78. Premio Estatal de Cuento Naturaleza Sociedad

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78 Cuentos

Publicación de la Secretaría de Medio Ambiente. Junio de 2021

“La fábula del unicornio”

“Mi patio jurásico”” jurásico

Miguel Angel García Torres


Cuentos

“La Fábula del Unicornio” “Mi Patio Jurásico”

Miguel Angel García Torres


“La fábula del unicornio”

F La colección Bordeando El Monte es una publicación de la Secretaría de Medio Ambiente

Miguel Ángel Riquelme Solís Gobernador del estado de Coahuila de Zaragoza Eglantina Canales Gutiérrez Secretaria de Medio Ambiente Olga Rumayor Rodríguez Subsecretaria de Recursos Naturales Margarita Alba Gamio Directora de Cultura Ambiental Premio Estatal de Cuento Naturaleza Sociedad 2021. CUENTO: “La fábula del unicornio” 1er lugar en la Categoría Libre CUENTO: “Mi patio jurásico” Mención Honorífica en la Categoría Libre AUTOR: Miguel Angel García Torres Francisco Chaires Diseño Bordeando el Monte. Núm. 78 Junio de 2021

La Secretaría de Medio Ambiente no se hace responsable del texto. Las ideas presentadas son responsabilidad del autor.

rente a la Casa de las criaturas imposibles, el viejo orador recorría la ruinosa tarima para contar sus mentiras. Según él, cada una de sus mascotas tenía una historia muy peculiar sobre su captura y estaba por cerrar el show con la del espécimen más raro en su colección. — Compren sus entradas porque se agotan — decía— . Nadie querrá perderse las maravillas de mi grandiosa carpa. La plataforma de madera apenas podía sostenerse sobre su andamiaje astillado; pero el anciano atravesaba el entablado con el micrófono de pedestal en ristre, cual estrella de rock, para pregonar el inventario de su zoológico inverosímil. La feria del pueblo nunca había tenido un espectáculo tan enérgico ni ruidoso. Fiel a la tradición de los merolicos, el vendedor de ilusiones prometía que su local destartalado exponía a bestias fabulosas, como la cabra de tres cabezas o la serpiente con patas. Mucha gente reía con sus fraudulentas exhibiciones; pero el presentador hacía gala de su oratoria para invitarlos al Círculo de lo inaudito, cuyo rimbombante nombre escondía que, a esa área delimitada por líneas de cal, se reducía el alcance de los altavoces. — No muy lejos de aquí — comenzó su relato el falso domador de fieras sobrenaturales— , cuando en otra época había escenarios para cuentos de hadas y se hablaba con los animales, existía una playa fuera de los mapas modernos y oculta para cualquier brújula. Ahí vivía encerrado por altas cordilleras un unicornio que creía estar incompleto y simétricamente feo. ”El majestuoso ejemplar pasaba los días y las noches mirándose sobre el reflejo del agua estancada que venía del océano. Ahí se quejaba de su apariencia sin armonía. El motivo de su angustia radicaba en la única protuberancia sobre su cabeza. Sus lamentos se podían oír hasta mar adentro…” Entre risotadas, la gente oía con asombro al tipo del escenario; pero se resistía a abandonar el lugar hasta descubrir en qué terminaba semejante embuste. — Cierta vez, un hombre brotó del agua arrastrado por las olas — prosiguió su relato el encantador de tontos— . El náufrago sorprendió al corcel en la orilla. Su nombre era Orestes y su oficio, la piratería. A este bribón, el unicornio le pareció un espécimen hermosísimo y gentil. Sin embargo, si no era astuto, el mítico animal huiría pronto. Con pasos ligeros, se acercó él y, escuchando el soliloquio sobre su malformación, le dijo: “Amigo mío. Haz caso a las palabras de un trotamundos, cuyo destino le trajo a ti desde África y Asia, pues recorrí los parajes más recónditos del planeta: no te puedes quejar. Los rinocerontes son cazados en la sabana a cambio de cuerno y medio. Los venados y bisontes tienen más ramificaciones óseas que tú; pero sirven de alimento y vestido. No hay privilegio alguno por tener más huesos fuera de la cabeza. ”No entiendes, buen hombre. Hablo de la igualdad matemática — dijo el corcel, bastante entendido en la materia de Pitágoras— . La belleza está en la proporción y en mí no existe equilibrio alguno. Soy una aberración de la geometría. ”Escucha bien. Los bueyes son simétricos de pies a cabeza y trabajan muy duro labrando la tierra — continuó el pérfido corsario, igual de farsante con la lengua que con sus actos— . El toro de lidia, aunque dicen que muere en la plaza con mucha 3


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gloria, nace para ser sacrificado por el matador, pese a su testa invariable. ”Es que, si tan sólo me creciera otro cuerno, yo sería un modelo digno de todas las artes — le dijo el unicornio— . Me verían como el animal más bello de la naturaleza mágica con base en la perfección numérica. Ni siquiera el Pegaso, con sus alas, podría sustituirme. ” ¡Cuánta es tu ambición! Tampoco desaires tus privilegios. La atención del reino es tuya por completo. Te tienen cautivo para tu protección porque eres único. Es tan difícil internarse en este territorio, que sólo yo, de toda mi embarcación, logré salvar el pellejo. Ningún ejemplar es oponente para tu rareza, salvo por otros seres igual de mitológicos, como la quimera o el dragón… ” ¡Exacto! Esa especie resulta exquisita — interrumpió el fabuloso animal, sin saber que el aventurero tendía su trampa— . Mi sueño sería convertirme en un lanzafuego con escamas. Ellos tienen dos astas y, si un valiente caballero les da muerte partiéndolos a la mitad, incluso sus cadáveres serán idénticos. Siento tanta vergüenza… Prefiero no tener cuerno antes que seguir en el mismo estado. ”No soy hada madrina ni pozo de los deseos — añadió el bandido de mar— . Ojalá pudieras estar contento con tu apariencia. Pero, si en verdad piensas de ese modo y el chichón te molesta en demasía, lo podemos resolver. Poseo una espada que separa verrugas, parásitos o absurdos de la carne. Tú asigna el precio de mi servicio. ”El unicornio prometió cederle su protuberancia a cambio y agachó la cabeza. ”El infame bucanero aceptó la oferta, desenvainó su hoja de acero y rebanó desde su base la anomalía dorada. Pronto pidió en pago el fruto de su cirugía. ”El corcel no tuvo dificultades para entregar su corona porque su simetría por fin estaba completa. Aun así, el náufrago mentiroso quiso prevenir lamentaciones e inventó las secuelas con su advertencia final: El cuerno de los unicornios está relacionado con su cantidad de reproches y resentimiento; en pocas palabras, es abono para sí mismo. Así que por muy mal que vayan las cosas nunca te arrepientas de tus actos ni pienses en recuperar algo que diste como obsequio u honorarios. Si te torturas con ello, tu cuerno crecerá hasta su estado original o será incluso más grande. Y te advierto que por ningún motivo habrá reembolsos. ”Entonces embaucador y unicornio tomaron caminos diferentes. Uno marchó feliz con el hurto perfecto y el otro, igual de contento, aunque había sido estafado por un vil aventurero. ”Días más tarde, unos mozos del reino rebasaron el límite permitido por la autoridad y llegaron a la playa virgen. Vieron al corcel sin el símbolo de su fabulosidad y lo raptaron. Por el resto de su vida, el orgulloso animal consumió su noble sangre dando vueltas en círculos para hacer funcionar el molino de la aldea. Y porque creían que era un semental bastante exótico por la blancura de su pelaje, el pueblo lo disfrazaba de unicornio en los festejos por las cosechas con un pepino pintado de amarillo y pegado a su frente. Gente, nadie se preguntó la causa de su longevidad hasta que yo lo pude adquirir a buen precio”. — ¡Que suenen los tambores, maestro — exigió el falso cazador de fieras mágicas a su ayudante tras bambalinas— , porque aquí tenemos para ustedes, comprobado tras una investigación a fondo en el Archivo Real de Linajes Equinos, a quien ha vivido de familia en familia como una reliquia viviente, al orgulloso 4

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unicornio y su pepino pintado de amarillo… Un animal flacucho con más pinta de mula de carga que de bestia mitológica, salió trotando de la carpa instalada a un costado de la tarima. Dos auxiliares depositaron canastas con fruta y verduras podridas frente a los espectadores. El relato fue tan convincente que nadie dudó en arrojar los restos de comida al corcel guiado por un granjero. La frustración del público por despreciar una buena posición, vino a caer sobre el pobre animal y, principalmente, su testa — se diría que rasa y blanquecina, pero ya había chipotes y manchas secas de la función anterior. — Es indignante — vociferó un vaquero del público. Algunos efusivos tiradores se detuvieron a desgana y otros le repelieron con chiflidos— . ¿Acaso crees que somos ingenuos? Ustedes son el fraude. El merolico se mantuvo imperturbable por esa acusación y buscó en la muchedumbre el origen de aquel reclamo. — Eso es un plátano — gritó el vaquero, vestido a lo Cocodrilo Dundee— . Además, no nos interesa conocer la farsa sobre la farsa. ¿Dónde está el chipote dorado? ¡A mí me prometieron un unicornio! — Lamentablemente, sólo recuperamos a la bestia — se excusó el presentador— . El hueso de su cabeza todavía está, como trofeo, en poder de aquel patán que lo engañó hace tanto tiempo. — ¿De verdad, Orestes? ¿O sólo lo vendiste al mejor postor? El anciano titubeó en su defensa y tragó saliva con dificultad debido al nudo de su corbata. Pronto buscó el respaldo de sus ayudantes. — Cuando te viste acorralado por tus acreedores, regresaste a donde comenzó tu fortuna. Aunque no lo hallaste en su hábitat protegido, buscaste en los alrededores. Tal era tu voracidad… Cuando lo descubriste, fue sencillo comprarlo en la aldea. Nadie conocía la nobleza del portento; tampoco nadie pudo defenderlo, incluso ni él mismo. Es bien sabido que si el unicornio pierde su protuberancia, también el don del habla. Pero, cuando nadie creyó que el caballo era un unicornio mutilado por tu codicia, decidiste humillarlo para tu provecho. Si hay algo que la gente odia más que el derroche de los privilegios, es a los villanos de cuento. El público se convirtió en una turba que abandonó el Círculo de lo inaudito entre abucheos y exigió el reembolso de su entrada. El vaquero se perdió en la multitud, pero no huyó de la feria. En medio de la confusión, se metió al pequeño establo donde llevaron al corcel maltrecho. Su misión era otra. Sacó un pin de su bolsillo y lo puso en la solapa del chaleco de safari. El botón decía: “Guardaparques de Áreas Fantásticas Protegidas”.

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iempre fui un niño callado. Introvertido, pasaba más tiempo en casa entre fantasías que jugando en la calle como cualquier otro. Leía acerca de bestias sobrenaturales como las de Lovecraft, Stoker o Shelley; pero sobre todo devoraba historias de mundos perdidos. Un día papá dijo, como estrategia para alzarme del sillón, que había criaturas extrañas viviendo en el patio de la casa. Él conocía mi curiosidad por los monstruos y me hizo acampar para comprobarlo. Me ofreció su compañía; sin embargo, preferí hacerlo a solas. Sabía que todo era una farsa y no quería que descubriera mi decepción. Además, no había que inventar razones para tenerme a la disposición de los mosquitos; él era el adulto aquí. Pero papá era guardaparques de profesión y guía de científicos. Convivía tanto con ellos que se le pegaban sus ideas locas. — Construyeron el pueblo sobre un mar prehistórico — dijo papá. El biólogo fue contundente— . Ahora, si hubo colonias de bacterias que sobrevivieron hasta hoy en las pozas, incluso mejor que dinosaurios o grandes mamíferos, ¿por qué no existirán bajo tierra seres igual de arcaicos? Me mata la curiosidad. ¿A ti, no? — Papá, ha de ser imposible ver algo allá dentro — dije, incrédulo aún. Los estromatolitos son esas comunidades microbianas que inventaron la fotosíntesis y el oxígeno en la Tierra. Papá dice que son el cerebro de la creación, y no sólo por su apariencia en los humedales donde siguen vivos. Planearon la combinación perfecta de minerales para la vida hace 3 mil 500 millones de años. Sumergidos en los manantiales turquesa, para ellos no ha pasado el tiempo. — La oscuridad es terrible, sí — continuó papá— ; pero dicen los espeleólogos que, pese a lo macabro de las cavidades subterráneas, todo se ve maravilloso. Han ido más allá que ningún otro al explorar los canales profundos. — Si en verdad vivimos arriba de túneles, papá, deberías estar más preocupado porque la casa tenga buenos cimientos. — Lo sé, estamos encima de un enorme queso gruyer. ¿Te imaginas el hábitat debajo? ¡Cuántos seres vivos sin descubrir y adaptados a la oscuridad! Podríamos darles tu nombre o el mío — casi gritó papá de la emoción. Y dicen en la escuela que yo soy el ñoño. — Si se parece a una rana — dije— , ¿podría llamarse Rani Albertus? — Claro, será la primera especie de la familia Gonzalus — dijo acostumbrado a jugar. Ambos reímos— . Tal vez, nuestro pueblo sea la entrada a ese mundo perdido — insistió el testarudo guardaparques— . Quizá la puerta a ese mítico paraje inventado por autores como Burroughs o Conan Doyle, no esté en el Polo Norte, sino a escasos metros de nuestro asador o la lavadora. Mi apatía para el ejercicio era gigantesca; pero papá sabía mover a las masas. No por nada era el orador principal en el pueblo para las cruzadas por el medio ambiente y la conservación de nuestros humedales. Sin embargo, dormir en el patio tampoco era un sueño. Apestaba a rayos. Por eso pasé media tarde en la alberca de hule para caer rendido. En la noche, prendí el aromatizante, abrí las páginas del libro y un paquete de galletas. Me metí bajo la cobija para leer Viaje al centro de la Tierra. Entonces oí que alguien merodeaba en 6

el exterior y olfateaba las plantas de mamá. No era una mascota del barrio, bufaba raro. Tomé mi lámpara y dejé la casa de campaña. El hedor del lugar me removió las tripas. Nuestro patio era un deshuesadero. Había llantas, cacharros, cajas con tiliches y fierros oxidados, así que veía sombras escurridizas. Desde que papá iba al relleno sanitario por trabajo, recogía artículos de la basura. Sólo cargaba nuestro aire de malos olores. Mamá atiborraba el patio de macetas para darle equilibrio a los aromas. Aun así, recibíamos quejas de los vecinos. En la mañana, ambos me regañaron por la suciedad en la alberca. Revisé el paquete de galletas y estaba vacío. Una espesa baba con migajas, como aceite de motor, pintó un arcoíris en el agua estancada. Papá vio mi fracaso y habló conmigo. — Hijo, si hay una criatura ancestral en casa, ¿estará a la vista? Está asustada. Así como los estromatolitos no saben que la atmósfera fue modificada por ellos y no hay un planeta rojo sino azul, el monstruo vivió bajo tierra en condiciones idénticas a las de su época. Apenas se enteró que todo cambió después de dos congelamientos planetarios y cinco extinciones. Imagina que, entre los veneros de agua que exploró antes, una caverna se desplomó y el espécimen halló la ruta a nuestro patio. Los espeleólogos, por ejemplo, también hallaron una salida entre las grietas del Hundido. ¿Lo recuerdas? — Sus desplomes son fascinantes — le dije— . El valle parece resultado de un bombardeo. El Hundido es un enorme llano que simula tener pastizal; pero no está cubierto por la hierba enana del desierto, sino por mechones de mezquite y huizache al ras de suelo. Gracias a los nexos entre manantiales, el agua del canal erosionó el terreno y el peso de la vegetación causó los derrumbes. — Es buena idea buscar a la criatura, pero hay que saber dónde hacerlo. — ¿Y dónde sería buen lugar? Aquí no hay hundimientos. — No, pero, ¿conoces los túneles secretos que unen a la casa paterna de Venustiano Carranza con el Museo, hogar de su matrimonio? ¿Y si la bestia se cruzó con un pasadizo revolucionario? Tal vez colapsaron los muros por la humedad e hizo contacto con una arteria de los mantos acuíferos. Ha bajado tanto la recarga pluvial de esas cuevas, que el desnivel dejó libre una vía de ascenso a la superficie. — Papá… ¿Un dinosaurio entre nosotros? La casa de Carranza y su Museo están a unas cuadras de aquí. ¿Y si existe un camino a la Tierra Hueca? ¡Yo voy! — Imagina nuestro propio Godzilla a domicilio — dijo riendo el guardaparques. Papá se fue de viaje al otro día y estuve solo en la investigación. No podía acampar a mitad de semana y esperé. Adelanté mi tarea y tuve dos días para hacer guardia. No sabía la dieta de dinosaurios; pero escondí señuelos de azúcar, porque los tenía a mi alcance. Aunque la abuela cocina galletas para mí, se quedan en el tarro hasta que mis papás se comen todas. Me abastecí de ellas con la excusa de haber adoptado una mascota y distribuí galletas por todo el patio. Ninguna se salvó de su apetito. El segundo fin de semana encontré una rata desmembrada cerca del tinaco y el roedor tenía galleta en el hocico. Había algo nuevo en el menú. Ese sábado me hice de valor y fui a la caza del raro espécimen. Removí basura entre hierbajos, fierros y pestilencia; pero jamás di con el escondite. Mamá me vio tal 7


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interés en sus macetas y cachivaches, que me puso a limpiar todo. Culpé a la criatura de mi mala suerte y me olvidé del asunto durante días. Error. Privé a la bestia de su principal fuente de alimento. Tiempo después, reportaron un montón de mascotas desaparecidas en la zona centro. Mamá dijo que fueron atacadas por coyotes. Conocí al gran danés del vecino, también extraviado, y un coyote no tendría oportunidad. Una tarde de futbol en la cochera, mi amigo pateó mal la pelota y la mandó debajo del coche familiar. Me metí para zafar el balón. Bajo el chasís del carro, escuché un gruñido. Entre la polvera y la llanta de atrás, donde los gatos se refugian del frío, le oí respirar. Sus ojos me miraron con recelo. Su baba le escurría por los colmillos y salpicaba el caucho de la rueda. Era un kaiju o dinosaurio bastante enano. Tenía nariz de cerdo y escamas en la barriga. De pronto, el motor del automóvil se puso en marcha. Solté un grito de terror y papá aceleró en reversa. Salvé mi pierna por centímetros, mientras que las tripas de la criatura salpicaron el balón. Esa noche me levanté de la cama para escuchar a mis padres. — Tu hijo tiene mal gusto. Hoy atropellé a su mascota. No había visto gato tan feo — dijo papá. — ¿No era un perro? — preguntó mamá. — No sé; pero lo dejé mejor que antes. Ya lo llevé al basurero municipal. Días más tarde, leí en el periódico: “Murciélago gigante espanta a pepenadores”. Reporteros y científicos saturaron los hoteles del pueblo. La bestia se convirtió en atractivo turístico hasta que hubo un cadáver. Los medios de comunicación exploraron el entorno y denunciaron también una amenaza ambiental. El valle de Cuatro Ciénegas funciona como un embudo que, gracias a la separación del supercontinente Pangea, quedó rodeado por cinco sierras que recargan sus mantos acuíferos. Y el relleno sanitario estaba por tocar el corazón del enorme humedal con sus filtraciones. Rápido mudaron el problema a otro sitio sin restos del mar prehistórico de Tetis. Fue tal el desastre y el acoso de la prensa que cargaron con todo y monstruo. Por eso cada sábado por la noche escapé de mi habitación e hice el camino en bicicleta hasta allá. Subía las colinas de basura quemada mientras veía a las aves de rapiña volar bajo. El hedor era apabullante, pero me recordaba a mi hogar. Entonces entendí a mi mascota, que llegó a casa entre la basura del guardaparques. La última noche llevé galletas de mamá como carnada y las metí en una mochila ideal. Apenas mordió el anzuelo, encerré a esa extraña bestia de Pellucidar. Hice el viaje al antiguo basurero y solté a mi mascota sobre la tierra muerta. La criatura del mundo perdido encontró pronto el camino a casa. GUARDAPARQUES

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