Edicion Especial Vision 8 Semillero de Periodismo

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Periódico comunitario de la comuna 8 de Medellín · Año 7 · Edición Especial · Diciembre de 2012 · Distribución gratuita Este medio es apoyado parcialmente con dineros públicos priorizados por habitantes de la comuna 8 (Villa Hermosa) en el Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo de la Alcaldía de Medellín


Edición especial

· Medellín · Diciembre de 2012 ·

· Año 7 · Diciembre de 2012 Publicación mensual Circulamos con 10.000 ejemplares Distribución gratuita

El relato constituye nuestra memoria comunitaria Narraciones que danzan con el tiempo y que hacen fricción con la realidad, que expresan luchas, resistencias, miedos, ideales y sueños. Narrativas de silencios y gritos. Formas de contar un territorio que entre el asfalto y el fango convive. Desde el sabor afro colombiano de Libia Moreno en Los Mangos, hasta las pisadas débiles de los pasos de María Aurora Botero Osorio en Las Golondrinas, hay relato, hay una comuna que se cuenta en instantes que constituyen formas de sentir, de vivir, de instalarse en su presente, sus penurias y alegrías. Relatos que danzan en silencio en las memorias de las calles de la 8, de su gente, y que al ser contados nos permiten reconocernos, encontrarnos, dialogar, reflexionar y abrazar la posibilidad de hallar nuestro origen, nuestros orígenes, nuestra identidad como comuna. Desde el circo, con malabares y acrobacias, hasta la calle, con el rap, se entrelaza un silencio roto que milita entre callejones estrechos y carpas coloridas, buscando conquistar alegrías, amores y desamores, en un territorio de mixturas; un territorio pintoresco, diverso y llamativo, que invita, por placer o por necesidad, a quedarse, a habitarlo. El Semillero de Periodismo de la Escuela de Comunicación Comunitaria, dinamizado por la Corporación para la Comunicación Ciudad Comuna, que contó con la participación de 13 jóvenes de la comuna, intenta, con esta edición de Visión 8, redescubrir esos relatos que han configurado nuestra cotidianidad y que han pintado con cantos, mitos, creencias, oficios, sabores, personajes y resistencias cada huella que dejamos al pasear las laderas del Pan de Azúcar. Una comuna que tejió callejones en medio de laderas empinadas, rodeados de texturas, que entre el verde de los árboles de mangos y pinos, y los ocres de fango y madera tostada por el sol, vio nacer una identidad, que entre cumbia, alabaos, tango y porros, eriza la piel. Para cada integrante del semillero esta edición se convierte en su primera práctica de escritura que es publicada, para Ciudad Comuna implica continuar descubriendo nuestro territorio y para ustedes la posibilidad de reconocer a sus vecinos, verse en las historias, recordar y tertuliar. La invitación es a que construyamos nuestros propios relatos y narrativas, como la esencia de nuestra memoria, que vibra, toca y encanta.

Las opiniones expresadas en los artículos son responsabilidad de sus autores, y no necesariamente corresponden a los planteamientos ideológicos de Visión 8.

Este medio es apoyado parcialmente con dineros públicos priorizados por habitantes de la comuna 8 (Villa Hermosa) en el Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo de la Alcaldía de Medellín.

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vision8@ciudadcomuna.org Calle 52A 33-32 · Barrio La Toma 216 8416 / 318 546 0265 Visita: www.ciudadcomuna.org

· Edición Especial · Semillero de periodismo Escuela de Comunicación Comunitaria Ciudad Comuna

Dirección Ciudad Comuna Leonardo Jiménez García Dirección Visión 8 Coordinador Semillero de periodismo Libardo Andrés Agudelo Gallego Redactores Inés Betancur Arango Yasmín Viviana Garavito Sara Bolivar Serna Nayibe Chavarriaga Maryuri Arias Angye Villalba Cristian Zuluaga Castrillón Vanessa Alzate Zapata Marisorlandy Montes Rico Corrección de estilo Ana María Jaramillo Vélez Diseño e ilustración general Yurilena Velásquez López Fotografía Equipo de trabajo Ciudad Comuna Ejecución Corporación para la Comunicación Ciudad Comuna Acompañamiento Diana María Ortega Dirección General de Comunicaciones Alcaldía de Medellín Impresión El Colombiano Foto portada Pedro Nel Marmolejo Villada, de 87 años de edad - Habitante del barrio La Ladera - Manguero en el Parque Biblioteca La Ladera Por: Diana Paola Plaza Charry


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· Medellín · Noviembre de 2012 ·

Territorios de paz Inés Betancur Arango Ilustración: Yuri Velásquez López

Un Pan de Azúcar se derritió porque Juan, “el violento”, lo derribó, a punta de duros golpes y balas, que conformaban su rozagante corazón. Triste por lo ocurrido, llegó pronto Villa Hermosa para servir de resguardo a esa población, que sin techo quedó, por huir de la violencia y la criminalidad. ¡Gracias, Villa Hermosa!, exclamó el Pan de Azúcar, al ver la presencia de esta madre territorial que lo acogió y protegió a la mayor brevedad posible. Continúa diciendo a viva voz: ¡ya somos parte de este sector!, y damos muestras de unión y hermandad al servir de ejemplo a otros, que deseen vincularse a nuestro plan territorial.

Pero San Antonio de inmediato dice: soy enviado de Dios y tengo el deber de culturizar a mi gente en un solo albergue con respeto y solidaridad. Trece de Noviembre se enfoca con entusiasmo a la propuesta y dice: más de 13 territorios juntos conmigo, somos alma y vida de la comuna 8 y trabajamos en pro de la paz sin descanso. Las Golondrinas dicen: que ellas solas no hacen verano, por ello, junto con Altos de La Torre y El Pacífico, se congregan a la franja mencionada. Las poblaciones de Altos de la Torre, Unión de Cristo, El Pacífico y Esfuerzos de Paz 1 y 2 se unieron a este vínculo de paz sin límites ni condiciones. Y dicen con orgullo y arrogancia: ¡nuestra sangre nativa es afro-indígena y campesina en la mayor parte de nuestros territorios aledaños, y jamás renunciaremos a la paz!

Caicedo y Villatina de inmediato lanzaron sus voces diciendo con júbilo y gran deseo: ¡queremos unirnos a ustedes y jamás separarnos, porque ya somos parte de esta bella cima geográfica!

También exclaman: les brindamos nuestro tesón humano, para que juntos luchemos por el progreso de nuestra raza paisa, y por la comuna 8 de la hermosa Medellín.

Con orgullo pretendemos tejer caminos de paz, luz y progreso colectivo para que la comuna 8 transforme sus horizontes humanos y prósperos en ramilletes de flores rojas y banderas blancas.

Sucre, Enciso y La Ladera (son sectores más civilizados de la comuna 8) y dan ejemplo de vida con su desarrollo productivo, orden social y territorial de esta urbe antioqueña.

No más qué decir, planteó la población de Llanaditas y Los Mangos con emotividad: ¡mis frutos yo os ofrezco con inmortal abrazo, porque somos dulces como la miel del amor!

La Planta y La Toma se contagiaron de alegría y dicen: somos hermanas tuyas y les brindamos sin límites agua pulcra a cántaros, para alimentar la vida de familias y comunidades a diario y sin descanso.

No resisto más, gritaron efusivamente la Libertad Uno, la Libertad Dos y Esfuerzos de Paz: ¡queremos ser parte de este terruño social y geográfico de la hermosa capital antioqueña que nos vio nacer!

A la vez reafirma la gente de la comuna 8: nos unimos a todos ustedes para celebrar el Día Mundial de la Paz, el 21 de septiembre de 2012, ¡porque nosotros abrazamos la paz con amor!

Las Estancias se unieron a esta búsqueda histórica, y comentan con satisfacción: queremos ser parte de este vasto glosario, porque ustedes invitan a construir ciudad.

Y también hay otra fecha que deseamos conmemorar en comunidad: El Día de los Derechos Humanos en Colombia, a realizarse el 10 de diciembre de 2012, porque la paz es parte de éstos y de cada una de las conciencias sociales.

El sector de Las Mirlas se pronuncia: yo quiero ser parte de este todo, para interpretarles con mis tonos dulces cantos alegres y melodiosos a mi comuna.

Todos dichosos y con plena libertad, respeto y aceptación conformaron un pacto y una nueva familia territorial denominada la comuna 8 de Medellín.

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Fragmentos de una memoria olvidada en la Loma de Enciso Un barrio con aires parisinos, olor a tango y arrieros Es un lugar para recordar como referente histórico que salvaguarda la memoria de grandes viajeros y visitantes, que tuvieron allí la fortuna de disfrutar de un ambiente gaucho, gracias a los aires argentinos inspirados por sus tangos. La cita era acompañada por un buen café, una cerveza o una copa de aguardiente. Así como muchos bandeonistas, músicos y bailarines acudían anteriormente a aquella ciudad de luces parisinas, que inspiraba escenarios nocturnos de amor y tragedia, de igual forma, acudían los amantes de la buena música y la buena compañía al Viejo París, ubicado en el barrio Enciso. En la comuna 8 (Villa Hermosa), al oriente de Medellín, se encuentra el barrio Enciso, conocido anteriormente como la vieja ruta prehispánica, por donde muchos viajeros oriundos de Guarne descansaban en la esquina del Viejo París. Allí, al igual que los habitantes del sector, encontraban momentos agradables y de disfrute, a través del billar, las cartas y el dominó. Don Jesús María Sepúlveda, más conocido como “Chucho Sepúlveda”, fundador del lugar, cuentan sus hijas Olga y Silvia Sepúlveda, se distinguió por su carácter. Era sumamente conservador, cuidadoso, serio al trato y estricto, pero muy apasionado por la música, es por eso que le dio vida, apartir de la década del 40, a un viejo granero llamado “El Triunfo”. Gracias a su afición a los tangos y al ambiente arrabalero, quiso poner su toque en un café billar, que llamaría en adelante el Viejo París, un lugar adornado con cuadros de los personajes más grandes del tango. Las figuras de Carlos Gardel, Enrique Rodríguez y Agustín Magaldi se encontraban en un gran salón sin división alguna, con grandes estantes llenos de música y muchas mesas donde los clientes se dedicaban a los juegos. Don Jesús siempre se encontraba tras el mostrador, pues desde allí manejaba la aguja de su tocadiscos y servía aguardiente a sus amigos. También se le conocía

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por ser un gran coleccionista de música y un gran conocedor de tango en la ciudad, tanto así que llegó a abastecer musicalmente las emisoras radiales más reconocidas del momento en Medellín, como RCN y Radio Reloj. Aquel Viejo París se caracterizaba por su clientela netamente masculina, puesto que las mujeres en aquel tiempo no eran bien vistas en una cantina. Lo frecuentaban desde habitantes del común hasta personas importantes de la ciudad. En ese lugar se llevaron a cabo experiencias inolvidables como la adquisición del primer teléfono en el barrio, dándole un estatus diferente al sitio; también llamaba la atención por su colección de 20 mil discos en formato 78 RPM. Hasta el fallecimiento de Don Jesús en 1981, el Viejo París no dejó de contar con la presencia de grandes veteranos, muy renombrados en el sector, como Arturo Restrepo, conocido como “Cartera”, “el Mono Padrón”, Jaime Álvarez, que le decían “El sargento”, cuentan nostálgicamente doña Olga y Silvia Sepúlveda. Es después de la muerte de Don Jesús que algunos de sus familiares acogieron este lugar, entre ellos Fausto Hernán Sepúlveda, quien le dio un toque de viejoteca. Así, entre Porros, Fox, Pasodoble y Boleros, se convirtió en un bar mixto donde se podían deleitar de parejas talentosas con un baile excepcional.

Familia del Señor Je´sus María Sepúlveda

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*Yasmín Viviana Garavito yasviv16@yahoo.es *Sara María Bolivar saritamariab@hotmail.com Fotografías por: Yasmín Viviana Garavito Suministradas por: Fausto Hernán Sepúlveda


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· Medellín · Noviembre de 2012 ·

Al ritmo del porro nació la Porrovía

Así mismo se dio inicio a un evento popular y barrial que se tomaba una cuadra entera como pista de baile, que contaba con una tarima y un gran equipo de sonido que proyectaba la más exclusiva música de salón, haciendo que la gente no se resistiera a bailar. También se prestaba para el encuentro de amigos, familiares y vecinos. Un evento que se volvió tradición por muchos años –hasta mediados del 2002– y es recordado como la Porrovía. Así, entre tragos, amigos y porros: la esquina, la cuadra y el barrio sirvieron de pista y escenario para bailarines, músicos, aficionados y conocedores de un género que escribió la historia de Enciso. El Porro es un género musical con aires sabaneros, alegres y pegajosos, oriundo de la costa Caribe colombiana. Su nombre proviene de un tambor pequeño llamado porrito. En 1950 se transformó y se fusionó con otras tendencias instrumentales. Su llegada a Medellín marcó precedentes en la zona centro oriental, especialmente en los barrios La Toma, Enciso, Las Estancias, Buenos Aires, La Milagrosa, entre otros sectores que se han caracterizado por la aceptación y afición hacia el Porro, considerándolo como el rey de las fiestas. El baile del porro orquestado es uno de los más singulares, se convirtió en un baile de salón, elegante, sutil, con movimientos circulares y marcados que le dan un aire cadencioso, construyendo identidad y un estilo propio de los barrios. Lucho Bermúdez, Edmundo Arias, Pacho Galán son algunos de sus exponentes y transformadores. Ellos comenzaron a promover el porro orquestado en Medellín a través de la industria disquera, y lo convirtieron en una corriente que reúne bailarines, músicos, seguidores y coleccionistas que consideran que este género es un motivo para el encuentro, el diálogo y el entretenimiento.

El Personaje

Luci Vargas Montoya, más conocida como “Luci Porros”, considerada como una mujer aficionada al Porro, que a través del baile encanta a los espectadores que están a su alrededor, conserva un estilo propio, audaz y único que hace parecer que levitara de forma natural. Aprendió de manera empírica, pues desde niña se dedicó a observar las grandes parejas de bailes de su barrio, absorbiendo los secretos y los aspectos claves que se deben tener en cuenta al momento de bailar un buen porro. En su trayectoria se destacan artistas y orquestas como Lucho Bermúdez, Edmundo Arias y La Combo Dilido. Para quienes han bailado en sus eventos y fiestas, dentro de sus gustos y preferencias se destaca el aprecio que siente por la Discoteca Lotus, uno de los lugares que la acoge semanalmente, reuniendo todo su talento y gracia a la hora de expresar un excelente porro. A sus 60 años no es inmune a los enormes problemas de salud que acarrea la edad y sus prácticas, sin embargo, ella sopesa sus dolencias con un hábito que se convierte en el motor de su existencia, a ella solo le basta con iniciar un buen espectáculo de baile para lograr que más de un parejo seguidor del porro quiera enlazarse y acoplarse con ella. Luci recuerda con mucha nostalgia aquel evento llamado Porrovía, pues se convirtió para ella en un escenario en donde conoció grandes amigos, incomparables parejos y adquirió innumerables experiencias que recuerda con mucho cariño.

El Propósito

Al igual que muchas propuestas de esparcimiento y cultura, a este evento lo toca el desafortunado fenómeno de la violencia, el cual logra opacar su desarrollo y lastimosamente obliga a suspender sus actividades hacia el año 2002, ocasionando que los habitantes se desarticulen de sus calles y de sus festejos. Fausto Hernán Sepúlveda, precursor de esta actividad, motiva a los habitantes nuevamente a recuperar este espacio. Él plantea que eventos como la Porrovía, son necesarios para que la familia se encuentre, los amigos conversen, se limen asperezas, se disfrute de buena música y se construyan experiencias significativas para las comunidades. La insistencia de estos dos promotores, Fausto y Bernardo Zapata, con respecto a este evento, es en aras de recuperar actividades que promuevan la tradición y las costumbres, porque además de congregar a la población entera, suscitan al deleite a través de la memoria, la cultura y la música. La invitación queda, entonces, a la recuperación del espacio, a que se vuelvan a llevar a cabo actividades como ésta, rescatar la importancia de que las personas se apropien nuevamente de los territorios, de que se tomen las calles y se vuelvan a reunir las familias con motivo y pretexto de un buen porro.

Luci Vargas Montoya y Bernardo Zapata

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Don David tiene un oficio de la calle Nayibe Chavarriaga Álvarez nayo_3298@hotmail.com Fotografías por: Nayibe Chavarriaga Álvarez

Son las 6:15 de la mañana, me desplazo a la cita acordada, toco suavemente la puerta, señal de que me atemoriza no encontrar a la persona indicada. Mientras espero, observo con detalle todo lo que hay a mi alrededor: en frente hay una puerta mediana color verde, tras una reja oscura con unas rendijas en la parte inferior, indicando que evitan que algo o alguien salga o entre, después de la puerta hay un sofá tubular azul cielo deteriorado por el tiempo, que tiene por cojín un tapete gris. Hay una botella con agua amarrada de la pata de la silla y rosas color rojo, rosa y blancas, que se asoman por un pequeño balcón. Quien espero que abra la puerta no lo hace, un poco apenada saludo: “Buenos días, ¿se encuentra don David?” La señora se muestra un poco molesta, su respuesta es: “sí está, él está dormido”. Ella inmediatamente observó mi preocupación, entonces, muy discreta, agregó: “¿para qué lo necesita?”, yo le contesté que habíamos quedado en una cita las 6:00, pues él me había dicho que hoy iba a trabajar. Sin decir nada más la señora entró a la casa. Temblando de frío miraba ansiosa en todas las direcciones: arriba, abajo, a los lados, derecha e izquierda. Muchas eran las personas que transitaban por aquel lugar; la prisa que llevaban era señal de que debían desplazarse muy probablemente a sus lugares de trabajo, los más jóvenes lucían su uniforme escolar. En medio del agite de carros, bicicletas y personas corriendo, y luego de 15 minutos esperando, salió “don David”, un señor de 54 años.

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Él llevaba una camisa negra desteñida y, a simple vista, deteriorada con el tiempo; un pantalón café claro, manchado por la labor a la que se enfrenta; una gorra de jean que lo cubre de los rayos del sol y unas botas negras. Muy enérgico tomó su costal colorido, de un pequeño lanzamiento lo colgó en su hombro, muy dispuesto y cordial me invitó a enseñarme lo que hacía, que para él representa su oficio. Pasamos la calle e inmediatamente comenzó a destapar una a una las bolsas; buscó una y otra vez. Buscar, seleccionar, cerrar es un proceso que hace una y mil veces cada día “don David”, con la esperanza y energía de encontrar materiales que le serán de gran utilidad y que más adelante podrá cambiar por unos pesos. “Don David” es un recuperador ambiental que recorre las calles del barrio Los Mangos. En uno de los acopios que él frecuenta trato de acercarme para hablar con él, pero un penetrante olor retumba en mis fosas nasales, no puedo resistirlo, no me es posible actuar con naturalidad. “Don David”, por su parte, no se muestra molesto ni alterado, decido preguntarle cómo hace, si acaso no lo siente, “todo es costumbre y yo ya me acostumbré, claro que al principio fue difícil”, dice. David Urrego Urrego se vino de Urrao, junto con sus padres, hace aproximadamente 36 años. Este es un municipio ubicado en el suroeste antioqueño; tierra fría, lechera y ganadera que recuerda con gran nostalgia, pues cuenta que fue en aquel lugar donde pasó los mejores momentos de su infancia, jugando con sus primos y vecinos fútbol, billar, bolas y trompo. Cursó primero y segundo de primaria en una escuela rural, pero debido a la situación económica en su casa se vio obligado a abandonar la escuela y dedicarse, desde sus 8 años, a “voliar” azadón y al trabajo del campo. Luego, cuenta, iba junto con su padre a una finca grande vecina a recoger el ganado para que otros lo ordeñaran, y además bajaban la leche a la carretera en unas mulas, trayecto que demoraba 10 minutos en recorrer. Toda su adolescencia estuvo marcada por el trabajo duro. Aprendió el oficio de la construcción mi-

rando y observando a sus primos, que dominaban ciertas “cositas” y que con el tiempo le fueron enseñando y puliendo sus movimientos. Reinaldo Urrego Pino, padre de “don David”, al igual que muchos otros campesinos, se desplazó a la ciudad en busca de progreso y mejores condiciones de vida, así que creyó conveniente vender la finca. Llegaron a la parte alta de Medellín, en la comuna 8, y se instalaron en el barrio Los Mangos, donde Rosmira, su tía, los recibió. Él, por su parte, gracias a los contactos con sus primos, se dedicó a la construcción y a la albañilería; con lo que ganaba aportaba a los gastos de la casa. Por ese tiempo todo iba muy bien en el trabajo, pero más adelante se puso complicada la construcción. Un muchacho, cuyo nombre no recuerda, le habló del reciclaje, y en medio de su desespero por no conseguir trabajo se animó, “al principio fue muy duro, me daba pena”. Los primeros días de trabajo con el reciclaje se hacía entre 15 y 20 mil pesos, “cuando eso era mucha plata; el muchacho que me enseñó me dijo qué era lo que se recogía y qué servía. Durante varios años he ganado experiencia y ahora son muchas las personas que me apoyan y me colaboran en mi labor”, continúa David. “Hay que estar preparados”, dice, refiriéndose a que en este oficio hay días muy buenos y otros malos. David Urrego Urrego, a sus 24 años y luego de 2 años y medio de noviazgo, se casó con Ana Rulf Henao Díaz, mujer con la que tuvo una hija, Yazmín Urrego Henao, y con la que actualmente comparte su vida desde hace 27años. Me sorprende la amabilidad con la que es tratado por todas las personas. Su mayor ventaja es que recicla en Los Mangos, su barrio, y en Colinas de Enciso, Llanaditas, Villatina, Enciso, El Pinal, todos estos barrios vecinos. Se dirige a varias tiendas, recoge sus basuras y las lleva hasta el acopio, como recompensa recibe un tinto caliente, “el motorcito” para coger impulso y continuar con su recorrido: “muchas veces la gente de la comunidad es muy agradecida”, dice. Una muestra de ello es el Kiosco Rojo del par-


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queadero Los Mangos, donde todas las mañanas es bienvenido, saben que se acercará por un café caliente, hoy no es la excepción. Al llegar me indicó que me sentara mientras él botaba la basura de la tienda, después dialogamos un poco, acompañados, como siempre, con un tinto, y continuamos el recorrido. Don David ha tenido experiencias difíciles y complejas, “un día sentía un olor muy fuerte, traté de aguantarme, y abrí la bolsa, entonces vi que era un niñito muerto, con dos horas de nacido. Otro día tomé una bolsa blanditica, cuando eso se movió: era un bebé. Me dio mucho miedo, llamé a la Policía para que resolvieran la situación, esas cosas son muy tristes”, dice. Él insiste: busca y busca, de papel en papel, de tarro en tarro y así su costal de colores se va llenando; cuando tiene suficiente material va y descarga a su casa. Tiene claro que ahora es más complicado y se gana menos porque son muchas las personas que se dedican a reciclar, pero aún así, afirma muy convincente que del reciclaje se puede vivir, “no me puedo quejar, con el reciclaje pago la alimentación, vivienda y servicios públicos”. “Como recicladores hay algo que debemos tener

muy claro y es el hecho de respetarnos los unos a los otros, y las cositas que cogemos”, afirma, mientras señala el costal de un colega. A medida que avanzábamos nos encontrábamos en nuestro camino varios compañeros de don David, que al igual que él buscan la forma de subsistir del reciclaje, levantándose cada mañana a recoger materiales que otras personas botan. Desde su experiencia y vivencia, don Omar Antonio Cifuentes Cifuentes, proveniente de Puerto Boyacá, actualmente habitante del barrio Llanaditas, dice: “Reciclo hace 4 años, estoy incapacitado de un pie por un accidente que tuve y por eso no me dan trabajo. Primero trabajaba en las fincas la ganadería, pescaba, y ahora cuando me resulta motilo prados de jardines. Tengo que llevar la comida para mi mujer y mis hijos, con lo poco que consigo”. Otro compañero de David es José Timoteo Bañol. Él, un poco tímido, me contó que llevaba 14 años reciclando por necesidad: “fui desplazado de Urabá. Antes el reciclaje daba y dejaba sus ganancias; ya hay que hacerlo por deporte, solo se encuentran tarritos plásticos, antes la gente botaba muchas cosas de hierro, cobre y cartón, ahora no. Lo que se

hace alcanza a fuerza de lidias para comprar panela y arroz. Al día uno se hace 5.000 pesitos. Vendo el reciclaje más arriba de La Minorista, ya ni saco el carro de rodillos, lo tengo archivado porque no hay que echarle”. Don David tiene organizados sus días de trabajo: “unos días los utilizo para salir a buscar material, otros para organizar, acomodar y separar cada tipo de material, y finalmente vender lo obtenido”. Actualmente vende su reciclaje en la Chatarrería y Reciclaje La Plazoleta. Sus dueños reciben, observan, seleccionan y pesan el material que pueden comprar, para luego venderlo a grandes productoras de cartón, vidrio, chatarra, archivo y pasta. Elizabeth Gallego, junto con su esposo, son los dueños de la chatarrería; cuenta que todo el día van a vender materiales recicladores del barrio, “solo del barrio diariamente vienen diez personas, si dejara abierto las 24 horas del día venderería parejo”. “El reciclaje es una forma de que el ambiente no esté tan contaminado, una forma de subsistir y un medio de trabajo, el reciclaje antes tenía muy buen valor, ahora con el Tratado de Libre Comercio (TLC) es más complejo”, concluye Elizabeth.

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Un aroma penetrante atropellaba mi olfato, el olor disuelto en el aire creaba una sensación de descomposición que compaginaba perfectamente con el espacio donde me encontraba. En una superficie saturada de desechos, sobre un suelo empedrado que compartía espacio con trozos de madera y tierra turba, se situaba un camarote desnivelado, donde el primer colchón cochambroso friccionaba directamente el suelo. El otro, ubicado en la parte superior, de igual apariencia, sostenía un exiguo televisor que carecía de perillas; en frente había varios plásticos que ocupaban por completo el espacio restante. El hogar de María de los Ángeles es un área pequeña. Ella es una anciana de 80 años de edad, habitante del barrio Las Golondrinas de la comuna 8, que vive allí con su hijo Alirio de 28 años, un joven discapacitado con problemas cognitivos y de visión. María llegó con su esposo e hijo hace 7 años, desplazada por la violencia que aterrorizaba al municipio de Ituango. Su esposo falleció al poco tiempo de llegar a Medellín, desde entonces su hijo Alirio es el que provee el alimento y no cuenta con un empleo digno por sus problemas de discapacidad, “él es muy trabajador, hace mandaditos y bota tierrita”, agrega María, mientras calienta el agua para el agua de panela. La cocina es un espacio reducido que da justo a la entrada y frena que la puerta se abra. Allí se sitúa una desbaratada mesa de madera que soporta un gastado fogón de luz de un solo puesto; al lado izquierdo se visualiza un locero de alambre oxidado que contiene una taza de porcelana, un plato de plástico torcido, un pocillo rosa del mismo material y un par de cucharas. Debajo de la mesa se acomodan varios utensilios de cocina desgastados y roñosos. Su hijo no estaba presente, se encontraba trabajando, según María, que cada que lo mencionaba se veía orgullosa.

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· Medellín · Diciembre de 2012 · *Fotografía por: Maricela Martínez

entre los 1.124 de paredes construidas con madera burda que se hallan en la comuna, según la Encuesta de Calidad de Vida de Medellín 2011, elaborada por el Departamento Administrativo de Planeación. El camino hacia su casa es una senda pantanosa, resbaladiza e insegura, que lleva tras varios metros de recorrido a un terreno rocoso, donde se encuentra la vivienda de María Aurora Botero Osorio, otra anciana de 75 años de edad. Su casa de adobe tiene ventanas de madera y techo de eternit soportado por troncos. La entrada principal sostiene una estropeada puerta de madera que se encontraba totalmente abierta, de aspecto natural, intercalado con una decolorada pintura blanca a base de agua. Aún sin traspasarla, se contemplaba en el interior un viejo y desnutrido perro que apenas podía levantarse, de color negro mezclado con Maryuri Arias blanco, café y un tono entre grisáceo y amarillento, yuriarias86@hotmail.com otorgado por el pantano que rodeaba la vivienda. Fotografías por: Felipe Morales “Felo” El piso es de cemento liso, con parches roñosos, empantanado y con un poco de basura. Algunos obElla es una anciana encorvada, de ojos claros, jetos se hallan en la sala, un ropero color wengue metro cuarenta y ocho de estatura, aproximada- raspado, con varias estampas en las puertas, puesto mente, cabello corto canoso. El buzo del Nacional, sobre dos ladrillos, uno a cada extremo; una mesa de verde aguamarina, mugriento, que llevaba puesto madera paliducha con un mantel de cuadros blancos sobre un camisón rosa, no dejaba apreciar su figura. y rojos y estampados de cerezas; sobre ésta un atril Debajo del camisón tenía una sudadera azul oscura sencillo sosteniendo la Biblia. remangada y unos tenis blancos curtidos y entieEn frente dos sillas que no se apreciaban bien rrados, con cordones negros que solo amarraban la por la ropa que estaba sobre ellas, una vino tinto, parte superior. otra color miel; ambas desgastadas. Entre la mesa y María no tiene pensión, tampoco forma parte de el ropero se situaba una silla de ruedas que estaba los 26.940 ancianos que reciben el subsidio de la ter- totalmente abarcada por trapos, tendidos y un chal cera edad en nuestro municipio. Está indocumenta- descolorido y rasgado, caído en la parte inferior. da porque nunca le entregaron la cédula, no buscó En la pared y sobre la mesa había una repisa café ayuda de nadie, hicieron vueltas para una casa pero con un espejo que cargaba varias porcelanitas, muno salieron con nada, no sale de su vivienda por- ñequitos y una imagen plastificada del Sagrado Coraque los pasajes están muy caros y solo cuenta con la zón de Jesús. Al lado, un retrato de su esposo cuando ayuda de sus vecinos para poder sobrevivir, porque era joven, entre un portarretratos rosa y uno de San el Gobierno no los ha ayudado de ninguna forma, Judas Tadeo, sin marco. agrega ella mientras baja la olla del fogón. Antes de retirarme no dejé de contemplar la bacinilla azul que se encontraba detrás de la puerta, parecía ser el único objeto que aún se conservaba intacto y se resistía a impregnarse con las huellas de la desventura. Al salir, noté que un balde amarillo descuidado recogía el agua lluvia que bajaba por la tubería del tejado de la casa del frente, “esa es la única agüita que tenemos, con ella nos bañamos y hacemos de comer”, comentó María luego de despedirse. Su vivienda de madera, tierra y plástico se encuentra entre los 54 ranchos de desechos, entre los 428 con piso de tierra o arena y


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Una cortina blanca con otra de flores en colores tierra separan la sala de la habitación. Al entrar, al lado izquierdo está la cama donde María Aurora ha pasado postrada los últimos 9 años, a causa de un padecimiento que no han establecido, “ni yo misma sé por qué ningún médico ha dado con la enfermedad, unos dicen que es osteoporosis, otros dicen que es artrosis, cirrosis, unos dicen una cosa y otros dicen otras, y definitivamente no se sabe”, agrega ella. Su cama vieja parece no soportar más los 120 kilos de peso de su propietaria. Ella fue una mujer luchadora, adquirió la enfermedad trabajando 19 años en la plaza de mercado de Rionegro: “a veces nos tocaba muy duro, un invierno bien horrible y uno salir bien acalorada de la plaza, y esas calles que parecían ríos”. Ella tiene Sisbén y es parte de los 6.482 ancianos sin ingresos que cuentan con este sistema de salud en la comuna, aunque no le ha servido de nada, “ya uno va al Sisbén y no es sino Diclofenaco, Acetaminofén e Ibuprofeno, lo único que me calmaba el dolor por ahí dos días era una inyección”, comenta. Hace más de un año no ve a un médico, el último se lo llevaron las monjas Teresianas de Envigado, quienes también le obsequiaron la silla de ruedas. Sus piernas están hinchadas y con parches morados, le es difícil mantenerse de pie por el dolor y porque no resisten su peso. Aurora no tiene quien le ayude más que los vecinos, las monjas de Envigado y una señora desplazada que le pidió posada y se quedó viviendo con ella, que no tiene empleo y no es capaz de lidiar con su peso; ella es quien la acompaña, la baña y está pendiente. Las buenas personas, como dice ella, son quienes le suplen la alimentación, aunque ese día no contaba ni con una libra de panela en la cocina. Por otro lado, cada que las Teresianas la visitan le llevan un “mercadito”, pero hace ya más de un mes que no van. Ella se siente abandonada por el Gobierno, hasta marzo de este año recibió la pensión de la tercera edad, unos 151 mil pesos que les dan cada dos meses a 26.940 ancianos de Medellín. Se la quitaron porque, según ellos, tiene una propiedad de 75 millones de pesos que no la hacen apta para recibirla. Ahora clama que se la devuelvan porque es su único

Edición especial sustento, además pide que se la lleven a la casa porque le es imposible transportarse, “cuando reclamaba la chichigüita que me daban en la Alpujarra tenían que bajarme en camilla a coger el taxi y luego volverme a subir, y yo no estoy en condiciones para eso”, agrega. María Aurora fue una líder que trabajó por su comunidad, contribuyó a fundar el barrio Las Golondrinas y a construir la capilla María Reina de la Familia. Dice no agradecerle nada a la actual Junta de Acción Comunal (JAC), “no he recibido una libra de arroz de la junta de Golondrinas, escasamente la camilla cuando me van a bajar, y eso con mucha lidia porque la niegan”, comenta. María Aurora no deja de ocultar su tristeza, nostalgia e impotencia al sentirse desahuciada. Su voz se quiebra y sus ojos se aguan cada que habla de su situación, ni ella ni María de los Ángeles cuentan con una vida digna, ellas hacen parte de los 10.129 ancianos de nuestra comuna, de los cuales 4.097 son hombres y 6.038 mujeres, según las Proyecciones de Población de la Alcaldía de Medellín. En este momento hay 53.803 abuelos de Medellín en la lista de espera para los subsidios económicos, y cerca de 170 buscan ser ingresados a una institución de modalidad interna. El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el artículo 11 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales refieren el nivel de vida adecuado, entendido como las mínimas condiciones necesarias para subsistir dignamente, en cuanto a la alimentación, vestido, vivienda, asistencia médica y bienestar, así como la mejora continua de condiciones de existencia. Por su parte, la Corte Constitucional entiende que toda persona requiere condiciones económicas de vida mínimas para garantizar la dignidad humana. Las personas de la tercera edad que no cuentan con una pensión ni empleo, como María de los Ángeles y María Aurora, carecen de medios de subsistencia que les permita el goce de niveles de vida adecuados en completo bienestar para ellos y sus familias.

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Bajo una carpa tricolor, ellos venden emociones Los circos reúnen carcajadas chillonas, modestas y hasta imparables, acumulando vivencias, tradiciones, compartiendo sueños y forjando esperanza

El espectáculo

Angye Villalba nataliaacosta44@hotmail.com Fotografía por: César Cuartas

“Nosotros vendemos emociones”, afirma Marisol Guarín Guzmán, directora del Primer Festival de Circo en Medellín, quien además es la Fundadora de la Corporación Cultural Artemis de la comuna 8. Emociones que se venden por solo mil o dos mil pesos, y que logran dar sustento a cerca de 300 personas en Medellín, que bajo carpas tricolores y rodeados de graderías de madera han configurado un estilo de vida, que a su vez, en muchos de los barrios de la comuna, se convierte en la única posibilidad de acceso a la cultura. María del Pilar Erazo es flexible y se desliza libremente por el escenario demostrándolo. Ella es contorsionista y la directora del circo Hermanos Silvestre. Pilar proviene de una familia de cirqueros; por eso y debido a su pasión por hacer reír, lleva 32 años bajo la carpa, tiempo que ha vivido rodeada de narices rojas, zapatos grandes, incontenibles carcajadas, magos, manzanas acarameladas y crispetas; de amigos, risas y

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tristezas, “porque en el circo también las hay”. “A nosotros nunca nos encuestan. Un día estaban censando cerca de donde nosotros nos encontrábamos, entonces yo les dije que por favor nos encuestaran, y salieron con que no se podía porque no teníamos dirección”, afirma. Aunque el apoyo financiero desempeña un papel importante en el fortalecimiento del circo en la ciudad, no es lo único que éste requiere. Según Marisol se necesita infundir una cultura de respeto y amor por el arte, buscar estrategias que permitan facilitar el desempeño de este oficio: facilidad a la hora de solicitar un terreno para sus espectáculos, gratinas de educación para los niños y jóvenes que crecen en este ámbito, un sistema de salud gratuito, subsidios y fondos para las personas de la tercera edad que ya no puedan desempeñar la labor como lo hacían antes, que sean tomados en cuenta como personas, con los mismos derechos y sin ningún tipo de exclusión.

Cuando cae la noche, y como si se tratara de un ritual, las carpas del circo se abren dando movimiento a una extensa fila de personas ansiosas que esperan por su entrada. Al abrirse la rejilla amarillenta, y en cuestión de minutos, se llenan las graderías, por lo que empieza a surgir un vapor denso que merodea por el lugar, perturbando hasta los más pequeños rincones y subiendo, como buscando un lugar para quedarse por las telas tricolores que terminaban a lo alto. Desde mi lugar alcancé a percibir tres niños que pedían, con sus rostros infantiles, un lugar para ver esas narices rojas que tan inmensa curiosidad y alegría les provocaban. Entre pícaros y exigentes reclamaban un lugar bajo la carpa, que, de no ser por la lluvia, hubieran logrado obtener. Los payasos, con zapatos grandes y coloridos, rostros pálidos, narices rojas, cargaderas anchas, pantalones altos, medias disparejas y labios carnudos, avivaron el escenario con sus bromas singularmente espontáneas. Los espectadores reventaron en risas, olvidando las penurias del día y sumergiéndose en el magnífico mundo del circo. “La pasión por el circo no la determina la cuna en la que nazcas, sino que la otorga ese espíritu libre y soñador, inquieto e itinerante que le apuesta su vida a la felicidad de un pueblo”, enfatiza Pilar. En la parte superior de dos escaleras descansan los extremos de una barra que sostienen a un hombre y su monociclo, despertando la atención de los asistentes. El rostro del hombre no revelaba ninguna preocupación, por el contrario, emanaba serenidad. Con un vehemente impulso de convicción atravesó por los aires del escenario el circo, y ante la mirada expectante de todos pidió un aplauso. Así se cerró el segundo acto de la noche en el circo Berlín. Reanudado el espectáculo y después de perros calientes, manzanas acarameladas y crispetas, apareciendo sobre un tapete grisáceo, el espectáculo de magia llenó de misterio y sonrisas el escenario. Un sombrero grande y brillante, una capa negra y una pequeña mesa con utensilios y vasijas dieron vida a una paloma banca. Así, cada noche, por uno o dos meses y entre otros espectáculos, estará el circo alumbrando en los barrios, como un viajero que deja una sonrisa y se marcha en la conquista de otra. Por un par de aplausos y por ver la cara de satisfacción de los niños y ancianos, Pilar quiere seguir vendiendo emociones. “El circo basta para olvidar, a ratos, las dificultades que han tenido las personas de los barrios por el conflicto”, concluye.


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Cristian Zuluaga Castrillón cristianzca@gmail.com Ilustración por: Yuri Velásquez López

Frank Stiwuar*, como lo conocen en el mundo artístico, es un hombre de 27 años, con ropa ancha, gorra bien puesta y algunas manchas de pintura, a causa de su trabajo como constructor. Cumple una rutina los martes y jueves para llegar con una buena actitud a las siete de la noche al ensayo con el grupo que lidera: Arte y Movimiento. Y es que al terminar el día, en Medellín son bastantes las personas que vuelven a escalar a sus casas desde el centro de la ciudad. No hay otra opción: esperar que la buseta se descuelgue por las estrechas calles de nuestras comunas y llegue al Palo, la Oriental, Bolívar o a otras tantas calles de paraderos que atestiguan rostros cansados y un sinfín de historias, que difícilmente se encontrarán aunque sean idénticas o aunque parezcan un mismo sentir. Frank disimula el cansancio porque sabe que en el ensayo de hoy deben hablar sobre algunas dificultades que hay en el grupo. Tal vez, en esa media hora de recorrido de la buseta, piensa en alguna de las letras que las niñas han venido componiendo: “violencia, violencia, maldita delincuencia me daña la conciencia y mi adolescencia y mi adolescencia y mi adolescencia”. Cuando menos piensa la buseta ha dejado atrás El Palo, La Playa, el Parque de Boston, el caos, la congestión vehicular y las filas. Nos bajamos, creo yo, casi en la última parada porque el carro quedó vacío. Frank siente de cerca el barrio Sol de Oriente, a la gente que lo reconoce y lo saluda. Son casi las siete de la noche y ya los muchachos calientan en la manga que rodea El Vivero, lugar en el que desde hace seis meses se reúnen a ensayar, gracias a la recuperación de este espacio para encuentros comunitarios. En El Vivero una luz muy tenue acompaña el ensayo, pero con la sutileza necesaria para componer, cantar y bailar. El grupo Arte y Movimiento surgió hace poco más de tres años gracias a la idea de “Frank” de mon-

*Nombre cambiado por solicitud del entrevistado

tar su propia escuela. “El profesor nos invitó y nosotras comenzamos a asistir. Queremos estar en otros lugares donde nos alejemos de la guerra y expresemos lo que sentimos”, dice Daniela, que a sus 11 años ya participó en la composición de la canción Violencia. En esa dinámica han ido creando otras canciones como Por las comunas, Ya no más y Padres y Madres, que surgieron desde el mismo sentir de las niñas, de las motivaciones que hacen los profesores “Frank” y “Oks”, que también hace parte de la Escuela hace dos años y se encarga de la parte del canto con ellas, y de coordinar el apoyo de la Fundación Mi Sangre, ya que dentro de sus actividades se contemplan el acompañamiento a grupos musicales, teatro y recreación por diferentes zonas de la ciudad. Para este ensayo la Fundación ha traído ya las pistas de las canciones que las niñas han escrito y empiezan a ensayarlas para el evento de fin de año. En el ensayo están por un lado los hombres, que hasta el momento se han dedicado de lleno al baile; y por otro lado las niñas, que componen y cantan. Para Frank, los temas que componen son un reflejo de lo que se está viviendo por dentro y por fuera de las casas, “nosotros queremos que la gente no piense lo malo, sino que piense lo bueno y construya su barrio”, dice. Los integrantes de Arte y Movimiento son niños y jóvenes entre 11 y 16 años que llegan a este espacio con las ganas de componer, hacer un graffiti, bailar como lo han hecho sus amigos, cantar y expresar un sentimiento, pero, sin duda, viven a diario las consecuencias del conflicto armado, “todos tenemos que ser muy resistentes, ser como escudos blindados para que la violencia no nos traspase, porque con nuestro esfuerzo podemos alcanzar lo que siempre hemos luchado, nuestra comuna resiste y seguirá luchando para que el conflicto armado se acabe y se pueda lograr la paz”, dice “Frank”, convencido de las transformaciones que pueden darse desde su quehacer en la Escuela. “Frank” y todos los integrantes sienten

que la comunidad los apoya; creen que su labor representa otros caminos de sociabilidad, de vivir un barrio y de encontrar significado a la propia vida, solamente en el contacto con otros. Y precisamente este es el objetivo de la Escuela Arte y Movimiento. Desde el pasillo de El Vivero se puede apreciar cierta parte de la ciudad, quizá la comuna 9 o la 10, allí Frank afirma que ser hiphopper es un estilo de vida, que se siente, lo acompaña a diario y es lo que lo motiva para seguir luchando en medio de las dificultades: “la cultura de nosotros es RAP (Revolución Artística Popular), revolucionaria porque cuestiona y no traga entero, artística porque llevamos el arte por todos lados y popular porque trabajamos con la gente, con nuestros niños”, dice Frank convencido de lo que hace con tanto amor. El ensayo avanza y las niñas se proponen cantar por última vez con la pista, pues a decir verdad no han estado muy acorde al sonido, pero no se preocupan debido a que es la primera vez que lo intentan así. “Ya no más balas perdidas ya no más lágrimas en vida… mi gente, mi gente, ya no más muerte…” Así terminan esta c anción, más contentas que al iniciar y con la pretensión de que al terminar el año quienes los escuchen reciban los mensajes y piensen sobre las diversas realidades en las que sus líricas se basan. Nueve y cuarto de la noche. Parece que por hoy ha terminado. Organizamos el salón, los muchachos se despiden y pienso que debo volver al centro, quizás menos caótico pero no siempre amable para caminar tranquilo. Miro a Frank, recuerdo cuando me dijo “ser hopper es todo en mi vida”, y no lo dudo, su entrega y sus ideas se ven plasmadas en sus acciones. Me despido de los nuevos amigos y tomo de nuevo una buseta, ahora vacía, y me descuelgo desde Sol de Oriente con algunas preguntas y con algunas sonrisas después de haber vivido otro de tantos extraordinarios momentos cuando me he permitido tomar cualquier bus en el centro.


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Con una hermosa pava blanca y una pollera de color azul camina doña Libia Moreno, luce sonriente en medio del fulgor que acompaña a Condoto, está orgullosa, es patrona del santo de Eccehomo. ¿Cuántas desearían estar en su lugar? Porque este santo es una de las mayores inspiraciones de la población chocoana. Desde su privilegiada posición ve cómo el río se hace cada vez más pequeño, cuando las chalupas se acercan, la primera lleva el santo cuyo rostro pareciera desbordar la alegría de su pueblo. Retumba la pólvora desde lejos: ¡qué bonito espectáculo!, dice doña Libia al mirar la tradición de su pueblo. Delante de ella van desfi lando las otras patronas al lado de su santo, recorren todas las calles, detrás van los feligreses con la esperanza y los deseos en su rostro, después de celebrar la eucaristía. ¡Tum!, ¡tum! Empieza el cantar de los tambores, la gente se reúne alrededor de los músicos; polleras de colores y pañoletas revolotean de un lado a otro como mariposas danzantes, hombres coquetos bailan detrás de sus mujeres y bocas se juntan en el típico baile llamado “La J”, como parte del festejo. “¡Viejos tiempos!”, dice doña Libia con una sonrisa en su rostro: “este baile me gusta mucho porque en él las parejas terminan besuconas, aunque yo prefiero bailar el Currulao y la Contradanza”. Libia recuerda cómo lo hacía en la taberna de su hermana, donde bailaba largas horas sin parar. En medio del tumbao de los bailarines y bailarinas ella no se

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“Es que yo no puedo escuchar un tambor porque ahí estoy” Vanessa Alzate Zapata valzatez@gmail.com

dejaba opacar, por el contrario, era la alegría de la noche, su cuerpo danzaba de la cabeza a la punta de los pies. En estas festividades, el deseo del corazón empezó a palpitar con la presencia de Manuel Julio Páez, un muchacho de su pueblo. Entre miradas, bailes y coqueteos demostraban lo que cada uno sentía: “soy mujer de sangre caliente y ya era hora”, dice, a pesar de que su hermana no estaba de acuerdo, Libia, desobediente, continuó con el amorío y se marchó con él. Los besos y la pasión se vieron recompensados con la presencia de siete niños. No fue nada fácil para ella dar a luz, porque allá en el Chocó, lugar que siempre ha sido abandonado por el Estado, hay pocos hospitales. Fue necesario, entonces, recurrir al servicio de las matronas parteras, quienes ayudan a parir con agua caliente y una toalla para evitar una infección, aunque Libia cuenta que en su primer parto solo tuvo la compañía de una estera. Mientras ella recuerda, miro cómo sus ojos reflejan la tristeza por su pasado, porque Julio Páez no estuvo con ella, se fue a trabajar a tierras lejanas dejándola con su suegra, quien le decía todos los días: “no te quejes, te vistes fi lipichina”. Pero, lo que su suegra no sabía era que todos estos vestidos eran la demostración del cariño que la hermana y Juan Bautista, su padre, le tenían, porque fueron ellos los que la criaron después de la muerte de su madre, quien fue víctima de un male-

ficio, ocasionado por la amante de su marido en el velorio de un conocido: “mientras ella se fue por un momento al baño, esta mujer aprovechó para echarle una poción en la silla, después de esto salió despavorida, mi madre empezó a sentirse muy mal y finalmente murió por culpa de unos gusanos que se apoderaron fuertemente del cuerpo. Esta es la historia que me cuentan desde pequeña, porque en ese entonces solo tenía 4 años”, cuenta Libia. Después de la muerte de su madre se fue a vivir con su padre, que, triste por el remordimiento, prometió no conseguirse ninguna mujer hasta que sus hijos crecieran. “No te quejes, te vistes fi lipichina” Son las 7 de la mañana, ahora ya no estás fi lipichina, tienes una ropa malgastada y caminas mirando al horizonte, texturas verdes que se elevan por el aleteo del viento. A las 3 de la tarde secas el sudor de tu frente, te alejas del campo camino abajo, con la esperanza de recibir un abrazo. Allí van, en medio del campo, Juan Bautista y detrás de él 14 niños que lo acompañan. Ellos, a lo lejos, divisan una pequeña casa que será su nuevo hogar; un lugar que carece de luz, pero que todas las noches Juan Bautista Moreno encendía con los mechones que iluminaban sus tristezas y alegrías como familia, así transcurrieron dos años más de Libia. La pequeña niña estregaba su ropa diariamente, sus manos se deslizaban de arriba abajo en un pequeño rayo


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(pedazo de madera con relieves para lavar la ropa), la suavidad de su piel contrastaba con la textura de sus pequeños pantis, no debía lavar más nada “porque la costumbre es que cuando somos muy niñas solo se nos permite estregar cosas livianas”. Con el tiempo, su hermana mayor, Anuncia Moreno, decidió llevársela a vivir con ella a la vereda La Peña de Andagoya, en una casa grande donde habitaban tías, abuelos, primos y nietos, todos los familiares del marido de su hermana. “Yo era la consentida de la casa, me daban todo lo que quería, pero cuando mis botoncitos empezaron a salir tuve que lavar hasta la ropa de mi hermana”, cuenta. Después de irse a los 15 años con Manuel Julio Páez y de dar a luz a su primer hijo le tocó ver como él malgastaba el poco dinero que se ganaba. Así, el campo abrió sus brazos para darle, de nuevo, la bienvenida a una mujer que entre semillas cultivó la esperanza de un mejor futuro para sus hijos. Un día, Libia decidió marcharse porque vio en la mirada de sus hijos la necesidad de partir, empacó la ropa en una maleta casi vacía y regresó a casa de su padre Juan Bautista, quien la recibió con los brazos abiertos y la envolvió en un fuerte abrazo. A finales de 1997 decidió irse de nuevo porque la vida le había jugado una mala pasada: su hijo Juan Bautista Moreno, de 22 años, había sido asesinado. Huyendo de la violencia, Libia llegó a Medellín. “Mi hijo trabajaba en la finca Los Bongos, salió a desayunar a las 8 de la mañana, cuando de repente llegaron unos hombres disparando a diestra y siniestra, es en esta masacre donde murió mi hijo y otras cuatro personas más. A mí me avisó uno de los trabajadores de la finca”, recuerda tristemente. Ahora, en medio de su habitación, me cuenta que partió de sus tierras, pero que nunca perdió la sazón para preparar la comida típica de su región: sudao con coco, consomé con cabeza de bagre, arroz con coco frito y dulces de papa, papaya y coco. Mientras cuenta se le vuelve agua la boca y se iluminan sus ojos, especialmente cuando menciona el ñame.

Han sido muchos los obstáculos que ha atravesado en la ciudad, pero el que más recuerda fue cuando su rancho se le quemó en el incendio de la Mano de Dios. “Recuerdo que ese día estaba en la cocina haciendo la comida, me asomé al balcón y vi dos llamaradas gigantes, me dio mucho susto; empecé a gritar y pedir ayuda a mis hijos, pero como eran tan pequeños no podían cargar las cosas. Los vecinos aprovecharon y me robaron algunas de ellas”. Los gritos acabaron con la tranquilidad del barrio La Mano de Dios el 6 de marzo de 2003. El humo invadió el espacio y dejó damnificadas 650 familias, algunas de ellas fueron reubicadas en el 2005 en el barrio Nuevo Amanecer, en AltaVista, y otras en casas usadas del barrio Los Mangos, entre ellas Libia. Con una pollera de color rosado, en medio de una algarabía, gritos, risas y carcajadas vemos a doña Libia, sentada en una silla, en la esquina del parque del barrio Los Mangos. El retumbar de los tambores alegra el momento fascinante del encuentro de chirimías. Hay manos que se elevan de arriba abajo, cuerpos que se deslizan de un lado a otro, movimientos sensuales de cadera, que son acompañados por mujeres y voces fuertes que se escuchan desde lejos y que proclaman: “Calentura pa´ qui je Calentura pa ya ja brincando, Brincando, brincando”. En la ciudad, el baile de “La J” ha quedado de lado para darle paso a la sensualidad. Doña Libia sonríe porque en medio de tanta alegría siente cómo su presencia no pasa desapercibida, muchos se le acercan y le dicen “abuela”, le regalan sonrisas, palabras de aliento y deliciosos tamales. No solo la música es la excusa para la alegría que invade a Libia. El fútbol, compartir con los amigos una charla y una copa que acompaña el momento hacen que doña Libia, a sus 75 años, salga en su mecedora todos los domingos en la tarde, como en sus años mozos en Condoto. “Es que yo no puedo escuchar un tambor porque ahí estoy”.

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Entre libros, satisfacción y nostalgia Después de 17 años Amparo Durango deja la Biblioteca Familia de Villatina

En la parte centro oriental de la comuna 8, en una empinada loma del barrio Villatina, rodeada de pequeñas casas al lado del colegio San Francisco de Asís y en medio del ruido de los carros que por allí transitan, se encuentra ubicada la Biblioteca Familia, fundada en 1995 e inaugurada el 30 de noviembre del mismo año, que surgió como una alternativa cultural y educativa para fortalecer los procesos formativos de sus habitantes. Allí ha pasado los últimos 17 años Luz Amparo Durango, una mujer que nació con la vocación de ayudar y servir a los demás, y que creyó en el proyecto de biblioteca para su barrio, no solo como una necesidad, sino como una forma de transformación y superación para sus habitantes. Luz Amparo Durango, nacida el 23 de enero de 1968, cuenta que su madre, desde que ella tenía 3 años, la trajo a vivir al barrio Villatina. Llegó inicialmente al sector conocido como San Antonio, donde vivió por un tiempo, después se trasladó a La Libertad. Desde niña mostró su pasión por las bibliotecas: “a mí siempre me han gustado las bibliotecas, me han llamado muchísimo la atención, desde muy pequeña me ha gustado ese servicio a la comunidad y el enfoque social”. Recuerda cómo en su infancia debía madrugar mucho para desplazarse a pie hasta las bibliotecas del centro a buscar tareas para el colegio, pues dentro del barrio no contaban con una. También rememora cómo le tomaba tiempo hacer resúmenes a lápiz y papel, pues en ocasiones no había plata para sacar fotocopias, y de allí volver hasta su casa, nuevamente para organizarse e ir a la escuela. A los 12 años inició como voluntaria en la biblioteca de la parroquia Nuestra Señora del Torcoroma, del barrio Villatina. “Yo siempre era la mascota de todos; yo quería estar ahí todo el tiempo”. Motivada por el párroco de ese entonces, lidera una labor de recolección de libros entre todos los habitantes de la comunidad: “fue muy rico hacer estas jornadas porque encontramos material que le podía servir a los niños”, cuenta.

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Amparo realizó su primaria en la escuela Sor María Luisa Courbin (ahora Institución Educativa Vida Para Todos), ubicada en el sector Las Estancias, que en ese entonces funcionaba como una escuela de niñas. Su bachillerato lo finalizó en la Institución Educativa Félix Henao Botero, en el sector La Planta. “Para mí la universidad era algo que no estaba a mi alcance, era algo para ricos, no para los pobres. Yo veía la universidad muy lejana para mí, primero por mis carencias económicas bastante grandes”, cuenta que fue lo que sintió al terminar su bachillerato. Luz Amparo continuó como voluntaria en la biblioteca de la parroquia por unos cuatro años más. Finalmente se retiró para estudiar una técnica de secretariado sistematizado y contabilidad. Por ese entonces, tomó la decisión de casarse y formar un hogar, del que nació su única hija: Catalina. Cuando ella estuvo un poco más grande, resolvió retomar su voluntariado. Transcurren dos años más trabajando de esta manera. Sin embargo, todo se transformaría con el cambio de párroco, que trajo como consecuencia el cierre de la biblioteca. Posterior a esto ocurre el acontecimiento que marcó la vida de Luz Amparo y la de los habitantes de Villatina: el deslizamiento de tierra de 20.000 metros cúbicos del Cerro Pan de Azúcar, ocurrido el 27 de septiembre de 1987, dejando cerca de 500 personas muertas y más de mil damnificadas. Como consecuencia de esto, organizaciones de la ciudad y del país pusieron su mirada en los habitantes de este barrio. Dentro de las ONG que llegaron estuvieron la Fundación Solidaria La Visitación, Productos Familia, entre otras, que iniciaron un proceso de colaboración con la comunidad; entre los planes propuestos estaba la implementación de una biblioteca comunitaria. Para Luz Amparo era un sueño el poder hacer parte del proyecto, y siempre se mentalizó para trabajar allí: “cuando todavía no era empleada de la biblioteca, veía un pasacalle que había entre un poste

Marisorlandy Montes Rico mari_sol225@hotmail.com Fotografía: Cortesía Biblioteca Familia Villatina - Amparo Durango

de luz y la esquina de una casa, yo siempre que pasaba por ahí decía que iba a trabajar ahí, y no veía la hora de entrar para saber cómo era la biblioteca por dentro”. El trabajo realizado en la biblioteca de la parroquia le sirvió como referente para darse a conocer. Luz Amparo logró hacer parte de la Biblioteca Familia el 5 de diciembre de 1995, época desde la que acompañó todos los procesos de la biblioteca hasta el pasado 17 de noviembre, cuando decide dejar su cargo como coordinadora de la sede. Su proyecto de vida siempre ha estado enmarcado en la parte social y cultural, de ahí que su participación no solo sea en la biblioteca, sino en la parroquia Nuestra Señora del Tocoroma. “Mis proyectos de vida han sido más desde la parte cultural y social, basados en ayudar un poquito en la transformación de mi comunidad, es decir, si yo estoy bien yo quiero buscar que mi comunidad esté bien”, agrega Luz Amparo. Su participación en la biblioteca fue muy reconocida por la gente, logró la construcción de talleres de arte y lectura a través del presupuesto participativo, posicionó la biblioteca dentro de la comuna 8, a nivel de las diferentes instituciones y a nivel de ciudad, lo que propició fuera reconocida y permaneciera en el tiempo. Además, Luz Amparo, en su paso por la biblioteca, ha tenido participación en diversos proyectos como el Plan de Desarrollo Local, Plan de Desarrollo Cultural; además de ser delegada de Cultura por el barrio La Libertad y asistir a reuniones convocadas por la Mesa de Derechos Humanos. El trabajar en la biblioteca y el contacto permanente con la gente hizo cada vez más cercana la posibilidad de entrar a universidad, tanto así que su jefe, Araminta Sánchez, la motivó y le brindó la oportunidad de estudiar y trabajar al mismo tiempo. Comenzó a estudiar en la Universidad de Antioquia, un proceso que duró 7 años de estudio, de trabajo, y que finalizó en el año 2008, cuando por fin recibió el título de Bibliotecóloga, el cual la llena de orgullo, pues era lo que siempre había soñado y lo que siempre la ha atraído: “yo soy una persona


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apasionada por las bibliotecas, a cualquier lugar donde voy lo primero que hago es visitarlas”. Siendo una profesional, Luz Amparo continuó aportando sus conocimientos en la biblioteca, y su participación la hizo más activa: comenzó a liderar un movimiento de expresión cultural y bibliotecaria muy interesante, que permitía sacar la biblioteca de su sede y formar pequeñas Biblio-esquinas dentro del barrio: “yo me iba con los libros para un parque, los extendía todos y me sentaba allá para que la gente fuera leyendo, y dio muy buen resultado durante muchísimo tiempo”. A medida que ella iba afianzando sus conocimientos, elaboraba proyectos importantes para la biblioteca como la conformación de un grupo para personas con discapacidad física, cuyo objetivo era llevar los libros hasta sus casas. Además, realizó un proceso de recolección de información del barrio Villatina, donde la comunidad tuviera un contacto directo con la biblioteca desde sus quehaceres cotidianos, se consiguieron algunas historias de las instituciones, perfilando la biblioteca, no solo desde el punto de vista investigativo, sino que también fuera enfocada desde lo social, cultural, educativo y desde la construcción de la memoria local. Esto incrementó los servicios de la biblioteca, hasta convertirse en el núcleo que dinamiza muchos otros procesos y proyectos del barrio. Luz Amparo Durango, una mujer de ojos cafés, cejas pobladas, cabello castaño liso, de estatura alta es una persona que asume retos, entregada a su trabajo, abierta a la gente, dispuesta a ayudar al que la necesita, después de 17 años al servicio de la comunidad, y que hoy se retira de la biblioteca, no puede evitar ponerle un tinte de nostalgia a su voz; sus ojos empañados reflejan lo difícil que ha sido para ella tomar esta decisión: “Después de 17 años me voy, ha sido doloroso pero me quedo tranquila porque sé que hice las cosas bien, cumplí objetivos y sé que muchos proyectos de vida se han visto realizados con la comunidad, con los niños. He visto muchos jóvenes que han logrado entrar a la universidad, porque nosotros desde la biblioteca hemos estado ahí pendientes de ellos, y los que han pertenecido a los grupos han salido con una conciencia distinta, han crecido y se han vuelto líderes que apoyan la biblioteca; todos estos cambios han sido muy significativos para toda la comunidad”. Ella se siente orgullosa de que labores como estas hayan transformado el barrio tan significativamente. Dentro de los objetivos que Amparo cumplió en la biblioteca estuvo la posibilidad de atender a un mayor número de visitantes. Lograr promover la lectura dentro de los habitantes del bario es algo que se ha ido cumpliendo. Todo el proceso técnico de clasificación y catalogación de la biblioteca se logró organizar y cumplir gracias a la ayuda de la Fundación Ratón de Biblioteca, actual administrador de la Biblioteca Familia. Posicionar la biblioteca fue otro objetivo que Amparo no solo logró cumplir a nivel de comuna, sino que también a nivel de ciudad, tanto así que la Biblioteca Familia Villatina es reconocida por el Ministerio de Cultura como la única biblioteca comunitaria de la zona. Para ella, su ciclo dentro de esta institución ha terminado, siente que ya cumplió con los objetivos trazados desde su inicio hasta ahora, y muchos de los habitantes del barrio así lo creen, pues en varias ocasiones se han acercado a ella para agradecerle por haber compartido sus conocimientos o por el simple hecho de abrirles las puertas de este lugar cada mañana, durante 17 años, y brindarles un espacio diferente donde se respira tranquilidad, se adquieren conocimientos y se comparte en comunidad. Además,

Edición especial es una forma de mostrar que sí vale la pena trabajar en proyectos como estos, que intervienen en el desarrollo de la comuna: “vale la pena darle continuidad a espacios culturales, apostarle a la niñez, a la juventud; creer que se pueda hacer una transformación en nuestro barrio”. Ella se siente muy agradecida con todas las personas que creyeron en su labor, todos los que acogieron sus propuestas y se apropiaron de estos espacios. Sabe que se retira dejando un proyecto muy importante al que se le debe dar continuidad y un legado cultural para los habitantes de la comuna 8 y para su familia, pues hace poco fue abuela por primera vez, y ahora, más que nunca, apoya propuestas tan importantes como estas, para la conformación de las futuras generaciones.

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