Elagora n16

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nยบ 16 Septiembre 2014

EDICIร N ESPECIAL

FIESTAS PATRIAS La SeLecciรณn ideaL de todoS LoS tiempoS

La verdadera hiStoria deL SUpercLรกSico LoS deporteS mรกS popULareS en chiLe apertUra: La U y coLo coLo Sacan ventajaS


DIRECTOR Marco Sotomayor Periodista de la Universidad de Chile, con maestría en Comunicaciones Audiovisuales en el Instituto de Radio y Televisión Española. Trabaja en radio, televisión y prensa escrita EDITOR GENERAL Luis Urrutia O´Nell (Chomsky) Periodista, académico y escritor de nueve libros sobre el fútbol chileno DIRECTOR GRÁFICO Jorge Flores Diseñador gráfico, socio fundador VeoMarket EDITOR FOTOGRAFÍA Y WEB Claudio Quijada Diseñador gráfico y fotógrafo, colabora en distintos medios digitales REDACTORES Francisco Coloane Sociólogo y comentarista internacional Julio Salviat Periodista, escritor y académico de la UNAB Matías Alcántara Periodista, de deportes y comunicaciones corporativas Daniel Pérez Pavez Periodista Carlos Pérez Historiador TAMBIÉN ESCRIBEN Rodrigo Ried Editor deportes radio Bío Bío Scarleth Cárdenas Periodista de TVN y radio Bío Bío Eduardo Bruna Premio Nacional de Periodismo Deportivo 2000 René Naranjo Periodista y editor de contenidos Diego José Osorio Periodista y relator argentino, de Radio Bío Bío Jorge Castillo Periodista e investigador musical Ramón Reyes Periodista de La Tercera, director sindical y vicepresidente Fetracose Andrés Alburquerque Fuschini Periodista REDES SOCIALES Paula Salas Periodista de la Universidad de Santiago de Chile. Experta en redes sociales SOPORTE Álvaro Sotomayor Licenciado en Ciencia de la Computación, Universidad de Santiago de Chile


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elebramos nuestro primer 18 junto a ustedes, y quisimos hacerlo de la forma que más nos gusta: entregando buenos contenidos. Textos que generen más de alguna reflexión y sí mucho debate. Es el sentido último de El Ágora: cambiar el rol del lector, y de pasivo protagonista hacerlo un activo agente de discusiones e intercambios de opinión. Construir una comunidad informada y crítica. El deporte en Chile –lo hemos dicho- no es precisamente una prioridad y así da cuenta la historia, en sus más de dos siglos de vida independiente. El hecho de que recién hace un par de años se creara un ministerio del ramo da cuenta de esa realidad, en oposición a lo que ocurre con otros países sudamericanos, donde esa cartera es ya de larga data. Pero la idea, por ahora, no es ahondar sobre nuestras debilidades estructurales, sino llevarlos a recorrer parte de la historia deportiva de este país, a través de visiones muy particulares de los periodistas y columnistas del equipo El Ágora. Por ejemplo, Luis Urrutia O’Nell (Chomsky) dará a conocer su once ideal de la Selección Chilena de fútbol: ¿Sergio Livingstone o el Cóndor Rojas? ¿Iván Zamorano o Marcelo Salas? ¿Elías Figueroa o Raúl Sánchez? ¿Ambos? La polémica se instalará rápidamente, pues estos registros siempre vienen acompañados de voces disidentes. Eduardo Bruna se metió en los orígenes del Superclásico de nuestro fútbol: ¿por qué el Colo Colo-Universidad de Chile se convirtió en el partido más importante de la competencia local? Un fenómeno cuya fase embrionaria hay que buscarla más allá del deporte, debajo de la manipulación masiva que vivió nuestra sociedad entre 1973 y 1990. Y a propósito de grandes convocatorias, Matías Alcántara escribe sobre las otras actividades de amplia masividad: el tenis y el rodeo, entendiendo esta última como una actividad más folclórica que deportiva. También encontrarán columnas vivenciales (septiembre es un mes que da para mucho), un recuento de los grandes hitos dieciocheros en el fútbol y en el tenis, y un ranking imperdible sobre los jugadores que más disfrutan esta y otras fechas… Ah, también música. Y no olvidamos, por supuesto, la contingencia: el saldo que arrojó la octava fecha del Apertura, un torneo que muestra una lucha cerrada entre albos y azules por quedarse con la hegemonía y con título. ¡Felicidades y gocen!


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CON VIENTO DE COLA… Universidad de Chile y Colo Colo despliegan e imponen sus colores en el cielo futbolístico de septiembre, mientras Cobreloa sufre su peor padecimiento Por Camilo Rey

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a lluvia temperó el ambiente predieciochero que contagia al país, pero no alcanzó a apagar el “fuego” de Universidad de Chile y Colo Colo, en su pugna futbolística particular por mantener la hegemonía del torneo de Apertura. En una jornada exenta de sorpresas significativas, los azules se esmeraron para superar a la “U” de Concepción y, así, mantener el liderazgo en exclusiva, luego que previamente Colo Colo diera cuenta de Palestino sin urgencias, dejándole su tarea a los universitarios. Nada nuevo bajo el sol (del campeonato), en rigor, ya que la punta de la tabla no ha variado en la primera mitad del recorrido -van 8 de 17 fechas-, y los cambios relativos apenas se perciben entre los escoltas inme-


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diatos, donde Wanderers y Huachipato conservan un alto rendimiento para no despegarse de la zona de vanguardia. A los triunfos de la “U”, Colo Colo y Universidad Católica se agregó, en tanto, una victoria trascendente de Unión Española en Rancagua, frente a un O’Higgins cambiante e irregular, que sucumbió ante el despliegue de los hispanos y el reencuentro con el gol que gozó el Turco Salom, quien selló el 3-1 sobre los celestes. En los padecimientos propios del fondo, Barnechea se dio un respiro de Fiestas Patrias logrando una “hazaña” de tres puntos en Chillán sobre Ñublense, que le permite despegarse del calvario de los colistas. Mientras tanto, Cobreloa debutó con técnico nuevo, Fernando Vergara, pero ante Audax Italiano (0-1) ni eso le bastó para repontenciarse, y ahora sufre lo impensado con apenas 4 puntos y su peor campaña en décadas. Desde luego, el caso de Santiago Wanderers amerita un relieve especial. El equipo dirigido por el técnico nacional Emiliano Astorga –catalogado siempre como defensivo- volvió a encajar un espectacular 4 a 1, esta vez frente a Cobresal, y ahora se ubica a 6 puntos del líder azul en una campaña verdaderamente notable. VERSO A VERSO El morbo de la octava fecha se focalizaba especialmente en Universidad Católica, luego de días convulsionados en que el directorio ratificó al técnico Julio César Falcioni –un emperador que aún no justifica su corona- y dos jugadores emblemáticos se trenzaron a golpes en una práctica previa al partido con San Marcos. A pesar de los presagios, la UC impuso su mayor jerarquía individual frente a Arica, en una lucha que se desequilibró recién en la parte final, cuando apareció en San Carlos de Apoquindo el show del delantero Ribery Muñoz: anotó dos veces para el 2-0 definitivo y luego se hizo expulsar torpemente… Para el domingo quedó despejado el camino de los líderes, que se adueñaron del escenario en Valparaíso y Santa Laura. De manera insólita, pero no inédita, Colo Colo visitó a Palestino en el estadio Elías Figueroa del puerto y, ante casi 10 mil personas, hizo prevalecer su solidez colectiva para establecer un 3-1 indiscutible, donde Jean Beasejour se sumó al club de Ribery, porque anotó un gol y después propinó un codazo que

le significó la tarjeta roja automática. Más tarde, en el cierre y ante 15 mil personas, la “U” sufrió con el orden y disciplina táctica de la Universidad de Concepción, un equipo serio y siempre aplicado que descompone a los favoritos. A pesar de los méritos y virtudes de los amarillos del Campanil, los azules mantuvieron su racha –con viento de cola, se diría en jerga volantinera criolla- para ganar con un gol en sociedad: remate del infalible Gustavo Canales y desvío en el zaguero Andrés Imperiale. Golpe a golpe, verso a verso, cantaba el gran Joan Manuel Serrat y muchos hinchas azules ya aseguran que estaba dedicado al avance de la “U” de Martín Lasarte. En ocho jornadas ha sido un cuadro imbatible y todos apuestan que su verdadera fuerza se pondrá a prueba en el Superclásico que ya se avizora. Mientras tanto, el técnico uruguayo mantiene inalterable aquella prédica que cautiva al periodismo –especialmente radial- con mucha locuacidad y profusión de sinónimos para adornar y estirar el discurso frente a los micrófonos. Verso a verso, escribiría Machado para la voz de Serrat… Y ahora, otra pausa del torneo, con tiempo para analizar los incidentes en los estadios y los problemas crónicos de seguridad. La “U” y Colo Colo descansan con sus banderas desplegadas en la cima, mientras los Zorros de Calama tendrán quince días para penar y angustiarse por un presente que ofende su gloria pasada.

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La estampa de Elías Figueroa ante República Democrática Alemana, previo a la Copa del Mundo Inglaterra 1966.

El fútbol que c Mi equipo ideal: Roberto Rojas; Luis Eyzaguirre, Elías Figueroa y Raúl Sánchez; Guillermo Páez y Eladio Rojas; Enrique Hormazábal y Leonel Sánchez; Carlos Caszely, Iván Zamorano y Marcelo Salas Por Luis Urrutia O’Nell

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conocí

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e observado fútbol chileno por más de medio siglo. No alcancé a ver jugar a astros del pasado como Raúl Toro, Ascanio Cortés, Sergio Livingstone, Fernando Riera, Francisco Hormazábal (no confundir con Enrique Hormazábal) ni Andrés Prieto. A otros como Atilio Cremaschi, Jorge Robledo, René Meléndez, Francisco Molina, Manuel Muñoz, Ramiro Cortés y Carlos Cubillos los vi en el ocaso de sus carreras. La señera revista Estadio publicó después del Sudamericano de 1945 que el fútbol había cambiado de velocidad, que todo lo visto anteriormente resultaba lento, cadencioso. Por eso les bajaba el telón a los cracks de antaño como Ulises Poirier, Guillermo Saavedra, Guillermo Subiabre, Guillermo Riveros y Carlos Giudice, entre otros. Elegir los más grandes futbolistas es subjetivo, debatible, opinable. Y también un asunto de gusto. Eso sin contar los que se quedan olvidados en el tintero o los que fueron mejores en sus clubes que en la selección. Tampoco se trata de confeccionar una nómina de 200 jugadores. De los arqueros que vi, encabeza el Cóndor Roberto Rojas. En segundo lugar, el Gato Mario Osbén. Tercero Misael Escuti. Mención especial para Constantino Zazalli, uno de los ídolos de ni niñez, quien se perdió de llegar a los Mundiales de 1962 y 1966 debido a lesiones. También destaco a Juan Olivares por su sentido del fútbol pese a su estatura (1,72 metro) y por sus logros: jugó la Copa del Mundo Inglaterra 1966, Sudamericano de Montevideo 1967, campeón con Santiago Wanderers 1968, titular en la definición con Perú en 1973, titular en el encuentro con Unión Soviética en 1973, campeón con Unión Española 1973. Y si de plasticidad y coordinación se habla, Manuel Astorga, el portero del Ballet Azul. En el lateral derecho, el primer puesto lo discuten Luis Eyzaguirre y Mario Galindo. Después, Rolando García, Luis Rojas, Hugo Tabilo, Lizardo Garrido, Patricio Reyes, Gabriel Mendoza. En el lateral izquierdo, la elección de Antonio Arias resulta lógica. Tal como el Sapo Livingstone eclipsó a grandes arqueros como Hernán Fernández y Daniel Chirinos, el Chino Arias dejó en segundo plano a Isaac Carrasco, Sergio Navarro, Hugo Villanueva, Daniel Díaz, Eduardo Herrera, Francisco Pinochet, Enzo Escobar. Aunque nunca vi un lateral que se echara al bolsillo al puntero derecho con tanta facilidad como el diestro Gabriel Rodríguez en la izquierda durante 1977. En el centro de la defensa resaltan nítidamente Elías Figueroa y Raúl Sánchez. Después, Juan Rodríguez, AlSigue

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Reunión de astros. De izquierda a derecha: Leonel Sánchez, Carlos Caszely, Enrique Hormazábal, Elías Figueroa y Sergio Livingstone. berto Quintano, Carlos Contreras, Humberto Cruz, Leonel Herrera, Rafael González, René Valenzuela, Mario Soto, Eduardo Gómez y Edgardo Fuentes, este último tanto de stopper como de líbero; Fernando Astengo, Miguel Ramírez. En la contención, Guillermo Páez y Eladio Rojas. Luego, Alfonso Sepúlveda, Roberto Hodge, Eduardo Peralta, Eddio Inostroza, Alejandro Hisis, Raúl Ormeño, Armando Alarcón, Jaime Pizarro. En la conducción, Cua-Cuá Enrique Hormazábal, Chamaco Francisco Valdés y Jorge Toro. Los tres de la misma escuela: técnica privilegiada para jugar con ambos perfiles, ir adelantados a sus compañeros, meter pelotazos en profundidad que otorgaban ventaja a los delanteros, especialistas en cambios de frente, tiros libres y penales. Hormazábal empezó como puntero

Iván Zamorano recibe de Chomsky el primer reconocimiento de su carrera. Fue en 1987, nótese los brazos de Bam Bam que solo pesaba 62,5 kilos. En Europa llegaría a 78.

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derecho en Santiago Morning y en ese puesto llegó a la Selección Nacional. Toro y Valdés debutaron con el 11 en la espalda, después fueron 10 y más tarde se consolidaron como 8, que en esos años se llamó nexo. Otro conductor, Carlos Reinoso. Su carácter lo hacía pelearse hasta para servir un saque lateral… Y por su ida y vuelta, Ignacio Prieto. Antes, el 10, interior izquierdo, actuaba en el área, en tándem con el centrodelantero. Con los años fue retrocediendo. Por eso en esa posición existen jugadores de características tan distintas como Leonel Sánchez (nunca fue un puntero clásico), el Chocolito Orlando Ramírez; Sergio Messen, Rubén Marcos, Guillermo Yávar, Manuel Rojas, Miguel Ángel Neira, Arturo Jáuregui, Luis Pérez y Jorge Contreras. Punteros derechos: Jaime Ramírez, Mario Moreno, Pedro Araya, Carlos Caszely, Patricio Yáñez, Hugo Rubio. Punteros izquierdos: Alberto Fouillioux, Leonardo Véliz, Pedro Pinto, Miguel Ángel Gamboa, Gustavo Moscoso, Héctor Puebla, Ivo Basay, Marcelo Salas, Sebastián Rozental, Pedro González. En el medio del área, Carlos Campos, Honorino Landa, Luis Hernán Álvarez, Julio Gallardo, Sergio Ahumada, Juan Carlos Letelier, Aníbal González, Osvaldo Hurtado, Iván Zamorano, Marco Antonio Figueroa. Es difícil hallar en el fútbol chileno jugadores con tantas condiciones naturales y que no materializaron lo que se aguardaba de ellos como el Nino Landa, Chocolito Ramírez o el Coto José Acevedo. Landa mostró su categoría solo a nivel local: fracasó en dos


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Copas del Mundo y en los torneos de verano donde reforzó a las universidades y a Colo Colo. ¿En qué puesto incluir a Braulio Musso? Empezó como centrodelantero, fue puntero derecho, mediocampista (suplente de Jorge Toro en el Mundial 1962) y finalizó como cuarto zaguero (defensa central derecho). Y cuando el arquero se lesionó o fue expulsado, se paró entre los tres palos. Musso fue un jugador táctico por excelencia, un entrenador dentro de la cancha. ¿Y Eduardo Jiménez, el Hippie del Cobreloa dos veces vicecampeón de la Copa Libertadores? Si hablamos de pegada al balón, no pueden faltar Moisés Silva ni Francisco Cuevas. Mi equipo ideal lo formo en un 3-2-2-3 (que no es otro esquema que la antigua WM): Roberto Rojas; Luis Eyzaguirre, Elías Figueroa y Raúl Sánchez; Guillermo Páez y Eladio Rojas; Enrique Hormazábal y Leonel Sánchez; Carlos Caszely, Iván Zamorano y Marcelo Salas. Me cuesta dejar afuera a Jaime Ramírez. Pienso que Caszely fue mejor que Zamorano, pero Bam Bam llegó más lejos. Y si pongo a Caszely en la derecha, con Zamorano ganó estatura y juego aéreo. Alguien preguntará ¿y si a Raúl Sánchez le toca un puntero abierto que le busque la zurda? La respuesta: no le fue mal cuando salía sobre Garrincha. Prescindo de la supuesta mejor generación de la historia, que incluye a Claudio Bravo, Gary Medel, Charles Aránguiz, Arturo Vidal, Alexis Sánchez, Humberto Suazo, Jorge Valdivia y Eduardo Vargas. ¿Por qué? Por un asunto de perspectiva. El exceso de transmisiones de televisión y de portales de noticias sobredimensiona el menor detalle que rodea a estos jugadores, del mismo modo las exóticas estadísticas que se hacen de ellos. Frente al argumento de que el fútbol es más rápido en el presente, creo que Alexis Sánchez no le ganaría en velocidad a Luis Eyzaguirre, por ejemplo. Sí existen menos espacios, porque aumentó la marcación: antes solamente se marcaba a los buenos; ahora a todos. También hay mayor urgencia por retroceder a posiciones defensivas. A cambio, los futbolistas del pasado utilizaban botines que eran bototos con puente, las medias eran de lana, las camisetas eran verdaderas lonas y las pelotas eran de cuero, con cascos, más grandes y pesadas. Ni hablar de cuando caía lluvia y había barro. Los zapatos de ahora son guantes de piel de canguro y pesan 500 gramos, las camisetas permiten el paso de la transpiración, los balones son totalmente

esféricos, más livianos y oponen menos resistencia al aire, por eso es que se producen tantos goles desde afuera del área, pese a que no se dan los cañoneros de antes como los zurdos Pata Bendita Osvaldo Castro, Juan Carlos Orellana y el Mortero Jorge Aravena o el diestro Nelson Vásquez. ¿Quién es el mejor jugador chileno de todos las épocas? Muy fácil: Elías Figueroa. Fue adquirido por el club campeón del mundo (Peñarol). Campeón el primer y segundo año en Uruguay; en el tercero ganó la Supercopa (al Santos de Pelé). Campeón en su primer año en Brasil, le dio el primer título de su historia (con gol suyo) y el primer bicampeonato a Internacional de Porto Alegre. Campeón con Palestino en la Copa Chile 1977, campeón en 1978, decisivo en el invicto de 44 partidos. Baluarte en las clasificaciones al Mundial Alemania Federal 1974 y España 1982. En Brasil enfrentó a Garrincha, Pelé, Tostao, Gerson, Rivelino, Jairzinho, Clodoaldo, Carlos Alberto… Figueroa es el único futbolista chileno que compite de igual a igual con los mejores de la historia en su puesto; hay alguno con más señorío (Franz Beckenbauer), alguno más veloz (Roberto Perfumo joven), otro con más sentido del tiempo y la distancia (Franco Baresi), pero Elías los supera en faenas defensivas, en el juego aéreo en las dos áreas, en los mano a mano y en la ida al piso. Si todavía alguien tiene dudas, que busque en YouTube los cortos de sus actuaciones frente a Alemania Federal y República Democrática Alemania. No olvidar que se trata de una Copa del Mundo, no de partidos frente a equipos chicos.

Cuando Roberto Rojas le dio el título 1986 a Colo Colo: desde el piso evitó el tanto de Leonardo Montenegro, de Palestino. También hizo lo mismo ante Ricardo Toro (83’).

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Supercl C

omenzó como rivalidad tibia, pero ha llegado a transformarse en un choque con características casi bélicas. El Clásico mayor de nuestro fútbol, para muchos el Superclásico, fue expresión masiva y enfervorizada a partir de la década de los años 60, cuando el club popular por excelencia, el más ganador, vio amenazada su hegemonía y su dominio por la aparición de un extraordinario equipo a nivel casero: el denominado “Ballet Azul” por la prensa de la época. Para que ello ocurriera, la “U” tuvo que imponerse al equipo albo en la definición por el título de 1959, definir con Universidad Católica los títulos de 1961 (perdido) y 1962 (ganado) y transformarse en la base de la Selección Chilena que afrontó la sexta Copa del Mundo, disputada en nuestro territorio. La década más ganadora de Universidad de Chile se refleja en los títulos de 1962, 1964, 1965, 1967 y 1969, prácticamente un tercio de los 16 que suma en sus 76 años de competición en el profesionalismo. Y si aquella noche de la segunda corona, ganada frente al Cacique, sólo el codo suroeste del Estadio Nacional se llenó de antorchas festejando el logro, la triunfal racha de los años venideros multiplicó la hinchada azul de manera exponencial. Ni siquiera la época triste que le sucedería después, con veinticinco años sin saber de vueltas olímpicas y hasta una caída a Segunda División, en 1988, aminoró el crecimiento de una fanaticada que, con escasas excepciones, es sin duda la más fiel de cuantas existen, al punto que sicólogos y sociólogos se verían en menudos problemas para llegar a un diagnóstico que defina el o los porqué de tan particular fenómeno. Porque el hincha, que no suele ser muy amigo de la racionalidad, lo es casi por completo

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todo tiempo pasado fue mejor cuando adhiere siempre –o casi siempre- al club que se muestra ganador y hace del triunfo una costumbre y no una excepción. Cobreloa, por ejemplo, desbordó en adherentes las limitadas fronteras de Calama luego que, a principios de la década de los 80, llegara a disputar dos veces la final de la Copa Libertadores. De ahí a una filial capitalina, y al surgimiento de hinchas “naranjas” en los lugares más impensados del país, sólo había un paso. Tal vez la explicación de ese fenómeno de crecimiento azul en lo que respecta a número de hinchas hay que buscarlo en nuestra propia historia como país. Y es que, como siempre ocurre con las dictaduras y los dictadores, estos siempre intentan fortalecer su nula legitimidad y su precario apoyo ciudadano, apelando tanto al terror, como a medidas groseramente populistas. Apenas a tres años de detentar un poder adquirido a sangre y fuego, a los asesores de nuestro tirano se les ocurrió una idea que la estrechez de su mente obtusa y zafia debe haber considerado genial: apoderarse de Colo Colo y volver a hacer de él un club exi-


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clásico La rivalidad, que nace en la década de los '60, se transformó con los años en rabiosa odiosidad, al punto que prácticamente no hay choque entre Colo Colo y Universidad de Chile que concluya sin incidentes, con cientos de heridos y detenidos. Tampoco faltan los muertos. Al factor deportivo se sumó un componente político: la dictadura y su utilización del Cacique para el “pan y circo” que la perpetuara en el poder. Por Eduardo Bruna

toso y ganador. Aquello del pan y circo para tener tranquila a la plebe venía de los tiempos del Imperio Romano, y no era cuestión de desdeñar lo que sus orejeros le proponían, menos aún considerando el desprestigio creciente del régimen a nivel planetario. La popularidad de Colo Colo ya había sabido de otras intervenciones, pero nunca una tan abusiva, abierta y desembozada como esta. De partida, era la primera vez que un gobierno “desterraba” a su legítimo presidente (Héctor Gálvez) y entregaba a un banco privado –el BHC, existente en aquella época- el manejo discrecional de un club, con el único objetivo de que sus triunfos dejaran en un absoluto segundo plano el horror de aquellos días. Nada, sin embargo, salió como los interesados interventores querían. No sirvió que le metieran a Colo Colo una inyección de recursos pocas veces vista. Que como golpe de efecto contrataran de director técnico nada menos que al húngaro Ferenc Puskas, uno de los jugadores más geniales de la historia. Que se ficharan jugadores a precios prohibitivos y hasta obscenos en una época de

aguda cesantía. Durante tres largos años, ese Colo Colo de la abundancia y del estigma no ganó nada, como no fuera el creciente rechazo de esa gente que veía en el Cacique un instrumento más de la dictadura. Ese Colo Colo, al más puro estilo del Real Madrid de Francisco Franco, ídolo de nuestro sátrapa casero, fue sólo un episodio más de los muchos que idearon los genios de las comunicaciones de aquellos años, los que contando con la generosa complicidad de la prensa, inventaron las más increíble patrañas para ocultar, distraer y engañar. Han pasado décadas, pero el cuento del Cometa Halley se sigue recordando, como se sigue recordando a Miguel Angel, el “vidente” de Villa Alemana que “conversaba” con la virgen y que, respaldado en la ignorancia creciente de todo un pueblo, era capaz de atraer multitudes a sus diálogos celestiales de opereta. Un régimen así nunca puede sostenerse indefinidamente en el tiempo. Mucho menos si ese dictador, como lo era el nuestro, carecía de carisma, cultura, talento y lo que los expertos llaman “inteligencia emocional”. Para decirlo pronto, el tipo era tan extremadamente limitado como audaz, que prácticamente no había improvisación discursiva en que no metiera groseramente la pata, provocando más de una vez un problema de política internacional. Y en ese creciente descontento popular, que se desató definitivamente a partir de 1983, cuando estalló la primera Sigue

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protesta a nivel nacional contra la dictadura, Colo Colo fue considerado un instrumento más del poder, sobre todo por una juventud que encontró en el rival futbolístico por antonomasia de los albos, el asilo justo para expresar su oposición y su rebeldía ante el abuso y la brutalidad. La dirigencia alba de esos años, por lo demás, hizo muy poco para separar aguas con la dictadura. Todo lo contrario. Pasando por sobre la opinión de sus hinchas, gente mayoritariamente de trabajo y de esfuerzo que, por supuesto, en ese período de 17 años no la pasó nada de bien, no sólo nombró al dictador “Presidente Honorario”, sino que aceptó de buena gana su demagógica oferta de 300 millones de pesos para ayudar a la terminación del Monumental, en las semanas previas al Plebiscito del 5 de octubre de 1988. Producida su derrota, por cierto de aquella generosa oferta nunca más se supo, aunque la hinchada azul sigue aprovechando el episodio para zaherir a los colocolinos, mencionando a su recinto como “el estadio de Pinochet”. El regreso de la democracia puso las cosas en orden, pero no logró aminorar una rivalidad que sumó al componente exclusivamente deportivo factores políticos. Es cierto que Universidad de Chile tuvo como líderes a Rolando Molina, tío del actual senador UDI Juan Antonio Coloma y fervoroso partidario pinochetista, y a Ambrosio Rodríguez, ex Procurador General de la República” de la dictadura, que utilizó más de

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una vez su despacho en La Moneda para realizar sus tareas de mandamás azul, pero el vínculo entre el club y el régimen nunca llegó a ser tan fuerte y tan cercano, acaso porque para el objetivo de entregar pan y circo era Colo Colo el más indicado. La exacerbación de las pasiones, la violencia creciente de la sociedad, hizo del Superclásico un partido que superó, por lejos, lo que deportivamente sólo puede ser rivalidad, en cualquiera de sus formas. Ganar es la gloria y perder una humillación insoportable. Las ingenuas bromas de oficina de los días lunes de antaño se transformaron en ataques casi sangrientos y es impensable pensar en un partido entre ambos equipos sin que se produzcan verdaderas batallas campales en que los heridos y golpeados se cuenten por centenares. Y los muertos de uno u otro bando no faltan. Las redes sociales también han hecho lo suyo. El “meme” burlón, muchas veces ingenioso, es nada en comparación con los insultos y las amenazas incluso de muerte que, terminado un partido, prepararan el ambiente belicista para el partido siguiente, en una espiral de nunca acabar. Ayuda a ese clima la permisividad de la ley y de los procedimientos judiciales. Quienes son detenidos en los más graves incidentes saben que al día siguiente estarán otra vez libres, dispuestos a seguir “guerreando”. Los delincuentes de este país, pertenezcan o no al ámbito del fútbol, tienen tanta manga ancha que han terminado por acorralar a los decentes. El fútbol, y qué


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decir del Superclásico, hace rato que dejó de ser un espectáculo familiar para transformarse en un conflicto siempre latente, donde no necesariamente hay que ser pesimista para esperar lo peor. Y la situación no tiene cómo cambiar, salvo que nos pongamos serios y apliquemos la política de “tolerancia cero” de los británicos, que les sirvió para desterrar de los estadios a los temidos “hooligans” ¿Podrá lograrse, cuando pelafustanes que en las calles roban o matan por dinero son más las veces que zafan que las que pagan? Y es una lástima. Porque se trata de un choque entre los dos cuadros más populares del medio y que mayoritariamente siempre ofrecen duelos intensos, entretenidos y de alta tensión, cuando no espectáculos futbolísticos que claramente superan la media y rompen la chatura y la mediocridad. Curiosamente, sin embargo, el partido entre albos y azules es el Clásico más desigual del fútbol sudamericano. En 174 oportunidades que se han enfrentado, Colo Colo suma 76 triunfos contra 48 de la “U” y 50 empates. Boca Juniors, por ejemplo, sólo exhibe 7 victorias más que River Plate; Peñarol 13 más que Nacional, y Olimpia sólo una más que Cerro Porteño, al paso que Palmeiras puede exhibir apenas tres triunfos más que Corinthians, su rival de siempre en el torneo paulista. ¿No es este hecho otro caso para estudio de sicólogos y sociólogos del deporte?

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Pocos, pero importantes. Así podemos resumir este conjunto de hitos del deporte nacional que se desarrollaron en fechas como esta. Partidos emblemáticos para la Roja y una jornada infartante en la Copa Davis componen este histórico repaso. Carlos A. Pérez H.

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EL DEPORTE TAMBIÉN ZAPATEA EN 14


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l evocar las Fiestas Patrias y mezclarlas con algún evento futbolístico, la memoria salta inmediatamente hasta Mendoza el jueves 18 de septiembre de 1980, cuando nuestra selección (vicecampeona de la Copa América 1979) se midió ante Argentina, que lucía el título mundial conseguido en casa dos años antes. El arranque de los transandinos fue demoledor, y a los 40 minutos la historia parecía sentenciada, con un expresivo 2-0 (goles de Daniel Valencia a los 20’ y Ramón Ángel Díaz a los 40’). Sin embargo, un tiro libre de Osvaldo “Papudo” Vargas al filo del descanso, abrió las ilusiones de los dirigidos por Luis Santibáñez. En el complemento, se equilibraron las acciones, al punto que a los 65 minutos Sandrino Castec (quien debutaba en la selección ese día) conectó de chilena un rechazo de Ubaldo Fillol ante un tiro de Manuel Rojas. El 2-2 fue celebrado con euforia en la banca chilena, y recibido con incredulidad por los argentinos que veían como se les escapaba un fácil triunfo. Otra historia que merece ser contada es la de otro debut en la Roja: Leonel Sánchez. El zurdo de Universidad de Chile hizo su estreno con la selección el 18 de septiembre de 1955 ante Brasil, en el marco de la Copa O’Higgins, tradicional torneo que por esos años enfrentaba a nacionales y cariocas. El partido se resolvió con empate 1-1 (Pinheiro, de penal, para los locales y Jaime Ramírez para Chile) y fue la primera de las 84 apariciones de Leonel en el seleccionado (reemplazado en el entretiempo por Jorge Robledo). El gol nacional fue el primero en el estadio Maracaná. En la vuelta, jugada también en Brasil, dos días después los locales vencerán por 2-1 quedándose con el trofeo amistoso. En 1957, la Copa O’Higgins se jugó en Santiago; y esa vez fue para Chile, gracias al 1-0 logrado el 15 de septiembre y el empate agónico en el match del 18 de septiembre, que permitió a nuestra selección encarar con optimismo las clasificatorias al Mundial de Suecia 1958 (adonde no clasificará). Leonel Sánchez solo actuó en el segundo partido (su aparición número 17 en la Roja), siendo reemplazado por Jaime Ramírez. El 20 de septiembre de 1973, la selección chilena que se preparaba para el partido de ida de la repesca clasificatoria ante Unión Soviética, se midió en el estadio Azteca ante México. Con la preocupación del reciente golpe de Estado en la mente de nuestra delegación, la selección venció por 2-1, con goles de Carlos Caszely. Para 1983, la Copa América encontró a Chile en el grupo A junto a Uruguay y Venezuela. Esta edición se disputó durante septiembre y clasificaba a un equipo Sigue

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por grupo para semifinales. La selección llegó a disputar el último partido de la serie frente a Venezuela como visita, para lo cual necesitaba ganar para avanzar como el mejor de su serie. El 20 de septiembre, en el estadio Brígido Iriarte, los dirigidos por Luis Ibarra no pueden romper el cero y desaprovecharon una oportunidad inmejorable para jugar las semifinales del torneo. A fines de la década de los 90, surgió la Copa Mercosur, torneo que sirvió para generar recursos económicos a los clubes. Sin embargo, nunca logró adquirir la importancia de la Copa Libertadores, por lo que después de cuatro ediciones fue desechada y reemplazada por la Copa Sudamericana. En su desarrollo, la Mercosur contemplaba partidos en septiembre, por lo cual se registraron dos duelos en Fiestas Patrias: Flamengo 2- Universidad de Chile 0 (19 de septiembre de 2000) y Universidad Católica 2-Boca Juniors 1 (19 de septiembre de 2001). Por su parte, la Copa Sudamericana también contempló partidos de equipos chilenos en pleno “18”: en 2012, Universidad Católica eliminó a Tolima en Colombia, pese a caer por 3-1 (partido jugado el 19 de septiembre en tierras cafeteras). Los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 devolvieron a nuestro deporte al podio olímpico tras 12 años sin preseas. Esa vez, fue la selección de fútbol Sub 23 (reforzada con Nelson Tapia, Pedro Reyes e Iván Zamorano) que se quedó con el bronce tras vencer 2-0 a Estados Unidos. En la víspera de las celebraciones dieciocheras en Australia, se registraron dos triunfos de nuestro representativo: el jueves 14, en el debut, el 41 sobre Marruecos y luego, el domingo 17, el inolvi-

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dable 3-1 sobre el seleccionado español, con actuación sobresaliente de David Pizarro e Iván Zamorano. El miércoles 20 nuestra selección cerró la fase de grupos cayendo 0-1 con Corea del Sur. Derrota increíble en India Aún contando con Marcelo Ríos como uno de los mejores tenistas del mundo, el equipo chileno de Copa Davis nunca pudo acceder al Grupo Mundial mientras el zurdo formaba parte del representativo. En 1997, se disputó el primero de muchos repechajes que le permitirían recién en 2005 acceder a la élite de los 16. En plenas celebraciones patrias de 1997, el equipo capitaneado por Patricio Cornejo se dirigió a Nueva Delhi, a visitar a India, en superficie de césped, para enfrentar a los en ese momento casi imbatibles Mahesh Bhupathi y Leander Paes. El viernes 19 de septiembre, en el inicio de la serie, Paes batió fácilmente a Gabriel Silberstein en tres sets. Marcelo Ríos consiguió empatar la serie al vencer al otro singlista indio en cuatro sets. El juego de dobles, el sábado 20, asomaba como un trámite para los locales. Sin embargo, la dupla nacional compuesta por Marcelo Ríos y Nicolás Massú perdió ajustadamente en cinco sets. Con el marcador 2-1 abajo, el domingo 21 el equipo chileno estaba obligado a vencer en ambos duelos. El Chino cumplió con su parte al vencer 6-7/6-4/6-0 y 7-6 a Paes. Y la historia cerrará la puerta a Gabriel Silberstein, que desaprovechó la ventaja de dos sets a cero ante Bhupathi, cayendo dramáticamente por 6-7/4-6/6-4/6-4 y 6-3 ante el segundo singlista indio. @puertomontt25


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Por Andrés Alburquerque Fuschini Periodista

De las Fiestas Patrias a la teoría del vértigo

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a mano sobre el pecho, la mirada desafiante, el canto a voz en cuello. Los chilenos, en las tribunas, cantan tan desafinados como desaforados. Sobre el césped, los integrantes de la Roja imponen respeto y se insuflan optimismo mientras escuchan el himno nacional. Amor a la patria, le llaman. Y creen que eso se plasma ante el adversario, haciéndolo más débil y vulnerable. No ha pasado inadvertido, principalmente porque es un espectáculo singular y que apela a la sensibilidad pura. Es como el haka de los All Blacks, los rugbistas neozelandeses que ensayan la tradicional danza de guerra maorí antes de sus partidos. Es que nada nació en nuestras canchas. Es todo importado (ya en la década del ’70 los peruanos cantaban con la mano sobre el pecho; los cánticos se los aprendimos a los argentinos; el desafío en las pupilas se los vimos tantas veces a uruguayos y paraguayos), pero también un poco nuestro. Porque reunimos todo en un solo acto, como en las grandes tragedias griegas. Y añadimos algunos ingredientes adicionales, como la soberbia para no permitir que el himno se acortara (en Brasil, más de alguien nos odió por eso). El gesto es cónsono con otras manifestaciones de ese patrioterismo que cultivamos de la mano de un esplendor económico, que aunque a veces amenaza con dejarnos, sigue guardándonos un lugar entre los más prósperos de Latinoamérica. Nos agrandamos cuando pasamos Fiestas Patrias en Argentina, y nos molesta que nos traten de “chilenitos”. Sacamos pecho (y dólares) para manifestar la altanería que se ha vuelto un sello nacional, a tal punto que ni siquiera percibimos cuando se nos pegó en la piel. Por eso cantamos el himno a voz en cuello y entramos a la cancha aleonados, con un pressing asfixiante, un ritmo de vértigo y una agresividad

que nos enorgullece y nos ha llevado a ser más respetados que nunca en el mundo del fútbol. Hace apenas unos cuantos años, todo esto parecía una utopía. Nuestra Roja intentaba jugar bien a la pelota (una cualidad acuñada desde los tiempos de Raúl Toro Julio o Cuá-Cuá Hormazábal), pero irremediablemente caía una y otra vez en la parsimonia, el pase al pie, la mesura. Ir al estadio muchas veces se convertía en una letanía de pases errados y de juego lento y aburrido. No pretendo honrar la memoria de Marcelo Bielsa (una defensa que el argentino ni siquiera consideraría), pero soy un convencido de que su labor técnica sigue viva. Algunas de sus conceptos parecen plasmarse con toda claridad en esta selección de Sampaoli. Como simples ejemplos: “cuando tienes la pelota, hay que desmarcar ¿Y por qué desmarcar? Para que la posesión de la pelota y el avance sean más fluidos. Las posiciones fijas, sin movimiento, hacen más perceptible la formación de las líneas para el rival”; “no hay excusa para no salir a ganar. Me siento en la obligación de hacerlo en cada partido”. O en estos: “si no arriesgas, pierdes muy rápido la pelota y se la entregas al rival, que entonces te ataca”; “prefiero estar en el campo rival antes que en el propio. Más tiempo en posesión de la pelota antes que intentando recuperarla; utilizar el reglamento para que el juego sea mejor y no para sacar ventaja. Y, en la medida de lo posible, anticipación de todas las líneas en el desarrollo del juego”. A veces se puede, a veces no, pero lo esencial es intentarlo, y Chile aspira a eso desde que el rosarino se hizo cargo del equipo. Por eso hay que sacar pecho. En estas Fiestas Patrias y en las que vengan, porque el futuro parece guiñarnos un ojo y plantearnos el desafío de dar el salto definitivo. Como para cantarlo a voz en cuel


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Un relato testimonial de cómo vivieron los periodistas ese terrible 11 de septiembre de 1973 en pleno corazón de la Editorial Quimantú. Por Julio Salviat W.

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sa mañana madrugamos. Con la puntualidad que lo caracteriza, a las 6:00 clavadas, Edgardo Marín pasó a recogerme y emprendimos camino en su furgón Austin Mini verde hacia la Panamericana Norte. Nada de periodístico tenía ese viaje: un colaborador de la revista Estadio nos había dado el dato de un amigo que acaparaba mercaderías esenciales y esquivas por esos días: aceite, café, arroz y azúcar. “Díganle que van de parte mía, y compren lo que puedan”, nos advirtió. Y para allá partimos, con la tranquilidad de que nuestra jornada laboral comenzaba a las 9.30, sin reloj que marcar. Edgardo vivía a un par de cuadras del Stadio Italiano. Yo, al lado de la rotonda Atenas, en Colón con Tomás Moro. No era tanta la distancia entre las dos casas. Antes de llegar a Tobalaba ya sabíamos que algo raro ocurría: una voz se superpuso a la que entregaba noticias en la radio que escuchábamos para dar una curiosa información: “Temporal en Isla de Pascua”,

dijo una voz distinta de la del locutor. Nos miramos, sin entender. “Temporal en Isla de Pascua”, repitieron antes de continuar el noticiario. -Apúremonos –exclamó Edgardo, y aceleró. Dimos con el galpón de las mercaderías a la salida de Santiago, llenamos un par de cajas con lo que más necesitábamos e iniciamos el regreso. Y al llegar a Independencia, ya sabíamos que se estaba produciendo el Golpe de Estado. La radio había informado de movimientos extraños en el puerto de Valparaíso y de avances de camiones con tropas en otras ciudades. Acercándonos a Mapocho vimos a militares en las calles. Lo que nos partió el alma fue ver filas y filas de trabajadores regresando, a pie y entristecidos, a sus casas: ya se había interrumpido el transporte colectivo, y los uniformados impedían ingresar al centro. Por esas corazonadas periodísticas, se nos ocurrió comprar la revista Estadio que aparecía ese martes. Entre los dos habíamos elegido la portada y le habíamos puesto los títulos, y nos tincó que no podríamos retirarla en la empresa. Nos fue mal: no había quioscos abiertos. Ya habían cerrado o no habían alcanzado a abrirlos. Y no supimos de ella hasta algunas semanas después de ese terrible 11 de septiembre de 1973. Así era. Al acercarnos a Quimantú, cuyas dependencias estaban en Santa María a media cuadra de la Escuela de Derecho, un escuadrón militar ya había empotrado ametralladoras y cañones, y los fusiles

EL DÍA DEL GOLPE EN

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apuntaban hacia los techos. LA ONDA DE QUIMANTÚ A la revista Estadio llegué en diciembre de 1969, con Salvador Allende en tierra derecha para su elección nueve meses después.. El Chicho asumió en marzo de 1971, y poco después el Estado compraba la Editorial Quimantú, dueña de revistas de todo tipo, entre ellas Estadio..

Una de sus primeras medidas fue decidir por una de las dos. Eligió a Estadio, por la tradición que tenía. Lo segundo fue determinar quiénes trabajarían allí. Se confirmó a Antonino Vera como director, y éste pidió la continuidad de todo el personal. El único que no siguió –tal vez por razones de conciencia- fue Eugenio García, apodado el Mago del Lente por la calidad, oportunismo y originalidad de sus fotografías. Hizo cosas buenas Quimantú. De partida, regularizó la situación laboral de todos sus trabajadores. En el caso de los colaboradores -nuestro caso-, les extendía contrato o los despedía. Nos contrataron a todos… También fue monumental su difusión cultural a través de los mini-libros. En días de extrema escasez de alimentos y artículos esenciales, la empresa entregaba semanalmente una canasta de productos que paliaban en parte la desesperada situación en los hogares. Hizo cosas malas también: el día del Golpe, la empresa estaba llena de cubanos que ganaban sueldo sin hacer nada y abundaban los tupamaros uruguayos, que preparaban desde acá sus operaciones guerrilleras…Se perdía mucho tiempo en las reuniones de los CUP (Comités de la Unidad Popular), en las que los distantes del régimen tenían poco que decir y en los que Edgardo Marín debía defender frecuentemente la línea editorial de la revista. Sicólogos adictos a la UP, encabezados por el connotado belga Armand Mattelart, nos visitaban frecuentemente en la revista y, en tono muy respetuoso (hay que reconocerlo), nos pedían hacer de la revista Sigue

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el órgano oficial del deporte popular. Antonino Vera contrargumentaba como podía, hasta que se lo dijimos derechamente: “La revista, así como está, tiene su público cautivo. Si quieren, hacemos otra paralela que lleve el material que a ustedes les interesa, pero no contaminemos esta”. No les gustó mucho, pero no insistieron, tal vez porque las ventas de Estadio aumentaban semanalmente gracias a la campaña de Colo Colo en la Copa Libertadores y a la clasificación de la Roja para el repechaje con la URSS, previo al Mundial de Alemania 74. De todos modos, Antonino les regaló una galleta: publicó en portada la escena de un partido en la Alameda correspondiente a un campeonato disputado en el marco del programa “Vóleibol en las Calles”. Tiene que haber sido el número de Estadio que menos vendió en toda su historia, en contraste con el que llevó

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el triunfo de Colo Colo sobre Botafogo, en el Maracaná, cuya venta superó los cien mil ejemplares, récord en toda su historia. Tampoco intervino mucho Quimantú en la planta de Estadio. Sólo incorporó a un diagramador, James Smith, el comunista más simpático que he conocido, quien se agregó como ayudante del eterno César Boasi, y que pronto se ganó nuestra confianza y cariño. Después llegó Andrea Varas, hija del gran escritor –también comunista- José Miguel Varas. Fue nuestra fiel y eficiente secretaria hasta el 11. Un día llegó a la oficina el presidente del Sindicato. Y nos arengó: “Compañeros, el momiaje prepara un ataque a la empresa, así es que los necesitamos a todos para defenderla”. Antonino se excusó, por razones de salud, y quedamos designados Edgardo, René Durney y este servidor para parapetarnos durante toda una noche en la terraza del edificio para responder al posible asalto. Cuando me pasaron un revólver lo rechacé: “Lo siento, pero no sé usar armas. Déjenme de loro…” Fui vigilante durante un par de horas. Pasada la medianoche, averiguamos que había una bodega vacía y allí protagonizamos, con trabajadores de otras revistas y de distintas áreas, una pichanga que se prolongó hasta la madrugada. Al día siguiente reportamos que no hubo novedades. Tiene que haber sido a principios de septiembre, porque nunca más tuvimos ese turno. CAÑONAZOS Y SAQUEO El “enfrentamiento” en Quimantú duró poco. Había armamento en la empresa, escondida en los ductos, pero ahí quedó, sin ser utilizado. René Durney, el más joven del equipo, alcanzó a ingresar a la empresa. Cuenta que esa mañana hubo tres asambleas para decidir si abandonaban el lugar o daban la batalla. Su testimonio: “El edificio se fue vaciando de a poco. Los milicos habían puesto tres vehículos en la avenida Santa María con cañones livianos apuntando hacia los pisos altos. Dispararon dos veces para asustarnos. Los niños del parvulario y las asistentes que estaban con ellos en el primer piso estallaron en llanto, presos del pánico. Se decidió, entonces, que salieran por la puerta trasera, que daba hacia calle Bellavista, justo al frente del edificio que ahora ocupa el diario Las últimas Noticias y que en ese tiempo pertenecía a la empresa


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Chile Films”. La revista Estadio reapareció el 2 de octubre, pero nuestra reanudación de trabajo se produjo, lógicamente, la semana anterior. El lunes 24 de septiembre pudimos volver a nuestras oficinas. Funcionábamos un par de puertas más al oriente de la principal, colindando con edificios residenciales. Era un ingreso que sólo ocupábamos los de Estadio. Y nos llevamos una sorpresa mayúscula: los militares las habían saqueado. El desorden era dantesco: todos los papeles en el suelo, la colección de la revista tirada en un rincón, los cajones abiertos, el archivo fotográfico desparramado. Un chiquero que tardamos más de un día en limpiar y ordenar. Casi todos perdieron alguna pertenencia. Para mí casi fue un drama. En mi escritorio tenía, lista para presentarla, una rendición de gastos efectuados durante la primera final de la Copa Libertadores en Buenos Aires. El trámite había demorado, porque antes del control interno, tuve que ir al Banco Central a justificar los dólares gastados. Me había sobrado unos cien dólares (una fortuna en esos días), y ahora no estaban. El detalle de gastos apareció entre los tantos papeles que tiraron al piso. “Habla con el gerente”, me aconsejó Antonino, “yo te respaldo después”. Me presenté ante el militar que se había hecho cargo de la empresa: el general Fernando Krumm. Me atendió, me dijo que no me preocupara y que olvidara el asunto. También de que la empresa ya no se llamaba Quimantú, sino Editora Nacional Gabriel Mistral. El otro susto grande ese día se produjo cuando, haciendo orden, encontramos encima de un mueble un linchaco, un arma tradicional japonesa (nunchaku) muy usada en esos días por los ultraquierdistas. Todavía no me explico cómo no la vieron los militares saqueadores. De ser así, nos habría significado más de un interrogatorio o, peor aún, la acusación de que éramos terroristas.

telart, que sugirió hacer entrevistas a deportistas destacados que tuvieran más “cacumen”, entrevistó a Eduardo “Hualo” Herrera, jugador de O’Higgins y Wanderers (después jugaría en Colo Colo), constructor civil y simpatizante socialista, y eso lo marcó. Antonino Vera lo defendió frente a las nuevas autoridades. Les dijo que René no participaba en agitaciones políticas ni hacía proselitismo con sus compañeros de la revista. Igual sufrió daño el pobre Durney. Viajando desde San Antonio, una patrulla militar detuvo el bus, bajó a los pasajeros y rapó a los que tenían pelo largo. Él fue uno de los perjudicados. Para beneficio de todos, a cargo de la gestión editorial de la nueva empresa quedó Diego Barros Ortiz, general de la FACH y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, poeta, cronista y escritor, con gran sentido de la ecuanimidad. Bajo su tutela, los de Estadio nunca tuvimos problemas, a pesar de que la mayoría no comulgaba con el régimen militar. Siempre le agradecimos que no nos metiera gente extraña y que no interviniera en las pautas ni en los contenidos. De todos modos, el equipo de Estadio, que durante la UP estaba considerado “momio”, en este periodo fue calificado como “upeliento”. No le achuntamos nunca. Pero en las dos situaciones nos respetaron, tal vez porque hacíamos una gran revista.

MOMIOS Y UPELIENTOS La vida ya no fue igual. Ni para nosotros ni para el país. Perjudicados hubo muchos trabajadores de Quimantú. La mayoría. Cambiaron todas las jefaturas, salvo la nuestra. De Estadio tuvieron que salir Smith, el diagramador, y Andrea, la secretaria. René Durney estaba en la lista de simpatizantes de la UP y lo quisieron echar. Siguiendo consejos de Mat-

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La gran convocatoria del rodeo 22


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Declarado deporte nacional en 1962, el rodeo es la segunda disciplina que más personas reúne en el país, superado sólo por el fútbol, aunque hubo un año en que las colleras congregaron más público que el balompié profesional. Por Matías Alcántara

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uan Carlos Loaiza es, a estas alturas, sinónimo de rodeo. Es como decir Maradona en el fútbol o Chino Ríos en el tenis. Ganador vigente del campeonato Nacional de Rodeo, obtuvo su primer Champion en 1987, y en la actualidad ya suma nueve títulos en la Medialuna Monumental de Rancagua. Tuvo la oportunidad de ser delantero del desaparecido Green Cross, pero no aceptó el ofrecimiento porque prefirió seguir ligado al mundo ecuestre. El “Maestro” representa al Criadero Santa Isabel, integrante del Club Futrono de la Asociación de Rodeo Chileno de Valdivia, y es el principal exponente de esta disciplina que suma más de 400 años. Inspirado en la época de la conquista, donde experimentados jinetes bajaban los vacunos hacia los criaderos, el rodeo nace como tal en 1557, cuando García Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile, ordenó que se reuniera el ganado en la Plaza de Armas para ser seleccionado y marcado, esto a propósito de la fiesta de Santiago Apóstol, el 25 de julio. Luego, en el siglo XVII, surgieron algunas reglas que debían ser respetadas por los avezaSigue

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dos jinetes que en cada intervención intentaban hacer alarde de sus habilidades para sorprender a las multitudes. Bajo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, en 1927, se promulgó la ley que rige las corridas. El 10 de enero de 1962, el rodeo fue nombrado deporte nacional, sin embargo solo en 2009 comenzó a recibir aportes estatales, ya que Chiledeportes entregaba recursos solamente a las disciplinas que competían internacionalmente. A partir de la década del 90, también existe el rodeo en Argentina y Uruguay, pero en lugar de huasos compiten gauchos. En 2005 se disputó el primer torneo internacional de la disciplina en Mendoza, el que fue ganado por los chilenos Luis Cortés y José Urrutia. Actualmente es el segundo deporte que más espectadores convoca en el país, después del fútbol. Incluso cifras oficiales indican que en 2004 más de un millón 872 mil personas asistieron a las cerca de 500 medialunas del país a presenciar el rodeo, mientras que el fútbol profesional registró un millón 515 mil fanáticos en los estadios. Es decir, ese año la disciplina ecuestre tuvo 357 mil espectadores más que el balompié, según cuentan las estadísticas de la Federación del Rodeo Chileno (Ferochi) y de la ANFP. A lo largo del país existen 270 clubes afiliados a la Ferochi, la que cuenta con más de nueve mil socios en sus 31 asociaciones de Atacama a Magallanes. También hay más de siete mil asociados a la Federación Nacional de Rodeos y Clubes de Huasos de Chile, que agrupa a los amantes del rodeo amateur. La temporada de rodeos se inaugura en septiembre de cada año, y finaliza en abril del año siguiente con el Champion de Chile en la Medialuna Monumental de Rancagua, donde llegan las mejores colleras clasificadas durante los ocho meses de competencia. Cada fin de semana hay al menos una jornada de rodeo, una verdadera fiesta con empanadas, anticuchos, vino y artesanía. Y se elige a la reina entre las candidatas que se presentan el día anterior a la jornada final. Tenis, con letras doradas Sin duda la disciplina deportiva que más logros nos ha brindado ha sido el tenis. Anita Lizana fue la primera abanderada en llevar lejos el nombre de Chile. Con 17 años y cinco temporadas como la principal tenista nacional, decidió partir a Europa en 1934, alcanzando la quinta ubicación mundial. En 1937 ganó sin ceder ningún set el torneo de Forest Hill, que después se conocería como Abierto de Estados Unidos, logrando finalizar la temporada como número uno del planeta.

A mediados de los 50 apareció en la escena tenística Luis Ayala, que alcanzó a estar entre los cinco principales tenistas del mundo. En 1956 ganó el dobles mixto de Roland Garros, Francia, junto con la australiana Thelma Coyne. En 1958 no pudo repetir el título en la final, pero en 1960 llegó al último partido de singles del Grand Slam francés, cayendo en cinco sets ante el italiano Nicola Pietrangeli. Ayala estuvo durante 10 temporadas entre los seis mejores del tenis mundial. A fines de los ‘60 surgió una nueva generación de tenistas, encabezada por Jaime Fillol y Patricio Cornejo, que se sumaba al buen desempeño de Patricio Rodríguez (primer chileno en ganar un torneo en la era “Open”, el de Barcelona en dobles 1968). Luego aparecería Hans Gildemeister, tricampeón del Orange Bowl, cuatro títulos profesionales en singles y número doce del escalafón mundial. Pero el logro principal de esta nueva camada fue llegar a la final de la Copa Davis, en 1976, la que se perdió ante Italia en el court central del Estadio Nacional. Posteriormente, en 1982, Hans junto a Belus Prajoux, disputaron la final de dobles de Roland Garros, cayendo ante una dupla estadounidense. En 1992 surgió la nueva esperanza del tenis chileno: Marcelo Ríos. Finalizó el año siguiente como el mejor juvenil del mundo. Ganó 18 torneos en su carrera profesional y en 1998 alcanzó el número uno del ranking de la ATP, hecho sin precedente en el tenis latinoamericano. Luego apareció Nicolás Massú, que alcanzó a coincidir con Marcelo Ríos en la Copa Davis. El Vampiro llegó a ser noveno del mundo en 2004, mismo año en que pasaría a la historia del deporte chileno al ganar dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas, una en singles y otra en dobles, junto con Fernando González. El Bombardero de La Reina consiguió 11 títulos y alcanzó el quinto lugar del mundo, en 2007. Además, obtuvo medalla de bronce en Atenas (más la de oro en dobles), y plata en Beijing 2008. En el 2003, Ríos, González y Massú ganaron la Copa del Mundo por equipos de Düsseldorf, Alemania. Un año más tarde, pero sin el Chino Ríos, Chile repetiría el logro, transformándose en el primer país latinoamericano en conseguir un bicampeonato y el segundo después de Estados Unidos. El tenis chileno está en una etapa de transición. Esperemos que la nueva generación encabezada por Gonzalo Lama, Hans Podlipnik, Christian Garín y Nicolás Jarry vuelvan a darle alegría a este deporte que tanto le ha brindado al país.

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esde hace décadas, mucho antes que los barristas irrumpieran con sus bombos y sus bombas de ruido, la música chilena ha acompañado rítmicamente la pasión de las hinchadas. Al repasar ese vínculo surgen con nitidez al menos cuatro tipos de músicas futboleras. El primero no puede ser otro que los himnos de cada club. Creados casi todos en la primera mitad del siglo XX, época de la aparición de la mayoría de los clubes actuales, resaltan los de Colo Colo, Universidad de Chile y Universidad Católica. El de los albos, por el arrastre innegable del equipo y porque su letra sabe captar su esencia popular. Es el único, además, interpretado sagradamente por la barra cada fin de semana. Salvo la intercalación de la palabra “revolución” en algunas estrofas, su entonación sigue fiel al origen en un extraño, pero emotivo, apego a las raíces por parte de sus fanáticos. A estas alturas del siglo XXI, bien puede afirmarse que el “Cantemos todos de Arica a Magallanes” ha sido voceado por bisabuelos, abuelos, padres, hijos y nietos. En esa última categoría generacional podría ser encasillado el guitarrista y jazzista Ángel Parra hijo. El pasado 20 de abril, antes del comienzo de un partido con la UC, irrumpió en pleno Monumental para interpretar una versión rockera del himno albo, acompañado por voces masculinas y femeninas. Los himnos de ambas universidades se hicieron populares en la época de los clásicos, cuando la rivalidad futbolística era más bien un pretexto para celebraciones juveniles tipo Fiestas de la Primavera. Actualmente, a ambos himnos les juega en contra el que sus textos remiten a sentimientos que poco y nada tienen que ver con la actual composición de sus hinchadas, particularmente el de la Universidad de Chile, cuyo “romántico viajero” está en las antípodas del “bullanguero”. Por

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La partitura es cancha... (i parte)

La relación música y fútbol es algo más que barras bravas, entonando desafinadamente sus cánticos en los estadios, u oportunistas y ramplones temas creados a la rápida, cada vez que Chile clasifica a un Mundial. Por Jorge Castillo Pizarro


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Un tercer tipo canciones es aquel que rinde homenaje a campañas destacadas de los clubes, particularmente por la obtención de títulos. Generalmente al son de la cumbia, esta categoría de temas homenajea a clubes de regiones que han hecho historia. El sentimiento de pertenencia a una ciudad o zona estimula estas composiciones, de las que carecen los clubes santiaguinos menos populares. Un ejemplo de estos temas es la “Cumbia de Cobreloa”, popularizada en todo el país a comienzos de los años ’80, cuando en un progreso fulminante el equipo naranja se situó en lo alto de América al ser dos veces consecutivas subcampeón de la Copa Libertadores.

lo mismo, es escuchado muy de vez en cuando, apelando a una grabación transmitida por los parlantes del Estadio Nacional. Aunque en vías de extinción, hay un cuarto himno grabado en la memoria de los hinchas, sin importar sus colores. Es el “Manojito de claveles”, cuya entonación, cada vez más débil, sigue resistiéndose a morir. EL OPORTUNISMO HECHO CANCIÓN Un segundo tipo de composiciones es el de aquellas compuestas cada vez que Chile clasifica para un Mundial. La facilidad de grabación y la enorme gravitación de los medios han provocado la proliferación de temas de pésima calidad muchos de ellos, y afortunadamente de rápido olvido. Tan simplista como la mayoría de sus pares, el “Chileno de corazón”, popularizado para Francia ’98, tiene al menos el mérito de haberse metido en la oreja de todos y ser todavía símbolo de la pasión por la Roja. Escapa a esta mediocridad el “Rock del Mundial”, que los Ramblers inmortalizaron en 1962. Tanto por la calidad musical del conjunto, como por el frenesí popular surgido durante ese torneo, el tema se hizo inmortal. Creado por el director del conjunto, el pianista Jorge Rojas, el disco vendió 80 mil copias ese mismo año y más de dos millones hasta comienzos de este siglo.

APORTE DE LOS CREADORES POPULARES El cuarto tipo de incursiones musicales en el fútbol escapa a los homenajes, oportunismos y ambiciones comerciales. Son esencialmente, canciones o menciones de autores de una altura artística superior, ya sea por su talento o por su compromiso inalterable con la cultura popular. Inolvidable, por ejemplo, es el “Cero a cero”, popularizado por Tito Fernández a comienzos de los años '70. Fue grabada en su segundo álbum, “El Temucano”, junto a otros temas, como “La casa nueva”, “El caminero Mendoza” y “La señora Mercedes”. Esta milonga, cuya autoría se pierde en el tiempo, relata un partido entre animales y es, sin duda, uno de los más originales aportes de la música popular al fútbol. En este ámbito creativo, Colo Colo es el equipo más inspirador. Lo es para Ángel Parra padre, por ejemplo, en su irónica canción “La democracia”, grabada en 1969 en su álbum “Canciones funcionales”. Asumiéndose como un trabajador cualquiera, el hijo de Violeta se consuela yendo al fútbol, uno de los hábitos que aparentemente iguala a ricos y pobres:

“Y sin problemas de clases ni de credos religiosos podremos ver en la luna cuando llegan los mononos y en tribuna o galería ver triunfar al Colo Colo”. Cuecas a los albos abundan. De los Hermanos Bustos y de los Huasos de Pichidegua, por citar solo un par. Y homenajes rockeros también, como los Ramblers, con su “Rock del cacique”.

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Por Francisco Coloane Sociólogo y comentarista internacional

Una fonda para Cua-Cuá

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n mi época de adolescente, fines de los 50, patéabamos la bola con el borde interno –y los muy cracks a tres dedos o con el borde interno–, hacia la muralla de las casas de la calle Inglaterra con Escanilla, hacíamos la pared, después picábamos al vacío para la recepción y nos lanzábamos en busca del arco, una piedra a tres metros del árbol en la vereda. Si el 18 de septiembre caía en domingo, se jugaban partidos de fútbol profesional. Era como un homenaje triple: al deporte, a sus jugadores y al país donde habían nacido o sido acogidos. Uno de esos 18, vi jugar a Enrique Hormazabal, el Cua-Cuá, el 8 clásico de ese tiempo dirigiendo la orquesta banca de Colo Colo desde el círculo central y a veces desplazándose como puntero derecho, puesto que le acomodaba al haber ocupado esa posición en varios periodos de su brillante carrera como uno de los más grandes futbolistas de la historia del futbol chileno. He pensado que en los barrios, especialmente, siempre hay un Cua-Cuá, el de los pases clave, del orden de juego, de su ritmo y muchas veces también convertido en especie de dueño del equipo dentro de la cancha. Todo eso sucede porque el jugador tipo Cua-Cuá no solo es hábil con el balón para protegerlo del rival o dar el pase con precisión, sino que tiene dibujada la cancha en su cabeza, de arco a arco, y sabe exactamente como se mueve el juego, en el caso de Hormazábal en función ofensiva. Piensan el fútbol porque lo llevan dentro como si el fútbol los habitara. Por eso son respetados y los jugadores les dan el tutelaje del equipo. Generalmente de mediana estatura, de piernas firmes pero ágiles, levemente gruesos en contextura, con el centro de gravedad bajo que los hacen difíciles de vol-

tear. Un peso mediano del boxeo en comparación, que para mi parecer es el pugilista por excelencia. Es un perfil de jugador director de cancha en el equipo que predominó hasta que el fútbol se multiplicó en sus variaciones tácticas en los años 60. Un Didí que no se repitió más en Brasil en la posición de 8, otro ejemplo, Pedro Rocha en Uruguay, José Pizutti en Argentina. Eso lo permitía la formación táctica de la WM con sus variaciones. En los 60 el fútbol cambió y ya no se concibió el 8 clásico, porque el juego se agilizó y los jugadores multiplicaron sus funciones. Se necesitaba más desplazamiento y el jugador tipo Cua-Cuá debía agregar a su bagaje técnico una dosis de atleta, que no siempre cuajó como mezcla en un comienzo. Había como un prejuicio. O eras un corredor o un tocador. Esa era la dicotomía. Igualmente en los barrios de Santiago periférico, en las diferentes ligas amateur, es un placer observar la obstinación de la presencia de ese entreala ofensivo que se mueve por el medio, que puede transitar más cerca de la raya derecha, ordenar desde allí y disparar al arco o colocarla en el vacío cerca del área para la entrada de un compañero. Es un misterio como se construyen los puentes generacionales en el fútbol, porque la figura de un Cua-Cuá, por su transitar cansino, majestuoso y dominante de un ave extraña como si nada le afectara, se mantiene en el fútbol de barrio. Es como la esencia del glorioso fútbol chileno que a juzgar por lo que se juega en los barrios no pareciera ser inferior a ninguno, claro, con la estampa del Cua-Cuá dirigiendo la orquesta blanca un 18 de septiembre en el Estadio Nacional.


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Por Rodrigo Ried, Editor deportes radio Bío Bío

Los más “endieciochados”… ¡Salud!

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in el afán de molestar -ni menos meter el dedo en la llaga-, en este ambiente dieciochero no nos podemos hacer los giles y tenemos que hablar de un buen pipeño, navegado, chicha o terremoto. Porque si hay algo que caracteriza al chileno es tomar y hacerlo en grandes cantidades, más en una fecha como ésta. Pues bien, en nuestro país hay varios deportistas “caídos al litro” que se han inmortalizado a través del tiempo. Entonces, decidí hacer un ranking especial, pero con un carácter más jocoso que ofensivo. Espero se entienda 5- Arilson: cómo olvidar a ese 10 que la U trajo la temporada 2001. Y si bien no tuvo un mal pasar por los azules -convirtió 9 goles en 23 partidos-, al brasileño se le recuerda más que por su fútbol, por sus encontrones con el ex presidente azul René Orozco, quien lo acusó de llegar varias veces “pasado a alcohol” a los entrenamientos, según le contaban los médicos. Tanto fue el cántaro al agua que en noviembre de 2001 carabineros lo detuvo conduciendo en estado de ebriedad. El timonel gritó a los cuatro vientos que lo iba a ayudar y debía tratarse. Pero cuando se fue, Orozco no tuvo piedad y lo hizo “pebre”. 4- Martín Vargas: mucho debemos agradecerle nuestro gran Martín. Intentó cuatro veces ganar el título mundial de boxeo para Chilito y, aunque no lo logró, fue un verdadero ídolo dentro del ring. Fuera, se le pasó un poquito la mano con la pílsen, según propia confesión. Le encantaba, pero siempre negó haber ingerido el brebaje antes de una pelea importante. Esto se acentuó cuando se separó de su mujer. Entonces ahogó sus penas con la "chelita".

3- Marcelo Ríos: a puro talento llegó al número 1. Es que si nuestro Chinito hubiera sido más profesional, quizás cuántos récords habría superado. Pero no. Le dio por la vida licenciosa y su buen copete siempre acompañándolo ¿Cuántas veces te vi en Entrenegros, maestro? ¡Inolvidable! ¿Y cuánta orina terminó en las cabeza de algún fiestero por ahí? ¡De culto! Pero, ¿cómo terminó todo? Con una conferencia llorada y un pellet en tu cuerpo. Hoy estás absolutamente reformado (al parecer). 2- Johnny Herrera: es delicado su tema. Ello porque hay una persona que perdió la vida. Ahora, saltándonos esa nefasta jornada -que de seguro jamás olvidará el meta de la U-, ¿cómo se te ocurre sacar un auto en plena fonda de Maitencillo, y con la pipa? ¡Ay, Dios Santo! Habiendo tanta gente, digo yo. Igualmente, hay que ser “bien salado” para que justo un uniformado apareciera en el momento. Yo al menos no tengo dudas: el carabinero era colocolino. 1- Jorge Valdivia: “Cuando más salí de noche, mejor jugué”. Esa frase se la mandó nuestro “Mago” a Folha de Brasil, destacando sus años más esplendorosos en el fútbol entre el 2006 y 2008. El talentoso 10 tiene varias jornadas ligadas a un buen vaso de “algo con grados”, pasando por el “Puerto Ordazo” -con jamones volando por los aires de Venezuela- y el “Bautizazo”, por citar dos ejemplos. Este último, además, recordado por la guerra de declaraciones con Claudio Borghi. Aunque en esa no estuvo solo, sino que fue acompañado por Ron Beausejour, Gonzalo Jarra, Carlitros Carmona y Arturo Bidón.


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