Reminiscencias - Dic. 2008

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REMINISCENCIAS

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Gaceta cívica, histórica y cultural de Convención- Año 4- Segunda época – 18 de diciembre de 2008 – gaceta_civica@yahoo.es – ISBN: 1900 – 1126 – Editor: P. Edwin Leonardo Avendaño Guevara.

_________________________________________________________ Como es tradicional, igual que el sabor dulc e d e la Navidad, la Corporación “José Marí a Estévez Ruiz de Cote” tr ansmite a to dos ustedes un saludo cordial en la ce lebración de las fiestas de la Natividad del Señor, de la misma maner a que d esea a todos sus socios, colaboradores y benefactores un Año Nuevo lleno de bonanza y sa lud. En esta ocasión, reproducimos aquí un artículo del doctor Eduardo Alfons o Ramírez Navarro (q. e.p.d.), ilustre convencionista, a quien recordamos con afecto al culminar este año en el qu e por designio de la Providencia Divina trascendió al Reino de los Cielos.

* * * ¿Qué se hicieron las campanas?

D

ónde están aquellos sonoros bronces que nos convocan a rezar en familia el Ángelus a las doce del día y a las seis de la tarde. ¿Pertenecen estos como las sotanas, a lo que el tiempo se llevó? En nuestra s ciudades, pueblos y aldeas, la campana del templo eran el símbolo de la confraternidad y el agl utinamiento. Ellas nos llevan a la Casa de Dios a escuchar su Palabra o a acompañar a los amigos fallecidos. Se levantaban en lo alto de las torres, cer canas al r eloj municipal quien también tenía su propia camp ana la cu al daba las diferentes horas. Nadie en aquellas épocas usaba reloj de pulso, los caballeros ri cos o los venerables ancianos exhibían los de oro prendidos a las leontinas en sus vestidos. El pueblo raso se orientaba por las campanas del reloj público. Generalmente, en cada torre del templo ha bía dos campanas, la pequeña de sonido agudo que decía t i-lin- ti-lin y la grande de sonido grave, que respondía: ta-lan, talan. Los campaneros eran artistas en la ejecución de las campanas; recuer do a Antonio Acosta, el campanero del templo de San José en el municipio d e Convención, a quien llamábamos “Patalalora”, por l a deformación física que l e acompañaba y quien convertía su labor en un verdadero concierto. La gente –


vecinos y extraños- se aglutinaban para escucharlo y remataba s u final con una salva de ap lausos. Este personaje hizo del campanario su casa de habitación y de sus campanas a las que veneraba, y el mejor medio para alabar a Dios y deleitar a la feligresía. Los adelantos electrónicos acabaron con las campanas, pero ello s no han logrado a pesar de su sonido estéreo, aglut inar como estas al pueblo en el at rio, alrededor del templo, para charlar sobre el discurrir de la vida municipal, la situación del gobierno y todo lo demás, mientras el Cura, paseándose ceremonioso, rezaba el Santo Oficio. El recuerdo que nos deja el olvido de las campanas, nos lo refleja así en su poema el maestro Ricardo Nieto: “Campanas de mi pueblo, campanas mías, cómo sonáis en mi alma todos los días, y al oíros ahora con gran cariño, a través de los años vuelvo a ser niño… Tilin, dice riendo la más pequeña; Talán, dice llorando la más grandeY esas dos botas juntas – triste y risueñason recuerdos perennes de nuestra vida… Campanas de mi pueblo, campanas mías, cómo sonáis en mi alma todos los días.” * * * *

Antonio Acosta


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