Le han dicho loca. Y recuerda cuando le prometió perder la razón a aquél que ha partido: “Si algún día te vas, yo pierdo la cabeza. Me emborracho todos los días y, sin importar dónde esté ni qué hora sea, le preguntaré a cualquier gente: ¿Ha visto al señor Ruy?, obviamente la gente me va a decir: No, hijita. Y yo intentaré llorar para responderles: Pero él me dijo que me esperaría aquí a las cinco; y correré bajo una lluvia inventada por mí, porque en Lima nunca llueve como quiero”.


Sabe que en la realización de su plan el que partió no tiene incumbencia, sólo se trata de un constante y progresivo cansancio. El que ha partido fue quien le enseñó a Dalida. Dalida estaba enferma, cansada, pero no loca. No sabe si lo que siente es tristeza. Quiere cantar pero su estómago cruje de nuevo. De pronto, una raja en un costado de la oscuridad se ilumina. Ella corre, se acerca y es herida por aquel poco de luz. Cierra los ojos casi por completo y hace que su organismo se acostumbre. Cuando la luz ya no es dolorosa se acerca del todo a la rendija, distingue una oficina. Todavía entre formas encuentra al oficial quien está apoyado en el escritorio, a su lado hay una máquina de escribir. Ella imagina que va y tecleando la máquina al aire, escribe: Pardonnez-moi, la vie m'est insupportable, o tal vez en español, cuestión de decidir en el momento. Un crepitar de papel la distrae, nota que el oficial está leyendo un periódico. —Tengo hambre. El oficial se sobresalta. Antes de atender al llamado cierra el periódico y lo guarda en un estante, recuerda la inquietud que le causa su presencia, una especie de asco. Ella siente compasión por él. Tendría que ser mala aunque no quisiese, aunque ella no sea mala, de eso dependería el éxito del plan. El oficial abre una escotilla, la luz. —Por fin se despierta. —Tengo hambre, quiero ir al baño. El oficial siente compasión. Sabe que es prohibido, que si saca a la muchacha podría escapar, le han asegurado que está loca. Piensa. Ella ha estado muchas horas ahí, son ya casi las siete de la noche. Se asegura de que no hay nadie alrededor, cierra la puerta de su oficina y abre la celda de castigo. Él siempre odió tener la celda de castigo en su oficina. Ella está quieta y empolvada. —Tengo que ponerte esposas. Ella extiende sus brazos que para el oficial son dos puentes levadizos. Ahora su rechazo se convierte en una extraña atracción mágica. Tal vez la muchacha sea una bruja real. —Necesito ir al baño.


Él se sonroja. En su oficina no hay baño, sólo un pequeño jardín donde está el depósito. Abre la puerta de atrás y hace que ingrese. Oportunidad perfecta, los ojos de la muchacha se inyectan de sangre. La correa cede, se libera del botón del jean, intenta abrir su cremallera pero esta vez no lo consigue. Observa al oficial. Él traga saliva y con movimientos marciales desciende el pantalón de la muchacha, es ahí cuando comprende que casi es una niña. Ella lo intuye, se acuclilla mostrando un sexo de caramelo. El oficial tarda en reaccionar y ve cómo un hilillo dorado y potente hace hervir la tierra produciendo vapor. Cuando termina, ella se limpia con su propia mano blanca y observa al oficial abultado. Pensar lo que haría le produce cierto malestar, pero sacrificaría hasta su asco para cumplir con lo que desea. Utiliza las esposas para estimularse. Los pliegues rosas, aquellas pelusas relucen con más fuerza al contacto del metal. El oficial carece de reacción y ella se acerca y lo palpa. Él cierra los ojos y recuerda el cadáver del borracho en la tolva. Empuja a la muchacha con fuerza, la toma de los hombros y comienza a arrastrarla, rasmillando sus piernas desnudas, hasta la celda de castigo; la levanta un poco del suelo y la lanza. Cierra la puerta. Ella comienza a gritar que se ahoga, que no puede respirar, que la oscuridad la está matando. El oficial corre y abre la escotilla, ella lo escupe en el rostro y vuelve a gritar. Sus lamentos son agudos y finísimos, hacen que el oficial pierda el control. Él desde afuera le pide silencio, no quiere llamar la atención de su superior, si la encuentran esposada sabrán que él abrió la puerta, que desobedeció. Le dice que se calle, que los van a escuchar. Pero ella grita con más fuerza. —¡Estoy enferma! ¡Entiendes? ¡Estoy enferma! ¡Sácame de nuevo! Un ratito nada más, ¡un ratito! La oscuridad me está ahogando. ¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! Sácame de nuevo, un ratito, ¡sólo un ratito! ¡Un ratito! Su garganta en ese momento cede y se rompe en cientos de cuerdas, aún así ella no para de gruñir. Sus gemidos ahora son irregulares, rugosos, llenos de viscosidad. El oficial desespera. La situación se vuelve insoportable. No podía ser descubierto. Abre la puerta violentamente y antes de que ella se le eche encima le destruye la máquina de escribir en la cabeza.

Jorge Alejandro Vargas Prado (Cusco, 1987) El 2003 ganó el tercer puesto en el concurso 'Al Cusco Inmortal' de la Asociación Infantil y Juvenil del Cusco. El 2006 ganó el primer puesto del concurso 'Jorge Cornejo Polar' de la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA, el mismo año publicó un libro de relatos: 'Cuentos'. El 2007 editó 'Vello húmedo-recopilación de literatura erótica masculina'. El 2008 tradujo la poesía de la rumana Ana Blandiana para la colección de poesía femenina 'Lady Lazarus', ganó una mención honrosa en la categoría poesía del II Concurso Literario de Cuento, Poesía y Ensayo breve organizado por el semanario del Búho, este año también publicó Para detener el tiempo, (cuentos, poesía y una novela). Organizó los encuentros de poesía joven Colectiva 06 (Arequipa), Colectiva 07 (Arequipa) y Colectiva 08 (Cusco). Es miembro fundador del Grupo Editorial Dragostea y director de su agregado cultural Perro Calato. Ha dirigido diversos proyectos de intervención urbana y sus textos han aparecido en diversas revistas a nivel nacional. En enero del 2009 terminó sus estudios en la escuela profesional de Literatura y Lingüística de la UNSA de Arequipa.


HISTORIA EN EL ESPEJO por Juan Francisco Remolina Caviedes Publicado originalmente en Cinosargo el 21/03/2009

La niña se sienta casi desnuda, contemplándose largo rato en el espejo. A través de la telaraña del vidrio puede ver su rostro triste y el cuervo del espanto asomando por sus ojos. Un hilo de sangre resbala por sus piernas y aunque el ardor es intenso solo piensa en mami y en que hace mucho frío. Es domingo. Hoy nos vamos de paseo. Camilo, el señor de la camioneta llega temprano, son las siete y ya todos estamos listos. Basta nombrar el Pico del Águila y enseguida el agua rica, calientita, como le gusta a Andresito. El patio se ha convertido en un infierno para él. Un grupo de hombres toscamente vestidos y demacrados, con el signo de las sombras en el rostro, hacen fila mientras una ansiedad animal asoma de sus braguetas. El grito de dolor es ahogado por el tumulto de voces que hacen respetar un turno. Son las once y papá no llega. Raro. Nunca demora tanto, más sabiendo que es mi cumpleaños. Mamá no quiso guardarle un pedacito de ponqué. Voy a dejar la puerta abierta sin que mamá se dé cuenta, quiero levantarme cuando llegue y mostrarle las muñecas que tía Sofi y tío Carlos me regalaron. Hoy estuve muy contenta, pero papá faltó. Los ojos se tornan inquietos. Acarician en silencio la respiración pausada de aquel cuerpo frágil envuelto en un piyama rosa. Tropieza con un oso de peluche, teme hacer ruido. Introduce su mano temblorosa y siente el calorcito de los años tiernos. Afuera alguien llama. Sale presuroso con un temblor que le abruma. Mamá ve la puerta abriera. Un puño le aprieta el corazón. Se detiene frente a la peinadora observando su reflejo en el espejo. Ve sus lágrimas y a mamá de nuevo corriendo a abrazarla. Un ardor le atraviesa el cuerpo, como aquella vez. Otra vez siente frío. Joven escritor Colombiano. Más información sobre su trabajo literario en http://octaviando.blogspot.com/


Advenimiento por Guillermo Fernández Escareño Publicado originalmente en Cinosargo el 29/03/2009

El mar visto desde la playa infundía un enorme temor, entre los miembros más primitivos de la tribu, es por ello que nadie se atrevía siquiera a tocar su agua, la cercanía era considerada por algunos cómo un castigo que los dioses les habían dado, por la falta que cometiera un líder desobediente, muchos eclipses solares antes de que estuvieran en las costas; pero ninguno de ellos se alejaba del actual que también les tenía ahí, para enfrentar a la naturaleza por si solo. Él pasaba la mayor parte del tiempo tratando de recordar la forma en que fue pescado un tiburón, cuando era apenas un pequeño niño, y, cómo prendía fuego la tribu que vio durante el gran viaje que hizo, acompañado del que le dio vida. Había estado enviando buscadores hacia tierra adentro, pero cómo éstos no volvían con el conocimiento para iluminar en las noches, desistió en su intento por que fueran a aprenderlo. La misión que tuvo él cómo expedicionario, consistió en dar certeza a los suyos sobre la existencia de otros como ellos, cuando la realizó se convirtió en el líder, mas trajo consigo ese otro saber que después de muchos fríos, lluvias y calores, era ya la necesidad suprema de todos. Varias lunas habían pasado desde el último acontecer doloroso que significaba divinidad entre ellos, cada vez que ocurría un miembro de la tribu sentía perforaciones, en los pies y en las manos, y el jefe se cuestionaba a si mismo sobre cuál de los enigmas que le atañen, se vería resuelto cuando volviera a suceder… el vaivén del mar, el llanto de un recién nacido, la luz nocturna o la pesca de un tiburón. Tal vez algo distinto pudiera ocurrir en vez de la claridad que le llega a quien lo experimenta, y eso era algo que de igual modo le interesaba. Nacido en la séptima década del siglo pasado ha vivido en México y ha estado en Guatemala, Belice y Estados Unidos de Norteamérica. Ha tenido media centena de mujeres y un par de noviazgos inconclusos más una treintena de techos para pasar la noche y guardar la pertenencia.


VISITE LA SANTÍSIMA TRINIDA


AD DE LAS CUATRO ESQUINAS


Dos narraciones de La carta de pasar en silencio (Pretextos) por Milagro Haack Publicado originalmente en Cinosargo el 31/03/2009

"...mis ojos están ya inertes, mientras la visión persiste, viva, intacta, flotando en lo eterno, en la magia del tiempo." Antonia Palacios Estando un rato distante de las noticias, para salir temprano de la casa y enviar el cuento a un amigo de Chile. Me entretuve corrigiéndolo, ya que no quería ser muy extensa. Pero, algo se detuvo, algo gris comenzó a cubrir las ventanas; aún así, continué con el oficio. Fui a la cocina por otra taza de café, ya que el frío estaba apoderándose del piso. Entonces, entró, el sonido, vaya sonido, tembló hasta los marcos de las ventanas, pensé que se podía haber roto uno, por ello, los revisé todos. Vuelvo al escrito, ya veo que el cuento tiene más palabras, pensé en leerlo, pero otra vez el sonido, el estruendo, no me deja culminar la idea. Entraron los ladridos de los perros de la cuadra, entretanto, permanecí contando palabras, no deseaba pasarme de lo anunciado. Después, fui a bañarme, preparándome para salir. Me vestí rápido, aunque, seguían aullando los perros, los gritos de un vecino eran ya inevitables omitirlos, y tomé el teléfono para llamarlo, no pude, no había tono; no obstante, no sentí preocupación, aunque nada era normal; el estruendo, el grito, para tomarlo sin importancia. Sentí un escalofrío, me tomó por sorpresa, pensé que era por la larga lluvia desde la madrugada. Los helicópteros comenzaron a sobrevolar sobre las casas, el ruido, era más fuerte. Me dispuse a salir, cuando un torrente de lluvia me esperaba y entró por la puerta al abrirla. Mojada hasta las rodillas, traté de salir, pero lo más, impresionante de todo, es que la casa de mi vecino ya no se veía, estaba bajo el agua, mientras, yo, escribía un cuento de doscientas palabras.


"La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración." Horacio Quiroga Arruina y tuerce la piedra de su ignorancia. La vida pasa oculta en el brillo perdido de un sueño. El frío le alerta sobre la herida, y continúa sentado en la acera, creyendo que la sangre se había detenido al llegar a la esquina de su casa. Pobre, su sangre continuaba saltando a chorros como esas cañerías que se rompen y nadie viene a socorrerlas porque están cerca de su misma gente apestando por muerta. Recordé a Quiroga, será que piensa que no le dispararon treinta y tres veces, que parece un colador en medio del callejón, no ve un sólo agujero en su cuerpo, piensa acaso, regresar junto a su mujer con la caja larga, envuelta en papel de regalo donde está el paraguas nuevo que le compró.

Milagro Haack, poeta, ensayista, artista visual. Terapia Ocupacional: Labor terapia, nacida en la ciudad de Valencia. Estado Carabobo un 29 de noviembre 1954. Entre sus estudios realizados, podemos citar: Teatro: en la Escuela “Ramón Zapata”. Estudios de Ballet. Dirigido por Nina Nikaronova. Egresada de la Escuela de Arte Arturo Michelena. Dibujo Puro, con el maestro español, Santiago Valverde. Dibujo de la Figura humana con el maestro Pedro Centeno Vallenilla. Caracas. Realizó Talleres de Lectura y Poesía en el Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo. 1984. Exposiciones realizadas en varias galerías del país como dibujante y ceramista. Paralelamente en amplitud de conocimientos en el área profesional y artística: Emergencias Psiquiátricas. UC. Departamento de Salud Mental, Taller de Músico-terapia. Dirigido por el Dr. Vicente Pontillo. Arte Patológico – Esquizofrénico. Con el Dr. Carlos Mendoza. Literatura e Imagen Poética. Universidad Simón Bolívar dirigido por el escritor, José Napoleón Oropeza. Caracas. Imagen y Metáfora. Simbología y Arquetipo. Base de estudio: Obras completas de Carl G. Jung. Taller de Cerámica, en la UC. Curso a nivel Superior de La Psicología y Arquetipo. Mitología Griega y su actual fusión en la sociedad como paradigma en el Ser. Taller de Organización de Protocolos y Eventos. Universidad Tecnológica de Estado Trujillo “Don Rómulo Betancourt”. (Venezuela), entre otros.


¿Irónico o no? (Juguetes en su caja) por Esteban Chicardinni Publicado originalmente en Cinosargo el 09/05/2009

¿Cómo empezar? Quizás por el comienzo, pero como no sé bien ni donde ni cuando comenzaron mis no tan extrañas adicciones, empezaré por aquel día en que descubrí la verdad, tal vez la verdad mas esperada por mi, acerca de esto que solía llamar mi no tan llamativa… vida. Llegaba un día temprano desde el trabajo, lo cual no quiere decir, que yo sea uno de esos maridos perfectos, no, según mi parecer todo lo contrario, pero me apuraba siempre para llegar temprano a casa, y también cada vez que debía dejar sola a mi pareja en mi hogar, lo extraño era que mis manos sudaban por todo el tiempo que me tomara regresar, y en mi mente siempre me asechaba el mismo pensamiento, tal como en aquel día. Apresuraba mis pasos con miedo, con miedo de ser descubierto, de que en ese preciso momento la limpieza compulsiva de mi mujer hubiera alcanzado aquel sector por el temor protegido, aquel rincón de la casa en donde se esconde mi lado mas oscuro, aquel sector que es parte de mi cotidiano existir y el que quisiera erradicar para siempre y así poder tener una vida “normal”, una vida “sana”. A pocos pasos de mi casa, mi pulso se aceleraba como siempre y una mano en mi bolsillo buscaba resbaladizamente las llaves del antejardín, mientras que la otra sujetaba el portafolio de la oficina. Una vez abierta la reja, mi frente era campo de diversión para suicidas gotas de sudor. ¿Nerviosismo? Puedo asegurar que lo era. Ya ad portas de mi hogar, una vez cursado el corto pasillo del ante jardín hasta la entrada principal, creo escuchar un ruido que provenía desde dentro de la casa, así que posé delicadamente mi oído en aquella gran puerta de madera para calmar mis dudas, pero, estas se acrecentaron, ¿eran esos ruidos lo que yo creía?, ¿había sido descubierto?, ¿habían llegado las suaves manos de mi esposa hasta aquel rincón en la bodega tras muebles viejos y cajas de objetos sin uso y recuerdos del pasado?, ¿ habían llegado los bellos ojos almendrados de mi mujer a divisar aquella caja color marrón en la que ocultaba lo que yo creía era el lado más oscuro de mi vida?, y de ser así, ¿serian ciertas mis suposiciones?, ¿estaría el contenido de aquella caja color marrón siendo reproducido?, ¿seria eso lo que escuchaba desde la puerta?. A mi parecer, aún afuera, el ruido provenía desde el estudio, así que rodee la casa por la izquierda, para espiar por la ventana el lugar de mi hogar en donde yo hacía la mayor parte de las tareas laborales que me acompañaban en el portafolio, tareas que llevaba a casa precisamente para llegar mas temprano


En el corto camino, mis manos temblaban, mi corazón quería romper mi pecho y salir huyendo, no lo culpo, yo también quería correr y no darle certeza a mis pensamientos, no quería verificar si era cierto que mi amada esposa había encontrado mi más oculto secreto. Sudo mucho saben, mis manos y mi cara, mi espalda y mi cuello, estaban empapados. A medio camino, el cual no tenía mas de unos diez metros, creí dar por cierto mis suposiciones, el ruido ya era bastante claro, mi esposa me había descubierto, y ahora tendría que darle una explicación, pero ¿Cómo explicarle a tu esposa que eres adicto a algo que ella creía, según acotaciones en mas de alguna conversación, tan aberrante? Mi mente voló por un rato en imaginarias conversaciones que se tornaban rápidamente discusiones, discusiones en las que mi esposa me gritaba y reclamaba la existencia de aquella caja color marrón, lloraba ella mientras me preguntaba si alguna vez quise cumplir o si concretamente cumplí en algún otro lugar alguna de las escenas que aparecen en aquellos videos ocultos en la caja color marrón, videos que claramente despertarían ciertas fantasías en mi, ciertas perversiones y quien sabe que otras cosas. Luego de las imaginarias discusiones, en mi mente, era abandonado por mi amada mujer, ella se iba a vivir con una de sus hermanas y pronto me pedía el divorcio. Me complicaba en mi cabeza tratando de explicarle a mi conyugue que de verdad la amaba, pero después pensé que quizás el amor sea lo mas difícil de explicar. Luego, hundido en una dolorosa angustia provocada por este imaginario futuro, decidí seguir caminando y ver por la ventana la actitud de mi esposa ante lo que yo creía ella percibía como mera abominación. Con pasos temblorosos, húmedas manos y una angustiante opresión en el pecho llegué a posarme sobre el pasto, por debajo de la ventana del estudio la cual daba al patio, y ya en ese punto cuando mis dudas se habían concretado por completo, dado que, lo que en ese momento escuchaba eran claramente melodías orquestadas por el acto sexual, mi fanatismo y clara adicción a la pornografía aún no podían reconocer cual de todos los videos habrían escogido al azar los finos dedos de mi esposa, así que me dispuse a erguir el cuerpo para espiar por la ventana, pero esto se me dificultó un poco debido a mis temblorosas rodillas, hasta que alcancé la ventana y logré reconocer a mi esposa, seguido a eso mis rodillas perdieron su fuerza por completo y caí al piso, sorprendido. Mi confusión era inmensa. Mi confusión, redundantemente, me confundía. Mis dudas crecían cada milisegundo, se amontonaban hirientes en mi cabeza y nublaban mi sano juicio, me presionaban a actuar se alguna manera y aún así mi cuerpo era incapaz de moverse. Sin darme cuenta estaba espiando nuevamente por la ventana, el panorama me dolía, y aún así no podía dejar de verlo, los gemidos de mi esposa sonaban punzantes en mis oídos, pero solo como si fuera la más bella melodía con demasiado, demasiado volumen. La imagen frente a mi representaba mucho más de lo que siempre quise de ella, demasiado más, pero aún así cierta alegría se mezclaba con el llanto que me destrozaba el pecho, la alegría de saber que mis esperanzas de ver a mi mujer comportándose como una verdadera actriz porno en la cama no distaban mucho de la realidad, lo estaba viendo en ese mismo momento, pero, debería haber sido yo uno de los tipos que estaban sobre ella, debería haber sido yo el único tipo con ella.


Aún así, no podía dejar de espiar por la ventana del estudio, aquel estudio en donde yo hacia la mayor parte de las tareas del trabajo que llevaba hasta mi casa, aquel cómodo estudio. Mi confusión, mis dudas, el llanto, la opresión en el pecho, mi corazón queriendo huir, el dolor, la excitación, el placer que me provocaban las imágenes en ese momento casi indescriptible, me llevaban a preguntar si acaso era yo el problema, ¿sería yo quien no podía despertar la furia sexual en mi amada esposa?. Aquel día llegaba casi tres horas más temprano que de costumbre, así que estuve esas tres horas espiando por la ventana. Uno a uno se fueron cansando los cuatro hombres que acompañaban a mi esposa y quienes complacían sus mas sucios deseos, después de dos horas y cuarenta y cinco minutos, el ultimo ya se había ido y solo quedaba mi mujer quien limpiaba todo rápidamente para luego dirigirse al living de la casa que era en donde yo la encontraba siempre que llegaba del trabajo, sentada, leyendo el periódico y sonriente, reluciente. Una hora después, después de haberme quedado sentado sobre el pasto bajo la ventana del estudio que da al patio, me decidí por entrar. Mis manos buscaron resbaladizamente las llaves de aquella gran puerta de madera, y me dispuse a entrar a mi casa, y ahí estaba ella, sentada leyendo el periódico, y con una cara entre sorpresa y cierto disgusto, me preguntó porqué me había demorado tanto en el trabajo, como queriendo decir que si la hubiese llamado antes para avisarle, ella habría aprovechado mejor el tiempo, mi respuesta no la recuerdo, creo que en ese momento aún estaba choqueado. El resto del día, fue igual que todos los días. Ese día aprendí dos cosas, la primera es que todos podemos tener adicciones, así que de cierta manera perdoné en silencio a mi amada esposa, y la segunda es que un orgasmo puede doler tanto que parece que estuvieras muriendo, puedes sentir a la vez que el placer, como se rompen tus entrañas y se queman dentro de tu cuerpo, luego terminas por vomitar esa masa putrefacta que queda dentro de ti y no puedes evitar preguntarte si así luce tu alma. Después de todo eso bote a la basura aquella caja color marrón junto a todo su contenido. Hace unas semanas hablé con mi jefe quien no puso reparos en que trabajara solo desde mi casa, dijo que siempre había sido un buen empleado y que mi esposa estaría feliz de pasar todo el día conmigo, desde entonces salgo todas las mañanas de mi hogar como si fuese a la oficina, y voy a sentarme en una de las bancas de una linda plaza que hay en el lado sur de la ciudad, donde sé que mi esposa no me encontraría si se decidiera por tomar un paseo matutino. Me siento y espero, por largas horas solo espero. Luego de un largo esperar me dirijo a mi hogar, abro la reja del antejardín tratando de no hacer ruido, y me dirijo sigilosamente hacia el patio para espiar a mi amada esposa por la ventana del estudio. Cotidianamente llegan entre dos y cinco hombres a visitar mi cómodo estudio, no siempre son los mismos, aunque más de algunas veces se repiten las caras que logro ver. De alguna manera estoy contento, ahora sé que mi mujer podría cumplir con todas mis perversas fantasías sexuales, pero últimamente me he preguntado que sienten aquellos asiduos coleccionistas que no se permiten abrir el envase de los juguetes que a ellos tanto les gustan,… pero sudo mucho saben, y cada vez que estoy sobre la tibia y desnuda figura de mi amada esposa, haciendo el amor con la simpleza y cotidianeidad de siempre, el sudor se encarga de disimular mis lagrimas que caen gota a gota sobre su suave piel. Soy el humano imbécil que alguna vez chocó con tu hombro al caminar, puedes quejarte de mi en silencio o quizás gritarme puteadas al viento, de cualquier manera se que el golpe te dolió, o te dolerá en lo mas profundo de tus tripas. Más información de Chicardinni en http://mentallyills.blogspot.com/


El Charcón por Teresa Iturriaga Osa Publicado originalmente en Cinosargo el 29/05/2009

"No esperes encontrar en mí un paño de lágrimas", le dijo un charco a otro cuando se vieron reflejados en el iris de una grulla. Se habían conocido gracias a la salpicadura de algún despistado que metió su pie donde no debía. Fue una sorpresa. Un charco de aromas desconocido para uno. Un charco de esencias desconocido para otro. Así que, desde ese día, los dos sabían que estaban muy cerca, tan solo separados por una distancia de dos o tres metros, lo suficiente para no poder verse ni tocarse en su amante soledad. Pero amaneció un día de abril, claro y exacto, y algo había en el aire cuando los dos pensaron que, en vez de seguir solos, sería bueno aguantar cualquier tormenta juntos, ya que, por misteriosas razones, alguna marea los había puesto allí, tan cerca el uno del otro, en medio del camino del ímpetu terrestre. También sabían -quizá guiados por un extraño poso de intuición- que seguirían aguantando el chaparrón, atendiendo su juego, hundidos en sus rocas. Aún tendrían que esperar el momento preciso para reconocerse y presentarse como charcos de verdad. Mientras tanto, pasó el tiempo y, entre sol y tempestad, se hablaron en voz alta durante sus viajes submarinos. Sin mirarse de frente, veinte mil leguas de palabras recorrieron sus mil y una noches, gritaron sus nombres en las nieblas más oscuras para palparse la superficie con sonidos, escucharon la respuesta del gran silencio cuando en un susurro se confesaron los puntos suspensivos escritos en sus auras. Y, en medio de aquel triste exilio, sólo los ojos de las aves sedientas les servían de espejo fugaz para escudriñarse sus contornos. Durante todos esos años soñaron en blanco y negro por separado. Soñaron que algún día, con suerte -un día de lluvia en un cielo azul con arco iris incluido-, les pasaría por encima un enorme tsunami que haría más grande el socavón del arrecife y precipitaría sus líquidos, renovaría todos sus barros. Hasta que un día sucedió. El Oleaje surgió de la nada y a su paso abrió tal brecha que el peso de su sueño rompió aguas. Allí nació el Charcón, una laguna marina serena, sin fronteras, donde sólo las grullas blancas tienen permiso para bañarse y saciar su sed. (Palma de Mallorca, 1961).Es Doctora en Traducción e Interpretación. Ha colaborado en proyectos de investigación de la ULPGC, el CSIC y el Instituto Cervantes. Ha publicado en prensa, revistas y portales digitales. En 2004 es directora, coordinadora y autora de entrevistas y artículos de tipo etnográfico en el libro Mi playa de las Canteras. Traduce el ensayo Modou Modou, sobre el drama de la inmigración africana. En 2005 publica su relato Hurto blanco, en Orillas Ajenas; en 2006, Namoe, en Hilvanes; en 2007, El violín y el oboe, en Fricciones y Tu nombre es Véronique en el libro Que suenen las olas, con relatos escritos por mujeres marroquíes y canarias, que dirigió y coordinó. Ganadora del III Certamen Internacional de Poesía El verso digital 2008 y del III Certamen de Poesía Encuentros por la Paz. Se publica su libro Juego astral en versión digital.


DEVORACIÓN por Luis Sánchez

Publicado originalmente en Cinosargo el 10/06/2009

Según el ilustre psicoanalista argentino Héctor Cassetti, las etapas del desarrollo del acto sexual en la mujer son, comentadas aquí de forma sucinta, las siguientes: a) pasiva. La mujer, piernas abiertas (en ángulo inferior a 90º), se deja hacer, y hasta cierra los ojos -en parte por vergüenza y en parte para obtener la máxima concentración-, pero jamás moverá un dedo, como máximo lanzará, llegado el clímax, un suspiro o tal vez, unos gemidos; b) piadosa. Cumple fielmente con las instrucciones que su compañero le asigna, introduciéndose en la realización de ciertas habilidades, propias e impropias, al término de las cuales siempre preguntará: "¿Lo he hecho bien?". Su cintura ha empezado a perder la rigidez (¡algo se mueve!); c) virtuosa. Lo que toca se convierte en placer, descubriendo, además, que su cintura no sólo tiene movimiento, sino también ritmo, swing, tango, bossa nova... ¡Sí, señor... matrícula de honor! Su destreza es ya equiparable a la de cualquier lustrosa profesional; d) peligrosa. Le ha encontrado el punto... y ya no para, ¡hay que pararla! Autonomía plena: ella solita busca, saca, mete... se acomoda, marca el ritmo y enloquece, una y mil veces. Podría hablarse, casi, casi, de una dulce adicción, en la que el hombre, literalmente, es exprimido; y e) divina. Aquí ya no necesita mover nada, puesto que ostenta todo el poder, el máximo poder, y con el mando a distancia y la meditación sensitiva obtiene lo que desea: placer absoluto e indefinido. El hombre, que de entusiasta maestro ha pasado a simple zombi, queda finalmente superado, pues el zombi será disuelto en la nada. Y esto, ¡atención!, son palabras mayores, ¿eh! Esta última etapa, por fortuna para los hombres, es excepcional, tan excepcional que, siguiendo a Héctor Cassetti, sólo una mujer, en más de veinte años de dura investigación, alcanzó esa fase, digamos... de trascendencia, o mejor aún, de tecnotrascendencia. La mujer, en cuestión, hermosísima, pero de aspecto lánguido, nebuloso y casi extraterrestre, se llama Nélida González: primero, alumna; luego, discípula; después, colaboradora y secretaria; y con posterioridad, amante de nuestro querido psicoanalista. A Héctor Cassetti -debo decirlo-, lo conocí a raíz de una entrevista para El independiente, periódico en el que todavía colaboro. Al término de la misma, y visto el interés que mostré por los libros de literatura que tenía en su vasta biblioteca, me preguntó: -Así que, además de periodista, es escritor. -Soy escritor, lo del periódico es una forma plebeya de ganarme la vida. -¿Y qué escribe usted? -Depende de la estación. -¿La estación? -apuntó, perplejo. -Sí. Verá... en primavera escribo poemas; en verano, cuentos; en otoño, teatro y en invierno, novela. -Entonces es usted... ¡un escritor de temporada!, que sigue los ciclos que marca la naturaleza. ¡Maravilloso, maravilloso! -exclamó, echándose a mis brazos. Y acto seguido me preguntó: -Y... ¿es usted bueno? -Aunque esté mal confesarlo, sí... ¡soy insuperable!


Y ése fue el inicio de una amistad seria, profunda, leal y muy productiva entre el maestro y yo, amistad que ha durado hasta... hasta hace bien poco, hasta que desapareció del mapa sin dejar rastro. Bueno, debo decir que yo encontré, entre sus últimas notas, una página, con caligrafía temblorosa, en la que ponía: Estoy dentro de ella. Ella, por supuesto, declara no saber nada de nada: Echó a volar, como el araguirá. No será difícil imaginar cómo, en un momento dado, un hombre -aunque sea de la talla intelectual de Héctor Cassetti, o quizá por eso mismo- puede perder la cabeza por una mujer, máximo si esa mujer se llama Nélida González: joven, esbelta, atractiva, inteligente... y envuelta en un taimado halo de misterio. Ahora bien, lo que sucedió entre ambos fue algo más, ¡mucho más!, que un mero metejón, ¿eh! Como es lógico, la mayoría de los colegas de Héctor Cassetti, arrastrados por una comprensible envidia, consideran que su desaparición guarda relación estrecha con el estrés al que últimamente estaba sometido (estudio y experimentación, así lo llamaba él), estrés al que conviene añadir ese pasado común a todo ríoplatense de esta orilla, que conlleva el terrible peso de haber soportado una dictadura militar, el multiforme peronismo, la corrupción política, la sempiterna crisis económica, las fugas de capital, las villas miseria, las recomendaciones del F.M.I., el corralito, la incontenible mitomanía, la pasión por el fútbol, la astrología, la verborrea sedente, la sobrevaloración propia, la falta de previsión, los tiempos de "champán y pizza", la boludez, el ser huevón... y hasta un asunto familiar extremadamente delicado y probablemente no superado: el hecho de que su madre, viuda desde hacía tan sólo año y medio, se liara con un oficial británico, poco antes de que estallara la penosa guerra de las Malvinas, y digo penosa, porque la pena es activa, mientras que la melancolía no lo es. En fin, sin desechar todos esos argumentos, que, sin lugar a dudas, tienen gran importancia, yo me inclino a pensar que el verdadero motivo de su desaparición está en la poderosísima fuerza centrípeta de Nélida González. Sí, declarémoslo de una vez por todas y con el sano convencimiento de quien pugna por descubrir la verdad y es coherente con las valiosas aportaciones del maestro: ¡Héctor Cassetti fue abducido, sexualmente, pero abducido, qué carajo! Y para ello, me apoyo en dos hechos irrefutables: a) la nota manuscrita en la que declaraba su paradero: ¡Estoy dentro de ella!; y b) el hijo que Nélida González alumbró, y que es la viva imagen miniaturizada, ¡micronizada!, de Héctor Cassetti, empezando por el bigotito y acabando por los lentes, porque el niño, pese a ser todavía un bebé, sano, risueño y juguetón, ¡tiene pelusilla encima del labio superior y cuando está despierto... usa anteojos! Biografía: Luis Sánchez (Valencia, 1957) es licenciado en Filosofía. Su incursión en la literatura data de finales de los años 70. Tras ejercer como profesor de secundaria, colabora en diferentes medios de comunicación al tiempo que imparte clases de escritura creativa, actividades que compagina con el dibujo de humor. En el ámbito literario ha publicado libros de poesía (Incienso en lluvia (1989), Arcanos violines (1992), Cáncamo (1995), Varices de cristal (1997) y A contracielo (2005), publicados en Editorial Devenir) y en narrativa (Osvaldo querido, publicado en Talleres de La Buhardilla, Cuaderno de Narrativa, nº 7. Valencia, 2003. Zamizakis, microrrelato leído en Radio Klara y publicado en el blog del Manklared Cultural Kollektiv (Madrid, 2007). 8.30 p.m. o´clock, microrrelato publicado en El País Semanal, nº 1.662. Madrid, 2008). Más información del autor en: http://www.luissanchez.eu/


El Niño en el Columpio por Joaquín Guillén Márquez Publicado originalmente en Cinosargo el 26/08/2009

Mi trabajo era terminar con la vida de aquel niño. El pequeño tendría un accidente ocasionado por mí. Se caería del columpio en el cual jugaba y al chocar con el suelo el impacto con una roca sería demasiado para su pobre cuerpo. Lo observé. Fue la primera vez que veía a una víctima a los ojos. ¿Por qué tenía que ser un niño? Los infantes son quienes menos mal tienen en su mente. No habría tenido compasión de no haber sido por su mirada, contemplando lo bello de los árboles, del cielo, de las flores que se mecían despacio a causa del viento que el columpio proporcionaba. Así lo seguí de cerca, seguía admirando la belleza que era aquel pequeño. Su sonrisa era lo más inocente y verdadera que podría pensar. Su risa era como el canto de las sirenas que me invitan a perderme en el mar. Su mamá estaba sólo a unos metros de donde me encontraba. ―Mi vida, ya es hora de irnos ― Le avisó― Tu padre llegará pronto a la casa y espera verte con muchas ganas. ¡Precioso! Eres nuestra adoración. Entonces me di cuenta de la edad de mi víctima. No tendría más de cinco años. Bajó corriendo del columpio y reaccioné. No estaba ahí para admirar la vida, sino para destruirla. Era mi trabajo. Vislumbré una última sonrisa en su rostro… Estaba cerca, después de todo. Tengo todo el tiempo posible para acabar con mis otras víctimas. Tomé la guadaña, mi fiel arma. Y despacio me dejé llevar por lo que creí que son los sentimientos. El niño corrió a abrazar a su mamá, sin saber del peligro que los había atormentado. Y yo me fui, regresé a mi lugar, donde el tiempo no existe. Biografía: Joaquín Guillén Márquez (Ciudad de México, 1990) es estudiante de Literatura Inglesa en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado en diversos periódicos y revistas como El Universal, Libélula Nocturna y El Juglar. Es promotor literario en el municipio de Nezahualcóyotl.



Saqueador de tumbas por Iván Medina Castro Publicado originalmente en Cinosargo el 30/06/2009

A Cyrielle Rothé ¡Que pena tan insoslayable! Escuché cuchichear repetidamente como un eco lejano a la sarta de hipócritas reunidas con vulgar curiosidad, alrededor del austero ataúd que aprisionaba a mi amada. ¡Nadie!, fuera de mi lacerante corazón sabe la carga de este sufrir. -Me dije en silencio-. Al transcurrir la noche, al sonar las ruidosas esquilas anunciando la entrada de la madrugada, el último par de beatas a quienes no identifiqué -fastidiadas seguramente de recitar incontables rosarios- se despedían con una efusiva tristeza un tanto desusada. ¡Diantre de religiosas, qué bien saben aparentar! -Pensé con enojo-. Las acompañé a la salida de la casa y cerré prontamente la puerta con doble cerrojo, apagué las luces del portón con la idea de disuadir a algún inoportuno personaje dispuesto a venir a darme el pésame, y me quedé en la oscuridad meditando por pocos segundos. ¡Por fin sólo! -Exclamé en un susurro-. Mi estado anímico se debatía entre la fatiga y el desengaño, me opuse a ese malestar del espíritu como pude, y decidido me dirigí con pasos cortos y lentos como si tuviera cuidado en no despertarla a la antesala donde se encontraba la razón de mi desdicha. En el breve recorrido, la cruel nostalgia invadió mi ser haciendo flaquear mis piernas. Me detuve por un instante apoyando mi cuerpo en el respaldo de un sillón del corredor, al voltear a mi rededor cada mueble y espacio me recordaba a ella. Mis cansados ojos se cristalizaron por un momento pero ninguna gota logré derramar, pues ya había llorado bastante. Continué mi andar temeroso, y al cruzar el umbral de la habitación, cuatro cirios consumidos con sus diminutas y tristes flamitas aleteando al viento me dificultaron mirar. Encendí la luz y me acerqué al féretro ciñendo con fuerza el borde de un color oscuro aterciopelado. De frente a ella, no pude evitar emitir un profundo suspiro al contemplar su tersa piel y finas facciones brillar con coloridos reflejos, un perfecto arco iris producto de los candiles. Inicié un recorrido con una mirada alerta el cuerpo inerte de Cyrielle y sin causa aparente me detuve en su escotado pecho sintiendo una agradable excitación. Ignorando el tiempo observé deleitado, después, tomé con mi titubeante mano derecha el fondo de su vestido violeta de luengos pliegues, y al subir lentamente el atavío rozando mis dedos contra sus torneadas y suaves piernas, sentí un escalofrío singular. Súbitamente, ignorando mi conciencia tomé con mis brazos el flácido cuerpo sacándolo de su celda mortuoria. Corrí de prisa hasta lo que fue una vez nuestro jardín secreto y junto al viejo olmo ornado de flores, bajo la observación de las candentes estrellas, arranqué sus prendas sin vacilar. En mutua desnudez, incapaz de contener mi lujuria, sin fe ni temor de Dios, tomé el cadáver hasta sodomizarlo. Al terminar, no presenté ningún remordimiento, de lo contrario, me sentí totalmente liberado. Algo fuera de este mundo. A los pocos días del entierro, fuertes deseos de posesión carnal hacían turbulentas mis noches. Fui a recorrer varios prostíbulos fuera del pueblo para evitar rumores y lograr tranquilizarme, pero la sensación no era nada semejante a lo antes experimentado. Así que, con cierta desconfianza, al depurarse la mañana del rocío, me dirigí al camposanto municipal y con un buen soborno en monedas de oro, logré llegar a un acuerdo con el muertero. El arreglo era simple, el velador me dejaría ver cada día en casa, el obituario del panteón en donde venía información detallada de las personas que serían enterradas. Toda esta novedad me producía una emoción estimulante.


Mi vida transcurría apacible mientras lograra satisfacer mis excesos, seguí atendiendo el prospero negocio de medicamentos y cada domingo sin falta pasaba la tarde entera en los cafés de los portales del pueblo, observando a las joviales señoritas coquetear en el kiosco de la plaza. Pero cuando escaseaban las difuntas, siendo lo más común en un lugar con unos cuantos miles de habitantes, la ansiedad me desquiciaba. Para poner fin a ello, me aproveché de mi buen nombre y mis dotes de galán para acercarme a las indefensas jóvenes, seducirlas con palabrería absurda e invitarlas a tomar un agua fresca, o en su caso, a las más desenvueltas ofrecerles un aromático café con su respectivo vaso de leche. Avanzada nuestra agradable tertulia aguardaba el momento ideal para atacarlas a su vanidad. Las tomaba de las manos y con una voz cálida les aconsejaba ir al tocador a sonar su nariz. En el momento de su ausencia, sin perder ni un instante aprovechaba para vaciar dentro de la bebida un poderoso veneno a base de digitalina que gracias a mis profundos conocimientos de botánica y química había perfeccionado. Una vez ingerido el polvo de fácil disolución, a las cuarenta y ocho horas aproximadamente hacía efecto en la víctima, ocasionando un instantáneo cese brusco de la función del corazón y de la respiración, con ello la muerte. La pena me embargaba por desperdiciar la vida de futuras promesas pero mi obsesión mórbida era mayor. Varias mujeres perecieron en un corto periodo de tiempo, lo que despertó la preocupación de los habitantes de la ciudad. De ahora en adelante la prudencia y el cuidado imperarán -Me decía cada mañana al verme en el espejo-. Mi fausta situación no duraría por mucho tiempo, pues a pesar del cuidado sistemático en el proceder, la dependencia de un tercero causaría la desgracia. Mi última víctima, Victoria Kurse, hija de un acaudalado comerciante inglés, de acuerdo con la información escrita en el libro de entierros, sería sepultada un día después de la fecha en que yo regularmente exhumaba los cadáveres. Las cosas sucedieron así de simple, el muertero, un bruto bebedor empedernido, cometió la terrible falta de equivocar la fecha del sepelio de la joven en la bitácora en una de sus muchas borracheras. ¡Que fatalidad! Visité el cementerio esa madrugada lúgubre, escarbé la sólida tierra con total tranquilidad y logré rescatar de la penuria el cuerpo fresco y luminoso de Nana; la dulce Annabel. Vestida con un corpiño tan blanco como la pureza de la joven. Chorreando de sudor, jadeante, con los brazos ciñendo el esbelto cuerpo, la posé sobre el cálido césped. Mi respiración se oía entrecortada y anhelante. Con mis manos ardientes la desvestí, acaricié sus muslos y su torso, succioné sus tiernos y pálidos pechos con delicada sutileza y besé con frenesí su muy pequeña boca con su labio inferior saliente y bondadoso. En un paroxismo total, me entregué a la inconsciencia y con ello al profundo sueño.Un fuerte golpe en la cabeza me hizo despertar, al hacerlo, la alterada muchedumbre con trinches y palas en mano me cercaban el paso. Gracias a la presencia de la autoridad, me libré de ser linchado. Me encarcelaron, posteriormente, atando cabos entré en razón. La justicia junto a la ardida muchedumbre interrumpió en mi hogar en donde encontraron el pequeño diario donde narraba con detalle la selección de mis víctimas: el acercamiento, la exhumación y mí esperada consumación. El día de la audiencia, así terminaba la sentencia del juez: “…por causar la muerte de más de una mujer y faltar a la memoria de los muertos, habiendo violado los sepulcros y profanar más de un cadáver abusando de ellos. Y por ofender el recato del alma y el pudor del cuerpo. Esta justa corte lo condena a la pena capital.” Después de reconocer ante Dios, la sofocante urbe se abría paso hacia la explanada. Mientras yo, inerte bajo los ásperos maderos, veía el mimbre verderón de los canastos. El murmullo ya se hacía una voz estruenda, la multitud había llegado al caos: maldiciones, befas, insultos y aullidos de la más pura barbarie. Guiados los presentes por la batuta de la muerte, al unísono se oía esta perenne petición: “¡guillotina, guillotina, su suerte!” De reojo vi un obeso hombre con un negro y puntiagudo capuchón jalonear de un mástil. Después… : Mexicano de nacimiento. Radico en la Ciudad de México y tengo 34 años. Nací el 29 de noviembre de 1974. Estudié la carrera de Relaciones Internacionales y estoy trabajando para la Secretaría de Comunicaciones y Transportes como jefe del Departamento de Relaciones con América del Norte. Actualmente estoy tomando un Diplomado en Creación Literaria con la escritura mexicana Mónica Lavín.


CARNE MOLIDA por Emilio Vilches Pino Publicado originalmente en Cinosargo el 14/09/2009

La puerta sonó tan fuerte que despertó sobresaltada, asustada, confundida. Su marido, su chanchito, no había llegado a casa y ella como buena y abnegada esposa se había quedado dormida sobre las tapas esperándole, encantadora, celestial, demasiado hermosa para su chanchi. La cosa es que su chanchi golpeó la puerta muy fuerte, así que se levantó, confusa, miró por el cerrojo y ahí estaba él. Aún no salía completamente el sol, debían ser las seis de la mañana o algo así. Abrió la puerta. - hola- dijo ella. - puta de mierda- respondió chanchi entre dientes. - ¿qué? Y él que empuja a su “perrita” sobre la cama, cierra la puerta y se tira sobre ella, rojo de cólera, sudando, apestando a ron barato y tabaco. Le toma las manos, la inmoviliza. -ya sé quién es, ya sé quién es ¿así que clases de pilates? ¡A la mierda el pilates!- gruñía chanchi. -oye, el pilates hace muy bien, sirve para… -¡qué me importa para qué sirve el pilates! ¡Ya sé quién es! ¡Ya sé quién es! -¡pero qué es lo que sabes!- gritó la perri. -¿te haces la tonta? ¡Ya sé que te acuestas con otro! Perri quedó un instante en silencio, absorta, mirando directamente los ojos en llamas de su chanchito. Luego dijo lo único que se le ocurrió… - eso es mentira. - ja, y más encima eres descarada, sé que te acuestas con otro y sé quién es. - ¡mentira!- y forcejeaba, trataba de sacarse a su chanchi de encima, pero él era más fuerte – suéltame, suéltame- pero no, no, no podía, trataba de golpearlo, pero no, algo cayó, algo se rompió – ¡vas a despertar a los vecinos!- pero chanchito no estaba dispuesto a oír razones, chanchito quería SANGRE… .................................................................................................................................................... Cuando las cosas se calmaron chanchito y perrita abrieron unas latas de cerveza y se sentaron en la cama, él aún colérico, ella llorando suavemente. El sol ya casi inundaba la habitación… - y según tú- dijo ella, mientras se le caían los mocos- ¿quién es mi “amante”? - el pelado de la carnicería. - ¡qué! - El pelado de la carnicería, no te hagas la hueona. - ¡Y de dónde sacaste que es el pelado de la carnicería! - Él me lo dijo Silencio. Chanchito prendió un cigarro, tragó el humo, lo aguantó unos segundos en los pulmones y lo botó mientras agregaba…


- tomamos unas cervezas en el club, todos juntos, así como los jaivas, y el negro Quinteros empezó a hablar cosas, a contarnos cómo conoció a su mujer ¿sabías que la conoció en un accidente? La cosa es que entre tanta cosa y tanta cerveza y todo eso se le salió un mal chiste, de ti y del pelao… - ¿qué chiste? - No importa, la cosa es que el pelao salió a mear y yo lo seguí… - ¡Oh! - Y lo tomé por la espalda y le dije “a ver pelao de mierda, así que me estai cagando con mi perrita, dímelo en la cara, y el pelao lo negaba, pero se notaba que estaba mintiendo porque… - ¡para! ¡para!- y lloraba y se le caían los mocos a la perrita. - Estaba pálido, casi lloraba, sabe que yo soy arrebatado, así que lo agarré del cuello y le dije que me dijera la verdad, que sería peor si me enteraba después y… - ¡para por favor! - …entonces lo confesó, me dijo que se acuesta contigo, que en la hora de almuerzo de la carnicería se saca el delantal y se viene a MI casa, hediondo a carne molida y a chorizo y se mete a MI cama con MI mujer, si por eso sentía olor a prieta y a longaniza en esta pieza… - ¡chanchi! ¡Me ofendes! - …así que me emputecí y lo agarré de los brazos y lo metí al portamaletas del auto… - ¿QUÉ? - …y lo empeloté y ahí lo tengo, en pelota en el maletero… - ¡no te creo! - Anda a ver si quieres. y bajó corriendo las escaleras (¿mencioné que el departamento estaba en un tercer piso?) y llegó al auto y lloraba y trataba de abrir pero no tenía las llaves, entonces ahí venía chanchi , caminando, algo ebrio, haciendo sonar las llaves, y el sol ya pegaba fuerte y las cortinas de los vecinos se movían y ojos espías asomaban y entonces giró la llave y ante los ojos de perri y chanchi…un hombre calvo, de un cuarenta y cinco años, entrado en carnes, desnudo, atado de manos y pies y con una manzana en la boca…¿una manzana?¿como en las películas?... Sí, con una manzana metida en el hocico, mirando asustado, tiritando de miedo, de horror… -no puedo creerlo- dijo ella, pálida, quieta, CASI como una zombie. Chanchi volvió a cerrar el maletero, tomó a perri del brazo y ante su nula resistencia la subió al auto, en el asiento del copiloto, luego subió él, echó a andar el motor y salieron disparados avenida abajo hasta meterse en la carretera sur. Prendió la radio del vehículo, sonaba Elvis. Le gustaba Elvis. -¿no me vas a preguntar dónde vamos?- dijo él, luego de un rato. Pero ella no contestó, seguía mirando la carretera, perdida, pálida, muy quieta. Serían las once a eme cuando llegaron a un sitio desconocido, solitario, seco. Entonces chanchi detuvo el auto y se bajó. Tomó un cigarro, el viento soplaba muy fuerte así que le costó un poco (no mucho en realidad) encenderlo. Perri seguía en el asiento delantero mirando al frente, sin decir nada. Entonces chanchi tomó las llaves y abrió el maletero. Esbozó una sonrisa al ver a aquel hombre desnudo con una manzana en la boca. Fue su última sonrisa en mucho tiempo. Biografía: Narrador Chileno. Más información del autor en http://emiliovilchespino.blogspot.com/


¿Cristal, Pilsen o Cuzqueña? por Orlando Mazeyra Guillen Publicado originalmente en Cinosargo el 09/10/2009

TODAVÍA me parecía mentira que habíamos llegado hasta allí para que el enamorado de Patricia y yo nos conociéramos. Patricia fue la primera en ingresar, la siguió el gordo y yo le puse fin a esa fila india saludando a Paco antes pisar el bar. El amplio local, como siempre, se insinuaba lóbrego y plagado de coloquios frívolos que expelían licor y tabaco, sólo quedaban un par de mesas libres. Al fondo, en el extremo izquierdo, había un tipo que nos daba la espalda, estaba acodado en el mostrador y platicaba animadamente con el «tío Leopoldo» —así llamábamos cariñosamente al dueño del local; lo único que sabíamos de él era que había nacido en Rosario, Argentina y que radicaba en el Perú desde hace aproximadamente unos cinco años atrás, por motivos que él siempre se empeñó en ocultar con obstinación puritana—; mientras éste, instalado en el banquillo más alto de todo el bar, limpiaba con un paño húmedo algunos de los cuadros que formaban un abanico de imágenes que atiborraban las amarillentas paredes del local. Dichos cuadros no eran más que fotos enmarcadas de grandes personajes argentinos: aparecía Carlos Gardel con guitarra y sombrero, Julio Cortázar fumando un humeante habano, la rugosa imagen de José Hernández tomándose la copiosa barba, Ernesto Che Guevara con esa mítica boina ornada por una fulgurante estrella solitaria, Diego Armando Maradona enfundado en la casaquilla azulina del Nápoles, César Luis Menotti con un balón de fútbol apoyado en su cintura, y otros tantos que no conozco. —¡Alonso! —gritó Patricia, e inmediatamente el tipo que nos daba la espalda volteó y, sonriendo efusivamente, abrió los brazos. Ella, abrumada por la emoción, corrió hacia él y justo antes de llegar, resbaló con el casco vacío de una botella de cerveza que descansaba en medio del suelo, pero él logró atajarla antes de que ella rozara el suelo. La tomó de la cintura, la aferró con violencia a su cuerpo y le dio un beso tan largo y exagerado que hizo que todos los anónimos bebedores de las mesas del local interrumpieran sus conversaciones y libaciones para espectar en silencio a la llamativa pareja que, ciertamente, empezó a causar sensación. —¡Che, pará de una vez! —le gritó el tío Leopoldo al tipo llamado Alonso, mostrando un gesto complaciente—. Acaso querés asfixiarla, ¡dejála!, porque le podés arrancar los labios a la pobre mina. El gordo y yo nos quedamos casi en la entrada observando —como lo seguían haciendo todos los circunstantes— a Patricia en los brazos del sujeto de la barra. Cuando por fin la soltó, empezó a acariciarle los hombros mientras le hablaba al oído. Ella sonreía y le aliñaba las cejas con esa delicadeza que sólo tienen las mujeres. —Van a pasar o se van a quedar parados como un par de giles —nos dijo el tío Leopoldo con una severidad terminante. El gordo le sonrió nerviosamente, luego me miró y me largó la invitación que yo no quería recibir: —Vamos, te voy a presentar a Alonso.


— Ya —le alcancé a decir sin muchos bríos y con ganas de un buen trago; y es que cuando vi a Patricia, atrapada en los brazos de ese tipo, intuí que, en realidad, ella siempre me había gustado… Hay cosas y sensaciones íntimas que me sacuden el cuerpo y que nunca he alcanzado a entender: en esos momentos, por ejemplo, me sentía ¡decepcionado! Sí, estaba decepcionado sin tener un fundamento válido. «¿Por qué diablos me has decepcionado? —pensé, apesadumbrado—. Patricia eres una pobre ramera.» Cuando nos acercamos a ellos, recién alcancé a verlo nítidamente y, en verdad, se parecía mucho a mí: tenía la misma talla, color de piel y ojos, gestos, corte de pelo, facciones, etcétera. (No sé si viene al caso decirlo, pero mi mamá siempre decía que todos tenemos en alguna parte del mundo a nuestro doble. Tal vez, acababa de encontrar al mío.) —Alonso te quiero presentar a tu gemelo —le dijo Patricia, luego me miró y agregó—: Se llama Eduardo… Eduardo Echenique, te va a caer muy bien. —Hola Eduardo —me dijo con un acento raro y presuntuoso; creo que también se sorprendió al notar nuestro considerable parecido—. Soy Alonso Chávez, el enamorado de Paty. Oye, ¿eres algo de Bryce Echenique? —Que yo sepa no, aunque… —¿Si o no que se parecen? —nos preguntó Patricia, interrumpiendo mi respuesta. —Bueno, creo que tenemos algo, pero muy poco —traté de malograrle la fiesta. —Sí Paty, no es para tanto —me apoyó Alonso, utilizando esa horrible voz que estaba aderezada con un acento engolado; y continuó—: Pero me estabas hablando de tu parentesco con Bryce Echenique, ¿lo conoces? —En realidad sí —le mentí y escruté su reacción antes de continuar—: es mi tío. Pero no me gusta decirlo, porque todo el mundo quiere que se lo presente y, como comprenderás, yo no puedo hacer eso: él es una persona muy ocupada… ¿Tú admiras a mi tío? —¡Claro! —me dijo gratamente sorprendido y el gordo me miró con inocultable incredulidad—. Es un gran escritor. Me gustó mucho Un mundo para Julius, esa novela la leí como tres veces, me parece excepcional. Ahora estoy hojeando Guía triste de París. —Creo que te gusta mucho esa rama de la literatura —le dije con cierto desencanto—, yo sinceramente no leo muchas novelas. Me gustan más los ensayos y los cuentos; Ribeyro es el mejor cuentista que hemos tenido, hay un cuento de él que me fascinó cuando estaba en el colegio… Pero ahora no me acuerdo del nombre… —Los gallinazos sin plumas —intervino el gordo, con una voz adormecedora. —No, ése es bueno pero el que yo digo es otro —le dije y alcancé a recordar el nombre del cuento—: El profesor suplente, el cuento se llama El profesor suplente. —Sí, sí he leído ese cuento, es muy bueno —afirmó Alonso—. Yo también creo que Ribeyro ha sido nuestro mejor cuentista. Y el mejor novelista que el Perú tiene es, sin duda, Mario Vargas Llosa. —Paren un poco la mano y acomódense aquí —nos dijo el tío Leopoldo señalando una mesa vacía que acababa de limpiar—. A mí también me gusta la literatura, en esa pared tengo a varios fenómenos de mi país: ¡escritores bárbaros! Nos sentamos en la mesa y empezamos a explorar todos los retratos de la pared. El tío Leopoldo se acomodaba el mostacho mientras ojeaba con orgullo todos los rostros de sus famosos paisanos que, en blanco y negro, adornaban las paredes del bar. —¿Con cuántas empezamos? —nos dijo el tío Leopoldo, dirigiéndose a la barra. —Tres heladas, al toque —le dijo el gordo—, y una cajetilla chica de Hamilton para darle de comer a los pulmones. —Quién diría que íbamos a hablar de literatura —murmuré mirando a Patricia: ella apenas sonrió y permaneció en silencio. Desde hacía un buen rato que no abría la boca. Fue en ese momento en el que caí en la cuenta de que, estando con él a su lado, ella se transformaba camaleónicamente. No era la misma chica de la universidad, ahora adquiría una personalidad sumisa y hasta hipócrita: su mirada me daba la razón. —¿Cristal, Pilsen o Cuzqueña? —nos preguntó el gaucho desde la barra, dándonos la espalda y abriendo la congeladora.


—Cristal nomás —dijo el gordo con indiferencia. —A falta de algo mejor —murmuró Alonso y echó una sonrisa cínica. —¿No te gusta la Cristal? —le pregunté como tratando de convencerme de algo que empezaba a sospechar. —Sí, normal —me dijo sin ganas y con la anuencia de su enamorada y de su amigo; luego titubeó un instante antes de proseguir—: Te cuento que la primera vez que vine a este bar, el argentino me hizo pasar un apuro tremendo. Yo le pedí dos Arequipeñas y él me dijo que no conocía esa cerveza: ¡que aquí no existía! —«Éste tonto es serrano, con razón habla tan horrible», pensé en ese mismo instante y lo empecé a mirar con desdén—; yo me alteré y le dije que en Arequipa sólo se toma cerveza Arequipeña. Él me miró como a un bicho raro y levantó la voz para preguntar a todos los que estaban en el bar, algo parecido a esto: «Atención todos, ¿alguien tiene una cerveza Arequipeña para este arequipeño que sólo toma Arequipeña porque así lo han decidido los arequipeños de toda Arequipa…» Y armó un trabalenguas, tan largo y ridículo, que arrancó risas en todo el bar… Desde ese momento todos empezaron a contar chistes de arequipeños y a pedir Arequipeñas sólo con el afán de molestarme… Ya sabes tú cómo les encanta a los limeños fregar a los arequipeños. —¿A los limeños nos encanta molestar a los arequipeños? —le pregunté, silabeando con sarcasmo—. Oye, por favor: no seas igualado. A nosotros no nos importan los arequipeños, porque no están a nuestra altura. Además, creo que tú tuviste toda la culpa, porque hay que ser verdaderamente un idiota para pedir esa marca de cerveza aquí. En Lima no tomamos cochinadas. ¿Arequipeña? Ni para limpiar el vaso. Biografía: URGENTE: Necesito un retazo de felicidad (Bizarro Ediciones, Lima), su primer libro de relatos, se publicó en el 2007. Estudió en el Colegio De La Salle y en la UCSM. Con Todo comenzó en la Universidad ganó el Primer Premio Nacional Universitario NICANOR DE LA FUENTE (2003), organizado por la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque. Su narración Ella siempre está, forma parte de la Selección Internacional del XIII Premio CARMEN BÁEZ (2006) de Morelia, México. 3:15 p.m. recibió una de las menciones en el Primer Certamen Literario AXOLOTL de Buenos Aires, Argentina. Ha publicado diarios impresos y revistas literarias virtuales como El Pueblo (Arequipa), CIBERAYLLU, Cervantes Virtual (Alicante), El Hablador (Lima), Letralia (Venezuela), Hermano Cerdo (México), Badosa.com (Barcelona), Destiempos y en el Proyecto Patrimonio de Santiago de Chile. Varios de sus relatos han sido seleccionados por el Proyecto SHEREZADE (Canadá). Otras de sus producciones aparecen el PROYECTO QUIPU que promueve el crítico Gustavo Faverón y en la bitácora GAMBITO DE PEÓN del escritor Ricardo Sumalavia. Su segundo libro, LA PROSPERIDAD RECLUSA, apareció a finales del año 2009.


Los Nogales por Juan Mauricio Muñoz Montejo Publicado originalmente en Cinosargo el 13/10/2009

Nunca imaginé que en el edificio “Los Nogales” donde viví muchos años se convertiría en un campo de batalla étnica. Todos somos peruanos. Todos somos cholos. Pero en la Lima oligárquica nunca lo concibieron de ese modo, ni yo mismo hasta que alguien me ayudó a quitarme la venda, a ver el contexto, para no ampararme en la ceguera lóbrega donde numerosas personas se congregan. Yo crecí y me críe en “Los Nogales”. Este edificio de cinco pisos poseía un hermoso jardín lleno de capulíes en el exterior. Desde la ventana se observaba todo el mar, el Océano Pacífico con su vaivén de las olas, fastuoso. Yo era un niño de cinco años, que no observaba más allá de mi entorno como cualquier niño. Mis padres eran dueños de una de las empresas prominentes en aquel tiempo, inmersos en la política, antes que llegará el autogolpe sigiloso del ex presidente Alberto Fujimori. Además, eran dueños de “Los Nogales” por eso resolvieron vivir allí. Tenían infinidad de propiedades en Lima, pero es cómodo vivir en un gran apartamento que se asemeja a una casa, decía mi madre. Todos los que vivíamos en “Los Nogales”, éramos familias con vasto poder económico. Yo estudiaba en el nido del colegio más dispendioso del Perú: Principal College. Aún no comprendía cuando alguno de mis hermanos mayores, Juan Luis o Ronaldo, le gritaba al chofer porque se equivocaba en cualquier intersección para llegar al colegio. Apreciaciones como “serrano de mierda” ó “cholo apestoso”. Incluso, ellos me alentaban a que repitiera lo mismo, yo como cualquier niño lo forjaba, mientras ellos loaban mis malas proezas. El chofer atinaba a echar un vistazo por el retrovisor, moviendo la cabeza de un lado al otro. Ningún chofer aguantaba a mis hermanos. Todos dimitían después de unas semanas. La vida pasa y uno se desarrolla. Fui un adolescente presumido, sin ritmo de vida. Mis notas eran pésimas pero los profesores me pasaban de año porque mi persona era un “requerimiento especial” en el colegio. No me interesaba nada. Importante era salir todos los fines de semana a fiestas en aparatosas discotecas. Hasta que llegó el día en que todo cambió. Toda mi vida cambió desde ese suceso: El día que me quitaron la venda, y vi el alba. Un día estaba reposando en la escalera del edificio. Ya, para ese entonces, fumaba una cajetilla de cigarrillos al día. Era uno de esos días donde me sentaba en las escaleras, pensando cosas sin sentido como; cómo será el auto que mi padre me regalará o cual de las propiedades que tienen mis padres sería mía. Cuando un niño con un poncho subió por las escaleras. Tenía unos ojos negros penetrantes y sus pómulos eran rojos. Detrás del niño, apareció una joven aparentemente de mi edad y sus dos padres. Todos con los mismos rasgos del niño. Era una familia de la sierra con dinero que viviría en la Capital, pensé al instante. Pero ¿acá? Los cuatro integrantes me saludaron con una reverencia sin decir palabra alguna, yo quedé boquiabierto. Aquellos personajes que mis hermanos, ahora en universidades londinenses, y mi madre “choleaban” estaban invadiendo el edificio de mis padres. En un momento me chocó, luego prendí un cigarrillo, para contener la cólera hacia esas personas. Una ira inentendible pues ellos no me hicieron nada, pero era mi mente inescrupulosa la que me hacía especular así. Pensé que el portero erró al dejarlos entrar.


Bajé rápidamente y le inquirí: -¿Y de dónde salieron esos? -¿Quiénes?-me respondió con desconcierto. -¡Esos serranos de mierda!-le grité. Me miró a los ojos y sonrió para agregar: -Son los nuevos inquilinos. Tu padre los aceptó. La familia Pedraza. -No puede ser. Mi madre pondrá el grito al cielo. -Ella también sabe, y los aceptó. Son parte de un eje económico. Algo así me dio a entender tu padre. Necesitaban un apartamento donde quedarse. Y tu padre les ofreció el que están rentando. -Maldita sea- pensé en voz alta. -¿Cómo?-replicó el portero. -No hablaba contigo-le respondí. Le di la espalda y subí al apartamento. Maquinaba estupideces en mi cabeza: ¿cómo sería “Los Nogales” con toda esa gente? Mis padres se equivocaron, pensé. Me recosté sobre mi cama. Quedé confusamente dormido. Me desperté cuando mis progenitores estaban en casa. Mi madre ordenaba algunos archivos. Mi padre miraba un partido de fútbol en la televisión de la sala. Me aproximé a mi madre con alevosía, recriminándole en tono grosero, ¿cómo es posible que esos serranos estén en el edificio? Mi madre, estupefacta, pero vuelta en sí en un santiamén, cuando me cacheteó por levantarle la voz, atinó a responderme: A ti que te importa quien viva acá, mientras tengan dinero serán bienvenidos. Tenía lágrimas en mis ojos por el cacheteo, pero me punzó la réplica; mi madre los admitía por su dinero, no por lo que eran. Me fui a mi cuarto, contrito y acongojado. Odiaba a los serranos. O mejor expresado; esta élite limeña me enseñó a desprestigiar a las personas que no eran del mismo nivel socioeconómico, ni tenían el mismo color de piel que yo; éramos una raza intocable, esas lecciones me las ofrecieron mis hermanos, siendo extendidas por una de las maestras en la escuela. Nadie nos podía pisotear porque nosotros éramos los pisoteadores, siempre nos comentaba Mrs. Sutherland, una estadounidense, hija de un ex Embajador que enseñaba porque le gustaba. Era racista y clasista. -Los serranos no deben existir-agregaba en una de sus tantas clases de Educación Cívica.-Si alguno de ustedes intenta casarse con un serrano o serrana, estará cometiendo un pecado ante los ojos de Dios. Los serranos no piensan. Al igual que los negros, son esclavos. Sirven para el campo, por eso Dios los creó. No se olviden. Resonaba las clases de la profesora Sutherland, y el alma me punzaba. Ahora, ¿qué dirán mis compañeros de estudios cuando se enteren que “Los Nogales” ha sido mancillado por unos serranos? Los primeros días en el colegio pasé inadvertido. En clases, Mrs. Sutherland seguía segregando a los personajes andinos. Yo inclinaba mi cabeza. Hasta que un día, durante una de sus clases, el alumno Jun von Reichstarg, hijo de un Embajador alemán, alzó la mano para irrumpir en clase.


-¿Qué sucede, señor Jun?-preguntó la profesora. -Usted que tanto critica a los serranos. Debe saber algo. Acá tenemos a un amante de esa clase tan baja. ¿Sí o no, Matías? Sabía que escucharía mi nombre, la noticia voló. Indudablemente, alguien transitó por el edificio y vio a la familia Pedraza saliendo del edificio. Mrs. Sutherland me miró de pies a cabeza. -¿Cuán cierto es eso, señor Piers? -No hay ninguna clase de veracidad en ese dato-intenté escudarme. -Ya pues, no mientas, tu papá le comentó a mi papá-irrumpió una vez más Jun.-Eres un amante de serranos. Todos los ojos de mis compañeros me señalaban. Era culpable. Los siguientes días en el colegio acepté insultos de todo calibre. Nadie se me acercaba. Caminaba prácticamente solo. En “Los Nogales”, la situación era similar. Las familias se mudaron al enterarse del caso. Por su parte, mis padres se hallaban como si nada ocurriera. ¿Acaso no se daban cuenta?, cavilaba. Un domingo familiar, mis padres decidieron invitar a la familia Pedraza. La maldita serranía la has traído hasta acá, recriminé a mi madre. El abofeteo de siempre era su respuesta. Mi padre ni se inmutaba. Te vas a portar bien, carajo, me dijo mi madre. Esta familia es importante para invertir en la sierra. Yo los aborrezco tanto como tú, pero hay que ser hipócritas en algunas ocasiones. Caminé hacia mi cuarto. Me eché en mi cama. Divagando por todas las palabras que mi madre había esparcido sobre mi rostro. Sentía en mi mente, esas crueles iniciales palabras: Yo los aborrezco tanto como tú. Ella sabía en la situación en la cual me encontraba porque ella también pasaba por lo mismo. La hora llegó en que los nuevos inquilinos arribaran. Tocaron el timbre, mi padre abrió la puerta, recibiéndolos con una sonrisa. Hipócrita, pensé. Yo me senté en la sala, mi madre como requerimiento especial, necesitaba que yo esté. Por más que le hice berrinches, no cedió. Allí estaba yo, con mi cara larga, ceño fruncido y con los brazos doblados uno encima del otro. Los Pedraza se me acercaron para saludarme. Mi madre me ganó con su mirada. Me paré y los saludé a todos. Que educado, caballerito, dijo el señor Pedraza. Gracias, atiné a decirle. Luego, regresé a mi asiento para no moverme. La hija de los Pedraza se sentó a mi lado. Era una niña de típicos rasgos andinos, su cabellera azabache, pupilas totalmente negras, nariz aguileña y labios rosados. Yo prolongaba mi ceño fruncido. Ella inició la conversación: -¿Cómo te llamas?-preguntó con un aire dócil.


-Matías-le contesté, mirándola de reojo. -Me llamo María. Mucho gusto. -Mucho gusto- acerté al responderle secamente. Estuvimos sentados aproximadamente unos quince minutos. Estábamos mudos. Mis padres y los señores Pedraza entablaron una conversación de negocios, ni siquiera se fijaron que existíamos. El hijo menor de los Pedraza, Paquito, se quedó dormido en el sofá. Paquito tenía un aire moribundo, callado, mirada triste, unos ojitos saltones que te hacían sentirlo de una manera especial. Los señores Pedraza vestían sus trajes típicos de la sierra. Sus chompas y pantalones a base de alpaca eran distinguibles. El señor Pedraza observaba detenidamente a mi padre cuando alzaba los brazos para explicar como se inició el negocio de la familia. Por otro lado, la señora Pedraza parecía una mujer sumisa. Se prendió y clavó la mirada a las alhajas de oro relucientes de mi madre. Yo vagabundeaba en otros orbes. Cuando me percaté que María clavaba sus ojos en mí. Volteé y nos quedamos mirando. Ausculté su mirada penetrante, sus ojos negros. -¿Sabes, cuál es tu problema? -No- respondí tranquilamente. -Qué eres un racista de porquería. Por eso, no quieres hablar conmigo. Imbécil. Sus palabras fueron un puñal. No imaginaba a una adolescente de los Andes diciéndome palabras de grueso calibre. -La gente como tú nos tienen miedo- No sé que me sucedía. ¿Fue su mirada? No, no podía ser. Yo soy de otra clase, pretendía resonar lo que decía la vieja Sutherland. -¿Acaso no somos iguales? ¿Crees que te haré algo?-continúo.-Tanto tú como yo somos de carne y hueso. Sonreí. -¿De qué te ríes?- se tornó seria, y frunció el ceño.- ¿Crees que no vi tu actitud la primera vez que nos viste entrando al edificio? -Pero…-quería defenderme. -Las excusas están de más. Sólo recuerda que somos iguales. ¿Alguna vez has leído a José María Arguedas? La literatura era una equis en mi corta hoja de vida. -No. -Es uno de los mejores escritores autóctonos del Perú. Si jamás has viajado a los hermosos valles, a esos Andes que tú tanto desprecias. Él te hará viajar, y comprenderás un poco más a los serranos como yo.


Un extraño suceso sucedió en la conversación. Aún seguía pensando en su mirada. Seguimos enmudecidos unos minutos más hasta que la reunión entre mis padres y los Pedraza culminó. Ya me voy, me dijo. A ver si lees Arguedas, si no tienes miedo a ser criticado por tu gente me buscas para discutir de Literatura Andina. Nos despedimos. Al día siguiente, después de asistir al colegio, ubiqué una librería en Miraflores. Quiero todos los libros de Arguedas, le dije al joven que atendía. Déjame ver cuales tenemos. Ingresó al sistema del buscador de libros en la computadora. Sólo tengo tres: “El Sexto”, “Todas las Sangres”; y “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Compro las tres, le dije. Me encerré en mi cuarto. Le dije a Hermelinda, la ama de llaves, que no estaba para nadie. Devoré los libros. Jamás me había interesado tanto en un tema como éste. Empecé con “El Sexto”, me sumergí a ese mundo hostil de la cárcel donde todos son unos animales, donde el pobre José María sufrió. Me encantaba cuando rememoraba los cantos quechuas de su tierra, cuando evocaba a su querido Andahuaylas. Me fui enamorando de la prosa energética pero desconsolada de Arguedas. Tal vez en mis clases de Literatura Peruana lo mencionaron innumerables veces pero yo hice caso omiso a las lecciones del profesor. Luego, continué con “Todas las Sangres”. En la narrativa de esa obra, me hallé en alguno de esos odiosos personajes. Era como si el escritor andahuaylino conociera mi idiosincrasia. Culminé con “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Ese libro ha sido un punto de equilibrio en mi vida. Cuando tengo un poco de tiempo le doy una leída. Es el punto entre mi visión oligarca y la visión andina. Me convenció que vivía en una obcecación permanente. También, es el libro de la aflicción en la terminación de la vida del escritor porque muestra lo apesumbrado que se encuentra con su vida, con su persona. Lastimosamente, finaliza suicidándose, exponiendo las circunstancias en una pequeña carta que está en el epílogo del libro. Eran las cinco de la mañana del día siguiente cuando terminé de leer el último libro del escritor autóctono. Mis pupilas estaban rojas. Quería concebir ese mundo, percibir la mirada penetrante de María. Al día siguiente en la tarde la busqué. Al verme, se sorprendió. -¿Has leído a Arguedas, no? -Sí-le contesté rápidamente.- ¿Podemos salir a hablar? -Claro. Aguárdame unos segundos. La invité a comer a uno de los restaurantes más dispendiosos de Lima. Todos los meseros conocían a mi familia. Cuando se percataron de mi presencia, me atendieron con normalidad pero a María la miraban de reojo con desprecio. Los comensales nos miraban atentamente. Éramos el punto de atracción. María, un poco sonrojada, me dijo: -Disculpa, creo que te voy a hacer quedar mal. No debiste traerme a este lugar. -Tú no te fijes en ellos. Ellos no han venido conmigo. Tú mírame directo a los ojos y olvídate del resto.


En realidad, deseaba sentir esa vibración de su mirada. María me hizo caso. Clavó su mirada ante mí, y no las movió para nada. Nadie existía para nosotros. Éramos ella y yo. Conversamos sobre la vasta obra de Arguedas. Le conté cuan enamorado estaba de su prosa, le agradecí. Al culminar de comer le comenté una frase que siempre la recuerdo: Es impresionante como un libro puedo cambiar la visión de una realidad. De regreso, caminamos por avenidas infestadas de transeúntes. Mira alrededor somos un cruce de razas, me dijo María. Todos somos cholos, pensé. Llegamos al edificio y lo saludé al portero con un apretón de manos. Éste, sin salirse de su asombro, asintió con la cabeza. Subimos hasta la puerta del departamento de la familia Pedraza. -Hasta acá llegó yo- señaló María.-Muchas gracias por todo. Me dio un beso en la mejilla. -Gracias a ti- le respondí. Entró a su vivienda. Mientras retornaba a mi departamento, me topaba con la realidad. Estaba siendo una nueva persona. El nuevo Yo. Ahora, el nuevo Yo escribiría una nueva historia, libre de falsas imputaciones hacia esos nobles indígenas: mi Historia. Biografía: Juan Mauricio Muñoz Montejo nació en Lima en 1984. Ha vivido en su país y en Estados Unidos. Estudió en un colegio católico, donde conoció la Literatura por primera vez y, como él dice, se enamoró de ella. En el año 2004 se dedica a terminar el poemario que empezó en el país del norte: EL LADO OSCURO. Tras finalizarlo, busca editoriales peruanas que lo apoyen y luego de cuatro años de búsqueda, una editorial argentina le publica su primer libro: EL LADO OSCURO. Desde la publicación de ese libro, ha escrito cuentos y poemas para revistas digitales e impresas de Chile, México y Argentina.


La acordeonista por Juan Ignacio Malacrida Cinosargo el 23/11/2009



Los Migs por Rodrigo Ramos Bañados Cinosargo el 02/07/2009

La guerra se declaró el 6 de julio. Fue por un trozo del océano Pacífico marcado como corte de pastel frente a la Línea de la Concordia que no tenía nada de concordia. La guerra era la continuación de la guerra de hace 100 años, la Guerra del Pacífico. Y la segunda de la que vendría en otros 100 años pues nunca quedarían bien definidos los límites. Los victoriosos rayaban la cancha a su modo. La historia se había encargado de escribir versiones opuestas. Los niños peruanos trasportaban el odio y revanchismo hasta la adultez, y esto se pasaba de generación en generación. Hace 100 años la bandera chilena flameó en Lima. Hacía 100 años que los peruanos odiaban a los chilenos. En Perú los generales brindaron con pisco sour amargo y con la música de Chabuca Granda en un antiguo hotel frente a la Plaza Bolivar, mientras la gente saqueaba las multitiendas chilenas de los malls a vista y paciencia de la policía que también se llevaba lo suyo. El resto comía chicharrones y anticuchos de corazón como si el mundo se fuera a acabar. Las marineras se escuchaban por toda la festiva Lima. Alardeaban que los chilenos saldrían en cajones de papas. Alardeaban contra las mapochinos del carajo, hijos de puta y ladrones. Alardeaban que contaban con la Bomba H y un pacto secreto con Argentina. Esa noche murieron 120 chilenos, la mayoría turistas. Todos linchados. En Chile no hubo celebraciones de generales, pero desde las cantinas se escucharon arengas futboleras y el himno nacional como si la guerra fuera un partido de fútbol. Los borrachos recordaban a Zamorano, Salas y al Chino Ríos como si fueran Prat, Condell o Luis Cruz Martínez. Desde Iquique al sur a nadie le importaba mucho la guerra. No hubo ni apagones ni ensayos de ataque antiaéreos ni nada semejante. La televisión siguió emitiendo realitys. Las ciudades operaron como siempre. La presidenta habló del profesionalismo de las FF.AA. Para eso se habían invertido millones de dólares. Para eso estaban los F-16. Para eso estaban los submarinos Scorpene. Además la zona de conflicto estaba a 2 mil kilómetros de Santiago. Arica, en cambio, no volvió a ser la misma después del 6 de julio. Santiago se acercó a la guerra la tarde que la televisión filmó un vehículo militar incendiado en la Cuesta Camarones. Los misiles de los Mig cayeron precisos y la televisión chilena logró sus primeros mártires: Gary y Matías, dos soldados de Valdivia. De inmediato quinces peruanos fueron asesinados a patadas y combos por una horda de chilenos furiosos en los costados de la Plaza de Armas. La policía hizo la vista gorda. Otros peruanos alcanzaron a arrancar a la Catedral esperando el arribo de los cascos azules que nunca llegaron a Santiago. Ese día martes nadie tomó en cuenta en Santiago el sonido de los Mig peruanos. En Antofagasta e Iquique estaban los F-16. Los Mig habían salido desde las cercanías de Córdoba. La vuelta de mano de Las Malvinas, dijeron después los argentinos. Un satélite estadounidense fotografió el momento justo de la explosión. Por casi un mes Santiago fue la palabra más búscada en Google y en Youtube, incluso Bono dedicó un concierto completo de U2 a la ciudad perdida. Biografía: periodista, trabajó en diarios de Iquique, como los desaparecidos El Nortino y El Mango. Actualmente trabaja en un diario de Antofagasta, como redactor en el área cultura. En lo literario: Beca del Fondo del Libro y la Lectura, año 1999 (en Antofagasta), publicaciones de cuentos en la desaparecida Revista Sabella de El Mercurio de Antofagasta (año 2000), además de participar en el proyecto Microhistoria, historias de Micro (2003) que realizó la Universidad de Antofagasta, con fondos del Consejo del Libro. Actualmente desarrolla una novela a través del blog Alto Hospicio. Este texto ha sido llevado al papel a comienzos del 2009 y posteriormente adaptado a comic por Editorial Quimantú.


Sentencia por Juan Luis Castillo Yupanki

“La gente se retira y yo vuelvo a mi celda. Loreto no está. Mañana apareceré en el diario. Dirán en una hoja opaca que el asesino de navidad pagará por su delito, explicando o recordando a la ciudadanía los detalles del homicidio. Pienso en los oficinistas, las secretarias, los gendarmes, los parásitos de un juicio y los pobres explotados sin nombre, y me viene al alma un sentimiento extravagante: supongo que saben qué hacer con su tiempo, asumo que lo disfrutan. Entonces reconozco el cielo de otro modo. También el infierno”. “El sueño de la inocencia” Roberto Durán Manríquez Estoy convencido: no se puede juzgar el sufrimiento sino en la medida que uno lo siente. Si alguien sufre por la muerte de un perro, otro ríe comparando esa desgracia con miles de desgracias que en apariencia son mucho más categóricas. Si los que ahora me juzgan al verme sentado aquí entregado al escarnio público sintieran lo que siento, el ardor de lo que quizá pueda llamar alma, mi cara en el espejo, podrían con poco esfuerzo comprenderme y quizás, perdonarme. Pero no me veo arrepentido o no he sabido demostrarlo para que la opinión pública lo incorpore en su compasión. No niego mi responsabilidad. La muerte la siento como una descomunal obra que no siendo física se me aparece con dimensiones asfixiantes. Sumen el peso de todos los edificios, el hambre y los gritos del mundo. Bébanlo al dormir. Cada pequeño peldaño en que el odio y la violencia suben o bajan conquistando todas las esperanzas. Mi espíritu solidario está destruido, no recuerdo si alguna vez lo tuve. Celos y mentira. En cinco minutos mi tiempo se expandió como un vértigo en cámara lenta donde jamás he logrado ver el fondo. Aún así aprendí a mirar a los ojos a la gente. Primero como un tic recomendado por mi primer abogado, después como costumbre. La culpa hace que el cuerpo se retraiga y donde más se evidencia es en la cabeza que apunta al suelo como si ahí todas las miradas fueran neutras. Ojos cerrados sobre el pavimento. Sigo sentado. Hablo correctamente. Visto con mi mejor ropa. Veo en mi retina la primera foto que salió en el diario: quieto con los hombros hacia adentro, compungido pensando en los cinco minutos como si fuesen un flash directo a los ojos. “PRIMERO –dice la magistrada con su boca de pez-: que con fecha veintisiete de marzo del año 2006, ante este Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Antofagasta, constituido por la Jueza Presidenta Ana María Briones Purto y las jueces Fresia María Rubilar Moncada y Rosita Muñoz Ojeda, se llevará a cabo la audiencia relativa a los autos Rol Nº 415-2005, seguidos contra ROBERTO DURÁN MANRÍQUEZ, chileno, 32 años, soltero, mecánico, cédula de identidad Nº 10.296.415-1, domiciliado en Los Maitenes Nº 5062., Población Matta, Antofagasta...” La cara de Loreto zigzaguea en mi mente. Se me presenta como si fuese el peor de los castigos. Hacerse cargo del maldito tiempo es el verdadero castigo. Cada paso es el mismo al instante, cada vuelta igual, los mismos rostros, penas y miserias. Enloquecer sería terapéutico, pero en lo que a mi concierne he elegido mirar de frente lo que viene con todo el peso muerto de estar limitado siempre.


“CUARTO: que con el certificado de defunción incorporado en la audiencia, se acreditó que R.T.V. falleció el 26 de diciembre de 2004 a las 21.30 hrs., ratificando las partes a través de una convención probatoria el hecho de su fallecimiento. Por su parte, el médico Fernando Marías Norton, quien practicó la autopsia al cadáver de R.T.V, declaró en estrados que la causa de la muerte fueron heridas penetrantes abdominales y faciales múltiples complicadas con hemoperitoneo, anemia secundaria y un shock hipovolémico. Agregó que el cuerpo presentaba, entre otras, una herida penetrante en la región lumbar izquierda, la que en su trayectoria comprometió el riñón izquierdo, el bazo, la curvatura mayor del estómago y la cara anterior de la parte izquierda del hígado, herida que a su juicio fue la causante de la muerte; dichos complementados con el informe de la pericia practicada, informe de autopsia Nº 10, en el que explica que esta herida en la región lumbar izquierda en su trayectoria produjo múltiples lesiones viscerales abdominales con hemoperitoneo, anemia y shock hipovolémico secundario, herida que por el daño causado era necesariamente mortal, estableciéndose así la causa de la muerte...” Loreto no llega. Siempre venía los primeros dos meses y por lo menos me sentí reconfortado sabiendo que lo había matado por los dos. Juego al encierro: aclarar, oscurecer. En esa cuerda tensa y flotante camino tratando de no caer de nuevo. Imagino que soy el guardia de mi propio aislamiento. Sólo la irrupción de la histeria, la paliza a un violador, o una pelea que llega desde el paraíso me tranquilizan. Visto el mundo desde este lado suena a risa y caricatura. El aire falso que respiran los que caminan afuera viendo y creyendo lo que ven funciona perfectamente. No imaginan el verdadero mundo cubierto por fisuras que enfocadas de cerca son abismos donde la miseria y la humanidad se enlazan como siameses que se odian. Por lo menos llevar a cuestas el silencio de otro y el desprecio de los que quedan tiene un descanso en la convicción de que actué por amor. “DECIMO TERCERO: que habiendo sufrido la demandante civil a consecuencia de la muerte de R.T.V provocada por el demandado un dolor que en justicia debe ser resarcido, se regulará prudencialmente el monto de la indemnización en la suma de siete millones de pesos, la que se reajustará en la forma en que se señalará en la parte resolutiva, no dándose lugar al pago de intereses como lo solicita la demandante por no tratarse de una operación de crédito de dinero...” Se acerca el final. Las palabras del psicólogo retumban en mi cabeza como si fueran dibujos animados: “eras un avión averiado queriendo volar para siempre... ¿cómo no estrellarte?” Fantaseo nerviosamente: ¿y mi fuselaje, la pintura en mi piel, las mil aventuras que viví, el viento en mi cara cuando miré la tierra y me lancé en picada? Aparece en mi memoria el mundo espectral de la noche, tal vez ahí proyecté mi pequeño destino enfriando en las esquinas su ya frío centro, quizá me cobra la cuenta el amor por cualquier porvenir que se acumulara en ese universo que me llamó con su acelerada fuerza. “Y Vistos además lo dispuesto en los artículos 1, 11 Nº 6, 14, 15 , 18, 24, 28, 50, 68 y 391 del Código Penal; artículos 295, 296, 297, 325 y siguientes, 341, 342 y 348 del Código Procesal Penal, Nº 2314 y 2316, del Código Civil, 144 y 170 del Código de Procedimiento Civil, se declara: que se condena al acusado, ROBERTO DURÁN MANRÍQUEZ, ya individualizado, a la pena de CINCO AÑOS Y UN DÍA de presidio mayor en su grado mínimo, a las accesorias de inhabilitación absoluta perpetua para cargos y oficios públicos y derechos políticos e inhabilitación absoluta para profesiones titulares mientras dure la condena y al pago de las costas de la causa, como autor del delito de homicidio simple de R.T.V ., perpetrado en esta ciudad el 25 de diciembre de 2004”.


La Venganza por Emig Paz

La sangre corría por torrentes deslizándose hasta el pequeño río que atravesaba el potrero, había estado corriendo desde las seis de la mañana de ese aciago domingo; los transeúntes uno a uno se detenían a contemplar el agua corriendo bañada de sangre, nadie podía determinar la fuente exacta de tanto liquido rojo, en pocas horas la gran aldea estaba alarmada, la tierra está pariendo sangre, el agua se volvió tinta, ya va a ser el fin del mundo, decían unos en tono sarcástico mientras otros los escuchaban preocupados. Uno de los jóvenes bajado de la montaña conmovido decidió contar nada más que la verdad: no se alarmen ni se espanten, es la sangre del ladrón matado hoy al amanecer que está corriendo exigiendo cristiana sepultura, era un vil ratero, con mi primo le dimos alojamiento anoche en la casa de la montaña, no sabíamos de sus andanzas, si hubiésemos estado enterados lo dejamos dormir a merced de la noche, él muy cabrón platicó hasta la madrugada con nosotros, hablamos de siembra, de música, de juegos, de gallos y mujeres hasta nos invitó un par de cigarros, nos quedamos dormidos por un rato; cuando despertamos sorprendidos observamos que nuestro huésped no estaba en su cama, tampoco estaba nuestra grabadora, ni los objetos de la mesa, ni la guitarra, buscamos la billetera y tampoco estaba, este hijueputa nos ha robado por eso nos desveló para timarlos, sigámoslo hasta donde lo alcancemos invitó mi primo, lo seguimos como almas a quienes se las lleva el diablo, nuestros machetes brillaban del filo que temprano en la noche habíamos sacado para la limpieza de la finca; lo alcanzamos a la altura de ese potrero exactamente en el paso de la hamaca sobre el río, cuando nos divisó correr quiso, pero era demasiado tarde, mi primo embravecido le agarró del pelo y le dio el primer vergazo con el machete en la espalda, el cabrón gritó y suplicaba llorando que no le matáramos pero nosotros estábamos a verga de la cólera, sin ninguna lástima yo le aseste un pijazo con el machete cayéndole el brazo derecho, luego mi primo le corto el derecho, entonces decidimos hacerlo picadillo, le cortamos por pedazos las piernas, de un filazo le cortamos la cabeza, les sacamos los ojos, le cortamos las orejas, hicimos pedazos sus brazos y por últimos decidimos córtale la pija con todo y huevos; cuando saciamos nuestra venganza recogimos los objetos robados junto al dinero, entonces nos fuimos a bañar río arriba, eran las seis y treinta de la mañana cuando llegamos a casa de nuestros padres, si ustedes quieren meterlos presos por la muerte, vamos tranquilos a la cárcel pero llevamos la satisfacción de haber limpiado estos pueblos de esa pestilencia de ratero. Los vecinos habían estado escuchando absortos el relato, nadie quiso interrumpir, algunos se estremecían contrariando el rostro con la macabra descripción de su pariente provinciano, cuando terminó su narración, ninguno de los presentes quiso objetar ni preguntar nada, uno a uno se retiró en silencio con la cabeza baja, todos parecían la misma ruta trazada seguir: el paso de la hamaca sobre el río. Cuando llegaron empezaron a recoger pesarosos los pedazos de cuerpo humano aún sangrantes, como pudieron armaron cual rompecabezas el cuerpo del difunto, lo ultimo recogido y colocado fue la cabeza, las orejas las pusieron en una bolsa encima del integrado cadáver, no pudieron encontrar los ojos ni los órganos genitales; fueron a traer junto al juez un ataúd al pueblo, después del levantamiento de informe judicial entre cantos litúrgicos de perdón Oh Dios mío y perdona a tu pueblo señor levantaron y llevaron el muerto donde sus padres en el pequeño pueblo vecino a cinco kilómetros de la gran aldea.


Nadie derramó una lágrima, nadie estuvo alarmado con el recién llegado muerto, siempre le dije a mi marido que este muchacho tendría un mal fin, pero él nunca quiso hacer caso, siempre se rió de sus travesuras de niño ingenuo, siempre cumplió sus caprichos, siempre jugaba con él como dos niños, ahora nos lo traen por retazos, expreso la madre acariciándose ambas manos; decidieron abrir el ataúd para verlo como se acostumbra mirar los muertos por última vez, nadie soportó la impresión causada por los ajustados trozos de cuerpo humano, todos salieron de la casa afligidos, solo quedo la madre encendiendo unas velas y rezando a la imagen de la santísima trinidad el perdón y el descanso eterno para su hijo. Los pedazos de cuerpo no dejan de sangrar, la sangre esta por mitad del ataúd afirmo uno de los visitantes, porque derramará tanta sangre, el río se estaba tiñendo de rojo hoy cuando lo encontramos, preguntó otro vecino de la gran aldea, es su alma llorando por la inclemencia de la vida, respondió contrito el rezador. A las cuatro de la tarde decidieron enterrarlo, empezaba a heder y todos dijeron a la madre la imposibilidad de estar en el velatorio, entonces el padre del muerto sin levantar la cabeza ordenó: enterrémoslo hoy mismo. Todos los habitantes del pequeño pueblo fueron al cementerio, cantando todos al unísono perdón Oh Dios mío, perdona a tu pueblo señor y llevando velas encendidas entre sus manos, rápidamente lo sepultaron e hicieron un breve rezo sobre la tumba. En la noche, nadie habló del muerto, todos se miraban entre sí preocupados sin decir una palabra, nadie salió a las calles de la pequeña aldea, decidieron irse a la cama temprano pero estuvieron sincronizados y elevaron una oración al altísimo por ellos mismos y sus hijos.

Nació y creció en Honduras. Licenciado en Ciencias Económicas y Máster en Administración de Empresas. Aficionado al arte y la literatura, autor de poemas, cuentos y dos novelas, una de ellas La Princesa del Río, estará siendo presentada próximamente al público. Ha participado con varios poemas en la Antología ?Nueva Literatura de Habla Hispana 2008? de editorial Nuevo Ser y dos cuentos en la Antología Letras Vivas de la misma editorial, además de publicar poesía en diferentes revistas de Latinoamérica y España.


Un cuento navideño por Luis Cermeño. Cinosargo el 26/12/2009

Un arrebato sangriento sobre un montículo iluminado despejaba las tinieblas del lugar que se habían apoderado de Domingo Klopstock. Adentro, en el bar, escanciaban culines de cerveza entre los extranjeros. Se habían golpeado el mancebo Loreto contra Guisantes Barbarella. En el fondo de la barra, un viejo polaco cantaba canciones de sus orígenes con un tono aguardientoso y cansino. Como las infinitas fibras de un mango filoso e invasivo las venas de Klopstock empezaron a ramificarse sobre la mesa. Le había mostrado su morcilla a la gorda puta que lavaba los baños, noches antes, y ella le había sugerido que le faltaba más higiene. No hubo oral aquella borrachera. Domingo trabajaba aquel invierno en un buque tanque salmonero. El frío le hacía doler el instante siguiente de cada una de sus células. Como un mango contiene los filos de cada una de sus fibras hasta el momento de la primer mordedura, las venas de Klopstock se desangraban al primer trago de vodka. Las truchas saltaban en manantiales cristalinos de una tierra reservada a la pureza inmarcesible de los osos negros. Un zancudo cayó sobre su culín de cerveza. Su curtido dedo sacó al bicho directamente del líquido y lo estampó en la tapa de la butaca. Una salchicha más y vaciaría sus tripas sobre el pequeño gilipollas italiano que se pasaba la mano sobre su grasoso cabello. Era el viento que provenía de la capilla. Allí se arrodillaban los muertos del cementerio aledaño a clamar por sus risibles faltas. Un lobo devoraba un trozo de carne fresco que le había arrojado la puta que lavaba los baños. Escritor colombiano. Ha publicado el libro Noches de Oriente. Actualmente es residente en el programa para desarrollo de proyectos avanzados en tecnología de Escuelab, en Lima. Más información del autor en: http://journalmalediction.blogspot.com/




Sin duda guardábamos una deuda enorme con la narrativa expuesta en nuestras páginas. Este libro viene a llenar ese vacío. Es por lo demás gratificante para nuestro medio cultural rendir un homenaje a nuestros colaboradores y a la calidad de su arte. Por ello pretendemos en este primer semestre concretar nuestros proyectos en papel lo cual no implica abandonar el espacio virtual que tanta gratificación y diálogo ha promovido por ello prometemos nuevas versiones de Avisos (Des)Clasificados. Por el momento ya estamos preparando el volumen II que incluye a los autores del 2009 y así sucesivamente pretendemos seguir creciendo con las ediciones venideras de nuestro espacio en la red. Gracias por su preferencia y gracias a la dedicación de quienes han emprendido esta aventura literaria confiando en nuestro profesionalismo y pasión por la escritura. Daniel Rojas Pachas


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