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Mundo sustentable
India, primera en el mundo en trenes solares ______________________________________
Los ferrocarriles indios son la cuarta red ferroviaria más extensa del mundo y,
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La Corte Constitucional ecuatoriana dictaminó que los planes para extraer cobre y oro en la selva tropical fl uvial protegida son inconstitucionales, porque violan los derechos de la naturaleza. Por lo tanto, serán cancelados.
El histórico fallo establece que los permisos mineros admitidos en el Bosque Protector Los Cedros —un área protegida que incluye partes de Colombia, Ecuador y Perú y una de las zonas con mayor biodiversidad del planeta— quedan revocados defi nitivamente y que se devuelva el área a la naturaleza. La zona alberga especies de fauna y fl ora que no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra y una biodiversidad que incluye osos, primates, ranas y docenas de raras especies hasta hace poco, también una de las más contaminantes, con locomotoras alimentadas principalmente con diésel.
Sin embargo, en los últimos años, el gobierno puso en marcha un programa que está electrifi cando toda la red nacional, que en 2021 llegó al 75 % de cumplimiento. El plan estará terminado para 2023, y convertirá a los ferrocarriles indios en el sistema totalmente electrifi cado más grande del mundo.
Después de estar entre los primeros países en construir una línea ferroviaria dotada de trenes que funcionan con energía solar, en 2017, Indian Railways comenzó la construcción de cientos de plantas de energía solar en sus terrenos: 960 estaciones ferroviarias comenzaron a producir energía con paneles instalados en los techos y otras 550 están en camino. El objetivo declarado es alcanzar cero emisiones en 2030. El año pasado, en Bina, en el estado Madhya Pradesh, se inauguró la primera central de energía solar destinada a proveer energía directamente a las líneas ferroviarias.
Mientras tanto, las zonas metropolitanas de Delhi se preparan para ser las primeras en usar energía 100 % limpia, gracias también a los créditos de carbono reconocidos por Naciones Unidas. Fuente: Mezzopieno.org
Corte Constitucional de Ecuador falla por los derechos de la naturaleza. _________________
de orquídeas en peligro de extinción. La decisión es de carácter ejecutivo inmediato y establece el restablecimiento de los derechos de la naturaleza, consagrados en la Constitución, en toda el área protegida. Por lo tanto, las concesiones mineras y los permisos medioambientales e hídricos en la selva fueron cancelados después de que el tribunal admitiera una demanda presentada por las comunidades locales que buscaban proteger el bosque de la minería.
“Esto sienta un gran precedente jurídico para continuar luchando por la preservación de otros bosques protegidos amenazados. Hoy, las ranas en peligro de extinción, los osos de anteojos, los monos araña, las aves y la naturaleza en su conjunto han ganado una batalla sin precedentes”, declaró Natalia Greene, de la Alianza Global por los Derechos de la Naturaleza.
Fuente: Mezzopieno.org
Crece el reciclaje de aparatos electrónicos en Brasil ______________________________
A fi nales de 2021, la Asociación Brasileña de Reciclaje de Electrónicos y Electrodomésticos (Abree) anunció que Brasil superó la marca de 3.100 puntos de recepción habilitados para posibilitar la “logística inversa” y la destinación fi nal medioambientalmente correcta de productos electrónicos. Los centros de recepción están distribuidos en 1.216 municipios de los 27 estados brasileños. Sólo el año pasado se implementaron más de 2.000 puntos para este tipo de disposición. Además, Abree mejoró el sistema de búsqueda de estos centros de recolección en su sitio web mediante el código postal y el producto a desechar. Los benefi cios de una correcta disposición son evidentes: al evitar que ésta se realice en vertederos y otros lugares inadecuados se evita la contaminación del suelo y del agua. A esto se suma la posibilidad de generar ingresos para la población a través del desarrollo de una nueva industria que trabaje en la reutilización de estos productos electrónicos.
Educar es enseñar a vivir juntos
En un liceo de España, un grupo de alumnos y su profesora de Historia advirtieron un problema de convivencia ciudadana vinculado a la crisis catalana, en el contexto de corrupción de ciertas élites.
Al analizar la actualidad, los estudiantes encontraron que el clima de tensión en el Parlamento había aumentado increíblemente. Enfrentamientos, insultos y mentiras estaban a la orden del día. Ante este hecho, sintieron que no podían quedar indiferentes y se preguntaron: ¿qué podemos hacer? Nació la idea de escribir una carta a los dirigentes de los distintos partidos políticos para pedirles que disminuyeran el clima de tensión y promovieran un diálogo abierto y respetuoso. Para su sorpresa, recibieron respuestas de muchos senadores y también del presidente del gobierno, quien le esribió: “Necesitamos su confi anza para seguir trabajando con esperanza”, y “he pensado en su reproche porque lo importante son las personas y los valores”.
Esta acción ilustra una capacidad esencial para la educación, como también lo reconocen los organismos internacionales. En la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas1, el Objetivo 4, que apunta a garantizar una educación de calidad para todos, no se limita al conocimiento y a las habilidades académicas, sino que incluye la necesidad de aprender a vivir juntos. En particular, la meta 4.7 enfatiza la necesidad de asegurar que todos los estudiantes adquieran los conocimientos y habilidades necesarias para promover el desarrollo sostenible en particular a través de “la promoción de una cultura de paz y no violencia, de la ciudadanía global y del aprecio de la diversidad cultural”. ¿Cómo pasar de esta declaración de intenciones a la realidad? Ya no es fácil ponerse de acuerdo sobre el signifi cado de las palabras y el alcance de los conceptos. Para alcanzar una visión compartida, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) elaboró una defi nición de “competencia global”, aprobada por unos 80 países, una “capacidad pluridimensional” que incluye cuatro habilidades: “saber examinar cuestiones locales, globales e interculturales; comprender y apreciar distintas perspectivas y puntos de vista; saber interactuar de forma respetuosa con los demás; y emprender acciones para el bien común y el desarrollo sostenible”.
Una educación que pretenda promover esta competencia global, por tanto, no puede dirigirse sólo a “la cabeza”, sino que involucra también “el corazón” (la dimensión socio-emocional) y la capacidad de actuar, “las manos”. La implementación de esta educación es el desafío que enfrentan los sistemas educativos de todo el mundo en la actualidad.
1 La Agenda, fi rmada en 2015 por 193 países, establece 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en áreas como reducción de la pobreza y el hambre, protección del medioambiente, acceso universal a una educación de calidad, etc.
* Doctora en Pedagogía Experimental de la Universidad de Roma “La Sapienza”, trabaja como experta para Invalsi (Instituto nacional para la evaluación del sistema educativo italiano).
(Mateo 6, 12)
La Palabra de Vida de este mes está extraída de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, el Padre nuestro. Es una oración profundamente enraizada en la tradición judía. También los judíos llamaban y llaman a Dios “Padre nuestro”.
En una primera lectura, las palabras de esta frase nos comprometen: ¿podemos pedirle a Dios que borre “nuestras deudas” —como sugiere el texto griego—, del mismo modo que nosotros somos capaces de hacerlo con quienes cometen alguna falta con nosotros? Nuestra capacidad de perdón es siempre limitada, superfi cial, condicional. Si Dios nos tratase según nuestra medida, ¡sería una verdadera condena!
Sin embargo, esas palabras expresan antes que nada la conciencia de que necesitamos el perdón de Dios. El propio Jesús se las entregó a sus discípulos —y, por lo tanto, a todos los bautizados—, para que con ellas puedan dirigirse al Padre con sencillez de corazón.
Todo nace de descubrirnos hijos en el Hijo, hermanos e imitadores de Jesús, quien hizo de su vida un camino de adhesión cada vez más completa a la voluntad amorosa del Padre.
Sólo después de haber acogido el don de Dios, su amor sin medida, podemos pedirle todo al Padre, incluso que nos haga cada vez más semejantes a Él, con su misma capacidad de perdonar a nuestros hermanos y hermanas con corazón generoso, día a día.
Cada acto de perdón es una decisión libre y consciente que hay que renovar siempre con humildad. Nunca es un hábito, sino un camino exigente, por el cual Jesús nos llama a rezar cada día, como por el pan de cada día.
Cuántas veces las personas con las que vivimos —en familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o de estudio— pueden habernos tratado injustamente, y nos cuesta reanudar con ellas una relación positiva. ¿Qué hacer? Es aquí donde podemos pedir la gracia de imitar al Padre. Nos sugiere Chiara Lubich: “Levantémonos por la mañana con una ‘amnistía’ completa en el corazón, con ese amor que todo lo cubre, que sabe acoger al otro tal como es, con sus limitaciones, sus difi cultades, precisamente como haría una madre con el hijo que actúa mal: lo excusa siempre, lo perdona siempre, no pierde la esperanza en él... Acerquémonos a cada uno con ojos nuevos, como si nunca hubiese incurrido en esos defectos. Volvamos a empezar cada vez, sabiendo que Dios no sólo perdona, sino que olvida. Ésta es la medida que nos pide también a nosotros”1.
Es una meta alta, hacia la cual podemos avanzar con la ayuda de la oración confi ada: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”.
Toda la oración del Padre nuestro tiene la perspectiva del “nosotros”, de la fraternidad. Rezándola no pido sólo por mí, sino también por y con los demás. Mi capacidad de perdón está sostenida por el amor de los demás y, por otra parte, mi amor puede en cierto modo sentir como propio el error del hermano que, tal vez, dependa también de mí, puede que no haya hecho toda mi parte para que se sintiese acogido, comprendido...
En Palermo, una ciudad italiana, las comunidades cristianas viven una intensa experiencia de diálogo que requiere superar ciertas difi cultades. Cuentan Biagio y Zina: “Hace unos años, un pastor amigo nuestro nos invitó a visitar a algunas familias de su Iglesia que no nos conocían. Llevamos algo para compartir en la comida, pero esas familias nos dieron a entender que nuestra visita no les agradaba. Con delicadeza, Zina los invitó a probar algunas especialidades que había preparado y, al fi nal almorzamos juntos. Después de comer, empezaron a mencionar los defectos que veían en nuestra Iglesia. Como no queríamos entrar en una guerra verbal, dijimos: ¿qué defecto o diferencia entre nuestras Iglesias puede impedir que nos queramos? Ellos, que estaban predispuestos a discutir, se quedaron asombrados y desarmados con nuestra respuesta, y así comenzamos a hablar del evangelio y de lo que nos une, que seguramente es mucho más que lo que nos divide. Cuando llegó la hora de despedirnos, no querían que nos fuéramos. Les propusimos rezar el Padre nuestro, y mientras orábamos percibimos fuertemente la presencia de Dios. Nos hicieron prometer que volveríamos, porque querían presentarnos al resto de la comunidad, y así fue en los años siguientes”.
Letizia Magri
1 C. Lubich, Palabra de Vida, diciembre de 2004.
Confi ar en su amor
En una reunión en la que nos habíamos juntado varios hombres, se empezó a hablar muy mal, con agresión, sobre la Iglesia, los sacerdotes y el Papa Francisco. Como nos conocemos todos en la comunidad donde vivimos y saben de mi creencia y valores, el que hablaba me miraba y sentía también la mirada de los demás. Fue un momento fuerte. Trataba de escuchar a fondo a la persona que hablaba. En cierto momento en mi interior llamé al Espíritu Santo. Le pedí: “Ven, Espíritu Santo, ¿qué hago?, ¿hablo o escucho?”. Y sentí que debía escuchar a fondo, dejar que expresaran toda la bronca que tenían, porque tampoco me preguntaban mi opinión. En cierto momento me vino la idea de hablar y frenar la charla, pero sentí más fuerte que no iba a contribuir y menos a crear un diálogo. Entonces me callé y continué escuchando. Después nos levantamos de la mesa y nos distribuimos en otros lugares. Primero se acercó uno y después otro para manifestarme que quisieran vivir con la paz que habían visto que yo tenía en la charla, que sentían envidia de los que tenían fe y tantas cosas profundas, hecho que nos posibilitó entablar un diálogo muy enriquecedor sobre los valores de la vida y la familia. Dios me posibilitó ver el fruto de confi ar en su amor y de ver que Él dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. Juan Carlos Malianni (General La Madrid)
La “vocecita”
El fi n de semana me encontré casualmente con una persona que hacía mucho no veía. Yo venía con algo de apuro porque tenía un compromiso agendado. Es una persona que habla mucho y que por lo general no te escucha, sólo habla. Tuve toda la intención de hacer un saludo veloz, consciente de que si no lo cortaba pronto, “estaba en el horno”. Sin embargo, apareció esa sutil “vocecita” interior que me dijo: “amalo en lo que necesita y escuchalo”. Hice como que no la había escuchado —después de todo yo tenía un compromiso asumido y no llegar a horario tampoco era no amar a quien me esperaba—. Pero esa vocecita apareció de nuevo: “Amalo en lo que necesita, escuchalo como si no tuvieras otra cosa”. Respiré hondo y me dispuse a escucharlo. A los 20 segundos de estar escuchando atentamente, me llamó la persona con la que me reuniría enseguida para decirme que atrasaba el encuentro media hora. Me reí por dentro. En broma, le recriminé al de arriba: “Me podrías haber avisado dos minutos antes y no me hacías dar el paso”. Pero, claramente, su idea era otra. “Milagrosamente” mi amigo habló sólo dos minutos, porque también él estaba yendo a otro lugar. Moraleja: debo estar más atento a la vocecita interior y confi ar en ella. Pablo Loyola (Córdoba)
Los vínculos nos hacen sentir vivos
¿Cómo seguir siendo comunidad cuando no nos podemos encontrar? Refl exiones y vivencias de una rabina en tiempos de pandemia
Cuando se determinó que deberíamos estar dentro de nuestras casas para evitar contagiarnos de Covid, lo primero que pensé fue: “¿Y ahora... cómo encuentro a la gente de la comunidad? ¿Cómo sostengo el acompañamiento, lo congregacional, que es primordialmente un espacio de socialidad?”. Una comunidad se defi ne principalmente por ser un entramado de vínculos que comparten experiencias, emociones, situaciones sensibles, celebraciones y espacios de estudio. Y todo eso se me estaba esfumando como agua entre mis dedos. Algo necesitaba hacer de manera urgente. No soportaba la idea de que alguien se sintiera solo.
Los vínculos, como escribiera Paul Warzlawick (1921-1997), uno de los principales autores de la Teoría de la comunicación humana, son modos de comunicación; aún cuando no existen palabras. En una relación intervienen muchos más factores de los que nosotros imaginamos. Una relación con otro es en sí misma un gran contenido, una apuesta a que algo puede crearse. ¿Cómo reinventar un mundo relacional, dentro de un espacio comunitario, cuando tuvimos que abandonar el contacto y la presencia física? ¿Cómo combatir la tentación del encierro y el empequeñecimiento del propio universo? Y peor aún; ¿cómo ayudar a no dejarse convencer rápidamente de que el otro, nuestro prójimo, es una amenaza de muerte o un potencial agente de contagio?
En unos segundos, solo con una disposición del Ministerio de Salud, sentía que todo lo construido corría peligro de desmoronarse. ¿Cómo sostener el mandato del amor al prójimo y la justicia social cuando lo que nos rodea es el terror a morirnos? De pronto, nuestros programas de recorridas por las calles con alimentos se cortaron automáticamente; las visitas a los enfermos, el acompañamiento de los deudos; el “otro” aparecía en segundo plano, o quizás en un comienzo, en ningún plano de nuestras prioridades.
Recuerdo entonces que era viernes por la mañana. Lo primero que decidí fue fi lmarme desde mi casa, cantando el rezo del viernes por la noche. Sentía que ante la desazón y el desconcierto sería importante acercar la plegaria a los hogares de los congregantes de mi comunidad. Fue extraño cantar de mañana lo que debiera haber hecho por la noche. Allí entendí que los bordes de lo reglamentado o lo que correspondería litúrgicamente debían correrse en pos de un objetivo mayor: acompañar a la gente.
Sola, con mi teléfono, en el silencio de mi casa, me puse mi mejor ropa y recé como nunca, con la voz temblorosa y la pregunta en mi alma: ¿Estaré haciendo lo que corresponde? Aprendí con un tutorial a subir el video a YouTube. Avisé por los medios que pude que estaría disponible una plegaria para pasar el primer Shabat juntos, a pesar de las distancias. Y llegó la noche. Conmovida me senté a esperar a que alguno apareciera conectado. Para mi sorpresa, los números crecían pavorosamente. Más de mil personas estuvimos conectadas ese
primer Shabat; mandándonos mensajes por un chat que nos hacía sentir a todos menos solos. Entendí, entonces, que la intuición de no encerrarme en mis propias preocupaciones era el mensaje correcto que tenía que dar. Porque lo que sostiene la vida comunitaria no es la fe individual sino la experiencia colectiva de sabernos juntos y jamás librados a la soledad y al aislamiento.
La segunda e inmediata medida que tomamos fue transformar nuestros gestos concretos de ayuda al prójimo más necesitado en una plataforma de recaudación de fondos: “Un plato +”, para ponernos a disposición de aquellos lugares que asumieron la responsabilidad de albergar y alimentar a todos los que estaban en la calle, cuando ya ni siquiera la calle pudo ser su lugar de alojo. Y nuevamente me sorprendió, para mi satisfacción, todo lo que hemos construido como comunidad. Inmediatamente, una inmensa mayoría mostró respaldo y ofreció su colaboración como nunca antes había sucedido. Muchas veces enseño los textos bíblicos y los comprendo a partir de las pruebas que atravesamos como creyentes para cotejar lo que decimos sostener y creer. La pandemia fue quizá la prueba más contundente que hemos tenido que atravesar, a nivel personal, pero también a nivel comunitario y social. Y puedo afi rmar que el trabajo constante, amoroso, dedicado de tantos y tantas en la comunidad y hacia la sociedad misma, aquel que venimos haciendo desde hace años, está grabado en el corazón mismo de la gente.
Hemos aprendido y enseñado que no hay judaísmo en soledad. No hay posibilidad de ser observantes de la Ley si no podemos “observar” a nuestro alrededor, y al ver a quiénes tenemos cerca, poder comenzar a vernos, y al ser en el otro, moldear y recuperar nuestro propio ser. Hemos generado espacios sagrados en la virtualidad. Porque no es el lugar físico lo que los santifi ca sino la voluntad de las personas que hacen presente a Dios en el amor que las une, más allá de todo tropiezo. Hemos acompañado a enfermos, hemos hecho ceremonias a la bendita memoria de aquellos que fallecieron. Hemos celebrado la vida y los procesos vitales de cada uno y cada una. Y a pesar de que estábamos en nuestras casas, la experiencia de sabernos juntos fue uno de los motores de nuestra salvación.
Las pantallas se hicieron blandas y el frío del vidrio se entibió por lo que circulaba entre nosotros; palabras de afecto, preguntas y preocupación por el que estaba ausente, enseñanzas y aprendizajes. Llegó Pesaj (la Pascua judía), que es una fi esta que todos sin excepción festejamos en las casas de nuestras familias y amigos alrededor de una mesa de manjares, contando y cantando la historia de la liberación de Egipto. No podía soportar la idea de que muchos de mis conocidos sentirían una gran angustia esa noche, que debía ser de fi esta. Una vez más, con todos ellos en mi corazón, tendí una mesa en mi casa; puse un fl orero de atril, amarré el celular con una bandita elástica, cociné, preparé todos los elementos y alimentos del ritual y me grabé pensando que de ese modo estaría en la casa de todos, y nadie se sentiría tan solo. Una mujer, que estaba transitando un tratamiento de quimioterapia, que vivía sola, me llamó para preguntarme a qué hora tenía que estar vestida y maquillada para su cena de Pesaj conmigo... Aquella noche todos celebramos como si hubiéramos estado sentados alrededor de la misma mesa. Cantamos, rezamos, rogamos, celebramos juntos. Nos llamamos, luego nos miramos por las cámaras y seguimos tejiendo aquellos vínculos que nos hicieron y nos hacen sentir defi nitivamente vivos.
Un pueblo de Dios que camina e incluye
Por primera vez, la Iglesia Católica realiza una asamblea con participación de todas las vocaciones al mismo nivel —laicos incluidos— a escala continental. Después de una capilar fase de “escucha”, de un primer discernimiento y de una instancia representativa presencial, el camino continúa
La Iglesia Católica latinoamericana y caribeña cuenta con una larga tradición y experiencia sinodal a lo largo de los siglos. Es una Iglesia que se autocomprende y presenta ante el mundo como Pueblo de Dios enviado para anunciar a Jesucristo a la humanidad. Se perciben los vínculos de comunión episcopal en clave de eclesialidad. En el contexto actual de cambios socioculturales acelerados, entre los obispos de la región maduró la conveniencia de una nueva Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. Y así se lo plantearon al Papa en setiembre de 2019. Ante esta solicitud, Francisco dijo a los representantes del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano) que de la última Conferencia en Aparecida “todavía tenemos que aprender mucho” y propuso algo novedoso: realizar una convocatoria que tuviera en cuenta las diversas vocaciones del Pueblo de Dios, y no sólo a los obispos. Lo recalcó en su mensaje de convocatoria: “La Asamblea Eclesial —que es la primera convocada— es otra cosa, es una reunión del Pueblo de Dios: laicas, laicos, consagradas, consagrados, sacerdotes, obispos; todo el Pueblo de Dios que va caminando. Se reza, se habla, se piensa, se discute, se busca la voluntad de Dios”. Fue así que comenzó a desplegarse esta propuesta inédita. Tal vez Bergoglio tenía presente la experiencia de la asamblea arquidiocesana de Buenos Aires siendo él arzobispo. Lo nuevo es que se plantee a nivel continental.
Desde el 24 de enero de 2021 se desarrollaron ya varias fases: escucha, discernimiento, asamblea; y quedan otras: elaboración de orientaciones pastorales, presentación e implementación. Del proceso de escucha, desde marzo a fi nes de agosto, participaron unas 70 mil personas. Este proceso se realizó en diversas comunidades (no sólo parroquias y capillas) y por medio de foros temáticos abiertos a quienes quisieran participar. Se procuró escuchar a los últimos, a los que viven la fe en las periferias geográfi cas o existenciales, para evitar que los convocados fueran los mismos de siempre o una elite que pretende saberlo todo. Por su parte, los Movimientos eclesiales participaron en una doble dimensión: hicieron un aporte desde su carisma como un don para la Iglesia y, simultáneamente, actuaron como puente con los que no serían consultados si no es por su cercanía y afi nidad (gente que duerme en la calle, tóxico-dependientes, presos, enfermos, etc.). La ambición en este proceso —alcanzada parcialmente— fue amplia, en la conciencia de que nadie sobra ni debe quedar afuera por exclusión. Lo expresa el lema “todos somos discípulos misioneros en salida”.
Francisco, en la constitución apostólica Episcopalis Communio (2018), da criterios y fundamentos, y refi ere que esta etapa “debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado para escuchar al Pueblo de Dios”. Las conclusiones de la fase de la escucha se reco-
gieron en una “síntesis narrativa” que derivó en un “Documento para el discernimiento comunitario”, uno de los insumos utilizados por los asambleístas. Todas las mañanas del 22 al 26 de noviembre se rezó, discutió, dialogó y se formularon propuestas. Por la tarde se recogían y sistematizaban los aportes y se devolvían para el trabajo del día siguiente. Los asambleístas fueron elegidos en cada Conferencia Episcopal por medio de los organismos propios de las distintas vocaciones. El número estuvo asignado de acuerdo con la cantidad de habitantes. También participaron migrantes de habla hispana de Estados Unidos y Canadá. Por último, cabe destacar el interés en esta experiencia manifestada por referentes del Vaticano y de otros continentes mediante la participación presencial de representantes de alto nivel.
La virtualidad jugó un papel preponderante en los momentos abiertos como en los espacios exclusivos para el discernimiento grupal. Hubo participación de médicos, politólogos, sociólogos, pedagogos, sin un status distinto al de los demás asambleístas. Durante esos días tomaron parte activa en los diálogos migrantes, afrodescendientes, indígenas... Una representación diversa e inclusiva. Se habló de otros grupos, pero no hablaron ellos. Por ejemplo, no hubo entre los cerca de 800 asambleístas representación de sacerdotes casados, o personas de la comunidad LGTBIQ+ (sí habían llevado adelante un foro temático en el tiempo de escucha). Tampoco se planteó la situación concreta de separados en nueva unión, pero se hizo referencia general a nuevos modos de ser familia. Podría decirse que “los olvidados” estuvieron presentes de manera discreta e indirecta. Hay situaciones que interpelan pero evidentemente cuesta darles lugar.
Como resultado se elaboró un elenco de 41 desafíos, de los cuales se privilegiaron 12 como los más urgentes, clasifi cables en dos grupos: los que tienen en cuenta la vida interna de la Iglesia y los que interpelan desde las preocupaciones sociales. El anhelo central era “propiciar el encuentro personal con Jesucristo encarnado en la realidad del continente”. En esto radica la fuerza o la debilidad de la evangelización, entendida como compartir la experiencia de la alegría de la fe. Uno de los desafíos de las cuestiones eclesiales se formuló como la necesidad de “renovar, a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II, nuestro concepto y experiencia de Iglesia Pueblo de Dios, en comunión con la riqueza de su ministerialidad, que evite el clericalismo y favorezca la conversión pastoral”. También se destacó el reclamo de “impulsar la participación activa de las mujeres en los ministerios, las instancias de gobierno, de discernimiento y decisión eclesial”, de “reconocer y valorar el protagonismo de los jóvenes” en particular, y de los laicos en general, promoviendo su participación “en espacios de transformación cultural, política, social y eclesial”.
Ser Iglesia en salida se expresó con “escuchar el clamor de los pobres, excluidos y descartados” y “acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa de la vida, la tierra y las culturas”. Se renovó con claridad la opción preferencial por los pobres y excluidos. Mucho se dijo acerca de la pandemia, que puso en evidencia las graves inequidades preexistentes y situaciones de pobreza extrema, como la desigualdad en el acceso a las vacunas y la falta de posibilidades de cuidado adecuado de la salud debido a viviendas precarias donde residen varios núcleos familiares. El imperativo es ser cobijo y amigo de los pobres, “hospital de campaña” de los descartados. También se denunció la violencia social y doméstica, especialmente contra la mujer y las diversidades sexuales, así como las actitudes xenofóbicas. Acerca del cuidado de la casa común —una preocupación muy presente—, se acordó “reafi rmar y dar prioridad a una ecología integral en nuestras comunidades, a partir de los cuatro sueños de Querida Amazonia”, aspirando a “reformar los itinerarios formativos de los seminarios incluyendo temáticas como ecología integral, pueblos originarios, inculturación e interculturalidad y pensamiento social de la Iglesia”.
Se esperaba mayor énfasis en la condena de los aberrantes abusos sexuales y en cómo acompañar a las víctimas con procesos de reconocimiento y reparación. Hasta aquí lo que ya se ha vivido.
La siguiente etapa será elaborar orientaciones pastorales, presentarlas e iniciar el tiempo de su implementación. Los desafíos impulsan a ser una Iglesia más inclusiva que se anima a las periferias y asume la vida tal como viene.
*Amplia síntesis de un artículo publicado en el número 2.484 de la mencionada revista argentina, correspondiente a enero/febrero 2022.
Por qué leer cambia tu cerebro
La neurociencia aporta un simple dato científi co que resulta relevante: leer mejora sustancialmente la química, física, anatomía y fi siología del cerebro
De acuerdo con el neurobiólogo español Francisco Mora, leer produce cambios en el cerebro. Cambios que dependen de que el texto logre despertar la curiosidad y, sobre todo, las emociones.
“Solo se puede aprender aquello que se ama”, decía Mora en el libro Neuroeducación, publicado hace ocho años. Este ensayo sobre cómo la ciencia del cerebro puede mejorar la forma en que se enseña y se aprende lleva 48.000 ejemplares vendidos y acaba de llegar a su tercera edición.
El año pasado, el también docente universitario publicó Neuroeducación y lectura para ampliar uno de los temas centrales de su anterior bestseller y que considera “la verdadera gran revolución humana”: la capacidad de leer.
Previo a su charla en el marco del Hay Festival Arequipa, Perú, Mora habló con BBC Mundo sobre el cerebro, la educación y la lectura, diálogo resumido aquí en cuatro grandes datos.
Leer es un proceso artifi cial y reciente
“La capacidad de hablar la hemos adquirido por procesos de mutaciones genéticas con el Homo habilis, hace unos 2 a 3 millones de años”, dice Mora. Desde aquel entonces, los humanos nacemos con los circuitos neuronales del lenguaje, aunque vale la pena aclarar que la acción de hablar solo se aprende en contacto con otros. “Se podría decir que nacemos con un disco cerebral en el que poder grabar, pero que estará vacío si no se graba nada en él”, escribe en Neuroeducación y lectura. En cambio, la lectura nació hace apenas unos 6.000 años por la necesidad de comunicarnos más allá de la tribu propia, del corto alcance del boca a boca. Además, su base no es genética sino artifi cial o, mejor dicho, cultural.
“Leer es un proceso que al no estar genéticamente codifi cado (y, por tanto, no es transmitido por la herencia) se repite costosamente en cada ser humano y necesita cada vez del trabajo duro del aprendizaje y la memoria”, explica Mora en el libro. Y agrega: “Leer, y desde luego leer bien o muy bien, requiere un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento explícito que dura años e, incluso, gran parte de toda la vida si se aspira a leer de un modo altamente efi ciente”.
Pero lo de “costoso” y “laborioso” no tiene por qué signifi car sufrimiento, aclara el autor, quien a los 4 años comenzó a vivir “el castigo de la lectura en el colegio” por el desconocimiento de sus educadores sobre cómo funciona el cerebro del niño.
Aprender a leer más temprano no te hace más inteligente
Los niños son “verdaderas máquinas de aprender” ya desde el útero, escribe el investigador y divulgador. De hecho, continúa, “el ser humano necesita aprenderlo casi todo”.
La lectura es uno de esos grandes hitos en el desarrollo infantil, uno que llena a los padres de orgullo... o de preocupación. “Cuando una madre se da cuenta de que a su niño de 5 años todavía le cuesta mucho aprender a leer y que el vecinito de enfrente con 4 años ya lee de corrido, se puede preguntar: ¿Es que mi niño es más torpe?”, dice.
Sin embargo, la neurociencia ha demostrado que para aprender a leer, hay ciertas partes del cerebro que tienen que haber madurado previamente, algo que puede llegar a suceder a los 3 años, pero que por lo general culmina cuando tienen 6 o 7 años. Por eso, escribe, lo aconsejable es que la lectura se empiece a enseñar formalmente a los 7 años, “edad en la que, casi seguro, las áreas cerebrales base de la lectura están en todos los niños lo sufi cientemente desarrolladas y maduras para captar en todo su sentido y emoción la tarea de comenzar a leer. Precisamente esa es la edad en la que se empieza a aprender a leer en ese país tan avanzado en la enseñanza que es Finlandia”.
Este es uno de los ejemplos que más le gusta usar para explicar la importancia de la neuroeducación, o sea, una educación basada en cómo funciona el cerebro.
Es que además de que forzar a un niño a aprender a leer prematuramente puede provocarle un sufrimiento y frustración innecesarios, que lo logre a los 3 o 4 años no tiene trascendencia alguna a futuro. En otras palabras, no le da una ventaja académica ni lo hace más inteligente.
Según Mora, la maduración cerebral tiene un componente genético, pero también uno cultural, vinculado sobre todo al hogar: crecer con padres que leen o te leen, “tiene una dimensión emocional que facilita enormemente el aprendizaje de la lectura”.
Internet está generando un problema de atención
“Nadie duda que Internet ha supuesto una revolución cultural, creando una ‘era digital’ en la que la lectura no solo se hace más deprisa sino también de modo diferente”, escribe Mora en Neuroeducación y lectura. Diversos estudios sobre los efectos de internet en el cerebro de niños y adolescentes también empiezan a mostrar aspectos negativos, que van des-
de la disminución de la empatía hasta el decaimiento de la capacidad de tomar decisiones.
Para leer, como explica en Neuroeducación, es necesario inhibir de forma temporal “el 99 % de todo aquello que normalmente pensamos o entra a nuestro cerebro y solo prestar atención al 1 % de ello”. Además, precisa de un cierto tiempo.
En cambio, navegar en Internet “necesita de un foco de atención muy corto y siempre cambiante”.
Eso, dice el español, está inhabilitando uno de los muchos tipos de atención que existen: la ejecutiva. “Es la que tienes cuando diseñas un plan de trabajo, la que requieres para el estudio”, explica, que es “sostenida” y “reposada”. Incluso hay quienes hablan de una nueva forma de atención, a la que llaman digital.
Mora reconoce que hoy en día no tiene sentido retener la fecha de nacimiento de una fi gura histórica, dato que Google responde de forma rápida y correcta. Pero eso no quiere decir que la memoria haya dejado de importar en el aula. “Necesitas memorizar y mucho, porque tus memorias son lo que eres”, opina. “Inclusive, ¿no es bello acaso tener algunas memorias de alguna poesía o de un trozo pequeño de literatura que puedas usar para embellecer tu propio discurso?”. “Esa es una dimensión importante de tu individualidad, de lo que te hace diferente”. E incluso —asegura—, te hace mejor persona.
Leer cambia al cerebro (y a ti)
Si bien el cerebro no está genéticamente diseñado para leer, este órgano posee una propiedad clave para lograrlo: la plasticidad.
La palabra proviene del griego plastikós, que signifi ca “cambio” o “modelado”. Quizás el máximo ejemplo sea que aprender a leer modifi ca la función de un área del cerebro principalmente programada para identifi car formas y detectar caras, la cual también pasa a procesar y construir palabras.
Pero las transformaciones no son solo a nivel fi siológico. “Lo que enseña [el maestro] tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los niños en su física y su química, su anatomía y su fi siología, haciendo crecer unas sinapsis o eliminando otras y conformando circuitos neuronales cuya función se expresa en la conducta”, escribe en su primer libro. Es que, como afi rma luego en el segundo, “cada persona cambia no solo en función de lo vivido, sino también de lo leído”. “Leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un determinado documento o libro, sino un proceso activo, o recreativo (‘volver a crear’) si se quiere, de lo que allí se describe”, agrega. Implica “activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento”. Y cambiar. Como escribió el fi lósofo italiano Umberto Eco, a quien Mora disfruta de citar: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”.
* Artículo publicado por BBC Mundo, parte del “Hay Festival Arequipa digital”, un encuentro de escritores y pensadores que se realizó del 1 al 7 de noviembre de 2021.