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e CARICIA DE FUEGO | z
Recuerdo que estaba completamente solo. sentado en una mecedora, la brisi acaciciantey con un cigarrillo encendido entre mis dedos el sueño comenzó á invadirme con una dulzura tal que no me dí cuenta cuando resbaló de mis dedos el pitillo.
El sitio en que estaba, el último girón de mis recuerdos, la noción de mi sér, todo fué borrándose lentamente y mi yo flotaba entre la vigilia y.el sueño como flotan las blancas nubes entre el cielo y la tierra.
Primero un suspiro, después una queja y por último un sollozo profundo hirieron mis oidos y yo, con dejadéz, de una manera vaga pregunté más bien con la imaginación que con los labios ?quién se queja ahí?
Yo, respodieron muy cerca de mí.
Pero ¿quiénes yo?, repiiqué sin querer abrir los ojos y pesándome entablar aquei diálogo que robaba dulzuraá mi sueño.
Yo, tu amante de casi la mitad de tu vida, la que por más de diez y siete años te ha seguido á todas partes: la que ha consolado tus horas amargas y velado en tus insomnios; la primera que tus labios han besado en la mañana y la que te ha acómpañado al lecho en las horas del silencio; soy yo, la reina de todos los vicios: soy el cigarrillo. -
-Ah!, el cigarrillo, dije yo sin querer investigar si aquello podía quejarse ni hablar, y bien, ¿qué quieres de mí?, 1e pregunté.
¡Y tú me lo preguntas. Quiero que no me abandones: que seas mi subdiro y adurador.
Hace muchos días, muchos, que vehgo oyéndote decir que no encuentras medios para deshacerte de mí; que soy un vicio al que debe desterrarse porque no conduzco ána da, y además causo graves trastornos á tu organismo. Que no tiene voluntad quien no vence al tabaco.
¡Y me lo preguntas! Dáí, ¿no es cierto que te has pasado veinticuatro horas, ¡un dia entero! sin darme un solo beso, tú que ni aun estando enfermo te has separado de ní?
Es cierto, respondí. Me he tlecho un juramento de no fumar más y espero conseguirlo apesar ce tu poder, que es grande. Creo que el hombre que ro domina sus vicios estáinhabilitado para áscender en la vú II perior; quédate, pues, para los que se figuran que han sido pllestos en la vida para hartarse de todo aquello que sus sentidos apetecen; esos viven de deseos que jamás se sacian.
Mírame, gritó'¿sollozáate aquello que me hablaha; yo no soy en realidad un cigarrillo que se consume á tus pies: yo soy el alma del vicio encarnada en uno de sus símbalos; el tabaco. o
¡Cuán hermosa soy!, mírame. Son débiles y acariciantes mis brazos, dulces mis besos, mis emanaciones delicadas. Quién me gusta una vez no me olvida jamás.
Mis adoradores son incontables. Soy adivinación en el jugador, en el inventor idea ingenio en el literato y en losamantes pasión.
Soy rosi de sensualidad en boca de la hetaira, esperanza en el preso, alegría enel.. obrero y barcarola entre los viejos lobos d4$ mar.
Adórame ¡oh tá, el despreciativo!; tú sabes que mis espirales azules se retuerzan lo mismo bajo los artesonados techos de los palacios, que bajo las frías hóvedas de los conventos de monjes, que en las humildes cabañas de pescadores; que he contemplado batallas horribles y combates espantosos: yo soy la reina del mwundo masculino, ¿me abandonarás tú?
S8Sí, repliqué henchide de una voluntad poderosa.-Serás el último cigarrillo que fume en mi vida. --.
-- Entonces, repuso 1a deidad viciosa, dé)a medarte mi última can¿la.
Un grito se escapó de mis labios. La,brisa, levantando la pavesa encendida de mi úlcigarrillo la lanzó contra mi rostro dejando en él una rosa-de fuego: