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de CUENTOS FRANCESES s EL

ARPA

Unos músicos ambulantes se han detenido á la caida de la tarde ante la v:r'a.

Eran unos pobres piamonteses, polvorientos, flacos y casi muertos de hambre.

Un anc'ano, vestido con un chaquetón descolorido, un muchacho de mejillas soarosidas y sal e3es de tísico, y una mujer ya marctita que podia t ner t-einta ó cuarenta aos, formaban la humildeorg: st

El anciano tocaba el violin, la mujer el arpa y el muchacho el acordeón.

Rendidos de fatiga, venían de un caté donde la rec udación había sido ilusoria.

Y como Andrea y Lina saltaban á la cuerda en el jardín y yó estaba sentada en la galería, me pidieron permiso para entrar, con la esperanza de ganar dos ó tres francos. dandonos un concierto.

Accedí á la petición de aquellos infelices y las niñas locas de contento, se pusieron á escuchar, sentadas á mi lado.

Los músicos tocaron valses, trozos de operas italianas y varias canciones populares.

Movida á compasión, quise que aquellos desheredados de la vida tuviesen un instante de felicidad y les hice servir pastas y vino de Arti. Despues puse un luis en la mano de la arpista.

La mujer se estremeció como si la hubiese tocado con un hierro candente. Al parecer, no daba crédito á sus ojos, y sin cerrar los dedos, contemplaba la moneda de oro y me interrogoba con la mirada.

No tenemos cambio, señora me dijo al fin. .

No se lo he pedido á usted- lecontesté.

Transfigurados y titubeando como si estuvieran borrachos, me besaron las manos, me desearon todo génerc de felicidades y partieron hacia el pueblo.

'Ahi si se pudiera adquirir parasi algo de ladicha que se proporciona á los demás!

Andrea fué á acompañar á Lina con la doncella y yó me quedé sola en el jardin.

Había anochecido y no se distinguía ni las flores ni el cerezo que es:aba á corta distancia.

Y me eché á llorar, en la seguridad de que nadie podía sorprenderme, recordando los tiempos en que Santiago me amaba apasionadamente y me pertenecía en cuerpo y alma.

En la sala principal de la morada _de mi abuela, en Ramondieus, había un arpa, que la buena señora hacía traslad¡y á veces á laterraza á la hora del crepúsculo vespertino.

Aun veo el sitio á la izquierda, en un angulo, y el reflejo de la guirnalda que adorna el fronton en un espejo de grandes dimensiones pegado á la pared.

Entonces éramos novios Santiago y %yó.

Una tarde de primaírera. como esta, excla. mó mi prometido con acento de amargaura: iEstoy incómodo contigo!

¿Por qué?

Porque sabes tocar el arpa, según me ha asegurado tu abuela. y no me habías dicho nada.

Y como Santiago deseaba oirme tocar y quería que su capricho fuese realizado inmediatamente, sacamos el arpa de la sala y allí en la terraza, al resplandor de millares y millares de estrellas que tachonaban maravillosamente el cielo, en medio de la oleada de perfumes que nos envolvía y nos producía vértigo, toqué lo que mejor sabía, lo que yo prefería,la melancólica romanza de Martini, varias sonatas de fácil ejecución, algunos minuetos antiguos y tres ó cuatro canciones del siglo pasado.

Las notas herían el aire, siempre puras y cristalinas, dominando el rumor de las hojas y el ruido del agua entre las piedras.

Y de pronto, como un eco, un ruiseñor, después dos y luego tres. me contestaron desde las profundidades del parque. desde los ribazos del rio, desde los bosquecillos de lilas y de arbustos.

Otros y otros pájaros unieron sus sonidos á los del arpa, en medio del silencio de la noche, mezclando sus agudos trinos á aquel concierto ideal.

Parecía que en torno nuestro sonaban innumerables flautas de caña, difundiendo por el espacio ese estado de bienandanza que invita á pensar en cosas puramente espirituales.

Daría todo el tiempo que me resta de írida, me sometería á todos los sufrimientos de los réprobos, aceptaría la comdenación eterna por resucitar aquellas delicias, por volverle á ver tan tierno, tan impaciente, con los mismos ojos, con la misma voz. con los mismos labios, con el mismo corazón, para ser de nuevo la mujer dichosa al lado del ser á qnien se adora, la joven inocente que se cubría de rubor

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