Traducido al Español por Fernando de Monreal clavijo
The Logic of Israel's Targeted Killing Por Gal Luft Middle East Quarterly Vol.10, No.1 (Invierno de 2003)
La lógica de la matanza dirigida de Israel
A los israelíes no les gusta el término "política de asesinatos". Prefieren usar otro término--- "castigo extrajudicial", "orientación selectiva". o "persecución a larga distancia" - para describir el pilar de su doctrina antiterrorista. Pero la semántica no cambia el hecho de que desde la década de 1970, docenas de terroristas han sido asesinados por las fuerzas de seguridad de Israel, y en los dos años de la intifada de Aqsa, ha habido al menos ochenta casos adicionales de Israel en que se haya disparado o volado a militantes palestinos involucrados en la planificación y ejecución de ataques terroristas. Muchos críticos ven este modo de operación como operacionalmente insensato e ilegal. Se considera que carece de sentido desde el punto de vista operativo porque asesinar a militantes palestinos solo acarrea fuertes represalias, resultando en aún más bajas israelíes. Lo consideran como ilegal, ya que infringe la soberanía de las entidades políticas extranjeras y porque otorga a los servicios de seguridad la discreción para decidir sobre la muerte de ciertas personas sin el debido proceso. Lo más importante, reclamar los críticos, no hay evidencia convincente de que los homicidios sean efectivos para reducir la amenaza terrorista. Esto es exactamente donde lo tienen mal. Cierto, el terror persiste a pesar de los asesinatos, y la política tiene deficiencias. Lo que es menos evidente es el profundo efecto acumulativo de los asesinatos selectivos contra las organizaciones terroristas. La eliminación constante de sus líderes deja a las organizaciones terroristas en un estado de confusión y desorden. Los siguientes en la fila para la sucesión tardan mucho tiempo en pisar los zapatos de sus predecesores. Ellos saben que al elegir tomar la iniciativa, añaden sus nombres a la lista de objetivos de Israel, donde la vida es hobbesiana: desagradable, brutal y corto. Luchar contra el terror es como luchar contra los accidentes automovilísticos: uno puede contar las bajas pero no aquellas cuyas vidas fueron salvadas por la prevención. Cientos, si no miles, de los israelíes siguen con sus vidas sin saber que están ilesos porque sus asesinos encontraron su destino antes de que tuvieran la
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oportunidad de llevar a cabo sus misiones diabólicas. Esta multitud silenciosa es el testamento del éxito de la política.
Crónica de la orientación
Israel ha recurrido tradicionalmente al asesinato como reacción a las crecientes olas de actividad terrorista palestina. La primera ola de terrorismo ocurrió en la década de 1970 con una serie de secuestros de aviones, ataques contra objetivos israelíes en el exterior, (incluida la matanza de once atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich 1972), e infiltraciones transfronterizas de terroristas del Líbano. Esta ola inicial resultó en grandes bajas, desmoralizar a la sociedad israelí. Dado que la infraestructura de los grupos terroristas palestinos se encontraba principalmente en los países árabes anfitriones, todos ellos en estado de guerra con Israel, la extradición u otras formas de acción legal coordinada contra los terroristas no eran opciones. La única forma de tomar represalias contra ellos era atacar a los perpetradores y a los autores intelectuales. El largo brazo de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), el Servicio General de Seguridad (GSS), y el Mossad a menudo alcanzó y sorprendió a los terroristas en los lugares más remotos. En un ataque, en abril de 1973, Comandos israelíes dirigidos por Ehud Barak- quien se vistió como mujer -señaló en Beirut y mató a altos miembros del movimiento Fatah, incluidos el diputado Yusuf Najjar de Yasir Arafat y el portavoz de Fatah, Kamal Nasir. Israel también se mantuvo, supuestamente, detrás de la explosión de 1979 en Beirut que mató a Hasan 'Ali Salamah, fundador de la Fuerza élite de Fatah 17. Otra operación espectacular tuvo lugar una década más tarde, en abril de 1988, cuando una fuerza de comando israelí bajo el mando del jefe del Estado Mayor de las FDI, Moshe Ya'alon, aterrizó en Túnez y asesinó al jefe de la rama militar de la Organización de Liberación de Palestina (OLP). el segundo en antigüedad en la organización, Khalil al-Wazir (Abu Jihad). Además de resolver el puntaje con Abu Jihad, quien fue responsable de muchos sangrientos ataques terroristas, Israel buscó debilitar el liderazgo de la OLP, creyendo que tal golpe ayudaría a sofocar la Intifada que había estallado cinco meses antes. El intento de influir en desarrollos estratégicos mediante un ataque militar aislado falló, y la Intifada continuó por otros cinco años. [1] La firma del acuerdo de Oslo de 1993 cambió el enfoque de Israel hacia la OLP de un adversario a un socio de paz. Por consiguiente, Israel cesó la acción militar
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contra los activistas de la OLP y extraditó extraoficialmente a los conocidos como terroristas en la era anterior a Oslo. Sin embargo, ataques contra miembros de organizaciones terroristas opuestas al proceso de paz israelo-palestino, como Hamas y la Jihad Islámica Palestina (PIJ), continuó con aún mayor intensidad. En octubre de 1995, después de una serie de ataques suicidas que cobraron la vida de decenas de israelíes, Agentes del Mossad dispararon y mataron al jefe de la PIJ, Fathi Shiqaqi, en Malta. Tres meses después, El miembro de Hamas Yahya 'Ayyash, también conocido como "El Ingeniero" quien planeó ataques suicidas en los que murieron cincuenta israelíes y 340 resultaron heridos, recibió su última llamada cuando un teléfono celular trampa explotó en sus manos.
Además de atacar a los terroristas palestinos, Israel también usó la política de asesinatos en su guerra contra los movimientos chiítas Hizbullah y Amal en el sur del Líbano. Hezbolá es uno de los movimientos guerrilleros más secretos e intrincados que existen. La discreta y pequeña composición de su rama militar sólo unos pocos cientos de miembros- dificultó la penetración de sus filas. Sin embargo, durante los dieciocho años de su ocupación del sur del Líbano, Israel logró apuntar a varios líderes militares clave de Hizbullah y Amal. La operación más importante tuvo lugar en febrero de 1992 cuando helicópteros israelíes dispararon misiles contra el automóvil del líder de Hizbullah '. Abbas Musawi, matándolo a él y a los miembros de su séquito. El oficial de operaciones de Amal, Hussam al-Amin, fue asesinado de manera similar en agosto de 1998. Con el estallido de la intifada de Aqsa en septiembre de 2000 y la liberación de la cárcel palestina de unos ochenta prisioneros de Hamas y PIJ -todos cumpliendo sentencias por su participación en ataques terroristas- la Autoridad Palestina (AP) abdicó su responsabilidad de luchar y prevenir el terrorismo. Para empeorar las cosas, los Tanzim, la milicia armada del movimiento Fatah de Arafat, tomaron un papel de liderazgo en la lucha armada contra Israel, involucrándose en cientos de ataques de disparos y suicidios contra objetivos civiles israelíes. En ausencia de cooperación de seguridad con los servicios de seguridad palestinos, Israel se mantuvo solo contra una ola creciente de terror. En los doce meses que siguieron, hubo al menos cuarenta casos de asesinatos de activistas palestinos de nivel medio y alto. Diecinueve de ellos pertenecían a Hamas, nueve a la PIJ, doce a las Brigadas de los Mártires de Tanzim y Al-Aqsa, y dos al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). La primera tuvo lugar el 9 de noviembre de 2000, cerca de la ciudad de Belén en Cisjordania, cuando un helicóptero Apache israelí disparó un cohete guiado por láser contra el vehículo de un líder de Tanzim, Husayn 'Abayat, matándolo e hiriendo a su segundo. El mismo modo de operación se repitió el 13 de febrero de 2001, contra Mas'ud 'Iyyad, un oficial de la Fuerza 17 que intenta establecer una
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célula de Hizbullah en la Franja de Gaza, y contra el activista de la PIJ Muhammad' Abd al-'Al, quien según el IDF era responsable de actos terroristas y estaba en camino de llevar a cabo dos ataques importantes. El uso de helicópteros de ataque para interceptar terroristas en territorios controlados por los palestinos, o el "Área A" como aparece en los acuerdos de Oslo, demostró ser preciso y efectivo. La principal desventaja de los ataques con helicópteros fue que tales operaciones no permitieron a Israel ninguna negación. Por esta razón, Israel se atribuyó la responsabilidad de todos los asesinatos de helicópteros y permaneció mudo en la mayoría de los casos en que los activistas fueron abatidos a tiros en el medio de la calle o por una bala de francotirador de largo alcance. El primer ministro Ariel Sharon explicó: A veces anunciaremos lo que hicimos, a veces no anunciaremos lo que hicimos. No siempre tenemos que anunciarlo. [2] Y, de hecho, ha habido varios casos de activistas asesinados cuando el automóvil que conducían explotó misteriosamente. En otro incidente, el 5 de abril de 2001, un miembro de la PIJ que supo por el error de 'Ayyash al usar un teléfono celular, murió cuando explotó la cabina telefónica que usaba con regularidad. También hubo otros accidentes inexplicables. Israel nunca se atribuyó la responsabilidad de estos asesinatos, pero la sofisticada tecnología involucrada, como los vehículos aéreos no tripulados, la vigilancia y los dispositivos de reconocimiento de voz, dejaba pocas dudas de que su mano estaba en acción. Luego, el 22 de julio de 2002, en lo que Sharon mencionó como "uno de nuestros mayores éxitos", Israel ascendió a otro peldaño en la escalada de la escalada, utilizando una bomba de una tonelada arrojada desde un avión de combate F-16 para matar Salah Shihada, el líder y fundador del ala militar de Hamas de 'Izz adDin al-Qassam en Gaza. Shihada fue uno de los activistas más veteranos en ser blanco desde el estallido de la intifada. La organización bajo su mando fue responsable de cincuenta y dos ataques contra objetivos israelíes, matando a un total de 220 israelíes no combatientes y dieciséis soldados. A pesar de eso, el asesinato recibió fuertes críticas de la comunidad internacional cuando la bomba mató a quince civiles, incluidos nueve niños. El debate No fue la muerte de Shihada, sino una anterior, la de un dentista de Cisjordania, Thabit Thabit, el 31 de diciembre de 2000, que desencadenó el debate tanto en Israel como en el extranjero con respecto a la moralidad, legalidad y efectividad de los asesinatos. Había algo en el currículum de Thabit que hacía sospechar que era algo menos que el perfil clásico de un terrorista que merecía la pena de muerte.
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Tal vez era su edad, cuarenta y nueve; su historial como activista de derechos humanos; su trabajo como director general del ministerio de salud palestino; o su amplio círculo social de amigos en las filas del movimiento Paz Ahora de Israel, todos los cuales atestiguaron que era un firme defensor del proceso de paz. La IDF contraatacó, desplegando su jefe de operaciones, Giora Eiland, para explicar en una entrevista de 60 Minutos que "el Dr. Thabit era, de hecho, el Dr. Hyde", y que detrás de la máscara de un dentista amante de la paz acechaba un peligroso Activista de Fatah involucrado en muchas actividades terroristas. El Servicio General de Seguridad divulgó la información obtenida en el interrogatorio de un sospechoso palestino, lo que demuestra que Thabit había sido un comandante regional con autoridad sobre las unidades de hombres armados palestinos en la zona de Tulkarem. [3] La esposa de Thabit solicitó al alto tribunal de justicia israelí que ordenara al gobierno detener su política de asesinatos. La petición sin precedentes presentó al sistema judicial israelí la controvertida cuestión de si la política de asesinatos está de acuerdo con la ley de las naciones. A primera vista, el derecho internacional prohíbe los asesinatos tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra. Además, la violación de la soberanía de otras naciones, especialmente por la imposición de un castigo extrajudicial a sus ciudadanos, es una violación flagrante del derecho internacional. Pero la ley también especifica que los países no deberían permitir que su territorio sea un refugio seguro para los terroristas que puedan dañar a otro país, ya que los terroristas son enemigos comunes de la humanidad y los países soberanos deben procesarlos independientemente de sus agendas. [4] En el caso de Israel, la situación es mucho más complicada. El PA no ha sido declarado como estado y, por lo tanto, desde un punto de vista legal, no está sujeto al conjunto de normas, reglas y tratados con los que la mayoría de los estados cumplen. Pero esos pocos tratados firmados por la Autoridad Palestina -los acuerdos de Oslo y El Cairo y los memorandos Wye River y Sharm al-Sheikhsubrayaron la responsabilidad palestina de luchar contra el terrorismo utilizando su aparato de seguridad de doce ramas, creado y asistido por Israel y la Central de Inteligencia estadounidense ( CIA) para hacer justamente eso. La Autoridad Palestina no solo no lo ha hecho, ha liberado a los terroristas de la prisión y les ha proporcionado armas y fondos. Además, en muchos casos en los que Israel proporcionó a la AP información sólida sobre ataques terroristas en preparación, la Autoridad Palestina, en lugar de arrestar a los perpetradores, les informó que Israel conocía sus planes. [5] En una opinión legal, el fiscal general israelí Elyakim Rubinstein escribió: Las leyes de combate que son parte del derecho internacional, permiten lesionar, durante un período de operaciones bélicas, a alguien que ha sido identificado positivamente como una persona que está trabajando para llevar a cabo ataques
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fatales contra objetivos israelíes, esas personas son enemigos que están luchando contra Israel, con todo lo que implica, mientras cometa ataques terroristas fatales y tiene la intención de cometer ataques adicionales, todo ello sin ninguna contramedida por parte de la Autoridad Palestina. [6] Este argumento ganó poca simpatía en el exterior. Incluso el aliado más cercano de Israel, los Estados Unidos, expresó su descontento con la práctica. La posición oficial de la administración Bush transmitida tanto por la Casa Blanca como por los voceros del Departamento de Estado ha sido que "Israel necesita entender que los asesinatos selectivos de palestinos no terminan con la violencia, sino que solo están inflamando una situación ya volátil y haciéndola mucho más difícil". para restaurar la calma " [7] Pero si los Estados Unidos mostraron signos de irritación en público, la guerra de Israel contra el terror se recibió con entendimiento detrás de escena. Partiendo de la posición de la administración, el vicepresidente Dick Cheney dijo en una entrevista televisiva que creía que la política de asesinatos selectivos podría estar justificada: Si tienes una organización que ha planeado o está planeando algún tipo de ataque con un suicida, por ejemplo, y tienen pruebas de quién es y dónde están ubicados, creo que hay alguna justificación en su intento de protegerse a sí mismos. adelantar. [8] Los funcionarios de la administración se apresuraron a explicar que tenían "una visión coherente" de los ataques dirigidos por Israel, y que "la administración en todos los niveles deplora la violencia allí y eso incluye los ataques dirigidos". [9] Pero Israel nunca fue disuadido por las reservas expresadas por Washington. Matan Vilnai, ministro de ciencia israelí, respondió en el verano de 2001 a las críticas de Estados Unidos sobre los asesinatos selectivos: Me gustaría ver cómo reaccionarían los estadounidenses si un automóvil lleno de explosivos explotara en el medio de Manhattan. [10] Dos meses más tarde, no había un automóvil, pero dos aviones de pasajeros explotaron en el bajo Manhattan y con ellos todas las reservas e inhibiciones que tenían los estadounidenses con respecto a su propia lucha contra el terrorismo. Una encuesta de Newsweek realizada tres meses después del 11 de septiembre mostró que casi dos tercios de los estadounidenses encuestados aprobaron otorgar a las fuerzas armadas y de inteligencia de Estados Unidos el poder de asesinar a líderes terroristas en Medio Oriente; El 57 por ciento aprobó la expansión de asesinatos selectivos en África y Asia; y el 54 por ciento pensó que los asesinatos deberían llevarse a cabo también en Europa. [11] Y, de hecho, la guerra en Afganistán llevó a los Estados Unidos a atentar contra las vidas de los activistas de Al Qaeda y los líderes afganos rechazantes. [12] Un misil estadounidense también
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mató al principal comandante de Al Qaeda de Yemen. Además, también se informó que el presidente Bush otorgó a la CIA y a las fuerzas especiales de los EE. UU. Autoridad para usar "fuerza letal" para matar al presidente iraquí, Saddam Hussein. [13] Aunque Israel ha ganado más simpatía en el extranjero por su táctica desde el 11 de septiembre, no todos los israelíes están completamente convencidos de que vale la pena seguir este método. Los críticos de la política de "focalización selectiva" señalan su aspecto autodestructivo. Después de cada ataque, los palestinos prometen (y en la mayoría de los casos cumplen) una respuesta dura y dolorosa. Las víctimas del asesinato son aclamadas automáticamente como mártires y los vengativos admiradores palestinos del fallecido se presentan como voluntarios para tomar su lugar. Después de la muerte de 'Ayyash, Arafat públicamente lo proclamó mártir y héroe; las calles en las ciudades palestinas fueron nombradas después de él; y una ola de atentados suicidas con bomba resultó en cincuenta y nueve muertos y 250 israelíes heridos. Tras el asesinato en enero de 2001 del líder de Fatah en Tulkarem, Ra'd Karmi, las Brigadas Mártires de Tanzim y Al-Aqsa se atribuyeron la responsabilidad de los ataques que costaron la vida a cincuenta y siete israelíes. Hizbullah es también una organización vengativa. 'El asesinato de Abbas Musawi pronto fue seguido por el bombardeo de la embajada de Israel en Argentina. El precio fue pesado: veintinueve muertos y 242 heridos. Otro inconveniente: los asesinatos de activistas políticos y militares clave pueden provocar intentos similares en las vidas de los líderes israelíes. La muerte de Abu'Ali Mustafa, secretario general del FPLP, asesinado en agosto de 2001, provocó el asesinato dos meses después del ministro de turismo israelí Rehavam Ze'evi. Tras el asesinato de Salah Shihada, un grupo militante palestino, los batallones del Frente de Ejército Popular de Devolución, respondió lanzando una lista de éxitos de veinte prominentes funcionarios israelíes, con el primer ministro Ariel Sharon en la cima. [14] Atacar a los militantes palestinos ha puesto en riesgo a miles de oficiales de las FDI y sus familias, que pueden convertirse en blanco de represalias palestinas. Esta amenaza no se toma a la ligera en el IDF. Por primera vez en la historia de Israel, los generales israelíes ahora tienen guardaespaldas asignados a ellos. Sin embargo, muchos israelíes descartan el argumento de que el asesinato alimenta un círculo vicioso de muerte y violencia que podría no ser beneficioso para Israel. Creen que no hay causalidad entre las acciones de Israel y la decisión palestina de abrazar el terror. "La Jihad Islámica y otros no necesitan excusas para llevar a cabo ataques", dijo el ex viceministro de Defensa de Israel, Ephraim Sneh. "ya que, en cualquier caso, están constantemente tratando de dañar a los israelíes" [15].
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Lo que es menos obvio para los críticos es la cantidad de ataques frustrados por la eliminación de los autores intelectuales. "Tic-tac", un término bien conocido en la jerga contra el terrorismo, se refiere a un terrorista o un grupo de terroristas en el proceso de lanzar un ataque. Matar al perpetrador o su despachador detiene el reloj. El asesinato de Karmi se realizó para evitar que él llevara a cabo sus planes, que incluían el asesinato de un destacado israelí. 'Umar Sa'adah, el jefe del ala militar de Hamas en Belén, asesinado en julio de 2001, estaba planeando un ataque importante en la ceremonia de clausura de los Juegos Maccabiah, los juegos olímpicos judíos. [16] En el momento de su asesinato, , Salah Shihada estaba en el proceso de organizar un "megaataque" de seis operaciones terroristas que iban a tener lugar simultáneamente. [17] Nadie sabrá nunca el alcance del baño de sangre que se previno frustrando estos intentos. Estos actos nunca llegaron a los titulares; constituyen el terror silencioso, el terror que nunca sucedió. Riesgos políticos La matanza selectiva es un asunto arriesgado, especialmente cuando las misiones fallan, y a menudo lo hacen. El resultado en tales casos es operacionalmente perjudicial, y algunos intentos fallidos han enredado a Israel en un marasmo diplomático.
En 1973, por ejemplo, un equipo del Mossad en Lillehammer, Noruega, en una misión para asesinar a un líder de la OLP, atacó por error a un camarero de un restaurante inocente y provocó un desagradable incidente diplomático entre Israel y Noruega. Peor aún, en septiembre de 1997, dos agentes del Mossad fueron capturados en Ammán después de atacar a un líder de Hamas, Khalid Mash'al, con un dispositivo de alta tecnología destinado a envenenarlo. La vida de Mash'al se salvó después de que fue tratado con un antídoto exigido a los israelíes por el furioso rey Hussein. El intento fallido no solo fue un golpe a la imagen impecable del Mossad, sino también a las frágiles relaciones israelo-jordanas. Ocurrió durante uno de los puntos más bajos del proceso de paz israelí-palestino durante el corto plazo del gobierno derechista de Binyamin Netanyahu. Para aliviar la ira del rey por la violación de Israel de la soberanía jordana, el propio Netanyahu viajó secretamente a Jordania, pero el rey Hussein se negó a reunirse con él y envió a su príncipe heredero. Posteriormente, se llegó a un acuerdo para evitar el juicio de los dos agentes del Mossad en Jordania intercambiándolos por el fundador de Hamas, el jeque Ahmad Yasin, encarcelado en Israel. El intento de asesinato destinado a debilitar el liderazgo de Hamas terminó en el logro del resultado exactamente opuesto. Para empeorar las cosas, Israel también se vio envuelto en un embarazoso incidente diplomático con el gobierno de Canadá. Se descubrió que el Mossad trató
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de cubrir sus pistas equipando a los asesinos de Mash'al con pasaportes canadienses falsificados. El caso Mash'al es un buen ejemplo de los riesgos involucrados en los intentos de asesinato llevados a cabo en países extranjeros. La ganancia a corto plazo derivada de una operación exitosa puede ser fácilmente compensada por el daño severo a las relaciones diplomáticas a largo plazo en el caso de un error. Otro problema de una campaña de focalización sistemática es que las acciones de Israel se han convertido en una tapa ampliamente utilizada para asesinatos domésticos entre palestinos. Muchas de las disputas y tensiones en el establecimiento de seguridad palestino dividido y altamente corrupto se manejan violentamente. Culpar a Israel por el asesinato de cada líder de seguridad, terrorista o cualquier otra figura visible se ha convertido en un reflejo condicionado entre los palestinos. Cuando un poderoso coche bomba explotó en marzo de 1998, matando a uno de los discípulos de Ayyash, Muhi ad-Din ashSharif, uno de los terroristas más buscados de Israel, un dedo acusador fue automáticamente apuntado a Israel. Solo más tarde se descubrió que el asesinato fue el resultado de rivalidades internas entre varias facciones de Hamas. Arafat culpó a Israel por matar a su confidente Hisham Makki, director de la televisión palestina, a tiros a quemarropa por tres asesinos en Gaza. [18] La televisión palestina se apresuró a culpar a las "fuerzas oscuras de la ocupación" por la muerte de Makki, solo más tarde para enterarse de que el asesinato fue llevado a cabo por las fuerzas de lo que entonces era una naciente organización palestina llamada Brigadas de Mártires Al-Aqsa.[19] Para aterrorizar a un Terrorista A pesar de las deficiencias de la política actual, existe casi un consenso entre los funcionarios de defensa de Israel de que es la forma más efectiva y menos perjudicial de disuadir y evitar que grupos terroristas perpetren ataques terroristas, especialmente a la luz de la negativa de la AP a luchar contra el terror. Las autoridades creen que, a pesar de los errores ocasionales que causan la muerte de civiles inocentes, en los primeros veintidós meses de la intifada, cuarenta y cuatro transeúntes palestinos fueron asesinados en el proceso de asesinatos selectivos; cualquier táctica alternativa infligiría mucho más daño a civiles inocentes. Para evaluar el impacto real de los asesinatos selectivos en la infraestructura de los grupos terroristas, es necesario comprender su cultura organizacional, su psicología y su comportamiento. Las ramas operativas de organizaciones como Hamas o PIJ constan de tres niveles: mando político-militar, nivel intermedio, y lo que se puede llamar "tropas terrestres" El escalón del comando político-militar -la mayoría de los cuales se
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encuentra en la Franja de Gaza- consiste en un pequeño grupo, no más de una docena de activistas, responsable de la financiación, la orientación política y espiritual y la dirección de la estrategia de la organización. Mantienen contactos regulares con las sedes de grupos terroristas en todo el mundo árabe, así como con altos dirigentes de la Autoridad Palestina y jefes de sus fuerzas de seguridad [20]. El nivel intermedio de comando es un grupo de un tamaño un poco más grande, unas pocas docenas en cada ciudad palestina. Sus miembros están involucrados en operaciones de planificación y reclutamiento, entrenamiento, armado y envío de terroristas. Las diferentes celdas están conectadas débilmente, y sus miembros usualmente no operan fuera de su área de jurisdicción. Los miembros de este grupo, especialmente los que viven en Gaza, se reúnen con frecuencia con los líderes superiores y reciben órdenes y fondos diarios para financiar sus operaciones. A diferencia de los miembros del primer grupo, los activistas de nivel intermedio no son tan familiares para el público, y su asesinato no evoca la misma furia que la orientación de los líderes principales. Por esta razón, Israel hasta ahora ha preferido apuntar a la menor cantidad de líderes de alto rango posible y centrarse en los miembros del segundo grupo.
Israel siempre ha creído que vaciar el pantano es más importante que luchar contra los mosquitos: la infraestructura de las organizaciones terroristas, los que inician, planifican o facilitan los ataques terroristas, así como los reclutadores, despachadores y recaudadores de fondos son tan culpables como los que realmente tiran el gatillo o detonar la bomba. Por lo tanto, los miembros del segundo grupo se consideran "bombas de relojería", incluso si no son los que llevan a cabo personalmente los ataques. Las tropas de tierra son aquellas reclutadas para ser los perpetradores reales de cualquiera de las operaciones suicidas o lo que los palestinos llaman "operaciones de martirio": ataques punzantes en centros de población israelíes en los que la probabilidad de supervivencia del perpetrador es escasa. Estos voluntarios son reclutados de forma ad hoc y mantienen contacto solo con sus operadores. En la mayoría de los casos, no están expuestos a los secretos de la organización y tienen muy poco conocimiento sobre su estructura y operaciones. Ocasionalmente, debido a un mal funcionamiento técnico o pies fríos, los atacantes suicidas fallan en su misión y son capturados vivos por las autoridades israelíes. Un "fraude" que se rompe durante el interrogatorio y proporciona información sobre su (s) despachadores es una amenaza para toda la organización. Como resultado,
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algunos operadores se abstienen de exponer su identidad a sus tropas. Prefieren usar una máscara o comunicarse con ellos indirectamente a través de cartas o por teléfono. [21] Como resultado, la naturaleza de las organizaciones terroristas palestinas es que son secretas y compartimentadas. La gente apenas se conoce. No hay sedes, archivos, computadoras, equipos de radio o memoria de la organización. La eliminación de un activista puede perjudicar o destruir una célula completa, pero la eliminación de una célula no necesariamente hace caer a toda la organización. A pesar de la desafiante retórica palestina, el temor de los activistas palestinos de estar en la lista de objetivos de Israel es paralizante, y eso es exactamente lo que Israel quiere. Explicó Sharon: El plan es colocar a los terroristas en diferentes situaciones todos los días y dejarlos sin equilibrio para que estén ocupados protegiéndose a sí mismos. [22] Mientras huye, la energía del terrorista palestino se dedica a la supervivencia en lugar de planificar el próximo ataque. El terrorista se separa de su círculo cercano de amigos y familiares y comienza a vivir la vida de un fugitivo. Se ve obligado a pasar cada noche en un lugar diferente, a menudo durmiendo en el campo abierto. Las horas de cada día se desperdician en busca de un refugio seguro para pasar la noche que viene. Lo más difícil es la distancia de su hogar y su familia. Él sabe que cualquier contacto con su esposa o sus padres podría costarle la vida. En consecuencia, está completamente a merced de sus confidentes, sin saber cuál de ellos podría ser un colaborador israelí. Los automóviles y teléfonos atrapados con explosivos aumentan la sensación entre los militantes palestinos de que el largo brazo de las fuerzas de seguridad israelíes llega a su entorno más íntimo. Se ponen nerviosos y desconfían de los colaboradores que podrían vivir entre ellos. Un periodista palestino transmitió la atmósfera de miedo y confusión en la calle palestina después del asesinato de Shihada: La gente ahora está buscando hombres buscados. Los detienen en el medio de la calle y ahora comenzarán a solicitar su identificación antes de ingresar a un vecindario residencial específico. ... Nadie se siente seguro. ... ¿Cómo sabes quién será Shihada número dos, y de dónde vendrá el misil? ... Alguien debe haberle dicho al Shin Bet (GSS) que Shihada estaba visitando su casa; que alguien debe vivir entre nosotros, y ahora todos están buscando colaboradores. [23] Y deberían. A pesar de la profunda animosidad hacia Israel, muchos palestinos todavía están dispuestos a enfrentar el riesgo de la pena de muerte que la Autoridad Palestina impone a los colaboradores y proporcionar información valiosa a los israelíes. En una sociedad donde más de la mitad de las familias viven
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por debajo del umbral de la pobreza, siempre se puede encontrar personas dispuestas a colaborar con el enemigo a cambio de dinero u otros beneficios. Los asesinatos de líderes militares son eventos traumáticos en la vida de sus organizaciones, que a menudo conducen a un cambio en el comportamiento organizacional. Los comandantes se vuelven extremadamente suspicaces y cautos. Dejan pocos rastros de su paradero; restringir la información sobre planificación operativa a pequeños grupos de guardianes secretos; y reclutar nuevos miembros de forma más selectiva. El entorno paranoico en el que operan los terroristas reduce drásticamente su efectividad. La confianza es la piedra angular de cualquier actividad humana, incluido el terrorismo. Sin eso, la organización se desarticula; la información no puede ser diseminada; las personas no se sienten parte de un equipo; las lecciones no se aprenden correctamente. Además, la comunicación entre las diferentes células se rompe. Tras el asesinato de Musawi, los escuadrones de Hizbullah comenzaron a mantener un estricto silencio de radio, impidiendo que Israel supervisara la acción de la organización. En los territorios, los militantes palestinos que temen las escuchas israelíes se abstienen de usar el teléfono para comunicarse entre sí. Esto lleva a una mayor confusión y malentendidos. Dicha dinámica tiene una influencia acumulativa, holística y negativa sobre la efectividad de la organización. La influencia no puede medirse con precisión o incluso evaluarse mediante herramientas empíricas, pero es ciertamente profunda.
EL Ingrato [7] [THE PHILISTINE] El contraterrorismo es una guerra oculta llevada a cabo lejos del ojo público. Es una guerra de prevención. El éxito es un día sin incidentes en el que las personas siguen con sus vidas sin ser asesinadas, mutiladas o aturdidas por una explosión. Es una guerra sin victorias celebradas: la conciencia pública es mucho mejor al registrar aquellos días en los que la prevención falló que los de la normalidad. Los soldados de esta guerra no conducen tanques y no disparan cañones. Buscan en los hogares, operan equipos de vigilancia, reclutan informantes e interrogan a los sospechosos. Pero ninguna guerra es estéril, y en ocasiones la única arma capaz de apuntar al centro de gravedad del enemigo es el asesino a sueldo. Sabiendo que las represalias son inevitables, la decisión de utilizar esta arma es difícil y la autoridad máxima de Israel la toma únicamente cuando es probable que la inacción tenga un precio aún mayor. Israel está en guerra, y la guerra, como escribió Clausewitz, tiene su propia gramática. [24] La matanza selectiva, los
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israelíes creen abrumadoramente, sigue siendo una parte esencial de la gramática de su guerra. Gal Luft, candidata a doctorado en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Paul H. Nitze de la Universidad Johns Hopkins, es autora de The Palestinian Security Forces: Between Police and Army (Instituto Washington para la Política del Cercano Oriente, 1998).
[1] Moshe Zonder, Sayeret Matkal (Jerusalem: Keter, 2000), pp. 238-48. [2] Ha'aretz, (Tel Aviv), Apr. 6, 2001. [3] Ibid., Mar. 14, 2001. [4] "The International Convention for the Suppression of the Financing of Terrorism," U.N. General Assembly resolution 54/109, Dec. 9, 1999, at http://www.un.org/law/cod/finterr.htm; U.N. Security Council resolutions 1368 (2001) and 1373 (2001) at http://www.un.org/terrorism/sc.htm#reso. [5] Yedi'ot Aharonot (Tel Aviv), July 12, 2002. [6] Ha'aretz, Feb. 12, 2001. [7] Richard Boucher, State Department briefing, July 2, 2001, at http://www.state.gov/r/pa/prs/dpb/2001/4656.htm. [8] Fox News Special Report, Aug. 2, 2001, at http://www.foxnews.com/story/0,2933,31241,00.html. [9] White House briefing, Aug. 3, 2001, at http://www.whitehouse.gov/news/briefings/20010803.html#some%20justification. [10] The Guardian, July 3, 2001. [11] Newsweek, Dec. 15, 2001. [12] USA Today, May 9, 2002. [13] The Guardian, June 17, 2002. [14] The Jerusalem Post, July 28, 2002. [15] Ibid., Dec. 12, 2000. [16] Ha'aretz, July 18, 2001.
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[17] The Jerusalem Post, July 30, 2002. [18] Ma'ariv (Tel Aviv), Apr. 6, 2001. [19] The Jerusalem Post, Jan. 18, 2000. [20] Based on author's discussion with Israeli intelligence sources. [21] Based on author's discussion with Israeli intelligence sources. [22] The New York Times, Apr. 12, 2001. [23] The Jerusalem Post, July 26, 2002. [24] Carl von Clausewitz, On War, ed. and trans. Michael Howard and Peter Paret (Princeton: Princeton University Press, 1984), pp. 100, 605.
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The Logic of Israel's Targeted Killing by Gal Luft Middle East Quarterly Vol.10, No.1 (Winter 2003)
Israelis dislike the term "assassination policy." They would rather use another term— "extrajudicial punishment," "selective targeting," or "long-range hot pursuit"—to describe the pillar of their counterterrorism doctrine. But semantics do not change the fact that since the 1970s, dozens of terrorists have been assassinated by Israel's security forces, and in the two years of the Aqsa intifada, there have been at least eighty additional cases of Israel gunning down or blowing up Palestinian militants involved in the planning and execution of terror attacks.
Many critics view this mode of operation as operationally senseless and illegal. It is deemed to be operationally senseless because assassinating Palestinian militants only brings harsh retaliatory action, resulting in even more Israeli casualties. They regard it as illegal, since it infringes on the sovereignty of foreign political entities and because it gives the security services discretion to decide on the killing of certain individuals without due process. Most important, claim the critics, there is no compelling evidence the killings are effective in reducing the terror menace.
This is exactly where they have it wrong. True, terror persists despite the assassinations, and the policy does have shortcomings. What is less apparent is the profound cumulative effect of targeted killing on terrorist organizations. Constant elimination of their leaders leaves terrorist organizations in a state of confusion and disarray. Those next in line for succession take a long time to step into their predecessors' shoes. They know that by choosing to take the lead, they add their names to Israel's target list, where life is Hobbesian: nasty, brutish, and short.
Fighting terror is like fighting car accidents: one can count the casualties but not those whose lives were spared by prevention. Hundreds, if not thousands, of Israelis go about their lives without knowing that they are unhurt because their murderers met their fate before they got the chance to carry out their diabolical missions. This silent multitude is the testament to the policy's success.
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Chronicle of Targeting Israel has traditionally resorted to assassination as a reaction to mounting waves of Palestinian terror activity. The first wave of terrorism occurred in the 1970s with a series of airliner hijackings, attacks on Israeli targets abroad (including the massacre of eleven Israeli athletes at the 1972 Munich Olympics), and cross-border infiltrations of terrorists from Lebanon. This initial wave resulted in heavy casualties, demoralizing Israeli society. Since the infrastructure of Palestinian terror groups was located mainly in host Arab countries, all of them in a state of war with Israel, extradition or other forms of coordinated legal action against the terrorists were not options. The only way to retaliate against them was by targeting the perpetrators and the masterminds.
The long arm of the Israel Defense Forces (IDF), the General Security Service (GSS), and the Mossad often reached and surprised terrorists in the most remote locations. In one attack, in April 1973, Israeli commandos led by Ehud Barak—who dressed as a woman—landed in Beirut and killed senior members of the Fatah movement including Yasir Arafat's deputy Yusuf Najjar and the Fatah spokesman Kamal Nasir. Israel also stood, allegedly, behind the 1979 explosion in Beirut that killed Hasan ‘Ali Salamah, founder of Fatah's elite Force 17. Another spectacular operation took place a decade later in April 1988 when an Israeli commando force under the command of today's IDF chief of staff Moshe Ya‘alon landed in Tunis and killed the head of the Palestine Liberation Organization's (PLO) military branch, the second in seniority in the organization, Khalil al-Wazir (Abu Jihad). Apart from settling the score with Abu Jihad, who was responsible for many bloody terror attacks, Israel sought to weaken the PLO leadership, believing that such a blow would help quell the intifada that had erupted five months earlier. The attempt to influence strategic developments by means of an isolated military strike failed, and the intifada continued for another five years.[1]
The signing of the 1993 Oslo agreement changed Israel's approach to the PLO from an adversary to a peace partner. Consequently, Israel ceased military action against PLO activists and unofficially pardoned those known as terrorists in the pre-Oslo era. Nevertheless, the targeting of members of terror organizations opposed to the IsraeliPalestinian peace process, such as Hamas and the Palestinian Islamic Jihad (PIJ), continued with even greater intensity. In October 1995, following a series of suicide attacks which claimed the lives of dozens of Israelis, Mossad agents shot and killed the head of the PIJ, Fathi Shiqaqi, in Malta. Three months later, Hamas member Yahya
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‘Ayyash, also known as "The Engineer," who masterminded suicide attacks in which fifty Israelis died and 340 were wounded, took his last phone call when a boobytrapped cellular phone exploded in his hands.
In addition to targeting Palestinian terrorists, Israel also used the assassination policy in its war against the Shi‘ite movements Hizbullah and Amal in southern Lebanon. Hizbullah is one of the most secretive and intricate guerrilla movements in existence. The discreet and small makeup of its military branch—only a few hundred strong— made penetration of its ranks difficult. Nevertheless, over the eighteen years of its occupation of south Lebanon, Israel succeeded in targeting several key military leaders of Hizbullah and Amal. The most significant operation took place in February 1992 when Israeli helicopters fired missiles at the car of Hizbullah's leader, ‘Abbas Musawi, killing him and members of his entourage. Amal's operations officer, Hussam al-Amin, was killed in a similar way in August 1998.
With the outbreak of the Aqsa intifada in September 2000 and the release from Palestinian jail of some eighty Hamas and PIJ prisoners—all serving sentences for their involvement in terror attacks—the Palestinian Authority (PA) abdicated its responsibility to fight and prevent terrorism. To make things worse, the Tanzim, the armed militia of Arafat's Fatah movement, took a leading role in the armed struggle against Israel, involving itself in hundreds of shooting and suicide attacks against Israeli civilian targets. In the absence of security cooperation with the Palestinian security services, Israel stood alone against a mounting wave of terror. In the twelve months that followed, there were at least forty cases of assassinations of middle- and highlevel Palestinian activists. Nineteen of them belonged to Hamas, nine to the PIJ, twelve to the Tanzim and Al-Aqsa Martyrs Brigades, and two to the Popular Front for the Liberation of Palestine (PFLP).
The first took place on November 9, 2000, near the West Bank town of Bethlehem, when an Israeli Apache helicopter fired a laser-guided rocket at the vehicle of a Tanzim leader, Husayn ‘Abayat, killing him and wounding his deputy. The same mode of operation was repeated on February 13, 2001, against Mas‘ud ‘Iyyad, a Force 17 officer trying to establish a Hizbullah cell in the Gaza Strip, and against PIJ activist Muhammad ‘Abd al-‘Al, who according to the IDF was responsible for terrorist acts and was on his way to carry out two major attacks.
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The use of attack helicopters to intercept terrorists in Palestinian-controlled territories—or "Area A" as it appears in the Oslo agreements—proved to be precise and effective. The main downside of helicopter attacks was that such operations did not allow Israel any deniability. For this reason, Israel claimed responsibility for all helicopter assassinations while remaining mute in most cases in which activists were gunned down in the middle of the street or by long-range sniper bullet. Prime Minister Ariel Sharon explained:
Sometimes we will announce what we did, sometimes we will not announce what we did. We don't always have to announce it.[2]
And indeed, there have been several cases of activists being killed when the car they drove mysteriously blew up. In another incident, on April 5, 2001, a member of the PIJ who learned from ‘Ayyash's mistake in using a cellular phone, was killed when the phone booth he regularly used blew up. There were also other unexplained accidents. Israel never claimed responsibility for these killings, but the sophisticated technology involved, such as unmanned aerial vehicles, surveillance, and voice recognition devices, left little doubt that its hand was at work.
Then, on July 22, 2002, in what was referred to by Sharon as "one of our greatest successes," Israel ascended another rung in the ladder of escalation, using a one-ton bomb dropped from an F-16 fighter jet to kill Salah Shihada, the leader and founder of Hamas' military wing of ‘Izz ad-Din al-Qassam in Gaza. Shihada was one of the most senior activists to be targeted since the outbreak of the intifada. The organization under him was responsible for fifty-two attacks on Israeli targets, killing a total of 220 Israeli non-combatants and sixteen soldiers. Despite that, the assassination drew heavy criticism by the international community when the bomb killed fifteen civilians, including nine children.
The Debate It was not Shihada's killing but one prior, that of a West Bank dentist, Thabit Thabit, on December 31, 2000, which sparked the debate both in Israel and abroad regarding the morality, legality, and effectiveness of assassinations. There was something about
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Thabit's resume that made people suspect that he was somewhat less than the classic profile of a terrorist who merited the death penalty.
Perhaps it was his age, forty-nine; his record as a human rights activist; his job as director general of the Palestinian health ministry; or his wide social circle of friends in the ranks of Israel's Peace Now movement, all of whom attested that he was a staunch supporter of the peace process. The IDF fought back, deploying its chief of operations, Giora Eiland, to explain in a 60 Minutes interview that "Dr. Thabit was, in fact, Dr. Hyde," and that behind the mask of a peace-loving dentist lurked a dangerous Fatah activist involved in many terrorist activities. The General Security Service released information obtained in the interrogation of a Palestinian suspect, showing that Thabit had been a regional commander with authority over units of Palestinian gunmen in the Tulkarem area.[3] Thabit's wife petitioned the Israeli high court of justice to order the government to stop its policy of assassinations. The unprecedented petition presented the Israeli judicial system with the controversial question of whether the assassination policy is in accordance with the law of nations.
On its face, international law prohibits assassinations both in times of peace and in times of war. Furthermore, infringement on the sovereignty of other nations, especially by the imposition of extrajudicial punishment on their citizens, is a gross violation of international law. But the law also specifies that countries should not allow their territory to be a safe haven for terrorists who might bring harm to another country, since terrorists are considered to be common enemies of humankind, and that sovereign countries should prosecute them regardless of their agendas.[4]
In Israel's case, the situation is far more complicated. The PA has not been declared a state, and, therefore from a legal point of view, is not bound by the set of norms, rules, and treaties with which most states comply. But those few treaties signed by the PA— the Oslo and Cairo agreements and the Wye River and Sharm al-Sheikh memoranda— underscored the Palestinian responsibility to fight terrorism using its twelve-branch security apparatus, created and assisted by Israel and U.S. Central Intelligence (CIA) to do just that. The PA has not only failed to do so, it has released terrorists from prison and supplied them with arms and funding. Furthermore, in many cases in which Israel gave the PA solid information about terrorist attacks in the making, the PA, instead of arresting the perpetrators, informed them that Israel knew of their plans.[5] In a legal opinion, Israeli attorney general Elyakim Rubinstein wrote:
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The laws of combat which are part of international law, permit injuring, during a period of warlike operations, someone who has been positively identified as a person who is working to carry out fatal attacks against Israeli targets, those people are enemies who are fighting against Israel, with all that implies, while committing fatal terror attacks and intending to commit additional attacks—all without any countermeasures by the PA.[6]
This argument gained little sympathy abroad. Even Israel's closest ally, the United States, expressed its discontent with the practice. The official position of the Bush administration as conveyed by both White House and State Department spokesmen has been that "Israel needs to understand that targeted killings of Palestinians don't end the violence, but are only inflaming an already volatile situation and making it much harder to restore calm."[7] But if the United States showed signs of irritation in public, Israel's war against terror was received with understanding behind the scenes. Departing from the administration's position, Vice President Dick Cheney said in a television interview that he believed the policy of targeted killings could be justified:
If you've got an organization that has plotted or is plotting some kind of suicide bomber attack, for example, and they have evidence of who it is and where they're located, I think there's some justification in their trying to protect themselves by preempting.[8]
Administration officials rushed to explain that they had "a consistent view" of Israeli targeted attacks, and that the "administration at all levels deplores the violence there and that includes the targeted attacks."[9]
But Israel was never deterred by Washington's expressed reservations. Matan Vilnai, Israeli science minister, responded in the summer of 2001 to U.S. criticism of the targeted killings:
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I would like to see how the Americans would react if a car packed with explosives blew up in the middle of Manhattan.[10]
Two months later, not a car, but two jetliners blew up in lower Manhattan and with them all the reservations and inhibitions Americans had regarding their own fight against terrorism. A Newsweek poll taken three months after September 11 showed that nearly two-thirds of Americans polled approved of giving U.S. military and intelligence agencies the power to assassinate terrorist leaders in the Middle East; 57 percent approved of expanding targeted killings to Africa and Asia; and 54 percent thought assassinations should be carried out in Europe as well.[11] And indeed, the war in Afghanistan prompted the United States to make attempts on the lives of alQa‘ida activists as well as rejectionist Afghan leaders.[12] A U.S. missile also killed Yemen's top al-Qa‘ida commander. Additionally, it has also been reported that President Bush gave the CIA and U.S. special forces authority to use "lethal force" to kill the Iraqi president, Saddam Hussein.[13]
Although Israel has gained more sympathy abroad for its tactic since September 11, not all Israelis are entirely convinced that the method is worth pursuing. Critics of the "selective targeting" policy point out its self-destructive aspect. After each targeting, the Palestinians promise—and in most cases deliver—a hard and painful response. Assassination victims are automatically hailed as martyrs, and vengeful Palestinian admirers of the deceased volunteer to take his place. Following ‘Ayyash's death, Arafat publicly proclaimed him a martyr and a hero; streets in Palestinian cities were named after him; and a wave of suicide bombings resulted in fifty-nine dead and 250 wounded Israelis. Following the January 2001 assassination of the Fatah leader in Tulkarem, Ra'd Karmi, the Tanzim and Al-Aqsa Martyrs Brigades claimed responsibility for attacks that took the lives of fifty-seven Israelis. Hizbullah is also a vindictive organization. ‘Abbas Musawi's killing was soon followed by the bombing of the Israeli embassy in Argentina. The price was heavy: twenty-nine killed and 242 wounded.
Another drawback: assassinations of key political and military activists may invite similar attempts on the lives of Israeli leaders. The death of Abu-‘Ali Mustafa, secretary-general of the PFLP, assassinated in August 2001, prompted the killing two months later of Israeli minister of tourism Rehavam Ze'evi. Following the killing of Salah Shihada, a Palestinian militant group, the Popular Army Front–Return Battalions, responded by releasing a hit list of twenty prominent Israeli officials, with Prime
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Minister Ariel Sharon at the top.[14] Targeting Palestinian militants has put at risk thousands of IDF officers and their families who may become targets of Palestinian retaliatory action. This threat is not taken lightly in the IDF. For the first time in Israel's history, Israeli generals now have bodyguards assigned to them.
However, many Israelis dismiss the argument that the killing feeds a vicious cycle of death and violence that might not be to Israel's benefit. They believe there is no causality between Israel's actions and the Palestinians' decision to embrace terror. "Islamic Jihad and others do not need excuses to carry out attacks," said Israel's former deputy defense minister Ephraim Sneh, "since in any case they are constantly trying to harm Israelis."[15]
What is less obvious to the critics is the number of attacks that have been thwarted through the masterminds' removal. "Ticking bomb," a well-known term in counterterrorism jargon, refers to a terrorist or a group of terrorists in the process of launching an attack. Killing the perpetrator or his dispatcher stops the clock. The Karmi assassination was undertaken to prevent him from carrying out his plans, which included the assassination of a prominent Israeli. ‘Umar Sa‘adah, the head of the Hamas military wing in Bethlehem, killed in July 2001, was planning a major attack at the closing ceremony of the Maccabiah Games, the Jewish olympics. [16] At the time of his assassination, Salah Shihada was in the process of organizing a "mega-attack" of six terror operations that were to take place simultaneously.[17] Nobody will ever know the scope of the bloodbath that was prevented by thwarting these attempts. These acts never made headlines; they constitute the silent terror—the terror that never happened.
Political Risks Targeted killing is a risky business, especially when missions fail, and they often do. The outcome in such cases is operationally damaging, and some blundered attempts have entangled Israel in a diplomatic morass.
In 1973, for example, a Mossad team in Lillehammer, Norway, on a mission to assassinate a PLO leader, mistakenly targeted an innocent restaurant waiter and caused an unpleasant diplomatic incident between Israel and Norway. Worse, in
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September 1997, two Mossad agents were captured in Amman after attacking a Hamas leader, Khalid Mash‘al, with a high-tech device intended to poison him. Mash‘al's life was saved after he was treated with an antidote demanded of the Israelis by the furious King Hussein. The failed attempt was not only a blow to the Mossad's impeccable image but also to fragile Israeli-Jordanian relations. It occurred during one of the low points of the Israeli-Palestinian peace process during the short term of the right-wing government of Binyamin Netanyahu. To ease the king's wrath over Israel's violation of Jordanian sovereignty, Netanyahu himself secretly traveled to Jordan, but King Hussein refused to meet with him, sending his crown prince instead. Subsequently, a deal was reached to spare the two Mossad agents from trial in Jordan by exchanging them for Hamas founder Sheikh Ahmad Yasin, imprisoned in Israel. The assassination attempt meant to weaken the leadership of Hamas instead ended up achieving exactly the opposite result.
To make things worse, Israel also found itself involved in an embarrassing diplomatic incident with the government of Canada. It was discovered that the Mossad tried to cover its tracks by equipping Mash‘al's assassins with forged Canadian passports. The Mash‘al case is a good example of the risks involved in assassination attempts carried out in foreign countries. The short-term gain derived from a successful operation can be easily offset by the severe damage to long-term diplomatic relations in the case of a blunder.
Another problem of a systematic targeting campaign is that Israel's actions have become a widely used cover for domestic killings among Palestinians. Many of the feuds and tensions in the divided and highly corrupt Palestinian security establishment are handled violently. Blaming Israel for the murder of every security leader, terrorist, or any other visible figure has become a conditioned reflex among Palestinians. When a powerful car bomb exploded in March 1998, killing one of ‘Ayyash's disciples, Muhi ad-Din ash-Sharif, one of Israel's most wanted terrorists, a finger of blame was automatically pointed at Israel. Only later was it discovered that the killing was a result of internal rivalries among various factions of Hamas. Arafat blamed Israel for killing his confidant Hisham Makki, director of Palestinian television, shot point blank by three assassins in Gaza.[18] Palestinian television hurried to blame the "dark forces of the occupation" for Makki's death, only later to learn the assassination was carried out by the forces of what was then a nascent Palestinian organization called Al-Aqsa Martyrs Brigades.[19]
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To Terrorize a Terrorist Despite the shortcomings of the current policy, there is nearly a consensus among Israel's defense officials that it is the most effective and least injurious way to deter and prevent terrorist groups from perpetrating terror attacks, especially in light of the PA's refusal to fight terror. Officials believe that despite occasional mistakes causing the death of innocent civilians—in the first twenty-two months of the intifada, fortyfour Palestinian bystanders were killed in the process of targeted killings—any alternative tactic would inflict much more harm to innocent civilians.
To assess the real impact of targeted killing on the infrastructure of terrorist groups, one needs to understand their organizational culture, psychology, and behavior. The operational branches of organizations such as Hamas or the PIJ consist of three layers: political-military command, intermediate level, and what can be referred to as the "ground troops." The political-military command echelon—most of which is in the Gaza Strip—consists of a small group, no more than a dozen activists, responsible for funding, political and spiritual guidance, and direction of the organization's strategy. They maintain regular contact with the headquarters of terrorist groups throughout the Arab world as well as with senior leaders of the PA and chiefs of its security forces.[20]
The intermediate level of command is a group slightly larger in size, a few dozens in each Palestinian city. Its members are involved in planning operations, and recruiting, training, arming, and dispatching terrorists. The different cells are loosely connected, and their members do not usually operate outside their area of jurisdiction. Members of this group, especially those living in Gaza, meet frequently with the senior leadership and receive daily orders and funds to finance their operations. Unlike members of the first group, intermediate-level activists are not so familiar to the public, and their killing does not evoke the same rage as does the targeting of senior leaders. For this reason, Israel has so far preferred to target as few senior leaders as possible and focus on members of the second group.
Israel has always believed that draining the swamp is more important than fighting the mosquitoes: the infrastructure of the terror organizations, those who initiate, plan, or facilitate terror attacks as well recruiters, dispatchers, and fundraisers are just as culpable as those who actually pull the trigger or detonate the bomb. Hence, members
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of the second group are considered "ticking bombs" even if they are not those who personally carry out the attacks.
The ground troops are those recruited to be the actual perpetrators of either suicide operations or what Palestinians refer to as "martyrdom operations"—shooting attacks in Israeli population centers in which the probability of survival of the perpetrator is slim. These volunteers are recruited on an ad hoc basis and maintain contact only with their operators. In most cases they are not exposed to the organization's secrets and have very little knowledge about its structure and operations. Occasionally, due to technical malfunction or cold feet, suicide bombers fail in their mission and are captured alive by the Israeli authorities. A "dud" who breaks during interrogation and provides information on his (or her) dispatchers is a threat to the entire organization. As a result, some operators refrain from exposing their identity to their troops. They prefer to wear a mask or communicate with them indirectly through letters or by phone.[21]
As a result, the nature of Palestinian terror organizations is that they are secretive and compartmentalized. People hardly know each other. There are no headquarters, files, computers, radio equipment, or organizational memory. Removing one activist can handicap or destroy an entire cell, but removal of one cell does not necessarily bring down the entire organization.
Despite defiant Palestinian rhetoric, Palestinian activists' fear of being on Israel's target list is paralyzing, and that is exactly what Israel wants. Explained Sharon:
The plan is to place the terrorists in varying situations every day and knock them off balance so that they will be busy protecting themselves.[22]
While on the run, the Palestinian terrorist's energy is devoted to survival rather than to planning the next attack. The terrorist detaches himself from his close circle of friends and family and begins to live a fugitive's life. He is forced to spend each night in a different location, often sleeping in the open field. Hours each day are wasted looking for a safe haven to spend the coming night. Most difficult is the distance from his home and family. He knows that any contact with his wife or parents could cost him
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his life. Consequently, he is completely at the mercy of his confidants, not knowing which one of them might be an Israeli collaborator.
Booby-trapped cars and telephones increase the feeling among Palestinian militants that the long arm of the Israeli security forces reaches their most intimate surroundings. They become nervous and suspicious of collaborators who might live among them. A Palestinian journalist conveyed the atmosphere of fear and confusion in the Palestinian street after Shihada's killing:
People are now looking for wanted men. They are stopping them in the middle of the street and will now begin asking for their identification before they enter a specific residential neighborhood. … No one feels safe. … How do you know who will be Shihada number two, and where the missile will come from? … Someone must have told the Shin Bet (GSS) that Shihada was visiting his house; that someone must live among us, and now everyone is looking for collaborators.[23]
And they should. Despite the deep animosity toward Israel, many Palestinians are still willing to face the risk of the death penalty the PA imposes on collaborators and provide valuable information to the Israelis. In a society where more than half of the families live below the poverty line, one can always find people willing to collaborate with the enemy in exchange for money or other benefits.
Assassinations of military leaders are traumatic events in the lives of their organizations, often leading to a change in organizational behavior. Commanders become extremely suspicious and cautious. They leave few traces of their whereabouts; restrict information about operational planning to small groups of secret keepers; and recruit new members more selectively. The paranoid environment in which terrorists operate reduces their effectiveness drastically. Trust is the bedrock of any human activity, including terrorism. Without it, the organization becomes disjointed; information cannot be disseminated; people do not feel part of a team; lessons are not learned properly.
Additionally, communication between the different cells breaks down. Following the killing of Musawi, Hizbullah squads began to maintain strict radio silence, preventing
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Israel from monitoring the organization's action. In the territories, Palestinian militants who fear Israeli eavesdropping refrain from using the telephone to communicate with each other. This leads to further confusion and misunderstandings. Such a dynamic has a cumulative, holistic, negative influence on the organization's effectiveness. The influence cannot be precisely measured or even assessed by empirical tools, but it is certainly profound.
Thankless Counterterrorism is a shadow war carried out far from the public's eye. It is a war of prevention. Success is an uneventful day in which people go about their lives without being killed, maimed, or stunned by a blast. It is a war without celebrated victories: public consciousness is much better in recording those days in which prevention failed than those of normalcy.
The soldiers of this war drive no tanks and fire no cannons. They search homes, operate surveillance equipment, recruit informers, and interrogate suspects. But no war is sterile, and at times the only weapon able to target the enemy's center of gravity is the hit man.
Knowing that retaliation is inevitable, the decision to use this weapon is difficult and is taken by the highest authority in Israel only when it is probable that inaction will carry an even higher price. Israel is at war, and war, as Clausewitz wrote, has its own grammar.[24] Targeted killing, Israelis overwhelmingly believe, is still an essential part of their war's grammar.
Gal Luft, a doctoral candidate at the Johns Hopkins University's Paul H. Nitze School of Advanced International Studies, is the author of The Palestinian Security Forces: Between Police and Army (Washington Institute for Near East Policy, 1998).
[1] Moshe Zonder, Sayeret Matkal (Jerusalem: Keter, 2000), pp. 238-48. [2] Ha'aretz, (Tel Aviv), Apr. 6, 2001.
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[3] Ibid., Mar. 14, 2001. [4] "The International Convention for the Suppression of the Financing of Terrorism," U.N. General Assembly resolution 54/109, Dec. 9, 1999, at http://www.un.org/law/cod/finterr.htm; U.N. Security Council resolutions 1368 (2001) and 1373 (2001) at http://www.un.org/terrorism/sc.htm#reso. [5] Yedi'ot Aharonot (Tel Aviv), July 12, 2002. [6] Ha'aretz, Feb. 12, 2001. [7] Richard Boucher, State Department briefing, July 2, 2001, at http://www.state.gov/r/pa/prs/dpb/2001/4656.htm. [8] Fox News Special Report, Aug. 2, 2001, at http://www.foxnews.com/story/0,2933,31241,00.html. [9] White House briefing, Aug. 3, 2001, at http://www.whitehouse.gov/news/briefings/20010803.html#some%20justification. [10] The Guardian, July 3, 2001. [11] Newsweek, Dec. 15, 2001. [12] USA Today, May 9, 2002. [13] The Guardian, June 17, 2002. [14] The Jerusalem Post, July 28, 2002. [15] Ibid., Dec. 12, 2000. [16] Ha'aretz, July 18, 2001. [17] The Jerusalem Post, July 30, 2002. [18] Ma'ariv (Tel Aviv), Apr. 6, 2001. [19] The Jerusalem Post, Jan. 18, 2000. [20] Based on author's discussion with Israeli intelligence sources. [21] Based on author's discussion with Israeli intelligence sources. [22] The New York Times, Apr. 12, 2001. [23] The Jerusalem Post, July 26, 2002.
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[24] Carl von Clausewitz, On War, ed. and trans. Michael Howard and Peter Paret (Princeton: Princeton University Press, 1984), pp. 100, 605.
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