Signos 57 - Diciembre 2010

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ǧ A LUIS N. RIVERA PAGÁN

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Toussaint L'Ouverture

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La tierra caribeña que padeció la colonización europea inicial con el nombre impuesto de La Española y que luego los franceses bautizaron SaintDomingue, adquirió, en homenaje a los indígenas arahuacos antillanos, los primeros en sufrir y morir a causa de la codicia imperial, el nombre que aún le distingue: Haití.

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El bicentenario:

Nostalgia, desilusiĂłn y esperanza Conmemoramos nuestros ĂŠxitos, pero tambiĂŠn nuestros fracasos; nuestros aciertos y nuestros errores. Fue una celebraciĂłn honesta y, por eso, conmoviĂł.

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mĂŠrica Latina llegĂł al Bicentenario de sus revoluciones independentistas con una mezcla de nostalgia, desilusiĂłn y esperanza. Nostalgia por los auspiciosos pronĂłsticos del siglo XIX, desilusiĂłn por las batallas perdidas en el siglo XX y esperanzas por los horizontes que se abren para el siglo XXI. Eso es lo que se vio y se sintiĂł en las calles del centro porteĂąo el 22, 23, 24 y 25 de mayo. Millones se reunieron como nunca antes, en un clima de unidad y patriotismo, poco comĂşn en nuestro paĂ­s. Fue una fiesta sin dudas, pero de sensaciones encontradas. Conmemoramos nuestros ĂŠxitos, pero tambiĂŠn nuestros fracasos; nuestros aciertos y nuestros errores. Fue una celebraciĂłn honesta y, por eso, conmoviĂł. Las ilusiones de los inmigrantes europeos reciĂŠn llegados, la ConstituciĂłn y las urnas en llamas, la lucha perseverante

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de las Madres de Plaza de Mayo y los muertos de Malvinas. Todos juntos, en un desfile de madurez cĂ­vica. En la historia humana 200 aĂąos es apenas un comienzo, un inicio. Durante mucho tiempo historiadores y analistas hablaron, con razĂłn, de la regiĂłn latinoamericana como una regiĂłn adolescente, inexperta e impulsiva. Esa descripciĂłn sigue siendo aplicable la mayorĂ­a de las veces, pero durante los festejos del Bicentenario millones de argentinos sintieron que ya estaban listos para dar el salto, emanciparse y entrar a la adultez. No fue JosĂŠ de San MartĂ­n producto de un discurso inspirador, ni de un lĂ­der carismĂĄtico, ni de una campaĂąa mediĂĄtica; fue simplemente una sensaciĂłn compartida en silencio en las calles. Por supuesto nadie deja de ser adolescente de un dĂ­a a otro; lleva tiempo y varias caĂ­das. Por eso es ingenuo

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esperar grandes cambios en los próximos meses o años. Pero la sensación estuvo y fue compartida, y eso es lo inédito. Ahora queda pensar cuán cerca realmente estamos de dar ese paso; cuál fue la evolución en estos 200 años y cómo debemos seguir de ahora en más. Con la desaparición de los próceres independentistas fue menguando el ideal de una América latina unida. Los estados nacionales se estaban deliñando y con ellos el concepto –irrenunciable e incuestionable– de la soberanía territorial nacional. Cuanto más se definían las fronteras, más se esforzaban las clases dirigentes en diferenciar a las poblaciones que habían quedado separadas por una simple línea punteada en los mapas. Rápidamente aprendieron que la forma más fácil de crear un nosotros es creando un ellos. Irónicamente fue Estados Unidos quien intentó revivir la idea panamericana. A fines del siglo XIX y después de un primer siglo de políticas aislacionistas, el vecino del norte estaba listo para presentarse al mundo como una potencia. Pero antes necesitaba garantizarse una zona de influencia, como lo llaman los analistas, o más

lisa y llanamente, un patio trasero. Fue la época de las llamadas conferencias panamericanas y la creación del antecesor de la OEA, la Unión Panamericana, presidida, claro, por el secretario de Estado norteamericano. Con herramientas del viejo imperialismo y algunas del nuevo capitalismo globalizado, Washington desbancó a los británicos, la metrópolis europea que había aprovechado el vacío de poder creado tras las independencias de principios del siglo XIX. Estados Unidos se convirtió en el socio privilegiado y favorito de todos los países latinoamericanos y en su norte político, económico, militar y, principalmente, cultural. Ese panamericanismo difería mucho de la unidad continental que tenían en la cabeza los próceres latinoamericanos, como Simón Bolívar, San Martín, José Artigas, Antonio Sucre. Y fue ese mismo panamericanismo el que marcó los festejos del Centenario de las revoluciones independentistas latinoamericanas en 1910. Con algunos altibajos y algunas crisis, Estados Unidos siguió siendo el horizonte de la región durante todo el siglo XX. Las derechas neoliberales, muchas de ellas herederas de las dictaduras, hicieron de su alianza con Washington una política de Estado y lo hubiesen continuado haciendo si no hubiese sido por los estallidos sociales que explotaron en Sudamérica, desde el Caracazo en 1989, pasando por el 19 y 20 de diciembre (de 2001) en Buenos Aires, hasta la Guerra del Gas en Bolivia en 2003. El agotamiento del modelo neoliberal y de su dogma, el Consenso de Washington, dejó heridas sociales tan profundas, que ya no podían cerrarse con una simple

Ese panamericanismo difería mucho de la unidad continental que tenían en la cabeza los próceres latinoamericanos, como Simón Bolívar, San Martín, José Artigas, Antonio Sucre. Y fue ese mismo panamericanismo el que marcó los festejos del Centenario de las revoluciones independentistas latinoamericanas en 1910. S i g n o s

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La regiĂłn estĂĄ viviendo un clima polĂ­tico favorable. DespuĂŠs de la crisis del neoliberalismo made in Washington, las derechas de la regiĂłn se quedaron sin su norte. Deambulan, tantean y se reagrupan en busca de un nuevo proyecto integral (polĂ­tico, econĂłmico y cultural), como el que se implementĂł a sangre y fuego a partir de los oscuros aĂąos 70.

reformulaciĂłn de las polĂ­ticas y el discurso de siempre. El trauma fue tal que permitiĂł el surgimiento de voces que habĂ­an pasado desapercibidas en las Ăşltimas dĂŠcadas. Figuras de la lucha social como Lula en Brasil o Evo Morales en Bolivia, dirigentes educados en la TeologĂ­a de la LiberaciĂłn como Correa en Ecuador y Fernando Lugo en Paraguay, y lĂ­deres que reivindicaban los ideales de justicia social de los setenta, como los Kirchner en Argentina y TabarĂŠ VĂĄzquez en Uruguay. En medio de esos nuevos aires latinoamericanos surgiĂł otro personaje, que cambiĂł el discurso polĂ­tico de la regiĂłn. Desde su “RevoluciĂłn Bolivarianaâ€?, Hugo ChĂĄvez volviĂł a instalar el nombre de SimĂłn BolĂ­var, MartĂ­, Artigas... de todos los luchadores incansables por la unidad latinoamericana. Era una idea de unidad diferente a la que habĂ­a impuesto desde el norte Estados Unidos; una idea de unidad impulsada desde nuestros orĂ­genes culturales y polĂ­ticos, y no importados de una metrĂłpolis; una idea de unidad en donde nuestras diferencias fueran reconocidas y celebradas, en donde la igualdad y el respeto fueran el motor de la integraciĂłn. Y con ese discurso llegaron las acciones concretas. La ampliaciĂłn del Mercosur –el Senado paraguayo aĂşn debe ratificar el ingreso de Venezuela como miembro pleno–, la revitalizaciĂłn de la OEA y, finalmente, la creaciĂłn de una organizaciĂłn regional por fuera de la Ăłrbita de Estados Unidos, la Unasur. Durante esta Ăşltima dĂŠcada, los mandatarios de la regiĂłn demostraron que estĂĄn listos para empezar a emanciparse. Hace apenas unos aĂąos

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hubiese sido imposible imaginar una Bolivia en llamas siendo rescatada por sus vecinos sin necesidad de la ayuda del hermano mayor del norte; o un gobierno paraguayo acorralado por amenazas de un golpe de Estado siendo auxiliado por los presidentes de la regiĂłn. Fueron Lula, Cristina FernĂĄndez y Michelle Bachelet los que ayudaron a desactivar la inminente guerra entre Colombia y Ecuador, despuĂŠs que el primero atacĂł un campamento guerrillero en territorio ecuatoriano, con el beneplĂĄcito de Washington. Durante casi dos aĂąos los dos paĂ­ses del arco andino no mantuvieron relaciones diplomĂĄticas; se comunicaban a travĂŠs de las delegaciones argentinas en BogotĂĄ y Caracas. Y a pesar del odio visceral que aĂşn se profesan los gobiernos colombiano de Ă lvaro Uribe y el venezolano de ChĂĄvez, los dos mandatarios aceptan sentarse alrededor de una misma mesa en las cumbres de la Unasur y escuchar estoicamente las crĂ­ticas. Hasta no hace mucho el monopolio de ese espacio regional lo tenĂ­a la OEA, la organizaciĂłn creada por y para los intereses hemisfĂŠricos de Estados Unidos. La verdadera emancipaciĂłn serĂĄ mucho mĂĄs difĂ­cil que la independencia formal que conseguimos hace casi 200 aĂąos. No tendrĂĄ una fecha Ăşnica ni serĂĄ fruto del esfuerzo de un sĂłlo pueblo, una sola naciĂłn. El camino recorrido hasta ahora, en estos Ăşltimos aĂąos, es un comienzo, sĂ­, pero de ninguna manera es un cambio irreversible. Para evitar una nueva vuelta atrĂĄs tenemos que tener bien en claro cuĂĄl es el proyecto, el norte hacia donde avanzamos. La regiĂłn estĂĄ viviendo un clima polĂ­tico favorable. DespuĂŠs de la crisis del neoliberalismo made in Washington, las derechas de la regiĂłn se quedaron sin su norte. Deambulan, tantean y se reagrupan en busca de un nuevo proyecto integral (polĂ­tico, econĂłmico y cultural), como el que se implementĂł a sangre y fuego a partir de los oscuros aĂąos 70. No lo han conseguido aĂşn, pero seguramente lo harĂĄn y la Ăşnica forma de evitar que el pĂŠndulo se incline nuevamente para su lado es seguir construyendo una alternativa sin metrĂłpolis, con justicia social y atenta a las particularidades, las necesidades y las fortalezas de cada naciĂłn. El prĂłximo aniversario de las independencias latinoamericanas se celebrarĂĄ en un mundo muy distinto al actual. Seguramente Estados Unidos ya no hablarĂĄ de sĂ­ mismo como la Ăşnica superpotencia mundial ni como el policĂ­a del globo. SerĂĄ un mundo mĂĄs complejo, con mĂĄs amos, pero sin ningĂşn emperador. El desafĂ­o de AmĂŠrica latina serĂĄ llegar con la suficiente fortaleza y coherencia para dictar sus propias reglas, ser su propio amo. SV

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ǧ ELIANE CRISTINA DECKMANN FLECK

A IndependĂŞncia do Brasil:

Variaçþes em torno de uma tradição

A historiografia romântica do sÊculo XIX exaltou o Grito do Ipiranga como momento heroico da emancipação política e mito fundacional do ImpÊrio brasileiro.

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s versos do Hino da IndependĂŞncia, instituĂ­do logo apĂłs a IndependĂŞncia, expressam muito bem esse propĂłsito, ao referir que “JĂĄ raiou a liberdade no horizonte do Brasilâ€?, e ao conclamar os brasileiros a nĂŁo temerem as â€œĂ­mpias falanges, que apresentam face hostilâ€?, pois “vossos peitos, vossos braços sĂŁo muralhas do

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Brasilâ€?. O Hino Nacional, por sua vez, nĂŁo apenas retoma a idealização do cenĂĄrio do Sete de Setembro atravĂŠs da estrofe: “Ouviram do Ipiranga as margens plĂĄcidas, de um povo herĂłico o brado retumbante. E o sol da liberdade, em raios fĂşlgidos, brilhou no cĂŠu da PĂĄtria nesse instanteâ€?, como refere as potencialidades do novo Estado: “Gigante pela prĂłpria

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A essa tradição historiográfica oficial, que confere importância ao “brado retumbante” ouvido às margens do Ipiranga e ao papel desempenhado por D. Pedro I, se contrapuseram análises que vincularam o processo da Independência à instalação da Corte portuguesa no Brasil, o que, por sua vez, se converteu em outra tradição historiográfica. Dom Pedro I

natureza, és belo, és forte, impávido colosso. E o teu futuro espelha essa grandeza. Ressaltando o heroísmo dos brasileiros e os méritos do Estado recém-independente, ao se libertar da opressora e hostil metrópole, as estrofes referem, ainda, que o Brasil, “florão da América, fulgura “iluminado ao sol do Novo Mundo”. A identificação do 7 de setembro como marco indiscutível da Independência do Brasil e sua representação como tal na historiografia e na iconografia do século XIX se devem a algumas decisões políticas que acabaram por atribuir ao Grito do Ipiranga a condição de momento fundador da nacionalidade brasileira, tais como a Lei de 9 de setembro de 1826 que incluía o 7 de setembro –ao lado do 9 de janeiro (o Fico), o 25 de março (o juramento da Constituição de 1824), o 3 de maio (a abertura da Assembléia Constituinte) e o 12 de outubro (a aclamação do imperador e a oficialização do Império do Brasil)– no calendário de festividade nacional em todo o Império.

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Na segunda metade do século XIX, observa-se o empenho para a construção de monumentos em louvor ao Imperador D. Pedro I e ao Patriarca da Independência, José Bonifácio, no Rio de Janeiro, e para a construção do Monumento do Ipiranga, em São Paulo, considerados fundamentais para a preservação da memória da Independência. É neste mesmo contexto que se insere o quadro Independência ou Morte, pintado por Pedro Américo, em 1888, e que pode ser considerado como um dos principais exemplos da pintura acadêmica brasileira vinculada ao imaginário da etapa final do Império e voltada para uma “história dos grandes vultos”, tal como ela aparece na historiografia do mesmo período. Pedro Américo apresenta D. Pedro I como um herói, um estadista determinado, que não mede o custo dos sacrifícios necessários para a realização de seu ideal, elevando-o, pela coragem de seu ato, acima da posição ocupada pelos homens comuns, e celebra a grandeza do seu gesto às margens do Ipiranga. Em dois outros momentos –o Centenário oficial (1922) e o Sesquicentenário (1972)– a Independência voltou a chamar a atenção de intelectuais e governantes e a envolver a população brasileira, em função de uma série de iniciativas voltadas para a “reconstrução nacional” e para a “apoteose” da modernidade brasileira. A preparação do Rio de Janeiro para as festas do Centenário –no ano em que seria também fundado o Partido Comunista Brasileiro e se realizaria a Semana de Arte Moderna– previram uma reforma urbana que promoveu a demolição das moradias do Morro do Castelo, berço da cidade envolvido numa aura de misticismo e habitado por uma população pobre. Para o Sesquicentenário –em plena vigência da ditadura militar–, o retrato de D. Pedro e o quadro de Pedro Américo foram amplamente reproduzidos e divulgados nos jornais, revistas, capas dos cadernos escolares, livros didáticos, cartazes e calendários. De maior impacto junto à população, no entanto, foi o filme Independência ou Morte, de Carlos Coimbra –que contou com Tarcísio Meira, o galã de telenovelas à época–, cujo intento era promover “um imenso encontro dos brasileiros com o Brasil, segundo o então presidente, Emílio Garrastazu Médici, através de paradas militares e desfiles cívicos.

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A essa tradição historiográfica oficial, que confere importância ao “brado retumbante” ouvido às margens do Ipiranga e ao papel desempenhado por D. Pedro I, se contrapuseram análises que vincularam o processo da Independência à instalação da Corte portuguesa no Brasil, o que, por sua vez, se converteu em outra tradição historiográfica. Diante desta constatação, pode-se – parafraseando o historiador brasileiro Luiz Carlos Villalta – falar em “Independências no plural”, devido à diversidade de elaborações teóricas e de tratamentos metodológicos que o evento já recebeu e vem recebendo. Se, sobre a Independência do Brasil, a historiografia tem reafirmado a sua inegável condição de marco simbólico da fundação do Estado brasileiro, o mesmo não se pode dizer sobre questões que envolvem a periodização

do processo do qual resultou a emancipação, sobre suas consequências em termos sociais e de soberania econômica e, ainda, sobre o processo de constituição da Nação e da nacionalidade. Alheio aos esforços acadêmicos de compreensão do processo de emancipação política do Brasil, o “brado retumbante” insiste, em continuar ecoando, iluminado “pelos raios fúlgidos do sol da liberdade”, consagrando uma visão idealizada da autonomia e da soberania brasileiras. Contrastando com essa consagrada dimensão simbólica da Independência, estudos mais recentes –desenvolvidos por historiadores brasileiros e estrangeiros– têm se debruçado sobre questões que sequer eram levantadas, tais como a da participação popular na Independência e de como agiram ou reagiram os grupos sociais nas diferentes províncias. O Estado precedeu a Nação –variações em torno da autonomia e da soberania É equivocada a suposição de que preexistiam no Brasil uma nação e um nacionalismo no momento da Independência, dadas as especificidades locais e regionais e os efeitos de três séculos de colonização que legaram uma sociedade estamental escravista. A Independência não resultou de uma decisão nacional e, tampouco, popular. A dificuldade de integrar as diversas províncias, conciliar os interesses das heterogêneas elites regionais e a diversidade de projetos políticos para a Independência revelam que a parcela da elite brasileira empenhada na emancipação política não formava um grupo coeso. Para garantir a estabilidade político-institucional, a elite dirigente brasileira previu a subordinação das regiões ao projeto vitorioso no sudeste. No entanto, a enorme extensão territorial (o Brasil possuía um território quase igual ao de hoje) favorecia ainda mais os regionalismos e localismos, devido aos precários meios de comunicação (as notícias da capital podiam levar de um a dois meses para chegar a vilas do interior) e de transporte, o que fazia com que o comércio entre as futuras províncias fosse feito quase todo por mar. Em relação ao segundo aspecto –a conformação da sociedade brasileira–, calcula-se que o Brasil possuía, às vésperas da Independência, por volta de 5 milhões de habitantes, com índices anuais de crescimento rápido, devido à importação de escravos africanos durante

Esta caracterização do Brasil das primeiras décadas do século XIX explica as posturas contrárias e também os focos de resistência à Independência que se manifestaram, demonstrando a força dos interesses regionais e atestando a incapacidade de o novo governo em impor sua autoridade a todo o país, recém emancipado de Portugal. S i g n o s

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É esta a imagem que prevalece na memória nacional que celebra um jovem príncipe que, no cume de uma colina, cercado de homens a cavalo, ergue a espada e inventa um país, na perspicaz observação feita pelo inseparável companheiro de D. Pedro I, Francisco Gomes da Silva, o Chalaça. o período de expansão agrícola. Assim, a população brasileira nas primeiras décadas do século XIX era composta de brancos, negros (formavam em torno de 30% da população), mulatos e mestiços, e vivia predominantemente nas áreas rurais, a despeito do crescimento das principais cidades do litoral, que chegaram a contar com10 mil habitantes. Esta caracterização do Brasil das primeiras décadas do século XIX explica as posturas contrárias e também os focos de resistência à Independência que se manifestaram, demonstrando a força dos interesses regionais e atestando a incapacidade de o novo governo em impor sua autoridade a todo o país, recém emancipado de Portugal. O processo de autonomia não ocorreu da mesma maneira em todas as partes do Brasil, pois em Pernambuco, na Bahia, no Maranhão, no Pará e no Sul houve contestações e ânimos exaltados que exigiram a mobilização de tropas brasileiras (em cujas fileiras encontraremos também escravos, libertos e mercenários) comandadas, na maioria das vezes, por militares europeus, e, sobretudo, o cultivo do espírito nacional dos novos cidadãos, através de estratégias que visavam à definição da nova nação e à construção de um novo Império. Escudos de armas e uma bandeira para o Brasil, poemas, peças musicais e o Hino Constitucional Brasileiro (que viria a ser o hino oficial da Independência e do qual nos lembramos do verso “Já podeis da pátria filhos ver contente a mãe gentil [...]”) produziram manifestações públicas de patriotismo, mas não conseguiram definir a nação brasileira. As vilas e províncias derrotadas (muitas delas com contatos mais próximos com Portugal do que com o resto do Brasil), os senhores coagidos e a gente amotinada que foi duramente reprimida acabaram sendo obrigados a jurar a adesão a D. Pedro I e a festejar a sua Aclamação. A Independência, efetivamente, não correspondeu a uma passagem pacífica, no entanto, manteve intacta a estrutura socioeconômica do período colonial. A elite agrária continuou no seu papel de mando e na posse da grande propriedade territorial, os escravos permaneceram como mão de obra fundamental e os brancos livres permaneceram na cidade e no campo como despossuídos, dependentes dos senhores rurais e do clientelismo do Estado. Como chegou a dizer, em dezembro de 1822, o agente diplomático da Áustria na Legação do Brasil,

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Francisco Gomes da Silva

Felipe Leopoldo Wenzel, barão de Mareschal: “Tudo está por fazer. Não há Constituição, códigos legais, sistema de educação: nada existe exceto uma soberania reconhecida e coroada.” Estes, sem dúvida, foram os maiores desafios enfrentados por D. Pedro I: a organização jurídica do Estado, a obtenção do reconhecimento internacional do novo país e a manutenção da unidade territorial em torno do governo do Rio de Janeiro. A postura autoritária de D. Pedro acabou levando à outorga da Constituição de 1824, que viria confirmar a hegemonia da região Sudeste no cenário político nacional e a associação da unidade política à figura do Imperador, condição fundamental para alçá-lo à condição de chefe político e militar e herói da Independência. Defensor Perpétuo da Nação, Anjo do Brasil, Gênio do Brasil, títulos ganhos por ter unido o território e conseguido afastá-lo do risco de vir a ser fraturado da mesma forma que a América hispânica em suas lutas de emancipação. É esta a imagem que prevalece na memória nacional que celebra um jovem príncipe que, no cume de uma colina, cercado de homens a cavalo, ergue a espada e inventa um país, na perspicaz observação feita pelo inseparável companheiro de D. Pedro I, Francisco Gomes da Silva, o Chalaça. SV

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MUJERES EN LA HISTORIA SUSANA CORDERO DE ESPINOSA

Las mujeres quiteñas

de la independencia ¿Cuándo tuvo comienzo en América el proceso independentista respecto de la metrópoli española? ¿Qué figuras fulguraron en él, gracias a su lucha que, en tantos casos, supuso la entrega de la vida?

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, sobre todo, ¿cuáles fueron las figuras femeninas destacadas, en los afanes y años precursores de las luchas que la independencia exigió?; ¿cuáles, el origen, el sentido y las repercusiones de su obstinación? Preguntas sin respuesta: vidas apasionadas, fechas inciertas, exigencias contradictorias, sueños de poder y

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de gloria, motivos espurios, ambiciones e ideales, ¿dónde encontrar el pensamiento puro, el vigor exigente de un ideal sin mezcla, la entrega incondicional? ¿Vale la pena preguntarse? ¡Ah, si la historia nos diese algo más que anécdotas y la superficie de acaecimientos vistos a gusto del historiador y de la época!, pues ¿a dónde ir a buscar el hecho cierto en la incertidumbre de

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lo humano? ¿Dónde y en quién radica la verdad de los datos innumerables? Este texto es, apenas, otro lugar en el que preguntarnos. Cuanto contemos tendrá ese tinte de duda y de misterio, en la certeza de que es bueno y noble aventurar respuestas, arriesgar nuestra imaginación y lanzarnos hacia la memoria de quienes nos hablaron, para indagar en el corazón de los seres y los hechos que, por su sentido particular, permanecen en la memoria colectiva de la cual no han podido ser relegados. Remontando hechos y nombres, hurgando en la particular forma de acción y de vida de mujeres cuya presencia ilustre evocamos aún con admiración, hemos de comprender y confesar que la época en que ellas vivieron y lucharon, fuertes, lúcidas y valientes, no les permitió otra presencia que aunque poderosa e irrenunciable, ha sido siempre subsidiaria de la historia masculina. Subsidiaria hacia afuera. En lo interno, esencial: amaron y fueron amadas; intuyeron el porqué de la lucha, animaron, exhortaron, batallaron para proteger a sus maridos, amantes, hermanos y padres; imploraron misericordia y se sacrificaron sin pausa. Merecen, sin duda, su propio lugar. Esta introducción en sus vidas es apenas un intento de re-conocimiento. Hacia fines del siglo XVIII, en las cruces de piedra que jalonan las plazas y las calles de Quito, aparecieron colgadas banderolas con una leyenda que decía: “Al amparo de la cruz, sed libres; conseguid la gloria y la felicidad”. Atribuida a don Eugenio Espejo, médico, científico, humanista que desde su vocación se rebeló de mil formas contra las misérrimas condiciones económicas y educativas en que se debatía el pueblo pobre, fue humillado y odiado por las autoridades incapaces de tolerar su sentido de la libertad, ofendidas por su saber irónico y burlón, desafiante y múltiple. Este indio amulatado y genial fue el mayor precursor de la independencia de Quito. Encarcelado, enfermó y salió de la cárcel en 1795, a los 48 años de edad, listo solo para morir. Doña Manuela Espejo, su hermana menor, mujer ilustrada, afanosa por conocer, casó con don José Mejía Lequerica, sabio botánico y filósofo, diputado a las Cortes de Cádiz, cuyo discurso sobre la Abolición de las Mitas impresionó en España y América. Manuela, casi olvidada en la historia, fue hermana y esposa de científicos eminentes, intelectualmente inquieta, promovió como le fue posible el interés de las mujeres en el saber y la ciencia. Cecilia Ansaldo, periodista y escritora ecuatoriana, destaca: “Todo el proceso de independencia ecuatoriana podría seguirse en la vida de esta mujer excepcional, si tuviéramos información suficiente, porque vivió entre 1757 y tal vez 1829 [...] vio morir la Colonia y nacer la República... Su culto al conocimiento, al arte, justifica el seudónimo que, al parecer, su mismo hermano

Eugenio utilizaba para llamarla: Erophilia amante del amor y la sabiduría” (“Manuela Espejo”, Guayaquil, Diario El Universo, 7 de mayo de 2005; el subrayado es nuestro). Según Jenny Londoño, historiadora, Manuela Espejo ha sido considerada “la primera periodista de la Audiencia de Quito, la primera mujer que se atrevió a escribir en público, la primera que enfrentó a su medio con la palabra, que trató de pasar de lo oral a lo escrito, que marcó una ruptura con la tradición verbalista de ese entonces... Su columna no pudo mantenerse mucho tiempo y, al igual que el primer periódico de la Audiencia, Primicias de la cultura de Quito [creado por su hermano, Eugenio Espejo] a sus palabras se las llevó el viento” (Las mujeres en la Independencia. Colección Bicentenaria. s.f. Quito, pp. 79-82). Su vida fue, sin duda, ejemplar: Manuela Espejo desafió la sociedad de entonces al casarse con José Mejía Lequerica, diecisiete años menor que ella, al seguir codo a codo sus investigaciones botánicas, su interés por la filosofía y la política; desafió a los políticos que condenaron a su hermano, cuidó de él y le sobrevivió 34 años. Atravesó con su pasión años turbulentos, pues murió, muy probablemente, en 1829. Se le considera, por sus ideas, la primera gran feminista ecuatoriana y, junto a su hermano, la precursora quiteña más conocida de nuestra independencia. Indispensable es referirnos aquí a la Revolución Quiteña. Se inicia, como tal, en agosto de 1809, cuando se forma el primer gobierno autónomo de América que dura muy breve tiempo. Fue doña Manuela Cañizares y Álvarez, en palabras del historiador Rafael Cordero, “la más conspicua conspiradora de la revolución quiteña”. Aprovechando la fiesta de San Lorenzo, el día 10 de agosto, realiza en la casa parroquial de la Iglesia del Sagrario, en cuya planta alta dispone de algunas habitaciones alquiladas, una reunión a la que acuden sus amigos y confidentes, cabecillas de la revolución de Quito. Se reunieron con ella más de cuarenta complotados; tras escuchar las arengas que los exhortaban a la lucha contra el presidente de la Audiencia, conde Ruiz de Castilla, algunos se acobardan e intentan abandonar la reunión, pero Manuela les cierra el paso y les increpa exhortándoles a no renunciar a la lucha. La historia evoca su valentía con profunda emoción. Al año siguiente, este primer grito culmina con la terrible matanza del 2 de agosto de 1810, cuando los realistas a ultranza quieren escarmentar a los patriotas encarcelados en Quito y acuden al Cuartel Real de Lima donde se halla la mayoría de patriotas que es vilmente asesinada. Nunca se llegó a establecer el número exacto de muertos en el día atroz, entre los presos, masacrados en derroche de locura, y los revolucionarios muertos en las calles, donde la soldadesca asesina a mansalva.

Doña Manuela Espejo, mujer ilustrada, afanosa por conocer (...), casi olvidada en la historia, fue hermana y esposa de científicos eminentes, intelectualmente inquieta, promovió como le fue posible el interés de las mujeres en el saber y la ciencia. S i g n o s

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Fue doña Manuela Cañizares y Álvarez,, en palabras del historiador Rafael Cordero, “la más conspicua conspiradora de la revolución quiteña”. (...) el día 10 de agosto, realiza en la casa parroquial de la Iglesia del Sagrario, en cuya planta alta dispone de algunas habitaciones alquiladas, una reunión a la que acuden sus amigos y confidentes, cabecillas de la revolución de Quito. Entonces mueren dirigentes, intelectuales, luchadores eminentes, y su deceso constituyó, para la Audiencia de Quito una enorme tragedia. Tal martirio conmovedor significó para Quito el reconocimiento de su destino luminoso y preclaro, evidenciado en el hecho real y simbólico que protagoniza el Cabildo Independentista de Valparaíso, cuando decreta que en el faro del puerto se coloque una placa con la leyenda: “Chile, a Quito, Luz de América”. Entre los conjurados del 10 de agosto de 1809, don Antonio de la Peña, prisionero en el Cuartel Real de Lima, muere en la masacre del 2 de agosto de 1810. Hijo de Nicolás de la Peña y de doña Rosa Zárate, esta última se halla presente en todas las actividades de su esposo e hijo; sufre persecución por parte del presidente Montes y es fusilada, junto a don Nicolás, el 4 de julio de 1813, en territorio granadino. Doña Rosa Montúfar y Larrea es la última hija de Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre y Presidente de la primera Junta quiteña; esposa del coronel Vicente Aguirre, estuvo presente y actuó en la reunión navideña

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de 1808 en la casa de su padre en los Chillos, donde se prepara el golpe de agosto siguiente. Pierde a su padre, a sus dos hermanos Carlos y Pedro, y su tenaz oposición a los presidentes Montes y Aymerich es el origen de la confiscación de sus bienes. Enérgica, noble, adinerada y orgullosa no se humilla ante los españoles. Otra de nuestras Rosas de la independencia fue la señora Rosa Campuzano Cornejo, nacida en Guayaquil en 1796, hija de español y mulata. Mujer culta, aficionada a la lectura, se une a un español y viaja a Lima, donde reside. Fue denunciada a la Inquisición en 18l6, a los veintidós años de edad, por poseer libros prohibidos; llegó a ser amante del General San Martín, y junto a Manuela Sáenz, cuya amistad conservó toda su vida y que vivía entonces en Lima, fue declarada por aquel “Caballeresa del Sol”, título que el Congreso peruano refrendó para las dos mujeres. El inolvidable escritor Ricardo Palma la cita en sus Tradiciones peruanas. En Lima, en alusión al título de Protector que se otorga a San Martín, se la llama “La Protectora”. Finalmente, en este desgraciadamente limitado desfile de mujeres ilustres de nuestra independencia, ilustres ya por su enorme intuición y sentido de la libertad, ya por su entrega generosa a las causas más nobles, no puede faltar la evocación de la vida y la lucha de doña Manuela Sáenz, a quien Simón Bolívar, el Libertador, llamó su Libertadora. ¿Cómo resumir la existencia apasionada de esta mujer singular? Numerosas obras se han escrito sobre su vida valiente y profunda, atravesada de amor por la libertad y de amor por Simón Bolívar, caudillo de la independencia hispanoamericana, figura eminente de nuestra emancipación frente al Imperio español, cuya lucha genial logró la independencia de las actuales repúblicas de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Manuela, casada con el inglés James Thorne, escribe a su esposo con graciosa ironía no exenta de ternura y reconocimiento, desde Bogotá, en 1928, luego de haberse decidido a permanecer cerca de Simón Bolívar: ¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces no? Señor: usted es excelente, es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada. ... yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente. Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no... Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás, ¿quiénes más hábiles para el comercio y la marina?). El Amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminado, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa. Estas son formalidades divinas; pero yo, miserable mortal, que me río de mí misma, de usted y de estas seriedades inglesas, ¡qué mal que me iría en el cielo!

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Ella conoce al Libertador en su entrada triunfal a Quito, el 16 de junio de 1822, luego de la célebre Batalla del Pichincha que, dirigida por el Mariscal Antonio José de Sucre, ha logrado la libertad para Quito el 24 de mayo de dicho año. El 18 de junio, tiene lugar el encuentro privado que sellará para siempre la presencia de Manuela junto al Libertador. A partir de entonces, la historia de su vida está jalonada de fechas de pasión, renuncia, luchas y heroísmo. Cuando el 25 de septiembre de 1828 se produce el intento de asesinar a Bolívar por partidarios de Francisco de Paula Santander, Manuela salva la vida del Libertador con su serenidad, valor y energía. Bolívar muere en Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830, y ella, aunque asediada por Santander, presidente de la Nueva Granada, permanece en Bogotá durante cuatro años, hasta que es encarcelada y desterrada, y llega a Kinsgton en abril de 1834; mujer, valiente y rebelde, se enfrenta a la resistencia del mismo presidente del Ecuador, Vicente Rocafuerte, quien, en carta a Santander, explica su decisión de contradecir el salvoconducto otorgado por Juan José Flores que permitiría a Manuela entrar en Quito, por cuanto ...La Manuela Sáenz venía aquí con intenciones de vengar la muerte de su hermano, [José María Sáenz del Campo, muerto en la Batalla de Pesillo, el 21 de abril de ese mismo año] y con ese pretexto, hacerse declarar la libertadora del Ecuador. Como es una verdadera loca, la he hecho salir de nuestro territorio, para no pasar por el dolor de hacerla fusilar.... Revelándose, ante el poder de esa mujer extraordinaria, como incapaz de comprender su valor, insultante, machista y temeroso, su actitud fuerza a Manuela Sáenz a viajar al pueblo de Paita, en el Perú, acompañada de su esclava negra Jonatás, que vivió con ella su vida y su muerte. Allí permanecieron, debatiéndose casi en la miseria, durante alrededor de 17 años. El 23 de noviembre

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de 1853 fallecen Manuela y Jonatás en Paita, víctimas de una epidemia de difteria; aquella tenía entonces 58 años. Enterradas en una fosa común, sus ropas, enseres y baúles, aun aquel que contenía las cartas dirigidas a Manuelita Sáenz por El Libertador y que ella guardaba con devoción, son destruidos en el fuego. Pocos párrafos serán más elocuentes sobre esta mujer portentosa, que el que le dedica Gabriel García Márquez en su extraordinaria novela El general en su laberinto: La última visita que recibió la noche anterior fue la de Manuela Sáenz, la aguerrida quiteña que lo amaba, pero que no iba a seguirlo hasta la muerte. Se quedaba, como siempre, con el encargo de mantener al general bien informado de todo cuanto ocurriera en ausencia suya, pues hacía tiempo que él no confiaba en nadie más que en ella. Le dejaba en custodia algunas reliquias sin más valor que el de haber sido suyas, así como algunos de sus libros más preciados y dos cofres de sus archivos personales. El día anterior, durante la breve despedida formal le había dicho: “Mucho te amo, pero mas te amaré si ahora tienes más juicio que nunca”. Ella lo entendió como otro homenaje de los tantos que él le había rendido en ocho años de amores ardientes. De todos sus conocidos ella era la única que lo creía: esta vez era verdad que se iba. Pero también era la única que tenía al menos un motivo cierto para esperar que volviera. Este motivo, sin duda, era el amor. Pero Bolívar ya nunca volvió. Mujeres notables, todas, por su inteligencia rebelde, su colaboración directa en las luchas por la independencia y la entrega de su vida, no solo metafórica o simbólica, sino real, a su afán. Tuvieron que pasar muchos años de otra lucha: la de la mujer por sus derechos, contra prejuicios y conveniencias sociales, para que pudiera reconocerse el valor de estas mujeres, que fueron, en su época, y aún después, objeto de burla, de indignación moralista, de desprecio y hasta de odio y resistencia. Hoy han sido reivindicadas, pero mucho de su existencia y su valor permanecerá secreto, hundido en los temores y tropelías mentales de la pacatería y un hipócrita sentido de virtud. Lucharon por la independencia y, en ella, por alcanzar la justicia para todos. Ilustres y dignas, serán inspiración para quienes lleguen a conocerlas. Pablo Neruda, el Nobel chileno, que en viaje hacia Europa desembarcó del vapor inglés que lo llevaba, a fin de conocer la última morada de Manuela Sáenz en Paita, le dedicó estos versos: En Paita preguntamos / por ella, la difunta; / tocar, tocar la tierra / de la bella enamorada. / No lo sabían / detuve al niño, al hombre / al anciano. / Y no sabían dónde falleció Manuelita / cuál era su casa / ni dónde está ahora / el polvo de sus huesos. Estos versos pueden aplicarse a los limitadísimos datos con que la historia, masculina aún, nos va devolviendo la vida de estas y de tantas otras mujeres sacrificadas, ocultas y aún peor: negadas. Pero me atrevo a afirmar que el conocimiento de sus existencias dota de sentido, de orgullo y de alegría las nuestras. SV

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INSUMO PARA LA REFLEXIÓN PABLO RICHARD

Memoria para una

celebración liberadora del bicentenario

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l quiebre de la monarquía colonial hispana y la construcción de un nuevo orden republicano, no fue solo consecuencia de una guerra, sino también de una confrontación política y teológica radical en todos nuestros países. La independencia política exigió la creación de una nueva teología. Creemos importante traer a la memoria que los “gritos por la independencia”, alrededor del año 1810, no surgieron de repente y de la nada, sino que todo se inició 30 años antes por los movimientos populares e indígenas. Aquí presentamos, solo a manera de ejemplo, la insurrección de los “comuneros” en Nueva Granada (hoy Colombia) y de paso recordamos la insurrección de Tupac Amarú en Perú. Presentamos en forma cronológica y reducida los diferentes “gritos por la independencia”, que dan inicio a

una confrontación militar, política y teológica contra la monarquía española en los diferentes países de nuestra América. Muchos de estos “gritos” culminarán años después en nuevas repúblicas independientes. Destacamos la figura central de Simón Bolívar y el influjo de las ideas de la revolución francesa en los procesos libertarios en casi toda América. Finalmente hacemos alusión a la “teología política de la emancipación” que surge en muchos de nuestros países. Debemos superar la palabrería patriotera y superficial que se dará en todas partes con ocasión de la celebración del bicentenario. Es importante recatar la memoria de estos doscientos años desde una perspectiva liberadora, que ilumine la auténtica liberación de los pobres en la actualidad.

Creemos importante traer a la memoria que los “gritos por la independencia”, alrededor del año 1810, no surgieron de repente y de la nada, sino que todo se inició 30 años antes por los movimientos populares e indígenas. S i g n o s

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1. La insurrecciĂłn de los comuneros: ejemplo de lucha antes del grito de Independencia (Seguimos algunos datos histĂłricos de Arturo Stevenson, escritos en julio del 2010 en “Notas Obrerasâ€?). La insurrecciĂłn comunera fue el movimiento de masas que iniciĂł la resistencia al poder espaĂąol y es un ejemplo indeleble de valentĂ­a y lucha. Cansados de los vejĂĄmenes, las medidas despĂłticas y los gravĂĄmenes impositivos, los comuneros del siglo XVIII se rebelaron contra la opresiĂłn de la Corona y unieron sus fuerzas para demostrarles a sus tiranos que una revoluciĂłn era posible, porque de la resistencia pasiva se lanzaron a la sublevaciĂłn armada; la poderosa tormenta de rebeldĂ­a que se desatĂł en varias poblaciones demostrĂł, incipientemente, la capacidad de combate de los dominados y fue el primer gran paso hacia la independencia nacional del imperio espaĂąol, que se consumĂł cuatro dĂŠcadas mĂĄs tarde. Poco antes de la incipiente insurrecciĂłn del pueblo en la Nueva Granada, sucediĂł el levantamiento en el PerĂş de JosĂŠ Gabriel Condorcanqui Tupac AmarĂş, (17401781). Este puso sitio al Cuzco, cuya rendiciĂłn tratĂł de negociar invocando su condiciĂłn de soberano legĂ­timo del imperio inca; aboliĂł el servicio de los indios, particularmente el trabajo forzado en las minas, suprimiĂł las contribuciones a la Corona y defendiĂł la presencia de los indĂ­genas en trabajos oficiales. Como consecuencia, Tupac AmarĂş fue juzgado por el virreinato del PerĂş y decapitado el 18 de mayo de 1781, despuĂŠs de presenciar la ejecuciĂłn de su esposa y de su familia. No obstante, el levantamiento inca del PerĂş y la figura de este valeroso lĂ­der, cruzaron fronteras y se extendieron por todas las colonias espaĂąolas en AmĂŠrica, lo que motivĂł a miles de nativos a emprender la lucha contra el despotismo y a reivindicar sus derechos, desde siglos usurpados con sevicia. La insurrecciĂłn de los comuneros comienza el 16 de marzo de 1781 cuando se iniciĂł en la valerosa ciudad del

Socorro. En estos inicios se levanta una heroĂ­na llamada Manuela BeltrĂĄn, una humilde vendedora de vĂ­veres que con Ă­mpetu rompiĂł en pedazos la Real CĂŠdula y el Edicto con las nuevas contribuciones. En la simple acciĂłn de esta valiente mujer se concentraban siglos de molestia acumulada, de ira de un pueblo que habĂ­a sido explotado y reprimido sin consideraciĂłn; cansado de tributos y rentas a la Corona, a los corregidores, a los encomenderos y a la Iglesia; fastidiado de la arrogancia de los espaĂąoles, de sus soldados y sus administradores; harto por el sometimiento y discriminaciĂłn que el reinado espaĂąol infligĂ­a a todas sus colonias. Manuela BeltrĂĄn prendiĂł la chispa de rebeliĂłn contra los opresores. El pueblo hasta entonces humilde, sufrido y sumiso, habĂ­a conocido por primera vez su fuerza, y no eran efĂ­meras concesiones las que podĂ­an apaciguarlo. HabĂ­a respirado los aires de la libertad y la insurrecciĂłn tomarĂ­a proporciones gigantescas. La venganza ejemplarizante la sufrirĂ­a JosĂŠ Antonio GalĂĄn. Este hombre sencillo era el caudillo del pueblo, hombre de acciĂłn y modelo de gallardĂ­a. Por ello, las personas lo siguieron como a ningĂşn otro capitĂĄn de los comuneros neogranadinos. Esto hizo perder la paciencia a los regentes y corregidores por lo que GalĂĄn deberĂ­a sufrir los peores martirios. Fue sentenciado el 30 de enero de 1782. Acusado de crĂ­menes que ĂŠl no habĂ­a cometido, lo culparon de robo, de haberse resistido a la justicia, de asesinato y de alto crimen de lesa majestad. Su muerte significĂł el ascenso del primer mĂĄrtir para la causa de la independencia de AmĂŠrica, hoy en dĂ­a perdida en los anaqueles de la historia. Al descendiente de los Zipas, Ambrosio Pisco, se le acusĂł de haber sustituido a Carlos III con el tĂ­tulo de PrĂ­ncipe de BogotĂĄ y seĂąor de ChĂ­a. El castigo fue la prisiĂłn perpetua en Cartagena, que compartirĂ­a con su mujer y su sobrino, de apenas catorce aĂąos de edad. Fue una ĂŠpoca de silencio y temor, pero a su vez prĂłspera, ya que abriĂł el camino a esa generaciĂłn de intelectuales y sabios que llevaron a cabo, en 1810, la independencia. 2. Primeros gritos de independencia (por orden cronolĂłgico) HaitĂ­: 1 de enero 1804: Primer paĂ­s en declarar la independencia. AboliciĂłn del sistema esclavista. Bolivia: 25 de mayo 1809: Primeros gritos libertarios. Chuquisaca (hoy Sucre): 25 mayo 1809. La Paz: 16 de julio 1809. Ecuador: 10 agosto 1809: La Junta de Quito. Primera junta autĂłnoma de la regiĂłn. Venezuela: 19 abril 1810: Primera Junta de Gobierno. Acta de declaraciĂłn de la Independencia: 5 julio 1811. Argentina: 25 de mayo 1810: “La revoluciĂłn de Mayoâ€?. Primer Gobierno Patrio de Argentina. Cabildo abierto y destituciĂłn del Virrey. MĂŠxico: 16 de septiembre 1810: “El grito de Doloresâ€?. Los curas JosĂŠ MarĂ­a Morelos y Miguel Hidalgo llaman a la sublevaciĂłn, que culmina el 27 de septiembre 1821 con la separaciĂłn definitiva de EspaĂąa.

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Chile: 18 de septiembre 1810: constitución de un primer gobierno nacional, que en Culmina el 12 febrero 1818. Uruguay: 27 febrero 1811: “El grito de Asensio”. Culmina el 25 de agosto 1825 con Declaratoria de la Independencia. Paraguay: 14 de mayo 1811: Acta de Independencia del Virrey de la Plata: noviembre 1842. El Salvador: 5 de noviembre 1811: Primer grito centroamericano de Independencia. 3. Simón Bolívar (1783-1830) Caudillo de la independencia hispanoamericana (nace en Caracas, Venezuela, y muere en Santa Marta, Colombia). De familia de origen vasco, de la hidalguía criolla venezolana, Simón Bolívar se formó leyendo a los pensadores de la Ilustración (Locke, Rousseau, Voltaire) y viajando por Europa. En París tomó contacto con las ideas de la Revolución y conoció personalmente a Napoleón y Humboldt. Afiliado a la masonería e imbuido de las ideas liberales, ya en 1805 juró en Roma que no descansaría hasta liberar a su país de la dominación española. Aunque carecía de formación militar, Simón Bolívar llegó a convertirse en el principal dirigente de la guerra por la independencia de las colonias hispanoamericanas. Además, suministró al movimiento una base ideológica mediante sus propios escritos y discursos. Bolívar soñaba con formar una gran confederación que uniera a todas las antiguas colonias españolas de América, inspirada en el modelo de Estados Unidos. Por ello, no satisfecho con la liberación de Venezuela, cruzó los Andes y venció a las tropas realistas españolas en la batalla de Boyacá (1819), que dio la independencia al Virreinato de Nueva Granada (la actual Colombia). Reunió entonces un Congreso en Angostura (1819), que elaboró una Constitución para la nueva República de Colombia, que englobaba lo que hoy son Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. El mismo Simón Bolívar fue elegido presidente de esta «Gran Colombia». Luego liberó la Audiencia de Quito (actual Ecuador), tras imponerse en la batalla de Pichincha (1822). En aquel mismo año, Simón Bolívar se reunió en Guayaquil con el otro gran caudillo del movimiento independentista: San Martín, que había liberado Argentina y Chile, para ver la forma de cooperar en la liberación del Perú. Ambos dirigentes chocaron en sus ambiciones y en sus apreciaciones políticas. Bolívar pudo entonces ponerse al frente de la insurrección del Perú, último bastión del continente en el que resistían los españoles, aprovechando las disensiones internas de los rebeldes del país (1823). En 1824 obtuvo la más decisiva de sus victorias en la batalla de Ayacucho, que determinó el fin de la presencia española en Perú y en toda Sudamérica. Los últimos focos realistas del Alto Perú fueron liquidados en 1825, creándose allí la República de Bolívar (actual Bolivia). Bolívar, presidente ya de Colombia (1819-30), lo fue también de Perú (182426) y de Bolivia (1825-26). Los éxitos militares de Bolívar no fueron acompañados por logros políticos comparables. Su tendencia a ejercer el poder de forma dictatorial despertó muchas reticencias; y el proyecto de una gran Hispanoamérica

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unida chocó con los sentimientos particularistas de los antiguos virreinatos, audiencias y capitanías generales del imperio español, cuyas oligarquías locales acabaron buscando la independencia política por separado. 4. La revolución francesa: su influjo en América Latina La revolución francesa representa el cambio político más importante a fines del siglo XVIII. En síntesis, es el triunfo de los oprimidos contra la Iglesia monárquica, la nobleza feudal y el Estado absolutista. El 14 de Julio 1789 los campesinos toman la Bastilla. La burguesía, que tenía ideas más revolucionarias y exigían cambios radicales, toma el poderr. Se proclaman los “Derechos del hombre y el ciudadano”, con sus tres banderas: igualdad, fraternidad y libertad. En 1794 cae la república revolucionaria y toma el poder el “Directorio”, que anula los triunfos de los más pobres. Los militares apoyan este nuevo Directorio. Entre ellos estaba Napoleón, quien en 1799 se apodera del gobierno de Francia y en 1804 se proclama Emperador. Hay todo un proceso: desde una revolución campesina (toma de la Bastilla) a una república liberal radical; sigue una contrarrevolución con un poder militar, que culmina con un emperador autocrático. Todo este proceso repercutirá en América Latina. 5. Teología política de la emancipación de América Latina Citamos brevemente algunos personajes y procesos creadores de una teología política de liberación en todas las guerras por la independencia en nuestro continente. (Hemos tomado como base el libro Materiales para una historia de la teología en América Latina. Editor: Pablo Richard [San José, Costa Rica: DEI, 1980]). (1) Emancipación (en: Centro Gumilla, “Historia de la teología en Venezuela”; capítulo II, pp. 87ss.). Aquí se estudia la estrategia militar de Simón Bolívar y la teolo-

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gía política del teólogo laico Juan Germán Roscio, que enfrentó directamente la teología teocrática y clerical de la monarquía. Queda claro que la independencia se jugó tanto en el terreno militar como teológico. (2) El problema teológico planteado por la guerra de la independencia (de Centro Gumilla, “Juan Germán Roscio: la teología del triunfo de la libertad sobre el despotismo”; pp. 187ss). (3) “Las ideas teológicas en Chile. En torno a la crisis de la cristiandad colonial: 1810-1880” (de los autores J. Manuel de Ferrari y Maximiliano A. Salinas; págs. 99-134). El inicio de la crisis se da con la constitución de un primer gobierno nacional en 1810. Se quiebra la institucionalidad colonial y surge una fuerte corriente republicana, que busca crear un nuevo sustento institucional, con el trasfondo de las ideas de la Ilustración. (4) “Catecismo o instrucción popular de Juan Fernández de Sotomayor-1814” (de Eduardo Vega; págs. 273-303). Sotomayor nace en Cartagena en 1777 y muere 1849. El 20 de julio de 1810 tiene lugar en Santa Fe de Bogotá la declaración de la Independencia del Nuevo Reino de Granada (Colombia). La “Instrucción Popular” tiene como objetivo buscar apoyo en el pueblo a la guerra contra la monarquía española. Es una interpretación de la fe al interior del proceso socio-político de la Independencia. (5) “El pensamiento de Morelos” (de Agustín Churruca Peláez; pp. 219-271). José María Morelos, mestizo, nació en la ciudad de Valladolid (hoy Morelia) el 30 de septiembre de 1765. Murió fusilado en ciudad de México el 22 de diciembre de 1815. El 16 de septiembre de 1810 Miguel Hidalgo tomó lar armas y desató la lucha de emancipación de la Nueva España (México). José María Morelos, que considera a Manuel Hidalgo su “maestro”, organiza la insurrección en el sur de México. Es importante destacar que tanto Hidalgo como Morelos son curas de extracción popular y que luchan por la independencia con el estandarte de la Virgen de Guadalupe. En 1813, Morelos con otros dirigentes del levantamiento popular, organiza un Congreso Constituyente para redactar la “Carta Magna de la América Septentrional libre”. Morelos es nombrado General de los Ejércitos. Él rechaza este título y se autodesigna “Siervo de la Nación”. La Carta Magna constó de 242 artículos con todos los principios fundantes de la emancipación. Morelos es también el ideólogo y teólogo de la insurrección popular contra la monarquía española. En este contexto, creemos oportuno celebrar también los 100 años de la Revolución Mexicana, cuyos líderes son Emiliano Zapata y Pancho Villa. Su programa se resume así: “la tierra es de quien la trabaja” y el grito insurgente: “Tierra y Libertad”. A continuación presentaremos solo tres artículos tomados del libro Raíces de la teología latinoamericana. Editor: Pablo Richard (San José, Costa Rica: DEI- Cehila, segunda edición, 1987). (1) “Iglesia y Política en el nacimiento de la república (1810-1840)”, de Maximiliano Salinas y Sergio Silva (Chile; pp. 121-131). Estudia el desarrollo teológico en el período

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histórico cuando se derrumba el orden colonial y surge la república de Chile. Se analiza la polarización entre el pensamiento monárquico y el republicano. Se estudia el camino de renovación de la Iglesia durante las primeras décadas de la República. En el pensamiento teológico que nace con el movimiento revolucionario republicano se destaca el redescubrimiento liberador del Evangelio, el sentido teológico de la libertad frente a la tiranía y la denuncia de las injusticias cometidas contra los indios. (2) “El cristianismo de Bolívar”, del Centro Gumilla, (Caracas: pp. 145-155). No se trata de restaurar a Bolívar como cristiano, miembro de la Iglesia, pues él no es un teólogo, sino un líder político revolucionario.. Se busca más bien reconstruir la dimensión política y religiosa de su obra y el sentido cristiano y teológico de su práctica política de liberación. Como hijo de la Ilustración, Bolívar intenta inicialmente conseguir políticamente lo que pretende la religión. Busca reducir la religión a la esfera privada y reducir la práctica religiosa organizada a una institución ciudadana. El artículo muestra los límites históricos de este proyecto político-religioso y su transformación en un proyecto diferente. Se concluye valorizando el sentido cristiano de su práctica de liberación, donde para Bolívar la obra libertadora es voluntad de Dios, mérito de los patriotas y don de la Providencia. (3) “El Padre Indio Tomás Ruiz. Prócer de la independencia centroamericana”, de Jorge Eduardo Arellano (Nicaragua). El Padre Tomás nace en Chinandega, Nicaragua, en 1777, de padres indígenas. Sacerdote secular de la ciudad de León. Prócer de la independencia centroamericana, humanista y literato, doctor en sagrados cánones. Es el primer Doctor de raza india en Centroamérica y uno de los tres fundadores de la Universidad de León. Entre 1813 y 1819 sufrirá el martirio de la cárcel. Fue liberado, pero se desconoce el año de su muerte. El Padre-indio fue un luchador político y un intelectual notable, con una profunda radicalidad evangélica. Esto lo llevó a participar en la Conjura de Belén, en 1813, hecho fundamental y decisivo en la emancipación de América Central. El ensayo que presentamos nos ofrece con mucha erudición, la trayectoria intelectual, política y espiritual de un indígena nicaragüense que aún continúa haciendo historia en América Central. SV

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“Entonces serĂĄn mi especial tesoroâ€? (Éxodo 19.5b):

la paradoja de la libertad cristiana

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srael ha viajado tres meses por el desierto. El SeĂąor ha hecho grandes maravillas a favor de los descendientes de Abraham en ese lapso: los sacĂł de Egipto (Éxodo 12.37-39), derrotĂł a los ejĂŠrcitos egipcios en el Mar de los Juncos (Éxodo 14–15), y los guiĂł hasta llegar al SinaĂ­. Ahora, a los pies del monte, MoisĂŠs asciende el SinaĂ­ para escuchar lo que Dios dice a Israel: “AsĂ­ dirĂĄs a la casa de Jacob, y anunciarĂĄs a los hijos de Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cĂłmo os tomĂŠ sobre alas de ĂĄguila y os he traĂ­do a mĂ­.

Ahora, pues, si dais oĂ­do a mi voz y guardĂĄis mi pacto, vosotros serĂŠis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mĂ­a es toda la tierra. Vosotros me serĂŠis un reino de sacerdotes y gente santa’. Estas son las palabras que dirĂĄs a los hijos de Israelâ€? (Éxodo 19.3b-6, RVR95). Este Ăşltimo texto estĂĄ lleno de bellos detalles; demasiados para el presente estudio, por lo que mencionaremos algunos brevemente. Primero encontramos el triple uso de la fĂłrmula de mensajero (“asĂ­ dirĂĄsâ€? y sus variantes) en el lapso de cuatro versĂ­culos, donde se utiliza la

Para quienes creen en JesĂşs, la celebraciĂłn del bicentenario del inicio de los movimientos de independencia en nuestra amada AmĂŠrica Latina nos lleva a pensar en la paradoja que, en verdad, nuestra independencia de los poderes imperiales y opresores de este mundo es un llamado profĂŠtico a depender de Dios. S i g n o s

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El llamado que Dios nos hace es una exhortación a “amarle”, en el sentido de ser obedientes a su voz (Éxodo 19.5-6) y, así, amarle (Deuteronomio 6.5). Solo al ser dependientes de Dios seremos verdaderamente independientes. principal parte del campo semántico hebreo del hablar. Segundo, en el versículo 4, el repaso del pasado reciente de la historia del pueblo que era esclavo, magistralmente hecho con breves y certeras pinceladas. Tercero, llama la atención que Dios diga “os he traído a mí”. No a la Tierra prometida; no a algún lugar en este mundo. Más bien, ha llevado a Israel a su encuentro, como si Israel no hubiese percibido, en su pasado reciente, quién es el que los ha socorrido y guiado. Detengámonos en este punto un momento. La frase “os he traído a mí” no aparece en otro lado de la Biblia hebrea. Inmediatamente, Dios asume su puesto como Dios y Señor soberano sobre el pueblo de Israel, pues le impone demandas: “Si escuchas mi voz y guardas mi pacto” (v. 5a). La demanda merece nuestra atención, en particular por lo que implica para un pueblo que recién ha sido liberado. En el antiguo Cercano Oriente, los tratados de vasallaje nos enseñan cómo un rey soberano pone demandas sobre el rey vasallo (y, por tanto, sobre el reinado de este último). Dios hace lo mismo con Israel. Ningún dios ha metido su mano en medio de un imperio para sacar a su pueblo, excepto el Señor, Dios de Israel (Deuteronomio 4.34). Por lo tanto, Dios tiene potestad sobre Israel, y demanda lealtad: escuchar su voz y guardar su pacto. El episodio de Éxodo 19 es recordado en Deuteronomio 4-5. La demanda sublime se encuentra en Deuteronomio 6.4-5: “Oye Israel, el Señor tu Dios, el Señor uno es. Por tanto, amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (traducción personal). El verbo hebreo traducido “amar”, que también se usa en los tratados de vasallaje antiguos, significa, más bien, “serás leal”. Esto quiere decir que la idea de “amar a Dios” se manifiesta siendo leal a él. En otras palabras, nuestro amor al Señor se hace evidente cuando oímos su voz y entonces guardamos su pacto. Lo anterior indica que el pueblo recién liberado es llamado, paradójicamente, a ser… dominado. Sin embargo, el dominio al que ahora debe someterse Israel es diametralmente opuesto al dominio del que fue liberado. El dominio del faraón esclaviza, deshumaniza, enajena. El dominio de Dios lo hará “su especial tesoro [hebreo segulláh] entre todos los pueblos”. El término hebreo indica que el tesoro es especial porque ha sido ganado. No es una herencia que se recibe; es tesoro porque se ha trabajado por él. Dios le está diciendo a Israel: “Te he sacado de la servidumbre en Egipto para que seas mi siervo, mi especial tesoro”. ¿Qué significa ser “especial tesoro” de Dios? Éxodo 19.6a lo aclara y especifica. Ser parte del especial tesoro de Dios implica que somos un “reino de sacerdotes” y una “nación santa”. Ambos términos pueden tomarse como sinónimos (en hebreo, la doble expresión

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realza la fortaleza e importancia del concepto); quienes son sacerdotes del Dios de Israel han de ser santos, así como su Dios es santo (Levítico 11.44). El sacerdocio es tanto privilegio como obligación. Privilegio por cuanto implica una cercanía especial, particular con Dios. Aunque la presencia del Espíritu Santo en la Biblia hebrea no es tan clara como en el Nuevo Testamento, el privilegio de ser sacerdotes y sacerdotisas es logrado por la mediación de la tercera persona de la Trinidad. El inicio del Libro de la consolación (Isaías 40-48) nos dice claramente que Dios “multiplica las fuerzas a quien no tiene ninguna” y que “los que esperan en [el Señor] tendrán nuevas fuerzas” (40.29, 31). Tales fuerzas no se restringen a lo físico, sino también a lo emotivoespiritual. Por otro lado, en la Biblia, sobre todo en la hebrea, abundan las promesas de la inmanencia divina, en particular para aquellos que buscan a Dios. El sacerdocio es también obligación, pues el sacerdote israelita tenía que realizar bien los sacrificios, para así poder transmitir el perdón divino. Los cristianos nos hemos apropiado del compromiso o la alianza que Dios hizo con Israel en Éxodo 19. Para nosotros, creyentes en el Señor Jesucristo, escuchar la voz divina es dar especial atención al Resucitado, al Logos, quien, más que ser un Verbo o una Palabra, es todo un Discurso amoroso y coherente de Dios. Guardar su pacto es obedecer el mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros (Juan 15.12). La tarea no es sencilla, por lo cual Dios nos ha dotado con el Espíritu Santo para ratificar y hacer efectiva la promesa de estar a nuestro lado, aun hasta el fin del mundo, y para poder ser sus testigos (Hechos 1.8; 1 Pedro 2.9-10). Por lo tanto, para quienes creen en Jesús, la celebración del bicentenario del inicio de los movimientos de independencia en nuestra amada América Latina nos lleva a pensar en la paradoja que, en verdad, nuestra independencia de los poderes imperiales y opresores de este mundo es un llamado profético a depender de Dios. Nuestra independencia de los poderes terrenales nos llama a depender de los poderes celestiales y a someternos a aquel cuyo nombre es Amor. Tal llamado no es meramente espiritual. Más bien es obligación: “es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo, que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano” (Isaías 58.6-7; texto sobre el ayuno, pero muy pertinente para nuestro tema). El llamado que Dios nos hace es una exhortación a “amarle”, en el sentido de ser obedientes a su voz (Éxodo 19.5-6) y, así, amarle (Deuteronomio 6.5). Solo al ser dependientes de Dios seremos verdaderamente independientes. SV

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HISTORIA Y SOCIEDAD A

Nuestra AmĂŠrica

hacia su segunda independencia E

n su cĂŠlebre ensayo, significativamente denominado NUESTRA AMERICA, el ApĂłstol llama asĂ­ a ese inmenso territorio que fuera por casi cuatro siglos colonia del primer gran imperio de Occidente que diera origen a la modernidad, como fue el imperio de Castilla, y del otro imperio de la PenĂ­nsula IbĂŠrica, el portuguĂŠs, y le dio una connotaciĂłn no ya anticolonial sino antiimperialista. En concreto, se trata de diferenciar a la AmĂŠrica anglosajona, que para MartĂ­ era la AmĂŠrica que no es nuestra, pero que define al otro, o sea a aquel que nos niega como sujetos de nuestra historia. Con ello, MartĂ­ bĂĄsicamente enfatiza nuestra identidad, no solo cultural (no hablamos inglĂŠs ni somos anglosajones, pues somos mestizos como ya lo seĂąalaba BolĂ­var en su Carta de Jamaica), sino tambiĂŠn polĂ­tica, mediante un proceso histĂłrico de liberaciĂłn. Por eso, el propio MartĂ­, en ese mismo ensayo, habla de que, lograda la independencia de la metrĂłpoli colonial, ahora de lo que se trata es de forjar o construir la segunda independencia, aquella que rompa los lazos de la esclavitud imperial. Efectivamente, la independencia de Cuba y Puerto Rico, las dos grandes islas del Caribe, significĂł, no solo la culminaciĂłn de la heroica gesta de los prĂłceres

de la independencia encabezados por BolĂ­var, sino tambiĂŠn y por desgracia, el inicio de una nueva dominaciĂłn. Con la llamada “polĂ­tica del gran garroteâ€? de Teodoro Roosevelt, dio inicio la fase histĂłricamente madura del imperialismo norteamericano. Por eso, habĂ­a que emprender de seguido la histĂłrica tarea de realizar nuestra segunda y plena independencia, tarea que, no solo ha ocupado y preocupado a los pueblos de Nuestra AmĂŠrica durante todo el siglo XX, sino tambiĂŠn en el siglo presente que apenas se inicia y cuyos resultados, en tierra firme, se comienzan a manifestar ya en forma amplia , y, con ellos, la construcciĂłn de nuestra plena soberanĂ­a. El papel y la voz propia en el concierto de naciones, es apenas incipiente. La utopĂ­a del Libertador y la profecĂ­a del ApĂłstol comienzan a hacerse realidad. Pero eso se ha dado en dos etapas hasta el presente. La primera es la iniciadora, que se da, como todos los inicios en nuestra historia, en el Mar Caribe. La segunda etapa se lleva a cabo en forma mĂĄs amplia, aunque no total, al menos todavĂ­a, en AmĂŠrica del Sur. Ambos movimientos histĂłricos portan el signo ideolĂłgico y movilizador de las dos figuras histĂłricas mĂĄs representativas del siglo XIX, como son BolĂ­var, con el que se inicia ese siglo

El título que he dado a esta reflexión –que busca dar una visión panoråmica y esbozar un anålisis de lo que estå pasando en esa AmÊrica que se sitúa al Sur del Río Bravo–, es deliberadamente martiano. S i g n o s

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La Cuenca del Caribe se ha convertido en el centro de gravitación de la política y de la historia del Nuevo Mundo. Y eso, no solo por las razones históricas señaladas, sino, ante todo, por razones geopolíticas.

históricamente, y Martí, con el que culmina. No es por casualidad que la primera fase de esta etapa de la segunda independencia se diera en una isla del Caribe, en lo que se ha llamado “La revolución cubana”, y que el lanzamiento de una nueva etapa de nuestra segunda independencia en tierra firme, se diera en el triunfo electoral de Hugo Chávez (1998) y el inicio de lo que él ha llamado “La revolución bolivariana”. Ambos procesos revolucionarios han cambiado todas nuestras perspectivas políticas e, incluso, están cambiando igualmente la geopolítica mundial; lo cual no constituye ninguna exageración, pues la segunda independencia, como lo he señalado, se libra contra la primera potencia política y militar del mundo, la única superpotencia que ha quedado después del derrumbamiento del Campo Socialista en Europa del Este, liderado por la antigua Unión Soviética. Con ello, la superpotencia yanqui se convirtió en un imperio universal, aunque da ahora muestras de estar en franca decadencia. Es de señalar, insisto, en que no es por casualidad que todo se haya iniciado en el Mar Caribe. Esto es así desde nuestra incorporación a la historia universal y a la civilización occidental cristiana, en concreto, aunque no por un proceso de evangelización inspirada en el testimonio de la fe, sino de dominación militar cuya justificación ideológica lo daba la incorporación a la Iglesia Católica como parte del proceso de dominación imperial castellana. Así, cuando se dice que Colón llegó a lo que hoy es el Continente Americano o Nuevo Mundo, en realidad se está diciendo que no pasó de lo que hoy es la desembocadura del río Orinoco, actualmente territorio venezolano. El primer grito de independencia de estas tierras se lanzó desde Haití (1805) y, con ello, se logró la primera emancipación de una nación compuesta por esclavos negros. La campaña militar liderada por Bolívar parte de Jamaica y con el apoyo del gobierno haitiano. La primera gran derrota del incipiente imperialismo gringo, esta

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vez hegemonizado por los esclavistas del Sur de Estados Unidos, se dio en la guerra centroamericana contra los filibusteros (1956); esta guerra fue liderada por el presidente costarricense Juan Rafael (Juanito) Mora Porras. La más importante revolución agraria de la historia, con la que da comienzo el siglo XX de Nuestra América, se escenificó en México que también forma parte de la Cuenca del Mar Caribe. El surgimiento de la guerra de guerrillas en la edad contemporánea y la gran lucha antiimperialista y nacionalista tuvo como teatro de acción a Nicaragua (1926), con Augusto César Sandino. La única revolución socialista actual en Occidente se dio en Cuba (1959). La reconquista del Canal de Panamá, la vía interoceánica más importante del comercio mundial, es lograda gracias a la firma del tratado Torrijos-Carter (1973). El primer movimiento guerrillero que triunfa y conforma un gobierno popular en tierra firme, se da en la Nicaragua sandinista (1979). La lucha por la segunda independencia en territorio continental y con lo que se da comienzo el siglo XXI (1998) en Nuestra América, también tiene lugar en otro país caribeño como es Venezuela. Finalmente, el primer país latinoamericano que es considerado una potencia mundial emergente y que es, geográfica y demográficamente hablando, el más grande de Nuestra América, Brasil, posee una dimensión geográfica y cultural caribeña, como es el llamado Nordeste de donde es nativo el presidente Lula. En consecuencia, la Cuenca del Caribe se ha convertido en el centro de gravitación de la política y de la historia del Nuevo Mundo. Y eso, no solo por las razones históricas señaladas, sino, ante todo, por razones geopolíticas. El Mar Caribe es un lago que une las dos moles continentales de nuestro continente, la del Sur y la del Norte. Es la puerta que abre toda Nuestra América al Océano Atlántico que, hasta la década de los ochenta, era la vía de comercio mundial más importante del mundo desde la llegada de Colón a estas tierras. Gracias al Canal, Panamá, une los dos más importantes océanos del planeta, porque en sus aguas navega más del 70% del comercio mundial. Por eso siempre fue un espacio de guerras entre las potencias coloniales europeas adversarias de España y el escenario de uno de los más grandes oprobios de la historia de la humanidad: la trata de esclavos negros. Hoy posee una identidad cultural propia gracias a su música, que hace danzar al mundo entero y es la cuna de la cultura afroamericana, una de cuyas familias hoy vive en la Casa Blanca. Además de lo dicho, hoy se añade un elemento nuevo: el Mar Caribe es un inmenso lago de petróleo. Más aun, Venezuela posee las reservas de petróleo más grandes del planeta en un momento en que se anuncia que, para las dos próximas décadas, sobrevendrá el fin de los hidrocarburos como fuente principal de la energía que mueve

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la industria, el comercio y los transportes del mundo. Todo ello, evidentemente, hace del Mar Caribe el epicentro de las luchas antiimperialistas. De ahí que, como ya señalamos, la era imperialista norteamericana, en su fase madura, se inicie con la intervención yanqui en la Guerra de Independencia de Cuba (1898). Desde entonces, el Mar Caribe se ha convertido en un lago norteamericano. Hoy la gran batalla por nuestra segunda y definitiva independencia se libra allí, pero se ha extendido a todas las latitudes de Nuestra América, y especialmente ha tomado inesperado y esperanzador vigor en América del Sur. Solo cuando este panorama histórico y geopolítico se tenga presente, se está en capacidad de entender lo que está pasando en esta América Latina desde los albores del siglo XXI (1998) con el triunfo electoral de Chávez en Venezuela, luego de haber fracasado en su intento por obtenerlo por medio de un golpe de estado. Y lo catapultó como principal y más popular figura nacional de oposición radical frente a la insoportable situación a que habían llevado al país los dos grandes partidos políticos tradicionales. Al socavar mortal y fulminantemente la hegemonía que, desde la caída del dictador Pérez Jiménez (1959), mantenían ambas agrupaciones, Chávez logró cambiar radicalmente el panorama político, no solo de su país, sino también de todo el continente, pues demostró que un proceso revolucionario podía llevarse a cabo a partir de un triunfo electoral. Un triunfo electoral que parecía no tener ningún futuro como vía para lograr cambios sustanciales en favor de la justicia y dignidad de las mayorías, luego del golpe de estado del General Pinochet en Chile (1973) en contra de una experiencia que había ilusionado a las masas empobrecidas en todo el continente, como fue la de la Unidad Popular que unía, incluso, a los cristianos en igualdad de condiciones. El triunfo, la consolidación y prestigio internacional de Lula, un antiguo dirigente sindical obrero formado en las comunidades eclesiales de base de la iglesia brasileña, el país más grande de la región, le ha cubierto las espaldas a Chávez frente a una eventual guerra contrarrevolucionaria y ha permitido consolidar la ansiada unidad de los países del Sur, que se da también en los campos económico (Mercosur), político (Unasur), de la comunicación (Telesur y Radio Sur) y financiero. Además de planes de cooperación propios de Venezuela, como Petrocaribe, que abarca también a las islas del Caribe de habla inglesa. Más aún, esta autonomía de los países del Sur se hace evidente a los ojos de propios y extraños al excluir a los Estados Unidos cuando, por la vía diplomática y el diálogo interregional, se busca solucionar los conflictos surgidos entre la Colombia de Uribe y los países circunvecinos. La escogencia por aclamación de un secretario general de la

OEA que no era el candidato de Washington y el papel secundario jugado en la solución por la vía diplomática y política cuando ya sonaban tambores de guerra, de estos conflictos regionales, es una muestra palpable del declive de la hegemonía imperial de los Estados Unidos. Esto mismo se reflejó en el reconocimiento unánime de todos los países latinoamericanos de la Cuba revolucionaria. Sin embargo, la presencia imperial sigue siendo muy fuerte, hasta el punto de que Nuestra América está dividida en dos o, más exactamente, en tres regiones: la regida por gobiernos que en diversa medida muestran una opción clara en defensa de los intereses populares y de la soberanía nacional política y económica, como son Venezuela, Bolivia (donde por primera vez en quinientos años gobierna un líder indígena), Ecuador y, en menor medida, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. Frente a este bloque se da el conformado por gobiernos conservadores, como Chile y Perú. Por otro lado, incluso geográficamente, están los países dominados por el imperio, que cada vez los militariza más so pretexto de combatir el narcoterrorismo, como son México, Colombia, Costa Rica, Panamá y Honduras luego del golpe de estado, es decir, casi toda Centroamérica, con la excepción de la Nicaragua de Daniel Ortega y, en menor medida, la del Salvador de Funes. Por su parte, Guatemala se debate en una lucha por combatir el terrorismo y el racismo, por lo que resulta difícil clasificar el gobierno de Colom, cuyo mérito, sin embargo, es que logró, por primera vez desde la caída de la democracia de Jacobo Arbenz (1954) construir un gobierno no impuesto por los militares y la oligarquía, si bien es en extremo débil y ha estado a punto de ser derribado, dado el poder que aún conservan esas fuerzas reaccionarias, hoy fuertemente penetradas por los carteles del narcotráfico. La tercera región o bloque de países lo constituyen las islas del Caribe. Allí se libra una dura lucha por su autonomía, tanto económica y política, como cultural, que en estos momentos tiene su expresión más firme y heroica, gracias a la resistencia iniciada por las universidades, en la colonia yanqui de Puerto Rico. De nuevo, el Caribe es protagonista. De hecho, nunca ha dejado de serlo durante estos quinientos años de historia y de luchas ininterrumpidas de nuestros pueblos por su segunda y plena independencia. Mi última palabra en este breve vistazo a la situación actual de Nuestra América, sólo puede ser un llamado a la solidaridad internacional en favor de las luchas de estos pueblos, cuya ubicación geopolítica los convierte en protagonistas permanentes de nuestra historia y en firme esperanza de nuevos mejores tiempos para ellos y para todos los pueblos del Tercer Mundo. SV

Un llamado a la solidaridad internacional en favor de las luchas de estos pueblos, cuya ubicación geopolítica los convierte en protagonistas permanentes de nuestra historia y en firme esperanza de nuevos mejores tiempos. S i g n o s

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HISTORIA Y FE Ǥ

Independencia y desarrollo del protestantismo C

omo es de todos sabido, la presencia del protestantismo en AmĂŠrica Latina apenas se hizo sentir antes de la independencia. Ciertamente, desde mucho antes, ya en el 1529, hubo la colonia de los Welser en Venezuela; y luego, en el 1555, la fallida empresa de Nicholas Durand de Villegagnon en Brasil. A esto puede sumarse la presencia de nĂĄufragos y cautivos protestantes tales como Peter Carder en el RĂ­o de la Plata y Anthony Knivet en Brasil, asĂ­ como las empresas de los holandeses en la regiĂłn de BahĂ­a entre el 1624 y el 1654, y del inglĂŠs William Peterson en PanamĂĄ, desde el 1698 hasta al 1699.

Fue a raĂ­z de la independencia cuando el protestantismo comenzĂł a abrirse paso en AmĂŠrica Latina, y lo hizo siguiendo dos caminos relativamente independientes, pero que se cruzaron repetidamente: la inmigraciĂłn y la labor misionera. La inmigraciĂłn fue fomentada por gobiernos que concordaban con el famoso dicho de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), que “gobernar es poblarâ€?. Eran tiempos en que la tierra parecĂ­a abundar, y en buena parte de la regiĂłn la poblaciĂłn habĂ­a decaĂ­do como resultado de las guerras de independencia y la fuga de peninsulares y otros elementos opuestos a la independencia. El progre-

Fue a raĂ­z de la independencia cuando el protestantismo comenzĂł a abrirse paso en AmĂŠrica Latina, y lo hizo siguiendo dos caminos relativamente independientes, pero que se cruzaron repetidamente: la inmigraciĂłn y la labor misionera. S i g n o s

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so económico de las nuevas naciones parecía depender del crecimiento de su población, que a su vez aumentaría la producción en las zonas rurales, y la industrialización en las urbanas. Y dependía también del nivel educativo de esa población, pues se pensaba que el mejor modo de promover la estabilidad política y económica era tener una población educada y adiestrada tanto en la diversas disciplinas conducentes a la producción como en los ideales democráticos que para buena parte del pueblo latinoamericano eran todavía generalmente desconocidos. Esto llevó a algunos de los nuevos gobiernos a procurar la inmigración. Fue por ello que, aunque hoy nos sorprenda, hasta el 1910 la América Latina en general fue tierra de inmigración, y no de emigración, como frecuentemente acontece hoy. Pero no se fomentaba toda clase de inmigración, sino solamente la que procedía de tierras donde se pensaba que la población tenía mejor entendimiento de los principios democráticos, de las artes técnicas y de la disciplina del trabajo. Era la época en que la Gran Bretaña y Francia competían para llenar el vacío político y económico dejado por España y Portugal. (Por ello, los franceses comenzaron a llamarnos “América Latina”, así reclamando que ellos, por ser también de lengua romance y origen “latino”, se acoplaban mejor a nuestra cultura y necesidades que los británicos). Pero muchos de los líderes liberales concordaban con la admiración de Bolívar hacia Inglaterra, y por esa razón fue de las Islas Británicas de donde procedió la mayoría de los primeros inmigrantes a las tierras recién independizadas. Entre esos inmigrantes había principalmente anglicanos ingleses; pero también presbiterianos procedentes de Escocia y metodistas de Gales. Por ello, desde fecha relativamente temprana hubo iglesias anglicanas en diversas regiones del continente: Argentina (1824), Venezuela (1834), Chile (1837), Uruguay (1840), Costa Rica (1848) y Perú

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O’Higgins y San Martín veían tanto en la inmigración como en las misiones protestantes una fuente de apoyo frente a los esfuerzos por parte de los conservadores por mantener el viejo orden.

(1849). Pero hubo también una fuerte inmigración alemana que trajo con ella la tradición luterana, comenzando en Brasil en 1824, pero luego estableciéndose también en otros países, como en Venezuela en el 1834 y por los mismos años en Argentina, donde la primera iglesia luterana se fundó en el 1845. En la segunda mitad del siglo llegaron los valdenses procedentes de los valles alpinos. El primer contingente llegó a Uruguay en el 1856, y otros le siguieron en los años subsiguientes, al tiempo que algunas colonias valdenses iban estableciéndose también en Argentina. A lo que son hoy Haití y Santo Domingo llegaron inmigrantes norteamericanos de raza negra, atraídos por la promesa de las repúblicas negras. Fue así como, en el 1861, llegó un grupo dirigido por James Theodore Holly que vino a ser la raíz de la Iglesia Episcopal en Haití. Por último, menonitas procedentes principalmente de Canadá, y luego de otros países, se establecieron en México y en el Chaco. Como vemos, el proceso de inmigración protestante que comenzó a raíz de la independencia continuó hasta las primeras décadas del siglo veinte. Pero a través de todos esos años las motivaciones de los gobiernos al invitar a los inmigrantes eran las mismas: poblar las tierras,

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Y al liberalismo político y económico iba unido tambiÊn el protestantismo, tanto el de inmigración como el que iba resultando del trabajo misionero. Al tiempo que promovía el liberalismo político e intelectual, el protestantismo, frecuentemente sin percatarse de ello, favorecía el liberalismo económico. y poblarlas con personas que ayudaran a promover el desarrollo económico, social y político. Ademås, en todo ese proceso resulta obvio que los gobiernos que así actuaban frecuentemente lo hacían llevados por prejuicios raciales y culturales, pues —aparte de Haití y Santo Domingo donde el gobierno era de raza negra— solamente se alentaba la inmigración de personas de raza blanca. En ese contexto, cabe mencionar la acogida que el gobierno brasileùo les dio a los blancos esclavistas —principalmente presbiterianos— que llegaron al país tras la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, con el propósito de continuar en Brasil su anterior estilo de vida. Al tiempo que todo esto acontecía, llegaron tambiÊn los primeros misioneros. De entre ellos el mås conocido es James (Diego) Thomson, quien llegó a Buenos Aires en 1818 y en pocos aùos había recorrido buena parte de AmÊrica Latina, desde Argentina hasta Cuba (que era todavía colonia espaùola) y MÊxico. La vida misma de Thomson ilustra la relación entre la independencia y el desarrollo del protestantismo. Thomson llegó a Buenos Aires como representante del mÊtodo lancasteriano de educación –aunque despuÊs fue representante de la Sociedad Bíblica Britånica y Extranjera–. Ocho aùos antes, Bolívar y Miranda habían visitado al cuåquero Joseph Lancaster, fundador del mÊtodo lancasteriano, quien en 1824, invitado por Bolívar, se estableció en Venezuela. En el entretanto, como representante de ese mÊtodo, Thomson llegó a Argentina, y fue tan bien acogido por los liberales que entonces gobernaban el país, que al partir tras tres aùos de labor fue declarado ciudadano honorario. En Santiago, fue recibido con entusiasmo por O’Higgins, quien tambiÊn lo hizo ciudadano honorario cuando partió hacia Perú. En Perú, San Martín se mostró aun mås entusiasta que O’Higgins. En la Gran Colombia contó tambiÊn con el apoyo de los liberales (incluso de sacerdotes liberales), aunque los conservadores se le oponían tenazmente. Esto último es seùal de la relación que hubo entre los intereses de los liberales que gobernaron a raíz de la independencia y el primer desarrollo del protestantismo. Aunque no tenían intención alguna de convertirse al protestantismo, líderes de la independencia tales como Rivadavia, O’Higgins y San Martín veían tanto en la inmigración como en las misiones protestantes una fuente de apoyo frente a los esfuerzos por parte de los conservadores por mantener el viejo orden. Y lo mismo puede verse mås al norte y algo mås tarde en Guatemala, cuyo presidente, Justo Rufino Barrios, cuando visitaba la ciudad de Nueva York por otras razones, visitó tambiÊn

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la Junta de Misiones de la Iglesia Presbiteriana y la invitó a enviar misioneros a su país. Para construir su primera iglesia, Barrios les ofreció a los presbiterianos un predio en el centro mismo de la ciudad, pråcticamente adosado al Palacio Nacional. En oposición a los liberales, buena parte de la antigua aristocracia terrateniente, así como de la jerarquía católica, buscaba el modo de continuar sus antiguos privilegios y hegemonía política. La cuestión del patronato nacional sobre la Iglesia Católica, que varias naciones ahora reclamaban como herederas del antiguo patronato real, creó serias tensiones entre los nuevos gobiernos y la Santa Sede –que tardó largos aùos en reconocer la independencia hispanoamericana y continuó apoyando los reclamos de la corona espaùola–. La oposición del clero católico a las nuevas ideas, y su insistencia en determinar lo que se publicaba y leía, era visto por los liberales como oscurantismo. Frente a ello, el protestantismo parecía ser una fuerza, si no liberadora, al menos niveladora, dåndoles a los gobiernos liberales otro punto de apoyo para sus políticas. No hay que olvidar que la Iglesia Católica del siglo XIX se caracterizó por su oposición a la modernidad. Ese siglo abrió a la sombra de la Revolución Francesa, que resultó en graves daùos al catolicismo en general y al papado en particular. A partir de entonces, Roma se opuso a todo lo que fuese moderno, e insistió cada vez mås en su autoridad absoluta e inquebrantable. Esto culminó en el Sílabo de errores promulgado por Pío IX en 1864, y en la declaración de la infalibilidad papal, promulgada por el Primer Concilio del Vaticano seis aùos mås tarde. En el Sílabo se condenaban varios de los principios fundamentales del liberalismo político –principios tales como la libertad de culto, la educación en manos del estado y hasta la democracia misma–. En contraste, el protestantismo frecuentemente se arropaba en la modernidad, reclamando ser la religión moderna frente a un catolicismo anticuado, promotor de la educación y de la libertad de pensamiento frente a un catolicismo oscurantista y autoritario, y luz que llevaría a la raza humana hacia la modernidad frente a un catolicismo retrógrado cerrado hacia el futuro. Al liberalismo político iba unido el liberalismo económico, con su teoría de que el mejor modo de manejar la economía era dejarla gobernarse por sus propias leyes internas, particularmente la de la oferta y la demanda –la teoría económica generalmente conocida como laissez faire, dejad hacer–. Los antiguos monopolios controlados por el gobierno, y los privilegios y ventajas económicas derivados de acciones gubernamentales, debían des-

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aparecer, dejando el lugar a una economía basada, no ya en la posesión de la tierra, sino en la producción y el comercio. Esto le iba dando origen a una nueva clase alta capitalista –no ya la aristocracia de la tierra, sino ahora la aristocracia del comercio y del capital– así como a una creciente clase media de personas empleadas en el comercio, la administración, la enseñanza, y varias otras actividades promovidas por el nuevo orden. Y al liberalismo político y económico iba unido también el protestantismo, tanto el de inmigración como el que iba resultando del trabajo misionero. Al tiempo que promovía el liberalismo político e intelectual, el protestantismo, frecuentemente sin percatarse de ello, favorecía el liberalismo económico. Ejemplo de ello fueron escuelas protestantes tales como los prestigiosos “Colegios Americanos” de Colombia, donde se iba preparando la nueva clase media de inclinaciones liberales que sostendría el comercio y la industria. Durante aquellas primeras generaciones tras la independencia, el protestantismo se presentaba como heraldo del futuro, par-

tícipe y promesa del nuevo orden que supuestamente se iba forjando. Tanto para los liberales como para los protestantes, el camino hacia el futuro estaba en el pensamiento racional –y muchos recordamos cómo criticábamos a la Iglesia Romana, cuya misa en latín era un misterio en el que nada se entendía, y la contrastábamos con nuestro culto, racional, en el que se entendía todo lo que se decía y hacía–. Hoy las cosas han cambiado radicalmente. La modernidad va mostrando sus grietas, y dejándole paso a esa nueva era histórica que muchos llaman posmodernidad. El liberalismo económico frecuentemente ha resultado, no en progreso y libertades para todos, sino en progreso para unos y estancamiento para otros; en libertades para algunos y opresión para muchos. El racionalismo del siglo XIX va perdiendo su poder –hoy sabemos que hay razones que la razón no entiende–. ¿Qué decir entonces del lugar del protestantismo en la nueva realidad que se va abriendo? Me atrevo a sugerir que en este nuevo siglo hay dos elementos dentro de nuestro protestantismo que, aunque algunos ven como polos opuestos, en realidad se unen y conjugan para irle dando forma al nuevo protestantismo que va surgiendo. Por un lado, hay entre nuestro pueblo una fuerte y sólida crítica del orden económico y social que el liberalismo capitalista tradicional nos ha traído. Y por el otro, hay entre nuestro pueblo —particularmente entre nuestro pueblo pentecostal— un nuevo reconocimiento de la importancia que el misterio tiene en nuestra fe y nuestro culto, y por tanto también en nuestra realidad. El futuro del protestantismo bien puede depender entonces del modo en que estos dos importantes énfasis entre nuestro pueblo se entrelacen y se enriquezcan mutuamente. SV

Hoy las cosas han cambiado radicalmente. La modernidad va mostrando sus grietas, y dejándole paso a esa nueva era histórica que muchos llaman posmodernidad. El liberalismo económico frecuentemente ha resultado, no en progreso y libertades para todos, sino en progreso para unos y estancamiento para otros; en libertades para algunos y opresión para muchos. S i g n o s

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Estados laicos

y prĂĄcticas sociopolĂ­ticas y culturales a la luz del bicentenario de la independencia en AmĂŠrica Latina 1. ReligiĂłn e identidad nacional lgunos acontecimientos recientes en Costa Rica, MĂŠxico, Argentina (la aprobaciĂłn de matrimonios entre personas del mismo sexo) y El Salvador (la iniciativa para leer la Biblia en las escuelas), por sĂłlo citar tres ejemplos, sin olvidar los reacomodos que estĂĄn sucediendo en EspaĂąa, traen a la mesa de discusiĂłn la necesidad de que la laicidad siga garantizando la convivencia entre diversas creencias religiosas especialmente debido a las caracterĂ­sticas de nuestros paĂ­ses. A las puertas de las celebraciones por el bicentenario de la independencia en algunos de ellos, el debate sobre la pertinencia del Estado laico vuelve a causar polĂŠmica y referirse a AmĂŠrica Latina, de un modo mĂĄs amplio, complejiza mĂĄs el problema, debido a las diferentes condiciones, pero aun

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asĂ­ es posible esbozar algunas lĂ­neas de anĂĄlisis. En enero de 2007, durante un foro realizado en BerlĂ­n, Alemania, el recientemente fallecido Carlos MonsivĂĄis, autor de Aires de familia. Cultura y sociedad en AmĂŠrica Latina (2000), asegurĂł que 2010 serĂ­a una fecha en la que se resaltarĂ­a el concepto de lo latinoamericano, pues serĂĄ “el Bicentenario de LatinoamĂŠricaâ€? y que las afinidades entre los paĂ­ses se dan en muchos niveles, incluyendo “el destino histĂłrico, que es en lo que mĂĄs se va a insistir, los avatares y sinsabores, las tristezas, las pĂŠrdidas, los dolores y la melancolĂ­aâ€?, dijo. AgregĂł que, en primera instancia, deberĂĄn evaluarse tambiĂŠn cuales son los movimientos unificadores, no sĂłlo en polĂ­tica, el federalismo, el enfrentamiento de liberales y conservadores, sino tambiĂŠn la consolidaciĂłn del proceso secular, importante en estos dos siglosâ€?.

El bicentenario es una magnĂ­fica oportunidad para repensar algunas implicaciones de la libertad religiosa y la laicidad en AmĂŠrica Latina, especialmente si se recuerda que, en algunos casos, fueron dirigentes religiosos quienes encabezaron los movimientos libertadores. S i g n o s

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Uno de los espacios más peleados por las instancias religiosas para tratar de influir en el rumbo de la sociedad es justamente la educación, la cual en México sí es definida como laica, por lo que se ha convertido en una trinchera cuyo botín principal es lo que en el discurso tradicional se maneja como “derecho familiar” a escoger el tipo de educación religiosa deseada. mente dicha identificación religioso-política e incluso la Suprema Corte de Justicia ha tenido que terciar en los temas más comprometedores, como lo ha hecho recientemente con la validación de los matrimonios entre personas del mismo sexo, lo cual ha ocasionado que algunos obispos lancen anatemas de más impacto mediático que otra cosa, porque hoy ya no se considera, mayoritariamente, que lo que antes se definía con tanta seguridad como identidad nacional esté ligado primordialmente a elementos religiosos.

El bicentenario es una magnífica oportunidad para repensar algunas implicaciones de la libertad religiosa y la laicidad en América Latina, especialmente si se recuerda que, en algunos casos, fueron dirigentes religiosos quienes encabezaron los movimientos libertadores. En México, sigue teniendo una gran resonancia el hecho de que los sacerdotes Hidalgo y Morelos, antes de ser ajusticiados por el régimen virreinal, hayan sido acusados, entre tantas cosas, “de luteranos y calvinistas”, un infundio a todas luces. Pero acaso tal protagonismo inició en México, en el momento mismo del nacimiento del país, la controversia sobre el lugar que la Iglesia católica (y más tarde, las demás) puede o deben desempeñar en la vida social y política, sobre todo si se toma en cuenta que aun ahora los sectores más representativos de dicha iglesia siguen insistiendo en que la identidad nacional está estrechamente ligada al catolicismo, algo que las comunidades protestantes y muchos intelectuales se han esforzado en refutar con diversos grados de indignación, pero que siempre sale a la luz. Hablar de “identidad nacional”, al menos en México, inevitablemente remite al momento en que el cura Hidalgo enarboló un estandarte de la Virgen de Guadalupe, considerado por mucha gente como la primera bandera del país. Pero lo que resulta más complicado es cuando algunas cúpulas católicas insisten en recuperar privilegios a través de la magnificación de los valores religiosos, pasando por las luchas históricas del siglo XIX, en las que costó sangre la separación entre la Iglesia y el Estado. Últimamente han recibido el apoyo gubernamental debido a la orientación ideológica del régimen, pero las demás instancias sociales han resistido fuerte-

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2. Libertad religiosa y educación Hace algunos meses se debatió en el Congreso mexicano la necesidad de definir al Estado como “laico” a través de la inclusión del término en cuestión en el texto constitucional, lo cual fue visto por los grupos religiosos tradicionales como una provocación. La existencia de una cultura laica, aun cuando no aparezca consagrada en esos términos en las Constituciones políticas, remite a la construcción progresiva de una estructura republicana en la que la “libertad de cultos” garantiza que el Estado no tomará partido por ninguna religión, incluso por aquella que pueda tener mayor presencia y feligresía, lo que supone también que ninguna iniciativa, por respetable que sea, para modificar las leyes, podrá basarse en presupuestos doctrinales de ninguna confesión. La apelación al “derecho natural”, como se ha vuelto a hacer en México y Argentina a propósito de las uniones matrimoniales de homosexuales, es un recurso que recuerda inevitablemente lo sucedido en las épocas en que la Iglesia dominaba ideológicamente las sociedades. Los especialistas en cuestiones jurídicas, sabedores de esta situación histórica, y apegados a la jurisprudencia de cada país, cuestionan esta línea de interpretación legal y llegan a la conclusión de que los derechos canónico y secular, aun cuando comparten algunos elementos, corresponden a esferas muy disímbolas. Uno de los espacios más peleados por las instancias religiosas para tratar de influir en el rumbo de la sociedad es justamente la educación, la cual en México sí es definida como laica, por lo que se ha convertido en una trinchera cuyo botín principal es lo que en el discurso tradicional se maneja como “derecho familiar” a escoger el tipo de educación religiosa deseada. Porque acaso uno de los grandes logros de la laicidad republicana en este campo sea la educación pública gratuita, un ámbito en donde, por definición, lo religioso queda excluido, y

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“¿Es verdad que el cristianismo resulta incompatible con el laicismo y tiene que adoptar una actitud beligerante frente a él? Decididamente no. El laicismo y la secularización no son males a combatir por los cristianos, sino que se encuentran en la entraña misma del cristianismo”. porque la inmensa mayoría de la gente no cuenta con suficientes recursos para pagar la educación privada que incluya la formación religiosa de su preferencia. Hace algunos años, el escritor mexicano Fernando del Paso propuso que si el Estado ofreciera educación religiosa, ésta debería incluir toda la gama de creencias para que quienes sean estudiantes se formen un criterio propio, más allá de dogmatismos y ortodoxias. Sus palabras son dignas de citarse, pues apuntan hacia algo inédito: Enseñar la historia del pensamiento religioso es y será siempre materia de polémica y controversia, en la medida en que las

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religiones influyen en el comportamiento individual y colectivo, y establecen normas que en ocasiones entran en franco conflicto con algunos objetivos de gobiernos y sociedades considerados como progresistas. Lo ideal sería invitar a profesores y catedráticos de tendencias distintas, y a veces opuestas, en un intento de lograr un equilibrio razonable o, ante la imposibilidad de llevarlos a todos los planteles, promover, como antes señalábamos, debates por televisión en circuitos cerrados nacionales. Sin embargo, creo que hay posiciones irrenunciables, y que en la docencia jamás deberíamos claudicar ante el oscurantismo, que desde luego incluye, entre otras cosas, el racismo, la irracionalidad y la coerción de la libertad. Una enseñanza, pues, como la que yo propongo, no presumiría jamás de ser dueña de la verdad, pero al mismo tiempo le negaría derecho a toda religión, secta o culto, de proclamarse como su propietario. Para ello, será siempre útil analizar el estado actual de las religiones en el mundo y en particular en nuestro país, en su relación con los cambios sociales, morales y políticos de la época. Por supuesto, la actualidad de 2015 será muy distinta a la nuestra, y la de 2040 muy diferente a la de 2015. (La Jornada, 15-19 de marzo de 2002). Tal vez la idea de Del Paso rebase con mucho los ideales de las familias, iglesias y gobiernos, pero es innegable que sólo con un proyecto similar podrían superarse los ímpetus de las iglesias y diversas religiones por ganar preponderancia social. Una educación así haría que la laicidad fuese vista como una instancia imparcial de divulgación de la pluralidad, aun cuando no dejaría contentos a los sectores religiosos nostálgicos por el poder que ejercieron, sobre todo en la época colonial, y que son precisamente a los que más trabajo les cuesta aceptar que un resultado de la modernidad política es la paridad que debe experimentarse en todos los terrenos. Incluso en lenguaje religioso y teológico, algunos analistas como Juan José Tamayo, han demostrado la forma en que la laicidad es subsidiaria de un genuino espíritu cristiano, pues hasta la tendenciosa distinción entre laicismo y laicidad es un arma de doble filo en manos interesadas: ¿Es verdad que el cristianismo resulta incompatible con el laicismo y tiene que adoptar una actitud beligerante frente a él? Decididamente no. El laicismo y la secularización no son males a combatir por los cristianos, sino que se encuentran en la entraña misma del cristianismo. Éste surge como religión laica y se desarrolla como tal durante sus primeros siglos, donde no aparece el más mínimo atisbo de confesionalidad de

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las instituciones civiles y menos aún de legitimación del orden establecido. (www.publico.es, 30 de agosto de 2010). Los debates en España y Costa Rica al respecto dan fe de la enorme dificultad con que los organismos eclesiásticos asumen el carácter laico del Estado y de la manera en que reclaman seguir controlando la enseñanza en ese terreno. En Costa Rica se ha discutido agriamente por qué debe seguir aceptando el Estado que sea la Iglesia Católica la que autorice a los maestros de religión y en España las cosas comienzan a cambiar con el apoyo económico estatal a iglesias minoritarias como las evangélicas. Estos ejemplos muestran que la resolución del binomio educación-religión depara aún muchas sorpresas. 3. Laicidad y proyectos de nación Quizá sea en la visión política y social a largo plazo en donde este asunto adquiere perfiles más conflictivos para las diferentes situaciones porque a pesar de las afinidades ideológicas y culturales, como se dijo líneas arriba, el manejo de la cuestión religiosa adquiere características propias. En este sentido, es impensable en muchos países que el gobierno pague pensiones a los obispos católicos retirados, como sucede en Argentina, o que una entidad que agrupa iglesias evangélicas de diversos signos solicite jubilaciones pagadas por el Estado, como hace unos meses se ha hecho en España. Semejantes variantes reclaman ajustes políticos hacia los cuales se ha llegado luego de una dinámica marcada por la manera en que las iglesias se relacionan con los diferentes regímenes. El catolicismo español, en otras épocas tan ligado al franquismo, no puede, necesariamente, ver con buenos ojos que los pastores/as protestantes sean homologados salarialmente con los sacerdotes. Y es que también la percepción social desempeña un papel a la hora de tomar decisiones como las mencionadas. Porque ya ha llegado el tiempo en que las diversas agrupaciones religiosas se han atrevido a proponer “proyectos de nación” alternativos que, desde su lenguaje, se presentan no sólo como viables, sino hasta urgentes, más allá de que sean seriamente discutidos por los congresos o parlamentos nacionales. En varias ocasiones, Octavio Paz intentó superar los esquematismos propios de décadas pasadas en el sentido de comparar la forma en que se han desarrollado los países con mayorías católicas o protestantes. Plenamente consciente del papel que habían desempeñado la Reforma y la Contrarreforma en la conformación de los países de la América anglosajona y de la América de raíz hispano-católica, no dudó en afirmar que dichos movimientos religiosos, culturales y políticos dejaron una honda huella en el devenir de nuestras sociedades. De ese modo, veía que la temprana inclinación de Estados Unidos hacia la democracia le venía en gran medida por su herencia protestante, y que las dificultades para consolidar gobiernos estables al resto de países del continente era consecuencia de sus inclinaciones al autoritarismo, resabio del espíritu de la Contrarreforma. En lucha con el jacobinismo propio de algunas tendencias del pensamiento liberal, Paz propuso el replanteamiento del triunfalismo visionario de esta corriente de

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Los Estados laicos de hoy se verán desafiados por otras alternativas de reorganización de los significados para la vida de las personas. Lejos quedará, entonces, la posibilidad de superar o menospreciar a la religión como algo ajeno a la humanidad. pensamiento desde que alcanzó el poder en varios de nuestros países. En México, donde una nueva forma de dictadura reemplazó a la que controló al país durante más de 30 años, se dio una especie de “concordato” entre el Estado y la Iglesia, en el entendido de que los religiosos no tendrían cabida en la construcción de los proyectos nacionales y sí el suficiente espacio para su práctica, siempre y cuando no trataran de interferir en las grandes decisiones. Esta situación terminó en la década de los 90, cuando las iglesias fueron reconocidas, por fin, como “asociaciones religiosas”, lo que despertó la ambición de sus jerarquías o les recordó lo que había quedado adormecido por casi 70 años acerca de la función que podían desempeñar en el ámbito sociopolítico. Para el catolicismo esto no fue ningún problema, pues sus brazos armados y partidarios nunca dejaron de buscar el poder, o al menos, de resistir las iniciativas y acciones que veían como lesivas para sus intereses. Pero para las iglesias evangélicas eso fue una completa novedad, pues por doquier surgieron proyectos, planes y programas de acción que, inocente o astutamente buscaban tener influencia efectiva sobre la marcha del país. La candidatura o el ascenso de antiguos religiosos al poder (como ha sucedido en Haití y Paraguay) plantean nuevas exigencias para la manera en que se experimente la laicidad en los países latinoamericanos. Y la dinámica particular de cada uno conducirá a escenarios en donde aquélla deberá dar lo mejor de sí, pues luego de 200 años de esfuerzos por crear infraestructuras sociales, políticas y culturales, los referentes de la laicidad seguramente se multiplicarán para dar cabida a otras expresiones no sólo de la religiosidad sino también de la irreligiosidad, el agnosticismo y la búsqueda de sentido, propias de mentalidades en constante cambio y desarrollo. Los Estados laicos de hoy se verán desafiados por otras alternativas de reorganización de los significados para la vida de las personas. Lejos quedará, entonces, la posibilidad de superar o menospreciar a la religión como algo ajeno a la humanidad, pues ésta seguirá transformándose sin atisbar con suficiente claridad lo por venir. SV

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Tenemos esperanza

Porque Él entró en el mundo y en la historia; porque Él quebró el silencio y la agonía; porque llenó la tierra de su gloria; porque fue luz en nuestra noche fría. Porque nació en un pesebre oscuro; porque vivió sembrando amor y vida; porque partió los corazones duros y levantó las almas abatidas. Por eso es que hoy tenemos esperanza; por eso es que hoy luchamos con porfía; por eso es que hoy miramos con confianza, el porvenir en esta tierra mía. (Federico Pagura/Homero Perera)

El Consejo Latinoamericano de Iglesias desea a toda la comunidad cristiana del continente una Navidad plena de significado y un bendecido año nuevo. S i g n o s

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