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Deportes
El pequeño gran gladiador
Diego Armando Maradona fue uno de los mejores futbolistas de la historia no sólo por su talento deportivo, sino también por su carácter aguerrido y su amor al deporte. Se ganó el corazón de sus compañeros y la admiración del público, en su patria y en los lugares más lejanos. Compartimos retazos de cómo lo recuerdan sus colegas y también el imaginario de la gente que vibró con él, a través de un relato, un recuerdo de la vida
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A lo largo de su carrera, Diego Armando Maradona consiguió logros deportivos muy importantes. A temprana edad se consagró campeón del mundo con la selección argentina juvenil en Japón 1979, siendo además el mejor jugador del torneo. Una de las mejores cosas que me pasaron en mi carrera deportiva fue tener a Maradona como director técnico. Fue una experiencia muy linda que nunca soñé poder vivir. Para mí Diego fue el más grande de todos los tiempos. Va a pasar mucho tiempo para ver otro futbolista como él. A pesar de tenerlo poco tiempo como técnico, en Corrientes demostró ser una gran persona, un gran padre y profesional. En lo futbolístico fue lo mejor que conocí. Tuve la suerte de jugar contra él y de ser dirigido por él. Nos dejó una gran experien-
Esta y otras participaciones importantes lo llevarían a Europa y posteriormente al seleccionado mayor argentino con el cual realizó una de las mayores hazañas: ganar la Copa del Mundo de México 1986. Ese título vino acompañado de
otro, el Balón de Oro, otorgado al mejor cia, además de comportarse de buena manera con los uruguayos que estábamos aquel momento en el plantel.
Ojalá nos volvamos a encontrar con Diego. Lo que puedo decir es que se marchó un gran futbolista, pero por sobre todo una excelente persona, un gladiador de la vida.
Nos quedamos con ese hermoso recuerdo de él, convirtiéndoles un gol a los ingleses con la mano. Para mí fue increíble.
Héctor “el Indio” Morán (centrocampista uruguayo dirigido por Maradona en el equipo Mandiyú de Corrientes) jugador de la competencia por la FIFA.
En su paso por Nápoles, Diego marco una huella imborrable obteniendo títulos locales e internacionales como la Copa UEFA en 1989 para llevar al equipo napolitano a lo más alto. También se destacaron sus pasos por Boca Juniors -cuadro que más lo identificaba- Argentinos Juniors -de donde surgió- varios clubes de
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Europa, y una trayectoria como técnico que lo tenía dirigiendo este año al equipo de Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Atravesó distintas circunstancias personales dolorosas, luchando contra adicciones y problemas de salud, pero siempre les dio batalla. Falleció tempranamente a pocos días de cumplir sus 60 años, el 25 de noviembre pasado.
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La partida de Diego fue un golpe duro e inesperado. Cuando me enteré pensé que era una broma, fue un golpe que no me esperaba. Estuve tres o cuatros días sin hablarle a nadie. La carrera de Diego fue muy parecida a la mía, por salir de una familia humilde. Lo conocía de haber jugado en contra, además de comer algunos asados juntos.
Diego era un crack muy conocido por todas partes. Al bajarse en algún lugar, todo el mundo lo reconocía, era muy querido, movía a muchas personas.
Él tenía “tres manos”, tocaba la pelota y era distinto. Una vez, con Lazio fuimos a jugar contra Napoli. Yo estaba calentando en la cancha y él me vino a saludar: “Rubén ¿cómo andas?”. No nos habíamos encontrado antes. Él saludaba a todos los sudamericanos.
Era frontal, no se fijaba si tenías dinero o no, él iba y te invitaba a comer. Era
Yo fui compañero de Diego en Argentinos Juniors. Al momento de enterarme de su partida se me cayeron algunas lágrimas. Por lo que fue Maradona como persona y jugador lo sentí muchísimo. Todo el mundo va a recordar la parte futbolística de él, lo mágico que era.
Cuando llego Maradona a Nápoles revoluciónó a toda la gente de allí. Napoli es lo que es ahora por él, por eso todos los homenajes que le hacen. Es un dios para ellos. Para los argentinos, mucho más, ya que ganó un mundial el solo.
Jugamos juntos un año, y hacía cosas increíbles, con pelotas de ping algo único que solo él tenía.
Fue siempre “blanco o negro”, como él decía, y lo tenías que aceptar de esa forma. Le brindó mucho al mundo del futbol.
Las cuatro o cinco veces que lo vi siempre se acordaba de mí, me invitaba a comer un asado, y era una alegría enorme para mí.
Me dolió muchísimo como terminó Diego. Lo quería ver bien arriba, con la cabeza en alto, y no morir solo en una habitación pequeña donde nadie lo iba a visitar.
Le mandé un video cuando cumplió 60 años deseándole mucha fuerza. Diego era una gran persona. A los lugares que fueras todos te decían que Maradona era Argentina.
Ruben Sosa (exfutbolista uruguayo. Jugó en Italia, en Lazio e Inter, mientras
Maradona jugaba en Napoli) pong, de tenis, y hasta con una naranja.
Con 20 años Maradona ya era crack. Siempre estaba con la pelota a la hora de entrenar. Y se preocupaba mucho por todos sus compañeros.
A esa edad ya tenía un contrato publicitario. Y la marca le enviaba cajas con botines y ropa. Él abría la caja y nos lo regalaba para jugar los partidos. Era un chico que se divertía y quería que todos estuviéramos bien.
Eugenio Morel (exfutbolista paraguayo, compañero de Diego Maradona en Argentinos Juniors)
¡Adiós, Diego!, ¡hola, papi!
Dedicado a la memoria de mi papá Fredy y al fútbol, que siempre salva y hoy enaltece la figura y el recuerdo de Diego Armando Maradona.
Murió Maradona. Ayer 25 de noviembre de 2020 (¡año nefasto si los hay!), cerca del medio día la noticia dio vueltas al planeta conmocionando a todos, a amantes y detractores, al mundo del fútbol y a la gente común, a pobres y ricos, a River y Boca. Porque el Diego era eso, era contradicción en su máxima potencia y yo quedé consternada, desde entonces y hasta este momento hay un permanente nudo en mi garganta.
“Se murió el fútbol”, dijo un periodista y sin dudas no se equivoca. “Se nos fue el capitán” sentenció Ruggeri emocionado y yo llorando a la par. Pero si bien “el 10” era indiscutiblemente enorme, mis lágrimas brotan enredadas en miles de recuerdos que su partida me despertó. ¡Qué loco que un personaje público, famoso e inalcanzable te lleve de repente a un lugar tan íntimo, tan propio, tan olvidado!
Hace poco más de dos años falleció mi viejo y lo escribo y no lo creo, aún no estoy convencida que sea del todo cierto y el duelo es un estado muy raro que no creo procesar. Con el tiempo lo extraño más y lo amo más y se van borrando casi como por arte de magia los momentos feos.
La cuestión es que vengo de una familia futbolera, de una casa donde se respiraba fútbol. Mi viejo, insoportablemente “gallina”, y mi hermano del medio le seguía los pasos. Yo y mi hermano más chico, “bosteros”. Los domingos eran de rivalidad total, griteríos a los árbitros, enojos, el bando de River era más caliente, con mi hermano las expresiones eran más medidas. Veíamos partidos de los clásicos pero también de equipos a los que no los conocía ni su familia.
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Mi viejo había sido jugador en sus años jóvenes del La Celia Sport Club. La camiseta de La Celia es blanca con una banda roja. Creo que no son necesarias más explicaciones para saber por qué jugaba ahí. (¡Vieron que dije que era insoportablemente “gallina”!).
Luego vinieron los hijos, las responsabilidades, y mi viejo dejó la práctica de lado pero no la pasión, pasión que nos transmitió desde chiquitos.
Apenas mis hermanos pudieron hacer dos pases iban a fútbol, pero eligieron jugar en el club Eugenio Bustos, eterno rival de La Celia. Pero a mi viejo no le importó demasiado, tanto fue así que al poco tiempo era presidente de la escuelita de fútbol y en casa estábamos todos comprometidos con las tareas del club. Mi mamá hacía carteles, lavaba la vestimenta y preparaba “sanguchitos” a montones. Mis hermanos entrenaban y hacían buena letra (¡eran los hijos del presidente!) y yo, atendía el kiosquito, vendía números de rifas, lo acompañaba a reuniones.
Recorrimos la provincia jugando campeonatos. Los sábados a la tardecita eran un quilombo de pibes y padres que llegaban a la casa a pagar números, a llevar comida, a dejar a sus hijos para que durmieran ahí. Siempre faltaba plata para el colectivo (plata que algún auspiciante terminaba poniendo), siempre a algún pibe le faltaban botines o canilleras y ahí mi viejo resolvía: “Vos mañana andá a jugar tranquilo. ¡Lo vamos a arreglar!”. Siempre alguien donaba medias para todos o las remeras para alguna categoría, entonces si bien “los funebreros” (como se apoda al club) jugaban con casacas negras y amarillas, jamás fueron todas iguales. A veces estaban tan cargadas de sponsors que era difícil ver los colores.
Conocí, gracias al fútbol, clubes muy lindos y canchitas que de casualidad catalogaban como tal. Fueron miles de domingos que volvíamos sin garganta de tanto cantar, fueron momentos de eterna felicidad viendo a mi viejo a la orilla de una cancha. Le faltaban brazos para abrazar a los chicos, ganaran o no...
Y el lunes a la lucha, a trabajar, a la rutina, sin olvidarse que tenía que reunir 700 pesos para el domingo siguiente, o que había que conseguir botines para un nene de la categoría 93.
Levanto la mirada. Está la tele prendida y hay una multitud despidiendo al máximo exponente del fútbol, y vuelvo a llorar porque el fútbol acaba de rescatar una parte de mi historia casi olvidada, un papá al que el tiempo había desdibujado, porque el fútbol es Maradona y es mi viejo y son todos estos recuerdos.
Mi homenaje al ídolo, al más humano de mis héroes, a mi papá.
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