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HISTORIAS CLÁSICAS DE LA BIBLIA Las historias de la Biblia cobran vida en este hermoso libro de cuentos, llamado Historias clásicas de la Biblia. Siguiendo la tradición clásica, las historias se cuentan con un estilo fiel a la Biblia. Cada una de las ilustraciones es una obra de arte que alegrará al lector. Historias clásicas de la Biblia será el libro favorito de los más jóvenes durante muchos años.
HISTORIAS CLÁSICAS DE LA BIBLIA
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HISTORIAS CLÁSICAS DE LA
BIBLIA
Antiguo Testamento El principio Adán y Eva abandonan el jardín Noé y el diluvio Noé y el arcoiris Dios llama a Abrahán Abrahán recibe buenas noticias Ha nacido un niñito Isaac y Rebeca Un guiso de lentejas Jacob y la escalinata al cielo José, el soñador Los hermanos de José tratan de asesinarlo José en el palacio José perdona a sus hermanos Dios salva al niño moisés Moisés y la zarza ardiente El señor libera a los Israelitas Los israelitas cruzan el Mar Rojo Los diez mandamientos Rajab ayuda a los israelitas La murallas de Jericó Samuel escucha a Dios Samuel unge a David David y el gigante Salomón, el rey sabio En un horno de fuego Daniel en el foso de los leones Ester arriesga su vida por su pueblo
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Nuevo Testamento Jesús nace en Belén Los sabios visitan a Jesús Jesús en la casa de su Padre Jesús Es bautizado Jesús elije a doce discípulos Jesús en las bodas Jesús calma la tormenta Jesús y sus amigos en Betania El buen Samaritano Zaqueo en el árbol sicómoro Jesús es el buen pastor El hijo que volvió Jesús ayuda a la gente que lo necesita Cinco panes y dos pescados Jesús y los niños Una mujer unge a Jesús Jesús entra en Jerusalén La última cena Pedro reniega de Jesús Jesús es crucificado Jesús sale del sepulcro Jesús sube al cielo La llegada del espíritu santo El inicio de la iglesia Pedro y Juan sanan a un mendigo Esteban muere porque cree en Jesús Un hombre de Etiopía se convierte en seguidor Saulo se convierte en seguidor de Jesús Pablo viaja para difundir la buena nueva
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El principio
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adie sabe cuándo comenzó el universo, pero sabemos que sucedió hace mucho tiempo.
Nadie sabe cómo empezó el universo, pero sabemos que Dios lo hizo todo. Dios siempre estuvo ahí, pues Él no tiene un principio. Todo era oscuro y sin forma. Y Dios decidió crear un universo hermoso. Él habló y, al hacerlo, todo lo hizo. Hizo las galaxias, las estrellas y los planetas. Hizo el sol y los planetas. La Tierra también es un planeta. Todos los planetas tenían sus lugares fijos y giraban alrededor del sol. Y así, había luz y oscuridad, día y noche. El sol brillaba durante el día, y la luna y las estrellas alumbraban por la noche. Dios habló e hizo las nubes, los océanos y los ríos. La tierra se inclinaba un poco, y así había verano e invierno, calor y frío. Dios vio que todo lo que hizo era bueno. Dios habló y hubo plantas y árboles en la tierra. Hizo árboles frutales y plantas con semillas.
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Cada planta tenía su propia clase de semillas. Dios vio que todo lo que había hecho era bueno. Dios hizo todos los seres vivos de la tierra. Hizo los insectos voladores y los insectos reptantes. Hizo toda clase de animales salvajes. Algunos eran pequeños y otros grandes. Vivían en los árboles, en las montañas, en las llanuras, en el cielo y en el mar. Hizo animales que podían convivir con las personas. Dios vio que era bueno. Dios también hizo a los seres humanos. Hizo un hombre del polvo de la tierra y le insufló vida. El hombre se llamaba Adán. Vivía en un hermoso jardín que Dios había hecho para él. Tenía que cuidar de las plantas y los animales. Pero se sentía solo. Entonces, Dios hizo una mujer y se la llevó a Adán. Adán se alegró cuando vio a la mujer. La llamó Eva. Dios hizo a las personas a su semejanza. Los hizo para que fueran como Él. Dios bendijo a Adán y Eva y les dijo que tuvieran hijos. También les dijo que cuidaran la tierra y todo lo que en ella había. Y que se aseguraran de que la tierra fuera siempre un buen lugar para vivir. Dios vio todo lo que había hecho. Y era muy bueno. Entonces Dios descansó en su obra. Génesis 1 y 2
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Adán y Eva abandonan el jardín
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dán y Eva vivían en un jardín hermoso.
Dios le dijo a Adán: —Puedes comer el fruto de cualquier árbol, con la excepción del árbol que está en el medio del jardín. Ese es el árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, morirás. Adán y Eva cuidaban del jardín. También les dieron nombre a los animales. Dios solía visitar a Adán y a Eva al anochecer, cuando refrescaba, y habían terminado el trabajo. Un día, la serpiente visitó a Eva, y le dijo: —¿De verdad Dios les dijo que no comieran de los frutos de los árboles?” —No —dijo Eva. —¡Podemos comer los frutos de los árboles! Dios solo nos dijo que no comiéramos del árbol que está en el medio del jardín, porque si así lo hiciéramos, moriríamos. —Dios les mintió —respondió la serpiente. — La fruta de ese árbol les hará más sabios. Serán como Dios. Sabrán la diferencia del bien y del mal. Eva miró la fruta. ¡Era deliciosa! Y pensó en ser como Dios. Lentamente, Eva tomó la fruta y se la comió. ¡Qué deliciosa! Entonces tomó más fruta y se la llevó a Adán, y Adán también comió la fruta. De inmediato, Adán y Eva supieron que habían desobedecido a Dios, y tuvieron miedo. Trataron de esconderse de Dios.
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Aquella noche, Dios se presentó en el jardín, como siempre hacía. Pero Adán y Eva no salieron de su escondite. Dios lo sabe todo. Sabía lo que Adán y Eva habían hecho. Así que los llamó. Adán dijo: —Sabemos que te desobedecimos. Pero es culpa de Eva. Ella tomó la fruta y me la dio. Eva dijo: —Es culpa de la serpiente. Me engañó. Dios se entristeció al oír sus palabras. Le dijo a la serpiente: —A partir de ahora te arrastrarás sobre tu vientre. La gente intentará matarte. Y les harás daño con tu veneno. A Adán y Eva les dijo: —Tendrán que abandonar el jardín. La vida será dura para ustedes. Dios les dio ropa hecha de pieles de animales. Les dijo: —Ahora ya conocen la diferencia entre el bien y el mal. Les será difícil elegir hacer el bien. Entonces, Dios les hizo a Adán y Eva una promesa maravillosa. Un día, enviaría a alguien que sería más fuerte que todo el mal del mundo. Él ayudaría a la gente a ser amigos con Dios de nuevo. Génesis 2 y 3
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Noé y el diluvio
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a tierra se llenó lentamente de personas. Y poco a poco, dejaron de obedecer a Dios. Hicieron cosas malas y dañinas que entristecieron mucho a Dios. Él dijo: —Daré comienzo a todo de nuevo. Exterminaré a toda la población salvo a Noé y su familia. Noé era un hombre piadoso. Caminó fielmente con Dios, y Dios se complació en él. Noé tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Dios le dijo a Noé: —Voy a acabar con todos. Pero salvaré tu vida y la de tu mujer, tus hijos y sus mujeres. Debes construir un arca de madera de ciprés. Prepara habitaciones en ella. Cúbrela de alquitrán por dentro y por fuera. También salvaré a los animales y a los pájaros, de modo que tienes que meterlos en el arca contigo. Noé empezó a trabajar en el arca. Hizo todo tal como Dios le había dicho. El arca era muy grande. Tenía tres alturas. Había un techo y una puerta en un lado del arca. Noé guardó en el arca comida para su familia y para todos los animales. Cuando el arca quedó construida, Dios le dijo: —Entra en el arca con toda tu familia. Lleva contigo al arca siete parejas de cada clase de animal limpio. Lleva también una pareja de cada animal inmundo.
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Además, toma siete parejas de cada tipo de ave. Después del diluvio, los animales y las aves podrán esparcirse por la tierra y llenar la tierra de nuevo. En aquellos días, a la gente solo se le permitía ofrecer ciertos animales al Señor. Se les llamaba animales ‘limpios’. Todos los demás animales se les llamaba ‘inmundos’. Entonces Dios dijo: —Dentro de siete días enviaré lluvia. Lloverá durante 40 días y 40 noches. Noé y su familia entraron en el arca. Después, los animales y las aves se acercaron al arca. Todos entraron en el arca. Cuando todos estuvieron dentro, el Señor cerró la puerta del arca. Entonces empezó a llover. Llovió sin parar durante 40 días y 40 noches. Los ríos se desbordaron. Había tanta agua que el arca empezó a flotar. El agua subió aún más, y pronto las casas y los árboles dejaron de verse. El agua subió hasta cubrirlo todo, incluso las cimas de las montañas. Todas las personas y animales se ahogaron. Pero Noé, su familia y los animales que el Señor le había enviado estaban a salvo. El Señor los mantuvo a salvo en el arca. Génesis 6 y 7
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Noé y el arcoiris
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lovió hasta que toda la tierra quedó cubierta de agua. Entonces dejó de llover y Dios envió un viento que lo secó todo. El arca flotó suavemente sobre las aguas hasta que chocó con el monte Ararat. Y allí se detuvo, pero todavía había agua por todas partes. Noé, su familia y los animales tuvieron que esperar dentro del arca a que la tierra se secara. Por fin, empezaron a aparecer las puntas de las montañas. ¡El agua empezaba a bajar! Al cabo de un tiempo, Noé abrió una ventana y envió un cuervo. Quería ver cuánta agua quedaba. El cuervo voló de un lado a otro porque no encontraba un lugar seco donde posarse. Entonces, Noé envió una paloma. La paloma tampoco encontró donde posarse, así que volvió al arca. Noé esperó siete días y volvió a enviar la paloma. Al anochecer, la paloma regresó con una hoja de olivo en el pico. Entonces Noé supo que las plantas habían vuelto a crecer. El suelo se estaba secando. Después de siete días, Noé volvió a enviar la paloma, y esta vez la paloma no regresó. Había encontrado un lugar seco donde quedarse. Entonces Dios le dijo a Noé: —Ya pueden salir todos del arca. La tierra vuelve a estar seca.
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Y así Noé, su familia y todos los animales y aves salieron del arca. Lo primero que hizo Noé fue construir un altar para honrar al Señor. Entonces Dios bendijo a Noé y a su familia. Les dijo: —He hecho la tierra de nuevo. Sé que la gente se olvidará de mí y volverá a hacer cosas malas. Pero nunca volveré a destruir la tierra como ahora. Siempre habrá estaciones lluviosas, pero también habrá estaciones secas. Habrá verano e invierno. Habrá un tiempo para plantar y otro para cosechar. Dios también les dijo: —Pueden comer las plantas que crecen en la tierra y los animales que viven en ella. Pero también deben cuidar de todo lo que vive en la tierra. Ustedes son los cuidadores de la tierra. Y añadió: —No deben matar a otros seres humanos. Mi Espíritu vive en todos ustedes. Respétense unos a otros. Entonces Dios puso un arco iris en el cielo, y dijo: —Siempre que vean un arco iris deben recordar la promesa que les hice. No volveré a destruir la tierra con agua. Cuando vea el arco iris, también recordaré la promesa que les hice. Génesis 8 y 9
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Dios llama a Abrahán
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brán vivía con su familia en Harán. Un día, el Señor habló a Abrán. Le dijo: —Quiero que dejes a tu familia y a tu pueblo y te vayas a otro país. Yo te mostraré adónde ir. El Señor también le hizo una promesa a Abrán. Le dijo: —Sobre ti construiré una gran nación. Te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y serás una bendición para los demás. Todas las naciones de la tierra serán bendecidas por ti. Abrán decidió obedecer al Señor. Tomó a su esposa Saraí y a su sobrino Lot, así como a sus siervos y posesiones, y partió de Harán. Viajaron hacia el oeste hasta llegar a la tierra de Canaán. Luego continuaron por Canaán, buscando un lugar donde quedarse. Cuando llegaron al gran árbol de More, en Siquén, se detuvieron a descansar. El Señor se le apareció a Abrán en Siquén y le dijo: —Daré esta tierra a los miembros de tu familia que vengan después de ti. Entonces Abrán construyó allí un altar para honrar al Señor. Después de un tiempo, hicieron las maletas y viajaron un poco más. Finalmente, Abrán se fue a vivir cerca de los grandes árboles de Mamre, en Hebrón. Allí acampó y construyó un altar en honor del Señor.
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Algún tiempo después, el Señor volvió a hablar a Abrán. Le dijo: —Abrán, no temas. Yo soy como un escudo para ti. Te protegeré y te bendeciré. Pero Abrán dijo: —Señor, ¿cómo puede pertenecer esta tierra a los familiares que vengan después de mí? Yo no tengo hijos. El Señor le dijo a Abrán: —Tendrás un hijo propio. Él tendrá todo lo que tú tienes. Entonces el Señor sacó a Abrán fuera y le dijo: —Mira al cielo. Cuenta las estrellas, si puedes. Mientras Abrán miraba las innumerables estrellas del cielo, el Señor le dijo: —Ese es el número de hijos que nacerán en tu familia. El Señor también le dijo: —Yo soy el Señor. Yo te saqué de la tierra de Babilonia. Te daré esta tierra para que la tengas como propia. Abrán no sabía cómo el Señor iba a hacer estas cosas. Pero recordó cómo el Señor lo había llevado sano y salvo de Harán a Hebrón, y creyó en el Señor. El Señor se alegró de Abrán porque creyó. La fe de Abrán lo hizo justo con el Señor. Génesis 12 y 15
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Abrahán recibe buenas noticias
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uando Abrán alcanzó los 99 años, el Señor se le apareció y le dijo: —Yo soy el Dios Poderoso. Camina fielmente conmigo. Vive de una manera que me agrade. También dijo: —Recuerda mi promesa. Serás el padre de una gran nación, y los que te sucedan vivirán en esta tierra. Entonces, el Señor cambió el nombre de Abrán por el de Abrahán y el de Saraí por el de Sara. Abrahán y Sara eran muy ancianos y no tenían hijos. Abrahán confiaba en el Señor, pero no sabía cómo el Señor iba a cumplir su promesa. En un día muy caluroso, Abrahán estaba descansando bajo los grandes árboles que había delante de su tienda. De repente, vio a tres hombres que venían hacia él. Abrahán se levantó rápidamente y saludó a los hombres. Les invitó a descansar a la sombra de los árboles. Fue a buscar agua para que se lavaran los pies. Luego se dirigió a su esposa Sara. —Haz pan para nuestros invitados —le dijo. Seguidamente, ordenó a un criado que preparara carne para los invitados. También trajo mantequilla y leche. Mientras los hombres comían, le preguntaron a Abraham: —¿Dónde está tu mujer? —En la tienda —respondió Abraham. Entonces, uno de ellos dijo: —El año que viene por estas fechas, tu mujer Sara tendrá un niño.
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Sara pudo oír a los hombres desde la tienda. Se rio suavemente: —¡Soy demasiado vieja para tener hijos! —pensó. Dos de los hombres eran ángeles, y el otro era el Señor. El Señor sabía lo que Sara estaba pensando, y les dijo: —Recuerden que el Señor es el Dios Todopoderoso. Él puede hacer cualquier cosa. Usted y su mujer tendrán un bebé cuando yo vuelva el año que viene. Sara se asustó cuando se dio cuenta de quiénes eran sus visitantes. Les dijo: —¡No me reía! Pero el Señor le dijo: —¡Sí que te reías! Sara no sabía qué decir. Ella en realidad, sin duda alguna, quería un bebé suyo. ¿Podría ser cierta la promesa de Dios? Génesis 17 y 18
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Ha nacido un niñito
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brahán y Sara eran ya muy mayores. Siempre habían tratado de obedecer al Señor.
Hace mucho tiempo, el Señor le dijo a Abrahán que se marchara a un país lejano. Empacó sus bienes y animales y dejó a su familia y a su pueblo. Después de recorrer una larga distancia, Abrahán acabó viviendo en Canaán. El Señor prometió a Abrahán que la tierra pertenecería a su descendencia. Abrahán llegó a ser un hombre rico, pero él y Sara nunca tuvieron hijos. A menudo se preguntaban cómo iba a cumplir el Señor la promesa que les había hecho. El Señor repetía a Abrahán que confiara en él, y por fin Sara se quedó embarazada. Entonces Abrahán y Sara recordaron todas las veces que el Señor había hablado con Abrahán. Recordaron su promesa de que tendría un hijo. Recordaron a los tres hombres que les habían visitado y les habían dicho que Sara tendría un niño al año siguiente. Exactamente a la hora en que los tres hombres habían anunciado su promesa, nació el hijo de Sara.
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Sara estaba muy contenta. Dijo: —El Señor me ha hecho reír de nuevo. Todo el que sepa de mi bebé se alegrará conmigo. Abrahán llamó a su bebé Isaac, que significa “risa”. Isaac trajo mucha felicidad a su familia. Abrahán y Sara jugaban con el pequeño Isaac y lo veían crecer. Cada vez que lo veían, recordaban cómo el Señor les había dado el bebé que les había prometido. Abrahán recordaba todas las promesas de Dios. Aunque solo vio cumplida una de ellas, sabía que podía confiar en Dios. Sabía que Dios daría a sus descendientes la tierra de Canaán. Sabía que su familia sería una gran nación. Y Dios cumplió esas promesas. Génesis 21
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Isaac y Rebeca
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n día, Abrahán le dijo a su sirviente: —Quiero que vayas con mi familia y encuentres entre ellos una esposa para mi hijo Isaac. No te preocupes por encontrar a la mujer adecuada. El Señor te ayudará a encontrarla. El sirviente tomó diez camellos y cargó en ellos muchos regalos. Viajó durante muchos días hasta llegar a la ciudad donde vivía Najor, el hermano de Abrahán. Llegó al atardecer y se detuvo en el pozo que había a las afueras de la ciudad. Era la hora de que las mujeres fueran a buscar agua. El sirviente oró: —Señor, ayúdame a encontrar a la mujer adecuada. Voy a pedir agua a una joven. Sabré que es la adecuada si me da agua y también da agua a los camellos. Por favor, responde a mi oración. En ese momento llegó Rebeca con un cántaro a buscar agua. Era muy hermosa. Cuando su cántaro estuvo lleno de agua, el sirviente de Abrahán le dijo: —Por favor, dame de beber un poco de agua. —Por supuesto —le contestó ella. Así, le dio agua a él y también a los camellos. El sirviente le dio a Rebeca un anillo y dos brazaletes de oro y le preguntó: —¿De quién eres hija? ¿Podemos hospedarnos esta noche en casa de tu padre? Rebeca respondió: —Soy hija de Betuel y nieta de Najor. Tenemos sitio de sobra para ti y tus camellos. El sirviente susurró: —Gracias, Señor, por llevarme con la familia y la joven adecuadas.
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Y así, el sirviente se quedó con Rebeca y su familia. Ellos alimentaron a sus camellos y luego le dieron de comer. Dijo el sirviente: —Antes de comer, quisiera contarles por qué estoy aquí. Mi señor Abrahán me pidió que buscara esposa para su hijo Isaac entre su familia. Luego les habló de Abrahán y de su vida en Canaán. También les contó cómo el Señor le había ayudado a encontrar a Rebeca. Les pidió que enviaran a Rebeca con él para que fuera la esposa de Isaac. El padre y el hermano de Rebeca sabían que el Señor había elegido a Rebeca, y se alegraron de que se fuera con el sirviente. Rebeca también estaba feliz de ir con él. Y así, el sirviente llevó a Rebeca y a sus sirvientes de vuelta a Abrahán. Cuando estaban cerca de la casa de Abrahán, vieron a un hombre que caminaba por sus campos. Cuando el sirviente le dijo a Rebeca que era Isaac, ella se cubrió el rostro con su velo. Luego bajó de su camello y saludó a Isaac. Isaac y Rebeca se casaron. Ella se convirtió en su esposa y él la amó. Isaac y Rebeca tuvieron dos hijos, Esaú y Jacob. Eran gemelos, y Esaú era el mayor de los dos. Génesis 24
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Un guiso de lentejas
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acob y Esaú, pese a ser gemelos, eran muy diferentes. Esaú era un buen cazador y le gustaba estar al aire libre. A Jacob le gustaba quedarse en casa. A Isaac le encantaba la carne de venado, y Esaú era su hijo favorito. Jacob, más reservado que su hermano, era el favorito de su madre. Como Esaú era el mayor de los dos, era el heredero de Isaac. Se convertiría en el líder de la familia después de Isaac, y heredaría la mayoría de las posesiones de su padre. Su padre también le daría una bendición especial. A Jacob esto no le agradaba nada. Esaú era apenas unos minutos mayor que él. Estaba celoso de su hermano. Un día, Jacob guisaba lentejas. Cuando Esaú volvió de cazar, tenía hambre, y le dijo a Jacob: —Dame un poco de tu guiso de lentejas rojas. ¡No sabes el hambre que tengo! Jacob quería burlarse de su hermano. Pero también vio la oportunidad de engañarle. —Te daré de mi guiso —le dijo —¡pero solo si me otorgas todos tus derechos como hijo mayor!
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Esaú ni siquiera pensó en las palabras de Jacob: —¡Mira, me da igual! —dijo. —Te daré lo que me pidas. ¡Me muero de hambre! Jacob insistió: —¡Tienes que prometerlo! Y Esaú dijo: —¡Muy bien, te lo prometo! ¡Ahora, dame de comer! Entonces, Jacob le dio a su hermano un poco de pan y guisado de lentejas. Esaú se tomó la comida y dejó a su hermano. No pensó en lo que acababa de hacer. No le importó haberle dado a Jacob todos los derechos que le correspondían a él, como hijo mayor. Pero a Jacob sí le importaban esos derechos. Más tarde, él y su madre engañaron a su padre para que le diera la bendición especial reservada para el hijo mayor. Cuando Esaú se enteró, se enfadó mucho. Se enfadó tanto que quiso matar a su hermano, y Jacob tuvo que huir de casa. Génesis 25
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Jacob y la escalinata al cielo
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uando Isaac era muy viejo, supo que había llegado el momento de dar a su hijo mayor su bendición especial. Pidió a Esaú que fuera a cazar y le cocinara el venado que cazara. Rebeca los oyó hablar. Le dijo a Jacob: —Trae dos cabritos. Cocinaré la carne para que se la lleves a tu padre y te hagas pasar por Esaú. Jacob dijo: —¡Mi padre sabrá que no soy Esaú! Rebeca le dijo: —Tu padre es viejo y ciego. Si te pones la ropa de Esaú y te cubres las manos con pieles de animales, no se dará cuenta de nada. Jacob quería ser el líder de la familia. Llevó la carne a su padre. Isaac estaba confundido, pero Jacob le dijo que él era Esaú. Extendió las manos para que Isaac las tocara. Su ropa olía como la de Esaú. Fue entonces que Isaac bendijo a su hijo menor y le prometió que sería el jefe de la familia. Cuando Esaú se enteró de lo que había hecho Jacob, se puso furioso y triste. Isaac y Rebeca se dieron cuenta de que sería mejor que Jacob se marchara por un tiempo. Lo enviaron con la familia de Rebeca, que vivía lejos.
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Jacob tuvo que abandonar su casa. El primer día de viaje caminó hasta que se hizo de noche. Tuvo que dormir al raso y utilizó una piedra como almohada. Estaba cansado y pronto se durmió. Entonces tuvo un sueño maravilloso. Vio una escalinata que subía hasta el cielo. Los ángeles subían y bajaban por la escalinata, y el Señor estaba de pie junto a ella. El Señor le habló a Jacob y le dijo: —Yo soy el Señor Dios. Un día esta tierra te pertenecerá a ti, a tus hijos y a sus hijos. Ellos llenarán la tierra. Y bendeciré al mundo porque tu familia cree en mí. Yo estoy contigo. Velaré por ti dondequiera que vayas. Y te traeré de vuelta a esta tierra. Cuando Jacob despertó, se dijo: —El Señor está en este lugar, y yo ni siquiera lo sabía. Luego derramó aceite de oliva sobre la piedra en la que había apoyado la cabeza. Llamó a aquel lugar Betel, que significa “casa del Señor”. Entonces Jacob oró al Señor: —Por favor, vela por mí dondequiera que vaya y hazme volver a este lugar. Así te serviré siempre. Te daré la décima parte de todo lo que posea. A continuación, Jacob siguió su camino. Vivió con la familia de su madre durante muchos, muchos años. Más tarde, los hermanos hicieron las paces entre sí. Génesis 25, 27 y 28
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José, el soñador
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acob se asentó en la tierra de Canaán. Tuvo 12 hijos y una hija.
Sus nombres eran Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Su hija se llamaba Dina. El hijo favorito de Jacob era José. Había nacido cuando Jacob ya era un anciano. Esto enfadó mucho a los hermanos de José. Jacob demostró abiertamente que quería a José más que a sus hermanos. Una de las maneras de hacerlo fue haciéndole a José una hermosa túnica. La túnica tenía muchos colores diferentes. Era más linda que todo lo que poseían los hermanos de José. Cuando sus hermanos vieron la hermosa túnica, se pusieron muy celosos. Y odiaron aún más a José. José empeoró las cosas contando historias sobre sus hermanos. Empezaron a odiarle tanto que no podían dirigirle ni una palabra amable. Cuando José tenía unos 17 años, tuvo un extraño sueño. José soñó que él y sus hermanos ataban manojos de grano en el campo.
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De repente, el manojo de grano de José se irguió. Y todos los granos de sus hermanos se inclinaron ante el de José. José contó el sueño a sus hermanos. —¿Planeas ser rey sobre nosotros? ¿Piensas reinar sobre nosotros? —le preguntaron. El sueño de José hizo que lo odiaran aún más. Poco después, José tuvo otro sueño. Soñó que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Les contó el sueño a su padre y a sus hermanos. Esta vez su padre también se enfadó porque el sueño parecía decir que el padre y la madre de José también se inclinarían ante él. Los hermanos de José habían encontrado otra razón para odiarlo. Pero Jacob recordaba estos sueños y se preguntaba qué significaban. Génesis 37:1–11
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Los hermanos de José tratan de asesinarlo
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os hermanos de José cuidaban del rebaño de su padre. A veces tenían que viajar lejos de donde vivían para encontrar buenos pastos para las ovejas.
En esta ocasión, habían llevado las ovejas a pastar cerca de un lugar llamado Siquén. Jacob envió a José a verlos para saber cómo estaban. Cuando José llegó a Siquén, sus hermanos ya se habían trasladado a un lugar llamado Dotán. José continuó su viaje para encontrar a sus hermanos. Los hermanos vieron venir a José cuando aún estaba lejos. No se alegraron de ver a José. Sus hermanos lo odiaban tanto que planearon matarlo. —¡Matemos al soñador! —dijeron. —¡Así veremos si sus sueños se cumplen! Decidieron matarlo y arrojarlo a un pozo vacío. Pero Rubén, el hermano mayor de José, no quería matar a José. Trató de salvarle la vida. Les dijo a sus hermanos: —¡No lo maten! ¡Nomás arrójenlo al pozo!
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Su plan era volver más tarde y salvar a José. Cuando José llegó hasta sus hermanos, éstos le quitaron su hermosa túnica y lo arrojaron a un pozo vacío. Luego se sentaron a comer. Mientras comían, vieron a unos mercaderes que viajaban a Egipto. —¡Vendamos a José a los mercaderes! —dijo Judá, uno de los hermanos de José. Los hermanos sacaron a José del pozo y lo vendieron a los mercaderes. Luego mataron una cabra y mojaron el manto de José en la sangre. Llevaron la túnica a su padre y le dijeron que la habían encontrado tirada en el suelo. —¡Es la túnica de José! —dijo Jacob. —¡Lo habrá matado un animal salvaje!. Jacob estaba muy triste. Sus otros hijos intentaron consolarlo, pero él seguía triste. —Extrañaré a José hasta el día de mi muerte —decía. Génesis 37:12–36
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José en el palacio
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osé pasó por muchos momentos difíciles y duros durante sus años en Egipto. Fue encarcelado por algo que no había hecho. El copero del faraón también estaba en prisión. Tuvo un sueño que José le interpretó con la ayuda de Dios. El copero prometió ayudarlo cuando saliera de la cárcel. Pero se olvidó de José. A pesar de todo, Dios estaba con José. Dios velaba por José y tenía un plan para él. Un día todo cambió. El faraón estaba preocupado. Había tenido sueños extraños, y nadie podía explicarle lo que significaban. Mandó llamar a sus sabios y magos, pero no pudieron ayudarle. Entonces el copero del faraón recordó su propio sueño y su promesa a José. Le contó al faraón cómo José le había explicado su sueño cuando estaba en prisión y cómo todo había sucedido exactamente como José se lo había explicado. El faraón mandó llamar inmediatamente a José. Llevaron a José a palacio. Le dieron ropa nueva y lo afeitaron. Luego lo enviaron al faraón. —He oído que puedes explicar los sueños —dijo el faraón. —No —dijo José. —No puedo hacerlo, pero Dios puede darte la respuesta. Entonces el faraón le contó a José sus sueños. En su primer sueño, había visto siete vacas que salían del río Nilo. Eran gordas y gozaban de buena salud. Luego, siete vacas feas y flacas salieron del río y se comieron a las vacas gordas. Pero se quedaron tan delgadas como al principio.
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El segundo sueño del faraón trataba de espigas. En primer lugar, vio siete espigas de grano en un solo tallo. Los granos estaban llenos y en buen estado. Luego aparecieron otras siete espigas. Eran débiles y delgadas y estaban secas por el viento del este. Las espigas delgadas se tragaron a las espigas buenas. —Los dos sueños tienen el mismo significado —dijo José. —Dios te está mostrando lo que va a hacer. Va a haber siete años maravillosos con comida en abundancia para todos. Luego habrá siete años de una hambruna terrible. Nadie tendrá comida. Nada quedará de los siete años de bonanza. Entonces José dijo: —Mi consejo es que encuentres a un hombre sabio y lo pongas a cargo de la tierra de Egipto. Debe tener unos oficiales que lo ayuden a recoger la quinta parte del grano que crezca en los años buenos, y que lo almacenen para que puedas utilizarlo en los años de hambruna para alimentar al pueblo. El faraón pensó que este era un plan muy bueno, así que puso a José a cargo de la tierra de Egipto. José se convirtió en el siguiente al mando después del faraón. José viajó por todo Egipto. Durante los años buenos, recogía todo el grano extra que producía el pueblo y lo almacenaba en las ciudades. Y cuando llegaron los años malos, había comida en Egipto. El Señor estaba usando a José para alimentar al pueblo de Egipto. Génesis 39 a 41
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José perdona a sus hermanos
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a sequía en Egipto también se extendió a Canaán. Los habitantes de Canaán se enteraron de que había grano en Egipto, así que Jacob envió a diez de sus hijos a Egipto para comprar grano. Cuando los hermanos se presentaron ante José en Egipto, no lo reconocieron. José fingió que eran espías. Le dijeron que todos eran hermanos y que su hermano menor estaba en casa. José dijo: —Entonces debes ir a buscar a tu hermano. Mientras tanto mantendré a uno de ustedes aquí en prisión. José hizo encarcelar a Simeón. Los otros hermanos se dijeron: —¡Dios nos está castigando por lo que le hicimos a José! De camino a casa, los hermanos encontraron el dinero que habían pagado por el grano en sus sacos. Esto los preocupó y los asustó. Cuando Jacob escuchó su historia, dijo: —José se me fue. Simeón se me fue. Benjamín no puede írseme también. Cuando a la familia ya no le quedaba comida, Judá le dijo a su padre: —Tenemos que volver a Egipto, y tenemos que llevarnos a Benjamín con nosotros. Prometo mantener a salvo a Benjamín. Finalmente, Jacob accedió a que Benjamín fuera con ellos. También envió regalos para José. Y ellos se llevaron el doble de dinero. Cuando José vio que sus hermanos habían traído a Benjamín, le dijo a su encargado que les preparara un banquete. Los hermanos estaban asustados y preocupados, pero José los trató muy bien.
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Después de comer, José ordenó al encargado que llenara de grano los sacos de sus hermanos y que volviera a meter su dinero en los sacos. También puso su copa de plata en el saco de Benjamín. En cuanto los hermanos se pusieron en camino, José envió al encargado tras sus hermanos. Les ordenó que abrieran sus sacos. Cuando encontró la copa de plata, detuvo a Benjamín. Benjamín tuvo que ir con él. Los demás eran libres de irse a casa. Los hermanos sabían que no podían volver a casa sin Benjamín, así que todos regresaron a la ciudad. Judá le dijo a José: —Le prometí a mi padre que mantendría a salvo a Benjamín. Por favor, deja que el joven vuelva con su padre. Yo seré tu esclavo en lugar de Benjamín. José vio que sus hermanos habían cambiado. Querían salvar la vida de Benjamín por el bien de su padre. Así que les dijo que él era su hermano José. —Dios me envió a Egipto para que pudiera salvar muchas vidas —dijo. —Todo formaba parte de su plan. José abrazó a sus hermanos y todos lloraron juntos. Luego volvieron a Jacob con el corazón alegre. Le dijeron a Jacob que José estaba vivo. Jacob hizo inmediatamente planes para viajar a Egipto y se reunió con José. El Señor había cambiado sus malos planes y los había convertido en planes muy buenos. Génesis 42 a 45
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Dios salva al niño moisés
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os israelitas vivían en Egipto. Al principio, los egipcios los trataban bien, pero luego un nuevo faraón comenzó a gobernar Egipto. No le gustaban los israelitas. Pensó que podrían luchar contra el pueblo de Egipto y apoderarse del país. Hizo que los israelitas trabajaran como esclavos. También ordenó a su gente que matara a todos los bebés varones de los israelitas. Una madre no soportaba la idea de entregar a su hijo a los egipcios, así que lo escondió en su casa. A medida que el bebé crecía, sus llantos se hacían más fuertes. Al cabo de tres meses lloraba tan fuerte que la gente que estaba fuera de la casa podía oírle. Así que su madre tuvo que idear un nuevo plan. Hizo una pequeña cesta con tallos de hierba alta y la cubrió de alquitrán. Luego metió a su bebé en la cesta y la colocó en la hierba alta que crecía a orillas del río Nilo. Le dijo a la hermana del bebé, Miriam: —Quédate cerca del bebé y mira lo que pasa con él. Miriam se quedó cerca de su hermano. Pronto vio que la hija del faraón bajaba al río para bañarse.
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La princesa vio la cesta. ¿Qué podía haber dentro? Envió a su esclava a buscar la cesta. La esclava llevó la cesta a la princesa. Ésta la abrió con cuidado y vio al bebé. Estaba llorando, y la princesa sintió pena por el bebé. Entonces Miriam le dijo a la princesa: —¡Puedo encontrar a una mujer que amamante al bebé por ti! —Sí. Ve —dijo la princesa. Miriam fue a buscar a su madre. La princesa le dijo a la madre del bebé: —Por favor, toma a este bebé y aliméntalo. Te lo pagaré. Así que la madre del bebé se quedó con él. Lo cuidó hasta que dejó de necesitar su leche. Entonces se lo llevó a la princesa. La princesa crio al bebé como si fuera su propio hijo. Lo llamó Moisés, porque ella lo había sacado del agua. Dios quería que Moisés fuera un líder para su pueblo. Así que le dio a la madre y a la hermana de Moisés el valor para dejarlo en el río. Dios envió a la princesa para salvarle la vida y adoptarlo. Se aseguró de que Moisés viviera para que pudiera guiar a su pueblo a la tierra prometida. Éxodo 1 y 2
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Moisés y la zarza ardiente
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oisés vivió en el desierto de Madián por muchos años. Un día llevó el rebaño de ovejas de su suegro al monte Horeb. La gente lo llamaba la montaña de Dios. Allí Moisés vio un espectáculo extraño. Una zarza estaba ardiendo, pero no se quemaba. Cuando Moisés se acercó para averiguar qué ocurría, oyó una voz desde el interior de la zarza. La voz le dijo: —No te acerques. Quítate las sandalias. Estás pisando tierra santa. El Señor Dios habló desde la zarza. Dijo: —Yo soy el Dios de tu padre. Yo soy el Dios de Abrahán. Yo soy el Dios de Isaac. Y yo soy el Dios de Jacob. Moisés tuvo miedo cuando oyó que Dios le hablaba. El Señor dijo: —He visto cómo sufre mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de socorro. He visto lo mal que lo tratan los egipcios. Por eso he bajado a salvarlos de los egipcios. Los llevaré a una buena tierra. Tiene mucho espacio. Es una tierra que tiene mucha leche y miel. Quiero que vayas al faraón y saques a los israelitas de Egipto. Ellos son mi pueblo. Moisés se asustó aún más al oír estas palabras. Dijo: —No puedo hacerlo. No puedo ir a ver al faraón. No puedo ser el líder de los israelitas.
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Pero Dios dijo: —Yo estaré contigo. Y te prometo que sacarás a los Israelitas fuera de Egipto, y todos ustedes me adorarán en esta misma montaña. Moisés preguntó: —Pero, ¿qué debo decirle al pueblo sobre ti? ¿Cuál es tu nombre? El Señor le dijo a Moisés su nombre: —YO SOY EL QUE SOY. Dios dijo: —Diles que YO SOY te ha enviado. Diles: “El Señor es el Dios de sus antepasados. Él mismo me ha enviado a ustedes. Deben llamarle siempre el Señor”. Moisés todavía estaba demasiado asustado para ir. Dijo: —Los líderes de Israel no me escucharán. No creerán que realmente me has enviado. El Señor prometió que ayudaría a Moisés a hacer señales especiales. Moisés seguía sin querer ir. —No soy buen orador —dijo. El Señor prometió enseñarle lo que tenía que decir. Pero Moisés dijo: —Por favor, envía a otro. El Señor se enfadó con Moisés. Dijo: —Tu hermano Aarón puede hablar en tu lugar. Pero tú debes decirle lo que tiene que decir. Y tú tienes que hacer las señales. Entonces Moisés estuvo dispuesto a ir a Egipto y guiar a su pueblo a su propia tierra. Éxodo 2 y 4
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El señor libera a los Israelitas
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oisés y su hermano Aarón les dijeron a los israelitas: —El Señor ha visto su sufrimiento. Él les conducirá a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob. Moisés y Aarón fueron a ver al faraón. Le dijeron: —El Señor Dios quiere que dejes marchar a su pueblo. El faraón dijo: —¡No conozco a este Dios! ¿Por qué debería obedecerle? No dejaré marchar a los Israelitas. Aarón arrojó su vara al suelo y esta se convirtió en serpiente. Los magos del faraón también podían convertir varas en serpientes, pero la vara de Aarón se tragó sus serpientes. Aun así, el faraón pensó que los dioses de Egipto eran más fuertes que el Señor. El Señor le dijo a Moisés: —Le mostraré al faraón que yo soy el Señor. Entonces el Señor envió diez plagas a Egipto. Primero, el agua del río Nilo se convirtió en sangre. Los peces del río murieron. La gente no podía beber el agua. Luego, el Señor envió una plaga de ranas a Egipto. Las ranas estaban por todas partes, incluso en las camas, hornos y tazones de la gente. El Señor envió una plaga de mosquitos y luego una plaga de moscas. Todos los animales de los egipcios enfermaron y murieron.
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A continuación, los egipcios y sus animales sufrieron dolorosas llagas en el cuerpo. La siguiente plaga fue la peor tormenta de granizo que jamás haya caído sobre Egipto. Las cosechas, los árboles y las plantas fueron destruidos. Después aparecieron las langostas y se comieron todas las plantas que habían quedado después del granizo. La novena plaga fueron tres días de oscuridad en Egipto. Nadie podía ver nada. Cada vez que Dios enviaba una plaga, el faraón le pedía a Moisés que la quitara. Prometió dejar marchar al pueblo. Luego, tan pronto como la plaga desaparecía, el faraón cambiaba de opinión y se negaba a dejarlos ir. Solo el pueblo egipcio y sus animales fueron afectados por las plagas. El Señor protegió a los israelitas y los mantuvo a salvo a ellos y a sus animales. Entonces llegó el momento de la décima plaga, la peor de todas. El Señor dio a los israelitas instrucciones especiales para mantenerlos a salvo. Tenían que sacrificar un cordero sin defectos y untar con su sangre los marcos de sus puertas. Luego debían cocer el cordero al fuego y comérselo. Cuando el Señor viera la sangre en los marcos de las puertas, los habitantes de la casa estarían a salvo. Esa noche murieron todos los primogénitos y los animales de Egipto. Entonces el faraón le dijo a Moisés: —¡Fuera! ¡Márchate! El faraón admitió que el Señor era realmente el Dios todopoderoso. Los israelitas eran libres de marcharse. Éxodo 4 a 12
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Los Israelitas cruzan el Mar Rojo
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l faraón permitió que los israelitas se fueran a su propia tierra. Los egipcios incluso les dieron regalos para que se marcharan rápidamente. Todos estaban contentos y emocionados. ¡Eran libres! El Señor les prometió: —Los llevaré a una buena tierra, con mucho espacio. Es una tierra que tiene mucha leche y miel. Dios condujo a su pueblo a través del desierto hasta el Mar Rojo. De día, el Señor iba delante de ellos en una columna de nube. De noche, los guiaba con una columna de fuego que les alumbraba. El faraón pronto se arrepintió de haber dejado ir a los israelitas. Ahora no tenía esclavos que hicieran el trabajo por él. Reunió a su ejército. Persiguieron a los israelitas con caballos y carros. Los israelitas acampaban a orillas del Mar Rojo. Miraron hacia atrás y vieron a los egipcios que venían hacia ellos. Estaban aterrorizados. Le dijeron a Moisés: —¿Nos has traído al desierto para que muramos? Deberías habernos dejado solos en Egipto. Al menos allí estábamos a salvo. Moisés respondió: —No teman. Manténganse firmes. Ya verán cómo el Señor los salvará hoy. El Señor luchará por ustedes. Simplemente quédense quietos.
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La columna de nube que estaba delante de los israelitas retrocedió hasta situarse entre los israelitas y los egipcios. La nube trajo oscuridad a los egipcios, pero llevó luz a los israelitas. Entonces el Señor le dijo a Moisés que extendiera su báculo sobre el Mar Rojo. Toda esa noche, el Señor hizo retroceder el agua con un fuerte viento del este. Convirtió el mar en tierra seca. El pueblo de Israel cruzó el mar en seco. Había un muro de agua a su derecha y otro a su izquierda. Los egipcios siguieron a los israelitas a través del Mar Rojo. Entonces el Señor los hizo entrar en pánico. Las ruedas de los carros se atascaron y no podían avanzar ni retroceder. Todos los israelitas llegaron sanos y salvos al otro lado. Entonces el Señor le dijo a Moisés que extendiera la mano sobre el mar. Moisés lo hizo, y el agua volvió a su cauce, cubriendo al ejército del faraón. No quedó ni uno solo de los egipcios. Ese día el Señor salvó a Israel de los egipcios, y los israelitas vieron el asombroso poder del Señor. Los israelitas estaban aprendiendo a confiar en que el Señor los ayudaría. Éxodo 14
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Los diez mandamientos E
l Señor condujo a los israelitas desde Egipto hasta su propia tierra. Siempre estaba dispuesto a ayudarles cuando lo necesitaban.
Una vez, no pudieron encontrar agua en el desierto, y empezaron a quejarse. Preguntaron a Moisés: —¿Por qué nos has traído a este lugar? Deberías habernos dejado en Egipto. El Señor le dijo a Moisés que golpeara una roca con su báculo, y salió agua de la roca. Entonces el pueblo dijo: —El Señor está aquí con nosotros. Entonces los amalecitas atacaron a los israelitas. El Señor le dijo a Moisés que se parara en una colina, mientras los israelitas luchaban.
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Mientras mantuviera en alto su báculo, los israelitas ganaban. Cuando se cansaba y bajaba la mano, los amalecitas empezaban a ganar. Entonces Aarón y Hur levantaron las manos de Moisés, y los israelitas ganaron la batalla. Después de tres meses, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí. Acamparon a los pies del Monte Sinaí. El Señor le dijo a Moisés: —Si los israelitas me sirven y obedecen, serán mi pueblo especial. El pueblo respondió: —¡Queremos servir y obedecer al Señor! ¡Queremos ser su pueblo! El Señor quería hablar al pueblo de Israel. Entonces Moisés ordenó al pueblo que hiciera preparativos especiales. Luego los condujo al pie de la montaña. Mientras esperaban, una espesa nube cubrió la montaña. Hubo truenos y relámpagos. El Señor descendió a la montaña en fuego, y la montaña tembló y se estremeció. Se oyó el sonido de una trompeta cada vez más fuerte. Entonces el Señor dio al pueblo diez mandamientos o leyes.
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Esto es lo que dijo: —Yo soy su Señor Dios. Yo les saqué de Egipto. Amarán al Señor su Dios más que a nada y que a nadie e el mundo. No harán estatuas de otros dioses. No adoren esas estatuas. Usen el nombre de Dios con respeto. Hagan todo su trabajo en seis días. El séptimo día es para descansar y honrar al Señor. Respeten a su padre y a su madre. No le hagan daño a nadie. Sean fieles a sus parejas. No roben. No mientan. No deseen el bien ajeno. El pueblo tenía miedo de los truenos y los relámpagos, de los fuertes ruidos y del fuego. Le dijeron a Moisés: —Tenemos miedo. No dejes que Dios nos hable. Debes decirnos lo que Dios quiere. Moisés respondió: —No teman, pero recuerden siempre que Dios es todopoderoso. Deben respetarlo y obedecerlo. Entonces construyeron un altar y adoraron al Señor. Éxodo 17, 19 y 20
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Rajab ayuda a los Israelitas
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os israelitas se encontraban en la tierra que Dios les había prometido, pero ahora se enfrentaban a muchos enemigos.
La ciudad de Jericó tenía murallas muy altas. Josué envió dos espías a la ciudad. Tenían que averiguar si las murallas de la ciudad eran tan fuertes como parecían, y si los soldados se estaban preparando para luchar contra los israelitas. Los hombres fueron a Jericó. Se alojaron en casa de una mujer llamada Rajab. Entonces alguien le contó al rey lo de los espías en casa de Rajab. El rey envió un mensaje a Rajab: —¡Saca a los hombres que están en tu casa!
Rajab escondió a los dos hombres. Los llevó al tejado de su casa y los escondió bajo el lino que había amontonado allí. Luego dijo a los hombres del rey: —Los hombres estaban aquí, pero yo no sabía que eran espías. Salieron de la ciudad al atardecer. Si se apresuran, aún podrán atraparlos. Los hombres del rey salieron en persecución de los espías. Tomaron el camino que iba al río Jordán y al campamento de los israelitas. Rajab se acercó a los dos espías. Les dijo: —Yo sé que el Señor les dará esta tierra. Él es el Señor que reina en el cielo y en la tierra. Hemos oído cómo les ha ayudado y tenemos miedo. Por favor, prométanme que me ayudarán como yo les he ayudado a ustedes. Por favor, perdónenme a mí y a mi familia cuando los israelitas conquisten Jericó.
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Los dos hombres le prometieron que le perdonarían la vida a ella y a su familia. La casa de Rajab formaba parte de la muralla de la ciudad. Con una cuerda hizo bajar a los hombres por la ventana. Les dijo: —Vayan a las colinas. Los hombres que les persiguen van por el camino que lleva al Jordán. Ocúltense durante tres días antes de volver a su campamento. Los hombres dijeron: —Por favor, escucha con atención. Cuando volvamos para la batalla, debes atar esta cuerda roja en la ventana. Asegúrate de que toda tu familia esté en la casa. Prometemos salvar a toda la gente de la casa. Entonces los dos hombres se marcharon. Se escondieron en las colinas hasta que los hombres del rey regresaron a Jericó. Luego fueron a su campamento. Le dijeron a Josué: —El Señor nos dará esta tierra. Todo el pueblo tiene mucho miedo de nosotros y del Señor. Josué 2
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La murallas de Jericó
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os israelitas se acercaron a Jericó. Josué alzó la vista y vio a un hombre de pie frente a él. El hombre le dijo a Josué: —He venido como comandante del ejército del Señor. Al oír esto, Josué se postró con el rostro en tierra. Y le preguntó: —¿Qué mensaje tiene mi Señor para mí? El comandante del ejército del Señor le dijo a Josué: —Quítate las sandalias. El lugar que pisas es tierra santa. Josué obedeció y se quitó las sandalias. Las puertas de Jericó estaban fuertemente cerradas. Los soldados vigilaban las puertas muy de cerca, y nadie entraba ni salía. Cuando los israelitas estuvieron listos para la batalla, el Señor le dijo a Josué lo que tenía que hacer. Josué y su ejército marcharon hacia la ciudad. En medio de los combatientes había siete sacerdotes que tocaban las trompetas. Había otros sacerdotes que llevaban el arca del testimonio. Los combatientes no hicieron ruido mientras marchaban alrededor de la ciudad. Luego volvieron a su campamento.
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Esto duró seis días. Los combatientes de Jericó observaban desde las murallas. ¿Qué hacían los israelitas? Al séptimo día, los israelitas marcharon siete veces alrededor de la ciudad. Los sacerdotes tocaron las trompetas. Los soldados guardaron silencio. La séptima vez, los sacerdotes tocaron las trompetas y Josué dijo a sus hombres: —¡Griten! ¡El Señor les ha entregado la ciudad! El ejército dio un fuerte grito y, de repente, las murallas de Jericó se derrumbaron. Los israelitas entraron en la ciudad y empezaron a luchar. Como luchaban por el Señor, no se apropiaron de nada. Llevaron el oro, la plata, el bronce y el hierro que encontraron en Jericó al tabernáculo, la casa del Señor, pues al Señor pertenecía. Quemaron la ciudad. Mataron a todos los animales y personas, excepto a una familia. Rajab y su familia estaban en su casa. La casa no cayó cuando cayó el resto de la muralla. Los israelitas los dejaron en paz cuando vieron la cuerda roja en la ventana. Después de la lucha, los espías llevaron a Rajab y a su familia al campamento de los israelitas. Desde ese día, vivieron con los israelitas. Josué 5 y 6
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Samuel escucha a Dios
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Samuel vivía en la casa del Señor junto con el sacerdote Elí. ¿Por qué Samuel no vivía en casa de sus padres? La madre de Samuel, Ana, no podía tener hijos. Esto la entristecía mucho. Oró y le pidió al Señor que le diera un niño. Le prometió que, si le daba un niño, se lo devolvería al Señor. El Señor respondió a sus oraciones y Ana tuvo un niño. Tal como había prometido, cuando tuvo edad suficiente, lo llevó a la casa de Dios. Desde aquel día, Samuel vivió en el templo con Elí. Samuel estaba feliz de vivir en la casa de Dios. Su madre lo visitaba todos los años y le hacía un abriguito. Elí era muy viejo y no veía muy bien. Una noche, cuando todos dormían, Samuel se despertó. Alguien lo llamaba. Pensó que Elí necesitaba algo, así que fue a ver a Elí. —Aquí estoy —le dijo. —¿Qué quieres que haga? Elí le respondió: —Yo no te he llamado. Vuelve a la cama, pequeño Samuel. Samuel volvió a la cama y se durmió. Al cabo de un rato, volvió a oír que alguien le llamaba. Samuel volvió a ver a Elí. Le dijo: —Te he oído llamar. Aquí estoy. Elí le replicó: —Yo no te he llamado. Vuelve a la cama, Samuel. Samuel no conocía al Señor. No sabía que era el Señor quien lo llamaba.
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Samuel oyó que alguien lo llamaba por tercera vez. Acudió de nuevo a Elí. Por fin Elí se dio cuenta de lo que pasaba. Le dijo a Samuel: —Vuelve a la cama. El Señor te llama. Cuando oigas su voz, debes decir: “Habla, Señor. Te escucho”. Samuel volvió a la cama, y el Señor lo llamó una vez más. Esta vez Samuel estaba preparado. Dijo: —Habla, Señor. Te escucho. Entonces el Señor habló a Samuel. Le dijo: —Tengo tristes noticias para ti. Los hijos de Elí han pecado contra mí, y Elí no los detuvo. Así que toda su familia pagará por sus pecados. A la mañana siguiente, Samuel abrió las puertas de la casa del Señor, como hacía todas las mañanas. No quería contarle a Elí lo que el Señor le había dicho, pero Elí le dijo: —No te calles lo que el Señor te ha dicho. Cuéntame lo que te dijo. Cuando Samuel se lo contó, Elí respondió: —Es el Señor. Debe hacer lo que considere mejor. Samuel amaba al Señor. Le servía fielmente, y el Señor le hablaba a menudo. Todos los israelitas sabían que era un profeta del Señor. Se convirtió en el líder o juez del pueblo. 1 Samuel 1 a 3
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Samuel unge a David
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l principio, el pueblo de Israel era gobernado por jueces, pero luego quisieron un rey que los gobernara. Querían ser como las demás naciones de su entorno. Así que el Señor le dijo a Samuel que ungiera a Saúl como primer rey de Israel. Al principio, el rey Saúl escuchó los consejos de Samuel y obedeció al Señor. Pero luego empezó a seguir su propio camino. Para entonces, Samuel ya era un anciano, y la desobediencia de Saúl le entristecía. El Señor le dijo: —Ya no estés triste por Saúl. He elegido un nuevo rey. Pon aceite de oliva en un cuerno de animal y vete a Belén. Allí vive Yesé. Uno de sus hijos será el nuevo rey de Israel. Samuel llevó consigo una vaca joven a Belén. Dijo a los dirigentes de la ciudad que quería ofrecer un sacrificio al Señor. Sabía que el Señor le iba a mostrar al joven que tenía que ungir. Cuando Yesé y sus hijos llegaron para el sacrificio, Samuel vio a Eliab, el hijo mayor de Yesé. Era un joven alto y apuesto. Samuel pensó: —Este tiene que ser el que el Señor quiere que unja. Pero el Señor le dijo a Samuel: —Yo no lo he elegido. Yo no me fijo en las cosas que mira la gente. La gente mira el exterior de una persona. Yo miro lo que hay en el corazón.
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Los otros seis hijos de Isaí vinieron a saludar a Samuel. Pero el Señor no había elegido a ninguno de ellos. Finalmente, Samuel le preguntó a Yesé: —¿Son estos los únicos hijos que tienes? —No —respondió Yesé, —tengo otro hijo. Está con las ovejas. Samuel le dijo: —Mándalo llamar. No nos sentaremos a comer hasta que llegue. Yesé mandó llamar a su hijo menor. David era apuesto, sano y corpulento. Era valiente. Mantenía las ovejas de su padre a salvo de los animales salvajes. David ya había matado un león y un oso. También le encantaba componer música. Cuando David llegó, el Señor le dijo a Samuel: —Este es el elegido. Samuel tomó el cuerno lleno de aceite de oliva y derramó el aceite sobre la cabeza de David. De esta manera lo ungió. Mostró a todos que Dios había elegido a David para ser el segundo rey de Israel. David volvió tranquilamente a su trabajo cuidando las ovejas de su padre, pero desde aquel día el Espíritu del Señor actuó poderosamente en él. 1 Samuel 9, 10 y 16
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David y el gigante
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os filisteos y los israelitas reunieron sus ejércitos para la guerra. El ejército filisteo estaba acampado en una colina y el de Israel en otra. El valle de Elá se interponía entre ellos. Goliat era un poderoso héroe filisteo. Medía unos tres metros. Llevaba un casco de bronce, una pesada armadura de bronce y protectores de bronce en las piernas. Llevaba una jabalina de bronce y una larga lanza. Cada mañana y cada tarde, Goliat gritaba a los soldados de Israel: —Elijan a un hombre para luchar contra mí. Si me mata, nos convertiremos en sus esclavos. Si yo lo mato, ustedes serán nuestros esclavos. Y así durante mucho tiempo. El rey Saúl y todo el ejército de Israel estaban aterrorizados. Nadie quería luchar contra el gigante. Un día, David visitó a sus hermanos que estaban en el ejército israelita. David llegó al campamento justo cuando Goliat se adelantó y desafió a los israelitas a luchar contra él. David dijo: —¿Cómo puede este hombre hablar así a los ejércitos del Dios vivo? ¿Quién se cree que es? Entonces David dijo al rey Saúl: —Lucharé contra Goliat. Saúl dijo: —Eres demasiado joven, David. No sabes nada de luchar. David le dijo a Saúl: —Yo cuido las ovejas de mi padre. Cuando un animal salvaje intenta llevarse una oveja, yo voy tras él. He matado un león y un oso. El Señor, que me salvó de esos animales, me salvará de este filisteo.
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Entonces Saúl le puso a David una coraza y le dio un casco. David no estaba acostumbrado a llevar armadura, y era muy pesada. Así que David se la quitó. Goliat vio que David era joven y no llevaba armadura. Le dijo: —¿Por qué peleas con palos? ¿Crees que soy un perro? Anda. Daré de comer tu cuerpo a los pájaros y a los animales salvajes. David le dijo a Goliat: —Tú luchas contra mí con espada, lanza y jabalina. Pero yo lucho contra ti en nombre del Señor. Él me ayudará. Entonces todos sabrán que él es nuestro Dios, y que tiene todo el poder. David corrió hacia Goliat. Sacó una piedra de su bolsa y la puso en su honda. La lanzó contra Goliat. La piedra golpeó a Goliat en la frente y el gigante cayó al suelo de bruces. David no era más que un joven pastor. Pero confiaba en el Señor, y el Señor le ayudó a ganar la batalla contra el gigante Goliat. 1 Samuel 17
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Salomón, el rey sabio
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alomón, hijo de David, se convirtió en el tercer rey de Israel cuando aún era joven. El consejo que David le dio fue: —Sé fuerte y valiente. Obedece al Señor en todo lo que hagas. Salomón siguió el consejo de su padre. Fue a Gabaón a ofrecer sacrificios al Señor. Allí el Señor se le apareció a Salomón en sueños. El Señor le dijo: —Pídeme lo que desees que te dé. Salomón le dijo: —Señor, Dios mío, soy joven. No sé cómo ser rey. No sé cómo gobernar a tu pueblo. Por favor, dame sabiduría para hacer mi trabajo. Muéstrame cómo hacer lo correcto. Al Señor le agradó la petición de Salomón. Dijo: —No pediste una larga vida ni riquezas. No pediste la muerte de tus enemigos. En cambio, quieres hacer lo que es justo. Quieres ser un juez justo para el pueblo. Te daré un corazón sabio y comprensivo. Y también te daré riquezas. La gente te tendrá mucho respeto. Pero recuerda vivir como yo quiero que vivas. Obedece siempre mis leyes. El rey Salomón se hizo famoso por su sabiduría. Escribió muchos proverbios y canciones. Lo sabía todo sobre las plantas, los animales, los pájaros, los reptiles y los peces. Todos los demás reyes enviaron a su pueblo a escucharle.
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Salomón también construyó el templo de Jerusalén. Era un edificio espléndido con muchos adornos de oro. Cuando concluyó la construcción del templo, hubo una gran reunión del pueblo.El rey Salomón oró: —Señor, eres nuestro Dios. Te construimos este templo para que sea tu hogar, aunque sabemos que no vives en edificios. Tú eres todopoderoso. Incluso el cielo es demasiado pequeño para ti. Por favor, escucha nuestras oraciones en este templo y perdona nuestros pecados. Enséñanos a obedecerte. La reina de Saba se enteró de que el rey Salomón era muy sabio y servía al Señor. Así que fue a visitarlo. Llevó consigo muchos sirvientes y muchos regalos. Le preguntó a Salomón todo lo que quería saber, y él respondió a todas sus preguntas. Vio el templo, el palacio de Salomón y sus posesiones. Le regaló oro, especias y joyas. Le dijo: —En mi país nos hablaron de usted. Ahora veo que incluso es más sabio y rico de lo que se decía. Alabado sea el Señor, su Dios. Se dio cuenta de que la sabiduría y la riqueza de Salomón eran dones de Dios. 1 Reyes 2 A 4, 7, 8 Y 10
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En un horno de fuego
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l rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro. La colocó en la llanura, cerca de la ciudad de Babilonia. Medía unos 27 metros de alto y tres de ancho. Luego mandó llamar a los soberanos del reino, a los gobernadores y a todos sus funcionarios. Entre ellos estaban Sadrac, Mesac y Abednego. Eran amigos de Daniel y adoraban a Dios nuestro Señor. El rey hizo que todos se pusieran delante de la enorme estatua. Entonces el mensajero del rey dijo: —¡Escuchen! Cuando oigan tocar música, deben echarse al suelo y adorar esta estatua de oro. De lo contrario, serán arrojados a un horno de fuego. La música empezó a sonar, y la gente se echó al suelo y adoró a la estatua. Sadrac, Mesac y Abednego permanecieron de pie. Nabucodonosor se enojó. Hizo que les trajeran a los tres hombres, Sadrac, Mesac y Abednego. —¡Les ordeno que adoren mi estatua! —les dijo. —Si se niegan, serán arrojados al horno. Su Dios no podrá salvarlos entonces. Sadrac, Mesac y Abednego dijeron: —Rey Nabucodonosor, arrójanos al horno ardiente.
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El Dios a quien servimos puede sacarnos vivos de él. Él puede salvarnos de tu poder. Pero aunque no nos salve, no adoraremos tu estatua. Entonces Nabucodonosor se enojó mucho. Ordenó a sus sirvientes que hicieran el fuego del horno siete veces más ardiente que de costumbre. Ordenó a sus soldados más fuertes que ataran a los hombres y los arrojaran al fuego abrasador. El horno estaba tan caliente que sus llamas mataron a los soldados. El rey Nabucodonosor observaba el horno desde una distancia segura. De repente se puso en pie de un salto. Dijo: —¿No echamos al fuego a tres hombres? Veo a cuatro hombres caminando en el fuego. No están atados. Y el fuego no los está abrasando. El rey gritó: —¡Sadrac, Mesac y Abednego, salgan! Su Dios es sin duda alguna el Dios todopoderoso. Los hombres salieron del fuego y todos pudieron ver que el fuego no les había hecho daño. No se les había quemado ni un pelo de la cabeza. Sus ropas no estaban quemadas. Ni siquiera olían a humo. Nabucodonosor dijo: —¡Alabado sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego! Envió a su ángel y salvó a sus siervos. Preferirían morir antes que adorar a otro dios que no fuera su propio Dios. Ningún otro dios puede salvar a la gente de esta manera. Así pues, ordeno a todos que respeten a su Dios. Daniel 3
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Daniel en el foso de los leones
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arío, el rey de Babilonia, nombró a 120 sátrapas para que se encargaran del gobierno de su reino. Sobre ellos, puso también a tres gobernadores. Uno de estos gobernadores era Daniel. Daniel era mejor que los otros, y el rey confiaba en él. Los otros sátrapas y gobernantes odiaban a Daniel. Trataban de atraparlo haciendo algo malo, pero nunca hallaron nada contra él. Daniel era un gobernante justo y digno de confianza y siempre obedecía la ley. Al final dijeron: —¡Daniel obedecerá a su Dios antes que al rey! Usemos eso contra él. Los gobernadores y sátrapas fueron a ver al rey y le dijeron: —Majestad, nos gustaría que promulgara una nueva ley. Durante los próximos 30 días, su pueblo debe adorarle a usted y solo a usted. No deben adorar a ningún otro dios. Si desobedecen la ley, serán arrojados al foso de los leones. Al rey Darío le gustaba la idea de que la gente lo adorara. Así que lo escribió en la ley de los medos y persas. Las leyes que fueron escritas así no podían ser cambiadas. Daniel oraba tres veces al día. Sabía de la nueva ley, pero no dejó que eso lo detuviera.
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Se fue a su casa, se arrodilló ante la ventana abierta y dio gracias al Señor, como hacía siempre. Los otros gobernadores lo vigilaban. En cuanto vieron a Daniel orando, fueron a ver al rey. Y le dijeron: —Majestad, hemos visto a Daniel orando a su Dios. No obedece su nueva ley. El rey se enfadó cuando se dio cuenta de que los gobernadores le habían engañado, pero no podía cambiar la ley. No tuvo más remedio que ordenar a sus hombres que arrojaran a Daniel al foso de los leones. Le dijo a Daniel: —¡Que tu Dios te salve, Daniel! Luego pusieron una piedra sobre la abertura del foso y el rey regresó a su palacio. Aquella noche, el rey no pudo comer ni dormir. En cuanto salió el sol, el rey Darío corrió al foso de los leones. Gritó: —¡Daniel! Tú sirves al Dios vivo. ¿Te salvó él de los leones? Daniel respondió: —Majestad, mi Dios envió a su ángel, y él cerró la boca de los leones. No me hicieron daño. El rey se alegró mucho. Sus vasallos sacaron a Daniel del foso. No tenía ni un rasguño. Entonces el rey ordenó que los enemigos de Daniel fueran arrojados al foso de los leones. Y envió una carta a todas las naciones de su reino: —Ordeno a la gente de todas las partes de mi reino que respeten y honren al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo. Su reino es eterno. Daniel 6
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Ester arriesga su vida por su pueblo
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l rey Jerjes gobernaba el reino de Persia. Ester era su reina. Jerjes era un rey cruel. Si alguien entraba en el patio del rey sin haber sido invitado por él, podía ser ejecutado. El rey no sabía que Ester era judía. Había muchos judíos en Persia y a menudo trabajaban para el rey. A algunas personas no les gustaban los judíos. Amán era uno de los funcionarios del rey que los odiaba. Así que le dijo al rey Jerjes que los judíos no obedecían sus leyes. También le dijo que los judíos querían perjudicar al rey. El rey le creyó y le dio permiso para castigar a los judíos. ¡A Amán le gustó eso! Envió cartas a los funcionarios de todo el reino. Escribió que los judíos debían ser asesinados el decimotercer día del duodécimo mes. La gente podría entonces tomar todas sus posesiones. El tío de la reina Ester, Mardoqueo, se enteró de estos planes. Se enfadó y le contó a Ester los planes de Amán para matar a los judíos. Le pidió a Ester que ayudara a su pueblo. Ella le dijo: —Sabes que no puedo ir a ver al rey a menos que él me invite. Si aparezco en el patio, puede hacer que me maten. Mardoqueo dijo: —Tal vez esta sea la razón por la que Dios te hizo reina de Persia y te puso en el palacio de Jerjes. ¡Seguramente quiere que salves a tu pueblo! ¿Podría ser verdad? Ester no sabía qué hacer. ¿Debía intentar ayudar? ¿Debía callarse? Entonces dijo: —Si voy al patio del rey sin ser invitada y el rey me apunta con su cetro de oro, significa que viviré. Tal vez lo haga si me ve. Eso es algo que puedo intentar.
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Entonces Ester pidió a su tío que reuniera a todos los judíos de la ciudad para ayunar y orar por ella. Ella también iba a orar, y no comería ni bebería durante tres días y tres noches. Al cabo de tres días, Ester fue a ver al rey. Lo miró desde el otro lado del patio. ¿Qué haría él? Entonces el rey levantó su cetro y la apuntó. Quería hablar con ella. Ester invitó a comer al rey y a Amán. En la comida le contó el plan de Amán para matar a todos los judíos. El rey se enfadó mucho. Amán fue ejecutado. El rey nombró a Mardoqueo en lugar de Amán como gobernador de confianza. Y el rey permitió que los judíos contraatacaran y se defendieran. Gracias a la valentía y la fe de Ester, los judíos del reino de Persia se salvaron. Ester 3 a 9
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Jesús Nace en Belén
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aría vivía en Nazaret con sus padres. Estaba prometida a un hombre llamado José.
Un día, Dios envió al ángel Gabriel a María. El ángel le dijo a María: —El Señor te ha bendecido de una manera especial. Él está contigo. María no entendía las palabras del ángel, pero el ángel le dijo: —¡No temas! Dios está contento contigo. Vas a tener un niño, y debes llamarle Jesús. Es el Hijo de Dios, y reinará para siempre. María seguía sin entender, pero dijo: —Yo sirvo al Señor. Estoy contenta de hacer lo que él quiera. El ángel también le habló a José del niño en un sueño. Le dijo que el Espíritu Santo había enviado al niño y que salvaría a su pueblo de sus pecados. José prometió cuidar de María y del niño. El emperador quería hacer una lista de todos los habitantes de su imperio. Así que todos tenían que ir a la ciudad donde siempre habían vivido sus familias. José y María fueron de Nazaret a Belén, porque pertenecían a la familia de David. Belén estaba llena de gente que había venido a inscribirse en la lista del emperador. José y María no encontraban dónde alojarse, pero al final alguien les dijo que podían quedarse en su establo.
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Y el niño nació allí mismo, en el establo. María envolvió a su hijito en grandes tiras de tela y lo puso en un pesebre. Al mismo tiempo, había pastores cuidando de sus ovejas en los campos cercanos al pueblo. De repente, apareció un ángel del Señor. Los pastores se asustaron, pero el ángel les dijo: —No tengan miedo. Tengo buenas noticias; noticias que llenarán de gran alegría a todo el pueblo. Si van a Belén, encontrarán a un niño en un pesebre. Es el Salvador. Es el Señor. Entonces apareció un gran grupo de ángeles. Alabaron a Dios y dijeron: —¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor! Cuando los ángeles se marcharon, los pastores se dirigieron rápidamente a Belén. Querían ver al niño en el pesebre. Encontraron a María, a José y al niño, tal como había dicho el ángel. Comenzaron a alabar a Dios porque estaban entusiasmados con todo lo que había sucedido. También le contaron a todo el mundo lo de los ángeles y lo del niño en el pesebre, que era su Salvador. María escuchaba a todos en silencio. Recordaba todo lo que había ocurrido aquel maravilloso día. Mateo 1:18–25 Lucas 2:1–21
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Los sabios visitan a Jesús
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lgún tiempo después del nacimiento de Jesús, tres hombres llegaron a Jerusalén. Empezaron a hacer preguntas. —Somos sabios de Oriente —dijeron. —Desde nuestros hogares, vimos en el cielo la estrella de su nuevo rey. ¿Dónde está? Queremos adorarlo. El rey Herodes oyó hablar de estos hombres. Estaba molesto. ¡Él era el rey! ¿Por qué hablaban de un nuevo rey? El rey Herodes mandó llamar a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. —¿Qué es esto que oigo acerca de un nuevo rey? —preguntó. —¿Es el Mesías? ¿El que va a liberar al pueblo judío? Los jefes de los sacerdotes y los maestros le dijeron que Miqueas, un profeta judío de antaño, había escrito sobre un nuevo rey. Iba a ser el Mesías, el elegido de Dios. Iba a nacer en Belén. El rey Herodes les dijo a los sabios: —Vayan a Belén. El nuevo rey está allí. Vayan a buscarlo, y luego vuelvan y háblenme de él. Así pues, los sabios salieron de Jerusalén. La estrella iba delante de ellos y se detuvo sobre el lugar donde estaban Jesús y sus padres. Sus corazones se alegraron al ver la estrella. Habían encontrado a Jesús y a sus padres. Los sabios se postraron y adoraron a Jesús. Luego le entregaron los tesoros que habían traído. Le dieron oro, incienso y mirra, regalos especiales que solo se daban a los reyes. El incienso era un perfume raro y perfumado, y la mirra era el aceite de la unción.
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Los sabios sabían que Jesús era un niño especial. Sabían que Dios mismo había enviado a este niño para que naciera en Belén. Lo había elegido para que se convirtiera en el Señor y Rey de su pueblo. Aquella noche, Dios habló a los sabios en sueños. Les dijo que no volvieran a Herodes, porque Herodes quería hacer daño a Jesús. Así que regresaron a su país por otro camino. Entonces el ángel del Señor habló a José en sueños. Le dijo a José que llevara a María y a Jesús a Egipto, porque el rey Herodes quería matar a Jesús. José y su familia partieron al día siguiente. Vivieron en Egipto hasta que murió el rey Herodes. Entonces, el ángel del Señor volvió a hablar a José. Le dijo que podía volver a la tierra de Israel. José y su familia no volvieron a Belén. Vivieron en Nazaret, una pequeña aldea de Galilea, lejos de Jerusalén. De este modo, Dios mantuvo a Jesús y a su familia a salvo de cualquier daño. Mateo 2
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Jesús en la casa de su Padre
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odos los años los padres de Jesús iban a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Muchos judíos procuraban ir a la fiesta de Jerusalén al menos una vez al año. Los niños iban con sus padres, y todos viajaban en grupo. Cuando Jesús tenía 12 años, la familia fue a Jerusalén para la fiesta de Pascua, como de costumbre. Al terminar la fiesta, todos salieron de la ciudad para volver a casa. Había mucha gente en la ciudad, y el grupo en el que viajaban era numeroso. Los padres de Jesús no lo vieron, pero pensaron que estaba en algún lugar del grupo con sus amigos. Al final del día, los padres de Jesús empezaron a buscarlo. Buscaron entre sus parientes y amigos, pero Jesús no estaba en ninguna parte. Por fin se dieron cuenta de que debía de haberse quedado atrás y volvieron a Jerusalén a buscar a su hijo. Jesús no estaba en el lugar donde se habían quedado. Sus padres no lo encontraban por ninguna parte. Después de tres días, fueron al templo y encontraron a Jesús en el patio. Estaba con los maestros. Los escuchaba y les hacía preguntas. Los maestros también le hicieron algunas preguntas y se asombraron de sus respuestas. Aquel chico entendía muy bien las Escrituras. Todo el mundo disfrutaba mucho de la conversación.
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Cuando María vio a su hijo sentado tan feliz, se disgustó. —Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Estábamos tan preocupados por ti! Te buscábamos por todas partes y no te encontrábamos. Jesús respondió: —Ustedes saben cuánto amo a mi Padre celestial. Deberían haber sabido que estaría aquí, en su casa. Sus padres no entendieron su respuesta. Pero Jesús se levantó inmediatamente y se fue con sus padres. Todos regresaron a su casa de Nazaret. Jesús obedeció a sus padres. A medida que crecía, se hacía más sabio y más fuerte. Todo el mundo le quería y Dios estaba contento con él. La madre de Jesús seguía pensando en todo lo que le había pasado a Jesús. Lo guardaba como un tesoro secreto en su corazón. Lucas 2:41-52
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Jesús es bautizado
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esús y su primo Juan tenían la misma edad. De adulto, Juan se fue a vivir al desierto porque quería oír la voz de Dios. Empezó a contarle a la gente lo que Dios le decía. Mucha gente acudía a escucharle, incluso los maestros de la ley y los gobernadores de Jerusalén. Juan le decía a la gente que se apartara de sus pecados. Cuando la gente le preguntaba a Juan cómo debían vivir, él les decía que hicieran lo correcto. Bautizaba a todos los que se sentían mal por su vida pecaminosa. La gente empezó a llamarle Juan el Bautista. La gente empezó a preguntarse si era él el Mesías, el gobernante especialmente elegido por Dios. Juan les dijo: —Estoy aquí solo para hablarles de alguien que vendrá después de mí. Dios mismo lo enviará. Dios le va a dar mucho poder, mucho más del que me dio a mí. Está tan por encima de mí que no sirvo ni para desatarle las sandalias. Él les bautizará con el Espíritu Santo. Él sabrá quién obedece de verdad a Dios y quién solo finge obedecerle.
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Un día, Jesús viajó desde su casa en Galilea para ver a su primo Juan. Juan estaba en el Jordán bautizando a la gente. Jesús le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan no quiso hacerlo. Sabía que Jesús era el enviado de Dios. Le dijo: —Yo soy el que tiene que ser bautizado por ti. ¿Por qué vienes a mí? Jesús respondió: —Por favor, bautízame. Es lo correcto, porque forma parte del plan de Dios para los dos. Jesús entró en el agua y Juan lo bautizó. Cuando Jesús salió del agua, el cielo se abrió. Vieron que el Espíritu de Dios descendía sobre Jesús. El Espíritu era como una paloma que bajaba volando. Entonces Jesús oyó que Dios le hablaba desde el cielo. Dios le dijo: —Tú eres mi Hijo y te quiero. Estoy muy contento contigo. Después de ser bautizado, Jesús se fue al desierto. Quería estar solo para hablar con Dios y prepararse para lo que Dios quería que hiciera a continuación. Mateo 3:13–17 Marcos 1:9–13 Lucas 3:21–22 Juan 1:31–34
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Jesús elije a doce discípulos
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a gente adoraba escuchar a Jesús. Andrés era un pescador de Galilea. Un día fue a escuchar a Juan el Bautista. Juan predicaba y bautizaba a la gente. Entonces vio pasar a Jesús y dijo: —Jesús es el Cordero de Dios. Él quitará el pecado del mundo. Andrés decidió averiguar más. Siguió a Jesús y pasó la tarde con él. Luego se lo contó a su hermano Simón Pedro: —He encontrado al Mesías, el elegido de Dios. Se lo presentó a Jesús. Felipe era amigo de Andrés y de Simón Pedro. Después de conocer a Jesús, Felipe fue a ver a su amigo Natanael y le habló de Jesús. Llevó a Natanael a conocer a Jesús. De este modo, cada vez más gente empezó a oír hablar de Jesús. Algún tiempo después, Jesús estaba junto al mar de Galilea. La gente se agolpaba a su alrededor. Todos querían oír sus palabras. Jesús vio dos barcas al borde del agua. Supo que eran de Simón Pedro, subió a la barca y le pidió que se alejara un poco de la orilla. Ahora todos podían ver y oír a Jesús. Cuando terminó de hablar, Jesús le dijo a Simón Pedro: —Ve mar adentro. Suelta las redes para que puedas pescar. Él respondió: —Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada. Pero haré lo que me pides.
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Simón Pedro pensaba que no pescarían nada, pero cuando echó las redes, éstas se llenaron rápidamente de peces. Había tantos que las redes empezaron a romperse. Entonces Simón Pedro llamó a sus amigos y vinieron a ayudarle. Subieron los peces de las redes a las barcas, y las barcas estaban tan llenas que casi se hundieron. Simón Pedro tuvo miedo al ver lo que Jesús podía hacer, pero Jesús le dijo: —No tengas miedo. A partir de ahora serán pescadores de personas. Entonces Simón Pedro y Andrés dejaron sus barcas para seguir a Jesús. En aquel momento, los amigos de Simón Pedro, Santiago y Juan estaban preparando las redes para salir a pescar. Jesús los llamó, y ellos dejaron su barca con su padre Zebedeo y siguieron a Jesús. Poco después, Jesús se fue al monte a orar. Cuando regresó, eligió a doce hombres para que fueran sus amigos especiales. A estos hombres los llamó sus discípulos. Siempre estaban con él y les contaba todo sobre el Reino de Dios. Vieron sus milagros. Le vieron ayudar y curar a la gente. Estuvieron con él hasta el final de su vida. Los doce hombres eran Simón Pedro y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Zelote y Judas Iscariote. Mateo 4:18-22 Marcos 1:14-20 – 3:13-19 Lucas 5:1-11, 27-28 – 6:12-16
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Jesús en las bodas
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esús realizó su primer milagro en unas bodas que se celebraban en una aldea llamada Caná, en Galilea.
Los discípulos de Jesús fueron a la boda con él. Su madre, María, también estaba en la boda. Toda la gente del pueblo asistió a la boda. Duró varios días. Los invitados estaban contentos. Todos disfrutaban de las celebraciones. Todo el mundo participaba en los cantos y en los bailes. Los niños también fueron una parte importante de la fiesta. Había mucha comida, suficiente para alimentar a todos, pero al cabo de un rato se acabó el vino. La madre de Jesús se enteró. Fue a contarle a Jesús lo del vino. Sabía que él podía ayudarla. Jesús le dijo: —Querida madre, no se preocupe por nada. Todos verán pronto el poder de Dios obrando a través de mí. La madre de Jesús les dijo a los sirvientes: —Hagan lo que Jesús les diga.
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En la casa había seis enormes tinajas de piedra. La gente utilizaba el agua de ese tipo de tinajas para lavados especiales. Lo hacían para purificarse y limpiarse antes de ir a la sinagoga a alabar a Dios. Jesús mandó a los criados que llenaran las tinajas de agua. Ellos no entendieron, pero hicieron lo que se les dijo. Luego Jesús les dijo: —Lleven ahora un poco al maestro de ceremonias, el amigo del novio. Cuando el maestro de ceremonias probó el agua, se quedó asombrado. ¡Estaba bebiendo un vino excelente! Se dirigió al novio y le dijo: —Todos sacan primero el mejor vino. El vino barato lo sacan al final, cuando ya no queda vino bueno. Pero tú has dejado el mejor vino para el final. Este fue el primer milagro de Jesús. Demostró que era todopoderoso y que Dios estaba con él. Cuando sus discípulos vieron lo que había hecho, creyeron en él. Juan 2:1–11
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Jesús calma la tormenta
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iempre había grandes multitudes en torno a Jesús. Le seguían a todas partes. Querían escuchar sus enseñanzas. También le llevaban enfermos para que los curara. Jesús solía pasar todo el día contándoles historias sobre el reino de Dios y curando a los enfermos. Esto a menudo le causaba mucho cansancio. Una vez, estando Jesús cansado, les dijo a sus discípulos: —Vayamos al otro lado del lago. Subieron a una barca y zarparon. Algunos de los discípulos eran pescadores. A menudo salían al lago en sus barcas, y conocían muy bien el lago. Jesús pronto se quedó dormido. Entonces se desató una fuerte tempestad. Los discípulos ya habían estado en el lago durante los temporales. Sabían cómo mantener la barca a salvo. Pero esta tempestad era muy fuerte. Las olas se estrellaban sobre la barca, que se llenaba rápidamente de agua. La barca se iba a hundir, y los discípulos estaban muy asustados. Creían que iban a morir. Así que hicieron lo único que podían hacer. Se dirigieron a Jesús y le despertaron. —¡Señor! ¡Sálvanos! Nos vamos a ahogar— gritaron. Jesús se levantó inmediatamente. Miró la tempestad. Luego le habló. Le dijo: —¡Cállate! Quédate en silencio. El viento se calmó. Las olas se calmaron. Todo estaba tranquilo.
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Entonces Jesús dijo a sus discípulos: —¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe? Los discípulos miraron las aguas tranquilas del lago. Escucharon la tranquilidad. Sabían que Jesús era un hombre como ellos. Se cansaba después de un largo día de trabajo y necesitaba descansar. Pero también era todopoderoso. Cuando le habló al viento y a las olas, éstas le obedecieron. Sabían que no era una persona corriente como ellos. Los discípulos estaban asombrados y asustados. No entendían que era el Hijo de Dios. Pero sí sabían que estaba con ellos cuando tenían miedo, y que podía ayudarles cuando estaban en peligro. Mateo 8:23–27 Marcos 4:35–41 Lucas 8:22–25
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Jesús y sus amigos en Betania
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ázaro y sus dos hermanas, Marta y María, vivían en una pequeña aldea llamada Betania.
Eran amigos de Jesús y cuando Lázaro enfermó, enviaron inmediatamente un mensaje a Jesús. Jesús les dijo: —¡La enfermedad de Lázaro glorificará a Dios! Al principio Jesús no hizo nada, pero dos días después Jesús comunicó a sus discípulos que quería ir a ver a Lázaro. Los discípulos le dijeron: —¿Te parece buena idea? Betania está cerca de Jerusalén, ¡donde tienes muchos enemigos! Jesús dijo: —Lázaro ha muerto. Tenemos que ir con ellos. Los discípulos fueron con Jesús, aunque pensaban que Jesús sería capturado y todos morirían. Cuando llegaron a Betania, Lázaro llevaba cuatro días muerto. Sus hermanas ya habían envuelto su cuerpo en lienzos y lo habían enterrado. Había mucha gente que había venido a consolar a las dos hermanas. Marta salió a saludar a Jesús. —Señor —le dijo, —si hubieras podido venir antes, Lázaro no habría muerto. ¡Pero, aun así, sé que Dios te concederá todo lo que pidas! Jesús dijo: —Lázaro se levantará de nuevo. Marta pensó que hablaba del día del juicio, pero Jesús dijo: —Todo el que crea en mí vivirá, aunque muera. Tendrá vida eterna. ¿Crees en esto? Marta respondió: —Sí, Señor. Creo que eres el Hijo de Dios.
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Entonces Marta fue a buscar a su hermana. María fue a ver a Jesús, que todavía estaba fuera de la aldea. María cayó a sus pies y le dijo: —¡Ojalá hubieras estado aquí! Porque entonces Lázaro no habría muerto. Ella lloraba, y sus amigos también lloraban. Jesús también se puso muy triste. Lloraba, y la gente pensaba que era porque amaba a Lázaro. —¿Dónde está enterrado Lázaro? —preguntó. La gente lo llevó al sepulcro. Les pidió que quitaran la piedra de la entrada. Hicieron lo que les pedía, y entonces Jesús oró. Dijo: —Padre, gracias por escucharme siempre que te hablo. Jesús se puso delante del sepulcro y dijo en voz alta: —¡Lázaro, sal! Lázaro salió, todavía envuelto en telas de lino. Estaba vivo y sano. Algunos de los que habían visto el milagro fueron inmediatamente a Jerusalén. Allí contaron a los sacerdotes lo que había sucedido. Estos hombres odiaban a Jesús y también tenían miedo de que pronto todo el mundo siguiera a Jesús. Comenzaron a urdir planes para matar a Jesús. Pero mucha gente que estaba en Betania cuando Jesús resucitó a Lázaro creía que Jesús era el Hijo de Dios. Juan 11:1–44
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El buen Samaritano
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n día, una persona que pensaba conocer las leyes judías muy bien quiso poner a prueba a Jesús. Quería saber lo que Jesús sabía de las leyes.
Le preguntó a Jesús: —¿Qué debo hacer para recibir la vida eterna? Jesús respondió con una pregunta: —¿Qué dice la ley? El hombre sabía la respuesta. Dijo: —Debes amar al Señor tu Dios, y debes amar a tu prójimo tanto como a ti mismo. Jesús respondió: —¡Tienes razón! ¡Ahora ve y hazlo! Entonces recibirás la vida eterna. El hombre tenía una pregunta más. Quería saber quién era su prójimo. ¿A quién debía amar? ¿A su familia? ¿A toda la gente de su pueblo? ¿Tal vez a todos los que eran judíos? Estaba seguro de que no debía amar a la gente que no fuera judía. Jesús respondió a su pregunta contándole una historia. Un hombre viajaba de Jerusalén a Jericó. Era un camino solitario que atravesaba las montañas. Unos ladrones atacaron al hombre, le quitaron la ropa y le golpearon. Luego huyeron. Durante un rato, el hombre se quedó allí tendido. Pensó que iba a morir. Entonces pasó un sacerdote. Era un hombre importante. Fingió no ver al herido y cruzó al otro lado del camino. Todo volvió a quedar en silencio. El hombre siguió tendido allí, esperando que alguien le ayudara. Entonces pasó un levita. También era un hombre importante. También decidió pasar junto al hombre sin mirarle.
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Y luego un samaritano vino por el camino. Los judíos y los samaritanos no se gustaban. Ni siquiera se hablaban. Pero este samaritano se compadeció del hombre herido. Se acercó a él, le lavó las heridas con vino y les puso aceite de oliva para calmar el dolor. Le vendó las heridas. Luego lo subió a su asno y lo llevó a una posada. Lo cuidó durante el resto del día. Al día siguiente, el samaritano tuvo que marcharse. Le dio dinero extra al posadero y le dijo: —Por favor, cuide de este hombre hasta que se recupere. Si necesita más dinero, le pagaré cuando vuelva por aquí. Después de contar la historia, Jesús preguntó al hombre que conocía la ley: —¿Cuál de los tres hombres amó a su prójimo? El hombre dijo: —El que se compadeció del herido y le ayudó. Jesús le dijo: —Eso es lo que debes hacer cuando veas gente que necesita ayuda. Todo el que necesita ayuda es tu prójimo. Lucas 10:25–37
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Zaqueo en el árbol Sicómoro
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aqueo era recaudador de impuestos para los romanos y era muy rico. Los judíos odiaban a los recaudadores de impuestos porque trabajaban para el enemigo, los romanos. Todos sabían también que los recaudadores de impuestos engañaban a la gente cuando cobraban impuestos. Zaqueo vivía en Jericó, una ciudad cercana a Jerusalén. Un día, Zaqueo se dio cuenta de que por la ciudad pasaba una gran multitud, y oyó decir que la multitud estaba allí por causa de Jesús. Quería ver a ese Jesús del que todo el mundo hablaba. Pero era un hombre muy bajo. No podía ver por encima de las cabezas de la gente. Y tampoco podía acercarse a Jesús, porque todos los demás trataban de acercarse lo más posible. Entonces Zaqueo ideó un plan inteligente. Se adelantó a la multitud y corrió hacia una higuera sicómoro de grandes ramas. El árbol estaba justo al lado del camino. Zaqueo se subió rápidamente al árbol. Ahora podía verlo todo. La multitud se acercaba cada vez más. Por fin, Jesús se hallaba justo debajo de Zaqueo, en la rama de su árbol. Y entonces Jesús se detuvo. Jesús levantó la vista y dijo: —Zaqueo, por favor, baja enseguida. Hoy tengo que quedarme en tu casa. Todos sabían que el rico recaudador de impuestos estaba sentado en el sicómoro. Pero a Zaqueo no le importaba. Estaba contento de que Jesús se hubiera fijado en él. Bajó en seguida y recibió a Jesús en su casa. Estaba muy contento porque tendría la oportunidad de conocer a Jesús. La gente que sabía quién era Zaqueo y vio que Jesús iba con él a su casa empezó a refunfuñar entre sí. —¿Cómo puede Jesús hacer eso? —decían. —¿No sabe que Zaqueo es un tramposo y un pecador que trabaja para el enemigo? ¡Jesús no debería hacerlo!
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Zaqueo sabía lo que se decía. También sabía que su vida no volvería a ser la misma. Había conocido a Jesús e iba a seguirle desde aquel día. Así que Zaqueo se levantó y dijo: —¡Mira, Señor! Aquí y ahora doy la mitad de lo que tengo a los pobres. Y si he estafado a alguien, se lo devolveré. Devolveré cuatro veces la cantidad que tomé. Jesús también estaba contento. Le dijo a Zaqueo: —Hoy he llegado a la casa adecuada. Mi trabajo consiste en buscar a todos los que están perdidos y salvarlos. Hoy te he encontrado y te he salvado. Desde ahora eres hijo de Dios. Lucas 19:1–10
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Jesús es el buen pastor
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esús disfrutaba contando historias. Un día contó una historia sobre una oveja que se perdió.
Jesús dijo: —Los pastores tienen que cuidar bien de sus ovejas. ¿Qué ocurre cuando un pastor tiene 100 ovejas y descubre que una de ellas no está con las demás? El pastor deja las 99 ovejas en un lugar seguro y va a buscar a su oveja perdida. No deja de buscar hasta que encuentra la oveja. No importa lo lejos que tenga que ir el pastor. Seguirá buscando a sus ovejas incluso después de que se ponga el sol y se haga de noche. Cuando el pastor encuentra a su oveja, se pone muy contento. Levanta la oveja y la lleva a casa sobre sus hombros. Luego va a ver a todos sus amigos y vecinos y les dice: “¡Alegrémonos todos! Mi oveja se había perdido, pero la he encontrado y la he llevado a casa”. En otra ocasión, Jesús habló de los pastores que no se preocupaban por sus ovejas. Cuando un animal salvaje ataca a las ovejas, estos malos pastores huyen. Dejan que las ovejas se cuiden solas.
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—Yo no soy así —dijo Jesús. —Soy como un buen pastor. Un buen pastor conoce los nombres de sus ovejas. Cuando las llama por su nombre, le siguen. Saben que las llevará a buenos pastos y al agua. Las ovejas saben que las protegerá de los ladrones y de los animales salvajes. Un buen pastor da a sus ovejas una vida muy buena. Un buen pastor nunca dejará a sus ovejas. Morirá por sus ovejas. Así lo haré yo. Yo soy el buen pastor, y tengo ovejas en todo el mundo. Todas ellas escuchan mi voz. Las amo a todas. Y moriré por todas ellas. Algunos no entendieron lo que Jesús decía. No se dieron cuenta de que les estaba diciendo que era el Salvador y que iba a morir en la cruz. Lo haría para que sus seguidores pudieran volver a ser amigos de Dios y estar con Él para siempre. Lucas 15:1–7 Juan 10:11–18
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El hijo que volvió
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Jesús le gustaba contar historias que explicaran cuánto nos amaba Dios. Una de esas historias trataba de un hombre y sus dos hijos.
El hijo mayor estaba contento de quedarse en casa, pero el menor quería ver mundo. Le dijo a su padre: —Dame mi parte de la herencia. Así que el padre repartió sus bienes entre sus dos hijos. Poco después, el hijo menor tomó su herencia y se fue a un país lejano. Se gastó el dinero en vida desenfrenada hasta que no le quedó nada. En aquella época había escasez de alimentos en el país. Como el hijo ya no tenía dinero, tuvo que buscar trabajo. Trabajó para un hombre que le envió a dar de comer a sus cerdos. Tenía tanta hambre que deseaba comerse la comida de los cerdos. Entonces empezó a pensar en su vida, en su padre y en su casa. Pensó: —Me muero de hambre, hasta los criados de mi padre tienen comida más que suficiente. Volveré a ver a mi padre. Le pediré perdón. Y le pediré que me convierta en uno de sus siervos, porque sé que no merezco ser su hijo. Así que se levantó y volvió con su padre. El padre echaba mucho de menos a su hijo pequeño.
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Todos los días miraba hacia la carretera con la esperanza de ver volver a su hijo. Un día vio a su hijo a lo lejos. El padre corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó. El hijo dijo: —Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No merezco que me llames hijo tuyo. Pero el padre respondió: —Eres mi hijo. Debemos celebrar que has vuelto a casa. El padre le dio a su hijo su mejor túnica, sandalias nuevas para sus pies y un anillo para su dedo. Los criados prepararon comida. Y todos empezaron a celebrarlo. El padre dijo: —Mi hijo estaba muerto y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado. Cuando el hijo mayor vio la celebración, se enfadó. Había trabajado fielmente para su padre mientras su hermano malgastaba su dinero. Ahora su hermano era recibido con los brazos abiertos. Le dijo a su padre: —¿Por qué nunca me diste una fiesta? No es justo. El padre le contestó: —Te habría dado lo que hubieras querido. Solo tenías que pedírmelo. Alégrate de que tu hermano haya vuelto. Lucas 15:11–32
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Jesús ayuda a la gente que lo necesita
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esús siempre sintió lástima por las personas que se veían obligadas a abandonar sus comunidades por estar enfermas o discapacitadas. A veces, estas personas se veían obligadas a convertirse en mendigos. Jesús les ayudaba a menudo. Una vez, Jesús fue a Jerusalén para la Fiesta de los Panes sin Levadura. Él y sus discípulos caminaron desde Galilea. En el camino, pasaron por una pequeña aldea donde vieron a diez hombres que venían hacia ellos. Los hombres tenían una enfermedad de la piel. En aquella época, las personas que padecían esta enfermedad tenían que vivir apartadas de los demás. También tenían que avisar a la gente cuando estaban cerca. Todo el mundo se mantenía alejado de ellos. Los hombres se acercaron a Jesús, y él no se alejó. Le suplicaron: —¡Jesús! ¡Maestro! Por favor, ayúdanos. Jesús les dijo: —Vayan a ver a los sacerdotes. Verán que se han curado y les permitirán volver a casa. Cuando la gente se curaba de una enfermedad de la piel, tenía que ir a ver a los sacerdotes. Los sacerdotes les miraban la piel para ver si realmente estaban curados. Cuando los hombres se dieron la vuelta, seguían teniendo la enfermedad. Pero decidieron ir a ver a los sacerdotes. En el camino, sucedió algo maravilloso. Vieron que estaban curados. Se entusiasmaron mucho. Inmediatamente corrieron hacia el sacerdote.
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No cabían en sí de alegría y ganas de volver a casa. Uno de los hombres era samaritano. Cuando vio que estaba curado, no fue con los demás. Tenía algo importante que hacer primero. Se volvió hacia Jesús. Alabó a Dios. Luego se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. —Diez hombres fueron curados —dijo Jesús —, pero solo uno volvió para darme las gracias y alabar a Dios. Y este hombre ni siquiera es judío. Es un forastero. Jesús miró a su alrededor y preguntó: —¿No he curado yo a diez hombres? ¿Por qué sólo uno ha vuelto para alabar a Dios? Jesús se alegró de ver a este hombre. Le dijo: —Vete ya a casa. Tu fe te ha curado. Entonces Jesús y sus discípulos continuaron su viaje hacia Jerusalén. En su camino, pasaron por la ciudad de Jericó. Cuando llegaron, una gran multitud se reunió alrededor de Jesús. Querían ver sus milagros. Un mendigo ciego estaba sentado junto al camino. Oyó pasar a la multitud. El ciego empezó a gritar: —¡Jesús, ayúdame! ¡Ayúdame! Jesús se detuvo y ordenó a la gente que le trajeran al hombre. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? —Señor, quiero ver —dijo el hombre. Jesús le curó inmediatamente la ceguera. Entonces el hombre siguió a Jesús, alabando a Dios durante todo el camino. Cuando los demás vieron al hombre y oyeron sus palabras, también alabaron a Dios. Lucas 17:11–19, 18:35–43
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Cinco panes y dos pescados
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as multitudes seguían a Jesús dondequiera que fuera. A veces, Jesús y los discípulos ni siquiera podían comer.
Un día, Jesús les dijo a los discípulos: —Vayamos a un lugar tranquilo. Necesitan descansar un poco. Así que subieron a una barca para ir a un lugar tranquilo y apacible. Pero mucha gente los vio partir y corrió por la orilla en la dirección en que iban. Cuando Jesús y sus discípulos desembarcaron, les esperaba una gran multitud. Jesús sintió pena por la gente. Eran como ovejas sin pastor. Así que empezó a enseñarles. También curaba a los enfermos que le traían. Más tarde, los discípulos dijeron: —Se hace tarde y estamos lejos del pueblo. Es hora de despedir a la gente para que compren comida en las aldeas y granjas cercanas. Pero Jesús les contestó: —Denles ustedes de comer. Felipe dijo: —¡Aquí hay miles de personas! ¡Necesitaremos más de medio año de paga si les compramos comida! ¿Es esto lo que quieres que hagamos? Jesús dijo: —Averigüemos qué tenemos. Vayan a ver qué encuentran. Andrés, el hermano de Pedro, llevó un niño a Jesús. Le dijo: —He aquí un niño con cinco panes pequeños de cebada. También tiene dos pescaditos. Eso no es nada para toda la gente que necesita comida.
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Pero Jesús no se preocupó. Mandó a los discípulos que hicieran sentar a la gente en la hierba verde. Se sentaron en grupos de 50 y 100 personas. Había 5.000 hombres entre la multitud y también muchas mujeres y niños. Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados. Miró al cielo y dio las gracias. Partió los panes en trozos. Luego se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. También repartió los dos pescados entre todos. La gente comió hasta quedar satisfecha. Jesús les dijo a los discípulos: —Junten los pedazos que sobraron. No desperdicien nada. Así que juntaron la comida que la gente no había comido. Llenaron ¡doce cestos con las sobras! La gente empezó a decir que Jesús era un gran profeta. Jesús sabía que querían hacerlo su rey, así que se fue en silencio. Mateo 14:13–21 Marcos 6:30–44 Juan 6:1–14
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Jesús y los niños
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esús amaba a las personas. Se entristecía cuando veía que eran infelices. Le encantaba participar en sus celebraciones. Siempre estaba ayudando a la gente y curando a los enfermos. Y, además, Jesús amaba a los niños. Los padres llevaban a sus hijos a Jesús cuando estaban enfermos, y Jesús los curaba. Sanó al hijo de un funcionario en Caná sin siquiera ver al niño, que yacía enfermo en la ciudad de Cafarnaún. Cuando una mujer griega le rogó a Jesús que curara a su hijita, Jesús le prometió que se pondría buena cuando llegara a su casa. Y así fue. Jesús resucitó a la hija de Jairo. Curó a un niño que tenía convulsiones y se hacía daño porque no sabía lo que hacía. Un día, los discípulos caminaban por la calzada. Empezaron a discutir entre ellos. Cada uno quería ser el discípulo más importante. Entonces Jesús pidió a un niño que se acercara a él. Cuando el niño se puso en medio de todos los discípulos, Jesús dijo: —No traten de ser importantes. Deben ser como niños si quieren formar parte del reino de Dios. Si están dispuestos a ser como un niño, serán importantes en el Reino de Dios. Los niños saben que sus padres los aman y les darán lo que necesitan. Así es como hay que creer en Dios y confiar en él. Otro día, unos padres llevaron a sus hijos a Jesús. Querían que les pusiera las manos sobre la cabeza para bendecirlos. Los discípulos no querían que los niños molestaran a Jesús. Pensaban que tenía cosas más importantes que hacer. Pensaban que tenía que hablar con la gente importante, como los líderes religiosos. Los niños no eran importantes. Así que los discípulos pidieron a los padres que se llevaran a sus hijos.
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Jesús vio lo que hacían y se enfadó. Sus discípulos habían olvidado que él siempre tenía tiempo para la gente que no era importante. Jesús replicó a sus discípulos: —¡No hagan eso! No alejen a los niños de mí. Déjenlos venir siempre a mí. El Reino de Dios pertenece a gente como ellos. Pertenece a personas que no son importantes a los ojos de los demás. Pertenece a personas que creen en mí sin exigir pruebas de que soy el Hijo de Dios. Pertenece a la gente que es humilde y ama a mi Padre que está en los cielos. Entonces Jesús abrazó a los niños. Les puso las manos en la cabeza y los bendijo. Marcos 10:13–16 Marcos 7:24–30 Marcos 9:14–27 Lucas 8:40–56 Mateo 18:2–4
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Una Mujer unge a Jesús
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esús visitaba a menudo a sus amigos de Betania. Todos querían mucho a Jesús.
Poco después de resucitar a Lázaro, Jesús volvió a visitar Betania. Se dirigía a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Simón, un hombre que tenía una enfermedad de la piel, le ofreció una comida especial a Jesús. Una seguidora de Jesús quiso honrarle. Tomó un frasco de perfume muy caro y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. La casa se llenó del dulce olor del perfume. Algunos de los presentes se enfadaron. Pensaban que la mujer había malgastado el dinero echando el perfume sobre la cabeza de Jesús. Decían: —¿Por qué no se vendió este perfume? ¿Por qué no se dio el dinero a los pobres? Valía la paga de un año. Uno de los doce discípulos, Judas Iscariote, estaba especialmente enfadado. Pero en realidad no le importaban los pobres. Era un ladrón. Quería el dinero para él. —Déjenla en paz —respondió Jesús.
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—Lo hizo porque me quiere. También sabe que no siempre estaré aquí. El perfume es para el día en que me entierren. Ese día llegará pronto. Y en el futuro, cuando mis seguidores hablen de mí a otras personas, también les contarán cómo esta seguidora mía derramó el perfume sobre mi cabeza. La gente siempre recordará el hermoso regalo que me hizo. Entonces, Judas Iscariote fue a ver a los sumos sacerdotes. Estaba dispuesto a decirles dónde estaba Jesús para que pudieran arrestarlo. Ellos se alegraron y prometieron pagarle bien si traicionaba a Jesús. Mucha gente creía que Jesús era el Mesías, el elegido por Dios para ser su rey. También pensaban que él haría de los judíos una nación libre e independiente. Esta gente estaba entusiasmada porque pensaban que ocurriría durante la fiesta de Pascua. Mateo 26:6–13 Marcos 14:3–9 Juan 12:1–8
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Jesús entra en Jerusalén
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l día siguiente de la cena en Betania, Jesús y sus discípulos se dirigían a Jerusalén. Mandó a dos discípulos a una aldea cercana.
—Allí encontrarán un burrito —dijo. —Tráiganmelo. Si alguien pregunta por él, díganle que el Señor necesita el burrito. Los discípulos encontraron el burrito y se lo llevaron a Jesús. Pusieron sus túnicas sobre el lomo del burrito y Jesús entró en la ciudad a lomos del burrito. Una gran multitud que había llegado a Jerusalén para la Fiesta de los Panes sin Levadura oyó que Jesús estaba de camino a Jerusalén. La gente estaba entusiasmada porque pensaban que iba a liberarlos de los romanos. Tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro. Pusieron las ramas en el camino y alabaron a Dios. La multitud gritaba: —¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el rey de Israel!
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Jesús se entristeció al ver a la gente. Sabía que pronto vendrían tiempos de grandes problemas para los judíos. Ellos creían que Jesús era un gran profeta, enviado por Dios para ayudarles contra sus enemigos. A los fariseos y a los sumos sacerdotes no les gustaba que la gente honrara a Jesús. Eso les hacía odiarle aún más. Y los discípulos de Jesús no entendían lo que pasaba. Más tarde se dieron cuenta de que Jesús era su Rey y de que los profetas del pasado habían escrito que Jesús entraría en la ciudad. Jesús fue al templo. La gente de allí no estaba adorando a Dios. Estaban vendiendo animales para sacrificios. También había gente de otros países que cambiaba dinero extranjero por dinero judío. Jesús volteó las mesas de la gente que estaba cambiando dinero. Derribó las bancadas de los que vendían palomas. Los obligó a marcharse. Dijo: —El templo es la casa de Dios. Se supone que es un lugar pacífico donde la gente viene a orar. En lugar de eso, lo convirtieron en una guarida de ladrones. Jesús curaba a los enfermos que acudían al templo. Enseñaba a la gente, que se asombraba al oír sus palabras. Esto hizo que los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se empeñaran aún más en matar a Jesús. Aquella noche, Jesús y sus discípulos salieron de Jerusalén y volvieron a Betania. Mateo 21:1–17 Marcos 11:1–11 Lucas 19:28–46 Juan 12:12–18
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La última cena
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ra la víspera de la fiesta de los panes sin levadura y la hora de la cena pascual.
Los discípulos preguntaron a Jesús: —¿Dónde quieres que tomemos la cena pascual? Jesús respondió: —Vayan a la ciudad. Verán a un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganle hasta su casa. El dueño de esa casa ha preparado una habitación grande arriba para la cena. Los discípulos fueron a la ciudad y encontraron la casa tal como Jesús había dicho. Allí prepararon la cena pascual. Jesús sabía que pronto volvería con su Padre celestial. Esta iba a ser su última comida con sus discípulos. Tenía cosas importantes que decirles. Antes de empezar la cena, Jesús se levantó. Tomó un cuenco de agua y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Les dijo: —Deben seguir mi ejemplo. Yo soy su líder, pero acabo de hacer el trabajo de un esclavo y les he lavado los pies. En mi reino, los líderes son las personas que sirven a los demás. Jesús dijo también: —Me marcho, pero les enviaré al Espíritu Santo. Él les ayudará y les enseñará a seguirme. No olviden que deben amarse los unos a los otros. Muestren su amor ayudándose y sirviéndose unos a otros. Poco después, mientras cenaban, Jesús les dijo: —Uno de ustedes me va a traicionar a mis enemigos.
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Los discípulos estaban tristes y disgustados. ¿Quién haría algo así? Jesús sabía que era Judas. Le dijo: —Ve y haz lo que tengas que hacer. Entonces Judas salió de la habitación. Se marchó solo. Jesús tomó el pan. Dio gracias a Dios por él y luego lo partió en trozos más pequeños. A cada uno de sus discípulos le dio un trozo de pan y les dijo: —Coman el pan. Cada vez que coman pan juntos, deben recordar que yo di mi vida por ustedes. Luego tomó una copa de vino. Una vez más, dio gracias a Dios por ella y se la entregó. Todos bebieron de ella. Jesús dijo: —Cada vez que beban vino juntos, deben recordar que yo di mi sangre para que sus pecados sean perdonados. Jesús les estaba explicando por qué iba a morir. Hoy, sus seguidores de todo el mundo siguen comiendo pan y bebiendo vino juntos para recordar que Jesús dio su vida para que sus pecados fueran perdonados. Después de la comida, Jesús y los discípulos entonaron cantos de alabanza. Luego se dirigieron al Huerto de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, en las afueras de Jerusalén. Mateo 26:17–30 Marcos 14:12–26 Lucas 22:7–39 Juan 13:1–17
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Pedro reniega de Jesús
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espués de que Jesús fuera arrestado, Juan y Pedro siguieron a la multitud desde lejos. Se dirigieron a la casa del sumo sacerdote. Juan conocía a alguien en la casa y ayudó a Pedro a entrar en el patio. Querían ver lo que ocurría. Hacía frío y todos rodeaban el fuego de pie. Pedro esperaba que nadie se fijara en él, pero una de las sirvientas le dijo: —¡Te conozco! Estabas con Jesús. Todos miraban a Pedro. Y entonces él dijo: —¡Se equivocan! No conozco a Jesús. Pedro salió a la entrada. Intentaba marcharse, pero otro de los sirvientes lo vio y le dijo: —¡Tú eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro respondió: —¡Te digo que no lo conozco!
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Poco después, algunos de los que estaban en el patio dijeron: —Sabes, hablas igual que la gente de Galilea. Tú debes de ser uno de ellos. Pedro dijo por tercera vez: —¡No conozco a Jesús! Entonces oyó el canto de un gallo y se dio cuenta de lo que había hecho. Recordó las palabras de Jesús: “Antes de que cante el gallo, dirás tres veces que no me conoces”. Pedro sabía que no era tan valiente como pensaba. Se sentía fatal. Aunque amaba mucho al Señor Jesús, lo había traicionado. Entonces salió y se puso a llorar. Mateo 26:31–35, 69–75 Lucas 22 Juan 13:31–38 Juan 18:15–27
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Jesús es crucificado
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espués de arrestarlo, los hombres llevaron a Jesús a casa del sumo sacerdote. Sus discípulos se asustaron y huyeron.
Al amanecer del día siguiente, se reunieron los sumos sacerdotes y los maestros de la ley. —¿Eres tú el Hijo de Dios? —le preguntaron a Jesús. —Sí —respondió Jesús. La gente se horrorizó, porque pensaban que les estaba diciendo que era como Dios. Querían que mataran a Jesús, así que lo llevaron ante el gobernador romano, Poncio Pilato. Era el único que podía dictar sentencia de muerte. Le dijeron a Pilato que Jesús estaba poniendo al pueblo en su contra, aunque no era cierto. Poncio Pilato interrogó a Jesús y comprobó que Jesús no había hecho nada malo. Pero los jefes de los sacerdotes y los maestros dijeron a la gente que había que matar a Jesús. Empezaron a gritar: —¡Crucifíquenlo! Durante la Fiesta de los Panes sin Levadura, el gobernador romano siempre liberaba a un prisionero. Así que Pilato preguntó a la multitud: —¿A quién debo liberar? ¿A Jesús o a Barrabás? Barrabás era un asesino y un rebelde. Pero el pueblo gritó: —¡Suelta a Barrabás! Pilato no quería que mataran a Jesús. No quería condenar a muerte a un inocente. Así que Pilato dijo que iba a hacer azotar a Jesús. Pero la multitud seguía gritando: —¡Crucifícalo! Finalmente, Pilato cedió ante la multitud.
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Los soldados vistieron a Jesús con una túnica roja y le pusieron una corona de espinas en la cabeza. Se burlaron de él. Luego le quitaron la túnica y lo azotaron. Después le dieron uno de los pesados maderos de la cruz y lo llevaron a un lugar llamado Gólgota. Allí lo clavaron en una cruz con dos criminales. Así ejecutaban los romanos a las personas que habían cometido los peores crímenes. Jesús oró por sus enemigos: —Padre, perdónalos. No saben lo que hacen. La madre de Jesús estaba junto a su cruz con sus amigas. Cuando Jesús la vio, habló con su discípulo Juan. Juan también estaba entre el grupo de amigos. Jesús le dijo a su madre: —Querida madre, Juan te cuidará como si fuera un hijo. Le dijo a Juan: —Por favor, cuida de mi madre. Y desde aquel día, María vivió en casa de Juan. Jesús estuvo crucificado durante muchas horas. Al mediodía, el cielo se oscureció. Permaneció oscuro durante tres horas. Entonces Jesús gritó: —¡Padre! ¡Mi vida te doy! Y murió. Algunos amigos de Jesús miraban desde lejos. Estaban muy tristes. Mateo 26 a 27 Marcos 14 a 15 Lucas 22 a 23 Juan 18 a 19
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Jesús sale del sepulcro
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no de los seguidores de Jesús era un hombre rico llamado José de Arimatea. Pilato le entregó el cuerpo de Jesús.
José y su amigo Nicodemo llevaron el cuerpo de Jesús a un huerto cercano al Gólgota. Envolvieron su cuerpo en lienzos limpios. Luego lo pusieron en un sepulcro que pertenecía a José. El sepulcro no se había utilizado nunca. Estaba excavado en la roca, como una cueva. José hizo rodar una gran piedra delante de la entrada del sepulcro. El día después de la muerte de Jesús era sábado, así que todos se quedaron en casa. A la mañana siguiente, temprano, María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro. Todavía estaba oscuro, pero María pudo ver que la piedra no estaba delante de la entrada. Alguien había movido la piedra. María se asustó y volvió corriendo a la ciudad. Les dijo a Pedro y a Juan: —¡Se han llevado al Señor del sepulcro! ¡No sabemos a dónde se lo llevaron! Pedro y Juan corrieron al sepulcro. Juan llegó primero al sepulcro, pero no entró. Cuando Pedro llegó, ambos entraron y vieron que Jesús no estaba allí. Solo vieron tiras de lino, y el paño mortuorio que había estado alrededor de la cabeza de Jesús yacía cuidadosamente doblado, separado del lino. Estaban tristes porque no comprendían que Jesús había resucitado. Pedro y Juan volvieron a casa, pero María se quedó junto al sepulcro. Estaba tan triste que rompió a llorar. Entonces volvió a mirar dentro del sepulcro y vio a dos ángeles sentados en el banco donde había estado el cuerpo de Jesús. Le preguntaron: —¿Por qué lloras?
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—No sé dónde encontrar a Jesús —respondió María. Entonces se dio la vuelta y vio a un hombre de pie. Pensó que era el jardinero. El hombre le preguntó: —¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? —Señor, ¿se lo ha llevado usted? —preguntó ella. —Dígame dónde lo ha puesto. Y así iré a buscarlo. Entonces, el hombre le dijo su nombre, y ella lo reconoció. ¡Era Jesús! Jesús le dijo: —Ve a los discípulos. Diles que he resucitado de entre los muertos y que voy a subir a mi Padre que está en los cielos. María se puso muy contenta. Había visto a Jesús. Estaba vivo. Volvió con los discípulos y les dijo: —¡He visto al Señor! —Y les contó lo que Jesús le había dicho. Esa misma noche, los discípulos se encontraban todos juntos. Habían cerrado las puertas con llave porque tenían miedo. De repente, Jesús se plantó con ellos. —¡Que la paz esté con ustedes! —les dijo. Y les mostró las manos y el costado. Era Jesús de verdad. ¡Y estaba vivo! Juan 20
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Jesús sube al cielo
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esús murió en la cruz, pero al tercer día resucitó de entre los muertos. Los discípulos le veían a menudo, y él les demostraba que realmente estaba vivo. Les hablaba del Reino de Dios, y también les explicaba que iba a volver a dejarlos. Un día estaban comiendo juntos cuando Jesús les dijo: —No salgan de Jerusalén para volver a sus casas en Galilea. Quédense aquí. ¿Se acuerdan de lo que les dije que les iba a enviar el Espíritu Santo? Esperen aquí, porque él vendrá a ustedes. Él les ayudará a seguirme, y también les enseñará todo lo que necesitan saber. Los discípulos se reunieron en torno a Jesús y le preguntaron: —Señor, ¿vas a ser ahora el rey de Israel? Jesús respondió: —Deben comprender que el reino de Dios no es como un reino de este mundo. Su reino está dondequiera que Él gobierne en los corazones de las personas. Ustedes van a formar parte de su reino. Por eso deben esperar aquí. Necesitarán la ayuda del Espíritu Santo. Cuando venga, ya no tendrán miedo. Hablarán de mí a la gente, primero aquí, en Jerusalén, y luego más lejos, en Judea y Samaría. Después viajarán a lugares lejanos para contarle a la gente acerca de mí. Al final, después de muchos, muchos años, todo el mundo en la Tierra sabrá de mí. Jesús condujo a sus discípulos al Monte de los Olivos, a las afueras de Jerusalén. Una vez allí, levantó las manos y los bendijo. Mientras los bendecía, se marchó. Subió al cielo. Los apóstoles lo observaron hasta que una nube lo ocultó de su vista.
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Mientras miraban al cielo, dos hombres vestidos de blanco se plantaron de repente a su lado. —¿Por qué se quedan aquí mirando al cielo? —les dijeron. —Jesús ha sido llevado lejos de ustedes, al cielo. Pero volverá por el mismo camino que le vieron partir. Los discípulos se llenaron de alegría. Jesús se había ido al cielo, pero iba a enviarles al Espíritu Santo. El Espíritu Santo iba a estar siempre con ellos, dondequiera que estuvieran. Los discípulos adoraron a Jesús y volvieron a Jerusalén. Sabían que algo muy bueno iba a suceder. Lucas 24:50–53 Hechos 1:1–11
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La llegada del espíritu santo
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espués de que Jesús subiera al cielo, sus seguidores regresaron a Jerusalén. Allí subieron a la habitación donde se alojaban.
Los discípulos se reunían regularmente para orar. Las mujeres se unieron a ellos, así como la madre de Jesús, María, y sus hermanos. Al cabo de un tiempo había unas 120 personas que acudían regularmente a la sala para orar. Pedro dijo: —Escojamos a un discípulo que ocupe el lugar de Judas, el que traicionó a Jesús. Pidieron a Dios que les mostrara cómo elegir, y entonces eligieron a un hombre llamado Matías para que fuera el nuevo duodécimo discípulo. Había seguido a Jesús desde el principio y siempre había estado con ellos. Jesús había sido crucificado el primer día de la fiesta de Pascua. Cincuenta días después, era la fiesta de Pentecostés. Ese día, los judíos ofrecían al Señor el primer grano de la nueva temporada. Judíos de todos los países acudían a la fiesta, y había mucha gente en Jerusalén. Aquel día de Pentecostés, los seguidores de Jesús estaban en la sala donde solían reunirse, orando juntos y esperando al Espíritu Santo. De repente, oyeron un ruido, como si soplara un fuerte viento. El estruendo llenó toda la casa donde se hallaban sentados. Vieron algo que parecía fuego en forma de lenguas. Las llamas se separaron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos se llenaron del Espíritu Santo. Empezaron a hablar en lenguas que no conocían. El Espíritu les dio la capacidad de hacerlo.
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Pronto se congregó una multitud ante la casa donde estaban los creyentes. Se preguntaban qué ocurría allí. De pronto, oyeron a los hombres que estaban reunidos en la casa hablándoles en sus propias lenguas. Estaban asombrados. Se preguntaban: —¿No son todos galileos? Y, sin embargo, entendemos todo lo que dicen. ¿Cómo pueden hablar en nuestras lenguas? ¿Qué está pasando? Pero algunos de los presentes se echaron a reír. —Han bebido demasiado vino —decían. Entonces Pedro se levantó y se dirigió a la multitud. Les explicó que Dios les había enviado su Espíritu. Por eso ya no tenían miedo. Sabían que el Espíritu Santo estaba con ellos, ayudándoles y mostrándoles qué hacer y qué decir. ¡Fue un día maravilloso! Hechos 2
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El inicio de la iglesia
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l día de la fiesta de Pentecostés, las calles estaban abarrotadas de gente de todo el mundo. Los seguidores de Jesús estaban reunidos en una casa, orando y alabando a Dios. De repente, los que estaban fuera oyeron un ruido como de viento fuerte dentro de la casa. Era el Espíritu Santo que venía a los seguidores de Jesús. Una multitud se reunió fuera de la casa. Pronto oyeron a los discípulos hablar de las maravillas de Dios en muchos idiomas. A continuación, Pedro comenzó a hablar a la multitud. Les dijo: —Lo que está sucediendo aquí no es algo nuevo. Los profetas de Israel hablaron de ello hace mucho tiempo. El profeta Joel dijo que Dios iba a derramar su Espíritu sobre todos los que creyeran en Jesús. Y todo el que creyera en Jesús, se salvaría. Después, Pedro les habló de Jesús. Dios había enviado a Jesús a vivir entre su pueblo y había hecho muchos milagros a través de Jesús. Jesús ayudó a mucha gente. Luego fue traicionado y el gobernador romano ordenó que lo crucificaran. Jesús murió en la cruz. Sin embargo, ese no fue el final. Dios le resucitó de entre los muertos. Se apareció a los discípulos y a muchas otras personas antes de irse al cielo para estar con Dios. Luego, Dios envió su Espíritu Santo a los creyentes. Por eso los discípulos ya no tenían miedo. El Espíritu Santo estaba en ellos.
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Mucha gente estaba convencida de que Pedro decía la verdad. Preguntaban: —¿Qué debemos hacer? Pedro respondió: —Abandonen sus pecados y crean en Jesús. Bautícense en el nombre de Jesús. Entonces sus pecados les serán perdonados. Recibirán el don del Espíritu Santo. Unas 3.000 personas aceptaron las palabras de Pedro y se bautizaron aquel mismo día. Ellos fueron la primera iglesia. Todos los días, los creyentes se reunían en el patio del templo. Alababan a Dios por su bondad. Sus corazones estaban llenos de alegría y escuchaban todo lo que enseñaban los apóstoles. Se reunían a menudo, comían y oraban juntos. Compartían todo lo que tenían. Vendían sus propiedades y otras cosas que tenían y daban el dinero a los discípulos para que se lo dieran a los necesitados. Todos estaban asombrados de lo que Dios estaba haciendo. Veían cómo los discípulos curaban a la gente, igual que había hecho Jesús. Todos respetaban a los creyentes. Y cada día el Señor añadía nuevos miembros a su grupo. Y así fue como comenzó la Iglesia. Hechos 2
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Pedro y Juan sanan a un mendigo
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a nueva iglesia crecía. Cada vez más gente empezaba a creer que Jesús había resucitado de entre los muertos. Sus corazones estaban alegres y les encantaba reunirse. A menudo iban al templo a alabar a Dios. Una tarde, Pedro y Juan decidieron ir al templo a la hora de la oración. En su camino se cruzaron con un mendigo. Este mendigo no podía andar. Llevaba así desde que había nacido. Sus amigos lo llevaban hasta una de las puertas del templo, la Puerta Hermosa. Allí se sentaba y pedía limosna a la gente que iba al templo. Por las tardes, sus amigos lo recogían y lo llevaban a casa. El hombre vio que Pedro y Juan pasaban junto a él para ir al templo. Los llamó y les pidió dinero. En lugar de arrojarle una moneda y marcharse lo más rápidamente posible, Pedro y Juan se detuvieron y miraron al hombre. Pedro dijo: —¡Míranos! El hombre los miró, esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: —No tengo plata ni oro. Pero te daré lo que tengo. En nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
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Entonces Pedro le tomó de la mano derecha y le ayudó a levantarse lentamente. De repente, el hombre sintió los pies y los tobillos fuertes. Podía ponerse de pie. Por primera vez en su vida, el mendigo se irguió y empezó a andar. Caminó solo hasta el patio del templo. Se entusiasmó tanto que empezó a saltar y a alabar a Dios. Todos vieron que el hombre dichoso era el mendigo que solía sentarse a la puerta, el que no podía andar. Estaban asombrados de lo que le había sucedido. ¡Qué cosa tan maravillosa había hecho Dios por medio de sus seguidores, Pedro y Juan! Todos acudieron corriendo a ver el milagro, pero Pedro les dijo: —No deben sorprenderse. Dios lo hizo. Igual que Él resucitó a su Hijo Jesús. También puede curar a un mendigo. Hechos 3
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Esteban muere porque cree en Jesús
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ronto hubo tantos creyentes que los apóstoles no podían atenderlos a todos. Algunos no recibían su ración de comida cada día.
Los apóstoles reunieron a todos los creyentes y les pidieron que eligieran a siete hombres para servir como diáconos. Así se asegurarán de que todos reciban su parte de la comida. Y nosotros tendremos tiempo para orar y enseñar acerca de Dios a los creyentes”. El pueblo eligió a siete hombres y los apóstoles oraron por ellos y les impusieron las manos. Uno de los siete hombres se llamaba Esteban. Esteban estaba lleno del Espíritu Santo. Hizo muchos milagros entre la gente. Mucha gente alababa a Dios por Esteban, pero otros estaban celosos. Lo odiaban y comenzaron a difundir mentiras. Decían: —Esteban habla cosas malas contra Moisés y contra Dios. Los maestros de la ley arrestaron a Esteban y encontraron testigos dispuestos a decir mentiras sobre Esteban. Decían: —Este hombre habla contra el templo y contra la ley. Los maestros de la ley miraron a Esteban mientras hablaban los testigos. Vieron que su rostro resplandecía como el de un ángel. El sumo sacerdote le preguntó: —¿Estas personas dicen la verdad?
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Esteban se levantó y empezó a hablar al pueblo. Les contó la historia de los israelitas. Les contó cómo Dios había conducido a los israelitas desde Egipto hasta la tierra prometida. También les recordó que a menudo habían desobedecido a Dios. Esto enfureció mucho a los sacerdotes y a los maestros de la ley. Rechinaron los dientes. Esteban ni siquiera los miró. Miró al cielo y dijo: —¡Miren! Veo el cielo. Veo a Jesús de pie a la derecha de Dios. Él es el Hijo de Dios. Cuando el Sanedrín escuchó esto, comenzaron a gritar a todo pulmón. Todos se abalanzaron sobre Esteban y lo arrastraron fuera de la ciudad. Empezaron a tirarle piedras con ánimo de matarlo. Cuando la gente empezó a quitarse las túnicas, las pusieron a los pies de un joven llamado Saulo. Era un joven fariseo muy inteligente y odiaba a los seguidores de Jesús. Esteban se puso a orar. Dijo: —Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego cayó de rodillas. Gritó: —¡Señor! ¡Por favor, perdona sus pecados! Y luego murió. Fue el primero de los seguidores de Jesús que murió por creer en Jesús. Hechos 7:54–60
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Un hombre de Etiopía se convierte en seguidor
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espués de la muerte de Esteban, los demás creyentes también fueron atacados y maltratados. Uno de los peores atacantes fue Saulo. Iba de casa en casa para encontrar a los creyentes y arrestarlos. Muchos de los creyentes abandonaron Jerusalén y se fueron a otras ciudades. Ahora podían contarle a más gente acerca de Jesús. El apóstol Felipe fue a una ciudad de la zona de Samaria. Mucha gente le escuchaba y veía los milagros que hacía. Felipe curó a mucha gente, y la gente empezó a creer en Jesús. La ciudad estaba llena de alegría. Entonces un ángel le dijo a Felipe que fuera hacia el sur y caminara por el paso del desierto entre Jerusalén y Gaza. Felipe obedeció al ángel. En el camino se encontró con un hombre que viajaba en un carro. Era un hombre importante de Etiopía. Trabajaba para la reina de aquel país y había ido a Jerusalén a orar en el templo. Ahora regresaba a Etiopía. Felipe vio que el hombre estaba leyendo. Entonces oyó que el Espíritu Santo le hablaba. —Acércate a ese carro. Quédate cerca de él —escuchó. Felipe corrió hacia el carro. Escuchó al hombre leer en voz alta al profeta Isaías. —¿Entiendes lo que estás leyendo? —le preguntó Felipe. —¡No! —contestó el hombre. —¡Ojalá alguien pudiera explicármelo! Le pidió a Felipe que se sentara con él en el carro. El hombre estaba leyendo sobre un hombre que fue maltratado y luego asesinado. No sabía que estaba leyendo sobre Jesús.
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El hombre importante le preguntó a Felipe: —¿De quién habla el profeta? Felipe le explicó esa parte de la Escritura y le dijo que se trataba de Jesús. Luego le dijo que Jesús había muerto en la cruz y que su Padre celestial lo había resucitado de entre los muertos. Mientras Felipe hablaba y el hombre escuchaba, se puso muy contento. Quería seguir a Jesús. Entonces llegaron a un lugar donde había agua y el hombre dijo: —¡Mira, aquí hay agua! ¿Por qué no me bautizas aquí mismo? Se detuvieron, y Felipe y el hombre se bajaron al agua. Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó de repente a Felipe. El hombre no volvió a verle. Siguió su camino lleno de alegría. Se había convertido en seguidor de Jesús. ¿Y Felipe? Fue visto después en un lugar llamado Azoto. Desde allí viajó por toda la zona, hablando a la gente de Jesús. Cada vez más gente oía la buena nueva y se convertía en creyente. Hechos 8:26–40
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Saulo se convierte en seguidor de Jesús
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n Jerusalén, Saulo quería arrestar a los seguidores del Señor Jesús. Pensaba que no adoraban a Dios de la manera correcta. Fue al sumo sacerdote y le pidió permiso para arrestar a los seguidores del Señor que habían ido a Damasco. Quería deshacerse de toda esa gente. De camino a Damasco ocurrió algo que cambió la vida de Saulo. De repente, una luz del cielo brilló a su alrededor. Cayó al suelo. Entonces oyó una voz que decía: —¡Saulo! ¿Por qué me persigues? —¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo. —Soy Jesús —escuchó. —Yo soy aquel a quien te opones. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí alguien te dirá lo que tienes que hacer. Los hombres que viajaban con Saulo se quedaron parados. No podían decir ni una palabra. Habían visto la luz y oído el ruido, pero no sabían lo que estaba ocurriendo. Por fin Saulo se levantó del suelo. Abrió los ojos, pero no veía nada. Los otros tuvieron que tomarle de la mano y conducirle a Damasco.
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Saulo estaba ciego. Permaneció en su habitación durante tres días. No comió ni bebió nada. Uno de los creyentes de Damasco se llamaba Ananías. El Señor le habló en una visión. —¡Ananías! —le dijo. —Dime, Señor —respondió Ananías. El Señor le dijo: —Ve a casa de Judas, en la calle Recta. Pregunta por un hombre llamado Saulo. Está orando. Debes poner tus manos sobre él para que pueda volver a ver. Ananías tenía miedo. Dijo: —Señor, conozco a este hombre. Es tu enemigo. Dicen que quiere detener a todos los que creen en ti. Pero el Señor le dijo a Ananías: —¡No tengas miedo! He elegido a este hombre para que trabaje para mí. Él hablará de mí a la gente en Israel y en lugares lejanos. Entonces Ananías fue a la casa y puso las manos sobre Saulo. —¡Hermano Saulo! —le dijo —Tú has visto al Señor Jesús en el camino. Él me ha enviado para que puedas volver a ver. Quedarás lleno del Espíritu Santo. En seguida Saulo pudo volver a ver. También creyó en Jesús y fue bautizado. Cuando Saulo recuperó las fuerzas, pasó los días con los creyentes de Damasco. Pronto empezó a predicar en las sinagogas. Decía que Jesús era el Hijo de Dios. Todos se asombraron al oír que el gran enemigo de Jesús era ahora su seguidor. Hechos 9
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Pablo viaja para difundir la buena nueva
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aulo también era conocido como Pablo, y así se le llama en la Biblia. Pablo viajó a muchas ciudades y países para difundir la buena nueva de que Jesús era el Salvador. Con él solía viajar un grupo de amigos. Vivieron muchas aventuras. A veces les trataban bien, y otras eran atacados o encarcelados. A veces tuvieron que huir en medio de la noche. Pero siempre el Señor estaba con Pablo y sus amigos. Los mantenía a salvo. Cuando Pablo recorría Grecia en su segundo viaje, visitó Atenas con sus amigos Silas y Timoteo. Le disgustó ver la cantidad de estatuas de dioses que había en la ciudad. Pablo fue primero a la sinagoga para hablar de Jesús a los judíos y a todos los que estaban allí. Les dijo que Jesús era el Salvador y les instó a creer en Jesús. Pablo visitó también la plaza de Marcos, donde había mucha gente. Habló con todos los que encontró allí. A los griegos les encantaba discutir, y tenían diferentes grupos que solían debatir sobre diversos temas. Se interesaron por las palabras de Pablo y lo llevaron al Areópago, una colina donde solían reunirse para discutir y hablar de cosas.
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Le dijeron: —Por favor, explícanos las cosas extrañas que dices. Nunca habíamos oído nada parecido. Pablo empezó hablándoles del Señor Dios, que hizo el mundo y todo lo que hay en él. Él da vida a todo lo que hay en la Tierra y no vive en los templos. No es una estatua. Es todopoderoso y omnipotente, pero ama a las personas y quiere que crean en él. Dios también resucitó a su Hijo Jesús. Algunas de las personas que escuchaban a Pablo creyeron sus palabras y se convirtieron en seguidores de Jesús. Otros no lo creyeron en absoluto. Se rieron de Pablo. Los que creyeron, se convirtieron en seguidores de Jesús y fundaron una iglesia. Pablo les enseñó sobre Jesús y cómo seguirlo. Luego se fue a Corinto, otra ciudad importante de Grecia. Así era la vida de Pablo, viajando de un lugar a otro. En cada ciudad también trabajaba para poder ganar suficiente dinero para seguir viajando. Era fabricante de tiendas, y allí donde llegaba reparaba las tiendas de la gente. Así conoció a mucha gente. Pablo también escribió muchas cartas a los nuevos creyentes que dejaba en las ciudades. Muchas de esas cartas se conservaron y pasaron a formar parte del Nuevo Testamento. Hechos 17
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