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Tres trazos, tres talleres
Álvaro Paz La contemplación de lo cotidiano
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josé roberto coppola [@mistercoppola] fotografías: cortesía álvaro paz
Instagram: @alvaropazl
De lo que ocurre cuando aparentemente no ocurre nada, cuando eso que pasa nadie lo observa, cuando la mirada lo abandona. Son esos pequeños testimonios de lo cotidiano, de lo que nos rodea. “El acto de contemplación siempre ha estado en las cosas que están pasando. Mi obra siempre son muchas metáforas de cosas que suceden. Hay cosas que no ignoro en mi cotidianidad”, cuenta el artista maracucho Álvaro Paz de lo que lo mueve, lo que le interesa. En la pintura él deja atestación de la realidad más cercana, esa que reclama ser vista, esa que del hábito se volvió normalidad. “Yo tengo la necesidad de dejar registro de mi entorno, de mi presente, de mi contexto. Mi entorno es el que define mi obra”. En el trabajo de Álvaro Paz hay un gesto que, en un lenguaje contemporáneo, documenta visualmente un momento, un tiempo que nos describe. “Siempre trato de procurar priorizar el trazo, la línea. Eso es inocultable. En mi obra eso es una herencia del dibujo. Siempre he buscado la manera de darle protagonismo, de tratar de dejar el registro más visible de esa línea”, reconoce el artista. Su discurso pictórico es potente, vigoroso. Las obras de Paz tienen en su narrativa una crítica social. “Busco que mis mensajes sean implícitos, no explícitos. Mi trazo es totalmente espontáneo, puede ser borroso, más definido, es medio al azar. Siempre quiero que transmitan cierto sentimiento, que los brochazos dejen una emoción”. Con su serie “El gallinero” Paz creó, en distintos formatos, piezas que descifran una situación, un momento. Los gallos, gallinas o polluelos de este trabajo que presentó en una individual hablan de otro corral. “A mí lo que me motiva es el contenido social, no tanto el carácter visualmente narrativo, a mí, más que la situación o el personaje, lo que me interesa es la consecuencia”, reflexiona el artista acerca de sus propios lienzos, esos que se vuelven, también, la alegorización de una realidad, de una situación como resultado. “A mí me gustaría que mis cuadros se vieran como si un ser humano hubiese pasado por ellos, me gusta el rastro de la presencia humana y de la memoria del pasado. A mí lo que me interesa es la parte humana, es plasmar las cosas que van pasando y dejar registro de todo eso. Y así la pintura se vuelve el documento de algo que pasó”. Puede ser el creyón, el óleo, el acrílico lo que lleve del pulso al trazo. “Yo empecé a pintar con un pote de asfalto, un barniz de madera, un óleo verde y uno de aceite blanco”, recuerda de aquellos días. “Fue por una necesidad. Tenía muchas ganas de pintar”, hace memoria desde su taller en Maracaibo, ese que está lleno de bocetos, cuadros y potes de pintura. Como también tiene allí una obra de un perro callejero, que forma parte de otra de sus series, que reconoce no ha culminado y a la que le sigue dando vueltas. “Pero a mí también me gusta algo que no está terminado a propósito. Me gusta dejar en mis obras bastantes espacios en blanco, ciertas zonas que no estén tan trabajadas”, admite de sus propias maneras en la pintura. Porque en el lienzo el trazo que no se da, que no se termina, es, también, otra forma de decir algo.
Carlos Susana Los otros códigos del Caribe
josé roberto coppola [@mistercoppola] fotografías: walter delgado [@waltermdelgado]
Instagram: @carlossusana_d
Son las señas del cuchillo en la madera en las que un pescador descama una catalana o un corocoro; o las capas de colores que asoma la raspadura en el armazón de un peñero fondeado, dormido en la arena; o el modelado que el sol y el romper de las olas en la orilla ha dado a un retablo abandonado en un playa. “Mi objeto de estudio es mi realidad inmediata, mi propia experiencia y como estoy en la Isla de Margarita, en el Caribe venezolano, siento que es lo que me compete analizar”, reconoce el artista Carlos Susana de los referentes cercanos que él disecciona y descontextualiza en su discurso. “El pescador artesanal es producto del mar, el mar lo hace pescador. Al arte le sucede lo mismo. Los condicionantes hacen al arte ser de una forma. En mi caso ha sido totalmente consciente que iba a asumir esos condicionantes como un proceso natural de mi existencia”. La obra de Carlos Susana traduce, en un discurso contemporáneo, el ADN del trópico venezolano. Su búsqueda persigue descifrar los otros códigos del Caribe para llevarlos a un lenguaje con una poética conceptual y plástica que redefine la identidad. “El arte contemporáneo es capaz de tomar lo localista, regionalista y tradicionalista y presentarlo de otra manera. De algo muy autóctono puedes conseguir un lenguaje completamente nuevo”. En su trabajo, Susana se vale de elementos como la madera de los astilleros en donde se construyen peñeros, el mimbre de las sillas típicas de los pueblos del Caribe o el cogollo de los sombreros margariteños. “Siempre tengo el conflicto de querer necesitar materiales que tengan un trasfondo cultural”, admite el artista. En su taller, en la isla de Margarita, se puede ver una enmarañada red de pescar y un grupo de trozos de maderas de distintas formas de lo que llegó a ser en su momento un peñero. “Son maderas, que corto y ensamblo, pero me parece importante mantener su textura, la redondez que el mar le da y la pintura que una mano anónima pintó, el pulso del pescador que pintó ese retablo lo hace real y hasta más cautivador que mi mismo brochazo”, admite Susana. En la pared una pieza de “Onda caribeña” perteneciente a una serie de lienzos de micro formatos en los que el artista replantea el paisaje marino que forma parte de la identidad en el pincel de los paisajistas locales. “Hay una tradición paisajista margariteña y el principio compositivo es el horizonte. Analicé esa tradición para reinterpretarla y darle una nueva lectura”. Desde una contemplación del Caribe, Susana se ha propuesto profundizar en aquello que nos describe para redefinirlo en su propio lenguaje. Como artista tiene la inquietud de examinar y descubrir todo lo que sea una seña inequívoca de lo caribeño. “El anaranjado y el azul, por ejemplo, son los colores que más se usan en los peñeros en Margarita. En mi obra los utilizo mucho, fue algo que fue sucediendo y además compositivamente tiene sentido”, da cuentas el artista. En la obra de Susana los gestos de Caribe se vuelven reflexión, se vuelven compendio y síntesis, se vuelven evocación, se vuelven respuesta.
Luis Mata Reflexiones de la horizontalidad
josé roberto coppola [@mistercoppola] fotografías: walter delgado [@waltermdelgado]
Instagram: @bellavistaspace
Es la línea horizontal como principio. Esa horizontalidad infinita, inabarcable, inacabable que se vuelve paisaje. El trazo continuo que se hace horizonte. “Como todo insular hay una consciencia de estar aislado, de estar confinado en una isla. De una forma contemplativa la isla es un paisaje en donde no hay camino. Al estar en una isla se tiene una consciencia de la soledad, del aislamiento. Son los hechos con los que me identifico. Y en mi obra hay un diálogo con ese entorno”, confiesa el artista Luis Mata, quien tiene su taller en la Isla de Margarita. En su trabajo el uso de la línea sucesiva, repetida y nunca igual, esa línea yacente, plana, metafórica delimita un paisaje que lo circunda. “Pero también la obra tiene que estar en comunicación, en diálogo conmigo mismo”, advierte como un precepto. Su búsqueda es parte de un proceso introspectivo en el que reflexiona acerca de su entorno. “La razón de uno ser artista es dejar plasmado el carácter de la vida”, da cuentas. Y allí, la gesta de una idea que se convertirá en pulso y trazo, en línea, en horizonte. “Cuando soluciono la idea en mi cabeza la parte plástica puede dar un golpe de timón y convertirse en otra cosa. Y allí las ideas se cuestionan a sí mismas y de ese enfrentamiento suceden errores que son aciertos: una mancha o una mezcla de color. Aunque uno premedite la obra siempre suceden cosas. Por eso cada obra es un aprendizaje”. A su trabajo lo enfrenta con libertad y hasta con el hecho de lo impredecible, de lo incierto, de lo incalculable que lo lleva a explorar nuevas posibilidades en su discurso. “Yo soy muy arbitrario. Yo atajo y hago mis propias relaciones de intereses visuales. No me gusta lo metódico, me gusta tomarme libertades”. La base esencial del trabajo de Luis Mata es el papel. Es en el papel en el que el artista ha fundamentado prácticamente todo su discurso pictórico. “Hay algo fundamental para mí que ha sido el papel como soporte de mi obra. Me pregunto ‘¿Qué es lo que necesita mi obra?’ Y es el papel. Más que la tela o la madera o cualquier otro material. En el papel puedo hacer fotograbado, dibujo, uso acuarela, pinto con pluma, con carboncillo, con témpera o con colores. A mí me gusta el papel. El papel tiene trascendencia”. Desde el papel, él desarrolla esa abstracción de líneas que componen un paisaje y un horizonte, pero allí también desarrolla su trabajo más figurativo. “Creo que hay conexiones entre los aspectos abstractos y figurativos. En eso no soy estricto, me gusta que mi trabajo tenga varias partes y que esas partes confluyan entre sí”. Desde su taller, Luis Mata asoma el calmado caos de un artista, la improvisación natural de un creador. Sus obras, de distintas series y diversos momentos, aparecen unas bajo de otras, desordenadas, como un compendio, un resumen de sus propios trazos en papel. “Yo no tengo un estado ideal para pintar, yo creo las condiciones para que esa necesidad de pintar tenga vida”, cuenta Mata de esa parte racional de su proceso. Es un impulso, un ímpetu que lo lleva a vaciarse en cada pintura de manera espontánea. “Yo lo que busco es que cada obra tenga mi huella y sentir como que estoy pasando por encima de ellas”. Como quien se pierde en esa abstracción, ese paisaje, ese infinito.