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HYPERTECHNOLOGICAL CULTURE FROM HOMO SAPIENS TO TECHNO SAPIENS ....................................... 8 SCREEN CULTURE I ................................................................................... 13 SCREEN CULTURE II .................................................................................. 19 DIGITAL BREAKTHROUGH DIGITIZATION OF THE WORLD ............................................................... 30 GENERALIZATION OF ELECTRONIC OBJECTS FOR PRIVATE USE ....... 34 HIPPIE CULTURE AND “LIBERATION THROUGH THE PC”.................... 37 MINIATURIZATION AND NEW CORPORALITY ...................................... 41 INTERNET, A NETWORK STRUCTURE ...................................................... 46 THE UNIVERSALIZATION OF SMARTPHONE, OR THE END OF THE DIGITAL REVOLUTION ................................................................ 50 IDENTITY AND RELATIONSHIPS IN THIS NOISY ERA SEXUAL TRANSFORMATIONS, ELECTRONIC SENTIMENTAL BUSINESS .................................................. 64 NETWORKS: THE PATTERNS OF LIFE ......................................................................... 100
HYPERTECHNOLOGICAL CULTURE
by GILLES LIPOVETSKY
and JEAN SERROY
FROM HOMO SAPIENS
TO TECHNO SAPIENS
Nada, sin duda, ilustra mejor la idea de cultura-mundo que el universo tecnocientífico, en la medida en que es, fundamentalmente, como ha señalado Jacques Ellul, un fenómeno totalizador y universal. La técnica ha invadido ya todo el planeta y se extiende a todos los dominios de la vida, interviene en lo infinitamente grande y en lo infinitamente pequeño, y no produce solamente máquinas, se apodera del ser vivo que es capaz de modificar tanto como de la información que procesa y difunde en la instantaneidad de las redes electrónicas. En ese sentido hay un auténtico universalismo técnico. Una técnica que es la misma en todas partes, que se sirve de los mismos símbolos y el mismo sistema de valores (máxima eficacia, racionalidad operativa, cálculo de todo). Y es a ella a la que se recurre para mejorar la vida y remediar los desastres que causa el tecnomundo: ya no es la política lo que debe cambiar la vida es la alta tecnología y su infinita demiurgia. La técnica, que antes estaba englobada en civilizaciones de las que formaba parte, se ha vuelto elemento estructurador que se infiltra en todas las dimensiones de la vida social, cultural e individual: ya nada escapa a la Técnica a la que hay que adaptarse continuamente y que se impone como estilo de vida modo de pensar, conjunto de símbolos. “La técnica trae consigo formas de ser, de pensar y de vivir para todo el mundo. Es cultura global, es síntesis.”¹ Al mismo tiempo, la técnica despierta toda una serie de sueños. Desde Bacon y Descartes, los Modernos han depositado grandes esperanzas en el progreso de las ciencias y las técnicas, que en teoría deben mejorar continuamente la vida de las personas. La fe en la capacidad de la razón y de la técnica ha nutrido el dogma del progreso inevitable, lineal e infinito. Gracias a la ciencia y a la técnica, es necesario que el futuro humano sea mejor: la andadura de la razón traerá poco a poco la prosperidad económica, el retroceso de los 1.
Jacques Ellul, Le Système technicien (1977), Le Cherche Midi, 2004, p. 202.
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prejuicios, el progreso de la moralidad, la justicia y el bienestar de todos. La modernidad es inseparable de este optimismo tecnológico, de este humanismo prometeico. Aunque este imaginario de la modernidad está muy deteriorado, no ha desaparecido en absoluto, ya que las innovaciones en las técnicas de la vida y la información han revitalizado la ideología tecnofílica. La esperanza de un futuro glorioso ha recuperado el ímpetu gracias a la revolución de las biotecnologías, la bioquímica, las nanotecnologías y la microelectrónica. La alta tecnología se presenta además como promesa de salud perfecta, eterna juventud conocimiento para todos, autómatas domésticos a nuestra entera disposición.² Según la corriente “transhumanista”, la unión de la genética, la robótica y las nanotecnologías permitirá transformar incluso la definición del ser humano, por una mutación sin precedentes que enriquecerá su capacidad fisiológica e intelectual: llegará el día en que aparecerá el cyborg y el homo sapiens se habrá convertido en tecno sapiens. Al mismo tiempo que ilustra el imperio de la razón, la espiral de la alta tecnología no deja de generar una muchedumbre de mitos y nuevas utopías. Sin embargo, desde 1945, la confianza en la técnica no ha hecho más que erosionarse a causa de toda una serie de fenómenos y catástrofes.³ Sin entrar en detalles, recordemos solamente Hiroshima y la amenaza de guerra nuclear, los accidentes en centrales nucleares (Chernóbil) y en industrias químicas y
Lucien Sfez, La Santé parfaite, Seuil, 1995 (La salud perfecta, Prometeo, Buenos Aires, 2009); David Le Breton, L’Adieu au corps, Métailié, 1999 (Adiós al cuerpo, La Cifra, México, 2007. Para las críticas de la idea de progreso desde fines del siglo xix, véase Pierre-André Taguieff, L’Effacement de l’avenir, Galilée 2000.
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farmacéuticas; la proliferación de cánceres relacionados con la radiación y la contaminación industrial; la ingeniería genética (clonación, transgénicos) y los métodos de reproducción asistida, que han resucitado el miedo a la eugenesia y al “mejor de los mundos”; la degradación de la ecosfera, el agotamiento de los recursos naturales, la decadencia de la biodiversidad, el calentamiento planetario. Fenómenos que han contribuido a reemplazar la religión del progreso por la problemática del “desgaste del progreso”. Así se propaga la idea de que la huida hacia delante de la tecnificación del mundo, lejos de mejorar la condición humana, la empuja hacia el abismo, por no decir hacia el apocalipsis. Tras la primera modernización, la de la sociedad industrial, ha venido una modernidad reflexiva, en el marco de una civilización cargada, pero no ya de amenazas localizadas, sino de amenazas globales y transnacionales que pesan sobre la naturaleza, la salud y la alimentación. Esta tendencia de los miedos y las amenazas a la globalidad y a la universalidad es lo que caracteriza eso que Ulrich Beck llama “sociedad del riesgo”.⁴ En suma, muchos de los que dan la voz de alarma satanizan menos la técnica que su diabólico maridaje con el liberalismo económico. Porque esta alianza comporta un productivismo desenfrenado, un derroche frenético y una comercialización ilimitada así, a merced del mercado, la técnica ha puesto la Tierra “en peligro de muerte”. Frente a esta dramática situación se alza el principio de proteger el “patrimonio de la humanidad”, el triunfo de los valores ecológicos, la necesidad de un “contrato natural” que frene la “locura” tecnocomercial. Unos piden Ulrich Beck, La Société du risque, Aubier, 2001 (La sociedad del riesgo, Paidós, Barcelona, 1998).
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que se reconozca el valor intrínseco de la naturaleza, la obligación moral de conservar la existencia de la humanidad a largo plazo. Otros, muy minoritarios, predican, como hemos visto, el contramodelo del “posdesarrollo”, alegando que el crecimiento infinito es incompatible con este mundo finito y que el hiperconsumo actual tropieza con los límites del planeta. La mayoría cifra sus esperanzas en un consumo responsable y un “desarrollo duradero” que concilie economía y ecología. La alta tecnología despierta desconfianza en razón de sus efectos destructores no sólo sobre el ecosistema, sino también sobre el mismo ser humano en sus relaciones con el cuerpo, la experiencia sensible y los demás. Así, varios autores sostienen que Internet es un peligro para el vínculo social, en la medida en que, en el ciberespacio, los individuos se comunican continuamente, pero se ven cada vez menos. El universo alto tecnológico aparece así como una máquina de desocializar, desencarnar y perturbar los placeres que destruye tanto el mundo sensible como las relaciones humanas tangibles.
En esta era digital los individuos llevan una vida abstracta e informatizada, en vez de tener experiencias juntos. Enclaustrados por las nuevas tecnologías, se quedan en su casa como crisálidas insularizadas. Al mismo tiempo mientras el cuerpo deja de ser el asidero real de la vida, se forma un universo descorporeizado, desensualizado, desrealizado: el de las pantallas y los contactos informáticos. A lo que hay que añadir las aprensiones derivadas de las posibilidades de vigilancia sin precedentes que ofrece la tecnología de las telecomunicaciones, como lo demuestran la multiplicación de las cámaras de videovigilancia en las ciudades y la cantidad incalculable de datos que obtienen los consumidores gracias a la red. De aquí que algunos denuncien la fabricación de un Big Brother electrónico, un universo orwelliano en el que las telepantallas y la red permitirán espiar los menores hechos y gestos de los ciudadanos y los consumidores. Sin embargo, la confianza en la tecnociencia dista mucho de haber desaparecido. Aunque la mitología del progreso
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infinito y necesario se ha venido abajo, no dejamos de esperar y creer en los “milagros de la ciencia” para combatir las enfermedades, vivir más tiempo y con mejor salud: mejorar la condición humana por la aplicación técnica del saber científico siempre tiene sentido. Lo que sucede es que la relación con el progreso se ha vuelto ambivalente, oscila entre la mitificación y el desencanto, el terror y la esperanza: no es la idea de progreso lo que ha fracasado, sino su dogmatización religiosa. En la era hipermoderna, el horizonte de la tecnociencia se ha borrado; por perder la claridad de la que partió, se ha vuelto inseguro y problemático.
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SCREEN CULTURE I Desde el siglo xix, desde que la modernidad entró en su era industrial, comenzó a escribirse una nueva página de la historia cultural, ligada a técnicas que progresivamente han aportado nuevos medios de aprender, comunicarse y entretenerse. Es larga la lista de inventos que, en los siglos xix y xx, mientras el ferrocarril, el automóvil y el avión cambiaban la forma de apropiación humana del espacio ampliaron el campo de la información y la comunicación: la fotografía, el telégrafo, el teléfono, el disco, la radio, la televisión. Pero ninguna de estas nuevas técnicas ha tenido tanto peso como la que dio origen a un dispositivo llamado a ser una de las principales bases de la hipermodernidad —la pantalla— y que se impuso, a caballo entre aquellos dos siglos, como lenguaje representativo de los tiempos modernos: el cine. Con él empieza la primera fase de lo que es realmente una cultura mundo, de la que se presenta como forma prototípica que aporta el modelo y fija el rumbo. Primero porque el cine americano se exporta muy pronto y se ve en todos los continentes. Luego porque su lenguaje se entiende fácilmente en todas partes. Por último, porque el cine crea una figura nueva en el espectáculo moderno, la estrella, que despertará la fantasía de los hombres y las mujeres de todo el planeta. Una invención producida por una fábrica de sueños, Hollywood, que moldea y difunde la imagen de la estrella por todo el mundo como primer gran producto cultural planetario, transmitiendo una seducción y una sublimación que alimentan el imaginario colectivo. Starsystem, entretenimiento, gran espectáculo, renovación permanente, consumo de masas: el sistema está ahí, en su sitio desde la primera mitad del siglo xx, revelando una cultura completamente distinta de la ya conocida. Es evidente que ahí están los barruntos de una cultura mundializada que habla a todos en el mismo idioma, con la sencillez del mínimo común denominador. Este sistema prospera potenciado por otras dos industrias culturales, con las que
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se alterna: la industria del disco y la televisión. El mundo de la música ha salido también totalmente transformado con la evolución de los medios de reproducción y difusión sonora: los viejos rodillos cilíndricos de los comienzos cedieron el puesto al disco de baquelita, que a su vez fue reemplazado por el disco de vinilo o microsurco y luego por el cd. Del fonógrafo al walkman, pasando por el equipo estéreo, la música, otro lenguaje universal que trasciende los idiomas y las fronteras, hace suyo el sistema elaborado por el cine: ídolos planetarios (Elvis, los Beatles...), difusión cada vez mayor, música de moda renovada sin cesar, consumo a la vez individual y de masas, gracias en particular al transistor, al microsurco y, naturalmente, a la televisión. Ésta, que se instala en los años cincuenta, penetra también con rapidez en todos los hogares y el televisor pasa a ser, en todos los países desarrollados, un electrodoméstico básico del confort moderno. Las imágenes en tiempo real, las transmisiones de grandes acontecimientos (coronación de la reina de Inglaterra, Juegos Olímpicos, asesinato del presidente Kennedy) garantizan su penetración planetaria, orquestada por amplias redes de difusión como Eurovisión. Los habitantes del planeta se reúnen cada vez más para escuchar sonidos y ver imágenes que constituyen una base común de informaciones, conocimientos y entretenimiento. McLuhan saca amplias conclusiones del reino de la instantaneidad compartida de las imágenes de la televisión y anuncia el advenimiento de un mundo sin fronteras, la “aldea global”. Aldea mediática, inseparable de una nueva forma de cultura. Creadora de un auténtico lenguaje, la televisión impone el reinado de la imagen directa, vehículo de emociones y conmociones visuales.
Lo que aparece es un modelo cultural inédito que señala el triunfo de la rapidez, la instantaneidad, la publicidad, la distracción permanente y estabilizada. Cultura “mosaico” del zapeo, lo fragmentario, lo insignificante, lo discontinuo, que es compartida por todos los individuos, modela su percepción del mundo, los agrupa en una misma actitud cautiva, los acostumbra al mismo lenguaje, los hace evolucionar haciaese tipo humano desconocido que el cine empezó a modelar: el hombre pantalla, el homo pantalicus.
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Desde los años sesenta y setenta la televisión se ha impuesto como modelo dominante de los medios de comunicación de masas que transmite, a un conjunto indiferenciado de individuos, contenidos idénticos que se reciben simultáneamente. Al mismo tiempo, el nuevo medio transforma el mundo en información: el mundo existe por las imágenes que aparecen en la pantalla, y los individuos lo conocen tal como se deja ver, con la visualidad, la jerarquía, la forma y la fuerza que le da la imagen. La televisión cambia el mundo: el mundo político, la comunicación política, la publicidad, el ocio, el mundo de la cultura... Hoy no existe más que lo que se ve en televisión, lo que ve la masa, lo que todos comparten. Es el triunfo de la sociedad de la imagen y sus poderes: el tragaluz que da al mundo y que, lejos de la oralidad primitiva y de la cultura escrita, lo encuadra y le da forma con el enfoque, radicalmente nuevo, a la vez seductor y uniformador, con que nos lo muestra.
Primer largometraje estadounidense en 3-D, en color. J. R. Eyerman, para la revista Life, 1952. Otra fotografía de esta serie fue utilizada como un símbolo de alienación bajo el capitalismo, para la portada estadounidense del libro de Guy Debord, The Society of the Spectacle (1973).
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Mashall McLuhan (1911–1980), conocido por la expresión: ”el medio es el mensaje”.
SCREEN
CULTURE II
Desde los años ochenta esta lógica ha cruzado claramente un nuevo umbral: con la proliferación de pantallas, el mundo se ha vuelto hipermundo. A la pantalla de cine original, que ya se alternaba con la pequeña pantalla de la televisión, ha venido a sumarse una nueva clase de pantalla: la del ordenador que, antes máquina pesada para uso de las grandes empresas y las administraciones, casi ha cambiado de naturaleza al hacerse individual y portátil. Gracias a él se ha producido la revolución digital y se ha situado en su lugar el elemento decisivo de esta cultura-mundo de la que es soporte y motor: Internet. Las interconexiones han creado la red —telaraña y tela-pantalla al mismo tiempo— cuyas ramificaciones llegan a los puntos más lejanos del planeta, conectando a los individuos entre sí, permitiéndoles hablar más allá de los continentes, mostrarse y verse en los blogs y gracias a las webcams, crear, vender, intercambiar, incluso inventar una second life. Partiendo de un nuevo lenguaje planetario —el digital— se ha puesto en movimiento toda una tecnología de cuyo incontenible avance, año tras año, mes tras mes, es testigo el siglo xxi.⁵ Las pantallas están ya en todas partes: de las pantallas de bolsillo a las pantallas gigantes, del gps a la BlackBerry, de la consola de juegos a la pantalla ambiental de la pantalla de videovigilancia a la pantalla médica, del visor de la cámara digital al teléfono móvil, que se vuelve a su vez pantalla multifuncional, todas permiten proyectar películas y acceder a Internet, al gps y a la agenda electrónica. Un mundo de pantallas transformado en red-mundo por Internet. La cultura que se instala aquí impone el reino de lo virtual. Esta virtualidad modela la nueva realidad; hoy, incluso las estructuras del trabajo y la economía están en deuda con ella. El ordenador ha penetrado en el mundo de la empresa, la oficina, la actividad comercial y financiera. 5.
En realidad estamos en los comienzos de un movimiento fundamental, comparable a la invención de la máquina de vapor, que señaló el comienzo de la era industrial”, Gérard Berry, Pourquoi et comment le monde devient numérique, 2008.
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Hoy no se hace nada, por muy complicado o diminuto que sea, sin un ordenador por alguna parte. El homo sapiens se ha vuelto homo pantalicus hoy nace, vive, trabaja ama, se divierte, viaja, envejece y muere rodeado de pantallas que lo muestran, cuando es feto, en las ecografías, que desde los primeros meses le ofrecen televisión especialmente concebida para bebés, que le proponen encontrar su alma gemela o compañía de una noche en foros de contactos y que llegan a proponerle que elija su ataúd y su modelo de tumba, si lo desea, consultando los sitios web apropiados y tramitando el pedido. La economía, la sociedad, la cultura, la vida cotidiana, todas las esferas sufren la remodelación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación: la sociedad de las pantallas es la sociedad informativa. La era de la todopantalla no sólo genera una cantidad ilimitada de imágenes y datos continuos en una multitud de soportes nuevos, sino que viene con una comunicación interactiva y producida por los propios individuos. El Acto I de las pantallas fue el de los medios de comunicación de masas, la comunicación unilateral y centralizada; el Acto II es el de los automedios, los intercambios interpersonales y comunitarios, descentralizados y basados en la utilización de Internet. El modelo vertical de la cultura mediática se presenta hoy con un modelo horizontal, con una cultura de todos hacia todos. Hemos pasado de los medios emisores a los medios dialogantes (blogs, foros colectivos, redes sociales) que permiten a los individuos del mundo entero compartir, discutir y entretenerse sin verse en ningún momento. En esta galaxia comunicativa todo el mundo puede producir contenido, todos pueden ser fotógrafos, videorrealizadores, incluso periodistas que difunden información. Con la red, los periodistas profesionales pierden su antiguo monopolio, ya que las fronteras entre información profesional e información aficionada son cada vez más confusas y fluctuantes. Al mismo tiempo, y por primera vez en cuarenta años, un medio de comunicación ha conseguido, al menos en ciertas categorías de población, reducir el tiempo dedicado a la televisión y a las competiciones. Las últimas generaciones pasan cada vez más tiempo delante de la pantalla del ordenador, abandonando los medios tradicionales de sentido único, en beneficio de las nuevas redes de comunicación; los blogs
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se duplican cada seis meses y YouTube tiene una audiencia comparable a la de uno de los tres grandes sistemas de la televisión estadounidense. Comienza un nuevo capítulo de la comunicación que es contemporáneo de la fragmentación de los públicos y la erosión de la “omnipotencia” de los grandes medios de comunicación de masas: hemos pasado de la televisión soberana al internauta rey. El Acto II del universo comunicativo posibilita una relación cada vez más individualizada y personalizada con los medios y con la información. En la red se navega de sitio en sitio, de página en página, de vínculo en vínculo, según una arborescencia que se extiende hasta el infinito, libre de las trabas espacio-temporales del libro o el periódico. Pero en sentido paralelo a la supermultiplicación de las fuentes informativas y al desalineamiento individualista, florecen las comunidades virtuales construidas alrededor de un centro de interés común. Una dinámica que no hace sino propinar otro empujón a la escalada hiperindividualista. Nada es hoy más ingenuo que interpretar el auge de las “comunidades afines” como signo de un retroceso del proceso de individuación. Pues éstas no existen sino por la elección libre y subjetiva, reversible y emocional de individuos desvinculados que entran y salen de estas plataformas digitales de ocio en lo que se tarda en pulsar el ratón, sin ningún compromiso duradero o institucional. El hiperindividuo es un consumidor que va de compras por todas partes, pero que está también interconectado, “ramificado” permanentemente en redes que son auténticas comunidades en las que los internautas sólo se manifiestan con seudónimo o bajo la forma de avatares. Se busca menos un vínculo comunitario que la embriaguez de los contactos y las “amistades” renovados sin cesar, el contacto infinito, la apertura a des todas las posibilidades y a los encuentros, el juego con la propia identidad, “otra vida”. La explosión de las comunidades virtuales es ante todo expresión de la hipertrofia demasiado real de la individuación. Por un lado cuesta no advertir la dimensión profundamente narcisista de estos intercambios on line que muchas veces consisten sólo en hablar de nosotros mismos, en darnos a conocer, incluso en desnudar en ocasiones los aspectos más íntimos de nuestra vida privada. Pero por otro existen
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también nuevos deseos de compartir, expresarse y participar, que dan una imagen menos reductora del individuo actual, que se ve como poseído por una furia consumista: el individualismo hipermoderno no es sólo consumista, es también expresivo, dialogante, participativo, y pide interacción múltiple. Si el consumo funciona a menudo como consuelo de las desgracias de la vida, el nuevo tropismo comunicativo revela por su parte las insatisfacciones de la vida “pasiva”, absorbida por el consumismo. Este universo de la pantalla y la informática, que afecta a toda la vida de los individuos y la transforma en profundidad, modifica concretamente la utilización de los sistemas tradicionales de acceso a la cultura. El iPod que llevamos con nosotros pone a nuestra disposición toda la música del mundo; los viajes por los museos virtuales permiten realizar mal que bien ese museo imaginario del que hablaba Malraux; ninguna necesidad ya, gracias al dvd, a las descargas, al teléfono móvil, de ir al cine para ver películas. En cuanto a la lectura, las bibliotecas virtuales ofrecen un catálogo de artículos y libros informatizados que crece de un día para otro, antes de que el libro electrónico, que ya existe, se convierta en producto corriente, del mismo modo que los periódicos actuales, ya informatizados, permiten escribir los artículos en portátiles y táctiles que abultan lo que una calculadora de bolsillo. El mundo pantalla ha deslocalizado, desincronizado y desregulado el espacio-tiempo de la cultura.
Tocamos aquí, con la formidable hinchazón de la esfera informativa, un aspecto problemático de la cultura-mundo. Hasta hace poco la cultura se desplegaba en el orden de lo finito y lo escaso; en la era hipermoderna estamos en la hipertrofia y la multiplicación hasta el infinito. En el ciber-mundo hipertélico, el usuario tiene acceso inmediato a una información desmesurada, desordenada y sin clasificar; es libre de ir por donde quiera, de aprender, de mirar, de trazarse un camino personal. El problema es, naturalmente, saber ejercer esta libertad en las condiciones nuevas de un sistema superdesarrollado, una Pantallópolis que algunos temen que se transforme en sistema totalitario, en la Metropolis de Fritz Lang, que esclaviza a los individuos en vez de liberarlos.
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Robot Maria (arriba) y Brigitte Helm en el set (abajo), Metropolis de Fritz Lang, 1927.
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La libertad no está amenazada en Occidente por el déficit, la censura o las limitaciones; lo está por la sobreinformación, la sobredosis, el caos que trae la misma abundancia. Lo que nos falta no es información, que nos desborda; lo que no tenemos es un método para orientarnos en esta sobreabundancia indiferenciada, para situarnos a una distancia analítica y crítica que le dé sentido y coherencia. Aquí tenemos una de las grandes apuestas de la cultura-mundo: cómo educar a los individuos y formar espíritus libres en un universo que rebosa información.
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DIGITAL BREAKTHROUGH
From
“Augmented Reality”
´ by ERIC SANDIN
DIGITIZATION
OF THE WORLD
“La verdadera justificación de la recolección de datos a gran escala es que permite extraer conclusiones y, sobre todo, evaluar con precisión los acontecimientos presentes y por venir, podíamos leer en 1934 en la revista de la filial alemana de ibm.”⁶ En su origen, la informática se ocupó, prioritariamente, de la elaboración de protocolos con ayuda de mecanismos ad hoc, como aquel que permitió, en su momento, la indexación selectiva y el fichaje de poblaciones por parte de los nazis usando las máquinas Hollerith, nombre del inventor de la tabuladora electromecánica, o incluso la tarjeta perforada, utilizada tiempo antes en el censo de los Estados Unidos a fines del siglo xix. Aunque es incierto aislar un único evento fundacional y fechar con exactitud su momento inaugural, la informática cobra impulso inicialmente a partir de la necesidad de satisfacer nuevas misiones de vocación administrativa, primero, y militar, después. La voluntad de operar un tratamiento automatizado de grandes masas de datos para explotarlas en función de objetivos determinados condiciona la génesis de la ciencia electrónica.
Se reconoce la ambición liminar de crear dispositivos ya no productores de bienes, sino concebidos para exceder nuestras facultades mentales de cálculo y memorización gracias a procedimientos armonizados y eficaces de codificación, de clasificación y de conserva de las informaciones. Un vínculo trunco asocia la génesis de la computadora con ciertos artefactos. Así, confunde, en parte, causa y efecto, y oculta la motivación primordial de elaborar sustitutos cognitivos superiores que operen de acuerdo con medidas y velocidades de procesamiento “sobrehumanas”. Se trata de la voluntad histórica de establecer una administración más precisa de las poblaciones, de cartografiar de modo eficaz 6.
Edwin Black, IBM y el Holocausto, Buenos Aires, Editorial Atlántida, 2001.
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sus componentes y sus fluctuaciones, y de conservar los archivos fácilmente accesibles bajo la forma de glosarios computarizados. Esta práctica emergente se diferencia luego para responder, durante la Segunda Guerra Mundial, a la necesidad de apuntar mejor a los aviones de combate desde el suelo con procedimientos de evaluación automatizada de sus trayectorias, operación que los humanos son incapaces de llevar a cabo de modo fiable y en “tiempo real”. Fue incluso esta disposición tecnológica la que permitió descifrar en la misma época algunos mensajes enemigos. El proyecto Enigma, dirigido por Alan Turing, no está asociado con una máquina particular, sino que remite al nombre de un propósito determinado que requería la concepción de desarrollos matemáticos combinatorios efectuados por un sistema electromecánico capaz de interpretar él mismo los léxicos codificados que utilizaban las fuerzas de mando alemanas. Al término de la Segunda Guerra Mundial, una exigencia imperiosa de erigir una extensión cognitiva externa impulsó el desarrollo de máquinas más potentes y aún más maniobrables, de acuerdo con un ritmo de perfeccionamiento favorecido por dos factores mayores. En primer lugar, la fuerte expansión económica posterior al conflicto obligó a concebir arquitecturas computacionales destinadas al sector bancario, que fueran aptas para gestionar, de manera más eficaz y sencilla, volúmenes de capital que se habían vuelto considerables, y que necesitaban principios confiables de seguimiento para movimientos de cuentas de millones de clientes. Como parte de la misma dinámica progresivamente se generalizó el uso de procedimientos electrónicos encargados de racionalizar diversas actividades empresariales: gestión de personal, de los stocks, de la contabilidad, y se introdujeron máquinas y prácticas nuevas en los espacios profesionales, emblemáticos en un mundo en brusca mutación, como ilustra Playtime (Jacques Tati, 1967). Luego se sucedieron los proyectos de conquista del espacio a comienzos de los años 60, que favorecerían la puesta a punto de sistemas robotizados concebidos para asegurar el buen mantenimiento de las trayectorias programadas y para controlar situaciones complejas o riesgosas. Estos avances hicieron posible el acontecimiento histórico de la nave Apolo 11 (ocurrido en 1969, contemporáneo de la
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La computadora digital moderna surgió durante la Segunda Gerra Mundial, siendo la patente concedida al ENIAC, Electronic Numerical Integrator and Computer, constituido por más de 18000 válvulas cuya programación se realizaba manualmente. En 1946 el ENIAC ocupaba un área de 72 m².
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realización de 2001: Odisea del espacio, de 1968) y suscitaron un “salto tecnológico” cuyas grandes ganancias, producidas por los equipos creativos de la nasa serían explotadas luego, de múltiples maneras, por el complejo militar-industrial estadounidense. Se instauraron grandes estructuras informatizadas que conquistarían las prácticas impositivas, de seguridad social, de reserva de viajes aéreos, hoy en pleno auge, que requieren la manipulación de masas crecientes de datos. Surgieron usos burocráticos y logísticos que continuamente hacen conmutar facultades humanas y artificiales. A diferencia de los obreros de la Revolución Industrial, los asalariados de la “era electrónica” ya no son necesarios para activar, de acuerdo con un único sentido, máquinas con capacidades de producción supe extendidas fruto de una alimentación continua de energía y una sucesión especializada dispuesta en cadena (división fordista). De ahora en más, los asalariados están destinados a lograr que se prolongue una parte del trabajo mediante los procesadores, ya no para realizar una tarea final, sino para operar tratamientos informacionales según medidas que exceden la capacidad de abstracción de las personas, inaugurando una forma de complementariedad cognitiva que indefinidamente cerebros humanos y cóm putos automatizados. Si bien las máquinas-herramientas no se eclipsarán por la fuerza de este movimiento histórico, se articularán en adelante con sistemas de cálculo que ayudarán a configurar un “universo paralelo”, menos masivo o más soft, puesto que operan ya no en fábricas equipadas con enormes máquinas de acero, sino en oficinas donde se integran instrumentos a escala cada vez más pequeña, contribuyendo a edificar una nueva era del trabajo. Esta era tiende a la racionalización de la actividad manufacturera, a la oferta de servicios y a la capitalización de la información cuyo mismo nombre señala la emergencia de una etapa sucesiva: el sector terciario, que también puede ser entendido como la entronización de un tercer término, que combina, según modalidades inéditas, organismos biológicos y artificiales.
GENERALIZATION OF ELECTRONIC OBJECTS
Macintosh personal computer ad, Newsweek Magazine, 1984.
FOR PRIVATE USE
El segundo movimiento de la informática, el que fue reuniendo de modo progresivo las condiciones de una “revolución”, coincide con la concepción de objetos para uso tanto profesional como privado, orientados principalmente hacia actividades de gestión y escritura. La producción en serie de computadoras personales marca el apogeo de la “condición digital”, que permitió, dentro de un mismo conjunto compacto, la manipulación de informaciones visibles sobre una pantalla y controlables vía un teclado, al que se le agregó luego un mouse para efectuar operaciones de procesamiento en vista de la elaboración y conservación de documentos. Conocemos la importancia de dos compañías en esta genealogía: Microsoft y Apple. La primera se enfocó, prioritariamente, en el software, es decir, en el alineamiento de secuencias de códigos destinadas a realizar tareas específicas a través de comandos accionados por el usuario y ejecutados en “tiempo real”. La segunda privilegió el hardware, un instrumento tangible pero revestido de ductilidad que favorece la comodidad de utilización gracias a principios ergonómicos e interfaces simples o “intuitivas” que condicionarían una serie de innovaciones basadas en una mayor inteligencia para vincular objetos y usuarios, según los ejes fundacionales y cardinales que orientan la trayectoria ejemplar de la empresa hasta el día de hoy. La industria de los videojuegos se infiltrará más tarde en las pc, aprovechando los procesadores cada vez más potentes para “mundos virtuales” que se modulan de acuerdo con las órdenes de los jugadores, inaugurando nuevas relaciones “hombre-máquina” que se establecen sobre principios de comprensión y de reactividad inmediatas. Desde mediados de la década de 1970 hasta fines de los años 80, asistimos a la penetración expansiva de las computadoras tanto en los hogares como en el mundo empresarial, aunque aseguran un espectro de actividades todavía restringido. Estas funcionalidades se multiplicarán en lo sucesivo
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por la fuerza de un doble impulso. Primeramente, por la proyección sostenida de nuevos programas, en especial gráficos, que inauguran la concepción de asistencia garantizada por la computación automatizada. Luego, por la digitalización —además de la digitalización de la escritura, ya iniciada— de otro régimen: el sonido inicialmente perceptible no en el interior de la pc, sino a través de un cd destinado a ser leído por un láser. Después, estas posibilidades se hicieron más amplias, fruto del poder de reducción digital en la dimensión icónica, que permitió la toma de imágenes fijas y de video mediante cámaras fotográficas y de las otras, así como su manipulación con aplicaciones específicas. Este movimiento técnico-cultural mantuvo un curso ininterrumpido debido a la producción masiva de máquinas dotadas de capacidades cada vez más potentes y que se venden a menor costo. Se trata de la formación de una convergencia entre campos simbólicos hasta el momento disociados por el hecho de sus modalidades estructurales diferentes, y que muestra la disposición de la electrónica a conjugar, bajo un mismo sistema de explotación, o en un mismo “universo”, “constelaciones” heterogéneas.
Es la puesta en equivalencia cada vez mayor entre segmentos de la realidad y códigos cifrados, que junto con la potencia invariablemente amplificada de los procesadores, contribuyen poco a poco a modificar la naturaleza de los usos cotidianos, profesionales y privados. Si ya se habían reunido abundantes parámetros para metamorfosear duraderamente las condiciones de existencia, faltaban aún dos factores fundamentales, de alguna manera “complementarios entre sí, que harían históricamente posible el advenimiento de una “revolución global”, o sea, la redefinición, en un tiempo circunscripto, de numerosos paradigmas que regularon hasta entonces una configuración dada.
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HIPPIE CULTURE
AND “LIBERATION THROUGH THE PC”
Un video de estética sofisticada expone sucesivamente las imágenes de un mapa digital de la Tierra salpicado de círculos azules luminosos que señalan las grandes capitales, rostros de niños felices, automóviles de diseño contemporáneo o casi futurista, pantallas omnipresentes en la vida cotidiana, y cada imagen evoca, tanto por su naturaleza como por el efecto de su encadenamiento, un mundo sin asperezas y fluido, que parece disponible para todos. Las secuencias están acompañadas de una voz amable que enuncia en un tono naturalmente optimista: “El mundo cambia, nos abre nuevos horizontes, nos inspira para concebir nuevas tecnologías: tecnologías que nos conectan intuitivamente con todo lo que nos importa; tecnologías que vuelven todo más liviano, más eficiente, más dinámico; tecnologías que transforman la movilidad eléctrica en una experiencia única; tecnologías visionarias que enriquecen nuestras vidas. Así es como damos forma al futuro, con el avance por medio de la tecnología”.⁷ Este clip publicitario expresa una fe sin matices respecto de la tecnología, sus poderes benéficos, sus virtualidades infinitas, su aptitud in fine para mejorar el derrotero del mundo. El énfasis, marcado por acentos ingenuos y sostenido claramente por la dimensión comercial del mensaje, da testimonio de manera indirecta de un modo de percepción que se ha ido constituyendo durante las últimas tres décadas, invariablemente y sin previo aviso. Si los Años Dorados estuvieron signados por un tipo de entusiasmo por aquello que entonces se llamaba “Progreso”, lo que se celebraba, sobre todo entonces, eran las formas de vida inducidas: el confort doméstico producto de los electrodomésticos, la movilidad gracias al automóvil, el ocio mediante la televisión, los cines, los parques temáticos... La apreciación de los efectos primaba sobre las causas, que remitían generalmente a innovaciones tecnológicas, pero que quedaban relegadas a 7.
“L’avance par la technologie Audi 2012”, en www.youtube.com/watch?v=_ffT6IXvLY8.
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un segundo plano, dado el horizonte de una existencia feliz que se prometía, en teoría, a cada cual. En la década de 1980, se produjo una especie de inversión con el advenimiento expansivo de lo digital, por acordarse la prioridad al “fundamento”, emblemático en la figura de la computadora personal, de un nuevo tipo de exaltación que ya no se vinculaba con la supuesta intensificación de la calidad de vida, sino con la cosa misma. Era la admiración por un objeto precisamente “virtual”, que entraba al hogar al que había que entender no en su dimensión habitual, sino en relación con sus capacidades en germen. Como se pudo presentir pronto, inauguraba, sin decirlo exactamente, una realidad destinada a ser transformada de modo radical a través del incremento indefinidamente abierto de su potencia. Este sentimiento se vio favorecido por el tamaño relativamente modesto del aparato, inversamente proporcional a la incalculable suma de promesas que develaría con tiempo. En el interior de esta tensión entre la presencia de un dispositivo con capacidades aún limitadas, pero continuamente ampliadas, año tras año, y la conciencia de una infinidad potencial, ha tomado forma, en principio entre los iniciados y luego en la sociedad entera, una relación casi deslumbrada con la computadora y, más ampliamente, con las tecnologías digitales. Fue en 1986, cinco años después de dejar Dartmouth, cuando los ordenadores entraron en mi vida de verdad. Ante el estupor de mi mujer, gasté casi todos nuestros ahorros, unos 2000 dólares, en uno de los primeros Macintosh de Apple, un Mac Plus provisto de un solo megabyte de ram, un disco duro de 20 megabytes y una pequeña pantalla en blanco y negro. Todavía recuerdo la emoción que sentí cuando saqué la pequeña máquina beige de su caja. La coloqué en mi escritorio, enchufé el teclado y el ratón y presioné la tecla de encendido. Se encendió, emitió un tono de bienvenida y me sonrió mientras ejercitaba las misteriosas rutinas que le daban vida. Me enamoré.⁸
Este entusiasmo sucedió a un período de rechazo de la técnica inmediatamente anterior, que predicaba una forma idílica o rousseauniana de “volver a las fuentes”, se 8. Nicholas Carr, Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Barcelona, Taurus, 2011.
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Steve Jobs y computadora Apple II (1977). Primera serie de microcomputadoras de producción masiva hecha por la empresa Apple Computer.
manifestaba en contra de la opulencia generalizada y del supuesto envilecimiento consumista, y estaba plenamente en acto a partir de la “primavera planetaria” de 1968. A comienzos de los años 70, en simultáne con el movimiento hippie y su rápido declive, se gestó una especie de ramificación imprevista que arrastró a muchas personas que, en un inicio, se vieron llevadas por esos movimientos difusos hacia el mundo de la informática, donde algunas de ellas contribuyeron en cuerpo y alma, gracias a una pasión naciente, a provocar una inflexión en el curso de la historia. La California soleada, poblada de cuerpos que surfeaban en libertad las olas del Pacífico y que estaban deliberadamente emancipados de los códigos entonces impuestos por los Estados Unidos puritanos, representará el caldo de cultivo primordial para su desarrollo y su futura expansión planetaria. Si la “cultura pop” y la industria de la electrónica terminaron por cruzar sus destinos, fue porque, a partir de esta alianza, pudo imaginarse una forma menos extática, más razonable o racional, de liberación de los individuos y de dislocación de numerosas ataduras sociales, ya no recurriendo a grandes discursos ideológicos moribundos, sino participando activamente en la elaboración de máquinas y programas capaces de ampliar de modo indefinido el campo de lo posible, a través de caminos menos grandilocuentes o más pragmáticos. Steve Jobs y Bill Gates representan las figuras más emblemáticas de esta singular coyuntura histórica y territorial. Durante los años 70 y paralelamente a otras personas y entidades varias, contribuirían a hacer germinar las condiciones ulteriores de una revolución. Una de las orientaciones que caracteriza esta arqueología fundacional remite a la búsqueda de interfaces fluidas (una preocupación nodal de las investigaciones del Palo Alto Xerox Research Center, que inició, por ejemplo, los íconos gráficos y el principio del “mouse” rápidamente tomado por Apple). O bien, la voluntad de establecer otro vínculo con los instrumentos, que trascendiera el comando estrictamente unilateral y se basara en una interrelación abierta, que llevará, en última instancia, a la primacía cardinal de la interactividad. La emergencia de una relación hombre-máquina apoyada en una sensibilidad intuitiva estructuró muy pronto la informática
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estadounidense, contribuyendo a alentar procesos de reapropiación de los usos de igual alcance transformador que la liberación de los cuerpos inducida por el fenómeno de la portabilidad. La fractura epistemológica ocurrida a mediados de los años 70 corresponde a la disolución progresiva de un acercamiento que se focalizaba, principalmente, en la potencia alienante de las máquinas, para dejar aparecer una fe en un poder no tanto emancipador como individualizante, incluso creativo, alentado por la economía digital, que cristalizarían más tarde los eslogans “Think different”, de Apple, o “Go create”, de Sony. Las prácticas de hacking han mostrado al extremo esta capacidad, virtualmente disponible para cualquiera, de burlar los códigos prefijados usando un proceso de desencriptamiento, de vulneración o fisura de los sistemas; son otras tantas actitudes caracterizadas por el virtuosismo y el deseo de oponerse a una tecnología normada, a fin de elaborar o inventar procedimientos singularizados con un valor que, con frecuencia, fue pionero. En el interior de esta configuración compleja, y en tensión entre la creencia en las virtudes infinitas de la electrónica y el temor respecto de sus poderes, susceptibles de desplegarse en una medida sin equivalencia histórica, se constituyó una percepción posmoderna de la técnica, ya no signada por la inquietud y la amenaza, sino posicionada bajo el sello de una fascinación ambigua.
MINIATURIZATION
Primer modelo del walkman (TPS-L2). Reproductor de audio portátil lanzado al mercado por la compañía japonesa Sony, en 1979.
9.
AND NEW CORPORALITY
En 1979, la compañía Sony lanzó al mercado el equivalente de un “minicomponente” concebido para ser llevado en la mano o en un bolsillo y audible vía auriculares. Tenía el adecuado nombre de “walkman”. Este aparato de configuración casi milagrosa contribuyó a la emergencia de una nueva corporalidad: combinaba la libre circulación con la escucha individual de cassettes de audio elegidos por uno mismo, sin necesidad de estar conectado a un aparato fijo, como sucedía hasta entonces. El dispositivo suscitó un deslumbramiento planetario que confirmó con énfasis la afirmación de Arthur C. Clarke según la cual “toda tecnología lo suficientemente avanzada es indiscernible de la magia”. Si bien el objeto no deriva él mismo de un funcionamiento digital, inaugura en parte el doble fenómeno posmoderno de la movilidad y de la individualización por el hecho de que la portabilidad induce una forma de liberación del cuerpo, en este caso no de orden sexual, pero sí basada en el incremento de la autonomía o del “campo personal de acción”. “No sería exagerado decir que la cualidad de una simple aguja expresa el grado de perfección de la industria de una nación.”⁹¿Qué decir, entonces, de esta “pequeña maravilla” que condensa y exalta un modo del ingenio japonés que sabe explotar el valor de lo minúsculo y explorar la riqueza virtual propia de cada fragmento de las cosas? Es una facultad cultural que ha participado en gran medida en el movimiento industrial decisivo de la segunda mitad del siglo xx, es decir, la miniaturización creciente de los objetos y los chips electrónicos, que favoreció la expansión rápida y continua de la economía digital. Esta dimensión ha sido a menudo ocultada porque se ha focalizado en la potencia de las máquinas de cálculo. Sin embargo, esta capacidad para integrar componentes y funcionalidades heterogéneas en el interior de un mismo
Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos, op. cit.
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conjunto compacto hizo particularmente posible la conquista espacial: Todo comenzó en los años 1950 con el lanzamiento del Sputnik: la demora de los estadounidenses en el lanzamiento de cohetes reveló agudas necesidades en materia de miniaturización, y la nasa, como los militares, se convirtieron en ávidos consumidores de circuitos integrados. Los chips pronto formaron parte de las bombas inteligentes y las cabezas de los misiles rastreadores.¹⁰
La reducción física de componentes invisibles o de superficies tangibles que estimularía, de manera oblicua pero decisiva, la emergencia de un nuevo nomadismo humano se intensificó por la multiplicación y la densificación concomitantes de las redes de transporte. Fue el advenimiento de la edad de oro de la industria del automóvil, en el transcurso de los años 70; fue la extensión de las líneas de metro intra y extraurbanas en las grandes metrópolis; fue la implementación de líneas de alta velocidad (el tgv francés entró en servicio en 1981); fue la expansión del transporte aéreo de masas, favorecido, en particular, por los grandes aviones de larga distancia (principalmente, el Boeing 747, de 1969) y la desregulación del cielo en los Estados Unidos una década más tarde, extendida luego a muchas líneas internacionales. Otros tantos fenómenos casi simultáneos se beneficiarían con las potencialidades ofrecidas por la industria electrónica y contribuirían a instaurar una nueva movilidad global basada en ecuaciones espacio-temporales condensadas. Este fue un gran movimiento, también perceptible, de otra manera, en la aparición contemporánea del skateboard y del surf como deportes que exhiben cuerpos súbitamente liberados de ataduras sociales, afirmados en tanto individualidades que se deslizan en total libertad sobre superficies devenidas lisas. El walkman develará multitudes urbanas compuestas ya no de siluetas anónimas y homogéneas, sino de individuos que se apropian de las virtualidades de una música singularizada y nómade. Esta dimensión se hará más radical debido al advenimiento simultáneo del teléfono 10. Daniel Crevier, Inteligencia artificial (1993), Madrid, Acento, 1996.
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El Sputnik 1 fue el primero de varios satélites lanzados por la Unión Soviética, en 1957. Le siguió el Sputnik 2, como el segundo satélite en órbita y también el primero en llevar a un animal a bordo, una perra llamada Laika.
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móvil y la conexión en red universal a mediados de los años 90, condicionada en los hechos por el incremento del poder de inteligencia adquirido por la técnica, que generó en el mismo giro un brusco “umbral de autonomía” para ganancia de las personas. Unos quince años más tarde, se produjo una ampliación del fenómeno que ocurría con el walkman mediante la introducción de la telefonía móvil, que permitió la comunicación ubicua, sin atadura con ningún sitio fijo, desde casi todos los puntos de un territorio. Fue una nueva adquisición de la corporalidad, ya no replegada en un uso personal y privado, sino que favoreció nuevas prácticas relacionales indiferentes a la sacralidad del hogar o oficina, y concedió virtualmente a cada ser un radio de autonomía acrecentado aún más por su aptitud para estar indefinidamente vinculado con otros a través de la palabra. La llegada del “artefacto exclusivo” disolvió la necesidad histórica de compartir instrumentos comunes en el círculo familiar o profesional, en beneficio de un nuevo tipo de relación entre objeto y usuario únicos, destinados” exclusivamente el uno al otro.
La magia de la tecnología digital, a través de una exaltación continua de la miniaturización, ha participado en gran parte del desarrollo de un fenómeno social y cultural de individualización, perceptible en el número personal de teléfono. Estos aparatos proliferan de manera exponencial en toda la superficie del planeta y crean multitudes compuestas de singularidades, todas identificables y accesibles. En el mismo movimiento, y con más de veinte años de diferencia, la invención inicial de Sony se transformó en un reproductor de música digital: el iPod de Apple que amplía sin medida conocida la duración y el volumen de música posibles de ser escuchados, liberándose de la rigidez del cassette de cinta magnética gracias a archivos impalpables que ofrecen el equivalente de las antiguas estanterías de discos de vinilo. La portabilidad de los objetos que la industria electrónica se ha esforzado en desplegar participó, en gran medida, de la emergencia de nuevas prácticas relacionales, profesionales y culturales, que representan así una dimensión más oblicua, pero determinante, de la revolución
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digital, dando testimonio, casi hasta excesivamente, de la indisociabilidad entre innovación industrial y aparición de usos y comportamientos individuales y colectivos inéditos. La intensificación continua de la “autonomización” de los cuerpos constituye no solo uno de los fenómenos decisivos de las tres últimas décadas, sino que ha contribuido a la formación progresiva de una nueva antropología del espacio, que la generalización de la interconexión universal, a fines de los años 90, haría más intensa en virtud del otro elemento determinante de esta mutación global: un salto de la “facultad interpretativa y reactiva” que la tecnología ha dado masivamente.
INTERNET,
A NETWORK STRUCTURE
El advenimiento de Internet confirma el “umbral de autonomización” concedido a los procesadores. Es una dimensión perceptible, en su “faz visible”, por la capacidad que ofrece a los individuos de acceder a volúmenes gigantescos y exponenciales de masas informacionales a través de operaciones manuales mínimas, y aún más, en su “faz intangible”, gracias a la habilidad ahora adquirida por la electrónica para realizar tareas automatizadas de forma integral a la “velocidad de la luz”. Probablemente, nos hemos olvidado hasta qué punto los usuarios se vieron impresionados por la potencia de indexación de motores de búsqueda con funcionalidades en apariencia mágicas, posible dada la generación de robots buscadores diseminados en las redes, suerte de colonias de “criaturas inmateriales” destinadas a deambular a través de los corpus con la finalidad de hacerlos fácilmente localizables. La “libertad de iniciativa” otorgada a los códigos, inicialmente discreta, devino hoy manifiesta y estructura la totalidad de la arquitectura de la Red. Se trata de la capacidad de gestionar una gran cantidad de cosas mediante sistemas robotizados que actúan en nuestro lugar, principalmente en virtud de algoritmos complejos que les permiten proceder según márgenes de comprensión y de reactividad que no dejan de aumentar. Es la dimensión demiúrgica de una Web constituida por “estratos autonomizados” que contribuirá a revestirla de un aura casi divina: “Se instalan dos inmensas computadoras, una en Estados Unidos, la otra en Europa. Finalmente comunicamos una con la otra mediante cables transatlánticos. La primera pregunta que se formula es: ‘¿Dios existe?’, y la respuesta es: ‘Sí, ahora’”.¹¹ La doble especificidad inducida por la instauración de la red universal se debe, en primer lugar, a que capitaliza 11. Jean Coulardeau, L’Ordinateur; dernière tour de Babel, París, La Galipote, 2006. Derecha: Escultura de la serie Reticulárea (1969–1982) de Gego. Consiste en una grilla expansiva modular que se despliega en el espacio a través del piso, paredes y techo, dando la bienvenida a los visitantes para sumergirse en la desorientación de la estructura con forma de constelación.
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la duplicación artificial de la “capa matemática” sin limitarse ya a reflejar cada partícula, sino situándose todavía entre los seres y las cosas y entre los seres entre sí; es un estrato patente en las oleadas de cálculos que requiere cada navegación, la lectura de una página o el envío de un mensaje. Depende también de la constitución de un amplio sistema artificial capaz de garantizar por sí mismo un conjunto heterogéneo de tareas, ciertamente gracias a programas y comandos existentes, aun si luego se “libera” a cada instante, por estar configurado in fine para actuar de manera “soberana”. El uso repentino y ubicuo del término “inteligente” a mediados de la primera década de este siglo ha confirmado la expansión de un fenómeno que se encontraba abierto, pero que estaba enmascarado la generación por parte del espíritu humano de una megaestructura multiforme, de cimientos imperceptibles, que obedece a nuestros deseos, elaborada, no obstante, para actuar según márgenes de conducta cada vez más “libres”. Son atributos otorgados debido a la sofisticación algorítmica y los cálculos automatizados que operan bajo volúmenes y velocidades sin medida común con nuestras facultades de abstracción. Es un “régimen binario” que entremezcla sin cesar acciones humanas y electrónicas dentro de una “distribución complementaria” que, está destinada a “equilibrarse” de otra manera. Robotizada de punta a punta, pero en gran medida al servicio de nuestros clics, esta red ha inducido mutaciones de gran amplitud: generalización del acceso a la información, indiferenciación de la localización de las personas, intensificación de los intercambios entre individuos, creación y proposición de una infinidad de servicios inéditos... Estos fenómenos se han desarrollado de acuerdo con una velocidad de penetración “casi igual” a aquella de las transmisiones electrónicas mismas, involucrando un nuevo tipo de entrelazamiento con la técnica, ya no bajo la forma de una influencia histórica cada vez más fuerte, sino exponiéndose como un gran “plasma expansivo” que sumerge en todas partes los comportamientos y las sociedades, según con un fenómeno analizado hace treinta años por Jacques Ellul y que se ha radicalizado desde entonces: “Un grupo humano busca ‘perseverar en el ser’, solo adopta las innovaciones progresivamente y tiende a absorberlas: sin embargo,
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hemos visto que la relación se ha invertido: ahora es la técnica la que engloba y determina las formas culturales, la civilización”.12 Esta configuración se ha intensificado hoy en día por la instauración de una suerte de “condición dual” que combina indefinidamente organismos humanos y flujos electrónicos, y que es visible en su reciente capacidad de incorporarse, en virtud de la extensión de su saber o el poder de su “intuición”, a la vida de cada individuo. Actualmente, esta dimensión se ve exaltada en el smartphone, que en su mismo nombre señala la prioridad ahora otorgada a la inteligencia inoculada en los procesadores, y que es perceptible en la miríada de aplicaciones dirigidas a enriquecer de manera altamente informada la cotidianidad de las existencias. Esta conexión opera de modo virtual y sin discontinuidades, gracias a la magia de un dispositivo que condensa las condiciones generales que han hecho posible la revolución digital, que en adelante remite al pasado porque la sucede una era de naturaleza diferente, marcada por la deducción y la sugerencia algorítmicas geolocalizadas e hiperindividualizadas. Es la instauración de un vínculo ya no de orden estrictamente funcional a la técnica sino que se ofrece como un “depósito cognitivo” virtualmente inagotable e infinitamente superior, ajustado de manera incesante a toda coyuntura espacio-temporal, singular o colectiva.
12. Jacques Ellul, Le Système technicien, op. cit.
THE UNIVERSALIZATION OF SMARTPHONE, OR THE END OF THE DIGITAL REVOLUTION
El smartphone reviste cinco características que exponen una forma de “pico de inteligencia”, lo que testimonia un salto en la historia de los objetos electrónicos.
1.
Permite una conexión espacio-temporal casi continua garantizada por las antenas 3g/4g y la expansión generalizada de “hot spots” wifi en la mayoría de los espacios contemporáneos.
2.
Confirma el advenimiento de un cuerpo-interfaz que instaura otras modalidades de manipulación, que puede ser activado por comando táctil o vocal, y que muy pronto será capaz de interpretar las expresiones faciales y los deseos del usuario.
3.
Se presenta —además de las funcionalidades de telefonía, transmisión de mensajes, lectura de textos, música, fotografía, videos— como un instrumento de asistencia que desarma tendencialmente la navegación en Internet en favor de aplicaciones personalizables para hacer más segura o “enriquecer” la cotidianidad.
4.
Se muestra como la instancia privilegiada de geolocalización, señalando en todo punto la extensión de las virtualidades situadas en esfera inmediata y presente de cada individuo.
5.
Representa, por último, el primer objeto que generalizará, a largo plazo, el fenómeno de la realidad aumentada, al inducir un doble régimen de percepción, aquel directamente aprehendido por nuestros sentidos y aquel simultáneamente alimentado por una miríada de servidores.
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Otras tantas aptitudes superpuestas condensan, con eficacia o magia, atribuciones ya existentes, pero que permanecían hasta el momento dispersas, sumadas a funcionalidades inéditas en un dispositivo que inaugura y emblematiza una cotidianidad ahora destinada a ser “enmarcada” por procesadores intuitivos, y que confirman el atravesamiento de un umbral, o la manifestación de un signo patente revelado a nuestra condición: “el mensaje de cualquier medio o tecnología es el cambio de escala, ritmo o patrones que introduce en los asuntos humanos”.17 Se trata de la integración potenciada de cualidades propias de lo digital cuyas virtudes redefine, operando un desplazamiento desde la liberación del individuo inducida por la portabilidad del walkman hasta el deslizamiento, discreto pero decisivo, hacia su acompanamiento continuo. “El objeto, todas cosas iguales, por otra parte, irá —hacia un volumen menor; —hacia un peso menor; —hacia un menor número de piezas constitutivas; —hacia un menor tiempo de respuesta; —hacia un precio menor”.18 Es una afirmación casi exacta, con la salvedad de que Simondon, en su época, no podía percibir —por focalizar más su atención y sus análisis en la constitución física de los objetos que en la naturaleza de los programas— el incremento del número de líneas de código, superior al millón, que regulan la viabilidad del dispositivo. Es la confirmación ejemplar de un repliegue de lo tangible en beneficio de una prioridad algorítmica. La universalización en curso del smartphone da testimonio del retorno con fuerza de Hal, pero como en una bifurcación, por efecto de una diseminación incluso en los cuerpos que ponen a disposición su potencia cognitiva “sobrehumana” dirigida a todos.
A TOTEMIC LINK
WITH THE TECH
Se produce el retorno de una carga mítica asignada a la técnica que, nuevamente aureolada por un “resplandor sobrenatural” debido a la extensión abismal de sus poderes, se constituye como una potencia de perfiles sagrados, según una dimensión que Jacques Ellul había detectado tempranamente: “No es la técnica la que nos esclaviza hoy, sino lo sagrado transferido a la técnica”.13 Se establece una extraña tensión entre identidad e inconmensurabilidad que emparenta la técnica, en los hechos, con una figura totémica de naturaleza a la vez próxima y lejana. El antropólogo escocés James George Frazer acuña en 1887 la noción de “totemismo”: “Un tótem es una clase de objeto material que el salvaje considera con un respeto supersticioso y medioambiental porque cree que existe, entre él y alguno de los miembros de la clase, una relación íntima y completamente especial”. La orientación está cerca de la relación actual que sostenemos con los artefactos digitales, casi continuamente inscriptos en nuestra realidad cotidiana y, en simultáneo, signados por un tipo de poder mágico. Semejanza y extrañeza entremezcladas socavan la estructura o la antífona clásicas de la alienación por medio de la introducción de un término más indeterminado, superponiendo en un mismo movimiento confianza y fascinación. La dimensión sostenida por el vínculo eminentemente individualizado que nos relaciona con el objeto interconectado supone un nexo privilegiado o exclusivo asociado con una especie de ídolo pagano, que aquí se corresponde exactamente con la descripción que realiza Frazer cuando evoca “una relación íntima y completamente especial”. Esta representación es perceptible, en particular, en la investidura simbólica manifestada respecto del objeto-tótem que constituye el smartphone y, en especial, el iPhone, cuya “revelación inaugural”, luego de una “misa” presidida 13. Jacques Ellul, Los nuevos poseídos, Caracas, Monte Ávila Editores, 1978.
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por Steve Jobs, lo mostraba como una divinidad moldeada en una superficie de metal y vidrio, animada por más de un millón de líneas de código y de virtualidades milagrosas divulgadas por un gurú planetario. Era un relicario que custodiaba fuerzas místicas manifestadas en las aplicaciones, especies de “guías” de nuestras existencias no espirituales, sino signadas por una “potencia de espíritu” en parte infinitamente superior a la nuestra. Es la omnisciencia robotizada de modo milagroso integrada a una unidad miniaturizada que no puede provenir sino de una región celeste, prodigando a cada cual una vida altamente protegida e intensificada por un ángel guardián por completo devoto. Es el aporte de protección y aquiescencia que responde exactamente a las aspiraciones fundamentales de la existencia que determinaba Aristóteles y que, en poco tiempo, habrá contribuido a modificar o invertir nuestra relación ancestral con la techné. Es una nueva mitología de la tecnología, ya no marcada por una potencia física de espíritu prometeico, o incluso por una admiración absorta respecto de mercancías exhibidas a una distancia obligada, sino construida sobre una forma de religiosidad de una nueva era, inspirada por una divinidad inmanente que demuestra de modo permanente su existencia, su fuerza y su gracia a través de la extensión de sus bendiciones prodigadas a diario e indefinidamente experimentadas.