REFLEXIONES TEOLÓGICAS SOBRE EL COVID

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Reflexiones Teolรณgicas

FORMACIร N PERMANENTE 67



Misioneros Claretianos Provincia de Colombia Oriental y Ecuador

Reflexiones

TEOLÓGICAS Sobre el COVID 19

“Dios Participa de nuestro dolor para vencerlo”, y en medio de tanto sufrimiento causado por la pandemia, “Es aliado no del virus” P. Raniero Cantalamesa

Bogotá 2020 1


AUTORES Pablo D’Ors Diego Pereira Ríos Javier Melloni SJ. Toni Bernet-Strahm Tomáš Halík Francisco Cerro José Antonio Pagola Pedro Pablo Achondo Raniero Cantalamessa OFMCap. Juan José Tamayo Prudencio Rodríguez Eduardo de la Serna Yuval Noah Harari Ana María Arón Gideon Lichfield Fernando Savater Comisión Económica para América Latina y el Caribe - CEPAL Juan José Almagro Bill Gates Marco Antonio de la Parra Humberto Maturana Vicente G. Olaya J. Cristóbal Pizarro Aníbal Pauchard

MISIONEROS CLARETIANOS PROVINCIA DE COLOMBIA ORIENTAL Y ECUADOR claretianoscolombiaecuador.org.co Bogotá- Pbx (51) 3421649 Colección de Temas de Formación Permanente CMF-65 EDICLAR 2020


Contenidos Teología 14

Jesús sabe que el mal no tiene verdadero poder sobre este mundo Pablo D’Ors

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Coronavirus: signo de los tiempos para madurar nuestra fe Diego Pereira Ríos

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Diez observaciones sobre la actual pandemia Toni Bernet-Strahm

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El cristianismo en tiempos de enfermedad Tomáš Halík

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Esta pandemia pone a pruebanuestra capacidad de sufrir juntos Francisco Cerro

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Aprender del coronavirus a ser más humanos José Antonio Pagola

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Dios y los virus, una provocación anómala (I) Pedro Pablo Achondo


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Tengo proyectos de paz, no de aflicción Raniero Cantalamessa OFMCap

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La compasión en un mundo desigual y en tiempos de pandemia (1) Juan José Tamayo

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Mientras pasa la calamidad Prudencio Rodríguez

74

Buenas y malas son, cosas que vivo hoy Eduardo de la Serna

Historia, Psicología, Sociología, Filosofía, Economía, Biología 78

La mejor defensa contra los patógenos es la información Yuval Noah Harari

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Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos nunca volverá Gideon Lichfield

89

No estábamos dispuestos a creer lo que veíamos Fernando Savater

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Evolución y efectos de la pandemia del COVID-19 en América Latina y el Caribe: impactos sociales Comisión Económica para América Latina y el Caribe - CEPAL

108 Apuntes éticos y estéticos sobre «la cosa» Juan José Almagro 113 La lucha global contra el coronavirus Bill Gates


127 Esto nos lleva a darnos cuenta de que somos humanidad Humberto Maturana 133 Escenas de una pandemia de hace 1500 años que se repiten hoy Vicente G. Olaya 138

La vida después del COVID-19: replanteando nuestra relación con la naturaleza J. Cristóbal Pizarro y Aníbal Pauchard

Teología 145 El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos Papa Francisco 148 La pandemia del Corona en el espejo de la teología. Diálogo con Karl Rahner sobre miedo y confianza Institut für kirchliche Ämter und Dienste 154 Esperanza en tiempos de la pandemia del Corona Jürgen Moltmann 156 Genocidio virósico Papa Francisco 158 Teología en tiempos del Coronavirus Mariano Delgado 163 En el medio de la vida más allá Eva Harasta 172 Pasión y confianza: resurrección en tiempos de Coronavirus Rafael Ruiz Andrés 178 La muerte de Jesús Rafael Luciani SJ.


183 Rezaré a Dios para que se apiade de nosotros y lo repela Jonathan Reinert 193 No es un castigo Juan Vicente Boo 197 Cuando todavía era de noche Isabel Gómez Acebo 200 Dios está en nosotros. No está fuera para arreglarnos algunas chapuzas mal hechas Xabier Pikaza 216 Si la Iglesia del postcoronavirus vuelve a ser la de antes, no tiene futuro Cardenal Baltazar Porras 227 Seguimos hiriendo con nuestras palabras la ternura infinita de Dios Padre (Madre) Andrés Torres Queiruga 254 ¿Y dónde está la abuela? Víctor Codina SJ 258 No quiero volver a la normalidad Carlos Candel

Sociología, Filosofía, Economía, Política, Poesía 264 Esta crisis va a empujar hacia arriba a los cuidadores Alain Touraine 269 La biología está acelerando la digitalización del mundo Jorge Carrión 274 La triple crisis del capitalismo Mariana Mazzucato


280 ¿Por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia? John Gray 295 Pandemia Noam Chomsky 308 ¿Vamos camino a una nueva sociedad disciplinaria? Byung-Chul Han 312 Ninguna especie aceleró su propia extinción como los humanos Massimo Cacciari 319 La pandemia ha reactivado el deseo de una democracia social Marta Nussbaum 323 Reflexiones para un mundo post-Coronavirus Maristella Svampa



La pandemia del COVID-19 sirviĂł para tomar conciencia sobre la necesidad de cambiar de paradigmas entre esos del metabolismo urbano, la salud, las relaciones entre los seres humanos y la creaciĂłn, la psicologĂ­a del comportamiento y el modelo econĂłmico.

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PRESENTACIÓN La pandemia del COVID-19 sirvió para tomar conciencia sobre la necesidad de cambiar de paradigmas entre esos del metabolismo urbano, la salud, las relaciones entre los seres humanos y la creación, la psicología del comportamiento y el modelo económico. Además, el virus revela con mayor claridad las desigualdades existentes y la multiplicidad de tácticas para afianzarse en el poder apropiándose de manera corrupta de los recursos que podrían solucionar el problema del hambre y del desempleo y otros efectos colaterales del Coronavirus. La socióloga Maristella Svampa y el abogado Enrique Viale, nos sugieren: “A la luz de nuestra vulnerabilidad social y nuestra condición humana, como seres inter y ecodependientes, debemos repensar en una reconfiguración integral, esto es, social, sanitaria, económica y ecológica, que tribute a la vida y a los pueblos” . Presentamos a la Provincia en este segundo año de animación, la continuación en los subsidios de formación permanente que son de tradición en nuestra vida como Organismo Mayor de Colombia Oriental y Ecuador. En el primer año, entregamos a las comunidades obras claretianas enviadas desde el Gobierno General, el boletín oriente y materiales de formación pastoral de la Prefectura Provincial de Apostolado, y en este año, junto a otros materiales de índole apostólica, ofrecemos algunas reflexiones teológicas sobre el COVID 19, elaboradas por distintos teólogos y pastoralistas. El documento es amplio y esperamos que puedan seleccionar el material de su interés, sea reflexionado en la comunidad local y pueda brindar herramientas pastorales tanto en el análisis de la realidad como en el desarrollo cotidiano de la vida misionera, para estar en lo más urgente, oportuno y eficaz, al servicio de la vida, viviendo en este contexto el proceso de transformación de Congregación en Salida. La formación permanente, impulsa nuestro “Somos Misioneros”. P. Darío Alonso Carvajal Aranda, cmf Prefecto Provincial de Formación.

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Teología

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JESÚS SABE QUE EL MAL NO TIENE VERDADERO PODER SOBRE ESTE MUNDO Pablo D’Ors1

Publicado por Religión Digital el 17 de marzo.2

En el pasaje evangélico de la resurrección de Lázaro se presenta a Jesús de dos formas reveladoramente contrapuestas. Por una parte, está el Jesús que, ante la noticia de la enfermedad de su amigo Lázaro, permanece aparentemente insensible –hasta el punto de dilatar su visita un par de días–. El otro Jesús, por contrapartida, se echa a llorar hasta el sollozo cuando es informado de su enfermedad. Conmueve este Jesús que se deshace en lágrimas y sorprende, por el contrario, ese otro Jesús (naturalmente el mismo) que se mantiene entero ante una noticia tan grave. ¿Qué significa esto? Por un lado, Jesús sabe que el mal no tiene verdadero poder sobre este mundo, sabe que su dominio es sólo relativo y temporal. De ahí que se mantenga tan 1

Sacerdote católico y escritor español. <https://www.religiondigital.org/opinion/Pablo-DOrs-Jesus-verdadero-podersobre-mal-amigos-desierto-coronavirus_0_2213778634.html>.

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sereno y ecuánime ante la desgracia de su buen amigo Lázaro. Sabe que, pase lo que pase, no será fatal. Ahora bien, ante el desgarro de Marta y María –sus amigas, deshechas por la pérdida de su hermano–, y ante la generalizada desolación que reina en Betania, su lugar de descanso, Jesús responde con el llanto, abrumado por la terrible y sucia marea del mal, que termina por emponzoñarlo todo. Ese mal ha sido ya vencido por Dios – así lo dicta la fe cristiana–, pero sus secuelas siguen devastando al hombre. Jesús, Cristo, sabe mantenerse en calma, cual maestro, cuando el mal llama a su puerta; pero también sabe responder con un corazón apasionado cuando asiste al estrago de sus obras. Ante la crisis mundial suscitada por la pandemia del coronavirus, a los cristianos –y a los buscadores espirituales en general– se nos pide, en primera instancia, esta doble actitud. Primero llorar, luego mantener la calma. No sólo mantener la calma, también es necesario llorar. Llorar porque hemos metido el pie en la trampa y porque ahora sufrimos por los dolores del cepo. Llorar porque decimos que la vida es una trampa, convencidos de que hay que acostumbrarse a tener el pie en el cepo. Llorar, sin embargo, no es tan sencillo. Uno llora al principio. Luego se acostumbra y se cansa y, simplemente, deja de llorar. No hay que llorar tanto, nos decimos entonces. Esto no lleva a ninguna parte. Y nos sonamos los mocos y nos llenamos de ruido para olvidarnos de las lágrimas que siguen corriendo durante largo tiempo por dentro. Llorar es lo más urgente y primordial, eso no conviene olvidarlo. Llorar es purificar. Hay que pasar por la purificación antes de llegar a la iluminación. Debemos

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llorar por quienes ya han muerto por este virus, por la muerte que quiere apoderarse de nosotros. Llorar por los que están infectados y por los que se infectarán. Por el egoísmo de quienes sólo piensan en salvarse ellos mismos y por la emoción que despierta ver a quienes aman a los demás. El cuerpo debe hacer su trabajo para que luego pueda entrar en juego el alma. El cuerpo debe expresar lo que el alma tiene dentro para poder dar paso a lo siguiente. El cuerpo es el primero que responde ante el mal; el alma sólo acude de verdad cuando recibe esta llamada. Todo lo demás es un altruismo peligroso. Porque la buena voluntad no basta, no tiene fuelle para sostener una situación que puede alargarse durante meses. Los creyentes, los meditadores, todos los que quieran estar a la altura del desafío que supone esta pandemia, hemos de edificarnos sobre roca. Segunda actitud: la calma. ¿Cómo se hace para mantener la calma? Hay un secreto: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios (Jn. 11,4), dice Jesús cuando es informado de la enfermedad de su amigo. Eso es fe: saber que todo lo que sucede y como sucede es para Su gloria. Esta es la confianza que se nos pide en esta situación: creer que todo cuanto sucede –bueno, malo o neutro– es en último término para bien. Ver lo que acontece no como una amenaza, sino como una ocasión para fortalecer el carácter y la relación con los otros y con Dios. Esa confianza básica no se improvisa, se entrena con silencio y oración. Hoy –huelga decirlo– la fe está muy denostada. Se confunde con ingenuidad infantil o con una piedad obsoleta y sentimental. Casi nadie comprende ya el coraje de creer, el temple que implica confiar. Pocos entienden que la esperanza sea una virtud, la equivocan con un simple talante optimista o con una mera actitud positiva. Una virtud, sin embargo, es siempre fruto de un cultivo o de un entrenamiento. Esto implica una escucha, un descubrimiento, una disciplina, una perseverancia... Lo que debe en un adulto morir para que pueda nacer en él la verdadera esperanza es precisamente la piedad

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edulcorada y la devoción pueril. Pero no es fácil vivir sin emociones reconfortantes, como tampoco lo es seguir adelante sin agarrarnos a las ficticias promesas de la magia o las de los falsos profetas, cada vez más numerosos. Lázaro es el amigo muerto que hay en nosotros, deberíamos saberlo. Deberíamos saber que los infectados somos nosotros. Sólo cuando descubrimos que este mal lo padecemos todos (y esa es la experiencia de la comunión, que sólo da el espíritu), sólo entonces drena el corazón. Ese corazón humano, tan ensuciado por años de errores, va purificándose en la medida en que sabemos que las heridas del mundo son las nuestras. Esta pandemia nos da la oportunidad de dar un paso de gigantes en nuestra condición humana. En este tiempo de encerramiento domiciliario, decretado por las autoridades, se nos brinda la ocasión –siempre buscada, pocas veces encontrada– de sanar de raíz el corazón: de vaciarlo de estupidez, de vanidad, de ruido…, de sanarlo con meditación y buenas acciones. De darnos cuenta lentamente, como siempre va el Espíritu, de que esta vida es temporal y de que somos peregrinos. Quizá lo habíamos olvidado, quizá preferíamos no pensarlo. Presos por la agitación de estos primeros días, descolocados por la magnitud de la noticia, incrédulos, escépticos,

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preocupados, miedosos…, ahora ha llegado el momento de mirarnos por dentro para que todo vayacolocándose en su sitio. Cuando el corazón está en su sitio, todo lo demás se recoloca: los instintos –hasta entonces tiranos– dejan de exigir la primacía; la mente –finalmente desplazada– abandona los pensamientos obsesivos y estériles. Primero, pues, has de separarte de los demás (quedarte en casa, como se te ha ordenado); luego de ti mismo (ponerle a Él en el centro, desatender los infinitos reclamos del ego, lleno siempre de miedo y preocupación); finalmente se te regala un corazón puro, en cuyo centro –¡oh sorpresa! – te encuentras con los demás y contigo mismo.

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CORONAVIRUS: SIGNO DE LOS TIEMPOS PARA MADURAR NUESTRA FE Diego Pereira Ríos3

Publicado en Amerindia el 26 de marzo.4

En este tiempo donde un virus nos ha obligado a estar encerrados en nuestros hogares –al menos aquellos que podemos hacerlo– muchos cristianos católicos se ven enfrentados al problema de no poder recibir la comunión, o sea, no poder participar de la celebración de la Eucaristía y recibir a Jesús en el sacramento del pan o la hostia consagrada. Las posiciones son diversas pues diversa es la Iglesia –gracias a Dios– pero me gustaría detenerme a pensar algunas cuestiones al respecto. La invitación general es, desde todos las instituciones sociales, de “quedarnos en casa” para cuidarnos a todos. Pero en lo que respecta al ambiente católico se hace presente una cierta

Diego Pereira Ríos, Uruguay. Profesor de Filosofía y Religión, Licenciando en Humanidades, maestrando en Teología Latinoamericana en la UCA de El Salvador. 4 <https://amerindiaenlared.org/contenido/16543/coronavirus-signo-de-los- tiempos-para-madurar-nuestra-fe/%22http/>. 3

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resistencia a aceptar dicha situación, por parte de clérigos e incluso cardenales, como por parte del pueblo fiel. En Uruguay, la Conferencia Episcopal de los obispos, en una carta del 15 de marzo, nos indicaba su resolución de “suspender por dos semanas toda actividad pública con fieles, inclusive la Santa Misa”5 de modo de acatar y apoyar las decisiones recomendadas del por las autoridades del Ministerio de Salud Pública. Decisión coherente y aceptada por la mayoría de los fieles que, conscientes de nuestra necesidad de recibir la comunión, privilegiamos la vida. Pero, al otro día de la carta, veo en las redes que un sacerdote conocido invitaba a los fieles a acudir a su parroquia a recibir la comunión, organizada en horarios para evitar las aglomeraciones. Esta libertad de acción, que en principio contradice la carta de los obispos, la tienen los sacerdotes de una diócesis si su pastor se lo permite. Esto me fue aclarado por otro sacerdote que en un video en vivo invitaba a lo mismo, explicando que cada obispo, dentro de su diócesis, puede tomar otras decisiones. Por lo tanto, como simple laico que soy, me preguntaba dónde queda mi propia decisión ante el problema que no deja de ser contradictorio, o al menos, confuso. Sin duda que el Coronavirus vino en este tiempo de la historia como un signo de los tiempos para cuestionar nuestra fe más profunda. Si estábamos acostumbrados a sostener nuestra fe en la participación de los sacramentos, y viendo que no podremos ir a misa por un largo tiempo, debemos dejarnos interpelar. Pero para poder llegar a eso debemos todavía alcanzar una cierta madurez espiritual 5

<https://iglesiacatolica.org.uy/los-obispos-decidieron-suspender-actividadpublica-con-fieles-por-dos-semanas-ante-pandemia-de-coronavirus/>.

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que creo que no estamos acostumbrados –ni laicos ni clérigos– a buscar. La invitación: ¡Atrévete a pensar!, de Kant en los inicios de la Ilustración se actualiza hoy en tiempos de una falta de coherencia en los líderes de las instituciones civiles y religiosas. Como cristianos no sólo se trata de atrevernos a pensar para discernir lo que podemos o no podemos hacer, si salir a la calle o no, si ir al templo a rezar y recibir la comunión o no. El problema de fondo es descubrir cómo estamos viviendo maduramente nuestra relación con Dios, cómo es nuestra oración personal, qué lugar ocupa el prójimo en mi vida, qué lugar ocupa la Palabra de Dios en mi día a día. Podríamos exhortar a todo cristiano: ¡Atrévete a creer! ¡Tú eres capaz de experimentar la presencia de Dios! La dependencia de los ministros –dispensadores de los sacramentos– sigue generando en los laicos una incapacidad de creerse merecedores de recibir la presencia viva de Jesús resucitado en nuestros corazones. Jesús nos dijo “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23). Este es un tiempo para preguntarnos si realmente le creemos a Jesús, o le creemos solamente a aquellos que hablan en su nombre. Jesús promete su visita por medio del Espíritu y nos dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn 14,15), y el segundo mandamiento, ¿no es acaso “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39)? Quedándonos en casa, amándonos, nos cuidaremos a nosotros mismos y de la misma forma amaremos a los demás cuidándolos. Hacernos tiempo para la lectura orante de la palabra, ayudados de una lectura espiritual, momentos intensos de oración, o rezo de las diversas devociones, contando con tantos recursos que nos

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proporciona internet, nos da la posibilidad de madurar nuestra fe, de salir de la dependencia del sacramentalismo cultual. Justamente es internet que nos posibilita seguir en vivo de la celebración de las Eucaristías que los sacerdotes están celebrando “en privado” y que los fieles pueden participar desde sus casas. Podemos seguir en esto el consejo del Papa que nos dijo “Invito a todos los que están lejos y siguen la Misa por televisión a hacer la comunión espiritual”.6 Pero aun así hay muchos católicos que les cuesta crecer. En un video de hace unos días, unos fieles en España, poniendo en riesgo sus propias vidas, gritaban con locura “Queremos ir a misa” frente a la negativa de los agentes policiales. Con todo no es solo su culpa pues así los formaron. Por eso digo que estamos en un tiempo propicio de revisión, de cambios que tienen que ver en el modo que estamos viviendo nuestra fe. Como dijo José María Castillo: “Ha tenido que venir el coronavirus, para que la gente caiga en la cuenta de la diferencia entre religión y evangelio”.7 Hoy la religión –como aún se sigue entendiendo– está obstaculizando la conciencia de muchos cristianos que necesitan del sacramento, del templo, para sentirse cerca de Dios. Mientras el Evangelio está inscripto como Buena Nueva en el corazón de quien crea en Jesús y lo invoque. Sin duda que asumir este papel en la historia implica valentía y madurez de parte de los fieles, pero que choca con algunos líderes de la Iglesia que se contradicen. El 6 7

<https://es.zenit.org/articles/santa-marta-el-papa-invita-a-practicar-la-comunion- espiritual/>. https://www.religiondigital.org/teologia_sin_censura/Castillo-coronavirus- diferencia-religion-evangelio-peste- Iglesia_7_2215648420.html?utm_ source=dlvr.it&utm_medium=facebook

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ejemplo del cardenal Burke invitando a los católicos a desobedecer las normas sanitarias y acudir de todas formas a misa, es uno. Junto con ello afirmó: “Así como podemos comprar alimentos y medicinas, mientras cuidamos de no propagar el coronavirus en el proceso, también debemos poder orar en nuestras iglesias y capillas”.8 ¿No podemos rezar desde nuestras casas? Es una oportunidad de que el hogar sea justamente un lugar de oración y encuentro con Dios. Poner en riesgo la vida de los fieles, llamando a oponerse no sólo al Papa sino a las autoridades civiles competentes, es un signo de incapacidad e irresponsabilidad para un líder de la Iglesia. Este es un tiempo rico para confiar que el Espíritu suscita entre nosotros nuevas posibilidades para redescubrir a Dios en lo cotidiano. Pero, siempre como una paradoja que nos tendrá sin seguridades completas. Como advertía Gesché: “Tenemos que estar tanto más atentos cuanto que el tímido despertar religioso al que asistimos entre nosotros, tan feliz en sí mismo, puede degenerar en ciertas nostalgias”.9 El coronavirus pone en juego nuestra creatividad, pero sobre todo nos coloca ante el Misterio de Dios en medio de esta situación angustiante. Los cristianos podemos rezar y sentirnos escuchados “Porque nosotros somos santuarios del Dios vivo” (2 Cor 6,16a), y “creemos y confiamos en un Espíritu vivificante, Señor y dador de vida. Y esta fe no es una conquista, es un don del Espíritu del Señor, que nos llega a través de la Palabra en la

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<https://www.vidanuevadigital.com/2020/03/22/el-cardenal-burke-pide-a-loscatolicos-desobedecer-las-recomendaciones-sanitarias-e-ir-a-misa-a-pesar-delcoronavirus/>.

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GESCHÉ, A, 2013. La paradoja de la fe, p. 111. Salamanca,: Sígueme.

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comunidad eclesial”.10 Y esa comunidad eclesial somos yo, tú y cada uno de nosotros que creemos en Jesús. La Iglesia no es el templo. Hoy el templo está vacío y los sacerdotes en ellos. Los fieles somos Iglesia porque tenemos fe y desde nuestros hogares rezamos y nos unimos a cristianos y a personas de fe de otras religiones para animarnos en la esperanza. En Evangelii Gaudium, el Papa nos advertía del peligro de una evangelización que depende solo de la sacramentalización (EG 63). Ya nadie quiere ser cristiano por recibir el bautismo o tomar la comunión. El desafío es otro. Todos somos Iglesia y el Jesús dueño de la historia se hace presente allí donde dos o más nos reunamos en su nombre (Mt 18,20). En el amor al prójimo que hoy nos toca manifestar: sin salir de casa para no ser contagiados y al volver contagiar a los que viven conmigo; al tener que aprender a convivir muchos días con los que están conmigo; o aprender a convivir con una soledad externa que muestra muchas veces la soledad interna a la que escapamos. Es tiempo de quedarse en casa y distinguir Evangelio y religión. No se preocupen por no recibir la comunión, pues “los ritos religiosos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, acaban constituyéndose en un fin en sí”.11 El fin hoy es salvar al ser humano y en esa tarea colaboramos todos. Es el Espíritu de Jesús que podemos invocar como suave brisa del alma que viene a consolarnos. Es el Espíritu que vas mucho más allá de la Iglesia o de la jerarquía, pues se revela “por las <https://www.religiondigital.org/opinion/Victor-Codina-Dios-pandemia-milagroscoronavirus-peste-mal-Jesus_0_2215578438.html>. 11 <https://www.religiondigital.org/teologia_sin_censura/Castillo-coronavirusdiferencia-religion-evangelio-peste- Iglesia_7_2215648420.html?utm_source=dlvr. it&utm_medium=facebook>. 10

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redes de comunicación que tejen los cristianos con otros hombres y las aperturas más diversas que le ofrece la conversión infinita de los individuos, pueblos y culturas”.12 Es tiempo de crecer y madurar.

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JOSEPH, M. 2011. Dios que viene al hombre. De la aparición al nacimiento de Dios, p. 247. Salamanca: Sígueme.

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DIEZ OBSERVACIONES SOBRE LA ACTUAL PANDEMIA Toni Bernet-Strahm15

Publicado en alemán por Feinschwarz el 2 de abril.16 Traducción de Marcelo Alarcón A.

1. La ocasión En tiempos de Internet, existe el peligro de que muchas tonterías religiosas se propaguen al virus corona. Estúpido y médicamente peligroso es presumir de saber que los creyentes no están infectados por el virus porque los huéspedes y el agua bendita son inmunes. Desde un punto de vista religioso, hablar del “castigo de Dios” no sólo es una idea anticuada de Dios, sino que en vista del nivel de conocimiento actual es también una presunción y un deseo absoluto de conocer como Dios.

15 Doctor 16

en Teología. Ex director de la Casa Romero en Lucerne, Suiza. <https://www.feinschwarz.net/anmerkungen-zur-pandemie/#more-25103>.

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2. ¿Qué sabe la ciencia sobre los virus? Antes de que la teología proyecte su propia visión, siempre relativa, sobre el fenómeno de esta enfermedad, debe orientarse por lo que la biología (y también otras ciencias como la investigación de las epidemias) sabe sobre ella. La teología debe empezar a leer, por así decirlo, en el Libro de la Naturaleza (Galileo Galilei). 3. Investigación Leer el Libro de la Naturaleza hoy en día puede significar entender el funcionamiento de los virus en el curso de la evolución. Básicamente: Desde una perspectiva humana, los virus son una realidad evolutiva muy ambivalente. Causan la muerte, pero sólo en la medida en que la vida continúa. Son parásitos con un fuerte impulso para sobrevivir, incluso a expensas de organismos más complejos. Pero los virus también son impulsores evolutivos: promueven la adaptación, la resistencia y la inmunización a largo plazo en las células anfitrionas. Los investigadores aún no tienen claras muchas cosas: se están planteando hipótesis sobre si los virus se encuentran, y cómo, incluso al principio de la vida, en la zona intermedia entre el mundo físico y el biológico. Las explicaciones sobre cómo ha cambiado la vida desde el comienzo de la evolución y qué papel desempeñaron los virus en aquel entonces son especulaciones.

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4. El recuerdo En tiempos de incertidumbre, en los que ni siquiera la ciencia y la política pueden basar sus medidas en una gran cantidad de conocimientos y pruebas, la humanidad se ve arrojada de nuevo a los temores primitivos. Para evitar el pánico, además de las nuevas y más intensas investigaciones, además de la intervención política inteligente en la vida cotidiana, el recuerdo de las tradiciones y experiencias religiosas también puede ser una contribución a la sociedad. Por ejemplo, en los rituales y escritos de las religiones, el lamento y la desesperación tienen su lugar. Aquí se hace visible un desarrollo hacia la humanización de la desesperación: una persona que reza y acusa a los salmos es más humana que una ceremonia religiosa que sacrifica seres vivos por la supuesta influencia de Dios. Quejarse en el sentido de Job es siempre también una admisión de no ser capaz de entender y de aguantar laboriosamente. Esta es una parte esencial de la religiosidad, si, en su incomprensión, confía sin embargo en la cercanía y protección de una grandeza que lo supera todo. 5. Imagen de Dios En este contexto, la teología puede señalar el desarrollo del concepto de Dios. Frente a un Dios castigador, un Ser Supremo que puede ser influenciado mágicamente, o incluso un Dios ausente o inexistente, la teología desarrolla una imagen madura de Dios que se ha expandido y madurado en la discusión de la ciencia, la filosofía y la experiencia religiosa. 6. Comprensión de Dios en el mundo: no separado y no mezclado

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Dios es el origen y el principio de todo. En el principio (= en principio) Dios creó el cielo y la tierra (Gen 1). Este misterio primordial y la vida en la vida está presente en la realidad como razón y condición de la posibilidad de evolución y de ser, así como trascendentemente arrebatada y no manipulable, es decir, trascendiendo todo el espíritu y el lenguaje humano, y por lo tanto sólo de manera aproximada y mejor descrita en el lenguaje simbólico. Esto significa: Todo lo que realmente es y sucede está en Dios. Pero al mismo tiempo esta trascendencia libera al ser humano en su propia libertad. Dios permite la autonomía de los procesos naturales, así como la responsabilidad humana en su propio desarrollo. La idea de la intervención de Dios es problemática. Es mejor, aunque algo más complicado, hablar de la profundidad de la realidad en la realidad, que se percibe gradualmente de diferentes maneras. La vieja fórmula paradójica de la Cristología se aplica aún más al proceso de la evolución: Dios y la creación están “no separados y no mezclados”. 7. experiencias de cerca y de lejos Incluso más que pensando o rezando, se puede experimentar la cercanía de Dios cuando alguien hace el bien, en el compromiso con los demás por su vida, su libertad y su mayor desarrollo personal. La cercanía de Dios puede experimentarse principalmente cuando se da comida a los hambrientos y se da justicia y liberación a los desfavorecidos. Pero también la experiencia de la ausencia y lejanía de Dios puede ser útil si conduce a una mayor conciencia de la responsabilidad personal y la solidaridad interpersonal. La fórmula religiosa tradicional “ser obediente a Dios” significa entonces escuchar la voz de la justicia dentro de uno mismo: Lo que es ahora mismo debe hacerse. En

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tiempos de pandemia, tales signos de los tiempos son discernibles: explícitos o implícitos, pequeños o grandes, en creyentes o no creyentes, cerca de Dios o lejos de Dios. 8. Transitoriedad y esperanza en un mundo de derecho propio La teología habla conscientemente de experiencias graduales de la cercanía de Dios: Si Dios es la realidad de toda la realidad, entonces todo el ser, todo el poder y la actividad (Tomás contra Aquino) viene de Dios. Según Pablo todos los acontecimientos conducen a esto: “Para que Dios sea todo en todos” (1 Cor 15:28). De esta manera, todas las galaxias del universo, así como la actividad intrínseca de los más pequeños quarks y microbios, en última instancia, todo, puede convertirse en una ocasión para la maravilla primitiva. Pero la misma realidad también puede causar miedo: Donde incluso la lucha de un virus por la supervivencia causa la destrucción y la muerte de otras especies, donde los cuerpos vivos se descomponen para dejar espacio a otros seres vivos. Esto pertenece a la realidad de la realidad, pero gradualmente no es aún lo que la intención de Dios es en su realidad. Un pensamiento teológico de esperanza puede aquí sobre la base de las tradiciones religiosas y las esperanzas humanas –a diferencia de la ciencia natural ligada al empirismo– desarrollar más pensamientos confiados: Con este trabajo creativo fundamental, que libera todas las cosas creadas en su propia legalidad, Dios todavía no alcanza sus objetivos reales. La evolución está efectivamente abierta, guiada por el azar; sólo el hombre aporta la conciencia y la razón al proceso evolutivo. Experimenta conscientemente cosas positivas y negativas en su trato con la naturaleza y descubre en sí mismo la responsabilidad por la naturaleza y los

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seres humanos. Los religiosos confían en las experiencias de curación de la historia, confían en toda la ambigüedad de que estas bellas experiencias son, en última instancia, más fuertes que todas las experiencias de sufrimiento y muerte, y están comprometidos con el alivio del dolor, las condiciones justas y con lo bueno y lo bello. En la esperanza, creen en una gran realización de esta evolución, como Pablo, por ejemplo, lo formula: “También la creación se liberará de la esclavitud de la corrupción para la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta ese momento toda la creación gime y está de parto” (Rom 8,21-22). 9. Donde el amor es y funciona En la medida en que las personas se abren para el bien y el derecho, Dios puede gradualmente hacerse presente en el hombre de una manera muy diferente en la realidad: Puede encontrar espacio en ellos con sus intenciones y hacer sentir su presencia en el mundo. La Biblia da un criterio sustantivo para el conocimiento de la realidad real de Dios: Ubi caritas, ibi deus est - et agit. 10. El icono de Dios En Jesucristo, los cristianos reconocen la presencia y la cercanía gradualmente más decisiva de Dios. En ese Jesús de Nazaret, que está lejos de nosotros, ven, en base a los testimonios bíblicos recibidos, cómo Dios está ahí en su verdadera realidad, cómo habla y trabaja. Jesús es –según la teología de la antigüedad– la “imagen de Dios”, el icono transparente de Dios, el amor es visible en la radicalidad de la concreción humana, fiel a sí mismo hasta su propio

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asesinato en la cruz en la devoción también a sus enemigos y a sus propios verdugos. Tal vida y realidad verdadera es constitutiva, es principio, es toda misericordia, es Dios, y por lo tanto no puede ser eliminada por los errores de la evolución y la muerte. Tal humanidad entra en la realidad de Dios, tanto trascendente como inmanente, es decir, se produce la resurrección. Y ya está sucediendo ahora: Cada esfuerzo en la lucha contra el virus mortal y para cada persona infectada está cerca de Dios, es el bien requerido en este momento, es importante. Y la teología sólo puede añadir a esto: Todo el bien que la gente hace ahora no está perdido para ellos y para el mundo y para la eternidad.

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EL CRISTIANISMO EN TIEMPOS DE ENFERMEDAD Tomáš Halík17

Publicado por Wir sind Kirche el 5 de abril.18 Traducción del checo por por Markéta Barth; traducción del alemán por Marcelo Alarcón A.

Nuestro mundo está enfermo. No me refiero sólo a la pandemia del Coronavirus, sino al estado de nuestra civilización. El fenómeno global de la pandemia lo deja claro. Bíblicamente hablando, es un signo de los tiempos. Incluso al comienzo de este inusual período de Cuaresma, muchos de nosotros pensamos que, aunque esta epidemia causaría un apagón a corto plazo, una interrupción del funcionamiento normal de la sociedad, de alguna manera sobreviviríamos a todo y luego podríamos volver pronto a la antigua forma de vida. Pero no sucederá de esa manera. Y sería malo si lo intentáramos. Después de esta experiencia global, el

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Profesor de sociología en la Universidad Carolina de Praga. Presidente de la Academia Cristiana Checa y Pastor de la Comunidad Académica de Praga. En la época de la Comunista, trabajó en la «Iglesia clandestina». Recibió el Premio Tempelton y un doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford. <https://wir-sind-kirche.at/sites/default/files/halik-theologie-pandemie1.pdf>.

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mundo no será igual que antes y, obviamente, no se supone que sea el mismo. Es natural que en tiempos de catástrofe nos interesen en primer lugar las cosas materiales necesarias para la supervivencia. Pero sigue siendo válido “el hombre no vive sólo de pan”. Es el momento de mirar el contexto más profundo de esta sacudida de la seguridad de nuestro mundo. El inevitable proceso de globalización parece haber llegado a su punto álgido: ahora la global vulnerabilidad del mundo globalizado se hace evidente. La Iglesia como hospital de campaña ¿Qué desafío plantea esta situación para el cristianismo, para la iglesia –uno de los primeros “jugadores globales” (Global Player)– y para la teología? La Iglesia debería ser lo que el Papa Francisco quiere que sea: “un hospital de campaña”. Con esta metáfora, el Papa quiere decir que la Iglesia no debe aislarse del mundo en el cómodo “espléndido aislamiento”, sino que debe ir más allá de sus límites y ayudar a aquellos que están física, psicológica, social y espiritualmente heridos. De esta manera puede hacer también penitencia por el hecho de que, hasta hace poco, sus representantes permitieron que las personas fueran heridas, sobre todo las más indefensas. Pero intentemos pensar más en esta metáfora y confrontarla más profundamente con la vida. Si la Iglesia va a ser un “lazareto”,19 definitivamente debe proveer servicios de salud, sociales y caritativos, como lo ha hecho desde el principio de su historia. Pero la

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Editor: Hospital donde se atienden enfermidades infecciosas.

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Iglesia, como un buen hospital, también debe llevar a cabo otras tareas: el diagnóstico (“discernir los signos de los tiempos”), la prevención (inmunizar a las sociedades en las que se propagan los virus malignos del miedo, el odio, el populismo y el nacionalismo) y la convalecencia (resolver los traumas del pasado mediante el perdón). Las iglesias vacías como signo y llamada El año pasado, antes de Pascua, la catedral parisina de Notre Dame se quemó. Este año, durante la Cuaresma, cientos de miles de iglesias en muchos continentes –así como sinagogas y mezquitas– serán cerradas para el culto. Como sacerdote y teólogo reflexiono sobre las iglesias vacías y cerradas. Veo esto como una señal de Dios y como una llamada. Entender el lenguaje de Dios en los acontecimientos de nuestro mundo requiere el arte del discernimiento espiritual, y esto requiere una distancia contemplativa de nuestras emociones y prejuicios despertados, de las proyecciones de nuestros miedos y deseos. En momentos de catástrofe, los “agentes durmientes de un Dios malvado y vengativo” cobran vida; difunden el miedo e intentan extraer para sí el capital religioso de la situación. Durante siglos, su visión de Dios ha sido agua en los molinos del ateísmo. En tiempos de catástrofes no busco a un Dios que se ha sentado detrás del escenario de nuestro mundo como un director furioso, sino que lo percibo como una fuente de fuerza que trabaja en aquellos que muestran un amor solidario y sacrificado en tales situaciones –sí, incluso en

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aquellos que no tienen una “motivación religiosa” para ello–. Dios es un amor humilde y discreto. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme si el tiempo de las iglesias vacías y cerradas no es una mirada de advertencia a través del telescopio hacia un futuro relativamente cercano. Así es como podría verse dentro de unos años en gran parte de nuestro mundo. ¿No estamos suficientemente advertidos por los desarrollos en muchos países donde las iglesias, monasterios y seminarios están cada vez más vacíos y cerrados? ¿Por qué culpamos a las influencias externas (“el tsunami del secularismo”) por este desarrollo durante tanto tiempo y no quisimos tomar nota de que otro capítulo de la historia del cristianismo está llegando a su fin y que, por lo tanto, es necesario prepararse para el siguiente? Quizás este tiempo de iglesias vacías muestra simbólicamente a las iglesias su vacío oculto y un posible futuro que podría llegar si las iglesias no intentan seriamente presentar al mundo una forma completamente diferente de cristianismo. Nos preocupaba demasiado que el “mundo” (los otros) tuviera que dar marcha atrás que lo que pensábamos de nuestra propia “conversión” –no sólo una “mejora”, sino el cambio del estático “ser cristiano” al dinámico “convertirse en cristiano”–. Cuando en la Edad Media la iglesia impuso el castigo del interdicto en exceso y como consecuencia de esta “huelga general” de todo el aparato eclesiástico en muchas regiones no se celebraron servicios (Ed. Liturgias) ni se administraron sacramentos, la gente empezó a buscar una relación personal con Dios, la “fe desnuda”, las hermandades laicas y el misticismo experimentaron un

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gran auge. Este surgimiento del misticismo ciertamente contribuyó al nacimiento de la Reforma, tanto la de Lutero y Calvino, como la Reforma Católica, que estuvo ligada a los jesuitas y al misticismo español. Quizás incluso hoy el redescubrimiento de la contemplación podría complementar los “caminos sinodales” a un nuevo consejo de reforma. Llamado a una reforma Tal vez deberíamos aceptar el presente ayuno de los servicios y del funcionamiento (Betrieb) de la iglesia como un kairós, como un tiempo de oportunidad para hacer una pausa y reflexionar a fondo ante Dios y con Dios. Estoy convencido de que ha llegado el momento de reflexionar sobre cómo continuar por el camino de la reforma de la que habla el Papa Francisco: no se trata de volver a un mundo que ya no existe, ni de confiar en meras reformas externas de las estructuras, sino de un punto de inflexión hacia el núcleo del Evangelio, un “viaje en profundidad”. No veo una solución feliz en el hecho de que, durante la prohibición de los servicios públicos de culto, se recurra con demasiada rapidez a sustitutos artificiales en forma de retransmisiones televisivas de las Santas Misas. Un giro hacia una “piedad virtual”, hacia un “comer a distancia” y arrodillarse frente a la pantalla es, en efecto, una cosa extraña. Tal vez deberíamos experimentar la verdad de la palabra de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. ¿Realmente pensamos que podríamos compensar la falta de sacerdotes en Europa importando “repuestos” de los aparentemente insondables campos de Polonia, Asia y

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África para mantener la maquinaria de la Iglesia en funcionamiento? Ciertamente debemos tomar en serio los impulsos del Sínodo de la Amazonía, pero al mismo tiempo debemos crear un espacio más amplio para el servicio de los laicos en la Iglesia; no olvidemos que en muchas áreas la Iglesia sobrevivió siglos enteros sin sacerdotes. Tal vez este “estado de emergencia” es sólo una indicación de una nueva forma de la Iglesia, de la cual, sin embargo, ya ha habido precedentes en la historia. Estoy convencido de que nuestras comunidades cristianas, parroquias, colegios, movimientos eclesiales y comunidades religiosas deben acercarse al ideal del que nacieron las universidades europeas: ser una comunidad de estudiantes y profesores, una escuela de sabiduría donde se busca la verdad a través de la libre disputa y la contemplación profunda. De tales islas de espiritualidad y diálogo puede surgir una fuerza de recuperación para el mundo enfermo. El cardenal Bergoglio, un día antes de ser elegido Papa, citó un enunciado del Apocalipsis: “Cristo está en la puerta y llama”. Añadió: “Hoy, sin embargo, Cristo llama desde dentro de la Iglesia y quiere salir”. Tal vez lo acaba de hacer. ¿Dónde está la Galilea de nuestro tiempo? Durante muchos años he estado pensando en el conocido texto de Friedrich Nietzsche sobre el “super hombre” (un tonto, el único al que se le permite decir la verdad) que proclama la “muerte de Dios”. El capítulo termina con el hecho de que este “gran hombre” fue a las iglesias a cantar

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el “Requiem aeternam Deo” y preguntó: “¿Qué más son estas iglesias si no son las tumbas y sepulcros de Dios?” Admito que las diferentes formas de iglesia me han recordado durante mucho tiempo las frescas y magníficas tumbas de un Dios muerto. Este año, en Pascua, muchas de nuestras iglesias probablemente estarán vacías. En otro lugar recitaremos el evangelio de la tumba vacía. Si el vacío de la iglesia nos recuerda una tumba vacía, no debemos ignorar la voz de arriba: “No está aquí. Ha resucitado. Él va antes que tú a Galilea”. La sugerencia para la meditación de esta extraña Pascua es: ¿Dónde está esta Galilea de hoy?, ¿dónde podemos encontrarnos con el Cristo vivo? Los estudios sociológicos nos dicen que en nuestro mundo los nativos son cada vez menos (tanto los que se identifican completamente con una forma tradicional de religión como los seguidores del ateísmo dogmático) y los buscadores son cada vez más. Sin embargo, más allá de eso, el número de Apatheists –personas que son indiferentes tanto a las preguntas religiosas como a las respuestas tradicionales– está aumentando. La línea principal de división ya no corre entre los que se consideran creyentes y los que se consideran incrédulos. Los buscadores existen tanto entre los creyentes (aquellos para los que la fe no es una “propiedad heredada”, sino más bien “un camino”) como entre los incrédulos que rechazan las ideas religiosas que les presenta su entorno, pero que, sin embargo, sienten el anhelo de una fuente que pueda satisfacer su sed de sentido.

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Estoy convencido de que esta Galilea de hoy, a la que hay que ir para buscar al Dios que pasó por la muerte, es el mundo de los buscadores. La búsqueda de Cristo entre los buscadores La teología de la liberación nos enseñó a buscar a Cristo entre las personas marginadas de la sociedad, pero es necesario buscarlo también entre los marginados de la iglesia; los que no caminan con nosotros. Si queremos entrar allí como discípulos de Jesús, primero debemos descartar muchas cosas. Debemos descartar nuestras ideas anteriores sobre Cristo. El Resucitado cambia radicalmente por la experiencia de la muerte. Como leemos en los Evangelios, ni siquiera sus vecinos y seres queridos pudieron reconocerlo. No tenemos que creer todo lo que se nos informa de inmediato. Podemos insistir en que queremos tocar sus heridas. Por cierto, ¿dónde nos encontramos hoy con mayor certeza, si no es en las heridas del mundo y en las heridas de la Iglesia, en las heridas del cuerpo que ha tomado sobre sí? Debemos dejar de lado nuestras intenciones proselitistas. Por lo tanto, no debemos entrar en el mundo de los buscadores para “convertirlos” lo más rápidamente posible y confinarlos dentro de los límites institucionales y mentales existentes de nuestras iglesias. Ni siquiera Jesús, que buscó “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, los condujo a las estructuras existentes de la religión judía de esa época. Sabía que el vino nuevo debe ser vertido en odres nuevos.

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Queremos sacar tanto las cosas nuevas como las viejas del tesoro de la tradición que se nos ha confiado, para hacerlas parte del diálogo con los buscadores; un diálogo en el que podemos y debemos aprender unos de otros. Deberíamos aprender a ampliar radicalmente los límites de nuestra comprensión de la Iglesia. Ya no es suficiente con que abramos generosamente la “entrada para los gentiles” en el templo de la Iglesia. El Señor ya ha llamado desde dentro y ya ha salido –y es nuestra tarea buscarlo y seguirlo–. Cristo pasó por esa puerta que habíamos cerrado por miedo a los demás, atravesó el muro detrás del cual nos atrincheramos, nos abrió un espacio, un espacio delante del cual nos mareamos. Justo al principio de su historia, la joven Iglesia de judíos y gentiles experimentó la destrucción del templo donde Jesús había orado y enseñado a sus discípulos. Los judíos de esa época encontraron una respuesta valiente y creativa a esto: el altar del templo destruido fue reemplazado por la mesa de la familia judía, las provisiones para los sacrificios fueron reemplazadas por las provisiones para la oración privada o comunal, los holocaustos y los sacrificios sangrientos fueron reemplazados por los sacrificios de los labios, los pensamientos y el corazón, la oración y el estudio de las Escrituras. Casi al mismo tiempo, el joven cristianismo, que fue expulsado de las sinagogas, buscó su nueva identidad. Judíos y cristianos aprendieron a releer e interpretar la ley y los profetas sobre las ruinas de las tradiciones. ¿No estamos en una situación similar hoy en día?

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Dios en todas las cosas Cuando cayó Roma, en el umbral del siglo quinto, muchos ya tenían una rápida explicación preparada: para los paganos, la caída de Roma fue el castigo de los dioses por aceptar el cristianismo, y para los cristianos, su caída fue el castigo de Dios para una Roma que aún no había dejado de ser la puta de Babilonia. San Agustín rechazó ambas interpretaciones. Fue durante este período de agitación que desarrolló su teología de la eterna lucha de los dos “reinos” (civitates): no de los cristianos y paganos, sino de los dos “amores” que habitan en el corazón humano: el amor propio al que la trascendencia permanece cerrada (amor sui usque ad contemptum Dei) y el amor que se entrega y así encuentra a Dios (amor Dei usque ad contemptum sui). ¿No exige esta época de cambios en la civilización una nueva teología de la historia contemporánea y una nueva comprensión de la Iglesia? “Sabemos dónde está la Iglesia, pero no sabemos dónde no está”, enseñó el teólogo ortodoxo Evdokimov. Quizás las palabras sobre catolicismo y ecumenismo pronunciadas por el último Concilio deberían tener un nuevo y más profundo contenido. Ha llegado el momento de un ecumenismo más amplio y profundo, de una más valiente “búsqueda de Dios en todas las cosas”. Podemos aceptar esta Cuaresma de las Iglesias vacías y silenciosas como una breve solución provisional, que pronto olvidaremos. Pero también podemos aceptarlo como kairós, un tiempo de oportunidad para descender a las profundidades y buscar una nueva identidad para el cristianismo en un mundo que está cambiando radicalmente ante nuestros ojos. La actual pandemia no

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es ciertamente la única amenaza global a la que nuestro mundo se enfrenta y se enfrentará en el futuro. Aceptemos la próxima temporada de Pascua como un llamado a una nueva búsqueda de Cristo. No busquemos a los vivos entre los muertos. Busquémoslo con valentía y perseverancia, y no nos confundamos por el hecho de que nos parezca un extraño. Lo reconoceremos por sus heridas, por su voz cuando nos habla de manera familiar, por su espíritu que trae paz y disipa el miedo.

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ESTA PANDEMIA PONE A PRUEBA NUESTRA CAPACIDAD DE SUFRIR JUNTOS Francisco Cerro20

Publicado en Religión Digital el 7 de abril.21

“Estamos en una sociedad que promueve la cultura de la muerte y que, sin embargo, no se enfrenta a ella”. Son palabras de monseñor Francisco Cerro, arzobispo de Toledo, frente a la emergencia del coronavirus y los fallecimientos que está causando. En esta entrevista nos habla de las actividades que su diócesis está promoviendo para acompañar a los vulnerables y ofrecer consuelo. Convencido de que Dios está en cada sanitario o persona que cuida de otra, asegura sin dudar que “saldremos mejores y más profundos y no se nos va a olvidar, por la realidad dramática y por la magnitud del problema”.

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Teólogo, Arzobispo de Toledo.

21<https://www.religiondigital.org/espana/Francisco-Cerro-pandemia-prueba-

capacidad_0_2219778022.html>. Por José Manuel Vidal.

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¿Cómo está viviendo el paso de la pandemia por su vida y por la de su país? Lo vivo como puedo con la ayuda del Señor. Son momentos muy duros. Es como la sensación de una realidad que se nos va de las manos, porque el sufrimiento de la gente es inmenso. ¿Es lógico, a pesar de la fe, sentir miedo ante este enemigo invisible y tan mortífero? Claro. La fe no suprime el dolor, sino que le da sentido. Es saber que estamos atravesando un túnel y la fe nos dice que el Señor camina con nosotros. ¿Dónde está Dios? Su presencia está cerca, en cada sanitario que pone alma, vida y corazón. Está en todos los que luchan por vencer la pandemia, en los sacerdotes que siguen acompañando a todos… ¿Cómo es posible que algunos clérigos (incluidos algunos altos cardenales) sigan diciendo que el coronavirus es un ‘castigo de Dios’? Dice San Pablo que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. Dios solo actúa por amor y acompaña a todos los que sufren con su misericordia.

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¿Esta pandemia pone a prueba nuestro nivel de conciencia? Sobre todo, nuestra capacidad de sufrir juntos, de luchar con solidaridad, de vencer la soledad… ¿No nos está haciendo descubrir la crisis que, quizás, tengamos que replantearnos la administración de los sacramentos? ¿No cabría la confesión por videoconferencia? La clave siempre será la cercanía para llevar a Jesús a todos, con los medios que la Iglesia, siempre Madre, nos ofrece en favor de todos y que siempre facilitan, nunca dificultan. ¿Cómo asumir la muerte en una cultura que la había ocultado? Estamos en una sociedad que promueve la cultura de la muerte y que, sin embargo, no se enfrenta a ella. Pero la Iglesia siempre quiere acompañar a las personas que han sufrido la muerte de un familiar querido para ofrecerles consuelo y esperanza, porque creemos que la muerte no tiene la última palabra. ¿No se han separado demasiado los sacerdotes de la gente, dejándola sola, sobre todo en hospitales y tanatorios? Me decía un obispo amigo que él siempre pone en los hospitales y tanatorios a los mejores sacerdotes, porque son lugares donde nos jugamos mucho en torno a la vida y a la fe. La labor callada de los sacerdotes en los hospitales no siempre es conocida y valorada como se merece.

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Su archidiócesis, sin embargo, está lanzando bastantes iniciativas y muy creativas, para seguir evangelizando en tiempos de Coronavirus. Estamos tratando humildemente de dar una respuesta a una situación que nos desborda a todos. Hay muchas iniciativas, incluso a través de las redes sociales. Destaco tres: la campaña “Estoy contigo”, implicando a un centenar de personas (sacerdotes, profesores, Cáritas…) para acompañar a quienes lo necesiten durante las 24 horas del día y los siete días de la semana…; los testimonios apostólicos a través de redes sociales y el ofrecimiento que ha realizado la archidiócesis de sus edificios más emblemáticos para ponerlos al servicio de las autoridades y contribuir a la acogida. Hemos ofrecido las instalaciones de la Casa Diocesana de Ejercicios, del Seminario y de otros centros. Y, por su parte, la Catedral ha ofrecido el claustro para instalar, si fuera necesario, un centro de atención a afectados… ¿Saldremos mejores, más cívicos y solidarios o la lección se nos olvidará pronto? Saldremos mejores y más profundos y no se nos va a olvidar, por la realidad dramática y por la magnitud del problema.

¿La Iglesia católica seguirá ofreciendo sentido a la vida de la gente después del Coronavirus? Si anunciamos a Jesús, el sentido de la vida es vivir a Cristo muerto y resucitado, presente en la historia. Evangelizar será siempre decir a cada persona que es verdaderamente muy importante para el Señor y para su Iglesia.

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APRENDER DEL CORONAVIRUS A SER MÁS HUMANOS José Antonio Pagola22

Publicado por Vida Nueva el 7 de abril.23

En muy poco tiempo, los seres humanos estamos tomando conciencia de nuestra fragilidad. Hemos descubierto que no solo hay personas débiles. La humanidad entera es débil. De pronto, la pandemia del coronavirus nos revela que la humanidad es una especie en peligro. En pocos días nos vamos haciendo más humildes y más inseguros. El virus nos está obligando a pensar, reflexionar y meditar. En un mundo superpoblado en el que no nos ponemos de acuerdo para reaccionar ante el cambio climático, cuando la naturaleza se va deteriorando, cuando hay especies de animales que se van extinguiendo… no es extraño que los virus que también son parte del ecosistema empiecen a reaccionar de modo inesperado. Estos días se están difundiendo en las redes

Sacerdote español licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, Licenciado en Sagrada Escritura por Instituto Bíblico de Roma, Diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén. 23 <https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/aprender-del-coronavirus-a-ser-mashumanos-por-jose-antonio-pagola/>. 22

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sociales toda clase de reflexiones. Ha tenido un fuerte eco lo que sugiere la escritora brasileña Eliane Brum: “El efecto de la pandemia es el efecto concentrado y agudo de lo que la crisis climática está produciendo ya a un ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto”. No se si será realmente así. En cualquier caso, el virus no nos permite engañarnos. Nuestra ingenuidad de que el mundo lo controlamos los humanos se ha disuelto en unos días. Hemos de cambiar nuestro modo de vivir. El virus nos está enseñando que todos pertenecemos a la misma especie. Necesitamos urgentemente aprender a vivir de manera más solidaria buscando el bien común de toda la humanidad. Un sistema inhumano El sistema que dirige el mundo en estos momentos es inhumano: conduce a una minoría de privilegiados a un bienestar insensato y deshumanizador, y arruina la vida de inmensas mayorías de seres humanos indefensos. Este sistema hace imposible el consenso de los pueblos para poner en el centro el objetivo del bien común de la humanidad en una tierra que sea la casa de todos. También los cristianos hemos de reflexionar y meditar para descubrir cómo podemos contribuir a aprender a vivir de manera más humana y solidaria después de esta pandemia. Muchos cristianos no conocen que la aportación más importante de Jesús a este mundo ha sido promover el proyecto humanizador de Dios, lo que él llamaba reino de Dios. Este proyecto no es propiamente

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una religión. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Según Jesús, el misterio último de la vida es un Dios, Padre de todos. La humanidad es sencillamente la familia de todos sus hijos e hijas. El único objetivo del Padre aquí, en esta tierra, es ir construyendo una familia donde reine cada vez más la justicia, la igualdad, la solidaridad. Este es el camino para hacer un mundo cada vez más humano donde todos podamos vivir con dignidad. Y también el que nos permite a los creyentes vivir con la esperanza de conocer un día, más allá de la muerte, la Plenitud de la vida para toda la humanidad. Creer en un Dios, Padre de todos, nos puede ayudar en estos tiempos a sentirnos no solo miembros de la misma especie sino hijas e hijos de una única familia. El experimentar que todos somos hermanos puede reforzar nuestra capacidad de crecer en solidaridad. El vivir en actitud de fraternidad nos puede impulsar a buscar el bien común de toda la humanidad, empezando por los más pobres y necesitados. La gran llamada de Jesús a los seres humanos es esta: “Ante todo, buscad el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo 6,33).

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DIOS Y LOS VIRUS, UNA PROVOCACIÓN ANÓMALA (I) Pedro Pablo Achondo24

Publicado en Reflexiones Itinerantes el 9 de abril.25

¿Quién creó los virus? ¿Qué son y de dónde vienen? Sí, estas preguntas son extrañas o nos pueden sonar así, pero el teólogo se las hace. Debe hacérselas, como cuando el filósofo se pregunta por el mal. Como cuando el psicólogo se pregunta por el origen de la neurosis de su paciente. El y la teóloga se preguntan constantemente: ¿Qué tiene que ver todo esto con Dios? ¿Dónde está Dios o de qué forma está, si es que realmente creemos que su presencia rebasa todos nuestros límites? Y sí, vamos a llegar a decir que Dios creó todo cuánto existe, virus incluidos. Muchas veces caemos en respuestas fáciles a preguntas complejas. Grasso error. La mayor parte de las buenas preguntas no tienen respuestas, sino que nos invitan a seguir profundizando en el misterio de la 24

Licenciado en Filosofía y Magister en Teología Moral, Centre Sèvres de París.

25<https://reflexionesitinerantes.wordpress.com/2020/04/09/dios-y-los-virus-una-

provocacion-anomala-1/>.

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humanidad, del mundo y la existencia. La ciencia y el pensamiento nos han ayudado a ver al ser humano desde sus contextos y a comprenderlo en sus culturas y limitantes espaciotemporales. Podríamos decir, que el ser humano es siempre un ecohumano. Un ser inserto en una oikos (casa, de dónde viene la partícula eco). Él mismo es un ecosistema. Cada órgano en su interior es un nuevo ecosistema interligado con el todo de su ser. En esa casa humana conversan y se relacionan actantes –como dirá Bruno Latour– de origen humano y no humano: bacterias, virus, proteínas, células, partículas, movimientos, ideas, traumas y potencias. Está todo ahí en el microcosmos. Quizás estamos más asiduos a escuchar que Dios creó lo macro, pero olvidamos lo micro. O, en el caso en que no lo hagamos, nos cuesta asumir que en eso micro (y también en lo macro) hay vínculos que dañan, encuentros que matan y relaciones que envenenan. Los ecosistemas no humanos, la naturaleza diremos, está lleno de ello. Desavenencias y luchas. Empujones microscópicos y batallas sangrientas por la comida. En realidad, el mundo de los humanos no es muy distinto. Y Dios nos dio la vida a todos, también al torturador. ¿Cómo un Dios bueno puede crear algo que haga mal? Y ojo que esta pregunta posee un detalle: he dicho “que haga mal” y no “malo”. Como dice la teóloga suiza Lytta Basset, más bien nos importa lo que hace mal (ético) que el mal (metafísico). “Lo que hace mal” se combate, se resiste, se enfrenta y se le nombra. Sin entrar entonces en explicaciones metafísicas sobre el mal, nos importa que efectivamente estamos llenos de cosas “que nos hacen mal”. Estas son de carácter psicológico, social, material, físico y relacional. Tanto un virus, como la mordida de un

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perro rabioso o el ataque del vecino enloquecido, nos hacen mal. Destruyen nuestra integridad y nuestros ecosistemas. Leyendo un libro sobre los virus encontré que estos buscan perpetuarse multiplicando o replicando su material genético y ello lo logran infectando a todos los tipos de organismos de los diferentes dominios de la vida. Se postulan tres hipótesis –científicas– sobre su origen, dos de ellas nos parecen interesantes: Una que los considera evolutivamente anteriores a las células, y la otra que los entiende como remanentes de organismos celulares que perdieron material genético y se convirtieron en parásitos intracelulares. O son parásitos o son “entidades biológicas” muy muy antiguas que han sobrevivido a todo. Algo así como remanentes del origen del planeta. Un símil de esas estrellas lejanas que nos conectan con lo primigenio. Sea como fuere necesitan de otra célula para permanecer. Una vez que entran ellas, las destruyen, infectándolas. Muchas veces no sucede nada porque el sistema inmunológico es capaz de vencer la replicación del virus. De alguna manera el virus “engaña” a la célula, pues para entrar en ella a través de su membrana debe unirse a una proteína específica que en cuanto receptora no lo rechace. Es sugerente pensar en la “dinámica viral” y la hospitalidad. Lo primero como la antítesis de lo segundo. Si Dios es el totalmente hospitalario, es decir que nos acoge a todos y lo acoge todo; el virus es lo anti hospitalario: no acoge nada y lo infecta todo, entrado destruye. Si Dios a su vez se hace huésped de la historia, huésped de los ambientes, huésped en las personas; sacando lo mejor de cada una, abriendo las libertades e impregnando de amor los territorios; el virus debilita,

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fragiliza y finalmente mata. Dios es huésped y anfitrión. El virus se hace huésped aniquilando al anfitrión. ¿Es posible que Dios haya creado un ser capaz de negarlo o de negar su dinámica amorosa manifestada en vida, alegría, libertad y encuentro? Pues claro que sí. La teología lo dice con estas palabras: Dios creó un ser capaz de ateísmo. La negación de Dios está potencialmente presente en su creación, y notablemente en los humanos. Si el Dios-Hospitalidad espera dialogar con su creatura, desea fervientemente que le sea dirigida una palabra; el ser humano siempre tiene la posibilidad de no hacerlo, el potencial de la indiferencia y la negación. El virus viene a recordarnos que somos creaturas frente al Creador y que abrirle la puerta para que entre (Ap 3, 20), y dar la batalla para que la enfermedad no venza, son las fuerzas divinas que Dios ha puesto en nuestras manos humanas.

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TENGO PROYECTOS DE PAZ, NO DE AFLICCIÓN. MEDITACIÓN EN LA ADORACIÓN DE LA CRUZ EL VIERNES SANTO EN ROMA. Raniero Cantalamessa OFMCap26

Publicado por Religión Digital el 10 de abril.27

San Gregorio Magno decía que la Escritura cum legentibus crescit, crece con quienes la leen.28 Expresa significados siempre nuevos en función de las preguntas que el hombre lleva en su corazón al leerla. Y nosotros este año leemos el relato de la Pasión con una pregunta –más aún, con un grito– en el corazón que se eleva por toda la tierra. Debemos tratar de captar la respuesta que la palabra de Dios le da. Lo que acabamos de escuchar es el relato del mal objetivamente más grande jamás cometido en la tierra. Podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: o de Sacerdote católico italiano de la Orden de los Frailes Menores Capuchino y teólogo. Ha servido como Predicador de la Familia Papal desde 1980, bajo el Papa Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco. 27<https://www.religiondigital.org/vaticano/Viernes-Santo-Cantalamessacoronavirus-papa-francisco-oficios-sanpedro-vaticano_0_2221277885.html>. 28 Moralia in Job, XX,1. 26

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frente o por detrás, es decir, o por sus causas o por sus efectos. Si nos detenemos en las causas históricas de la muerte de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como Pilato: «Yo soy inocente de la sangre de este hombre» (Mt 27,24). La cruz se comprende mejor por sus efectos que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo? ¡Justificados por la fe en Él, reconciliados y en paz con Dios, llenos de la esperanza de una vida eterna! (cf. Rom 5,1-5) Pero hay un efecto que la situación en acto nos ayuda a captar en particular. La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Es si él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él. Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano. Él murió por todos. «Cuando yo sea levantado sobre la tierra –había dicho–, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32). ¡Todos, no sólo algunos! «Sufrir –escribía san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado– significa hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo».29 Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a

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Salvifici doloris, 23.

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su manera, en una especie de «sacramento universal de salvación» para el género humano. ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad? También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar. La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Tenemos la ocasión –ha escrito un conocido Rabino judío– de celebrar este año un especial éxodo pascual, salir «del exilio de la conciencia».30 Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende – dice un salmo de la Biblia–, es como los animales que perecen» (Sal 49,21). ¡Qué verdad es! Mientras pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro, estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo.

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Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus! «Tengo proyectos de paz, no de aflicción», nos dice él mismo en la Biblia (Jr 29,11). Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros? ¡No! El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios “sufre”, como cada padre y cada madre. Cuando nos enteremos un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra él en la vida. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. «Dios –escribe san Agustín–, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien».31 ¿Acaso Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella? No, simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo, sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres. Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita. Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad. Libertad

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de evolucionar según sus leyes de desarrollo. No ha creado el mundo como un reloj programado con antelación en cualquier mínimo movimiento suyo. Es lo que algunos llaman la casualidad, y que la Biblia, en cambio, llama «sabiduría de Dios». El otro fruto positivo de la presente crisis sanitaria es el sentimiento de solidaridad. ¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento de dolor? Nunca como ahora hemos percibido la verdad del grito de un nuestro poeta: «¡Hombres, paz! Sobre la tierra postrada demasiado es el misterio».32 Nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un instante ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás cuando este momento haya pasado. Como nos ha exhortado el Santo Padre no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la «recesión» que más debemos temer. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra (Is 2,4). Es el momento de realizar algo de esta profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera desde siempre la humanidad. Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las

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PASCOLI, G. “I due fanciulli” (Los dos niños).

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armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad. La Palabra de Dios nos dice qué es lo primero que debemos hacer en momentos como estos: gritar a Dios. Es él mismo quien pone en labios de los hombres las palabras que hay que gritarle, a veces incluso palabras duras, de llanto y casi de acusación. «¡Levántate, Señor, ven en nuestra ayuda! ¡Sálvanos por tu misericordia! [...] ¡Despierta, no nos rechaces para siempre!» (Sal 44,24.27). «Señor, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). ¿Acaso a Dios le gusta que se le rece para conceder sus beneficios? ¿Acaso nuestra oración puede hacer cambiar sus planes a Dios? No, pero hay cosas que Dios ha decidido concedernos como fruto conjunto de su gracia y de nuestra oración, casi para compartir con sus criaturas el mérito del beneficio recibido.33 Es él quien nos impulsa a hacerlo: «Pedid y recibiréis, ha dicho Jesús, llamad y se os abrirá» (Mt 7,7).

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Cuando, en el desierto, los judíos eran mordidos por serpientes venenosas, Dios ordenó a Moisés que levantara en un estandarte una serpiente de bronce, y quien lo miraba no moría. Jesús se ha apropiado de este símbolo. «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto –le dijo a Nicodemo– así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,1415). También nosotros, en este momento, somos mordidos por una «serpiente» venenosa invisible. Miremos a Aquel que fue «levantado» por nosotros en la cruz. Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano. Quien lo mira con fe no muere. Y si muere, será para entrar en la vida eterna. “Después de tres días resucitaré”, predijo Jesús (cf. Mt 9,31). Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!

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[6] Cf. S. Tomás de Aquino, S. Th. II-II, q.83, a.2.

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LA COMPASIÓN EN UN MUNDO DESIGUAL Y EN TIEMPOS DE PANDEMIA (1) Juan José Tamayo34

Publicado por Amerindia el 10 de abril.35

Vivimos en un mundo injusto y desigual El objetivo de estos tres artículos es doble: a) poner en valor la compasión, uno de los grandes valores ausente en los diferentes ámbitos del saber y del quehacer humano, considerado estéril e innecesario y calificado, incluso, de manifestación de la debilidad e impotencia de la persona que lo practica; b) practicarla en todas las esferas de la vida, individual y colectiva, personal y comunitaria, pública y privada, política y económica, cultural y religiosa, y muy especialmente ahora con la pandemia del coronavirus, que es previsible se alargue durante meses y tendrá gravísimas consecuencias en todos los órdenes de la vida humana y de la naturaleza. Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid. 35 <https://amerindiaenlared.org/contenido/16701/la-compasion-en-un-mundo- desigual-y-en-tiempos-de-pandemia- 1/?utm_source=Amerindia&utm_campaign=daac897198- EMAIL_CAMPAIGN_2020_04_10_04_37&utm_medium=email&utm_term=0_157c 957042-daac897198-32424467>. 34

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Empiezo por una primera constatación: vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y hay una pérdida de la compasión. Los progresos tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico con la eliminación de la pobreza. Todo lo contrario: a mayor progreso tecnológico y crecimiento económico, menor solidaridad y compasión, justicia e igualdad. Las desigualdades se refuerzan a través de las diferentes y cada vez más profundas brechas que se producen hoy, entre las que cabe citar: la brecha económico-social entre ricos y pobres, que desemboca en aporofobia (odio y rechazo a las personas pobres) la patriarcal entre hombres y mujeres, que desemboca en feminicidio; la colonial entre las superpotencias y la pervivencia del colonialismo, que desemboca en el mantenimiento de la colonialidad; la ecológica, provocada por el modelo de desarrollo científico- técnico depredador de la naturaleza, que convierte a esta en mercancía y desemboca en ecocidio; la racista entre personas nativas y extranjeras, que desemboca en xenofobia; la afectivo-sexual entre heterosexualidad y LGTBIQ, que desemboca en el discurso del odio a las identidades afectivo- sexuales que no responden al patrón de la heternormatividad y a la binariedad sexual: LGTBIfobia; - la intelectual entre conocimientos científicos y sa-

beres originarios, que da lugar a la injusticia cognitiva, que desemboca en epistemicidio;

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- la global entre el Norte y el Sur, que desemboca en surcidio; - la religiosa entre personas creyentes y no creyentes,

entre sistemas de creencias hegemónicos y contra-hegemónicos, entre religiones ricas y religiones pobres; - la digital entre quienes tenemos acceso a internet y quienes se ven privados de dicho acceso, etc. Situaciones dramáticas que exigen activar la compasión

Especialmente dramáticas son dos situaciones de desigualdad e injusticia ecológica que estamos viviendo con severidad durante las últimas décadas y una tercera, que estamos viviendo con especial crudeza estos días: el Covid19. Una es la crisis ecológica, que constituye el principal desafío de la humanidad, con especial agravamiento en la Amazonía en llamas, con focos de incendio que se triplicaron en agosto de este año en comparación con el mismo mes de 2018 y el aumento del 278% en las alertas de salvaje deforestación. La selva amazónica, que es el pulmón de la humanidad se ha convertido en espacio de sobreexplotación, agro-negocio, agro-tóxicos y entrega de riquezas naturales a las empresas multinacionales. Esta situación es objeto de preocupación, e incluso de indignación, del Papa Francisco, que defiende el cuidado de la casa común como tarea de todos los seres humanos en su encíclica Laudato Si’, inspirada en el Cántico de las criaturas, de Francisco de Asís, que llama a la tierra “madre y hermana nuestra”, que nos acoge entre sus manos, nos gobierna y produce frutos con coloridas flores y hierba (n. 1).

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En ella presenta a San Francisco de Asís como ejemplo de la “ecología integral, patrono de los ecologistas, cristianos o no, modelo de atención a la creación y a los pobres, místico y peregrino que vivió en armonía con Dios, el prójimo, la naturaleza y consigo mismo. Así demostró que la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior son inseparables (n. 10). Como respuesta a la situación dramática en que se encuentra la Amazonía, el Papa Francisco ha convocado el Sínodo sobre “La Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, definido como el nuevo Pentecostés para la Iglesia amazónica, las iglesias locales y la Iglesia universal. Reconoce que “el futuro de la Humanidad y de la Tierra está vinculado al futuro de la Amazonía; por primera vez se manifiesta con tanta claridad que desafíos, conflictos y oportunidades emergentes en un territorio, son la experiencia dramática del momento que atraviesa la supervivencia del planeta Tierra y la convivencia de toda la humanidad”. La segunda situación dramática es la de millones de personas que llegan a las fronteras de los países más favorecidos huyendo de la guerra, la miseria y los regímenes dictatoriales, ponen en riesgo sus vida hasta perderlas, como las 30.000 personas muertas en el Mediterráneo en la última década, y cuando, llegan a la frontera, son rechazadas por las autoridades políticas preferentemente de Europa y Estados Unidos e incluso muertas, incumpliendo y transgrediendo los derechos de asilo, refugio y hospitalidad, reconocidos en la Declaración Universal de la ONU de 1948.

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Tenemos grabadas en la memoria las imágenes de las marchas de miles personas procedentes de países centroamericanos hacia los Estados Unidos, a quienes no se les permite entrar, peor aún, separan a los niños y las niñas de sus padres y madres. Igualmente pudimos ver en vivo y en directo la falta de solidaridad de la “bárbara Europa” con las personas migrantes del Open Arms. La tercera situación dramática es la pandemia del coronavirus, que se está extendiendo por todos los países, regiones y continentes sin distinción, mantiene confinada, a día de hoy, a una tercera parte de la humanidad, ha contaminado ya a casi millón y medio de personas en todo el mundo y ha provocado, hasta el momento –la muerte de cerca de cien mil personas. En España hemos superado las ciento cincuenta mil personas contagiadas y los cerca de dieciséis mil muertas. Pero no podemos quedarnos en las cifras frías, detrás de ellas hay vidas humanas perdidas en total soledad y sin consuelo y familias destruidas que sufren tan irreparables pérdidas sin ni siquiera posibilidad de una despedida en compañía. El covid19 no afecta a todas las personas y grupos sociales por igual y con la misma intensidad. Es mucho más agresiva con aquellos grupos humanos y las clases sociales que tienen una especial vulnerabilidad, como afirma el científico social portugués Boaventura de Sousa Santos, entre los que cabe citar los siguientes: las mujeres, las personas trabajadoras precarias e informales, los trabajadores de la calle,

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las personas sin techo, las que habitan en las periferias empobrecidas de las ciudades, la gente anciana, la que se encuentra confinada en los campos de refugiados y refugiadas, las personas inmigrantes sin papeles, las poblaciones desplazadas internamente, las encarceladas, las discapacitadas, las comunidades minoritarias, en definitiva las que, en palabra de Boaventura, están “Al Sur de la cuarentena”. Estas y otras situaciones dramáticas son razones más que suficientes para cambiar nuestro estilo de vida insolidario y activar la compasión como principio eco- humano fundamental, actitud ética y práctica liberadora cotidiana en nuestro mundo desigual e injusto.

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MIENTRAS PASA LA CALAMIDAD Prudencio Rodríguez36

Publicado por Amerindia el 10 de abril.37

Sin llegar a hacer midrash urge nuestro acercamiento desde la vida cuaresmal que es Palabra de Dios a la Palabra escrita que nos regalaron las comunidades anteriores a nosotros, en la biblia. Nos acercamos a II Sm. 24 y I Cro. 21. Con el mismo esquema nos dan matices de lectura hecha sociológicamente o hecha teológicamente. Como la visión del hombre sobre la realidad o la visión de Dios sobre la misma realidad. Un censo Como todos los censos. Intentos de acertar por “donde están las fuerzas”. No nos dan datos de certeza, ni 36 37

CEBs Santo Hermano Pedro, Chinautla, Guatemala. <https://amerindiaenlared.org/contenido/16739/mientras-pasa-la- calamidad/?utm_source=Amerindia&utm_campaign=daac897198- EMAIL_CAMPAIGN_2020_04_10_04_37&utm_medium=email&utm_term=0_157c 957042daac897198-32424467>.

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ontológica (objetiva) ni moral. Se llama certeza estadística. Tiene valor subjetivo, según quien lo hace y según quien lo lee. Tampoco ahora los gobiernos que hacen censos suelen socializar los resultados y, menos, confrontar los datos. Son censos para utilizar políticamente y justificar proyecciones ya previstas, ante el público. Es un grito de poder. “A ver cuanta gente tengo”. La agenda secreta siempre es la misma. Cuantos tributos puedo acumular, poseer y administrar. Cuantos varones en edad de armas puedo reclutar para mostrar fuerza y realizar guerras. No es acción de política, cuanto acción de satrapía. Moisés había hecho dos censos. Al salir de Egipto y al llegar a Nebo. Ambos para alabar la acción liberadora de Dios. David quiere mostrar su propia fuerza y poderío. Cuenta las gentes que tiene, no los liberados de Dios a quienes servir. Desde Dan hasta Berseba, Israel y Judá. Ahora sabemos que USA repartió soldados por Europa antes de lo fuerte de la pandemia. Desde 2015 se está manipulando en laboratorio los virus, hoy modificados y peligrosos. Ya son varios lustros en que la acumulación económica se iba centrando en las armas y en los químicos y medicinas. Hemos sido testigos de la invasión de agroquímicos y minería química a cielo abierto y nos han perseguido por ser “resistentes”. Nos han robado las semillas autóctonas de nuestros alimentos, haciendo marcas y franquicias. Mondiablo ha comprado a Bayer y trata con Jhonson & Jhonson.

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Discernimiento sin libertad David puede elegir libremente entre hambre, guerra o peste. A nosotros no nos dan chance. Ya nos eligieron. Más bien, progresivamente hemos aceptado los tres. El hambre y la guerra siempre han estado en manos del hombre, hasta ahora la peste estaba en manos de Dios. El hambre domina el mundo. Singularmente a las mayorías, a los menos capacitados como ancianos y niños. En Guatemala pasa de un 48% de niños menores de 5 años con deficiente nutrición. No sería malo recordar a Tomas de Aquino que dice “homo naturaliter risibilis” el hombre se ríe naturalmente. Los niños vermizados, desnutridos no ríen. Digamos “no son hombres”. El hambre afecta la humanidad. Entretenemos las economías en “pan y toros” o en presupuestos de lujos para algunos políticos, llegando a docenas de sueldos básicos de quienes les eligieron. Llamemos a la humanidad de quienes pueden o de quienes tienen cabeza para pensar. Cada día fallecen 8.500 niños sin nombre ni apellido a causa de la desnutrición. En 2017 fallecieron 6,3 millones de menores de 15 años por causas que se pueden prevenir (OMS, BM y UNICEF, según el país 03.04.20) Las guerras siguen de muchas maneras muy sofisticadas. La ley del más fuerte es la que vale. Hasta con pretexto de mayoría democrática. Se habla de paz y se invierten grandes cantidades en armas. El lenguaje bélico permite reclamar los mayores sacrificios, incluso la perdida de la libertad individual. Con ese pretexto se puede legislar contra el derecho de asociación, de expresión del pensamiento, de movilidad ciudadana, de igualdad de derechos internacionales y largo etcétera.

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Se crean conceptos como “guerra preventiva”, camino abierto a feminicidios, trata de personas y órganos humanos y trabajos sin con-trato o sin seguridad social. La peste La lectura bíblica nos hace creer que la peste es acción de Dios. Por ello nos habla de tres años de sequia, tres meses de guerra y tras días de peste. Jesús de Nazaret también estuvo treinta años de silencio, tres años de palabra y tres horas de agonía. Es un esquema redacional. En el siglo XXI la peste puede ser calculada y elaborada humanamente. Quizá la peste bubónica, la destrucción de los millones de aborígenes en la invasión hispanolusa de América, la peste española o el tsunami no fueron tan inteligentemente preparados. Pero del coronelvirus no podemos afirmar lo mismo. Son muchos los poderes que se han acumulado desde la química y la medicina. Desde la privatización de la investigación y de la producción artística y hasta lúdica de todo puede ocurrir. La investigación, hecha por la razón, produce irracionalidad en los precios y se legisla en contra del uso de genéricos médicos apoyando la muerte. Si la pandemia privilegia ciertas ciudades de China y ciertos países del mundo, hay que provocar la sospecha. Hay proyectos económicos de exclusión, empobrecimiento y descarte que salen a la luz. La acción de Dios Basta. Detén la mano (II Sm. 24, 16; I CRo. 21, 15). Este debía ser el titulo de este escrito. Prefiero dejar: a la sombra de tus alas me refugio, mientras pasa la calamidad (Sl. 57,

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No es un Dios de remedios o un dios para cuando hay tormentas. Es el Dios de la memoria, de la vida y de la dignidad humana. Ahora “nos acordamos” de que todo el pueblo de Israel tiene como centro un templo, edificado sobre la era de Arauna, un jebuseo que quiso regalar el terreno (y los bueyes y los trillos) si era para Dios. Menos mal que David asumió la responsabilidad y, cual otro Abrahán comprando la tierra para enterrar a su muerta Sara, y compro el terreno a Ornan. También esta peste nos hará entrar en el corazón (re- cordar). Esta cuaresma inicia con “recuerda que eres hombre…” y concluye con “este es el hombre” (ecce homo). Quebrado, secuestrado, encarcelado, golpeado, ensalivado, coronado de pinchos, vestido de carnaval… El altar y el templo que David construye, después de la peste no nos libera de seguir reflexionando sobre las víctimas de esta pandemia. Son los más débiles. Tampoco nos permite excluir la crítica a quienes quieren exponer su poder para que continúen las pestes, las guerras y el hambre. El otro censo Siempre signo de fuerza y de poder. Es el imperio romano. Augusto, así como Divino, parece se encontraba entonces en Segisama, en la provincia de Hispania. Desde ahí sintió que todo el mundo le pertenecía y que había que numerarlo, contarlo. Cada pueblo, con sus modos, costumbres y culturas, siempre respetadas por Roma fue obediente para hacer el censo. En Galilea “de los gentiles” había muchas etnias mezcladas. Esta familia, de José y María, pertenecían a la tribu de Judá y al clan de Belén,

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Jesé, David. Allá fueron a censarse. Pero “mientras el censo”, como “mientras pasa la calamidad”, llego el momento del parto. Una explosión de signos hace que se cree alegría, entre tanta pobreza-miseria. Aparece una vida nueva que descoloca, que sorprende. Pastores, organizados en turnos, desechables porque no van al templo ya que cuidan las ovejas, tan importantes en los sacrificios del templo. Transparencia de Dios a los marginados, que crean evangelio: vemos lo que se nos ha dicho. Coincide lo visto y lo oído. Los más pobres anuncian al pobre matrimonio el misterio que han de guardar en el corazón. La consecuencia del censo será dominio, poder y fuerza. Habra que resistir, aun migrando a otros países, en anonimato. Todo para que haya nueva vida, nuevos hombres, nuevas mujeres. El coronelvirus no es de Dios. De Dios es el Basta. Detén la mano. De Dios es la debilidad (encarnación) y la vida nueva que surge en la era de Arauna y el templo que ahí se construye y en el nuevo nacimiento, mientras el censo, entre los pobres.

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BUENAS Y MALAS SON, COSAS QUE VIVO HOY Eduardo De la Serna38

Publicado por Amerindia el 10 de abril.39

Estos tiempos nuevos, raros y distintos en los que estamos aislados, cuidados y cuidando, solos o con el pequeñísimo grupo familiar, tiempos en que no podemos salir más que para lo indispensable, y no ver amigos o familiares, muchas cosas se despiertan. Buenas y malas. Como suele ocurrir en los momentos críticos, estos despiertan en nosotros a veces lo mejor, otras veces lo peor. Y emerge, se hace visible en ocasiones, algo o alguien desconocido en los que creíamos conocer, o incluso en nosotros mismos que, no sabíamos cómo reaccionaríamos en circunstancias críticas. Por un lado, nos vemos inundados por las redes sociales de cosas de todo tipo… Buenas, simpáticas, Sacerdote católico argentino, director pastoral de la parroquia San Juan Bautista del decanato Quilmes Oeste II de la diócesis de Quilmes. Es miembro del “Grupo de Curas en Opción por los Pobres” de Argentina. 39 <https://amerindiaenlared.org/contenido/16714/buenas-y-malas-son-cosas-quevivo-hoy/?utm_source=Amerindia&utm_campaign=daac897198- EMAIL_CAMPAIGN_2020_04_10_04_37&utm_medium=email&utm_term=0_157c 957042daac897198-32424467>. 38

agradables, incómodas, o hasta perversas. Que haya quienes

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aprovechen el desconcierto, el temor, la angustia en su propio beneficio, resulta sin dudas detestable. Que haya quienes se valgan para inventar falsedades, sea para divertirse o para llevar agua para su propio molino, es peor aún, es aberrante. Y no está de más que queden expuestos, y su fuera el caso, sancionados: han circulado supuestos instructivos oficiales, o lugares e instituciones a las que se podría recurrir y no lo eran. Alguien inventó esos datos, y merecería una sanción. Al menos social. Se ve, asimismo, la actitud de quienes actúan desentendiéndose de todo, y suben a un transporte aun contagiados, o se pasean con tablas de surf o se juntan para un asado. Esa actitud de “nada me importa” o de “a mí no me va a pasar” es lamentable. Ver la foto de decenas de dizque personas corriendo alrededor del hipódromo de San Isidro, o a un CEO en su lancha y luego en su alta gama, violando la cuarentena, causa indignación. Y estos son los casos públicos. Conocemos otros. Pero también hay que reconocer, y celebrar, a los otros. Se ve que hay montones de personas, miles, trabajando y siendo creativos, generosos, solidarios, dedicados… cientos de lugares se están reconvirtiendo en espacios para eventuales internaciones de personas no graves: comunidades religiosas, conventos, albergues transitorios, sindicatos, escuelas y universidades, y hasta Tecnópolis y la República de los Niños… Todos los espacios posibles intentan aprovecharse. El gobierno se ha provisto de alimentos (con alguna compra que ha causado críticas, que, si bien son justificadas y es bueno que se investiguen, no estaría mal que la prensa canalla también ponga paños fríos, serenidad y contribuya a la paz social… aunque eso

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parece pedirle peras al olmo). El gobierno espera el pico de la pandemia para mediados de mayo; por ahora pareciera que se aprovecha para ir viendo qué, cómo y en qué casos actuar. Y aprender de otros países, lo bueno y lo malo, para repetir lo primero y rechazar lo segundo. Escuchar a Macri decirle a Alberto Fernández que debería seguir el ejemplo de como se actuó en Gran Bretaña y ver, a los pocos días, al primer ministro internado en terapia intensiva, muestra el alivio de que no esté en el gobierno y pensar cómo harían sus CEOs para enfrentar esto sin ministerio de Salud, con el bombardeo a la salud pública y la investigación. Pero de esto ya hemos escrito. Decenas de miles de personas merecen (y reciben, en ocasiones) el aplauso diario. Y no solamente habría que incluir a quienes están en el campo de la salud, sino tantos y tantas que están presentes de una u otra manera en la vida cotidiana haciendo más fácil el momento (transportistas, vendedores, fuerzas de seguridad, recolectores). La creatividad se juega, también, y florece en muchas ocasiones. Desde el chiste oportuno o que distiende, hasta la presencia de tantos y tantas que de otra manera nueva se acercan y abrazan a la distancia. Grupos de WhatsApp, correos, fotos, videos, audios, artículos van invitando a pensar, a crear, a vivir en la soledad, o el pequeño grupo en el que nos encontramos. Y, si bien es cierto, que son ocasiones en las que encontramos espacios oscuros o turbios en quienes no lo hubiéramos imaginado, también descubrimos luces y brillos esperados o sorprendentes. Recuerdo hace muchos años que pasé por un momento crítico (como los que todas, todos y todes pasamos, ciertamente) y, como me indica el “manual”

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interior, lo hablé con quienes consideraba mis grandes amigos. Era un momento fuerte para mí. Y, si bien en aquel momento fue difícil, y chocante algunas actitudes, hoy, a la distancia, sereno y en paz, puedo celebrar que la amistad con algunas y algunos se fortaleció, y otras amistades desaparecieron para siempre. Los momentos críticos, como los que vivimos, nos pueden servir para exponer, revelar, hacer patente la madera de la que estamos hechos. Y cuando todo esto sea pasado, podremos edificar sobre terreno firme el espacio que nos rodea. Podremos pensar nuestro ambiente personal, social, internacional y hasta político… por ejemplo: casi no hay película en la que los yanquis no salven el mundo, pero en la vida real, no son médicos yanquis los que van por todas partes a poner el hombro de la solidaridad y la equidad; casi no hay noticia en la que no nos hablen de las maravillas de las universidades privadas, la salud privada y todo lo privado en general, pero en la vida real descubrimos que es lo público (en el mundo entero) lo que está edificando y dando respuestas al dolor y la angustia, a la esperanza y la vida. Parece que el poder impresionante de la propaganda se resquebraja ante la realidad. Y sería maravilloso que aprendamos la lección antes que vuelvan a comenzar a bombardear (aunque en parte lo siguen haciendo, basta con, un día cualquiera, leer Clarín). En todos los órdenes nos encontramos con “cosas que vivo hoy” que son “buenas y malas”. No estaría de más que el Covid-19 nos sirva para aprender, ya desde hoy, la vida que queremos y pretendemos construir para todas, todos y todes.

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LA MEJOR DEFENSA CONTRA LOS PATÓGENOS ES LA INFORMACIÓN Yuval Noah Harari40

Publicado por el Diario El País el 22 de marzo.41

El escritor israelí Yuval Noah Harari, de 44 años, se ha convertido en una de las voces más escuchadas en un planeta ahora golpeado por una de las peores epidemias que ha conocido la humanidad en el último siglo. De su primer libro, Sapiens. De animales a dioses (Debate, 2011), una heterodoxa historia de la humanidad, traducida a 45 idiomas, ha vendido 15 millones de ejemplares. Su siguiente libro, Homo Deus (Debate, 2015) anticipa un futuro dominado por las máquinas, mientras que su último ensayo, 21 lecciones para el siglo XXI (Debate, 2018) reflexiona sobre el presente. Consultado por líderes de todo tipo, desde Emmanuel Macron a Bill Gates o Angela

Historiador y escritor israelí, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Autor de Sapiens, Homo Deus y 21 Lecciones para el siglo XXI. Por Guillermo Altares. <https://elpais.com/cultura/2020-03-21/yuval-noah-harari-la-mejor-defensacontra-los-patogenos-es-la-informacion.html>.

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Merkel, Harari ofrece una visión universal de los problemas de la humanidad. El ensayista accedió el jueves a responder varias preguntas por correo electrónico sobre la epidemia de la Covid-19. Usted sostiene que la única forma de detener una pandemia es a través de la cooperación internacional y de la ciencia. ¿Está ocurriendo esto o, todo lo contrario, más egoísmo que nunca? Hay muy poca cooperación mundial y no existe un liderazgo. En los últimos años, políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia y en la cooperación internacional. Ahora estamos pagando el precio. No hay ningún adulto en la habitación. Uno habría esperado ver hace semanas una reunión de emergencia de los líderes mundiales para elaborar un plan de acción común y combatir la epidemia y la crisis económica. Pero los líderes del G-7 se las arreglaron para no organizar una videoconferencia hasta esta semana, y ni siquiera salió de ahí un plan de este tipo.

¿Cómo debería ser ese plan? Uno, compartir información fiable: los países que están pasando por la epidemia deberían enseñar a los que todavía no la están atravesando. Dos, coordinar la producción mundial y la distribución equitativa de equipo médico esencial, como material de protección y máquinas respiratorias. Tres, los países menos afectados deberían enviar médicos, enfermeras y expertos a los países más afectados, tanto para ayudarles como para adquirir experiencia. Cuatro, crear una red de seguridad económica mundial para salvar a países y sectores más afectados. Cinco, formular un acuerdo mundial sobre la preselección de viajeros, que permita que un pequeño número de personas esenciales sigan cruzando las fronteras.

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Escribió esta semana en Twitter que en la lucha contra el coronavirus es más importante la información que el aislamiento.

La gran ventaja de los humanos sobre los virus es la capacidad de intercambiar información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea puede enseñar a España lecciones valiosas. Incluso el aislamiento requiere información. El aislamiento contra el sida es muy diferente del aislamiento contra la Covid-19. Para aislarse contra el sida es necesario usar un condón mientras se tienen relaciones sexuales, pero no hay problema en darle la mano a una persona con VIH. Covid-19 es una historia diferente. Para saber cómo aislarte de una epidemia en particular, primero necesitas información fiable sobre sus causas. ¿La producen virus o bacterias? ¿Se transmite por los fluidos corporales o del aliento? ¿Pone en peligro a los niños o a los ancianos? ¿Hay una cepa o varias que han mutado?

¿La globalización ha hecho que el siglo XXI sea más peligroso para las pandemias? ¿Cree que vamos a vivir más situaciones así?

Es poco probable que tengamos muchas más pandemias de este tipo en nuestra vida. Es cierto que en el siglo XXI la humanidad está técnicamente más expuesta a las

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epidemias que en la Edad Media debido a una combinación de transportes más rápidos y poblaciones en crecimiento. En la Edad Media, los virus viajaban a la velocidad de un caballo de carga y en la mayoría de los lugares solo podían infectar pequeñas ciudades y pueblos. Hoy un virus puede viajar en clase ejecutiva a través del mundo en 24 horas, e infectar megalópolis con millones de habitantes. Así que, teóricamente, las cosas deberían haber sido mucho peores hoy que en la Edad Media. Pero en la práctica, en los últimos 100 años, tanto la incidencia como el impacto de las epidemias han disminuido drásticamente. A pesar del sida y el ébola, en las últimas décadas las epidemias han matado a una proporción mucho menor de humanos que en cualquier otro momento desde la Edad de Piedra. Esto se debe a que la mejor defensa que tienen los humanos contra los patógenos no es el aislamiento, sino la información. Mientras que los habitantes de la Edad Media nunca descubrieron lo que causó la peste negra, los científicos actuales solo tardaron dos semanas en identificar el nuevo coronavirus, secuenciar su genoma y desarrollar una prueba para identificar a los infectados. La humanidad ha estado ganando la guerra contra las epidemias porque en la carrera armamentista entre patógenos y médicos, los patógenos se basan en mutaciones ciegas y los médicos en el análisis científico de la información.

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¿Cuál es el mejor ejemplo en nuestra historia de cooperación científica en beneficio de la humanidad? Un buen ejemplo es la erradicación de la viruela. En 1967, esta enfermedad infectaba a 15 millones de personas y mataba a unos dos millones. En la década siguiente una campaña mundial de vacunación tuvo tanto éxito que en 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró que la humanidad había ganado y que la viruela había sido erradicada. En 2019, ni una sola persona resultó infectada o murió por esta causa. La victoria sobre la viruela dependía de una cooperación mundial eficaz. Para lograrlo era necesario vacunar a todas las personas de todos los países. Si un solo país no vacunaba a su población podría haber puesto en peligro a la humanidad, porque mientras el virus de la viruela existiera y evolucionara en algún lugar, podía volver a propagarse. ¿Cree que las lecciones que vamos a aprender en la lucha contra el coronavirus pueden usarse contra el cambio climático? Sí. Una lección clave de la lucha contra el coronavirus es que debemos pensar en la atención sanitaria en términos globales en lugar de nacionales. Proporcionar una mejor atención sanitaria a iraníes y chinos ayuda a proteger a israelíes y estadounidenses. El mismo tipo de lógica se aplica al cambio climático. Otra lección es que ahorrar dinero a corto plazo puede costarnos mucho más cuando una crisis golpea. Los países que han ahorrado dinero en los últimos años recortando los servicios de salud ahora pagarán mucho más como resultado de la epidemia. Del mismo modo, si

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intentamos ahorrar no haciendo nada sobre el cambio climático, también causará un enorme daño a largo plazo. Algunas personas creen que para detener el cambio climático tendremos que detener el crecimiento económico y volver a vivir en cuevas y comer raíces. Eso es una tontería. ¿Se puede adivinar cuánto costará prevenir un cambio climático catastrófico? El número mágico es el 2%. Eso es todo. Si invertimos el 2% del PIB mundial en el desarrollo de tecnologías e infraestructuras, es suficiente para prevenir un cambio climático catastrófico. Por supuesto, el 2% del PIB mundial sigue siendo mucho dinero. Pero, ciertamente, hacerlo está dentro de nuestra capacidad. Si mañana estalla una nueva guerra mundial, los Gobiernos gastarán mucho más del 2% del PIB en luchar y ganar esa guerra. Así que gastar el 2% en salvar al mundo del catastrófico cambio climático suena muy razonable.

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ACEPTÉMOSLO, EL ESTILO DE VIDA QUE CONOCÍAMOS NUNCAVOLVERÁ Gideon Lichfield44

Publicado por Russia Today, rescatado de PiensaChile.com el 2 de abril.45

Gideon Lichfield, editor de la revista Technology Review, vinculada al Massachusetts Institute of Technology (MIT), considera que la mayoría de la población todavía no es consciente de las consecuencias a corto y largo plazo que traerá la pandemia de coronavirus. “Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca”, aseguró el analista. El experto toma en cuenta un estudio publicado por la universidad Imperial College de Londres, en el que los investigadores británicos sugieren imponer medidas de distanciamiento social “más extremas” a medida que aumenten los pacientes atendidos en las unidades de 44 45

Editor de la revista Technology Review, vinculada al Massachusetts Institute of Technology (MIT). <http://piensachile.com/2020/04/portada-actualidad-aceptemoslo-el-estilo-de- vida-que-conociamos-nunca-volvera-analista-describe-el-mundo-despues-del- coronavirus/>.

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cuidados intensivos (UCI) y “suavizarlas” cuando se reduzca la cantidad de personas ingresadas. Esta opción se basa en una predicción de los expertos sobre los picos de ocupación mensual de estas áreas hospitalarias a lo largo del año por pacientes con covid-19. El estudio recomienda asimismo que se debe “reducir el contacto fuera del hogar, en la escuela o en el lugar de trabajo en un 75 %”. “Según este modelo, los investigadores concluyen que el distanciamiento social […] debería producirse aproximadamente dos tercios del tiempo, es decir, dos meses sí y uno no, hasta que haya una vacuna disponible, algo que no se espera como mínimo hasta dentro de 18 meses”, explica Lichfield.

La vida en una pandemia permanente El analista aclara que no se trata de una alteración temporal, sino del “inicio de una forma de vida completamente diferente”. A corto plazo, esta nueva situación perjudicará sobre todo a los negocios que dependen de reunir a grandes cantidades de personas (restaurantes, gimnasios, centros comerciales, hoteles, cines, museos, aerolíneas, escuelas privadas, etc). Además, afectará a los padres, que tendrán que educar a sus hijos en casa; a los que cuidan de sus parientes mayores; están atrapadas en relaciones abusivas o no tienen ahorros “para lidiar con los cambios en sus ingresos”. Por otro lado, los negocios se adaptarán a la nueva realidad y veremos “una explosión de nuevos servicios en lo que ya se ha denominado como la ‘economía confinada’”, pronostica Lichfield. También predice que cambiaremos algunos hábitos (reducción de viajes contaminantes, auge de cadenas de suministro locales, paseos y ciclismo), y tendremos mejores sistemas sanitarios para responder a las fu-

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turas pandemias. Aunque, en un primer momento nuestra vida social cambiará, finalmente ”recuperaremos la capacidad de socializar de manera segura” gracias al desarrollo de «formas más sofisticadas de identificar quién representa un riesgo y quién no, y discriminando, legalmente, a los primeros», vaticina el experto.

“Vigilancia intrusiva”, un precio a pagar En este sentido, el analista cree que el mundo requerirá de nuevos métodos de control para dar seguimiento a las personas contagiadas y evitar la propagación de la enfermedad. Por ejemplo, para abordar un vuelo, el pasajero podría tener que registrarse en un servicio que rastree sus movimientos a través del teléfono y detectará si ha estado cerca de infectados confirmados o de «puntos calientes de enfermedades». Habría requisitos similares en edificios gubernamentales o centros de transporte público, además de escáneres de temperatura “en todas partes”, mientras que las discotecas podrían requerir algún tipo de verificación digital que demuestre que el cliente ya se ha recuperado y vacunado contra la última cepa del virus. Lichfield sostiene que “nos adaptaremos y aceptaremos esas medidas”, y que “la vigilancia intrusiva se considerará un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas”.

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Costo social Finalmente, Lichfield evaluó el coste social de la pandemia y señaló que, «como de costumbre», será asumido por “los más pobres y los más débiles”, los que tienen menos acceso a la sanidad y viven en zonas más propensas a enfermedades, los autónomos, los inmigrantes y los refugiados, etc. También podrá haber «discriminación oculta» de los ganen menos de 30.000 euros anuales, tengan una familia numerosa, vivan en ciertas partes de un país o cumplan con otro criterio que gobiernos y empresas puedan considerar de riesgo para contraer una enfermedad. “Todos tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero como con todo cambio, habrá algunos que perderán más que la mayoría, y probablemente serán los que ya han perdido demasiado”, asevera el autor del artículo, al tiempo que expresa la esperanza de que esta crisis “obligue a los países, en particular a EE.UU., a corregir las enormes desigualdades sociales” que hacen tan vulnerables a grandes franjas de su población.

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NO ESTÁBAMOS DISPUESTOS A CREER LO QUE VEÍAMOS Fernando Savater46

Publicado en Ethic el 3 de abril.47

Comentabas el otro día que empezaba a molestarle el tono de algunos «predicadores» que parecía que hablasen como si estuviéramos ante las 10 plagas de Israel.

Sobre todo, lo que me molesta es esa manía de sacar conclusiones moralizantes. Frases como «hemos vivido equivocados», «hemos de cambiar nuestra manera de existir», «la culpa la tienen los abusos del egoísmo o la falta del respeto a la ecología». No, es una plaga y se acabó. Ha habido plagas desde que los seres humanos tienen memoria y habrá muchas más. Esta en concreto tiene una virulencia brutal, pero también tenemos mucho más medios para enfrentarnos 46 47

Filósofo e intelectual español. Novelista y autor dramático. <https://ethic.es/2020/04/crisis-coronavirus-fernando-savater/>. Por Pablo Blázquez. La entrevista fue grabada en video y puede hallarse en la plataforma youtube: <https://www.youtube.com/watch?time_continue=7&v=R- TbPZraPDU&feature=emb_logo>.

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a ella y contrarrestarla. Pero no entiendo eso de en seguida empezar a sacar conclusiones como en la Edad Media, de que es un castigo divino. No puede ser que ahora los castigos divinos se les llame castigos de la naturaleza. Me parece insoportable que los moralistas vayan repitiendo cosas como que ahora nos enteramos de lo importante que son los otros. Es como si hubiera habido que esperar 21 siglos y una plaga para darnos cuenta de que los otros son importantes. Coincidirás en que tras esta crisis se van a producir cambios sociales importantes. Todo lo que ocurre, desde las crisis hasta los embotellamientos de los findes de semana, siempre marca un antes y un después. En estos últimos días, con 15 o 20 días de diferencia, han muerto el padre y la madre de Miguel Ángel Blanco, el concejal asesinado por ETA. En aquel momento fue una conmoción nacional y todo el mundo dijo que habrá un antes o un después. Ahora, la mayoría de gente de menos de 30 años –40 me atrevería a decir–, no saben quién fue Miguel Ángel Blanco, qué pasó o quiénes fueron sus padres. No confío mucho en esto de los grandes cambios de la humanidad. La humanidad cambió cuando hubo la peste en Europa que sirvió a Boccaccio para escribir El Decameron y lo que quedó es solo eso. Después se ha vivido más o menos igual. Decía Aristóteles en la Ética a Nicómaco que el fin del ser humano es la felicidad. ¿Algunas pistas para estos días duros y los que vienen? El otro día leía algo muy interesante: que no se sabe si alguien ha sido o no feliz hasta el último momento. Es decir, la felicidad es siempre reversible. Tú puedes creer que eres feliz o que alguien es feliz pero nunca puedes estar seguro de la felicidad, ni de la tuya ni de la de otro

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mientras esté en el mundo de la vulnerabilidad que es en el que vivimos todos. Decía también Aristóteles que, por ejemplo, Príamo, el rey de Troya, parecía absolutamente feliz y era un hombre de avanzada edad. Pero todavía le quedaba la guerra, perder a su familia y perder su reino. Así que, hasta el final, hasta el último momento. Como dice el refranero español, «hasta el final nadie es dichoso». Eres dichoso a partir de la muerte porque ahí te vuelves invulnerable. Los muertos son ya invulnerables porque todo lo tienen en el pasado. La felicidad nunca es una cosa compatible con el presente; o es el pasado, o es alguna cosa que esperamos que nos llegue en el futuro. Yo por eso prefiero hablar de alegría y no de felicidad, que me parece una palabra demasiado exagerada. En estos días se han producido dos reacciones en la sociedad: por un lado, ha habido un impulso de la solidaridad y, por el otro, un sentimiento de división, odio y confrontación constante.

¿Cómo valoras estas reacciones? Los seres humanos somos lo que somos y, como bien se dice, las plagas sacan lo peor y lo mejor de los seres humanos. Todos estos elogios de ¡Qué maravilloso país es España!, ¡qué solidario!, no tienen sentido. Si todos fuéramos muy solidarios no haría falta que la policía estuviera en la calle para que la gente se quedase en casa. Los países que precisamente confían en sus ciudadanos y no los tratan como niños pequeños son aquellos que dicen a la gente: conviene que se quede usted en casa, no se relacione con otros, sobre todo si tiene patologías previas. En los que tienes que poner multas, policía y seguridad significa que no funcionan tan bien. Hay gente que está demostrando

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ser muy buena persona y luego hay canallas como los separatistas… pero eso ya lo sabíamos de antes. ¿Crees que esta crisis va a reforzar este sentimiento nacionalista, la construcción de esos muros y fronteras que ya se estaban viendo en los últimos años? Uno de los tópicos que se repiten, el más cierto quizá, es que los virus no respetan las fronteras. Hemos visto que todos vivimos en una nave conjunta, que el planeta es algo que puede ocurrir ahí en Wuhan: que se desate una infección en un mercado de Wuhan, en China, y que inmediatamente nos llegue a todos. Realmente el principio del cosmopolitismo es la infección, la infección generalizada es lo que demuestra hasta qué punto los seres humanos somos semejantes los unos a los otros y nos matan las mismas cosas. A veces se dan muestras de egoísmo de países que no quieren compartir y lo estamos viendo en Europa. A mí, lo que más me preocupa es que Europa está dando una impresión poco solidaria. Los países están teniendo muy poco apoyo. En el caso de Holanda, por ejemplo, la solidaridad europea no funciona mucho. Eso sí es preocupante. Pero también es lógico: no va a desaparecer el egoísmo de los humanos y nos vamos a convertir en émulos de San Francisco de Asís porque haya habido un virus. ¿El sentirnos vulnerables e inseguros puede poner en entredicho la democracia liberal y entregar la libertad a un estado autoritario que se presente como solución al problema? Hobbes basó su doctrina del Estado absoluto en el miedo. Dijo que el primer sentimiento que hace que respetemos al

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Estado es el miedo, porque creemos que si no viviéramos amparados por esas instituciones del Estado nuestra vida sería más breve, brutal y estremecedora. El miedo es un argumento a favor de decir: «métase debajo de mi ala que yo lo protejo». Ahora se ha impuesto entre nosotros una metáfora de que esto es como la guerra. No, no estamos en guerra. Lo que pasa es que la apelación a la metáfora de la guerra justifica todos los maximalismos, justifica todos los atropellos a las libertades individuales, justifica que no se conceda ningún valor a la decisión personal, sino que todo venga impuesto desde arriba. Que el estado sea cada vez más intrusista en nuestra vida para protegernos sería muy peligroso. El virus nos hace estar separados, divididos, aislados, todo lo contrario a lo que es la solidaridad. Es una forma extraña de ejercer la solidaridad. Ser solidario es hacer aquello que beneficia al otro. Si en un momento determinado lo que beneficia al otro es que te apartes para no contaminarle y mantener esa distancia social, puedes ser solidario, aunque físicamente te apartes del otro. La solidaridad no es echarte encima del otro; la solidaridad es una actitud hacia los otros, es hacer las cosas que los otros necesitan. Si apartarte de los otros es la mejor manera de combatir al virus, no está mal. La solidaridad no es algo externo o folclórico, sino entender lo que necesitan los otros y dárselo. ¿Cómo podemos conciliar la respuesta de la solidaridad para con quien más sufre con la exigencia de racionalidad y transparencia en la administración pública? Aplicar la razón siempre en las relaciones humanas y no moverse únicamente por pensar que el sentimentalismo

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siempre va a ser bueno. Sin embargo, estamos viendo los políticos no son los que van a acabar con la pandemia. Quienes lo va a hacer van a ser los científicos y los investigadores que encuentren remedios contra ella. Y es precisamente eso lo que hay que apoyar: hay que exigir que los políticos no se dediquen a hacer grandes declamaciones, sino que doten a los sanitarios de material para que puedan cumplir con su misión, que verdaderamente hagan pruebas a la población para identificar quienes están contaminados y quienes no. En definitiva, esas son las cosas racionales que hay que hacer. Todo lo que sea agitar banderas o salir a los balcones a dar aplausos al universo es entretenido, pero sirve para poco. Vivimos un tiempo de paradojas endiabladas. En los últimos años se ha hablado mucho de cómo se ha infantilizado nuestra sociedad y del gran del gran apego que hay por la positividad y, ahora, es esta misma sociedad la que se enfrenta a la enfermedad, a la muerte y al duelo colectivo.

La humanidad siempre ha tenido problemas serios. Ahora tenemos este relacionado con la sanidad, pero hemos tenido relacionados con problemas económicos, con los enfrentamientos bélicos, con la destrucción de las libertades civiles. Esto son problemas reales. El infantilismo es uno de los grandes males que está arraigado en los hombres. Recuerdo un viejo psicoanalista que conocí en su tiempo de retirada que un día llegó a la conclusión de que el gran secreto de los humanos es que no hay adultos. Verdaderamente nos hacen falta personas que puedan afrontar la seriedad de la vida desde un punto de vista adulto. Eso lo echamos de menos en las epidemias y cuando no las hay.

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¿Crees, como ha dicho Yuval Noah Harari, que cuando se desató la crisis «no había ningún adulto en la habitación»? No estábamos dispuestos a creer lo que veíamos. Ya unos años antes de la crisis había habido un grupo de sabios epidemiólogos que habían advertido que los animales salvajes eran una fuente posible de infecciones y contagios y que, si eso continuaba, podíamos encontrarnos con un problema serio. Todos los virus han aparecido de animales salvajes. De hecho, las grandes plagas de la humanidad surgieron cuando los seres humanos estaban domesticando a los animales –que fueron creaciones nuestras: cerdos, las vacas, los perros–. A lo largo del tiempo, se ha visto que en China han surgido otras plagas de lo mismo, del contacto directo con animales. Podemos decir que no hay adultos en la habitación porque no nos acabamos de creer eso. Pero también preguntémonos: si el Gobierno o cualquier otro Gobierno hubiera impuesto las medidas draconianas de aislamiento antes de que hubiera habido muchos casos, ¿se lo habría tolerado la gente? ¿De verdad no hubiese salido la gente a la calle diciendo que era un autoritarismo inaguantable, un abuso de poder? Las autoridades han actuado tarde y mal. Pero si hubiésemos actuado pronto y hubiesen impuesto las medidas más severas, ¿lo hubiéramos aceptado o lo hubiésemos considerado un abuso de autoridad? ¿Cómo analizas la actuación que se está haciendo desde el Gobierno deEspaña? Con bastante torpeza. Desde el principio han esta-

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do dando información contradictoria: primer diciendo que aquí no iba a llegar y luego diciendo que iba a ser poca cosa. Poco a poco se ocultó lo que estaba ocurriendo para celebrar partidos de fútbol, manifestaciones feministas, etc. Todo eso son errores evidentes. Ahora mismo, que se haya paralizado todo el país y que se haya cortado la producción me parece una cosa muy indiscriminada y peligrosa. Un país arruinado no es mejor para la salud que una epidemia. No estoy nada convencido de estas medidas. Todos los maximalismos aplicados a la sociedad son malos y la metáfora de la guerra no es muy certera. Decía José Antonio Zarzalejos en una entrevista reciente a Ethic, que esta pandemia iba a ser un golpe letal para el separatismo. ¿Compartes esta opinión? El independentismo es más duro de exterminar que el virus. Ya quisiera yo que el independentismo tuviera una vacuna, llevamos buscándola desde el siglo XIX y seguimos sin encontrarla. El problema del separatismo es que es un cáncer, una posición radical establecida institucionalmente que ahora se despierta, sobre todo en Cataluña. Hay más vileza de la que creíamos.

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Evolución y efectos de la pandemia del COVID-19 en América Latina y el Caribe: impactos sociales Comisión Económica para América Latina y el Caribe - CEPAL

Publicado por CEPAL el 3 de abril.48

Impactos sociales Incluso antes de la difusión del COVID-19, la situación social en América Latina y el Caribe se estaba deteriorando, como muestran el aumento de los índices de pobreza y de extrema pobreza, la persistencia de las 48

<https://www.cepal.org/es/publicaciones/45337-america-latina-caribe-lapandemia-covid-19-efectos-economicos-sociales>. Este Informe Especial es el primero de una serie que elaborará la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre la evolución y los efectos de la pandemia del COVID-19 en América Latina y el Caribe. Sus análisis económicos y sociales se actualizarán a medida que surja información relevante. La Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, dirige la elaboración de este Informe, con el apoyo técnico de la Oficina del Secretario Ejecutivo Adjunto, Mario Cimoli, las Divisiones sustantivas encargadas de los temas que aquí se tratan, y las sedes subregionales y oficinas nacionales de la CEPAL. En este libro se presenta solo una parte de ese informe referida a los impactos sociales de la pandemia, pp. 9-13.

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desigualdades y el descontento generalizado. En ese contexto, la crisis tendrá repercusiones negativas en la salud y la educación, así como en el empleo y la pobreza. Los sistemas de salud Habrá fuertes impactos en el sector de la salud por la escasez de mano de obra calificada y de suministros médicos, así como por los aumentos de los costos. La mayoría de los países no han invertido lo necesario en salud. El gasto público del gobierno central en el sector, que en 2018 se situaba en un 2,2% del PIB regional (CEPAL, 2019; Naciones Unidas, 2020) está lejos del 6% del PIB recomendado por la OPS para reducir las inequidades y aumentar la protección financiera en el marco del acceso y la cobertura universal. Los recursos adicionales podrían contribuir a fortalecer el primer nivel de atención, con énfasis en medidas de prevención (OPS, 2019). La mayoría de los países de la región se caracteriza por tener sistemas de salud débiles y fragmentados, que no garantizan el acceso universal necesario para hacer frente a la crisis sanitaria del COVID-19. Generalmente los sistemas de salud se organizan en torno a servicios en el sector público para las personas de bajos ingresos, servicios del seguro social para los trabajadores formales y servicios privados para quienes puedan costearlos. De esta manera, los sistemas permanecen segregados y claramente desiguales al ofrecer servicios de distinta calidad a diferentes grupos poblacionales. Si bien se han emprendido reformas para

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reducir esta fragmentación y expandir acceso al sistema de salud, aun son insuficientes. Además, los sistemas de salud tienden a ser geográficamente centralizados, con servicios y médicos especializados concentrados en pocos centros urbanos. Las instalaciones son insuficientes para el nivel de demanda previsto y dependen en gran medida de las importaciones de equipamiento e insumos. Este es un problema importante porque, al 11 de marzo de 2020, 24 países del mundo habían restringido las exportaciones de equipo médico, medicamentos o sus ingredientes (The Economist, 2020). En 2018, solo siete países de la región contaban con un número significativamente más alto de camas de hospital por cada 1.000 personas que el promedio mundial (véase el gráfico 6).

Hay grandes brechas en el acceso a los sistemas de salud. La participación en los planes de seguro de salud para las personas empleadas de 15 años o más era solo del 57,3%

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en 2016, y entre la población del decil de ingresos más bajos, la cobertura era solo del 34,2%. A ello se suma que las dificultades para acceder a los centros de salud son agudas en las zonas rurales y remotas. Los sistemas de salud de varios países de la región ya estaban bajo presión a causa de la epidemia de dengue: en 2019 se infectaron más de 3 millones de personas (la mayor cifra registrada en la historia de la región) y 1.538 personas murieron a causa de la enfermedad. El Brasil tuvo el mayor número de casos: 2,2 millones de personas (OPS, 2020). La población cubierta por seguros médicos privados podría tener que hacer frente a elevados copagos para acceder a las pruebas de coronavirus, lo que sería un obstáculo a la detección temprana. En 2016 el gasto en salud de bolsillo de los hogares como proporción del gasto corriente total en salud en América Latina y el Caribe (37,6%) duplicó con creces el nivel de la Unión Europea (15,7%) (OMS, 2017). Como la estructura demográfica de la región es bastante joven, es posible que el impacto general sea menor que en los países desarrollados. En promedio, solo el 10% de la población de América Latina y el Caribe (casi 58 millones de personas) tiene 65 años o más. Los países con una distribución de la población más sesgada hacia adultos mayores, como Barbados, Cuba, el Uruguay, Aruba y Chile, podrían sufrir una presión mayor en los sistemas de salud.

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Educación • Al 20 de marzo de 2020, la Argentina, Bolivia (Estado Plurinacional de), Chile, Colombia, el Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Jamaica, Panamá, el Paraguay, el Perú, Santa Lucía, Trinidad y Tabago, el Uruguay y Venezuela (República Bolivariana de) habían suspendido las clases en todos los niveles educativos. En el Brasil se habían aplicado cierres localizados de centros educativos. • La interrupción de las actividades en centros educativos tendrá efectos significativos en el aprendizaje, especialmente de los más vulnerables. • Los centros educativos también proporcionan seguridad alimentaria y cuidado a muchos niños, lo que permite a los padres tener tiempo para trabajar. La suspensión de las clases tendrá un impacto más allá de la educación, en la nutrición, el cuidado y la participación de los padres (especialmente de las mujeres) en el mercado laboral. • Alrededor de 85 millones de niños y niñas de la región reciben un desayuno, un refrigerio o un almuerzo en la escuela (FAO/PMA, 2019). Por lo tanto, es importante asegurar la continuidad de los programas de alimentación escolar. • Aunque se han hecho planes para promover el uso de dispositivos digitales en los sistemas educativos, muchas instituciones educativas no cuentan con la infraestructura de tecnologías digitales necesaria. Además, existen brechas en el acceso a las computadoras y a Internet en los hogares. Los procesos de enseñanza y aprendizaje a

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distancia no están garantizados. • Además, existen disparidades de acceso a los dispositivos digitales y a Internet de banda ancha entre las poblaciones urbanas y rurales, entre los sexos, entre las poblaciones que hablan o no el idioma oficial (español o portugués), y entre las poblaciones con y sin discapacidades. • América Latina se enfrenta a desafíos en la formación de los docentes en materia de TIC. Por ejemplo, en el Brasil en 2018, solo el 20% de los docentes participaron en un curso de educación continua para el uso de computadoras e Internet para la enseñanza. En cuanto al uso de Internet, el 16% informó que la utilizaba una o más veces al día; mientras que el 20% lo hacía una vez a la semana, y el 18% al menos una vez al mes (Comité́ Gestor de Internet en Brasil, 2019). Empleo y pobreza • Dadas las desigualdades económicas y sociales de la región, los efectos del desempleo afectarán de manera desproporcionada a los pobres y a los estratos vulnerables de ingresos medios. • Es probable que la crisis aumente el empleo informal como estrategia de supervivencia. En 2016 el 53,1% de los trabajadores de América Latina y el Caribe trabajaba en el sector informal (OIT, 2018). • Es probable que las familias más pobres envíen a sus hijos al mercado de trabajo, lo que aumentará las tasas de trabajo infantil. La OIT estima que actualmente el 7,3% de los niños de 5 a 17 años (unos 10,5 millones de niños) de la región trabajan. • CEPAL (2019) mostró que la pobreza en la región aumentó

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entre 2014 y 2018 (CEPAL, 2019). Debido a los efectos directos e indirectos de la pandemia, es muy probable que las actuales tasas de pobreza extrema (11,0%) y pobreza (30,3%) aumenten aún más en el corto plazo. • Si los efectos del COVID-19 llevan a la pérdida de ingresos del 5% de la población económicamente activa, la pobreza podría aumentar 3,5 puntos porcentuales, mientras que se prevé́ que la pobreza extrema aumente 2,3 puntos porcentuales (véase el cuadro 3). Mayores deterioros de los ingresos implicarán aumentos aún mayores de la pobreza.

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Impacto económico en las micro, pequeñas y medianas empresas • Casi el 99% de las empresas de América Latina son micro, pequeñas o medianas (mipyme), y constituyen la mayor parte de las empresas en casi todos los sectores de la actividad económica. • Las personas empleadas en mipyme son muy vulnerables a la crisis de la pandemia. El cierre temporal de sus actividades económicas y las medidas de cuarentena preventiva implicarán una importante reducción de los ingresos. Las ventas podrían ser insuficientes para la sobrevivencia de esas empresas, que no podrían pagar los salarios, las contribuciones de los empleados y los aportes a la seguridad social, y podrían incluso quebrar. • El impacto económico en las mipyme supondrá́ un alto costo social pues las micro y pequeñas empresas representaron el 47,1% del empleo total en 2016, cifra que aumenta al 61,1% si se incluye a las empresas medianas (Dini y Stumpo, 2019). Protección social • La protección social en América Latina y el Caribe ya era insuficiente antes del COVID-19. La crisis ejercerá́ una presión adicional sobre los países con espacio fiscal reducido, lo que pondrá́ en peligro el gasto social, que ya está sometido a tensiones tras siete años de lento crecimiento económico. • A continuación, se examinan cuatro conjuntos de temas relacionados con los sistemas de protección social en la región que inciden en la dinámica de los efectos de la pandemia en este campo.

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o Altas tasas de informalidad, aumento del trabajo por cuenta propia y brechas en el acceso a la protección social contributiva. o Pocos países cuentan con prestaciones de desempleo; en 2019, solo en la Argentina, el Brasil, Chile, Colombia, el Ecuador y el Uruguay, los trabajadores del sector formal tenían seguro de desempleo. o Los sistemas de protección social contributiva se verán afectados financieramente por la mayor demanda de prestaciones de licencia de enfermedad por parte de los trabajadores del sector formal. o Los programas de protección social no contributiva, que se financian con impuestos, apoyan a los más pobres; será́ necesario ampliarlos a otras familias de bajos ingresos en riesgo de caer en la pobreza. • La crisis sanitaria pone en evidencia la injusta organización social de los cuidados en la región donde es considerada una externalidad y no un componente fundamental para el desarrollo. Las respuestas a las necesidades de cuidados deben ser pensadas desde un enfoque de género pues son las mujeres quienes de forma remunerada o no remunerada absorben la mayor carga de cuidados. • Al 23 de marzo de 2020, alrededor de 154 millones de niños, niñas y adolescentes (más del 95% de los matriculados en la región), se encontraban temporalmente fuera de las escuelas cerradas a causa del COVID-19 (UNICEF, 2020). Esos niños y niñas requieren cuidados que sobrecargan el tiempo de las familias, en particular a las mujeres que dedican diariamente el triple del tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados en comparación con el que dedican los hombres a las mismas tareas. Más aun, las desigualdades de género se acentúan en hogares de menores ingresos donde las demandas de cuidados son mayores, al tener más dependientes por hogar.

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• La presión sobre los sistemas de salud afecta significativamente a las mujeres ya que representan el 72,8% del total de personas ocupadas en este sector en la región.49 El aumento de demanda en los sistemas de salud ha mostrado condiciones de trabajo extremas, como extensas jornadas laborales sin descanso o pausa para comer o ir al baño, que se suman al riesgo de que el personal de la salud está más expuesto al contagio del virus. A su vez, las mujeres que trabajan en este sector no dejan por ello de tener a su cargo personas dependientes o que necesitan cuidados en sus hogares: deben seguir asistiendo a sus trabajos con esta responsabilidad, lo que aumenta sus sobrecargas de trabajo y estrés. Cohesión social • Los elementos económicos y sociales reseñados se dan en un contexto de inestabilidad política generalizada e incluso de agitación política. La confianza en las instituciones políticas (Congreso, Poder Ejecutivo, Poder Judicial y partidos políticos) se encuentra en el nivel más bajo en décadas. La pérdida de confianza en 49

Datos obtenidos mediante procesamientos de encuestas de hogares de 16 países alrededor del 2017 disponibles en la base de Banco de Datos de Encuestas de Hogares (BADEHOG) de la CEPAL.

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la democracia será aún más grave si los gobiernos no dan una respuesta adecuada al COVID-19. Esto se combinará con una profundización de la crisis geopolítica y la redistribución del poder económico, político y militar entre las naciones líderes. • En el plano nacional, el resurgimiento de los partidos de extrema derecha y aislacionistas es el resultado de la pérdida de confianza en las instituciones multilaterales y los proyectos estratégicos de integración, como la Unión Europea o los acuerdos comerciales multirregionales. • El racismo y la xenofobia son otra expresión de este proceso. Los gobiernos, tanto a nivel nacional como local, están restringiendo los movimientos de personas a través de las fronteras.

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APUNTES ÉTICOS Y ESTÉTICOS SOBRE «LA COSA» Juan José Almagro50

Pubicado por Ethic el 6 de abril.51

Estamos viviendo, lo sabemos todos, uno de los cambios más grandes de la historia humana: la globalización en un mundo digital, adobada –y es lo mas grave– con la pandemia cruel del coronavirus, cuyo final no atisbamos todavía, que nos llena de dolor y muerte, y nos dejará recesión, angustia e incertidumbre. Un duro presente alimentado por lo que Muñoz Molina ha llamado el «guirigay neurótico de las redes sociales», un tumulto reconvertido en una especie de poderosa fuerza interna «que provoca en uno mismo la impaciencia de compartir o de contestar, de atacar o defenderse, de emitir una opinión tajante cada dos minutos…». Estamos viviendo, sin duda, un cambio de época y un proceso repleto de interrogantes y desconfianza. El futuro de los seres humanos está siempre lleno de dudas y, por eso, también de miedos. Por nuestra propia naturaleza, y 50 51

Doctor en Ciencias del Trabajo, abogado y economista. <https://ethic.es/2020/04/coronavirus-apuntes-eticos-esteticos/>.

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porque nos enfrentamos a los azarosos movimientos de la historia, frente a la que casi siempre nos encontramos desprotegidos y a la intemperie. Conocemos, seguramente, los problemas, pero no sabemos cómo resolverlos, tampoco los dirigentes. Hemos optado por convivir con ellos y eso nos está llevando a una peligrosa y creciente desconfianza en las instituciones, los gobiernos, las empresas y los medios de comunicación, y seguimos viviendo cada día –no sin esfuerzo–, en un mundo donde la única certeza que atesoramos los humanos es la propia certeza de la incertidumbre. Dicen los todólogos, que son sabios y siguen oficiando en todos los medios, que después del COVID-19 ya nada será lo mismo y habremos de vivir un mundo diferente… y no sabemos si para mejor. Hace falta, dice Adela Cortina, que los «brotes de solidaridad» que han nacido por el coronavirus se consoliden y fructifiquen para saber cómo actuaremos cuando no haya una amenaza constante, porque «para poder construir el futuro, para poder seguir adelante, necesitaremos toda la capacidad moral y el capital ético de cada uno». Necesitaremos resucitar lo que Orwell llamó common decency, la decencia común, la infraestructura moral básica que nos dignifica como personas y hace cabales a hombres y mujeres, a los dirigentes que trabajan por el bien común y a las empresas e instituciones que, sabedoras de su función social, creen que ética y estética pueden caminar juntas y buscan la excelencia conjugando –sin estorbarse– beneficio, empleo, innovación y productividad con compromiso solidario, transparencia y responsabilidad.

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Todo eso será posible porque, gracias a la obligada reclusión, hemos descubierto la importancia del otro en nuestras vidas: de nuestras familias, de los vecinos, de los que con riesgo personal y desprendimiento sin límites trabajan para curarnos, de los que nos surten de artículos de primera necesidad, de los que velan por nuestra seguridad y echan una mano en lo que sea y, en fin, de cuantos solidariamente se han puesto a disposición de los demás ayudando en lo que fuera menester. La ciudadanía se está comportando ejemplarmente y por eso, precisamente, nos hemos dado cuenta de que no siempre tenemos los líderes que merecemos, ni tampoco dirigentes capaces. La ética, el carácter «esencialmente un saber para actuar de un modo racional», en definición de Adela Cortina, no se regala: se aprende. A cualquier institución – y el Gobierno es una de ellas, que tenga como finalidad integrar a las personas, a los ciudadanos, en un proyecto común–, se le debe exigir que genere confianza y, además, que actúe con dimensión ética. Es decir, con transparencia sobre sus actos y comportamientos para dar seguridad a las personas, hombres y mujeres a las que esa institución dirige su actividad. Seguridad y confianza. La transparencia es en democracia una obligación ética y estética, nunca una humillación. La comunicación, gracias a su importancia social, se ha convertido en un instrumento indispensable en la gestión diaria de las organizaciones y en el cotidiano desarrollo de las relaciones interpersonales; más aún cuando transitamos por tiempos de una gravísima crisis sanitaria en forma de pandemia y todos nos acordamos,

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como decían nuestras abuelas con verdad, de que la salud es lo primero. La comunicación, además de transparente, comprometida y veraz, debería reflejar siempre el comportamiento de quien la transmite, y a eso se le llama coherencia. O, como nos enseñó Séneca, «di lo que debes y haz siempre lo que dices». Comunicar –y comunicar bien– supone construir relaciones de confianza y, sobre todo, mantenerlas. Comunicar es la principal responsabilidad del dirigente/líder, es conseguir que todos se involucren y participen en el proyecto común. La comunicación del Gobierno en esta crisis podrá ser bienintencionada y quizás ética, pero nunca estética ni transparente. Las llamadas ruedas de prensa o declaraciones institucionales son pesadas y reiterativas y olvidan que el auténtico líder debe marcar el camino y hacer que los demás le sigan y confíen en lo que hace. ¿Sería tan difícil señalar los problemas, apuntar las soluciones y cultivar la esperanza animando al personal en un tiempo razonable? Naturalmente, dejando que los periodistas pregunten en directo y sin trabas ni cortapisas. Eso es también transparencia. Por mucho que sea legítimo, no es ético ni estético que los que más nos están ayudando y trabajando para salir de esta crisis –médicos, sanitarios, conductores, reponedores, cajeros, profesores, policías, guardias civiles y militares, barrenderos, voluntarios…– sean las personas que peor pagadas están y menos dinero ganan en cualquier circunstancia. El artículo de Alberto Andreu en Ethic nos acerca a esa tristísima realidad que nos confirma, entre otras cosas, cómo hemos descuidado pilares esenciales de

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la dignidad humana: salud, educación y algunos más. Necesitamos menos influencers, aunque sean políticos, y más referentes como todos los héroes anónimos que hoy nos hacen salir a los balcones, cada día, para aplaudir su generosidad. Ellos aprendieron, y nosotros gracias a ellos, que el galardón de las buenas obras, como escribió Séneca, es haberlas hecho. No hay, fuera de ellas, otro premio digno.

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LA LUCHA GLOBAL CONTRA EL CORONAVIRUS Bill Gates52

Publicado por The Financial Times el 9 de abril.53 Traducción de Marcelo Alarcón.

Así que quiero empezar volviendo atrás en el tiempo a cinco años atrás. Como mucha gente sabe, usted advirtió que el mayor riesgo de catástrofe global no era una guerra, sino un virus altamente infeccioso. ¿Por qué nadie escuchó? Y si algunos lo hicieron, ¿qué se hizo para prepararse para la pandemia que existe ahora? Bueno, no se hizo lo suficiente. No se construyó un sistema. No hicimos el número de simulaciones para tratar de averiguar, OK, ¿cómo vamos a conectar los diagnósticos? ¿Cómo vamos a poner en marcha la vacuna? Hubo algunas inversiones. Por ejemplo, nuestra fundación, Wellcome Trust y varios gobiernos crearon Cepi (la Coalición para la 52

Empresario informático y filántropo estadounidense, cofundador de la empresa de

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<https://www.ft.com/content/13ddacc4-0ae4-4be1-95c5-1a32ab15956a>. Esta es la transcrip-

software Microsoft junto con Paul Allen. ción ligeramente editada de una conversación entre Bill Gates, copresidente de la Fundación Bill y Melinda Gates y Vanessa Kortekaas del FT, que tuvo lugar el 2 de abril, a través de Skype

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Innovación en la Preparación ante Epidemias), que consiste en fabricar plataformas de vacunas que estén listas cuando nos sorprendan para fabricar una nueva vacuna más rápido de lo que se ha hecho en el pasado. Así que se hizo algo de trabajo pero, en retrospectiva, lo más triste es poder decir que sí, que estaba bien. Pero el objetivo del discurso era impulsar la investigación y la planificación y la simulación que nos hubiera permitido detener esto en una etapa muy temprana. Y en términos de la respuesta global ahora, muchos países, incluyendo el Reino Unido y los EE.UU., han sido criticados por no hacer suficientes pruebas y no hacerlo lo suficientemente rápido. ¿Cuál es su evaluación de la respuesta global hasta ahora y, específicamente, de la respuesta del Presidente Trump a esta crisis en los EE.UU.? Bueno, estoy seguro de que habrá mucho tiempo, una vez que estemos en la cima de esto, para mirar antes de que la epidemia golpee, qué más se podría haber hecho, cuando la epidemia golpeó. No creo que ningún país tenga un historial perfecto. Taiwán está cerca. Realmente estaban hablando de ello, y es una pena que no fueran parte de la OMS (Organización Mundial de la Salud) para que realmente se prestara atención a esas advertencias. La mayoría de los países no lo vieron como un problema tan grande como terminó siendo. Y por supuesto, cuando tienes un crecimiento exponencial, eso significa que, si fallas, ya sabes, tres veces el doble, es ocho veces más grande y mucho, mucho más difícil de controlar.

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Así que algunos países, particularmente aquellos que tienen la experiencia de tratar con Mers o Sars, fueron los más rápidos en responder. Corea del Sur es un ejemplo de ello. China, que tuvo muchos casos, ahora está en un estado muy diferente donde pueden hacer que la mayoría de la gente vuelva a la escuela y al trabajo. Y entonces hay lecciones sobre, ¿qué hicieron para bajar los números? ¿Y qué están haciendo para evitar un rebote? Porque hasta que no consigamos una vacuna que hayamos dado a un alto porcentaje de la población mundial, estaremos en riesgo de rebote. ¿Y qué dirías que es lo más importante que tiene que pasar ahora? La Organización Mundial de la Salud ha dicho prueba, prueba, prueba. ¿Es la prueba la clave aquí? ¿O qué pasa, por ejemplo, con el papel de la tecnología? Hemos visto a algunos países asiáticos utilizar la tecnología para difundir información tan rápidamente, lo que les ha ayudado a luchar contra el virus. ¿Qué crees que es lo más importante que tiene que ocurrir ahora mismo? Bueno, la prueba es lo que te guía para ver, ¿necesitas hacer más aislamiento social, o has llegado a un punto en el que puedes empezar a abrirte un poco? No puede ser sólo un número de pruebas. Tienes que tener los resultados en menos de 24 horas, y tienes que priorizar quién se hace la prueba. La demanda de pruebas excede la oferta en todos los países. Y algunos países realmente intervinieron, como

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Corea del Sur, y se aseguraron de que las personas correctas se hicieran las pruebas. Tienen un sistema unificado que puede mirar los casos individuales y sopesar los criterios. EE.UU. no tiene eso. Tenemos tantas compañías diferentes, laboratorios. Y la mayoría de las pruebas se hacen sin ningún criterio. Y ahora tenemos estos atrasos que realmente devalúan lo que se puede hacer con esas pruebas. Así que el hecho de que los números hayan subido no significa que lo estemos haciendo bien en absoluto. Eso todavía está por delante de nosotros para organizarnos en priorizar adecuadamente. Así que sus contactos, si dan positivo aquí, antes de que se vuelvan infecciosos, que necesitan aislar. La prueba de PCR es lo suficientemente sensible como para detectarlo incluso antes de que tengas síntomas. Y ese es el caso ideal, en el que no infectas a nadie más, que es la clave para reducir esos números. Así que hoy en día, las pruebas apropiadas y el aislamiento son las principales tácticas. A medio plazo, conseguir algunos medicamentos que reduzcan la hospitalización y la tasa de mortalidad, será muy importante. Y la solución definitiva es una vacuna altamente efectiva y segura. Pero conseguir miles de millones de dosis es difícil. Y nuestra fundación trabaja en todas esas áreas. Estamos proporcionando financiamiento incluso ahora en paralelo para ampliar la fabricación de las vacunas más prometedoras, mucho más de lo que acabaremos recogiendo. Porque, aunque eso es unos pocos miles de millones de dólares de capacidad de fabricación, el hecho de que esté listo porque lo hacemos en paralelo, que cualquier cosa que corte un mes del tiempo hasta que vacunemos vale literalmente cientos de miles de millones, si no trillones.

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¿Y puedes ampliar brevemente más sobre esa inversión? Como usted dice, su fundación ha anunciado una inversión de 100 millones de dólares para esta respuesta global. ¿Puede esbozar algunas de las áreas a las que se dirigirá? Sí, mucho de eso va a ayudar a que la capacidad en los mundos en desarrollo aumente. Algunos realmente ayudaron a China con la respuesta temprana. Algunos están ayudando ahora en Europa y en los Estados Unidos. Pensamos mucho en los países en desarrollo. Y tienen el mayor desafío porque el aislamiento social es mucho más difícil para ellos. La distancia, cuando vives en un barrio marginal urbano, no vas a poder estar tan separado como sería ideal allí. Así que esos países, aunque su número es bastante pequeño hoy en día, tristemente, es muy probable que muchos de esos países no puedan contenerlo a diferencia de, digamos, China, que está en el punto 0,01%, o algunos de los otros países. Muchos de los países ricos deberían ser capaces de mantenerla a un pequeño porcentaje de infectados. Estos países, muchos de ellos experimentarán una epidemia generalizada de modo que, con el tiempo, la mayoría de su población estará infectada. Y eso dará lugar a una sobrecarga de los hospitales, a muertes por otras afecciones y a una carga muy considerable para esos países. Y hablemos más de ese gran cuadro entonces para el mundo en desarrollo. Estamos en este punto, parece un punto bastante aterrador, en el que, como dices, el virus está empezando a propagarse en los países en desarrollo. Sabemos que ya se ha extendido por toda África, pero aún no ha despegado del todo.

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¿Qué impacto cree que tendrá en términos de muertes y número de infecciones? ¿Y qué tan preocupado estás por la capacidad de los países en desarrollo para luchar contra esto? Podríamos tener suerte, y podría haber algo en [el] clima que signifique que algunos países tienen una menor fuerza de infección - eso no lo sabemos. Nuestra suposición tiene que ser, porque estamos viendo en algunos lugares del hemisferio sur como Australia, bastante infección, que no es dramáticamente estacional y que acaba de empezar más lentamente en África. Espero que aparezca algo que cambie eso. Es muy fácil decir que esta enfermedad tiene una tasa de mortalidad del 1%. Y cuando se sobrecarga a los hospitales se puede obtener hasta un 2-3% de tasa. Ahora, de nuevo, África tiene una población más joven, así que eso reduce sus números. Pero las comorbilidades en términos de inhalación de humo, tanto en interiores como en exteriores, la tuberculosis, el VIH, la malnutrición, son mucho más altas allí. Y por lo tanto tendrías bastante incertidumbre. Pero no es imposible que veas una tasa de mortalidad general del 2%, lo cual es una situación horrible, potencialmente, incluso peor, ya que tienes pánico y otros cuidados de salud están muy alterados.

Usted mencionó la dificultad del auto-aislamiento. ¿El enfoque de aislamiento que vemos en los países desarrollados está condenado al fracaso en los países en desarrollo porque para algunas personas no es práctico? Si tienen que salir a recolectar alimentos o vender bienes para su sustento o, como usted dice, si viven en condiciones de hacinamiento o en barrios marginales, ¿cómo puede funcionar

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Es una muy buena pregunta. Muchos de los países en desarrollo van a hacer lo mejor que puedan en esto. Así que la India lo está haciendo. Ahora, es pronto. Tienen que averiguar: ¿los repartidores de comida, pueden seguir haciendo su trabajo o no? Así que estas cosas son difíciles de poner en práctica lo que es esencial. ¿Puedes salir a pasear a tu perro, o qué negocios deberían estar ahí? Y los EE.UU. no practicaron mucho el pensar en esto. Así que lo estamos averiguando. Para los países en desarrollo, diría que definitivamente vale la pena tratar de aplanar la curva. Pero la probabilidad de que tengan éxito y sólo tengan un pequeño porcentaje infectado - en algún lugar a medida que bajan el nivel de ingresos, en particular en esas zonas de tugurios urbanos me preocupa que no sea eficaz. Pero incluso si retrasa y extiende las cosas, el número de trabajadores sanitarios que se infectan, la sobrecarga del sistema médico, tiene valor en términos de la velocidad con la que la infección llega a la población en general. Has dicho que eres optimista. Y al mundo le vendría bien una buena noticia o al menos algo de esperanza. ¿Hay alguna razón para ser optimista sobre la capacidad de estos países más pobres para luchar contra esta crisis, para luchar contra el virus? ¿Dónde están los bolsillos de la esperanza? Bueno, en las zonas rurales, la fuerza de la infección debería reducirse, sobre todo si la gente entiende la mezcla. Aunque, en este momento, hay gente que deja las zonas urbanas para volver a las rurales, así que no será cero. Conseguiremos una vacuna. Y el papel de nuestra fundación es asegurarnos de que medicinas como esta estén disponibles para todo el mundo. Tenemos socios como Gavi

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que nos ayudarán con esa distribución. Estoy seguro de que los gobiernos darán un paso adelante en esto. Y así en los próximos dos años, con suerte en 18 meses, conseguiremos esa vacuna, y las cosas pueden ser de tal manera que no se cambie completamente la economía a causa del coronavirus. Y las economías pueden volver. Por muy doloroso que sea, por muy inaudito que sea, las muertes, las que no se pueden revertir. Y por eso ahora mismo, la gente está asustada. La gente está haciendo menos economía. Los gobiernos están tratando de asegurarse de que sea mucha gente, para que la tasa de infección de casos baje a menos del 1 [por ciento]. Pero sí, con el tiempo, estas herramientas - con suerte una de las plataformas en las que hemos estado invirtiendo, en realidad durante una década, como las vacunas de ARN - son las más flexibles y fáciles de potenciar. Así que esperamos que esa sea la forma de llegar a la vacuna que nos saque de este terrible problema. Y quiero hablar más sobre la vacuna en un minuto. Pero en términos de la obligación que los países ricos tienen de ayudar a los países pobres - los países ricos están luchando para apoyar a sus propios ciudadanos a través de esta crisis. Entonces, ¿cuál es la obligación de los países ricos de ayudar al mundo en desarrollo? Bueno, esa es siempre una pregunta. Hay países que gastan más del 0,7% del PIB en tiempos regulares ayudando a los más pobres a obtener cosas como vacunas contra el sarampión y elevan mucho sus países para que sean estables y participen en la economía mundial. El Reino Unido es un generoso donante, Suecia, Noruega. Alemania se ha vuelto mucho más generosa.

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Y por lo que se puede ver ese ranking allí. Creo que, a pesar del hecho de que tienes enormes problemas domésticos y enormes problemas económicos, conoces la idea de que puedes mantener ese 0,7% o incluso aumentarlo hasta un factor o dos por encima de eso - porque el impacto de esos dólares en ayudar a que las cosas no se deterioren completamente, en ayudar a mantener las cosas unidas, en ayudar a acelerar a ese fabricante de vacunas - creo que el caso de eso será convincente. Pero todo el mundo está tratando con un inmenso número de prioridades. Entonces, de nuevo, han decidido no operar bajo las restricciones fiscales normales. Y la idea de, digamos, decenas de miles de millones de dólares para comprar esas vacunas y conseguir su fabricación, solía estar en el juego de la ayuda, era un número muy, muy grande. Ahora, cuando se habla de facilitar que la infección no vuelva a entrar en el país, se puede argumentar, tanto por razones humanitarias como por interés propio, que incluso un pequeño porcentaje [del PIB] en contra de eso para los países ricos sería una inversión inteligente. ¿Cree usted que este es el esfuerzo mundial más concertado para encontrar una vacuna? ¿Y podríamos ver una antes de 18 meses? Si todo salió perfecto con las vacunas de ARN, el Moderna ya está en un ensayo con humanos. Podrías hacerlo un poco mejor que eso. Pero recuerda, estamos hablando de hacer miles de millones de dosis. E incluso sólo para tener

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los frascos de vidrio, la píldora, terminar la distribución, 18 meses sería... mucho tiene que ir bien –no todo– para lograr eso. Hay muchas construcciones en las que se está trabajando. Las compañías de vacunas con experiencia aportan mucho a esto porque entender la seguridad y la eficacia y la forma de pasar por los ensayos - así que necesitamos algunos nuevos, que, para las personas que estamos apoyando son ARN / ADN. Y luego hay otras cuatro que son más convencionales, seguro que funcionan, pero [con] programas ligeramente más largos. Y tenemos que financiar la ciencia, las pruebas y la capacidad de fabricación de todos ellos en al menos siete u ocho. Tenemos que estar listos para ir una vez que se tenga la seguridad y la eficacia. ¿Y qué responsabilidad cree que tienen los gobiernos nacionales, las filantropías y el sector privado de cooperar para encontrar estas soluciones? ¿Y dónde encajan las empresas tecnológicas en este cuadro? Bueno, la profunda experiencia en la fabricación de vacunas es algo a nivel académico, a nivel de investigación gubernamental, pero mucho, particularmente en seguridad y fabricación, está en el sector privado. Y el gobierno no está acostumbrado a averiguar, OK, ¿quién es bueno en qué, y cuál es la forma correcta de hacerlo? Nuestra fundación juega un papel allí porque estamos financiando la invención de vacunas y la ampliación y las vacunas de bajo costo. Eso es lo que estamos haciendo todo el tiempo para reducir las muertes en los países pobres.

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Y por eso [el] sector privado es muy importante. Pero la plantilla general tiene que venir del gobierno. Y el gobierno aquí, donde no sabe quién puede fabricar los respiradores o cómo se acumulan las pruebas, es un gran desafío. No tenemos... no hemos practicado en absoluto para lo que estamos pasando aquí. E incluso, ya sabes, ¿quién es el responsable, y es alguien que realmente tiene el conocimiento de dominio correcto? Eso no está totalmente claro mientras intentamos pasar por esto. Hay gente como el Dr. [Anthony] Fauci, que aporta una visión científica y basada en datos a estas cosas. Y por eso es genial que esté en una posición fuerte. Él y yo hemos hablado mucho sobre cómo conseguir que todos los diferentes actores, incluyendo el gobierno de EE.UU., nuestros socios de la fundación, como IHME y Gavi y varias de las empresas que serán clave para esto, los unan. Las compañías tecnológicas no hacen vacunas. Pero pueden hacer mucho para que la gente siga conectando. Pueden hacer mucho para permitirnos mirar los datos y tener una visión profunda de eso. Todos estos artículos están siendo publicados. Y así, Microsoft y muchos otros te permiten navegar por esa información de una manera muy rica. Y así ellos darán un paso adelante. Créeme, cualquier cosa por la que llame a una compañía privada es clara, bien definida, y saben que, si llamo, es probable que realmente haga una diferencia. Todos dicen que sí a estas cosas. Esto es tan de lo mejor. Tenemos toda la economía cerrada. Así que todo el mundo está tratando de ayudar. Coordinar que cuando mucha gente no entiende, OK, qué pruebas son las más importantes, o qué información es, es un poco difícil. Así que la gente clave de la fundación trabaja día y noche para

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tratar de reunir estos recursos. Pero cuando hemos pedido a estas personas, se mueren por ayudar. ¿Y qué hay de ese intercambio? Acabas de mencionar, obviamente, el dolor económico. ¿Cuál crees que es el equilibrio correcto entre la compensación de proteger la vida de la gente y el impacto económico? ¿Ve una situación en la que la economía mundial podría estar virtualmente estancada durante un año o incluso más? Bueno, no llegará a cero, pero se reducirá. El PIB mundial va a recibir probablemente el mayor golpe de la historia. Tal vez la depresión fue peor o 1873, no lo sé. Pero en mi vida este será el mayor golpe económico. Pero no tienes elección. La gente actúa como si tuvieras elección. La gente no tiene ganas de ir al estadio cuando podría infectarse. Sabes, no es el gobierno el que dice OK, sólo ignora esta enfermedad, y la gente está profundamente afectada al ver estas muertes, al saber que podrían ser parte de la cadena de transmisión, y la gente mayor, sus padres, sus abuelos podrían estar afectados por esto. Y por lo que no se puede decir, ignorar lo que está pasando aquí. Habrá la capacidad, particularmente en los países ricos, de abrirse si las cosas se hacen bien en los próximos meses. Pero para el mundo en general, la normalidad sólo regresa cuando hayamos vacunado a toda la población mundial. Y así, aunque hay mucho trabajo en las pruebas, mucho trabajo en los medicamentos en los que estamos involucrados, tratando de lograr ese ambicioso objetivo, que nunca se ha hecho para la vacuna, que se eleva a la cima de la lista.

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Una vez que esta pandemia, una vez que encontremos soluciones a esto, mirando hacia el futuro, ¿crees que la gente volverá a una especie de visión a corto plazo en la que estamos demasiado centrados en el beneficio económico como para invertir adecuadamente y prepararnos para otra pandemia que se producirá una vez en el siglo? ¿Y cuál es su mensaje ahora mismo a los líderes mundiales y a los responsables de las políticas globales para evitar que el mundo vuelva a ser sorprendido con la guardia baja? Bueno, no hay duda de que, tras haber pagado muchos billones de dólares más de lo que hubiéramos tenido que pagar si hubiéramos estado debidamente preparados, la gente lo hará, esta vez, porque afectó a los países ricos. Este es el mayor evento que la gente experimentará en toda su vida. Tendremos diagnósticos de reserva. Tendremos profundas bibliotecas antivirales. Tendremos anticuerpos a escala. Tendremos plataformas de vacunas. Tendremos sistemas de alerta temprana. Haremos juegos de gérmenes. El costo de hacer bien todas esas cosas es muy pequeño comparado con lo que estamos pasando aquí. Así que ahora la gente se da cuenta de que hay una probabilidad significativa de que cada 20 años, más o menos, con muchos viajes por el mundo, aparezca uno de estos [virus]. Y así los ciudadanos esperan que el gobierno lo convierta en una prioridad. No costará tanto como el presupuesto de defensa, pero será una inversión significativa. Algunas de esas inversiones ayudarán al trabajo médico en otras áreas. Una plataforma de vacunas, diagnósticos rápidos y baratos, no son cosas que sólo valen para una epidemia.

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Entonces, ¿confía en que se aprenderán las lecciones de esta experiencia y que el dolor, tanto en términos de pérdida de vidas como de impacto económico, será lo suficientemente malo como para que la gente se prepare para la próxima vez? Sí, pero no debería haber requerido una pérdida de muchos billones de dólares para llegar allí. Recuerdo cuando puse esta diapositiva en esa charla. Y mostré que eran trillones de dólares. Me sentí como, wow, eso es tan gigantesco. ¿Por qué la gente dice que 10, 20, 30 mil millones de dólares que, en el sentido del presupuesto del gobierno, es casi nada?, pero sí, esta vez, nos han golpeado en la cabeza aquí en casa, gente que conocemos. La ciencia está ahí. Los países darán un paso adelante.

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ESTO

NOS LLEVA

A DARNOS CUENTA DE QUE SOMOS HUMANIDAD Humberto Maturana56

Publicado por Diario La Tercera el 10 de abril.57 Por Andrés Gómez.

Junto con la rápida expansión del virus, el rol de las tecnologías acaso sea lo que distinga a este momento de otras epidemias, como la tuberculosis que contagió al eminente biólogo a los 12 años. “Estamos no solo en un presente histórico particular, sino que, además, estamos humanizados por la referencia a la tecnología, que nos permite estar conversando a grandes distancias”, dice el premio nacional de Ciencias, de 91 años, a través del teléfono. “Ahora va a depender de qué queremos hacer con la tecnología en las circunstancias que estamos viviendo: podemos conversar para ponernos de acuerdo o podemos conversar para pelearnos. Esto nos lleva a darnos cuenta de que somos Doctor en Biología de Harvard y académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Premio Nacional de Ciencias 1994. 57<https://www.latercera.com/culto/2020/04/10/humberto-maturana-premionacional-de-ciencias-esto-nos-lleva-a-darnos-cuenta-de-que-somos- humanidad/>. 56

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humanidad, no somos seres aislados, por lo tanto, tal vez nos pueda inspirar a un vivir de conversaciones para colaborar y en el deseo de convivir en forma honesta”, dice. Doctor en Biología de Harvard y académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Maturana publicó el año pasado Historia de nuestro vivir cotidiano, en coautoría con Ximena Dávila. Ahora responden a esta conversación juntos, con las limitaciones de la cuarentena, que en todo caso no complican al autor de El sentido de lo humano. HM: “Si entendemos la legitimidad de la cuarentena, no tenemos problemas con ella. A mí no me limita mi libertad, porque mi libertad no depende de las restricciones, porque yo entiendo perfectamente el valor de la cuarentena”, dice. ¿El combate con el virus podría calificarse como una guerra? ¿El virus es un enemigo? HM. ¿Qué es un enemigo? Es un agresor que nos ataca directamente a nosotros, intencionalmente; es un suceder diferente que aparece allí y que no es coherente con la forma en que queremos vivir. No podemos tratar a la pandemia como un enemigo. Tenemos que entender que la única forma de deshacernos de ella no es destruyéndola, sino generando la distancia que la evita. ¿El virus tiene inteligencia? HM. No, el virus no es inteligente, no tiene inteligencia, no tiene propósito. El virus encuentra una célula, se mete adentro y la célula produce más virus. La inteligencia

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consciente implica intencionalidad y el virus no la tiene. Somos nosotros los que tenemos que ser inteligentes para entender cómo opera la presencia del virus, no desde la intención sino desde sus características. Y para entender qué nos pasa y cómo resolvemos eso entre nosotros, tenemos que ponernos de acuerdo para que el virus deje de estar presente generando desarmonizaciones en la vida. XD: Yo entiendo que se lo distingue como inteligente porque es silencioso, se reproduce, es plástico. Pero es el observador el que le achaca inteligencia. ¿Qué piensa de las medidas adoptadas por el gobierno? HM: Están bien, todas están destinadas a suprimir el flujo de contagios. Es la única acción que puede llevarnos a que esto desaparezca. No tenemos un remedio ni un anticuerpo, no tenemos nada para sacar al virus. Lo único que podemos hacer es generar una distancia entre el virus y nosotros, de tal manera que no nos toque y así desaparezca. Y eso es lo que está haciendo el gobierno con la cuarentena, creando una situación en la cual el virus deja de contagiar. Y de este modo, desaparece. Toda epidemia se combate de esa manera. Hay quienes plantearon aislar todo Santiago...

HM: No se trata de paralizarlo todo, tiene que haber flujo de alimentos, flujo laboral. El país tiene que seguir funcionando. La cuarentena no significa que el país se detiene. Pero como hay cosas que se detienen porque las

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personas no pueden salir, tenemos que organizarnos de otra manera para que no se detenga la dinámica de organización de la vida cotidiana. Si no, nos morimos todos: nos morimos de hambre o de otra manera. XD: Esas personas tienen poca mirada sistémica. Yo puedo ir y comprar mercadería para dos meses, ¿pero lo pueden hacer todas las personas? ¿Cuál es la responsabilidad que nos cabe en esta crisis? XD: La responsabilidad que tenemos se relaciona con nuestra forma de vida, cómo nuestro modo de vivir nos desarmoniza y desarmoniza el entorno en el que vivimos. Todos eso va no solo para el Covid-19 sino también para otros virus. HM: Esta situación tiene que llevarnos a entendernos y a generar espacios de colaboración para que esto desaparezca. El virus no está orientado hacia nosotros de manera negativa. Él hace lo suyo: entra en la célula y la célula produce más virus, eso es todo. Y en ese proceso el organismo se desarmoniza. Hay que evitar que el virus siga dando vueltas para poder recuperar la armonía. Compartir y colaborar De niña, la madre de Humberto Maturana vivió en una comunidad aymara. Cuando era ya mayor, él le preguntó qué era lo que más había aprendido allí: “A compartir y colaborar”, fue su respuesta. “Eso quiere decir que hay culturas en las cuales lo central es la colaboración.

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Nosotros podemos vivir así, a no ser que se nos meta la ambición, la envidia, el deseo de destruir al otro. No podemos tener una convivencia armónica si no estamos dispuestos a convivir en el respeto común, la colaboración y la honestidad”, afirma. ¿La epidemia ha favorecido la solidaridad? XD: Para mí esta pandemia nos lleva al corazón del dolor humano. Cuando algo te toca a ti en tu vivir, uno despierta. Cuando está cerca de uno, hace un cambio brutal. Lo que ha hecho este dolor que viene empaquetado en pandemia es que nos miremos al espejo. HM: Lo importante es que seamos capaces de mirarnos. El virus no nos obliga a mirarnos, incluso puede pasar que nos rechacemos. Lo interesante es que tengamos la sensibilidad de mirarnos y darnos cuenta de que llegó el momento de escucharnos, que las quejas que teníamos sobre la convivencia son verdaderas. Que en el fondo no estamos haciendo lo que quisiéramos hacer, porque no estamos generando bienestar en la convivencia. Ustedes plantean una convivencia basada en la colaboración en lugar de la competencia, ¿esta crisis podría brindar la oportunidad de hacer un cambio en esa dirección? XD: Sería maravilloso. Ayer nos llamaba un amigo de Brasil y nos decía que nosotros hace más de 20 años tenemos la misma narrativa, y ahora es la gran oportunidad. HM: Si compites, tienes que anular al otro para hacer lo tuyo. El neoliberalismo mete el concepto de la

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competencia y es contrario al respeto y la colaboración. Competir es negar al otro, y lo niego desde mí, no desde la naturaleza o de la calidad del hacer. ¿Han sentido temor? HM: El tema es delicado, pero si uno sabe lo que tiene que hacer, no tengo nada que temer. Tengo que moverme en la tangente relacional en la cual evito los contagios. XD: Estamos bien, preocupados de no contaminarnos y que no se contamine la gente que queremos. ¿Son optimistas respecto de la resolución de esta crisis? XD: Tenemos dos caminos, o cambiamos nuestra mirada y seguimos adelante o la humanidad se termina. HM: Preferimos seguir adelante con otra mirada, por lo tanto, colaboramos para que esto se detenga.

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ESCENAS DE UNA PANDEMIA DE HACE 1500 AÑOS QUE SE REPITEN HOY Vicente G. Olaya58

Publicado por el diario El País, España, el 10 de abril.59

Una investigación de la Universidad de Barcelona destaca las sorprendentes similitudes entre la pandemia del coronavirus y la plaga de Justiniano que asoló el mundo en el 541. Una pandemia que llegó del extranjero y que se extendía rápidamente desde los puertos adonde arribaban los pasajeros infectados –asintomáticos o no-, sin ningún remedio médico disponible que pudiese pararla, todos los habitantes confinados en sus casas en chándal para evitar contagios, la paralización total de la economía, el ejército vigilando las calles, médicos contagiados trabajando hasta la extenuación, miles de fallecidos diarios sin enterrar durante “muchos días porque quienes cavaban ya no daban abasto”. No es la crónica del coronavirus que afecta al mundo. Es el relato que Procopio de Cesarea realizó del brote de peste bubónica que asoló 58 59

Periodista, Actual redactor de Patrimonio histórico del diario El País. <https://elpais.com/cultura/2020-04-10/escenas-de-una-pandemia-de-hace1500-anos-que-se-repiten-hoy.html>.

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el mundo conocido entre el 541 y 544, de China a las costas de Hispania. El estudio La plaga de Justinià, segons el testimoni de Procopi, (La plaga de Justiniano según el testimonio de Procopio) de Jordina Sales Carbonell, investigadora de la Universidad de Barcelona, ha devuelto a la actualidad este relato de hace 1500 años con moraleja. “A día 1 de abril de 2020, determinadas similitudes y paralelismos del comportamiento humano frente un virus y sus consecuencias nos parecen tan cercanas y actuales que, a pesar de la tragedia que estamos viviendo en primera persona, nunca podemos dejar de maravillarnos de cómo se repite la historia” escribe esta arqueóloga e historiadora del Institut de Recerca en Cultures Medievals de la Universidad de Barcelona. En el 541, durante el reinado del bizantino Justiniano, se desató un brote de peste bubónica en el imperio. “La alarma surgió en Egipto, desde donde la infección se expandió de forma rápida y letal”. Procopio lo reflejó en su libro Sobre las guerras, donde relataba las campañas militares de Justiniano por Italia, África del Norte, Hispania... y cómo los soldados iban extendiendo la pandemia por los distintos puertos a los que llegaban, fundamentalmente de Europa, África del Norte, el Imperio Sasánida (Persia) y, desde allí, a China. Procopio, como consejero del general bizantino Belisario, al que siguió en sus campañas, se convirtió así en “testigo privilegiado” de una pandemia que recibió el nombre de plaga de Justiniano: “Se declaró una epidemia que casi acaba con todo el género humano de la que no hay forma posible de dar ninguna explicación con palabras, ni siquiera de pensarla, salvo remitirnos a la

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voluntad de Dios”, escribió el historiador bizantino. “Esta epidemia”, continuó, “no afectó a una parte limitada de la Tierra, ni a un grupo determinado de hombres, ni se redujo a una estación concreta del año [...], sino que se esparció y se cebó en todas las vidas humanas, por diferentes que fueran unas personas de otras, sin excluir ni naturalezas ni edad”. Así, la enfermedad no conocía limites, “hasta los extremos del mundo, como si tuviese miedo de que se le escapara algún rincón”. Un año después de ser detectada, la peste llegó a la capital del imperio, Bizancio (actual Estambul), “asolándola durante cuatro meses”. “El confinamiento y aislamiento eran totales”, describe Sales Carbonell, “pues era más que obligatorio para los enfermos. Pero también se impuso una especie de autoconfinamento espontáneo e intuitivamente voluntario para el resto, en buena parte motivado por las propias circunstancias”. De hecho, “no era nada fácil ver a alguien en los lugares públicos, al menos en Bizancio, sino que todos los que estaban sanos se quedaban en casa, cuidando de los enfermos o llorando los muertos”, según Procopio. Y lo hacían “con ropa cualquiera, como simples particulares”, lo que la historiadora de la Universidad de Barcelona, traduce con cierta sorna “como en chándal de la época”. La economía, mientras tanto, se derrumbaba: “Las actividades cesaron y los artesanos abandonaron todos los empleos y los trabajos que llevaban entre manos”. Pero a diferencia de hoy en día, las autoridades fueron incapaces de organizar unos servicios esenciales. “Parecía muy difícil obtener pan o cualquier otro alimento, por lo que, para algunos enfermos, el desenlace final de la vida fue sin lugar a dudas prematuro, debido a la falta de artículos de

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primera necesidad”, escribió el bizantino en Sobre las guerras. “Muchos se morían porque no tenían a nadie que los cuidara”, ya que las personas que atendían la emergencia “caían agotadas al no poder descansar y sufrir constantemente. Por eso, todos se compadecían más de ellos que de los enfermos”. Vigilancia en las calles Justiniano, dada la desesperada situación, distribuyó entonces “pelotones de guardias de palacio” por las calles y nombró a su jefe de gabinete refrendario, el “cual con el dinero del tesoro imperial e incluso poniendo de su propio bolsillo sepultaba los cuerpos de los que no tenía nadie que se ocupara”. El mismo emperador se infectó, aunque superó la enfermedad, y continuó gobernando durante más de undecenio. Los picos de mortandad subieron de 5000 a 10.000 muertos al día, e incluso más. De tal manera que, “aunque en un primer momento cada uno tenía cuidado de los muertos de su casa, el colapso y el caos se convirtieron en inevitables y los cadáveres se lanzaban también a las tumbas de otros, a escondidas o con violencia”. Incluso los ilustres, recuerda el Procopio, “permanecieron sin sepultar durante muchos días”, así que “los cuerpos se amontonaron de cualquier manera en las torres de las murallas”. No habría cortejos ni ritos funerarios para ellos. Cuando finalmente se superó la pandemia, surgió, recuerda la historiadora, un aspecto positivo: “quienes habían sido partidarios de las diversas facciones políticas abandonaron los reproches mutuos. Incluso aquellos que antes se entregaban a acciones bajas y malvadas dejaron,

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en la vida diaria, toda maldad, pues la necesidad imperiosa les hacía aprender lo que era la honradez”, en palabras de Procopio, aunque al cabo de un tiempo volvieron a las andadas. “Este punto justo de poesía nos hace vislumbrar el optimismo y la esperanza de que tal vez nos permitirán salir adelante y no volver a tropezar de nuevo con la misma piedra”, termina la experta más con ilusión que con certeza.

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LA VIDA DESPUÉS DEL COVID-19: REPLANTEANDO NUESTRA RELACIÓN CON LA NATURALEZA

J. Cristóbal Pizarro y Aníbal Pauchard60

Publicado por el diario El Mostrador el 11 abril.61

Durante estas semanas hemos leído diversas opiniones sobre qué vamos a hacer cuando “pase” la pandemia COVID-19, la que indudablemente tiene a todas las sociedades en jaque. Desde temas inmediatos de salud pública, hasta la relevancia de la ciencia y la posibilidad cierta y evidente de mitigar el cambio climático, el consenso es que, si después de esto no hay un cambio verdadero y estructural en la forma que llevamos nuestra vida y economía, es poco lo que podemos llegar a cambiar manteniendo el mismo sistema. Nuestra sociedad y el planeta están enfermos y lo tenemos que aceptar. Sólo 60

J. Cristóbal Pizarro, Doctorado en Sostenibilidad Social y Ecológica. Waterloo, Ontario,

Canadá; trabaja en el Laboratorio de Estudios del Antropoceno; Aníbal Pauchard es Doctorado en Ciencias Forestales por la Universidad de Montana. Profesor de

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la Universidad de Concepción; trabaja en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas Facultad de Ciencias Forestales, de la misma universidad. <https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2020/04/11/la-vidadespues-del-covid-19-replanteando-nuestra-relacion-con-la-naturaleza/>.

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pensemos en lo ocurrido en 2019, por ejemplo, con la crisis mundial de incendios, los múltiples estallidos sociales y la creciente crisis del agua. Ir contra de lo anterior ya no sería una diferencia de “percepción” o de opinión política, si no francamente una negación de la realidad. Ahora, y después del COVID-19 también. Existe ya hace décadas un consenso mundial, entre académicos y tomadores de decisiones, que las actividades desarrolladas por el ser humano tienen efectos e impactos negativos sobre la biota a nivel planetario. Ahora, vemos con claridad cómo esta crisis ambiental se sobrepone a otra climática, a otra sanitaria, a otra social, y que estamos viviendo un escenario de crisis mundial. Al mismo tiempo, también coincidimos que la naturaleza, con su biodiversidad y sus ecosistemas, son esenciales para el bienestar de las personas, y que por lo tanto la sobrevida de nuestra propia especie depende de ella. Aún en un escenario de alta globalización de revolución tecnológica, de Inteligencia Artificial y automatización, de las bolsas y mercados internacionales, todos los días dependemos de la naturaleza, y nuestra relación con ella es el punto clave y tema de fondo para nuestro futuro. Hemos creado una paradoja de la modernidad, donde nuestro desarrollo tecnológico y la globalización de nuestras actividades nos ha dejado extremadamente expuestos a las consecuencias de nuestras propias acciones. El Antropoceno Ha sido en las últimas dos décadas que hemos comenzado a entender la real magnitud de nuestros

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impactos sobre el planeta. Así, hemos visto los cambios notables en los componentes de la atmósfera, los océanos y por ende el clima desde los años 60 y 70, producto de una economía basada en combustibles fósiles que externaliza el daño ambiental y social. También observamos la tasa acelerada de extinción de especies y alteración de los ecosistemas, que se extiende a escala global y que se agudizan también durante ese periodo. Estos procesos de degradación ambiental coinciden con varias cosas “humanas”: la aceleración expansión y densificación de las ciudades, la extracción intensiva e insostenible de recursos naturales, minerales y fósiles. Por ejemplo, sabemos basado en el reciente informe de la Naciones Unidas y su plataforma IPBES que, para las Américas, desde 1960 a la fecha, se ha triplicado nuestra huella ecológica, es decir, nuestro impacto sobre la naturaleza y hemos perdido entre un 10 a 25% de nuestros bosques naturales dependiendo de la región del continente. A nivel mundial, el escenario tampoco es muy positivo. IPBES reconoce una pérdida en las poblaciones de especies silvestres de un promedio de 20% desde 1900, con más de 1 millón de especies en peligro de extinción, de un total aproximadamente de 8 millones. Las áreas urbanas se han duplicado desde 1990 y más de un 75% de la superficie terrestre y un 66% de las zonas marinas muestran impactos significativos del ser humano. Este periodo también es caracterizado por una acelerada movilidad humana, dada las condiciones de alcance y economía de escala de los medios de transporte y comunicación. Estos fenómenos que son parte de lo que los historiadores y científicos sociales llaman la “Gran Aceleración”, que se intensifican tras el fin de la Segunda Guerra mundial. Las métricas del turismo, por ejemplo, son elocuentes, donde el rubro y por ende el transporte de personas con fines de ocio sigue creciendo cada año. Hasta hoy. Todos ellos tienen consecuencias ambientales, que hemos considerado “externalidades” de nuestros modelos de desarrollo económico.

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Todos estos procesos convergen y son parte y consecuencia de un gran cambio planetario, sin parangón, causado por el ser humano. El premio nobel Paul Crutzen y Eugene Stoermer en 2000 propusieron el “Antropoceno”, un nuevo período en la vida del planeta posterior al Holoceno. Actualmente la propuesta se encuentra en las etapas finales de discusión por parte de la Subcomisión de Estratigrafía Cuaternaria que es un cuerpo constituyente de la Comisión Internacional Estratigráfica. Todo esto para declarar al Antropoceno formalmente como una era geológica. Desde el punto de vista político, algunos académicos prefieren hablar de Capitaloceno, responsabilizando al capitalismo como un sistema de vida, económico y político responsable de estado del planeta. La situación actual es tan compleja, que hace pensar que el Capitaloceno será solo una etapa del Antropoceno, en tránsito, ojalá, hacia algo mejor. Ecosistemas sanos con sociedades justas y resilientes En el Antropoceno, las vulnerabilidades de las sociedades y los ecosistemas se solapan. Así de pronto tenemos hoy en Chile y en muchos lugares en el mundo, una crisis climática y de escasez hídrica, junto a una crisis políticosocial-ambiental, con inequidad galopante y vergonzosa en la distribución de la riqueza. En Chile y en el mundo se solapan también la pobreza y la contaminación, en las que denominamos zonas de sacrificio, donde las superficies de ecosistemas sanos están muy reducidas o son prácticamente inexistentes. La globalización no retribuye a estas comunidades ni a sus ecosistemas, los bienes y servicios que proveen a la economía nacional ni la producción mundial. Por años, se ha creado un falso dilema donde se ha pospuesto la protección ambiental hasta alcanzar los niveles de desarrollo económico suficiente, algo así como “primero pan, luego naturaleza”. Es en estos momentos de crisis, nos damos cuenta de que esa dicotomía es completamente falaz, sin una naturaleza sana no tendremos un

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sistema económico funcionando y aún menos un bienestar humano adecuado. Todas estas crisis hacen sinergia, y hoy tocamos fondo con la crisis del COVID-19. En este escenario, las enfermedades denominadas emergentes e incluso reemergentes, juegan en un escenario distinto. Particularmente, las zoonosis, enfermedades transmitidas de los animales a los seres humanos, son el 60% de las enfermedades emergentes y de estas el 70% provienen de animales silvestres. Las enfermedades más las condiciones que genera el Antropoceno, causan lo que vemos hoy, que un virus altamente contagioso que salta y muta de un murciélago, un pangolín, –especies amenazadas por la presión humana– se transforme en una pandemia. La globalización y rápido intercambio y flujo de personas, materiales y mercancías; a lo que podemos sumar, la negligencia de los tomadores de decisiones y la sociedad en general, todas estas interconexiones que no tomamos en serio ni respetamos. No hace falta pensar en los pangolines malayos, solo pensemos en el virus Hanta y el tifus de los matorrales, ambos transmitidos por vectores nativos. Podemos preguntarnos, por ejemplo, ¿cuál es la política de Estado respecto a estas enfermedades emergentes en Chile? Qué hacemos hoy para asegurar el mañana: un aterrizaje forzoso Aunque suene duro, parece que a lo único que el ser humano teme en realidad es a las enfermedades. Con toda razón, plagas y epidemias han diezmado poblaciones enteras en el pasado. Pero el entendimiento de una epidemia en este contexto de destrucción de sistemas de vida naturales y culturales es un paso que extender hacia todos los ámbitos de la vida. Científicos y activistas de todo el mundo llevan años y décadas de lucha por llevar estos temas socioambientales a altas esferas de tomas de decisiones, a

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niveles nacionales y globales; algunos de ellos arriesgando o perdiendo sus vidas. En retorno, la clase gobernante han generado muchos acuerdos y reuniones, algunos muy costosos, pero que se han traducido en pocos cambios estructurales, o bien son muy lentos e inconstitucionales. Ni siquiera la ambiciosa agenda del cambio climático, cuyos efectos devastadores han afectado a todas las latitudes, ha logrado hacer cambiar el rumbo de nuestro sistema. Es más, existen sectores de la sociedad que niegan el cambio climático a pesar de un mar de evidencia y de trabajo científico serio, que en este momento es irrefutable. La posverdad y el populismo se reinstalaron en los gobiernos de naciones poderosas en el peor momento y hoy sufrimos sus consecuencias. Modificar nuestro modelo de desarrollo y estilo de vida será, como hoy, forzoso, no por voluntad si no por fuerza de las consecuencias, por ejemplo, con lo que vemos con la pandemia de COVID-19. Ahora es cuando, la oportunidad en que todos vemos con estupor lo que está pasando. Necesitamos una globalización avanzada, tolerante con las diferencias y la diversidad, pero consciente de los límites. Mirando al futuro post-COVID: tres ideas fuerza Entonces, ¿cómo podemos como sociedad chilena enfrentar los nuevos desafíos? Primero, creemos que es fundamental hacer cambios macro políticos y tenemos herramientas ya en juego. Esto implica en lo concreto: Primero, debemos entender que somos parte de un planeta finito en recursos y que en este momento está bajo un gran estrés causado por nuestras propias acciones. Debemos como país suscribir y cumplir los acuerdos globales sobre cambio climático, biodiversidad, derecho y justicia ambiental (Acuerdo de Escazú, por ejemplo). Eso a nivel global y regional (ej. Las Américas, América Latina), fortaleciendo las políticas ambientales por sobre intereses meramente

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económicos. El crecimiento económico no puede ser el único norte, debemos tener una visión más integral del desarrollo-país, que incorpore el bienestar del ser humano asociado a un planeta saludable. Segundo, debemos incorporar transversalmente al ciclo de generación de políticas públicas a científicos y científicas. Esto es fundamental en todos los aspectos de la sociedad, incluyendo los temas de salud, educación, seguridad alimentaria, escasez hídrica y adaptación al cambio climático. También debemos abrir las puertas a las sabidurías de las comunidades locales, los pueblos originarios y los migrantes que pueden aportar con conocimiento y valores ligados a la resiliencia para una mejor adaptación a las condiciones cambiantes. Finalmente, debemos reflexionar profundamente sobre cómo las acciones colectivas e individuales pueden modificar nuestra conducta. En una era globalizada como el Antropoceno, no podemos seguir dejando las grandes decisiones a una simple decisión individual. No se trata de limitar la libertad individual, pero sí entender bien las implicancias de nuestro comportamiento en el bienestar de la toda la sociedad. Un ejemplo claro de esto es el llamado mundial #QuédateEnCasa para enfrentar al COVID-19, el cual apela fundamentalmente a la solidaridad de todos los conciudadanos. La educación ambiental puede ser una de las mejores formas de abrir el diálogo intergeneracional que nos permita enfrentar el Antropoceno y sus escenarios impredecibles.

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EL CONSUELO DEBE SER AHORA EL COMPROMISO DETODOS Papa Francisco

Publicado por Reflexión y Liberación el 19 de marzo, recogido de una entrevista concedida al diario italiano La Repubblica y publicada este 18 de marzo.1

Santo Padre, ¿qué pidió cuando fue a rezar a las dos iglesias romanas?

Le pedí al Señor que detuviera la epidemia: Señor, detenla con tu mano. Recé por esto.

¿Cómo podemos vivir estos días para que no se desperdicien? Debemos redescubrir lo concreto de las pequeñas cosas, de los pequeños cuidados que hay que tener hacia nuestros allegados, la familia, los amigos. Comprender que en las pequeñas cosas está nuestro tesoro. Hay gestos mínimos, que a veces se pierden en el anonimato de la 1

<http://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2020/03/19/le-pedi-al-senor-que-detuvierala-epidemia/>.

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vida cotidiana, gestos de ternura, de afecto, de compasión que, sin embargo, son decisivos, importantes. Por ejemplo, un plato caliente, una caricia, un abrazo, una llamada telefónica… Son gestos familiares de atención a los detalles de cada día que hacen que la vida tenga sentido y que haya comunión y comunicación entre nosotros.

¿No solemos vivir así? A veces solo vivimos una comunicación virtual entre nosotros. En cambio, deberíamos descubrir una nueva cercanía. Una relación concreta hecha de cuidados y paciencia. Muy a menudo las familias, en casa, comen juntas en un gran silencio, pero no es para escucharse mejor unos a otros, sino más bien porque los padres ven la televisión mientras comen, y sus hijos están concentrados en sus teléfonos móviles. Parecen unos monjes aislados unos de otros. Así no hay comunicación; en cambio, escucharnos es importante porque entendemos los problemas de cada uno, sus necesidades, esfuerzos, deseos. Hay un lenguaje hecho de gestos concretos que debe ser salvaguardado. En mi opinión, el dolor de estos días debe abrirnos a lo concreto. Hay mucha gente que ha perdido a sus seres queridos, mientras muchos otros están luchando al frente para salvar otras vidas. ¿Qué quiere decirles? Agradezco a los que se dedican de esta manera a los demás. Son un ejemplo de esta sensibilidad hacia lo concreto. Y pido que todos estén cerca de aquellos que han perdido a sus seres queridos y traten de estar cerca de ellos de todas las maneras posibles. El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos. ¿Cómo puede vivir con esperanza frente a estos días alguien que no cree? Todos somos hijos de Dios y estamos bajo su mirada. Incluso aquellos que aún no han encontrado a Dios, aquellos que no tienen el don de la fe, pueden encontrar ahí su

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camino, en las cosas buenas en las que creen: pueden encontrar la fuerza en el amor a sus hijos, a su familia, a sus hermanos y hermanas. Uno puede decir: ‘No puedo rezar porque no soy creyente’. Pero al mismo tiempo, sin embargo, puede creer en el amor de la gente que le rodea y encontrar allí la esperanza”.

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LA PANDEMIA DEL CORONA EN EL ESPEJO DE LA TEOLOGÍA. DIÁLOGO CON KARL RAHNER SOBRE MIEDO Y CONFIANZA Institut für kirchliche Ämter und Dienste2

Publicado en alemán por Katholische Kirche Kärnten el 23 de marzo.3 Traducción de Marcelo Alarcón A.

La actual pandemia del virus Corona está causando temor en muchas personas. De pronto nos enfrentamos a una amenaza invisible, pero real, que cuestiona muchas de las cosas que damos por sentado en la vida cotidiana. Esta situación, con su restricción masiva de la libertad y los derechos de movimiento es, en cierta forma, nueva, por lo que apenas hay estrategias de interpretación y acción de las que podamos echar mano. No obstante, ha habido escenarios de crisis de similar magnitud en las últimas décadas. Una de ellas fue la amenaza nuclear en los años 60 y 70. Esto llevó al teólogo Karl Rahner a pensar en los conceptos de miedo y 2

Organización católica en Austria. <https://www.kath-kirche-kaernten.at/home>.

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<https://www.kath-kirche-kaernten.at/dioezese/detail/C2489/die-coronapandemie-im-spiegel-der-theologie>.

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confianza. Publicó esta contribución en el volumen 15 de sus escritos sobre teología con el título “Angst und Vertrauen in theologische Perspektive” (p. 267-279).4 En este escrito se encuentran también perspectivas5 sobre nuestra situación actual. Así que yo, con el trasfondo de la crisis actual, entré en una conversación con las consideraciones de este gran teólogo, que finalmente se condensaron en un diálogo ficticio (las intervenciones de Rahner son citas directas, p. 270-276). La raíz del miedo Kapeller: Me gustaría empezar muy directamente con el término miedo. En primer lugar, entiendo el miedo como un estado interior que se activa cuando me enfrento a algún tipo de peligro. El miedo puede protegerme, advertirme y amonestarme para que tenga cuidado. ¿Pero dónde está la raíz del miedo humano? Rahner: Asumimos que el ser humano experimenta la última incertidumbre de su realidad, su existencia. [...] No somos de nosotros mismos; hemos comenzado y no hemos fijado y decidido este comienzo nosotros mismos; somos constantemente dependientes y dependientes de realidades, situaciones y ayudas que no nos pertenecen, de las que no podemos disponer autónomamente. Kapeller: Así que la raíz del miedo no está en una amenaza concreta, sino en nuestra condición humana. En otras palabras, en nuestras vidas siempre tenemos menos 4

Miedo y confianza en perspectiva teológica.

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Traductor: Zugänge: lit.: entradas.

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control de lo que pensamos que tenemos y somos capaces de controlar menos de lo que comúnmente pretendemos... Rahner: Nosotros somos los no preguntados, abandonados [Aufgegebenen= desahuciados] y dependientes, que vienen aquí sin poder decidir sobre nuestro origen y futuro. El miedo existencial [Trad.: Daseinsangst] como expresión de la existencia humana Kapeller: Pero la vida cotidiana ofrece poco espacio para las percepciones de esta profundidad y alcance. Más bien, incluso en las crisis, las personas tenemos más probabilidades de compensar lo que no es posible y así crear estructuras que nos dan la sensación de que podemos moldear nuestras vidas con nuestros propios esfuerzos. Rahner: El hombre puede reprimir esta experiencia, puede olvidar esta dependencia ante todo tipo de asuntos diarios, hasta sus más altos, pero auto-reflexivos ideales. Pero ahí está, empujándose a sí mismo hacia adelante una y otra vez. Kapeller: Me gustaría volver a mi pensamiento del inicio y conectarlo con este enfoque. Entonces, si entonces siento miedo de una situación amenazante, es porque me experimento como inseguro y dependiente en toda mi existencia. Esto plantea la cuestión de cómo interpreto este estado de dependencia y la condicionalidad de mi vida. Ranher: Esta experiencia de la condicionalidad puede ciertamente ser interpretada reflexivamente de diferentes maneras, puede ser interpretada como una experiencia de la condición natural o puede ser llamada de otra forma en las

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filosofías ateas. Pero está ahí e inevitablemente conlleva el carácter de lo que podemos llamar miedo [...]. La referencia del hombre a Dios Kapeller: Si desde una perspectiva cristiana tomo el concepto de ser creado y, por lo tanto, me entiendo como una criatura, ¿no se convierte este miedo existencial casi necesariamente en su opuesto, es decir, en confianza? O para decirlo de otra manera: ¿Puede este miedo existencial y con él también la experiencia concreta de miedo ser abolida cuando me doy cuenta de mi origen en Dios? Rahner: Y, sin embargo, aún así, su miedo existencial no se suspende simplemente. Incluso entonces ellos no disponen [verfügen] de su origen y su punto de vista. Pero su temor está en un estado de salvación difícil de describir, una convicción que no necesariamente se refleja en sí misma, que uno no cae, a pesar de que no se sostiene. Kapeller: Incluso si me entiendo a mí mismo como una criatura de Dios, hay algo que permanece suspendido: me experimento a mí mismo expuesto y relegado y al mismo tiempo retenido sin ser capaz de aferrarse a este asimiento de nuevo. Pero ¿cómo puedo encontrar una actitud de confianza en estas circunstancias cuando el miedo a la existencia está tan profundamente inscrito en la existencia humana? Rahner: Si nuestro origen no disponible es el escenario creativo del incomprensible y siempre incomprensible Dios, que nos pone en un movimiento cuya meta es la inmediatez de sí mismo, entonces esta suposición básica redentora de nuestra temible existencia puede desplegarse en los tres ideales existenciales básicos cristianos: fe, esperanza y amor.

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Kapeller: Si entiendo bien, el miedo no puede ser simplemente sacudido o reemplazado por la confianza; sigue siendo un compañero constante. Puede ser paralizante, confinante y opresivo. Cuando “me ataca”, es difícil ponerse en movimiento o dejarse poner en marcha. La confianza como un regalo Rahner: Esta confianza [...] así referida [...] es [...]6 un compromiso libre con la existencia como un todo y como uno, atreviéndose y regalando el sujeto como tal. Kapeller: Pero esto requiere un acto de libertad más o menos consciente. Porque depende de mí si me dedico a la existencia, a la vida. Rahner: Este acto básico [...] tiene lugar en el giro hacia las tareas concretas de la libertad en el trato con las realidades materiales, sociales e históricas individuales. Kapeller: Y, sin embargo, incluso este paso de la libertad en la acción sigue siendo hasta cierto punto alejado de la libertad. Porque hay personas que pueden arriesgarse a confiar en tiempos de crisis y miedo y otras que no pueden. Rahner: Tal confianza, [...] no puede [...] ser [...] establecida. La confianza real solo puede determinarse indirectamente y, por lo tanto, experimentarse como “gracia”. [...] Uno vive con tal serenidad desde la convicción de que, en última instancia, nada puede suceder.

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Cortes del texto de Rahner en el artículo original.

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Kapeller: Así que al final queda la esperanza de que cuando sea consciente del miedo a la existencia como la raíz de mis miedos, pueda cambiar de una consideración reflexiva de la amenaza a una actitud de confianza. Porque entonces no miraré primero lo que me asusta, sino a Dios, a quien debo mi vida y que quiere hacerme el bien. Rahner: Uno experimenta una despreocupación interior, relajación y alegría, que nos dan derecho a esperar que incluso allí, donde no podemos llegar con nuestra [...] reflexión, todo está bien, se da una paz que, como dice la Escritura, supera todo entendimiento.

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ESPERANZA EN TIEMPOS DE LA PANDEMIA DELCORONA Jürgen Moltmann7

Publicado en alemán por #2komma42 el 23 de marzo.8 Traducción de Marcelo Alarcón.

Dios no nos ahorra el “valle oscuro”, el valle de la muerte, pero está con nosotros en nuestros temores sobre los desastres naturales de los virus y en los desastres ambientales causados por el hombre. Por lo tanto, no temo “ninguna desgracia”, porque el eterno Tú está conmigo. “Cercano y escurridizo es el Dios”, escribió Hölderlin. No es el Dios lejano difícil de entender, sino el Dios cercano. ¡Al final - el principio! Esa es la esperanza cristiana. Se basa en el recuerdo del fin de Cristo –muerte y resurrección– y se dirige a lo que experimentamos como 7

Teólogo protestante alemán. De sus muchas obras cabe recordar dos de las primeras: Teología de la esperanza (1968) y El dios crucificado (1972); de sus

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el fin el principio (2004) y Ética de la esperanza (2011). <https://2komma42.ekir.de/blog/worauf-hoffen/>.

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últimas: En


“fin”. El “Dios de la esperanza” siempre da siempre un comienzo cuando estamos en el final. En la muerte nos despierta a una nueva y eterna vida en su mundo venidero. La pregunta: ¿Por qué Dios permite que esto suceda? es una pregunta del espectador, no de los afectados, quienes piden curación y consuelo. Cuando sobreviví al final de mi ciudad natal, Hamburgo, en la tormenta de fuego de julio de 1943, clamé a Dios por la salvación y no me pregunté por qué.

¿Quién gana en tiempos de pandemia? 1.

2.

La competencia diaria del pueblo se ha detenido. Entonces todos están afectados y aprenden ahora a apreciar la solidaridad. En el silencio forzado aprenden la paciencia. Pero el mayor ganador es la naturaleza. Tengo curiosidad por el balance de CO2 del año 2020. El desastre natural ha llevado a que se tomen medidas drásticas en todo el mundo humano. La catástrofe ambiental provocada por el hombre debe ser combatida con medidas similares y solidaridad.

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GENOCIDIO VIRÓSICO Papa Francisco

Carta enviada por el Papa Francisco al Juez Roberto Andrés Gallardo, Presidente del Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana, publicada por el sitio del Comité el 28 de marzo.9

Dr. Roberto Andrés Gallardo.

Querido hermano: Gracias por tu correo. A todos nos preocupa el crecimiento, en progresión geométrica, de la pandemia. Estoy edificado por la reacción de tantas personas, médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, religiosos, sacerdotes, arriesgan su vida para sanar y defender a la gente sana del contagio. Algunos gobiernos han tomado medidas ejemplares con prioridades bien señaladas para defender a la

<https://7b839c0c-a6b2-4e70-bd0209b3018c6e4b.filesusr.com/ugd/5f6cc0_d3e88ec6cdab4261b77e9d81096296b6. pdf>.

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población. Es verdad que estas medidas “molestan” a quienes se ven obligados a cumplirlas, pero siempre es para el bien común y, a la larga, la mayoría de la gente las acepta y se mueve con una actitud positiva. Los gobiernos que enfrentan así la crisis muestran la prioridad de sus decisiones: primero la gente. Y esto es importante porque todos sabemos que defender la gente supone un descalabro económico. Sería triste que se optara por lo contrario, lo cual llevaría a la muerte a muchísima gente, algo así como un genocidio virósico. El viernes tuvimos una reunión con el Dicasterio del Desarrollo Humano Integral, para reflexionar sobre el ahora y sobre el después. Prepararnos para el después es importante. Ya se notan algunas consecuencias que deben ser enfrentadas: hambre, sobre todo para las personas sin trabajo fijo (changas10, etc.), violencia, la aparición de los usureros (que son la verdadera peste del futuro social,11 delincuentes deshumanizados), etc. Sobre el futuro económico es interesante la visión de la economista Mariana Mazzucato, docente en el University College London (Il valore di tutto. Chi lo produce e chi lo sottrae nell’ economía globale, La haya, 2018). Creo que ayuda a pensar el futuro. Cariños a tu madre. Por favor no se olviden de rezar por mí; lo hago por ustedes. Que el Señor te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Fraternalmente, Francisco.

10 11

Argentinismo: trabajo temporal. Traducción de “untores”.

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TEOLOGÍA EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS Mariano Delgado12

Publicado en alemán por la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo el 31 de marzo.13 Traducción de Marcelo Alarcón A.

¡Queridos amigos y miembros de la Facultad de Teología! A primera vista, no son buenos tiempos para la teología: iglesias cerradas, no hay liturgia de Viernes Santo y Pascua. El viejo y solitario Papa de Roma, en un aparente gesto patético ante la plaza vacía de San Pedro, con la custodia en la mano, bendijo “la ciudad y el mundo”, a toda la humanidad, y proclamó que todos estamos en la misma barca, que Dios no dejará al hombre. Sí, no puede dejar al hombre, ya que lo ha creado como su interlocutor: “El hombre está llamado a dialogar con Dios (ad colloquium cum Deo) ya desde su origen: existe solo porque, creado por Dios por amor, se conserva siempre por amor (a Deo ex amore creatus, semper ex amore conservatur)” (Gaudium es spes 19). 12

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Decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo. Además, es Director del Instituto para el Estudio de las Religiones y el Diálogo Interreligioso de la misma universidad. <http://www.theologieundkirche.de/>.

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En tiempos como estos, Dios no es el único que siempre está preguntando por el hombre: “¿Dónde estás?” (Gaudium es spes 19). (Gen 3,10). El hombre también clama a Dios desde las profundidades: “¿Dónde estás?”. Ciertamente, no faltan los agentes pastorales que, como un Carlo Borromeo, están presentes en los hospitales y otros lugares para dar consuelo y asistencia espiritual. Pero, los héroes de nuestro tiempo son los paramédicos y el personal médico que tratan de ayudar desinteresadamente, arriesgando sus vidas. Podemos ver en esto una herencia secular de la cultura cristiana de la misericordia, en cuyo suelo se construyeron una vez hospitales, casas para los pobres y hogares de ancianos. ¡Alegrémonos de que el mensaje cristiano haya sido tan fructífero en esta área! Lo mismo se aplica al pensamiento del “único” mundo y la “única familia humana”, que se ha hecho evidente y que, en tiempos de catástrofes, enciende una ola de solidaridad mundial. Pagaremos un alto precio, humano y económico por el Coronavirus. Pero también superaremos esta crisis, como lo hemos hecho en otras ocasiones. La pregunta es si aprenderemos de ello y daremos finalmente un giro. Después de crisis similares, que deberían habernos enseñado “humildad” y “autoconocimiento” y una nueva forma de vida, la humanidad dio un salto y cayó en el orgullo de la arrogancia. Así, a la peste negra del siglo XIV le siguió el Renacimiento, donde el hombre se vio a sí mismo como la corona de la creación, llamado a explotar la naturaleza. A la Guerra de los Treinta Años y las epidemias de los siglos XVII y XVIII le siguieron la Ilustración con el “sapere aude” kantiano (“¡tenga el valor de usar su propio intelecto!”) y el positivismo técnico del siglo XIX. Las

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guerras mundiales y las epidemias del siglo XX fueron seguidas por los viajes espaciales y la revolución tecnológico-digital. ¿Qué pasará ahora? ¿Debe seguir aplicándose el lema de los Juegos Olímpicos “citius, altius, fortius” (más rápido, más alto, más fuerte) a la humanidad y a los distintos países que compiten entre sí económicamente? ¿O es finalmente el momento de dar un giro, como el “Club de Roma” en 1972 con su informe Los límites del crecimiento y el Papa Francisco en 2015 con la encíclica Laudato si”? En ella se dice que el hombre de hoy en día “no tiene una ética sólida, ni una cultura y espiritualidad... que realmente le pongan límites y le frenen en una clara autolimitación” (Laudato si’ 105). Habla de una “espiritualidad y estética de la frugalidad”, de una espiritualidad del “ocio y la fiesta, de la receptividad y la gratuidad”, de un estilo de vida profético y contemplativo, de un “crecimiento con moderación”, de una “vuelta a la simplicidad”, de “frugalidad y humildad”, de una despedida de la “alta velocidad” de nuestro tiempo, de “prisa constante”. Estos serían algunos pasos hacia el buscado “nuevo humanismo” que deja atrás la arrogancia y practica humildemente el autoconocimiento. Lo que se necesita es un humanismo que, aunque bajo una apariencia secular, esté marcado por los valores fundamentales del cristianismo: la preocupación por una “vida en plenitud” (Jn 10,10) para todos, especialmente para los más débiles, la construcción de un mundo en el que la justicia y la verdad, la libertad y la paz, la solidaridad y la fraternidad encuentren un hogar. Un humanismo en el que los cristianos no olvidamos mantener viva la

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esperanza universal de la salvación de todos gracias al don inconmensurable y “gratuito” del Dios Encarnado. La teología de hoy está llamada a participar en la búsqueda de esta nueva espiritualidad y humanismo en el polígono de las culturas y religiones del mundo. ¡El mundo después del Coronavirus no debe estar marcado de nuevo por una arrogancia fatal! Esta difícil prueba debe llevar finalmente a un cambio de rumbo. Es lo que Hilde Domin14 quiere hacernos entender con su poema “Bitte” (Por favor): Somos sumergidos y con el agua del diluvio lavados, somos empapados hasta la piel del corazón. El deseo del paisaje a este lado de la línea de lágrimas no sirve, el deseo de mantener las flores de primavera, el deseo de estar a salvo, no sirve. Sirve la petición que al amanecer la paloma la rama del olivo traiga, que el fruto sea tan colorido como la flor, que las hojas de la rosa en el suelo sigan formando una brillante corona. Wir werden eingetaucht und mit dem Wasser der Sintflut gewaschen, wir werden durchnässt bis auf die Herzhaut. Der Wunsch nach der Landschaft diesseits der Tränengrenze taugt nicht, der Wunsch, den Blütenfrühling zu halten, der Wunsch, verschont zu bleiben, taugt nicht. Es taugt die Bitte, dass bei Sonnenaufgang die Taube den Zweig vom Ölbaum bringe. Dass die Frucht so bunt wie die Blüte sei, dass noch die Blätter der Rose am Boden eine leuchtende Krone bilden. 14

Nota del traductor: Hilde Domin (1909-2006) nació en Colonia, Alemania. Perteneciente a una familia judeo-liberal, estudió Derecho, Ciencias políticas y Filosofía en las universidades de Heidelberg, Bonn, Berlín y Colonia. Fue una

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escritora y cantante lírica. Vademécum, Isla mediodía, No grites, Colonia, Carrera macabra son también algunos de sus poemas.

Y que nosotros de la inundación, de la cueva del león y del horno ardiente, siempre más heridos y siempre más salvados, siempre de nuevo a nosotros mismos seamos liberados. Und dass wir aus der Flut, dass wir aus der Löwengrube und dem feurigen Ofen immer versehrter und immer heiler stets von neuem zu uns selbst entlassen werden.

En estos tiempos difíciles, deseo a todos los amigos y miembros de la Facultad de Teología un final reflexivo de la Cuaresma y una esperanza universal de la resurrección, junto con el deseo de un cambio duradero en nuestra forma de vida.

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EN EL MEDIO DE LA VIDA MÁS ALLÁ Eva Harasta15

Publicado en alemán por la revista Die Eule el 4 de abril.16 Traducción de Marcelo Alarcón.

La Iglesia y la teología buscan orientación en la crisis del Corona. Eva Harasta le pregunta a Dietrich Bonhoeffer: ¿Qué lugar ocupa todavía la religión en nuestras vidas? ¿La gente seguirá rezando después del Corona? Me lo preguntó la semana pasada un periodista de radio. Dijo que la pandemia del virus Corona era una gran oportunidad para la demanda de la religión. La necesidad enseña a rezar; la gente redescubre a Dios y busca consuelo, incluso de Dios. Así la religión se beneficia de la crisis. Pero, una vez que la angustia termine, tal vez todo se hunda de nuevo. Después del auge de la religión 15

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Eva Harasta (@HarastaEva) es Jefa de Estudios de teología, política y cultura en la Academia Evangélica de Sajonia-Anhalt, en la ciudad de Wittenberg. Nacida en Viena, es pastora de la Iglesia Evangélica A.B. de Austria e hizo su habilitación en Teología Sistemática en el año 2010 con una tesis sobre la “Preservación de las Iglesias por medio de Jesucristo”. <https://eulemagazin.de/mitten-im-leben-jenseitig/>.

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producto del Corona, las iglesias sentirían el lamento de la catástrofe si la gente volviera a su vida cotidiana normal sin Dios y sin fe, respirando un suspiro de alivio. Escucho pensamientos completamente diferentes de mi círculo de amigos y los leo en Twitter. Los pastores están preocupados ahora mismo, más que en tiempos tranquilos. Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo, Vigilia Pascual, Domingo de Pascua, todos cancelados por la prohibición de reunirse en asamblea. Clases de Confirmación [Konfi-Unterricht], círculo de mujeres, visitas alasilode ancianos,lecturadelaBibliaen la guardería infantil: todo, todo cancelado. ¿Sobrevivirá la congregación a este período del Corona sin religión? ¿Y si todos se acostumbran a la Confirmación sin clases de Confirmación, gente que asiste a los servicios de la iglesia sin los servicios de la iglesia, mujeres sin un círculo de mujeres? Después de la falta de fe provocada por el Corona (Corona-Glaubenslosigkeit), podría darse el peor escenario para las iglesias, cuando la gente haya descartado finalmente sus últimos hábitos eclesiales por estar en casa. ¡Santa Corona, ayúdanos! ¿Se está hundiendo la Iglesia? Los últimos caballeros “Los cimientos de toda nuestra ‘Cristiandad’ anterior son quitados”, Dietrich Bonhoeffer golpea tonos igualmente preocupantes a finales de abril de 1944 (DBW 8,403). Piensa que la religión pudo haber tenido su tiempo, que amanecería ahora un nuevo tiempo sin religión. La miseria de la guerra y la dictadura no habían enseñado a la gente

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a rezar, sino que habían expulsado la religión, la pregunta sobre Dios. Por lo tanto “solo quedan unos pocos ‘últimos caballeros’ o unos pocos intelectualmente deshonestos con los que podemos terminar ‘religiosamente’” (ibid.), continuó Bonhoeffer. ¿Últimos caballeros e intelectualmente deshonestos? No parece ser la crème de la crème quien, en tiempos de necesidad, prefiera tratar cuestiones de principios religiosos, que teologice en lugar de vivir la caridad y la pastoral. Esto es lo que escribe Bonhoeffer, el teólogo e intelectual. No es de extrañar que se sienta incómodo: Aunque a menudo me avergüenzo de mencionar el nombre de Dios a los religiosos –porque me parece que de alguna manera está mal aquí y yo mismo me siento un poco deshonesto (es especialmente malo cuando los demás empiezan a hablar en terminología religiosa, entonces casi me callo por completo, y de alguna manera se vuelve casi bochornoso e incómodo)– puedo nombrar a Dios a los no religiosos con bastante calma y naturalidad (DBW 8, 407).

Anda a tientas sin agarrar con firmeza, lo que le provoca la inquietud, la sensación de deshonestidad, que parece hacerle sudar. Sin embargo, es un profesional religioso, tiene un doctorado, una habilitación, ordenado, conferenciante privado, líder de un seminario de sermones, gurú de sus vicarios de la Iglesia. ¿De dónde viene esta desagradable extrañeza entre sus colegas? Tienen buenas intenciones, hablan con elocuencia sobre la religión. Perciben a la gente en su necesidad religiosa. Les ofrecen profesionalmente a Jesús, a Dios como solución. Vengan a ellos, todos los que están trabajando y cargados, para que puedan descansar en el seno de la Iglesia. Sin embargo, es una causa de angustia para él,

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pero Bonhoeffer articula al amigo su inquietud a su amigo: “Mientras que a menudo me avergüenzo de mencionar el nombre de Dios a los religiosos, [...] a los no religiosos puedo nombrar a Dios con calma y naturalidad”. Hay algo en el discurso religioso de Dios que repentinamente le parece impotente, vacío, hueco. Es como si este discurso de Dios resonara en otra habitación. Está a punto de desaparecer. Solo los últimos caballeros siguen pensando que pueden decir algo con esta vieja forma de pensar y hablar. La intuición de Bonhoeffer reza: el cristianismo está a punto de cambiar; en sus formas vivas y en su lenguaje y forma de pensar está a punto de cambiar. Las viejas costumbres con las que creció, que conoce por la vida eclesiástica de la época de entreguerras, están fuera de lugar. Algo ha cambiado. Es difuso, pero ya está muy presente en el malestar que ha desencadenado. Retos más profundos para la Iglesia Quizás esta sensación de (todavía) malestar difuso es algo que tiene un paralelo en las condiciones de la pandemia del Coronavirus. Parece que está empezando a surgir la intuición de que los desafíos que enfrenta la iglesia son más profundos que en un nivel puramente práctico. Que son mayores y de una naturaleza diferente al enojo sobre una necesaria prohibición y resguardo de la vida por la prohibición de reuniones. Por supuesto, mantén la calma. ¿Estoy ocultando algo aquí en una situación que simplemente necesita ser tratada prácticamente, con nuevos métodos de trabajo de la iglesia? No es de extrañar que la interrupción del Corona en la vida de la iglesia plantee preguntas. Los hábitos se han roto. Ahora se necesitan ideas y creatividad para encontrar algún tipo de reemplazo, reemplazo para la liturgia, reemplazo para las reuniones, reemplazo para las tareas co-

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munes y el trabajo educativo. Pero si uno se lanza a estos desafíos prácticos con vigor, un sentimiento diferente se arrastra entre ellos. Es casi como si al final los hábitos interrumpidos no se pudieran dar por sentados, no son inalterables. ¿Debería ser posible vivir durante semanas sin comulgar? De repente esta cuestión se discute seriamente y con preocupación en Twitter. ¿Cómo podemos celebrar la Santa Cena sin acumulación de carbono? [kohlenstofflich zu versammeln?]. “¿Vale” la Cena del Señor cuando el pastor dice las palabras de la institución a través de la transmisión de vídeo y los otros participantes tienen pan y vino en sus casas? La discusión es seria, pero tiene algo torcido, algo pospuesto. Como si hubiera “últimos caballeros” en el trabajo, un poco fuera de tiempo. A lo que me gustaría añadir: la Cena del Señor como un acto básico de comunión en la fe es algo a lo que me aferro, mi única crítica aquí es la forma en que se lleva a cabo la discusión, pues evita la verdadera pregunta. La verdadera cuestión sería cómo debe interpretar un creyente el Evangelio, aquí y ahora y con el pueblo al que se le confía. Frente a esta cuestión fundamental, uno quisiera llamar al “último caballero” en su santa falta de seriedad: ¿Dónde vives?, ¡porque incluso antes del Corona muchos, muchos miembros de la iglesia vivieron durante semanas sin comulgar! Rara vez venían al servicio, durante semanas sin comulgar, pero se consideraban cristianos y lo testificaban activamente dando a su iglesia el impuesto, la señal inequívoca de participación e interés en su iglesia. La pregunta es por qué ya no se busca la Cena del Señor, por qué se ha vuelto extraña para mucha gente como memoria [Vergegenwärtigung] del Evangelio.

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Malestar difuso Y, sin embargo, a pesar de su impaciencia con ellos, los “últimos caballeros” expresan también un verdadero malestar. Sienten un cambio, sienten que algo ha cambiado con el anclaje de la Cena del Señor. Parece que algo está cambiando. Que el cristianismo se está hundiendo completamente, no se dirá inmediatamente. Pero algo está cambiando, no ha cambiado solo desde principios de marzo. Algo está empezando a hacerse visible, algo que hasta hace poco podía permanecer cubierto bajo las largas secuelas de la iglesia popular y la Iglesia de la prosperidad. Dietrich Bonhoeffer examina más de cerca lo que significa esta difusa inquietud, allá por 1944, cuando el mundo tal como lo conocía se derrumbó. Su situación entonces es fundamentalmente diferente de la situación actual. Pero –”La necesidad enseña a rezar”– se puede identificar una especie de movimiento paralelo: la experiencia de que la forma tradicional de vida de la iglesia se vuelve cuestionable, que las formas previas de teología y práctica de alguna manera se retorcieron, crujieron, se hundieron. Cuando empezó no puede ser fechado. La teología, la fe y la iglesia son entidades persistentes, tranquilas y pesadas; pesadas y estables. La pandemia del Coronavirus no es la razón de la incomodidad con las formas anteriores de teología y eclesialidad, sino un factor acelerador e intensificador. Asusta a los “últimos caballeros” (a veces me cuento entre ellos, discutida en la controversia de la Cena del Señor) en sus miembros, donde antes solo había un suave tirón. Dietrich Bonhoeffer tiene este miedo de entonces, llevado de nuevos a sus miembros. Bajo la impresión de este susto escribió:

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El tiempo en el que se podía decir [quién es realmente Cristo para nosotros hoy] a la gente a través de palabras –ya sean palabras teológicas o piadosas– ha terminado; de la misma manera el tiempo de la interioridad y la conciencia, es decir, ha terminado el tiempo de la religión en general. (DBW 8, 402f) Aquí se excede. Como un nacido después podemos contradecirle: el cristianismo no se hundió. Ha revivido, vive, aquí entre nosotros. Es absurdo suponer que un día la gente dejará de rezar por completo. La sentencia de Bonhoeffer de que el tiempo de la religión como tal ha pasado es también demasiado amplia. Solo había pasado el tiempo de una figura histórica específica de la religión y la religiosidad, cuyo dolor fantasma Bonhoeffer, el observador alerta, fue uno de los primeros en intuir. Experiencia protestante primitiva ¿La gente seguirá rezando después del Corona? Esa es una pregunta absurda. Por supuesto que la gente rezará “después del Corona”. Pero la imposición para los “últimos caballeros” es que no depende de ellos.

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Una experiencia evangélica original comienza a agitarse, comienza a presentarse, a abrirse paso como una vieja, pero enérgica dama. Cuidado, tiene un paraguas en la mano, que no parece tener aversión a malversar para ganar énfasis. ¡Mantén la distancia! Es desagradable, esta anciana insistente, esta tía abuela protestante. A uno le gustaría pasarla un poco por alto, para embellecerla. ¿Qué es esto, qué es lo que regaña? No depende de la gente si la oración y la fe continúan... Entonces, señora, cálmese, mire, tome esta mascarilla, que la protege (y alivia sus molestias). Mira aquí, un video... ¡No! No se deja detener, imbuida de su misión. “¡Déjame en paz con esta máscara, impertinente! ¡Escucha y aprende! La iglesia y la fe y la iglesia viven de la presencia de Jesucristo. No, no es así, reverendísimo caballero, eso no se entiende en la teología de la Cena del Señor. Hablo con fundamento, ¡usted., nunca ha hablado tan fundadamente! ¡Sus oídos deben estar zumbando! ¡Pecho de la iglesia, mi alma! Como si se tratara de la iglesia. Todo aquí debe ser explicado individualmente. En general y de forma exhaustiva hablo, escucho y me maravillo, escucho y aprendo, todo lo demás me preocupa y lo llevo, si uno lo ve. La iglesia y la fe viven de la presencia de Jesucristo. Deje usted de hacer rotar a Lutero, todavía se confundirá en su tumba de Wittenberg. Qué absurdo preocuparse por el futuro de la iglesia, de la congregación. ¡Pequeños creyentes! ¡Cría de víboras!” La tía abuela regañona tiene razón. Pero tiende a exagerar, ¿no? No me gustaría dejar que tenga la última palabra. Prefiero cerrar con Dietrich Bonhoeffer. Al final de la carta que he citado, escribe de paso una frase bastante importante. A primera vista, la sentencia parece una advertencia, una llamada al arrepentimiento y a la penitencia. Sospecho, sin embargo, que en realidad podría ser una promesa, una firme postura de esperanza.

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Bonhoeffer escribe: “Dios está en medio de nuestras vidas más allá”. (DBW 8.408). Y sabemos que Dios no mantiene esto en el otro mundo; Dios lo empuja a la mitad de la vida.

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PASIÓN Y CONFIANZA: RESURRECCIÓN EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS Rafael Ruiz Andrés17

Publicado por Iviva el 8 de abril.18

Los cristianos tenemos como piedra de toque de nuestra fe la Resurrección de Jesús de Nazaret. Tras haber padecido y muerto ignominiosamente en una cruz, creemos que volvió a la vida y que desde entonces sigue interpelándonos año tras año, día tras día. También hoy. Personalmente me preocupa la posibilidad de traducción del lenguaje religioso al lenguaje secular. Sé que parte de las más recientes y más destacadas voces de la filosofía (C. Taylor y J. Habermas) insisten en que los que nos consideramos creyentes dejemos este tipo de sobreesfuerzos teóricos. Incluso nos invitan a que, dentro del marco de una secularidad que a todos protege, podamos expresarnos públicamente como tales desde los 17

Investigador del Instituto de Ciencias de las Religiones. Universidad Complutense de Madrid. <https://iviva.org/pasion-y-confianza-resurreccion-en-tiempos-de-coronavirus/>. Por Antonio Duato.

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argumentos de nuestras creencias. Agradezco estas reflexiones, que me hacen sentir acogido en una sociedad secular de la que yo también soy parte. Pero hoy voy a desoír los consejos de los sabios maestros y tratar de aproximarme a este hecho central de la fe cristiana alimón entre la experiencia creyente, un lenguaje secular y partiendo de la situación que estamos viviendo con la crisis del Coronavirus. Parto de esta experiencia común: el impasse vital acaecido a raíz del Covid 19 y su consiguiente cuarentena. Esta crisis nos ha devuelto una realidad tan certera como alejada de nuestros esquemas habituales: nuestra fragilidad como seres y, por ende, la misma fragilidad de nuestras sociedades, que no dejan de estar compuestas por imposición y contribución voluntaria. A todos nos sobreviene el modelo Amazon, pero nuestros clics lo alimentan. Y, desde el camino inverso, si nosotros somos fragilidad, la sociedad no puede no ser en parte también esa fragilidad. Más aún, somos fragilidad y muerte. La muerte recorre cada una de las costuras de nuestra existencia, puesto que el ser se descubre en el heideggeriano “ser para la muerte”, y biológicamente empezamos a morir en el mismo momento de nuestro nacimiento. Hoy, particularmente, morimos todos como sociedad con cada una de las muertes cifradas en los medios: a todos se nos encoge momentáneamente el corazón. En medio de esta hechura de muerte, Dios se encarna. Y también muere: según los cristianos, murió en una cruz y continúa muriendo en cada uno de los rostros de dolor del mundo (Mt 25). El providencialismo ingenuo no puede más que desmoronarse ante esta realidad. El propio

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profeta Isaías recuerda certeramente que los caminos de Dios no son los nuestros (Is. 55). Así que hacer una simplista analogía entre lo que nos sucede y la voluntad de Dios es una extrapolación de difícil sustento. Si Dios existe, la aspiración a su total comprensión es simplemente un imposible, y en lenguaje religioso sería hasta blasfemo. Así lo vio Tomás de Aquino, quien negaba que la existencia y la voluntad de Dios se resolviera en respuestas fáciles. Más bien, en el reconocimiento de la muerte que nos traspasa, y que Covid 19 ha rescatado de su olvido cotidiano, creemos en un Dios que la acoge, no en un dios justiciero que la predispone. Ante esta realidad expuesta, parte de las voces intelectuales que han reflexionado en estos días nos conducían a dos posturas, no menos ingenuas que las del creyente ciegamente providencialista: al optimismo (“saldremos indudablemente mejores”) o al derrotismo conspiracionista (en el caos que se revela sucumbiremos indefinidamente porque, en definitiva, una voluntad más grande que nosotros se está beneficiando, o incluso ha promovido esta situación). Otros señalaban las múltiples contradicciones que estamos viviendo y los diversos caminos que se abren para después de la crisis (notablemente el artículo de Yuval Noah Harari en Financial Times y el de Gabriel Markus en El País). Con ellos, y con la contradicción que contemplan en la realidad, quiero particularmente dialogar a partir de la propia contradicción en la que se asienta la Pascua que estos días celebramos. Los cristianos aceptamos que la vida está atravesada de muerte, pero creemos en la Resurrección, lo que implica, en primer lugar, reconocer que la realidad es básicamente contradicción ante los ojos humanos. Abrazamos profundamente la contradicción, y la expresamos a través del arquetipo de un hombre en el que reconocemos a Dios, pero que, a pesar de esta afirmación, sufrió y acabó colgado en una cruz: hoy la cruz del Covid

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19 (y otras tantas más allá de nuestras fronteras que nuestro eurocentrismo nos impide ver). La realidad es contradicción, dice Simone Weil. Así lo refleja el propio escenario abierto por la actual crisis. También afirma lo mismo la fe cristiana a través de la vida de Jesús de Nazaret, profeta humillado, Dios crucificado. En segundo lugar, en esa contradicción, en esa hechura de muerte que nos compone, afirmamos que el impulso vital, una suerte de élan vital bergsoniano, es mayor o se sitúa primero, depende cómo queramos contemplarlo. ¿Cómo fundamentamos esta afirmación? La racionalidad simbólica que subyace al hecho religioso se asienta, aunque parezca paradójico, en procedimientos no muy distantes de la misma racionalidad humana: a través de la intuición corroborada en la experiencia. En nuestra vida hemos experimentado dolor y sufrimiento, cruz, pero el súbito instante en el que somos capaces de abrazarnos a la vida confiere plenitud. Son, diría Charles Taylor, momentos gestálticos, en torno a los cuales interpretamos el camino recorrido hasta el momento. Lo que leemos en libros y reflexiones, lo que vivimos en nuestro caminar puede quedar obviado en un maremágnum de recuerdos desordenados hasta que, de pronto, un día decimos “Aquí está la clave”. Quizá ese día ha venido por un paisaje vespertino, por la conversación con un amigo o la caricia del ser amado: todas ellas son también la realidad, contradictoria sí, pero que en este caso nos permite un acceso a una realidad que subyace al fondo de la misma contradicción. Son las llaves para descubrir una previa afirmación vital de la propia realidad. Frente al heideggeriano “ser para la muerte”, el cristiano se descubre como “ser temporalmente

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para la muerte, pero esencialmente para la vida”. En tercer lugar, hay una cuestión fundamental en esta formulación. Entre las llaves que abren la interpretación de la base vital constituyente de lo real se encuentra de modo primordial la experiencia del sufrimiento, especialmente el ajeno dado que su exterioridad nos proporciona una objetividad intersubjetiva que permite abandonar el mero “sentimentalismo” coach. Por eso, no solo creemos que los más vulnerables son el rostro actualizado del mismo Jesús, sino que afirmamos que en ellos se nos revela la significación profunda de su cruz en su resurrección. En la exacerbación de la contradicción que se descubre en los márgenes sociales y de la historia se encuentra la nuda vida, diría Agamben, el puro desvelamiento de la sociedad, de la historia y de Dios. También del Covid-19, aunque sus rostros pasen desapercibidos para la actualidad mediática, con sus curvas y cifras. Vivimos en la esperanza y la certeza de que, en su voz, siempre escondida y callada, se halla la misma voz de Dios, y a partir de su espera, sempiterno sábado santo, deseamos trazar caminos de futuro. Es absurdo, sí, por eso recreamos a un Mesías a lomos de mula tomando con palmas la ciudad de Jerusalén. Pero, si me permitís, al menos tan “absurdo” como parte de las premisas de Walter Benjamin o de la filosofía de Simone Weil, quienes vieron que en la desdicha se encuentra de un modo palmario el nudo gordiano de la propia realidad. La traducción en cristiano de estos lenguajes seculares se da en el absurdo de la cruz, de tantas cruces, que solo se puede superar con el reconocimiento activo de la vida. He añadido un importante adjetivo: activo. Hoy celebramos la Pascua en medio de una cuarentena. Lo que hoy celebramos es que hemos reconocido que el impulso vital es la clave de la vida en su contradicción, de las contradicciones antes, durante y después del

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confinamiento. Y no solo lo celebramos, sino que en este reconocimiento queremos unirnos al impulso vitalista: ser nosotros mismos, llaves que activamente sirvan para el descubrimiento de que la vida es quien tiene la última palabra, también en tiempos del Coronavirus. En la situación que estamos viviendo, quizá tenga muchas traducciones concretas, pero todas probablemente deban partir de la previa acogida de la misma realidad. En este acogimiento, hacemos un primer soplo de vida para las sociedades en las que vivimos al convertirnos en instrumentos activos de abrazo con la existencia, y en ella, con las demás vidas. Pero, en segundo lugar, he enfatizado que esta acogida es esencialmente activa, lo que en mi opinión implica esencialmente una actitud de acogidaconfiada. Fe y confianza provienen de la misma etimología latina. Acogemos la realidad, pero esperando su transformación: desde la muerte que descubrimos en la contradicción hacia el más profundo hálito de vida que le precede y que traza el camino de futuro. Es, en definitiva, una confianza activa que descansa primeramente en que nosotros encarnemos esa actitud, en que vivamos esa confianza más allá de la crisis, más allá de toda crisis. Hoy, y frente al optimismo ingenuo o al derrotismo, la encarnación de una confianza activa constituye la alternativa abierta desde la resurrección ante la actual situación, porque haciéndonos testigos de la confianza en un mundo mejor, más justo y fraterno (no solo desde la realidad, sino también a pesar de la misma) nos hacemos encarnación y nos convertimos en Resurrección. Paciencia y Pasión proceden también de la misma raíz etimológica. Paciencia responde a la actitud pasiva, y pasión es la activa. El cristianismo no es cristiana paciencia. Job no era paciente. El cristianismo es una pasión, que tiene en la Pasión su paradigma. Y en la confianza apasionada su Resurrección.

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LA MUERTE DE JESÚS Rafael Luciani SJ19

Publicado por Reflexión y Liberación el 9 de abril.20

La muerte de Jesús, como la de cualquier inocente, nunca ha sido querida por Dios. Justificar la muerte de un inocente, como la de Jesús y, más aún, decir que era voluntad divina, sería hacer del mal un modo humano de actuar justificable por parte de Dios y los hombres. De ahí que sea tan relevante comprender el hecho histórico y el sentido teológico de la muerte y pasión de Jesús, no como un simple relato que se escucha en cuaresma, sino como un acontecimiento que revela una realidad trágica y que nos debe poner a pensar hasta dónde somos capaces de llegar si nos dejamos convertir en verdugos, seducidos por el poder y el dinero. El modo como asesinaron a Jesús, en una cruz, representa un gran escándalo para cualquier ser humano 19

Sacerdote jesuita, Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma). Experto del CELAM y miembro del Equipo Teológico de la CLAR.

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<http://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2020/04/09/la-muerte-de-jesus/>.

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más allá de sus creencias. El madero era símbolo de la negatividad humana, el peor de los males deseados; también simbolizaba el rechazo divino, porque quien así moría era considerado un maldito de Dios (Dt 21,23). ¿Se podía, entonces, decir que el Padre bueno en quien Jesús creía había permitido una muerte así? La muerte de Jesús no fue casual, ni fruto del azar o de la voluntad divina. Fue meditada, decidida y ejecutada por personas concretas (Jn 11,47.53), por hermanos de un mismo pueblo (Jn 7,1) que regían los destinos de una nación. Fue justificada por representantes de instituciones religiosas y políticas oficiales (Jn 11,49-50) que veían en él a un peligro porque manifestaba una nueva forma de vivir – humanizadora–, cuya pretensión era reconciliar al pueblo disperso (Jn 11, 52) y proclamar una relación personal con Dios basada en un pacto inédito, sin la mediación sacerdotal ni la economía sacrificial del Templo (Jr 31,31- 34). Su vida hacía temer a quienes no querían perder el poder otorgado por los romanos, de cuyo estatus social y beneficio económico vivían (Jn 11,48-50). Aunque la conflictividad fue creciendo de cara a las autoridades religiosas que lo entregaron (Jn 11,53), fue el poder político romano el que volteó la mirada ante un inocente y dictó la sentencia para que lo torturaran y asesinaran (Mt 27,24). Las autoridades religiosas no tenían el derecho de ius gladii. Por eso armaron un expediente para justificar formalmente su muerte. Lo acusaron de ser un falso profeta (Dt 13,5). Así ganaban dos cosas: sumar a otros grupos religiosos que detestaban a Jesús, y darle una razón formal al poder imperial para que lo condenara y procesara como reo político (Mc 15,26). Todos podían seguir disfrutando sus cuotas de poder (Jn 11,50).

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La muerte de Jesús, como la de cualquier inocente, nunca ha sido querida por Dios. Justificarla es sacralizar la acción del victimario y hacer que la desgracia que se inflige a otro sea aceptada como un sacrificio divino, y es además negar las consecuencias de la responsabilidad de los sujetos concretos que torturan y asesinan, cuyas acciones los deshumanizan hasta el punto de convertirlos en verdugos y victimarios de otros. Decir que Jesús murió por voluntad divina como víctima sacrificial es, pues, hacer de Dios un cómplice del mal ejecutado por los hombres (Sal 35), o un sádico que justifica el sufrimiento del inocente. Jesús siempre tuvo la conciencia de que Dios estaba de su lado, acompañándolo en sus decisiones (Mc 12,6), pero actuaba con el realismo de quien sabe que su predicación del Reino y las duras críticas en contra del sistema religioso (Mt 23,1-36) y del político (Lc 13,31-32) le traerían como resultado su propia muerte (Lc 13,34). Tengamos en cuenta, pues, que fue su vida vivida como entrega en el servicio y el amor al otro, la razón por la cual murió; y no olvidemos que el espíritu fraterno con el que vivió fungió como la razón por la cual lo mataron personas e instituciones concretas. La humanidad de uno como Jesús, es insoportable y se convierte en estorbo para las conciencias de aquellos que solo viven del poder, el dinero y la muerte. La clave para comprender el sentido de la pasión de Jesús no está en la muerte, como si esta tuviera un efecto salvífico en sí misma, sino en el modo filial y fraterno como él vivió su vida, y las consecuencias que esto le trajo (Neh 9,26). La muerte de Jesús no tiene sentido, como no lo tienen la de tantas personas que mueren cada día a causa del hambre, la criminalidad, la violencia política que arrebata la vida. Sería inhumano justificarlas. Lo que sí tiene

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sentido, y es salvífico –humanizador– es el modo en que Jesús asumió su muerte, y cómo se identificó a lo largo de su vida con los que sufren y así mueren, sin miedo alguno para denunciar que el Dios del Reino, a quien él le oró, no quería que esto ocurriese más en nuestro mundo, y rechazando a quien así actuase. Jesús había vivido el amor en sus muchas formas: como perdón, liberación, sanación, reconciliación. Pero, especialmente, lo vivió de manera solidaria en su entrega a las víctimas, los rechazados por la sociedad y los enfermos (Mt 8,17). Y entendió que Dios solo actuaba con compasión y se oponía a los sacrificios (Mt 9,13; Sal 50). La memoria de los primeros seguidores cristianos recordó tres aspectos: a) el modo como había vivido Jesús: su pretensión histórica o conciencia mesiánica no violenta ni revolucionaria (GS 22); b) la singularidad de su praxis: con hechos y palabras que humanizaron y dieron vida a quien la necesitaba (DV 2); c) la libre asunción de su destino: como fidelidad absoluta al Dios del Reino (GS 22; 38) en un amor incondicional a los otros. Su vida es, pues, salvífica porque vivió para todos y por cada uno, entregándose cada día, más allá del agotamiento físico y mental, para que todos se uniesen en torno a la paternidad materna de ese Dios compasivo en quien siempre creyó. Como lo explica Schürmann: la voluntad de servicio de Jesús, su exigencia de amor, de manera especial su mandato de amar a los enemigos, y su amor a los pecadores, todo ello unido a su oferta de salvación llevada hasta la última hora, hacen sostener que Jesús entendió y vivió su propia muerte amando, intercediendo, bendiciendo y plenamente seguro de la salvación.

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Él “se ha entregado a sí mismo” (Gal 2,20), voluntariamente; no ha sido entregado por su Padre como una víctima expiatoria que sustituye lo que nosotros mismos debemos hacer. Además, tampoco cedió ante el poder de sus victimarios y verdugos. Su muerte luego fue interpretada desde varios modelos. Uno fue el del siervo: sirviendo y dando su vida al necesitado, entregándose con actos de solidaridad fraterna que se fueron consumando día a día hasta su muerte. Como siervo reveló un mensaje de esperanza que sigue siendo actual. Por una parte, ¿hasta dónde es capaz de llegar el hombre cuando asume la bondad de su propia naturaleza?: hasta poder superar el mal causado por el victimario. Por otra, el mal no es una realidad absoluta que pueda triunfar, puede acabar con la vida mental o física de muchas personas y deshumanizar a las instituciones, pero quien se atreve a vivir humanamente, sin dejar deshumanizarse, puede frenar el mal al no reproducirlo ni retribuirlo. En Jesús se revela esta esperanza, la de un modo de ser humano nuevo, uno que carga con el otro (Mt 8,17; 11,28-30) y atrae a todos (Jn 12,32), uno que nunca se descarga sobre el otro ni lo aleja de sí. Uno que mantiene la dignidad de su vida como hijo en el peso de la fraternidad.

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REZARÉ A DIOS PARA QUE SE APIADE DE NOSOTROS Y LO REPELA Jonathan Reinert21

Publicado en alemán por la revista Die Eule el 10 de abril.22 Traducción de Marcelo Alarcón.

¿Pueden los pensamientos de Martín Lutero sobre la fe en tiempos de epidemias ser considerados un poco hoy? Una mirada a la historia de la iglesia en Viernes Santo y Pascua. ¿Es posible una perspectiva histórica de la iglesia sobre el Corona? Después de todo, el virus es nuevo y el hecho de que la mayoría de los países de todos los continentes estén ahora afectados no se ha visto nunca. Nuestro mundo globalizado y la asociada movilidad, no solo alta sino

Asistente de investigación de Volker Leppin en el Instituto para la Edad Media Tardía y la Reforma en Tubinga. Estudió teología en Jena, Göttingen y Tubinga y se doctoró con un trabajo sobre “El sermón de la pasión en el siglo XVI”. Desde 2015 es Director General de la Federación Protestante de Württemberg, y desde 2019 es miembro del Consejo Asesor Científico de la Asociación de Medievalistas. 22 <https://eulemagazin.de/so-will-ich-zu-gott-bitten-dass-er-uns-gnaedig-sei-undes-abwehre/>. 21

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también rápida de tantas personas, es un factor que no existía en épocas anteriores. Pero la pregunta va más allá: ¿Existen analogías, experiencias, recursos que puedan utilizarse, por ejemplo, para hacer frente a las epidemias? Esto será examinado aquí desde la perspectiva actual. Al principio: una cita de Lutero

Una cita de Martín Lutero es a menudo comparada y compartida actualmente en las redes sociales,: Rezaré a Dios para que se apiade de nosotros y lo repela. Después de eso quiero también ahumar, ayudaré a limpiar el aire, daré y tomaré medicinas, evitaré lugares y personas cuando no me necesiten, para no descuidarme, y para este propósito muchos otros pueden ser intoxicados e infectados por mí y así, por mi negligencia puede surgir una causa de muerte para ellos. Como es natural para Lutero, es claro que ambos elementos van juntos, lo que desafortunadamente está en juego una y otra vez: por un lado, dirigirse a Dios en oración, con confianza, humildemente y expectante, con lamentos y peticiones, y por otro hacer todo lo que podamos hacer y tomar las precauciones necesarias para uno mismo y para los demás. La cita está tomada del escrito de Lutero Si uno quiere huir de la muerte, que escribió con motivo de la plaga que estalló en Wittenberg en 1527. Vale la pena colocar este escrito dentro del amplio horizonte de las epidemias históricas y el enfoque teológico cristiano de las mismas.

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Los jinetes apocalípticos

En primer lugar, cabe señalar que las grandes epidemias – el término utilizado durante siglos para describir las enfermedades que amenazaban y se extendían rápidamente– a menudo se producían en relación con las guerras. De hecho, las “circunstancias concomitantes” de las guerras, como la hambruna y la enfermedad, eran a menudo más “mortales” que los propios conflictos bélicos. Por ejemplo, después de la Primera Guerra Mundial la “gripe española” de 1918 a 1920 causó más muertes que la propia guerra. Lo mismo puede decirse de la Guerra de los Treinta Años de 1618 a 1648; mucha más gente murió como resultado de la devastación de regiones enteras y de las numerosas epidemias, tanto dentro de los ejércitos como entre la población civil. Por lo tanto, no es sorprendente que la guerra, el hambre, la enfermedad y la muerte estuvieran asociadas entre sí, y que no fuera inusual que se esperara que una siguiera a la otra. Para tratar con estas catástrofes se echó mano de la Biblia. En Apocalipsis 6,1-8 aparece el impresionante escenario de cuatro misteriosos “jinetes apocalípticos”. El escenario tiene una larga y amplia historia de interpretación y ha sido ilustrado en muchas imágenes. Porque los “jinetes apocalípticos” ofrecían a la gente la oportunidad de localizar teológicamente el desastre que se avecinaba, al que estaban expuestos indefectiblemente. Las interpretaciones que resultaron decisivas para todo tipo de experiencias colectivas de terror durante siglos fueron, por lo tanto, el ataque del diablo y/o el castigo de Dios. Por consiguiente, los predicadores instaron a la población a arrepentirse y a replantearse su propia forma de vida.

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Encuentro fascinante que en este momento –incluso sin esta interpretación teológica y además en contextos seculares, religiosamente indiferentes– estas cuestiones estén siendo reconsideradas: ¿Qué es lo que realmente cuenta? ¿Cómo queremos vivir juntos? ¿Vale realmente la pena en qué invierto mi tiempo y dinero? Ahora que hemos sido arrancados sin querer de nuestra acostumbrada y a menudo apurada vida cotidiana, estamos aprendiendo –¡esperemos!– a volver a apreciar algunas cosas que se dan por sentadas y a distinguir lo esencial de lo menos importante. La Guerra de los Treinta Años Volviendo al pasado. En su gran historia de la Guerra de los Treinta Años –que, significativamente, lleva el título de “Los Jinetes del Apocalipsis”– el historiador de Jena Georg Schmidt planteó lo que a primera vista parece ser una tesis muy plausible: si el horror del comienzo de la guerra fue visto por los predicadores casi exclusivamente bajo el signo del castigo de Dios y reaccionaron con la llamada al arrepentimiento y la súplica de la gracia de Dios, el foco se desplazó en cambio sucesivamente a la acción humana. Cuanto más se prolongaba la miseria, menos persuasivos eran los sermones penitenciales y más se hacía evidente el fracaso humano, pero también las posibilidades humanas de darle forma. Esto había abierto el ámbito para la firma de un tratado de paz en la Paz de Westfalia en 1648, sin tener que determinar un vencedor producto de la voluntad divina.

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Menos trascendencia, más inmanencia, así es como “la moralidad de la historia” podría leerse. Pero eso no solo sería un cortocircuito teológico, también la situación podría ser históricamente más compleja, al menos si se tienen en cuenta no solo las líneas generales, sino también los matices. La cita de Lutero de la época de la Reforma, es decir, unos 100 años antes de la Guerra de los Treinta Años, debería bastar como una pista. Aquí Lutero no está, como se le suele usar, “adelantado a su tiempo”. Más bien, puede citarse como ejemplo del hecho de que el debate teológico y la elaboración en la piedad practicada fueron por lo general más diversos y diferenciados de lo que sugieren las simplificaciones retrospectivas. Y demos un paso más en cuanto a la posibilidad de analogía con nuestra situación actual. Con respecto a los escritos de Lutero, no es la cooperación de los jinetes apocalípticos la situación, sino –para permanecer en la imagen– el avance de un jinete: la “pestilencia”, la plaga, que sin duda tiene la muerte a cuestas. La plaga en la Edad Media Lo preocupante fue que cuando la plaga (re)estalló en el siglo XVI, golpeó repentinamente a tantos y, tanto las causas como los medios para propagarla, estaban en la oscuridad. Entre 1347 y 1351, la “Peste Negra” mató a un tercio de la población europea. A partir de entonces, se mantuvo presente como un escenario amenazador. En los siglos siguientes, las epidemias estallaron una y otra vez a escala local.

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Había varias teorías sobre el desarrollo de las epidemias en general, cada una de las cuales estaba relacionada con otros supuestos médicos básicos. Las medidas prácticas de protección a menudo combinaban diferentes enfoques, siempre y cuando esto sirviera de ayuda: había medicamentos y terapias “patológico- humorales” según las cuales las enfermedades estaban relacionadas con los fluidos corporales, mientras que la “teoría del miasma” suponía que las enfermedades eran causadas por el aire contaminado. Medidas como el uso de máscaras, la desinfección de la cara y las manos y la purificación del aire parecen familiares, aunque las explicaciones de entonces fueran diferentes. Las dos condiciones principales que causaron que la propagación masiva de la(s) enfermedad(es) ocurriera en primer lugar, son notables en el contexto de nuestra situación actual: por un lado, las rutas comerciales. Ya entonces, el comercio era un motor principal de la movilidad; los puertos eran el equivalente premoderno de los aeropuertos. Por otro lado, el aumento de las epidemias coincide con el desarrollo de las ciudades. Donde muchas personas viven cerca, las enfermedades se propagan rápidamente. Por lo tanto, las medidas de cuarentena también se conocían en la Edad Media. No se debía dejar una casa infestada por la enfermedad. Los muertos debían ser llevados fuera de las ciudades lo más rápido posible. Y quienes tenían trato con ellos debían usar una apropiada ropa protectora. Por último, pero no por ello menos importante, destaca otra medida de mi propio contexto profesional: las universidades se trasladaron, no a lo digital, sino a otros

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lugares más seguros. Esto sucedió con la Universidad de Wittenberg –donde Martin Lutero enseñó– en 1527-28 y en 1535-36. Fue transferida a Jena, unos 160 km al suroeste, de manera improvisada, pero con todo lo que le pertenece. “Si uno quiere huir de la muerte” Dos años antes (1525), Lutero había recibido ya de los predicadores protestantes de Breslau la pregunta contenida en el título de las Escrituras, a saber, si era permisible para un cristiano huir de la muerte. Un enfoque inconsistente y opiniones diferentes en la ciudad y entre los predicadores hicieron necesaria una aclaración. Para Lutero, sin embargo, una declaración solo se hizo urgente cuando la plaga llegó a Wittenberg y él mismo se enfrentó a la decisión de dejar Wittenberg o quedarse. Me gustaría destacar tres aspectos de su escrito, que probablemente tiene una historia de varios meses y, por lo tanto, no parece ser “toda una pieza”: Resistencia y rendición En primer lugar, Lutero rechaza resueltamente un enfoque fatalista: porque la plaga con sus consecuencias es un castigo de Dios, según dicha argumentación, no hay que defenderse o huir de ella, sino que hay que soportarla pacientemente con una fe paciente. Lutero replicó que está “implantado en nuestra naturaleza por Dios” el protegernos de la muerte y otras desgracias, de las que hay numerosos ejemplos bíblicos. Además, la argumentación también está totalmente cortocircuitada en sí misma. Solo porque una hambruna también puede aparecer en la

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Biblia como un castigo de Dios, no significa que debamos dejar de comer. Tampoco significa que debemos rechazar constantemente la ayuda médica, porque las enfermedades pueden ser un castigo de Dios. Finalmente –y esta argumentación ha sido finalmente desenmascarada como no bíblica por Lutero– ya no se le permitiría a uno rezar el Padre Nuestro, ya que dice: “Y líbranos del mal”. Para decirlo claramente, Lutero no argumenta en principio en contra de ver el mal como un castigo de Dios; él sigue las interpretaciones bíblicas atestiguadas en esto, y es al mismo tiempo un hijo de su tiempo. Pero, incluso con esto, la inevitable tensión de la resistencia y la rendición no se resuelve. La libertad de un hombre cristiano

En segundo lugar, Lutero se niega a dar una respuesta simple a la pregunta planteada como “el cristiano”. Él deja claro al principio que quiere someter su opinión “con toda humildad a las mentes de todos los cristianos piadosos”. Todos y cada uno deben finalmente formar su propio juicio. El propio consejo de Lutero es doble. Por un lado, se dirige a todos como individuos, lo que refleja su comprensión de la libertad cristiana. El hombre cristiano es un señor libre y no está sujeto a nadie, a saber, en materia de fe, conciencia, salvación de las almas. Y al mismo tiempo, el cristiano es un siervo y está sujeto a todos, es decir, en la medida en que se refiere en el amor a su prójimo y a su necesidad. Para Lutero, esto significa

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concretamente que, quien sea necesitado por su familia, sus vecinos o semejantes no debe “huir”. Por otra parte, distingue entre las personas particulares y aquellos que ocupan cargos públicos, sin los cuales la vida social no puede funcionar. Este último también debe permanecer. Casi se podría utilizar una formulación moderna: los que tienen trabajos de importancia sistémica no deben abandonar su comunidad. Para Lutero, esto incluye naturalmente a los pastores. Aunque los pastores tuvieron, en efecto, un papel diferente en la sociedad urbana del siglo XVI que el que tienen hoy en día, la recomendación tiene también una razón teológica: los fieles necesitan no solo cuidados físicos (que incluyen la atención médica), sino también cuidados espirituales, especialmente en tiempos de crisis. Podemos considerarnos afortunados por las posibilidades digitales que tenemos hoy. Ars moriendi: el arte de morir

En tercer lugar, Lutero ofrece al final de su escrito “una breve lección sobre cómo enviar y guardar las almas en estos tiempos de gran muerte”. La preparación para morir, el ars moriendi (literalmente: arte de morir), era una parte genuina de la piedad cristiana en tiempos de Lutero. Los tramos correspondientes y las imágenes, a través de las cuales uno ya era consciente de la posible muerte en vida, tenían una gran difusión. Por supuesto, esto se debió también al hecho de que había una tasa de mortalidad mucho más alta entre los lactantes, los niños y los adultos de menor edad que la

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actual. Gracias a los avances médicos, mucho de lo que era fatal en aquel entonces puede ser tratado hoy en día, ¡qué bendición! Pero la crisis del Corona nos muestra que no podemos dar a nuestras vidas ninguna seguridad final. No reprimir la muerte, sino lidiar con ella, aunque la vida florezca, sería probablemente una tarea que tendríamos que aprender de nuevo hoy. Por supuesto, nadie desea que la muerte venga. Como dijo Lutero, los seres humanos somos implantados por Dios para huir de la muerte. Y, sin embargo, los cristianos están seguros de que no todo ha terminado con la muerte, que la muerte –en la Edad Media y a principios de los tiempos modernos era a menudo representada como una persona– ha perdido su último horror. El sufrimiento y la muerte no deben ser reprimidos ni deben ensombrecer toda la vida. La esperanza cristiana va más allá, podemos ser conscientes de ello en este extraordinario tiempo de Pasión y Pascua.

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NO ES UN CASTIGO Juan Vicente Boo23

Publicado en Reflexión y Liberación el 10 de abril.24

En los oficios del Viernes Santo, el Papa Francisco acude a la Basílica de San Pedro, pero no predica, sino que escucha, como todos, la meditación del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, un capuchino de barba blanca que forma parte de la renovación carismática. Este año en que todo es tan distinto, el inicio de la ceremonia ha sido igual que siempre: el Santo Padre se ha postrado por tierra en el ábside de la basílica y ha permanecido en oración silenciosa durante casi dos minutos mientras el silencio dominaba el gigantesco templo vacío. Debido a sus 83 años y su problema de ciática, dos sacerdotes le ayudaron a postrarse y a levantarse con esfuerzo. Sucedía en el remoto ábside y ante apenas una docena de fieles, muy separados entre ellos para evitar 23

Periodista, corresponsal en el Vaticano.

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<http://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2020/04/10/no-es-un-castigo/>.

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el contagio de Coronavirus. Y todo bajo la mirada de tres iconos muy especiales: el Espíritu Santo en la Gloria de Bernini, el crucifijo cinco veces centenario de la Iglesia de San Marcello al Corso, y la imagen de Santa María “Salvación del pueblo romano”. En su meditación sobre el arresto, la tortura y la muerte de Jesús, Raniero Cantalamessa se preguntó sin ambages: “¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad?”. Según el capuchino, “también aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No solo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que solo una observación más atenta nos ayuda a captar”. “No es un castigo”

Según Cantalamessa, “la pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia”. Efectivamente, “ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos”. Saliendo al paso de algunos errores, a veces malintencionados, el predicador del Papa ha clarificado que “si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros?”.

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No son un castigo, ni Dios se alegra. Al contrario. Según Cantalamessa, “el que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios ‘sufre’, como cada padre y cada madre”. Y ha citado un pensamiento de San Agustín: “Dios, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien”. “El mundo mejore”

Es difícil verlo ahora, pero existe la posibilidad de que el mundo mejore después de la pandemia si se reflexiona sobre algunos puntos. Según el capuchino, de repente, “nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un instante ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder”. Citando la profecía de Isaías –“De las espadas forjarán arados”–, ha concluido que este es el momento de realizarla: “Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego”. Es el momento de cambiar de rumbo, y una propuesta es que “destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado”.

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No será fácil que los gobierno y las grandes empresas de armamentos acepten el cambio, pero cada vez más personas se dan cuenta de que el estilo de vida y de destrucción de recursos naturales no era sostenible. Y que la “tercera guerra mundial a trozos”, como suele llamar el Papa a la proliferación de conflictos, es una vergüenza para toda lahumanidad. La ceremonia del Viernes Santo ha incluido la adoración del crucifijo, pero esta vez lo ha besado solo el Papa para evitar contagios. Aunque lo esencial no ha cambiado, muchas cosas eran radicalmente distintas. La basílica estaba vacía, pero millones de personas, confinadas en sus casas en todo el mundo, seguían la ceremonia por Internet y televisión.

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CUANDO TODAVÍA ERA DE NOCHE Isabel Gómez Acebo25

Publicado por Religión Digital el 12 de abril.26

Dicen los evangelios que María Magdalena acudió al sepulcro cuando todavía era de noche, una frase que habla de falta de luz, tanto física como espiritual. Esas palabras me han recordado unos whatsapp que circulan por la red con unos dibujos que representan a Jesucristo impedido a salir de su tumba por unos soldados romanos o policías locales que le prohibían se saltara el confinamiento. Estas pequeñas bromas me han dado también que pensar pues, para muchos ciudadanos del mundo entero, todavía es de noche ya que sienten miedo a la pandemia que está acabando con la vida de muchas personas de su entorno, tanto mayores como jóvenes, y les asusta el futuro sin trabajo. Para todas ellas, no ha habido resurrección ya que siguen crucificadas en el Gólgota. Teóloga y politóloga española. <https://www.religiondigital.org/isabel_gomez_acebo/todavianoche_7_2221947808.html>.

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Si Jesucristo ha resucitado para reunirse con su Padre, creo que tendríamos que expresar mejor lo que significa que Dios está en los cielos, un “espacio” al que ha accedido Jesucristo desde el domingo de Pascua. Ese lugar tradicionalmente alejado de la tierra, donde colocamos a Dios en el padrenuestro, es equívoco pues muchos piensan que es un sitio apartado del dolor y no es así. Dios no se ha desentendido nunca de su creación, es más, está situado en el centro de cada criatura con la que comparte sus avatares, tan profundamente escondido que a muchos nos dificulta encontrarle, aunque tenemos la certeza que está a nuestro lado sufriendo la pandemia del Covid y muchos otros sufrimientos de nuestra vida. Es este lugar al que Jesucristo ha accedido tras su resurrección También es engañosa la afirmación de que Dios es omnipotente y la petición del Padrenuestro “hágase tu voluntad”, pues juntas pueden interpretarse que Dios puede y no interviene porque no quiere, una frase que nos han echado en cara muchas veces los que no piensan como nosotros. La expresión popular “qué habré hecho yo para que Dios me mande este castigo”, no ha muerto, sigue viva y coleando. Los lectores cultos de este post se reirán pensando que estas afirmaciones ya no las hace nadie, pero no han escuchado homilías recientes de sacerdotes bienintencionados que hablan del poder de Dios enfrentado con el diablo, del pecado del hombre castigado con la pandemia y otras manifestaciones en este orden. Dios ha escogido hacerse hombre en una encarnación que no era un disfraz sino una realidad que llevaba implícita el sufrimiento, el dolor y la humillación hasta el final, como se pudo ver en la

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crucifixión de su hijo. El padre de Jesucristo se quitó los ropajes de la omnipotencia para compartir la vida con sus seres creados. No hace los milagros que entendemos tradicionalmente por milagros: inspira a los científicos para encontrar fármacos y vacunas que faciliten la desaparición del Covid, saca lo mejor de los hombres para que actúen de samaritanos, da fuerza y ayuda a los que se sienten desamparados… en suma, se hace presente en nuestras vidas cuando más lo necesitamos Tenemos el deber de pregonar por pueblos y ciudades esta visión de Dios, pues la anterior no sirve para nuestro mundo, y ha sido responsable de muchas guerras, muchos ateos y mucha indiferencia. Al fin y al cabo, la omnipotencia de Dios se puede entender como una lucha de patio de colegio, “mi papá es más fuerte que el tuyo” que no encaja con el lavatorio de los pies que hizo Jesucristo a sus apóstoles, ni con la entrega de su vida hasta la muerte. Con esta visión de Dios y la resurrección se nos encendería una vela, no en el alto de una estrella sino en el centro de nosotros mismos, donde Jesucristo se ha voluntariamente confinado para darnos esa luz necesaria con la que alumbrar las noches de nuestra vida.

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DIOS ESTÁ EN NOSOTROS. NO ESTÁ FUERA PARA ARREGLARNOS ALGUNAS CHAPUZAS MAL HECHAS Xabier Pikaza27

Publicado por Religión Digital el 13 de abril.28

Son clérigos, pero no son cristianos”, dice el teólogo Xabier Pikaza de los que señalan a esta pandemia del Coronavirus como un ‘castigo divino’. Así de radical y profundo nos llega su mensaje desde “este pueblo aislado con kilómetros de llano abierto a las montañas de Gredos”. Su hogar y, hoy, su espacio de cuarentena. Desde él se desnuda, en una entrevista en la que recuerda a su padre, que murió franciscanamente, y lamenta que “no hemos cumplido la enseñanza de las grandes religiones: aprender a vivir en gesto agradecido”. Predicando con el ejemplo, da las gracias y espera que el Coronavirus nos enseñe “a compartir, a buscar vacunas, a rezar por los médicos, a

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Teólogo español. <https://www.religiondigital.org/opinion/Xabier-Pikaza-Dios-arreglarnoschapuzas-sacramentos-capitalismo-religioso-emergencia-coronavirus- conversion_0_2219478046.html?utm_source=dlvr.it&utm_medium=facebook>. José Manuel Vidal.

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poner la economía y ciencia al servicio de la vida, del amor a los demás”.

¿Cómo estás viviendo el paso de la pandemia por tu vida y por la del país? Siento que hay un inmenso nerviosismo, como si esto no lo hubiéramos merecido, nosotros, que vivíamos satisfechos, en una sociedad de consumo asegurada, con deseos de seguir avanzando en la senda del progreso, del dominio sobre el mundo y del confort, como si las pestes fueran un mal recuerdo de tiempos oscuros… De pronto, esa confianza en nuestra sociedad de consumo, asegurada por armas, ciencia y dinero ha quedado amenazada por un virus que nos parecía impensable, propio de tiempos medievales. Es evidente que no teníamos políticos preparados para una pandemia como ésta, ni economía al servicio de la vida, ni medios de comunicación y comunión transparentes para la comunicación de los grupos... Nos ha entrado el nerviosismo, y aparecen los primeros intentos de buscar chivos expiatorios, que pueden ser naciones, partidos políticos, sistemas económicos, incluso religiones, Dios mismo. ¿Y cómo ha pasado por mi vida? En principio no he notado demasiado los cambios, a no ser por el corte en el trabajo externo. Había reservado tres meses (marzo, abril y mayo) para dar algunas conferencias que tenía preparadas… pues de ellas y del trabajo de Mabel vivimos; o sea, que tendremos que apretar la economía. Por lo demás, me ha venido incluso bien, en este pueblo aislado

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con kilómetros de llano abierto a las montañas lejanas de Gredos. He logrado terminar un libro sobre Job con el que llevaba lidiando mucho tiempo. Es la mejor lectura para un tiempo como este, cuando parecen caer todas las certezas. Acabo de mandarlo a la editorial, hace unas horas, con la imagen de un Job “apestado”, expulsado, en un estercolero, pudiendo pensar por vez primera sobre el sentido de su vida, diciendo las palabras más fuertes sobre el des‒orden del mundo y sobre la vida a partir de las víctimas. Quizá estemos en una situación como ésa.

¿Es lógico, a pesar de la fe, sentir miedo ante este enemigo invisible y tan mortífero? ¡Evidente! Tener fe no significa no temer. Pero el libro de Job distingue bien. (a) Hay un temor-terror que destruye, rompiendo las amarras de la vida y enfrentando a todos contra todos, bajo un dios-monstruo que nos hace irracionales. (b) Y hay un temor que es respeto, es principio de aprendizaje y cambio en el camino de una vida que se nos ha regalado, sabiendo que no somos dueños de ella. Por otra parte, el miedo a la “peste” forma parte del imaginario humano de casi todos los pueblos, como he señalado en los últimos días en mi blog de RD, evocando los tres grandes “miedos” del tiempo de David y del Apocalipsis (hambre, guerra y peste, los jinetes del Apocalipsis. La fe no consiste en no tener miedo, sino en confiar en la Vida; en el Dios de la vida en medio del miedo). En esa línea, el virus (la enfermedad) y la muerte no son enemigos externos, sino que forman parte de nuestra

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propia vida. El hermano Francisco (el de Asís, y ahora el que está en el Vaticano) pueden hablar de la enfermedad y de la muerte como “hermanas”: “Loado seas, mi Señor, por la hermana enfermedad y por la muerte…”. Lo que pasa es que tenemos que humanizar la enfermedad y descubrir la muerte como experiencia radical de vida, de una vida que nos ha sido regalada y que nosotros regalamos… En esa línea podríamos y deberíamos transformar el aguijón de la muerte, haciendo que sea estímulo de amor y de solidaridad, cambiando nosotros, aprendiendo a vivir en gesto de agradecimiento compartido, poniendo las inmensas energías de la vida al servicio de la justicia, de la buena producción y reparto de bienes de consumo y de la paz… al servicio de todos. Este es un tema clave del mensaje de Jesús que “resucita a los muertos”, que hace que los aplastados por miedo, condenados a morir, puedan vivir con agradecimiento. Este es el mensaje de sus resurrecciones, la de la hija de Jairo, la del hijo de la Viuda de Naím, la del hermano de Marta y María… Éste es un tema que ha elaborado de manera emocionada San Pablo en 1 Cor 15. Pero no lo hemos hecho, no hemos cumplido los “deberes”, es decir, la enseñanza de las grandes religiones, desde las cuatro verdades Buda hasta el Sermón de la montaña. Si hay guerra y hambre es, en la actualidad, por culpa de los hombres… Si la peste nos “coge” así desprevenimos es que nos hemos “educado” para la vida. Hemos creado una inmensa sociedad de consumo con un “orden que es des‒orden”, un mundo de locura, que es capaz de producir todo tipo de armas y medios de consumo y hemos descuidado el “cuidado de la vida”, empezando por la sanidad. En gran

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parte esta “peste” del Coronavirus se podría haber evitado con una educación para la vida, con un tipo de sistema económico-social distinto, no al servicio del capital, sino de la vida.

¿Dónde está Dios? De esto me habló mi abuela materna, que ha sido con mi padre y mi madre mi mejor maestra. Ella vivió con toda intensidad la gripe del año 1918. Murieron varios de sus hermanos… Nunca me dijo que fuera un castigo de Dios, sino una condición de la vida, que tendríamos que cambiar, superando la guerra, aprendiendo a vivir en sencillez, en oración, en amor… Que Dios estaba sufriendo con nosotros porque, como le habían dicho en la Iglesia, el mundo, el mismo Dios, estaba viviendo en dolores de parto. Solo mucho más tarde he logrado entender las palabras de aquel cura del año 1918 y de mi abuela, que están en la carta a los Romanos 8, donde san Pablo dice la humanidad sufre esperando la “filiación de los hijos de Dios”. En ese sentido, el sufrimiento forma parte de la manifestación plena de Dios. Él no se limita a mirar desde fuera el sufrimiento de los hombres, sino que está en el sufrimiento. Mejor dicho, Dios “es sufrimiento”, al servicio de la vida. Dios “es” el viviente en nuestro camino de dolor. En Él vivimos, nos movemos y somos como dice Pablo en Hch 17, 28. Dios no está fuera para arreglarnos algunas chapuzas mal hechas, ni para tapar agujeros… Pero ese sufrimiento que es para la vida, para la acogida mutua, para la maduración, para la gratuidad, para la esperanza…, es decir, para la nueva humanidad, lo

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hemos convertido en sufrimiento para la muerte, es decir, para la violencia, para aprovecharnos unos de los otros. En vez de aprender a vivir sufriendo en amor para la vida, como dice la carta a los Hebreos (2, 14‒18), queremos evitar “nuestro sufrimiento” de un modo egoísta, cargando el dolor sobre la espalda de los otros. Este es el mensaje de fondo de Buda, de Job… Este es el centro del mensaje de Jesús, cuando nos dice “bienaventurados los que sufren”, es decir, los que aceptan y asumen el sufrimiento para madurar y agradecer, para amar y esperar… La maldición más grande es vivir haciendo sufrir a otros, como en este mundo capitalista que excluye a los pobres, enfermos etc. La bendición mayor es no hacer sufrir, caminando en el amor, en la compasión, en el gozo compartido. Aquí está todo Dios, perdona la expresión. El Dios de Jesucristo ha aceptado, ha hecho suyo, el sufrimiento de la humanidad, no por masoquismo, sino lo contrario, por solidaridad, para así sufrir con los que sufren, morir con los que mueren, abriendo en ellos y con ellos un camino de bienaventuranza, es decir, de gozo fuerte, de placer intenso… un camino de “parto” para el nuevo nacimiento. Conforme a la experiencia original de Jesús, Dios es la Vida creadora en el dolor… y así le llamamos Padre-Madre, como dicho también en otra postal de RD. A ese Dios oramos, en ese Dios somos… Según eso, orar no es rezar de un modo mágico, esperando Dios arregle eso desde fuera, con santos milagrosos, con cristos maravillosos… Mira, yo le tengo devoción a esos cristos y santos “milagreiros”, con San Roque, San Antonio. Sé que la oración no “sirve” para nada, en sentido utilitario, no es un “chantaje” que

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hacemos a Dios. Y, sin embargo, es lo más importante que existe en la vida del hombre. Orar es “ser en Dios”, que Dios sea en nosotros, en Espíritu y Verdad, como dijo Cristo a la samaritana de Jn 4. Pues bien, “corrigiendo” de algún modo a ese Cristo de la samaritana yo digo que merece la pena que haya espacios, lugares y signo para orar en Espíritu y Verdad, como el Garizim, como la colina del templo de Jerusalén, donde yo también he orado. Pero el mejor recuerdo que tengo de un monte de oración, al que fui con padre de niño, a Urkiola, bajo el mítico Amboto. Mi padre, marino de mil mares, absolutamente sobrio en signos religiosos, me dijo una mañana “vamos a Urkiola” (Urkiolara goas…). Y subimos la gran cuesta, bajo las rocas y el cielo, y orar era vivir, querer vivir, y descansar ante San Antonio, sabiendo que estamos en manos de Dios. Mi padre gozó en la subida, subimos, hablamos, nos quisimos, murió pronto, pero murió sabiendo que en vida y en muerte somos en Dios. Dios no “está” con nosotros en un momento dado (como una cosa en otras), pero hay momentos, lugares y personas con las que se aviva su experiencia. Dios “es” en nosotros, en este mundo espléndido de sol y luna, de días y noches, de leones y lobos… y también con virus, bacterias y riesgos, que están ahí, de manera que tenemos que convivir con ellos, diciendo con Francisco “bendito seas, mi Señor por el hermano virus…”, que nos enseña a ser, a convertirnos, a compartir, a buscar vacunas, a rezar por los médicos, a poner la economía y ciencia al servicio de la vida, del amor a los demás. Hemos matado a los lobos y leones, ya no existen más que en lugares cerrados, como “monos de feria”. Pero no

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podemos manejar como una máquina el tejido complejo de nuestra vida, con los virus de diverso tipo. Pero no se trata de matar, ni de matar el vivir, sino de aprender a convivir con él, de un modo saludable, con mejor ciencia, con mejores hospitales, con mejores médicos, enfermeros y auxiliares, con más esperanza de curación, al servicio de todos, y en especial de los pobres y de los solitarios. Mi padre murió muy bien acompañado. Tengo amigos y compañeros encerrados en residencias llenas de buenas enfermeras, pero inmensamente solos, sin salir de la habitación, sin que les pueda visitar, muriendo solos… Ésta es mi mayor tristeza en tiempo de virus como el nuestro. ¿Cómo es posible que algunos clérigos (incluidos algunos altos cardenales) sigan diciendo que el Coronavirus es un ‘castigo de Dios’? Son clérigos, pero no son cristianos. Decir eso (si lo han dicho) es una blasfemia… De ellos habla una “historia” de Bocaccio (1313‒1375), en el Decameron, el libro de la Peste Negra, la historia del judío famoso de Paris, que va a Roma a convertirse ¡y vuelve convertido! El obispo de París le pregunta extrañado: ‒ ¿Cómo has podido convertirte, si Roma es el lugar

menos propicio del mundo para aprender cristianismo…?

‒ ¡Precisamente por eso, responde el judío… Si Dios

no estuviera en ello, si no asistiera con el evangelio de Jesús a los clérigos y cardenales de Roma, la Iglesia tendría que haberse destruido ya. Si existe todavía es porque tiene en el fondo un evangelio que es de Dios.

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Decir que Dios castiga con la peste es una herejía inmensamente mayor que aquellas pretendidas herejías que condenaba y castigaba hasta hacer muy poco en Roma la llamada Congregación de la Doctrina de la Fe, una institución en gran parte inútil, que se creía portadora del conocimiento de Dios... Lo de decir que este virus es castigo de Dios es peor que una blasfemia, es ignorancia, y puede ser maldad (maldad en clérigos de galones, no en gente normal de la vida de la calle…), es no haber llegado ni a la mitad de la Biblia, ni al profeta Isaías, ni a Job, mucho menos a Jesucristo… El Dios de Jesús no castiga, pues ello iría en contra del ABC de su evangelio, es decir del Sermón de la Montaña. El Dios de Jesús sufre y ama en este mundo de terremotos y virus…, y así crea vida, y camino de resurrección, desde dentro. Dios no ha creado (¡no está creando!) un mundo hecho, acabado, de “cristal inmutable” pero muerto… Dios crea un mundo de Vida desde la fragilidad y esperanza de un “cosmos en dolores de parto” (sigo con la imagen de Pablo), dando a luz en el dolor, para que así podamos ser amándonos, naciendo unos de otros, viviendo con otros y muriendo, en un camino que es Vida, la Vida de Dios, abierta a la esperanza de Jesús resucitado…, resucitado precisamente a través de la muerte…, no porque ha muerto sin más (por masoquismo), sino porque ha muerto dando vida, Este virus forma parte de las “posibilidades” de este mundo concreto, como la nieve y el sol, como el huracán y terremoto… Cuando Job le pregunta a Dios “¿Dónde estás?”, Dios le responde del modo más enigmático y hermoso, diciéndole, ofreciéndole un tipo de psico-drama, o mejor zoo-drama, enseñándole a compartir la vida que está al fondo de los torbellinos “celestes” (mares de estrellas), en las tormentas, en los huracanes: ‒ Mira, Job, mira la vida… Mira el huracán, contempla el torbellino… Hay aguas y nieves que destruyen, pero el agua y la nieve son principio de vida… ¡Vive en este mundo, vive, perdona y ama! Mira (sigue diciendo Dios) todos los animales, onagros y cigüeñas, avestruces, venados, con águilas y halcones… y, también, como Behemot y Leviatán… Esto es algo que hemos olvidado… En este momento (año 2020) ya no hay onagros en sentido

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estricto (asnos salvajes de estepa); behemot, el hipopótamo, está casi extinguido; leviatán, el cocodrilo, está en límite de la extinción… Hemos matado a gran parte de los animales (o los hemos convertido en máquinas de hacer comida, como a los cerdos o pollos…), y de esa forma corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos. Pues bien, Dios le dice a Job que los hombres vivimos compartiendo el “nicho” vital con animales de diverso tipo, con virus… En ese sentido, el virus está ahí, por la misma constitución de la vida humana, en riesgo y belleza, en finitud… De todas formas, con la lección del Dios de Job (que no es aún el de Jesús, pero está en su línea), tendremos que decir, quizá, que este tipo de corona-virus lo hemos “promocionado” a pulso nosotros mismos, al no cuidar los recursos de la tierra, al no aceptar la vida en respeto, amor y fraternidad, al no conocer mejor, en este mundo del siglo XXI, los riesgos de la vida…

¿Esta pandemia pone a prueba nuestro nivel de conciencia? ¡Claro que lo pone, y está pidiendo que cambiemos de conciencia! Hemos creado una conciencia dominadora,diciendo “pienso, luego soy” para suponer que podemos pensar y hacer todo lo que podamos… De ese pienso luego soy pasamos al “puedo, luego soy”, y después al “produzco luego soy”, y al “tengo y acumulo, luego soy”, al “conquisto luego…”. Ciertamente, pensamos, podemos, producimos, tenemos, comparamos y vendemos, pero en realidad no somos, en verdad no somos. Hemos creado una fábrica donde se produce todo, menos humanidad, mercado donde se compra y vende todo, empezando por oro y plata y terminando con “cuerpos y almas humanas”, como dice el Apocalipsis (Ap 18, 13), pero donde no se comparte vida, en amor, en comunión de futuro, en esperanza de resurrección, desde los más pobres. Así lo puse de relieve en mi comentario al Apocalipsis… Todo se compra y vende, y así crece el Coronavirus. Olvidamos que la vida no se compra y vende, que los bienes

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verdaderos no se acumulan en forma de capital… El peor virus del siglo XXI no es el “Coronavirus”, sino un tipo de mercado y capital que compra y vende a los hombres… Ése es el virus, es el cáncer, la peste de guantes blancos de una sociedad de mala feria. Hemos creado una conciencia falsa de poder, de riqueza, de dominio sobre los demás… Corremos el riesgo de perder la verdadera sabiduría humana, el conocimiento de uno mismo, el reconocimiento de los demás, el gozo de la hermandad, del respeto, el auténtico placer-placer del sol de cada día, de la lluvia en la ventana, de las manos que se acarician, del perdón que nos hace caminar de nuevo. Si no cambiemos nuestra “conciencia”, nuestra forma de pensar y ser, no podremos “salvarnos”, es decir, no podremos vivir en el futuro. Así comienza diciendo Jesús en el evangelio de Marcos cuando dice “si no os convertís…”. Esa palabra convertir, tanto en su fondo semita como en la formulación griega del texto, significa “cambiar de conciencia” (meta-noeín, meta-noia: Un conocimiento nuevo de la realidad). Jesús no vino a cambiar las cosas por fuera, para eso estaba el imperio de Roma; no vino a implantar una religión organizada, para eso estaban los sacerdotes de Jerusalén que, por cierto, lo hacían bastante bien… Jesús vino a ofrecer a los hombres y mujeres, empezando por niños y pobres, una “nueva conciencia”. Roma tenía la conciencia del poder: ¡Imponer su orden en el mundo entero, en una sociedad prostituida, como dice el Apocalipsis! Los sacerdotes de Jerusalén pensaban y decía que tienen que morir algunos (como Jesús, como los pobres) para que triunfe la religión verdadera (ese es el tema final del evangelio de Lázaro, en Jn 11). El tema es claro: Si no cambiamos de “conciencia”, de forma de pensar y de ser, en unas pocas generaciones podemos destruir nuestra vida en el planeta… y de eso tiene la culpa un tipo de “progreso” que vinculamos a la producción de medios de consumo en clave de poder, no de vida. Tenemos miedo de vivir de verdad, en amor, y por eso queremos producir y producir cosas para el consumo, para consumirnos nosotros, sin ser de ver. Esa conciencia de “poder” absoluto, de disfrute ilimitado a costa de otros, de la vida en el planeta…, en un mercado donde todo se compra

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y vende, con medio políticos de engaño e imposición nos terminará matando, si no cambiamos. ¿No nos está haciendo descubrir la crisis que, quizás, tengamos que replantearnos la administración de los sacramentos? ¿No cabria la confesión por videoconferencia? Las video-conferencias no están mal, como las misas por televisión. Están bien, están ahí, ayudan a muchos… Pero, a la larga, si solo nos quedamos en ellas, destruimos el carácter humano, carnal, de los sacramentos, que son signos de la vida. Había un adagio medieval que decía “los sacramentos son para los hombres, no los hombres para los sacramentos” (una simple adaptación de la palabra de Jesús: El Templo se ha hecho para el hombre, no el hombre para el templo). Pues bien, un tipo de “clérigos del poder” se han adueñado del templo, es decir, de los sacramentos, como si ellos fueran sus señores, como si a ellos se les debiera la salvación, que se compra y vende, como en ciertas indulgencias y misas antiguas… Y así hemos terminado discutiendo nimiedades, cosas en el fondo ridículas, en contra del evangelio: Si se puede ser signo y servidor del evangelio no siendo célibe, si se puede ser ministro siendo mujer; si se puede celebrar la eucaristía sin estar bien “ordenado” por ley, si se puede “confesar y perdonar” (escucha y decir palabra de perdón…) sin tener un papelito, y a menos de cuatro pasos, y no por teléfono… Esa discusión así planteada es una locura, un anti- evangelio. ¡Vergüenza me da que se discuta de eso! Hemos hecho de los sacramentos un signo y medio de capitalismo religioso, del poder de algunos sobre otros, es decir, corremos el riesgo de “hacer” que ciertos sacramentos terminen siendo anticristianos. La celebración de la eucaristía y el perdón mutuo es de todos los cristianos, antes de toda división de clérigos y laicos (¡le hemos metido un gol a Jesús…!).

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Por otra parte, los sacramentos (la comida de acción de gracias, recordando a Jesús, viviendo su presencia, y lo mismo el perdón mutuo…) no son algo que “se hace”, y que solo pueden hacer algunos, convertidos en agentes‒ actores profesionales, como una obra litúrgica pagana (o como los sacrificios del templo de Jerusalén), sino que es el despliegue de la misma vida… Los sacramentos “son” la misma vida cristiana, que adquiere intensidad y relieve especial en algunos momentos… De la misma vida cristiana de un grupo brotan de un modo natural estos sacramentos, que son signo y momento fuerte de la presencia del Dios de Jesús, en cada grupo de cristianos. No se trata de que la “jerarquía”, con poderes especiales, pueda delegar la celebración en algunos momentos, a algunas personas… Es al contrario, como lo reconoce en el fondo el Concilio Vaticano II… Es la llamada jerarquía la que actúa por delegación de la comunión. Solo así, en un, en segundo momento (¡en segundo lugar!), es muy bueno, y no solo bueno, sino necesario que haya algunos “ministros especiales” del perdón y de la eucaristía (y del bautismo, y del matrimonio…), no porque el bautismo no sea bautismo sin curas y el matrimonio no lo sea sin clérigos…, sino porque es bueno dar un carácter visible a ciertas celebraciones, en ciertos santuarios como el de Urkiola en mi tierra, o el del Corpiño en Galicia, o el de San Pedro en Dima o en Vaticano. Cuando se reúnen muchos es bueno (necesario) que haya un tipo de orden, con un “delegado o delegada” de todos, para presidir o, mejor dicho, para animar la celebración de todos. Y es bueno, necesario, que ese o esa (delegado o delegada de la comunidad) sea respetado, y que su función sea santa y valiosa, como la del Papa Francisco. Tenemos que volver a poner el evangelio cabeza arriba, que lo tenemos cabeza abajo. No es que los laicos (el pueblo) puedan suplir a veces cuando hay falta de clérigos, como se dice (¡como si los clérigos tuvieran ellos solo el poder…!). Es al revés: El perdón y la eucaristía está (es) en todos los cristianos; y a veces es bueno que se delegue en algunos, para que las cosas se celebren con cierto orden, sin andar cada uno por su parte, como dice San Pablo en 1 Corintios 12-14.

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En este sentido, el Coronavirus puede ser un buen momento para replantear el tema, para empezar con las eucaristías en familia, en grupos de familias… Lo mismo el perdón verdadero, todos los cristianos (todos los hombres y mujeres) hemos de ser signos de perdón… Como digo, la televisión no está mal. Pero la televisión nos hace pasivos ante el “sacramento”, convirtiéndolo en un espectáculo, y eso a en contra del espíritu y camino de Jesús, que es el mano a mano, ojos con ojos, en el camino concreto de la vida que en sí presencia de Dios.

¿Cómo asumir la muerte en una cultura que la había ocultado? Voy a empezar a resumir, porque me he ido alargando, repitiendo cosas que vengo diciendo hace años. Yo he renunciado a un tipo de “presbiterado oficial”, pero me siento y soy “sacerdote” del pueblo de Dios, dentro de un pueblo cristianos en el que todos somos sacerdotes. Y en ese contexto quiero volver a recordar mi peregrinación a Urkiola, con mi padre enfermo, para poner la vida en manos de los dos “antonios” (el abad y el de Lisboa). No me dijo nada, pero yo sabía que subió para poner vida y muerte en manos de Dios, en el santuario más devoto de nuestro entorno, ante las rocas, bajo el cielo. Y supo morir… y todavía hoy, pasados casi 70 años, no me he “reconciliado” con aquella muerte, que llevo como una espina en el alma, pues yo necesitaba entonces a mi padre. Con aquella espina del San Antonio que no escuchó en un sentido a mi padre, ni me escuchó a mí, que era entonces un niño inocente, he seguido viviendo. Solo ahora empiezo a reconocer en el fondo aquella fue una “espina buena”, la espina de una vida que solo es amor y alegría si se acepta el dolor, al servicio de lo demás. Recuerdo muy bien que mi Padre me habló en el camino (¡precisamente en Txakursulo!, cerca del santu-

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ario), de lo que había visto en Nueva York, pues de allí venía. Me habló de inventos extraños, inusitados entonces. Pero empecé a descubrir entonces que el único invento real era la “vida”, saber vivir, saber incluso morir para seguir así dando vida, resucitando en los demás…, en nosotros, sus hijos, y de un modo especial en mi madre, que esperaba abajo, en la escuela de Medi-ola. Ocultar la muerte es mentirnos a nosotros mismo, es vivir sin auténtica Vida, sin saber que somos en la medida en que damos la vida, en que morimos cada día regalando (gozando, compartiendo) lo que somos, un corazón, unos ojos, unas manos. Mi padre me llevó a Urkiola con las últimas fuerzas grandes de su vida para poner ante Dios su vida…, precisamente allí, ante San Antonio, donde había ido y estaba rezando mi abuela (madre de mi madre) cuando yo iba a nacer y que, por aviso de una tía joven, ahora muy anciana, tuvo que volver porque le dijeron: ¡El parto de Carmen se adelanta! Y por eso me llamaron Antxon/Antonio Xabier. Siempre me han llamado Xabier, pero no hubiera sido tampoco malo que me llaman Antxon.

¿No se han separado demasiado de la gente los sacerdotes, dejándolos solos, sobre todo en hospitales y tanatorios? Quiero hacer aquí un elogio a los “sacerdotes”, es decir, a los “presbíteros”, y lo hago hoy, recordando a mi amigo Fructuoso, de la Purísima de Salamanca, la parroquia del barrio chino y del palacio de los duques de Alba… un hombre de verdad, para la vida, para la cultura… Pero, junto a eso, quiero recordar que debemos volver al sacerdocio universal de todos los cristianos, cercanos a la vida, en medio de la vida, sin hacer carrera, como dice el Papa Francisco. Solo partiendo de ese “sacerdocio universal” será posible y necesario el surgimiento especial de presbíteros y obispos, no por encima, sino al servicio del buen orden de todos los cristianos y cristianas, sacerdotes de Dios.

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¿Saldremos mejores, más cívicos y solidarios o la lección se nos olvidará pronto? Espero… Pero no lo sé, ni estoy seguro. Este virus nos puede enseñar, está enseñando mucho, a muchos… Pero tengo miedo de que, al fin, cuando pase, se elevan algunos “más listos”, y que se aprovechen de lo ocurrido, que quieran rentabilizarlo para sí, no para la vida del conjunto de la humanidad. De todas formas, sé, que al fin y a la postre, todas las cosas que pasan sirven para bien de los creyentes, de forma que ni la vida ni la muerte, ni la salud ni la peste, ni las potestades y poderes políticos, económicos, militares o de otro tipo (incluso eclesiásticos) podrán separarnos del amor de Cristo, como dice san Pablo (Rm 8,35-39).

¿La Iglesia católica seguirá ofreciendo sentido a la vida de la gente después del Coronavirus? Para eso está, para eso “es…”. Pero no se trata de una iglesia “católica” (=universal), sino de la iglesia que somos nosotros, tú y yo, los creyentes…, desde el evangelio. ¡No hará falta que repita el tema del cuento de Bocaccio en los años de la Peste Negra!

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SI LA IGLESIA DEL POSTCORONAVIRUS VUELVE A SER LA DE ANTES, NO TIENE FUTURO Cardenal Baltazar Porras29

Publicado por Religión Digital el 14 de abril.30

“No se puede buscar una solución que pase por poner los sacrificios en los más pobres”. Con estas palabras el cardenal Baltazar Porras Cardoso declara que lo que tiene que venir después de la pandemia es la conversión social. Que, si el modelo económico sigue olvidando la ética, “sería correr la arruga de los déficits sociales que ha puesto a flor de piel la aparición” de la crisis del Coronavirus. Menos mercados, más samaritanos... y también la conversión dentro de la Iglesia. “Vivir situaciones límites obliga a una pastoral que habíamos olvidado y que exige algo más que la realización de un rito”, confiesa en esta entrevista, en la que además habla de los sacramentos, de la necesidad de discernir y después 29

Obispo venezolano. Actual Arzobispo de Mérida.

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<https://www.religiondigital.org/america/Cardenal-Baltazar-Porras-Iglesiasamaritanamente-coronavirus-futuro-venezuela-conversion-sacramentosespiritualidad-emergencia_0_2222177764.html>. Por José Manuel Vidal.

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reformar; de aprender qué es lo importante y qué se ha dejado de hacer “en consonancia con la fe y los tiempos”.

¿Cómo está percibiendo la sociedad venezolana la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social? La situación venezolana, en general, es atípica. A la desinformación se une la crisis que venimos arrastrando desde hace años, lo que ha resultado, en medio de esta pandemia, relativamente positivo. ¿Por qué? Por el aislamiento al que hemos estado sometidos, reducción de vuelos, de presencia de turistas y de extranjeros. Se manifiesta en el escaso número de contaminados y de muertes, que difícilmente se hubieran podido “ocultar” si los hechos fueran otros. Sin embargo, si la pandemia es peligrosa, la paralización de toda actividad es más grave, pues la mayor parte de la población vive del empleo informal, y no tiene ninguna capacidad de ahorro. Se vive al día. La sociedad en general está percibiendo positivamente la implicación de la Iglesia en la pandemia. La respuesta de los agentes pastorales, no solamente de los sacerdotes y religiosas, se ha volcado en estar cerca de la gente. En primer lugar, por la cuaresma y la semana santa, la demanda de lo religioso ha aumentado. Desde fuera, se puede tergiversar este papel porque la cuarentena se vive de manera diferente en los sectores medios y en los populares. La gente tiene necesidad de salir para conseguir lo necesario para sobrevivir. La prolongación del tiempo de cuarentena juega en contra de la salud física,

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mental y anímica de la gente, pues al no tener lo indispensable y no existir una política de atención adecuada, es inminente el peligro de desesperación y de respuesta no deseable. La creatividad a través de las redes sociales nos ha permitido ofrecer mensajes creíbles para la gente, las celebraciones privadas, sin mucha tecnología, pero interactiva, que se trasmiten por las redes. Las informaciones de la red de Cáritas y las Pastorales Sociales, con programas de alimentación y entrega de medicinas, que son un gesto, incompleto, insuficiente, pero que genera confianza en la población. Al término del tiempo cuaresmal, la presencia en lo social, incluyendo ayudas y subsidios, por ejemplo, en el campo educativo, en la atención psico-social para las personas más afectadas o solas, en sincronía con organizaciones privadas, sin el sello religioso o partidista es una experiencia enriquecedora, de lo que se puede hacer con “los santos de al lado”, para usar la expresión del Papa Francisco.

¿Ha conseguido la Iglesia como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia a través de los grandes medios de comunicación? En un país donde han desaparecido gran parte de los medios privados, y donde la cobertura de los medios oficiales (TV, radio, redes) es enorme, se ha logrado hasta el momento disposición de los medios para trasmitir eventos estrictamente religiosos y mensajes (micros, campañas concientizadoras), que llegan a la población. No siempre es fácil, porque el fluido eléctrico es precario

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en buena parte del país, pero en las horas en las que hay conexión, se aprovecha para estar informados. Una campaña para educar en el uso racional de los medios, con sentido crítico, se está llevando adelante, porque la sobreinformación se convierte fácilmente en desinformación. La gente se vuelca a conocer la opinión de la Iglesia, porque sigue siendo la institución más creíble y confiable, con un porcentaje muy elevado respecto a otras instituciones. Es un reto, pues supera la capacidad real de la Iglesia ya que no cuenta con una infraestructura suficiente para cumplir dicha misión. ¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo? La tarea subsidiaria, y el papel de facilitador para que las partes involucradas se pongan de acuerdo, constituyen un desafío enorme para la Iglesia. En los momentos de dificultades, siempre se ha recurrido a la Iglesia, y nunca nos hemos negado, pero con la conciencia muy diáfana, de que no somos los que tenemos la solución en la mano. No tenemos oro ni plata, sino la capacidad de actuar samaritanamente, con misericordia y paciencia, tarea cuesta arriba, pero que no se puede esquivar. En la línea de lo que el Papa ha venido señalando machaconamente, después de esta pandemia, las cosas no pueden, no deben, seguir igual. Tejer ese nuevo contrato social es una necesidad y no podemos estar al margen de la vida, de la sobrevivencia, ni de la búsqueda de una sociedad que sea más igualitaria y en la que “la periferia” se convierta en el centro. No se puede buscar una

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solución que pase por poner los sacrificios en los más pobres. El verdadero reto es, será, lograr la suficiente claridad y desprendimiento, para que la renuncia o la disminución de los beneficios económicos, no se vean como pérdida, sino como un nuevo orden que no puede tener como centro decisorio la economía, sin que otras coordenadas jueguen también un papel importante. Lo ético no puede estar ausente. Sería correr la arruga de los déficits sociales que ha puesto a flor de piel la aparición de esta pandemia mundial. ¿La crisis del Coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades? El dicho popular de que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, tiene mucho de verdad. Lo religioso en la sociedad postmoderna ha estado, para decir lo menos, devaluado. La fragilidad y fugacidad de la vida, la humana y la del planeta, pone el interrogante de si hay algo más que tomar en cuenta. La trascendencia no es un juego, es distintivo de la racionalidad, que nos distingue del resto de los seres vivos. Ciertamente, esta necesidad ontológica, religiosa, ha aflorado de alguna manera en los que estaban fuera o indiferentes. Pero ha aflorado también en los de casa, en los que se confiesan creyentes. Porque no se puede ser creyente simplemente porque se cumplen ciertas normas o ritos. Las grandes religiones tienen la obligación de replantearse su papel, su autenticidad, que va más allá de aceptar un credo o unos mandamientos. Toda adhesión

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que no pase por ver a Dios no como una idea o un ideal moral, sino como la presencia que anima la vida, lo que llamamos mística, unir la fe con la vida cotidiana, no será auténtica fe, sino una creencia que me tranquiliza y hasta me seda, dejándome indiferente a lo que pasa alrededor. El peligro real es la abundancia de ofertas pseudoreligiosas que pululan en el mercado mundial. Hay que estar ojo avizor porque no faltan quienes saben aprovecharse, para su propio peculio, de la necesidad de búsqueda de seguridades, soluciones mágicas o tranquilizadoras del espíritu, que lamentablemente abundan y arrastran a más de uno. Lo que sí creo está claro en la Iglesia católica de hoy, es que no hay que ver esta coyuntura como una oportunidad para el proselitismo. Una cosa es despertar el auténtico sentido religioso y otro el querer sumar adeptos a la propia causa. En esto es claro el pensamiento y la actuación del Papa Francisco, y el tipo de reformas o de conversión que está proponiendo, que ahora, luce más claro que ese es el verdadero camino de la oferta cristiana. Ser sacramento, no la salvación. ¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba? Las sociedades modernas han manejado con cierto éxito el cubrir con un “velo piadoso”, por decirlo ingenuamente, el tema de la muerte. No es algo que hay que ocultar, pues no somos inmortales, somos seres llamados a resucitar, es decir, a superar la enfermedad y la muerte, desde una perspectiva distinta, humanizadora. Es el mensaje cristiano y el sentido correcto de la resurrección.

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El fatalismo de la muerte, en el que el consuelo y la esperanza no están presentes, es un vacío existencial que tiende a llenarse de otra forma. El licor, la droga, el desenfreno por vivir y aprovechar el presente, produce una sociedad enferma en la que el individualismo y el egoísmo nos hacen insensibles ante el mal ajeno. Retomar el sentido más auténtico de acompañamiento en todas las etapas de la vida a las situaciones límites o no deseadas, es tarea cristiana, para no priorizar el desprecio a la vida no nacida, a los discapacitados, a los enfermos terminales o a los ancianos que son una carga y no seres productivos económicamente. Pone al descubierto la barbaridad de las leyes que aprueban, sin más, los abortos, la eutanasia o la muerte asistida. Es duro el tener que despedir a los seres queridos sin saber ni siquiera donde están. Los testimonios que oigo a personas amigas de España o de Italia llaman a reflexión. Los velatorios en buena parte han constituido una ocasión privilegiada para cumplir socialmente y para disfrutar reencontrar a personas que hacía tiempo teníamos olvidadas. Solo el círculo más íntimo de los “deudos”, lo vive de manera diferente. Me golpean las escenas de Guayaquil, donde los familiares de los muertos reclaman de manera casi agresiva, el derecho de saber adónde llevan los restos de sus seres queridos. Tenemos derecho a vivir humanamente y también a morir humanamente. No somos un saco de basura que cuando expiramos lo tiramos al vertedero de los desechos. En el baúl de mis recuerdos, saco a relucir una anécdota de un eclesiástico venezolano que vivió en tiempos de la dictadura gomecista (1909-1936). Los cadáveres de los presos políticos eran conducidos al cementerio, de forma privada, y sin conocimiento de sus seres queridos. Entre quienes preparaban los cadáveres, había gente con sentimientos religiosos que lo llamaban y le comunicaban la hora y el recorrido del carro fúnebre para que este buen sacerdote se apostara en una esquina y le rezara un responso al paso del cortejo. Vivir situaciones límites obliga a una pastoral que habíamos olvidado y que exige algo más que la realización de un rito. Receta no hay, pero hay que “primerear e involucrarse” como nos dice Francisco.

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¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización? Los creyentes tenemos la tentación de ver en toda novedad, primero los peligros y luego la posible utilidad. No hay realidad humana que no sea ambivalente. De lo más ingenuo podemos hacer mal uso, como de lo que parece nefasto se puede sacar sano provecho. El internet y los medios digitales no escapan a esta ambivalencia. Me sirven para el bien o para el mal. Depende del uso que queramos darle. El proceso educativo y la cultura de buscar en cualquier medio lo realmente saludable y no solo lo que llena mis apetitos, es un camino a recorrer. Qué bueno que la pandemia, como cualquier otra calamidad, tiene su lado positivo: ayudar a descubrir las virtualidades que tienen las nuevas tecnologías, para lo que creíamos imposible. El internet y los otros medios digitales no son, no deben ser, para las emergencias. Han

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demostrado que pueden ser compañeros de camino para la vida cotidiana y sus exigencias de servicio a la comunidad.

¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco? No pretendo ser adivino ni pitoniso, pero me atrevo a decir que, si la Iglesia del postcoronavirus vuelve a ser lo de antes, no tiene futuro. Es un kairós para poner en marcha la “conversión pastoral”, “la Iglesia en salida” y la centralidad de las “periferias”, para usar el vocabulario bergogliano. Afectará las reformas del Papa Francisco, pero de manera positiva. Pone en evidencia que lo que tanto ha predicado e impulsado en estos años es, debe ser, el camino a seguir. Pongo a consideración una reflexión reciente que quiero compartir con mi clero, en la búsqueda de líneas de fondo que debemos buscar sinodalmente: Si la Iglesia es “Semper reformanda” como señalan desde hace siglos los santos padres, es porque “resucita” continuamente a la vida, a ejemplo y por la virtud de una gran memoria actualizada, particularmente en estos días: la de Jesús muerto y resucitado por nosotros en el Espíritu. En consecuencia, hay que poner la lupa en el discernimiento permanente para cotejar si lo que hacemos está en consonancia con la fe y los tiempos, o se trata, de dar satisfacción a lo que ya tenemos como definitivo en nuestras mentes.

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¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional? Si la sociedad toda tiene que hacer “reingeniería” de la política, de las empresas, de la economía, de la estructura social, etc., la Iglesia no va a ser una excepción. También tiene que “reinventar” su actual estructura. Todo cambio provoca resistencias, pero hay que frecuentar el futuro. La reforma que el Papa está llevando a cabo en la Iglesia toda, tropieza con la inercia de siglos. Pero no hay que desmayar. Profundizar los cambios como un proceso saludable para servir mejor tiene que ser el objetivo de lo que se proponga, abriendo paso a una diversidad creativa. “Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32).

¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser ‹pueblo sacerdotal› y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados? Desde el Concilio Vaticano II se ha puesto de relieve la condición de bautizado, de pueblo sacerdotal de todos los creyentes. Lentamente, no sin tropiezos, se despierta el reconocimiento de la condición del laicado. El clericalismo, –mal tanto de los clérigos como de los laicos–, ha sido una rémora en el protagonismo auténtico de los diversos miembros de la Iglesia. El documento final del Sínodo de la Amazonía y la exhortación Querida Amazonía del Papa tocan el tema sin tapujos. Cada quien juega un rol y tiene unas competencias concretas. No se trata de arrebatárselas al sacerdote para que la asuman los laicos. Hay un camino por recorrer que todavía no está maduro. Los sacramentos muestran y comunican al Dios cercano. No es válida una disciplina que excluya y aleje, porque así se convierte la Iglesia en una aduana. “La Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponer una serie de normas como si fueran una roca…” (Querida Amazonía, 84). No hay que dar saltos en el vacío, ni cerrar puertas o poner muros. Las experiencias pastorales irán indicando y dando luces para que, sobre todo la eucaristía, no esté negada a muchos. El tiempo es mayor que el espacio, y los

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frutos no están todavía maduros, pero hay que cultivarlos para que sazonen.

¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?

Mucho hay que revisar en la actual praxis sacramental. No solo de quien puede o no “ejercer” o “presidir” la eucaristía y la penitencia. Percibimos que en la actualidad no llenan las ansias de lo que deben ser. La pandemia pone sobre el tapete la pregunta sobre el valor de la eucaristía a distancia, digitalmente. La falta de confesores, por la inamovilidad forzosa en resguardo de la salud, plantea si el perdón se da o no, sin el gesto sacramental. Aquí tenemos una muestra de miles de cosas que surgen de los signos de los tiempos, en los que hay que descubrir cuáles son los auténticos signos de Dios. Tarea para los pastores, los teólogos, los laicos… Hay que caminar y escrutar sinodalmente, sin imposiciones, los nuevos derroteros. Como al final del llamado concilio de Jerusalén. Que sigan adelante las experiencias diversas, solo evitar comer lo de los ídolos y no olvidar el servicio a los pobres.

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SEGUIMOS HIRIENDO CON NUESTRAS PALABRAS LA TERNURA INFINITA DE DIOS PADRE (MADRE) Andrés Torres Queiruga31

Publicado por Religión Digital el 14 de abril.32

Dime cómo es tu oración, y te diré cómo es tu Dios; o mejor: te diré cómo es tu imagen de Dios. Dime cómo es tu Dios, y te diré cómo es tu oración; o mejor: te diré cómo debería ser tu oración. Dime cómo es la oración de tu iglesia, y te diré cómo está anunciando a Dios en la cultura actual; o mejor: te diré cómo está configurando nuestra sensibilidad cristiana. Dime cómo es tu oración ante el mal, y te diré si contribuye a convertir la imagen de tu Dios en “roca del ateísmo” o en garantía de confianza inconmovible.

Sacerdote católico, filósofo, teólogo y escritor español. <https://www.religiondigital.org/opinion/Andres-Torres-Queiruga-SeguimosPadre-palabras-oracion-peticion-queja-teologia-coronavirus- francisco_0_2222177792. html>.

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Trascender la oración de petición Las preguntas son serias, porque tocan el núcleo de la fe cristiana. En concreto, aquí interesa la dificultad concreta que presenta la oración de petición, cuando se hace ante el Dios anunciado por Jesús. Por eso conviene ir a la fuente. Por suerte, antes de nosotros, ya lo hicieron los discípulos: “Maestro, enséñanos a orar, como les enseñó Juan a sus discípulos. Les respondió: Cuando recéis, decid: Padre, ¡sea santificado tu Nombre! ¡venga tu Reino!” (Lc 11,1-2). Padre, santificado sea tu Nombre Desde que Jesús de Nazaret oró y vivió entre nosotros, el verdadero nombre de Dios es Padre, Abbá: padre-madre, en amor entregado y ternura atenta y sin descanso. Preocupado ante todo por el sufrimiento, el miedo y la angustia que en momentos como el actual asaltan a sus hijas e hijos. Vienen a la memoria sus palabras: si incluso siendo malos, los padres humanos solo procuran el bien para sus hijos, ¡cuánto más vuestro padre celestial! Si nos asustan cada día las noticias de contagios y de muertes; si levantando la vista, se nos encoge el ánimo al pensar en lo que puede estar pasando entre los desamparados de la calle, los inmigrantes sin hogar; si más allá, en los países pobres y en todo un continente pueden morir miles, acaso millones, de personas…, ¿qué podemos pensar de Dios? Es obvio que, desde Jesús, solo podemos concebir este Coronavirus como una terrible corona de espinas que lacera cruelmente su corazón de Padre.

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Un amor más grande de cuanto se pueda pensar Pobre metáfora, ciertamente; antropomorfismo balbuciente. Pero su significado es pobre, no porque exagere, sino porque juega “a la baja”. Los que tenemos la suerte de haber vivido la experiencia de que, si fuere preciso, nuestro padre y nuestra madre estarían dispuestos a morir en lugar nuestro, tenemos ahí un ligero asomo de lo que puede ser –misteriosa pero cierta– la preocupación divina por el sufrimiento humano: el cuidado activo, el empeño firme de Dios ante el mal terrible que atormenta a su mundo. Antes del mismo Evangelio ya lo había dicho Isaías: aunque una madre se olvidara de su criatura, nunca se olvida de nosotros nuestro Dios. Jesús, conmovido, casi me atrevo a decir obsesionado, por la intuición abisal de esta preocupación absolutamente prioritaria de Dios por los sufrimientos de sus hijos e hijas, animó a proclamar: “santificado sea tu nombre”. Era respeto y adoración. Era la acción de gracias que le surgió, íntima y ardiente, en el “himno de júbilo” ante el misterio entrañable de ese nombre santo. Esa era la noticia que quiso transmitir a la humanidad, no como mensaje esotérico, reservado a sabios y entendidos, sino abierto y comprensible para todos, empezando por los más pequeños y sencillos. Ante esta constatación me asalta una vez más el asombro que lleva ya mucho tiempo acompañándome: cómo es posible que, en nuestras oraciones, en lugar de tratar ese nombre con sumo cuidado y amoroso respeto, sigamos invocando a Dios de manera tan injusta y desviada. En vez de acordarnos de su inmensa ternura que

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solo piensa en nuestro bien y agradecer su vehemente preocupación por el mal, seguimos imaginándolo –aunque “sabemos” que no es ni puede ser así– distante e inactivo, dejando de ejercer su capacidad de auxilio y de remedio. Y continuamos repitiendo fórmulas y palabras que herirían la sensibilidad de cualquier madre o de cualquier padre: acuérdate, ten compasión, escucha y ten piedad… Trascender conservando los valores Nunca es, ciertamente, esa nuestra intención; pero eso es lo que dicen nuestras palabras y que después, en consecuencia fatal, se traduce en nuestras prácticas: buscar convencer a Dios con intercesores y abogados, ganar su favor con ofrendas y rogativas o moverlo a compasión con sacrificios. Resulta duro pensar en la constante e inconsciente facilidad, con que, en lugar de escuchar a fondo la llamada de Jesús –“santificado sea tu nombre”–, seguimos hiriendo con nuestras palabras la ternura infinita evocada por el santo nombre de Padre. Ese es el único nombre verdadero del Dios anunciado por Jesús. Del Dios que “es amor” o, en traducción más exacta, que “consiste en estar amando”: que “no duerme ni dormita”, vigilando por amor a su pueblo. Del Dios que no sabe ni quiere ni puede hacer más que amar, preocupado única y exclusivamente por el bien de todas y cada una de sus criaturas. Del Dios que no nos creó para su gloria, sino para nuestro bien; no para que lo sirvamos, sino para ayudarnos, protegernos y, atrevámonos a decirlo, para “servirnos” Él a nosotros.

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Curar las “enfermedades del lenguaje” se ha convertido en una de las grandes preocupaciones de la filosofía moderna. Curar las enfermedades de las palabras con que formulamos nuestras oraciones representa una urgencia que está llamando con fuerza a las puertas de la teología… e incluso del sentido común. Recordando a Jesús, sin escudarse en literalismos fundamentalistas y sobre todo por respeto a Dios y a la ternura de su amor infinito, no deberían valer disculpas o matizaciones, ni subterfugios lingüísticos o teológicos. No vale argumentar con que nuestras oraciones no dicen lo que significan sus palabras: “cuando pedimos no queremos pedir; cuando, a coro y de manera insistente, exhortamos a Dios para que sea compasivo y misericordioso, no pretendemos afirmar que no lo sea…”. Para no hablar de tantos textos teológicos que, escudándose de manera falsa y fundamentalista en el libro de Job, afirman que podemos rebelarnos contra Dios, pedirle cuentas, increparlo con palabras hirientes o incluso osar peores disparates, hasta la blasfemia. Con menos motivo, Karl Barth habló en alguna ocasión de “piadosas desvergüenzas”. Ya se entiende que no pretendo juzgar intenciones subjetivas. Y mucho menos, que quiero animar al abandono de la oración. Orar sin descanso ni intermisión, debería ser el agua que fecunde cada minuto de la vida. De lo que se trata es de orar bien. No abandonar –¿cómo sería posible?– la oración, sino limpiarla de falsas adherencias, de rutinas o presupuestos demasiado humanos, que oscurecen su verdadero sentido y perturban los valores hondos y auténticos que están dentro de ella.

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Por eso hablo de trascender la petición. Sería injusto no reconocer que, si está en la misma Escritura y persiste en la historia, es porque en ella están presentes valores muy hondos e irrenunciables: humildad ante Dios, sentirse necesitados de su ayuda dando por supuesta su bondad, compasión y solidaridad con los que sufren, deseos de mejorar nosotros y ayudar a los demás… Sería insensato pretender negar todo eso, y un auténtico delito religioso pretender anularlo. Se trata justamente de lo contrario: de reconocer esos valores y proclamarlos como tales; pero limpiándolos de la escoria, involuntaria pero corrosiva, que los contradice y los pervierte con la enorme fuerza configuradora que tiene el lenguaje sobre el espíritu humano. Porque esa corrosión opera cada vez que convertimos la limpia exposición de esos valores en petición dirigida a Dios, con palabras que, sin depender de nuestra intención, pervierten su significado. No le hacen mal a Dios, pues no se le oculta la buena intención. Pero nos lo hacen a nosotros, porque, como dijera Sócrates, hablar mal “hace daño a las almas”. Algo que hoy una mínima atención a la filosofía del lenguaje no hace más que confirmar y acrecentar en medida no fácilmente calculable. Sin grave daño, tanto para la fe como para su anuncio, no se puede persistir en suplicar a quien únicamente se dedica a ayudar; en convencer a quien está ya, siempre y sin descanso, entregado a nuestro bien; en mover a compasión a quien, con preocupación infinita, está tratando de mover nuestros corazones para que colaboremos con Él: el Misericordioso, en la búsqueda del bien para sus hijos e hijas. Supone una inversión tan patente y clamorosa que, si no fuera por la rutina, la inadvertencia e incluso la buena intención, sería una monstruosidad religiosa. Porque no solo trastoca el orden de la creación, sino que también y sobre todo supone un atentado cruel e hiriente contra el amor de Dios. “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre,

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entraré…”, dice el libro del Apocalipsis. Un símbolo, casi una súplica, que insinúa la magnitud de la inversión. Si aún pudiera quedarle a alguien la sospecha o el temor de que negar la petición implicaría soberbia o autosuficiencia, negando la humildad de la condición humana ante Dios, debe comprender que significa exactamente lo contrario: ninguna confesión más honda de la verdadera pobreza humana que la de reconocer que de Dios nos viene todo, absolutamente todo, desde la existencia hasta el mismo deseo de orar. Cualquier sentimiento de compasión y cada intento de ayudar al prójimo son ya siempre respuesta a una iniciativa divina que nos funda, nos precede, nos envuelve y nos convoca. La oración deberá consistir en dejarnos inundar, convencer y mover por esa onda infinita de acción creadora y amor salvador. Ahí reside la verdadera humildad, que no infantiliza ni rebaja, sino que anima y promociona. Lutero, admirado ante la gratuidad absoluta de la gracia, exclamó asombrado: “somos pordioseros; esa es la verdad”. Por suerte, es verdad solo a medias. Porque nuestra pobreza es tan solo la marca de nuestra finitud, de criatura que necesita ser generada en el tiempo y hacerse en la historia. Pero no es finitud marcada por el abandono o el desprecio. No somos esclavos ni pordioseros: somos hijas e hijos, infinitamente amados y definitivamente amparados.

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Venga tu Reino Iluminados por la palabra, el ejemplo y la vida de Jesús, estamos seguros de que el amor de Dios no falta. Pero no sucede lo mismo con nuestra fe en ese amor. Nuestra capacidad es demasiado pequeña para acoger su grandeza. Está siempre en camino y nunca acabada. La oración tiene que ser el gran remedio que asegura la fe y anima a su realización. Invocar a Dios como Padre (Madre) resulta fácil y consolador; incluso disfruta de una evidencia espontánea. Pero no lo es tanto cuando choca con la realidad de nuestros límites: tanto con nuestra impotencia para ser todo lo que quisiéramos ser, como con las heridas del sufrimiento y de la injusticia. Entonces surge la duda y aparece la resistencia. Entonces, creer de verdad que somos hijos e hijas, no es tan evidente. Cuando nos sentimos culpables ante Dios, hacemos como el hijo pródigo: no somos capaces de creer en su amor y convertimos en juez –“trátame como a un criado”– a quien nunca deja de ser padre. Creer de verdad que somos hermanas y hermanos, es tal vez menos evidente, y no siempre lo creemos en la realidad efectiva. Ante la necesidad ajena, podemos “cerrar las entrañas” o, en el mejor de los casos, palpamos siempre nuestra incapacidad de ayudar. Jesús, a la invocación de Dios como padre, une inmediatamente la segunda: “Venga tu Reino”. Hay una fina duplicidad en las invocaciones del Padrenuestro: no está siempre claro si representan una proclamación afirmativa de lo que Dios está haciendo o una petición para que lo haga. Las dos valencias están presentes en el

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lenguaje. En la primera invocación –“santificado sea tu Nombre”– resulta fácil inclinarse por la afirmación. No así en la segunda –“venga tu Reino”– que fácilmente se convierte en petición. Es muy posible que también en el lenguaje de Jesús dentro de su cultura religiosa, estuviera presente la dualidad. Por eso importa traspasar las palabras, para ir al fondo genuino de su intención. En esta lo decisivo es la primacía absoluta de Dios, como aparece con claridad en su proclamación inaugural: “El tiempo está cumplido y llega el Reino de Dios: convertíos, y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Anuncia lo que Dios está realizando, y solicita nuestra respuesta, convocándonos a creer en ella y cambiar la conducta, entrando en el dinamismo divino para que se realice el Reino. Vale la pena confirmarlo, recordando el “Himno de júbilo”, cuando Jesús, asombrado hasta el éxtasis por la gratuidad infinita del amor divino, exclama: “Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes y se las has revelado a la gente humilde”. La vivencia de Jesús no inclina hacia la súplica, sino que proclama para todos el asombro ante lo que Dios está haciendo. Y el evangelista – que hablaba de Jesús ya resucitado como plena transparencia divina– pone en su boca palabras que animan a la plena confianza en Dios: “Acercaos a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, que yo os aliviaré” (cf. Mt 11,25-27; Lc 10,21-22). Tal es la intención más honda y genuina del anuncio de Jesús. Llegar a ella, avivando la fe y la confianza en la actividad salvadora de Dios y animarnos a obedecerla acogiéndola y transformándola en realización histórica,

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eso es lo que define el significado auténtico de la oración. Pero no resulta fácil comprenderlo, sin dejarse llevar por la tendencia espontánea, desviando su orientación verdadera, para convertirla en petición. Es decir, remitámoslo: convertimos la llamada que Dios nos hace a nosotros, en una súplica que nosotros hacemos a Dios. La oración y el problema del mal Ciertamente, en la realidad viva de la oración todo anda mezclado, y ya hemos dicho que, por fortuna, en la misma petición puede haber implícito un reconocimiento de la iniciativa divina. Pero eso no debería ocultar la trascendencia del problema, tanto por respeto al santo nombre de Dios, como por agradecimiento y cuidado de no herir la ternura increíble de su amor infinito. Para afinar la sensibilidad y captar con más precisión dónde están las diferencias, puede ayudar el análisis de dos ejemplos bien conocidos en el mismo Evangelio. El primero habla de la oración cuando experimentamos los límites de nuestra impotencia humana. El segundo, más hondo y delicado, se refiere a una oración puesta en la boca del mismo Jesús, ante el interrogante del sufrimiento, tantas veces incomprensiblemente terrible, impuesto por la injusticia humana. Orar desde la impotencia propia. “Creo, Señor, pero aumenta mi fe” (Mc 9,24)

Aquí no vamos a considerar la escena tal como aconteció en el evangelio, donde lo que se dice puede tener sentido

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pleno y correcto: el padre de un niño epiléptico le pide a Jesús que lo ayude a avanzar en la fe. Eso es lo que Jesús hizo durante su vida, regida por la interacción normal, de instrucción, ejemplo y ayuda, dentro de los funcionamientos de la historia humana. Pongamos la consideración en la situación actual, cuando, gracias al evangelio, oramos ante Dios invocándolo como Padre. Entonces la reflexión cambia. Somos conscientes de que creemos, pero no creemos con toda la fuerza, con toda la confianza y con toda la entrega que desearíamos tener. Nace así el deseo de mejorar. Como tal, la reacción es justa y correcta. La cuestión está en cómo gestionar ese deseo. Acostumbrados a las relaciones humanas, tendemos espontáneamente a pedir ayuda, como sucede de ordinario entre nosotros, pues a menudo los que podrían ayudar o no se enteran o aunque se enteren tal vez no están dispuestos a hacerlo. Pero en la oración la relación es con Dios, que “ya sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos”, como enseñó Jesús; que, como acto puro de amor, aunque una madre pueda olvidarse, él nunca se olvida, como había dicho Isaías; y que, según ha recordado el evangelio de Juan, “está ya siempre trabajando desde el comienzo del mundo”. Aquí está el punto preciso donde aparece la “delgada línea roja”. Porque, sin enterarnos, podemos aplicar a la relación con Dios criterios simplemente humanos, ignorando su carácter único e invirtiendo completamente su sentido: reaccionamos pidiendo, dando por supuesto que Dios actúa como nosotros. Entonces, queramos o no, se invierte la verdadera relación, pues de ese modo el cumplimiento del deseo depende de Dios: si no se

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cumple, es porque Él no quiere hacer algo que está en su mano. De ahí la reacción de pedírselo, suplicando, recordándole… Pero es claro que esa no es la relación que debe establecerse desde la misma fe que, aunque imperfecta, tenemos y profesamos. Gracias a ella, sabemos que por parte de Dios todo está ya no solo ofrecido, sino generosamente entregado. Cuanto pueda faltar, sea lo que sea, queda únicamente de nuestro lado: bien porque no sabemos o no somos capaces, bien porque nos resistimos o, lo que es peor, no queremos. Una vez que esta inversión se hace patente, resulta claro que lo verdaderamente correcto y saludable, “nuestro deber y salvación”, consiste en respetar la delgada línea roja. Hoy, nuestra oración ya no puede –no debería poder– consistir en repetir a la letra ante Dios las palabras que el padre del niño dijo ante Jesús. Ahora somos expresamente conscientes de que Dios ya nos está ayudando siempre y que lo que falta depende tan solo de nuestra respuesta, de acoger su ayuda y realizarla en la medida en que nos sea posible. La oración bien orientada debe, pues, consistir: a) en avivar la fe en la seguridad de que contamos con su ayuda divina, que nunca falta y siempre está dispuesta y ofrecida; b) en tratar de discernir hacia dónde Dios nos está orientando y animando; c) avivar nuestra voluntad de poner en práctica la que juzguemos ser la respuesta fiel. (Y como diremos más adelante, aceptar la finitud: no siempre es posible que el deseo pueda realizarse, a pesar de la ayuda divina y la respuesta positiva humana). Por eso mismo, lo consecuente será formular nuestra oración de manera que exprese con palabras verdaderas

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la relación viva así establecida. Es decir, buscar palabras que hagan patente y preserven la verdad de la relación con Dios, abriendo nuestro ser a su luz y buscando acoger y dejarnos ayudar por Él. Una vez más: no se trata de que llamemos nosotros: es Dios quien llama y pide que abramos la puerta a su llamada. Esto resulta tan grande, tan en contra de nuestra cultura de desinterés, egoísmo, descartes y pasividades, que nos resulta literalmente increíble. Por algo decía san Agustín: si comprehendis, non est Deus. Aun así, bien considerado, no resulta difícil percibir la verdadera orientación. La dificultad viene de la imaginación. Cargada como está de fórmulas repetidas incluso desde la infancia, todo la inclina en la dirección contraria, dificultando formular bien la oración. De entrada, puede suceder que falten las palabras, quedando sin saber qué decir. Entonces lo que hace falta no es desanimarse, sino movilizar la conciencia expresa de la situación: nosotros ante Dios: ante el Dios de Jesús, que nos envuelve con su amor y nos está apoyando con su gracia. Es urgente poner manos a la obra y tomar muy en serio la trascendencia de lo que está en juego: la imagen auténtica de Dios, el respeto a su nombre santo, el agradecimiento a su ternura, el “bien de nuestras almas”. También –y cada vez más, en una cultura crítica y secularizada– el destino de la fe en nuestro mundo. Un mundo que, al no estar ya educado en catecismos ni sermones, escucha e interpreta las oraciones en el significado normal y correcto, en lo que expresa su letra y está explicado en los diccionarios. No puede extrañar que,

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hoy, a muchas personas les resulte casi imposible creer en el “dios” cuya imagen se refleja en tantas oraciones. De hecho, no oculto mi asombro de que los cristianos y sobre todo los teólogos y teólogas no sintamos la urgencia del problema y sigamos descuidando la tarea de formular nuevas oraciones, buscando palabras, fórmulas y expresiones que digan la verdad. Tal vez de momento puedan resultar algo torpes o poco elegantes. Pero no es tan difícil percibir por dónde se podría ir. Ante todo, darse cuenta de que se puede decir todo, con tal de que exprese con verdad la relación con Dios-Padre. Por supuesto: agradecimiento, adoración, confianza; y también las necesidades, carencias y deseos, con tal de hacerlo siempre con la condición de envolver todo con lo que cabría llamar “el pero de la fe”: no somos capaces de, sentimos pena por, queremos ayudar y nos comprobamos la impotencia, no acabamos de decidirnos a actuar…, pero sabemos que Tú, Señor, estás con nosotros, que eres Tú mismo quien nos recuerda estas necesidades y suscita en nosotros estos deseos, que estás apoyando y animando cuanto es posible…; apoyados en ti, confiamos, queremos seguir adelante, trabajar por la llegada de tu Reino… Las palabras siempre quedan cortas, pero resulta fácil ver que aquí se abre una ancha puerta para la iniciativa, para la comunicación de experiencias y, de modo muy prioritario, para la generosidad fraternal de aquellas personas especialmente creativas en este campo. Crear nuevas oraciones, inventar nuevas expresiones y sugerir palabras justas puede ser un instrumento precioso para renovar la fe, avivar la esperanza e ir reconfigurando una imagen de Dios algo más acorde con el Abbá anunciado por Jesús. Contando con lo dicho a este propósito, podemos abordar ahora el segundo ejemplo, retraduciendo las palabras de una oración que el Evangelio pone en sus labios.

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Orar frente al sufrimiento y la injusticia “Abbá, Padre, tú lo puedes todo, aleja de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36).

Esta escena estremecedora, justamente famosa y largamente comentada, constituye una delicada piedra de toque para afinar el sentido de la oración. La angustia que el Coronavirus está provocando en la humanidad, permite captar con especial fuerza algo del terrible drama vivido por Jesús de Nazaret en la oscuridad de aquella noche en el Huerto de los Olivos. Uno de los evangelistas llega a hablar de sudor de sangre. Y las palabras de esa oración aún hoy resultan hondísimamente conmovedoras. En ellas el problema humano del mal se muestra en toda su dureza, en cuanto impotencia frente al sufrimiento físico e incomprensible desconcierto ante la maldad humana. Por su parte, la vertiente religiosa, en cuanto mal vivido ante Dios, ofrece aquí un caso límite –pensando en el protagonista, tal vez el caso límite– de la pregunta por el significado de la oración, ante el mal: ¿por qué no actúa Dios? ¿por qué lo consiente? La escena es real, como real fue la angustia allí vivida. No tenemos, en cambio, seguridad de que las palabras vengan directamente de Jesús. Más bien es improbable, pues la misma escena indica que estaba solo, alejado, sin nadie que lo escuchase; y después los acontecimientos no dejaron tiempo para confidencias. De lo que sí cabe estar seguros es de que el sentido de esa oración responde a la predicación y a la vida de Jesús. En cualquier caso, podría haberla pronunciado tal como nos ha llegado. Para la interpretación, esta circunstancia supone de algún modo una suerte, porque hace más fácil distinguir entre la experiencia vivida en el huerto y las palabras que la interpretan e intentan expresarla en los evangelios. La

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hermenéutica moderna pone de relieve el carácter delicado y nunca totalmente discernible de esa distinción, que no es simplemente la que se da entre la fruta y la cáscara o entre la persona y el vestido. Toda experiencia es ya siempre una experiencia interpretada. En cuanto pertenecen a la interpretación, las palabras llevan de manera inevitable la marca del idioma, de la cultura e incluso de la mentalidad religiosa de la tradición y del tiempo en que son pronunciadas o escritas. Estamos, pues, ante una oración “teológica”. Lo cual significa que interpretar su significado no implica tener que tomarla a la letra. Más bien, convida a acercarse a la experiencia que en ella se refleja, aun sabiendo que también la nueva interpretación solo puede ser formulada en cuanto modulada en las condiciones de la presente situación religioso-cultural. En esa difícil empresa consisten, como se ha dicho, el riesgo (Geffré) y el conflicto (Ricoeur) de las interpretaciones, que exigen a un tiempo modestia suma y rigor estricto. Pero la dificultad no significa sin más escepticismo ni relativismo, porque no es insuperable. Lo que pide es afinar el rigor y avivar la responsabilidad. Para poner un ejemplo elemental, piénsese en la traducción de un texto difícil y de tema profundo. Las traducciones serán inevitablemente distintas, y nunca se logrará la interpretación perfecta. Pero, aun así y simplificando algo el razonamiento, sabemos que es posible llegar a una traducción que resulta aceptable y devuelve lo fundamental del sentido. Y con mayor seguridad aún, podemos estar seguros de que una determinada interpretación es claramente falsa. Así y todo, ya se comprende que en este caso la dificultad resulta inmensa, puesto que supone acercarse a la experiencia abisal que se expresa en la oración de los Olivos. Pero hacerlo tampoco queda totalmente fuera de nuestro alcance. Porque, sea cual sea el misterio de la persona de Jesús, no anula dos hechos ciertos y fundamentales. Quien allí sufre y ora, es un hombre real, hecho de nuestra misma carne, que siente y piensa con un corazón y con un cerebro

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realmente humanos. En segundo lugar, la realidad que él vive e interpreta es la misma que vivimos nosotros: seres humanos que, nacidos y amparados por el Dios-Padre en quien creemos, tenemos que afrontar el mismo problema de fondo. Como a Jesús, nos hiere la cruel mordedura del mal en su dimensión doble y feroz: el sufrimiento físico y la maldad moral. Por eso la lección de Jesús puede ser, y es realmente, válida también para nosotros. Por eso el Vaticano II, en una de sus más altas intuiciones, pudo afirmar que en el misterio de Cristo se revela también el misterio de toda persona humana (cf. Gaudium et spes, 22). En definitiva, aceptar e intentar seguir su Evangelio, significa enfrentarse al mismo problema, y por tanto debe

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ser igual el sentido de la oración. El sentido, no necesariamente las palabras. Porque no solo resulta inevitable que estas lleven la marca de aquella situación, sino que, justo por eso, nuestro deber es atender a las posibilidades, a los problemas y a las exigencias que permitan actualizar el mismo sentido, pero de manera que la interpretación resulte comprensible y fecunda en la situación actual. Por fortuna, el sentido fundamental está admirablemente reflejado en las palabras que abren y cierran la oración de Jesús: “Padre” y “lo que quieras tú”. Reflejan de manera unívoca tanto la seguridad en el amor de Dios como la decisión de identificarse con su voluntad. Esta percepción es segura en los dos extremos. De hecho, esto resulta tan perceptible, que la escena continúa hablándonos hoy, conmoviendo los corazones y haciendo fecunda la llamada. De ahí que la interpretación puede alimentarse de ese sentido y debe permanecer dentro de su horizonte. El problema está en este segundo nivel: el de la interpretación actual, es decir, en cómo debemos comprenderla hoy, iluminados y apoyados por la hecha entonces por Jesús. Para conseguirlo, es indispensable tener en cuenta la “distancia temporal” (Gadamer), reconociendo los pre-supuestos o pre-juicios religioso- culturales presentes en aquel planteamiento, porque ya no son ni pueden ser los nuestros. El apartado anterior ha dejado claro, espero, que eso sucede con los dos pre- supuestos fundamentales que allí aparecen: 1) “tú lo puedes todo, aleja de mí este cáliz”, 2) “pero no se haga lo que yo quiero”. Ambos son propios de una cultura aun no marcada por el sentido expreso de la autonomía creatural.

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Se nota ante todo en el primero. En aquella mentalidad bíblica el “intervencionismo” de Dios en el mundo, tanto físico para hacer llover o mandar sequías, como moral para imponer castigos o conceder victorias, era algo evidente y consabido. El mal representaba un problema, pues también entonces hacía sentir la que hoy llamamos una clara “disonancia cognitiva”: si todo era causado por Dios, también lo era el mal, y eso chocaba de frente con la fe en su bondad. Pero en esa cultura los creyentes se movían en un ambiente que no cuestionaba la fe en la existencia de Dios ni en su señorío sobre el mundo y sobre la historia. De ese modo, aunque ya en la Biblia había suscitado crisis tan duras como la de Job, la disonancia resultaba integrable en una visión global: si Dios lo mandaba, estaba en su derecho; de una forma o de otra, si él lo hacía, “era necesario” y debía de tener algún sentido. La oración de Jesús se movía en estas coordenadas teológico-culturales. No podemos estar seguros del modo concreto en que él resolvió teóricamente la disonancia; pero todo inclina a pensar que lo hizo en esa línea tradicional. Con la peculiaridad de que en su caso esa disonancia alcanzaba el grado máximo de agudeza. Por un lado, compartía la idea de que Dios podía evitarlo: “tú lo puedes todo”; y por eso ruega: “aleja de mí este cáliz”. Pero, por otro, en el núcleo mismo de su mensaje estaba la proclamación específica de Dios como Abbá de amor infinito e incondicional, de quien tan solo podían venir el bien y la bendición, incluso para los considerados malos y pecadores. Recuérdese: “si vosotros siendo malos, cuanto más vuestro Padre celestial!”. Lo grande y admirable está en que, a pesar de eso y de que el mal que lo amenazaba

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era literalmente espantoso, no cedió en la confianza, sino que la afirmó sin condiciones: “hágase lo que quieres tú”. El proceso íntimo de su interpretación queda para siempre jamás encerrado en el misterio de esa escena sublime. Muy probablemente, fue ayudado por la piedad sálmica y por la tradición profética; pudo también ser iluminado por la figura del Siervo sufriente, en Isaías. En todo caso, asumiendo, profundizando y recreando ensu experiencia la confianza plena en el Padre y la fidelidad sin fisuras a su voluntad, pudo superar la disonancia pensando que todo sucede porque “era necesario” (reflejado en griego en el dei de los evangelios) y que, por vías acaso misteriosas, entraba en el plan divino de la salvación. Teniendo en cuenta la conjunción que se daba en su caso entre la agudización de la disonancia por lo horrible del peligro y la insuficiencia de la solución teórica por el condicionamiento cultural, lejos de anular o debilitar el valor ejemplar y la hondura reveladora de la oración de Jesús, no hacen más que reforzarlos al máximo. Por eso esta oración sigue siendo percibida como ejemplo vivo de confianza a prueba de toda crisis: pase lo que pase, incluso en la angustia más extrema y en la situación más injusta e incomprensible, es posible confiar en Dios. La tarea actual consiste en acoger la lección insuperable de confianza y fidelidad, pero actualizando el plano teórico en que la debemos interpretar y vivir hoy, en las exigencias y en las posibilidades de nuestra cultura.

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El papa Francisco y la oración Es posible que ningún papa haya hablado tanto de la oración como Francisco. Desde que accedió al pontificado, resuena constante su exhortación a que pidan por él, y la repite en cada nueva ocasión, sea cual sea su importancia. La insistencia no se reduce al lenguaje espontáneo, entra también en los documentos. En el número 154 de la Exhortación apostólica Gaudete et exultate, hace la advertencia: “No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza”. E incluso continúa: “La súplica de intercesión tiene un valor particular, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una expresión de amor al prójimo”. En una ocasión anterior, había escrito: “Negar que la oración de petición sea superior a las otras oraciones, es la soberbia más refinada, pues solo cuando somos pedigüeños nos reconocemos criaturas” (Mente abierta, corazón creyente, Madrid 2013, 20). Entre las palabras y el sentido Si atendemos solo a las palabras, parecería que cuanto digo aquí debería ser considerado como una especie de crítica o descalificación de su doctrina. Ya se comprende que de ningún modo es tal mi pretensión. No lo era en las páginas anteriores, cuando, “con temor y temblor”, me he acercado a la oración del Huerto. Mucho menos puede serlo ahora. Y también en este caso creo que someter la letra a un análisis crítico representa el mejor modo de recuperar y preservar la intención auténtica que en ella se

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expresa. Bastaría con leer las cuatro páginas que, según confidencias suyas, dedica F. Prado Ayuso en su libro, sencillo pero lúcido y empático, a la praxis oracional de Francisco, para comprender la autenticidad evangélica y la verdad profunda del espíritu —del Espíritu— que mueve sus palabras. Lo expresan bien las que el autor escogió como título del libro aludido: “No podemos dejar de respirar” (Madrid 2019): la oración es el verdadero aliento de su vida. Una lectura mínimamente alertada por la distinción entre el registro de la confianza y el que se mueve en la lógica abstracta, no debería tardar un segundo en mostrar que todo el énfasis de Francisco está en el primero. En esas mismas frases donde afirma la necesidad de la petición, muestra de inmediato que lo que pretende asegurar son los valores del primer registro: serena el corazón y alimenta la esperanza. En cuanto a la intercesión, que en el registro lógico podría introducir la plegaria en el mundo oscuro de las recomendaciones o incluso de los sobornos, la defiende porque expresa amor al próximo y anima al compromiso fraterno. Y las palabras extrañamente duras – soberbia refinada– contra la crítica de la petición, se apoyan en la preocupación de que eso implique no reconocerse creaturas. Confío en que, después de las reflexiones anteriores, resulte obvio que renunciar a la petición –¡solamente a ella!– lejos de negar o debilitar esos valores, los afirma de manera expresa y directa. Más aún, que no solo los limpia de falsas excrecencias, sino que hoy representa la única posibilidad real de defenderlos contra abusos internos o fáciles y duras acusaciones externas. La prueba está en que persistir en la petición está provocando demasiados actos

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y celebraciones ante la terrible situación que vive la humanidad, que no se libran de un milagrismo anacrónico ni siempre escapan al peligro de acercarse a una caricatura de la verdadera fe. Un resultado que, con toda certeza, sí que va contra lo sentido auténtico y la verdadera intención de lo que busca promover Francisco. Para comprobarlo, basta contemplar con mirada limpia y sintonía cordial su llamada a la oración. Resulta fácil comprobar que toda ella consiste en una incesante y apasionada exhortación a promover la confianza en la compasión amorosa de Dios, unida siempre y de modo indisoluble al compromiso con los hermanos, sobre todo con los sufrientes, desamparados y descartados. En este sentido, la homilía pronunciada en la bendición Urbi et orbi, a propósito del Coronavirus resulta un ejemplo casi insuperable. Se prestaba a eso el simbolismo de la escena escogida, con Jesús en la barca, aparentemente dormido, y los discípulos agobiados en medio de la tormenta. La homilía pone el énfasis de la oración en su verdadera perspectiva: llamada a la confianza en Dios y a la solidaridad con los hermanos. Nótese: es Jesús, y en él es Dios, quien tiene toda la iniciativa, llamando, interpelando e invitando a despertar, convocando a la solidaridad y a la esperanza, a confiar y no tener miedo. Hablo de ejemplo “casi insuperable”, porque en la forma todavía quedan rasgos cuyo movimiento parece ir de nosotros a Dios, no de Dios a nosotros. Aclarémoslo con una observación, algo banal pero significativa, a propósito de un párrafo curioso: empieza en el registro de la confianza, pues es Jesús quien, estando presente, anima y

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exhorta: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”; pero después, sin aviso y sin respetar la mínima exigencia del registro lógico, invierte la perspectiva, situando a Jesús fuera de la barca y atribuyendo la iniciativa a los discípulos: “Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida”. La misma simplicidad puramente ocasional del ejemplo indica que, en realidad, el problema no es de sustancia, sino de forma o, si queremos, de inercia teológica. La prueba está en que, cuando prevalece la vivencia real, el vocabulario recobra su verdadero sentido: “El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza”. Conviene insistir, para ver como, a pesar de las numerosas expresiones verbales que parecerían ir en contra, ese es el dinamismo sustancial que mueve la oración de Francisco. Vale la pena citar dos párrafos que, debido a su expreso carácter reflexivo, lo confirman de manera clara y convincente: “Orad siempre, pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras. Él sabe, mejor que nosotros, qué necesitamos. Precisamente, la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él cada día y cada momento para vencer el mal a fuerza de bien” (Angelus, 20 de octubre de 2013). “La oración cristiana es, sobre todo, un dejar lugar a Dios dejando que manifieste su santidad en nosotros y haciendo avanzar su Reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señorío de amor en nuestra vida. (…) Insistirle a Dios no sirve para convencerlo, sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, esto es, nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo, que luchamos juntos por las cosas importantes” (Angelus, 24 de julio de 2016). Papa pastor, en la parroquia del mundo

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Francisco es un papa pastor y se comprende que en él “primeree” el registro de la confianza. Quiere animar al contacto con Dios, a experimentar la alegría de su bondad, la confianza en su compasión y el compromiso de amor con los hermanos. A promover esos valores está dedicado en cuerpo y alma. Su actitud trae a la memoria un libro escrito por Yves Congar, en los años sesenta del pasado siglo, diciendo que su parroquia era para él un vasto mundo (Vaste monde, ma paroisse). El aliento del Espíritu ha traído a Francisco desde el otro límite del planeta, convirtiéndolo en el verdadero párroco del mundo. De un mundo cuya fe él está llamado a educar en la nueva cultura, muy trabajada por la crítica de la religión y sometida a un intenso proceso secularizador. Se hace necesario un nuevo equilibrio que, manteniendo la confianza, no descuide la lógica. De otro modo, cada vez resultará más difícil para los fieles mantener incólume la imagen del Dios Abbá anunciada por Jesús. Francisco junta en sí la fe abierta de Juan XXIII y la sensibilidad modernizadora de Pablo VI, y es dueño de una inédita creatividad expresiva. Él estaría en condiciones de, cuando menos, iniciar una renovación en el modo de orar. Seguramente resulta imposible llevarla a cabo ya y de golpe. Pero sería bueno que la preocupación fuera reconocida y se iniciara uno de esos grandes “procesos” que está poniendo en marcha. Personalmente, gracias a la

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fuerza irradiante de su confianza y a la viveza de su lenguaje, hace más de lo que pudiera parecer a primera vista. Y desde luego no teme acudir a expresiones sorprendentes, como hace por ejemplo con el símbolo de Dios llamando a nuestra puerta en el Apocalipsis. Con un golpe de elocuencia genial, le da la vuelta, afirmando que, en realidad, Dios no está fuera, sino que llama desde dentro. Sintonizando con la superación actual del dualismo sobrenaturalista, no solo destaca así la iniciativa divina, sino que la expresa en su nacer desde la inmanencia creadora, amorosa y ya siempre entregada de Dios solicitando ser acogido. Es decir, afirma con energía aún mayor el mensaje: sería absurdo pedirle que entre. En todo caso en su mano están dos cosas importantes. La primera, iniciar la renovación de los libros litúrgicos, actualizando las oraciones y haciendo la urgente revisión de las lecturas (acabo la redacción de estas páginas después de participar en la emotiva celebración papal en este extraño Jueves Santo; una vez más, he quedado estremecido de cómo es posible que sigamos proclamando lecturas que pintan a Dios dando muerte a todos los primogénitos de Egipto). La segunda, animar a los teólogos y a las mismas comunidades, para que participen en la creación de nuevas plegarias y nuevas celebraciones que vayan reconfigurando un imaginario colectivo en el respeto del nombre santo del Padre (Madre) y en el gozo de su compasión y de su ternura. Pero, párroco del mundo, Francisco por su entrega sin reserva a la causa de los desfavorecidos es también hoy la voz más viva y auténtica de la conciencia ética y moral de la humanidad. En este sentido se hace más urgente un cuidado especial en el lenguaje de la oración, para que la

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disonancia en el registro de la lógica no obture la transparencia universal de su mensaje. Con limpia y comprometida sintonía, él está reconociendo y proclamando la grandeza humana de la explosión de generosidad en tantas personas que están exponiendo su vida en favor de los demás. Su palabra estaría en mejores condiciones de ayudar a que muchas descubran el gozo de saber que en esa entrega están movidas y acompañadas por el amor de un Dios que no busca más que la vida y la felicidad para esta humanidad en trance tan duro y doloroso.

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¿Y DÓNDE ESTÁ LA ABUELA? Víctor Codina SJ35

Publicado por Amerindia el 14 de abril.36

Hace poco leí en un diario el artículo de una psicóloga que, en el contexto de la actual pandemia, recomendaba no ocultar la realidad de la muerte a los niños, no decirles que la abuelita se ha ido o está de viaje, sino que ha muerto. Para ello aconsejaba informar progresivamente a los niños de la enfermedad, de la gravedad y finalmente de la muerte de su abuela. Hasta aquí todo correcto, pero los niños que hacen las preguntas que los adultos no nos atrevemos a formular, seguramente seguirán preguntando: ¿y dónde está la abuela? La respuesta dependerá de cada familia. Muchas veces los adultos tenemos más preguntas que respuestas,

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Teólogo jesuita (Barcelona 1931). Desde 1982 ha residido en Bolivia como profesor de teología y pastoral popular. A mitad de 2018 ha regresado a Barcelona.

<https://amerindiaenlared.org/contenido/16754/y-donde-esta-la-

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abuela/?utm_source=Amerindia&utm_campaign=ef1509aac0- EMAIL_CAMPAIGN_2020_04_17_04_30&utm_medium=email&utm_term=0_157c 957042-ef1509aac0-32424467>.

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pues estamos ante un misterio: ¿todo acaba aquí? ¿desaparecemos en el espacio infinito? ¿nos reducimos a unas cenizas que se echan al mar o que se guardan en una urna? La actual pandemia ha hecho reaparecer estas preguntas de siempre, muchas veces olvidadas. Estas son las preguntas que siempre se ha hecho la humanidad y a las que a lo largo de la historia ha ido dando respuestas diferentes, pero convergentes: la convicción de que no todo acaba aquí, hay algo más allá, hay una trascendencia, désele el nombre que se quiera. El agnosticismo actual es un fenómeno típicamente moderno occidental. También la tradición judeo-cristiana ha buscado dar respuesta, una respuesta que no se clarifica plenamente hasta el evangelio: Jesús es la resurrección y la vida (Juan 11,25), ha resucitado, ya no muere más, estuvo muerto, pero vive y tiene las llaves de la muerte y del reino de la muerte (Apocalipsis 1, 18), la muerte ha sido vencida para siempre. Y así como el Padre por el Espíritu resucitó a Jesús, también nos resucitará a nosotros (Romanos 8,11). Estamos ante el misterio pascual. Los artistas para representar la resurrección pintan a Jesús que sale glorioso del sepulcro, ante el desconcierto de los guardias y se aparece a las mujeres. Pero en los iconos de la Iglesia oriental, la resurrección aparece como el descenso de Jesús al lugar de los muertos, de donde sale victorioso, lleno de luz y de vida, llevándose de la mano a Adán y a Eva, símbolo de toda la humanidad. La resurrección de Jesús es esperanza para todos, victoria definitiva sobre la muerte. Esto es lo que cada año celebramos en la fiesta de Pascua y cada semana en la eucaristía del domingo, el Día el Señor resucitado.

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Pero esta esperanza positiva en la resurrección llevó muchas veces a sectores de la Iglesia a formular expresiones pesimistas sobre este mundo, sobre la tierra: somos polvo, valle de lágrimas, huir del mundo, salvar el alma para ir al cielo, muchas veces fomentado por una pastoral del miedo al juicio y a la condenación. Esto ha hecho que el pensamiento moderno ilustrado lanzase la sospecha de que religión infantiliza, promete un cielo inexistente y anestesia para que no se trabaje por una transformación del mundo. Como reacción necesaria, desde el Vaticano II, gran parte de los documentos y de la pastoral de la Iglesia han acentuado la imagen de un Dios misericordioso, pero también la necesidad del compromiso cristiano en la historia, la defensa de la vida amenazada, la lucha por la justicia, la salvaguarda de la creación, la solidaridad con los últimos, el bajar de la cruz a los crucificados de la historia, etc. Pero a veces, en estos últimos años, se ha ido opacando la alusión a la cruz y a las postrimerías, a la escatología, es decir a lo último y definitivo de la vida. Casi no nos atrevemos a hablar del cielo, que la Escritura presenta como un banquete de gozo y comunión. Incluso muchos cristianos siguen hablando del “más allá” con categorías más filosóficas que cristianas, como lo hacían Sócrates o Cicerón: en la muerte el alma se libera, no morimos totalmente, el cuerpo muere, pero el alma permanece. Para los cristianos nuestra esperanza no se fundamenta en filosofías sino en la fe en la resurrección de Jesús, en la Pascua, en el Espíritu que resucitó a Jesús, que resucitará a quienes creen en él y le siguen y a todos

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quienes, aunque no hayan conocido a Jesús, buscan la verdad en las diversas religiones, siguen su propia conciencia y aman a los demás. Estamos ante un misterio, pero la resurrección de Jesús es el fundamento de nuestra esperanza, incluso para momentos de noche oscura como el actual. Es lo que los ángeles dijeron a las mujeres que al amanecer fueron al sepulcro buscando un muerto: “No está aquí, ha resucitado” (Mateo 28,5). Esta fe en el Resucitado nos debe llevar al compromiso con los últimos, a buscar un mundo mejor y diferente, pues otro mundo es posible y necesario. Esta esperanza pascual es la que puede confortarnos e iluminarnos en nuestra dolorosa situación de pandemia. Volvamos de nuevo al artículo del comienzo. Cuando los niños pregunten dónde está la abuela, la familia puede decirles que la abuela está en el “cielo”; y si los padres son creyentes cristianos podrán añadir que estar en el cielo quiere decir estar siempre feliz con Jesús y con los seres queridos y que un día allí todos podrán encontrarse con ella. Y mientras, que los niños recuerden el cariño de su abuela, su fe en Dios y su amor a los pobres.

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NO QUIERO VOLVER A LA NORMALIDAD Carlos Candel37

Publicado en CCP-Granada el 15 de abril.38

Pues yo, lo siento, pero no quiero volver a la “normalidad”. No anhelo volver a las caravanas diarias para ir al trabajo, a pasar menos tiempo con mi familia, ni a ver la “boina” negra amenazando el cielo de Madrid, a una educación segregadora y con ratios insostenibles, a la precariedad de la Sanidad, al elitismo de que gane más el que más dinero sea capaz de producir menospreciando labores tan fundamentales en esta crisis como las de limpiar, reponer o entregar productos, cuidar a los mayores... Detestaría regresar a la orgía de consumismo compulsivo y sin sentido que nos hacía comprar productos innecesarios y de mala calidad, fabricados en países pobres por personas pobres en condiciones de semi-esclavitud, para que otros Escritor español, Diplomado en Magisterio Musical. Actualmente es educador en integración socio-laboral para jóvenes. Ha publicado Lo difícil de encontrarte (Celya, 2006), entre otras obras. 38<http://ccp-gr.blogspot.com/2020/04/no-quiero-volver-la-normalidadcarlos.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Fee d:+ComunidadesCristianasPopularesDeGranada+(Comunidades+Cristianas+Popu lares+de+Granada)&m=1>. 37

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puedan seguir acumulando sus riquezas, sólo por el hecho de que esas prendas son baratas y de temporada. Tampoco quiero recuperar esa proximidad ficticia que nos hacía llamar de vez en cuando y casi rutinariamente a nuestros familiares más cercanos, sin importarnos realmente por sus vidas; ni a cruzarme de nuevo con los vecinos en el ascensor sin mirarnos a los ojos y sonreírnos, conscientes de que la vida nos pasa a todos. Ni a seguir viviendo ajeno al resto del mundo, encapsulado en mi “privilegiado” modo de vida. Ni a continuar viendo a los inmigrantes con miedo, como enemigos a los que hay que cerrar el paso con concertinas o muros. No, no quiero volver a la normalidad de la que todo el mundo habla. No deseo seguir mirando para otro lado y fingir que no pasa nada, que estamos bien, que todo va a salir bien. No quiero resignarme a aceptar que todo se arregla con una vacuna o con una aplicación de geolocalización en el móvil que controle todos nuestros pasos. No quiero seguir escuchando excusas para no hablar de lo importante. No puedo tolerar que haya quienes, por sus propios intereses, mantengan el discurso del negacionismo, pero pretendan mantener las políticas del darwinismo social que están provocando más pérdidas humanas. Volver a esa normalidad en la que se siguen talando árboles y seguimos destruyendo la biodiversidad, en la que seguimos destruyendo el planeta y a gran parte de la humanidad con guerras y explotación por fines económicos. No quiero seguir promoviendo la desigualdad y la injusticia, el abuso al que estamos sometiendo a otras especies animales. Ni pensar que el cambio climático nos queda muy lejos.

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Estos días vemos en los medios de comunicación algunas noticias sobre la recuperación de los peces en los canales de Venecia, los delfines en los puertos de Cagliari, o el regreso de especies en vías de extinción a algunas costas. Y parece que todo esto fuera una consecuencia anecdótica de lo que nos sucede. Como un “anda, mira, qué bonito” que nada tiene que ver con nuestra forma de vida, con nuestra propia supervivencia. No quiero volver a la normalidad de playas colonizadas por sombrillas, canales turbios y puertos contaminados. Esto no es una anécdota, es sólo un reflejo de lo que nos pasa. Y lo que nos sucede es que no sólo podemos perder nuestra forma de vivir, sino que está en riesgo la vida de muchas personas, tal y como han estado alertando muchos científicos durante estos últimos años. Siento que no se habla de lo importante. No se trata de vencer al Coronavirus, ni siquiera de cómo voy a sobrevivir este mes. Se trata de cuestionar nuestro modo de vida para poder seguir viviendo más allá de un mes, de un año o una década, y de que nuestros hijos, hijas y aquellos que están por venir también puedan hacerlo. Y, para ello, lo que debería de estar encima de la mesa es que no podemos seguir consumiendo de esta forma. No podemos seguir devastando los bosques para plantar cereales que dan de comer a los animales de los que nos alimentamos; ni explotándolos en granjas en condiciones de extrema insalubridad que aumentan los riesgos de causar enfermedades; ni sacrificarlos en espacios de tiempo cada vez más cortos que provocan que los virus necesiten aumentar su agresividad y la velocidad de transmisión para continuar con sus ciclos vitales; ni contribuyendo a mercados negros de especies

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exóticas sólo por el capricho de tener en casa un raro animalito que decora muy bien mi habitación, y cuya presencia no hace más que acercarnos (a nosotros y a nuestros animales) a enfermedades de las que ni habíamos oído hablar y que ahora amenazan con romper de un plumazo todo lo construido; ni utilizando cada día transportes que, a causa de quemar combustibles fósiles, lanzan al aire agentes contaminantes que son los perfectos vehículos de propagación de agentes patógenos por todo el mundo; a seguir plastificando el mar y nuestros acuíferos, plásticos que terminan degradándose y formando parte de la sal que condimenta nuestras comidas o del agua mineral embotellada que bebemos porque la del grifo no nos parece suficientemente fiable... Porque el Coronavirus pasará, más tarde o más temprano. Y no se trata de ser catastrofista, los hechos acontecidos no nos permiten seguir negando las evidencias, que a estas alturas ya parece que se quedaron cortas. Todo apunta a que vendrán nuevas pandemias, a que el calentamiento global ya está aquí y no estamos haciendo nada para amortiguar su efecto imparable. Y seguimos sin hablar de lo importante: ¿qué vamos a hacer para NO volver a la normalidad? ¿Qué vamos a cambiar para garantizar nuestra supervivencia y evitar el sufrimiento de tantas personas? Sé que esta crisis va a traer unas consecuencias nefastas, sobre todo para los más vulnerables. Y sé que es difícil pensar en todo esto cuando estás afectado por un ERTE o corres el riesgo de tener que cerrar tu empresa familiar. Y mucho más aún si has perdido a alguien y no has podido despedirte, o tienes a alguien a quien quieres enfermo y completamente aislado en el hospital o en un

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pabellón de un recinto ferial. Sé que es difícil imaginar una normalidad que no sea de la que venimos. Pero habrá que ser creativos. Porque lo que no hemos entendido es que no vamos a volver a “lo de antes”, porque cuando podamos salir, tendremos heridas. Algunos habrán perdido a sus seres queridos, otros sus empleos y otros sufrirán aún más precariedad y recortes en sus libertades con la promesa de mantener nuestro “ideal” estilo de vida. Un estilo de vida que, por supuesto, es mejor que en otros lugares del planeta. Desde luego, y lo es no porque aquí seamos mejores o tengamos más suerte, sino porque nuestro estilo de vida depende en gran medida de su precariedad y de su pobreza. ¿O pensamos que nuestros móviles, nuestra ropa, nuestros coches, nuestras verdura. costarían lo mismo si quienes las producen vivieran en las mismas condiciones que nosotros? Podemos seguir mirando para otro lado, como lo hemos hecho hasta ahora, podemos seguir queriendo “volver a la normalidad”, pensar que la Covid-19 es una pequeña anomalía en nuestro camino. Lo que no hemos comprendido es que eso ya no es posible. De esta forma, lo único que conseguiremos es alargar el desastre, posponiendo un sufrimiento que nos va a ir llegando a cuenta gotas y que, al igual que en el experimento de la rana escaldada, cuando nos queramos dar cuenta, ya no habrá marcha atrás. Por eso, me gustaría que no volviéramos a la normalidad, que no cayéramos en el fatalismo de que no se puede hacer nada, de que ya está todo decidido. Puede que así sea, pero me resisto a ello. Y una vida distinta, una vida que garantice nuestra supervivencia de verdad, que

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ponga por delante el bienestar de las personas y el cuidado mutuo a la acumulación de capital, que apueste por la Naturaleza y no la destrucción de ésta, no tiene por qué ser peor que la normalidad que vivíamos antes del confinamiento. Quiero salir de casa, no voy a negarlo, como todo el mundo, y ver al resto de mi familia y a mis amigos, pero no quiero que el coste de mi libertad, de todas nuestras libertades, se salden con una condena mucho mayor a corto o medio plazo. Tendrán que cambiar muchas cosas, eso sí: nuestra relación con el medio ambiente, con el consumo, con las comunicaciones... Y quizás tengamos miedo, pero espero y deseo no volver a la normalidad.

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ESTA CRISIS VA A EMPUJAR HACIA ARRIBA A LOS CUIDADORES Alain Touraine39

Publicado por el diario El País 28 de marzo.40

Estamos en guerra, dicen Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, Donald Trump. ¿Es correcto?

Técnicamente la guerra enfrenta a un ejército A que invade el territorio del país B. Hacen falta al menos dos y ocurre entre humanos. Aquí, en cambio, lo que vemos es lo humano contra lo no humano. No critico el empleo de la palabra guerra, pero sería una guerra sin combatientes. No hay un estratega: el virus no es un jefe de Gobierno. Y, del lado de lo humano, creo que vivimos en un mundo sin actores.

¿Sin actores? Nunca había visto un presidente de Estados Unidos tan raro como Donald Trump, tan poco presidencial, un 39 40

Sociólogo francés. <https://elpais.com/ideas/2020-03-28/alain-touraine-esta-crisis-va-a-empujarhacia-arriba-a-los-cuidadores.html>. Por Marc Bassets.

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personaje tan fuera de las normas y fuera de su papel. Y no es casualidad: Estados Unidos ha abandonado el papel de líder mundial. Hoy ya no hay nada. Y en Europa, si se fija en los países más poderosos, nadie responde. No hay nadie en lo alto de la tabla.

¿Y abajo? No existe un movimiento populista, lo que hay es un derrumbe de lo que, en la sociedad industrial, creaba un sentido: el movimiento obrero. Es decir, hoy no hay ni actores sociales, ni políticos, ni mundiales ni nacionales ni de clase. Por eso, lo que ocurre es todo lo contrario de una guerra, con una máquina biológica de un lado y, del otro, personas y grupos sin ideas, sin dirección, sin programa, sin estrategia, sin lenguaje. Es el silencio.

¿Recuerda un momento similar en su vida? Quizá existió la misma sensación durante la crisis del 29, yo había nacido un poco antes: todo desaparecía y no había nadie, ni en la izquierda ni en los Gobiernos. Pero es verdad que el vacío fue rápidamente llenado por el señor Hitler. Lo que más me impresiona ahora, en tanto que sociólogo o historiador del presente, es que hacía mucho tiempo que no sentía un tal vacío. Hay una ausencia de actores, de sentido, de ideas, de interés incluso: la única preferencia del virus es hacia los viejos. Tampoco hay remedio ni vacuna. No tenemos armas, vamos con las manos desnudas, estamos encerrados solos y aislados,

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abandonados. No hay que estar en contacto y hay que encerrarse en casa. ¡Esto no es la guerra!

Usted tenía 14 años en 1940, al inicio de la verdadera guerra, la Segunda Guerra Mundial. ¿Le recuerda a aquel momento? No. En aquel momento, para un chico francés de mi edad en aquella época, no había nada más banal que una guerra franco-alemana. Aquello ya se había jugado varias veces. La ocupación, después, sí marcó toda mi juventud. Ahora es otra cosa: estamos en el vacío, reducidos a la nada. No hablamos, no debemos movernos, ni comprender.

¿Cómo hemos llegado aquí? Hemos vivido dos buenos siglos en la sociedad industrial, en un mundo dominado por Occidente durante unos 500 años. Hoy hemos creído, y fue el caso en los últimos 50 años, que vivíamos en un mundo americano. Ahora quizá viviremos en un mundo chino, pero tampoco estoy en absoluto seguro. América se hunde y China está en una situación contradictoria, que no puede durar eternamente: quiere practicar el totalitarismo maoísta para gestionar el sistema mundial capitalista. Nos encontramos en ningún lugar, en una transición brutal que no ha sido preparada ni pensada.

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¿Habla de hoy mismo, en pleno confinamiento, o de nuestra época en general? De ambos. Pero me gustaría dar el punto de vista de alguien encerrado. Yo mismo me encuentro en ningún lugar, puesto que no tengo derecho a salir a la calle.

¿Le angustia esta situación? No, porque mi vida consiste en estar en casa trabajando. Me siento, de alguna manera, protegido en las mismas condiciones que todos los días.

¿Dónde está Europa? ¿Usted ha escuchado muchos mensajes europeos estos días? Yo no. Soy muy europeísta, probablemente demasiado. La marcha de Reino Unido no es poca cosa. El ascenso de los iliberales como Matteo Salvini en Italia tampoco. Esta epidemia tiene lugar en un periodo en el que no sabemos ni cómo ni por qué. Es demasiado pronto para saber qué hacer económicamente, y políticamente no se nos pide otra cosa que quedarnos encerrados en casa. Estamos en el no-sentido, y creo que mucha gente se volverá loca por la ausencia de sentido.

¿Habrá un regreso del nacionalismo y el populismo? Pero esto ya estaba aquí. Ahora hay dos decisiones fundamentales para Europa. Primero, la liberación por medio de las mujeres. Es decir, el derrumbamiento de la razón en el centro de la personalidad y la recomposición de los afectos en torno a la razón y la comunicación, una

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sociedad del care [en inglés, cuidados]. Y segundo, la acogida de los migrantes, que considero un problema de peso. Nuestros países europeos se definen hoy por su actitud ante los migrantes.

¿El virus no lo cambia todo? Las consecuencias económicas, nuevas costumbres sociales con más distancia, otras prioridades… No lo creo. Habrá otras catástrofes. Me extrañaría mucho que en los diez años que vienen no hubiese catástrofes ecológicas importantes, y los diez últimos años se han perdido. Atención, las epidemias no lo son todo. Y creo que entramos en un nuevo tipo sociedad: una sociedad de servicios, como decían los economistas, pero de servicios entre humanos. Esta crisis empujará hacia arriba la categoría de los cuidadores: no pueden seguir estando mal pagados. Al mismo tiempo, con estas crisis hay posibilidades de que un choque económico produzca reacciones que llamo de tipo fascista. Pero no me gustaría hablar demasiado del futuro, prefiero centrarme en el presente. Hoy nos gobierna el virus.

No el virus, sino nuestra impotencia para combatirlo, pero se acabará encontrando una vacuna.

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LA BIOLOGÍAESTÁ ACELERANDO LA DIGITALIZACIÓN DEL MUNDO Jorge Carrión41

Publicado por el New York Times el 29 de marzo.42

El Coronavirus está multiplicando exponencialmente nuestra dependencia de los dispositivos y de las grandes empresas tecnológicas (de Google a Netflix). La revolución está siendo completada por una pandemia. Barcelona. Somos un matrimonio con dos hijos pequeños y nuestra rutina durante el encierro podría resumirse así. Después de desayunar, consultamos el Google Drive del colegio para ver las actividades educativas que realizaremos durante el día. La sesión de gimnasia la hacemos mirando tutoriales de YouTube. Los dibujos animados los encontramos en Netflix o en Movistar+; las series y las películas, sobre todo en HBO y Filmin. Mi pareja 41

Escritor y crítico cultural. Es autor de la trilogía de ficción Los muertos, Los huér-

fanos y Los turistas. Su libro más reciente es Contra Amazon. 42<https://www.nytimes.com/es/2020/03/29/espanol/opinion/coronavirusrevolucion-digital.html?action=click&module=RelatedLinks&pgtype=Article>.

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y yo nos turnamos para impartir clases a través de Zoom. Con la familia y los amigos nos comunicamos –y nos cuidamos– gracias a WhatsApp. La paradoja es evidente: la biología –y no la tecnología– está acelerando la digitalización del mundo. Un virus que afecta a los cuerpos y que se transmite cara a cara o por la superficie de los objetos está multiplicando exponencialmente nuestra dependencia de los dispositivos. Un fenómeno biológico nos está hundiendo en la virtualidad. Si al ritmo del año pasado la transición digital se hubiera completado –digamos– en treinta o cuarenta años, es muy probable que tras la pandemia ese plazo se reduzca drásticamente. En La estructura de las revoluciones científicas, el filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn afirmó que las crisis son prerrequisitos de las revoluciones y distinguió entre el cambio acumulativo y el revolucionario. Nunca en la historia de la humanidad había ocurrido una pandemia de contagio tan vertiginoso. Es probable que la acumulación exponencial de conocimiento complejo durante estos meses en los campos de la biotecnología, la informática, la robótica, la estadística, la ingeniería de sistemas o de datos complete en un tiempo récord la revolución tecnológica que ya estábamos viviendo. Cuando las emergencias sanitaria, funeraria y psicológica terminen, en plena crisis económica, deberemos evaluar cómo hemos modificado nuestra relación con el mundo físico y con el virtual. Y recordar que también un virus informático podría paralizar la realidad. Porque en un futuro más o menos próximo la inteligencia artificial sufrirá sus propias epidemias.

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Aunque no sabemos ni qué pasará mañana, podemos proseguir con ese ejercicio de imaginación. Si la crisis no acaba paralizando también la industria y la investigación tecnológicas, la descomunal inyección de dinero y de macrodatos que le está proporcionando a empresas como Google, Amazon, Facebook o Netflix va a impulsar todavía más el desarrollo de la inteligencia algorítmica. Y es verosímil pensar que, cuando hagamos un balance colectivo de la gestión de una epidemia que la informática detectó antes que la Organización Mundial de la Salud, no será extraño que se decida dar más poder de decisión a las máquinas. Mientras tanto, se habrá incrementado exponencialmente nuestra dependencia de las interfaces. Dos son los catalizadores de esa inesperada y vertiginosa aceleración de nuestra dimensión digital. La economía, por un lado, porque la cuarentena ha amenazado la subsistencia de innumerables empresas de entretenimiento, cultura, turismo o moda, al tiempo que ha supuesto la llegada de un enorme capital a las plataformas tecnológicas. El fin de semana pasado, en España, el consumo de contenidos en Movistar+ creció un 47 por ciento con respecto al anterior y cada uno de ambos días los usuarios superaron los 42 millonesde horas en la plataforma. Durante la emergencia ha crecido en este país un 80 por ciento el tráfico en internet. En relación directa y por el otro lado, la sociología está impulsando también la digitalización. Durante el encierro, los niños se están acostumbrando a recibir información y conocimiento a través de las computadoras; se está monitorizando a través del móvil la temperatura o la geolocalización de los afectados por el virus; los abuelos están descargando incluso las aplicaciones a las que eran

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reticentes; todo el mundo se ha familiarizado con Skype, Google Hangouts o FaceTime; y hasta millones de fanáticos del deporte –ante la suspensión mundial de los campeonatos– se han empezado a aficionar a las competiciones de deportes electrónicos. Los beneficios económicos y las nuevas costumbres convergen en la memoria emocional de cada uno de nosotros. La facturación de las corporaciones tecnológicas no es solo monetaria, también es sentimental. Seremos cientos de millones quienes anclaremos para siempre nuestro recuerdo de la cuarentena en los vídeos, películas, series, canciones, mensajes de texto, fotos o videoconferencias que vivimos a través de media docena de gigantescas empresas de logística digital. En estos momentos los modelos de gestión con éxito de la epidemia son, sobre todo, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwan. Comparten el uso de aplicaciones de seguimiento de los ciudadanos que han estado en zonas de contagio o que padecen la enfermedad. China ha comprobado durante las últimas semanas que su sistema de reconocimiento facial no es efectivo en situaciones de uso masivo de mascarillas, de modo que ya debe de estar perfeccionando herramientas de identificación a partir de los ojos y la frente. Mientras tanto el mundo se prepara para implementar nuevas estrategias de biocontrol. Cuando esta pesadilla termine, es muy plausible que no solo se haya alejado de la esfera de nuestros hábitos y afectos la relación con los libros en papel, con las clases presenciales, con el trabajo en la oficina o con los espectáculos en vivo y en directo, sino que también estemos mucho más cerca de que los gobiernos accedan

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a nuestras coordenadas y a nuestro ADN, o que deleguen parte de sus decisiones en inteligencias artificiales. ¿Quién está más capacitado para gestionar una pandemia, la OMS, la ONU y los gobiernos nacionales o un macrosistema algorítmico? Supongo que la respuesta es, de momento, ni uno ni el otro: un diálogo entre la política, los expertos y la supercomputadoras. Pero está claro que estamos acelerando hacia lo que los teóricos de la inteligencia artificial han llamado el éxtasis computacional: ese momento en que la inteligencia algorítmica trascenderá la humanidad. El empujón, inesperado, lo está dando el COVID-19, tal vez porque, aunque su naturaleza sea biológica, es metafóricamente el primer virus cyborg. Se propaga con la misma facilidad por los cuerpos que por las pantallas. Y está revolucionando las dos dimensiones que constituyen nuestra frágil realidad.

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LA TRIPLE CRISIS DEL CAPITALISMO Mariana Mazzucato43

Publicada por Proyect Syndicate el 30 de marzo.44 Traducción de Esteban Flamini.

El capitalismo enfrenta al menos tres grandes crisis. Una crisis sanitaria inducida por la pandemia, que rápidamente encendió la mecha de una crisis económica con consecuencias todavía desconocidas para la estabilidad financiera, y todo esto en el contexto de una crisis climática que no admite respuesta dentro del paradigma actual (business as usual). Hasta hace apenas dos meses, las imágenes inquietantes de trabajadores agotados que colmaban los medios noticiosos no eran de personal médico, sino de bomberos. Esta triple crisis ha revelado varios problemas en el modelo de capitalismo actual, que deben resolverse íntegramente mientras al mismo tiempo enfrentamos la

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Economista, con doble nacionalidad estadounidense e italiana. Es profesora en la Economía de Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en University College London y el RM Phillips Chair en Economía de Innovación en la Universidad de Sussex.

<https://www.project-syndicate.org/commentary/covid19-crises-of-capitalism-

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new-state-role-by-mariana-mazzucato-2020-03/spanish>.

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emergencia sanitaria inmediata. De lo contrario, solo resolveremos problemas en un lugar y crearemos nuevos problemas en otro. Es lo que sucedió con la crisis financiera de 2008. Las autoridades inundaron el mundo de liquidez sin dirigirla hacia buenas oportunidades de inversión; eso llevó a que el dinero fluyera de nuevo hacia un sector financiero que fue (y sigue siendo) incapaz de cumplir su función. La crisis de la COVID-19 está exponiendo todavía más defectos en las estructuras económicas, en particular la creciente precariedad del trabajo, debida al surgimiento de la economía de plataformas y a décadas de deterioro del poder de negociación de los trabajadores. Para la mayoría de la gente, el teletrabajo sencillamente no es opción; y si bien los gobiernos están dando alguna ayuda a los trabajadores con contrato formal, los autoempleados podrían quedar abandonados a su suerte. Peor aún, los gobiernos están dando préstamos a las empresas en un momento en que la deuda privada ya se encuentra en un nivel históricamente alto. En Estados Unidos, la deuda total de los hogares justo antes de esta crisis era 14,15 billones de dólares (1,5 billones de dólares más que en 2008, en términos nominales). Y no olvidemos que un alto nivel de deuda privada provocó la crisis financiera global. Por desgracia, durante la última década muchos países aplicaron medidas de austeridad, como si la deuda pública fuera el problema. El resultado fue un debilitamiento de las mismas instituciones públicas que necesitamos para superar crisis como la pandemia de Coronavirus. Desde 2015, el Reino Unido redujo el presupuesto sanitario en mil millones de

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libras (1200 millones de dólares), lo que aumenta la presión sobre los médicos en formación (muchos directamente abandonaron el Servicio Nacional de Salud) y reduce las inversiones a largo plazo que se necesitan para que los pacientes reciban tratamiento en establecimientos seguros, modernos y bien provistos de personal. Y en Estados Unidos (que nunca tuvo un sistema de salud pública bien financiado) la administración Trump lleva tiempo tratando de recortar fondos y capacidades a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), además de otras instituciones cruciales. Como si estos daños autoinfligidos no bastaran, un sector empresarial excesivamente “financierizado” ha estado extrayendo valor de la economía para premiar a los accionistas con planes de recompra de acciones, en vez de apuntalar el crecimiento a largo plazo invirtiendo en investigación y desarrollo, salarios y capacitación de los trabajadores. Eso dejó a los hogares desprovistos de colchones financieros, lo que les dificulta el acceso a bienes básicos como la vivienda y la educación. La mala noticia es que la crisis de la COVID-19 está exacerbando todos estos problemas. La buena noticia es que podemos usar el estado de emergencia actual para comenzar a crear una economía más inclusiva y sostenible. No se trata de postergar o impedir el apoyo estatal, sino de estructurarlo correctamente. Tenemos que evitar los errores de la era post-2008, cuando los programas de rescate permitieron a las corporaciones aumentar todavía más sus ganancias al terminar la crisis, pero no sentaron las bases para una recuperación sólida e inclusiva.

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Esta vez, las medidas de rescate sí o sí tienen que ir acompañadas de condiciones. Ahora que el Estado va a ser otra vez actor principal, hay que darle el papel del héroe, no el del ingenuo que paga los platos rotos. Eso implica proveer soluciones inmediatas, pero pensadas de modo tal que sirvan al interés público en el largo plazo. Por ejemplo, condicionar la ayuda estatal a las empresas a que estas no despidan empleados, y asegurarse de que cuando la crisis termine, invertirán en capacitación de los trabajadores y en mejorar las condiciones laborales. Mejor aún, los gobiernos deberían (como en Dinamarca) ayudar a las empresas a seguir pagando los salarios de los empleados que no estén trabajando: eso permitirá, simultáneamente, proteger las fuentes de ingresos de los hogares, prevenir la propagación del virus y facilitar a las empresas el reinicio de la producción cuando la crisis haya terminado. Además, los programas de rescate deben estar diseñados de modo de incentivar a las empresas más grandes a recompensar la creación de valor en vez de su mera extracción; esto incluye prevenir las recompras de acciones y alentar inversiones en crecimiento sostenible y reducción de la huella de carbono. El año pasado la asociación estadounidense de empresas Business Roundtable declaró su voluntad de adoptar un modelo de creación de valor para todas las partes interesadas (no solo los accionistas); esta es la ocasión de respaldar las palabras con acciones. Si ahora el empresariado estadounidense empieza a poner peros, entonces hay que denunciar que aquello fue un engaño. En lo referido a los hogares, los gobiernos no deben quedarse con el otorgamiento de préstamos, sino

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considerar la posibilidad de un alivio de deudas, especialmente en vista de los altos niveles de deuda privada que hay en la actualidad. Como mínimo, los pagos a acreedores deben congelarse hasta que la crisis económica inmediata esté resuelta, y hay que destinar las inyecciones de dinero en efectivo a los hogares más necesitados. Además, Estados Unidos debe respaldar con garantías oficiales el pago de entre el 80 y el 100% de las nóminas salariales de las empresas afectadas (como han hecho el RU y muchos países asiáticos y de la Unión Europea). También es hora de reconsiderar el modelo de alianza público-privada. Ocurre muy a menudo que estos esquemas tengan más de parasitismo que de simbiosis. La búsqueda de una vacuna para la COVID-19 puede convertirse en otra relación unidireccional, en la que las corporaciones obtienen enormes ganancias vendiendo a la gente un producto derivado de investigaciones financiadas por los contribuyentes. De hecho, pese a la importante inversión pública con dinero de los contribuyentes estadounidenses en el desarrollo de una vacuna, hace poco el director del Departamento de Salud y Servicios Sociales de los Estados Unidos, Alex Azar, admitió que los tratamientos y vacunas que se desarrollen para combatir la COVID-19 tal vez no estén al alcance de todos los estadounidenses. Necesitamos con urgencia estados emprendedores que inviertan más en innovación en áreas como la inteligencia artificial, la salud pública, las energías renovables, etcétera. Pero esta crisis es un recordatorio de que también necesitamos estados que sepan cómo negociar, para que los beneficios de las inversiones hechas con dinero de la gente vuelvan a la gente. Un virus asesino ha expuesto grandes falencias en las economías capitalistas occidentales. Ahora que los gobiernos están en pie de guerra, tenemos una oportunidad

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de arreglar el sistema. Si no lo hacemos, no tendremos ninguna chance frente a la tercera gran crisis (la creciente inhabitabilidad del planeta) y todas las otras más pequeñas que traerá aparejadas en los años y décadas que vendrán.

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¿POR QUÉ ESTA CRISIS ES UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN LA HISTORIA? John Gray45

Publicado por New Statesman el 1 de abril.46

La era de la máxima globalización ha terminado. Para aquellos de nosotros que no estamos en primera línea, limpiar la mente y pensar cómo vivir en un mundo alterado es la tarea que tenemos entre manos. Las calles desiertas se llenarán de nuevo, y dejaremos nuestras madrigueras iluminadas por la pantalla parpadeando de alivio. Pero el mundo será diferente a como lo imaginamos en lo que pensábamos que eran tiempos normales. No se trata de una ruptura temporal de un equilibrio por lo demás estable: la crisis que estamos viviendo es un punto de inflexión en la historia.

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Filósofo político británico.

<https://www.newstatesman.com/international/2020/04/why-crisis-turning-point-

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history>.

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La era de la máxima globalización ha terminado. Un sistema económico que dependía de la producción mundial y de largas cadenas de suministro se está transformando en uno que estará menos interconectado. Una forma de vida impulsada por la incesante movilidad se está deteniendo. Nuestras vidas van a estar más limitadas físicamente y más virtuales de lo que estaban. Un mundo más fragmentado está naciendo que de alguna manera puede ser más resistente. El otrora formidable estado británico se está reinventando rápidamente, y a una escala nunca vista. Actuando con poderes de emergencia autorizados por el parlamento, el gobierno ha arrojado la ortodoxia económica a los vientos. Salvaje por años de austeridad imbécil, el NHS –como las fuerzas armadas, la policía, las prisiones, los bomberos, los trabajadores de la salud y los limpiadores– está de espaldas a la pared. Pero con la noble dedicación de sus trabajadores, el virus se mantendrá a raya. Nuestro sistema político sobrevivirá intacto. No muchos países serán tan afortunados. Los gobiernos de todo el mundo están luchando a través del estrecho pasaje entre la supresión del virus y el colapso de la economía. Muchos tropezarán y caerán. En la visión del futuro a la que se aferran los pensadores progresistas, el futuro es una versión embellecida del pasado reciente. Sin duda esto les ayuda a preservar alguna apariencia de cordura. También socava lo que ahora es nuestro atributo más vital: la capacidad de adaptar y modelar diferentes formas de vida. La tarea que tenemos por delante es construir economías y sociedades más duraderas, y más humanamente habitables, que las

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que estuvieron expuestas a la anarquía del mercado mundial. Esto no significa un cambio hacia el localismo en pequeña escala. El número de personas es demasiado grande para que la autosuficiencia local sea viable, y la mayor parte de la humanidad no está dispuesta a volver a las pequeñas comunidades cerradas de un pasado más lejano. Pero la hiperglobalización de las últimas décadas tampoco está volviendo. El virus ha puesto al descubierto debilidades fatales en el sistema económico que fue remendado después de la crisis financiera de 2008. El capitalismo liberal está en quiebra. Con toda su charla sobre la libertad y la elección, el liberalismo fue en la práctica el experimento de disolver las fuentes tradicionales de cohesión social y de legitimidad política y sustituirlas por la promesa de aumentar el nivel de vida material. Este experimento ha seguido su curso. La supresión del virus requiere un cierre económico que solo puede ser temporal, pero cuando la economía se reinicie, será en un mundo en el que los gobiernos actúen para frenar el mercado mundial. No se tolerará una situación en la que tantos de los suministros médicos esenciales del mundo se originen en China –o en cualquier otro país–. La producción en estas y otras áreas sensibles se reorientará como una cuestión de seguridad nacional. La noción de que un país como Gran Bretaña podría eliminar gradualmente la agricultura y depender de las importaciones para su alimentación será descartada como la tontería que siempre ha sido. La industria aeronáutica se reducirá a medida que la gente viaje menos. El endurecimiento de las fronteras será una característica duradera del paisaje global. Un objetivo

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estrecho de eficiencia económica ya no será practicable para los gobiernos. La pregunta es, ¿qué reemplazará el aumento del nivel de vida material como base de la sociedad? Una respuesta que han dado los pensadores verdes es lo que John Stuart Mill en sus Principios de Economía Política (1848) llamó “economía de estado estacionario”. La expansión de la producción y el consumo ya no sería un objetivo primordial, y el aumento del número de personas se frenaría. A diferencia de la mayoría de los liberales de hoy, Mill reconoció el peligro de la superpoblación. Un mundo lleno de seres humanos escribió, sería uno sin “desechos floridos” y vida silvestre. También comprendió los peligros de la planificación central. El estado estacionario sería una economía de mercado en la que se fomenta la competencia. La innovación tecnológica continuaría, junto con mejoras en el arte de vivir. En muchos sentidos esta es una visión atractiva, pero también es irreal. No hay una autoridad mundial que imponga el fin del crecimiento, así como tampoco hay ninguna que combata el virus. Contrariamente al mantra progresista, recientemente repetido por Gordon Brown, los problemas globales no siempre tienen soluciones globales. Las divisiones geopolíticas impiden algo como un gobierno mundial. Si existiera uno, los estados existentes competirían para controlarlo. La creencia de que esta crisis puede ser resuelta por un brote sin precedentes de cooperación internacional es pensamiento mágico en su forma más pura. Por supuesto que la expansión económica no es indefinidamente sostenible. Por un lado, solo puede empeorar el cambio climático y convertir el planeta en un

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vertedero de basura. Pero con un nivel de vida muy desigual, un número de humanos en aumento y la intensificación de las rivalidades geopolíticas, el crecimiento cero es también insostenible. Si los límites del crecimiento se aceptan finalmente, será porque los gobiernos hacen de la protección de sus ciudadanos su objetivo más importante. Ya sean democráticos o autoritarios, los estados que no cumplan con esta prueba hobbesiana fracasarán. La pandemia ha acelerado abruptamente el cambio geopolítico. Combinado con el colapso de los precios del petróleo, la propagación incontrolada del virus en Irán podría desestabilizar su régimen teocrático. Con la caída de los ingresos, Arabia Saudita también está en riesgo. Sin duda, muchos desearán que se libren de ambos. Pero no puede haber garantía de que un colapso en el Golfo produzca otra cosa que un largo período de caos. A pesar de años de hablar de diversificación, estos regímenes siguen siendo rehenes del petróleo e incluso si el precio se recupera un poco, el impacto económico del cierre mundial será devastador. En cambio, el avance de Asia oriental seguramente continuará. Las respuestas más exitosas a la epidemia hasta ahora han sido en Taiwán, Corea del Sur y Singapur. Es difícil creer que sus tradiciones culturales, que se centran más en el bienestar colectivo que en la autonomía personal, no hayan desempeñado un papel en su éxito. También se han resistido al culto del estado mínimo. No será sorprendente que se ajusten a la desglobalización mejor que muchos países occidentales. La posición de China es más compleja. Dado su historial de encubrimientos y estadísticas opacas, su

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desempeño durante la pandemia es difícil de evaluar. Ciertamente no es un modelo que cualquier democracia pueda o deba emular. Como muestra el nuevo NHS Nightingale, no solo los regímenes autoritarios pueden construir hospitales en dos semanas. Nadie sabe el costo humano total del cierre de los chinos. Aún así, el régimen de Xi Jinping parece haberse beneficiado de la pandemia. El virus ha proporcionado una razón para expandir el estado de vigilancia e introducir un control político aún más fuerte. En lugar de desperdiciar la crisis, Xi lo está usando para expandir la influencia del país. China se está insertando en lugar de la UE ayudando a los gobiernos nacionales en dificultades, como Italia. Muchas de las máscaras y kits de pruebas que ha suministrado han resultado ser defectuosas, pero el hecho parece no haber mellado la campaña de propaganda de Beijing. La UE ha respondido a la crisis revelando su debilidad esencial. Pocas ideas son tan despreciadas por mentes superiores como la soberanía. En la práctica, significa la capacidad de ejecutar un plan de emergencia integral, coordinado y flexible como el que se está llevando a cabo en el Reino Unido y otros países. Las medidas que ya se han tomado son más grandes que cualquier otra implementada en la Segunda Guerra Mundial. En sus aspectos más importantes son también lo contrario de lo que se hizo entonces, cuando la población británica se movilizó como nunca, y el desempleo disminuyó drásticamente. Hoy, aparte de los trabajadores de los servicios esenciales, los trabajadores británicos han sido desmovilizados. Si esto continúa durante muchos meses, el cierre exigirá una socialización aún mayor de la economía.

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Es dudoso que las disecadas estructuras neoliberales de la UE puedan hacer algo así. Hasta ahora, las normas sacrosantas han sido destrozadas por el programa de compra de bonos del Banco Central Europeo y la relajación de los límites de las ayudas estatales a la industria. Pero la resistencia al reparto de la carga fiscal de los países del norte de Europa, como Alemania y los Países Bajos, puede bloquear el camino para rescatar a Italia, un país demasiado grande para ser aplastado como Grecia, pero posiblemente también demasiado costoso para ser salvado. Como dijo el primer ministro italiano, Giuseppe Conte en marzo: “Si Europa no está a la altura de este desafío sin precedentes, toda la estructura europea pierde su razón de ser para el pueblo.” El presidente serbio Aleksandar Vucic ha sido más directo y realista: “La solidaridad europea no existe... eso fue un cuento de hadas”. El único país que puede ayudarnos en esta dura situación es la República Popular China. Al resto de ellos, gracias por nada”. El defecto fundamental de la UE es que es incapaz de cumplir las funciones de protección de un Estado. El desmembramiento de la eurozona se ha predicho tan a menudo que puede parecer impensable. Sin embargo, bajo las tensiones a las que se enfrentan hoy en día, la desintegración de las instituciones europeas no es irreal. La libre circulación ya ha sido cerrada. El reciente chantaje del presidente turco Recep Tayyip Erdogan a la UE, amenazando con permitir el paso de migrantes a través de sus fronteras, y el final del juego en la provincia siria de Idlib, podrían provocar la huida de cientos de miles, incluso millones, de refugiados a Europa. (Es difícil ver lo que el distanciamiento social podría significar en los

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enormes y superpoblados campos de refugiados insalubres). Otra crisis de los migrantes junto con la presión sobre el euro disfuncional podría resultar fatal. Si la UE sobrevive, puede ser como algo parecido al Sacro Imperio Romano Germánico en sus últimos años, un fantasma que perdura durante generaciones mientras el poder se ejerce en otro lugar. Las decisiones vitalmente necesarias ya están siendo tomadas por los estados nacionales. Como el centro político ya no es una fuerza dirigente y con gran parte de la izquierda aferrada al fallido proyecto europeo, muchos gobiernos estarán dominados por la extrema derecha. Una creciente influencia en la UE vendrá de Rusia. En la lucha con los saudíes que desencadenó el colapso del precio del petróleo en marzo de 2020, Putin ha jugado la mano más fuerte. Mientras que para los saudíes el nivel de equilibrio fiscal –el precio necesario para pagar los servicios públicos y mantener el estado solvente– es de alrededor de 80 dólares por barril, para Rusia puede ser menos de la mitad de eso. Al mismo tiempo, Putin está consolidando la posición de Rusia como potencia energética. Los oleoductos offshore Nord Stream que atraviesan el Báltico aseguran un suministro fiable de gas natural a Europa. Por la misma razón, encierran a Europa en la dependencia de Rusia y le permiten usar la energía como arma política. Con la balcanización de Europa, Rusia también parece dispuesta a ampliar su esfera de influencia. Al igual que China, está interviniendo para reemplazar a la vacilante UE, enviando médicos y equipos a Italia. En Estados Unidos, Donald Trump considera claramente que reflotar la economía es más importante que contener el virus. Una caída de la bolsa al estilo de

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1929 y unos niveles de desempleo peores que los de la década de 1930 podrían suponer una amenaza existencial para su presidencia. James Bullard, el director general del Banco de la Reserva Federal de San Luis, ha sugerido que la tasa de desempleo estadounidense podría alcanzar el 30%, más que en la Gran Depresión. Por otra parte, con el sistema de gobierno descentralizado de los Estados Unidos; un sistema de salud ruinosamente caro y decenas de millones de personas sin seguro médico; una población carcelaria colosal, de la cual muchos son ancianos y enfermos; y ciudades con un número considerable de personas sin hogar y una epidemia de opiáceos ya de por sí grande; la reducción del cierre podría significar que el virus se propagara de manera incontrolada, con efectos devastadores. (Trump no es el único que corre este riesgo. Suecia no ha impuesto hasta ahora nada parecido al cierre vigente en otros países). A diferencia del programa británico, el plan de estímulo de Trump de 2 billones de dólares es mayormente otro rescate corporativo. Sin embargo, si las encuestas se creen, cada vez más estadounidenses aprueban su manejo de la epidemia. ¿Qué pasa si Trump sale de esta catástrofe con el apoyo de una mayoría americana? Independientemente de si mantiene su poder, la posición de los Estados Unidos en el mundo ha cambiado irreversiblemente. Lo que se está deshaciendo rápidamente no es solo la hiperglobalización de las últimas décadas, sino el orden global establecido al final de la Segunda Guerra Mundial. Al perforar un equilibrio imaginario, el virus ha acelerado un proceso de

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desintegración que ha estado en marcha durante muchos años. En su seminal Plagas y Pueblos el historiador de Chicago William H McNeill escribió: Siempre es posible que algún organismo parásito hasta ahora oscuro pueda escapar de su acostumbrado nicho ecológico y exponga a las densas poblaciones humanas que se han convertido en un rasgo tan conspicuo de la Tierra a alguna mortalidad fresca y por casualidad devastadora.

Aún no se sabe cómo escapó el Covid-19 de su nicho, aunque se sospecha que los “mercados húmedos” de Wuhan, donde se vende la fauna silvestre, pueden haber desempeñado un papel. En 1976, cuando se publicó por primera vez el libro de McNeill, la destrucción de los hábitats de las especies exóticas no estaba tan lejos como lo está hoy en día. A medida que la globalización ha avanzado, también lo ha hecho el riesgo de propagación de enfermedades infecciosas. La Gripe Española de 1918- 20 se convirtió en una pandemia global en un mundo sin transporte aéreo masivo. Comentando cómo han entendido las plagas los historiadores, McNeill observó: “Para ellos como para otros, los ocasionales brotes desastrosos de enfermedades infecciosas seguían siendo interrupciones repentinas e impredecibles de la norma, esencialmente más allá de la explicación histórica”. Muchos estudios posteriores han llegado a conclusiones similares. Sin embargo, persiste la noción de que las pandemias son bips y no una parte integral de la historia. Detrás de esto está la creencia de que los humanos ya no son par-

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te del mundo natural y pueden crear un ecosistema autónomo, separado del resto de la biosfera. Covid-19 les está diciendo que no pueden. Solo usando la ciencia podemos defendernos contra esta peste. Las pruebas masivas de anticuerpos y una vacuna serán cruciales. Pero habrá que hacer cambios permanentes en nuestra forma de vida si queremos ser menos vulnerables en el futuro. La textura de la vida cotidiana ya está alterada. Una sensación de fragilidad está en todas partes. No es solo la sociedad la que se siente temblorosa. También lo hace la posición humana en el mundo. Las imágenes virales revelan la ausencia humana de diferentes maneras. Los jabalíes vagan por las ciudades del norte de Italia, mientras que en Lopburi, en Tailandia, bandas de monos que ya no se alimentan de los turistas luchan en las calles. Una belleza inhumana y una feroz lucha por la vida han surgido en las ciudades vaciadas por el virus. Como han señalado varios comentaristas, un futuro post-apocalíptico del tipo proyectado en la ficción de JG Ballard se ha convertido en nuestra realidad actual. Pero es importante entender lo que este “apocalipsis” revela. Para Ballard, las sociedades humanas eran un escenario que podía ser derribado en cualquier momento. Las normas que parecían incorporadas a la naturaleza humana desaparecían cuando salías del teatro. La más angustiosa de las experiencias de Ballard de niño en la década de 1940 en Shanghai no fue en el campo de prisioneros, donde muchos internos fueron firmes y amables en su trato con los demás. Un niño ingenioso y aventurero, Ballard disfrutó mucho de su tiempo allí. Me dijo que cuando el campo se derrumbó al final de la guerra fue testigo de los peores ejemplos de egoísmo despiadado y crueldad sin motivo.

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La lección que aprendió fue que estos no eran eventos que acababan con el mundo. Lo que comúnmente se describe como un apocalipsis es el curso normal de la historia. A muchos les quedan traumas duraderos. Pero el animal humano es demasiado robusto y demasiado versátil para ser roto por estos trastornos. La vida continúa, aunque de forma diferente a la anterior. Aquellos que hablan de esto como un momento Ballardiano no han notado cómo los seres humanos se adaptan, e incluso encuentran satisfacción, en las situaciones extremas que él retrata. La tecnología nos ayudará a adaptarnos en nuestro extremo actual. La movilidad física puede reducirse trasladando muchas de nuestras actividades al ciberespacio. Oficinas, escuelas, universidades, consultorios médicos y otros centros de trabajo probablemente cambien permanentemente. Las comunidades virtuales creadas durante la epidemia han permitido que la gente se conozca mejor que nunca. Habrá celebraciones a medida que la pandemia retroceda, pero puede que no haya un punto claro cuando la amenaza de infección haya terminado. Muchas personas pueden migrar a entornos en línea como los de Second Life, un mundo virtual en el que las personas se encuentran, comercian e interactúan en cuerpos y mundos de su elección. Otras adaptaciones pueden ser incómodas para los moralistas. La pornografía en línea probablemente hará boom, y muchas citas por Internet pueden consistir en intercambios eróticos que nunca terminan en una reunión de cuerpos. La tecnología de realidad aumentada puede ser usada para simular encuentros carnales y el sexo virtual podría normalizarse

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pronto. Si esto es un paso hacia la buena vida puede que no sea la pregunta más útil que hacer. El ciberespacio depende de una infraestructura que puede ser dañada o destruida por la guerra o los desastres naturales. Internet nos permite evitar el aislamiento que las plagas han traído en el pasado. No puede permitir a los seres humanos escapar de su carne mortal, o evitar las ironías del progreso. Lo que el virus nos está diciendo no es solo que el progreso es reversible –un hecho que incluso los progresistas parecen haber comprendido– sino que puede ser autodestructivo. Para tomar el ejemplo más obvio, la globalización produjo algunos beneficios importantes – millones han sido sacados de la pobreza–. Este logro está ahora amenazado. La globalización engendró la desglobalización que ahora está en marcha. A medida que se desvanece la perspectiva de un nivel de vida cada vez más alto, otras fuentes de autoridad y legitimidad están resurgiendo. Liberal o socialista, la mente progresista detesta la identidad nacional con apasionada intensidad. Hay mucho en la historia para mostrar cómo puede ser mal utilizada. Pero el Estado- nación es cada vez más la fuerza más poderosa que impulsa la acción a gran escala. Lidiar con el virus requiere un esfuerzo colectivo que no se movilizará por el bien de la humanidad universal. El altruismo tiene límites tanto como el crecimiento. Habrá ejemplos de extraordinario desinterés antes de que pase lo peor de la crisis. En Gran Bretaña, un ejército de voluntarios de más de medio millón se ha inscrito para ayudar al NHS. Pero sería imprudente confiar solo en la

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simpatía humana para salir adelante. La amabilidad con los extraños es tan valiosa que debe ser racionada. Aquí es donde entra en juego el estado de protección. En el fondo, el estado británico siempre ha sido hobbesiano. La paz y un gobierno fuerte han sido las prioridades principales. Al mismo tiempo, este estado hobbesiano se ha basado principalmente en el consentimiento, sobre todo en tiempos de emergencia nacional. Estar protegido del peligro ha triunfado sobre la libertad de interferencia del gobierno. Cuánto de su libertad querrá la gente de vuelta cuando la pandemia haya llegado a su punto máximo es una pregunta abierta. Muestran poco gusto por la solidaridad forzada del socialismo, pero pueden aceptar gustosamente un régimen de biovigilancia en aras de una mejor protección de su salud. Salir del pozo exigirá más intervención del Estado, no menos, y de un tipo muy inventivo. Los gobiernos tendrán que hacer mucho más para asegurar la investigación científica y la innovación tecnológica. Aunque el Estado no siempre sea más grande, su influencia será dominante y, según los estándares del viejo mundo, más intrusiva. El gobierno post-liberal será la norma en el futuro inmediato. Solo reconociendo las fragilidades de las sociedades liberales se podrán preservar sus valores más esenciales. Junto con la justicia, incluyen la libertad individual, que además de valer por sí misma es un control necesario del gobierno. Pero aquellos que creen que la autonomía personal es la necesidad humana más profunda traicionan una ignorancia de la psicología, sobre todo la suya propia. Para prácticamente todos, la seguridad y la pertenencia

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son tan importantes, a menudo más. El liberalismo fue, en efecto, una negación sistemática de este hecho. Una ventaja de la cuarentena es que puede ser usada para pensar de nuevo. Despejar la mente del desorden y pensar en cómo vivir en un mundo alterado es la tarea que tenemos entre manos. Para aquellos de nosotros que no estamos sirviendo en el frente, esto debería ser suficiente para la duración.

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PANDEMIA Noam Chomsky47

Publicado por El Siglo el 4 de abril.48

La pandemia había sido anticipada mucho antes de su aparición, pero las acciones tendientes a prepararse para esa crisis se restringieron a causa de los crueles imperativos de un orden económico en el que “la prevención de una catástrofe futura no produce beneficios”, señala Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva para Truthout. Chomsky es, autor de más de 120 libros y de miles de artículos y ensayos. En esta entrevista argumenta que el propio capitalismo neoliberal es responsable de la respuesta inadecuada de Estados Unidos ante la pandemia.

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Profesor emérito de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y profesor en la Universidad de Arizona.

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<https://www.elsiglo.cl/2020/04/10/pandemia-el-analisis-de-noam-chomsky/>. Por C. J. Polychroniou.

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Noam, la epidemia de la nueva enfermedad del Coronavirus se ha propagado a la mayor parte del planeta, y Estados Unidos tiene ya más casos que cualquier otro país, incluyendo China, donde se originó el virus. ¿Cree que es una evolución sorprendente? La escala de la plaga es sorprendente, impactante diría yo, pero no su aparición. Ni el hecho de que Estados Unidos esté teniendo la peor respuesta ante la crisis. Los científicos llevan años avisando de la aparición de una pandemia, insistiendo en ello desde la epidemia de SARS de 2003, causada también por un Coronavirus, para la cual se desarrollaron vacunas que no pasaron de la fase preclínica. Ese era el momento de empezar a poner en práctica sistemas de respuesta rápida que nos prepararan para otra epidemia y guardar la capacidad de reserva que pudiera necesitarse. También se podrían haber puesto en marcha iniciativas para desarrollar defensas y modos de tratamiento para una probable reaparición de un virus relacionado. Pero los avances de la ciencia no son suficientes. Tiene que haber alguien que tome decisiones. Y esa opción se ve obstaculizada por la patología del orden socioeconómico contemporáneo. Las señales del mercado eran evidentes: la prevención de una catástrofe no produce beneficios. El gobierno podría haber intervenido, pero lo impide la doctrina imperante: “el gobierno es el problema”, nos dijo Reagan con su sonrisa radiante, lo que significaba que es preciso delegar la toma de decisiones, aún más, al mundo empresarial, comprometido con la obtención de beneficios y libre de la influencia de quienes deberían preocuparse por el bien común. Los años siguientes inyectaron una dosis de brutalidad neoliberal al orden capitalista sin restricciones y a la retorcida forma de mercado que desarrolla.

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La gravedad de la patología se pone en evidencia a través de uno de sus fallos más dramáticos (y letales): la falta de respiradores, que constituye uno de los principales cuellos de botella a la hora de enfrentarse a la pandemia. El Departamento de Salud y Servicios Sociales anticipó el problema y contrató a una pequeña empresa para que fabricara respiradores baratos, fáciles de usar. Pero intervino la lógica capitalista. La empresa fue adquirida por una gran corporación, Covidien, que marginó el proyecto y “en 2014, sin haber entregado ningún respirador al gobierno, la dirección de Covidien comunicó a funcionarios del instituto (federal) de investigación biomédica su deseo de rescindir el contrato, según tres antiguos funcionarios federales. Los directivos se quejaron de que el contrato no era lo bastante beneficioso para la compañía”.

Es una verdad que no admite duda. Peroentonces intervinola lógicaneoliberal,quedictóque el gobierno no podía intervenir para salvar el enorme fallo del mercado que ahora está creando el caos. Tal y como argumentó muy diplomáticamente el New York Times, la paralización de la iniciativa que pretendía crear un nuevo tipo de respirador barato y de fácil uso pone de manifiesto los peligros de subcontratar a empresas privadas proyectos

con grandes implicaciones de salud pública; su foco en la obtención del máximo beneficio no siempre está en consonancia con el objetivo del gobierno: estar preparado para una futura crisis.

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Dejando a un lado la reverencia ritual al bondadoso gobierno y a sus loables objetivos, el comentario no deja de tener razón. Podríamos añadir que el foco en el máximo beneficio tampoco está “siempre en consonancia” con la esperanza de “supervivencia de la humanidad”, tomando prestada la frase de un informe eliminado del JPMorgan Chase, el mayor banco de Estados Unidos, en el que se advertía de que “la supervivencia de la humanidad” estaba en peligro de seguir el rumbo actual, al que contribuía las inversiones del propio banco en combustibles fósiles. Así que Chevron canceló un proyecto de energía sostenible rentable porque obtenía más beneficios destruyendo la vida en la Tierra. ExxonMobil ni se planteó una inversión de ese tipo porque antes habría realizado cálculos de rentabilidad más precisos. Y era totalmente lógico, según la doctrina neoliberal. Como nos explicaron en su día Milton Friedman y otras luminarias neoliberales, la tarea de los directivos de las grandes empresas es maximizar los beneficios. Cualquier desviación de esta obligación moral destruiría los cimientos de la “vida civilizada”. En todo caso, nos recuperaremos de la crisis del Covid-19, pagando un precio importante y posiblemente terrible, especialmente para la población más pobre y vulnerable. Pero no nos recuperaremos del deshielo de la banquisa polar y de otras consecuencias devastadoras del calentamiento global. También en este caso la catástrofe será producto de un fallo del mercado, en este caso de proporciones verdaderamente demoledoras. La Administración actual había sido ampliamente informada de la probabilidad de una pandemia. De hecho,

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el pasado octubre tuvo lugar un ejercicio de simulacro a alto nivel. Durante todos sus años como presidente, Trump ha reaccionado de la manera a la que nos tiene acostumbrados: retirando la financiación y desmantelando cualquier parte relevante del gobierno e implementando regularmente las instrucciones de sus amos corporativos para eliminar las regulaciones que dificultan los beneficios y salvan vidas; y dirigiendo la carrera hacia el abismo de la catástrofe medioambiental, con diferencia su mayor crimen; de hecho el mayor crimen de la historia si consideramos las consecuencias. A principios de enero ya había poca duda de lo que estaba ocurriendo. El 31 de diciembre China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la propagación de síntomas similares a los de la neumonía de causas desconocidas. El 7 de enero, China informó a la OMS de que los científicos habían identificado el origen de la enfermedad como un Coronavirus y habían conseguido secuenciar el genoma, que pusieron a disposición del mundo científico. A lo largo de enero y febrero, la inteligencia estadounidense intentó captar la atención de Trump de todas las formas posibles sin conseguirlo. Los funcionarios informaron a la prensa de que “no conseguían convencerle de que hiciera nada a ese respecto, aunque las luces de alarma estaban encendidas”. Pero Trump no permaneció callado. Emitió una serie de declaraciones confiadas informando al público de que el Coronavirus no era más serio que una tos; que tenía todo bajo control; que estaba manejando la crisis a la perfección; que era muy grave pero que él ya sabía que era una pandemia antes que nadie; y así sucesivamente, con todo el repertorio de lamentables afirmaciones. La técnica

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está bien diseñada, como la práctica de ir soltando mentiras tan deprisa que el propio concepto de verdad desaparece. Pase lo que pase, Trump está seguro de que sus leales seguidores le defenderán. Cuando disparas flechas al azar, alguna tiene que dar en el blanco. Para rematar este impresionante record, el 10 de febrero, con el virus recorriendo el país de punta a punta, la Casa Blanca publicó su propuesta de presupuesto anual, que amplia aún más los fuertes recortes en todas las principales partidas sanitarias responsabilidad del gobierno (de hecho, en prácticamente cualquier cosa que pueda ayudar a la gente) al tiempo que incrementa la financiación de lo que realmente importa: el ejército y el muro (con México). Una consecuencia de esto es el escandaloso retraso de las pruebas y lo limitado de estas, muy por debajo de otros países, lo que imposibilita el uso de estrategias de seguimiento de los contagios que han evitado que la epidemia se descontrole en las sociedades funcionales. Incluso los mejores hospitales carecen de suficiente equipamiento básico. Estados Unidos es en estos momentos el epicentro de la crisis. Este ejemplo es apenas una pequeña muestra de la malevolencia trumpiana, pero lamentablemente ahora no tenemos más espacio para profundizar. Aunque resulta tentador echar la culpa a Trump de la desastrosa respuesta ante la crisis, si queremos prevenir futuras catástrofes, es preciso que miremos más allá de su figura. Trump asumió el poder en una sociedad enferma, afligida por 40 años de neoliberalismo profundamente enraizado.

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La versión neoliberal del capitalismo lleva en vigor desde los tiempos de Reagan y Margaret Thatcher. No debería hacer falta detallar sus funestas consecuencias. La generosidad de Reagan con los superricos tiene una relevancia absoluta en la crisis actual, cuando se prepara un nuevo rescate. Reagan se apresuró a levantar la prohibición de los paraísos fiscales y otros mecanismos destinados a trasladar la carga fiscal al público, además de autorizar la recompra de acciones; un mecanismo para inflar el valor de las acciones y enriquecer a la dirección de las empresas y a los muy ricos (que poseen la mayor parte de las acciones) al tiempo que se debilita la capacidad productiva de la compañía. Estos cambios en la regulación tienen enormes consecuencias, del orden de decenas de billones de dólares. Por lo general, las reglas se han diseñado para beneficiar a una pequeña minoría mientras el resto tiene que luchar por mantenerse a flote. De esa manera hemos llegado a tener una sociedad en la que el 0,1 por ciento de la población posee el 20 por ciento de la riqueza y la mitad de abajo tiene un patrimonio neto negativo y vive a base de endeudarse un mes tras otro. Mientras los beneficios crecían y los salarios de los grandes directivos se disparaban, los salarios reales se han estancado. Como muestran los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman en su libro The Triumph of Injustice, los impuestos son básicamente planos en todos los grupos de renta, excepto en el más elevado, donde descienden. El sistema sanitario privado (y con ánimo de lucro) estadounidense es desde hace tiempo un caso de escándalo a escala internacional, pues tiene un coste que duplica al de otras sociedades desarrolladas y uno de los

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peores resultados. La doctrina neoliberal le asestó otro golpe al introducir en él medidas empresariales de eficiencia: servicio bajo demanda y falta de reservas para contingencias. A la menor alteración, el sistema se viene abajo. Lo mismo ocurre con el frágil orden económico forjado sobre los principios neoliberales. Este es el mundo heredado por Trump, el objetivo de su ariete. Aquellos interesados en reconstruir una sociedad viable a partir de las ruinas que queden tras la crisis actual harían bien en prestar atención al aviso de Vijay Prashad: “No volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema”. Sin embargo, incluso ahora, con el país en mitad de una emergencia de salud pública distinta de cualquier cosa que hayamos visto en mucho tiempo, al público estadounidense se le sigue diciendo que la sanidad universal no es una propuesta realista. ¿Es el neoliberalismo el único responsable de este punto de vista típicamente estadounidense sobre la salud? Es una historia compleja. Para empezar, durante mucho tiempo las encuestas mostraban actitudes favorables hacia la sanidad universal, a veces incluso un fuerte apoyo. En los últimos años de la era Reagan, en torno al 70 por ciento de la población pensaba que la Constitución debería garantizar los cuidados sanitarios y el 40 por ciento pensaba que de hecho ya era así –asumiendo que la Constitución era la depositaria de todo lo que es evidentemente correcto–. Las encuestas mostraban un gran apoyo al derecho a la sanidad universal, hasta que comenzó la ofensiva de propaganda de las compañías, advirtiendo de la enorme carga fiscal que eso supondría,

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algo parecido a mente. Entonces

lo el

que hemos visto recienteapoyo popular desapareció.

Como suele ocurrir, la propaganda tiene un elemento de verdad. Los impuestos subirán, pero los gastos totales descenderán bruscamente, como muestran los datos de países comparables. ¿Cuánto? Hay algunas estimaciones interesantes. Una de las principales revistas médicas del mundo, The Lancet de Reino Unido, publicó recientemente un estudio que estimaba que la implantación de la sanidad universal en Estados Unidos “probablemente supondría un ahorro del 13 por ciento en el gasto sanitario nacional, equivalente a más de 450.000 millones de dólares anuales (según el valor del dólar en 2017)”. El estudio continuaba afirmando: “Todo el sistema podría financiarse con un menor desembolso que el que contraen las empresas y las familias que pagan las pólizas sanitarias junto con las partidas asignadas por el gobierno. Este cambio a una sanidad de un solo pagador beneficiaría especialmente a los hogares de menores ingresos. Además, estimamos que el acceso a los cuidados sanitarios para toda la población estadounidense salvaría más de 68.000 vidas y 1,73 millones de años de vida cada año, en relación con la situación actual”. Pero los impuestos tendrían que subir. Y parece que muchos estadounidenses prefieren gastar más dinero siempre que no sea en impuestos (aunque por otro lado eso suponga la pérdida de decenas de miles de vidas cada año). Este es un indicador sintomático del estado de la democracia estadounidense, según la percibe la gente; y, desde otra perspectiva, de la fuerza del sistema doctrinario diseñado por el poder empresarial y sus lacayos intelectuales. El ataque neoliberal ha intensificado este

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elemento patológico de la cultura nacional, pero las raíces son mucho más profundas y se pueden observar en muchos ejemplos. Se trata de un tema que merece la pena investigar más. Algunos países europeos están gestionando la propagación del Coronavirus mejor que otros, pero parece que los que han tenido más éxito en esta tarea se sitúan fuera del universo occidental (neo)liberal. Hablamos de Singapur, Corea del Sur, Rusia y la misma China. ¿Cree que este dato nos aporta información sobre los regímenes capitalistas occidentales? Ha habido diferentes reacciones frente a la propagación del virus. China parece haberla controlado, al menos por ahora. Al igual que los países de su periferia, incluyendo a democracias no menos dinámicas que las occidentales, que tomaron muy en serio los primeros avisos. La mayor parte de Europa retrasó la toma de decisiones, pero algunos países actuaron con presteza. Alemania parece mantener el record global en cuanto a baja mortalidad, gracias a la reserva de instalaciones sanitarias y capacidad de diagnóstico y a la respuesta inmediata. Lo mismo parece ocurrir con Noruega. La reacción de Boris Johnson en Reino Unido fue vergonzosa. Pero los Estados Unidos de Trump van a la cola. Sin embargo, la diligencia con que actuó Alemania con su población no se extendió más allá de sus fronteras. La Unión Europea ha demostrado estar cualquier cosa menos unida. No obstante, las sociedades europeas enfermas podrían pedir ayuda al otro lado del Atlántico. La superpotencia cubana está lista para ayudar una vez más con médicos y equipo. Mientras tanto, su vecino yanqui se ha dedicado a retirar la asistencia sanitaria a Yemen,

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donde ha contribuido a crear la mayor crisis humanitaria del mundo, y utiliza la oportunidad que le presenta la devastadora emergencia sanitaria para endurecer sus crueles sanciones y asegurar el máximo sufrimiento de sus supuestos enemigos. Cuba es su víctima más prolongada, desde los tiempos de las guerras terroristas y el estrangulamiento económico de Kennedy, aunque milagrosamente ha conseguido sobrevivir. A propósito, debería ser extremadamente perturbador para los estadounidenses comparar el circo montado por Washington con los informes serenos, comedidos y objetivos de Ángela Merkel sobre cómo manejar la epidemia. Las distintas maneras de responder a la crisis no parecen depender de si el país es una democracia o una autocracia, sino de si su sociedad es funcional o disfuncional; lo que en la retórica de Trump se resume como “países de mierda”, como el que él mismo se esfuerza en crear bajo su mandato.

¿Qué piensa del plan de rescate económico del Coronavirus, valorado en 2 billones de dólares? ¿Es suficiente para prevenir otra posible gran recesión y ayudar a los grupos más vulnerables de la sociedad estadounidense?

El plan de rescate es mejor que nada. Ofrece un alivio limitado a algunos de los que lo necesitan desesperadamente y contiene fondos suficientes para ayudar a los verdaderamente vulnerables: las lastimosas corporaciones que acuden en tropel a papá Estado, con el sombrero en la mano, ocultando sus copias de Ayn Rand y suplicando una vez más que el sector público las rescate tras haber pasado sus años gloriosos amasando inmensos

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beneficios y ampliando estos con una orgía de recompra de acciones. Pero no hay de qué preocuparse. La caja negra será supervisada por Trump y su Secretario del Tesoro, en quienes se puede confiar que serán justos e imparciales. Y si deciden ignorar las demandas del nuevo inspector general y del Congreso, ¿quién va a evitarlo? ¿El Departamento de Justicia de Barr? ¿Un impeachment? Deberían haberse diseñado mecanismos para que la ayuda llegue a quienes la necesitan, a los hogares, más allá de la miseria que parece habérseles asignado. Eso incluye a las personas trabajadoras que tenían verdaderos empleos y al enorme precariado que malvivía con empleos temporales e irregulares, pero también a otros: a quienes ya habían tirado la toalla, los cientos de miles de víctimas de “muerte por desesperación” –una auténtica tragedia americana– los sin techo, los presos, todos los que habitan viviendas tan inadecuadas que no es posible el aislamiento y el almacenamiento de comida, y muchos otros que no son difíciles de identificar. Los economistas políticos Thomas Ferguson y Rob Johnson lo han explicado llanamente: Mientras la sanidad universal que es común en otros lugares se considere algo inalcanzable en Estados Unidos, “no hay ninguna razón por la que se deba aceptar un seguro único financiado por las empresas” Estos autores hacen un compendio de maneras sencillas de superar esta forma de robo corporativo. Como mínimo, la práctica habitual de rescatar con dinero público al sector empresarial debería exigir como contrapartida la estricta prohibición de recompra de acciones, una participación importante de los trabajadores en la gestión de la empresa y el final de las

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escandalosas medidas proteccionistas de los mal llamados “acuerdos de libre comercio”, que garantizan enormes beneficios para las grandes farmacéuticas mientras aumentan el precio de los medicamentos mucho más de lo que sería razonable. Como mínimo.

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¿VAMOS CAMINO A UNA NUEVA SOCIEDAD DISCIPLINARIA? Byung-Chul Han49

Publicado por Clarín el 7 de abril.50

La pandemia está poniendo en peligro el liberalismo occidental. Estamos viendo que es difícil compatibilizar el liberalismo con la pandemia. ¿Está Occidente ante una amenaza de un regreso a la sociedad disciplinaria? En los aeropuertos, por el peligro del terrorismo nos sometemos ya sin chistar a unas medidas de seguridad que parecen absurdas y que no pocas veces resultan humillantes. Cada uno de nosotros es un potencial terrorista. El virus representa otro tipo de terrorismo incomparablemente más peligroso que viene del aire y que se ha propagado por el mundo entero. Es invisible y omnipresente y mata a mucha más gente que el terrorismo. ¿Será capaz el virus de transformar permanentemente la sociedad liberal occidental en una sociedad disciplinaria, en la que todos 49 50

Filósofo y ensayista surcoreano. Profesor de la Universidad de las Artes de Berlín. <https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/byung-chul-coronavirus-lleva-nuevasociedad-disciplinaria-_0_KQsMIZCqa.html>.

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sin excepción somos tratados como potenciales portadores del virus? Ya en el siglo XVII a raíz de la epidemia de peste se adoptaron en Europa unas medidas disciplinarias que hoy parecerían inconcebibles y que desde entonces han caído en un olvido absoluto. Michel Foucault hace una impactante descripción de ellas en su análisis de la sociedad disciplinaria. Las casas se cierran con llave desde fuera. Las llaves tienen que entregarse a las autoridades. Las personas que rompen clandestinamente la cuarentena son condenadas a muerte. Se mata a los animales que corren sueltos. La vigilancia es total. Se exige una obediencia incondicional. Se vigila cada casa. Durante los controles todos los habitantes de la casa tienen que asomarse a las ventanas. A quienes viven en patios traseros se les asigna una ventana que dé a la calle. Llaman a cada uno por su nombre personal y le preguntan cómo se encuentra. Quien miente se expone a la pena de muerte. Se establece un sistema de registro exhaustivo. El espacio se anquilosa en una red de células impermeables. Cada uno está encadenado a su sitio. Quien se mueve arriesga la vida. El poder penetra hasta en los detalles más nimios de la existencia. Toda la sociedad se transforma en un panóptico y es penetrada por completo por la mirada panóptica. Como consecuencia de la pandemia, Europa ha perdido todo su carisma. En estos momentos Europa mira a Asia con asombro y envidia. Los países asiáticos han sabido controlar muy rápidamente la epidemia. ¿Qué hacen los asiáticos mejor que los europeos? A pesar del neoliberalismo, los estados asiáticos siguen siendo, a diferencia de Occidente, una sociedad disciplinaria. En

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Asia impera un colectivismo con una fuerte tendencia a la disciplina. Ahí se pueden imponer, sin mayor problema, medidas disciplinarias radicales que en los países europeos toparían con un fuerte rechazo. Más que como restricciones de los derechos individuales se perciben como el cumplimiento de deberes colectivos. Las necesidades individuales son relegadas a favor de los intereses colectivos. Países como China y Singapur tienen un régimen autocrático. En Corea del Sur y Taiwán, hasta hace pocas décadas, también lo había. Los regímenes autoritarios educan a las personas para hacer de ellas obedientes sujetos disciplinarios. En Asia, por encima de todo, se está implantando un régimen de vigilancia digital. Los asiáticos se someten a él prácticamente sin protestar. Todas estas peculiaridades han resultado ser ventajas que su sistema ofrece para contener la pandemia. Por tanto, ¿se acabará imponiendo el modelo asiático a escala global? Eso sería el final del liberalismo. Con un rigor y una disciplina que para los europeos serían inconcebibles, los asiáticos están venciendo al virus. Sus rigurosas medidas evocan aquella sociedad disciplinaria que durante la época de la epidemia de peste se instauró en Europa y que desde entonces ha caído en un olvido absoluto. Según Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. Viktor Orbán mira con envidia a los estados autocráticos en Asia. Ya no confía en Europa. A causa de la pandemia se decreta por ley el estado de alarma por tiempo indefinido. Por tanto, ¿hemos de temer que a raíz de la pandemia también Occidente acabe regresando al estado policial y a la sociedad disciplinaria que ya habíamos superado? Por culpa del virus ¿el

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liberalismo y el individualismo occidentales serĂĄn ya pronto cosa del pasado? O Âżla epidemia descontrolada y sus incontables muertos son el precio que tenemos que pagar por la libertad?

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Ninguna especie aceleró su propia extinción COMO LOS HUMANOS Massimo Cacciari51

Publicado por Montevideo Portal el 10 de abril.52

Profesor Cacciari, ¿imaginaba una situación así?

Creo que nadie habría soñado vivir una situación de este tipo en Europa o en el mundo. No obstante, debemos reconocer que esto no viene de Marte o Andrómeda, es una epidemia que tiene causas precisas y que antes tuvo avisos importantes como el ébola, el SARS o el MERS, todas infecciones análogas. Se denunció en el pasado desde todas las autoridades sanitarias mundiales y las señales fueron ignoradas, así como lo siguen siendo las conexiones entre estas epidemias y los grandes problemas del medioambiente [...]53 Por lo tanto no es algo casual, del destino. Filósofo italiano. <https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Cacciari--Ninguna-especie-acelero-supropia-extincion-como-los-humanos-- uc749631?fbclid=IwAR05VbQ14XLTDw_ptT511BTcOfkLX-abqu- 8QaQsX8sb9KfiX7f7pRHxlKo>. Por Gonzalo Sánchez, EFE. 53 En este artículo los cortes señalados con corchete cuadrado son del autor.

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¿Por qué considera que esas señales fueron ignoradas? Porque afrontarlas supondría revisar completamente el esquema de nuestro comercio, de nuestro sector productivo e industrial. Debería haber autoridades internacionales que regulen los problemas ambientales o ecológicos, como en el ámbito financiero. En cambio, no hay un gobierno de la globalización y esta actúa desencadenada en todos los planos... inmigración, finanzas, epidemias, sin reglas. No hay nada que hacer ante esto.

¿No sería eso una utopía? Imaginar una República mundial como Kant ciertamente tiene un elemento utópico, pero si pensamos que algunos problemas solo pueden ser afrontados eficazmente desde un punto de vista global, nada impediría que los países asumiesen acuerdos y pactos entre ellos, como con temas económicos. Hay elementos de derecho internacional que se incluyen en los ordenamientos nacionales. Por ejemplo, Italia no podría adoptar la tortura […] Es preciso que los estados comprendan que, en temas como la salud, o se ponen de acuerdo o cuando haya una epidemia será incontrolable. Usted ha sido alcalde de Venecia. ¿Qué sensación le produce ver las ciudades vacías, confinadas?

Es una gran impresión, una tristeza enorme. Las ciudades son puntos de encuentro, desencuentro y relaciones, las ciudades vacías no son ciudades, son anticiudades. Desde el punto de vista psicológico es un estrés enorme porque

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la ciudad no puede estar deshabitada. No podemos prolongar esta situación, no es posible. No lo es ni desde el punto de vista psicológico ni económico.

¿Qué impacto tendrá en la sociedad? El efecto psicológico no será nada en comparación con el económico porque cuando esto acabe las ciudades resurgirán [...] Pero los efectos económicos pueden ser traumáticos y por lo tanto también los psicológicos pues no enfermas solo con una gripe, el Coronavirus o una pulmonía. También caes enfermo de la cabeza si eres despedido, si tu renta se desploma o si no logras mantener el honor de tu familia. Seamos serios. También el malestar social crea enfermedades desde el punto de vista somático [...] y no venimos de un periodo feliz sino de quince años al menos muy infelices para el mundo occidental y para Europa en particular. Años en los que se viene viviendo cada vez peor, la mayor parte de nuestra población vive peor [...] Estemos atentos porque no solo está la enfermedad del Coronavirus. En el sur de Italia ha habido algunos altercados de gente que no puede trabajar por el confinamiento ¿Excluye una situación así en el futuro?

Absolutamente no. Si la crisis continúa por mucho más tiempo, si las actividades productivas tienen que estar cerradas aún durante meses, habrá una caída de renta [...] Es un golpe tremendo. Podemos encontrarnos en octubre o noviembre con un país por los suelos. Incluso aunque Europa intervenga decididamente en un modo solidario y activo, porque no quiero ni pensar en una Europa que no

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sea solidaria y cooperante con esta situación [...] Debemos pensar lo antes posible en volver a trabajar [...] No es posible estar así pues de lo contrario, lo que se ha visto en Sicilia se multiplicará.

¿Cómo juzga la acción de la Unión Europea en esta crisis? Me parece imposible que Europa no asuma políticas de solidaridad coherentes con la gravedad de la situación. Por el momento, Europa ha desembolsado mucho dinero [...] Pero el problema será la política europea para la reconstrucción. Una cosa es invertir y hacer moneda rápidamente, dos o tres mil millones para la asistencia. Pero otra cosa será un crédito para la recuperación. Eso no puede ser acuñando moneda, solo será posible con la emisión de un eurobono común, europeo, garantizado por Europa [...] O se emite un bono europeo para el desarrollo o nos quedaremos en recesión.

¿Si no se emite un eurobono, se constataría un nuevo fracaso de la Unión Europea?

R: Sí, pero sería el último, no habrá otro fracaso. Después del fracaso de la política de integración social y fiscal, de la crisis de 2008, de la de Grecia, el tema de la inmigración. Basta. Cerrado. No habrá un nuevo examen de reparación, recordémoslo. Será el final. Espero que los países más fuertes, como Alemania, lo entiendan, pues el final de Europa es también el fin de cualquier fuerza de Alemania [...] Espero que Alemania aprenda de los errores y entienda que si fracasa la Unión Europea talará el árbol sobre el que se asienta.

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¿Qué mundo revela esta pandemia? Es un mundo en el que todos estamos muy juntos, uno encima del otro, como decía Sartre, mi vecino como una pesadilla, y todo lo que ocurra en cualquier parte del mundo nos afecta. Es necesaria la colaboración, pactos y reforzar las instituciones comunes, no estas banderitas ridículas que no sirven para nada como las Naciones Unidas, desnudas de toda autoridad [...] ¿Qué son? ¿son centros de estudio? Está claro que deben ser repensadas. La ONU debería ser el lugar donde los países tratan normas comunes que después son introducidas en los ordenamientos individuales, una sede política en la que se discuta sobre estos problemas.

¿Cómo imagina el futuro después del Coronavirus? Todo dependerá de lo que se haga. Si se hacen las cosas que he dicho en Europa, políticas de solidaridad y cooperación, podría salir incluso con una imagen reforzada, pero con grandes sacrificios porque el dinero que perdemos no lo recuperaremos, habrá una caída de la riqueza nacional en Italia, España, Francia y también Alemania. Saldríamos vapuleados pero desde el punto de vista de las políticas y estrategias, quizá hasta más fuertes. El papa Francisco está protagonizando imágenes históricas, ¿es este un momento propicio para la fe?

Los momentos para la fe son siempre, pero si la fe solo nace para pedir a Dios que se acabe una peste entonces es algo débil. La imagen del papa Francisco es fuerte y

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significativa desde el punto de vista social, ante el desierto de la ciudad, esa voz que invoca y espera una resurrección. En la plaza de San Pedro se colocó un crucifijo considerado milagroso usado en la peste negra de hace 500 años.

Durante toda la época moderna, hasta el siglo XVIII, había una peste cada siglo que reducía las ciudades. Un poco de selección natural, vaya. Esto no quiere decir que sobrevivan los mejores, esa es la imagen vulgar del darwinismo, él nunca dijo que sobrevivían las especies mejores [...] Sabemos que nuestra especie acabará y otras seguirán habitando la Tierra, como las ratas o los murciélagos, por ejemplo. Por lo tanto, no somos tan fundamentales para el mundo.

Ninguna especie (como los humanos) ha acelerado el proceso de su propia extinción. Mientras que, según algunas señales, parecería que nuestra especie padece una suerte de “cupido mortis”, el amor por la muerte, y deberíamos tratar de controlarlo.

¿Es esa una excepción de la humanidad en la naturaleza? Es la consecuencia de la potencia de nuestro cerebro, hace que demos prioridad al poder estar sanos, a vivir en un ambiente sano. Nuestro cerebro privilegia nuestra propia potencia. Spinoza decía que la máxima potencia de tu intelecto y de tu mente consiste no solo en hacerte más fuerte que otros seres sino también capaz de sobrevivir a tu propia potencia. Tu poder por sí solo puede dañarte. Por lo tanto, usa la fuerza de tu intelecto, pero

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razona también por tu propia salud ¿No ve en esta reflexión de Spinoza una relación entre la política industrial y la defensa del medioambiente? Es exactamente lo mismo. Debemos combinarlo. Entonces la potencia y la ambición puede ser la lápida de la humanidad.

Claro. Algunos zoólogos afirman que así ocurrió con los dinosaurios. Hay escuelas que dicen que el final de aquella era se debió al famoso meteorito, pero otros creen que la causa fundamental es que aquellas bestias enormes habían masacrado su propio hábitat por comer toneladas de materia cotidianamente.

¿Somos dinosaurios? Sí, dinosaurios de la inteligencia, de la mente, y ninguna especie ha dominado el planeta como nosotros y los dinosaurios.

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LA PANDEMIA HA REACTIVADO EL DESEO DE UNA DEMOCRACIA SOCIAL Marta Nussbaum56

Publicado por EFE, Nueva York, el 14 de abril.57

La filósofa Martha Nussbaum explica en su libro Monarchy of Fear que “estamos precondicionados para evitar y temer a la muerte”, algo que usado para atizar intereses políticos puede destruir la democracia. Crisis como la provocada por la pandemia del SARS-Cov-2 podría hacernos virar hacia el autoritarismo y el recelo del otro, aunque en opinión de la pensadora hay más razones para el optimismo que para la pesadumbre. A su juicio, esta crisis está poniendo de relevancia la necesidad de promover la verdadera igualdad, de corregir el desprecio al devaluado gobierno federal como gran facilitador de la solidaridad entre estados y de poner el

Filósofa estadounidense, experta en filosofía antigua, filosofía política, filosofía del derecho y la ética. profesora de la Universidad de Chicago y premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en 2012 57<https://www.efe.com/efe/espana/destacada/nussbaum-la-pandemia-hareactivado-el-deseo-de-una-democracia-social/10011-4220792>. Por Jairo Mejía. 56

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valor a las pequeñas cosas que no apreciábamos tanto de la vida cotidiana. En su libro Monarchy of Fear usted argumenta que las crisis y momentos de incertidumbre pueden actuar como amplificadores de miedos, odios y envidias y poner en riesgo nuestras democracias ¿Esta pandemia pone en riesgo los sistemas democráticos alrededor del planeta? Esta crisis está provocando un mayor miedo y eso, en retorno, puede provocar un deseo de buscar el confort de un líder poderoso, con lo que las democracias se ponen en riesgo. Pero, en realidad, yo no veo que esté pasando. Lo que veo en mi país es un sano deseo por la coordinación que está corrigiendo exitosamente el mito de que no necesitamos un gobierno federal. La gente ve que es absurdo que los estados compitan entre ellos por material y esto reactiva el deseo de una democracia social, de un nuevo “New Deal”, donde esencialmente las necesidades de las personas son la verdadera misión de un gobierno federal fuerte. No obstante, algunos países están aprovechando para imponer mayores controles sobre la población con la justificación de que ayudan a contener la epidemia, mientras que algunos ponen a autoritarismos como el chino como ejemplo de respuesta eficaz al virus ¿No cree? En otros lugares sí veo la utilización de esta crisis como una excusa para hacer uso de poderes extraordinarios: (Benjamín) Netanyahu en Israel, (Viktor) Orban en Hungría, (Narendra) Modi en la India. Pero todos estos gobernantes sin principios conseguirán todo lo que sus pueblos y sus tribunales les permitan. Está por ver si surge una fuerte resistencia democrática (frente a ellos). Pero no veo una tendencia a resistir las democracias en otras partes de Europa. En cuanto a lo que dice que algunos admiran a

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China, creo que los periódicos están llenos de críticas a como China ha ocultado la verdadera dimensión de la crisis, algo que es posible por la falta de prensa libre. En su libro cita a Adam Smith cuando dice que “es difícil para la gente sostener una preocupación por otros en la distancia” ¿Cree que esta crisis pone en riesgo la empatía? Estamos básicamente en la situación de la que hablaba Smith: en una crisis global tenemos gran simpatía hasta que la crisis alcanza nuestros hogares. Es importante contrarrestar esta tendencia de la mente construyendo hábitos sólidos de lectura sobre los otros y comunicarnos con ellos. Tengo amigos en muchos lugares e intento mantenerme en contacto. ¿Qué opina de aquellos que como Donald Trump llaman al nuevo Coronavirus el “virus chino” o que expanden el rumor de que es un virus creado por EE.UU. como han alentado funcionarios chinos? La gente se cree cualquier basura. La expresión de “virus chino” ha provocado discriminación de asiáticos- americanos en mi país. Hay una larga historia de lo que llamaban el “peligro amarillo”, que clasificaba a los asiáticos como una enfermedad en sí mismos. Por lo que esa expresión reaviva una historia de racismo, pero no creo que la mayoría caiga en eso. La gente intenta culpar de las catástrofes a otros y rechaza ayudarlos. La buena política debe contrarrestar esa tendencia.

¿Cómo podemos convertir esta crisis en una oportunidad? Creo que es una llamada de atención para corregir la desigualdad de nuestro sistema de salud, así como las

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desigualdades en vivienda y nutrición. El 70% de las muertes en Chicago son de afroamericanos o latinos, por lo que la enfermedad recorre las fronteras de cuidado de salud inadecuado, el acceso a alimentación adecuada, etcétera. Ahora tenemos tiempo para pensar y todos deberíamos pensar bien.

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REFLEXIONES PARA UN MUNDO POST-CORONAVIRUS Maristella Svampa58

Publicado por Nueva Sociedad en abril.59

Es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas también en la agenda política. Esto nos ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad, la crisis climática, y a pensar en un gran pacto ecosocial y económico. Pandemias hubo muchas en la historia, comenzando por la peste negra en la Edad Media y pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Se estima que, entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 y 90 millones de personas. Más recientemente, todos evocan la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el

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Socióloga argentina.

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VIH/sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (Coronavirus, 2015) y ahora el Covid-19. Sin embargo, nunca vivimos en estado de cuarentena global, nunca pensamos que sería tan veloz la instalación de un Estado de excepción transitorio, un Leviatán sanitario, por la vía de los Estados nacionales. En la actualidad, casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio. Por un lado, se cierran fronteras externas, se instalan controles internos, se expande el paradigma de la seguridad y el control, se exige el aislamiento y el distanciamiento social. Por otro lado, aquellos que hasta ayer defendían políticas de reducción del Estado hoy rearman su discurso en torno de la necesaria intervención estatal, se maldicen los programas de austeridad que golpearon de lleno la salud pública, incluso en los países del Norte global... Resulta difícil pensar que el mundo anterior a este año de la gran pandemia fuera un mundo «sólido», en términos de sistema económico y social. El Coronavirus nos arroja al gran ruedo en el cual importan sobre todo los grandes debates societales: cómo pensar la sociedad de aquí en más, cómo salir de la crisis, qué Estado necesitamos para ello; en fin, por si fuera poco, se trata de pensar el futuro civilizatorio al borde del colapso sistémico. Quisiera en este artículo contribuir a estos grandes debates, con una reflexión que propone avanzar de modo precario en algunas lecciones que nos ofrece la gran pandemia y bosquejar alguna hipótesis acerca del escenario futuro posible.

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La vuelta del Estado y sus ambivalencias: el Leviatán sanitario y sus dos caras

Reformulando la idea de Leviatán climático de Geoff Mann y Joel Wainwright, podemos decir que estamos hoy ante la emergencia de un Leviatán sanitario transitorio, que tiene dos rostros. Por un lado, parece haber un retorno del Estado social. Así, las medidas que se están aplicando en el mundo implican una intervención decidida del Estado, lo cual incluye desde gobiernos con Estados fuertes –Alemania y Francia– hasta gobiernos con una marcada vocación liberal, como Estados Unidos. Por ejemplo, Angela Merkel anunció un paquete de medidas sanitarias y económicas por 156.000 millones de euros, parte del cual va como fondo de rescate para autónomos sin empleados y empresas de hasta diez trabajadores; en España, las medidas movilizarán hasta 200.000 millones de euros, 20% del PIB; en Francia, Emmanuel Macron anunció ayudas por valor de 45.000 millones de euros y garantías de préstamos por 300.000 millones. La situación es de tal gravedad, ante la pérdida de empleo y los millones de desocupados que esta crisis generará, que incluso los economistas más liberales están pensando en un segundo New Deal en el marco de esta gran crisis sistémica. A mediano y largo plazo, la pregunta siempre es a qué sectores beneficiarán estas políticas. Por ejemplo, Donald Trump ya dio una señal muy clara; la llamada Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica contra el Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés) es un paquete de estímulos de dos billones de dólares para, entre otros objetivos, rescatar sectores sensibles de la economía, entre los cuales está la industria del fracking,

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una de las actividades más contaminantes y más subsidiadas por el Estado. Por otro lado, el Leviatán sanitario viene acompañado del Estado de excepción. Mucho se escribió sobre esto y no abundaremos. Basta decir que los mayores controles sociales se hacen visibles en diferentes países bajo la forma de violación de los derechos, de militarización de territorios, de represión de los sectores más vulnerables. En realidad, en los países del Sur, antes que una sociedad de vigilancia digital al estilo asiático, lo que encontramos es la expansión de un modelo de vigilancia menos sofisticado, llevado a cabo por las diferentes fuerzas de seguridad, que puede golpear aún más a los sectores más vulnerables, en nombre de la guerra contra el Coronavirus. Una pregunta resuena todo el tiempo: ¿hasta dónde los Estados tienen las espaldas anchas para proseguir en clave de recuperación social? Esto es algo que veremos en los próximos tiempos y a este devenir no serán ajenas las luchas sociales, esto es, los movimientos desde abajo, pero también las presiones que ejercerán desde arriba los sectores económicos más concentrados. Por otro lado, es claro que los Estados periféricos tienen muchos menos recursos, ni que hablar Argentina, a raíz de la situación de cuasi default y de desastre social en que la ha dejado el último gobierno de Mauricio Macri. Ningún país se salvará por sí solo, por más medidas de carácter progresista que implemente. Todo parece indicar que la solución es global y requiere de una reformulación radical de las relaciones Norte-Sur, en el marco de un multilateralismo democrático, que apunte a la creación de Estados nacionales en los cuales lo social, lo ambiental y lo

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económico aparezcan interconectados y en el centro de la agenda. Las crisis como aprendizajes para no caer en falsas soluciones La pandemia pone de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la concentración de la riqueza que existe en el planeta. Esto no constituye una novedad, pero sí nos lleva a reflexionar sobre las salidas que han tenido otras crisis globales. En esa línea, la crisis global que aparece como el antecedente más reciente, aun si tuvo características diferentes, es la de 2008. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales. También persiste como el peor recuerdo en cuanto a la resolución de una crisis, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Salvo excepciones, los gobiernos organizaron salvatajes de grandes corporaciones financieras, incluyendo a los ejecutivos de estas, que emergieron al final de la crisis más ricos que nunca. Así, en términos sociales y a escala mundial, la reconfiguración fue regresiva. Suele decirse que la economía volvió a recuperarse, pero el 1% de los más ricos pegó un salto y la brecha de la desigualdad creció. Recordemos el surgimiento del movimiento Occupy Wall Street, en 2011, cuyo lema era «Somos el 99%». Millones de personas perdieron sus casas en el mundo y quedaron sobreendeudados y sin empleo, la desigualdad se profundizó, los planes de ajuste y la desinversión en salud y educación se expandieron por numerosos países, algo que ilustra de manera dramática un país como Grecia, pero que se extiende a países como Italia, España e incluso Francia. En vísperas del Foro de Davos, en enero de 2020, un informe de Oxfam consignaba que de solo “2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (60% de la población mundial)”. En términos políticos globales, produjo enormes movimien-

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tos tectónicos, ilustrados por la emergencia de nuevos partidos y liderazgos autoritarios en todo el mundo: una derecha reaccionaria y autoritaria, que incluye desde el Tea Party hasta Donald Trump, desde Jair Bolsonaro hasta Scott Morrison, desde Matteo Salvini hasta Boris Johnson, entre otros. Por otro lado, si hasta hace pocos años se consideraba que América Latina marchaba a contramano del proceso de radicalización en clave derechista que hoy atraviesan parte de Europa y Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo, hay que decir que, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región, sobre todo luego de la emergencia de Bolsonaro en Brasil y el golpe en Bolivia. A esto hay que añadir que América Latina, si bien sobrevivió en pleno «Consenso de los Commodities» a la crisis económica y financiera de 2008 gracias al alto precio de las materias primas y la exportación a gran escala, poco logró conservar de aquel periodo de neoextractivismo de vacas gordas. En la actualidad, continúa siendo la región más desigual del mundo (20% de la población concentra 83% de la riqueza), es la región donde se registra un mayor proceso de concentración y acaparamiento de tierras (gracias a la expansión de la frontera agropecuaria), además de ser la zona del mundo más peligrosa para activistas ambientales y defensores de derechos humanos (60% de los asesinatos a defensores del ambientes, cometidos en 2016 y 2017, ocurrieron en América Latina) y, por si fuera poco, es la región más insegura para las mujeres víctimas de femicidio y violencia de género. Así, la resolución de la crisis de 2008 y sus efectos negativos se hacen sentir hoy con claridad. Estas salidas, que acentuaron la concentración de la riqueza y el neoliberalismo depredador, deben funcionar hoy como un contraejemplo eficaz y convincente para apelar a propuestas innovadoras y democráticas que apunten a la igualdad y la solidaridad. Al mismo tiempo, deberían hacernos reflexionar acerca de que ni siquiera aquellos países del Sur que durante el «Consenso de los Commodities» sortearon la crisis y aprovecharon la

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rentabilidad extraordinaria a través de la exportación de las materias primas, utilizando las recetas del neoextractivismo, funcionaron ni pueden presentarse como la encarnación de un modelo positivo. Ocultamiento de las causas ambientales e hiperpresencia del discurso bélico. Anteriormente afirmé que la reconfiguración social, económica y política después de la crisis de 2008 fue muy negativa. Quisiera ahora detenerme un poco en las causas ambientales de la pandemia. Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos. Todo eso es muy preocupante. ¿Acaso alguien escuchó en el discurso de Merkel o Macron alguna alusión a la problemática ambiental que está detrás de esto? ¿Escucharon que Alberto Fernández, quien ha ganado legitimidad en las últimas semanas gracias a la férrea política preventiva y a su permanente contacto y toma de decisiones con un comité de expertos, haya hablado alguna vez de las causas socioambientales de la pandemia? Las causas socioambientales de la pandemia muestran que el enemigo no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado. Si hay un enemigo, es este tipo de globalización depredadora y la relación instaurada entre capitalismo y naturaleza. Aunque el tópico circula por las redes sociales y los medios de comunicación, no entra en la agenda política. Esta “ceguera epistémica” –siguiendo el término de Horacio Machado Aráoz– tiene como contracara la instalación de un discurso bélico sin precedentes.

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La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial atraviesan los discursos, desde Macron y Merkel hasta Trump y Xi Jinping. Algo que se repite en Alberto Fernández, quien habla constantemente del «enemigo invisible». En realidad, esta figura puede fomentar la cohesión de una sociedad frente al miedo del contagio y de la muerte, «cerrando filas ante el enemigo común», pero no contribuye a entender la raíz del problema, sino más bien a ocultarlo, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen al control). El discurso bélico confunde y oculta las raíces del problema, atacando el síntoma, pero no las causas profundas, que tienen que ver con el modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a través de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, por la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados. Por último, la fórmula bélica se asocia más al miedo que a la solidaridad y ha conllevado incluso una multiplicación de la vigilancia ante el incumplimiento de las medidas dictadas por los gobiernos para evitar los contagios. No son pocos los relatos, en Argentina, así como en otros países, que dan cuenta de la asociación entre el discurso bélico y la figura del «ciudadano policía», erigido en atento vigía, dispuesto a denunciar a su vecino al menor desliz en la cuarentena. En suma, es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas en la agenda pública, lo cual ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad: la crisis climática.

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Horizontes posibles. Desde el paradigma del cuidado hasta el gran pacto ecosocial y económico El año de la gran pandemia nos instala en una encrucijada civilizatoria. Frente a nuevos dilemas políticos y éticos, nos permite repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/ nacional/local) como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera. O bien vamos hacia una globalización neoliberal más autoritaria, un paso más hacia el triunfo del paradigma de la seguridad y la vigilancia digital instalado por el modelo asiático, tan bien descrito por el filósofo Byung-Chul Han, aunque menos sofisticado en el caso de nuestras sociedades periféricas del Sur global, en el marco de un «capitalismo del caos», como sostiene el analista boliviano Pablo Solón. O bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede abrir paso a la posibilidad en la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales; de políticas públicas orientadas a un «nuevo pacto ecosocial y económico», que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental. Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan procesos de «liberación cognitiva», como dice la literatura sobre acción colectiva y Doug McAdam en particular, lo cual hace posible la transformación de la conciencia de los potenciales afectados; esto es, hace posible superar el fatalismo o la inacción y torna viable y posible aquello que hasta hace poco era inimaginable. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre. Lo peor que podría ocurrir es que nos quedemos en casa convencidos de que

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las cartas están marcadas y que ello nos lleve a la inacción o a la parálisis, pensando que de nada sirve tratar de influir en los procesos sociales y políticos que se abren, así como en las agendas públicas que se están instalando. Lo peor que podría suceder es que, como salida a la crisis sistémica producida por la emergencia sanitaria, se profundice «el desastre dentro del desastre», como afirma la feminista afroaestadounidense Keeanga-Yamahtta Taylor, recuperando el concepto de Naomi Klein de «capitalismo del desastre». Hay que partir de la idea de que estamos en una situación extraordinaria, de crisis sistémica, y que el horizonte civilizatorio no está cerrado y todavía está en disputa. En esa línea, ciertas puertas deben cerrarse (por ejemplo, no podemos aceptar una solución como la de 2008, que beneficie a los sectores más concentrados y contaminantes, ni tampoco más neoextractivismo), y otras que deben abrirse más y potenciarse (un Estado que valorice el paradigma del cuidado y la vida), tanto para pensar la salida de la crisis como para imaginar otros mundos posibles. Se trata de proponer salidas a la actual globalización, que cuestionen la actual destrucción de la naturaleza y los ecosistemas, que cuestionen una idea de sociedad y vínculos sociales marcados por el interés individual, que cuestionen la mercantilización y la falsa idea de «autonomía». En mi opinión, las bases de ese nuevo lenguaje deben ser tanto la instalación del paradigma del cuidado como marco sociocognitivo como la implementación de un gran pacto ecosocial y económico, a escala nacional y global. En primer lugar, más que nunca, se trata de valorizar el paradigma del cuidado, como venimos insistiendo desde el ecofeminismo y los feminismos populares en América Latina, así como desde la economía feminista; un paradigma relacional que implica el reconocimiento y el respeto del

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otro, la conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe como humanidad y nos involucra como seres sociales. Sus aportes pueden ayudarnos a repensar los vínculos entre lo humano y lo no humano, a cuestionar la noción de «autonomía» que ha generado nuestra concepción moderna del mundo y de la ciencia; a colocar en el centro nociones como la de interdependencia, reciprocidad y complementariedad. Esto significa reivindicar que aquellas tareas cotidianas ligadas al sostenimiento de la vida y su reproducción, que han sido históricamente despreciadas en el marco del capitalismo patriarcal, son tareas centrales y, más aún, configuran la cuestión ecológica por excelencia. Lejos de la idea de falsa autonomía a la que conduce el individualismo liberal, hay que entender que somos seres interdependientes y abandonar las visiones antropocéntricas e instrumentales para retomar la idea de que formamos parte de un todo, con los otros, con la naturaleza. En clave de crisis civilizatoria, la interdependencia es hoy cada vez más leída en términos de ecodependencia, pues extiende la idea de cuidado y de reciprocidad hacia otros seres vivos, hacia la naturaleza. En este contexto de tragedia humanitaria a escala global, el cuidado no solo doméstico sino también sanitario como base de la sostenibilidad de la vida cobra una significación mayor. Por un lado, esto conlleva una revalorización del trabajo del personal sanitario, mujeres y hombres, médicos, infectólogos, epidemiólogos, intensivistas y generalistas, enfermeros y camilleros, en fin, el conjunto de los trabajadores de la salud, que afrontan el día a día de la pandemia, con las restricciones y déficits de cada país, al tiempo que exige un abandono de la lógica mercantilista y un redireccionamiento de las inversiones del Estado en las tareas de cuidado y asistencia. Por otro lado, las voces y la experiencia del personal de la salud serán cada vez más necesarias para colocar en la agenda pública la inextricable relación que

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existe entre salud y ambiente, de cara al colapso climático. Nos aguardan no solo otras pandemias, sino la multiplicación de enfermedades ligadas a la contaminación y al agravamiento de la crisis climática. Hay que pensar que la medicina, pese a la profunda mercantilización de la salud a la que hemos asistido en las últimas décadas, no ha perdido su dimensión social y sanitarista, tal como podemos ver en la actualidad, y que de aquí en más se verá involucrada directamente en los grandes debates societales y, por ende, en los grandes cambios que nos aguardan y en las acciones para controlar el cambio climático, junto con sectores ecologistas, feministas, jóvenes y pueblos originarios. En Argentina, el gobierno de Alberto Fernández dio numerosas señales en relación con la importancia que otorga al cuidado como tarea y valor distintivo del nuevo gobierno. Una de ellas fue la creación del Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, así como la inclusión en el gobierno de destacadas profesionales, cuyo aporte en clave feminista atraviesa de manera transversal distintas áreas del Estado. Este gesto hacia la incorporación del feminismo como política de Estado debe traducirse también en una ampliación de la agenda pública en torno del cuidado. Es de esperar que las mujeres hoy funcionarias asuman la tarea de conectar aquello que hoy aparece obturado y ausente en el discurso público, esto es, la estrecha relación entre cuidado, salud y ambiente. En segundo lugar, esta crisis bien podría ser la oportunidad para discutir soluciones más globales, en términos de políticas públicas. Hace unos días la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), propuso un nuevo Plan Marshall que libere 2,5 billones de dólares de ayuda a los países

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emergentes, que implique el perdón de las deudas y un plan de emergencia en servicios de salud, así como programas sociales. La necesidad de rehacer el orden económico mundial, que impulse un jubileo de la deuda, aparece hoy como posible. Aparece también posible impulsar un ingreso ciudadano, debate que se ha reactivado al calor de una pandemia que destruye millones de puestos de trabajo, además de profundizar la precarización laboral, mediante esquemas de teletrabajo que extienden la jornada laboral. Sin embargo, es necesario pensar este New Deal no solo desde el punto de vista económico y social, sino también ecológico. Lo peor sería legislar contra el ambiente para reactivar la economía, acentuando la crisis ambiental y climática y las desigualdades Norte-Sur. Son varias las voces que ponen de manifiesto la necesidad de un Green New Deal como el lanzado por la diputada demócrata Alexandria Ocasio-Cortez en 2019. Desde Naomi Klein hasta Jeremy Rifkin, varios han retomado el tema en clave de articulación entre justicia social, justicia ambiental y justicia racial. En el contexto de esta pandemia, ha habido algunas señales. Por ejemplo, Chris Stark, jefe ejecutivo del Comité sobre Cambio Climático del Reino Unido (CCC), sostuvo que la inyección de recursos que los gobiernos deben insuflar en la economía para superar la crisis del Covid-19 debe tener en cuenta los compromisos sobre el cambio climático, esto es, el diseño de políticas y estrategias que no sean solo económicas sino también un «estímulo verde». En Estados Unidos un grupo de economistas, académicos y financistas agrupados bajo la consigna del estímulo verde (green stimulus) enviaron una carta en la que instaron al Congreso a que presione aún más para garantizar que los trabajadores estén protegidos y que las empresas puedan operar de manera sostenible para evitar las catástrofes del

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cambio climático, especialmente en una economía marcada por el Coronavirus. Con Enrique Viale, en nuestro último libro Una brújula en tiempos de crisis climática (de próxima publicación por la editorial Siglo Veintiuno), apuntamos en esta dirección y por ello proponemos pensar en términos de un gran pacto ecosocial y económico. Sabemos que, en nuestras latitudes, el debate sobre el Green New Deal es poco conocido, por varias razones que incluyen desde las urgencias económicas hasta la falta de una relación histórica con el concepto, ya que en América Latina nunca hemos tenido un New Deal, ni tampoco un Plan Marshall. En Argentina, lo más parecido a esto fue el Plan Quinquenal bajo el primer gobierno peronista, que tuvo un objetivo nacionalista y redistributivo. Sin embargo, Argentina no venía en ese entonces del desastre, tenía superávit fiscal y los precios de las exportaciones de cereales eran altos. Era un país beneficiado económicamente por la guerra europea y eso le dio al gobierno peronista una oportunidad para generar condiciones de cierta autonomía relativa, orientando su política de redistribución hacia los sectores del asalariado urbano. Así, no hay aquí un imaginario de la reconstrucción ligado al recuerdo del Plan Marshall (Europa) o el New Deal (Estados Unidos). Lo que existe es un imaginario de la concertación social, ligado al peronismo, en el cual la demanda de reparación (justicia social) continúa asociada a una idea hegemónica del crecimiento económico, que hoy puede apelar a un ideal industrializador, pero siempre de la mano del modelo extractivo exportador, por la vía eldoradista (Vaca Muerta), el agronegocio y, en menor medida, la minería a cielo abierto. La presencia de este imaginario extractivista/desarrollista poco contribuye a pensar las vías de una «transición justa» o a emprender un debate nacional en clave global del gran pacto ecosocial y económico. Antes

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bien, lo distorsiona y lo vuelve decididamente peligroso, en el contexto de crisis climática. Esto no significa que no haya narrativas emancipatorias disponibles ni utopías concretas en América Latina. No hay que olvidar que en ka región existen nuevas gramáticas políticas, surgidas al calor de las resistencias locales y de los movimientos ecoterritoriales (rurales y urbanos, indígenas, campesinos y multiculturales, las recientes movilizaciones de los más jóvenes por la justicia climática), que plantean una nueva relación entre humanos, así como entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano. En el nivel local se multiplican las experiencias de carácter prefigurativo y antisistémico, como la agroecología, que ha tenido una gran expansión, por ejemplo, incluso en un país tan transgenizado como Argentina. Estos procesos de reterritorialización van acompañados de una narrativa político-ambiental, asociada al «buen vivir», el posdesarrollo, el posextractivismo, los derechos de la naturaleza, los bienes comunes, la ética del cuidado y la transición socioecológica justa, cuyas claves son tanto la defensa de lo común y la recreación de otro vínculo con la naturaleza como la transformación de las relaciones sociales, en clave de justicia social y ambiental. De lo que se trata es de construir una verdadera agenda nacional y global, con una batería de políticas públicas, orientadas hacia la transición justa. Esto exige sin duda no solo una profundización y debate sobre estos temas, sino también la construcción de un diálogo Norte- Sur, con quienes están pensando en un Green New Deal, a partir de una nueva redefinición del multilateralismo en clave de solidaridad e igualdad. Nadie dice que será fácil, pero tampoco es imposible. Necesitamos reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos un vínculo de vida y no de destrucción. El debate y la instalación de una agenda de transición justa pueden convertirse en una bandera para

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combatir no solo el pensamiento liberal dominante, sino también la narrativa colapsista y distópica que prevalece en ciertas izquierdas y la persistente ceguera epistémica de tantos progresismos desarrollistas. La pandemia del Coronavirus y la inminencia del colapso abren a un proceso de liberación cognitiva, a través del cual puede activarse no solo la imaginación política tras la necesidad de la supervivencia y el cuidado de la vida, sino también la interseccionalidad entre nuevas y viejas luchas (sociales, étnicas, feministas y ecologistas), todo lo cual puede conducirnos a las puertas de un pensamiento holístico, integral, transformador, hasta hoy negado.

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